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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17

1 . ENCUENTRO: La oración sacerdotal de Jn 17 y sus implicaciones en una Espiritualidad Sacerdotal


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Jesús, antes de su muerte y resurrección, en el ambiente de la cena Pascual, en el esquema del evangelista Juan, ora
por los que van a continuar su misión redentora en el mundo, al mismo tiempo que hace una síntesis de su ministerio
redentor.
Después de recordar el sentido de la espiritualidad, nos encaminamos a crear una espiritualidad de vida sacerdotal
basada en la reflexión y profundización del capítulo 17 del Evangelio de Juan.
La espiritualidad marca el dinamismo que produce el Espíritu en la vida del alma: cómo nace, crece, se desarrolla,
hasta alcanzar la santidad a la que Dios nos llama desde toda la eternidad, y transmitirla a los demás con la palabra,
el testimonio de vida y con el apostolado eficaz. Por tanto, se busca doctrina teológica y vivencia cristiana. Si sólo
optara por la doctrina teológica quitando la vivencia, tendríamos una espiritualidad racional, intelectualista y sin
repercusión en la propia vida. Y si sólo optara por la vivencia cristiana, sin dar la doctrina teológica, la espiritualidad
quedaría reducida a un subjetivismo arbitrario, sujeta a las modas cambiantes y expuesta al error. Así pues, la
verdadera espiritualidad cristiana debe integrar doctrina y vida, principios y experiencia.
La espiritualidad cristiana es una sola si consideramos su substancia, la santidad, la participación en la vida divina
trinitaria, así como los medios fundamentales para crecer en ella: oración, liturgia, sacramentos, abnegación,
ejercicio de las virtudes todas bajo el imperio de la caridad. En este sentido, como dice el concilio Vaticano II, “Una
misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios” (Lumen Gentium 41a)....”Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (40b). Y en el cielo, una misma será la santidad de todos
los bienaventurados, aunque habrá grados diversos.
Las modalidades de la santidad son múltiples, y por tanto las espiritualidades diversas. Podemos distinguir
espiritualidades de época (primitiva, patrística, medieval, moderna); de estados de vida (laical, sacerdotal,
religiosa); según las dedicaciones principales (contemplativa, misionera, familiar, asistencial, etc.); o según
características de escuela (benedictina, franciscana, ignaciana, etc.).
La infinita riqueza del Creador se manifiesta en la variedad inmensa de criaturas: miles y miles de especies de
plantas, animales, peces, minerales. También las infinitas riquezas del Redentor se expresan en esas innumerables
modalidades de vida evangélica. El cristiano, sin una espiritualidad concreta, podría encontrarse dentro del ámbito
inmenso de la espiritualidad católica como a la intemperie. Cuando por don de Dios encuentra una espiritualidad que
le es adecuada, halla una casa espiritual donde vivir, halla un camino por el que andar con más facilidad, seguridad y
rapidez; halla, en fin, la compañía estimulante de aquellos hermanos que han sido llamados por Dios a esa misma casa
y a ese mismo camino.
Hoy se da en la Iglesia un doble movimiento: por un lado, una tendencia unitaria hace converger las diversas
espiritualidades en sus fuentes comunes: Biblia, liturgia, grandes maestros. Por otra, una tendencia
diversificadora acentúa los caracteres peculiares de la espiritualidad propia a los distintos estados de vida, o a
tales movimientos y asociaciones. La primera ha logrado aproximar espiritualidades antes quizá demasiado distantes,
centrándolas en lo principal. La segunda ha estimulado el carisma propio de cada vocación, evitando mimetismos
inconvenientes.
Espiritualidad Cristiana se refiere a la relación personal del ser humano con Dios. Esto nos lleva a una búsqueda en la
perfección de la vida según Dios.
Espiritualidad es el conjunto de principios y prácticas en relación con lo divino o trascendente, que caracterizan la
vida de un grupo de personas en relación con aquello que creen, las diferentes maneras de experimentar la
trascendencia, y el modo como la vida es entendida y vivida. Es aquella experiencia mediante la cual el cristiano
entra en un proceso de relación con Dios y la posesión de su verdad.
El hombre no sólo es la corona de la creación, sino que es el objeto de un especial cuidado de parte de Dios. El
hombre fue originalmente creado puro, sin pecado. “Entonces dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre
toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra'. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó; varón y hembra los creó." (Gen 1,26-27; véase también Gen 2, 7. 21-23).

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El hombre fue creado en forma diferente que los animales. El hombre está por encima de los animales en "capacidad
racional, conciencia moral, uso del lenguaje y conciencia espiritual”. Él recibió el hálito de vida directamente de Dios
(Gen 2,7). Los animales no. El hombre puede conocer a Dios, adorarle y amarle; los animales no.
El hombre tiene capacidades morales e intelectuales similares a las de Dios aunque no tan amplias ni perfectas. "dijo
Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...'" (Gen 1,26). "...habiéndoos... revestido
del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3,10).
El hombre está compuesto de: la sustancia material, el cuerpo, y la sustancia inmaterial, el alma y el espíritu. El alma
proporciona vida al cuerpo, y cuando el alma es quitada, el cuerpo muere. El espíritu y el alma representan dos
partes de la sustancia inmaterial. Representan dos modos en los cuales opera la naturaleza. Aunque separados, el
espíritu y el alma no son separables.
El hebreo ruach y el griego pneuma, se utiliza constantemente para denotar el Espíritu de Dios o Espíritu Santo, y
los ángeles como espíritus, así como los espíritus malos. El espíritu es la parte más elevada del hombre, marca la
individualidad consciente, y así distingue al hombre de la creación. Dios sopló en la nariz del hombre el aliento de la
vida, y por ello el hombre fue puesto en relación con Dios, y no puede realmente ser feliz separado de Él, ni en su
existencia presente ni en la eternidad.
La palabra hebrea nefesh, (que es uno de los vocablos traducidos generalmente en castellano por alma) aparece 754
veces en el Antiguo Testamento. La primera cita bíblica al respecto, significa “lo que tiene vida” (Gen. 2,7), y se
aplica tanto al hombre como a los demás seres vivientes (Gen. 1,20. 24. 30; 9,12. 15-16; Ez. 17,9). Muchas veces se
identifica con la sangre, como algo que es esencial para tener aliento y animación (Gen. 9,4; Lev. 17,10-14; Deut.
12,22-24), y en el hombre es su principal característica que lo distingue de los seres irracionales (Gen. 1,26).La
primera función del alma es la de dar vida al cuerpo, y como la respiración es el signo principal de la vida física, de
ahí que en hebreo, como en la mayoría de las lenguas, se designe con términos que se relacionan más o menos con la
imagen del aliento. Este principio es la base donde radican los sentimientos, las pasiones, la ciencia, la voluntad (Gen.
28,8; 34,3; Ex. 23,9; 1 S. 1,15; Sal. 6,4; 57,2; 84,3; 139,14; 143,8; Cnt. 1,6; Pr. 19,2; Is. 15,4, etc.).
La palabra hebrea basar, en su sentido físico, designa el cuerpo, sea humano (Gen. 40,19) o animal (Lev. 6,27).La
naturaleza del hombre: ¿Está el hombre hecho de dos o de tres "partes"? Significa lo exterior del hombre (Gen.
2,21; Ex. 4,7; Lc. 24,39; 1 Co. 15,39); su naturaleza humana, que puede, a veces, dominarle con gran perjuicio del
amor, y por ello responde por cuerpo, vitalidad (1 Co. 5,5. 7:28; 2 Co. 12,7; también en relación con la redención; Col.
1,22; Ro. 2,28 s; Gál. 6,12 s; Jn. 6,51-56); designa la persona humana (Jn. 1,14; 1 Ti. 3,16; 1 Jn. 4,2).
Sin profundizar mucho en ello nos queda una realidad que debemos tener presente en la espiritualidad: Dicotomía y
tricotomía en el hombre.
"Dicotomía" es un término que significa una división en dos partes (o naturaleza bipartita): cuerpo y alma. Se basa en
que las palabras "espíritu" y "alma" se emplean a menudo de manera intercambiable, como sinónimos. "Entonces
María dijo: 'Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador...'" (Lc 1,46-47).
"Con mi alma te he deseado en la noche y, en tanto que me dure el espíritu dentro de mí..." (Is 26,9).El hombre como
un ser compuesto de "Cuerpo y alma“: Mt 6,25; 10,28. El hombre como un ser compuesto de "Cuerpo y espíritu“:
Eclés 12,7; 1 Cor 5,3.5.
"Tricotomía" es un término que significa una división en tres partes (o naturaleza tripartita): cuerpo, alma y
espíritu. "Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser – espíritu, alma y cuerpo- sea
guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 5,23). "La palabra de Dios es viva, eficaz
y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón." (He 4,12).
La terminología hombre natural, espiritual y carnal es del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento se
encuentra una terminología que en su significado e implicaciones le es equivalente. Son la frase: "estar fuera del
pacto", "estar dentro del pacto" Ex 19,5-6; Deut 4,23; 2 Cró 32,31; 1 Re 19,10.14; Is 59,21; Os 6,7.
El Hombre Natural o Animal. Literalmente hombre de alma animal. “psiquikós” procede de la palabra griega “psiqué”
que significa “alma”. Un hombre que tiene ánima o alma. No regenerado, no cambiado espiritualmente y no ha nacido
de nuevo. Esta clase de hombre representa al hombre caído, que no ha recibido a Cristo, que al igual que Adán se
quedó solamente en estado de “alma viviente” (1 Cor 2,14; 15,45).

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El Hombre Natural anda en busca de la “sabiduría” (1 Cor 1,22). Una sabiduría correspondiente a los deseos y
afectos corrompidos. Su intelecto y sus emociones lo gobiernan. Es guiado por la inferior naturaleza animal
(incluyendo el raciocinio y el corazón del hombre caído) Animal mundano, sensual. Que va tras sus instintos
naturales.
El mundo del hombre natural es limitado por su entendimiento finito y sus sentimientos. Está alejado del Espíritu, no
siente aprecio por el evangelio. Se gobierna por el alma animal o natural (los sensuales), la cual se impone a su
espíritu porque no posee el Espíritu de Dios (Judas 1,19).El hombre “psiquikós” no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios; peor aún, para él son locura.
La razón por la cual el hombre natural no puede entender las cosas del Espíritu es porque estas se han de discernir
espiritualmente, es decir, se han de juzgar con el Espíritu. Para la mente del “psiquikós” las cosas del Espíritu son
necedad y él está imposibilitado de conocerlas. El destino del hombre natural es la destrucción. La necesidad del
hombre natural es la salvación. Todo ser humano está naturalmente perdido.
El Hombre Espiritual es aquel que es controlado y capacitado por el Espíritu Santo. (1 Cor 2,15). Siempre connota las
ideas de invisibilidad y poder. Tiene una comprensión práctica de las verdades del evangelio. Es regenerado y está
en posesión de madurez espiritual. Tiene una naturaleza que responde a la verdad, y los incrédulos lo encuentran
difícil de comprender.
El Espíritu Santo enseña al hombre espiritual. 1 Cor 2,11-13 presenta como el hombre espiritual discierne
(comprende) todas las cosas. Ve a Dios obrando en el mundo. Ve a Dios obrando en su vida. El mundo no lo
comprende. La advertencia de Jesús en Jn 15,18-20: El hombre espiritual tiene la mente (gr. Nous) de Cristo (v. 16)
esto es que tiene el pensamiento de Cristo.
El hombre carnal pone su enfoque en la experiencia de su conversión, pero el hombre espiritual es consumido por
Cristo mismo. El hombre espiritual ha sido transformado y piensa como Cristo piensa. Actúa y reacciona de una
forma agradable al Señor. Todo lo que hace es precedido por sus deseos de agradar a Cristo. Las características
dominantes del hombre espiritual
Gál 5,22 nos habla de los Frutos del Espíritu. Es importante distinguir entre los frutos del Espíritu y las obras del
Espíritu. Las obras del Espíritu son para la edificación de la iglesia, pero los frutos del Espíritu son el resultado de
la morada del Espíritu dentro de nosotros.
Según Rom 8,14, el hombre espiritual es dirigido por el Espíritu. El aprender a seguir al Espíritu es un proceso
también. Mientras aprendemos a seguir a Jesús, aprendemos también a sentir la dirección del Espíritu. Jesús dijo,
"Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen" (Jn 10,27). Para seguir necesitamos escuchar y no podemos
escuchar si no hemos crucificado a nuestra vida carnal.
El Hombre Espiritual puede comunicar algún don espiritual a sus oyentes (Rom 1,11). Siembra lo espiritual en ellos (1
Cor 9,11).No ignora acerca de los dones espirituales (1Cor 12,1). Restaura a sus hermanos sorprendidos en alguna
falta, con espíritu de mansedumbre (Gál 6,1).
El Hombre Espiritual goza y experimenta toda bendición espiritual (Ef. 1,3).Sabe cantar al Señor con cánticos
espirituales (Col. 3,16).Posee sabiduría e inteligencia espiritual (Col. 1,9).Sabe ofrecer a Dios por medio de
Jesucristo sacrificios espirituales (1 Pe 2,5).
El Hombre Carnal da a entender que no eran del todo naturales o no regenerados, sino que tenían mucho de la
tendencia carnal. “sárkikos” proviene de la palabra griega “sarx” que significa “carne” Equivale a “humano” con la idea
de debilidad. Armas de guerra espiritual (2 Cor 10,4) “no son carnales” o con la idea de ausencia de espiritualidad,
de sabiduría humana (2 Cor 1,12) Sus contiendas y divisiones
El Hombre Carnal, como a niños—en contraste con los perfectos (los ya maduros) en Cristo. Anda como el “hombre
natural”. (Col. 1,28; He 5,13-14). Aquel que ha recibido a Cristo pero que vive en derrota porque confía en sus
propios esfuerzos para vivirla vida cristiana. (1 Cor 3,1-3; Tt 3,5; Rom 7,14)
El Hombre Carnal es gobernado por la naturaleza humana y no por el Espíritu de Dios. Un creyente de
comportamiento infantil. Se ve en los celosos con un espíritu sectario. Vive una vida cristiana inmadura. Está más
preocupado por las opiniones humanas que por Cristo.
El hombre carnal está confundido. El hombre natural vive para el momento. El hombre espiritual hace tesoros en el
cielo. El hombre carnal trata de mirar en ambas direcciones. Sabe lo que es bueno pero no lo hace. Sabe que el
mundo está perdido pero se aferra a él.
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El Hombre Carnal quiere agradar a Dios en las pobres fuerzas de su carne; tiene el Espíritu, pero no ha aprendido
todavía a andar en el Espíritu. Ha recibido al Espíritu, pero aún es guiado por la carne. En la práctica, los carnales no
manifiestan el carácter de Cristo, sino las obras de la carne. Gál 5,19-21 presenta como peligro en el hombre carnal:
No crece espiritualmente, no madura y no se puede cuidar. ¿Dónde está el problema?
La carnalidad del hombre no es removida por medio de la conversión, debe ser removida por medio de la obra de
santificación. 1Tes 4,3 presenta como causa de todos los problemas en la iglesia Corintio fue la carnalidad. Libertad
de la carnalidad viene solo por medio de la cruz. La experiencia de la conversión ocurre en un instante, pero la
santificación es un proceso continuo.
Principios para Vivir una Vida Llena del Espíritu
- Dios ha provisto para nosotros vida llena y abundante Jn 10,10; 15,5; Gál 5,22-23; Hch 1,8
- Vivir las características personales que resultan de confiar en Dios: Amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad,
fidelidad, bondad, vida controlada por el Espíritu, capacitado por el Espíritu Santo, presenta a Cristo a
otros, vida eficaz de oración, comprende la Palabra de Dios, confía en Dios, obedece a Dios.
Los Hombres Carnales no pueden experimentar una vida llena y abundante. El hombre carnal confía en sus propios
esfuerzos para vivir la vida cristiana. Desconoce o ha olvidado el amor de Dios, su perdón y poder (Rom 5,8-10; He
10,1-25; 1 Jn 1; 2,1-3; 2 Pe 1,9; Hch 1,8).Tiene dificultad para comprenderse a sí mismo; desea hacer lo bueno pero
no puede. No descansa en el poder del Espíritu Santo para vivir la vida cristiana. (1 Cor 3,1-3; Rom 7,15-24; 8,7, Gál
5,16-18).
Jesucristo prometió vida llena y abundante como resultado de ser lleno por el Espíritu Santo. La vida llena del
Espíritu es la vida controlada por Cristo, en la cual Él vive Su vida en y a través de nosotros en el poder del Espíritu
Santo (Jn 15). Desde el momento del nacimiento espiritual, el cristiano es habitado por el Espíritu Santo en todo
momento (Jn 1,12; Col. 2,9-10; Jn 14,16-17).
Aunque todos los cristianos son habitados por el Espíritu Santo, no todos son llenos por el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo es la fuente de la vida abundante (Jn 7,37-39). El Espíritu Santo vino a glorificar a Cristo (Jn 16,1-
15). Cuando una persona es llena del Espíritu Santo, también glorificará a Cristo. En Su último mandato, el Señor
Jesucristo prometió que el Espíritu Santo nos capacitaría para serle testigos con poder (Hch 1,1-9).
Somos Controlados y Capacitados del Espíritu Santo por la Fe. Todo creyente puede apropiarse la llenura del
Espíritu Santo. Por fe da gracias a Dios que Él ha perdonado todos sus pecados - pasados, presentes y futuros-
porque Cristo murió por usted (Col. 2,13-15; 1 Jn 2,1-3; Hch 10,1-17).Entrega cada aspecto de su vida a Dios (Rom
12,1-2).
Ahora para entrarnos en la construcción de una espiritualidad de vida sacerdotal basándonos en Jn 17, es
interesante ubicarnos en el Evangelio mismo.
No es difícil descubrir el propósito del evangelio de Juan; el mismo se nos dice en Jn 20,31: "Pero estas (señales) se
han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre."
Las palabras "para que creáis" pueden significar un llamado para creer en Jesús siendo no-creyente, pero también
es posible entenderlas como un llamado para seguir creyendo en Jesús.
El tema principal del evangelio de Juan es la gloria de Jesús como Hijo de Dios. Esto se ve:
a. En los milagros. Todos los milagros señalan a Jesús como el gloriosos Hijo de Dios; es por esta razón que
Juan empleó en lugar de `milagros' la palabra ` señal'.
b. En las palabras "Yo soy". La gloria de Jesús se evidencia también mediante las palabras de la auto revelación
de Jesús al decir "Yo soy". Estas palabras tienen su trasfondo en el AT; por ejemplo Éxodo 3,14, donde Dios
se revela como el Dios supremo de su pueblo. Él es la luz del mundo, la vida, el camino, la verdad, el pámpano
verdadero. El que confía en Él, nunca será defraudado, pues Él es la única persona que nos revela y conduce
al Padre.
c. En las palabras de la muerte y resurrección de Jesús. Juan hace con preferencia uso de la palabra "ser
glorificado" y "levantado de la tierra" (Jn 3,14; 8,28; 12,32-33), refiriéndose a la muerte de Jesús, pero
también a su futura glorificación.
Los primeros dieciocho versículos del capítulo 1 del Evangelio de San Juan, conforman lo que se ha definido como el
Prólogo. Aquí Juan describe la importancia del tema contenido en su evangelio: la grandeza y gloria de Jesús;
además, la reacción del mundo (tanto de los judíos como de los gentiles) y de los creyentes frente a Él. En los
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primeros versículos, aún sin mencionar Juan el nombre de Jesús, sí nos brinda una descripción de Él. De esta manera
la expectación va aumentando al vislumbrar de quién se trata. Finalmente se pone en evidencia que esa persona
divina, no es otra que Jesús, el Hijo de Dios. Aquí Juan nos habla acerca de Él en relación con:
- Su Eternidad, "En el principio..."
- Su Comunión con el Padre, "era con Dios"
- Su Divinidad, "el Verbo era Dios"
- Su participación en la Creación, "Todas las cosas por él fueron hechas"
- Sus Atributos Divinos como Vida y Luz, "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres"
- Su Triunfo sobre las Tinieblas, "La luz en las tinieblas resplandece y las tinieblas no prevalecieron contra
ella".
Juan habla de Jesús como "el Verbo". Esto lo hace para aclarar que Él es la persona en la cual Dios el Padre se
expresa totalmente. Es así como el mismo Jesús dice en Jn 14,9: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", o, como
Jn 1,18 señala: "Él (Jesús) le ha dado a conocer (al Padre)".
En los primeros cinco versículos de Jn 1, Juan anuncia la llegada de Jesús a este mundo como luz y vida. Sólo en
Jesús hay vida en comunión con Dios el Padre. Sólo Él puede dar luz a nuestras existencias; sólo Él revela a Dios
como Padre. En el v.5, Juan se refiere al triunfo de la luz sobre las tinieblas en la creación, y luego en la cruz del
Calvario, donde Jesús venció a Satanás.
* Jesús es el eterno Verbo de Dios; Él mismo es Dios y vive en plena comunión con Dios; Él es Luz y Vida, El único
camino para conocer al Padre.
En el v.6, el apóstol habla de Juan el Bautista, diciendo que él no era la luz, sino el testigo de la luz. El Bautista se
presentó con el fin de que todos aquellos que le oyeran creyesen en Jesús. Juan se propone con esto, derrumbar
todo intento de exaltación a la persona de Juan el Bautista, quien sólo testificó de Jesús y no de sí mismo. Lo
esencial es la verdadera luz (Jesús), "que alumbra a todo hombre que venía a este mundo". Juan nos aclara que con la
predicación de Juan el Bautista se hacía evidente que el mundo pasaba por un período crucial de su historia. ¡La luz
del mundo estaba por llegar! Esta es la luz que alumbra a todo hombre, es decir, a todos aquellos que oyen el
evangelio y que en cierta medida reciben conocimiento sobre el camino hacia la salvación. Pero lo más extraño es la
manera en que esto ocurre. El v.10 repite en forma enfática lo que estaba sucediendo, y esto era que la verdadera
luz estaba en el mundo; aquel mundo que era su propia creación, en donde, sin embargo, el hombre no le conocía. No
reconoció en esa luz, la luz verdadera de Dios, el único camino que conduce a la salvación.
Más aún, su propio pueblo Israel (los suyos) no le recibió. Para la gran Comisión de Jesús, esto fue motivo de mucha
decepción, ¿acaso su llegada fue en vano? Desde luego que no había motivo de frustración, ya que Dios mismo le dio
un pueblo, aquellos que le recibieron en fe, reconociendo el tremendo significado de su nombre (Salvador); ellos
recibieron el gran privilegio de ser hechos hijos de Dios (así traduzco la palabra `potestad'). De inmediato Juan nos
dice que la fe (= creer en su nombre) y el privilegio de ser hijo de Dios provienen directamente de Dios, de modo que
también la fe es obrada por Dios. "Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de varón, sino de Dios",
por consiguiente, el nuevo nacimiento es obra de Dios y no tiene nada que ver con la descendencia natural humana,
como muchos judíos pensaban. Ellos creían que por ser hijos de Abraham, eran hijos de Dios; no entendieron que el
nuevo nacimiento depende solamente de la voluntad de Dios.
* El Hijo de Dios no encontró una aceptación común, ni del mundo, ni de su propio pueblo. Sin embargo, posee un
pueblo formado por hombres que tienen el más alto privilegio: ser hijos de Dios. Aquí nace una buena espiritualidad:
Aceptar a Jesucristo, reconocer la dignidad de hijos de Dios y entrar en una relación íntima y confiada con Dios
Para que esta espiritualidad no se convierta en un religiosísmo sino una realidad palpable, visible, el v.14, que
contiene el clímax del prólogo, aunque Juan ya había mencionado el hecho de que el Verbo (Jesús) estaba en este
mundo, revela ahora la manera en que su presencia fue hecha una realidad visible. No lo hacía como visitante en
figura humana, sino como el Verbo hecho carne (quien era Dios mismo). Aquí se plasma el milagro divino de la
encarnación de Cristo. ¡Dios revelado en la carne! La palabra `carne' apunta hacia el hombre en su fragilidad y
mortalidad, mientras que las palabras `fue hecho' señalan su nueva dimensión de existencia. En Jn 3,16 el apóstol
nos muestra el trasfondo de la encarnación: el gran amor de Dios por un mundo perdido.
Sin embargo, también aquí muestra el amor de Dios, diciendo que el Verbo habitó (lit. "en una tienda") entre
nosotros. Este es el inicio del cumplimiento de la promesa que Dios había entregado a su pueblo Israel (Lev.26, 11;
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Is. 57,15), diciendo que Él moraría en medio de ellos. El tiempo de la salvación de Dios ha llegado. Los apóstoles
como testigos oculares vieron su gloria, el resplandor de la majestad de Dios, no como si fuera un resplandor
cegador y mortal, sino lleno de gracia y de verdad. Así era la gloria del Unigénito del Padre. No una gloria que brilla
para sí mismo, sino una que brilla y comunica verdadera gracia a los suyos.
Su persona era muy superior a la de Juan el Bautista; y a pesar de que actuaba después de él en el tiempo, Jesús
era primero que Juan, pues era el eterno Hijo de Dios. Su gloria es tan grande, que podemos hablar de una plenitud
que nunca se acaba. Es una plenitud de gracia en la cual el conjunto de los creyentes se pueden amparar en todo
momento, y mediante ella estar en comunión con Dios. La gracia de Cristo es como las ondas del mar, siempre llegan
nuevas.
También era muy superior a Moisés, a pesar de que a través de él Israel había recibido la Ley de Dios. Jesús era
superior en el sentido de que los creyentes por medio suyo recibieron la gracia y el perdón de acuerdo a las
transgresiones hechas a la ley. A través de Él vino también la verdad (v.17; comp. v.14), lo cual quiere decir que en
Jesucristo se hizo visible la fidelidad de Dios en cuanto al cumplimiento de las promesas de su gracia, de modo que
en su persona todas las promesas de Dios se han efectuado. Aún más, reveló a su Padre a quién jamás nadie ha
podido ver; Juan nos dice que Jesús ha dado a "conocer al Padre" (o según la palabra griega, nos ha interpretado al
Padre; la palabra "exégesis" fue derivada de este verbo). Jesús, viniendo de la profundidad de la eternidad, reveló
la inagotable gracia de Dios.
Toda esta realidad nos lleva a hacer nuestra labor en el ministerio no para atraer a la gente hacia nosotros, sino
hacia Cristo. Para Juan era una real tentación la fama que estaba alcanzado en la sociedad judía, pero su mensaje
siempre fue "cristo-céntrico". Muchos ministros deben enfrentarse a esta misma tentación, y seriamente auto-
preguntarse: ¿Cuándo predico la Palabra, la gente está depositando su fe en Jesús, o admirando mis grandes
talentos?, ¿tiene mi predicación a Cristo como centro absoluto, o busco también un espacio para mí? El Señor nos
guíe en tal delicada situación y nos guarde de caer en el orgullo ministerial. Debemos darnos cuenta de la grandeza
de Jesús y sólo buscar su gloria.
Toda la humanidad comparte el mismo pecado, y es por eso que necesita con urgencia al único que la puede librar de
la muerte. Todos los pecados tienen un mismo punto de partida: rechazar la autoridad de Dios sobre nuestras vidas.
Es este un aspecto que vale la pena considerar a la hora de compartir nuestra fe, ya que la gente tiene un concepto
totalmente errado de lo que es pecado, y sólo lo relaciona con asuntos de la moral, o de la injusticia social. Ahora
bien, no decimos que por el simple hecho de dar a conocer el significado de lo que es pecado la gente se convertirá,
sin embargo, esto nos ayudará a ser más claros en lo que queremos transmitir y recibir una respuesta más sincera
de la gente.
Quien ha experimentado el gozo del encuentro con el Señor Jesús, sentirá la necesidad de comunicar esto a otros.
Esto es lo que aprendemos del primer encuentro que tuvo Andrés con Jesús. ¡Qué impactante fue para él conocer
que Aquél que estaba con ellos no era otro que el mismo Mesías!; era esta razón más que suficiente para comunicar a
otros, tan buena noticia. Si realmente hemos tenido ese encuentro con el Salvador de nuestras vidas, entonces no
podemos callar; tenemos que anunciarlo, y nuestra familia será la primera en enterarse de esto, no sólo por lo que
decimos sino también por el cambio que verán en nosotros.
Para evangelizar no necesitamos tener un conocimiento acabado de Jesús, ello vendrá después. Es importante que la
gente conozca en detalle la vida de Jesús, pero más importante que eso, en el plano evangelístico, es conducir a las
personas hacia un encuentro personal con Él. Muchos alegan que no están preparados para comunicar el plan de
salvación a otros. Sin embargo, no podemos hacer de esto una excusa, pues aunque el contenido del evangelio sea de
una profundidad inmensa, no obstante, posee una sencillez extraordinaria. El apóstol Pablo nos brinda una de las
formas más detalladas y simplificadas del plan de salvación..."Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores"
(1 Tim. 1,15).
Después de esta introducción, para ubicarnos en una espiritualidad que sea vivencia del encuentro para luego
testimoniarlo en un ministerio, no entramos en Jn 17. Primero unas palabras ubicatoriales, luego nos entramos a
descubrir para el ministerio sacerdotal una espiritualidad envuelta en allí.
Aunque la oración de Jesús es una completa unidad en sí, podríamos decir que Jesús en los primeros seis versículos
ora por sí mismo, después por los apóstoles (Jn 17, 7-19), y luego por aquellos que creerían en Él a través de la
predicación de los apóstoles. En ella, Cristo, antes de morir, ofrece en sacrificio su propia vida; sacerdote y víctima
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a la vez y le pide al Padre que le otorgue la gloria en esta hora decisiva de su muerte y de su consecuente triunfo y
resurrección. Este es el momento en que Cristo ruega por su Iglesia, a la que encarga su propia misión. El deber
principal de la Iglesia será conocer a Dios. La palabra conocer es repetida siete veces, como prueba de que este
conocimiento está en el centro de la oración de Jesús. Sea cual fuere la situación de la Iglesia, su misión propia e
irreemplazable será la de conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su Hijo. Jesús
quiere también que cada uno de los suyos conozca a Dios. Esto exige interiorización de la palabra de Dios, oración
perseverante, celebraciones comunitarias.
Esta famosa oración se denomina con frecuencia en los estudios sobre Juan como la oración sacerdotal, porque en
ella Jesús aparece como mediador entre sus discípulos y Dios. En esta oración aparecen muchos de los temas
centrales de la teología de Juan, como gloria-glorificar, conocer, mundo, nombre, envío, amor-amar, unidad, entre
otros. Se advierte que el evangelista implica siempre al mundo, a los discípulos, al Padre, y así mismo en cuanto a las
relaciones que se establecen entre ellos. Parece ser que el tema central de esta oración es la unidad de todos los
creyentes, teniendo como modelo la unidad perfecta que existe entre el Padre y el Hijo. Cuando Juan escribe su
Evangelio, las comunidades cristianas confrontaban desacuerdos teológicos que amenazaban su unidad. En esta
oración Jesús pide al Padre que proteja a todos los creyentes y pide también un don especial para todos aquellos que
creen en él: la UNIDAD. Esta petición está basada en la unión que Jesús tiene con el Padre y la cual ha logrado con
sus discípulos. Jesús pide en primer lugar por sí mismo (Jn 17,1-5), luego por sus discípulos (Jn 17,6-19), y
finalmente por todos los que habrán de creer en él (Jn 17,20-26).
Ciertamente el capítulo entero, nos revela mandatos, promesas y razones de fortaleza y esperanza que cada
creyente puede derivar para su diario vivir
En relación a la espiritualidad, podemos hacer una lectura de estilo de vida sacerdotal:
1. Cristo glorificación para glorificar, ha glorificado para ser glorificado (Jn 17,1-8.21). Acá podemos descubrir
la dignidad de ser sacerdote viene de Dios, donde el hombre es enaltecido con la condición de sacerdote.
Este a su vez tiene la tarea de glorificar a Dios, lo que le lleva a tener a Dios como lo más importante (gloria)
también de llevar a glorificación (santificación) del pueblo y de sí mismo. En el estilo de vida el sacerdote
debe tener como oficio importante la liturgia, la oración, el testimonio de relación con Dios. Se desarrolla
una espiritualidad de glorificación a Dios.
2. Cristo mediador, el sacerdote intercesor. (Jn 17, 8-19). Espiritualidad de intercesión.
3. Cristo preocupado por sus discípulos, el sacerdote debe preocuparse por su grey y cuidarlos, ser pastor. (Jn
17, 12). Espiritualidad de Pastor.
4. Cristo comunicador de la Palabra de Dios. Sacerdote predicador de la Palabra, misionero (Jn 17,
14.18.20.26). Espiritualidad misionera
5. Cristo siendo Dios está presente en el mundo. El sacerdote está en el mundo sin ser del mundo, secular (Jn
17,14-16). Espiritualidad de testimonio.
6. Cristo Santo, el sacerdote objeto de santificación (Jn 17,17.19). Espiritualidad de santidad.
7. Cristo unificador, sacerdote creador de comunidad (Jn 17, 11.21-23). Espiritualidad de comunidad.
Descubro siete elementos que nos llevan a llevar una vida sacerdotal centrada en:
1. Liturgia y oración
2. Evangelización y Pastoral
3. Secularización e inculturación
4. Santificación
5. Comunión
Para la reflexión personal y comunitaria:
1. ¿Cómo vivo “la vida eterna” que ya ha comenzado? ¿Estoy en paz conmigo mismo?
2. ¿Cómo ayudo a que otros puedan vivir a plenitud? ¿Me limito a hablarles de religión?
3. ¿Qué otros elementos descubro para la espiritualidad sacerdotal en Jn 17?
4. ¿Qué sentido tengo de mundo y de comunidad?
5. ¿Qué sentido tiene la palabra sacerdote en tu vida?
6. ¿Cuál es la función de sacerdote?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
2O. ENCUENTRO: La oración sacerdotal de Jn 17 y la glorificación
En el cuarto evangelio Jesús después de realizar los actos de la última cena con el lavatorio de los pies (Jn 13,1-11),
el mandato a servir (Jn 13,12-20) y el anuncio de la traición y negación (Jn 13,21-30.36-38), concluye sus
instrucciones a los discípulos con un discurso de despedida, en el que se incluye el nuevo mandamiento (13,31-35), la
relación del creyente con el Cristo Glorificado, en el que se revela como camino, verdad y vida y la senda para ir al
Padre, y su muerte como puerta para llenarnos de esperanza para morar en el cielo (Jn 14,1-14); la promesa del
Espíritu Santo (Jn 14, 15-24; el don de su paz Jn 14, 25-31; Luego va a presentarnos el modelo de vida del Creyente
unido a la Vid verdadera que el Jesús (Jn 15,1-18), esto no aísla al discípulo del mundo pero advierte que del odio y
rechazo del van a ser objeto (Jn 15,18-16,4), el discípulo sin embargo debe relacionarse con el mundo y con la acción
del espíritu santo y el ejemplo de Jesús debe vencerlo (Jn 16, 4-33), luego viene la oración sacerdotal, que toma
todos los elementos y los convierte en oración, dando a entender en un inicio que todo lo anterior lo ha dado a
conocer para que Dios sea glorificado (Jn 17)
Juan 17 registra la verdadera oración del Señor, la oración que ningún hombre puede orar. Jn. 13-16 narra el
discurso largo de Jesús en el cual quería animar y consolar a sus apóstoles y, muy apropiadamente, lo terminó con
esta oración al Padre en la cual oró por sí mismo para que el Padre le glorificara (17,1-5), por sus apóstoles para que
los guardara en su nombre, para que fueran uno, y para que los guardara del maligno (17,6-19), y por los que serían
convertidos por la palabra de los apóstoles, que fueran "uno en nosotros" (17,20-26). El obstáculo para realizarse
estas gracias que Jesucristo pide los apóstoles se da “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya
no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.” (EG 2)
La oración sirve para concluir y cerrar el discurso de despedida pero no existe consenso en cuanto a la función de la
oración como parte del discurso. Algunos opinan que es una oración de consagración mientras que otros la
identifican como una intercesora. La primera opción enfatiza la solemne consagración del Señor Jesús para
glorificar al Padre en los eventos que pronto Él realizará en el monte Calvario. La segunda ve en la oración un acto
intercesor de parte de Jesús por los suyos y las dificultades que se enfrentarán al partir el Maestro.
Es bueno ver que las dos funciones se llevan a cabo en la oración. La consagración prepara al Dios-Hombre para la
obra salvífica cual glorificará a Dios; luego Jesús se torna a la necesidad de sus seguidores ya que su consagración
resultará en su partida de su presencia, ellos necesitarán bendición divina para cumplir con la misión que se les
encargará, de llevar a cabo en su vida la glorificación de Dios a partir de su misión.
Es muy significativo que esta oración está colocada precisamente inmediatamente antes de los acontecimientos
finales de la vida terrenal de Jesús. Él necesitaba toda la fuerza espiritual posible para enfrentar los cruentos
acontecimientos que le esperaban dentro de poco tiempo, y la mejor manera de hacerlo es orando a Dios.
La unidad de la oración (17,1-26) no es debatida y no es difícil subdividir el discurso en sus componentes temáticos.
Primero, Jesús ora por su glorificación (1-5); luego intercede por los discípulos (6-19) y concluye con una maravillosa
intercesión por aquellos que llegan a creer en Jesús mediante al testimonio de los apóstoles. Sin embargo, si
aceptamos las indicaciones formales de la oración (vv. 1, “levantó los ojos”; vv. 9 “ruego por ellos”; v. 20, “no ruego
solo por éstos”) como señal de divisiones la estructura sería un poco diferente. En los versículos 6-8 Jesús no ora
tanto por sus discípulos sino que declara que ha realizado su obra ante los discípulos. Preferimos esta segunda
opción ya que es fiel al texto bíblico y los vv. 6-8 tienen más en común con la glorificación del Hijo (1-5) que su
intercesión por los discípulos (9-19).
En el primer versículo, más que orar, Jesús se presenta al Padre, refiriéndose al momento culmen en la historia, el
cual ha llegado. Cuando esto ocurra, el Padre será glorificado y Cristo también. El Padre dará a Jesús el triunfo
sobre la muerte a través de la resurrección, y la gloria celestial mediante la exaltación a su diestra; de esta manera
el Hijo cumple la obra que el Padre le ha encomendado. Parte de la glorificación de Cristo es "el salario" de su obra
consumada; su señorío, sobre todos los suyos, le es dado por el Padre a fin de que pueda darles la vida eterna.
Nótese la intensa intimidad y confianza con la cual Jesús se dirige a Dios: seis veces le llama `Padre'. Además,
Jesús está completamente seguro del resultado de su obra, ya que la salvación no tiene su origen en el hombre, sino
en la elección voluntaria del Padre (comp. "todos los que le diste", v.2; "los hombres que del mundo me diste", v.6;
"los que me diste", v.9; "los que me has dado", v.11; comp. También 12 y 24). La salvación está absolutamente segura,
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pues ella se basa en la elección del Padre, la obra salvadora de Cristo y la protección del Espíritu Santo (v.17
"Santifícalos en tu verdad").
Esto nos lleva a comprender para la espiritualidad que debemos iniciar por disponernos a cumplir la voluntad de Dios
en la vida de cada uno y a realizarla como obra de Dios en nosotros. Lo que implica una relación íntima con Dios, que
Jesús la expresa con la palabra “Abba” (padre, papá).
La voluntad de Dios está involucrada en hacer que el hombre tenga vida eterna, felicidad plena. La vida eterna
comienza tan pronto pongamos nuestra fe en Jesús. En el v.3 Jesús brinda una calificación de la vida eterna, la cual
consiste en conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien ha enviado. Este conocimiento de Jesucristo
hace que lo acepte como camino, verdad y vida, y que con Él llegamos a la mansión que Él va a preparar con su muerte
y resurrección (Jn 14,1-14).
Por medio de los discursos de Jesús en los evangelios se nos deja en claro que creer en Dios es creer también en
Jesucristo, esto es algo indisoluble. No existe otro Dios que Aquel que se ha revelado a través de Jesucristo, su
Hijo. Resumiendo esto, podemos decir que la vida eterna consiste en el conocimiento del amor de Dios, que mandó a
su Hijo para salvarnos de la perdición eterna. La interpretación de Juan 17,3 se encuentra en Juan 3,17.
Consciente de que su hora ha llegado, pide la glorificación del Hijo, que en este pasaje se relaciona directamente
con su poder de dar vida eterna a los suyos. Así, se entiende que la gloria del Hijo no consiste en volver a su estado
antes de la encarnación en regiones celestiales, sino en compartir la vida eterna con los creyentes. Y aún más
significativo, aquí no relaciona la vida eterna como una vida sin fin solamente, sino principalmente con el
conocimiento del Padre y del Hijo: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado” (v 3).
Jesús no podía glorificar al Padre de mejor forma que cumpliendo su voluntad, dando el sacrificio de su vida y
predicando la buena voluntad de Dios para con el mundo. Así brilla la misericordia de Dios. Jesús se haya tan seguro
de su muerte en la cruz, que puede decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese". Una vez cumplida esta
obra, el Padre puede llamar a su Hijo para ocupar el lugar que Él tenía antes en la gloria celestial, y por ello en el
discurso de Jn 14, 1-14, invita a no perder la paz, si se cree en el, pues va a disponer de la mansión. En el v.6, una vez
más, con otras palabras, Jesús dice lo que ha hecho: "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me
diste". Es lo mismo que Juan dice en 1,18, que Jesús ha dado a conocer al Padre; y lo que ha dicho en 14,6, que Él es
el camino, la verdad y la vida. No podemos conocer a Dios si no es por medio de la obra de Jesucristo. A través de
Jesús, el Padre nos permite mirar a su corazón. Los discípulos han aceptado este mensaje; así lo expresa Jesús con
las palabras del v.6, "han guardado tu palabra".
Allí estaba su horizonte, vivir la voluntad del Padre, para glorificarlo. Nuestro horizonte es la vida eterna, y
alcanzarla es una glorificación a Dios, es dar a entender que es importante y nada nos distraiga de ello.
Por tanto, Jesús ha realizado la tarea encomendada por el Padre. Anteriormente el narrador ha subrayado que la
hora de la glorificación del Hijo permanecía en un tiempo futuro. Por ejemplo en Juan 2,4 Jesús mismo declara
“Todavía no ha llegado mi hora”; 13,1, el comienzo del discurso de despedida, anunció que la hora de la glorificación
del Hijo se acercaba, ahora ya no hay más espera. La “hora ha llegado” indica pues que el propósito de la
encarnación del Hijo de Dios está a punto de realizarse, apenas quedan horas para su glorificación en la cruenta
cruz del Calvario.
“Las cosas” que Jesús habla se refiere al contenido de 14,1-16,33. Asumiendo una postura de judío piadoso,
“levantando los ojos al cielo” Jesús comienza su intercesión. En sus oraciones, los judíos alzaban sus ojos y en voz
audible pronunciaban sus oraciones. Los discípulos están presentes durante la oración aunque no hay indicación
alguna de su presencia en la pericopa. Pero, su presencia es notada en la pericopa que precede (16,29ss) y la que
sigue en 18,1 así que deducimos que están en el intervalo. Éstos están atentos a la oración del Maestro, quizás no
entendiendo toda la oración pero conscientes que el Maestro se va de ellos pero les ha prometido que no estarán
solos, Él los acompañara hasta el fin del siglo.
Jesús intercede primeramente por sí mismo: Él fue enviado por el Padre para dar vida eterna a aquellos que Él
Padre, en su soberanía, ha dado al Hijo. Nuevamente Jesús afirma el tema central del evangelio de Dios:
conocimiento de Dios-Padre, el único Dios verdadero y conocimiento de Jesús como el enviado de Dios. Es
interesante que aquí Jesús explícitamente se refiere a sí mismo como “Jesucristo” y no con el típico “enviado de

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Dios”. Otra vez observamos la igualdad insinuada por el paralelismo. Conocer a Jesús es conocer a Dios, por tanto
Jesús es Dios en la carne.
La espiritualidad se va fortaleciendo en la medida que intelectualmente se conoce a Dios y se busca tener
experiencia (expresado con los términos “ver” y “conocer” en la Biblia) de Dios en la oración, en la unión y el
encuentro con Él en los sacramentos. Y como nos formula el Concilio Vaticano II: “promover todo aquello que pueda
contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al
seno de la Iglesia.” (SC 1) “En efecto, la Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención", sobre
todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y
manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia... y de suerte que en
ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo
presente a la ciudad futura que buscamos.” (SC 2) Y “Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad" (1 Tim., 2,4)… mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la
vida litúrgica” (SC 5-6) realiza la obra de salvación.
Esta realización de la salvación lleva a vivir alegre pues “La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la
belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso
donativo.” (EG 24). Y en esta festividad va experimentando la glorificación.
La glorificación del Hijo incluye no solamente la crucifixión sino también la resurrección y la ascensión, aquí
mencionada en forma indirecta. Aludiendo a su existencia pre-encarnada, Jesús pide que la gloria que le
acompañaba antes de su Encarnación regrese a Él. En el versículo 1 Jesús pide por su glorificación con el propósito
que Dios sea igualmente glorificado. En los versículos 4-5 esta secuencia (glorificación del Hijo primero, luego la
glorificación del Padre) es invertida. Dios es glorificado para que entonces el Hijo sea glorificado. Existe una
mutua y necesaria glorificación en la deidad: Dios no puede ser glorificado sin el Hijo, y el Hijo no puede ser
glorificado sin la glorificación del Padre. Y la liturgia, que es la acción de Jesucristo Sumo Sacerdote, “pregustamos
y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos
dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del
tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de
los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.” (SC 8).
Así la glorificación del Padre la vivimos en la medida que nos entramos en la vivencia de la liturgia.
Viene una pregunta que la respuesta nos dará luces para la espiritualidad del sacerdote: ¿Qué significa esa
glorificación? ¿Qué sentido tiene la glorificación?
En el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L. encontramos que el término
gloria, en la religión cristiana, hace referencia al estado de felicidad y gracia eterna que produce estar en el Cielo
cerca de Dios después de la muerte: solo en la contemplación de la belleza y en el amor encuentra el hombre un
anticipo de la gloria. También, hace referencia a: Esplendor, grandeza o hermosura de una cosa: el jardín está en
toda su gloria; honor, admiración y prestigio que alguien consigue por haber hecho algo importante y reconocido por
todos: Cervantes ha alcanzado la gloria con sus novelas; h echo, persona o cosa que es motivo de honor y prestigio
para alguien o algo: el descubrimiento de América es una de las glorias de España; cubrirse de gloria sería conseguir
fama con una acción determinada: se ha cubierto de gloria con sus declaraciones sexistas; dar gloria, producir una
cosa mucha satisfacción o placer; estar en la gloria, es estar una persona muy contenta o encontrarse muy bien en
un lugar o en una situación; que en gloria esté, expresión que se utiliza después del nombre de una persona que ha
muerto; saber a gloria, gustar mucho o ser muy agradable una cosa.
Por allí, vemos que gloria sería darle importancia, reconocerle la grandeza, ser pleno, alcanzar satisfacción plena.
Desde el principio del evangelio, Juan ha declarado que Jesús vino para revelar la gloria de Dios, esto es dar a
conocer a Dios (1,18): su importancia, su grandeza, su plenitud, la satisfacción que da: “pan de vida”, instrucción que
Jn 6 narra y que es causa que muchos, incluso algunos discípulos, se aparten del Señor pues era enseñanza difícil.
En el transcurso del tiempo los discípulos han escuchado las palabras de Jesús y han observado su gloria revelada en
los signos. Ellos “han guardado tu palabra... han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti... y han
creído que tú me enviaste” (Jn 17,6-8). Aunque muchos que se consideraban discípulos se apartaron de Jesús, los
verdaderamente discípulos permanecen aún en su falta de comprensión. Como representativo de todos los
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discípulos, Pedro pronuncia “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabra de vida eterna” (6,68). O seas, Pedro admite
que él no entiende todo al momento, pero sí está seguro que en Jesús tiene vida eterna y no se apartará de Él, no
obstante la dificultad de la enseñanza.
Jn 17,1 resalta que Jesús ha llevado a cabo el propósito de Dios de efectuar la salvación del hombre, y por ello habla
de: “Padre, la hora ha llegado” (12,23. 27; 13,1. 31); ¿Qué hora? Era la hora por la cual Jesús había venido al mundo,
la hora para el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento, la hora cuando la verdadera Pascua
sería sacrificada, la hora cuando el Hijo de Dios heriría la cabeza de Satanás y llevaría a cabo la salvación. Al llevar
a cabo su obra Cristo glorificó al Padre (Efes. 1,3-12), y el Padre glorificó al Hijo (Efes. 1,20-23). El gran objetivo en
todo esto era la gloria de Dios. La fama, el honor, la celebridad, el renombre, la honra, la popularidad, el esplendor,
la magnificencia, la majestad, la centralidad. Todas las cosas son de Dios, por Dios, y para Dios. La gloria es toda Suya (Rom
11,33–36)
En tener conciencia que todas las cosas son de, por y para Dios, es donde comprendemos que el comportamiento del
cristiano, la moralidad, en la vida cristiana, no es simplemente la fuerza de voluntad para hacer lo correcto, porque
Dios tiene autoridad de ordenarlas. La moralidad cristiana es el desbordamiento de la adoración a un Dios soberano,
misericordioso. La vida cristiana es el fruto de una mente y un corazón transformados al ver y disfrutar la
misericordia todo-suficiente y soberana de Dios revelada en Jesucristo.
Saliéndonos de Jn 17 y tomando a Romanos 11,33-36 para entrarnos en la glorificación de Dios, y que nos sirvan para
una espiritualidad de sacerdote, asumamos un bosquejo en cinco pasos del mensaje de Rom 11,33-36, lo cual nos
muestra que los evangelizadores de la primitiva cristiandad, Juan y Pablo, en términos distintos, nos muestras la
unidad de conciencia; por tanto, el bosquejo es:
1. Todas las cosas son de él y mediante él. Por tanto,
2. nadie puede dar un regalo a Dios para hacerle deudor; y
3. nadie puede dar un consejo a Dios carca de cómo debiera hacer las cosas; que es la razón por la que
4. sus caminos y juicios son insondables e inescrutables para nuestras mentes finitas; para que, finalmente,
5. podamos darle toda la gloria a Dios, y nos contentemos con una felicidad que exalte a Cristo supremamente
dependiente en Dios.
Analicemos cada uno de estos cinco pasos.
1. Todas las Cosas Son De Dios, Por Dios, y Para Dios
Primero, como las riquezas y sabiduría y conocimiento de Dios son inefablemente profundas, el versículo 36 es
cierto: "de Él, por El... son todas las cosas". Entiendo que esto significa que el origen supremo o la causa suprema, o
la decisión suprema para todo, es Dios. Todo es dependiente de su existencia en Dios, en su comienzo y durante
toda su existencia (de él, por él).
Efesios 1,11 lo dice de esta forma: "(Dios) obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad". Romanos 9,16 lo
dice así: "Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia". Proverbios 16,33
lo dice de esta forma: "La suerte se echa en el regazo, más del Señor viene toda decisión". "De Él, por El (...) son
todas las cosas", significa que no hay una explicación para lo que es o sucede que sea más profunda o decisiva que
Dios. Esto es lo que queremos expresar cuando decimos que Dios es absolutamente soberano. El mal y el pecado no
vienen de Dios, sin embargo la permisividad de la maldad depende de la voluntad de Dios,
La consecuencia práctica es que somos absolutamente dependientes de Dios para todas las cosas y somos
absolutamente responsables y culpables de la maldad en nuestros corazones. El efecto que debiera obtenerse es una
profunda humildad. 1Cor 4,7: "¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo
hubieras recibido?". El hecho de que todas las cosas provienen de Dios y mediante Dios, excluye la jactancia.
2. Nadie Puede Dar un Regalo a Dios para Hacerle Deudor
Como todo proviene de Dios y mediante Dios, él posee todas las cosas y nunca podremos darle nada que ya no le
pertenezca. Lo que significa que nunca podemos hacerle nuestro deudor. Una negociación con Dios es absolutamente
imposible. No estamos en posición de negociar. Somos totalmente suyos, y ocupamos su territorio. Cada aliento que
tomamos es un regalo. Cada virtud que desarrollamos es una gracia. "(Dios) ni es servido por manos humanas, como
si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento y todas las cosas"

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3. Nadie Puede Dar un Consejo a Dios Acerca de Cómo Debiera Hacer las Cosas
Nadie conoce la mente de Dios de modo que pueda convertirse en su consejero. El pretender aconsejar a Dios es
soberbia. No aconseje. No amenace a Dios. Confíe en él. Todo lo demás es suicidio.
4. Sus Caminos y Juicios Son Insondables e Inescrutables para Nuestras Mentes Finitas
Esto no significa que Dios sea totalmente incomprensible. Los misterios de Dios están siendo revelados en las
Escrituras. Y el Espíritu Santo nos ha sido dado para iluminar nuestro entendimiento (1 Cor 2,14-15). Pero "Porque
ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero
entonces conoceré plenamente, como he sido conocido" (1Cor 13,12).
5. A Dios Sea la Gloria Por Siempre
No solo todas las cosas son de Dios y mediante Dios, sino, como dice el versículo 36b: "para El son todas las cosas. A
Él sea la gloria para siempre".
Dios creó el universo, ordenó la historia, envió a su Hijo, para ver por siempre, y disfrutar, y mostrar la gloria de
Cristo, quien es la imagen de Dios. La pregunta al final de Romanos 1-11 es: ¿Acepta este llamado como su Tesoro y
Gozo?
Estos cinco pasos nos llevar a ver una base para la espiritualidad sacerdotal como tarea: Reconocer la gloria de Dios
y glorificarlo, como Cristo lo hizo y vivir glorificando a Dios.
Esto nos lleva a que descubramos el sentido de la palabra gloria y glorificación.
Descubrir el rico contenido del término "gloria” de las correspondientes voces hebrea y griega, es una gran tarea.
Pues una voz y otra le presentan el sentido de peso, honor gloria, esplendor. El paso del significado de pesadez,
riqueza, al de importancia, estima, honor, es fácil de explicar: la persona “de peso" por causa de su riqueza y de su
importancia social recibe el reconocimiento, es decir, el honor por ello. Por tanto, el honor no es algo que proviene
del que da honor, sino del que es honrado, es el reflejo de la importancia de la persona. En las grandes teofanías
Dios manifiesta su “peso" por medio de los prodigios que lo acompañan (Ex 24,16-17). El reconocimiento de este
"peso-poder” por parte de la criatura es el honor que se rinde a Dios. En la obra del Cronista y en los Proverbios
aparece a menudo la pareja "riqueza y honor”.
En el Antiguo Testamento, “Gloria de Dios” representa una de las categorías más densas semánticamente de la
Biblia. Si la santidad, expresa la trascendencia, “Gloria” define su inmanencia, su manifestación. Así en el salmo
115,1: “¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, sólo a tu nombre da gloria!”; se intenta invocar la intervención
liberadora de Dios por amor a su gloria. En la celebración cultual son significativos algunos pasajes de los salmos,
como Sal 138,5: “Porque la gloria del Señor es grande”.
La “gloria", en sentido religioso, se atribuye también al hombre. En Job se establece una contraposición entre Dios
omnipotente, Señor de la “gloria”, y el hombre privado de la misma (Job 19,9, contraposición más acentuada en los
Setenta). El hombre es semejante a Dios en cuanto que está coronado de “gloria" (Sal 8,5.6). El judaísmo tardío
habla de la gloria de Adán en el paraíso terrenal, una gloria perdida con el pecado. En el Nuevo Testamento.- El
término gloria aparece 165 veces. Entre ellas 77 en los escritos paulinos. También en Juan es un término
privilegiado.
La gloria divina, que en otros tiempos se manifestaba en el Sinaí, en el templo, etc., se manifiesta ahora en Jesús y
a través de Jesús.
Juan atribuye la gloria a Cristo durante su vida terrena, ya que es la manifestación de Dios, mientras que Pablo,
Mateo, Marcos y Lucas (prescindiendo de Lucas en el episodio de la transfiguración: Lc 9,35) sólo se la atribuyen
después de la resurrección. En el Verbo encarnado está presente la gloria de Dios, lo mismo que en el Antiguo
Testamento estaba presente en el tabernáculo y en el templo (Jn 1,14). Cristo resucitado es el Señor de la gloria (1
Cor 2,8). “Dar gloria a Dios” significa reconocer el poder salvador de Dios que se ha manifestado en Jesucristo (Lc
2,14. 19,38). Cristo comunica a los que creen en él aquella gloria que él mismo ha recibido del Padre (Rom 3,33). La
justificación es fundamentalmente una participación de la “gloria” escatológica (Rom 8,30).
Así, en la literatura bíblica, el término gloria expresa 2 conceptos generales:
A. "Honor", "alabanza", "estima": las cualidades que producen honor o provocan admiración.
B. "Brillo" que emana de un ser u objeto radiante y que lo rodea; "esplendor".
Esto nos lleva a descubrir un estilo de vida que refleje la importancia que le damos a Dios en nuestra vida, que
refleje el esplendor, la estima, el honor, que le rendimos a Dios, y así vivir la entrega para que por medio del
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Evangelio, que es la única red que atrae para la salvación, todos disfrutemos de la vida eterna, que consiste en "que
te conozcan a ti (Dios) ... y a Jesucristo" (quien es el camino, 14,6; "estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Él es el verdadero Dios, y la vida eterna", 1 Jn. 5,20). (Jn 17,3).
Este conocimiento no es de forma intelectual, sino de experiencia y no solamente creer que existe (Heb. 11,6), sino
que continuamente se conformen a la voluntad de Dios. ¿Cuántos hombres y mujeres profesan conocer a Dios?
Todos los religiosos -- y algunos que no profesan ninguna religión -- hablan de conocer a Dios. Cualquiera tendrá sus
ideas acerca de Dios, y en cada oportunidad las expresa, pero este tema tan solemne se trata muy superficial y aun
profanamente. Conocer a Dios no es simplemente un conocimiento intelectual, sino el ser aprobado por El por
haberle obedecido para poder tener comunión con El. "Yo sé que su mandamiento es vida eterna" (12,50). "Y en esto
sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus
mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él" (1 Jn. 2,3-4); "El que no ama, no ha conocido a Dios;
porque Dios es amor" (1 Jn. 4,8). Los que conocen a Dios son los que han nacido de nuevo (o de arriba), es decir, del
agua y del Espíritu (3,3.5) y, siendo nuevas criaturas (2 Cor. 5,17), participan de la naturaleza divina (2 Ped. 1,4).
"Esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna" (1 Jn. 2,25); "y en el siglo venidero la vida eterna" (Mc. 10,30);
"En la esperanza de la vida eterna, la cual Dios... prometió" (Tito 1,2).
Vivir el estilo de vida de glorificar a Dios nos lleva a entrar en la comunión entre el Hijo y el Padre cuando Aquel
estuvo en la tierra, y de la intercesión que el Hijo hace continuamente por nosotros.
Después de este recorrido y mirando hacia una espiritualidad para el sacerdote, concluimos que esta parte de la
importancia que el sacerdote le dé a Dios, la experiencia que viva de Él, el conocimiento que vaya adquiriendo sobre
Dios en los estudios teológicos y de Sagrada Escritura, la aceptación de la voluntad de Dios en su vida, el interés
que ponga frente a su ministerio y vida personal. Todo ello lo hará vibrar por las cosas de Dios para darle gloria, por
la liturgia y la oración.
PARA REFLEXIONAR:
1. En Ap. 4-5 encontramos una descripción detallada de la liturgia celestial. El cielo es término que representa
la gloria de Dios, y SC 11 nos dice: “Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se
acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y
colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar
para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino
también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente”, ¿Cómo vivimos la liturgia
en la tierra?
2. SC 12 formula: “la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el
cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en
secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol.” El encuentro y comunión con Dios, ¿Cómo lo
vivimos en la oración?
3. ¿Cuál es tu motivación para los estudios teológicos y de Sagrada Escritura?
4. ¿Qué tiempo dedicas para el encuentro personal con Dios y buscar experimentarlo?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
3er. ENCUENTRO: La oración sacerdotal de Jn 17 y la intercesión
Jesús en su discurso de despedida, en la sección Jn 17, 8-19, cambia el objeto de sus oraciones. Anteriormente el
objeto era su propia glorificación, ahora son “Los que me diste”.
Jn 17,6-8 repasa brevemente el ministerio de Jesús y sus resultados: ha revelado el “nombre de Dios” y su
naturaleza “a sus discípulos” y les ha transmitido las palabras de Dios; estos han recibido el mensaje divino y han
alcanzado la fe y el “conocimiento” verdadero (Jn 17,7). Formula su tarea de comunicador de la mente de Dios a la
mente humana por medio de palabras y de obras (Jn 17,8). Dios dio palabras a Cristo; Cristo dio palabras a los
apóstoles; los apóstoles nos han dado palabras a nosotros (1 Cor. 2,9-13). Dios no sólo ha revelado pensamientos, sino
también palabras, para que su revelación fuera precisa, exacta e infalible. Estas palabras nos juzgarán en el Día
Final (Jn 12,47-48).
Jesucristo como gran misionero ha evangelizado y ha guiado a las ovejas. Evangelización y Pastoral unidas en su
acción redentora.
Esta Evangelización y Pastoral la encontramos redactada en la llamada oración sacerdotal en tres momentos:
Cristo mediador e intercesor. (Jn 17,9-19)
Cristo preocupado por sus discípulos como el pastor por sus ovejas. (Jn 17,11)
Cristo comunicador de la Palabra de Dios. (Jn 17,8.14.18.20.26).
En este tercer encuentro vamos a centrarnos en el primer momento, como un elemento sugerido para la
espiritualidad sacerdotal, el estilo de vida del sacerdote: Interceder.
A partir de Jn 17,9, Cristo en su oración presenta la súplica por los discípulos: “Yo ruego por ellos”, en base a lo
que ha dicho acerca de los discípulos: que el Padre se los dio, que habían guardado las palabras del Padre que Cristo
les dio, y que habían creído que Cristo había venido del Padre; ruega por ellos. Y hace la distinción “no ruego por el
mundo”, pues el mundo no había sido dado por el Padre al Hijo porque no había guardado las palabras del Padre, y no
habían creído que Cristo vino del Padre, sino por los que me diste; porque tuyos son.
Después oró indirectamente por todos (Jn 17,20). Para el mundo Él pide el perdón (para los que se arrepienten y le
obedecen), pero aquí pide que Dios guarde (Jn 17,11.15) a los que son suyos. Jesús ruega por los hombres que el
Padre le había dado, los que le habían glorificado. Esta oración, pues, es muy específica: "por los que me diste".
(Compárese Hb. 2,13, "He aquí, yo y los hijos que Dios me dio").
Pidió que el Padre perdonara a los que le crucificaban (Lc. 23,34); es decir, pidió compasión por ellos, y que el Padre
les perdonara cuando se humillaran para obedecer al evangelio (Hch. 2:37, 38). Él dijo, "perdónalos, porque no saben
lo que hacen", pero ahora ruega por los apóstoles que habían conocido la verdad y que la habían guardado.
Jesús nos enseña que debemos orar aun por los enemigos (Mt. 5,44), y Pablo nos enseña que debemos orar por todos
los hombres (1 Tim. 2,1). Hemos de dejar de orar por los del mundo solamente cuando dan evidencia clara no
solamente de ser enemigos de Dios, sino también de que quieren y piensan permanecer así (2 Tes. 2,10-12; Rom.
1,28; 1 Jn. 5,16).
También en Jn 20-26 ruega por todos sus discípulos ("los que han de creer en mí por la palabra de ellos").
Compárese Ex. 28,29, "Y llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón,
cuando entre en el santuario, por memorial delante de Yahvé continuamente"; nuestro Sumo Sacerdote lleva los
nombres de sus discípulos sobre su corazón al interceder o mediar por nosotros.
El primer significado de 'Mediador', tal y como lo define el diccionario, es: 'Uno que se ocupa en resolver o
reconciliar las diferencias, al trabajar con todas las partes en conflicto'.
Las 'partes en conflicto' en este caso, son por supuesto, DIOS y la humanidad. Jesucristo de hecho actuó como
mediador al sufrir y morir por nosotros. Para entender sin manipulaciones esta función del Señor Jesús tenemos
que leer el Capítulo 9 de Hebreos donde nos dice que Jesús es nuestro Sumo Sacerdote en la Nueva Alianza, la
función del Sumo Sacerdote en Israel era MEDIAR por el pecado de los Israelitas ante Dios, Jesús esta ahora
MEDIANDO entre los pecados nuestros y el Padre, es por eso que Él es el ÚNICO MEDIADOR ya que es el único
que puede entrar a la presencia del Padre con la Sangre de Su Sacrificio Expiatorio

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El primer significado de ‘Intercesor', tal y como lo define el diccionario, es: 'Uno que intercede en favor de otro,
especialmente uno que ora o pide a DIOS por otro'. Esto lo somos todos los que oramos por las necesidades de los
demás. TODOS podemos y debemos ser intercesores
Como puedes ver, un 'Mediador' es el sujeto de la acción, mientras que un 'Intercesor' es uno que pide por una
acción. Mediar e interceder, en muchos casos son términos de significado equivalente. Estos términos tienen en
verdad un significado muy diferente.
Pero más bien, resulta que el término mediación, se aplica para la intervención entre partes iguales, y el de
intercesión sea una mediación ante un superior para obtener un bien o librar de un mal a un inferior. Pero en general
se emplean ambos términos equivalentemente, así por ejemplo, Nuestra Señora es mediadora universal de todas las
gracias divinas, pero teniendo en cuenta que las gracias emanan de Dios, ser superior, y son para las personas, seres
inferiores, el término más correcto sería hablar de Nuestra Señora como intercesora universal y no mediadora.
La intercesión es el arma más poderosa de que disponemos las personas en este mundo, para obtener lo que
necesitamos o deseamos. Y nuestra intercesora más poderosa, es Ella, nuestra Madre celestial. La intercesión se
ejercita por medio de la oración, que es el cauce que escogemos para que nuestra petición o deseo llegue a su
destino final. En la simbología del Apocalipsis podemos ver que nuestras oraciones son como perfumes que se elevan
a la presencia de Dios: “Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes
para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por
mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos”. (Ap. 8,3-4).
En el orden material humano, la intercesión que toma el nombre de recomendación, se encuentra siempre en el orden
del día. Si tenemos que resolver cualquier problema, inmediatamente tratamos de enterarnos de quien es la persona
que tiene en sus manos la capacidad de decirnos si, o no a nuestras pretensiones y tratamos de buscar apoyo en
otras personas que conozcamos y que a su vez conozcan al que nos interesa. Hasta tal punto, esto es importante, que
si median dadivas ofertadas por el interesado o entregadas, se puede llegar a incurrir en delito penal. Esta es la
gran diferencia que existe entre el orden humano y el orden sobrenatural, en el cual nunca incurriremos en delito
alguno.
Nuestro Mediador por antonomasia es Jesucristo que intercede por todos nosotros, pero necesitamos, de un
mediador para ir a Cristo mediador, y nosotros no podemos encontrar otro mejor que María. Esta es doctrina sacada
de los escritos de San Bernardo y San Buenaventura. De modo, que según estos santos doctores, para llegar a Dios
tenemos que subir tres escalones: el primero, más cercano y adaptado a nuestras posibilidades es María; el segundo
es Jesucristo y el tercero es Dios Padre.
La Mediación de Jesús es SACERDOTAL, tal como dice Hebreos 9 por eso Él es el único, pues es Sacerdote, víctima
y altar de una Nueva Alianza pero la Intercesión es de todos los bautizados.
Cristo jamás dijo que le pidiéramos a él las cosas para el ir al Padre, eso haría de Jesús Resucitado el "muchacho
mensajero", Jesús por el contrario dijo 'TODO LO QUE PIDAN AL PADRE EN MI NOMBRE SE LES CONCEDERÁ"
(Jn 16,23).
Cristo continúa hasta el fin de los tiempos su obra de mediador, ya no para meritar la gracia de perdón hacia los
hombres sino para comunicar la gracia ya ganada en la Cruz una vez para siempre. María y los santos NO ofrecen
otra mediación alterna sino que participan en la única mediación de Cristo. Cuando Jesús envía a sus discípulos a
evangelizar es El por medio de ellos. El único mediador actúa a través de los miembros de su Cuerpo Místico, la
Iglesia.
La parte central de la oración (Jn 17,9-19) contempla a los discípulos en su situación en el mundo tras la partida de
Cristo. El vs. 9 comienza con un „Yo‟ enfático que en forma continua expresa “la idea de la exclusividad de los
discípulos en la oración de Jesús”, siendo estos los beneficiarios de la oración y no el “mundo”. En el vs. 10 a manera
de paréntesis se recalca la idea de unidad entre el Padre y el Hijo, es decir “lo que le pertenece a uno le pertenece
al otro”, esto habla de una relación de intimidad muy especial. Y la intercesión lleva a considerar lo propio como
propiedad de aquel ante quien se intercede, “y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17,10); todo hombre puede
decir, todo lo mío es tuyo; pero solamente el Hijo puede decir, y lo tuyo mío. Los pronombres no son del género
masculino, sino del neutro. Siempre habían tenido en común todas las cosas. En esto Jesús afirma otra vez la
inseparable unidad de su conocimiento, voluntad y acción con el Padre. Las palabras incluyen absolutamente todo, y
aseveran la absoluta comunidad de todas las cosas con el Padre.
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De tal manera que tras esta digresión cristológica, la oración torna a la idea principal: porque los discípulos han
acogido las palabras de Jesús como palabra de Dios, Jesús ha sido glorificado en ellos: “y he sido glorificado en
ellos.” Lo que se puede saber de Cristo viene por medio de los apóstoles inspirados.
Cristo ha sido glorificado por los Hechos de los apóstoles. Los apóstoles eran (y a través de su palabra siguen
siendo) los testigos verdaderos de Cristo (15,26; Hch. 1,8), sus embajadores (2 Cor. 5,20). Por eso, la iglesia debe
perseverar en su enseñanza, Hch. 2,42; 1 Jn. 4,6.
En las escrituras, la Iglesia es una fraternidad creada por el Dios de gracia, integrada por todos los que han sido
llamados del mundo para pertenecer a Jesucristo, y enviada al mundo a dar testimonio de esa gracia. La Iglesia
tiene que descubrir una y otra vez su vocación corporativa como comunidad testificante tomada del mundo y
separada por Dios para la misión.
En Jn 17,11-12: “Y ya no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, (15,18-21, en el mundo hostil, perseguidor,
seductor y cruel) y yo voy a ti. Padre santo, (17,1.4.11, "Padre"; 17,11, "Padre santo"; 17,25, "Padre justo") a los que
me has dado, guárdalos en tu nombre, (guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado”, especifica
la circunstancia que le mueve a Jesús hacer la petición de Mediación. Habla proféticamente como si ya hubiera
ascendido al cielo, pero habla de esta manera porque cuando Dios piensa hacer algo, su cumplimiento es seguro y, por
eso, aun antes de que suceda ya es una realidad. Al volver al Padre Cristo todavía estaría en el mundo en la persona
del Espíritu Santo (Jn 14,18; Mt. 28,20).
Cristo pidió que el Padre guardara a los apóstoles en su nombre, porque al salir Jesús de la tierra, habría peligro de
que otra vez fueran esparcidos. "Líbranos del mal (o del malo)" (Mt. 6,13). Serían expuestos al odio del mundo
(15,18-21) y, por eso, el cuidado especial del Padre sería muy necesario, mayormente durante los próximos tres días
(cuando Jesús sería prendido, "juzgado", crucificado, y sepultado). Para estos días difíciles -- y para todo el tiempo
de su ministerio -- Jesús los pone en los brazos del Padre.
Con ello, un segundo elemento para interceder es la oración de una mediación de gracias y dones que viene del Padre
y las pide para los apóstoles, debido a la realidad que les corresponde vivir. En el sacerdote ministerial, lo que nos ha
dicho el Papa Francisco, se necesita tener “olor de oveja”, conocer las circunstancias en que los feligreses se
mueven y pedir por ellos, interceder, pide por una acción ante un superior.
Un tercer elemento de la Mediación de Cristo y que debe ser la intercesión del sacerdote ministerial, ser puente de
comunicación entre Dios Padre y sus hijos, y conocer las consecuencias de ello. Jn 17,14: “Yo les he dado tu
palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo (el dominio o reino de Satanás, Col. 1,13), como tampoco
yo soy del mundo (Jn 15,18-21). Por esta causa Jesús pidió que el Padre los guardara. El mundo aborrece
el mensaje apostólico; por eso los persiguió, y todavía persigue a los que enseñan el mismo mensaje. Todos los que
reciban el mensaje de Dios serán odiados por el mundo.
El sacerdote debe estar abierto a escuchar, estudiar, meditar, profundizar, la Palabra de Dios, para comunicarla
plena y convencido de ella, con la fuerza y el temple de un puente, que atrae y une.
Este puente atractivo y unificante, además de comunicar la Palabra hace que Ella sea santificadora, que lleve a
santificar a los que la escuchan y se santifica a sí mismo. Por ello en ministerio sacerdotal, al estilo de Cristo, debe
ser intercesor de santidad, como Cristo es Mediador de santificación.
Jn 17,17 presenta a Jesucristo Mediando para que los Apóstoles sean “Santifícalos en (en la esfera de) tu verdad;
tu palabra es verdad”. Cristo no solamente pide que Dios los guarde del maligno, sino que los santifique para la obra
(2 Cor. 5,18-20). Básicamente la palabra santificar no quiere decir purificar, pues se usa de Cristo también (Jn
10,36 "al que el Padre santificó y envió al mundo"; Jn 17,19, "yo me santifico a mí mismo"). Más bien,
significa consagrar o dedicar enteramente al servicio de Dios. Compárese Ex. 40,13. Jesús ya había dicho que "tuyos
eran, y me los diste" (Jn 17,6) y que no son del mundo; por eso, se habían apartado para los usos de Dios, es decir,
para el ministerio de la palabra (Jn 17,8.14; Mt. 28,19.20; Mc. 16,15; Lc. 24,47-49; Hch. 1,8). Habían de dedicar su
vida a esta Gran Comisión. Desde luego, la santificación requería que se abstuvieran de todo mal, pero básicamente
tenía que ver con su dedicación a la obra. Como ya habían dejado todo por Cristo, ahora llevarían a cabo su
ministerio (Lc. 14,33; Mt. 19,27; Mc. 10,29.30).
Como los apóstoles fueron santificados en la esfera de la verdad, también todos los discípulos son santificados en la
esfera de la verdad, porque no es posible santificarnos para Dios fuera de la palabra de Dios (2 Tes. 2,13).
Muchísimos religiosos se santifican no en la esfera de la verdad, sino en la esfera de la doctrina humana (los
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mandamientos, especulaciones, teorías y opiniones de los hombres). Los que se santifican en la enseñanza humana no
son santificados para Dios, sino para los hombres.
Por medio de la palabra nos consagramos al servicio de Dios y evitamos la contaminación del mundo (Tito 2,11-12). "Y
el mismo Dios de la paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes. 5,23). Llegamos a ser todo lo que el Señor quiere
que seamos por medio de la fiel obediencia a su palabra. Esta es la santificación por la cual Jesús oró y actuó como
nos lo presenta en Jn 17,19: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la
verdad.” En Cristo se ve la perfecta santificación o entrega total de la vida como el sacrificio por los pecados del
mundo (Hb. 9,14), y en base a la santificación de Él, los apóstoles podían ser santificados en la esfera de esa verdad
para predicarla al mundo.
La intercesión de santificación de los demás debe llevar al sacerdote ministerial a santificarse en la entrega total.
La oración de nuestro Señor por los apóstoles es, por eso, una petición triple: a saber, que ellos fueran guardados en
unidad, que fueran guardados del mundo y del diablo, y que fueran consagrados y equipados para el servicio
evangélico.
Dentro de la espiritualidad cristiana y sobre todo sacerdotal ministerial, tenemos una obligación: TODOS
TENEMOS QUE SER INTERCESORES, con la conciencia que CRISTO ES EL ÚNICO MEDIADOR. Y la intercesión
debe estar iluminada por la Mediación de Cristo. Debemos ser intercesores de: la glorificación del Padre en el
mundo, de gracias y dones, de comunicación de la Palabra de Dios, de la santificación.

Reflexionemos:
1. ¿Qué tiempo dispongo para interceder ante el Mediador?
2. ¿Qué hago para glorificar, ser puente y comunicador?
3. ¿La santificación personal por los demás como la realizo?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
4o. ENCUENTRO: Ser pastor en la oración sacerdotal de Jn 17
Dentro de la espiritualidad sacerdotal evangelizadora y pastoral, hemos descubierto que la oración sacerdotal (Jn
17): Jesús intercede por los discípulos y ora por ellos, ello lo hace porque Cristo se preocupa por sus discípulos.
El sacerdote tiene el deber de interceder, en el encuentro anterior vimos como estilo de vida del sacerdote es la
intercesión. Y como seguidor de Cristo y llamado a configurarse con Cristo, otro elemento que nos presenta la
oración dentro de la tarea de Evangelización y Pastoral del sacerdote, es el estilo de vida de preocuparse por su
grey y cuidarlos, ser pastor. (Jn. 17, 12).
Ser pastor no es un momento de la vida, la pastoral y evangelización no es para un programa o un plan, es un estilo de
vida, debe ser permanente la preocupación del sacerdote por vivir como pastor.
Jn. 17,12 está dividido en dos secciones:
1. La circunstancia de la eminente separación, que explica la urgencia de la oración por los discípulos (“y” ya no
estoy… y yo voy a ti).
2. El contenido de la súplica: “guárdalos…” Y el fin práctico que se pretende con la providencia especial del
Padre “para que sean “uno”, “como nosotros”. La unidad que se evoca aquí tiene entre los discípulos paralelos
en la unidad entre Jesús y el Padre. La oración de propósito está unida a la petición, cuídalos con el poder de
tu presencia para que estén unidos lo mismo que el Padre y el Hijo lo están; por eso pide que los cuides, y que
uses el poder que le dio al Hijo para que se mantengan unidos como Ellos lo están.
En otro momento volveremos sobre este aspecto de Jn. 17 donde Jesús pide por la unidad y da los medios para ellos,
que también es parte de la espiritualidad sacerdotal.
Aquí, quiero reflexionar es la preocupación por el cuidado, es como tarea del Padre y preocupación de Él después de
su partida, pues eso es lo que ha realizado: Cuidar.
Esta misión es tarea del Pastor. Lc. 2,8 presenta que los pastores se desvelan por cuidar las ovejas. Ez 34,11-31
presenta a Dios como el pastor bueno que cuida y sala como va a ser ese cuidado, contrario a lo que hacen los
pastores de su pueblo Israel, que se cuidaban a sí mismos, se aprovechan de las ovejas, las tratan con dureza y
crueldad, no están pendientes de su bienestar, no las reúnen, no se preocupan por ellas (Cf. Ez 34,1-10)
Cristo pidió que el Padre guardara a los apóstoles en su nombre, porque al salir Jesús de la tierra, después de
guardarlos en su nombre a los que Él (Padre santo y justo) y ahora que volvía a Él, de donde había salido, habría
peligro de que otra vez fueran esparcidos. A lo que Mt 6,13 dice: "Líbranos del mal" (Mt 6,13). Serían expuestos al
odio del mundo (Jn. 15,18-21) y, por eso, el cuidado especial del Padre sería muy necesario, mayormente durante los
próximos tres días (cuando Jesús sería prendido, "juzgado", crucificado, y sepultado). Para estos días difíciles, y
para todo el tiempo de su ministerio, Jesús los pone en los brazos del Padre.
Al sentir el anhelo de dar su vida al servicio de Cristo, no debe verse solo como un pastor, sino ser un pastor. ¿Es un
deseo romántico o legítimo? ¿Es un producto del orgullo o del Espíritu Santo? ¿Quién podría ser un pastor en la
iglesia?
Para ser pastor en la Iglesia se corre el riesgo de la tentación de la fama y debemos marcar un elemento en nuestro
mensaje y actuar: Ser siempre "Cristo-céntrico", y seriamente auto-preguntarse: ¿Cuando predico la Palabra o
realizo alguna acción, la gente está depositando su fe en Jesús, o admirando mis grandes talentos?, ¿tiene mi
predicación y mi actuar a Cristo como centro absoluto, o busco también un espacio para mí? El Señor nos guíe en tal
delicada situación y nos guarde de caer en el orgullo ministerial. Debemos darnos cuenta de la grandeza de Jesús y
sólo buscar su gloria.
El propósito de la venida de Cristo al mundo es primeramente un propósito salvador. El amor de Dios es único, pues
resulta incomprensible para nuestra mentalidad cómo Él pudo enviar a su Hijo a un mundo sumido en el pecado,
justamente para liberarlo del pecado y la condenación eterna. Es claro que la salvación entonces sólo se logra por
medio de Jesucristo. Él es el único que ha satisfecho la justicia de Dios que nosotros con nuestros pecados
habíamos ofendido, es por eso que hemos de recibirle con todo nuestro corazón.
De esta manera el pastor debe actuar siempre como custodio de la salvación de los fieles, ofreciendo y proponiendo
alternativas para que los fieles tengan vida nueva, nazcan de nuevo, como Cristo le propuso a Nicodemo (Jn. 3), y
agua viva que lleve a la vida eterna como le propuso a la samaritana (Jn. 4). Ser misericordioso como Cristo en
Betesda ("Casa de misericordia") (Jn. 5,1-18), donde Jesucristo demuestra su gran misericordia. Este milagro es,
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como todos los suyos, un signo de la naturaleza del Reino de Dios (ver Is. 33,22-24; 35,5-6; Ap. 21,3-4). A Jesús el
paralítico le responde: "No tengo a nadie", respuesta que debe inquietar a los pastores, pues la solitariedad de
muchos es culpa del pastor. Lo que realiza Jesús hace renacer la esperanza con la misericordia. La sanidad es signo
del Reino de Dios, y también ser perdonado es la característica de la misericordia del Dios Soberano. El Señor
concedió el perdón a fin de que el hombre aprendiera a temer a Dios.
En este mismo capítulo, en relación con lo que venimos tratando para la espiritualidad sacerdotal, nos lleva a pensar
que la preocupación por los fieles y por los necesitados no tiene descanso en el pastor. Jesús, al escuchar la
acusación de por qué hace milagros en sábado, responde: "Mi Padre hasta ahora trabaja". Con esto Jesús quiere
decir que aunque los hombres descansan para honrar a Dios, Éste no descansa; Él sigue trabajando y dando vida en
vez de descansar como lo hacen los hombres. Jesús, por ser Dios-Hijo, debe imitar a Dios-Padre dando vida al
hombre en vez de descansar como lo hacen. Jesús, como Hijo del Padre, sigue trabajando; preocupándose de
nuestras necesidades, tanto de las corporales como de las espirituales.
Jesús se preocupa por el hombre que no recibe atención de nadie. La historia del paralítico de Betesda muestra que
Jesús no sólo manifiesta amor hacia la multitud en general, sino que además su amor se dirige al individuo que se
siente solo y abandonado. Sin embargo, también en este caso no obra sin pedir fe. El hombre, como muchos de
nosotros, ya ha perdido la fe, pues nadie se preocupaba de él. No obstante, la fe en Dios no parte de las
circunstancias, ni de los hombres, tiene su origen en la buena voluntad de Dios; su obra sobrepasa nuestras
aflicciones más profundas.
Trabajar el sábado, para Jesús no era romper la ley sino hacer lo mismo que el Padre hace: dar vida a los hombres.
Se nos hace ver que el propósito de Jesús al trabajar el día de reposo, era más que curar simplemente a un enfermo
o preocuparse de una persona; era dar vida en el sentido más amplio: restaurar al hombre de tal modo que sea capaz
de servir a Dios. El pastor que sirve a Dios lleva a otros a estar dispuestos para servir y ello implica cuidarlo,
preocuparse por él para que no esté solo, tener fe.
Con las narraciones posteriores a lo del ex paralitico Juan va a narrar acontecimientos que muestran que los líderes
judíos no eran buenos pastores, puesto que no eran ovejas de Jesús. El buen pastor busca y halla inmediatamente a
la soluciones para dar de comer y se ofrece como pan de vida, despierta inquietud y deseo de buscar a Dios, ofrece
el perdón y es misericordioso, con su testimonio da luz real, por ello en el capítulo 9 de Juan va a narrar lo del ciego
recibió la luz por partida doble: la vista física y el conocimiento de Jesús.
En Jn 10,1-21 Jesús se dirige al pueblo y a sus líderes, refiriéndose a los acontecimientos del capítulo anterior, del
cual se había registrado una situación escabrosa: la expulsión de la sinagoga del hombre que ha sido sanado de su
ceguera. Jesús, con un ejemplo de la vida diaria, muestra cuál había sido la actitud y el proceder de ellos. La palabra
que se traduce en el versículo 6 por `alegoría' significa una figura o proverbio, que por un lado ilustra una cosa,
pero que de igual manera necesita una explicación. Jesús emplea dos imágenes, tanto para los líderes como para sí
mismo. En esta alegoría, los elementos `puerta' y `pastor' se aplican a Jesús, en cambio ladrón (o salteador) y
asalariado para los líderes que no cuidan de las ovejas.
Aun cuando Jesús usa diferentes imágenes, éstas tienen el mismo significado. Lo que hicieron los fariseos con el ex-
ciego (y eso es pan de cada día para estos líderes) es robar las ovejas y maltratarlas, tal como lo hace un ladrón y
salteador. Por otra parte muestran claramente que no se preocupan de las ovejas, no están cuidándolas, sino que
tienen la actitud de un asalariado que huye inmediatamente cuando ocurre algún peligro. En otras palabras a muchos
de los líderes espirituales del pueblo les falta amor por la gente; no tienen buena relación con ellos, actúan sin
misericordia y paciencia. Esa es la gran diferencia con Jesús: Él tiene amor por sus ovejas, misericordia, paciencia y
preocupación.
Jesús es el buen pastor y a la vez es la puerta. Vale la pena explicar ambas figuras.
a. Jesús, el buen pastor. Lo que Jesús destaca es que existe una buena relación entre las ovejas y su pastor. Él
las conoce y ellas le conocen a Él (ver los versículos 3 y 14), en una relación de profunda amistad entre ambos. El
pastor cuida de tan buena forma a sus ovejas que busca siempre un buen pasto, les da vida en abundancia, y les
protege de animales salvajes.
Pero la figura del buen pastor, aunque sea muy hermosa, no puede explicarlo todo. La vida que Él concede la compró
con su propia vida: "El buen pastor su vida da por las ovejas" (v.11 y 15). Él concede la vida abundante en comunión
con Dios, ya que se coloca a sí mismo bajo el juicio de Dios en favor de los suyos, y les protege contra la ira de Dios;
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igualmente Él muere para dar vida a los suyos. En esto consiste su amor por ellos. El amor es tan grande, que Jesús
compara en los versículos 14 y 15 la relación que hay entre sus ovejas y Él, con la relación íntima que Él tiene con su
Padre celestial. Él conoce a sus ovejas (esto es conocer en amor) y éstas a Él; esta es una relación de amor mutuo,
tal como el Padre conoce a Jesús y Él al Padre. El versículo 17 dice que el Padre le ama, porque Él pone su vida por
sus ovejas. Por ende, el amor del Padre se dirige tanto a Jesús como a los creyentes. Jesús es el buen pastor; sufre
la muerte para dar la vida abundante a los suyos.
b. Jesús es la puerta. Cada redil tenía una puerta por donde las ovejas podían entrar y salir, y un portero que sólo
dejaba entrar a aquellos que eran los pastores del redil (en un redil podían estar varios rebaños). El portero no tiene
un significado importante en la alegoría de Jesús, sólo sirve para complementar la figura que Él está empleando.
La palabra `puerta' muestra la necesidad de poseer fe; hay que pasar por la puerta y recibir permiso del portero
para entrar en el redil y para sacar las ovejas. Esta es especialmente una palabra para líderes. Son buenos líderes
sólo aquellos que aceptan a Jesucristo como único líder y pastor de las ovejas. Tanto en el versículo 1 (no entrar por
la puerta sino que subir por otra parte) como en el v.8 (todos los que antes de mí vinieron son ladrones y
salteadores) Jesús tiene en mente a los líderes que, como en el capítulo anterior, no han cuidado bien a una de las
100 ovejas. Pero en el versículo 9 piensa en toda la gente. Todos le necesitan y tienen que pasar por Él (= creer en
Él) para ser salvos, para no perder su vida cuando venga el gran peligro, el juicio de Dios sobre los pecadores. Jesús
es la puerta, hay que entrar por Él (creer en Él) para ser salvo.
La figura de Jesús como el Buen Pastor sólo se entiende a la luz de la preocupación por el bienestar de los que están
a su cuidado y llevarlos a sentir su amor hacia ellos, estableciendo comunión entre Él y sus ovejas, es decir, la gente
que reconoce su amor y le sigue, además la entrega de su vida por las ovejas. En este sentido la obra pastoral de
Jesús es única, pues su amor por los suyos lo lleva hasta la misma cruz.
Todo el capítulo 10 de San Juan, que nos habla acerca de la hermosa relación que existe entre Jesús y los que le
siguen, es a la vez una enseñanza y exhortación para aquellos que cumplen labores ministeriales frente a una
congregación. Ellos deben atender a la grey de Dios con amor y paciencia, procurando darles `pastos frescos',
obtenidos siempre de la Palabra de Dios. Quien no actúa así, sólo se comporta como dijo Jesús: como un
"asalariado", quien se preocupa únicamente de cuidarse a sí mismo. Y Jn. 17, 11 refleja que las palabras del discurso
de Jesús se hacen vida en Él, preocupado por la suerte de sus apóstoles, después de su partida
Jesús afirma que sus manos son tan poderosas que nadie podrá arrebatar a los suyos de su cuidado. En este sentido
la preocupación del Padre y el Hijo es la misma: dar a los suyos seguridad de eterna salvación. Comprender esto, es
dejar de lado toda posible inseguridad acerca de nuestra salvación, pues ella no surge como nuestra elección, sino
como voluntad del Padre (ver v.29 "Mi Padre que me las dio...").
La permanente unión a Cristo (Jn. 15,9-17) y la constante presencia del Espíritu (Jn. 16), que compensa la ausencia
de nuestro Señor Jesús, son los que van a ayudar a realizar la tarea de pastor al estilo de Jesucristo, amándose
unos a otros.
En la tarea de Jesucristo como Buen Pastor en relación con los discípulos, Jn 17,11 presenta que ellos, los discípulos
necesitan la protección del Padre por el odio que han encontrado y van a encontrar en el mundo. No son del mundo,
como también Cristo no lo es. Son de Jesús, son del Padre, porque han creído que Jesús representa al Padre. La
protección que Jesús está suplicando no significa sacarlos del mundo, al contrario, deben penetrar en él con la
palabra de Cristo. El sentido de este cuidado de parte del Padre es guardarlos del mal para que no sucumban bajo
los ataques del príncipe de este mundo (Satanás) y pierdan su fe en Jesús como el Hijo de Dios (En Lucas 22,32
tenemos otro ejemplo de la intercesión de Cristo por los suyos, que apunta a la misma cosa). El único remedio contra
los ataques del mal es que Dios santifique a los discípulos en su verdad, que Él los aparte y afirme en las fieles
promesas de su palabra. La palabra de Dios es verdad. Al enviar a su Hijo Jesucristo, Dios ha mostrado su fidelidad.
De la misma manera que Jesús fue enviado para mostrar la fidelidad de Dios para con los suyos en el sacrificio que
tenía que llevar a cabo, así también Jesús envía ahora a los suyos a predicar la misericordia de Dios. Tal como Jesús
se había dedicado enteramente a su obra, de igual manera ellos debían dedicarse al ministerio de anunciar al mundo
el amor de Cristo.
Esta dedicación conlleva a buscar ser buen pastor, como Cristo.
Ahora, ¿qué significa ser pastor? Hemos visto en Juan lo que Jesús hizo como pastor, nosotros debemos ubicarnos
en la realidad de pastores para hacer pastoral, que no se reduce solo a predicar, sino otros elementos están
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implicados allí. Pues la predicación es evangelizar y el pastoreo va más allá. Como lo dijo el Papa Francisco a los
Superiores Generales de los Institutos Religiosos Masculinos, en la 82a Asamblea Gneral (27-29 de Noviembre de
2013 en Roma): “la formación debe ser orientada no solo al crecimiento personal, sino a su perspectiva final: el
Pueblo de Dios… En fin, no tenemos que formar administradores, sino padres, hermanos, compañeros de camino”. Y
estas palabras las interpreto como ser pastores, no simples predicadores.
El Pastor es alguien que se dedica a cuidar ovejas, busca buenos pastos, las alimenta, las guía, las protege, camina
con ellas, vigila su bienestar y tranquilidad. Tenían relaciones comunicacionales propias y cercanas
En la Sagrada Escritura presenta que a menudo los pastores eran nómadas o seminómadas, porque era necesario
trasladarse de un lugar a otro con el fin de encontrar agua y pastos adecuados para los rebaños (Gn. 4,20; 13,2-
6.11.18). Otros eran propietarios y vivían en las ciudades (Nm. 32,16.24). En ese caso, se sacaba a las ovejas de día
para que fueran a pastar, y se las traía "al redil" por la tarde (cf. Jn.10, 1-4). Además de buscar agua y pastos para
sus rebaños (Sal. 23,2), y de proveerles un lugar de refugio, los pastores tenían que proteger a sus ovejas de los
ladrones y de los animales salvajes, como ser lobos, leones y osos (Gn. 31,39; 1S. 17,34.36; Jn. 10,12). También
debían cuidar a esos indefensos animales del peligro de apartarse del rebaño y perderse (Lc. 15,4).
Las ovejas llegaban a conocer de tal modo a su pastor, que sólo respondían a su llamado (Jn. 10,3-5). Se consideraba
que el Pastor asalariado era responsable del bienestar de las ovejas, pero, de acuerdo con las antiguas leyes de la
Mesopotamia, sólo se le pedía que rindiera cuenta de las que se le perdieran por negligencia (cf. Gn. 31,39). Podía no
tener el valor ni la disposición para defenderlas en momentos de peligro, y no respondía por ello (Jn. 10,12.13).
El empleo figurado de la palabra "pastor" es común en la Biblia. Se comparaba a la gente que carecía de dirigentes
adecuados con ovejas sin Pastor (Nm. 27,16.17; 1R. 22,17; Ez. 34,1-6; Mt. 9,36; 26,31; Mc. 6,34; etc.). Isaías
profetizó que Ciro el Grande sería el "pastor" de Dios, encargado de liberar de su cautiverio a los judíos (Is. 44,28).
Los profetas Isaías, Ezequiel y Zacarías reprendieron duramente a los dirigentes de Israel, y los compararon con
falsos pastores, insensibles, codiciosos, que conducían a la perdición a los que estaban bajo su cuidado, y hasta se
aprovechaban de ellos y les daban muerte (Is. 56,11; Ez. 34,2-10; Zac. 11,3-8). Los autores bíblicos se refieren al
Señor como un Pastor que conduce y cuida de sus "ovejas" con bondad y fidelidad (Sal. 23; 80,1; Is. 40,11; Ez.
34,11.12). Jesús se refería a sí mismo como el Buen Pastor, capaz de dar su vida por sus ovejas (Jn. 10:11-15).
En He. 13,20 se lo llama "el gran Pastor de las ovejas". Pedro compara a sus lectores (1 P. 2,25) con ovejas
descarriadas que habían vuelto a Cristo, el "Pastor". También le da a Jesús el nombre de "el Príncipe de los
pastores", y como quien, cuando aparezca, recompensará a los pastores con una inmarcesible corona de gloria (1P.
5,1-4). En ocasión de su segunda venida, Cristo separará a los justos de los impíos así como un Pastor separa a las
ovejas de los cabritos (Mt. 25,32).
Pablo en las cartas pastorales describe las cualidades para el pastorado (1 Tim. 2,11-3,7). En medio del pasaje hay
una declaración: “Se dice y es verdad” (Palabra fiel) (1 Tim. 3,1). Equivalente a decir: Confiable es la palabra. Es una
manera de hacer recordar la veracidad de lo que se lee. Es como un autor citando el Antiguo Testamento, (Hch. 2,17
cf. Joel 2,28), no dice: “Este profeta dijo”, sino, “Dios dice”.
¿Qué es un pastor?
a. El pastor es un obispo. La palabra obispo es “episcopos” (1 Tim. 3,1) y viene de la misma raíz de la palabra
telescopio, que se refiere a mirar a otros para cuidarlos. El obispo en el Nuevo Testamento no es un “pastor de
pastores”. En la Biblia el obispo es equivalente a un anciano o presbítero (Hch. 20,17 cf. 20,28; Tt. 1,5). Dentro
de estos cuidadores espirituales habían los que servían especialmente en la prédica y la enseñanza, que equivale
a la función del pastor hoy (1 Tim. 5,7).
b. El pastor es un siervo. Cristo mismo es el buen pastor (Jn. 10,11) quien dijo que no ha venido para ser servido
sino para servir y dar su vida por muchos (Mc. 10,45). El pastorado no es un oficio de poder ni de prestigio, pero
sí de servicio para el bien de otros.
c. El pastor es elegido por Dios. Pablo describe a la iglesia como la iglesia de Dios (1 Tim. 3,5), en su esencia es
establecida por Dios. La Iglesia tiene sus reglas para nombrar pastores, pero la realidad es que Dios utiliza
estos sistemas para nombrar a su pastor. Pues solamente el que creó el mundo, puede hacer un ministro del
evangelio.
Según el Papa Francisco el perfil del pastor, presentado en homilía tras homilía, catequesis tras catequesis, durante
los meses de su Pontificado, es:
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- “Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente
nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber
recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el
evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la
realidad, cuando ilumina las situaciones límites, “las periferias” donde el pueblo fiel está más expuesto a la
invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su
vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del
Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: “Rece
por mí, padre, que tengo este problema...”. “Bendígame, padre”, y “rece por mí” son la señal de que la unción llegó
a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios.” (Homilía del Papa
Francisco en la Santa Misa Crismal. Basílica Vaticana Jueves Santo. 28 de marzo de 2013)
- “Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos
sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres.” (Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa Crismal.
Basílica Vaticana Jueves Santo. 28 de marzo de 2013)
- Es capaz de salir de sí mismo: “El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias
a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más
hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en
intermediario, en gestor… (Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa Crismal. Basílica Vaticana Jueves
Santo. 28 de marzo de 2013)
- Con “olor a oveja”, para no ser gestor. Pues, de ser gestor, de aislarse del pueblo y no cumplir con pescador de
hombres, “proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y
convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con
“olor a oveja” –esto os pido: sed pastores con “olor a oveja”, que eso se note–; en vez de ser pastores en medio
al propio rebaño, y pescadores de hombres.” (Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa Crismal. Basílica
Vaticana Jueves Santo. 28 de marzo de 2013)
- El sacerdote que recibe la unción debe saber que esta “es para los pobres, para los prisioneros, para los
enfermos y para los que están tristes y solos. La unción no es para perfumarse a sí mismos y mucho menos para
que la conservemos en una ampolleta, porque el aceite volvería rancio… y el corazón, amargo”. (Homilía del Papa
Francisco en la Santa Misa Crismal. Basílica Vaticana Jueves Santo. 28 de marzo de 2013)
- Que Leen y meditan asiduamente la Palabra del Señor, “para creer lo que han leído y enseñen lo que han
aprendido en la fe, para vivir lo que han enseñado. También recuerden que la palabra de Dios no es propiedad de
ustedes. La palabra de Dios, la Iglesia es la custodia de la palabra de Dios. (Homilía cuarto Domingo de Pascua.
21 abril 2013)
- Que “sean de alimento la doctrina para los fieles, con el testimonio de sus vidas para que edifiquen la Iglesia.
Ustedes continuarán la obra santificadora de Cristo mediante su ministerio, el sacrificio de Cristo alcanza la
perfección porque unidos al sacrificio de Cristo que por sus manos en nombre de toda la Iglesia viene ofrecido
sobre el altar de la celebración de los Santos Misterios.” (Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril 2013)
- Que “Reconozcan lo que hacen, imiten lo que celebran, para que participando en el misterio de la muerte y
resurrección del Señor, lleven la muerte de Cristo en sus miembros y caminen con Él en testimonio de Vida.”
(Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril 2013)
- Que “no se cansen de ser misericordiosos.” (Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril 2013)
- Que “No tengan vergüenza de tener ternura con los ancianos, celebrando los sagrados ritos y levantando la
oración durante el día, levantan la voz a Dios de la humanidad entera, conscientes de que han sido elegidos para
ser hombres y constituidos para trabajar por las cosas de Dios, ejerciten la obra sacerdotal de Cristo,
únicamente preocupados por agradar a Dios y no a ustedes mismos.” (Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril
2013)
- “Son pastores, no funcionarios; son mediadores no intermediarios. En fin participando en la misión de Cristo
cabeza y pastor en comunión filial con su Obispo empéñense a unir a los fieles en una única familia para
conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo.” (Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril
2013)
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- Tengan siempre delante de los ojos el ejemplo del Buen Pastor que no ha venido para ser servido sino para
servir y para salvar lo que estaba perdido. (Homilía cuarto Domingo de Pascua. 21 abril 2013)
- “…cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos.” (28 de julio
2013 Discurso del Santo Padre a los Obispos responsables del Consejo Episcopal Latinoamericano (C.E.L.A.M.)
en ocasión de la Reunión General de Coordinación que sesionó en Río de Janeiro n.4.)
- “Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior
como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan “psicología de príncipes”.” (28 de julio 2013
Discurso del Santo Padre a los Obispos responsables del Consejo Episcopal Latinoamericano (C.E.L.A.M.) en
ocasión de la Reunión General de Coordinación que sesionó en Río de Janeiro n.4.)
- “Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra.” (28 de
julio 2013 Discurso del Santo Padre a los Obispos responsables del Consejo Episcopal Latinoamericano
(C.E.L.A.M.) en ocasión de la Reunión General de Coordinación que sesionó en Río de Janeiro n.4.)
- “Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo
mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre
todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones.” (28 de julio 2013 Discurso del Santo Padre
a los Obispos responsables del Consejo Episcopal Latinoamericano (C.E.L.A.M.) en ocasión de la Reunión General
de Coordinación que sesionó en Río de Janeiro n.4.)
- “Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo”. (28 de julio 2013 Discurso
del Santo Padre a los Obispos responsables del Consejo Episcopal Latinoamericano (C.E.L.A.M.) en ocasión de la
Reunión General de Coordinación que sesionó en Río de Janeiro n.4.)
- "… debe caminar junto al pueblo, delante para guiar la comunidad, en medio para motivarla y sostenerla, detrás
para tenerla unida" (Encuentro con el clero y los miembros del consejo pastoral de la diócesis de Asís reunidos
en la catedral de San Rufino. 04 Oct. 13)
- Que dé participación en sus asuntos pastorales a pueblo. "Un obispo no puede guiar la diócesis sin los consejos
pastorales. Un pastor no puede conducir sin los consejos pastorales parroquiales." (Encuentro con el clero y los
miembros del consejo pastoral de la diócesis de Asís reunidos en la catedral de San Rufino. 04 Oct. 13)
- Guardián de la armonía: "¡Qué gran regalo de ser Iglesia, de ser parte del pueblo de Dios! Somos el pueblo de
Dios en la armonía, en la comunión de la diversidad, que es la obra del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo
es la armonía y la armonía hace: es un regalo de Dios, y debemos estar abiertos a recibirlo! El obispo es el
guardián de esta armonía. El obispo es el custodio de este don de la armonía en la diversidad… Debido a que
tiene que hacer la armonía: es su tarea, es su deber y su vocación." (Encuentro con el clero y los miembros del
consejo pastoral de la diócesis de Asís reunidos en la catedral de San Rufino. 04 Oct. 13)
- “… escuchar la Palabra de Dios,… Creo que el sacerdote, que tiene la tarea de la predicación. ¿Cómo podemos
predicar antes de que él haya abierto su corazón, no se escucha, en el silencio, la Palabra de Dios? A través de
estos sermones interminables, tedioso, de la que no entiende nada… No se limite a leer las Escrituras, debemos
escuchar a Jesús hablando en ellas: es Jesús quien habla en la Escritura, Jesús está hablando en ellas. Tienes
que ser antenas de recepción, en sintonía con la Palabra de Dios, que se transmiten las antenas! Se recibe y
transmite. Y 'el Espíritu de Dios que hace que las Escrituras cobren vida, hace comprender en profundidad, en
su sentido verdadero y completo..” (Encuentro con el clero y los miembros del consejo pastoral de la diócesis de
Asís reunidos en la catedral de San Rufino. 04 Oct. 13)
- Que el Sacerdote camine en Sínodo, eso significa “caminar juntos”: “No estamos solos, no caminamos solos,
pero somos parte de la grey de Cristo caminando juntos. Aquí todavía pienso en vosotros, sacerdotes, y que me
puso a mí mismo con usted. ¿Qué podría ser mejor para nosotros, si no andamos con nuestra gente? Lo
'hermoso! Cuando pienso en estos pastores que conocían el nombre de la gente de la parroquia, que se va a
encontrar, como se diría, "Sé el nombre del perro de todas las familias", aunque el nombre del perro, ellos lo
sabían! Qué bueno que era! ¿Qué podría ser más hermoso? Yo siempre digo a caminar con nuestro pueblo, a
veces delante, a veces detrás y, a veces en el medio: frontal, para guiar a la comunidad, en el medio, para
fomentar y apoyar, y detrás, para celebrar juntos porque nadie es demasiado, demasiado atrás, para celebrar
juntos, y también por otra razón: porque el pueblo tiene "nariz"! Tiene una nariz en la búsqueda de nuevas
formas para el viaje, tiene el " sensus fidei ", que dicen los teólogos. ¿Qué podría ser más hermoso? Y el Sínodo
23
también debe ser lo que el Espíritu Santo dice a los laicos, el pueblo de Dios en todo. Pero lo más importante es
caminar juntos, trabajar juntos, ayudándose unos a otros, pedir perdón, reconocer sus errores y pedir perdón,
pero también aceptar las disculpas de perdonar a los demás - lo importante que es esto!...” (Encuentro con el
clero y los miembros del consejo pastoral de la diócesis de Asís reunidos en la catedral de San Rufino. 04 Oct.
13)
- Ser misionero: “anunciar a los suburbios.” “… los suburbios… son las áreas de las diócesis que tienen
probabilidades de estar en el borde, de los haces de luz de los reflectores. Pero también son las personas, las
realidades humanas de hecho marginados, despreciados. Son personas que tal vez se encuentran físicamente
cerca del "centro", pero espiritualmente están lejos. No tenga miedo de salir y conocer a estas personas, a
estas situaciones. No ser bloqueado por los prejuicios, hábitos, rigidez mental o pastorales, el famoso "siempre
hemos hecho." Pero se puede ir a los suburbios sólo si lleva la Palabra de Dios en su corazón y caminar con la
Iglesia, como san Francisco. Si no llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, y esto no es bueno, no
ayuda a nadie! ¿No es lo que salva al mundo: es el Señor quien lo salva!” (Encuentro con el clero y los miembros
del consejo pastoral de la diócesis de Asís reunidos en la catedral de San Rufino. 04 Oct. 13)
- “… el sacerdote; también él, un hombre que, como nosotros, necesita la misericordia, se hace realmente
instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben
confesarse, incluso los obispos: todos somos pecadores.” (Audiencia general en la Plaza de San Pedro 20 de
Noviembre 2013)
- “… el sacerdote como ministro,… requiere que su corazón esté en paz; que el sacerdote tenga el corazón en paz,
que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benevolente y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en
los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de
la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús, para que las curara. El
sacerdote que no tiene esta disposición de ánimo es mejor, que hasta que no se corrija, no administre este
Sacramento.” (Audiencia general en la Plaza de San Pedro 20 de Noviembre 2013)
- “Un sacerdote enamorado debe siempre acordarse del primer amor, de Jesús, volver a esa fidelidad que
permanece siempre y nos espera. Para mí, este es el punto clave de un sacerdote enamorado: que tenga la
capacidad para volver con la memoria al primer amor. Una Iglesia que pierde la memoria es una Iglesia
electrónica: no tiene vida. Hay que tener cuidado con los sacerdotes “rigoristas” y “laxistas”. El sacerdote
misericordioso es el que dice la verdad, pero añade: “No te espantes, el Dios bueno nos espera. Vamos juntos”.
Esto lo debemos tener siempre presente: acompañar. Ser compañeros de camino. La conversión siempre se hace
así, por el camino, no en el laboratorio”. (16 de septiembre durante el encuentro con el clero romano)
- El 24 de Noviembre de 2013, el Papa Francisco nos entrega la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium,
leyéndola en claves pastorales, hace muchas referencias a un elemento que podemos tomarlo como perfil del
pastor, “salir”, “ir a la periferia”, cumpliendo el mandato de “Vayan a todo el mundo y proclamen el Evangelio a
toda criatura” (Mc 16,15). “… todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y
atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”. (EG 20)
- El pastor como agente evangelizador debe alimentar el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la
pasión evangelizadora. (Cf. EG 78)
- El pastor no debe tener complejo de inferioridad “… aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una
especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus
convicciones.” (EG 79)
- El pastor debe cuidarse de no dejarse quitar el entusiasmo misionero, aferrándose a seguridades mundanas.
“Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan
tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y
sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera,
decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no
recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas
convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades
económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la
vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!” (EG 80)
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- El pastor debe rechazar la acedia egoísta. “Cuando más necesitamos un dinamismo misionero… muchos laicos
sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier
compromiso que les pueda quitar su tiempo libre… Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan
con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente
preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una
alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten
a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante.” (EG 81)
El pastor debe rechazar “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de
museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse
a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del
demonio».[64] Llamados a iluminar y a comunicar vida,…” (EG 83)
- El pastor debe ser optimista (Cf. EG 84-8)
- El pastor no debe sentirse superior a los demás. “La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza –es decir,
como fuente capital de la gracia– no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto.” (EG 104)
- En Evangelii Gaudium 135-159, encontramos elementos que nos muestran elementos de un buen perfil del
pastor. “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con
su pueblo… El predicador tiene la hermosísima y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor
y los de su pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza entre ambos y estrecha el vínculo de
la caridad… La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo
prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral… El predicador “debe ser el primero en tener
una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético,
que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a
fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva”.[Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 26: AAS 84 (1992), 698.] Nos hace bien renovar
cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros mismos crece el amor
por la Palabra que predicamos… El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que
los fieles necesitan escuchar.” (EG 135.143.145.149.154)
- Vivir preocupado de cómo predicar, “la forma concreta de desarrollar una predicación” (EG 156).
- Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los
procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu,
para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño.
Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el
otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro
espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila
condición de espectadores (EG 171)
- “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu
Santo… que oran y trabajan… Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. (con) el gusto
espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo
superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo…” (EG
259.262.267.268)
- “La Iglesia debe ser atractiva. ¡Despertar al mundo! ¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar,
de vivir!” (Dialogo del Papa con los Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de
los Institutos Religiosos masculinos 27-29 de Noviembre 2013)
- Testimonio magisterial. Tomando palabras de Benedicto XVI de la Homilía de la Santa Misa de inauguración de
la V Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe, en el Santuario de Aparecida, el Papa Francisco le dijo
a los Superiores: “El testimonio que puede atraer verdaderamente es aquel relacionado con las actitudes que no
son habituales: la generosidad, el desapego, el sacrificio, el olvidarse de sí para ocuparse de los otros…”
(Dialogo del Papa con los Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los
Institutos Religiosos masculinos 27-29 de Noviembre 2013). El resaltar ello nos hace pensar que tiene presente
como rasgo del pastor ese elemento testimonial magisterial.
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- “Los religiosos deben ser hombres y mujeres capaces de despertar al mundo” (Dialogo del Papa con los
Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos
masculinos 27-29 de Noviembre 2013). Esto aplicado a los pastores, es un rasgo del perfil con mayor
compromiso
- Viviendo la inculturación del carisma (Dialogo del Papa con los Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión
de Superiores Generales de los Institutos Religiosos masculinos 27-29 de Noviembre 2013).
- Ser padres, hermanos, compañeros de camino (Dialogo del Papa con los Superiores en la 82ª Asamblea General
de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos masculinos 27-29 de Noviembre 2013).
- “Es necesario vencer el clericalismo… la hipocresía… evitarla a toda cosa” (Dialogo del Papa con los Superiores
en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos masculinos 27-29 de
Noviembre 2013).
- Llamados a cuidar el pueblo de Dios, tenerlo siempre en mente, y para ello debe ser formado (Dialogo del Papa
con los Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos
masculinos 27-29 de Noviembre 2013).
- Que esté preparado para vivir la fraternidad: “… es difícil vivir la fraternidad, pro si no se la vive, no somos
fecundos… Si una persona no logra vivir la fraternidad, no puede vivir la vida religiosa” (Dialogo del Papa con los
Superiores en la 82ª Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos
masculinos 27-29 de Noviembre 2013).
- Que sepa enfrentar los conflictos, este debe ser asumido (Dialogo del Papa con los Superiores en la 82ª
Asamblea General de Unión de Superiores Generales de los Institutos Religiosos masculinos 27-29 de
Noviembre 2013).
- Que refleje ser “…“propiedad” de Dios no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo
fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un pacto de alianza que permanece eternamente “porque su
amor es para siempre” (cf. Sal 136). “…el modo de pertenecer a Dios: a través de la relación única y personal
con Jesús, que nos confirió el Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por lo
tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos en él, amándole “con todo el
corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser” (Mc 12,33).” (Mensaje del Santo Padre por la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones n.1. El 11 de mayo de 2014, IV Domingo de Pascua, se celebra la 51ª
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones)
- Vivir la vocación como “un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio
mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La
vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor
fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn
13,35)?... vivir este “"alto grado" de la vida cristiana ordinaria” (cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio
ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta también encontrarse con obstáculos,
fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo nos advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es
robada por el Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas (cf.
Mt 13,19-22). Todas estas dificultades podrían desalentarnos, replegándonos por sendas aparentemente más
cómodas. Pero la verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que él, el Señor, es fiel, y
con él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas
grandes.” (Mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones n.3-4. El 11 de mayo
de 2014, IV Domingo de Pascua, se celebra la 51ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones)
- Dispuesto el “corazón a ser “terreno bueno” para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más
nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en
la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio
del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la
gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros” (Mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de
Oración por las Vocaciones n.4. El 11 de mayo de 2014, IV Domingo de Pascua, se celebra la 51ª Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones)
De todos estos elementos surge un reto para el que desea de ser un buen pastor:
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a. Moralmente recto (1 Tim. 3,2). El pastor es alguien libre de acusación es su vida. Es una persona digna,
prudente, juiciosa, correcta y también, hospedador. No es un hombre perfecto porque solamente Cristo es
así; pero como Pedro, cuando hay pecado en su vida, hay un arrepentimiento genuino (Lc. 22,62).
b. Capaz de enseñar (1 Tim. 3,2). Esta habilidad docente está dentro del contexto de las falsas doctrinas y sus
mensajeros (1 Tim. 1,3; 6,3). Es más que la facilidad de comunicar bien, es enseñar efectivamente acerca de
la persona y el mensaje de Cristo. Hay personas que por naturaleza son muy buenos habladores pero el
pastorado no es para ellos porque hablan por su propia cuenta y no presentan la revelación de Dios.
c. Maduro en la fe (1 Tim 3, 3-6). El pastor debe haber rechazado el amor por el dinero y el licor, y no debe ser
una persona violenta, tal vez en su palabra; más bien es alguien paciente y bueno. Genuina copia del padre
del hijo pródigo en su amor (Lc. 15,20).
d. Con una buena reputación (1 Tim. 3,7). Pablo dice que debe tener un buen testimonio de los de afuera. El
pastorado es un buen trabajo o función (1 Tim 3,1). El pastorado es para las personas que son cumplidas,
juiciosas y buenos trabajadores que aman a Cristo y a la Palabra, y son llamados por Dios.
e. El pastor es aquel que vive entregado a un rebaño. Su preocupación es el bienestar de su grey y no tiene
tiempo para otra cosa.
f. El pastorado es una íntima relación entre el pastor y sus ovejas. Al referirse al pastor Jesús afirmó: “A éste
abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca” Juan 10,3. “Yo soy el
buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” Juan 10,14. De manera que por regla general, y por
ser tan dura la tarea del pastorado, los pastores se sienten parte del rebaño, huelen a oveja, y estas le
conocen muy bien, pues a través del tiempo, se forma una profunda relación. Jesús se identifica como el
Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, que logra ovejas obedientes, que prestan atención a su voz y lo
siguen, y quien protege a sus ovejas de modo que nadie las arrebatará de su mano. Los pastores de hoy
haremos bien en tomar en cuenta el carácter pastoral de Dios y la vida pastoral de Jesús como modelo
profesional.
Así:
1.
El pastor debe estar dispuesto al sacrificio para llevar al rebaño por lugares seguros, proveyendo los
alimentos necesario para la salud de sus ovejas, y debe dejarlas libre, para que se desarrollen sanamente,
no abusando de la autoridad, ni encerrándola en un establo, esclavizándolas.
2. El pastor debe estar dispuesto a servir y cuidar el rebaño las 24 horas y no debe delegarle su rebaño a
nadie que no sea de su misma familia.
3. El pastor debe estar y vivir en medio del rebaño todo el tiempo, para protegerles de los peligros existentes.
Estos peligros se representan como la levadura o falsas enseñanzas que contaminan la vida de las personas
(Mt. 16,6, Gál 5,9), y del ataque del león rugiente, que simboliza a Satanás (1 P. 5,8), o de los pastores
vestidos de lobo.
4. El pastor, aunque dependa de las ovejas para su manutención, no debe obrar como asalariado. No se debe
pastorear una iglesia como que fuese una empresa.
5. El pastor debe amar su ministerio a tal grado, que esté dispuesto a dar su vida por el rebaño.
6. El pastor organizará y administrará, y a menudo necesitará realizar trabajos físicos relacionados con la
Iglesia.
Al vivir todos estos elementos del pastor, seguimos a Cristo que se preocupó por sus discípulos, oro por ellos y los
cuidó para que ninguno se perdiera “sino el que llevaba en sí la perdición…” (Jn 17,12)
Para reflexionar:
1. Indica los elementos del perfil de un pastor que te hayan llamado la atención
2. ¿Cuáles elementos del perfil ya posees como don?
3. ¿Cuáles elementos del perfil debes alimentar?
4. ¿Cuáles elementos del perfil son contrarios a tu forma de ser y vivir, y que te invita a superarte?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
5º ENCUENTRO: Cristo comunicador de la Palabra de Dios. Sacerdote predicador de la Palabra, misionero
(Jn 17, 14.18.20.26)
No encontramos en una época en que la tecnología comunicacional ha avanzado grandemente. Este servicio se ha
utilizado para proclamar unos intereses gremiales para crear seguidores y proclamadores, a veces egoístas,
indivualístas, personalistas, que llevan a utilizar al hombre, a convertirlo en objeto, a dañar su dignidad.
Jesucristo es un comunicador de época y con otra mentalidad. No buscaba sus propios intereses sino los de
glorificar al Padre.
Aunque Dios había sido glorificado de muchas maneras a través de los siglos, nunca había sido glorificado como
Cristo lo glorificaba. Jesús dijo que "esta enfermedad (la de Lázaro) no es para muerte, sino para la gloria de Dios"
(Jn 11,4); cuando sanó al paralítico, "la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios" (Mt. 9,8); pero ahora al llegar
al clímax de su misión y obra, lo glorificaría al máximo en su muerte, sepultura, resurrección, y ascensión (Jn
12,16.23; 13,31).
Al contemplar la vida entera de Jesús de Nazaret, desde el principio de su ministerio hasta su ascensión, podía ver
una sola cosa: la glorificación del nombre del Padre. Pensando humanamente diríamos que estas palabras deberían
encontrarse después de la resurrección de Jesús, porque en estos momentos todavía le esperaba la cruz, pero habla
proféticamente; es decir, para Jesús su muerte ya era una realidad y la victoria sobre Satanás y el sepulcro estaba
asegurado. Dios habla del futuro como si fuera historia. Is. 53 habla de la muerte de Cristo como si ya hubiera
acontecido, unos ochocientos años antes de nacer Jesús.
Cristo dijo, "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (He. 10,7). El vino al mundo "para poner fin a la
transgresión, para terminar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer justicia eterna" (Dan. 9,24).
Cuando tenía apenas doce años de edad dijo, "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?"
(Lc. 2,49). Durante toda su vida Jesús tuvo como propósito terminar la obra que el Padre le había dado: "Mi comida
es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Jn 4,34); "he descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6,38); "yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29); "Me es
necesario hacer las obras del que me envió" (Jn 9,4). Es muy importante observar y recalcar que al contemplar la
cruz, e incluso al sufrir sobre la cruz, Jesús nunca se sintió frustrado. Con esta actitud durante todo su ministerio
le fue posible expresar las palabras triunfantes, "Consumado es" (Jn 19,30).
Entonces, debería ser glorificado. “Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano." (Is. 53,10) y en Is. 53,12: "
Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la
muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.". "Por lo
cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil. 2,9-11; Cf. Hch. 2,32-36; Ef. 1,17-23; Ap. 5). Había
mucha distancia entre las cortes del cielo y Belén de Judea, como también entre el lavamiento de los pies de los
apóstoles y el ocupar su majestuoso trono en el cielo, pero ¡gracias a Dios! Jesús pudo cumplir toda la jornada.
Cristo nos dejó un ejemplo perfecto al terminar la obra que Dios le había dado. A Pablo le encargó la obra
importante de evangelizar a los gentiles, y poco antes de morir éste pudo decir, "He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Tim. 4,7). ¿Qué de nosotros? Al llegar a la conclusión de nuestra vida,
¿podremos hablar de esta manera? Al morir ¿podremos decir que hemos acabado la obra que el Señor nos dio? Esto
depende de lo que sea nuestra comida (Jn 4,34).
Cristo terminó su obra en la tierra y volvió al Padre. Pedro dijo (Hch. 2,33) que Cristo ocupó su trono (el trono de
David, Lc. 1,32). Por lo tanto, cuando vuelva la segunda vez no será para establecer su reino. Muchos sectarios, e
incluso algunos que profesan ser miembros de la iglesia del Señor, enseñan que el plan de Cristo para establecer su
reino falló porque los judíos no lo aceptaron. Esto contradice Hch. 2,22.23, que dice que Cristo murió de acuerdo
con el predeterminado plan y consejo de Dios.
Cristo, siendo Dios, manifestó los atributos de Dios (p. ej., omnipotencia, omnisciencia, perfecto amor, perfecta
santidad, perfecta justicia) y su divina voluntad a los hombres, pues al ver a Cristo vieron al Padre (Jn 14,9, es
decir, una perfecta representación del Padre) y al aprender la enseñanza de Jesús aprendieron la voluntad del
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Padre. Cristo dijo repetidas veces que las palabras que El enseñaba eran las palabras del Padre, y que las obras que
El hizo eran las obras del Padre. De esta manera El manifestó el nombre de Dios. Y a los destinatarios los vio como
traídos por Dios mismo, por ello en Jn 15,16.19 dice: “los hombres que del mundo me diste”. Todos los hombres
pertenecen a Dios (Ez. 18,4: "He aquí que todas las almas son mías"), pero no todos son dados a Cristo. En este texto
Jesús se refiere a los apóstoles, pero también los que obedecen al evangelio son dados a Cristo por el Padre. Desde
luego, el evangelio debe ser predicado a todos los hombres, pero el Padre da o trae a Cristo a los que obedecen al
evangelio.
En base a las cosas nombradas en los versículos 6-8 de Jn 17, Jesús al decir: “tuyos eran, y me los diste, y han
guardado tu palabra”, hace su petición por los apóstoles. Estos tenían sus debilidades, pero habían guardado la
palabra de Dios. "Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino,
como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a
las doce tribus de Israel" (Lc. 22,28-30). Habían sido fieles (6,67-71), porque practicaban la verdad (3,21). Cristo
es nuestro Mediador delante de Dios e intercede por nosotros con tal que guardemos la palabra de Dios (He. 4,15; 1
Tim. 2,5; 1 Jn. 2,2). Y ellos, han discernido que la enseñanza de Jesús era en realidad la enseñanza del Padre, y de
esa manera la han recibido (Jn 17,7; 1 Tes. 2,13).
La comunicación de todo lo relacionado con Dios para ser glorificado es a través de la palabra: “porque las palabras
que me diste” (Jn 17,8; 3,34; 5,47; 6,63. La comunicación de la mente de Dios a la mente humana ha sido por medio
de palabras. Dios dio palabras a Cristo; Cristo dio palabras a los apóstoles; los apóstoles nos han dado palabras a
nosotros (1 Cor. 2,9-13). Dios no sólo ha revelado pensamientos, sino también palabras, para que su revelación fuera
precisa, exacta e infalible. Estas palabras nos juzgarán en el Día Final (Jn 12,47-48).
San Pablo nos dice: "Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de
nosotros" (2 Cor. 4,7). El tesoro (el evangelio) fue entregado a los apóstoles, vasos de barro. "Para que tengáis
memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador
dado por vuestros apóstoles" (2 Pe. 3,2). ¡Qué responsabilidad tan grande era la suya!
Estas Palabras de Cristo, requieren ser recibidas, conocidas y creídas. Así nos lo expresa Jn 6,68-69: “y ellos las
recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído” (Cf. Mt. 16,16), y lo han hecho por que
reconocen a Cristo como Dios: “que tú me enviaste” (Jn 17,8.18.21.23.25), que Él había venido del Padre y que las
palabras y obras de Cristo eran las palabras y obras del Padre (Jn 5,19.20.30.36), y que "todo lo que tiene el Padre
es mío" (Jn 16,15).
Los discípulos han entendido que todo lo que Jesús hizo y predicó, lo efectuó en el nombre del Padre. Han aceptado
las palabras de Cristo; han creído que Jesús había salido de Dios y que no actuó en su propio nombre. Fe en
Jesucristo es, entonces, creer que detrás de Él está el Padre: Jesús es la revelación del carácter, de la
misericordia y de la santidad del Padre. Ahora (en el v.9), Jesús ruega exclusivamente por los suyos, no lo hace por
el mundo hostil hacia Dios y su Hijo. Suplica al Padre que los proteja y guarde. Más adelante el ruego de Jesús se
extenderá también por otros, es decir, por aquellos que llegarán ha creer en Él. La obra intercesora de Cristo se
dirige siempre en favor de los creyentes, para que éstos permanezcan fieles en la fe a Dios. Jesús ruega por ellos
con la plena confianza que el Padre responderá a su súplica, ya que "todo lo mío (de Jesús) es tuyo (del Padre), y lo
tuyo mío". El interés de Jesús (que los discípulos sean protegidos) es, entonces, también el interés del Padre.
Además, ellos por su fe, están glorificando a Jesús; por consiguiente, hay mayor razón para el Padre proteger a los
discípulos de Jesús; al encontrarse éstos en el mundo, necesitan de su protección.
El trabajo comunicacional de Jesús, sobre la realidad de Dios, en el Evangelio de Juan difieren mucho de los
llamados evangelios sinópticos (Mateo-Marcos y Lucas), a pesar de que éstos describen a Jesús, con sus propios
acentos, desde la misma perspectiva. El evangelio de Juan, sin embargo, presenta otros aspectos que lo hacen
diferente:
* En vez de parábolas, Juan incluye largos discursos.
* Juan relata sólo siete milagros, bien seleccionados, conocidos como `señales'.
* En los sinópticos los milagros muestran la realidad del reino de Dios, mientras que en Juan revelan siempre
algo de la gloria de Jesús.

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* Los sinópticos describen sólo un viaje de Jesús a Jerusalén, centrando su ministerio sobre todo en Galilea; en
tanto Juan habla de tres fiestas de la Pascua en las que Jesús participó en Jerusalén, extendiendo allí también
su ministerio.
* El evangelio de Juan contiene las famosas palabras "Yo soy", en las que Jesús se revela en su divinidad.
* En los evangelios sinópticos oímos más de los discursos de Jesús acerca del futuro. En Juan el énfasis está en
la decisión que cae aquí y ahora de acuerdo a la posición que cada uno tome frente a Jesús.
Es de suponer que Juan haya conocido la tradición sinóptica, pero que cuando él escribió lo hizo desde otra
perspectiva, según la iglesia de su tiempo lo necesitaba.
Todo este trabajo de los evangelistas escritores tenía un objetivo, seguir a Cristo, incluso en trasmitir lo que ellos
recibieron del Maestro: Gozo, que Jesús en Jn 17,13, presenta diciendo: “Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el
mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.” (Jn 15,11; 16,22.24). El gozo de Cristo era el gozo de
perfecto amor, de perfecta pureza y de perfecta unidad con el Padre. Él quería que sus apóstoles tuvieran este
mismo gozo. Como el de los apóstoles nuestro gozo ha de ser encontrado en Jesucristo para que con Pablo podamos
decir, 'Regocijaos en el Señor siempre' (Fil. 3,1; 4,4).
Este gozo permanece si se recibe lo que Cristo ha comunicado: La Palabra de Dios, aunque vaya contrario a lo que el
mundo comunica, pues el mundo aborrece el mensaje apostólico; por eso los persiguió, y todavía persigue a los que
enseñan el mismo mensaje. Todos los que reciban el mensaje de Dios serán odiados por el mundo.
Así lo expresa la oración que presenta Jn 17,14, que se centra en tres puntos principales: Vivir en la verdad, vivir en
la unidad y vivir en el mundo pero fuera del mundo.
La palabra de Dios es verdad. Jesús transmitió esta palabra a sus discípulos; ahora ellos han de ser consagrados en
la verdad. Debemos precisar qué significa para san Juan "verdad". Se trata de la realidad eterna en cuanto que
revela a los hombres bien sea esta misma realidad o bien su revelación. Cuando Cristo pide al Padre que consagre a
sus discípulos en la verdad, quiere decir con ello que "sean santificados en el plano de la realidad absoluta". Así
pues, los discípulos deben alcanzar el nivel de la santidad misma de Dios, ya que son colocados por Cristo en el
mismo plano de Dios; son hijos de adopción elegidos por el Padre y dados por Él al Hijo. Esta consagración en la
verdad, este acceso a la santidad del Padre debe proporcionarles la plenitud de la alegría, la alegría misma de Cristo
en el momento en que éste hace el balance de lo realizado y lo conseguido.
Pero han de mantenerse unidos entre ellos, como el Padre y el Hijo son uno. Esta teoría de la unidad será
desarrollada más adelante en Jn 17, 21-24. Precisamente este "uno" que deben formar los discípulos entre sí es el
mismo "uno" que son el Padre y el Hijo. Al permanecer en esta unidad los discípulos, pueden permanecer también en
la verdad, es decir, en esa realidad eterna absoluta.
Esto no los saca del mundo pero los coloca en oposición con él. El mundo no puede comprenderlos y acaba odiándolos,
porque le crean problema. Tal será la situación de todo cristiano: estar en el mundo por vivir en el mundo, pero
estar fuera del mundo. Esta contradicción forma parte integrante de la vida de todo bautizado. No es posible
ocultarse esta oposición ni reducirla, bajo pena de no poder permanecer ni en la "verdad" ni en la "unidad".
Con esta consagración en la Verdad, por la Palabra que se les ha comunicado y han creído, los discípulos son
enviados: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.” (Jn 17,18). La comisión de Jesús era
divina, y también la comisión de los apóstoles era divina, pues fueron escogidos y enviados por Cristo.
La "gran comisión", como la hemos conocido tradicionalmente, es ir al mundo a "predicar el evangelio". También
pensamos en la comisión como la expresión final del Señor (Mateo y Hechos). Juan, por otra parte, parece
comisionar a sus discípulos antes de la pasión. Juan parecería argumentar que el ministerio de los seguidores del
Cristo comenzó en la vivencia de la pasión, muerte y resurrección, mostrando un compromiso solidario de la
responsabilidad de la construcción del Reino de los Cielos.
Esta predicación del evangelio no debe tener otro objetivo que llevar a despertar la fe, por ello Jesús dice en Jn
17,20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”.
Jn 17 presenta así tres ruegos: Primero ruega por sí mismo (el autor de la salvación, He. 5,9) y por los apóstoles
(sus embajadores, los vasos que llevarían el tesoro, 2 Cor. 4,7) y, por último, ruega por el objeto de esta obra, los
que aceptarían la palabra para ser salvos.
Es el mismo el propósito que el evangelio de Juan presenta en 20,31: "Pero estas (señales) se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre." Las palabras "para
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que creáis" pueden significar un llamado para creer en Jesús siendo no-creyente, pero también es posible
entenderlas como un llamado para seguir creyendo en Jesús. Pues, en Cristo se ve la perfecta santificación o
entrega total de la vida como el sacrificio por los pecados del mundo (Jn 17,19; He. 9,14), y en base a la
santificación de Él, los apóstoles podían ser santificados en la esfera de esa verdad para predicarla al mundo. La
oración de nuestro Señor por los apóstoles es, por eso, una petición triple: a saber, que ellos fueran guardados en
unidad, que fueran guardados del mundo y del diablo, y que fueran consagrados y equipados para el servicio
evangélico.
Para que los discípulos cumplan el servicio Jn 17, 26 presenta lo que Jesús ha realizado: “Y les he dado a conocer tu
nombre”
Ya en Jn 17, 22 Jesús afirma que ha dado la misma “gloria” que su Padre le dio a él. ¿En qué consiste esta “gloria”?
La expresión aparece varias veces en el evangelio de Juan, comenzando por el prólogo donde se afirma que “vimos su
gloria” (Jn 1,14). Luego en Caná, al transformar el agua en vino, Jesús manifiesta su gloria (Jn 2,11). En más de una
ocasión expresa que no busca la gloria de los seres humanos ni que tampoco la quiere recibir, sino que solamente
busca la gloria de Dios (Jn 7,18; 8,50; 8,54; 12,43). Es una gloria que ha compartido con el Padre desde antes de la
fundación del mundo (Jn 17,5). La palabra “gloria” puede significar la opinión o el juicio que se tiene de alguien, pero
en el Nuevo Testamento suele vincularse con la idea del esplendor o la luz de Dios.
Sin embargo, no debemos confundir la gloria que nos promete Jesús en Jn 17,22 con un halo de luz ni con una
coronita de santos, a la manera del arte cristiano tradicional. Tampoco es la promesa de vivir rodeados de una luz
inefable que no nos deje ver la dureza y complejidad de la realidad que nos toca. Más bien, es una invitación a
compartir una manera justa de vivir que es propia de Jesús.
Lo que caracteriza a la gloria de Jesús es su justicia, su misericordia, su amor y su fidelidad. Compartir esa “gloria”
es algo que solamente se logra gracias al empoderamiento del Espíritu Santo.
La gloria de Dios es andar en justicia a la manera de Jesús y que la vida de toda la hermosa creación de Dios
florezca por la obra del Espíritu Santo. Es un regalo que Dios nos da por su Espíritu y a la vez es un compromiso que
asumimos en fe.
Cuando nuestra comunión está marcada por este tipo de “gloria” el mundo se da cuenta y toma nota de ello (Jn 17,
23). Facilita la fe de los demás y los “evangeliza” en el sentido más profundo de la expresión: el mensaje de Jesús se
torna una buena noticia de Dios. En cambio, cuando nos vivimos peleando y no somos coherentes con el camino de
Jesús, se hace muy difícil que el mundo pueda creer que la fe que profesamos tenga que ver con la vida abundante.
Más bien, nos volvemos una “mala noticia” para el mundo.
El hecho es que a veces nos daría vergüenza invitar a alguien a nuestras iglesias porque sabemos que no le damos la
bienvenida de corazón a la gente “de afuera” y que nuestras actitudes colectivas no transmiten en absoluto la forma
de ser de Jesús. En lo teórico hablamos del evangelio como buena noticia, pero en lo práctico no se nota en nuestras
vidas. Lo que nos ofrece Jesús en este pasaje es un criterio concreto y práctico a la hora de evaluar nuestra
conducta eclesial. La “gloria” que nos da Jesús no consiste solamente de nuestro entusiasmo en la alabanza, la
perfección de nuestra liturgia o la capacidad de preparar un buen sermón. Es una forma de vivir que se compromete
en todas sus dimensiones, ya sean públicas o privadas, individuales o colectivas, con el camino de Jesús.
En Jn 17,26 Jesús promete algo más, que es un gran consuelo dadas nuestras incoherencias e imperfecciones: que
seguirá dando a conocer el nombre de Dios y el carácter de Dios. En otras palabras, Jesús se compromete a
persistir e insistir; no se da por vencido, sino que por su Espíritu sigue revelándonos el carácter del amor de Dios. A
pesar de nuestros fracasos y del hecho de que muchas veces el mundo detecta poco y nada de la forma de ser de
Dios en nuestras vidas, Jesús quiere que estemos con él y demos testimonio al mundo (v. 24). Desea que conozcamos
a Dios de manera profunda y vivificante (v. 25). Su invitación a participar de la unidad y de la vida misma de Dios
sigue abierta, pues fluye por la gracia de su amor infinito e incontenible.
Jesús extiende su oración a aquellos hombres que todavía no le conocen, pero que llegarán a hacerlo a través de la
predicación de la palabra llevaba a cabo por los apóstoles. Jn17, 20 habla implícitamente de la tarea de los
discípulos: anunciar el evangelio de Jesucristo; pero también habla de la promesa: que el cumplimiento de su
tarea llevará fruto.

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El propósito de esta oración, según Jn 17,21, es doble: por un lado la unidad entre todos los creyentes, una unidad
basada en la unión con el Padre y el Hijo; por otro lado, como el último fin de que este mundo crea también en Jesús
como el Enviado por el Padre, es decir, el Salvador del mundo.
Este propósito está dentro de Jn 17,20-23 que muestra el motivo: Para que el mundo crea que tú me enviaste. Jesús
alarga el horizonte y reza al Padre: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra,
creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado. Aquí aflora la gran preocupación de Jesús por la unión que debe
existir en las comunidades. Unidad no significa uniformidad, sino permanecer en el amor, a pesar de todas las
tensiones y de todos los conflictos. El amor que unifica al punto de crear entre todos una profunda unidad, como
aquella que existe entre Jesús y el Padre. La unidad en el amor revelada en la Trinidad es el modelo para las
comunidades. Por esto, a través del amor entre las personas, las comunidades revelan al mundo el mensaje más
profundo de Jesús. Como la gente decía de los primeros cristianos: “¡Mirad como se aman!” Es trágica la actual
división entre las tres religiones nacidas de Abrahán: judíos, cristianos y musulmanes. Más trágica todavía es la
división entre los cristianos que dicen que creen en Jesús. Divididos, no merecemos credibilidad. El ecumenismo está
en el centro de la última plegaria de Jesús al Padre. Es Su testamento. Ser cristiano y no ser ecuménico es un
contrasentido. Contradice la última voluntad de Jesús.
¡Que sean uno como nosotros! (Unidad y Trinidad en el evangelio de Juan) El evangelio de Juan nos ayuda mucho en
la comprensión del misterio de la Trinidad, la comunión entre las personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De
los cuatro evangelios, Juan es el que acentúa la profunda unidad entre el Padre y el Hijo. Por el texto del Evangelio
(Jn 17,6-8) sabemos que la misión del Hijo es la suprema manifestación del amor del Padre. Y es justamente esta
unidad entre el Padre y el Hijo la que hace proclamar a Jesús: Yo y el Padre somos una cosa sola (Jn 10,30). Entre él
y el Padre existe una unidad tan intensa que quien ve el rostro del uno, ve también el rostro del otro. Cumpliendo
esta misión de unidad recibida del Padre, Jesús revela al Espíritu. El Espíritu de la Verdad viene del Padre (Jn
15,26). El Hijo pide (Jn 14,16), y el Padre envía el Espíritu a cada uno de nosotros para que permanezca en nosotros,
dándonos ánimo y fuerza. El Espíritu nos viene del Hijo también (Jn 16,7-8). Así, el Espíritu de la Verdad, que
camina con nosotros, es la comunicación de la profunda unidad que existe entre el Padre y el Hijo (Jn 15,26-27). El
Espíritu no puede comunicar otra verdad que no sea la Verdad del Hijo. Todo lo que se relaciona con el misterio del
Hijo, el Espíritu lo da a conocer (Jn 16,13-14). Esta experiencia de la unidad en Dios fue muy fuerte en las
comunidades del Discípulo Amado. El amor que une a las personas divinas Padre e Hijo y Espíritu nos permite
experimentar a Dios a través de la unión con las personas en una comunidad de amor. Así, también, era la propuesta
de la comunidad, donde el amor debería ser la señal de la presencia de Dios en medio de la comunidad (Jn 13,34-35).
Y este amor construyó la unidad dentro de la comunidad (Jn 17,21). Ellos miraban la unidad en Dios para poder
entender la unidad entre ellos.
Jesús ha manifestado y mostrado la gloria, la gracia y el amor de Dios; en este amor los discípulos pueden ser uno en
una perfecta unión, sabiendo que el Padre les ama con el mismo amor con que amó a su Hijo. Luego, los discípulos
están incorporados en la estrecha unión de amor entre el Padre y el Hijo, a fin de que el mundo también pueda creer
en Jesús y ser partícipe del mismo amor. Por ello, Juan 17,24-26 formula Que el amor con que tú me amaste esté en
ellos.
Jesús no quiere quedar solo. Dice: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo,
para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. La dicha de
Jesús es que todos nosotros estemos con él. Quiere que sus discípulos tengan la misma experiencia que él tuvo del
Padre. Quiere que conozcan al Padre como él lo conoció. En la Biblia, la palabra conocer no se reduce a un
conocimiento teórico racional, sino que implica experimentar la presencia de Dios en la convivencia de amor con las
personas en la comunidad.
Por primera vez en la Escritura, misión y santificación se presentan como una sola e idéntica realidad. Solo Dios
es santo, pero puede comunicar su santidad a los hombres dedicados a su servicio: a los sacerdotes del Templo de
modo especial, y también a los miembros del pueblo santo (Lev 11, 44; 19, 1). Esta idea de santidad incluye, por
tanto, la idea de separación. Israel vivirá este ideal hasta sus últimas consecuencias.
Pero la idea cristiana de santidad está más matizada: llamada a la trascendencia y también separación (y el mundo
que odia a la Iglesia traza espontáneamente esta separación, v. 14). Sin embargo, sólo se vive auténticamente
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"siendo en el mundo" cumpliendo una misión. Por esta razón, la noción de santidad implica la idea de apertura a
Dios en la misma vida humana.
El último propósito de la misión de Cristo es el reencuentro con todos los suyos en la gloria celestial (Jn 17,24). Al
rogar Jesús por esto, podemos tener la plena certeza que el Padre le contestó e hizo lo que el Hijo le pidió. Porque
el amor del Padre hacia su Hijo es un amor eterno, desde antes de la fundación del mundo.
A partir de este texto, en la espiritualidad desde la oración sacerdotal de Jn 17, se nos lleva a mirar la
espiritualidad misionera que debe caracterizar a los sacerdotes, como llamados a estar cerca de Jesús y llevarlo a
los demás con su predicación de palabra y obra.
Tengamos en cuenta que la espiritualidad es un conjunto de caminos y medios propios para vivir según el Espíritu, o
sea, para colaborar a la obra de santificación que el Espíritu se propone realizar en nosotros y en el mundo.
Se parte del hecho del llamado. Los Apóstoles escucharon la llamada de Jesús y la respondieron decididamente, de
manera inmediata y con una entrega completa. Comprendieron que habían sido llamados a compartir su vida con
Cristo. Dándose un segundo paso: Estar con Él. Por eso, poco a poco, se quedaron a vivir con Él. Aprendieron lo que
Jesús les enseñaba con su vida y con sus palabras. En la medida en que conocían y amaban a Jesús, lograban unirse y
comprenderse con los demás Apóstoles. Fue una magnífica experiencia de amistad y de ayuda fraterna la que
vivieron ellos en torno a Jesús. Y, conforme a la llamada, progresivamente fueron enviados como pescadores de
hombres, enviados del Señor, anunciadores de su Reino. En ello pasaron el resto de sus años, hasta dar la vida
completamente como Jesús y por El, en el cumplimiento de su misión.
Así, Jn 17 hace tres afirmaciones interesantes que parecen describir la transformación de discípulos a apóstoles:
1) En varias ocasiones Jesús describe la identidad de sus seguidores. Primeramente Jesús describe a sus
seguidores como dados por Dios a Jesús.
2) El deseo de Jesús que sus seguidores, comisionados ahora al apostolado, no sólo respondan a una
responsabilidad que se espera, sino que lo hagan viviendo en el gozo de la salvación. Si bien es cierto que la
labor del reino del cielo en la tierra requerirá esfuerzo, aún sufrimiento, los/as llamados/as al apostolado
podremos vivir con gozo.
3) Jesús les enseñó sus discípulos (y a través de ellos a nosotros/as) sobre el misterio del amor, reconciliación
y salvación. No sólo Jesús rinde cuenta de lo que les enseñó, sino que pide que lo que aprendieron sus
discípulos lo puedan recordar, vivir y comunicar.
Las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 4,32) estaban centradas en Jesús: escuchaban su Palabra, se
encontraban con El y se esforzaban en seguirlo. Ellos se esforzaban en vivir la comunión fraterna con expresiones
muy concretas, hasta el punto de que lo que buscaban era tener un solo corazón y una sola alma (Hch 2,42); muchas
de esas comunidades llegaron a tener expresiones verdaderamente cristianas en el compartir de bienes y en la
comunión fraterna hasta convertirse en un signo evangelizador leído por otras personas que decían de esos
cristianos: mirad cómo se aman.
La espiritualidad cristiana nos lleva a:
 hacer referencia a la obra del Espíritu Santo en nosotros,
 indicar "caminar según el Espíritu" (Rom 8,4.9), bajo su acción renovadora ,
 vivir una vida "espiritual", en la cual conseguimos una renovación continua.
 Vivir el "estilo" de vida "cristiano", como El, dejando que el Espíritu Santo nos configure progresivamente a
Él.
Esta espiritualidad cristiana debe, desde Jn 17,14, centrarse en tres puntos principales: Vivir en la verdad, vivir en
la unidad y vivir en el mundo pero fuera del mundo, para realizarse una ESPIRITUALIDAD MISIONERA, que es
una llamada a iluminar y desvelar el sentido que anima a los misioneros y a todos los que se sienten corresponsables
de la misión universal de la Iglesia.
La espiritualidad misionera más que manifestación de los contenidos teológicos que sustentan la acción misionera, es
decir, la apropiación subjetiva y la vivencia existencial y personal de lo que es el designio salvífico del Dios
trinitario, es una vivencia de la cercanía que tengamos en la vida con Jesús.
La “espiritualidad misionera” equivale a la vivencia de la misión como fidelidad generosa al mismo Espíritu. No basta
con estudiar la naturaleza de la misión y los modos concretos de la acción pastoral. Es necesario estudiar también su
estilo de vida, su “espíritu”, es decir, su “espiritualidad” o vida según el Espíritu Santo. “La actividad misionera
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exige, ante todo, espiritualidad específica que se delinea como plena docilidad al Espíritu” (RM 87) y “comunión
íntima con Cristo” (RM 88). Cuando el Concilio habla de acción evangelizadora, no deja de referirse a la necesidad de
fomentar la “espiritualidad misionera” (AG 29). Es la espiritualidad o vivencia que corresponde al mandato misionero
de anunciar el Evangelio a todos los pueblos, que viene de escuchar la Palabra de Dios, entusiasmarse con ella,
experimentar a Dios, estar con Dios, para luego predicarla, Vivir en la verdad, vivir en la unidad y vivir en el mundo
pero fuera del mundo.
La espiritualidad misionera equivale a las “actitudes interiores” del apóstol (EN 74) que definen su estilo o
“espíritu”: fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), para el cumplimiento del mandato
misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre. La realidad de la misión no nace propiamente de una
reflexión teológica, sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta
adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo, según los planes salvíficos de Dios Amor.
Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesias. La
cristología y la eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, reflejan las actitudes espirituales del teólogo
o del apóstol. El resultado más importante de una vida espiritual misionera vivida en relación personal con Cristo es
la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. “La
característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y
oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la ‘Buena Nueva’ ha de ser un hombre que
ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza” (RM 91).
Sobre esta base se pueden entender todas las características de la espiritualidad misionera:
– Radical pertenencia a la Iglesia y a las dimensiones universales de la misión que le ha sido encomendada.
– Actitud de servicio, pues Dios y la Iglesia se acercan al hombre para encontrarlo en lo concreto de sus
necesidades y de sus expectativas, sin buscar nada en beneficio propio
– Opción por los pobres, como expresión de la preferencia de Dios por los más necesitados y desfavorecidos.
Los elementos fundamentales de la espiritualidad misionera los encontramos a partir de la figura del Buen Pastor,
que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días.
La figura del Buen Pastor, con su fisonomía detallada, es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su
vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la
encarnación (Hb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu
Santo que le consagra y envía a “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18; Mt 11,5). El “mandato” recibido del Padre es el
de “dar la vida” (Jn 10, 11ss) “por la vida del mundo” (Jn 6,51).
La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da Él mismo, sin reservas,
como Buen Pastor de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).
La misión eclesial es la misma misión de Jesús. Las “actitudes interiores” de los santos y figuras misioneras
constituyen su “espíritu” o estilo de evangelización, y son siempre válidas en lo fundamental. Precisamente esta
actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que nos ayudará a afrontar fiel y generosamente las
situaciones nuevas de cada época.
Siempre serán actitudes de respuesta a la vocación, de relación profunda con Cristo, de seguimiento evangélico, de
comunión eclesial y de disponibilidad misionera.
Según las diversas épocas históricas, se podrían concretar los rasgos fundamentales de la espiritualidad que han
acompañado el servicio misionero a la luz de las figuras misioneras, de los documentos eclesiales y de la praxis
misionera. En todos los casos habrá que discernir lo que hay de valor permanente y distinguirlo de lo pasajero. A
cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los “hechos de gracia” de todo momento
histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.
Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en
la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística va acompañada de la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos
de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas en toda su Iglesia, para poder profundizar mejor en
los datos revelados.
Hoy no se puede penetrar el sentido de la Escritura si se omite toda la acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.
Si se estudia la realidad misionera de cada época, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos
esenciales de la misión, de modo que podemos hablar de espiritualidad misionera peculiar.
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Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales
ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes
del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.
Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que
componen la “vida apostólica” de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida
comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad
evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.
Algunos rasgos de la espiritualidad misionera
Se presentan aquí algunos de los rasgos que configuran y dan rostro a la espiritualidad misionera.
1) Espiritualidad del Reino. El misionero es la persona enamorada del Reino, como Cristo, que vino a anunciarlo
y a llevarlo a su plenitud. Una llamada a ser misionero es, ante todo, una invitación a enamorarse de lo
esencial: el Reino.
2) Espiritualidad de enviados. El misionero ve a Cristo, preferencialmente, como el enviado del Padre. Él es su
modelo, su inspiración, su guía segura. “Como el Padre me envió, así yo os envío” (Jn 20,21). Su mandato
genera en el misionero un movimiento de amor, más allá de toda frontera, para efectuar una transmisión.
Amar misioneramente, como enviados, es transmitir lo que se ha recibido y continuar sin cesar la
transmisión. El enviado es la garantía de que este movimiento prosigue. Esta misión exige que el misionero se
considere como enviado a partir de Cristo y como enviado de Cristo.
3) Espiritualidad de frontera. En los evangelios nos encontramos a Jesús que se mueve más allá de las
fronteras de su tierra y de la institución judía. El movimiento que Jesús inaugura a partir de su resurrección
supera toda frontera. Necesitamos profundizar en la realidad de la frontera, considerada como lugar,
situación y, sobre todo, como opción. El Papa Francisco siempre nos ha formulado ir a los alejados, ser una
iglesia de salida. Salir de las propias fronteras, para ir al encuentro del otro.
4) Espiritualidad de periferia. La periferia es el lugar de la oveja perdida, en inminente peligro, sumida en la
inseguridad. La periferia es el lugar de los marginados de la sociedad, de la economía y de la fe. Es el lugar
de los pobremente pobres: de fe explícita en Cristo y de posibilidades de derechos humanos. Optar por la
periferia, por los doblemente pobres, es espiritualidad misionera. Es seguir a aquel que no murió en el centro
de la ciudad, sino lejos, en la periferia, en el lugar de la crucifixión, llamado Calvario.
5) Espiritualidad de escucha. No basta con optar por la frontera o la periferia. Bien poca cosa serían si no
llegan a ser una voz que nos interpela. Todo lugar es bueno para escuchar la Palabra de Dios. Todo lugar
puede ser un lugar teológico, es decir, un lugar desde el que Dios habla. Desde toda cultura, aun la más
pobre, Dios nos desafía. Pero hay que escucharle. Él nos interpela a través de la gente sencilla. El misionero
lleva consigo una respuesta, el Evangelio. Pero el comienzo de su tarea no puede ser el Evangelio mismo. El
punto de partida ha de ser una pregunta, un interrogante que llega de toda persona y pueblo desde la
situación en que se encuentra: “El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí” (Ex 3,9). El Evangelio es
respuesta a este clamor: “He bajado para librarle” (Ex 3,8). Pero para dar la respuesta es necesario
escuchar la pregunta. Sólo quien escucha puede ofrecer una buena noticia y no sólo una doctrina.
6) Espiritualidad de sencillez. La sencillez es la condición para escuchar. La persona sencilla es capaz de
asumir una actitud de discípulo dispuesto a aprender. Sencillez quiere decir amor a lo esencial. La
espiritualidad misionera exige sencillez. Sólo este rasgo asegura la posibilidad de alcanzar al hombre en la
fuente de su humanidad y, consiguientemente, en el nivel de mayor universalidad.
7) Espiritualidad de provisionalidad. Vocación misionera quiere decir vocación a un servicio itinerante.
“Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (Mc
1,37). La misión universal es movimiento, desplazamiento de un lugar a otro dejando atrás comunidades
formadas como signo e instrumento del Reino. Este movimiento exige el sentido de lo provisional. No la
provisionalidad del turista que, como ave migratoria, pasa sin un compromiso serio, sino la de Juan Bautista
que dice: “Es necesario que él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30). Se trata de una provisionalidad que exige,
por una parte, despojo de sí, de los propios proyectos personales, y, por otra, confianza en el otro, en sus
capacidades de actualizar la creación, de construir el futuro, de llevar su propia planta hasta la cosecha.

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Sentido de lo provisional es dejar que el otro sea: es ayudarle a que sea autónomo, dándole el espacio
necesario para ello.
8) Espiritualidad pascual. Pascua quiere decir muerte y resurrección. Asumir la dimensión de la cruz quiere
decir vivir la espiritualidad de renuncia, de olvido de sí, de sacrificio. “El siervo no es más que su Señor. Si a
Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20). Este rasgo sale al paso de una visión
de la persona donde la autorrealización del yo, sobre toda otra cosa, es el primer valor. Pascua es también
resurrección. La espiritualidad misionera es propia de los enamorados de la vida. “Yo he venido para que
tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). El misionero es un proyecto vivo a favor de la vida en
todas sus expresiones. Es el testigo de la resurrección, de la vida nueva que quiere hacerse presente en las
comunidades pascuales reunidas en torno a la Eucaristía y lanzadas, desde la misma, a la misión.
9) Espiritualidad comunitaria. Las exigencias comunitarias son las únicas que generan la fraternidad efectiva.
En la búsqueda de Dios en medio de la historia de los pueblos se hace necesario el discernimiento
comunitario. De ahí la importancia de los equipos sacerdotales, de las fraternidades o comunidades
religiosas, de los equipos de laicos con su dinámica propia de vida de oración, de revisión, de planificación,
con sus momentos celebrativos especiales, sin que esto desvirtúe las celebraciones con el pueblo.
10) Espiritualidad mariana. El misionero ve en María la síntesis de una espiritualidad misionera. En la vida de
María podemos descubrir muchos aspectos y rasgos de esta espiritualidad que venimos presentando. Nos
centramos en algunos momentos de su vida: anunciación, visitación, magníficat, natividad, huida a Egipto,
cruz, cenáculo... En todos ellos, se ve una persona para quien la presencia de Dios y la realización de su Reino
universal son realidades más importantes que sus propios intereses
De esta manera, dejándonos orientar por la Palabra de Cristo, desde Jn 17, el sacerdote debe centrar y orientar la
vida a la misión, en plena docilidad al Espíritu Santo; vivir la vida cristiana con su esencial dimensión misionera
universal; vivir según el estilo "misionero" de Cristo, Buen Pastor; asumir la misión como fuente, camino y
medio propio para la santificación personal y comunitaria.
Nos santificamos en la misión y por la misión conseguimos las tres cosas que caracterizan la santidad cristiana (cf.
L.G. 40): unirnos más a Dios, perfeccionar nuestra caridad y tener una vida más "cristiana".
Es este caminar de espiritualidad misionera, se refleja la tarea de comunicadores de la fe, en palabras y obras. El
Blog Iglesia y Nueva Evangelización, siguiendo el pontificado del Papa Francisco, presenta actitudes para comunicar
la fe, y nos dice:
“El Papa Francisco brinda una serie de recomendaciones fundamentales para la transmitir la Palabra de
Dios, labor requerida en todo creyente.
La celebración del primer año de pontificado del Papa Francisco, su estilo y sus interpelaciones, nos
pueden ayudar a plantearnos: ¿es comunicable la fe? Puesto que es un don, más bien se trata de
suscitar la apertura a ese don divino, que es luz e impulso para vivir. ¿Qué debemos tener en cuenta al
tratar de esto con otra persona o en grupo, en una conversación de amistad o mediante charlas,
coloquios u otras sesiones de formación más organizadas?
El Papa Francisco nos ha dado algunas orientaciones al respecto, cuando aconseja que el predicador
debe prepararse con cuatro ingredientes básicos: estudio, oración, reflexión y creatividad. Y si no, "es
deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido" (Evangelii Gaudium, n. 145). Pues bien, todo
esto es aplicable a cada cristiano, llamado a comunicar la fe según sus propias circunstancias y en el
marco de su testimonio de vida.
Luego el Papa señala cinco puntos. Los tres primeros se refieren a la Palabra de Dios. Esto también nos
conviene a todos, no solamente a los predicadores, pues el anuncio de la fe requiere primero, en el que
anuncia, una respuesta "suya" a la Palabra de Dios, como condición para que pueda suscitar la fe en
otros.
Atención a la Palabra de Dios, paciencia, interés
a) Primero, el "culto a la verdad". Es decir, atención a la Palabra de Dios con paciencia e interés, sin
querer obtener "resultados rápidos, fáciles o inmediatos" (n. 146). Ante esa Palabra necesitamos
humildad, porque no somos -señalaba Pablo VI- "ni los dueños ni los árbitros, sino los depositarios,
los heraldos, los servidores" (Evangelii nuntiandi, 78).
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Con esa base, hemos de procurar comprender el significado de las palabras que leemos, el lenguaje
que se usa, la situación de los personajes que presenta, etc., pero sobre todo el mensaje central
que contiene.
"El mensaje central -explica el Papa- es aquello que el autor en primer lugar ha querido transmitir,
lo cual implica no sólo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir.
Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito
para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre
Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para
motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas
noticias" (n. 147).
En definitiva, se trata de saber qué quiere decir el texto, cuál es su fuerza propia. También
debemos "ponerlo en conexión con la enseñanza de toda la Biblia", pues con frecuencia la
comprensión del pueblo ha crecido con la experiencia vivida (cf. n. 148). Esa interpretación, que
hace ante todo la Iglesia, se transmite en las notas que suelen tener las ediciones bíblicas, que
contextualizan, aclaran y precisan lo que leemos. Cabría aludir aquí a tres criterios que da el
Concilio Vaticano II para interpretar la Escritura: la unidad de la Escritura, la Tradición viva de
toda la Iglesia y el conjunto de la fe cristiana (cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum
Domini, 30-IX-2010, nn. 34, 86 y 87).
b) Dejarnos interpelar por Dios, primero nosotros
La personalización de la Palabra. Insiste Francisco en que hemos de escuchar primero nosotros, los
que deseamos ayudar a otros en la fe, esa Palabra, con un "corazón dócil y orante", dispuestos a
dejarnos conmover -herir- por ella y hacerla vida de nuestra vida (cf. nn. 149-150).
Este itinerario que arranca desde el interior del corazón creyente a los demás, lo intuye la gente en
nuestra época, cuando prefiere escuchar a los testigos, porque tiene sed de autenticidad. Y por
eso, observaba Pablo VI, "exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos [los que
lo anuncian] conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo" (Evangelii nuntiandi, n.
76). Lo cual, advierte el Papa Francisco, no quiere decir que seamos inmaculados, pero sí que nos
dejemos interpelar sinceramente por Dios; porque el Señor nos necesita como "seres vivos, libres y
creativos" (n. 152).
c) "Lectura orante" de la Escritura
La lectura espiritual u orante de la Escritura. Este punto recoge contenidos de los dos anteriores
con otras palabras. Se trata primero de captar el sentido literal de lo que leemos (preguntarse ¿qué
dice el texto?), con el fin de no "manipularlo" reduciéndolo a nuestros previos esquemas.
En segundo lugar hemos de preguntarnos: ¿qué me dice a mí este texto?, ¿qué quiere Dios cambiar
en mi vida con este mensaje? Para ello hay que vencer diversas tentaciones (como enfadarse o
cerrarse, evitar enfrentarse personalmente con aquello pensando que es "para otros", buscar
excusas de poca generosidad); y, sobre todo, pedirle a Él lo que todavía no podamos lograr (cf. non.
152-153). Todo esto -cabe deducir- necesita oración y examen sobre cómo nos afecta esa cuestión,
primero a nosotros mismos.
d) ¿Qué necesitan los demás?
"Un oído en el pueblo" (cf. nn. 154-155). Ahora ya podemos preguntarnos qué necesitan escuchar los
demás, según las cuestiones que ellos se plantean, su situación humana, lo que viven, sus
experiencias previas. Advierte Francisco que esto no responde a una actitud "oportunista y
diplomática", o simplemente al deseo de buscar algo interesante para decir. Más bien se trata de ir
logrando una "sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios"; descubrir
"lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia" (Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 33).
e) Calidad en el modo de comunicar
Recursos pedagógicos (cf. nn. 156- 159). Y finalmente llegamos al cómo. El Papa observa que algunos
se equivocan al comunicar la fe porque descuidan el modo de hacerlo. Se quejan cuando no los
escuchan o valoran, pero no se preocupan de buscar la forma adecuada -los medios, los métodos- de
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presentar el mensaje cristiano. Y esto no está bien, porque queremos responder al amor de Dios
amando nosotros al prójimo; y, por ello, "no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad".
En esta línea sugiere algunos recursos pedagógicos "prácticos": resumir (decir mucho en pocas
palabras); usar no solo ejemplos que se refieran al entendimiento, sino imágenes atractivas,
comparaciones a partir de alguna experiencia conectada con la vida. Como decía un viejo maestro:
"una idea, un sentimiento, una imagen".
Nuestra comunicación debe ser sencilla, clara, directa, acomodada a los que nos escuchan. En
principio debemos usar términos que ellos comprendan, y no términos especializados, propios de la
teología o de la catequesis. Para lograr esto, propone el Papa con sabiduría, quien comunica debe
"escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención" (n. 158).
Nótese que estos consejos parecen fáciles de llevar a la "práctica", pero no lo son tanto, porque nos
exigen quizá cambios más allá de una mera didáctica. Bastaría pensar si damos pie a que nos pregunten,
porque vemos en esas preguntas caminos hacia Dios, que lleva tiempo actuando en esas personas; si nos
tomamos en serio sus dudas y dificultades, porque queremos realmente su bien; si llevamos a nuestra
oración todo eso poniéndonos "en su lugar", porque sabemos que cada persona recorre de modo único su
camino de fe.
Y concluye diciendo que no basta la sencillez; también se requiere la claridad, y, para ello, el orden y la
lógica en lo que se expone. Sin olvidar que el lenguaje debe ser positivo: que atraiga, sin quedarse en la
queja o en la crítica; que oriente con esperanza hacia el futuro. Sin duda tiene esto que ver con la
belleza de la fe cristiana que hemos de saber "comunicar".
En síntesis, aunque Francisco se refiere a la predicación, de su Exhortación sobre "la alegría del
Evangelio" (buena noticia) podemos todos aprender actitudes de fondo, necesarias para "comunicar" la
fe: humildad y veneración hacia la Palabra de Dios (la Sagrada Escritura), sinceridad y valentía con
nosotros mismos, respeto y sensibilidad hacia los demás.
Desde Jn 17, en una Espiritualidad misionera debemos tener como síntesis aplicativa:
1. La salvación es segura, ya que ella se basa en la elección de Dios y en la obra consumada de
Jesús. Por medio de ella, Dios glorifica su nombre revelando el secreto de su amor. Entonces podemos decir
que la gloria de Dios y nuestra salvación no son cosas opuestas, sino que Dios se glorifica a través de nuestra
salvación. Compartamos estas buenas noticias con los hermanos para que primeramente tengan la plena
certeza de su salvación, y luego para que adoren a Dios por su misericordia tan inmensa.
2. La vida eterna está arraigada en el conocimiento del Verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo. Desde la
antigüedad el hombre ha creído en la existencia o prolongación de la vida después de la muerte. Esta idea no
ha muerto, al contrario, hoy ha tomado nuevas fuerzas. Los creyentes deben estar al tanto de todo esto,
pues un espíritu de engaño está guiando el pensamiento de la gente en cuanto a este tema. Algunos creen que
la vida eterna, en su forma maravillosa, es un privilegio para todo ser humano, más la Palabra de Dios afirma
fehacientemente que la vida eterna comienza cuando creemos en Jesús, y que la experimentaremos en gozo
pleno cuando muramos o cuando Él venga. Entonces la vida eterna es real sólo cuando existe una relación
verdadera con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
3. La división es un pecado, más la unión entre los hermanos es la única expresión adecuada en respuesta
a la unión entre el Padre y Jesucristo. La oración de Jesús por los suyos incluye el aspecto de unidad. Sin
embargo, tenemos que admitir con gran pena como muchas iglesias se dividen, y muchos hermanos dejan sus
congregaciones en busca de otra mejor que la que dejaron. En la gran mayoría de las divisiones, éstas surgen
de ambiciones personales, o por la mala administración pastoral en cuanto a las finanzas o su vida moral.
Ahora pensemos, si la unión entre el Padre y Jesucristo es producto de su amor divino, ¿cómo podemos
nosotros causar divisiones en la iglesia, el cuerpo de Cristo?
4. Jesús pide la protección del Padre para los suyos, a fin de que éstos sigan siendo fieles y prediquen la
verdad del evangelio: que Dios ha enviado a su Hijo para salvación nuestra. La protección en cuanto a
nuestra fe, está sólo orientada a nuestra llegada segura a la eterna gloria de Dios, además es para que
podamos seguir fielmente predicando el evangelio. ¡Jesús quiere una iglesia viva y evangelizadora!

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5. Jesús intercede en favor de los suyos para que puedan ser partícipes del mismo amor que tiene el
Padre hacia su Hijo y el Hijo hacia el Padre. Sólo cuando vivamos en este amor, los que nos rodean
podrán reconocer la verdad de que Jesús es el Salvador del mundo. El mejor testimonio no consiste en
meras palabras, sino en un amor sin comparación, amor que procede del amor que Dios nos entregó.
¡Practiquemos este amor!
Jesús mira hacia el futuro y manifiesta su gran deseo de unidad entre nosotros, sus discípulos, y para la
permanencia de todos en el amor que unifica, pues sin amor y sin unidad no merecemos credibilidad.

Para reflexionar:
5. Al hablar de espiritualidad misionera nos referimos a un estilo de vida. La figura del Buen Pastor es el punto
de referencia. ¿Cuáles son sus características? ¿Qué significado tienen para nosotros estas palabras: Reino,
enviado, frontera, periferia, escucha, sencillez, provisionalidad, pascual, comunidad, María?
6. Al hablar de espiritualidad misionera nos referimos a un talante, a un espíritu, a una manera de ser creyente.
Un toque especial en el vivir y expresar la fe. Hay muchas espiritualidades; todas dependen del “desde
dónde se vive”. “Lo que hemos visto y oído, lo que nuestras manos palparon [...], os lo anunciamos ahora” (1 Jn
1,1-3). Este encuentro experiencial con Dios, que se nos revela en Cristo, supone dos encuentros que sugiere
el Evangelio. El primero es el de la misma persona de Jesús. El encuentro de Cristo para los hombres y
mujeres de su tiempo crea en ellos una experiencia contemplativa; el encuentro con su persona es un valor en
sí mismo. Véanse los encuentros de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10), la samaritana (Jn 4,1-42), los discípulos
de Emaús (Lc 24,13-35) y Pablo (Hch 9,1-18). El segundo encuentro es la experiencia contemplativa de la
presencia de Cristo en el hermano, sobre todo en el “hermano pequeño”: Mt 25,31ss. Ambos encuentros son
inseparables. El primero muestra que el cristianismo es trascendente; el segundo, que es encarnado,
misionero e inseparable del amor al otro, que es mi hermano. Y tú, ¿desde dónde te encuentras con el otro?
¿Desde dónde haces oración? ¿Desde dónde miras al mundo?
7. Empiezo refiriéndome a la misión ad gentes. Les invito a considerar brevemente una escena. Jesús dice a sus
discípulos: ‘Vamos a la otra orilla’. Fue en aquella ocasión en que se desató una tormenta. Pensemos en las dos
orillas. Una es la orilla conocida, la orilla de la propia cultura, religión y ambiente. La orilla de los amigos,
familiares y compañeros. La otra es la orilla del mundo pagano, la orilla por tanto donde abundan los cerdos,
la orilla desconocida, la orilla de otra lengua, cultura, religión y ambiente (ver Mc 4,35). Y sin embargo,
Jesús desafía a sus discípulos: ‘Vamos a la otra orilla’. Aquí está en síntesis la misión ad gentes. Movimiento
hacia la otra orilla. Según lo anterior quisiera describir la misión ad gentes como ‘movimiento de amor,
impulsado por el Espíritu, más allá de las fronteras de la fe’. Es movimiento que continúa en nuestra historia
el movimiento del Hijo enviado por el Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Es movimiento de amor y por
tanto no de poder, no de conquista, no de turismo, no de negocios. Impulsado por el Espíritu porque Él es el
agente principal de la misión, de una misión que es siempre Misión de Dios, y de la cual somos todos
instrumentos. Más allá de las fronteras. Usualmente las fronteras cierran, ponen límites, señalan
identidades, y frente a la frontera se podría tener la tentación de frenarse. La misión no se frena ante las
fronteras de fe y de vida”. (Luis A. Castro Quiroga, Congreso Nacional de Misiones, Burgos, 2003; en CEM,
Actas..., pp. 45-6). “¿Cómo vivís en vuestra comunidad la espiritualidad misionera?
8. Nuestra forma de ser, ¿refleja la vida trinitaria de Dios?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
6º ENCUENTRO: SACERDOTE UN TESTIGO SECULAR SIN SECULARISMO
(Jn 17,14-16)
Dice Flp 2 5-8: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz.”
Es una recomendación que San Pablo hace a todos los creyentes en Cristo. Si esta fe es sincera debe reflejar a
Cristo en sus sentimientos, desde lo más íntimo a lo externo.
En este caminar debe marcarse la diferencia de la vida en el mundo y la vida del mundo.
Jesús distingue entre sus discípulos y “el mundo”. El vocablo “el mundo” retiene aquí el peso negativo evidente en
otras partes del evangelio. La teología joánica no admite la posibilidad de neutralidad, la raza humana se divide en
dos grupos, aquellos que creen que Jesús es el Hijo de Dios, el Enviado (los discípulos) y el grupo que, aun siendo
testigo de los signos, no aceptan a Jesús como el enviado de Dios. El hecho que Jesús no ora por el mundo no implica
que Dios no ame al mundo. Este evangelio afirma repetidamente el amor de Dios por el mundo (Jn 3,16) e invita a
todos para que miren al Hijo levantado sobre la faz de la tierra para salvación.
La palabra mundo significa:
(1) el universo, Jn 1,10; 17,5;
(2) la tierra habitada, Mt. 24,14;
(3) la humanidad, Jn 1,29; 3,16;
(4) el mundo pecador que persigue a Cristo y sus discípulos, Jn 15,19,
(5) el mundo de los deseos malos; en su primera carta (1 Jn. 2,15-17)
La Biblia explica el significado de la palabra mundo al decirnos "lo que hay en el mundo, los deseos de la carne (que
se muestran en las obras de la carne, (Gál. 5,19-21), los deseos de los ojos (los deseos carnales que emplean la vista
para satisfacerse, (Gen. 3,6; Josué 7,21; 2 Sam. 11,2; Job 31,1; Mt. 5,28-29); el instrumento principal para
satisfacer los deseos carnales de los ojos es la televisión, la vanagloria de la vida" (la arrogancia, la jactancia),
(Sant. 4,13-16); así es el humanismo, que enseña que no se necesita la dirección divina). El cristiano se separa del
mundo (Rom. 12,2; Ef. 2,2; Sant. 1,27; 4,4).
Jesús intercede por el futuro ministerio de los seguidores, que muchos oigan su mensaje y se tornen a Él. Por tanto
Jesús vino para una misión en el mundo, para rescatar el mundo del pecado. Mas, a lo suyo vino, y lo suyo no le
recibieron. Ya desde el prólogo Juan marca esta realidad: “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el
mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.” (Jn 1,10-11).
Así como marca su divinidad y su Encarnación, su venida al mundo: “En el principio existía la Palabra y la Palabra
estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1), si Cristo siendo de condición divina, siendo Dios, vino y se reveló a los
hombres, como Palabra, con su predicación, verdadera palabra que se hace carne, se hace obra, es fiel y sincero en
lo que dice; despojado, es decir, sin pretensiones de grandeza siendo Grande, se hace servidor, se hace siervo, vino
al mundo a iluminar el camino, a enseñar a vivir verdaderamente, para alcanzarla felicidad plena, como nos lo formula
Jn 1, 9: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.”
Este trabajo lo hizo Cristo sin dejar que las actitudes de los hombres lo contaminaran, le hicieran cambiar su
proceder, ni desanimarse. Cristo se hace secular, sin dejarse contaminar de un secularismo, aunque por ello fue
rechazado.
El mundo, a pesar de haber sido creado por el Verbo, no lo ha conocido, y la mención “los suyos”, es referido a todos
los que recibieron los beneficios de la Historia de la Salvación, no lo han recibido. Estas dos referencias se
relacionan aunque parece preferible pensar en dos estamentos: “El mundo” en general como humanidad creada y “los
suyos” como el pueblo elegido, aunque también se pueda referir a la humanidad creada.
El “no lo recibieron” está referido a que lo vieron extraño, extranjero, debido a que su comportamiento no era como
el de los demás. Pero Jesús evita el escándalo, así nos lo presenta Mt 17,25-27, el relato, que exclusivo de Mt, tiene
muchos elementos enigmáticos, pero su contenido cristológico y eclesiológico es suficientemente claro.
Probablemente se trata de una antigua tradición que fue reelaborada por la comunidades cristianas primitivas con el
fin de responder a los interrogantes que planteaba el pago de los tributos al Templo de Jerusalén y al Imperio
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romano (cf. 22,15-22). La escena descrita en este relato tiene lugar en Cafarnaúm, donde es probable que Jesús
tuviera su residencia fiscal. Como cada ciudad tenía sus propios colectores, fueron estos los que se acercaron a
Pedro para preguntarle si el Maestro se consideraba obligado a pagar el tributo. La respuesta de Pedro fue
terminante: Sí, lo paga.
Jesús interviene de inmediato para corregir la falsa conclusión que los colectores podían extraer de la respuesta de
Pedro y va a formularle la situación de los extranjeros: “los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de
sus hijos o de los extraños? Al contestar él: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Por tanto, libres están los hijos. Sin
embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo,
ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.”
El razonamiento de Jesús, planteado en forma de pregunta, se basa en un hecho de experiencia. En las antiguas
monarquías orientales, la mayor parte de los recursos para el mantenimiento de la casa real provenía de los
impuestos. La obligación de pagarlos correspondía a los súbditos y no a los hijos del rey, que estaban exentos de tal
contribución. De ahí que se haya podido establecer esta analogía: el tributo al templo era un tributo debido a Dios, y
Jesús, como Pedro acababa de confesarlo, era el Hijo de Dios (Mt 16,16). Ahora bien, si son los extraños y no los
hijos los que pagan el tributo, es obvio que él no estaba obligado a pagarlo. En cuanto a sus discípulos, por ser
hermanos de Jesús (Mt 12,49; 25,40; 28,10), son también hijos de Dios (Mt 5,45) e hijos del Reino (Mt 13,38), y por
eso están igualmente eximidos de pagar el impuesto. La libertad es la señal distintiva de los hijos.
Puede sorprender que los colectores no interroguen al Maestro sino a Pedro. Este detalle indica a las claras que el
narrador quiere instruir a la comunidad sobre un problema que ya no afecta más a Jesús, sino a los cristianos.
El que quiera tener información sobre Jesús debe dirigirse a Pedro, que repite para la Iglesia una enseñanza del
Maestro. Así como él y los demás apóstoles recibieron de Jesús la autoridad para expulsar los demonios y para
curar a los enfermos (Mt 10,1.8), así también tienen autoridad para tomar decisiones relativas a la vida de la Iglesia
(18,18; cf. 16,19).
A partir de estas observaciones es posible conjeturar cómo surgió esta narración. En los primeros comienzos del
cristianismo, las comunidades judeocristianas mantenían viva su devoción por el Templo (cf. Hch 2,46; 3,1) y se
consideraban obligadas a pagar el tributo. Pero, a medida que se agudizaba la oposición entre judíos y cristianos,
muchos de estos últimos empezaron a declararse partidarios de la emancipación. Sin embargo, esta afirmación de la
propia libertad no podía ignorar la actitud de Jesús, que una y otra vez había prevenido contra la gravedad del
escándalo (cf. Mt 18,6-10). También ellos eran libres, pero debían hacer buen uso de su libertad, sin escandalizar a
los que no pensaban lo mismo.
El estar en el mundo sin dejarse contaminar de la forma de vivir los demás, sino siendo testimonio de una realidad
superior, no debe de dar motivos de escándalo. Quizá esta es la razón por la que Mateo lo conservó en su evangelio.
Otro motivo pudo haber sido el lugar que Pedro ocupa en el relato y un tema predominante en la predicación de
Jesús: la necesidad de evitar escándalos innecesarios (cf. Mt 18,5-11).
Aunque Jesús evita el escandalo es rechazado y considerado un extraño.
El narrar el ser rechazado por el mundo y los suyos y aceptado por los creyentes, a quienes concede el don de la
filiación divina, va a dar pie a Jesús para formular que ellos no son del mundo y van a tener persecuciones los
discípulos y va a anunciar las fuentes y fuerzas para dar testimonio. Por ello se destaca especialmente la función del
Espíritu Santo, que asiste a los discípulos a la hora de dar testimonio en favor de Jesús. Esto lo debemos
reflexionar uniendo varios textos de Juan, que muestran la unidad del Evangelio.
Jn 17, 6-8.14-16 y Jn 15,18-16,15 presentan el tema del odio del mundo a Cristo y a sus discípulos (Jn 15,18-21)
indicándose la gravedad del rechazo a Jesús (Jn 15,22-25); una primera función del Paráclito que dará testimonio de
Jesús, como asimismo lo darán los discípulos (Jn 15,26-27); se anuncian las persecuciones (Jn 16,1-4a) y se justifica
la necesidad de la venida del Paráclito tras la partida de Jesús al Padre (Jn 16,4b-7). Se aclaran unas misteriosas
palabras acerca de la función del Paráclito de convencer al mundo sobre un pecado, una justicia y un juicio (Jn 16,8 -
11). Finalmente se expone la función del Paráclito de guiar hasta la verdad completa (Jn 16,12-15). Veamos este
recorrido con mayor detenimiento.
En Jn 17, 6-8 Jesús ofrece brevísimo resumen de su interacción con los discípulos. Ellos “han guardado tu palabra...
han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti... y han creído que tú me enviaste.” Desde el
principio del evangelio, Juan ha declarado que Jesús vino para revelar la gloria de Dios, esto es dar a conocer a Dios
41
(Jn 1,18). En el transcurso del tiempo los discípulos han escuchado las palabras de Jesús y han observado su gloria
revelada en los signos. En Jn 6 los discípulos, junto a la multitud, reciben instrucciones sobre Jesús el pan de vida
cual causa que muchos, incluso algunos discípulos, se aparten del Señor pues era enseñanza difícil. Aunque muchos
que se consideraban discípulos se aparten de Jesús, los verdaderamente discípulos permanecen aún en su falta de
comprensión. Como representativo de todos los discípulos, Pedro pronuncia “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes
palabra de vida eterna” (Jn 6,68). O seas, Pedro admite que él no entiende todo al momento, pero sí está seguro
que en Jesús tiene vida eterna y no se apartará de Él, no obstante la dificultad de la enseñanza. Luego en Jn 16 los
discípulos expresan que por fin entienden ya que Jesús no habla más en parábolas (Jn 16,29-30). No obstante estas
confesiones de parte de los discípulos, la presente pronunciación de parte de Jesús revelan un tono de seguridad y
esperanza previamente no evidente en el narrativo joánico. En los capítulos anteriores se nos informa que de los
doce que acompañan a Jesús, uno lo traicionará y otro lo negará; el resto abandonará al Señor al éste ser arrestado
en Getsemaní. ¿Cómo, pues, puede Jesús decir con certeza que ellos han conocido todas las cosas? La respuesta
está en que éstos han reconocido que Jesús es el Hijo de Dios, el Enviado de Dios (Jn 17,8) , y esta confesión es más
que suficiente para incluirlos como los escogidos de Dios, que seguirán en el mundo y el mundo los odia, porque no
son de él.
El odio del mundo a Cristo y a sus discípulos en Jn 15,18-21 comienza con una sencilla indicación: “Si el mundo os
odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15,18). El mundo ha odiado a Jesús porque el mundo
está lleno de odio y de mentira, mientras que Jesús es el amor y la verdad. Es lógico que los discípulos participen de
la suerte del Maestro. La razón es que ellos tampoco son del mundo. Así se indica a continuación: “Si fuerais del
mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso
os odia el mundo” (Jn 15,19). La elección de Jesús ha hecho que los discípulos ya no pertenezcan al mundo en el
sentido peyorativo en que generalmente se emplea este término en el evangelio y en la Primera Carta de Juan. En
este sentido el mundo está dominado por las tres concupiscencias (1 Jn 2,16-17). También en la Oración Sacerdotal
se habla de la gracia del Padre que saca a los discípulos del mundo (Jn 17,6). Pero intercede por ellos para que sea
cuidado del mundo, de contaminarse de lo que caracteriza dicho ambiente, también por la Palabra que se les ha dado
a conocer.
Jn 15,20 dice: “Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido,
también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán”. La última parte de
este verso parece indicar que los apóstoles participarán no solamente en las persecuciones sino también en el éxito
de la acogida que la palabra de Jesús recibirá en la historia, que Juan formula les ha dado a conocer.
Y el motivo de la persecución y el rechazo es: “Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no
conocen al que me ha enviado” (Jn 15,21). Las persecuciones de los cristianos están motivadas por el nombre de
Jesús. Los Hechos de los Apóstoles insisten repetidas veces en esta idea (Hch 5,41; 21,13). Las persecuciones
provienen del desconocimiento de Dios. En efecto, desconocen al Dios verdadero que es el Padre que ha enviado a
Jesucristo, que Juan va a insistir en la tarea de Jesús: “les dio a conocer”
Jn 15,22-25 indica la gravedad del rechazo a Jesús. Esto se hace en un desarrollo con dos expresiones en
paralelismo y con una formulación semejante: una oración condicional en la prótasis, una oración irreal en la principal
y una afirmación de juicio condenatorio.
En primer lugar se afirma: “Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no
tienen excusa de su pecado” (Jn 15, 22). La venida de Jesús y su ministerio en palabras tenían una finalidad
salvadora, pero, al no ser acogidos en fe, se convierten en causa de condenación. La razón es que rechazar al enviado
es rechazar al que le envía: “El que me odia, odia también a mi Padre” (Jn 15,23).
Jesús al hablar les ha enseñado con su Palabra el nombre de Dios como Padre, como amor: “Dios es Amor” (1 Jn 4,8).
Jn 17,6 dice: “He manifestado tu nombre”, manifestó los atributos de Dios (p. ej., omnipotencia, omnisciencia,
perfecto amor, perfecta santidad, perfecta justicia) y su divina voluntad a los hombres, pues al ver a Cristo vieron
al Padre (14:9, es decir, una perfecta representación del Padre) y al aprender la enseñanza de Jesús aprendieron la
voluntad del Padre.
Cristo dijo repetidas veces que las palabras que El enseñaba eran las palabras del Padre, y que las obras que El hizo
eran las obras del Padre. De esta manera El manifestó el nombre de Dios, “a los hombres que del mundo me
diste” (Jn 15,16.19); todos los hombres pertenecen a Dios (Ez. 18,4, "He aquí que todas las almas son mías"), pero no
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todos son dados a Cristo. En este texto Jesús se refiere a los apóstoles, pero también los que obedecen al evangelio
son dados a Cristo por el Padre. Desde luego, el evangelio debe ser predicado a todos los hombres, pero el
Padre da o trae a Cristo a los que obedecen al evangelio.
Los creyentes fueron dados a Jesucristo por el Padre de acuerdo con una alianza hecha y ratificada largo tiempo
antes de su nacimiento; y, en debido tiempo, son separados del mundo por medio de la vocación del Espíritu.
Y nos enseña, en primer lugar, que nuestro Señor Jesucristo hace algo por su pueblo creyente que no hace por los
impenitentes. He aquí sus propias palabras a este respecto:" Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los
que me diste." (Jn 17,9) y este ruego se va a extender a la misión, que por medio de la palabra, la predicación,
despertaran la fe en Jesús (Cf. Jn 17,20): “que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21)
Así, las palabras de Jesús que han sido creídas por los discípulos los llevarán a un comportamiento testimonial, que
despertará odios y rechazos. Sin embargo estas palabras son respaldadas por las obras de Jesús.
De esta manera, en una segunda formulación, paralela en forma de expresión y contenido a la de 15,22, el
evangelista Juan afirma: “Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado;
pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre” (Jn 15,24). Junto al ministerio de la Palabra expresado en Jn
15,22 se indica ahora el ministerio a través de las obras (Jn 17,4)
Rechazar este ministerio es odiar a Jesús y al Padre. El evangelista expresa aquí la gravedad que a sus ojos tenía el
hecho de que Jesús no hubiera sido aceptado. Esa constatación expresa Juan en el Prólogo (Jn 1,10-11).
Con una citación escriturística de Sal 35,19 y Sal 69,5 viene a prevenir el escándalo que esta situación podría
provocar: “Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Es curioso
que Jesús hable de “su” Ley, es decir, “de la Ley de ellos”. Probablemente se tiene presente, en el momento de la
escritura del evangelio de Juan, la separación entre Sinagoga e Iglesia.
Esta situación de persecución genera una nueva mención del Espíritu que asistirá a los discípulos en su testimonio:
“Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él
dará testimonio de mí” (Jn 15,26). Al Espíritu se le llama Paráclito y Espíritu de la verdad, títulos que ya menciona
en 14,16 y que Jesús en Jn 17, 17 pide que los discípulos sean “Santificados en la verdad”, por tanto está pidiendo
este envío del Espíritu, de una manera indirecta, para que den testimonio de la Palabra del Padre que es verdad.
El envío en Jn 14,16 es atribuido a Cristo. El Paráclito es enviado de junto al Padre, una expresión que nos recuerda
también el Logos de Jn 1,1. Se afirma también que el Espíritu procede del Padre, aunque no sea fácil decidir si se
trata de una procesión temporal o de una procesión eterna. La función que se atribuye al Espíritu es la de dar
testimonio en favor de Jesús; en seguida, en Jn 16,8-11, se desarrollará también este mismo pensamiento.
Al testimonio del Espíritu de la verdad se unirá el testimonio de los discípulos: “Pero también vosotros daréis
testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15,27). La cualidad de estar con Jesús desde el principio
aparece en los Hechos de los Apóstoles (1,21- 22) como una de las notas esenciales de los Doce.
Teniendo en cuenta la unidad del Evangelio, vemos Jn 17, 15, que presenta el motivo de la persecución, tiene relación
con Jn 16,1-4ª donde se indicar la finalidad de estas advertencias de Jesús sobre las persecuciones: “Os he dicho
esto para que no os escandalicéis” (Jn 16,1) y a continuación precisa con más detalle la naturaleza de las
persecuciones: “Os expulsarán de las sinagogas: E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da
culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Jn 16,2-3). Se trata de las persecuciones
por parte del mundo judío. Probablemente el evangelista tiene ya presente no solamente el martirio en Jerusalén de
algunos miembros de la Comunidad cristiana, sino también la expulsión de la Iglesia por parte de los dirigentes de la
Sinagoga. El motivo de celo religioso, que aparece también en los Hechos de los Apóstoles (9,1-14), el evangelista lo
califica como un desconocimiento del verdadero Dios que ha enviado a Jesucristo: “Y esto lo harán porque no han
conocido ni al Padre ni a mí”. Sigue una reiteración de la finalidad de este anuncio de las persecuciones: “Os he dicho
esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (Jn 16,4a).
La doctrina de Cristo despierta en los que son del mundo cierta particular repugnancia: “Yo les he dado a conocer tu
Palabra y el mundo los ha odiado” (Jn 17,14)
Jesucristo no quiere que se quite a los creyentes del mundo, sino que se les guarde del malo (Jn 17,15). Por ello pide
por ellos. Que no sean contaminados por el secularismo. Él, en su omnisciencia, alcanzó a percibir en el corazón de
sus discípulos un deseo ansioso de salir de este angustioso mundo. Pocos en número y careciendo de fuerza,
rodeados por todas partes por enemigos y perseguidores, no es extraño que quisieran alejarse de la arena del
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combate y ascender a las moradas eternas. Aun David dijo en cierto lugar; "¿Quién me diese alas como de paloma? -
volaría y descansaría." (Sal 55,6). De eso modo nos ha enseñado la gran lección de que es mejor que su pueblo
permanezca en el mundo y sea preservado del mal, que no que sea alejado de todo contacto con el mal.
¿Cómo podrían los discípulos de Jesucristo hacer bien alguno en el mundo, si se les arrebatase de él tan luego como
se convirtiesen? ¿Cómo darían a conocer el poder de la gracia, y someterían a prueba su fe, y su valor y su paciencia
como leales soldados de un Señor crucificado? ¿Cómo podrían ser disciplinados para el cielo, y cómo aprenderían a
estimar en su debido valor la expiación hecha por su Salvador? A preguntas de este linaje solo puede darse una sola
contestación. Permanecer en este valle de lágrimas expuestos a todo sufrimiento, a toda tentación, a todo ataque es
el medio más seguro de propender por la propia santificación y de glorificar a Jesucristo.
Si fueran al cielo inmediatamente después de verificada la conversión, se evitarían, sin duda, muchas molestias. Mas
el camino más fácil no es siempre el que el deber señala, pues el seguimiento de Cristo implica “pasar por la puerta
estrecha”. Quien desee ceñirse la corona de la gloria, tiene primero que llevar a cuestas la cruz, y ser luz en medio
de las tinieblas y sal en medio de la corrupción. "Si sufrimos, también reinaremos con él." (2 Tim. 2,11),
Jesús en la oración hace peticiones por sus discípulos que versan principalmente sobre cuatro puntos: que fueran
preservados, santificados, unidos e introducidos a la gloria. Imposible es desear para los creyentes cosa alguna más
importante.
La petición de Jn 17,17, tiene sus raíces en Jn 16,4b-7, Jesús expone las razones por las que es necesaria la
intervención del Espíritu Santo, como fortaleza ante la realidad de los acontecimientos de la Pasión-Resurrección,
que llevara a que Él ya no a estar en el mundo (Jn 17,11) y volver al Padre, pero Cristo todavía estaría en el mundo
en la persona del Espíritu Santo (Jn 14,18; Mt. 28,20). Mas los discípulos, los creyentes, van a estar en el
mundo, (15,18-21, en el mundo hostil, perseguidor, seductor y cruel) y va a necesitar ser guardados en el nombre,
(guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado), como Cristo lo ha hecho (Jn 17,12: "yo los guardaba en tu
nombre" (Hch. 4,12; Flp. 2,9) y, así, cumplir la tarea convencer “al mundo en lo referente al pecado, en lo referente
a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16,8). Como estos tres términos resultaban enigmáticos, el evangelista
pasa a continuación a explicárnoslos. Conviene tener presente que aquí la función del Espíritu es convencer al mundo.
No se trata de un convencimiento por razones. Se trata más bien de un reproche y de un juicio condenatorio
mediante hechos.
Está marcándose en dar testimonio en el mundo, a donde van a ser enviados (Jn 17,18), y Jn 16,9 desarrolla como
deben convencer: “En lo referente al pecado porque no creen en mí” (Jn 16,9). El no haber aceptado a Cristo es para
el cuarto evangelio el pecado por excelencia, el pecado contra la luz; el pecado que los sinópticos llaman “Pecado
contra el Espíritu Santo” (Mc 3,29 y par). Recordemos que aquí es el Espíritu el que convence al mundo de su pecado.
Jesús prosigue: “En lo referente a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis” (Jn 16,9). La justicia y la
santidad de Jesús se muestran en su ida al Padre, es decir, en su Pasión-Resurrección. Esta ocultará a Jesús de una
presencia visible, pero el Espíritu proclamará la santidad de Jesucristo.
Finalmente se explica el término “juicio”: “En lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado”
(Jn 16,11). La ida de Jesús al Padre, que tiene lugar en su Pasión y Resurrección, es una entrega por amor y para la
salvación del mundo y, en consecuencia, implica la condenación del Príncipe de este mundo que domina por el odio
homicida. Es la misma afirmación que encontramos en Jn 12,31 (“El Príncipe de este mundo es arrojado fuera”) y Jn
14,30 (“El Príncipe de este mundo no tiene ningún poder sobre mí”).
Jn 16,12, presenta una especie de pausa: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello”, que va a
introducir un nuevo desarrollo sobre la función del Espíritu, como guía hacia la verdad: “Cuando venga él, el Espíritu
de la verdad os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os
anunciará lo que ha de venir” (Jn 16,13). Aquí la denominación de “Espíritu de la verdad” aparece plenamente
justificada y que tiene relación con “Santificados en la verdad” de Jn 17,17. La verdad completa a la que el Espíritu
guiará es la profundización en la verdad sobre Jesucristo, sobre su ser divino, sobre su condición de redentor.
Al rechazo por parte del mundo y de los suyos se contrapone la acogida del Verbo por parte de los creyentes que
reciben el don de la filiación divina. Recibir al Verbo es creer en Él. La acogida de la fe lleva consigo el don de la
filiación divina. La grandeza de este don se expone también en 1 Jn 3,1-2.
Esta filiación divina va en consonancia con la relación del Espíritu con Jesús se prosigue con la frase: “Él me dará
gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Jn 16,14). El Espíritu dará gloria a Jesús porque
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proclamará la santidad de Jesús (Cf. Jn. 16,10). Esta función del Espíritu es idéntica a la de llevar a los discípulos a
la verdad completa y el recibir la dignidad de hijos de Dios, pues “les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que
creen en su nombre” (Jn 1,12); “la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1, 13).
La fe en Jesucristo lleva a una grandeza que es experimentar la gloria, aquella que Jn 17,5 presenta como una
súplica: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo
fuese” haciendo así alusión a la encarnación y gloria que en el prólogo se alude:: “El Verbo se hizo carne, y puso su
Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y
de verdad” (Jn 1,14).
La Encarnación es una presencia permanente del Verbo entre la humanidad. El Padre ha dado al mundo la vida
sobrenatural con el envío de su Hijo. Y que Jn 6,33 va a proclamarlo como “el pan de Dios es el que baja del cielo y
da la vida al mundo.” El Sacramento de la Eucaristía es asimismo la forma de unirse a Cristo y, mediante Cristo, al
Padre y así tener vida eterna.
De esta gloria del Verbo encarnado tienen visión los creyentes: “Hemos visto su gloria” (Jn 1,6). También esta
expresión está tomada de las teofanías del Éxodo (cf. Ex 16,10; 40,34-35).
La Encarnación del Verbo es la suprema teofanía de Dios y la comunicación de los dones divinos. La visión de la gloria
de Dios era considerada como el Don por excelencia del pueblo elegido. La expresión “Hemos visto su gloria” rezuma
gratitud y admiración. A la vez es como una síntesis anticipatoria del contenido del evangelio. Su gloria es su amor,
el resplandor de su divinidad, su plenitud de gracia y de verdad. Esa gloria se va a manifestar y va a actuar en los
milagros (cf. Jn 2,11), en las palabras sobre el Padre, en la glorificación por la Cruz y en la Resurrección-Ascensión.
El relato de la Transfiguración en los sinópticos es una visualización de esta proclamación.
Los creyentes contemplan ahora la gloria de Jesús, que es “la gloria que recibe del Padre como Hijo único”, es decir,
la Gloria que le corresponde por ser Hijo Único del Padre. Esta afirmación de la filiación única de Cristo es el
contenido central del evangelio (cf. Jn 20,31). Estamos ante una afirmación de la divinidad de Cristo. La gloria que le
corresponde es la gloria divina (cf. Jn 17,5.24), que Cristo demostró aquí en la tierra (Jn 1,14; 2,11; Mt. 17,2; He.
1,3), pero la gloria celestial es incomparablemente mayor. "Exaltado por la diestra de Dios" (Hch. 2,33); "se sentó a
la diestra del trono de Dios" (He. 12,2); "Esteban... vio los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra
de Dios" (Hch. 7,55).
Por todo ello, en el momento decisivo de su misión, Jesús intercede solamente por aquellos que del mundo se han
separado y se alinean con Él. Como Él, éstos sufrirán el rechazo del mundo y sufrirán persecuciones y martirios,
pero como su maestro persistirán en su testimonio y vencerán. Estos recipientes de la rogativa de Cristo son como
Él pues son del Padre, y pertenecen a Jesús porque son del Padre y Jesús es glorificado por ellos.
En una declaración que aparenta ser pronunciada después de la muerte y resurrección, “ya no estoy en el mundo”,
Jesús afirma que sus seguidores sí se quedan en el mundo, y por tanto pide a Dios que los guarde en su nombre. El
valor de los discípulos se describe en relación con la acción divina--los que me has dado, guárdalos.
La íntima y única relación entre Jesús como Hijo de Dios y Dios Padre de nuevo se enfatiza con la frase “todo lo mío
es tuyo y lo tuvo mío”. La primera parte es una declaración que todo ser humano puede decir, pues todo lo que
poseemos proviene de Dios y es don de Dios. Pero, absolutamente nadie puede decir que lo que es de Dios es suyo.
Solamente Jesús, el Hijo de Dios puede hacer tal declaración sin blasfemar.
La intercesión de Jesús por los suyos, utilizando la rara construcción “Padre santo”, específica su
petición: Guárdalos en tu nombre, ha de entenderse como guárdalos en tu poder con el propósito que demuestren, o
sea testifiquen, que son uno. Desde el comienzo de este discurso de despedida Jesús ha exhortado a los discípulos
que se amen los unos a los otros. Este mutuo amor ha de resultar en la unidad del grupo de creyentes, esto es la
Iglesia. La unidad de los seguidores de Jesús ha de ser semejante a la unidad de Dios Padre con Dios el Hijo, “así
como nosotros”.
Esta intercesión de Jesús se debe a que los discípulos deben vivir en el mundo realizando la "gran comisión" de ir al
mundo a "predicar el evangelio". A diferencia de la comisión expresada al final en Mateo y Hechos, Juan parece
comisionar a sus discípulos antes de la pasión, ante la amenaza pasional. Juan parecería argumentar que el ministerio
de los seguidores del Cristo comenzó en la vivencia de la pasión, muerte y resurrección.
Se puede ver el deseo de Jesús: sus seguidores, comisionados ahora al apostolado, no sólo respondan a una
responsabilidad que se espera, sino que lo hagan viviendo en el gozo de la salvación.
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Si bien es cierto que la labor del reino del cielo en la tierra requerirá esfuerzo, aún sufrimiento, los llamados al
apostolado puedan vivirlo con gozo.
La comisión parte del hecho de recibir a Cristo, creer en Él, aceptar la Palabra que Él ha dado: “Yo les he dado tu
palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo (el dominio o reino de Satanás, Col. 1:13), como tampoco
yo soy del mundo.” (Jn 17,14). El mundo aborrece el mensaje apostólico; por eso los persiguió, y todavía persigue a
los que enseñan el mismo mensaje. Todos los que reciban el mensaje de Dios serán odiados por el mundo. Este los ha
aborrecido porque se hicieron sus discípulos y no son del mundo como Cristo, ni siguen las sendas del mundo.
Los discípulos han recibido de Jesús la Palabra del Padre, una palabra de amor y salvación. En cambio el mundo,
dominado por el odio homicida, odia a los discípulos, puesto que ellos, al igual que Jesús, no pertenecen al ámbito del
odio y de las tinieblas.
Una nueva petición, que es complementaria de la realizada en 17,11, precisa en qué sentido deben ser librados los
discípulos: “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (17,15). Los discípulos han de
permanecer en el mundo, incluso han de ser enviados al mundo (17,18). Pero Cristo pide para ellos que el Padre les
libre del Maligno.
Recordemos que esta es la última petición del Padrenuestro (Mt 6,13). Aquí el Maligno representa la tentación
diabólica de odio homicida (Jn 8,44).
Una reiteración, muy del gusto del evangelista, en forma de inclusión con Jn 17,14, concluye esta sección: “Ellos no
son del mundo, como yo no soy del mundo” (Jn 17,16).
La petición es debida a que Jesús pronto terminaría su trabajo aquí en el mundo, pero el trabajo principal de los
apóstoles les esperaba (Mt. 28,19; Mc. 16,15; Hch. 1,8). El "autor de la salvación de ellos" era perfeccionado por
aflicciones (He. 2,10); por eso, era necesario que ellos también se quedaran en el mundo para que de la misma
manera ellos también se perfeccionaran.
Si los hubiera quitado del mundo, habría sido por medio de la muerte (Hch. 12,1-2), y Pablo dijo que para él la muerte
hubiera sido "muchísimo mejor" (Flp. 1,23) para evitar tanta persecución, pero si los apóstoles se hubieran quitado
del mundo, ¿qué habría pasado con el mundo de pecadores que urgentemente necesitaban del evangelio?
El mundo es bendecido por la presencia del cristiano (Mt. 5,13-16), y el vivir en el mundo le da al cristiano la
oportunidad de la conquista y la recompensa (Rom. 8,37; Ap. 2,26; 3,21).
El ser guardado del maligno quiere decir, pues, proteger, preservar, sostener en pruebas, cuidar. Jesús ya había
prometido que las ovejas que oyen su voz y le siguen "no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano",
porque "Mi Padre... es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (Jn 10,29). Pero algunos
de los discípulos "volvieron atrás, y ya no andaban con él" (Jn 6,66), Judas iba a entregarlo, y les había dicho que
Pedro iba a negarle y que todos serían esparcidos. Por eso, había mucha necesidad del cuidado del Padre para que no
se perdieran (Sal. 17,8-9; 23; 121,5-8; Ez. 34,11-17).
El mal equivale al maligno; como dice Juan en su primera carta (1 Jn 5,18), "Sabemos que todo aquel que ha nacido de
Dios, no práctica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca". En cuanto a
este maligno recuérdense los siguientes textos del libro de Juan: "vosotros sois de vuestro padre el diablo" (Jn
8,44; 12,31); "el diablo ya había puesto en el corazón de Judas... que le entregase" (Jn 13,2); "después del bocado,
Satanás entró en él" (Jn 13,27); "viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí" (Jn 14,30); "el príncipe de
este mundo ha sido ya juzgado" (Jn 16,11). También en Hechos y en las cartas hay mucha explicación o advertencia
acerca del adversario. Con mucha razón, pues, Jesús ruega al Padre "que los guardes del mal (maligno)". Cristo, el
Buen Pastor, los había guardado, y ahora los encomienda al cuidado del Padre.
Dios nos guarda, pero también debemos guardarnos nosotros mismos, la Biblia nos dice: "Mirad, y guardaos de toda
avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Lc. 12,15); "Alejandro el
calderero me ha causado muchos males ... Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras
palabras" (2 Tim. 4,14-15); "Guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra
firmeza" (2 Pe. 3,17). Sin la ayuda de Dios no podríamos guardarnos, pero sin nuestra propia ayuda Dios no nos puede
guardar.
Jesús no ruega que sean quitados del mundo, pues el secreto de obtener la santidad no consiste en el retiro del
mundo y el aislamiento en los conventos. Es luchando frente a frente con el mal y ganando la victoria que se
manifiesta la más elevada santidad, y no abandonando cobardemente nuestro puesto en la sociedad.
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Para ser guardados del maligno es la condición es proclamada por Jesús: “No son del mundo, (Jn 17,16). Los que no
son del mundo no están bajo el dominio de Satanás; no pertenecen al príncipe del mundo maligno y hostil. No son de
él porque son de Dios. En su actitud, su conducta, su habla y en toda actividad y relación de la vida son diferentes,
pues son extranjeros y peregrinos en este mundo (1 Pe. 1,17; 2,11). Su "ciudadanía está en los cielos" (Flp. 3,20).
Los discípulos de Cristo no tendrán poder para convertir al mundo si imitan al mundo. Si el mundo no puede ver una
diferencia clara entre los que profesan ser cristianos y los del mundo, éstos no tendrán ningún deseo de cambiar.
Otro aspecto del mundo es la mundanalidad "respetable", no buscan primeramente el reino de Dios, sino que lo
primero en su vida es el trabajo (o el negocio) o el placer (el juego de pelota, la pesca, etc.) que en sí no son malos,
pero en ellos debe cuidarse de caer en la corrupción.
Lc. 8,14 dice: "La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las
riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto". Las bendiciones materiales son de Dios, pero pueden llegar a
ser ídolos (Col. 3,5; 1 Tim. 6,9-10). En la parábola de la gran cena (Lc. 14,15-20), los que no fueron a la cena no eran
borrachos, sino que fueron detenidos por la hacienda, por cinco yuntas de bueyes, y por el matrimonio. Estos
también son del mundo.
Este cuidarse del mundo es necesario para cumplir lo que Jn 17,18 presenta: “Como tú me enviaste al mundo, así yo
los he enviado al mundo”. La comisión de Jesús era divina, y también la comisión de los apóstoles era divina, pues
fueron escogidos y enviados por Cristo. Podría expresarse así la concatenación que existe entro este versículo y el
que lo precede: "Te pido mayor santidad para mis discípulos, á cansa de la posición que tienen que ocupar sobre la
tierra. Así como Tú me has enviado a este mundo pecador como mensajero tuyo, yo los envió ahora a ellos como
mensajeros míos. Es, por lo tanto, de suma importancia que sea santos.
Además, sin el espíritu del mundo se podrá vivir el testimonio de
“todos sean uno” (Jn 17,21; Hch. 4,32, "de un corazón y un alma"; Ef. 4,3-6 en "una fe") a ejemplo de la unidad en
Dios: “como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti”. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están perfectamente unidos en el
mismo propósito en la misma obra (Jn 8,19; 14,7: los que conocieron a Cristo conocieron al Padre; Jn 12,45; 14,9: los
que vieron a Cristo vieron al Padre; Jn 12,44: los que creyeron en Cristo creyeron en el Padre; Jn 14,21-24: los que
aman a Cristo aman al Padre; Jn 13,20: los que reciben a Cristo reciben al Padre; Jn 5,23: los que honran a Cristo
honran al Padre; Jn 15,23: los que rechazan a Cristo rechazan al Padre).
El vivir en la unidad tiene en la mente de Jesús, presentado por Juan, tiene un objetivo evangelizador por el
testimonio: “que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. La oración de
Jesús no tiene nada que ver con la unidad de religiones humanas.
El ser uno en el Padre y en el Hijo requiere la sumisión a la enseñanza de Cristo y los apóstoles que está registrada
en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir, no solamente la enseñanza acerca de Cristo mismo en
Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sino también la enseñanza y el ejemplo de los apóstoles en Hechos de los Apóstoles y
en las epístolas y en el Apocalipsis (1 Cor. 2,11-13; 2 Pe. 3,1; 1 Jn. 4,6). Los que se apartan de la verdad se apartan de
Dios y también de los discípulos fieles. Cuando los discípulos de Cristo se extravían y no perseveran en la doctrina
de Cristo (2 Jn. 9), se alejan de Dios, e ineludiblemente se alejan los unos de los otros y, al hacerlo, ya no promueven
la causa de Cristo, sino la causa de Satanás.
Pablo explica cómo evitar y cómo corregir la división: "cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros,
la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios" (1 Tes. 2,13); "que habléis
todos una misma cosa" (1 Cor. 1,10); "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y
un Espíritu ... una misma esperanza ... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre" (Ef. 4,3-6).
La oración que realiza Jesús tiene que ver con la necesidad de unidad entre los miembros de la Iglesia.
Para promover la unidad es necesario que todo cristiano practique las exhortaciones en cuanto a la relación
correcta los unos con los otros (Jn 13,34-35; Rom. 12,10; 1 Cor. 12,25; Gál. 5,13-15. 26; 6:2; Ef. 4,2-32; 1 Tes. 5,11;
He. 10,24; Sant. 4,11; 5,9.16).
Esta unidad se hace perfecta si hay una experiencia de Dios, si los discípulos están unidos a Cristo: “Yo en ellos, y tú
en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos
como también a mí me has amado” (Jn 17,23). Ello requiere ser "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz" (Ef. 4,3). Para que el mundo conozca que Dios envió a Cristo para salvarnos, y que en verdad Dios
los ha amado (Jn 3,16). Si la unidad produce este fruto precioso, ¿qué fruto lleva la división?
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La unidad de la iglesia le da mucha influencia y fuerza para convertir al mundo. Sin lugar a dudas, las muchas
divisiones de la iglesia son el obstáculo más grande en la obra del Señor.
Además, la unidad por la cual Jesús oró no fue una unidad de ritos, disciplina y régimen. Muy equivocados están los
que confunden la unidad con la uniformidad. Puede haber uniformidad sin unidad, como sucede, en nuestros días, en
muchas iglesias visibles; y puede haber unidad sin uniformidad.
Todo este caminar por Jn 17,14-16 y demás textos, nos lleva a tener para el sacerdote una ESPIRITUALIDAD DEL
TESTIMONIO.
Todo este relato de Juan 17,14-16. 23-26 nos lleva a realizar como sacerdote una tarea en el mundo: ser testigo de
una realidad de esperanza y fe. Una fe que nace de la experiencia de Dios, que debe estar a su vez medularmente
ligada a la historia personal. Y es este carácter profundamente histórico de la experiencia de Dios, haciendo de la
espiritualidad una espiritualidad densa y fecunda.
En la visión joánica el testimonio tiene un valor excepcional. Y es que la verdad de la revelación solo puede ser
testimoniada. La fe como respuesta a la misma no se puede demostrar por si mismo, sino que siempre se transmite
por el testimonio vivo.
La historia personal debe llevar que los que rodean al discípulo misionero, al sacerdote, volver la mirada a Cristo
Redentor y Salvador, para centrar de lleno en él su experiencia de Dios. Una experiencia de Dios tenida en la
contemplación de la Cruz de Cristo la que va a hacer volver a todas las situaciones históricas y mirarlas con ojos
evangélicos. El amor de Cristo y el amor a los hombres concretos crecen simultáneamente, porque son dos caras de
un mismo mandamiento, o más bien, dos caras de una misma experiencia de Dios.
La experiencia de estar en el mundo unida a la experiencia de Dios, lleva a evitar el secularismo en la vida personal, a
no caer en la tentación de una pastoral materialista, donde realiza labores mendigando intereses personales,
disfrazando con pastoral el progreso económico, hablando de vocación sacerdotal, pero viviéndola como una
profesión, la misión como un trabajo asalariado.
La espiritualidad del testimonio es la vivencia de la experiencia de Dios en la propia vida, en la historia del
evangelizador vinculado al mundo pero con la esperanza en un Dios que da “hoy el pan de cada día”, la confianza en un
Dios que no se siente pero está presente, que recorre las venas pero no hace cosquillas. Actúa sin reflectores ni
espectáculos, atrae, seduce, sin violentar.
La espiritualidad del testimonio lleva a estar en la apertura de recibir el cumplimiento día a día de la promesa: la
venida del Paráclito testigo: “Cuando venga el Paráclito, que yo enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que
procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque estáis conmigo desde el
principio” (Jn 15,26).
Este testimonio debe salir del interior, de la experiencia personal de Dios, es dirigido al exterior, hacia la
humanidad, hacia el mundo. De esta manera el proceso es doble: el interior de la propia fe y el exterior de la
realidad del mundo. La promesa del Paráclito esta formulado para realizar la acción en el doble proceso: es enviado a
los discípulos para afianzarlos en la fe, su testimonio es un testimonio interior de iluminación, que lleva a descubrir
en Jesús toda la trayectoria seguida por Dios en su intento de acercamiento al hombre: el Logos, el Hijo de Dios, se
hizo hombre, compartió la historia de un pueblo, murió, fue glorificado y envía el Espíritu Santo.
La presencia del Paráclito, el Espíritu de la verdad, es la que hace posible la nueva realidad del discípulo cristiano.
Vivir la experiencia de Dios para vivir el Mensaje de Jesús en el mundo, en un contexto de sordos y corazones
endurecidos. Solo con la presencia del Espíritu se puede abrir los oídos sordos y ablandar dichos corazones.
El testimonio del Paráclito va dirigido directa y primariamente a los discípulos. Sin el testimonio del Paráclito no es
posible la fe ni el descubrimiento de Cristo en gloria y presente en la comunidad.
El proceso externo se dará en la acción que los discípulos hagan gracias a la acción en ellos del Paráclito. El
testimonio de los discípulos es como la manifestación externa y la prolongación visible del testimonio invisible del
Paráclito.
Sin embargo, una cosa es cierta: es al contacto con la humanidad como se acrecienta la experiencia de Dios en la
oración y en la contemplación, guiados por el Espíritu Santo. La experiencia contemplativa debe tener su origen en la
historia personal. Este hecho explica la consistencia y densidad de la experiencia religiosa y el carácter
notablemente histórico y encarnado de un perfil espiritual y evangélico. Desde el drama de la historia humana

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asumida, en las más variadas formas de opresión y de esclavitud, es como va brotando la experiencia de Dios en
Cristo.
La oración y el espíritu contemplativo deben crecer e intensificarse a medida que en la vida se va entrando en la
refriega y el compromiso apostólico. Serán una oración y una contemplación siempre motivada por el contacto con la
humanidad, las que lleven a la contemplación del misterio de Cristo Salvador y hace brotar desde lo más íntimo de su
ser la oración de intercesión. Así, la vida contemplativa y el compromiso apostólico van medularmente ligados.
Esta contemplación y oración llevan al hombre a ser libre de los bienes materiales para seguir libremente a Jesús y
para anunciar con toda libertad la buena noticia de Jesús.
Un gesto concreto para vivir la espiritualidad del testimonio es la pobreza: Renuncia a su tierra, a su patria, y al
patrimonio familiar, para vivir en la itinerancia como mensajero del Evangelio, quedando expuesto a la sorpresa del
mañana en cualquier lugar desconocido, es el espacio abierto para experimentar la providencia de Dios para los suyos
y vivirla en función de la evangelización.
Para todo ello se requiere humildad enrazadas profundamente en un hondo conocimiento de sí mismo y una
confrontación constante con el ideal de Jesucristo, manso y humilde de corazón. No se es humilde a base de
establecer comparaciones entre su persona y los demás hombres; es humilde al verse a sí mismo frente a la imagen
de Cristo Redentor. La humildad no es una mera virtud moral, ni el fruto de la obediencia a normas y mandatos
tomados de reglamentos humanos. Tampoco la humildad se reduce a una mera modestia humana. La humildad es una
actitud evangélica, que brota de una honda experiencia de Dios y de un profundo conocimiento de sí mismo en el
Señor. La humildad no es una forma de comportarse ante los hombres; es una forma de ser en Cristo.
Esta humildad y el conocimiento de sí mismo lleva a vivir la castidad expresada en la vida en forma de madurez
humana y desemboca en una integración armónica de la personalidad humana y cristiana. La alegría y la afabilidad en
su trato, la proximidad con las gentes, la capacidad de amistad con cuantas personas se acercan, son el mejor
testimonio de una personalidad madura y de la integración de los valores del amor humano en un proyecto de vida
evangélico y apostólico, dando cauce a estas virtudes humanas precisamente porque ha conseguido liberar al amor
humano de todas sus desviaciones. Por eso puede vivir la amistad humana con pleno equilibrio y serenidad. Y este es
el objetivo más inmediato de la opción por la virginidad y el celibato.
La virginidad y el celibato se convierten en virtud cristiana cuando dejan de estar inspirados por el miedo y la
represión y son canales de entrega generosa a la causa de la comunidad entre los humanos, cuando se encarnan en
relaciones humanas de amistad y comunidad, cuando se viven en el interior de la comunidad y llevan la convivencia
humana al plano de la comunión generosa y desinteresada.
El dar testimonio de la experiencia de Dios lleva a tener por encima de todo la caridad. La caridad es el núcleo del
seguimiento radical de Cristo, y el núcleo del perfil evangélico.
La espiritualidad del testamento es muy sencillo: caridad, humildad y pobreza, que lleva a establecer un testamento
cuadrado al pobre de Cristo, gran hacendado en la fe y coheredero del reino que prometió Dios a los que le amasen;
testamento no de terrenos caudales, sino de gracia; no de prendas materiales, sino de vida celestial.
Para ello se requiere un estudio continuo de la Palabra del Evangelio y permaneciendo próximo a la humanidad
doliente, para aprender la lección suprema de la caridad cristiana, revestirse de entrañas de compasión y ver crecer
en él el ansia del martirio. La compasión debe estar sin duda asociada a la espiritualidad de encarnación, traducida
en gestos de compasión a imitación de la vida de Cristo, amontonando sobre sí mismo las pesadumbres de los otros,
no le eximía de ser partícipe de cualquier aspecto de la aflicción. Haciendo del recinto del corazón un hospital de
infortunios y no saber cerrar a nadie las entrañas de la misericordia.
¿Cuántas de ustedes han deseado adquirir un nuevo talento? ¿Han tomado alguna vez lecciones de piano o de fútbol?
La espiritualidad es un talento y se aprende escuchando al Espíritu y luego permitirle dirigir nuestra vida.
Para aprender a escuchar al Espíritu, primero que nada tenemos que entender qué es el Espíritu. Y en segundo lugar,
aprender a reconocer el Espíritu. Una de las funciones principales del Espíritu Santo es testificar de la verdad.
Los talentos son para compartirse. Al aprender a tocar piano, ustedes pueden bendecir a los demás con su música. Al
adquirir el talento de la espiritualidad, ustedes pueden utilizar ese don para bendecir, asumiendo la responsabilidad
de la felicidad de los demás.

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En este trabajo se da testimonio de una realidad distinta al mundo, pus al buscar el bienestar de los demás y su
felicidad, se lleva a cabo el mandato del Señor: “Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura” (Mc.
16,15).
Damos testimonio todos los días por medio de nuestro ejemplo, a través de la oración, la oración es como un
paraguas en las tormentas de la vida y fortalece la espiritualidad y concede espíritu de paz. La oración es un
milagro; sirve para desarrollar la espiritualidad.
Sacerdote que no ora no puede decir que tiene espiritualidad y por tanto su testimonio no es evangélico, dejándose
llevar de sus instintos y no del Espíritu, no sabe dominase a sí mismo; su actuar es mundano, dejándose llevar por
intereses egoístas y soberbios.
La búsqueda de una identidad es el fundamento de la espiritualidad. Si hay identidad de sacerdote, no solo en el
exterior, sino interiormente, va a dar testimonio. Esa identidad sacerdotal nace de la experiencia de Dios.
El testimonio presupone una espiritualidad de autocrítica y confesión de los pecados, que conduce a la proclamación
(kerygma) del evangelio de reconciliación, servicio con amor, culto en la verdad y enseñanza en la justicia.
Daremos testimonio en comunidad de esta espiritualidad de compasión, respeto, valor, verdad y esperanza
reconciliatoria.
El aspecto vital de la espiritualidad ha de ser la espiritualidad de la presencia y el testimonio, mostrando
sencillamente a todos la importancia que tiene Dios y la comunidad en la vida y tiene como objetivo la comunión con
la Iglesia.

Reflexión personal
Leer: Instrucción Caminar desde Cristo: Un renovado compromiso de la vida consagrada en el Tercer Milenio de la
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, del 19 de mayo de 2002,
Cuarta parte, nn. 33-46
Allí se presenta una invitación a recorrer a fondo el camino de la espiritualidad y de la comunión en la renovación de
la vida y de la misión apostólica. Sabemos que la misión se define como la "evangelización realizada a través del
amor". La caridad constituye en verdad el corazón de la Iglesia. De ahí que toda vida consagrada deba traducirse en
desplegar todas nuestras capacidades de amar. La caridad es la única fuerza creadora, que haciéndose sensible a las
pobrezas y nuevas necesidades, nos hace capaces de crear nuevas respuestas.
El amor no hace ruido, camina en silencio y discreción, pero cambia el mundo. Cuando se parte de la contemplación
del rostro de Cristo no se puede por menos de verlo en aquellos con los que Él ha querido identificarse.
En estos números, 33-46, el documento se deja llevar de la creatividad del Espíritu, inspirando con fuerza profética
la imaginación de caridad, para llevar a las personas consagradas a nuevas fronteras de la evangelización y
proponiendo nuevos modelos para erradicar las causas y estructuras de pecado.
Los ámbitos que el documento invita a mirar con mayor interés son los del anuncio del Evangelio, del servicio a la
vida, a la difusión de la verdad y la apertura a los grandes diálogos, son aquellos en los que hoy se siente más la
exigencia del testimonio del amor total de Cristo, dado con una humilde pero fuerte radicalidad, y acompañado por
una fecunda creatividad y audacia evangélica.
Quien vive arraigado en Cristo convierte su espiritualidad de comunión en una "sólida y robusta espiritualidad de la
acción". Ser y hacer son inseparables. Consagrados y consagradas no dan a la misión parte de su tiempo, sino la
totalidad de sus vidas.
A lo largo de los siglos (cf. CDC 36) han vivido concretamente el Evangelio en el ámbito de la caridad. Sus vidas
"constituyen por todas partes un lazo de unión entre la Iglesia y grupos marginados que no se contemplan en la
pastoral ordinaria". Fiel a esa tradición, la vida consagrada está hoy convocada a "sorprender al mundo con nuevas
formas de activo amor evangélico" ante las necesidades de nuestro tiempo.
El campo de trabajo de las personas consagradas es tan amplio como el mundo, pero en su cometido deben aprender
a armonizar el anhelo universal de su vocación con la inserción concreta dentro de un contexto y de una Iglesia
particular específica. Aquí, con una auténtica espiritualidad de comunión, son llamados a ser "signo eficaz y fuerza
persuasiva que conduce a creer en Cristo" (n. 33). La primera obra apostólica de toda forma de vida consagrada es,
en efecto, ser antes que nada “epifanía del amor de Dios” (VC III).

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En esta perspectiva los Institutos son llamados a "reflexionar sobre los carismas y tradiciones propias, para
ponerlos al servicio de las nuevas fronteras de la evangelización". "Hoy se encuentra una mayor libertad en el
ejercicio del apostolado, 11 una irradiación más consciente, una solidaridad que se expresa con el saber estar de
parte de la gente, asumiendo los problemas para responder con una fuerte atención a los signos de los tiempos y a
sus exigencias" (n. 36). .
La Congregación evoca la llamada de Juan Pablo II (cf. NMI 50) a una nueva "imaginación de la caridad", su
invitación a un ir todavía más allá en el amor concreto a los pobres. También eso -se afirma- es espiritualidad: "El
Papa ofrece también una dirección concreta de espiritualidad cuando invita a reconocer en la persona de los pobres
una presencia especial de Cristo que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (CDC 34). Esa opción
afecta también a los consagrados.
Caminar desde Cristo entra después a señalar algunas iniciativas concretas, constatando su importancia y señalando
cuáles pueden ser hoy las exigencias más urgentes en cada campo. Se abordan así el anuncio del Evangelio, el
servicio a la vida a través de las obras de misericordia, la difusión de la verdad en la educación y los medios de
comunicación social. Un tratamiento singular recibe lo que se denomina "la apertura a los grandes diálogos": "La vida
consagrada no puede contentarse con vivir en la Iglesia y para la Iglesia (...)
Está llamada a ofrecer una colaboración específica en todos los diálogos a los que el Concilio Vaticano II ha abierto
a la Iglesia entera" (CDC 40).
Desde esta perspectiva, el documento incluye sugerentes reflexiones sobre el ecumenismo, el diálogo interreligioso,
el diálogo con quienes no profesan ninguna religión. No podemos recoger aquí todos los temas abordados.
La Instrucción insiste en este capítulo en las nuevas pobrezas y en fenómenos que este momento pueden tener
especial relieve: el desequilibrio ecológico, el empobrecimiento creciente de los pobres, la paz, el vilipendio de
muchos derechos fundamentales, la necesidad de que la vida sea defendida desde la concepción hasta su ocaso
natural. Al hablar de estos temas hay un justo reconocimiento a los consagrados en los institutos seculares; se echa
de menos quizá un recuerdo a los laicos de los institutos religiosos.
El número 45 subraya la invitación a hacerse cargo de la situación de malestar que está presente en el mundo, a
nivel universal, de pueblos y de personas en particular. "La codicia de los bienes, el ansia de placer, la idolatría del
poder, o sea la triple concupiscencia que marca la historia y que está en el origen de los males actuales sólo puede
ser vencida si se descubren los valores evangélicos de la pobreza, la castidad y el servicio". Con estas indicaciones,
no exhaustivas pero ciertamente puntuales, la Instrucción anima a los consagrados y a las consagradas a mirar más
allá de las dificultades, de las pruebas y de los problemas cotidianos y descubrir el valor de fiarse plenamente de
Dios y de abandonarse a su amor para vivir el nuevo milenio marcado por la esperanza en la fuerza del Espíritu y la
presencia viva de la caridad de Cristo en medio de los hombres.
Ojalá que consideren también provechoso el hacerse estas preguntas:
1. ¿Leo las Escrituras diariamente? Se nos ha mandado: “Deleitaos en las palabras de Cristo”; no se nos ha
dicho que únicamente debemos echarles un vistazo de vez en cuando
2. ¿Oro verdaderamente o sólo repito las mismas palabras? Si no tengo cuidado, a veces me doy cuenta de que
lo que estoy haciendo es repetir oraciones sin orar realmente. Puedo dar una oración llena de repeticiones
trilladas casi sin pensarlo, pero no puedo expresar los sentimientos profundos de mi corazón a mi Padre
Celestial sin realmente pensar. La oración verdadera me acerca al Espíritu.
3. ¿Es mi ayuno significativo? ¿Logro algo más que pasar hambre? Sé que en cada día de ayuno que me preparo
y ayuno con propósito y con la actitud correcta, me fortalezco espiritualmente; ya que éste es un principio
de verdadero poder.
4. ¿Me acuesto temprano y me levanto temprano? Si deseamos recibir la ayuda e inspiración del Espíritu con
más regularidad en nuestra vida, seguiremos este consejo: “. . .Cesad de dormir más de lo necesario;
acostaos temprano para que no os fatiguéis; levantaos temprano para que vuestros cuerpos y vuestras
mentes sean vigorizados.”
5. ¿Soy básicamente una persona feliz? En muchas ocasiones el Señor ha indicado en las Escrituras que
“tengamos ánimo”, que nos “regocijemos” (véase Mt 9,2; 14,27; Jn 16,33; Hch 23,11). Si no somos felices por
naturaleza, algo no marcha bien. Debemos descubrir la causa para corregirla lo más pronto posible, porque
hasta que no lo hagamos no podremos disfrutar de la compañía del Espíritu tanto como si tuviésemos ánimo.
51
El desarrollar una actitud de gratitud por nuestras muchas bendiciones puede ser un paso gigante hacia la
tarea de fomentar la felicidad.
6. ¿Trabajo duro? La pereza y la espiritualidad no van de la mano. Si deseamos tener el Espíritu con nosotros
más frecuentemente, seguiremos estos consejos: trabaja con todo el corazón, alma, mente y fuerza.
7. ¿Qué me preocupa más, dónde o cómo serviré? Si no tenemos cuidado, el “pecado universal” del orgullo
humano puede robarnos la espiritualidad cuando nos preocupamos más por el nivel o la posición social (dentro
o fuera de la Iglesia) que en servir con humildad. Nuestro Salvador Jesucristo nos mostró un ejemplo
profundo del deseo de servir con humildad, sin importar la posición, cuando decidió levantarse de la mesa, y
como Señor y Maestro, arrodillarse frente a sus discípulos para lavarles los pies.
8. ¿Permites que la envidia, los celos o el ambicionar una posición de tu vida? Ellos menoscaben nuestra
espiritualidad. No hay ningún llamamiento en la Iglesia que no requiera más de nosotros que los talentos con
que contamos, si lo magnificamos. El servicio humilde y considerado es el signo del cristianismo.
9. ¿Amo a todo el mundo, aun a mis enemigos? Jesucristo dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis
unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Jn 13,34-35.) Estos dos versículos contienen pocas
palabras, la mayoría de las cuales son bastante cortas; y son tan fáciles de leer y tan difíciles de seguir
como cualquiera en las Escrituras. El Señor nos ha mandado que amemos a todos, aun a aquellos que no nos
agradan (“Amad a vuestros enemigos”, Mt 5,44); si lo hacemos, no sólo probaremos que somos “cristianos”
sino que disfrutaremos más plenamente de la presencia del Espíritu. La espiritualidad no puede florecer en
un ambiente de contención, disensión y falta de armonía.
10. ¿Te esfuerzas por llegar a “ser uno” con lo que idealmente sé que debo ser? ¿Tienes claro lo que eres? (Hijo
de Dios, Cristiano, Sacerdote) ¿Vives la coherencias entre la vida y lo que eres? En tanto que lo que hagamos
en nuestras vidas esté por debajo del nivel donde sabemos que debemos estar, nosotros mismos nos estamos
privando de la espiritualidad.
11. ¿Comparto mi testimonio con los demás? ¿Evalúas tu comportamiento? Una de las mejores ayudas para
cultivar la espiritualidad consiste en compartir nuestro testimonio. Ello ayuda a evaluar la propia vida, desde
sí mismo y lo que los demás ven en lo que hace.

52
ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
7º ENCUENTRO: Cristo Santo, el sacerdote objeto de santificación
(Jn 17,17.19)
La parte central de la oración (Jn 17,9-19) contempla a los discípulos en su situación en el mundo tras la partida de
Cristo. El vs. 9 comienza con un “Yo” enfático que en forma continua expresa la idea de la exclusividad de los
discípulos en la oración de Jesús, siendo estos los beneficiarios de la oración y no el “mundo”. En el vs. 10 a manera
de paréntesis se recalca la idea de unidad entre el Padre y el Hijo, es decir lo que le pertenece a uno le pertenece al
otro, esto habla de una relación de intimidad muy especial. De tal manera que tras esta digresión cristológica, la
oración torna a la idea principal: porque los discípulos han acogido las palabras de Jesús como palabra de Dios, Jesús
ha sido glorificado en ellos.
En las escrituras, la Iglesia es una fraternidad creada por el Dios de gracia, integrada por todos los que han sido
llamados del mundo para pertenecer a Jesucristo, y enviada al mundo a dar testimonio de esa gracia. La Iglesia
tiene que descubrir una y otra vez su vocación corporativa como comunidad testificante tomada del mundo y
separada por Dios para la misión.
El v. 11 está dividido en dos secciones. (1) la circunstancia de la eminente separación, que explica la urgencia de la
oración por los discípulos (“y” ya no estoy… y yo voy a ti). Y (2) el contenido de la súplica “guárdalos…” Y el fin
práctico que se pretende con la providencia especial del Padre “para que sean “uno”, “como nosotros”.
La unidad que se evoca aquí tiene entre los discípulos paralelos en la unidad entre Jesús y el Padre. La oración de
propósito está unida a la petición “cuídalos con el poder de tu presencia para que estén unidos lo mismo que tú y yo
lo estamos”; “por eso te pido que los cuides, y que uses el poder que me diste para que se mantengan unidos como tú
y yo lo estamos”.
Esta suplica del cuidado, nos lleva a preguntarnos ¿para qué?, ¿por qué?
Jesús se preocupa para que en los discípulos se cumpla a plenitud el llamado de Mt 5,48: “sed perfecto como el
Padre celestial es perfecto” (Cf. Lev. 19,2; 11,44; 1 Pe 1,16; Sant 1,4)
Él los ha separado del mundo, pero deben seguir en el mundo, pues debe acudir al que es la fuente de la santidad, y
por la cual en la súplica del Padre Nuestro es objeto de la santificación anhelada: el nombre del Padre.
San Juan cuatro veces habla de la santificación: designando la “auto santificación” de Jesús (Jn 17,19), la
“santificación” del Hijo (Jn 10,36) y de los hijos (Jn 17,17.19) por el Padre. Juan presenta a Jesús consciente de
haber sido “sacerdotalmente consagrado” por el Padre (Jn 10,36) o separado de entre los hombres (Eclo 45,4; Jr.
1,5; Ex 28,41; 29,1; 40,13; Lev. 8,30; 2 Cro 26,18; He. 5,1) y dotado por el Espíritu ( Jn 3,33) para cumplir en el
mundo la misión de enviado suyo, y, en calidad de tal, ser “el Santo de Dios” (Jn 6,69), suplica al Padre que
“santifique” a sus discípulos “en la verdad” (Jn 17,17) o los introduzca en la comunión con Él, que es igual a
“santificar”, mediante la progresiva e intensiva participación en el amor, en la verdad, de su vida divina.
Por ello dice en Jn 17 “Santifícalos en tu verdad”, por tu palabra, por “tu palabra es verdad”, que es la verdad
misma. Él desea que ellos sean santificados, como cristianos. Padre, que sean santos, y esta será su preservación, (1
Tes. 5,23). La gracia deseada es la santificación. Los discípulos fueron santificados, ya que no fueran del mundo,
separados del mundo, y sin embargo Jesús ora al Padre, para que confirme la obra de santificación en ellos,
fortalecer su fe, inflamar sus afectos buenos y remache sus buenos propósitos. Continúe el buen trabajo que en
ellos hay, y continuar, dejar la luz brille más y más.
Cristo ora por todos los que están a su lado que sean santificados y ser santificados cada vez más. Incluso los
discípulos deben orar por la gracia santificante, porque, si ese era el autor de la obra bien no será el consumador de
ella, se deshacen. No avanzar es retroceder, el que es santo debe ser santificado todavía.
Esta santificación nace de ser poseídos en la verdad, los santifique por o en tu verdad, como la verdad se opone a la
figura y la sombra; santifico realmente, no ritual y ceremonial, ya que los sacerdotes levitas eran, por la unción y el
sacrificio. Santifícalos con tu verdad, tu palabra de verdad, para ser los predicadores de tu verdad al mundo, como
los sacerdotes eran santificados para servir en el altar, así que vamos a estar a predicar el evangelio. (1 Cor. 9,13-
14).
Jesucristo intercede por sus ministros con una preocupación particular, y recomienda a la gracia de su Padre
aquellas estrellas que lleva en la mano derecha.

53
Este ser santificados, ser efectivamente separados del mundo, dedicado por completo a Dios, se realiza por conocer
experimentalmente la influencia de esa palabra que predican a otros. Que tengan la luz y la integridad.
Tenemos aquí dos motivos o argumentos para hacer cumplir la petición para la santificación de los discípulos:
- La misión que tenían de él (Jn 17,18): " Como tú me enviaste al mundo, para ser tu embajador a los hijos de
los hombres, así que ahora que me recordó los he enviado al mundo, como mis delegados". Cristo habla con
gran seguridad de su propia misión: tú me has enviado al mundo .Jesús tuvo su comisión y las instrucciones
de Aquel que es el origen y el objeto de toda religión. Él fue enviado por Dios para decir lo que dijo, y hacer
lo que hizo, y ser lo que es para aquellos que creen en él, que era su consuelo en su empresa, y puede ser
nuestra abundancia en nuestra dependencia de él, su registro estaba en lo alto, para desde allí su misión.
Mientras Jesús estaba con los discípulos, él era su vínculo de unión entre los discípulos. Pero después de su
partida, ellos deben mantener la unidad, porque es la expresión y señal de la naturaleza divina. Por lo tanto la
unidad de la comunidad debe responder a la unidad entre Dios y Jesús; éste es su modelo.
Los discípulos han de permanecer en el mundo, incluso han de ser enviados al mundo (Jn 17,18) por eso Cristo
pide para que el Padre los libere del maligno (y de la maldad en sí misma). Esta sección termina (Jn 17,19)
con “la santificación de Jesús” y la de los discípulos.
Esta parte de la oración culmina cuando los discípulos reciben la misión de ocupar el lugar de Jesús en el
mundo. La santificación es un tema central de la tradición cultica de Israel (Ex. 28,41) y en su comprensión
del sacrificio (Ex. 13,2). Jn. 10,36 presenta el Padre santifica al hijo antes de enviarlo al mundo. Para que de
testimonio de lo que ha visto y oído junto al Padre (8:26). Los discípulos tras haber aceptado las palabras de
Jesús son enviados a dar testimonios de esta palabra. Por ellos la santificación que se refiere Jesús, es su
muerte.
Exponer la verdad está incluido en la misión del discípulo. La verdad es la revelación de Dios en Cristo, es la
palabra encarnada. Esta verdad es la que debe proclamar el discípulo mediante su encarnación de la Palabra
en su vida, sus valores, sus decisiones, sus relaciones. La misión no es simplemente una actividad piadosa sino
que consiste en insertarse en el mundo.
Pero unidad en la verdad también significa unidad de vida. Significa ortopráxis, ortodoxia de la comunidad.
La encarnación requiere que se vivan en las experiencias diarias las implicaciones de la verdad revelada.
Jn 17,17 dice: “Santifícalos en (en la esfera de) tu verdad; tu palabra es verdad.” Cristo no solamente
pide que Dios los guarde del maligno, sino que los santifique para la obra (2 Cor. 5,18-20). Básicamente la
palabra santificar no quiere decir purificar, pues se usa de Cristo también (10,36 "al que el Padre santificó y
envió al mundo"; 17,19, "yo me santifico a mí mismo"). Más bien, significa consagrar o dedicar enteramente al
servicio de Dios. Compárese Ex. 40,13. Jesús ya había dicho que "tuyos eran, y me los diste" (17,6) y que no
son del mundo; por eso, se habían apartado para los usos de Dios, es decir, para el ministerio de la palabra
(17,8. 14; Mt. 28,19-20; Mc. 16,15; Lc. 24,47-49; Hch. 1,8). Habían de dedicar su vida a esta Gran Comisión.
Desde luego, la santificación requería que se abstuvieran de todo mal, pero básicamente tenía que ver con su
dedicación a la obra. Como ya habían dejado todo por Cristo, ahora llevarían a cabo su ministerio (Lc. 14,33;
Mt. 19,27; Mc. 10,29-30).
Como los apóstoles fueron santificados en la esfera de la verdad, también todos los discípulos son
santificados en la esfera de la verdad, porque no es posible santificarnos para Dios fuera de la palabra de
Dios (2 Tes. 2,13). Muchísimos religiosos se santifican no en la esfera de la verdad, sino en la esfera de la
doctrina humana (los mandamientos, especulaciones, teorías y opiniones de los hombres). Los que se
santifican en la enseñanza humana no son santificados para Dios, sino para los hombres.
Por medio de la palabra nos consagramos al servicio de Dios y evitamos la contaminación del mundo (Tito
2,11-12). "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo,
sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes. 5,23). Llegamos a ser todo lo
que el Señor quiere que seamos por medio de la fiel obediencia a su palabra. Esta es la santificación por la
cual Jesús oró.
Habla con gran satisfacción de la comisión que había dado a sus discípulos " así yo los he enviado” en el mismo
propósito, y para llevar a cabo el diseño del mismo, para predicar la misma doctrina que predicaba, y para
confirmarlo con las mismas pruebas, con cargo también a comprometerse con otros hombres fieles que se
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había comprometido con ellos. Él les dio su comisión (Jn 20,21) con una referencia a la suya, y que se amplíe
su oficina que viene de Cristo, y que hay una cierta afinidad entre la comisión dada a los ministros de la
reconciliación y la dada al Mediador, se le llama apóstol (He 3,1), un ministro (Rom 15,8), un mensajero,
(Mal. 3,1). Sólo ellos son enviados como siervos, como un Hijo. Ahora bien, esto viene aquí como una razón, La
comisión de Jesús era divina, y también la comisión de los apóstoles era divina, pues fueron escogidos y
enviados por Cristo.
El Padre fue santificado cuando lo envió al mundo (Jn 10,36). Ahora, ellos están enviando como él, que ellos
también sean santificados.
- El mérito que tenía para ellos se declaró en Jn 17,19: Y por ellos yo me santifico a mí mismo. Aquí es,
designación de Cristo de sí mismo con el trabajo y el oficio de Mediador: me santificó. En Cristo se ve la
perfecta santificación o entrega total de la vida como el sacrificio por los pecados del mundo (He. 9,14), y
en base a la santificación de Él, los apóstoles podían ser santificados en la esfera de esa verdad para
predicarla al mundo.
La oración de nuestro Señor por los apóstoles es, por eso, una petición triple: a saber, que ellos fueran
guardados en unidad, que fueran guardados del mundo y del diablo, y que fueran consagrados y equipados
para el servicio evangélico.
Él se dedicó por completo a la empresa, y todas las partes del mismo, en especial la que ahora estaba
pasando sobre el ofrecimiento de sí mismo sin mancha a Dios, por el Espíritu eterno .Él, como el sacerdote y
el altar, se santificó como el sacrificio. Cuando él dijo: Padre, glorifica tu nombre, Padre, hágase tu voluntad,
Padre, encomiendo mi espíritu en tus manos, él pagó por la satisfacción que se había comprometido a hacer,
y así se santificó. Esto le suplica a su Padre, por su intercesión se hace en la virtud de su satisfacción, por
su propia sangre, entró al Lugar Santísimo (He 9,12), como el sumo sacerdote, el día de la expiación, roció el
sangre del sacrificio, al mismo tiempo que se quemaba incienso dentro del velo, (Lev.16, 12.14).
El diseño de Cristo de la amabilidad a sus discípulos en este documento, sino que es por su bien, que ellos
sean santificados, es decir, que sean mártires, de modo alguno. "Yo me sacrifico, para que puedan ser
sacrificados para la gloria de Dios y la iglesia es bueno". Pablo habla de su se ofrece, Flp. 2,17; 2 Tim. 4,6. Lo
que hay en la muerte de los santos que es precioso a los ojos del Señor , es debido a la muerte del Señor
Jesús. Pero prefiero tomarlo más en general, para que sean santos y ministros, debidamente calificados y
aceptados por Dios.
La verdad del ministerio es la compra de la sangre de Cristo, y uno de los frutos benditos de su satisfacción,
y debe su virtud y valor a los méritos de Cristo. Los sacerdotes bajo la ley fueron consagrados con la sangre
de toros y cabras, pero los ministros del Evangelio con la sangre de Jesús.
La verdadera santidad de todos los buenos cristianos es el fruto de la muerte de Cristo, por el cual se adquirió el
don del Espíritu Santo, que se entregó por su Iglesia, para santificarla, Ef. 5,25-26. Y el que diseñó el final diseñado
también los medios, para que ellos sean santificados en la verdad, la verdad que Cristo vino al mundo para dar
testimonio y murió para confirmar. La palabra de la verdad recibe su virtud santificadora y el poder de la muerte de
Cristo. Algunos lo lea, para que sean santificados en la verdad, esto es, en verdad, porque así como Dios debe ser
servido, por lo que, para ello, debemos ser santificados, en el espíritu y en verdad. Y Cristo ha orado, para todos los
que son suyos, porque esta es su voluntad, incluso su santificación, que anima a orar por ella.
La noción bíblica sobre la verdad implica una conformidad entre la acción y la realidad. Por eso se insiste no sólo en
“decir” la verdad, sino sobre todo en obrar la verdad (1 Jn 1,6). Es veraz, ante todo, quien obra según corresponde,
quien “camina en la verdad del Señor” (Sal 86,11), con ello se alude a su conducta, que mantiene firme la fidelidad a
su alianza: “Verdad y justicia, las obras de sus manos, leales todas sus ordenanzas” (Sal 111,7).
La verdad del Dios de Israel no está en un orden puramente racional, sino que se muestra siempre acompañada de su
amor que actúa bondadosamente. Y por eso es frecuente que los salmos celebren el amor y verdad de Dios, es decir,
su amor fiel y constante hacia los hombres.
Esa Verdad transforma la vida de las personas, haciendo que los creyentes participen de la Sabiduría de Dios y vivan
de acuerdo a ella, siendo así santificados en la verdad.
La santidad consiste en una vida según el amor fiel de Dios, lo más verdadero que podemos aspirar para nuestra
existencia. Para lograr esta santidad es necesario vivir lo dicho en Jn 15,1-17, en la que se presenta la unidad como
55
norma para la caminar en la santidad. El texto desarrolla cuatro unidades: Un primer desarrollo de la imagen
aplicada a
Cristo como vid y al Padre como labrador con una invitación a permanecer (15,1-4); un segundo desarrollo con la idea
de Cristo vid y los discípulos los sarmientos y poniendo de relieve la necesidad del permanecer (15,5-8); una
especificación sobre el amor como forma de fructificación remontándose al amor del Padre y de Cristo (15,9-11);
finalmente la reiteración del mandamiento nuevo (15,12-17).
Esta unidad en el amor, lleva a vivir una realidad nueva, estar en el mundo pero como sacados del mundo, creyentes,
gloria de Jesús y propiedad de Jesús. Lo que hace un camino de santidad:
a. Estar en el mundo sin ser del mundo: Jn 17,6 nos formula a los discípulos como un don que son tomados del
mundo y le ha dado a conocer a Dios: “He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado
tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra”. El verso empieza con
una nueva síntesis del ministerio de Jesús como manifestación del Nombre del Padre. En este sentido la
expresión “He manifestado tu Nombre” es paralela a la de 17,4: “Yo te he glorificado sobre la tierra”. Cristo
ha manifestado al Padre como Dios amor, que quiere la salvación del mundo y para ello ha enviado a su Hijo
(Jn 3,16-17). Los beneficiarios de esta manifestación son los discípulos; aquí se presentan como sacados del
mundo, propiedad del Padre y dados a Jesús. El mundo del que han sido sacados los discípulos es el mundo de
la incredulidad, del odio, de las tinieblas y de la oscuridad de la edad en que no ha aparecido la luz del
Mesías. Los discípulos eran del Padre porque el Padre les había otorgado la gracia de la fe. Ellos son de
Cristo y han guardado la Palabra del Padre.
b. Fe en Cristo: Jn 17,7-8 hace la descripción de los discípulos: “Ahora ya saben que todo lo que me has dado
viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han
reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado”. La fe en un proceso de
conocer, aceptar, reconocer. Los discípulos han reconocido en Jesús al enviado del Padre y al revelador del
Padre. Por ello Él les ha comunicado las palabras del Padre. Todo el objetivo de la misión cristiana será
invitar al mundo a esta fe (Jn 17,21.23).
c. Acoger la Palabra de Dios: La acción de santificar o consagrar significa que el Padre haga suyos a los
discípulos uniéndolos a sí y acercándolos. Eso es lo que significa el término “santificar” en el AT (Ex 29,1ss;
Lev 8,1ss). La santificación que Cristo pide es “en la verdad”. Jesús nos dice a continuación: “Tu Palabra es la
verdad”. En consecuencia se trata de una santificación mediante la revelación acogida en fe y mediante la
consagración del amor.
d. Vivir limpio del pecado: En Jn 15,3 Jesús afirma que los discípulos están limpios gracias a la Palabra que les
ha comunicado. Esa Palabra, que es la verdad, es la revelación divina interiorizada mediante la acción del
Espíritu Santo.
e. Vivir la misión: El evangelista nos ofrece a continuación el envío de los discípulos: “Como tú me has enviado
al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17,18). Una vez más se nos indica que Cristo es el enviado
del Padre al mundo (3,16-17). La misión de los discípulos será continuar la misión de Cristo. Ellos son los
enviados de Cristo. La idea de la santificación lleva inmediatamente a la idea de la misión. Santificados por la
verdad, los discípulos son enviados al mundo. Naturalmente, el término “mundo” aquí es sinónimo de la
humanidad.
f. Ser ofrenda: A continuación Jesús hace ofrenda de sí mismo empleando también el término “santificar”: “Y
por ellos me santifico a mí mismo; para que ellos también sean santificados en la verdad” (Jn 17,19). Las
palabras “Por ellos me santifico a mí mismo” tienen un sentido claramente sacrificial. Tanto la expresión “por
ellos” como el mismo verbo “santificarse a sí mismo” implican esta ofrenda. De esta manera la Oración
Sacerdotal no es solo una petición en favor de los discípulos, sino una ofrenda sacrificial por ellos. Esta
finalidad es la que se explicita a continuación con las palabras “para que ellos también sean santificados en la
verdad”.
Los discípulos han entendido que todo lo que Jesús hizo y predicó, lo efectuó en el nombre del Padre. Han aceptado
las palabras de Cristo; han creído que Jesús había salido de Dios y que no actuó en su propio nombre. Fe en
Jesucristo es, entonces, creer que detrás de Él está el Padre: Jesús es la revelación del carácter, de la
misericordia y de la santidad del Padre. Ahora (en el v.9), Jesús ruega exclusivamente por los suyos, no lo hace por
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el mundo hostil hacia Dios y su Hijo. Suplica al Padre que los proteja y guarde. Más adelante el ruego de Jesús se
extenderá también por otros, es decir, por aquellos que llegarán a creer en Él. La obra intercesora de Cristo se
dirige siempre en favor de los creyentes, para que éstos permanezcan fieles en la fe a Dios. Jesús ruega por ellos
con la plena confianza que el Padre responderá a su súplica, ya que "todo lo mío (de Jesús) es tuyo (del Padre), y lo
tuyo mío". El interés de Jesús (que los discípulos sean protegidos) es, entonces, también el interés del Padre.
Además, ellos por su fe, están glorificando a Jesús; por consiguiente, hay mayor razón para el Padre proteger a los
discípulos de Jesús; al encontrarse éstos en el mundo, necesitan de su protección. Jesús mismo ya salió del mundo.
Él está tan seguro de la consumación de su obra, que puede expresarse como si ya hubiera partido del mundo.
Dirigiéndose al Padre como `Padre santo', Jesús muestra que el único interés de su súplica es que el nombre del
Padre sea santificado y glorificado. La protección de los discípulos tiene como objetivo el que ellos muestren la
unidad como expresión de la unidad entre el Padre y Jesús.
Jesús ruega al Padre por la protección de los suyos, porque desde ahora no puede protegerlos con su presencia
física. Mientras estuvo en la tierra los salvaguardó, excepto a Judas, el hijo de perdición; pero ello no significa
negligencia ni impotencia por parte de Jesús, sino el cumplimiento de las Escrituras: uno de los suyos le traicionaría.
Jesús, por su retorno a la gloria, puede entregar a los suyos en las manos de su Padre. Jesús habla de esto a sus
discípulos para que no pierdan el gozo, sino que se llenen de él; pues el regreso, a pesar de lo que está a punto de
suceder, es nada más que un paso adelante a la unión futura y eterna con ellos.
Los discípulos necesitan la protección del Padre por el odio que han encontrado y van a encontrar en el mundo. No
son del mundo, como también Cristo no lo es. Son de Jesús, son del Padre, porque han creído que Jesús representa
al Padre. La protección que Jesús está suplicando no significa sacarlos del mundo, al contrario, deben penetrar en él
con la palabra de Cristo. El sentido de este cuidado de parte del Padre es guardarlos del mal para que no sucumban
bajo los ataques del príncipe de este mundo (Satanás) y pierdan su fe en Jesús como el Hijo de Dios (En Lucas
22,32 tenemos otro ejemplo de la intercesión de Cristo por los suyos, que apunta a la misma cosa). El único remedio
contra los ataques del mal es que Dios santifique a los discípulos en su verdad, que Él los aparte y afirme en las
fieles promesas de su palabra. La palabra de Dios es verdad. Al enviar a su Hijo Jesucristo, Dios ha mostrado su
fidelidad. De la misma manera que Jesús fue enviado para mostrar la fidelidad de Dios para con los suyos en el
sacrificio que tenía que llevar a cabo, así también Jesús envía ahora a los suyos a predicar la misericordia de Dios.
Tal como Jesús se había dedicado enteramente a su obra, de igual manera ellos debían dedicarse al ministerio de
anunciar al mundo el amor de Cristo.
Todo este caminar en la súplica de Jesús nos lleva a reflexionar sobre la visión de una espiritualidad de la santidad,
una vivencia en el espíritu de ser santos.
La petición de Jesús de consagrados en la verdad es una misión para los discípulos, ser capaces de dedicar toda su
vida para testimoniar sus convicciones respecto de Jesús y de Dios Padre. Jesús se santificó en la medida en que, en
su vida, fue revelando al Padre. Pide que sus discípulos entren en el mismo proceso de santificación. Su misión es la
misma que la de Jesús. Ellos se santifican en la misma medida en que, viviendo el amor, revelan a Jesús y al Padre.
Santificarse significa volverse humano, como lo fue Jesús.
Jesús fue tan humano, pero tan humano, como sólo Dios puede ser humano. Por esto debemos vivir en el mundo, sin
ser del mundo, pues el sistema deshumaniza la vida humana y la vuelve contraria a las intenciones del Creador.
La Santificación no significa perfección ni bondad. Tampoco es una cualidad moral, como popularmente se cree. En el
lenguaje bíblico significa separación, consagración; estar separado de lo profano y cercano a lo divino. En la medida
en que alguien o algo se aproximen a la sacralidad de lo trascendente, se los llama “santo.”
La unidad es otro concepto constante en Juan. Solo en Dios y por la gracia de Dios se puede lograr la unidad. La
unidad del Padre con el Hijo es la base para la unidad de los creyentes y las creyentes entre sí, como dice Jn 17,21:
“para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo
crea que tú me enviaste”.
Esta espiritualidad de la Santidad debe ser vivida desde la Espiritualidad de lo Cotidiano. Es una forma de vivir la
vida de cada día inmersos en Dios, conjugando dos ejes centrales:
1. La Interioridad
2. La Proyección Social

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Estamos llamados a: Ser signo y expresión del amor preventivo de Dios, en el afán por convertirnos en Buenos
Cristianos y Honrados Ciudadanos, asumiendo un proyecto de vida encaminado a Cristo, con una visión positiva de la
vida y de las metas que debían alcanzar.
La palabra santo, pues, sea sustantivo o adjetivo, no es en absoluto una palabra agradable. No es una palabra
engañosa. No; si la palabra existe, existe porque existe también una unión mística infinitamente profunda entre un
alma y Dios. La existencia misma de la palabra, por tanto, deriva de la existencia de esta íntima unión, posible y viva,
entre un alma y el Dios que la ha creado, que la mantiene en vida, y que es la fuente única de su santidad.
La Santidad no es un simple atributo entre tantos otros atributos. En realidad, la Santidad es generadora de todas
las virtudes. Ella constituye el conjunto de todas, o, mejor, cada virtud debe estar inspirada, animada por la
santidad, impregnada de santidad. Pues la santidad de cada ser no es otra cosa que una extensión, una continuación
ininterrumpida de la santidad del mismo Cristo. El discípulo lleva las mismas marcas distintivas de la santidad que
lleva su maestro; el discípulo lleva la impronta santidad del Maestro. Si un hombre es santo, es la santidad de Cristo
la que es santidad en él.
No se puede pasar por alto que la SANTIFICACIÓN ES: La obra del Espíritu Santo en la Iglesia, en virtud de la
cual el hombre, en todas las dimensiones de su existencia, se renueva y se hace reflejo e instrumento dócil de la
Voluntad Divina para su obra de salvación en el mundo. Proceso lento y vital que solamente al final de los tiempos
alcanzará su plenitud.
La santidad es un don personal de Dios, comunicación permanente de Dios Trino en fe y amor. Íntimamente presente
al hombre, se hace vida del hombre. Queda santificado hasta el cuerpo, no por un gesto ocasional que le marcara,
sino por la inhabitación del Espíritu, que lo convierte tal y como es, cuerpo y espíritu, en morada permanente y base
de su irradiación en el mundo (Cor 6,19). Es un don para irradiar, difundir, contagiar a toda la humanidad. La
santidad es un ministerio, una misión. El Espíritu transforma y santifica a una persona, a una comunidad, para
hacerlas instrumentos adecuados que lleven a cabo su obra de salvación en el mundo. Lo SANTO en el lenguaje
Bíblico designa una realidad compleja que toca el misterio de Dios, el culto y la moral, englobado y sobrepasando las
nociones de sacro y puro. La noción Bíblica se refiere a la fuente de la santidad, a su comunicación a los hombres por
la participación del Espíritu, y en el hombre a su irradiación vital ética. Incluyendo la separación de lo profano, la
pertenencia a Dios sobre todo por la participación de su santidad, y la resonancia moral en el hombre.
Como ayuda para caminar en la santidad, existe la Iglesia, existe para sostener, para avituallar continuamente a sus
fieles, para ayudarles a marchar por el camino recto, en la línea de la verdad, para ayudarles continuamente a
perfeccionarse a fin de que puedan realizar su destino: la perfección y la felicidad en Dios. Es esta misma verdad la
que anima los sacramentos. Y si, hablando de la Iglesia como de fuente e impulso de santificación para sus
miembros, se habla sobre todo de su vida sacramental y carismática, es porque en primer lugar sus miembros, por la
participación de los sacramentos, se hacen ellos mismos carismáticos, para convertirse después en comunicadores
de estos dones a otros. La Iglesia es arca de santidad.
De esta manera, los fieles se convierten en microcosmos de la que los ha engendrado. Y el día en que esto se realice
en la vida cotidiana de un hombre, se hará patente que uno de sus miembros se ha hecho capaz de sobrepasarse a sí
mismo, de sobrepasar su propia naturaleza humana y de triunfar del mal. En todas partes los fieles se hacen
potentes, optimistas, triunfantes vencedores. Se extiende entonces una sensación de triunfo, la convicción de la
victoria sobre el pecado. Este cristiano, como otro Cristo, subyuga al adversario de su alma. Los hombres ven
claramente que están en presencia de un ciudadano de otro mundo. Y detrás de cada una de estas victorias se
descubre la fuerza de la resurrección, que aniquila el mal.
Así, los pilares de Santidad:
*Esfuerzo personal
*Profunda amistad con Jesús
*Apertura hacia los demás y el sentido del pecado.
Para llevar a cabo la espiritualidad de la santidad debemos centrarnos en la verdadera significación de la santidad
con relación a la vida de Cristo; de Cristo, manantial de nuestra santificación en la vida cotidiana. Y, por esto mismo,
el presupuesto requerido es una aproximación existencial a la santidad. No basta, sin embargo, tener simplemente
en cuenta esta importancia única de la santidad, tan vital al fin y a la esencia de la Iglesia. Hace falta, además,

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poner en su punto las relaciones entre la santidad y la vida cotidiana. Debemos incluso alumbrar la oscuridad creada
por ciertos errores.
La Santidad puede comprenderse como un reflejo de lo que San Pablo describe en su frase tan densa “en Cristo”:
vivir en Cristo. De estas dos palabras brota una inmensidad de vida espiritual, de vida unida al Señor, ligada al
Señor. Es sufrir con El, morir con El, resucitar con El, y con El participar de la gloria celeste. De esta maneta los
fieles que viven en el Señor, que viven “en Cristo”, se hacen juntamente con El, coherederos de su Reino.
La Santidad, la vida en Cristo, implica dos operaciones, dos acciones simultáneas, pero separadas y distintas.
a. La primera operación: apartarse del mundo. Santo es aquel que ha abandonado el mundo, ha renunciado a
adherirse a los placeres de este mundo. Ha roto la alianza con los bienes de este siglo. Se ha hecho persona
aparte. Un ser fácilmente reconocible. Los cristianos de los primeros siglos se caracterizaban por este
hecho: que era fácil distinguirlos del mundo pagano.
Otro aspecto de esta primera operación de la santidad es la consagración. El Santo es un consagrado
perpetuamente al amor y al servicio de Cristo. Es un consagrado en forma de ofrenda. Es un ofrecido. En
toda cosa que se ofrece hay un elemento sagrado. El Santo se halla, por tanto, revestido de los mismos
rasgos que lo sagrado. Lo vemos claramente en el Sacramento del bautismo. Allí, el cristiano, renunciando a
este mundo, entra en un mundo radicalmente diferente. Recibe un nuevo derecho a ser súbdito de una nueva
ciudad. Su ser íntimo cambia de nacionalidad.
Otro aspecto aún de esta misma operación, es que con este nuevo derecho de ciudadanía el cristiano
pertenece en adelante a un nuevo Señor, y la señoría de este nuevo Señor es total. Se extiende a su cuerpo,
a su corazón, a su inteligencia, a toda su personalidad, a su espíritu, a todo su ser. Él tiene plena conciencia
de que a cada momento debe vivir con y para su nuevo Señor.
Esta realidad debe llevarse más profundamente en el que es consagrado ministro por el Orden Sacerdotal.
b. La segunda operación, la segunda acción: el Santo, al mismo tiempo que se disocia del mundo permanece en el
mundo, con el mundo... el mundo de los hombres, de estos hombres por cada uno de los cuales su Señor se ha
sacrificado. Ama a aquellos a quien su Señor ha amado. Se ha ofrecido a su Señor, y por este mismo hecho
se ofrece a los amados de su Señor.
La santidad no es, y no puede ser, un estado estático o monolítico. Somos miembros vivientes de Cristo
viviente. Somos miembros de un cuerpo orgánico, activo, en plena expansión y crecimiento.
El fiel no puede pretender jamás recorrer en un momento dado la etapa final de la carrera de su destino. Es
siempre un soldado en marcha que camina sin cesar hacia la perfección, paso a paso. Cada día se esfuerza
por avanzar en el largo sendero que le separa aún de su Señor Cristo. Cada día trata de acercarse más cerca
de la plenitud de su gracia, a fin de adquirirla, de poseer la gracia inconcebible, que es la gracia de Cristo, o
mejor, de llegar a estar poseído por ella. El proceso es, por tanto, largo. Se mide por decenas y decenas de
millares de pasos progresivos: adelante, siempre adelante. La noción de santidad, por tanto, excluye
rigurosamente toda idea de inmovilidad o de estancamiento.
Este estancamiento o el descenso en el camino a la santidad se da desde que los síntomas de complacencia se
manifiestan en un hombre, desde que la satisfacción de sí mismo, o el amor a sí mismo aparece, desde este
momento preciso comienza su descenso moral. Ciertamente, el ideal de la santidad no excluye retrocesos,
faltas, caídas incluso, puesto que todos estamos siempre en estado de guerra, puesto que nuestro combate
contra las tentaciones, las potestades de este mundo, es continuo.
Cristo, conocedor a fondo de la naturaleza humana y de su fragilidad, previendo los altos y bajos, sabiendo
los diversos estados a través de los cuales el hombre debería pasar antes de poder llegar a la santidad,
instituyó expresamente la penitencia. Por la penitencia podemos ganar de nuevo lo que hemos perdido.
La vocación a la Santidad se impone igualmente a todos sin distinciones. Cada uno, sea quien sea, en su campo
particular, en sus preocupaciones, debe encontrar el medio de crear en su vida un terreno propicio a la Santidad. Un
pequeño jardín interior, donde el sol sea favorable al crecimiento de la semilla de santidad que Dios ha plantado en
él. Sin este trabajo continuo, sin estos pequeños esfuerzos, sin este cultivo de todos los días de la semilla de la
santidad, ningún hombre alcanzará jamás el ideal de la santidad. La semilla, simplemente, no brotará jamás.
La respuesta de santidad se le puede y se le debe exigir a la Iglesia, pero no como condición de fe en Cristo. Aflora
constantemente la tentación de rechazar el don de Cristo por la infidelidad moral de los ministros o la vida
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desedificante de algunos cristianos. Jesús asegura su asistencia a la prestación de los servicios de salvación, aún
por medio de personas que no están a la altura moral de los dones divinos que administra. Esta garantía la da el
Señor, para poner su obra de salvación al alcance de todo el que le busca con sincero corazón y que nadie quede
defraudado por culpa de las mediaciones. La debilidad humana no desvirtúa el poder de Cristo. En cambio, para la
Iglesia misma, sus ministros y sus fieles, la fidelidad incondicional del Señor es una invitación apremiante a continua
conversión y purificación. Por sus proporciones masivas, aumenta la visibilidad, la fuerza expresiva. Mientras Jesús
no salió de Palestina, la Iglesia ha recorrido el mundo, ha penetrado en todo, se ha ofrecido a todas las miradas, y al
juicio de todo el mundo. Es una ventaja. Pero, por otra parte, pierde en claridad. Cristo era impecable, en su ser y en
la dedicación desinteresada a la causa de su Padre. La Iglesia lleva mezclas que ofuscan el intento central. Es así
como Jesús ha previsto, y a la que promete su Espíritu que asegura eficacia y perennidad.
La santidad no se concibe como un puro sentimiento místico e interior. La santidad no es hoy un lujo, sino un artículo
de primera necesidad. Todo lo que dice o se hace en el terreno de la fe necesita de la santidad vivida como de la sal
que lo condimenta y hace asimilable. El cristiano es sal de la tierra.
La santidad es visible. La Iglesia no es solamente celeste, es también actual. Debe vivir en el mundo, desplegar todas
las riquezas de su Santidad en el mundo, por todos los medios, culturales, artísticos, sociales, absolutamente todos.
Y en todos los lugares y por todos sus miembros, sea cual sea la clase social a la que ellos pertenecen. Puesto que el
manantial de toda santidad es Cristo, su Santidad se impone igualmente a todos: sacerdotes, pastores, laicos,
esposos y célibes. A todos igualmente y sin una sola excepción.
El testimonio de santidad es colectivo, de todos. Los hechos corroboran esta verdad. El esfuerzo aislado de una
persona se interpreta como buen temperamento, y en el mejor de los casos, como fruto de un espíritu particular.
Tiene que generalizarse, para que adquiera validez objetiva y revierta sobre los contenidos del testimonio. Si hay
unos contenidos que insistentemente producen generosidad, nos inclinamos a pensar que son los contenidos lo que
valen, no el simple carácter de la persona generosa.
Cuanto más crece la santidad en un cristiano, cuanto más se le revela el misterio de Cristo y este misterio se hace
aparente en él, tanto más la presencia santificante de Cristo se extiende en el mundo. Acordémonos de la extensión
universal de la llamada de las Bienaventuranzas. Acordémonos que es a todos a quienes Él ha dicho: “Sed perfectos!”.
A cada uno de nosotros, sin excepción, se dirige esta llamada: tú, por quien Yo me he ofrecido a la muerte, sé
perfecto! No te pido lo imposible, sino lo posible: ¡sé perfecto!
Todo cristiano está equipado con las gracias necesarias para esa aventura que llamamos santidad: vida nueva, perdón
de los pecados, inhabitación, virtudes teologales y morales, nuevas gracias según vayan pidiendo las circunstancias y
se disponga a recibirlas. No se pueden malograr esos talentos, puestos por Dios, con la intención expresa de dar
fruto en abundancia. El llamamiento es en fin y sobre todo amor. El amor que Dios ha tenido y tiene a cada uno de
los cristianos (y en otro sentido, a todos los hombres), es el llamamiento más eficaz y real a santidad. Sale de todas
las categorías de obligación o deber, y por más vueltas que le dé, el hombre no tiene más que una respuesta: amar y
servir con todo el corazón y con toda la existencia. "La caridad de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14): se entregó por
mí, dio a su Hijo por mí, Cristo ha muerto por cada uno de los hombres.
Mientras no se empiece por el llamamiento del amor y su correspondencia, el recuerdo de la obligación no tendrá
fuerza para mover a dar pasos concretos y decisivos. Sucede que el amor de dios, de Cristo al hombre, éste lo toma
en general; Dios ama a todos los hombres, ha hecho maravillas por ellos y para ellos; no llega a la interpretación
personal: por mí y para mí, que sería enfrentarse directamente con la conversión radical y con el amor.
Si la santidad es personal, hay tantas formas y medidas de santidad como personas, tendemos injustamente a
identificar al santo con el santo canonizado. La canonización exige un nivel objetivo, una fuerza de modelo, un
equilibrio humano, que no son estrictamente necesarios para ser santo. Aparte de que la canonización es un hecho
contingente, que depende en gran parte de circunstancias externas.
En sus varias formas y medidas, la santidad de cada uno es necesaria, no para hacer número, sino para funciones en
que cada uno es insustituible. Si cumple esa función y responde al don, es santo, sin necesidad de compararse con
otros.
Los santos existen para cumplir una misión y llevar a plenitud una gracia personal determinada. Quien lo realiza es
santo, aunque lo sea en medida diferente de otro con otra gracia y otra misión.
La santidad, pues, constituye una realidad histórica y existencial.
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Según la Sagrada Escritura, el hombre, creado a la imagen de Dios, asistido por el Espíritu Santo, nutrido de la vida
carismática y sacramental de la Iglesia, posee todas las capacidades necesarias para poder hallar de nuevo su
estado de antes de la caída. Esta sublime aspiración, que tiende hacia una semejanza moral con la naturaleza divina,
consiste en elevar toda la personalidad del hombre a una escala sobrenatural.
El sacerdote debe preocuparse en su ministerio, sin descuidar los demás aspectos de su ministerio, por la Liturgia y
la Pastoral litúrgica, pues hay un estrecho ligamen entre Santidad y Liturgia.
La Liturgia nos conduce a la espiritualidad; y recíprocamente, la espiritualidad nos reconduce a la liturgia. Nuestra
liturgia no sólo abarca los tesoros y las riquezas de la oración, sino ella ha preservado también en una forma poética
y dramática, la suma de todas nuestras doctrinas. Encontramos en ella un caudal de ayudas que vigorizan nuestros
esfuerzos espirituales, que reactivan constantemente nuestro deseo de perfeccionamiento, y nos impulsan hacia
esta misma perfección que Cristo desea ver en nosotros. Es EN la liturgia, y CON la liturgia, y POR la liturgia, por lo
que la piedad crece y se enraíza. Es allí donde profesamos nuestra fe. Allí se hace visible la fisonomía de nuestra
espiritualidad y se manifiesta nuestra aspiración hacia Dios tres veces Santo, este Dios que se ha hecho hombre, ha
muerto y ha resucitado para dar Su Santidad a los hombres.
Esta conjunción da prioridad a diversos elementos, tales como:
1. Arrepentirse es la acción del hijo pródigo, el retorno al Padre. Sin la posibilidad de la penitencia estaríamos
todos perdidos, completamente todos. Ella, pese a cuantos pecados podamos haber cometido, nos permite
gozar de una nueva reconciliación con nuestro Padre. Por medio de ella, la unidad rota vuelve a
restablecerse. En ella la filiación, en algún modo destruido, se reconstruye. Encontramos otra vez nuestra
verdadera dignidad, nuestra distinción profunda y maravillosa.
2. Alegría: Como expresión externa de la felicidad que experimentamos al sentirnos bien con Dios, con los
demás y con nosotros.
3. Amistad: Como entrega de la propia persona y acogida incondicional del otro.
4. Vida de cada día: Como el lugar más adecuado que Dios nos ofrece para encontrarnos en él, y de esta
manera crecer y realizarnos como personas.
5. Iglesia-Comunidad: De todos los que viven según el estilo de Jesús, y la hacen realidad siendo miembros
activos y responsables.
6. Devotos de la Virgen María: La mujer llena de vida, primera creyente, que colabora con Cristo en la obra
de la salvación, nos anima y auxilia como nuestra Buena Madre y Maestra.
La espiritualidad de la Santidad se realiza dentro de una espiritualidad en el mundo. La espiritualidad seglar
representa eminentemente el realismo de la existencia cristiana. La comunión con Dios se vive en todo el espesor y
la concreción de la vida terrestre; proceso de santificación y tarea de salvación tienen lugar en el curso y en las
estructuras de la historia temporal. Todas las urgencias, y preocupaciones, alegrías, de la vida humana se hacen
portadoras de vida divina. El estado o condición de vida cristiana seglar goza de solidez en su perfil humano y en los
componentes propiamente teológicos. Hoy no ofrece dificultad ninguna su valoración espiritual, pues la teología nos
ha sensibilizado para percibir con fuerza inusitada sus aspectos positivos. Está sirviendo de semillero. Algunos de
los valores eclesiales recientemente reactivados son vividos con mayor fuerza por la espiritualidad seglar, y de ahí
pasan a los otros dos estados en diferentes dosis. Goza de una especie de prioridad en la Iglesia, como sucedió en
otro tiempo con los religiosos y sacerdotes.
La vida cristiana seglar se realiza y caracteriza por su relación directa con el Evangelio y el Cuerpo místico. De ellos
despliega con particular eficacia algunas formas de existencia y de misión.
El cristiano toma su obra en el mundo como tarea de gracia. Esa actitud implica una convicción, y es que el mundo
está ya consagrado por Dios. Al orientar, desarrollar, rectificar los valores de la historia, sabe que está colaborando
con la gracia de la creación y de la redención.
Si queremos que la vida espiritual sea efectivamente el Evangelio al alcance de todos, tenemos que proponer formas
asequibles, sencillas, independientes de cultura refinada, ciencia teológica, interiorización psicológica. Y esa forma
de espiritualidad cristiana popular existe de hecho. No por derivación o necesidad lógica, sino por el don del Espíritu
tanto, que da en ella uno de los dones más preciosos a su Iglesia.

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”Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”, son para todo el pueblo de Dios y así como una diminuta
aguja afecta un neumático y lo hace imperfecto, los pecados veniales afectan la virtuosidad y la búsqueda de la
perfección.
Quien no avanza en el camino de la santidad, retrocede; Quien no se esfuerza por adelantar o quien se estanca,
estará mostrando que no tiene vitalidad espiritual sino todo lo contrario.

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL


Jesús vivió en el mundo, pero no era del mundo. Vivió en el sistema sin seguir el sistema, y por esto fue perseguido y
condenado a muerte. ¿Yo? ¿Vivo hoy como Jesús lo hizo en su tiempo, o adapto mi fe al sistema?

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
8º ENCUENTRO: Cristo unificador, sacerdote creador de comunidad (Jn 17, 11.21-23)
Jn 17,17-26 forma una digna conclusión de la más admirable plegaria que Jesucristo hizo a favor de sus discípulos,
tres importantísimas peticiones:
1. Que su pueblo fuera santificado.
2. Que su pueblo viviera en unión, formando una unidad. "Para que todos ellos sean uno," etc.
3. Que su pueblo estuviera al fin con Él y contemplara su gloria. "Aquellos que me has dado," dijo, "quiero que
donde yo estoy ellos estén también conmigo."
Ya en Jn 17,10 Jesús afirma la inseparable unidad de su conocimiento, voluntad y acción con el Padre. Las palabras
incluyen absolutamente todo, y aseveran la absoluta comunidad de todas las cosas con el Padre y los discípulos son
calificados por Jesús como don del Padre dados a Él, por tanto propiedad del Padre. Ante la realidad de la misión
que se les encomienda, Jesús los hace beneficiarios de la oración a los discípulos y no al mundo: “Por ellos ruego; no
ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos” (17,9). El mundo no se excluye del propósito
redentor (cf. 3,16; 17,21.23), pero en este momento Jesús se concentra en la petición en favor de sus discípulos.
Estos llevarán después su mensaje al mundo.
El verso: “Y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10) indica la comunión de ser y de vida entre el Padre y
el Hijo. Son fórmulas preciosas para expresar la fe del evangelista en la divinidad de Jesús. La expresión “He sido
glorificado en ellos” define a los discípulos como lugar en que se revela la gloria de Jesús.
En Jn 17,11b-16 se distinguen dos peticiones estrechamente unidas entre sí: petición de la unidad (Jn 17,11b-13) y
petición de la liberación del Maligno (Jn 17,15-16).
La transición entre una y otra se hace a través de formulaciones que contienen síntesis del ministerio de Jesús (Jn
17,12.14).
– Petición de la unidad (17,11b-13). La primera petición es la siguiente: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que
me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11b). La petición “cuida en tu Nombre a los que me has
dado”. El objeto de la petición es la unidad entre los discípulos, una unidad que sea reflejo y revelación de la
unidad del Padre y del Hijo (“Uno como nosotros”). Jn 17,21 dice: “Uno en nosotros”. La expresión “que sean uno”
significa que sean uno por la fe y el amor; que sean uno en el Padre y en el Hijo; que como el Padre y el Hijo son
uno totalmente por el ser y el amor, así los discípulos sean totalmente uno por el amor.
Unido a ello está la petición de unidad para los futuros creyentes (Jn 17,20-23). El horizonte se abre y los
destinatarios de la oración de Jesús se amplían abarcando a todos los futuros creyentes para el testimonio (Jn
17,20-21). Es importante constatar la fuerza que Jesús concede a la palabra evangelizadora de los apóstoles.
Como en Jn 17,11 la oración en favor de los discípulos se centraba en la petición de la unidad, así también la
oración por los futuros creyentes se centra en la petición de la unidad: “Para que todos sean uno. Como tú, Padre,
en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn
17,21). Las formulaciones son todavía más profundas que en Jn 17,11. La unidad que aquí se pide es a semejanza
de la que existe entre el Padre y el Hijo. La expresión “Padre” que aquí encontramos de nuevo da énfasis a la
petición. Asimismo la expresión “ser uno en nosotros” remite al Padre y al Hijo como la fuente de la comunión y
de la unidad entre los creyentes. Un nuevo dato se añade aquí a esta petición de unidad. Es la finalidad “para que
el mundo crea que tú me has enviado”. La unidad es un testimonio de credibilidad en favor de que Jesús ha sido
enviado por el Padre (Jn 17,23).
La descripción de la unidad que Cristo pide para sus discípulos prosigue así: “Yo en ellos y tú en mí para que sean
perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a
mí” (Jn 17,23). La formulación va aquí en progresión: “Yo en ellos y tú en mí”. El verbo “ser uno» aparece
acompañado de un adverbio: “perfectamente”, que es una llamada a una unidad cada vez mayor. Aparece de nuevo
la finalidad (la fe del mundo en Cristo), en este caso con el verbo “conocer”. Un elemento nuevo aparece
ampliando el campo del conocimiento que se pide: “Y que los has amado a ellos como me has amado a mí”. El amor
de Cristo y el amor del Padre a los discípulos forman una sola cosa (Jn 14,21). El mundo debe abrirse al
conocimiento del amor del Padre: un amor que tiene como fuente y modelo el amor del Padre al Hijo. También aquí
es posible que, al hablar del amor, el evangelista tenga presente al Espíritu Santo, aunque no lo explicite porque
su donación será después de Pascua.
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Con este testimonio, por la vivencia de unidad, daban los discípulos, verdadero reconocimiento de la divinidad de
Jesús y su envío por parte del Padre, glorifican al Hijo. En Jn 17,11 a Jesús ha ofrecido una visión de su estado
interior, concluyendo la presentación de los discípulos: “Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el
mundo, y yo voy a ti” (Jn 17,11a). Los discípulos van a seguir en el mundo, en cambio Jesús va al Padre. Esta
expresión “Voy a ti” expresa la dirección hacia el Padre que hay en toda la segunda parte del evangelio (Jn 13,2;
14,1-3; 16,17) y viviendo la unidad dan testimonio de ello.
Este sentirse propiedad del Padre formula la unidad existente entre Jesús y el Padre y la que debe haber entre
los discípulos y Dios, y entre los discípulos mismos y todos los creyentes. Este es el deseo de Jesús que Jn 17,11
presenta: “sean uno”, así como es Dios; "Ruego... por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que
sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros" (17,20-21).
Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo son tres personas, pero son uno en comunión, en propósito y en
todo aspecto de la obra, y esta unidad era el modelo perfecto para los apóstoles, y lo es para todos los discípulos.
La única manera de mantener esta unidad es por medio de permanecer en la esfera de la verdad y la comunión
con Dios. Mantenemos esta unión con Dios por medio de seguir oyendo, enseñando y practicando las palabras que
el Padre dio al Hijo y que el Hijo y el Espíritu Santo dieron a los apóstoles (17,8.14.20; Hch. 15,7; Rom. 10,17; 1
Cor. 2,9-14; 2 Tim. 3,16-17).
En estas suplicas encontramos dos aspectos para tenerse en cuenta: Unidad de los discípulos con Dios y su
propósito, que se realiza por medio de la escucha y predicación de la palabra, y la unidad entre los discípulos
como comunidad.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están perfectamente unidos en el mismo propósito en la misma obra (Jn
8,19; 14,7 (los que conocieron a Cristo conocieron al Padre); Jn 12,45; 14,9 (los que vieron a Cristo vieron al
Padre); Jn 12,44 (los que creyeron en Cristo creyeron en el Padre); Jn 14,21-24 (los que aman a Cristo aman al
Padre); Jn 13,20 (los que reciben a Cristo reciben al Padre); Jn 5,23 (los que honran a Cristo honran al Padre); Jn
15,23 (los que rechazan a Cristo rechazan al Padre)). Jesús ruega para que los discípulos sean uno en el Padre y
en el Hijo. Muchos grupos están unidos entre sí, y se jactan de esa "unidad", pero la oración de Jesús no tiene
que ver solo con la unidad de religiones humanas, también va dirigida a una unidad de propósito con Dios.
El ser uno en el Padre y en el Hijo requiere la sumisión a la enseñanza de Cristo y los apóstoles que está
registrada en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir, no solamente la enseñanza acerca de Cristo
mismo en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sino también la enseñanza y el ejemplo de los apóstoles en Hechos de los
Apóstoles y en las epístolas y en el Apocalipsis (1 Cor. 2,11-13; 2 Pe. 3,1; 1 Jn. 4,6). Los que se apartan de la
verdad se apartan de Dios y también de los discípulos fieles. Cuando los discípulos de Cristo se extravían y no
perseveran en la doctrina de Cristo (2 Jn. 9), se alejan de Dios, e ineludiblemente se alejan los unos de los otros
y, al hacerlo, ya no promueven la causa de Cristo, sino sus propias ideas o causas o intereses.
Por ello, Pablo explica cómo evitar y cómo corregir la división: "cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis
de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios" (1 Tes. 2,13);
"que habléis todos una misma cosa" (1 Cor. 1,10); "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la
paz; un cuerpo, y un Espíritu ... una misma esperanza ... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre" (Ef. 4,3-
6).
Cristo no oró solo por la unión de las muchas denominaciones que pudieran surgir, porque son iglesias
establecidas por los hombres, aunque sí tiene que ver con la necesidad de unidad entre los miembros. Esas
denominaciones son humanas en todo sentido: en nombre, en organización, en doctrina, en culto y en propósito
(obra). En realidad los fundadores y proponentes de tales iglesias ni siquiera buscan la unidad. No creen que sea
posible ni deseable. Cada religión defiende su derecho de existir y de trabajar para su crecimiento. No creen
que la doctrina sea la base de la unidad, y creen que su organización eclesiástica es cosa insignificante. En cuanto
al culto creen que hay completa flexibilidad y libertad, pues todo grupo simplemente hace lo que agrade a sus
feligreses y lo que les pueda ayudar a ganar más miembros.
– La donación de la gloria para la unidad (Jn 17,22). La unidad que Cristo pide para los discípulos aparece a
continuación como fruto de la acción salvadora de Jesús: “Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean
uno como nosotros somos uno” (Jn 17,22). El Padre ha dado a Cristo la gloria, primero en la comunicación eterna
de la divinidad, y después como Verbo encarnado en la capacidad de salvar a la humanidad y de concederles la
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vida eterna. Cristo da la “gloria” a sus discípulos en cuanto les envía a proseguir su misión y les capacita con el
don del Espíritu Santo.
En efecto, probablemente el evangelista con el término “gloria” alude también discretamente al don del Espíritu
Santo. El empleo del pasado (“les he dado la gloria”) con fuerza también de futuro es frecuente en esta Oración
Sacerdotal. La finalidad de esta donación de la gloria es también “que sean uno como nosotros somos uno”.
La gloria que me diste (Jn 17,22; 1,14), yo les he dado (Jn 1,12; 1 Jn. 3,1), para que sean uno, (unidos en una
familia, Ef. 2,19) así como nosotros somos uno. Presenta que la oración va dirigida al elemento unificador y del
cual deben preocuparse: estar unidos los discípulos a Dios y su propósito. Ello no excluye la unidad entre sí de los
discípulos.
La gloria de la cual Jesús habla en este texto es la unidad de los discípulos, los unos con los otros en el Padre y el
Hijo, por medio de la perfecta revelación del Padre por Cristo. Para enfatizar la unidad de los cristianos Pablo
habla de la iglesia como el cuerpo de Cristo ("son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo", 1 Cor. 12,20).
Cristo ha dado la gloria que El recibió del Padre a su iglesia, pues "amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni
cosa semejante (Ef. 5,25-27).
Por medio de las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, la iglesia tiene comunión con el Padre y con el Hijo (1 Jn.
1,1-4, 7), y se hace participante de la naturaleza divina: "Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere
a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por
medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais
partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia." (2 Pe. 1,3-
4).
En consecuencia de esta naturaleza gloriosa, la iglesia fiel y unida es el reflejo de Dios. Pablo predicó el evangelio
de Cristo "para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en
los cielos, mediante la Iglesia…" (Ef. 3,10).
Toda esta realidad gloriosa debe ser testimoniada, Jn 17,23 dice: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a
mí me has amado.”
Pablo va a pedirle a los cristianos que esta unidad se viva “en el vínculo de la paz" (Ef. 4,3). ¿Por qué? Para que el
mundo conozca que Dios envió a Cristo para salvarnos, y que en verdad Dios los ha amado (Jn 3,16). Si la unidad
produce este fruto precioso, ¿qué fruto lleva la división?
La unidad de la iglesia le da mucha influencia y fuerza para convertir al mundo. Sin lugar a dudas, las muchas
divisiones de la iglesia son el obstáculo más grande en la obra del Señor.
Aparte de las divisiones causadas por el error doctrinal, también las divisiones a causa de la carnalidad de los
miembros (1 Cor. 3,1-4), las obras de la carne (Gál. 5,19-21) destruyen la unidad de la iglesia y a la iglesia misma,
por ello; San Pablo dice: "acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican
tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gal 5,21). La unidad es uno de los temas dominantes de las cartas de
San Pablo (Cf. Rom. 12,16; 1 Cor. 12; Ef. 2,16; Flp. 1,27; 2,1-4). Lucas describe la unidad que existió entre los
apóstoles y otros discípulos (Hch 1,14; 2,1.46; 4,32).
Para promover la unidad es necesario que todo cristiano practique las exhortaciones en cuanto a la relación
correcta los unos con los otros (Jn 13,34-35; Rom. 12,10; 1 Cor. 12,25; Gál. 5:13-15.26; 6,2; Ef. 4,2.32; 1 Tes. 5,11;
He. 10,24; Sant. 4,11; 5,9.16).
Esta relación va a nacer de una espiritualidad de comunidad, entre los seres humanos, entre los cristianos, y de
estos con la naturaleza, con la creación entera.
Cuando se habla de espiritualidad, la tendencia habitual moderna es de suponer que se trata de una cualidad
específicamente humana. Sin embargo, es posible entender la espiritualidad en un sentido mucho más amplio, como
atributo esencial de todos los seres en el Universo, desde un átomo a un alerce o a una galaxia.
El “espíritu” de una persona es lo más hondo de su ser: sus motivaciones últimas, su ideal, su pasión; la mística, la
fuerza y el fin que le mueve, por el que vive y lucha y con el cual contagia a los demás.

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La “espiritualidad” viene de ‘espíritu’, que en la Biblia significa vida, fuerza, energía. La espiritualidad es la
motivación que impregna los proyectos y compromisos de vida; es la fuerza, la energía y la motivación que empapa e
inspira el compromiso diario.
Cuando preguntamos ¿qué espiritualidad tenemos?, podríamos preguntar qué espíritu nos mueve. O cuando
afirmamos que una persona es de mucha espiritualidad, podríamos significar lo mismo diciendo que muestra tener
mucho espíritu.
En resumen, el espíritu o la espiritualidad de una persona, comunidad o pueblo es: su motivación de vida, la
inspiración de su actividad, su causa. Cuanto más conscientemente vive y actúa una persona, cuanto más cultiva sus
valores, su ideal, su mística, sus opciones profundas, más espiritualidad tiene. Su espiritualidad será la medida de su
propia humanidad. Una espiritualidad que exprese un reconocimiento, de un asumir, de un valorar un más allá del
“mundo para el ser humano”, cabe mirar los “radicales” señalados: devoción, ascetismo, bondad, conocimiento,
servicio, experiencia mística cristiana, eclesial y sacerdotal.
Para el mundo moderno en general, esta idea parece extraña: un supuesto más o menos universal de nuestra cultura
es que sólo los humanos tenemos conciencia y sentir, y por ende espiritualidad. Esta percepción refleja el dualismo
que heredamos de algunas vertientes de la tradición intelectual occidental.
Hoy Espíritu es un término utilizado para denominar a la conciencia, al ámbito de la cultura humanista, al desarrollo
“objetivo” de la moral, el derecho, la normatividad, a lo “sutil” que permite las formas, la vida, la conciencia, a los
seres supra sensibles, a Dios. La espiritualidad, presunta pareja femenina del espíritu, más estrictamente ligada que
él al ser humano, más visible, de menos status ontológico en una cultura patriarcal, discurre por diversos
significados, es asimilable a distintos tipos de personas y actividades grupales. Veamos algunos, en una descripción
asistemática, ejemplificadora, de grandes bocetos.
Una señora va diariamente a misa y coopera en el desarrollo de la ceremonia. Reza en su casa. Escucha audiciones de
inspiración en su fe religiosa. En el esbozo se empieza a configurar una dimensión, una percepción, un radical de la
espiritualidad, la devoción.
Una joven irradia dulzura. Es toda buena voluntad en torno a las necesidades de los demás. Se dice de ella que nunca
habla mal de nadie, que siempre está pronta a ayudar, a socorrer a quien lo necesita. Alguien le da el apelativo de
“santa”.
Un grupo se reúne en torno a un maestro. Se nutren de nociones sobre seres suprasensibles. Participan de la
convicción de que tienen un tipo de conocimiento metafísico que les ha sido revelado a unos pocos. Por ahí una
pincelada orientada a la espiritualidad entendida como un saber oculto, “esotérico”.
Un joven se desentiende de los deportes, de la vida social, de la televisión, se concentra en leer filosofía, religión,
historia, parece separarse de lo material, de lo contingente. Apuntamos hacia la espiritualidad vista como ascetismo
humanista.
Una persona tiene una vivencia especial, de encuentro con Dios, de descubrimiento del amor universal, de llamado a
cambiar su vida. Es la experiencia mística, guiando, constituyendo la espiritualidad.
Un conjunto de personas trabajan en una población de extrema pobreza, desinteresados, voluntarios,
comprometidos con la tarea. Los informa una dimensión de la espiritualidad, el espíritu de servicio.
Devoción, conocimiento, ascetismo, mística, bondad, servicio, son iguales y diversos. Los asemeja, desde luego, la
separación con lo que es el sentido común en una cultura secular, hedonista, pragmática. En diversos grados, en una
especie de escala que tiene su cúspide en la experiencia mística, se puede decir que en todas estas instancias se
percibe la cercanía de “lo otro”, lo inefable, lo que sostiene la realidad diaria, consensual.
Cosechando lo común de estas miradas una primera, noción de espiritualidad, apunta a esa relación con lo “otro”, lo
trascendente, en que se da una intencionalidad de reconocimiento, de actualización, de promoción, de mejoramiento
de lo que es de “aquí” a partir de esta acogida a vivencias o prácticas más evolucionadas.
Otro elemento importante en esas directrices de la espiritualidad es que en todas prima la certidumbre sobre la
incertidumbre. El místico vive, sin resistencias, el éxtasis de la revelación. Los devotos hacen su práctica como
parte de las “creencias”, los ritos están “incorporados”, hechos cuerpo, asimilados. Herméticos, teólogos, seguidores
de éste o de aquel, “saben”, tiene verdades que van acrecentando, con el estudio guiado o personal. En el servicio se
está, con la seguridad de que ello corresponde a las convicciones asumidas, es espiritualidad en acción.

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Nos constituye y nos rodea la actualización, lo tangible, los mensajes a nuestros sentidos y los gérmenes de
nuestras representaciones. Es más o menos próximo, el cuerpo, el mundo, la substancia, lo concreto. En un momento
dado empezamos, nosotros, los niños, la humanidad en su evolución, a experienciar una carencia, a sentir el hervor de
una pregunta. Lo visible, lo manipulable, lo que está aquí, no parece poder responder por sí mismo de su existencia;
dentro de sus límites, la exterioridad llama a intuir o fantasear una interioridad, la presencia a una autoría, los
efectos a una o más causas. Surge, ubicua, confusa, múltiple, la opción del espíritu.
Como ocurre con la ideas fuerzas de amor, de paz, de libertad, hay una sola palabra para diversos conceptos, para
distintos contenidos.
De esta manera, se tiene, al menos, dos grandes desafíos en este nuevo milenio: uno, reconciliar nuestro ser
material con el ser espiritual y dos, reconciliar las necesidades individuales con las necesidades colectivas. Al
primero le llamaré “la reconciliación entre lo material y la espiritualidad”, y al segundo “la reconciliación entre yo y el
otro”.
Debido a que no hemos reconciliado estas dos dimensiones de la vida humana, nos encontramos en guerra, exclusión
social, sufrimiento, desilusión, ira, incapacidad de avanzar, y muchos otros males.
Cada vez más vivimos en una sociedad globalizada. Nosotros vemos más sus resultados e influencias, de lo que
entendemos sus aspectos más transcendentales. Así es como sabemos que estamos globalizando a nuestras
economías mientras que también nos damos cuenta que no se están globalizando las sociedades, los pueblos. Esto es
el resultado de una fuerza exagerada que ejercitan la economía y las finanzas sobre otras dimensiones de la
globalización, como son, por ejemplo, las dimensiones ambientales, políticas, sociales, culturales, institucionales,
humanas, y espirituales.
La globalización decidió partir como resultado de los incentivos económicos y financieros; y aún los aspectos
culturales, por sólo mencionar un ejemplo, se integran en torno a esos incentivos económicos, y no a los culturales
propiamente tal. Como resultado, hemos entrado en un proceso en que hay culturas muy dominantes que hacen
desaparecer lenguajes, pueblos, patrones culturales, sabiduría autóctona y diversidad, a todo nivel. Un mundo que se
mueve rápidamente a la “uniformidad” en nombre de la eficiencia económica y financiera.
En muchos ámbitos, esto se ha traducido vulgarmente como “lo que no se vende a una ganancia razonable,
simplemente no sirve”. La competitividad, un elemento realmente importante en nuestras vidas, se transforma en un
lanzamiento de proporciones negativas incalculables. En otros ámbitos, esto se ha traducido en “crecimiento
económico primero, y protección del medio ambiente después”. Más aún, como la economía y las finanzas son la
fuerza motriz del materialismo de mercado, esto también se ha traducido en algo de un profundo significado sutil:
“satisfaga sus necesidades materiales primero, y las necesidades espirituales después”; otra manera de decir que “la
espiritualidad es el lujo de los que son ricos materialmente”. Y así debilitamos a los pobres materiales y los
sumergimos en el paradigma del mercado para asegurarnos que entran a este paradigma sin identidad propia, y los
transformamos en las masas obreras o las masas de consumidores. Hay muchas otras traducciones.
La mayor parte de la gente ve a la globalización como un tren de alta velocidad, imparable, y no cambiable en su
dirección presente. Y a medida que esto penetra las mentes de la gente, ellos se retiran cada vez más de los
espacios en que últimamente pueden ejercer alguna influencia en los ámbitos antes señalados. Es así como se
concentra la riqueza y se radicalizan los procesos sociales y humanos.
La globalización está guiada por valores estrictamente individuales, cuando, por el contrario, la globalización es el
ámbito más claro de lo colectivo. Hablamos de una ‘villa global’, pero no funcionamos con valores colectivos y
globales, para hacer que los que viven en dicha villa tengan posibilidades de éxito, o simplemente de sobrevivencia.
Los valores que guían a la libre competencia, al comercio internacional y al intercambio de bienes, servicios e
individuos, son eminentemente personales y egoístas. Estos valores se esconden detrás de la figura de un gobierno,
o de una corporación internacional, dando un dejo de movimiento hacia lo colectivo. Esto es solamente la pantalla. La
cosa de fondo es un individualismo extremadamente fundamentalista. Como resultado, vemos la exclusión de millones
de personas que forman la masa de pobreza, miseria, y hambruna en todo el mundo, incluyendo el mundo de los
países llamados industriales o desarrollados.
Los valores del colectivo: los de amor, compasión, fraternidad, igualdad, entrega, servicio, etc., son básicamente
olvidados. Por lo tanto, a pesar del debate que podamos tener acerca de nuestras realidades colectivas, en la
práctica lo colectivo es un residuo mal generado de las transacciones individuales. En suma, el óptimo colectivo no
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está siendo generado como la suma de los estados óptimos individuales. Algo más se necesita para alcanzar el óptimo
colectivo.
Fracasar en la globalización, debido a la extrema pobreza, marginalización, erosión progresiva del poder de las
grandes masas de población, inequidad económica y de todos los otros tipos, y mucho más, es simplemente fracasar
en nuestro destino colectivo.
Este es el milenio de la globalización. Fracasar en lo global significará más guerras, conflictos armados y de otro
tipo, sufrimiento, y en última instancia, significará la pérdida progresiva de nuestros avances y riquezas materiales.
El avance material no es independiente del avance no-material.
Así tenemos un ambiente, que en palabras expresan comunidad, pero no hay espiritualidad de comunidad. Nos
encontramos en una sociedad materialmente rica y espiritualmente pobre.
Los adelantos en nuestras sociedades son básicamente medidos en forma material. La forma más popular de hacer
esto es a través de la medición de los productos geográficos brutos de una economía. Todo depende del consumo
material de bienes y servicios.
La espiritualidad no debe tener nada en contra de lo material, ni de que haya ricos en una sociedad. Sería muy ideal
que fuésemos todos iguales. Lo que sí es que las inequidades están aumentando significativamente, haciendo de
nuestro mundo colectivo un ámbito sumamente frágil.
Lo importante es saber qué nivel de conciencia tienen aquellos que poseen la mayor parte de los bienes materiales.
La conciencia humana de aquellos que tienen el poder, y la influencia sobre los adelantos tecnológicos.
La conciencia humana es la clave y, a la vez, el puente que une lo material con lo espiritual. No podemos vivir en una
asimetría entre un altísimo nivel de bienestar material con un bajo nivel de conciencia. Es aquí donde, nuevamente,
debemos enfocarnos en el ámbito de lo individual y de lo colectivo, ya que sólo a mayores niveles de conciencia será
posible integrar lo individual con lo colectivo. Y es allí donde se empezarían a tomar decisiones que fuesen más
cercanas al nivel óptimo de bienestar en el campo de lo colectivo.
Los modelos que nos impone la globalización son esencialmente dominados por un paradigma de la riqueza material y
de la pobreza espiritual. Lo espiritual no aparece como una dimensión relevante en los modelos económicos o
sociales. La espiritualidad es hoy en día muy mal entendida, y como tal, se la excluye de las decisiones públicas. Pero
un desarrollo económico y social sin espíritu es como una realidad artificial y vacía, sin identidad interior, sin un
compás que muestre la dirección apropiada. Hay una necesidad dentro de la globalización: Una Espiritualidad de
comunidad.
Para iniciar esta espiritualidad debemos entender y practicar a la letra, que la riqueza material está íntimamente
ligada y es dependiente de la riqueza espiritual. Lo material no existe sin que todo esté ligado a lo no material. Hoy
en día hay muchísima evidencia científica que demuestra que la fuente de la materia es la no-materia. Por lo tanto,
es cuestión de tiempo para que se vea el colapso de aquellas sociedades que sólo están en el camino del materialismo
desarrollista.
La tecnología, que está a la base de dicho avance materialista, depende de la inteligencia humana. Y la inteligencia
humana depende de los estados de conciencia que son capaces de manifestarse en forma material más avanzada.
Altos niveles de avance material tienen que ir acompañados por necesidad de más altos niveles de conciencia
espiritual.
Esto nos lleva a proclamar lo que se ha llamado “La sociedad del 200%”. Esta es una sociedad que es rica en ambos
ambientes: lo material y lo espiritual.
El ministerio de los sacerdotes y de los discípulos del Señor, debemos entrar en este campo de la espiritualidad,
sabiendo medir nuestra vida material iluminada por el Espíritu y lo espiritual reflejarse en nuestras relaciones con
lo material, con los demás seres humanos y la naturaleza en general. Sin espiritualidad, la vida se vuelve rutina y
carece de chispa. Con la espiritualidad, en cambio, el caminar de la existencia realmente vale la pena.
Para que los cambios propuestos aquí se materialicen se requiere de una revolución profunda de los valores que rigen
a la globalización, de un compromiso profundo en el ámbito político y social, y de una nueva forma de liderazgo que
abrirá los caminos necesarios para el verdadero cambio. En general, podemos decir que la transformación humana o
es el fiel espejo de un consenso pacifico, o será el desgraciado resultado de guerras y conflictos. La decisión es
nuestra. Para ello tenemos la Teología como Iluminación de la fe, que nos lleve a una Espiritualidad, a una Vivencia de
la fe, y que ambas se complementen mutuamente.
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En la cultura globalizante se necesita darle un carácter cristiano y para ello requiere una Espiritualidad Cristiana,
que es un modo de seguimiento de Cristo hoy y aquí, bajo la acción del Espíritu, llevar una forma de vida que se deja
guiar por el Espíritu de Cristo. Donde Jesucristo sea la motivación, el impulso, la causa por la que vivir y luchar.
Una espiritualidad que abarque e impregne las relaciones con Dios, con las cosas, con los demás y con uno mismo.
Una espiritualidad que mueva la contemplación, la acción y la pasión; la vida presente y la futura; el mundo de la
Iglesia y el mundo de la sociedad. Una espiritualidad en proceso, en un caminar. Con etapas, tanteos, errores y
consolidación.
Una espiritualidad que pasa por pruebas y se va consolidando mediante contradicciones, malentendidos y con toda
clase de cruces, en la Iglesia y fuera de ella. Una espiritualidad que se mueva desde la conversión hacia la santidad
consumada. En la que hay miembros de distintos niveles de compromiso. Una espiritualidad que unifique la vida, le de
sentido y la ponga en movimiento.
Se requiere una espiritualidad con contacto con una realidad más alta, en una diversidad de vías de alguna manera
proyectadas a una “elevación” del mundo, habría que agregar este reconocimiento, esta apertura a la incertidumbre.
Una espiritualidad que refleje que cree en el espíritu.
Sintiendo propia la responsabilidad humana, la respuesta humana a la situación actual del mundo, apunta a un asumir
la tensión: Somos seres finitos, abiertos a necesidades de certeza, de absoluto, que no tienen satisfactor definido.
El camino parece ser una intuición de sentido. Sabemos por la fe y la doctrina cristiana cuál es el sentido último de
todo lo existente y susceptible de existir, no le vemos la cara a Dios, pero podemos percibir nuestro yo, estamos en
condiciones de llegar a un tú, vamos teniendo conocimiento de que el universo es complejo, está lejos de ser
“materia bruta”.
Es necesario en esta espiritualidad recobrar la vivencia del asombro; que participamos en un “para sí”, con un centro,
con un yo, con la distinción de lo otro, lo que no es “yo”, con vivencia de responsabilidad, de implicación personal, con
compromiso de asumir la responsabilidad de poder influir en la vida de uno y en la vida de los demás.
Es necesaria una espiritualidad integrada al servicio. Al servicio de la vida. La vida dentro de uno. La vida más allá de
uno. La vida, la identidad humana y personal, el ser presente, sorprendiendo, con una vivencia de formar parte de la
naturaleza, la de estar en la misma experiencia o aventura existencial, con los otros humanos.
Una espiritualidad como expresión de la relación original del ser humano con la trascendencia, envuelta en la
incertidumbre y el misterio, vislumbrada, a veces, sobre el trasfondo de la realidad a la escala humana, que emerja
en la ecología, en vivir la relación con la naturaleza, la contemplación de la montaña, el bosque, el desierto, el mar, el
encontrar una orquídea en el campo, el ver levantarse un animal recién nacido.
Una espiritualidad que lleve a experienciar el encuentro en el tú, la posibilidad de comunicación profunda, la imagen
del yo del otro, la instancia del diálogo, la vivencia del misterio y la trascendencia del tú y con ello el compañerismo
existencial; pues, para vivir una espiritualidad completa tenemos que caminar del individuo al grupo, del grupo a la
sociedad y, luego, volver de la sociedad al grupo y del grupo al individuo. Este movimiento continuo enriquece
nuestras vidas y produce frutos abundantes.
Una espiritualidad que visualice la relación con el todo. Meditar hasta el silencio mental. Sentir la continuidad con lo
que está fuera de nuestro saco de piel.
Para esta espiritualidad es necesario tener como elementos esenciales:
1. La relación con Dios, sobre todo mediante la oración (Vivir la filiación): El camino espiritual y religioso hasta el
final enseñan que la perfección consiste en la unión con Dios, lo que supone vaciarse de sí mismos y de toda
inclinación y apego hacia el mundo y los intereses inferiores, traducida en obras, y que la verdad del amor a Dios
se verifica en el amor al prójimo y el compromiso, en la búsqueda apasionada de la verdad y de la belleza, en la
perfección de lo que se hace.
2. La relación con los demás, con la naturaleza: sobre todo mediante la comunidad Iglesia (Vivir la fraternidad): La
cuestión de las relaciones entre la búsqueda espiritual y el enraizamiento histórico y social de la acción humana,
ha inquietado desde siempre a las personas que anhelan vivir con plenitud de sentido su propia existencia. De
hecho, todas las religiones han buscado alguna forma de integración y síntesis entre ambas dimensiones,
concebidas como éticamente esenciales, siendo tal vez la formulación más destacada aquella que postula unificar
el amor a Dios y el amor al próximo.

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Este amor al prójimo, a la verdad, a la belleza, al bien, pueden efectivamente ser vividos intensamente cuando la
purificación espiritual del hombre lo haya hecho vaciarse de sí mismo, de sus intereses egoístas, de sus
soberbias y vanidades personales. Así, los mayores aportes al perfeccionamiento de la comunidad humana, a la
ciencia y las artes, han sido efectuados precisamente por personas particularmente entregadas a la vida
espiritual.
3. La Misión evangelizadora (Hacer filiación y fraternidad): Desde el bautismo, como el momento más importante
del cristiano se es consagrado y hecho pertenencia de la Trinidad. Es hecho hijo de Dios por adopción, miembro
de la comunidad-Iglesia y anunciador de la Buena Nueva.
Estos tres elementos nos lo desarrolla Jn 17, 11.21-23, la unión a Dios, como si Él fuera nuestra propiedad, por la
unión en sus propósitos a ejemplo de Jesús, una unión intima que parte de la experiencia con Dios, la unidad entre los
discípulos y con los demás seres humanos y de la naturaleza. Todo ello nos marca una espiritualidad de comunidad,
donde Cristo es el unificador por la fe y el sacerdote con la misión de crear comunidad, de ser promotor de unidad
para evangelizar al mundo. Para desarrollar esta espiritualidad de comunidad en la vida del sacerdote tengamos en
cuenta también a Mt 18, 15-20
Dicho texto nos presenta la enseñanza que Jesús les da a los discípulos para vivir en comunidad en medio de la
posibilidad de conflictos. Incluye en ello la corrección fraterna y la oración. Haciendo de esta manera una
iluminación de la vivencia de la fe en comunidad.
En Mt 18,18 vemos que la oración es una autoridad que funciona como un misterio: "De cierto os digo que todo lo que
atéis en la tierra habrá sido atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra habrá sido desatado en el cielo.”
Con estas palabras nos damos perfecta cuenta de que la oración no es magia, que no podemos hacer lo que se nos
apetezca, actuando caprichosamente y transformando a las personas en toda clase de extraños objetos.
Este versículo afirma que existe una correspondencia entre el cielo y la tierra. La tierra, como opuesto al cielo, es el
mundo de los sentidos, nosotros tomamos, sentimos, vemos y nos valemos de los cinco sentidos. El cielo no es
sencillamente algo futuro, el cielo también es presente y es tan real como lo es la tierra. Es paralelo a nuestro
conocido mundo físico, nos está diciendo Jesús, y las puertas entre ambos mundos están abiertas.
El mundo exterior de tiempo, espacio, acontecimiento e historia, con el que estamos familiarizados no es más que un
reflejo del mundo interior, de ese mundo invisible que está a todo nuestro alrededor, que es el mundo espiritual de
Dios. En otras palabras, en cierto modo la tierra es un reflejo del cielo. Pero nosotros no podemos ver ese mundo
interior con nuestros sentidos físicos, todo cuanto vemos es su reflejo en el mundo externo de la historia. Viene a
ser algo así como la parte posterior de nuestra cabeza, que no hemos visto nunca. Todo lo que podemos ver es solo el
reflejo de ella cuando se coloca un espejo delante que refleje la imagen de un espejo atrás. Solo vemos una imagen.
Jesús nos revela que Dios ha concedido poderes para atar y desatar a cada uno de los creyentes y hasta que no los
usamos, no sucede nada. A nosotros nos han sido dados los poderes para atar y desatar, y en el ámbito de nuestra
vida personal son casi absolutos.
Dios nos ha dicho que tenemos poder para atar toda forma de maldad en nuestras vidas. No hay nada que tenga que
tener dominio sobre nosotros. "Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros dice Pablo, "porque no estáis bajo la
ley, sino bajo la gracia. (Rom. 6,14). Por gracia tenemos el poder necesario para atar toda fuerza de maldad, toda
autoridad contraria, en nuestro interior.
En 2 Cor. 10, Pablo deja claro que la lucha que tenemos no es contra carne ni sangre, sino que tiene un sentido
espiritual. Estamos luchando contra autoridades y poderes del mal en los lugares celestiales. Pero tenemos el poder
para controlarlas en nuestra vida, considerándonos muertos al pecado y vivos en Dios.
Es más, tenemos la capacidad para desencadenar todo el enorme poder de los recursos del Espíritu en nuestra
propia vida. Ninguno de nosotros tiene excusa para no ser todo lo que Dios quiere que seamos, ni uno solo. Alguien ha
dicho con razón que somos todo lo victoriosos que deseamos ser. Poco importa lo que haya sido usted, no importa lo
débil que haya sido, lo que haya fracasado, lo vacilante, ha sido usted exactamente lo victorioso que ha querido ser,
porque nos ha sido concedido el poder en Jesús el Mesías, para poder atar toda fuerza que se oponga, cada uno de
los motivos malvados en nuestra vida, y para desencadenar todo el poder del Espíritu por medio de nosotros, y no
solo en nuestras vidas, sino también en las de otras personas.
Esta realidad San Pablo la presenta diciendo: "orad por nosotros, para que la palabra del Señor se difunda
rápidamente y sea glorificada, así como sucedió también entre vosotros” (2 Tes 3,1). Así, la oración tiene autoridad,
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una autoridad que actúa de modo misterioso. Es el eslabón que nos une con ese mundo invisible, que es el centro de
control de toda vida humana. Cuando oramos nos hallamos en la frontera entre dos mundos. Por lo tanto, Santiago
dice: "la ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho. (San. 5,16)
Ahora bien, no solo es cierto que la oración es una autoridad que obra de manera misteriosa, sino que es una
autoridad que se expresa en unidad. Veamos lo que dice Mt 18,19: "Otra vez os digo que, si dos de vosotros se ponen
de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidan, les será hecha por mi Padre que está en los cielos.”
Esa es la carta para la reunión de oración. Un creyente que ore solo es de gran efecto, pero ¿qué sucede cuando dos
o más están reunidos juntos? Es evidente, a juzgar por lo que dice aquí, que existe una asombrosa aritmética en
relación con la oración. En Deuteronomio, Moisés le dijo al pueblo de Israel: "¿Cómo podrá perseguir uno a mil?
¿Cómo harán huir dos a diez mil? (Deut. 32,30)
Ese es un extraño porcentaje, en lo que es una pregunta retórica ¿no es así? Si fuese una aritmética sencilla,
diríamos que uno debería hacer huir a mil y dos a dos mil, pero cuando dos creyentes se reúnen existe un aumento
geométrico en el efecto que tienen. Dos hará que diez mil huyan.
Desde los primeros tiempos, la iglesia ha sentido la necesidad de reunirse para orar juntos. En Hechos 4 vemos que
la iglesia se reunía a orar después de haber estado perseguida por el Sanedrín. Hay otro relato en Hechos 12 acerca
de Pedro en la cárcel y mientras él estaba allí la iglesia estuvo orando por él y fue librado de la cárcel. ¿Cuál es el
propósito de dicha oración? Jesús nos dice que es que estemos de acuerdo en algo.
Cuando existe la unidad, sienten que han descubierto lo que Dios quiere y es lo que está diciendo Jesús. Cuando dos
o tres de vosotros tocáis la misma nota, sin haber comparado notas de antemano, sino sencillamente, de manera
voluntaria, espontanea, haciéndolo palpable, será hecho por mi Padre que está en el cielo.
Y luego la última cosa. Es evidente en Mt. 18,20 que la oración es una autoridad que tiene su origen en la
personalidad: "Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
Mt 18,15-20 revela que el poder de la iglesia no radica en el número que se puede fácilmente reunir, que si podemos
reunir suficiente número de personas para orar, tendremos suficiente poder como para corregir lo que está mal en
el mundo y volver a conseguir que esté bien. Nada más lejos de la verdad. Ni tampoco radica en el lugar que ocupa en
la comunidad. Nos creemos que si conseguimos que un número determinado de hombres, que ocupan puestos de
autoridad o de liderazgo o de importancia en la comunidad, dirigentes de la vida cívica, al Alcalde, los banqueros y a
los que pertenecen al mundo de los negocios, los titanes, los magnates, vienen a nuestra iglesia tendremos suficiente
categoría como para poder ejercer un gran poder sobre las mentes y los corazones de los hombres.
El poder de la iglesia no depende de su número, de su posición, de su riqueza, de su dinero, del lugar que ocupa. El
poder de la Iglesia se halla en Jesús el Mesías, tal y como dice aquí: "donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos”.
Solamente de él fluye este maravilloso poder para atar y desatar, y esa tremenda unidad, mediante la cual la mente
del Espíritu se conoce y Dios obra por medio de las vidas de los creyentes y eso es lo que cambia el curso y el
destino del mundo que nos rodea.
Así, la construcción de la comunidad consiste en establecer de modo permanente los signos de la presencia de Cristo
resucitado, los cuales podemos enumerar: la palabra, la eucaristía, los sacramentos, la caridad, la misión... (cfr. RMi
51), como se daban en la primera comunidad eclesial que "con María la Madre de Jesús" (Hch 1,14), se reunía para
escuchar "la doctrina de los Apóstoles, la fracción del pan, la oración... teniendo todas las cosas en común" (Hch
2,42-45), y se disponía a "anunciar la Palabra de Dios con audacia" (Hch 4,31). Esta "comunión eclesial" es capaz de
construir la humanidad en la "comunión" de hermanos.
Esta vivencia en comunidad con el poder de la presencia de Cristo, nos lleva a tener una vida en el Espíritu, dándose
un caminar en una espiritualidad marcada por la vivencia de la presencia de Cristo y el Espíritu Santo.
La Espiritualidad es hacer vivencia los principios que están en el espíritu. La Espiritualidad es verdadera
“espiritualidad”: si principalmente en el “vivir con espíritu”, no se reduce a prácticas externas ni a interpretaciones
teóricas. Se sitúa en la profundidad humana y en el nivel de la opción fundamental y de las motivaciones mayores que
animan a la persona, al grupo, a las comunidades. Es mística, talante, fuerza, inspiración, “espíritu”.
Soler vivir con la verdad en los corazones, y no solo intentar vivir con la verdad en la cabeza, intentar razonar las
cosas, lo cual nunca fueron dadas para entenderse. La fe no s para saber, sino para vivirla y respirarla. Las
enseñanzas del Señor no son para discutirlas ni filosofar, sino para vivir.
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Los hombres hablan de saber lo que el Señor ofrece, y aun así escogen ser movidos a donde el viento soplará.
Conocer la verdad sin conocer a Dios, sin experimentarlo para vivirlo, es una locura. Conociendo donde empieza la
salvación sabemos dónde va a terminar: “Soy un pecador”, me salva gratuitamente.
La forma como se vive muestra lo cierto que es lo que creemos de Dios.
Decimos vida "espiritual", para distinguirla de una vida según la "carne" o según el propio egoísmo y pecado, al
margen de la caridad: "Vosotros no vivís entregados a la carne (apetitos desordenados), sino que vivís según el
Espíritu" (Rom 8,9). La vida "espiritual" equivale a "caminar en el amor" (Ef 5,2), es decir, "como Cristo nos amó" (Ef
5,2). Es "la vida nueva" (Rom 6,4)
La vida espiritual tiene siempre una dinámica trinitaria: transformados en Cristo por la acción del Espíritu Santo,
nos acercamos al Padre; "en el Espíritu" y "por medio de Cristo", ya podemos llegar "al Padre" (cfr. Ef 2,18).
La actitud o espiritualidad como vivencia o "vida de fe" en una dimensión cristológica ayuda a vivir más
profundamente el misterio de Cristo, para "entrar más adentro en el misterio de la Encarnación" (LG 65).
Y respecto a la dimensión pneumatológica de la espiritualidad hay que recordar que somos "templo del Espíritu" (LG
53; cfr. Lc 1,35)), y nos hace estar siempre en disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. El
discernimiento del Espíritu y la fidelidad al mismo, impelen a la Iglesia a actualizar en cada época el acontecimiento
salvífico de Pentecostés. Efectivamente, fue en Pentecostés cuando empezaron los 'hechos de los Apóstoles'.
"La vida espiritual es una vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (PDV
19)
Esta vida espiritual ("espiritualidad") se refiere a cada persona creyente y a toda la comunidad eclesial. Es, pues,
vida personal y comunitaria. Se trata de la espiritualidad de la misma Iglesia como "misterio" (signo claro y portador
de Cristo), "comunión" (fraternidad, cuerpo, Pueblo), "misión" (Iglesia enviada a anunciar a Cristo). Y vive unida a
Cristo en un proceso de: encuentro, relación, unión, seguimiento, imitación, configuración...
Así la espiritualidad es eclesial. La Iglesia como "sacramento" o "misterio", como signo transparente y portador de
Cristo, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1)
Cristo sigue haciéndose presente en su comunidad bajo diversos signos (SC 7), "convoca" con su palabra, su
Eucaristía y sus signos salvíficos. Los carismas, ministerios y vocaciones se distribuyen para construir la comunión.
Cada persona es "llamada" {vocación) para ejercer algún "servicio" en la comunidad {ministerio), con la ayuda de
"gracias" especiales {carismas). Entonces se construye "un solo cuerpo" (1Cor 12,12; Roma 12,5), por parte de
quienes tienen "un mismo Espíritu" (1Cor 12,9)) y comen "un mismo pan" (1Cor 10,17). Esta comunión lleva, por su
misma naturaleza, a la unidad entre todos los cristianos ("ecumenismo") (Jn 17,21-23; Hch 1,14; LG 69).
La espiritualidad se convierte, pues, en comunión eclesial, puesto que es una actitud de fidelidad a la Palabra y a la
acción del Espíritu Santo. Es una actitud que une a las comunidades católicas, ortodoxas y "evangélicas". Y la
presencia de Cristo en la comunidad eclesial está condicionada a la comunión: "donde hay dos o tres reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). La "unidad" o comunión de Iglesia es reflejo de la unidad o
comunión trinitaria de Dios Amor (LG 4) y la vida fraterna de "comunión", como reflejo de la caridad divina, se
expresa en la primitiva Iglesia en una comunidad de "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).
Esta comunión se fundamentaba y alimentaba en la escuela de la palabra, de la oración, de la Eucaristía, del
compartir los bienes en caridad (Hch 2,42-44).
La comunidad es signo sacramental (signo eficaz) del evangelio, cuando vive la unidad querida y pedida por Cristo (Jn
17,21-23). Y desde allí se hace Iglesia misión.
Esta vida "espiritual" es vida de santidad o perfección, que consiste en la caridad (LG V), vida de comunión eclesial
para construir la misma familia (cuerpo, templo, pueblo) convocada por Jesús, vida comprometida en construir la
comunidad humana como reflejo de la comunión trinitaria. La vida espiritual es la que corresponde a los "hombres
nuevos, creadores de una nueva humanidad" (GS 30).
Esta vida “espiritual” la comunidad eclesial la realiza en un camino a través del año litúrgico, desde Adviento y
Navidad, hasta Pascua y Pentecostés, admirando y ensalzando el fruto más espléndido de la Redención y la
contempla gozosamente. Convirtiendo las comunidades en escuelas de contemplación, de perfección, de vida
comunitaria y de misión.
La vida espiritual es un proceso, un camino de vida en Cristo, vida en el Espíritu, vida en Dios.

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La vida en Cristo moldea los propios criterios, escala de valores y actitudes en un proceso de configuración y de
relación amistosa con él: relación, unión, amistad, imitación, transformación... (Jn 15,4ss).
La "espiritualidad" es una actitud de escucha respecto a la palabra: recibirla tal como es, dejarse cuestionar por
ella, pedir luz y fuerza, dejarse transformar por ella... las líneas de espiritualidad que sobresalen en los textos
inspirados de la Escritura, Y podríamos resumirlas en las siguientes:
1- ) Presencia y cercanía salvífica de Dios: En el conjunto de los textos escriturísticos y de la historia de
salvación, aparece la línea de presencia, cercanía y epifanía de Dios, que habla, acompaña, alienta, corrige... Es
"Yahvé", el que es y sostiene la vida de su pueblo en todo momento (Ex 3,14). Esta presencia activa tiene, en el
Antiguo Testamento, su punto culminante en la expresión "Emmanuel", Dios con nosotros (Is 7,14).
2- ) Epifanía y palabra salvífica de Dios: La cercanía de Dios al hombre se convierte en manifestación, epifanía,
palabra. Desde el principio de la creación, todo expresa esta palabra divina (Gen 1,1ss; Sal 32,6). La Escritura es la
manifestación más concreta y garantizada de esta palabra (revelada, inspirada). Jesús es la Palabra personal de
Dios, "el Verbo" encarnado (Jn 1,1ss), "por quien han sido hechas todas las cosas" (Jn 1,3).
3- ) Alianza esponsal en la historia salvífica: A la Escritura (Biblia) la llamamos también "Testamento", es decir,
"Alianza" o pacto esponsal de Dios con su Pueblo. La distribuimos en dos partes principales: Antiguo y Nuevo
Testamento. Dios se acerca y se muestra como "Esposo", estableciendo un pacto de amor o "Alianza", sellada con
"sangre" (Ex 24,8): "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lev 26,12). Esta "Alianza" se hace definitiva
con Jesús, que derrama su sangre para nuestra redención (Lc 22,20).
La vida en el Espíritu transforma a la persona por un proceso de purificación, iluminación y unión, hasta hacerla
"transparencia" o "testigo" del mismo Cristo (Jn 15,26-27; 16,14).
La vida en Dios comunica una sintonía con sus planes o voluntad salvífica, hasta recapitular toda la humanidad y toda
la creación en Cristo (Ef 1,3-14; Col 1,9-17).
Esta vida en Dios nos lleva a ser discípulos, que escuchan para obedecer, por ello, la "espiritualidad" es una actitud
de escucha respecto a la palabra: recibirla tal como es, dejarse cuestionar por ella, pedir luz y fuerza, dejarse
transformar por ella... llevándonos a tener presente.
Este proceso espiritual o de perfección tiene como "prenda" y "sello" al Espíritu Santo, que es Espíritu de amor (Ef
1,11-12). Es proceso de fe, esperanza y caridad, con una acción especial del mismo Espíritu (sus "dones"), hasta que
la persona (y la comunidad) vayan reaccionando al estilo de Cristo: amando y perdonando, sembrando y anunciando la
paz, unificando los corazones y las comunidades, según las bienaventuranzas y mandato del amor.
Es un proceso de fidelidad al Espíritu Santo, enviado por Cristo en nombre del Padre (Jn 15,26), presente en el
corazón de los creyentes, comunicando luz sobre el mensaje evangélico (Jn 16,13), transformando a cada seguidor
de Cristo en su "gloria" o expresión (Jn 17,10).
La vida "espiritual" se concreta en el discernimiento de la acción del Espíritu y en la fidelidad generosa respecto a
su presencia (actitud relacional), su luz (apertura) y su acción (compromiso).
La vida espiritual es, pues, un camino hacia Dios, que pasa por el corazón unificándolo. Es camino de vida teologal (fe,
esperanza, caridad, reforzadas por los dones del Espíritu Santo), camino de bautismo (como configuración con
Cristo), camino de bienaventuranzas (para obrar siempre amando), camino de crecimiento armónico de la
personalidad humana como imagen de Dios, camino de armonía con las realidades humanas, camino de comunión con
todos los hermanos...
Es siempre camino de "éxodo" (dejando el pecado y pasando el mar Rojo), "desierto" (dejándose iluminar por la
palabra de Dios en el Sinaí), "Jerusalén" (para unirse con Dios). Por esto se ha llamado camino de purificación,
iluminación y unión, como proceso de vaciarse del egoísmo, para llenarse de Dios y hacer de la propia vida una
donación a Dios y a los hermanos
Es una espiritualidad del Reino de Dios. Marcada por el redescubrimiento histórico-escatológico del mensaje de
Jesús: la Causa de Jesús, aquello por lo que vivió y luchó, murió y resucitó. El Reino de Dios constituyó
efectivamente el centro de su predicación y de su práctica. Porque es seguimiento de Jesús, hace del Reino de Dios
su centro, su misión, su esperanza. Y concibe toda la vida cristiana en torno al Reino. Cree, eso sí, que la Iglesia es
“germen y principio” del Reino y está a su servicio (LG 5)

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Ello requiere descubrir la vocación (llamada) y dar respuesta, contemplación (relación personal con Dios),
perfección (virtudes, dones..., ascética, mística), comunión (construcción de la vida fraterna en la caridad de Cristo),
misión (disponibilidad misionera).
La espiritualidad, como "fe vivida" o "vida de fe", es una actitud relacional con Cristo, traducida en convicciones,
motivaciones y decisiones. Es una adhesión personal profunda a Cristo Dios, hombre y Salvador.
La Iglesia vive los contenidos de la fe, no solo como conceptos que iluminan, sino especialmente, como realidades de
gracia que transforman la vida. Así, la "espiritualidad" se entiende como docilidad a las gracias (o carismas) del
Espíritu Santo (a modo de "vida según el Espíritu": Gal 5,25), teniendo las actitudes de fidelidad a la Palabra, a la
voluntad de Dios, a la acción del Espíritu Santo, así como de relación personal con Cristo, con María y con la Iglesia.
Lo que nos lleva a tener como contenidos y datos fundamentales de la espiritualidad de la Iglesia los siguientes:
1°) Actitud "vivencial" de los temas de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y morales, orientada hacia
un "afecto de piedad filial" (LG 53) que incluya conocimiento, imitación, relación, petición, celebración...
2º) Relación de "intimidad" con Dios, a modo de "comunión de vida", viviendo la realidad de su presencia en la vida de
cada persona y de cada comunidad eclesial.
3º) Aceptación efectiva de su "influjo salvífico" (LG 60), como dejándolo entrar y actuar "en todo el espacio de la
vida interior, es decir, en el 'yo' humano y cristiano".
Todo ello llevándonos a redescubrir o explicitar que la espiritualidad se expresa en la profundidad del asombro ante
la vida y su carácter misterioso.
La espiritualidad no se realiza en otro mundo. El cristianismo y las grandes tradiciones religiosas proponen “la
realización del cielo en la tierra”, y el rechazo de esta posibilidad conduce a un “infierno en la tierra”.
Toda esta "espiritualidad" cristiana, por ser "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), es esencialmente misionera, que se
concretiza en la fidelidad a la "misión" del Espíritu (Lc 4,18).
Por exigencia del bautismo, todo cristiano está llamado a la santidad y al apostolado. La participación en el ser de
Cristo (configuración ontológica con él), hace posible la misión de prolongar su acción evangelizadora. La
participación en el ser y en el obrar de Cristo comporta la necesidad de ser transparencia de su vida y de su
mensaje (configuración moral y espiritual con él). "Los fieles, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo",
quedan "integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo" (LG 31). Estas exigencias de santidad y de apostolado quedan matizadas por la vocación específica: laicado,
vida consagrada y sacerdocio ministerial. Se conjugan, pues, dos palabras, que son dos realidades: espiritualidad y
misión. Es la misma "espiritualidad" o estilo de vida de Jesús, "concebido por obra del Espíritu Santo" en el seno de
María (cfr. Mt 1,20), "ungido y enviado" por el Espíritu "para evangelizar a los pobres" (Lc 4,18).
La misión comunicada por Cristo se concreta, pues, en una acción apostólica (profética, litúrgica y de servicios de
caridad), que manifiesta la naturaleza materna y comunitaria de la Iglesia.
Esta espiritualidad cristiana y comunitaria, se hace "espiritualidad misionera" (AG 29) o "espíritu de la
evangelización", que se concretiza en "actitudes interiores que deben animar a los evangelizadores" (EN 74), es
decir, en las diversas virtudes apostólicas (AG 23-24). Por esto, "la actividad misionera exige una espiritualidad
específica" (RMi 87).
Es una espiritualidad que parte de la consciencia de vivir la "misión" o envío como acción de enviar: "como mi Padre
me envió, así os envío yo" (Jn 20,21). La "evangelización" es la puesta en práctica de la misión recibida (Lc 4,18; Mc
16,15), que nos hace apóstoles y la palabra "apostolado" incluye, en la práctica, ambos aspectos.
Los elementos básicos del apostolado quedan resumidos en este texto conciliar: "Para anunciar el evangelio, envió el
Señor a sus discípulos a todo el mundo, a fin de que los hombres, renacidos por la palabra de Dios, ingresen por el
bautismo en la Iglesia, la cual, como cuerpo del Verbo encarnado que es, se alimenta y vive de la palabra de Dios y
del pan eucarístico" (AG 6).
De los documentos conciliares y postconciliares, especialmente a partir de "Ad Gentes", "Evangelii nuntiandi" y
"Redemptoris Missio", se desprende que la acción misionera del apóstol debe abarcar todos estos elementos:
- Anuncio y testimonio,
- Llamada a la conversión y al bautismo,
- Celebración de los sacramentos y, de modo especial, la eucaristía,
- Organización de los diversos servicios de caridad, Formación de la comunidad (vocaciones, servicios...).
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- Anuncio del Reino a todos los pueblos.
La acción misionera del apóstol se desarrolla en todos estos campos, que pueden reducirse a tres dimensiones:
profética, litúrgica y de animación de la comunidad. Y para vivirla en plenitud debe dejarse guiar por el Espíritu
Santo que nos lleva a estar unidos, para hacer las cosas desde Cristo, que está donde dos o tres están en su nombre.
La dimensión profética de la acción apostólica se realiza por el anuncio, que incluye el testimonio. El primer anuncio
del evangelio ("kerigma") y consiste en dar a conocer el misterio de Cristo: Dios, hombre, Salvador, muerto y
resucitado. De los fragmentos neotestamentarios que mejor han resumido el "kerigma", podemos señalar: Hch 2,15-
41; Rom 1,1-6; Gal 4,4-7; 1 Cor 15,3-5. En ellos aparecen los datos fundamentales: "las promesas" o profecías (la
esperanza mesiánica) que anuncian "la plenitud de los tiempos", Jesús verdadero hombre por ser "hijo de David" y
"nacido de la mujer", Jesús verdadero "hijo de Dios" con "la fuerza del Espíritu", Jesús "Salvador" de todos los
hombres por medio de su muerte y de su resurrección. Dentro de esta dimensión profética, los datos básicos de la
espiritualidad misionera son:
- Fidelidad al Espíritu Santo; dimensión pneumatológica de la espiritualidad
- Vocación misionera;
- La comunidad apostólica;
- Las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral;
- La oración (contemplación) en relación con la misión;
- El sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión;
- Mariana como Tipo de la Iglesia misionera: En una visión de la misión eclesial de maternidad, que consiste en la
comunicación de la vida nueva por medio del anuncio, la celebración y los servicios de caridad. Nos dice
Redemtoris Mater: "La Iglesia aprende de María la propia maternidad; reconoce la dimensión materna de su
vocación, unida esencialmente a su naturaleza sacramental... Al igual que María está al servicio del misterio de
la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio de la adopción de hijos mediante la gracia" (RMa 43).
Contemplando el misterio de María e imitando sus virtudes, la Iglesia "se hace también madre mediante la
Palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo, engendra a una vida nueva e
inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).
La espiritualidad va a llevar a una dimensión litúrgica de la acción apostólica. Esta tiene lugar principalmente en la
celebración de los sacramentos (especialmente la eucaristía), así como en el itinerario del año litúrgico, en la liturgia
de las horas y en los demás signos que "recuerdan" y hacen presente los misterios de Cristo en medio de su Iglesia.
En esta dimensión incluye también el camino de la oración, la contemplación, para darse la vida en Espíritu de la
comunión.
La primera comunión que debemos tener en la espiritualidad de comunidad, es con Dios. Vivir una experiencia de
Dios en la realidad concreta e histórica personal y social, en el ejercicio de las tareas cotidianas, en la realidad
política, en la construcción de la sociedad, las tensiones de la convivencia, la correlación de fuerzas, los conflictos
entre los intereses de los distintos sectores; en los problemas diarios de nuestra vida: el deterioro del nivel de vida,
la carestía, la lucha por la sobrevivencia, la amenaza de estallido social, la represión, el desempleo, la marginación,
los menores abandonados, el narcotráfico, las diarias consecuencias sociales de la Deuda Externa, la sacudida de los
ajustes económicos, los problemas más reales y materiales de nuestra vida…
En esta realidad tan real es donde hacemos nuestra experiencia de Dios, descubrir el paso de Dios por ella. Es la
realidad una mediación de la experiencia de Dios. No se puede experimentar a Dios en la realidad si nos alejamos de
ella. Se trata pues de estar presente en la realidad: la apertura a la realidad, la encarnación, la inserción… Esta es la
mediación que nos proporciona la materia o el contexto sobre el que hacemos esta experiencia.
Otra gran mediación es la fe. La fe nos da una visión contemplativa de la realidad. La contemplación de la que
hablamos se da a la luz de la fe. Experimentamos a Dios en medio de la realidad y de la historia, pero en la fe, por la
fe. Ella es la luz que desvela presencias y dimensiones que sin ella permanecen ocultas.
Otra mediación es la Palabra de Dios en la Biblia. Dios escribió dos libros: un primer libro, el de la Vida (la
creación, la realidad, la historia…), y para que pudiéramos interpretarlo escribió un segundo libro: la Biblia. Pero no
tomar la Biblia como encerrada en sí misma, cosificada, como la reserva total y autosuficiente de todos los misterios
humanos y divinos, ello es una nueva idolatría, fanatizada. La Biblia es una mediación (peculiar, sumamente valiosa y

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venerable por demás) que el Señor nos ha dado para ayudarnos a discernir su Palabra viva, que nos sorprende
agazapada en cualquier lugar de la historia.
Utilizamos también como mediaciones los diferentes recursos de los que podemos echar mano para un mejor
conocimiento de la realidad: los análisis sociológicos y económicos, la antropología, los análisis culturales, la
psicología, la experiencia acumulada en las prácticas de educación popular, comunicación popular, metodología de
reflexión/acción, métodos participativos, métodos de análisis popular de la realidad, etc. Con todo ello procuramos
hacer nuestro discernimiento cristiano de la realidad.
Junto a todas estas mediaciones, la mediación que completa el cuadro es la práctica asidua de la oración misma (Lc
18, 1). La experiencia de Dios, en efecto, es una experiencia contemplativa. Por eso, la oración personal, la oración
comunitaria, el espíritu de fe que hace plantearse las cosas cuasi espontáneamente desde la perspectiva de la
profundidad, un habitual estado de oración (1 Tes 5, 16-18; Hch 17, 28), y un cierto nivel alcanzado de
contemplación… son también mediaciones para nuestra experiencia de Dios en la realidad.
La oración es siempre una actitud relacional con Dios que está presente y que se comunica al hombre. La "presencia"
y la "palabra" de Dios hacen posible la actitud relacional del ser humano, desde el "corazón", desde su interioridad.
La iniciativa es siempre por parte de Dios, que comunica este don de su presencia y su palabra en Cristo: "si supieras
el don de Dios" (Jn 4,10). La actitud relacional del hombre es de autenticidad, como criatura limitada, "sedienta",
interpelada por la misericordia de Dios. Es, pues, el corazón o interioridad profunda, que se abre para responder al
don de un Dios que establece relaciones de "Alianza" o pacto de amor.
La Oración es una realidad antropológica, del hombre, pues t odos tenemos necesidad de la misericordia, del
consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el
consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos. (cf. Is 25,8; Ap. 7,17; 21,4).
La persona es siempre persona (no masificada), especialmente cuando celebra en comunión eclesial los misterios de
Cristo. La vida de comunión se manifiesta en la comunidad eclesial: familia, pequeñas comunidades, grupos
apostólicos y de perfección, parroquia, Iglesia particular, Iglesia universal. Toda comunidad eclesial, para ser
comunión, necesita vivir estos elementos esenciales: escucha de la palabra, oración, celebración eucarística,
compartir los bienes. Son los elementos que aparecen en la comunidad eclesial primitiva (Hch 2 y 3). "En efecto,
toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la
oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el
compartir según las necesidades de los miembros (Hch 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia
particular y universal" (RMi 51).
En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia y en el dolor por la muerte de un
ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y
sienta compasión de nosotros. Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo
más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando
encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las
respuestas no llegan. La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que
experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del
corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.
La persona humana es un misterio lleno de profundidad y necesita encontrarse con el absoluto dentro y fuera de sí
misma. Son dos llamados que toda persona siente, de una manera u otra, a su modo, de parte del Absoluto. El
encuentro que se produce, la referencia explícita y consciente a él, en los niveles profundos de la persona, es
siempre una forma de oración o contemplación en el sentido amplio de la palabra. Orar, en este sentido, es algo
humano, muy humano, profundamente humano, que responde a una necesidad antropológica fundamental.
Nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la
fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza. Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: “Padre, te doy
gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn 11,41-42). Necesitamos esta certeza: el
Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar
que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartarán de las personas que hemos amado. Lo recuerda el apóstol Pablo con
palabras de gran consuelo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de sobra gracias
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a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni
futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35.37-39). El poder del amor transforma el sufrimiento en la
certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con él, y en la esperanza de que un día estemos juntos de nuevo y
contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor.
Cuando el hondón de la persona se vive con fe explícita en un Dios personal, esta oración se convierte en una relación
mutuamente personal y explícitamente religiosa, lo cual es ya un sentido explícitamente religioso de oración.
Más concretamente, la oración cristiana hace relación no a un Dios genérico o abstracto, sino a un Dios muy
concreto: el de Jesús, el Dios cristiano, que es Dios del Reino. De ahí brotan una serie de exigencias específicas de
la oración cristiana sin las cuales podría ser una oración muy valiosa, pero no cristiana, ciertamente. Jesús nos dijo:
“no oren ustedes como los paganos” (Mt 6, 7). No podemos orar -por ejemplo- por simple miedo o por interés.
Para nosotros no es importante sólo la oración en sí misma, sino que nuestra oración sea cristiana. Y la oración sólo
es cristiana cuando se refiere al Dios cristiano, a su proyecto (el Reino), y cuando, por tanto, incluye a sus hijos e
hijas (los hermanos y hermanas). No basta dirigirse a un dios cualquiera, quizá a un ídolo, ni a un Dios-en-sí que nos
aísla de la realidad y nos enemista con el mundo. No es cristiana una oración que no ensambla lo horizontal con lo
vertical en una armoniosa cruz. Ni es cristiana la oración que no esté grávida de Historia, que no nos lleve a los
hermanos. Nuestra oración, en una palabra, ha de ser oración por el Reino.
El sentido de Dios se despierta, se cultiva y se construye en comunidad.El hoy de Dios en nuestro hoy humano
nos exige orar cada día, sin interrupción (1 Tes 5, 16). Es incomprensible, y acabaría siendo fatal, que un cristiano,
por las urgencias de la acción y por los múltiples compromisos de la entrega, dejara un día y otro día su oración. O se
ora diariamente, para acoger diariamente el hoy de Dios -su Palabra, su perdón, su Espíritu-, o se acaba perdiendo el
propio hoy -la realización personal y la misión apostólica-.
El hoy de Dios en nuestro hoy humano nos reclama abrirnos cada día, con entrañas de misericordia y de justicia a
toda necesidad, a cualquier clamor, a toda reivindicación y lucha, en casa y en la calle y en el trabajo, en la esquina
del barrio o en la vereda o en el ancho mundo. No podemos ser misericordiosos solamente para las horas
previamente establecidas o dentro de los servicios programados en la pastoral o en el movimiento popular. Con
frecuencia, el programa y la prisa, la acción y la revolución, nos hacen pasar de largo ante el caído a la orilla del
caminito (Lc 9, 29-37).
El hoy de Dios se va haciendo nuestro hoy humano a medida que nos formamos integralmente, como personas en sí,
como personas en relación interpersonal y como personas en sociedad. La fidelidad cristiana, en la espiritualidad de
la liberación, y sin imaginar nunca que eso es tarea de monjes o lujo de primer mundo, debe obligarnos fecundamente
al estudio. Lectura y estudio personal, participación en los cursos y encuentros: sin llegar tarde, sin estar distraído,
asimilando para la vida y para la práctica, con uso evangélicamente crítico de los medios de comunicación y de los
programas políticos sociales y culturales.
El hoy de Dios, como Iglesia de Jesús que somos, nos pide, porque es voluntad del Padre (Ef 1, 9-10) y testamento
pascual de su Hijo (Jn 17, 11), que vayamos realizando el ecumenismo diario en la convivencia con otros hermanos y
hermanas cristianos, en las obras conjuntas de unas y otras Iglesias, en el forcejeo liberador por acelerar el
Ecumenismo, que ha de saltar del papel de los grandes principios o de los congresos interconfesionales a la práctica
diaria. Sin desanimarse por las contradicciones y hasta decepciones que la vivencia del ecumenismo comporta.
También, sabiendo discernir -en nosotros y en los demás- entre la evangelización y el sectarismo, el fervor de los
testigos y la alucinación de los fanáticos.
El hoy de Dios, en cuanto sociedad humana que somos, postula de nuestro compromiso político el empeño por realizar
la alternativa social, el posible socialismo utópico, el nuevo orden mundial que soñamos, en las concreciones del
barrio o de la categoría laboral o de la cooperativa… Solamente hace revolución el que la va haciendo.
Los cristianos debemos dar testimonio de un esfuerzo diario. Por la palabra y por la vivencia histórica de Jesús de
Nazaret sabemos muy bien que nos llamamos y somos hijos e hijas de Dios (1 Jn 3, 1). Esta conciencia de fe nos
posibilita vivir el cargante día a día con aquella actitud de infancia espiritual tan esencialmente evangélica. «Si no os
hacéis como niños no entráis en el Reino» (Mt 18, 1-4); con aquella despreocupada ocupación438 de los pájaros y
lirios del campo que Jesús pide a sus discípulos: “no os preocupéis por lo que comeréis o beberéis” (Mt 6, 31-33),
pues “cada día tiene su propio afán” (Mt 6, 34).
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Por ser cristiana nuestra oración es connaturalmente bíblica. Las comunidades deben rezar con los salmos; cantar la
Biblia; la manejarla con destreza, recurriendo a sus figuras, hechos, palabras más tocantes; hacer de los cursillos
bíblicos un hábito, tanto para su formación pastoral como para su vivencia espiritual.
La oración es una dimensión de la espiritualidad. Hay mucha gente que hace mucha oración y no tiene nada de
espiritualidad cristiana: sólo tiene oración, una oración dicotómica, separada de la vida, segregada, aislada de la
historia, que acaba siendo fanatismo, mecanismo orante… u oración a otro dios.
Pero la espiritualidad depende en gran medida de la oración: de si hacemos oración o no, de a qué Dios hacemos
oración y por qué… La oración nos debe llevar a la Contemplación.
La actitud contemplativa de la Iglesia es una actitud de: "escuchar" la Palabra con el "corazón" abierto a los planes
de Dios (cf. Lc 2,19.51). Es la actitud de volver a la autenticidad de un corazón que se abre al amor, "en espíritu y
verdad" (Jn 4,23).
En el evangelio y en los escritos de Juan (el discípulo amado en "comunión de vida") contemplar significa "ver a
Jesús" (Jn 12,21), "ver su gloria" (Jn 1,14; 2,11), verle incluso en un sepulcro vacío o en la bruma del lago, con una
actitud de fe: "vio y creyó" (Jn 20,8), "es el Señor" (Jn 21,7). Es como "ver" a Jesús donde parece que no está,
conocerle amándole (Jn 10,14; 14,21). De este encuentro vivencial con Cristo, arranca el anuncio: "os anunciamos lo
que hemos visto y oído...
Precisamente porque la Escritura es el libro en el cual cada uno puede leer el Verbo, hay que recibir la palabra de
Dios con una actitud escucha y contemplación.
El proceso de contemplación ha sido descrito por los santos de diversas maneras: como apertura gradual al "agua
viva " o presencia activa del Espíritu; como entrando cada vez más en lo más hondo ("moradas") del corazón; como un
itinerario de salir del propio yo (éxodo para entrar en el silencio de Dios (desierto) y llegar a la unión con él
(Jerusalén); como "escucha" (lectura) de la Palabra para dejarse cuestionar ("meditación"), pedir luz y fuerza
("oración" o petición) y unirse totalmente a los designios de Dios Amor ("contemplación"), etc.
Esta dimensión contemplativa abarca personas y comunidades, en los momentos más meditativos y en los momentos
más celebrativos.
La contemplación, el seguimiento y la vida fraterna disponen a la comunidad eclesial para hacerse misionera y madre.
El camino de la Iglesia misterio y comunión se convierte, por su misma naturaleza, en camino de misión. La misión que
la Iglesia ha recibido de Cristo (Jn 20,21-22) se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Ella anuncia, presencializa
y comunica a Cristo, para que sea realidad viviente en el corazón de cada ser humano.
Toda esta realidad de la espiritualidad no se va a hacer de un día para otro. La vida en el Espíritu es procesual. Y una
de sus dimensiones es la penitencial: una dimensión de conversión permanente: un proceso de erradicación de lo que
hay de mal en nosotros y en el mundo, un proceso que va tratando de conquistar nuevos espacios de luz, de
autenticidad. Un proceso histórico de guerra contra el mal que anida en nuestro corazón estructurante y
estructurado, y en la sociedad, estructurante también y estructurada.
La conversión ha de ser permanente por varias razones:
• El pecado no es sólo lo malo que hacemos, sino lo mucho bueno que nos falta por hacer. Siempre pecamos al menos
por omisión. Nunca podremos decir que rendimos de cara al Reino todo lo que podemos rendir. Todo lo que nos falta
es omisión, de la que debemos convertirnos incesantemente.
• El pecado es no amar, o no amar suficientemente. Siempre podemos amar más. El mandamiento cristiano no
consiste simplemente en amar, sino en amar “como Yo les he amado” (Jn 15, 12).
• Cristo nos invitó a llevar nuestra aventura hasta el final: “Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto” (Mt
5, 48). Y el Concilio Vaticano nos recordó el universal llamado a la santidad (LG 39-42).
• Concilio nos recuerda que la Iglesia está llamada a una “perenne reforma” (LG 35,9; GS 43,21; UR 6)
Convertirse es:
•volverse conmocionadamente, dar un giro con todo nuestro ser, conmover desde el fondo, sacudir desde nuestras
raíces hasta nuestros frutos.
•volverse cada día hacia Aquél que nos ha hecho, Aquél que nos llama, nos habita, nos inspira, nos convoca…
•volverse cada día con una actitud de acogida hacia los hermanos, sobre todo hacia los más pobres, los perseguidos,
los más pequeños…

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•volverse cada día hacia nosotros mismos, hacia nuestro «hondón» personal, a la profundidad, a la opción
fundamental, a las decisiones y convicciones sobre cuya roca se cimienta nuestra vida, para cultivar las raíces que
alimentan nuestra vida
•volverse cada día con una renovada decisión hacia la Causa de Jesús…
Un elemento inicial de este proceso penitencial es el reconocimiento del pecado. No es fácil reconocerse realmente
como pecador, personalmente, y como corresponsable del mal en el mundo. Es más fácil ver “la paja en el ojo ajeno
que la viga en el propio” (Mt 7, 3). Es más fácil descubrir el pecado social que el pecado personal. Es muy frecuente
no descubrir lo que de personal nuestro tiene el pecado social.
Este reconocimiento conlleva el arrepentimiento, el dolor de los pecados, el sentido de culpabilidad. Junto a un
sentido de culpabilidad aceptable hay otro sentido incorrecto, malsano, susceptible de manifestarse en las más
variadas malformaciones patológicas: obsesiones, escrúpulos, traumas psicológicos, neurosis… Tenemos que
distinguir claramente entre el sentido psicológico de culpabilidad y el sentido de culpabilidad auténticamente
religioso y teologal. Los avances de la psicología nos ayudarán a superar más fácilmente los complejos de culpa
innecesarios o claramente malsanos. El verdadero remordimiento o arrepentimiento es liberador.
Otro elemento penitencial es el de la descodificación de las raíces del pecado. Los mecanismos estructurales del
pecado social, como las mismas raíces profundas del pecado personal están muchas veces ocultos. Ni la sociedad ni
nuestra conciencia (mucho menos nuestro subconsciente) son transparentes. Las explicaciones espontáneas que
aducimos o que se nos ofrece no dan razón de las causas reales del mal. El esfuerzo constante de la vigilancia, del
análisis de la realidad (personal y social), etc. son actitudes penitenciales.
El hecho mismo de ser cristiano, seguidor de Jesús, conlleva además otros elementos penitenciales. Señalaríamos:
•El esfuerzo doloroso, pero positivo, por controlar nuestras propias pasiones personales (autoestima,
autoafirmación, ira, sexo…, para que no degeneren en orgullo, egoísmo, violencia, lujuria…). Una primera ascesis,
elemental, consiste en esforzarse por encauzar estas energías nuestras hacia el bien, hacia el Reino.
•El crecimiento de la vivencia del Reino, con toda la dimensión penitencial que implica el vivir y luchar por esta causa:
la afirmación de la vida y del amor, el rechazo incondicional de la injusticia y de la muerte, el sostenimiento de la
esperanza contra toda esperanza…
•El seguimiento de Jesús en lo que tiene de dimensión de kénosis y encarnación. Ello incluye en muchos casos un
elemento de ruptura que se expresa en un cambio de lugar físico o social, en un salir al encuentro del otro, ir a la
periferia, identificarse con el mundo de los pobres…
•La opción por los pobres como solidaridad activa con sus luchas y prácticas, defensa activa de sus derechos,
compromiso con su liberación integral…
•La comunión de destino con Jesús, al compartir los mismos riesgos que él. “Si me han perseguido a mí, también les
perseguirán a ustedes” (Mc 13, 13; Jn 15, 18).
•El seguimiento de Jesús es la primera penitencia. La ascesis no es sólo para profesionales o para monjes. “El que
quiera venir en pos de mí, tome su cruz” (Mt 16, 24ss).
En este contexto penitencial del proceso de transformación de la persona debemos situar la celebración explícita
de la reconciliación, en sus diversas formas: los gestos personales o comunitarios de reconciliación, la celebración
penitencial comunitaria, la celebración sacramental, de forma individual o comunitaria…
Además de esta dimensión penitencial fundamental todos conocemos prácticas positivas de penitencia o ascesis que
se dan en todas las espiritualidades y culturas. Por el hecho mismo de su universalidad demuestran ser
legítimamente humanas. En cada época, en cada psicología personal o grupal, en cada espiritualidad, la dimensión
penitencial y de autocontrol se expresará con matices diferentes.
En este sentido hoy están de actualidad entre nosotros nuevas formas penitenciales, tanto personales como
comunitarias: marchas, ayunos colectivos, formas varias de denuncia profética, celebraciones penitenciales públicas
y callejeras, riesgos asumidos en solidaridad (acompañamiento a refugiados, supervisión de derechos humanos,
presencia por zonas conflictivas o de guerra…), vida de inserción en barrios populares, presencia en áreas
marginadas o áreas de frontera pastoral…
Nuestra espiritualidad tiene sus propios planteamientos o criterios sobre estas prácticas penitenciales o ascéticas.

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•En primer lugar no podemos olvidar que la penitencia del cristiano no es algo expresamente buscado, algo que
añadiéramos positivamente a nuestra vida, sino algo que sobreviene espontáneamente cuando se busca lo
fundamental cristiano.
•La palabra de la Biblia sigue siendo una luz decisiva a la hora de discernir la verdadera penitencia: el ayuno que yo
quiero es conocerme y practicar la justicia (Is 58, 1-9; Jer 22, 16). Se te ha dicho hombre lo que está bien… (Mq 6,
6-8). Estoy harto de vuestros sacrificios (Is 11, 1-18). Corazón quiero, y no sacrificios (Os 6, 6; Mt 9, 11-13).
•En este sentido son de lamentar especialmente la contradicción y la incoherencia en que incurrimos cuando
buscamos formas de penitencia sobreañadidas en vez de vivir la máxima penitencia que conlleva por sí misma la
vivencia del amor al prójimo.
•Ya hay suficiente mal en el mundo. Dios no quiere que lo aumentemos. Al contrario, quiere que lo combatamos. V ivir
y luchar por la Causa de Jesús incluye combatir el mal y construir el bien, ahogar el mal con el bien (Rom 12, 21). La
cruz que el Señor Jesús nos invita a tomar si queremos seguirle no es una cruz que haya que buscar; es la cruz que
viene de luchar contra la cruz: “la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la
justicia” (GS 38).
•Debemos superar el maniqueísmo latente, el anti placer inconsciente presente en prácticas penitenciales que nos
llegaron por la vía de una cierta tradición. El sexo es bueno, como don de Dios que es; y los placeres no son malos en
sí; es malo su mal uso, su abuso, el tenerlo como máxima de vida. Son dones de Dios que podemos y debemos amar.
Dios nos ha hecho para la felicidad, no para el dolor ni para la frustración.
•Debemos superar el sadismo o masoquismo oculto en expresiones muy tradicionales que se prestan a ser
malentendidas. El Reino de los cielos exige violencia (cfr. Mt 11, 12), pero no masoquismo. La penitencia cristiana no
puede consistir en la búsqueda positiva del dolor por sí mismo, ni en el sacrificio a dioses sedientos de sangre, ni en
la victimación neurótica. Dios ama la vida, no la muerte. Nuestro Dios no es la tristeza sino la definitiva alegría.
•La actitud cristiana por excelencia no es una fría indiferencia o una tranquilidad impasible ante las realidades de
este mundo y de la historia. En nombre de nuestra fe tenemos el derecho y el deber de apasionarnos por las cosas
de la Tierra desde que en ella vemos la casa de la familia humana, la tienda y el Cuerpo de Aquel que vino y que viene,
la masa y el horno en que fermenta el Reino sufrido y soñado. En este sentido, para nosotros la ecología es ejercicio
de virtud, cuestión de fe y desafío de espiritualidad .
•El simple cultivo ascético de la fuerza de voluntad tiene su propio valor cristiano, pero no por la negación de sí en sí
misma, sino en función del amor al Reino que expresan y viabilizan. La negación en sí misma, la negación por la
negación, no es salvífica.
•El ejemplo de Jesús, a quien seguimos, sigue siendo el criterio decisivo. Jesús se retiró al desierto (Mt 4, 1-2),
solía buscar lugares adecuados para orar (Lc 5, 16), madrugaba (Mc 1, 35) y trasnochaba para orar (Lc 6,12),
aprendió con lágrimas a obedecer (He 4, 7-10), sudó sangre en el huerto (Lc 22, 44)… Pero a la vez Jesús no aparece
como un esenio que se retira de la vida, sino que vive con su pueblo (Lc 2, 50-52), participa en sus fiestas (Jn 2), se
retira a descansar con sus discípulos (Mt 14, 13ss), exulta de alegría por las obras del Padre(Lc 10, 21), etc.
La espiritualidad de ser comunidad no se mira a sí mismo, busca lo personal para la comunidad y la comunidad para
vivir personalmente a Dios. Es una vivencia de Dios en la persona y su contorno, mirando al otro.
En este camino de vivencia comunitaria lleva a saberse dominar a sí mismo, a mostrarse dueño de sí mismo, y no
dejarse llevar por instintos, caprichos, y allí adquiere valor el celibato, como un camino disciplinario para hacerse
dueño de sí para estar para los demás, dominarse en sus instintos y derechos para realizar la cercanía y los deberes
con los demás en la libertad, es decir, sin responsabilidades personales y sociales, vivir la responsabilidad social en
lo personal, unificado a Cristo.
PARA NUESTRA REFLEXIÓN
1 ¿De qué me tengo que convertir para vivir la espiritualidad de comunidad?
2 ¿Cuáles acciones voy a realizar para llevar a la vida personal la espiritualidad de comunidad?
3 ¿Cómo involucrar a otros en la espiritualidad de comunidad?
4 ¿Cómo está tu espiritualidad?
5 Lo que aprendiste en este tema, ¿de qué manera lo vas a incorporar en tu vida y compromiso de hoy en
adelante?
6 Leer APARECIDA, nn.191-200; 314-327
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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA ORACIÓN SACERDOTAL Jn 17
CONCLUSIÓN
Jesús aunque no era un maestro de espiritualidad, enseñó a tener una vivencia en el Espíritu, dejándose guiar por el
Espíritu Santo para cumplir la voluntad del Padre.
Jesús realizó una vivencia del Espíritu y Jn 17 nos presenta el cumplimiento del ministerio de Jesucristo,
dejándonos un testamento para la vivencia de discípulos y de sacerdotes, no nacidos de una exterioridad o un
intelectualismo, sino desde una relación intensa y desde el interior con Dios Padre y nos enseña Jn 17 un estilo de
vida sacerdotal:
1. Ser testimonio de relación con Dios, desarrollando una espiritualidad de glorificación a Dios.
2. Vivir un sacerdocio intercesor. (Jn 17, 8-19). Espiritualidad de intercesión.
3. Pastores preocupados por su grey y cuidarlos, ser pastor. (Jn 17, 12). Espiritualidad de Pastor.
4. Misioneros por vida y no por diplomados o carismas fundacionales (Jn 17, 14.18.20.26). Espiritualidad
misionera
5. Sacerdotes presente en el mundo, sin ser del mundo, siendo testimonio de una realidad más allá de lo
material (Jn 17,14-16). Espiritualidad de testimonio.
6. Dando respuesta al llamado de santidad desde el ministerio sacerdotal, siendo objeto de santificación (Jn
17,17.19) y santificando al mundo. Espiritualidad de santidad.
7. sacerdote unificador y creador de comunidad (Jn 17, 11.21-23). Espiritualidad de comunidad.
Para ello se debe llevar una vida sacerdotal centrada en:
6. Liturgia y oración
7. Evangelización y Pastoral
8. Secularización e inculturación
9. Santificación
10. Comunión
La espiritualidad del sacerdote debe convertirse en modelo y promotor de una espiritualidad cristiana, que lleve a
los discípulos del Señor a ser seguidores de Cristo en un estilo de vida propio de cristianos en su propio estado.

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