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Rose Lowell
© Rose Lowell
El coraje de un caballero
Primera edición: junio de 2023
Mayfair, Londres.
Julio de 1830.
La temporada pasó, finalizando prematuramente a causa de la muerte, en el
mes de junio, del rey Jorge IV, popularmente conocido como Prinny durante
su regencia. Sus funerales y posterior entierro en Windsor a mediados de julio
provocaron que la nobleza tuviese que permanecer en Londres durante el
verano, y que la que ya se había retirado a sus mansiones en el campo regresase
precipitadamente.
Habían vuelto a la ciudad expectantes, tanto por la muerte del rey como
por el obligado regreso de los marqueses de Clydesdale y los vizcondes Hyland
y sus pequeños hijos.
Justin ya había coincidido con los orgullosos padres en Brooks’s y había
concertado una cena en Craddock House, días después del entierro del rey, en
la que se reunirían todos los amigos.
Los primeros en llegar fueron Kenneth y Celia con su pequeño hijo Robert
John Hyland, un precioso niño con el cabello rubio de su madre y los
penetrantes ojos azules de su padre.
A los pocos minutos, Callen y Jenna hicieron su aparición. El pequeño, y
pequeño era un eufemismo puesto que el chiquillo llevaba camino de ser tan
enorme como su padre, era muy guapo, su cabello de un tono más pelirrojo
que Callen y con los expresivos ojos grises de Jenna. Fue presentado como
Duncan David Hamilton-Douglas.
Shelby, Frances y Lilith se repartían alborozadas entre los dos niños, ante la
orgullosa mirada de sus madres.
Celia y Jenna intercambiaron una mirada cómplice, y fue Celia la que se
dirigió a Lilith.
―Por lo que veo, el jabalí belicoso ha sido cazado. Debo darle la
enhorabuena al afortunado cazador, no hay nada como ser perseverante...
cuando se va de caza ―repuso con sorna.
Shelby y Frances miraron a Lilith. Todas conocían el apodo que Justin le
había puesto a Lilith tras su encontronazo la noche que se conocieron, sin
embargo, no podían estar seguras de que Lilith estuviese al tanto.
Lilith soltó una carcajada.
―Me temo que quien ha sido acorralado por el jabalí ha sido el cazador
―contestó divertida.
Las demás la acompañaron en las risas. No dudaban que, conociendo a
Lilith, había sido el cazador quien había sido atrapado.
En ese momento, Gabriel y Darrell hicieron su entrada. Mientras Darrell
dirigía una mirada hacia Frances, ella continuó hablando con sus amigas e
ignorándolo por completo. Algo que continuó durante la cena, ante la
irritación de Ridley.
Callen y Kenneth felicitaron a Darrell por su nuevo cargo, lo que hizo que
Frances prestase atención. Así se enteró de que Ridley formaba parte de la
recién creada Policía Metropolitana como inspector. No pudo evitar sentirse
orgullosa de Darrell, se lo merecía. Había trabajado mucho y resuelto los
asesinatos tanto perpetrados por Amelia Bonham como por Longford.
Sus ojos brillantes de orgullo se dirigieron hacia él, sin embargo, desvió la
mirada al instante. Darrell la observaba con atención.
Tras la cena, la conversación se desvió hacia las dos únicas solteras que
quedaban del grupo de amigas. Ambas soportaban con hastío las bromas de
Celia, Jenna y Lilith, hasta que Justin habló.
―En realidad, quizá en poco tiempo una de las solteras deje de estarlo.
Shelby y Frances lo miraron con el ceño fruncido, el resto con curiosidad.
Lilith preguntó sonriente.
―¿Otra historia tuya?
―En absoluto, querida ―contestó petulante Justin―. Recientemente, para
ser más específicos, en el día de ayer, he recibido una petición para cortejar a
Frances.
La aludida palideció.
Lilith escrutó recelosa a su marido, ¿qué se traía entre manos? No era
propio de él admitir un cortejo hacia su hermana sin consultarlo antes con ella.
―¿L... lo has aceptado? ―balbuceó desconcertada.
―Por supuesto, ¿por qué no? Es un simple cortejo, no te compromete a
nada.
Frances se enfurecía por momentos.
―¿Sin consultarlo siquiera conmigo?
Justin hizo un gesto con la mano.
―Será de tu agrado, ya lo verás.
―¿Puedo saber al menos de quién se trata? ―Frances estaba a punto de
agarrar a su hermano del cuello y comenzar a sacudirlo.
―El vizconde Millard.
Darrell, hasta el momento en completo silencio, saltó como un resorte.
―¡Ni en sueños permitirás ese cortejo! ―bramó furioso.
Frances giró su rostro lentamente hacia él. ¿Quién demonios se creía que
era?
―¿Disculpa?
Justin enarcó las cejas perplejo.
―Bueno, me temo que quien corteje a mi hermana no es asunto tuyo.
Callen, Kenneth y Gabriel observaban la escena estupefactos. Darrell
nunca perdía los nervios.
Callen, tras frotarse la barbilla pensativo, quiso saber mientras escrutaba
atento a su amigo:
―¿Quién ha hablado, el hombre o el policía?
Darrell le lanzó una mirada asesina, mientras hacía un gesto a sus amigos
para que lo siguiesen. Los cinco caballeros abandonaron la sala hacia el
despacho de Justin, ante la mirada perpleja de las damas.
Una vez cerraron la puerta del estudio, Justin se volvió hacia Darrell.
―Y bien, ¿cuál es tu punto? ―espetó con los brazos cruzados.
Los demás se fueron sentando, expectantes ante la discusión que se
avecinaba.
Callen comentó con indolencia.
―Antes de nada, todavía no me has respondido.
Darrell repuso fríamente.
―Hablo como policía.
Justin enarcó una ceja, «¿Millard envuelto en asuntos turbios?».
Darrell suspiró con hastío y, mientras se servía una copa, comenzó a
explicarles la situación.
―Millard pertenece al club Leviatán, el mismo al que pertenecía
Longford... ―No era del todo cierto, pero ellos no tenían por qué saberlo.
―¡¿Santo Dios, un club de asesinos de mujeres?! ―exclamó Kenneth
horrorizado.
―No. El único asesino era Longford, el club en sí se dedica a chantajes,
robos... su fin es hacer inmensamente ricos a sus socios.
―¿Robos? ¿Roban a sus propios pares? ―Gabriel estaba atónito.
―Solo piezas de valor incalculable. Saben elegir bien. Más tarde las venden
a coleccionistas, bien en este país o en el continente ―añadió Darrell―. En
cuanto a los chantajes, son socios de la mayor parte de los clubs de Londres,
vigilan a los perdedores, los estudian y se aprovechan, o bien de su adicción al
juego, o bien de otras adicciones o flaquezas. Saben encontrar los puntos
débiles de sus víctimas.
―¿Y dices que Millard pertenece a ese club? ¿Estás seguro? ―Justin había
averiguado por Kenneth que el vizconde era compañero de trabajo de Darrell.
Perplejo, se preguntaba cómo era posible que este consintiese en trabajar con...
¿un ladrón? Maldita sea, tendría que revisar todos sus planes.
Darrell enarcó una ceja en su dirección, lo que hizo que Justin levantase las
manos en señal de rendición. Darrell sabía lo que se hacía.
―Hablaré con él en cuanto venga a visitar a Frances y rechazaré el cortejo.
De todos modos, salvo acompañarla a pasear y dejar claras sus intenciones,
poco más podrá hacer. La alta se retirará al campo en pocos días, hasta que
comience la pequeña temporada.
―¿Y qué explicación darás? ―inquirió Gabriel―. No puedes decirle: «Me
he enterado de que pertenece a un club infernal, así que no consentiré que mi
hermana sea cortejada por usted» ―espetó socarrón―. Además de que has
dado tu palabra, y no tienes motivo alguno, sin descubrir a Darrell, para faltar a
ella.
―No voy a permitir que Frances sea acompañada por ese... ese... cretino
―ladró Justin indignado―, aunque solo sea escoltándola en algunos paseos. Si
detenéis a Millard, no quiero que ella se vea envuelta en un escándalo
semejante.
―Ella no correrá peligro alguno ―opinó Darrell―. Sus intereses no van
contra las damas. Permite un breve cortejo y que, pasado un tiempo, lady
Frances lo rompa, alegando que no encuentran intereses comunes, o lo que sea
que aleguen las damas. Y en cuanto a la posible detención de Millard, todavía
tenemos mucho trabajo por delante. Debemos averiguar quién es el cerebro
del Leviatán.
«Maldita sea, tendré que decirles la verdad, y entonces no habrá razón
alguna para que ella se oponga a ser cortejada por Millard», pensó Darrell.
―No me gusta la idea de ver a mi hermana con ese bastardo ―comentó
Justin con preocupación.
―Pues me temo que no tienes otra opción ―repuso Callen.
―Regresemos con las damas ―ofreció Kenneth al tiempo que se
levantaba―. No creo que estén muy contentas con nuestra deserción.
Y, desde luego, no lo estaban. Nada contentas.
En cuanto los caballeros hicieron acto de presencia, los tres casados
tuvieron que soportar las miradas asesinas de sus esposas, además de que uno
de los casados tuvo que soportar también la de su hermana.
Frances estaba sentada con Shelby, y en cuanto vio entrar a su hermano se
cruzó de brazos con insolencia.
―Y bien, ¿habéis decidido entre todos si Millard me cortejará o no, o
necesitáis más opiniones? Podemos enviar una nota a los Balfour, incluso a los
duques de Hamilton y Brandon ―masculló mordaz.
Justin intercambió una rápida mirada con Darrell que no pasó
desapercibida para Frances.
―Habrá cortejo ―anunció Justin―. Si el vizconde no te agrada tras tratarlo
un tiempo, serás libre de cesarlo.
Frances enarcó una ceja, «¿Qué demonios se callan?».
―No.
―¿No? ¿No qué? ―inquirió su hermano.
―O me explicáis lo que en verdad ocurre, ―Al decirlo pasó la mirada de su
hermano a Darrell―, o me negaré a las atenciones de Millard. ―Observó a su
hermano con arrogancia―. Y creo recordar que no es mi palabra la que está
comprometida. Así que si no quieres que el vizconde se pregunte qué clase de
compromisos acuerdas y no mantienes, espero vuestras explicaciones.
A Frances no le había agradado lo más mínimo que su hermano no
consultase con ella la petición de un cortejo por parte de un caballero, ni
siquiera con Lilith. Su primera intención fue negarse, pero al ver la reacción de
Darrell, decidió aceptarlo. Si él no quería saber nada de ella, más que como la
pequeña hermana de su amigo, que se fuera al infierno. Su indignación estaba
fuera de lugar.
Al escucharla, tanto Lilith como Shelby sonrieron con petulancia,
orgullosas de su amiga, lo que les valió sendas miradas de advertencia por
parte de Justin y Gabriel.
Justin carraspeó al tiempo que encogía los hombros en dirección a Darrell.
Este enarcó una ceja: «¿De verdad piensa que voy a ser yo el que le explique la
relación de Millard con el club?». Negó con la cabeza. Ni loco.
Al ver que Darrell no tenía intención alguna de hablar, Justin se decidió.
―Darrell nos ha explicado que Millard pertenece a un club llamado
Leviatán... ―repitió a las damas lo que su amigo les había contado y la decisión
a la que habían llegado.
Frances pasó su mirada de uno a otro. A Darrell se le puso el vello de
punta al ver el brillo de desafío en sus ojos.
Ella se levantó haciendo un gesto para que los caballeros permaneciesen
sentados. Ante la expectación general paseó por la sala mientras, pensativa, se
daba golpecitos en la barbilla. A la inquietud de Darrell se añadió un nudo en
su estómago.
―Acepto el cortejo ―anunció al fin Frances.
Darrell entrecerró los ojos.
―¿Por qué?
Ella aprovechó la ocasión para irritarlo. Se encogió de hombros con
indiferencia.
―Es atractivo, rico y...
―¿Y? ―Los ojos de Darrell ya eran pequeñas rendijas.
Frances alzó la barbilla altanera sin contestar.
«Y... si tú no tienes intención alguna con respecto a mí, aceptaré el cortejo
del vizconde, al fin y al cabo, no me compromete a nada, y por lo que parece
te molesta lo suficiente, a saber por qué», pensó resentida.
―Si lo que pretende es espiarle, milady, no se lo aconsejo. Son
profesionales, y usted... ―La fría y hostil mirada que recibió lo hizo vacilar―.
Usted no tiene experiencia.
En su deseo de evitar que Frances se pusiese en peligro, Darrell soltó, sin
darse cuenta, lo único que haría que ella insistiese hasta la saciedad.
―Nor... lady Dudley puede hacerlo, no es el primer trabajo que realiza para
la policía.
Frances sintió una rabia sorda. Si ese cretino pensaba que ella podía ser
menos eficaz que la vizcondesa, estaba muy equivocado. Bien, le faltaba
experiencia, pero no era tonta, como al parecer pensaba el policía memo.
Roja de furia, espetó:
―¿Millard ha solicitado cortejar a lady Dudley?
―No ―respondió entre dientes Darrell.
Frances enarcó una ceja.
―Pues entonces me temo que el privilegio me corresponde a mí, y la
decisión de intentar averiguar algo, también ―repuso desafiante.
Darrell masculló varias maldiciones. Condenada terca. Miró a las demás
damas. Todas tenían la misma expresión de Frances, desafiantes y altaneras.
Cuando dirigió la mirada hacia sus amigos, sus expresiones resignadas le
hicieron ver que no tenía nada que hacer. No estaba tan loco como para
enfrentarse él solo a cinco damas que lo observaban con hostilidad.
―Lady Dudley le enseñará cómo debe comportarse sin provocar
sospechas...
―No necesito que nadie me enseñe a comportarme, gracias ―siseó
molesta Frances.
«¡Lo que me faltaba! Tener a tu amante como institutriz», pensó indignada.
Darrell se levantó, al tiempo que se acercaba con una lentitud peligrosa a
Frances. Tan pronto estuvo a su altura, la miró imponente. Frances, mucho
más baja, alzó la mirada con precaución.
―O permite que la vizcondesa la instruya ―masculló―, o yo mismo
detendré a Millard y al demonio la investigación, aunque tengamos que
comenzar de nuevo. ¿He sido claro?
Frances levantó la barbilla.
―Como el cristal ―siseó rabiosa.
―Bien. En la mañana la visitará para darle instrucciones.
«¿Se lo comunicarás esta noche en la cama?». Los celos hacían que Frances
se obcecase y no pensase con claridad.
Resuelto el asunto, al menos por parte de Darrell, los caballeros se
pusieron a conversar mientras las damas rodeaban a Frances.
Celia intentó disuadir a su amiga.
―Es peligroso, Frances, si sospecha que le espías...
Frances la miró con frustración.
―A ti estuvieron a punto de matarte. Jenna tuvo que dejar toda la vida que
conocía a causa de Brentwood y Lilith no tuvo problema en actuar de cebo
con aquel miserable. ¿También vosotras me consideráis una buena para nada,
una cobarde que no es capaz ni de ponerse unos zapatos sola?
Lilith tomó su mano.
―Por Dios, Frances, ninguna pensamos nada de eso sobre ti. Solo estamos
preocupadas, las que hemos pasado por alguna situación... peligrosa, sabemos
el miedo que se siente, y no es cobardía, el miedo es una señal de sensatez. El
que no tiene miedo generalmente o es un imprudente o un loco.
―Claro que podrás hacerlo ―intervino Shelby―. Al fin y al cabo, se trata
solo de observar, ¿no?
―Acepta los consejos de la vizcondesa y olvida tus celos ―susurró Jenna
en su oído para que solo ella lo escuchase.
Frances la miró perpleja, al tiempo que Jenna sonreía y le guiñaba un ojo.
―¿Crees que lo que sientes por Darrell nos ha pasado desapercibido?
Las demás la miraron con simpatía, mientras Lilith murmuraba.
―Créeme, Nora no tiene ningún interés romántico en Darrell.
Frances recordó el teatro, y a la vizcondesa y a lord Seaham juntos. ¿Estaría
equivocada y el interés romántico de la vizcondesa estaba en Surrey? ¿O estaría
jugando con los sentimientos de los dos hombres?
r
Darrell abandonó Craddock House llevado de todos los demonios del
infierno.
A su frustración por no poder evitar que Frances se colocase en algún tipo
de posición peligrosa a causa de Millard, algo que dudaba que se produjese por
causa del vizconde, sino por alguna imprudencia de la inexperta muchacha, se
unía el asimilar que ella acabaría comprometiéndose con algún caballero. Tal
vez no fuese el vizconde, pero sería algún otro con el rango suficiente para
darle la vida que merecía.
Se había enamorado de Frances cuando ella llegó, con diecisiete años, a
Londres, acompañada de sus despreocupadas tías, y dispuesta a prepararse
para su próximo debut y entrada en el maldito mercado matrimonial.
Aquella niña introvertida, pero alegre, con la que había coincidido infinidad
de veces en Craddock Manor, se había convertido en una preciosa mujer. De
estatura media y cabello castaño, sus ojos verdes eran muy parecidos a los de
Justin, pero los de ella tenían un precioso tono esmeralda, cejas arqueadas y
boca sensual, esbelta pero con curvas donde debían estar, alegre, leal,
ingeniosa y orgullosa, le había robado el corazón.
Él no era más que un segundo hijo, entonces un simple runner. Con su
nuevo puesto disfrutaría de una posición holgada, por supuesto, pero nada
aceptable para la hija y hermana de condes. Aunque se llevaba bien con su
hermano, este le llevaba veinte años, demasiados como para preocuparse de un
mocoso. Su padre le había pasado una generosa asignación, y cuando murió,
estando él en la universidad, su hermano, el nuevo marqués de Dereham,
después de sufragar sus estudios y su Grand Tour, le dejó bien claro que tendría
que ganarse su sustento; le sorprendió su decisión pero la aceptó, de hecho, no
podría hacer nada para evitarlo. Gracias a sus ahorros y a la sabia inversión de
estos mediante los consejos de Kenneth, había conseguido una nada
desdeñable fortuna, pero solo era dinero. Él ostentaba su título de cortesía
como presunto heredero de su hermano, pero eventualmente este se casaría y,
en cuanto tuviese a su heredero, si Frances se casaba con él su estatus en la
nobleza descendería. Sí, conservaría su tratamiento de lady, pero sería la esposa
de un simple trabajador, por mucho que su rango fuese de los más altos entre
la nueva policía.
No podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, sería cómoda, sí,
pero nada que ver con lo que tenía en Craddock House. Además, estaba su
trabajo. Aunque ya no necesitaba estar en las calles como cuando era runner,
tenía sus riesgos. Él no era hombre de despacho, y si bien tenía que manejar
papeleo, también se jugaba el cuello en la calle. No era vida para una dama de
la nobleza.
Recordó los pocos días que pasaron en Seaham Manor tras la marcha de
los recién casados. El comportamiento de Frances se volvió frío, distante,
evasivo. De acuerdo, le había facilitado su intención de evitarla todo lo que
pudiese. No obstante, debía reconocer que echaba de menos la camaradería
que tenían, su calidez, sus divertidos intentos por que la tutease. Por suerte,
gracias a Nora, que había aceptado encantada seguir trabajando con él, y a su
oficial, él no tendría que visitar los salones de la alta. No habría oportunidad
alguna de cruzarse con ella.
Salvo este inoportuno cortejo aceptado por Justin. ¡Maldita sea! Se vería
obligado a estar pendiente de ella. ¡Al demonio sus intenciones de evitarla!
Incluso tendría que ver cómo Millard la escoltaba a todos los eventos en
cuanto la actividad en los salones comenzase.
Se pasaría por la residencia de Nora para ponerla sobre aviso y asegurarse
de que la instruyese sobre las precauciones que debía tomar, tan decidida
como estaba a averiguar lo que pudiese sobre el vizconde. Y en la mañana
alguien pagaría su furia en el despacho.
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Frances, por su parte, tras marcharse sus amigos, subió a su alcoba, y
después de que su doncella la ayudase a ponerse el camisón y cepillar su
cabello, se metió en la cama dispuesta a coger el sueño con un soporífero libro.
Sin embargo, su mente no dejaba de darle vueltas a la actitud de Darrell.
Recordó su comportamiento cuando Justin y Lilith se marcharon de
Seaham Manor. Después de la cena, Darrell y Nora habían paseado por los
jardines conversando animadamente. Frances observó la complicidad que
había entre ellos. No se tocaban, pero era indudable que ambos estaban
especialmente unidos.
Suspiró abatida. Bien, él había elegido. Durante toda su infancia lo había
visto en Craddock Manor cuando se reunían los cuatro amigos con Justin. Solo
era una niña, pero el alto y esbelto muchacho de cabello cobrizo, frente amplia,
con intensos ojos avellana, nariz recta y labios llenos resultaba muy atractivo; y
cuando sonreía y su pícara sonrisa iluminaba su rostro, conseguía que sus
rodillas temblasen y que más de una dama suspirase con anhelo. Su descaro y
su sarcástico sentido del humor no pudieron evitar que se enamorase de él, si
no lo estaba ya, cuando coincidieron en Londres la temporada anterior a su
debut. Había sido una tonta al no darse cuenta de que Darrell solo la
consideraba la hermana de uno de sus mejores amigos.
Su negativa a tratarla por su nombre de pila, cuando no tenía problema
alguno en hacerlo con sus amigas, y la distancia que ponía siempre entre ellos
tendrían que haber sido indicios suficientes para disuadirla de continuar
guardando sentimientos por él.
No pudo evitar un cierto resquemor al recordar a lord Seaham y la
vizcondesa en el palco del teatro. Celosa e irritada, concluyó que allá Darrell,
era mayorcito y muy experto, capaz de lidiar con una amante infiel. No en
vano, estaba al tanto, por conversaciones escuchadas al azar entre su hermano
y sus amigos, de las correrías de Callen y Darrell en París. Los dos libres de
obligaciones, los dos segundos hijos.
Se había acabado. Millard era el primer paso para prestar atención a otros
caballeros y olvidarse de Ridley. En cuanto al supuesto peligro, él había sido
claro en que sus intereses eran el chantaje y el robo, nada que pudiera afectar a
una dama. Y si tenía que aprender algunos trucos de la vizcondesa Dudley,
bienvenidos fueran. Escondería bien sus sentimientos, no deseaba que le
ocurriese como con sus amigas, que habían averiguado lo que sentía por
Darrell. ¿Tanto se le notaba? Esperaba que no, que solo lo hubiesen advertido
ellas puesto que la conocían bien. Los caballeros, generalmente, no se
percataban de ciertas cosas puesto que, de ser así, entendía, conociendo a su
hermano, que Justin ya habría tomado cartas en el asunto, de una manera u
otra.
Harta de que sus pensamientos siempre girasen en torno a Darrell, decidió
dormirse de una vez. No tenía intención de aparecer ojerosa al día siguiente
cuando recibiese a lady Dudley.
k Capítulo 2 l
Esa noche acudieron al teatro. Una nueva obra se estrenaba en el Drury, con
lo cual, todo aquel que era alguien en la alta estaría allí. Frances acudía en
compañía de Millard, y teniendo como chaperones a su hermano y su cuñada,
Shelby también los acompañaba.
Las tres damas se sentaron juntas, con los dos caballeros situados tras ellas.
Millard entre Frances y Shelby, y Justin cercano a Lilith. Contemplaban los
palcos entre comentarios cuando Frances palideció. Su repentina rigidez fue
tan evidente que llamó la atención de sus amigas.
―¿Qué ocurre? ―susurró Shelby, mientras Lilith la miraba con curiosidad.
―Nada ―contestó al tiempo que desviaba la mirada del palco que le había
llamado la atención.
Shelby y Lilith, tras intercambiar una mirada, dirigieron la vista hacia el
lugar que había llamado la atención de Frances. El palco de Willesden. En él,
Gabriel, Darrell, Nora y otra dama conversaban animadamente.
―Cretino del demonio ―masculló Shelby entre dientes.
Lilith reprimió una risilla.
―¿Cuál de los dos? ―preguntó con sorna.
―Ridley, por supuesto ―repuso Shelby.
Lilith hizo una mueca.
―Por supuesto.
Shelby estaba furiosa, conocía los sentimientos de Frances hacia Ridley, y
aunque no estaba muy segura de cuáles eran los de Ridley hacia su amiga, le
parecía que presentarse con su amante en el teatro sabiendo que Frances
estaría allí era de una insensibilidad absoluta por parte del caballero. En su
indignación, no se detuvo a pensar que en realidad Frances estaba acompañada
por su pretendiente y que Ridley era soltero, y muy libre de hacerse acompañar
por quien quisiese.
Los dos caballeros del palco estaban tan absortos en su conversación con
las damas que no se percataron de la presencia del grupo de Craddock.
―Conoces a la vizcondesa, ¿verdad? ―inquirió Shelby sin apartar su
irritada mirada del grupito.
―Sí... ―contestó Lilith, sin saber a dónde quería llegar su amiga.
―Bien, pues vamos a saludarla ―siseó Shelby, al tiempo que se levantaba y
tomaba de la mano a Lilith, haciendo que se levantase a su vez.
Justin y Millard se pusieron en pie extrañados, mientras Frances las miraba
confusa.
―¿A dónde se supone que vais? ―quiso saber Justin.
Lilith enarcó las cejas mientras miraba a Shelby.
―Acabamos de ver a alguien a quien deseamos saludar ―contestó con
indiferencia Shelby.
―Os acompañaré ―sugirió Justin.
―¡No! ―exclamó Lilith mientras su marido la miraba frunciendo el ceño.
Al darse cuenta, Lilith intentó justificarse―. Son damas, Justin, no creo que te
apetezca mucho permanecer rodeado de damas escuchando cotilleos.
El aludido entrecerró los ojos. No se fiaba un pelo de su belicoso
duendecillo, pero asintió.
Frances se levantó a su vez.
―Voy con vosotras ―murmuró confusa por que no la hubiesen incluido.
Lilith miró a Shelby, que se encogió de hombros con una sonrisa maliciosa.
―¿Por qué no?
«Sí, ¿por qué no? me encantará ver la cara de Darrell», pensó ladina la
americana.
Las tres salieron del palco mientras Frances, perpleja, preguntaba.
―¿A quién vamos a saludar?
―Oh, es una sorpresa ―respondió sarcástica Shelby.
Frances entrecerró los ojos y se detuvo bruscamente, provocando que las
otras dos se detuviesen a su vez.
―Exactamente, ¿a quién le vamos a dar la sorpresa? ―inquirió recelosa.
―Vamos a saludar a lady Dudley ―contestó Shelby mientras la miraba con
fijeza.
―Oh, no ―repuso aprensiva Frances―. No voy a participar en eso.
Lilith enarcó una ceja.
―¿En qué? Solo vamos a saludar a una amiga.
―Sé lo que pretendéis ―repuso Frances mientas se cruzaba de brazos―. Él
es soltero y yo estoy siendo cortejada. No hay necesidad de incomodar a nadie.
Shelby ladeó la cabeza.
―¿Quién, según tú, se sentiría incómodo? ¿Ridley? Lo dudo, si ha tenido el
descaro de presentarse con ella. ¡Por Dios, Frances! No se trata de ninguna
desfachatez, puesto que es libre para hacer lo que desee, y nosotras también
podemos hacer lo que deseemos, y deseamos saludar a la vizcondesa.
―¿Por qué te retraes? Sabemos que a él no le eres indiferente ―intervino
Lilith.
Frances enarcó una ceja.
―¿Sabéis?
―¿Crees que no vemos cómo te mira? Él sabrá sus motivos para eludirte,
pero tú no tienes por qué hacer lo mismo. Si te interesa, ve a por él.
Frances echó la cabeza hacia atrás, atónita.
―¿Y quien lo dice es quien casi pierde a su amor por subestimarse?
―Precisamente. ―Lilith alzó la barbilla con altanería―. No quiero que
cometas el mismo error que yo.
―Vamos ya, o empezará la obra ―espetó Shelby, harta ya de tanta
discusión―. Y tú, más te vale que saques tu arrogancia condal o lo que sea que
saquéis las damas inglesas, y le des una buena lección de indiferencia...
―¿Condal? ―ofreció Lilith con una risilla.
Shelby le lanzó una mirada asesina mientras tiraba de sus amigas hacia el
palco del duque de Brentwood, donde se hallaba la incauta víctima.
Los caballeros se volvieron cuando escucharon descorrerse las cortinas del
palco. Ambos sonrieron al ver a Shelby y a Lilith, pero la sonrisa de Darrell se
congeló cuando Frances se hizo visible tras ellas.
Tras levantarse, Gabriel saludó galante.
―Lady Craddock, lady Frances, señorita Holden.
Las tres hicieron sus reverencias, mientras Darrell se limitaba a gruñir.
―Es un placer, permítanme presentarles, ya conocen a la vizcondesa
Dudley. ―Nora inclinó gentil su cabeza―. La baronesa Walker.
Lilith hizo un gesto al ver que la baronesa iba a levantarse para hacerle una
reverencia conforme a su mayor rango.
―Encantada de conocerla, lady Walker.
Shelby enseguida se hizo cargo de la situación.
―Les vimos desde el palco de Craddock ―afirmó mientras los demás
miraban hacia el señalado palco y Darrell torcía el gesto al ver a Millard―. Y
decidimos acercarnos a saludar a lady Dudley.
La aludida sonrió interiormente: «¡Y un cuerno! Pero bien por vosotras,
acabáis de frustrar la velada de Ridley».
―Muy amables ―respondió disimulando su diversión. Por favor, siéntense.
Mientras las tres tomaban asiento, Gabriel se dirigió a Darrell.
―Mientras ellas conversan, podemos acercarnos a saludar a Craddock.
Shelby, que no deseaba perder ocasión de molestar a Darrell, añadió
mordaz.
―Y a lord Millard, que se ha brindado gentilmente a acompañar a Frances.
Mientras Lilith rodaba los ojos, Frances se ruborizaba como una cereza y
Nora se mordía un carrillo para no estallar en carcajadas, Darrell simplemente
bufó, se inclinó y, sin decir una sola palabra, salió del palco seguido de un
atónito Gabriel.
―¿Pero a ti qué te pasa? ―inquirió al ver el tormentoso semblante de su
amigo―. En mi vida te he visto comportarte de forma tan descortés, mucho
menos con unas damas.
―No son damas, son un maldito grano en el trasero ―ladró Darrell
indignado. ¿Qué demonios pretendían presentándose en el palco?
Gabriel enarcó las cejas.
―¿Es por Millard? Se supone que es tu amigo, además de que no es asunto
tuyo si corteja a Frances.
Darrell se envaró al escucharlo. No, no era asunto suyo quién la cortejase,
pero no podía evitar que la rabia y los celos lo corroyesen.
―¡Me importa una mierda Millard! ―exclamó exasperado―. ¡Estábamos
disfrutando de la velada y tienen que aparecer para joderla! ―bramó colérico.
―¿Joder el qué? A mí no me ha molestado su presencia, y ¿a qué viene ese
lenguaje propio de un estibador? ―repuso Gabriel desconcertado―. Ese
trabajo tuyo está embruteciendo tus modales.
―Mis modales son impecables ―contestó ceñudo.
Gabriel rodó los ojos con resignación. Se imaginaba el motivo de la furia
de Darrell, pero ni muerto le comentaría nada. ¡Por Dios! ¡¿Es que ninguno de
sus amigos se podía enamorar con normalidad?!
Charlaron un rato con Justin y Millard. Lo de charlar era un eufemismo en
el caso de Darrell, que se limitó a asentir o a negar con diferentes gruñidos
ante el desconcierto de Justin, que miró inquisitivo a Gabriel. Este se encogió
de hombros. Millard estaba más acostumbrado al carácter tormentoso de su
jefe, por lo que no se sorprendió en absoluto.
Cuando regresaban al palco, las damas salían de su interior. Shelby tomó la
mano de Lilith y le dio un apretón. A Lilith no le dio tiempo a asimilar el
gesto, su amiga ya se estaba dirigiendo a Gabriel con falso desasosiego.
―Oh, lord Willesden, qué oportunamente ha llegado. Me preguntaba si
sería tan amable de escoltarnos hasta la sala de damas. ―Miró a su alrededor―.
No resultaría decoroso que dos damas se aventuraran solas por los pasillos.
Mientras tanto, lord Ridley puede escoltar a lady Frances al palco de Craddock.
Gabriel frunció el ceño. Miró de reojo el rostro horrorizado de su amigo y
sonrió para sí.
«Muy inteligente por su parte, señorita Holden», pensó jocoso.
―Por supuesto, será un placer.
Mientras los tres se alejaban, Darrell lanzó una mirada de reojo al rostro
ruborizado de Frances. Suspirando interiormente, extendió su brazo.
―¿Vamos, milady? ―masculló.
Frances lo miró con frialdad sin hacer ademán de tomar su brazo.
―Puedo regresar perfectamente sola, milord. No hace falta que me
acompañe.
―No puede, y sí la acompañaré ―respondió con la misma frialdad.
―No quisiera que la vizcondesa se molestara por su tardanza. ―Darrell la
miró mientras enarcaba una ceja. Frances había levantado la barbilla con
arrogancia.
―Lady Dudley no tiene razón alguna para molestarse.
―Por supuesto, qué son unos pocos minutos si puede disponer de su
compañía el resto de la noche ―replicó sarcástica.
El tono mordaz de Frances molestó a Darrell.
―¿Qué quiere decir exactamente? ―inquirió con tono acerado.
―Lo que he dicho. ―Frances comenzaba a irritarse por la indiferencia de
Darrell―. Por cierto, hacen muy buena pareja. ―Frances quiso morderse la
lengua tras decir las palabras, sobre todo al ver la turbia mirada que le dirigió
Darrell.
―¿Disculpe? ¿Buena pareja en qué? ―siseó glacial.
Frances ya no podía echarse atrás.
―Bueno, comparten aficiones, trabajan juntos, se acuestan juntos, se nota la
complicidad entre ustedes.
Darrell maldijo interiormente. Echó un vistazo a su alrededor hasta
encontrar un palco vacío. Tomó a Frances de la mano y la arrastró hacia el
interior. Esa conversación no la iban a tener en medio del pasillo de un teatro.
Frances jadeó cuando Darrell la colocó tras la cortina, fuera de la vista del
pasillo y de los palcos próximos.
Ella dio unos pasos atrás hasta toparse con la pared. Darrell sonrió lobuno,
al tiempo que apoyaba una mano en la pared al lado del rostro de Frances. Se
inclinó peligrosamente hacia ella y susurró cerca de sus labios.
―¿Celosa, Frances?
Ella no se amilanó. Alzó el rostro con arrogancia.
―Oh, ¿ahora soy Frances? ―murmuró sarcástica.
Él acercó aún más su boca a la de ella.
―Siempre fuiste Frances ―murmuró con voz ronca.
Darrell atrapó su boca con la suya con urgencia y desesperación. A Frances
no le importó su brusquedad inicial. ¡La estaba besando, estaba en los brazos
de Darrell!
Mientras la mano que apoyaba Darrell en la pared descendía para acunar el
mentón femenino, la otra apresaba su cintura para atraerla hacia su cuerpo.
Frances alzó los brazos para rodearle el cuello, mientras los labios de Darrell
lamían y mordisqueaban hasta que, con un gemido, entreabrió los suyos. Él no
perdió el tiempo e introdujo su lengua en la cálida boca femenina. Al principio
hurgaba en ella como si fuera un invasor conquistando un territorio anhelado,
pero tras notar que Frances comenzaba a corresponder tímidamente, el beso
se convirtió en ternura y anhelo.
Frances se apretaba contra él, al tiempo que enredaba sus dedos en el
cabello de Darrell. Notaba su dureza en su vientre y una multitud de
sensaciones desconocidas la embargaron. La necesidad de frotarse contra él, la
deliciosa tensión que comenzaba a sentir en su bajo vientre, la humedad que
notaba entre sus muslos. Y todo eso se lo provocaba él.
Cuando la mano que Darrell tenía en su cintura comenzó a ascender hasta
que su pulgar rozó el pecho de Frances, ella gimoteó. En ese momento, algo se
despertó en la mente de él. ¿Qué demonios estaba haciendo? Delicadamente,
mordisqueó el labio inferior de Frances para después lamerlo con suavidad,
deshaciendo el beso. Frances gimió en protesta, mientras intentaba atraerlo
hacia ella.
Darrell, sintiéndose mezquino por tomar algo que nunca podría ser suyo,
tomó las manos de ella, que seguían aferradas a su cuello, y las bajó con
suavidad. Clavó una mirada atormentada en los ojos de Frances.
―No podemos ―murmuró.
Frances lo miró desconcertada.
―Si alguien nos ve ―añadió Darrell―, su reputación sufriría, sobre todo
porque está siendo cortejada por otro caballero, y yo...
Frances se tensó al oírlo. «Y tú tienes a tu amante», pensó humillada.
«Yo no tengo nada que ofrecerte», pensaba en cambio Darrell.
―Por supuesto ―repuso ella con frialdad―, no estaría bien que engañara a
su amante, milord ―espetó mientras se zafaba de las manos masculinas que aún
sostenían las suyas y salía a la carrera del palco.
―¡Frances! ―siseó. No podía alzar la voz por miedo a llamar la atención.
Maldita sea, ella había entendido que se había detenido por fidelidad a la
amante que creía que tenía. Idiota y mil veces idiota. Había sido su primer
beso, lo había notado, y él lo había destrozado todo con su inoportuno
comentario.
Frances inspiró hondo antes de entrar en el palco. Compuso el gesto y se
reunió con sus acompañantes. Shelby y Lilith, después de observarla, se
miraron preocupadas. Algo había ocurrido, y no bueno, precisamente. Justin,
en cambio, ignorante a lo que pasaba por la mente de las damas, comentó:
―Supuse que Darrell pasaría a saludar.
―Está a punto de sonar el aviso. Debía volver si no quería tropezarse con
una multitud volviendo a sus palcos ―repuso con una indiferencia que no
sentía. Esbozó una tensa sonrisa hacia Millard―. Le envía sus saludos, milord.
Millard asintió. No era tonto, si lo fuera, no sería tan bueno en su trabajo, y
sabía que algo había pasado entre Ridley y lady Frances, sobre todo al ver los
labios todavía hinchados de esta. Además, ¿desde cuándo su jefe le enviaba
saludos?
Darrell, mientras tanto, había vuelto a su palco envuelto en una nube que
amenazaba tormenta. Gabriel miró a Nora, que meneó la cabeza con
resignación.
El resto de la velada transcurrió agradablemente tranquila en los dos
palcos, excepto para un caballero y una dama que ansiaban retirarse en soledad
a lamerse sus heridas. Sin embargo, la paz les duró solamente una noche.
r
A la mañana siguiente, acababan de romper el ayuno cuando Shelton
anunció la visita de la señorita Holden. Justin se levantó precipitadamente para
despedirse de su esposa con un ardiente beso. No se fiaba un pelo de ellas, y
no fuera a ser que se viera envuelto en alguna situación embarazosa a causa de
las tres problemáticas damas. Frances rodó los ojos con hastío. Después de su
regreso al palco anoche, sabía que tanto Shelby como Lilith no la dejarían en
paz hasta averiguar lo que la había perturbado.
Lilith se levantó al ver entrar a su amiga.
―Vamos a mi salita, allí estaremos más cómodas ―ofreció.
Frances hizo una mueca mientras se levantaba a su vez. Maldita sea, ya la
habían metido en suficientes problemas insistiendo en ir a saludar a la
vizcondesa, y después con el truco de la sala de damas.
Una vez las tres se acomodaron, Shelby sacó el tema.
―Y bien, ¿qué tienes que contarnos?
Frances enarcó una ceja.
―¿Por qué supones que tengo algo que contar?
―Estoy casada, Frances ―argumentó Lilith―. Además de que antes...
Bueno, ―Meneó la cabeza, antes no venía al caso―, puedo reconocer cuándo
una dama ha sido besada.
―Yo no estoy casada ni, por supuesto, he sido besada ―añadió Shelby―,
pero no soy tonta. Además de que lo llevabas escrito en tus labios ―murmuró
socarrona―, tu agitación, que, permíteme decirte, disimulaste muy mal, nos
dieron una pequeña pista.
―Bien, me besó. ¿Contentas? ―admitió irritada Frances.
―No.
―Ni mucho menos.
Frances bufó.
―Me negué a que me acompañase al palco, aduciendo que no debía hacer
esperar a la vizcondesa.
Shelby enarcó una ceja.
―Si vas a relatarlo poco a poco, mandaré una nota a Balfour House
avisando de que los condes me han invitado a cenar ―espetó sarcástica.
―Quizá añadí algo particularmente... mordaz sobre ellos.
―¿Cómo de mordaz exactamente? ―intervino Lilith.
―Pues que hacían muy buena pareja, que parecían muy cómplices...
Entonces él me arrastró hacia un palco vacío y... ―Frances estaba ruborizada
hasta las orejas.
―Te besó ―finalizó por ella Shelby.
Frances asintió.
―¡Perfecto! ―exclamó Lilith, al tiempo que fruncía el ceño confusa―. ¿Y
cuál es el motivo por el que regresases como si te hubieran insultado? Porque
no te sentiste insultada, ¿no?
Frances la miró furiosa.
―Dijo que... bueno, algo como que había sido un error, que yo estaba
inmersa en un cortejo y que él... no engañaría a la vizcondesa ―soltó de
corrido.
Shelby, horrorizada, abrió los ojos como platos.
―¿Dijo eso después de besarte? ¿Con esas palabras?
Frances vaciló unos instantes.
―Creo que lo interrumpí, y lo dije yo ―murmuró.
―Entonces no sabes si su intención era esa. ―Lilith estaba desconcertada.
Si en algo conocía a Darrell, no lo veía capaz de besar a una dama teniendo sus
afectos en otra.
―Dejó claro que Millard me estaba cortejando, y sabe perfectamente que
todo es una charada ―insistió Frances.
―¿Lo sabe? ―inquirió dubitativa Shelby―. El vizconde le solicitó a
Craddock cortejarte antes de que supiésemos que trabajaba para la policía y
que investigaban a ese maldito club, lo que significa que sus intenciones eran
las mismas que tendría cualquier caballero hacia una dama que le interesase.
Frances le lanzó una desconcertada mirada.
―Yo... me negué al cortejo ―intentó explicarse.
―Pero aceptaste después, encantada de vivir una aventura, y parece que
Millard no te desagrada, ni tú a él ―intervino Lilith―. ¿Por qué Darrell no
debería tomarse en serio que te está cortejando otro caballero?
―Porque no es así ―insistió tercamente―. De todos modos, el vizconde no
me desagrada. Es amable, tiene buenos modales, escucha mis opiniones... y
yo... ―Frances alzó la barbilla con petulancia―. Tal vez me esté planteando que
es hora de dejar de esperar por un imposible y Millard sería un buen esposo.
Shelby se levantó exasperada. Mientras alzaba los brazos hastiada,
refunfuñó.
―¡Por el amor de Dios, esto de los amores imposibles con respecto a
vosotras empieza a ser una costumbre! ¡¿Nadie os enseñó que existe algo que
se llama franqueza?!
Mientras Lilith contenía una sonrisa, Frances la miró ojiplática.
―¿Y qué propones? ¡¿Que lo visite, le exponga mis sentimientos y él, con
toda franqueza, me mande a paseo?!
―No. Que le muestres lo que sientes por él, y si te rechaza, que le permitas
explicar sus razones sin poner palabras en su boca que no ha dicho. ¡No es tan
difícil, por Dios Santo!
―Para ti quizá no. Yo no puedo hacer eso. Mi reputación se iría al
demonio, además de que no sería decoroso que una dama se declarase a un
caballero.
―¡¿Tu qué?! ¿Acaso crees a Ridley capaz de salir a la carrera jactándose de
que una dama se le ha declarado, destrozando así su reputación?!
―No ―musitó Frances. Darrell jamás haría algo así, de eso estaba
completamente segura.
Aunque confusa, Frances estaba segura de algo. Si Darrell sintiese algo por
ella, jamás hubiera permitido que Millard la cortejase. El beso del Drury no fue
más que una especie de castigo por meterse donde no la llamaban. Su
expresión, entre atormentada y horrorizada, se lo había indicado. Una pequeña
mentira para aplacar a sus amigas no haría daño.
―De acuerdo, cuando todo esto acabe aclararé las cosas con Darrell
―aseguró, intentando sonar convencida. Al ver los rostros cautelosos de sus
amigas, se temió que no debía de haber sonado muy convincente.
Por supuesto, ni Shelby ni Lilith creyeron una sola palabra.
r
Mientras tanto, en la sede de la policía metropolitana o Scotland Yard,
como empezaba a ser conocida, Darrell y Millard analizaban los avances en la
investigación.
Mientras revisaba las notas que tenía delante de él en su escritorio, Darrell
se dirigió a su compañero, que lo observaba con tranquilidad.
―Tenemos los nombres de casi todos los que conforman el condenado
club, menos el que nos interesa ―murmuró frustrado.
―Nadie lo ha visto en persona ―aclaró Millard―. Cuando se presentan los
nuevos miembros, él está envuelto en oscuridad... ―El vizconde vaciló
pareciendo recordar algo.
Darrell alzó la mirada hacia él con expectación.
―¿Qué?
―Su voz ―repuso Millard mientras se frotaba pensativo la barbilla―.
Aunque intenta disfrazarla, creo que podría reconocerla.
―Es algo a tener en cuenta. Debemos planear algo que haga que salga a la
luz. No tenemos idea de si frecuenta los salones, los clubs de caballeros...
―Quizá crea que solo debe molestarse en ocasiones especiales.
Darrell reflexionó unos instantes.
―El único evento especial que hay, teniendo en cuenta la época en la que
estamos, es la mascarada del Revenge.
―¿Cuándo será? ―Quiso saber Millard.
Darrell se encogió de hombros.
―Supongo que pronto. Suelen hacerla antes de que la poca nobleza que
todavía queda en Londres vuelva al campo a pasar las fiestas navideñas.
Aunque muchos de ellos regresan del campo durante unos días, solo por
disfrutar y alardear del privilegio de ser invitados. ¿Ya has comenzado a acudir
al club?
Millard asintió.
―Bien, mañana te acompañaré, conviene que me vean en tu compañía. Tal
vez el líder del Leviatán se pregunte, si llega a sus oídos, qué hace uno de sus
miembros haciéndose acompañar por un policía, y aquí se presentan dos
opciones: que sospeche de ti o que, y es lo que nos esforzaremos en que crea,
me tienes comprado.
―En principio parece una buena idea ―admitió Millard―. Tenemos que
provocar reacciones, sean cuales sean. Por cierto, quería comentarte algo.
Darrell enarcó una ceja.
―Estoy planteándome seriamente la posibilidad de llegar a un compromiso
con lady Frances ―anunció displicente.
―¿Y por qué me lo cuentas a mí? ―repuso Darrell al tiempo que sentía un
nudo en el estómago―. Es con Craddock con quien deberías hablarlo.
Millard se encogió de hombros.
―Bueno, eres mi jefe, somos amigos, conoces a la dama, ¿por qué no
habría de comentarte mis planes antes de llegar a la formalidad de hablar con
el conde?
Darrell se echó hacia atrás en el sillón que ocupaba y bajó las manos para
ocultarlas de la vista de Millard mientras las cerraba con fuerza hasta que sintió
que las uñas se clavaban en sus palmas.
―¿No esperarás mi aprobación? Eres mayorcito para tomar tus propias
decisiones. ―Millard era apenas tres años más joven que Darrell.
Intentó que su tono sonase indiferente.
―Oh, por supuesto que no ―contestó Millard al tiempo que se
levantaba―. Solamente te lo comentaba. En fin, ―Sacó el reloj del bolsillo de
su chaleco y comprobó la hora―, debo dejarte, la dama me espera para nuestro
habitual paseo.
Millard abandonó el despacho, al tiempo que Darrell sentía unas ansias
irrefrenables de romper algo, de preferencia, el atractivo rostro del vizconde.
Maldita sea, recordar el beso y pensar en Frances del brazo de Millard
resultaba un verdadero tormento. Un pensamiento espeluznante pasó por su
mente. Si Millard se proponía llegar a algo formal con ella, la besaría en algún
momento. Se le heló la sangre en las venas al pensar en Frances abandonada
en los brazos del vizconde tal y como había estado en los suyos en el teatro,
respondiendo apasionada a las caricias de Millard, enredando sus pequeñas
manos en su cabello...
Ni pudo ni quiso refrenar su rabia, agarró un pisapapeles y lo estrelló
contra la pared.
Millard, apoyado tras la puerta, sonrió lobuno al escuchar el golpe.
«Me preguntaba cuánto tardarías, querido amigo», pensó mientras se
enderezaba y se encaminaba hacia la salida.
k Capítulo 5 l
Esa misma tarde, durante la velada musical organizada por lady Osborn,
Frances conversaba con Lilith y Shelby durante el descanso cuando se fijó en
un pequeño grupo de damas.
―Me temo que tendré que ir a saludarlas ―anunció resignada. Algunas de
las damas eran las esposas de miembros del Leviatán―. No tardaré.
Se acercó al grupito y, tras hacer su reverencia, la saludaron con
amabilidad.
―Lady Frances, tan hermosa como siempre, mis felicitaciones por su
reciente compromiso ―la saludó una de ellas, la esposa de un barón, según
recordaba Frances.
―Gracias, milady.
―Miladies, permítanme presentarles a lady Frances Wilder ―La baronesa
se dirigió a dos damas que Frances no conocía, aunque a una de ellas intuía
que la había visto en algún sitio.
―Lady Mortimer y lady Dafton.
Frances hizo una reverencia a las damas.
―Un placer conocerlas, miladies.
―El placer es nuestro ―contestó lady Dafton.
Mientras las damas se enfrascaban en una conversación intrascendente,
Frances, al escuchar la voz de lady Dafton, se dio cuenta de que era la dama
que acompañaba al caballero delgado que se había detenido a hablar con
Darrell y Millard en el Revenge.
La observó con disimulo mientras hablaban. Mayor que ella, no llegaría a la
treintena, sonreía, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos. Hermosa, un poco más
baja que ella, Frances sintió un rechazo instintivo hacia la mujer.
Charlaron durante unos minutos hasta que Frances se disculpó.
―Si me disculpan, miladies, el concierto comenzará pronto y debo regresar
con mis acompañantes.
―Por supuesto, milady ―volvió a hablar lady Dafton―. ¿Asistirá a la fiesta
de los marqueses de Lester?
Frances asintió.
―Estaremos encantadas de volver a verla.
Frances hizo una reverencia.
―Disfruten de la velada, miladies.
r
Mientras se preparaba para la fiesta, Frances reflexionó sobre su encuentro
con las damas en el concierto. Millard había comentado, ¿o fue Darrell? Daba
igual, que los intereses de los miembros estaban en el robo de piezas valiosas y
únicas. Observó el vestido que su doncella le había preparado. No resultaba
adecuado para lo que tenía en mente.
Decidida, salió de su alcoba y se dirigió hacia las dependencias condales.
Llamó a la puerta de su hermano. Cuando su valet abrió, Frances preguntó.
―Buenas noches, Roberts, ¿sería posible ver a milord?
La voz de Justin se escuchó desde el interior.
―Pasa, Frances.
Frances se internó en la alcoba de su hermano. Justin ya estaba
completamente vestido, únicamente le faltaba la chaqueta. La estudió con
atención.
―¿Ocurre algo?
―Me preguntaba... el aderezo que me regalaste de esmeraldas cuando
cumplí los dieciocho años, ¿sería posible que lo luciese hoy?
Justin frunció el ceño. Ese aderezo, espectacular, no era particularmente
del agrado de su hermana. Lo encontraba demasiado ostentoso, de hecho,
había sido relegado a la caja fuerte en lugar de estar en el cofre con las demás
joyas personales de Frances.
―¿Deseas lucirlo? ―inquirió extrañado.
Frances miró de reojo a Roberts.
Justin se acercó a su valet, que sostenía la chaqueta. Tras ponérsela, tomó
del brazo a su hermana.
―Acompáñame al despacho a recogerlo.
Cuando llegaron, Frances se explicó.
―He coincidido en la velada musical con lady Dafton, por lo visto es amiga
de las damas que Millard me presentó como esposas de los miembros del club.
―Justin se tensó al escuchar el nombre―. Acudirán a la fiesta y he pensado
que, si luzco ese aderezo, quizás hablen de joyas y puede que se les escape algo.
Todavía no conocen cuál será el próximo robo, ¿no?
―Frances...
―Son damas, Justin, se limitan a cotillear, y si a alguna se le escapa algo,
debo aprovechar la ocasión. No haré preguntas, te lo prometo, me limitaré a
escuchar ―ofreció ella.
Justin resopló.
―De acuerdo.
Abrió la caja y sacó el espectacular conjunto. Un collar compuesto de
esmeraldas talladas como su propio nombre, enlazadas unas con otras por
diamantes. Las esmeraldas aumentaban de tamaño conforme se acercaban al
centro del collar, hasta finalizar en una de un tamaño que a Frances le parecía
obsceno. Los pendientes, sin embargo, así como la pulsera, estaban
compuestos por esmeraldas y diamantes más pequeños.
Frances miró con aprensión el ostentoso collar.
―Acabaré con dolor de cuello ―masculló con fastidio.
Justin soltó una risilla.
―Cualquiera de esas damas mataría por una joya como esa.
―Eso espero ―contestó Frances. Al ver la mirada que le dirigió su
hermano, aclaró―: No que maten, por supuesto, sino que les sirva de acicate
para hablar más de la cuenta. ―Hizo una mueca―. Si no, acabaré con el cuello
destrozado para nada.
Tomó el estuche con las joyas y, tras guiñarle un ojo a su hermano, se
dirigió a su alcoba.
Justin la observó marcharse con una sonrisa. Así quería verla: animosa y
segura de sí misma. Tal vez sincerarse con ella hubiese valido para darle la
seguridad que necesitaba.
r
La entrada de Frances del brazo de Millard, acompañada por Justin y Lilith,
en Lester House resultó espectacular, aunque en realidad lo espectacular era el
llamativo collar que llevaba puesto.
Tras saludar a los anfitriones, se dirigieron hacia la mesa de bebidas.
Frances solicitó una copa de champán siendo secundada por Lilith. Justin
enarcó las cejas mientras repasaba la copiosa cena que habían degustado antes
de salir hacia el baile. Esperaba que no comenzasen a beber como marineros,
aunque con su belicoso duendecillo y su decidida hermana no podría estar
seguro.
Frances, tras tomar un sorbo de su copa, susurró al oído de su cuñada.
―En cuanto sepas que Darrell ha llegado, házmelo saber.
Lilith soltó una risilla entre dientes mientras asentía.
Tras el primer baile de apertura sonó un vals. Justin tomó de la mano a su
esposa y se dirigió a la pista, al tiempo que Millard ofrecía su brazo a Frances.
El vizconde observó jocoso la joya que llevaba Frances.
―Santo Dios, si yo tuviera que llevar eso colgado del cuello, me temo que
no conseguiría caminar erguido, tendría que arrastrarme.
Frances soltó una carcajada.
―Me temo que es así como acabaré la noche.
―Si le resulta incómodo, ¿por qué lo está utilizando? Si me permite
preguntar, claro.
―Ayer he conocido a ciertas damas, y creo que esta... aberración ―susurró,
provocando una sonrisa en Millard― hará que hablen como cotorras.
Millard enarcó una ceja.
―¿Ciertas damas esposas de ciertos miembros de cierto club? ―inquirió
con diversión.
―Ciertamente ―confirmó Frances reprimiendo una carcajada. Le gustaba
el sentido del humor del vizconde. Si no tuviese el corazón lleno de Darrell,
sería fácil enamorarse de él.
Cuando la pieza acabó, Frances divisó al grupo de damas que le
interesaban. Se disculpó con sus acompañantes y se dirigió hacia ellas.
―Lady Frances ―saludó la baronesa de la que no era capaz de recordar el
nombre.
―Miladies ―contestó mientras hacía su reverencia.
Frances observó que lady Dafton no apartaba los ojos del collar aunque
procuraba disimular. Sin embargo, fue la baronesa la que se interesó.
―Precioso aderezo ―comentó con envidia mal disimulada.
Frances se llevó una mano al cuello para posarla con indolencia sobre las
esmeraldas, provocando que todas las miradas se dirigiesen hacia el collar.
―Cierto. Lástima que pese un poco ―comentó con indiferencia.
―¿Una joya familiar? ―inquirió de nuevo la baronesa.
―Me temo que no. Fue un regalo de Craddock en mi dieciocho
cumpleaños ―contestó.
―Un regalo espléndido ―intervino lady Dafton.
―Desde luego ―concordó Frances―, pero me temo que a veces los
caballeros tienen un gusto en joyas que coinciden más con su ego que con
nuestra comodidad. Hay momentos en que pienso, al ver los regalos que
Craddock le hace a su esposa, que aprecia más las joyas él que ella.
―Dígamelo a mí ―afirmó lady Dafton―, lord Dafton es un enamorado de
las joyas, piezas únicas, por supuesto.
Frances sonrió con complicidad.
―Lástima que las piezas que puedan definirse como exclusivas escaseen, a
no ser que sean reliquias familiares de mucha antigüedad. Pocas familias son
poseedoras de semejantes tesoros.
―Oh, pero usted conoce a una de ellas, lady Frances ―señaló lady Dafton.
Frances abrió los ojos atónita.
―¿Yo? ―Miró a su alrededor como si fuese a escuchar un gran secreto―.
¿De quién se trata? ―susurró.
―Los duques de Hamilton y Brandon ―repuso la vizcondesa―. Creo que
en el castillo Hamilton hay un grupo de piezas que pertenecieron al conjunto
de joyas que el rey de Francia cedió para la causa jacobita. ―Los astutos ojos
de la vizcondesa no se apartaban del rostro de Frances.
Frances hizo un gesto de aburrimiento.
―Oh, esas piezas, en verdad son exquisitas. ―Se inclinó hacia la vizcondesa
como si estuvieran conspirando―. Pero no están en Escocia, Clydesdale las ha
traído a Londres. ―Se encogió de hombros―. No entiendo la razón, la verdad.
Puede que sea por el motivo que hemos comentado, quizá reafirme su ego
haciendo que su marquesa las luzca ―continuó con falsa frivolidad, al tiempo
que notaba el brillo de codicia en los ojos de la vizcondesa―. O tal vez disfrute
contemplándolas de vez en cuando.
Lady Dafton hizo una mueca.
―Al igual que lord Dafton. ―Su mirada se volvió especulativa―. Me temo
que mi esposo daría un brazo por poseer esas piezas. ¡Qué digo, creo que hasta
me cambiaría por ellas! ―afirmó soltando una risa que no contenía un ápice de
alegría pero que fue secundada por las otras damas, incluida Frances.
Frances susurró:
―Espero que mi futuro marido no tenga esa querencia por las joyas, si no,
me temo que viviré en un perpetuo desasosiego por si decide intercambiarme.
La vizcondesa la observó con curiosidad.
―Lord Millard no me parece un caballero al que le interesen
particularmente las joyas ―comentó.
Frances soltó un suspiro que hizo parecer de alivio.
―Me tranquiliza, vizcondesa ―replicó sonriente.
La conversación pronto derivó a otros temas intrascendentes. Frances
continuó en su compañía durante un buen rato, hasta que Millard acudió a su
rescate al acercarse para solicitarle un baile.
―Miladies. ―El vizconde se inclinó ante las damas―. Lamento privarles de
la compañía de mi prometida, pero me temo que este es nuestro baile.
―Por supuesto, milord ―asintió lady Dafton―. Disfruten de la fiesta.
Tras hacer una reverencia y tomar el brazo que Millard le ofrecía, la pareja
se alejó.
―Gracias, temía precipitarme si me marchaba.
Millard alzó y bajó las cejas varias veces, socarrón.
―Ha sido un placer, milady, acudir en su ayuda. Por un momento me he
sentido como un caballero medieval acudiendo al rescate de su dama.
Frances no pudo evitar soltar una carcajada.
Tras el baile, Millard escoltó a Frances hacia donde se encontraban los
Craddock, ya acompañados por los marqueses de Clydesdale, los vizcondes
Hyland, Shelby y Gabriel.
―Si me disculpan, tengo varios bailes comprometidos ―declaró Millard
antes de besar la mano de Frances y alejarse.
Lilith se acercó a Frances.
―Ha llegado hace un rato. Está en la sala de caballeros ―susurró.
Frances asintió.
―Necesito ir a la sala de damas ―habló dirigiéndose a las cuatro amigas―.
¿Os importaría acompañarme?
Todas asintieron sin hacer ningún comentario. Una vez que estuvieron en
la mencionada sala y comprobó que estaba vacía, Frances cerró con llave.
―Necesito vuestra ayuda.
Shelby sonrió maliciosa mientas se sentaba en uno de los sillones. Lilith la
había puesto al tanto de lo que Justin les había relatado.
Celia y Jenna se miraron.
―Por supuesto, ¿qué necesitas? ―ofreció Jenna.
―Convertir esta noche en la más miserable de la vida de alguien.
Las dos damas se miraron atónitas, mientras Shelby y Lilith sonreían.
Frances, al ver los rostros estupefactos de Jenna y Celia, aclaró:
―Lilith y Shelby os lo explicarán más tarde. Necesito que me señaléis a
alguien. ―Frances continuaba de pie, mientras las otras se habían sentado, y
comenzó a caminar por la habitación mientras marcaba con los dedos―:
Heredero, a poder ser de marquesado o ducado, titular de alguno de ellos no,
puesto que tiene que ser joven, muy joven...
Jenna no pudo reprimirse.
―Esos todavía están en la guardería. Claro que podríamos subir, sacar de
su cuna al heredero de los Lester y que te paseases con él en brazos por el
salón. ―Se encogió de hombros―. No creo que agradase a los marqueses, pero
si te hace feliz...
Las risitas de las demás provocaron que Frances menease la cabeza burlona
mientras enarcaba una ceja.
―De nuestra edad, más o menos, alguien manipulable e inexperto.
Celia intervino.
―Pobre muchacho, ¿qué pretendes hacer con él?
―Quiero que, una vez que lo encontréis, ofrezcáis una presentación. El
resto es cosa mía ―finalizó mientras se cruzaba de brazos satisfecha.
Shelby, viendo el estupor en los rostros de Jenna y Celia, se levantó al
tiempo que daba una palmada.
―Señoras, tenemos trabajo. Una vez resuelto, Lilith y yo les pondremos al
tanto. Yo buscaré con Celia y Lilith con Jenna ―ordenó cual sargento de
caballería.
El grupo abandonó la sala, dos de ellas completamente desconcertadas
pero dispuestas a ayudar a su amiga.
El pobre incauto resultó ser lord Langley, heredero de los duques de
Dartford, un joven de apenas veinte años que se hinchó como un pavo al saber
que una de las beldades de la ton deseaba conocerlo.
Shelby había distribuido bien las parejas. Al haber damas casadas en cada
una de ellas, podría hacerse la presentación sin incurrir en ninguna ofensa al
protocolo.
Al ver a Celia y Shelby acercarse con el muchacho, Lilith y Jenna se
situaron con Frances, casualmente cerca de la sala de caballeros. Con una rápida
ojeada, Frances comprobó que Darrell ocupaba una de las mesas cercanas a la
puerta. Agachando la cabeza susurró a sus amigas.
―Por favor, ¿podríais reír un poco?
Jenna y Lilith se quedaron tan perplejas por la petición que estallaron en
risas nerviosas.
Las risas femeninas hicieron que Darrell levantase la mirada de las cartas.
Al ver a quiénes pertenecían, se dispuso a prestar atención.
―Es guapo. ―Escuchó que comentaba Lilith―. Joven, pero guapo; además,
heredero de un ducado.
Tras una rápida evaluación, Jenna siguió el juego.
―Mejor partido que un vizconde, desde luego.
―¿Creéis que se mostrará lo suficientemente interesado como para
ofrecerse? ―inquirió Frances con falsa humildad.
―Por Dios, si viene dejando un reguero de babas a su paso ―afirmó con
sorna Lilith.
Darrell escuchaba atónito. ¿De quién demonios hablaban? ¿Y por qué tenía
que ofrecerse por Frances? Sin importarle las cartas que llevaba, se descartó
del juego.
Frunció el ceño al ver a Celia y a Shelby acercarse con lord Langley. ¿Qué
demonios pretendían? El muchacho apenas acababa de dejar la guardería.
―Lord Langley, ―Estaba diciendo Celia―, ¿me permite presentarle a lady
Clydesdale y a lady FrancesWilder?
Mientras Jenna inclinaba la cabeza, Frances hacía su reverencia.
―Miladies, es un placer ―dijo el muchacho mientras besaba cortés la mano
de Jenna.
―El placer es nuestro, milord ―repuso Jenna, mientras Frances batía las
pestañas hacia el joven.
Darrell abrió los ojos como platos. ¿Desde cuándo Frances agitaba las
pestañas ante un caballero? ¿Estaba coqueteando con el cachorro?
Mientras las tres damas comenzaban una conversación, Frances murmuró
mientras se abanicaba delicadamente.
―Hace un poco de calor en el salón, ¿no cree, milord?
Langley se ruborizó.
―Me temo que sí. ―Tras dudar un instante, ofreció―: Sería un placer si me
permitiera acompañarla a la terraza, por supuesto manteniéndonos a la vista
―sugirió mientras miraba a las damas que acompañaban a Frances.
Celia lo observó con seriedad.
―Por supuesto. Si desean salir a dar un paseo por los jardines, le ruego nos
hagan una seña, estaremos encantadas de acompañarles.
El muchacho asintió y ofreció su brazo a Frances. Ambos se dirigieron a la
terraza ante la mirada maliciosa de las damas y la perpleja de Darrell, que no
perdió el tiempo.
Murmurando una disculpa a sus compañeros de mesa, salió tras la pareja,
no sin antes lanzar una letal mirada a las cuatro damas que también los
observaban, al tiempo que mascullaba por encima del hombro:
―¡¿Os habéis vuelto locas?! ¡Esta tontería destrozará su reputación!
Cuando Darrell se alejó lo suficiente, Shelby murmuró.
―Creo que ya os habréis hecho una idea, pero os lo explicaremos con más
detalle con una copa de champán en la mano ―señaló mientras las guiaba a la
mesa de bebidas.
Frances había guiado al inexperto muchacho hacia los jardines.
―Milady, creo que deberíamos avisar a sus chaperonas ―intentó Langley.
―No nos alejaremos, milord. Pero si se encuentra incómodo en mi
compañía... ―murmuró haciendo un mohín.
―¡No! Por supuesto que no. ―Langley miró a su alrededor―. Supongo que
mientras no nos alejemos mucho...
»¿Me permitiría decirle que hace tiempo que deseaba ser presentado?
―inquirió Langley cada vez más ruborizado―. Es una lástima que esté
comprometida... quiero decir ―aclaró aturullado―, no es que lo lamente por
usted, por supuesto...
Frances se apiadó del joven lord.
―Sé lo que intenta decir, milord, pero debo aclararle, para su tranquilidad,
que me veo en la necesidad de romper mi compromiso ―confesó con voz
lastimera.
Langley la miró desconcertado.
―¿Acaso lord Millard la ha insultado de alguna manera? Porque si es así...
―Oh no, lord Millard no me ha insultado en absoluto, es solo...
―Es solo que el compromiso no se va a romper. Lord Millard es un
caballero.
La profunda voz masculina que Frances deseaba escuchar hizo que Langley
pegase un respingo.
―¿Disculpe?
―No hay nada que disculpar ―bramó Darrell―. ¡Largo, Langley!
El rostro del muchacho casi estalla en llamas.
―Perdone, milord, pero esto es una conversación privada ―dijo con voz
estrangulada.
Darrell se acercó al muchacho hasta que este tuvo que alzar la cabeza.
Darrell le sacaba por lo menos una de diferencia, y eso sin hablar de su
corpulencia.
―He dicho largo. ¿Tengo que repetirlo? ―siseó.
Langley lanzó una mirada de disculpa a Frances.
―Milady. ―Tras inclinarse, se dirigió a la carrera hacia el interior de la casa.
Las damas observaron el precipitado regreso del marqués.
―Lo cierto es que siento un poco de lástima por Langley ―comentó Jenna
al verlo aparecer en el salón rojo como una remolacha.
―Se recuperará ―murmuró Shelby encogiéndose de hombros―. Es joven.
Apostaría que este baile señalará el inicio de su periplo como libertino
―comentó con despreocupación provocando las carcajadas de sus amigas.
Darrell se giró hacia Frances.
―¿Qué demonios pretendes?
―¿Disculpe? Me temo que no es de su incumbencia, milord.
―¡Estás comprometida! ―ladró furioso.
Frances enarcó una ceja.
―Creo haberle dicho que rompería mi compromiso. ―Alzó la barbilla con
altanería―. Además ―añadió mientras le daba la espalda―, no es asunto suyo.
―No. Es asunto de Millard.
Frances miró a su alrededor.
―Disculpe, pero no veo al vizconde por aquí.
Darrell se pasó las manos por el cabello.
―Frances, si alguien os hubiese visto, tu reputación quedaría arruinada
―intentó con forzada paciencia.
Frances se giró y lo miró furiosa.
―¿Vuelvo a ser Frances, milord? No puedo entender por qué le preocupa
tanto mi reputación cuando ni usted se aclara con el tratamiento a emplear
conmigo.
―Conozco perfectamente el tratamiento que debo emplear ―espetó
Darrell. «Mi amor», pensó con frustración―. Vuelvo a repetirte, ¿qué
demonios pretendías con Langley?
―Oh, lo que todas las damas inmersas en el mercado matrimonial:
encontrar el mejor partido. Un marqués, heredero de un ducado, supera con
mucho a un vizconde, ¿no cree?
Darrell entrecerró los ojos.
―¿Intentas decirme que estás buscando un título superior al de Millard?
―¿Acaso no es lo que buscan todas las damas?
―Tú no.
―¿No? ―siseó Frances―. Soy igual que cualquier otra dama: a la venta por
el adecuado título ―afirmó mordaz.
―¡A ti no te importan los títulos, maldita sea! ―exclamó Darrell.
Frances enarcó una ceja. Era su momento de repetirle punto por punto
todas las estupideces que había argumentado ante Justin.
―Pero por supuesto que me importan. Estoy acostumbrada a ciertas
comodidades, milord, comodidades que solo un caballero con un determinado
rango me proporcionaría. ―Frances encogió un hombro con indiferencia―.
Soy hija y hermana de conde, ni puedo ni quiero conformarme con menos
estatus que ese. Además, Millard trabaja como policía, ¿me cree capaz de vivir
pendiente de si regresará o no a mi lado cuando salga a hacer su trabajo? ¡Por
favor! Vivir en permanente angustia. ―Aunque Frances se estaba conteniendo
para no soltar de golpe toda su frustración y su rabia, no podía evitar un toque
de cinismo en su voz―. No podría, milord, una flor tan delicada como yo...
―añadió mordaz―. Eso sin contar que, por caprichos del destino, perdiese su
fortuna, Dios no lo permita, ¡no podría vivir solo con el sueldo de un policía,
por el amor de Dios! ―Frances alzó una mano para rozar el espectacular
collar―. Solo esta joya representa el salario de un policía durante... ¿cuántos?,
¿diez, veinte años? No podría pagarlo en toda una vida ―aseveró con frialdad.
Darrell la escuchaba entre horrorizado y perplejo. ¿De dónde había sacado
tal cantidad de tonterías...? Cerró los ojos un instante. De él, por supuesto. O
había escuchado su conversación con Justin o este se la había contado.
Durante un momento sintió vergüenza de sí mismo. Eran las mismas palabras
que se había repetido hasta la saciedad, pero ¿por qué sonaban absurdas y
vacías en boca de Frances? Mortificado, pensó que sus propias palabras,
expresadas por ella, sonaban a excusas, pueriles excusas.
―¡Maldición! ―Darrell tomó a Frances por el brazo y la arrastró hacia el
interior de los jardines, lejos de la vista.
Con más brusquedad de la que pretendía, la colocó de espaldas a uno de
los árboles, los setos alrededor los escudaban de miradas indiscretas. Apoyó
una mano en el tronco, al lado del rostro de Frances, mientras la otra sujetaba
el hueco entre su cuello y su mentón. Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo
a escasas pulgadas de los sensuales labios de Frances, mientras susurraba con
voz ronca.
―¿Qué quieres de mí?
Frances no contestó, se limitó a alzar su mano y enlazar el cuello de Darrell
eliminando la escasa distancia que separaba sus bocas.
«A ti», cantó su corazón mientras lo besaba. Con un gemido, Darrell tomó
el control. La mano que tenía apoyada contra el tronco bajó hasta sujetarla por
la cadera, apretándola contra él. Saqueó su boca como si hubiese llegado al
límite de su autocontrol. Frances se olvidó de dónde estaba, perdida en los
estragos que la lengua de Darrell ocasionaba en su boca. Exploraba y
acariciaba, mientras ella sentía la tensión crecer en su vientre. Él alzó las
caderas y presionó entre sus muslos, con un movimiento tan pausado y a la vez
tan firme que hizo que instintivamente abriese las piernas. Darrell gruñó al
tiempo que la atraía con más fuerza contra él.
La dureza de Darrell presionaba esa parte tan íntima, haciendo que Frances
comenzase a jadear, sintiendo que se tensaba a la espera de algo... algo que de
repente hizo explotar su cuerpo. Frances se abrazó desesperada contra él,
sintiendo que de un momento a otro se derrumbaría. Darrell la sujetó con
fuerza mientras ella disfrutaba de su primera liberación. Sin dejar de frotarse
contra ella, observó su rostro ruborizado, sus verdes ojos envueltos en la
neblina del placer. ¡Era tan hermosa! La besó absorbiendo sus gemidos, hasta
que las convulsiones comenzaron a remitir. Sus labios abandonaron su boca,
provocando un gemido de protesta en Frances.
Sonrió con ternura mientras los ojos de Frances se clavaban en los suyos.
―Darrell...
Él apoyó su frente en la de la muchacha. Su autocontrol hecho pedazos. Al
demonio con todo. Le abriría su corazón y que Dios ayudase a quien tuviese la
osadía de hacer el más leve comentario sobre ella y la ruptura de su
compromiso. No tenía título alguno, pero tenía todo el amor del mundo para
ofrecerle.
Al tiempo que sus nudillos acariciaban con ternura la mejilla de Frances,
susurró con la voz ronca.
―No puedo más, yo...
―¡¿Qué demonios ocurre aquí?!
La voz de Millard hizo que ambos pegasen un respingo, separándose
precipitadamente.
―¿Has perdido el juicio, Ridley? ―espetó el vizconde―. ¿Pretendes
arruinarla? No puedes estar a solas en la oscuridad de unos jardines con mi
prometida. ¿Sabes lo que hubiese ocurrido si en vez de ser yo, hubiese
aparecido otra persona? ¡Me habrías obligado a retarte, maldita sea!
Darrell no tenía idea de lo que había podido ver Millard, y supuso que
nada. De refilón vio cómo Frances se disponía a hablar. Aquél no era el
momento ni el lugar.
―No es lo que crees ―masculló ignorando el jadeo y la mirada
decepcionada que Frances le dirigió.
―Hablaremos en la mañana, Millard. Milady. ―Se inclinó levemente ante
Frances, sintiéndose un canalla al ver la mirada dolida de esta. Pero no era el
momento. Había demasiados miembros de Leviatán pendientes de él. En la
mañana acudiría a Craddock House aunque tuviese que tumbar a Justin de un
puñetazo, y hablaría con ella.
Frances, perpleja ante la reacción de Darrell, se paralizó. ¿Es que siempre
iba a ser así? Esta vez su beso había sido diferente, posesivo, y las cosas que le
hizo sentir... Frances se ruborizó al recordar el placer tan exquisito que le había
proporcionado. Intuía que Darrell había estado a punto de... maldita sea, si
Millard no hubiese interrumpido.
El vizconde no estaba orgulloso de haberlos interrumpido. Había bajado a
los jardines inquieto al ver que varios grupos se disponían a hacerlo. Si los
encontraban..., no quería ni pensar en la posibilidad de ser forzado a retar a
duelo a Darrell. En la mañana hablaría con él, esta situación acabaría siendo
insostenible, eso si no los conducía a todos a la ruina. Ridley debía aclarar sus
ideas de una maldita vez.
Tendió su brazo a Frances, que esta tomó. Mientras regresaban, Frances
susurró:
―Creo que sé cuál es la pieza que intentarán robar.
Millard giró su rostro hacia ella.
―Aquí no ―repuso Frances mientras él asentía. Frances todavía debía
advertir a Callen de la conversación mantenida con las damas, sobre todo con
lady Dafton.
k Capítulo 10 l
Regresó a Londres sin saber si sus amigos habían vuelto ya de sus residencias
del campo. Suponía que sí, puesto que en pocos días finalizaría el mes de
enero.
Después de presentarse en su despacho de la policía y de poner al tanto a
Millard, se dirigió a las oficinas del comisionado dispuesto a renunciar a su
cargo y recomendar a su amigo para el puesto.
Sir Richard Mayne no aceptó su dimisión, se limitó a darle una dispensa
especial mientras el vizconde lo sustituía. Insistió en que una vez todo hubiera
pasado, habría tiempo de decidir el futuro de Darrell como superintendente.
Tres días después de su llegada, y tras haber solucionado uno de los
asuntos que lo había llevado a regresar, se dirigió al club. Se sorprendió al
hallar allí solamente a Gabriel.
Después de sentarse, preguntó extrañado.
―¿Los demás no han regresado?
Gabriel enarcó una ceja.
―Yo también me alegro de verte, ¿qué tal tus navidades? ―inquirió
mordaz.
Darrell rodó los ojos con exasperación.
―Sí. Han llegado, de hecho, cenamos hoy en Brandon House.
―¿Puedes hacer algo por mí?
Gabriel frunció el ceño.
―Sabes que sí.
―Avisa a Jenna discretamente de que ponga un servicio más. ―Tanto
Darrell como Gabriel sabían que cualquiera de ellos se podía presentar en casa
de los otros sin avisar, y serían bienvenidos―. Debo deciros algo y necesito
que estéis todos.
Willesden lo observó con recelo, sin embargo, asintió.
―Me ocuparé de ello.
Darrell se levantó ante la mirada atónita de su amigo.
―Tengo asuntos que tratar, te veré en la cena.
Gabriel observó perplejo cómo su amigo abandonaba el club. Esas prisas...
¿qué había ocurrido en Hertfordshire? Se encogió de hombros interiormente.
Se enteraría al mismo tiempo que los demás.
r
Estaban a punto de salir para el comedor cuando Gibson anunció.
―El conde de Sarratt.
Las damas se miraron unas a otras confusas.
―¿Quién? ―preguntó en un susurro Jenna a Gabriel―. Supuse que el
cubierto de más era para... No sé, tal vez Millard, ¿has invitado a un
desconocido?
Gabriel miró a Justin. Ambos conocían a la perfección el Debrett’s y sabían
a qué casa pertenecía el título, además de que, menos a Callen, que por
entonces todavía no se había incorporado al grupo en Eton, Gabriel les había
puesto en antecedentes sobre el título de cortesía de Darrell.
Darrell hizo su aparición en medio de los rostros perplejos de las damas y
los satisfechos de los caballeros de que por fin se hubiera decidido a usar su
título.
Después de mirarse la una a la otra, Shelby y Frances se levantaron e
hicieron sus reverencias, que casi arrancan un bufido de exasperación en
Darrell. Inclinó la cabeza cortés mientras resoplaba en su interior.
Callen se acercó.
―¿Conde? ―espetó burlón. A Callen le importaba un ardite tanto el
Debrett’s como la genealogía de la nobleza inglesa.
Darrell se encogió de hombros.
―¿Serías tan amable de saciar nuestra curiosidad?, ¿qué es lo que ha
provocado que utilices tu olvidado título? ―preguntó Kenneth sonriente. La
sonrisa se le congeló cuando vio el rostro tormentoso de su amigo.
Intercambió una mirada preocupada con Justin.
―Me temo que la cena tendrá que esperar ―afirmó Callen, que también
había notado el talante de su amigo―. Vamos a mi despacho.
Se acercó a Jenna.
―Disculpa, amor, si deseáis empezar sin nosotros...
Jenna negó.
―No. No te preocupes por nosotras. Algo ocurre con Darrell.
Esperaremos.
Mientras los caballeros abandonaban la habitación, Frances se acercó a
Jenna.
―¿Qué ocurre?, ¿qué te ha dicho Callen?
Jenna negó con la cabeza, absorta en la puerta por donde habían salido los
hombres.
―No me ha dicho nada, pero algo sucede.
―Nunca ha utilizado su título, ni siquiera sabíamos cuál era ―intervino
Celia.
Shelby miró a Frances, que no se había sentado y retorcía sus manos con
nerviosismo.
―Tranquilízate, todo tiene una explicación ―murmuró.
―Tengo un mal presentimiento ―susurró Frances. Sus amigas se miraron
unas a otras: no era la única.
r
―¿Se muere? ―inquirió consternado Gabriel.
―Uno, a lo sumo dos años ―repuso Darrell―. Regresaré en la mañana a
Hertfordshire, no volveré a Londres hasta... ―Se acercó a la ventana del
despacho de Callen y apoyó uno de los antebrazos en el marco―. ¡Joder!
Habíamos resuelto... ¡para esto! ―exasperado, golpeó con el puño el marco de
la ventana, mientras sus anchos hombros comenzaban a temblar.
Había reprimido su dolor hasta encontrarse en la seguridad de la compañía
de sus amigos, una vez con ellos, ya no tenía sentido controlarse.
Mientras los cuatro se miraban desolados, Callen se acercó a su amigo. Le
pasó un brazo por los hombros mientras susurraba.
―Desahógate, estamos aquí.
De todos ellos, casi era el que estaba más unido a Darrell. Habían
compartido mucho en Francia, los dos libres, los dos segundos hijos, los dos
sin tener que preocuparse de su reputación.
Darrell se abrazó a él sollozando, mientras los demás se arremolinaban a su
alrededor como una piña. Entendían por lo que su amigo estaba pasando.
Todos esos años creyendo que su hermano lo ignoraba para, al final, conocer
la verdad y perderlo de nuevo, y esta vez definitivamente.
Cuando consiguieron que Darrell se sentase y comenzara a calmarse,
Callen se dirigió al mueble de las bebidas, sirvió whisky para todos y le llevó
uno de los vasos a Darrell, mientras Kenneth repartía los demás.
Darrell miró absorto su vaso.
―¿Sabías que le compra el whisky a tu familia? ―No se dirigió a nadie en
particular pero todos supieron que hablaba con Callen.
―No. Pero no me extraña, es el mejor de las Highlands ―repuso Callen
con petulancia.
Darrell levantó la mirada hacia su amigo.
―Eso dijo él ―respondió mientras esbozaba una trémula sonrisa.
Justin levantó su vaso.
―Por Robert Cecil Ridley, marqués de Dereham, cuyo coraje ha heredado
su hermano.
―Por Dereham ―contestaron los demás levantando sus vasos, mientras
Darrell inclinó la cabeza agradecido con su amigo, todavía con los ojos
anegados en lágrimas.
Kenneth intercambió una mirada con Justin, este asintió y Hyland salió
discretamente de la habitación.
Cuando entró en la sala donde esperaban inquietas las damas, todas las
miradas se volvieron hacia él.
Se acercó hasta su esposa y, tras darle un tierno beso en la frente, comentó.
―Me temo que la cena se ha suspendido, por lo menos para nosotros. Si
deseáis comer algo... ―ofreció mirando a Celia, que negó con la cabeza.
No era el anfitrión, pero era tal su amistad que cualquiera de ellos podía
tomar decisiones en las residencias de los otros. Y sabía, además, que habría
sido Callen quien saliese a explicarlo si no fuese porque estaba pendiente de
Darrell.
―Nosotros nos quedaremos aquí esta noche ―continuó con la voz
quebrada.
Lilith y Celia miraron a Jenna.
―Os quedaréis todos. Ken, todos conocéis cuál habitación os corresponde
por si necesitáis subir a descansar ―ofreció esta―. No os estorbaremos.
Subiremos a mis habitaciones privadas y ordenaré que nos sirvan algo de
comer. ―Miró a Shelby—. Tú también. Enviaré un mensajero a Balfour
House.
Algo le decía que Frances las necesitaría a todas a su lado.
―Gracias, Jen ―musitó Kenneth que, tras besar a su esposa, regresó con
sus amigos.
Jenna se levantó, tiró del cordón y, cuando Gibson apareció, le dio las
instrucciones pertinentes. Se dirigió hacia un escritorio y, tras garabatear una
nota, se la entregó al mayordomo.
―Que la entreguen en Balfour House. En mano a lady Balfour. No se
espera respuesta.
Gibson se inclinó y cuando abandonaba la habitación, Jenna se dirigió a
sus amigas.
―Vamos a mis habitaciones. Mientras suben algo de comer, deberíais
cambiaros y poneros cómodas. Me temo que la noche será larga.
Todas se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Solían pernoctar muchas
veces unos en las casas de otros, y habían acabado por tener designadas
habitaciones en cada una de las residencias, así como alguna ropa que
olvidaban o dejaban a propósito. Jen le indicó a Frances y a Shelby sus
respectivas habitaciones. Tras ordenar a su doncella que tomase algún camisón
y bata de su propia alcoba para las dos jóvenes, se dirigió a sus aposentos.
Después de cambiarse con ayuda de una doncella enviada por la marquesa,
Frances se sentó en la cama inquieta.
Nunca había visto esa expresión atormentada en el rostro de Darrell, ni
siquiera cuando sucedieron aquellos atroces crímenes. Algo había sucedido
con su hermano, algo que le había inducido a usar por primera vez su título de
cortesía. Suponía que los caballeros pasarían gran parte de la noche
acompañando a Darrell, y cuando se retirasen comentarían lo sucedido con sus
esposas. Ella no tenía intención alguna de esperar a la mañana para saber lo
que había ocurrido. No sabía cuál era la habitación designada para Darrell, así
que tendría que comprobar cuáles eran las de los matrimonios y cuál la de
Shelby, no resultaría difícil averiguar la que le habían adjudicado.
Él le había dicho que hablarían a su vuelta, pero ¿y si con lo que
supuestamente habría sucedido no encontraba tiempo? ¿Y si él regresaba
inmediatamente a Hertfordshire? No. Hablaría con él esta noche, aunque
pusiese en peligro su reputación, cosa que dudaba. El personal de Brandon
House era sumamente discreto y leal, y ninguno de sus amigos diría
absolutamente nada si los encontrasen a solas. Tal vez recibiría una buena
reprimenda de Justin, pero confiaba en que su hermano lo entendiese.
Con un suspiro, se levantó y se dirigió hacia las habitaciones de Jenna.
r
Avanzada la madrugada, Darrell obligó a sus amigos a retirarse. Sus
esposas estarían preocupadas y él necesitaba estar solo. Tras convencerlos de
que no tardaría en subir él también, los hombres subieron a reunirse con sus
esposas.
El último en retirarse fue Justin y ambos sabían la razón.
―¿Qué vas a hacer con respecto a Frances?
Darrell se pasó las manos por la cara desmoralizado.
―No puedo hacer nada. Aunque ella rompa el compromiso...
―Que lo hará ―interrumpió Justin.
Darrell asintió.
―Aunque lo haga, yo no podré estar aquí para protegerla, y aunque
estuviese, no puedo ofrecerme por ella instantes después de que rompa con
Millard.
―Millard está de acuerdo en provocar alguna situación que lo haga a él
culpable y que ella no tenga otra solución que terminar con el compromiso.
―No puede terminar con uno y empezar otro, Justin, eso haría que la ton
comenzase a murmurar y a plantearse la verdadera razón de la ruptura. Frances
acabaría siendo considerada la culpable ―repuso abatido―. Aunque
anunciasen el fin del compromiso mañana, ella tendría que hacerse ver en los
salones, que la alta la pudiese considerar una víctima de Millard y, cuando
comenzase la temporada, podría ser cortejada por algún caballero sin temor a
escándalo alguno. Yo no dispongo de ese tiempo, no puedo permanecer en
Londres toda la temporada para cortejarla y no provocar chismes sobre ella, y
dos años es mucho tiempo para pedirle que me espere, sobre todo cuando
Robert no tiene la certeza de...
Justin suspiró. Darrell tenía razón.
Darrell continuó hablando, tal vez más para convencerse a sí mismo que a
Justin.
―Convéncela de que no rompa con Millard. ―Justin lo miró con el ceño
fruncido―. Es un buen hombre, y Frances... Frances conseguirá que la ame
¿Quién podría no amarla? ―repuso con tono derrotado―. Él la hará feliz, lo
sé. Millard tendrá que procurarse herederos, y la conoce, se agradan... ¡¿por
qué no con ella?!
―Porque es vizconde ―no era una pregunta.
Darrell esbozó una sarcástica sonrisa.
―Eso ya no importa. Cuando me fui tenía la intención de ser franco con
ella cuando regresase, ya no me importaba nada más que ella, pero todo ha
cambiado, no puedo abandonar a mi hermano para pasarme casi seis meses
correteando por los salones. ―Levantó una mirada atormentada―. No sé
cuánto tiempo le queda, quizá el que él cree, pero si los médicos se
equivocan...
―¿Se lo dirás?
Darrell asintió con la cabeza.
―Por una maldita vez seré franco con ella, aunque no sea por las razones
que había previsto.
Justin posó una mano en el hombro de su amigo.
―Confío en ti. Buenas noches.
Se habían trasladado a la biblioteca. Sentado frente a la chimenea,
contemplaba absorto las llamas con un whisky en la mano. Ni siquiera había
tenido la suerte de embotarse con el alcohol. Su mente viajó hacia Frances. No
había dejado de pensar en ella durante el viaje desde Hertfordshire. Todos sus
planes se le habían escurrido de entre las manos como arena. Sabía que ella
esperaba que él regresase habiendo resuelto todos sus prejuicios, y cuando al
final había conseguido dejar a un lado sus absurdas objeciones, todo volvía a
complicarse. Suspiró con cansancio, tras el desayuno hablaría con ella y que
Dios lo ayudase.
Agotado, se decidió a subir a su alcoba. Dejó el vaso sobre la mesa y se
levantó.
Frances, en su habitación, había pegado la oreja a la puerta dispuesta a
escuchar los sonidos de las que se cerraban. Shelby ya se había retirado, con lo
que solo quedaban las de los cinco caballeros. Escuchó cerrarse cuatro de las
cinco, y supuso que la que faltaba era la de Darrell. Era mucho suponer, claro
está, por lo que se decidió a salir al pasillo. Escondida entre los cortinajes de
los ventanales podría comprobar quién faltaba por retirarse cuando subiese.
Su corazón se saltó un latido cuando comprobó que era Darrell el que
subía las escaleras. Con las manos en los bolsillos, cabizbajo, lo vio llegar hasta
la puerta de la alcoba que le correspondía, abrir y cerrar la puerta tras él.
A Darrell solo le había dado tiempo a quitarse la chaqueta, las botas y las
medias cuando una suave llamada a la puerta le hizo fruncir el ceño. Tal vez
Callen desease comprobar si estaba bien. Descalzo, abrió.
―Estoy bien, vuelve con Jen... ¡¿Frances?! ―exclamó atónito. Observó con
el ceño fruncido cómo la muchacha frotaba nerviosa sus manos―. No
deberías estar aquí ―susurró.
―Dijiste que cuando regresásemos a Londres hablaríamos.
Darrell se pasó una mano por el cabello.
―Lo sé, y tendremos esa conversación, pero no en mi alcoba ni en este
momento.
Frances ignoró sus palabras y se coló en la habitación. Con un resoplido,
Darrell asomó la cabeza, miró a ambos lados del pasillo para comprobar que
no había nadie, entró y cerró la puerta. Se apoyó en ella con las manos a la
espalda. ¡Maldita sea, no era el mejor momento para que los atrapasen en una
situación comprometida!
Tenía la cabeza hecha un lío. Demasiadas cosas a las que enfrentarse, no se
encontraba con ánimo de calmar la inquietud de ella cuando él mismo acababa
de perder el control hacía apenas unas horas y no estaba seguro de que no
volviese a perderlo.
―Frances, ahora no. Hablaremos mañana, te lo prometo, pero regresa a tu
habitación. Si te descubren... ―dijo con forzada paciencia.
Ella se envaró. No sabía lo que esperaba, pero que la despachara con cajas
destempladas, desde luego que no.
―¿Te verías obligado por honor a hacer algo que no deseas? ―acabó por él
con acidez.
―No se trata de eso, es solo que no es el momento ―aclaró con voz
acerada―. Estoy cansado, han sido muchas..., solo te pido que me permitas
descansar y en la mañana te lo explicaré todo.
Frances clavó su mirada en los ojos de Darrell. Se le hizo un nudo en el
estómago al ver la frialdad y la amargura que vio en ellos. Palideció mientras
asentía.
―Por supuesto, milord. No es mi intención interrumpir su descanso. Mis
disculpas.
Avanzó hacia la puerta donde aún continuaba apoyado Darrell, y la abrió
sin ningún gesto por parte de él para detenerla. No llegó a traspasar el umbral
cuando una gran mano aferró su muñeca y la arrastró hacia dentro. Otra
enorme mano cerró la puerta con suavidad. Frances ahogó un jadeo.
―¡Maldita sea! ―exclamó Darrell.
Había visto la tristeza en los ojos de Frances y se sintió miserable.
Demasiadas veces la había visto y siempre por su culpa. Esta vez no, estaba
harto de provocar tristeza y desolación a la mujer que amaba más que a nada.
Así que salió tras ella.
Lanzó una de sus manos para enlazarla por la cintura mientras la otra le
aferraba la nuca posesivamente. Solo pudo susurrar un ronco «perdona» antes
de atrapar su boca con voracidad. Frances rodeó con sus brazos la cintura
masculina. La boca de Darrell era caliente, persuasiva, exigente y con un leve
regusto a whisky.
Durante minutos, que parecieron segundos, Darrell perdió toda su
capacidad de pensar, solo estaban los labios de Frances, sus pequeñas manos
aferrándose a su cuerpo. Una última vez, un recuerdo que llevarse. Ambos se
dejaron llevar entre nubes de placer y anhelo.
A regañadientes, Darrell se desprendió de los labios de Frances. Evitó
mirarlos, jugosos, entreabiertos, esperando por los suyos. Renuente, la tomó de
la mano. Miró a su alrededor, sentarse en la cama estaba descartado, no se
sentía capaz de controlarse. La acercó a uno de los dos sillones situados frente
a la chimenea.
Frances lo observaba expectante, mientras él se sentaba en el sillón frente
al que ocupaba ella.
Darrell comenzó a hablar con la mirada absorta en las llamas. Conforme
avanzaba en el relato, el estómago de Frances se constreñía más, hasta que
llegó a pensar que no podría ser capaz de respirar. Iba a dejarla, bueno, nunca
había sido suya en realidad, pero después de lo ocurrido en West Ham,
esperaba...
Y su presentimiento se hizo realidad cuando escuchó sus palabras.
―No rompas con Millard. Conseguiréis amaros. ―Su voz era monocorde,
como si se lo hubiese aprendido de memoria―. Yo debo regresar a
Hertfordshire, no puedo permanecer en Londres durante la temporada, y no
puedes deshacer tu compromiso sin esperar un tiempo prudencial para que
otro caballero te corteje, te crucificarían...
Frances, pálida, lo interrumpió.
―Si no hubiese ocurrido lo de tu hermano...
―Te hubiese cortejado ―aseveró Darrell.
―Podemos... con una licencia especial, yo podría regresar contigo a
Hertfordshire ―aventuró Frances.
―¿Y arruinar tu reputación, ser la comidilla de los salones? Me temo que
no.
Frances se levantó, se acercó a él y se arrodilló entre sus piernas.
―¿Me amas? ―Eso era lo único importante, si él la amaba todo lo demás
no importaría, se diluiría con el tiempo, o con otro escándalo.
Darrell murmuró con la mirada todavía fija en el fuego.
―Me temo que no lo suficiente. ―Cerró los ojos abatido al decir las
palabras. La amaba con todo su ser, pero no podía decírselo. ¿Para qué?, ¿para
mantenerla en una espera que se llevaría parte de su juventud? ¿Una viuda sin
haber estado nunca casada?
Frances palideció, sin embargo, no la había mirado a los ojos para decirlo,
su atormentada mirada seguía clavada en las llamas.
―Mírame ―insistió―. Dímelo mirándome a los ojos.
Darrell meneó la cabeza frustrado.
―Ya lo he dicho, no es necesario más.
Frances se levantó ante la mirada entre perpleja y anhelante de Darrell.
―De acuerdo. Has tomado tu decisión ―murmuró alzando la barbilla con
arrogancia―. Yo decidiré mi vida. Si continúo con Millard o no, me temo que
no es asunto tuyo, y mi reputación mucho menos. ―Con las manos caídas a lo
largo de los costados, apretó los puños―. Buenas noches, lord Sarratt, lamento
muchísimo lo de su hermano.
Sin mirar atrás, se dirigió hacia la puerta. Cuando esta se cerró tras ella,
Darrell enterró el rostro entre las manos. Se marcharía antes del desayuno. Si la
volvía a ver, mandaría todo al demonio: su reputación, el escándalo... y ella no
se lo merecía.
r
Frances remoloneó todo lo que pudo para retrasar la hora de bajar a
romper el ayuno. Esperaba que para entonces Darrell ya se hubiera marchado.
No tenía intención alguna de obedecer, porque al final de eso se trataba, ¿no?
Darrell disponía según sus argumentos, y ella debía conformarse. Ya había
dado bastantes rodeos con la estupidez del maldito título, ¿y todo para qué?, ya
lo utilizaba y la situación había empeorado.
Ella sería la que decidiría su propia vida. Rompería con Millard y esperaría
un tiempo prudencial.
Cuando entró en el comedor de mañana todos estaban allí, todos menos
Darrell. Los caballeros se levantaron al verla entrar y, mientras ella se dirigía
hacia una de las sillas, notó los rostros de preocupación tanto de ellos como de
las damas.
Tras servirse una taza de té y beber un sorbo, tomó una tostada y, al tiempo
que la untaba con mantequilla, comentó con indiferencia.
―Justin, ¿podrías encargarte de citar a lord Millard en Craddock House lo
más pronto posible?
Los comensales se miraron unos a otros. Justin, tras lanzar una mirada de
reojo a Lilith, asintió.
―¿Debo darle algún motivo?
Frances se encogió de hombros.
―Si lo deseas, puedes decirle que comience a pensar en hacer lo que sea
que un caballero haga para que una dama deba romper su compromiso.
―Frances, ¿no crees que deberías de pensarlo bien? Millard...
―Lo he pensado lo suficiente ―repuso Frances―. Yo decidiré mi vida,
Justin, y te rogaría que no interfirieses.
Justin enarcó una ceja. Frances, al verlo, hizo una mueca.
―Disculpa, no pretendía ser grosera. Es solo que no voy a seguir
permitiendo que piensen por mí. Sé lo que quiero y lo que no, y a diferencia de
otros, voy a luchar por mi felicidad.
k Capítulo 17 l
Una vez en Craddock House, y tras haber salido Justin hacia el club, Lilith y
Shelby no perdieron tiempo en interrogar a Frances.
―¿Qué tienes en mente? ―inquirió Lilith.
―Romper mi compromiso.
Shelby enarcó las cejas.
―Sabes que tienes que esperar un tiempo prudencial antes de aceptar un
nuevo cortejo ―aseveró―, eso o casarte con otro de inmediato.
―Esa es mi intención ―murmuró Frances.
Se hallaban en la habitación de ella y, mientras la condesa y Shelby estaban
sentadas en la cama, Frances, delante del ventanal, contemplaba los jardines
pensativa.
―¡¿Casarte?! ―Shelby miró estupefacta a Lilith―. ¡¿Rompes con el
vizconde para casarte con otro?!
―Con Darrell ―afirmó Lilith mirando fijamente a su cuñada.
―¿Te lo ha pedido? ―insistió Shelby.
―No.
Shelby se dejó caer de espaldas en la cama con exasperación.
―¡Por el amor de Dios! ¿Vas a romper tu compromiso sin saber si Ridley
desea casarse contigo? Frances, los caballeros piden matrimonio por una
razón, porque desean casarse ―expuso con frustración―. Si no te lo piden, eso
querrá decir algo, ¿no?
Frances se giró con una sombra de duda en los ojos.
―¿Me amas?
―Me temo que no lo suficiente.
Las palabras de Darrell resonaron en su mente.
¿Y si estaba equivocada? Tal vez llevada por el amor que sentía por él había
confundido las cosas. Puede que a Darrell le gustase, la desease, pero... Eso no
era amor. ¿Y si él estaba diciendo la verdad, que no sentía lo suficiente por ella
como para luchar? Meneó la cabeza. Comenzaría por romper su compromiso,
una vez hecho eso, decidiría si correr el riesgo con Darrell o dejar de insistir en
un imposible.
r
En Dereham Manor, Robert observaba a su hermano. Había regresado de
Londres hacía dos días completamente hundido, y se temía que la razón no era
el cese temporal en su trabajo. En estos momentos, mientras cenaban, en
realidad simplemente estaban sentados a la mesa, su talante no había mejorado
en absoluto.
―¿En algún momento contarás lo que sucede? Recuerda que no tengo
mucho tiempo para esperas ―murmuró con sorna.
―He aclarado las cosas con lady Frances.
―Exactamente... ¿de qué manera?
Darrell tomó un sorbo de vino.
―La única posible. Intenté convencerla de que no rompiese su
compromiso con Millard. Yo no puedo permanecer en Londres el tiempo
suficiente para que podamos comprometernos sin incurrir en un escándalo.
―En otras palabras, te has rendido ―murmuró Robert mientras
contemplaba su propia copa que tenía en la mano.
Darrell se encogió de hombros.
―Es una forma de verlo.
Robert dejó la copa en la mesa y, tras suspirar, miró a su hermano.
―No hay necesidad de que después de un compromiso roto por culpa del
caballero, la dama se siente en su alcoba a lamentarse. Podría perfectamente
contraer matrimonio en un plazo relativamente corto. Al fin y al cabo, ella fue
la que rechazó.
―Tal vez lo haya pensado mejor y siga adelante con Millard.
―Tal vez. Supongo que nos enteraremos a su debido tiempo.
Y se enteraron más pronto de lo que pensaban.
r
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Robert, sonriendo con malicia
al ver determinada noticia en el periódico, le pasó la página a Darrell.
―Parece ser que no se lo ha pensado mucho ―murmuró mientras le tendía
el periódico.
Una breve nota comunicaba que lady Frances Wilder había decidido dar
por finalizado su compromiso con lord Millard. La causa, una grave
indiscreción del vizconde que su prometida no pudo pasar por alto.
El corazón de Darrell se detuvo por un instante. Ella lo había hecho. Era
libre.
Robert, que no le quitaba los ojos de encima, advirtió su cambio de
expresión.
―¿Y bien? ―interrogó con un brillo burlón en los ojos.
―Salgo para Londres en una hora ―espetó mientras se levantaba.
―Una condición. ―Darrell se detuvo frunciendo el ceño―. En realidad,
dos. Quiero que os caséis aquí, y quiero a todos tus amigos y sus familias
acompañándote.
―Pero comienza la temporada ―farfulló Darrell―, tendrán compromisos.
Robert solo enarcó una ceja.
Darrell asintió. Ni una audiencia con el mismísimo rey evitaría que sus
amigos acudiesen a su boda.
r
A su llegada a Londres, Darrell no perdió el tiempo. Se dirigió hacia el
tribunal eclesiástico en Doctors’ Commons, no saldría de allí hasta que la
solicitud fuese firmada por el arzobispo de Canterbury. Por primera vez se
jactó interiormente de su posición en la nueva policía, al ver que su solicitud
era atendida de inmediato gracias a su recién descubierta fama. Por lo visto,
sus logros en la resolución de varios casos que atañían directamente a la
nobleza habían despertado el interés y la admiración de la alta, incluyendo, al
parecer, al mismísimo arzobispo.
Con la licencia en el bolsillo se dirigió hacia Brooks’s, suponía que a esas
horas sus amigos se hallarían en el club.
Las miradas de estupor de sus amigos cuando lo vieron acercarse
provocaron que sonriese interiormente.
Callen frunció el ceño mientras escrutaba el rostro de su amigo. No parecía
apenado. Echó un rápido vistazo a sus mangas, no llevaba brazalete de luto.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó preocupado―. ¿Dereham ha empeorado?
―Mi médico personal puede acompañarte a Hertfordshire ―ofreció Justin.
―No es tu médico quien va a regresar a Hertfordshire conmigo ―masculló
Darrell mientras sacaba la licencia de su bolsillo y se la tendía a Justin.
Justin tomó el papel con recelo y, tras echarle un vistazo, sonrió lobuno.
―Veo que la nota en la prensa ha surtido efecto.
Darrell palideció.
―Si me dices que fue otra manipulación vuestra... ―siseó amenazador.
Justin levantó las manos en señal de paz.
―No hay ninguna manipulación. Frances rompió el compromiso con la
total aceptación de Millard.
Kenneth, impaciente, preguntó, harto de que la críptica conversación fuese
un tête à tête entre Justin y Darrell.
―¿Quién va a acompañarte de regreso, qué es ese papel y por qué hablas
de manipulación?
―Nos gustaría participar de la conversación, si sois tan amables ―intervino
Gabriel.
Darrell bufó.
―Me acompañará mi prometida, el papel es una licencia especial y esta vez
no hubo manipulación alguna.
―¡Por todos los demonios! ―exclamó Callen―. ¡¿Por fin has entrado en
razón?! Nos ha costado años de vida que te sacases de encima todas tus
estupideces, por lo menos a mí.
Los demás los miraron con las cejas enarcadas.
―¿A ti? ―espetó Justin―. ¿Debo recordarte que fui yo quien tuvo que
darle el empujoncito que me costó su alejamiento y vuestros reproches?
Callen se encogió de hombros.
―También fuiste tú el de la genial idea de cortejo, compromiso y demás.
Darrell frunció el ceño.
―¿Qué es lo demás... exactamente? ―inquirió mirando receloso a Justin.
―¡Por el amor de Dios, no hubo nada más! ―exclamó Justin exasperado.
Miró a Callen con irritación―. Deberías practicar un poco la contención de tu
verborrea escocesa ―rezongó.
―Nos estamos saliendo del tema principal ―medió Gabriel―. ¿Vas a
casarte por fin con lady Frances?
―En efecto ―repuso Darrell con una sonrisa de satisfacción.
Justin lo miró con gesto huraño.
―¡¿Yo no tengo nada que decir al respecto?! Se supone que soy su tutor
―exclamó molesto.
Darrell le clavó una mirada asesina.
―Ya has dicho y hecho bastante.
Las risillas de los demás hicieron que Justin les dedicase una hosca mirada.
―Me voy a Craddock House ―espetó Darrell mientras le arrebataba la
licencia que Justin todavía tenía en la mano y la guardaba en el bolsillo.
―¿A qué? ―preguntó despistado Justin.
―¿Cómo que a qué? ―Darrell lo miró como si se hubiese vuelto tonto de
repente―. Tengo una petición que hacer.
―Ah, pero me temo que mi hermana no está en la casa en este momento.
Darrell entrecerró los ojos al ver el rostro culpable de su amigo.
―¿Dónde está?
Justin carraspeó con incomodidad.
―En realidad ha salido a dar un paseo por Hyde Park...
―Bien, la buscaré allí.
―... con lord Langley ―aclaró mientras se encogía en su sillón.
Darrell le dirigió una acerada mirada.
―¿Con quién? ―inquirió con voz estrangulada.
―Lord...
―Sé quién es ―interrumpió Darrell irritado―, lo que no sé es por qué lo
has permitido. Por Dios, Justin, apenas acaba de dejar Eton. ―Hizo un gesto
vago con la mano―. Me es indiferente ―concluyó―. He venido a hablar con
ella y por Dios que hablaré ―masculló mientras se levantaba.
―¿A dónde vas?, ¿no sería mejor que Justin te invitase a cenar y allí...?
―intentó Gabriel.
―No pienso tolerar que mi futura esposa pasee con ese... ese... cachorro
cretino ―siseó Darrell.
―Formarás un escándalo ―intervino Callen sin mucha convicción.
Darrell sonrió con malicia.
―Te puedo asegurar que no habrá escándalo alguno.
Ante las miradas estupefactas y preocupadas de sus amigos, Darrell salió
apresurado. Ese mocoso de Langley tenía mucho camino que recorrer antes de
plantearse siquiera medirse con hombres.
―Pobre Langley ―murmuró Kenneth.
Callen soltó una risilla entre dientes mientras se encogía de hombros.
―Eso le pasa por creerse a la altura de los mayores. Ya recibió una
advertencia, Darrell no tiene la culpa si es sordo... o tonto, personalmente me
inclino por lo segundo.
Al ver las miradas atónitas del resto, sonrió con suficiencia.
―Jenna me contó...
Y procedió a narrarles lo sucedido en la fiesta de los marqueses de Lester,
donde el pobre Langley había sido utilizado por el quinteto de maquiavélicas
damas.
r
Darrell saltó de su carruaje en cuanto llegaron a Hyde Park. Se movería
con más rapidez a pie que siguiendo la lenta fila de los coches que llenaban a
esas horas el parque. Sin prestar atención a los caballeros y damas que lo
saludaban, simplemente respondiendo con un seco movimiento de cabeza,
recorrió el paseo como si los demonios del infierno lo persiguiesen.
Por fin los divisó. Seguidos por la doncella de Frances, paseaban
conversando distraídos hasta que, con una sonrisa de malévola satisfacción,
contempló cómo el rostro del joven lord se demudaba al verlo acercarse.
―¡Oh, no, otra vez no! ―murmuró Langley a divisar a Darrell acercándose
con rostro tormentoso.
Frances giró su rostro hacia él.
―¿Ocurre algo, milord?
Al joven marqués no le dio tiempo a contestar cuando la figura
amenazadora de Darrell se detuvo ante ellos.
Frances, que, despistada, continuaba caminando mientras observaba el
pálido rostro de Langley, casi se da de bruces con el amplio pecho de Darrell.
―¡¿Qué...?! ―balbuceó confusa.
―Milord, milady ―saludó con sorna Darrell.
Frances, atónita, apenas pudo recobrarse para hacer una torpe reverencia.
―¡Lord Sarratt!
La mirada de Darrell estaba clavada en Langley. El pobre muchacho
masculló a duras penas.
―Yo... Lo lamento mucho, milady, pero acabo de recordar un compromiso
ineludible ―murmuró con voz temblorosa―. Me atrevería a decir que lord
Ridley, como caballero, no tendrá impedimento alguno en acompañarla en lo
que queda de paseo.
Sin esperar respuesta por parte de una perpleja Frances, hizo una
inclinación y se marchó como alma que lleva el diablo.
Tras unos instantes de paralizado estupor, Frances se volvió hacia Darrell,
que la miraba con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
―¡¿Qué demonios pretende, milord?! ―inquirió con irritación.
Darrell enarcó una ceja mientras chasqueaba la lengua.
―Ese lenguaje, milady. Caminemos, estamos llamando la atención
―observó con sorna, al tiempo que hacía un gesto burlón con la mano
mostrándole el camino.
Frances boqueó ante la desfachatez de Darrell. Miró a su alrededor y
comprobó que varios paseantes comenzaban a fijarse en ellos dos parados en
medio del paseo y comenzó a andar de mala gana. ¿Qué hacía en Londres? Lo
observó de reojo. No parecía que hubiese ocurrido ninguna fatalidad con su
hermano, Darrell no aparentaba inquietud ni tristeza. Si lo que pretendía era
volver a ilusionarla, iba listo. No tenía intención alguna de permitir que
volviera a poner su corazón del revés.
Caminaron hacia la salida del parque hasta que Frances se percató e,
irritada, masculló:
―No he finalizado mi paseo. Si usted tiene prisa por marcharse, puede
hacerlo, milord, yo seguiré disfrutando del día. ―¿Quién demonios se creía que
era?
―Pasearemos, milady ―asintió Darrell―. Por mucho que lo desee no
puedo llevarla en mi carruaje.
―¿Llevarme?, ¡¿llevarme a dónde?! ―Frances carraspeó, en su indignación
su voz se asemejó a un graznido. Maldito arrogante.
Darrell sonrió con malicia y ella rodó los ojos. Esa sonrisa canalla hacía
que las piernas se le doblasen, pero no podía permitir que volviera a envolverla
con su encanto.
―Donde podamos hablar con tranquilidad ―repuso él.
―Usted y yo no tenemos nada de que hablar ―siseó Frances, al tiempo que
alzaba la barbilla con altanería―. Creo recordar que ha sido muy claro en
nuestra última conversación.
―Tengo toda la intención de ser todavía más claro ―susurró Darrell.
Frances lo miró mientras fruncía el ceño, mientras Darrell disfrutaba con el
intercambio de pullas y con el brillo de furia en sus preciosos ojos verdes.
―Bien ―repuso con petulancia―. Lo recibiré en la mañana en la hora de
visitas, y ahora, si me disculpa, milord.
―Oh, pero no la disculpo, milady, da la casualidad de que llevamos el
mismo camino. Como caballero permítame acompañarla.
―¡No te permito nada, demonios! ―exclamó exasperada, mientras
aceleraba el paso, cosa de lo más absurda, puesto que las largas piernas de
Darrell le permitían seguir a su lado con facilidad.
Él movió la cabeza con resignación.
―No puedo entender dónde ha aprendido ese lenguaje, de verdad que
resulta inquietante. ¿Su hermano está al tanto de que se expresa como un
marinero? ―inquirió jocoso.
Frances le dirigió una mirada asesina.
―¿Mi hermano está al tanto de que usted está a punto de poner en peligro
mi reputación? ―contestó mordaz.
―En realidad, sí ―contestó Darrell flemático―. Justin sabe que he venido a
buscarla.
«Lo mataré, los mataré a los dos», pensó furiosa Frances. «No puedes
besarme, marcharte, volver a besarme, volver a largarte, soltar una sarta de
tonterías sobre que no tienes tiempo para cortejos para aparecer de la nada en
medio del parque, espantar a Langley y presentarte sin más».
―¿Acaso ha encontrado un momento para venir a Londres, milord? Creo
recordar que no podía perder tiempo para permanecer en la ciudad, cosa que
por otro lado entiendo. ¿Negocios, alguna complicada investigación de la
policía? ―murmuró mordaz.
Darrell esbozó una media sonrisa.
―Oh, nada tan complicado como eso, por supuesto. ―Frances lo observó
de reojo con recelo.
Sin darse cuenta habían llegado a las puertas de Craddock House. Darrell
hubiese preferido llevarla a su residencia, pero eso sería la muerte social de
Frances. Se conformaría con decir lo que tenía que decir en casa de Justin,
contaba con la discreción del matrimonio.
Mientras Shelton abría la puerta, Frances se giró hacia Darrell al tiempo
que hacía una reverencia.
―Ha sido muy amable al acompañarme, milord. Si me disculpa... ―Sin
esperar contestación se internó en la casa, sin percatarse de que Darrell la
seguía al interior tras guiñarle un ojo a Shelton. Este no puso reparo alguno.
Era uno de los mejores amigos de su señor, y tenían libre acceso a Craddock
House tanto él como los demás.
―Lord Craddock se encuentra en la salita azul con milady, milord ―explicó
el mayordomo.
Frances se giró bruscamente. Al oír a Shelton y ver a Darrell asentir,
supuso que su intención era visitar a Justin. Se dio la vuelta y, derecha como
una vara, comenzó a subir las escaleras ante la mirada especuladora de Darrell.
Darrell estaba especialmente encantado. Frances siempre había mostrado
signos de tener carácter e independencia en su forma de pensar, pero en estos
momentos la encontraba especialmente belicosa, y no podía negar que le
gustaba. Sabía que su hostilidad era debida al comportamiento que había
tenido con ella, y sabía también que le iba a costar sangre convencerla de que
lo aceptase. Sonrió en su interior, sin duda alguna lo conseguiría.
Se dirigió hacia la sala donde estaban Justin y Lilith. Conociendo al
matrimonio, se detuvo a llamar a la puerta. Cuando tras unos instantes escuchó
la voz de Justin permitiendo el paso, entró con indolencia.
Justin, al verlo, enarcó una ceja.
―Parece ser que has decidido esperarla en vez de interrumpir su paseo
―murmuró sarcástico. Había regresado a la casa para poner al tanto a Lilith del
regreso de Darrell y de sus intenciones con Frances.
Lilith se levantó al tiempo que se acercaba a él y le besaba en la mejilla,
ante el pasmo de Darrell.
―Me alegro de verte, ¿cómo está Dereham? ―Al ver la estupefacción en el
rostro de Darrell, rodó los ojos―. No te sorprendas tanto, Justin me ha dicho
que seremos cuñados en breve tiempo.
―Eso si me acepta ―masculló Darrell, que miró a Justin―. Contestando a
tu pregunta..., si era una pregunta, te diré que sí, interrumpí su paseo, cosa que
no costó mucho en realidad. Langley desapareció en cuanto me vio, y la he
acompañado como el caballero que soy.
Lilith preguntó extrañada.
―¿Frances ha venido contigo?
―A regañadientes, pero sí. Seré más exacto, yo he sido el que ha venido
trotando tras ella ―murmuró Darrell con una mueca.
Justin no pudo contener una risilla, que le valió una mirada asesina de
Darrell.
―¿Qué esperabas? ―inquirió Craddock―. Vienes, vas, vuelves, te largas
otra vez...
Darrell lo ignoró y se dirigió a Lilith.
―¿Podrías hacer que bajase, por favor? Debo hablar con ella.
Lilith asintió con una amplia sonrisa.
―Por supuesto.
Cuando quedaron solos, Justin enarcó una ceja.
―¿En serio esperas que baje? Me temo que después de tus idas y venidas
Frances ha tomado la determinación de decidir por ella misma. Te va a costar
un poco convencerla, querido amigo.
Darrell entrecerró los ojos.
―Te estás divirtiendo, ¿verdad?
Justin asintió.
―Me vienen a la mente tus sarcásticos comentarios sobre Callen, Kenneth
y yo mismo cuando nos enamoramos.
Darrell rodó los ojos.
―¡Por Dios! Lo vuestro era pura agonía.
―¿Y lo tuyo no? ―repuso jocoso Justin―. Ahora no la merezco, ahora sí, ahora
no puedo, ahora sí tengo tiempo...
―Y te lo advierto, si no baja, subiré yo ―advirtió Darrell.
La sonrisa de Justin se le congeló en el rostro.
―No puedes subir a su alcoba, ¡¿has perdido la cabeza?!
La mirada de Darrell se endureció.
―Nadie de la casa va a ir con chismes, y tenemos una boda que organizar
en Hertfordshire.
―¿Hertfordshire? ―inquirió Justin.
―Mi hermano quiere que nos casemos allí, y que acudáis todos vosotros.
―¿Tu hermano?
Darrell suspiró.
―Él se ha limitado a expresar en voz alta lo que yo deseo pero no me
atrevía a preguntarle. No sabía si sería prudente en su estado.
En ese momento, Lilith entró con un brillo de picardía en los ojos.
―No desea bajar, por lo que parece el paseo le ha levantado una molesta
jaqueca ―comentó con sorna―, hasta ha despedido a su doncella ―aclaró
como al descuido.
Darrell enarcó una ceja.
―Verás qué pronto se le olvida la jaqueca. ―Sin otra palabra salió
disparado hacia las escaleras ante la mirada suspicaz de Justin y la maliciosa de
Lilith. Conocía la situación de la alcoba de Frances.
―No sé si hago bien permitiéndole subir ―murmuró Justin pensativo.
―¿Después de facilitar un cortejo ficticio, un compromiso falso,
manipularlos y casi romper vuestra amistad, te muestras escrupuloso si sube a
su habitación? Ha decidido dejar a un lado sus tonterías y casarse con ella,
deberías estar dando saltos de alegría ―repuso Lilith.
Justin suspiró.
―Supongo que sí.
―Además ―murmuró Lilith con un brillo risueño en los ojos―. No hará
nada que tú no hicieses.
Justin le clavó una mirada asesina.
―Precisamente.
Lilith se sentó en uno de los sillones de la salita. Mientras estiraba sus
faldas con indiferencia, murmuró.
―Ah, y si necesitas pensar en algo, te sugiero que lo hagas aquí, es un sitio
tan bueno como cualquier otro.
Él la miró malicioso.
―Se me ocurren mejores cosas que pensar ―murmuró mientras se sentaba
a su lado y la subía a su regazo.
Lilith soltó una risilla.
―Dejemos que pienses en otro momento ―repuso al tiempo que enlazaba
sus brazos tras el cuello masculino.
k Capítulo 18 l
Tardaron tres días en reunirse con los demás. La mañana que decidieron
reunirse con ellos durante el desayuno fueron recibidos con sonrisitas y
carraspeos.
Mientras Darrell rodaba los ojos, Frances sonreía a sus amigas.
Tras ayudar a Frances a sentarse, Darrell tomó asiento frente a ella.
―Estás radiante ―comentó Lilith, sentada a su lado.
Frances bajó la mirada ruborizada, mientras Lilith reía entre dientes.
Los caballeros dirigieron miradas jocosas a Darrell. Este, hastiado, espetó:
―¡Por el amor de Dios, sois como niños!
―Bueno, te has burlado tanto de nosotros, que nos merecemos una
compensación, ¿no crees? ―repuso Kenneth.
―Eso sin contar la de veces que nos has incordiado ―asintió Justin,
recordando sus problemas con Lilith y los celos que había sentido
erróneamente de Darrell.
Darrell atacó su plato.
―Os bastabais solitos para complicaros la vida ―murmuró.
―Y lo dice al que le costó dos años de estupideces admitir sus sentimientos
―replicó burlón Gabriel.
―Ya los había admitido ―replicó Darrell mirando a su amigo con los ojos
entrecerrados.
―Pero no te atreviste a confesárselos, lo que viene a ser lo mismo
―masculló Callen tras tragar un trozo de salchicha, y haciendo un gesto hacia
Frances.
Robert intervino.
―He mandado notas a los periódicos notificando vuestro enlace.
Darrell asintió.
―Y me temo que deberías pensar en regresar a Londres.
Darrell lo miró con un destello de alarma.
―¿Nos echas?
Robert rio.
―No, por Dios. Pero yo estoy bien, tu esposa y tú debéis hacer acto de
presencia entre la alta, y debes reincorporarte a tu puesto.
―Bueno, sobre eso... ―A Darrell le encantaba su trabajo, pero debía pensar
en que ahora tenía una esposa. No soportaría dejar a Frances preocupada
mientras él...
Frances, al escucharlo, lo miró arqueando una ceja. Suponía lo que estaba
pensando y ni loca le permitiría dejar su trabajo.
―He pensado... ―Carraspeó incómodo ante la mirada cada vez más hosca
de su esposa.
―No vas a dejar tu trabajo ―espetó Frances mientras untaba mantequilla
en su tostada.
―Frances... mi trabajo tiene riesgos...
―Eras runner cuando llegué a Londres, y trabajabas en la calle ―replicó
ella―. Ahora eres superintendente y tu trabajo está en el despacho, no es como
si tuvieras que salir personalmente a detener a un ladrón de retículos. Así que
olvídate de dejar tu puesto.
Los demás observaban en silencio pasando sus miradas de uno a otro
contendiente.
―No tengo intención alguna de permitir que te quedes preocupada cada
vez que vaya a Scotland Yard. Tal vez no trabaje en la calle, pero alguna vez
puede suceder... ―replicó.
―Cuando suceda, si sucede, pondrás todo tu empeño en regresar a mí sano
y salvo ―repuso con arrogancia.
―Frances, nadie puede asegurar...
Callen susurró al oído de Gabriel.
―Apuesto por Frances.
Gabriel rio entre dientes.
―Nadie va a apostar contigo ―dijo jocoso―, me temo que todos
apostamos por ella.
―Me da exactamente igual lo que nadie dé por seguro o no ―replicó ella―.
Confío en ti. Eres bueno en tu trabajo, quizá el mejor, así que te recomiendo
que en cuanto lleguemos a Londres visites al comisionado y recuperes tu
puesto, o te juro que te llevaré a rastras de la oreja.
Darrell miró a su hermano y a sus amigos en busca de apoyo, sin embargo,
estos se limitaron a centrarse en sus platos, unos, y a encogerse de hombros,
otros. Mortificado miró a Justin, quizá su cuñado...
―Oh, no, a mí no me mires ―repuso el muy ladino―. Ahora es tu esposa,
tu problema. Aunque... mi recomendación, basada en mi propia experiencia,
―Miró jocoso a Lilith, que enarcó una ceja―, es que le hagas caso a tu mujer...
si deseas una vida conyugal armoniosa.
Darrell bufó. «Malditos traidores», pensó irritado mientras miraba
suplicante a Robert.
―He llevado los asuntos del marquesado solo, sin problemas ―comentó―,
y gracias a los médicos escoceses, espero llevarlos durante mucho tiempo más.
Si no te gustase tu trabajo, sería otra cuestión, pero tu trabajo te llena, te
encanta, así que hazle caso a tu esposa y haz lo que mejor sabes hacer.
Darrell observó mohíno la radiante sonrisa que Frances le dirigió a su
cuñado.
―Lo pensaré ―ofreció.
Las risillas de todos los demás le demostraron que la decisión había sido
tomada, y no precisamente por él.
Al cabo de unos instantes, un lacayo susurró algo al oído de Daft. Este se
dirigió hacia su señor.
―Milord, acaba de llegar un mensajero de Londres. Solicita entregar una
misiva a lord Willesden.
Gabriel frunció el ceño mientras intercambiaba una recelosa mirada con su
hermana.
―Hazlo pasar, Daft.
El lacayo con los colores de Brentwood entró y se dirigió directamente a
Gabriel. Le tendió un sobre.
―Milord.
―¿Se espera respuesta? ―inquirió Gabriel mientras rasgaba el lacre.
―No, milord.
Robert intervino.
―Que le procuren algo de comer, y mientras descansa un poco, que se
ocupen de su caballo.
El lacayo se inclinó ante Robert.
―Gracias, milord.
Jenna observaba el ceño fruncido de Gabriel mientras leía la carta,
alarmándose cuando vio que palidecía.
Gabriel alzó la mirada para clavarla en su hermana.
―Debemos volver a Londres de inmediato.
Callen tomó la mano de su esposa, apretándola con cariño.
―Brentwood ha tenido un ataque y temen por su vida. Nos reclama.
Jenna se tensó. Callen, al notarlo, le susurró:
―Debes ir, amor. No te lo perdonarías si sucede lo peor y no te has
despedido de él. Haya hecho lo que haya hecho en el pasado.
Jenna asintió a su hermano.
―Partiremos en un par de horas ―advirtió Gabriel.
―Y nosotros os acompañaremos ―ofreció Justin―. Volvemos todos a
Londres.
Fin.
Nota de la autora
Uno de los descubrimientos más importantes de la medicina fue que la
aplicación del éter etílico (éter) proporcionaba los requisitos clásicos de la
anestesia: analgesia, amnesia y relajación muscular de manera reversible y
segura.
A finales del siglo XVIII, Sir Humprey Davy, profesor de química en la
Royal Institution de Londres, observó el efecto sobre el dolor de un gas, el
óxido nitroso, conocido popularmente como «gas hilarante». Sobre sus efectos
anestésicos, afirmó que era capaz de suprimir el dolor y que probablemente
podría usarse con ventaja en las operaciones quirúrgicas.
En 1815, Faraday advierte que el éter tiene efectos muy similares a los que
se producen tras inhalar óxido nitroso.
En 1824, el inglés Hicman publica el resultado de sus anestesias
experimentales en animales y sostiene que este procedimiento puede ser útil en
cirugía, pero sus investigaciones pasan desapercibidas. El gas hilarante era
demasiada diversión para ser considerado en serio.
En Estados Unidos el éter se convirtió en espectáculo de circo, se
hacían Juegos con éter, famosas fiestas donde los asistentes se emborrachaban
colectivamente, trabados y risueños, a muy bajo precio, inhalando el hilarante
éter.
En 1842, un médico norteamericano, Crawford Williamson Long, se dio
cuenta de que sus amigos eran insensibles al dolor después de inhalar éter.
Pensó en su potencial aplicado a la cirugía, y un tiempo después extirpó dos
tumores del cuello a un enfermo con total éxito. Continuó efectuando
operaciones administrando éter, pero no hizo público su hallazgo hasta 1849.
El 16 de octubre de 1846, el cirujano John C. Warren extirpó con éxito un
tumor congénito en el cuello a un paciente, el joven Gilbert Abbot, que no
había sentido dolor alguno tras inhalar vapor de éter, suministrado por el
dentista William T.G. Morton.
En el Hospital St George, el 6 de diciembre de 1735, se realizó la
primera apendicectomía exitosa registrada. El paciente era un niño de once
años llamado Hanvil Anderson, que tenía una hernia inguinal combinada con
una inflamación aguda del apéndice. Esta situación, en la que el apéndice
queda incluido en el saco herniario, se conoce como hernia de Amyand.
Amyand describió la operación él mismo en un artículo para la Royal
Society.
El trabajo de Amyand pronto se hundió en la oscuridad, y varios
candidatos competían por el galardón de haber realizado la primera
apendicectomía en la década de 1880, sin saber que Amyand los precedió en
150 años.
r
Me he tomado la licencia de utilizar los descubrimientos de los doctores
ingleses sobre el éter, así como la primera operación de apendicitis, la realizada
por Amyand en 1735, para tratar la supuesta enfermedad mortal de Robert.
Utilicé para ello médicos escoceses. La medicina en Escocia y sus
profesionales tuvieron fama, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, de ser los
mejores profesionales de Europa, con técnicas muy avanzadas para su tiempo,
además de grandes investigadores en su campo. Estos dos médicos tomaron
en cuenta el artículo escrito por Amyand.
Para su diagnóstico, utilizaron la exploración física mediante palpación
abdominal, así como la descripción de los síntomas padecidos por Robert: un
dolor repentino localizado en la mitad inferior derecha de la región umbilical,
añadiéndose náuseas, vómitos y dolor constante.