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En el análisis del discurso y la lingüística del texto, se aplica el concepto de género para la
descripción de los textos en general, y no solo los literarios. M. Bajtín (1952-53),
deslingándose de la tradición literaria, plantea de forma novedosa el estudio de los géneros
discursivos en relación con las que él llama «esferas de actividad social» de cada
comunidad de hablantes. Según este lingüista ruso, la riqueza y diversidad de los géneros
discursivos es inmensa, porque las posibilidades de la actividad humana son inagotables y
en cada ámbito de uso (comercial, científico, familiar, etc.) existe un amplio repertorio de
géneros discursivos que se diferencia y crece a medida que se desarrolla y se hace más
compleja cada situación de comunicación. En este sentido, Swales (1990) y J. M. Adam
(1999) han destacado el carácter histórico y cultural de los géneros discursivos: por un
lado, los géneros pueden cambiar y desarrollarse para responder a los cambios sociales
(ello explica, por ejemplo, la aparición de géneros nuevos, como los géneros
electrónicos: chat, foro de discusión, etc.); por otro lado, en cada cultura las características
discursivas y lingüísticas de un mismo género pueden variar (es el caso de la entrevista
televisiva, un género muy marcado culturalmente).
Los criterios que se han utilizado en la lingüística del texto y el análisis del discurso para
clasificar los géneros discursivos varían según el punto de vista teórico adoptado. Una
distinción establecida en la lingüística textual es la que diferencia entre géneros discursivos
(también llamados clases textuales en la lingüística germánica) y tipos de texto. Los tipos
de texto son formas textuales definidas por sus características internas (estructurales y
gramaticales), resultado de una conceptualización que persigue clasificar los textos en un
sistema tipológico cerrado. En cambio, los géneros discursivos se definen pragmáticamente
según parámetros externos, es decir, contextuales (propósito comunicativo, papel y estatus
del emisor y del receptor, tipo y modo de interacción) y, a diferencia de los tipos de texto,
no constituyen un repertorio cerrado de formas, sino que los géneros están abiertos, como
se ha dicho, a los cambios sociales y culturales.
En el Marco común europeo de referencia para las lenguas se especifican las situaciones
que el aprendiente habrá de resolver lingüísticamente y también los lugares,
instituciones/organismos, personas, objetos, acontecimientos y acciones en que podrá estar
implicado. En función de estos factores caracterizadores de los géneros discursivos,
el Marco establece para la enseñanza-aprendizaje de una L2 cuatro ámbitos de uso:
Por su parte, el Plan curricular del Instituto Cervantes (2006) sigue como criterio de
clasificación de los géneros la forma a través de la cual se transmite la lengua (oral,
escrita); en el caso de los géneros intermedios entre la oralidad y la escritura, se tiene en
cuenta la vía por medio de la cual llegan a la audiencia. Aparte de las listas alfabéticas de
géneros que abordar en cada uno de los niveles de aprendizaje, el Instituto Cervantes
también ofrece en su Plan curricular muestras de géneros analizados (conversaciones,
trabajos escolares y académicos, presentaciones públicas, cartas, etc.) en sus distintas
partes textuales (secciones y subsecciones o movimientos). El enfoque basado en los
géneros discursivos para el aprendizaje del español queda, por lo tanto, ilustrado de forma
muy detallada en este plan curricular.
Estructura textual
Se entiende por estructuras textuales los modos de organizar globalmente la información
en un texto, tanto en cuanto a la forma como en cuanto al contenido. En otras palabras, las
estructuras textuales hacen referencia a las partes que componen un texto, la
denominada superestructura textual, y también al tema que aborda, la
denominada macroestructura textual. La superestructura y la macroestructura tienen una
propiedad común: no se definen con respecto a oraciones o secuencias aisladas de un
texto, sino con respecto al texto en su conjunto o a determinados fragmentos de este. Esta
es la razón por la que se habla de estructuras textuales o globales, diferenciadas de las
estructuras locales o microestructuras en el nivel de las oraciones.
Desde un comienzo, se habló por supuesto de la ejemplar brutalidad del operativo en el cual
participaron más de mil quinientos hombres armados de la policía metropolitana y la cuarta
brigada del ejército nacional. Sin embargo, una agresividad de tales proporciones,
acometida sobre una población indefensa y apabullada por criminales de izquierda, era
ampliamente justificable.
Puede leer: “Nos gobiernan los más bobos y nosotros los legitimamos”:
Martín Caparrós
Supimos que Orión, esa suerte de apoteosis de varias operaciones militares lanzadas
durante años sobre la comuna 13, se realizó en colaboración con paramilitares del Bloque
Cacique Nutibara, y que esa confabulación sucia fue la garantía de su éxito. Supimos,
además, que el blanco de los ataques no solo fueron los milicianos y sus estructuras
delincuenciales, sino y sobre todo la sociedad civil.
Por último, comprendimos, con el corazón apretujado y la mente espantada, que Medellín –
urbe que ha querido mostrarse a sí misma y a los demás como paradigmática en sus
conquistas financieras y en sus modelos cívicos–, se había llenado de miles de
desaparecidos. Entonces, poco a poco, fuimos comprobando que el precio de esa
pacificación había sido excesivo y que no estaba bien, desde el punto de vista de la ética y
la moral que sustenta la defensa de la vida y los derechos humanos, justificar semejantes
barbaries.
“Supimos, además, que el blanco de los ataques no solo
fueron los milicianos y sus estructuras delincuenciales, sino
y sobre todo la sociedad civil. Nos enteramos de pormenores
aciagos: de los civiles heridos y asesinados, de los
desplazamientos masivos, de las detenciones arbitrarias y de
los desaparecidos”.
19 años después, Orión volvió a desbordarse y nos embistió durante las jornadas del paro
nacional de abril y mayo. Esta vez sembró su orden turbio a partir de la violencia en
diferentes lugares del país. De la Comuna 13, en Medellín, el guerrero se trasladó a Cali, a
Bogotá, a Pereira. Y en otros lugares más la emprendió de nuevo, bajo el argumento de que
un nuevo enemigo planeaba entre nosotros, contra los humillados, los ofendidos y los
miserables del país.
Hoy, 19 años después, cuando los efectos de la operación continúan vivos –y cuando La
escombrera, acaso la fosa común más grande de Colombia y América Latina, aun sigue sin
ser intervenida adecuadamente para que se busquen los cuerpos de los desaparecidos que
hay en ella– hemos vuelto a recordar los horrores de Orión. Una vez más pusimos las
fotografías de quienes murieron y siguen habitando el limbo.
Rememoramos sus nombres y sus destinos desgarrados. Fuimos al metro y a las escaleras
eléctricas –esa bofetada turística que le han obsequiado a la comuna 13– para expresar con
firmeza un nunca más. Para decir que Medellín, con sus políticos decentes y sus
empresarios limpios y su sociedad civil tan emprendedora, debe ser consciente de la
profunda herida que tiene en su seno. Que es hora de que empecemos, no solo a reconocer
nuestra complicidad con la ignominia, sino que señalemos y sancionemos a los
responsables. Solo así podremos pedir perdón y hacer actos de reconciliación para pasar la
página oscura de nuestros infortunios. Pero Medellín –urbe pujante como pocas, aunque
causante como pocas de algunos de nuestros peores flagelos– ¿será capaz de permitir que
en La escombrera o en el cementerio Universal, ahíto también de desaparecidos, se levante
el gran memorial de la desaparición forzada que Colombia reclama?