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1. Comenta las funciones del lenguaje en el siguiente texto.

Era mi madre, que me había seguido los pasos. Cuando quité los ojos de los gusarapos
del estanque, la vi junto a mí furibunda.
—¿Qué haces tú aquí, madre?
—¿Cómo que qué hago yo aquí? ¡Mentiroso! ¡Al que hay que preguntarle eso es a ti!
¿Tú no tenías que estar ahora mismo en la escuela? ¿Eh?
—Es que me ha mandado un trabajo don Sabino—me excusé como pude.
—¡Qué trabajo ni qué niño muerto! ¡Tú lo que eres es un mentiroso! Anoche hablé con
don Sabino y me dijo que hace tres días que faltas. ¡Ya estás andando a la escuela!
—Yo con don Sabino no vuelvo —me negué.
—¿Cómo que no?
En estas andábamos cuando llegó Vevo. Venía pisando despacio, como asomando a la
mirilla de su único ojo.
—Al colegio hay que ir, Toñito —le dio la razón a mi madre.
—¡Yo con don Sabino no vuelvo!
—¿Y eso por qué?
Y entonces ya, viéndome cogido como me vi, no me quedó otra que soltar la verdad si
quería que mi madre no me llevase otra vez con don Sabino.
—Porque tengo una enfermedad —le dije exagerando.
—¿Una enfermedad? ¿Cuál?
—Que tengo un lunar que se mueve.
—Eso no tiene importancia ninguna, hijo —fingió por consolarme mi madre—. Tu tío
Nicolás, que en paz descanse, tuvo uno que le cogía el cuerpo entero. Y mira, luego
murió de viejo.
—Sí, pero es que el mío se alimenta del sudor y de la tinta, y se aparea con otro lo
mismo que si fuese un animal que me habitara la sangre.
—¿Comensalismo? —apuntó el bibliotecario.
—Eso —afirmé yo, confiando en que Vevo me diese la razón.
—¿Y eso es cosa mala? —se temió mi madre.
—El comensalismo, señora, no es más que una forma de convivencia entre animales de
distinta especie.
—Oiga, pero qué asco, ¿no?
—Debo decirle, señora —argumentó Vevo con entusiasmo culto—, que, si la intuición
no me falla, lo que está sucediendo en el cuerpo de su hijo Toñito es todo un milagro de
la naturaleza, un descubrimiento científico verdaderamente único que le hará un
hombre célebre en los anales de nuestra larga Historia Natural. Anda, entra que lo
veamos,
Toñito.
—¡Bah! ¡Pamplinas! —despreciaba mi madre—. Eso te lo quita con una pomada don
Ramón Peña.

José A. Ramírez Lozano


El domador de erratas.

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