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ANTROPOLOGÍA BÍBLICA
la Antropología Bíblica, o Doctrina del Hombre, como la parte de la teología bíblica que estudia
el origen del hombre, su naturaleza, tanto, material como inmaterial, su naturaleza caída, su
condición como hombre redimido y su eternidad por venir
El hombre es, para Aristóteles, una unidad sustancial natural compuesta de cuerpo y alma, no
una dualidad antinatural como en Platón; el tratamiento del alma en Aristóteles carece de las
fuertes connotaciones religiosas que hemos señalado en su maestro.
Sócrates dice que el alma existe dentro de nosotros y no se capta por los sentidos, el alma nos
permite decidir nuestra conducta, y poseer un alma racional o de inteligencia. Esto es lo más
importante para Sócrates, la función ética o práctica, según nuestro conocimiento tomamos
nuestras propias decisiones ya que la voluntad está sometida al conocimiento y de ahí
depende la felicidad que fue un tema que le importo mucho a Sócrates. Pensaba que la
investigación de quien es el hombre era mucho más importante que la parte física, para él las
propiedades y las cualidades de la naturaleza no quieren decir nada acerca del hombre. Para
encontrar esta verdad expuso el contacto con los hombres mediante el dialogo encontrando
así su anhelada respuesta.
Esta teoría sostiene que los seres vivos no han aparecido de la nada, sino que tienen un origen
definido. Sin embargo, las especies pueden ir cambiando conforme pasan las generaciones,
dando paso a un ser completamente diferente. Con su enunciado Darwin ha dividido la historia
en antes y después, generando incontables discusiones entre la ciencia y la religión. Conocer a
fondo la teoría de la evolución es indispensable para entender de dónde venimos y, sobre
todo, hacia dónde vamos como especie.
Figura-1-Constitucion-del-ser-humano
Las tres partes del hombre: espíritu, alma y cuerpo
Los seres humanos son complicados. Cada uno de nosotros es único; procedemos de varios
trasfondos y tenemos diferentes personalidades.
Pero con respecto a cómo Dios nos creó, realmente todos somos iguales. La Biblia nos dice en
1 Tesalonicenses 5:23 que todos fuimos creados con tres partes: un espíritu, un alma y un
cuerpo:
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y
vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor
Jesucristo”.
En esta entrada leeremos una nota extremadamente útil sobre este versículo en el Nuevo
Testamento Versión Recobro para ayudarnos a entender estas tres partes.rna y que se puede
ver, el alma como la parte interior, y nuestro espíritu como la parte más profunda y escondida.
“Esta palabra claramente indica que el hombre consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
El espíritu como nuestra parte más profunda, es el órgano interno, por el cual tomamos
conciencia de Dios y tenemos contacto con Él (Jn. 4:24; Ro. 1:9)”.
El espíritu humano es la parte más profunda de una persona. Por medio de esta parte más
interna, podemos contactar a Dios en la esfera espiritual. Ninguna otra criatura fue creada por
Dios con esta tercera parte.
“El alma es nuestro mismo yo (cfr. Mt. 16:26; Lc. 9:25), un intermediario entre nuestro espíritu
y nuestro cuerpo; por ella somos conscientes de nosotros mismos y tenemos nuestra
personalidad”.
Nuestra alma percibe las cosas en la esfera psicológica. De hecho, en griego, el idioma original
del Nuevo Testamento, la palabra para alma es psujé, que también es la palabra raíz de
psicología.
Nuestra alma es nuestra personalidad, quienes somos. Con nuestra alma pensamos,
razonamos, consideramos, recordamos y nos preguntamos. Experimentamos emociones como
felicidad, amor, tristeza, ira, alivio y compasión. Y somos capaces de determinar, elegir y tomar
decisiones.
Ahora leamos la siguiente sección sobre nuestro cuerpo y cómo se relacionan nuestras tres
partes:
“El cuerpo como nuestra parte exterior es el órgano externo; por él somos conscientes del
mundo y tenemos contacto con el mundo material. El cuerpo contiene el alma, y el alma es el
vaso que contiene el espíritu”.
Nuestro cuerpo existe y contacta las cosas tangibles del mundo material usando nuestros
cinco sentidos físicos. El cuerpo es la parte visible y externa de nuestro ser, y contiene el alma.
Nuestra alma es el vaso que contiene nuestro espíritu.
A continuación se muestra un diagrama simple de tres círculos concéntricos que ilustran estas
tres partes. Muestra el cuerpo como nuestra parte exterior y visible; el alma como nuestra
parte interior; y nuestro espíritu como nuestra parte escondida más interna.
“En el espíritu, Dios mora como Espíritu; en el alma mora nuestro yo; y en el cuerpo moran los
sentidos físicos. Dios nos santifica primero al tomar posesión de nuestro espíritu, mediante la
regeneración (Jn. 3:5-6); luego, al extenderse como Espíritu vivificante desde nuestro espíritu
hasta nuestra alma para saturarla y transformarla (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18); y por último, al
vivificar nuestro cuerpo mortal a través de nuestra alma (Ro. 8:11, 13) y al transfigurar nuestro
cuerpo con el poder de Su vida (Fil. 3:21)”.
1 Tesalonicenses 5:23 nos dice: “El mismo Dios de paz os santifique por completo”. Él nos
santifica extendiéndose y saturando todo nuestro ser, comenzando desde nuestro espíritu,
continuando a nuestra alma, y finalmente incluyendo nuestro cuerpo. Al estar completamente
llenos de Dios en cada parte de nuestro ser, Dios puede expresarse a través de nosotros.
¿Cómo podemos cooperar con la intención de Dios de saturar todo nuestro ser consigo
mismo?
Ejercitar nuestro espíritu es la clave. Nuestro espíritu no sólo tiene la capacidad de contactar y
tener comunión con Dios, sino que también es el lugar donde Él vive en nosotros. Podemos
volvernos a Él en nuestro espíritu para vivir por Su vida. Por medio de nuestro espíritu también
podemos recibir más de Cristo cada día. Desde esta “base” de Su operación en nosotros, Él
puede entonces extenderse a nuestra alma. Cuanto más recibamos a Cristo ejercitando, o
usando, nuestro espíritu, más Dios tendrá una manera de extenderse a nuestra alma.
Podemos ejercitar nuestro espíritu diariamente invocando el nombre del Señor, leyendo e
incluso orando con la Palabra de Dios para ser alimentados espiritualmente, y
obedecerlCuanto más ejercitamos nuestro espíritu, más permitimos que el Dios de paz
continúe extendiéndose en nosotros y saturándonos. Entonces podremos expresar a Dios a
todos los que nos rodean.
Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo. (1 Tesalonicenses 5:23)
Adán fue creado a partir del polvo de la tierra y se convirtió en un alma viviente
cuando la Biblia dice: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la
tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” –
literalmente un alma (Génesis 2:7).
El «alma» surgió cuando Dios respiró en las fosas nasales de Adán. Por lo tanto, se
produce una nueva alma cada vez que nace una persona.
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La palabra alma siempre es una combinación de dos cosas, cuerpo más aliento. Por
lo tanto, uno no puede existir sin el otro, a menos que se combinen el cuerpo y la
respiración. Las Escrituras enseñan que, “El alma que peque, esa morirá. El hijo no
cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo. La
justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20).
Lo que significa que todos son individualmente responsables de sus acciones.
En su sentido más básico, la palabra «alma» significa «vida», ya sea física o eterna.
Jesús preguntó «Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero,
pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? (Mateo 16:26).
Tanto el Viejo como el Nuevo Testamento reiteran que debemos amar a Dios por
completo, con todo nuestro «alma» que se refiere a todo lo que hay en nosotros.
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6:4-
5). Y Marcos 12:30 reitera lo mismo en el Nuevo Testamento. Cada vez que se usa
la palabra «alma», puede referirse a toda la persona, ya sea físicamente viva o en el
más allá.
En este versículo, podemos ver que María usa su alma para glorificar a Dios y
luego usa su espíritu para regocijarse en lo que Dios ha hecho para salvarla.
Glorificar a Dios es una responsabilidad humana. Expresamos nuestra humanidad
a Dios a través de nuestra alma, y magnificamos su poder y presencia a través de
nuestro espíritu como Juan 4:24 nos dice: «Dios es espíritu, y los que lo adoran
deben adorar en espíritu y en verdad.»
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María era una fuerte creyente y como tal fue elegida por Dios para tener a Su Hijo,
nuestro Salvador y se regocijó en su espíritu, ya que el Espíritu mismo testificó con
su espíritu cuando ocurrió este asombroso momento histórico.
A diferencia del alma, que está vivo tanto físicamente como eternamente después
de que nace la persona, el espíritu puede estar vivo, como en el caso de los
creyentes, o muerto como en los incrédulos y cuando la persona muere el espíritu
vuelve a Dios que lo dio ( Eclesiastés 12:7).
La parte espiritual de los creyentes en Jesucristo es lo que responde a las cosas que
provienen del Espíritu de Dios, y se entienden y disciernen espiritualmente. Por
otro lado, los espiritualmente muertos perciben que las cosas del Espíritu son
«necedad» porque, en sus condiciones espiritualmente muertas, no tiene la
capacidad de discernir las cosas del Espíritu (1 Corintios 2:12-14). El Espíritu es
esa parte de nosotros que Dios permite conocerlo y adorarlo, la parte de la
humanidad que «conecta» con Dios, quién es Espíritu Él mismo (Juan 4:24).
Con respecto al espíritu que regresa a Dios, sabemos por Santiago 2:26 que el
cuerpo sin el espíritu está muerto. Un cuerpo sin aliento está muerto como es una
persona sin el Espíritu de Dios. Se encuentra un claro ejemplo en Job 27:3-4:
«Porque mientras haya vida en mí, y el aliento de Dios esté en mis narices, mis
labios, ciertamente, no hablarán injusticia, ni mi lengua pronunciará mentira.» Por
lo tanto, el espíritu, la respiración que regresa a Dios al morir es el aliento de la
vida, la chispa divina de la vida, ya sea de un creyente o incrédulo. Como Jesús,
clamando a gran voz, dijo: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.”
Habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46).
En Romanos 8:3-4, se nos recuerda que, “lo que la ley no pudo hacer, ya que era
débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de
carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para
que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu.”
El camino del espíritu es el camino de Dios. El Espíritu nos fue dado a través de
Jesucristo que vivió entre nosotros y se volvió humano y, por esta razón, envía el
Espíritu Santo al espíritu de aquellos que eligen creer y aceptar Su don libre de
salvación.