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Módulo 3 – Unidad 3
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3.1. LAS EMOCIONES .............................................................................................................................. 3
3.1.1. TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LAS EMOCIONES ............................................................................ 6
3.1.2. MECANISMOS CEREBRALES Y BIOQUÍMICOS DE LAS EMOCIONES. ...........................................12
3.1.3. NEUROBIOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS DEL ESTADO DEL ÁNIMO ............................................13
3.1.4. NEUROBIOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS POR ESTRÉS ................................................................20
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3.1. Las emociones
Por lo general, las emociones son muy observadas en ciertas especies vivas más que en
otras, tal es el ejemplo de los animales mamíferos que tienden a agruparse o mantener una
especial relación con sus crías. Aparentemente, existe una relación instintiva o natural que
tiende a que un miembro de estas especies mantenga cierto vínculo con otro miembro de
su misma especie.
En los seres humanos ocurre lo mismo, salvo en contadas excepciones donde no existe
vínculo emocional de un miembro hacia sus pares más cercanos. Pero, en general, podemos
afirmar que las personas entablan un tipo de emoción al estar cerca de otra persona ya sea
en el trabajo, el hogar o espacios comunes. Ello lleva a preguntarse ¿qué es la emoción?,
¿de dónde emana o se produce?, ¿es posible manipularla, desarrollarla a voluntad o
extinguirla?
Tenemos que comprender que la emoción es abordada, por lo general, como un tema que
se analiza de forma individual debido a su amplitud, pero en otras ocasiones se vincula con
otras temáticas como lo son la motivación o el estrés. No obstante, de una u otra manera
existen líneas de especialidad que la desarrollan de forma particular como es la educación,
el mundo laboral o la clínica psicológica.
Por ello, la definición de emoción va a depender en gran medida del enfoque desde el que
se está visualizando, por ejemplo:
Colman (2009 citado por Eysenck, 2019) define emoción como “cualquier estado
psicológico evaluativo, afectivo e intencional de corto plazo” (p. 85).
Esta definición, nos permite de cierta forma deducir que, en primer lugar, la emoción está
ligada a los estados mentales que la persona tenga en un momento, también que poseen
condiciones vinculadas a los sentimientos y que estos estados mentales tienen un objetivo
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en su realización o surgimiento; además, que se llevan a cabo en un periodo de tiempo
corto. Ello no explicaría los cambios en el cuerpo como la sudoración, los rostros sonrojados
o las emisiones de lágrimas, sino que se trata de un estado racional que permite su
evaluación. Tampoco define esta acepción a los estados de ira o euforia que surgirían en
ocasiones de forma espontánea; pero lo que sí indica es que posee cierta intencionalidad,
en el sentido de estar ligada a lo racional controlado.
Por otro lado, desde una mirada con orientación biológica, el concepto de emoción se
definiría como un tipo de reacción física o fisiológica que le permite al organismo mantener
su supervivencia por medio de estados de defensa o huida si lo requiere la situación y,
además, le permite inhibir algunas respuestas fisiológicas a modo de lograr volver a un
estado de tranquilidad o sosiego (García, 2015). En otras palabras, las emociones para un
organismo que las experimenta implican un desgaste fisiológico, psicológico y conductual,
por tanto, al parecer conllevan situaciones estresantes. Esto, en el entendido que las
reacciones fisiológicas, por lo general, son controladas o reguladas de forma involuntaria
por el sistema nervioso autónomo, el cual se conecta con la mayoría de las glándulas y
músculos del cuerpo (García, 2015, p. 151).
Con relación a distintas vertientes teóricas o referencias científicas, se pueden indicar los
siguientes componentes de la emoción: conductual, subjetivo y fisiológico (Casanova y Sanz
de Acedo, 2012, p. 359). Veamos en qué consisten cada uno de estos elementos.
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• Componente conductual
En relación con este componente, se indica que la mayoría de las expresiones emotivas
poseen una forma de expresión conductual, como expresiones faciales, posturales y tono
de voz. Entre ellas encontramos ceñir las cejas, cruzar brazos o gritar.
Por lo general, constituyen una forma de movilizar el cuerpo utilizando el sistema motor,
de forma no verbal que se origina por una determinada situación experimentada por el
ejecutor. Esta situación es observable y medible, además de poseer una alta influencia en
el medio ambiente que lo rodea (Ekman, 1994). Las más estudiadas son las emociones de
tipo facial que se caracterizan por tener mayor veracidad emocional de la persona que la
expresa. Según Ekman (1994) las expresiones auténticas de emociones, por lo general,
tienden a ser simétricas, mientras que las falsas tienden a ser asimétricas. Las emociones
básicas que se describen por medio de estos componentes son: alegría, tristeza, ira, miedo,
sorpresa y asco (Casanova y Sanz de Acedo, 2012, p. 360).
• Componente subjetivo
Se asocia con las experiencias de tipo subjetivas, que son muy difíciles de cuantificar,
mediar, explicar; con gradualidad intensas y que varían según el tipo de emoción que se
expresa. Posee mucha implicancia la interpretación que realiza la persona de sus propias
vivencias combinada con las diversas emociones que puede sentir en cada situación que
experimenta. Se reconoce como dimensión fenomenológica o sentimientos de la emoción,
esto en el sentido que dependerá del análisis que realiza la propia persona de lo que observa
o experimenta para poder indicar de que se trata o está sintiendo. El sentimiento, por lo
general, es considerado estable y duradero, en cambio la emoción se ha catalogado como
inestable, veloz y fundamentalmente fisiológica (Barret, Mesquita, Ochsner & Cross, 2007,
citado por Casanova y Sanz de Acedo, 2012, p. 362).
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• Componente fisiológico
Desde los postulados de Darwin (1872) se han establecido muchas teorías que intentan
explicar la emoción. Este autor reivindicó en su momento que las respuestas emocionales
particulares, como las expresiones faciales que se aparejan a estados emocionales, suelen
ser las mismas en la mayoría de los seres humanos inclusive en aquellas personas no
videntes (Darwin, 1872). A la fecha, si bien se han difundido variadas teorías al respecto, no
existe unificación de criterios o conclusiones que puedan establecer la diferencia entre
emociones básicas que compartimos con otras especies y las emociones denominadas
complejas como son la vergüenza o culpa, propias de los primates y que se derivan de las
primeras.
• Teoría de James-Lange
La Teoría de James-Lange (1890) fue propuesta de forma independiente a fines del silo XIX,
en su momento, por el filósofo y psicólogo estadounidense William James y el médico y
psicólogo danés, Carl Lange. Ambos proponen que la conciencia de los estados corporales
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es la que involucra la relevancia de nuestra experiencia emocional, afirmando que la
experiencia emocional es una especie de resultado y no la causa de los cambios corporales
percibidos. Esto implica que, mientras podemos pensar que lloramos porque estamos
tristes, la teoría de James-Lange dispone lo contrario, que estamos tristes porque lloramos.
Para James, las reacciones corporales serían las que causan los sentimientos y no a la inversa
(Eysenck, 2019, p. 89; García, 2015, p. 153; Casanova y Sanz de Acedo, 2012, p. 358).
Para comprender esta teoría es necesario comenzar por establecer el sentido común
respecto a cómo se dan las emociones. Generalmente, existe la creencia de que la emoción
consiste en algo que le sucede a una persona, provocando una experiencia emotivamente
subjetiva y como resultado de ello le ocurrirían cambios corporales y/o de conducta. Pero
en la Teoría de James-Lange, los autores invirtieron esta lógica, por ello como explicamos
anteriormente la experiencia emocional sería más bien lo que se obtiene, no la causa. En
palabras más sencillas para los autores el hecho físico de estar llorando es lo que nos
provoca el estado emocional llamado tristeza (Eysenck, 2019; García, 2015; Casanova y Sanz
de Acedo, 2012).
Un ejemplo cotidiano para explicar esta teoría es nuestra reacción al resbalar cuando
bajamos escaleras. Por lo general, nos asimos de forma automática del barandal y luego
tomamos conciencia de estar asustados o sentir miedo. Esta teoría indica que, si
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controlamos la conducta, pueden controlarse las experiencias emocionales. Otro ejemplo,
para comprobar esta línea de explicación de la emoción sería el intentar sonreír, ello no
implica que se esté feliz; pero, si al llegar a un lugar percibimos un ambiente de fiesta de
cumpleaños, sin duda experimentaremos cambios corporales viscerales y esqueléticos que
nos estimularán a acercarnos al lugar y sonreír para luego dar paso a la interpretación a
nivel de la corteza cerebral que nos provocará la emoción de agrado, en definitiva, puede
decirse: sonrío, por tanto, debo estar feliz.
De esta teoría se pueden derivar diversas conclusiones: varias emociones que expresa el ser
humano de forma espontánea se encuentran relacionadas con expresiones faciales y
estados corporales muy particulares. Por otro lado, la manipulación de las expresiones
faciales, en muchos casos, influye notoriamente en la experiencia emocional. Además, no
es concluyente el por qué ocurren los estados emocionales corporales y la mayoría de las
investigaciones se han centrado en las expresiones faciales de sonreír como conducta de
felicidad y fruncir el ceño como parte de tristeza, por lo que no se puede extrapolar sus
conclusiones a otros tipos de emociones (Eysenck, 2019, p. 90; Morris y Maisto, 2011, p.
327).
• Teoría de Cannon-Bard
La teoría de Cannon-Bard, desarrollada en los años 70´ por los fisiólogos Walter Cannon y
su discípulo Philip Bard, señala que el sistema nervioso autónomo responde de la misma
forma a todos los estímulos emocionales, como ser los experimentos de la rama simpática,
la cual prepara al organismo para la pelea y la huida (García, 2015).
Los investigadores Cannon y Bard observaron que para estas dos emociones se experimenta
fisiológicamente de igual forma: un aumento de la frecuencia cardíaca y presión arterial,
dilatación de pupilas, aumento del flujo sanguíneo en especial el dirigido a los músculos,
aumento en la frecuencia respiratoria, aumenta la liberación de adrenalina y noradrenalina
de la médula suprarrenal. Por tanto, concluyen que no podrían basarse, como lo hacen la
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teoría de James-Langes, en que las expresiones emocionales son producto de respuestas
fisiológicas. Según Cannon (1929) los mismos cambios viscerales que pueden experimentar
una persona ocurren tanto en estados emocionales y en no estados emocionales (García,
2015, p. 153).
Con relación a los aportes de Cannon sobre el tema de la emoción y su posición respecto a
la teoría de James – Langes, se observa que los errores en esta perspectiva implican suponer
que para cada emoción existe un conjunto de cambios fisiológicos determinados, la
excitación fisiológica fuese suficiente para la expresión de una emoción y que la velocidad
con la que se expresa una emoción no supera la velocidad de respuesta visceral o fisiológica
de una persona (Morris y Maisto, 2011, p. 327)
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una de las primeras teorías de la emoción que toma a los procesos cognoscitivos como
elementos en su argumentación. Según esta postura, las ideas de Cannon estarían en un
error al plantear que los cambios corporales y las experiencias vinculadas a la emoción son
independientes (Morris & Maisto, 2011).
Por otro lado, también plantea que los supuestos de James-Lange tienen errores al afirmar
que los cambios fisiológicos causan la sensación de emoción. Pero, sí comparte con esta
última teoría del postulado referido a que los cambios fisiológicos preceden la experiencia
de emoción, ya que de esta depende entonces, tanto de los cambios fisiológicos, como de
las interpretaciones que se hicieran de dichos cambios (Morris & Maisto, 2011, p. 328).
• Teoría de la valoración
Cabe destacar que la valoración emocional es un proceso por el cual se realizan distintas
respuestas emocionales a partir de las evaluaciones subjetivas de una persona en relación
con diversos aspectos de un estímulo como, por ejemplo, la relevancia personal de lo que
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sucede o las formas de afrontar lo que se está experimentando, entre otras (Jaume, Ruetti,
Segretin, & Lipina, 2016, p. 282).
Según Smith & Kirby (2001), la valoración cognitiva en una persona puede llevarse a cabo
por debajo del estado de conciencia y desarrollarse por solo recuerdos, produciendo
procesos automáticos de reacción lo que explicaría como ante estímulos determinados que
no teníamos conciencia pueden desatar en nosotros estados emocionales inexplicables
(Eysenck, 2019, p. 91).
Esto permite saber sobre las emociones que se experimentan en diferentes personas, en
distintos momentos frente a un mismo hecho. Las diferencias que se muestran se deben a
la asociación que realiza cada persona en base a la valoración de los estímulos que se le
presentan, sustentados en los patrones atencionales, memoria, abstracción selectiva,
sobregeneralización y emotividad que se tiene en cada caso y todo ello, además, filtrado
por las diferencias culturales o contextuales que existan en el momento de la experiencia
(Jaume, Ruetti, Segretin, & Lipina, 2016, p. 282).
Esta teoría involucra un quiebre respecto a las explicaciones más bien tradicionales ligadas
a lo meramente fisiológico, ya que incluye procesos cognitivos que abren la puerta a
aspectos que no se habían tomado en cuenta en anteriores planteamientos como pueden
ser: la memoria, recuerdos, estados de conciencia y en especial la valoración de la propia
persona, respecto a lo que se encuentra experimentando. Por lo tanto, cada emoción, si
bien tiene una base o categorización determinada para denominarla de alguna forma como
enojo o alegría, su forma y su intensidad dependerá de lo que cada persona posea en su
repertorio de vida a la fecha. De ahí que se le otorgue mayor relevancia a la experiencia
como base de la expresión emotiva de cada sujeto.
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3.1.2. Mecanismos cerebrales y bioquímicos de las emociones.
Para lograr una comprensión de las emociones es necesario saber cómo se liga a nuestro
organismo a nivel cerebral como eje principal del comportamiento humano. La zona más
primitiva del cerebro es el tronco encefálico que tiene la función de regular las actividades
vitales básicas del organismo de todas las especies que posean un sistema nervioso. De esta
zona primitiva evoluciona la corteza cerebral que permite al ser humano acrecentar la
sutileza y la complejidad del espectro emocional sin que ello signifique que controla la
totalidad de lo emocional. Esta función en sí se encuentra ligada al sistema límbico que
habilita a los centros de la emoción a realizar su actividad a nivel cerebral en donde se
incluyen las áreas del pensamiento y decisión (García, 2015).
Las principales entidades que admiten la expresión de la emoción son: la amígdala, sistema
nervioso autónomo con el sistema simpático y sistema parasimpático, la adrenalina y la
noradrenalina (García, 2015, pp. 151). Veamos entonces cómo se definen:
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cuando es necesario activar, excitar o alertar al cuerpo, el sistema simpático
comienza a acelerarse, en cambio el sistema parasimpático a desacelerar; pero,
cuando se necesita inhibir alguna acción el parasimpático es el que se activa y el
simpático inicia una desaceleración (García, 2015). Por ejemplo, el sistema
simpático, en bastas ocasiones, tiene su incremento de aceleración en acciones y el
parasimpático el descenso de la función cardiaca, presión sanguínea, reacción de
pupilas, frecuencia respiratoria, experiencias de emociones fuertes. Pero, existen
situaciones donde se da su desarrollo de forma inversa, cuando el sistema simpático
suprime o disminuye y el parasimpático estimula o acelera que se manifiesta con la
secreción de saliva, contracción del estómago o intestinos, músculos de la vejiga
(García, 2015, p. 151).
En este punto, es clave reconocer la existencia de varias versiones que se han ido
actualizando respecto a los transtornos que se conocen a nivel médico. Dentro de la
penúltima versión se encuentra el DSM IV publicado en el año 2000 donde se encuentran
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la categorización de Trastornos del estado del ánimo los cuales son definidos como aquellos
que “incluyen trastornos que tienen como característica principal una alteración del humor”
(APA, 2002, p.323) y se dividen, según esta asociación en:
Trastorno distímico.
Trastorno bipolar i.
Trastorno ciclotímico.
Trastornos del estado del ánimo no especificado (APA, 2002, pp. 323-324).
En esta nueva versión de DSM se observan cambios con relación a las anteriores que han
suscitado cuestionamientos a nivel profesional, siendo uno de los cambios más llamativos
la utilización de númeración arábiga para su designación siendo la costumbre desde las
anteriores versiones sla utilización de numeración romana. Otros de los cambios más
significativos a nivel técnico son: la remoción del sistema multiaxial; colocar en un mismo
nivel los ejes I, II y III que involucraban los trastornos psiquiátricos, trastornos de
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personalidad y otras condiciones médicas; agregar anotaciones separadas para definir los
factores psicosociales que correspondían al eje V (Silva, 2014, p. 7). Si bien se han expuesto
las razones para realizar los cambios anteriormente mencionados y que tienen que ver con
igualar las condiciones con otras entidades médicas que no utilizan las nomenclaturas de
los DSM para incentivar la investigación y la colaboración científica, ello no ha logrado un
consenso entre los colegios profesionales ya que se elimina un ordenamiento que había
resultado útil y muy didáctico en el proceso de enseñanza-aprendizaje de la especialidad
(Silva, 2014, p. 7).
• Trastorno depresivo
“Los trastornos depresivos se caracterizan por una tristeza de una intensidad o una duración
suficiente como para interferir en la funcionalidad y, en ocasiones, por una disminución del
interés o del placer despertado por las actividades” (APA, 2020, párr. 1).
Dentro del DSM IV y DSM 5, la principal y más recurrente patología en esta categorización
es la depresión mayor (DM) cuyas características principales, según el DSM IV, refiere a la
presencia de episodios depresivos mayores o momentos en los que las emociones como los
pensamientos negativos se entrelazan con alteraciones en el apetito, la libido y el sueño.
Los episodios depresivos mayores se caracterizan por ser un periodo de dos semanas,
durante el cual una persona experimenta un estado de ánimo deprimido o una pérdida de
interés o placer en casi todas las actividades (APA, 2020).
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La sintomatología del DM, por lo general, es: sentimientos de tristeza, estados
desesperanza, inutilidad, culpa, baja autoestima, pensamientos negativos que pueden
hacer presente la idea de suicidio, cierto déficit cognitivo que probablemente afecte la
motivación, la atención selectiva, la memoria episódica o de trabajo y una menor capacidad
de pensamientos reflexivos; estados de irritabilidad, disforia y anhedonia (APA, 2020).
Por otro lado, los síntomas neurovegetativos involucran un mayor o menor grado de
apetito, estados de fatiga, y generalmente alteraciones en el estado de vigilia y sueño. El
diagnóstico del trastorno depresivo se establece cuando al menos cinco de los síntomas
anteriormente señalados se hacen presente por un periodo, al menos dos semanas. En
cambio, en el DSM 5, si bien mantiene lo esencial de los síntomas, establece la comorbilidad
con la ansiedad y elimina el criterio de exclusión del duelo (APA, 2020; Salinas, Fullerton y
Retamal, 2014, p. 18; APA, 2002).
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nivel cerebral” (Belmaker, Agam, Mayor, 2008, citados por Cruzblanca, Lupercio, Collas y
Castro, 2016, p. 48).
Desde una mirada neurobiológica de la DM, existirían dos hipótesis que podrían estar dando
solución al porqué de esta afección: la hipótesis monoaminérgica y la hipótesis neurotrófica
(ibid, pp. 49 y 51):
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como factor de crecimiento, según los postulados de Martinowich, Manji & Lu
(2007, citados por Cruzblanca et al., 2016, p. 51). Además, propone que el estrés
crónico que se padece en este trastorno desequilibra al eje hipotalámico-pituitaria-
corteza adrenal (HPA) disponiendo de forma mantenida del tejido nervioso al
cortisol y como resultado de ello, la inhibición de la presencia del BDNF.
• Trastorno bipolar
Los trastornos bipolares (TB), en el DSM IV, incluyen los trastornos bipolares I (TBI),
trastornos bipolar II (TBII), ciclotimia y el trastorno bipolar no especificado (APA, 2002).
Dentro de los trastornos con mayor frecuencia se encuentran los TBI y TBII. Dentro de las
características diagnósticas de TBI, implica una presencia clínica que se caracteriza por uno
o más episodios maniacos o episodios mixtos. Entendiendo que el episodio maniaco
comprende “un periodo concreto durante el cual el estado de ánimo [de la persona] es
anormal y persistentemente elevado, expansivo o irritable” (APA, 2002, p. 334) al menos
durante una semana. Algunos de los criterios para su diagnóstico incluyen: “aumento de la
autoestima o grandiosidad, disminución de la necesidad de dormir, lenguaje verborreico,
fuga de ideas, distraibilidad, un aumento de sus actividades intencionadas, agitación
psicomotora e inclusión excesiva en actividades placenteras” (APA, 2002, p. 334), que
pueden conllevar consecuencias graves. En lo que concierne a los episodios mixtos, pueden
extenderse por un periodo de tiempo de al menos una semana, en que el paciente presente
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estados del ánimo que alternan con rapidez como tristeza, irritabilidad y euforia;
acompañados de sintomatología de episodios maniacos y episodios depresivo mayor (APA,
2002).
En cuanto a las características diagnósticas de TBII, ellas implican un estado clínico, donde
exista “la aparición de uno o dos episodios depresivos mayores” (p. 367) y acompañado por
“un episodio hipomaniaco” (APA, 2002, p. 367). Además, “los síntomas deben provocar [en
el paciente] un malestar clínicamente significativo o un deterioro de índole social, laboral u
otras áreas” (APA, 2002, p. 367) de relevancia de la actividad del sujeto. Los episodios
hipomaniacos se caracterizan de igual forma que los episodios maniacos, a excepción que
no pueden existir ideas delirantes y alucinaciones; este tipo de episodios no suele ser
suficientemente grave para provocar un tipo de deterioro social o laboral en el paciente,
que involucre hospitalización, como tampoco la presencia de síntomas psicóticos (APA,
2002).
Al interior de esta categorización, entre los cambios que se han suscitado para optimizar la
precisión del diagnóstico y dar mayor facilidad en la detección temprana, se ha incluido en
episodios maníacos e hipomaniacos un énfasis en la evolución de las actividades y la energía
que presente, lo cual se diferencia del DSM IV que solo enfatizaba en el estado de ánimo
propiamente. Además, en esta categoría se incluyen a las personas que, habiendo podido
tener un historial de cuadros depresivos anteriores, pudieran presentar en algún momento
episodios de hipomanía incompletos (Salinas et al., 2014, p. 16).
Con relación a los correlativos biológicos, a nivel fisiológico se ha constatado que posibles
desequilibrios están asociados al ritmo circadiano y aspectos de tipo neuroanatómico,
neurofuncional y neuroendócrino, los cuales serían fundamentales en la comprensión del
TB, en tanto que este último ha provocado gran interés en la comunidad científica e
investigadores debido a los estudios que se han desarrollado de los ejes hipotalámico-
pituitario-adrenal (HPA) e hipotálamo-pituitario-tiroideo (HPT). Algunos estudios
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demuestran ciertas diferencias significativas neuroanatómicas en pacientes con TB, en
especial, con reducciones considerables del tamaño del hipocampo (Salinas et al., 2014).
Por otro lado, investigaciones han informado que en pacientes con TB se ha observado una
baja actividad en zonas vinculadas al reconocimiento emocional de rostros humanos, entre
estas se contaría con el córtex orbitofrontal, el córtex cingulado ventral anterior y el
estriado ventral. Sobre implicancias neurofuncionales, se ha observado alteraciones en
zonas relacionadas a la plasticidad y funcionalidad cognitiva, alteraciones de conexión entre
regiones cerebrales como la corteza prefrontal ventral y amígdala, como también
desconectividad interhemisféricas. Además, se plantea la existencia de una posible relación
entre el ritmo circadiano y los trastornos de ánimo, en especial, con el TB vinculado a la
producción de melatonina y feniletilamina lo cual explicaría los graves problemas de sueño-
vigilia y las fluctuaciones a nivel comportamental del TB (Ríos Florez & Escudero Corrales,
2017, p. 243).
Los síntomas o efectos del estrés se basan en una reacción del organismo por vencer o
aminorar el peligro, ya sea este real o imaginario. Para su mayor comprensión, se han
agrupado en cuatro categorías basadas en los hallazgos de Eysenck (2019, p. 68) y de
Casanova & Sanz de Acedo (2012, p. 372):
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en los pulmones, incremento del ritmo cardiaco, contrición de vasos sanguíneos,
hipertensión, palpitaciones, alergias, migrañas frecuentes, insomnio.
La forma de cómo responde nuestro organismo al estrés involucra una respuesta inmediata
de enfrentamiento que depende inicialmente del sistema simpático adrenal medular (SAM)
seguida de otra respuesta de contra enfrentamiento que involucra el eje hipotalámico-
hipofisiario-adrenal (HHA). Ambos sistemas suelen influir uno en el otro de forma
simultánea, tal como se explica a continuación basado en los estudios de Eysenck (2019, p.
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también de la respiración; por otro lado, disminuye la actividad del sistema digestivo
(Eysenck, 2019).
• HHA: si una persona es expuesta a un agente estresor durante varias horas, el SAM
agota los recursos corporales, esto da lugar a una respuesta por parte del organismo
de contra enfrentamiento que coloca al eje HHA en acción con el objeto de aminorar
el daño. Esto se desarrolla de la siguiente forma, la glándula hipofisiaria anterior
libera diferentes hormonas, donde la de mayor relevancia es la hormona
adrenocorticotrópica (HACT), encargada de estimular la corteza suprarrenal que
produce el cortisol que se libera como glucocorticoide en el torrente sanguíneo, ello
causa que el hígado libere la glucosa almacenada lo que permite mantener un
suministro permanente de “combustible” para el cuerpo y suprime el sistema
inmunológico. El cortisol suele conocerse como la hormona del estrés, por su gran
producción al estar una persona bajo este estado por largo tiempo y reducir los
efectos de la respuesta de enfrentamiento inicial (Eysenck, 2019).
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