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Para incluir citas literales:

Si nos centramos en el ámbito educativo, no cabe duda de que un profesional de la


enseñanza precisa desarrollar unas habilidades comunicativas de las que va a depender
en buena medida su eficacia como transmisor y como catalizador dentro del aula. En
otras palabras, “el dominio de la comunicación oral es una necesidad ineludible en la
tarea docente” (Sanz, 2005: 11).

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Y ello no es posible si el alumno no se abre a la literatura pues, como señala


Mendoza (2001: 48-49), esta “se vive, se experimenta, se asimila, se percibe, se lee,
pero sería muy impreciso decir que la literatura se enseña, se aprende o se estudia”.

Para incluir citas literales de más de cuatro líneas:

Sin embargo, la enseñanza del discurso oral implica notables ventajas que
conviene destacar (Vilà i Santasusana, 2005: 14-15):

Este tipo de actividades, enmarcadas en situaciones reales o verosímiles, requieren


planificación, ya que deben estar muy estructuradas y su adecuación al contexto no es nada
fácil. […] Los estudiantes han de aprender a analizar la situación comunicativa (intención,
relación entre los participantes, lugar y tiempo del que se dispone para hablar…) para poder
planificar unos discursos adecuados al contexto.

Para revelar la procedencia de una idea de amplio calado o el conocimiento


del estado de la cuestión. También sirve para afianzar el proceso de asimilación
personal de las fuentes consultadas y apuntalar el eje de la argumentación:

Una expresión oral clara, correcta y fluida, adecuada a la audiencia y ajustada al


tema que se trata es necesaria para desenvolverse con eficacia en una sociedad tan
compleja como la actual, pero es imprescindible en quienes han recibido una formación
universitaria; máxime si aspiran a impartir clase algún día. Desde hace décadas se
insiste en este aspecto de la formación (del Río, 1998; Cassany et al, 2000; Merayo,
2001; Vilà i Santasusana, 2005; Sanz, 2005), pero el grueso de la enseñanza continúa
centrado en el ámbito de la escritura.

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Y aquí nos parece necesario destacar cuál fue nuestra actitud durante estas
sesiones: en línea con Finkel (2008), procuramos “desaparecer”, ser uno más; nuestras
intervenciones fueron mínimas, y cuando se produjeron fue para compartir nuestra
visión.

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Todo este proceso que hemos descrito ha coincidido con una progresiva
devaluación de las Humanidades, no solo por parte de las instancias políticas (que han
empeorado la situación de las materias humanísticas en las sucesivas reformas de los
planes de estudio) sino también de la sociedad en su conjunto, que prioriza saberes
considerados “útiles” y que generan “beneficios” inmediatos en detrimento de otros
cuya utilidad es menos evidente; hecho que ha generado, como contrapartida,
encendidas defensas del valor educativo de la literatura (García-Montero y Muñoz-
Molina, 1994; Mata, 2004).

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En definitiva, ni la filología ni el magisterio consiguen hacer lectores y, como


consecuencia, no preparan adecuadamente en los niveles básicos de la enseñanza a los
futuros responsables de la educación literaria (Larrañaga, Yubero y Cerrillo, 2008;
Martínez y Morón, 2010).

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