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TEMA 4.

LAS EMOCIONES
4.1. ¿Qué son las emociones?
4.2. Funciones de las emociones
4.3. Proceso emocional
4.3.1. Características del estímulo
4.3.2. La evaluación
4.3.3. La experiencia emocional (sentimiento)
4.3.4. La respuesta
4.4. Las emociones básicas
4.4.1. ¿Qué es una emoción básica?
4.4.2. El miedo
4.4.3. La tristeza
4.4.4. La ira
4.4.5. El asco
4.4.6. La alegría

4.1. ¿Qué son las emociones?


Los humanos llegamos al mundo más desprotegidos que cualquier otra especie. Somos el
ser que requiere mayor cuidado de sus padres, pero a la vez el que experimenta un
aprendizaje mayor, de décadas de duración. Pero en realidad no nacemos desnudos del
todo; hay algo que traemos incorporado “de fábrica” y es un inventario de respuestas
inconscientes a pasiones, afectos y olvidos de quienes nos rodean: las emociones básicas
y universales.
Así, al nacer, somos 100% emocionales, pura intuición, y a medida que aprendemos
vamos adquiriendo habilidades para afrontar la vida de modo racional. Las emociones
siguen ahí, pero la sociedad nos enseña a no dejarnos arrastrar por ellas y lejos de
controlarlas, acabamos reprimiéndolas.
Coloquialmente nos referimos a las emociones para describir estados subjetivos que
poseen una intensa carga afectiva. Decimos sentirnos alegres o tristes, tener miedo o ira.
De hecho, la mayoría de la gente considera que los mejores ejemplos de estado
emocionales son el amor y el odio.
Tenemos una gran facilidad para representar mentalmente una emoción recordando algún
episodio emocional que hayamos experimentado recientemente con la dificultad que
entraña definir qué es. Casi todo el mundo sabe qué es una emoción hasta que intenta
definirla.
Se podría decir que las emociones son reacciones del organismo que producen
experiencias personales percibidas de forma inmaterial, lo cual dificulta su conocimiento
en una cultura caracterizada por la materialización de las experiencias. Por ejemplo, la
forma de expresar amor muchas veces se realiza materializándolo con un regalo.
Necesitamos ver y tocar las cosas para comprenderlas mejor.
Por tanto, las emociones son más complejas de lo que parecen a simple vista. De hecho,
podemos decir que son multidimensionales, ya que existen como fenómenos sociales
subjetivos, biológicos e intencionales.
Las emociones son sentimientos subjetivos ya que nos hacen sentir de un modo
particular como en el caso del miedo o la alegría. Pero también son reacciones
biológicas, respuestas movilizadoras de energía que preparan al cuerpo para adaptarse
a cualquier situación que uno enfrente.
También son agentes intencionales, tienen una finalidad. Por ejemplo, el enfado crea un
deseo motivacional de hacer aquello que no haríamos en otras circunstancias como luchar
contra alguien o protestar contra una injusticia.
Las emociones son fenómenos sociales. Cuando estamos en un estado emocional,
enviamos señales faciales, posturales y vocales reconocibles que comunican a los demás
la calidad e intensidad de nuestra emoción.
La emoción influye sobre toda la experiencia humana, tanto sobre la razón como en
las conductas en las que actuamos de forma automática sin que en ellas medie la razón
consciente. Así mismo, la ausencia de equilibrio emocional es tan importante que se le
considera la causa de la infelicidad y la base sobre la que se asientan los trastornos
emocionales. Nos beneficiamos en la mayoría de las ocasiones o somos, a veces, víctimas
de las emociones. Las emociones pueden llegar a invalidar las motivaciones
fundamentales que impulsan nuestra vida. Por ejemplo, hay personas que no comerían
sin piensan que lo único que hay para comer es asqueroso. Algunas morirían mientras que
a otras personas ese mismo alimento les puede parecer muy sabrosa. El impulso sexual
es especialmente vulnerable a la interferencia de las emociones. Una persona puede
intentar evita siempre el contacto sexual por la interferencia del miedo o el asco (Ekman,
2003).
Además, las emociones son procesos multidimensionales episódicos de corta duración
que, provocadas por la presencia de algún estímulo o situación interna o externa, que ha
sido evaluada y valorada como potencialmente capaz de producir un desequilibrio en el
organismo, dan lugar a una serie de cambios o respuestas subjetivas, cognitivas,
fisiológicas y motoras expresivas.
El componente sentimental proporciona a la emoción su experiencia subjetiva, que tiene
tanto un significado como también importancia personal. Tanto en intensidad como en
calidad, la emoción se siente y experimenta a nivel subjetivo (o fenomenológico). El
aspecto sentimental está enraizado en procesos cognitivos o mentales.
El componente de estimulación corporal involucra nuestra activación neuronal y
fisiológica (biológica) e incluye la actividad de los sistema autónomos y hormonales
mientras se prepara y regula la conducta adaptativa de afrontamiento del organismo
durante la emoción.
La activación cerebral, la estimulación corporal y la actividad fisiológica están tan
entrelazadas con la emoción que cualquier intento de imaginar a una persona enfadada
o asqueada que no presente una respuesta corporal es casi imposible. Las emociones
suceden en el cuerpo, es decir, se sienten.
Cuando estamos en un estado emocional, nuestro cuerpo se prepara para la acción, lo
mismo en términos de nuestra fisiología cerebral (frecuencia cardiaca, epinefrina en el
torrente sanguíneo, etc.) como de la musculatura (postura de alerta, puños cerrados, etc.).
El componente intencional da a la emoción su carácter dirigido a metas para realizar las
acciones necesarias a fin de afrontar las circunstancias del momento. El aspecto
intencional explica por qué la gente quiere hacer lo que quiere hacer y por qué se beneficia
de sus emociones.
El componente social-expresivo es el aspecto comunicativo de la emoción. A través de
posturas, gesticulaciones, vocalizaciones y expresiones faciales, nuestras experiencias
privadas se vuelven expresiones públicas. Durante la expresión de las emociones,
comunicamos de manera no verbal a los demás cómo nos sentimos y cómo interpretamos
la situación presente.
Con el inicio de la tristeza, surge el sentimiento aversivo, que influye y ocurre de forma
simultánea con una estimulación corporal letárgica, con una sensación de intención
(superar o revertir la separación o el fracaso) y la expresión facial que es distintiva de la
tristeza. De aquí que las emociones sean los sistemas sincronizados que coordinan el
sentimiento, estimulación, la intención y la expresión, para alistar al individuo a adaptarse
con éxito a las circunstancias de la vida.

Emoción es el término que empleamos los psicólogos para nombrar este proceso
coordinado y sincronizado.
Entonces ¿Cuál es la relación entre motivación y emoción?

- Las emociones son un tipo de motivo. Como otros motivos (necesidades,


cogniciones, etc.), las emociones energizan y dirigen la conducta. El enfado/ira
energizan la conducta a nivel fisiológico, hormonal y muscular para logra una
meta o intención específica como superar un obstáculo o enmendar una injusticia.
- Las emociones sirven como indicadores que nos señalan qué tan bien o tan mal
está yendo determinadas situaciones. Las emociones positivas nos indican que
“todo está bien” reflejando la conexión y satisfacción de nuestros estados
emocionales y evidencian la adaptación exitosa a aquello que ocurre en nuestro
entorno. Mientras que las emociones negativas funcionan como señal de alarma
de que “no todo está bien”, reflejando la indiferencia y frustración de nuestros
estados motivacionales y evidencian la adaptación malograda a aquello que nos
rodea.

Un sentimiento constituye la experiencia subjetiva de la emoción. Son las


representaciones mentales de los cambios fisiológicos que caracterizan a cada una de
las experiencias emocionales. Los términos sentimientos y emoción se usan de manera
indistinta. Pero no son lo mismo, ya que el sentimiento es el conjunto de atribuciones
afectivas que damos a la experiencia emocional. Como decía el vídeo, es lo que
pensamos.

El estado de ánimo tiene la función de modular o influir en la cognición. Mientras


que en el estado de ánimo se producen consecuencias prioritariamente cognitivas, la
emoción tiene consecuencias motivacionales, de acción inmediata. Por ejemplo, cuando
los sujetos están bajo un estado de ánimo depresivo ven incrementada su accesibilidad al
procesamiento de estímulos y recuerdos congruentes con ese estado depresivo, mientras
que ven dificultados el procesamiento ante estímulos opuestos (acontecimientos felices).
La emoción y el estado de ánimo también se diferencian en el grado de activación
fisiológica. Mientras que en la emoción aparecen intensos estados de activación cortical
que conducen al organismo hacia una acción inmediata, en el estado de ánimo se da un
estado más sostenido, a la vez que menos intenso.
Así mismo, el estado de ánimo puede hacer disminuir el umbral para sentir ciertas
emociones congruentes con este estado de ánimo. Así, por ejemplo, bajo un estado de
ánimo irritado, una situación capaz de provocar la emoción de ira, ésta será más intensa
y menos controlada. Es más, emociones muy repetidas e intensas pueden propiciar un
estado de ánimo, o bien, si se inhibe una emoción, puede mantenerse o propiciarse un
estado de ánimo (por ejemplo, si se reprime la ira, es probable la aparición de un estado
de irritabilidad).

4.2. Funciones de las emociones

El trabajo acerca de la utilidad o función de la emoción comenzó con el libro La expresión


de las emociones de Charles Darwin (1872). En esta obra acerca de las emociones,
Darwin afirmaba que las emociones ayudaban a los animales a adaptarse a su entorno.
Por ejemplo, el perro que muestra los dientes en defensa del territorio afronta las
situaciones hostiles al amenazar a sus contrarios. Tal expresividad es funcional.
Precisamente desde ese punto de vista funcional, las emociones evolucionaron porque
ayudaron a los animales a lidiar con las tareas fundamentales de la vida (Ekman, 1994)

Sin embargo, aunque el principal papel de las emociones es contribuir a la adaptación, a


lo largo de la historia se confundió el papel adaptativo de las emociones con algunas
manifestaciones disfuncionales presentes en ciertos episodios o trastornos emocionales.
Así, por ejemplo, cuando la ira incluye respuestas agresivas o desproporcionadas se
considera disfuncional.

Las emociones cumplen con diferentes propósitos: protección, destrucción, reunión,


afiliación, rechazo, etc. Por ejemplo, para el propósito de protección, el temor energiza y
dirige al cuerpo a escapar; el enfado prepara al cuerpo para el ataque. Para cualquiera de
las tareas importante de la vida los seres humanos han desarrollado una reacción
emocional adaptativa correspondiente. Por tanto, la función de la emoción es
prepararnos con una respuesta automática, muy rápida e históricamente exitosa
hacia tareas vitales fundamentales. De esta forma, no existen emociones malas. La
alegría no necesariamente es una emoción buena, y el enfado y el temor no
necesariamente son emociones malas. Todas las emociones son beneficiosas porque
dirigen la atención y canalizan el comportamiento hacia donde se requiere, dada las
circunstancias que uno enfrenta.

Siguiendo esta línea, habría que preguntarse lo contrario ¿es funcional inhibir las
emociones? Un creciente número de investigaciones han permitido demostrar que la
inhibición de la expresión de acontecimientos emocionalmente significativos induce
una marcada hiperactivación fisiológica, provoca inmunodepresión y efectos
adversos en la salud a medio y largo plazo. Además, induce sesgos cognitivos sobre el
procesamiento de la información emocional, a la vez que dificulta los procesos de
afrontamiento adaptativo.

Las emociones pueden tener funciones intra y extrapersonales:


Funciones intrapersonales.
Las emociones permiten:
1.- Coordinar los sistemas de respuesta subjetivos, fisiológicos y conductuales.
2.- Cambiar las jerarquías conductuales, activando conductas que pueden estar
inhibidas en las jerarquías de conducta. Por ejemplo, el miedo puede hacer que una
persona valiente se acobarde, al igual que la ira puede hacer que un pacifista sea violento.
3.- Proveen de un soporte fisiológico para conductas tales como la retirada o la lucha. En
este sentido, la emoción cumple una función motivacional. Por ejemplo, el miedo motiva
a la acción para autoprotegerse ante un acontecimiento o anticiparnos a un acontecimiento
que podemos entender como potencialmente lesivo.
4.- Favorecen el procesamiento inmediato de la información, facilitándole de infinitas
posibilidades de acción para adaptarse a las demandas ambientales. De esta forma, los
periodos de latencia que median entre la evaluación de los estímulos y la reacción son
muy breves.
5.- Son un índice de valoración de la información relevante. La ocurrencia de
cualquiera de las emociones presupone sensibilidad ante un tipo de evento, facilitando
una disposición a que el sujeto valore un hecho como placentero o displacentero. Estas
señales pueden ser relevantes para el bienestar del sujeto.

Funciones extrapersonales:

1.- Permiten comunicar intenciones: la expresión facial, los gestos, la voz y las posturas
corporales cumplen importantes funciones de comunicación de nuestro estado emocional
a los otros. El valor de estas funciones es doble: permite dar a conocer cómo nos
sentimos, así como para influir o controlar la conducta de los otros.
Las expresiones emocionales son mensajes no verbales poderosos que comunican
nuestros sentimientos a las otras personas. Por ejemplo, a través de las expresiones
emocionales, los lactantes comunican de modo no verbal lo queno pueden decir
verbalmente, como a través del rostro (Fridlund, 1992), voz (Scherer, 1986) y conducta
emocional en general (Huebner e Izard, 1988).
La función social-motivadora de las emociones es indudable: las emociones se
desenvuelven en un contexto social y son causadas por acontecimientos ambientales;
provocan también una actividad relacional, ya que nos aproxima o dificultan la
interacción social. Por ejemplo, la vergüenza o la culpa cumplen una función reguladora
de la motivación social, provocando conductas pro-sociales que previenen su ocurrencia.
En este sentido la función de ambas emociones sería la anticipación y prevención.
Las emociones están dirigidas a un fin, y a su vez cumplen funciones motivacionales
de regulación social.
2.- Establecen y estructuran nuestra disposición con relación a los demás y sus ideas;
establecen un espacio entre nosotros y los demás, nos aproximan o nos alejan, atraen
hacia nosotros o provocan rechazo, facilitan o dificultan la interacción social.
Las demostraciones de emoción influyen en cómo interactúa la gente, de modo que
la expresión emocional de un individuo puede estimular las reacciones conductuales
de otra persona.
La expresión emocional comunica de modo no verbal a otros la conducta que
probablemente emitirá a continuación el individuo. Si se le quita el juguete a un niño que
expresa enfado comunica un probable ataque próximo en tanto que el niño que expresa
tristeza comunica la probable explosión de llanto. Con frecuencia, la señal de que uno
está en probabilidad de atacar o llorar tiene éxito para recuperar el juguete perdido. De
aquí que, en el contexto de interacción social, la emoción satisface múltiples funciones,
incluyendo las informativas (esto es lo que siento) y directivas (esto es lo que quiero que
hagas). De este modo, las expresiones emocionales comunican incentivos sociales
(sonrisa de alegría), disuasiones sociales (rostro de enfado) y mensajes tácitos (rostros de
vergüenza) que coordinan las interacciones sociales.

4.3. Proceso emocional

No respondemos emocionalmente a todo. No estamos continuamente paralizados por la


emoción. Las emociones van y vienen. En un momento sentimos una emoción y en otro
no sentimos ninguna.
La forma más habitual de darse las emociones es cuando notamos, con o sin razón,
que está ocurriendo o a punto de ocurrir algo que, para bien o para mal, afecta
seriamente nuestro bienestar. Cuando se desencadena una emoción, en milésimas de
segundo nos invade y nos ordena lo que hay que hacer, decir y pensar.

4.3.1. Características del estímulo

Para poder desarrollarse el proceso emocional se precisa un estímulo capaz de


desencadenarlo. Éste puede ser externo o interno, estar presente o ausente
(rememorándolo), ser actual o pasado. A su vez, el estímulo puede ser real o irreal (fruto
de una distorsión perceptiva). En cualquier caso, el estímulo ha de poseer características
capaces de desencadenar el proceso emocional.

Existen como “familias” de estímulos que son capaces, posiblemente con carácter
universal, de suscitar una respuesta afectiva. De estos estímulos presentes en el entorno
prevalecen algunas características especialmente significativas:
1.- Su grado de novedad e incertidumbre
2.- Su carácter placentero o displacentero
3.- Su capacidad para ser controlados
4.- Su compatibilidad con las normas (tanto personales como del grupo) y el
autoconcepto del sujeto.
Estos desencadenantes van desde un nivel más primitivo, adquiriendo paulatinamente
mayor grado de complejidad y sofisticación, implicando, a su vez, la participación de la
cultura y el aprendizaje.

Cada uno de estos grupos de estímulos posee capacidad, per se, de desatar
mecanismos innatos o aprendidos, de sensibilidad afectiva. Sin embargo, esto no
significa que sean capaces de desarrollar en todas las ocasiones respuestas emocionales,
sino simplemente afectivas, indicios que por sí mismos no constituirían realmente
emociones. La emoción se inicia cuando el sujeto focaliza la atención en algún cambio o
discrepancia, cuando esto sucede, se genera un estado de preparación pre-emocional,
que puede o no, conducir finalmente a una emoción.

La concurrencia de una situación o un estímulo potencialmente emotivos es una condición


necesaria, aunque no suficiente, para el desarrollo del proceso emocional, pues se requiere
la existencia de una eventual percepción, así como de la evaluación-valoración que
confiera al estímulo connotaciones afectivas. No es el estímulo en sí mismo, sino la
interpretación (consciente o no) que de éste se hace, lo que en última instancia facilita
comúnmente la respuesta emocional.
La percepción del estímulo

Sin la percepción (consciente o no) de un estímulo, el sujeto no adquiere


conocimiento acerca de la existencia de un evento relevante para su estabilidad,
imposibilitándose el inicio del proceso. Esta percepción puede ser consciente o no.

En la percepción consciente, el sujeto percibe conscientemente la presencia de un


estímulo que, dadas sus características particulares, posee la suficiente intensidad para
captar su atención. En este caso, diversos procesos psicológicos se ponen en marcha:
se hace necesario obtener la mayor información posible en torno a éste, para ello la
atención, la memoria, etc,. facilitan esta función. Además, la percepción consciente está
modulada por diversas variables cognitivas, tales como las creencias, los juicios, etc.
que el sujeto posee acerca del estímulo. También la propia biología del organismo y el
estado afectivo actual del sujeto, pues, dependiendo de ambas variables, cabrá la
posibilidad de un incremento o una disminución en la sensibilización individual o umbral
perceptivo ante ciertos tipos de estímulos.

En la percepción no consciente, el estímulo no posee la suficiente intensidad (dada su


baja intensidad o corta duración) para captar la atención consciente del sujeto, si bien se
produce un procesamiento de la estimulación a bajo nivel, incapaz de aflorar a la
conciencia. Este procesamiento de carácter básico, que posee igualmente capacidad para
desencadenar el proceso emocional, es especialmente útil y adaptativo en situaciones en
que se precisa una respuesta inmediata, casi automática, para adaptarnos a situaciones
potencialmente lesivas. Por ejemplo, podríamos tener muy malas consecuencias si en
presencia de un peligro real e inminente tuviéramos que asegurarnos tranquilamente de
su presencia, reflexionar sobre cuál es la respuesta más adecuada, rememorar situaciones
anteriormente vividas, así como cuáles habrían de ser las consecuencias personales y
sociales de cada una de las alternativas que podíamos adoptar para afrontarlo.

La percepción es una variable necesaria para que ocurra el proceso emocional pero no
suficiente. Se requiere anteriormente la existencia de un estímulo susceptible de ser
percibido, así como de una evaluación-valoración posterior que atribuya al estímulo
de características afectivas.

4.3.2. La evaluación

Las teorías cognitivas de la emoción asumen que la reacción emocional depende


sustancialmente de cómo se interprete la situación. Se puede responder con ira si cree
que ha sido injustamente tratado o con tristeza si se culpa asimismo por lo ocurrido.
La gente responde con diferentes emociones ante la misma situación, dependiendo de
cómo la interprete o valore en función de una serie de dimensiones o categorías, por
ejemplo, la importancia del suceso, sus expectativas anteriores, su grado de
responsabilidad o el grado de control que creíamos tener sobre la situación. Cada una de
las teorías cognitivas de la emoción valoran diversas categorías, que sostiene, que cada
emoción está asociada a distintos patrones valorativos. Las valoraciones, a su vez están
determinadas también por otros factores como las diferencias individuales y temporales
a la hora de definir respuestas emocionales; estos procesos pueden explicar también la
existencia de respuestas emocionales desadaptativas cuando las valoraciones
situacionales sean inadecuadas.
Para que cada uno de los antecedentes se constituyan en precursores de la emoción se
precisa su evaluación en función de parámetros afectivos. Este proceso implica la
interpretación (evaluación) así como la estimación de la repercusión personal
(valoración) que acarrea el estímulo. La interacción entre los proceso valorativos y
evaluativos permite entender las diferencias individuales en respuesta a idénticas
situaciones. Es decir, la cualidad e intensidad de las respuestas emocionales son, en gran
medida, fruto de la forma en que éstas son procesadas por quien las experimentan.

En relación con esto último, mientras que unos investigadores sostienen la necesidad de
realizar un análisis consciente del sentido o significado de un estímulo (proceso
postcognitivo), otros postulan que la emoción puede desatarse en ausencia de una
valoración consciente de las características estimulares (proceso precognitivo).

Se han distinguido dos tipos de procesamiento de la emoción: procesos automáticos


y controlados. Los automáticos hacen referencia a aquellos que se generan
inmediatamente sin necesidad de realizar análisis conscientes y deliberados sobre los
estímulos y que permiten categorizar la estimulación en términos de valencia afectiva
positiva o negativa. Su utilidad principal estriba en su capacidad para detectar
amenazas potenciales. Sin embargo, emociones más complejas implican la participación
de procesos controlados de procesamiento. Éstos implican la activación de redes
semánticas y esquemas afectivos que implican experiencias personales organizadas y
etiquetadas lingüísticamente.

El factor capital en esta fase evaluativa y valorativa es la categorización del estímulo en


términos de amenazantes o irrelevantes. De ser categorizado como amenazantes se
produce una respuesta defensiva orgánica y global, que conllevan reacciones fisiológicas
externas (conducta motora, expresiones) así como respuestas fisiológicas internas
(activación simpática adrenomedular y adenohipofisiaria adrenocortical). Esta respuesta
permite la percepción de cambios significativos en el entorno y en el propio sujeto, que
favorecen la realización de nuevos procesos de evaluación-valoración paulatinamente
más conscientes. El resultado de este subproceso será de nuevo, un sentimiento
emocional, la respuesta fisiológica relacionada con esa emoción, así como los deseos y
tendencias a la acción.

También cabe la posibilidad de que el estímulo que, de forma no consciente provocó


las respuestas fisiológicas no sea identificado (dada su brevedad o por la propia
incapacidad para recordarlo). En este caso, en ausencia del estímulo que dé “color”
emocional al estado de activación, bien puede ser experimentado como malestar ausente
de carácter emocional, o bien como una emoción discreta fruto de la atribución a factores
orgánicos propios o del entorno, dependiendo del tipo de intensidad de los cambios
fisiológicos que suscite. Este mecanismo, puede explicar, por ejemplo, cómo el dolor
que, si bien no es una emoción, si no una manifestación de alteración orgánica, puede ser
el desencadenante de una emoción tras ser evaluado, valorado y atribuida su ocurrencia a
una causa relevante.

Por otra parte, ante emociones más complejas como la culpa, la envidia, celos, orgullo,
vergüenza, etc. en las que la conciencia juega un papel determinante y los procesos
valorativos son muy sofisticados y persistentes. En este caso se trata de un proceso de
tipo controlado.
En este tipo de evaluación valorativa más controlada, se produce frecuentemente ante
situaciones para las que en la mayoría de las ocasiones disponemos de imágenes
mentales, y etiquetas verbales organizadas por el pensamiento; éstas describen
innumerables aspectos de nuestra relación con la situación, reflexiones, regularidades
almacenadas sobre sus consecuencias probables, etc. En este tipo de evaluación estimular
consciente se sigue la siguiente secuencia:
1º.- En términos valorativos de la novedad de la situación (si la situación es
nueva o esperada), así como del potencial beneficio o perjuicio para el sujeto,
determinando si la situación es agradable (generando tendencias de acercamiento) o
desagradable (evitación/huida). Esta primera evaluación se realizaría de forma automática
mediante procesos preatencionales.
2º.- En términos de probabilidad subjetiva de controlar (afrontar) la situación,
de poder cambiar o evitar las consecuencias a través de la lucha o huida, y la capacidad
de ajuste al resultado final. Todo ello encaminado a no perder la estabilidad o bien para
recuperarla en el menor tiempo posible.

En el proceso atencional el cerebro debe, primero, evaluar el estímulo y determinar si


es emocionalmente significativo, antes de producir la secuencia de respuestas
emocionales de activación que afloran a la conciencia mediante las manifestaciones
emocionales propioceptivas. Es decir, el contenido de la conciencia emocional está
determinado por los procesos que ocurren de manera no consciente, de tal manera, que
las experiencia emocionales (los sentimientos de miedo o ira, por ejemplo) reflejan
la representación en la conciencia del procesamiento de la información, elaborados
por lo sistemas cerebrales especializados en mediar los procesos de evaluación de los
estímulos y en mediar, también, en la secuencia de respuestas conductuales y viscerales
características de cada emoción.

4.3.3. La experiencia emocional (sentimiento)

Según Ortony, Norman y Revelle (2005) los sentimientos son los registros de salida que
el cerebro elabora para interpretar los cambios corporales (tensión muscular, activación
cardiovascular, etc.) así como los cambios en los estados de conciencia que causan las
emociones, esto implica que los sentimientos son necesarios, pero no suficientes para
que se produzca una emoción. Por su parte, Damasio (2000) considera que los
sentimientos son la representación mental de los cambios orgánicos presentes en una
emoción.

Se podría, por tanto, afirmar que el sentimiento es el punto fundamental para que el sujeto
“sepa” que está experimentando una emoción. La experiencia subjetiva o sentimiento
permite al sujeto poner un rótulo o una cualidad a la emoción que experimenta. Es
difícil llegar a la experiencia subjetiva de una emoción si no existe un proceso previo de
evaluación-valoración consciente. En estos casos, el sujeto experimenta la emoción
directamente derivada de la evaluación-valoración. En el caso de que el estímulo, la
percepción, y la evaluación-valoración no alcancen el umbral de la conciencia del sujeto,
éste percibe la respuesta fisiológica producida por la secuencia anterior, con lo cual lleva
a cabo la evaluación-valoración consciente, tal como hemos señalado anteriormente y
termina por experimentar subjetivamente la emoción. Queda patente que siempre es
necesaria una evaluación-valoración consciente para que el sujeto experimente
subjetivamente una emoción.
La experiencia subjetiva es una variable necesaria e imprescindible para que el sujeto
sepa o tome conciencia de que experimenta una emoción. Sin embargo, ni es necesaria ni
imprescindible para que ocurra el proceso emocional.

4.3.4. La respuesta

Las respuestas emocionales humanas son fenómenos multidimensionales que abarcan


cogniciones (sentimientos, memorias, evaluaciones), reacciones viscerales,
inmunológicas, gestos, vocalizaciones y manifestaciones expresivas, orientaciones
posturales y conductas manifiestas o combinaciones de éstas. Implican, por tanto, al
organismo en su totalidad.
En este sentido una contribución importante al desarrollo de la Psicología de la Emoción
fue la teoría propuesta por Lang (1968) en la que se afirma que la emoción se expresa
de manera simultánea mediante tres sistemas de respuesta: cognitivas, fisiológicas y
motoras.
La conceptualización de la reactividad emocional como un fenómeno que implica la
activación de diferentes sistemas de respuesta ha recibido numerosos apoyos
experimentales. Es bien sabido que la activación y las diferentes formas de conjunción
de los sistemas de respuesta, tiene que ver con numerosas cuestiones tales como el tipo
de fenómeno causante de la reacción emocional, a parte de otros factores sociales,
culturales y situaciones de distinta índole, de tal forma que es posible conceptualizar
fenómenos emocionales con diferentes niveles de integración psicobiológica.

Los aspectos temporales de la respuesta emocional son fundamentales en el análisis de


su impacto. Frijda, Ortony, Sonnemans y Clore (1992) analizan la estructura temporal
sobre la base de tres parámetros:
1.- Tiempo de incremento: periodo de tiempo transcurrido entre el desencadenamiento
de la emoción y el momento en que ésta alcanza su máximo nivel de intensidad.
2.- Duración: tiempo transcurrido desde que se alcanza el punto máximo de intensidad
hasta que se produce el retorno a la línea base.
3.- Rumiación: periodo durante el cual el sujeto valora el suceso que ha provocado la
emoción, así como sus consecuencias.

En relación con la estructura temporal de una respuesta emocional, en términos


generales implica un incremento rápido, que habitualmente dura menos de un minuto
en la mayoría de los casos, seguido de un decremento de la respuesta relativamente
lento. Después, la respuesta emocional puede durar horas, e incluso días, antes de
volver la personal al estado basal previo a la aparición de la emoción. En la mayoría de
los casos, si se pregunta al sujeto, en el 50% de los casos el episodio emocional dura poco
más de una hora, aunque sus consecuencias pueden duran días, en concreto, el período de
rumiación suele durar una media de 11 horas aproximadamente (Gilboa y Revelle, 1994).

A pesar de que el pico de respuesta (intensidad) puede ser relativamente común a diversas
respuestas emocionales, es en la duración donde aparecen diferencias más patentes. Se
atribuye a los procesos de rumiación un papel importante en la duración de la
respuesta emocional, ya que el procesamiento que requiere la reexaminación del evento
emocional y los recursos atencionales que implican, hacen que el episodio sea más
duradero en el tiempo.
Se estima que los procesos rumiativos son más duraderos en las emociones negativas
que en las positivas, las cuales se desvanecen antes en el tiempo. Las interpretaciones a
este hecho pueden atribuirse tanto al efecto de la rumiación, como a las consecuencias
diferenciales de ambos tipos de emociones. Mientras que las emociones positivas
habitualmente poseen una dimensión motivacional ligada al logro, y, por tanto, tras su
consecución, precisan poca elaboración, por el contrario en las negativas, el bloqueo
ligado a la consecución del objeto hace preciso elaborar planes que permitan su
consecución, con lo que la dimensión displacentera se prolonga en el tiempo.

En el caso de las emociones mixtas (por ejemplo, la ansiedad al hablar en público en un


acto que nos resulta muy satisfactorio) suele provocar niveles medios de afecto. A este
respecto, se sabe que el afecto positivo y el negativo tienden a aparecer como dimensiones
separadas en los estudios realizados por diferentes autores.

Por otra parte, existen diferencias estables en la duración y periodo de rumiación en


al menos cinco emociones: alegría, orgullo, ansiedad, ira y tristeza. De ellas, las de
más corta duración son el orgullo y la ira, que no suele durar más de media hora. La
felicidad suele superar una hora de duración en el 60% de los autoinformes. La
ansiedad y la tristeza pueden durar horas, y en el 30% de los casos dura más de
varios días incluso semanas.

Durante el episodio emocional, el nivel de intensidad fluctúa en el tiempo, las fases más
agudas y las menos agudas se suceden (Solomon, 1980). Durante las fases agudas las
tendencias, motoras, la activación fisiológica, la actividad expresiva y la interferencia con
otras tareas es pronunciada. Durante las fases menos agudas, el estado del sujeto puede
caracterizarse como humor o estado de ánimo consecuente y congruente con la emoción
que le antecede, aunque teniendo en cuenta que un objeto puede convertirse en el foco de
atención o puede ser reinstalado como tal en cualquier momento. Tras alcanzar el máximo
nivel de intensidad, en la respuesta emocional, pueden transcurrir horas hasta que la
persona estabilice sus niveles basales habituales de activación.

La dinámica de la respuesta emocional se compone de:


1- Fase inicial de incremento de la intensidad
2- Pico de intensidad
3- Periodo de meseta o de adaptación que desemboca en
4- Fase pronunciada de decremento de la intensidad, que da lugar a
5- Proceso emocional oponente inverso, de valencia hedónica opuesta en intensidad,
más lento y de menor intensidad que el primario y que finaliza
6- Recobrarse los niveles basales de estabilidad pre-emocional.

Con el paso del tiempo y al repetirse la estimulación emocionalmente activadora, la


reacción emocional primaria será menor, sin embargo, su ausencia repentina provocará
una post-reacción afectiva y un proceso oponente inversos cada vez mayores. Esta
intensificación de la reacción oponente sería el mecanismo responsable de la tolerancia o
disminución de la reacción emocional primaria por experiencia repetida del estímulo.

La expresión facial y vocal

La expresión hace referencia a la comunicación y a la exteriorización de las emociones


mediante la expresión facial y otra serie de procesos de comunicación no verbal tales
como los cambios posturales o la emoción vocal. Además de las funciones relacionadas
con su dimensión social. La expresión emocional cumple otras funciones como la de
controlar la conducta del receptor, ya que permite a éste anticipar las reacciones
emocionales y adecuar su comportamiento a la situación.

Las investigaciones sobre la expresión facial de las emociones tienen su origen en Darwin
(1872-1877). Este autor compara el comportamiento emocional de los animales y del
hombre y destaca la existencia de elementos comunes en la expresión emocional de
sujetos humanos pertenecientes a distintas culturas, encuentra similitud entre estas
expresiones y el repertorio expresivo de niños ciegos, además, es el primero que observa
de forma sistemática la aparición temprana de los gestos emocionales en el niño de corta
edad. Todo ello le induce a afirmar que las expresiones emocionales son universales y
que han sido seleccionadas en el curso de la evolución para transmitir mensajes acerca
del estado interno de su emisor, siendo, por tanto, un sistema claramente comunicativo
en los procesos de comunicación y de supervivencia de los individuos

La expresión emocional implica la existencia de una serie de reglas que precisan de


procedimientos apropiados de ejecución. Estas reglas varían entre las diferentes
culturas, así como entre los diversos individuos (la ira es expresada por los jóvenes de
distinta manera a como lo hace un anciano); cuando las reglas están influidas por
alteraciones biológicas, socialización inadecuada, motivaciones distorsionadas o sesgos
cognitivos, la persona puede desarrollar reglas muy diferentes de las del resto de los
individuos, dando lugar a la aparición de un desorden o síndrome emocional, que se
manifiesta mediante forma patológicas en la expresión y vivencia subjetiva de la emoción.

La expresión puede manifestarse de muy diversas forma, que van desde las formas de
expresión automática, carente de todo control voluntario, caracterizadas por la
expresión facial, los movimientos corporales y señales vocales espontáneas e impulsivas,
hasta formas altamente controladas y rígidas de expresión denominadas “represivas”
en las que el sujeto suprime o inhibe cualquier manifestación emocional observable, bien
a causa de una disposición biológica, bien fruto del aprendizaje a lo largo de su desarrollo
emocional. Incluso cabe la posibilidad de expresar de forma fingida la ocurrencia de una
emoción con la finalidad de conseguir algún objetivo.

Habitualmente se ejercen algunas formas de control voluntario sobre la expresión,


lo que implica un análisis deliberado, así como procesos evaluativos y valorativos de
la forma apropiada de expresión emocional. De este modo se reduce la presión que genera
la experiencia emocional, utilizando para ello procedimientos socialmente aceptados.
El sujeto también puede ejercer dicho control como una forma de conducta intencional
dirigida a la obtención de ciertos objetivos (por ejemplo, manipular, influir sobre los
otros).

La capacidad para identificar y reconocer expresiones faciales emocionales se


desarrolla principalmente durante el primer año de vida. Entre los 3 y 6 meses el niño
es capaz de reconocer emociones básicas. Sin embargo, esta capacidad no implica que
sean capaces de reconocer la cualidad afectiva ni las propiedades ligadas a cada una de
esas emociones. Por otra parte, se ha comprobado que las expresiones faciales de emoción
provocan respuestas de aproximación o evitación, en función del valor hedónico de la
expresión emocional.
A nivel facial, se han establecido la existencia de una asimetría tanto facial como
perceptiva, ya que el hemisferio derecho percibe mejor el contenido emocional de la
expresión facial y la prosodia vocal (pronunciación y acentuación correctas), mientras
que el hemisferio izquierdo está implicado especialmente en la decodificación de gestos
y otros signos. La hemicara izquierda suele ser más expresiva que la derecha, y el
hemisferio izquierdo es el dominante en el caso de la expresión de emociones positivas y
el hemisferio derecho sólo en las negativas.

La identificación de una expresión facial requiere una compleja secuencia de procesos


que implican una compleja serie de mecanismos perceptuales sobre el estímulo. Así, una
expresión de alegría, durante el proceso de identificación participan factores relacionados
con nuestro concepto personal de la etiqueta verbal de “alegría”, de la percepción de la
respuesta emocional del sujeto que la emite o nuestro conocimiento sobre las
representaciones motoras precisas para producir esa expresión.

Podemos distinguir rostros en un periodo de tiempo muy corto. Distinguimos rostros de


otro tipo de objetos en aproximadamente 120 ms. Estos estímulos son categorizados como
expresiones faciales emocionales en aproximadamente 170 ms. Aunque, la forma en la
que reconocemos rostros está actualmente en estudio.

Algunos estudios demuestran que las mujeres son más expresivas que los hombres.
Las mujeres informan sonreír más frecuentemente que los hombres, hombres y mujeres
así lo reconocen, del mismo modo que los hombres expresan con mayor frecuencia y le
es más aceptada socialmente la expresión de la ira que a las mujeres. Si bien, se sabe que
los estereotipos sexuales ligados a la expresión de las emociones influyen en esta
percepción ya que, por ejemplo, las expresiones de alegría de las mujeres son valoradas
como más intensas que las de los hombres (a igualdad de intensidad física expresada),
mientras que, por el contrario, se valoran como menos intensas las expresiones de ira y
asco de las mujeres.

Del mismo modo, las mujeres suelen ser más hábiles para reconocer expresiones
faciales incluso bajo condiciones de mínima información. Este hecho se ha atribuido al
diferente papel que evolutivamente han desempeñado ambos sexos, ya que a la mujer se
le ha atribuido funciones predominantemente afiliativas, en las que la sonrisa cumple
una función mucho más importante que la expresión de emociones negativas como la ira,
más propia del hombre, quien ha desempeñado históricamente un papel más dominante,
para lo que es más adaptativo la expresión de la ira.

¿El hecho de que las mujeres sean más expresivas que los hombres significa que
experimentan subjetivamente con mayor intensidad las emociones? A este respecto se
sabe que están significativamente relacionadas la conducta expresiva y la vivencia
subjetiva. Sin embargo, los resultados de diferentes investigaciones muestran tanto que
las mujeres son más expresivas y a la vez experimentan subjetivamente más intensamente
las emociones, o bien, no encuentran diferencias en la intensidad con que subjetivamente
se han sentido, aunque se observaran diferentes patrones fisiológicos en respuesta a
estímulos.

Así mismo, se han observado diferencias significativas al comparar diversos países


europeos. Por ejemplo, en las sociedades escandinavas, caracterizadas por la moderación
y control de la expresión emocional, las expresiones de ira son expresadas de forma muy
inhibida que en culturas mediterráneas.

Con respecto a la expresión vocal de la emoción, el estado afectivo modula la cualidad


del flujo de voz. Al comunicarnos verbalmente importa tanto lo que decimos (mensaje)
como la forma (prosodia) en la que lo hacemos: intensidad, tono, velocidad, etc. Los
rasgos prosódicos de la expresión vocal están fuertemente determinados por el
estado emocional del sujeto.

A pesar de las diferencias existentes entre los distintos estudios respecto al diseño,
metodología y técnicas de análisis, existe una sorprendente convergencia de resultados
respecto a los parámetros vocales característicos de las emociones investigadas más
sistemáticamente, que son ira, tristeza, miedo y alegría, y fundamentalmente entre las dos
primeras.

Así la emoción de ira se caracteriza por un alto nivel de la frecuencia fundamentada (la
frecuencia fundamental (F0) es el número de veces que vibran los pliegues vocales por
segundo, la apertura y cierre de los pliegues vocales) en casi todos los estudio, extenso
rango y gran variabilidad de la frecuencia fundamental (La frecuencia fundamental es la
frecuencia más baja de una forma de onda periódica), voz intensa y breve duración.

La tristeza presenta características opuestas: bajo nivel de la frecuencia fundamental,


rango estrecho y pequeña variabilidad de la frecuencia fundamental, voz poco intensa y
gran duración.

La emoción del miedo se obtiene que el nivel de la frecuencia fundamental es alto,


extenso rango y gran variabilidad de la frecuencia fundamental, la duración es breve y la
intensidad no varía. Los resultados empíricos confirman las predicciones para los
parámetros de la F0 pero no con respecto a los parámetros relacionados con la intensidad
ni la duración.

La alegría se caracteriza por un alto nivel de la frecuencia fundamental, gran variabilidad


y rango extenso de la frecuencia fundamental, intensidad elevada y duración breve.
Respecto a las demás emociones, no se pueden extraer conclusiones ya que se consideran
en muy pocos trabajos y, por tanto, no se pueden establecer comparaciones.

4.4. Emociones básicas

4.4.1. ¿Qué es una emoción básica?

La primera utilización del término “emociones básicas” se debe a Descartes, quien en su


trabajo Pasiones del alma. Meditaciones Metafísicas (1964/1985), propone la existencia
de seis emociones básicas: felicidad, tristeza, amor, odio, deseo y admiración. El resto de
las posibles emociones Descartes las consideraba como combinaciones de estas seis. El
énfasis en la existencia de emociones básicas se consigue con el trabajo de Darwin La
Expresión de la Emociones en el Hombre y los Animales (1872/1965). En esta obra
defendía que las emociones y sus expresiones eran una parte antigua de la naturaleza
humana universal. Se afirmaba que, todas las personas, en todo el mundo, manifiestan y
reconocen las expresiones faciales de las emociones sin ningún tipo de entrenamiento.
Ha habido múltiples aproximaciones al estudio de las emociones básica, apreciándose
argumentos a favor y en contra. Quienes argumentan a favor de la existencia de
emociones básicas proponen unos criterios basados en la expresión en la respuesta
fisiológica y en la valoración. El denominador común tiene que ver con la existencia de
una asociación específica entre un patrón expresivo y una emoción, entre un perfil de
respuesta fisiológica y una emoción, entre una valoración relacionada con una meta y una
emoción.
Por su parte, quienes cuestionan la existencia de emociones básicas lo hacen criticando la
metodología utilizada (reconocimiento de la expresión mediante la elección forzosa, o la
utilización frecuente de expresiones fingidas), las muestras estudiadas (con mucha
frecuencia muestras de personas occidentales) y la validez de la expresión facial (lo
auténticamente universal es la activación de los músculos sencillos, los cuales dan lugar
a la configuración de la expresión facial. Ekman, gran autor relacionado con las
emociones, ha señalado que hay que ser prudentes a la hora de referirnos a las emociones
básicas, precisamente por la disparidad de criterios elegidos cuando se propone unas
emociones básicas y otras no.

Todavía existe una escasez de conocimientos e importantes lagunas en la información


relacionada con la emoción en general y con las emociones básicas en particular. Aunque,
actualmente parece que los estudios tienden a dar relevancia a tres criterios esenciales: la
característica expresiva, la dimensión fisiológica y el proceso de valoración.

Característica expresiva

Desde esta perspectiva se defiende la universalidad de algunas emociones a partir de la


existencia de una expresión facial y de unos cambios fisiológicos específicos para cada
una de dichas emociones básicas. Las emociones básicas lo son en la medida en la que se
puede demostrar su existencia en los distintos grupos humanos, independientemente de
las influencias culturales.

Paul Ekman es uno de los autores que ha defendido el carácter básico de algunas
emociones a partir de las características expresivas. El resultado de sus trabajos pone de
relieve la existencia de un pequeño grupo de emociones básicas: ira, tristeza, miedo, asco,
alegría (en algunas ocasiones se ha incluido la sorpresa). Aunque en trabajos más
recientes, se refiere a un conjunto de emociones básicas entre la que se incluyen las
siguientes: diversión, ira, desprecio, alegría, asco, turbación, excitación, miedo, culpa,
orgullo, alivio, tristeza/distrés, satisfacción, placer sensorial y vergüenza (15 emociones
en total). Hay que tener algunas reservas con respecto a algunas de estas emociones.

Respuesta fisiológica

La utilización de procedimientos y técnicas más sofisticadas permite pormenorizar más


exhaustivamente cuales son las manifestaciones particulares implícitas en la respuesta
fisiológica de cada emoción.

La idea de la respuesta fisiológica en las emociones comienza con Cannon cuando


propuso la existencia de patrones endocrinos asociados a las repuesta de lucha y de huida,
pasando por aportaciones de otros autores como Henry (1986). Se ha argumentado al
respecto que en las emociones de miedo y de ira se produce un importante incremento en
la secreción de catecolaminas (epinefrina y norepinefrina) desde la médula adrenal.
Aunque, con esta afirmación no es posible diferenciar las especificidades
psicofisiológicas en ambas emociones. Esta afirmación era correcta y lo sigue siendo, sin
embargo, hoy sabemos que, aunque en ambas emociones se produce un importante
incremento en la secreción de catecolaminas desde la médula adrenal, en la emoción del
miedo el mayor incremento se produce en la epinefrina. Lo mismo podríamos decir
cuando consideramos otro aspecto como la frecuencia cardiaca (aumenta la frecuencia en
la ira, miedo y tristeza y es más baja en la alegría, sorpresa y asco).

Proceso de valoración

Stein y Trabasso (1992) proponen que la naturaleza de la valoración asociada con cada
emoción básica puede ser definida funcionalmente. Existen un pequeño número de metas
y objetivos centrales en el ser humano que son compartidos por todos los individuos de
cualquier grupo, independientemente de la cultura en la que se ha desarrollado ese
individuo y ese grupo.
Las emociones básicas son aquellas en las que su proceso de valoración se encuentra
unido a cualquiera de las metas universales u objetivos centrales que conforman ese
particular y reducido grupo. Las emociones positivas aparecen cuando el proceso de
valoración conduce al individuo a pensar o a creer que una meta puede ser conseguida,
en el caso de que no se tuviera ya; a pensar o a creer que una meta puede ser mantenida,
en el caso de que ya se tenga y pudiera correr un peligro; a pensar o a creer que una meta
puede ser recuperada, en el caso de que se hubiese perdido.
Las emociones negativas aparecen cuando el proceso de valoración conduce al individuo
a pensar o creer que una meta no puede conseguirse, en el caso de que no se tenga; a
pensar o a creer que una meta puede perderse, en el caso de que ya se tenga, a pensar o
a creer que una meta no puede recuperarse, en el caso de que se haya perdido
previamente.

Por tanto, en este marco de referencia, las emociones básicas son aquellas, que,
independientemente de las influencias que puedan ejercer los factores sociales, de
aprendizaje, culturales, etc., son el resultado de procesos de valoración. El criterio
fundamental para hablar de emoción básica sería la existencia de un proceso de
valoración concreto, específico y particular que desemboca en una emoción
particular y específica (Power y Dalgleish, 1997).

Comentar en este punto, que existe una cierta controversia con respecto a la sorpresa.
Están a favor de considerarla como una emoción básica aquellos que defienden la
relevancia de las características expresivas como criterio esencial para hablar de
emociones básicas. Pero hay otros autores que la consideran como una variable cognitiva
asociada al desajuste entre lo esperado y lo presente. Así mismo, estos autores también
consideran que el sentimiento asociado a la posible emoción de sorpresa en discutible, ya
que, dependiendo del curso que tomen los acontecimientos, así como las connotaciones
y significación que posee el evento en esa situación para un determinado individuo, así
será la emoción que se desencadene.

4.4.2. El miedo
El miedo es una emoción que se experimenta ante un peligro real, presente e inminente,
por lo que está muy ligada al estímulo que la desencadena. Es activada por amenazas (o
la percepción de daño o peligro) a nuestro bienestar físico y/o psíquico. También por la
amenaza a personas queridas.
En cuanto a los desencadenantes, es imposible reseñarlos, ya que cualquier estímulo
puede llegar a desencadenar la emoción de miedo en algún individuo. De hecho, Mayr
(1974) proponía la existencia de tres tipos de miedo:
- Miedo no comunicativo: que se produce como consecuencia de seres no vivos
- Miedo inter-específico: que se produce como consecuencia de otros animales.
- Miedo intra-específico: que se produce como consecuencia de otros individuos
de la misma especie.

El denominador común a todos los tipos de miedo es la capacidad para poner en


funcionamiento el sistema de conducta de emergencia en el sujeto que siente miedo,
que proporciona la activación necesaria para evitar o huir de tal situación. Este
mecanismo es filogenéticamente muy antiguo y está relacionado con la necesidad que
tenían los antiguos mamíferos de evitar a los reptiles depredadores.
Incluso se podría pensar que existe una especial pre-programación para experimentar
miedo y consiguientemente, activar las conductas asociadas de escape, evitación, lucha,
etc., ante determinadas situaciones tales como depredadores, iguales hostiles o desastres
naturales.

Desde el punto de vista del propio suceso emocional, la emoción del miedo se produce
cuando existe un estímulo o situación que, tras la valoración realizada por el sujeto
(consciente o no consciente), resulta significativamente relacionada con la amenaza
física, psíquica o social al organismo, así como a cualquiera de las metas valiosas que
éste persigue; o lo que es lo mismo, relacionada con la posibilidad más o menos probable
de que perderá algo importante para él. De esta forma, el proceso de valoración tiene,
por un lado, connotaciones de pérdida y ocurrencia futura y por otro lado tiene
características de inmediatez. Un ejemplo de desencadenante prototípico de la emoción
de miedo es la muerte. Sentimos miedo auténtico cuando percibimos que la muerte está
próxima.

La situación o el evento desencadenante de la emoción de miedo se valora como muy


desagradable, creyendo el sujeto que le afecta de manera muy importante a su bienestar
físico, pues conoce las consecuencias negativas del estímulo en cuestión. La experiencia
o dimensión del miedo se caracteriza por ser una de las emociones más intensas y
desagradables. Produce sentimientos de desconfianza, preocupación y malestar. Así
mismo, produce una características sensación de tensión nerviosa, de preocupación por
la salud o integridad y suele ir acompañada de la sensación de pérdida de control.

Funciones del miedo

Todas las emociones tienen una función, que es ayudarnos a adaptarnos mejor al contexto.
Por esto no hay emociones buenas y malas. Todas son buenas. El problema es lo que
hacemos con ellas. La función del miedo es aumentar las probabilidades de
supervivencia. Gracias al miedo, ante un peligro adoptamos la estrategia oportuna para
sobrevivir, que normalmente suele ser huir del peligro si es posible.

Por tanto, nos permite poner en marcha las conductas y actividades (básicamente son la
lucha, la huida o la resistencia) que estimamos oportunas para superar esa situación. No
obstante, también puede producirse una respuesta de bloqueo, probablemente como
consecuencia de la incapacidad del individuo para encontrar o ejecutar una de las distintas
conductas que podría llevar a cabo en ese momento. En ese caso, la respuesta deja de ser
adaptativa.

Sin embargo, si la reacción es excesiva, la eficacia disminuye, ya que la relación entre


activación y rendimiento mantiene la forma de “U” invertida (Yerkes y Dodson, 1908).
Es decir, a más activación mayor rendimiento, pero sólo hasta cierto punto (nivel óptimo).
A partir del punto de máximo rendimiento, a medida que aumenta la activación disminuye
el rendimiento. Una vez sobrepasados ciertos límites de activación, más allá del nivel
óptimo, puede producirse un bloqueo emocional y un entorpecimiento de la acción. Un
ataque de pánico es un ejemplo.

Respuesta conductual motora

Las manifestaciones conductuales asociadas a la emoción de miedo tienen que ver, bien
con la evitación de la situación o evento que amenaza la integridad del sujeto o bien con
el afrontamiento de dicha situación o evento, en el caso de que la respuesta de evitación
o escape no sea posible o deseada.

En cuanto a la evitación o escape de la situación puede ser de dos tipos: activa o pasiva.
La evitación activa supone que el individuo lleve a cabo algún tipo de conducta con el
fin de alejarse de la situación o estímulo en cuestión. La evitación pasiva supone la
ausencia de conducta de huida por parte del individuo quien, lo que trata realmente es
de pasar desapercibido o de no sufrir el daño o consecuencia derivada de la situación.

En relación con el afrontamiento, supone el enfrentamiento mismo del individuo a tal


situación. Dicho afrontamiento puede ser también de dos tipos: activo y pasivo. El
afrontamiento activo supone que el individuo utilice sus recursos con el fin de dominar
la situación, con la creencia o el convencimiento de que sus habilidades le permitirán
evitar las consecuencias negativas de la misma. El afrontamiento pasivo supone que el
individuo cree o estima que no posee los recursos necesarios para imponerse a la
situación, por lo que todos sus esfuerzos se dirigirán hacia la protección personal.

El miedo facilita el aprendizaje de nuevas respuestas que alejan al individuo del peligro
y activa los esfuerzos de afrontamiento, lo que a su vez, facilita el aprendizaje de las
habilidades de afrontamiento.

Respuesta expresiva del miedo

Verbalmente la expresión de miedo tiene la forma “tengo miedo de...”, o “tengo miedo
a...”, “morirse de miedo”, “temblar de miedo”, “miedo insuperable”, “hacerse un nudo en
la garganta”, “poner los pelos de punta”, “helar la sangre, etc. El miedo a perder la vida
y el miedo al objeto que lo puede provocar (persona, animal, terremoto, inundación, etc.)
son fuentes primarias de miedo. Todas ellas pretenden describir la respuesta
neurofisiológica de la emoción que se experimenta ante el peligro.

Todas las emociones se pueden exagerar hasta llegar a trastornos emocionales. En el caso
del miedo los trastornos pueden ser ansiedad, estrés y fobias que se pueden considerar
como el exceso de la emoción, que ha derivado en patología o alteración emocional
La expresión facial de miedo se suele caracterizar por ver uso párpados inferiores tensos
acompañados por unos párpados superiores elevados. En algunas ocasiones irán
acompañados por las cejas.

El miedo se puede definir de diversas formas. Aquí lo hemos delimitado como la emoción
ante un peligro real e inminente. Pero también se ha definido como un peligro irreal o
imaginario. En el primer caso no se incluye la ansiedad; en el segundo sí. Por lo tanto,
según como se defina el miedo va a incluir o no a la ansiedad, ya que es un miedo
imaginario.

Mucha gente no tiene clara la diferencia entre ambas, debido a que en el lenguaje
coloquial se confunden fácilmente. ¿Qué es lo que distingue la ansiedad del miedo?
Si el miedo es la emoción ante un peligro real e inminente, la ansiedad se experimenta
ante un riesgo imaginario, posible, pero poco probable. Es más, la suposición de un
peligro potencial producto de la imaginación que un riesgo real.

En el lenguaje coloquial se habla de tener “miedo escénico”, “miedo a volar”, “miedo a


los exámenes”, “miedo a no quedar bien”, “miedo a...”, muchas cosas. Pero en realidad
no estamos ante un peligro real e inminente, sino ante un peligro imaginario. Nuestra vida
no corre riesgo real e inminente al hablar en público, al presentarse a un examen, al hacer
el ridículo, ni incluso al volar. La probabilidad de tener un accidente en un vuelo es mucho
menor que la de ir en coche. En estos casos no se trata de miedo, sino de ansiedad.

Las preocupaciones imaginadas están en la génesis de la ansiedad. La preocupación es,


en cierto sentido, una búsqueda de lo que puede ir mal y cómo evitarlo. Y esto es bueno
si se hace con equilibrio. Lo malo es la exageración. La ansiedad es
desproporcionadamente intensa respecto a la supuesta peligrosidad del estímulo. El
miedo es una respuesta incondicionada a estímulos potencialmente destructivos o nocivos
mientras que la ansiedad es una respuesta condicionada de miedo que aparece ante
situaciones nuevas.

La función de la ansiedad es aportar soluciones a los peligros de la vida, anticipando los


efectos negativos antes de que lleguen. El problema está en las preocupaciones repetitivas
que se convierten en crónicas, sin llegar nunca a una solución. De esta forma se puede
convertir la ansiedad en un trastorno emocional o en un rasgo de la personalidad:
personalidad ansiosa.

Se ha definido la ansiedad como un miedo sin objeto. Aunque esto no siempre se cumple;
por ejemplo, en la ansiedad social: la gente que está allí se percibe como un peligro o
amenaza.

El pensamiento ha creado una especie de radar virtual que llevamos siempre encima de
la cabeza para detectar cualquier peligro a larga distancia en el espacio y el tiempo.
Nuestra cabeza tiene una tendencia a pensar “y si...”: “y si me abandona mi pareja”, “y si
no encuentro trabajo”, “y si me quedo sin empleo”, “y si me asaltan”, “y si le ha pasado
algo a mi hija”, “y si me pongo enfermo”, “y si...”. La lista puede ser enorme. La cantidad
de peligros imaginarios no tiene límite. En general son peligros posibles, pero poco
probables.
4.4.3. La tristeza

Del conjunto de emociones básicas la tristeza se incluye en la dimensión de las emociones


negativas. La tristeza ha sido considerada como el preludio o formando parte de la
alteración o enfermedad mental depresiva.

Cuando tratamos de definir la emoción de tristeza, es conveniente tener en cuenta el


proceso de valoración que origina la propia emoción, más que atender a las características
propias del estímulo. Por tanto, el proceso de valoración de la emoción de tristeza está
relacionado con la pérdida o el fracaso, real o probable, de una meta valiosa, atendida
ésta como un objeto o una persona. Dicha pérdida no tiene por qué ser irreversible o
permanente, tal como señalaba Lazarus (1991), puesto que puede referirse a una
separación temporal de algo o alguien especialmente apreciado por la persona que
experimenta tristeza.

La tristeza suele desencadenarse por la pérdida irrevocable de algo que se valora como
importante: un ser querido, salud, bienes, etc. También se valoran como pérdidas el
divorcio, la separación, una enfermedad grave, un fracaso, el desempleo, el rechazo de un
amigo, pérdida de autoestima por no haber conseguido alcanzar algún objetivo
profesional, para algunas personas la pérdida de un objeto muy preciado o entrañable, etc.
Pero la tristeza más grande es ante la muerte de alguien muy querido. Probablemente vivir
la muerte de algún hijo es lo que produce la tristeza más grande. En la tristeza no tiene
por qué haber culpables; aunque puede haberlos.

Además, de ser una experiencia personal relacionada con aquello que acontece a una
persona, también se puede experimentar tristeza cuando la pérdida es sufrida por otro,
por alguien próximo a esa persona. La estructura temporal de la emoción de tristeza puede
ubicarse en el pasado, en el presente y en el futuro (Power, 1999). Así se puede
experimentar tristeza cuando alguien recuerda una pérdida importante del pasado más o
menos reciente; se puede experimentar tristeza cuando la pérdida es actual, presente;
y se puede experimentar tristeza ante una pérdida que se intuye o se sabe que
ocurrirá en el futuro más o menos lejano.

No obstante, existen ciertas reservas respecto a la experiencia de la tristeza cuando la


pérdida queda ubicada en el futuro. De hecho, si la tristeza se produce asociada a la
pérdida ¿cómo se va a sentir tristeza si la pérdida no se ha producido? El hecho de que un
sujeto sepa que alguien próximo a él va a morir puede producir tristeza. El hecho de que
esa persona que agoniza no haya muerto todavía no significa que no se esté produciendo
ya dicha pérdida; el hecho de que no se haya producido el trágico desenlace no impide
que pueda producirse ya la emoción de tristeza. Así pues, asumiendo que la tristeza se
encuentra asociada a una pérdida ocurrida, podríamos sugerir que no puede producirse la
tristeza previendo una hipotética pérdida futura, ya que, si no existe experiencia previa de
tristeza tras la pérdida de algo similar, difícilmente se puede sentir la consecuencia de
algo que aún no ha ocurrido. Es un tema complejo que se encuentra en pleno debate.

Lo que sí parece tener un consenso es que la tristeza es una emoción básica. Desde un
punto de vista genético, existen en prácticamente todos los individuos, y por extensión en
todas las especies, los mecanismos necesarios para experimentar la emoción de tristeza.
Ahora bien, los estímulos ante los que se desencadene dicha emoción vendrán tamizados
por las influencias sociales, culturales, morales, incluso religiosas, que haya
experimentado un individuo en particular.

La muerte de un ser querido es el prototipo de pérdida capaz de desencadenar la


emoción de tristeza. Sin embargo, si la consideración que se posee de la vida tiene
connotaciones de tránsito hacia la auténtica vida, la muerte supone una forma de
liberación, con lo cual, es probable encontrar que una situación de ese tipo no
desencadene la emoción de tristeza, pudiendo llegar a producir una emoción positiva.

Funciones de la tristeza

Aunque asociamos la tristeza con un estado en el que predomina una fenomenología


negativa, no siempre posee las connotaciones negativas atribuidas, ya que existen
situaciones en las que la emoción de tristeza posee características no negativas. Es el caso
de situaciones que inducen al sentimentalismo, o aquellas otras en las que se produce la
nostalgia (que podría ser considerada como un estado afectivo complejo en el que se
combinan una emoción negativa, como la tristeza, y una emoción positiva como la
alegría).

Una de las funciones esenciales de la tristeza tiene connotaciones sociales, de tal forma,
que la expresión de dicha emoción es interpretada como una petición o demanda de ayuda
a los otros miembros del grupo o de la sociedad. De esta forma, se incrementa la cohesión
social y la unión entre los miembros de un grupo, fomenta la conducta de ayuda
conducta altruista. La manifestación de tristeza por parte de un miembro de un grupo
permite trasmitir información a los demás acerca del estado de pérdida que le caracteriza.
Por tanto, los demás se aproximan a la persona triste para arroparla y darle apoyo en un
momento crítico. La expresión de tristeza es el desencadenante para que se inicie una
conducta social de cohesión y ayuda hacia quien experimenta dicha emoción.

Aunque, se puede dar otra casuística. No todo el mundo desea recibir ayuda mientras se
vive una experiencia de tristeza o angustia. Hay personas que prefieren apartarse, estar
solas, no quieren ser vistas en ese estado. Quizá se avergüencen de su debilidad e
impotencia, de haber llegado a ser tan dependientes de otra persona, tan apegadas a ella,
que cuando desaparece, surge la tristeza. Pero alguien que no quiera hacer públicos sus
sentimientos no quiere decir que vaya a superarlo por completo; ni tampoco que no los
esté sintiendo sólo poque suprima su expresión. Tanto las distintas tradiciones culturales,
como el haber sido educado en una determinada cultura, y puede que también en el
temperamento, desempeñan un papel en la creación de las actitudes acerca de sentir o
mostrar tristeza.

Por otro lado, no todo el mundo siente el sufrimiento de los demás; no todo el mundo
se siente motivado para ayudar y consolar a una persona que está triste. También hay
personas que disfrutan bien con el sufrimiento ajeno porque se sienten bien ejerciendo su
poder y contemplando el dolor que causa.

Otra función importante de la tristeza tiene connotaciones personales, ya que siendo la


emoción más reflexiva que existe, permite que una persona haga introspección, realice un
análisis personal acerca de su situación su futuro y su vida en general. La atención se
dirige hacia la eventual solución de su actual situación, realizando los ajustes necesarios
para seguir llevando a cabo una vida adaptativa y saludable.
Conducta motora y expresiva de la tristeza

La tristeza es una emoción que no suele comportar ningún tipo de acción. Es más bien un
deseo de permanecer inactivo lo que caracteriza a la tristeza. Esto puede tener su
explicación en el hecho de que la tristeza se experimenta ante la pérdida. Después de la
pérdida necesitamos conservar lo que nos queda. Una forma de conservar las energías es
la inactividad. Por eso, la reducción de la actividad es una característica de la tristeza,
lo cual se manifiesta por una desmotivación general.

En efecto, cuando analizamos las funciones de las emociones en general, es factible


defender que, entre ellas, se encuentra la de motivar conductas dirigidas a recuperar un
equilibrio que se ha visto amenazado por el estímulo que desencadena la emoción. De
hecho, el intento de recuperar el equilibrio del organismo es otra de las importantes
funciones de las emociones. Precisamente por no poder observar la conducta manifiesta
en la emoción de tristeza, se ha propuesto que la tristeza, no existe la motivación. Sin
embargo, la conducta abierta y observable es sólo una forma de constatar la existencia de
motivación.

En el caso de la tristeza también cabe la posibilidad de argumentar que existe motivación,


ya que la propia expresión de la emoción de tristeza es una forma motivada de petición
de ayuda. Aunque en el caso de la tristeza la situación esté ubicada en el pasado (y nada
se pueda hacer), también cabe la posibilidad de entender la conducta motivada como un
mecanismo para solucionar una situación presente y futura: la aceptación de la realidad
por parte de la persona en cuestión.

A nivel verbal, existen numerosos adjetivos que describen los sentimientos de tristeza:
afligido, decepcionado, abatido, tristón, deprimido, desanimado, desesperado, apenado,
impotente, desconsolado, compungido, etc.

Con respecto a la expresión facial, uno de los signos más notorios de la tristeza consiste
en la orientación hacia debajo de las comisuras de la boca y de los ojos, que son la
consecuencia de una relativa pérdida del tono muscular facial. En términos generales, se
puede hablar de una importante pérdida del tono muscular general en el organismo. Existe
una apatía motora. Aunque la mayor expresión facial de la tristeza se muestra con las
lágrimas

Angustia y depresión

Según Paul Ekman (2003) en los momentos de angustia existe una queja, mientras que
en la tristeza hay más resignación y desesperanza. La angustia intenta relacionarse
afectivamente con la fuente de la pérdida. La tristeza es más pasiva. La tristeza es una de
las emociones de más larga duración. Tras un periodo de angustia, por lo general, da
comienzo otro de tristeza resignada en la que la persona se encuentra totalmente indefenso
(vulnerable); luego la angustia se presenta de nuevo en un intento de recuperar la pérdida;
le sigue la tristeza; luego la angustia; y así una y otra vez.
Aunque también pueden aparecer otras emociones. Una persona afligida o triste, puede
atravesar momentos de rabia contra la vida, contra Dios, contra la persona o cosa
causante de la pérdida, contra la persona fallecida por haberse muerto, especialmente si
dicha persona corrió algún tipo de riesgo voluntariamente. La rabia también puede
dirigirse hacia uno mismo por no haber hecho algo, por no haber expresado algún
sentimiento importante, por no haber impedido la muerte.

Estamos hablando del proceso de duelo. Aunque no existen reglas rígidas, porque no es
extraño que la persona que está en duelo se sienta abandonada tenga momentos de rabia
contra la persona que ha muerto. Incluso puede haber momentos en los que tenga miedo
pensando en cómo será capaz de continuar viviendo sin la persona fallecida, miedo de no
recuperarse jamás. Si la pérdida no se hubiese producido, el miedo sería la emoción
predominante por encima de la tristeza o angustia.

También durante la tristeza pueden sentirse brevemente emociones positivas. Quizá


incluso haya momentos de diversión al recordar escenas alegres compartidas con la
persona fallecida.

Es cierto que la tristeza puede producir una pérdida de la sensación de placer. Ya no se


encuentra placer en actividades que hasta entonces habían sido satisfactorias: una buena
comida, relaciones interpersonales, diversiones, sexo, música, etc. Se pierde el interés por
todo. Este es uno de los posibles síntomas que pueden estar presentes dentro del
diagnóstico de Depresión Mayor según el DSM-V.
Dentro de la Psicología Básica se ha estudiado minuciosamente las funciones de la
emoción de tristeza como elemento desencadenante de un cuadro clínico como es la
depresión. Aunque más concretamente con la desesperanza aprendida.

La desesperanza aprendida aparece cuando, con repetidas exposiciones a un


determinado acontecimiento, las personas aprenden en qué medida sus conductas
influyen o no en sus resultados. Así, cuando se aprende que los resultados no dependen
de las propias actividades voluntarias, el sujeto desarrolla una indefensión aprendida, que,
se refiere a un estado psicológico que resulta cuando una persona percibe que los
acontecimientos que ocurren son incontrolables (Seligman, 1975).

La indefensión aprendida produce repercusiones negativas en los planos motivacional,


cognitivo y afectivo. En cuanto a las deficiencias motivacionales, se produce una
disminución considerable de las conductas voluntarias. Los individuos señalan que no
merece la pena intentar ningún tipo de actividad, ya que el resultado siempre será el
mismo: el fracaso.

En cuanto a las deficiencias cognitivas, se encuentran asociadas al pesimismo que


impregna cualquier tipo de actividad mental dirigida a la eventual solución de la situación.
Los individuos tienen la creencia de que sus conductas no conseguirán objetivos
positivos, ya que los resultados se encuentran fuera de control de sus propias acciones.
Cuando un individuo constata que una situación se encuentra fuera de control, tendrá
muchas dificultades para aprender que en un futuro puede llegar a controlar dicha
situación, observándose, además, que se produce una generalización de esas creencias a
situaciones parecidas.
En cuanto a las deficiencias afectivas, se manifiestan mediante la ocurrencia de dos
emociones básicas: el miedo y la tristeza. Ante una situación que escapa a la posibilidad
de control de un individuo, una de las primeras reacciones se refiera a la emoción de
miedo asociada a la idea de lo que ese individuo puede perder. También es muy probable
que, con el paso del tiempo, el individuo descubra que el miedo no le ayuda a solucionar
la situación; es muy probable que descubra que nada se puede hacer. En ese momento se
produce un cambio afectivo importante ya que, se inicia un proceso emocional de tristeza,
porque, en realidad, el individuo ya ha empezado a perder, para dar lugar de forma casi
inmediata a la depresión.

En la actualidad se da una gran relevancia a la asociación entre indefensión aprendida,


depresión y disminución del funcionamiento del sistema inmunitario. En los casos de
indefensión, se ha podido encontrar un importante decremento en la funcionalidad de
algunos elementos del sistema inmunitario, como las células T o las células asesinas
naturales.

En general, las atribuciones que va realizando el individuo son el factor clave para las
distintas reacciones emocionales y motivacionales. Esto es, los factores cognitivos se
convierten en el filtro por el que pasa la situación a la que se enfrenta el individuo, los
recursos que éste posee y la asociación entre sus conductas y los resultados que obtiene
con ellas.

4.4.4. La ira

La ira es una de las emociones más comunes y frecuentes. Por eso hay tantos matices
dentro de la gran familia de la ira: rabia, enfado, cólera, rencor, odio, furia, indignación,
resentimiento, aversión, exasperación, tensión, excitación, agitación, acritud,
animadversión, hostilidad, violencia, enojo, celos, envidia, impotencia, desprecio,
antipatía, resentimiento, rechazo, recelo, etc.

La ira es otra de las emociones básica, y, por tanto, tiene un carácter innato, está presente
en casi todas las especies y culturas y, además, presenta una manifestación expresiva
universal, lo cual subraya su utilidad adaptativa. Sin embargo, han existido otras
aproximaciones que consideran que la emoción de la ira no tiene un fundamento
biológico ni básico, señalando que sus connotaciones son sociales.

La opinión más generalizada y compartida es la que considera que en la emoción de ira


sí que existe una fundamentación biológica ineludible, puesto que prepara al organismo
para experimentar dicha emoción ante la valoración de un estímulo o evento con una
significación de ofensa o desprecio.

El término ira puede hacer referencia a un sentimiento o experiencia, a las reacciones


internas del cuerpo, a una actitud hacia los otros, a una conducta agresiva o violenta, etc.
Una definición más genérica sería la que hace referencia a la ira como una emoción
consistente en un estado afectivo de indignación y rabia provocadas por el daño o la
ofensa infringidos a nosotros o a quienes nos son queridos (indignación y rabia, tanto más
intensas cuanto más injustificados y gratuitos sean el daño y la ofensa), y que, genera,
siquiera momentáneamente, sentimientos de odio y deseos de venganza.
En cuanto a los desencadenantes de la ira, no se puede establecer una configuración
precisa y delimitada. Cualquier estímulo o evento, según la valoración que se realice del
mismo, puede ser potencialmente capaz de desencadenar esta emoción en un individuo
particular en un momento determinada.

La ira es una reacción de irritación, furia o cólera desencadenada por la indignación y el


enojo de sentir vulnerados nuestros derechos. La ira se genera cuando tenemos la
sensación de haber sido perjudicados. Se desencadena ante situaciones que son valoradas
como injustas o que atentan contra los valores morales y la libertad personal. Pueden
generar ira situaciones que ejercen un control externo o coacción sobre nuestro
comportamiento; personas que nos afectan con abusos verbales o físicos; situaciones en
las cuales consideramos que se producen tratamientos injustos; el bloqueo de nuestras
metas por parte de otras personas, etc. Cualquier estímulo o evento, según la valoración
que se realice sobre el mismo, puede ser potencialmente capaz de desencadenar ira.
Podríamos resumir diciendo que nos enfadamos y sentimos ira, en menor o mayor
medida, básicamente por dos razones:

Cuando las cosas no suceden como queremos.


Cuando alguien no nos trata como creemos que nos merecemos

Funciones de la ira

La ira, como todas las emociones, es necesaria y puede ser buena. Con la ira
aprendemos a defendernos de lo que nos puede hacer daño. Gracias a la ira sentimos
indignación ante la injusticia y ganas de luchar para eliminarla.

Las principales funciones de la ira están relacionadas con la auto-protección, la


regulación interna y la comunicación social.
La auto-protección hace referencia tanto a la protección y defensa de la integridad propia,
como a la protección de la descendencia y de los bienes o posesiones. También hace
referencia a la defensa de las creencias, los juicios y los valores.

A nivel fisiológico, la ira prepara al organismo para inicial y mantener intensos niveles
de activación focalizada y dirigida a una meta u objetivo. Y desde un punto de vista
psicológico, la ira se relaciona con la auto-protección.

El problema no es la ira, sino lo que hacemos con ella. La ira mal regulada puede
provocar estragos en la persona que la siente y en su entorno más inmediato. Cuando
experimentamos ira, no razonamos de manera eficaz y eso repercute en la respuesta
conductual posterior. Se han señalado tres formas de afrontar la ira (Johnson, 1990):
supresión (no expresar nunca), expresión (expresar habitualmente) y control (decidir si
se expresa o no) siendo esta última la más adaptativa.

Respuesta conductual motora y expresiva de la ira

Existe una asociación entre la experiencia de la ira y la manifestación de conductas de


agresión, aunque, en el ser humano esta asociación tiene que entenderse como un
incremento de la probabilidad de ocurrencia: es decir, la experiencia de la emoción de ira
incremente la probabilidad de que se produzca la conducta de agresión. No se puede
hablar de un determinismo causal en el que la ira produce indudablemente la conducta de
agresión.

La ira es la emoción potencialmente más peligrosa, ya que su propósito funcional es


destruir. El ataque verbal (gritos, insultos, maldiciones) o físico (golpear objetos o
personas) es la respuesta impulsiva inmediata e irrefrenable a la ira. La agresividad que
desencadena la ira hace que sea una emoción "explosiva". Afortunadamente, la presión
social que progresivamente se ejerce sobre los comportamientos violentos evita muchos
de los ataques que se podrían producir.

Parece extraño, pero con quien más solemos tener ira suele ser aquellas personas que
más amamos (nuestros hijos, la pareja, compañeros de trabajo, etc). Posiblemente porque
son las que más pueden herirnos y decepcionarnos o porque nos conocen íntimamente y
saben nuestros temores y debilidades y, por tanto, lo que más puede herirnos.

Aunque la experiencia de ira activa un programa motor dirigido hacia la agresión, incluso
la destrucción, de un objetivo disponible o asequible, otra cosa es que ocurra la conducta
de agresión propiamente dicha, ya que tenemos mecanismos de control de la conducta
de agresión.

Con respecto a las características expresivas de la ira, uno de los signos más evidentes es
la gran tensión muscular que se origina en todo el organismo, especialmente en el rostro.
Hay tendencia a apretar y mostrar los dientes lo que refleja un comportamiento de
nuestros ancestros que es la tendencia a morder. Dicha manifestación tiene connotaciones
de aviso o amenaza a quienes han desencadenado la emoción de ira. Otra característica
se refleja en los ojos, que pueden mostrarse ampliamente abiertos, con la finalizad de
amenazar al rival, o mostrarse entrecerrados, en señal defensiva o de protección, con la
finalidad de minimizar el potencial riesgo procedente del rival. En ambos casos la mirada
suele ser fija, centrada en el agente causante de la ira, con mucha intensidad en los ojos,
las cejas juntas y hacia abajo por la parte central o nasal.

Conceptos relacionados con la ira

La palabra ira se refiere numerosas experiencias, distintas y relacionadas. Existe una


amplia gama de sentimientos coléricos, desde una ligera molestia hasta la rabia. No se
trata únicamente de diferencias en cuanto a su intensidad, también tienen que ver con el
tipo de ira que se siente.

Malhumor es una ira pasiva.

Exasperación nos remite a haber estirado demasiado el hilo de nuestra paciencia.

Venganza es un tipo de acción colérica realizada normalmente tras un periodo de


reflexión sobre la ofensa sufrida, que en ocasiones se manifiesta con mucha más
intensidad que la acción que la provocó.

Resentimiento, es un dolor moral que se produce como consecuencia de una ofensa. La


persona la vuelve a sentir una y otra vez. Sentimiento persistente de disgusto o enfado
hacia alguien.
Guardar rencor es un resentimiento de larga duración. Cuando una persona ha tenido
un comportamiento que juzgamos injusto, quizá no vayamos a perdonarla, sino que
guardaremos nuestro resentimiento (ese rencor) durante mucho tiempo, a veces toda la
vida. El resentimiento puede enconarse en cuyo caso nunca dejamos de tenerlo presente.
La persona está preocupada por la ofensa, dándole excesivas vueltas. Es de suponer que
cuando el resentimiento se encona, la probabilidad de que haya una venganza será mayor.

El odio consiste en una aversión intensa y duradera. No estamos continuamente


enfadados con la persona odiada, pero si nos la encontramos o tenemos noticias de ella
despertará en nosotros sentimientos de rabia con facilidad. El odio es duradero y se dirige
a una persona concreta. Es más una actitud o disposición que un estado emocional
temporal.

4.4.5. El asco.

El asco, como ocurre en otras emociones básicas, combina la dimensión cognitiva y las
respuestas corporales. Cuando se analizan los componentes implicados en esta emoción,
se percibe que se ha producido muy poca modificación en lo que respecta a las
manifestaciones responsivas. De esta forma, en el plano expresivo, se aprecia la tensión
dirigida a la evitación del objeto o estímulo en cuestión, teniendo dicha expresión claras
connotaciones de repugnancia. En el plano de la valoración cognitiva son muchas las
situaciones que, por aprendizaje e influencias culturales, pueden llegar a desencadenar la
emoción de asco.

Según los trabajos llevados a cabo por Rozin et al (1997; 1999), es posible entender cómo
la emoción del asco es funcional no sólo en el ámbito biológico, en el cual se localizan
sus orígenes (ingestión de alimentos), sino también en la gran diversidad de situaciones
sociales, morales, etc., en las que con bastante frecuencia ocurre dicha emoción. En
términos generales se puede argumentar que la evolución que se observa en la emoción
del asco puede ser entendida aludiendo a una preadaptación, que permitiría la utilización
de una estructura ya existente para una función determinada con un propósito diferente.

Otra variable que puede estar relacionada con el desencadenamiento de la emoción de


asco tiene que ver con la interacción o contacto con otras personas. En estas ocasiones
se puede hablar de asco interpersonal, incluyendo, por una parte, el propio contacto físico
con esas personas, así como el contacto con prendas que éstas han usado, y, por otra parte,
la mera presencia de esas personas.

Existen variables con una capacidad especial para desencadenar la emoción de asco. Entre
ellas, podemos citar las siguientes: las referidas a olores y apariencia de los alimentos y
bebidas, incluso de otras cosas, animales, individuos; las referidas a la ocurrencia de
algunas conductas que van en contra de los principios y creencias morales, religiosas,
culturales e incluso políticas de un individuo; las referidas al contacto físico con
elementos desagradables o peligrosos.

El proceso de valoración del asco se encuentra relacionado con el alejamiento o evitación


de un objeto, idea o persona que son repulsivos para quien realiza la valoración.
Funciones del asco

La función esencial es la de proteger al organismo de la ingestión de los alimentos en


malas condiciones; proteger de la ingestión de cualquier forma de alimento que pueda
resultar desagradable, no placentera y perjudicial para la integridad del individuo.

Los estudios realizados por Rozin (Rozin, Haidt, McCauley e Imada, 1997; Rozin, Haidt
y McCauley, 1999) inicialmente la emoción de asco aparecía cuando en la ingestión de
alimentos o líquidos se producía un sabor desagradable que forzaba al individuo al
rechazo. Con el paso del tiempo, y con la influencia de las distintas culturas, la misma
respuesta de rechazo, con todas sus características, resultó asociada a otro tipo de
estímulos referidos a la valoración cognitiva, a la percepción visual, etc. Por esta razón si
bien la emoción de asco parece un patrimonio compartido por la genética de
prácticamente todas las especies, sólo en el ser humano dicha emoción adquiere las
connotaciones de emoción amplia, susceptible de ser desencadenada por la presencia de
estímulos cuya asociación con la respuesta emocional de asco se ha producido como
consecuencia de las influencias sociales y culturales.

Para Rozin, existen unos desencadenantes universales muy potentes y que tienen que
ver con los productos corporales: las heces, el vómito, los mocos y la sangre. Sin
embargo, los niños y los adolescentes se sienten fascinados por el asco. Este mismo autor,
recuerda que en determinadas tiendas se venden imitaciones muy realistas de vómitos,
mocos, babas y heces. Es como si estuviéramos diseñados para que sintiéramos asco del
interior del cuerpo de otra persona, sobre todo cuando hay sangre. Sin embargo, esa
reacción de asco queda en suspenso cuando quien sangra no es un extraño sino un
allegado, un familiar. Entonces nos sentimos impulsados a hacer algo para aliviar su
sufrimiento más que a apartarnos de él.

Rozin también distingue lo que califica de asco interpersonal y enumera cuatro grupos de
desencadenantes interpersonales aprendidos: lo raro, lo enfermizo (las personas
desfiguradas, las úlceras supurantes, etc.), lo desgraciado y lo socialmente contaminado
(moralmente reprobables: atrocidades realizadas en campos de concentración, ser testigos
de violaciones, etc.)

También hay otras variables con capacidad para provocar dicha emoción. Como indicar
Rozin et al. (1993) y Miller (1997), habría que incluir cuatro tipos de elicitadores de la
emoción de asco: mala higiene corporal, la realización de la conducta sexual con un
compañero inapropiado (animales, hermanos/as, etc.) la amputación de un miembro
corporal y el contacto con individuos muertos. La función social y cultural de la
emoción de asco se encontraría enraizada en el rechazo de todo aquello que supone
una amenaza a los valores y pautas morales.

En el ser humano, el asco podría ser considerada como una emoción derivada de la propia
civilización. Relacionada con la protección y la preservación de la sensibilidad cultural.

Conducta motora y expresiva

Las respuestas asociadas a la emoción del asco son bastante estables en el tiempo. A
grandes rasgos, estas respuestas se refieren a los movimientos y gestos expresivos,
fundamentalmente la cara, a ciertas manifestaciones fisiológicas y a particulares
conductas. Así la cara de asco es familiar y fácilmente reconocible en muchas culturas,
apreciándose como la boca y la nariz adoptan una posición específica que denota rechazo.

En el plano conductual, la emoción de asco se caracteriza por un alejamiento o evitación


de los estímulos o situaciones que desencadenan la emoción, y por el cambio en la
focalización atencional hacia cualquier tipo de actividad que permita la “desaparición”
del estímulo desencadenante. La emoción de asco juega un papel determinante en la
protección del individuo.

Rozin es uno de los autores que más interés y tiempo ha dedicado al estudio del asco, ha
construido una escala (La Escala del Asco) que muestra una moderada correlación
positiva con el miedo a la muerte, y una moderada correlación negativa con la búsqueda
de sensaciones. También se pudo apreciar que las mujeres parecen más sensibles a la
emoción de asco que los hombres.

4.4.6. La alegría.

La alegría es una emoción sencilla y sin complicaciones. Casi no necesita regulación; se


controla automáticamente. La alegría es la emoción que se produce ante un suceso
favorable. Las principales causas de alegría son: el logro de objetivos, relaciones con los
amigos, satisfacciones básicas (comer, beber, sexo), experiencias exitosas, superar un
examen, conseguir un empleo, curarse de una enfermedad grave, ir de vacaciones,
finalizar con éxito unos estudios, cobrar algún dinero, etc.

Si bien en otras emociones, las que podemos llamar “emociones negativas” sí que
encontramos una clara asociación con un determinado problema relacionado con la
amenaza, con la posibilidad de pérdida o con la no consecución de algo positivo, no
parece que podamos establecer esa asociación con la emoción de alegría.

Aunque la consideración de la alegría como una emoción básica encuentra su justificación


en distintos trabajos en los que se constata que es una emoción innata, que se manifiesta
en edades muy tempranas (en torno a los 6 meses de vida) y que sirve para fomentar
la cohesión y la unión entre el niño y sus padres, incrementando la probabilidad de
supervivencia.

El proceso de valoración de la emoción de alegría está relacionado con la consecución o


aproximación hacia una meta valiosa, así como la constatación de que algo negativo
comienza a debilitarse o a desaparecer. Un aspecto importante acerca de la intensidad con
la que puede aparecer la emoción de alegría tiene que ver con la expectativa que tiene un
sujeto de que ocurra un acontecimiento positivo para él. De tal forma, que, ante un mismo
objetivo, la consecución inesperada produce una intensidad mayor en la emoción de
alegría que la consecución prevista y esperada.

Funciones de la alegría.

Diferentes estudios han podido constatar que sí que se puede hablar de funciones
concretas. Éstas parecen estar relacionadas con el bienestar general, repercutiendo de
forma positiva en las dimensiones cognitiva, fisiológica y conductual.
De hecho, desde las orientaciones psicoanalíticas se enfatizaba que esta emoción junto
con las manifestaciones expresivas que la acompañan se encontraría relacionada con la
liberación de la tensión que se ha acumulado en el organismo. Bergson (1911) realizó
estudios sobre la risa y propuso que la alegría, junto con sus manifestaciones expresivas
características, tiene sentido exclusivamente en el ámbito social. Así, una función
fundamental de la alegría consiste en favorecer la relación interpersonal, influyendo
sobre los demás, favoreciendo la diversión, permitiendo mostrar el afecto o estima que se
siente por alguien.

Conducta motora y expresiva

La alegría es una familia de emociones que incluye: estar contento, júbilo, regocijo, gozo,
placer, entusiasmo, euforia, deleite, diversión, estremecimiento, satisfacción, alivio,
alborozo, humor, hilaridad, exultación, satisfacción, etc. Como conductas nos
encontramos con el sentido del humor y la risa.

El humor y la risa contrarrestan las experiencias de emociones negativas; intensifican la


confianza entre las personas; preparan al organismo para experimentar placer sensorial;
amortiguan el estrés; reducen el malestar y el dolor; bajan la tensión. El humor y la risa
son altamente beneficiosos para la salud mental y física. Tener sentido del humor
significa ser capaz de relativizar las situaciones. Acontecimientos que pueden aparecer
como horrorosos, con sentido del humor se pueden convertir en cómicos.

En cuanto a las manifestaciones expresivas de la alegría, es en la cara donde con mayor


nitidez se reflejan. La boca puede mostrarse abierta, al igual que los ojos. El signo más
distintivo de la emoción de alegría es la sonrisa, que puede convertirse en risa abierta o
carcajada cuando la emoción es especialmente gratificante para el individuo.

Ekman y Freisen (1982) hablan de tres formas de sonrisa:

- Sonrisa auténtica. Ocurre de forma espontánea y natural en ciertas ocasiones en


las que se experimenta un estado interno relacionado con la emoción de alegría,
por lo que, en estos casos, se puede hablar de “sonrisa emocional”.
- Sonrisa falsa. Se produce de forma voluntaria, sin que exista ningún estado
interno relacionado o parecido con la emoción de alegría, y, en caso de que exista
este estado, no podría ser considerado la fuente de la expresión de este tipo de
sonrisa, pues se produce como medio para conseguir un objetivo, por lo que es
posible referirse a este tipo de expresión en términos de “sonrisa instrumental”.
Son las sonrisas por cortesía.
- Sonrisa miserable. Ocurre de forma voluntaria sin que exista un estado
relacionado con, o parecido, a la emoción de alegría. Más bien ocurre lo contrario,
esto es, existe un estado relacionado con alguna otra emoción con connotaciones
negativas, de la tal manera que esta forma de sonrisa también tiene un objetivo
particular: enmascarar u ocultar la existencia de alguna de esas emociones
negativas. La sonrisa miserable se aprecia con más facilidad cuando la emoción
que se intenta ocultar tiene que ver con la tristeza o con el miedo. El resultado es
una mueca desfigurada.

Hace más de un siglo un neurólogo francés llamado Duchenne descubrió en qué se


diferencia una sonrisa auténtica de placer del resto de sonrisas no placenteras. Duchenne
se dedicó a estudiar de qué forma cada músculo facial transformaba el aspecto de las
personas cuando se estimulaban eléctricamente las distintas partes de la cara y fotografió
las contracciones musculares resultantes. Este experimento lo realizó con un hombre que
no sentía dolor en la cara, de forma que el procedimiento no le suponía ninguna molestia.
Al observar la fotografía sonriente obtenida mediante la estimulación del músculo
cigomático mayor (que va desde los pómulos descendiendo en ángulo hasta las comisuras
de los labios, tirando de ellos hacia arriba en ángulo para formar la sonrisa), Duchenne se
dio cuenta de que aquel hombre no parecía realmente feliz. La comparación con su
expresión de auténtico disfrute surgida en respuesta a un chiste revela que en ésta el
hombre no se limita a sonreír, sino que también activa los músculos que circundan el ojo.

Según Ekman, no se puede contraer voluntariamente el músculo orbicularis oculi. Hay


dos partes del músculo, una parte interna que tensa los párpados y la piel situada justo
bajo ellos, y otra parte externa que se extiende a lo largo de toda la cavidad ocular (tirando
de las cejas hacia abajo y de la piel de debajo de las cejas, y tirando hacia arriba de la piel
de debajo del ojo y elevando las mejillas). Muy pocas personas pueden contraerlo
voluntariamente (por ejemplo, sí los actores)

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