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IES BAÑADEROS-CIPRIANO ACOSTA

Lengua castellana y Literatura 2º Bachillerato Curso 2021/2022

TEXTOS PERIODÍSTICOS DE OPINIÓN

TEXTO 1: “El refugio”

No preguntes por quién suenan estas sirenas, que anuncian un inminente bombardeo. Aunque se  oigan muy
lejos en las calles de Kiev, esas sirenas también suenan por ti para que te pongas a salvo. En este caso no hay
que bajar al sótano o correr en busca de una estación de metro. El refugio lo lleva cada uno dentro de sí. Pese
a su locura, Hitler no tenía capacidad para destruir a la humanidad; en cambio, hoy un hombre, un solo hombre,
tiene en sus manos el poder de devolver nuestra civilización al neolítico en un fin de semana. Se
llama Vladímir Putin, un tipo que hace 40 años era un pobre diablo, un espía de tercera, un don nadie nacido
en San Petersburgo entre paredes mugrientas de un barrio marginal poblado de pandillas de matones con los
que había que fajarse si uno quería volver sano a casa. Putin era uno de ellos. No preguntes cómo llegó a la
cumbre pisoteando sabandijas y repartiendo puñaladas, hasta conseguir el favor del beodo y destartalado  Boris
Yeltsin. Con la caída del muro de Berlín la Unión Soviética entró en una fase de derribo. En medio de esa olla
podrida, Putin se propuso devolver a la patria humillada el orgullo perdido de primera potencia y se le vio
avanzar con espolones de gallo por una alfombra roja a lo largo de los fastuosos salones del Kremlin; a su paso
se abrían puertas de oro bajo la luz de mil lámparas y espejos, los mismos que reflejaron el antiguo esplendor
de los zares. Aquel don nadie es ahora ese matón que está arrasando Ucrania y tiene a todo el mundo en vilo.
En medio de los estertores de guerra ha pronunciado dos palabras ―bomba nuclear― que en el inconsciente
colectivo van asociadas al apocalipsis.

Contra esa amenaza Europa tiene un arma, la más poderosa, con la que en su día venció al fascismo. Las
sirenas suenan hoy para que los ciudadanos libres busquen refugio de nuevo en la imbatible fortaleza de la
democracia.

Manuel Vicent, El País, 6 de marzo de 2022

TEXTO 2: “ Siempre pagan los inocentes”

Qué fácil es presagiar acontecimientos a toro pasado. Qué arrogancia la de aquel que calificado como
experto afirma que todo se veía venir. Hay situaciones en las que podemos tolerar la vanidad, pero cuando se
trata de una guerra es mejor contenerla, aunque solo sea porque hay una población civil a la que por sistema
un ataque pilla por sorpresa. Un personaje de Las buenas intenciones de Max Aub le dice a otro en julio de
1936, “Hombre, no, ¿guerra? Imposible, ¡en pleno siglo XX!”. Cuántas veces habría escuchado el joven Aub
esa negación en vísperas de la Guerra Civil española en las calles de Madrid. Hay otra novela suya, La calle de
Valverde, que nos provoca una profunda conmoción porque, escrita en 1959 desde el exilio mexicano, retrata la
vida de un abanico de personajes en tiempos primorriveristas, que se cruzan, charlan sin parar en las tertulias
de los cafés, tienen sueños, esperanzas, abrazan ideologías emergentes, viven amores y desengaños,
responden a la incipiente modernidad de 1930 y andan agitados por un mundo nuevo, esclarecedor, que se
sitúa a las puertas de la sacudida que lo cambió todo.
La novela finaliza antes de la guerra, antes de que los personajes puedan imaginar que esa Gran Vía, tan
guapa, que se acaba de estrenar, en la que pasean ciudadanos que se preguntan a sí mismos si les gusta o
no, sea bombardeada y haya que cruzarla jugándose la vida. El porqué decidió Max Aub zanjar el relato de la
vida de sus personajes justo ahí solo tiene un sentido: narrar la cotidianidad de la gente antes de la
destrucción; mostrarnos el día a día que se impone en nuestra existencia, ese mecanismo de defensa ante el
IES BAÑADEROS-CIPRIANO ACOSTA
Lengua castellana y Literatura 2º Bachillerato Curso 2021/2022

TEXTOS PERIODÍSTICOS DE OPINIÓN

pesimismo paralizador; observar cómo somos capaces de negar la realidad inminente y gracias a esa bendita
ceguera levantarnos por las mañanas, concentrarnos en el trabajo, en la crianza de nuestros hijos, en regar las
plantas de la terraza. Algo no funciona en la ficción española para que La calle Valverde, escrita por alguien
que tanto sabía de guiones cinematográficos, rica en diálogos, en humor y descripciones breves, pero muy
efectivas, jamás haya sido llevada al cine.

Mientras algunos expertos hablan de lo que era sin duda predecible, dado el creciente desvarío mental y  el
aislamiento social de Putin, el déspota, la población ucrania seguía con sus rutinas sanadoras, aunque siempre
existiera la inquietud de un conflicto. Nadie está entrenado para abandonar su casa de un día para otro, nadie
sabe lo que es dormir en una estación de metro hasta que no se ve obligado a hacerlo, ni a buscar un refugio
en el otro lado del país o de la frontera. La vida se impone de tal manera, y hace bien en imponerse, que lo
único que se tiene colgado en el imán de la nevera es el horario de los extraescolares de los hijos o los nietos.
Cuando en estos días leo o escucho, en esas irritantes sentencias que se cuelgan en las redes, la denuncia de
una humanidad que no aprende, pienso de qué humanidad están hablando, ¿qué culpa tiene esa humanidad,
si es que se puede hablar en abstracto, de que un sátrapa, imbuido de delirantes razones históricas, decida
destruir los cimientos de la vida de los inocentes? Cuando hablamos de la humanidad, a qué nos referimos: ¿a
una abuela de Kiev, de Mariupol, de Kharkiv? ¿Por qué deberían saber ellas de estrategias geopolíticas si el
único derecho que les debería asistir es vivir en paz? ¿Nos referimos cuando de la humanidad insensata
hablamos a un niño que de pronto ve sacudida su rutina escolar para esconderse muerto de miedo en un
sótano que hace las veces de refugio antiaéreo? ¿Pensamos en la madre que a punto está de parir, en el
padre que vive el primer bombardeo desde una fábrica?

Siempre pagan los inocentes, que si resisten la dureza de la vida es porque albergan humildes esperanzas. Lo
que no cambia ni entonces ni ahora es lo que hace el poder absoluto con individuos mediocres, que proyectan
su personalidad testosterónica sobre la población sometida, muerta de miedo como para expresar alguna
repulsa. Y sí, señores, no se me incomoden, pero la evidencia es que los responsables de las guerras son
hombres. Y la imagen de una madre que calma el llanto de sus hijos en un refugio improvisado es el retrato
tozudo de todas las guerras. Hay que tener poca humanidad para acusar a esa humanidad de algo.

Elvira Lindo, El País, 27 de febrero de 2022

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