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TESIS 24: EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA

El término hebreo Ruah (espíritu),presente 378 veces en el AT, es usado en cuatro sentidos
(1) sentido físico:el viento, el soplo del aire; (2) sentido vital:la fuerza viva en el hombre,
principio de vida (aliento), ; (3)sentido espiritual: el alma humana, sede del conocimiento y
de los sentimientos; y (4) sentido divino: la fuerza de vida de Dios, por la que Él obra y hace
obrar, tanto en el plano físico como en el espiritual. En la traducción griega de los LXX se
utiliza el sentido filosófico del término Pneuma1, para referirse al Espíritu como la sustancia
que insufla vida en la materiay la mueve a obrar según su esencia, podría decirse el
Espíritu divino que obra en el ser humano a través de su espíritu o alma humana, e inspira su
voluntad para que obre según lo que es y para lo que fue hecho.

La reflexión teológica sobre el Espíritu de Dios, parte de la contemplación de esta fuerza


divina, actuante en la creación, sobre todo en el hombre, a quien se le va revelando
procesualmente a lo largo de la historia, hasta el punto de manifestársele como la Tercera
Persona de la Trinidad. En esta tesis se expondrán los principales desarrollos teológicos
frente ala cuestión del Espíritu de Dios y su misión creadora y santificadora, en la historia de
salvación.

1. EL ESPÍRITU SANTO EN LA REVELACIÓN

 Antiguo Testamento.
La Biblia se abre con la afirmación de que, antes de la creación, “el Espíritu de Dios
(RuahElohim) aleteaba sobre las aguas” (Gn1,2). A partir de este primer dato el Espíritu de
Dios permanece en el hombre, aún cuando éste se separe de Él (Gn 6,3), porque fue
modelado por Dios y le infundió un espíritu vivificante (Is 15,11). A lo largo de la historia de
Israel, el Espíritu de Dios se hace presente en momentos decisivos(Gn 41,38);influye
positivamente en las decisiones más importantes (Ex 3,12); y obrando con poder a través de
sus elegidos: jueces (Jc 13,25),reyes (1 Sm 16,13), profetas (Is 11,2). En general, el Espíritu
Santo en la teología veterotestamentaria se identifica con Dios, es su fuerza divina que da
aliento y vida, que ilumina y fortalece a los profetas en su misión, pero no es una persona: es
más bien la potencia de Dios que se manifiesta y acompaña la vida de los hombres.

 Nuevo Testamento
En el NT, el Espíritu de Dios también se manifiesta como fuerza divina que emana de Dios,
pero además, se lo identifica con unos atributos especiales, tales como: “Espíritu del Padre”,
“Espíritu de la Verdad”, “Espíritu del Hijo”, “Espíritu del Señor”, “Espíritu Santo”, que
empiezan a darle un matiz más personal al Espíritu divino, es decir, que permiten a la
teología pasar de una comprensión del Espíritu como potencia de Dios, a las bases de una
personalización del mismo, es decir, a la asimilación del Espíritu santo como persona de la
Trinidad, que podemos destacar en las siguientes alusiones neotestamentarias:

(1) textos que identifican claramente la identidad de cada una de las tres Divinas Personas:
Mt 3,16-17; 17,1-8; 28,19-20; 2 Cor 13,13. (2) testimonios en los que expresamente se
menciona al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo separadamente: 1 Tes 1,1-6; Gt 4,4-6; Ef 3,1-
12; 1 Cor 12,3-18; Rm 1,1-14; Tit 3,3-14. (3) testimonios que nombran a Jesús y al Espíritu
Santo, distinguiéndolos entre sí: Lc 1,35; Gt 4,4-6; Rm 8,10-11; Hc 2,38; 8, 17-18.38-39;
11,15; 19.1-7. (4) El Espíritu Santo es una persona distinta del Padre y del Hijo: Jn 14, 16.26;
15,26; 16,7.13-14. (5) La divinidad del Espíritu Santo: Lc 12,11-12; Jn 16,7-8. (Dominum et
vivificantem. 8).

Además, en el evangelio de Jn recibe el título de Paráclito (Jn 14,26; 25,26; 16,7), término
que designa en general la persona que sale en favor de otro, es decir un defensor, casi
siempre identificado con la figura del abogado defensor en un juicio, pero que es más bien un

1
distinto al término psique (alma), que traduce mente o razón humana, y se utiliza principalmente para referirse a la
interioridad del hombre y a su independencia frente a la realidad del cuerpo.
mediador entre dos partes. Esta función la ejerce el Espíritu en favor de Cristo (primer
paráclito enviado por el Padre) en el corazón de los discípulos, como Cristo ante el Padre a
favor de los discípulos (Jn 14,16). Este término designa cuatro aspectos de la actuación del
Espíritu Santo: (1) presencia de Jesús (Jn 14,15-17); (2) defensa de Jesús (Jn 15,26; 16.7); y
(3) memoria viva de la Iglesia que le permite actualizar lo que Jesús dijo (Jn 14,26). Que se
diferencian del sentido que da a la mediación de Cristo, netamente con una función
expiatoria (1 Jn 2,1s).

2. EL ESPÍRITU SANTO EN LA DOCTRINA DE LOS PADRES


Los Padres de la Iglesia son los mejores comentaristas de los textos bíblicos acerca de la
persona y misión del Espíritu Santo, cubriendo todos los campos de enseñanza: exegética,
teológica, homilética y catequética. A continuación veremos algunas de las reflexiones más
importantes:

Empezando por los padres apostólicos, que desde la Didaché, donde se reconoce la
identidad personal del Espíritu en la fórmula trinitaria del bautismo (VII,1.3), se destaca la
inspiración del Espíritu Santo en los auténticos profetas que guían a las comunidades
cristianas, diferenciándolos de aquellos que enseñan o doctrinas humanas o incluso
diabólicas, que dividen a los cristianos(XI,8.9.11) y se habla de la obra salvadora llevada a
cabo simultáneamente por Cristo y por Espíritu Santo (IV,10).
San Clemente Romano, afirma que la vida cristiana perfecta “proviene de la efusión plena
del Espíritu Santo, y escribe que mientras que la resurrección justifica sus mandatos, la
certidumbre de la fe la infunde el Espíritu Santo (XLII,3). También recuerda que la veracidad
de la Escritura está avalada porque “fue inspirada por el Espíritu Santo” (XLV,2).
San Ireneo de Lyon nunca llama Dios al Espíritu Santo, sin embargo, siempre lo coloca en
la esfera del ser divino, y no en el de las criaturas, y lo hace no por una exposición teórica de
su divinidad, sino mostrando cómo sus obras salvíficas trascienden toda capacidad de
operación de los seres creados, así fuesen los ángeles, porque corresponden al actuar de
Dios, “El Espíritu procede del Padre, que sostiene al Hijo, y éste lo entrega a las criaturas en
proporción distinta: a unas en la creación, a otras en la regeneración, para que Él las
transforme en Hijos adoptivos”. Pero no lo llama persona, y sin embargo, le atribuye muchas
actividades de orden estrictamente personal: revela al Padre, al Hijo y su economía
salvífica, anuncia por los profetas, enseña, conduce, glorifica al Padre. Además, le confiere
un papel único en la economía de salvación, donde en relación con el espíritu humano que
es corruptible, por virtud de la resurrección participa de la eternidad del Espíritu y le
comunica su propia incorruptibilidad.
Los Padres capadocios prestaron especial atención a la cuestión del Espíritu Santo, de
entre ellos, se destacó la reflexión de San Basilio, que estableció las bases fundamentales
para alcanzar una doctrina sistemática sobre la divinidad del Espíritu Santo. Su análisis parte
de las misiones divinas que lleva a cabo la acción de la tercera persona de la Trinidad,
haciendo énfasis de su presencia en el acto mismo de la creación, a modo como si el mundo
creado hubiese recibido el orden hasta convertirse en cosmos por la acción del Espíritu
Santo:

“en la creación consideramos al Padre como la causa principal, al Hijo como la causa
creadora y al Espíritu santo como la causa perfectiva, de modo que los espíritus con misión de
servicio subsisten por voluntad del Padre, existen por la acción del Hijo y se perfeccionan por
la presencia del Espíritu Santo (…) Así toda esta inefable y supraceleste armonía sería
imposible que se conservase, si no la presidiese el Espíritu Santo. De esta manera, pues, en la
creación, el Espíritu Santo está presente a los seres que no se perfeccionan por un progreso,
sino que son inmediatamente perfectos desde la misma creación: les confiere Gracia para dar
remate y perfección a sus sustancias”(El Espíritu Santo, XVI, 38; PG 32,137)

Además subraya la misión del Espíritu Santo en la acción de la santificación:


“La familiaridad del Espíritu con el alma no es de proximidad local, sino el apartamiento de
las pasiones, que, sobreviniéndose luego al alma por su amor al cuerpo, la privaron de la
familiaridad de Dios. Purificándose, pues, de la fealdad adquirida por medio del vicio,
remontándose a la belleza de la naturaleza primitiva mediante la purificación, únicamente, así
como se acerca el paráclito. (…) por medio de Él tenemos la elevación de los corazones, la
guía de los débiles y la perfección de los proficientes. (…) también las almas portadoras del
Espíritu, ellas mismas se vuelven espirituales y proyectan la Gracia en otros (…) por medio del
Espíritu Santo tenemos: el restablecimiento en el paraíso, la subida al Reino de los cielos, la
vuelta a la adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar
en la Gracia de Cristo (…) y en general, de estar en la plenitud de la bendición, en esta vida y
en la futura, viendo como en un espejo la Gracia de los bienes que reservan las promesas”
(Espíritu Santo, XVI, 39)

En Occidente, San Agustín de Hipona, aporta la reflexión teológica más importante y


original sobre la identidad del Espíritu, que es identificado (definido) como el Amor de Dios y
su Don por excelencia. Explica San Agustí, “La caridad que viene de Dios y es Dios, es
propiamente el Espíritu Santo, pues por medio de Él, se derrama la caridad de Dios en
nuestros corazones, haciendo que habite en ellos la Trinidad”. Si Dios es amor (1 Jn 4,8) y se
nos dona, es el don por excelencia, porque es Dios mismo, inhabitado en el corazón
humano. Por esta causa, siendo el Espíritu Santo Dios, se llama Don de Dios. ¿Y qué puede
ser este Don, sino amor que nos allega a Dios, sin el cual cualquier otro don de Dios no nos
lleva a Dios?

El Espíritu es el amor de Dios que ha sido dado a los hombres, y plasma con su acción lo
mismo que hace al interior de la Trinidad. Si el Espíritu une al Padre y al Hijo en íntima
comunión, al ser donado obrará la comunión de los seres humanos con Dios y entre sí. Si
consideramos que la comunión fue dañada por el pecado, entonces el Espíritu -que es Amor
y Don por excelencia-- tiene como una de sus tareas el restablecerla. Y esto es precisamente
la reconciliación: la recuperación de la comunión herida por el rechazo culpable de los
hombres y el restablecimiento del amor (De Trinitate XV, 27, 48)

3. EL ESPÍRITU SANTO EN EL MAGISTERIO

 Principales herejías pneumatológicas


1. Modalismo: es derivación de la herejía trinitaria: en el ser de Dios no se dan tres
personas, sino tres “modos”, “atributos”, “manifestaciones” o “expresiones” de Dios. La
terminología no fue nunca unánime: se trataba de armonizar la realidad de Jesucristo y del
Espíritu Santo con la unidad de Dios. Sabelino de Tolemaida (260 d.C.) hizo énfasis en el
Espíritu Santo, (sabelianismo). Dios Padre fue el creador, pero otras misiones más
concretas, la redención y la santificación, las delega en Cristo y en el Espíritu. Siguiendo la
explicación de Praxeas (y luego Arrio) sobre Jesús como un ser superior, pero creado en el
tiempo por Dios, Sabelino aplicó esta misma teoría al Espíritu Santo, que era un modo
concreto de manifestación de Dios (potencia).
2. Pneumatómacos: son los negadores del Espíritu, derivan también del arrianismo y
concluyen en el monarquianismo, sólo Dios-Padre es Dios. Es la herejía de Macedonio que
originó la convocación del concilio I de Constantinopla (381). Esta herejía niega la divinidad
del Espíritu Santo: es un ser creado, pero no divino como el Padre. Además de Macedonio,
condenado en el concilio, persistieron en el error los llamados pneumatómacos (Marcelo,
Fontino, Euconio) (DzH 151).
3.Pneumatólogos: en el otro extremo se catalogan corrientes muy diversas que, a partir de
la profesión de fe en la divinidad del Espíritu Santo, han exagerado su papel en la vida y en
la actividad de la Iglesia. Este error fue profesado por los Valdenses (DzH 790-791), pero su
teoría acerca de las tres edades de la historia de la Iglesia fue propuesta por el Abad
Cisterciense Joaquín de Fiore (1202) y que degeneraría en el joaquinismo a quien condena
el concilio IV de Letrán (DzH 203).

 Concilio de Constantinopla I (381)


los Padres reunidos en el Concilio de Constantinopla no tuvieron más intención que
interpretar correctamente el credo de Nicea, aplicándolo a la cuestión de la divinidad del
Espíritu contra la herejía Macedoniana. El Símbolo es completado por una serie de
declaraciones originales sobre el Espíritu Santo, que son fruto de la teología de los
Capadocios (especialmente Basilio), dirigidas a confesar de una forma clara y contundente la
divinidad del Espíritu.

“ y en El Espíritu, el Santo” El artículo “el” nos dice que se refiere a la persona del Espíritu
Divino, y no al viento o el alma humana (Atanasio). El Espíritu es santo, tal como se afirma
en la Escritura, y es santo por naturaleza, con la santidad que es propia de la naturaleza
divina. Por esta razón es santificador, y la salvación como divinización es posible gracias al
Espíritu (Lv 11,44; II R 19.22).
“(El) Señor” Es el nombre divino para las teofanías del AT, y con el que más se destaca al
Padre y al Hijo en el NT, para demostrar su divinidad en la misma línea o naturaleza del
Padre y del Hijo (2 Cor 3,17 y 2 Tes 3,5).
“(El) Vivificador” Es una referencia a su papel creador, recreador y divinizador del Espíritu
en la economía de la salvación. Las criaturas son vivificadas, mientras que el Espíritu, que
está de parte de Dios, vivifica. Puede vivificar porque es Dios (Jn 6,63; Rom 8,11.
“(El) que procede del Padre” Gregorio Nacianceno respondió que si el Espíritu procede del
Padre, significa que no es criatura. Otra cosa es que no conozcamos cómo es la manera de
proceder, como de la misma manera que no conocemos ni podemos sondear la agennesía
del Padre. Si pertenece a Dios hay que diferenciarlo del Padre (pues no es ingenerado) y del
Hijo que procede del Padre (pues no es engendrado).
“(El) que juntamente con el Padre y el Hijo es coadorado y conglorificado” El término
griego dice que con una misma adoración (latría), adoramos al Padre, al Hijo y al Espíritu. La
expresión con-glorificado se refiere a la misma dóxa que en el culto de latría se atribuye solo
a Dios. Si es adorado y glorificado con el Padre y el Hijo significa que es Dios como ellos.
Este culto no es solo igual en dignidad, sino en el mismo acto.
“(El) que habló por los profetas” Subraya la universalidad de la misión del Espíritu al
señalar que su acción recorre toda la historia, también la del AT. Con esta expresión afirma
la continuidad e identidad de la misión del Espíritu desde el inicio de la creación. Hay un
único Espíritu en la historia de la salvación que se hace presente mediante el don de la
profecía. Quien, habla por medio de los profetas.

 La cuestión del Filioque


En el concilio de Calcedonia (451), la teología oriental y occidental habían llegado a un
consenso conceptual y de terminología en la comprensión del misterio trinitario y cristológico,
de forma que se hizo común el rezo del símbolo niceno-constantinopolitano. Pero en torno al
siglo VII y VIII, surge un problema que dividirá profundamente los dos ámbitos cristianos de
oriente y occidente, hasta el siglo XX. La causa fue que la Iglesia romana, con el fin de
explicar mejor la naturaleza divina del espíritu santo, introdujo en aquel símbolo el término
latino Filioque (del hijo), donde se afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo,
es decir, de la comunión entreambos,y no como se expresaba en terminología griega Per
filium (por el Hijo), donde el Padre es el único origen tanto del Hijo como del Espíritu, del
Hijo directamente y del Espíritu Santo por medio del Hijo.

Sólo hasta el concilio de Florencia (1431-1447), convocado para propiciar la unidad de


occidente con oriente, se declara conjuntamente que ambas expresiones son sinónimas, y su
única distinción radica en que para los griegos Per filium es causa y según los latinos
Filioque es principio de subsistencia. Pero la persistente división entre las Iglesias impidió
una autentica consolidación de esta declaración, que sólo alcanzó solidez en ambas
doctrinas, hasta finales del siglo XX, donde el Pontificio Consejo para la Unión de los
Cristianos publicó una declaración que acerca ambas tradiciones, a partir de las afirmaciones
de Jn 16,14 y Rm 8,9, concluyendo que ambas fórmulas son coincidentes en su contenido y
significación (CEC 247-248)
4. EL ESPÍRITU SANTO EN LA TRINIDAD “INMANENTE” Y “ECONÓMICA”

En el tratado de Trinidad, la teología distingue las Tres Divinas Personas de acuerdo con
estas tres categorías constitutivas y subsistentes: (1) las procesiones, por cuanto las tres
subsisten en la identidad de la Naturaleza Divina; (2) la relaciones pues la tres tienen relación
constitutiva entre sí, y (3) las misiones del Hijo y del Espíritu por parte del Padre. que a partir
de la definición de Dios como amor de 1 Jn 4,8.16, se entiende la Trinidad como un campo
de amor, en el cual toma origen y se desarrolla de forma eminente la acción del Espíritu
Santo. Tal como lo detalla la encíclica Dominum et vivificantem:

 Dios, en su vida íntima, «esamor»,amor esencial, común a las tres Personas divinas. El
Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto «sondea hasta
las profundidades de Dios, como Amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu
Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor
recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios «existe» como don. El
Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es
Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una
profundización inefable del concepto de persona en Dios, que sólo conocemos por la
Revelación (DoV 10).

Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y


don (increado) del que deriva como de una fuente (fonsvivus) toda dádiva a las criaturas (don
creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de
la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación. Como escribe el apóstol
Pablo: « El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado»(DoV 10).

El Espíritu Santo además de adentrarnos en la densidad de la Trinidad desvelando el


misterio de Dios como: Padre-Hijo-Espíritu Santo, nos ofrece el verdadero rostro de
Jesucristo, como el Verbo Encarnado de Dios, y nos configura con Él, injertándonos por
medio del sacramento del bautismo, al cuerpo místico de la Iglesia, regenerándonos como
hijos adoptivos de Dios. De este modo, el Espíritu desempeña en la vida de la comunidad. A
su vez, mantiene la unidad y la variedad de vocaciones mediante la distribución abundante
de sus dones y carismas. El Espíritu Santo se ofrece como el que mantiene la fe de cada
bautizado en la presencia de la persona de Jesús y de sus enseñanzas. Él actualiza su
doctrina, hace de mentor de ella en cada persona y en cada circunstancia, al tiempo que
habita en su interior como inspirador que ayuda a revivir en todo momento la acción benéfica
de la salvación alcanzada por Jesús. En últimas, es el que garantiza la fe, vivifica la Iglesia y
da vida sobrenatural al cristiano.

Cristo al modo como prometió su permanencia continua en la Iglesia, hasta el fin del mundo
(Mt 28,20) de modo semejante asegura a los apóstoles que el paráclito que les enviará
estará con ellos para siempre (Jn 14,16) de ahí surge la reflexión sobre la acción constante
de Cristo y del Espíritu santo como constitutivos de la Iglesia y de la vida Cristiana. Las
doctrinas heréticas pretenden independizar el Espíritu de la relación con el Hijo, reduciéndolo
a una simple potencia del Padre, pero como hemos visto escriturísticamente esta postura cae
ante la certeza de que ambos han sido enviados por el Padre, no como potencias, sino como
mediadores de salvación con una misión distinta y concreta: redención y santificación.

5. LA VIDA EN EL ESPÍRITU

Ser cristiano es estar en Cristo; hacer de Cristo el principio de la vida, llevar una vida
totalmente dominada por Él. El Espíritu Santo obra esta identificación espiritual, “mística” con
Cristo, esta confianza absoluta que depositamos en Él para que se adueñe de toda nuestra
vida, como causa trascendente e íntima, pero la fe la realiza como disposición en nosotros.
Dios Padre por su Espíritu hace que Cristo habite en nuestros corazones, en esta
profundidad de nosotros mismos donde se forma la orientación de nuestra vida (Ef 3,14-
17).La fe que es don de Dios por puro amor (Ef 2,8) es el punto de partida o medio por el que
es dado el Espíritu (Gt 3,14; 5,5).

Sin embargo, no podemos limitar el don y la acción del Espíritu a un solo momento del
despliegue de la fe, el Espíritu está activo en la Palabra (1 Ts 1,15; 4,8; 1 Pe 1,12) y en la
escucha (Hc 16,14); da testimonio de Jesús dentro y fuera (Jn 15,26; Hc 1,8; Ap 19,10).
Incluso si la unción de que hablan 2 Cor 1,21-23 y 1 Jn 2,20.27 es la unción de la fe unida a
la acción del Espíritu santo. Y teniendo encuenta la reflexión de 1 Jn 3,9, es la Palabra de
Dios la que nos hace nacer en el Espíritu por la fe que le recibe. Esta unción de la fe es obra
del Espíritu, extiende a los fieles, la comunicación y extensión de la acción profética y
mesiánica recibida del Espíritu por Jesús en el momento del bautismo. Esta unción está
activa en toda la vida de fe del bautizado y del testigo, tanto si estos son inspirados
personalmente u oficialmente mandados. El Espíritu profundiza la fe de los discípulos y la
conforta, Él es esencialmente Espíritu de Verdad (Jn 14,17).

Los Padres de la Iglesia recuerdan siempre que el Espíritu revela al Hijo como éste revela al
Padre, y en la Escritura el testimonio del Paráclito se refiere a Cristo (Jn 14,16; 15,12-16). La
confesión sobre la verdad de Jesucristo, es a su vez, criterio de autenticidad de la acción del
espíritu (1 Cor 12,3; 1 Jn 4,2) El Espíritu de Dios es el único que sabe lo que hay en Dios (1
Cor 2,11) es el único que puede ayudarnos a alcanzar la verdad teocéntrica de Cristo en toda
su profundidad, pues está presente en Cristo, según el comienzo eterno de su generación de
Hijo, el espíritu está pues, desde siempre con el Hijo, por ello es su testigo privilegiado e
insustituible (1 Cor 2,12-14).

Cristo es el centro e incluso la cima, pero no es el término. “Hijo del Hombre” tipo del hombre,
va más allá de sí mismo y conduce más allá de sí mismo. Está totalmente anclado hacia el
Padre y para Él. En tanto, El Espíritu nos lleva al Hijo y el Hijo nos conduce al Padre, como
hijos adoptivos, por mediación de la Gracia. Sólo por medio de Cristo podemos conocer al
Padre y llegar a Él, por ello Dios ha constituido en Jesús una realidad única de relación filial
perfecta con Él y nos llama a la comunión con su Hijo (1 Cor 1,9), para que éste sea el
primogénito de una multitud de hermanos (Rm 8,29) en una historia coextensiva de la
nuestra, has que se someterá el mismo Hijo al que se le sometió todo, para que Dios sea
todo en todos (1 Cor 15,28).Nuestra vida filial será nuestra obediencia, nuestra búsqueda de
la conformidad amante y fiel de la voluntad de Dios, sin dimitir de nuestra inteligencia ni de
nuestra dignidad de hombres, uniéndonos en la oración del Hijo a su Padre, para ser
transfigurados en la imagen del Hijo por el señor, que es el Espíritu (2 Cor 3,18).

Todo esto está dicho en el pasaje de la primera carta de Juan: “Ahora somos hijos de Dios, y
aún no se ha manifestado lo que seremos, sabemos que cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal como es” (1 Jn 3,1-2). Difícilmente podría expresarse
mejor la unidad y tensión de lo que caracteriza tanto el Reino de Dios como la Vida Eterna.
Para san Pablo, nuestra cualidad de hijos por adopción es la promesa y seguridad de
heredar los bienes patrimoniales de Dios. Para Juan tenemos la vida eterna si creemos en
aquel que Dios nos ha enviado; mientras que por otro lado, Pablo habla incesante mente de
Cristo en nosotros, de las arras del Espíritu y Juan sabe que estamos en la espera de su
gloria. En otras palabras el gran misterio escatológico del ya, pero todavía no.

Poseyendo las primicias del Espíritu, suspiramos dentro de nosotros mismos, esperando ser
tratados verdaderamente como hijos y que nuestro cuerpo sea rescatado (Rm 8,23), estas
primicias son garantía de nuestra herencia y tienen por finalidad afirmarnos en nuestra
confianza (2 Cor 1,21-22; 5,5; Ef 1,13). El Espíritu dado y actuando en plenitud, obrará la
resurrección de nuestros cuerpos como resucitó a Cristo (Rm 1,4; 1 Pe 3,18). No seremos
plenamente hijos de Dios, hasta que nos hallemos como Cristo, en la condición de hijos de
Dios. Su resurrección y glorificación aseguraron esta condición a Cristo. San Lucas lo
confirma en su evangelio afirmando que aquellos que alcancen el Reino de la resurrección
serán hijos de Dios, siendo Hijos de la resurrección,y viven para Dios (Lc 20,36.38), de igual
manera Cristo resucitado, viviendo vive para Dios (Rm 6,10). En nosotros, esta vida ha
comenzado y es todavía objeto de esperanza y espera (Rm 8,9-11.16-23).San Pablo
considera la filiación escatológica como una filiación actual: Vida Eterna, Reino y Espíritu
tienen una existencia dinámica en nuestras vidas terrestres. El Espíritu es al mismo tiempo
llamada y exigencia, don y tarea, por tanto es principio de una vida santa desde aquí en la
tierra proyectada hacia la eternidad.

Bibliografía

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Fernández, A. (2015). Pneumatología. En A. Fernández, Teología dogmática I (págs. 463-
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Schmauss, M. (1976). Espíritu Santo. En E. Teológica, Sacramentum mundi (págs. 806-830).
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