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Lo inconsciente y la represión
Introducción

A continuación, se desarrollará la génesis de la noción freudiana de inconsciente a partir


de la construcción de su esquema psíquico que, desde la metapsicología —método de
análisis propuesto por el mismo Freud—, contempla los aspectos tópico, dinámico y
económico. En primer lugar, se realizará un breve excurso por la historia del surgimiento
de este concepto, que se puede reconstruir a partir de las nociones previas de disociación
de la conciencia y estado hipnoide, presentes en Breuer y Charcot, respectivamente.
Luego, se desarrollarán algunos puntos centrales de la presentación que Freud realiza de
sus descubrimientos, principalmente, en el artículo Lo inconsciente, publicado
originalmente en 1915 como parte de sus escritos sobre metapsicología. El objetivo
principal del escrito consiste en mostrar cómo este sistema constituye una respuesta al
problema epistemológico del síntoma en la neurosis histérica, tanto desde la
fundamentación teórica como desde la práctica clínica.

1. Lo inconsciente y la represión

Se puede decir que el concepto freudiano de lo inconsciente emerge a partir de la


imposibilidad de explicar, con los recursos conceptuales conocidos hasta ese entonces, la
formación del síntoma en la neurosis histérica. Los sistemas explicativos disponibles a
fines del siglo XIX, el modelo de causalidad biológica y el modelo de causalidad
psicológica consciente, se mostraban insuficientes a la hora de brindar elementos que
pudieran dar cuenta del fenómeno de la neurosis histérica, presentado hasta entonces por
la comunidad médica europea como una simple simulación de enfermedad. Por esto, para
Freud fue necesario desembarazarse primero del prejuicio que indica que en la neurosis
se está frente a una personalidad anormal o arbitrariamente desequilibrada cuyo estado
no responde a motivación alguna. 

En este sentido, dos hechos fueron determinantes en la génesis de lo inconsciente. En


primer lugar, el encuentro con el neurólogo francés Jean Martin Charcot en 1885 le mostró
a Freud que la histeria podía ser sistematizada y clasificada “seriamente” por la medicina.
En sus presentaciones de enfermos, Charcot podía reproducir de forma experimental el
estado patológico —estado hipnoide— de la histeria mediante la sugestión hipnótica, lo
que demostraba el posible origen psíquico de los síntomas (parálisis, anestesia, mutismo,
delirios y alucinaciones):

…lo que más impresionó a Freud en las enseñanzas de Charcot fue su


revolucionaria concepción del problema de la histeria que era, en efecto, el
tema que más interesaba a Charcot por ese entonces. En primer término, ya
era de por sí asombroso ver a un neurólogo tan eminente preocuparse
seriamente por ese tema. La histeria, hasta ese momento, se consideraba o
bien cosa de simulación o, en el mejor de los casos, de ‘imaginación’ (que al fin
de cuentas sería más o menos lo mismo), que no merecía de ningún modo
ocupar el tiempo de un médico respetable, o bien un peculiar trastorno del
útero que podía ser tratado —y a menudo era tratado— mediante la extirpación
del clítoris. El útero desplazado podía también ser llevado nuevamente a su
lugar mediante la administración de valeriana, cuyo aroma le es desagradable.
Y he aquí que, gracias a Charcot y casi de la noche a la mañana, la histeria se
convirtió en una enfermedad del sistema nervioso, enteramente respetable.
(Jones, 1981, p. 230).

Esta nueva clasificación proponía, entre otras cosas, comprender a la histeria como una
neurosis de origen traumático que incluso podía darse indistintamente en hombres y
mujeres. En segundo lugar, la colaboración de Freud con Josef Breuer dará lugar a los
Estudios sobre la histeria, en donde ambos postulan la hipótesis de una disociación de la
conciencia que genera los estados hipnoides característicos de la histeria. Esta segunda
conciencia es producida por un trauma que no ha sido suficientemente descargado y que
aparece como un recuerdo que no pudo ingresar en las vías asociativas regulares de la
conciencia. Los autores proponen para esto una solución terapéutica: mediante la
expresión verbal, el paciente puede descargar el efecto traumático y reingresarlo en la
asociación consciente. Este método, derivado de la catarsis ideada por Breuer, fue
conocido como la talking cure o cura por el habla. Es posible decir que mientras que con
Charcot Freud aprendió a ver el síntoma, con Breuer pudo saber actuar sobre él (Assoun,
2005).

La teoría del trauma allana el camino para que Freud comience a observar la importancia
de los factores sexuales en la etiología de la neurosis, ya que los relatos de sus pacientes
en tratamiento refieren a situaciones de contenido sexual ocurridas en la infancia. En toda
histeria, la disociación de la conciencia es provocada como defensa psíquica ante estas
representaciones traumáticas, defensa que más tarde derivará en el concepto de
represión. Por eso, una vez rota la relación con Breuer y muerto Charcot, a partir de 1887,
Freud encuentra en Wilhelm Fliess un interlocutor receptivo con quien puede poner a
prueba sus teorías sobre el papel de la sexualidad en las neurosis, por fuera de las
restricciones impuestas por la comunidad médica vienesa y la moral general. 

La hipótesis de lo inconsciente se basa, en primer lugar, en la limitación de la consciencia


para dar cuenta de ciertos actos psíquicos que se muestran tanto en individuos sanos
como enfermos. 

Existen actos psíquicos de muy diversa categoría que, sin embargo, coinciden
en el hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un lado,
actos latentes y temporalmente inconscientes que, fuera de esto, en nada se
diferencian de los conscientes, y, por otro, procesos tales como los reprimidos,
que si llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los
demás de este género. (Freud, 1996b, p. 2046).

Un acto psíquico se inscribe en dos estados diferentes, entre los cuales media un
mecanismo encargado de realizar un examen sobre el contenido. El primer lugar de
registro es el inconsciente y, si la representación o idea es rechazada por la instancia
examinadora —la represión—, esta permanecerá allí y no podrá pasar al segundo
sistema, el preconsciente, que lo hará susceptible acceder a la conciencia. Este modelo
ideado por Freud (1996b) propone una localización virtual de los modos de inscripción que
se denominará tópica. Por otra parte, los mecanismos que dan cuenta de los pasajes de
un sistema a otro constituirán el aspecto dinámico.

De todos modos, solo el contenido representacional o ideativo del acto psíquico puede ser
susceptible de pasar a la consciencia. Existen, a su vez, afectos e impulsos que, si no
estuvieran asociados a estas representaciones, no podrían ser traducidos de un sistema a
otro. En este sentido, la verdadera tarea de la represión consiste en impedir la emergencia
de estas emociones que pertenecen a procesos de descarga que se encuentran
asociados a representaciones o huellas mnémicas. El sistema consciente del que surge la
censura tiene la tarea de regular la manifestación afectiva de los impulsos y el acceso a la
motilidad, impide que la descarga se traduzca en una acción. Cuando el afecto procede
directamente de lo inconsciente, emergerá como angustia; de esta manera, la represión se
encargará de separar mediante una contracarga a la huella mnémica de su componente
emocional.

Para la construcción de su esquema de funcionamiento psíquico, Freud parte del modelo


neurofisiológico del arco reflejo. Desde aquí, el psiquismo es entendido como un aparato
que tiende a la descarga total de su tensión, pero que nunca lo logra. Esto se debe a que
la excitación es, en este caso, interna e inagotable, razón por la que el sujeto no puede
huir de ella como lo haría ante un estímulo externo cualquiera. Esta tensión permanente
genera un estado de displacer que tiende a buscar la descarga, que será experimentada
como placer por el sujeto. Como se mencionó anteriormente, la descarga total no es
posible, en primer lugar, por el carácter inagotable de la fuente de excitación, en segundo,
porque el psiquismo no puede traducir la carga en una acción específica que la resuelva
en la realidad; además, las representaciones pueden ser rechazadas hacia lo inconsciente
por acción de la represión (Nasio, 2004). Como el problema al que Freud responde con
esta teoría es el de la neurosis, llamará libido a la carga psíquica, estableciendo que el
factor determinante del síntoma es el impulso sexual; a su vez, denominará
metapsicología al abordaje tópico, dinámico y económico —referido a las cantidades de
excitación y su cálculo— de los procesos psíquicos. 

En las neurosis, el montante afectivo de la huella mnémica rechazada por la conciencia se


liga a una idea sustitutiva, asociativamente enlazada a la primera pero alejada de la
represión que cae sobre esta. Esta representación se formará como síntoma, con la
función de dar expresión al deseo sexual rechazado y, a la vez, responder a la defensa del
sistema consciente. 

El núcleo del Icc consiste en agencias representantes de pulsión que quieren


descargar su investidura; por tanto, en mociones de deseo. Estas mociones
pulsionales están coordinadas entre sí, subsisten unas junto a las otras sin
influirse y no se contradicen entre ellas. Cuando son activadas al mismo tiempo
dos mociones de deseo cuyas metas no podrían menos que parecernos
inconciliables, ellas no se quitan nada ni se cancelan recíprocamente, sino que
confluyen en la formación de una meta intermedia, de un compromiso. (Freud,
1992, p. 183).

Los contenidos de lo inconsciente, además, se caracterizan particularmente por estar


atados a la regla de no contradicción, la atemporalidad y el reemplazo de la realidad
externa por la realidad psíquica; además, estos se rigen por las leyes del proceso
primario, que movilizan las cargas a través de los mecanismos de condensación y
desplazamiento, deformando y transformando las representaciones reprimidas. La
conciencia, por otro lado, se regula por el proceso secundario, que controla la censura y el
acceso a la motilidad. A pesar de la acción de la represión, el sistema inconsciente
persiste a través de ramificaciones y sus derivados, influye permanentemente en la
conciencia y es influido, a su vez, por esta. En este sentido, las fantasías, tanto en los
neuróticos como en los sujetos “normales”, son constructos representacionales
organizados y coherentes que pertenecen cualitativamente a la conciencia, pero
afectivamente a lo inconsciente; mientras su carga permanezca en niveles bajos, no serán
rechazados por la represión y conservarán la cercanía a la conciencia. Tanto el síntoma
como las fantasías son ramificaciones susceptibles de burlar la censura; por este motivo,
la represión actúa doblemente: primero sobre lo inconsciente y, luego, sobre sus
sustitutos. De todos modos, se debe tener en cuenta que lo reprimido no es lo único que
se encuentra en lo inconsciente, sino también “una parte de los impulsos que dominan a
nuestro yo, o sea la más enérgica antítesis funcional de lo reprimido” (Freud, 1996b, p.
2076).

Con el psicoanálisis, Freud da una respuesta clínica a este funcionamiento dinámico de la


represión, propone al neurótico desarrollar y reconstruir las ramificaciones presupuestas
en el síntoma. Para esto, el sujeto debe renunciar al ejercicio de la censura, de manera
que el sistema inconsciente pueda ser influido desde la conciencia. La neurosis se
caracteriza, justamente, por una separación excesiva de los sistemas que puede ser
resuelta en el campo de la palabra y en el vínculo con un otro que escucha; para el
analista, esto implica descubrir el material psíquico deformado y sepultado, del mismo
modo en que un arqueólogo descubre un antiguo edificio (Freud, 1996a, p. 110). De todos
modos, Freud fue progresivamente acercándose en el trabajo clínico al método luego
conocido como asociación libre; primero, fue necesario pasar por los métodos de la
hipnosis y la sugestión, que se mostraron rápidamente insuficientes e incapaces de una
correcta reconstrucción del material reprimido. 

2. Caso práctico

Tomaremos como caso práctico para esta lectura uno de los historiales clínicos de Freud:
el caso Isabel de R. (Elizabeth von R.) se trata de una paciente que Freud recibe en 1892.
Es el primer caso de histeria descrito completamente como caso y sienta las bases
preliminares sobre el tratamiento de la histeria.

Encontraremos la lectura en el Volumen II (Estudios sobre la histeria) de S. Freud, que


está como bibliografía de la materia. También puedes acceder a ella en el siguiente
enlace: https://filadd.com/doc/historiales-clinicos-elisabeth-von-r-docx

Fuente: Historiales clínicos. Elisabeth Von R. Recuperado de https://filadd.com/doc/historiales-clinicos-elisabeth-von-r-docx

Freud relata lo siguiente en el historial de la señorita Isabel de R., muestra el cambio de


método en su práctica clínica:

En todo este análisis me serví del procedimiento de evocar en la enferma


imágenes y ocurrencias, imponiendo mis manos sobre su frente; o sea, de un
método imposible de utilizar si no se cuenta con la completa colaboración y
atención voluntaria del sujeto. …Así, pues, me decidí a admitir que el método
no fallaba nunca y que Isabel evocaba siempre, bajo la presión de mis manos,
un recuerdo o una imagen, pero que en no en todas las ocasiones se hallaba
dispuesta a comunicármelos, tratando, por el contrario, de reprimir nuevamente
lo evocado. Esta conducta negativa podía atribuirse a dos motivos; esto es, a
que la sujeto ejercía sobre la ocurrencia una crítica indebida, encontrándola
carente de toda significación e importancia o sin relación alguna con la
pregunta correspondiente o a que se trataba de algo que le era desagradable
comunicar. …En este último caso debía tener en cuenta que estaba obligada a
conservar una absoluta objetividad y a comunicarme todo aquello que surgiera
en su imaginación, tuviese o no relación, a su juicio, con el tema planteado.
(Freud, 1996a, p. 119-120).

3. Articulación clínica

El historial anteriormente citado sobre Isabel de R. permitirá revisar parte del material
clínico sobre el que las proposiciones teóricas de Freud están basadas. 

Isabel hacía más de dos años que padecía de dolor en las piernas (cansancio doloroso e
hiperalgesia de la piel) y dificultad para andar, síntomas que afectaban su vida social pero
que la paciente parecía atravesar sin mayores dificultades lo que sugería, según Freud, la
postura de belle indifférence de la histeria. En los últimos años, una serie de sucesos
trágicos habían tenido lugar en su vida: había fallecido su padre, su madre se había
sometido a una operación de la vista y una hermana padecía de una enfermedad del
corazón; en todas estas situaciones, Isabel había tomado un rol activo asistiendo y
acompañando a sus familiares. Además, se mostraba como una mujer independiente y no
dispuesta a sacrificar sus intereses en pos de contraer matrimonio.

Al principio del historial, Freud remarca la diferencia clínica entre un síntoma corporal de la
neurosis, que simboliza un conflicto inconsciente, y un dolor común:

Un enfermo que padece dolores orgánicos los describirá, si no es, además,


nervioso, con toda precisión y claridad, detallando si son o no lancinantes, con
qué intervalos se presentan, a qué zona de su cuerpo afectan y cuáles son, a
su juicio, las influencias que lo provocan. El neurasténico que describe sus
dolores nos da, en cambio, la impresión de haberse entregado a una difícil
labor intelectual, superior a sus fuerzas…

Pero existía un segundo factor mucho más importante para la determinación de


los dolores del sujeto. Cuando estimulamos en un enfermo orgánico o en un
neurasténico una zona dolorosa, vemos pintarse una expresión de desagrado
o dolor físico en la fisonomía del paciente, el cual se contrae bruscamente,
elude el contacto o se defiende contra él. En cambio, cuando se oprimía o se
pellizcaba la piel o la musculatura hiperalgésica de las piernas de Isabel de R.,
mostraba la paciente una singular expresión, más bien de placer que de dolor,
gritaba como quien experimenta un voluptuoso cosquilleo, se ruborizaba
intensamente, cerraba los ojos y doblaba su torso hacia atrás. Todo ello sin
exageración, pero suficientemente marcado para hacerse pensar que la
enfermedad del sujeto era una histeria y que el estímulo había tocado una
zona histérica. (Freud, 1996a, p. 108-109).

Emprende, entonces, la tarea de explorar las motivaciones profundas de estos síntomas a


partir del recientemente descubierto método de la asociación libre; en ese entonces, Freud
presionaba la frente del paciente con sus manos mientras estos comunicaban sus
vivencias bajo la consigna de no seleccionar ni censurar ningún recuerdo. Durante una de
las sesiones Isabel recuerda que, cuando su padre estaba enfermo y en reposo, se aleja
de su casa para encontrarse con un joven del que estaba enamorada y que la acompaña
de regreso. A su retorno, encuentra a su padre en un peor estado de salud y se reprocha
el haberse alejado del cuidado de su padre.

En estas circunstancias y en la escena antes relatada habíamos, pues, de


buscar la motivación de los primeros dolores histéricos. El contraste entre la
felicidad que la embargaba al llegar a su casa y el estado en que encontró a su
padre dieron origen a un conflicto, o sea, a un caso de incompatibilidad. El
resultado de este conflicto fue que la representación erótica quedó expulsada
de la asociación y al afecto concomitante, utilizado para intensificar o renovar
un dolor psíquico dado simultáneamente (o con escasa anterioridad).
Tratábase, pues, del mecanismo de una conversión encaminada a la defensa.
(Freud, 1996a, p. 115).

En la cita anterior, Freud expone la acción de la represión (comprendida, en ese entonces,


solo como defensa) en contra de una representación o recuerdo de carácter sexual, que
termina siendo confinada a lo inconsciente y, por lo tanto, inaccesible a las
comunicaciones inmediatas. El síntoma histérico expresa, de este modo, el conflicto
psíquico; en subsiguientes asociaciones, la paciente declara haber descubierto porqué los
dolores de piernas se concentraban en el muslo derecho: este era el lugar donde su padre
apoyaba las piernas hinchadas mientras Isabel cambiaba sus vendajes. La manifestación
sintomática aparece como el producto simbólico, deformado por el inconsciente, de
acontecimientos vinculares de carácter traumático; se trata de dos expresiones de deseo
que logran una formación de compromiso, el síntoma, que el sujeto experimenta
afectivamente como angustia no ligada a ninguna representación accesible desde lo
consciente.

Referencias

Assoun, P. L. (2005). Fundamentos del psicoanálisis. Buenos Aires, AR: Prometeo.

Freud, S. (1996a). Obras completas (Vol. II). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1996b). Obras completas (Vol. XIV). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Jones, E. (1981). Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo 1. Barcelona, ES: Anagrama. 

Nasio, J. D. (2004). El placer de leer a Freud. MX: Gedisa.

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La pulsión
Introducción

En el siguiente escrito desarrollaremos la teoría de las pulsiones de Freud, desde su


sistematización inicial en 1915 con Pulsiones y destinos de pulsión, hasta la segunda
teoría pulsional formulada en 1920 con Más allá del principio del placer. Se realizará, en
este sentido, una reconstrucción de los fundamentos clínicos y teóricos con los que Freud
justifica la necesidad de este concepto, el que debe ser incluido entre los fundamentales
del psicoanálisis. Finalmente, tomaremos dos historiales analíticos para dar cuenta de la
utilidad clínica de la pulsión como factor determinante en la constitución de las neurosis.

1. La pulsión

El concepto freudiano de pulsión (Trieb) debe ser contado entre las categorías
fundamentales del psicoanálisis, esto es, aquellas que señalan una diferencia específica
de este como campo de conocimiento. En su escrito de 1915, Pulsiones y destinos de
pulsión, Freud (1992b) parte del modelo del arco reflejo para indicar que la pulsión puede
contarse como un estímulo psíquico. A diferencia del estímulo fisiológico que proviene del
mundo exterior, el estímulo pulsional tiene un origen interno y constante, es decir, el sujeto
no puede huir de él ni responder a este con un acto único adecuado que lo resuelva. Su
resolución implica, en tal caso, la construcción de actividades psíquicas complejas y una
modificación del mundo exterior que tienda a su satisfacción; por este motivo, Freud
afirma que todo progreso del sistema nervioso se debe a esta cualidad particular de la
pulsión y no a la influencia de factores externos. 

El aparato psíquico se rige bajo la ley del principio del placer, que tiende a buscar la
satisfacción a través de la descarga total de las tensiones, siendo el displacer el
incremento de la intensidad de dicho estímulo. A partir de aquí, Freud definirá a la pulsión
como un concepto límite o fronterizo (Grenzbegriff) entre lo psíquico y lo somático; su
especificidad fundamental consiste, de este modo, en tematizar la relación de continuidad
existente entre el cuerpo y las representaciones. Para el sujeto se tratará siempre de un
cuerpo interpretado, atravesado por la palabra, y no un simple mecanismo orgánico donde
se localiza lo psíquico.

En Tres ensayos para una teoría sexual de 1905, Freud (1992d) afirma lo siguiente
respecto de las perversiones:

Si reunimos lo que la indagación de las perversiones positivas y negativas nos


ha permitido averiguar, resulta sugerente reconducirlas a una serie de
«pulsiones parciales» que, empero, no son algo primario, pues admiten una
ulterior des-composición. Por «pulsión» podemos entender al comienzo nada
más que la agencia representante {Repräsentanz} psíquica de una fuente de
estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que
es producido por excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión»
es uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal. La
hipótesis más simple y obvia acerca de la naturaleza de las pulsiones sería
esta: en sí no poseen cualidad alguna, sino que han de considerarse solo
como una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica. Lo que
distingue a las pulsiones unas de otras y las dota de propiedades específicas
es su relación con sus fuelles somáticas y con sus metas. La fuente de la
pulsión es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su meta
inmediata consiste en cancelar ese estímulo de órgano. (Freud, 1992d, p. 152-
153).

2. Montaje, tipos y destinos de la pulsión 

Freud (1992b) aísla cuatro componentes para la pulsión, que luego para Jacques Lacan
(2012) formarán parte de su montaje:

Fuerza o perentoriedad (Drang): constituye la medida de exigencia o trabajo que la


pulsión representa. Constituye una cantidad o magnitud de actividad implicada en
esta.
Fin (Ziel): la satisfacción, solo alcanzada a través de la supresión del estímulo. Hay
diversos caminos posibles para la consecución del fin, donde la pulsión puede
sustituirse y articularse con otras representaciones.
Objeto (Objekt): lo más variable de la pulsión, es el elemento a través del cual esta
alcanzará la satisfacción. Puede ser un objeto del mundo, de la fantasía o incluso el
propio cuerpo del sujeto.
Fuente (Quelle): el proceso somático representado, la zona erógena de donde
proviene el estímulo. 

Distingue, además, dos tipos de pulsión:


☰ Pulsiones sexuales
Proceden de diversas fuentes somáticas y mantienen su independencia entre sí, buscan el
placer del órgano. En etapas posteriores del desarrollo pueden reunirse en una síntesis al
servicio de la procreación. Pueden delimitarse a partir de sus manifestaciones en la
neurosis, donde cobran un papel central: “Se singularizan por el hecho de que en gran
medida hacen un papel vicario unas respecto de las otras y pueden intercambiar con
facilidad sus objetos {cambios de vía}” (Freud, 1992b, p. 121).

☰ Pulsiones del yo o de autoconservación


Encargadas de mantener la vida del individuo y utilizadas por el yo en el conflicto
defensivo.

En el desarrollo de la vida del sujeto, la pulsión puede tener cuatro destinos:

La transformación en lo contrario: comprende dos procesos, el cambio de la


actividad a la pasividad y la inversión de contenido. El primer cambio se vislumbra en
los pares sadismo-masoquismo y escoptofilia-exhibicionismo, donde un fin activo
(causar dolor, ver) se reemplaza por un fin pasivo (recibir dolor, ser visto). La
inversión de contenido solo se aplica para la transformación de amor en odio.
La orientación hacia la propia persona: se produce una modificación del objeto (la
propia persona o el otro) y se mantiene constante el fin.
La represión: la acción defensiva que rechaza su acceso a la conciencia y la
mantiene en el inconsciente.
La sublimación: modificación de un fin sexual a otro socialmente aceptado, pero que
se sirve de la fuerza proveniente de su carácter sexual (el arte, la actividad
intelectual).

Con estos elementos y de acuerdo a los desarrollos sobre lo inconsciente y la represión,


podemos reconstruir el siguiente esquema de funcionamiento para el aparato psíquico:

Figura 1: Esquema del arco reflejo aplicado al funcionamiento del psiquismo

Fuente: Nasio, 2004, p. 28.

3. Segunda teoría de las pulsiones

Entre 1919 y 1920, Freud realiza una reelaboración radical de su teoría pulsional. Se vio
motivado principalmente por sus descubrimientos clínicos sobre la compulsión a la
repetición y la reacción terapéutica negativa, que cuestionaban el dominio del principio del
placer en el funcionamiento psíquico. El juego de los niños —representado por el famoso
fort-da que recrea una y otra vez la ausencia dolorosa de la madre—, los sueños de las
neurosis traumáticas relacionadas a la guerra, las producciones artísticas de la tragedia y
el terror, la actualización de fenómenos infantiles en la transferencia de los neuróticos
adultos, todos estos fenómenos indican una búsqueda activa por parte del sujeto de
recrear situaciones displacenteras. A partir de estos descubrimientos, Freud atribuye un
nuevo carácter a la pulsión, derivado de la inercia de lo orgánico: la tendencia a
reconstruir estados anteriores de su desarrollo. 

Representémonos al organismo vivo en su máxima simplificación posible,


como una vesícula indiferenciada de sustancia estimulable; entonces su
superficie vuelta hacia el mundo exterior está diferenciada por su ubicación
misma y sirve como órgano receptor de estímulos. Y en efecto la embriología,
en cuanto repetición {recapitulación} de la historia evolutiva, nos muestra que
el sistema nervioso central proviene del ectodermo; comoquiera que fuese, la
materia gris de la corteza es un retoño de la primitiva superficie y podría haber
recibido por herencia propiedades esenciales de esta. Así, sería fácilmente
concebible que, por el incesante embate de los estímulos externos sobre la
superficie de la vesícula, la sustancia de esta se altera hasta una cierta
profundidad, de suerte que su proceso excitatorio discurriese de manera
diversa que en estratos más profundos. De ese modo, se habría formado una
corteza, tan cribada al final del proceso por la acción de los estímulos, que
ofrece las condiciones más favorables a la recepción de estos y ya no es
susceptible de ulterior modificación. (Freud, 1992d, p. 26).

En la formulación posterior de su segunda tópica, la vesícula indiferenciada será


delimitada como el ello, reservorio inconsciente de las pulsiones, y su ‘corteza’ como el yo,
que se enfrenta a los estímulos provenientes del mundo externo. Freud llamará pulsión de
muerte a tendencia a buscar la repetición de estados anteriores en la descarga total de las
tensiones, y pulsión de vida a la fuerza contraria, que intenta construir estados de mayor
complejidad y diferenciación, demorando el camino inevitable de todo organismo hacia lo
inanimado. Estas dos pulsiones aparecerán como el nuevo modelo de funcionamiento
psíquico en la neurosis; las pulsiones de vida serán homologadas a la pulsión sexual, que
ahora se caracteriza por construir nuevas ligaduras psíquicas.

4. Caso práctico

La pulsión permite dar cuenta de la constancia de las representaciones que buscan la


satisfacción a través de la descarga. En el caso de Isabel de R., Freud describe un breve
diálogo con su paciente, producto de los intentos de este de aplicar el método de
asociación libre:

“«Se lo habría podido decir la primera vez». — «Aja, ¿y por qué no lo dijo?». — «Creí que
no era lo pertinente», o «Pensé que podía pasarlo por alto, pero eso volvió todas las
veces»” (Freud, 1992a, p. 168). La representación se impone en este caso como un
elemento extraño, que puede emerger y comunicarse ante el relajamiento de la censura y
la actividad consciente. A su vez, la insistencia muestra el carácter de repetición que
tienen los fenómenos sintomáticos y sus derivados.

La excitación sexual proviene de zonas erógenas que cobran especial relevancia en el


desarrollo libidinal del sujeto y que, según el destino de las pulsiones, determinarán
formas de producción de la neurosis. Sobre la zona erógena anal, que predomina entre los
2 y 4 años del sujeto, aproximadamente, la relación con el objeto y su significación remiten
al placer de la retención-expulsión de las heces en la defecación y a las manifestaciones
de odio y sadismo. Freud indica que cuando esta fuente de excitación cobra especial
relevancia en el sujeto, da lugar a rasgos de carácter asociados a la pulcritud, el orden y la
escrupulosidad, que se presentan como reacciones ante la suciedad y el daño asociados
a la consecución del placer por esta vía. Estas formaciones de carácter aparecen luego de
que la educación ejerciera en la etapa de latencia una influencia represiva exitosa sobre
los derivados de la pulsión sádico-anal (Freud, 1996). Por otra parte, la fijación del sujeto
en esta etapa del desarrollo deriva en la neurosis obsesiva; esto ocurre cuando la
represión, a diferencia de la formación del carácter, no fue lo suficientemente exitosa,
produce formaciones de compromiso y reacciones contra estas (Freud, 1996). En el
historial del Hombre de los lobos, Freud describe la manifestación clínica de los síntomas
y rasgos derivados de esta fuente pulsional:

Sin embargo, sus comunicaciones —las que expongo acto seguido— justifican
el supuesto de que en su infancia pasó por una neurosis obsesiva bien
reconocible. Refirió que durante largo tiempo había sido muy piadoso. Antes de
dormir se veía precisado a rezar largo rato y a hacerse la señal de la cruz
innumerables veces. Al anochecer, y llevando una banqueta a la que se
trepaba, solía también hacer la ronda por todas las imágenes sagradas
colgadas en la habitación y besarlas con unción una por una. Muy mal —o
quizá perfectamente bien— armonizaba con este ceremonial piadoso su
recuerdo de haber tenido pensamientos sacrílegos que le venían a la mente
como un envío del Diablo. Era obligado a pensar: «Dios-cochino» o «Dios-
caca». Alguna vez, en un viaje a una estación termal alemana, lo martirizó la
compulsión a pensar en la Santísima Trinidad cuando veía sobre la calzada
tres montoncitos de bosta de caballo o alguna otra porquería. Por esa época,
observaba también un curioso ceremonial cuando veía gente que le causaba
pena, pordioseros, tullidos, ancianos: debía expirar con ruido para no volverse
como ellos; y en ciertas otras condiciones, también inspirar con fuerza. Desde
luego, me pareció evidente suponer que esos síntomas nítidos de obsesiva
pertenecieron a una época y a un estadio de desarrollo algo más tardíos que
los signos de angustia y acciones crueles hacia animales. (Freud, 1992c).

En este caso, la prerrogativa moral expresada en los rituales muestra la transformación de


la pulsión en su contrario —cambio de fin— y la vuelta hacia la propia persona —cambio
de objeto—: el sadismo se vuelve contra el sujeto a través de las exigencias represivas y
se transforma en masoquismo moral.

Referencias

Freud, S. (1992a). Obras completas (vol. II). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

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El narcisismo
Introducción

El concepto de narcisismo permite a Freud ampliar su teoría de la libido y las relaciones


de objeto, lo que extiende su aplicación a otras categorías clínicas como la demencia
precoz (esquizofrenia) y problematiza, nuevamente, los límites entre lo normal y lo
patológico. A continuación, se presentará la teoría freudiana del narcisismo, desde sus
condiciones de surgimiento hasta su aplicación a la vida erótica general del sujeto. Para
abordar este último punto, desarrollaremos de manera esquemática los tiempos del
complejo de castración en el niño y la niña, tomando como referencia clínica algunos
puntos del historial del Hombre de los lobos que muestran la articulación de la castración
con el narcisismo en la experiencia analítica.

1. El narcisismo

El término narcisismo es tomado por Freud del psiquiatra Paul Näcke, que aplicaba la
categoría principalmente al estudio de las perversiones. El psicoanálisis, por otra parte,
descubre rasgos narcisistas en otros cuadros clínicos, principalmente en las neurosis,
donde se comprenderá como el complemento libidinal del egoísmo, normal y extensible a
todo sujeto. Los primeros avances surgen de la aplicación de la teoría de la libido a la
explicación de la demencia precoz o esquizofrenia, que muestra como síntomas centrales
el delirio de grandeza y el retiro del interés en el mundo. La demencia precoz se
caracteriza, según Emil Kraepelin, por una evolución deficitaria hacia la demencia, con
profundos trastornos de la afectividad (indiferencia, apatía, sentimientos paradójicos) y
una disgregación de la personalidad. Luego, el psiquiatra suizo Eugen Bleuler, afirmará
que estos sujetos no son dementes, sino que se encuentran afectados por un proceso de
disociación que los sume en una “vida autística”. Según sintetizan finalmente Ey, Bernard
y Brisset en su tratado, la esquizofrenia se define como una psicosis delirante crónica que
altera profundamente a la persona, “que cesa de construir su mundo en comunicación con
los demás, para perderse en un pensamiento autístico, es decir en un caos imaginario”
(Ey, Bernard y Brisset, 1999, p. 473)

El interés de Freud por esquizofrenia (que propone denominar parafrenia) residía en el


particular apartamiento del mundo exterior, diferente a la pérdida de la realidad de la
neurosis, que no logra romper definitivamente su relación con el mundo y los objetos, sino
que los ha sustituido por la fantasía:

Otro es el caso de los parafrénicos. Parecen haber retirado realmente su libido


de las personas y cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su
fantasía. Y cuando esto último ocurre, parece ser algo secundario y
corresponder a un intento de curación que quiere reconducir la libido al objeto.
(Freud, 1992a).

La libido retraída de los objetos recae aquí sobre el yo, estado que se denomina
narcisismo; la carga libidinosa del yo presente desde el inicio de la vida es el narcisismo
primario, mientras que el retiro posterior de la libido de los objetos será narcisismo
secundario. En este sentido, la vida del niño muestra características similares a la
megalomanía encontrada en las parafrenias: omnipotencia de las ideas, sobreestimación
del propio deseo y creencia en la efectividad mágica de las palabras y pensamientos. 

Se produce de este modo una división entre la libido del yo, por un lado, y la libido objetal,
que alcanza su mayor expresión en el amor; el enamoramiento puede ser calificado como
un empobrecimiento de la libido del yo en favor del objeto. Esta división es
correspondiente con la primera clasificación de las pulsiones en pulsiones del yo y
pulsiones sexuales, deducida por el análisis de las neurosis de transferencia. 

Freud observa el fenómeno de redistribución de la libido en otras situaciones clínicas que


muestran su presencia no solo en las parafrenias, sino también en la personalidad
‘normal’: 

En la enfermedad orgánica, el sujeto retrae a su yo las cargas libidinales para


ocuparse de su recuperación. 
En el sueño, la libido vuelve para investir el deseo de dormir. 
En la hipocondría, el retiro recae sobre los órganos afectados.

Mientras que las parafrenias y la hipocondría indican la concentración de la libido en el yo,


la neurosis de transferencia muestra, a través de sus síntomas, un estancamiento de la
libido en los objetos. En su desarrollo, el sujeto comienza a investir los objetos del mundo
cuando la magnitud libidinosa del yo sobrepasa cierta medida, tornándose displacentera.
“Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para
no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede
amar” (Freud, 1992a, p. 82). Para el aparato, ante la situación de una descarga inmediata
indeseable o imposible, es indiferente que los objetos de la libido sean reales o
fantaseados; la diferencia surge luego, cuando el proceso de introversión de la libido
provoca un estancamiento e inicia la formación de síntomas. La parafrenia, por el
contrario, produce un estancamiento de la libido en el yo.

2. Narcisismo y vida erótica

Freud afirma que las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas del niño se encuentran
apoyadas en funciones yoicas destinadas a la autoconservación y que solo más tarde se
volverán independientes en el desarrollo. A su vez, las personas encargadas del cuidado y
la alimentación del niño constituyen los primeros objetos sexuales, que Freud denomina
elección de objeto del tipo de apoyo. Un segundo modo de elección de objeto es la de tipo
narcisista, en donde el sujeto elige su objeto sexual no conforme a la imagen de su madre,
sino conforme a la imagen de la propia persona. Hay para el sujeto, entonces, dos objetos
sexuales primordiales: él mismo y la mujer nutricia.

El atractivo de las personas depende del tipo de estimación narcisista que tienen hacia sí
mismas y ejerce un mayor efecto en aquellos que han renunciado a su propio narcisismo
en favor del objeto. Para Freud, se ama:

Conforme al tipo narcisista:

a) Lo que uno es (a sí mismo).

b) Lo que uno fue.

c) Lo que uno quisiera ser.

d) A la persona que fue parte de uno mismo.

Conforme al tipo de apoyo:

a) A la mujer nutricia.
b) Al hombre protector.

3. Caso práctico

El complejo de castración. Referencias clínicas del caso “El hombre de los lobos”

En psicoanálisis, el complejo de castración designa el momento decisivo en el que el


sujeto reconoce la diferencia anatómica entre los sexos y determina su identidad sexual al
precio de la angustia, ya que se ve forzado a enfrentar los límites de su cuerpo en relación
con su deseo. Según Freud (1992c), esta etapa se vive alrededor de los cinco años y
muestra un momento del desarrollo libidinal en el que las pulsiones sexuales y yoicas se
encuentran mezcladas al servicio de intereses narcisistas. 

La castración en el niño y en la niña tienen en común dos elementos: por un lado, la


premisa universal de la que ambos parten ‘todos los seres tienen pene’ y, por el otro, el rol
central de la madre, de la cual ambos se separarán (el niño con angustia, la niña con
odio). Sin embargo, el complejo de castración inicia el Edipo en la niña, mientras que en el
niño lo concluye (Freud, 1992c). A continuación, siguiendo a David Nasio (1996),
desarrollaremos el esquema del complejo de castración en el niño y en la niña.

En el niño

Primer tiempo: todo el mundo tiene un pene. Premisa universal del niño en su fantasía,
que no reconoce aún la diferencia entre los sexos.

Segundo tiempo: el pene está amenazado. Momento de las amenazas verbales que
prohíben las satisfacciones autoeróticas e incestuosas del niño y apuntan a su fantasía de
poseer el objeto amado (la madre). Estas verbalizaciones serán más tarde internalizadas
bajo la forma del superyó. Freud realiza la siguiente construcción en el caso del Hombre
de los lobos, donde delimita una amenaza de castración que se deriva de la reacción del
niño a los intentos de seducción por parte de su hermana:

¿Cómo reaccionó el niño ante las seducciones de su hermana mayor? He aquí


la respuesta: con desautorización, pero la desautorización se dirigía a la
persona, no a la cosa misma. La hermana no le resultaba grata como objeto
sexual, probablemente porque su relación con ella ya estaba marcada en
sentido hostil por la competencia en torno del amor de los padres. La rehuyó, y
también los cortejamientos de ella pronto terminaron. Sin embargo, buscó
granjearse en su reemplazo a otra persona, más amada, y unas
comunicaciones de la propia hermana, quien había invocado el modelo de la
ñaña, orientaron su elección hacia esta. Empezó entonces a jugar con su
miembro ante la ñaña, lo cual, como en tantos otros casos en que el niño no
oculta su onanismo, debe ser concebido como un intento de seducción. La
ñaña lo desengañó, le puso cara seria y le declaró que eso no estaba bien. Los
niños que hacen eso reciben ahí una «herida». (Freud, 1992b, p. 23-24).

Tercer tiempo: hay seres sin pene, la amenaza es real. Descubrimiento visual de la zona
genital femenina. La investidura narcisista que el niño otorga a su pene impide que admita
la existencia de seres desprovistos de este, por lo que en su fantasía negará la evidencia
afirmando que el clítoris es en realidad un pene pequeño que crecerá en el futuro.

Regresando al caso del Hombre de los lobos, Freud describe esta etapa en las fantasías
infantiles de su paciente adulto:

Responde en un todo a nuestras expectativas enterarnos de que con sus


primeras excitaciones genitales se inició su investigación sexual y que pronto
recaló en el problema de la castración. En esa época pudo observar a dos
niñas —su hermana y una amiga de esta— en el acto de orinar. Ya a raíz de
esa visión su inteligencia le habría permitido entender las cosas, solo que se
comportó como suelen hacerlo otros niños varones. Desautorizó la idea de que
ahí veía corroborada la herida con que amenazaba la ñaña y se entregó a la
explicación de que era la «cola de adelante» de las niñas. El tema de la
castración no quedaba despachado con esta decisión {Entscheidung); de todo
cuanto escuchaba tomaba nuevas referencias sobre él. Cierta vez que se
repartieron entre los niños unos alfeñiques de colores, la gobernanta, muy
dada a las fantasías crueles, declaró que eran unos pedacitos de serpientes
cortadas. Desde ahí recordó que el padre una vez había encontrado una
serpiente durante una excursión y la cortó en pedazos con su bastón. Escuchó
leer (de Maese raposo) la historia de cómo el lobo quiso pescar en invierno,
usando su rabo como carnada, y entonces el rabo se le partió en el hielo. Se
enteró de los diversos nombres con que se designa al caballo según que su
sexo esté o no entero. Por tanto, se ocupaba de pensamientos relativos a la
castración, pero todavía no creía en ella, ni lo angustiaba. Otros problemas
sexuales le plantearon los cuentos con que se familiarizó por esa época. En
«Caperucita Roja» y en «Los siete cabritos» los niños son rescatados del
vientre del lobo. ¿Era entonces el lobo un ser femenino o también varones
podían tener niños en el vientre? Esto no se decidió en ese momento todavía.
(Freud, 1992b, p. 24-25).

Cuarto tiempo: la madre también está castrada. Emergencia de la angustia. El niño


descubre que las mujeres mayores pueden parir y, por lo tanto, que están desprovistas de
pene. La visión de los genitales se suma al recuerdo de las amenazas verbales
anteriormente proferidas. Es la combinación de estos dos factores lo que da lugar a la
angustia de castración.

Tiempo final: fin del complejo de castración y fin del complejo de Edipo. Ante la irrupción
de la angustia de castración, el niño elige salvar a su pene a costa de renunciar al amor
incestuoso por su madre, acepta la prohibición proferida desde la ley paterna. 

De todos modos, se debe destacar que la experiencia inconsciente de la castración no se


reduce a un momento cronológico, sino que es revivida por el sujeto a lo largo de su vida
y, sobre todo, actualizada en la experiencia del análisis, tal como lo muestra Freud en el
mencionado caso del Hombre de los lobos:

El paciente se quebrantó cuando una afección orgánica de los genitales revivió


su angustia ante la castración, su narcisismo se desmoronó compeliéndolo a
resignar su expectativa de ser un predilecto del destino. Por tanto, enfermó a
raíz de una «frustración» narcisista. Esta hiperintensidad de su narcisismo
armonizaba por entero con los otros indicios de un desarrollo sexual inhibido:
que su elección amorosa heterosexual concentrara en sí, a pesar de toda su
energía, tan pocas aspiraciones psíquicas, y que la actitud homosexual, tanto
más vecina al narcisismo, se hubiera afirmado en él con tal tenacidad como un
poder inconsciente. (Freud, 1992b, p. 107).

En la niña

Primer tiempo: todo el mundo tiene un pene (el clítoris es un pene). Atributo universal para
ambos sexos. La niña otorga a su clítoris el mismo valor que el pene.

Segundo tiempo: el clítoris es demasiado pequeño para ser un pene (“yo fui castrada”).
Descubrimiento visual de la zona genital masculina, que la lleva a concluir definitivamente
que está desprovista de pene y que quiere poseerlo.

Tercer tiempo: la madre también está castrada. Resurge el odio hacia la madre por
haberla desprovisto de un pene. Cambio de objeto de amor de la madre por el padre. 

Tiempo final: las tres salidas del complejo de castración; nacimiento del complejo de
Edipo. Puede realizarse bajo tres formas: 

No hay envidia del pene: alejamiento de toda la sexualidad. La niña se niega a entrar
en rivalidad con el varón.
Deseo de estar dotada del pene del hombre: denegación de la castración y creencia
en que se puede tener un órgano similar al del varón. Denominado por Freud
complejo de masculinidad, que puede desembocar en una elección de objeto
homosexual.

Deseo de tener sustitutos del pene: reconocimiento “normal” de la castración.


Implica:
Cambio del partenaire amado: la madre por el padre.
Cambio de zona erógena: el clítoris por la vagina.
Cambio de objeto deseado: el pene por un hijo.

Referencias

Ey, H., Bernard, P. y Brisset, Ch. (1999). Tratado de psiquiatría. Barcelona, ES: Masson. 

Freud, S. (1992a). Obras completas (vol. XIV). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1992b). Obras completas (vol. XVII). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1992c). Obras completas (vol. XIX). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Nasio, J. D. (1996). Enseñanza de 7 conceptos fundamentales del psicoanálisis.


Barcelona, ES: Gedisa.

Más allá del


principio del placer

Teoría
Psicológica III

1
Más allá del principio del placer
En 1920, Freud escribió uno de sus textos más controvertidos, que le trajo
no solo pocas tensiones en la teoría que hasta allí venía proponiendo, sino
que también representó una gran controversia respecto a la clínica, que
hasta hoy enciende acaloradas discusiones en el ambiente psicoanalítico.

Freud (1920) escribió:

Pero entonces debemos decir que, en verdad, es incorrecto


hablar de un imperio del principio del placer sobre el
decurso de los procesos anímicos. Si así fuera la mayoría, la
abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría
que ir acompañada de placer o llevar a él; y la experiencia
más universal refuta enérgicamente esta conclusión. Por lo
tanto la situación no puede ser sino esta: en el alma existe
una fuerte tendencia al principio del placer, pero ciertas
otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que
en el resultado final no siempre puede corresponder a la
tendencia al placer. (P. 9).

El hecho es que está reconociendo que lo anímico se rige por el principio


de placer solo en parte: en aquello que respecta al trabajo del aparato
psíquico en el plano del proceso primario, es decir, más vinculado a lo
inconsciente y a las representaciones cosa –identidad de percepción visual
preferentemente–. No obstante, hay una gran parte del aparato que
recorre un camino de mayor complejidad para poder desarrollarse en
medio de los avatares de la realidad exterior: se trata del yo.

Casi toda la energía que llena el aparato proviene de las


mociones pulsionales congénitas pero no se las admite a
todas en una misma fase del desarrollo. En el curso de este,
acontece que ciertas pulsiones o partes de pulsiones se
muestran, por sus metas o sus requerimientos,
inconciliables con las restantes que pueden conjugarse en la
unidad abarcadora del yo. Son segregadas entonces de esa
unidad por el proceso de represión; se las retiene en
estados inferiores del desarrollo psíquico y se les corta, en
un comienzo, la posibilidad de alcanzar satisfacción. (Freud,
1920, p. 10).

2
Es el yo el que está en constante tensión para poder negociar con las
distintas mociones internas y las exigencias externas que le imponen una
cuota de displacer y represión pulsional necesaria y condicionante de su
existencia. Cuando en 1923 Freud escribióLos vasallajes del yo, no
sorprendió al decir que el yo está tensionado y tironeado desde tres
puntos: el ello, el superyó y la realidad.

De su estudio y observación de los efectos de la neurosis traumática y del


juego del niñoderiva su conclusión de que el aparato no solo se rige por el
principio de placer, sino que las percepciones de la realidad exterior son
para el yo análogas a las pulsiones para el ello, lo que se puede explicar
como que necesitan resolución para el primero y descarga para el segundo.
Pero la cuestión se complejiza aún más al comprender que la instancia
responsable de esas operaciones es el yo en contradicción o solidaridad
con las otras instancias.

El siguiente cuadro nos permitirá comprender mejor estas nociones:

Figura 1: Relaciones en el aparato psiquico

Fuente: Petit y Graglia, 2011, p. 62.

Como se observa en la figura, el yo es una instancia que tiene íntima


relación con las otras instancias del aparato psíquico, más la relación que
tiene con la realidad exterior. Y si agudizamos el análisis, se hace
observable cómo hay una parte del yo que es consciente y una parte de ese
mismo yo que es inconsciente –más bien preconciente-. Como el mismo
Freud (1920) lo dice, “es que sin duda también en el interior del yo es
mucho lo inconsciente” (p. 19).

3
Y así por caso, ese yo es capaz de resistirse a la cura, lo que contradice el
principio de placer. Pero ¿de qué placer se trata?, ¿placer para quién?,
¿para qué instancia operativa en el aparato es ese placer? Las respuestas
son variables según de qué o de quién tratemos la cuestión: ¿placer para el
yo vinculado a la realidad?, ¿placer para las pulsiones del ello en arreglo
con el síntoma?

Compulsión a la repetición: Eros y Tánatos (pulsión de


vida y pulsión de muerte)
Lo que se conoce con el nombre del primer dualismo pulsional freudiano
trata sobre las pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación.
Como dijimos, la neurosis traumática y el fort dale permite a Freud
reflexionar sobre otras cuestioneshasta allí impensadas.

La neurosis traumática aparece en su consulta como resultante de la


posguerraeuropea y se hace visible cómo el trauma –ya no el trauma de
seducción sexual que había descripto con sus histericas en 1985– opera en
la realidad cotidiana de las personas y genera efectos traumáticos y
traumatizantes a largo plazo en la mente de los sujetos.

A la par, la transferencia, una vez más, le da a Freud las pistas


condicionantes de una operatoria psíquica en plena ocurrencia: ¿los
pacientes se oponen a la cura? ¿El conocimineto de las mociones
pulsionales inconscientes no alcanzan para aliviar el sufrimiento conciente?
¿De qué son manifestaciones las reacciones terapeuticas negativas?

La compulsión de sus neuróticos a mantenerse enfermos le permite tomar


la punta en la hipótesis de la existencia de un más allá del principio del
placer que rige el aparato y determina las conductas. Aunque esas
conductas lleven a la destrucción o la mantención y profundización de eso
que somete y hace sufrir al yo.

Las exteriorizaciones de la compulsión a la repetición que Freud (1920)


describe en las tempranas etapas de la vida anímica a través de su estudio
del juego del niño, así como las manifestaciones transferenciales
vivenciadas en la cura analitica, muestran en alto grado un carácter
pulsional.

En el caso del juego del niño, Freud advierte que repite la situación
displacentera en pos de adquirir dominio sobre la impresión intensa de
displacer, a través del paulatino cambio subjetivo de posición del yo del
niño de pasivo a activo.

4
En el caso del análisis, el enfermo se comporta de manera infantil,
mostrando por tanto, el carácter desligado de esas pulsiones no
susceptibles, aún con psicoanálisis, de proceso secundario.

Ahora bien, ¿de qué modo se entrama lo pulsional con la


compulsión a la repetición? aquí no puede menos que
imponérsenos la idea de que estamos sobre la pista de un
carácter universal de las pulsiones (no reconocido con
claridad hasta ahora, o al menos no destacado
expresamente) y quizá de toda la vida orgánica en general.
Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo
orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo
vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras
externas…

Esta manera de concebir la pulsión nos suena extraña, en


efecto, nos hemos habituado a ver en la pulsión el factor
que esfuerza en el sentido del cambio y del desarrollo, y
hora nos vemos obligados a reconocer en ella justamente lo
contrario, la expresión de la naturaleza conservadora del ser
vivo. (Freud, 1920, p. 36).

Los psicoanalistas coinciden en que la pulsión de muerte tiene


manifestaciones clínicas muy notorias que aparecen bajo las formas que
van desde sutilezas a grandes movimientos de desinvestidura de objetos
que se dirigen a un vaciamiento, que no es en beneficio de otro objeto –
como es el caso del yo en el narcisismo secundario– sino que amenaza a
todo objeto susceptible de ser investido. Piera Aulagnier (1986) –que
pertenece a la generación de psicoanalistas franceses más reconocidos–
define la meta de Tánatos como el deseo de no deseoy aclara:

Todo acto de desinvestidura logrado no deja ninguna huella


y conduce a la abolición, la disolución, el borramiento
definitivo de la representación de objeto. La victoria de la
pulsión de muerte conlleva una nada en ese conjunto de
objetos que constituyen el capital representativo del sujeto
del sujeto y en el conjunto de soportes del que podría
disponer su capital libidinal. (Hornstein, Aulagnier, Pelento,
Green, Rother, y otros, 1991, p. 372).

5
IntroducciónBloque 1Bloque 2Bloque 3Referencias

El inconsciente estructurado como un


lenguaje

Introducción

Los fundamentos del “retorno a Freud” con el que inicia la enseñanza de Jacques Lacan
se encuentran principalmente en la lingüística estructural desarrollada por Ferdinand de
Saussure, en un escrito póstumo publicado en 1914 por dos de sus alumnos: El curso de
lingüística general. El impacto de esta obra en el pensamiento de principios del siglo XX
dio lugar al estructuralismo lingüístico, un movimiento intelectual que influyó en diversos
campos del conocimiento: la filosofía, la antropología, el arte, las ciencias sociales y el
psicoanálisis. A continuación, se presentarán las tesis principales de la teoría estructural
de Saussure, para luego mostrar su recepción dentro del programa de investigación de
Jacques Lacan, denominado por él mismo un “retorno a Freud”. En este sentido, volver a
Freud implica reformular los fundamentos del inconsciente desde una nueva lógica, que
permite interpretar la teoría freudiana de un modo sistemático y riguroso.

1. El inconsciente estructurado como un lenguaje

Ferdinand de Saussure (2007) distingue el estudio de una lingüística evolutiva que tiene
como objeto las variaciones diacrónicas y temporales de la lengua, y una lingüística
estática que aborda estados de la lengua, es decir, períodos delimitados en donde las
modificaciones han sido mínimas. Hasta el siglo XIX, los lingüistas se habían dedicado
casi exclusivamente a la gramática comparada y a la historia de las lenguas, dejando de
lado el estudio de las constantes universales del lenguaje, susceptibles de ser
sistematizadas y formalizadas (Benveniste, 1997). Para Saussure, el estudio de los
estados sincrónicos de la lengua no es una abstracción, sino que la naturaleza del signo,
unidad lingüística por excelencia, es concreta, siendo objeto de estudio científico bajo un
abordaje metódico. Además, el signo es de naturaleza arbitraria, es decir, no hay ninguna
relación natural que una al significado con el significante. 

Figura 1: Significante y significado

Fuente: Saussure, 2007

Si la asociación entre significante y significado fuese eliminada, no quedaría una entidad


concreta sino una pura abstracción. Para Saussure, las unidades fónicas por sí mismas,
que tienen un carácter lineal, serían ininteligibles si no estuviesen unidas a un concepto o
sentido. 

El giro impulsado por Saussure consiste en proponer un lenguaje que no contiene en sí


mismo ningún factor histórico, sino que puede explicar sus modificaciones a través del
estado de sus relaciones sincrónicas en un momento dado. Este conjunto de relaciones
forma un sistema de elementos básicos que responden a leyes de estructura y que
permiten una gran cantidad de combinaciones. 

La estructura lingüística sincrónica tiene los atributos de identidad y diferencia a partir del
concepto de valor, es decir, relación y oposición de sus elementos (Saussure, 2007;
Benveniste, 1997). La lengua es una terceridad, un sistema de articulaciones que media
entre dos unidades que de otra forma serían inaprehensibles “El papel característico de la
lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la expresión
de las ideas, sino de servir de intermediario entre el pensamiento y el sonido” (Saussure,
2007, p. 236). El significante no se define por su materialidad o corporeidad fónica, sino
únicamente por su diferencia dentro de un sistema de valores cuyo estatuto es el de
necesidad: cualquier modificación en cualquier punto de la estructura repercute en todo el
conjunto. 

Las características relacionales de la lengua se pueden estudiar a través de dos tipos de


órdenes. Por un lado, los elementos se vinculan en la linealidad de su encadenamiento, de
manera consecutiva, siendo imposible que dos de ellos coexistan al mismo tiempo. A este
tipo de relaciones se les denomina sintagmáticas y necesitan de la presencia de los
términos, ya que su diferencia se define respecto del signo antecedente y siguiente en una
serie continua. Saussure aclara que en el sintagma es difícil establecer un límite claro
entre la lengua, dimensión colectiva del lenguaje, y el habla, dominio individual. 

Por otra parte, están las relaciones asociativas, que refieren directamente al tesoro virtual
de la lengua. Estas operan en ausencia de sus términos, de manera sincrónica y generan
sustituciones de las cuales, a diferencia del sintagma, no es posible delimitar un número y
orden definidos en una serie contigua. Este tipo de relaciones se denominan
paradigmáticas.

2. El signo de Jacques Lacan

En 1953, a partir de su escrito Función y campo de la palabra y del lenguaje en


psicoanálisis, Jacques Lacan inicia su trabajo sobre la obra freudiana a partir de su
conocida tesis: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”. En este sentido,
afirma que el análisis del inconsciente realizado por Freud a partir de los sueños, los actos
fallidos y el chiste, siempre fue abordado como problema de lenguaje, dando cuenta de
una relación isomórfica con la estructura y operaciones del signo lingüístico. Además, es a
través de la palabra que el análisis pretende operar sobre el síntoma: “El síntoma es aquí
el significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto” (Lacan, 2008, p.
271). Teniendo en cuenta dichos antecedentes, los fundamentos que permitirán una
sistematización y formalización de las categorías del psicoanálisis deben residir en las
leyes del lenguaje (Lacan, 2008; Miller, 2011). Para esto, toma el signo de Saussure como
elemento de base, pero reubica al significante sobre el significado y elimina la ley de orden
cerrado. De esta manera, el significante es primordial y el significado es un efecto de la
combinatoria de los primeros (Lacan, 2008).

Es necesario aclarar que, mientras que para Freud el síntoma se encontraba en una
relación de simetría evolutiva y morfológica con la lengua, para Lacan el inconsciente es
reducido a las leyes de la estructura. El recurso a la estructura permite a Lacan realizar
una crítica a todo psicoanálisis orientado hacia el reforzamiento del yo y sus certidumbres
imaginarias. El inconsciente entendido como discontinuidad en el discurso propone un
sujeto descentrado del ego y la conciencia de sí; además, será necesariamente en el otro
que encontrará la posibilidad de su emergencia. 

A la luz de este primer escrito fundacional, Lacan propone un lenguaje fundado en la


intersubjetividad y en la oposición con lo imaginario. Faltará aún un tiempo para que la
estructura aparezca quebrada o afectada por lo real. Miller (2011) señala que en esta
primera etapa la palabra aparece como aquello que concilia la dualidad mortífera de la
relación imaginaria y permite una salida a través de la terceridad de lo simbólico. El
síntoma es algo que no ha podido ser simbolizado y que pierde efectividad una vez que
puede ser puesto en palabra. El inconsciente es ese fragmento de la historia del sujeto
que aparece censurado y que deberá ser reconstruido en la relación transferencial con el
otro, a partir de una lectura que pone en primer lugar la sincronía de la puntuación
retroactiva (nachträglich) por sobre la comprensión. 

Es decir que anula los tiempos para comprender en provecho de los momentos
de concluir que precipitan la meditación del sujeto hacia el sentido que ha de
decidirse del acontecimiento original. 

Observemos que el tiempo para comprender y el momento de concluir son


funciones que hemos definido en un teorema puramente lógico. (Lacan, 2008,
p. 249).

3. Síntoma y significante

Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, el síntoma neurótico se muestra


como un fenómeno de articulación significante que produce sentido para el sujeto. En su
Psicopatología de la vida cotidiana, Freud relata una experiencia propia de olvido de
nombres y sustitución por un recuerdo falso:

…me empeñaba yo vanamente en recordar el nombre del maestro de cuya


mano proceden, en la catedral de Orvieto, los grandiosos frescos sobre las
«cosas últimas». En lugar del buscado —Signorelli— se me imponían otros dos
nombres de pintores —Botticelli y Boltraffio—, que enseguida y de manera
terminante mi juicio rechazaba por incorrectos. Cuando otra persona hubo de
comunicarme el nombre verdadero, lo discerní al punto y sin vacilar. La
indagación de los influjos y los caminos asociativos por los cuales la
reproducción se había desplazado de aquella manera —desde Signorelli hasta
Botticelli y Boltraffio—, me condujo a las siguientes conclusiones: 

a. La razón de que se me pasara de la memoria el nombre de Signorelli no


debe buscarse en una particularidad del nombre como tal, ni en un carácter
psicológico del nexo en que se insertaba. El nombre olvidado me era tan
familiar como uno de los nombres sustitutivos —Botticelli—, y muchísimo más
que el otro —Boltraffio—, de cuyo portador apenas sabía indicar otra cosa que
su pertenencia a la escuela de Milán. Y en cuanto al nexo dentro del cual
sucedió el olvido, me parece inocente y no produce un ulterior esclarecimiento:
viajaba yo en coche con un extraño desde Ragusa, en Dalmacia, hacia una
estación de Herzegovina; durante el viaje dimos en platicar sobre Italia, y yo
pregunté a mi compañero si ya había estado en Orvieto y contemplado allí los
famosos frescos de X. 

b. Este olvido de nombre solo se explica al recordar yo el tema inmediatamente


anterior de aquella plática, y se da a conocer como una perturbación del nuevo
tema que emergía por el precedente. Poco antes de preguntarle a mi
compañero de viaje si ya había estado en Orvieto, conversábamos acerca de
las costumbres de los turcos que viven en Bosnia y en Herzegovina. Yo le
había contado lo que me dijera un colega, que ejerció entre esa gente, y era
que suelen mostrar total confianza en el médico y total resignación ante el
destino. Cuando es forzoso anunciarles que el enfermo no tiene cura, ellos
responden: «Herr {señor}, no hay nada más que decir. ¡Yo sé que, si se lo
pudiera salvar, lo habrías salvado!». En estas frases ya se encuentran las
palabras y nombres: Bosnia, Herzegovina, Herr, que se pueden interpolar en
una serie asociativa entre Signorelli y Botticelli - Boltraffio. 

c. Supongo que la serie de pensamiento sobre las costumbres de los turcos en


Bosnia, etc., cobró la capacidad de perturbar un pensamiento siguiente porque
yo había sustraído mi atención de ella antes que concluyera. Lo recuerdo bien;
quería yo contar una segunda anécdota que en mi memoria descansaba
próxima a la primera. Estos turcos estiman el goce sexual por, sobre todo, y en
caso de achaques sexuales caen en un estado de desesperación que ofrece
un extraño contraste con su resignada actitud ante la proximidad de la muerte.
Uno de los pacientes de mi colega le había dicho cierta vez: «Sabes tú, Herr,
cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor». Yo sofoqué la
comunicación de ese rasgo característico por no querer tocar ese tema en
plática con un extraño. Pero hice algo más: desvié mi atención también de la
prosecución de estos pensamientos, que habrían podido anudárseme al tema
«muerte y sexualidad». Estaba por entonces bajo el continuado efecto de una
noticia que había recibido pocas semanas antes, durante una breve residencia
en Trafoi. Un paciente que me importaba mucho había puesto fin a su vida a
causa de una incurable perturbación sexual. Sé con precisión que en todo
aquel viaje a Herzegovina no acudió a mi recuerdo consciente ese triste
suceso, ni lo que con él se entramaba. Pero la coincidencia Trafoi - Boltraffio
me obliga a suponer que en aquel tiempo la reminiscencia de lo ocurrido con
mi paciente, no obstante, el deliberado desvío de mi atención, se procuró una
acción eficiente dentro de mí. 

d. Ya no puedo concebir el olvido del nombre de Signorelli como algo casual.


Debo admitir el influjo de un motivo en este proceso. Fueron unos motivos los
que me hicieron interrumpirme en la comunicación de mis pensamientos (sobre
las costumbres de los turcos, etc.) y, además, me influyeron para excluir que
devinieran conscientes en mi interior los pensamientos a ello anudados, que
habrían llevado hasta la noticia recibida en Trafoi. Por tanto, yo quise olvidar
algo, había reprimido algo. Es verdad que yo quería olvidar otra cosa que el
nombre del maestro de Orvieto; pero esto otro consiguió ponerse en conexión
asociativa con su nombre, de suerte que mi acto de voluntad erró la meta, y yo
olvidé lo uno contra mi voluntad cuando quería olvidar lo otro adrede. La
aversión a recordar se dirigía contra uno de los contenidos; la incapacidad para
hacerlo surgió en el otro. El caso sería más simple, evidentemente, si la
aversión e incapacidad de recordar hubieran recaído sobre un mismo
contenido. Y, por su parte, los nombres sustitutivos ya no me parecen tan
enteramente injustificados como antes del esclarecimiento; me remiten (al
modo de un compromiso) tanto a lo que yo quería olvidar como a lo que quería
recordar y me enseñan que mi propósito de olvidar algo ni se logró del todo ni
fracasó por completo. 

e. Asaz llamativa es la índole del enlace que se estableció entre el nombre


buscado y el tema reprimido (el tema de «muerte y sexualidad», dentro del cual
intervienen los nombres Bosnia, Herzegovina, Trafoi). El esquema que ahora
intercalo [figura 1], trayéndolo del ensayo de 1898, procura figurar gráficamente
ese enlace. (Freud, 1992, p. 10-12).

Figura 2: Esquema

Fuente: Freud, 1992, p. 12.


Es posible decir que el análisis que Freud aplica al síntoma —en este caso el olvido de
nombres— se desarrolla al modo de un análisis lingüístico. En primer lugar, se toma cada
elemento como un significante, es decir, como una unidad mínima de análisis estructural
que solo tiene obtiene valor dentro de un sistema de diferencias: ‘Signorelli’ es un
significante, pero también lo es la partícula ‘Signor’, que se encuentra sustituyendo a ‘Herr’
y a ‘Her-zegovina’; lo mismo ocurre con el caso de ‘Boticelli’, que sustituye al significante
‘Bo-snia’ y a ‘Bo-ltraffio’. En segundo lugar, la asociación libre a la que se somete Freud
produce los elementos que serán ordenados en la estructura bajo una lógica de
asociaciones, sustituciones y desplazamientos sintácticos. Si bien Freud no recurre a la
lingüística para fundamentar la conformación de su aparato psíquico, a su vez postula que
la memoria registra sus elementos bajo diferentes tipos de signo (Zeichen) que en su
forma más básica se encuentran asociados por simultaneidad, tal como afirma en su Carta
52 a Wilhelm Fliess (Freud, 1996). 

Referencias

Benveniste, E. (1997). Problemas de lingüística general (tomo 1). MX: Siglo 21.

Freud, S. (1992). Obras completas (vol. VI). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1996). Obras completas (tomo 1). Buenos Aires, AR: Biblioteca Nueva. 

Lacan, J. (2008). Escritos 1. Buenos Aires, AR: Siglo 21. 

Miller, J. A. (2011). Recorrido de Lacan. Ocho conferencias. Buenos Aires, AR: Manantial.

Saussure, F. (2007). Curso de lingüística general (2 tomos). Buenos Aires, AR: Losada.

IntroducciónBloque 1Bloque 2Referencias

Constitución del sujeto


Introducción

La recepción del estructuralismo lingüístico por parte de Lacan tiene la particularidad de incluir un sujeto
de la estructura, ausente en los fundamentos iniciales de la teoría saussureana y sus continuadores. El
concepto de sujeto formulado por Lacan es el reverso del sujeto de conocimiento cartesiano; al
producirse en lo inconsciente, aparece privado de reflexividad, conciencia y certeza sobre la realidad.
“Un significante es lo que representa al sujeto para otro significante” (Lacan, 2011, p. 779) es la
definición que determina su lugar en el intervalo, entre dos significantes que no pueden obturar su
sentido, pero que a la vez lo ligan al lenguaje y la cultura. A continuación, se presentarán algunos puntos
centrales del desarrollo teórico del concepto, en primer lugar, a partir de la diferenciación con el yo
freudiano y luego respecto del lugar del Otro como tesoro del significante. 

1. Constitución del sujeto

En 1949, Lacan comienza a diferenciar su noción de sujeto de la concepción freudiana del yo a partir de
la distinción entre el yo [moi] y el yo [je]. Mientras que el primero designa la instancia narcisista,
defensiva y alienante, el segundo indica un lugar de designación del sujeto del inconsciente,
diferenciado del anterior. 

A partir de la tesis del inconsciente estructurado como un lenguaje, en Lacan surge la tarea de asignar
un sujeto a la nueva lectura estructural. Para esto recurre a Roman Jakobson y a la función del shifter,
que produce una designación del lugar del sujeto sin agregar significado, ya que el significante que lo
designaría se encuentra ausente (Lacan, 2011). El yo [je] del shifter tiene para Lacan una
performatividad diferente a partir de su función vocativa, es decir, en la medida en que remite a un
destinatario, pero no a un sujeto. En este sentido, el mensaje siempre vuelve del otro en forma invertida,
ya que en el acto de hablar el sujeto del inconsciente no sabe a quién se dirige. Esta forma de
comprender al sujeto se da a partir de la relación del hombre con el lenguaje en tanto código, a partir de
la demanda como modo de vínculo con el Otro. Es decir, en tanto el sujeto es producido por el
significante, su relación con el Otro va a ser la de la falta. 

En 1959, al final del seminario El deseo y su interpretación, Lacan advierte la necesidad de establecer
un nuevo estatuto de sujeto. Lacan privará al sujeto de saber, identidad, conciencia y reflexividad, al
enlazarlo de manera indisociable con el significante. En este caso, el estatuto del conocimiento y del
sujeto de conocimiento se definen por la pregunta del psicoanálisis hacia este sujeto, en la medida en
que “…como analistas, pensamos que todo saber se eleva sobre un fondo de ignorancia” (Lacan, 2008)

Lacan comienza postulando, desde 1953 hasta 1959, un sujeto entre lo imaginario y lo simbólico, que
otorga sentido a través del significante a aquello que aparece en la dualidad especular; en este sentido,
la terceridad del símbolo le permitirá salir de la fascinación y la ilusión de completud provocada por la
imagen. En clave edípica, esto implica salir de la relación simbiótica de identificación con el deseo de la
madre para realizar una operación metafórica que sustituye ese deseo primordial por una ley que
sanciona el ingreso a la cultura: la metáfora paterna. 

El pasaje se realiza cuando se postula un sujeto que se ubica entre dos significantes. Su origen se
puede comenzar a reconstruir a partir de su relación con la demanda del Otro; es decir, cuando la
satisfacción de la pulsión es articulada en un vínculo mediado por el lenguaje, no hay significante que
cierre la serie. Antes, el sujeto podía simbolizar lo imaginario, ahora este debe enfrentarse a su deseo,
que se le presenta a través del Otro: 

Al contrario, fundamentalmente él se desconoce. Y en la medida en que él intenta abordar


esta cadena [significante], que él intenta nombrarse ahí, retomarse, es precisamente ahí que
no se encuentra. Él no está ahí, sino en los intervalos, en los cortes… cada vez que quiere
tomarse, él no está más que en el intervalo. […] Se los he dicho, es como corte y como
intervalo que el sujeto se encuentra en el punto último de su interrogación. (Lacan, s/f, p.
276).

Entre 1960 y 1961, para Lacan un sujeto solo podrá definirse en referencia a otro sujeto, pero lo
intersubjetivo no será un problema central del psicoanálisis. Cuando el sujeto habla, se hace a sí mismo
—agente y paciente— significante; más precisamente, ese significante representa un significante que
falta. “Una forma gramatical vacía ‘yo’ [je] acoge esa falta instaurada en la batería cuando se vuelve
cadena, esa falta de significante esencial de la metonimia significante que se llama: sujeto.” (Le Gaufey,
2010, p. 45). El vínculo entre un sujeto y otro, debido a esta presencia del sujeto como representante de
un significante que falta, ya no podrá ser para Lacan llamado intersubjetividad.

La noción de sujeto solo tiene sentido en una articulación completa de los tres registros postulados por
el Lacan (imaginario-simbólico-real), que indica una radical imposibilidad del sistema significante
respecto de su propia eficacia, un límite inherente al mismo orden de las significaciones. Es decir, no es
posible hablar del sujeto en Lacan dentro de los parámetros de un lenguaje que se plantea como
potencialmente suficiente: “Este corte de la cadena significante es el único que verifica la estructura del
sujeto como discontinuidad en lo real” (Lacan, 2011, p. 762).

2. El sujeto y el Otro

El sujeto del inconsciente surge de la estructura del significante como un efecto de la articulación de sus
elementos. Este se encuentra, respecto del Otro que representa al lenguaje y a la ley, interpelado por
una pregunta sobre su lugar en el mundo (¿Che vuoi?: ¿Quién habla?), donde se pone en juego su
relación con los otros, las instituciones y sus propios procesos —nunca acabados— de identificación.
Ningún significante puede ligar completamente al sujeto con el sentido de su ser; por esto, en la
neurosis, el síntoma se produce en relación a este interrogante siempre abierto sobre su deseo, que
proviene de Otro incompleto, donde el sujeto cree poder encontrar respuestas. El psicoanalista y filósofo
Slavoj Žižek ilustra esta condición a partir de la película de Alfred Hitchcock North by northwest:

Para despistar a los agentes rusos, la CIA inventa un agente inexistente llamado George
Kaplan. Se le reservan habitaciones en los hoteles, se hacen llamadas telefónicas en su
nombre, se adquieren boletos de avión, etcétera; todo para convencer a los agentes rusos de
que Kaplan en realidad existe, cuando es solo un hueco, un nombre sin portador. Al
comienzo de la película, el protagonista, un norteamericano común llamado Roger O.
Thornhill, está en el vestíbulo de un hotel y es observado por los rusos porque se supone que
el misterioso Kaplan está alojado allí. Un empleado del hotel entra en la sala diciendo: "Una
llamada para el señor Kaplan. ¿Se encuentra el señor Kaplan?" Exactamente en el mismo
momento, por pura coincidencia, Thornhill hace una seña al empleado porque quiere enviar
un telegrama a su madre. Los rusos que están supervisando lo que sucede lo confunden con
Kaplan. Cuando el norteamericano quiere salir del hotel, lo raptan y lo llevan a una casa
aislada y le piden que les cuente todo acerca de su trabajo de espionaje. Thornhill no sabe
nada, por supuesto, pero su declaración de inocencia es interpretada como un doble juego.

¿En qué consiste —podríamos preguntarnos— la naturaleza psicológicamente convincente


de esta escena basada, a pesar de todo, en una coincidencia casi increíble? La situación de
Thornhill corresponde a una situación fundamental del ser humano como ser-de-Ienguaje
(parletre, para usar la escritura condensada de Lacan). El sujeto está siempre ligado,
prendido, a un significante que lo representa para el otro, y mediante esta fijación carga un
mandato simbólico, se le da un lugar en la red intersubjetiva de las relaciones simbólicas. El
asunto es que este mandato es, en definitiva, siempre arbitrario: puesto que su naturaleza es
performativa, no se puede explicar con referencia a las propiedades y capacidades "reales"
del sujeto. Así pues, cargado con este mandato. El sujeto se enfrenta automáticamente a un
cierto "Che vuoi?", a una pregunta del Otro. El Otro se dirige a él como si él poseyera la
respuesta a la pregunta de por qué tiene este mandato, pero la pregunta no tiene, claro está,
respuesta. El sujeto no sabe por qué está ocupando este lugar en la red simbólica. (Žižek,
2009, p. 155-156).

Figura 1: Célula elemental del grafo

Fuente: [Imagen sin título sobre célula elemental del grafo]. (2018). Recuperada de http://herramientaspsi.blogspot.com/2018/03/necesidad-deseo-y-

demanda-en-el-grafo.html#:~:text=Esto%20es%20la%20c%C3%A9lula%20elemental,de%20deseo%20en%20el%20fantasma. 

En la célula elemental del grafo del deseo, se muestra cómo el entrecruzamiento de las dos cadenas
significantes que lo componen arroja como resultado al sujeto dividido del inconsciente. El
atravesamiento del vector S-S’ por el vector Δ- realiza la operación de punto de capitón, en donde el
significado es fijado a partir del Otro: s (A). Si se parte desde el punto delta (Δ), el primer punto de cruce
es el tesoro del significante, el código (A) que, luego de la puntuación realizada por el punto de capitón,
produce un sujeto.

Figura 2: Grafo II

Fuente: Žižek, 2009, p. 154.

Esta segunda forma del grafo despliega la pregunta que el Otro le realiza al sujeto (Che vuoi?, ¿quién
habla?), que concierne fundamentalmente a su deseo (d) y que será abordada desde la realidad
fantasmática del sujeto. Al abrir el segundo nivel del grafo, ya no se parte en su recorrido de un punto
mítico (Δ), sino de la condición de sujeto, que se verá interpelado por el Otro a dar cuenta de su lugar en
la red simbólica de los significantes. 

Referencias

[Imagen sin título sobre célula elemental del grafo]. (2018). Recuperada de
http://herramientaspsi.blogspot.com/2018/03/necesidad-deseo-y-demanda-en-el-
grafo.html#:~:text=Esto%20es%20la%20c%C3%A9lula%20elemental,de%20deseo%20en%20el%20fantasma.

Lacan, J. (2011) Escritos 1 y 2. Buenos Aires, AR: Paidós.

Lacan, J. (s/f). Seminario 6: El deseo y su interpretación, 1959-1959.  Recuperado de


http://www.bibliopsi.org/docs/lacan/Seminario-6-El-Deseo-y-su-Interpretacion-Edicion-C-ritica.pdf

Le Gaufey, G. (2013). El sujeto según Lacan. Buenos Aires, AR: El Cuenco de Plata

Žižek, S. (2009). El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires, AR: Siglo 21.

IntroducciónBloque 1Bloque 2Referencias

Revisión del complejo de


Edipo/castración
Introducción

A continuación, se presentarán los fundamentos del análisis estructural del Edipo y el complejo
de castración por parte de Jacques Lacan. En este se intenta formalizar, a partir de la teoría del
lenguaje heredada de Ferdinand de Saussure, los elementos postulados por Freud dentro de
una lectura ambiental de los complejos vinculares centrales en la conformación de las neurosis.
Para esto, será fundamental poder definir las funciones simbólicas en juego, las distintas
inscripciones de los elementos significantes presentes y la validez antropológica de los
conceptos en relación con las formas de parentesco. Finalmente, se tomarán algunos
fragmentos del caso de Bernia y Rodríguez (2007), para interpretar el fenómeno clínico a partir
de este marco conceptual.

1. Revisión del complejo de Edipo/castración

A partir de 1950, Jacques Lacan realiza una lectura estructural de dos de los conceptos más
importantes de la teoría psicoanalítica: complejo de Edipo y complejo de castración. El Edipo
es considerado por Freud el complejo nuclear de las neurosis, al punto que toda estructura
psicopatológica puede rastrearse hacia una disfunción en este. Desde un punto de vista
ambiental, reconstruido por Freud a partir de los síntomas y fantasías de la neurosis, refiere al
lazo libidinal, amoroso y hostil, que el sujeto manifiesta hacia sus padres. En síntesis, se centra
en dos sucesos ocurridos dentro de la estructura de parentesco, el incesto y el parricidio.

La teoría del significante permite a Lacan hacer un análisis formal y de mayor rigor del Edipo y
la castración, alejado de la lectura ambientalista y evolutiva de Freud. Para Lacan, el Edipo se
comprende como una estructura tríadica que pone en juego cuatro funciones significantes:
madre, hijo, padre y falo. Estas no hacen referencia a roles ligados a una condición de género
o a un lazo sanguíneo, sino a funciones simbólicas presentes en el tesoro significante de la
cultura, que trascienden la particularidad temporal del sujeto y se encuentran disponibles para
ser ocupadas por diversos actores. Con esto queremos decir que por “madre” designaremos un
conjunto de características vinculares que expresan un modo cultural de ligar el deseo; el
deseo de hijo, la investidura libidinal del cuerpo, la fundación de la pulsión a través de la
demanda, expresan la presencia del Otro que dona sentido al niño. A su vez, Lacan introduce
el falo como significante de la falta y cifrado del goce, que puede inscribirse en los tres
registros. 

Para escribir el falo, se utiliza la siguiente notación (Lacan, 2011; Eidelsztein, 2005): 

- ϕ: Falo en lo imaginario (letra Fi minúscula del alfabeto griego). Designa la falta en la imagen.
Puede aparecer sin el signo de sustracción adelante. 

- 1: Falo en lo simbólico. Indica la regla lógica que postula como condición necesaria de la
estructura “la falta de al menos un significante”.

φ: Función fálica o falo en lo real (letra Fi mayúscula del alfabeto griego). Lacan cambia el uso
de este matema a lo largo de su enseñanza, puede representar al falo simbólico en
determinados contextos.

Desde una lectura estructural y sincrónica, no es posible comprender los momentos del Edipo
dentro de un marco temporal definido (de los 3 a los 6 años, como establecía Freud), sino que
su desenvolvimiento se realiza en tres tiempos lógicos. En este sentido, no hay una evolución
cronológica de los cambios, sino configuraciones de los significantes que necesariamente
hacen posible la operación del tiempo siguiente. Estas pueden actualizarse en cualquier
momento de la vida del sujeto, dependiendo de su posicionamiento respecto del Otro. Bajo
este nuevo marco de interpretación, pierden sentido las discusiones sobre el ‘cuándo’ que
forzaron a los psicoanalistas, desde Freud a Klein, a ubicar el fenómeno en un momento
‘normal’ o ‘esperable’, que necesariamente obliga a suponer momentos ‘anormales’ o
‘patológicos’ ligados únicamente a la variable del tiempo lineal. 

La operación que articula Edipo y castración es una operación metafórica en donde el padre,
en cuanto símbolo o significante, sustituye a la madre. Se trata, en este sentido, del modo en
que el sujeto pasa de la relación dual imaginaria con el otro a la terceridad simbólica en donde
se inscribe la ley paterna, representada por el significante nombre del padre.

El primer tiempo lógico comprende a los significantes, madre, hijo y falo imaginario. El padre,
en este momento, se encuentra ‘velado’, es decir, ubicado en un segundo plano por la relación
imaginaria dual en la que se encuentran el niño y su madre. 

Digo que hay una relación entre este ternario simbólico y lo que planteamos aquí el
año pasado bajo la forma del ternario imaginario para presentarles la relación del
niño a la madre, en tanto que el niño depende del deseo de la madre, de la primera
simbolización de la madre y de ninguna otra cosa. Mediante esta simbolización, el
niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura
y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un
nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a
la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del
niño, el de él, este ser es esencial. ¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente
de la apetición de sus cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la
madre, sino de la apetición de su deseo. (Lacan, 2003, p. 187-188).

Figura 1: Triángulo imaginario del Edipo

Fuente: Vega, 2015, https://www.bibliopsi.org/docs/carreras/obligatorias/CFG/12adolescencia/moreira/complejo_edipo.pdf 

Este tiempo es el del idilio narcisista de la madre y el niño, donde cada uno se identifica en lo
imaginario con el deseo del otro: la madre es el falo para el niño, el niño es el falo para la
madre. Predomina la ley materna del deseo, donde cada uno intenta colmar la falta del otro.

El segundo tiempo es el de la aparición del padre imaginario, que se introduce en el vínculo


madre-niño como un ‘padre terrible’, es decir, identificándose en lo imaginario con el falo y
privando a la madre y al niño de consumar la relación incestuosa. Es importante destacar que
el padre no puede imponer la privación si no es deseado por la madre, que lo reconoce como
objeto fálico de su deseo. En este momento, el niño registra los límites de su cuerpo que no
alcanza para colmar el deseo materno.

El tercer tiempo da lugar a la metáfora paterna, operación simbólica donde el significante deseo
de la madre es sustituido por el significante nombre del padre. El padre aparece como portador
de la ley, que opera una interdicción sobre el incesto. Aquí la identificación con el falo se
inscribe en lo simbólico, ya que el padre tiene el falo y no se confunde con él en el plano del
ser, pudiendo donarlo, como potencia de goce, al niño para ser utilizado por fuera de la
relación endogámica y ahorrándole la imposible tarea de colmar el deseo materno. La metáfora
paterna realiza una inscripción simbólica de la ley de la cultura y establece el ideal del yo y la
conciencia moral en la identificación con el padre. La castración se define, en este contexto,
como el registro de la falta del objeto que estructuralmente ya estaba presente en el sujeto. ​​
Figura 2: Operación de la metáfora paterna

Fuente: Lacan, 2011, p. 533.

2. Articulación clínica

Tomaremos el caso de neurosis obsesiva presentado por Bernia y Rodríguez (2007) para
señalar algunos puntos de análisis clínico. Podemos comenzar con el siguiente fragmento:

El paciente vive con una hermana 8 años menor, padres y sobrino. Sobre sus
padres refiere "Nunca me han ayudado" y agrega "odio a mi hermana porque no es
inteligente" refiriendo que no soporta a la gente poco inteligente. Su padre "isleño",
un hombre mujeriego que "nunca se ha ocupado de mí". "Él tiene su historia... mi
abuelo lo echó de la casa cuando tenía 13 años" y su madre siempre "plegada a él".

Refiere un recuerdo infantil "mi padre me hizo algo terrible". Me regaló un juego de
ajedrez, me enseñó a jugar y cuando le pedía que jugara conmigo me decía que no,
"al directo". (https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).

Podemos aislar en este relato la configuración edípica, donde el padre aparece como una
figura terrible que opaca al deseo materno. El recuerdo del regalo del juego de ajedrez puede
interpretarse como un acto de donación fálica de goce, capacidad y potencia. En este sentido,
la negativa del padre a jugar con el paciente da cuenta de la imposibilidad de identificación
simbólica con este, que aparece como una figura que no puede donar el atributo fálico, ya que
se manifiesta en lo imaginario como aquel que es el falo: un hombre mujeriego con un total
dominio sobre su madre. En lo sintomático, esta forma de inscripción de la ley se manifiesta
como una reactualización —repetición compulsiva— de la escena de castración, donde
diferentes figuras representan la ley en su aspecto más sádico y prohibitivo:

"Me pongo rojo... aunque no haya hecho nada".

"Llego a casa de un amigo, su mujer está embarazada, pero tiene una bata de casa... El
marido le pide que vaya a cambiarse de ropa, yo soy incapaz de mirarla con malas
intenciones".

"Mi jefe me pide cuentas y yo me pongo rojo” (el lleva los papeles de la contabilidad) El
administrador confía en mí, pero él puede pensar que yo estoy por la libre..." Vuelve a
comentar "Bueno, en realidad él dice que confía en mí, pero no debe confiar mucho…".
(Bernia y Rodríguez, 2007 https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).

IntroducciónBloque 1Bloque 2Video conceptualReferenciasRevisión

Síntoma y fantasma

Introducción

La importancia de las categorías de síntoma y fantasma reside en el


ordenamiento que operan sobre la clínica psicoanalítica. El sujeto ingresa al
análisis presentando su síntoma, pero lo finaliza solo en el atravesamiento de su
fantasma, que es la condición de posibilidad de toda producción sintomática en la
neurosis. A continuación, se desarrollará el concepto de fantasma en la neurosis
para luego ubicar su lugar, junto con el síntoma, en el grafo del deseo.
Finalmente, se realizará una lectura del caso presentado por Bernia y Rodríguez
(2007) a partir de estos dos conceptos. Este análisis permitirá discernir los
tiempos lógicos del proceso analítico que busca articular un pasaje del síntoma al
fantasma.

1. Síntoma y fantasma

El concepto de fantasma busca extraer la lógica que subyace a la fantasía


freudiana, toma como eje dos nociones centrales de la teoría lacaniana: por un
lado, el sujeto del inconsciente atravesado por la falta y, por otro, el objeto petit a,
causa de deseo. 

En primer lugar, el fantasma tiene la función de sostener una consistencia


narrativa, cierta producción de imágenes, personajes y lugares que se organizan
en una escena inconsciente de la que el sujeto es, en principio, un espectador.
Este es su aspecto imaginario, que se organiza al modo literario de una novela
para el neurótico (Miller, 2018).

En la clínica, el fantasma es un obstáculo a la experiencia analítica y se manifiesta


como resistencia a la cura. Contiene, en este sentido, el lugar de lo real que se
resiste a la interpretación, presente a través del objeto petit a. A diferencia del
síntoma, el fantasma se caracteriza por su inercia, cierta monotonía repetitiva que
revela su modo de goce. Ante la inercia del fantasma, el sujeto se encuentra
fundamentalmente alienado a la escena imaginaria en la que se encuentra inserto
y que sostiene su deseo. 

Pero el deseo no es otra cosa que la imposibilidad de esa palabra, que


al responder a la primera no puede sino redoblar su marca
consumando esa escisión (Spaltung) que el sujeto sufre por no ser
sujeto sino en cuanto que habla.

(Lo cual está simbolizado por la barra oblicua de noble bastardía con
que afectamos la S del sujeto para señalar que es ese sujeto). (Lacan,
2011: 604).

Como sostén del deseo, el fantasma busca mantener al goce en el principio del
placer, petrificarlo en la repetición. A su vez, en su carácter de montaje, determina
el modo de responder a la falta en el Otro, al hecho de que no hay ningún
significante en la estructura que pueda cifrar definitivamente la pregunta del sujeto
por su lugar en el mundo y frente a los otros. Funciona como un velo que impide
el enfrentamiento inmediato con lo insoportable de lo real, con la incompletud del
tesoro de los significantes. 

El modo de gozar del sujeto aparece articulado a partir de los términos que
componen la fórmula del fantasma:

Figura 1: Fórmula del fantasma

Fuente: elaboración propia con base en Lacan 2011.


El articulador lógico que media entre los términos de la fórmula indica la relación,
siempre mediata, que el fantasma permite sostener entre el sujeto y el objeto en lo
real. Si esta mediación estuviera ausente, lo excesivo del goce, sin articulación
posible con el significante, llevaría al sujeto más allá del principio del placer
(Lacan, 2010).

Esta relación entre la falta del Otro, el goce y el fantasma aparece figurada en el
piso superior del grafo del deseo:

Figura 2: Grafo del deseo

Fuente: Lacan, 2010, p. 12.

Debajo del fantasma se encuentra el matema del síntoma - s (A) - que se lee
“significado del Otro”. Es la respuesta que el fantasma permite articular frente a la
falta del Otro, una asignación de sentido que intenta suturar, de un modo siempre
fallido, lo real del goce; se puede decir, en este sentido, que no hay síntoma sin
fantasma. Si el fantasma se caracteriza por su inercia, el síntoma lo hace por su
insistencia, por su llamado a ser interpretado.

El fantasma no suscita la demanda. El fantasma en el sujeto suscita su


propio asombro. Incluso el sujeto se siente extraño especialmente en
relación a su fantasma. No se siente totalmente extraño a partir de su
síntoma porque hace nacer de él una demanda al Otro y esa demanda
nos humaniza. Por el contrario, a nivel del fantasma el sujeto es más
susceptible de sentirse inhumano. Está persuadido de que, si se
tuviera verdaderamente una idea de su fantasma, solo merecería el
estatuto de desecho. (Miller, 2018, p. 99).

2. Articulación clínica

Retomamos el caso presentado por Bernia y Rodríguez (2007) para realizar una
lectura clínica de síntoma y fantasma. En primer lugar, el síntoma aparece como
la emergencia repetitiva de la culpa y el auto reproche, visible en los siguientes
fragmentos:

"Me pongo rojo... aunque no haya hecho nada". “Cuando entro a


un lugar me miran...".
(Bernia y Rodríguez, 2007,
https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm). 
Reconoce que la palabra pérdida le afecta, no está satisfecho
consigo mismo, "no me acepto a mí mismo". 

“Todos decían que yo era muy inteligente y llegaría a la


universidad (algunas amistades y no recuerda bien si algún
profesor) y no llegué”.

“He perdido oportunidades, tiempo y vida... Lo pensé seriamente


a los 18 años porque comencé a practicar esgrima y alguien me
dijo: eres muy viejo para el entrenamiento".

Se queja de avanzar poco, de perder el tiempo y por lo tanto se


define como un perdedor.

A partir de la delimitación del síntoma, la asociación libre buscará que el sujeto


produzca la escena fantasmática en la situación transferencial. Como se destacó
anteriormente, mientras que el síntoma demanda interpretación, asignación de
sentido por parte del analista, el fantasma es abordado por la vía de la producción
del significante amo. Esto implica que el sujeto pueda poner en juego el
significante que sutura el sentido de su síntoma, aquel que lo ubica dentro de la
novela de su fantasma. En el caso abordado, este significante es el de “pez pega”,
que el paciente usa para auto identificarse:

"Hay mucha tensión en el trabajo, anuncio de inspecciones, al


administrador seguro lo echan. Y a mí con él —yo trabajo con él—.
Soy como el pez pega".

Tiene una propuesta de trabajo como segundo administrador o jefe de


almacén en otro lugar y tiene dudas de aceptar "en ese giro el 95 % de
las personas son extrovertidas. Me van a sudar las manos, los
dirigentes tienen que transmitir seguridad...”. "Es preferible ser pez
pega". (Bernia y Rodríguez, 2007,
https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).

Desde esta posición de sujeto es articulado el deseo y el lugar del Otro, al que el
sujeto se adhiere para velar su falta. Esto le permite tener las cosas bajo control y
participar de un modo de goce de manera activa:

En una de las consultas dice "Hice una de las mías", pensé en algo en
mi casa y después lo llevé a cabo, me pasó... ". Parece ser una
fantasía. "Mi jefe me pide cuentas y yo me pongo rojo” (él lleva los
papeles de la contabilidad). El administrador confía en mí, pero él
puede pensar que yo estoy por la libre...". Vuelve a comentar "Bueno,
en realidad él dice que confía en mí, pero no debe confiar mucho…".

Pongo límites y le comunico al paciente que él confunde las cosas y se


contradice.

Al siguiente día actúa su fantasía: "El jefe le pide unos papeles, él se


pone rojo y hace como si fuera a recoger algo del piso para que el jefe
piense que se puso rojo por el esfuerzo de inclinarse".

Le señalo que es importante como él dice "hice de las mías" porque


eso habla de su participación activa en lo que hace, por el goce que
implica. Me pregunta si eso es placer y le contesto que se siente como
algo mortificante, pero en su caso consistió en poner en escena lo que
fantaseó con anterioridad. En este preciso momento recuerda una
escena infantil, "que olvidé contarle". Tenía 8 años y le propone a una
niña desvestirse y que lo toque. Son sorprendidos por la madre de esta
niña quien le pega mucho a la hija. Él se esconde, pero a él no le
pegan, lo cual refiere, era habitual por parte de sus padres. "Me dio
tanta vergüenza que me puse muy retraído y dije a veces que las
mujeres no me gustaban". (Bernia y Rodríguez, 2007,
https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).

El recuerdo de la escena infantil reproduce los elementos mínimos del fantasma


del sujeto, que recuerdan a la frase “Pegan a un niño” de Freud (1992), en donde
el lugar central es ocupado por la fantasía de flagelación. La posición ante el Otro
de la ley, luego del acto sexual, es la de la renuncia al propio deseo, motivado por
la culpa de haber causado, en su fantasía, el castigo de la niña; el castigo se
invierte y cae sobre el sujeto, que cifra su goce a partir de la repetición de la
escena a lo largo del relato clínico.

Video conceptual


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Referencias

Bernia, M. y Rodríguez, M. (2007). Problemas contemporáneos en la clínica de


las neurosis. Recuperado de
https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm 

Freud, S. (1992). Obras completas (vol. XVII). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Lacan, J. (2010). El seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires, AR: Paidós.

Lacan, J. (2011). Escritos 1 y 2. Buenos Aires, AR: Paidós.

Miller, J. A. (2018). Del síntoma al fantasma. Y retorno. Buenos Aires, AR:


Paidós.

Revisión del módulo

Hasta acá aprendimos

☰ El inconsciente estructurado como un lenguaje


En esta lectura, reconstruimos los fundamentos del inconsciente a partir de la
recepción que Lacan realiza de la teoría estructural del lenguaje. Ferdinand de
Saussure sienta las bases de una lingüística sincrónica del signo de la que
derivará, luego, la teoría del significante. 
☰ Constitución del sujeto
La tesis del inconsciente estructurado como un lenguaje incluye, a diferencia del
estructuralismo clásico, a un sujeto del inconsciente que se diferencia
fundamentalmente del yo freudiano y del sujeto cartesiano de conocimiento. 
☰ Revisión del complejo de Edipo/castración
Los conceptos de complejo de Edipo y complejo de castración, claves en la teoría
psicoanalítica, son revisados de manera crítica por Lacan desde las bases de su
teoría estructural del significante.

☰ Síntoma y fantasma
Síntoma y fantasma son dos categorías que orientan la práctica analítica y dan
cuenta del posicionamiento del sujeto frente al objeto que causa su deseo y su
modo de significar la falta en el Otro.
IntroducciónBloque 1Bloque 2Referencias

El yo temprano

Introducción

Melanie Klein fue continuadora de Freud. A través de su trabajo clínico y observación de


niños, campo donde fue pionera, amplió el campo del conocimiento abierto por Freud
haciendo importantes aportes y nuevas formulaciones respecto al desarrollo psíquico
temprano, tanto que algunos de sus conceptos pueden verse como una continuación de la
obra de Freud y en algunos casos como nuevas formulaciones que parecen superar o
refutar la obra de su creador. A partir de estos aportes funda la Escuela Inglesa del
Psicoanálisis.

El concepto de yo temprano que vamos a desarrollar es una muestra de ello, como otros
centrales de su obra tales como complejo de Edipo temprano, mundo interno, superyó
temprano que a lo largo del módulo nos vamos a ocupar.

Figura 1: Melanie Klein

Fuente: [imagen sin título sobre Melanie Klein ], s. f., https://bit.ly/3v747Nt 

1. El yo y las primeras experiencias emocionales

Klein no empleó el término “yo” con el mismo modelo estructural que usa Freud al referirse
al ello, yo, superyó, más bien se refiere a las experiencias del sujeto, las fantasías sobre sí
mismo, por ello en ocasiones lo denomina self.

La obra de Melanie Klein y sus colaboradoras más cercanas (Joan Riviere, Susan Isaacs,
Paula Heimann) contiene una teoría acerca del desarrollo psíquico temprano y formula
que el bebé tiene una intensa vida emocional desde el comienzo de la vida. Base sobre la
que se sientan los autores poskleinianos.

La autora hace hincapié en la cualidad de los vínculos a partir de la construcción de


relaciones objetales y todas sus vicisitudes, es decir, cómo el bebé va relacionándose con
sus objetos de amor donde el crecimiento y evolución de la mente está dada por la calidad
de esas experiencias, donde no solo se juega lo real si no las vivencias internas y
fantaseadas.

Para Klein, a diferencia de lo que postuló Freud, hay suficiente yo al nacer. Al comienzo
de la vida es un yo rudimentario, frágil y desorganizado, pero con una función
fundamental, la de hacerle frente a la ansiedad y poner en marcha mecanismos de
defensa para defenderse de ella.

Las ansiedades que el bebé experimenta provienen de fuerzas internas como el instinto
de muerte que despierta temor a la aniquilación y persecución, pero también externas
como el trauma del nacimiento (ansiedad de separación) y la frustración de las
necesidades corporales como hambre, frío, etc.

Entre los factores constitucionales, ya descriptos por Freud, se encuentra en el bebé la


fuerza de las pulsiones amorosas y hostiles (de vida y muerte). El yo primitivo va a vivir en
una permanente oscilación entre experiencias amorosas, gratificantes y satisfactorias y las
experiencias angustiosas y aniquiladoras resultantes de las vivencias de frustración.

La cualidad de estas emociones (amor y odio) va a ir modelando la interacción con los


objetos de la realidad exterior pero también los que va construyendo por medio de la
fantasía en su mundo interno porque Klein le da enorme valor a la calidad de los objetos
internos que van a ir poblando lo que ella llamó mundo interno y es de los que se vale el
psiquismo para construir la noción de sí mismo.

De este modo, Klein entiende las pulsiones de vida y de muerte en permanente lucha,
manifestadas en los impulsos de amor y de odio que ponen en marcha y sostienen la
dinámica del conflicto psíquico y la angustia que “siente” el bebé (el yo). 

Para comenzar a comprender estos conceptos que fueron bastante revolucionarios para
su época vamos a pensarlos con un caso clínico. Para ello vamos a tomar algunos
aspectos del psicoanálisis de Rita, que fue de los primeros casos que le permitieron a
Klein constatar que la teoría psicoanalítica era posible en niños pequeños y a crear una
técnica para ello.

Caso Rita

Rita tenía de 2 años y 9 meses cuando Klein comenzó a tratarla, sufría de trastornos
neuróticos graves, presentaba inhibición en su juego, y oscilaba permanentemente entre
un comportamiento excesivamente bueno y amoroso y berrinches desenfrenados que sus
padres no podían manejar. Era caprichosa, tenía problemas con la alimentación y no tenía
apetito. Presentaba un ritual al acostarse claramente obsesivo que fue agravándose
progresivamente: había que arroparla ajustadamente con una manta a ella y a su muñeca
para ir a dormir, de lo contrario decía que un ratón iba a entrar por la ventana e iba a
arrancar su butzen (así llamaba a sus genitales) de un mordisco. A veces Rita pedía que
le colocaran un elefante de felpa al lado de la cama para impedir que la muñeca se
levantara de noche y fuera a la cama de los padres a hacerles daño.

Tenía fobia a los animales, síntoma que se desencadena a los 2 años con el nacimiento
de su hermanito.

Entre los datos significativos de su realidad familiar, la mamá era una mujer ansiosa con
una neurosis que la presentaba ambivalente frente a la niña, con una lactancia
insatisfactoria que duró varios meses. Rita había dormido hasta los 2 años en el cuarto de
sus padres, y había presenciado varias veces relaciones sexuales. Era una nena muy
apegada a su mamá, pero a los 15 meses empezó a tener preferencia con su papá,
subiéndose en su falda y pedirle a la madre que los dejara solos.

Este caso le permite teorizar a Klein sobre la intensidad y virulencia de las emociones de
los niños desde muy temprana edad, que no solo tienen relación con las características de
los padres reales (aunque había una influencia), si no cómo son vividos por la niña en su
fantasía.

Sus niveles de ansiedad, por demás primitiva, no le permitían establecer vínculos


espontáneos y satisfactorios, lo que le acarreaba grandes niveles de sufrimiento.

Durante las primeras sesiones Klein observa que esta ambivalencia extrema entre el amor
y el odio hacia sus padres era resultado de las pulsiones hostiles y amorosas que no
había podido integrar, y le generaba grandes montos de culpa.

2. La fantasía inconsciente y primaria

En su obra Klein amplió mucho el concepto freudiano de fantasía inconsciente y le dio


mayor importancia. Las fantasías inconscientes están siempre presentes y activas en
todas las personas. La naturaleza de las fantasías y su relación con la realidad externa
van a determinar el estado psíquico de un sujeto. 

Crear fantasías es una función del yo. Las fantasías van a ser representaciones que la
mente va a hacer entre las transacciones del mundo interno y la realidad exterior y que
tienen lugar en la realidad psíquica. Este yo establece permanentemente relaciones
objetales fantaseadas (internas) y reales (externas). Desde que nace el bebé tiene que
enfrentarse con el impacto de la realidad que en los comienzos no está preparado para
tolerar. Ahí es donde genera fantasía como una manera encontrar una satisfacción interna
pero también en un intento de defenderse de esta realidad.

Tengamos en cuenta que el yo no se defiende solo de la realidad externa generando


fantasías, también se defiende de la propia realidad interna que también genera ira,
frustración y es ahí donde el bebé fantasea ataques al pecho materno, por ejemplo.

Las experiencias tempranas influyen en la fantasía, pero a la vez esta influye en la


experiencia.

Veamos un ejemplo de esto, un bebé llora de hambre y cuando se le ofrece el pecho lo


rechaza, se aleja y no quiere mamar. ¿Qué pasó ahí? El bebé puede haber tenido la
fantasía de atacar y destruir el pecho al que siente como algo malo que lo va a atacar. De
esta manera, cuando el pecho aparezca para alimentarlo en su fantasía lo ha convertido
en algo terrorífico y perseguidor.

Por supuesto que la realidad también va a modificar las fantasías, aportando experiencias
reales, gratificantes o frustrantes. En el ejemplo del bebé, si tiene un objeto pecho (mamá,
mamadera) que sigue gratificándolo podrá ir transformando esa experiencia terrorífica en
una realidad más benévola que modifique esa vivencia interna.

​Si tomamos el caso Rita para comprender este concepto, podemos observar sus fantasías
inconscientes, - elaboración de su yo- de ataques y daño hacia sus padres, quizás por
celos, rivalidad edípica, que están proyectados en su muñeca. También en el elefante
deposita el rol de guardián frente a sus ataques fantaseados a sus padres. Es decir,
elabora representaciones internas para significar emociones hacia sus padres reales, pero
también los que construyó en su mente dándonos cuenta de sus fantasías.

Las primeras relaciones objetales

En esa primera función del yo, que es defenderse del peligro de aniquilación que deriva de
la pulsión de muerte- constitucional- es donde el yo temprano comienza a establecer
relaciones objetales. Es decir, para Klein, las primeras relaciones objetales que establece
este yo primitivo son el resultado de la necesidad de sacarse y de poner afuera de sí la
angustia. ¿Cómo lo hace? Usando dos mecanismos básicos: el de introyección y
proyección

Debido a los estados primitivos de este psiquismo el yo no está preparado para tolerar la
realidad, por ello la mente funciona bajo el principio de omnipotencia convencido de que
puede manejar los objetos, alucinándolos, haciéndolos desaparecer, etc. Para ello apela a
un mecanismo defensivo al que Klein da gran valor, el mecanismo de escisión.

El yo escinde los objetos –en la fantasía por supuesto- atribuyendo valores de bondad o
maldad según lo frustre o lo gratifique. Y así se van construyendo las primeras relaciones
objetales, las primeras representaciones del mundo exterior y paralelamente de la realidad
interna. Y lo hace sobre su primer objeto de interés: el pecho materno.

Pero aún hay más por comprender en esta cuestión.

El yo se escinde y proyecta fuera su parte que contiene el instinto de muerte,


poniéndola en el objeto externo original: el pecho. De esta manera, el pecho-al
que se siente conteniendo gran parte del instinto de muerte- llega a
experienciarse como malo y amenazador para el yo, dando origen un
sentimiento de persecución. De este modo, el miedo original al instinto de
muerte se transforma en miedo a un perseguidor. (Segal, 1987, p. 30)
De este objeto perseguidor, inicialmente externo, pero que será inmediatamente
introyectado, el yo siente que tiene que defenderse, porque le provoca ansiedad, en este
momento, de tipo persecutoria. Usará, en esa tarea, componentes agresivos que para
Melanie Klein derivan o se transforman de las pulsionales tanáticas no proyectadas en el
objeto exterior. 

​Al mismo tiempo y del mismo modo, las pulsiones libidinales y amorosas buscan
satisfacerse a través del empuje hacia un objeto que las satisfaga y le ayude al yo
conservar la vida. Así las cosas, este primer objeto con el que se relaciona el bebé, que es
el pecho de la madre, sufre en el psiquismo del lactante un proceso particular de
disociación: pecho bueno y pecho malo, como producto del conflicto entre el amor y el
odio. Es de este modo que la relación del yo del bebé es con un objeto parcial, o bueno o
malo, según las pulsiones oral-libidinales u oral-destructivas que en ese momento están
imperando. Por este motivo decimos que en Klein las ansiedades y la angustia van a
cumplir un rol fundamental en la construcción del yo y, por ende, de su contacto y
construcción con la realidad, interna (mundo interno) y externa.

El mundo interno

El concepto de mundo interno que plantea la autora es de sus aportes más significativos e
implica una participación activa del bebé en la construcción de su mente. En el interjuego
de las proyecciones e introyecciones tempranas se va construyendo un mundo interno
constituido por objetos internos que van construyendo relaciones entre sí y con el self.

A pesar de que Melanie Klein les da mucho valor a los factores constitucionales en el
psiquismo, considera que la mente está en permanente construcción no solo en el bebé
sino a lo largo de toda la vida.

Estos objetos que llamamos internos y que van a poblar este mundo van a ser vividos
como buenos o malos y se van a desprender de figuras reales (pecho, papá, mamá), pero
van a estar atravesados por estos filtros de los factores constitucionales (envidia primaria,
monto de agresión interna) que los van a modelar, dado que, a más intolerancia a la
frustración más vivencias de ataque fantaseado y más sentimiento de ser atacado por sus
figuras paternas. Así por ejemplo los padres internalizados que operan en la fantasía
pueden no coincidir con cualidades de buenos o malos de los padres reales.

Por esto las relaciones externas están influidas por las cualidades de las relaciones entre
los objetos del mundo interno. Por supuesto también el mundo externo y real va a ser de
vital importancia para modular estas ansiedades tempranas.

Este mundo interno es vital y tan real como el exterior. Para la autora, el mundo interno se
sitúa adentro y afuera del espacio corporal, por esto puede poner aspectos de su propio
self en los objetos externos.

En el caso Rita, descripto más arriba, por ejemplo, ella vive en un mundo externo temido,
lleno de objetos que la pueden atacar y dañar, inclusive modelan el vínculo con sus
padres, pero esto es el resultado de las vivencias de su propio mundo interno, que
mediante el mecanismo de retaliación fantasea ser atacada por su madre por su deseo
primario de atacarla y robarle al bebé o al papá (lo veremos más adelante en Edipo
temprano). Aquí podemos ver esto que Klein teoriza, a partir de la observación de los
niños. La niña construye en su mundo interno un mundo terrorífico y persecutorio a partir
de sus propios sentimientos e influyen en sus vínculos con el mundo externo.

El mundo interno así descripto tiene una noción de espacialidad, ya que supone que en la
mente se creen espacios que albergan cosas. Esto atraviesa toda la teoría Kleiniana.

Como plantean Tabak de Bianchedi, Antar, Fernandez Bravo, Grassano, Miravent y


Wasserman (1983), desde el punto de vista espacial, la noción de mundo interno se
asienta sobre los fenómenos que se dan en el propio espacio corporal, las propias
experiencias, corporales y emocionales que van a dar lugar a fantasías primarias, donde
lo corporal y mental aún no está diferenciado.

Desde un punto de vista dramático, la vida mental podría pensarse como una trama de
una obra teatral en la que el yo y los objetos interactúan entre sí, personifican roles e
intenciones (Tabak de Bianchedi et al., 1983). Además, experimentan emociones que van
a derivar en acciones con sentidos que los llevan a diversas direcciones. 

Así en el cuerpo-mente -y sus contenidos- de la madre primero y del bebé después se va


construyendo un mundo que podríamos pensar como una pieza teatral, donde en este
escenario del mundo interno va a desarrollarse una trama o guion compuesto de fantasías
inconscientes donde los personajes serían los diferentes objetos (buenos y malos),
internalizados y reales y el yo sería el director

En este mundo interno el yo temprano va a apelar a defensas, en especial contra la


angustia. Los mecanismos de defensa van a ser diferentes en la medida que el yo se va
integrando y evolucionando. Los más tempranos van a ser la escisión (ya descripto), la
aniquilación de los perseguidores, la introyección y la proyección, incluida la identificación
proyectiva, la negación, la idealización.

La identificación proyectiva es un concepto acuñado por Klein, que propone que la


identificación no es solo por introyección y es un mecanismo que le permite al yo sacar
afuera, es decir, poner en objetos externos aspectos internos propios con el fin de sacarse
lo que no puede tolerar, lo que es vivido como malo, también con el objetivo de controlar el
objeto. 

En Rita podemos ver el uso de este mecanismo cuando le atribuye al elefante de felpa el
deseo de atacar a sus padres, en realidad es ella que tiene este sentimiento y se lo
atribuye al elefante.

No siempre se proyecta lo temido, también puede poner afuera lo bueno para


salvaguardarlo de lo malo en el propio self. En este caso idealizaría el objeto externo y
generaría un empobrecimiento yoico. La identificación proyectiva que describió Klein es
patológica y masiva. Fueron otros autores poskleinianos como Bion que describieron una
identificación proyectiva realista que usamos permanentemente.

Referencias

[Imagen sin título sobre Melanie Klein ], (s. f.). Recuperado de


https://es.wikipedia.org/wiki/Melanie_Klein#/media/Archivo:Melanie_Klein_1952.jpg

​Klein, M. (1975). Envidia y gratitud y otros trabajos. Obras Completas. (Vol 3). Buenos
Aires, Argentina: Paidós. 

Klein, M. (1975). El psicoanálisis de niños. Obras completas. (Vol 2). Buenos Aires,
Argentina: Paidós. 

Klein, M. (1980). La fantasía. En el psicoanálisis de niños. Obras completas. Buenos


Aires, Argentina: Paidós.

Teoría de las
posiciones

Teoría
Psicológica III

0
Teoría de las posiciones
El concepto de posición en la teoría kleiniana se transforma en un eje
central de sus desarrollos y constituye, a la vez, una formulación novedosa
en la perspectiva psicoanalítica.

Para definirlo, pensaremos que implica un conjunto de ansiedades,


defensas y modos de relaciones de objeto. Para comprenderlo pensaremos
que, desde el punto de vista posicional (Tabak de Bianchedi, 1983), el
desarrollo de la mente opera mediante la organización y movilización de
sus configuraciones emocionales, lo que representa ese conjunto de
ansiedades, defensas y modalidad de vínculo que deviene en las distintas
posiciones:

 Posición esquizoparanoide.
 Posición depresiva.

En cada una de ellas, ubicaremos:

 tipos de ansiedades características;


 modalidades defensivas características;
 modos característicos de relaciones objetuales.

Al formular la idea conceptual de posición, que implica un concepto más


espacial que temporal, se ubica al yo en una determinada perspectiva y
posición en relación con los objetos tanto internos como externos.

Con este significado [de posición] [el agregado es nuestro]


las posiciones no sólo implican una secuencia cronológica
sino que denotan una movilidad permanente, que persiste a
lo largo de toda la vida[la negrita es nuestra]. Su motor es la
progresiva movilización y resolución de las situaciones de
ansiedad, que llevan al establecimiento de sucesivos modos
de relación de objeto en grados crecientes de interacción,
que sientan las bases del crecimiento y que operan como
pilares de la estabilidad mental. (Tabak de Bianchedi et al.,
1983, p. 360).

Posición esquizoparanoide

1
Descriptivamente, en esta posición –que Klein estableció diez años después
que la posición depresiva–, el bebé no reconoce la diferencia entre la
realidad interna y el mundo exterior, así como tampoco distingue objetos,
en tanto los considera parciales, ya sea en un sentido anatómico (pecho,
pene), como en un sentido emocional: objeto que satisface es bueno y el
objeto que frustra es malo. A esto lo llamamos relación de objeto parcial.

Las defensas que caracterizan a la posición son la escisión y la proyección e


introyección,perotambién la identificaión proyectiva.

La ansiedad básica predominante es paranoide, es decir, vivida como


amenaza de aniquilación del yo.La ansiedad paranoide puede verse
aumentada por la intensidad de la envidia primaria que, frente a ciertas
circunstancias ambientales adversas, verá intensificadas sus defensas de
escisión y darápor resultado un objeto extremadamente malo y
persecutorio en contraposición a un objeto bueno e idealizado. En estos
casos, la posición esquizoparanoide se desarrolla patológicamente, con
mecanismos defensivos como la fragmentación y la identificación
proyectiva, que son usados masiva y agresivamente. El resultado, en estas
situaciones, podría tratarse de patologías severas, como trastornos del
pensamiento o psicosis (Klein, 1945).

Posición depresiva

El pasaje normal por la posición que antecede hace que, en un


determinado momento del desarrollo mental, el bebé pueda distinguir y
reconocer a su madre –representante de los objetos primordiales y
significativos del entorno del niño– también en un doble sentido. Por un
lado, anatómicamente, como persona física entera y ya no como pecho o
pene; y, por otro, afectivamente, reconoce que el pecho que lo gratifica y
aquel que lo frustra son parte de esa persona total. De este modo es que
las relaciones de objeto en esta posición son de objetos totales. (Klein,
1937).

En el mundo interno del niño (ver concepto de mundo interno), el juego de


introyección-proyección trata sobre un mismo objeto –logro del registro
del objeto total–que gratificará o frustrará eventualmente. Así vivido, este
objeto se internalizará como objeto bueno e integrador del yo y, a la
vez,seráaquel objeto al que el yo le proyectará los impulsos agresivos y
destructivos para protergerse. Los sentimientos de desesperación
depresiva y culpa por haber dañado al objeto son los resultantes
principales de las relaciones con los objetos en este momento.

2
La fuente del conflicto es la ambivalencia amor-odio. La defensa que
caracteriza a la posición esla introyección. Hay menos escisión y los
ataques hostiles mediante la proyección van disminuyendo
paulatinamente.

La ansiedad depresiva es predominante, implica que el bebé–el sujeto, en


el caso de la clínica– va reconociendo progresivamente la diferencia entre
la dinámica de su mundo interno –realidad psíquica– y la realidad externa.

El alcance y sostenimeinto de la posición depresiva le devengará a la vida


emocional del niño –y, por caso, del sujeto– el reconocimiento de nuevos
objetos sentidos como totales también;tal es el caso del padre y los
hermanos. Pero también le acarreará el lidiar con nuevos conflictos, como
los celos.

Bajo la órbita del sentimiento de culpa por el daño producido al objeto, la


mayor capacidad de simbolización alcanzada va a favorecer el mecanismo
de la reparación. El objeto dañado y a la vez amado podrá ser reparado y
así, identificación introyectiva mediante, los objetos van constituyendo el
núcleo del yo.

Las dificultades en la elaboración superadora de la posición depresiva son


posibles una y otra vez. En estos casos, el niño retorna a las defensas
maníacas(así llamó Klein a la posición esquizoparaniode en un primer
momento). La omnipotencia y la negación de algunos aspectos del objeto y
su necesidad de él ganan espacio en su realidad mental y los mecanismos
de escisión del yo y del objeto ganan territorio. Las emociones y
sentimientos de desprecio, control y triunfo son predominantes.

Teoría de la angustia
Como sabemos, en la teoría freudiana la angustia es vista como un
fenómeno más de la vida psíquica. Era un afecto que Freud comprendía
como un peligro o amenaza causado por un exceso de excitación sexual o
libidinal que el aparato psíquico no puede representar adecuadamente y,
por lo tanto, busca descargarse para aliviar la tensión que provoca
displacer, según los principios que rigen el aparato placer-displacer.

Para Klein (1952) la angustia es el motor del desarrollo, a diferencia de


Freud, para quien las pulsiones son ese motor. El yo temprano del recién
nacido siente la angustia desde el primer momento y tiene que promover
operaciones que lo protejan de ella. Mientras que para Freud no existe el
miedo a la muerte en el inconciente, para Klein el yo temprano percibe la
amenaza de aniquilación y reacciona ante ella con primitivos mecanismos

3
de defensa como la escisión (splitting en inglés), la proyección e
introyección –que más adelante llamará identificación proyectiva–. Lo
descripto persiste en el inconsciente a lo largo de toda la vida.

Para ella la angustia está siempre relacionada con el sadismo y la agresión,


que, si bien al principio de su obra las creía componentes libidinales de las
experiencias emocionales (siguiendo fielmente a Freud), a posteriori las
plantea como componentes derivados de la pulsión de muerte o tanatos.

Si la angustia no es excesivamente intensa y, por ende, no moviliza


intensos componentes de agresión, cumple una función decisiva en el
desarrollo. Fundamentalemente, porque el yo está obligado a hacer algo
con ella, como generar nuevos mecanismos de defensa y un creciente
contacto con la realidad y los objetos.

La capacidad del yo paratolerar la angustia y los conflictos emocionales es


un indicador de un buen desarrollo mental y está directamente
relacionadacon la capacidad del yo de simbolizar, fantasear y
crecer.Mientras que la intolerancia del yo a la angustia y la incapacidad de
manejarla genera detenciones en el desarrollo y patologías psicológicas de
variados tipos que pueden aparecer a lo largo de toda la vida.

Las posiciones en su relación con la angustia

Para finalizar, vale aclarar que Klein llama a la angustia de una manera
carcterística: angustias psicóticas. Las clasificó en:

 Ansiedades esquizoparanoides: en las que el yo teme ser aniquilado por


la angustia, responsable de los efectos dramáticos (Tabak de Bianchedi
et al., 1983) que dominan toda la escena mental en la posición
esquizoparanoide.
 Ansiedades depresivas: en las que el yo teme la pérdida de su objeto
amado y necesitado, a causa del daño que su propia agresión puede
haberle infligido. “El desarrollo y cambio dentro del mundo interno, el
guión del drama, está constituido por las alternativas de los conflictos
entre los diferentes personajes” (Tabak de Bianchedi et al., 1983, p.
364). Pero, agregamos, también está constituido por la capacidad del yo
para lidiar con la angustia propia de esta posición.

A los dos tipos de ansiedad Klein los denominócomo angustias psicóticas


debido asu gran intensidad y a su escaso o nulo vínculo con la realidad
externa. La elaboración positiva y sucesiva de cada una de ellas facilitará la
disminución de estas y su posible evolución hacia las ansiedades de tipo
más neurótico.

4
Edipo
temprano

Teoría
Psicológica III

0
Los estadios tempranos del
complejo de Edipo
Marcando una diferencia sustancial con Freud, Melanie Klein plantea como
fecha en que aparece el complejo de Edipo entre los dos y tres primeros
años en 1923. Sin embargo, y a medida que avanzan sus investigaciones,
logradas a partir de la observación del niño a través de la técnica de juego
por ella creada, lo va a plantear al comienzo del segundo año, entre 1924 y
1926, al finalizar el primero, entre 1927 y 1932, y hasta finales del primer
semestre de vida, en 1934. Al respecto, plantea con audacia que el niño
pequeño tiene una concepción fantaseada del coito y la escena primaria,
que se expresan en sus actividades y fantasías masturbatorias. Estas
ejercen una gran influencia en el desarrollo mental del niño y aparecen
como respuesta a la frustración que le provoca la experiencia emocional
del destete.

La posición depresiva es, para Klein, el centro del desarrollo, empieza en el


segundo trimestre y se enlaza con los comienzos del complejo de Edipo. La
evolución mental le permitirá al niño hacer el pasaje del pecho al pene. Y el
complejo de Edipo queda así ligado al duelo por el pecho y la aparición del
pene del padre, aunque contenido en el cuerpo de la madre.

Parece ser que la búsqueda de nuevas fuentes de


satisfacción es inherente al movimiento progresivo de la
libido. La satisfacción experimentada con el pecho materno
permite al niño dirigir sus deseos hacia nuevos objetos y
hacia el pene de su padre. Sin embargo, es dado a este
nuevo deseo un empuje especial por las frustraciones
sufridas con el pecho materno. Es importante recordar que
las frustraciones dependen tanto de factores internos cómo
de experiencias reales. Y cierta frustración con el pecho es
inevitable, aún bajo las circunstancias más favorables,
porque lo que el niño realmente desea son satisfacciones
ilimitadas. Las frustraciones experimentadas con el pecho
materno impulsan al niño como a la niña a abandonarlo y
estimulan en ellos el deseo de una satisfacción oral a través
del pene del padre. Por lo tanto el pecho y el pene son los
objetos primarios de los deseos orales del niño. (Klein, 1945,
p. 410).

1
Como explica el artículo de “Fantasía Inconsciente” (Graglia, 2017) donde
se clarifica la lectura previa de la misma Klein, las imagos del pecho de su
madre y del pene de su padre tienen su representante en el escenario del
mundo interno del bebé. A la introyección del pecho bueno y malo de la
madre, corresponde la introyección del pene bueno y malo del padre.

Y ahora el superyó
Aquellos objetos internos representantes de las imagos materna y paterna
se hacen representantes de las imágenes internas protectoras y
auxiliadoras –objetos buenos– y, por otro lado, representantes de las
imágenes internas vengativas y perseguidoras –objetos malos– que se van
diferenciando del yo y devienen el núcleo del superyó.

Los efectos más palpables de estos estadios temprano del complejo de


Edipo más cercano al segundo año de vida aparecen operando en los
terrores nocturnos propios de esa edad. Esto permite comprender aún más
las angustias del pequeño niño, que Klein asocia a la presencia del
superyó;un superyó cruel que deriva de las fatasías sádicas asociadas a la
etapa oral sádica y anal sucesivamente, más allá de la severidad de los
padres reales y externos.

Considerado uno de los aportes más importantes a la clínica psicoanalítica,


el superyó severo, cruel y primitivo permite esclarecer situaciones de pleno
apogeo de la envidia primaria resultante del efecto pulsional tanático. Por
efecto de ese superyó cruel, y bajo la órbita del mecanismo de proyección
que desfigura las percepciones del niño, cuando se percata del vínculo
libidinal entre sus padres proyecta en ellos sus pulsiones agresivas que, al
predominar, provocan la fantasía de que sus padres están en coito casi de
manera continua.

La pareja combinada

En Psicoanálisis de niños (1932), que configura una de las obras donde


Klein expone con claridad la mayoría de sus ideas sobre el temprano
complejo de Edipo, explica las angustias psicóticas que sufre el niño
pequeño frente a la fantasía de la figura combinada de los padres
continuamente en coito, con lo cual sienta las bases de su aún pendiente
teoría de las posiciones.

Se comprende mejor esta situación plateada por la autora cuando


menciona que para ella el escenario del Edipo temprano es el cuerpo de la
madre. Como ya hemos dicho en el capítulo del yo temprano, el niño

2
mantiene con la madre, con su cuerpo y con los contenidos de este una
relación de objeto. De este modo rompe con la teoría del Narcisismo
primario de Freud, que es entendida, la mayoría de las veces, como
anobjetal.

El niño desea ser ese cuerpo lleno de riquezas –heces, pecho, pene, bebé–,
y así se establece lo que Melanie Klein llama fase femenina: el niño y la
niña se identifican con ese cuerpo maravilloso idealizado y sus contenidos.
Cuando puede ir distinguiendo el pene como un objeto distinto en sus
contenidos, va sobreviniendo la diferenciación sexual. Aunque en este
momento la relación es diádica entre el niño y la madre, el padre está
incluido en el cuerpo de la madre como continente de los diversos
contenidos mencionados. Solo a medida que el desarrollo de la sexualidad
infantil va marcando el paso de la discriminación sexual, va abriendo el
paso al Edipo tardío con unas figuras de madre y padre diferenciadas y
unidas eventualmente en coito.

Esta percepción de la pareja combinada le origina al niño frustración, celos


y envidia. Percibe a los padres como dándose precisamente aquellas
gratificaciones que él desea. Como la operación defensiva de introyección-
proyección es cada vez más activa, proyecta su agresión en los objetos y los
ataca. Los objetos destruidos por efecto de su agresión serán introyectados
y constituirán el duelo, la angustia y la culpa resultantes de dicha
operatoria. En el mundo interno, el objeto pecho, pero también el objeto
pene y, por ende, la figura de los padres juntos estarán lesionados en ese
interior. Esas mismas figuras proyectadas, a posteriori, se tornarán
persecutorias y peligrosas: centro de las principales pesadillas y terrores
nocturnos que nombrábamos antes.

A medida que avanza el niño en su derrotero del desarrollo y la realidad


exterior va deviniendo cada vez más discriminada, la discriminación del
padre y de la madre y sus respectivos contenidos también van
discriminándose. Así, se adentra en el escenario del complejo de Edipo
como lo plantea Freud, es decir, en términos genitales.

3
Envidia
primaria

Teoría
Psicológica III

0
Envidia primaria
Melanie Klein considera a la envidia temprana como uno de los factores
que actúan desde el nacimiento y afectanlas experiencias emocionales del
bebé. ¿De qué manera? Fundamentalmente, alterando e incluso
impidiendo la experiencia de gratificación que el bebé necesita
prioritariamente sentir en estos momentos de su incipiente vida para
poder internalizar objetos los suficientemente buenos como para tolerar la
frustración y desarrollarse más saludablemente. Como consecuencia, se
atacan y destruyen los investimimientos libidinales del yo para con los
objetos y contenidos gratificantes de él.

En el andamiaje teórico y clínico de Klein, pocisionar la envidia como


temprana, primaria y derivada del efecto pulsional tanático activado desde
el mismo momento del nacimiento, plantea una las diferencias sustanciales
con Sigmund Freud y, a la vez, uno de los aportes más potentes a la clínica
psicoanalítica, que sus seguidores retomarán para profundizar en su
investigación y desarrollo conceptual y aplicado a la técnica.

Hasta este momento de Klein (1957), la envidia había sido descripta como
envidia del pene y a veces confundida con los celos. Es en su magnífico
Envidia y gratitud(1957), donde diferencia a ambas emociones al
plantearque los celos son una emoción emanada de relaciones de objetos
totales (ver teoría de las posiciones), que consiste en querer poseer el
objeto amado –o sus contenidos– y excluir cualquier rivalidad existente en
esa dirección. Como se puede pensar, es una emoción derivada de
relaciones triangualares donde el yo se diferencia claramente de los
objetos y discrimina a estos entre sí.

La envidia, en cambio, no distingue objetos totales, y es una emoción que


siente el yo al querer y no poder obtener algún contenido o cualidad del
objeto. El sentimiento pone en marcha la evaluación de dicho objeto a toda
costa, al percibir el yo la intensidad mortífera de la envidia. Como
consecuencia, si no puedeobtener lo bueno del objeto, este deberá
desaparecer como tal para suprimir la fuente de la envidia. En todos los
casos, la ruina del objeto y de sus contenidos es una contingencia necesaria
a los fines de eliminar, al menos momentáneamente, el sentimiento de
envidia.

Los impulsos de la envidia son una manifestación de destructividad


primaria, con base constitucional, y esa emoción empeora frente a la
adversidad. La naturaleza de esos impulsos es oral sádica y anal-sádica, y
profundiza,en esta dirección, los contenidos de las etapas del desarrollo
libidinal de Freud. La envidia, aunque surge del amor y la admiración a los

1
aspectos buenos y deseados del objeto, está impregnada de instinto de
muerte.“La envidia aunque sea un factor interno, se proyecta como una
externalización del instinto de muerte” (Segal, 1987, p. 44).

Tras la experiencia de satisfacción, el bebé reconoce en el pecho a un


objeto –parcial– bueno que lo calma y lo gratifica. Sumado a esto y a la
poderosa idealización propia de la temprana infancia y del registro de la
necesidad vital, se siente a ese pecho como “intensamente” bueno, fuente
inagotable de placer y satisfacción, objeto idealizado.

En la puesta en marcha de los procesos de introyección, el bebé querrá


poseer ese pecho bueno dentro de sí,ser él mismo ese objeto –primeros
vestigios de identificación con el objeto–. Sin embargo, la fragilidad de su
mundo interno y la vulnerabilidad de su yo todavía en ciernes, más la
adversidad inherente a la realidad exterior, pronto le arruinarán esas
expectativas y le provocarán experiencias emocionales dolorosas y
frustrantes.

Si los impulsos oral-sádicos y anal-sádicos son muy fuertes, activarán y


proyectarán la envidia con el fin de destruir ese objeto perfecto, pero
fundamentalmente necesario. Si la envidia se combina con la voracidad –
provocada por la ansiedad proveniente del instinto de muerte dentro del
organismo–, campea los más altos niveles de destructividad no solo en la
proyección hacia los objetos, sino también en la introyección de esa
destructividad en que ha quedado el objeto, justamente, por idealizado.

Si la envidia temprana en muy intensa, interfiere con el


funcionamiento normal de los mecanismos esquizoides.
Cómo se ataca y se arruina el objeto ideal, que es el que
origina la envidia, no se puede mantener el proceso de
escisión en un objeto ideal y un objeto persecutorio, de
fundamental importancia en la posición esquizoparanoide.
Esto conduce a una escisión entre lo bueno y lo malo, que
interfiere con la escisión. Como no se puede mantener la
escisión y no se puede preservar un objeto ideal, quedan
gravemente interferidas la introyección del objeto ideal y la
identificación con él. Y con el esto el yo debe sufrir
necesariamente. (Segal, 1987, p. 45).

Cuando, en un sentido ordinario, se piensa que, ante una realidad


gratificante y de bienestar, el sujeto reacciona con sentimientos positivos,
Klein desbarata esa idea al señalarque, en algunos casos, la envidia ataca lo
que el otro nos ofrece porque se hace intolerable la situación de que esas

2
capacidades sean ajenas, sean de otro, y entonces ese otro se nos hace
necesario para poder obtener eso que el otro tiene, es bueno y nos
gratifica.

Sin duda, la conceptualización de la envidia tal como la propone Klein fue


uno de los ejes más polémicos y discutidos por propios y ajenos:
Winnicott, Fairbairn, Paula Heimann y Balint, por ejemplo, fueron algunos
de los representantes de las principales divergencias con la autora en este
plano. Sostenían que los ataques agresivos del yo hacia el objeto son
siempre reactivos o bien secundarios a una falla del ambiente.

Por último, veamos cómo la propia autora describe las particularidades de


esta polémica emoción. Así,el sujeto en el análisis –interpretación
mediante– se podrá hacer cargo de sus impulsos hostiles, que no
dependen de la frustación y la adversidad, sino de su incapacidad de recibir
algo bueno que el otro tiene y le da.

Mis observaciones me enseñaron que cuando en cualquier


período de la vida es seriamente perturbada la relación con
el objeto bueno –trastorno en el cual la envidia desempeña
un papel prominente- no sólo son interferidas la seguridad
interna y la paz, sino que sobreviene el deterioro del
carácter. El predominio de los objetos internos
persecutorios refuerza los impulsos destructivos. Mientras
que si el objeto bueno está bien establecido, la
identificación con él fortalece la capacidad de amar, los
impulsos constructivos y la gratitud. (Klein, 1957, p. 235).

Defensas contra la envidia


Fiel a su modo explicitador de la dinámica de la mente, Klein (1946)
desarrolló las defensas puestas en marcha por el yo para defenderse –
internamente– de los ataques envidiosos sentidos como arrasadores de su
mundo interno:

 La confusión: es sentida hacia un sustituto del objeto original, y se duda


sobre si es bueno o malo. Contrarresta, en cierta medida, la
persecución, así como la culpa que se siente tras haber devastado y
atacado al objeto primario por envidia.
 La huida desde la madre hacia otras personas, admiradas e idealizadas:
su fin es evitar sentimientos hostiles hacia ese objeto envidiado por
excelencia, el pecho, también como modo de protegerlo.

3
 La desvalorización del yo: toda vez que exista peligro de rivalidad con
una figura importante, se desvalorizan sus propios méritos para poder
desmentir la envidia y, al mismo tiempo, castigarse a causa de ella.
 Introyección voraz del pecho: en la mente del niño, este pasa a ser su
entera posesión, lo controla por completo, con la sensación de
apropiarse de todo lo bueno que le atribuye.
 La sofocación de sentimientos de amor y la intensificación
correspondiente del odio: esta operatoria es menos penosa que
soportar la culpa que nace de la combinación de amor, odio y envidia.
Puede no expresarse como odio, sino como indiferencia.
 Por último, una de las defensas más clarificadoras de expresiones
contra-transferenciales recibe el nombre de identificación proyectiva,
que consiste en penetrar el cuerpo y la mente del otro –objeto– para
introducirle todas las partes malas del self y así librar al yo. Hay un
trabajo de profundización de Bion (1962) sobre este concepto, que
llama realista y donde describe los esfuerzos que el sujeto –el paciente
en la clínica, por caso– hace para lograr que el otro –madre, analista–
experimente las emociones que el yo no puede soportar. Para que la
operatoria sea efectiva, es necesario que el analista –o la madre, en tal
caso–la introyecte.

4
IntroducciónBloque 1ReferenciasRevisión

Ética del psicoanálisis


Introducción

Con Lacan concebimos el psicoanálisis como un discurso. De esta forma, se separa el


psicoanálisis de la psicología y de la ciencia, lo que implica quedar separado del discurso
del amo.

El psicoanálisis tiene su campo específico; su objeto de estudio es el inconsciente y su


orientación es lo real, y la praxis implica una dimensión ética propia al discurso. 

A grandes rasgos, diremos que la ética del psicoanálisis que encontramos en Seminario
de 1960 es la ética del deseo.

Lacan tempranamente separa la ética del psicoanálisis de la moral kantiana, es decir, la


del bien y el mal, la del deber.

En la primera clase de Seminario 7, Lacan advierte sobre ciertos idealismos en los que ha
incurrido el psicoanálisis, que lo alejan de toda ética: la genitalización del deseo, la
autenticidad y el ideal de la dependencia.

Críticamente, advertirá que cierta corriente de psicoanálisis había estado domesticando el


goce vía el alivio de la culpa, ubicando en oposición una ética basada en “Wo Es war, soll
Ich werden” (Lacan, 1960, p.16). Asimismo, retoma esta idea de la falta vinculada al
castigo para darle un estatuto diferente por su función en el deseo. Esclarece, también,
que en un análisis se trata es de ir en contra del empuje imperativo del superyó. 

Las buenas intenciones y los ideales están del lado de la moral, la orientación del
psicoanálisis es la ética. 

1. Ética del psicoanálisis 

El libro Seminario de 1960 comienza ubicando lo social en primer lugar, luego lo clínico, a
partir de la demanda: “la demanda del enfermo a la cual nuestra respuesta da su exacta
significación – una respuesta cuya disciplina debemos conservar severamente para
impedir que se adultere el sentido, en suma, profundamente inconsciente, de esa
demanda” (Lacan, 1960, p. 10). La posición del analista frente a la demanda no consiste
en responderla imaginariamente, es decir, sino se ubica como quien puede darle al sujeto
lo que le falta (ya que si hay demanda, algo falta) a través de la identificación o creyendo
saber cuál es el “buen camino” para el sujeto o las recetas para la felicidad. Por el
contrario, introduce la pregunta por el deseo y permite así el despliegue del inconsciente.
Esta posición en sí misma se articula a la ética y se separa de toda moral. 

La ética del psicoanálisis no opera a través del ideal, no está conformada por normas, ni
reglas, ni conductas esperables ni recetas para el bienestar. Cuando decimos que es una
ética orientada por lo real, no tiene que ver con idealismo, sino con la íntima relación de un
sujeto con la pulsión.

Por eso se trata de una ética de lo singular, que va en contra de la pretendida


universalización de la moral. El ideal de que existiría un bien único para todos, desde el
psicoanálisis, bajo la lógica del no-todo, se trata de que cada sujeto haga surgir su propia
verdad en relación con el deseo. La moral prescribe un para todos igual, promueve un
idealismo donde dictamina cómo se debe actuar; en ese punto, el superyó sirve a la moral
y en la clínica asistimos a la tiranía que produce en los sujetos ese empuje y la culpa
como consecuencia. En un psicoanálisis se busca la máxima diferencia, es decir, la
separación del Otro, para darle lugar a lo más propio del sujeto.

Sabemos que no hay reciprocidad ni linealidad entre deseo y objeto, es decir, hay una
inadecuación entre deseo y satisfacción, que se puede leer claramente en la articulación
de necesidad, demanda y deseo; de allí que nos encontramos con la repetición y
ubicamos aquí la base de nuestra ética.

Lacan (1960) toma la frase de Freud “Wo Es war, soll Ich werden” y propone una
traducción: “donde Ello era, allí Yo (Je) debe advenir”. Esta traducción es opuesta a la
promovida por la psicología del yo que defiende la tesis “donde el Yo debe desalojar al
Ello”. Una de las consecuencias para Lacan fue la expulsión de la IPA y su “retorno a
Freud”, podríamos decir en defensa de la causa Freudiana, que es la causa del
inconsciente. 

Devolverle su lugar al Ello como lo que encarna lo más verdadero de un sujeto introduce
la responsabilidad subjetiva, la implicancia del sujeto en aquello que le pasa. 

La dirección de la cura implica la decisión de conducir al sujeto al encuentro con el deseo


inconsciente para ir a buscar un saber sobre si lo que quiere es verdaderamente lo que
desea.

De nuestra posición de sujetos somos siempre responsables, y la ética del psicoanálisis,


que es una ética subjetiva, interroga la posición del sujeto en relación con lo real. Para
intentar definir lo real de modo sencillo, tomaremos una definición de Miquel Bassols
(2012): 

Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de
confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí
su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del
fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una
realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera
fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen
siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el
discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse,
de no representarse en él y que llamamos lo real. De ahí que Lacan lo igualara a lo
imposible lógico. Lo real es lo imposible en la medida que no puede llegar a simbolizarse
ni a imaginarizarse, que no cesa de no escribirse en los otros dos registros.
(https://bit.ly/3gaBEli)
Lo real como imposible está ligado a la pulsión y comanda la vida del sujeto. El síntoma
es, entonces, una solución, un arreglo con ese real. 

Lacan, en Seminario 7, pronuncia la interpelación, la pregunta dirigida al sujeto y orientada


por la ética “¿Has actuado en conformidad con el deseo que te habita?” (Lacan, 1960, p.
370). Interroga la responsabilidad del sujeto, apunta a la desculpabilización del deseo. 

Una ética del bien decir significa una ética que eleva la dignidad de la enunciación del
sujeto, funda un decir verdadero que va más allá de lo correcto o de lo incorrecto, del bien
o del mal; no hay un bien decir de lo real (no hay un decir bien de la muerte y el sexo),
sino más bien la implicancia subjetiva, la posición ética del sujeto asumiendo los límites y
la imposibilidad incluso del decir. Un psicoanálisis funda la posibilidad de un bien decir
donde el sujeto se pregunte sobre su deseo, se responsabilice por ello, lo que permite una
invención única y singular, una manera más vivible de vivir la pulsión. 
“Lo único de lo cual se puede ser culpable, al menos desde el punto de vista de la
perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo… Es por el hecho de haber cedido
en su deseo que el sujeto se siente culpable” (Lacan, 1960, p. 368).

El analista no tiene un saber sobre el deseo del analizante, no sabe lo que es el bien para
cada quien; está advertido que nada se puede saber sobre el deseo, y la ética justamente
es no responder a la demanda. El psicoanálisis renuncia a la búsqueda del bien, ya que el
bien solo puede ser decidido de manera singular. El analista no se ubica como sujeto, sino
como objeto que hace emerger la palabra del sujeto, para que así se nombre. 

Tomaremos un ejemplo acotado y muy de época:


Recibo a C. muy atormentado por el imperativo que se le presentaba por definir un
género. Nacido con genitales femeninos, decía que se “sentía” varón, gustaba de chicas,
pero a veces también de chicos. Usaba el nombre asignado por sus padres, que era
femenino. Su tratamiento psiquiátrico la había “empujado” a la idea de operarse para
lograr la reasignación del sexo. Venía a buscar una respuesta de qué hacer. Definir la
estructura fue clave para el trabajo. Tratándose de una psicosis, se introdujo la pregunta
¿Qué quieres tú?, pregunta que se introducía cada vez. El imperativo superyoico del
padre autoritario era el mismo que el de su psiquiatra. A media que transcurría el análisis,
fue posible divisar que la estabilización de C. se daba en tanto fuera posible mantener la
duda siempre entre dos. “¿Soy mujer o soy varón? ¿Me gustan los chicos o las chicas?”.
Se inventó un nombre de varón que usaba en ocasiones. Vestirse a veces de varón y a
veces de mujer le permitía hacerse de un cuerpo cada vez. Entonces, no se trató de
encontrar una categoría que nombrara o del empuje a que se adecuara a una categoría,
sino de una solución singular donde pudiera hacerse de un nombre propio a modo de
invención. Fue C. quien fue armando quién es y cómo era posible vivir. 

Referencias

Bassols, M. (2012). Lo real del psicoanálisis. Recuperado de


  http://www.revistavirtualia.com/articulos/262/lo-real-en-la-ciencia-y-el-psicoanalisis/lo-real-
del-psicoanalisis 

Lacan, J. (1960). Seminario 7: La ética del psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina:


Paidós. 

Revisión del módulo

☰ Clínica psicoanalítica freudiana


En la primera lectura, nos adentramos en la clínica freudiana y realizamos un recorrido por
el concepto de transferencia, el inicio de un tratamiento, las reglas fundamentales y la
técnica creada por Freud. 

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