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PRIMERA PARTE

"¿Quieres que te cuente un cuento?"

En una lejana tierra,


tras los bosques y la sierra,
al otro lado del mar,
tenía un viejo su hogar.
Eran sus únicos dones
tres hijos, los tres varones.
El mayor, listo, sesudo,
el mediano, cachazudo,
y el menor, un pasmarote,
un tonto de capirote.
Cultivaban los hermanos
unos trigos muy lozanos
y, luego, a la capital
llevaban su cereal.
Allí vendían el grano
¡Comprador, dinero en mano!
y … ¡a casita, por la cena,
con la faltriquera llena!

Mas la dicha y el pesar


siempre marchan a la par:
alguien su campo rondaba
y las mieses aplastaba.
Los hijos del campesino
maldecían de su sino.
Pensaban con desazón:
"¿Cómo atrapar al bribón?"
Resolvieron, al final,
montar guardia en el trigal,
vigilar de noche el trigo
y dar al ladrón castigo.

Llegó la tarde siguiente,


y el mayor, muy diligente
tomando un hacha afilada,
se fue a montar la emboscada.
La noche era tormentosa,
inclemente, pavorosa.
Temblando a todo temblar
huyó el mozo hacia un pajar.

Cuando el Sol alumbró el cielo


del pajar bajó en un vuelo,
luego, con toda presteza,
vertió sobre su cabeza
un balde de agua del pozo
era muy astuto el mozo
y, regresando a su hogar,
se puso a vociferar.
"¡Eh, marmotas! ¡Eh, lirones!
¡Despertaos, dormilones!
¡Y echadme una buena copa,
porque vengo hecho una sopa!"
Le abrieron de par en par,
y antes de dejarle entrar
preguntáronle a la vez:
"¿Viste quién pisa la mies?"
Se santiguó con fervor
el buen hermano mayor
y respondió con enojo:
"¡Por Dios que no pegué ojo!
Y la noche fue de espanto:
Nunca he visto llover tanto.
Sin embargo, la verdad
es que no hubo novedad".
Dijo el padre complacido:
"Bien, Danilo, tú has cumplido.
Has sido como hay que ser,
no has faltado a tu deber.
Llamémoslo por su nombre:
¡Te has portado como un hombre!"

Llegó por fin el ocaso,


y el segundo, por si acaso,
empuñó un hacha afilada
y fue a montar la emboscada.
Fue la noche negra y fría,
y el mozo, que no tenía
el corazón muy templado,
huyó del campo espantado,
refugiándose, sin tino,
en el huerto del vecino.
¡Menudo miedo pasó
hasta que el día apuntó!

Por fin regresó a su hogar


y empezó a vociferar:
"¡Despertaos, dormilones!
¡Saltad de vuestros jergones!
¡No he visto noche más fría!
¡Estoy yerto, madre mía!"
Le abrieron de par en par
y antes de dejarle entrar
preguntáronle a la vez:
"¿Viste quién pisa la mies?"
Se santiguó con fervor,
como lo hiciera el mayor,
y respondió con enojo:
"¡Por Dios que no pegué ojo!
Hizo anoche un frío de esos
que te cala hasta los huesos.
Sin embargo, la verdad
es que no hubo novedad".
Dijo el padre complacido:
"¡Bien, Gavrilo, tú has cumplido!"

Cayó la tarde muy pronto,


y llegó su vez al tonto,
pero él, en su rincón,
hacíase el remolón.
Fresco como una lechuga,
cantaba "Soy de Kaluga".
Los hermanos le acuciaban,
los hermanos le insultaban …
Gritaron tanto los dos
que se quedaron sin voz.
Pero el tonto, tan tranquilo.
Tomó luego el padre el hilo
y le insistió con afán:
"Ve a montar la guardia, Iván
Te compraré caramelos,
cromos, pipas y buñuelos.
Levantóse Iván sin prisa
y se puso la camisa,
tomó calmoso una hogaza
y se fue con su cachaza.
Plateó la Luna el cielo.
Nuestro Iván con todo celo,
dando una vuelta al trigal,
se escondió en un matorral.
Contaba allí las estrellas,
sin fijarse mucho en ellas,
y se zampaba la hogaza
con su bendita cachaza,
cuando un relincho se oyó.
El mozo se levantó
y, boquiabierto, pasmado,
vio una yegua en el sembrado.
Era blanco el animal
como la nieve invernal,
de bellas crines doradas,
largas, sedeñas, rizadas.
"¡Mira quién es el ladrón!
¡Hay que darle una lección!
¡Pagarás tus fecharías
por el resto de tus días!
¡Espera, que ya verás!"

Dijo esto Iván, y, sin más,


veloz, en menos de nada,
se asió a la cola dorada
y brincando muy ligero
viose pronto caballero,
aunque montado al revés.
¡Siempre el tonto, tonto es!
La yegua, joven, fogosa,
irguió su cabeza hermosa,
las crines de oro ondulantes,
los ojos centelleantes,
y arrancó de sopetón,
como una exhalación.
Verdadero torbellino,
no buscaba otro camino
que barrancos y montañas,
recurriendo a cien mil mañas
para desmontara Iván.
Prodigaba con afán
un sinfín de malas tretas,
botes, brincos y corvetas,
pero Iván, ¡quién lo diría!,
montado se mantenía.

Se cansó por fin la yegua


y pidió a Iván una tregua,
diciéndole coinpungida:
"Sea, me doy por vencida.
Aunque con harto dolor,
te proclamo mi señor.
Búscame, Iván, un lugar
donde pueda descansar
y tres días, a la aurora,
suéltame por una hora.
Al final del tercer día,
pariré, y serán mi cría
tres caballos. Dos de ellos,
nunca el mundo vio tan bellos.
Tendrá el tercero de alzada
tres palmos y una pulgada.
Saldrá el pobre jorobado
y más feo que un pecado,
pues sus orejas serán,
largas cual día sin pan.

Si la miseria te entrampa,
vende los de buena estampa.
Mas no des el caballejo
aunque te ofrezcan un tejo
o una faja colorada,
que él será tu camarada
en la tierra y el infierno,
te calentará en invierno,
te refrescará en verano,
pondrá un buen pan en tu mano
siempre que el hambre te apriete,
y si la sed te acomete
te brindará, atento y fiel,
sabrosa y dulce aguamiel.
Yo volveré a galopar
de las montañas al mar".

"Está bien", Iván pensó.


Luego a la yegua encerró
en la choza de un pastor
y, con el primer albor,
cantando a grito pelado,
se fue a casa por el prado.

Llegó por fin a la puerta.


Viendo que no estaba abierta,
la aporreó con tal celo
que a poco la tira al suelo.
Parecía, por sus voces,
que le estaban dando coces.
Los hermanos, cobardones,
saltaron de sus jergones.
"¿Quién viene con ese pronto?"
"¿Quién va a ser? ¡Iván el tonto!"
Abrieron de par en par
y le dejaron entrar,.
reprochando al condenado
que los hubiese asustado.
Pero Iván, siempre sin prisa,
calzado, con la pelliza,
se recostó en su jergón
y les fue dando razón
de sus pasmosas andanzas,
sin cuchufletas ni chanzas.
"Pasaba el tiempo en un vuelo,
y las estrellas del cielo
fui contanto una por una,
pero no advertí la Luna.
De pronto, sin más ni más,
se presentó Satanás.
Tenía jeta de gato,
cada ojo como un plato,
y andaba por el trigal,
aplastando el cereal.
Como no me gustó aquello,
le salté ligero al cuello.
Quiso romperme el bautismo,
o la crisma, que es lo mismo.
Pero le di un buen metido
y me imploró entristecido:
`No seas mi perdición,
otórgame tu perdón.
Todo un año, lo prometo,
al mundo dejaré quieto'.
Quizás os parezca tonto,
pero le creí de pronto".
Aquí Iván enmudeció,
dio un bostezo y se durmió.

Los hermanos del simplón


rieron su narración
a mandíbula batiente:
"¡Uf, que tonto, así reviente!"
Hasta el padre soltó el chorro,
alegre como un cachorro,
aunque las risas a un viejo
pueden costarle el pellejo.

No corre el tiempo, que vuela,


Y no sabe ni mi abuela
el agua que llevó el río
desde aquel inquieto estío.
¿Para qué contar los días
y meterse en letanías?
No corramos tras el viento.
Prosigamos nuestro cuento.

Danilo domingo era


agarró una borrachera
y de lo alto de un alcor
vio la choza del pastor.
Dos corceles allí había
bellos cual la luz del día,
y un caballejo, de alzada,
tres palmos y una pulgada,
y más feo que un pecado,
orejudo, jorobado …
Comprendió al punto el truhán
por qué dormía allí Iván.
Y la envidia, desbocada,
le disipó la tajada.
Corrió a la isba Danilo
para decirle a Gavrilo:
"¡Venga, hermano! ¡Vamos pronto!
¡Dos potros oculta el tonto!
Hermosos, de crin dorada …
¡Mejor nunca viste nada!"
Descalzos por las ortigas,
sin reparar en fatigas,
corrieron a cual mejor
a la choza del pastor.

Después de mil tropezones,


los ojos como doblones,
rascándose a cuatro manos,
llegaron los dos hermanos
a la choza del pastor.
¡Qué maravilla, Señor!
Centelleando los ojos
como los rubíes rojos,
con los cascos de diamante
y colas de oro ondulante,
piafaron los alazanes,
al entrar los dos galanes.
¡Eran caballos de ley!
¡Para la silla de un rey!
Bizco de asombro, Danilo
dijo a su hermano Gavrilo:
"¿De dónde sacó este lote
el tonto de capirote?
Ya se dice, con razón,
que es del bobo la ocasión
y que el listo, así reviente,
de cinco nunca hace veinte.
Gavrilo, de aquí a seis días
de estas dos caballerías
sacaremos un buen pico,
y serás, hermano, rico.
Siempre quien tiene dineros
pinta, Gavrilo, panderos.
Partiremos por igual
todo ese dineral.
Y que Iván, quiera o no quiera,
se devane la sesera
pensando en quién le robó.
¡Adivina quién te dio!
No lo pienses más, hermano,
y venga pronto esa mano".
Acordado ya el asunto,
diéronse un abrazo al punto,
se santiguaron, y a casa,
hablando con mucha guasa
del dinero, de su treta
y del potro jorobeta.

El tiempo pasa volando


y los días va contando.
Al cabo de una semana,
los mozos, muy de mañana,
fueron a la capital
a vender su cereal
y a preguntar en el puerto
si de verdad era cierto
que goletas de ultramar
acababan de arribar
y que el turco a los cristianos
degollaba cual marranos.
Dio el padre su bendición,
rezaron con devoción
y, furtivos, los truhanes,
robaron los alazanes.

Cruzaba la aldea Iván,


cantando y comiendo pan,
porque terminaba el día
y el sueño ya le vencía.

Llegó nuestro bobo al prado


y entró en jarras, confiado,
con aires de gran señor,
en la choza del pastor.
Allí estaba su camastro …
¿Y los caballos? … ¡Ni rastro!
Sólo el potro jorobado
jugueteaba a su lado.
Patas y orejas movía,
expresando su alegría.
Con el corazón partido,
dijo Iván en un quejido:
"¡Oh, mis bellos alazanes!
¿Qué ha sido de mis afanes?
¿No os mimaba con pasión?
¡Será el diablo el ladrón!
¡Así el canalla reviente!
¡Así muera de repente!
¡Ojalá en la vida eterna
caiga y se parta una pierna!
¡Oh, mis bellos alazanes!
¿Qué ha sido de mis afanes?

Dijo el potro contrahecho:


"No lo tomes tan a pecho.
Aunque es grande tu pesar,
yo lo puedo remediar.
Y no acuses al diablo.
Yo sé, amigo, lo que hablo.
Son tus hermanos, so bobo,
los que han cometido el robo.
Pero ¿a que gastar saliva?
Ahora voy a lo que iba.
Monta rápido, sin quejas,
y agárrate a mis orejas.
Aunque pequeña es mi talla,
soy caballo de batalla.
Tú mismo, Iván, lo verás:
¡Corro más que Satanás!"
Montó Iván en su montura
y al punto, con mano dura
a sus orejas asido,
dejó escapar un berrido.
Irguió el potro la cabeza,
se encabritó con presteza
y, con relincho vibrante,
salió lanzado adelante.,
Le seguía en torbellino
el polvo gris del camino.
Y en muy contados instantes
alcanzaba a los tunantes.

Los hermanos se asustaron,


se rascaron, se turbaron.
Iván se puso a gritar:
"¿No os da vergenza robar?
Tendréis más entendederas,
pero honradez … Yo, de veras,
nunca robé desde chico …"
Danilo torció el hocico
y explicó: "Iván, querido,
sí, nosotros hemos sido.
La culpa, recapacita,
es de esta vida maldita.
Pese a todo nuestro afán
no comemos más que pan.
Y aunque estemos a dos velas,
hay que pagar las gabelas.
Anoche nos fue muy duro,
para salir del apuro
y remediar nuestros males,
llevar los dos animales
resolvimos al mercado
y venderlos al contado.
Pensamos traerte en pago,
para endulzarle el mal trago,
un gorro con campanillas
y unas botas con hebillas.
El padre no está muy sano,
no puede echar una mano,
y debe tener su pan.
¿No lo comprendes, Iván?"
"Si es así, tenéis razón
dijo Iván de corazón.
De acuerdo, vended los potros.
Yo iré también con vosotros".
Pensó Danilo, contrito:
"¡Así la palmes, maldito!"

El frío apretaba duro,


el cielo se puso oscuro,
y para no ir al azar
resolvieron descansar.
Ataron los animales
cerca de unos matorrales,
las alforjas vaciaron
el codo luego empinaron,
y se pusieron los tres
a darse tono a la vez.

Bien, el hermano mayor


vio de pronto un resplandor.
Carraspeó con sigilo,
miró veloz a Gavrilo,
le hizo dos guiños y, luego,
señaló furtivo al fuego.
"¡Qué oscuridad! dijo el pillo,
rascándose el colodrillo.
Si por lo menos la Luna
asomara la muy tuna …
No lo toméis a chacota,
aquí no se ve ni gota.
Aunque esperad … ¡Por la cruz
que percibo allá una luz!
¿No es así? … Si cierto fuera,
bien nos vendría una hoguera.
Iván, tú, que eres dispuesto,
anda y acércate presto,
pues mi eslabón he perdido.
¿En dónde lo habré metido?"
Mientras, pasa por su mente:
"¡Ojalá que allá reviente!"
Piensa Gavrilo a su vez:
"¡Vete a saber lo que es!
¡Si hay allí algún bandido,
dése el tonto por perdido!"

Todo a Iván importa un pito:


salta a lomos del potrito,
le acucia con los talones,
de la crin le da tirones
y vocifera alocado,
Sale el potro disparado …
"¡Sea conmigo el Señor!
gritó el hermano mayor
y se santiguó asustado.
¡Es un bicho endemoniado!"
Ya aumentando el resplandor.
Galopa Iván con ardor
y, de pronto ¡madre mía!,
se creyó que era de día.,
¡Todo luz alrededor,
mas sin humo ni calor!
Iván exclamó: "¡Rediez!
¡Arte del infierno es!
Luz hay aquí una porrada,
pero sin humo ni nada.
¡Es una luz prodigiosa!"
"¡Cararnba! ¡Valiente cosa!
le replicó el caballejo
en tono de sabio viejo
y añadió muy presto luego:
Es un pájaro de fuego
que una pluma aquí ha perdido
al volar hacia su nido.
Pero, Iván, no la levantes.
¡Piénsalo cien veces antes!
Traerá mil sinsabores
esa pluma de colores".
Rezongó Iván descontento:
"¡A otro con ese cuento!"
Después, con mucho sosiego,
la pluma de luz y fuego
en el gorro se guardó
y de vuelta galopó.
Explicó Iván muy tranquilo
a Danilo y a Gavrilo:
"Apenas hube llegado
vi un tocón todo quemado.
No sabéis lo que sudé:
¡Por poco no reventé!
Soplaba a todo pulmón,
¡pero se apagó el tocón!"
Los hermanos no durmieron,
de tanto como rieron.
Pero el bobo cogió el sueño
y se quedó como un leño.
A la mañana siguiente,
apenas clareó Oriente,
salieron para el mercado
a paso muy sosegado.

En la ciudad era uso,


para evitar todo abuso,
no vender ni un colador
antes que el gobernador
no hubiese proclamado
que abierto estaba el mercado.
Por fin tocaron a misa
y el gobernador, sin prisa,
con su gorro de castor,
cien picas alrededor,
salió a caballo montado.
Un heraldo iba a su lado.
Tocó su clarín de oro
y gritó fuerte, sonoro:
"¡Puedes comprar y vender
cuanto quieras, mercader!
Pero ten a tus criados
junto a la tienda apostados
para evitar apreturas
tumultos y desventuras,
para que ningún ratero
hurte al pueblo su dinero".
De tiendas y tendejones
parten al punto pregones:
"Pase, pase, buen señor,
¡lo mejor de lo mejor!"
"¡Hoy Yendo la mercancía!
¡Mañana será otro día!"
Compra la gente al contado
lienzos, cintas y calzado …
Los mercaderes, contentos,
los rublos ganan a cientos.
Llegóse el gobernador
donde el ganado mayor
se compraba y se vendía.
¡No creyó lo que veía!
¡Dios santo, qué apretujones!
¡Gritos, risas, maldiciones!
Le dejó muy asombrado
el gentío alborotado
y ordenó, según costumbre,
dispersar la muchedumbre.
"¡Eh, borregos, majaderos!
aullaron los guerreros,
fusta en mano desmandada.
¡Dejad libre la calzada!"
El gentío, por si acaso,
descubrióse y dejó paso.

Llegóse el gobernador
donde el ganado mayor …
Centelleantes los ojos
como los rubíes rojos,
con los cascos de diamante
y colas de oro ondulante,
vio dos corceles de ley.
¡Para la silla de un rey!
Aunque el hombre no era un zote,
se rascó un rato el cogote.
Salió al fin de su estupor
y dijo aleccionador:
"¡Está la vida terrena
de prodigios toda llena!"
Respetuoso, ante el viejo,
se inclinó el gentil cortejo.
Se prohibió a los vasallos
vender o comprar caballos
mientras que, como era ley,
no se le anunciara al rey
la aparición en la villa
de tan grande maravilla.

Rápido, el gobernador
se presentó al rey señor
y, arrojándose a sus pies,
le disparó de una vez:
"Me tomo la libertad,
perdone Su Majestad,
de rogarle que me escuche".
Dijo el rey: "¡Vacía el buche!
Pero no seas cargante.
¡Al grano! ¡Venga! ¡Adelante!"
"Soy, señor, gobernador,
y con gran celo y ardor …"
"Te vas poniendo pesado".
"Hoy, señor, yo fui al mercado.
¡Dios mío, qué apretujones!
¡Gritos, risas, maldiciones!
Ordené, según costumbre,
dispersar la muchedumbre,
y al disiparse el gentío …
¡Santa Virgen! ¡Oh, Dios mío!
Centelleantes los ojos
como los rubíes rojos,
con los cascos de diamante,
las colas de oro ondulante,
vi dos corceles de ley.
¡Para tu silla, buen rey!"

Picó la curiosidad
a su augusta majestad.
"Hay que ver ese portento.
¡Eh, mi carroza! ¡Al momento!
Se lavó en un santiamén,
se vistió, se peinó bien
y se dirigió al mercado,
de su guardia acompañado.
Llegó el rey, y ante sus ojos,
todos cayeron de hinojos,
gritando: "¡Viva el señor!"
con mucho brío y calor.
Saludó el rey y, arrogante,
a tierra saltó al instante …
Los caballos contemplaba
y le caía la baba.
Entre risas y mohínes,
acariciaba sus crines,
sus lindos cuellos lustrosos,
sus lomos finos, sedosos,
y con el mejor humor
miró fijo alrededor
y preguntó: "¡Eh, vasallos!
¿De quién son estos caballos?"
Iván, los brazos en jarras,
con la cachaza de marras,
respondió de mala gana,
inflado como una rana:
"Son los dos, rey y señor,
de un seguro servidor".
"¿Me los vendes?" "Pues … verás …
Te los cambio taz a taz".
"¿Pides mucho por los potros?"
"Más te pedirían otros.
Diez veces cinco almorzadas
de monedas acuñadas".
"Es decir, serán cincuenta,
si no saco mal la cuenta".
"De plata de buena ley".
Ordenó pagar el rey
y, magnánimo, en un pronto,
seis rublos regaló al tonto
a más de lo convenido.
¡Era el rey muy desprendido!

Se llevaron los caballos


seis corpulentos vasallos
recargados de galones,
con hermosos cinturones
y fustas de tafilete,
todos de rubio copete.
Mas los potros, en un vuelo,
los derribaron al suelo
y en menos que ladra un can
fueron en busca de Iván.

Regresó el rey al mercado


y le dijo, disgustado:
"No consienten tus dos potros
que se les acerquen otros.
Vas a vivir en la corte.
Allí tendrás otro porte,
vestirás como un marqués,
comer, comerás por tres …
De mi cuadra dispondrás
tú solito, y nadie más.
¡ Doy mi palabra de honor!
¿Te hace el trato?" "Sí, señor.
Voy a vivir en la corte,
y en ella tendré otro porte.
Vestiré como un marqués,
comer, comeré por tres,
y en la cuadra de mi rey,
mi palabra será ley.
Es decir, yo, labrador,
seré ahora un gran señor.
¿Quién lo había de decir?
Está bien, iré a servir.
Pero, ¿sabes a quién tomas?
No tolero malas bromas
ni que me turben el sueño.
¡En eso no admito dueño!"

Con los caballos, despacio,


se fue Iván hacia palacio.
De su flauta al dulce son
bailaban el cotillón
los dos potros, y el potrillo
zapateaba el muy pillo
con tanta gracia y salero,
que asombraba al mundo entero

Mientras tanto, los hermanos


el dinero ya en sus manos
bebieron vino sin tasa
y se marcharon a casa..

Se repartieron la plata,
se casaron cosa grata
y comian miel con pan,
recordando al tonto lván

Dejemos a los hermanos


felices, ricos y sanos
para contar lo que hizo
Iván el caballerizo:
cómo por duende pasó;
cómo su pluma perdió;
cómo, astuto, atrapó luego
un gran pajaro de fuego;
cómo a una niña preciosa
raptó como si tal cosa;
cómo dio con un anillo
metido en un cofrecillo;
cómo fue, con todo ardor,
en el cielo embajador
y, haciendo una obra buena,
desencantó a una ballena;
cómo, gracias a sus dones,
salvó treinta embarcaciones;
cómo no murió cocido
y se hizo un mozo garrido.
En breve: vais a saber
cómo rey llegó a ser.
SEGUNDA PARTE

"Una cosa es charlar y otra cosa trabajar"

Del Iván las aventuras


contaremos sin premuras.
Escucha con atención,
comienzo la narración.
Las cabras al mar se fueron;
las montañas se movieron;
un caballo prodigioso
voló al cielo presuroso;
sobre el bosque, negra nube
baja abajo, arriba sube
y, rozando las estrellas,
lanza truenos y centellas.

Esto no es aún el cuento;


vendrá luego, escucha atento.
Una isla hay en el mar
que nadie puede encontrar.
Y en la isla, en un cedral,
en su ataúd de nogal
yace una niña, un primor;
allí canta el ruiseñor,
y en barrancas y loberas
buscan su botín las fieras.
Esto no es aún el cuento;
vendrá luego, escucha atento.

Ya recordaréis, hermanos,
buenos y fieles cristianos,
que nuestro Iván, muy despacio,
encaminóse a palacio
con los potros y el potrillo.
¡Qué suerte que tuvo el pillo!
Allí, en la cuadra real,
se sentía un general,
y en sus horas de vigilia
no pensaba en la familia.
¿Y quién hubiera pensado,
viviendo como un prelado?
Tenía cuanto quería:
botas, gorros, lencería …,
Casi diez arcas repletas
de jubones, chamarretas …
Dormía como un lirón,
comía hojuelas, salmón …
En fin, es cosa sabida
que se daba la gran vida.

Pasó cierto tiempo, y, luego,


se dio cuenta un palaciego …
Hay que decir que antes era
jefe de la cuadra entera.
Por eso todo su afán
era vengarse de Iván
y se juró que un buen día
de palacio lo echaría.
Pues bien, se fingió el bribón
sordomudo y cegatón,
diciendo para su sayo:
"¡Ni Cristo te salva, payo!"

En fin, notó el palaciego,


fingiéndose medio ciego,
que a los caballos Iván
no consagraba su afán,
pero había allí dos potros
más lucidos que los otros:
las grupas siempre lavadas,
las crines muy bien trenzadas,
el copete recogido,
y el lomo limpio, bruñido.
En sus pesebres el grano
se veía muy lozano,
y en sus tinajas había
aguamiel fresca, del día.
"¡Aquí hay gato en el talego!
alarmóse el palaciego.
¿No vendrá acá, de allende,
algún trasgo o algún duende?
¡Estaré alerta! Si es cierto,
le colgaré al tonto el muerto,
y, si me vienen bien dadas,
lo echarán de aquí a patadas.
Seré el último pendejo
si no denuncio al Consejo
que Iván el caballerizo
está urdiendo algon hechizo;
que es un brujo y un infiel,
un perro lleno de hiel;
que él y el demonio son uno;
que nunca observa el ayuno
y se santigua al revés,
como gran hereje que es".

Aquella noche el malvado,


con todo muy bien tramado,
montó traidor la emboscada
bajo un montón de cebada.
Medianoche era por filo,
y, con el alma en un hilo,
el ruín miraba artero
por un pequeño agujero.
"Y si el duende … ¡Madre nuestra …!"
La puerta chirrió siniestra,
piafó fuerte un alazán,
y … sin prisas, entró Iván.
Echó el cerrojo con tiento
y del gorro, muy contento,
sacó cuidadoso luego
la pluma de luz y fuego,
envuelta, con gran amaño,
tres veces en blanco paño.
Tal fue la luz al instante,
que a poco aquel intrigante
no deja escapar un grito.
Tanto temblaba el maldito,
que el grano se desprendía
del montón que lo cubría.
Pero el trasgo, descuidado,
dejando su pluma a un lado,
ya los caballos mimaba,
cepillaba, acariciaba …
Peinándolos con esmero,
cantaba como un jilguero.
Mientras tanto, hecho un ovillo,
con un ojo mira el pillo
las hazañas del "fantasma"
y, tembloroso, se pasma.
Ve a un fornido mocetón,
ni cornudo ni rabón,
de melena rubia, lisa,
con cintas en la camisa
y botas de cordobán.
¡Anda, lo mismo que Iván!
Mira otra vez el maldito,
mira fijo, de hito en hito …

"¡Vaya, vaya con Iván!


barbotó aquel perillán.
Ya verás si el rey se entera
de qué oculta tu bobera.
Mañana, amigo, verás.
¡Todas me las pagarás!"
El pobre Iván ignoraba
el mal que le amenazaba
y seguía muy afanado,
cantando a grito pelado.
Las dos tinajas, después,
las llenó en un dos por tres,
y los pesebres, ufano,
los colmó del mejor grano.
Bostezó cansado luego,
guardó la pluma de fuego,
se tendió, agarró el sueño
y quedóse como un leño.

Cuando apuntaba ya el día


la oreja aguzó el espía,
y al ver al mozo dormido,
como un árbol abatido,
se arrastró de su escondrijo
lo mismo que un lagartijo
y la pluma le robó.
¡Adivina quién te dio!

Cuando el rey abrió los ojos


vio ante él, puesto de hinojos,
al taimado cortesano,
que le besaba la mano
y, con voz de chirimía,
muy humilde le decía:
"Me tomo la libertad,
perdone Su Majestad,
de rogarle que me escuche".
"Está bien, vacía el buche
dijo el rey con un bostezo,
mas habla sin aderezo.
Si me vienes con mentiras,
te arranco la piel a tiras".
Inclinando su testuz,
dijo el otro: "¡Por la cruz
te juro, mi Majestad,
que cuanto digo es verdad!
Iván te oculta un tesoro
que es más precioso que el oro:
aunque se finge un borrego,
tiene una pluma de fuego …"
"¿No me engañas? … ¡Maldición!
¡Cómo siendo un ricachón …!
¡Espera, ruín, malvado!
¡Vas a morir empalado!"
El astuto cortesano
dice presto al soberano:
"Eso no es todo, señor,
pues se jacta ese impostor
de que él, simple labriego,
puede un pájaro de fuego
sumar a tus muchos bienes.
Basta con que se lo ordenes".
Dijo esto el muy taimado
y, en tres pliegues doblegado,
acercóse al soberano,
la pluma ardiendo en la mano.

La barba el rey se atusaba,


le chorreaba la baba,
y, con la risa en el buche,
la pluma en un bello estuche
guardó a la vez que decía
con impaciente energía:
"¡Rápido! ¡Corriendo! ¡Pronto!
¡Traedme en seguida al tonto!"

Fueron en busca de Iván


seis pajes y un chambelán,
mas cayeron en montón,
al chocar en un rincón.
Viéndoles con tanta prisa,
reventaba el rey de risa.
Para agradar al señor
y ganarse su favor,
los cortesanos, al vuelo,
volvieron a echarse al suelo.
El monarca, alborozado,
les dio un manto de brocado.
Todos, tras el chambelán,
fueron a llamar a Iván,
sin permitirse esta vez
repetir lo del traspiés.

A la cuadra al poco entraron


y a nuestro Iván cocearon,
para sacarle del sueño,
cual si fuera el pobre un leño.
Pero Iván, el angelito,
roncaba como un bendito.
Por fin, uno, más pelmazo,
le propinó un escobazo.
"¿Qué gentuza me despierta?
dijo Iván, ya en pie y alerta.
Si echo mano de la vara,
me la pagaréis bien cara.
¿Quién sois para despertarme?
¿Es que queréis que la arme?"
Los otros, por si las moscas,
dijeron con voces foscas:
"¡Es el rey quien lo ha mandado,
y cumplimos su recado!"
"¿El rey? … En cuanto me vista
me tendréis ante su vista",
dijo a los otros Iván,
se puso su cafetán,
se apretó el cinto en un vuelo,
se lavó, se alisó el pelo
y, con la vara en la mano,
los siguió muy campechano.
Iván se presentó al rey,
se inclinó, como era ley,
y preguntó con enfado:
"Di, ¿por qué me han despertado?"
El rey, entornando un ojo,
vociferó con enojo,
levantándose: "¡Chitón!,
y respóndeme, bribón:
¿Cómo has tenido valor
de ocultar a tu señor
lo que es suyo, desde luego,
la pluma de luz y fuego?
¿Soy el rey o un cortesano?
Responde presto, villano".
Contesta Iván con presteza,
ya la manta a la cabeza:
"Decírtelo me da engorro,
pero ¿te he dado mi gorro?
¿Eres, acaso, adivino?
Puedes, si pierdes el tino,
propinarme una patada,
¡de esa pluma no sé nada!"…
"¡Mira que lo pagas caro!"…
"Te lo he dicho ya bien claro:
¿De dónde voy a sacar
ese portento sin par?"
El rey saltó de su lecho
y al punto pensado y hecho
abrió la arqueta preciosa
con la pluma luminosa.
"¿Te refresco la memoria?
¡No tienes escapatoria!
¿Esto qué es? ¿Vas a negar?"
Iván se puso a temblar
y dejó caer el gorro.
"Habla, no seas ceporro,
mira que será peor …"
Dijo Iván: "¡Perdón, señor!
¡Haz que me rajen a tiras
si te digo más mentiras!"
Encendidas las mejillas,
cayó el bobo de rodillas.
"Por ser la primera vez,
te perdono, ya lo ves
dijo el rey, mirando fiero….
Sabe Dios que, si yo quiero,
como me saques de quicio,
puedo hacer un estropicio
y rebanarte la testa.
Pero espero tu respuesta
para resolver ya luego.
Dices que un ave de fuego
puedes traer a la corte
a poco que eso me importe.
Mira, no te hagas el bobo,
porque te cuelgo de un pobo"
Levantóse Iván del suelo
y puso el grito en el cielo:
"Lo de la pluma sí es cierto,
pero así me caiga muerto
si es, señor, que no deliras.
¡Todo eso son mentiras!"
El rey rugió enfurecido:
"¿Me contradices, bandido?
Si en el transcurso de un mes
no tengo el ave a mis pies,
ni aun en el fondo del mar
te lograrás ocultar
y morirás empalado.
¡Largo de aquí!" Desolado,
Iván buscó a su potrillo,
llorando como un chiquillo.
El potrillo, al verle entrar,
quiso ponerse a bailar,
mas le oyó llorar y, a poco,
casi él mismo suelta el moco
y le preguntó al instante:
"¿Por qué estás de mal talante?
No te calles, tontilón,
ábreme tu corazón.
A todo me tienes presto.
¿Estás, acaso, indispuesto?
¿Has caído en desfavor?
¿Alguien te infunde temor?"
Dijo Iván, en un resuello,
abrasándose a su cuello:
"¡De mi suerte yo reniego!
Pide un pájaro de fuego
su graciosa Majestad.
¿No ves qué calamidad?"
"Comprendo tu gran pesar
y lo puedo remediar.
Si me hubieras hecho caso,
no habrías dado el mal paso.
Cuando la pluma cogiste,
yo te dije, y no me oíste:
Mira, Iván, no la levantes,
piénsalo cien veces antes,
traerá mil sinsabores
esa pluma de colores.
¿Ves ahora, tontilón,
que tenía yo razón?
Pero mira, la verdad
es que no hay dificultad.
Lo difícil vendrá luego.
Ve ante el rey y, con sosiego,
dile lo que yo te digo:
`Dame, señor, blanco trigo
y vino, treinta cuartillos,
para llenar dos lebrillos.
Apresorate, señor,
quiero que el primer albor
me sorprenda ya montado
en mi potro jorobado'".

Se presentó Iván al rey,


se inclinó, como era ley,
y le soltó de corrida,
como cosa muy aprendida:
"Escucha lo que te digo:
Dame, señor, blanco trigo
y vino, treinta cuartillos,
para llenar dos lebrillos.
Apresorate, señor,
quiero que el primer albor
me sorprenda ya montado
en mi potro jorobado".
Dispuso el rey, decidido,
que a Iván dieran lo pedido
y le deseó, muy fino,
que tuviera buen camino.
A la mañana siguiente,
el potrillo, diligente,
despertó con prisa a Iván:
"¡No ronques más, haragán!"
Iván, aún soñoliento,
recogió con mucho tiento
el trigo, los dos lebrillos
y el vino, treinta cuartillos.
Luego, tomando una hogaza,
montó con toda cachaza
y partió, malhumorado,
a cumplir con el mandado.

Después de siete jornadas


por barrancos y cañadas,
el potro, cual si tal cosa,
llegó a una selva fragosa
y dijo a Iván, agorero:
"Verás ahora un calvero,
y en el calvero un alcor
de plata de la mejor.
Se abre por allí camino
un reguero cristalino,
y a eso de la alborada,
los pájaros, en bandada,
a él vienen a beber.
¡Allí los podrás prender!"
Salieron de la espesura.
¡Santo Cristo, qué hermosura!
Tenía el denso verdor
de la esmeralda el color
y el vientecillo, al soplar,
lo hacía tornasolar.
Lo esmaltaban bellas flores,
de perfumados olores.
Erguíase en el calvero,
a la orilla del reguero,
un alcor de gran altura,
todo él de plata pura.
La luz del Sol veraniego
lo encendía con su fuego,
y ardía todo el alcor
con deslumbrante esplendor.

Aquí un bote, allá un salto,


llegó el potrillo a lo alto
por la empinada ladera
y detuvo su carrera.
"Ya viene la noche, Iván
musitó con todo afán.
En este lebrillo, digo,
mezclas el vino y el trigo,
y bajo el otro te emboscas.
Eso, Iván, por si las moscas.
A ver si te las apañas,
¡no mires las musarañas!
Por filo de la alborada,
los pájaros, en bandada,
vendrán a picar el grano.
Entonces échale mano
al que se ponga a tu alcance,
atrápalo a todo trance
sin pararte en miramientos
y grita a los cuatro vientos.
Me tendrás, Iván, al lado
apenas hayas gritado".
"¿Y si me abraso el pellejo?
dijo Iván, con triste dejo.
¿Acaso me ponga guantes,
por si queman los tunantes?"
Desapareció el potrillo,
y debajo del lebrillo
quedó el tonto inmóvil, yerto,
como si estuviera muerto.

De pronto rompió el negror


de la noche en el alcor
un resplandor que lucía
como el Sol al mediodía,
y los pájaros de fuego,
comian con gran sosiego
la mezcla de trigo y vino,
para ellos manjar divino.
Engulléndose la risa,
pensaba Iván de esta guisa:
"¡Cuántas aves! ¿Quién las cuenta,
cuando pasan de cincuenta?
Merecería la pena
atrapar una docena.
Seguro que cada una
vale toda una fortuna.
¡Y por Dios que son bonitas,
tienen rojas las patitas!
Qué colas tan peregrinas,
se ve que no son gallinas!
¡Y cuánta luz hay en torno!
¡Como en la boca de un horno!"
Luego, Iván, de su escondrijo,
salió como un lagartijo
y, con la mayor destreza,
echóle mano a una pieza
y gritó a grito pelado:
"¡Eh, potrillo, la he cazado!"
El caballito, al instante,
se encontraba ya delante
y decía complacido:
"¡Bravo, mi amo, te has lucido!
Mete el ave en el talego,
átalo muy fuerte luego
y a casita, que ya es hora
de regresar sin demora".
Responde Iván con cachaza:
"Deja que espante la caza.
¡Me marcan ya los gritos
de estos pájaros benditos!"
Después, en menos de nada,
ahuyentó a la bandada,
que levantó presta el vuelo
y fue a perderse en el cielo
con su encendido arrebol,
fundiéndose con el Sol.
Gritábale Iván en pos,
berreando a toda voz,
y braceaba, contento,
como un molino de viento.
Amo y potrito, por fin,
recogieron su botín
y, comentando el suceso,
emprendieron el regreso. Llegaron presto a la villa.
"¿Cazaste esa maravilla?",
preguntó el rey impaciente,
y miró a su confidente,
que temblaba, el muy felón,
recogido en un rincón.
Respondió Iván arrogante:
"¡Pues claro que le eché el guante!"
"¿Dónde está?" "¡Espera, amigo!
Hay que cerrar el postigo.
No la verás, te lo juro,
mientras todo no esté oscuro".
Corrieron dos escuderos
y cerraron los maderos.
Entonces, Iván, sin priesa,
dejó el talego en la mesa,
y exclamó: ¡Una, dos, tres!
¡Sal, gallino, de una vez!"
Llenó la alcoba al instante,
un resplandor deslumbrante.
Gritó el rey, lleno de espanto:
"¡Fuego! ¡Fuego! ¡Padre Santo!
¡Eh, que vengan los bomberos!
¡Agua! ¡Agua! ¡Majaderos!"
Dijo Iván, muerto de risa:
"¿A qué, señor, tanta prisa?
Es el pájaro de fuego,
que ha salido del talego.
¿Ves qué bicho te he traído
para verte divertido?"
Respondió el rey muy contento:
"Eres, Iván, un portento
y quiero premiar tu esmero.
¡Te nombro palafrenero!"

Al ver aquello, el espía,


que de envidia se rnoría.
dijo para su capote:
"Las pagarás, pasmarote.
No desespero de verte
engañado por la suerte,
y otra vez, por Dios lo juro,
te meteré en un apuro".

Al cabo de una quincena,


terminada ya la cena,
sentados junto a la lumbre,
como era su costumbre,
los criados de palacio
platicaban muy despacio
bebiendo, de un gran bidón,
aguamiel a discreción.
De pronto dijo un criado,
bostezando adormilado:
"Hoy me ha dejado el vecino
un libro muy peregrino.
Sólo tiene cinco cuentos,
pero son cinco portentos.
¡Qué historias tan prodigiosas!
¿Cómo ocurren tales cosas?"
"Cuenta, cuenta ya, sin más",
lo atosigan los demás.
"Pues decidme cuál queréis.
Son cinco, como veréis.
El primero es de un castor,
el segundo, de un pastor,
el tercero … ¡No me acuerdo! …
¡Ah, sí, de un niño muy cuerdo!
Habla el cuarto de un marqués,
y el quinto veréis de qué es …
No acabo de recordarlo …
¡Cómo he podido olvidarlo! …"
"Déjalo". "¡Ahora! ¡Espera!"…
"¿De una niña casadera?"
Sí. La historia prodigiosa
de una niña primorosa.
Bien, decid, dispuesto estoy,
¿qué queréis que cuente hoy?"
"Lo de la niña. ¿No ves,
acaso, nuestro interés?
¡Fuera reyes y querellas,
háblanos de niñas bellas!"
Comenzó el cuento el criado,
diciendo muy mesurado:

"Sabréis, queridos hermanos,


que hay en países lejanos
un mar fosco y traicionero,
donde manda el turco fiero.
De las tierras de cristianos
no hubo nobles ni villanos
que lograran navegar
por ese maldito mar.
Los mercaderes extraños
comentan desde hace años,
que vive allí una doncella
hermosa como una estrella.
Diz la gente que es hermana
del astro de la mañana
y que tiene la fortuna
de ser hija de la Luna.
Surca la mar encrespada
en una barca dorada
y canta dulces canciones,
arrancando bellos sones
a su laúd encantado,
todo de gemas cuajado …"

Levantándose furtivo
corrió a palacio, muy vivo,
el malvado cortesano
y, besando al rey la mano,
muy humilde le decía,
con su voz de chirimía
"Me tomo la libertad,
perdone Su Majestad,
de rogarle que me escuche".
"Está bien, vacía el buche
dijo el rey con un bostezo,
mas habla sin aderezo.
Si me vienes con mentiras,
te arranco la piel a tiras".
Soltó la bestia dañina:
"Hoy, en tu real cocina,
por tu salud se brindaba,
mientras alguien nos contaba
la historia maravillosa
de una niña primorosa.
Pues bien, tu palafrenero
juró testarudo y fiero
que atraparla allá en el mar
era coser y cantar".
Se retiró el muy bandido,
y el rey gritó enardecido:
"¡Rápido! ¡Corriendo! ¡Pronto!
¡Traedme en seguida al tonto!"
Fueron en busca de Iván
diez pajes y un chambelán
y, como tenían prisa,
lo llevaron en camisa.

Dijo el rey: "¡Ya veo, Iván,


que no agradeces mi pan!
Sé que has jurado a porfía
que muy fácil te sería,
como coser y cantar,
traer la niña del mar" …
"¿Quién ha sido ese embustero?
barbotó el palafrenero.
Soltar eso no he podido
siquiera estando dormido.
Puedes decir lo que quieras,
pero ¿lo crees de veras?"
Rugió el rey, ya desquiciado:
"¿Me contradices, malvado?
Si en el transcurso de un mes
no está la niña a mis pies,
ni aun en el fondo del mar
te lograrás ocultar
y morirás empalado.
¡Largo de aquí!" Desolado,
Iván buscó a su potrillo,
rascándose el colodrillo.

El potrillo, al ver a Iván,


le preguntó con afán:
"¿Por qué vienes tan mohíno?
¿Te picó un bicho dañino?
¿Has caído en desfavor?
¿Alguien te infunde temor?"
Dijo Iván, en un resuello,
abrasándose a su cuello:
"No es para menos la cosa.
Una niña primorosa
me pide Su Majestad.
¿No ves qué calamidad?"
"Comprendo tu gran pesar
y lo puedo remediar.
Si me hubieras escuchado,
no estarías apenado.
Pero mira, la verdad,
es que no hay dificultad.
Lo difícil vendrá luego.
Ve, Iván, y, con sosiego,
dices al rey de corrida:
"Si es que quieres ver cumplida
la difícil encomienda,
haz que me den una tienda,
toda de flores bordada,
fruta, dulces, mermelada,
una vajilla de plata
y dos paños de escarlata".

Se presentó Iván al rey,


se inclinó, como era ley,
y le dijo de corrida:
"Si es que quieres ver cumplida
la difícil encomienda,
haz que me den una tienda,
toda de flores bordada,
fruta, dulces, mermelada,
una vajilla de plata
y dos paños de escarlata".
"¡Así me gusta la gente!",
dijo el rey, condescendiente,
y dispuso, decidido,
que a Iván dieran lo pedido,
deseándole, muy fino,
que tuviera buen camino.
A la mañana siguiente,
el potrillo, diligente,
despertó con prisa a Iván:
"¡No ronques más, haragán!"
Iván, aún soñoliento,
recogió con mucho tiento,
para cumplir su encomienda,
los manjares, y la tienda,
y la vajilla de plata,
y los paños de escarlata.
Luego, tomando una hogaza,
montó con toda cachaza
y partió, a la carrera,
tras la niña marinera.

Después de siete jornadas


por barrancos y cañadas,
el potro, cual si tal cosa,
llegó a una selva fragosa
y dijo sin descansar:
"Por aquí se llega al mar,
donde vive, no te engaño,
esa niña todo el año.
Sólo dos veces, no tres,
pisan la orilla sus pies.
Mañana, al amanecer,
tú mismo la podrás ver".
El potrillo, al terminar,
trotó veloz hacia el mar,
donde las blancas cabrillas
corrían en volandillas.
Apeóse Iván ligero,
y dijo el potro agorero:
"Para cumplir tu encomienda
monta en seguida la tienda
y en el mantel de escarlata
pon la vajilla de plata
para ofrecer el yantar
a la bella flor del mar.
¡A ver si te las apañas,
no mires las musarañas!
¿Ves la barca? ¡Date priesa!
¡Ahí viene la princesa!
Déjala entrar en la tienda,
deja que coma y se tienda,
y cuando empiece a tocar,
no se te ocurra escuchar.

Entra corriendo en seguida,


agárrala, tenla asida
sin pararte en miramientos
y grita a los cuatro vientos.
Estaré, Iván, a tu lado,
apenas hayas gritado.
Ten cuidado, mi señor,
y mantente ojo avizor.
¡Si la dejas escapar,
lo tendrás que lamentar!"
Desapareció el potrillo.
Iván, sacando un cuchillo
rajó con prisa la tela,
presto a hacer de centinela.
Llega por fin la barquilla,
la niña salta a la orilla,
entra en la tienda y, rendida,
la emprende con la comida.
"¿Por qué se dice en el cuento
que esta niña es un portento?
razona el palafrenero.
Para mí yo no la quiero.
¿A quién puede hacer feliz,
si parece una lombriz?
¡Y qué patitas tan finas!
¡Lo mismo que las gallinas!
¡Aunque dicen que es muy bella,
no cargaría con ella!"
La niña, en el pabellón,
tocaba con dulce son,
y su voz, tierna, sedante,
dejó dormido al instante
a Iván el palafrenero,
sentado ante el agujero.

El Sol se ponía lento


cuando el potrito, violento,
dio una coz a su señor,
gritándole con furor:
"íDuerme, duerme, papanatas,
que te cuelguen de las patas!
¿Quieres morir empalado?"
Iván lloró desolado
y pidió al potro perdón
por su necia distracción:
"¡Perdona a tu amigo Iván,
pondré otra vez más afán!"
"Dios te perdone, bendito,
le contestó el caballito.
Todo se puede arreglar,
mas no vuelvas a roncar.
Mañana por la mañana
vendrá la niña galana
en su barquilla dorada
a probar la mermelada.
Como te quedes dormido,
puedes darte por perdido".
El potro volvió a ocultarse.
Iván, sin apresurarse,
fue recogiendo, en cuclillas,
púas, tachuelas y astillas
para con ellas pincharse
si volvía a amodorrarse.

A la siguiente mañana
llegó la niña galana,
abandonó su barquilla
en la arena de la orilla,
entró en la tienda y, rendida,
la emprendió con la comida …
Dio fin la niña al yantar,
se puso luego a tocar,
y su voz, tierna, sedante,
dio sueño a Iván al instante.
"¡Te equivocas, condenada!
¡Esta vez estás copada!
¡No te dejaré escapar,
no me podrás engañar!",
pensó Iván y, presuroso,
la asió de su pelo hermoso
y gritó a grito pelado:
"¡Eh, potrito, la he atrapado!"
Presentóse el caballito,
al oír del tonto el grito,
y le dijo complacido:
"¡Bravo, mi amo, te has lucido!
Monta y sujétala fuerte!
¡Has tenido buena suerte!"

Regresaron a la corte.
El rey, con adusto porte,
disimulando su priesa,
salió a ver a la princesa
y, tomándole la mano,
la hizo pasar muy ufano
a su real aposento.
Después ofrecióle asiento
bajo un dosel muy lujoso
y, mirándola amoroso,
le dijo con voz melosa:
"Sé mi mujer, niña hermosa.
Una mirada ha bastado
para sentirme flechado.
¡Tus pupilas, de gacela
me tendrán de noche en vela
y me harán soñar de día,
mi tormento, mi alegría!
Di que sí, niña galana,
y nos casamos mañana".

Pero la niña bonita


no quiso abrir su boquita
y le dio la espalda al rey,
que, tan manso como un buey,
no salió de sus casillas
y se postró de rodillas.
Oprimiéndole la mano,
le decía casquivano:
"¿Acaso te ha disgustado
verme tan enamorado?
¡Suerte triste y desdichada!"
Dijo la niña encantada:
"Tres días te puedo dar
para encontrar en el mar
un anillo que he perdido,
si quieres ser mi marido …"

"¡Traedme en seguida a Iván!",


gritó el rey como un gañán,
y estuvo a punto, en un pronto,
de ir él mismo por el tonto.

Se acercó Iván receloso.


El rey se volvió, imperioso,
mas le dijo zalamero:
"Escucha, palafrenero.
La niña, por un azar,
perdió su anillo en el mar.
Si lo encuentras, mi favor
hará de ti un gran señor".
"Pero … ¿Acaso no ves,
que no puedo con los pies?
¡Hoy acabo de llegar
y otra vez de vuelta al mar!",
dijo el tonto disgustado.
El rey le gritó enojado,
con rabiosa pataleta:
"¡Silencio! ¡La lengua quieta!
¡Quiero casarme, so tonto,
así que regresa pronto!"
Iván salía con priesa,
mas le dijo la princesa:
"Cuando vayas hacia el mar
no te olvides de pasar
por mi torre de platino,
que está a mitad de camino,
y dile a mi madre amada
que estoy ya desesperada
porque su faz luminosa
se me oculta caprichosa.
Pregunta por qué mi hermano,
siempre alegre y campechano,
no mira ni de soslayo,
no me envía ningún rayo;
por qué la cara se tapa
con esa sombría capa.
No te olvides". "Bien, mi vida,
lo diré, si no se olvida.
Pero mira, niña hermosa,
pongamos clara la cosa:
explícame, simple y llano,
quién es tu señor hermano
y quién tu madre querida".
Dice la niña en seguida:
"Yo tengo, Iván, la fortuna
de ser hija de la Luna
y también de ser hermana
del astro de la mañana".
Terció el rey:
"Te doy tres días.
¡Y basta de letanías!"
Iván buscó a su potrillo,
rascándose el colodrillo.

El potrillo, al ver a Iván,


le preguntó con afán:
"¿Por qué vienes tan mohíno?
¿Cruzó un gato tu camino?"
Respondióle Iván sombrío:
"Ayúdame, amigo mío.
Con la niña, esa lombriz,
el rey quiere ser feliz
y otra vez me envía al mar
a ver si puedo encontrar
en el fondo una sortija
que perdió esa lagartija.
Además, la caprichosa,
ha requerido otra cosa:
que me pase, de camino,
por su torre de platino
y diga al Sol y a la Luna
que les desea fortuna …"

Dijo el potro: "La verdad,


es que no hay dificultad.
Lo difícil, tontilón,
te espera en otra ocasión.
Ahora, Iván, debes dormir,
que mañana hay que partir".
A la mañana siguiente,
nuestro Iván, muy diligente,
se puso ropa de abrigo,
montó a lomos de su amigo
y partió hacia el verde mar …
¡Uf! ¡Dejadme descansar!
TERCERA PARTE

"Es Makar un gran señor y era antes labrador"

Ta-ra-ra-rí, ta-ra-rá¡
¡Ve a saber qué pasará!
Los caballos se escaparon;
los labriegos los cazaron.
Toca un cuervo la bocina
en la rama de una encina;
si se cansa de tocar,
se pone el cuervo a contar:
"Eranse, debéis saber,
un marido y su mujer.
El hombre zapateaba,
la mujer lo jaleaba,
y se estaban de jarana
seis días cada semana".
Esto no es aún el cuento;
viene luego, escucha atento.
Una mosca, en la ventana,
canta de buena mañana:
"¡Una noticia casera!
La suegra pega a la nuera;
al palo del gallinero
la amarra con gran esmero;
luego la deja descalza
de un zapato y una calza,
para que tema los cardos
y no ande a picos pardos".
En fin, ya llega el momento
de comenzar nuestro cuento.

Pues bien, dejamos a Iván


galopando con afán
a lomos de su potrillo
para buscar el anillo.
En la primera jornada,
dos mil leguas, como nada,
cubrieron sin descansar,
y ya muy cerca del mar
dijo el potro, preocupado:
"Sé, mi amito, ponderado.
Dentro de muy poco, espero,
llegaremos a un calvero.
Verás que en la mar serena
hay tendida una ballena.
Mucho sufre la cuitada,
del porqué no está enterada
y pedirá con porfía
que tú ante el astro del día
solicites su perdón.
Promete sin dilación
atender su justo ruego
y cumple lo dicho luego".

Llegan a la mar serena


y ven allí a la ballena
tendida entre las orillas,
con tapias en las costillas.
En su cola rumorea
denso pinar, y una aldea,
pintoresca como un cromo,
se extiende sobre su lomo.
En su labio, el inferior,
surcos abre un labrador;
entre medio de sus ojos
bailan chicos pelirrojos,
y unas niñas pizpiretas
en su nariz buscan setas.

El potrillo, presuroso,
galopa sobre el coloso,
que suspira con pesar,
abriendo de par en par
su descomunal bocaza,
y dice con mustia traza:
"¡Buen viaje, caballeros!
¿A dónde van tan ligeros?"
"Vamos directos a Oriente,
donde mora el Sol naciente,
por encargo de su hermana,
una niña muy galana
que vive en la capital",
dice el potro al animal.
"¿No me harían el favor,
si ven al Sol, mi señor,
de preguntarle hasta cuándo
voy a estar aquí penando
y qué males cometí
para ser tratada así?"
"¡Descuida, no tengas pena!",
grita Iván a la ballena.
Implora el pez muy ansioso,
suspirando pesaroso:
"¡Ten la bondad, buen amigo,
ponle fin a mi castigo!
Si deshaces el conjuro,
seré tu esclava, lo juro …"
"¡Descuida, no tengas pena!",
grita Iván a la ballena.

Salta el potrillo a la orilla


ligero como una ardilla,
y un dorado torbellino
va siguiendo su camino.
No podría dar razón
de los días que el simplón
cabalgó en su montura
por el llano y la espesura.
Lo que sí sé de seguro,
y si queréis os lo juro,
es que llegaron por fin
al recóndito confín
donde la tierra y el cielo
se acarician sin recelo
y las niñas aldeanas,
tan lindas y tan galanas,
con sus ruecas hilan lino
en el azul cristalino.

Se despidió Iván del suelo,


se vio de pronto en el cielo,
y volaba alborozado,
con el gorro ladeado.
"¡Qué maravilla, Dios santo!
decía al potro entretanto,
en el azul infinito.
Nuestro reino es muy bonito,
mas ¿se puede comparar
con belleza tan sin par?
La tierra es fea y oscura,
mientras que aquí, en esta altura,
veo campos azulados
de limpia luz anegados …
Mira, ¿no ves en Oriente
un aguja reluciente?
Debe ser la capital
de este reino celestial".
"Es la torre prodigiosa
de la niña primorosa
dice el potro jorobado….
Ahí duerme el Sol dorado
durante la noche fría
y ahí la Luna, de día,
descansa en fresca penumbra
mientras el Sol nos alumbra".

Llegan ambos al portal


con columnas de cristal
de abajo arriba rizadas,
como serpientes doradas.
En lo alto hay tres estrellas,
y en rosaledas muy bellas
plantadas alrededor
cantan al primer albor,
en un roble y un aliso,
seis aves del paraíso.
Cinco estrellas, con su luz,
bordan una bella cruz
en el azul firmamento.
¡Virgen Santa, qué portento!

Iván se apea ligero


y, cumplido caballero,
a la Luna dice presto,
muy comedido y modesto:
"Permita que, por de pronto,
la salude Iván el tonto
y recuerdos le transmita
de una niña muy bonita".
"Anda, pasa, toma asiento
dice la Luna al momento.
¿Por qué has venido al azur?
¿Por qué has corrido ese albur?
Cuéntame dónde has nacido
y explica cómo has venido.
Dime la verdad, galán.
¿Cómo te llamas? … ¡Ah, Iván!"
"Soy de la Tierra terrena,
de un país de gente buena,
que va a misa y come pan
dice, sentándose, Iván.
He cruzado el mar de priesá
por orden de la princesa,
que me mandó te dijera …
¿Cómo es eso? … ¡Espera, espera!
"Transmite a mi madre amada
que estoy ya desesperada
porque no me deja ver
su fiz … su faz … ¡ve a saber!
Pregunta por qué mi hermano,
siempre alegre y campechano,
no mira ni de soslayo,
no me envía ningún rayo;
por qué la cara se tapa
con esa sombría capa.
La moza es un pico de oro,
pero como no soy loro
puede que me haya tragado
gran parte de su recado".
"¿Y quién es esa princesa?"
"¿Quién es? Pues la niña esa …
que antes vivía en el mar
y tan bien sabe cantar".
"¡Cuenta, cuenta! … ¡Virgen mía!,
¿quién se llevó mi alegría?",
gritó la Luna angustiada.
Dijo Iván, como si nada.
"En eso puse mi esmero.
¿Sabes?, soy palafrenero,
y el rey me concedió un mes
para ponerla a sus pies,
diciendo que, si marraba,
en la plaza me empalaba".
La Luna se echó a llorar,
pero no era de pesar.
Abrazada al tontilón
decía con efusión,
llena de viva alegría:
"¡Bendito sea este día!
Tan buena nueva has traído,
que me has rejuvenecido,
pues a mi hija querida
ya la daba por perdida.
Esa fue, Iván, la razón
de que en negro nubarrón
me envolviera con enojo.
Tres días no pegue ojo.
Por eso el Sol cubrió el cielo
con denso y oscuro velo,
sin dejar un tragaluz
que diera al mundo su luz.
Lloraba el pobre a su hermana,
a nuestra niña galana.
Dime, ¿no sufre mi hija?
¿No hay nada que la aflija?"
"Mira, sería divina,
si no estuviera en la espina.
Tiene tan estrecho el talle …
¡Mejor será que me calle!
¿Sabes?, pronto se te casa,
y entonces echará grasa.
Quiere el rey ser su marido …
Gritó la Luna: "¡Bandido!
¡Casarse con una niña,
si es más viejo que la tiña!
¡Ni hablar! ¡quedará soltero
ese viejo majadero!
¡No comerá ese bocado!"
Iván dijo, ponderado:
"Me ha pedido una ballena
que la libres de su pena …
Está la pobre en el mar,
toda llena de pesar,
tendida entre las orillas,
con tapias en las costillas.
Y me ha rogado, llorosa:
"Saluda a la Luna hermosa
y pregúntale hasta cuándo
voy a estar aquí penando
y qué males cometí
para ser tratada así".
"Sufre esa bestia marina,
porque sin orden divina
se tragó de una sentada
treinta barcos. ¡Casi nada!
Si los devuelve a la mar,
Dios la podrá perdonar,
se cerrarán sus heridas
y vivirá cien mil vidas".

Iván abrazó a la Luna,


deseándole fortuna,
y se despidió cortés.
Dijo la Luna a su vez:
"El Sol y yo, amigo Iván,
agradecemos tu afán,
pues has puesto mucho celo
en llegar pronto hasta el cielo.
Vuelve a la tierra en seguida
y di a mi hija querida
que llevas mi bendición.
Alegra su corazón,
diciendo lo que te digo:
"Está tu madre contigo.
No llores, que con presteza
acabará tu tristeza.
Y no será un cotorrón,
sino un guapo mocetón
quien te llevará al altar
cuando te quieras casar".
Se inclinó Iván con torpeza,
montó al potro con destreza
y con sonoro silbido
partió a galope tendido.

Empezaba a clarear
cuando Iván llegó a la mar.
El potrillo, de la arena,
saltó sobre la ballena,
que preguntó acongojada:
"¿Por qué no me decís nada?
¿Cumplisteis mi petición?
¿Cuándo vendrá mi perdón?"
Gritó el potro jovialmente:
"¡No seas tan impaciente!"
Llegó el potrillo a la aldea
y dijo a la gente: "¡Ea!
¡Si queréis salvar la vida,
marchaos de aquí en seguida!
¡Al que se quiera quedar,
se lo tragará la mar!
Va a ocurrir un gran portento
en este mismo momento.
La ballena, con su cola,
levantará una gran ola …"
Gritaron los aldeanos:
"¡Sálvese quien pueda, hermanos!"
Cargaron en carretones
sacos, mundos y cajones
y salieron de estampía.
Antes ya del mediodía
quedó la aldea desierta,
desolada, triste, muerta …

El potrillo, presuroso,
gritó fuerte al pez coloso:
"Sufres tú, bestia marina
porque sin orden divina
tragaste de una sentada
treinta barcos. ¡Casi nada!
Si los devuelves al mar,
Dios te podrá perdonar.
Se cerrarán tus heridas
y vivirás cien mil vidas".
Gritó el potro: "¡Bien te vaya!",
y saltó luego a la playa.
Removióse la ballena,
dijo luego: "¡Norabuena!",
alborotó el verde mar
y se puso a vomitar
treinta barcos marineros,
con sus velas y remeros.
El barullo al rey del mar
acabó por despertar;
disparaban los cañones,
y las trompetas sus sones
esparcían altaneras;
ondeaban las banderas,
y adustos, graves, sin prisa,
los popes cantaban misa
en las treinta embarcaciones:
"¡Gracias;, Señor, por tus dones!"
Los remeros, a la par,
se pusieron a cantar:
"Surcan el mar los veleros
con sus bravos marineros,
y llegan al fin del mundo,
aunque el mar es muy profundo …

Las aguas se alborotaron,


los veleros se ocultaron,
y la ballena decía,
rebosante de alegría,
partiendo en dos cada ola
con un golpe de su cola:
"¿Con qué podría pagaros?
¿Con qué, mis amigos caros?
¿Queréis conchas nacaradas?
¿Queréis perlas engarzadas?
¿O bien peces de colores?
¡Mis queridos bienhechores,
no os dé reparo pedir,
todo lo he de conseguir!"
"No queremos nada de eso
dijo Iván con mucho seso.
¿Puedes hallar la sortija
que ha perdido la lambrija …
es decir, la niña esa
que del mar era princesa?"
"Iván, quiero que me entiendas,
a mí no me duelen prendas:
al ponerse el solecillo
ya tendrás aquí el anillo"
el pez,dijo sin dudar,
y bajó al fondo del mar.

Allí, dando coletazos


semejaban cañonazos,
reunió a los esturiones
y les dijo estas razones:
"Antes del anochecer
os ordeno aquí traer
la sortija o el anillo
que en un bello cofrecillo
ha perdido la princesa.
Aquel que se dé más priesa
verá pagado su celo.
Pero daré para el pelo
al que se ande remolón.
¡Ese no tendrá perdón!"
Se fueron los esturiones,
formados en escuadrones.

Unas tres horas después,


dos marones a la vez
se acercan a la ballena
para decirle con pena:
"Perdona, reina del mar,
no hemos podido encontrar
ni rastro del cofrecillo.
Sólo el gobio, que es tan pillo,
puede cumplir tu encomienda.
Ya sabes que anda sin rienda
y conoce cada hoya.
Él daría con la joya,
pero ha desaparecido
ese golfo empedernido".
La ballena, disgustada,
berreó desaforada:
"¡Encontrad a ese tunante
y que venga aquí al instante!"

Los marones saludaron


y a la audiencia se marcharon
a pedir que, muy estricto,
escribieran un edicto
en nombre de la ballena
y se tomaran la pena
de atrapar sin dilación
al condenado bribón.
Veloz, haciéndose cargo,
escribió el edicto el sargo.
Luego lo firmó el siluro,
como siempre tan seguro.
Después, con mucho despejo,
le puso el sello el cangrejo
y ordenó que dos delfines,
hechos a tales trajines,
recorrieran todo el mar
hasta que lograran dar
con el gobio donde fuera
y preso, si resistiera,
lo llevaran sin, demora
ante la reina y señora.
Los delfines saludaron
y veloces se marcharon.

Buscan en todos los mares,


a pesar de los pesares;
buscan en ríos y lagos,
pasando muy malos tragos,
pero no ven al bribón
y lloran con aflicción,
pues a los dos les da pena
amargar a la ballena …

En un estanque apartado,
un grito desaforado
llamó al pronto su atención.
Torcieron sin dilación
al lugar del que salía
¡y qué vieron, madre mía!
Ante sus ojos, muy cerca,
pegaba el gobio a una perca.
Y gritaron los delfines:
"¡Quietos, quietos, matachines!
¡Nos pareció, por las voces,
que erais dos monstruos feroces!"
"¡Largaos con viento fresco
gritó el gobio rufianesco,
que si me sacáis de quicio
voy a armar un estropicio!"
"Eres, mal bicho, un veneno,
nunca se te ve sereno,
de la noche a la mañana
andas siempre de jarana
y nunca paras en casa.
¡Dios sabe lo que te pasa!
Pero, ¿a qué gastar razones
con rufianes y matones?
En virtud de este decreto
quedas preso. ¡Estáte quieto!"

Para evitar malas tretas,


al gobio de las aletas
sujetaron los delfines.
El gobio, haciendo mohínes,
les decía con calor:
"¡Os lo pido por favor,
no interrumpáis la agarrada,
que esa perca condenada
me puso ayer, la cerril,
como hoja de perejil! …"
El gobio estuvo un buen rato
condenando el desacato.
Pero los delfines, sabios,
sellados siempre los labios,
llevaron al tarambana
delante la soberana,
es decir, nuestra ballena,
tendida sobre la arena.

"¿Dónde estabas, mal nacido?


¡Eres un caso perdido!",
gritó la reina furiosa.
Se ponía mal la cosa,
y el gobio, bajó los ojos,
hincóse presto de hinojos
y reconoció, fingido,
que era un borracho perdido.
Dijo entonces la ballena,
sin moverse de la arena:
"¡Me pides perdón? Pues … ¡sea!
Mas te impongo una tarea.
Creo que tu diligencia
te ganará mi clemencia".
Dijo el gobio, muy sumiso:
¡Cumpliré mi compromiso.
"¿Has visto, acaso, un anillo,
metido en un cofrecillo,
que la niña primorosa
perdió en la mar proceloso?"
"¿Un anillo …? ¡Ah, ya caigo!
¡Ahora mismo te lo traigo!"
"¡No demores la partida
y da con él en seguida!"

El gobio, muy decidido,


fue a cumplir su cometido.
A una brema, de camino,
cortejó galante y fino,
y a unos pobres boquerones
alumbró seis bofetones.
Después, como si tal cosa,
se sumergió en una fosa
y dio con el cofrecillo
donde se hallaba el anillo.
"¡Cómo pesa el condenado!",
exclamó el gobio intrigado
y llamó a los calamares
que había en todos los mares.
Los calamares, a una,
probaron todos fortuna,
pero el cofre, ¡maldición!
resistía a su tesón.
Por fin, exhaustos, rendidos,
se declararon vencidos.
"¡Marchaos de aquí, infelices,
porque os rompo las narices!",
gritó el gobio con voz ronca,
muy dispuesto a armar la bronca,
y luego, sin más razones,
fue en busca de los marones.
En menos de un dos por tres,
seis marones a la vez
el cofrecillo sacaron
y ni siquiera sudaron.
Dijo el gobio satisfecho:
"¡Vaya, ya está
todo hecho! Llevádselo a la ballena.
Yo me tenderé en la arena
para dormir una siesta,
que esta noche tengo fiesta".
El gobio, pillo, taimado,
se fue al estanque alejado
de donde, pese a sus tretas,
sujeto de las aletas
lo sacaron los delfines
hechos a tales trajines.
No os diré si el camorrista
de la perca halló la pista.
Volvamos donde está Iván,
esperando con afán.

Tranquilo dormía el mar.


Iván, lleno de pesar,
esperaba a la ballena
sentado en la fina arena.
A su lado, el caballito
roncaba como un bendito.
Se iba acercando el ocaso.
Poco a poco, paso a paso,
se ponía el bello Sol,
envuelto en denso arrebol.
La ballena no llegaba.
Iván se desesperaba
y maldecía entre dientes:
"¡Ay, mal bicho, así revientes!
Prometiste que el anillo
tendría ya en el bolsillo
cuando el día se pusiera.
¡Santo Cristo, qué embustera!
¡El Sol se ha hundido en el mar
y tú sigues sin llegar!"

Agitóse el mar de pronto,


y la ballena ante el tonto
apareció sofocada,
diciendo muy ponderada:
"Aquí está lo prometido.
Tu ruego queda cumplido".
A continuación la arquilla
se abatió sobre la orilla.
"Si te hago falta otra vez
dijo al buen Iván el pez,
me llamas a cualquier hora.
Seré siempre tu deudora,
y toda la eternidad
recordaré tu bondad".
La ballena enmudeció,
dio un coletazo y se hundió

Despertóse al punto el potro,


dio tres saltos, luego otro,
sacudiéndose la arena,
y celebró a la ballena:
"Mira, Iván, huelga decir
que sabe cómo cumplir.
¡Muchas gracias, ballenita!
el potrillo al pez le grita
y luego apresura al tonto:
¡Anda, Iván, vístete pronto!
Han pasado los tres días
de que en total disponías,
y hay que emprender el regreso.
Además, no olvides eso,
se muere el viejo de amor" …
Responde Iván con calor:
"Yo me daría más priesa,
pero hay que ver lo que pesa.
¡Ahí metió la ballena
quinientas almas en pena!
¡Le he dado cuatro empujones
y me duelen los riñones!"
Sin rechistar, el potrillo
se echó al cuello el cofrecillo
como si fuera una paja
y dijo a Iván, en voz baja:
"Monta, Iván, monta en seguida,
no perdamos la partida,
que la villa está lejana
y el plazo acaba mañana".

Llegó Iván al cuarto día,


cuando la aurora nacía.
El rey, de una carrerilla,
bajó de la terracilla
y le gritó: "¿Lo has traído?"
Le dijo Iván engreído,
saltando de su potrillo:
"¡Ahí está en el cofrecillo!
Pero llama a un regimiento,
porque te digo, sin cuento,
que es pequeño el condenado,
pero escacha al más pintado".
Llamó el rey a los arqueros,
que el cofrecillo, ligeros,
llevaron en un momento
a su real aposento.
"¡Tengo tu anillo, lucero!
dijo el rey, muy zalamero,
a la niña primorosa,
que lo miraba orgullosa.
Ya no hay ninguna razón
para aplazar nuestra unión.
Por eso, niña galana,
nos casaremos mañana.
Pero dime, ¿puede ser
que el anillo quieras ver?
Lo tengo aquí, en mi palacio".
Dice la niña despacio:
"Ya lo sé. Pero te digo
que no me caso contigo".
"¿Por qué, mi sol, mi lucero?
¿No sabes cuánto te quiero?
Perdona mi atrevimiento,
pero, si callo, reviento:
No me desprecies, mi cielo
porque … me muero en un vuelo.
¡Compadécete de mí!"
Ríe la niña: "¡Ji, ji!
Tú eres ya un quintañón,
cano, feo y barrigón.
Y yo soy como una rosa,
fresca, lozana y hermosa.
¡Abuelos no casan nietas!
¡Harán de ti cuchufletas
todos los reyes del mundo!"
Replica el viejo iracundo:
"¡El que se atreva a reírse
pronto habrá de arrepentirse!
¡Su reino devastaré!
¡Su linaje extirparé! …"
"Pongamos que me he excedido,
mas … ¿puedes ser mi marido?
Soy linda como una flor
y tú tan feo … ¡Qué horror! …
dice la niña en un pronto.
¿De qué te jactas, so tonto?"
Responde el rey, sofocado:
"¡Soy viejo, pero templado!
¡Si me cepillo y me peino,
soy el más guapo del reino!
¡Lo importante es que me case,
pase luego lo que pase!"
Dice la niña, severa:
"A ver, señor, si se entera
de que tengo decidido
que no sea mi marido
cano, viejo, malcarado,
barrigón y desdentado".
Se rascó el rey la cabeza
y musitéó con tristeza:
"¿Qué puedo hacer, niña hermosa?
Quiero que seas mi esposa,
pero tú, a cada paso,
¡no me caso y no me caso!"
"¡Antes este mundo dejo
que me caso con un viejo!
dice la niña galana.
Me casaría mañana
si fueras, para mi gozo,
un guapo y garrido mozo".
"Debes, niña, comprender
que nadie vuelve a nacer.
Milagros sólo hace el cielo
y ya tengo cano el pelo …"
La niña dice sonriente:
"Fíjate, si eres valiente
podrás rejuvenecer.
Escucha lo que hay que hacer:
Mañana, al primer albor,
en la plaza, mi señor,
haz que enciendan dos hogueras
y que pongan tres calderas.
La primera hay que llenar,
hasta hacerla rebosar,
de agua como el hielo fría,
la segunda, de lejía,
y de leche la tercera,
hasta que hierva en la hoguera.
Si quieres ser mi marido
y hacerte un mozo garrido
debes, señor, desnudarte,
en leche hirviendo bañarte,
sumergirte en la lejía
y enjuagarte en agua fría.
Si te das esos tres baños
te quitarás muchos años".

Dice el rey a un chambelán


que vaya en busca de Iván.
"¿Otra vez de vuelta al mar?
protesta Iván al entrar.
¡Narices! ¡Ni a la de tres!
¡Tengo deshechos los pies!"
"Otra cosa es lo que quiero
le dice el rey, zalamero.
Mañana, al primer albor,
en nuestra plaza mayor
encenderán dos hogueras
y emplazarán tres calderas.
La primera han de llenar,
hasta hacerla rebosar,
de agua como el hielo fría,
la segunda, de lejía,
y de leche la tercera,
hasta que hierva en la hoguera.
Debes, Iván, desnudarte,
en leche hirviendo bañarte,
sumergirte en la lejía
y enjuagarte en agua fría.
Yo quiero pedirte, Iván,
que des prueba de tu afán
y que, desnudo de veras,
te bañes en las calderas".
"¿No se te ocurre otra cosa?
dice Iván con voz rabiosa.
Sé que escaldan, los lechones,
los pavos y los capones.
Pero yo no soy lechón,
no soy pavo ni capón.
En fin, en el agua fría
un baño sí me daría,
pero no en la leche esa …
¿Es que quieres que me cueza?
¡Ya está bien, rey y señor,
de embromar a un servidor!"
Rugió el rey, enfurecido:
"¿Me contradices, bandido?
¡Si mañana, por maldad,
no cumples mi voluntad,
ordenaré a mi verdugo
que te haga trizas, tarugo!
¡Largo de aquí, descastado!"
Se marchó Iván desolado
y fue en busca del potrillo,
llorando como un chiquillo.

El potro, al verle llorar,


le preguntó con pesar:
"¿Por qué vienes tan mohíno?
¿Cruzó un gato tu camino?
Seguro que el viejo bicho
ha tenido otro capricho".
Dijo Iván en un resuello,
abrasándose a su cuello:
"¡Soy un desgraciado, amigo,
el rey acaba conmigo!
Fíjate, se le ha ocurrido
que tu Iván muera cocido
en leche hirviendo y lejía.
¿Te das cuenta qué herejía?"
"No te oculto la verdad,
grande es la dificultad
y de pasada te digo
que te ganaste el castigo.
Por no escuchar mi consejo,
puedes perder el pellejo.
Te trae esos sinsabores
la plumita de colores …
Pero deja de llorar,
que yo te sabré salvar.
¡Antes prefiero la muerte
que abandonarte a tu suerte!
Escucha lo que te digo,
y no lo olvides, amigo:
Mañana, al primer albor,
cuando en la plaza mayor
quedes mondo como Adán,
dile al rey: "Tu pobre Iván
ha de pedirte un favor.
¡No me lo niegues, señor!
Antes de hacerme caldillo
quiero ver a mi potrillo".
El rey tragará la bola,
yo sacudiré la cola,
y la bañaré en lejía,
leche hirviente y agua fría,
luego te salpicaré,
un silbido soltaré,
y tú, en un dos por tres,
nada en leche como un pez,
salta vivo a la lejía
y enjuágate en agua fría.
Anda, tiéndete, mi dueño,
que yo velaré tu sueño".

A la mañana siguiente,
el potrillo, diligente,
despertó con prisa a Iván:
"íNo ronques más, haragán!"
Se rascó Iván la cabeza,
bostezando con pereza,
santiguóse con cachaza
y se fue luego a la plaza.

Hervían ya las calderas


encima de las hogueras.
En torno a ellas sentados,
pajes, damas y criados
hacían mofa de Iván,
esperando con afán
a que el tonto se cociera
en la primera caldera.

Salen la niña y el rey,


aclamados por la grey,
para ver cómo el valiente
se baña en la leche hirviente.

Grita el rey, enardecido:


"íQuítate, Iván, el vestido
y a la caldera, so lelo!"
Se descalza Iván al vuelo,
en menos que un gallo canta,
de los pies a la garganta.
Al ver al mozo en porreta,
la princesita, discreta,
cubre su faz con pudor
y no mira alrededor.
Iván, ante las calderas,
se rasca las dos caderas.
"¿Qué haces, so tonto, parado?
grita el rey desaforado.
Cumple lo que te he pedido".
Responde Iván, comedido:
"He de pedirte un favor.
¡No me lo niegues, señor!"
Antes de hacerme caldillo
quiero ver a mi potrillo".
Accedió el rey de buen grado
y ordenó al punto a un criado
que el ruego de Iván cumpliera,
en seguida, a la carrera.
El potrillo, casi al trote,
acercóse al pasmarote,
mojó la cola en lejía,
en leche y en agua fría,
salpicó a Iván y, seguido,
dejó escapar un silbido.
Muy pronto, en un periquete,
Iván sin miedo se mete
en la primera caldera,
la segunda, la tercera …
Sale de ellas al momento
como el príncipe de un cuento,
galán, gracioso, garrido,
se pone un bello vestido,
se inclina, como es de ley,
ante la niña y el rey,
y queda inmóvil, ufano,
con aires de cortesano.

Grita la corte a una voz:


"¡Mirad! ¡Milagro de Dios!
¡Por Cristo, cuesta creer
que tal pueda suceder!"
El rey, a sus escuderos,
ordena dejarlo en cueros,
da un salto, muy decidido,
y muere el necio cocido.

La princesa se adelanta,
luego la mano levanta
y, cuando calla el gentío,
declara con mucho brío:
"El rey, ese viejo inmundo,
ha pasado al otro mundo.
Decid si queréis ahora
que sea vuestra señora
y si en lugar del rey ido
aceptáis a mi marido,
a mi noble bienhechor,
a mi dueño y mi señor",
y señala a nuestro Iván,
tan hermoso, tan galán …
Gritan todos: "¡Sí queremos,
y ser fieles prometemos!
¡Y sea rey tu marido,
si lo tienes decidido!"

Iván, sin titubear,


lleva a la niña al altar
y la toma por mujer,
todo como debe ser.

Truenan en los torreones


las salvas de los cañones,
y suenan en los fortines
trompetas y cornetines.
De las bodegas reales
el vino mana a raudales,
y la gente, ya pimplada,
vocifera entusiasmada:
"¡Vivan la reina y el rey,
para dicha de su grey!"

En el palacio, entretanto,
beben vino, beben tanto,
que los príncipes y nobles
las candelas las ven dobles.
¡Daba gusto, sí, señor!
Allí estuvo un servidor,
pero aunque empinó la bota,
no acertó a beber ni gota.

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