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PESO?
[Manual de Bibliografía básica: Carlson, N.R. y Birkett, M.A. (2018) Fisiología de la
conducta. Pearson Educación. Capítulo 12: Conducta de ingesta]
Sumario
Obesidad
Posibles causas
Tratamiento
Trastornos de la alimentación
Posibles causas
Tratamiento
Objetivos de Aprendizaje
OA 12.20 Exponer las contribuciones del entorno, la actividad física y la genética en el desarrollo
de la obesidad.
OA 12.21 Evaluar la función del refuerzo, el estrés, la cirugía, la farmacología y las intervenciones
conductuales en el tratamiento de la obesidad.
OA 12.22 Exponer la función de los cambios cerebrales, la inanición, el exceso de ejercicio y los
factores genéticos en los trastornos de la alimentación
OA 12.23 Enumerar las estrategias utilizadas en las intervenciones para los trastornos de la
alimentación.
Obesidad
La obesidad es un problema muy extendido que puede tener graves consecuencias en los países
desarrollados y en desarrollo. Por ejemplo, en un período de 10 años, la incidencia de la obesidad
en los niños de las ciudades de China se ha multiplicado por ocho (Ogden y cols., 2003; Zorrilla
y cols., 2006). Los riesgos para la salud de la obesidad más conocidos incluyen enfermedades
cardiovasculares, diabetes, accidentes cerebrovasculares, artritis y algunos tipos de cáncer. Hace
tiempos recientes, la diabetes tipo 2 casi nunca se producía en personas menores de 40 años. Sin
embargo, hoy en día, debido a la creciente incidencia de la obesidad en niños, la enfermedad se
da incluso en niños. Una forma de evaluar el peso corporal y los riesgos para la salud asociados
con estar por encima o por debajo del peso normal consiste en calcular el índice de masa corporal
(IMC). La fórmula para este cálculo es la siguiente: peso (kg)/[estatura (m)]2. Los valores
obtenidos se distribuyen en cuatro categorías básicas, ilustradas en la Tabla 12.2.
El caso siguiente de A. J. presenta una estrategia para perder peso en caso de obesidad.
A. J. era una chica de 17 años con un valor de IMC de 53. Estaba inscrita en un programa
intensivo para perder peso desde hacía varios años; recibió información nutricional, hizo
ejercicio físico regular y contó con el apoyo de un asesor. Sin embargo, esta intervención resultó
ineficaz. Como alternativa, A: J. optó por someterse a una cirugía gástrica para reducir su peso
y mejorar su salud. La intervención fue una gastrectomía en manguito. Este procedimiento
elimina la mayor parte del fondo de saco del estómago, dejando un «manguito» mucho menor
que el estómago original. Seis meses después de la intervención, había perdido unos 36,5 kg. Al
cabo de doce meses más perdió otros 3,7 kg y, a los 24 meses, otros 11,4 kg. En conjunto, su IMC
se redujo a 35, a lo que se unió una reducción espectacular del volumen del tejido adiposo
visceral y subcutáneo (véase la Figura 12.23; Blüher y cols., 2013). Esta pérdida de peso tuvo
importantes implicaciones para la paciente. Después de la cirugía, las medidas antes elevadas
de enzimas hepáticas (indicio de un mal funcionamiento del hígado) y la resistencia a la insulina
(predictor de desarrollo de diabetes tipo II) recuperaron los valores normales.
El caso clínico de A. J. pone de relieve los desafíos actuales a los que nos enfrentamos para vencer
la obesidad. Su tratamiento eficaz es difícil, a pesar de que se dispone de muchas intervenciones
diferentes. En algunas personas funciona una regulación estricta de la dieta y un programa
riguroso de ejercicios, pero a menudo no sucede así. En otros pacientes, el tratamiento de cirugía
gástrica (por ejemplo, la gastrectomía en manguito de A. J. o la derivación gástrica de Roux en
Y, que se abordará más adelante en el capítulo) es eficaz, aun cuando no está garantizado que
funcione.
Figura 12.23 Reducción en el tejido adiposo 24 meses después de la cirugía gástrica
Esta sección transversal de la cintura de A. J. muestra la reducción en el tejido adiposo rodeado
por los órganos (en rojo) y el tejido adiposo subcutáneo (azul) antes de la cirugía gástrica (Pre-
OP) y durante el seguimiento realizado a 6, 12 y 24 meses.
(Basado en Blüher, S., Raschpichler, M., Hirsch, W., and Till, H., A case report and review of the literature of laparoscopic sleeve
gastrectomy in morbidly obese adolescents: Beyond metabolic surgery and visceral fat reduction, Metabolism, 2013, 62[6], 761-767.)
Los retos que presenta la obesidad son complejos, y analizaremos más en detalle los factores que
la producen y también los que podrían ser eficaces para combatirla. Las intervenciones de cirugía
gástrica, por ejemplo, no solo modifican la cantidad de alimento que se consume, sino que inciden
en las señales de hambre y saciedad en el hipotálamo. Los pacientes de un estudio indicaron que
tenían menos hambre y redujeron su propensión a comer con voracidad después de una
gastrectomía en manguito (Rieber y cols., 2013) y tuvieron niveles reducidos de grelina y leptina
(Yousseif y cols., 2014).
Posibles causas
OA 12.20 Exponer las contribuciones del entorno, la actividad física y la genética en el
desarrollo de la obesidad.
¿Qué causa la obesidad? Las diferencias genéticas —y sus efectos en el desarrollo del sistema
endocrino y los mecanismos cerebrales que controlan la ingesta de alimentos y el metabolismo—
parecen ser la causa de la obesidad extrema en la inmensa mayoría de las personas con este
problema. Según acabamos de ver, el problema de la obesidad ha ido aumentando en los últimos
años. Cambios rápidos en el conjunto de genes no pueden explicar en buena parte este aumento;
en lugar de ello, hemos de considerar como un factor importante las causas ambientales que han
inducido cambios en la conducta de las personas.
FACTORES AMBIENTALES El peso corporal es el resultado de la diferencia entre dos
factores: las calorías que se consumen y la energía que se gasta. Si se consumen más calorías de
las que se gastan en forma de calor y energía, se gana peso. Si se gasta más de lo que se consume,
se pierde peso. En las sociedades industrializadas modernas, se dispone de comida barata,
accesible, sabrosa y rica en grasas, todo lo cual promueve un aumento de la ingesta. Los
restaurantes de comida rápida están a mano, se puede aparcar (o incluso no es necesario en
restaurantes en los que se puede comer en el coche) y el tamaño de las raciones que sirven ha
aumentado en los últimos años. Últimamente, la gente ha empezado a comer fuera de casa con
más frecuencia, y la mayoría de las veces lo hace en restaurantes económicos de comida rápida.
Claro está que estos restaurantes no son el único factor ambiental responsable del aumento
de incidencia de la obesidad. Se pueden conseguir tentempiés en cómodas tiendas y máquinas
expendedoras, y en las cafeterías se preparan comidas ricas en calorías, con alto contenido en
grasa, y bebidas edulcoradas disponibles, a menudo sin limitaciones, en las cantidades que se
desee.
Como señalan Bray y cols. (2004), la ingesta de siropes de alto contenido en fructosa, que
se encuentran en muchos productos precocinados, incluyendo bebidas no alcohólicas, zumos de
frutas, yogures aromatizados y productos de pastelería, puede contribuir a la obesidad. La
fructosa, a diferencia de la glucosa, no estimula la secreción de la insulina ni aumenta la
producción de leptina, por lo que es menos probable que este tipo de azúcar active los mecanismos
cerebrales de saciedad (Teff y cols., 2004).
La transición a la vida universitaria se acompaña a menudo de cambios en las pautas de
la alimentación y la actividad física. Muchos estudiantes ganan peso durante su primer año fuera
de casa. Este fenómeno fue confirmado en parte en una muestra de alumnos universitarios
canadienses. El 70 % de los participantes en el estudio engordaron durante sus cuatro años de
universidad, con aumentos de peso de 5,3 ± 4,7 kg. Aunque esta ganancia era compatible con el
crecimiento esperado para hombres y mujeres de 18 a 20 años, es importante observar que el IMC
y el porcentaje de grasa corporal también aumentaron en este grupo. Además, el porcentaje de
personas obesas en la muestra aumentó del 18 % al inicio del estudio de cuatro años al 31 % al
término del mismo (Gropper y cols., 212). Un estudio similar en una muestra de estudiantes
universitarios estadounidenses puso de relieve que las mujeres engordaban 1,8 ± 2,9 kg, mientras
que los hombres ganaban 1,6 ± 3,9 kg de peso. En ambos grupos se produjo un aumento
importante del IMC. El significativo aumento de peso en este estudio se produjo en los cuatro
primeros meses de universidad (Holm-Denoma y cols., 2008).
En un estudio longitudinal de estudiantes universitarios durante siete semestres, Small y
cols. (2012) concluyeron que los estudiantes reducían la ingesta de fruta y verdura y el número
de días en que tomaban parte en actividades físicas intensas desde el primer al cuarto año de
universidad. Los que vivían fuera del campus tenían menos probabilidad de comer fruta y verdura
y de hacer ejercicio. Por el contrario, los estudiantes consumían con el tiempo cada vez menos
bebidas azucaradas.
FACTORES DE LA ACTIVIDAD FÍSICA Otra tendencia contemporánea que contribuye a la
epidemia de obesidad implica cambios en el gasto de energía de las personas. La proporción de
personas empleadas en trabajos que requieren un alto nivel de actividad física ha disminuido
considerablemente, lo que significa que, por término medio, necesitamos menos alimento que el
que precisaban nuestros antepasados. Nuestros ancestros cazadores y recolectores probablemente
consumían unas 3.000 kcal diarias y gastaban 1.000 kcal en sus actividades cotidianas. Las
personas con ocupaciones sedentarias en las sociedades industrializadas actuales consumen un
poco menos que sus antepasados —unas 2.400 kcal—, pero queman tan solo unas 300 kcal con
actividad física (Booth y Neufer, 2005).
Básicamente, se consume energía de dos formas: mediante ejercicio físico y mediante
producción de calor. No toda actividad física se puede considerar ejercicio. En un estudio llevado
a cabo por Levine y cols. (1998), se alimentó durante 8 semanas a personas no obesas con una
dieta que contenía 1.000 calorías más de las que necesitaban para mantener el peso.
Aproximadamente el 39 % de las calorías se transformaron en tejido graso y cerca de un 26 % en
tejido magro, aumento del índice metabólico en reposo y energía requerida para digerir el
alimento sobrante. El resto, aproximadamente un 33 %, se destinó a un aumento de la actividad
involuntaria: tono muscular, cambios posturales y movimientos de agitación nerviosa. Levine y
sus colaboradores denominaron este fenómeno «termogénesis de actividad sin ejercicio», o
TASE. Así, la cantidad de tejido graso que adquirió una persona se relacionaba inversamente con
su nivel de TASE. Levine y cols. (2005) estimaron el nivel de TASE de un grupo de personas,
que incluía a individuos tanto delgados como moderadamente obesos, con un estilo de vida
sedentario. Encontraron que las personas con sobrepeso permanecían sentadas 2,5 horas diarias
más que las personas delgadas.
Recientemente, algunos investigadores han señalado que sería posible rediseñar los
puestos y ambientes de trabajo para aumentar el TASE facilitando que los trabajadores estuvieran
de pie o caminando sobre una cinta de correr, y no sentados a la mesa. En un ensayo de un año
en una oficina que sustituyó sus mobiliarios tradicionales de mesas y sillas por mesas con cintas
de correr reveló que los empleados aumentaban el TASE, perdían peso y reducían su perímetro
de cintura (Keopp y cols., 2013) (véase la Figura 12.24).
Tratamiento
OA 12.21 Evaluar la función del refuerzo, el estrés, la cirugía, la farmacología y las
intervenciones conductuales en el tratamiento de la obesidad.
La obesidad es extremadamente difícil de tratar; el enorme éxito económico de los libros de dietas,
las clínicas de adelgazamiento y los programas de reducción de peso demuestran los problemas
que tienen las personas para perder peso. Para ser más precisos, muchos programas les ayudan a
perder peso inicialmente, pero luego se recupera rápidamente. Kramer y cols. (1989) informaron
de que 4 o 5 años después de participar en un programa de modificación de conducta para perder
peso que duró 15 semanas, menos del 3 % de los participantes lograron mantener la pérdida de
peso conseguida durante el programa. Algunos expertos han sugerido que, dado que el índice de
éxito a largo plazo es extremadamente bajo, quizá se debería dejar de tratar la obesidad hasta que
las terapias que se ofrecen sean más satisfactorias. Es posible que el hecho de que se oferten tantos
tratamientos distintos responda simplemente a que en verdad no sabemos cómo instruir a las
personas para que pierdan peso a largo plazo. Para entender mejor los retos que acompañan a los
intentos de perder peso, en los apartados siguientes analizaremos el papel en esta labor del
refuerzo, el estrés, la cirugía, la farmacología y la intervención conductual en el tratamiento de la
obesidad.
PAPEL DEL REFUERZO Y EL ESTRÉS Los datos científicos indican que los mecanismos
fisiológicos que hacen difícil la reducción de la ingesta calórica en personas obesas están
relacionados con los mecanismos que entorpecen la interrupción del consumo de drogas adictivas.
En otras palabras, podríamos considerar la ingesta excesiva como un tipo de adicción. Por
ejemplo, aunque algunas personas con sobrepeso que participan en programas terapéuticos
consiguen comer menos y perder peso, a menudo recaen y recuperan el peso perdido. Del mismo
modo, las personas que logran dejar de consumir una droga suelen tener problemas para mantener
la abstinencia. En ambos casos, el estrés y la ansiedad pueden hacer que se reinstaure la ingesta o
el consumo de drogas, aparentemente mediante mecanismos encefálicos similares (Nair y cols.,
2009). La dopamina, muy importante en el refuerzo, y la la hormona liberadora de corticotropina
(CRH), esencial en el estrés, participan en las recaídas de la búsqueda de comida y de droga.
Cottone y cols. (2009) describieron que las ratas acostumbradas a una dieta apetitosa e
hipercalórica mostraban señales de padecer síntomas de abstinencia estresantes, acompañados de
un aumento de la secreción de CRH y mayor activación del núcleo central de la amígdala, cuando
se les restringía el acceso a la dieta apetitosa. De hecho, en cierto modo, es más fácil vencer una
drogadicción que una «adicción a la comida». Es posible dejar de consumir una droga y
mantenerse alejado de las personas y lugares asociados con la obtención y el consumo de la
misma, pero es imposible abstenerse de comer.
Figura 12.25 Deficiencia hereditaria de leptina
En la fotografía se ven tres pacientes con deficiencia hereditaria de leptina (a) antes y (b) después
del tratamiento con leptina durante 18 meses. (El rostro de los pacientes se oculta para proteger
su intimidad.) Para poder comparar, se presentan dos enfermeras de peso normal.
(Tomado de Licinio, J., Caglayan, S., Ozata, M., et al., Phenotypic effects of leptin replacement on morbid obesity,
diabetes mellitus, hypogonadism, and behavior in leptin-deficient adults, Proceedings of the National Academy of
Science, USA, 2004, 101, 4531-4536.)
La extraordinaria dificultad que tienen las personas obesas para reducir su ingesta calórica durante
un período prolongado de tiempo (es decir, durante el resto de sus vidas) ha llevado a inventar
ciertos procedimientos extraordinarios. En los próximos apartados se describirán métodos
quirúrgicos, farmacológicos y conductuales concebidos con el fin de que las personas obesas
coman menos.
INTERVENCIONES QUIRÚRGICAS Los cirujanos también han llegado a implicarse en el
intento de ayudar a perder peso a las personas obesas. Los procedimientos que han desarrollado
(llamados de cirugía bariátrica) consisten en reducir la cantidad de comida que puede ingerirse
durante una comida o en obstaculizar la absorción de calorías por el intestino. Las intervenciones
quirúrgicas se han hecho en el estómago, en el intestino delgado o en ambos órganos.
El tipo más eficaz de cirugía bariátrica es un tipo especial de derivación gástrica, llamado
derivación gástrica Roux-en-Y, o DGYR. Similar a la gastrectomía en manguito (descrita en el
caso que abre el apartado), esta intervención crea un pequeño fondo de saco en la parte superior
del final del estómago. Sin embargo, en este procedimiento, el fondo de saco del estómago se une
a una parte inferior del intestino. El resultado es un estómago pequeño cuyo contenido entra
directamente al yeyuno (segunda porción del intestino delgado), sorteando el duodeno (su primera
parte). Las enzimas digestivas que se segregan en el duodeno pasan a través de la parte superior
del intestino y se unen a la comida que se acaba de recibir procedente del fondo de saco estomacal
(véase la Figura 12.26).
El procedimiento DGYR funciona bien, aunque a menudo causa deficiencia de hierro y
de vitamina B12, que puede controlarse aumentando la ingesta de estas sustancias. Solo en los
Estados Unidos se realizan cerca de 200.000 cirugías bariátricas cada año. Brolin (2002) informó
de que el promedio de pérdida de exceso de peso posquirúrgica de pacientes obesos era de un 35
% de su peso inicial. Incluso los pacientes cuya pérdida de peso fue menor presentaron una
mejoría de salud, incluyendo reducción de hipertensión y diabetes. Un metaanálisis de 147
estudios, realizado por Maggard y cols. (2005), informó de un promedio de pérdida de peso de
43,5 kg un año después de la cirugía DGYR, y de 41,5 kg tres años después. Aunque la respuesta
biológica a la inanición es muy potente (y se observa en personas obesas que consiguen perder
peso), la intervención de DGYR no induce estas alteraciones. Más bien, a diferencia del caso
clínico de A. J. que abría esta sección, después de la cirugía, las personas refieren que tienen
menos hambre, y aumenta el ejercicio que hacen (Berthoud y cols., 2011). No obstante, al igual
que en otras cirugías importantes, se producen en ocasiones resultados adversos (incluso el
fallecimiento), pero la tasa de complicaciones de aquellos cirujanos con una experiencia superior
a la media en la realización de estas intervenciones es la más pequeña (Smith y cols., 2010).
De forma similar a la gastrectomía en manguito descrita en el caso clínico de A. J., una
razón importante del éxito del procedimiento DGYR es que parece que altera la secreción de
grelina y también que aumenta el nivel en sangre de PYY (Chan y cols., 2006; Reinehr y cols.,
2007). Ambos cambios deberían disminuir la ingesta de comida: una disminución de grelina
debería reducir el apetito, mientras que un aumento de PYY debería aumentar la saciedad. Una
posible explicación del descenso de secreción de grelina pudiera ser que se altere la comunicación
entre la parte superior del intestino y el estómago. Como se recordará, aunque la grelina se segrega
en el estómago, la parte superior del intestino controla dicha secreción. Posiblemente, ya que la
intervención quirúrgica disminuye la velocidad a la que se desplaza la comida a través del
intestino delgado, se segrega más PYY.
Este apartado y el anterior presentaron varios neuropéptidos y péptidos periféricos que tienen un
papel en el control y el metabolismo. En la Tabla 12.3 se resume la información sobre estos
compuestos.
Revisión del apartado
Obesidad
OA 12.20 Exponer las contribuciones del entorno, la actividad física y la genética en el
desarrollo de la obesidad.
Los factores ambientales pueden influir en el número de calorías que se consumen mediante el
ejercicio físico y que se ingieren en comidas calóricas. En muchos lugares puede disponerse
fácilmente de alimentos ricos en calorías, cómodos, baratos y apetitosos, que promueven la
ingesta. La reducción de la actividad física contribuye a la obesidad, junto con la «termogénesis
de actividad sin ejercicio», o TASE.
Las interacciones entre factores genéticos y ambientales se ilustran en el ejemplo de los indios
pima que viven en los Estados Unidos y México. Un alto porcentaje de los pima estadounidenses
que consumen dietas ricas en grasas han desarrollado obesidad y, como consecuencia, diabetes.
Por el contrario, los que viven en México, que practican una agricultura de subsistencia y toman
una dieta baja en grasas, siguen siendo delgados y presentan una baja incidencia de obesidad.
En la obesidad existe un importante componente hereditario. Algunas personas han heredado el
metabolismo ahorrativo, con lo cual les resulta difícil perder peso. Una de las manifestaciones de
este metabolismo es el bajo grado de termogénesis de actividad sin ejercicio, o TASE. La obesidad
en los seres humanos está relacionada con la ausencia hereditaria de leptina o receptores de leptina
solo en algunas familias. En general, las personas obesas tienen valores muy elevados de leptina
en la sangre. No obstante, muestran resistencia a los efectos de este péptido, aparentemente debido
a que el transporte de leptina a través de la barrera hematoencefálica se reduce. La causa genética
individual más importante de la obesidad mórbida es la mutación del gen del receptor MC4 y del
gen FTO. El receptor MC4 responde a la AGRP orexígena y a la α-MSH anorexígena, y el gen
FTO codifica una enzima que actúa en las regiones hipotalámicas que intervienen en el balance
de energía. Además, las mutaciones que inactivan los genes responsables de la producción de
leptina o receptores de leptina producen obesidad.
Posibles causas
OA 12.22 Exponer la función de los cambios cerebrales, la inanición, el exceso de ejercicio y los
factores genéticos en los trastornos de la alimentación.
El significado literal de la palabra anorexia alude a una pérdida de apetito, pero a las personas que
sufren este trastorno habitualmente les atrae —incluso les preocupa— la comida. Pueden disfrutar
cocinando para otras personas, coleccionando recetas e incluso acumulando comida que no se
comen. Aunque las personas con anorexia podrían no ser inconscientes de la finalidad de la
comida, manifiestan un intenso temor a engordar, el cual persiste incluso cuando adelgazan
peligrosamente. Muchas se entrenan montando en bicicleta, corriendo, o caminando y paseando
casi constantemente.
CAMBIOS CEREBRALES La anorexia es un trastorno grave. Un 5-10 % de las personas con
anorexia muere debido a complicaciones de la enfermedad o por suicidio (Bergh y cols., 2013).
Muchos pacientes con anorexia sufren osteoporosis, y en ellos las fracturas óseas son frecuentes.
Cuando la pérdida de peso llega a ser grave, cesa la menstruación. En la Figura 12.27 se muestra
un ejemplo de los cambios cerebrales asociados con la anorexia. Algunos informes (Artmann y
cols., 1985; Golden y cols., 1996; Herholz, 1996; Katzman y cols., 2001; Kingston y cols., 1996)
señalan que en el cerebro de pacientes con anorexia se observa dilatación de los ventrículos
cerebrales y ensanchamiento de los surcos de la corteza cerebral, lo que indica reducción de tejido
cerebral. Algunas investigaciones apuntan a que esta pérdida de tejido puede revertirse con un
tratamiento adecuado del trastorno de la alimentación (Golden y cols., 1996).
Figura 12.27 Comparación del encéfalo de personas con anorexia
(a) Paciente con anorexia nerviosa, que muestra aumento de tamaño de los surcos (círculo
amarillo), el tercer ventrículo (círculo rojo) y el ventrículo lateral (círculo verde). (b) Paciente
sano de control que muestra la anatomía típica de las mismas regiones.
(Basado en Golden, N. H., Ashtari, M., Kohn, M. R., Patel, M., Jacobson, M. S., Fletcher, A., and Shenker, I. R.,
Reversibility of cerebral ventricular enlargement in anorexia nervosa, demonstrated by quantitative magnetic resonance
imaging, Journal of Pediatrics, 1996, 128[2], 296-301.)