Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Transición y consolidación
del orden colonial, 1600-1730
obrajes empleaban a más de diez mil trabajadores, que producían telas por
un valor de entre uno y dos millones de pesos para su venta en Lima y
Nueva Granada. Otra industria importante desarrollada en el virreinato en el
siglo XVII fue la construcción de navíos, como descubriera Larry Clayton.
Esta industria se vio estimulada porque la costa occidental se hallaba
aislada de los astilleros de La Habana y Europa, y por la demanda de
naves para defender las flotas de plata que se desplazaban entre Lima y
Panamá, además del creciente comercio Intercolonial en el Pacífico.
Guayaquil estaba particularmente bien situado para desarrollar dicha
industria. Allí se recibía madera suficiente de los bosques del interior, tela
para las velas de los obrajes de la sierra, sogas y aparejos de Chile, así
como betún y brea de Nicaragua. Con estos insumos, los astilleros
guayaquileños mantenían los costos muy por debajo de los europeos y
podían producir tres a cuatro naves al año para la armada y la marina
mercante.
De igual manera que en las manufacturas textiles y en la construcción
de navíos, el capital local sustentó también una dinámica industria
vitivinícola en Arequipa y a lo largo de la costa sur. Los tempranos intentos
hechos por Felipe II (1556-1598) para proscribirla e impedir su
competencia con España fueron pronto dejados de lado por resultar poco
prácticos, pasando así el Perú a ser un productor de vinos y aguardiente
de gran calidad. La Corona se contentó con gravar la industria que
aprovisionaba los mercados urbanos del virreinato y exportaba cantidades
significativas a Chile y México.
Por último, un gran número de industrias artesanales de pequeña
escala florecieron por todo el virreinato, suministrando los bienes de bajo
costo que sólo llegaron esporádicamente de Europa durante la depresión
del XVII. Entre ellos tenemos artículos de cuero, vidrio, armas, muebles,
productos de madera y herramientas cuya producción en las ciudades,
pueblos y haciendas ocupaba a un número significativo de artesanos
españoles, amerindios, mestizos y negros.
A pesar de la regionalización de la economía peruana durante el siglo
XVII, Lima continúo siendo el eje comercial del virreinato, aunque a un
ritmo más lento que en el siglo anterior. Sus comerciantes eran activos,
tanto en el comercio atlántico como en el que se desarrollaba en el
Pacífico, recibiendo muchos de los bienes importados o producidos en
otras partes del Perú y distribuyéndolos por todo el virreinato. Clayton
señala que más de sesenta comerciantes contaban con activos por encima
de cien mil pesos, y varios los tenían de quinientos mil a un millón de
pesos. Organizados en un poderoso consulado, estos mercaderes
ejercieron un considerable poder económico y político en el virreinato, que
disminuyó, parcialmente, después con la creciente competencia comercial
de Buenos Aires y Santiago.
Sin embargo, los mercaderes de Lima y en general toda la economía
virreinal, sufrieron un gran golpe con el devastador terremoto que azotó la
costa central peruana en 1687. La producción y distribución de alimentos
experimentó
III / Transición y consolidación del orden colonial, 1600-1730 115
blancos y mestizos, y setenta por ciento entre los negros y mulatos. Por
otro lado, a los mestizos les faltaba la llamada pureza de sangre: la
insistencia en la falta de toda sombra de judaísmo o no catolicismo, que en
la cultura hispana era algo requerido de las buenas familias, linajes y
ascendencias. En el caso de los mestizos, las sospechas de idolatría de su
pasado indígena perduraban. Aunque revelaban el racismo persistente y
profundamente arraigado en el mundo hispano, muchos de estos prejuicios
estaban codificados por la ley española. Por ejemplo, la prueba de pureza
de sangre era exigida a los candidatos a cargos públicos y a quienes
postulaban a la universidad, y a su vez era un requisito para ejercer
profesiones tales como el derecho.
En realidad, la construcción de categorías y divisiones sociales a lo
largo del periodo colonial fue un asunto complejo. Con el tiempo ello
involucró múltiples factores hispanos de raza, etnicidad, clase, estamento,
ocupación y cultura, importados de la metrópoli después de 1532, sin
olvidar la diversidad de los patrones étnicos del viejo imperio inca que se
fragmentó después del colapso del Tahuantinsuyo, pero que tomó mucho
tiempo para que desaparecieran, si alguna vez lo hicieron. En términos
generales, los funcionarios hispanos ignoraron este mosaico étnico andino
y recurrieron, en sus registros fiscales y censales, a la clasificación por
fenotipo en tres grandes categorías: indio, mestizo y mulato. Para el siglo
XVIII, la elaboración de semejante sistema de castas había alcanzado tal
nivel de obsesión aparentemente patológica, que hubo intentos
extraordinariamente elaborados de categorizar las variadas permutaciones
y combinaciones de los emparejamientos interraciales. Esta clasificación
iba acompañada con la idea de que se podía ascender en el orden social
mediante el matrimonio con una contraparte racial más clara,
produciéndose así un efecto «blanqueador» en los hijos. Cahill (1994: 119)
descubrió uno de estos sistemas de clasificación genealógica en el Cuzco
dieciochesco, que brindaba un gran total de veintiún categorías
socio-raciales (español + indio = mestizo real; mestizo + india = cholo;
tente en el aire + india = salta atrás y así sucesivamente). Sin embargo,
este sistema clasificatorio de castas que semejaba una hidra, fue
eventualmente superado por la noción económica de clase en el momento
de la independencia y posteriormente.
El sector privilegiado del orden colonial estuvo conformado por los
españoles blancos y sus contrapartes criollas americanas, quienes se
hallaban, en virtud a la conquista, en una posición de mando en la
sociedad peruana, por encima de los indios, las castas y los africanos —la
llamada gente de color—. Si bien les gustaba pensarse a sí mismos como
de extracción exclusivamente española, la considerable mezcla de razas
luego de la conquista hizo bastante más que «manchar» las filas de los
criollos. Aunque en el Perú del siglo XVI los encomenderos no habían
logrado adquirir el estatus de una nobleza feudal, en el siglo XVII surgió
una privilegiada oligarquía criolla cada vez más poderosa y
130 Peter Klarén