Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LAS EMOCIONES
4.1. ¿Qué son las emociones?
4.2. Funciones de las emociones
4.3. Proceso emocional
4.3.1. Características del estímulo
4.3.2. La evaluación
4.3.3. La experiencia emocional (sentimiento)
4.3.4. La respuesta
4.4. Las emociones básicas
4.4.1. ¿Qué es una emoción básica?
4.4.2. El miedo
4.4.3. La tristeza
4.4.4. La ira
4.4.5. El asco
4.4.6. La alegría
Emoción es el término que empleamos los psicólogos para nombrar este proceso
coordinado y sincronizado.
Entonces ¿Cuál es la relación entre motivación y emoción?
Siguiendo esta línea, habría que preguntarse lo contrario ¿es funcional inhibir las
emociones? Un creciente número de investigaciones han permitido demostrar que la
inhibición de la expresión de acontecimientos emocionalmente significativos induce
una marcada hiperactivación fisiológica, provoca inmunodepresión y efectos
adversos en la salud a medio y largo plazo. Además, induce sesgos cognitivos sobre el
procesamiento de la información emocional, a la vez que dificulta los procesos de
afrontamiento adaptativo.
Funciones extrapersonales:
1.- Permiten comunicar intenciones: la expresión facial, los gestos, la voz y las posturas
corporales cumplen importantes funciones de comunicación de nuestro estado emocional
a los otros. El valor de estas funciones es doble: permite dar a conocer cómo nos
sentimos, así como para influir o controlar la conducta de los otros.
Las expresiones emocionales son mensajes no verbales poderosos que comunican
nuestros sentimientos a las otras personas. Por ejemplo, a través de las expresiones
emocionales, los lactantes comunican de modo no verbal lo queno pueden decir
verbalmente, como a través del rostro (Fridlund, 1992), voz (Scherer, 1986) y conducta
emocional en general (Huebner e Izard, 1988).
La función social-motivadora de las emociones es indudable: las emociones se
desenvuelven en un contexto social y son causadas por acontecimientos ambientales;
provocan también una actividad relacional, ya que nos aproxima o dificultan la
interacción social. Por ejemplo, la vergüenza o la culpa cumplen una función reguladora
de la motivación social, provocando conductas pro-sociales que previenen su ocurrencia.
En este sentido la función de ambas emociones sería la anticipación y prevención.
Las emociones están dirigidas a un fin, y a su vez cumplen funciones motivacionales
de regulación social.
2.- Establecen y estructuran nuestra disposición con relación a los demás y sus ideas;
establecen un espacio entre nosotros y los demás, nos aproximan o nos alejan, atraen
hacia nosotros o provocan rechazo, facilitan o dificultan la interacción social.
Las demostraciones de emoción influyen en cómo interactúa la gente, de modo que
la expresión emocional de un individuo puede estimular las reacciones conductuales
de otra persona.
La expresión emocional comunica de modo no verbal a otros la conducta que
probablemente emitirá a continuación el individuo. Si se le quita el juguete a un niño que
expresa enfado comunica un probable ataque próximo en tanto que el niño que expresa
tristeza comunica la probable explosión de llanto. Con frecuencia, la señal de que uno
está en probabilidad de atacar o llorar tiene éxito para recuperar el juguete perdido. De
aquí que, en el contexto de interacción social, la emoción satisface múltiples funciones,
incluyendo las informativas (esto es lo que siento) y directivas (esto es lo que quiero que
hagas). De este modo, las expresiones emocionales comunican incentivos sociales
(sonrisa de alegría), disuasiones sociales (rostro de enfado) y mensajes tácitos (rostros de
vergüenza) que coordinan las interacciones sociales.
Existen como “familias” de estímulos que son capaces, posiblemente con carácter
universal, de suscitar una respuesta afectiva. De estos estímulos presentes en el entorno
prevalecen algunas características especialmente significativas:
1.- Su grado de novedad e incertidumbre
2.- Su carácter placentero o displacentero
3.- Su capacidad para ser controlados
4.- Su compatibilidad con las normas (tanto personales como del grupo) y el
autoconcepto del sujeto.
Estos desencadenantes van desde un nivel más primitivo, adquiriendo paulatinamente
mayor grado de complejidad y sofisticación, implicando, a su vez, la participación de la
cultura y el aprendizaje.
Cada uno de estos grupos de estímulos posee capacidad, per se, de desatar
mecanismos innatos o aprendidos, de sensibilidad afectiva. Sin embargo, esto no
significa que sean capaces de desarrollar en todas las ocasiones respuestas emocionales,
sino simplemente afectivas, indicios que por sí mismos no constituirían realmente
emociones. La emoción se inicia cuando el sujeto focaliza la atención en algún cambio o
discrepancia, cuando esto sucede, se genera un estado de preparación pre-emocional,
que puede o no, conducir finalmente a una emoción.
La percepción es una variable necesaria para que ocurra el proceso emocional pero no
suficiente. Se requiere anteriormente la existencia de un estímulo susceptible de ser
percibido, así como de una evaluación-valoración posterior que atribuya al estímulo
de características afectivas.
4.3.2. La evaluación
En relación con esto último, mientras que unos investigadores sostienen la necesidad de
realizar un análisis consciente del sentido o significado de un estímulo (proceso
postcognitivo), otros postulan que la emoción puede desatarse en ausencia de una
valoración consciente de las características estimulares (proceso precognitivo).
Por otra parte, ante emociones más complejas como la culpa, la envidia, celos, orgullo,
vergüenza, etc. en las que la conciencia juega un papel determinante y los procesos
valorativos son muy sofisticados y persistentes. En este caso se trata de un proceso de
tipo controlado.
En este tipo de evaluación valorativa más controlada, se produce frecuentemente ante
situaciones para las que en la mayoría de las ocasiones disponemos de imágenes
mentales, y etiquetas verbales organizadas por el pensamiento; éstas describen
innumerables aspectos de nuestra relación con la situación, reflexiones, regularidades
almacenadas sobre sus consecuencias probables, etc. En este tipo de evaluación estimular
consciente se sigue la siguiente secuencia:
1º.- En términos valorativos de la novedad de la situación (si la situación es
nueva o esperada), así como del potencial beneficio o perjuicio para el sujeto,
determinando si la situación es agradable (generando tendencias de acercamiento) o
desagradable (evitación/huida). Esta primera evaluación se realizaría de forma automática
mediante procesos preatencionales.
2º.- En términos de probabilidad subjetiva de controlar (afrontar) la situación,
de poder cambiar o evitar las consecuencias a través de la lucha o huida, y la capacidad
de ajuste al resultado final. Todo ello encaminado a no perder la estabilidad o bien para
recuperarla en el menor tiempo posible.
Según Ortony, Norman y Revelle (2005) los sentimientos son los registros de salida que
el cerebro elabora para interpretar los cambios corporales (tensión muscular, activación
cardiovascular, etc.) así como los cambios en los estados de conciencia que causan las
emociones, esto implica que los sentimientos son necesarios, pero no suficientes para
que se produzca una emoción. Por su parte, Damasio (2000) considera que los
sentimientos son la representación mental de los cambios orgánicos presentes en una
emoción.
Se podría, por tanto, afirmar que el sentimiento es el punto fundamental para que el sujeto
“sepa” que está experimentando una emoción. La experiencia subjetiva o sentimiento
permite al sujeto poner un rótulo o una cualidad a la emoción que experimenta. Es
difícil llegar a la experiencia subjetiva de una emoción si no existe un proceso previo de
evaluación-valoración consciente. En estos casos, el sujeto experimenta la emoción
directamente derivada de la evaluación-valoración. En el caso de que el estímulo, la
percepción, y la evaluación-valoración no alcancen el umbral de la conciencia del sujeto,
éste percibe la respuesta fisiológica producida por la secuencia anterior, con lo cual lleva
a cabo la evaluación-valoración consciente, tal como hemos señalado anteriormente y
termina por experimentar subjetivamente la emoción. Queda patente que siempre es
necesaria una evaluación-valoración consciente para que el sujeto experimente
subjetivamente una emoción.
La experiencia subjetiva es una variable necesaria e imprescindible para que el sujeto
sepa o tome conciencia de que experimenta una emoción. Sin embargo, ni es necesaria ni
imprescindible para que ocurra el proceso emocional.
4.3.4. La respuesta
A pesar de que el pico de respuesta (intensidad) puede ser relativamente común a diversas
respuestas emocionales, es en la duración donde aparecen diferencias más patentes. Se
atribuye a los procesos de rumiación un papel importante en la duración de la
respuesta emocional, ya que el procesamiento que requiere la reexaminación del evento
emocional y los recursos atencionales que implican, hacen que el episodio sea más
duradero en el tiempo.
Se estima que los procesos rumiativos son más duraderos en las emociones negativas
que en las positivas, las cuales se desvanecen antes en el tiempo. Las interpretaciones a
este hecho pueden atribuirse tanto al efecto de la rumiación, como a las consecuencias
diferenciales de ambos tipos de emociones. Mientras que las emociones positivas
habitualmente poseen una dimensión motivacional ligada al logro, y, por tanto, tras su
consecución, precisan poca elaboración, por el contrario en las negativas, el bloqueo
ligado a la consecución del objeto hace preciso elaborar planes que permitan su
consecución, con lo que la dimensión displacentera se prolonga en el tiempo.
Durante el episodio emocional, el nivel de intensidad fluctúa en el tiempo, las fases más
agudas y las menos agudas se suceden (Solomon, 1980). Durante las fases agudas las
tendencias, motoras, la activación fisiológica, la actividad expresiva y la interferencia con
otras tareas es pronunciada. Durante las fases menos agudas, el estado del sujeto puede
caracterizarse como humor o estado de ánimo consecuente y congruente con la emoción
que le antecede, aunque teniendo en cuenta que un objeto puede convertirse en el foco de
atención o puede ser reinstalado como tal en cualquier momento. Tras alcanzar el máximo
nivel de intensidad, en la respuesta emocional, pueden transcurrir horas hasta que la
persona estabilice sus niveles basales habituales de activación.
Las investigaciones sobre la expresión facial de las emociones tienen su origen en Darwin
(1872-1877). Este autor compara el comportamiento emocional de los animales y del
hombre y destaca la existencia de elementos comunes en la expresión emocional de
sujetos humanos pertenecientes a distintas culturas, encuentra similitud entre estas
expresiones y el repertorio expresivo de niños ciegos, además, es el primero que observa
de forma sistemática la aparición temprana de los gestos emocionales en el niño de corta
edad. Todo ello le induce a afirmar que las expresiones emocionales son universales y
que han sido seleccionadas en el curso de la evolución para transmitir mensajes acerca
del estado interno de su emisor, siendo, por tanto, un sistema claramente comunicativo
en los procesos de comunicación y de supervivencia de los individuos
La expresión puede manifestarse de muy diversas forma, que van desde las formas de
expresión automática, carente de todo control voluntario, caracterizadas por la
expresión facial, los movimientos corporales y señales vocales espontáneas e impulsivas,
hasta formas altamente controladas y rígidas de expresión denominadas “represivas”
en las que el sujeto suprime o inhibe cualquier manifestación emocional observable, bien
a causa de una disposición biológica, bien fruto del aprendizaje a lo largo de su desarrollo
emocional. Incluso cabe la posibilidad de expresar de forma fingida la ocurrencia de una
emoción con la finalidad de conseguir algún objetivo.
Algunos estudios demuestran que las mujeres son más expresivas que los hombres.
Las mujeres informan sonreír más frecuentemente que los hombres, hombres y mujeres
así lo reconocen, del mismo modo que los hombres expresan con mayor frecuencia y le
es más aceptada socialmente la expresión de la ira que a las mujeres. Si bien, se sabe que
los estereotipos sexuales ligados a la expresión de las emociones influyen en esta
percepción ya que, por ejemplo, las expresiones de alegría de las mujeres son valoradas
como más intensas que las de los hombres (a igualdad de intensidad física expresada),
mientras que, por el contrario, se valoran como menos intensas las expresiones de ira y
asco de las mujeres.
Del mismo modo, las mujeres suelen ser más hábiles para reconocer expresiones
faciales incluso bajo condiciones de mínima información. Este hecho se ha atribuido al
diferente papel que evolutivamente han desempeñado ambos sexos, ya que a la mujer se
le ha atribuido funciones predominantemente afiliativas, en las que la sonrisa cumple
una función mucho más importante que la expresión de emociones negativas como la ira,
más propia del hombre, quien ha desempeñado históricamente un papel más dominante,
para lo que es más adaptativo la expresión de la ira.
¿El hecho de que las mujeres sean más expresivas que los hombres significa que
experimentan subjetivamente con mayor intensidad las emociones? A este respecto se
sabe que están significativamente relacionadas la conducta expresiva y la vivencia
subjetiva. Sin embargo, los resultados de diferentes investigaciones muestran tanto que
las mujeres son más expresivas y a la vez experimentan subjetivamente más intensamente
las emociones, o bien, no encuentran diferencias en la intensidad con que subjetivamente
se han sentido, aunque se observaran diferentes patrones fisiológicos en respuesta a
estímulos.
A pesar de las diferencias existentes entre los distintos estudios respecto al diseño,
metodología y técnicas de análisis, existe una sorprendente convergencia de resultados
respecto a los parámetros vocales característicos de las emociones investigadas más
sistemáticamente, que son ira, tristeza, miedo y alegría, y fundamentalmente entre las dos
primeras.
Así la emoción de ira se caracteriza por un alto nivel de la frecuencia fundamentada (la
frecuencia fundamental (F0) es el número de veces que vibran los pliegues vocales por
segundo, la apertura y cierre de los pliegues vocales) en casi todos los estudio, extenso
rango y gran variabilidad de la frecuencia fundamental (La frecuencia fundamental es la
frecuencia más baja de una forma de onda periódica), voz intensa y breve duración.
Característica expresiva
Paul Ekman es uno de los autores que ha defendido el carácter básico de algunas
emociones a partir de las características expresivas. El resultado de sus trabajos pone de
relieve la existencia de un pequeño grupo de emociones básicas: ira, tristeza, miedo, asco,
alegría (en algunas ocasiones se ha incluido la sorpresa). Aunque en trabajos más
recientes, se refiere a un conjunto de emociones básicas entre la que se incluyen las
siguientes: diversión, ira, desprecio, alegría, asco, turbación, excitación, miedo, culpa,
orgullo, alivio, tristeza/distrés, satisfacción, placer sensorial y vergüenza (15 emociones
en total). Hay que tener algunas reservas con respecto a algunas de estas emociones.
Respuesta fisiológica
Proceso de valoración
Stein y Trabasso (1992) proponen que la naturaleza de la valoración asociada con cada
emoción básica puede ser definida funcionalmente. Existen un pequeño número de metas
y objetivos centrales en el ser humano que son compartidos por todos los individuos de
cualquier grupo, independientemente de la cultura en la que se ha desarrollado ese
individuo y ese grupo.
Las emociones básicas son aquellas en las que su proceso de valoración se encuentra
unido a cualquiera de las metas universales u objetivos centrales que conforman ese
particular y reducido grupo. Las emociones positivas aparecen cuando el proceso de
valoración conduce al individuo a pensar o a creer que una meta puede ser conseguida,
en el caso de que no se tuviera ya; a pensar o a creer que una meta puede ser mantenida,
en el caso de que ya se tenga y pudiera correr un peligro; a pensar o a creer que una meta
puede ser recuperada, en el caso de que se hubiese perdido.
Las emociones negativas aparecen cuando el proceso de valoración conduce al individuo
a pensar o creer que una meta no puede conseguirse, en el caso de que no se tenga; a
pensar o a creer que una meta puede perderse, en el caso de que ya se tenga, a pensar o
a creer que una meta no puede recuperarse, en el caso de que se haya perdido
previamente.
Por tanto, en este marco de referencia, las emociones básicas son aquellas, que,
independientemente de las influencias que puedan ejercer los factores sociales, de
aprendizaje, culturales, etc., son el resultado de procesos de valoración. El criterio
fundamental para hablar de emoción básica sería la existencia de un proceso de
valoración concreto, específico y particular que desemboca en una emoción
particular y específica (Power y Dalgleish, 1997).
Comentar en este punto, que existe una cierta controversia con respecto a la sorpresa.
Están a favor de considerarla como una emoción básica aquellos que defienden la
relevancia de las características expresivas como criterio esencial para hablar de
emociones básicas. Pero hay otros autores que la consideran como una variable cognitiva
asociada al desajuste entre lo esperado y lo presente. Así mismo, estos autores también
consideran que el sentimiento asociado a la posible emoción de sorpresa en discutible, ya
que, dependiendo del curso que tomen los acontecimientos, así como las connotaciones
y significación que posee el evento en esa situación para un determinado individuo, así
será la emoción que se desencadene.
4.4.2. El miedo
El miedo es una emoción que se experimenta ante un peligro real, presente e inminente,
por lo que está muy ligada al estímulo que la desencadena. Es activada por amenazas (o
la percepción de daño o peligro) a nuestro bienestar físico y/o psíquico. También por la
amenaza a personas queridas.
En cuanto a los desencadenantes, es imposible reseñarlos, ya que cualquier estímulo
puede llegar a desencadenar la emoción de miedo en algún individuo. De hecho, Mayr
(1974) proponía la existencia de tres tipos de miedo:
- Miedo no comunicativo: que se produce como consecuencia de seres no vivos
- Miedo inter-específico: que se produce como consecuencia de otros animales.
- Miedo intra-específico: que se produce como consecuencia de otros individuos
de la misma especie.
Desde el punto de vista del propio suceso emocional, la emoción del miedo se produce
cuando existe un estímulo o situación que, tras la valoración realizada por el sujeto
(consciente o no consciente), resulta significativamente relacionada con la amenaza
física, psíquica o social al organismo, así como a cualquiera de las metas valiosas que
éste persigue; o lo que es lo mismo, relacionada con la posibilidad más o menos probable
de que perderá algo importante para él. De esta forma, el proceso de valoración tiene,
por un lado, connotaciones de pérdida y ocurrencia futura y por otro lado tiene
características de inmediatez. Un ejemplo de desencadenante prototípico de la emoción
de miedo es la muerte. Sentimos miedo auténtico cuando percibimos que la muerte está
próxima.
Todas las emociones tienen una función, que es ayudarnos a adaptarnos mejor al contexto.
Por esto no hay emociones buenas y malas. Todas son buenas. El problema es lo que
hacemos con ellas. La función del miedo es aumentar las probabilidades de
supervivencia. Gracias al miedo, ante un peligro adoptamos la estrategia oportuna para
sobrevivir, que normalmente suele ser huir del peligro si es posible.
Por tanto, nos permite poner en marcha las conductas y actividades (básicamente son la
lucha, la huida o la resistencia) que estimamos oportunas para superar esa situación. No
obstante, también puede producirse una respuesta de bloqueo, probablemente como
consecuencia de la incapacidad del individuo para encontrar o ejecutar una de las distintas
conductas que podría llevar a cabo en ese momento. En ese caso, la respuesta deja de ser
adaptativa.
Las manifestaciones conductuales asociadas a la emoción de miedo tienen que ver, bien
con la evitación de la situación o evento que amenaza la integridad del sujeto o bien con
el afrontamiento de dicha situación o evento, en el caso de que la respuesta de evitación
o escape no sea posible o deseada.
En cuanto a la evitación o escape de la situación puede ser de dos tipos: activa o pasiva.
La evitación activa supone que el individuo lleve a cabo algún tipo de conducta con el
fin de alejarse de la situación o estímulo en cuestión. La evitación pasiva supone la
ausencia de conducta de huida por parte del individuo quien, lo que trata realmente es
de pasar desapercibido o de no sufrir el daño o consecuencia derivada de la situación.
El miedo facilita el aprendizaje de nuevas respuestas que alejan al individuo del peligro
y activa los esfuerzos de afrontamiento, lo que a su vez, facilita el aprendizaje de las
habilidades de afrontamiento.
Verbalmente la expresión de miedo tiene la forma “tengo miedo de...”, o “tengo miedo
a...”, “morirse de miedo”, “temblar de miedo”, “miedo insuperable”, “hacerse un nudo en
la garganta”, “poner los pelos de punta”, “helar la sangre, etc. El miedo a perder la vida
y el miedo al objeto que lo puede provocar (persona, animal, terremoto, inundación, etc.)
son fuentes primarias de miedo. Todas ellas pretenden describir la respuesta
neurofisiológica de la emoción que se experimenta ante el peligro.
Todas las emociones se pueden exagerar hasta llegar a trastornos emocionales. En el caso
del miedo los trastornos pueden ser ansiedad, estrés y fobias que se pueden considerar
como el exceso de la emoción, que ha derivado en patología o alteración emocional
La expresión facial de miedo se suele caracterizar por ver uso párpados inferiores tensos
acompañados por unos párpados superiores elevados. En algunas ocasiones irán
acompañados por las cejas.
El miedo se puede definir de diversas formas. Aquí lo hemos delimitado como la emoción
ante un peligro real e inminente. Pero también se ha definido como un peligro irreal o
imaginario. En el primer caso no se incluye la ansiedad; en el segundo sí. Por lo tanto,
según como se defina el miedo va a incluir o no a la ansiedad, ya que es un miedo
imaginario.
Mucha gente no tiene clara la diferencia entre ambas, debido a que en el lenguaje
coloquial se confunden fácilmente. ¿Qué es lo que distingue la ansiedad del miedo?
Si el miedo es la emoción ante un peligro real e inminente, la ansiedad se experimenta
ante un riesgo imaginario, posible, pero poco probable. Es más, la suposición de un
peligro potencial producto de la imaginación que un riesgo real.
Se ha definido la ansiedad como un miedo sin objeto. Aunque esto no siempre se cumple;
por ejemplo, en la ansiedad social: la gente que está allí se percibe como un peligro o
amenaza.
El pensamiento ha creado una especie de radar virtual que llevamos siempre encima de
la cabeza para detectar cualquier peligro a larga distancia en el espacio y el tiempo.
Nuestra cabeza tiene una tendencia a pensar “y si...”: “y si me abandona mi pareja”, “y si
no encuentro trabajo”, “y si me quedo sin empleo”, “y si me asaltan”, “y si le ha pasado
algo a mi hija”, “y si me pongo enfermo”, “y si...”. La lista puede ser enorme. La cantidad
de peligros imaginarios no tiene límite. En general son peligros posibles, pero poco
probables.
4.4.3. La tristeza
La tristeza suele desencadenarse por la pérdida irrevocable de algo que se valora como
importante: un ser querido, salud, bienes, etc. También se valoran como pérdidas el
divorcio, la separación, una enfermedad grave, un fracaso, el desempleo, el rechazo de un
amigo, pérdida de autoestima por no haber conseguido alcanzar algún objetivo
profesional, para algunas personas la pérdida de un objeto muy preciado o entrañable, etc.
Pero la tristeza más grande es ante la muerte de alguien muy querido. Probablemente vivir
la muerte de algún hijo es lo que produce la tristeza más grande. En la tristeza no tiene
por qué haber culpables; aunque puede haberlos.
Además, de ser una experiencia personal relacionada con aquello que acontece a una
persona, también se puede experimentar tristeza cuando la pérdida es sufrida por otro,
por alguien próximo a esa persona. La estructura temporal de la emoción de tristeza puede
ubicarse en el pasado, en el presente y en el futuro (Power, 1999). Así se puede
experimentar tristeza cuando alguien recuerda una pérdida importante del pasado más o
menos reciente; se puede experimentar tristeza cuando la pérdida es actual, presente;
y se puede experimentar tristeza ante una pérdida que se intuye o se sabe que
ocurrirá en el futuro más o menos lejano.
Lo que sí parece tener un consenso es que la tristeza es una emoción básica. Desde un
punto de vista genético, existen en prácticamente todos los individuos, y por extensión en
todas las especies, los mecanismos necesarios para experimentar la emoción de tristeza.
Ahora bien, los estímulos ante los que se desencadene dicha emoción vendrán tamizados
por las influencias sociales, culturales, morales, incluso religiosas, que haya
experimentado un individuo en particular.
Funciones de la tristeza
Una de las funciones esenciales de la tristeza tiene connotaciones sociales, de tal forma,
que la expresión de dicha emoción es interpretada como una petición o demanda de ayuda
a los otros miembros del grupo o de la sociedad. De esta forma, se incrementa la cohesión
social y la unión entre los miembros de un grupo, fomenta la conducta de ayuda
conducta altruista. La manifestación de tristeza por parte de un miembro de un grupo
permite trasmitir información a los demás acerca del estado de pérdida que le caracteriza.
Por tanto, los demás se aproximan a la persona triste para arroparla y darle apoyo en un
momento crítico. La expresión de tristeza es el desencadenante para que se inicie una
conducta social de cohesión y ayuda hacia quien experimenta dicha emoción.
Aunque, se puede dar otra casuística. No todo el mundo desea recibir ayuda mientras se
vive una experiencia de tristeza o angustia. Hay personas que prefieren apartarse, estar
solas, no quieren ser vistas en ese estado. Quizá se avergüencen de su debilidad e
impotencia, de haber llegado a ser tan dependientes de otra persona, tan apegadas a ella,
que cuando desaparece, surge la tristeza. Pero alguien que no quiera hacer públicos sus
sentimientos no quiere decir que vaya a superarlo por completo; ni tampoco que no los
esté sintiendo sólo poque suprima su expresión. Tanto las distintas tradiciones culturales,
como el haber sido educado en una determinada cultura, y puede que también en el
temperamento, desempeñan un papel en la creación de las actitudes acerca de sentir o
mostrar tristeza.
Por otro lado, no todo el mundo siente el sufrimiento de los demás; no todo el mundo
se siente motivado para ayudar y consolar a una persona que está triste. También hay
personas que disfrutan bien con el sufrimiento ajeno porque se sienten bien ejerciendo su
poder y contemplando el dolor que causa.
La tristeza es una emoción que no suele comportar ningún tipo de acción. Es más bien un
deseo de permanecer inactivo lo que caracteriza a la tristeza. Esto puede tener su
explicación en el hecho de que la tristeza se experimenta ante la pérdida. Después de la
pérdida necesitamos conservar lo que nos queda. Una forma de conservar las energías es
la inactividad. Por eso, la reducción de la actividad es una característica de la tristeza,
lo cual se manifiesta por una desmotivación general.
A nivel verbal, existen numerosos adjetivos que describen los sentimientos de tristeza:
afligido, decepcionado, abatido, tristón, deprimido, desanimado, desesperado, apenado,
impotente, desconsolado, compungido, etc.
Con respecto a la expresión facial, uno de los signos más notorios de la tristeza consiste
en la orientación hacia debajo de las comisuras de la boca y de los ojos, que son la
consecuencia de una relativa pérdida del tono muscular facial. En términos generales, se
puede hablar de una importante pérdida del tono muscular general en el organismo. Existe
una apatía motora. Aunque la mayor expresión facial de la tristeza se muestra con las
lágrimas
Angustia y depresión
Según Paul Ekman (2003) en los momentos de angustia existe una queja, mientras que
en la tristeza hay más resignación y desesperanza. La angustia intenta relacionarse
afectivamente con la fuente de la pérdida. La tristeza es más pasiva. La tristeza es una de
las emociones de más larga duración. Tras un periodo de angustia, por lo general, da
comienzo otro de tristeza resignada en la que la persona se encuentra totalmente indefenso
(vulnerable); luego la angustia se presenta de nuevo en un intento de recuperar la pérdida;
le sigue la tristeza; luego la angustia; y así una y otra vez.
Aunque también pueden aparecer otras emociones. Una persona afligida o triste, puede
atravesar momentos de rabia contra la vida, contra Dios, contra la persona o cosa
causante de la pérdida, contra la persona fallecida por haberse muerto, especialmente si
dicha persona corrió algún tipo de riesgo voluntariamente. La rabia también puede
dirigirse hacia uno mismo por no haber hecho algo, por no haber expresado algún
sentimiento importante, por no haber impedido la muerte.
Estamos hablando del proceso de duelo. Aunque no existen reglas rígidas, porque no es
extraño que la persona que está en duelo se sienta abandonada tenga momentos de rabia
contra la persona que ha muerto. Incluso puede haber momentos en los que tenga miedo
pensando en cómo será capaz de continuar viviendo sin la persona fallecida, miedo de no
recuperarse jamás. Si la pérdida no se hubiese producido, el miedo sería la emoción
predominante por encima de la tristeza o angustia.
En general, las atribuciones que va realizando el individuo son el factor clave para las
distintas reacciones emocionales y motivacionales. Esto es, los factores cognitivos se
convierten en el filtro por el que pasa la situación a la que se enfrenta el individuo, los
recursos que éste posee y la asociación entre sus conductas y los resultados que obtiene
con ellas.
4.4.4. La ira
La ira es una de las emociones más comunes y frecuentes. Por eso hay tantos matices
dentro de la gran familia de la ira: rabia, enfado, cólera, rencor, odio, furia, indignación,
resentimiento, aversión, exasperación, tensión, excitación, agitación, acritud,
animadversión, hostilidad, violencia, enojo, celos, envidia, impotencia, desprecio,
antipatía, resentimiento, rechazo, recelo, etc.
La ira es otra de las emociones básica, y, por tanto, tiene un carácter innato, está presente
en casi todas las especies y culturas y, además, presenta una manifestación expresiva
universal, lo cual subraya su utilidad adaptativa. Sin embargo, han existido otras
aproximaciones que consideran que la emoción de la ira no tiene un fundamento
biológico ni básico, señalando que sus connotaciones son sociales.
Funciones de la ira
La ira, como todas las emociones, es necesaria y puede ser buena. Con la ira
aprendemos a defendernos de lo que nos puede hacer daño. Gracias a la ira sentimos
indignación ante la injusticia y ganas de luchar para eliminarla.
A nivel fisiológico, la ira prepara al organismo para inicial y mantener intensos niveles
de activación focalizada y dirigida a una meta u objetivo. Y desde un punto de vista
psicológico, la ira se relaciona con la auto-protección.
El problema no es la ira, sino lo que hacemos con ella. La ira mal regulada puede
provocar estragos en la persona que la siente y en su entorno más inmediato. Cuando
experimentamos ira, no razonamos de manera eficaz y eso repercute en la respuesta
conductual posterior. Se han señalado tres formas de afrontar la ira (Johnson, 1990):
supresión (no expresar nunca), expresión (expresar habitualmente) y control (decidir si
se expresa o no) siendo esta última la más adaptativa.
Parece extraño, pero con quien más solemos tener ira suele ser aquellas personas que
más amamos (nuestros hijos, la pareja, compañeros de trabajo, etc). Posiblemente porque
son las que más pueden herirnos y decepcionarnos o porque nos conocen íntimamente y
saben nuestros temores y debilidades y, por tanto, lo que más puede herirnos.
Aunque la experiencia de ira activa un programa motor dirigido hacia la agresión, incluso
la destrucción, de un objetivo disponible o asequible, otra cosa es que ocurra la conducta
de agresión propiamente dicha, ya que tenemos mecanismos de control de la conducta
de agresión.
Con respecto a las características expresivas de la ira, uno de los signos más evidentes es
la gran tensión muscular que se origina en todo el organismo, especialmente en el rostro.
Hay tendencia a apretar y mostrar los dientes lo que refleja un comportamiento de
nuestros ancestros que es la tendencia a morder. Dicha manifestación tiene connotaciones
de aviso o amenaza a quienes han desencadenado la emoción de ira. Otra característica
se refleja en los ojos, que pueden mostrarse ampliamente abiertos, con la finalizad de
amenazar al rival, o mostrarse entrecerrados, en señal defensiva o de protección, con la
finalidad de minimizar el potencial riesgo procedente del rival. En ambos casos la mirada
suele ser fija, centrada en el agente causante de la ira, con mucha intensidad en los ojos,
las cejas juntas y hacia abajo por la parte central o nasal.
4.4.5. El asco.
El asco, como ocurre en otras emociones básicas, combina la dimensión cognitiva y las
respuestas corporales. Cuando se analizan los componentes implicados en esta emoción,
se percibe que se ha producido muy poca modificación en lo que respecta a las
manifestaciones responsivas. De esta forma, en el plano expresivo, se aprecia la tensión
dirigida a la evitación del objeto o estímulo en cuestión, teniendo dicha expresión claras
connotaciones de repugnancia. En el plano de la valoración cognitiva son muchas las
situaciones que, por aprendizaje e influencias culturales, pueden llegar a desencadenar la
emoción de asco.
Según los trabajos llevados a cabo por Rozin et al (1997; 1999), es posible entender cómo
la emoción del asco es funcional no sólo en el ámbito biológico, en el cual se localizan
sus orígenes (ingestión de alimentos), sino también en la gran diversidad de situaciones
sociales, morales, etc., en las que con bastante frecuencia ocurre dicha emoción. En
términos generales se puede argumentar que la evolución que se observa en la emoción
del asco puede ser entendida aludiendo a una preadaptación, que permitiría la utilización
de una estructura ya existente para una función determinada con un propósito diferente.
Existen variables con una capacidad especial para desencadenar la emoción de asco. Entre
ellas, podemos citar las siguientes: las referidas a olores y apariencia de los alimentos y
bebidas, incluso de otras cosas, animales, individuos; las referidas a la ocurrencia de
algunas conductas que van en contra de los principios y creencias morales, religiosas,
culturales e incluso políticas de un individuo; las referidas al contacto físico con
elementos desagradables o peligrosos.
Los estudios realizados por Rozin (Rozin, Haidt, McCauley e Imada, 1997; Rozin, Haidt
y McCauley, 1999) inicialmente la emoción de asco aparecía cuando en la ingestión de
alimentos o líquidos se producía un sabor desagradable que forzaba al individuo al
rechazo. Con el paso del tiempo, y con la influencia de las distintas culturas, la misma
respuesta de rechazo, con todas sus características, resultó asociada a otro tipo de
estímulos referidos a la valoración cognitiva, a la percepción visual, etc. Por esta razón si
bien la emoción de asco parece un patrimonio compartido por la genética de
prácticamente todas las especies, sólo en el ser humano dicha emoción adquiere las
connotaciones de emoción amplia, susceptible de ser desencadenada por la presencia de
estímulos cuya asociación con la respuesta emocional de asco se ha producido como
consecuencia de las influencias sociales y culturales.
Para Rozin, existen unos desencadenantes universales muy potentes y que tienen que
ver con los productos corporales: las heces, el vómito, los mocos y la sangre. Sin
embargo, los niños y los adolescentes se sienten fascinados por el asco. Este mismo autor,
recuerda que en determinadas tiendas se venden imitaciones muy realistas de vómitos,
mocos, babas y heces. Es como si estuviéramos diseñados para que sintiéramos asco del
interior del cuerpo de otra persona, sobre todo cuando hay sangre. Sin embargo, esa
reacción de asco queda en suspenso cuando quien sangra no es un extraño sino un
allegado, un familiar. Entonces nos sentimos impulsados a hacer algo para aliviar su
sufrimiento más que a apartarnos de él.
Rozin también distingue lo que califica de asco interpersonal y enumera cuatro grupos de
desencadenantes interpersonales aprendidos: lo raro, lo enfermizo (las personas
desfiguradas, las úlceras supurantes, etc.), lo desgraciado y lo socialmente contaminado
(moralmente reprobables: atrocidades realizadas en campos de concentración, ser testigos
de violaciones, etc.)
También hay otras variables con capacidad para provocar dicha emoción. Como indicar
Rozin et al. (1993) y Miller (1997), habría que incluir cuatro tipos de elicitadores de la
emoción de asco: mala higiene corporal, la realización de la conducta sexual con un
compañero inapropiado (animales, hermanos/as, etc.) la amputación de un miembro
corporal y el contacto con individuos muertos. La función social y cultural de la
emoción de asco se encontraría enraizada en el rechazo de todo aquello que supone
una amenaza a los valores y pautas morales.
En el ser humano, el asco podría ser considerada como una emoción derivada de la propia
civilización. Relacionada con la protección y la preservación de la sensibilidad cultural.
Las respuestas asociadas a la emoción del asco son bastante estables en el tiempo. A
grandes rasgos, estas respuestas se refieren a los movimientos y gestos expresivos,
fundamentalmente la cara, a ciertas manifestaciones fisiológicas y a particulares
conductas. Así la cara de asco es familiar y fácilmente reconocible en muchas culturas,
apreciándose como la boca y la nariz adoptan una posición específica que denota rechazo.
Rozin es uno de los autores que más interés y tiempo ha dedicado al estudio del asco, ha
construido una escala (La Escala del Asco) que muestra una moderada correlación
positiva con el miedo a la muerte, y una moderada correlación negativa con la búsqueda
de sensaciones. También se pudo apreciar que las mujeres parecen más sensibles a la
emoción de asco que los hombres.
4.4.6. La alegría.
Si bien en otras emociones, las que podemos llamar “emociones negativas” sí que
encontramos una clara asociación con un determinado problema relacionado con la
amenaza, con la posibilidad de pérdida o con la no consecución de algo positivo, no
parece que podamos establecer esa asociación con la emoción de alegría.
Funciones de la alegría.
Diferentes estudios han podido constatar que sí que se puede hablar de funciones
concretas. Éstas parecen estar relacionadas con el bienestar general, repercutiendo de
forma positiva en las dimensiones cognitiva, fisiológica y conductual.
De hecho, desde las orientaciones psicoanalíticas se enfatizaba que esta emoción junto
con las manifestaciones expresivas que la acompañan se encontraría relacionada con la
liberación de la tensión que se ha acumulado en el organismo. Bergson (1911) realizó
estudios sobre la risa y propuso que la alegría, junto con sus manifestaciones expresivas
características, tiene sentido exclusivamente en el ámbito social. Así, una función
fundamental de la alegría consiste en favorecer la relación interpersonal, influyendo
sobre los demás, favoreciendo la diversión, permitiendo mostrar el afecto o estima que se
siente por alguien.
La alegría es una familia de emociones que incluye: estar contento, júbilo, regocijo, gozo,
placer, entusiasmo, euforia, deleite, diversión, estremecimiento, satisfacción, alivio,
alborozo, humor, hilaridad, exultación, satisfacción, etc. Como conductas nos
encontramos con el sentido del humor y la risa.