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Emociones y sentimientos
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Emociones y sentimientos
Emociones y sentimientos
Parece claro que la diferencia fundamental entre una emoción y un sentimiento está
en que la primera es inconsciente y se manifiesta en las expresiones corporales y
que el segundo es una “interpretación” subjetiva consciente de la emoción que se
traduce en la “mente”. Teatro del cuerpo y teatro de la mente (Damasio). Las
emociones son programas complejos, generalmente automáticos, que la evolución
ha ido marcando en la percepción de la realidad y, en consecuencia, en las
respuestas que damos ante un estímulo.
Existe la posibilidad, indica Damasio, de que las “sensaciones” que sentimos de las
emociones, sean percepciones mixtas de lo que sucede en nuestro cuerpo y lo que
interpreta nuestra mente. Es interesante el concepto porque, a nuestro entender,
seguimos manifestando la interacción entre una cosa y la otra. La expresión de las
emociones, la puramente somática, no tendría más valor que la manifestación
inmediata de defensa ante un peligro o el acercamiento necesario en determinadas
situaciones fisiológicas.
Parece en lo tratado por Damasio que la respuesta de nuestro cuerpo ante una
emoción se relacionaría más con la ya citada teoría de William James que con otras
que ya hemos visto. La teoría de James/Lange (1884) parte de que el sentimiento
se originaría a partir de una percepción consciente de las modificaciones que la
emoción ha manifestado en nuestro cuerpo. El estímulo (externo o interno) genera
una determinada respuesta (enfrentamiento, huida o inmovilidad) y ello se
manifiesta a partir de datos observables del cuerpo, modificaciones fisiológicas
(temperatura, latidos, presión arterial, cortisol, manifestaciones faciales, etc.).
Dichas manifestaciones informarían a nuestro cerebro de la respuesta dada
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Es cierto que existen estímulos más o menos universales que posibilitan el hecho de
seguir viviendo. No obstante, es el conjunto de subjetividades, grabadas en nuestro
cerebro, las que determinarán la manifestación concreta de un estímulo en nuestro
cuerpo, si el estímulo es competente para ello. Esta valoración personal
desencadena la emoción, la lectura de su manifestación podría generar el oportuno
sentimiento en nuestra mente. Pero cabe decir, suponemos, que la lectura de las
manifestaciones corporales es también un acto que pertenece a la intrínseca
subjetividad del individuo.
El hecho que la amígdala detecte un EEC permite que ésta mande la información al
hipotálamo (las órdenes oportunas) y al tronco encefálico. Ello producirá la
expresión corporal de la emoción predispuesta para ser “leída y entendida” por la
capacidad consciente, racional, del individuo y dar la respuesta pertinente
(insistiendo en que seguirá siendo subjetiva).
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No existe por ello más IE que la que nos permite constatar que, a partir de una
serie de respuestas dadas (de interpretaciones de nuestras emociones), han
“resultado” más o menos válidas para los propósitos que deseábamos. Suponemos
que ello es propiamente la IE, la adecuación de nuestras respuestas, al cabo de un
cierto tiempo y un número determinado de experiencias, a las situaciones que nos
permitan vivir más acorde con el mundo exterior y con nosotros mismos. Sería una
inconsciencia por nuestra parte mantener respuestas que negaran la evolución
positiva de nuestros actos a lo largo de la vida.
El modelo de Magda Arnold (1960) parte del mismo estímulo, se produce una
evaluación, dicha evaluación genera una “tendencia” (acercamiento o rechazo) y de
ahí proviene la emoción, entendiendo que dicha emoción se graba en la conciencia
en forma de sentimiento y posibilita que pueda ser evaluado de nuevo un estímulo
posterior, inconscientemente, aportando ahora los nuevos datos grabados del
último sentimiento.
En el caso del modelo Richard Lazarus (1960) se incorpora un dato, o se matiza con
mayor énfasis porque había aparecido también en otros modelos incluido como una
posibilidad de estímulo, el relato “verbal”. Es decir: la palabra utilizada como
estímulo y en ocasiones, aquí está la novedad de Lazarus, siendo dicho relato
verbal diferente o incluso contradictorio a la manifestación visual (o de cualquier
otro dato proveniente de los sentidos).
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Una de las teorías que nos resulta también muy interesante para el tema que
estamos tratando es la teoría del New Look (1950) que presenta la defensa ante lo
percibido. De hecho ya hemos comentado en varias ocasiones, y es nuestra mayor
apreciación, que tanto las emociones como sus respuestas en forma de
sentimiento actúan bajo una forma esencialmente subjetiva (salvando siempre las
respuestas innatas /genéticas que han permitido la evolución de nuestra vida). No
obstante, parece claro que nuestro cerebro se “maneja” tanto por dichos inputs
innatos de supervivencia como por los datos aprendidos, a todos niveles, tanto
durante nuestra propia vida como durante las generaciones que nos precedieron y
que posibilitaron una modificación genética acorde con la evolución y con el
resultado positivo de las respuestas. Aquí se nos presenta un importante factor: los
“procesos de represión inconscientes”. Parece claro también que los estímulos
supuestamente generadores de respuestas negativas van a hallarse con la
“frontera” de nuestra propia capacidad represora frente a lo desconocido o a lo que
nos resulta históricamente negativo.
Ello permite que nuestro cerebro realice determinadas acciones en defensa de una
intervención negativa en nuestro cuerpo (y en nuestro cerebro). Ello hace que el
reconocimiento aumente, que se delimiten de manera más contundente los
aspectos de defensa y que se intente evitar cualquier respuesta que tienda a ser
proclive a la aparición de la ansiedad en el individuo.
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Ello indica que la repulsa “emocional” ante el precio del producto no tiene más
constatación que una referencia social, o individual. La repulsa, el rechazo, no
puede darse sin la referencia a la normalidad que fuera aceptada por el individuo en
el contexto social. No puede denominarse “emoción” a la actuación generada por
dicha situación. La situación “inductora de la emoción” no puede ser “natural” más
que en la comparación con la situación contingente establecida, ello es un
sentimiento, es una apreciación comparativa con la situación social o con las
atribuciones que se consideran aceptables individualmente.
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1. El sentido de la realidad. Ello quiere decir, para los autores, hasta qué punto
el estímulo percibido es real para la persona que lo recibe. Determinará ello la
intensidad de las emociones, teniendo en cuenta que las emociones que
resultan más intensas ante experiencias reales determinan una mayor
intensidad emocional. Por supuesto eso puede parecer absolutamente normal.
Ello mantiene la opinión de que los estímulos serían más o menos “evaluados”
en el momento de la percepción. Si ello es posible, y necesario, implica que,
previamente, se ha establecido una serie de experiencias anteriores similares
que han determinado proporcionalmente la intensidad de la emoción.
De dicha intensidad dependerá por supuesto que la reacción externa sea más o
menos potente. Si el estímulo es de carácter fantasioso, es decir que no se ha
producido realmente sino que ha sido imaginado por el individuo, las
probabilidades de que la respuesta sea menor aumentan. Si lo entendemos así,
suponemos que los aspectos fantasiosos de nuestro cerebro, la capacidad para
crear estructuras, figuras, discursos, imágenes, etc. de carácter no real,
tendrían una menor capacidad de respuesta que las percepciones reales.
Particularmente suponemos que ello “atenúa” la respuesta ante estímulos por
ejemplo artísticos, que en ningún momento implican la realidad inmediata, sea
una novela, una pintura o una película. Sería interesante constatar hasta qué
punto los estímulos percibidos a partir de situaciones no reales implica un
aumento o una disminución de la reacción emocional.
De igual manera, podría darse que los individuos que hubieran recibido un
estímulo claramente real se negaran a entenderlo o aceptarlo como tal. ¿Qué
puede ocurrir y cómo podemos controlar la situación ante un hecho real
concreto que no asumimos cómo tal? ¿Podemos hablar de emociones
“reprimidas”, como antes citábamos, que, a pesar de su objetiva realidad no
disponen de capacidad de disparo simplemente porque el carácter represor que
nosotros mismos imponemos a nuestra mente se lo niega? En consecuencia
¿podemos hablar de sentimientos condicionados de forma más o menos
consciente a partir de la negación de una emoción que, al poner en marcha
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La experiencia hace, y de ello también debemos dar cuenta al hablar de IE, que
la posibilidad de percibir un estímulo la asociemos a la probabilidad de recibirlo,
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Ello puede hacer “probable” que sucedan situaciones que disparen nuestra
respuesta emocional y que ella determine la aparición, más o menos intenso, de
nuestro sentimiento. No obstante, creemos que en el relativo mundo finito de
las experiencias que podemos percibir en una situación no alterada (no sus
intensidades ni el origen de las mismas, que pueden ser determinantes para
que nos afecten más o menos). Las respuestas pueden ser “probables”. Ello no
asegura absolutamente nada, pero puede matizar la respuesta de la
emoción/sentimiento a partir de la experiencia (que suele estar identificada con
lo que hemos señalado en tantas ocasiones: el aprendizaje).
Tal vez lo que estamos viendo tiene relación con lo que apunta Pedro Hernández
en una obra que tiene mucha relación con nuestro tema. Los moldes de la
mente. Más allá de la Inteligencia Emocional. 2002. Asegura Hernández que
nuestra mente dispone de estrategias para interpretar la realidad y reaccionar
ante ella. Supone que la “práctica” (la experiencia a nuestro entender) forma
unos “patrones” o moldes mentales que, a lo largo del tiempo, crearían nuestras
teorías sobre el mundo, las emociones y los actos en general. Parecerían, dice el
autor, unas “lentes” a través de las cuales vemos la realidad de una manera u
otra.
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