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Introducción
Resulta curioso que el inicio de la reflexión filosófica en la antigua Grecia haya tenido
como punto de partida la pregunta por la naturaleza, lo material y lo físico, es decir, que el
interés primario del hombre antiguo haya residido por el exterior, por lo de afuera, por lo
ajeno, por el mundo y sus misterios antes que por sí mismo, y no es que se careciera de una
genuina curiosidad por preguntarse acerca de la vida o existencia del hombre, el antiguo
hombre griego tenía muy presente el ideal de “conócete a ti mismo”, incluso el mismísimo
Sócrates afirmaba el valor de una vida sometida a examen, de ahí que también se le dé un
lugar especial a Sócrates en la historia de la filosofía por ser el primero en reflexionar
filosóficamente de manera plena por el hombre. “Esta es la vida que vale la pena vivir, y
por ello recuerda también que «una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el
hombre»” (Laborda, 2006); también en la edad media, pensadores como San Agustín, ya
reflexionaban acerca del conocimiento de uno mismo y del hombre.
El estudio del hombre ha estado presente en la ciencia durante muchas décadas, la biología
se encargó de estudiar, más no principalmente, la dimensión biológica y orgánica del
hombre, la química nos dio como respuesta los distintos y múltiples elementos y
componentes de los cuales estamos hechos, de igual modo, las ciencias sociales como la
psicología se dedicaron a examinar el ser humano aunque sea meramente hasta el plano
mental, la economía entendida como disciplina, ha tenido gran importancia en cuanto se ha
podido examinar al hombre en su materialidad y su forma social de organizar los recursos
de todo índole, como también la política muestra el modo en como el hombre se organiza
en comunidad y ejerce el poder; así pues, el interés por el hombre nunca ha sido escaso,
aunque ciertamente, todas estas disciplinas antes mencionadas se desvían de la intención
sobre estudiar al hombre en cuanto hombre, en cuanto a su naturaleza y su cultura.
El nacimiento de una nueva disciplina
Hasta hace no pocas décadas, el hombre aun carecía de la madurez disciplinaria para
estudiarse a sí mismo y de lo que le es propio porque si bien se reflexionaba por la esencia
era más en relación con lo exterior como con la naturaleza, y no tanto en relación consigo
mismo; pues, dado en el contexto de la modernidad, es hasta que el hombre se percata que
puede ser objeto de estudio a su vez que es el sujeto del estudio; de ahí surge la
antropología, proveniente de las palabras griegas anthropos (hombre) y logos (estudio). Se
distinguen dos tipos de antropologías: la antropología social o cultural y la antropología
biológica o natural.
Lo filosófico de la antropología
Toda lo anterior dicho nos ayuda a situar correctamente a la antropología filosófica, ya que
aparte de la antropología social y la antropología natural, a las cuales llamaremos
antropologías positivas, también se encuentra la antropología filosófica, cuyo punto de
partida es la pregunta por el ¿quién soy yo?, es decir, la pregunta por lo propio, sobre lo que
me diferencia de lo demás y me hace ser a mí yo mismo.
La falta de autoconocimiento
El hombre tiene un apetito, en la medida en que puede, por desvelar su misterio, absorto
ante todo lo que ha alcanzado y creado el ser humano, busca encontrarse consigo mismo y
plasmar su esencia en la memoria del otro, pero también con el encuentro del otro; no es
solo el conocimiento del misterio de uno mismo, sino que la pregunta por quién soy yo
tiende a un sentido comunitario en donde buscamos hallar respuestas para todo quién es ser
humano.
La angustia de sobrevivir en una sociedad que no cuida del ser humano y su integridad,
sino más bien una sociedad que es cuidada por el humano acosta de su integridad, ha
provocado en él un vacío que no puede ya rellenar. “La experiencia del vacío y de la nada
no es más que un modo negativo de protesta y de repulsa de una civilización que debería
servir al hombre, pero que lo ahoga en sus aspiraciones más profundas y más personales.”
(Gevaert, 1995). Esa es la importancia de la antropología filosófica, que no es una
disciplina meramente teórica y contemplativa, ajena a la realidad social, sino que tiene gran
relación con la ética y su función práctica.
La antropología filosófica tiene la oportunidad de ser un punto de partida en el que el ser
humano pueda plantearse y dirigirse a su realización. No es que la antropología filosófica
nos tenga que explicar cómo vivir adecuadamente o cuál es la vida buena, sino que las
reflexiones filosóficas que surjan de ésta comprendan un enfoque práctico a las
problemáticas antropológicas actuales que han llevado en parte al hombre a un estado de
alienación y vacío existencial.
Conclusión
La antropología filosófica resulta, pues, en una de las caras más significativas y reveladoras
de la filosofía, ya que lleva al hombre a un descubrimiento del hombre en cuanto a hombre
y su esencia, y a su vez, a un encuentro consigo mismo. Nuevamente en palabras de Diego
Rosales: “La pregunta por la esencia de lo propiamente humano no puede contestarse
nunca, de manera general, porque el ser humano no carga consigo propiamente una especie,
una esencia universal que le diga cómo tiene que ser, …, sino exclusivamente yo.” Sin
embargo, esa respuesta debe venir de la reflexión y análisis filosófico de lo que significa ser
hombre, y para ello está la antropología filosófica.
Bibliografía:
Cuadrado, G. J. Á. (2010). Antropología filosófica: Una introducción a la filosofía del hombre (5.a
ed.). EUNSA. Ediciones Universidad de Navarra, S.A.
Gavaert, J. (1995). El problema del hombre: Introducción a la filosofía antropológica (10.a ed.).
Ediciones Sígueme.