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Lo inconsciente y la represión
Introducción
1. Lo inconsciente y la represión
Esta nueva clasificación proponía, entre otras cosas, comprender a la histeria como una
neurosis de origen traumático que incluso podía darse indistintamente en hombres y
mujeres. En segundo lugar, la colaboración de Freud con Josef Breuer dará lugar a los
Estudios sobre la histeria, en donde ambos postulan la hipótesis de una disociación de la
conciencia que genera los estados hipnoides característicos de la histeria. Esta segunda
conciencia es producida por un trauma que no ha sido suficientemente descargado y que
aparece como un recuerdo que no pudo ingresar en las vías asociativas regulares de la
conciencia. Los autores proponen para esto una solución terapéutica: mediante la
expresión verbal, el paciente puede descargar el efecto traumático y reingresarlo en la
asociación consciente. Este método, derivado de la catarsis ideada por Breuer, fue
conocido como la talking cure o cura por el habla. Es posible decir que mientras que con
Charcot Freud aprendió a ver el síntoma, con Breuer pudo saber actuar sobre él (Assoun,
2005).
La teoría del trauma allana el camino para que Freud comience a observar la importancia
de los factores sexuales en la etiología de la neurosis, ya que los relatos de sus pacientes
en tratamiento refieren a situaciones de contenido sexual ocurridas en la infancia. En toda
histeria, la disociación de la conciencia es provocada como defensa psíquica ante estas
representaciones traumáticas, defensa que más tarde derivará en el concepto de
represión. Por eso, una vez rota la relación con Breuer y muerto Charcot, a partir de 1887,
Freud encuentra en Wilhelm Fliess un interlocutor receptivo con quien puede poner a
prueba sus teorías sobre el papel de la sexualidad en las neurosis, por fuera de las
restricciones impuestas por la comunidad médica vienesa y la moral general.
Existen actos psíquicos de muy diversa categoría que, sin embargo, coinciden
en el hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un lado,
actos latentes y temporalmente inconscientes que, fuera de esto, en nada se
diferencian de los conscientes, y, por otro, procesos tales como los reprimidos,
que si llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los
demás de este género. (Freud, 1996b, p. 2046).
Un acto psíquico se inscribe en dos estados diferentes, entre los cuales media un
mecanismo encargado de realizar un examen sobre el contenido. El primer lugar de
registro es el inconsciente y, si la representación o idea es rechazada por la instancia
examinadora —la represión—, esta permanecerá allí y no podrá pasar al segundo
sistema, el preconsciente, que lo hará susceptible acceder a la conciencia. Este modelo
ideado por Freud (1996b) propone una localización virtual de los modos de inscripción que
se denominará tópica. Por otra parte, los mecanismos que dan cuenta de los pasajes de
un sistema a otro constituirán el aspecto dinámico.
De todos modos, solo el contenido representacional o ideativo del acto psíquico puede ser
susceptible de pasar a la consciencia. Existen, a su vez, afectos e impulsos que, si no
estuvieran asociados a estas representaciones, no podrían ser traducidos de un sistema a
otro. En este sentido, la verdadera tarea de la represión consiste en impedir la emergencia
de estas emociones que pertenecen a procesos de descarga que se encuentran
asociados a representaciones o huellas mnémicas. El sistema consciente del que surge la
censura tiene la tarea de regular la manifestación afectiva de los impulsos y el acceso a la
motilidad, impide que la descarga se traduzca en una acción. Cuando el afecto procede
directamente de lo inconsciente, emergerá como angustia; de esta manera, la represión se
encargará de separar mediante una contracarga a la huella mnémica de su componente
emocional.
2. Caso práctico
Tomaremos como caso práctico para esta lectura uno de los historiales clínicos de Freud:
el caso Isabel de R. (Elizabeth von R.) se trata de una paciente que Freud recibe en 1892.
Es el primer caso de histeria descrito completamente como caso y sienta las bases
preliminares sobre el tratamiento de la histeria.
3. Articulación clínica
El historial anteriormente citado sobre Isabel de R. permitirá revisar parte del material
clínico sobre el que las proposiciones teóricas de Freud están basadas.
Isabel hacía más de dos años que padecía de dolor en las piernas (cansancio doloroso e
hiperalgesia de la piel) y dificultad para andar, síntomas que afectaban su vida social pero
que la paciente parecía atravesar sin mayores dificultades lo que sugería, según Freud, la
postura de belle indifférence de la histeria. En los últimos años, una serie de sucesos
trágicos habían tenido lugar en su vida: había fallecido su padre, su madre se había
sometido a una operación de la vista y una hermana padecía de una enfermedad del
corazón; en todas estas situaciones, Isabel había tomado un rol activo asistiendo y
acompañando a sus familiares. Además, se mostraba como una mujer independiente y no
dispuesta a sacrificar sus intereses en pos de contraer matrimonio.
Al principio del historial, Freud remarca la diferencia clínica entre un síntoma corporal de la
neurosis, que simboliza un conflicto inconsciente, y un dolor común:
Referencias
Freud, S. (1996a). Obras completas (Vol. II). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Freud, S. (1996b). Obras completas (Vol. XIV). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Jones, E. (1981). Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo 1. Barcelona, ES: Anagrama.
La pulsión
Introducción
1. La pulsión
El concepto freudiano de pulsión (Trieb) debe ser contado entre las categorías
fundamentales del psicoanálisis, esto es, aquellas que señalan una diferencia específica
de este como campo de conocimiento. En su escrito de 1915, Pulsiones y destinos de
pulsión, Freud (1992b) parte del modelo del arco reflejo para indicar que la pulsión puede
contarse como un estímulo psíquico. A diferencia del estímulo fisiológico que proviene del
mundo exterior, el estímulo pulsional tiene un origen interno y constante, es decir, el sujeto
no puede huir de él ni responder a este con un acto único adecuado que lo resuelva. Su
resolución implica, en tal caso, la construcción de actividades psíquicas complejas y una
modificación del mundo exterior que tienda a su satisfacción; por este motivo, Freud
afirma que todo progreso del sistema nervioso se debe a esta cualidad particular de la
pulsión y no a la influencia de factores externos.
El aparato psíquico se rige bajo la ley del principio del placer, que tiende a buscar la
satisfacción a través de la descarga total de las tensiones, siendo el displacer el
incremento de la intensidad de dicho estímulo. A partir de aquí, Freud definirá a la pulsión
como un concepto límite o fronterizo (Grenzbegriff) entre lo psíquico y lo somático; su
especificidad fundamental consiste, de este modo, en tematizar la relación de continuidad
existente entre el cuerpo y las representaciones. Para el sujeto se tratará siempre de un
cuerpo interpretado, atravesado por la palabra, y no un simple mecanismo orgánico donde
se localiza lo psíquico.
En Tres ensayos para una teoría sexual de 1905, Freud (1992d) afirma lo siguiente
respecto de las perversiones:
Freud (1992b) aísla cuatro componentes para la pulsión, que luego para Jacques Lacan
(2012) formarán parte de su montaje:
Entre 1919 y 1920, Freud realiza una reelaboración radical de su teoría pulsional. Se vio
motivado principalmente por sus descubrimientos clínicos sobre la compulsión a la
repetición y la reacción terapéutica negativa, que cuestionaban el dominio del principio del
placer en el funcionamiento psíquico. El juego de los niños —representado por el famoso
fort-da que recrea una y otra vez la ausencia dolorosa de la madre—, los sueños de las
neurosis traumáticas relacionadas a la guerra, las producciones artísticas de la tragedia y
el terror, la actualización de fenómenos infantiles en la transferencia de los neuróticos
adultos, todos estos fenómenos indican una búsqueda activa por parte del sujeto de
recrear situaciones displacenteras. A partir de estos descubrimientos, Freud atribuye un
nuevo carácter a la pulsión, derivado de la inercia de lo orgánico: la tendencia a
reconstruir estados anteriores de su desarrollo.
4. Caso práctico
“«Se lo habría podido decir la primera vez». — «Aja, ¿y por qué no lo dijo?». — «Creí que
no era lo pertinente», o «Pensé que podía pasarlo por alto, pero eso volvió todas las
veces»” (Freud, 1992a, p. 168). La representación se impone en este caso como un
elemento extraño, que puede emerger y comunicarse ante el relajamiento de la censura y
la actividad consciente. A su vez, la insistencia muestra el carácter de repetición que
tienen los fenómenos sintomáticos y sus derivados.
Sin embargo, sus comunicaciones —las que expongo acto seguido— justifican
el supuesto de que en su infancia pasó por una neurosis obsesiva bien
reconocible. Refirió que durante largo tiempo había sido muy piadoso. Antes de
dormir se veía precisado a rezar largo rato y a hacerse la señal de la cruz
innumerables veces. Al anochecer, y llevando una banqueta a la que se
trepaba, solía también hacer la ronda por todas las imágenes sagradas
colgadas en la habitación y besarlas con unción una por una. Muy mal —o
quizá perfectamente bien— armonizaba con este ceremonial piadoso su
recuerdo de haber tenido pensamientos sacrílegos que le venían a la mente
como un envío del Diablo. Era obligado a pensar: «Dios-cochino» o «Dios-
caca». Alguna vez, en un viaje a una estación termal alemana, lo martirizó la
compulsión a pensar en la Santísima Trinidad cuando veía sobre la calzada
tres montoncitos de bosta de caballo o alguna otra porquería. Por esa época,
observaba también un curioso ceremonial cuando veía gente que le causaba
pena, pordioseros, tullidos, ancianos: debía expirar con ruido para no volverse
como ellos; y en ciertas otras condiciones, también inspirar con fuerza. Desde
luego, me pareció evidente suponer que esos síntomas nítidos de obsesiva
pertenecieron a una época y a un estadio de desarrollo algo más tardíos que
los signos de angustia y acciones crueles hacia animales. (Freud, 1992c).
Referencias
Freud, S. (1992a). Obras completas (vol. II). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
El narcisismo
Introducción
1. El narcisismo
El término narcisismo es tomado por Freud del psiquiatra Paul Näcke, que aplicaba la
categoría principalmente al estudio de las perversiones. El psicoanálisis, por otra parte,
descubre rasgos narcisistas en otros cuadros clínicos, principalmente en las neurosis,
donde se comprenderá como el complemento libidinal del egoísmo, normal y extensible a
todo sujeto. Los primeros avances surgen de la aplicación de la teoría de la libido a la
explicación de la demencia precoz o esquizofrenia, que muestra como síntomas centrales
el delirio de grandeza y el retiro del interés en el mundo. La demencia precoz se
caracteriza, según Emil Kraepelin, por una evolución deficitaria hacia la demencia, con
profundos trastornos de la afectividad (indiferencia, apatía, sentimientos paradójicos) y
una disgregación de la personalidad. Luego, el psiquiatra suizo Eugen Bleuler, afirmará
que estos sujetos no son dementes, sino que se encuentran afectados por un proceso de
disociación que los sume en una “vida autística”. Según sintetizan finalmente Ey, Bernard
y Brisset en su tratado, la esquizofrenia se define como una psicosis delirante crónica que
altera profundamente a la persona, “que cesa de construir su mundo en comunicación con
los demás, para perderse en un pensamiento autístico, es decir en un caos imaginario”
(Ey, Bernard y Brisset, 1999, p. 473)
La libido retraída de los objetos recae aquí sobre el yo, estado que se denomina
narcisismo; la carga libidinosa del yo presente desde el inicio de la vida es el narcisismo
primario, mientras que el retiro posterior de la libido de los objetos será narcisismo
secundario. En este sentido, la vida del niño muestra características similares a la
megalomanía encontrada en las parafrenias: omnipotencia de las ideas, sobreestimación
del propio deseo y creencia en la efectividad mágica de las palabras y pensamientos.
Se produce de este modo una división entre la libido del yo, por un lado, y la libido objetal,
que alcanza su mayor expresión en el amor; el enamoramiento puede ser calificado como
un empobrecimiento de la libido del yo en favor del objeto. Esta división es
correspondiente con la primera clasificación de las pulsiones en pulsiones del yo y
pulsiones sexuales, deducida por el análisis de las neurosis de transferencia.
Freud afirma que las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas del niño se encuentran
apoyadas en funciones yoicas destinadas a la autoconservación y que solo más tarde se
volverán independientes en el desarrollo. A su vez, las personas encargadas del cuidado y
la alimentación del niño constituyen los primeros objetos sexuales, que Freud denomina
elección de objeto del tipo de apoyo. Un segundo modo de elección de objeto es la de tipo
narcisista, en donde el sujeto elige su objeto sexual no conforme a la imagen de su madre,
sino conforme a la imagen de la propia persona. Hay para el sujeto, entonces, dos objetos
sexuales primordiales: él mismo y la mujer nutricia.
El atractivo de las personas depende del tipo de estimación narcisista que tienen hacia sí
mismas y ejerce un mayor efecto en aquellos que han renunciado a su propio narcisismo
en favor del objeto. Para Freud, se ama:
a) A la mujer nutricia.
b) Al hombre protector.
3. Caso práctico
El complejo de castración. Referencias clínicas del caso “El hombre de los lobos”
En el niño
Primer tiempo: todo el mundo tiene un pene. Premisa universal del niño en su fantasía,
que no reconoce aún la diferencia entre los sexos.
Segundo tiempo: el pene está amenazado. Momento de las amenazas verbales que
prohíben las satisfacciones autoeróticas e incestuosas del niño y apuntan a su fantasía de
poseer el objeto amado (la madre). Estas verbalizaciones serán más tarde internalizadas
bajo la forma del superyó. Freud realiza la siguiente construcción en el caso del Hombre
de los lobos, donde delimita una amenaza de castración que se deriva de la reacción del
niño a los intentos de seducción por parte de su hermana:
Tercer tiempo: hay seres sin pene, la amenaza es real. Descubrimiento visual de la zona
genital femenina. La investidura narcisista que el niño otorga a su pene impide que admita
la existencia de seres desprovistos de este, por lo que en su fantasía negará la evidencia
afirmando que el clítoris es en realidad un pene pequeño que crecerá en el futuro.
Regresando al caso del Hombre de los lobos, Freud describe esta etapa en las fantasías
infantiles de su paciente adulto:
Tiempo final: fin del complejo de castración y fin del complejo de Edipo. Ante la irrupción
de la angustia de castración, el niño elige salvar a su pene a costa de renunciar al amor
incestuoso por su madre, acepta la prohibición proferida desde la ley paterna.
En la niña
Primer tiempo: todo el mundo tiene un pene (el clítoris es un pene). Atributo universal para
ambos sexos. La niña otorga a su clítoris el mismo valor que el pene.
Segundo tiempo: el clítoris es demasiado pequeño para ser un pene (“yo fui castrada”).
Descubrimiento visual de la zona genital masculina, que la lleva a concluir definitivamente
que está desprovista de pene y que quiere poseerlo.
Tercer tiempo: la madre también está castrada. Resurge el odio hacia la madre por
haberla desprovisto de un pene. Cambio de objeto de amor de la madre por el padre.
Tiempo final: las tres salidas del complejo de castración; nacimiento del complejo de
Edipo. Puede realizarse bajo tres formas:
No hay envidia del pene: alejamiento de toda la sexualidad. La niña se niega a entrar
en rivalidad con el varón.
Deseo de estar dotada del pene del hombre: denegación de la castración y creencia
en que se puede tener un órgano similar al del varón. Denominado por Freud
complejo de masculinidad, que puede desembocar en una elección de objeto
homosexual.
Referencias
Ey, H., Bernard, P. y Brisset, Ch. (1999). Tratado de psiquiatría. Barcelona, ES: Masson.
Freud, S. (1992a). Obras completas (vol. XIV). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Freud, S. (1992b). Obras completas (vol. XVII). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Freud, S. (1992c). Obras completas (vol. XIX). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Teoría
Psicológica III
1
Más allá del principio del placer
En 1920, Freud escribió uno de sus textos más controvertidos, que le trajo
no solo pocas tensiones en la teoría que hasta allí venía proponiendo, sino
que también representó una gran controversia respecto a la clínica, que
hasta hoy enciende acaloradas discusiones en el ambiente psicoanalítico.
2
Es el yo el que está en constante tensión para poder negociar con las
distintas mociones internas y las exigencias externas que le imponen una
cuota de displacer y represión pulsional necesaria y condicionante de su
existencia. Cuando en 1923 Freud escribióLos vasallajes del yo, no
sorprendió al decir que el yo está tensionado y tironeado desde tres
puntos: el ello, el superyó y la realidad.
3
Y así por caso, ese yo es capaz de resistirse a la cura, lo que contradice el
principio de placer. Pero ¿de qué placer se trata?, ¿placer para quién?,
¿para qué instancia operativa en el aparato es ese placer? Las respuestas
son variables según de qué o de quién tratemos la cuestión: ¿placer para el
yo vinculado a la realidad?, ¿placer para las pulsiones del ello en arreglo
con el síntoma?
En el caso del juego del niño, Freud advierte que repite la situación
displacentera en pos de adquirir dominio sobre la impresión intensa de
displacer, a través del paulatino cambio subjetivo de posición del yo del
niño de pasivo a activo.
4
En el caso del análisis, el enfermo se comporta de manera infantil,
mostrando por tanto, el carácter desligado de esas pulsiones no
susceptibles, aún con psicoanálisis, de proceso secundario.
5
IntroducciónBloque 1Bloque 2Bloque 3Referencias
Introducción
Los fundamentos del “retorno a Freud” con el que inicia la enseñanza de Jacques Lacan
se encuentran principalmente en la lingüística estructural desarrollada por Ferdinand de
Saussure, en un escrito póstumo publicado en 1914 por dos de sus alumnos: El curso de
lingüística general. El impacto de esta obra en el pensamiento de principios del siglo XX
dio lugar al estructuralismo lingüístico, un movimiento intelectual que influyó en diversos
campos del conocimiento: la filosofía, la antropología, el arte, las ciencias sociales y el
psicoanálisis. A continuación, se presentarán las tesis principales de la teoría estructural
de Saussure, para luego mostrar su recepción dentro del programa de investigación de
Jacques Lacan, denominado por él mismo un “retorno a Freud”. En este sentido, volver a
Freud implica reformular los fundamentos del inconsciente desde una nueva lógica, que
permite interpretar la teoría freudiana de un modo sistemático y riguroso.
Ferdinand de Saussure (2007) distingue el estudio de una lingüística evolutiva que tiene
como objeto las variaciones diacrónicas y temporales de la lengua, y una lingüística
estática que aborda estados de la lengua, es decir, períodos delimitados en donde las
modificaciones han sido mínimas. Hasta el siglo XIX, los lingüistas se habían dedicado
casi exclusivamente a la gramática comparada y a la historia de las lenguas, dejando de
lado el estudio de las constantes universales del lenguaje, susceptibles de ser
sistematizadas y formalizadas (Benveniste, 1997). Para Saussure, el estudio de los
estados sincrónicos de la lengua no es una abstracción, sino que la naturaleza del signo,
unidad lingüística por excelencia, es concreta, siendo objeto de estudio científico bajo un
abordaje metódico. Además, el signo es de naturaleza arbitraria, es decir, no hay ninguna
relación natural que una al significado con el significante.
La estructura lingüística sincrónica tiene los atributos de identidad y diferencia a partir del
concepto de valor, es decir, relación y oposición de sus elementos (Saussure, 2007;
Benveniste, 1997). La lengua es una terceridad, un sistema de articulaciones que media
entre dos unidades que de otra forma serían inaprehensibles “El papel característico de la
lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la expresión
de las ideas, sino de servir de intermediario entre el pensamiento y el sonido” (Saussure,
2007, p. 236). El significante no se define por su materialidad o corporeidad fónica, sino
únicamente por su diferencia dentro de un sistema de valores cuyo estatuto es el de
necesidad: cualquier modificación en cualquier punto de la estructura repercute en todo el
conjunto.
Por otra parte, están las relaciones asociativas, que refieren directamente al tesoro virtual
de la lengua. Estas operan en ausencia de sus términos, de manera sincrónica y generan
sustituciones de las cuales, a diferencia del sintagma, no es posible delimitar un número y
orden definidos en una serie contigua. Este tipo de relaciones se denominan
paradigmáticas.
Es necesario aclarar que, mientras que para Freud el síntoma se encontraba en una
relación de simetría evolutiva y morfológica con la lengua, para Lacan el inconsciente es
reducido a las leyes de la estructura. El recurso a la estructura permite a Lacan realizar
una crítica a todo psicoanálisis orientado hacia el reforzamiento del yo y sus certidumbres
imaginarias. El inconsciente entendido como discontinuidad en el discurso propone un
sujeto descentrado del ego y la conciencia de sí; además, será necesariamente en el otro
que encontrará la posibilidad de su emergencia.
Es decir que anula los tiempos para comprender en provecho de los momentos
de concluir que precipitan la meditación del sujeto hacia el sentido que ha de
decidirse del acontecimiento original.
3. Síntoma y significante
Figura 2: Esquema
Referencias
Benveniste, E. (1997). Problemas de lingüística general (tomo 1). MX: Siglo 21.
Freud, S. (1992). Obras completas (vol. VI). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Freud, S. (1996). Obras completas (tomo 1). Buenos Aires, AR: Biblioteca Nueva.
Miller, J. A. (2011). Recorrido de Lacan. Ocho conferencias. Buenos Aires, AR: Manantial.
Saussure, F. (2007). Curso de lingüística general (2 tomos). Buenos Aires, AR: Losada.
La recepción del estructuralismo lingüístico por parte de Lacan tiene la particularidad de incluir un sujeto
de la estructura, ausente en los fundamentos iniciales de la teoría saussureana y sus continuadores. El
concepto de sujeto formulado por Lacan es el reverso del sujeto de conocimiento cartesiano; al
producirse en lo inconsciente, aparece privado de reflexividad, conciencia y certeza sobre la realidad.
“Un significante es lo que representa al sujeto para otro significante” (Lacan, 2011, p. 779) es la
definición que determina su lugar en el intervalo, entre dos significantes que no pueden obturar su
sentido, pero que a la vez lo ligan al lenguaje y la cultura. A continuación, se presentarán algunos puntos
centrales del desarrollo teórico del concepto, en primer lugar, a partir de la diferenciación con el yo
freudiano y luego respecto del lugar del Otro como tesoro del significante.
En 1949, Lacan comienza a diferenciar su noción de sujeto de la concepción freudiana del yo a partir de
la distinción entre el yo [moi] y el yo [je]. Mientras que el primero designa la instancia narcisista,
defensiva y alienante, el segundo indica un lugar de designación del sujeto del inconsciente,
diferenciado del anterior.
A partir de la tesis del inconsciente estructurado como un lenguaje, en Lacan surge la tarea de asignar
un sujeto a la nueva lectura estructural. Para esto recurre a Roman Jakobson y a la función del shifter,
que produce una designación del lugar del sujeto sin agregar significado, ya que el significante que lo
designaría se encuentra ausente (Lacan, 2011). El yo [je] del shifter tiene para Lacan una
performatividad diferente a partir de su función vocativa, es decir, en la medida en que remite a un
destinatario, pero no a un sujeto. En este sentido, el mensaje siempre vuelve del otro en forma invertida,
ya que en el acto de hablar el sujeto del inconsciente no sabe a quién se dirige. Esta forma de
comprender al sujeto se da a partir de la relación del hombre con el lenguaje en tanto código, a partir de
la demanda como modo de vínculo con el Otro. Es decir, en tanto el sujeto es producido por el
significante, su relación con el Otro va a ser la de la falta.
En 1959, al final del seminario El deseo y su interpretación, Lacan advierte la necesidad de establecer
un nuevo estatuto de sujeto. Lacan privará al sujeto de saber, identidad, conciencia y reflexividad, al
enlazarlo de manera indisociable con el significante. En este caso, el estatuto del conocimiento y del
sujeto de conocimiento se definen por la pregunta del psicoanálisis hacia este sujeto, en la medida en
que “…como analistas, pensamos que todo saber se eleva sobre un fondo de ignorancia” (Lacan, 2008)
Lacan comienza postulando, desde 1953 hasta 1959, un sujeto entre lo imaginario y lo simbólico, que
otorga sentido a través del significante a aquello que aparece en la dualidad especular; en este sentido,
la terceridad del símbolo le permitirá salir de la fascinación y la ilusión de completud provocada por la
imagen. En clave edípica, esto implica salir de la relación simbiótica de identificación con el deseo de la
madre para realizar una operación metafórica que sustituye ese deseo primordial por una ley que
sanciona el ingreso a la cultura: la metáfora paterna.
El pasaje se realiza cuando se postula un sujeto que se ubica entre dos significantes. Su origen se
puede comenzar a reconstruir a partir de su relación con la demanda del Otro; es decir, cuando la
satisfacción de la pulsión es articulada en un vínculo mediado por el lenguaje, no hay significante que
cierre la serie. Antes, el sujeto podía simbolizar lo imaginario, ahora este debe enfrentarse a su deseo,
que se le presenta a través del Otro:
Entre 1960 y 1961, para Lacan un sujeto solo podrá definirse en referencia a otro sujeto, pero lo
intersubjetivo no será un problema central del psicoanálisis. Cuando el sujeto habla, se hace a sí mismo
—agente y paciente— significante; más precisamente, ese significante representa un significante que
falta. “Una forma gramatical vacía ‘yo’ [je] acoge esa falta instaurada en la batería cuando se vuelve
cadena, esa falta de significante esencial de la metonimia significante que se llama: sujeto.” (Le Gaufey,
2010, p. 45). El vínculo entre un sujeto y otro, debido a esta presencia del sujeto como representante de
un significante que falta, ya no podrá ser para Lacan llamado intersubjetividad.
La noción de sujeto solo tiene sentido en una articulación completa de los tres registros postulados por
el Lacan (imaginario-simbólico-real), que indica una radical imposibilidad del sistema significante
respecto de su propia eficacia, un límite inherente al mismo orden de las significaciones. Es decir, no es
posible hablar del sujeto en Lacan dentro de los parámetros de un lenguaje que se plantea como
potencialmente suficiente: “Este corte de la cadena significante es el único que verifica la estructura del
sujeto como discontinuidad en lo real” (Lacan, 2011, p. 762).
El sujeto del inconsciente surge de la estructura del significante como un efecto de la articulación de sus
elementos. Este se encuentra, respecto del Otro que representa al lenguaje y a la ley, interpelado por
una pregunta sobre su lugar en el mundo (¿Che vuoi?: ¿Quién habla?), donde se pone en juego su
relación con los otros, las instituciones y sus propios procesos —nunca acabados— de identificación.
Ningún significante puede ligar completamente al sujeto con el sentido de su ser; por esto, en la
neurosis, el síntoma se produce en relación a este interrogante siempre abierto sobre su deseo, que
proviene de Otro incompleto, donde el sujeto cree poder encontrar respuestas. El psicoanalista y filósofo
Slavoj Žižek ilustra esta condición a partir de la película de Alfred Hitchcock North by northwest:
Para despistar a los agentes rusos, la CIA inventa un agente inexistente llamado George
Kaplan. Se le reservan habitaciones en los hoteles, se hacen llamadas telefónicas en su
nombre, se adquieren boletos de avión, etcétera; todo para convencer a los agentes rusos de
que Kaplan en realidad existe, cuando es solo un hueco, un nombre sin portador. Al
comienzo de la película, el protagonista, un norteamericano común llamado Roger O.
Thornhill, está en el vestíbulo de un hotel y es observado por los rusos porque se supone que
el misterioso Kaplan está alojado allí. Un empleado del hotel entra en la sala diciendo: "Una
llamada para el señor Kaplan. ¿Se encuentra el señor Kaplan?" Exactamente en el mismo
momento, por pura coincidencia, Thornhill hace una seña al empleado porque quiere enviar
un telegrama a su madre. Los rusos que están supervisando lo que sucede lo confunden con
Kaplan. Cuando el norteamericano quiere salir del hotel, lo raptan y lo llevan a una casa
aislada y le piden que les cuente todo acerca de su trabajo de espionaje. Thornhill no sabe
nada, por supuesto, pero su declaración de inocencia es interpretada como un doble juego.
Fuente: [Imagen sin título sobre célula elemental del grafo]. (2018). Recuperada de http://herramientaspsi.blogspot.com/2018/03/necesidad-deseo-y-
demanda-en-el-grafo.html#:~:text=Esto%20es%20la%20c%C3%A9lula%20elemental,de%20deseo%20en%20el%20fantasma.
En la célula elemental del grafo del deseo, se muestra cómo el entrecruzamiento de las dos cadenas
significantes que lo componen arroja como resultado al sujeto dividido del inconsciente. El
atravesamiento del vector S-S’ por el vector Δ- realiza la operación de punto de capitón, en donde el
significado es fijado a partir del Otro: s (A). Si se parte desde el punto delta (Δ), el primer punto de cruce
es el tesoro del significante, el código (A) que, luego de la puntuación realizada por el punto de capitón,
produce un sujeto.
Figura 2: Grafo II
Esta segunda forma del grafo despliega la pregunta que el Otro le realiza al sujeto (Che vuoi?, ¿quién
habla?), que concierne fundamentalmente a su deseo (d) y que será abordada desde la realidad
fantasmática del sujeto. Al abrir el segundo nivel del grafo, ya no se parte en su recorrido de un punto
mítico (Δ), sino de la condición de sujeto, que se verá interpelado por el Otro a dar cuenta de su lugar en
la red simbólica de los significantes.
Referencias
[Imagen sin título sobre célula elemental del grafo]. (2018). Recuperada de
http://herramientaspsi.blogspot.com/2018/03/necesidad-deseo-y-demanda-en-el-
grafo.html#:~:text=Esto%20es%20la%20c%C3%A9lula%20elemental,de%20deseo%20en%20el%20fantasma.
Le Gaufey, G. (2013). El sujeto según Lacan. Buenos Aires, AR: El Cuenco de Plata
Žižek, S. (2009). El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires, AR: Siglo 21.
A continuación, se presentarán los fundamentos del análisis estructural del Edipo y el complejo
de castración por parte de Jacques Lacan. En este se intenta formalizar, a partir de la teoría del
lenguaje heredada de Ferdinand de Saussure, los elementos postulados por Freud dentro de
una lectura ambiental de los complejos vinculares centrales en la conformación de las neurosis.
Para esto, será fundamental poder definir las funciones simbólicas en juego, las distintas
inscripciones de los elementos significantes presentes y la validez antropológica de los
conceptos en relación con las formas de parentesco. Finalmente, se tomarán algunos
fragmentos del caso de Bernia y Rodríguez (2007), para interpretar el fenómeno clínico a partir
de este marco conceptual.
A partir de 1950, Jacques Lacan realiza una lectura estructural de dos de los conceptos más
importantes de la teoría psicoanalítica: complejo de Edipo y complejo de castración. El Edipo
es considerado por Freud el complejo nuclear de las neurosis, al punto que toda estructura
psicopatológica puede rastrearse hacia una disfunción en este. Desde un punto de vista
ambiental, reconstruido por Freud a partir de los síntomas y fantasías de la neurosis, refiere al
lazo libidinal, amoroso y hostil, que el sujeto manifiesta hacia sus padres. En síntesis, se centra
en dos sucesos ocurridos dentro de la estructura de parentesco, el incesto y el parricidio.
La teoría del significante permite a Lacan hacer un análisis formal y de mayor rigor del Edipo y
la castración, alejado de la lectura ambientalista y evolutiva de Freud. Para Lacan, el Edipo se
comprende como una estructura tríadica que pone en juego cuatro funciones significantes:
madre, hijo, padre y falo. Estas no hacen referencia a roles ligados a una condición de género
o a un lazo sanguíneo, sino a funciones simbólicas presentes en el tesoro significante de la
cultura, que trascienden la particularidad temporal del sujeto y se encuentran disponibles para
ser ocupadas por diversos actores. Con esto queremos decir que por “madre” designaremos un
conjunto de características vinculares que expresan un modo cultural de ligar el deseo; el
deseo de hijo, la investidura libidinal del cuerpo, la fundación de la pulsión a través de la
demanda, expresan la presencia del Otro que dona sentido al niño. A su vez, Lacan introduce
el falo como significante de la falta y cifrado del goce, que puede inscribirse en los tres
registros.
Para escribir el falo, se utiliza la siguiente notación (Lacan, 2011; Eidelsztein, 2005):
- ϕ: Falo en lo imaginario (letra Fi minúscula del alfabeto griego). Designa la falta en la imagen.
Puede aparecer sin el signo de sustracción adelante.
- 1: Falo en lo simbólico. Indica la regla lógica que postula como condición necesaria de la
estructura “la falta de al menos un significante”.
φ: Función fálica o falo en lo real (letra Fi mayúscula del alfabeto griego). Lacan cambia el uso
de este matema a lo largo de su enseñanza, puede representar al falo simbólico en
determinados contextos.
Desde una lectura estructural y sincrónica, no es posible comprender los momentos del Edipo
dentro de un marco temporal definido (de los 3 a los 6 años, como establecía Freud), sino que
su desenvolvimiento se realiza en tres tiempos lógicos. En este sentido, no hay una evolución
cronológica de los cambios, sino configuraciones de los significantes que necesariamente
hacen posible la operación del tiempo siguiente. Estas pueden actualizarse en cualquier
momento de la vida del sujeto, dependiendo de su posicionamiento respecto del Otro. Bajo
este nuevo marco de interpretación, pierden sentido las discusiones sobre el ‘cuándo’ que
forzaron a los psicoanalistas, desde Freud a Klein, a ubicar el fenómeno en un momento
‘normal’ o ‘esperable’, que necesariamente obliga a suponer momentos ‘anormales’ o
‘patológicos’ ligados únicamente a la variable del tiempo lineal.
La operación que articula Edipo y castración es una operación metafórica en donde el padre,
en cuanto símbolo o significante, sustituye a la madre. Se trata, en este sentido, del modo en
que el sujeto pasa de la relación dual imaginaria con el otro a la terceridad simbólica en donde
se inscribe la ley paterna, representada por el significante nombre del padre.
El primer tiempo lógico comprende a los significantes, madre, hijo y falo imaginario. El padre,
en este momento, se encuentra ‘velado’, es decir, ubicado en un segundo plano por la relación
imaginaria dual en la que se encuentran el niño y su madre.
Digo que hay una relación entre este ternario simbólico y lo que planteamos aquí el
año pasado bajo la forma del ternario imaginario para presentarles la relación del
niño a la madre, en tanto que el niño depende del deseo de la madre, de la primera
simbolización de la madre y de ninguna otra cosa. Mediante esta simbolización, el
niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura
y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un
nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a
la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del
niño, el de él, este ser es esencial. ¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente
de la apetición de sus cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la
madre, sino de la apetición de su deseo. (Lacan, 2003, p. 187-188).
Este tiempo es el del idilio narcisista de la madre y el niño, donde cada uno se identifica en lo
imaginario con el deseo del otro: la madre es el falo para el niño, el niño es el falo para la
madre. Predomina la ley materna del deseo, donde cada uno intenta colmar la falta del otro.
El tercer tiempo da lugar a la metáfora paterna, operación simbólica donde el significante deseo
de la madre es sustituido por el significante nombre del padre. El padre aparece como portador
de la ley, que opera una interdicción sobre el incesto. Aquí la identificación con el falo se
inscribe en lo simbólico, ya que el padre tiene el falo y no se confunde con él en el plano del
ser, pudiendo donarlo, como potencia de goce, al niño para ser utilizado por fuera de la
relación endogámica y ahorrándole la imposible tarea de colmar el deseo materno. La metáfora
paterna realiza una inscripción simbólica de la ley de la cultura y establece el ideal del yo y la
conciencia moral en la identificación con el padre. La castración se define, en este contexto,
como el registro de la falta del objeto que estructuralmente ya estaba presente en el sujeto.
Figura 2: Operación de la metáfora paterna
2. Articulación clínica
Tomaremos el caso de neurosis obsesiva presentado por Bernia y Rodríguez (2007) para
señalar algunos puntos de análisis clínico. Podemos comenzar con el siguiente fragmento:
El paciente vive con una hermana 8 años menor, padres y sobrino. Sobre sus
padres refiere "Nunca me han ayudado" y agrega "odio a mi hermana porque no es
inteligente" refiriendo que no soporta a la gente poco inteligente. Su padre "isleño",
un hombre mujeriego que "nunca se ha ocupado de mí". "Él tiene su historia... mi
abuelo lo echó de la casa cuando tenía 13 años" y su madre siempre "plegada a él".
Refiere un recuerdo infantil "mi padre me hizo algo terrible". Me regaló un juego de
ajedrez, me enseñó a jugar y cuando le pedía que jugara conmigo me decía que no,
"al directo". (https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).
Podemos aislar en este relato la configuración edípica, donde el padre aparece como una
figura terrible que opaca al deseo materno. El recuerdo del regalo del juego de ajedrez puede
interpretarse como un acto de donación fálica de goce, capacidad y potencia. En este sentido,
la negativa del padre a jugar con el paciente da cuenta de la imposibilidad de identificación
simbólica con este, que aparece como una figura que no puede donar el atributo fálico, ya que
se manifiesta en lo imaginario como aquel que es el falo: un hombre mujeriego con un total
dominio sobre su madre. En lo sintomático, esta forma de inscripción de la ley se manifiesta
como una reactualización —repetición compulsiva— de la escena de castración, donde
diferentes figuras representan la ley en su aspecto más sádico y prohibitivo:
"Llego a casa de un amigo, su mujer está embarazada, pero tiene una bata de casa... El
marido le pide que vaya a cambiarse de ropa, yo soy incapaz de mirarla con malas
intenciones".
"Mi jefe me pide cuentas y yo me pongo rojo” (el lleva los papeles de la contabilidad) El
administrador confía en mí, pero él puede pensar que yo estoy por la libre..." Vuelve a
comentar "Bueno, en realidad él dice que confía en mí, pero no debe confiar mucho…".
(Bernia y Rodríguez, 2007 https://www.psicomundo.com/foros/investigacion/bernia2.htm).
Síntoma y fantasma
Introducción
1. Síntoma y fantasma
(Lo cual está simbolizado por la barra oblicua de noble bastardía con
que afectamos la S del sujeto para señalar que es ese sujeto). (Lacan,
2011: 604).
Como sostén del deseo, el fantasma busca mantener al goce en el principio del
placer, petrificarlo en la repetición. A su vez, en su carácter de montaje, determina
el modo de responder a la falta en el Otro, al hecho de que no hay ningún
significante en la estructura que pueda cifrar definitivamente la pregunta del sujeto
por su lugar en el mundo y frente a los otros. Funciona como un velo que impide
el enfrentamiento inmediato con lo insoportable de lo real, con la incompletud del
tesoro de los significantes.
El modo de gozar del sujeto aparece articulado a partir de los términos que
componen la fórmula del fantasma:
Esta relación entre la falta del Otro, el goce y el fantasma aparece figurada en el
piso superior del grafo del deseo:
Debajo del fantasma se encuentra el matema del síntoma - s (A) - que se lee
“significado del Otro”. Es la respuesta que el fantasma permite articular frente a la
falta del Otro, una asignación de sentido que intenta suturar, de un modo siempre
fallido, lo real del goce; se puede decir, en este sentido, que no hay síntoma sin
fantasma. Si el fantasma se caracteriza por su inercia, el síntoma lo hace por su
insistencia, por su llamado a ser interpretado.
2. Articulación clínica
Retomamos el caso presentado por Bernia y Rodríguez (2007) para realizar una
lectura clínica de síntoma y fantasma. En primer lugar, el síntoma aparece como
la emergencia repetitiva de la culpa y el auto reproche, visible en los siguientes
fragmentos:
Desde esta posición de sujeto es articulado el deseo y el lugar del Otro, al que el
sujeto se adhiere para velar su falta. Esto le permite tener las cosas bajo control y
participar de un modo de goce de manera activa:
En una de las consultas dice "Hice una de las mías", pensé en algo en
mi casa y después lo llevé a cabo, me pasó... ". Parece ser una
fantasía. "Mi jefe me pide cuentas y yo me pongo rojo” (él lleva los
papeles de la contabilidad). El administrador confía en mí, pero él
puede pensar que yo estoy por la libre...". Vuelve a comentar "Bueno,
en realidad él dice que confía en mí, pero no debe confiar mucho…".
Video conceptual
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Referencias
Freud, S. (1992). Obras completas (vol. XVII). Buenos Aires, AR: Amorrortu.
Lacan, J. (2010). El seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires, AR: Paidós.
☰ Síntoma y fantasma
Síntoma y fantasma son dos categorías que orientan la práctica analítica y dan
cuenta del posicionamiento del sujeto frente al objeto que causa su deseo y su
modo de significar la falta en el Otro.
IntroducciónBloque 1Bloque 2Referencias
El yo temprano
Introducción
El concepto de yo temprano que vamos a desarrollar es una muestra de ello, como otros
centrales de su obra tales como complejo de Edipo temprano, mundo interno, superyó
temprano que a lo largo del módulo nos vamos a ocupar.
Klein no empleó el término “yo” con el mismo modelo estructural que usa Freud al referirse
al ello, yo, superyó, más bien se refiere a las experiencias del sujeto, las fantasías sobre sí
mismo, por ello en ocasiones lo denomina self.
La obra de Melanie Klein y sus colaboradoras más cercanas (Joan Riviere, Susan Isaacs,
Paula Heimann) contiene una teoría acerca del desarrollo psíquico temprano y formula
que el bebé tiene una intensa vida emocional desde el comienzo de la vida. Base sobre la
que se sientan los autores poskleinianos.
Para Klein, a diferencia de lo que postuló Freud, hay suficiente yo al nacer. Al comienzo
de la vida es un yo rudimentario, frágil y desorganizado, pero con una función
fundamental, la de hacerle frente a la ansiedad y poner en marcha mecanismos de
defensa para defenderse de ella.
Las ansiedades que el bebé experimenta provienen de fuerzas internas como el instinto
de muerte que despierta temor a la aniquilación y persecución, pero también externas
como el trauma del nacimiento (ansiedad de separación) y la frustración de las
necesidades corporales como hambre, frío, etc.
De este modo, Klein entiende las pulsiones de vida y de muerte en permanente lucha,
manifestadas en los impulsos de amor y de odio que ponen en marcha y sostienen la
dinámica del conflicto psíquico y la angustia que “siente” el bebé (el yo).
Para comenzar a comprender estos conceptos que fueron bastante revolucionarios para
su época vamos a pensarlos con un caso clínico. Para ello vamos a tomar algunos
aspectos del psicoanálisis de Rita, que fue de los primeros casos que le permitieron a
Klein constatar que la teoría psicoanalítica era posible en niños pequeños y a crear una
técnica para ello.
Caso Rita
Rita tenía de 2 años y 9 meses cuando Klein comenzó a tratarla, sufría de trastornos
neuróticos graves, presentaba inhibición en su juego, y oscilaba permanentemente entre
un comportamiento excesivamente bueno y amoroso y berrinches desenfrenados que sus
padres no podían manejar. Era caprichosa, tenía problemas con la alimentación y no tenía
apetito. Presentaba un ritual al acostarse claramente obsesivo que fue agravándose
progresivamente: había que arroparla ajustadamente con una manta a ella y a su muñeca
para ir a dormir, de lo contrario decía que un ratón iba a entrar por la ventana e iba a
arrancar su butzen (así llamaba a sus genitales) de un mordisco. A veces Rita pedía que
le colocaran un elefante de felpa al lado de la cama para impedir que la muñeca se
levantara de noche y fuera a la cama de los padres a hacerles daño.
Tenía fobia a los animales, síntoma que se desencadena a los 2 años con el nacimiento
de su hermanito.
Entre los datos significativos de su realidad familiar, la mamá era una mujer ansiosa con
una neurosis que la presentaba ambivalente frente a la niña, con una lactancia
insatisfactoria que duró varios meses. Rita había dormido hasta los 2 años en el cuarto de
sus padres, y había presenciado varias veces relaciones sexuales. Era una nena muy
apegada a su mamá, pero a los 15 meses empezó a tener preferencia con su papá,
subiéndose en su falda y pedirle a la madre que los dejara solos.
Este caso le permite teorizar a Klein sobre la intensidad y virulencia de las emociones de
los niños desde muy temprana edad, que no solo tienen relación con las características de
los padres reales (aunque había una influencia), si no cómo son vividos por la niña en su
fantasía.
Durante las primeras sesiones Klein observa que esta ambivalencia extrema entre el amor
y el odio hacia sus padres era resultado de las pulsiones hostiles y amorosas que no
había podido integrar, y le generaba grandes montos de culpa.
Crear fantasías es una función del yo. Las fantasías van a ser representaciones que la
mente va a hacer entre las transacciones del mundo interno y la realidad exterior y que
tienen lugar en la realidad psíquica. Este yo establece permanentemente relaciones
objetales fantaseadas (internas) y reales (externas). Desde que nace el bebé tiene que
enfrentarse con el impacto de la realidad que en los comienzos no está preparado para
tolerar. Ahí es donde genera fantasía como una manera encontrar una satisfacción interna
pero también en un intento de defenderse de esta realidad.
Por supuesto que la realidad también va a modificar las fantasías, aportando experiencias
reales, gratificantes o frustrantes. En el ejemplo del bebé, si tiene un objeto pecho (mamá,
mamadera) que sigue gratificándolo podrá ir transformando esa experiencia terrorífica en
una realidad más benévola que modifique esa vivencia interna.
Si tomamos el caso Rita para comprender este concepto, podemos observar sus fantasías
inconscientes, - elaboración de su yo- de ataques y daño hacia sus padres, quizás por
celos, rivalidad edípica, que están proyectados en su muñeca. También en el elefante
deposita el rol de guardián frente a sus ataques fantaseados a sus padres. Es decir,
elabora representaciones internas para significar emociones hacia sus padres reales, pero
también los que construyó en su mente dándonos cuenta de sus fantasías.
En esa primera función del yo, que es defenderse del peligro de aniquilación que deriva de
la pulsión de muerte- constitucional- es donde el yo temprano comienza a establecer
relaciones objetales. Es decir, para Klein, las primeras relaciones objetales que establece
este yo primitivo son el resultado de la necesidad de sacarse y de poner afuera de sí la
angustia. ¿Cómo lo hace? Usando dos mecanismos básicos: el de introyección y
proyección
Debido a los estados primitivos de este psiquismo el yo no está preparado para tolerar la
realidad, por ello la mente funciona bajo el principio de omnipotencia convencido de que
puede manejar los objetos, alucinándolos, haciéndolos desaparecer, etc. Para ello apela a
un mecanismo defensivo al que Klein da gran valor, el mecanismo de escisión.
El yo escinde los objetos –en la fantasía por supuesto- atribuyendo valores de bondad o
maldad según lo frustre o lo gratifique. Y así se van construyendo las primeras relaciones
objetales, las primeras representaciones del mundo exterior y paralelamente de la realidad
interna. Y lo hace sobre su primer objeto de interés: el pecho materno.
Al mismo tiempo y del mismo modo, las pulsiones libidinales y amorosas buscan
satisfacerse a través del empuje hacia un objeto que las satisfaga y le ayude al yo
conservar la vida. Así las cosas, este primer objeto con el que se relaciona el bebé, que es
el pecho de la madre, sufre en el psiquismo del lactante un proceso particular de
disociación: pecho bueno y pecho malo, como producto del conflicto entre el amor y el
odio. Es de este modo que la relación del yo del bebé es con un objeto parcial, o bueno o
malo, según las pulsiones oral-libidinales u oral-destructivas que en ese momento están
imperando. Por este motivo decimos que en Klein las ansiedades y la angustia van a
cumplir un rol fundamental en la construcción del yo y, por ende, de su contacto y
construcción con la realidad, interna (mundo interno) y externa.
El mundo interno
El concepto de mundo interno que plantea la autora es de sus aportes más significativos e
implica una participación activa del bebé en la construcción de su mente. En el interjuego
de las proyecciones e introyecciones tempranas se va construyendo un mundo interno
constituido por objetos internos que van construyendo relaciones entre sí y con el self.
A pesar de que Melanie Klein les da mucho valor a los factores constitucionales en el
psiquismo, considera que la mente está en permanente construcción no solo en el bebé
sino a lo largo de toda la vida.
Estos objetos que llamamos internos y que van a poblar este mundo van a ser vividos
como buenos o malos y se van a desprender de figuras reales (pecho, papá, mamá), pero
van a estar atravesados por estos filtros de los factores constitucionales (envidia primaria,
monto de agresión interna) que los van a modelar, dado que, a más intolerancia a la
frustración más vivencias de ataque fantaseado y más sentimiento de ser atacado por sus
figuras paternas. Así por ejemplo los padres internalizados que operan en la fantasía
pueden no coincidir con cualidades de buenos o malos de los padres reales.
Por esto las relaciones externas están influidas por las cualidades de las relaciones entre
los objetos del mundo interno. Por supuesto también el mundo externo y real va a ser de
vital importancia para modular estas ansiedades tempranas.
Este mundo interno es vital y tan real como el exterior. Para la autora, el mundo interno se
sitúa adentro y afuera del espacio corporal, por esto puede poner aspectos de su propio
self en los objetos externos.
En el caso Rita, descripto más arriba, por ejemplo, ella vive en un mundo externo temido,
lleno de objetos que la pueden atacar y dañar, inclusive modelan el vínculo con sus
padres, pero esto es el resultado de las vivencias de su propio mundo interno, que
mediante el mecanismo de retaliación fantasea ser atacada por su madre por su deseo
primario de atacarla y robarle al bebé o al papá (lo veremos más adelante en Edipo
temprano). Aquí podemos ver esto que Klein teoriza, a partir de la observación de los
niños. La niña construye en su mundo interno un mundo terrorífico y persecutorio a partir
de sus propios sentimientos e influyen en sus vínculos con el mundo externo.
El mundo interno así descripto tiene una noción de espacialidad, ya que supone que en la
mente se creen espacios que albergan cosas. Esto atraviesa toda la teoría Kleiniana.
Desde un punto de vista dramático, la vida mental podría pensarse como una trama de
una obra teatral en la que el yo y los objetos interactúan entre sí, personifican roles e
intenciones (Tabak de Bianchedi et al., 1983). Además, experimentan emociones que van
a derivar en acciones con sentidos que los llevan a diversas direcciones.
En Rita podemos ver el uso de este mecanismo cuando le atribuye al elefante de felpa el
deseo de atacar a sus padres, en realidad es ella que tiene este sentimiento y se lo
atribuye al elefante.
Referencias
Klein, M. (1975). Envidia y gratitud y otros trabajos. Obras Completas. (Vol 3). Buenos
Aires, Argentina: Paidós.
Klein, M. (1975). El psicoanálisis de niños. Obras completas. (Vol 2). Buenos Aires,
Argentina: Paidós.
Teoría de las
posiciones
Teoría
Psicológica III
0
Teoría de las posiciones
El concepto de posición en la teoría kleiniana se transforma en un eje
central de sus desarrollos y constituye, a la vez, una formulación novedosa
en la perspectiva psicoanalítica.
Posición esquizoparanoide.
Posición depresiva.
Posición esquizoparanoide
1
Descriptivamente, en esta posición –que Klein estableció diez años después
que la posición depresiva–, el bebé no reconoce la diferencia entre la
realidad interna y el mundo exterior, así como tampoco distingue objetos,
en tanto los considera parciales, ya sea en un sentido anatómico (pecho,
pene), como en un sentido emocional: objeto que satisface es bueno y el
objeto que frustra es malo. A esto lo llamamos relación de objeto parcial.
Posición depresiva
2
La fuente del conflicto es la ambivalencia amor-odio. La defensa que
caracteriza a la posición esla introyección. Hay menos escisión y los
ataques hostiles mediante la proyección van disminuyendo
paulatinamente.
Teoría de la angustia
Como sabemos, en la teoría freudiana la angustia es vista como un
fenómeno más de la vida psíquica. Era un afecto que Freud comprendía
como un peligro o amenaza causado por un exceso de excitación sexual o
libidinal que el aparato psíquico no puede representar adecuadamente y,
por lo tanto, busca descargarse para aliviar la tensión que provoca
displacer, según los principios que rigen el aparato placer-displacer.
3
de defensa como la escisión (splitting en inglés), la proyección e
introyección –que más adelante llamará identificación proyectiva–. Lo
descripto persiste en el inconsciente a lo largo de toda la vida.
Para finalizar, vale aclarar que Klein llama a la angustia de una manera
carcterística: angustias psicóticas. Las clasificó en:
4
Edipo
temprano
Teoría
Psicológica III
0
Los estadios tempranos del
complejo de Edipo
Marcando una diferencia sustancial con Freud, Melanie Klein plantea como
fecha en que aparece el complejo de Edipo entre los dos y tres primeros
años en 1923. Sin embargo, y a medida que avanzan sus investigaciones,
logradas a partir de la observación del niño a través de la técnica de juego
por ella creada, lo va a plantear al comienzo del segundo año, entre 1924 y
1926, al finalizar el primero, entre 1927 y 1932, y hasta finales del primer
semestre de vida, en 1934. Al respecto, plantea con audacia que el niño
pequeño tiene una concepción fantaseada del coito y la escena primaria,
que se expresan en sus actividades y fantasías masturbatorias. Estas
ejercen una gran influencia en el desarrollo mental del niño y aparecen
como respuesta a la frustración que le provoca la experiencia emocional
del destete.
1
Como explica el artículo de “Fantasía Inconsciente” (Graglia, 2017) donde
se clarifica la lectura previa de la misma Klein, las imagos del pecho de su
madre y del pene de su padre tienen su representante en el escenario del
mundo interno del bebé. A la introyección del pecho bueno y malo de la
madre, corresponde la introyección del pene bueno y malo del padre.
Y ahora el superyó
Aquellos objetos internos representantes de las imagos materna y paterna
se hacen representantes de las imágenes internas protectoras y
auxiliadoras –objetos buenos– y, por otro lado, representantes de las
imágenes internas vengativas y perseguidoras –objetos malos– que se van
diferenciando del yo y devienen el núcleo del superyó.
La pareja combinada
2
mantiene con la madre, con su cuerpo y con los contenidos de este una
relación de objeto. De este modo rompe con la teoría del Narcisismo
primario de Freud, que es entendida, la mayoría de las veces, como
anobjetal.
El niño desea ser ese cuerpo lleno de riquezas –heces, pecho, pene, bebé–,
y así se establece lo que Melanie Klein llama fase femenina: el niño y la
niña se identifican con ese cuerpo maravilloso idealizado y sus contenidos.
Cuando puede ir distinguiendo el pene como un objeto distinto en sus
contenidos, va sobreviniendo la diferenciación sexual. Aunque en este
momento la relación es diádica entre el niño y la madre, el padre está
incluido en el cuerpo de la madre como continente de los diversos
contenidos mencionados. Solo a medida que el desarrollo de la sexualidad
infantil va marcando el paso de la discriminación sexual, va abriendo el
paso al Edipo tardío con unas figuras de madre y padre diferenciadas y
unidas eventualmente en coito.
3
Envidia
primaria
Teoría
Psicológica III
0
Envidia primaria
Melanie Klein considera a la envidia temprana como uno de los factores
que actúan desde el nacimiento y afectanlas experiencias emocionales del
bebé. ¿De qué manera? Fundamentalmente, alterando e incluso
impidiendo la experiencia de gratificación que el bebé necesita
prioritariamente sentir en estos momentos de su incipiente vida para
poder internalizar objetos los suficientemente buenos como para tolerar la
frustración y desarrollarse más saludablemente. Como consecuencia, se
atacan y destruyen los investimimientos libidinales del yo para con los
objetos y contenidos gratificantes de él.
Hasta este momento de Klein (1957), la envidia había sido descripta como
envidia del pene y a veces confundida con los celos. Es en su magnífico
Envidia y gratitud(1957), donde diferencia a ambas emociones al
plantearque los celos son una emoción emanada de relaciones de objetos
totales (ver teoría de las posiciones), que consiste en querer poseer el
objeto amado –o sus contenidos– y excluir cualquier rivalidad existente en
esa dirección. Como se puede pensar, es una emoción derivada de
relaciones triangualares donde el yo se diferencia claramente de los
objetos y discrimina a estos entre sí.
1
aspectos buenos y deseados del objeto, está impregnada de instinto de
muerte.“La envidia aunque sea un factor interno, se proyecta como una
externalización del instinto de muerte” (Segal, 1987, p. 44).
2
capacidades sean ajenas, sean de otro, y entonces ese otro se nos hace
necesario para poder obtener eso que el otro tiene, es bueno y nos
gratifica.
3
La desvalorización del yo: toda vez que exista peligro de rivalidad con
una figura importante, se desvalorizan sus propios méritos para poder
desmentir la envidia y, al mismo tiempo, castigarse a causa de ella.
Introyección voraz del pecho: en la mente del niño, este pasa a ser su
entera posesión, lo controla por completo, con la sensación de
apropiarse de todo lo bueno que le atribuye.
La sofocación de sentimientos de amor y la intensificación
correspondiente del odio: esta operatoria es menos penosa que
soportar la culpa que nace de la combinación de amor, odio y envidia.
Puede no expresarse como odio, sino como indiferencia.
Por último, una de las defensas más clarificadoras de expresiones
contra-transferenciales recibe el nombre de identificación proyectiva,
que consiste en penetrar el cuerpo y la mente del otro –objeto– para
introducirle todas las partes malas del self y así librar al yo. Hay un
trabajo de profundización de Bion (1962) sobre este concepto, que
llama realista y donde describe los esfuerzos que el sujeto –el paciente
en la clínica, por caso– hace para lograr que el otro –madre, analista–
experimente las emociones que el yo no puede soportar. Para que la
operatoria sea efectiva, es necesario que el analista –o la madre, en tal
caso–la introyecte.
4
IntroducciónBloque 1ReferenciasRevisión
A grandes rasgos, diremos que la ética del psicoanálisis que encontramos en Seminario
de 1960 es la ética del deseo.
En la primera clase de Seminario 7, Lacan advierte sobre ciertos idealismos en los que ha
incurrido el psicoanálisis, que lo alejan de toda ética: la genitalización del deseo, la
autenticidad y el ideal de la dependencia.
Las buenas intenciones y los ideales están del lado de la moral, la orientación del
psicoanálisis es la ética.
El libro Seminario de 1960 comienza ubicando lo social en primer lugar, luego lo clínico, a
partir de la demanda: “la demanda del enfermo a la cual nuestra respuesta da su exacta
significación – una respuesta cuya disciplina debemos conservar severamente para
impedir que se adultere el sentido, en suma, profundamente inconsciente, de esa
demanda” (Lacan, 1960, p. 10). La posición del analista frente a la demanda no consiste
en responderla imaginariamente, es decir, sino se ubica como quien puede darle al sujeto
lo que le falta (ya que si hay demanda, algo falta) a través de la identificación o creyendo
saber cuál es el “buen camino” para el sujeto o las recetas para la felicidad. Por el
contrario, introduce la pregunta por el deseo y permite así el despliegue del inconsciente.
Esta posición en sí misma se articula a la ética y se separa de toda moral.
La ética del psicoanálisis no opera a través del ideal, no está conformada por normas, ni
reglas, ni conductas esperables ni recetas para el bienestar. Cuando decimos que es una
ética orientada por lo real, no tiene que ver con idealismo, sino con la íntima relación de un
sujeto con la pulsión.
Sabemos que no hay reciprocidad ni linealidad entre deseo y objeto, es decir, hay una
inadecuación entre deseo y satisfacción, que se puede leer claramente en la articulación
de necesidad, demanda y deseo; de allí que nos encontramos con la repetición y
ubicamos aquí la base de nuestra ética.
Lacan (1960) toma la frase de Freud “Wo Es war, soll Ich werden” y propone una
traducción: “donde Ello era, allí Yo (Je) debe advenir”. Esta traducción es opuesta a la
promovida por la psicología del yo que defiende la tesis “donde el Yo debe desalojar al
Ello”. Una de las consecuencias para Lacan fue la expulsión de la IPA y su “retorno a
Freud”, podríamos decir en defensa de la causa Freudiana, que es la causa del
inconsciente.
Devolverle su lugar al Ello como lo que encarna lo más verdadero de un sujeto introduce
la responsabilidad subjetiva, la implicancia del sujeto en aquello que le pasa.
Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de
confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí
su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del
fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una
realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera
fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen
siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el
discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse,
de no representarse en él y que llamamos lo real. De ahí que Lacan lo igualara a lo
imposible lógico. Lo real es lo imposible en la medida que no puede llegar a simbolizarse
ni a imaginarizarse, que no cesa de no escribirse en los otros dos registros.
(https://bit.ly/3gaBEli)
Lo real como imposible está ligado a la pulsión y comanda la vida del sujeto. El síntoma
es, entonces, una solución, un arreglo con ese real.
Una ética del bien decir significa una ética que eleva la dignidad de la enunciación del
sujeto, funda un decir verdadero que va más allá de lo correcto o de lo incorrecto, del bien
o del mal; no hay un bien decir de lo real (no hay un decir bien de la muerte y el sexo),
sino más bien la implicancia subjetiva, la posición ética del sujeto asumiendo los límites y
la imposibilidad incluso del decir. Un psicoanálisis funda la posibilidad de un bien decir
donde el sujeto se pregunte sobre su deseo, se responsabilice por ello, lo que permite una
invención única y singular, una manera más vivible de vivir la pulsión.
“Lo único de lo cual se puede ser culpable, al menos desde el punto de vista de la
perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo… Es por el hecho de haber cedido
en su deseo que el sujeto se siente culpable” (Lacan, 1960, p. 368).
El analista no tiene un saber sobre el deseo del analizante, no sabe lo que es el bien para
cada quien; está advertido que nada se puede saber sobre el deseo, y la ética justamente
es no responder a la demanda. El psicoanálisis renuncia a la búsqueda del bien, ya que el
bien solo puede ser decidido de manera singular. El analista no se ubica como sujeto, sino
como objeto que hace emerger la palabra del sujeto, para que así se nombre.
Referencias