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El coraje de un caballero

Pacto entre caballeros 4

Rose Lowell
© Rose Lowell
El coraje de un caballero
Primera edición: junio de 2023

Diseño de portada: Ana Gallego Almodóvar


Corrección y edición: Mareletrum Soluciones Lingüísticas |
hola@mareletrum.com

Sello: Independently published


Inscrito en Safe Creative: 2301313303030

Reservados todos los derechos.


«No hay nada peor que el dolor de querer a alguien
que no puedes tener».
Dell Toledo - Michael Chiklis
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Epílogo
k Prólogo l

Eton College, Berkshire.


Inglaterra, 1811.
El patio estaba a rebosar de muchachos, algunos disfrutaban de la buena
temperatura, rara para la época del año, mientras que, los menos afortunados,
los que todavía ocupaban la Long Chamber, aprovechaban el momento para
intentar pasar desapercibidos de sus acosadores.
Gabriel Leighton, marqués de Willesden, Kenneth Hyland, vizconde
Hyland, y Justin Wilder, conde de Craddock, charlaban animadamente en uno
de los bancos dispuestos por el patio cuando vieron acercarse a ellos a un
muchacho con ademán indolente. Lo observaron con indiferencia y
continuaron con su charla.
El muchacho se sentó en un banco próximo, con las manos en los bolsillos
y las largas piernas extendidas, que cruzó en los tobillos. Era alto, estilizado
pero atlético. Moreno, con mechones cobrizos en el cabello, su rostro era
expresivo y simpático.
―Van a por vosotros ―susurró sin mirarlos.
Los tres cesaron su conversación. Kenneth, en el mismo tono y
contemplando con aparente indiferencia el patio, respondió.
―¿Cuántos? ―Todos sabían a quién se refería el muchacho: al vizconde
Longford y sus inseparables acólitos, el barón Maynor y los hermanos Trevor y
Mortimer Dafton, aunque este último intentaba no participar en las vilezas de
los otros.
―Si son los mismos de siempre, podremos deshacernos de ellos.
―Me temo que esta vez Longford ha reclutado a más ―disintió el chico―.
Nueve, sin contar a Longford, por supuesto.
―Por supuesto ―medió Justin―, él solo interviene con los indefensos.
El muchacho continuó con sus advertencias.
―Intentarán atraparos cuando os dirijáis al New Building, en el callejón.
Mientras unos os enfrentan, otros os cerrarán el paso por atrás.
El muchacho se levantó. Ya había dicho lo que tenía que decir. Al ver que
se disponía a marcharse, Gabriel habló por primera vez.
―¿Por qué nos has advertido?
Se detuvo un instante.
―No tengo tolerancia alguna con los cobardes.
Los tres amigos notaron la frialdad de su tono en la respuesta.
Desconcertados, lo contemplaron alejarse con el mismo ademán indolente con
el que había aparecido.
―¿Lo conoces? ―inquirió Kenneth a Gabriel. Él conocía a casi todo el
mundo, o al menos sabía a qué familias pertenecían.
Gabriel asintió.
―Lord Darrell Ridley, hermano y presunto heredero del marqués de
Dereham, y la nueva incorporación para nuestro dormitorio.
―¿Vas a invitarlo a compartir nuestros aposentos? ―preguntó Justin.
―¿Después de lo que acaba de hacer?, por supuesto ―afirmó Gabriel―.
No tenía obligación alguna de avisarnos, y si Longford se entera de su
intervención, le costará caro, no podrá continuar en la cámara común.
Dos horas después, se dirigieron hacia el nuevo edificio que albergaba su
residencia. Tensos, se colocaron en círculo al ver aparecer cinco siluetas frente
a ellos. La del infame vizconde se hallaba tras las cuatro más adelantadas.
Justin hizo una mueca de desprecio. ¡Cómo no! Longford era un maldito
cobarde.
―¿Qué queréis? ―ladró Gabriel.
Escucharon la suave voz de Longford.
―Daros una lección. Os consideráis por encima del mundo y, sobre mí, en
este maldito colegio, no hay nadie.
Kenneth soltó una carcajada sarcástica.
―¿Sobre ti, Longford? Me temo que solo, sin tus secuaces, no eres más que
un jodido miedoso.
El vizconde hizo un gesto y los cuatro muchachos comenzaron a avanzar
hacia los tres amigos, al tiempo que los que estaban a sus espaldas los
imitaban.
De repente se escuchó una voz.
―Me atrevería a decir que este callejón está atestado de... ratas ―espetó
Darrell con sorna―. Resulta deprimente que tengamos que ser los alumnos los
que las exterminemos.
Uno de los muchachos que estaba situado a espaldas del trío se giró.
―Lárgate, Ridley, esto no va contigo.
―¡¿Ocho contra tres?! Yo creo que sí ―contestó con apatía.
En solo unos instantes se desató el infierno. Puñetazos y patadas volaban
por el callejón hasta que Kenneth, tras deshacerse de dos infelices, miró con
malicia a Longford.
―Bueno, bueno, me temo que vas a tener que continuar tú mismo con tu
cobarde plan ―sugirió con frialdad mientras se acercaba al vizconde. Este echó
un vistazo a sus maltrechos compinches.
―En otro momento, Hyland ―murmuró con una mirada llena de odio―.
Algún día iré a por vosotros... y me bastaré solo. ―El vizconde se giró y, sin
prestar más atención a sus secuaces, se alejó.
Los tres amigos esperaron a que Darrell se reuniese con ellos.
―Dormirás en nuestra alcoba. Después de esto no puedes aparecer en el
dormitorio comunal, y mañana te acompañaremos a traer tus cosas. Te
quedarás con nosotros ―ofreció Gabriel.
El chico se encogió de hombros.
―Puedo cuidar de mí mismo.
―Tal vez ―repuso Justin―, pero nos agradaría tenerte como amigo.
Además, hay mucho espacio libre en la habitación. Por cierto, permíteme
presentarnos.
―Sé quiénes sois ―replicó Darrell.
Kenneth enarcó una ceja.
―¿Hay algo que escape a tu control?
Darrell esbozó una ancha sonrisa.
―No. Soy muy observador.
La cuarta de las cinco camas del dormitorio obtuvo ocupante esa misma
noche, hasta que los amigos abandonaron el colegio para continuar en la
universidad.
r
Hyde Park, Londres.
Mayo de 1822.
A esas horas tan tempranas, hacía muy poco que había amanecido, Darrell
galopaba por Rotten Row. La pista estaba vacía salvo por uno o dos jinetes tan
madrugadores como él. Al llegar a Serpentine Road, puso su castrado al trote.
Echó una ojeada por los alrededores y una escena le llamó la atención.
Un hombre discutía, o eso le pareció, con un caballero de avanzada edad.
Se tensó al observar lo que parecía un arma en las manos del hombre.
Chasqueando la lengua con fastidio, movió las riendas para dirigir a su
montura hacia allí, cuando la aparición de otro hombre hizo que el que
amenazaba al anciano echase a correr como alma que lleva el diablo.
Llegó a la altura del anciano. El hombre no parecía asustado en lo más
mínimo por lo que acababa de ocurrir, más bien, observaba con curiosidad la
persecución.
Tras detener el caballo, preguntó solícito:
―¿Se encuentra bien, milord?
El hombre lo miró.
―Perfectamente, gracias, caballero.
―¿De verdad no necesita nada? Si lo desea puedo acompañarle hasta salir
del parque ―insistió preocupado por la edad del caballero.
―Gracias, hijo, pero estoy bien. ―Volvió su mirada hacia los hombres que
corrían―. Me preocupa más que el runner no pueda alcanzar a ese malnacido.
Darrell miró hacia perseguidor y perseguido.
―¿Es un runner?
El anciano asintió.
Después de vacilar unos instantes, Darrell comentó:
―Si me disculpa, creo que debo echarle una mano. ―Tras ver la mirada de
agrado en el hombre, Darrell puso su caballo al galope.
Al pasar junto al runner, le gritó sin detenerse.
―Le cortaré el paso. Si sale de Hyde Park, lo perderá en las calles.
El runner, después de mirarlo sorprendido, asintió.
Darrell alcanzó en unos instantes al fugado, al tiempo que bloqueaba su
huida con el caballo. El hombre, cogido por sorpresa, perdió el equilibrio
cayendo al suelo.
―¡¿Qué demonios?!
Darrell no bajó del castrado mientras esperaba la llegada del runner, no
fuera a ser que el hombre intentase escaparse otra vez.
Cuando el runner llegó, ya traía una cuerda con la que ató las manos del
delincuente.
―¡Maldita sea, Simks, no son horas para andar con carreras!
―Si no fuese por este maldito señoritingo entrometido no me habrías
atrapado, O’Heary ―espetó el tal Simks mientras escupía con desprecio. Lo
que le valió un manotazo en el cuello del runner.
―Cierra la boca, o tendré que amordazarte.
Simks lo miró con rencor pero obedeció.
El runner se dirigió a Darrell, que ya se había apeado del caballo.
―Gracias, señor. Si hubiese llegado a las calles me hubiese costado mucho
más atraparlo.
―No tiene importancia ―repuso Darrell, al tiempo que extendía una
mano―. Darrell Ridley.
El hombre alargó la suya para estrecharla.
―O’Heary.
―El caballero me comentó que es usted runner.
Simks resopló.
―Muy astuto el hombre ―espetó con sorna.
―No volveré a avisarte, Simks ―amenazó O’Heary―. En efecto. Por
cierto, ¿el hombre se encuentra bien?
―En perfecto estado, yo diría que parecía más preocupado por el resultado
de la persecución que por el susto ―sonrió Darrell.
―No le había visto acercarse ―comentó el runner.
―Estaba algo más lejos cuando noté que ocurría algo raro ―explicó
Darrell.
O’Heary enarcó las cejas.
―Vaya, es usted muy observador, y osado. A ningún caballero se le hubiera
ocurrido intervenir. Les agrada que los detengamos, pero lo de mancharse las
manos interviniendo... eso ya es harina de otro costal.
Darrell miró de reojo a Simks. No era cosa de hablar delante de él. Tenía
muchas preguntas que hacerle a O’Heary.
―¿Me permitiría invitarle a una cerveza? ―preguntó vacilante.
―Será un placer. Debo conducir a este desgraciado a Bow Street, si le
parece bien, hay una taberna justo enfrente. Podemos vernos allí.
Después de asentir, Darrell observó cómo los dos hombres se alejaban.
Parecían cómodos el uno con el otro, como si ambos supiesen el papel que
cada uno tenía y lo hubiesen asumido con naturalidad. Contempló al tal
O’Heary: joven, no llegaría a la mitad de la treintena, alto y corpulento, le
recordó a su amigo Callen. De pelo negro como ala de cuervo y despiertos
ojos azules, destilaba serenidad y autoridad. Le gustó al instante.
Ese mismo día comenzó su entrenamiento bajo el liderazgo de O’Heary
para convertirse en un Bow Street Runner. A pesar de que gozaba de una
cómoda posición, gracias a las inversiones de su amigo Kenneth, un Midas
para los negocios, deseaba dar algún sentido a su vida, y su capacidad de
observación, de la que se habían burlado en muchas ocasiones sus amigos, le
sería de gran ayuda para su nuevo trabajo.
k Capítulo 1 l

Mayfair, Londres.
Julio de 1830.
La temporada pasó, finalizando prematuramente a causa de la muerte, en el
mes de junio, del rey Jorge IV, popularmente conocido como Prinny durante
su regencia. Sus funerales y posterior entierro en Windsor a mediados de julio
provocaron que la nobleza tuviese que permanecer en Londres durante el
verano, y que la que ya se había retirado a sus mansiones en el campo regresase
precipitadamente.
Habían vuelto a la ciudad expectantes, tanto por la muerte del rey como
por el obligado regreso de los marqueses de Clydesdale y los vizcondes Hyland
y sus pequeños hijos.
Justin ya había coincidido con los orgullosos padres en Brooks’s y había
concertado una cena en Craddock House, días después del entierro del rey, en
la que se reunirían todos los amigos.
Los primeros en llegar fueron Kenneth y Celia con su pequeño hijo Robert
John Hyland, un precioso niño con el cabello rubio de su madre y los
penetrantes ojos azules de su padre.
A los pocos minutos, Callen y Jenna hicieron su aparición. El pequeño, y
pequeño era un eufemismo puesto que el chiquillo llevaba camino de ser tan
enorme como su padre, era muy guapo, su cabello de un tono más pelirrojo
que Callen y con los expresivos ojos grises de Jenna. Fue presentado como
Duncan David Hamilton-Douglas.
Shelby, Frances y Lilith se repartían alborozadas entre los dos niños, ante la
orgullosa mirada de sus madres.
Celia y Jenna intercambiaron una mirada cómplice, y fue Celia la que se
dirigió a Lilith.
―Por lo que veo, el jabalí belicoso ha sido cazado. Debo darle la
enhorabuena al afortunado cazador, no hay nada como ser perseverante...
cuando se va de caza ―repuso con sorna.
Shelby y Frances miraron a Lilith. Todas conocían el apodo que Justin le
había puesto a Lilith tras su encontronazo la noche que se conocieron, sin
embargo, no podían estar seguras de que Lilith estuviese al tanto.
Lilith soltó una carcajada.
―Me temo que quien ha sido acorralado por el jabalí ha sido el cazador
―contestó divertida.
Las demás la acompañaron en las risas. No dudaban que, conociendo a
Lilith, había sido el cazador quien había sido atrapado.
En ese momento, Gabriel y Darrell hicieron su entrada. Mientras Darrell
dirigía una mirada hacia Frances, ella continuó hablando con sus amigas e
ignorándolo por completo. Algo que continuó durante la cena, ante la
irritación de Ridley.
Callen y Kenneth felicitaron a Darrell por su nuevo cargo, lo que hizo que
Frances prestase atención. Así se enteró de que Ridley formaba parte de la
recién creada Policía Metropolitana como inspector. No pudo evitar sentirse
orgullosa de Darrell, se lo merecía. Había trabajado mucho y resuelto los
asesinatos tanto perpetrados por Amelia Bonham como por Longford.
Sus ojos brillantes de orgullo se dirigieron hacia él, sin embargo, desvió la
mirada al instante. Darrell la observaba con atención.
Tras la cena, la conversación se desvió hacia las dos únicas solteras que
quedaban del grupo de amigas. Ambas soportaban con hastío las bromas de
Celia, Jenna y Lilith, hasta que Justin habló.
―En realidad, quizá en poco tiempo una de las solteras deje de estarlo.
Shelby y Frances lo miraron con el ceño fruncido, el resto con curiosidad.
Lilith preguntó sonriente.
―¿Otra historia tuya?
―En absoluto, querida ―contestó petulante Justin―. Recientemente, para
ser más específicos, en el día de ayer, he recibido una petición para cortejar a
Frances.
La aludida palideció.
Lilith escrutó recelosa a su marido, ¿qué se traía entre manos? No era
propio de él admitir un cortejo hacia su hermana sin consultarlo antes con ella.
―¿L... lo has aceptado? ―balbuceó desconcertada.
―Por supuesto, ¿por qué no? Es un simple cortejo, no te compromete a
nada.
Frances se enfurecía por momentos.
―¿Sin consultarlo siquiera conmigo?
Justin hizo un gesto con la mano.
―Será de tu agrado, ya lo verás.
―¿Puedo saber al menos de quién se trata? ―Frances estaba a punto de
agarrar a su hermano del cuello y comenzar a sacudirlo.
―El vizconde Millard.
Darrell, hasta el momento en completo silencio, saltó como un resorte.
―¡Ni en sueños permitirás ese cortejo! ―bramó furioso.
Frances giró su rostro lentamente hacia él. ¿Quién demonios se creía que
era?
―¿Disculpa?
Justin enarcó las cejas perplejo.
―Bueno, me temo que quien corteje a mi hermana no es asunto tuyo.
Callen, Kenneth y Gabriel observaban la escena estupefactos. Darrell
nunca perdía los nervios.
Callen, tras frotarse la barbilla pensativo, quiso saber mientras escrutaba
atento a su amigo:
―¿Quién ha hablado, el hombre o el policía?
Darrell le lanzó una mirada asesina, mientras hacía un gesto a sus amigos
para que lo siguiesen. Los cinco caballeros abandonaron la sala hacia el
despacho de Justin, ante la mirada perpleja de las damas.
Una vez cerraron la puerta del estudio, Justin se volvió hacia Darrell.
―Y bien, ¿cuál es tu punto? ―espetó con los brazos cruzados.
Los demás se fueron sentando, expectantes ante la discusión que se
avecinaba.
Callen comentó con indolencia.
―Antes de nada, todavía no me has respondido.
Darrell repuso fríamente.
―Hablo como policía.
Justin enarcó una ceja, «¿Millard envuelto en asuntos turbios?».
Darrell suspiró con hastío y, mientras se servía una copa, comenzó a
explicarles la situación.
―Millard pertenece al club Leviatán, el mismo al que pertenecía
Longford... ―No era del todo cierto, pero ellos no tenían por qué saberlo.
―¡¿Santo Dios, un club de asesinos de mujeres?! ―exclamó Kenneth
horrorizado.
―No. El único asesino era Longford, el club en sí se dedica a chantajes,
robos... su fin es hacer inmensamente ricos a sus socios.
―¿Robos? ¿Roban a sus propios pares? ―Gabriel estaba atónito.
―Solo piezas de valor incalculable. Saben elegir bien. Más tarde las venden
a coleccionistas, bien en este país o en el continente ―añadió Darrell―. En
cuanto a los chantajes, son socios de la mayor parte de los clubs de Londres,
vigilan a los perdedores, los estudian y se aprovechan, o bien de su adicción al
juego, o bien de otras adicciones o flaquezas. Saben encontrar los puntos
débiles de sus víctimas.
―¿Y dices que Millard pertenece a ese club? ¿Estás seguro? ―Justin había
averiguado por Kenneth que el vizconde era compañero de trabajo de Darrell.
Perplejo, se preguntaba cómo era posible que este consintiese en trabajar con...
¿un ladrón? Maldita sea, tendría que revisar todos sus planes.
Darrell enarcó una ceja en su dirección, lo que hizo que Justin levantase las
manos en señal de rendición. Darrell sabía lo que se hacía.
―Hablaré con él en cuanto venga a visitar a Frances y rechazaré el cortejo.
De todos modos, salvo acompañarla a pasear y dejar claras sus intenciones,
poco más podrá hacer. La alta se retirará al campo en pocos días, hasta que
comience la pequeña temporada.
―¿Y qué explicación darás? ―inquirió Gabriel―. No puedes decirle: «Me
he enterado de que pertenece a un club infernal, así que no consentiré que mi
hermana sea cortejada por usted» ―espetó socarrón―. Además de que has
dado tu palabra, y no tienes motivo alguno, sin descubrir a Darrell, para faltar a
ella.
―No voy a permitir que Frances sea acompañada por ese... ese... cretino
―ladró Justin indignado―, aunque solo sea escoltándola en algunos paseos. Si
detenéis a Millard, no quiero que ella se vea envuelta en un escándalo
semejante.
―Ella no correrá peligro alguno ―opinó Darrell―. Sus intereses no van
contra las damas. Permite un breve cortejo y que, pasado un tiempo, lady
Frances lo rompa, alegando que no encuentran intereses comunes, o lo que sea
que aleguen las damas. Y en cuanto a la posible detención de Millard, todavía
tenemos mucho trabajo por delante. Debemos averiguar quién es el cerebro
del Leviatán.
«Maldita sea, tendré que decirles la verdad, y entonces no habrá razón
alguna para que ella se oponga a ser cortejada por Millard», pensó Darrell.
―No me gusta la idea de ver a mi hermana con ese bastardo ―comentó
Justin con preocupación.
―Pues me temo que no tienes otra opción ―repuso Callen.
―Regresemos con las damas ―ofreció Kenneth al tiempo que se
levantaba―. No creo que estén muy contentas con nuestra deserción.
Y, desde luego, no lo estaban. Nada contentas.
En cuanto los caballeros hicieron acto de presencia, los tres casados
tuvieron que soportar las miradas asesinas de sus esposas, además de que uno
de los casados tuvo que soportar también la de su hermana.
Frances estaba sentada con Shelby, y en cuanto vio entrar a su hermano se
cruzó de brazos con insolencia.
―Y bien, ¿habéis decidido entre todos si Millard me cortejará o no, o
necesitáis más opiniones? Podemos enviar una nota a los Balfour, incluso a los
duques de Hamilton y Brandon ―masculló mordaz.
Justin intercambió una rápida mirada con Darrell que no pasó
desapercibida para Frances.
―Habrá cortejo ―anunció Justin―. Si el vizconde no te agrada tras tratarlo
un tiempo, serás libre de cesarlo.
Frances enarcó una ceja, «¿Qué demonios se callan?».
―No.
―¿No? ¿No qué? ―inquirió su hermano.
―O me explicáis lo que en verdad ocurre, ―Al decirlo pasó la mirada de su
hermano a Darrell―, o me negaré a las atenciones de Millard. ―Observó a su
hermano con arrogancia―. Y creo recordar que no es mi palabra la que está
comprometida. Así que si no quieres que el vizconde se pregunte qué clase de
compromisos acuerdas y no mantienes, espero vuestras explicaciones.
A Frances no le había agradado lo más mínimo que su hermano no
consultase con ella la petición de un cortejo por parte de un caballero, ni
siquiera con Lilith. Su primera intención fue negarse, pero al ver la reacción de
Darrell, decidió aceptarlo. Si él no quería saber nada de ella, más que como la
pequeña hermana de su amigo, que se fuera al infierno. Su indignación estaba
fuera de lugar.
Al escucharla, tanto Lilith como Shelby sonrieron con petulancia,
orgullosas de su amiga, lo que les valió sendas miradas de advertencia por
parte de Justin y Gabriel.
Justin carraspeó al tiempo que encogía los hombros en dirección a Darrell.
Este enarcó una ceja: «¿De verdad piensa que voy a ser yo el que le explique la
relación de Millard con el club?». Negó con la cabeza. Ni loco.
Al ver que Darrell no tenía intención alguna de hablar, Justin se decidió.
―Darrell nos ha explicado que Millard pertenece a un club llamado
Leviatán... ―repitió a las damas lo que su amigo les había contado y la decisión
a la que habían llegado.
Frances pasó su mirada de uno a otro. A Darrell se le puso el vello de
punta al ver el brillo de desafío en sus ojos.
Ella se levantó haciendo un gesto para que los caballeros permaneciesen
sentados. Ante la expectación general paseó por la sala mientras, pensativa, se
daba golpecitos en la barbilla. A la inquietud de Darrell se añadió un nudo en
su estómago.
―Acepto el cortejo ―anunció al fin Frances.
Darrell entrecerró los ojos.
―¿Por qué?
Ella aprovechó la ocasión para irritarlo. Se encogió de hombros con
indiferencia.
―Es atractivo, rico y...
―¿Y? ―Los ojos de Darrell ya eran pequeñas rendijas.
Frances alzó la barbilla altanera sin contestar.
«Y... si tú no tienes intención alguna con respecto a mí, aceptaré el cortejo
del vizconde, al fin y al cabo, no me compromete a nada, y por lo que parece
te molesta lo suficiente, a saber por qué», pensó resentida.
―Si lo que pretende es espiarle, milady, no se lo aconsejo. Son
profesionales, y usted... ―La fría y hostil mirada que recibió lo hizo vacilar―.
Usted no tiene experiencia.
En su deseo de evitar que Frances se pusiese en peligro, Darrell soltó, sin
darse cuenta, lo único que haría que ella insistiese hasta la saciedad.
―Nor... lady Dudley puede hacerlo, no es el primer trabajo que realiza para
la policía.
Frances sintió una rabia sorda. Si ese cretino pensaba que ella podía ser
menos eficaz que la vizcondesa, estaba muy equivocado. Bien, le faltaba
experiencia, pero no era tonta, como al parecer pensaba el policía memo.
Roja de furia, espetó:
―¿Millard ha solicitado cortejar a lady Dudley?
―No ―respondió entre dientes Darrell.
Frances enarcó una ceja.
―Pues entonces me temo que el privilegio me corresponde a mí, y la
decisión de intentar averiguar algo, también ―repuso desafiante.
Darrell masculló varias maldiciones. Condenada terca. Miró a las demás
damas. Todas tenían la misma expresión de Frances, desafiantes y altaneras.
Cuando dirigió la mirada hacia sus amigos, sus expresiones resignadas le
hicieron ver que no tenía nada que hacer. No estaba tan loco como para
enfrentarse él solo a cinco damas que lo observaban con hostilidad.
―Lady Dudley le enseñará cómo debe comportarse sin provocar
sospechas...
―No necesito que nadie me enseñe a comportarme, gracias ―siseó
molesta Frances.
«¡Lo que me faltaba! Tener a tu amante como institutriz», pensó indignada.
Darrell se levantó, al tiempo que se acercaba con una lentitud peligrosa a
Frances. Tan pronto estuvo a su altura, la miró imponente. Frances, mucho
más baja, alzó la mirada con precaución.
―O permite que la vizcondesa la instruya ―masculló―, o yo mismo
detendré a Millard y al demonio la investigación, aunque tengamos que
comenzar de nuevo. ¿He sido claro?
Frances levantó la barbilla.
―Como el cristal ―siseó rabiosa.
―Bien. En la mañana la visitará para darle instrucciones.
«¿Se lo comunicarás esta noche en la cama?». Los celos hacían que Frances
se obcecase y no pensase con claridad.
Resuelto el asunto, al menos por parte de Darrell, los caballeros se
pusieron a conversar mientras las damas rodeaban a Frances.
Celia intentó disuadir a su amiga.
―Es peligroso, Frances, si sospecha que le espías...
Frances la miró con frustración.
―A ti estuvieron a punto de matarte. Jenna tuvo que dejar toda la vida que
conocía a causa de Brentwood y Lilith no tuvo problema en actuar de cebo
con aquel miserable. ¿También vosotras me consideráis una buena para nada,
una cobarde que no es capaz ni de ponerse unos zapatos sola?
Lilith tomó su mano.
―Por Dios, Frances, ninguna pensamos nada de eso sobre ti. Solo estamos
preocupadas, las que hemos pasado por alguna situación... peligrosa, sabemos
el miedo que se siente, y no es cobardía, el miedo es una señal de sensatez. El
que no tiene miedo generalmente o es un imprudente o un loco.
―Claro que podrás hacerlo ―intervino Shelby―. Al fin y al cabo, se trata
solo de observar, ¿no?
―Acepta los consejos de la vizcondesa y olvida tus celos ―susurró Jenna
en su oído para que solo ella lo escuchase.
Frances la miró perpleja, al tiempo que Jenna sonreía y le guiñaba un ojo.
―¿Crees que lo que sientes por Darrell nos ha pasado desapercibido?
Las demás la miraron con simpatía, mientras Lilith murmuraba.
―Créeme, Nora no tiene ningún interés romántico en Darrell.
Frances recordó el teatro, y a la vizcondesa y a lord Seaham juntos. ¿Estaría
equivocada y el interés romántico de la vizcondesa estaba en Surrey? ¿O estaría
jugando con los sentimientos de los dos hombres?
r
Darrell abandonó Craddock House llevado de todos los demonios del
infierno.
A su frustración por no poder evitar que Frances se colocase en algún tipo
de posición peligrosa a causa de Millard, algo que dudaba que se produjese por
causa del vizconde, sino por alguna imprudencia de la inexperta muchacha, se
unía el asimilar que ella acabaría comprometiéndose con algún caballero. Tal
vez no fuese el vizconde, pero sería algún otro con el rango suficiente para
darle la vida que merecía.
Se había enamorado de Frances cuando ella llegó, con diecisiete años, a
Londres, acompañada de sus despreocupadas tías, y dispuesta a prepararse
para su próximo debut y entrada en el maldito mercado matrimonial.
Aquella niña introvertida, pero alegre, con la que había coincidido infinidad
de veces en Craddock Manor, se había convertido en una preciosa mujer. De
estatura media y cabello castaño, sus ojos verdes eran muy parecidos a los de
Justin, pero los de ella tenían un precioso tono esmeralda, cejas arqueadas y
boca sensual, esbelta pero con curvas donde debían estar, alegre, leal,
ingeniosa y orgullosa, le había robado el corazón.
Él no era más que un segundo hijo, entonces un simple runner. Con su
nuevo puesto disfrutaría de una posición holgada, por supuesto, pero nada
aceptable para la hija y hermana de condes. Aunque se llevaba bien con su
hermano, este le llevaba veinte años, demasiados como para preocuparse de un
mocoso. Su padre le había pasado una generosa asignación, y cuando murió,
estando él en la universidad, su hermano, el nuevo marqués de Dereham,
después de sufragar sus estudios y su Grand Tour, le dejó bien claro que tendría
que ganarse su sustento; le sorprendió su decisión pero la aceptó, de hecho, no
podría hacer nada para evitarlo. Gracias a sus ahorros y a la sabia inversión de
estos mediante los consejos de Kenneth, había conseguido una nada
desdeñable fortuna, pero solo era dinero. Él ostentaba su título de cortesía
como presunto heredero de su hermano, pero eventualmente este se casaría y,
en cuanto tuviese a su heredero, si Frances se casaba con él su estatus en la
nobleza descendería. Sí, conservaría su tratamiento de lady, pero sería la esposa
de un simple trabajador, por mucho que su rango fuese de los más altos entre
la nueva policía.
No podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, sería cómoda, sí,
pero nada que ver con lo que tenía en Craddock House. Además, estaba su
trabajo. Aunque ya no necesitaba estar en las calles como cuando era runner,
tenía sus riesgos. Él no era hombre de despacho, y si bien tenía que manejar
papeleo, también se jugaba el cuello en la calle. No era vida para una dama de
la nobleza.
Recordó los pocos días que pasaron en Seaham Manor tras la marcha de
los recién casados. El comportamiento de Frances se volvió frío, distante,
evasivo. De acuerdo, le había facilitado su intención de evitarla todo lo que
pudiese. No obstante, debía reconocer que echaba de menos la camaradería
que tenían, su calidez, sus divertidos intentos por que la tutease. Por suerte,
gracias a Nora, que había aceptado encantada seguir trabajando con él, y a su
oficial, él no tendría que visitar los salones de la alta. No habría oportunidad
alguna de cruzarse con ella.
Salvo este inoportuno cortejo aceptado por Justin. ¡Maldita sea! Se vería
obligado a estar pendiente de ella. ¡Al demonio sus intenciones de evitarla!
Incluso tendría que ver cómo Millard la escoltaba a todos los eventos en
cuanto la actividad en los salones comenzase.
Se pasaría por la residencia de Nora para ponerla sobre aviso y asegurarse
de que la instruyese sobre las precauciones que debía tomar, tan decidida
como estaba a averiguar lo que pudiese sobre el vizconde. Y en la mañana
alguien pagaría su furia en el despacho.
r
Frances, por su parte, tras marcharse sus amigos, subió a su alcoba, y
después de que su doncella la ayudase a ponerse el camisón y cepillar su
cabello, se metió en la cama dispuesta a coger el sueño con un soporífero libro.
Sin embargo, su mente no dejaba de darle vueltas a la actitud de Darrell.
Recordó su comportamiento cuando Justin y Lilith se marcharon de
Seaham Manor. Después de la cena, Darrell y Nora habían paseado por los
jardines conversando animadamente. Frances observó la complicidad que
había entre ellos. No se tocaban, pero era indudable que ambos estaban
especialmente unidos.
Suspiró abatida. Bien, él había elegido. Durante toda su infancia lo había
visto en Craddock Manor cuando se reunían los cuatro amigos con Justin. Solo
era una niña, pero el alto y esbelto muchacho de cabello cobrizo, frente amplia,
con intensos ojos avellana, nariz recta y labios llenos resultaba muy atractivo; y
cuando sonreía y su pícara sonrisa iluminaba su rostro, conseguía que sus
rodillas temblasen y que más de una dama suspirase con anhelo. Su descaro y
su sarcástico sentido del humor no pudieron evitar que se enamorase de él, si
no lo estaba ya, cuando coincidieron en Londres la temporada anterior a su
debut. Había sido una tonta al no darse cuenta de que Darrell solo la
consideraba la hermana de uno de sus mejores amigos.
Su negativa a tratarla por su nombre de pila, cuando no tenía problema
alguno en hacerlo con sus amigas, y la distancia que ponía siempre entre ellos
tendrían que haber sido indicios suficientes para disuadirla de continuar
guardando sentimientos por él.
No pudo evitar un cierto resquemor al recordar a lord Seaham y la
vizcondesa en el palco del teatro. Celosa e irritada, concluyó que allá Darrell,
era mayorcito y muy experto, capaz de lidiar con una amante infiel. No en
vano, estaba al tanto, por conversaciones escuchadas al azar entre su hermano
y sus amigos, de las correrías de Callen y Darrell en París. Los dos libres de
obligaciones, los dos segundos hijos.
Se había acabado. Millard era el primer paso para prestar atención a otros
caballeros y olvidarse de Ridley. En cuanto al supuesto peligro, él había sido
claro en que sus intereses eran el chantaje y el robo, nada que pudiera afectar a
una dama. Y si tenía que aprender algunos trucos de la vizcondesa Dudley,
bienvenidos fueran. Escondería bien sus sentimientos, no deseaba que le
ocurriese como con sus amigas, que habían averiguado lo que sentía por
Darrell. ¿Tanto se le notaba? Esperaba que no, que solo lo hubiesen advertido
ellas puesto que la conocían bien. Los caballeros, generalmente, no se
percataban de ciertas cosas puesto que, de ser así, entendía, conociendo a su
hermano, que Justin ya habría tomado cartas en el asunto, de una manera u
otra.
Harta de que sus pensamientos siempre girasen en torno a Darrell, decidió
dormirse de una vez. No tenía intención de aparecer ojerosa al día siguiente
cuando recibiese a lady Dudley.
k Capítulo 2 l

Darrell entró a primera hora de la mañana en su despacho de la Policía


Metropolitana, furioso y frustrado.
Se dirigió al sargento a sus órdenes con una calma fría que le puso el vello
de punta.
―¿Ha llegado Millard?
―Sí, señor.
―Quiero verle de inmediato.
El hombre no perdió el tiempo en cumplir la orden de su superior.
A los pocos instantes, Millard se presentó.
―¿Querías verme?
Darrell apoyaba la cadera en su escritorio, con las piernas estiradas y los
tobillos cruzados. La única demostración de su furia eran sus manos colocadas
en la mesa a ambos lados de sus caderas, con tal fuerza que los nudillos
estaban blancos.
―¿En qué demonios estabas pensando para solicitar a Craddock cortejar a
lady Frances? ―inquirió con frialdad.
Millard, frunció el ceño.
―¿Disculpa? No tenía idea de que entre mis obligaciones estaba la de
pedirte permiso para cortejar a una dama.
―Sí, si eso puede poner en riesgo la investigación.
Millard se dejó caer en uno de los sillones del despacho. A diferencia del
pequeño cuartucho que ocupaba su jefe en los runners, este era amplio y
cómodo.
―¿Por qué demonios pasaría tal cosa?
Darrell inspiró para armarse de paciencia.
―Nos ha costado mucho que te admitieran en el Leviatán, como para
ponerlo en riesgo por que te hayas encaprichado de una mujer.
El vizconde enarcó una ceja.
―Yo no me he encaprichado de nadie. Lady Frances es hermosa e
inteligente, ¿por qué no iba a cortejarla? Muchos de los socios del club están
casados o prometidos, ¿por qué no yo? Además, hay algún que otro evento que
organizan en los que sus mujeres están presentes. Las damas hablan entre ellas.
―¿Me estás diciendo que solicitaste cortejar a lady Frances para que espíe
por ti a las esposas de los socios? ―Darrell intentaba contener sus ganas de
estrangular a su amigo y compañero.
―¡Por supuesto que no! ―Tal vez esa era una de las razones, pero Ridley
no tenía por qué saberlo―. Pero las parejas hablan, cotillean después de asistir
a un evento. Todo muy inocente.
―¡Maldita sea! Ella cree que eres un miembro activo del Leviatán. No pude
descubrir tu tapadera cuando Craddock notificó tus intenciones. Esto será un
maldito desastre, ella espiándote a ti y tú pretendiendo que espíe a las mujeres
de los socios. ―Darrell se pasó las manos por el cabello con frustración.
La risilla de Millard hizo que le lanzase una mirada letal.
―¿Te resulta gracioso?
El hombre se encogió de hombros.
―Lo cierto es que un poco sí. ¿Cómo iba a saber yo que les dirías que
pertenezco al club?
―¿Porque son mis amigos? ―masculló mordaz―. Craddock me
despellejaría vivo si algo le sucede a su hermana por su relación contigo y no le
hubiera prevenido de tu pertenencia al club.
Millard lo miró suspicaz.
―En realidad, ¿cuál es el verdadero problema? Lady Frances me agrada,
debo comenzar a buscar esposa. ―A Darrell le subió la bilis a la garganta al
escucharlo―. Ella no estará en peligro en ningún momento, y cuando todo
acabe se verá si hemos llegado a algún acuerdo o no.
«Acuerdo que no se concretará si todo sale como hemos previsto», añadió
Millard para sí.
―Si lo prefieres, puedo aclararle mi situación en el Leviatán ―sugirió
Millard―. Tal vez eso te tranquilice a ti y ella se sienta más cómoda.
Darrell no tenía ninguna intención de que Frances se sintiera cómoda con
Millard, para el caso con ningún caballero, pero sopesó sus palabras. Quizá ella
no se arriesgase demasiado si conocía la verdadera identidad del vizconde,
aunque mantener los ojos abiertos no se podía decir que fuese arriesgarse
mucho.
Se acercó a la ventana. Mientras apoyaba uno de sus antebrazos en el
marco, reflexionó sobre las palabras de Millard. Si ella estaba al tanto de todo,
vería al vizconde con otros ojos. Craddock no tendría motivo alguno para
oponerse a un posible compromiso y el vizconde era el pretendiente ideal:
atractivo, joven, rico, buenos modales. Se volvió hacia su amigo.
―Yo se lo diré. Todavía tengo que decidir si solo a ella o también a
Craddock. ¿Cuándo iniciarás el cortejo?
―A mi regreso de Norfolk. Antes tenía pensado visitarla para conocer su
opinión sobre mi propuesta.
«Puedo responderte yo y ahorrarte la visita. Aceptará, vaya si aceptará»,
pensó Darrell sombrío.
r
Unos instantes después de que Nora entrase en la salita donde la esperaba
Frances, y tras hacerle esta una breve reverencia e invitarla a sentarse, una
doncella se presentó con un servicio de té. Frances sirvió sendas tazas y
ofreció los pastelillos que acompañaban a la bebida a Nora, que los rechazó
cortésmente.
Mientras ambas daban los primeros sorbos, se estudiaban con disimulo.
Frances esperaba que la vizcondesa fuese la primera en hablar, al fin y al cabo,
había venido por iniciativa de Darrell, no por una invitación personal suya.
Nora, más experimentada y conocedora de la incomodidad de Frances, se
tomó su tiempo.
Posó su taza en la mesita y escrutó atenta el rostro de Frances. Con las
manos cruzadas en su regazo, decidió comenzar.
―Entiendo, por las explicaciones de Ridley, que aceptará ser cortejada por
lord Millard y que conoce su implicación en el club Leviatán.
Frances se envaró al escuchar el nombre de Darrell, pero asintió.
―Lady Frances ―continuó la vizcondesa sin inmutarse por la tensión que
percibía en la muchacha―, antes de nada, mi deber es advertirla de que, si bien
Millard en sí no implica peligro alguno para una dama, no es un asesino ni un
depravado como Longford, si sus socios sospechan de sus intenciones de
espiarlo, me temo que no tendrán escrúpulos, sea o no sea una mujer. ¿Está
completamente segura de que quiere seguir adelante?
Frances levantó la barbilla con altanería, gesto que ni pasó desapercibido ni
agradó a la vizcondesa.
―Completamente.
―¿Por qué?
―¿Disculpe?
―Me ha entendido perfectamente, lady Frances, ¿por qué lo hace?
Frances bajó la mirada desconcertada por la pregunta. «Porque no soy una
maldita flor de invernadero» pensó, pero no fue eso lo que dijo.
―¿Por qué no? Lord Millard se ha propuesto para un cortejo. Mi hermano
no puede retirar la palabra dada de que aceptaría el galanteo. Si, además, puedo
ayudar en algo, ¿por qué no hacerlo?
Nora no estaba muy convencida de que la muchacha tuviese capacidad
para lidiar con caballeros mucho mayores y más experimentados, y así se lo
dijo.
―Seré franca. No creo que esté capacitada ni preparada para enfrentarse a
algo así, de hecho, he aceptado orientarla única y exclusivamente como favor
personal hacia Ridley.
A Frances le molestó la arrogancia de la vizcondesa, y mucho más la
alusión a Darrell.
―Como ya les dije, tanto a mi hermano como a lord Ridley, puedo hacerlo.
No me considero ni imprudente ni impulsiva, y si se siente incómoda
instruyéndome, no me molestará en absoluto que rechace el encargo.
Nora sopesó darle una lección a la altanera muchacha, pero si salía de allí
sin al menos haberle dado alguna guía, Ridley la despellejaría viva.
―Además ―continuó Frances―, lady Lilith pudo hacerlo, no temió
colocarse como cebo para atrapar a Longford, y en su caso era mucho más
peligroso. Yo solo me limitaré a aceptar la compañía de lord Millard y tener los
ojos abiertos.
La voz de Nora era gélida cuando replicó.
―Lady Lilith no permitió que sus sentimientos la condujesen a hacer
determinadas cosas. Ella vivió otro tipo de vida muy diferente al suyo, y ya
estaba prevenida sobre los peligros que podía correr. En su caso, me temo que
está permitiendo que ciertos sentimientos la hagan tomar decisiones que
podrían resultar peligrosas. ―La vizcondesa intuía que sus ansias por ayudar no
eran por simple altruismo, la muchacha necesitaba demostrar algo... ¿a
alguien?, ¿o quizá a sí misma?
Frances enarcó una ceja.
―¿Sentimientos? No me puedo imaginar a qué se refiere, milady.
Nora se levantó y Frances, desconcertada, la imitó.
―Me temo, lady Frances, que ni está siendo franca conmigo ni se está
tomando con la suficiente seriedad todo este asunto, dos cosas primordiales en
mi experiencia: franqueza y responsabilidad. Lo lamento, pero informaré a
Ridley de que no acabamos de entendernos. No se preocupe. Enviará a alguien
a sustituirme.
Frances palideció. Si le decía tal cosa a Darrell, él pensaría que ella solo era
una mimada caprichosa. Recordó los comentarios de Lilith acerca de cuánto la
había tranquilizado la presencia de Nora en Maynor Hall, y se sintió
avergonzada. Nora tenía razón, se estaba dejando llevar por los celos.
―Lo siento, milady, le ruego me disculpe. Yo..., creo que es usted la más
indicada para instruirme. Le aseguro que respetaré todas sus enseñanzas y
advertencias.
Nora la observó con expresión impenetrable.
―Le daré una oportunidad, lady Frances; si ignora mis consejos, no habrá
otra ocasión, me retiraré y allá usted, Craddock y Ridley. Si le parece bien,
comencemos.
Durante una hora, la vizcondesa la puso al tanto de diversos trucos,
maniobras y actitudes básicas. Frances escuchaba con atención, hasta que llegó
el momento de explicarle lo que debía hacer en caso de ser descubierta.
―Debe usted saber defenderse, bien con su cuerpo, o bien manejando un
arma, milady. No como experta, por supuesto, pero sí poder utilizarla sin
hacerse daño a sí misma en el proceso ―propuso ante la mirada confusa de
Frances―. Por hoy es suficiente. La tarde de mañana la dedicaremos a
enseñarle cómo defenderse, al menos, intentarlo. Si no le resulta una molestia,
preferiría que acudiera a mi casa, allí no habrá ni ojos ni oídos indiscretos.
―Nora sonrió para sí―. La espero a la hora del té.
Frances observó a la vizcondesa salir de la habitación. Debía reconocer
que la mujer sabía lo que se hacía. Hasta le agradaba. Si no fuera por sus
malditos celos podría considerarla una buena amiga aunque, bien pensado,
debería arrinconar sus sentimientos. Nora se lo había dejado bien claro y ella
ya se lo había planteado. Darrell no era para ella, así que tendría que resultarle
indiferente en quién pusiese él sus afectos, y ella tendría que encontrar a
alguien de quien, si no enamorarse, por lo menos poder guardarle cierto
cariño. Fin de la historia.
r
―¿Vas a permitir que continúe con esta charada?
Tras la marcha de Frances, Nora se había reunido con Darrell, que
observaba, tras una de las ventanas de la residencia, las indicaciones que la
vizcondesa le daba a la muchacha. Frances se había negado en redondo a
utilizar arma alguna, no se sentía capaz de apuñalar o disparar a otro ser
humano, sin embargo, sí deseaba aprender cómo defenderse con sus manos o
su cuerpo.
Darrell tomó un sorbo de su copa.
―No soy nadie para impedírselo, Nora ―contestó con aspereza―. Millard
la protegerá. Si sospechase que ella pudiese estar arriesgándose, hablaría con
Craddock para que retirase su permiso. Simplemente se dedicará a prestar
atención a lo que haga el vizconde. ―«De todas maneras, en cuanto sepan que
Millard investiga para la policía, el cortejo seguirá su curso», pensó con
sarcasmo.
Nora observó su copa pensativa.
―Me temo que estamos subestimándola, Ridley. Al principio de nuestra
conversación me dio la imagen de una dama que simplemente deseaba correr
una aventura, sin embargo...
Darrell levantó la mirada hacia ella.
―¿Sin embargo...?
―Quiere demostrar algo. Si intentase probarse ante alguien, sería fácil
disuadirla de continuar, pero creo que trata de demostrarse a sí misma que no
es una inútil damisela.
Él se levantó y se acercó a la ventana desde donde había contemplado la
instrucción de Frances. De espaldas a Nora, comentó:
―Si lady Frances se siente más útil vigilando, o al menos intentándolo, a
Millard, es asunto suyo. La compañía del vizconde no entraña riesgo alguno.
Lo que importa es que no cometa una imprudencia y ponga en riesgo todo lo
que hemos conseguido hasta ahora. Lord Millard, al igual que los otros
miembros, no es más que un peón, quien nos interesa es el líder del club.
Se giró para observar el rostro dubitativo de la vizcondesa.
―En cuando vea que no consigue nada se aburrirá, Nora. Millard no es tan
tonto como para mezclar sus... digamos, actividades, con el cortejo formal de
una dama. De poca cosa puede enterarse paseando por Hyde Park, y en pocos
días marchará a Craddock Manor.
Nora asintió no muy convencida.
―Supongo que tienes razón.
―Además, me temo que debo advertirla, a ella y a Craddock, sobre la
verdadera identidad de Millard. Eso le permitirá a él evitar que se meta en
problemas, y se sentirá más cómoda al saber que su acompañante no es el
delincuente que ella cree.
―Darrell, sabes a lo que puede conducir eso, ¿verdad? ―Marcus Millard era
un hombre muy atractivo y con un gran carisma, y si lady Frances ya no lo veía
como a un delincuente...
―Precisamente porque lo sé, ella también debe saberlo.
La vizcondesa meneó la cabeza con resignación.
―Espero que sepas lo que haces y no tengas que arrepentirte.
r
Frances recibió la visita del vizconde un par de días después de haber
visitado a lady Dudley. Sentados en la salita donde había recibido a Nora, y con
su doncella sentada a una distancia prudencial, Frances estudiaba a lord
Millard.
Era guapo. Rubio, ojos azules, porte aristocrático. Esbelto, no tan alto
como... Justin, ni tan corpulento como... Callen, resultaba un caballero
atractivo en conjunto.
La agradable voz de Millard la sacó de sus cavilaciones.
―¿Debo entender, lady Frances que lord Craddock la ha puesto en
antecedentes de mi intención de iniciar un cortejo?
Frances sonrió amable.
―Sí, milord.
Millard correspondió a la sonrisa de la muchacha.
―Aunque cuento con el permiso de milord, me gustaría contar con su
aprobación. No desearía que se sintiese obligada a soportar mi compañía.
―Le agradezco que tenga en consideración mi opinión, milord, y sí, estaré
encantada de aceptar un cortejo por su parte.
Millard inclinó la cabeza cortés.
―Es una lástima que tengamos que posponer su inicio hasta regresar a la
ciudad. Lord Craddock me ha indicado que tienen intención de retirarse al
campo en unos días, y lamentablemente, yo parto para mi residencia de
Norfolk en la mañana. Sin embargo, no deseaba marcharme sin haber hablado
antes con usted y obtener su conformidad.
―Es muy amable por su parte, milord. Y cierto es, que después del triste
suceso que nos ha apenado y conmocionado a todos, ―Frances se refería a la
muerte de Jorge IV―, nos vendrá bien alejarnos un tiempo de la ciudad.
Millard se levantó al tiempo que Frances hacía lo mismo.
―No la entretengo más, milady. Le deseo que tenga una feliz estancia en
Kent ―dijo, mientras se inclinaba cortés.
Frances hizo una breve reverencia.
―Gracias, milord. Lo mismo le deseo.
En cuanto Shelton cerró la puerta de la entrada, Lilith apareció en la salita.
―Y bien, ¿qué te ha parecido? ―inquirió curiosa.
―Es guapo.
Lilith enarcó una ceja.
―¡¿Es guapo?! ¡¿Solo eso?!
Frances rodó los ojos.
―¿Qué esperas que diga? Apenas he hablado unos minutos con él, y no es
como si llevase escrito en la cara soy un delincuente. Es guapo y es agradable. ―Se
encogió de hombros―. Por lo menos su compañía no resulta irritante.
Lilith enarcó ambas cejas.
―¡Por Dios, Lil! ―exclamó Frances―. Ya que Justin ha aceptado la petición
de un caballero de un cortejo sin consultarme, al menos se trata de alguien
afable en el trato. ¿Acaso habías imaginado que por formar parte de ese infame
club debería tratarse de un anciano achacoso lleno de verrugas y cuernos en la
frente?
―¡Claro que no! ―repuso ofendida Lilith―. Además, aunque no nos
hubiesen presentado, ya conocíamos su aspecto de verlo en los salones.
Frances soltó una risilla.
―Si lo que deseas saber es si estaré cómoda en su compañía, la respuesta es
sí. Es cortés, su conversación es amena, al menos eso creo por lo poco que
hemos hablado, y es muy atractivo. ―«Y no me trata como a una niña», añadió
para sí.
Lilith se sentó en uno de los sillones. Se arrellanó en una postura que
escandalizaría a la mayoría de las matronas de la ton, y preguntó pensativa, casi
para sí misma.
―No puedo entender las razones por las que Justin te ha obligado a
aceptar las atenciones de un caballero sin consultarlo antes contigo.
―¿Se lo has preguntado?
Lilith asintió.
―No suelta prenda. Todo lo que me ha dicho es que un cortejo no
compromete a nada, y que has rechazado bastantes ofertas en tus dos
temporadas, negándote incluso a intentar darle una oportunidad a algún
caballero.
La mirada de Frances se posó en algún lugar sobre el hombro de Lilith.
―Quizá tenga razón y sea hora de que empiece a tantear posibles
candidatos. No es como si estuviese deseosa por contraer matrimonio, pero sé
que si no empiezo a facilitar las cosas, la próxima casi será mi última
temporada antes de pasar al estante.
Lilith la miró preocupada.
―A Justin no le importaría que no te casases, si eligieses esa opción. Lo
sabes, ¿verdad? Podrías llevar la vida que quisieses, ha sido muy generoso en
sus previsiones hacia ti.
―Lo sé. Pero tal vez yo desee para mí lo que tenéis Celia, Jenna y tú, un
marido que os ama con delirio, hijos...
Su cuñada y amiga escrutó el rostro de Frances.
―Podrías intentarlo con Darrell, en vez de perder el tiempo con otros
caballeros que ni te importan ni por los que sentirás nada más que afecto.
―Darrell no tiene interés alguno en mí, Lilith. Él solo me ve como la
hermana pequeña de uno de sus mejores amigos. Ni puedo ni quiero esperar a
que me vea como una mujer. Además...
―¿Además...? ―insistió su cuñada.
Frances suspiró. Lilith era una de sus mejores amigas, si no se confiaba con
ella, ¿con quién entonces?
―Creo que él y la vizcondesa...
Lilith enarcó las cejas.
―¿Piensas que ellos tienen un... asunto? ¿Qué demonios te ha llevado a
considerarlo?
―Cuando, tras la boda, regresasteis a Londres, ellos... Bueno, no paraban
de pasear juntos, cuchicheando. Había mucha complicidad entre los dos, Lilith.
―Frances, se conocen. Son amigos, incluso trabajan juntos algunas veces.
―Lilith entrecerró los ojos―. ¿Acaso has visto algo más, alguna situación
comprometida que pudiera hacerte pensar...?
―No, no. Todo muy decoroso pero, Lil, el día que visité a la vizcondesa en
su residencia, mientras practicábamos en los jardines, él estaba en la casa. Lo vi
observándonos desde una de las ventanas.
Lilith frunció el ceño.
―Tal vez deseaba ver tus progresos o cómo te manejabas.
Frances hizo una mueca sarcástica.
―Entonces, ¿por qué no bajó a los jardines? Como hombre, podría aportar
algún consejo, y sin embargo se limitó a observar, sin demostrar en ningún
momento que estaba allí.
Lilith meneó la cabeza, ella había llegado a pensar que entre su padre y
Nora podría llegar a haber algo, sobre todo después de verlos juntos en el
teatro. Sintió pesar por su amiga, puede que entre Darrell y Nora hubiese
llegado a surgir algún sentimiento, teniendo en cuenta la relación tan estrecha
que tenían debido a su trabajo.
―¿Eso quiere decir que le darás una oportunidad a Millard?
―¿A Millard? ¡Por supuesto que no! Sabes cómo acabará todo si
desarticulan el Leviatán. Ni yo quiero verme envuelta en ese escándalo, ni
Justin lo consentiría. Aceptaré su galanteo un tiempo y después le diré que no
acabamos de ser compatibles o lo que quiera que se diga en esos casos, e
intentaré encontrar algún caballero decente.
r
Las familias de la nobleza, los Craddock incluidos, se retiraron a sus
residencias campestres un poco más tarde de lo habitual. Después de haber
soportado el calor y la pestilencia de Londres a causa de la muerte y los
funerales del fallecido rey, todas estaban deseosas de escapar de la ciudad.
A causa de ese retraso, la pequeña temporada comenzó más tarde de lo
habitual. La nobleza no comenzó a llegar a Londres hasta finales de
septiembre.
Habían llegado a Craddock House hacía apenas tres días. Finalizaban su
desayuno cuando Frances recibió un precioso ramo de flores acompañado de
una nota.
Tras leerla, Frances anunció con indiferencia:
―Es de lord Millard, vendrá a recogerme para dar un paseo por Hyde Park.
Justin bufó.
―Se ve que no pierde el tiempo.
Las dos damas lo miraron perplejas. Frances rebatió a su hermano.
―¿Debo recordarte que es gracias a tu inoportuna intervención? Si no
hubiera sido por el parón del verano, ya llevaríamos un mes de cortejo.
―Y ya te hubieras deshecho de él ―apostilló Justin.
En ese momento, Shelton anunció:
―Lord Darrell Ridley.
Darrell apareció tras el mayordomo.
―Buenos días, ¿has desayunado? ―inquirió amigable Justin.
―¿Qué? ―Justin frunció el ceño―. Oh, sí, sí. En realidad, ―Darrell resopló
mientras se pellizcaba el puente de la nariz―, debo explicaros algo.
Justin le hizo un gesto para que se sentase.
―¿Prefieres que pasemos a mi despacho?
―Si no te importa.
El vizconde echó la cabeza hacia atrás sorprendido.
«¿Si no me importa? ¿Qué demonios te pasa?», preguntó en silencio.
Cuando Justin se levantó, Lilith y Frances permanecieron en sus asientos
confusas. Darrell, al percatarse, se dirigió a ellas sin mirar a ninguna en
particular.
―Todos, si sois tan amables.
Tras intercambiar una perpleja mirada, ambas damas se levantaron y
precedieron a los caballeros hacia el despacho de Justin. Una vez estuvieron
sentados, Darrell resopló frustrado.
―Es sobre Millard.
―¿Le ha ocurrido algo? ―A Darrell le molestó el matiz de preocupación
que contenía la pregunta de Frances.
―No.
―¡Por Dios, Darrell, habla ya, nos tienes en ascuas! ―espetó Justin
exasperado.
―Esto tiene que quedar entre nosotros ―advirtió―. Millard es un oficial de
policía a mis órdenes. ―Casi suelta una carcajada al ver los rostros perplejos―.
Conseguimos introducirlo en el Leviatán con el fin de que intentase averiguar
quién es el cerebro del club.
No le gustó nada la mirada esperanzada que le dirigió Lilith a Frances.
―¿No pudiste advertirnos cuando comuniqué que cortejaría a Frances?
―Justin estaba indignado, a la vez que aliviado.
―Antes tenía que hablar con él. Averiguar...
Justin enarcó una ceja.
―Da igual, asuntos de trabajo ―se apresuró a aclarar Darrell.
―¿Por qué nos lo dices ahora? ―inquirió Lilith.
―Porque lady Frances, todos vosotros en realidad, os sentiréis más
tranquilos sabiendo que Millard es uno de los míos. Él podrá guiar a milady en
lo que se espera de ella.
Lanzó una mirada de reojo a Frances y lo que vio no le gustó. Su expresión
era inescrutable mientras observaba sus manos cruzadas en el regazo. Pero
cuando levantó la mirada y se cruzó con la suya, la frialdad era patente en sus
ojos.
«Así que Millard es policía. Eso lo cambia todo», pensó Frances. No habría
problema en continuar hacia un compromiso si durante el cortejo descubrían
intereses comunes y se agradaban mutuamente. La rabia la invadió. Él lo sabía,
sabía que Millard era de fiar y que podrían llegar a un compromiso, porque él
quedaría con su reputación intacta cuando todo acabase. Maldito fuera. Seguro
que todo fue planeado por él. El perfecto candidato para la hermanita de su
amigo.
Llena de rabia, se levantó. Justin y Darrell lo hicieron a su vez.
Desconcertado, Justin quiso saber.
―¿A dónde vas?
―Debo prepararme, Millard estará a punto de llegar para acompañarme en
el paseo.
Lilith se levantó a su vez.
―Te acompaño. ―Después de dirigir una mirada a Justin que le hizo tragar
en seco, salió tras su amiga.
Darrell y Justin volvieron a sentarse.
―¿Puedo decírselo a los demás? Quedaron preocupados por las
supuestas... actividades de Millard.
―Solo os pido que seáis discretos. Si descubren la verdadera identidad de
Millard, correría un grave peligro, al igual que tu hermana. Todos deberéis
tratarlo como un caballero que corteja a lady Frances, nada más. No podéis
dejar entrever que conocéis su verdadero trabajo o que sospecháis que
pertenece al club.
Justin asintió.
―Será tratado como siempre, un par al que conocemos pero con el que no
tenemos demasiado trato más allá de unos cuantos saludos o conversaciones
corteses.
―Bien, si me disculpas, debo irme, tengo trabajo. ―¡Y un cuerno trabajo!
No tenía interés alguno en cruzarse con Millard cuando acudiese a recoger a
Frances.
k Capítulo 3 l

El cortejo avanzaba agradablemente. A Frances le gustaba el vizconde. No


estaba enamorada, por supuesto, y dudaba que Millard lo estuviese de ella,
pero estaban cómodos juntos. Él era un hombre divertido, amable y, a
diferencia de Darrell, no la trataba como una niña. Al saber que ella estaba al
tanto de su verdadera profesión, no tenía problema alguno en discutir con ella
aspectos de la investigación o modos de acercarse a las esposas de los
miembros del club. Frances se sentía valorada y apreciaba que sus opiniones
fuesen tenidas en cuenta.
Tenían previsto acudir, no juntos, por supuesto, al baile que celebrarían esa
noche los marqueses de Tredegar. Él le presentaría a algunos miembros del
club y a sus esposas, que acudirían al evento. Frances estaba nerviosa e
ilusionada. Por fin alguien la tenía en cuenta.
r
Mientras tanto, Darrell analizaba los clubs de juego en los que el Leviatán
mantenía socios con el fin de chantajear o arruinar a incautos o inexpertos
caballeros. Solamente le faltaba uno por visitar. Un club sumamente privado,
cuya lista de espera era tan cotizada como su membresía y del que sabía que no
se consentía trampa, engaño o extorsión alguna. Un club que, según tenía
entendido, pronto celebraría su mascarada anual, en la que estaban permitidas
acompañantes femeninas, siempre que estas formasen parte, de una forma u
otra, de la familia del caballero poseedor de una membresía: el Revenge.
Había estudiado con atención a los socios fundadores. Todo lo que había
podido averiguar, puesto que sus vidas, en los inicios del club, eran un misterio.
Aidan Shelton, conde de Devon y heredero del marqués de Atherton; Vadim
Lennox, marqués de Rutland y heredero del duque de Normamby y West y
Drina Archer, duques de Merton.
Dos de los caballeros eran un poco mayores que él, y el tercero, Vadim, al
que llamaban, desde luego nunca en su presencia o en la de alguno de sus
socios, el gitano por su mestizaje romaní, tenía su edad.
Los socios eran familia y no admitían extraños, lo que hacía imposible
cualquier intención de invertir en el negocio.
Se dirigió hacia St. James Street, donde se hallaban los más prestigiosos
clubs de caballeros incluido, por supuesto, el Revenge Club.
Llamó a la puerta que suponía de acceso al personal, que estaba situada en
un callejón adyacente. No tenía intención de llamar la atención entrando por la
principal.
Una mirilla se abrió.
―Desearía ver a alguno de los dueños del club, si es posible. Mi nombre es
Darrell Ridley.
La mirilla se cerró sin ninguna contestación por el que fuera que estuviese
tras la puerta. Encogiéndose de hombros, Darrell cruzó los brazos, se apoyó
en el dintel y se dispuso a esperar.
Al cabo de unos minutos, cuando comenzaba a pensar que lo habían
dejado allí esperando que se aburriese y se marchase, la puerta se abrió. Darrell
se incorporó esperando el inminente rechazo.
Pero un corpulento hombre, con más aspecto de estibador de muelles que
de otra cosa, le hizo pasar. Comenzó a caminar, no sin antes comprobar
echando un vistazo por encima de su hombro que Darrell le seguía.
Después de pasar por varios corredores y subir unas escaleras, el hombre
se detuvo ante una puerta. Tras llamar y oír una voz masculina que consentía el
paso, el portero abrió la puerta.
―Gracias, Billings ―dijo una agradable voz de barítono.
Al entrar, Darrell se encontró con dos caballeros altos y musculosos que lo
esperaban, uno tras su escritorio, supuso que el conde de Devon, y el otro con
la cadera apoyada en la mesa y los brazos cruzados en actitud indolente. Por su
tez morena y sus penetrantes ojos negros como la noche, supuso que era
Vadim, el marqués de Rutland.
Aidan, tras presentarse y presentar a su amigo y socio, le hizo un gesto a
Darrell para que tomase asiento.
―¿En qué podemos ayudarle, lord Ridley?
El rostro de Darrell no mostró su sorpresa. Él se había identificado sin
nombrar su tratamiento, lo cual le hacía pensar que, al igual que él había
estudiado al club y a sus dueños, estos también habían hecho sus deberes.
Ambos caballeros escucharon atentamente la explicación de Darrell, la
investigación sobre el Leviatán y su interés por descubrir al cerebro de la
organización.
―Por sus explicaciones asumo ―comentó Devon― que lo que desea es
observar, o que lo hagamos por usted, si alguno de nuestros miembros presta
demasiada atención a los caballeros que suelen perder con frecuencia, a los
inexpertos en el juego o a los que la adicción al juego les ha vuelto
imprudentes.
Darrell asintió.
―Nos gustaría ayudarle, Ridley. ―El que hablaba era el marqués de
Rutland―. Pero, como imagino que sabrá, todos tenemos vidas familiares
además de nuestro trabajo en el Revenge. Son escasas las veces que coincidimos
todos los socios y me temo que hacer lo que usted nos pide resultaría difícil
teniendo en cuenta la ingente cantidad de miembros que se reúnen aquí cada
noche.
Un ramalazo de desilusión recorrió a Darrell.
―Lo entiendo, milord. ―Se dispuso a levantarse―. De todas maneras, si
observan a alguien que muestre ese comportamiento, les rogaría que me lo
comunicasen.
Devon lo detuvo.
―Un momento, creo que hay una solución. ―Darrell observó que mientras
él se sorprendía, el gesto del marqués no varió al escuchar a su socio. Supuso
que lo que le iba a decir el conde contaba con la aprobación de Rutland e
incluso también había pasado por su mente.
»Podríamos hacer una excepción y admitirlo como miembro ―explicó
Devon―. Algunos caballeros son admitidos a prueba. No tienen los mismos
derechos que los que poseen ya la membresía, pero pueden disfrutar del club y
nosotros observamos su comportamiento.
Darrell hizo una mueca mientras meneaba la cabeza.
―Les agradezco su ofrecimiento pero, aunque no estoy en la indigencia,
me temo que ningún caballero de la alta se creería que puedo permitirme pagar
la membresía del Revenge. Sin embargo, uno de mis oficiales, el vizconde
Millard, sí puede permitírselo, además de que hemos conseguido introducirlo
en el Leviatán. Él sería de mucha más ayuda puesto que conoce a muchos de
sus miembros. Les agradecería que la oferta que me han hecho se la
trasladasen a él.
Rutland y Devon se miraron. Les gustaba el policía. Franco, profesional y
no buscaba hacer méritos, solo conseguir resultados.
―¿Sabe que cualquier miembro del club puede invitar a un caballero?
―inquirió Rutland―. Suelen hacerlo, bien por presumir de su membresía, bien
por mostrarle el club con el fin de que soliciten la suya. Lord Millard podría
hacerse acompañar de usted como su invitado. ―Rutland enarcó una ceja―.
Cuatro ojos ven mejor que dos.
Devon intervino.
―Lo veo sorprendido, lord Ridley.
Darrell ladeó la cabeza.
―Si soy franco, milord, no esperaba tantas facilidades, facilidades por las
que estaré eternamente agradecido.
―A todos nos conviene descabezar ese Leviatán ―continuó Devon―. Si
solo tratasen de hacer daño a unos cuantos jugadores... ―Encogió los
hombros―. Bueno, todos son adultos, pero me temo que quienes al final
resultan dañadas son las familias, y estas ya tienen bastante con un adicto al
juego para que además tengan que asumir chantajes que las sumirán todavía
más en la ruina.
Rutland se acercó a la silla que ocupaba Devon y, de uno de los cajones del
escritorio, sacó dos tarjetas de diferente color. Se las tendió a Darrell.
―La azul se la debe entregar a lord Millard. Lo identifica como miembro a
prueba. La negra es la suya. Le permitirá acceder además de como
acompañante del vizconde, acudir solo si en algún momento resulta perentoria
su presencia y Millard no se encuentra disponible.
Darrell las tomó al tiempo que se levantaba y Devon hacía lo mismo.
Después de estrechar sus manos, se despidió.
―Les agradezco su colaboración, caballeros.
Rutland y Devon inclinaron la cabeza corteses.
―Un placer ayudarle, lord Ridley.
Darrell salió del Revenge completamente satisfecho. Habían entrado con
facilidad en otros clubs, pero el único que resultaba inexpugnable a causa de
sus rígidas normas era en Revenge, incluso más selectivo que White’s, ya que
para pertenecer al selecto club de tories solo bastaba con pertenecer a lo más
granado de la nobleza; en cambio, la membresía del Revenge requería una
investigación exhaustiva de las finanzas del solicitante, no tanto su pertenencia
o no a la ton. A los socios del club les importaba bien poco los títulos de los
caballeros que deseaban su membresía, su preocupación era su solvencia
económica.
r
Darrell dudó hasta el último minuto en acudir a la fiesta de los marqueses
de Tredegar, pero necesitaba hablar con Millard. Entre su visita al Revenge y el
maldito cortejo del vizconde no había conseguido coincidir con él en las
dependencias policiales. Sonrió para sí recordando que los habitantes de
Londres comenzaban a llamarlas Scotland Yard, a causa de la puerta trasera
que daba a la calle Great Scotland Yard.
Tendría que acudir al condenado baile y poner al día a Millard. Aunque,
bien pensado, podría esperar al día siguiente. Malévolo, pensó que disfrutaría
más llamándolo a su presencia a primera hora de la mañana sabiendo que la
fiesta acabaría tarde, así que se dispuso a deleitarse con una merecida noche de
descanso.
r
Al entrar en el salón, acompañada de Justin y Lilith, Frances buscó con la
mirada a sus amigas. Estaban en la pista de baile con sus maridos. Frustrada, al
observar con disimulo la habitación y no ver a Darrell, no se percató de que
Millard se aproximaba a ella.
―Lady Frances.
―Oh, milord, disculpe, me temo que estaba algo distraída ―se excusó
Frances mientras hacía una reverencia.
Millard sonrió.
―Eso me pareció. ―Echó un vistazo a la pista de baile―. La pieza está a
punto de acabar, ¿me concedería el honor del siguiente baile?
―Por supuesto, encantada. ―Frances ocultó su desaliento y tomó el brazo
que le tendía el vizconde.
Esperaron al borde de la pista a que el baile cesara, hasta que comenzaron
las notas del siguiente.
Cuando Millard la enlazó para bailar, Frances no pudo evitar recordar las
veces que había bailado con Darrell.
¡Darrell! No había acudido al baile. Echó un disimulado vistazo a su
alrededor. Tampoco lady Dudley. Enderezó los hombros. No podía permitirse
estar continuamente pensando en ellos o se volvería loca. Bailaba con un
hombre muy atractivo, al que ayudaría en su investigación, tenía que centrarse
en eso o no le serviría al vizconde de nada en su trabajo.
Se obligó a prestar atención a las palabras de Millard.
―En la mañana iré a recogerla, pasearemos por Hyde Park y, si tenemos
suerte, nos encontraremos con algún miembro del Leviatán. Podré
presentárselos. Quizá conozca a alguno o, incluso mejor, a sus esposas.
―Será un placer comenzar a serle de ayuda, milord ―aceptó Frances.
r
No eran ni las ocho de la mañana cuando Millard se presentó en el
despacho de Darrell, habiendo sido requerido por este.
―¡Por todos los demonios, Ridley! ¿Tienes idea de la hora a la que me
acosté anoche?
Darrell sonrió con malicia.
―No. Y francamente, no me interesa lo más mínimo. Tenemos trabajo que
hacer, ¿recuerdas?
Millard resopló y se dejó caer en uno de los sillones. Darrell contempló
con malévola satisfacción las oscuras ojeras del vizconde.
―He visitado el Revenge. ―Le tendió una de las tarjetas que le había
entregado Rutland―. Desde ya, estás admitido... ¿Cómo lo llamaron? ¡Ah, sí!
Como miembro a prueba. ―Millard enarcó una ceja―. Te permitirá el acceso,
no todos los privilegios de los que disfrutan los miembros de pleno derecho,
pero eso no tiene importancia. Además, podrás invitar a otro caballero a
acompañarte. ―Le mostró su propia tarjeta―. En principio comenzarás a
acudir solo. Tras unos días en que des la sensación de que estás cómodo, me
llevarás como invitado.
Millard guardó la tarjeta en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta.
―Hoy tengo previsto pasear con lady Frances y presentarle a algunos
miembros del Leviatán y a sus esposas, si es que nos encontramos con alguno,
lo cual espero ―repuso.
Darrell se mordió la lengua para evitar espetarle que se olvidase de Frances,
que no era para él.
―Bien, quizá lady Frances conozca a alguna de las damas. Está bien
relacionada.
―Esa era mi idea ―admitió Millard―. Si no tienes nada más, debo...
adecentarme un poco ―gruñó―. La idea de aparecer del brazo de lady Frances
ojeroso y demacrado me resulta espeluznante.
Darrell lo miró enarcando las cejas. El papel que Millard había adoptado en
el Leviatán era el de un rico vizconde, obsesionado por los lujos, la buena vida
y ser aún más rico. Mientras hacía un gesto con la mano despidiéndolo, volvió
renuente a los documentos que revisaba.
No tenía intención alguna de pararse a pensar en Frances paseando del
brazo de Millard.
r
El paseo resultó de lo más agradable. Millard era buen conversador,
simpático y sociable, y tuvieron la buena suerte, además, de encontrarse con
varios miembros del Leviatán acompañados de sus esposas.
Frances observó sorprendida que el vizconde era el caballero más joven de
todos los que le habían sido presentados. A algunas parejas las conocía de los
salones, en uno u otro evento habían intercambiado frases de cortesía. Le
parecía fascinante que tras el protocolario y esnob mundo de la alta se
escondiese otro mundo mucho más turbador. Se preguntó si las esposas
estarían al tanto de los manejos de sus maridos. Supuso que no, rara vez ellas
conocían a sus esposos más allá de una conveniente relación de cortesía,
mucho menos la vida que llevaban fuera de sus residencias.
De repente, su corazón comenzó a latir furiosamente. Darrell se acercaba
con Nora del brazo.
Millard, al verlos, se inclinó para susurrarle discretamente.
―Me temo que no podremos saludarlos, milady. Todo el mundo conoce el
trabajo de Ridley, y aunque también saben la amistad que les une a su hermano
y a usted con él, disculparán que no se detenga a saludarlo.
Frances frunció el ceño.
―¿Por qué habrían de disculpar semejante grosería?
Millard esbozó una sonrisa torcida.
―Ridley sabe lo que se hace. Si hubiese acudido solo correría el riesgo de
que usted, y por supuesto yo, tuviésemos que saludarlo y alguien podría
recelar, sin embargo, acompañado de la vizcondesa, nadie se sorprendería de
que usted no se detuviese, teniendo en cuenta que previsiblemente escolta a
su... Bueno, su buena amiga.
«¡¿Su amante?! Entonces no estoy tan equivocada, ni mi ofuscación la
provocan los celos», pensó Frances.
Levantó la barbilla con arrogancia y, sin dirigir una sola mirada a la pareja
que se cruzaba con ellos en ese momento, continuó conversando sonriente
con Millard.
Nora, al ver la reacción de Frances, miró de reojo a Darrell. Este no había
variado su expresión insondable.
―Me temo que no ha sido buena idea que te acompañase ―murmuró.
Darrell enarcó una ceja.
―¿Por qué no? Todo el mundo pensará que somos amantes, conociendo a
la alta, es lo primero que supondrán. ―La observó receloso―. Supuse que no
te importaría: siendo viuda, no peligra tu reputación siendo acompañada por
un caballero.
―Y no me importa, por supuesto.
―Pues no veo causa para tus recelos ―continuó Darrell―. Aunque Millard
nos haya informado de las identidades de varios miembros del Leviatán, ni él
ni nosotros los conocemos a todos, y observando a quienes saludan podemos
investigar a más caballeros.
Nora suspiró frustrada.
―A lady Frances no le ha agradado vernos juntos.
Darrell bufó.
―A lady Frances no le tiene que agradar o dejar de agradar cómo nos vea.
Estamos trabajando, y se supone que ella también. Si no sabe separar lo
personal de lo profesional es su problema, no el nuestro ―repuso con frialdad.
Nora meneó la cabeza.
«El problema no es ese, Darrell, aunque en tu necedad no quieras
reconocerlo», pensó consternada.
Se había dado cuenta de la expresión desconcertada de Frances y su fría
reacción. Supuso que Millard le había dado indicaciones de cómo comportarse
y también supuso qué tipo de explicación le dio, y conociendo al vizconde, ni
se habría molestado en aclarar que todo formaba parte de una puesta en
escena.
k Capítulo 4 l

Esa noche acudieron al teatro. Una nueva obra se estrenaba en el Drury, con
lo cual, todo aquel que era alguien en la alta estaría allí. Frances acudía en
compañía de Millard, y teniendo como chaperones a su hermano y su cuñada,
Shelby también los acompañaba.
Las tres damas se sentaron juntas, con los dos caballeros situados tras ellas.
Millard entre Frances y Shelby, y Justin cercano a Lilith. Contemplaban los
palcos entre comentarios cuando Frances palideció. Su repentina rigidez fue
tan evidente que llamó la atención de sus amigas.
―¿Qué ocurre? ―susurró Shelby, mientras Lilith la miraba con curiosidad.
―Nada ―contestó al tiempo que desviaba la mirada del palco que le había
llamado la atención.
Shelby y Lilith, tras intercambiar una mirada, dirigieron la vista hacia el
lugar que había llamado la atención de Frances. El palco de Willesden. En él,
Gabriel, Darrell, Nora y otra dama conversaban animadamente.
―Cretino del demonio ―masculló Shelby entre dientes.
Lilith reprimió una risilla.
―¿Cuál de los dos? ―preguntó con sorna.
―Ridley, por supuesto ―repuso Shelby.
Lilith hizo una mueca.
―Por supuesto.
Shelby estaba furiosa, conocía los sentimientos de Frances hacia Ridley, y
aunque no estaba muy segura de cuáles eran los de Ridley hacia su amiga, le
parecía que presentarse con su amante en el teatro sabiendo que Frances
estaría allí era de una insensibilidad absoluta por parte del caballero. En su
indignación, no se detuvo a pensar que en realidad Frances estaba acompañada
por su pretendiente y que Ridley era soltero, y muy libre de hacerse acompañar
por quien quisiese.
Los dos caballeros del palco estaban tan absortos en su conversación con
las damas que no se percataron de la presencia del grupo de Craddock.
―Conoces a la vizcondesa, ¿verdad? ―inquirió Shelby sin apartar su
irritada mirada del grupito.
―Sí... ―contestó Lilith, sin saber a dónde quería llegar su amiga.
―Bien, pues vamos a saludarla ―siseó Shelby, al tiempo que se levantaba y
tomaba de la mano a Lilith, haciendo que se levantase a su vez.
Justin y Millard se pusieron en pie extrañados, mientras Frances las miraba
confusa.
―¿A dónde se supone que vais? ―quiso saber Justin.
Lilith enarcó las cejas mientras miraba a Shelby.
―Acabamos de ver a alguien a quien deseamos saludar ―contestó con
indiferencia Shelby.
―Os acompañaré ―sugirió Justin.
―¡No! ―exclamó Lilith mientras su marido la miraba frunciendo el ceño.
Al darse cuenta, Lilith intentó justificarse―. Son damas, Justin, no creo que te
apetezca mucho permanecer rodeado de damas escuchando cotilleos.
El aludido entrecerró los ojos. No se fiaba un pelo de su belicoso
duendecillo, pero asintió.
Frances se levantó a su vez.
―Voy con vosotras ―murmuró confusa por que no la hubiesen incluido.
Lilith miró a Shelby, que se encogió de hombros con una sonrisa maliciosa.
―¿Por qué no?
«Sí, ¿por qué no? me encantará ver la cara de Darrell», pensó ladina la
americana.
Las tres salieron del palco mientras Frances, perpleja, preguntaba.
―¿A quién vamos a saludar?
―Oh, es una sorpresa ―respondió sarcástica Shelby.
Frances entrecerró los ojos y se detuvo bruscamente, provocando que las
otras dos se detuviesen a su vez.
―Exactamente, ¿a quién le vamos a dar la sorpresa? ―inquirió recelosa.
―Vamos a saludar a lady Dudley ―contestó Shelby mientras la miraba con
fijeza.
―Oh, no ―repuso aprensiva Frances―. No voy a participar en eso.
Lilith enarcó una ceja.
―¿En qué? Solo vamos a saludar a una amiga.
―Sé lo que pretendéis ―repuso Frances mientas se cruzaba de brazos―. Él
es soltero y yo estoy siendo cortejada. No hay necesidad de incomodar a nadie.
Shelby ladeó la cabeza.
―¿Quién, según tú, se sentiría incómodo? ¿Ridley? Lo dudo, si ha tenido el
descaro de presentarse con ella. ¡Por Dios, Frances! No se trata de ninguna
desfachatez, puesto que es libre para hacer lo que desee, y nosotras también
podemos hacer lo que deseemos, y deseamos saludar a la vizcondesa.
―¿Por qué te retraes? Sabemos que a él no le eres indiferente ―intervino
Lilith.
Frances enarcó una ceja.
―¿Sabéis?
―¿Crees que no vemos cómo te mira? Él sabrá sus motivos para eludirte,
pero tú no tienes por qué hacer lo mismo. Si te interesa, ve a por él.
Frances echó la cabeza hacia atrás, atónita.
―¿Y quien lo dice es quien casi pierde a su amor por subestimarse?
―Precisamente. ―Lilith alzó la barbilla con altanería―. No quiero que
cometas el mismo error que yo.
―Vamos ya, o empezará la obra ―espetó Shelby, harta ya de tanta
discusión―. Y tú, más te vale que saques tu arrogancia condal o lo que sea que
saquéis las damas inglesas, y le des una buena lección de indiferencia...
―¿Condal? ―ofreció Lilith con una risilla.
Shelby le lanzó una mirada asesina mientras tiraba de sus amigas hacia el
palco del duque de Brentwood, donde se hallaba la incauta víctima.
Los caballeros se volvieron cuando escucharon descorrerse las cortinas del
palco. Ambos sonrieron al ver a Shelby y a Lilith, pero la sonrisa de Darrell se
congeló cuando Frances se hizo visible tras ellas.
Tras levantarse, Gabriel saludó galante.
―Lady Craddock, lady Frances, señorita Holden.
Las tres hicieron sus reverencias, mientras Darrell se limitaba a gruñir.
―Es un placer, permítanme presentarles, ya conocen a la vizcondesa
Dudley. ―Nora inclinó gentil su cabeza―. La baronesa Walker.
Lilith hizo un gesto al ver que la baronesa iba a levantarse para hacerle una
reverencia conforme a su mayor rango.
―Encantada de conocerla, lady Walker.
Shelby enseguida se hizo cargo de la situación.
―Les vimos desde el palco de Craddock ―afirmó mientras los demás
miraban hacia el señalado palco y Darrell torcía el gesto al ver a Millard―. Y
decidimos acercarnos a saludar a lady Dudley.
La aludida sonrió interiormente: «¡Y un cuerno! Pero bien por vosotras,
acabáis de frustrar la velada de Ridley».
―Muy amables ―respondió disimulando su diversión. Por favor, siéntense.
Mientras las tres tomaban asiento, Gabriel se dirigió a Darrell.
―Mientras ellas conversan, podemos acercarnos a saludar a Craddock.
Shelby, que no deseaba perder ocasión de molestar a Darrell, añadió
mordaz.
―Y a lord Millard, que se ha brindado gentilmente a acompañar a Frances.
Mientras Lilith rodaba los ojos, Frances se ruborizaba como una cereza y
Nora se mordía un carrillo para no estallar en carcajadas, Darrell simplemente
bufó, se inclinó y, sin decir una sola palabra, salió del palco seguido de un
atónito Gabriel.
―¿Pero a ti qué te pasa? ―inquirió al ver el tormentoso semblante de su
amigo―. En mi vida te he visto comportarte de forma tan descortés, mucho
menos con unas damas.
―No son damas, son un maldito grano en el trasero ―ladró Darrell
indignado. ¿Qué demonios pretendían presentándose en el palco?
Gabriel enarcó las cejas.
―¿Es por Millard? Se supone que es tu amigo, además de que no es asunto
tuyo si corteja a Frances.
Darrell se envaró al escucharlo. No, no era asunto suyo quién la cortejase,
pero no podía evitar que la rabia y los celos lo corroyesen.
―¡Me importa una mierda Millard! ―exclamó exasperado―. ¡Estábamos
disfrutando de la velada y tienen que aparecer para joderla! ―bramó colérico.
―¿Joder el qué? A mí no me ha molestado su presencia, y ¿a qué viene ese
lenguaje propio de un estibador? ―repuso Gabriel desconcertado―. Ese
trabajo tuyo está embruteciendo tus modales.
―Mis modales son impecables ―contestó ceñudo.
Gabriel rodó los ojos con resignación. Se imaginaba el motivo de la furia
de Darrell, pero ni muerto le comentaría nada. ¡Por Dios! ¡¿Es que ninguno de
sus amigos se podía enamorar con normalidad?!
Charlaron un rato con Justin y Millard. Lo de charlar era un eufemismo en
el caso de Darrell, que se limitó a asentir o a negar con diferentes gruñidos
ante el desconcierto de Justin, que miró inquisitivo a Gabriel. Este se encogió
de hombros. Millard estaba más acostumbrado al carácter tormentoso de su
jefe, por lo que no se sorprendió en absoluto.
Cuando regresaban al palco, las damas salían de su interior. Shelby tomó la
mano de Lilith y le dio un apretón. A Lilith no le dio tiempo a asimilar el
gesto, su amiga ya se estaba dirigiendo a Gabriel con falso desasosiego.
―Oh, lord Willesden, qué oportunamente ha llegado. Me preguntaba si
sería tan amable de escoltarnos hasta la sala de damas. ―Miró a su alrededor―.
No resultaría decoroso que dos damas se aventuraran solas por los pasillos.
Mientras tanto, lord Ridley puede escoltar a lady Frances al palco de Craddock.
Gabriel frunció el ceño. Miró de reojo el rostro horrorizado de su amigo y
sonrió para sí.
«Muy inteligente por su parte, señorita Holden», pensó jocoso.
―Por supuesto, será un placer.
Mientras los tres se alejaban, Darrell lanzó una mirada de reojo al rostro
ruborizado de Frances. Suspirando interiormente, extendió su brazo.
―¿Vamos, milady? ―masculló.
Frances lo miró con frialdad sin hacer ademán de tomar su brazo.
―Puedo regresar perfectamente sola, milord. No hace falta que me
acompañe.
―No puede, y sí la acompañaré ―respondió con la misma frialdad.
―No quisiera que la vizcondesa se molestara por su tardanza. ―Darrell la
miró mientras enarcaba una ceja. Frances había levantado la barbilla con
arrogancia.
―Lady Dudley no tiene razón alguna para molestarse.
―Por supuesto, qué son unos pocos minutos si puede disponer de su
compañía el resto de la noche ―replicó sarcástica.
El tono mordaz de Frances molestó a Darrell.
―¿Qué quiere decir exactamente? ―inquirió con tono acerado.
―Lo que he dicho. ―Frances comenzaba a irritarse por la indiferencia de
Darrell―. Por cierto, hacen muy buena pareja. ―Frances quiso morderse la
lengua tras decir las palabras, sobre todo al ver la turbia mirada que le dirigió
Darrell.
―¿Disculpe? ¿Buena pareja en qué? ―siseó glacial.
Frances ya no podía echarse atrás.
―Bueno, comparten aficiones, trabajan juntos, se acuestan juntos, se nota la
complicidad entre ustedes.
Darrell maldijo interiormente. Echó un vistazo a su alrededor hasta
encontrar un palco vacío. Tomó a Frances de la mano y la arrastró hacia el
interior. Esa conversación no la iban a tener en medio del pasillo de un teatro.
Frances jadeó cuando Darrell la colocó tras la cortina, fuera de la vista del
pasillo y de los palcos próximos.
Ella dio unos pasos atrás hasta toparse con la pared. Darrell sonrió lobuno,
al tiempo que apoyaba una mano en la pared al lado del rostro de Frances. Se
inclinó peligrosamente hacia ella y susurró cerca de sus labios.
―¿Celosa, Frances?
Ella no se amilanó. Alzó el rostro con arrogancia.
―Oh, ¿ahora soy Frances? ―murmuró sarcástica.
Él acercó aún más su boca a la de ella.
―Siempre fuiste Frances ―murmuró con voz ronca.
Darrell atrapó su boca con la suya con urgencia y desesperación. A Frances
no le importó su brusquedad inicial. ¡La estaba besando, estaba en los brazos
de Darrell!
Mientras la mano que apoyaba Darrell en la pared descendía para acunar el
mentón femenino, la otra apresaba su cintura para atraerla hacia su cuerpo.
Frances alzó los brazos para rodearle el cuello, mientras los labios de Darrell
lamían y mordisqueaban hasta que, con un gemido, entreabrió los suyos. Él no
perdió el tiempo e introdujo su lengua en la cálida boca femenina. Al principio
hurgaba en ella como si fuera un invasor conquistando un territorio anhelado,
pero tras notar que Frances comenzaba a corresponder tímidamente, el beso
se convirtió en ternura y anhelo.
Frances se apretaba contra él, al tiempo que enredaba sus dedos en el
cabello de Darrell. Notaba su dureza en su vientre y una multitud de
sensaciones desconocidas la embargaron. La necesidad de frotarse contra él, la
deliciosa tensión que comenzaba a sentir en su bajo vientre, la humedad que
notaba entre sus muslos. Y todo eso se lo provocaba él.
Cuando la mano que Darrell tenía en su cintura comenzó a ascender hasta
que su pulgar rozó el pecho de Frances, ella gimoteó. En ese momento, algo se
despertó en la mente de él. ¿Qué demonios estaba haciendo? Delicadamente,
mordisqueó el labio inferior de Frances para después lamerlo con suavidad,
deshaciendo el beso. Frances gimió en protesta, mientras intentaba atraerlo
hacia ella.
Darrell, sintiéndose mezquino por tomar algo que nunca podría ser suyo,
tomó las manos de ella, que seguían aferradas a su cuello, y las bajó con
suavidad. Clavó una mirada atormentada en los ojos de Frances.
―No podemos ―murmuró.
Frances lo miró desconcertada.
―Si alguien nos ve ―añadió Darrell―, su reputación sufriría, sobre todo
porque está siendo cortejada por otro caballero, y yo...
Frances se tensó al oírlo. «Y tú tienes a tu amante», pensó humillada.
«Yo no tengo nada que ofrecerte», pensaba en cambio Darrell.
―Por supuesto ―repuso ella con frialdad―, no estaría bien que engañara a
su amante, milord ―espetó mientras se zafaba de las manos masculinas que aún
sostenían las suyas y salía a la carrera del palco.
―¡Frances! ―siseó. No podía alzar la voz por miedo a llamar la atención.
Maldita sea, ella había entendido que se había detenido por fidelidad a la
amante que creía que tenía. Idiota y mil veces idiota. Había sido su primer
beso, lo había notado, y él lo había destrozado todo con su inoportuno
comentario.
Frances inspiró hondo antes de entrar en el palco. Compuso el gesto y se
reunió con sus acompañantes. Shelby y Lilith, después de observarla, se
miraron preocupadas. Algo había ocurrido, y no bueno, precisamente. Justin,
en cambio, ignorante a lo que pasaba por la mente de las damas, comentó:
―Supuse que Darrell pasaría a saludar.
―Está a punto de sonar el aviso. Debía volver si no quería tropezarse con
una multitud volviendo a sus palcos ―repuso con una indiferencia que no
sentía. Esbozó una tensa sonrisa hacia Millard―. Le envía sus saludos, milord.
Millard asintió. No era tonto, si lo fuera, no sería tan bueno en su trabajo, y
sabía que algo había pasado entre Ridley y lady Frances, sobre todo al ver los
labios todavía hinchados de esta. Además, ¿desde cuándo su jefe le enviaba
saludos?
Darrell, mientras tanto, había vuelto a su palco envuelto en una nube que
amenazaba tormenta. Gabriel miró a Nora, que meneó la cabeza con
resignación.
El resto de la velada transcurrió agradablemente tranquila en los dos
palcos, excepto para un caballero y una dama que ansiaban retirarse en soledad
a lamerse sus heridas. Sin embargo, la paz les duró solamente una noche.
r
A la mañana siguiente, acababan de romper el ayuno cuando Shelton
anunció la visita de la señorita Holden. Justin se levantó precipitadamente para
despedirse de su esposa con un ardiente beso. No se fiaba un pelo de ellas, y
no fuera a ser que se viera envuelto en alguna situación embarazosa a causa de
las tres problemáticas damas. Frances rodó los ojos con hastío. Después de su
regreso al palco anoche, sabía que tanto Shelby como Lilith no la dejarían en
paz hasta averiguar lo que la había perturbado.
Lilith se levantó al ver entrar a su amiga.
―Vamos a mi salita, allí estaremos más cómodas ―ofreció.
Frances hizo una mueca mientras se levantaba a su vez. Maldita sea, ya la
habían metido en suficientes problemas insistiendo en ir a saludar a la
vizcondesa, y después con el truco de la sala de damas.
Una vez las tres se acomodaron, Shelby sacó el tema.
―Y bien, ¿qué tienes que contarnos?
Frances enarcó una ceja.
―¿Por qué supones que tengo algo que contar?
―Estoy casada, Frances ―argumentó Lilith―. Además de que antes...
Bueno, ―Meneó la cabeza, antes no venía al caso―, puedo reconocer cuándo
una dama ha sido besada.
―Yo no estoy casada ni, por supuesto, he sido besada ―añadió Shelby―,
pero no soy tonta. Además de que lo llevabas escrito en tus labios ―murmuró
socarrona―, tu agitación, que, permíteme decirte, disimulaste muy mal, nos
dieron una pequeña pista.
―Bien, me besó. ¿Contentas? ―admitió irritada Frances.
―No.
―Ni mucho menos.
Frances bufó.
―Me negué a que me acompañase al palco, aduciendo que no debía hacer
esperar a la vizcondesa.
Shelby enarcó una ceja.
―Si vas a relatarlo poco a poco, mandaré una nota a Balfour House
avisando de que los condes me han invitado a cenar ―espetó sarcástica.
―Quizá añadí algo particularmente... mordaz sobre ellos.
―¿Cómo de mordaz exactamente? ―intervino Lilith.
―Pues que hacían muy buena pareja, que parecían muy cómplices...
Entonces él me arrastró hacia un palco vacío y... ―Frances estaba ruborizada
hasta las orejas.
―Te besó ―finalizó por ella Shelby.
Frances asintió.
―¡Perfecto! ―exclamó Lilith, al tiempo que fruncía el ceño confusa―. ¿Y
cuál es el motivo por el que regresases como si te hubieran insultado? Porque
no te sentiste insultada, ¿no?
Frances la miró furiosa.
―Dijo que... bueno, algo como que había sido un error, que yo estaba
inmersa en un cortejo y que él... no engañaría a la vizcondesa ―soltó de
corrido.
Shelby, horrorizada, abrió los ojos como platos.
―¿Dijo eso después de besarte? ¿Con esas palabras?
Frances vaciló unos instantes.
―Creo que lo interrumpí, y lo dije yo ―murmuró.
―Entonces no sabes si su intención era esa. ―Lilith estaba desconcertada.
Si en algo conocía a Darrell, no lo veía capaz de besar a una dama teniendo sus
afectos en otra.
―Dejó claro que Millard me estaba cortejando, y sabe perfectamente que
todo es una charada ―insistió Frances.
―¿Lo sabe? ―inquirió dubitativa Shelby―. El vizconde le solicitó a
Craddock cortejarte antes de que supiésemos que trabajaba para la policía y
que investigaban a ese maldito club, lo que significa que sus intenciones eran
las mismas que tendría cualquier caballero hacia una dama que le interesase.
Frances le lanzó una desconcertada mirada.
―Yo... me negué al cortejo ―intentó explicarse.
―Pero aceptaste después, encantada de vivir una aventura, y parece que
Millard no te desagrada, ni tú a él ―intervino Lilith―. ¿Por qué Darrell no
debería tomarse en serio que te está cortejando otro caballero?
―Porque no es así ―insistió tercamente―. De todos modos, el vizconde no
me desagrada. Es amable, tiene buenos modales, escucha mis opiniones... y
yo... ―Frances alzó la barbilla con petulancia―. Tal vez me esté planteando que
es hora de dejar de esperar por un imposible y Millard sería un buen esposo.
Shelby se levantó exasperada. Mientras alzaba los brazos hastiada,
refunfuñó.
―¡Por el amor de Dios, esto de los amores imposibles con respecto a
vosotras empieza a ser una costumbre! ¡¿Nadie os enseñó que existe algo que
se llama franqueza?!
Mientras Lilith contenía una sonrisa, Frances la miró ojiplática.
―¿Y qué propones? ¡¿Que lo visite, le exponga mis sentimientos y él, con
toda franqueza, me mande a paseo?!
―No. Que le muestres lo que sientes por él, y si te rechaza, que le permitas
explicar sus razones sin poner palabras en su boca que no ha dicho. ¡No es tan
difícil, por Dios Santo!
―Para ti quizá no. Yo no puedo hacer eso. Mi reputación se iría al
demonio, además de que no sería decoroso que una dama se declarase a un
caballero.
―¡¿Tu qué?! ¿Acaso crees a Ridley capaz de salir a la carrera jactándose de
que una dama se le ha declarado, destrozando así su reputación?!
―No ―musitó Frances. Darrell jamás haría algo así, de eso estaba
completamente segura.
Aunque confusa, Frances estaba segura de algo. Si Darrell sintiese algo por
ella, jamás hubiera permitido que Millard la cortejase. El beso del Drury no fue
más que una especie de castigo por meterse donde no la llamaban. Su
expresión, entre atormentada y horrorizada, se lo había indicado. Una pequeña
mentira para aplacar a sus amigas no haría daño.
―De acuerdo, cuando todo esto acabe aclararé las cosas con Darrell
―aseguró, intentando sonar convencida. Al ver los rostros cautelosos de sus
amigas, se temió que no debía de haber sonado muy convincente.
Por supuesto, ni Shelby ni Lilith creyeron una sola palabra.
r
Mientras tanto, en la sede de la policía metropolitana o Scotland Yard,
como empezaba a ser conocida, Darrell y Millard analizaban los avances en la
investigación.
Mientras revisaba las notas que tenía delante de él en su escritorio, Darrell
se dirigió a su compañero, que lo observaba con tranquilidad.
―Tenemos los nombres de casi todos los que conforman el condenado
club, menos el que nos interesa ―murmuró frustrado.
―Nadie lo ha visto en persona ―aclaró Millard―. Cuando se presentan los
nuevos miembros, él está envuelto en oscuridad... ―El vizconde vaciló
pareciendo recordar algo.
Darrell alzó la mirada hacia él con expectación.
―¿Qué?
―Su voz ―repuso Millard mientras se frotaba pensativo la barbilla―.
Aunque intenta disfrazarla, creo que podría reconocerla.
―Es algo a tener en cuenta. Debemos planear algo que haga que salga a la
luz. No tenemos idea de si frecuenta los salones, los clubs de caballeros...
―Quizá crea que solo debe molestarse en ocasiones especiales.
Darrell reflexionó unos instantes.
―El único evento especial que hay, teniendo en cuenta la época en la que
estamos, es la mascarada del Revenge.
―¿Cuándo será? ―Quiso saber Millard.
Darrell se encogió de hombros.
―Supongo que pronto. Suelen hacerla antes de que la poca nobleza que
todavía queda en Londres vuelva al campo a pasar las fiestas navideñas.
Aunque muchos de ellos regresan del campo durante unos días, solo por
disfrutar y alardear del privilegio de ser invitados. ¿Ya has comenzado a acudir
al club?
Millard asintió.
―Bien, mañana te acompañaré, conviene que me vean en tu compañía. Tal
vez el líder del Leviatán se pregunte, si llega a sus oídos, qué hace uno de sus
miembros haciéndose acompañar por un policía, y aquí se presentan dos
opciones: que sospeche de ti o que, y es lo que nos esforzaremos en que crea,
me tienes comprado.
―En principio parece una buena idea ―admitió Millard―. Tenemos que
provocar reacciones, sean cuales sean. Por cierto, quería comentarte algo.
Darrell enarcó una ceja.
―Estoy planteándome seriamente la posibilidad de llegar a un compromiso
con lady Frances ―anunció displicente.
―¿Y por qué me lo cuentas a mí? ―repuso Darrell al tiempo que sentía un
nudo en el estómago―. Es con Craddock con quien deberías hablarlo.
Millard se encogió de hombros.
―Bueno, eres mi jefe, somos amigos, conoces a la dama, ¿por qué no
habría de comentarte mis planes antes de llegar a la formalidad de hablar con
el conde?
Darrell se echó hacia atrás en el sillón que ocupaba y bajó las manos para
ocultarlas de la vista de Millard mientras las cerraba con fuerza hasta que sintió
que las uñas se clavaban en sus palmas.
―¿No esperarás mi aprobación? Eres mayorcito para tomar tus propias
decisiones. ―Millard era apenas tres años más joven que Darrell.
Intentó que su tono sonase indiferente.
―Oh, por supuesto que no ―contestó Millard al tiempo que se
levantaba―. Solamente te lo comentaba. En fin, ―Sacó el reloj del bolsillo de
su chaleco y comprobó la hora―, debo dejarte, la dama me espera para nuestro
habitual paseo.
Millard abandonó el despacho, al tiempo que Darrell sentía unas ansias
irrefrenables de romper algo, de preferencia, el atractivo rostro del vizconde.
Maldita sea, recordar el beso y pensar en Frances del brazo de Millard
resultaba un verdadero tormento. Un pensamiento espeluznante pasó por su
mente. Si Millard se proponía llegar a algo formal con ella, la besaría en algún
momento. Se le heló la sangre en las venas al pensar en Frances abandonada
en los brazos del vizconde tal y como había estado en los suyos en el teatro,
respondiendo apasionada a las caricias de Millard, enredando sus pequeñas
manos en su cabello...
Ni pudo ni quiso refrenar su rabia, agarró un pisapapeles y lo estrelló
contra la pared.
Millard, apoyado tras la puerta, sonrió lobuno al escuchar el golpe.
«Me preguntaba cuánto tardarías, querido amigo», pensó mientras se
enderezaba y se encaminaba hacia la salida.
k Capítulo 5 l

A la noche siguiente, Darrell y Millard entraban en el Revenge. Tras ser


saludados por el marqués de Rutland, se dispusieron a echar un vistazo a las
mesas.
Habían acordado que, si bien el papel de Millard era observar a las posibles
víctimas, el papel de Darrell consistía en, poco a poco, ir aficionándose al
juego, perdiendo grandes cantidades, con el fin de que llegase a oídos del jefe
del Leviatán y que fuese Millard quien le proporcionase los fondos, haciéndole
creer que un inspector de la nueva y supuestamente incorruptible policía
metropolitana había caído en sus redes.
Darrell comenzó poco a poco, haciendo ver que comenzaba a aficionarse
al juego. Ganaba grandes cantidades, que luego perdía, hasta que decidió
retirarse tras una buena ganancia.
Cuando se marchaban, Rutland los detuvo.
―En una semana celebraremos nuestra mascarada. Creo que les resultaría
interesante acudir. Les enviaremos las invitaciones correspondientes, y... sigan
escrupulosamente las instrucciones ―advirtió―. Espero que hayan pasado un
rato agradable en el Revenge. Buenas noches, caballeros.
Millard enarcó una ceja mientras observaba alejarse al marqués.
―No es muy hablador ―afirmó más que preguntó.
Darrell se encogió de hombros.
―Supongo que no necesita hablar mucho.
―¿Te retiras ya?
Darrell resopló.
―Me temo que tengo que acudir a una de esas malditas fiestas.
―¿La que organizan los barones Graham?
―¿Tú también estás invitado? ―inquirió Darrell, aunque, en realidad, la
pregunta sobraba. Millard era solicitado en todas las fiestas de la alta que se
preciaran. Rico, apuesto, joven, con título y... soltero, era codiciado por todas
las madres con hijas debutantes.
―Por supuesto. ―Compuso una mueca de fastidio―. Soy la presa más
deseada de la cacería matrimonial ―murmuró mordaz.
Darrell no había envidiado a nadie en toda su vida, pero en ese momento
no pudo evitar anhelar una sola cosa: un título, uno que poder ofrecer a
Frances y que le permitiese mantener el nivel social al que estaba
acostumbrada por derecho de nacimiento.
r
Habían salido tarde del club, con lo que la fiesta ya estaba muy avanzada.
Tras saludar a los anfitriones, cada uno se dispuso a buscar a sus respectivos
amigos.
Darrell localizó a Gabriel en compañía de la señorita Holden, Callen y
Jenna. Después de echar una ojeada a la pista de baile, respiró aliviado. Parecía
que Frances no había acudido.
―¿Acabas de llegar? ―inquirió Gabriel.
―Tenía trabajo.
―Espero que, por lo menos, os compensen con un buen sueldo ―comentó
Callen con sorna.
Darrell simplemente rodó los ojos.
Tras solicitar un baile a Jenna y a Shelby, Darrell se excusó.
―Si me disculpáis, debo encontrar a lady Dudley, hay algo que debo
comentarle.
La mirada que le lanzó Shelby haría que un soldado curtido en la batalla se
encogiese. Darrell casi lo hace. Maldita sea, y tendría que bailar con ella.
Gracias a Dios le había firmado un vals, por lo menos tendría la opción de
mantenerla sujeta. Claro que también podría aducir que un asunto urgente lo
reclamaba, y huir. Meneó resignado la cabeza y se dispuso a buscar a Nora.
La localizó cuando esta salía de la pista de baile escoltada por un caballero.
Saludó a la pareja y, cuando el caballero se retiró, preguntó.
―¿Tienes el siguiente comprometido?
―No.
Le ofreció su brazo y salieron a la pista. Llevaban unos minutos bailando
en los que él le explicó lo que habían planeado hacer en el Revenge, así como la
invitación a la mascarada, cuando en uno de los giros, Darrell se tensó. Millard
bailaba con Frances. Conversaban animadamente y ella le sonreía como si
fuese... lo que quiera que fuese. Condenación. Se había convencido de que ella
no había acudido. Y el siguiente baile se lo había prometido a la señorita
Holden. Cerró los ojos un segundo mientras gemía interiormente. Que Dios le
ayudase.
Nora lo observaba con una sonrisa burlona.
―Pareces... ¿atemorizado? ―murmuró conteniendo la risa.
―¿Atemorizado? No, por Dios, más específicamente, aterrorizado ―siseó
sombrío.
Nora soltó una risilla.
―Vamos, Ridley, lady Frances no te atacará.
Darrell le lanzó una mirada asesina.
―Tal vez ella no, pero no estaría tan seguro con respecto a su amiga.
Ella frunció el ceño.
―¿Qué has hecho?
Darrell rodó los ojos. ¿Por qué cada vez que las damas del grupo de Celia
se enojaban, todos pensaban que él tenía algo que ver? Hasta Nora, que ni
siquiera formaba parte del grupito. Aunque esta vez tuviesen razón, claro está.
Carraspeó incómodo.
―Nada.
El baile cesó en ese momento. Nora se cogió de su brazo.
―Te acompaño, me gustaría saludar a lady Craddock.
―¡Lilith no ha venido! ―graznó.
Nora enarcó las cejas.
―¿Entonces quién es la dama a quien Craddock tiene enlazada por la
cintura como si temiera que se le escapase?
Darrell ni siquiera se molestó en mirar. Suspiró y se resignó a pasar un rato
miserable.
Las dos parejas llegaron a la altura del grupo al mismo tiempo. De reojo,
Darrell observó cómo Frances palidecía, al tiempo que la señorita Holden
esbozaba una malévola sonrisa. Nora saludó a Lilith, mientras Darrell ofrecía
su brazo a Shelby.
¿Era su imaginación o la señorita Holden tenía garras en vez de dedos? Al
menos así lo sentía, clavadas en su brazo. Amargamente, pensó que al día
siguiente encontraría moratones. Esperaba que solo fuese en el brazo.
Cuando comenzaron a bailar, Darrell mantuvo su mirada sobre los
hombros de Shelby. Notando los ojos femeninos clavados en él, a punto
estuvo de dar un traspiés. Por el amor de Dios, era un excelente bailarín.
―Me preguntaba... ―murmuró Shelby mientras Darrell gemía para sí.
Demonios, debió haberse quedado en el Revenge y gastar toda la fortuna de
Millard, aunque le llevase dos vidas devolverla. Iba a pasarse toda la noche
gimoteando como un bebé. Sin embargo, forzó una sonrisa y bajó su mirada
hacia la muchacha.
―¿Sí, señorita Holden?
―¿Lady Dudley es su amante, milord?
Darrell tropezó y a punto estuvo de llevarse por delante a la muchacha y
acabar los dos en el suelo, solo su destreza evitó que se pusiesen en evidencia
frente a la mitad de la nobleza.
―¿Disculpe?
―Sé que es una pregunta muy personal, además de indiscreta, además de
que no debiera hacerla una dama, además de...
―Estoy al tanto de todos los además por los que esa pregunta no debía
haber sido formulada, señorita ―masculló irritado.
Shelby ni se inmutó por la seca respuesta, frunció el ceño y continuó.
―Pero soy americana, me temo que no estoy acostumbrada a dar rodeos
cuando deseo saber algo.
―Y yo me temo que, si la dama es o no mi amante no es de su
incumbencia, señorita Holden, además de que no creo que sea adecuado
mantener esta indecorosa conversación, que no tengo intención alguna de
continuar.
―Mía no, por supuesto, pero si me aclarase esa duda, tal vez, digamos
que... suavizaría su relación con una amiga muy querida, milord.
―Mis relaciones personales no son asunto suyo ni de su querida amiga,
señorita.
―Bien.
«¿Bien?, ¿no va a insistir?», Darrell se inquietó aún más. Ese bien sonaba
mal, muy mal.
―Entonces, me temo que tendré que asumir que la dama en cuestión sí es
su amante.
Darrell perdió el control. ¡Hablando de amantes con una dama soltera!, en
toda su vida había visto tal despropósito.
―No asuma nada, señorita Holden ―siseó furioso―. La dama en cuestión
no, y repito, no es mi amante. Y aquí acaba esta... indecorosa conversación.
Y el baile. Estaba harto del grupito de amigas que parecía que lo habían
elegido a él como el corderito apropiado para el sacrificio.
Detuvo a su pareja ante la estupefacción de los bailarines que los rodeaban,
la tomó del brazo y, casi arrastrándola, se dirigió hacia el maldito grupito. La
soltó y se dirigió a Jenna.
―Milady, ruego me disculpe, pero no puedo quedarme, ha surgido un
asunto urgente.
A Jenna solo le dio tiempo a asentir, mientras Darrell se daba la vuelta y
abandonaba a toda velocidad el salón.
Jenna y Lilith miraron con curiosidad a Shelby, que lucía una satisfecha
sonrisa.
―¿Qué le has hecho?
―¿Lo has amenazado? ―susurró Jenna mientras se ajustaba las gafas―.
Pertenece a la policía, no puedes hacerlo.
Shelby hizo un condescendiente gesto con la mano.
―Ni siquiera me hizo falta. Libremente me dijo lo que quería saber.
―¿Y es...? ―inquirió Lilith.
Shelby sonrió ladina.
―Lo sabréis en su momento, pero eso demuestra lo que os dije: con
franqueza se consiguen muchas cosas.
Frances, mientras conversaba con Millard, o lo intentaba, había observado
todo el intercambio. El talante belicoso de Shelby, la resignación en el rostro
de Darrell y el regreso de ambos, con Darrell llevado de los demonios y Shelby
orgullosa de sí misma. Ardía en deseos de saber qué había ocurrido, en
realidad qué había hecho su franca amiga, pero tuvo que contenerse. Abordaría
a Lilith en cuanto llegasen a Craddock House.
Sin embargo, Lilith poco pudo decirle, en realidad, nada. Shelby se había
limitado a evadir las preguntas.
r
Darrell y Millard recibieron sus invitaciones al día siguiente. Como cortesía
a su trabajo, no se les exigía, como a los demás miembros, que sus parejas
fuesen damas de la familia. Solo una condición: no se admitiría que fuesen
acompañados de cortesanas. La temática de la mascarada sería oriental, basada
en Las mil y una noches. Los caballeros debían vestir de escrupulosa etiqueta y
máscara, y las damas podrían adornar sus vestidos de fiesta con toques acordes
con la temática y, por supuesto, el preceptivo antifaz. Ninguna pareja desvelaría
sus rostros y, aunque se reconociese a algún invitado, estaba terminantemente
prohibido evidenciarlo. La fiesta se celebraría en una semana.
Millard sonrió para sí.
―A lady Frances le encantará asistir ―comentó con indiferencia mientras
releía la invitación.
Darrell se envaró.
―Es una dama soltera, Craddock no lo permitirá.
―Lo permitirá ―repuso indolente―, después de que hable con él.
―Si crees que puedes manipular a Craddock de alguna manera, estás muy
equivocado.
―No tengo intención alguna de manipularlo ―contestó críptico.
Darrell enarcó una ceja; sin embargo, nada dijo. Debía atenerse a lo que
había decidido: mantenerse al margen en la relación entre Frances y Millard.
Ese mismo día, Millard envió una nota a Justin solicitando ser recibido, lo
que sucedió a la mañana siguiente.
Justin se levantó del sillón tras su mesa al ver entrar al vizconde después de
ser anunciado por Shelton.
―Millard ―saludó mientras extendía su mano.
―Lord Craddock. ―El vizconde estrechó la mano tendida.
Justin hizo un gesto invitando al vizconde a sentarse.
―¿A qué debo su visita? Había supuesto que todo estaba hablado entre
nosotros.
―Y lo está; sin embargo, me temo que necesitamos dar un paso más en
nuestra... asociación.
Justin frunció el ceño.
―Explíquese.
―El Revenge nos ha enviado las invitaciones para su mascarada, y me temo
que es imprescindible que lady Frances me acompañe ―expuso Millard.
Justin se frotó la barbilla.
―Lady Frances es soltera, no veo cómo podría permitir que acudiera a ese
club aunque fuese en su compañía ―murmuró dubitativo.
―Hay una manera ―repuso Millard, al tiempo que escudriñaba el rostro de
Justin.
―¿Y es...?
―Que acuda como mi prometida.
Justin se reclinó en el sillón.
―Eso complicaría nuestros planes, y mucho. Para ello deberíamos anunciar
el compromiso, compromiso que si se rompiese perjudicaría la reputación de
mi hermana, además de que sería necesario el consentimiento de ella.
―A lady Frances se le podría argumentar que es necesario para dar mayor
realismo al cortejo, además de que es la única manera en la que podría
acompañarme al Revenge, y el compromiso podría romperse sin escándalo
alguno si fuese ella la que decidiese retirarse. ―Millard esperó paciente la
reacción de Justin.
Justin sopesó las palabras del vizconde.
―Si ella es la que decide romper el compromiso, hay varios motivos que
podría alegar, desde falta de entendimiento hasta algún defecto de su carácter,
Millard.
―Eso me sería completamente indiferente. Dudo que me acusase de algún
acto tan infame que me costase el destierro de los salones. Además ―añadió el
vizconde―, no creo que ella tenga intención de convertir el compromiso en
algo definitivo, y por mi parte, ambos sabemos que ese no fue, ni será nunca,
mi propósito.
Justin continuó valorando la situación.
―Ayudaría también a callar los comentarios el que lady Frances tiene una
muy generosa dote, además de la respetable posición de la que goza la casa
Craddock, incluso del apoyo de varias poderosas familias. No se vería
rechazada por ningún caballero.
Millard enarcó las cejas.
―En realidad, lo importante es que un determinado caballero no la
rechace, con o sin escándalo.
Justin soltó una risilla.
―Quizá el afán de protección hacia ella consiga que espabile y olvide sus
estupideces.
Craddock se levantó.
―Avisaré a lady Frances del acuerdo al que hemos llegado por el bien de la
investigación ―repuso con sorna―. Si ella está de acuerdo, enviaré una nota a los
periódicos anunciando el compromiso. ―Millard esbozó una maliciosa
sonrisa―. Creo que durante el desayuno de mañana me saltaré la lectura de las
noticias para poder disfrutarlas con más tranquilidad en la sede de la policía.
Justin imitó la sonrisa del vizconde.
―Daría un brazo por ver su cara.
Cuando el vizconde se marchó, Justin mandó llamar a Frances.
―¿Compromiso? ―inquirió alarmada.
―Será ficticio, Frances. Es simplemente un medio para un fin. Podrás
romperlo una vez que todo haya acabado.
«O que ese idiota se decida de una vez», añadió para sí.
―Pero ¿el escándalo?, ¿mi reputación? ―Frances estaba desconcertada, que
Justin permitiese una charada que podría enviarla al ostracismo más absoluto le
parecía irreal. Una cosa era un cortejo que no comprometía a nada y otra muy
diferente anunciar un compromiso formal.
―No habrá escándalo si eres tú quien rompe el compromiso. Podrás alegar
lo que desees, incluso algún defecto de carácter de Millard. Él está de acuerdo
con ello, y salvo algún comentario, nadie se atreverá a darte el corte o
rumorear sobre ti. Estás provista de una gran dote y perteneces a una de las
familias de mayor prestigio, además de que gozas de amigos influyentes.
Seguirás siendo una dama que codiciaría cualquier caballero ―aseguró Justin.
―Pero ¿por qué dar el paso de un compromiso en estos momentos,
aunque sea fingido? ¿No es suficiente con el cortejo?
―Millard ha sido invitado a la mascarada del Revenge, supongo que habrás
oído hablar de ella ―tentó Justin―. Deberías acompañarlo, pero como soltera,
sin ningún compromiso oficial anunciado, sería a todas luces indecoroso. De
ahí las prisas.
Frances respiró aliviada.
―Por el amor de Dios, Justin, haber empezado por explicar que todo se
debe a la necesidad de acompañar a Millard a ese club. ―Lo observó
recelosa―. ¿El vizconde está de acuerdo en que yo lo cancele una vez se haya
resuelto la investigación?, ¿no se aprovechará de la situación?
―Por supuesto. De hecho, la idea ha sido suya. Tanto la de anunciar que os
habéis prometido para que puedas acompañarle sin dañar tu reputación, como
la de que seas tú la que finalice el compromiso. Y puedo asegurarte que Millard
es un caballero.
Frances asintió.
―Por cierto, ¿cuándo se celebrará esa... fiesta?
―En seis días. ―Justin tomó una nota de su escritorio que alargó a
Frances―. Millard ha anotado la etiqueta de vestimenta requerida. Si necesitas
ir de compras, que lo necesitarás, me temo, siéntete libre de gastar lo que
desees, aunque lo harás de todos modos ―masculló sarcástico.
Frances se acercó al escritorio.
―¿Puedo utilizar un papel? Debo mandar una nota a Shelby.
Justin hizo un gesto con la mano indicando que usara lo que quisiera.
Una hora después, Shelby, Lilith y Frances salían emocionadas hacia el
taller de madame Durand.
―¡Por fin! ―exclamó ilusionada Frances mientras esperaban que la modista
las atendiese―. Desde que vi a Celia con aquel espectacular vestido, estaba
deseando dejar estos aniñados colores de debutante.
Lilith soltó una risilla recordando su propio vestido, que casi causa una
apoplejía a Justin.
―Et bien? ¿Cuál de ustedes requiere mis servicios? ―preguntó la francesa al
tiempo que entraba en el saloncito donde esperaban las tres amigas.
Frances se levantó.
―Yo, madame. Necesito algo que no desentone en la mascarada del club
Revenge ―indicó con algo de timidez.
―Este año es de temática oriental, por lo que sé ―afirmó la modista.
Frances asintió.
―Très bien. Primero tomaremos medidas. ―Al instante, dos costureras
entraron y ayudaron a Frances a subirse a la plataforma.
Una vez la modista estuvo satisfecha, le indicó a Frances:
―El vestido estará listo la mañana de la fiesta, así como los complementos
correspondientes, milady. Se le enviará a Craddock House.
Frances miró confusa a Lilith, quien, adivinando lo que pensaba, murmuró.
―Olvídate de elegir colores, modelos, hechuras. Madame elige por ti, y
como ya has comprobado, siempre acierta ―afirmó divertida―. Te garantizo
que será una maravillosa sorpresa.
Frances asintió. Los vestidos que había confeccionado madame Durand
para Jenna, Celia y Lilith eran espectaculares, no tenía duda alguna de que el
suyo sería igual de especial.
r
Darrell revisaba unos documentos cuando Millard entró con varios
periódicos bajo el brazo. Enarcando las cejas, observó cómo se sentaba en uno
de los sillones y se disponía a comenzar a leer uno de los diarios.
Estupefacto, señaló:
―¿Deseas también que avise para que te suban un desayuno con el que
acompañar la lectura?
Millard ni se inmutó ante el sarcástico comentario. Sin apartar la mirada de
las páginas, respondió.
―He salido con prisas y no he podido leerlos. Serán unos minutos.
―¡Por favor! ―repuso mordaz Darrell―. Tómate tu tiempo, faltaría más. El
trabajo puede esperar.
Pegó un respingo cuando Millard exclamó.
―¡Ajá, aquí está! Craddock no ha perdido el tiempo.
Darrell frunció el ceño.
―¿Craddock ha enviado una nota al periódico? ―inquirió sorprendido.
Millard dobló la página por la parte que le interesaba, y se la tendió.
―Compruébalo tú mismo.
A Darrell se le detuvo el corazón durante un instante. ¿Frances y Millard
comprometidos? Justin había enviado el anuncio oficial del compromiso a la
prensa. Alzó los ojos y clavó una fría mirada en Millard.
―¿A eso te referías cuando dijiste que Craddock consentiría en que lady
Frances te acompañase? ¿Te comprometiste con ella por garantizar su
presencia en el Renvenge?
Su rostro sombrío y su tono de voz glacial alarmaron por un instante a
Millard. Rápidamente se recompuso.
―Te había dicho que mis intenciones eran comprometerme oficialmente
con lady Frances, ¿por qué iba a esperar? ―afirmó el vizconde―. Solamente
adelanté unos días mi petición.
Darrell se obligó a recuperar el control.
―Mis felicitaciones ―masculló reticente.
Millard escudriñó el rostro de su amigo y jefe. Se encogió interiormente de
hombros.
«Terco como una mula», pensó frustrado.
Se levantó al tiempo que dejaba los periódicos en el sillón.
―Debo irme, estoy citado con uno de los miembros del Leviatán. Te
informaré.
Darrell asintió sin mirarlo, enfrascado en la lectura de los informes que
había interrumpido.
Cuando Millard abandonó el despacho, se tapó el rostro con las manos. La
había perdido, Frances estaba comprometida; claro que tampoco la había
tenido nunca. Con el corazón desgarrado pensó que era lo mejor. Millard era
un buen hombre, le daría todo aquello a lo que estaba acostumbrada, y si
todavía no estaba enamorado, pronto lo estaría. ¿Qué hombre en su sano
juicio no amaría a Frances? Y ella conservaría su status en la alta como
vizcondesa Millard.
Cuando intentó volver a tomar la pluma que había posado en la mesa, las
manos le temblaban violentamente. Se las pasó por el cabello. No tenía
ánimos, ni la mente suficientemente clara como para trabajar en esos
momentos. Se marcharía al club..., o se tiraría al Támesis, lo que le quedase
más cerca. Detuvo su mano antes de coger la manilla para abrir la puerta. No.
El club estaba descartado, se encontraría con alguno de sus amigos y no tenía
ganas de conversación. Se iría al East End, con la excusa de supervisar a los
agentes que patrullaban la zona. Aunque, en realidad, no necesitaba pretexto
alguno para acercarse hasta allí. Con un poco de serte hasta tendría que utilizar
sus puños, necesitaba una buena pelea.
r
Esa noche, cuando acudió acompañado de Nora, a una de las
acostumbradas fiestas, su rostro mostraba las señales de que sí había
encontrado lo que buscaba. Mientras el grupo formado por sus amigos
observaba, entre perplejo y desolado, el moratón que lucía en uno de sus
pómulos y el labio partido, él se limitó a saludarlos desde la distancia. Ni
aunque lo arrastrasen se acercaría a ellos. No necesitaba ni compasión ni,
mucho menos, contemplar a la feliz pareja.
―Supuse que tu plan daría resultado ―murmuró Callen meneando la
cabeza desolado, mientras observaba el rostro maltratado de Darrell.
Aprovechaban el momento en que las mujeres habían subido a la sala de
damas y Millard estaba en la pista de baile para poder hablar libremente.
―Yo también ―respondió Justin con desaliento.
―Me temo que habéis subestimado su orgullo ―intervino Gabriel.
―Habrá que fustigarlo un poco más ―sugirió Kenneth mientras Justin
asentía.
―¡Por el amor de Dios! Lo siguiente sería una boda ―exclamó Gabriel
horrorizado―. ¡¿No se os ocurrirá llegar a eso?! Si ese memo no reacciona, el
matrimonio es indisoluble.
―No habrá que llegar a tanto ―masculló Callen mientras entrecerraba los
ojos.
Los otros lo miraron recelosos. Kenneth murmuró.
―¿Tienes algo en mente? Por todos los demonios, Cal, tus ideas no son
precisamente lo que se dice... acertadas. Creativas, sí, pero juiciosas...
Callen lo miró indignado.
―Como si la idea de Justin fuese muy racional. ¡Un cortejo y un
compromiso! Con un caballero que se suponía decente, más tarde lo
supusimos ladrón, ¡y después resultó ser policía a las órdenes de Darrell! ¡Todo
un acierto, me atrevería a decir!
Justin tuvo el buen juicio de ruborizarse.
―No lo planeé, maldita sea. Cuando Kenneth me comunicó que Millard
trabajaba con Darrell se me ocurrió la idea. Millard aceptó encantado la farsa.
Aprecia a Darrell y entendió perfectamente mis motivos para solicitar su ayuda
y empujarle un poco. Tenía la esperanza de que Darrell diese un paso adelante
al ver que otro hombre ponía sus miras en Frances.
―Mi idea es mucho menos... retorcida. De hecho, tengo una aliada
―insistió Callen.
―¡Maldita sea, habla claro de una vez! ―exclamó exasperado Justin.
―¡Madame Durand! ―espetó Callen triunfal.
Gabriel lo miró mientras enarcaba las cejas.
―¿Quién? ¡¿Una cortesana?! ―inquirió entre desconcertado y horrorizado.
―La modista de nuestras esposas ―aclaró Kenneth recordando el sensual
vestido de Celia.
Ante la atónita mirada de Gabriel, que empezaba a pensar que en su afán
de ayudar a Darrell comenzaban a perder la cabeza, Callen aclaró:
―Sé de buena tinta que el vestido que lucirá en la mascarada es... Bueno, ya
os hacéis una idea. ―Los casados asintieron soñadores―. Si eso, caballeros, no
hace espabilar a Darrell con un ataque de celos fulminante, por mí que se
pudra en su miseria.
Todos volvieron su mirada hacia Darrell, que bailaba con Nora ajeno a los
planes de sus amigos. Unos con envidia, otros con añoranza y los casados
pensando en enviar a sus esposas a encargar algún nuevo vestido a madame
Durand.
Mientras tanto, Nora observaba el rostro magullado de Darrell.
―¿Esa es toda tu reacción a la noticia que recorre los salones?
―¿De qué noticia hablas? ―Darrell intentó simular ignorancia.
Nora enarcó una ceja.
―El compromiso de Millard y lady Frances, aunque creo que sobra la
aclaración, sabes perfectamente de lo que hablo.
―He reaccionado esta mañana felicitando a Millard ―respondió con
frialdad.
―¿Y ha demostrado su agradecimiento a golpes? ―inquirió ella con sorna.
―¡Por el amor de Dios, Nora! he tenido que ir al East End. Hubo un
pequeño problema, y...
―Entiendo. ―Nora no quiso insistir, sabía que un inspector de la nueva
policía no tenía por qué presentarse en aquellos barrios a no ser que se
hubieran derrumbado por completo.
Darrell cambió de tema.
―¿Serás mi acompañante en la mascarada del Revenge?
Nora sonrió sarcástica.
―Por supuesto. Dudo que hubieras pensado en solicitárselo a otra.
Él la miró de reojo. Pensaba en las muchas solicitudes que deseaba
formular a determinada dama, pero lamentablemente se quedaban ahí, en
meros pensamientos.
k Capítulo 6 l

El grupo al completo había cenado en Craddock House, dispuesto a ver salir a


Frances hacia el club. Mientras los caballeros disfrutaban de sus bebidas, las
damas habían subido a la habitación de Frances dispuestas a ayudarla a vestirse
y ver, por fin, la creación de la reputada modista.
Todas estaban emocionadas. Ninguno de sus maridos, ni siquiera Kenneth,
el antiguo libertino, era miembro del club. No les entusiasmaba el juego y se
limitaban a alguna que otra partida en Brooks’s o en alguna de sus residencias
cuando se reunían, así que las damas estaban exultantes al ver que una de ellas
podría conocer el famoso Revenge.
―¡Santo Dios! ―exclamó maravillada Celia―. Madame se ha superado a sí
misma.
Las otras asintieron impresionadas por la belleza del vestido y lo acertado
de la elección del color y la hechura, que resaltaba la belleza de Frances.
Esta contemplaba, entre impresionada y turbada, su imagen en el espejo.
―No creo que pueda... es muy atrevido ―musitó contemplando el amplio
escote y sus hombros desnudos.
―Es el apropiado para una mascarada ―cortó Jenna mientras se colocaba
las gafas―. Si la temática fuese... no sé, de conventos católicos, por ejemplo, sí
resultaría un poco atrevido, pero se trata de Las mil y una noches ―exclamó
alborozada―. Eres la perfecta Sherezade.
―Sin embargo, nadie esperará que te pongas a narrar relatos ―espetó
Shelby con una risilla.
Frances se ruborizó violentamente.
―Vamos, Frances. Nadie te va a reconocer. De eso se tratan las
mascaradas, ¿no? Y si alguien lo hace, algo que dudo, se cuidará muy mucho de
hablar ―intervino Lilith.
―Bien, bajemos ―sugirió Celia―. Millard estará a punto de llegar y antes
los caballeros quieren verte.
―Sobre todo tu hermano ―masculló Lilith.
Los caballeros se pusieron en pie al ver entrar a las damas que ocultaban a
Frances. Cuando estas se separaron para mostrar el aspecto de su amiga,
cuatro pares de cejas casi acaban en las nucas.
―¡Santo Dios!
―¡Por todos los demonios!
―¡Dios bendito!
―¿No es demasiado... escotado? ―El que había hablado era Justin, después
de conseguir cerrar la boca, antes de que la mandíbula se le desencajase.
Frances miró suplicante a Lilith. Si su hermano consideraba el vestido
escandaloso...
―¡Por Dios, Justin! ―exclamó Lilith mientras rodaba los ojos―. El vestido
es perfecto. Va a una mascarada, demonios, no al servicio dominical de St.
George.
En ese momento, Shelton anunció.
―El vizconde Millard.
Millard, que entró en la habitación sonriente, se paralizó al ver a Frances.
―¡Joder!
―¡Millard! ―exclamó Justin.
―Controla tu lengua ―espetó Callen, el menos indicado para enseñar
modales―. Hay damas presentes.
―Mis disculpas ―balbuceó el vizconde―. Está... preciosa, milady ―sonrió
ladino―. Seré el caballero que lleve a la auténtica Sherezade del brazo
―presumió jocoso.
―Te lo dije ―concordó con suficiencia Jenna.
Mientras las mujeres se ocupaban de dar los últimos toques al vestido de
Frances, Millard se acercó a los caballeros.
―Más vale que salga del Revenge con mi rostro intacto ―le susurró a Justin.
―Lo dudo ―murmuró jocoso Callen.
Millard le lanzó una mirada asesina.
―Me matará ―farfulló.
―Vamos, hombre, no te creía tan pusilánime ―comentó Justin.
Millard lo miró con resentimiento.
―Y luego le matará a usted, Craddock ―espetó con maliciosa satisfacción.
Justin palideció.
―Eso ya... espero que se dé cuenta de que dejo una esposa indefensa y de
que todavía no tengo heredero ―susurró, mientras lanzaba una mirada de
reojo a Lilith. Nadie juzgaría precisamente como indefensa a su belicoso
duendecillo.
r
Darrell y Nora ya se encontraban en el club. Habían quedado en que
llegarían separados. No convenía que los relacionasen. Aunque llevaban
máscaras, no podían confiarse.
Cuando ayudaba a Frances a bajar del carruaje, esta, inquieta, preguntó:
―Llevo el rostro cubierto pero sin máscara, ¿habrá algún problema?
Millard la miró con simpatía.
―Lo dudo, me imagino que el fin es que no se pueda reconocer a los
invitados y supongo que tanto dará que se descubran los labios o los ojos, con
tal de que el resto del rostro esté cubierto. Si objetasen algo, me imagino que
tendrán máscaras a disposición de los invitados.
Frances señaló su cintura.
―Llevo la mía disimulada en la falda.
Millard ladeó la cabeza sonriente.
―Muy previsora, milady.
Frances sonrió ruborizada.
―Ha sido una idea de madame Durand.
El vizconde asintió.
―¿Preparada? ―inquirió mientras extendía su brazo.
Frances inspiró mientras asentía. Su pecho, apenas cubierto por el amplio
escote, pareció a punto de rebosar. Millard la miró de reojo y gimió
interiormente. Esperaba que fueran previsores y, además de máscaras,
hubiesen dispuesto abanicos para las damas. Si la Sherezade que llevaba de su
brazo suspiraba, habría un motín entre los caballeros. Tras dejar sus capas, se
dirigieron al interior.
Fueron recibidos por Devon y una dama que Millard supuso que era su
esposa. Ninguno puso reparo en la forma en que Frances había cubierto el
rostro.
Darrell, inquieto, escrutaba la puerta de entrada con atención. Cuando los
vio entrar su corazón casi se detuvo. Cuando logró respirar, siseó:
―¡Por todos los demonios del infierno!
Nora lo miró sorprendida y, al verlo con los ojos fijos en la pareja que
acababa de entrar, esbozó una sonrisa maliciosa.
―Verdaderamente preciosa ―murmuró, mientras lanzaba una mirada de
reojo a Darrell―. Millard se ve orgullosísimo.
―Millard no tiene por qué enorgullecerse de nada ―farfulló hosco.
―Bueno, es su prometida, ¿no? Y la dama más hermosa de la fiesta.
Darrell no la escuchaba, su mente estaba en Frances y en el vestido que
llevaba.
El vestido era una creación en gasa color coral con los hombros al
descubierto, unas pequeñas tiras, que, supuso, serían las mangas, ceñían sus
brazos. Estas salían del escote adornado con bordados dorados, la espalda
descubierta casi hasta la mitad, y la falda, una sucesión de tiras de gasa y encaje
salpicada de pequeños bordados dorados.
Guantes en color dorado. El cabello, recogido en lo alto, caía en una
cascada de rizos sobre uno de sus hombros. Un velo de gasa, sujeto con un
broche dorado en lo alto del recogido, cubría su pelo, uno de los extremos
atravesaba su rostro, dejando solo al descubierto sus verdes ojos.
¡Era toda una aparición! Y era de Millard.
Se obligó a mirar a otra parte. No podrían conversar hasta que
transcurriese buena parte de la fiesta, y si era sincero, prefería perder de vista a
la pareja.
Echó otro vistazo de reojo. ¡¿Por Dios, es que Millard era de piedra?! La
mayoría de los caballeros tenían sus miradas puestas en Frances, de manera
más o menos disimulada. Si fuese él el que estuviese a su lado, ya habría
cortado de raíz las miraditas... pero él no tenía derecho alguno. Ni a molestarse
por que la mirasen, ni a sentir esos amargos celos cada vez que la veía mirar
ilusionada al vizconde o cuando algún cretino baboso se acercaba a ellos.
Chasqueó la lengua con fastidio. Debía centrarse en lo que los había
llevado allí: el trabajo, aunque lo que le ocupase la mente fuese arrastrarla hasta
el carruaje y besarla hasta dejarla sin respiración.
Millard y Frances, tras conversar con algunas parejas, se dirigieron a la pista
de baile. Frances estaba deslumbrada por el derroche de buen gusto en la
decoración y la magnificencia del club.
―¡Es magnífico! ―exclamó mientras miraba con disimulo a su alrededor.
Millard sonrió.
―Es uno de los mejores clubs de caballeros de Londres.
―¿Es usted miembro? ―inquirió curiosa.
―Oh, no ―exclamó divertido―. Me temo que no soy demasiado
aficionado al juego, algo que agradezco en este caso, puesto que existe una
larga lista de espera. Me temo que me haría viejo antes de poder disfrutar de
una membresía.
Frances soltó una risilla.
―Podríamos recorrer el club, creo que tienen un excelente chef ―sugirió el
vizconde―. Tal vez disfrutar de una copa de champán y del delicioso buffet.
―Me encantaría.
Frances estaba extasiada. Ni en sus más atrevidos sueños habría pensado
en visitar un club de caballeros, y este era si no uno de losmás elitistas, el
mejor. En su fascinación ni siquiera se había parado a pensar en si Darrell,
acompañado de su vizcondesa, estaría también invitado.
«Sí lo estaba», pensó cuando entraron en el gran comedor y vio a la pareja
sentados a una mesa, disfrutando de sendas copas de champán.
Millard la observó de reojo.
―¿Le parece que los acompañemos, o prefiere que nos sentemos en otro
lugar? ―preguntó solícito.
Frances se encogió de hombros.
―Podemos sentarnos con ellos, al menos sabremos con quién estamos
hablando ―contestó socarrona.
Darrell casi se ahoga con el sorbo de bebida que acababa de tomar cuando
vio aparecer a la pareja. «¡Mierda! Y vienen hacia aquí, ¡¿es que no hay mesas
suficientes?!», pensó mortificado.
Se levantó cortés en cuanto llegaron a la mesa que ocupaban.
―Milord, milady. ―Sin nombres.
Millard observó que no había ningún plato delante de ellos.
―Nos disponíamos a disfrutar de las exquisiteces del chef, ¿les apetecería
acompañarnos?
Darrell se tragó un gemido. Si comenzaban a comer, la cosa se alargaría.
Iba a negarse cuando escuchó la voz de Nora.
―Nos encantaría. Hablan maravillas de su cocina. ―Darrell rodó los ojos
mientras Nora proseguía―. Le acompaño, milord.
Darrell, que aún no se había vuelto a sentar, observó huraño cómo la
pareja se dirigía hacia el gran aparador donde estaban dispuestas multitud de
fuentes. Volvió su mirada hacia Frances, que todavía no se había sentado.
Rezongando interiormente, Darrell separó una de las sillas para ayudarla a
sentarse, mientras Frances se lo agradecía con una inclinación de cabeza.
Tras unos instantes de incómodo silencio, se decidió a hablar. No era cosa
de que el resto de los invitados se percatasen de la tensión que les envolvía, al
fin y al cabo, era una fiesta y se suponía que no tendrían que reconocer a nadie.
Carraspeó y, procurando fijar su mirada en los verdes ojos de Frances y
obviar el llamativo escote, inquirió:
―¿Se está divirtiendo, madam?
―Mucho ―respondió Frances―. El club es espectacular. ―Echó un vistazo
a la pareja que elegía los platos y no se pudo contener―: Y la compañía,
encantadora.
Darrell se tragó una respuesta mordaz, mientras inclinaba la cabeza
asintiendo.
―Por cierto, madam, no he tenido oportunidad, mis felicitaciones por su
reciente compromiso.
A Frances se le ensombreció la mirada. Sus verdes ojos se oscurecieron, sin
embargo, contestó haciendo gala de sus buenos modales.
―Gracias, milord ―contestó con una sonrisa forzada.
A Darrell no le pasó desapercibido que la sonrisa no llegaba a sus ojos.
Maldijo interiormente, ¿por qué demonios no habría cerrado la boca? La
observó con disimulo. Aunque miraba a su alrededor con una sonrisa, se había
tensado.
Obcecado, pensó que tal vez fuesen los normales nervios de una dama a
causa de su reciente compromiso. La había visto sonreír a Millard y parecía que
se llevaban bien, y el vizconde era un buen hombre. Sí, tenía que ser el lógico
nerviosismo.
En ese momento se acercaron Nora y Millard. Darrell, al tiempo que se
levantaba, sintió que su estómago se anudaba al ver la radiante sonrisa que
Frances le dedicó al vizconde. Miró con aprensión el plato que Nora le había
colocado delante, mientras se obligaba a comenzar a comer.
La conversación pronto giró sobre la buena cocina del Revenge, la cuidada
decoración y otras banalidades, hasta que Millard se dirigió a Nora.
―Me preguntaba si sería tan amable de concederme un baile, madam.
Nora se levantó como si hubiese encontrado un clavo en su silla.
―Encantada, milord.
Darrell se levantó cortés, al tiempo que sopesaba si como inspector podría
matar a uno de sus detectives... sin consecuencias, claro.
Crispado, extendió su mano hacia Frances.
―¿Me haría el honor, madam?
Frances vaciló un instante. No se sentía con ánimo de volver a estar entre
los brazos de Darrell, aunque solo fuese bailando, después de lo que había
pasado entre ellos; sin embargo, un ramalazo de anticipación la recorrió al
pensar en sus grandes manos rodeándola. Si solamente podría tener esos ratos
robados con él, los aprovecharía. Se levantó y tomó la mano extendida.
A Frances la embargaron sentimientos contradictorios cuando la mano de
Darrell se posó en su cintura. De un lado, la sensación de pertenencia, la
confirmación de que siempre sería él. En ese momento entendió que, se casase
o no, e incluso llegase a encariñarse o a querer a su supuesto esposo, su
corazón siempre le pertenecería a él. Y no le gustó. Saber que, en cierto modo,
engañaría a su supuesto futuro marido amando a otro hombre le pareció una
ruindad, tanto para ella como para el caballero en cuestión, y supo, con
absoluta certeza, que en cuanto todo acabase y desarticulasen el condenado
club, rompería el compromiso con Millard; no habría problema alguno, al ser
simplemente una farsa. No se veía capaz de entrar en un matrimonio de
conveniencia, no cuando había visto el amor entre sus amigas y sus maridos, ya
no con el vizconde, sino con cualquier otro caballero.
Darrell la observaba disimuladamente. Al enlazarla para el vals, tuvo que
contenerse para no acercarla a su cuerpo más de lo que el decoro permitía,
sobre todo al ver cómo, tras permanecer silenciosa sumida en sus
pensamientos, sus ojos se ensombrecían. Por un instante, tuvo el deseo de
mandar todo al diablo y confesarle sus sentimientos, pero ¿qué conseguiría con
ello? No estaba seguro de los sentimientos de Frances hacia él, y en caso de
que le correspondiese, ¿qué futuro le esperaba como esposa de un inspector de
la policía?: Alguna noche en vela..., el temor cuando él saliese de casa…, la
soledad cuando no pudiese acompañarla a algún evento a causa de su trabajo...
No, no era vida para una dama. Frances acabaría sintiéndose sola, y aunque
quisiese, él no podría dejar su trabajo. Aunque gozaba, gracias a los consejos
de Kenneth, de una nada desdeñable fortuna, su sueldo como policía le
proporcionaba estabilidad. Los negocios podrían ir mejor o peor, pero su
sueldo estaría ahí, sueldo que, de ninguna manera, por sí solo sería suficiente
para darle a Frances la vida a la que estaba acostumbrada.
Incómoda ante el silencio que se había instalado entre los dos, Frances se
decidió a romperlo.
―Durante los paseos por Hyde Park, y en algunos eventos a los que hemos
asistido, lord Millard me ha presentado a algunas damas esposas de miembros
de ese club. ―Darrell la escuchaba con atención―. A muchas las conocía de
los salones. He pensado en organizar un té de damas e invitar a varias de ellas,
sobre todo las que están más predispuestas a chismorrear. Quizá, al sentirse
cómodas entre ellas, pueda enterarme de algo.
―El caso es que no puede estar segura de que esas damas conozcan las
actividades de sus maridos, milady...
Frances lo interrumpió.
―Tal vez muchas no, pero siempre hay alguna esposa que... digamos, sabe
más de lo que aparenta, o quiere aparentar, ante su marido.
Darrell la observó. Era buena idea, pero ¿sería capaz de llevarla a cabo ella
sola? ¿Sabría cómo iniciar discretamente una conversación que acabase en
alguna revelación?
―Puede que sea una buena idea, pero la vizcondesa será invitada.
Frances enarcó una ceja.
―¿Por qué? ―Meneó la cabeza con hastío―. Ah, claro, no me cree capaz
de conseguir que esas mujeres hablen sin poner en evidencia mis intenciones
―afirmó con amargura―. Tal vez sea más adecuado que sea la vizcondesa la
que organice ese té ―murmuró con frialdad―, una dama inexperta como yo
puede arruinarlo todo.
―No he dicho eso ―refutó Darrell molesto―. Mi intención al sugerirle que
invitase a lady Dudley era que se sintiese cómoda, teniendo a alguien de
confianza a su lado, y que ella pudiese guiarla en la conversación.
―No lo ha sugerido, milord, lo ha ordenado.
¿Por qué siempre la trataba como a una niña? Llevaba tres temporadas a
sus espaldas, conocía a casi todas las damas de la nobleza, era perfectamente
capaz de llevar una conversación hacia donde ella desease y conseguir que
ninguna de las damas se percatase de que ella la había iniciado. Por un instante
se planteó dejarlo todo. Al fin y al cabo, no estaba ayudando en nada. Nora
podría continuar perfectamente.
Harta, resentida y desanimada, soltó impulsivamente:
―No me necesitan en absoluto; no seguiré con esto, milord.
―¿Disculpe?
―He dicho que me retiro. No soy necesaria. Fue un error por mi parte
creer que podría ayudar. ―Darrell notó la desolación en su voz―. Se lo he
comentado a usted porque me temo que no tendremos ocasión de vernos, y
como cortesía, ya que es el responsable de la investigación, pero en la mañana
se lo comunicaré a lord Millard.
Darrell, pasmado, no supo qué contestar. No podía negar que se alegraba
de su decisión, pero no a costa de ver la desilusión y la decepción en su rostro.
Cuando se disponía a hablar, el baile cesó.
Se dirigieron al encuentro de Millard y Nora. Cada caballero ofreció su
brazo a su pareja y, mientras se disponían a regresar a la sala de juego, una
pareja se les acercó.
Darrell se tensó. Esa figura la conocía. Aunque utilizasen antifaz, los
caballeros eran fácilmente reconocibles entre ellos, no en vano pertenecían
todos al mismo círculo, y sus máscaras simplemente cubrían sus ojos. Con las
damas era un poco más complicado puesto que sus antifaces, más elaborados,
mostraban mucho menos de sus rostros.
Mientras la dama conversaba con Nora y Frances, el hombre se dirigió a
Millard.
―Milord ―saludó el caballero―. Una Sherezade verdaderamente exquisita
―repuso mientras miraba lascivamente a Frances.
Millard y Darrell se tensaron. Aunque estaban en una mascarada, en un
club de caballeros, el Revenge exigía cortesía absoluta con las damas. Sin
embargo, Millard no demostró sentirse ofendido.
―Debo admitir que soy muy afortunado ―repuso con frialdad.
―Por supuesto, milord.
Después de lanzar una gélida mirada a Darrell, el hombre hizo un gesto a
su acompañante, que se apresuró a tomarle del brazo.
―Si nos disculpan.
Darrell, sin apartar la mirada de la pareja que se alejaba, susurró tenso.
―Tenemos que hablar.
Millard asintió.
―Me temo que sí.
Darrell, apoyado en una de las columnas que rodeaban la pista de baile con
una copa de champán en la mano, observaba a las parejas. Cualquiera que le
dedicase una mirada apartaría sus ojos al instante, viendo su expresión
tormentosa. Tal parecía que estuviese en un funeral en lugar de una de las
fiestas más esperadas del año. Los invitados se comportaban con la mayor
corrección, claro que, de no hacerlo, Devon y Rutland se asegurarían de que
no volviesen a poner un pie en el club. Nora bailaba con un caballero, Millard
con una dama que no era... ¿y Frances? ¿Dónde demonios estaba y por qué no
bailaba con el vizconde? Por el amor de Dios, era una dama soltera, ni siquiera
tenía que haber pisado un club de caballeros, mascarada o no, prometida o no,
Millard no debería alejarse de ella ni por un instante.
Barrió con la mirada la pista hasta que la descubrió en brazos de un
caballero que, aunque se notaba que intentaba mantener sus ojos en el rostro
de ella, no podía evitar que su mirada se desviase hacia su amplio escote.
Maldijo interiormente. Al tiempo que depositaba su copa en la bandeja que
portaba uno de los lacayos, observó cómo, al cesar el vals, porque las únicas
composiciones que sonaban eran valses, otro caballero se dirigía con celeridad
a la pareja, intercambiaban unas frases, y Frances volvía a la pista del brazo de
otro caballero.
¿Es que Millard estaba tonto? ¡Maldición! Lo observó coquetear con
alguna que otra dama, y por lo que parecía, no prestaba atención alguna a su
prometida. Cuando estaba a punto de irrumpir en la pista de baile, Nora se
acercó a él.
―¿Sucede algo? Ridley, deberías sonreír de vez en cuando, recuerda que
estás en una fiesta ―murmuró con sorna.
―Ese idiota... ―masculló.
Nora frunció el ceño mientras miraba a su alrededor.
―¿Cuál? Me temo que si no me das más datos...
Darrell señaló con la cabeza a Millard.
Después de seguir su gesto con la mirada, la vizcondesa giró su rostro
hacia Darrell confusa.
―Está bailando ―murmuró―. Me pareció entender que ese es uno de los
entretenimientos de la fiesta.
―Ni siquiera se preocupa de quién la saca a bailar ―masculló furioso―. Si
alguno de esos memos se sobrepasa con ella... Millard tardará mucho tiempo
en volver a pisar una pista de baile ―señaló con voz acerada.
Nora disimuló una sonrisa.
―Ridley, no hay ningún libertino entre los invitados, todos son caballeros
de reputación irreprochable. Nadie le faltará al respeto, y Millard lo sabe.
―Obviando la ceja levantada con escepticismo de Darrell, añadió―: Además,
es su primera fiesta sin chaperona ni vigilancia alguna, aquí está tan segura
como podría estarlo en un baile en Craddock House.
Casi suelta una carcajada cuando la única respuesta que recibió por parte
de Darrell fue un gruñido.
―Ese maldito vestido... ―farfulló.
―Ridley, el vestido es exquisito.
―La tela es demasiado fina.
Nora, ya sin poder evitarlo, soltó una risilla.
―¿Desde cuándo te fijas en las telas de los vestidos de las damas?
―Me importan una mierda los vestidos de las demás ―bufó exasperado.
Se enderezó cuando comenzaron a sonar los acordes finales.
―Discúlpame, Nora, pero me temo que tendrás que regresar con Millard y,
ya puestos, avisa a ese cretino de que yo escoltaré a lady Frances a su casa. Es
capaz de olvidarla en el Revenge, tan centrado como está con sus flirteos.
Ante la mirada divertida de Nora, salió disparado hacia la pista de baile. Se
interpuso entre un caballero que ya se dirigía hacia Frances, sin importarle el
murmullo de protesta de este. Se plantó ante la pareja y, tras un seco gesto con
la cabeza al caballero, tendió su mano hacia Frances.
―Milady, creo que este es mi baile.
Frances enarcó las cejas perpleja. ¿Qué demonios pretendía? Recordando
sus modales, sonrió al caballero que la escoltaba y posó su mano en la de
Darrell.
―Por supuesto ―respondió confusa.
Su confusión se acrecentó cuando notó que no regresaban a la pista, sino
que se dirigían hacia el salón de juego, situado a la entrada del club.
―¿Vamos a jugar? ―preguntó perpleja.
Al escucharla, la ingle de Darrell pegó un respingo. Ella, en su inocencia,
no se había percatado de que sus palabras podían ser entendidas en un sentido
muy diferente.
Darrell gimió interiormente. «El único juego al que jugaría contigo sería
entre las sábanas de mi cama», pensó con frustración. Cada vez más incómodo
a causa de su insurgente virilidad, la arrastró hacia la salida. Pidió su capa y la
de Frances y ordenó que avisasen a su cochero.
Mientras esperaban en el vestíbulo a que el coche llegase, Frances, cada vez
más perpleja, frunció el ceño al tiempo que preguntaba.
―¿Nos vamos?
―Sí.
―No puedo irme contigo, he venido con lord Millard. Mi prometido ―aclaró
mordaz.
―Tu prometido está muy ocupado en estos momentos ―repuso Darrell en el
mismo tono.
En ese momento un lacayo avisó a Darrell de que su carruaje esperaba, lo
que evitó una contestación por parte de Frances. De mala gana, y para evitar
hacer una escena, se dejó conducir hacia el coche. Una vez dentro, se cruzó de
brazos mientras entrecerraba los ojos observando a Darrell, que había dado la
orden de arrancar.
―Ordena que regrese ―siseó con hostilidad.
―No.
Frances intentó otra táctica.
―A Justin no le agradará que regrese contigo. Él aprobó mi salida porque
iba escoltada por mi prometido ―murmuró altanera.
Darrell, sentado frente a ella, se inclinó hacia delante acercando su rostro.
―Lo que no agradará a Justin es que ambos os dedicaseis a flirtear cada
uno por su lado ―masculló furioso.
Frances jadeó.
―Yo no estaba flirteando, me limitaba a bailar. Es lo que se hace en una
fiesta, ¿no?
―¿Bailar? ¡Ja! ―exclamó sarcástico.
―Me estás insultando ―advirtió Frances con frialdad.
―¿Yo? ―Él enarcó una ceja con arrogancia―. ¿Te sientes insultada por mí,
y en cambio defiendes el comportamiento de Millard? Menudo compromiso
de mierda. ―Darrell estaba tan furioso que, a punto de perder el control, ni se
molestó en medir su lenguaje.
―Como todos los compromisos ―replicó ella con irritación―. Es un baile,
ningún caballero baila todo el rato con su prometida.
―Ninguno no ―rebatió él―. Si fueras mi prometida, ten por seguro que te
mantendría pegada a mí, fuese un baile o la misa dominical, sobre todo con ese
vestido.
Cerró los ojos un instante en cuanto se dio cuenta de sus palabras. Cuando
los abrió, Frances lo miraba con una mezcla de anhelo, sorpresa y esperanza.
El silencio se instaló entre ellos. Cada uno rumiando a su manera las
palabras de Darrell.
―No sé qué tiene mi vestido ―murmuró Frances―, no entiendo por qué
no te agrada.
De un brinco, Darrell se sentó al lado de Frances. Ella pegó un respingo
sobresaltada.
―¡Maldita sea! ¡¿Que no me agrada?! ¡Me agrada a mí y a todos los
invitados masculinos de la maldita fiesta, demonios! ¡No deja nada a la
imaginación! ―exclamó exasperado. Cuando había bailado con ella, había
notado su cálida piel incluso a través de los guantes, le ponía enfermo que los
demás caballeros...
―¡Y quítate ese maldito trapo de la cara, ya no es necesario! ―espetó al
tiempo que lanzaba una mano y soltaba uno de los lados del velo que le cubría
la parte inferior del rostro.
Se quedó paralizado al percatarse de su grosera audacia. Sin embargo,
Frances pareció no inmutarse. Continuaba mirándolo con esos verdes ojos que
cada vez se oscurecían más.
Perdido todo el autocontrol, Darrell enlazó a Frances con un brazo
mientras su otra mano abarcaba su cuello y mentón. La acercó a su cuerpo y
atrapó sus labios. Los acarició con un roce suave y excitante, lamió con
delicadeza su labio inferior, y al notar que Frances entreabría su boca con un
pequeño gemido, profundizó el beso. La lengua masculina ahondó en su boca
con habilidad, explorando su interior con hambre, la adoró con ardor. Con el
cuerpo femenino medio tumbado bajo el suyo, se dejó llevar.
Frances perdió toda inhibición, lo deseaba, lo amaba tanto que ni siquiera
reparaba en que se encontraban dentro de un carruaje y que el cochero o el
lacayo podrían escucharlos. Lo necesitaba, y mientras la mano de Darrell
comenzaba a explorar su cuerpo, ella enredó las manos en su cabello para
atraerlo más hacia sí. Una de ellas bajó por su hombro para reposar en el
pecho masculino y comenzar a explorar con una osadía que ni siquiera sabía
que poseía, pero se trataba de Darrell. En sus brazos se sentía osada, segura de
sí misma.
Mientras sus lenguas se enlazaban en la danza más antigua, el deseo, sus
manos vagaban por sus cuerpos. Frances comenzó a revolverse inquieta entre
los brazos de Darrell, necesitaba más, su cuerpo se tensaba esperando... algo
que intuía que solamente él podría darle.
Darrell, inmerso en el cuerpo de Frances, tardó unos instantes en darse
cuenta de dónde estaban. Cuando la notó removerse bajo él, recuperó el
control de sí mismo y detuvo sus avances. Rompió con delicadeza el beso y,
maldiciendo interiormente, se separó de ella con delicadeza.
Sin mirarla a los ojos, sabiendo lo que encontraría en ellos, se afanó en
ayudarla a colocar su ropa.
Confuso, frustrado y celoso, hizo la única pregunta que no debió haber
salido de sus labios en ese momento.
―¿En verdad vas a abandonar? ―preguntó con voz ronca.
En ese momento el carruaje se detuvo, lo que impidió que Frances
contestase. Ella saltó del carruaje sin esperar ayuda y se internó en la
residencia, lo que impidió a Darrell ver la desolación y la decepción en sus
ojos.
Frances subió a la carrera a su alcoba. Rota, cayó de bruces sobre la cama,
dejando salir todo su dolor. Sin contener las lágrimas, no pudo evitar que un
ramalazo de vergüenza la recorriese. En cuanto él la tocaba perdía todo el
control de sí misma y se dejaba llevar por sus sentimientos, solo para que él se
limitase a saciar su deseo y se replegase en sí mismo una vez conseguido. No
era tonta, sabía que, al igual que ella, Darrell quedaba insatisfecho y frustrado,
pero tenía que dejarse de sueños absurdos. Él solo la deseaba, no había
sentimientos; esa era la razón, se convenció a sí misma, de que se apartase
cuando la situación amenazaba con descontrolarse. Él no se dejaría llevar por
la lujuria con la hermana de uno de sus mejores amigos y prometida de otro. Él
no lucharía por ella porque no sentía nada por ella, y el deseo por sí solo no
era razón suficiente para enfrentarse a sus amigos, sobre todo porque no les
conduciría a nada. Darrell nunca le ofrecería matrimonio.
Golpeó con sus puños el mullido colchón, maldiciendo no ya a Darrell,
sino a su traicionero corazón, que había caído en manos del único hombre que
no la amaría.
k Capítulo 7 l

―¿Lo has reconocido? ―preguntó Millard nada más poner un pie en el


despacho de Darrell.
Darrell se reclinó en el sillón.
―Su aspecto es inconfundible ―contestó con frialdad.
Millard se sentó frente a él extendiendo sus piernas con indolencia.
―Te comenté que podría reconocer su voz. Él es el líder del Leviatán, pero
al contrario que tú, no conozco su identidad.
―Vizconde Dafton, Trevor Dafton ―aclaró sombrío―. Un completo
bastardo. ―Meneó la cabeza con incredulidad―. Debí suponer que, si
Longford estaba implicado en el club, los demás no andarían lejos, pero nunca
imaginé que Dafton tuviese capacidad suficiente para liderar nada.
Darrell recordó la propiedad en Yorkshire donde Brentwood había exiliado
a Jenna, que pertenecía a Dafton y que Gabriel compró a instancia suya. En
ese momento, el vizconde necesitaba dinero. ¿Sería posible que en apenas dos
años consiguiese levantar su paupérrimo patrimonio? ¿Habría sido el dinero
pagado por esa casa el principio del Leviatán?
Millard escrutó el rostro de Darrell.
―¿Debo suponer que tenéis una historia en común?
―Eton ―respondió Darrell―. Aunque él era un poco mayor que nosotros,
formaba parte del grupo de cobardes indeseables que rodeaban a Longford.
Millard asintió pensativo. Cuando se descubrió al culpable de los asesinatos
de varias damas de la nobleza, Darrell le había puesto al tanto del odio que el
grupo de Longford les profesaba a él y a sus amigos. Aunque no entró en
detalles, Millard intuyó que no fueron simples escaramuzas infantiles lo que
hubo entre ellos.
―Él también te reconoció.
―Lo sé.
―¿Sabes también que irá a por ti? No se fiará de mi palabra de que eres de
fiar, exigirá pruebas.
Darrell suspiró.
―Me temo que acabaré debiéndote una fortuna. Tenemos que darle la
impresión de que he acabado enviciado en el juego y que sería capaz de dejar
mi integridad a un lado con tal de poder pagar las deudas contraídas.
―Una vez que sepa que estás en mis manos, o lo que es lo mismo, en las
suyas, te chantajeará exigiéndote algo.
Darrell se frotó la barbilla pensativo.
―Debemos averiguar cuál será su próximo objetivo. La mayor parte de la
nobleza está en Londres, tiene que haber alguna pieza especial de entre las
joyas familiares que codicie particularmente.
―Visitaré a Nora ―asintió el vizconde―. Aunque nosotros solemos
pagarlas, las damas son las expertas en estimar el valor de una joya.
―Tiene que ser algo especial, único ―matizó Darrell―, no tiene por qué
ser un aderezo femenino, por muy costoso que haya sido. Sabemos que los
venden a coleccionistas, por lo que la pieza en cuestión deberá formar parte de
alguna colección familiar, no especialmente valioso por su precio, sino por su
rareza o antigüedad.
Millard asintió mientras se ponía en pie.
―Debo enviar una nota a lady Frances disculpándome por no poder
acompañarla a nuestro habitual paseo.
Al tiempo que tomaba unos papeles de su mesa, Darrell observó con
indiferencia:
―Yo se lo explicaré. Debo pasarme por Craddock House. ―Después de lo
sucedido en el carruaje necesitaba ver a Frances, saber si en verdad dejaría de
ayudar a Millard. ¿A quién intentaba engañar? Necesitaba saber que estaba
bien, disculparse por su metedura de pata... maldita sea, únicamente necesitaba
verla.
Millard enarcó una ceja mientras contemplaba a su jefe.
―No me parece muy caballeroso que mi jefe se disculpe por mí ante mi
prometida sobre algo personal.
Darrell lo miró un instante.
―Tampoco fue muy caballeroso por tu parte que te dedicases a flirtear con
toda cuanta dama encontrabas, olvidando a tu prometida que, por si no
recuerdas, es soltera e inocente.
Millard tuvo el buen sentido de ruborizarse.
―Yo... me temo que no estoy acostumbrado a tener que estar pendiente de
nadie, mucho menos en una fiesta.
«Sobre todo porque la intención era que fueses tú el que estuviese
pendiente de ella», añadió Millard para sí.
Darrell le lanzó una mirada asesina.
―Te recomiendo que comiences a hacerlo. Si Craddock se entera de que la
dejaste sola anoche, no doy un penique por tu pellejo. Escribe esa maldita
nota. Si te resulta embarazoso que yo se la entregue, envía un mensajero. ―Se
encogió de hombros―. Es tu prometida, y es tu disculpa.
Millard se acercó al escritorio, tomó papel y pluma y garabateó algo.
Después de sellar la nota, se la entregó a Darrell.
―Resultaría absurdo enviar a un mensajero.
Darrell la tomó y la depositó a un lado con indiferencia, al tiempo que
Millard se giraba para abandonar el despacho.
―Te tendré al tanto de lo que hable con Nora ―comentó por encima del
hombro mientras salía.
r
Lilith y Frances, tras haber roto el ayuno, se encontraban en la salita
privada de la condesa, ávida por que su cuñada le contase todas sus
impresiones de la fiesta en el Revenge.
―¿Es tan espectacular como dicen?
Frances sonrió.
―Incluso más. La decoración es exquisita, la cocina una delicia y el
ambiente, de lo más selecto ―explicó.
Lilith se acercó a su cuñada mientras susurraba.
―¿Había... Bueno, ya sabes... mujeres?
Frances enarcó una ceja.
―¿Por qué susurras? Estamos solas, y claro que había mujeres, sería una
fiesta muy rara si acudiesen solo caballeros ―afirmó socarrona.
―Me refiero a... otras mujeres ―insistió Lilith mientras rodaba los ojos.
Su cuñada soltó una risilla, sabía perfectamente a qué tipo de mujeres se
refería Lilith.
―No. Millard me explicó que durante la mascarada el personal femenino
disfrutaba de la noche libre. Todo el servicio era masculino.
―Oh ―musitó Lilith con lo que pareció una mueca de decepción.
Frances enarcó las cejas.
―¿Acaso esperabas que mezclasen a las cortesanas con las esposas y
familiares de los caballeros? Los dueños del club nunca llevarían a cabo un
insulto semejante. De hecho, según tengo entendido, la mascarada se creó para
que las damas pudiesen visitar, al menos un día al año, el club donde sus
maridos pasan el rato, aunque la versión más extendida es que el conde de
Devon la ideó para agasajar a la que hoy es su esposa.
Lilith sonrió soñadora.
―¡Qué romántico!
Frances la miró divertida.
―Supuse que Justin era lo suficientemente romántico contigo.
Lilith amplió la sonrisa.
―Y lo es, pero no me negarás que algo así, idear una fiesta que en su
momento podría haberse considerado un escándalo y acabar en fracaso, para
cortejar a una dama, resulta encantador.
―Supongo que sí ―concordó Frances mientras se encogía de hombros.
Lilith frunció el ceño.
―No te veo muy emocionada. ¿No disfrutaste de la fiesta?
―Sí, claro que sí, es solo...
Lilith ladeó la cabeza.
―¿Qué ha ocurrido?
Frances le contó la idea que había tenido y que había compartido con
Darrell y su respuesta, ordenándole que la llevase a cabo bajo la supervisión de
Nora.
―Frances, tal vez tenga razón. Ella sabe lo que se hace, notará si alguna de
las damas sabe más de lo que dice y pueda caer en la sospecha de que intentas
sonsacarlas, sabrá cómo actuar si eso sucede.
La aludida levantó la barbilla.
―Por eso le he dicho que me retiro, que continúe Nora. ―Lilith notó que,
aunque intentaba parecer arrogante, sus palabras tenían un matiz de desilusión.
―Cariño, ¿no te estarás precipitando? Tal vez tus celos no te dejen ver la
verdad de la intención de Darrell, que no creo que sea subestimarte, sino
protegerte.
―Me es completamente indiferente la intención que tenga ―insistió
terca―. Se lo comunicaré a Millard en cuanto llegue para nuestro paseo.
En ese momento, Shelton apareció.
―Miladies, milord requiere su presencia en el despacho.
Lilith frunció el ceño.
―¿Las dos, Shelton?
―Sí, milady.
Después de mirarse confusas, ambas se levantaron para acudir a la llamada
de Justin.
r
Mientras tanto, Darrell había puesto al tanto a Justin de lo descubierto la
noche anterior.
―¡Por el amor de Dios! ¿Dafton también? En Eton ya apuntaban maneras
de delincuentes, pero supuse que tal vez alguno hubiera madurado ―exclamó
Justin hastiado.
―Tal vez Mortimer. ―Se refería al hermano pequeño del vizconde, al que
nunca le habían agradado las andanzas de su hermano y sus compinches.
―El caso es que debemos averiguar cuál puede ser el próximo objeto que
codicie Dafton ―continuó Darrell.
―Nosotros estamos descartados. Tal vez Brentwood, pero no ofrece
fiestas, y como has dicho aprovechan estas para hacerse con las piezas. ―Se
rascó la mejilla pensativo―. Quizá Callen. El ducado de sus padres es de los
más antiguos y poderosos del país, y tal vez Kenneth esté al tanto de algo,
gracias a sus negocios. ―Miró a Darrell con aprensión―. ¿Tu hermano?
―aventuró.
Darrell se encogió de hombros.
―No lo creo. No ofrece fiestas, como mucho alguna cena a los
terratenientes locales, y que yo sepa en la familia no hay ninguna reliquia digna
de mención.
Justin resopló.
―Por cierto, ¿qué tal resultó la mascarada, además de descubrir a Dafton?
―Bien.
El conde enarcó las cejas.
―¿Bien? ¿Solo bien? Una fiesta cuya invitación es codiciada por la mayor
parte de la nobleza y ha estado... ¿bien?
Darrell se encogió de hombros.
―¿Qué quieres que te diga? Acudí por trabajo. Por cierto, debo ver a lady
Frances, además de una nota de Millard que debo entregarle, hay algo que
debo discutir con ella. ―Al notar la curiosa mirada que Justin le dirigió, se
apresuró a añadir―: Sobre el trabajo. Algo que me comentó y debo aclarar.
Justin asintió, no muy convencido, y ordenó a Shelton que avisase a las
damas.
Al entrar en el despacho, mientras Lilith se dirigía hacia Justin y este, tras
enlazarla por la cintura, le daba un tierno beso, Frances dirigió una ligera
mirada hacia Darrell, de pie ante la ventana de la habitación. Enderezó los
hombros y se dirigió a su hermano.
―¿Nos has mandado llamar para besar a tu esposa? ―inquirió con
mordacidad.
Los tres ocupantes de la habitación abrieron los ojos como platos al
escucharla. Frances no solía ser insolente, mucho menos grosera.
Justin entrecerró los ojos.
―Darrell desea hablar contigo, y yo deseaba besar a mi mujer ―repuso con
sarcasmo.
Frances dirigió su mirada hacia el aludido.
―¿Y bien? ―preguntó con desdén.
―A Millard le ha surgido algo urgente ―explicó mientras sacaba un sobre
de un bolsillo, que le tendió a Frances―, le envía sus excusas.
Frances tomó el sobre y, tras abrirlo y leerlo, lo dobló y lo guardó en un
bolsillo del vestido mientras mascullaba.
―Está excusado, las opiniones de lady Dudley siempre deben estar en
primer lugar.
«Maldita sea, siempre Nora. Primero Darrell, y ahora también Millard la
antepone a sus compromisos conmigo», pensó resentida por los celos.
Tras intercambiar una mirada con Justin, Lilith musitó.
―Frances...
Ella hizo un gesto vago con la mano.
―No importa, en realidad nada de esto es asunto mío.
―¿Qué quieres decir? ―indagó con recelo Justin.
―Desea retirar su ayuda ―intervino Darrell―, precisamente de eso venía a
hablar con ella.
Frances le lanzó una glacial mirada. ¿Eso era lo único que le interesaba? ¿Si
ella abandonaba?
―¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ―Justin estaba atónito. Después de haberse
empeñado en ayudar, ¿lo dejaba así sin más? Pasó una mirada recelosa de uno
a otro, ¿qué demonios había ocurrido en la condenada mascarada?
―Porque no soy necesaria. ―Frances estaba furiosa―. Y para ser un simple
adorno del brazo de un caballero, prefiero hacerlo en los salones, es para lo
que se me ha preparado ―siseó con sarcasmo.
Darrell la observó con irritación.
―Eso no es verdad. Me temo que malinterpretó mis palabras anoche,
milady.
―¿Cómo pude malinterpretar: «si organiza un té tendrá que ser invitada
lady Dudley»? ―siseó la muchacha.
―Yo no dije eso exactamente.
―Lo dijo, milord, y no me gusta que me subestimen. Me he dado cuenta de
que no estoy a la altura de la vizcondesa, bien, lo asumo.
Justin interrumpió el intercambio de pullas.
―¿Y qué pasará con el compromiso?
―Lo romperé.
Lilith y Justin intercambiaron una mirada alarmada.
―No puede romperlo ―espetó Darrell.
La mirada que le lanzó Frances congelaría un océano.
―¿Cómo dice?
―He dicho que no puede hacerlo ―masculló Ridley―. Esto acabará
pronto, si rompe su compromiso en estos momentos, dará lugar a habladurías,
por no hablar de que resultaría un tanto sospechoso ahora que sabemos quién
es el líder del Leviatán.
―Corríjame si me equivoco, milord, ¿me está diciendo que para lo único que
soy necesaria es para pasearme del brazo del vizconde? ―Las manos de
Frances le hormigueaban por las ganas de abofetearlo.
―No he dicho eso. ―Darrell cada vez estaba más irritado―. Como
siempre, tergiversa todo lo que digo, milady.
Lilith le hizo un gesto a Justin. Ambos salieron de la habitación, sin que
ninguno de los dos contendientes repararan en ello, dejando la puerta abierta.
Mientras Lilith comenzaba a alejarse, Justin se detuvo. Se apoyó en la pared
con los brazos cruzados. Su esposa lo miró atónita.
―¿Qué haces?
―Pensar.
Lilith enarcó las cejas.
―¿Y tienes que pensar precisamente al lado de la puerta de tu despacho?
Justin la miró ceñudo.
―Es mi maldita casa, puedo pensar donde quiera.
―Sobre todo si al mismo tiempo que piensas, escuchas ―afirmó Lilith.
Justin se encogió de hombros.
―No tengo la culpa de que mi hermana y mi amigo hablen dando voces.
Lilith resopló.
―¿Dónde está tu honorabilidad?
―No lo sé, se habrá quedado en el despacho con esos dos ―repuso Justin
sarcástico.
Lilith rodó los ojos mientras se apoyaba en la pared al lado de su cotilla
marido, que la miró enarcando una ceja.
―Yo también tengo muchas cosas en que pensar ―repuso con un guiño
pícaro.
―No puede romper el compromiso ―exclamaba en esos momentos
Darrell―. Las intenciones de Millard son honorables.
―No veo en qué le incumben a usted las intenciones del vizconde
―respondió Frances.
―Es mi amigo, además de compañero. No me gustaría que jugasen con sus
sentimientos, milady.
―¿S... sus sentimientos? ―Frances estaba estupefacta―. ¿De qué
sentimientos habla, milord? Millard solo siente afecto por mí, no me ama
―exclamó.
―Podría llegar a hacerlo ―insistió Darrell.
Frances se le acercó mientras él tragaba en seco. Cuando casi los
pantalones masculinos rozaban sus faldas, señaló desafiante.
―¿Podría? Defina amar, milord, si es que sabe. ―Frances no quiso
controlar su afilada lengua para expresar su rabia―. Lo único que he sido
capaz de provocar en determinados caballeros es deseo y lujuria, milord.
Darrell, se tensó. ¿Ella creía que él solo sentía deseo hacia ella? «Por
supuesto, no le he dado a entender otra cosa», pensó.
Carraspeó, incómodo y abatido.
―Cualquier caballero...
―¿Incluso usted, milord? ¿Usted también podría llegar a amarme?
―cuestionó con audacia.
Frances estaba harta, tan harta que le daba absolutamente igual lo que
pudiera pensar Darrell de ella.
Darrell cerró los puños con fuerza, pero no contestó.
Frances lo miró con desdén.
―Lo suponía ―admitió con displicencia, mientras se giraba para
marcharse.
―Supones mucho ―susurró Darrell con la voz ronca de deseo, mientras
lanzaba su brazo para detenerla. La atrapó por la cintura mientras le pasaba
una mano posesiva por la nuca para acercarla a él.
El beso fue pasional, incontrolado. Darrell dejó salir toda su frustración,
mientras su boca se apoderó de los labios de ella y su lengua se internaba en su
interior. Frances respondió de inmediato, abriendo sus labios rendidos
mientras dejaba escapar un gemido.
El beso se convirtió en algo dulce, tierno, con el que Darrell entregó una
parte de sí mismo. La estrechó contra él mientras los brazos de Frances se
alzaban para rodear su cuello. La dulzura y la pasión con la que Frances le
respondía hizo que un ronco gemido saliese de su interior.
Ella se aferraba a su nuca dejándose llevar por la multitud de sensaciones
que el beso de Darrell provocaba en su interior. Los brazos de Darrell eran su
hogar, y su boca, su habitación preferida. Sentía que estaba en casa... hasta que
la puerta se cerró en sus narices... otra vez.
Darrell, tras mordisquear suavemente el labio inferior de Frances, rompió
el beso. No podía continuar, ella estaba comprometida y Millard era un buen
hombre.
Frances lo miró con anhelo. ¿Sería posible que la amara? Sin embargo, un
nudo de miedo se instaló en su estómago cuando contempló la expresión de
Darrell.
Sus preciosos ojos avellana se habían oscurecido y su expresión era
indescifrable.
―¿Darrell? ―musitó insegura.
Mientras la soltaba, ajeno a la sensación de vacío que dejaba en ella, Darrell
susurró roncamente.
―¡Cómo no podrían amarte!
Frances jadeó. ¿Qué había sido eso, una demostración de que era digna de
ser deseada, incluso por él? Ya había tenido suficientes demostraciones de que
él la deseaba, maldito fuese.
La bofetada hizo girar el rostro de Darrell y sobresaltó a la pareja pensante
del pasillo.
Justin y Lilith entraron a la carrera casi tropezando con Frances, que salía
precipitadamente. Lilith, tras cambiar una rápida mirada con su esposo, salió
tras su cuñada.
Justin cerró con un portazo al tiempo que en dos zancadas se situaba
delante de Darrell, que se frotaba la mejilla. Sin pensarlo, le propinó tal
empellón que lo mandó trastabillando contra uno de los sillones, donde acabó
sentado.
―¡¿Qué demonios?! ―exclamó Ridley.
―¿En qué mierda estabas pensando? ―espetó furibundo Justin―. ¡Es mi
hermana, joder! ―ladró furioso.
―Lo siento, Jus, no volverá a pasar ―intentó disculparse Darrell.
―¡¿Te estás disculpando?! ―bramó el conde al borde de perder el
control―. ¡¿Te estás disculpando por amarla?!
Darrell clavó una mirada confusa en su amigo.
―¿Qué te crees, que no lo sé? ¿Que no lo sabemos todos desde hace
tiempo? ¿Que estás loco por ella, y a saber por qué peregrina razón no te has
ofrecido? ¡Maldita sea, Darrell!
―No lo entiendes ―musitó mientras se pasaba las manos por el cabello.
―¡Pues explícamelo! Si es que eres capaz, claro, porque ni tú mismo te
entiendes.
―¿No tengo nada que ofrecerle, Jus! ―exclamó frustrado―. ¡No podría
darle la vida a la que está acostumbrada! Soy un maldito policía, ¿crees que la
condenaría a esperar atemorizada mi regreso cada día sin saber si volveré o no?
―¡Por el amor de Dios, no seas dramático! ―repuso Justin―. Eres
inspector, tu trabajo es de despacho, y aunque tengas que salir a la calle alguna
vez no creo que sea para mediar en alguna pelea de borrachos en el East End.
»Y tienes tu propia fortuna ―continuó Justin―. Las inversiones que te
aconsejó Kenneth te han hecho rico, ¿cuál es el maldito problema?
―Aunque en este momento goce de una posición holgada, una mala
inversión puede arruinarlo todo y solo dependo de mi sueldo, maldición, ni
siquiera tengo un condenado título que ofrecerle.
Justin abrió los ojos atónito.
―¿Todo esto es por una mierda de título? Tienes uno, que no usas, por
cierto.
―¡Es de cortesía, y en cuanto mi hermano tenga un heredero lo perderé, y
entonces ella estará casada con alguien muy por debajo de su rango!
Justin entrecerró los ojos.
―¿Me estás diciendo que no te ofreces por mi hermana porque la
consideras tan arribista o codiciosa o ambiciosa, o como quieras llamarla,
como para no considerarte sin un título que te respalde?
―¡Claro que no! Mierda, Justin, no puedo ofrecerme, no soy nadie, ella
merece algo mejor.
―¿Por ejemplo, Millard?
Darrell cerró los ojos un instante mientras asentía.
Justin bufó.
―¡Por todos los demonios! ¡Por Dios que no puedo entender cómo has
llegado tan alto en tu carrera viendo la estupidez que estás demostrando en
estos momentos!
»Frances no se casará con Millard. Lo sabes, ¿no?
―Debe hacerlo, tenéis que convencerla, su reputación...
―Su reputación estaría a salvo si te ofrecieses por ella ―interrumpió Justin.
―No puedo ―susurró hundido.
Justin inspiró con fuerza. No le gustaba en absoluto lo que iba a hacer,
pero el idiota que tenía por amigo debía espabilar.
―De acuerdo. ―Se dirigió hacia la puerta, al tiempo que la abría―. Te
ruego que salgas de mi casa, y por favor, te pediría que no volvieses. ―Darrell
lo miró anonadado. Al ver su mirada dolida, Justin se forzó a endurecerse―. Y
no vuelvas a acercarte a Frances.
Darrell se levantó desolado. Entendía a su amigo. Solo podría lastimarla si
continuaba frecuentando Craddock House.
Justin lo contempló mientras abandonaba el despacho y su casa,
conteniendo las ganas de detenerlo. Maldito fuera, todo el coraje que había
demostrado ayudando a sus amigos y no tenía una brizna de arrojo para él.
k Capítulo 8 l

―¡¿Lo echaste y le prohibiste volver a tu casa?! ―exclamó Gabriel atónito.


Los cuatro estaban reunidos en su rincón favorito de Brooks’s. Callen y
Kenneth observaban, mudos por la conmoción, el sombrío semblante de
Justin. Este había salido furioso de su casa, minutos después de la visita de
Darrell, dispuesto a desahogar su frustración con sus amigos.
―¡¿Estamos hablando de Darrell?! ―insistió Gabriel, incapaz de asimilar lo
que les había contado Justin hacía unos instantes.
―¡Sí, maldita sea! ―gruñó el conde.
―¡¿Por besar a tu hermana?! ―balbuceó incrédulo Kenneth.
―¡Por Dios, Jus! ―intervino Callen―. Estamos de acuerdo en que no es
muy honorable andar besando a las hermanas de los amigos... creo ―afirmó
mientras miraba de reojo a Gabriel, que rodó los ojos con resignación―, pero
de ahí a romper tu amistad con él...
―¡Maldita sea, Callen, él la ama! ―espetó frustrado Justin.
Callen agitó la cabeza confuso.
―¡¿Lo echaste porque ama a Frances?! ¡Dios bendito, ruego por que
Millard no se haya enamorado de tu hermana! ¿Qué harás, le pegarás un tiro?
―Está loco por ella, pero no va a ofrecerse ―se lamentó Justin―. Está
obsesionado con que no es nadie, que no está a su altura, y varias estupideces
más como que no posee ningún título que ofrecerle y Frances debe aspirar a
casarse con alguien que le ofrezca el rango que, según él, merece.
―Pero él tiene un título ―rebatió Kenneth.
―Que no usa porque sabe que lo perderá en cuanto su hermano tenga
herederos ―insistió Justin.
―Dereham no tiene previsto tener herederos propios, o por lo menos se lo
está pensando mucho ―intervino Gabriel―. ¿Cuántos años tiene, cincuenta y
tres, cincuenta y cuatro?
―Cincuenta y dos ―afirmó Kenneth.
―Pues eso. Si espera mucho más, no podrá acudir al mercado matrimonial,
tendrán que llevarle los corderitos a Hertfordshire ―aseguró Gabriel―. Es de
esperar que el marquesado lo herede Darrell.
―Está convencido de que Dereham tendrá sus propios hijos tarde o
temprano ―aseveró Kenneth.
―¿Y qué vamos a hacer? ―inquirió Callen.
―¿Con qué? ―respondió confuso Kenneth.
―¿Cómo que con qué?, con Darrell ―miró a Justin―. ¡No pretenderás que
nosotros también le demos de lado!
―Yo no le he dado de lado ―rebatió Justin, mientras tres pares de cejas se
levantaban―. Solo le he dado un empujón para que se deje de tonterías. Y por
supuesto que no pretendo que lo excluyáis, sigue siendo mi amigo, además de
que os necesitará.
Gabriel meneó la cabeza con resignación.
―No me gusta toda esta situación. Hemos estado unidos desde niños. No
sé si el que apartases a Darrell ha sido una buena decisión ―razonó mirando a
Justin.
―No lo ha sido ―concordó Callen, mientras Kenneth negaba con la
cabeza.
―¡Maldita sea, fue lo único que se me ocurrió! Mi preocupación en ese
momento era Frances. Vosotros no visteis su rostro demudado al salir del
despacho ―comentó Justin abatido―. No deseo volver a verla así, mucho
menos a causa de la terquedad de ese cretino.
―¿Y crees que alejando a Darrell lo evitarás? No creo equivocarme si digo
que tu hermana no considerará ningún compromiso si no es con él
―reflexionó Gabriel―. Me temo que romperá el acuerdo con Millard y su
reputación se resentirá.
―Millard lo sabe ―repuso Justin―. Aceptará que sea Frances la que rompa
el compromiso y no pondrá ningún obstáculo para asumir él la culpa. Habrá
murmuraciones, sí, pero quizá sea el momento en el que Darrell deba dar un
paso al frente.
―¿Supones que desistirá de su obcecación para proteger a Frances?
―cuestionó Gabriel.
Justin se pasó una mano por el rostro.
―Ruego por ello.
r
Lilith cerró con cuidado la puerta de la alcoba de Frances tras sí. Se apoyó
en ella mientras contemplaba a su cuñada delante de la ventana, mirando sin
ver los jardines que rodeaban la residencia. Esperó en silencio. Frances hablaría
en cuanto recobrase el control sobre sí misma.
―No lo entiendo ―dijo con la voz rota―. ¿Por qué después de besarme se
aleja, Lilith? ¿Qué está mal en mí?
Lilith suspiró mientras se acercaba a su cuñada. La tomó de la mano, y tiró
suavemente de ella para sentarla en la cama. Tras sacar un pañuelo de su
bolsillo, se lo ofreció y se sentó a su lado.
―No hay nada malo en ti, cariño ―susurró―. Me temo que Darrell está
confuso, o quizá haya algo más que no conocemos, pero te aseguro que nada
tiene que ver contigo.
―No sé qué hacer. Hay instantes en que veo brillar algo en sus ojos, algo
como lo que yo siento por él pero, ―Frances meneó la cabeza―, son tan
fugaces..., que a veces pienso que es mi anhelo por él el que me hace verlo, que
es solo una ilusión.
―No lo es. Todos hemos visto cómo te mira, en sus ojos hay el mismo
anhelo que en los tuyos.
Frances giró su rostro para mirar angustiada a Lilith.
―Si es así, ¿por qué me empuja constantemente hacia Millard?
―No lo sé, pero lo averiguaré. Hablaré con Justin.
―Voy a romper el compromiso con Millard, Lil. No tengo intención alguna
de casarme cuando mi corazón pertenece a otro. No sería capaz.
―Frances...
―No, Lil. Una cosa es un matrimonio de conveniencia, del que puedes
esperar que surja afecto, cariño, incluso amor, pero si mi corazón está en otro
lado, no podré darle ninguna oportunidad, y no quiero ni pensar que mi
supuesto esposo desarrollase sentimientos hacia mí, me sentiría mezquina.
»Esperaré unas semanas y me marcharé a Craddock Manor, deseo estar
sola. ―Ante la mirada preocupada de Lilith se apresuró a aclarar―. No es que
rechace vuestra compañía, pero necesito... ¿lo entiendes?
―Desde luego. ―Lilith se levantó después de apretarle cariñosa las manos
que Frances tenía entrelazadas en su regazo―. Refréscate un poco, podemos
recoger a Shelby y dar un paseo, ya que el tuyo con el vizconde se ha frustrado.
Te vendrá bien. Además, ―sonrió pícara―, debe de estar ardiendo de
impaciencia por que le cuentes cómo es un club de caballeros por dentro.
Frances soltó una risilla trémula.
―Es desconcertante que no se haya presentado ya exigiendo conocer todos
los detalles.
―Una cosa, Frances ―advirtió Lilith con la mano ya en la manilla de la
puerta―, esta noche asistirás a la fiesta de los barones Larson tal y como
habíamos previsto. Hasta que lo rompas, estás comprometida con Millard, y tu
ausencia daría pie a comentarios. Por cierto ―comentó con malicia―, espera
unos días para romper el acuerdo. Si Darrell desea revolcarse en su miseria,
tendrás que proporcionarle miseria suficiente.
r
Darrell entró en la fiesta de lord y lady Larson bien avanzada esta, con el
mismo animo que sentiría si se dirigiese a la horca. Notaba un nudo en el
estómago al pensar que no podría acercarse a sus amigos. No mientras
estuviese Justin con ellos. Pensó con amargura que nunca se habían
distanciado, incluso habiendo tenido sus disputas, y perder a uno de sus
mejores amigos después de tantos años..., aunque tuviese razón. Si ella hubiera
sido su hermana, tal vez hubiera hecho lo mismo... después de desparramar
todos sus dientes por el suelo, por supuesto.
Hizo una mueca, tal vez su deprimente estado de ánimo le viniese bien
para no centrarse en el juego y representar su papel a la perfección.
Sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor, se dirigió hacia la sala
de caballeros, tenía un papel que representar. Sus amigos no solían
frecuentarlas en las fiestas a las que acudían, salvo Kenneth, y en otros
tiempos. Intuía que a Dafton no le bastaría con lo que le comentase Millard,
sino que buscaría cerciorarse con algún otro miembro del club, con lo cual
debería estar en guardia al no saber quién estaría pendiente de sus
movimientos.
Se sentó en una de las mesas y comenzó con su representación. Darrell no
era jugador, pero había visto infinidad de veces a Kenneth en las mesas de
juego. Su capacidad de observación y el que su amigo fuese un jugador experto
hicieron que, si se decidía a jugar, generalmente con sus amigos, no soliese
perder, hasta el punto que sus amigos habían decidido que Kenneth y él no
formasen pareja nunca.
En esa mesa no se jugaban grandes cantidades, no estaban en un club de
juego, sino en una fiesta privada, por lo que las apuestas eran de poca cantidad.
Darrell se limitó a alternar ganancias con pérdidas. Le quedaban horas de
juego, puesto que si deseaba representar bien su papel, no podría abandonar la
sala hasta que provocase una racha de pérdidas.
Gabriel se dirigía hacia el grupo formado por sus amigos tras bailar con
Shelby. Casi tenían que atravesar todo el salón para llegar hasta ellos cuando, al
pasar por delante de la sala de caballeros y echar un vistazo indiferente, algo le
llamó la atención. Se detuvo con tanta brusquedad que Shelby casi cae de
bruces. La sujetó con premura, mientras se disculpaba.
―Le ruego me disculpe, señorita Holden ―murmuró―. Me temo que algo
me ha distraído.
Shelby miró con curiosidad hacia el interior de la sala.
―Entiendo, milord, no se preocupe. Esa escena distraería a cualquiera.
Gabriel la miró frunciendo el ceño, sin embargo, tras echar otra mirada a la
sala, continuó hacia sus amigos.
Una vez dejó a Shelby con las damas, se giró hacia el grupito de caballeros.
―Darrell está jugando en la sala de caballeros ―espetó.
Kenneth casi se atraganta con el sorbo de su bebida.
―¡¿Darrell?! ¿Estás seguro?
Gabriel asintió.
―Lleva ahí dentro desde que llegó ―comentó Justin con indiferencia―. Y
de eso hace un par de horas.
―No es propio de él ―masculló Callen.
Todas las miradas se dirigieron acusadoras hacia Justin. Este rodó los ojos.
―¡¿Qué?! No ―siseó―, mi enfado con él no ha ocasionado que se envicie
en el juego, tiene que haber otra razón. Darrell no es de los que ahogan sus
penas en el alcohol o en las apuestas, tiene el coraje suficiente como para
afrontar sus problemas.
La mirada de Gabriel se dirigió hacia la pareja que llegaba en ese momento.
―¡Millard! Él podrá aclararnos algo.
Cuando el vizconde se acercó a ellos, Gabriel no perdió el tiempo.
―¿Por qué demonios Darrell lleva dos horas en la sala de caballeros?
―espetó indignado.
Millard miró a su alrededor y, tras sisear entre dientes un discreto «aquí
no», habló en tono de voz normal.
―Parece que Ridley se ha aficionado al juego ―repuso mientras se encogía
de hombros―. Una afición un poco tardía, si se me permite decirlo, pero
parece ser que le ha cogido el gusto.
Millard esperaba que alguno de sus amigos entrase en la sala dispuesto a
reprocharle su actitud. Les vendría muy bien que, quien estuviese vigilando, se
percatase de que incluso estaba dispuesto a distanciarse de sus amigos a causa
de su nuevo vicio.
Callen bufó y, girándose, salió disparado hacia la sala de caballeros seguido
por Kenneth y Gabriel.
Darrell los vio entrar y sonrió interiormente. Todo iba saliendo según
habían previsto.
Se situaron tras Darrell mientras esperaban que la partida acabase. Cuando
finalizó, Kenneth notó que Darrell había perdido una cantidad nada
desdeñable. Frunció el ceño. Darrell era tan buen jugador como él, quizás
mejor, puesto que era un buen observador.
―¿Qué demonios estás haciendo? ―ladró Callen―. ¿Ahora te dedicas al
juego?
Darrell se encogió de hombros.
―Es un pasatiempo como cualquier otro; además, he descubierto que es
muy entretenido. ―Alzó la mirada hacia Kenneth, que lo observaba con los
ojos entrecerrados―. Ahora entiendo que te gustasen tanto las mesas de juego.
Resulta muy estimulante la incertidumbre de no saber qué te depararán las
cartas, depender de tu pericia, o la falta de ella.
Gabriel intentó disuadirlo.
―Vamos, Ridley, ya es suficiente por esta noche.
Darrell lo miró con hostilidad.
―Yo decidiré cuándo es suficiente ―masculló―. Largaos, no es asunto
vuestro lo que haga en mi tiempo libre.
Por un instante se avergonzó al ver los rostros dolidos y estupefactos de
sus amigos. Volvió su mirada hacia sus compañeros de mesa y les hizo un
gesto indicándoles que continuaran, al tiempo que se desentendía por
completo de los tres caballeros que lo observaban atónitos.
«Espero que Millard les explique la situación, no me gustaría perder
también su confianza», pensó.
Los tres hombres, tras mirarse, salieron de la habitación.
―Todo esto es una charada ―murmuró Kenneth―. Darrell es un excelente
jugador, y por lo que he visto está perdiendo. Esperemos a ver qué nos aclara
Millard. En principio, yo no me creo nada de lo que acabo de ver.
―Supongo que tienes razón ―admitió Callen―. No es propio de Darrell el
comportamiento que acaba de mostrar.
Al llegar al lugar donde habían dejado a Millard y a Justin, observaron que
el vizconde no estaba.
―En la mañana, en Tattersalls ―murmuró Justin―. Nos explicará el extraño
comportamiento de Darrell.
Mientras tanto, Shelby explicaba a sus amigas lo que había alterado tanto a
los caballeros.
―Ridley estaba sentado a una de las mesas, y por lo que parecía no tenía
intención alguna de levantarse en un buen rato ―comentó desconcertada.
El mismo desconcierto sonó en la voz de Jenna.
―¿Darrell jugando? ¿Estás segura?
―Por supuesto. ¿A dónde crees que se han dirigido a toda prisa tu marido
y los demás?
Celia observó a Justin que, junto a Millard, no había acompañado a los
demás.
―Me pregunto por qué Justin no ha ido con ellos.
―Eso, y otras cosas, tengo intención de averiguarlo en la mañana ―replicó
Lilith mientras observaba con los ojos entrecerrados a su marido, que parecía
indiferente a la preocupación de sus amigos.
Frances escuchaba los comentarios desconcertados de sus amigas, sin
embargo, no dijo una sola palabra. Tal vez Darrell ya no era el hombre que
conoció a su llegada a Londres, quizá su trabajo en los runners lo había
cambiado hasta el punto de no quedar en él nada de aquel caballero con
sentido del humor, lealtad, inteligencia y coraje. A pesar de no contar con
ninguna asignación como hermano de un marqués, consiguió labrarse un
porvenir y convertirse, según había escuchado, en el inspector más joven de la
recién instaurada policía metropolitana. No parecía quedar nada de aquel joven
risueño que admiraba cuando niña y visitaba Craddock Manor, y del que se
enamoró como mujer en su primera temporada.
Entendía que, como runner, Darrell habría visto demasiadas cosas. Aquellos
asesinatos, el secuestro de Celia, el disparo a Kenneth, el peligro por el que
pasó Lilith y el ver a Justin destrozado físicamente tal vez habían hecho mella
en él, y se había convertido en alguien cínico y descreído de todo, y ese no era
el hombre del que se había enamorado. A ese Darrell no lo conocía en
absoluto.
Meneó la cabeza para alejar sus sombríos pensamientos cuando escuchó la
voz de Millard.
―Disculpe, milord, me temo que estaba distraída.
―Me preguntaba si acudirá en la tarde de mañana a la velada musical de
lady Osborn.
―Esa es mi intención, sí. La señorita Holden y lady Craddock me
acompañarán. Me temo que a Craddock no le entusiasman dichas veladas.
Millard asintió satisfecho.
―Será un placer encontrarlas allí.
r
Tras abandonar la fiesta, Millard y Darrell se dirigieron hacia el Revenge.
Debían continuar la farsa.
Tan pronto entraron, el marqués de Rutland se acercó a ellos.
―Caballeros, espero que la mascarada les haya ayudado en sus
investigaciones.
Darrell asintió.
―De hecho, más de lo que habíamos previsto.
En ese momento, Devon se acercó a ellos.
―Caballeros.
Millard y Darrell correspondieron al saludo. Haciendo ver que era una
inofensiva conversación entre los dueños del club y dos posibles miembros,
miraban con indiferencia la sala, sin demostrar en ningún momento que la
charla era de bastante más seriedad.
―Hemos descubierto que el barón Dafton es el líder del Leviatán
―murmuró Darrell.
―¿Desean que su membresía quede revocada? ―ofreció Rutland.
―No, en principio nuestro plan es que Ridley se haga pasar por alguien que
ha descubierto las bondades del juego, la oportunidad fácil de obtener mucho
dinero frente a su miserable sueldo de policía ―explicó Millard.
Darrell lo miró enarcando una ceja.
―Tampoco es tan miserable.
Devon y Rutland sonrieron.
―¿Qué proponen, caballeros? ―inquirió Devon.
―Jugaré en las mesas, casi siempre en las que esté Millard, ganando y más
tarde perdiendo grandes cantidades. El plan es que llegue a oídos de Dafton e
intente chantajearme, con lo cual podremos atraparlo.
Devon se frotó la barbilla.
―Me parece un buen plan, sin embargo, debemos hacerlo más creíble.
Jugará también contra la banca. ―Al ver el rostro receloso de Darrell, se
apresuró a explicar―: No se preocupe, Ridley, ni sus ganancias ni sus seguras
pérdidas serán registradas en la contabilidad del club. Le serán devueltas en
cuanto finalice la investigación.
Millard y Darrell se miraron confusos. No esperaban tanta ayuda por parte
de los dueños del Revenge.
―Al ayudarles nos ayudamos a nosotros mismos ―aclaró Rutland―. No
admitimos trampas, mucho menos chantajes de unos miembros a otros. Si
consigue atrapar a Dafton, la membresía del resto de los miembros del
Leviatán será revocada, así que creemos que es un trato justo.
―Agradecemos su ayuda, milores ―asintió Darrell.
―Bien. Pues disfruten de la noche ―ofreció Rutland―. Me encargaré de
dar instrucciones a los crupieres.
Mientras Devon y Rutland se alejaban, Millard le comentó a su jefe:
―Durante la fiesta te observaban con atención.
―Lo sé.
―Me temo que aquí harán lo mismo, así que a perder, amigo, como si
nadaras en libras. Recuerda ―advirtió―, los pagarés solo me los firmarás a mí.
Con los demás caballeros debes jugar pequeñas cantidades, incluso ganar
alguna vez.
Darrell asintió con un suspiro. Deseaba acabar con esto de una maldita vez
y conseguir averiguar qué clase de trampa le tenía preparada Dafton. Andar
correteando por los clubes de juego no era algo que particularmente le
entusiasmara.
Ninguno podía sospechar que se enterarían de la manera más insospechada
y a través de quien menos esperaban.
r
Lilith le hizo una seña a Justin mientras desayunaban. Este, a su vez, miró a
Shelton, que se apresuró a sacar a los lacayos del comedor de desayuno.
Cuando hubieron salido y el mayordomo cerró la puerta tras él, Lilith
comenzó el interrogatorio.
―¿Qué ocurrió durante la visita de Darrell?
Justin miró alternativamente a su esposa y a su hermana, que permanecía
con expresión indiferente.
―Quizás debieras preguntárselo a Frances ―contestó con sorna.
Lilith entrecerró los ojos.
―Te estoy preguntando a ti.
Justin suspiró.
―Discutimos, y le prohibí que volviera a Craddock House...
―¡¿Qué?! ―exclamó su esposa horrorizada―. ¿Has roto tu amistad con
uno de tus mejores amigos? ¿Por qué?
Frances miró a su hermano, sin embargo, Justin notó que en su mirada no
había el mínimo rastro de curiosidad. Era como si esperase, con indiferencia,
un comentario sobre el tiempo.
―No creo que debamos tener esta conversación... ―intentó Justin.
―¿Delante de mí? ―terció Frances, mientras hacía el gesto de levantarse―.
No te preocupes, no es algo que me interese.
Lilith lanzó una mano para apresar la de Frances.
―No. Tú te quedas, si no te interesa, cosa que dudo, por lo menos sí es de
tu incumbencia. Si han roto su amistad es por lo que ha sucedido entre
vosotros, así que lo justo es que lo sepas. ―Volvió la mirada hacia su marido―.
¿Y bien?
Justin masculló entre dientes. «Maldita sea, no puedo decirle que Darrell la
ama pero que se considera poca cosa para ella... ¿o si?», pensó, «Quizá si
Frances lo sabe, ella sí pueda hacer que espabile».
Justin tomó un sorbo de su té ante la mirada expectante de su esposa. Dejó
la taza y, tras carraspear incómodo, empezó a hablar.
―Sabía, por Kenneth, que Millard trabajaba con Darrell y que mantenían
una buena amistad. No sé qué demonios me impulsó a contactar con él y
proponerle... El caso es que llegamos a un pacto: él te cortejaría confiando en
que Darrell reaccionase. Preferí no ponerte al tanto del acuerdo entre el
vizconde y yo suponiendo que te negarías, aunque solo fuese por orgullo. Y
cuando aceptaste, tras ver el enojo de Darrell creí que la estratagema
funcionaría. Por esa razón no te consulté. ¿Crees que tomaría en consideración
el ofrecimiento de un cortejo por parte de cualquier caballero sin antes
conocer tu opinión?
»Hace tiempo que todos estábamos al tanto de lo que Darrell siente por ti,
esperábamos un ofrecimiento por su parte y nos desconcertaba que no lo
hubiese. Claro que en ese momento no sabíamos de sus absurdas razones para
mantenerse al margen.
»Si Millard ya intuía que Ridley tenía sentimientos por alguna dama, se
cercioró de quién era ella cuando Darrell le recriminó que solicitara cortejarte
estando inmersos en una investigación importante. Millard lo conoce, trabajan
juntos desde hace años y sabía que a Darrell le importaría un ardite el que
cortejase a una dama estando o no en medio de un trabajo. Entendió que
semejante explosión de furia por su parte solo podía deberse a un motivo.
»Ambos, tras comprobar que Darrell, incluso después de su... arrebato, no
había hecho movimiento alguno para impedirlo o para ofrecerse él, decidimos
que continuaría con el cortejo y se retiraría en el momento en que Darrell
recapacitase. ―Justin esperaba de un momento a otro la explosión de su
hermana. Esta, no obstante, se mantenía con la mirada inexpresiva fija en su
taza de té.
»Sin embargo, todo se precipitó cuando surgió lo de la mascarada. No
podrías acompañarlo sin que tu reputación acabase destrozada si se enteraban
de tu identidad, aunque, por otro lado, la confidencialidad exigida en el Revenge
era absoluta so pena de la retirada de la membresía, no podíamos correr ese
riesgo. ―Justin cada vez estaba más preocupado por el mutismo de su
hermana―. Al ver que Darrell parecía resignado a mantenerse al margen,
ideamos el compromiso. De que dicho compromiso era una farsa con el fin de
permitirte asistir a la mascarada sí estabas al tanto, además de que Millard
insistió en que no te obligaría a nada, que deberías de ser tú quien lo rompiese
para preservar tu reputación, él no pondría obstáculo alguno si alegases
cualquier defecto en él que te impidiese seguir adelante...
Frances giró el rostro hacia su hermano. Sus ojos se habían oscurecido de
indignación. Fríamente, murmuró con voz queda.
―No te reconozco. Me has manipulado, has intentado manipular a uno de
tus mejores amigos y, no contento con eso, cuando las cosas no salen como
habías previsto, rompes tu amistad con él.
Justin notó el calor subiendo por su cuello, sin embargo, no se arredró.
―No he acabado ―siseó con la misma frialdad que había empleado su
hermana.
Frances alzó la barbilla con altanería.
―No he roto mi amistad con Darrell. Es mi amigo y lo seguirá siendo,
simplemente le he hecho ver que tiene que dejar a un lado su... ni siquiera sé
cómo llamarlo. Él te ama, pero no se siente digno. Está obcecado en que no
podría darte la vida que llevas, que, aunque tiene fortuna propia, esta podría
perderse por algún misterioso giro del destino y contaría solo con su sueldo de
la policía, cosa que a él le parece insuficiente para proporcionarte el nivel de
vida al que estás acostumbrada, además de que no desea para ti la vida como
esposa de un policía, cree que vivirás con el miedo a que pudiese no regresar.
Y, por si fuera poco, a eso añade que no tiene título alguno que ofrecerte, con
lo que tu estatus en la alta se rebajaría.
Lilith intervino desconcertada.
―Pero es el presunto heredero del marqués de Dereham, por derecho le
pertenece un título de cortesía.
―Como has podido comprobar ―contestó irritado su marido―, no lo
utiliza. Sabe que Dereham, o eso cree, tendrá sus propios herederos y perderá
el título.
»Tal vez me equivoqué, tal vez reaccioné desproporcionadamente, Frances.
―Miró a su hermana frustrado―. Pero al ver tu rostro cuando saliste del
despacho, sabiendo lo que Darrell siente por ti y que no es capaz de superar su
maldita obcecación, me pudo la rabia. Le prohibí volver a Craddock House y
acercarse de cualquier manera a ti. Si me he sobrepasado, lo siento, mi
intención era que abriera los ojos de una maldita vez.
Cuando volvió la vista hacia su hermana, las lágrimas corrían por sus
mejillas.
―Frances... no, por favor, lo arreglaré... ―murmuró desolado.
―Él... ¿él me ama? ―susurró con voz queda la muchacha.
Lilith y Justin se miraron.
―Por supuesto, cariño ―murmuró Lilith―. Te lo dije, solo que es un
maldito terco.
―¿Es que acaso no me conoce? ¿Me cree tan arribista como para poner mi
atención solo en caballeros que tengan algún título? ―continuó.
―Cariño, no es que te crea así ―insistió su cuñada―. Es él el que se ha
obsesionado con que no te merece. No tiene nada que ver contigo.
Frances alzó los ojos para clavarlos en los de su cuñada. Tras limpiarse las
lágrimas de un manotazo, inquirió:
―¿A eso te referías cuando dijiste que si quería revolcarse en su miseria,
debería darle miseria suficiente?
Justin enarcó las cejas mientras giraba el rostro hacia su esposa. Durante un
breve instante no pudo evitar sentir lástima por su amigo, al ver la indignación
y la rabia en los ojos todavía acuosos de su hermana y la expresión ladina en el
rostro de su esposa.
Frances miró a su hermano con una expresión que a Justin le pareció
espeluznante.
―¿Quiere sentirse miserable? Por Dios que será el más miserable de los
hombres ―espetó desafiante.
Justin se levantó, que las damas planeasen lo que fuese que quisiesen
planear. Él no deseaba estar en medio, sobre todo porque, generalmente, salía
escaldado.
―Debo dejaros. Tenemos una cita en Tattersalls, Millard va a explicarnos la
razón de la sorprendente afición de Darrell por el juego.
k Capítulo 9 l

Esa misma tarde, durante la velada musical organizada por lady Osborn,
Frances conversaba con Lilith y Shelby durante el descanso cuando se fijó en
un pequeño grupo de damas.
―Me temo que tendré que ir a saludarlas ―anunció resignada. Algunas de
las damas eran las esposas de miembros del Leviatán―. No tardaré.
Se acercó al grupito y, tras hacer su reverencia, la saludaron con
amabilidad.
―Lady Frances, tan hermosa como siempre, mis felicitaciones por su
reciente compromiso ―la saludó una de ellas, la esposa de un barón, según
recordaba Frances.
―Gracias, milady.
―Miladies, permítanme presentarles a lady Frances Wilder ―La baronesa
se dirigió a dos damas que Frances no conocía, aunque a una de ellas intuía
que la había visto en algún sitio.
―Lady Mortimer y lady Dafton.
Frances hizo una reverencia a las damas.
―Un placer conocerlas, miladies.
―El placer es nuestro ―contestó lady Dafton.
Mientras las damas se enfrascaban en una conversación intrascendente,
Frances, al escuchar la voz de lady Dafton, se dio cuenta de que era la dama
que acompañaba al caballero delgado que se había detenido a hablar con
Darrell y Millard en el Revenge.
La observó con disimulo mientras hablaban. Mayor que ella, no llegaría a la
treintena, sonreía, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos. Hermosa, un poco más
baja que ella, Frances sintió un rechazo instintivo hacia la mujer.
Charlaron durante unos minutos hasta que Frances se disculpó.
―Si me disculpan, miladies, el concierto comenzará pronto y debo regresar
con mis acompañantes.
―Por supuesto, milady ―volvió a hablar lady Dafton―. ¿Asistirá a la fiesta
de los marqueses de Lester?
Frances asintió.
―Estaremos encantadas de volver a verla.
Frances hizo una reverencia.
―Disfruten de la velada, miladies.
r
Mientras se preparaba para la fiesta, Frances reflexionó sobre su encuentro
con las damas en el concierto. Millard había comentado, ¿o fue Darrell? Daba
igual, que los intereses de los miembros estaban en el robo de piezas valiosas y
únicas. Observó el vestido que su doncella le había preparado. No resultaba
adecuado para lo que tenía en mente.
Decidida, salió de su alcoba y se dirigió hacia las dependencias condales.
Llamó a la puerta de su hermano. Cuando su valet abrió, Frances preguntó.
―Buenas noches, Roberts, ¿sería posible ver a milord?
La voz de Justin se escuchó desde el interior.
―Pasa, Frances.
Frances se internó en la alcoba de su hermano. Justin ya estaba
completamente vestido, únicamente le faltaba la chaqueta. La estudió con
atención.
―¿Ocurre algo?
―Me preguntaba... el aderezo que me regalaste de esmeraldas cuando
cumplí los dieciocho años, ¿sería posible que lo luciese hoy?
Justin frunció el ceño. Ese aderezo, espectacular, no era particularmente
del agrado de su hermana. Lo encontraba demasiado ostentoso, de hecho,
había sido relegado a la caja fuerte en lugar de estar en el cofre con las demás
joyas personales de Frances.
―¿Deseas lucirlo? ―inquirió extrañado.
Frances miró de reojo a Roberts.
Justin se acercó a su valet, que sostenía la chaqueta. Tras ponérsela, tomó
del brazo a su hermana.
―Acompáñame al despacho a recogerlo.
Cuando llegaron, Frances se explicó.
―He coincidido en la velada musical con lady Dafton, por lo visto es amiga
de las damas que Millard me presentó como esposas de los miembros del club.
―Justin se tensó al escuchar el nombre―. Acudirán a la fiesta y he pensado
que, si luzco ese aderezo, quizás hablen de joyas y puede que se les escape algo.
Todavía no conocen cuál será el próximo robo, ¿no?
―Frances...
―Son damas, Justin, se limitan a cotillear, y si a alguna se le escapa algo,
debo aprovechar la ocasión. No haré preguntas, te lo prometo, me limitaré a
escuchar ―ofreció ella.
Justin resopló.
―De acuerdo.
Abrió la caja y sacó el espectacular conjunto. Un collar compuesto de
esmeraldas talladas como su propio nombre, enlazadas unas con otras por
diamantes. Las esmeraldas aumentaban de tamaño conforme se acercaban al
centro del collar, hasta finalizar en una de un tamaño que a Frances le parecía
obsceno. Los pendientes, sin embargo, así como la pulsera, estaban
compuestos por esmeraldas y diamantes más pequeños.
Frances miró con aprensión el ostentoso collar.
―Acabaré con dolor de cuello ―masculló con fastidio.
Justin soltó una risilla.
―Cualquiera de esas damas mataría por una joya como esa.
―Eso espero ―contestó Frances. Al ver la mirada que le dirigió su
hermano, aclaró―: No que maten, por supuesto, sino que les sirva de acicate
para hablar más de la cuenta. ―Hizo una mueca―. Si no, acabaré con el cuello
destrozado para nada.
Tomó el estuche con las joyas y, tras guiñarle un ojo a su hermano, se
dirigió a su alcoba.
Justin la observó marcharse con una sonrisa. Así quería verla: animosa y
segura de sí misma. Tal vez sincerarse con ella hubiese valido para darle la
seguridad que necesitaba.
r
La entrada de Frances del brazo de Millard, acompañada por Justin y Lilith,
en Lester House resultó espectacular, aunque en realidad lo espectacular era el
llamativo collar que llevaba puesto.
Tras saludar a los anfitriones, se dirigieron hacia la mesa de bebidas.
Frances solicitó una copa de champán siendo secundada por Lilith. Justin
enarcó las cejas mientras repasaba la copiosa cena que habían degustado antes
de salir hacia el baile. Esperaba que no comenzasen a beber como marineros,
aunque con su belicoso duendecillo y su decidida hermana no podría estar
seguro.
Frances, tras tomar un sorbo de su copa, susurró al oído de su cuñada.
―En cuanto sepas que Darrell ha llegado, házmelo saber.
Lilith soltó una risilla entre dientes mientras asentía.
Tras el primer baile de apertura sonó un vals. Justin tomó de la mano a su
esposa y se dirigió a la pista, al tiempo que Millard ofrecía su brazo a Frances.
El vizconde observó jocoso la joya que llevaba Frances.
―Santo Dios, si yo tuviera que llevar eso colgado del cuello, me temo que
no conseguiría caminar erguido, tendría que arrastrarme.
Frances soltó una carcajada.
―Me temo que es así como acabaré la noche.
―Si le resulta incómodo, ¿por qué lo está utilizando? Si me permite
preguntar, claro.
―Ayer he conocido a ciertas damas, y creo que esta... aberración ―susurró,
provocando una sonrisa en Millard― hará que hablen como cotorras.
Millard enarcó una ceja.
―¿Ciertas damas esposas de ciertos miembros de cierto club? ―inquirió
con diversión.
―Ciertamente ―confirmó Frances reprimiendo una carcajada. Le gustaba
el sentido del humor del vizconde. Si no tuviese el corazón lleno de Darrell,
sería fácil enamorarse de él.
Cuando la pieza acabó, Frances divisó al grupo de damas que le
interesaban. Se disculpó con sus acompañantes y se dirigió hacia ellas.
―Lady Frances ―saludó la baronesa de la que no era capaz de recordar el
nombre.
―Miladies ―contestó mientras hacía su reverencia.
Frances observó que lady Dafton no apartaba los ojos del collar aunque
procuraba disimular. Sin embargo, fue la baronesa la que se interesó.
―Precioso aderezo ―comentó con envidia mal disimulada.
Frances se llevó una mano al cuello para posarla con indolencia sobre las
esmeraldas, provocando que todas las miradas se dirigiesen hacia el collar.
―Cierto. Lástima que pese un poco ―comentó con indiferencia.
―¿Una joya familiar? ―inquirió de nuevo la baronesa.
―Me temo que no. Fue un regalo de Craddock en mi dieciocho
cumpleaños ―contestó.
―Un regalo espléndido ―intervino lady Dafton.
―Desde luego ―concordó Frances―, pero me temo que a veces los
caballeros tienen un gusto en joyas que coinciden más con su ego que con
nuestra comodidad. Hay momentos en que pienso, al ver los regalos que
Craddock le hace a su esposa, que aprecia más las joyas él que ella.
―Dígamelo a mí ―afirmó lady Dafton―, lord Dafton es un enamorado de
las joyas, piezas únicas, por supuesto.
Frances sonrió con complicidad.
―Lástima que las piezas que puedan definirse como exclusivas escaseen, a
no ser que sean reliquias familiares de mucha antigüedad. Pocas familias son
poseedoras de semejantes tesoros.
―Oh, pero usted conoce a una de ellas, lady Frances ―señaló lady Dafton.
Frances abrió los ojos atónita.
―¿Yo? ―Miró a su alrededor como si fuese a escuchar un gran secreto―.
¿De quién se trata? ―susurró.
―Los duques de Hamilton y Brandon ―repuso la vizcondesa―. Creo que
en el castillo Hamilton hay un grupo de piezas que pertenecieron al conjunto
de joyas que el rey de Francia cedió para la causa jacobita. ―Los astutos ojos
de la vizcondesa no se apartaban del rostro de Frances.
Frances hizo un gesto de aburrimiento.
―Oh, esas piezas, en verdad son exquisitas. ―Se inclinó hacia la vizcondesa
como si estuvieran conspirando―. Pero no están en Escocia, Clydesdale las ha
traído a Londres. ―Se encogió de hombros―. No entiendo la razón, la verdad.
Puede que sea por el motivo que hemos comentado, quizá reafirme su ego
haciendo que su marquesa las luzca ―continuó con falsa frivolidad, al tiempo
que notaba el brillo de codicia en los ojos de la vizcondesa―. O tal vez disfrute
contemplándolas de vez en cuando.
Lady Dafton hizo una mueca.
―Al igual que lord Dafton. ―Su mirada se volvió especulativa―. Me temo
que mi esposo daría un brazo por poseer esas piezas. ¡Qué digo, creo que hasta
me cambiaría por ellas! ―afirmó soltando una risa que no contenía un ápice de
alegría pero que fue secundada por las otras damas, incluida Frances.
Frances susurró:
―Espero que mi futuro marido no tenga esa querencia por las joyas, si no,
me temo que viviré en un perpetuo desasosiego por si decide intercambiarme.
La vizcondesa la observó con curiosidad.
―Lord Millard no me parece un caballero al que le interesen
particularmente las joyas ―comentó.
Frances soltó un suspiro que hizo parecer de alivio.
―Me tranquiliza, vizcondesa ―replicó sonriente.
La conversación pronto derivó a otros temas intrascendentes. Frances
continuó en su compañía durante un buen rato, hasta que Millard acudió a su
rescate al acercarse para solicitarle un baile.
―Miladies. ―El vizconde se inclinó ante las damas―. Lamento privarles de
la compañía de mi prometida, pero me temo que este es nuestro baile.
―Por supuesto, milord ―asintió lady Dafton―. Disfruten de la fiesta.
Tras hacer una reverencia y tomar el brazo que Millard le ofrecía, la pareja
se alejó.
―Gracias, temía precipitarme si me marchaba.
Millard alzó y bajó las cejas varias veces, socarrón.
―Ha sido un placer, milady, acudir en su ayuda. Por un momento me he
sentido como un caballero medieval acudiendo al rescate de su dama.
Frances no pudo evitar soltar una carcajada.
Tras el baile, Millard escoltó a Frances hacia donde se encontraban los
Craddock, ya acompañados por los marqueses de Clydesdale, los vizcondes
Hyland, Shelby y Gabriel.
―Si me disculpan, tengo varios bailes comprometidos ―declaró Millard
antes de besar la mano de Frances y alejarse.
Lilith se acercó a Frances.
―Ha llegado hace un rato. Está en la sala de caballeros ―susurró.
Frances asintió.
―Necesito ir a la sala de damas ―habló dirigiéndose a las cuatro amigas―.
¿Os importaría acompañarme?
Todas asintieron sin hacer ningún comentario. Una vez que estuvieron en
la mencionada sala y comprobó que estaba vacía, Frances cerró con llave.
―Necesito vuestra ayuda.
Shelby sonrió maliciosa mientas se sentaba en uno de los sillones. Lilith la
había puesto al tanto de lo que Justin les había relatado.
Celia y Jenna se miraron.
―Por supuesto, ¿qué necesitas? ―ofreció Jenna.
―Convertir esta noche en la más miserable de la vida de alguien.
Las dos damas se miraron atónitas, mientras Shelby y Lilith sonreían.
Frances, al ver los rostros estupefactos de Jenna y Celia, aclaró:
―Lilith y Shelby os lo explicarán más tarde. Necesito que me señaléis a
alguien. ―Frances continuaba de pie, mientras las otras se habían sentado, y
comenzó a caminar por la habitación mientras marcaba con los dedos―:
Heredero, a poder ser de marquesado o ducado, titular de alguno de ellos no,
puesto que tiene que ser joven, muy joven...
Jenna no pudo reprimirse.
―Esos todavía están en la guardería. Claro que podríamos subir, sacar de
su cuna al heredero de los Lester y que te paseases con él en brazos por el
salón. ―Se encogió de hombros―. No creo que agradase a los marqueses, pero
si te hace feliz...
Las risitas de las demás provocaron que Frances menease la cabeza burlona
mientras enarcaba una ceja.
―De nuestra edad, más o menos, alguien manipulable e inexperto.
Celia intervino.
―Pobre muchacho, ¿qué pretendes hacer con él?
―Quiero que, una vez que lo encontréis, ofrezcáis una presentación. El
resto es cosa mía ―finalizó mientras se cruzaba de brazos satisfecha.
Shelby, viendo el estupor en los rostros de Jenna y Celia, se levantó al
tiempo que daba una palmada.
―Señoras, tenemos trabajo. Una vez resuelto, Lilith y yo les pondremos al
tanto. Yo buscaré con Celia y Lilith con Jenna ―ordenó cual sargento de
caballería.
El grupo abandonó la sala, dos de ellas completamente desconcertadas
pero dispuestas a ayudar a su amiga.
El pobre incauto resultó ser lord Langley, heredero de los duques de
Dartford, un joven de apenas veinte años que se hinchó como un pavo al saber
que una de las beldades de la ton deseaba conocerlo.
Shelby había distribuido bien las parejas. Al haber damas casadas en cada
una de ellas, podría hacerse la presentación sin incurrir en ninguna ofensa al
protocolo.
Al ver a Celia y Shelby acercarse con el muchacho, Lilith y Jenna se
situaron con Frances, casualmente cerca de la sala de caballeros. Con una rápida
ojeada, Frances comprobó que Darrell ocupaba una de las mesas cercanas a la
puerta. Agachando la cabeza susurró a sus amigas.
―Por favor, ¿podríais reír un poco?
Jenna y Lilith se quedaron tan perplejas por la petición que estallaron en
risas nerviosas.
Las risas femeninas hicieron que Darrell levantase la mirada de las cartas.
Al ver a quiénes pertenecían, se dispuso a prestar atención.
―Es guapo. ―Escuchó que comentaba Lilith―. Joven, pero guapo; además,
heredero de un ducado.
Tras una rápida evaluación, Jenna siguió el juego.
―Mejor partido que un vizconde, desde luego.
―¿Creéis que se mostrará lo suficientemente interesado como para
ofrecerse? ―inquirió Frances con falsa humildad.
―Por Dios, si viene dejando un reguero de babas a su paso ―afirmó con
sorna Lilith.
Darrell escuchaba atónito. ¿De quién demonios hablaban? ¿Y por qué tenía
que ofrecerse por Frances? Sin importarle las cartas que llevaba, se descartó
del juego.
Frunció el ceño al ver a Celia y a Shelby acercarse con lord Langley. ¿Qué
demonios pretendían? El muchacho apenas acababa de dejar la guardería.
―Lord Langley, ―Estaba diciendo Celia―, ¿me permite presentarle a lady
Clydesdale y a lady FrancesWilder?
Mientras Jenna inclinaba la cabeza, Frances hacía su reverencia.
―Miladies, es un placer ―dijo el muchacho mientras besaba cortés la mano
de Jenna.
―El placer es nuestro, milord ―repuso Jenna, mientras Frances batía las
pestañas hacia el joven.
Darrell abrió los ojos como platos. ¿Desde cuándo Frances agitaba las
pestañas ante un caballero? ¿Estaba coqueteando con el cachorro?
Mientras las tres damas comenzaban una conversación, Frances murmuró
mientras se abanicaba delicadamente.
―Hace un poco de calor en el salón, ¿no cree, milord?
Langley se ruborizó.
―Me temo que sí. ―Tras dudar un instante, ofreció―: Sería un placer si me
permitiera acompañarla a la terraza, por supuesto manteniéndonos a la vista
―sugirió mientras miraba a las damas que acompañaban a Frances.
Celia lo observó con seriedad.
―Por supuesto. Si desean salir a dar un paseo por los jardines, le ruego nos
hagan una seña, estaremos encantadas de acompañarles.
El muchacho asintió y ofreció su brazo a Frances. Ambos se dirigieron a la
terraza ante la mirada maliciosa de las damas y la perpleja de Darrell, que no
perdió el tiempo.
Murmurando una disculpa a sus compañeros de mesa, salió tras la pareja,
no sin antes lanzar una letal mirada a las cuatro damas que también los
observaban, al tiempo que mascullaba por encima del hombro:
―¡¿Os habéis vuelto locas?! ¡Esta tontería destrozará su reputación!
Cuando Darrell se alejó lo suficiente, Shelby murmuró.
―Creo que ya os habréis hecho una idea, pero os lo explicaremos con más
detalle con una copa de champán en la mano ―señaló mientras las guiaba a la
mesa de bebidas.
Frances había guiado al inexperto muchacho hacia los jardines.
―Milady, creo que deberíamos avisar a sus chaperonas ―intentó Langley.
―No nos alejaremos, milord. Pero si se encuentra incómodo en mi
compañía... ―murmuró haciendo un mohín.
―¡No! Por supuesto que no. ―Langley miró a su alrededor―. Supongo que
mientras no nos alejemos mucho...
»¿Me permitiría decirle que hace tiempo que deseaba ser presentado?
―inquirió Langley cada vez más ruborizado―. Es una lástima que esté
comprometida... quiero decir ―aclaró aturullado―, no es que lo lamente por
usted, por supuesto...
Frances se apiadó del joven lord.
―Sé lo que intenta decir, milord, pero debo aclararle, para su tranquilidad,
que me veo en la necesidad de romper mi compromiso ―confesó con voz
lastimera.
Langley la miró desconcertado.
―¿Acaso lord Millard la ha insultado de alguna manera? Porque si es así...
―Oh no, lord Millard no me ha insultado en absoluto, es solo...
―Es solo que el compromiso no se va a romper. Lord Millard es un
caballero.
La profunda voz masculina que Frances deseaba escuchar hizo que Langley
pegase un respingo.
―¿Disculpe?
―No hay nada que disculpar ―bramó Darrell―. ¡Largo, Langley!
El rostro del muchacho casi estalla en llamas.
―Perdone, milord, pero esto es una conversación privada ―dijo con voz
estrangulada.
Darrell se acercó al muchacho hasta que este tuvo que alzar la cabeza.
Darrell le sacaba por lo menos una de diferencia, y eso sin hablar de su
corpulencia.
―He dicho largo. ¿Tengo que repetirlo? ―siseó.
Langley lanzó una mirada de disculpa a Frances.
―Milady. ―Tras inclinarse, se dirigió a la carrera hacia el interior de la casa.
Las damas observaron el precipitado regreso del marqués.
―Lo cierto es que siento un poco de lástima por Langley ―comentó Jenna
al verlo aparecer en el salón rojo como una remolacha.
―Se recuperará ―murmuró Shelby encogiéndose de hombros―. Es joven.
Apostaría que este baile señalará el inicio de su periplo como libertino
―comentó con despreocupación provocando las carcajadas de sus amigas.
Darrell se giró hacia Frances.
―¿Qué demonios pretendes?
―¿Disculpe? Me temo que no es de su incumbencia, milord.
―¡Estás comprometida! ―ladró furioso.
Frances enarcó una ceja.
―Creo haberle dicho que rompería mi compromiso. ―Alzó la barbilla con
altanería―. Además ―añadió mientras le daba la espalda―, no es asunto suyo.
―No. Es asunto de Millard.
Frances miró a su alrededor.
―Disculpe, pero no veo al vizconde por aquí.
Darrell se pasó las manos por el cabello.
―Frances, si alguien os hubiese visto, tu reputación quedaría arruinada
―intentó con forzada paciencia.
Frances se giró y lo miró furiosa.
―¿Vuelvo a ser Frances, milord? No puedo entender por qué le preocupa
tanto mi reputación cuando ni usted se aclara con el tratamiento a emplear
conmigo.
―Conozco perfectamente el tratamiento que debo emplear ―espetó
Darrell. «Mi amor», pensó con frustración―. Vuelvo a repetirte, ¿qué
demonios pretendías con Langley?
―Oh, lo que todas las damas inmersas en el mercado matrimonial:
encontrar el mejor partido. Un marqués, heredero de un ducado, supera con
mucho a un vizconde, ¿no cree?
Darrell entrecerró los ojos.
―¿Intentas decirme que estás buscando un título superior al de Millard?
―¿Acaso no es lo que buscan todas las damas?
―Tú no.
―¿No? ―siseó Frances―. Soy igual que cualquier otra dama: a la venta por
el adecuado título ―afirmó mordaz.
―¡A ti no te importan los títulos, maldita sea! ―exclamó Darrell.
Frances enarcó una ceja. Era su momento de repetirle punto por punto
todas las estupideces que había argumentado ante Justin.
―Pero por supuesto que me importan. Estoy acostumbrada a ciertas
comodidades, milord, comodidades que solo un caballero con un determinado
rango me proporcionaría. ―Frances encogió un hombro con indiferencia―.
Soy hija y hermana de conde, ni puedo ni quiero conformarme con menos
estatus que ese. Además, Millard trabaja como policía, ¿me cree capaz de vivir
pendiente de si regresará o no a mi lado cuando salga a hacer su trabajo? ¡Por
favor! Vivir en permanente angustia. ―Aunque Frances se estaba conteniendo
para no soltar de golpe toda su frustración y su rabia, no podía evitar un toque
de cinismo en su voz―. No podría, milord, una flor tan delicada como yo...
―añadió mordaz―. Eso sin contar que, por caprichos del destino, perdiese su
fortuna, Dios no lo permita, ¡no podría vivir solo con el sueldo de un policía,
por el amor de Dios! ―Frances alzó una mano para rozar el espectacular
collar―. Solo esta joya representa el salario de un policía durante... ¿cuántos?,
¿diez, veinte años? No podría pagarlo en toda una vida ―aseveró con frialdad.
Darrell la escuchaba entre horrorizado y perplejo. ¿De dónde había sacado
tal cantidad de tonterías...? Cerró los ojos un instante. De él, por supuesto. O
había escuchado su conversación con Justin o este se la había contado.
Durante un momento sintió vergüenza de sí mismo. Eran las mismas palabras
que se había repetido hasta la saciedad, pero ¿por qué sonaban absurdas y
vacías en boca de Frances? Mortificado, pensó que sus propias palabras,
expresadas por ella, sonaban a excusas, pueriles excusas.
―¡Maldición! ―Darrell tomó a Frances por el brazo y la arrastró hacia el
interior de los jardines, lejos de la vista.
Con más brusquedad de la que pretendía, la colocó de espaldas a uno de
los árboles, los setos alrededor los escudaban de miradas indiscretas. Apoyó
una mano en el tronco, al lado del rostro de Frances, mientras la otra sujetaba
el hueco entre su cuello y su mentón. Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo
a escasas pulgadas de los sensuales labios de Frances, mientras susurraba con
voz ronca.
―¿Qué quieres de mí?
Frances no contestó, se limitó a alzar su mano y enlazar el cuello de Darrell
eliminando la escasa distancia que separaba sus bocas.
«A ti», cantó su corazón mientras lo besaba. Con un gemido, Darrell tomó
el control. La mano que tenía apoyada contra el tronco bajó hasta sujetarla por
la cadera, apretándola contra él. Saqueó su boca como si hubiese llegado al
límite de su autocontrol. Frances se olvidó de dónde estaba, perdida en los
estragos que la lengua de Darrell ocasionaba en su boca. Exploraba y
acariciaba, mientras ella sentía la tensión crecer en su vientre. Él alzó las
caderas y presionó entre sus muslos, con un movimiento tan pausado y a la vez
tan firme que hizo que instintivamente abriese las piernas. Darrell gruñó al
tiempo que la atraía con más fuerza contra él.
La dureza de Darrell presionaba esa parte tan íntima, haciendo que Frances
comenzase a jadear, sintiendo que se tensaba a la espera de algo... algo que de
repente hizo explotar su cuerpo. Frances se abrazó desesperada contra él,
sintiendo que de un momento a otro se derrumbaría. Darrell la sujetó con
fuerza mientras ella disfrutaba de su primera liberación. Sin dejar de frotarse
contra ella, observó su rostro ruborizado, sus verdes ojos envueltos en la
neblina del placer. ¡Era tan hermosa! La besó absorbiendo sus gemidos, hasta
que las convulsiones comenzaron a remitir. Sus labios abandonaron su boca,
provocando un gemido de protesta en Frances.
Sonrió con ternura mientras los ojos de Frances se clavaban en los suyos.
―Darrell...
Él apoyó su frente en la de la muchacha. Su autocontrol hecho pedazos. Al
demonio con todo. Le abriría su corazón y que Dios ayudase a quien tuviese la
osadía de hacer el más leve comentario sobre ella y la ruptura de su
compromiso. No tenía título alguno, pero tenía todo el amor del mundo para
ofrecerle.
Al tiempo que sus nudillos acariciaban con ternura la mejilla de Frances,
susurró con la voz ronca.
―No puedo más, yo...
―¡¿Qué demonios ocurre aquí?!
La voz de Millard hizo que ambos pegasen un respingo, separándose
precipitadamente.
―¿Has perdido el juicio, Ridley? ―espetó el vizconde―. ¿Pretendes
arruinarla? No puedes estar a solas en la oscuridad de unos jardines con mi
prometida. ¿Sabes lo que hubiese ocurrido si en vez de ser yo, hubiese
aparecido otra persona? ¡Me habrías obligado a retarte, maldita sea!
Darrell no tenía idea de lo que había podido ver Millard, y supuso que
nada. De refilón vio cómo Frances se disponía a hablar. Aquél no era el
momento ni el lugar.
―No es lo que crees ―masculló ignorando el jadeo y la mirada
decepcionada que Frances le dirigió.
―Hablaremos en la mañana, Millard. Milady. ―Se inclinó levemente ante
Frances, sintiéndose un canalla al ver la mirada dolida de esta. Pero no era el
momento. Había demasiados miembros de Leviatán pendientes de él. En la
mañana acudiría a Craddock House aunque tuviese que tumbar a Justin de un
puñetazo, y hablaría con ella.
Frances, perpleja ante la reacción de Darrell, se paralizó. ¿Es que siempre
iba a ser así? Esta vez su beso había sido diferente, posesivo, y las cosas que le
hizo sentir... Frances se ruborizó al recordar el placer tan exquisito que le había
proporcionado. Intuía que Darrell había estado a punto de... maldita sea, si
Millard no hubiese interrumpido.
El vizconde no estaba orgulloso de haberlos interrumpido. Había bajado a
los jardines inquieto al ver que varios grupos se disponían a hacerlo. Si los
encontraban..., no quería ni pensar en la posibilidad de ser forzado a retar a
duelo a Darrell. En la mañana hablaría con él, esta situación acabaría siendo
insostenible, eso si no los conducía a todos a la ruina. Ridley debía aclarar sus
ideas de una maldita vez.
Tendió su brazo a Frances, que esta tomó. Mientras regresaban, Frances
susurró:
―Creo que sé cuál es la pieza que intentarán robar.
Millard giró su rostro hacia ella.
―Aquí no ―repuso Frances mientras él asentía. Frances todavía debía
advertir a Callen de la conversación mantenida con las damas, sobre todo con
lady Dafton.
k Capítulo 10 l

Millard entró como un huracán en el despacho de Darrell. Este se hallaba de


espaldas observando la calle a través de la ventana.
―¿Qué mierda pretendías a solas con una dama, mi prometida, por cierto,
durante una fiesta en la oscuridad de los jardines? ―ladró furioso, más por lo
que pudo haber sucedido que por lo que le importara el que Darrell estuviese a
solas con Frances.
―Ella va a romper el compromiso ―masculló Darrell sin girarse.
―¡Por el amor de Dios, eso ya lo sé!
Darrell se giró con brusquedad.
―¿Lo sabes? Dijo que todavía no te lo había comunicado ―repuso con voz
acerada.
Millard tragó en seco.
―En realidad lo sospechaba, no es como si ella me hubiese comentado
nada ―matizó con incomodidad.
Darrell lo escrutó receloso.
―Cuando lo rompa, me ofreceré por ella.
Millar abrió los ojos como platos y, tras superar la sorpresa, alzó los brazos
exasperado.
―¡Bendito sea Dios! ―exclamó.
Ridley ladeó la cabeza confuso.
―¿No te importa?
Millard se sentó en uno de los sillones mientras respondía con indiferencia.
―En absoluto.
Darrell enarcó una ceja. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad.
―El cortejo, el compromiso... todo era una charada. ―No era una
pregunta.
Al ver el rostro culpable de Millard, a Darrell lo invadió una rabia sorda.
―¿Ella estaba al tanto? ―inquirió con frialdad, cuando una inquietante idea
pasó por su cabeza.
―Ridley...
―Te he hecho una pregunta. Responde.
―Sí, pero solamente... ―admitió Millard.
Darrell se giró hacia la ventana mientras apretaba los puños.
―Sal de aquí.
Millard intentó aplacar la furia que notaba en su amigo.
―Permíteme explicarte... Ella solo estaba al corriente en cuanto a...
―Sal de aquí, Millard, no tientes más a tu suerte ―interrumpió con voz
peligrosamente suave Darrell.
«Maldita sea, Ridley. Ella solo participó de la farsa durante el compromiso,
nada sabía del falso cortejo», pensó frustrado el vizconde.
En el momento que escuchó la puerta cerrarse, Darrell lanzó un puñetazo
furioso al marco de la ventana y, mientras succionaba su herido nudillo, miró la
madera astillada.
«Mejor la madera que la cara de Millard», pensó con cinismo.
Ella lo sabía, sabía que todo era una maldita simulación. Y pensar que
estuvo dispuesto a abrirle su corazón. Había roto su amistad con uno de sus
mejores amigos por una maldita charada. Sonrió con amargura. Y, por encima,
Justin se había permitido sentirse agraviado, al igual que ella. Recordó su rostro
desolado cuando salió del despacho de su hermano y meneó la cabeza con
resentimiento, por supuesto que estaba desolada: su manipulación, la de
Millard, no había dado resultado, y todo con la connivencia de Justin.
Bien, siempre supo que Frances no era para él, y en este momento tenía la
certeza absoluta, aunque no fuese por las mismas razones que él había
esgrimido. No había esperado que ella fuese capaz de manipular a cualquiera
con tal de salirse con la suya, y no deseaba una mujer así en su vida. Había
frecuentado desde joven los salones de la ton, porque era su derecho por linaje,
y sobre todo por sus amigos, pero ya no tenía necesidad alguna de seguir
haciéndolo. Tenía su trabajo, y si por alguna razón hubiese que volver a
investigar a algún miembro de la nobleza, Millard y Nora podrían hacerlo. Una
vez este trabajo concluyera, no volvería a mezclarse con la aristocracia. Había
aprendido, de la peor manera, que no era, ni sería nunca, su mundo.
r
El vizconde dejó la sede de la policía metropolitana para dirigirse a toda
velocidad a Craddock House. Demonios, cuando por fin habían conseguido
que Darrell dejase a un lado su absurda obcecación, todo se había estropeado.
Entendía que se sintiese manipulado y, conociendo su orgullo, humillado. Y lo
peor era que intuía que su dolor y su decepción los hubiesen provocado uno
de sus mejores amigos y la mujer a la que amaba.
Tenía que hablar con Craddock, y por supuesto enterarse de lo que había
averiguado lady Frances la noche anterior. Los esfuerzos de Darrell y su
vergüenza al hacerse pasar por un policía adicto al juego fácilmente sobornable
tenían que dar sus frutos, sí o sí. Se lo debían.
Cuando llegó a la residencia Craddock y solicitó ver al conde, Shelton lo
dirigió con premura hacia el despacho de Justin tras notificarle que el vizconde
Millard deseaba verlo.
Justin, que se hallaba de pie ante su mesa, ladeó la cabeza sorprendido al
ver el rostro descompuesto de Millard.
―¿Qué ha ocurrido? ¿Darrell...? ―inquirió preocupado.
―Ridley está bien... físicamente ―repuso Millard mientras Justin le hacía un
gesto para que se sentase y se dirigía hacia el mueble de las bebidas. Algo le
decía que necesitaría un brandi, si no la botella. Sirvió dos copas y se sentó
frente al vizconde
―¿A qué te refieres con físicamente?
Millard tomó un sorbo de su copa.
―Sabe que el cortejo, el compromiso..., en fin, que todo ha sido una farsa.
Justin palideció.
―¿Se lo has dicho? ―No acababa de creer que el vizconde fuera tan
imprudente.
Millard hizo una mueca.
―No hizo falta. Sacó sus propias conclusiones en cuanto me advirtió de
que en el momento en que lady Frances rompiese el compromiso se ofrecería
por ella, y notó mi total aceptación.
―¡Maldita sea! ―exclamó Justin―. ¿No podías mostrarte al menos un
poco... herido?
Millard enarcó una ceja.
―¿Lo suficientemente herido como para retarle a duelo? ―repuso
mordaz―. Porque ese sería el siguiente paso si el compromiso fuese real.
Justin dejó la copa sobre la mesa que se hallaba entre ellos y se mesó el
cabello con las manos.
―Y me temo que eso no es todo ―murmuró Millard―. No me permitió
explicarle que ella no sabía que el cortejo era falso, que solo estaba al tanto de
fingir el compromiso.
Justin se reclinó en el sillón y cruzó las manos tras su nuca.
―Cree que Frances estaba al tanto de que todo era una simulación
―afirmó con resignación.
Millard asintió con la cabeza.
―O poco lo conozco, o en estos momentos está convencido de que los
tres, te incluyo, intentamos manipularlo. Me temo que ahora mismo no somos
precisamente sus personas favoritas.
―¡Dios, esto es un desastre! ―masculló Justin.
―Hay otra cosa que me ha traído aquí ―aclaró Millard.
―¡¿Más?!
El vizconde esbozó una sonrisa torcida.
―Se trata de lady Frances. En la fiesta me comentó que creía haber
averiguado cuál sería el próximo robo del Leviatán.
Justin se levantó.
―Ordenaré que la avisen.
Frances se presentó acompañada de su inseparable Lilith.
Justin miró a su esposa con una mezcla de resignación y desolación.
Mientras Lilith fruncía el ceño al ver los rostros descompuestos de los dos
caballeros, Frances comentó:
―Supongo que me has mandado llamar a causa de lo que le comenté a
Millard anoche.
Justin inspiró con fuerza.
―Sí y no. Siéntate, Frances.
A Frances se le puso un nudo en el estómago. ¿Qué estaba pasando?
Obedeció y cruzó las manos en el regazo para calmar su nerviosismo. Millard
la imitó y Justin se sentó al lado de Lilith al tiempo que tomaba una de sus
manos.
―Darrell sabe que todo lo concerniente a la relación entre Millard y tú ha
sido una farsa.
Frances palideció mientras se tensaba.
Justin continuó.
―Cree, o eso suponemos, conociéndolo, que lo hemos manipulado... los
tres.
Frances por fin encontró su voz.
―¿C... cómo lo ha sabido? ―balbuceó.
―Le comentó a Millard que en cuanto rompieses el compromiso se
ofrecería por ti...
Los ojos de Frances brillaron durante un instante hasta que las siguientes
palabras de Justin apagaron el brillo.
―Pero sospechó cuando observó la rápida aceptación de Millard. Le
extrañó que no se sintiese ofendido, como sucedería en caso de que el
compromiso fuese real. ―Justin hizo una mueca―. Y Darrell no es
precisamente tonto.
Frances miró a Millard angustiada.
―¿Cree... cree que yo..., que mi aceptación al cortejo y compromiso fue
con el fin de manipularlo?
Millard meneó la cabeza.
―Me temo que sí, milady. Me atrevería a decir que piensa que los tres nos
confabulamos con el fin de obligarlo a... bueno...
―A afrontar sus sentimientos por Frances ―intervino Lilith.
―Debo hablar con él, aclararle... ―murmuró Frances abatida.
Millard intercambió una mirada con Justin.
―Si me permite, milady, no creo que este sea el momento adecuado. Ridley
ya se siente sumamente presionado con el papel que tuvo que adoptar de
policía fácilmente sobornable a causa de su afición al juego.
―No sería prudente hacerlo también lidiar con... vuestra situación ―añadió
Justin.
―Lo aconsejable sería ayudarlo a resolver esta investigación, y después será
el momento, cuando todo esto acabe ―continuó Millard―. Lo que me lleva a
la otra razón de mi visita.
Frances lo miró confusa hasta que recordó la conversación mantenida con
las damas durante la fiesta.
Asintió.
―No puedo decir nada hasta... Necesito que estén presentes Callen y
Jenna. Y los demás, por supuesto.
Justin y Millard se miraron perplejos, hasta que Lilith decidió.
―Les mandaré una nota. Esta noche, durante la cena, podremos hablar
sobre todo este... despropósito ―zanjó mientras le lanzaba una hosca mirada a
su marido―. Tú y tu condenada creatividad ―susurró con hostilidad, al tiempo
que Justin tragaba en seco al escucharla.
r
Mientras se preparaba para la cena con ayuda de su doncella, Frances
recapacitaba sobre lo hablado en la mañana. Ella había supuesto que la idea del
cortejo había partido de Darrell, empeñado como estaba en unirla a un
dichoso título. ¡Qué equivocación! Darrell no tenía nada que ver, y ni ella ni
Justin le habían advertido que el galanteo de Millard era solo una farsa. Y para
colmo, el anuncio del compromiso.
Se le puso un nudo en la garganta al pensar en la noche anterior, cuando
ella recitó punto por punto sus absurdas objeciones para evitar ofrecerse. Por
supuesto que habría pensado que todo era una manipulación. Que Justin había
compartido con ella sus confidencias y que a ella no le había importado
echárselas en cara con el fin de conseguir una propuesta por su parte.
¡Maldición! «Franqueza», había insistido Shelby, y no solo la había ignorado
sino que habían enredado tanto las cosas que sería un milagro que alguna vez
Darrell volviese a confiar en ella, sin hablar de su amistad con Justin. No
perdonaría fácilmente que su amigo lo hubiese traicionado.
Suspiró. Tal vez si conseguían ayudarlo a desarticular el Leviatán tuviesen
una oportunidad de resarcirse.
Tras echar un vistazo indiferente a su imagen reflejada en el espejo, salió de
la habitación. Esta vez dispuesta a que lo que se hablase durante la cena llegase
a oídos de Darrell.
r
―¡Esto es una catástrofe! ―exclamó Callen, una vez Justin relató lo
sucedido entre Millard y Darrell.
―Y eso que todavía no lo sabe todo ―murmuró Kenneth.
Celia lo miró espantada.
―¿Qué es todo, exactamente?
Gabriel respondió por su amigo.
―Que nosotros estábamos al tanto de la farsa.
―¡Por el amor de Dios! ―exclamó Jenna―. ¿Acaso entre los cuatro no hay
ninguno al que todavía le quede un poco de cerebro?
―O sepa lo que significa franqueza ―murmuró Shelby con suficiencia,
ganándose una hosca mirada de Gabriel. Indiferente, ladeó la cabeza―. Tal vez
no tenga el mismo significado para los americanos que para los ingleses
―añadió mordaz.
―Señorita Holden ―repuso Gabriel con voz gélida―, entre nosotros
siempre hemos sido sinceros.
Shelby enarcó una ceja.
―¿Llaman sinceridad a manipular a uno de sus amigos, en lugar de hablar
directamente con él y quitarle esas supuestas tontas objeciones aunque fuese a
puñetazos?
Gabriel abrió los ojos atónito.
―¡¿Qué?! ―espetó la americana―. Yo preferiría darle una buena paliza a un
amigo mío y meterle la cordura en la sesera a golpes, antes de perder su
confianza... tal y como ha sucedido ―indicó socarrona.
―En lo que tenemos que centrarnos en estos momentos es en ayudarle
―intervino Millard antes de que la arrogancia del marqués hiciese su aparición
ante los insolentes comentarios de la señorita Holden―. Lady Frances cree
saber cuál será su próximo robo.
Todas las miradas se centraron en Frances, que, nerviosa, se ruborizó.
Carraspeó antes de hablar.
―Hablábamos de joyas, de piezas únicas y de gran valor, y comenté que era
raro encontrarlas, que pocas familias poseían piezas tan antiguas como para ser
consideradas invaluables. Sin embargo, lady Dafton comentó que en realidad sí
las había y que yo conocía a una de esas familias.
Varios ceños se fruncieron mientras se miraban unos a otros, pero Frances
clavó su mirada en Callen.
―Mencionó específicamente al ducado de Hamilton y Brandon. Un
conjunto de piezas que estaban en su poder pertenecientes al tesoro que el rey
de Francia envió en apoyo a la causa jacobita.
Callen ladeó la cabeza pensativo. Cierto, conocía esas joyas. Incalculable su
valor. Asintió con la cabeza.
―Lady Dafton ―prosiguió Frances una vez se aseguró de que Callen sabía
de qué hablaba― estaba convencida de que las joyas estaban en Escocia, en el
castillo Hamilton, pero le comenté que en realidad las habías traído a Londres,
Dios sabrá por qué razón se me ocurrió. Ni siquiera tenía conocimiento de
que el ducado tuviese esas joyas. ―Le lanzó una mirada de disculpa―. Hasta
me permití bromear sobre que tenerlas cerca engordaría tu ego.
Callen hizo un gesto desdeñoso con la mano quitando importancia al
comentario de Frances.
―Cuando la vizcondesa comentó bromeando que su marido daría un
brazo por poseerlas, tuve el presentimiento de que no perdería tiempo en
comentárselo y que ese sería el próximo robo. ―Vaciló un instante―. El caso
es que lo mismo me precipité. Las joyas están en Escocia, ¿verdad? Si es que...
en realidad... ¿existen? ―inquirió mientras se mordía el labio con nerviosismo.
Callen se quedó callado unos instantes hasta que ladró, sobresaltando a
todo el mundo.
―¡Ja! ¡Lo tenemos! ¡Tenemos a ese miserable bastardo! ―miró a su
alrededor―. Mis disculpas, señoras.
―¿Están en Londres? ―preguntó esperanzada Frances.
―Pues sí, existen y están en Londres ―respondió Callen sin disimular su
orgullo―. Mis padres las trajeron cuando viajaron para nuestra boda. ―Miró
con cariño a Jenna―. Contrataron a uno de los mejores joyeros restauradores
para limpiarlas, pero con la condición de que debían ser limpiadas en Brandon
House y siempre en presencia de dos personas de nuestra confianza. Cuando
regresaron, las joyas se quedaron aquí. Tenía pensado regresarlas a Escocia en
nuestro próximo viaje.
―Podríamos organizar una fiesta como cebo ―aventuró Jenna.
Kenneth intervino.
―El problema es que, si la fiesta se organiza con el fin de exhibir esas
joyas, sospecharán, además de que habría que enviar una invitación a Dafton
―añadió mirando a Callen.
Este frunció el ceño.
―En circunstancias normales no toleraría la presencia de Dafton ni a cinco
metros de mí, mucho menos en mi casa, pero me tragaré la bilis. Darrell tiene
que resolver esto, o acabará con él.
―Dafton no tiene por qué ser invitado. Él no se manchará ―intervino
Millard―, nunca acude a las residencias durante las fiestas en las cuales se
producen los robos. Será el momento en que chantajee a Darrell exigiéndole
que sea él el que robe las joyas.
―Mucho mejor ―murmuró Callen―. Si ya es bastante tedioso aguantar a
una pandilla de cretinos ingleses, me daría una apoplejía si entre ellos se
encontrase ese desgraciado.
―Pero ¿con qué excusa? ―insistió Gabriel.
―En honor del compromiso de lord Millard y Frances ―ofreció Shelby.
Tras ver que todos la miraban con diferentes grados de estupor, se encogió
de hombros.
―El compromiso, falso o no, fue anunciado, todavía no lo has roto
―observó mirando a Frances―, y en cuanto a la única persona que fuera de
aquí sabe que es una farsa, habrá que explicarle todo, y recalco, todo lo que se
ha hablado aquí ―afirmó mientras clavaba una glacial mirada en Millard.
―¡Qué mejor excusa que los marqueses de Clydesdale, íntimos amigos
tanto de Frances como de Craddock, ofrezcan un baile en honor de vuestro
compromiso! ―afirmó con una sonrisa de satisfacción―. Sobre todo, teniendo
en cuenta que la pequeña temporada está a punto de finalizar y en pocas
semanas comenzará el éxodo a las fincas para pasar las navidades.
Shelby se ruborizó al notar la mirada de aprobación de Gabriel sobre ella,
mientras los demás comentaban lo oportuno de la idea.
Frances bajó la mirada, apesadumbrada. Deseaba ayudar a Darrell, pero
otra vez con el dichoso compromiso falso...
Justin la observó y alargó un brazo para posar su mano sobre la de ella.
―Ya sabe que todo es una farsa. Millard le explicará que se sigue adelante
para atrapar a Dafton. Como dice tu amiga, esta vez seremos totalmente
francos con él.
r
Darrell escuchaba a Millard mientras este le contaba lo hablado durante la
cena. Era la primera vez en todos los años de amistad en que él no había sido
incluido en una reunión entre ellos, y no pudo evitar que un ramalazo de
tristeza lo embargara. La fiesta se celebraría en dos semanas.
―Sabe que mi amistad con ellos está tirante a causa de mi supuesta
adicción al juego. Sospechará.
―No lo hará. Por mucho que a tus amigos no les guste tu nueva afición,
tenéis una amistad de años, sospechará mucho más si no eres invitado, por no
hablar de que las más elementales normas de cortesía obligan a Clydesdale a
convocarte ―repuso Millard―. Con que te mantengas alejado de Craddock, y
con los demás te comportes con desapego sin olvidar los buenos modales, será
suficiente.
―¿Estás seguro de que Clydesdale está de acuerdo? Si algo sale mal...
―Él fue el primero que celebró que por fin podrías atrapar a Dafton, y la
idea de la fiesta surgió de lady Clydesdale. ―Lo tranquilizó Millard―. Además
de que el motivo de ofrecerla lo sugirió la señorita Holden.
Darrell suspiró. No podía negar que los echaba de menos, pero la idea de
verlos en esas circunstancias...
―De acuerdo ―aceptó.
Millard se frotó las manos complacido.
―Supongo que en cuanto las invitaciones empiecen a llegar, Dafton me
hará llamar para que te exija el pago de las deudas robando esas piezas.
―Déjale claro que, si con eso cancelo mis deudas, quiero saber a quién le
entrego las joyas, que no deseo pasarme el resto de mi vida cubriendo mis
espaldas ni deseo ser víctima de otro chantaje. Que o tengo claro de quién
debo cuidarme, o no hay trato.
Millard lo miró escéptico.
―Si acepto sin poner ninguna condición, entonces sí que sospechará
―afirmó Darrell―. Debo mostrarme algo reacio, o por lo menos exigir algo a
cambio. En realidad, lo que hay que hacerle ver es que si voy a tirar mi carrera
por la borda, quiero conocer a la persona que lo ha provocado.
Millard asintió. No resultaba descabellada la petición de Darrell, y contaba
con que la codicia de Dafton hiciese el resto, aceptando sus condiciones.
En el momento en el que se quedó solo, Darrell se reclinó en el sillón.
Intranquilo, se pellizcó el puente de la nariz. Poner en peligro un tesoro que
había pertenecido durante generaciones a los duques de Hamilton no era algo
que le agradase particularmente. Si algo salía mal, si Dafton movía las joyas
antes de que pudiesen detenerlo... no quería ni pensarlo.
Tampoco deseaba detenerse a considerar que gracias a Frances habían
conseguido tenderle la trampa a Dafton. Si no hubiera sido por su ingenio al
señalar que las joyas del ducado de Hamilton se hallaban en Londres, estarían
como al principio, sin poder probar nada. Sonrió con cinismo. Ella había
resultado ser muy buena manipulando, no solo a él, por lo que había
comprobado, sino incluso a lady Dafton. Meneó la cabeza con hastío: qué
poco la conocía, él, que presumía de su capacidad de observación.
Dejando a un lado sus amargos pensamientos sobre Frances, repasó uno a
uno todos los motivos por los que el plan podría frustrarse: una vez entregadas
las joyas no tenía idea de dónde las mantendría Dafton hasta poder encontrar
un comprador; no conocían la sede del Leviatán, ya que, según había explicado
Millard, si Dafton deseaba reunirse con alguno de sus miembros, estos eran
conducidos en carruajes, suponía que por personal de la mayor confianza del
vizconde, con los ojos vendados y acompañados por un miembro de su
servicio en el interior del carruaje. Lo único que Millard había podido
averiguar era que la propiedad estaba al este de Londres.
Solamente tenían una posibilidad. Tal y como había hecho cuando tuvo
que averiguar dónde había enviado Brentwood a Jenna: investigar todas las
posesiones de Dafton, vinculadas o no, y las de sus familiares.
Haría una visita a sus abogados, ellos podrían averiguar qué despacho
llevaba los asuntos del vizconde, y había otra persona con la que debería
entrevistarse sin llamar la atención.
Tres días después comenzaron a llegar a las residencias de la nobleza las
invitaciones, y Millard, tal y como había previsto, fue convocado a presencia de
Dafton.
Millard tuvo que esperar un buen rato cuando lo condujeron a la
condenada habitación permanentemente en penumbra: la única vela estaba
situada en la mesa adyacente al sillón en el que había sido invitado a sentarse.
Dafton se divertía en hacer esperar a sus visitantes, intentando ponerlos
nerviosos hasta que él se decidía a hablar.
―Ha llegado el momento de que Ridley pague sus deudas. ―Millard le
había entregado todos los pagarés firmados por Darrell, que en su conjunto
constituían una pequeña fortuna.
―Dudo que pueda permitírselo en estos momentos ―contestó el
vizconde―. Tendría que poner a la venta su casa, y eso requerirá tiempo.
Dafton soltó una seca carcajada.
―Su casa no me interesa lo más mínimo. No es dinero lo que quiero de él
precisamente.
Millard fingió sorprenderse.
―¿Qué es, entonces?
―Su respetable e intachable reputación ―contestó con voz acerada―. Es
de suponer que habrá recibido su invitación para la fiesta de Clydesdale.
―En efecto, pero me temo que no tiene intención alguna de asistir.
Digamos que su relación con Clydesdale y los demás no pasa por su mejor
momento ―afirmó Millard con indiferencia.
―Asistirá. Quiero las joyas francesas del ducado Hamilton, y él las
conseguirá para mí.
Millard tensó un poco más la conversación.
―¿Pretende que le robe a un amigo? No lo hará ―aseveró.
―Lo hará, Millard, lo hará o su carrera y su reputación se irán al demonio
―afirmó Dafton fríamente―. Es perfecto. Nadie sospechará de él, pese a no
estar en buenos términos con sus amigos, son asquerosamente leales los unos
con los otros. Ninguno de ellos se planteará siquiera que Ridley sea capaz de
semejante jugarreta.
Si Millard no hubiera sabido por Darrell que el odio de Dafton por el
grupo de amigos se remontaba a su época escolar en Eton, en ese momento se
habría percatado de que Dafton tenía algo personal contra los caballeros en
cuestión. No solo se trataba de arriesgar el futuro de Ridley en la policía
metropolitana, sino que quería, forzándolo a robar a uno de sus mejores
amigos, demostrar su poder sobre él, humillándolo de tal manera que quebrase
el espíritu de Darrell.
―Si acepta, me temo que pedirá algo a cambio ―aventuró.
En la penumbra, una mano se movió desdeñosa.
―Si acepta, seré lo suficiente magnánimo como para concederle lo que
desee. Mi mayor placer será, además de tener en mi poder esas joyas, ver a uno
de esos bastardos humillado, hundido y, sobre todo, en mi poder.
»Comunícale lo que deseo y hazme saber lo que decide. ―La entrevista se
había acabado y Millard se levantó dispuesto a irse, cuando Dafton lo
detuvo―. Tienes dos días para hacerle ver cuál es la decisión más acertada.
Sabiendo las condiciones puestas por Darrell, Millard esperó esos dos días
para comunicárselas a Dafton. Ante su sorpresa, el vizconde aceptó. Celebraría
que Ridley comprobase que era él, el que lo tenía en su poder, el segundón
Dafton, siempre un paso por detrás de Longford en Eton, quien había
conseguido tener en sus manos a uno de los componentes del grupito de
nobles que tanto presumían de respetables, honorables e íntegros. Bien, la
integridad de uno de ellos en estos momentos le pertenecía a él. Solo puso una
condición: el trayecto se haría siguiendo las usuales normas, sus ojos
permanecerían vendados hasta que estuviese en su presencia. Si Ridley deseaba
averiguar quién tenía su futuro en su poder, él no estaba menos ansioso por
ver su rostro cuando lo averiguase.
r
Durante los días que faltaban para la fiesta, Darrell se dedicó a averiguar
todo lo posible sobre las propiedades de Dafton. A través de sus abogados
había descubierto que el vizconde poseía dos únicas propiedades a su nombre,
la sede de la familia en Cornualles y la casa de Londres. Mortimer, su hermano,
el único decente del grupo de bastardos de Eton, vivía en Lancashire. Darrell
pensó con sorna que a Mortimer no le hubiese importado mudarse a Escocia,
incluso a Gales, con tal de mantenerse alejado de su despiadado hermano.
Las propiedades de Mortimer se limitaban a dos. La de Lancashire y una
mansión heredada de su madre, en West Ham, que no utilizaba, Darrell
suponía que porque estaba demasiado cerca de Londres. Esta última fue la que
le llamó la atención. Millard había comentado que el carruaje salía de Londres
por el este. ¿Sería esa la sede del Leviatán? ¿Estaría utilizándola Dafton puesto
que la propiedad no tenía ninguna relación con él? Consideraba al vizconde lo
suficientemente taimado como para, en caso de ser descubierto, alegar que la
residencia pertenecía a su hermano y conseguir que la responsabilidad cayese
sobre él.
Visitaría la propiedad aprovechando que Dafton estaba en Londres. Haría
el viaje con Millard con los ojos vendados. Si ese era el lugar, esperaba que el
sentido de orientación de Millard no fallase.
r
En un carruaje sin distintivos, Millard y Darrell se pusieron en camino
hacia West Ham. Darrell no le había comentado el lugar a donde se dirigían,
esperando que Millard fuese recordando a medida que se acercasen.
Millard asintió, una vez tomaron la salida Este de Londres. Llevaba los ojos
vendados, tal y como solía ser costumbre cuando hacía ese recorrido para
reunirse con Dafton.
Comenzaron el viaje, con Darrell atento a los gestos de Millard. Este
asentía cada vez que tomaban un giro en el camino, convenciendo a Ridley de
que efectivamente la propiedad a la que se dirigían era la utilizada por Dafton.
Cuando faltaban apenas un par de giros en el camino y se distinguía la
mansión, Darrell ordenó parar el carruaje. No deseaba acercarse demasiado.
Millard, concentrado en el camino, respingó al detenerse el carruaje.
―Según mis cálculos todavía falta un poco, ¿por qué te has detenido?
―inquirió mientras se quitaba la venda de los ojos.
Darrell señaló la casa y el camino que faltaba hasta llegar a ella.
―¿Coincide con lo que has memorizado?
Millard asintió con la cabeza.
―En efecto, me atrevería a decir que esa es. ―Señaló el par de giros de la
carretera que quedaban hasta la vivienda―. Recuerdo esas curvas, dos cerradas
y en pocos instantes habríamos llegado.
Darrell miró satisfecho la residencia. No muy grande, tenía dos plantas,
pero suficiente para el propósito de Dafton.
―No podremos infiltrar a nadie en el servicio ―reflexionó Darrell―. Me
temo que su personal es de confianza y alguien nuevo levantaría sospechas.
Millard meneó la cabeza apesadumbrado.
―Yo no seré de mucha ayuda, no conozco la distribución de la casa,
permanezco con los ojos vendados hasta que entro en la habitación donde
recibe Dafton.
―Mortimer quizá pudiese ayudarnos ―aventuró Darrell.
―Aunque así fuese ―repuso Millard―, reside en Lancashire. Habría que
atravesar media Inglaterra y regresar. Sus indicaciones no llegarían a tiempo.
―No si enviamos un mensajero, pero se podría intentar que fuese el propio
Mortimer el que viajase a Londres ―sugirió Darrell.
―Tú mismo has dicho que odia a su hermano, ¿qué motivo lo haría viajar?
―Podríamos contarle que Dafton utiliza la casa de su madre para sus
criminales fines y que podría encontrarse con que, si el vizconde es
descubierto, no tenga escrúpulos en acusarlo a él. Mortimer sabe que su
hermano es capaz de eso y mucho más.
―Puede que funcione ―consideró Millard.
―Funcionará si la misiva se la manda alguien a quien Mortimer respetó
siempre.
Millard lo miró frunciendo el ceño.
―Willesden ―aclaró sucinto Darrell―. Regresemos, no hay tiempo que
perder.
k Capítulo 11 l

Habían averiguado el lugar donde posiblemente Dafton ocultaría las joyas,


Willesden había aceptado escribir a Mortimer, por lo que solo quedaba que
Callen le indicase el lugar donde se guardaban, y cualquier dificultad que
pudiera encontrarse a la hora de apropiarse de ellas. Esperaba que los dueños
del lugar que había elegido para el encuentro no pusieran obstáculos. Hasta el
momento habían cooperado con él, rogaba por que no hubiesen cambiado de
opinión.
Los dueños del Revenge no pusieron impedimento alguno en facilitarles un
lugar donde reunirse. Por medio de una nota, indicaron a Darrell que el mejor
momento era a primera hora de la mañana, Billings les facilitaría la entrada por
la puerta lateral y les proporcionaría una de las salas de juego privadas para su
discreto encuentro.
Darrell y Millard esperaban en la sala a la que habían sido conducidos la
llegada de Callen. La inquietud de Darrell desapareció cuando la puerta se
abrió y la alta figura del escocés entró en la habitación con una sonrisa de oreja
a oreja.
―Casi estoy por aficionarme al juego ―espetó nada más entrar―. Este
lugar es sorprendente ―afirmó mientras se dirigía sin vacilar hacia Darrell.
Mientras estrechaba su mano, palmeó su espalda.
―¿Cómo estás, cotilla?
Darrell sonrió aliviado.
―Intranquilo ―repuso mientras señalaba uno de los asientos alrededor de
la mesa.
Al tiemplo que se sentaba, Callen frunció el ceño.
―¿Y la razón?
Darrell resopló.
―¿Estás seguro, Cal? Si algo sale mal y las joyas desaparecen tras
entregárselas a Dafton, o no podemos averiguar dónde las esconde...
Callen hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―Nada va a salir mal. Eres el mejor en lo tuyo, además de que confío
plenamente en ti. Todos confiamos en ti ―aseveró mientras le clavaba una sagaz
mirada.
Notando la turbación de Darrell, Callen suspiró.
―Supongo que debo ponerte en antecedentes. ―Alzó la cabeza al tiempo
que fijaba su mirada en el techo como repasando las indicaciones que tendría
que darle.
De repente, pareció como si algo le llamase la atención.
―¡Joder! ―exclamó al tiempo que se ponía en pie sin apartar la mirada del
techo. Millard y Darrell, tras mirarse, alzaron recelosos sus ojos hacia lo que
tanto había llamado la atención de Callen.
―¡Por Dios bendito! ¡¿Y esto es una sala de juego?! ¡Eso distraería hasta a
un monje!
Darrell soltó una carcajada. A lo que se refería Callen era a que el techo
estaba decorado con varias escenas eróticas. Ninguna de mal gusto, ni ofensiva,
pero precisamente por ello, llamativas por su discreta sensualidad.
Callen volvió su mirada hacia Darrell.
―Te aseguro que no había visto nada tan exquisito ni en las mejores casas
de juego de París ―aseguró.
Darrell resopló.
―Cal, ¿podemos centrarnos en lo que nos interesa? Cuando acabemos
podemos pedirle a Billings que te permita quedarte un poco más y regodearte
con... las magníficas pinturas.
Tras echar un último vistazo al techo, Callen se sentó.
―Bien... por cierto, ¿quién demonios es Billings? No me suena que sea uno
de los dueños ―inquirió desconcertado.
Darrell rodó los ojos.
―El portero.
―Ah. ―Chasqueó la lengua resignado―. En fin, vayamos a lo nuestro. Las
joyas están en una pequeña caja fuerte en mi alcoba. En el interior del armario
hay un compartimento secreto, en un momento te diré cómo abrirlo, en el que
encontrarás la llave para abrir la caja. En ese mismo compartimento
encontrarás una especie de ranura disimulada. Tras manipularla, como también
te explicaré, hallarás el cofre. Sacas las joyas en la bolsa en la que están
guardadas, cierras y dejas todo tal y como lo encontraste, et voilà, ya tenemos a
este bastardo malnacido ―zanjó satisfecho.
»El cuándo lo harás, lo dejo a tu elección ―afirmó con petulancia.
Darrell enarcó las cejas.
―Muy generoso por tu parte.
El escocés se encogió de hombros.
―Así soy yo, altruista por naturaleza. Mi vena escocesa, debo aclarar.
Tanto Millard como Darrell rodaron los ojos. Todas las virtudes de Callen
pertenecían a su rama escocesa, para la inglesa dejaba todos sus defectos.
Tras un momento de sonrisas compartidas, Callen se dispuso a explicarle a
Darrell la forma de acceder al cofre. Una vez todo estuvo aclarado, se levantó
y, tras echar otra mirada al techo, murmuró pensativo.
―Tal vez pudierais sacarle a los dueños el nombre del pintor. Me pregunto
qué tal luciría en mi alcoba.
Darrell se acercó a su amigo al tiempo que le susurraba al oído.
―Quizás a quien debas pedir opinión sea a Jenna.
Callen lo miró horrorizado.
―Pensándolo bien, no creo que sea buena idea, no combinará mucho con
el resto de la decoración. ―No quería ni pensar en la reacción de su inglesa
cuando viese semejantes pinturas en el techo de la alcoba, aunque... quizá...
Cuando se despedían, Callen murmuró.
―Todos te apoyamos y te ayudaremos en lo que haga falta, Darrell; todos,
sin excepción.
Darrell asintió. Aunque hubiese tenido aquel encontronazo con Justin,
sabía que su amigo estaría para él cuando lo necesitase.
r
Cuando llegó a Brandon House la noche de la fiesta, Darrell resopló al ver
la larga fila de carruajes. Por lo que parecía, nadie en la alta quería perderse la
fiesta de compromiso de Millard, sobre todo habiendo sido ofrecida por los
marqueses de Clydesdale, que no se distinguían precisamente por sus
aportaciones festivas a los eventos de la ton.
Compuso un semblante inexpresivo conforme se acercaba a la fila de
recepción. Callen, Jenna, Millard... y Frances saludaban a los invitados.
Tras saludar a Callen con la frialdad pactada por ambos, y con más calidez
a Jenna, saludó a Millard. Cuando le llegó el turno a Frances, obvió la mirada
anhelante que esta le dirigió y masculló un breve y gélido saludo tras tomar la
mano temblorosa de Frances que, incluso a través de los guantes de ambos,
notó helada.
Frances, tras observar cómo Darrell se internaba en el salón, bajó la mirada
desanimada.
―Todo se aclarará, no se preocupe. ―Escuchó a Millard mientras este
apretaba disimuladamente una de sus manos.
Frances lo miró agradecida. Tal vez sí, pero ¿recuperaría la confianza de
Darrell?
Mientras tanto, Darrell, tras haber tomado una copa de brandi de la
bandeja que portaba uno de los lacayos, se situó en un rincón desde donde
observó el salón. Divisó en el otro extremo al grupo de amigos. Cuando sus
miradas se cruzaron, se limitaron a intercambiar una seca inclinación de
cabeza.
Los observó con atención disimulada. Todos felices, todos con sus esposas,
salvo Gabriel, pero este pronto pasaría a engrosar las filas de los casados, ya
que Brentwood no tardaría en exigirle herederos. Y de las damas, la única que
parecía no tener interés alguno en el matrimonio era la señorita Holden.
Frances acabaría casándose con Millard, puesto que suponía que el
vizconde había puesto al corriente, tanto a Craddock como a ella, de su
decepción al descubrir la pantomima que habían pergeñado. Si ella intentaba
romper el compromiso dudaba que Justin se lo consintiese, sobre todo en
estos momentos, puesto que él no tenía intención alguna de ofrecerse por ella.
Millard y Frances se llevaban bien, podrían llegar a enamorarse, y a pesar de
sentir un nudo en el estómago al pensar en ellos juntos, entendía que era lo
mejor. Y si Frances decidía romperlo, pese a todo, no provocaría un gran
escándalo, Millard haría las cosas de tal manera que la alta entendiese que
Frances no tenía otro remedio que acabar con el compromiso. En poco
tiempo tendría a infinidad de caballeros dispuestos a solicitar su mano a
Craddock.
Meneó la cabeza, no podía dejarse llevar por sus sombríos pensamientos,
tenía un trabajo que acabar y debía concentrarse en él.
Cuando anunciaron a Nora, dirigió su mirada hacia las escaleras. La
vizcondesa se dirigía hacia él, al tiempo que se paraba a saludar y corresponder
a los saludos de los invitados con los que se cruzaba.
Darrell tomó una copa de champán de la bandeja de otro lacayo, que
ofreció a Nora en cuanto esta llegó a su lado.
―Gracias, piensas en todo ―agradeció con una graciosa inclinación de
cabeza.
Darrell sonrió mientras se encogía de hombros.
―¿Has pensado cuándo lo harás? ―siseó la vizcondesa tras tomar un sorbo
de su bebida. Ambos miraban el salón con indiferencia y conversaban
relajados como si estuviesen comentando frivolidades.
―Tal vez cuando la fiesta esté bastante avanzada y los grupos y parejas
comiencen a salir a los jardines. Entonces será más fácil que no noten mi
ausencia. ―Miró a Nora de reojo―. Necesitaré tu ayuda.
―Por supuesto, tú dirás.
―Conozco Brandon House como la palma de mi mano. Sé cómo acceder a
los aposentos de los marqueses desde el jardín, pero no puedo salir solo. Te
invitaré a pasear y, mientras te ocultas en la oscuridad, yo subiré. No puedo
volver a entrar en el salón con las joyas. ―Miró el ridículo de Nora―. Espero
que quepan en esa cosa que lleváis las damas en la que no cabe ni siquiera un
pañuelo.
Nora soltó una carcajada.
―Te puedo asegurar que el tamaño de este engaña.
―Eso espero ―murmuró Darrell receloso.
En ese momento, las notas de un vals comenzaron a sonar. Inmersos en la
conversación no se habían percatado de que la línea de recepción se había
disuelto y Millard y Frances se dirigían a la pista de baile. Darrell los observó
inexpresivo. No podía negar que hacían una buena pareja y sonrió para sí.
Teniendo en cuenta que Frances pensaba romper su compromiso, se la veía
radiante en los brazos de Millard.
«Debo reconocer que es buena, muy buena manipulando», admitió con
amargura. Su mirada se desvió de la pareja hacia los demás. Callen y Jenna se
disponían a acompañar a los agasajados, mientras Gabriel, Kenneth y Justin, en
lugar de observar el baile, tenían sus miradas fijas en él. Su demonio interior lo
llevó a alzar la copa en su dirección en un brindis silencioso y sarcástico. Tras
beber lo que quedaba en ella, se giró a Nora.
―¿Bailamos? No puedo pasarme toda la noche de pie en un rincón.
Mientras Nora asentía, tomó la copa de la mano femenina y posó las dos
en la bandeja de un lacayo. La tomó del brazo y salieron a la pista.
Frances se envaró cuando vio a la pareja danzar entre las demás. Aunque
había entendido que entre ellos no había más que una relación de amistad, no
pudo evitar los celos. Darrell estaba dolido y furioso, ¿y si dirigía su atención
hacia Nora? No tendría nada de extraño el que su amistad desembocase en
algo más. Parpadeó con fuerza para evitar las lágrimas. Debía mantenerse
entera, la farsa tenía que continuar hasta que Darrell consiguiese las joyas
escocesas y, con ello, atrapar a Dafton.
La presión en la mano que sostenía Millard le hizo levantar el rostro hacia
él.
―No es más que una puesta en escena ―murmuró el vizconde, adivinando
lo que cruzaba por la mente de Frances.
―Lo sé ―repuso ella.
―Pues sonría, es nuestra fiesta de compromiso, se supone que estamos
radiantes de felicidad ―susurró Millard.
Frances compuso una trémula sonrisa. No le fallaría a Darrell, sonreiría
hasta que las mandíbulas le doliesen.
Cuando la pieza finalizó, Darrell acompañaba a Nora fuera de la pista
cuando la señorita Holden se acercó a ellos. Ridley rodó los ojos.
Tras saludar a Nora, Shelby se dirigió con desfachatez a Darrell.
―Creo que este es nuestro baile, milord. Espero que no lo haya olvidado
―observó con una sonrisa.
Mientras Nora reprimía una sonrisa, Darrell enarcó una ceja.
―Por supuesto que no, señorita Holden ―repuso con frialdad. Si la
muchacha pretendía recriminarle algo, le importaría un ardite sacarla de la pista
de baile aunque no hubiese cesado la música. No iba a tolerar más insolencias
ni trucos ladinos de nadie.
Comenzaron a bailar y, tras unos instantes de silencio, Shelby habló.
―Me temo, milord, que ha habido un malentendido en cuanto a la
voluntad de Frances de aceptar el cortejo y posterior compromiso con lord
Millard...
Darrell bajó la mirada hacia el rostro femenino.
―Deberá disculparme, señorita Holden, pero no son de mi incumbencia
los malentendidos en los que incurra o no lady Frances. ―Al ver que Shelby se
disponía a contestar, añadió―: Le rogaría que se abstenga de entrometerse en
mi vida personal. Si su intención al obligarme a bailar con usted era esa, debo
advertirle que otra palabra más en ese sentido y entenderé que no desea bailar.
La sacaré de la pista y no me importarán en absoluto los comentarios que
puedan surgir. ¿Me he expresado con claridad? ―repuso con voz acerada.
Shelby observó el rostro sombrío de Darrell y no tuvo otra opción que
asentir. Ya no era el Ridley tolerante y con sentido del humor que había tratado
y con el que había mantenido una conversación parecida en otro baile. Este
hombre se expresaba con una distancia desapasionada que le ponía el vello de
punta.
No volvieron a intercambiar una sola palabra en lo que duró la danza.
Darrell acompañó a Shelby junto a los condes de Balfour, obviando que ella se
le había acercado desde el grupo donde estaban sus amigos. Al demonio la
cortesía, nadie volvería a utilizarlo.
Se dirigió hacia la sala de caballeros. Por lo menos allí estaría a salvo de las
artimañas de las amigas de Frances, además de que se mantendría entretenido
hasta que la fiesta estuviese lo suficientemente avanzada como para que
algunos invitados comenzaran a retirarse.
Dejó transcurrir un par de horas y se acercó hacia donde estaba Nora
conversando con otros invitados y, tras saludar y disculparse, la tomó del
brazo.
―Es el momento ―masculló―. Cuando te entregue las joyas, te despedirás
y te dirigirás a mi carruaje. Ya he avisado al cochero. Después de unos
instantes yo saldré tras de ti. Todos pensarán que tenemos una cita amorosa.
Nora asintió y ambos se dirigieron hacia los jardines. Después de buscar un
lugar lo suficientemente apartado y lejos de las antorchas que iluminaban el
sendero principal, Darrell dejó a Nora y se encaminó hacia el interior de la
mansión. Entró por el ventanal de la biblioteca. Esta tenía dos salidas, una al
pasillo y otra que comunicaba directamente con unas escaleras que subían
hacia el ala donde estaban los aposentos de los marqueses.
Una vez allí, y gracias a las indicaciones de Callen, no le costó conseguir la
bolsa con las joyas. Sin pararse a comprobar su contenido y tras dejar todo
como lo había encontrado, salió para regresar a los jardines junto a Nora.
Acababa de colocar la bolsa en el retículo de la vizcondesa que,
efectivamente, engañaba mucho en cuanto a su tamaño y capacidad, cuando
escucharon voces.
―-¡Mierda! ―siseó Darrell.
―Calma, Ridley ―murmuró Nora―. Se supone que es un encuentro
romántico. Si se acercan demasiado actuaremos en consecuencia. Si se han
acercado hasta aquí debemos considerar que tienen las mismas intenciones que
nosotros.
―Malditos invitados ―masculló Darrell exasperado―. Brandon House
tiene una magnífica biblioteca para determinados encuentros, por Dios, sin
hablar de que estarían mucho más cómodos.
Nora soltó una risilla. Se mantuvieron quietos y atentos hasta que
comprobaron que las voces se acercaban cada vez más. Voces femeninas.
―Maldita sea, además damas.
―Vamos, Ridley, no es como si te fuesen a obligar a reparar mi reputación
si nos descubren dos o tres matronas. Soy viuda, ¿recuerdas? ―murmuró Nora
jocosa.
―No es divertido, Nora, quiero salir de aquí cuanto antes ―repuso Darrell
incómodo por la situación.
Las voces se acercaban cada vez más.
Darrell suspiró.
―Bien, comencemos la representación ―advirtió mientras rodeaba la
cintura de Nora con sus manos―. Enlaza tus manos en mi cuello, y entierra tu
cabeza en mi hombro, si yo me inclino parecerá...
―Puedes besarme si lo ves conveniente ―susurró Nora en tono divertido.
―¡No voy a besarte, por el amor de Dios! ―exclamó Darrell horrorizado.
Un jadeo y una exclamación se escucharon a sus espaldas.
―¡Miserable bastardo! ―bramó una voz femenina.
Darrell cerró los ojos con resignación. Había reconocido la voz que le
había dedicado el cariñoso epíteto.
«¡Por todos los demonios, debe de haber como cien mujeres en la fiesta, y
precisamente...!», pensó.
Se giró procurando mantener la figura de Nora tras su cuerpo.
―Señorita Holden..., lady Craddock..., ―«¡Condenación!», pensó―, lady
Frances. ―Esbozó una cínica sonrisa―. Me atrevería a decir que no resulta
muy decoroso que se alejen tanto de la residencia, sobre todo internándose en
la oscuridad.
Shelby enarcó una ceja mientras se cruzaba de brazos.
―¿Teme por nuestra inocencia si nos encontramos con escenas como la
que acabamos de ver, milord?
Darrell no le había dedicado una sola mirada a Frances.
―No temo nada, señorita. A estas alturas, ya deberían estar al tanto de lo
que se pueden encontrar si visitan las zonas oscuras de unos jardines ―repuso
mordaz.
Frances permanecía pálida y silenciosa. Después de convencerse de que
entre lady Dudley y Darrell no había nada más que una amistad, se encontraba
con esta escena. Parpadeó varias veces para evitar las lágrimas. Era una
posibilidad, lo sabía, que Darrell y Nora avanzasen en su relación, pero no
estaba preparada para encontrarlo besando a otra mujer, no después de lo que
había sucedido entre ellos.
―Si nos disculpan...
Lilith escrutaba con atención el rostro de Darrell, y cuando este se giró
para tomar la mano de Nora, su atención se dirigió a ella. Si esos dos eran
amantes, Craddock era el primero en la línea de sucesión al trono.
Ignorando los hoscos rostros femeninos, en realidad uno, puesto que la
expresión de Lilith era inescrutable, y a Frances no le dedicó ni una mirada,
Darrell se dirigió a Nora:
―Espérame en el carruaje, estaré contigo en un momento ―murmuró
mientras besaba su mano.
Nora asintió y, tras hacer una inclinación de cabeza a las tres muchachas, se
dirigió hacia la casa.
Darrell observó la partida de la vizcondesa mientras esperaba unos
instantes a que Nora tomase distancia, y en cuanto esta se alejó se inclinó
cortés ante las tres damas.
―Miladies, si me disculpan, me temo que tengo un compromiso
―murmuró con frialdad.
Shelby se acercó amenazadora a Ridley, sin embargo, la mano de Lilith en
su antebrazo la detuvo.
―Por supuesto, lord Ridley, no es nuestra intención retenerlo.
Darrell frunció el ceño mientras observaba a Lilith, ¿se habría dado cuenta
de la pequeña representación? Intuía que sí. Lilith había tenido sus propios
secretos y aún conservaba alguno enterrado, sabría reconocer una ficticia
puesta en escena.
Se inclinó y, sin decir una sola palabra más, se alejó tras Nora.
En cuanto Ridley se hubo alejado lo suficiente, Lilith se giró hacia la pálida
Frances.
―Sabes que esto ha sido una pequeña farsa, ¿no? Ridley ha venido con un
fin y no puede permitir que lo encuentren a solas en los jardines, una reunión
supuestamente romántica con una dama alejaría todas las sospechas si alguien
los viese ―argumentó.
―No importa, lo entiendo ―susurró Frances.
Shelby, que tras haber dado rienda suelta a su temperamento al ver a la
pareja, había comprendido el punto de Lilith, murmuró.
―Por supuesto que tienes que entenderlo. Tú también estás inmersa en una
farsa. ―Ante la mirada inquisitiva de Frances, continuó―: ¿Acaso tu
compromiso no lo es? ¿Acaso todo este despliegue no es pura mentira para
facilitarle la tarea a Ridley? Todos tenemos un papel en esto, Frances, y los
primeros actores son Darrell y Nora, que en este caso es esencial para evitar
sospechas sobre Ridley.
Mientras Lilith miraba con aprobación a Shelby, Frances susurró.
―Lo sé, es solo... no he podido evitar...
―¿Los celos? ―inquirió mordaz Shelby―. Pues haz algo bueno con ellos y
utilízalos para recuperarlo. Regresemos ―zanjó―, tu marido y tu... prometido
estarán preguntándose dónde nos hemos metido.
Frances regresó cabizbaja sumida en sus pensamientos. Tenían razón,
todos ellos habían planeado esta charada para ayudar a Darrell, y él no había
tenido manera de averiguar quién se acercaba. Al igual que ella con Millard,
Nora y Darrell habían seguido un guion cual actores en una obra de teatro,
solo que improvisando. Sin embargo, ver sus preciosas manos rodeando el
cuerpo de Nora... Cuando esto acabase, se prometió, aclararía todo con él,
aunque tuviese que atarlo para que la escuchase.
r
Mientras tanto, en el carruaje, Darrell evocaba el pálido rostro de Frances.
Solo la había mirado unos instantes, pero no era capaz de olvidar su dolida
mirada. Tal vez hubiese entendido que todo era una maldita farsa, y si no, ¡qué
más daba! Estaba decidido, una vez acabase con Dafton, no tendría motivo
alguno para relacionarse con Frances y sus preciosos y decepcionados ojos
verdes... y sus jugosos y sensuales labios entreabiertos por la sorpresa... y su...
¡maldición!
―¿No crees que deberías aclarar las cosas con ella?
Darrell suspiró hastiado.
―No hay nada que aclarar, y te rogaría que dejases el tema, Nora.
Nora observó su perfil con tristeza. Darrell miraba por la ventana del
carruaje pensativo.
―Por supuesto, disculpa.
Cuando dejó a Nora en su residencia, Darrell se dirigió a la suya con la
bolsa robada.
No había tenido tiempo de ver su contenido. Se encerró en su alcoba y
abrió la bolsa volcando su contenido sobre una pequeña mesa.
¡Santo Dios! No había imaginado tanta exquisitez.
Tres collares, todos con diamantes, pero cada uno con diferentes piedras
preciosas del tamaño de un huevo de paloma. Rubís, zafiros y esmeraldas
conformaban los colgantes. Sus respectivas sortijas haciendo juego, junto con
las pulseras. Dos cadenas de oro macizo, con antiguos medallones también de
oro. Un bellísimo collar de perlas, todas del mismo tamaño, y un collar de
chatones de diamantes que, al fijarse, notó que podía desmontarse para formar
varias piezas independientes.
Pensó apabullado que, en efecto, era el rescate de un rey. De hecho, había
sido enviado para ayudar a reponer en el trono a un rey. Memorizó todas las
piezas, no se fiaba de que Dafton se quedase con algunas y vendiese el resto.
Tras guardarlas y esconder la bolsa, se tumbó en la cama.
Faltaba lo más difícil: recuperarlas una vez las hubiera dejado en manos del
vizconde.
k Capítulo 12 l

El honorable Mortimer Dafton llegó a Londres dos días después de la fiesta


de compromiso. Había aceptado la invitación de Gabriel para alojarse en su
residencia. No convenía que la noticia de la presencia del hermano del
vizconde se extendiese por la ciudad y llegase a sus oídos.
La misma noche de su llegada, Willesden citó a Darrell y a Millard. Ellos le
explicarían a Mortimer las tropelías de su hermano.
Sentados en la biblioteca del marqués, todos servidos con sus respectivas
copas, Darrell observó con disimulo a Mortimer.
Había cambiado mucho, claro que era lo lógico después de diecinueve
años. De estatura media, resultaba un hombre atractivo, con cabello y ojos
castaños que no tenían la frialdad de los de su hermano.
―Señor Dafton ―comenzó Darrell―, me gustaría agradecerle, antes de
nada, que atendiese a nuestra petición de viajar a Londres. No lo hubiésemos
hecho afrontar un viaje tan largo si no fuese absolutamente necesario.
―No se preocupe, Ridley, Willesden me comentó en su carta que como
inspector de la nueva policía investiga un determinado club del que sospecha
que mi hermano es líder ―repuso Mortimer con un deje de resignación―. Si
me permite, mis felicitaciones por su nuevo cargo. ―Darrell inclinó la cabeza
agradecido―. Y en cuanto a las actividades de Trevor, hace tiempo que me
desvinculé totalmente de él. Quedé lo suficientemente harto de sus fechorías
que incluso decidí ir a una universidad diferente, por lo que me temo que en
poco les puedo ayudar.
Gabriel y Millard escuchaban atentos el intercambio entre los dos
caballeros. Le correspondía a Darrell informar a Mortimer.
―En realidad, me atrevería a decir que la ayuda iría en dos direcciones,
señor ―afirmó Darrell.
Mortimer frunció el ceño.
―¿Cómo sería eso?
Darrell le explicó las actividades ilegales que llevaba a cabo el vizconde, y
que utilizaba la residencia de la madre de ambos, pero perteneciente a
Mortimer, para esconder los artículos robados y que se temían que, en caso de
ser descubierto, el vizconde argumentaría que la propiedad no era suya sino de
Mortimer.
―No me cabe la menor duda de que sería capaz de eso y mucho más
―admitió el señor Dafton―. El problema, me temo, es que no tienen prueba
alguna, con lo cual me sería imposible hacer valer mis derechos y expulsarlo de
la propiedad, prohibiendo que la utilizase.
―A decir verdad ―repuso Darrell después de lanzar una breve mirada
hacia Gabriel y Millard―, lo que necesitamos exactamente no es que lo expulse
de la residencia, encontraría otro lugar, sino que nos dé detalles de su interior.
Necesitamos saber la cantidad de habitaciones, su disposición. Si conseguimos
encontrar los artículos robados en su interior, y estando él presente, no caería
ninguna sospecha sobre usted, de hecho, todo el mundo sabe que nunca viaja a
Londres, y si la corona no requisa las propiedades del vizcondado puede que,
si condenan a Dafton, usted se convierta en el siguiente vizconde.
Mortimer hizo una mueca de hastío.
―En realidad, el vizcondado me importa muy poco. Vivo tranquilo en
Lancashire con mi familia, gozo de una posición acomodada, que me labré yo
mismo, y no deseo los problemas de un título que, si mi hermano es detenido,
vendrá a mí con la reputación hecha girones. No deseo que mis hijos pasen su
vida arreglando los desmanes de Trevor, intentando devolver respetabilidad a
un título enfangado.
»En cuanto a la disposición de la casa, en eso sí puedo ayudarles
―continuó Mortimer―. Mientras Trevor visitaba a su tío, yo pasaba mis
veranos allí, la conozco como la palma de mi mano.
―¿Podría hacernos un plano, así como los puntos débiles por donde
pudiésemos entrar con facilidad, o por lo menos sin ser descubiertos?
―intervino Millard.
―Por supuesto.
Gabriel se levantó para acercarse a una de las mesas que estaban repartidas
por la biblioteca, la más grande.
―Creo que aquí encontrará todo lo necesario ―ofreció, mientras señalaba
la profusión de lápices y papel sobre ella.
Los tres caballeros observaban atentos el escrupuloso trabajo que estaba
realizando Mortimer que, conforme dibujaba, señalaba los puntos de interés.
―En la planta baja solamente hay tres habitaciones, además de la puerta
que lleva a las cocinas y la zona de servicio. Esas salas fueron en su momento
dedicadas a recepción de visitas, otra es la biblioteca y la del medio como
despacho de mi abuelo. En el piso superior...
―Disculpe un momento ―interrumpió Darrell―. Millard, ¿en algún
momento subiste o bajaste escaleras?
Millard negó con la cabeza.
―Entonces debemos suponer que en una de las dos es donde se entrevista
con los miembros del club ―aseveró Darrell―. Continúe, Dafton, por favor.
Mortimer lo miró frunciendo el ceño.
―Yo me inclinaría por el despacho. Si, como usted dice, la habitación
estaba en penumbra, la otra sala tiene un gran ventanal; el estudio, sin
embargo, no tiene más que una ventana, mucho más fácil para tapar la luz que
pueda entrar por ella. En el piso superior se encuentran los dormitorios, cinco
en total.
Darrell alzó la mirada del plano que había dibujado Mortimer.
―En su opinión, ¿dónde podría ocultar los artículos?
Mortimer esbozó una maliciosa sonrisa.
―¿No han notado nada extraño en la planta baja?
Tres pares de ojos volvieron a revisar el plano con más atención.
Darrell frunció el ceño.
―Hay demasiada distancia entre el ventanal de la primera habitación y la
ventana del despacho, en cambio, entre esta y el ventanal de la biblioteca no
existe tanta ―murmuró pensativo mientras volvía a mirar a Mortimer.
―¿Una habitación secreta? ―aventuró Millard.
―Exacto. Y si tuviesen la oportunidad comprobarían que hay esa misma
distancia en el interior, que no se corresponde con las paredes colindantes
entre el despacho y la sala.
―Me atrevería a suponer que sabe cómo acceder a esa habitación ―aseveró
Gabriel.
La sonrisa satisfecha de Mortimer era una muestra de que, en efecto,
conocía el secreto.
―Nunca supe para qué había construido esa habitación mi abuelo, pero
tanto Trevor como yo la utilizábamos a veces para escondernos de nuestro
tutor. Solo la familia, y quedamos dos, conoce la existencia de esa habitación.
Ni siquiera el servicio tiene constancia de que exista. Y hablo del antiguo
servicio, puesto que me temo que Trevor habrá contratado todo el personal de
su confianza y se habrá deshecho de los antiguos criados.
―Les explicaré la manera de acceder. Me gustaría dejar todo resuelto hoy a
ser posible ―repuso Mortimer―. Me pone el vello de punta saber que estoy en
la misma ciudad que Trevor ―murmuró sombrío.
Tras despejar todas las dudas tanto de Darrell como de Millard, Mortimer
se despidió. Pasaría la noche en la residencia de Gabriel y regresaría a
Lancashire al día siguiente.
Antes de que se retirase, Darrell le agradeció su ayuda. Mortimer meneó la
cabeza sin darle importancia.
―Solo atrápenlo. Ustedes vieron una parte de él en Eton, yo he visto y
padecido mucho más ―dijo con frío rencor―. Aunque sea mi hermano, ese
maldito engendro de Satanás pudre todo lo que toca. Buenas noches,
caballeros, y suerte.
―Buenas noches, Dafton, lo veré en el desayuno antes de que se marche
―se despidió Gabriel.
Tras inclinar cortés la cabeza, Mortimer abandonó la biblioteca.
Después de unos instantes en los que nadie habló, Darrell miró a Gabriel,
y este le devolvió la mirada.
―Es un buen hombre; incluso en Eton, rodeado de aquella escoria como
su hermano y Longford, no parecía formar parte de ellos. ―Gabriel se frotó la
barbilla―. Tal vez hubiéramos debido ofrecerle formar parte de nuestro grupo,
quizá le hubiéramos evitado problemas.
―O se los hubiésemos creado ―refutó Darrell―. No olvides que tenía que
pasar sus vacaciones con Trevor. Se hubiese ensañado con él. ―Contempló
pensativo la puerta por donde había salido Mortimer―. De todas maneras,
tiene toda mi admiración, supo buscar la forma de distanciarse de esos dos
bastardos.
―Bien ―concluyó Darrell―. Es hora de que nos marchemos. Gracias por
todo, Gabriel.
Gabriel lo miró dolido.
―¿Ahora necesitamos darnos las gracias unos a otros como si fuésemos
meros conocidos?
Darrell tuvo a bien avergonzarse.
―No quería decir...
―Ese es el problema, Darrell, que últimamente nunca dices lo que en
verdad quieres decir ―murmuró Gabriel―. Buenas noches, ya conocéis la
salida. Millard.
―Willesden.
Cuando Gabriel se marchó, Darrell se encaminó hacia la puerta.
―Saldré por la puerta de servicio, me apetece caminar. Hablaremos
mañana de los pasos a seguir.
Millard asintió.
Mientras se dirigía hacia su residencia, Darrell maldecía en silencio. Percibía
la distancia que había entre él y Gabriel. El único de sus amigos que le había
fallado había sido Justin, pero estaba alejándolos sin apenas ser consciente de
ello, y entendía que no estaba siendo justo. Cuando todo acabase tendría que
pedir muchas disculpas, pensó frustrado.
r
La reunión se celebraba en la residencia de Nora. Darrell había desplegado
un discreto servicio de vigilancia de cuatro policías sobre la casa de West Ham
con el fin de estar al tanto de las rutinas que se seguían tanto si Dafton estaba
en la residencia como si no.
―Estará a punto de exigirte el botín ―hablaba Millard en ese momento―.
Una vez lo hayas hecho, ¿cómo continuaremos?
Darrell se frotó la mandíbula.
―Si no te ordena que me acompañes, me seguirás a distancia, al fin y al
cabo, ya conoces el lugar. No puedo detenerlo en el momento de la entrega.
Una vez me devuelvan a Londres te quedarás y vigilarás si Dafton abandona la
casa. Si debes acompañarme, regresaremos y comprobaremos con los
vigilantes si él continúa todavía allí.
»El caso es que tenemos que atraparlo dentro de la casa y con las joyas en
su poder ―murmuró―. Tendremos que permanecer en West Ham con los
otros policías hasta que regrese. Ese será el momento de atraparlo. ―Miró a
Nora, que escuchaba atenta―. Una vez Dafton esté dentro, te necesitaré para
que entretengas a los guardias de la puerta de servicio. Según Mortimer, es
sencillo entrar sin que nos vean, pero no quiero dejar nada al azar. No quiero
que lo hagas sola. Encuentra a otra mujer de confianza que te pueda ayudar,
quizá dos.
»Hay una mujer de la posada del pueblo que les lleva la comida, pero no
podréis reemplazarla, solamente va una de las mozas, no tres, además de que
no sabremos cuándo se presentará Dafton ―explicó Darrell―. Lo más seguro
es que os hagáis pasar por faldas ligeras que se dirigen a Londres; mientras,
nosotros entraremos ―aclaró señalando a Millard―, y en ese momento los
agentes detendrán a los que vigilan las entradas.
―Ridley, no sabemos con cuántos hombres cuenta Dafton dentro de la
casa, los únicos que han contado los agentes son los cuatro que custodian las
dos puertas ―comentó Nora con preocupación―. Los dos solos...
―La sorpresa será suficiente para hacernos con Dafton, el resto no moverá
un dedo si detenemos a su jefe ―repuso Darrell.
Nora intercambió una inquieta mirada con Millard. El plan en sí estaba
bien, pero que solo entrasen ellos dos... cualquier cosa podría fallar, Dafton
podría estar acompañado de alguno de sus hombres, podrían sorprenderlos
antes de que lograsen llegar a él...
Millard asintió imperceptiblemente con la cabeza. Necesitaban ayuda, y la
policía metropolitana no disponía de más agentes para proporcionársela.
Una vez Darrell volvió a su despacho, Millard se dirigió hacia Brooks’s.
Esperaba encontrar la ayuda necesaria allí.
r
Respiró con alivio cuando vislumbró al grupo sentado en su rincón
favorito.
―Millard ―saludó Justin frunciendo el ceño―. Disculpa si parezco grosero,
pero no sueles aparecer por aquí a estas horas.
Sin esperar invitación, el vizconde se sentó obviando algunas cejas alzadas.
Tras pedir una copa al lacayo, decidió ser claro.
―Ridley necesita ayuda. ―Inmediatamente, cuatro cuerpos se tensaron y se
inclinaron hacia él.
Ninguno habló, solo esperaron.
―Todo está previsto para detener a Dafton ―comenzó Millard―. El plan
que ideó Ridley está bien, el único problema es que pretende que entremos él y
yo solos a detener al vizconde. ―Hizo una breve pausa―. No tenemos modo
de averiguar cuántos hombres hay en la casa, y tanto a la vizcondesa como a
mí nos preocupa que puedan superarnos en número y atraparnos antes de
llegar a Dafton. No podemos pedir más agentes, nos concedieron varios para
la vigilancia y no pueden cedernos más. La nueva policía no rebosa de personal
precisamente... todavía.
―¿Qué tenemos que hacer? ―inquirió Justin.
―Ofrecernos apoyo cuando entremos ―respondió Millard.
Al ver el asentimiento general, Millard les explicó el plan. Él los avisaría
cuando Darrell fuese a entregar las joyas y ellos se dirigirían a West Ham.
Gabriel conocía la situación de la casa gracias a las indicaciones de Mortimer.
Esperarían allí el regreso de Darrell y él, y todos aguardarían a que se
presentase Dafton.
―No le va a gustar ―masculló Callen.
Kenneth hizo una mueca.
―Pues tendrá que aguantarse.
―¿Qué va a hacer? ―intervino Gabriel―. ¿Ordenar a los agentes que nos
escolten de regreso a Londres y quedarse solo con Millard? Eso estropearía
toda la operación. No le quedará más remedio que tolerar nuestra presencia.
Justin se inclinó y apoyó los codos sobre los muslos.
―Danos todos los detalles.
Mientras Millard ponía a los caballeros al tanto, otra reunión tenía lugar en
Craddock House, esta vez entre las damas.
r
Nora conocía a alguien en quien podía confiar plenamente, además de que,
aunque por poco tiempo, había sido instruida sobre cómo defenderse. La
tercera la buscaría de entre las muchachas de su personal. Decidida, se dirigió a
Craddock House, donde no solo se hallaban la condesa y lady Frances sino,
además, la señorita Holden.
Tras ser informada la condesa por Shelton de que lady Dudley solicitaba
ser recibida, Lilith miró a Frances. Esta asintió. Fuese cual fuese la relación que
mantuviesen Darrell y Nora, se aclararía en su momento. No pensaba permitir
que los celos la llenasen de resentimiento.
Después de los saludos y del envío de un nuevo servicio de té, Nora
decidió clarificar primero la situación con Frances.
―Antes de ponerlas en antecedentes de la razón de mi visita, debo explicar
algo ―comenzó con su atención puesta en Frances. Shelby y Lilith se miraron,
pero se mantuvieron en silencio.
―La escena que vio la otra noche en los jardines de Brandon House no era
más que una distracción ―aclaró―. Ridley me acababa de entregar las joyas
para que las sacara de la casa, y tuvimos que disimular como pudimos. No
esperábamos que fuesen ustedes, imaginamos que se acercaba alguna matrona
dispuesta a descubrir alguna situación indecorosa.
―No tiene que disculparse milady, lo entiendo...
Nora alzó la mano deteniendo a Frances.
―Espero que en verdad lo entienda, porque la razón de mi visita es
solicitar su ayuda para respaldar a Ridley.
La vizcondesa les contó el plan que había ideado Darrell y la necesidad de
contar con dos mujeres más de apoyo.
―He pensado que usted podría ayudar. Tiene alguna noción de defensa y
es de confianza, la otra mujer la buscaré entre...
―Yo seré la tercera. ―La cortó Lilith―. Sé perfectamente cómo
defenderme.
―No puedes ―contradijo Shelby―. Cuando Craddock se entere de que
Frances estará implicada, soltará espumarajos por su boca, pero si además tú
también intervienes, nos despellejará vivas a todas. Iré yo.
―Shelby, no sabes... ―intentó Lilith, mientras Nora, callada, observaba
atenta el intercambio.
―¿Defenderme? ―inquirió Shelby mientras alzaba una ceja―. ¡Por el amor
de Dios, soy americana! No es que haya ido a combatir contra los comanches,
por supuesto, pero he tenido una educación más... Bueno, digamos que niños y
niñas jugábamos juntos y no precisamente con muñecas, estábamos un poco
más asilvestrados que los niños ingleses. Conozco perfectamente la manera de
mantener a raya a un hombre.
―Pero tendremos que irnos después de que salgan ellos, y no sabemos el
tiempo que estaremos fuera, ¿cómo se lo vas a explicar a los Balfour?
―preguntó Frances.
Shelby rodó los ojos.
―Lilith enviará una nota esta tarde invitándome a pasar unos días en
Craddock House, y... ―continuó hablando antes de que Lilith soltase alguna
palabra―, en cuanto a nuestra desaparición de los eventos, es a causa de
Frances. ―Esta la miró con el ceño fruncido―. Su fuerte resfriado no le
permite dejar la cama, y yo, como buena samaritana, le haré compañía, puede
que hasta yo también me resfríe. ―Se encogió de hombros con gesto burlón.
En cuanto Shelby acabó su exposición, las tres miraron a Nora, que sonrió
para sí.
―Bien, debo suponer que he encontrado a mis dos compañeras
―afirmó―. Hay una cosa que quiero que tengan muy clara: obedecerán en
todo momento lo que yo les diga. ¿Tengo su palabra?
Nora fijó su mirada en las muchachas hasta que estas asintieron.
―Les enviaré un mensaje y se dirigirán a mi casa. Irán vestidas como...
―Nora se frotó la sien―. El papel que representaremos será el de unas faldas
ligeras que se dirigen a Londres. Nada de finos vestidos y mucho menos
corsés. Tienen que estar cómodas. Sus ropas deben mostrar sin ser vulgares.
―Observó los rostros confusos de las tres muchachas―. Lo mejor será que me
acompañen, iremos de compras.
Nora contaba con una modista que no tenía su taller precisamente en
Bond Street, pero a la que recurría cuando necesitaba algún que otro disfraz
cuando ayudaba a los runners entonces y, ahora, a la nueva policía.
Cuando Frances pidió que le bajasen ropa de abrigo, Lilith la imitó. Ante la
mirada perpleja de las otras, murmuró sonriente.
―No me perdería esta jornada de compras por nada del mundo.
Cuando se encaminaban hacia la puerta, Shelby soltó una risilla. Ante las
miradas estupefactas, aclaró mirando a Lilith.
―¡¿Y a ti te preocupaba el escándalo a causa de tu secretillo?! Si esto se
sabe, acabaremos todas repudiadas por la alta ―espetó con una carcajada.
Mientras Nora sonreía, ella estaba al tanto del secretillo al que se refería
Shelby, Lilith y Frances estallaron en carcajadas. Shelby tenía razón, si su
aventura llegaba a oídos de la ton, el escándalo sería mayúsculo.
r
Esa misma noche, Millard advirtió a Darrell que Dafton le enviaría un
carruaje a la mañana siguiente. Iría solo.
k Capítulo 13 l

Condujeron a Darrell hasta una habitación, donde le quitaron la venda de los


ojos. La sala estaba en penumbras, tal y como le había dicho Millard.
―Este no era el trato ―advirtió a la figura situada en la oscuridad―.
Ordene que me regresen a Londres ―dijo mientras hacía ademán de volverse a
colocar la venda. Estaba corriendo un riesgo mayúsculo. Nada impediría a
Dafton no cumplir con lo tratado y quedarse con las joyas.
―Tiene razón, Ridley, la palabra de un caballero es sagrada, ¿no es cierto?
―contestó mientras abría de un tirón las cortinas.
La luz inundó el despacho mientras Darrell pestañeaba. Cuando pudo fijar
su mirada, se fingió sorprendido.
―¡¿Dafton?! ―exclamó simulando perplejidad.
―¿Sorprendido, Ridley?
―Debo confesar que sí ―afirmó Darrell. Se mordió la lengua ante las
ganas de humillarlo recordándole que siempre había sido el segundo de
Longford, sin iniciativa alguna, claro que Longford jamás hubiese permitido
que la mostrase.
―Digamos que esperaba mi momento ―murmuró Dafton con frialdad.
«Y una mierda», pensó Darrell. Algo habría pasado entre los dos
desgraciados que había hecho que cambiasen las tornas. Se encogió de
hombros interiormente. En realidad le importaba un bledo, Longford estaba
muerto y este... bueno, dependía de cómo resultase todo.
―¿No preguntas por qué tú? ―inquirió el vizconde.
«¿Es que era idiota? Ya sabía por qué lo había elegido a él: pura venganza»,
pensó Darrell.
―Sé la razón. Nunca pudisteis soportar que además de joderos vuestro
sadismo con los demás chicos, que nadie os respetara.
La mirada de Dafton se endureció.
―El mismo Ridley de siempre, observador como pocos.
Dafton enarcó una ceja.
―He cumplido ―extendió la mano.
Darrell obvió la mano tendida y depositó la bolsa sobre la mesa que había
entre ellos.
―Asumo que mi deuda está saldada ―masculló ―, pero estaré más
tranquilo si me entregas los pagarés.
Dafton abrió un cajón y sacó un fajo de papeles que ofreció a Darrell, este,
después de tomarlos y revisarlos, los guardó en un bolsillo.
―Tal vez nos volvamos a ver antes de lo que esperas ―repuso de pronto el
vizconde.
Darrell esbozó una mueca sarcástica.
―Debí suponer que tu palabra no valdría nada.
―He dejado que vieras mi rostro. He cumplido. A lo que me refiero es a
que dudo mucho que puedas alejarte de las mesas de juego, y entonces
volveremos a empezar.
―No volveré a admitir préstamos de Millard ―repuso Darrell.
―Seguramente, pero ¿podrás estar seguro alguna vez de contra quién
juegas? Tal vez no sea Millard, pero puede que se trate de otro de mis…
colaboradores. ―Dafton le dirigió una mirada llena de odio―. Nunca te sentirás
libre, Ridley, tal y como nunca serás capaz de dejar el juego.
―Ordena que me regresen a Londres ―masculló Darrell. No había
necesidad alguna de seguir aguantando las ínfulas del vizconde, además de que
le convenía hacer ver que se sentía insultado y que conservaba el orgullo que
tanto odiaba Dafton.
―Por supuesto. ―Dafton tiró de un cordón situado tras él, y al momento
un hombre se presentó―. Me has visto, he cumplido, pero no hay necesidad de
que sepas dónde estás. Colócale la venda ―ordenó al hombre. Cuando Darrell
tuvo los ojos tapados, Dafton siseó.
―Nos veremos de nuevo, querido amigo, te lo aseguro.
«Por supuesto que sí, miserable bastardo», pensó Darrell.
Millard había avisado a los amigos de Darrell y a Nora. Cuando este llegó a
Londres, los caballeros ya habían partido para West Ham. Nora y las
muchachas saldrían tras ellos y se instalarían en la posada del pueblo a la
espera del regreso de Dafton.
Todos tenían claro que Dafton regresaría a Londres para vender las joyas
cuanto antes. En cuanto los Hamilton se diesen cuenta de su falta, la venta
sería mucho más arriesgada.
r
Cuando Darrell regresó a West Ham con Millard y se dirigió al lugar en
donde se hallaban sus agentes y desde el que se divisaban las dos entradas de la
casa, casi se le desencaja la mandíbula cuando observó los cuatro rostros que
observaban la residencia y se giraron hacia él, al escucharlo llegar.
―¿Qué mierda hacéis aquí? ―bramó.
―No grites, por favor ―susurró Justin― Dafton no es sordo y todavía
continúa en la casa.
Darrell abrió los ojos estupefacto. Giró su rostro hacia Millard, que
observaba el encuentro con una sonrisa beatífica en el rostro.
―¿Los has avisado tú? ―Levantó los brazos exasperado―. Por supuesto,
¿quién más podría hacerlo?
―Deja de bracear y agáchate ―murmuró Callen―. Al final, con tanto
aspaviento vas a conseguir alertar a los vigilantes.
Darrell boqueó, ¿le estaban dando órdenes? Inspiró con fuerza intentando
calmarse.
―Muy bien, ya os habéis divertido. Todos a Londres. ¡Ya!
Cuatro pares de ojos lo miraron socarrones.
―No nos puedes prohibir que hayamos decidido pasar el día aquí... o
varios, para el caso ―repuso Justin.
―Agradece que no hayamos traído a nuestras mujeres ―añadió Callen
mientras miraba a su alrededor―. La verdad es que es un lugar precioso para
un picnic.
―Y cerca de Londres para poder traer a los niños ―asintió Kenneth.
Darrell se agachó a punto de perder el control.
―Esto no es un picnic, maldita sea, largaos de una condenada vez.
―Yo que tú ahorraría fuerzas ―medió Gabriel―. Nadie se va a mover, así
que tienes dos opciones: darnos instrucciones o continuar con el berrinche. Tú
decides.
Murmurando maldiciones, Darrell se pasó las manos por el rostro.
―Vuestras esposas me matarán ―replicó taciturno.
Callen se encogió de hombros al tiempo que ladeaba la cabeza socarrón.
―Mejor ellas que Dafton o sus hombres.
Meneando la cabeza resignado, Darrell se dirigió a Millard.
―¿Nora y las otras mujeres están en la posada?
Millard asintió.
―Se han instalado hace una hora.
Darrell se pellizcó el puente de la nariz. No creía que Dafton, a estas
alturas, abandonase la casa. Tal vez desease disfrutar a solas de semejante
tesoro antes de deshacerse de él, o puede que, y conociéndolo era lo más
probable, estuviese eligiendo alguna pieza con la que quedarse. Echó un
vistazo a sus amigos. Todos ellos lo observaban con diferentes grados de
expectación. Contuvo una sonrisa afectuosa.
―Por lo menos habréis traído algo de comer ―inquirió con sorna.
Cuatro manos sujetando sendas cestas se alargaron hacia él.
Darrell las observó estupefacto.
―¿De verdad esperabais tener tiempo para hacer un picnic? ―exclamó
observando el contenido, en el que no faltaba de nada―. Por el amor de Dios,
¿no podríais traer algún sándwich y vino, como la gente normal?
―A saber cuánto se alarga esto, y no es como si pudiésemos encargar la
cena, ¿no? ―subrayó Kenneth―. Además, tienes a tu gente desfallecida, alguno
hasta babeaba cuando les entregamos su cesta.
También habían pensado en sus agentes. Darrell no pudo por menos que
conmoverse por la gentileza de sus amigos. Miró a Justin, este después del
primer comentario se había mantenido pendiente de sus palabras en el más
absoluto silencio. Chasqueó la lengua: otra conversación a la que debería hacer
frente.
Habían terminado de comer cuando observaron que uno de los hombres
conducía una montura hacia la puerta principal. Del interior salió otro que
montó en el caballo.
Darrell buscó con la mirada a uno de sus agentes.
―Dos de vosotros, id tras él e interceptadlo.
Mientras el hombre salía a la carrera, se giró hacia los demás.
―No creo equivocarme al pensar que ese hombre lleva un mensaje al
comprador. Dafton no se moverá de aquí hasta que venda las piezas.
Al cabo de una media hora, los dos agentes regresaron con el hombre
atado a su montura.
Después de atarlo a uno de los árboles, uno de los policías entregó una
nota a Darrell.
―Solo llevaba esto.
―¿Armas?
El agente le mostró un cuchillo.
―Únicamente esta.
Darrell asintió mientras abría la nota. Tras leerla, miró a los demás.
―Le indica la hora a la que debe acudir.
Giró su rostro hacia el hombre que, sentado y atado al árbol, los observaba
con desdén. Tras echarle un especulativo vistazo, se volvió a sus amigos.
―A quién va dirigida no es importante. Me atrevería a decir que
encontraremos registros de las ventas y un listado de compradores en la casa.
Debemos averiguar cuántos hombres quedan dentro además de Dafton.
―Me temo que no va a decirnos nada ―masculló Kenneth. La burlona ceja
enarcada del hombre pareció darle la razón.
―Puede que influya que está amordazado ―apuntó mordaz Gabriel.
Callen se adelantó con indolencia hacia el hombre. La burlona ceja bajó de
inmediato al ver al enorme escocés que se dirigía hacia él, siendo reemplazada
por una mirada recelosa.
Callen se acuclilló frente a él. Aún así, le sobrepasaba al menos una cabeza.
Sin quitarle una maliciosa mirada de encima se dirigió a Darrell:
―¿Es cierto que la nueva policía no puede poner una mano encima a los
delincuentes?
Darrell asintió.
―Bien ―concordó Callen―, es una suerte que yo no sea policía. ―Los ojos
del hombre se abrieron de espanto―. Soy escocés ―le aclaró afablemente,
mientras el individuo soltaba un gemido ahogado.
Callen observó al individuo con una malévola sonrisa.
―Intentaré que hable antes de que pierda los dientes. ―Ladeó la cabeza
pensativo―. Después nos resultará complicado entenderlo.
El hombre, aterrorizado, comenzó a gruñir y a agitarse.
―Tal vez debas quitarle la mordaza ―ofreció Justin―, parece que intenta
decir algo.
Mientras la manaza de Callen se acercaba a su rostro, el hombre comenzó a
echarse hacia atrás todo lo que el tronco del árbol al que estaba atado le
permitía.
Callen detuvo su mano a escasas pulgadas.
―No gritarás, ¿verdad? ―preguntó con una sonrisa amable que al hombre
le puso el vello de punta.
El sujeto meneó la cabeza negando frenéticamente.
Callen asintió complacido mientras le quitaba la mordaza.
―¿Cuántos hombres quedan dentro excluyendo a tu jefe? ―preguntó con
peligrosa suavidad.
―T... tres ―balbuceó.
―Oh, pero discúlpame, estoy siendo grosero. ¿Podrías ser tan amable de
decirme tu nombre? Me gusta saber a quién me dirijo cuando hablo ―inquirió
mordaz.
―S... Swan ―farfulló.
Callen giró la cabeza por encima de su hombro.
―¿Veis? Si el hombre está encantado de colaborar, solo necesitaba alguien
comprensivo que lo escuchase.
Carrillos y lenguas se mordieron para evitar estallar en carcajadas.
―Ahora otra pregunta muy fácil, Swan: ¿Dónde están situados? ―Dudó un
instante―. Creo que serán dos preguntas, no te importa, ¿verdad? ―El hombre
volvió a negar frenético―. Bien, ¿tu jefe suele estar solo o hay algún hombre
con él?
―Solo, siempre solo, acudimos cuando nos llama ―espetó el hombre de
corrido. Callen hizo un gesto con la mano animándolo a que continuase
―¿Y...?
―Solemos permanecer en las cocinas ―contestó el hombre con celeridad.
―Estupendo. ¿Deseas preguntarle algo más? ―ofreció Callen a Darrell.
―No, creo que es suficiente.
Callen le volvió a colocar la mordaza obviando el gesto aprensivo del
hombre. Tras darle una palmadita en el hombro que, si no llega a ser porque
estaba atado al tronco del árbol, lo hubiese tumbado de lado, murmuró
amablemente.
―¿Lo ves? No ha sido tan difícil. Y me atrevería a decir que te has quitado
un peso de encima colaborando generosamente con la justicia.
Se levantó, ignorando la mirada aprensiva que le dirigió Swan. Palmeó las
manos como si se las hubiese manchado de tierra y sonrió beatífico. Darrell le
devolvió la sonrisa al tiempo que intercambiaban una mirada cómplice.
Se alejaron del hombre y volvieron a acomodarse en el lugar que utilizaban
para vigilar la casa.
―El comprador deberá llegar sobre las diez de la mañana ―observó
Darrell.
―Podríamos distraerlos ―tanteó Millard―. Un carruaje podría llegar a esa
hora con dos de nosotros dentro y otro como cochero. Sorprenderíamos a los
de la puerta principal, mientras los que vigilan la puerta de servicio son
distraídos por las mujeres. Los agentes estarían pendientes de intervenir y,
mientras, los demás entrarían por uno de los accesos que nos facilitó el señor
Dafton.
Darrell se frotó la barbilla reflexivo.
―Podría funcionar. Tres entraríamos por la principal, los cuatro agentes
por la de servicio y los otros tres por una de las entradas indicadas por
Mortimer. ―Miró a Millard―. Avisa a Nora, ella y las mujeres deberán estar en
esa puerta media hora antes de las diez. Ah, y que uno de los hombres vuelva a
Londres y consiga un carruaje.
Millard asintió y se dirigió hacia su montura. Gabriel observó a Justin y a
Darrell, ambos evitaban mirarse: si bien habían intercambiado alguna que otra
frase, notaba la tensión entre ellos. Sobre todo porque nunca, en todos los
años que se conocían, había habido ningún momento incómodo entre los
cinco. Esos dos tenían que aclarar el malentendido que los había llevado a esta
situación, y aunque tuviera que atarlos uno frente a otro, lo aclararían, por
Dios que lo aclararían.
r
A la mañana siguiente observaron cómo una carreta con tres mujeres se
acercaba a la puerta de servicio. El camino que había tomado Nora les
permitía no cruzar delante de la puerta principal.
Atentos, escucharon las risas de las mujeres y la atención inmediata que
despertaron en los hombres apostados ante la puerta.
Dos de las mujeres eran altas, una morena y otra pelirroja. La tercera, un
poco más baja, tenía el pelo castaño. Reconocieron al instante a Nora. Era la
alta morena. Las voces les llegaban atenuadas por la distancia, por lo que no
distinguían lo que hablaban.
r
Los dos hombres observaron con curiosidad la carreta que se acercaba. Se
miraron esbozando sonrisas taimadas cuando descubrieron a las tres mujeres
encaramadas a ella.
Cuando la carreta se detuvo, ambos se acercaron.
―Señoras ―dijo uno de ellos―, parece ser que se han perdido.
Nora, sentada al pescante, parpadeó mientras miraba a su alrededor.
―Oh, mucho me temo que sí ―concordó con voz contrita.
―¿A dónde se dirigen? ―inquirió el otro.
La pelirroja se acodó sobre la baranda del cajón.
―A Londres ―contestó mientras apoyaba su pecho contra los antebrazos
dándoles una magnífica visión a los dos espectadores.
―¿Y qué buscan unas señoras tan bonitas en Londres?
―Sabemos que la ciudad ofrece muchas oportunidades, señor... ―susurró
la castaña que surgió al lado de la pelirroja.
―Oh, mil perdones, preciosas, mi nombre es Jones y este es Bill.
―Encantadas de conocerlos, yo soy Frances, y ellas son Nora y Shelby
―continuó la castaña señalando a sus amigas.
―Estamos deseando llegar ―afirmó Shelby con un suspiro que provocó
que los ojos de los dos se disparasen hacia sus pechos―, ha sido un viaje muy
largo. Y cuando creíamos que estábamos cerca, nos perdemos. ―Shelby hizo
un coqueto mohín.
―¿Les molestaría que descansáramos un instante para refrescarnos?
―inquirió Frances dejando ver un poco más de sus atributos―. Si no les
importa, nos gustaría estirar un poco las piernas.
―Pueden estirar lo que deseen ―habló el llamado Jones mientras echaba
una lujuriosa mirada al pecho de Frances.
Nora hizo avanzar un poco a los caballos para que la carreta no tapase lo
que ocurría en la puerta. Necesitaban ser vistas por los hombres que estaban
ocultos, por si algo salía mal.
Una vez detuvo a los caballos, se levantó y miró a Bill al tiempo que
extendía sus brazos.
―¿Sería tan amable de ayudarme... Bill? ―preguntó con voz sugerente.
El hombre acudió con rapidez, enlazó la cintura de Nora y la bajó del
pescante. Sus manos se deslizaron desde la cintura femenina hacia sus pechos
mientras hacía rozar su cuerpo contra el de ella. Nora sonrió con una sonrisa
llena de promesas.
―Mis amigas... ―susurró.
Sin apartar la mirada del cuerpo de Nora, Bill se acercó a ayudar a Frances,
repitiendo la misma acción lujuriosa, mientras Jones hacía lo mismo con
Shelby, solo que Jones no apartó las manos del cuerpo de la muchacha, sino
que la aferró posesivamente por la cintura.
Nora, atenta, intentó distraer la atención de los hombres.
―Creo que deberíamos agradecerles a estos caballeros su ayuda, ¿no creéis,
queridas?
―Por supuesto. ―Frances se giró y sacó una botella―. En la última posada
nos aseguraron que era ginebra de la mejor calidad.
Los hombres se miraron, si el jefe los pillaba bebiendo..., Jones se encogió
de hombros y mientras soltaba a Shelby para agarrar la botella, se dirigió a Bill.
―Un traguito en honor a las damas no hará daño a nadie.
Frances sacó otra botella de la carreta que, después de abrir y beber un
trago, pasó a Shelby.
―Disfruten del regalo ―ofreció Nora―, nosotras compartiremos esta.
Una de las botellas, la que habían entregado a los hombres, contenía
ginebra, sin embargo, la de ellas era simplemente agua.
Entre risas y algún que otro toqueteo, Jones y Bill estaban dando buena
cuenta de la botella.
Mientras, Darrell y los demás observaban, rogando por que el carruaje
apareciese pronto. Las cosas podrían desmadrarse con las muchachas.
Gabriel entrecerró los ojos, pensando: «El caso es que la pelirroja... me
resulta conocida». Se giró a Darrell al tiempo que susurraba:
―¿Conoces a las mujeres que acompañan a lady Dudley?
Darrell meneó negativamente la cabeza.
―No. Ella las reclutó. ―Miró a su amigo, inquisitivo―. ¿Por qué?, ¿hay algo
raro?
Gabriel volvió a mirar hacia la casa.
―El caso es que... la pelirroja se me hace conocida.
Darrell siguió su mirada.
―Me extrañaría que la conocieses, Nora suele elegir a sus ayudantes entre
su personal. ―Observó con más atención―. A mí también me recuerda a
alguien, pero puede que la haya visto en casa de Nora, si pertenece al servicio...
En ese momento, la castaña levantó los brazos en un sensual gesto
mientras se giraba, como si estuviera desperezándose. A Darrell se le detuvo el
corazón por unos instantes. Se giró bruscamente hacia Millard.
―¿Tú sabías esto? ―siseó para que los demás no escuchasen.
―¿El qué? ―preguntó el vizconde desconcertado.
Darrell apretó los puños.
―¿Pudiste ver a las mujeres que acompañaban a Nora cuando fuiste a
avisarla?
―No. ―Millard estaba cada vez más perplejo―. Nora salió al pasillo de la
pensión, no pude ver quién estaba en el interior de la habitación. ¿Qué
demonios ocurre?
―Las mujeres que la acompañan son la señorita Holden y lady Frances
―masculló Darrell furioso.
Millard disparó la mirada hacia la casa.
―Impos... ¡Ay Dios!
―Sí, ya podemos rogarle, y fervientemente, si estos las reconocen. ¡Maldita
sea! ―cuchicheó Darrell―. Mantén la boca cerrada ―advirtió―. Recemos por
que el carruaje llegue pronto. Nos vamos al camino, no debe tardar.
Esperaron unos minutos hasta que vieron llegar al carruaje. Sin distintivos,
nadie sabría si pertenecía a Dafton o no. El agente que lo conducía se bajó y
Justin se subió al pescante mientras Darrell y Kenneth entraban en el interior.
Millard, junto con Gabriel y Callen, accederían a la casa.
Cuando Jones y Bill comenzaban a animarse con sus avances, el sonido de
un carruaje los alertó. Bill hizo ademán de dirigirse hacia la puerta principal,
sin embargo, Jones lo detuvo.
―Déjalo, ya se encargan los de delante ―dictaminó mientras volvía a tomar
a Shelby por la cintura.
Frances, viendo que Nora se defendía bastante bien con Bill, se acercó a
Jones con movimientos insinuantes, le pasó una mano por el hombro y
susurró con voz acariciante.
―¿Es que a mí no me encuentras atractiva? ―Pestañeó e hizo un delicioso
puchero.
―Por supuesto, belleza, por supuesto, tengo para las dos ―respondió al
tiempo que hacía un movimiento vulgar con sus caderas y pasaba el brazo en
cuya mano todavía sostenía la botella, por la cintura de Frances.
En ese momento, los sonidos procedentes del interior alarmaron a los
hombres, que se giraron hacia la puerta dispuestos a entrar. Nora echó un
rápido vistazo hacia atrás, donde se suponía que vigilaban los hombres, y al ver
acercarse a los agentes, levantó un poco su falda y le propinó una patada a Bill
en la parte posterior de su rodilla.
Al notar que Bill caía con un grito de dolor, Jones se giró confuso. Cuando
se dio cuenta de lo que había ocurrido, echó la mano a la parte trasera de su
cintura.
―¡Malditas zorras!
Antes de que sacase la previsible arma, una patada de Frances en sus partes
íntimas lo hizo doblarse de rodillas. Shelby, sin perder tiempo, tomó la botella
que había dejado caer el hombre y le propinó un botellazo en la parte posterior
de la cabeza, que hizo que Jones quedase inconsciente. Mientras tanto, Nora
había apoyado una rodilla sobre la espalda de Bill impidiendo que se moviese,
aunque el hombre no tuviese intención alguna a causa del intenso dolor en la
rodilla.
Cuando los agentes llegaron, mientras dos entraban en la casa, los otros
dos solo tuvieron que limitarse a atar a los dos hombres.
―Buen trabajo, señoritas ―alabó uno de los policías.
―Un placer ―respondió Shelby mientras hacía una graciosa reverencia.
Mientras observaban, Frances susurró.
―¡Por el amor de Dios, llegué a preguntarme si podía ser posible que un
hombre tuviese cuatro manos! ¡Qué asco!
Nora y Shelby estallaron en carcajadas.
Cuando los hombres estuvieron atados, ellas hicieron ademán de entrar en
la casa. Pero uno de los agentes las detuvo. Mirando a Nora, advirtió.
―No. Me temo que tendrán que esperar aquí, señoritas.
Nora asintió, el interior era cosa de los caballeros. Ellas no harían más que
distraerlos y estorbar.
Frances y Shelby la miraron confusas.
―¿No vamos a ayudarles? ―preguntó Frances inquieta.
―No ―respondió Nora―, les distraeríamos. Sobre todo porque no saben
que estáis aquí.
Viendo la mirada desafiante de las dos muchachas, continuó.
―Me disteis vuestra palabra de obedecer mis indicaciones ―dijo severa.
Ambas asintieron renuentes.
―Confiad en mí ―ofreció Nora―, ellos saben lo que se hacen.
r
En el interior, los hombres de la cocina habían sido reducidos por Millard,
Gabriel y Callen. Los agentes solo tuvieron que hacer lo mismo que con los
del exterior, atarlos, mientras los tres caballeros se precipitaban hacia el
vestíbulo.
Los dos vigilantes de la puerta estaban inconscientes, y los guardias que los
siguieron continuaron el trabajo. Uno de los guardias murmuró.
―Nunca he tenido un servicio tan fácil: llegar, atar y misión cumplida.
El otro soltó una risilla entre dientes.
―Creo que solicitaré que me trasladen definitivamente a la división de
Ridley.
k Capítulo 14 l

Dafton estaba en su despacho. Había separado de entre todos los aderezos un


juego de rubís. Sonriendo con malicia, pensó que si el comprador no sabía que
existía no lo echaría en falta. Al escuchar el alboroto, guardó con rapidez las
piezas en la cámara secreta. Volvió a su escritorio y abrió uno de los cajones.
Contempló el arma que había dentro. Si los asaltantes, fuesen quienes fuesen,
habían reducido a sus hombres, no la necesitaría, y si aquellos hubieran sido
sometidos por los suyos, tampoco. Él no era Longford, no tenía ninguna
muerte a sus espaldas y no necesitaba cargar con una, sin embargo,
instintivamente, la guardó en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta.
Se sentó tras el escritorio con tensa calma y esperó. La puerta se abrió a los
pocos minutos y no pudo evitar que una expresión de resignado desprecio
cubriese su cara.
«Por supuesto, tenía que tratarse de ellos, el honorable y caballeroso
grupito de Eton», pensó.
―Tenía que haberme imaginado que todo era una trampa ―masculló
fijando su mirada en Darrell.
Este se encogió de hombros.
―Estabas tan orgulloso de ti mismo por haber conseguido que uno de
nosotros cayese en tus redes, que tu ego te cegó.
―De todas formas, no entiendo la razón de que hayáis irrumpido en mi
casa. ―Sonrió taimado―. No tengo nada que ocultar.
Darrell se había adelantado un poco de los demás, que estaban repartidos
por la habitación. Justin y Gabriel se apoyaban con indolencia en el disimulado
acceso a la habitación oculta que les había indicado Mortimer. Dafton les lanzó
un disimulado vistazo. Era imposible que conociesen el secreto de esa
habitación.
Ridley se acercó al escritorio y, mientras lo rodeaba, le hizo un gesto a
Dafton para que se levantase y se apartase. Este, con gesto desdeñoso,
obedeció, mientras Darrell abría todos los cajones sin encontrar nada en ellos
que lo incriminase.
―Te lo dije, no oculto nada. No tienes nada contra mí ―siseó.
Darrell sonrió, mientras caminaba hacia Justin y Gabriel que,
incorporándose, se separaron de la disimulada puerta. Dafton palideció y
cuando vio que Ridley comenzaba a hurgar en los laterales tuvo que sentarse.
Un sudor frío empapó su cuerpo.
«Es imposible que lo sepan, solo intentan ponerme nervioso y que cometa
un error», pensó desesperado. Hasta que un sonoro click le indicó que sí
conocían su secreto. Darrell se giró mientras el mecanismo hacía que la
estantería se abriese, y enarcó una ceja en su dirección.
Darrell y Callen entraron. Mientras Callen comprobaba que no faltase
ninguna pieza, Darrell revisaba el interior. Al final halló lo que buscaba, una
lista con los nombres de los miembros del Leviatán y otra donde se detallaban
los artículos robados y sus compradores. Dobló los papeles y los guardó en un
bolsillo.
Callen, con la bolsa en la mano, se volvió hacia su amigo.
―¿Está todo? ―preguntó Darrell.
Callen asintió.
―Había separado el aderezo de rubís, supongo que para quedárselo él
―informó con indiferencia―. Pero sí, el tesoro está intacto.
Darrell suspiró con alivio. No podía negar que su gran preocupación era
no llegar a tiempo y que las joyas hubiesen desaparecido. Nunca se perdonaría
fallarle a los Hamilton.
Callen sonrió.
―Vamos, Darrell, cambia esa cara. Estaba completamente seguro de que
las joyas no desaparecerían, confiaba y confío en ti, amigo.
Los demás alternaban sus miradas entre el interior del habitáculo y Dafton,
excepto Millard, que no lo perdía de vista.
Al verlo meter la mano en el interior de su chaqueta, sacó instintivamente
su arma. Se tensó cuando vio que Dafton sostenía otra.
―Suéltala ―ordenó mientras los otros sacaban las suyas y Callen y Darrell
salían de la habitación presurosos.
Pero Dafton no apuntaba a ninguno de ellos, sino a sí mismo. Colocando
el arma en su sien, murmuró rabioso.
―No permitiré que me ahorquen.
―Vamos, Dafton, nadie va a ahorcarte, como mucho serás deportado y tu
título confiscado ―aseguró Darrell.
―Para mí será lo mismo, estaré muerto en vida.
―Pero estarás vivo ―insistió Ridley.
Negando con la cabeza, Dafton amartilló el arma y, cerrando los ojos,
apretó el gatillo.
La detonación alarmó tanto a los que estaban en el interior como a las tres
damas que esperaban fuera de la casa.
Sin detenerse a pensar, Frances echó a correr hacia el interior seguida por
Nora y Shelby. Supo de dónde había salido el disparo al ver a los agentes
arremolinados en la puerta.
«Dios mío, él no, por favor», rogaba la muchacha mientras apartaba a los
agentes para entrar en la habitación.
―¡¡Darrell!! ―exclamó, recorriendo con la mirada a los hombres presentes
hasta que lo localizó. Sin detenerse a pensar ni dónde ni delante de quién
estaba, se lanzó a sus brazos. Darrell solo tuvo tiempo de sostenerla sin poder
evitar trastabillar por el ímpetu de la muchacha.
Excepto Millard, los demás, estupefactos, abrieron los ojos como platos, y
casi se les salen de las cuencas, cuando aparecieron las otras dos damas.
Gabriel entrecerró los ojos mientras observaba a la señorita Holden. Sabía
que la pelirroja le resultaba conocida. ¡Maldición! ¿Dónde estaban las damas
que se dedicaban a bordar, a tocar el piano y a ir de compras? Meneó la
cabeza, por lo menos la señorita Holden no era su problema. Miró a Justin,
que observaba a Darrell y a Frances con los brazos cruzados, al igual que el
resto de ellos. «Por lo menos ha guardado la pistola», pensó con sorna.
Darrell, rojo como una remolacha, soportaba el toqueteo de las pequeñas
manos de Frances por sus hombros, su cuello, su rostro. Ni se atrevía a mirar a
sus amigos, mucho menos a Justin.
―¿Estás bien? ―preguntaba la muchacha―. Por Dios, el corazón se me
paró al escuchar el disparo. ¿De verdad que estás bien? ―insistía.
En ese momento, para Frances solo estaba Darrell en la habitación.
Cuando escuchó el tiro, el terror la invadió y ahora solo podía aferrarse a él
como si hubiese pasado por alto alguna herida y, en cualquier momento,
pudiese desplomarse desangrado.
Tras unos segundos de deleitarse en los brazos de Frances y estrecharla
contra él, Darrell se percató de dónde estaban y de quiénes, sobre todo
quiénes, los rodeaban. Alzó una mano para posarla en la mejilla de la
muchacha y, con ternura, secar una solitaria lágrima con su pulgar.
―Estoy bien ―susurró―. El disparo no iba dirigido a ninguno de nosotros.
Frances, confusa al escucharlo, quiso girar la cabeza, pero Darrell la retuvo.
―No mires, es Dafton, se ha disparado a sí mismo ―aclaró mientras le
hacía un gesto a Justin. Este, sin mover un solo músculo de su rostro, se
acercó y arrancó a su hermana de entre los brazos de Darrell.
―Vayamos fuera, Frances, tienen trabajo que hacer ―murmuró con
suavidad.
Tras echar una anhelante mirada a Darrell, que mantenía los brazos caídos
a lo largo de su cuerpo, Frances obedeció. Tras ellos se disponían a salir Shelby
y Nora, sin embargo, Darrell detuvo a la vizcondesa. Tomándola de la mano, la
arrastró hacia la salida contraria a la que había tomado Justin. Una vez fuera de
la casa, bramó.
―¡¿Qué demonios pretendías trayéndolas?! ¡¿Has perdido el juicio?! Mi
relación con Craddock ya está lo suficientemente tirante como para que piense
que...
―¿Que tú tuviste algo que ver en que mi hermana y su amiga participasen
en esto?
Al escuchar la voz de Justin, ambos se volvieron. Nora hizo una breve
reverencia.
―Milord.
Justin, sin apartar su mirada de Darrell, dijo:
―Están en el carruaje.
Nora, tras echar un vistazo al rostro tormentoso de Darrell, se alejó al
encuentro de las damas.
―No tengo la menor idea de lo que ronda últimamente por tu cabeza, pero
nunca me imaginé que se te pudiera ocurrir que yo te acusaría de poner en
peligro a Frances.
El único movimiento en el rostro de Darrell era un músculo en su
mandíbula.
―Ella, al principio, no tenía idea de que todo había sido ideado por mí. Y
cuando lo supo, su intención nunca fue manipularte, sino ayudarte. Creyó que
tu... desinterés por ella se debía a que la considerabas una delicada flor, digna de
colgar del brazo de cualquier caballero, pero no a la altura de Nora. ―Darrell
frunció el ceño confuso―. Frances vio la complicidad que tenías con la
vizcondesa, que compartíais trabajo, y se sintió ninguneada. Si a eso se suma
que tanto Celia como Lilith te ayudaron de alguna manera en los anteriores
casos tuyos, puedes imaginarte su decepción al ver que a ella no la
considerabas en absoluto. Además...
Darrell lo miró con fijeza al ver que se interrumpía.
―Ella pensó que tú habías empujado a Millard a cortejarla, al fin y al cabo,
él tenía un título y tú no, cosa que te hartaste de repetir. Supuso que él la
cortejaba con tu bendición.
»Si tienes que culpar a alguien de intentar manipularte ―continuó Justin―,
cúlpame a mí. El cortejo de Millard hacia Frances fue ideado por mí,
intentando darte un pequeño empujón para que obviaras tus prejuicios y por
fin te ofrecieses. Sabía por Kenneth que trabajabais juntos y manteníais una
amistad. Millard aceptó al cerciorarse de que estabas enamorado de Frances,
pero ella no sabía nada de la farsa, aceptó el cortejo cuando vio lo molesto que
estabas. Pero eres tan sumamente terco que hubo que dar un paso más y llegar
a un ficticio compromiso, y aún así... Frances solo estaba al tanto de que el
compromiso sería una farsa, con el fin de poder asistir a la mascarada.
―Te expliqué mis razones ―murmuró Darrell.
―Oh, sí ―replicó mordaz Justin―, que no posees título alguno... ¿Y qué?
¿Crees que a Frances o a mí nos importa? ¿Qué concepto tienes de mí? Y la
otra razón: que aunque posees una gran fortuna, que le proporcionaría a
Frances una vida cómoda, estás obcecado en que una mala racha en los
negocios puede hacerte caer en la ruina. ¡Por el amor de Dios, Darrell! A ti y a
todos nosotros. Los cinco, incluso él, dependemos en gran medida de la
habilidad de Kenneth: si se equivoca caemos todos, no solo tú, y en ese caso,
¿qué importaría tu ruina si todos nos hallaríamos en la misma situación? Al
menos a ti te quedaría tu salario como inspector.
―Y a vosotros las rentas de vuestras propiedades ―masculló Darrell, con
terquedad.
―Que por sí solas no llegarían ni de lejos a proporcionarnos la estabilidad
económica de la que gozamos gracias a Kenneth ―replicó Justin―. Los
tiempos están cambiando, Darrell, la nobleza no podrá sostener su ritmo de
vida durante mucho tiempo más solo con las propiedades y el trabajo de sus
arrendatarios.
»Y como colmo de tu estupidez, ni siquiera pensaste en que Millard
también es policía, con lo cual Frances se supone que sentiría la misma
inquietud a causa de su trabajo ―continuó Justin exasperado.
―Es un vizconde, cuando herede el título de su padre tendrá que dejar el
servicio ―replicó Darrell.
―Oh, ¿también conoces los planes de tu amigo? ¿Cómo puedes estar
seguro de que abandonaría la policía? Si le gusta lo que hace tanto como a ti,
dudo mucho que ser titular de un condado lo haga abandonar, a no ser que
decidieses por él y lo cesases... ¿serías capaz de ello?
Darrell se frotó los ojos con una mano.
―Me he comportado como un imbécil ―admitió con frustración.
Justin ladeó la cabeza.
―A imbécil yo añadiría: terco, arrogante, orgulloso...
―Me hago una idea, gracias.
―Y le has hecho daño ―añadió Justin observándolo atento.
Darrell cerró los ojos durante un instante.
―Lo sé.
―¡Pues por todos los demonios, remédialo! ―exclamó exasperado Justin―.
¡Jesús! No puedo entender cómo con tu privilegiado cerebro eres tan necio
con Frances.
Darrell enarcó una ceja y Justin rodó los ojos.
―Oh, muy bien, te concedo que todos hemos sido necios en algún
momento con nuestras mujeres, pero por Dios, vuestro indisimulado
enamoramiento dura ya demasiado.
Ante la mirada estupefacta de Darrell, Justin aclaró:
―Ya te lo dije, desde que Frances llegó para su primera temporada, todos
vimos lo que había entre vosotros.
―¿Todos? ―inquirió Darrell alarmado.
Justin se encogió de hombros y Darrell suspiró.
―Debo cerrar este caso y aclarar algunas cosas ―murmuró.
―Hazlo y hazlo rápido. Me llevaré a Frances a Craddock Manor a pasar las
fiestas navideñas. Espero, por vuestro bien, que a nuestro regreso hayas
aclarado esos retorcidos pensamientos que últimamente llenan tu mente.
―Lo siento, Jus ―susurró Darrell.
―Yo también lo siento. Debimos ser francos, como siempre aconseja la
señorita Holden, y como hemos sido siempre entre nosotros.
Darrell tendió su mano. Justin, tras dudar un instante, la tomó para tirar de
él y envolverlo en un abrazo que Darrell correspondió.
―Nuestra amistad no se romperá tan fácilmente ―murmuró Justin.
Darrell negó con la cabeza.
―Hicimos un pacto. En Eton, ¿recuerdas?
Ambos sonrieron.
―Un pacto entre caballeros ―murmuraron casi al mismo tiempo.
Antes de que ambos comenzasen a sollozar como damiselas, entraron en la
casa.
―Regresad con las damas a Londres. ―Decidió Darrell―. Millard y yo
tenemos trabajo aquí y Callen debe regresar las joyas a su lugar. Siento
escalofríos solo de pensar que semejante tesoro anda vagabundeando por ahí.
Justin asintió y se dirigió hacia la entrada principal. Gracias a Dios que
habían aclarado lo que tenían pendiente. Habían sido las semanas más
frustrantes de su vida.
Darrell se reunió con ellos al cabo de unos minutos. Los criados de Dafton
estaban en la carreta que habían traído las damas. Viajarían a la ciudad
custodiados por los agentes, que enviarían a un magistrado para que tomase
declaración a Millard y a él.
Jones, que estaba sentado al final de la carreta, dirigió una mirada venenosa
a Frances, que se disponía a subir al carruaje.
―Espero que mi... mis partes no hayan sufrido daño alguno, maldita
ramera―. Amenazó Jones.
Frances se detuvo, se giró y se cruzó de brazos.
―Ruego por que ahora mismo se alojen en tu garganta. Solo de pensar en
que puedas reproducirte me dan escalofríos ―respondió desafiante.
Callen y Darrell, que se acercaban, reprimieron una sonrisa al escuchar a
Frances.
―¡Zorra del demonio! ―espetó Jones. Un puñetazo de Darrell, que le
partió el labio, lo hizo enmudecer.
―¿No os estaba prohibido golpear a los detenidos? Inquirió Callen
socarrón.
―Hay excepciones ―respondió mientras se encogía de hombros.
La carreta arrancó y Darrell se acercó al carruaje. Frances ya había subido y
lo observaba tensa. Al verlo acercarse, se acercó a la ventana y apoyó una
mano en ella. Darrell colocó su mano sobre la femenina, y al tiempo que con
el pulgar acariciaba su muñeca, susurró mientras clavaba los ojos en los verdes
anhelantes.
―Pronto. Te debo alguna disculpa.
Frances negó con la cabeza, le importaban un bledo las disculpas si él por
fin se había decidido. Darrell alzó su mano para depositar un prometedor beso
en ella. Tras apretarla con suavidad, la soltó y golpeó el lateral del carruaje para
que este arrancase.
Con un suspiro, volvió al interior. Sorprendido, se sintió como si se
hubiese quitado una gran carga de los hombros, y no precisamente pertenecía
al peso de la investigación.
Mientras, Frances acariciaba la mano que Darrell había besado. ¿Sería
verdad? ¿Habría superado su absurda obcecación? Su corazón comenzó a latir
furioso. Había permanecido mucho rato hablando con Justin. En cuanto
llegasen a Craddock House interrogaría a su hermano. Por primera vez en
años, sentía que Darrell y ella podían tener un futuro juntos.
r
Días después estaban reunidos en el club. Darrell les había puesto al tanto
de la decisión de la corona en cuanto al vizcondado Dafton.
El título volvería a la corona. La vizcondesa, que quedaba en buena
posición económica gracias a las inesperadas previsiones del vizconde, se
instalaría en el continente. La casa de West Ham seguiría perteneciendo a
Mortimer, al no estar vinculada al vizcondado.
Gabriel decidió que escribiría a Mortimer comunicándole lo sucedido.
―Te daré unos informes con unas posibles inversiones que Mortimer
puede considerar para que los adjuntes a tu carta ―ofreció Kenneth―. No
conozco la cuantía de su patrimonio personal, pero invertir en algo que
proporcione buenas rentas siempre viene bien, sobre todo con tres hijos a su
cargo.
―Mis padres le han enviado una nota agradeciéndole su colaboración
―indicó Callen.
―Sus Gracias debieron sorprenderse cuando supieron que un Dafton nos
había ayudado ―dijo Gabriel.
Callen se encogió de hombros.
―Aunque sabían que Mortimer no era como los otros, por nuestros
comentarios, no dejó de impresionarles que no pusiese obstáculo alguno para
colaborar con nosotros, bueno, con Darrell en realidad.
―Con este éxito, ¿cuál será tu próximo paso? ¿Ministro del Interior?
―inquirió jocoso Justin.
Darrell soltó una risilla.
―Superintendente, pero gracias. Tendré más personal, sobre todo ante la
insistencia de varios agentes en continuar a mis órdenes.
Kenneth soltó una carcajada.
―No te imaginaba tan buen jefe como para que hubiera cola para formar
parte de tu división.
―Y no lo soy ―rio Darrell―. El caso es que estuvieron encantados de
tener más bien poco trabajo durante la detención de Dafton. Entre las damas y
vosotros, ellos se limitaban a ir detrás atando paquetes.
Justin, entre risas, comentó:
―Me pregunto si Jones habrá encontrado sus... baratijas. Confieso que si no
hubiese estado sentado cuando Frances nos contó cómo las tres redujeron a
esos dos descerebrados, me hubiese resultado difícil permanecer derecho y no
encogerme, sobre todo al ver la mirada orgullosa de Lilith.
Los ojos de Darrell brillaron con un fulgor orgulloso. Había subestimado a
Frances y no podía estar más arrepentido.
―No sé quién acabaría más perjudicado, si Jones con sus partes... doloridas
y el gran bulto que llevaba en la cabeza a resultas del botellazo que le propinó
la señorita Holden, o Bill, con su rodilla rota ―comentó Gabriel.
Los demás sisearon con una mueca de dolor en sus rostros, mientras más
de una mano se dirigía hacia las correspondientes rodillas.
En ese momento, un lacayo se dirigió hacia la mesa que ocupaban. Se
detuvo ante Darrell y le ofreció una bandeja en la que reposaba un sobre.
―Milord, esto ha llegado desde su residencia.
Darrell tomó el sobre. Extrañado, observó que llevaba el sello del
marquesado de su hermano.
Abrió el sobre y, tras leer la misiva, alzó la mirada hastiada.
―¡Joder! ¡Maldita sea!
Los demás lo miraron frunciendo el ceño.
―Mi hermano solicita mi presencia en Dereham Manor ―explicó cortante.
―Querrá felicitarte por tus logros ―aventuró Callen con sorna.
―Puede hacerlo por carta ―repuso Darrell enfurruñado.
Que lo colgaran si deseaba ver al marqués de Dereham. Su hermano lo
había ignorado durante años, podía continuar así todos los que le restasen de
vida, para lo que a él le importaba...
―¿Irás? ―inquirió Justin.
Darrell se encogió de hombros.
―Me guste o no, es el jefe de la familia; además, en unos días os marcharéis
al campo.
Kenneth enarcó las cejas.
―¡¿No irás a decirnos que pasarás las navidades en Hertfordshire con tu
cariñoso hermano?! ¿Nos privas de tu adorable presencia para acompañar a
Dereham?
Darrell le lanzó una mirada asesina.
―No paso las navidades con nadie, mucho menos las pasaré con el
marqués.
Darrell nunca quería compañía durante las fiestas navideñas. Ni siquiera
sus amigos conocían la razón, sin embargo, respetaban su silencio. Las raras
veces que había aceptado alguna invitación en esas fechas, habían sido cuando
la duquesa de Hamilton y Brandon los invitaban a pasarlas en Escocia. Era la
única excepción que hacía.
k Capítulo 15 l

Darrell se puso en camino a Hertfordshire llevado de todos los demonios.


¿Qué habría provocado ese repentino interés de su hermano en él? Durante
diez años se había desentendido por completo. Su última comunicación fue
cuando, al regresar de su Grand Tour, le comunicó que a partir de ese momento
la asignación que su padre había previsto para él sería suspendida. Le instaba a
dejar su vida de libertino y sus correrías para forjarse un futuro por su cuenta.
Darrell había aceptado sin una protesta la decisión de Dereham. Sus ahorros,
invertidos bajo la sabia indicación de Kenneth, le proporcionaban buenos
dividendos y, más tarde, cuando se convirtió en runner, contaba con un salario
y alguna que otra recompensa por encargos privados. Todo ello le permitía
llevar una vida cómoda, en realidad, muy cómoda, gracias a la fortuna que
había amasado.
Tenía trece años cuando dejó Dereham Manor, y no había regresado. Sus
vacaciones escolares las pasaba en las residencias de campo de sus amigos, y
durante las fiestas navideñas prefería quedarse en Eton, primero, y más tarde
en sus habitaciones de la universidad, siempre y cuando tía Lydia, como se
había acostumbrado a llamar a la duquesa de Hamilton y Brandon, no lo
llamase a Escocia, cosa que por cierto acostumbraba a hacer un año sí y el otro
también. Sonrió con cariño al recordar a la duquesa. La madre de Callen
siempre había sido especialmente amable con él, quizá porque, de todos, él era
el único que no tenía su futuro previamente escrito.
Por eso, cuando divisó la gran mansión de tres pisos no sintió
absolutamente nada, ni añoranza, ni siquiera una mínima nota de nostalgia. Sus
recuerdos se difuminaban a partir de la muerte de su madre, cuando él contaba
solo con once años. Su padre había muerto el año anterior. Hasta ese
momento, había percibido el cariño de su hermano. Mucho mayor que él,
siempre encontraba un momento para enseñarle a montar, a cazar, divertirse
con él mientras su institutriz le enseñaba buenos modales, burlarse cuando
comenzaron sus clases de baile... hasta que la muerte de su padre acabó con
todo. Robert se volcó en el marquesado y nunca más tuvo tiempo para él. Y
cuando su madre murió, un año después, se convirtió en una pequeña figura
solitaria en la inmensa propiedad, con la sola compañía de su tutor y los
criados.
Cuando el carruaje se detuvo delante de la puerta principal, Darrell no
pudo evitar sonreír con sarcasmo al ver que la puerta se abría en perfecta
sincronización. Puede que no hubiese señora en la casa pero, aún así,
funcionaba como un reloj.
Una pareja se adelantó. Rebuscó en su memoria. Por edad supuso que eran
el mayordomo que ya trabajaba en la casa cuando era niño y el ama de llaves.
¡Maldita sea, si tan solo pudiera recordar sus nombres!
Sin embargo, cuando el hombre se inclinó y la mujer le hizo una
reverencia, estos acudieron a su mente sin esfuerzo.
―Milord, permítanos expresarle nuestra alegría por volver a verlo en
Dereham Manor ―saludó el hombre.
―Gracias, Daft. ―Miró hacia la mujer―. Señora Daft.
―Milord. ―La mujer se inclinó en una reverencia.
Mientras la señora Daft daba indicaciones al cochero y al lacayo, el señor
Daft y él entraron en la casa.
―Su señoría ha indicado que se reunirá con usted en la cena. Le hemos
preparado su antigua habitación, milord.
Darrell sonrió para sí, al tiempo que se mordía la lengua. El hombre no
merecía una respuesta mordaz por su parte, pero esperaba que no se refiriese a
la guardería, puesto que apenas había disfrutado de su propia habitación en el
ala familiar antes de partir a Eton.
Tras tomar un baño y cambiarse de ropa en lo que fue su alcoba durante
poco tiempo, Darrell bajó a reunirse con su hermano. A pesar de que durante
casi veinte años no había vuelto a pisar la mansión, parecía que los recuerdos
de su infancia seguían ahí, puesto que instintivamente se dirigió hacia la sala
donde solían esperar el aviso para la cena.
Robert se hallaba de espaldas observando las llamas de la chimenea.
Darrell se tomó su tiempo para observarlo antes de hacer notar su presencia,
no parecía haber cambiado mucho en esos veinte años. Y lo comprobó cuando
se giró. Alto, estilizado, ni una gota de grasa en su cuerpo, tan solo unas hebras
plateadas en su cabello cobrizo, muy parecido al tono del suyo, tan solo unas
arrugas en las comisuras de sus ojos grises evidenciaban su edad. Se preguntó
por qué no se había casado. Robert era un hombre muy atractivo, incluso a la
edad de cincuenta y dos años.
Esperó la reacción de su hermano sin expresión alguna en su rostro,
impasibilidad que le costó mantener cuando Robert se acercó a él con una
ancha sonrisa y la mano extendida.
―Me alegro de volver a verte, Darrell. Gracias por venir.
Darrell estrechó su mano.
―Francamente, estuve a punto de no hacerlo ―repuso con voz
monocorde.
Robert asintió. ¿Era tristeza lo que pareció pasar por un instante por sus
ojos?
―Lo entiendo, y por eso te agradezco doblemente que hayas venido.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos. A Darrell le pareció absurdo
dar rodeos, que dijese lo que fuese que tenía que decir y él podría largarse.
―¿Para qué me has llamado?
Cuando su hermano iba a responder, el mayordomo apareció avisando de
que podían pasar al comedor.
Después de sentarse, Robert en la cabecera y Darrell a su derecha, y tras
haberse servido el primer plato, a una seña del marqués el mayordomo hizo
salir al personal del comedor, cerrando la puerta tras ellos.
Darrell frunció el ceño, ¿a qué venía tanto secretismo? Su experiencia le
había enseñado que el servicio acababa enterándose de todo lo que sucedía en
una casa.
Robert tomó un sorbo de su vino. Darrell se fijó en que apenas había
probado el primer plato, una sopa de puerro y jamón.
―Antes de explicarte la razón, me temo que debo aclararte el porqué de
algunas decisiones que he tomado y que, en su momento, dudo que
entendieses.
―¿Como por ejemplo suspenderme la asignación que me concedió padre?
―Darrell se sorprendió a sí mismo cuando no notó rencor en su voz, solo
curiosidad.
Robert asintió.
―Llegaremos a eso ―respondió absorto. Parecía estar reflexionando la
mejor manera de comenzar o incluso por dónde comenzar.
»Cuando Joanne, tu madre, llegó a la vida de mi padre, apenas era un año
mayor que yo. Como sabes, desde que mi propia madre murió, siendo yo
apenas un bebé de dos años, apenas tuve referencias femeninas en la casa. Sí,
estaba la institutriz, incluso la señora Daft, pero ellas no reemplazaban el
cariño o la complicidad de una madre. ―Robert suspiró―. El caso es que
cuando ella llegó enseguida nos hicimos amigos. ―Al ver el ceño fruncido de
Darrell se apresuró a explicar―: No te equivoques, éramos casi de la misma
edad, ella ya había sido presentada y yo estaba a punto de comenzar mi Grand
Tour. Nunca hubo el menor interés romántico entre nosotros, éramos como
hermanos y Joanne amaba a padre, aunque fuese mucho mayor que ella.
―Cuando naciste ―continuó Robert― nunca sentí el menor atisbo de
celos, ―Sonrió irónico―, hubiese resultado absurdo. Te llevaba veinte años,
eras mi hermano pequeño, y durante mucho tiempo me encantaba enseñarte
todo lo que padre me había enseñado a mí. Padre ya no era joven y me
enorgullecía ser yo quien comenzase a guiarte. Hasta que...
―Hasta que él murió ―cortó Darrell―, y te convertiste en el marqués y yo
pasé a un segundo plano, o quizás al último, según recuerdo.
Su hermano se pellizcó el puente de la nariz.
―Se me vino el mundo encima. Aunque ya tenía edad suficiente para
convertirme en el nuevo marqués y estaba preparado para ello, la muerte de
padre fue una sorpresa. Tú eras muy pequeño, Joanne estaba destrozada y me
temo que me tragué mi dolor y me refugié en los asuntos del marquesado.
Robert fijó su mirada en el ventanal que tenía enfrente.
―Y como las desgracias no suelen venir solas, un año después Joanne nos
dejó y me encontré como tutor de un niño. Sumido en mi dolor, no supe
reconocer el tuyo. Solo eras un crío y no supe reaccionar. Cuando murió padre,
estaba Joanne para aliviar nuestro dolor con su cariño, pero al faltar también
ella... Sin el apoyo de mi hermana, porque así la consideraba, no supe afrontar
la situación, y fue más fácil entregarte a la custodia de tutores, de hecho, solo
te faltaban dos años para ingresar en Eton, allí podrías relacionarte con amigos
de tu edad, comenzar a formar tu propia vida. Poco podría ofrecerte un
hermano veinte años mayor y con demasiadas obligaciones.
Darrell tomó su copa.
―Hubiese preferido un poco de atención de mi hermano ―susurró.
―Cuando dejaste Eton para ir a la universidad, no podía estar más
orgulloso de ti ―reconoció Robert.
Darrell casi se atraganta con el vino.
―El rector me mantenía al tanto de tus progresos, así como del grupito
que habíais formado con Willesden, cinco caballeros honorables que odiaban
las injusticias. ―Darrell escuchaba estupefacto―. Tras tu Grand Tour entendí
que te habías convertido en un hombre del que sentirse orgulloso de llamar
hermano. Sabía de tus correrías con Clydesdale y temí que acabases convertido
en el típico repuesto sin otros valores que gastar su asignación y saltar de cama
en cama. Así que, después de sopesarlo mucho, decidí cortarla.
Darrell abrió la boca, sin embargo, Robert continuó.
―No quedabas en la indigencia, Darrell, no lo hubiese hecho de ser ese el
caso. Sabía que tenías tu propio dinero gracias a Hyland. Mi intención solo fue
evitar el riesgo de que acabases siendo otro niño mimado de la nobleza, sin
aspiraciones ni metas.
―Pudiste hablar conmigo, explicarme por qué ―replicó Darrell―. Nunca
entendí la razón de ese castigo.
―No fue un castigo, Darrell, y lamento que lo entendieses así. Pero si te
hubiese llamado y explicado mis razones, ni tú las hubieses aceptado ni yo
hubiese sido capaz de llevarlo a cabo. Quizá pensé que en la distancia todo
resultaba más fácil.
―¿Para quién? ―repuso Darrell con voz acerada.
―Tal vez para los dos.
―Habla por ti ―masculló Darrell―. Después de años sin verte, desde que
marché a Eton, pasando las vacaciones en las casas de mis amigos, recibo una
maldita nota notificándome el cese de la asignación, y ¡ni siquiera escrita por ti,
sino por tus abogados, demonios!
Robert obvió el comentario de su hermano.
―¿Por qué pasas las fiestas navideñas solo? ―inquirió con un sutil tono de
desolación.
―No es asunto tuyo.
―Me atrevería a decir que sí ―discrepó Robert―. Joanne murió apenas una
semana antes de Navidad.
Darrell le dirigió una mirada sombría.
―Y ahí comenzó mi soledad. Me acostumbré a estar solo en esas fechas.
Robert suspiró abatido al tiempo que meneaba la cabeza consternado.
―¿Te importaría pasarlas conmigo este año?
Darrell no podía estar más perplejo. ¿Qué demonios estaba ocurriendo que
Robert no le decía?
―¿Por qué?
―Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero me agradaría, me gustaría
mucho, ¿como un favor personal? ―sugirió su hermano.
Darrell escrutó el rostro de Robert. Parecía cansado, de hecho, apenas
había comido. De repente, todos los recuerdos de su infancia hasta que sus
padres murieron regresaron, y volvió a ver al marqués como el hermano
divertido, paciente, pendiente de él.
―¿Qué está ocurriendo, Robert?
―Por favor, primero responde a mi pregunta. ¿Te quedarás en Dereham
Manor a pasar las fiestas?
Darrell se frotó la barbilla reflexivo. Finalmente asintió. Si su hermano se
había sincerado con él, si deseaba retomar la relación fraternal, ¿por qué no?
―Sí. Me quedaré.
Robert soltó un suspiro que Darrell notó de alivio.
―Gracias.
―Y ahora dime qué demonios está ocurriendo.
―Nunca me he casado ―contestó en cambio el marqués.
Darrell frunció el ceño.
―Siempre me he preguntado por qué te lo tomabas con tanta calma.
―Porque nunca tuve intención de hacerlo. ―Robert sonrió al ver el rostro
atónito de su hermano―. He tenido mis... aventuras, por supuesto, pero no
había nada que me impulsase a contraer matrimonio.
―¿Tal vez herederos? ―preguntó con sorna al tiempo que alzaba una ceja.
―Ya tengo heredero ―respondió Robert mirándolo fijamente.
―Robert, no...
―Me lo prometí a mí mismo cuando murió Joanne. ―Alzó una mano
deteniendo a Darrell―. No a ella. No fue una promesa hecha en el fragor del
dolor y como pago de ninguna deuda. Me dije a mí mismo que ella se lo
merecía, que su hijo se merecía ser el siguiente marqués de Dereham. No es
como si te lo debiese, no te confundas, es tu derecho.
―Tengo mi trabajo ―farfulló Darrell confuso―. No necesito el
marquesado, ni siquiera estoy preparado para ello.
―Sé que tu trabajo te va bien, conozco tus logros. ―Darrell ya no se
sorprendió. Por lo que parecía, su hermano estaba completamente al tanto de
su vida, aunque nunca lo demostrase―. Pero padre, Joanne y yo, nos
sentiríamos orgullosos de que fueses el siguiente marqués. Y estás
suficientemente preparado para la responsabilidad que te vendrá encima.
Robert miró el plato de Darrell.
―No has comido mucho.
―Mira quién fue a hablar.
Ambos se sonrieron con cariño por primera vez en la noche.
―Pasemos a la biblioteca y tomemos una copa ―ofreció Robert.
Una vez instalados, y con sendos vasos de whisky en la mano, Darrell
comentó.
―No sabía que comprabas el whisky en las destilerías de los Hamilton.
Robert sonrió.
―Me atrevería a decir que los duques y yo nos hemos convertido en
grandes amigos a lo largo de estos años. Por supuesto que lo traigo de Arran,
es el mejor whisky de las Highlands.
»Darrell, aunque mi comportamiento evidenciase lo contrario, siempre me
he mantenido al tanto de lo que hacías, y con quién ―aclaró Robert.
―Tal vez deberías haberme preguntado a mí.
―Mejor así. Te has convertido en un gran hombre, sin necesidad de tener
que demostrar nada a nadie. Quizá si me hubiera significado a tu lado, te
hubieras sentido en la obligación de que yo me sintiese orgulloso de ti, y lo que
yo pretendía es que te sintieses orgulloso de ti mismo.
En ese momento a Darrell le vinieron a la mente todas las excusas que
había dado a Justin y a Frances para no ofrecerse por ella. Su hermano acababa
de demostrarle que no hacía falta título alguno para ser un caballero.
Avergonzado, sintió que le debía algo de sí mismo, y se dispuso a narrarle lo
sucedido desde que Frances puso un pie en Londres, de eso hacía casi tres
años.
Cuando finalizó, fue el turno de Robert de mostrar perplejidad.
―¡Pero tú tienes un título! ―exclamó atónito.
―De cortesía, Robert, y siempre esperé que tuvieses a tus herederos.
Nunca lo utilicé.
―¡Por el amor de Dios! ¿Me estás diciendo que, aunque amas a esa
muchacha, no te has propuesto por el absurdo convencimiento de que no
tienes nada que ofrecerle? Tú eres lo mejor que puedes ofrecerle, Darrell, eres
un buen hombre, un caballero, con honor, con coraje, atractivo, rico... Y si me
apuras, un poco idiota también.
»Dices que tienes la intención de pedir su mano cuando regreses, ¿qué
crees que pensará cuando le des la noticia de que por fin has decidido utilizar
tu título de cortesía puesto que eres mi heredero?
Darrell palideció.
―Mierda, no he pensado en eso.
Robert ladeó la cabeza mientras alzaba las cejas.
―Pensará que solo la has considerado una vez que te he asegurado que
serás el próximo marqués de Dereham.
―No se lo diré hasta que acepte ―aventuró Darrell.
―¡¿Y sembrar más malos entendidos entre vosotros?! ¡Menos mal que
nunca me he enamorado! ―exclamó su hermano exasperado―. Parece que el
amor vuelve idiota al hombre más cabal.
―¡Demonios! ¿Qué hago? Si se lo digo, malo, y si no, será un desastre.
―Darrell ni siquiera se daba cuenta de que estaba hablando con Robert como
hablaría con un hermano, con un amigo. A lo largo de la noche, todos sus
recelos sobre él se habían evaporado.
Robert se encogió de hombros.
―Sé sincero con ella por una vez.
―¿Y si me rechaza?
―Bueno, ya te habías hecho a la idea de perderla en favor de Millard, ¿no?
―repuso con sarcasmo su hermano―. Me temo que tendrás que recuperarla
sea como sea.
Darrell bufó mientras su hermano sonreía. Ambos se quedaron en un
cómodo silencio mientras tomaban sus bebidas y contemplaban el fuego. Sin
embargo, Robert aún debía decirle algo más a su recién recuperado hermano,
algo que tendría que esperar hasta que pasaran las navidades.
r
Y las navidades pasaron. Recuperada su distante relación, los dos
hermanos cabalgaron, cazaron, dieron largos paseos y conversaron hasta altas
horas de la noche. Hasta que llegó el momento en que Darrell debía regresar a
Londres.
En la biblioteca, que se había convertido en su lugar favorito para las
charlas con una buena bebida en las manos, Robert se decidió.
―Hay algo que no te he dicho.
Darrell lo miró mientras enarcaba una ceja.
Robert carraspeó.
―Estoy enfermo, Darrell, muy enfermo. Los médicos me dan uno... a lo
sumo dos años de vida.
Darrell palideció.
―No puede ser ―farfulló―. Hemos cabalgado, paseado... Bueno, apenas
comes, pero... Volverás conmigo a Londres, allí hay médicos...
―Me han visto los mejores. Solo me ha faltado viajar a Escocia, sus
médicos tienen fama de sobresalientes, pero ni tenía ánimos para el viaje ni
encontré el momento. Tengo algo en mi estómago que creen que crecerá y
llegará un momento en que... bueno, destroce todo lo que hay a su alrededor.
Darrell se pasó las manos por el cabello.
―¿Tienes dolor?
Robert negó con la cabeza.
―No. Únicamente si como determinadas comidas, y solamente en el lado
derecho, pero la señora Daft se ocupa de que solamente me sirvan alimentos
ligeros.
―Me quedaré, no regresaré a Londres. ―Ahora que había recuperado a su
hermano, iba a perderlo, no se perdería otros dos años de su vida, los últimos.
―No. Tienes tu trabajo ―negó Robert―, y debes solucionar las cosas con
tu dama.
Darrell se puso en pie exasperado.
―¡Maldita sea, todo eso puede esperar, no me iré! ―Miró con recelo a su
hermano―. A no ser que me eches.
―¡¿Cómo podría echarte?! ―musitó Robert.
―Pues no hay más que hablar. Te ayudaré y me enseñarás todo lo que debo
saber ―aseveró Darrell―. Millard puede ocuparse perfectamente de los
asuntos de la división, y escribiré a Justin explicándole la situación.
―Darrell ―insistió una vez más su hermano―, tu dama quizá no espere
dos años, más...
«Más el tiempo de luto», pensó Darrell. Pero se limitó a decir:
―Si no es capaz de esperarme por un motivo como este, tal vez sus
sentimientos no sean tan profundos.
―No creo adecuado que expongas la situación por carta, es preferible que
regreses, arregles tus asuntos y hables con lady Frances. Unas semanas más o
menos no significan nada.
Darrell sopesó las palabras de su hermano. Tenía razón. Dejar todo
solucionado en Londres no le llevaría más de una semana, y aunque Robert
pensase que daba igual una que dos o tres semanas, él no estaba de acuerdo.
Tres semanas, incluso una, era demasiado tiempo teniendo en cuenta el poco
que le quedaba a su hermano.
―Saldré mañana ―advirtió―. ¿Estarás bien?
Robert soltó una carcajada.
―Pierde cuidado, no pienso morirme en tu ausencia. ―Se encogió de
hombros burlón―. Me comportaré como el caballero que soy y esperaré a que
regreses.
Darrell rodó los ojos mientras resoplaba. Daba gracias por que su hermano
no había perdido el sentido del humor, pese a todo.
k Capítulo 16 l

Regresó a Londres sin saber si sus amigos habían vuelto ya de sus residencias
del campo. Suponía que sí, puesto que en pocos días finalizaría el mes de
enero.
Después de presentarse en su despacho de la policía y de poner al tanto a
Millard, se dirigió a las oficinas del comisionado dispuesto a renunciar a su
cargo y recomendar a su amigo para el puesto.
Sir Richard Mayne no aceptó su dimisión, se limitó a darle una dispensa
especial mientras el vizconde lo sustituía. Insistió en que una vez todo hubiera
pasado, habría tiempo de decidir el futuro de Darrell como superintendente.
Tres días después de su llegada, y tras haber solucionado uno de los
asuntos que lo había llevado a regresar, se dirigió al club. Se sorprendió al
hallar allí solamente a Gabriel.
Después de sentarse, preguntó extrañado.
―¿Los demás no han regresado?
Gabriel enarcó una ceja.
―Yo también me alegro de verte, ¿qué tal tus navidades? ―inquirió
mordaz.
Darrell rodó los ojos con exasperación.
―Sí. Han llegado, de hecho, cenamos hoy en Brandon House.
―¿Puedes hacer algo por mí?
Gabriel frunció el ceño.
―Sabes que sí.
―Avisa a Jenna discretamente de que ponga un servicio más. ―Tanto
Darrell como Gabriel sabían que cualquiera de ellos se podía presentar en casa
de los otros sin avisar, y serían bienvenidos―. Debo deciros algo y necesito
que estéis todos.
Willesden lo observó con recelo, sin embargo, asintió.
―Me ocuparé de ello.
Darrell se levantó ante la mirada atónita de su amigo.
―Tengo asuntos que tratar, te veré en la cena.
Gabriel observó perplejo cómo su amigo abandonaba el club. Esas prisas...
¿qué había ocurrido en Hertfordshire? Se encogió de hombros interiormente.
Se enteraría al mismo tiempo que los demás.
r
Estaban a punto de salir para el comedor cuando Gibson anunció.
―El conde de Sarratt.
Las damas se miraron unas a otras confusas.
―¿Quién? ―preguntó en un susurro Jenna a Gabriel―. Supuse que el
cubierto de más era para... No sé, tal vez Millard, ¿has invitado a un
desconocido?
Gabriel miró a Justin. Ambos conocían a la perfección el Debrett’s y sabían
a qué casa pertenecía el título, además de que, menos a Callen, que por
entonces todavía no se había incorporado al grupo en Eton, Gabriel les había
puesto en antecedentes sobre el título de cortesía de Darrell.
Darrell hizo su aparición en medio de los rostros perplejos de las damas y
los satisfechos de los caballeros de que por fin se hubiera decidido a usar su
título.
Después de mirarse la una a la otra, Shelby y Frances se levantaron e
hicieron sus reverencias, que casi arrancan un bufido de exasperación en
Darrell. Inclinó la cabeza cortés mientras resoplaba en su interior.
Callen se acercó.
―¿Conde? ―espetó burlón. A Callen le importaba un ardite tanto el
Debrett’s como la genealogía de la nobleza inglesa.
Darrell se encogió de hombros.
―¿Serías tan amable de saciar nuestra curiosidad?, ¿qué es lo que ha
provocado que utilices tu olvidado título? ―preguntó Kenneth sonriente. La
sonrisa se le congeló cuando vio el rostro tormentoso de su amigo.
Intercambió una mirada preocupada con Justin.
―Me temo que la cena tendrá que esperar ―afirmó Callen, que también
había notado el talante de su amigo―. Vamos a mi despacho.
Se acercó a Jenna.
―Disculpa, amor, si deseáis empezar sin nosotros...
Jenna negó.
―No. No te preocupes por nosotras. Algo ocurre con Darrell.
Esperaremos.
Mientras los caballeros abandonaban la habitación, Frances se acercó a
Jenna.
―¿Qué ocurre?, ¿qué te ha dicho Callen?
Jenna negó con la cabeza, absorta en la puerta por donde habían salido los
hombres.
―No me ha dicho nada, pero algo sucede.
―Nunca ha utilizado su título, ni siquiera sabíamos cuál era ―intervino
Celia.
Shelby miró a Frances, que no se había sentado y retorcía sus manos con
nerviosismo.
―Tranquilízate, todo tiene una explicación ―murmuró.
―Tengo un mal presentimiento ―susurró Frances. Sus amigas se miraron
unas a otras: no era la única.
r
―¿Se muere? ―inquirió consternado Gabriel.
―Uno, a lo sumo dos años ―repuso Darrell―. Regresaré en la mañana a
Hertfordshire, no volveré a Londres hasta... ―Se acercó a la ventana del
despacho de Callen y apoyó uno de los antebrazos en el marco―. ¡Joder!
Habíamos resuelto... ¡para esto! ―exasperado, golpeó con el puño el marco de
la ventana, mientras sus anchos hombros comenzaban a temblar.
Había reprimido su dolor hasta encontrarse en la seguridad de la compañía
de sus amigos, una vez con ellos, ya no tenía sentido controlarse.
Mientras los cuatro se miraban desolados, Callen se acercó a su amigo. Le
pasó un brazo por los hombros mientras susurraba.
―Desahógate, estamos aquí.
De todos ellos, casi era el que estaba más unido a Darrell. Habían
compartido mucho en Francia, los dos libres, los dos segundos hijos, los dos
sin tener que preocuparse de su reputación.
Darrell se abrazó a él sollozando, mientras los demás se arremolinaban a su
alrededor como una piña. Entendían por lo que su amigo estaba pasando.
Todos esos años creyendo que su hermano lo ignoraba para, al final, conocer
la verdad y perderlo de nuevo, y esta vez definitivamente.
Cuando consiguieron que Darrell se sentase y comenzara a calmarse,
Callen se dirigió al mueble de las bebidas, sirvió whisky para todos y le llevó
uno de los vasos a Darrell, mientras Kenneth repartía los demás.
Darrell miró absorto su vaso.
―¿Sabías que le compra el whisky a tu familia? ―No se dirigió a nadie en
particular pero todos supieron que hablaba con Callen.
―No. Pero no me extraña, es el mejor de las Highlands ―repuso Callen
con petulancia.
Darrell levantó la mirada hacia su amigo.
―Eso dijo él ―respondió mientras esbozaba una trémula sonrisa.
Justin levantó su vaso.
―Por Robert Cecil Ridley, marqués de Dereham, cuyo coraje ha heredado
su hermano.
―Por Dereham ―contestaron los demás levantando sus vasos, mientras
Darrell inclinó la cabeza agradecido con su amigo, todavía con los ojos
anegados en lágrimas.
Kenneth intercambió una mirada con Justin, este asintió y Hyland salió
discretamente de la habitación.
Cuando entró en la sala donde esperaban inquietas las damas, todas las
miradas se volvieron hacia él.
Se acercó hasta su esposa y, tras darle un tierno beso en la frente, comentó.
―Me temo que la cena se ha suspendido, por lo menos para nosotros. Si
deseáis comer algo... ―ofreció mirando a Celia, que negó con la cabeza.
No era el anfitrión, pero era tal su amistad que cualquiera de ellos podía
tomar decisiones en las residencias de los otros. Y sabía, además, que habría
sido Callen quien saliese a explicarlo si no fuese porque estaba pendiente de
Darrell.
―Nosotros nos quedaremos aquí esta noche ―continuó con la voz
quebrada.
Lilith y Celia miraron a Jenna.
―Os quedaréis todos. Ken, todos conocéis cuál habitación os corresponde
por si necesitáis subir a descansar ―ofreció esta―. No os estorbaremos.
Subiremos a mis habitaciones privadas y ordenaré que nos sirvan algo de
comer. ―Miró a Shelby—. Tú también. Enviaré un mensajero a Balfour
House.
Algo le decía que Frances las necesitaría a todas a su lado.
―Gracias, Jen ―musitó Kenneth que, tras besar a su esposa, regresó con
sus amigos.
Jenna se levantó, tiró del cordón y, cuando Gibson apareció, le dio las
instrucciones pertinentes. Se dirigió hacia un escritorio y, tras garabatear una
nota, se la entregó al mayordomo.
―Que la entreguen en Balfour House. En mano a lady Balfour. No se
espera respuesta.
Gibson se inclinó y cuando abandonaba la habitación, Jenna se dirigió a
sus amigas.
―Vamos a mis habitaciones. Mientras suben algo de comer, deberíais
cambiaros y poneros cómodas. Me temo que la noche será larga.
Todas se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Solían pernoctar muchas
veces unos en las casas de otros, y habían acabado por tener designadas
habitaciones en cada una de las residencias, así como alguna ropa que
olvidaban o dejaban a propósito. Jen le indicó a Frances y a Shelby sus
respectivas habitaciones. Tras ordenar a su doncella que tomase algún camisón
y bata de su propia alcoba para las dos jóvenes, se dirigió a sus aposentos.
Después de cambiarse con ayuda de una doncella enviada por la marquesa,
Frances se sentó en la cama inquieta.
Nunca había visto esa expresión atormentada en el rostro de Darrell, ni
siquiera cuando sucedieron aquellos atroces crímenes. Algo había sucedido
con su hermano, algo que le había inducido a usar por primera vez su título de
cortesía. Suponía que los caballeros pasarían gran parte de la noche
acompañando a Darrell, y cuando se retirasen comentarían lo sucedido con sus
esposas. Ella no tenía intención alguna de esperar a la mañana para saber lo
que había ocurrido. No sabía cuál era la habitación designada para Darrell, así
que tendría que comprobar cuáles eran las de los matrimonios y cuál la de
Shelby, no resultaría difícil averiguar la que le habían adjudicado.
Él le había dicho que hablarían a su vuelta, pero ¿y si con lo que
supuestamente habría sucedido no encontraba tiempo? ¿Y si él regresaba
inmediatamente a Hertfordshire? No. Hablaría con él esta noche, aunque
pusiese en peligro su reputación, cosa que dudaba. El personal de Brandon
House era sumamente discreto y leal, y ninguno de sus amigos diría
absolutamente nada si los encontrasen a solas. Tal vez recibiría una buena
reprimenda de Justin, pero confiaba en que su hermano lo entendiese.
Con un suspiro, se levantó y se dirigió hacia las habitaciones de Jenna.
r
Avanzada la madrugada, Darrell obligó a sus amigos a retirarse. Sus
esposas estarían preocupadas y él necesitaba estar solo. Tras convencerlos de
que no tardaría en subir él también, los hombres subieron a reunirse con sus
esposas.
El último en retirarse fue Justin y ambos sabían la razón.
―¿Qué vas a hacer con respecto a Frances?
Darrell se pasó las manos por la cara desmoralizado.
―No puedo hacer nada. Aunque ella rompa el compromiso...
―Que lo hará ―interrumpió Justin.
Darrell asintió.
―Aunque lo haga, yo no podré estar aquí para protegerla, y aunque
estuviese, no puedo ofrecerme por ella instantes después de que rompa con
Millard.
―Millard está de acuerdo en provocar alguna situación que lo haga a él
culpable y que ella no tenga otra solución que terminar con el compromiso.
―No puede terminar con uno y empezar otro, Justin, eso haría que la ton
comenzase a murmurar y a plantearse la verdadera razón de la ruptura. Frances
acabaría siendo considerada la culpable ―repuso abatido―. Aunque
anunciasen el fin del compromiso mañana, ella tendría que hacerse ver en los
salones, que la alta la pudiese considerar una víctima de Millard y, cuando
comenzase la temporada, podría ser cortejada por algún caballero sin temor a
escándalo alguno. Yo no dispongo de ese tiempo, no puedo permanecer en
Londres toda la temporada para cortejarla y no provocar chismes sobre ella, y
dos años es mucho tiempo para pedirle que me espere, sobre todo cuando
Robert no tiene la certeza de...
Justin suspiró. Darrell tenía razón.
Darrell continuó hablando, tal vez más para convencerse a sí mismo que a
Justin.
―Convéncela de que no rompa con Millard. ―Justin lo miró con el ceño
fruncido―. Es un buen hombre, y Frances... Frances conseguirá que la ame
¿Quién podría no amarla? ―repuso con tono derrotado―. Él la hará feliz, lo
sé. Millard tendrá que procurarse herederos, y la conoce, se agradan... ¡¿por
qué no con ella?!
―Porque es vizconde ―no era una pregunta.
Darrell esbozó una sarcástica sonrisa.
―Eso ya no importa. Cuando me fui tenía la intención de ser franco con
ella cuando regresase, ya no me importaba nada más que ella, pero todo ha
cambiado, no puedo abandonar a mi hermano para pasarme casi seis meses
correteando por los salones. ―Levantó una mirada atormentada―. No sé
cuánto tiempo le queda, quizá el que él cree, pero si los médicos se
equivocan...
―¿Se lo dirás?
Darrell asintió con la cabeza.
―Por una maldita vez seré franco con ella, aunque no sea por las razones
que había previsto.
Justin posó una mano en el hombro de su amigo.
―Confío en ti. Buenas noches.
Se habían trasladado a la biblioteca. Sentado frente a la chimenea,
contemplaba absorto las llamas con un whisky en la mano. Ni siquiera había
tenido la suerte de embotarse con el alcohol. Su mente viajó hacia Frances. No
había dejado de pensar en ella durante el viaje desde Hertfordshire. Todos sus
planes se le habían escurrido de entre las manos como arena. Sabía que ella
esperaba que él regresase habiendo resuelto todos sus prejuicios, y cuando al
final había conseguido dejar a un lado sus absurdas objeciones, todo volvía a
complicarse. Suspiró con cansancio, tras el desayuno hablaría con ella y que
Dios lo ayudase.
Agotado, se decidió a subir a su alcoba. Dejó el vaso sobre la mesa y se
levantó.
Frances, en su habitación, había pegado la oreja a la puerta dispuesta a
escuchar los sonidos de las que se cerraban. Shelby ya se había retirado, con lo
que solo quedaban las de los cinco caballeros. Escuchó cerrarse cuatro de las
cinco, y supuso que la que faltaba era la de Darrell. Era mucho suponer, claro
está, por lo que se decidió a salir al pasillo. Escondida entre los cortinajes de
los ventanales podría comprobar quién faltaba por retirarse cuando subiese.
Su corazón se saltó un latido cuando comprobó que era Darrell el que
subía las escaleras. Con las manos en los bolsillos, cabizbajo, lo vio llegar hasta
la puerta de la alcoba que le correspondía, abrir y cerrar la puerta tras él.
A Darrell solo le había dado tiempo a quitarse la chaqueta, las botas y las
medias cuando una suave llamada a la puerta le hizo fruncir el ceño. Tal vez
Callen desease comprobar si estaba bien. Descalzo, abrió.
―Estoy bien, vuelve con Jen... ¡¿Frances?! ―exclamó atónito. Observó con
el ceño fruncido cómo la muchacha frotaba nerviosa sus manos―. No
deberías estar aquí ―susurró.
―Dijiste que cuando regresásemos a Londres hablaríamos.
Darrell se pasó una mano por el cabello.
―Lo sé, y tendremos esa conversación, pero no en mi alcoba ni en este
momento.
Frances ignoró sus palabras y se coló en la habitación. Con un resoplido,
Darrell asomó la cabeza, miró a ambos lados del pasillo para comprobar que
no había nadie, entró y cerró la puerta. Se apoyó en ella con las manos a la
espalda. ¡Maldita sea, no era el mejor momento para que los atrapasen en una
situación comprometida!
Tenía la cabeza hecha un lío. Demasiadas cosas a las que enfrentarse, no se
encontraba con ánimo de calmar la inquietud de ella cuando él mismo acababa
de perder el control hacía apenas unas horas y no estaba seguro de que no
volviese a perderlo.
―Frances, ahora no. Hablaremos mañana, te lo prometo, pero regresa a tu
habitación. Si te descubren... ―dijo con forzada paciencia.
Ella se envaró. No sabía lo que esperaba, pero que la despachara con cajas
destempladas, desde luego que no.
―¿Te verías obligado por honor a hacer algo que no deseas? ―acabó por él
con acidez.
―No se trata de eso, es solo que no es el momento ―aclaró con voz
acerada―. Estoy cansado, han sido muchas..., solo te pido que me permitas
descansar y en la mañana te lo explicaré todo.
Frances clavó su mirada en los ojos de Darrell. Se le hizo un nudo en el
estómago al ver la frialdad y la amargura que vio en ellos. Palideció mientras
asentía.
―Por supuesto, milord. No es mi intención interrumpir su descanso. Mis
disculpas.
Avanzó hacia la puerta donde aún continuaba apoyado Darrell, y la abrió
sin ningún gesto por parte de él para detenerla. No llegó a traspasar el umbral
cuando una gran mano aferró su muñeca y la arrastró hacia dentro. Otra
enorme mano cerró la puerta con suavidad. Frances ahogó un jadeo.
―¡Maldita sea! ―exclamó Darrell.
Había visto la tristeza en los ojos de Frances y se sintió miserable.
Demasiadas veces la había visto y siempre por su culpa. Esta vez no, estaba
harto de provocar tristeza y desolación a la mujer que amaba más que a nada.
Así que salió tras ella.
Lanzó una de sus manos para enlazarla por la cintura mientras la otra le
aferraba la nuca posesivamente. Solo pudo susurrar un ronco «perdona» antes
de atrapar su boca con voracidad. Frances rodeó con sus brazos la cintura
masculina. La boca de Darrell era caliente, persuasiva, exigente y con un leve
regusto a whisky.
Durante minutos, que parecieron segundos, Darrell perdió toda su
capacidad de pensar, solo estaban los labios de Frances, sus pequeñas manos
aferrándose a su cuerpo. Una última vez, un recuerdo que llevarse. Ambos se
dejaron llevar entre nubes de placer y anhelo.
A regañadientes, Darrell se desprendió de los labios de Frances. Evitó
mirarlos, jugosos, entreabiertos, esperando por los suyos. Renuente, la tomó de
la mano. Miró a su alrededor, sentarse en la cama estaba descartado, no se
sentía capaz de controlarse. La acercó a uno de los dos sillones situados frente
a la chimenea.
Frances lo observaba expectante, mientras él se sentaba en el sillón frente
al que ocupaba ella.
Darrell comenzó a hablar con la mirada absorta en las llamas. Conforme
avanzaba en el relato, el estómago de Frances se constreñía más, hasta que
llegó a pensar que no podría ser capaz de respirar. Iba a dejarla, bueno, nunca
había sido suya en realidad, pero después de lo ocurrido en West Ham,
esperaba...
Y su presentimiento se hizo realidad cuando escuchó sus palabras.
―No rompas con Millard. Conseguiréis amaros. ―Su voz era monocorde,
como si se lo hubiese aprendido de memoria―. Yo debo regresar a
Hertfordshire, no puedo permanecer en Londres durante la temporada, y no
puedes deshacer tu compromiso sin esperar un tiempo prudencial para que
otro caballero te corteje, te crucificarían...
Frances, pálida, lo interrumpió.
―Si no hubiese ocurrido lo de tu hermano...
―Te hubiese cortejado ―aseveró Darrell.
―Podemos... con una licencia especial, yo podría regresar contigo a
Hertfordshire ―aventuró Frances.
―¿Y arruinar tu reputación, ser la comidilla de los salones? Me temo que
no.
Frances se levantó, se acercó a él y se arrodilló entre sus piernas.
―¿Me amas? ―Eso era lo único importante, si él la amaba todo lo demás
no importaría, se diluiría con el tiempo, o con otro escándalo.
Darrell murmuró con la mirada todavía fija en el fuego.
―Me temo que no lo suficiente. ―Cerró los ojos abatido al decir las
palabras. La amaba con todo su ser, pero no podía decírselo. ¿Para qué?, ¿para
mantenerla en una espera que se llevaría parte de su juventud? ¿Una viuda sin
haber estado nunca casada?
Frances palideció, sin embargo, no la había mirado a los ojos para decirlo,
su atormentada mirada seguía clavada en las llamas.
―Mírame ―insistió―. Dímelo mirándome a los ojos.
Darrell meneó la cabeza frustrado.
―Ya lo he dicho, no es necesario más.
Frances se levantó ante la mirada entre perpleja y anhelante de Darrell.
―De acuerdo. Has tomado tu decisión ―murmuró alzando la barbilla con
arrogancia―. Yo decidiré mi vida. Si continúo con Millard o no, me temo que
no es asunto tuyo, y mi reputación mucho menos. ―Con las manos caídas a lo
largo de los costados, apretó los puños―. Buenas noches, lord Sarratt, lamento
muchísimo lo de su hermano.
Sin mirar atrás, se dirigió hacia la puerta. Cuando esta se cerró tras ella,
Darrell enterró el rostro entre las manos. Se marcharía antes del desayuno. Si la
volvía a ver, mandaría todo al demonio: su reputación, el escándalo... y ella no
se lo merecía.
r
Frances remoloneó todo lo que pudo para retrasar la hora de bajar a
romper el ayuno. Esperaba que para entonces Darrell ya se hubiera marchado.
No tenía intención alguna de obedecer, porque al final de eso se trataba, ¿no?
Darrell disponía según sus argumentos, y ella debía conformarse. Ya había
dado bastantes rodeos con la estupidez del maldito título, ¿y todo para qué?, ya
lo utilizaba y la situación había empeorado.
Ella sería la que decidiría su propia vida. Rompería con Millard y esperaría
un tiempo prudencial.
Cuando entró en el comedor de mañana todos estaban allí, todos menos
Darrell. Los caballeros se levantaron al verla entrar y, mientras ella se dirigía
hacia una de las sillas, notó los rostros de preocupación tanto de ellos como de
las damas.
Tras servirse una taza de té y beber un sorbo, tomó una tostada y, al tiempo
que la untaba con mantequilla, comentó con indiferencia.
―Justin, ¿podrías encargarte de citar a lord Millard en Craddock House lo
más pronto posible?
Los comensales se miraron unos a otros. Justin, tras lanzar una mirada de
reojo a Lilith, asintió.
―¿Debo darle algún motivo?
Frances se encogió de hombros.
―Si lo deseas, puedes decirle que comience a pensar en hacer lo que sea
que un caballero haga para que una dama deba romper su compromiso.
―Frances, ¿no crees que deberías de pensarlo bien? Millard...
―Lo he pensado lo suficiente ―repuso Frances―. Yo decidiré mi vida,
Justin, y te rogaría que no interfirieses.
Justin enarcó una ceja. Frances, al verlo, hizo una mueca.
―Disculpa, no pretendía ser grosera. Es solo que no voy a seguir
permitiendo que piensen por mí. Sé lo que quiero y lo que no, y a diferencia de
otros, voy a luchar por mi felicidad.
k Capítulo 17 l

Una vez en Craddock House, y tras haber salido Justin hacia el club, Lilith y
Shelby no perdieron tiempo en interrogar a Frances.
―¿Qué tienes en mente? ―inquirió Lilith.
―Romper mi compromiso.
Shelby enarcó las cejas.
―Sabes que tienes que esperar un tiempo prudencial antes de aceptar un
nuevo cortejo ―aseveró―, eso o casarte con otro de inmediato.
―Esa es mi intención ―murmuró Frances.
Se hallaban en la habitación de ella y, mientras la condesa y Shelby estaban
sentadas en la cama, Frances, delante del ventanal, contemplaba los jardines
pensativa.
―¡¿Casarte?! ―Shelby miró estupefacta a Lilith―. ¡¿Rompes con el
vizconde para casarte con otro?!
―Con Darrell ―afirmó Lilith mirando fijamente a su cuñada.
―¿Te lo ha pedido? ―insistió Shelby.
―No.
Shelby se dejó caer de espaldas en la cama con exasperación.
―¡Por el amor de Dios! ¿Vas a romper tu compromiso sin saber si Ridley
desea casarse contigo? Frances, los caballeros piden matrimonio por una
razón, porque desean casarse ―expuso con frustración―. Si no te lo piden, eso
querrá decir algo, ¿no?
Frances se giró con una sombra de duda en los ojos.
―¿Me amas?
―Me temo que no lo suficiente.
Las palabras de Darrell resonaron en su mente.
¿Y si estaba equivocada? Tal vez llevada por el amor que sentía por él había
confundido las cosas. Puede que a Darrell le gustase, la desease, pero... Eso no
era amor. ¿Y si él estaba diciendo la verdad, que no sentía lo suficiente por ella
como para luchar? Meneó la cabeza. Comenzaría por romper su compromiso,
una vez hecho eso, decidiría si correr el riesgo con Darrell o dejar de insistir en
un imposible.
r
En Dereham Manor, Robert observaba a su hermano. Había regresado de
Londres hacía dos días completamente hundido, y se temía que la razón no era
el cese temporal en su trabajo. En estos momentos, mientras cenaban, en
realidad simplemente estaban sentados a la mesa, su talante no había mejorado
en absoluto.
―¿En algún momento contarás lo que sucede? Recuerda que no tengo
mucho tiempo para esperas ―murmuró con sorna.
―He aclarado las cosas con lady Frances.
―Exactamente... ¿de qué manera?
Darrell tomó un sorbo de vino.
―La única posible. Intenté convencerla de que no rompiese su
compromiso con Millard. Yo no puedo permanecer en Londres el tiempo
suficiente para que podamos comprometernos sin incurrir en un escándalo.
―En otras palabras, te has rendido ―murmuró Robert mientras
contemplaba su propia copa que tenía en la mano.
Darrell se encogió de hombros.
―Es una forma de verlo.
Robert dejó la copa en la mesa y, tras suspirar, miró a su hermano.
―No hay necesidad de que después de un compromiso roto por culpa del
caballero, la dama se siente en su alcoba a lamentarse. Podría perfectamente
contraer matrimonio en un plazo relativamente corto. Al fin y al cabo, ella fue
la que rechazó.
―Tal vez lo haya pensado mejor y siga adelante con Millard.
―Tal vez. Supongo que nos enteraremos a su debido tiempo.
Y se enteraron más pronto de lo que pensaban.
r
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Robert, sonriendo con malicia
al ver determinada noticia en el periódico, le pasó la página a Darrell.
―Parece ser que no se lo ha pensado mucho ―murmuró mientras le tendía
el periódico.
Una breve nota comunicaba que lady Frances Wilder había decidido dar
por finalizado su compromiso con lord Millard. La causa, una grave
indiscreción del vizconde que su prometida no pudo pasar por alto.
El corazón de Darrell se detuvo por un instante. Ella lo había hecho. Era
libre.
Robert, que no le quitaba los ojos de encima, advirtió su cambio de
expresión.
―¿Y bien? ―interrogó con un brillo burlón en los ojos.
―Salgo para Londres en una hora ―espetó mientras se levantaba.
―Una condición. ―Darrell se detuvo frunciendo el ceño―. En realidad,
dos. Quiero que os caséis aquí, y quiero a todos tus amigos y sus familias
acompañándote.
―Pero comienza la temporada ―farfulló Darrell―, tendrán compromisos.
Robert solo enarcó una ceja.
Darrell asintió. Ni una audiencia con el mismísimo rey evitaría que sus
amigos acudiesen a su boda.
r
A su llegada a Londres, Darrell no perdió el tiempo. Se dirigió hacia el
tribunal eclesiástico en Doctors’ Commons, no saldría de allí hasta que la
solicitud fuese firmada por el arzobispo de Canterbury. Por primera vez se
jactó interiormente de su posición en la nueva policía, al ver que su solicitud
era atendida de inmediato gracias a su recién descubierta fama. Por lo visto,
sus logros en la resolución de varios casos que atañían directamente a la
nobleza habían despertado el interés y la admiración de la alta, incluyendo, al
parecer, al mismísimo arzobispo.
Con la licencia en el bolsillo se dirigió hacia Brooks’s, suponía que a esas
horas sus amigos se hallarían en el club.
Las miradas de estupor de sus amigos cuando lo vieron acercarse
provocaron que sonriese interiormente.
Callen frunció el ceño mientras escrutaba el rostro de su amigo. No parecía
apenado. Echó un rápido vistazo a sus mangas, no llevaba brazalete de luto.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó preocupado―. ¿Dereham ha empeorado?
―Mi médico personal puede acompañarte a Hertfordshire ―ofreció Justin.
―No es tu médico quien va a regresar a Hertfordshire conmigo ―masculló
Darrell mientras sacaba la licencia de su bolsillo y se la tendía a Justin.
Justin tomó el papel con recelo y, tras echarle un vistazo, sonrió lobuno.
―Veo que la nota en la prensa ha surtido efecto.
Darrell palideció.
―Si me dices que fue otra manipulación vuestra... ―siseó amenazador.
Justin levantó las manos en señal de paz.
―No hay ninguna manipulación. Frances rompió el compromiso con la
total aceptación de Millard.
Kenneth, impaciente, preguntó, harto de que la críptica conversación fuese
un tête à tête entre Justin y Darrell.
―¿Quién va a acompañarte de regreso, qué es ese papel y por qué hablas
de manipulación?
―Nos gustaría participar de la conversación, si sois tan amables ―intervino
Gabriel.
Darrell bufó.
―Me acompañará mi prometida, el papel es una licencia especial y esta vez
no hubo manipulación alguna.
―¡Por todos los demonios! ―exclamó Callen―. ¡¿Por fin has entrado en
razón?! Nos ha costado años de vida que te sacases de encima todas tus
estupideces, por lo menos a mí.
Los demás los miraron con las cejas enarcadas.
―¿A ti? ―espetó Justin―. ¿Debo recordarte que fui yo quien tuvo que
darle el empujoncito que me costó su alejamiento y vuestros reproches?
Callen se encogió de hombros.
―También fuiste tú el de la genial idea de cortejo, compromiso y demás.
Darrell frunció el ceño.
―¿Qué es lo demás... exactamente? ―inquirió mirando receloso a Justin.
―¡Por el amor de Dios, no hubo nada más! ―exclamó Justin exasperado.
Miró a Callen con irritación―. Deberías practicar un poco la contención de tu
verborrea escocesa ―rezongó.
―Nos estamos saliendo del tema principal ―medió Gabriel―. ¿Vas a
casarte por fin con lady Frances?
―En efecto ―repuso Darrell con una sonrisa de satisfacción.
Justin lo miró con gesto huraño.
―¡¿Yo no tengo nada que decir al respecto?! Se supone que soy su tutor
―exclamó molesto.
Darrell le clavó una mirada asesina.
―Ya has dicho y hecho bastante.
Las risillas de los demás hicieron que Justin les dedicase una hosca mirada.
―Me voy a Craddock House ―espetó Darrell mientras le arrebataba la
licencia que Justin todavía tenía en la mano y la guardaba en el bolsillo.
―¿A qué? ―preguntó despistado Justin.
―¿Cómo que a qué? ―Darrell lo miró como si se hubiese vuelto tonto de
repente―. Tengo una petición que hacer.
―Ah, pero me temo que mi hermana no está en la casa en este momento.
Darrell entrecerró los ojos al ver el rostro culpable de su amigo.
―¿Dónde está?
Justin carraspeó con incomodidad.
―En realidad ha salido a dar un paseo por Hyde Park...
―Bien, la buscaré allí.
―... con lord Langley ―aclaró mientras se encogía en su sillón.
Darrell le dirigió una acerada mirada.
―¿Con quién? ―inquirió con voz estrangulada.
―Lord...
―Sé quién es ―interrumpió Darrell irritado―, lo que no sé es por qué lo
has permitido. Por Dios, Justin, apenas acaba de dejar Eton. ―Hizo un gesto
vago con la mano―. Me es indiferente ―concluyó―. He venido a hablar con
ella y por Dios que hablaré ―masculló mientras se levantaba.
―¿A dónde vas?, ¿no sería mejor que Justin te invitase a cenar y allí...?
―intentó Gabriel.
―No pienso tolerar que mi futura esposa pasee con ese... ese... cachorro
cretino ―siseó Darrell.
―Formarás un escándalo ―intervino Callen sin mucha convicción.
Darrell sonrió con malicia.
―Te puedo asegurar que no habrá escándalo alguno.
Ante las miradas estupefactas y preocupadas de sus amigos, Darrell salió
apresurado. Ese mocoso de Langley tenía mucho camino que recorrer antes de
plantearse siquiera medirse con hombres.
―Pobre Langley ―murmuró Kenneth.
Callen soltó una risilla entre dientes mientras se encogía de hombros.
―Eso le pasa por creerse a la altura de los mayores. Ya recibió una
advertencia, Darrell no tiene la culpa si es sordo... o tonto, personalmente me
inclino por lo segundo.
Al ver las miradas atónitas del resto, sonrió con suficiencia.
―Jenna me contó...
Y procedió a narrarles lo sucedido en la fiesta de los marqueses de Lester,
donde el pobre Langley había sido utilizado por el quinteto de maquiavélicas
damas.
r
Darrell saltó de su carruaje en cuanto llegaron a Hyde Park. Se movería
con más rapidez a pie que siguiendo la lenta fila de los coches que llenaban a
esas horas el parque. Sin prestar atención a los caballeros y damas que lo
saludaban, simplemente respondiendo con un seco movimiento de cabeza,
recorrió el paseo como si los demonios del infierno lo persiguiesen.
Por fin los divisó. Seguidos por la doncella de Frances, paseaban
conversando distraídos hasta que, con una sonrisa de malévola satisfacción,
contempló cómo el rostro del joven lord se demudaba al verlo acercarse.
―¡Oh, no, otra vez no! ―murmuró Langley a divisar a Darrell acercándose
con rostro tormentoso.
Frances giró su rostro hacia él.
―¿Ocurre algo, milord?
Al joven marqués no le dio tiempo a contestar cuando la figura
amenazadora de Darrell se detuvo ante ellos.
Frances, que, despistada, continuaba caminando mientras observaba el
pálido rostro de Langley, casi se da de bruces con el amplio pecho de Darrell.
―¡¿Qué...?! ―balbuceó confusa.
―Milord, milady ―saludó con sorna Darrell.
Frances, atónita, apenas pudo recobrarse para hacer una torpe reverencia.
―¡Lord Sarratt!
La mirada de Darrell estaba clavada en Langley. El pobre muchacho
masculló a duras penas.
―Yo... Lo lamento mucho, milady, pero acabo de recordar un compromiso
ineludible ―murmuró con voz temblorosa―. Me atrevería a decir que lord
Ridley, como caballero, no tendrá impedimento alguno en acompañarla en lo
que queda de paseo.
Sin esperar respuesta por parte de una perpleja Frances, hizo una
inclinación y se marchó como alma que lleva el diablo.
Tras unos instantes de paralizado estupor, Frances se volvió hacia Darrell,
que la miraba con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
―¡¿Qué demonios pretende, milord?! ―inquirió con irritación.
Darrell enarcó una ceja mientras chasqueaba la lengua.
―Ese lenguaje, milady. Caminemos, estamos llamando la atención
―observó con sorna, al tiempo que hacía un gesto burlón con la mano
mostrándole el camino.
Frances boqueó ante la desfachatez de Darrell. Miró a su alrededor y
comprobó que varios paseantes comenzaban a fijarse en ellos dos parados en
medio del paseo y comenzó a andar de mala gana. ¿Qué hacía en Londres? Lo
observó de reojo. No parecía que hubiese ocurrido ninguna fatalidad con su
hermano, Darrell no aparentaba inquietud ni tristeza. Si lo que pretendía era
volver a ilusionarla, iba listo. No tenía intención alguna de permitir que
volviera a poner su corazón del revés.
Caminaron hacia la salida del parque hasta que Frances se percató e,
irritada, masculló:
―No he finalizado mi paseo. Si usted tiene prisa por marcharse, puede
hacerlo, milord, yo seguiré disfrutando del día. ―¿Quién demonios se creía que
era?
―Pasearemos, milady ―asintió Darrell―. Por mucho que lo desee no
puedo llevarla en mi carruaje.
―¿Llevarme?, ¡¿llevarme a dónde?! ―Frances carraspeó, en su indignación
su voz se asemejó a un graznido. Maldito arrogante.
Darrell sonrió con malicia y ella rodó los ojos. Esa sonrisa canalla hacía
que las piernas se le doblasen, pero no podía permitir que volviera a envolverla
con su encanto.
―Donde podamos hablar con tranquilidad ―repuso él.
―Usted y yo no tenemos nada de que hablar ―siseó Frances, al tiempo que
alzaba la barbilla con altanería―. Creo recordar que ha sido muy claro en
nuestra última conversación.
―Tengo toda la intención de ser todavía más claro ―susurró Darrell.
Frances lo miró mientras fruncía el ceño, mientras Darrell disfrutaba con el
intercambio de pullas y con el brillo de furia en sus preciosos ojos verdes.
―Bien ―repuso con petulancia―. Lo recibiré en la mañana en la hora de
visitas, y ahora, si me disculpa, milord.
―Oh, pero no la disculpo, milady, da la casualidad de que llevamos el
mismo camino. Como caballero permítame acompañarla.
―¡No te permito nada, demonios! ―exclamó exasperada, mientras
aceleraba el paso, cosa de lo más absurda, puesto que las largas piernas de
Darrell le permitían seguir a su lado con facilidad.
Él movió la cabeza con resignación.
―No puedo entender dónde ha aprendido ese lenguaje, de verdad que
resulta inquietante. ¿Su hermano está al tanto de que se expresa como un
marinero? ―inquirió jocoso.
Frances le dirigió una mirada asesina.
―¿Mi hermano está al tanto de que usted está a punto de poner en peligro
mi reputación? ―contestó mordaz.
―En realidad, sí ―contestó Darrell flemático―. Justin sabe que he venido a
buscarla.
«Lo mataré, los mataré a los dos», pensó furiosa Frances. «No puedes
besarme, marcharte, volver a besarme, volver a largarte, soltar una sarta de
tonterías sobre que no tienes tiempo para cortejos para aparecer de la nada en
medio del parque, espantar a Langley y presentarte sin más».
―¿Acaso ha encontrado un momento para venir a Londres, milord? Creo
recordar que no podía perder tiempo para permanecer en la ciudad, cosa que
por otro lado entiendo. ¿Negocios, alguna complicada investigación de la
policía? ―murmuró mordaz.
Darrell esbozó una media sonrisa.
―Oh, nada tan complicado como eso, por supuesto. ―Frances lo observó
de reojo con recelo.
Sin darse cuenta habían llegado a las puertas de Craddock House. Darrell
hubiese preferido llevarla a su residencia, pero eso sería la muerte social de
Frances. Se conformaría con decir lo que tenía que decir en casa de Justin,
contaba con la discreción del matrimonio.
Mientras Shelton abría la puerta, Frances se giró hacia Darrell al tiempo
que hacía una reverencia.
―Ha sido muy amable al acompañarme, milord. Si me disculpa... ―Sin
esperar contestación se internó en la casa, sin percatarse de que Darrell la
seguía al interior tras guiñarle un ojo a Shelton. Este no puso reparo alguno.
Era uno de los mejores amigos de su señor, y tenían libre acceso a Craddock
House tanto él como los demás.
―Lord Craddock se encuentra en la salita azul con milady, milord ―explicó
el mayordomo.
Frances se giró bruscamente. Al oír a Shelton y ver a Darrell asentir,
supuso que su intención era visitar a Justin. Se dio la vuelta y, derecha como
una vara, comenzó a subir las escaleras ante la mirada especuladora de Darrell.
Darrell estaba especialmente encantado. Frances siempre había mostrado
signos de tener carácter e independencia en su forma de pensar, pero en estos
momentos la encontraba especialmente belicosa, y no podía negar que le
gustaba. Sabía que su hostilidad era debida al comportamiento que había
tenido con ella, y sabía también que le iba a costar sangre convencerla de que
lo aceptase. Sonrió en su interior, sin duda alguna lo conseguiría.
Se dirigió hacia la sala donde estaban Justin y Lilith. Conociendo al
matrimonio, se detuvo a llamar a la puerta. Cuando tras unos instantes escuchó
la voz de Justin permitiendo el paso, entró con indolencia.
Justin, al verlo, enarcó una ceja.
―Parece ser que has decidido esperarla en vez de interrumpir su paseo
―murmuró sarcástico. Había regresado a la casa para poner al tanto a Lilith del
regreso de Darrell y de sus intenciones con Frances.
Lilith se levantó al tiempo que se acercaba a él y le besaba en la mejilla,
ante el pasmo de Darrell.
―Me alegro de verte, ¿cómo está Dereham? ―Al ver la estupefacción en el
rostro de Darrell, rodó los ojos―. No te sorprendas tanto, Justin me ha dicho
que seremos cuñados en breve tiempo.
―Eso si me acepta ―masculló Darrell, que miró a Justin―. Contestando a
tu pregunta..., si era una pregunta, te diré que sí, interrumpí su paseo, cosa que
no costó mucho en realidad. Langley desapareció en cuanto me vio, y la he
acompañado como el caballero que soy.
Lilith preguntó extrañada.
―¿Frances ha venido contigo?
―A regañadientes, pero sí. Seré más exacto, yo he sido el que ha venido
trotando tras ella ―murmuró Darrell con una mueca.
Justin no pudo contener una risilla, que le valió una mirada asesina de
Darrell.
―¿Qué esperabas? ―inquirió Craddock―. Vienes, vas, vuelves, te largas
otra vez...
Darrell lo ignoró y se dirigió a Lilith.
―¿Podrías hacer que bajase, por favor? Debo hablar con ella.
Lilith asintió con una amplia sonrisa.
―Por supuesto.
Cuando quedaron solos, Justin enarcó una ceja.
―¿En serio esperas que baje? Me temo que después de tus idas y venidas
Frances ha tomado la determinación de decidir por ella misma. Te va a costar
un poco convencerla, querido amigo.
Darrell entrecerró los ojos.
―Te estás divirtiendo, ¿verdad?
Justin asintió.
―Me vienen a la mente tus sarcásticos comentarios sobre Callen, Kenneth
y yo mismo cuando nos enamoramos.
Darrell rodó los ojos.
―¡Por Dios! Lo vuestro era pura agonía.
―¿Y lo tuyo no? ―repuso jocoso Justin―. Ahora no la merezco, ahora sí, ahora
no puedo, ahora sí tengo tiempo...
―Y te lo advierto, si no baja, subiré yo ―advirtió Darrell.
La sonrisa de Justin se le congeló en el rostro.
―No puedes subir a su alcoba, ¡¿has perdido la cabeza?!
La mirada de Darrell se endureció.
―Nadie de la casa va a ir con chismes, y tenemos una boda que organizar
en Hertfordshire.
―¿Hertfordshire? ―inquirió Justin.
―Mi hermano quiere que nos casemos allí, y que acudáis todos vosotros.
―¿Tu hermano?
Darrell suspiró.
―Él se ha limitado a expresar en voz alta lo que yo deseo pero no me
atrevía a preguntarle. No sabía si sería prudente en su estado.
En ese momento, Lilith entró con un brillo de picardía en los ojos.
―No desea bajar, por lo que parece el paseo le ha levantado una molesta
jaqueca ―comentó con sorna―, hasta ha despedido a su doncella ―aclaró
como al descuido.
Darrell enarcó una ceja.
―Verás qué pronto se le olvida la jaqueca. ―Sin otra palabra salió
disparado hacia las escaleras ante la mirada suspicaz de Justin y la maliciosa de
Lilith. Conocía la situación de la alcoba de Frances.
―No sé si hago bien permitiéndole subir ―murmuró Justin pensativo.
―¿Después de facilitar un cortejo ficticio, un compromiso falso,
manipularlos y casi romper vuestra amistad, te muestras escrupuloso si sube a
su habitación? Ha decidido dejar a un lado sus tonterías y casarse con ella,
deberías estar dando saltos de alegría ―repuso Lilith.
Justin suspiró.
―Supongo que sí.
―Además ―murmuró Lilith con un brillo risueño en los ojos―. No hará
nada que tú no hicieses.
Justin le clavó una mirada asesina.
―Precisamente.
Lilith se sentó en uno de los sillones de la salita. Mientras estiraba sus
faldas con indiferencia, murmuró.
―Ah, y si necesitas pensar en algo, te sugiero que lo hagas aquí, es un sitio
tan bueno como cualquier otro.
Él la miró malicioso.
―Se me ocurren mejores cosas que pensar ―murmuró mientras se sentaba
a su lado y la subía a su regazo.
Lilith soltó una risilla.
―Dejemos que pienses en otro momento ―repuso al tiempo que enlazaba
sus brazos tras el cuello masculino.
k Capítulo 18 l

Darrell subió a la carrera los escalones hasta llegar a la puerta de la alcoba de


Frances. Tras golpear levemente la puerta, la abrió sin esperar contestación.
Cerró suavemente y se detuvo. Frances estaba de espaldas, todavía con su
vestido de paseo, mirando absorta por la ventana hacia los jardines. Sin
volverse, murmuró con voz queda.
―Lil, no voy a bajar. No tengo ni idea de por qué ha venido, pero no
soportaría...
―¿Qué no soportarías? ―inquirió una conocida voz masculina.
Frances se volvió sobresaltada.
―¿Qué hace en mi habitación? ¿Justin sabe que está aquí? Será mejor que
salga, milord, no tiene derecho a poner en peligro mi reputación.
Darrell se acercó con indolencia, al tiempo que Frances daba un paso atrás,
todo lo que le permitió la ventana a sus espaldas. Ese brillo tierno en sus ojos
provocó que su corazón comenzase un furioso galope. Otra vez no, no
resistiría otro acercamiento para que volviese a alejarse.
Una vez llegó junto a ella, sus pantalones rozando sus faldas, lo que hizo
que Frances tuviera que alzar la cabeza para mirarlo, Darrell insistió mientras
alzaba una mano y rozaba su mejilla con los nudillos.
―¿Qué no soportarías, Frances?
Ella intentó bajar la cabeza, pero Darrell se lo impidió colocando los dedos
bajo su barbilla.
La mirada de Frances tenía tal anhelo y tristeza, que Darrell sintió que su
estómago se estrujaba. Tanta indecisión por su parte, tanta obcecación, había
hecho que, ahora, ella ya no confiase en él.
―Por favor... ―susurró con voz trémula.
Darrell la enlazó por la cintura para acercarla a él. Bajó su cabeza
lentamente, temiendo que ella lo rechazase, pero Frances continuaba
mirándolo con esos ojos verdes que cada vez se oscurecían más, sin intentar
alejarse. Tomó sus labios en un tentativo beso, que Frances aceptó abriéndose
para él. La besó con hambre y esperanza, al tiempo que ella correspondía
aferrándose a su chaqueta. Hasta que la humedad que notó en su rostro lo
hizo separarse. Las lágrimas de Frances brotaban de sus ojos silenciosamente.
La alejó un poco para contemplarla, al tiempo que con sus pulgares
intentaba limpiar las gotas que corrían por sus mejillas, y exclamó asustado.
―¿Frances? ¿Qué ocurre?
Ella negó con la cabeza, incapaz de decir palabra. Darrell, alarmado, tiró de
ella al tiempo que se sentaba en el lecho y la colocaba en su regazo.
―Por favor, amor, me estás asustando ―inquirió cada vez más nervioso―.
Si te he hecho daño, yo...
Frances se secó las lágrimas de un manotazo al escucharlo.
―Me lo harás, Darrell, otra vez, y no creo que pueda soportarlo, no de
nuevo ―susurró con voz trémula.
Él la abrazó con fuerza. Dios, cuánto daño le había hecho con sus
indecisiones.
―He venido por ti, tengo una licencia especial, Frances, nos casaremos
―intentó tranquilizarla desesperado.
Ella lo miró con los ojos todavía acuosos.
―¿Por qué?
Meneó la cabeza con estupor.
―¿Por qué? Frances, tu compromiso con Millard está roto, no hay nada
que impida...
Frances endureció la mirada.
―Sabías que iba a romperlo, y no hiciste nada, ni siquiera te ofreciste una
vez que te lo dije. ¿Por qué ahora?
―Supuse que Millard era lo mejor para ti, esperaba que recapacitases y te
dieses cuenta de que él era más apropiado que yo. ―Darrell se sentía cada vez
más avergonzado de haber sembrado la confusión y la duda en ella―. Después,
lo de mi hermano..., lo siento, pequeña, estaba confuso, demasiado para darme
cuenta de que no soportaría perderte.
―Nunca me has tenido, Darrell.
―Lo sé, y sé que solo yo he tenido la culpa con mi absurda obcecación.
―Obcecación que has dejado atrás una vez que te cercioraste de que serás
el heredero del marquesado. ―Darrell notaba la frialdad en la voz de Frances,
No lo rechazaría, ¿verdad?
Desesperado, murmuró.
―Frances, por favor, tu compromiso está roto, aunque haya sido Millard
quien lo haya causado, si nos casamos evitaremos que surja algún comentario.
Nadie sugerirá siquiera que puedas haber sido desdeñada, aunque no sea así. Y
no tiene nada que ver el que mi hermano me haya asegurado que seré su
heredero.
Me temo que no te amo lo suficiente.
Las palabras de Darrell resonaron en la mente de Frances como un mantra.
No se ofrecía por que la amase, lo hacía por su reputación. En ningún
momento había dicho las palabras que harían que saliese a la carrera en busca
de un vicario, solo hablaba de... honorabilidad. La deseaba, sí, pero no había
amor por su parte.
Frances se levantó del regazo masculino. Darrell la observó cauteloso.
―Permíteme que lo piense ―murmuró mientras le daba la espalda para
acercarse a la ventana.
―¿Pensarlo? ―inquirió atónito.
Ella se giró con un brillo desafiante en los ojos.
―No volveré a permitir que dirijan mi vida, ni mi hermano ni, por
supuesto, tú. Todo este tiempo me has mantenido en un constante anhelo. Me
besabas, te alejabas... ―Frances decidió ser franca, al fin y al cabo, no tenía
nada que perder. Si volvía a alejarse, pues bien, sabría a qué atenerse―. Pusiste
absurdas objeciones al principio, y al final, cuando obtuviste lo que, según tú,
yo necesitaba, un maldito título, te volviste a hacer a un lado endosándome a
Millard y excusándote con la enfermedad de tu hermano. No volveré a pasar
por ello. Yo decidiré lo que quiero. Yo. Nadie lo hará por mí. ―Frances vaciló
un instante―. Te ruego que te marches, Darrell, necesito estar a solas
―susurró mientras volvía a girarse para observar los jardines a través de la
ventana.
Darrell sintió que su corazón se detenía. Lo estaba rechazando, y maldito
fuera si no la entendía. Pero él la amaba, ¿eso no contaba para ella?
«Contaría si se lo hubieras dicho, idiota. Si hubieses empezado por ahí y no
con esa absurdez de su reputación», pensó abatido.
Y se temía que este no sería el momento adecuado para decírselo. Lo
tomaría como un intento de convencerla. Ella había soportado sus
indecisiones, bien, él respetaría su deseo de decidir por sí misma, aunque su
corazón se desgarrase.
Desolado, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Con la mano en el pomo
volvió la cabeza, ella seguía de espaldas. Sin decir una palabra, abrió y, tras salir,
cerró la puerta con suavidad.
En cuanto escuchó la puerta cerrarse, Frances ya no se contuvo. Las
silenciosas lágrimas se convirtieron en desgarradores sollozos. ¿Es que siempre
se guardaría una parte de sí mismo para él? Darrell, en realidad, nunca había
sido totalmente franco con ella. Todo lo que había averiguado lo había hecho a
través de Justin. Incluso en este momento, con esa ridícula propuesta de
matrimonio, no tenía idea de cuáles eran sus verdaderos sentimientos. Justin y
Lilith le habían dicho que la amaba. ¿Por qué razón no se lo confesaba él
mismo? ¿Qué mejor momento que mientras le pedía matrimonio?
«Porque no te ama, tonta, al menos no lo suficiente, o lo que es igual: te
tiene cariño, te desea, y tú eres la que debe decidir si eso es bastante para ti»,
pensó desolada.
r
Darrell pasó como una exhalación ante la puerta de la sala donde todavía
estaban Justin y Lilith. Tras mirarse con perplejidad, Justin salió a la carrera
para detenerlo antes de que dejase la casa.
―¡Darrell! ―llamó.
Este se detuvo sin girarse.
―¿Qué ha pasado? ―inquirió Justin desconcertado.
Darrell se tensó.
―Necesita pensarlo ―repuso con frialdad.
―¿Pensar?, ¿pensar qué? ―Justin estaba atónito. Tomó a Darrell por el
hombro―. Vamos a mi despacho, hablaremos de ello.
Estuvo a punto de negarse, pero necesitaba una copa, o varias para el caso,
y estaba confuso, quizá su amigo pudiera ayudarle a aclarar su mente.
Tras servir sendas copas de brandy, Justin se sentó frente a Darrell. Este
comenzó a hablar sin que su amigo necesitase preguntar nada.
―No se fía de mí, mejor dicho, de mis intenciones para proponerle
matrimonio ―confesó tras dar un sorbo a su bebida y contemplando absorto
la copa.
Justin enarcó las cejas.
―En tu caso tu única intención es que la amas... ―Entrecerró los ojos―.
Porque... se lo has confesado, ¿no?
El silencio de Darrell fue suficiente.
―¡Por todos los demonios! ¿Qué demencial razón le has dado entonces
para ofrecerte?
Darrell se encogió de hombros.
―Su reputación tras la ruptura de su compromiso con Millard ―murmuró.
Se sintió aún más idiota al decir las palabras en voz alta.
―¡¡¿Qué?!! ―exclamó Justin estupefacto―. ¡Joder, Darrell, su reputación
está a salvo gracias a que Millard fue un caballero! ¿En qué demonios estabas
pensando? ―Levantó una mano―. No me lo digas.
Darrell hizo una mueca.
―Quiere decidir por sí misma, y me temo que después de todas las
estupideces que he cometido con ella, es lo mínimo que le debo. En realidad,
no tengo esperanza alguna.
―¡Dile lo que sientes, maldita sea!
Darrell le lanzó una mirada torturada.
―Lo tomará como una manera de convencerla, en este momento no me
creerá, y dudo mucho que me crea alguna vez. ―Tras beber el resto de la copa,
la depositó en la mesa que había entre ellos y se levantó. Sacó la licencia del
bolsillo y se la tendió a Justin.
―Guárdala, o rómpela, haz lo que quieras, me temo que ya no es necesaria.
Justin tomó instintivamente el papel.
―¿Qué vas a hacer? ―inquirió preocupado.
―Me vuelvo a Hertfordshire. Aquí ya no tengo nada que hacer ―repuso
desencantado.
―Darrell, ha dicho que lo pensaría, no te rechazó.
Él clavó una mirada derrotada en Justin.
―¿No es lo mismo? ―Su amigo le devolvió una resignada―. Me marcho.
Me gustaría llegar a Dereham Manor para cenar con Robert.
Justin observó con frustración cómo Darrell volvía a alejarse.
Conociéndolo, estaba seguro de que no volvería a ofrecerse por Frances.
Condenación, Lilith había subido para hablar con ella, esperaba que su
duendecillo consiguiese que su hermana... bueno, que consiguiese algo.
r
―¿Lo has rechazado? ―preguntaba en ese momento el estupefacto
duendecillo en cuestión.
―Le he dicho que lo pensaría.
―¿No es lo mismo? ―inquirió Lilith enarcando una ceja―. Una
proposición de matrimonio o se acepta o se rechaza, lo pensaré equivale a lo
último, solo que se necesita el valor suficiente para decirlo.
Frances vaciló un segundo.
―Bien, pues si deseáis tomarlo así, lo he rechazado ―murmuró.
―Frances, no es mi intención tomarlo de ninguna manera, solamente he
hecho una observación. En fin, ―Lilith se alisó las faldas del vestido con
indiferencia―, si esa es tu decisión, habrá que respetarla.
Su cuñada la miró desconcertada.
―¿No vas a poner objeciones?
―¿Yo? ―Lilith echó atrás la cabeza mientras la miraba con extrañeza―.
Has dejado claro que en adelante decidirías por ti misma tu vida. Bien, respeto
eso. Tú decides, tú asumes las consecuencias.
Frances contempló confusa cómo su cuñada dejaba la alcoba. Había
esperado reproches, quizá descontento, pero esa aceptación sin reservas...
Pensó en su decisión. Había sido acertada. No deseaba amar con todo su
corazón y tener que conformarse con las migajas que pudieran ofrecerle. Lo
superaría. Él se quedaría en Hertfordshire lo suficiente para que el tiempo lo
curase todo.
Sin embargo, una voz en su interior susurró un «¿estás segura?». Enderezó
los hombros, por supuesto que lo estaba.
r
Esa noche cenaban en Brandon House; más tarde, todos juntos se
dirigirían a una de las fiestas que iniciaban la temporada.
Mientras esperaban el aviso para la cena, las conversaciones en el corrillo
de las damas y en el de los caballeros tenían un único tema de conversación.
Celia y Jenna observaban atentamente a la serena Lilith mientras Shelby,
más impulsiva, no pudo reprimirse.
―¿Le has rechazado? Por fin consigues una proposición ¿y lo rechazas?
Sinceramente, Frances, no puedo entenderlo.
―No voy a casarme con nadie solamente por proteger mi reputación, que
por otro lado no necesita ser protegida. Millard se aseguró de ello ―repuso
Frances altanera.
Shelby miró de reojo a Lilith, que le hizo un gesto negativo con la cabeza.
―Por supuesto, esa no es razón suficiente. Mis disculpas, creo que has
hecho bien―rectificó Shelby.
Frances frunció el ceño.
―¿Lo he hecho? ―inquirió recelosa.
―Naturalmente. Eres muy libre de tomar tus propias decisiones sin que
nadie te presione, mucho menos un hombre.
Frances miró a Celia y a Jenna que, silenciosas, asintieron con la cabeza.
Celia inquirió con indiferencia.
―¿Admitirás el cortejo de lord Langley? Se le ve muy entusiasmado
contigo.
―Es demasiado joven ―repuso Frances―. Es agradable, en verdad, pero
muy inmaduro.
Jenna soltó un resoplido que intentó disimular carraspeando mientras se
colocaba las gafas. Lilith la miró con una muda advertencia. Frances tenía que
darse cuenta por sí misma de que exigía franqueza, pero no le había dado a
Darrell la posibilidad de ofrecérsela. Se había centrado en sus sentimientos, en
las indecisiones de él, y no había profundizado ni reclamado que él se sincerase
de una maldita vez.
En el corrillo de los caballeros la conversación se centraba en lo mismo.
―Ha hecho bien en largarse ―masculló Callen sorprendiendo a los demás.
―¿Sin luchar? ―inquirió Gabriel desconcertado.
Callen se encogió de hombros.
―Todos sabemos lo tercas que pueden llegar a ser ―murmuró, señalando
con un gesto de la cabeza hacia las damas―. Al final tienen que darse cuenta
de las cosas por sí mismas, y si Frances sigue empecinada en su idea, quizá sea
lo mejor para Darrell. Nadie necesita una esposa que no confíe en su marido.
―Por cierto ―anunció―, le he escrito a mi madre.
―¿Le has dicho a tu madre lo que sucede con Darrell y Frances? ―exclamó
estupefacto Kenneth.
Callen lo miró como si le hubiesen salido cuernos.
―¡Por Dios, no! Le he hablado de la enfermedad de Dereham. En Escocia
están los mejores médicos y él solo ha consultado con ingleses ―masculló la
palabra como si mordiera―. Ella sabrá qué hacer.
―Buena idea ―concordó Gabriel―. Una nueva opinión no está de más.
―Me ha entregado la licencia especial ―murmuró Justin, que seguía
dándole vueltas a lo sucedido.
Por un momento tres pares de cejas se alzaron desconcertadas.
―¿Mi madre? ―aventuró Callen aturdido.
Justin lo miró con el ceño fruncido.
―¿Tú eres tonto? ¡Darrell!
―Demonios, es que es difícil seguirte... saltas de un tema a otro... ―repuso
Callen ofendido.
―Quien ha sacado el tema del médico escocés y tu madre has sido tú
―rebatió Justin molesto.
―Niños, niños, haya paz ―intervino Gabriel―. ¿No la habrás roto?
―inquirió.
―Por supuesto que no ―replicó Justin―. No soy ese descerebrado escocés.
El descerebrado escocés bufó con indignación.
―Bien ―asintió Gabriel―, demos tiempo. Por lo pronto qué os parece si
durante la cena...
r
Durante la cena, los caballeros, con absoluta indiferencia, se dedicaron a
comentar entre ellos la situación de Darrell, sin dedicar ni una sola mirada a las
damas como si el tema en absoluto le concerniera a ellas.
―¿Qué creéis que hará ahora? ―lanzó la pregunta Kenneth.
―Oh, Darrell no es de los que se sientan en un rincón a lloriquear
―comentó Callen―. En principio, Dereham lo pondrá al día en los asuntos del
marquesado, y para cuando se dé cuenta el tiempo habrá transcurrido y llegará
un momento en que durante una de esas reuniones campestres que soléis
hacer los ingleses, conocerá a alguien.
Celia, Jenna y Lilith, que conocían a sus maridos, se miraron con
complicidad entre ellas, esperando la previsible réplica de Shelby.
Y Shelby hizo los honores.
―Si alguien está enamorado no olvida fácilmente ―masculló indignada.
Tampoco es que pretendiera defender al huido, pero que sus propios amigos
dudasen de la profundidad de sus sentimientos...
Frances, al escucharla, se ruborizó hasta las orejas. Claro que no era fácil,
por lo menos para ella, pero él...
―Mi querida niña ―murmuró Gabriel condescendiente―. Conocemos
perfectamente a Darrell y sí, está muy enamorado, pero por desgracia, la
distancia y la indiferencia son motivo suficiente para que ese amor vaya
apagándose.
Mientras, a Frances se le ponía un nudo en la garganta. ¿Sería verdad que
Darrell sí la amaba? Gabriel tenía razón, ellos lo conocían muy bien. ¿Se habría
precipitado al no exigirle respuestas?, tal vez debió reclamarle esas
explicaciones que, al parecer, sí pudo darle a Justin, antes de rechazarlo con
tanta celeridad. Shelby levantó la barbilla altanera para dirigirse a Gabriel.
―Le rogaría, milord, que no me hable con esa condescendencia. Ni soy su
querida ni soy ninguna niña ―murmuró petulante.
Al tiempo que Gabriel sentía subir el calor por su cuello, los demás
soltaron risillas más o menos disimuladas.
―Mis disculpas, señorita Holden ―farfulló Gabriel a regañadientes,
mientras le lanzaba una huraña mirada.
―El caso es que Darrell es de los que miran hacia adelante ―intervino
Justin―. Si todo sigue el curso que ha vaticinado Dereham, dos años es tiempo
suficiente para superar cualquier cosa.
«¿Suficiente? Llevo enamorada de él casi tres años y soy incapaz de mirar a
mi alrededor y no recordarlo con cualquier excusa», pensó abatida Frances.
Callen lanzó una maliciosa mirada a Justin.
―El caso es que espero recibir una misiva de mi madre en breve, y si envía
a un médico a Hertfordshire me gustaría, por lo menos, dar la cara, no que se
presente el pobre hombre sin que ni el enfermo ni su hermano tengan noticia.
―Miró a cada uno de sus amigos―. ¿Qué os parece si cuando lleguen noticias
de la duquesa hacemos una visita a Darrell y por lo menos que el médico se
encuentre con otro escocés?
Lilith le dio un disimulado codazo a Jenna. Esta, mientras se colocaba las
gafas, murmuró.
―A nosotras nos encantaría ir también. Nos agradaría ver a Darrell.
Celia asintió, al igual que Lilith.
Justin hizo una mueca.
―El caso es que nos gustaría que nos acompañarais, ―Miró de reojo a
Frances, que parecía muy concentrada en su plato―, pero dudo que Frances
quisiera acompañarnos, es más, creo que en realidad resultaría incómoda su
presencia en Dereham House y tendría que depender de la hospitalidad de los
Balfour. Desde luego no puede quedarse sola en Craddock House ―finalizó
mirando a Shelby.
Los ojos de Shelby brillaron con perspicacia.
―Por supuesto, a mis tíos les encantará tener a Frances durante el tiempo
que sea. ―Volvió el rostro hacia su amiga―. Nos divertiremos, ¿no estás de
acuerdo? ―ofreció jocosa.
Frances asintió sin levantar la mirada del plato. Se iban a Hertfordshire sin
ella. Lo entendía. No podía plantarse en su casa como si nada hubiera pasado,
sin embargo, daría cualquier cosa por poder comprobar por sí misma cómo
estaba. Maldita sea, lo echaba de menos. Se encogió de hombros interiormente
con un nudo en la garganta. Ella había decidido por sí misma, justo era que
asumiera las consecuencias, pero ¿dejaría de doler alguna vez?
―¡Todo resuelto! ―espetó Callen―. En cuanto reciba noticias de mi madre
saldremos para Hertfordshire. Estoy deseando ver la cara de Darrell cuando
nos vea llegar.
Se escucharon varios murmullos de aprobación y otras tantas miradas
cómplices entre los matrimonios, incluyendo a Shelby. Solo Frances parecía
estar ausente.
r
Llevaban apenas una hora en la fiesta y Frances ya estaba deseando volver
a la intimidad de su alcoba. Tenía mucho que pensar sobre lo que había
escuchado durante la cena.
Justin y Lilith estaban a su lado mientras contemplaban a sus amigos en la
pista de baile. Frances suspiró cuando vio acercarse a Langley.
El marqués saludó con toda cortesía al matrimonio. Tras ello, dirigió su
atención a Frances.
―Lady Frances, permítame decirle que esta noche está especialmente
hermosa ―comentó el muchacho, mientras Justin rodaba los ojos y Lilith
contenía una carcajada. Frances hizo su reverencia tras inclinar la cabeza
aceptando su galantería.
Langley miró con petulancia a su alrededor.
―¿Me haría el honor de concederme el siguiente baile? Será agradable sin
su guardián cerca. Veo que lord Ridley no se encuentra en el salón. ―El joven
continuó imprudentemente, sin percatarse de la mirada hosca de Justin ni del
ceño fruncido de Frances―. La verdad es que comenzaba a resultar tediosa
tanta interrupción.
Frances apretó las manos, que mantenía juntas delante de su cintura, al
tiempo que lanzaba una mirada de reojo a Justin, que se disponía a poner en su
sitio al imprudente marqués.
―Lord Sarratt, puesto que ese es su título de cortesía, no es mi guardián,
milord. Es uno de los más queridos amigos de lord Craddock, y resulta normal
que se preocupe por mi seguridad y mi reputación, todo ello con la plena
aceptación de Craddock, por supuesto. ―La voz de Frances destilaba
frialdad―. En cuanto a su amable petición, me temo que he sufrido un
desagradable traspiés y debo esperar un poco antes de poder bailar; lo siento
mucho, milord.
¿Qué demonios la había impelido a aceptar la compañía de ese mocoso?
No le llegaba a la suela de los zapatos a Darrell ¿y se permitía insultarlo?
Langley se ruborizó.
―Por supuesto, milady, no era mi intención ser grosero. Mis disculpas. ―Ni
se atrevió a mirar al conde―. Espero que mejore su dolencia, ¿en otro
momento, quizás?
Frances inclinó la cabeza sin dignarse a contestar, al tiempo que Langley
hacía una apresurada inclinación hacia los tres y, murmurando una disculpa, se
alejaba a toda velocidad.
―¡Por Dios! ¡¿con qué derecho se permite...?! ―musitó Frances irritada.
Justin giró el rostro hacia su hermana.
―Tal vez Langley solo expresa lo que tú piensas.
Frances le devolvió la mirada.
―¿Qué quieres decir? ―inquirió con recelo.
―Bueno, últimamente encuentras, si no tediosas, sí inoportunas las
intervenciones de Darrell, no veo por qué razón te escandalizas de que ese
mocoso haya dicho en voz alta lo que tú piensas ―repuso cortante.
Lilith susurró al ver apagarse la mirada de Frances.
―Justin, no creo...
Sin embargo, su cuñada asintió mientras se mordía el labio inferior con
nerviosismo.
―Tal vez tengas razón. Si me disculpáis, necesito ir a la sala de damas.
Mientras Frances se alejaba, Lilith miró furiosa a su marido.
―Demonios, Justin ―siseó para no ser escuchada―. Has sido de lo más
diplomático con ella.
Él se encogió de hombros.
―No tengo por qué serlo, ella misma ha sido la primera en incomodarse
ante las intervenciones de Darrell, y esa incomodidad la transmite a los que
están a su alrededor. Que considere a Langley un mocoso no quita para que
haya sido Frances la que ha aceptado su compañía, no puede quejarse en este
momento de que ante las injerencias de Darrell, Langley se sintiese con
derecho a quejarse viendo la incomodidad de mi hermana. Eso sin olvidar que
su primer acercamiento al marqués fue precisamente para provocar una
reacción en Darrell.
Lilith asintió a regañadientes. En realidad su marido tenía razón, pero
también entendía la confusión de Frances.
―Subiré a ver cómo está ―susurró.
Justin asintió.
―Si no se encuentra con ánimo, no tengo problema en que nos
marchemos.
Lilith entró en la sala de damas. Frances estaba sola, sentada ante uno de
los tocadores.
―¿Estás bien? ―inquirió.
Frances asintió.
En ese momento, la puerta se abrió y entraron Celia, Jenna y Shelby.
―Justin nos ha comentado lo ocurrido ―repuso Celia mientras Shelby
cerraba con llave.
Frances se giró hacia ellas con una mirada decidida en sus ojos.
―Iré con vosotras a Hertfordshire.
Jenna la miró con dureza.
―No puedes poner a Darrell en esa tesitura. Si decidiste rechazar su
propuesta, tu presencia resultará incómoda para todos.
Celia intervino.
―Me temo que Jen tiene razón. Lo mejor para los dos es que os
mantengáis alejados.
―Debo hablar con él ―musitó Frances.
―Frances, ya no hay nada de qué hablar, entiéndelo ―repuso Lilith―. El
momento pasó. Si vas solo ocasionarás más dolor.
―¡¿Es que no podéis entenderlo, maldita sea?! ―exclamó exasperada―.
Todas habéis cometido errores con vuestros maridos antes, e incluso después
de casaros ―espetó mirando a Celia―. Yo acabo de cometerlo siendo cobarde
y no atreviéndome a exigirle las mismas explicaciones que le dio a Justin. Pues
bien, debo darle una oportunidad y dármela a mí. Y en realidad ―masculló
pasando su mirada sobre sus amigas― no lo rechacé, solo le dije que lo
pensaría.
―¡¿No es lo mismo?! ―exclamaron las cuatro a la vez.
―¡¡No, no lo es, demonios!! ―Frances se dirigió a la puerta―. Debo hablar
con Justin. ―Se había equivocado tanto...
Recordó cuando le reveló la enfermedad de Dereham y ella le ofreció la
posibilidad de conseguir una licencia especial. En ese momento él se negó
alegando el daño a su reputación, claro que entonces todavía le insistía en la
necesidad de no romper su compromiso con Millard. Sin embargo, en cuanto
se enteró de la ruptura, le había faltado tiempo para presentarse en Londres
dejando a un lado cualquier supuesto daño a su reputación y había conseguido
la licencia. Dentro de su confusión, él había sido claro con ella, o al menos,
todo lo claro que podía ser. Creyó que el vizconde era su mejor opción
teniendo en cuenta el estado de Dereham, y ella solamente se había centrado,
en su arrogancia, en sus propios sentimientos. No había tenido en cuenta ni
por un momento la lucha interior de Darrell, sintiéndose insuficiente para ella.
Se avergonzó de sus altaneras palabras acusándolo de dirigir su vida. ¡Por el
amor de Dios! En ningún momento le prohibió hacer nada en absoluto. Ni
cuando se empeñó en admitir el cortejo de Millard y poder espiar a las esposas
de los miembros de aquel maldito club, ni cuando Nora las reclutó para
distraer a los vigilantes de la residencia de Dafton. Puede que no le gustase,
pero permitió que tomase sus propias decisiones.
Había estado tan obsesionada en su amor por él, en conseguirlo, que nunca
se detuvo a pensar en que Darrell tenía sus propios motivos, errados o no,
para evitarla, y ni siquiera se molestó en averiguarlos. Se limitó a escuchar las
explicaciones de Justin. Condenación, se había comportado como una
verdadera malcriada, pendiente de satisfacer sus deseos pero sin ninguna
intención de entender a la persona que amaba. Lo solucionaría. Por una vez
ella daría franqueza y se pondría en su lugar, en vez de centrarse en sí misma
como había estado haciendo.
Cuando abandonó la sala, las amigas se miraron.
Shelby se dejó caer de manera poco femenina en uno de los sillones.
―¡Santo Dios, qué tortura! ―Meneó la cabeza exasperada―. Insisto, los
ingleses sois raros, muy raros... y complicados ―espetó ignorando las risillas de
las demás.
k Capítulo 19 l

Una semana después, la comitiva de carruajes se acercaba a Dereham Manor.


Robert y Darrell se encontraban en el despacho del primero revisando la
contabilidad, cuando Daft entró.
―Milord, unos carruajes se acercan a la casa.
Ambos se miraron extrañados.
―¿Carruajes? ―preguntó el marqués―. Supuse que al final no habías
invitado a tus amigos a visitarte.
―Y no lo hice ―murmuró Darrell perplejo―, aunque con ellos nunca se
puede estar seguro de nada.
Robert se levantó.
―Bien, veamos y salgamos de dudas.
Ambos se dirigieron a la puerta principal precedidos de Daft. Este abrió la
puerta y los dos hermanos se colocaron en el umbral.
Al doblar un recodo, antes de enfilar la recta que llevaba a la puerta
principal de la residencia, Darrell pudo distinguir los blasones.
―Son ellos― murmuró.
Robert lo miró de reojo. La expresión de su hermano se había vuelto
inescrutable.
Darrell rogaba en silencio por que ella no formara parte de la inesperada
expedición. Después de lo ocurrido, no tenía el menor interés en volver a
verla. Bueno, en realidad no estaba siendo sincero consigo mismo, se moría
por volver a verla, pero ¿para qué? Suspiró mientras meneaba la cabeza. En
realidad ¿qué importancia tenía? Ya estaba acostumbrado a tratarla con
distancia y gélida cortesía, había practicado mucho para su desgracia.
El primer carruaje en llegar, ¡cómo no!, fue el de Callen. Jenna y él se
bajaron sonrientes. Darrell se adelantó seguido por Robert e hizo las
presentaciones. Del siguiente carruaje se bajó la nanny con el heredero de
Callen.
―¿Habéis traído también a los niños? ―inquirió Darrell.
Callen se encogió de hombros.
―Sus madres pensaron que te agradaría verlos.
Jenna giró el rostro con lentitud hacia su marido, enarcando una ceja.
―Bueno, no fueron exactamente sus madres ―aclaró incómodo.
Robert intervino con amabilidad.
―Resultará de lo más agradable volver a tener niños en esta casa ―observó
mientras miraba con cariño a su hermano.
A continuación los siguieron Kenneth y Celia con su pequeño. Gabriel fue
el siguiente, seguido de Justin y Lilith.
Del último se bajaron Shelby y, para tortura de Darrell, Frances.
Con semblante inexpresivo, hizo las presentaciones. Robert observó con
disimulada atención a Frances. «Es muy hermosa», sonrió para sí, y se la veía
manifiestamente incómoda.
La señora Daft se hizo cargo, acompañada de varias doncellas, de conducir
a las damas a sus alcobas y a las nannies a la guardería, mientras los caballeros
preferían reunirse en la biblioteca.
Mientras Robert servía bebidas para todos, Darrell, con la cadera apoyada
en uno de los sillones, las piernas extendidas y los brazos cruzados, miró a sus
amigos con las cejas enarcadas. Cuando todos estuvieron servidos, Robert se
sentó.
Callen carraspeó al tiempo que miraba a Dereham.
―Ante todo, milord, nuestras disculpas por habernos presentado sin avisar.
Entiendo que puede parecer... de hecho, no es que parezca, es que resulta una
invasión de su intimidad.
Robert hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―No se preocupe por eso. Resulta agradable recibir visitas, sobre todo de
los amigos de Darrell. La casa es grande, demasiado, diría yo. Tanto me
pertenece a mí como a mi hermano, y debo suponer que cuando visitaban a
Darrell en Londres, o él a ustedes, no necesitaban precisamente de tarjetas de
visita ni anuncio previo. Les rogaría, por tanto, que considerasen que están en
la casa de su amigo.
Callen asintió cortés.
―En realidad, hay una razón concreta por la que nos hemos decidido a...
invitarnos. ―Esperaba que Dereham no se molestase y los echase a patadas por
tomarse demasiadas atribuciones―. Mis padres, los duques de Hamilton y
Brandon, como sabrá, residen en Escocia...
―He intercambiado correspondencia con el duque a menudo, sí ―repuso
Robert.
―Mi madre, la duquesa, ―Vaciló un instante―, al conocer su enfermedad...
verá, mi madre a veces puede resultar un tanto...
―¿Intrigante? ―ofreció Darrell.
Callen alzó un dedo, aceptando el calificativo de su amigo.
―El caso es que ha consultado con su médico particular, y él le ha
recomendado uno en concreto que, al parecer, es una eminencia en dolencias
como la que usted padece. ―Dudó un instante mientras Robert lo escuchaba
con toda atención―. Me hago cargo de que resulta una intromisión
inaceptable en su privacidad, pero la duquesa ha decidido enviar a ese médico
con el objeto de que evalúe la progresión de su enfermedad y le ofrezca su
propia opinión.
Todos contenían el aliento a la espera de la respuesta de Dereham. Era
verdad que no tenían derecho alguno a entrometerse en algo tan privado como
la enfermedad de alguien a quien, además, no conocían, ni él a ellos. Callen
esperaba que el marqués no los echase con cajas destempladas después de
semejante atrevimiento.
Robert se frotó la barbilla pensativo mientras contemplaba los rostros
expectantes de los cuatro amigos y la cara de estupefacción de su hermano. Se
dirigió a este.
―¿Tú qué opinas? ¿Debo molestarme por esta injerencia de Su Gracia y
rechazar educadamente su amable ofrecimiento?
Darrell pasó la mirada por sus amigos. Entendía que lo habían hecho
preocupados por él y, desde luego, conocía lo suficiente a tía Lydia como para
saber que no se quedaría de brazos cruzados ante algo que le afectase
personalmente, fuese la enfermedad de Robert u otra cosa. Todavía estaba
dando gracias a Dios de que no decidiese intervenir en sus malentendidos con
Frances, suponía que porque Callen, en ese sentido, había decidido cerrar su
bocaza milagrosamente.
―Su Gracia nos estima profundamente a todos nosotros, entiendo que
haya decidido que una nueva opinión no hará daño a nadie, aunque peque de
entrometida. Además de que, como me has dicho, te has carteado en varias
ocasiones con su gracia el duque, con lo cual existe una relativa relación, eres
mi hermano. Me gustaría que pensases que la duquesa no envía al médico con
intención de invadir tu privacidad, sino pensando en mi preocupación por ti.
Robert asintió con la cabeza.
―En realidad, como ya le había comentado a Darrell, ―Se dirigió a
Callen―, tuve intención de visitar algún médico en Escocia, sin embargo, no
acabé por decidirme a emprender ese viaje. Así que, si Su Gracia ha sido tan
amable de enviar, por lo que dice, una eminencia escocesa, no seré yo quien le
haga ningún desprecio a tamaña generosidad. Sé que cualquier aristócrata lo
consideraría una intromisión inaceptable, pero yo no sigo demasiado las reglas
sociales, como comprobarán durante su visita.
Callen no pudo evitar un suspiro de alivio. Su madre podía ser muy
entrometida a veces, pero esta vez su intromisión era a causa de su
preocupación por Darrell.
―¿Cuándo está previsto que llegue ese médico? ―inquirió Dereham.
―Uno, dos días a lo sumo ―respondió Callen―. Esa es la principal razón
de presentarnos sin avisar. Entiendo que resultaría desagradable que se
presentase un médico desconocido con el fin de reconocerlo, sin que usted
tuviese conocimiento de ello, sobre todo si la causante de semejante irrupción
es mi madre. Además, todos teníamos interés en ver a Darrell desenvolverse
en su nuevo estatus de heredero.
Robert miró burlón a su hermano.
―No parece que confíen mucho en tus aptitudes ―repuso jocoso.
Darrell le lanzó una aviesa mirada a Callen ante las risillas de los demás.
―No te creas absolutamente nada, han venido porque son unos cotillas
redomados. Les importa un ardite si me desenvuelvo bien o no, ni siquiera si
me desenvuelvo de alguna manera.
Las risillas se convirtieron en carcajadas a las que Robert se unió, mientras
Callen, encogiéndose de hombros, le hacía un guiño burlón a Darrell.
Tras conversar un buen rato, los caballeros se retiraron a sus habitaciones,
donde comerían algo ligero con sus esposas, se asearían y descansarían antes
de la cena.
A Justin no le sorprendió que Darrell no hiciera ninguna observación
sobre la presencia de Frances. En realidad, incluso a él le había resultado del
todo inoportuna e incómoda la decisión de su hermana de acompañarlos,
decisión que implicaba que Shelby se sumara al viaje. Lo que sí sorprendió a
Justin fue que Robert no manifestara extrañeza ante la presencia de dos
jóvenes solteras en el grupo. Por lo que parecía, el único que había
considerado fuera de lugar el viaje de ambas damas era él. Claro que a él le
afectaba particularmente siendo una de ellas su hermana. Pudo haberse
negado a que los acompañase, pero cuando se lo insinuó a Lilith decidió
tragarse sus objeciones tras ver la mirada que su belicoso duendecillo le dirigió.
Mientras abandonaban la biblioteca, el rostro de Justin reflejaba su
incomodidad. Darrell lo retuvo un instante, permitiendo que los demás se
adelantasen.
―¿Estás bien? ―preguntó.
―No. Me siento incómodo por la desfachatez de Frances de decidir
acompañarnos ―repuso Justin irritado―. Debí imponerme y habérselo
prohibido, pero para ello hubiera tenido que enfrentarme a Lilith y,
francamente, preferí ceder. ―Meneó la cabeza negando―. Lo siento, Darrell,
sé que será violento para ti.
Darrell palmeó la espalda de su amigo.
―No te negaré que yo tampoco entiendo su presencia, pero despreocúpate,
apenas coincidiremos durante el desayuno y la cena, el resto del día me temo
que estaré ocupado con Robert o con vosotros, con lo cual no habrá lugar
para situaciones incómodas.
El alivio fue palpable en los ojos de Justin, tan parecidos a los de Frances.
Una vez que Justin se dirigió a su habitación, Darrell se pasó la mano por el
cabello. Quizá no coincidieran mucho, pero saber que Frances estaba bajo su
mismo techo le incomodaba, vaya si le incomodaba, pero debía tranquilizar a
Justin. El pobre tenía que lidiar no solo con su hermana, sino también con su
esposa.
Absorto, no reparó en la perspicaz mirada de su hermano.
―¿Te ha dicho por qué ha venido? ―inquirió este. Ambos sabían a quién se
refería.
Darrell negó.
―Ni él mismo lo entiende. Un capricho, supongo. ―Aunque no
consideraba a Frances caprichosa en absoluto.
―Si te resulta incómoda su presencia, sabes que hay maneras de evitarla
―ofreció su hermano.
Darrell se encogió de hombros.
―En realidad solo coincidiremos dos veces al día, el resto del tiempo me
mantendré alejado.
Rober asintió.
―Bien. De todas maneras, siempre podemos encontrar algún aparcero al
que tengas que visitar ―murmuró Robert enarcando una ceja.
Darrell sonrió.
―No creo que sea necesario. ―Tomó a su hermano por el hombro―.
Sigamos con lo nuestro, nos queda trabajo por hacer.
r
Cuando se reunieron en una de las salas cercanas al comedor, Darrell se
limitó a saludar con una breve inclinación de cabeza tanto a Frances como a
Shelby. Al fin y al cabo, su hermano era el anfitrión, él no tenía necesidad de
entretener a nadie, se trataba de sus amigos, sus hermanos, y si lady Frances
Wilder había decidido agregarse al grupo, era su problema.
Mientras tomaban un refrigerio antes de entrar a cenar, Robert se dirigió al
grupo en general.
―Me complacería que entre nosotros no hubiese etiqueta alguna. Dudo
que durante sus cenas en Londres la haya, por lo que consideraría un honor
que se sintiesen como en sus propias residencias. No hay lugares establecidos,
siéntanse libres de sentarse donde prefieran. ―Miró a los caballeros con un
brillo de burla en sus ojos―. Ya les advertí que no suelo seguir las reglas
sociales.
Justin y Callen se miraron. Robert les acababa de facilitar el evitar que
Frances se sentase al lado de Darrell.
Aunque no hizo falta ninguna maniobra por su parte. Robert, hábilmente,
dirigió a Frances y a Shelby hacia la cabecera de la mesa, a ambos lados de
donde se sentaba él.
Galante, ofreció ambos brazos a las dos amigas.
―Debo decir, miladies, que hace muchísimo tiempo que no disfruto de la
compañía de damas en mi mesa. Sería un gran placer para mí poder deleitarme
con su conversación. ―Sonrió amablemente―. Espero sepan disculparme si,
después de tanto tiempo, no estoy a su altura.
Justin y Callen miraron a Darrell, notando el suspiro de alivio que exhaló.
Una vez sentados, Callen se inclinó hacia su amigo.
―Otro inglés que me agrada ―murmuró refiriéndose a Robert. Chasqueó
la lengua con fastidio―. Empieza a preocuparme.
Justin rodó los ojos mientras Darrell soltaba una risa entre dientes. Darrell
lanzó una mirada hacia el otro extremo de la mesa, Robert charlaba
animadamente con las dos amigas. Por un instante se abstrajo pensando en
cuánto se había equivocado con su hermano. Aunque él tampoco es que
hubiera puesto mucho de su parte, tal vez hubiera debido aclarar hace mucho
tiempo la situación con él y no limitarse a aceptar sus decisiones e ignorarlo.
Sonrió interiormente, quizá la señorita Holden no erraba en absoluto cuando
acusaba a los ingleses de poco francos. En realidad, él solo había sido
verdaderamente sincero con sus amigos, y recordando su... problema con
Frances, a veces ni con ellos.
Frances, al tiempo que conversaba con Robert y Shelby, lanzaba
disimuladas miradas hacia donde se situaba Darrell. Debía hablar con él, pero
¿cómo? Tal vez tras la cena pudiera pedirle que la acompañara a dar un paseo
por los jardines. Shelby haría de carabina, dejándoles espacio para hablar con
libertad. ¿Estaba más guapo? Al menos eso le parecía. Lo había visto infinidad
de veces en traje de etiqueta, pero esta noche le parecía particularmente
atractivo, y apenas hacía un par de semanas que no lo había visto. No
soportaría no volver a verlo. «Idiota, si hubiese aclarado las cosas cuando se
ofreció, a estas alturas estaría casada, y él acabaría por confiar en mí», se dijo
consternada.
Darrell, al otro extremo, lanzaba miradas furtivas hacia ella. Estaba
preciosa, en realidad era preciosa. No paraba de preguntarse por qué habría
venido, sin ser capaz de encontrar una respuesta. No creía que fuese porque
había reconsiderado su oferta o, mejor dicho, pensado en aceptarla. Si ella lo
amase, lo habría aceptado en Craddock House, claro que él la amaba con
delirio y había intentado por todos los medios alejarla. Hizo una mueca de
frustración. Solo serían unos días, podría soportarlo... siempre y cuando la
evitase como a la peste.
Tras la cena, el grupo se reunió en la biblioteca. Las damas disfrutando de
su té y los caballeros de sus copas.
Darrell conversaba con Callen y Jenna cuando Frances hizo ademán de
dirigirse hacia ellos.
Justin, al ver la intención de su hermana, se interpuso discretamente.
―No.
―¿Disculpa?
―Me has entendido perfectamente. Déjalo en paz, Frances ―advirtió con
severidad―. Él tuvo sus razones, equivocadas o no, para no ofrecerse por ti, y
cuando lo hace lo rechazas...
―No lo rechacé, yo...
Justin levantó una mano deteniendo a su hermana.
―No lo aceptaste, que es lo mismo. Y ahora ¿qué pretendes? ¿Exigirle unas
explicaciones que, tal vez, si lo hubieses aceptado, hubieran salido de él
espontáneamente? Sabías perfectamente las razones por las que no se atrevía a
ofrecerse, y aún así, tu mal entendido orgullo exigió escucharlas de sus labios.
Ni siquiera le diste tiempo a hacerlo, sacaste tus propias conclusiones en base a
su torpeza para pedirte matrimonio. No tuviste en cuenta ni su carácter ni su
forma de ser. Regresó a Londres en cuanto se enteró de la ruptura de tu
compromiso, por ti. ¿Se equivocó en la forma de pedirte matrimonio?, tal vez,
seguramente sí, pero tú solo pensaste en decidir por ti ¿no fue eso lo que
exigiste? Interpretaste que Darrell estaba protegiendo tu maldita reputación al
ofrecerse, que se limitaba a decidir por ti sin tenerte en cuenta. ¿Cuándo, dime,
Darrell ha subestimado la opinión de una dama? Ni te paraste a pensar en sus
sentimientos, solo en tu orgullo, así que déjalo en paz, Frances, o te juro que te
enviaré a Londres con Shelby antes de que siquiera parpadees. No estaba de
acuerdo con que nos acompañases, así que te rogaría que asumas tus
decisiones, decisiones que te empeñaste en tomar por ti misma. Porque te
pregunto, Frances: ¿cuándo se te ha obligado a hacer algo que no quisieses?
¿Has dejado de hacer algo porque yo te lo prohibiese? Incluso cuando Darrell
tenía pleno derecho a evitar que intervinieses en la investigación, no dijo nada,
y sin embargo, tanto tú como Shelby tomasteis vuestras propias decisiones.
Siempre decidiste por ti misma, aunque tu maldito orgullo, terquedad o lo que
fuese te impidiese darte cuenta.
Frances miró a su hermano suplicante.
―Lo sé, Justin. Gracias a Dios que me he dado cuenta de que estaba
equivocada. Todos esos reproches que acabas de lanzarme llegan tarde, puesto
que ya me los he hecho yo misma. Por favor, permíteme que hable con él, al
menos dame la oportunidad de explicarle que la equivocada era yo.
Darrell, que conversaba ahora con Gabriel frente a la chimenea, no perdía
detalle del tirante intercambio entre los hermanos, al igual que su amigo.
Observando que los demás empezaban a darse cuenta de la tensión entre
Justin y Frances y que Lilith, con la ceja enarcada, parecía decidida a tomar
cartas en el asunto, Darrell masculló una maldición. Dejó su copa en la repisa
de la chimenea y, sin dejar de mirar a los hermanos, se dirigió a Gabriel.
―Discúlpame, pero me temo que debo intervenir antes de que esos dos se
despellejen, eso si no interviene antes Lilith y el único que acabará despellejado
será Justin.
Gabriel asintió al tiempo que hacía una mueca. Rogaba al cielo para que,
cuando decidiese casarse, dentro de quizás diez años, no tuviese que lidiar con
todos los problemas, malentendidos y terquedades que habían rodeado los
matrimonios de sus amigos. Aunque, pensó, él estaba a salvo. Jamás se casaría
por amor.
Cuando Darrell llegó a la altura de la pareja discutidora, tras mirar a ambos,
preguntó con paciente amabilidad.
―¿Puedo ayudaros en algo?
―¡No!
―¡Sí!
Mientras Darrell enarcaba una ceja, Justin le lanzó una mirada asesina a su
hermana. Esta, sin inmutarse, se volvió hacia Darrell.
―¿Podríamos hablar un momento? Tal vez dando un paseo por los
jardines ―ofreció insegura―. Shelby puede acompañarnos para evitar... malos
entendidos.
Darrell echó un vistazo a la citada dama, que no les quitaba el ojo de
encima. Resignado, cerró los ojos un segundo para abrirlos y posarlos en las
manos de Frances, que retorcía nerviosa delante de su cintura.
―Por supuesto ―miró a Justin―. No te preocupes, será un momento.
Frances hizo un gesto a Shelby, que se apresuró a acercarse a ellos. Los tres
se encaminaron hacia las puertas francesas de acceso a los jardines. Darrell no
hizo ademán alguno de ofrecer sus brazos a las damas. A una, porque no se
fiaba de su propio autocontrol si lo tocaba, y a la otra porque se fiaba todavía
menos del autocontrol de la dama. Aún recordaba ciertos moratones en su
brazo tras un desafortunado baile.
Mientras Shelby se rezagaba con discreción, Darrell y Frances caminaban
en silencio.
―¿Y bien? ―inquirió él tras pasarse una mano por el rostro.
Frances lo miró de reojo. Obviando la frialdad que percibía, enderezó los
hombros.
―Deseaba pedirte disculpas.
Darrell frunció el ceño confuso.
―¿Por qué exactamente?
Ella tragó en seco. No se lo iba a poner fácil. Con un nudo en el estómago
respondió.
―Acerca de mis desafortunadas palabras en Craddock House.
Darrell hizo una mueca. Suponía que se refería a toda la conversación que
habían mantenido, pero no tenía intención de hurgar acerca de cuáles
consideraba ella particularmente desafortunadas.
―Disculpas aceptadas, Frances. ―Ya le era indiferente la forma de dirigirse
a ella―. Pero no hacía falta que saliésemos al jardín, podrías haberlas ofrecido
perfectamente en el interior. ―Se detuvo e hizo el ademán de girarse para
regresar.
Sin embargo, ella continuó hablando.
―No se trata solo de disculparme, hay otra cosa que debía aclarar también.
Él suspiró.
―Tú dirás.
―He pensado acerca de tu proposición. Te dije que lo pensaría ―aclaró al
ver cómo él se tensaba. Darrell simplemente esperó en silencio―. He
decidido...
Él levantó una mano.
―Antes de que continúes, debo aclararte algo. Yo también deseo
disculparme por la manera en que solicité tu mano. Lo hice mal y lo siento. En
mi descargo diré que solamente tenía en el pensamiento conseguir que me
aceptases, y tuve una desafortunada elección de palabras. Dicho esto, yo nunca,
jamás, intenté dirigir tu vida, tal y como me acusaste. Las veces que puse
reparos en que ayudases en la investigación sobre el Leviatán fue solamente
pensando en tu seguridad, y creo recordar que no objeté cuando decidiste
continuar espiando a las damas. De la misma manera que, aunque no me gustó
que Nora os reclutara en West Ham, no te lo recriminé. Por lo menos a ti. Te
dije que mi oferta nada tenía que ver con que mi hermano me asegurara que
seré su heredero, puesto que cuando dejaste West Ham, si recuerdas, todavía
no había hablado con él y fui yo precisamente quien te dije que hablaríamos en
Londres. Ya tenía decidido ofrecerme por ti...
Frances lo interrumpió.
―Lo sé, y siento haberme dado cuenta de todo ello tarde, por eso...
―Todo lo que dije, absolutamente todo, antes de esa conversación, tenía el
único fin de convencerte para que no rompieses con Millard. Estaba
demasiado obcecado con que yo no era suficiente para ti y dije cosas que no
sentía con el objeto de alejarte, además de los imprevistos sucesos que no me
permitían quedarme en Londres.
¿Me amas?
Me temo que no lo suficiente.
Las palabras resonaron en la mente de Frances. Si él había pecado de
obcecamiento, ella de no saber escuchar. Debió darse cuenta de que, ante la
presión de la enfermedad de su hermano, el no poder quedarse en Londres y
hacer las cosas siguiendo las reglas, él diría cualquier cosa para que continuase
con Millard pensando que era lo mejor para ella.
Frances le puso una mano en el brazo para obligarlo a que la mirase. Sin
importarle que se envarara, le clavó la mirada.
―Tú eras todo lo que yo quería. Siempre lo fuiste ―susurró con voz
trémula―. Te amo, Darrell. Si no eras tú, no sería nadie. Nunca sería capaz de
casarme con otro cuando mi corazón, mi alma, te pertenecen por completo.
Darrell alzó una mano para acariciar con sus nudillos el rostro expectante
de ella.
―Frances...
Sin molestarse en comprobar si Shelby estaba o no cerca, Darrell abarcó
con la mano el cuello de Frances y con el otro brazo aferró su cintura. Cuando
la besó, Frances no pudo evitar soltar un gemido. No le había dicho lo que
sentía por ella, pero no le importaba, presentía que él la amaba. Podía esperar a
que se sintiese lo suficientemente seguro como para confesarle sus
sentimientos.
Sus lenguas se enredaron al tiempo que las manos de cada uno de ellos se
aferraban al cuerpo del otro.
Darrell solo podía pensar que ella lo amaba, pese a todas sus tonterías, lo
amaba. Dejó sus labios para besarle el rostro con frenesí, las mejillas, los
párpados, pero cuando sus labios se deslizaron hasta el cuello temió perder el
control. Santo Dios, Shelby estaba a dos pasos y sus amigos y Robert a cuatro
más. Sin embargo, no era capaz de dejar de besarla, de aferrarse a su cuerpo
con desesperación.
Frances notaba la dureza de Darrell en su vientre, ya sabía lo que
significaba. Su zona más íntima estaba húmeda de deseo por él. Notaba la
desesperación de Darrell mientras la abrazaba, porque era la misma que sentía
ella.
Darrell de repente, se apartó con un gemido. Al tiempo que apoyaba su
frente en la de ella, susurró.
―Frances, cariño...
Ella enterró su cara en el cuello masculino.
―¿P... podría... sería... estaría muy mal que fuese a tu habitación más tarde?
―farfulló insegura.
Darrell tomó su rostro entre las manos, mientras la observaba con una
cálida mirada.
―No he repetido mi propuesta ―susurró.
Un brillo de alarma surgió en los ojos de Frances, que rápidamente se
apagó.
―No me importa, simplemente quiero estar contigo.
Darrell acarició el rostro femenino con los pulgares.
―Yo iré a tu habitación. ―El corazón de Frances comenzó un furioso
latido―. Será más seguro.
Iría, y le haría su propuesta, pero esta vez lo haría bien. Se prometió que
esa noche no quedaría duda ni malentendido alguno entre ellos.
La radiante sonrisa que le dirigió Frances calentó su corazón. Tras darle un
suave beso en los labios, miró hacia atrás.
―Parece ser que Shelby ha decidido que su presencia no es necesaria
―observó al no ver a la muchacha, sin poder evitar una sonrisa al escuchar la
risilla de Frances.
Shelby había decidido que estaba de más. Esos dos se casarían, o mucho se
equivocaba, «como muy tarde en dos días», pensó jocosa. Se dirigió hacia la
casa cuando se topó con una figura masculina recortada en las puertas de
acceso a la biblioteca.
―¿No debería estar ejerciendo su papel de chaperona? ―inquirió Gabriel
con el hombro apoyado en el marco de la puerta y las piernas cruzadas con
indolencia. Sostenía una copa en la mano.
Shelby levantó una ceja.
―¿Y usted no debería estar conversando con sus amigos en lugar de estar
aquí cotilleando como una matrona? ―repuso con mordacidad. Por Dios, ese
hombre la crispaba con su arrogancia.
―Dé gracias a que he salido yo y no Craddock ―contestó secamente.
―Por el amor de Dios, esos dos van a casarse... y me temo que Craddock
no es el más indicado para moralizar, teniendo en cuenta su pasado
comportamiento con Lilith.
Ahora fue el turno de Gabriel de enarcar las dos cejas. Tuvo que reconocer,
sin embargo, que la insolente americana tenía razón, pero ni loco lo admitiría.
―Me atrevería a decir, señorita Holden, que usted no es quién para juzgar
el comportamiento de Craddock con su esposa.
Shelby rodó los ojos.
―Es usted un esnob, milord. Todos, y recalco, todos hemos opinado sobre
los complicados, por llamarlos de alguna manera, cortejos y matrimonios de
las tres parejas que están dentro ―replicó mientras hacía ademán de entrar en
la habitación.
―Seguramente ―aceptó Gabriel―, pero le rogaría que esperase un poco
antes de entrar, por lo menos hasta que los veamos acercarse. No querrá
exponerse a preguntas incómodas, ¿no, señorita Holden?
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
―Si me lo pide tan cortésmente, ¿cómo podría negarme? ―contestó
sarcástica. Echó un vistazo al interior. Menos mal que la alta figura del
marqués la ocultaba de la vista de los demás. El hombre tenía razón, ella había
salido con la pareja como acompañante, no estaría bien que la viesen volver
sola.
Al cabo de unos instantes vieron acercarse a la susodicha pareja. Gabriel
reprimió una sonrisa.
Cuando llegaron a su altura, Gabriel susurró al oído de Darrell.
―Te aconsejaría que te pasases la mano por el cabello y te adecentases un
poco. Tu apariencia es la de una oveja sin trasquilar... y muy necesitada de ello,
por cierto.
Mientras Darrell intentaba componer su apariencia, Gabriel miró por el
rabillo del ojo. Shelby debía de haberle dicho algo parecido a Frances, puesto
que esta, ayudada por su amiga, también estaba arreglando su peinado. Meneó
la cabeza resignado. No veía el momento en que todos estuviesen casados por
fin. Menos mal que solo quedaba uno. No soportaría más líos de enamorados.
Si los ocupantes de la biblioteca sospecharon lo que había ocurrido en los
jardines, nadie hizo ninguna observación.
Les bastó ver el rostro sonrojado de Frances y el brillo de su mirada, así
como la disimulada sonrisa de satisfacción de Darrell, para darse cuenta de que
no tardaría mucho en celebrarse una boda en Dereham Manor.
Sospecha que se convirtió en certeza para Robert, cuando Darrell le
susurró.
―¿Podría hablar contigo un momento en el despacho cuando se retiren?
―Por supuesto.
Darrell asintió y se dirigió hacia Justin. Tomándolo del brazo lo alejó un
poco de Lilith.
―¿Te deshiciste de la licencia especial? ―inquirió entre dientes.
Justin sonrió para sí.
―Por supuesto que no ―respondió falsamente escandalizado―. Con lo
costosas que son, como para andar rompiéndolas. ¿Por qué, has decidido darle
uso?
Darrell solo enarcó una ceja sonriente.
Justin suspiró con alivio.
―Menos mal. Te juro que si fuera católico saldría a la carrera a poner una
vela de agradecimiento en la iglesia más cercana.
―Ni que tú lo hubieses hecho mejor con Lilith ―masculló Darrell.
―Supongo que no, pero doy gracias de que Lil no tiene hermanos; bueno,
tiene uno pero no cuenta, es demasiado pequeño. No quiero ni pensar si
hubiera tenido que lidiar con un hermano manipulador y entrometido... como
otros ―replicó jocoso mientras enarcaba las cejas varias veces.
Darrell echó la cabeza hacia atrás con gesto estupefacto. Sin embargo, el
guiño burlón de Justin hizo que soltase una carcajada, secundada por su amigo.
Se alejó de Justin y buscó con la mirada a Shelby. Ella y Jenna conversaban
juntas y solas. Perfecto. Se acercó hacia ellas. Las damas levantaron la mirada
curiosas al verlo acercarse.
―¿Podríais concederme un minuto?
Jenna sonrió.
―Por supuesto. ―Palmeó un lugar a su lado en el sofá.
Darrell recordaba con claridad la expresión de Frances cuando vio el
precioso vestido de Jenna y los sucesivos de Celia y Lilith.
Tras sentarse, Darrell carraspeó.
―¿Cuánto tardaría esa modista vuestra en hacerle el vestido de novia a
Frances? ―espetó de corrido. ¡Por Dios, si hasta se había ruborizado!
Las dos damas se miraron sonrientes.
―Quizá dos días, tres a lo sumo ―contestó Jenna―. Me temo que está
acostumbrada a las prisas cuando se trata de alguna de nosotras.
Darrell asintió.
―Mañana las damas os la llevaréis a Londres. Quiero que esa modista le
haga por lo menos dos vestidos, uno de novia y otro... bueno, da igual. Pero no
puede verlos; y mejor dos días que tres ―advirtió.
―Oh, no los verá ―dijo Shelby―. Madame Durand no les ha permitido a
ninguna de ellas que tomen parte en la elección ni del tejido ni del diseño, se
limita a tomar medidas, ni siquiera hacen falta pruebas.
Darrell, sumamente incómodo hablando de medidas, pruebas y tejidos con
dos damas, se limitó a añadir.
―Bien, quiero que sea una sorpresa. Que la factura me la envíen a
Dereham Manor. Gracias.
Se levantó como impulsado por un resorte y se alejó ante las risillas de las
dos damas, viéndolo tan aturdido en busca de una copa y dispuesto a charlar
sobre armas, caballos o cualquier cosa mínimamente masculina con el primero
de sus amigos con el que tropezase.
k Capítulo 20 l

Cuando sus amigos ya se habían retirado, Robert y Darrell se dirigieron hacia


el despacho del primero.
Mientras Robert se sentaba con indolencia en uno de los sillones, Darrell
paseaba nervioso por la habitación. Dereham se limitaba a seguir con la mirada
el ir y venir de su hermano con un brillo burlón en los ojos.
De repente, Darrell detuvo su vagabundeo.
―Verás, ―Carraspeó incómodo―, sabes que nunca me ha interesado...
Bueno, supongo que el marquesado tendrá su joyero familiar. Me preguntaba
si... ―Dudó un instante―. Podría comprarlo, claro está, pero preferiría que
fuese...
Robert se apiadó, divertido, del apuro de Darrell. Alzando una mano,
detuvo sus divagaciones y se levantó. Ante la mirada sorprendida de su
hermano, se dirigió hacia un cuadro situado en una esquina detrás del
escritorio. Lo descolgó y, con una llave que sacó de un bolsillo interior de su
chaqueta, abrió una especie de puerta metálica. De ella sacó una caja de
madera que colocó sobre la mesa, haciendo un gesto a Darrell para que se
acercara.
―Estas son las joyas de tu madre. Puedes elegir la que desees. ―Sonrió
ante la mirada desconcertada de Darrell―. Si entre ellas no hay ninguna que te
agrade, ―Señaló con la mano la caja abierta en la pared―, todavía están las que
pertenecían a la mía, y las que han estado en el marquesado durante
generaciones.
Darrell vaciló.
―Todas te pertenecerán en un futuro. ―Lo tranquilizó Robert―. Y me
temo que yo no voy a utilizarlas. Mi valet pondría el grito en el cielo ―añadió
jocoso.
Darrell se acercó a la mesa y echó un reverente vistazo al joyero. No tenía
idea de que su padre hubiera sido tan generoso con su madre, claro que él
entonces era apenas un niño.
De entre todas, le llamó la atención un juego de collar, pendientes y sortija
de esmeraldas con diamantes. Tomó la sortija. Su tono era sorprendentemente
parecido al de los ojos de Frances. Miró inquisitivo a Robert.
―Esa fue la sortija de compromiso de tu madre, junto con el resto del
juego que padre le regaló al día siguiente de la boda ―aclaró su hermano con
una mirada de nostalgia―. Creo que sería muy adecuado para tu... ¿prometida?
―aventuró.
Darrell rio entre dientes asintiendo.
―Tengo la intención de pedir su mano de una manera más adecuada que la
última vez.
―Bien. ―Dereham se giró y de la caja de metal sacó varios estuches―. No
creo que tu intención sea lanzárselas y que las atrape ―comentó con sorna―.
Debes dárselas convenientemente presentadas.
Darrell colocó el collar y los pendientes en uno de los estuches y la sortija
en el otro. Alzó la mirada.
―Gracias.
―No tienes por qué ―repuso su hermano―. Te pertenecen.
Darrell asintió emocionado y se giró para subir a su habitación. Sin
embargo, la voz de Robert lo detuvo.
―Y por Dios, esta vez hazlo bien, no quisiera tener que defenderte ante
Craddock y tus amigos si vuelves a meter la pata.
Darrell solo le sonrió a su hermano.
r
En la soledad de su habitación, mientras, tumbado en la cama,
contemplaba la sortija convenientemente colocada en la cajita correspondiente,
Darrell le daba vueltas a su promesa de visitar la habitación de Frances.
No era en absoluto adecuado, sobre todo teniendo en cuenta que su
hermano estaba bajo el mismo techo, pero no podía ni quería decepcionarla.
Le había dicho que acudiría, y total, pensó, se casarían en apenas tres días,
dependiendo de cuándo llegase el vestido. Sonrió con ternura recordando el
rostro maravillado de Frances al ver el vestido de Celia. Aunque, tras dos
temporadas, ya no vestía de blanco inmaculado, tenía que limitarse a los suaves
tonos pasteles. Darrell ardía en deseos de verla envuelta, o casi envuelta, en
una de las espectaculares creaciones de la talentosa modista. Se removió
incómodo. Pensar en Frances, vestida o no, hacía que su cuerpo ardiese de
deseo.
Se levantó decidido. Hacía tiempo que todos se habían retirado, solo
esperaba que ella no se hubiese quedado dormida aburrida de esperarle.
Metió la cajita en el bolsillo de su pantalón, y descalzo, tampoco era
cuestión de que sus zapatos resonasen por toda la residencia al caminar, y en
mangas de camisa, se dirigió hacia la habitación de Frances.
En la puerta, inspiró hondo. Llamó una sola vez suavemente con los
nudillos. Esperó, y cuando alzaba la mano para insistir, la puerta se abrió.
Darrell se quedó paralizado. Vestida únicamente con un liviano pero
recatado camisón y su precioso pelo castaño suelto, era verdaderamente una
aparición.
Frances, ruborizada hasta las orejas, frunció el ceño.
―¿No vas a pasar? ―inquirió al ver que permanecía quieto en el umbral,
mientras ella daba un paso atrás.
Darrell meneó la cabeza. ¡Por Dios! ¿Es que estaba tonto? Se estaba
comportando como un crío imberbe.
De una sola zancada entró y cerró la puerta tras él. Sus ojos no se
apartaban del rostro de ella. Se le formó un nudo en la garganta al pensar en
que durante casi tres años se había limitado a soñar con este momento como
un hambriento sueña con un trozo de pan, pero sin esperanza alguna de
conseguirlo.
Se adelantó con el corazón a punto de estallar y, rozando la tela del
camisón, colocó una rodilla en el piso. Frances simplemente lo observaba
hacer temblando de anticipación. Sacó la cajita del bolsillo y se la tendió
mientras la abría.
A Frances, en ese momento, le era indiferente si él decía las palabras que
tanto ansiaba escuchar. No era necesario, su corazón escucharía al corazón de
Darrell. Esta vez no se limitaría a mirar sus hermosos ojos, sino que vería lo que
expresaban.
Con voz ronca murmuró.
―Lady Frances Wilder, ¿me haría el honor de convertirme en el hombre
más feliz de la tierra aceptando ser mi esposa, mi amante, mi compañera?
Una solitaria lágrima rodó por el rostro de ella. Darrell, su Darrell, lo
quería todo de ella, no solo una hermosa mujer del brazo, ni tampoco una
apropiada condesa, hablaba de sentimientos. Era un hombre pidiendo a una
mujer que compartiese su vida.
Viendo la alarma en los ojos de Darrell, Frances, impulsivamente, se lanzó
a sus brazos sin tener en cuenta que estaba precariamente situado sobre una
rodilla. Darrell solo tuvo tiempo de cerrar la mano sobre la caja y atrapar el
cuerpo femenino antes de caer de espaldas con ella sobre él.
Mientras una de sus manos la sujetaba por la cintura contra su cuerpo, la
otra alzó su rostro. La miró con el ceño fruncido.
―¿Debo considerarlo un sí? ―preguntó socarrón.
Contemplando la maravillosa sonrisa que Frances le dedicó y el brillo de
felicidad en sus ojos pensó que, en realidad, ya le había contestado.
―¡Sí! ¡Sí! ―exclamó mientras depositaba suaves besos por el rostro
masculino.
Darrell ahogó una carcajada de felicidad. Dejó la caja en el suelo al lado de
sus cuerpos y acunó el rostro de Frances entre sus manos.
―Lo cierto es que tu demostración de que he sido aceptado no me
convence mucho ―susurró burlón.
Frances lo miró perpleja hasta que, al ver el cálido brillo de sus ojos,
repuso.
―Tal vez no me he expresado con claridad.
Bajó el rostro y colocó los labios sobre la boca masculina. Recordando los
besos que él le había dado, rozó con su lengua las comisuras de sus labios y
mordisqueó el sensual labio inferior de Darrell hasta que, con un gemido, este
se abrió para ella. Se besaron expresando todo lo que sentían el uno por el
otro. Frances sentía que en cualquier momento estallaría de felicidad. La boca
de Darrell era exigente, tierna... se sintió amada por sus labios.
Cuando el beso finalizó, se quedaron durante unos instantes con las
miradas prendidas, mientras Darrell acariciaba tiernamente sus mejillas.
―¿Te gusta el anillo? ―preguntó sabiendo que la estaba poniendo en un
brete puesto que apenas lo había mirado.
Ella frunció el ceño.
―¿El anillo? ―Abrió los ojos espantada―. ¡Ay, Dios, el anillo! ―exclamó
mientras miraba desesperada hacia todos lados.
Darrell soltó una risilla al tiempo que con la mano palpaba en el suelo a su
costado hasta encontrar la cajita, que abrió y colocó entre ellos.
Frances jadeó al verlo, y sin pensar dónde estaba situada, se sentó a
horcajadas sobre... sobre cierto lugar que hizo que Darrell soltase un gemido.
―Es... es precioso ―murmuró absorta.
Darrell, ahogando una mueca de dolor, se incorporó y, enlazándola por la
cintura, la recolocó sobre su atormentado miembro. Por Dios, debía ser la
petición de matrimonio más rara de la historia, con ambos tirados en el suelo.
Tomó la sortija y la colocó en el dedo de Frances. Esta seguía observándola
maravillada.
―¿En verdad te gusta? ―inquirió nervioso.
―¡Por Dios, es preciosa! ―exclamó clavando sus verdes ojos en los suyos.
―Era de mi madre. Su anillo de compromiso ―murmuró mirando la joya
en el dedo de Frances.
―¡Oh, Darrell! Será un honor llevarlo. Gracias ―susurró ella al tiempo que
depositaba un breve beso en sus labios. Darrell sonrió bajo los labios
femeninos.
―Mmm, ¿te importaría si nos levantamos del suelo?
Ella lo miró confusa, hasta que reparó dónde y en qué posición estaban.
―Oh, claro, ¿te has hecho daño? ―inquirió preocupada. Ni siquiera se
había dado cuenta de que se había tirado sobre él y el que había llevado el
golpe había sido Darrell.
―Daño, exactamente... daño, no ―murmuró con la voz estrangulada. Santo
Dios, tanto meneo lo estaba matando, sin hablar de la desesperación de su
masculinidad.
La separó con suavidad de su cuerpo para ponerse en pie y ayudarla a
levantarse. Cuando los pequeños pies de Frances se posaron en el suelo, la
atrajo hacia su cuerpo.
Encerrándola entre sus brazos, mientras los de ella le rodeaban el cuello,
murmuró con voz ronca.
―Frances..., estoy loco por quedarme, pero me temo que debo irme.
Frances lo miró desconcertada.
―¿Por qué?
Él inclinó el rostro hacia un lado y enarcó una ceja.
―¿Porque no tengo intención de aparecer en nuestra boda con un ojo
morado, si Justin se entera? ―respondió con sorna.
―Oh, pero yo pensaba... ―susurró ella mientras su rostro, su cuello, y
Darrell supuso que casi todo su cuerpo, se tornaba del color de las cerezas.
Sonrió en su interior.
―¿Pensabas...?
Ella entrecerró los ojos.
―¡Maldita sea! ¡¿Tengo que decirlo?! ―exclamó entre avergonzada y
exasperada.
Darrell sonrió lobuno.
―Me temo que si quieres ponerme al tanto de tus pensamientos, sí.
Frances enterró la cabeza en su cuello.
―Pensaba, bueno... tenía la esperanza de que te quedarías esta noche
―susurró con voz queda.
―¿Así que tu intención era seducirme?
Ella alzó el rostro bruscamente.
―¡Sí! ¡No! ¡Oh, por Dios, esto empieza a resultar embarazoso!
Darrell soltó una carcajada mientras la tomaba en brazos y se dirigía hacia
el lecho.
―Entre nosotros no habrá nunca ninguna situación que pueda provocarte
vergüenza o incomodidad. Y si hago algo que te resulte molesto, me lo dirás y
lo remediaré ―musitó mientras, tras tumbarla en la cama, se situaba a su lado.
Ella le acarició la mejilla.
―Darrell...
―¿Sí?
―Cállate y bésame.
―Será un placer, milady ―aceptó soltando una risilla entre dientes.
La cabeza de Darrell bajó lentamente hasta que sus labios se posaron sobre
los de Frances. Mientras la lengua de Frances salía al encuentro de la suya, una
mano de Darrell comenzó a bajar desde el cuello femenino, donde se había
posado, para detenerse en uno de los hinchados pechos de Frances. Abarcó
con la mano el seno femenino, todavía cubierto por el virginal camisón.
Darrell cortó el beso mascullando una maldición. Frances lo miró
desconcertada, mientras él se colocaba de rodillas y comenzaba a subir el
camisón hasta acabar quitándoselo y tirándolo a un lado.
Mirando maravillado el precioso cuerpo de Frances, susurró.
―Mejor así.
Volvió a tenderse sobre ella, al tiempo que sus labios se desplazaban hasta
el cuello femenino enviando corrientes de excitación al cuerpo de Frances.
Extasiada, ni siquiera había sentido un ápice de vergüenza al mostrar su cuerpo
completamente desnudo. Mientras la besaba, mostrando todas las emociones
que había reprimido durante tanto tiempo, notó que ella exhalaba un trémulo
suspiro. Jugó con su boca de todas las maneras que quiso, mientras el cuerpo
de Frances, completamente relajado, se apretaba contra el suyo.
Era deliciosa, cálida, dulce. Tal y como la había soñado tantas veces en la
soledad de su alcoba. Ansiaba explorar su cuerpo, perderse en él, aprendérselo
de memoria, conocerlo como conocía el suyo propio.
Una de sus manos comenzó a vagar por la suave piel desnuda, los dedos
pellizcaron suavemente el henchido botón, al tiempo que su boca siguió el
camino de la mano. Tomó entre sus labios el otro pecho y lo lamió
delicadamente antes de introducirlo en su boca.
Frances cerró los ojos disfrutando de las maravillosas sensaciones que los
labios y las manos de Darrell le proporcionaban. Si era un sueño, no deseaba
despertar nunca, porque eso le parecía estar al fin entre los brazos de Darrell.
En esos momentos, no importaban ni sus reservas ni sus indecisiones. Notaba
que él le pertenecía por completo, y no pudo evitar sentirse exultante de
alegría.
Soltó un gemido cuando la mano de Darrell abandonó su pecho y
continuó hacia abajo, hacia su zona más íntima. Él deslizó los dedos entre sus
rizos con una caricia, hasta que uno de ellos se introdujo en el húmedo canal.
«¡Santo Dios, está completamente mojada por y para mí!», pensó Darrell
exultante.
Frances gimió cuando el dedo de Darrell comenzó con sensuales
movimientos en su interior, y casi dio un respingo cuando su pulgar comenzó
a acariciar, primero lentamente, su hinchado brote. Instintivamente, abrió las
piernas cuando al dedo encarcelado en su interior le siguió otro.
La boca de Darrell comenzó a bajar dejando regueros de besos durante el
camino hasta que, tras rodear con su lengua el pequeño ombligo, sustituyó su
experto dedo por la boca.
Frances bajó la mirada para encontrarse con los ojos de Darrell fijos en su
rostro. Sus manos acariciaron el suave cabello masculino.
―Darrell... Santo Dios... ―susurró con la mirada borrosa de deseo.
Su respuesta fue mover con más rapidez sus labios. Cuando la boca de
Darrell envolvió su hinchado capullo y sorbió, Frances pensó que se deshacía.
Apretó la cabeza de él contra ella mientras su bajo vientre se tensaba y
comenzaba a estremecerse. Darrell chupó con más fuerza, y entonces Frances
se convulsionó entre gemidos. Él, sin dejar ni por un momento de observarla,
no cesó en sus movimientos hasta que notó que el cuerpo de Frances
empezaba a relajarse. Ruborizada, con los labios entreabiertos, y saciada, era la
imagen misma de la sensualidad.
Inició su ascenso besando y lamiendo su cuerpo hasta llegar a la boca.
Cuando posó los labios sobre ella, la femenina se abrió con ansia. Frances se
saboreó a sí misma en los labios de Darrell. Nunca pudo imaginar que la
intimidad con un hombre resultara tan... tan especial. Claro que ese hombre
era Darrell: su amor, su vida.
Darrell rompió el beso. Con una rapidez asombrosa, se levantó para
quitarse la ropa que ni se había dado cuenta de que todavía llevaba puesta. En
su afán por proporcionarle placer a Frances, hasta se había olvidado de su
necesitado miembro.
Frances lo observó sacarse la camisa en dos movimientos. Su mirada se
prendió en el amplio pecho musculoso, apenas cubierto por un suave vello.
Siguió con los ojos los movimientos de las manos de Darrell, que comenzaban
a soltar los botones de su pantalón. Se lo bajó de un tirón, al tiempo que
sonreía lobuno al ver los ojos abiertos como platos de Frances fijos en su
miembro orgullosamente erecto.
Ladeó la cabeza mientras entrecerraba los ojos.
―¿Asustada? Te prometo que intentaré ser lo más delicado que pueda
―murmuró en un susurro acariciante.
Frances levantó la mirada renuente mientras negaba con la cabeza.
―No, Lilith y... Bueno... Tengo una ligera idea de... ―A Darrell lo invadió la
ternura al ver que volvía a ruborizarse, y sí, comprobó que el rubor le llegaba
casi hasta el ombligo.
―¿P... puedo hacer yo lo mismo que me has hecho? ―El rubor de Frances
se acentuaba cada vez más. Dios mío, le iba a estallar el rostro.
Darrell colocó una rodilla sobre la cama mientras se inclinaba sobre ella.
―Puedes, y lo harás, solo que en otro momento.
Frances lo miró confusa, y él aclaró.
―Cariño, si me tocas ahora todo acabará en un abrir y cerrar de ojos.
Necesito estar dentro de ti, hacerte mía por completo.
La radiante sonrisa de Frances casi consigue que los propósitos de Darrell
se fueran al demonio. Y cuando ella extendió sus brazos hacia él, olvidó todo
lo que no fuese enterrarse en su cuerpo.
Se situó sobre ella con el miembro rozando su todavía excitada feminidad.
Mientras volvía a besarla, separó suavemente con su rodilla las piernas de
Frances. La punta de su virilidad rozaba la humedad femenina. Comenzó a
internarse con cuidado. Era enloquecedor, ansiaba empujar con fuerza, pero
debía ser delicado. Frances, notando la tensión en él, rompió el beso.
―Hazlo ―musitó―. Sé que dolerá, pero también sé que será un instante.
Agradecido y emocionado, Darrell se introdujo de una sola estocada hasta
la empuñadura. Frances se tensó con un suave gemido, mientras él,
completamente quieto, susurraba en su oído intentando tranquilizarla. Frances
apenas entendía lo que él murmuraba, perdida en la sensación de plenitud de
tenerlo en el interior de su cuerpo. Darrell le mordisqueó el lóbulo de la oreja,
lamió y le besó el cuello hasta que ella comenzó a mecerse bajo él.
―Shh, tranquila, tu cuerpo debe acostumbrarse ―murmuró roncamente.
Por Dios, si seguía moviéndose no podría contenerse más. Ella giró el rostro
hacia él.
―Necesito... ―Instintivamente, subió sus piernas y las envolvió alrededor
de las estrechas caderas masculinas, y Darrell ya no pudo contenerse más.
Comenzó a moverse lánguidamente, mientras ella lo seguía, cuando notó que
las manos de ella bajaban hacia su trasero para acercarlo más. Darrell, con un
gemido, introdujo su mano bajo el trasero de ella, cambiando el ángulo
mientras bombeaba con más rapidez. Darrell observaba su rostro, su mirada
borrosa de deseo.
Frances comenzó a respirar erráticamente mientras volvía a tensarse.
―Abrázame, amor, no te soltaré ―susurró él con voz gutural.
Ella alzó un poco sus manos para enlazar su cintura, mientras comenzaba a
convulsionar en un maravilloso éxtasis. Darrell, tras un par de empujes, la
siguió mientras el húmedo canal femenino se tensaba alrededor de su
miembro. Se derramó en su interior mientras Frances experimentaba los
últimos espasmos de su liberación. Saciado, enamorado y sintiendo que con
ninguna mujer había experimentado tal grado de compenetración, y mucho
menos sentido una liberación semejante, se dejó caer sobre ella.
Enterró la cara en el hueco del cuello femenino. Tenía que decírselo,
necesitaba decírselo.
Mientras las manos de Frances acariciaban su espalda, sus hombros y sus
brazos, susurró con voz trémula.
―Te amo.
Frances giró su rostro para clavar su mirada en los cálidos ojos avellana que
la observaban atentos.
Una solitaria lágrima rodó por la comisura de su ojo. ¡Lo había dicho, había
dicho las palabras que tanto deseaba escuchar, pero por las que estaba
dispuesta a esperar el tiempo que hiciese falta!
―Darrell...
Él alzó su rostro y la besó con toda la ternura y el amor que rebosaba su
corazón.
Alejó su cara unos centímetros para contemplarla. Apoyado sobre sus
antebrazos para no dejar caer todo su peso sobre ella, susurró.
―No llores, Frances, por favor. ―De repente una peregrina idea pasó por
su mente―. ¿T.. te has arrepentido? ―balbuceó asustado. Por favor, por favor,
si ella se lamentaba por lo que había sucedido, no podría soportarlo.
Frances negó con la cabeza.
―No me arrepiento absolutamente de nada ―murmuró―, ha sido
maravilloso. Y no estoy llorando ―aclaró mortificada.
Darrell sonrió con esa sonrisa canalla que tanto adoraba.
―¿No? Mis disculpas. ―Miró con sorna hacia el dosel de la cama―. Será
que la habitación tiene goteras. Hablaré con mi hermano para que te cambie
de alcoba.
Frances enarcó una ceja.
―Por favor, preferiblemente a la tuya.
Tras soltar una carcajada, Darrell se echó hacia un lado arrastrándola con
él. El movimiento hizo que sus cuerpos, que todavía estaban unidos, se
separasen, arrancando un gemido lastimero de Frances.
Darrell tomó la mano que Frances tenía posada en su pecho y la besó con
reverencia. Clavó su mirada en el dosel de la cama.
―Te amo, Frances. Desde que llegaste con tus tías para tu primera
temporada me volviste loco ―murmuró soñador.
Ella soltó la mano que él todavía tenía entre las suyas, para acariciarle la
mejilla.
―Y yo a ti. Creo que ya estaba enamorada de ti cuando visitabas Craddock
Manor con los demás.
―He sido un idiota, permitiendo que pasase el tiempo ―musitó―.
Deberíamos llevar ya dos años haciendo esto. ―Su voz tenía ahora un matiz
falsamente contrito.
Frances alzó su rostro para mirarlo.
―No sería por falta de empuje por mi parte ―repuso burlona.
Él se rio entre dientes.
―No. La verdad es que no ―replicó, recordando las veces en que ella le
había insistido en que sostuviese un trato menos formal, en sus miradas
anhelantes, su complicidad cuando bailaban.
De repente, sin proponérselo, las palabras comenzaron a brotar.
Quedamente, le explicó todas sus reservas para ofrecerse por ella, sus
conversaciones con Justin y sus celos de Millard, pero al mismo tiempo su
convicción de que el vizconde sí podría ofrecerle lo que él no podía.
Frances lo escuchó en silencio, emocionada y agradecida por que él se
abriese por fin.
―Yo estaba celosa de lady Dudley ―murmuró.
Darrell ladeó la cabeza.
―¿De Nora? ¡Por Dios Santo, nunca hubo nada entre nosotros! ―exclamó
entre complacido y horrorizado.
―Bueno, tampoco hubo nada entre Millard y yo, y sin embargo tú también
estabas celoso ―replicó molesta.
Darrell la estrechó contra sí mientras reía entre dientes.
―Me temo que lo mío era todavía más absurdo, me moría de celos y te
empujaba hacia él ―repuso mientras meneaba la cabeza lastimero.
En ese momento fue Frances quien soltó una risilla. Darrell, sonriendo, la
besó en la frente y se incorporó.
―¿A dónde vas? ―inquirió desconcertada.
―A borrar todas las huellas ―respondió misterioso.
Frances frunció el ceño mientras lo observaba dirigirse al aguamanil y
lavarse sus partes íntimas con un paño. Cuando finalizó, tomó otro húmedo, y
tras tirar el usado a la chimenea, se dirigió hacia ella.
Cuando comenzó a limpiarla, observó la mirada divertida que Frances le
dirigía. Enarcó una ceja a modo de silenciosa pregunta.
―Eres la doncella más guapa que me ha asistido nunca ―comentó
mientras soltaba una risa.
Extrañamente, Frances no se sentía cohibida con esa clase de intimidad.
Darrell se maravilló de que se sintiese tan cómoda con él, a pesar de ser
inocente.
Darrell inclinó la cabeza con jocoso agradecimiento.
―Es usted muy amable, milady.
Tras finalizar, el paño siguió el mismo camino que el anterior. Se inclinó
sobre Frances y la besó suavemente en los labios.
―Agárrate ―ordenó mientras se ponía en pie.
A Frances apenas le dio tiempo a aferrarse al cobertor cuando, de un tirón,
Darrell sacó la sábana de debajo de ella.
―¡¿Qué...?! ―farfulló desconcertada.
Darrell enarcó las cejas.
―No pretenderás que las doncellas se percaten de lo que ha sucedido esta
noche, ¿no?
Frances se ruborizó.
―No, por supuesto que no.
―Me desharé de ella ―comentó mientras se ponía los pantalones.
Frances hizo un mohín de desilusión.
―¿Te vas?
Él se sentó a su lado, la tomó por la nuca y la besó apasionadamente. Todo
lo apasionado que podía permitirse sin alertar a su revoltoso miembro, que ya
comenzaba a mostrar interés.
―No podemos arriesgarnos a que nos descubran, cariño. ―Volvió a
besarla―. Además, mañana te espera un día muy agitado. ―Otro beso.
Frances, harta de que cuando comenzaba a disfrutar de los besos, él se
retirase, masculló.
―¡Oh, por todos los demonios! ―Lanzó sus brazos y se aferró al cuello de
Darrell. ―Ya que vas a irte, bésame en condiciones.
Y Darrell obedeció encantado.
Cuando se cerró la puerta tras él, después de varias intentonas, besos y
miradas suplicantes, Frances se tumbó. Nunca había sido tan feliz. Se sentía
completa, Darrell por fin era suyo, y ella de él.
Soñadora, evocó todos los momentos de la noche. Había sido tan delicado,
tan generoso y, sobre todo, la amaba. Con las palabras de Darrell resonando en
su mente, saciada y relajada, se quedó dormida.
k Capítulo 21 l

A la mañana siguiente, Frances despertó desconcertada al escuchar el alboroto


que procedía del pasillo. Apenas tuvo tiempo de recoger el camisón del suelo
donde lo había tirado Darrell y ponérselo a toda prisa antes de que la puerta de
su habitación se abriese y entrase Shelby como un vendaval, seguida de Lilith,
Celia, Jenna y la doncella que se le había asignado.
Con los ojos abiertos de par en par, observó el despliegue de sus amigas
por la habitación. Jenna abrió las cortinas y Celia se puso a rebuscar en el
armario, mientras Shelby y Lilith ordenaban a la doncella que le subiesen un
baño y el desayuno.
Desconcertada, escuchó a Shelby.
―Tienes una hora para asearte, vestirte y desayunar. Partimos a Londres.
Dicho esto, la tropa invasora salió de la habitación con rostros satisfechos
como si hubieran cumplido con una misión particularmente peligrosa.
Frances, todavía sin poder reaccionar, lanzó una confusa mirada a su
doncella. La pobre muchacha se limitó a encogerse de hombros.
―Se me ha ordenado que le traiga el desayuno mientras espera por el baño,
milady ―murmuró como pidiendo disculpas.
―Sí. Por supuesto. ―Fue lo único que atinó a contestar Frances.
―¿Qué demonios? ¿A Londres? ¿Regresaban a la ciudad? Se le instaló un
nudo en el estómago. ¿Darrell se habría arrepentido? No. No podía haber
tenido tiempo de ordenar que se marchase... ¿o sí?
Nerviosa, apenas mordisqueó una tostada con el té. Tras bañarse y vestirse,
bajó a la carrera. Se quedó paralizada en la puerta del comedor de mañana.
Todos estaban reunidos desayunando relajadamente.
Mientras los hombres se levantaban, incluido Darrell, ella puso los brazos
en jarras.
―¿Esta era la prisa que teníais? ¿Por qué demonios tuve que desayunar en
mi habitación sola?
Justin tuvo la poca prudencia de reconvenirla.
―Ese lenguaje, Frances. Por Dios, pareces un estibador.
Darrell disimuló una carcajada con una tos al ver la furiosa mirada que ella
le dirigió a su hermano.
―¡Cállate, Justin! ―espetó exasperada―. ¡A ti no te han sacado de la cama a
rastras, obligado a tomar una mísera tostada a solas y asearte, vestirte y demás!
Y todo en apenas una hora.
Paseó su mirada por la tropa de damas.
―¿Se trata de una broma?
Shelby miró a las demás.
―Señoras, creo que deberíamos irnos. Me temo que milady se ha
despertado de un humor de perros ―comentó jocosa.
Frances boqueó.
―¿Humor de perros? Estaba durmiendo tan ricamente cuando habéis
invadido mi habitación.
Su mirada se cruzó con la de Darrell y su temperamento se calmó un poco
cuando este le sonrió al tiempo que le guiñaba un ojo.
Las damas se levantaron, al tiempo que los caballeros. Lilith enlazó su
brazo al de Frances.
―Nos vamos, regresaremos en cuanto nos sea posible ―exclamó por
encima de su hombro.
Cuando las damas abandonaron la habitación arrastrando a una
desconcertada Frances, los caballeros casados lanzaron hoscas miradas a
Darrell.
―Tanta precipitación. Ni un beso han podido darnos ―masculló Kenneth.
Darrell rodó los ojos.
―¿No tuvisteis suficiente anoche? ―repuso mordaz.
―Eso no viene al caso. Me gusta que mi mujer se despida de mí con un
beso... o varios, de hecho ―espetó Callen.
―Dejad de lloriquear, cosas más peligrosas he hecho yo por vosotros
―replicó displicente Darrell mientras continuaba atacando su desayuno.
Distraído, no le dio tiempo a esquivar la lluvia de servilletas que cayó sobre
él ante las carcajadas de Gabriel y Robert.
r
En el carruaje, cuatro damas con enigmáticas sonrisas contemplaban a
Frances, que las miraba a su vez con semblante tormentoso.
Al fin, Shelby se apiadó.
―Vamos al taller de madame Durand. Necesitarás un vestido de novia...
creo.
Al instante, un brillo de felicidad se instaló en los ojos de Frances.
―¿Vais a regalarme el vestido? ―inquirió ilusionada.
―Mmm... me temo que esta vez no ha sido idea nuestra ―replicó
mortificada Lilith.
Ante la mirada inquisitiva de Frances, continuó.
―Darrell.
―¿Darrell? ―preguntó desconcertada. ¿Darrell se había preocupado de que
tuviese un vestido adecuado?
―Bueno ―intervino Jenna―. Observó tu expresión cuando viste el vestido
de Celia y nos encargó que madame Durand te hiciese uno especialmente para
ti.
¡Se acordaba! Claro, él estaba allí cuando Celia bajó con aquel espectacular
vestido. Si Frances amaba a Darrell, en ese momento sentía que su corazón iba
a estallar de amor por él. Giró su rostro hacia la ventanilla inmersa en sus
pensamientos, mientras las otras se miraban entre ellas con miradas cómplices.
Menos Shelby, todas sabían cómo se sentía Frances en esos momentos.
Celia echó un vistazo a las manos entrelazadas de Frances.
―Por cierto, ¿te ha entregado tu anillo o deberás esperar hasta que tengas
el primer hijo como casi me sucede a mí? ―inquirió con una sonrisa.
Frances, ruborizada, extendió su mano izquierda, mostrando el precioso
anillo de esmeralda.
Sonrió encantada ante los cumplidos de sus amigas.
―Era de su madre ―aclaró orgullosa y emocionada.
Shelby la observó crítica.
―Entonces, ¿se puede decir que todo está aclarado entre vosotros... por
fin?
Frances asintió.
Madame Durand no les defraudó. Después de que una de sus ayudantas le
tomase medidas, observó detenidamente a Frances.
―Creo que tengo la tela perfecta, milady ―comentó tras su experto
escrutinio―. Ambos vestidos le serán entregados de hoy en tres días.
―Perfecto ―exclamó Shelby.
La modista dirigió una chispeante mirada hacia ella.
―Ahora solo queda usted, señorita Holden. Si me permite decirlo, ¿debo
comenzar a pensar en colores?
Shelby hizo una mueca.
―Mucho me temo que no, madame. Todavía no he encontrado un caballero
que merezca su esfuerzo ―replicó jocosa.
Madame Durand le lanzó una enigmática mirada.
―Qui sait, mi querida señorita, quién sabe.
r
Tras desayunar, mientras Kenneth y Gabriel salían a cabalgar y Justin y
Callen disfrutaban de la vasta biblioteca de Dereham, Darrell y Robert
trabajaban en el despacho del segundo.
Sin apartar la mirada del documento que estaba leyendo, Robert preguntó
con fingida indiferencia.
―¿Debería mandar aviso al vicario?
Darrell rio entre dientes.
―Hay algunos asuntos que solucionar primero, pero sí, me ha aceptado
―contestó sin poder disimular su orgullo.
Robert sonrió con calidez.
―Me alegro de que por fin hicieses las cosas bien con ella.
Darrell iba a responder cuando el mayordomo entró en la habitación.
―Milord, un carruaje se aproxima.
Darrell frunció el ceño. Era demasiado pronto para que las damas
regresasen.
Robert se levantó, al igual que Darrell.
―Veamos a quién debemos recibir.
Al salir, se toparon con Justin y Callen que salían de la biblioteca. Habían
visto el carruaje a través de la ventana.
―Son los blasones del ducado de Hamilton ―advirtió Callen―. Debe de
ser el médico enviado por mi madre.
Precedidos de Daft, que abrió la puerta principal, Darrell y Robert
esperaron en el umbral seguidos de Justin y Callen.
Cuando el carruaje se detuvo, cuatro hombres se apearon. Callen frunció el
ceño, mientras estiraba el cuello para comprobar si al carruaje le seguía otro.
La duquesa era capaz de enviar a media universidad de Edimburgo.
Dos de los hombres, ambos de mediana edad, se adelantaron a los otros
dos, más jóvenes, que se quedaron al lado del carruaje. Robert se adelantó a su
vez.
―Milord ―dijo el más alto de ellos―, permítame presentarnos. Soy el
doctor Malcolm Graham y mi colega ―continuó mientras señalaba al otro
hombre―, el doctor Angus Grant. ―Ambos inclinaron la cabeza
respetuosos―. Nuestros ayudantes ―añadió señalando a los dos jóvenes―.
Nos envía su gracia, la duquesa de Hamilton y Brandon.
―Señores, un placer. ―Robert extendió la mano a los dos médicos, que la
estrecharon sorprendidos de un gesto tan inusual en un noble―. Soy Dereham.
Robert se giró un poco.
―Mi hermano, lord Sarratt. ―Los hombres le dedicaron el mismo gesto―.
El conde de Craddock y el marqués de Clydesdale.
Después de saludar respetuosos, el doctor Graham metió la mano en uno
de sus bolsillos, del que sacó dos sobres. Tras revisarlos, extendió uno a Robert
y otro a Callen.
―Si me permite, milord, Su Gracia les envía estas misivas.
―Gracias, doctor. Daft, imagino que los caballeros estarán deseosos de
descansar algo tras ese largo viaje.
Miró a los hombres.
―Mi mayordomo les mostrará sus habitaciones a ustedes y a sus ayudantes.
Si les parece, nos reuniremos, digamos... en una hora.
Tras inclinarse corteses, los cuatro hombres siguieron al mayordomo.
Robert se dirigió hacia el despacho, mientras Justin, Callen y Darrell se
quedaban rezagados para permitirle leer la carta a solas. Al darse cuenta,
Dereham se volvió.
―Pueden acompañarme, caballeros, no creo que Su Gracia haya escrito
nada que no pueda ser compartido.
Mientras Callen y Robert leían sus respectivas misivas, Darrell sirvió unas
copas de brandi que repartió.
Al cabo de unos instantes, Robert dobló la carta, que dejó sobre la mesa, y
tomando su copa, bebió un sorbo. Callen finalizó de leer su misiva momentos
después.
Robert miró al escocés.
―Me imagino que la suya vendrá a decir, a grandes rasgos, lo mismo que la
mía. Según explica Su Gracia ―comenzó―, ambos médicos son verdaderas
eminencias, al tanto de los últimos avances médicos. Su Gracia se disculpa por
tomarse la libertad de enviar a los dos, sin embargo, se justifica diciendo que
mejor tener dos opiniones expertas que una.
―Más o menos lo mismo que me escribe a mí ―asintió Callen—, solo que
en mi caso se extiende un poco con recomendaciones maternales ―murmuró
encogiéndose de hombros.
―¿Permitirás que te examinen? ―inquirió Darrell preocupado.
Robert se encogió de hombros.
―¿Por qué no? No tiene sentido que hayan hecho un viaje tan largo para
rechazarlos, además, ya te comenté que incluso me planteé visitar a algún
médico en Escocia, y desde luego no voy a desairar a Su Gracia enviándolos de
vuelta sin permitirles que me examinen.
En ese instante, aparecieron Kenneth y Gabriel.
―Hemos visto un carruaje con los blasones del ducado cuando llevábamos
los caballos a los establos, ¿ha ocurrido algo? ―preguntó Gabriel sin dirigirse a
nadie en particular.
―Han llegado los médicos enviados por la ti... por la duquesa ―informó
Darrell, lanzando una furtiva mirada a Callen, que sonrió ladino.
―¿Médicos? ¿Cuántos ha enviado? ―inquirió Kenneth atónito. Su Gracia
era perfectamente capaz de enviar a la mitad de los médicos de Escocia.
―Dos ―respondió sucinto Darrell―. Está convencida de que lo mejor es
tener dos opiniones.
―Sabia decisión ―afirmó Gabriel―. ¿Cuándo será el examen? ―inquirió.
―No lo sé. Ahora mismo están descansando un poco, nos reuniremos en
una hora ―contestó Robert.
Continuaron conversando hasta que Daft se presentó para anunciar a los
doctores.
Robert presentó a Gabriel y a Kenneth y, tras los saludos, Darrell inquirió
impaciente.
―¿Cuándo desean examinar a Dereham? ―Robert lo miró enarcando las
cejas. Entendía la impaciencia y la preocupación de su hermano.
Los doctores se miraron.
―¿Ha comido algo, milord? ―preguntó Graham, que parecía ser el que
llevaba las riendas.
―No desde el desayuno. Apenas unos sorbos de brandi.
Mientras Graham asentía, el doctor Grant intervino.
―Nos gustaría proceder a la mayor brevedad. Si nos lo permite, nos
gustaría examinarlo ahora, si le parece bien.
―Por supuesto. ―Robert vació un instante―. Desearía que mi hermano
estuviese presente, si es posible.
Darrell no varió su expresión, aunque interiormente sentía un nudo en el
estómago.
―Nada impide que nos acompañe... siempre y cuando nos deje hacer
nuestro trabajo sin intervenir ―aceptó el doctor Graham.
―Entonces, caballeros, síganme si son tan amables. ―Miró a los cuatro
hombres que observaban en silencio―. Si nos disculpan.
Los cuatro, precedidos por Daft, se dirigieron a los aposentos de Dereham.
Una vez allí, los médicos esperaron en la salita adyacente mientras el valet de
Robert lo ayudaba a desvestirse y ponerse tan solo un pantalón holgado
siguiendo las previas indicaciones de los galenos.
Con Robert tumbado en el lecho, los médicos entraron a una indicación de
Darrell.
―Tan solo una indicación de cómo vamos a proceder ―explicó Graham―.
Lo exploraremos de manera independiente cada uno. Una vez hecho esto, uno
de nosotros saldrá de la habitación tras haberle comunicado sus conclusiones y
su recomendación. Cuando finalice entrará el otro y hará lo mismo. Así
garantizaremos la independencia de nuestras opiniones.
Robert asintió, mientras Darrell se retiraba a un extremo de la habitación.
El doctor Grant salió mientras Graham comenzaba con su exploración.
Comenzó palpando el estómago de Rober, fijándose si hacía algún gesto de
dolor, para continuar con el abdomen. Al palpar el centro inquirió:
―¿Siente dolor?
―Una ligera molestia ―repuso Robert.
Pasó entonces a la parte inferior izquierda del vientre y observó a Robert,
que movió negativamente la cabeza.
Cuando pasó a la parte inferior derecha, no tuvo que observar el rostro de
Dereham. El respingo que dio y el gruñido de dolor fue suficiente. Asintiendo,
el médico continuó palpando ignorando los gestos de dolor de Robert.
Cuando se sintió satisfecho, se lavó las manos en el aguamanil y, tras secarse, se
dirigió a Dereham.
―Milord, me temo que lo que usted tiene, en mi opinión, es una
inflamación de un órgano llamado apéndice. Lo que los médicos ingleses
advirtieron como un bulto que posiblemente crecería, no es más que la gran
inflamación de dicho órgano, cuyo peligro no está en que crezca o no, sino en
que el apéndice estalle. Mi opinión y mi consejo es que se someta a una
operación para extirparle dicho órgano dañado.
Al ver que Darrell abría la boca, el galeno alzó una mano.
―Es mi opinión, milord, antes de pensar en cualquier posibilidad, debemos
escuchar el diagnóstico de mi colega y comprobar si coincidimos. Si me
disculpan, haré pasar al doctor Grant.
Mientras salía, Darrell miró a su hermano con inquietud.
―¿Estás bien?
Robert asintió con la cabeza.
―Si. Nada que no pueda soportar.
Grant repitió los movimientos de Graham con los mismos resultados. Tras
finalizar, y lavarse, coincidió con el diagnóstico de su compañero.
Darrell abrió la puerta tras escucharlo, e hizo pasar a Graham. Los médicos
hablaron durante unos minutos compartiendo impresiones.
Robert se había levantado y puesto su bata, y esperaba expectante al igual
que Darrell.
―Me satisface comunicarle que coincidimos en el diagnóstico y en el
proceso a seguir ―habló Graham―. La decisión en este momento es suya,
milord. Podemos operarlo con garantía de éxito, sin olvidar que en una
operación así puede haber imprevistos, ese es el riesgo. Lo que podemos
garantizarle es que, una vez operado, ni su vida correrá peligro alguno ni, por
supuesto, tiene los días contados como suponía. Vivirá tanto como Dios lo
permita, previsiblemente, si Él quiere, hasta una edad avanzada.
―¿Qué tipo de imprevistos? ―quiso saber Darrell.
―Un sangrado repentino que no se pueda cortar, la aplicación del éter
conlleva sus riesgos, que el apéndice rompa antes de poder extraerlo...
―¿Podrían dejarnos un momento a solas? ―inquirió Robert.
―Por supuesto, milord.
Una vez solos, Robert murmuró.
―Lo haré.
―Robert, existen riesgos ―intentó Darrell.
―El mayor riesgo es que ese... maldito órgano reviente. No tengo nada que
perder, Darrell. Si no me operan, eso estallará, y si me operan, al menos tengo
una posibilidad.
Darrell asintió mientras mascullaba maldiciones.
Robert le puso una mano en el hombro.
―Tranquilízate y hazlos pasar, cuanto antes lo hagamos mejor. No tengo
intención de sentir la tentación de arrepentirme.
Mientras los médicos debatían con Robert, Darrell bajó a reunirse con sus
amigos, que continuaban en el despacho. Estos se levantaron como resortes al
verlo entrar mientras lo miraban expectantes.
Darrell se sirvió una copa de brandy con manos temblorosas.
―Van a operarlo ―explicó―. Tiene un órgano dañado, el... apéndice lo
llamaron. Dicen que si se lo extirpan su vida no correrá peligro alguno, vivirá
tanto como cualquiera de nosotros, pero si no lo hacen, el riesgo de que estalle
es grande, y... ―Se pasó una mano por el pelo con frustración―. Robert quiere
hacerlo cuanto antes. Ahora mismo están debatiendo el momento oportuno.
Callen se acercó al tiempo que le ponía una mano en el hombro con cariño.
―¿Han coincidido los dos en el diagnóstico?
Darrell asintió.
―Entonces no debes preocuparte. Si mi madre los ha enviado deben de ser
unas verdaderas eminencias. Todo saldrá bien, verás ―afirmó mientras su
mano apretaba con calidez el hombro de Darrell―. Además, procurarán
hacerlo lo mejor posible antes de enfrentarse a la ira de mi madre si algo sale
mal ―intentó bromear.
Darrell rio entre dientes.
―No quisiera estar en su pellejo cuando regresen a Escocia si algo le
pasase a mi hermano durante la operación.
―Dudo que se atrevieran a regresar ―masculló Callen.
Cuando Robert se reunió con ellos, ya perfectamente vestido, les comunicó
que la operación se realizaría al día siguiente. No podría ingerir alimentos
desde la noche anterior y habilitarían una de las salas con una mesa lo
suficientemente grande como para que cupiese su cuerpo tumbado. Los
médicos habían decidido comer y cenar en sus habitaciones con sus ayudantes
para debatir el proceso de la operación, y contaban con la ayuda de Daft para
preparar la habitación adecuada.
―Me han dicho que la recuperación no será muy larga. Apenas lo que
tarden en cicatrizar los puntos ―comentó mirando a Darrell―, así que si no te
importa posponer la boda unos días...
―¿Boda? ¡¿Qué boda?! ―exclamó Justin.
Darrell rodó los ojos.
―La del jardinero ―espetó con sorna.
Justin entrecerró los ojos.
―¿Le has pedido matrimonio a Frances sin consultarlo antes conmigo?
―¿Consultar? ¿Qué demonios había que consultar si llevas meses
acosándome para que me ofrezca? Y poniéndome trampas, y manipulándome
―exclamó exasperado―. Y cuando me decido, ¿pones el grito en el cielo? ¿Por
qué supones que te pregunté si te habías deshecho de la licencia?
―Yo no te he acosado. ―Se defendió Justin. Al ver la ceja enarcada de
Darrell, añadió―: Puede que manipular un poco... sí, aunque yo no lo llamaría
precisamente manipulación.
Darrell soltó un bufido.
―¿Ha aceptado? ―inquirió Justin receloso.
―Por supuesto que sí. ―Darrell lo miró con arrogancia.
Justin se frotó la barbilla mientras volvía a entrecerrar los ojos.
―¿Y cuándo exactamente se lo has pedido?
Darrell tragó en seco, sin embargo, se defendió como gato panza arriba.
―¡Maldita sea, Jus! ¡¿A ti que te importa?! Lo único que tienes que saber es
que Frances y yo vamos a casarnos, el resto es asunto nuestro.
―Bueno ―intervino Kenneth―, es su hermano, digo yo que algo tendrá
que decir.
Justin lo miró agradecido, mientras Darrell le dirigía una mirada asesina.
―¿Lo defiendes a él o a ti? Porque permíteme recordarte que todos
vosotros estabais al tanto de sus manipulaciones, malditos traidores.
Mientras Callen carraspeaba, Gabriel se dedicó a contemplarse las uñas de
una mano.
―Le comprarías un anillo, por lo menos ―intentó distraer Kenneth.
Darrell resopló.
―¡Por el amor de Dios! ¡¿Y que seas tú precisamente quien me lo
pregunte?! Si no llega a ser por lady Lisburne, Celia aún estaría esperando por
su anillo.
Todos recordaban la terca tardanza de Kenneth para comprarle la sortija de
compromiso a Celia.
Las risillas que se escucharon provocaron que Kenneth tuviese el buen tino
de cerrar la boca. Que se defendiera Justin solo.
―Por cierto, hablando de esposas... ―intervino Callen.
―Nadie hablaba de esposas ―replicó Gabriel.
―Yo sí, en este momento ―masculló Callen con suficiencia―. ¿Cuándo
demonios regresarán? ¿Y por qué las has enviado a Londres?
Ninguna de ellas había dicho una sola palabra a sus maridos acerca de la
razón del viaje.
Darrell suspiró hastiado del interrogatorio.
―¡Y yo qué sé! Supongo que cuando terminen de tratar con esa modista.
Las cejas de Callen casi le llegaban a la nuca.
―¡¿Vas a comprarle un vestido a Jenna?! ―exclamó estupefacto.
Darrell lo miró como si se hubiese escapado de Bedlam.
―¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! ―Harto, se acercó a Callen, que se encogió
en su asiento―. Acompañan... a... Frances... a... comprar... su... vestido... de...
novia ―masculló como si le hablase a un crío de tres años.
―Oh ―susurró Callen.
―¡Por todos los demonios, estoy rodeado de idiotas! ―exclamó Darrell
exasperado.
―¡Oye! ―protestó Gabriel.
―¡Todos! ―insistió Darrell. Vaciló un momento y miró a su hermano―.
Bueno, tú no entras en el grupo.
Robert esbozó una sonrisa torcida.
―Pues muy agradecido de que no me incluyas.
―¡Salgo a dar un paseo! ―exclamó―. Necesito tomar el aire. ―Lo que
necesitaba era ver a Frances, ¿cuándo demonios pensaban regresar? Esperaba
que para la cena hubiesen llegado.
―Puedes abrir una ventana ―ofreció Gabriel―-. A nosotros no nos
molesta ―añadió sin poder contener la risa.
Las carcajadas de los demás provocaron que Darrell, tras lanzar un
gruñido, saliera como una exhalación del despacho.
«Cuando se ponían burros...», pensó.
Las damas llegaron con el tiempo preciso para prepararse para la cena.
Durante esta, les relataron la llegada de los médicos y sus conclusiones.
Frances fijó su mirada en Darrell. Con semblante inexpresivo, revolvía,
más que comía, los alimentos de su plato. «Por favor, que no vuelva a
replegarse en sí mismo», rogó en silencio. Volviendo la mirada hacia su plato
decidió que no se lo permitiría, esta vez no consentiría que volviese a alejarse.
Cuando llegaron a los postres, Frances se levantó decidida. Mientras los
caballeros la imitaban y las damas la observaban inquisitivas, se dirigió a
Darrell.
―Hace un poco de calor aquí dentro, ¿me acompañarías a dar un paseo?
―Darrell casi tira la silla en su precipitación por acercarse a ella.
Robert masculló entre dientes, de forma que solamente Gabriel, a su lado,
pudo escucharlo.
―Me temo que debo hablar con Daft. Últimamente parece que el aire de
las habitaciones está un poco... cargado. ―Gabriel soltó una risilla.
Justin hizo ademán de acercarse a Lilith, que frunció el ceño. Frances,
dándose cuenta de su intención, inquirió a su hermano.
―¿Tú también tienes calor?
―No particularmente, pero alguien debe acompañaros ―repuso Justin.
Mientras enarcaba una ceja, Frances extendió su mano mostrando el anillo.
―Estamos prometidos, no es necesaria carabina alguna ―replicó mientras
Darrell se cruzaba de brazos y clavaba una lúgubre mirada en su casi cuñado.
Justin abrió la boca para replicar con mordacidad, cuando el carraspeo de
Lilith hizo que la cerrase de golpe. La miró de reojo. Lilith mostraba, en su
rostro ladeado hacia él, una expresión que a Justin le pareció espeluznante. Se
aclaró la garganta e hizo un gesto displicente con la mano, como dando su
permiso, permiso que nadie le había solicitado, por cierto.
Darrell tomó a Frances de la mano y se dirigieron a los jardines.
―¿Estás bien? ―preguntó inquieta.
Él le pasó el brazo por los hombros atrayéndola hacia su costado.
―Me preocupa que algo salga mal. Ahora que lo he recuperado...
―murmuró abatido.
―Darrell, todo saldrá bien. ―Intentó tranquilizarlo―. Su Gracia ha enviado
a los mejores médicos, y ellos le dan una esperanza que no habían dado los
médicos con los que había consultado. Robert es fuerte, todo lo que necesita
en este momento es tu apoyo.
Él giró el rostro para depositar un beso en su cabello.
―¿Estarás a mi lado mientras...?
―Siempre estaré a tu lado, amor. ―Sonrió trémula―. En lo bueno y en lo
malo, ¿no es eso lo que dicen los votos matrimoniales?
Darrell soltó una risilla.
―En las ceremonias católicas, sí.
Frances sonrió.
―Entonces tenemos dos opciones, o nos hacemos católicos o añadimos
esos votos a los que intercambiemos.
Darrell la giró y, mientras acunaba su rostro con una mano y bajaba la
cabeza, susurró:
―Te amo, Frances. Nunca entenderé cómo pude pensar que podría pasar
mi vida sin ti a mi lado.
Frances sonrió mientras Darrell se apoderaba de su boca. El mundo se
desvaneció a su alrededor mientras se besaban. En ese momento solo existían
ellos dos, y Darrell la besó expresando con su beso todo lo que sentía. A
ninguno de ellos le hizo falta pronunciar palabra alguna, sus labios lo decían
todo.
Cuando se separaron jadeantes, ella no preguntó si esa noche acudiría a su
lado ni él comentó nada. Sin embargo, cuando todos se hubieron retirado,
Darrell sí acudió a Frances.
Esa noche no existía la urgencia de la anterior. Darrell la necesitaba y ella
intentó mostrarle a través de su cuerpo toda la ternura y el amor que sentía por
él.
Frances sonrió cuando Darrell, tras hacerle el amor, se tumbó a su lado y,
abrazándola contra su cuerpo, se quedó dormido, feliz de que, al menos
durante unos instantes, olvidase su preocupación por su hermano.
k Capítulo 22 l

Cuando Frances despertó, a la mañana siguiente, Darrell ya se había ido. Avisó


a la doncella y se preparó rápidamente para bajar. Incluso desde su habitación
se escuchaba el ajetreo de los preparativos de la operación de Robert, que
llenaban la casa.
En el comedor el ambiente era de inquietud. Las bandejas con las
abundantes viandas continuaban llenas. Frances observó que la mayoría, si no
todos, se habían limitado a tomar una simple taza de té.
Se sentó al lado de Darrell y lo miró inquisitiva. Él le tomó la mano
apretándola.
―Se disponen a comenzar ―murmuró sucinto. Tras esperar a que ella
tomase su té, se puso en pie y le tendió una mano. Sin decir palabra, Frances la
tomó y ambos se dirigieron hacia el pasillo donde se hallaba la habitación en la
que operarían a Robert.
Los demás no hicieron ninguna observación. Se mantuvieron en silencio,
esperarían a que Darrell o, en su caso, Frances, bajase con noticias.
Darrell se sentó al lado de la puerta de la habitación, con la espalda
apoyada en la pared y las piernas extendidas. Cuando Frances se sentó a su
lado, la miró.
―Disculpa, debí ordenar que te trajesen una silla ―murmuró mientras
hacía ademán de levantarse.
Frances lo detuvo.
―Estoy bien.
Él asintió agradecido, al tiempo que le pasaba un brazo por la cintura y la
acercaba hacia él. Bien sabía Dios que necesitaba su contacto.
Pasaron tres horas, en las que Darrell cada vez estaba más inquieto.
―Cálmate ―susurró ella―. Si hubiese sucedido algo... ya habrían salido.
No bien acababa de hablar, cuando la puerta se abrió. Darrell se puso en
pie de un salto, al tiempo que ayudaba a Frances. Se fijó en que los rostros de
los médicos mostraban expresiones satisfechas.
El doctor Graham fue el primero en hablar, tal y como era su costumbre.
―Todo ha salido a la perfección ―indicó―. Hemos extirpado el apéndice
limpiamente. Ha tolerado muy bien el éter y no ha habido ninguna incidencia.
―Miró a su colega―. Estará molesto y dolorido durante el día de hoy, pero me
temo que tendrá que soportarlo. No debemos administrarle láudano tan
pronto después de haber aspirado el éter. ―Grant asintió a las palabras de su
compañero―. Tal vez mañana, si continúa dolorido, podamos proporcionarle
un poco de alivio. Una advertencia: esa zona está muy sensible. No debe
realizar ningún movimiento que la tense. Si necesita incorporarse, deberán
ayudarlo procurando que él no haga esfuerzo alguno, al menos durante una
semana.
»Por ahora deberá permanecer donde está. Si todo va bien, esta noche
podremos regresarlo a la comodidad de su alcoba ―advirtió Graham―. Ah, y
durante el día de hoy nada de comer, solamente agua, y poca, hasta ver si la
tolera bien.
Grant intervino.
―Nosotros nos quedaremos al menos un par de días para asegurarnos de
que todo sigue el curso correcto y entrevistarnos con su médico para darle las
instrucciones a seguir.
Darrell, tras lanzar un suspiro de alivio, preguntó:
―¿Puedo verlo?
―Por supuesto ―contestó Grant―. Pero tenga en cuenta que todavía está
un poco adormilado.
Darrell miró a Frances.
―Ve, yo acompañaré a los doctores. Los demás estarán preocupados y
querrán escuchar a los médicos.
Tras dedicarle una agradecida sonrisa, Darrell entró en la sala. Los
ayudantes terminaban de recoger el instrumental tras haberlo lavado, y al verlo
salieron discretamente.
Darrell se acercó a la mesa donde reposaba su hermano. Un amplio
vendaje cubría su abdomen. Este abrió los ojos.
―¿Cómo estás? ―inquirió Darrell, mientras posaba delicadamente la mano
en el hombro de su hermano.
―Un poco dolorido, pero estupendamente ―susurró Robert con la lengua
pastosa―. Aliviado de no tener esa espada sobre mi cabeza que me ha
acompañado tanto tiempo.
Robert cerró los ojos durante un instante, al abrirlos, las lágrimas corrían
por el rostro de Darrell.
Tomó la mano de su hermano, que reposaba a su lado.
―Todo está bien, Darrell.
Él asintió con un nudo en la garganta que le impedía hablar. Tantos años
creyendo que a Robert no le importaba en absoluto, conseguir aclarar las cosas
pensando que volvería a perderlo... Toda esa tensión tenía que soltarse en
algún momento.
Se limpió las lágrimas de un manotazo.
―Los médicos se quedarán un par de días para vigilarte ―murmuró con
voz ronca.
Robert asintió.
―Muy concienzudos… ―sonrió trémulo―. O eso, o le tienen pavor a Su
Gracia.
Darrell sonrió entre lágrimas.
―Me temo que las dos cosas. ―Darrell tomó nota de escribir a la tía Lydia,
o Su Gracia, tal y como los demás se referían a ella. Robert ya le enviaría su
propia carta en cuanto se hubiese repuesto.
―Baja con tus amigos, estarán preocupados por ti ―sugirió Robert―, yo
descansaré un poco. Y no te preocupes, los ayudantes tienen orden de no
dejarme solo ni un minuto ―advirtió.
Darrell bajó la cabeza y besó la frente de su hermano. No era un gesto
usual entre la nobleza, mucho menos entre dos caballeros, pero qué diablos,
era su hermano, lo quería y había pasado unas horas aterradoras. Robert sonrió
y cerró los ojos.
Cuando se reunió con sus amigos, todos se precipitaron a abrazarlo. A
duras penas pudo contener las lágrimas. «Menos mal que he llorado arriba»
pensó sarcástico. Aunque sabía que ninguno de ellos se sentiría incómodo si
dejaba salir sus sentimientos.
―¡Te lo dije! ―espetó Callen exultante, tras abrazarlo―. Los mejores
médicos son escoceses.
Darrell no pudo evitar una carcajada. Uno tras otro, lo abrazaron con
cariño, al igual que las damas. Shelby permaneció un poco retirada de las
demás, dubitativa. Ella era soltera, él también, aunque comprometido. Lo
observó con una cálida mirada, hasta que Darrell se fijó en ella.
―Señorita Holden, sé que en el pasado hemos tenido algún que otro...
intercambio de opiniones ―comentó.
«Una manera muy sutil de nombrar mis groserías con él», apreció Shelby.
―Sin embargo ―prosiguió Darrell―, eso no es óbice para que no se
congratule con la feliz noticia ―murmuró con sorna.
Todas las miradas se dirigieron a Shelby que, ruborizada como una
remolacha, ante la diversión de Gabriel que, en todo el tiempo que la conocía
jamás la había visto sonrojarse, miró a Frances. Esta asintió con la cabeza.
Shelby rodó los ojos.
―¡Oh, qué diablos! ―exclamó mientras se dirigía hacia Darrell. Lo abrazó
con cariño al tiempo que murmuraba―. Me alegro muchísimo por usted, y por
su hermano, por supuesto.
Darrell le sonrió.
―Gracias, señorita.
Shelby le sonrió a su vez al tiempo que le hacía una burlona reverencia.
La habitación se llenó de alegría, risas y bromas. Frances observaba con
ternura a Darrell conversar alegremente con sus amigos.
Shelby se acercó a Frances, al tiempo que le susurraba al oído.
―Me alegro muchísimo por ti, por los dos.
Frances le tomó la mano y se la apretó con cariño.
―Lo sé, Shelby.
r
Los días pasaron y los médicos regresaron a Escocia después de cerciorarse
de que la recuperación de Robert seguía el curso adecuado y de informar al
médico del marqués del camino a seguir. Este, para sorpresa de los escoceses,
no se mostró reticente ante las indicaciones de sus colegas, al contrario, se
mostró muy interesado en las técnicas utilizadas.
Finalizaba marzo y Robert ya se había recuperado totalmente. Los vestidos
de Frances habían llegado hacía tiempo y se encontraban a buen recaudo en la
alcoba de Justin y Lilith. El vicario había sido avisado y la boda se celebraría a
la mañana siguiente.
Darrell y Frances paseaban tras la cena.
―Hoy no iré a visitarte ―murmuró Darrell. Excepto la semana anterior, en
la que Frances había tenido que usar sus paños, Darrell había acudido todas las
noches a la alcoba de ella.
Acababan completamente saciados y agotados, hasta el punto de que
Darrell incluso se había quedado dormido junto a ella algunas noches,
satisfecho y exhausto.
Frances lo miró confusa. Él se apresuró a aclarar.
―Es un poco tarde para ello, pero... Bueno, sé que no estás... Quiero
decir... Deseo que nuestro primer hijo nazca dentro del tiempo adecuado tras
nuestra boda ―murmuró mortificado―. Además, esta noche deberías
descansar, será mucho más excitante cuando nos veamos delante del vicario
―comentó mientras le guiñaba un ojo con picardía―. Estoy deseando
comprobar por mí mismo los talentos de esa modista.
A Frances el corazón se le saltó un latido al verlo sonreír despreocupado
con esa sonrisa canalla que le había robado el corazón. Lo notaba tan feliz, tan
abierto, nada que ver con el Darrell de apenas unos meses, reservado y
taciturno, por lo menos con ella.
Se encogió de hombros.
―De acuerdo ―contestó con indiferencia.
Darrell la miró suspicaz.
―¿No vas a protestar? ―inquirió.
―Por supuesto que no ―repuso ella fingidamente escandalizada―. No
pienso presentarme ante mi futuro marido el día de mi boda ojerosa y
exhausta. ―Hizo una breve pausa―. Y me temo que ese es mi aspecto
matutino últimamente.
Darrell soltó una carcajada.
―Si esperas una disculpa por agotarte durante las noches, me temo que no
la obtendrás ―replicó burlón.
Frances rio.
―Por supuesto que no deseo disculpa alguna. Sobre todo porque tu
aspecto mañanero no es mucho mejor que el mío ―repuso con sorna.
Darrell la dirigió, conteniendo una carcajada hacia el interior de la casa.
―Entonces, milady, me temo que debemos despedirnos aquí ―dijo jocoso
al tiempo que tomaba su mano y la besaba con ternura.
Frances le hizo una graciosa reverencia.
―Milord, que descanse... Ah, y le advierto que mi puerta estará cerrada con
llave. ―Darrell enarcó una ceja―. Por si alguien decide ceder a la tentación
―finalizó mientras se daba la vuelta sonriente y se encaminaba hacia su alcoba.
Darrell la observó marchar. Adoraba a esa muchacha y no dejaba de
maldecirse por no haber obviado sus absurdas objeciones y haberla reclamado
mucho antes.
k Capítulo 23 l

La mañana de la boda amaneció con un sol radiante, a pesar de estar


finalizando marzo.
Frances había disfrutado de su baño, tras tomar una reconfortante taza de
chocolate. Vestida solo con su camisola, estaba sentada ante el tocador
mientras la doncella cepillaba su cabello, cuando la puerta se abrió y sus cuatro
amigas entraron como un vendaval. Lilith y Shelby cargaban con lo que supuso
su vestido, ya que estaba cubierto con una tela de muselina, que colocaron con
delicadeza sobre la cama. Celia y Jenna portaban sendas cajas que siguieron el
mismo camino del vestido.
Jenna frunció el ceño cuando vio la camisola. Mientras se colocaba sus
gafas, comentó:
―Me temo que tendrás que quitarte eso.
Frances se puso de pie y se miró a sí misma.
―¿Eso? ¿El qué, si solo llevo la camisola y las pantaletas?
―Precisamente ―intervino Celia enarcando una ceja.
Frances supuso que las cajas contendrían ropa interior nueva acorde con el
vestido, se encogió de hombros y asintió.
Shelby la observó atentamente.
―¿No convendría peinarla primero? ―preguntó a todas y a nadie en
especial.
Celia asintió. Frances se volvió a sentar con docilidad, mientras Celia daba
instrucciones a la doncella sobre el tipo de recogido que deseaba. Una vez que
hubo estado satisfecha con el peinado, ordenó a la doncella que saliese.
Frances, que contemplaba el precioso recogido que dejaba sueltos algunos
mechones de su cabello, miró a su amiga con estupor al escucharla.
―Celia, me temo que necesito ayuda para vestirme ―comentó extrañada.
―Y nosotras te la daremos ―intervino Lilith―. Comencemos, ayudadla a
quitarse las pantaletas y la camisola ―ordenó.
―¡¿Qué?! ―exclamó Frances―. ¿Madame ha mandado ropa interior nueva?
―Algo así ―contestó crípticamente Shelby.
Jenna abrió una de las cajas y sacó una preciosa enagua de su interior.
Cuando se aproximaba a Frances para ayudarla a ponérsela, esta,
completamente desnuda y ruborizada, a pesar de que en la habitación solo
estaban sus amigas, protestó.
―Debo poner primero las medias.
―No hay medias ―replicó Jenna, mientras, ayudada por Celia, le colocaban
la enagua.
―¿Madame se ha olvidado de ellas? ―inquirió cada vez más estupefacta―.
No importa, tengo algunas sin estrenar ―ofreció mientras señalaba los cajones
de la cómoda.
Lilith se plantó delante de ella con los brazos en jarras.
―Tu ilusión era un vestido de madame Durand, ¿no? ―Frances asintió
recelosa―. Pues bien, permítenos que te vistamos, sabemos lo que hacemos,
no en vano todas, bueno... casi todas ―rectificó mirando a Shelby, que rodó los
ojos― hemos vestido una o varias creaciones suyas. Así que cállate y obedece.
Frances enarcó las cejas estupefacta, pero asintió. No era cuestión de
ponerse a discutir con sus amigas sobre los diseños de la modista faltando
apenas dos horas para su boda.
Tras la esponjosa enagua le colocaron unos suaves zapatos amarillos.
Mientras Lilith y Shelby desenvolvían con reverencia el vestido, Celia y Jenna
permanecían al lado de Frances, pendientes de su expresión.
―¡Dios bendito! ―exclamó cuando sus dos amigas descubrieron el vestido.
Una maravillosa creación en gasa y encaje de color amarillo, casi rozando el
naranja, apareció ante ella.
―Es precioso, ¿verdad? ―inquirió Lilith mientras contemplaba el vestido.
―¡¿Precioso?! ¡Es un verdadero sueño de vestido! ―exclamó Shelby.
Frances, aún conmocionada por la belleza de la creación de la modista,
farfulló.
―Falta el corsé.
Las tres casadas se miraron entre ellas sonriendo.
―Ese es uno de los milagros de madame, no hace falta, va incorporado al
vestido.
Frances abrió los ojos como platos.
―¡Pero estaré desnuda bajo él!
Shelby enarcó una ceja.
―No te creía tan mojigata ―gruñó.
―¡No soy una mojigata! ―replicó.
―Importa poco si lo eres o no, solo tú sabrás que no llevas corsé
―intervino Lilith.
―Y Darrell ―soltó Celia con una risilla.
Shelby soltó una carcajada.
―Pero él se enterará más tarde.
Frances no pudo evitar reírse, mientras se dejaba vestir por las muchachas.
Cuando le ajustaron el vestido, la giraron para que se viese en el espejo.
Frances jadeó. El escote en forma de corazón dejaba al descubierto la
mayor parte de su pecho, las mangas, en gasa salpicada con pequeños cristales
y abullonadas, salían de su hombro para fruncirse a la altura del codo y volver
a fruncirse en la muñeca. El escote delantero proseguía por la espalda dejando
ver más de la mitad de ella. Frances pensó que era un milagro que el vestido se
sostuviese.
El encaje se ceñía como un guante a su torso y pecho, y de la falda salían
capas superpuestas de gasa y encaje.
Emocionadas, contemplaban a Frances, bellísima, cuando unos suaves
golpes sonaron en la puerta. Shelby, curiosa, se acercó a abrir. El servicio no
solía llamar.
Robert estaba en el pasillo con un hermoso ramo de narcisos blancos y
amarillos. Shelby hizo una reverencia.
―Milord.
Dereham carraspeó.
―Sé que no es muy adecuado, pero ¿podría ver un instante a lady Frances?
Shelby giró la cabeza para mirar a Frances. Esta asintió.
―Esperaremos fuera ―indicó Celia. Tras hacer unas precipitadas
reverencias, las muchachas salieron dejando a Robert y a Frances.
Robert le tendió el ramo a su futura cuñada.
―Recién cogidas de los jardines ―comentó.
―Son preciosas, milord, pero ¿cómo sabía el color? Yo misma no lo sabía
hasta ahora ―inquirió extrañada.
Robert rio entre dientes.
―Lady Craddock me dio una pequeña pista. Y, por favor, ¿sería posible que
me llamase Robert? Al fin y al cabo, en unos minutos se convertirá en mi
hermana por matrimonio.
―Será un honor, Robert, y me complacería que me llamase Frances.
Robert asintió mientras metía la mano en el bolsillo interior de su chaqueta.
―Permíteme ofrecerte esto. ―Abrió el estuche que había sacado y le
mostró un precioso juego de collar y pequeños pendientes de diamantes―.
Forman parte de las joyas que pertenecieron a la difunta marquesa, la madre de
Darrell.
Frances lo miró con recelo.
―No te inquietes, ha sido Darrell mismo quien me pidió que te las
entregara ―aclaró.
―Es precioso ―murmuró Frances.
Robert sonrió.
―Debo irme, pero antes permíteme decirte que estás preciosa. Mi
hermano no podía haber elegido mejor.
―Gracias, Robert, pero creo que en este caso, soy yo la afortunada ―sonrió
Frances.
Robert extendió su mano para tomar la de Frances, al tiempo que besaba
suavemente su dorso.
―Mis mejores deseos, aunque no creo que haga falta. Sé que seréis muy
felices juntos.
Se giraba cuando Frances lo detuvo.
―¡Robert!
―¿Sí?
Frances avanzó para abrazarlo con cariño.
―Gracias por estar ahí para Darrell, aunque él no lo supiese.
Robert correspondió al abrazo emocionado. Carraspeó incómodo.
―Me hubiese gustado haber sabido hacerlo mejor.
r
Mientras tanto, en el salón donde se iba a celebrar la boda, Darrell,
nervioso y de pie al lado del vicario, con Kenneth a su lado como padrino, no
paraba de toquetear su pañuelo, revisar su chaqueta y cambiar de pie con
nerviosismo.
Callen y Gabriel, a los que se les unirían Robert y Justin cuando entregase a
la novia, estaban situados tras Kenneth y Darrell. El escocés bufó.
―¡Por el amor de Dios! ―El vicario le lanzó una admonitoria mirada―.
Disculpe, señor Foster. ¿Podrías estarte quieto de una maldita vez? ―siseó al
oído de Darrell―. Estás acabando con mis nervios.
―Están tardando mucho ―intentó justificarse.
―Acabas de mandar a Dereham arriba ―advirtió Gabriel―. No esperarás
que le lance el estuche desde la puerta.
Darrell miró suplicante a Justin, que observaba el intercambio con
indiferencia.
―De acuerdo ―concedió este―subiré a ver si están listas.
Justin se cruzó con Robert, que ya regresaba. Cuando llegó a la altura de
Darrell y se colocó tras él, este preguntó nervioso.
―¿Les falta mucho?
Su hermano sonrió para sí.
―Pues no sabría decirte, no entiendo mucho de ropajes femeninos, como
comprenderás.
Darrell masculló una maldición, mientras escuchaba las risitas de sus
amigos. Demonios, había asistido a sus bodas y había comprobado que incluso
estaban más nerviosos que él. Así que bien podían tragarse sus risitas.
La llegada de las damas avisó a Darrell de que la novia estaba a punto de
aparecer. Volvió a ajustarse nervioso el pañuelo del cuello, hasta que un
manotazo procedente de atrás detuvo sus toqueteos.
―¡Auch!
―Para de manosear el pañuelo de una maldita vez o acabarás con él
enroscado en la cintura ―siseó enervado Callen.
Darrell no contestó. Su mirada estaba fija en la puerta del salón por donde
Frances, del brazo de Justin, hacía su entrada.
¡¡Jesús!! Frances era muy hermosa, pero en ese momento resultaba una
verdadera aparición. El collar de diamantes no hacía sino resaltar la belleza del
vestido. Parecía flotar en medio de una nube de gasa. Kenneth, a su lado, se
inclinó hacia él para sisearle jocoso al oído:
―Cierra la boca, o acabarás con el traje perdido con tus babas.
Frances caminaba hacia él con la mirada prendida en sus preciosos ojos
castaños. Apenas escuchaba las palabras de su hermano.
―Me alegro de que, por fin, ese terco haya olvidado sus absurdas
objeciones ―murmuró―. Si alguien merece a mi preciosa hermana, ese es
Darrell.
Frances sonrió sin apartar la vista de Darrell, guapísimo con su traje
formal.
―Jus ―susurró emocionada―. Soy yo quien debe estar agradecida de que él
se haya fijado en mí. Darrell es todo lo que una mujer podría desear.
Justin asintió.
―Es mi amigo ―murmuró orgulloso, como si eso lo explicase todo.
Sin apartar los ojos el uno del otro, Darrell tomó la mano de Frances, que
Justin le había entregado.
―Maravillosa ―susurró con reverencia, ante el sonrojo de ella. El vicario
tuvo que carraspear varias veces para llamar la atención de los novios, ante las
sonrisas de los invitados.
Después de que el vicario recitase las consabidas preguntas a los novios, y
estos dieran su consentimiento, y antes de que los declarasen esposo y esposa,
Darrell inquirió con serenidad.
―¿Podría recitar mis propios votos, señor Foster?
Frances lo miró curiosa mientras el vicario asentía.
Darrell se giró hacia Frances y, mientras la tomaba de las manos, comenzó.
―Prometo amarte, cuidarte y protegerte en todas las circunstancias de
nuestra vida, en la felicidad y en la tristeza, tanto en la enfermedad como en la
salud, al igual que en la abundancia o en la escasez. Seré tu refugio, al igual que
tú eres el mío ―susurró con voz queda.
Frances, con un nudo en la garganta, repitió las palabras de Darrell. Había
recordado la sugerencia de añadir los votos a la ceremonia. Le temblaba la
mano cuando Darrell introdujo una fina alianza de oro junto a su anillo de
compromiso, al tiempo que sus rostros comenzaban a acercarse mientras el
vicario los declaraba marido y mujer.
Al pobre hombre ni siquiera le dio tiempo a sugerirle a Darrell que ya
podía besar a su esposa, puesto que el nuevo matrimonio había decidido
adelantarse al vicario. El hombre rodó los ojos al ver los brazos de Darrell
rodeando a su nueva esposa mientras que las manos de Frances se habían
alzado para acariciar su cabello.
Sus amigos esperaron pacientes hasta que, viendo que la cosa se alargaba,
Callen, como siempre, sacó su lengua a pasear.
―¿Os importaría dejar algo para esta noche? Además de que desearía
felicitar a la novia, tengo hambre.
―Y habló al que casi le tengo que echar un cubo de agua encima para
poder abrazar a mi hermana cuando se casaron ―masculló Gabriel socarrón.
―En ese momento no tenía hambre, bueno, en realidad sí, pero solo de
una cosa ―murmuró mientras miraba soñador a Jenna, que se ruborizó como
una virginal debutante.
―¡Por Dios, Cal! ¿No puedes mantener tu boca cerrada al menos durante
un par de minutos? ―intervino Kenneth―. Hay damas presentes
Callen hizo un gesto vago con la mano.
―Casadas ―señaló―, dudo mucho que se desmayen por un inocente
comentario.
―Ellas no, pero puede que yo sí ―replicó socarrona Shelby.
―Me sorprendería mucho que consiguiese desmayarse, incluso me
atrevería a decir que antes colapsaría yo ―masculló Gabriel, ganándose una
hosca mirada de Shelby.
Tras los abrazos y consiguientes felicitaciones, se dirigieron al comedor
para disfrutar del abundante desayuno nupcial.
Darrell, sentado entre Robert y Frances, miró a su hermano.
―Ahora no hay nada que te impida formar tu propia familia.
―Ya tengo una familia ―repuso Robert―. Mi decisión de no casarme fue
muy anterior a saber de mi dolencia, Darrell, no voy a desdecirme. Además,
soy mayor para ponerme a criar hijos, y por supuesto no tengo intención
alguna de buscar una dama en edad fértil que apenas haya dejado la guardería.
Robert palmeó la mano de Darrell.
―Soy feliz, he recuperado a mi hermano, y con él una nueva hermana y
unos amigos. Para haber estado solo la mayor parte de mi vida, todavía tengo
que acostumbrarme a tener a tanta gente a mi alrededor... aunque sea durante
períodos de tiempo.
Dereham carraspeó.
―Por cierto, me he permitido, espero que no te moleste, enviar a mi valet y
a la doncella de tu esposa con alguna ropa al pabellón que padre añadió en el
lado este. Supuse que desearíais privacidad, y al estar conectado al resto de la
casa, no tendréis que salir al exterior para desplazaros.
―Te lo agradezco, Robert.
―Además, en estos momentos están surtiéndoos de alimentos. Supuse que
no sería posible contar con vuestra presencia durante el desayuno de mañana
―añadió burlón.
Darrell rio entre dientes.
―Supongo que no. Mi orgullo masculino se vería muy resentido si mi
esposa desease compartir el desayuno con los demás.
Darrell estaba impaciente por abandonar el desayuno y arrastrar a su
esposa a la intimidad del pabellón ofrecido por su hermano. Aunque había
pasado varias noches con ella, y su cuerpo no tenía secretos para él, era su
noche de bodas y Frances era su esposa, sería tan especial como la primera
vez.
Frances, por su parte, no dejaba de lanzar miradas furtivas a su nuevo
marido. Aunque disfrutaba de la compañía de su hermano y sus amigos,
anhelaba estar a solas con él.
Cuando llegaron los postres y el champán que Robert había ordenado que
se sirviese, Darrell esperó impaciente que se hiciesen un par de brindis. Tras el
último, se bebió de un trago su copa, tomó a su sorprendida y encantada
esposa de la mano y la arrastró hacia la puerta.
Sin detenerse, soltó por encima de su hombro.
―Si nos disculpáis.
Ambos salieron tomados de la mano, ante las risas de los caballeros y las
sonrisas de las damas.
―¿A dónde vamos? ―inquirió Frances al ver que Darrell la dirigía hacia un
lateral de la casa.
―Robert nos ha preparado un lugar donde podremos estar tranquilos.
―Mientras decía esto, abrió una puerta que conducía a un corredor, que a su
vez llevaba a otra puerta. La abrió, hizo entrar a Frances y pasó la llave.
Frances observó curiosa la habitación. Contaba con un sofá y dos sillones
dispuestos frente a la chimenea que se hallaba encendida. En un lateral había
una mesa con varias sillas en la que había varias bandejas tapadas, y al frente,
otra puerta. No había acabado de curiosear cuando Darrell volvió a tirar de
ella hacia la puerta que estaba frente a ellos. Un dormitorio, con una gran
cama, un pequeño armario, una zona de aseo disimulada con un biombo y un
tocador con espejo era el mobiliario de la estancia.
Darrell la atrajo hacia él para saquear sus labios en un ardiente beso.
Frances, mientras acunaba con sus pequeñas manos el rostro de su marido,
correspondió a la invasión de su lengua con la suya. Juguetearon,
mordisquearon, lamieron, hasta que las manos de Darrell comenzaron a
trajinar en los cierres de su vestido. Rompió el beso mascullando una
maldición.
―¡Maldita, sea! ¿Estos botones quién los ha cosido? ¿Satanás en persona?
Desde luego, los pequeños botones disimulados que solían cerrar los
vestidos diseñados por la talentosa modista de ninguna manera estaban
pensados para las nerviosas manos de los novios.
Cuando logró soltar algunos de lo que le pareció que eran miles, Darrell
jadeó. Echó la cabeza por encima del hombro de Frances para mirarla con
asombro.
―¡Por todos los demonios! ¿Estás desnuda? ―inquirió aturdido y
fascinado.
Frances soltó una risilla.
―Una de las maravillas de los diseños de madame.
Los dedos de Darrell milagrosamente perdieron su torpeza, y en segundos
el vestido formaba una nube de gasa a los pies de Frances. Darrell giró a su
mujer.
―¡Dios Santo! ―exclamó mientras observaba a su esposa completamente
desnuda salvo la enagua.
Frances, completamente ruborizada, repuso.
―Cariño, ya me has visto incluso con menos ropa.
―Pero no eras mi esposa ―masculló Darrell mientras sus manos se
dedicaban a buscar los cierres de la enagua. Cuando la enagua siguió el mismo
camino del vestido, Darrell exclamó.
―¡Completamente desnuda! ¡Santo Dios, me vas a volver loco!
La observó con la respiración contenida, como si fuese la primera vez que
viese su cuerpo. Frances, ruborizada a pesar de no ser la primera vez que él la
veía desnuda, murmuró mientras acariciaba su chaqueta.
―¿Puedo...? ―Comenzó a desatarle el pañuelo del cuello.
Darrell contestó con voz ronca.
―Puedes hacer lo que desees, pequeña, soy completamente tuyo. ―Bajó los
brazos a sus costados dejándola hacer. Frances soltó el pañuelo y, tras tirarlo a
un lado, empujó su chaqueta hasta dejarlo solo con la camisa y el chaleco. El
chaleco siguió el mismo camino y ella se empleó con los botones de la camisa.
Farfullando una maldición, consiguió soltar apenas tres de ellos, hasta que
Darrell, impaciente, sacó los faldones del interior de su pantalón y se quitó la
camisa por la cabeza.
Frances sonrió mientras acariciaba el musculoso pecho de su marido. Su
dedo rozó uno de sus pezones haciendo que Darrell soltase un gemido.
Frances alzó su mirada hacia el rostro de su marido, que la contemplaba con
todo el amor del mundo en sus ojos. Sonriendo con picardía, bajó su mano
lentamente, hasta la cinturilla de su pantalón. Conforme soltaba los botones,
sus dedos rozaban el erecto miembro de Darrell, que cerró los ojos
disfrutando de su toque.
Habían hecho el amor innumerables veces, pero había ciertas cosas que,
bien porque Darrell todavía no se había atrevido a proponer, bien por timidez
por parte de ella, Frances todavía no había experimentado. Se dijo que era el
momento, no había temor alguno de que pudieran sorprenderlos, eran esposo
y esposa, y audazmente tomó el miembro de Darrell.
Él, simplemente, se bajó de un tirón los pantalones para darle mejor
acceso, permitiendo que ella experimentara. Frances acarició la virilidad de su
marido, hasta que recordó algo que él le había hecho y que tal vez pudiese
imitar ella. Si a ella le había proporcionado un placer inmenso, supuso que lo
mismo ocurriría con Darrell.
Sin dejar de acariciarlo, mientras su otra mano vagaba por el torso, el plano
estómago y la estrecha cadera, comenzó a agacharse hasta ponerse de rodillas.
Darrell, con los ojos cerrados y sumido en las sensaciones de la pequeña mano
de Frances, tardó en reaccionar, hasta que la humedad de la lengua femenina
en su vara le hizo dar un respingo.
¡Santo Dios! ¿Iba a hacer lo que creía que iba a hacer?
Frances alzó su mirada al notar el jadeo de él. Darrell posó una mano en su
cabello.
―Sigue tu instinto, amor, haz lo que desees.
Frances comenzó a lamer el hinchado miembro, mientras su mano
continuaba presionando la base. Acarició las hinchadas bolsas mientras
introducía la punta en su boca. Animada por los gemidos de Darrell, comenzó
a imitar los movimientos que recordaba que Darrell había realizado con ella.
Chupó, lamió y cuando sorbió, Darrell se estremeció. Si seguía así se
derramaría en su boca.
Presionó su cabello con la mano.
―Es... cariño, debes parar... ―balbuceó. Al mismo tiempo rogaba que, por
favor, no parase.
Ella debió notar algo porque arreció sus movimientos hasta que Darrell
sintió que sus bolsas se tensaban.
―Frances... amor...
Ella lo ignoró, mientras Darrell, perdida toda contención, se dejó llevar.
Con un estremecimiento, su semilla brotó en el interior de la boca de Frances,
sin embargo, ella no se detuvo, continuó moviéndose mientras tragaba el
cálido líquido, hasta que los temblores de Darrell comenzaron a remitir.
Con las rodillas temblorosas, Darrell alzó a Frances para besarla
apasionadamente. Saboreó su propio sabor de los labios de ella con fruición.
Dios, había sido la liberación más espectacular de toda su vida.
La tomó en brazos y, tras depositarla en la cama, se quitó los zapatos y el
resto de la ropa de un tirón. Se tumbó a su lado mientras la acariciaba con
ternura.
Frances lo miró con inquietud.
―¿Lo... lo he hecho bien? Solo pretendía darte el mismo placer que tú me
das.
Darrell acarició el pecho de su esposa.
―Cielo, si llegas a hacerlo mejor, ahora mismo estaría derrumbado en el
suelo desfallecido ―repuso con ternura.
La radiante sonrisa de Frances le calentó el corazón. Pellizcó con dos
dedos el hinchado brote de su pecho, mientras la otra mano bajaba hacia el
centro de su feminidad. Frances abrió las piernas dándole acceso, y al tiempo
que Darrell internaba dos dedos en su mojada cavidad y su pulgar comenzaba
a rozar el rosado e hinchado brote, su cabeza bajó hasta lamer primero, y luego
devorar como un hambriento, uno de sus pechos. Frances se arqueó gimiendo.
Su cuerpo comenzó a tensarse, mientras los dedos y la boca de Darrell
continuaban proporcionándole un placer exquisito.
La boca de Darrell abandonó el pecho para dirigirse hacia el otro, al tiempo
que su pulgar friccionaba con más rapidez. Sabía que Frances estaba a punto
de liberarse. Y ella no tardó en convulsionar.
―¡¡Darrell!! ―Gimoteó envuelta en una nube de estrellas.
Él abandonó su pecho para ascender hasta sus labios y beberse sus
gemidos. La besó desesperado, hasta que sus estremecimientos comenzaron a
remitir. Alzó las manos y acunó su rostro.
―Te amo, mi vida, no sabes cuánto ―susurró.
―Y yo a ti.
Darrell se tumbó a su lado y la arrastró con él. De un movimiento, alzó su
cuerpo para montarla a horcajadas sobre el suyo.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
―¿Acaso pensabas que había acabado contigo? ―inquirió con picardía―.
Apenas acabamos de empezar, mi amor.
Frances se mantuvo quieta sobre el miembro de Darrell, que comenzaba a
cobrar vida. Él, tomándola por la cintura, la alzó unos centímetros.
―Tómame, cariño e introdúceme en tu interior.
Frances hizo lo que le pedía, mientras él la bajaba con suavidad. Ella gimió
al notarse plenamente llena, llena de Darrell. Lo miró inquisitiva mientras él,
con una pícara sonrisa, comenzaba a alzarla y bajarla sobre su eje. Frances
pronto entendió lo que debía hacer. Apoyó sus manos en el pecho masculino y
comenzó a subir y bajar siguiendo su propio ritmo, mientras Darrell acariciaba
sus muslos y sus caderas.
Con un gemido, ella se arqueó hacia atrás y, al cambiar el ángulo y notar
aún más placer, lo montó con más rapidez. Darrell sentía que su liberación
estaba próxima, pero por Dios que esperaría por ella.
Nunca, ninguna mujer lo había llevado al límite con tanta facilidad como lo
hacía Frances. Recordó que, a veces, cuando la dejaba dormida en su cuarto,
solo con darle una suave caricia en cualquier parte de su cuerpo sentía que se
derramaría, sin más, simplemente mientras sus dedos rozaban su suave piel.
Frances se estremeció mientras gimoteaba y Darrell la siguió al instante
cuando el húmedo canal aprisionó su miembro con contracciones que le
proporcionaron un placer inmenso.
Ella se derrumbó sudorosa sobre el pecho masculino mientras su marido la
acariciaba con ternura.
―Jamás he sentido con nadie lo que siento junto a ti ―susurró con el
rostro enterrado en su cabello.
Frances acarició el húmedo pecho de su esposo.
―Cuando creí que nunca te ofrecerías, decidí que no me casaría con nadie.
Me pareció mezquino dar esperanzas a alguien cuando mi corazón estaba tan
lleno de ti que no había sitio para nadie más. Te amo, Darrell, con toda mi
alma.
Él la estrechó contra su cuerpo. No hacía falta responder, sus cuerpos y sus
corazones lo habían dicho todo.
De repente ella se incorporó, todavía unida al cuerpo masculino.
Arqueándose, se llevó las manos al cabello, lo que provocó que el miembro
de Darrell se removiera con alegría.
Al notarlo, ella se estremeció.
―Mmm... ―gimió.
Darrell se removió bajo ella.
―¡Jesús! Me temo que mi cuerpo nunca se saciará del tuyo.
Ella se inclinó para besarlo en los labios.
―Eso espero ―murmuró.
Comenzó a quitarse las horquillas que no se habían soltado de su pelo
ayudada por Darrell, y cuando finalizó, mientras él introducía sus manos en la
suave mata, acariciándolos con reverencia, ella sacudió su cabello.
Darrell gimió al tiempo que la tumbaba bajo él.
―Creo que tendremos que pasar varios días aquí, al menos hasta que
puedas volver a caminar ―susurró sobre su cuello, al tiempo que Frances reía
feliz.
A la mañana siguiente, Frances despertó exultante de felicidad. Habían
dormido muy poco. Por supuesto, ya habían estado juntos antes, pero esta vez
había sido diferente. Con la tranquilidad de no temer verse sorprendidos,
Darrell había dejado a un lado toda contención, si es que en algún momento,
durante sus anteriores noches juntos, la había tenido. Se ruborizó recordando
todas las maneras en que la había complacido y cómo le había mostrado las
formas de complacerle a él.
Giró el rostro hacia el de su marido para verlo apoyado sobre un codo,
contemplándola con ternura.
Darrell besó con suavidad los labios de su mujer.
―Buenos días.
―Mmm... ―Fue todo lo que pudo contestar mientras alzaba una mano
para acariciar su cuello.
Él rio entre dientes, mientras metía su mano entre ellos para mostrarle un
estuche.
Frances frunció el ceño.
―Tu regalo de la mañana de bodas.
Ella soltó una risilla.
―Darrell, me temo que mi mañana de boda fue hace algunas semanas.
―Para mí no ―repuso él con voz ronca―. Hoy eres mi esposa, y aunque
hayamos... Bueno, siento como si fuese la primera vez. Te amo, Frances.
Ella abrió el estuche mostrando el espectacular aderezo de collar y
pendientes de esmeraldas. Abrió los ojos como platos.
―Es espectacular.
―Tu sortija de compromiso forma parte de este juego ―aclaró él, mientras
la observaba con un brillo enamorado en sus ojos.
―¿Perteneció a tu madre? ―inquirió Frances, aunque ya conocía la
respuesta.
Darrell asintió mientras tomaba el collar y colocaba el estuche con los
pendientes en la mesita.
―Inclínate ―ofreció mientras le colocaba el aderezo en el cuello.
Ella tocó las gemas con reverencia.
―Preciosa ―murmuró él con voz queda.
Frances sonrió radiante mientras se inclinaba.
―No creo que sea muy adecuado utilizarlo en la cama.
Darrell la tumbó suavemente.
―Es de lo más adecuado ―susurró―. Tengo curiosidad por comprobar
una cosa.
Ella frunció el ceño.
Él acercó su boca a los sensuales labios femeninos, mientras murmuraba.
―Si el brillo de tus ojos cuando me ofrezcas tu liberación igualará o
superará el brillo de las piedras. ―Sonrió lobuno―. Mi apuesta personal es que
lo superará.
Y se dispuso a comprobarlo.
k Epílogo l

Tardaron tres días en reunirse con los demás. La mañana que decidieron
reunirse con ellos durante el desayuno fueron recibidos con sonrisitas y
carraspeos.
Mientras Darrell rodaba los ojos, Frances sonreía a sus amigas.
Tras ayudar a Frances a sentarse, Darrell tomó asiento frente a ella.
―Estás radiante ―comentó Lilith, sentada a su lado.
Frances bajó la mirada ruborizada, mientras Lilith reía entre dientes.
Los caballeros dirigieron miradas jocosas a Darrell. Este, hastiado, espetó:
―¡Por el amor de Dios, sois como niños!
―Bueno, te has burlado tanto de nosotros, que nos merecemos una
compensación, ¿no crees? ―repuso Kenneth.
―Eso sin contar la de veces que nos has incordiado ―asintió Justin,
recordando sus problemas con Lilith y los celos que había sentido
erróneamente de Darrell.
Darrell atacó su plato.
―Os bastabais solitos para complicaros la vida ―murmuró.
―Y lo dice al que le costó dos años de estupideces admitir sus sentimientos
―replicó burlón Gabriel.
―Ya los había admitido ―replicó Darrell mirando a su amigo con los ojos
entrecerrados.
―Pero no te atreviste a confesárselos, lo que viene a ser lo mismo
―masculló Callen tras tragar un trozo de salchicha, y haciendo un gesto hacia
Frances.
Robert intervino.
―He mandado notas a los periódicos notificando vuestro enlace.
Darrell asintió.
―Y me temo que deberías pensar en regresar a Londres.
Darrell lo miró con un destello de alarma.
―¿Nos echas?
Robert rio.
―No, por Dios. Pero yo estoy bien, tu esposa y tú debéis hacer acto de
presencia entre la alta, y debes reincorporarte a tu puesto.
―Bueno, sobre eso... ―A Darrell le encantaba su trabajo, pero debía pensar
en que ahora tenía una esposa. No soportaría dejar a Frances preocupada
mientras él...
Frances, al escucharlo, lo miró arqueando una ceja. Suponía lo que estaba
pensando y ni loca le permitiría dejar su trabajo.
―He pensado... ―Carraspeó incómodo ante la mirada cada vez más hosca
de su esposa.
―No vas a dejar tu trabajo ―espetó Frances mientras untaba mantequilla
en su tostada.
―Frances... mi trabajo tiene riesgos...
―Eras runner cuando llegué a Londres, y trabajabas en la calle ―replicó
ella―. Ahora eres superintendente y tu trabajo está en el despacho, no es como
si tuvieras que salir personalmente a detener a un ladrón de retículos. Así que
olvídate de dejar tu puesto.
Los demás observaban en silencio pasando sus miradas de uno a otro
contendiente.
―No tengo intención alguna de permitir que te quedes preocupada cada
vez que vaya a Scotland Yard. Tal vez no trabaje en la calle, pero alguna vez
puede suceder... ―replicó.
―Cuando suceda, si sucede, pondrás todo tu empeño en regresar a mí sano
y salvo ―repuso con arrogancia.
―Frances, nadie puede asegurar...
Callen susurró al oído de Gabriel.
―Apuesto por Frances.
Gabriel rio entre dientes.
―Nadie va a apostar contigo ―dijo jocoso―, me temo que todos
apostamos por ella.
―Me da exactamente igual lo que nadie dé por seguro o no ―replicó ella―.
Confío en ti. Eres bueno en tu trabajo, quizá el mejor, así que te recomiendo
que en cuanto lleguemos a Londres visites al comisionado y recuperes tu
puesto, o te juro que te llevaré a rastras de la oreja.
Darrell miró a su hermano y a sus amigos en busca de apoyo, sin embargo,
estos se limitaron a centrarse en sus platos, unos, y a encogerse de hombros,
otros. Mortificado miró a Justin, quizá su cuñado...
―Oh, no, a mí no me mires ―repuso el muy ladino―. Ahora es tu esposa,
tu problema. Aunque... mi recomendación, basada en mi propia experiencia,
―Miró jocoso a Lilith, que enarcó una ceja―, es que le hagas caso a tu mujer...
si deseas una vida conyugal armoniosa.
Darrell bufó. «Malditos traidores», pensó irritado mientras miraba
suplicante a Robert.
―He llevado los asuntos del marquesado solo, sin problemas ―comentó―,
y gracias a los médicos escoceses, espero llevarlos durante mucho tiempo más.
Si no te gustase tu trabajo, sería otra cuestión, pero tu trabajo te llena, te
encanta, así que hazle caso a tu esposa y haz lo que mejor sabes hacer.
Darrell observó mohíno la radiante sonrisa que Frances le dirigió a su
cuñado.
―Lo pensaré ―ofreció.
Las risillas de todos los demás le demostraron que la decisión había sido
tomada, y no precisamente por él.
Al cabo de unos instantes, un lacayo susurró algo al oído de Daft. Este se
dirigió hacia su señor.
―Milord, acaba de llegar un mensajero de Londres. Solicita entregar una
misiva a lord Willesden.
Gabriel frunció el ceño mientras intercambiaba una recelosa mirada con su
hermana.
―Hazlo pasar, Daft.
El lacayo con los colores de Brentwood entró y se dirigió directamente a
Gabriel. Le tendió un sobre.
―Milord.
―¿Se espera respuesta? ―inquirió Gabriel mientras rasgaba el lacre.
―No, milord.
Robert intervino.
―Que le procuren algo de comer, y mientras descansa un poco, que se
ocupen de su caballo.
El lacayo se inclinó ante Robert.
―Gracias, milord.
Jenna observaba el ceño fruncido de Gabriel mientras leía la carta,
alarmándose cuando vio que palidecía.
Gabriel alzó la mirada para clavarla en su hermana.
―Debemos volver a Londres de inmediato.
Callen tomó la mano de su esposa, apretándola con cariño.
―Brentwood ha tenido un ataque y temen por su vida. Nos reclama.
Jenna se tensó. Callen, al notarlo, le susurró:
―Debes ir, amor. No te lo perdonarías si sucede lo peor y no te has
despedido de él. Haya hecho lo que haya hecho en el pasado.
Jenna asintió a su hermano.
―Partiremos en un par de horas ―advirtió Gabriel.
―Y nosotros os acompañaremos ―ofreció Justin―. Volvemos todos a
Londres.

Fin.
Nota de la autora
Uno de los descubrimientos más importantes de la medicina fue que la
aplicación del éter etílico (éter) proporcionaba los requisitos clásicos de la
anestesia: analgesia, amnesia y relajación muscular de manera reversible y
segura.
A finales del siglo XVIII, Sir Humprey Davy, profesor de química en la
Royal Institution de Londres, observó el efecto sobre el dolor de un gas, el
óxido nitroso, conocido popularmente como «gas hilarante». Sobre sus efectos
anestésicos, afirmó que era capaz de suprimir el dolor y que probablemente
podría usarse con ventaja en las operaciones quirúrgicas.
En 1815, Faraday advierte que el éter tiene efectos muy similares a los que
se producen tras inhalar óxido nitroso.
En 1824, el inglés Hicman publica el resultado de sus anestesias
experimentales en animales y sostiene que este procedimiento puede ser útil en
cirugía, pero sus investigaciones pasan desapercibidas. El gas hilarante era
demasiada diversión para ser considerado en serio.
En Estados Unidos el éter se convirtió en espectáculo de circo, se
hacían Juegos con éter, famosas fiestas donde los asistentes se emborrachaban
colectivamente, trabados y risueños, a muy bajo precio, inhalando el hilarante
éter.
En 1842, un médico norteamericano, Crawford Williamson Long, se dio
cuenta de que sus amigos eran insensibles al dolor después de inhalar éter.
Pensó en su potencial aplicado a la cirugía, y un tiempo después extirpó dos
tumores del cuello a un enfermo con total éxito. Continuó efectuando
operaciones administrando éter, pero no hizo público su hallazgo hasta 1849.
El 16 de octubre de 1846, el cirujano John C. Warren extirpó con éxito un
tumor congénito en el cuello a un paciente, el joven Gilbert Abbot, que no
había sentido dolor alguno tras inhalar vapor de éter, suministrado por el
dentista William T.G. Morton.
En el Hospital St George, el 6 de diciembre de 1735, se realizó la
primera apendicectomía exitosa registrada. El paciente era un niño de once
años llamado Hanvil Anderson, que tenía una hernia inguinal combinada con
una inflamación aguda del apéndice. Esta situación, en la que el apéndice
queda incluido en el saco herniario, se conoce como hernia de Amyand.
Amyand describió la operación él mismo en un artículo para la Royal
Society.
El trabajo de Amyand pronto se hundió en la oscuridad, y varios
candidatos competían por el galardón de haber realizado la primera
apendicectomía en la década de 1880, sin saber que Amyand los precedió en
150 años.
r
Me he tomado la licencia de utilizar los descubrimientos de los doctores
ingleses sobre el éter, así como la primera operación de apendicitis, la realizada
por Amyand en 1735, para tratar la supuesta enfermedad mortal de Robert.
Utilicé para ello médicos escoceses. La medicina en Escocia y sus
profesionales tuvieron fama, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, de ser los
mejores profesionales de Europa, con técnicas muy avanzadas para su tiempo,
además de grandes investigadores en su campo. Estos dos médicos tomaron
en cuenta el artículo escrito por Amyand.
Para su diagnóstico, utilizaron la exploración física mediante palpación
abdominal, así como la descripción de los síntomas padecidos por Robert: un
dolor repentino localizado en la mitad inferior derecha de la región umbilical,
añadiéndose náuseas, vómitos y dolor constante.

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