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Antropología filosófica: la búsqueda del hombre en

dos mundos opuestos


Oliver Alejandro Ruiz Campillo
Filosofía
S20015166
Antropología filosófica
Luis Antonio Romero García
“El ser humano, para Ortega, es como un náufrago
arrojado en medio del océano de la vida, necesitado
de bracear laboriosamente para mantenerse a flote,
y un bracear angustiado como es el ejercicio de filosofar
y de hacerse cuestión de sí y de toda la realidad”
(Beorlegui, 2009, pág. 35)
En la historia de la humanidad, no hay registro alguno de que, en algún momento,
una persona hubiera tenido o hubiera contado con alguna especie de instructivo
sobre sí mismo que le permitiera conocerse, funcionar y desarrollarse de una forma
determinada o que se hubiera contado con un compendio de referencias que nos
ayudaran a entender, en medida alguna, qué somos, no solo dentro de lo que a los
sentidos es evidente, sino, más específicamente, qué es aquello que nos hace ser.

El hombre, en tanto hombre, naturalmente es ocioso, lo que, por esa


capacidad indagatoria, ha logrado encontrar la forma de sobrevivir a lo largo de
todos estos años de historia humana, satisfaciendo sus necesidades más básicas
como lo son, por ejemplo, la comida, hasta crear sociedades altamente
desarrolladas en las que, más allá de sus necesidades básicas, ha podido, también,
crear y desarrollar otro tipo de actividades como lo son el entretenimiento o
actividades comerciales, por mencionar algunas.

Desde los inicios de la historia de la filosofía, las preguntas principales que


se hicieron fueron acerca del hombre, aunque quizás, al principio, fueron hechas en
un naturalista, a través de las cuales se buscaba encontrar aquello de lo que
estábamos conformados, aquella sustancia que nos daba vida y nos formaba
físicamente. Con el paso de los años, el crecimiento de las sociedades y de las
necesidades políticas y sociales, fueron apareciendo, como era de esperarse,
nuevos temas de reflexión, sin embargo, la pregunta que ha permanecido a lo largo
de todos estos años de historia humana ha sido la misma: “¿qué es el hombre?”

Esta pregunta, como bien ha sido mencionado anteriormente, ha tenido


enfoques y respuestas diferentes con el paso de los años, en primera instancia
porque el nivel de seriedad y profundidad de reflexión filosófica se ha modificado,
pero también, en segunda, porque, con el paso del tiempo, han surgido nuevas
disciplinas con enfoques, métodos y objetos de estudio específicos que han sido
desarrolladas, relativamente, de forma rápida, trayendo consigo nuevos
conocimientos acerca del hombre y del mundo, dejando, así, una gran brecha entre
los avances en el conocimiento acerca del hombre y la posibilidad de crear una
disciplina que pueda dar una respuesta integradora a la pregunta en cuestión.

Aunado a esta multiplicidad de saberes que aportan una gran cantidad de


conocimientos acerca del hombre, encontramos, de igual forma, el problema mayor
al que esta disciplina se ha enfrentado, que es la peculiaridad de contar como sujeto
de la reflexión al objeto de la misma, haciendo, así, que el mismo hombre sea quien
se estudie así mismo para encontrar las respuestas a las preguntas que el hombre,
valga la redundancia, se hace sobre si mismo.

Contar con muchos datos acerca del hombre y que este sea estudiado por
sí mismo es lo que hace que el objetivo de conformar una antropología filosófica
que pueda dar respuesta a la pregunta clave de la antropología “¿qué es el ser
humano y cuáles son las notas que configuran su estructura esencial?” se vuelva
complicado, al menos si lo que se quiere es, precisamente, conformar una
antropología integral, interdisciplinaria y que, al mismo tiempo, pueda establecerse
como la disciplina antropológica matriz o, en palabras de Beorlegui, una
antropología primera o fundamental.

Estudiar al hombre, qué es, quién es y lo que esencialmente lo conforma


debe ser llevado a cabo desde dos perspectivas diferentes que son, la perspectiva
científica, a través de la cual se busque establecer todo aquello que conforma al
hombre en un sentido físico, natural y corporal a través de disciplinas como la
medicina que de respuesta a lo que el hombre es en su naturaleza, y, también, la
perspectiva filosófica, a través de la cual se busque responder a las interrogantes
acerca del hombre en aspectos de sentido, proyecto y autocomprensión de sí
mismo.

Esta metodología antropológica que ocupe estas dos perspectivas abre la


posibilidad de crear una antropología integradora que permita unificar lo que las
diferentes disciplinas nos ofrecen en cuanto conocimientos acerca del hombre,
acercando así los esfuerzos de cada disciplina hacia un propósito en común, sin
embargo, creo que esto puede ser positivo solamente en cuanto a las disciplinas
científicas que aportan una mirada aplicada y objetiva y que cuentan con objetos
de estudio establecidos que ofrecen respuestas claras y certeras a los tópicos que
estudian.

A diferencia de las disciplinas científicas, nos encontramos con el enfoque


filosófico que debe llevarse a cabo dentro del estudio antropológico del hombre,
pues, más allá de ser solo un conjunto de órganos y huesos, el hombre es, también,
todo aquello que se desarrolla en la mente y en la conciencia, en donde se
desarrollan las capacidades de determinar cómo vivir, qué pensar, qué hacer y todo
aquello de lo que el hombre es capaz de hacer uso para poder desarrollarse como
individuo libre dentro de una sociedad.

El problema principal en cuanto a estas dos perspectivas de las que hablo se


presenta mayoritariamente dentro del enfoque filosófico, pues, al ser filosofía, no
podemos evitar que cualquier estudio, al ser filosófico, se presente a través de una
multiplicidad de ideas tan amplia como filósofos haya en el mundo en busca de
unificar disciplinas para la formación de una antropología filosófica. En esencia, la
filosofía es un mundo inmenso de puntos de vista y concepciones subjetivas y
particulares que se originan en las preconcepciones acerca del mundo, del hombre
y de todo aquello de lo que se filosofa, por lo que, poder encontrar un camino
filosófico en el que todos estemos de acuerdo sería una tarea especialmente
complicada, pues encaminar hacia un mismo horizonte ideológico todas las mentes
filosóficas ha sido algo que hasta el día de hoy no ha sucedido.
En resumen, creo que las dificultades con las que se encuentra la
antropología filosófica son dos: en primer lugar, que es el hombre el que se estudia
así mismo y, en segundo, las complicaciones de unificar los saberes científicos con
los saberes filosóficos, sobre todo por la naturaleza plural y subjetiva de la misma
filosofía como disciplina particular.

Sin embargo, en este punto es importante citar a Heidegger: “en ninguna


época se ha sabido tanto y tan diverso con respecto al hombre como en la nuestra y, sin
embargo, en ningún tiempo se ha sabido menos acerca de lo que es el hombre. En ninguna
época ha sido el hombre tan problemático como en la actual” (Beorlegui, 2009, pág. 41)
porque, claro, es innegable la cantidad impresionante de información nueva que
continuamente nos permite conocer más y más acerca del hombre, pero es
importante aclarar que esa información, que surge gracias a los avances de la
ciencia y la tecnología del último siglo, es información proveniente de las disciplinas
científicas que, gracias a su objetividad, han logrado desarrollar información libre de
toda interpretación personal del investigador en cuestión, poniendo sobre la mesa
aquella información que va a la par y en relación absoluta con la realidad, con lo
que es y corresponde al mundo, permitiéndonos conocer al hombre en su
naturaleza, en lo que lo forma y lo hace, sin embargo, este conocer al hombre
objetivamente, solo nos permite conocerlo en cuanto a lo que es física y
fisiológicamente.

Sin embargo, como ya he mencionado anteriormente, el hombre no es solo


cuerpo y órganos, sino que, más allá de eso, e incluso, desde cierta perspectiva
humanística, más importante, también somos seres con capacidades intelectuales
que nos permiten pensar, razonar, discernir, elegir, creer, con la finalidad de poder,
en libertad, hacer nuestra vida de la forma en la que queramos, y es en este aspecto
en el que, necesariamente, también llega a la mesa el hecho de que no solo somos
seres individuales, sino que vivimos y formamos parte de sociedades y
comunidades.

Es en este sentido en que el estudio del hombre desde una perspectiva


filosófica se vuelve importante. Estudiar al hombre filosóficamente es estudiarlo de
dos formas: la primera es de forma individual, contemplando aspectos como la
formación de su ser y lo que lo hace ser lo que es, de su aprendizaje y cómo
aprende, de su relacionarse y cómo se relaciona, de su vivir y cómo vive, de su
pensar y cómo piensa, de su creer y cómo y en qué cree, y, la segunda forma de
estudiarlo es como miembro de una sociedad, estudio que contempla la relación de
la individualidad particular de cada persona con la individualidad particular de cada
una de las otras personas que forman parte de la sociedad o comunidad en la que
vivimos.

Este segundo estudio, el estudio filosófico acerca del hombre es el que, a mi


perspectiva, ha dificultado la conformación de una disciplina antropológica primaria
que pueda estudiar y dar respuesta a la pregunta acerca del hombre y su esencia
de forma integral, certera y completa, pues, como ya mencioné, desde las
disciplinas científicas, la propia naturaleza objetiva de su estudio y su método,
permite encontrar información neutra y, valga la redundancia, objetiva acerca de lo
que es el hombre en sentido físico y fisiológico, lo que es totalmente contrario a lo
que desde las disciplinas filosóficas podemos encontrar.

La objetividad es un elemento importante a la hora de querer establecer lo


que es el hombre, y la filosofía no nos otorga esta cualidad. Todo lo que, en su
mayoría, podemos encontrar de esta disciplina es información proveniente de las
creencias subjetivas y particulares de todos y cada uno de aquellos que a lo largo
de la historia han formado parte de esta disciplina, personas que desarrollaron sus
ideas según sus creencias provenientes de prejuicios y experiencias diferentes, lo
que, evidentemente, no permite reconocer a la filosofía como una disciplina objetiva
en la cual podamos buscar información certera, objetiva y correspondiente a la
realidad, pues la filosofía es lo que cada quien que se diga filósofo quiera hacer de
ella.

Dado esto, no creo que sea posible conformar una disciplina antropológica
primera en la cual tratemos de unificar los distintos saberes de las demás disciplinas
particulares como la ciencia y la filosofía, pues, dada la naturaleza de cada una de
ellas, es incompatible, por lo anteriormente mencionado en este ensayo, todo
aquello que busquemos unificar en una sola disciplina. Tanto las disciplinas
científicas tienen su método de estudio, como la filosofía tiene el suyo: las científicas
buscan comprobar todo mediante la experimentación haciendo todo compatible con
la realidad, mientras que, en la filosofía, todo puede ser dicho, pero no
necesariamente todo debe ser comprobado o debe corresponder a una realidad
específica. El error de la antropología filosófica ha sido querer unir estos dos
métodos para encontrar una sola respuesta. Se ha querido buscar al hombre en dos
mundos opuestos: la ciencia y la filosofía.

Sin embargo, con esto no quiero decir que la filosofía no sea necesaria o que
las disciplinas científicas sean más importantes, al contrario, creo que cada una de
estas disciplinas, con sus métodos y formas diferentes, contribuyen favorablemente
a la conformación de los saberes acerca del hombre, pero lo hacen mejor por
separado que juntas, buscando resolver necesidades diferentes, respondiendo
preguntas diferentes, pues así no se estorban entre sí.

Lo importante de esto es, desde mi perspectiva, entender, claramente, que


como seres humanos tenemos dos naturalezas: la científica (corporal y física) y la
filosófica (espiritual y mental). No creo que haya necesidad de intentar entender al
hombre buscando una respuesta unificadora proveniente de una sola disciplina,
pues dos naturalezas deben ser estudiadas, entendidas y comprendidas por
separado, a pesar de que, al final, somos, claro, la unificación de esas dos
naturalezas en un solo cuerpo, pero, ¿qué somos más, naturaleza científica o
filosófica?

Cada naturaleza debe ser estudiada por separado, cada una de ellas tiene
necesidades diferentes e impactan en nuestra vida de formas diferentes también.
Las disciplinas científicas tienen la tarea de resolver todo lo relacionado al cuerpo
como, por ejemplo, cómo está formado e integrado, así como también todo aquello
que pasa en él como enfermedades y padecimientos, buscando soluciones a todo
esto. Por el contrario, la filosofía y las disciplinas que de ella emanan, como el
derecho, la sociología, las ciencias políticas, etc., a pesar de ser, como ya lo
mencioné, bastante subjetivas, su propósito es poder encontrar aquello que
organice nuestra vida personal como individuos particulares y como individuos
miembros de una sociedad, por lo que lograr hacer que todos vivamos y convivamos
es tarea para la cual, tal vez, no importe la objetividad, siempre y cuando sus
resultados permitan la vida personal y en sociedad de una forma libre y armoniosa.

Aún con esto, y entendiendo la dificultad de la tarea de poder responder la


pregunta que a la antropología filosófica le ocupa, intentar dar una respuesta a dicha
pregunta en este ensayo no es ni la intención ni lo primordial, pues es una reflexión
que llevaría un poco más de tiempo y dedicación, si es que, aún con todo lo
mencionado, me aventurara en la misión querer intentar encontrar una respuesta, y
si así lo hiciera, siguiendo mi postura, lo que intentaría no sería buscar una
respuesta integral entre las disciplinas científicas y las filosóficas, pues, a mi
parecer, hoy en día tendría más valor trabajar por una respuesta desde la
perspectiva filosófica.

Dentro de todo esto, lo que encontramos en común y como punto permanente


dentro de la discusión, no es algo de propiamente del debate, de los contenidos o
de las posturas habidas o por haber, sino que es el hecho de que el hombre
mantenga esta inquietud por encontrar respuestas acerca de sí mismo, cualidad
propia del hombre, y que no se presenta solo al querer encontrar respuesta sobre
sí mismo, sino, sobre todo. Esto ha sido, es y será, pues si lo hacemos con todo lo
que nos rodea, ¿por qué no lo haríamos con nosotros mismos? Y tal vez esto, el
hecho de preguntar acerca de nosotros mismos, esta capacidad interrogativa y auto
interrogativa, así como menciona Carlos Beorlegui, sea una, sino es que la única,
característica definidora de lo humano.

“Lo que parece evidente es que la necesidad que el ser humano tiene de llegar a una
claridad teórica acerca de sí mismo es, más que una simple curiosidad ociosa, una
necesidad perentoria de la que depende incluso su propia supervivencia…Ello hace que
esta cualidad interrogativa se convierta en una de las características definitorias de lo
humano” (Beorlegui, 2009, pág. 34)
Referencias

Beorlegui, C. (2009). Nosotros: urdimbre solidaria y responsable. Universidad de

Deusto.

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