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Emociones y sentimientos

Emociones y sentimientos

Contenido

Emociones y sentimientos .......................................................................... 3


1 Diversas interpretaciones iniciales........................................................ 3

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Emociones y sentimientos

Emociones y sentimientos

1 Diversas interpretaciones iniciales

Parece claro que la diferencia fundamental entre una emoción y un sentimiento está
en que la primera es inconsciente y se manifiesta en las expresiones corporales y
que el segundo es una “interpretación” subjetiva consciente de la emoción que se
traduce en la “mente”. Teatro del cuerpo y teatro de la mente (Damasio). Las
emociones son programas complejos, generalmente automáticos, que la evolución
ha ido marcando en la percepción de la realidad y, en consecuencia, en las
respuestas que damos ante un estímulo.

Existe la posibilidad, indica Damasio, de que las “sensaciones” que sentimos de las
emociones, sean percepciones mixtas de lo que sucede en nuestro cuerpo y lo que
interpreta nuestra mente. Es interesante el concepto porque, a nuestro entender,
seguimos manifestando la interacción entre una cosa y la otra. La expresión de las
emociones, la puramente somática, no tendría más valor que la manifestación
inmediata de defensa ante un peligro o el acercamiento necesario en determinadas
situaciones fisiológicas.

Pero la situación normal de nuestra subjetividad no puede ser únicamente la


respuesta automática de nuestro cuerpo, esta reacción juega un papel interactivo
con recuerdos que se habían generado en situaciones paralelas y que determinan,
propiamente, el sentimiento. ¿Hasta qué punto esa sensación es lo que podríamos
considerar el “sentimiento” resultante de la interacción cuerpo/mente?

Parece en lo tratado por Damasio que la respuesta de nuestro cuerpo ante una
emoción se relacionaría más con la ya citada teoría de William James que con otras
que ya hemos visto. La teoría de James/Lange (1884) parte de que el sentimiento
se originaría a partir de una percepción consciente de las modificaciones que la
emoción ha manifestado en nuestro cuerpo. El estímulo (externo o interno) genera
una determinada respuesta (enfrentamiento, huida o inmovilidad) y ello se
manifiesta a partir de datos observables del cuerpo, modificaciones fisiológicas
(temperatura, latidos, presión arterial, cortisol, manifestaciones faciales, etc.).
Dichas manifestaciones informarían a nuestro cerebro de la respuesta dada

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(feedback) y, en consecuencia, aparecería propiamente el asentimiento, por


ejemplo el miedo.

Si nos remitimos de nuevo a los estímulos emocionalmente competentes, podemos


decir que un estímulo potencialmente capaz de generar una emoción está formado,
por así decirlo, de un determinado número de variables subjetivas. Cada individuo
dispone de los estímulos capaces de poner en marcha una emoción, y no son los
mismos para todas las personas, en tanto se basan en el conjunto de ideas, de
imágenes y de interpretaciones particulares del mundo determinantes de una forma
de “sentir”.

Es cierto que existen estímulos más o menos universales que posibilitan el hecho de
seguir viviendo. No obstante, es el conjunto de subjetividades, grabadas en nuestro
cerebro, las que determinarán la manifestación concreta de un estímulo en nuestro
cuerpo, si el estímulo es competente para ello. Esta valoración personal
desencadena la emoción, la lectura de su manifestación podría generar el oportuno
sentimiento en nuestra mente. Pero cabe decir, suponemos, que la lectura de las
manifestaciones corporales es también un acto que pertenece a la intrínseca
subjetividad del individuo.

La “lectura” de un aumento del ritmo cardíaco puede tener diferentes significados


según las características “históricas” del individuo. Según el “aprendizaje” realizado
a lo largo del tiempo. Cuando hablamos de IE hacemos referencia continuamente a
la capacidad de aprender a actuar de determinada manera e, incluso de “leer” de
determinada manera también los datos que nuestro propio cuerpo nos proporciona
ante un EEC.

El hecho que la amígdala detecte un EEC permite que ésta mande la información al
hipotálamo (las órdenes oportunas) y al tronco encefálico. Ello producirá la
expresión corporal de la emoción predispuesta para ser “leída y entendida” por la
capacidad consciente, racional, del individuo y dar la respuesta pertinente
(insistiendo en que seguirá siendo subjetiva).

Notemos que de lo que estamos hablando es del “diálogo” entre el cuerpo y la


mente. Pero dicho diálogo (al que podemos denominar propiamente IE) parte de
dos situaciones que disponen de un componente más o menos objetivo (las
percepciones que nos obligan por supervivencia a generar las reacciones
pertinentes, más o menos universales), y el componente subjetivo, tanto en lo que

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hace referencia a las experiencias recordadas, grabadas en nuestra mente, como a


la lectura que las manifestaciones corporales hará el individuo cuando estas se
manifiesten.

No existe por ello más IE que la que nos permite constatar que, a partir de una
serie de respuestas dadas (de interpretaciones de nuestras emociones), han
“resultado” más o menos válidas para los propósitos que deseábamos. Suponemos
que ello es propiamente la IE, la adecuación de nuestras respuestas, al cabo de un
cierto tiempo y un número determinado de experiencias, a las situaciones que nos
permitan vivir más acorde con el mundo exterior y con nosotros mismos. Sería una
inconsciencia por nuestra parte mantener respuestas que negaran la evolución
positiva de nuestros actos a lo largo de la vida.

Ello es parecido a la teoría de Schater/Singer (1960) la cual parte lógicamente de la


existencia de un estímulo el cual, en esta teoría, activa el mecanismo de feedback,
el cual permite la respuesta evaluada del estímulo a partir de lo grabado en nuestra
mente. A partir de dicha evaluación “sentimos” una cosa u otra. Notemos que, se
trate de la teoría que se trate, estamos siempre en el “juego” de la percepción
subjetiva, valoración a partir de nuestras propias experiencias y respuesta a través
de los mecanismos que nos han proporcionado un efecto más positivo. Se trata,
fundamentalmente, de un proceso de aprendizaje.

El modelo de Magda Arnold (1960) parte del mismo estímulo, se produce una
evaluación, dicha evaluación genera una “tendencia” (acercamiento o rechazo) y de
ahí proviene la emoción, entendiendo que dicha emoción se graba en la conciencia
en forma de sentimiento y posibilita que pueda ser evaluado de nuevo un estímulo
posterior, inconscientemente, aportando ahora los nuevos datos grabados del
último sentimiento.

En el caso del modelo Richard Lazarus (1960) se incorpora un dato, o se matiza con
mayor énfasis porque había aparecido también en otros modelos incluido como una
posibilidad de estímulo, el relato “verbal”. Es decir: la palabra utilizada como
estímulo y en ocasiones, aquí está la novedad de Lazarus, siendo dicho relato
verbal diferente o incluso contradictorio a la manifestación visual (o de cualquier
otro dato proveniente de los sentidos).

Los dos estímulos se dan simultáneamente y la respuesta se intensifica (SNA)


cuando los dos estímulos “concuerdan”. Se ven imágenes desagradables

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acompañadas de comentarios verbales también desagradables. En este caso la


respuesta del individuo se convertía en más intensa (“se sintieron peor”), mientras
que si los comentarios verbales eran indiferentes, restando importancia al
contenido visual, la respuesta (SNA) era menor (“no se sintieron mal
especialmente”). Ello es de suma importancia para el tema que estamos tratando.
Las circunstancias normales de nuestra vida están acompañadas casi siempre de
manifestaciones verbales, especialmente si nos relacionamos en un grupo. Ello
quiere decir que, en ocasiones, podemos controlar los aspectos negativos de una
situación verbalizando formas más o menos neutras o positivas que no incrementen
la negatividad del estímulo recibido por otros mecanismos sensoriales.

La comunicación lingüística alteraría la respuesta emocional cuando ella matizara


positivamente algún estímulo negativo que simultáneamente se estuviera
percibiendo. Aspecto muy importante para la IE. ¿Hasta qué punto podemos
“controlar” nuestras respuestas o incluso las respuestas de los demás si ellas van
acompañadas de un relato verbal positivo? Y aún diríamos más, ya no se trataría
incluso de que el contenido semántico del mensaje fuera positivo, sino que la
“prosodia” con la que se emitiera dicho mensaje fuera capaz de atenuar la
negatividad del estímulo “central”, por llamarlo de alguna manera.

La importancia de la prosodia en la IE es clave. Y entendemos por prosodia mucho


más que el “tono” con el que se emite el mensaje, que también pero acompañado
de la intensidad, de las pausas, de la entonación, etc. Es decir: cualquier aspecto
prosódico incide directamente en la modificación de la respuesta emocional, en la
capacidad de alterar el EEC y derivarlo a una situación más positiva aún sin dejar
de contener el mensaje la información deseada.

Robert Zajonc (1980) introduce en el modelo que aporta el dato de que el


procesamiento emocional puede producirse en ausencia del conocimiento
consciente. Se da el estímulo, eso produce un “afecto inconsciente” y él proporciona
el sentimiento que sería antecedente de la cognición e independiente de ésta. En
este modelo desaparece la “necesidad” consciente (propiamente sentimiento) de
percibir los datos del cuerpo, las alteraciones producidas en el cuerpo por la
emoción. Particularmente considero, y la mayoría de expertos parecen confirmarlo,
que sería extraño o difícil “saber” que estamos “notando/sintiendo” una emoción si
esta no se materializa de ninguna manera. Por supuesto que la materialización no
debe darse de manera perceptible a “simple vista” (el aumento de cortisol no es
evidenciable a simple vista), pero parece claro que lo no observable, e incluso

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evaluable (valencia), debe ser difícil de concretar. No obstante, sería interesante


poder hablar de emociones que no se manifiestan, aunque no tenemos claro que en
el proceso evolutivo hubieran tenido gran validez.

Una de las teorías que nos resulta también muy interesante para el tema que
estamos tratando es la teoría del New Look (1950) que presenta la defensa ante lo
percibido. De hecho ya hemos comentado en varias ocasiones, y es nuestra mayor
apreciación, que tanto las emociones como sus respuestas en forma de
sentimiento actúan bajo una forma esencialmente subjetiva (salvando siempre las
respuestas innatas /genéticas que han permitido la evolución de nuestra vida). No
obstante, parece claro que nuestro cerebro se “maneja” tanto por dichos inputs
innatos de supervivencia como por los datos aprendidos, a todos niveles, tanto
durante nuestra propia vida como durante las generaciones que nos precedieron y
que posibilitaron una modificación genética acorde con la evolución y con el
resultado positivo de las respuestas. Aquí se nos presenta un importante factor: los
“procesos de represión inconscientes”. Parece claro también que los estímulos
supuestamente generadores de respuestas negativas van a hallarse con la
“frontera” de nuestra propia capacidad represora frente a lo desconocido o a lo que
nos resulta históricamente negativo.

Ello permite que nuestro cerebro realice determinadas acciones en defensa de una
intervención negativa en nuestro cuerpo (y en nuestro cerebro). Ello hace que el
reconocimiento aumente, que se delimiten de manera más contundente los
aspectos de defensa y que se intente evitar cualquier respuesta que tienda a ser
proclive a la aparición de la ansiedad en el individuo.

Al margen de condicionantes genéticos (entre los que se hallan los productos de la


epigenética), las emociones son estructuras internas formadas por las experiencias
de cada uno de los individuos. Formaciones inconscientes, “absorciones” de la
realidad con la constatación de su “eficacia” en el mundo. Las emociones, al
margen de las ya establecidas como innatas para la supervivencia emocional,
tienen una base aprendida, nacida de la experiencia grabada en los elementos
cerebrales propios para el caso. No existen, creemos, emociones innatas que no se
refieran a la vivencia de la vida, todo lo demás es producto de la experiencia
grabada y de las consecuencias positivas o negativas (activación) que su respuesta
tiene hacia lo que hallamos fuera de nuestro ser, en la realidad exterior que, en el
fondo, es creador de nuestras interrelaciones de la vida y el mundo.

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Además de las diversas teorías que estudian la respuesta emocional en su relación


con la expresión de las mismas, convertidas en sentimientos., cabe indicar que los
estímulos, los EEC, disponen de determinadas capacidades para generar con
mayor o menor intensidad la respuesta emocional. Cuando estudiábamos la
“valencia” emocional ya hablábamos de ello. Ortony, Clore y Collins 1998 hablan
de situaciones que son “inductoras de emociones”. Podemos hablar de que tales
situaciones son similares o idénticas a los estímulos emocionalmente competentes
tratados anteriormente. Se trata de aceptar, como parece lógico, que los estímulos
percibidos por los individuos conllevan experiencias particulares en cada uno de
ellos.

Lo importante que estamos deseando explicar es que, se denominen como se


denominen, existen unos estímulos desencadenantes del “disparo” emocional. Lo
interesante del tema es apreciar cómo dicho estímulo puede poner en marcha el
mecanismo emocional y, en consecuencia, el camino que debe llevar a la respuesta
consciente del sentimiento. Dicha respuesta puede ser individual o puede
pertenecer al diseño del grupo, de la sociedad, a la que se pertenece.

La percepción de que determinado precio de un producto cotidiano a consumir


genera una repulsa individual y social, no puede ser entendido si no existe un
“modelo” aparentemente coherente en el grupo, sea por el valor del producto
relacionado con las posibilidades de consumo o por la relación de dicho valor y los
valores del mismo producto en otros grupos.

Ello indica que la repulsa “emocional” ante el precio del producto no tiene más
constatación que una referencia social, o individual. La repulsa, el rechazo, no
puede darse sin la referencia a la normalidad que fuera aceptada por el individuo en
el contexto social. No puede denominarse “emoción” a la actuación generada por
dicha situación. La situación “inductora de la emoción” no puede ser “natural” más
que en la comparación con la situación contingente establecida, ello es un
sentimiento, es una apreciación comparativa con la situación social o con las
atribuciones que se consideran aceptables individualmente.

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Ortony, Clore y Collins, al tratar el tema de La estructura cognitiva de las


emociones (1996) aporta datos sobre los que ellos denominan “variables globales”
de las emociones. Sin duda este tema nos interesa mucho cuando hablamos de la
capacidad de valencia, activación y control de las experiencias emocionales. Los
autores aportan cinco variables:

1. El sentido de la realidad. Ello quiere decir, para los autores, hasta qué punto
el estímulo percibido es real para la persona que lo recibe. Determinará ello la
intensidad de las emociones, teniendo en cuenta que las emociones que
resultan más intensas ante experiencias reales determinan una mayor
intensidad emocional. Por supuesto eso puede parecer absolutamente normal.
Ello mantiene la opinión de que los estímulos serían más o menos “evaluados”
en el momento de la percepción. Si ello es posible, y necesario, implica que,
previamente, se ha establecido una serie de experiencias anteriores similares
que han determinado proporcionalmente la intensidad de la emoción.

De dicha intensidad dependerá por supuesto que la reacción externa sea más o
menos potente. Si el estímulo es de carácter fantasioso, es decir que no se ha
producido realmente sino que ha sido imaginado por el individuo, las
probabilidades de que la respuesta sea menor aumentan. Si lo entendemos así,
suponemos que los aspectos fantasiosos de nuestro cerebro, la capacidad para
crear estructuras, figuras, discursos, imágenes, etc. de carácter no real,
tendrían una menor capacidad de respuesta que las percepciones reales.
Particularmente suponemos que ello “atenúa” la respuesta ante estímulos por
ejemplo artísticos, que en ningún momento implican la realidad inmediata, sea
una novela, una pintura o una película. Sería interesante constatar hasta qué
punto los estímulos percibidos a partir de situaciones no reales implica un
aumento o una disminución de la reacción emocional.

De igual manera, podría darse que los individuos que hubieran recibido un
estímulo claramente real se negaran a entenderlo o aceptarlo como tal. ¿Qué
puede ocurrir y cómo podemos controlar la situación ante un hecho real
concreto que no asumimos cómo tal? ¿Podemos hablar de emociones
“reprimidas”, como antes citábamos, que, a pesar de su objetiva realidad no
disponen de capacidad de disparo simplemente porque el carácter represor que
nosotros mismos imponemos a nuestra mente se lo niega? En consecuencia
¿podemos hablar de sentimientos condicionados de forma más o menos
consciente a partir de la negación de una emoción que, al poner en marcha

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nuestra capacidad represora, no dispara oportunamente (normalmente) la


respuesta? Ello, de una manera u otra permite contemplar que las decisiones
emocionales pasan por algún tipo de percepción de la realidad que hace más o
menos intensa la respuesta o, incluso, la niega.

2. Proximidad. De una manera u otra, según los autores, la proximidad está


relacionada íntimamente con la experiencia real del estímulo. La diferencia, a
nuestro entender muy importante, está en que la distancia en el tiempo tiende
a atenuar la respuesta emocional. Parece normal que el paso del tiempo tienda
a disminuir una respuesta emocional que de inmediato tenía una respuesta muy
intensa. Suponemos que la vivencia de lo dicho es clara para todos los sujetos,
en tanto (IE) si dejamos pasar un cierto tiempo, aunque no exista
replanteamiento del tema sino simplemente el paso del tiempo, la respuesta
emocional se atenúa y, con ella, la expresión de los sentimientos. La proximidad
puede no ser siempre temporal, suponemos que la distancia física de los
elementos que disparan las emociones (EEC) y quiénes las sufren puede
también atenuar la intensidad emocional. Alejarse físicamente de la fuente de
emociones, especialmente negativas, puede ser un mecanismo de atenuación
de las respuestas.

3. La cualidad de inesperado. Parece evidente que cuando un estímulo positivo


o negativo) nos alcanza repentinamente, la posibilidad de que la respuesta sea
más intensa resulta comprensible. Es evidente que si el estímulo se repite
continuamente pierda su intensidad. Lo que nos interesa para el tema que
tratamos es la capacidad de “controlar” a través de la experiencia la
probabilidad de la repercusión. Los autores hacen matizaciones entre la cualidad
de lo inesperado y la probabilidad. Creemos que es oportuno señalar las
diferencias que se dan entre una posible respuesta a algo desconocido o la
posible respuesta a algo que prevemos que va a suceder. La probabilidad del
suceso implica que conozcamos cual es el suceso que puede darse. Sabemos
que puedo o no producirse (es probable) y conocemos las causas y los efectos
que pueden producir, tal vez no su intensidad, especialmente si se ha dado en
otras ocasiones un estímulo similar. Cuando el estímulo es del todo inesperado,
sucede repentinamente sin ninguna previsión por nuestra parte, la intensidad de
la respuesta puede aumentar.

La experiencia hace, y de ello también debemos dar cuenta al hablar de IE, que
la posibilidad de percibir un estímulo la asociemos a la probabilidad de recibirlo,

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en mayor o menor grado y, en consecuencia pudiéramos predecir la respuesta


y, hasta cierto punto controlarla. La experiencia puede hacer que el número
más o menos infinito de estímulos que podamos percibir a lo largo de nuestra
existencia se reduzca en parte a los estímulos que nos son más comunes tanto
en nuestra forma de entender el mundo como en la realidad del entorno que
nos rodea.

Ello puede hacer “probable” que sucedan situaciones que disparen nuestra
respuesta emocional y que ella determine la aparición, más o menos intenso, de
nuestro sentimiento. No obstante, creemos que en el relativo mundo finito de
las experiencias que podemos percibir en una situación no alterada (no sus
intensidades ni el origen de las mismas, que pueden ser determinantes para
que nos afecten más o menos). Las respuestas pueden ser “probables”. Ello no
asegura absolutamente nada, pero puede matizar la respuesta de la
emoción/sentimiento a partir de la experiencia (que suele estar identificada con
lo que hemos señalado en tantas ocasiones: el aprendizaje).

Tal vez lo que estamos viendo tiene relación con lo que apunta Pedro Hernández
en una obra que tiene mucha relación con nuestro tema. Los moldes de la
mente. Más allá de la Inteligencia Emocional. 2002. Asegura Hernández que
nuestra mente dispone de estrategias para interpretar la realidad y reaccionar
ante ella. Supone que la “práctica” (la experiencia a nuestro entender) forma
unos “patrones” o moldes mentales que, a lo largo del tiempo, crearían nuestras
teorías sobre el mundo, las emociones y los actos en general. Parecerían, dice el
autor, unas “lentes” a través de las cuales vemos la realidad de una manera u
otra.

En el caso de la cualidad de lo inesperado, dejaría de ser tan inesperada la


respuesta si perteneciera a un determinado molde creado en nuestra mente
para dar respuesta a los estímulos percibidos. Estos moldes no son, supongo,
más que esquemas de percepción subjetivos capaces de generar
“probabilidades” de respuesta. Por supuesto, favorecer la creación de moldes
positivos favorece la respuesta que vamos a dar y que perdurará en la
solidificación del molde. Es la retroalimentación de la que ya hemos hablado. La
perduración y repetición tanto de una percepción, la respuesta emocional y su
correspondiente correlato en forma de sentimiento, reafirman la estructura,
neuronal, capaz de resolver de manera más o menos esperada (probable) la
respuesta observable y evaluable.

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4. Excitación. Según los autores, la excitación supone la suma de los valores de


“deseabilidad e indeseabilidad” percibida de un acontecimiento. Ello nos lleva al
valor determinado de la valencia emocional. La tendencia a lo deseado o no
deseado. Es cierto que la excitación o la valencia pueden estar condicionadas
por otras situaciones no específicamente emocionales. Parece que una
excitación puramente fisiológica (fatiga, por ejemplo) puede condicionar de
manera decisiva la excitación producida por un estímulo.

Los autores hacen mención a un fenómeno importante: el momento en que se


da una excitación, se traduce en una conducta más o menos agresiva hacia el
exterior (tanto hacia elementos del grupo como hacia sí mismo) y, al pasar el
tiempo dicha excitación se convierte en una presunta culpabilidad de quien ha
generado la respuesta. Tema este muy importante. Una posibilidad de
frustración, apuntan como ejemplo los autores, se ve disminuida al pasar el
tiempo y el individuo es capaz de valorar que la excitación, la frustración, no era
tan importante como inicialmente parecía. La posibilidad de que ello
desencadene una cierta culpabilidad, sobre todo si se ha manifestado la
agresión hacia el exterior o hacia un elemento del grupo, es enorme. ¿Podemos
hablar que el “sentimiento” posterior a la emoción, una vez esta ha sido
contextualizada en la realidad, ha matizado la emoción, la ha convertido en
algo que, por desgracia a veces, puede atentar contra el propio sujeto? Un
sentimiento no debería, en principio, generar un sentido de culpabilidad y si lo
hace debería ser capaz de ser analizado racionalmente y que dicho análisis
fuera útil para posteriores manifestaciones similares (IE).

Retomando a Pedro Hernández para finalizar el tema, diríamos que la Inteligencia


Emocional tiene mucho que ver con la “Inteligencia Práctica” (citando a Sternberg y
Gardner). Cierto que la IE, tal como venimos diciendo, no deja de ser la actuación
controlada de nuestros sentimientos cuando hemos sido capaces de “formar” (con
la experiencia) las respuestas emocionales, siempre que ellas formen parte del
esquema aprendido a lo largo de los años según la respuesta deseada y no
contradigan las respuestas de defensa y perduración de la vida de la que la
naturaleza dotó a nuestro cerebro.

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