Está en la página 1de 14

La Llorona

Tomado de La Llorona (fragmentos) en Milagros Palma: Senderos Míticos de Nicaragua। Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.

La Llorona es una figura popular de esas tenebrosas historias que aterran el sueño de las comunidades campesinas. Sus lamentos
aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Ese concierto lúgubre es
el mismo que ha interrumpido el sueño de generaciones enteras en los pueblos diseminados en los misteriosos espacios vírgenes de
nuestra América.

En Nicaragua se oyen los lamentos de la llorona transportados vertiginosamente por los caprichosos vientos que
proviene de las cuatro esquinas del mundo, Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un
quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto.

En el bario del Calvario de León, se sabía que cerca del río, allá detrás del Zanjón, pasaba el llorido de la Llorona. Las
lavanderas del río contaban que apenas sentían caer el sereno de la noche, debían recoger la ropa aún húmeda y en
un solo montón se la llevaban. De lo contrario, La Llorona se las echaba al río. Según el comentario de las lavanderas,
La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que había botado a su chavalito en el río.

Sobre La Llorona se oyen muchas versiones, pero algunas explican que ese llanto misterioso es el profundo dolor de
una madre que perdió a un hijo ahogado en el pozo mientras lavaba la ropa en el río. Pero ¿quién era esa mujer?
¿Quien podrá decirnos más sobre la vida de esa misteriosa alma en pena?

Siempre en búsqueda de conocer más y más sobre este y otros personajes de la tradición oral de nuestro pueblo nos
embarcamos rumbo a la isla de Ometepe. (....)

...Doña Jesusita, se llamaba la anciana solitaria que viendo nuestro interés por conocer las historias del pueblo
empezó a contarnos sobre el origen del llanto de la madre en pena.

“...En aquellos tiempos de antigua, había una mujer que tenía una hijita de unos 13 años, ya sazoncita estaba la
mujercita. Ella ayudaba a lavar la ropita de sus nueve hermanitos menores y acarreaba el agua para la casa.

La mamá no se cansaba de repetir a la hija cada vez que la veía silenciosa moler el maíz o palmar la masa cuando el
chisporreteo de la leña tronaba debajo del comal de barro:
-Hija, nunca se mezcla la sangre de los esclavos con la sangre de los verdugos. Ella le decía verdugos a los blancos
porque la mujer era india. La hija, en la tarde salía a lavar al río y un día de tantos arrimó un blanco que se detuvo a
beber en un pocito y le dijo adiós al pasar. Los blancos nunca le hablaban a los indios, solo para mandarlos a trabajar.
Pero la cosa es que ella se encantó del blanco y los blancos se aprovechaban siempre de las mujeres.

Entonces bajo un gran palencón de ceibo que sirve para lavar ropa, ahí por el río, se veían todos los días y ella se
metió con él.

- Mañana, blanco, nos vemos a esta misma hora, -le decía siempre.
Claro, el blanco llegaba y la indita salió pipona, pero la familia no sabía que se había entregado al blanco. Dicen que
ella se iba a ver bajo el guanacaste, para que las lavanderas no la vieran y no fueran a acusar con la mamá.

Allá al tiempo, ya ella estaba por dar a luz, entonces entró un barco a la isla, aquí en Moyogalpa. Ya se iba el blanco,
se iba para su tierra y entonces como ella estaba por criar, ella le lloraba para que se la llevara. Pero ¡dónde se la iba
a llevar! La indita lloraba y lloraba, inconsolable, a moco tendido. Él se embarcó y a ella le dio un ataque, cayó
privada.

Cuando ella se despertó al día siguiente, estaba un niño a su lado y en lugar de querer aquel muchachito, lo agarró y
con rabia y le dice:
-Mi madre me dijo que la sangre de los verdugos no debe mezclarse con la de los esclavos.

Entonces se fue al río y voló al muchachito y ¡pan! Se cayo cuando cayó al agua. Al instante se oyó una voz que
decía:
¡Ay! madre... ¡ay madre!... ¡ay madre!...
La muchacha al oír esa voz se arrepintió de lo que había hecho y se metió al agua queriendo agarrar al muchachito
pero entre más se metía siguiéndolo, más lo arrastraba la corriente y se lo llevaba lejos oyéndose siempre el mismo
llanto: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!
Cuando ya no pudo más se salió del río. El río se había llevado al chavalito pero el llanto del niño que a veces se oía
lejos otras veces aparecía cerquita: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!...
La muchacha afligida y trastornada con la voz, enloqueció. Así anduvo dando gritos, por eso le encajaron La Llorona.

Ahora las madres para contentar a los muchachitos que lloran por pura malacrianza, les dicen:
-Ahí viene la llorona...
La mujer enloquecida se murió y su espíritu quedó errante, por eso se le oyen los alaridos por las noches... “Por ahí
se anda La Llorona, hasta la vez se le oye por todo el río.”
Publicado por Rolando Mendoza B. en 16:50

La carretanagua
I

Tomado de "La Carretanagua," en Enrique Peña Hernández: Folklore de Nicaragua. Editorial Unión.
Masaya, 1968.

La gente se siente sobrecogida de terror cuando oye pasar la Carretanagua, que sale como a la una
de la mañana, en las noches oscuras y tenebrosas.
La Carretanagua al caminar hace un gran ruidaje; pareciera que rueda sobre un empedrado y que
va recibiendo golpes y sacudidas violentas a cada paso. También pareciera que las ruedas tuvieran
chateaduras. La verdad es que es grande el estruendo que hace al pasar par las calles silenciosas a
deshoras de la noche.
Los que han tenido suficiente valor de asomarse por alguna ventana y verla pasar, han dicho que es
una carreta desvencijada y floja, más grande que las corrientes, cubierta de una sábana blanca a
manera de tolda. Va conducida por una Muerte Quirina, envuelta en un sudario blanco, con su
guadaña sobre el hombro izquierdo.
Va tirada por dos bueyes encanijados y flacos, con las costillas casi de fuera; uno color negro y el
otro overo.
No da vueltas en las esquinas. Pues si al llegar a una tiene que doblar, desaparece; y luego se la oye
caminando sobre la otra calle.
No saben los indios de Monimbó a ciencia cierta qué objetivo tengan las andanzas de la
carretanagua. Creen algunos que pasa anunciando la próxima muerte de alguien, pues ya se ha
visto que al siguiente día de haber pasado, una persona enferma de pronto, se pone «mala» y
muere ésa dice la gente que se la llevó la Carretanagua —por el hecho de que habiendo estado sana,
enfermó y murió por el pase de la mortífera carreta.
No son pocos los indios que aseguran que la Carretanagua no va tirada por bueyes, ni por ningún
otro animal. Dicen que camina sola, es decir, por su propia virtud. Pero sea como fuere, la verdad,
es que su paso es temido por la gente del Barrio Monimbó; porque les crea un ambiente de
incertidumbre y desasosiego; y los hace interrogarse a sí mismos:
«¿Pasará hoy por mí?—¿Estaré yo en la raya?»

II
Tomado de “Una carreta de leyenda,” en Eduardo Zepeda Henríquez: Mitología
nicaragüense. Editorial “Manolo Morales,” Managua, 1987.

. . . La verdad es que somos un pueblo fronterizo entre las realidades y los mitos. Por eso, de seguro,
nos inventamos la Carretanagua; una carreta fantasma, que es como la sombra de nuestra carreta.
«Nagual» o «nahualli» quiere decir brujo. De ahí que esa carreta mitológica sea, substancialmente,
una carreta embrujada que salía por las noches, haciendo un ruido infernal, antes de que llegaran a
nuestras calles el asfalto, los adoquines y el concreto hidráulico.
Y adviértase que el mito de la Carretanagua es, sobre todo, auditivo, como que los vecinos de
nuestras ciudades. Y asustados por el estruendo, casi no se atrevían a contemplar el paso de aquel
espectro. En realidad, las calles nicaragüenses eran entonces empedradas, con tantos cantos
irregulares, que se llegó a decir que la Carretanagua tenía, al parecer, las ruedas cuadradas. . .

(. . .) nuestra Carretanagua, se distingue primero por su nocturnidad. Es, en efecto, el polo negativo
del sistema binario; es el revés de la carreta que trabaja de sol a sol en el campo nicaragüense; es,
en definitiva, una carreta que conduce la muerte. Nuestro pueblo dice también que la pareja de
bueyes de la Carretanagua es una yunta de esqueletos...
III
Tomado de "La Carreta Nahua" (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos
de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.
Por las noches en el silencio de los caminos solitarios se oye pasar una misteriosa carreta. Los
perros aúllan y las personas que la ven quedan con fiebre del susto de la aterradora visión. Algunos
pierden el habla por varios días y hasta se han mentado casos de muertos por el solo hecho de oír el
ruido del chirriante paso de la carreta (...)
En el barrio de Subtiava algunos testimonios nos aclaran mejor acerca de esta carreta bruja que
muchos han oído su pavoroso ruido. Doña Julia, una anciana de 79 años, cuenta lo siguiente:
«...Decía que la carreta nagua era una carreta que anda, en las noches. Esta carreta es bruja. Se le
oía pasar y después se callaba al llegar al final de la calle. Se callaba porque no podía pasar las
cruces que forman las calles en las esquinas. Yo a veces la oía pasar y me daba un miedo horrible y
el corazón me hacía bum... bum... bum... como que se me iba a salir. También decían que era una
procesión que encabezaba la carreta, hecha de huesos de muerto. Esta procesión salía muy a media
noche. La gente, entonces, se asomaba a ver cuando pasaba esa procesión. Las personas que iban
rezando en la procesión llamaban a los que salían a ver:
—Téngame esta candela.
El que cogía la candela de pronto se percataba que llevaba un hueso de muerto prendido...»
Allá en Telica, sobre el camino que va de León a Chinandega, se oye mucho pasar la carreta nagua y
doña Jacinta ya se las conoce todas a la bendita carreta, según sus propias palabras, pero su susto
más grande nos lo evocó con escalofrío:
“Yo estaba solita, íngrima, ya eran las once de la noche y Chon todavía no había llegado. Yo sabía
que el vendría temprano a la casa porque había ido a la vela de la agüela de Chilo. Estaba yo
pensando que era tarde, cuando de pronto oí un estrépito, los perros aullaban, las gallinas
cacareaban, los animales estaban asustados. No había luna y las calles oscuras, oscuras. Yo
temblaba pero al fin de cuentas decidí asomarme a ver lo que pasaba. Entonces agarré valor y salí.
No vi más que una inmensa carreta y pronto perdí el conocimiento, la vista se me nubló y caí
privada. Al día siguiente todavía tenía calentura y pasé dos días sin poder hablar, el sonido de la vos
no me salía. Eso le sucede a las personas que ven esa carreta. Dicen que esos pasajeros que llevan
una vela prendida en cada mano y con la cabeza cubierta con una capuchas blancas, son las ánimas
del purgatorio que andan penando...”
Dicen que la carreta nagua pasa por las calles de los barrios de Granada. Don José Jesús recuerda
que cuando él era chavalo se reunía a jugar con los chavalos del barrio del Bolsón pero ya de noche
terminaban sentados en la acera de don Rubén, que tarde de noche, pasaba echando cuentos, pero
el que más les gustaba a los muchachos era el de la carreta nagua.
“...Se oía el correteo de la carreta, las ruedas parecía pegar en zanjones, algunos decía que los
mismos que ahí iban montados la hacían sonar así. Los que lograban verla quedaban enfermos con
calenturas bien altas. Pero lo más feo era el ruidaje de la carreta que se quedaba suspendido en el
aire, sonando frente a la casa como que nunca acabara de pasar. Algunos que salían con el ruido
sólo veían una sombra lejana. La carreta era veloz porque nadie podía verla de cerca. La tal carreta
pasaba entre la Calle Real y la Calle de Xalteva. Y entrada la noche lograba llegar a la pólvora
viniendo del Cementerio pero al arrimar a los cruces se quedaba estancada. La carreta no puede
pasar por las calles que forman una cruz. Al lado del barrio del Bolsón correteaba esa tal carreta. La
carreta iba en barajustada de la Pólvora hasta un arroyo» (...)
Todos estos relatos presentan una escalofriante sensación de terror que asedia constantemente a la
gente hasta en el sueño. Según los testimonios este terror viene de tiempos lejanos y se ha
transmitido de una generación a otra hasta nuestros días. En efecto, la visión mítica de la carreta
nagua es la expresión del terror vivido por el indígena durante la conquista. . . En aquella época, los
soldados españoles cogían de asalto los poblados indígenas . . . Las crónicas nos muestran a los
conquistadores en sus caravanas de carretas tiradas por bueyes para el transporte de pertrechos y
bastimentos. Los indios capturados eran encadenados a los postes de las carretas en largos y
penosos recorridos. Esas expediciones sangrientas acabaron con el indígena. . .
La carreta de bueyes fue introducida al Nuevo Mundo por los españoles. Con esta carreta bien
cargada se desplazaban por las noches en los caminos destinados al paso de hombres a pie,
haciendo un ruido infernal. Sin duda el indígena interpretó ese ruido inhabitual como una nueva
manifestación de los espíritus nocturnos que lo asediaban, que han asediado desde tiempos
inmemoriales el sosiego de los pueblos aborígenes.
La visión mítica de esa carreta siempre nocturna ha llenado una función moralizadora como toda
creencia alrededor de los espíritus burlones. Gracias a estos misteriosos terrores ancestrales la
sociedad ha preservado en cierta medida la estabilidad precaria de la comunidad.
La Carreta Nagua (El Museo de las leyendas) (Zepeda Hernández, Eduardo.
Mitología Nic.)
A pesar de su rusticidad la carreta es uno de los medios que más ha contribuido a la producción de
nuestro país. La carreta vino a alivianar las jornadas de las jornadas de las mulas y sus muleros en
su dura tarea de sacar las cosechas de la montaña a la ciudad. Aún hoy día persiste su utilidad.
En el imaginario nicaragüense la carreta también, tiene una expresión mítica: La carreta Nagua:
“La Carreta Fantasma. . . una carreta embrujada que salía por las noches, haciendo un ruido
infernal. . . va tirada por dos bueyes encadenados y flacos con las costillas casi de fuera; uno de
color negro, otro overo. . . no da vueltas en las esquinas. Pues si al llegar una tiene que doblar,
desaparece, y luego se le oye caminando sobre la otra calle. . . Creen algunos que pasa anunciando
la próxima muerte de alguien. De esa dice la gente, se la llevó la carreta Nagua.”
Otras Versiones.
La carreta nagua es un personaje de leyenda que fue introducida por los españoles, hay quienes
aseguran que cuando los españoles querían sacar el oro de Nicaragua lo hacían a media noche en
carreta en calles y camino iba la carreta haciendo el ruido característico y los indios no se atrevían a
robarle o asaltarla.
Existen también la versión que durante la Época colonial, hacían trabajar a los indios largas
jornadas y morían en la minas y los cultivos, el indio huía de sus tierras hacia las montañas
vírgenes y los españoles iban con perros a cazarlos y los traían amarrados con cadenas en las
estacas de las carretas por eso el indio cuando escuchaba la carreta en las montañas él se imaginaba
que venía la muerte.
Publicado por Rolando Mendoza B. en 11:19

La Taconuda
Es una mujer de 7 pies de estatura, joven, pelo largo que le llega hasta la pantorrilla, delgada, zapatos de tacón altos
y curvos, de cara seca, de ojos hondos labios pronunciados, pintados y risueños, chalina negra, bustos respingados,
vestido blanco con un fajín de plata y hebilla cuadrada grande y un cintillo dorado en el pelo.

Esta linda joven era hija de un cacique que era dueño de todas las haciendas desde la línea hasta llegar a Masaya; su
padre le heredó todas sus riquezas por ser la única hija, es de apellido Sánchez.

Dicen que sale en los cafetales, en las cuchillas cerca de las haciendas que llevan por nombre Corinto y Las
Mercedes. El encanto de ella es agarrar a los hombres y ponerlos locos, le sale a los capataces y los lleva a las
curvas de los caminos, dejándolos adormecidos y desnudos hasta que sus familiares los encontraban.

Cuando la taconuda pasaba, dejaba un gran aroma de perfume y por eso la identificaban pero no a todo hombre se
llevaba. Dicen los que la han visto que le gusta que la llamen taconuda.
Publicado por Rolando Mendoza B. en 10:12

La Mocuana
Tomado de Enrique Peña Hernández: Folklorede Nicaragua. Editorial Unión, Masaya, 1968.

La leyenda de La Mocuana se puede resumir así: Ha muchos años, en los primeros días de la Colonia, la noticia de los yacimientos de oro
que según fama había en los dominios del Cacique de la tercera Villa de Sébaco, llevó allí a muchos españoles, que fueron muy bien
recibidos por el indio, quien les entregó tamarindos de oro para que los enviasen al rey de España.

Después del obsequio, el Cacique rogó a los extranjeros que se alejasen y no volviesen. Estos aparentaron hacerlo, pero al poco tiempo
regresaron; y esta vez con deliberadas intenciones de sojuzgar al jefe indio. Habiéndolo sabido este, escondió sus tesoros. Únicamente su
hija conocía el secreto del escondite. Los españoles fueron derrotados.

Pasó el tiempo y habiendo llegado uno de los hijos de los viejos españoles vencidos, se enamoró perdidamente de la hija del Cacique, que
era muy bella. Esta correspondió el amor; y como bien sabía ella que su padre se opondría rotundamente al matrimonio, huyó con el
español.

Generosa, le dio a su amante europeo las riquezas que poseía y este, satisfecho, y no esperando nada más de la pobre india, la encerró
en la cueva de un cerro y le tapó su salida; pero ella, conocedora del lugar, logró escapar por otro lugar.

La actitud de su amante le causó la perdida del juicio y se convirtió en la bruja La Mocuana... Desde entonces se aparece en los caminos e
invita a los transeúntes a seguirla hasta la cueva. La gente dice que nunca le han podido ver el rostro; solamente su larga y cimbreante
figura y su preciosa cabellera.
Aquí termina la leyenda de La Mocuana.
Publicado por Rolando Mendoza B. en 17:31

El cadejo
I
Tomado de “ El cadejo”, En Enrique Peña Hernández: Folfkore de Nicaragua. Editorial Unión, Masaya, 1968
En las noches, a altas horas, cuado generalmente los hombres van de regreso para sus posadas, depuse de visitar a
sus mujeres, un perro grande y fuerte, de color blanco, sigue a aquellos a poca distancia, custodiándolos, hasta
dejarlos en sus casas.

Este perrote es el Cadejo, el amigo del hombre trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es
seguido por dicho animal. Todos los peligros desaparecen: el perro blanco lucha y vence siempre defendiendo al
hombre.

Hay otro perro que deambula por las noches. Es grande y negro, con un collar blanco en la propia piel. Este es el
Cadejo Malo. Es enemigo del trasnochador.

Apenas encuentra a este en su camino, se le abalanza, lo derriba, lo golpea, y lo deja maltrecho y sin sentido; pero no
lo muerde. El tunante así agredido queda como insulso y dundo, tartamudo y se muere pronto. De este dicen que “lo
jugó el Cadejo”.

También el Cadejo Bueno procede así con los tunantes si estos no quieren dejarse acompañar por aquel y le gritan y
lo corren y le tiran piedras. Si yendo el Cadejo Blanco acompañando a un hombre, encuentra al Negro, se traba ente
ambos cadejos una sangrienta y encarnizada lucha, hasta que cae vencido el Negro.

Los ojos de los Cadejos brillan muchísimo. “Parecen candelas” según el decir de los indios de Monimbó. El Cadejo no
se cansa de caminar. Camina toda la noche hasta el amanecer en que desaparece.

II

Tomado de ”El Cadejo” (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá,
1987.Cuentan que en los caminos oscuros de los pueblos el caminante solitario es perseguido con frecuencia por un
perro misterioso, el cadejo (...)
El cadejo blanco es un espíritu protector, es un guardián natural que vela por las noches para que su contrincante, el
cadejop negro no haga daño. En la isla de Ometepe se regó el cuento del susto de Paulo, como una tolvanera en el
pueblo de San José a la luz del alba siguiente a la noche del misterioso suceso:

“... El cadejo existe, yo venía de San José y al llegar cerca del atrio de la iglesia a cien varas del guanacaste, me topé
con él. Eran casi las doce de la noche, faltaba poquito para que las campanas tocaran la medianoche. Todo estaba
oscuro, no se veía ni una sola alma, íngrimo andaba yo aquella noche. Yo iba a pie con el machete desenvainado y de
repente veo un perro a mi lado. No le hago caso, aligero el paso, lo dejo a tras pero el me sigue. Al rato volteo la cara
para atrás y miro que (...) viene todavía detrás de mí.

MI abuelo me había contado ya del cadejo. Todos los de la casa lo han visto y a muchos amigos los ha asustado el
animal, pero con todo y eso yo no quería creer en la bendita ánima. Me había dicho que el perro es negro con collar
blanco.

Cuando vía al animal me agarro miedo pero yo llevo mi machete bien afilado. Estoy a punto de reventar de miedo, no
aguanto más pero por suerte a unos pasos mas adelante se aparece un perro negro frente a mí. Cuando el animal me
cierra el paso los pies no me dan más y ya no pude caminar. Los dos animales se agarraron a mordiscos y mientras
ellos se revuelcan y se vuelan tarascadas con los dientes bien pelados, yo me regreso para la casa porque sentía que
me cagaba de miedo. Corrí rápido y me detuve debajo del ceibo, hasta allí me aguantaron las canillas, no podía
mover los pies de tan pesados que se me pusieron. Ahí me estuve un buen rato y después me fui caminando con los
pies tembeleques, ví al cadejo cerca de un poste. Yo corrí y el animal siguió entonces, tuve que montarme en la
carreta de doña Tencha, que estaba frente a su solarcito. Allí me quedé arregostado hasta que amaneció porque el
animal no se meneaba, no se iba. Este era el cadejo bueno.

El cadejo negro es el malo y el de collar blanco es bueno. Ellos al encontrarse se pelean para que yo huyera sin daño
del perro negro. El blanco apoya pero el negro (...) lo muerde a uno. El cadejo blanco ataca al que trata de fregarlo.
Una vez se oyó mentar el caso, hace siete años fue eso, de un señor que iba a caballo, y le pegó un tajonazo al
cadejo blanco que iba al lado. El animalito se le echó encima vuelto un fiera y lo apeó del caballo a mordiscos y no se
fue hasta que dejó al jinete en el suelo bien golpeado con la ropa toda desguazada...”

El hombre que anda en la calle pasado de tragos a deshoras de la noche sabe apreciar la compañía del cadejo. Sin
embargo parece que en la sobriedad la presencia repentina del cadejo infunde temor por el aspecto malicioso del
animal que además no es exactamente un perro. A veces parece cabro con pintas blancas que al caminar truenan
todos sus huesos y las patas suenan como castañuelas chili...chili...chili... Esos ruidos son pavorosos y los pies se
ponen pesados. A unos les entra hielo en el cuerpo a otros les coge un mal extraño, inexplicable. El espanto de una
persona es incontrolable cuando se le miran las uñas de las patas traseras que producen un ruido aterrador del
cadejo.

En las comarcas de los alrededores e León, la gente siempre tiene algo que decir sobre el cadejo. Un ancianito
centenario del barrio san José nos dio su testimonio.

“...Cuando yo estaba niño, como este muchachito de 10 años, mas o menos, le salió el cadejo a un tío mío. El venía
de ver a unos amigos en el barrio San Felipe, cuando llegó a la esquina de lo que es hoy conocido como el rastro
viejo, le salió el animal a la orilla de un cerco. Se le apareció un animal negro, las patas le tronaban como castañuelas
chili...chili...chili... El cadejo bueno, no hace daño solo va a la par de uno y lo deja hasta donde va la persona. Pero si
uno trata de hacerle algo, se le abalanza. Cuando uno va acompañado por el cadejo, se le despierta un miedo, se le
ponen los pies inflados y se le pone un hielo en e cuerpo, le coge un mal feo...” (...)

En el mito del cadejo se contempla la existencia de un animal compañero para cada persona. El animal guardián
defiende contra el mal encarnado a veces en el cadejo negro, color tenebroso que simboliza el mal. Cuando un cadejo
blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el blanco ataca de manera que la
persona pueda huir y salvarse del mal que le aguarda del negro. El combate de los dos cadejos encarnan en ese
momento los principios opuesto del bien y del mal. No se le atribuye superioridad a uno sobre el otro, ambos tienen el
mismo poder sobre las persona. El cadejo negro y el cadejo blanco que para muchos representan los principios
masculinos y femeninos o el mal y el bien respectivamente, persiguen al hombre de igual manera, según la tradición
popular.
Publicado por Rolando Mendoza B. en 11:47

El sombrero de tío Nacho


(Tomado de “Literatura para niños en Nicaragua”. Antología. Selección de Vida Luz Meneses y Jorge Eduardo
Arellano. Managua Ediciones Distribuidora Cultural / Fondo Editorial ASDI-INC, 1995. Recogido en Cursimona,
Granada, por Pablo Antonio Cuadra)

El tío Nacho tenía un sombrero roto que ya ni para soplarse le servía y dijo tío Nacho:

- Voy a cambiar este sombrero viejo –y lo aventó al basurero. En eso pasó su comadre Chola.

- ¡Eh! –dijo- ¡el sombrero de tío Nacho! –y lo recogió, lo envolvió en un papel y se lo llevó a su compadre:

-¡Se le cayó su sombrero, tío Nacho! Aquí se lo traigo.

- Dios se lo pague, comadre –dijo tío Nacho.

Cogió el sombrero roto y se fue a botarlo lejos, al arroyo. Cuando volvía comenzó a llover y viene la correntada y
arrastra el sombrero.

-¡Ve! –gritó tío Chente- ¡allí se llevan las agua el sombrero de tío Nacho! ¡Corré, muchacho, andá recogelo!
-Tío Nacho, figúrese que ya se le arrastraban las aguas el sombrero. Aquí se lo tenemos.

-Gracias, muchachos, gracias. Y salúdenme a tío Chente –dijo tío Nacho.

“¡Ahora sí que jodió este sombrero! –pensó tío Nacho, y lo voló sobre un taburete. Al rato pasó un pobre pidiendo y tío
Nacho le dice:

-Llevate ese sombrero, por lo menos re cubre el sol.

Y se fue el hombre; pero todo es que lo vieran los del barrio y comenzaron a gritar:

-¡Ladrón, ladrón, se lleva robado el sombrero de tío Nacho! Y lo agarran y lo sopapean y le quitan el sombrero y llegan
todos corriendo:

-¡Figúrese tío Nacho que un ladrón se le llevaba el sombrero! ¡Aquí se lo traemos!

-¡Gracias, gracias! –decía tío Nacho; pero ya estaba que reventaba. Apenas se fueron los vecinos cogió su sombrero
nuevo y lo voló al basurero y se puso el viejo.

Pero el sombrero nuevo nadie lo devolvió.


Publicado por Rolando Mendoza B. en 11:20

El perro del ciego


Rubén Darío

(CUENTO PARA NIÑOS)

El perro del ciego no muerde, no hace daño. Es triste y humilde; amable, niños. No le procuréis nunca mal, y cuando
pase por la puerta de vuestra casa, dadle algo de comer. Yo sé una historia conmovedora que voy a contaros ahora.

Cuando yo era chico tuve un amiguito muy cruel. No le quería bien ninguno de los compañeros porque con todos era
áspero y malo. A los menores les pellizcaba y daba golpes; con los grandes se las entendía a pedradas. Cuando el
profesor le castigaba no lloraba nunca. A veces, iracundo, se hacía sangre en los labios y se arrancaba el pelo a puños.
Niño odioso.

Con los animales no era menos cruel que con los muchachos. ¿Os gustan a vosotros los pajaritos? Pues él los que
encontraba en los nidos los aprisionaba, les quitaba las plumas, les rompía los huevos, y les sacaba los ojos: tal como
hizo Casilda en unos versos de Campoamor, un poeta de España que ha inventado unas composiciones muy sabias y
muy lindas que se llaman doloras.

En casa del niño malo había un gato. Un día al pobre animal le cortó la cola, como hizo con su perro el griego
Alcibíades, aquel de quien habéis oído hablar al señor profesor en la clase de historia.

Paco –así se llamaba aquel pillín– se burlaba de los cojos, de los tuertos, de los jorobados, de los limosneros que
andaban pidiendo a veces en nombre de su negra miseria ridícula. Como sabéis, es una acción indigna de todo niño de
buen corazón, y vosotros, estoy seguro de que nunca haréis igual cosa de la que él hacía.

Por aquellos días llegaba a la puerta del colegio un pobre ciego viejo, con su alforja, su escudilla y su perro. Se le daba
pan; en la cocina se le llenaba su escudilla, y nunca faltaba un hueso para el buen lazarillo de cuatro patas que tenía por
nombre León.

León era manso; todos le acariciábamos; y él, al sentir la mano de un niño que le tocaba el lomo o le sobaba la cabeza,
cerraba los ojos y devolvía halagos con la lengua. El ciego agradecía el amor a su guía, y en pago de él contaba cuentos o
cantaba canciones.
Paco llegó una tarde a la hora de recreo, riendo con todas ganas. Había hecho una cosa muy divertida. Vosotros debéis
saber lo que son los alacranes, unos animales feos, asquerosos, negros, que tienen una especie de rabo que remata en
un garfio. Este garfio les sirve para picar. Cuando un alacrán pica, envenena la herida, y uno se enferma.

Paco había encontrado un alacrán vivo; lo puso entre dos rebanadas de pan y se lo llevó al ciego para que comiese. El
animal le picó en la boca al pobrecito, que estuvo casi a las puertas de la muerte. Como veis, un niño de esta naturaleza
no puede ser sino un miserable.

Cuando un niño hace una buena acción los ángeles de alas rosadas se alegran. Si la acción es mala, hay también unas
alas negras que se estremecen de gozo. Niños, amad las alas rosadas. En medio de vuestro sueño ellas se os aparecerán
siempre acariciantes, dulces, bellas. Ellas dan los ensueños divinos, y ahuyentan los rostros amenazadores de gigantes
horribles o de enanos rechonchos que llegan cerca del lecho, en las pesadillas. Amad las alas rosadas.

Las negras estaban siempre, no hay duda, regocijadas con Paco, el de mi historia.

Imaginaos un sujeto que se portaba como sabéis con nosotros, que era descorazonado con los animales de Dios, y que
hacía llorar a su madre en ocasiones, con sus terriblezas.

El Padre Eterno mueve a veces sonriendo su buena barba blanca cuando los querubines que aguaitan por las rendijas
de oro del azul le dan cuenta de los pequeños que van bien aquí abajo, que saben sus lecciones, que obedecen a papá y a
mamá, que no rompen muchos zapatos, y muestran buen corazón y manos limpias. Sí, niños míos; pero si vierais cómo
se frunce aquel ceño, con susto de los coros y de las potestades, si oyeseis cómo regaña en su divina lengua misteriosa, y
se enoja, y dice que no quiere más a los niñitos, cuando sabe que éstos hacen picardías, o son mal educados, o lo que es
peor ¡perversos!

Entonces ¡ah! le dice a Gabriel que desate las pestes, y vienen las mortandades, y los chicos se mueren y son llevados al
cementerio, a que se queden estos con los otros muertos, de día y de noche.

Por eso hay que ser buenos, para que el buen Dios sonría, y lluevan los dulces, y se inventen los velocípedos y vengan
muchos míster Ross y condes Patrizio.

Un día no llegó el ciego a las puertas del colegio, y en el recreo no tuvimos cuentos ni canciones. Ya estábamos
pensando que estuviese enfermo el viejecito, cuando, apoyado en su bordón, tropezando y cayendo, le vimos aparecer.
León no venía con él.

–¿Y León?

–¡Ay! Mi León, mi hijo, mi compañero, mi perro ¡ha muerto!

Y el ciego lloraba a lágrima viva, con su dolor inmenso, crudo, hondo.

¿Quién le guiaría ahora? Perros había muchos, pero iguales al suyo, imposible. Podría encontrar otro; pero habría que
enseñarle a servir de lazarillo, y de todas maneras no sería lo mismo. Y entre sollozos:

–¡Ah! Mi León, mi querido León...

Era una crueldad, un crimen. Mejor lo hubieran muerto a él. Él era un desgraciado y se le quería hacer sufrir más.

–¡ Oh Dios mío!

Ya veis, niños, que esto era de partir el alma.

No quiso comer.

–No; ¿cómo voy a comer solo?

Y triste, triste, sentado en una grada, se puso a derramar las lágrimas de sus ojos ciegos, con un parpadeo doloroso, la
frente contraída, y en los labios esa tirantez de las comisuras que producen ciertas angustias y sufrimientos.
El niño que siente las penas de sus semejantes es un niño excelente que el Señor bendice. Yo he visto algunos que son
así, y todos les quieren mucho y dicen de ellos: ¡Qué niños tan buenos! Y les hacen cariños y les regalan cosas bonitas y
libros como Las mil y una noches. Yo creo que vosotros debéis ser así, y por eso para vosotros tengo de escribir
cuentos, y os deseo que seáis felices. Pero vamos adelante.

Mientras el ciego lloraba y todos los niños le rodeaban compadeciéndole, llegó Paco cascabeleando sus carcajadas. ¿Se
reía? Alguna maldad debía haber hecho. Era una señal. Su risa sólo indicaba eso. ¡Picaro!

¿Habráse visto niño canalla? Se llegó donde estaba el pobre viejo.

–Eh, tío, ¿y León?– Más carcajadas.

Debía habérsele dicho, corno debéis pensar: –Paco, eso es mal hecho y es infame. Te estás burlando de un anciano
desgraciado–. Pero todos le tenían miedo a aquel diablillo.

Después, cínicamente, con su vocecita chillona y su aire descarado, se puso a narrar delante del ciego el cómo había
dado muerte al perro.

–Muy sencillamente: cogí vidrio y lo molí, y en un pedazo de carne puse el vidrio molido, todo se lo comió el perro. Al
rato se puso como a bailar, y luego no pudo arrastrar al tío –y señalaba con risa al infeliz– y por último, estiró las patas
y se quedó tan tieso.

Y el tío llora que llora.

Ya veis niños que Paco era un corazón de fiera, y lleno de intenciones dañinas.

Sonó la campana. Todos corrimos a la clase. Al salir del colegio todavía estaba allí el viejo gimiendo por su lazarillo
muerto. ¡Mal haya el muchacho bribón!

Pero mirad, niños, que el buen Dios se irrita con santa cólera.

Paco ese mismo día agarró unas viruelas que dieron con él en la sepultura después que sufrió dolorosamente y se puso
muy feo.

¿Preguntáis por el ciego? Desde aquel día se le vio pedir su limosna solo, sufriendo contusiones y caídas, arriesgando
atropellamientos, con su bastón torcido que sonaba sobre las piedras. Pero no quiso otro guía que su León, su animal
querido, su compañero a quien siempre lloró.

Niños, sed buenos. El perro del ciego –ese melancólico desterrado del día, nostálgico del país de la luz– es manso, es
triste, es humilde; amadle, niños. No le procuréis nunca mal, y cuando pase por la puerta de vuestra casa, dadle algo de
comer.

Y así ¡oh niños! seréis bendecidos por Dios, que sonreirá por vosotros, moviendo, como un amable emperador abuelo,
su buena barba blanca.

VER:
El perro del ciego (ilustrado) - ilustraciones de Luis Emilio Gonzalez
Publicado por Rolando Mendoza B. en 20:53

El pollo de los tres


Fernando Silva

(De cuentos de Tierra y Agua, 1965. Tomada de Cuentos nicaragüenses. Selección, introducción y notas de
Sergio Ramírez. Managua. Editorial Nueva Nicaragua.1993)

El sargento se acomodó en la silla y se quedó viendo al indio.


-¿Con que sos vos el que le roba los pollos al Padre Hilario –le dijo

El indio bajó la vista. El sargento apartó la silla y se levantó.

-Este indio no sabe que es pecado robarle al padre –dijo dirigiéndose al otro hombre
que estaba allí con unos papeles en la mano. El hombre se rió.

-…¡No!; si no es cuestión de risa –dijo el sargento poniéndose serio.

Ahora vas a ver –dijo señalando al indio-, te voy a encerrar y vas a pagar cada uno de
los pollos que le cogiste al padre.

El indio volvió al ver al sargento y arrugó la frente.

-Si los pollos no me los comí yo –dijo.

-¿Quién se los comió, entonces? –le preguntó el sargento.

-…Tal vez el zorro -dijo el indio.

El sargento se rió -¡Ja! ¡ja! ¡El zorro! –repitió- el zorro sos vos ¡Zorro cabeza negra,
ah!

-Pues … si es cierto –dijo el indio.

-No me vengás con esos cuentos. ¿Qué acaso no te vieron a vos cargando con esos
pollos?

-Esos no eran los pollos del Padre.

-…¿Y de quién eran los pollos, pués?

-Pués… si esos no eran pollos. ¡Eran solo las plumas!

-¿Cuáles plumas?

-Pues si es que yo solo venía ahí para el otro lado… ¿Ve?... y me hallé las plumas.
¡Ehé! –dije- tal vez me sirven para una almohadita… y las recogí; y entonces, el cura
que andaba buscando, quizá sus pollos me vió, y bien y me dice: -¡Eih, Ramón… ya te
ví! Te me estás llevando los pollos!... y así es sargento.

El sargento se salió a la puerta. Afuera estaba lloviendo.

“Este indio no es baboso” –pensó.

* **

El Padre Hilario estaba limpiando una lámpara de kerosine.


-Buenas tardes Padre –lo saludó el sargento.

-Buenas tardes, hijo –le contestó el padre.

-Ya agarré al indio ramón, el roba pollo.

-Hay que castigarlo, sargento. Es necesario, porque así comienzan. Primero es un


pollo y después es un caballo. Así es el pecado: chiquito al principio… y después se
engorda.

-Padré –dijo el sargento -¿está seguro usted que el indio se le cacho el pollo?

-¿Qué si estoy seguro? …¡Ah!... ¿Qué acaso no lo vi yo? …¡veas qué cosa!

-Pero dice Ramón que no era un pollo lo que él llevaba

-¿Qué no era el pollo? …¿y que era entonces?

-Pues yo no sé… como usted lo vio.

-Pues era mi pollo… ¡Yo lo vi!

-Bueno, lo que usted diga; pero ahí traje yo al indio para que se entienda usted con
él.

El indio entró con el sombrero en la mano. El sargento se quedó medio sonriendo,


apoyado en una mesa que estaba pegada a la pared. El Padre dejó a un lado la
lámpara que tenía.

-¿Ahora te negas que te robaste los pollos? –le dijo el Padre.

-Yo no me estoy negando –dijo el indio, hablando bajo.

-¡Ya ve pues, sargento! –exclamó el Padre.

-…Es que yo le dije al sargento –siguió el indio- de que usted no me vio a mí con su
pollo.

¡Aha! …¿Qué no te vi yo? …Que acaso no te grité: ¡Eih, Ramón, no te lleves mi pollo!
…y entonces saliste corriendo.

-Sí, yo salí corriendo; pero salir corriendo no es que uno se robe un pollo, porque
correr no es prhibido…

-¡Ah… no! –dijo el cura- vos te robaste el pollo.

-No padrecito… si solo eran las plumas…


-¡Plumas! …¡Ladrón! …y querés todavía enredarlo todo. ¡Dios te castigue por robarle a
pobre Padre. El sargento se acomodó la gorrita de la G.N., le puso la mano en el
hombro al indio y le dijo ¡Munós!... El padre los quedó viendo desde donde estaba.

-Que me pague mi pollo –gritó. El sargento salió con el indio.

-Ya vistes –le dijo- el cura tenía razón. Te el robaste el pollo y lo vas a pagar. El indio
se quedó viendo al sargento.

-Si no era pollo –dijo.

-¿…Y que era, pues? –le preguntó el sargento.

-Tal vez araña –dijo el indio-. Si solo pluma era el desgraciado; si figúrese que a mí
me ha costado engordarlo. Flaquito el animalito estaba… por eso es que le digo que no
era pollo… si era solo plumas… y ahora… viera sargento, ya está bien gordito. El
sargento volvió a ver al indio.

-Andá pues traele el pollo al padre y se lo devolvés.

-Bueno –dijo el indio- ¿pero no me había dicho usted que mañana que llegue a la
dejada del Santo se iba a quedar a comer en mi casa? ¿Ah?...

-Ah, es mañana, verdad? –dijo el sargento, pensando, y se quedó un ratito allí donde
estaba.

-Sí… es mañana, pues –le dijo el indio sonriendo- y mientras se iba ya caminando
para el otro lado.

Entonces el sargento dio la vuelta y como estaba lloviendo se fue ligero.


Publicado por Rolando Mendoza B. en 11:28

El Padre Sin Cabeza


Era un fraile en tiempos de la Colonia, que defendía a los indígenas y lo asesinaron el 6 de febrero de 1550. Lo
decapitaron y su cabeza rodó por las calles de la ciudad de León.

Cuentan que el padre sin cabeza, anda penando y se pasa las noches recorriendo el pueblo. El Sábado de Gloria
paseaba por los túneles que comunicaban a los sótanos de la Catedral de León.

Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochan y que el padre los embruja y los guía
hasta la iglesia del pueblo donde el sacerdote canta misa en latín.

A la hora de la consagración, al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y está chorreando sangre entre sus
manos. Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla.
Publicado por Rolando Mendoza B. en 16:47

El Barco Negro
Tomado de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada. Muestrario del folclore nicaragüense. Fondo de promoción cultural-
Banco de América (series Ciencias Humanas No. 9) Managua, 1978.
Cuentan que hace mucho tiempo, ¡tiempales hace! Cruzaba un lancha de Granada a San Carlos y cuando viraba cerca de la isla Redonda
le hicieron seña con una sabana.
Cuando los de la lancha bajaron a tierra solo ayes oyeron. Las dos familias que vivían en la isla, desde los viejos hasta las criaturas se
estaban muriendo envenenadas. Se habían comido de una res muerta picada de toboba.

-¡Llévennos a Granada!- les dijeron. Y el Capitán preguntó:- ¿quién paga el viaje?


-No tenemos centavos -dijeron los envenenados-, pero pagamos con leña, pagamos con plátanos.
-¿Quién corta la leña?¿quién corta los plátanos? –dijeron los marineros.
-Llevo un viaje de chanchos a Los Chiles y si me entretengo se me mueren sofocados -dijo el capitán.
-Pero nosotros somos gente -dijeron los moribundos.
-También nosotros -contestaron los lancheros-; con esto nos ganamos la vida.
-¡Por Diosito! -grito el más viejo de la isla-; ¿no ven que si nos dejan nos dan la muerte?
-Tenemos compromiso -dijo el Capitán.
Y se volvió con los marineros y ni porque estaban retorciéndose, tuvieron lastima. Ahí los dejaron. Pero la abuela se levantó del tapesco y
a como le dio voz les echó la maldición:
-¡A como se les cerró el corazón se les cierre el lago!.
La lancha se fue. Cogió altura buscando San Carlos y desde entonces perdió tierra. Eso cuentan. Ya no vieron nunca tierra. Ni los cerros
ven, ni las estrellas. Tienen años, dicen que tienen siglos de andar perdidos. Ya el barco está negro, ya tiene las velas podridas y las
jarcias rotas. Mucha gente del Lago los han visto. Se topan en las aguas altas con el barco negro y los marineros barbudos y andrajosos
les gritan:
-¿Dónde queda San Jorge?¿Dónde queda Granada?... Pero el viento se los lleva y no ven tierra. Están malditos.

(Contado por una mujer de Zapatera a Pablo Antonio Cuadra, 1930)

NOTA DE P.A.C.: -Juan de Dios Mora, viejo marino del lago me dio otra versión de la leyenda. En vez de un barco, eran “tres barcos
negros” los que navegaban juntos, perdidos y malditos sin ver nunca tierra, hasta el fin del mundo. Y la causa de la maldición fue que se
hicieron a la vela un Viernes Santo en la Isla de Ometepe.

Publicado por Rolando Mendoza B. en 9:21

También podría gustarte