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palmera...
—Bien sonso. ¿No sabe que no se puede pasar por allí de noche?
- Sí, pues, pero dijo que quería llegar rápido. —Ai-tá, pé. ¿Lo asustaron?
- Sí. Dice que una persona con capucha lo jaló de la casaca y aunque quería
correr no podía. —Claro, pé, es la bruja de la palmera. «La palmera de las siete
cabezas», susurró Vincho, hincando con el codo las costillas del Gordo.
Cuando dieron vuelta para salir,
Anita ya estaba al lado de la mesa de los muchachos y escuchaba atenta la
conversación. — ¿Y las piedras no la golpearon? —preguntó, inquieta.
—No, las piedras atraviesan los espíritus, no les hacen nada —comentó uno
de ellos.
—¿Y qué le pasó a tu hermano?
Estuvo como dos semanas enfermo. Vomitaba la comida y andaba como
borracho todo el tiempo. Tuvimos que traer a tres llamadores para que le hicieran
una limpia.
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P á g i n a | 15
Los chicos quisieron saber si hubo algo de magia aquella vez, pero, al voltear
para hablarle, descubrieron que la viejita se había desvanecido. Después de eso,
no les quedó duda de que la magia liberada aquella noche de cacería, cuando
se enfrentaron brujas y hechiceros, seguía suelta en Cachiche, así que
reemprendieron el pedaleo a toda prisa y no se detuvieron hasta estar muy
cerca de sus casas.
—Después de todo fue divertido, ¿no? La próxima eliges tú, Gordito —dijo
Anita levantando el brazo en señal de despedida.
—Me llamo Enrique —murmuró entre dientes el Gordo, mientras
empujaba su bicicleta dentro de su casa.