el techo de mi habitación me observa y me dice: “desvélate conmigo en esta bonita noche”. Cuando lo hago, solo pienso en todos esos ojos que miran expectantes la respuesta de mi alma. Suyo es el cielo y mío el enojo de no saber en que lengua habla los deseos de esta dama.
Continua la charla entre la habitación y mi tentación
de buscar amor donde nunca lo he encontrado, aunque en otro fruto del mismo árbol ocasionalmente ha estado. Cuerpo abarrotado, ojos oxidados y pensamientos estancados es lo último que le puedo ofrecer a este oscuro cuarto que cosecha insomnio y confusión.
Al pasar la noche, cada mañana, la luz de un nuevo día
se enciende, y junto expectativas que un resplandeciente amanecer me ofrece, seguro estoy que tras cerrarse el telón del atardecer, mi techo y mi alma nos volveremos a ver frente a frente.