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ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D. E.

SECRETARIA DE EDUCACIÓN

COLEGIO EL PORVENIR
Institución Educativa Distrital
NIT 830052690-6 DANE 2111020024

GRADO OCTAVO SITUACIÓN PROBLEMA CUATRO


¿PAÍSES ABIERTOS?

En el siglo XII, el inglés Jean de Salisbury escribió: "Para


un hombre de corazón abierto cualquier país puede ser
su patria". Salisbury, sin duda, escuchó algo de los
excesos cometidos por los cruzados rumbo a Jerusalén:
matanzas, incendios y un etcétera plagado de pestes y
pillajes que caracterizó, a su vez, al bando de los
musulmanes. Acaso la frase de Salisbury, en su tiempo,
pudo haber significado algo así como: a pesar de tanta
oscuridad, es posible la luz. Por ello es plausible.
Además, es actual. Ya que sirve para enfrentar una de
las arduas realidades sociales de este fin de milenio.

Los inmigrantes, provenientes de lugares distintos a los


1Muro entre México y Estados Unidos llamados del primer mundo, representan el ejemplo de
los hombres que buscan desesperadamente una patria. Razones económicas, persecuciones políticas, guerras
civiles, búsquedas existenciales serian, entre otros, algunos motivos de ese flujo humano que se ha movido de un
continente a otro que en nuestro siglo que agoniza ha sido una constante. La historia de los pueblos desde la época
en que la construcción de Babel atrajo a miles de trabajadores de afuera, rara veces ha sido una historia de corazones
abiertos, -pero, ¿qué pueblo o país del mundo la ha tenido? -. Y, más todavía, ¿cuál nación poderosa ha sido
verdaderamente abierta a los inmigrantes? A un manojo de mercaderes venecianos, el gobierno de Kublai Khan le
abrió las puertas de Asia, y Marco Polo pudo contar el asombro de sus viajes. Sin embargo, ¿qué hubiera pasado si
en lugar del manojo hubieran llegado miles de italianos forasteros clamando por una mejor forma de vida? El Imperio
Mongol, por supuesto no es el mejor ejemplo de un imperio bondadoso con los inmigrantes. Quizás Estados Unidos,
en años recientes, haya sido mejor paradigma. El gran joven abriendo sus brazos, su espíritu robusto, a un flujo
humano asediado por guerras, hambres y genocidios. En los años en que se formaba su poderío. Estados Unidos
ofreció trabajo y un optimismo, en apariencia inobjetable, para una humanidad desarraigada. Después fueron José
Martí y García Lorca, y nos dijeron de una multitud anónima encerrada en fábricas, del delirio de producción, de la
expoliación humana.

Los poderosos de la Unión Europea que ahora reciben, muy a pesar de ellos, según ciertos de sus dirigentes, grandes
cantidades de inmigrantes son otra representación del ansiado país. La masa que viene de la desbaratada utopía del
Este, los negros del África desmembrada, los musulmanes amenazados por el integrismo, los srilankeses por el caos
político son, entre otros, los que hacen las largas filas para entrar en el corazón -sería mejor decir las fortalezas— de
las llamadas democracias abiertas. No es extraño decir que aún estamos lejos de las sociedades multirraciales tan
pregonadas por algunos.

El panorama que muestra la Tierra en


este fin de siglo es el de un mundo
fragmentado donde el caos se ha
convertido en la única hegemonía. A
principios del siglo XX, Europa
occidental contaba 23 Estados que
hacían un total de 18.000 kilómetros
de fronteras. En 1999, los Estados
llegan a 50 y las fronteras a 40.000
kilómetros. La Unión Soviética y la
antigua Yugoslavia explotaron, y ya se
sabe que el precio sigue siendo la
muerte, el desempleo, el hambre, los
éxodos. Asistimos a una tendencia
desintegradora que planea por todo el
planeta como una bestia apocalíptica,
2Migraciones recientes
desde China e India hasta África y el Reino Unido. Los países grandes, territorialmente hablando, de América Latina
como Brasil y México, amenazan con separarse bajo el argumento de que los pocos ricos están cansados de sostener
a los muchos miserables. Es posible que las guerras que le esperan al hombre en el próximo siglo sean guerras de
civilizaciones, como aseguran algunos, pero así estén vestidas de religión, etnia o ideología seguirán siendo guerras
entre ricos y pobres. El deber o la tarea de los que todavía creen en el humanismo de Salisbury sería el de intentar
ubicarse en este desolador rompecabezas donde hay cerca de 60 conflictos armados y más de 17 millones de
refugiados, y donde sentirse extraño o extranjero, segregado o expulsado, es la moda. Si los que han habitado estas
tierras durante generaciones y generaciones han estado exterminándose unos a otros, ¿cómo es posible sentir que
existe una apertura para los que son de otra parte? Veamos no más el caso de los judíos y su historia de programas,
el de los palestinos afrentados por los judíos, la guerra fratricida entre hutus y tutsís en Ruanda; los kurdos, esos
apátridas que claman por un país que les fue negado; los gitanos, símbolos del desprecio, los desplazados
colombianos, más despreciados todavía, las muchas —sino todas— comunidades indígenas de Latinoamérica
aplastadas por un progreso que desintegra y no respeta.

En nuestra historia planetaria siempre ha existido la exclusión ligada a un grupo o a una raza. Ha existido rechazo al
extranjero, a las minorías religiosas, a los homosexuales, a los presos, a las prostitutas. A los locos, como dice Michel
Foucault, se les ha excluido del trabajo, de la sexualidad y la reproducción, del lenguaje y de la palabra. Antes fueron
los leprosos los atacados por las pestes antiguas y medievales, ahora son los portadores de sida los que cargan el
estigma de la ignominia. Una cosa es cierta, mientras sigan existiendo la segregación, la discriminación, la
persecución en sus diversos modelos, la expulsión y
el exterminio preparado, sistemático e indirecto, no es
posible hablar de países de corazones abiertos. La
frase de Salisbury nos hace pensar en esa ingenua
sabiduría de los monjes, que lo saben todo desde los
claustros pero no desde las calles. Y a pesar de todo,
la frase es tan humana que no es posible dejarla a un
lado. Cualquier país no puede ser la patria de
cualquier hombre. La afirmación de la frase cojea
tristemente a través de las épocas, y más aún hoy.

Mejor dicho, sí es probable, siempre, y cuando país y


hombre posean una pretendida amplitud de corazón.
Al país no lo podemos construir en estas líneas. Al
hombre tampoco pero sí podríamos decirle,
empujados por el eco de las palabras de Chartres:
"Mantén el asombro, conserva el respeto, y si
3 Migraciones Kurdas quieres, acércate a las puertas".

Pablo Montoya. Magazín Dominical, El Espectador.


9 de mayo de 1999. pp. 10-13.

ACTIVIDADES

1. ¿Cuál es la idea principal del texto? Cite tres ejemplos reales o imaginarios en los que se muestre la idea.
2. "Para un hombre de corazón abierto cualquier país puede ser su patria". Indique cinco ejemplos que nieguen
esta frase presente en la lectura y manifieste su punto de vista en dos párrafos.
3. Proponga dos argumentos para comprender la situación presente en cada caso
a. La razón para que los países cierren las puertas a los extranjeros.
b. El exterminio entre humanos.
c. Las luchas entre ricos y pobres.
d. La exclusión política, social y económica.
4. Si a su vecindario llega un grupo de desplazados por la violencia, ¿Qué sucedería? ¿Qué haría usted y su
vecindario? Proponga al menos cuatro opciones para cada respuesta.
5. A nombre de los extranjeros, los desplazados y los excluidos elabore un escrito de tres párrafos reclamándole
a la sociedad por su situación y el deseo de una vida mejor.
6. Indique los problemas que se plantean en la lectura y por cada uno proponga dos alternativas de solución.

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