Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Como bien caracteriza Céspedes del Castillo, después del periodo de conquista y
colonización en que se expanden los horizontes en el continente americano con relativa
rapidez, a partir de finales del siglo XVI el ritmo se ralentiza, se estanca y, en algunas
áreas, incluso se produce una involución, que permite hablar de crisis en el siglo XVII.
Por otra parte, la población urbana tendió a concentrarse cada vez más en las ciudades
y los crecientes barrios indios en las afueras de las ciudades, fueron los primeros barrios
proletarios del Nuevo Mundo. El proceso de concentración y crecimiento sorprende por
su rapidez y su volumen, sobre todo si se tiene en cuenta tanto la modesta inmigración
metropolitana, como la coincidencia con una etapa de declive de la población nativa.
Ambas circunstancias pueden ser la causa de que a partir de 1630 el proceso se detenga,
de modo que, según las regiones, el número de ciudades va a crecer poco o
definitivamente se va a estancar hasta que vuelva a reactivarse, ya en el siglo XVIII.
Asimismo, no se ha de perder de vista que el proceso de desarrollo urbano se llevó a
cabo sobre una enorme extensión territorial, lo que quiere decir que las ciudades
americanas estuvieron emplazadas muy lejos unas de otras. Las inmensas dimensiones
del espacio del nuevo continente debieron parecer inhumanas y monstruosas a los
europeos de la época, de ahí que hicieran uso del transporte marítimo siempre que
pudieron y aprovecharan las corrientes fluviales navegables. No obstante, se fue
desarrollando una red de caminos, lentos y costosos de transitar, gracias a la
introducción de ganado europeo de silla, tiro y carga (hecho que permitió romper la
debilidad tecnológica aborigen que suponía el uso de la fuerza humana para el
transporte de las cargas). Remotos núcleos urbanos muy lejanos entre sí y unidos por
largos caminos fueron el resultado inevitable de un proceso de expansión fronteriza y
asentamientos emprendidos con limitados recursos humanos y económicos sobre un
espacio geográfico vastísimo (circunstancia que potenció la autosuficiencia e
independencia para poder mantener viva la ciudad). Se perpetúa la tradición medieval
de la frontera, que es ante todo poblar, crear un pequeño mundo organizado según las
normas culturales metropolitanas para vivir en él y de él, pues la experiencia
demostraba que, para poder llenar las alforjas del ansiado oro, era indispensable llevar
semillas y animales, cuya producción y reproducción aseguraran la supervivencia en el
ínterin. De todas formas, van a aparecen unas estructuras urbanas que darían lugar a
cinco tipos funcionales básicos:
1. Las ciudades agrícolas, generalmente fundadas en los tiempos de la conquista, que ya
han generado su propia mano de obra y recursos agropecuarios, en forma de
proletariado rural blanco, mestizo e indio hispanizado y de explotaciones rurales de tipo
europeo y carácter comercial próximas a la ciudad. Este tipo de agricultura dio lugar a las
plantaciones, un sistema agrario latifundista en régimen de monocultivo, que exigía para
su rentabilidad el trabajo intensivo de una mano de obra barata. Las plantaciones se
extendieron a lo largo del siglo XVII por distintas regiones americanas, empezando por el
Brasil y siguiendo por las Antillas tanto francesas (Saint-Domingue, especialmente), como
inglesas (Jamaica, especialmente) o españolas (Cuba, especialmente), donde el principal
cultivo sería siempre el azúcar, aunque estuvieran en muchos casos vinculados a otros,
tales como el tabaco, el añil o el café. Se ha de señalar que mientras las Indias inglesas
(particularmente las colonias de Virginia y Maryland) se dedicaron pronto al tabaco, las
Indias españolas diversificaron más su producción: cacao (en México, en Venezuela, en
Nueva Granada, en el reino de Quito), tabaco (en Cuba), algodón o café. Además, el trabajo
forzoso deja de ser gratuito y tiende a desaparecer, mientras la encomienda se
transforma en renta monetaria (‘tributo de indios’, que acabaría siendo un mero
impuesto).
2. Las ciudades comerciales en puntos clave de rutas de tráfico tanto costero como
interior y que en su mayoría van apareciendo a medida que se desarrollan las rutas de
intercambio. Varios modelos: Arica (transbordo de mercancías con recuas de mulas),
Panamá (transbordo de mercancías europeas hacia el Perú y de plata perulera hacia el
Caribe), La Habana (aprovisionamiento y escala de los convoyes de la Carrera de Indias),
Cartagena de Indias (mercado de venta de productos de los galeones de Tierra Firme
comprados con el oro de Nueva Granada), Lima (puerto de enlace de refuerzos y
abastecimiento y centro de desarrollo agrícola con plantas y técnicas europeas).
3. Las ciudades mineras, entre las cuales había pocas prominentes (Potosí o Zacatecas)
ya que su fundación y mantenimiento dependía de la riqueza de sus filones metálicos y
del tiempo que tardaban en agotarse. Algunas de ellas, al agotarse sus vetas se
transformaron gracias a la riqueza agropecuaria que habían desarrollado a su alrededor.
4. Las ciudades ganaderas, surgidas en ricas zonas de pastos dedicadas a la ganadería
extensiva, que requería poca inversión de capitales y mano de obra. Su prosperidad
dependía de que comercializaran adecuadamente tanto las materias primas para la
incipiente industria colonial (lana de oveja, cueros de vacuno, sebo, etc.) como el ganado
mayor (caballar y mular para el transporte) y las reses (obtención de leche y carne fresca
o de tasajo). El ganado podía criarse con muy poca mano de obra y trasladarlo a largas
distancias con escasos gastos por rutas en las que había un mínimo de pastizales y agua.
La combinación de ricos pastos y ganadería importada de Europa iba a generar en el
Nuevo Mundo la proliferación de una forma de vida muy especializada: es la vida a
caballo de las que se han llamado, no sin razón, ‘culturas del cuero’ y que han generado
tipos humanos tan originales, pese a su ascendencia europea, como el vaquero, el
gaucho, el charro y el llanero.
5. Las ciudades industriales (aunque sería mejor denominarlas artesanales), de aparición
más tardía. Su existencia hay que vincularla a la abundancia de materias primas y mano
de obra para la producción de manufacturas de consumo común en las áreas
colonizadas. Como ejemplo se puede citar Puebla de las Ángeles, que en 1604 contaba
con una gran dotación de obrajes o talleres para la fabricación de paños de la tierra
(tejidos bastos de calidad media), que daban empleo a un número significativo de
operarios cualificados. La industria textil fue una de las más importantes en la
producción manufacturera colonial, pero siempre su producción se destinó al consumo
interno de productos baratos y de uso común. Nunca se pensó en conquistar mercados
exteriores, mientras los productos de lujo (y por tanto caros) eran suministrados por el
comercio transatlántico de la Carrera de Indias o por el contrabando.
Dentro de la caracterización general del siglo XVII, se ha de aludir también a las
economías marginales y de frontera. La producción de metales preciosos representaba
a finales del Quinientos sólo una parte relativamente pequeña de la producción total de
las colonias y utilizaba una fracción modesta del total de mano de obra disponible, pero
actuó como motor, principio organizador y elemento dominante en la economía indiana.
La estructura minera, que se había erigido en la columna vertebral de la estructura
económica global, fue integrando en ésta a una constelación de economías comarcales
por medio del comercio interprovincial. La agricultura, la ganadería, la pesca, el sector
de servicios y la muy diversificada artesanía manufacturera ocuparon a la mayor parte
de la mano de obra y representaron en conjunto un alto porcentaje de la producción
total.
Se denominan economías marginales a todas las comarcales poco o nada vinculadas a
la red de tráfico interprovincial y de exportación. Entre ellas las hubo españolas e
indígenas. Las españolas se hallaban en lugares caracterizados por su escasa población,
por su relativa pobreza de recursos naturales, por su aislamiento físico, por no disponer
de capital de inversión, por no estar en condiciones de ofrecer ningún producto
competitivo en el comercio interprovincial, o por varias de estas razones
conjuntamente. Fueron economías que reproducían las pautas de la conquista,
aspirando a la autosuficiencia y la diversificación económica. Su estructura era casi
idéntica: una minoría de colonos en ciudades pobres y pequeñas, o incluso en zonas
rurales, para explotar mejor los excedentes de producción de las comunidades indígenas
y a éstas como fuente de mano de obra (ya no forzosa, gracias a la abolición de las
encomiendas), con la esperanza de descubrir minas o de reunir dinero para iniciar un
cultivo de cosecha exportable. Algunos colonos, acostumbrados a la pobreza y a una
vida fácil gracias al trabajo de los aborígenes, acabaron sepultados en un pequeño
universo (que pronto sería mestizo), culturalmente castellano tradicional y cada vez más
arcaizante a causa de su aislamiento, mientras otros colonos salieron huyendo de esos
lugares en busca de mejores oportunidades. Es fácil encontrar economías marginales de
este tipo a lo largo y ancho de las Indias.
Por otra parte, la integración de las comunidades indígenas en la economía colonial de
tipo europeo se fue produciendo lenta y gradualmente, según las diferentes
circunstancias geográficas e históricas de cada lugar, originándose una serie amplísima
de variantes en el proceso y el ritmo de aculturación. Así, en territorios de civilizaciones
aborígenes avanzadas, el grado y rapidez de integración económica estuvo en función
de la distancia entre cada comunidad autóctona y la ciudad colonial más próxima.
Incluso cuando ya había fenecido el sistema de encomiendas, las comunidades de indios
siguieron participando en la economía colonial entregando parte de sus cosechas y
producción artesana para satisfacer el ‘tributo de indios’, luego cultivando plantas
europeas para pagarlo con la cosecha correspondiente y, por último, con siembras de
tipo comercial cuyo producto vendían para satisfacer el tributo en moneda.
En las zonas lejanas y de difícil acceso, las comunidades nativas pudieron continuar sus
formas tradicionales de producción, pero antes o después terminaron aprendiendo y
adoptando (aunque fuese parcial y selectivamente) nuevas tecnologías agrícolas, la cría
de aves de corral y otros animales domésticos de origen europeo, plantas cultivables
llevadas por los colonos desde otras regiones del continente, ganado mayor y buen
número de técnicas artesanales del Viejo Mundo.
Además, en la periferia del territorio colonizado se encuentran otras economías
marginales, las denominadas ‘de frontera’, en zonas desiertas o poco pobladas en las
que los europeos entran en contacto con culturas aborígenes de tipo nómada o
sedentario de subsistencia. Se puede establecer un abanico de modelos según las
variantes de su origen:
1. Frontera minera, cuyo asentamiento inicial está vinculado con el hallazgo de un filón
explotable, ya sea por indicaciones suministradas por los nativos, ya por descubrimiento
casual o por una exploración deliberada. Se trata de una frontera de evolución rápida,
que fracasa y se abandona o tiene éxito y origina un núcleo urbano rodeado (si los suelos
y el clima lo permiten) de explotaciones agropecuarias y plantas metalúrgicas.
2. Frontera agrícola, que se establece con la roturación de tierras y con asentamientos
rurales que viven de una agricultura comercial. Aparecen ciudades agrícolas, como
mercados donde las cosechas se negocian y se adquieren los suministros.
3. Frontera ganadera, basada en la ganadería extensiva y con población escasa y de muy
baja densidad. Tiene éxito en regiones geográficas de sabana o de pradera natural,
donde el ganado se reproduce bien y exige cuidados mínimos.
4. Frontera militar, establecida para la defensa de regiones colonizadas y sometidas a
incursiones esporádicas de nativos no sometidos. Su forma de asentamiento es el
presidio, que funciona como cuartel y almacén fortificado donde se establece una
pequeña guarnición con misiones de vigilancia y alerta más que estrictamente
defensivas. Funcionaba mejor la diplomacia en las relaciones que la fuerza de las armas.
5. Frontera misional, cuya finalidad es la evangelización pacífica de los indios. La misión
está integrada por una iglesia y un convento humildes en torno a los cuales se espera
que se vaya asentando un pueblo de indios neófitos para ser instruidos en las prácticas
religiosas y en las técnicas y modos de vida propios de los campesinos metropolitanos,
tendentes a crear una economía autárquica.
Los modelos de frontera rara vez se encuentran en estado puro, ya que se suceden o se
mezclan entre ellos. Por ejemplo, las fronteras misionales de más éxito se convierten en
agrícolas, hasta dejar de ser misionales e incluso fronteras. Lo típico de las fronteras es
lo transitorio, pues al éxito de la frontera sucede su desaparición como tal cuando se
produce la plena integración económica y la aculturación. De modo que en esa nueva
sociedad local surgida, sólo van a permanecer las huellas culturales de la frontera que la
originó y que al final se integrarán en los rasgos de un folklore típico de la zona.
EL ESTANCAMIENTO DE LA COLONIZACIÓN ANTILLANA
La explotación de los cañaverales para la producción azucarera antillana había entrado
en un período de contracción a fines del Quinientos, hasta el punto de que a principios
del siglo XVII sólo algunas plantaciones de Puerto Rico y La Española producían
cantidades poco significativas para enviar a la metrópoli. Las Antillas españolas (donde
no se aclimató el trigo y hubieron de abastecerse por vía marítima de las harinas de la
región triguera al este de Puebla de los Ángeles) hubieran podido desarrollar en gran
escala la exportación de azúcar, pero escasearon la mano de obra y el capital de
inversión. La mano de obra nativa estaba casi extinguida y los capitales para la compra
de mano de obra esclava y para el proceso extractivo se derivaron hacia el continente
para invertir en el negocio minero que resultaba más atractivo. Y es que el cultivo de la
caña requería talar y roturar la selva, sembrar los plantones que crecían con rapidez,
cortar la caña crecida y madura repetidas veces hasta el agotamiento del suelo que se
producía cada cinco o siete años. Cuando ya no era productivo, se abandonaba y como
había terreno de sobra se volvía a talar, roturar y plantar. El cultivo era fácil y barato,
pero el proceso para la extracción del azúcar exigía inversiones fuertes. La zafra de la
caña debía hacerse en el momento oportuno, llevarla al ingenio, pasando primero por
el trapiche o molino y exprimirla sin demoras para impedir que la fermentación rebajara
el contenido en azúcar. El jugo se pasaba a los hornos, donde se hervía en calderos de
cobre, se le espumaban las impurezas, se dejaba cristalizar en moldes de arcilla y los
panes de azúcar resultantes se envasaban en grandes cajas de madera. Los primitivos
ingenios necesitaban para su funcionamiento entre seis y diez operarios especializados
(para el molino), entre veinte o veinticinco esclavos y otros tantos bueyes para procesar
la caña y el jugo y más de sesenta cabezas de ganado adicionales si el trapiche no estaba
movido por una rueda hidráulica. Los empleados y los esclavos se alojaban en
dependencias del ingenio, que también estaba dotado de la planta industrial para el
procesado, de establos para el ganado y de almacenes para los víveres y para el azúcar
envasado. Un despliegue humano, técnico y económico que no se podía afrontar por la
huida de los emprendedores hacia otros sectores ubicados lejos de las islas, por lo que,
en consecuencia, las Antillas quedaron relativamente desiertas y muy empobrecidas.
Como ustedes saben, la implantación de España en América quedó salvaguardada
jurídicamente por las bulas alejandrinas y por algunas cláusulas del tratado de Tordesillas
se permitió la instalación de Portugal en la punta más oriental del sur del continente, dando
lugar a la colonización lusitana del territorio de Brasil. Sin embargo, otras potencias
europeas (Inglaterra, Holanda, Francia, Dinamarca) negaron su reconocimiento a los
derechos españoles, emprendiendo una serie de expediciones que les llevó a la exploración
de la América del Norte y al asentamiento tanto en estos territorios septentrionales que
no habían sido ocupados por los españoles, como en la región del Caribe, que además
constituyó el centro de una continua política de hostigamiento contra las posesiones
hispanas.
En efecto, una vez agotados los placeres auríferos antillanos, las estructuras
económicas, sociales y administrativas afrontan las consecuencias derivadas de la caída
de la población indígena y de la presencia en el continente de nuevas potencias
europeas, que si ya habían abierto las hostilidades en el transcurso de la centuria
anterior ahora proceden a la colonización de los espacios marginales descuidados por
los españoles. De esa forma, al lado de una América ibérica aparecen ahora las Américas
francesa, inglesa y en menor grado holandesa. Como consecuencia, la administración
hispana se muestra cada vez más recelosa de los avances de las potencias enemigas y
organiza la defensa del territorio y de las rutas marítimas ante la presencia de las flotas
enemigas y el hostigamiento de los corsarios y los piratas, que adoptan la fórmula
típicamente americana de los bucaneros y filibusteros de las Antillas. Y es que en el siglo
XVII la piratería se fragmentaría en multitud de pequeñas acciones protagonizadas por una
colonia de marinos fuera de la ley instalados en las pequeñas Antillas y viviendo de la carne
de los rebaños asilvestrados (asados sobre una enramada llamada boucan en francés, de
donde el nombre de bucaneros), que navegan a bordo de barcos de pequeñas dimensiones
(llamados fly-boats en inglés, de donde el nombre de filibusteros), antes de que el
desarrollo económico de la región induzca a ingleses y franceses a poner término a sus
prácticas en el siglo siguiente.
Pues bien, mientras la colonización antillana española se sume en el estancamiento, se
asiste a la instalación de naciones extranjeras en áreas sin presencia española. Así, al mismo
tiempo que los piratas pululan por las aguas caribeñas (con bases en las islas de la Tortuga,
Jamaica, Antigua, Caimán, …), Francia ocupa varios enclaves de las Antillas (singularmente
las islas de Saint-Christophe, Guadalupe y Martinica y la mitad occidental de la isla de Santo
Domingo, bautizada como Saint-Domingue, antes de recuperar su primitivo nombre de
Haití en 1804), que se convierten en emporios productores de azúcar (más tabaco, añil y
café), primero bajo la dirección de la Compagnie des Indes Occidentales (1664-1674) y
después bajo la administración directa de la Corona, gracias a la iniciativa de los 15.000
colonos franceses y de la mano de obra africana (casi 50.000 esclavos a finales de siglo),
que configuran una sociedad colonial de plantación similar a la ya existente en Brasil. Las
"islas del azúcar" pasan a ser así uno de los ámbitos coloniales más rentables de Francia,
que conseguirá mantenerse de modo estable en la región, pese a la constante rivalidad que
la enfrentará con Inglaterra (especialmente en el transcurso de la centuria siguiente).
Los ingleses también se establecen en las Antillas a lo largo del siglo XVII: islas Bermudas
(1612), Barbados (1625), islas Bahamas (1670) y, sobre todo, Jamaica (ocupada en 1655),
que se convierte en otro gran centro de producción de azúcar sobre bases similares a las
de las demás economías de plantación, hasta llegar a ser, desde 1680, el más rico emporio
de toda la región, con su comercio asegurado por la Royal African Company (no se puede
olvidar que la implantación en el área caribeña se completa con los asentamientos de la
costa hondureña, donde, en pugna con las autoridades españolas, los cortadores de palo
campeche no cejan en la explotación de la rica madera tintórea demandada por la industria
textil europea).
Finalmente, los holandeses, expulsados definitivamente de Brasil en 1654, se mantendrán
ya de modo ininterrumpido en las Antillas llamadas neerlandesas: Curaçao desde 1634 y
Aruba y Bonaire desde 1636, frente a las costas venezolanas en una espléndida situación
para el comercio triangular y el comercio de contrabando.
Hay que tener presente en primer lugar, que la economía de plantación fue el origen de la
esclavitud en América. Y, por tanto, fue también el factor de aceleración de la trata de
esclavos, que a su vez generó el llamado “comercio triangular” entre Europa, África y el
Nuevo Mundo, así como la transferencia masiva de esclavos africanos al Nuevo Mundo y,
por último, las diversas formas de una cultura afroamericana, cuyas variables se identifican
con las diversas regiones colonizadas (América española, portuguesa, francesa, inglesa o
neerlandesa). En segundo lugar, que la incapacidad de España para satisfacer la demanda
de sus colonias era con frecuencia compensada por el intenso contrabando y que estas
bases extranjeras tenían un valor geoestratégico añadido al estar enclavadas en un lugar
privilegiado para las rutas comerciales.
No obstante, el siglo XVII fue testigo de uno de los procesos de territorialización más
sólidos de este espacio y que se consolidó en torno al valle de Aburrá. Durante este
tiempo se fue desarrollando una relación asimétrica entre la capital de la provincia,
Santafé de Antioquía, y el otro centro urbano en el valle, Medellín, debido a que Santafé
basaba su economía exclusivamente en el oro sin generar otros bienes para el comercio
interprovincial, mientras que en el valle de Aburrá, Medellín se erigió en un modelo de
frontera productiva, de modo que el negocio ganadero, que comenzó como
abastecimiento de la demanda del centro minero en decadencia de Santafé de
Antioquía, se orientó en una segunda etapa al suministro de carne fresca en los centros
urbanos entrando en un circuito más amplio que permitía consolidar las redes de
intercambio. Así, los estancieros del valle ofrecían su ganado a los mataderos locales a
precios bajos pero por un número determinado de reses, lo cual permitía un
abastecimiento local regular de carne al tiempo que al ganadero le garantizaba que
todos los habitantes de la zona estuviesen obligados a comprar su carne. Además, al
predominar la explotación de minas de aluvión, la frontera minera, por su carácter
móvil, incorporaba de forma relativamente fácil nuevas zonas a los territorios ya
consolidados, las que una vez integradas continuaban funcionando en la dinámica
territorial de la provincia.
Las redes viarias abiertas para el suministro de reses, se vieron pronto transitadas por
comerciantes que vieron negocio al observar que los ganaderos habían captado oro en
polvo en las zonas mineras y que lo registraban en las cajas donde la tarifa del quinto
resultara más favorable o dónde iba destinada la remesa ganadera a su cargo. Este
circuito se consolidó en la segunda fase gracias al fortalecimiento de la arriería a lo largo
del siglo XVII, que permitió a los comerciantes controlar una proporción cada vez mayor
de oro en polvo, ya que muchos mineros y mazamorreros (negros que habían
conseguido comprar su libertad y se dedicaban a la actividad minera de manera
independiente) usaban el oro como medio de cambio o pago y para ellos era un negocio
redondo.