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IV. 5.

HISTORIA REGIONAL SIGLO XVII

Como bien caracteriza Céspedes del Castillo, después del periodo de conquista y
colonización en que se expanden los horizontes en el continente americano con relativa
rapidez, a partir de finales del siglo XVI el ritmo se ralentiza, se estanca y, en algunas
áreas, incluso se produce una involución, que permite hablar de crisis en el siglo XVII.
Por otra parte, la población urbana tendió a concentrarse cada vez más en las ciudades
y los crecientes barrios indios en las afueras de las ciudades, fueron los primeros barrios
proletarios del Nuevo Mundo. El proceso de concentración y crecimiento sorprende por
su rapidez y su volumen, sobre todo si se tiene en cuenta tanto la modesta inmigración
metropolitana, como la coincidencia con una etapa de declive de la población nativa.
Ambas circunstancias pueden ser la causa de que a partir de 1630 el proceso se detenga,
de modo que, según las regiones, el número de ciudades va a crecer poco o
definitivamente se va a estancar hasta que vuelva a reactivarse, ya en el siglo XVIII.
Asimismo, no se ha de perder de vista que el proceso de desarrollo urbano se llevó a
cabo sobre una enorme extensión territorial, lo que quiere decir que las ciudades
americanas estuvieron emplazadas muy lejos unas de otras. Las inmensas dimensiones
del espacio del nuevo continente debieron parecer inhumanas y monstruosas a los
europeos de la época, de ahí que hicieran uso del transporte marítimo siempre que
pudieron y aprovecharan las corrientes fluviales navegables. No obstante, se fue
desarrollando una red de caminos, lentos y costosos de transitar, gracias a la
introducción de ganado europeo de silla, tiro y carga (hecho que permitió romper la
debilidad tecnológica aborigen que suponía el uso de la fuerza humana para el
transporte de las cargas). Remotos núcleos urbanos muy lejanos entre sí y unidos por
largos caminos fueron el resultado inevitable de un proceso de expansión fronteriza y
asentamientos emprendidos con limitados recursos humanos y económicos sobre un
espacio geográfico vastísimo (circunstancia que potenció la autosuficiencia e
independencia para poder mantener viva la ciudad). Se perpetúa la tradición medieval
de la frontera, que es ante todo poblar, crear un pequeño mundo organizado según las
normas culturales metropolitanas para vivir en él y de él, pues la experiencia
demostraba que, para poder llenar las alforjas del ansiado oro, era indispensable llevar
semillas y animales, cuya producción y reproducción aseguraran la supervivencia en el
ínterin. De todas formas, van a aparecen unas estructuras urbanas que darían lugar a
cinco tipos funcionales básicos:
1. Las ciudades agrícolas, generalmente fundadas en los tiempos de la conquista, que ya
han generado su propia mano de obra y recursos agropecuarios, en forma de
proletariado rural blanco, mestizo e indio hispanizado y de explotaciones rurales de tipo
europeo y carácter comercial próximas a la ciudad. Este tipo de agricultura dio lugar a las
plantaciones, un sistema agrario latifundista en régimen de monocultivo, que exigía para
su rentabilidad el trabajo intensivo de una mano de obra barata. Las plantaciones se
extendieron a lo largo del siglo XVII por distintas regiones americanas, empezando por el
Brasil y siguiendo por las Antillas tanto francesas (Saint-Domingue, especialmente), como
inglesas (Jamaica, especialmente) o españolas (Cuba, especialmente), donde el principal
cultivo sería siempre el azúcar, aunque estuvieran en muchos casos vinculados a otros,
tales como el tabaco, el añil o el café. Se ha de señalar que mientras las Indias inglesas
(particularmente las colonias de Virginia y Maryland) se dedicaron pronto al tabaco, las
Indias españolas diversificaron más su producción: cacao (en México, en Venezuela, en
Nueva Granada, en el reino de Quito), tabaco (en Cuba), algodón o café. Además, el trabajo
forzoso deja de ser gratuito y tiende a desaparecer, mientras la encomienda se
transforma en renta monetaria (‘tributo de indios’, que acabaría siendo un mero
impuesto).
2. Las ciudades comerciales en puntos clave de rutas de tráfico tanto costero como
interior y que en su mayoría van apareciendo a medida que se desarrollan las rutas de
intercambio. Varios modelos: Arica (transbordo de mercancías con recuas de mulas),
Panamá (transbordo de mercancías europeas hacia el Perú y de plata perulera hacia el
Caribe), La Habana (aprovisionamiento y escala de los convoyes de la Carrera de Indias),
Cartagena de Indias (mercado de venta de productos de los galeones de Tierra Firme
comprados con el oro de Nueva Granada), Lima (puerto de enlace de refuerzos y
abastecimiento y centro de desarrollo agrícola con plantas y técnicas europeas).
3. Las ciudades mineras, entre las cuales había pocas prominentes (Potosí o Zacatecas)
ya que su fundación y mantenimiento dependía de la riqueza de sus filones metálicos y
del tiempo que tardaban en agotarse. Algunas de ellas, al agotarse sus vetas se
transformaron gracias a la riqueza agropecuaria que habían desarrollado a su alrededor.
4. Las ciudades ganaderas, surgidas en ricas zonas de pastos dedicadas a la ganadería
extensiva, que requería poca inversión de capitales y mano de obra. Su prosperidad
dependía de que comercializaran adecuadamente tanto las materias primas para la
incipiente industria colonial (lana de oveja, cueros de vacuno, sebo, etc.) como el ganado
mayor (caballar y mular para el transporte) y las reses (obtención de leche y carne fresca
o de tasajo). El ganado podía criarse con muy poca mano de obra y trasladarlo a largas
distancias con escasos gastos por rutas en las que había un mínimo de pastizales y agua.
La combinación de ricos pastos y ganadería importada de Europa iba a generar en el
Nuevo Mundo la proliferación de una forma de vida muy especializada: es la vida a
caballo de las que se han llamado, no sin razón, ‘culturas del cuero’ y que han generado
tipos humanos tan originales, pese a su ascendencia europea, como el vaquero, el
gaucho, el charro y el llanero.
5. Las ciudades industriales (aunque sería mejor denominarlas artesanales), de aparición
más tardía. Su existencia hay que vincularla a la abundancia de materias primas y mano
de obra para la producción de manufacturas de consumo común en las áreas
colonizadas. Como ejemplo se puede citar Puebla de las Ángeles, que en 1604 contaba
con una gran dotación de obrajes o talleres para la fabricación de paños de la tierra
(tejidos bastos de calidad media), que daban empleo a un número significativo de
operarios cualificados. La industria textil fue una de las más importantes en la
producción manufacturera colonial, pero siempre su producción se destinó al consumo
interno de productos baratos y de uso común. Nunca se pensó en conquistar mercados
exteriores, mientras los productos de lujo (y por tanto caros) eran suministrados por el
comercio transatlántico de la Carrera de Indias o por el contrabando.
Dentro de la caracterización general del siglo XVII, se ha de aludir también a las
economías marginales y de frontera. La producción de metales preciosos representaba
a finales del Quinientos sólo una parte relativamente pequeña de la producción total de
las colonias y utilizaba una fracción modesta del total de mano de obra disponible, pero
actuó como motor, principio organizador y elemento dominante en la economía indiana.
La estructura minera, que se había erigido en la columna vertebral de la estructura
económica global, fue integrando en ésta a una constelación de economías comarcales
por medio del comercio interprovincial. La agricultura, la ganadería, la pesca, el sector
de servicios y la muy diversificada artesanía manufacturera ocuparon a la mayor parte
de la mano de obra y representaron en conjunto un alto porcentaje de la producción
total.
Se denominan economías marginales a todas las comarcales poco o nada vinculadas a
la red de tráfico interprovincial y de exportación. Entre ellas las hubo españolas e
indígenas. Las españolas se hallaban en lugares caracterizados por su escasa población,
por su relativa pobreza de recursos naturales, por su aislamiento físico, por no disponer
de capital de inversión, por no estar en condiciones de ofrecer ningún producto
competitivo en el comercio interprovincial, o por varias de estas razones
conjuntamente. Fueron economías que reproducían las pautas de la conquista,
aspirando a la autosuficiencia y la diversificación económica. Su estructura era casi
idéntica: una minoría de colonos en ciudades pobres y pequeñas, o incluso en zonas
rurales, para explotar mejor los excedentes de producción de las comunidades indígenas
y a éstas como fuente de mano de obra (ya no forzosa, gracias a la abolición de las
encomiendas), con la esperanza de descubrir minas o de reunir dinero para iniciar un
cultivo de cosecha exportable. Algunos colonos, acostumbrados a la pobreza y a una
vida fácil gracias al trabajo de los aborígenes, acabaron sepultados en un pequeño
universo (que pronto sería mestizo), culturalmente castellano tradicional y cada vez más
arcaizante a causa de su aislamiento, mientras otros colonos salieron huyendo de esos
lugares en busca de mejores oportunidades. Es fácil encontrar economías marginales de
este tipo a lo largo y ancho de las Indias.
Por otra parte, la integración de las comunidades indígenas en la economía colonial de
tipo europeo se fue produciendo lenta y gradualmente, según las diferentes
circunstancias geográficas e históricas de cada lugar, originándose una serie amplísima
de variantes en el proceso y el ritmo de aculturación. Así, en territorios de civilizaciones
aborígenes avanzadas, el grado y rapidez de integración económica estuvo en función
de la distancia entre cada comunidad autóctona y la ciudad colonial más próxima.
Incluso cuando ya había fenecido el sistema de encomiendas, las comunidades de indios
siguieron participando en la economía colonial entregando parte de sus cosechas y
producción artesana para satisfacer el ‘tributo de indios’, luego cultivando plantas
europeas para pagarlo con la cosecha correspondiente y, por último, con siembras de
tipo comercial cuyo producto vendían para satisfacer el tributo en moneda.
En las zonas lejanas y de difícil acceso, las comunidades nativas pudieron continuar sus
formas tradicionales de producción, pero antes o después terminaron aprendiendo y
adoptando (aunque fuese parcial y selectivamente) nuevas tecnologías agrícolas, la cría
de aves de corral y otros animales domésticos de origen europeo, plantas cultivables
llevadas por los colonos desde otras regiones del continente, ganado mayor y buen
número de técnicas artesanales del Viejo Mundo.
Además, en la periferia del territorio colonizado se encuentran otras economías
marginales, las denominadas ‘de frontera’, en zonas desiertas o poco pobladas en las
que los europeos entran en contacto con culturas aborígenes de tipo nómada o
sedentario de subsistencia. Se puede establecer un abanico de modelos según las
variantes de su origen:
1. Frontera minera, cuyo asentamiento inicial está vinculado con el hallazgo de un filón
explotable, ya sea por indicaciones suministradas por los nativos, ya por descubrimiento
casual o por una exploración deliberada. Se trata de una frontera de evolución rápida,
que fracasa y se abandona o tiene éxito y origina un núcleo urbano rodeado (si los suelos
y el clima lo permiten) de explotaciones agropecuarias y plantas metalúrgicas.
2. Frontera agrícola, que se establece con la roturación de tierras y con asentamientos
rurales que viven de una agricultura comercial. Aparecen ciudades agrícolas, como
mercados donde las cosechas se negocian y se adquieren los suministros.
3. Frontera ganadera, basada en la ganadería extensiva y con población escasa y de muy
baja densidad. Tiene éxito en regiones geográficas de sabana o de pradera natural,
donde el ganado se reproduce bien y exige cuidados mínimos.
4. Frontera militar, establecida para la defensa de regiones colonizadas y sometidas a
incursiones esporádicas de nativos no sometidos. Su forma de asentamiento es el
presidio, que funciona como cuartel y almacén fortificado donde se establece una
pequeña guarnición con misiones de vigilancia y alerta más que estrictamente
defensivas. Funcionaba mejor la diplomacia en las relaciones que la fuerza de las armas.
5. Frontera misional, cuya finalidad es la evangelización pacífica de los indios. La misión
está integrada por una iglesia y un convento humildes en torno a los cuales se espera
que se vaya asentando un pueblo de indios neófitos para ser instruidos en las prácticas
religiosas y en las técnicas y modos de vida propios de los campesinos metropolitanos,
tendentes a crear una economía autárquica.
Los modelos de frontera rara vez se encuentran en estado puro, ya que se suceden o se
mezclan entre ellos. Por ejemplo, las fronteras misionales de más éxito se convierten en
agrícolas, hasta dejar de ser misionales e incluso fronteras. Lo típico de las fronteras es
lo transitorio, pues al éxito de la frontera sucede su desaparición como tal cuando se
produce la plena integración económica y la aculturación. De modo que en esa nueva
sociedad local surgida, sólo van a permanecer las huellas culturales de la frontera que la
originó y que al final se integrarán en los rasgos de un folklore típico de la zona.
EL ESTANCAMIENTO DE LA COLONIZACIÓN ANTILLANA
La explotación de los cañaverales para la producción azucarera antillana había entrado
en un período de contracción a fines del Quinientos, hasta el punto de que a principios
del siglo XVII sólo algunas plantaciones de Puerto Rico y La Española producían
cantidades poco significativas para enviar a la metrópoli. Las Antillas españolas (donde
no se aclimató el trigo y hubieron de abastecerse por vía marítima de las harinas de la
región triguera al este de Puebla de los Ángeles) hubieran podido desarrollar en gran
escala la exportación de azúcar, pero escasearon la mano de obra y el capital de
inversión. La mano de obra nativa estaba casi extinguida y los capitales para la compra
de mano de obra esclava y para el proceso extractivo se derivaron hacia el continente
para invertir en el negocio minero que resultaba más atractivo. Y es que el cultivo de la
caña requería talar y roturar la selva, sembrar los plantones que crecían con rapidez,
cortar la caña crecida y madura repetidas veces hasta el agotamiento del suelo que se
producía cada cinco o siete años. Cuando ya no era productivo, se abandonaba y como
había terreno de sobra se volvía a talar, roturar y plantar. El cultivo era fácil y barato,
pero el proceso para la extracción del azúcar exigía inversiones fuertes. La zafra de la
caña debía hacerse en el momento oportuno, llevarla al ingenio, pasando primero por
el trapiche o molino y exprimirla sin demoras para impedir que la fermentación rebajara
el contenido en azúcar. El jugo se pasaba a los hornos, donde se hervía en calderos de
cobre, se le espumaban las impurezas, se dejaba cristalizar en moldes de arcilla y los
panes de azúcar resultantes se envasaban en grandes cajas de madera. Los primitivos
ingenios necesitaban para su funcionamiento entre seis y diez operarios especializados
(para el molino), entre veinte o veinticinco esclavos y otros tantos bueyes para procesar
la caña y el jugo y más de sesenta cabezas de ganado adicionales si el trapiche no estaba
movido por una rueda hidráulica. Los empleados y los esclavos se alojaban en
dependencias del ingenio, que también estaba dotado de la planta industrial para el
procesado, de establos para el ganado y de almacenes para los víveres y para el azúcar
envasado. Un despliegue humano, técnico y económico que no se podía afrontar por la
huida de los emprendedores hacia otros sectores ubicados lejos de las islas, por lo que,
en consecuencia, las Antillas quedaron relativamente desiertas y muy empobrecidas.
Como ustedes saben, la implantación de España en América quedó salvaguardada
jurídicamente por las bulas alejandrinas y por algunas cláusulas del tratado de Tordesillas
se permitió la instalación de Portugal en la punta más oriental del sur del continente, dando
lugar a la colonización lusitana del territorio de Brasil. Sin embargo, otras potencias
europeas (Inglaterra, Holanda, Francia, Dinamarca) negaron su reconocimiento a los
derechos españoles, emprendiendo una serie de expediciones que les llevó a la exploración
de la América del Norte y al asentamiento tanto en estos territorios septentrionales que
no habían sido ocupados por los españoles, como en la región del Caribe, que además
constituyó el centro de una continua política de hostigamiento contra las posesiones
hispanas.
En efecto, una vez agotados los placeres auríferos antillanos, las estructuras
económicas, sociales y administrativas afrontan las consecuencias derivadas de la caída
de la población indígena y de la presencia en el continente de nuevas potencias
europeas, que si ya habían abierto las hostilidades en el transcurso de la centuria
anterior ahora proceden a la colonización de los espacios marginales descuidados por
los españoles. De esa forma, al lado de una América ibérica aparecen ahora las Américas
francesa, inglesa y en menor grado holandesa. Como consecuencia, la administración
hispana se muestra cada vez más recelosa de los avances de las potencias enemigas y
organiza la defensa del territorio y de las rutas marítimas ante la presencia de las flotas
enemigas y el hostigamiento de los corsarios y los piratas, que adoptan la fórmula
típicamente americana de los bucaneros y filibusteros de las Antillas. Y es que en el siglo
XVII la piratería se fragmentaría en multitud de pequeñas acciones protagonizadas por una
colonia de marinos fuera de la ley instalados en las pequeñas Antillas y viviendo de la carne
de los rebaños asilvestrados (asados sobre una enramada llamada boucan en francés, de
donde el nombre de bucaneros), que navegan a bordo de barcos de pequeñas dimensiones
(llamados fly-boats en inglés, de donde el nombre de filibusteros), antes de que el
desarrollo económico de la región induzca a ingleses y franceses a poner término a sus
prácticas en el siglo siguiente.
Pues bien, mientras la colonización antillana española se sume en el estancamiento, se
asiste a la instalación de naciones extranjeras en áreas sin presencia española. Así, al mismo
tiempo que los piratas pululan por las aguas caribeñas (con bases en las islas de la Tortuga,
Jamaica, Antigua, Caimán, …), Francia ocupa varios enclaves de las Antillas (singularmente
las islas de Saint-Christophe, Guadalupe y Martinica y la mitad occidental de la isla de Santo
Domingo, bautizada como Saint-Domingue, antes de recuperar su primitivo nombre de
Haití en 1804), que se convierten en emporios productores de azúcar (más tabaco, añil y
café), primero bajo la dirección de la Compagnie des Indes Occidentales (1664-1674) y
después bajo la administración directa de la Corona, gracias a la iniciativa de los 15.000
colonos franceses y de la mano de obra africana (casi 50.000 esclavos a finales de siglo),
que configuran una sociedad colonial de plantación similar a la ya existente en Brasil. Las
"islas del azúcar" pasan a ser así uno de los ámbitos coloniales más rentables de Francia,
que conseguirá mantenerse de modo estable en la región, pese a la constante rivalidad que
la enfrentará con Inglaterra (especialmente en el transcurso de la centuria siguiente).
Los ingleses también se establecen en las Antillas a lo largo del siglo XVII: islas Bermudas
(1612), Barbados (1625), islas Bahamas (1670) y, sobre todo, Jamaica (ocupada en 1655),
que se convierte en otro gran centro de producción de azúcar sobre bases similares a las
de las demás economías de plantación, hasta llegar a ser, desde 1680, el más rico emporio
de toda la región, con su comercio asegurado por la Royal African Company (no se puede
olvidar que la implantación en el área caribeña se completa con los asentamientos de la
costa hondureña, donde, en pugna con las autoridades españolas, los cortadores de palo
campeche no cejan en la explotación de la rica madera tintórea demandada por la industria
textil europea).
Finalmente, los holandeses, expulsados definitivamente de Brasil en 1654, se mantendrán
ya de modo ininterrumpido en las Antillas llamadas neerlandesas: Curaçao desde 1634 y
Aruba y Bonaire desde 1636, frente a las costas venezolanas en una espléndida situación
para el comercio triangular y el comercio de contrabando.
Hay que tener presente en primer lugar, que la economía de plantación fue el origen de la
esclavitud en América. Y, por tanto, fue también el factor de aceleración de la trata de
esclavos, que a su vez generó el llamado “comercio triangular” entre Europa, África y el
Nuevo Mundo, así como la transferencia masiva de esclavos africanos al Nuevo Mundo y,
por último, las diversas formas de una cultura afroamericana, cuyas variables se identifican
con las diversas regiones colonizadas (América española, portuguesa, francesa, inglesa o
neerlandesa). En segundo lugar, que la incapacidad de España para satisfacer la demanda
de sus colonias era con frecuencia compensada por el intenso contrabando y que estas
bases extranjeras tenían un valor geoestratégico añadido al estar enclavadas en un lugar
privilegiado para las rutas comerciales.

AUGE Y RECESIÓN EN NUEVA ESPAÑA


Tras la rápida penetración española en busca de oro y la frustración de no encontrarlo
en la medida apetecida, se descubren minas de plata en Taxco (1534), Zacatecas (1546),
Guanajuato (1550), San Luis Potosí (1592), entre otras, que se ponen en explotación
durante la primera etapa colonizadora, convirtiéndose en el motor de la economía
colonial. En el norte novohispano, tras el asentamiento inicial de los ‘reales de minas’
(en esa frontera minera, ya mencionada, de evolución rápida, que se abandona si la
explotación es un fracaso) no tardaron en surgir en torno a las ciudades mineras unas
explotaciones agropecuarias para su abastecimiento en víveres y otros productos que el
transporte a larga distancia encarecería demasiado. Y lo que es más, en esa amalgama
de modelos de frontera, el norte de Nueva España ofrece un complejo fronterizo que se
inicia con carácter minero, pero que añade y combina a esa frontera minera otra
misional y militar en vanguardia, seguida de otra agrícola y ganadera.
Para explotar las minas y reducir prohibitivos costes de transporte desde la metrópoli,
fue necesario crear una extensa infraestructura de producción, tanto agropecuaria
como industrial, además de larguísimas líneas y numerosos nudos de tráfico desde las
cuencas mineras hasta los puertos atlánticos. Se acentuó el ideal de autosuficiencia
económica típico de la época de la conquista. No obstante, a partir de mediados del XVII
se produjo un proceso de decadencia por agotamiento del mineral.
Aunque Humboldt subrayó, a comienzos del Ochocientos, que el valor de la producción
agro-pecuaria mexicana era superior al de la minería, este sector primario también
acusó un proceso de recesión a medida que iba transcurriendo el siglo XVII por la
tendencia latifundista. En efecto, en Nueva España hasta 1620 por medio del sistema de
concesión de ‘mercedes’ se habían repartido 12.740 caballerías de tierras cultivables a
los españoles y mil a los indígenas, representando en total unas 600.000 hectáreas. El
sistema de la ‘composición de tierras’ permitió que a lo largo del siglo XVII se regularizara
la posesión de la mayoría de las grandes haciendas agrícolas y estancias ganaderas, que
fueron evolucionando hasta convertirse en una misma unidad de producción, las
haciendas de tipo mixto agropecuario. Sin embargo, a partir de estas concesiones, se
produce un fenómeno de concentración de la propiedad que da lugar a la aparición de
los grandes latifundios, con dos modalidades fundamentales: la hacienda (unidad mixta
agropecuaria, de carácter autárquico, con mano de obra indígena o mestiza) y la
plantación (dedicada al cultivo de caña de azúcar para el consumo interno), cuyo
desarrollo pleno y rentabilidad se producirá ya en siglo XVIII dedicada al cultivo de
productos tropicales de exportación (caña, cacao, tabaco, café y añil), con mano de obra
esclava). Se va implantando y consolidando una ganadería extensiva, que se convertiría
en abastecedora de los reales de minas y las plantaciones que subsistían con productos
y subproductos ganaderos.
En Nueva España los cañaverales dieron al azúcar un papel relevante en la exportación
hacia la metrópoli, sin embargo, a finales del siglo XVI y principios del XVII sólo algunas
plantaciones próximas a Veracruz enviaron cantidades apreciables hacia Europa,
mientras el consumo interior iba creciendo. De todas formas, faltó mano de obra y
capital de inversión ya que la mano de obra esclava era cara y los capitales estaban casi
monopolizados por la minería de plata, que a su vez era la que atraía a los colonos más
emprendedores.

EL DIFÍCIL DESPEGUE DE VENEZUELA


En paralelo a la concesión de la explotación de la provincia de Venezuela a los Welser
(1529-1546), cuya actividad se concentró en la búsqueda de oro y la trata de esclavos
(fue un fracaso porque no reportó los beneficios esperados), los españoles continuaron
realizando exploraciones y fundaciones (la más relevante Maracaibo). De modo que a
principios del siglo XVII los españoles estaban presentes en el litoral, en algunos enclaves
de la zona de los Andes y la extensión hacia Barquisimeto, mientras que los aborígenes
seguían siendo los pobladores de los Llanos (en torno a la cuenca del Orinoco) y del sur
y los pocos colonizadores que se aventuraban por estas latitudes eran recibidos con
hostilidad (Sebastián Roa perdió la vida en 1603). Tampoco las zonas del delta del
Orinoco (habitada por los waraos) y la Guajira eran atractivas para los europeos.
Tanto las fuerzas militares como los religiosos continuaron luchando por el control de
las poblaciones indígenas, de modo que en las décadas siguientes se aceleró el ritmo de
la creación de misiones y la consiguiente incorporación de los aborígenes al sistema
colonial, estableciéndose una frontera misional bastante dinámica. En paralelo, fue
aumentando la fundación de pueblos, que fueron erigidos a partir de las antiguas
encomiendas.
A mediados del siglo XVII, hubo una serie de epidemias (cólera, sarampión, gripe e incluso
peste) que diezmaron la población de las ciudades coloniales (sobre todo en Caracas)
afectando tanto a los españoles como a los aborígenes y a los esclavos. Hacia 1661 los
misioneros, continuando con su programa de fundación de reducciones indígenas,
emprendieron una nueva etapa en el establecimiento de misiones, especialmente a lo
largo de los Llanos centrales.
Posiblemente ambas circunstancias, despoblación y programa de misiones de frontera,
influyeron en que Venezuela fuese considerada como la solución para la crisis que atenazó
las islas Canarias, cuando tras la ruptura de la Unión de las Coronas los mercados
portugueses dejaron de ser un destino prioritario para el comercio canario y la economía
de las islas se resintió. De hecho, fueron muchos los canarios que buscaron un futuro mejor
emigrando a la extensa región de los Llanos, donde se dedicaron a la agricultura. Y no sólo
se radicaron como colonos, sino que en ámbito urbano los canarios se establecieron como
pulperos y mercaderes, formando verdaderas colonias (en particular en La Guaira y Caracas
eran las colonias más representativas a la altura de 1670).
Si en el Quinientos había sido la producción de trigo uno de los motores que había
influido en el desarrollo económico de Caracas, en el siglo XVII hubo un cambio de
tendencia, decayendo la producción cerealística de forma sustantiva, que ya no se
dedicaba a la exportación sino que quedó circunscrita al consumo interno reduciéndose
el cultivo del trigo a las zonas templadas de los Andes, desde donde era transportado
hacia Mérida y Maracaibo a lomos de mulas. Sin embargo, la economía venezolana que
había estado muy orientada al contrabando con Brasil, sufrió una reorientación muy
positiva gracias, por un lado, a los incentivos fiscales en la exportación hacia la metrópoli
del excelente tabaco de Barinas (en los Llanos) y, por otro lado, al incorporarse al circuito
del tráfico interprovincial exportando zarzaparrilla, tejidos de algodón y, sobre todo,
cacao (al que se le reservó desde 1695 el vasto mercado consumidor de Nueva España).
Por tanto, el difícil despegue de Venezuela vino de la mano del cultivo de los productos
de plantación (cacao, caña de azúcar y tabaco) y de la explotación de otros productos
como la sal y los cueros.
Pasando a otro tema, con motivo de la Unión de las Coronas, los holandeses tuvieron
dificultades para abastecerse en Setúbal y Cabo Verde de la sal que necesitaban para la
conservación de sus arenques (su producto de exportación estrella). Por este motivo a
partir de 1599 los holandeses (y también los franceses, aunque en menor grado),
comenzaron a buscar otras fuentes para hacer acopio de sal y pusieron sus ojos en la
península de Araya a causa de la pureza de la materia prima de sus salinas y a su posición
geoestratégica para poder ejercer el contrabando con Cumaná e isla Margarita.
En efecto, desde comienzos del siglo XVII los holandeses mostraron un especial interés por
un punto concreto de la zona sur oriental del Caribe venezolano, la península de Araya
donde había unas importantísimas salinas (de gran valor para el procesado de carnes y
pescados). Al comienzo sólo fueron unas incursiones piráticas, pero la instalación en tan
preciado enclave y la construcción de instalaciones para la explotación de las salinas,
alertaron a las autoridades españolas, por lo que se organizó una flota para enfrentarse a
los barcos holandeses fondeados en Araya, que fueron derrotados (1605).
Lógicamente, a las autoridades españolas no les gustó está injerencia en su territorio y
en su monopolio comercial, por lo que se acometió un plan estratégico de fortificaciones
(fortalezas de Araya, Pampatar, Santa Rosa, San Antonio, San Carlos de la Barra, etc.)
para evitar el contrabando y la explotación de la sal. Como la interceptación del
suministro de sal era efectivo, los holandeses decidieron militarizar una flota de 43
barcos que iba a aprovisionarse a las costas venezolanas y en 1622 tuvo lugar una serie
de enfrentamientos navales entre los neerlandeses y los españoles de Araya. Después
de dos meses de ataques y contraataques, los holandeses no lograron detener la
construcción del fortín ni se apoderaron de la península, siendo derrotados (enero de
1623) y teniendo que dirigirse a la isla de la Tortuga (donde construyeron un fuerte) para
hacerse desde allí de la sal que necesitaban. Serían expulsados una década más tarde y
los españoles inundaron las salinas de Araya para evitar que fueran de nuevo el oscuro
objeto del deseo de los holandeses.
Pese a la expulsión de los neerlandeses y la destrucción de las instalaciones, las
pretensiones para instalarse en la zona no decayeron, por lo que se fueron sucediendo las
hostilidades hispano-holandesas y se continuó con la construcción del castillo de Araya (se
culminó en 1630) para defender la plaza de las pretensiones extranjeras, erigiéndose con
este motivo la fortaleza más importante de la Venezuela colonial.
Los holandeses, además de instalarse en las Antillas, se radicaron en la costa atlántica de
Guayana (modesta compensación inglesa a sus cesiones en la paz de Breda, 1667).
Dedicada al cultivo de la caña de azúcar, la más importante provincia de la Guayana,
Surinam, seguiría vinculada a Holanda (pese a una trayectoria agitada por las frecuentes
revueltas de la población de origen africano en el siglo XVIII y por las efímeras ocupaciones
inglesas) hasta su independencia ya en el siglo XX (1975).
El periodo 1665-1669 es conocido como el quinquenio de los piratas. En 1666 Maracaibo
sufrió ataques y saqueos de los filibusteros y los bucaneros, hasta el punto de que el
gobernador, Fernández de Fuenmayor, permaneció en la ciudad para supervisar su
reconstrucción y la de las fortificaciones que debían neutralizar los posibles nuevos ataques
de los piratas ingleses. El gobernador, en su afán de reforzamiento del área, envió desde
Coro un grupo de colonos a Jamaica, pero fue un fracaso porque eran pocos y estaban mal
dotados para poder poner en marcha una colonia fuerte que pudiera ofrecer resistencia a
las invasiones extranjeras. Mientras tanto, los piratas ingleses, franceses y holandeses
hostigaron con asiduidad regiones como Trujillo, La Guaira, Coro, Puerto Cabello, Cumaná,
Araya, Trinidad y Margarita.

PERÚ, DE LAS GUERRAS CIVILES A LA ESTABILIZACIÓN


Tras las disputas entre los almagristas y los pizarristas y de la rebelión de los
encomenderos (tanto por la supresión de las encomiendas hereditarias como por la
supresión del trabajo personal de los indígenas), el virrey Hurtado de Mendoza realizó
la pacificación del Perú (1556-1560), aunque la organización que posibilitaría su
desarrollo posterior se debió al virrey Toledo (1569-1581), quien, entre otras medidas,
impuso la distribución del trabajo indígena por medio de la mita para proveer de mano
de obra las minas de Potosí (plata) y Huancavelica (mercurio, necesario para el proceso
de amalgama).
Aunque en el norte novohispano hemos visto cómo se desarrollaban los núcleos
agropecuarios para surtir las necesidades de los reales de minas, en Potosí no fue posible
desarrollar la autosuficiencia, porque se hallaba enclavada en un lugar improductivo en
razón de su clima, suelos y altitud. De ahí que, en su torno, se originaran las primeras
rutas largas, establecidas y consolidadas sin reparar demasiado en los costes del
transporte, para dar salida a los metales preciosos y obtener de zonas lejanas los
suministros que no podía generar por sí misma, pero que sí se puede permitir el lujo de
pagar. A lo largo de esas rutas de la plata que atravesaban espacios marginales
indígenas, parajes de naturaleza escarpada y desolados desiertos, se fue estableciendo
una red de posadas, cuadras, pastizales y pequeñas chacras (granjas en quechua) con
cultivos de subsistencia capaces de soportar una población de arrieros transportistas de
mercancías varias, mensajeros y viajeros (de forma ocasional).
Como bien señala Céspedes del Castillo, la vida de esas gentes del camino es tan poco
conocida como interesante. Los arrieros profesionales estaban integrados por
individuos de diferentes niveles (desde el modesto empresario al simple acemilero) y
procedencias. En efecto, los españoles aportaron el ganado y la técnica; los indios
hispanizados aportaron su conocimiento del terreno, gracias al cual se pudo establecer
el trazado de las rutas; y los mestizos, los cuales fueron los que mejor se adaptaron a
este género de vida itinerante. Aunque alguna de las rutas de la plata se trazó
aprovechando las antiguas sendas del comercio aborigen a larga distancia, la mayor
parte fueron creaciones de la época colonial. Y es que los caminos incaicos, que eran las
mejores vías de comunicación indígenas, si bien es verdad que siguieron transitándose,
hubieron de ser readaptados en profundidad, pues habían sido trazados para el paso de
peatones siguiendo las líneas de menor distancia y no para que pasaran recuas de mulas,
que han de seguir la línea de menor pendiente. El uso de carros y carretas estuvo
reservado a los espacios geográficos llanos (como la Pampa) o los trayectos cortos, de
los cuales el más significativo es el camino que une Lima a El Callao, uno de los pocos
que podrían llamarse calzada y no simple pista de ripio. Por último, comentar que el
caballo fue utilizado como vehículo para viajeros, aunque en terrenos accidentados era
sustituido con ventaja por la mula, que se erigió en la reina de los caminos coloniales,
tanto como animal de carga como de silla.
La cuenca minera del Alto Perú (lo que hoy es Bolivia), de suelos pobres para la
producción agrícola o de pastizales para la ganadería, necesitó crear extensas zonas
satélites que proporcionaran lo necesario para la demanda de su densa población. Así,
llegaban a esta zona los ‘paños de la tierra’ o tejidos de los obrajes de Cuzco, Cajamarca
y Quito; la costa peruana contribuía con harinas, maíz, aceitunas, aceite, salazones de
pescado, azúcar y vinos; madera, cacao y sombreros de Guayaquil; además, se surtía de
ganado y productos agrícolas de Salta y Tucumán; y de Chile llegaba cobre, harinas y
frutos secos. Si la minería peruana tuvo, a causa de la mita, un efecto despoblador y
destructivo, es también cierto que fue el origen de la red de comercio interprovincial
más extensa, compleja y rica de todo el continente.
Finalmente, habría que mencionar que una catástrofe natural, el terremoto de 1687,
tuvo graves consecuencias en este territorio. Lima quedó destruida, se alteraron los
cursos de las corrientes fluviales, los extensos sistemas de regadío de la costa peruana
se arruinaron y, por si faltara algo, una plaga de tizón asoló la agricultura peruana,
convirtiéndose de excedentaria en deficitaria de cereales. Este hecho propició que Lima,
que ya importaba de Chile productos ganaderos y cobre, dependiese en estos años
finales de la centuria de masivas importaciones de trigo chileno. En consecuencia, hay
que destacar el papel que Chile desempeñó en el sur como sub-colonia de Lima
(situación que se prolongaría hasta mediados del siglo XVIII).
En la segunda mitad de la centuria (1668) se ha de aludir a la denominada rebelión de
los hermanos Salcedo (fundadores de Puno), en el real de minas San Luis de Alba de
Laykakota. Las minas fueron descubiertas bajo una laguna gracias a la información
revelada por la hija del cacique Laykakota, la aimará Malika, a su esposo José de Salcedo.
Los sevillanos hermanos Salcedo trabajaron la veta de plata con ahínco y suerte y se
convirtieron en los hombres más adinerados del virreinato. Esta opulencia generó
envidias entre las otras familias que vivían en el asiento minero (había unos 3.000
hogares) y el virrey hubo de sofocar los disturbios producidos entre las comunidades de
andaluces y vascongados. Los bienes de los Salcedo fueron embargados y se dictó la
destrucción de la ciudad y sus campos (por el fuego y la sal, respectivamente). Tan
drástico castigo de poco sirvió porque las minas estaban totalmente anegadas y no se
pudieron explotar para la Corona en el futuro.

EL POBLAMIENTO DE NUEVA GRANADA


El reino de Nueva Granada, integrado en el virreinato del Perú, se organizó en torno a la
Real Audiencia de Santafé de Bogotá (a mediados del siglo XVI) que era el órgano de
poder que administraba la justicia, organizaba la administración pública y debía
‘pacificar el territorio’. Comprendía los territorios de Santa Marta, Río de San Juan,
Popayán, Guayana, Cartagena y la Capitanía general de Venezuela.
Cartagena de Indias, el puerto más dinámico de la costa neogranadina, fue colonizado
principalmente por andaluces (como Santa Marta), pese a ser un punto clave por su
estratégica posición en el Caribe, relacionada directamente con la feria de Portobelo y
la Carrera de Indias, a comienzos del siglo XVII presentaba unas defensas mediocres, ya
construidas en piedra coralina para evitar los incendios, que difícilmente justificaban su
lema de “Llave y antemural del Reino”, al estar hostigada repetidamente por los piratas
franceses e ingleses.
Si bien se había ido fortificando a lo largo del Seiscientos su frente litoral (destacando el
fuerte de San Luis de Bocachica), el corsario barón de Pointis logró invadir la plaza con
una gran flota fuertemente artillada (abril-julio 1697), destruir las fortificaciones de la
bahía y volver con inmensas riquezas provenientes del botín del saqueo de la ciudad,
que le granjearon el favor de Luis XIV. La mayor parte de la dotación de la armada
francesa sufrió de fiebre amarilla, una triste ‘justicia poética’. Tras la incursión de Pointis
se afrontaron las reformas en los fuertes de Bocachica y las baterías de Tierrabomba.
Asimismo, la ciudad se restauró siguiendo su trazado irregular, las casas se edificaron en
piedra coralina y ladrillo con gruesas capas de cal que contribuían a refrigerar los
interiores de las viviendas. Son característicos los techos altos y los balcones muy
voladizos cuyo objetivo era proporcionar sombra en las calles y atemperar las altas
temperaturas.
También en la costa con una profunda bahía, buen refugio para las flotas navales, Santa
Marta como capital de gobernación, asumió la colonización hacia el interior y basó su
economía en una producción de subsistencia y un comercio minorista que eran bastante
rentables. Así, su economía se enfocó hacia las haciendas esclavistas en torno a las
tierras fértiles al sur de la actual Ciénaga (Magdalena), unas tierras llanas que permitían
el cultivo de banano, maíz y guayaba.
Aunque nunca fue tan activo y dinámico desde el punto de vista mercantil como las
ciudades costeras, el interior se fue desarrollando e incluso recibió oleadas de colonos
castellanos, toledanos y madrileños que se asentaron en estas tierras más acordes con
las temperaturas de sus regiones de origen.
Como era lógico Santafé de Bogotá fue uno de los núcleos urbanos que despegó y en el
siglo XVII se desarrolla en un nuevo emplazamiento a la otra orilla del río San Francisco,
urbanizándose organizadamente en cuadrícula con amplias plazas y edificaciones
públicas a tenor de lo requerido por un prestigioso centro administrativo. Su desarrollo
se fundamentó en torno a sus funciones de tipo administrativo, manteniendo una
agricultura con amplia producción de tubérculos y también explotó la producción de las
minas de sal gema en Zipaquirá (Cundinamarca), a unos 50 kilómetros de la urbe
capitalina, que ya habían sido explotadas por los muiscas en la época precolombina. Los
indígenas muiscas fueron también los que se dedicaron al laboreo minero del cobre y
las esmeraldas (Boyacá y Cundinamarca), los productos más significativos del reino
neogranadino. No obstante, la disminución demográfica de la población autóctona hizo
precisa la importación de esclavos africanos para emplearlos en la explotación minera.
Fue la región en la que se desarrolló con mayor intensidad la encomienda, tal vez por la
disponibilidad de terrenos muy adecuados para su explotación y la abundancia de
indígenas ‘encomendables’, pese a que la explotación desmedida de éstos los fue
diezmando al tiempo que los españoles defensores de los aborígenes fueron arrestados
y condenados a muerte. Así, a comienzos del siglo XVII en Cundinamarca y Boyacá había
censados ocho pueblos de indios con un censo de casi 61.500 indígenas, en los que fue
bastante complejo aplicar las leyes indianas en defensa de los autóctonos.
Finalmente, nos vamos a referir a la provincia de Antioquía (ubicada en las regiones
andina y caribe en el noroccidente colombiano) y a los yacimientos de oro que prestan
originalidad a la producción minera del reino de Nueva Granada (cuyos centros más
significativos son Chocó, Nariño y Cauca en la zona Andes-Pacífico). La ubicación de la
actual Santa Fe de Antioquía data de finales del siglo XVI (1587) y se convirtió en la
capital de la provincia de Antioquía. Entre 1626 y 1644 comenzó la ocupación económica
del valle de Aburrá, se fundó la villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín y
un poblado, al que se denominó San Lorenzo de Aburrá, cuya creación tenía por objetivo
resguardar y proteger a los indígenas. En 1646 se trasladó el poblado de San Lorenzo al
sitio de Aná, al ángulo que forman el río Medellín con la quebrada de Santa Elena, este
emplazamiento corresponde en la actualidad a la capital antioqueña (Medellín). Habrá
que esperar al siglo XVIII para que el oidor y visitador de la provincia de Antioquía, Mon
y Velarde, propiciara el cambio de la estructura social y jurídica de la región con un
nuevo reparto de tierras, la muy significativa autorización de ocupar tierras que tenían
dueño pero nunca se habían labrado y cultivado y el proceso de nuevas fundaciones
para ser colonizadas, al tiempo que fomentó la siembra de cacao y algodón en el
territorio antioqueño (incorporándose a la economía de plantación del Setecientos).

Pues bien, el eje central de la economía antioqueña fue la explotación de sus


yacimientos de oro, constituyéndose el oro en motor de la actividad económica de la
provincia como mercancía en sí y como capital disponible para realizar nuevas
inversiones, por lo que los ciclos de la producción aurífera se han convertido en uno de
los temas más estudiados sobre el periodo colonial. Simplificando, se puede decir que
hubo dos grandes ciclos estructurales (el primero de 1550 a 1620 y el segundo entre
1680 y 1820), mientras el periodo intermedio (1620-1680) se suele considerar como de
una profunda crisis económica durante el cual a duras penas la provincia pudo
sostenerse a sí misma, pese a que la minería seguía constituyendo el motor principal de
la economía. El primer ciclo se caracterizó por la explotación de lavaderos fluviales o
aluviones mediante la utilización de trabajo indígena. El estancamiento de la producción
se debió al agotamiento de la tecnología y al tipo de explotación, propios del primer
ciclo del oro, cuya decadencia es muy marcada a mediados del siglo XVII. El segundo
ciclo, se fundamentó en la explotación de la minería de veta y por la utilización de la
mano de obra esclava, como consecuencia del descenso demográfico de la población
indígena. Este período se caracterizó por la ampliación de la frontera minera en
Antioquia.

Es necesario tener en cuenta que, independientemente de las técnicas y los tipos de


minas en explotación (aluvión o placeres y veta o filón), la circulación del oro no se hacía
necesariamente por intermedio de los mineros, sino que obedecía a circuitos mucho
más amplios, en los que comerciantes y ganaderos jugaban un papel fundamental al
registrar el oro en polvo en casas de fundición que no eran necesariamente las mismas
en donde se extraía. Este escenario, por tanto, puede introducir una divergencia entre
las cifras de producción, ya que las aparentes caídas de la producción se pueden deber
más al lugar de registro que al de la producción real. Además, hay que tener en cuenta
que, ante la dificultad de emplear mano de obra indígena, las minas de aluvión
antiqueñas eran trabajadas con mano de obra esclava importada a través de los puertos
fluviales. No se ha de perder de vista que la introducción de esclavos en el laboreo
minero precisaba de una inversión cuantiosa, convirtiéndose en el largo plazo y a
medida que los yacimientos se agotaban, en una forma antieconómica de
explotación minera. No sólo la compra de los mismos era costosa sino que suponían
un costo adicional en la manutención y mantenimiento para que su rendimiento
compensase la reducción de las tasas de rentabilidad de los mineros. Es una manera
descarnada de presentar una realidad desde el punto de vista del ‘empresario minero’.

No obstante, el siglo XVII fue testigo de uno de los procesos de territorialización más
sólidos de este espacio y que se consolidó en torno al valle de Aburrá. Durante este
tiempo se fue desarrollando una relación asimétrica entre la capital de la provincia,
Santafé de Antioquía, y el otro centro urbano en el valle, Medellín, debido a que Santafé
basaba su economía exclusivamente en el oro sin generar otros bienes para el comercio
interprovincial, mientras que en el valle de Aburrá, Medellín se erigió en un modelo de
frontera productiva, de modo que el negocio ganadero, que comenzó como
abastecimiento de la demanda del centro minero en decadencia de Santafé de
Antioquía, se orientó en una segunda etapa al suministro de carne fresca en los centros
urbanos entrando en un circuito más amplio que permitía consolidar las redes de
intercambio. Así, los estancieros del valle ofrecían su ganado a los mataderos locales a
precios bajos pero por un número determinado de reses, lo cual permitía un
abastecimiento local regular de carne al tiempo que al ganadero le garantizaba que
todos los habitantes de la zona estuviesen obligados a comprar su carne. Además, al
predominar la explotación de minas de aluvión, la frontera minera, por su carácter
móvil, incorporaba de forma relativamente fácil nuevas zonas a los territorios ya
consolidados, las que una vez integradas continuaban funcionando en la dinámica
territorial de la provincia.

Las redes viarias abiertas para el suministro de reses, se vieron pronto transitadas por
comerciantes que vieron negocio al observar que los ganaderos habían captado oro en
polvo en las zonas mineras y que lo registraban en las cajas donde la tarifa del quinto
resultara más favorable o dónde iba destinada la remesa ganadera a su cargo. Este
circuito se consolidó en la segunda fase gracias al fortalecimiento de la arriería a lo largo
del siglo XVII, que permitió a los comerciantes controlar una proporción cada vez mayor
de oro en polvo, ya que muchos mineros y mazamorreros (negros que habían
conseguido comprar su libertad y se dedicaban a la actividad minera de manera
independiente) usaban el oro como medio de cambio o pago y para ellos era un negocio
redondo.

En fin, la minería de oro jugó un papel fundamental en el dinamismo de la economía


antioqueña durante la época colonial. Desarrollando, en la medida en que se
incorporaban nuevas zonas a la frontera minera, los mercados internos de la provincia,
fortaleciendo los vínculos con los mercados externos y fomentando, en suma, el
intercambio interregional con otras provincias de la Nueva Granada. Esta movilidad
marca para todo el reino neogranadino un patrón de poblamiento que sigue en buena
medida las zonas de vertiente. Y lo que es más, la dinámica de la explotación aurífera
muestra un patrón similar de poblamiento, de modo que los principales yacimientos son
también el asentamiento de las ciudades o villas y, en la medida en que estas
explotaciones son más ricas, la densidad de los núcleos urbanos aumenta. Asimismo,
estos asentamientos son nudos comerciales que interconectan los mercados regionales,
interregionales y exteriores.

LA ORGANIZACIÓN DEL ÁREA DEL RÍO DE LA PLATA


El enorme peso que los estudios antropológicos nacionales de Paraguay, Brasil y
Argentina en la producción académica del siglo XX, desvirtuó la imagen sobre el pasado
colonial del ámbito del Río de la Plata, dando una visión simplificada de la extensa región
y además cayendo en el anacronismo de interpretarla no en su conjunto sino en clave
de la fragmentación territorial de la modernas naciones, lo cual implicaba hacer el
análisis de los procesos según los límites territoriales que se trazaron en el siglo XIX tras
las independencias de cada una de estas áreas, como si hubiera una continuidad
territorial entre la colonia y la república y como si existieran unos límites naturales para
territorios homogéneos, dejando en un segundo plano las características económicas,
políticas y culturales de la región. Tales proyecciones han de tomarse con reservas, huir
de la búsqueda de las raíces de la singularidad nacional ya en el periodo colonial y
abordar su estudio en los amplios contornos establecidos en la etapa colonial como un
todo que era gestionado a través de la administración metropolitana.
La enorme superficie que abarcaba el virreinato del Perú dificultaba las tareas de
gobierno en un ámbito tan extenso como el comprendido por las gobernaciones de
Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, el corregimiento de Cuyo, la
provincia de Charcas y Colonia de Sacramento. Vamos a intentar dar unas pinceladas
sobre cada uno de los espacios que comprenden tan extensos territorios.
Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires en 1536, pero los ataques indígenas, la falta de
agricultura y la ausencia de minerales hacían poco atractiva la región, de modo que fue
abandonada y se ha de esperar a 1580 para que fuera refundada por Juan de Garay. Hay
que partir de la base de que Buenos Aires fue concebida en el conjunto imperial como
un puerto de escala en la ruta al Asia por Occidente (abierta con la expedición de
Magallanes-Elcano), por lo que el fracaso de las expediciones a las islas de la Especiería
organizadas desde puertos andaluces y gallegos dieron al traste este primitivo
propósito. Buenos Aires desapareció porque su posible función como puerto del
Paraguay no justificaba su existencia precaria y costosa. Como ya se ha apuntado, la sed
de oro de los colonos es de sobra conocida, pero no se puede olvidar la obsesión de los
colonizadores por plantar semillas, criar animales y obtener la propiedad del suelo que
trabajan. De hecho, todas las conquistas de terreno que alcanzaron el éxito tuvieron el
apoyo de una base cercana y bien abastecida que garantizase el aprovisionamiento, así
como la compra de suministros de todas clases a los mercaderes. De ahí el fracaso o el
lento progreso de las empresas de conquista organizadas y abastecidas desde España,
como por ejemplo, la de Buenos Aires.
El cambio de tendencia se produjo cuando la Unión de las Coronas (1580) le adjudicó
una nueva función, la de proveer al Brasil de harina, cuero, sebo y ganado de origen
europeo, que se había reproducido de manera espectacular en las praderas naturales
del Plata. En contrapartida, Buenos Aires recibía del Brasil hierro procedente de Europa
y esclavos de África. Además, se había comprobado que la ruta más corta entre Angola
(suministradora de esclavos) y Perú era la de Buenos Aires y también se había calculado
que los fletes del hierro necesario para las minas del Perú eran menores por Buenos
Aires que por la habitual ruta de Panamá. De hecho, durante el gobierno de Hernando
Árias de Saavedra a comienzos del siglo XVII, se tomaron medidas para estimular el
crecimiento de la pequeña villa portuaria que era entonces Buenos Aires y, además se
crearon escuelas de primeras letras, se instalaron hornos para la cocción de tejas y
ladrillos (mucho más sólidos que el adobe) y no sólo se reconstruyó el fortín que protegía
el asentamiento de los ataques piráticos, sino que se construyó un torreón defensivo
para el puerto en la desembocadura del Riachuelo.
De ahí que la refundación de Buenos Aires se haya producido en 1580 y se desarrolle al
amparo del comercio interprovincial con los puertos brasileños, con un éxito tan
inquietante que alarmó a la Corona y no sin razón. A comienzos del Seiscientos, la plata
del Alto Perú que empezó a llegar a Buenos Aires era tan apetecible para los mercaderes
brasileños, portugueses y flamencos que el tráfico interprovincial Brasil-Buenos Aires se
convertiría en una mera etapa de un comercio de contrabando de plata entre el Alto
Perú y los Países Bajos con una simple escala en Portugal. Para evitar este drenaje de
plata y defender los intereses del comercio legal Alto Perú-Lima-Panamá-Sevilla se
prohibió en 1613 la salida de plata hacia Buenos Aires y se fundó una aduana en Córdoba
de Tucumán (que comenzó a funcionar en 1623 cobrando gravámenes de hasta el 50%
del valor de las mercancías internadas desde Buenos Aires. Ni estas ni otras
prohibiciones legales pudieron detener una fuerte corriente comercial espontánea.
Cuando Portugal se separa de la Corona española (1640) el tráfico entre Buenos Aires y
Brasil cesó en teoría, aunque en la práctica se planteó un dilema de difícil resolución: o
el contrabando lo realizan los españoles a través de Buenos Aires o, si este se neutraliza,
lo hacen los portugueses directamente desde el sur de Brasil, pues durante los años de
la unión de las Coronas los lusos ya habían establecido bases en Potosí, conocían el
negocio de la plata y habían creado unas rutas de contrabando.
Durante un prolongado espacio de tiempo que se extiende hasta finales del siglo XVII y
aún más, la heterogénea población rioplatense en las fronteras entre las colonias de
España y Portugal fue asociada con la barbarie. Con el fin de homogeneizar a los
habitantes de esta región y ajustar su comportamiento a las leyes indianas, la monarquía
hispánica implantó políticas de control, que en el corto plazo no lograron modificar las
práctica económicas, políticas y simbólicas de esta población, ni su débil percepción del
Estado, manteniendo los autóctonos sus dinámicas de organización relativamente
autónomas.
Cuando los indígenas fueron forzados a trabajar en las haciendas y plantaciones,
huyeron hacia tierras más lejanas. Los jesuitas (igual que lo habían hecho los dominicos
en el Caribe) protestaron del trato que recibían los nativos en Brasil. Pese a que el
monarca portugués había proclamado la libertad de los indios (1570) y que con la Unión
de las Coronas se siguió aplicando esta política proteccionista, se había generalizado la
práctica de la caza de aborígenes a través de las bandeiras (las bandas armadas que
capturaban guaraníes). Se llamaba bandeirantes a los hombres de Sâo Paulo (enclavado
en el altiplano, aislado del litoral y sin alternativas económicas al estar desconectado de
las redes comerciales) que penetraban en tierras del interior para hacer esclavos a los
indígenas y venderlos en la costa a las plantaciones productoras de azúcar. Las partidas
de bandeirantes paulistas estuvieron activas entre 1590 y 1690 comprando y cazando
esclavos. Aunque dirigidas y financiadas por portugueses, la mayor parte de sus
miembros eran mestizos, armados con arcos y flechas (casi nunca empleaban espadas o
armas de fuego) y caminaban a pie, pues apenas usaban caballos.
Y es que en el sur, a comienzos del Seiscientos, se estaba consolidando un nuevo núcleo
de colonización en torno a Sâo Paulo, cuya población estaba compuesta étnicamente de
algunos europeos descendientes de portugueses y muchos mestizos (llamados
mamelucos), que encuadraban a ejércitos de indígenas tupíes ya sometidos
(representaban más del 75% de la fuerza de una bandeira). Los bandeirantes se
organizaban para realizar incursiones en el sertâo, en el territorio semidesértico del
interior, fundamentalmente en busca de minas de oro o diamantes (bandeiras mineras) y
de mano de obra indígena (bandeiras esclavistas), que les llevaron, por un lado, a las
regiones de Minas Gerais, Goiás y Mato Grosso, y por otro, hacia el sur, hacia las
reducciones jesuíticas del Paraná, lo que permitía al mismo tiempo explorar el territorio y
ampliarlo a costa de las posesiones españolas, un fenómeno que anticipa los conflictos que
enfrentarían a ambas potencias a lo largo del siglo siguiente. No hay que olvidar que
mientras para la Corona española los bandeirantes eran considerados como una especie
de piratas de tierra firme, en Brasil los bandeirantes eran tenidos en buena consideración
por haber ampliado las fronteras de la América portuguesa mucho más allá de las
establecidas en el tratado de Tordesillas para los límites del territorio brasileño.
Debido a las acciones violentas contra la población indígena de origen guaraní (rivales y
enemigos de los tupíes), los bandeirantes se convirtieron en un objetivo a batir por los
padres de la Compañía. Los jesuitas llegaron a entrenar militarmente y a armar a los
guaraníes de las reducciones para que los indígenas pudieran defenderse de los paulistas.
Y es que los bandeirantes paulistas habían devastado las misiones jesuíticas de la región
del Guayrá en Paraguay, hasta el punto de que entre 1628 y 1631 más de sesenta mil indios
fueron capturados.
Por otra parte, la colonización de Salta, Tucumán y el norte argentino se inició y prosperó
gracias a las necesidades de abastecimiento del Alto Perú (región rica en recursos
mineros y pobre en suelos agrarios) de ganado mayor y subsidiariamente de productos
agrícolas. Precisamente la colonización del actual norte argentino sigue los parámetros
del modelo de frontera agrícola para abastecer la región minera del Alto Perú. Mientras
que el caso de la Pampa es paradigmático del modelo de frontera ganadera, que a su
vez va siendo sustituida por una agrícola. Tucumán y Salta son ejemplos elocuentes de
ciudades que, por el carácter semoviente de su riqueza, pudieron despachar su
producción a mercados compradores muy distantes.
Salta está situada en el noroeste argentino en la zona montañosa de los Andes y se fundó
en 1582 (cuando aún estaba en la memoria colectiva la primera guerra calchaquí) por
iniciativa del virrey Álvarez de Toledo y con el objetivo de interconectar las provincias y
así facilitar el auxilio interprovincial en caso de que se produjeran levantamientos
indígenas. Se enviaron colonos al valle calchaquí y a Salta para que la provincia de
Tucumán se pudiera unir para comerciar con la ciudad de la Plata (que a lo largo de su
historia ha recibido los nombres de Charcas, La Plata, Chuquisaca y Sucre). Además, con
la fundación de Salta se mitigaba la fuerte resistencia que los indios chiriguanos oponían
al avance español y al mismo tiempo se creaba un centro poblacional que permitiera
hacer escala en las comunicaciones entre Lima y Buenos Aires. La fundación fue un éxito
y a lo largo del siglo XVII la población prosperó rápidamente basando su dinámico
desarrollo en el abastecimiento de la opulenta Potosí, que pagaba bien por los
suministros que recibía y cuyo entorno era estéril para los cultivos y la crianza de
ganado, como ya se ha comentado.
En este espacio del norte argentino hay que mencionar Tucumán que, tras ser arrasada
en 1578 por los calchaquíes fue reubicada un poco más al este, en un lugar más salubre
por el avenamiento de las aguas, para facilitar la conexión con el Camino Real que
comunicaba el Alto Perú, productor de plata, con el Río de la Plata y quedar más
resguardada con respecto a los calchaquíes.
Por último, se va a tratar otro de los espacios integrados en el área de los ríos de la Plata
y del Paraguay. Desde los lejanos tiempos (1516) en que Díaz de Solís intentaba
encontrar un paso entre el océano Atlántico y el Pacífico y remontó las aguas del Plata,
otros exploradores también navegaron por este río, por el Paraná, el Paraguay y el
Uruguay e hicieron expediciones terrestres hacia el Chaco y Chiquitos. En 1537 se fundó
Asunción, que se convertiría en la cabecera de una de las provincias de la época virreinal
y en un dinámico núcleo desde el que partieron corrientes pobladoras y colonizadoras
que se extendieron por territorios que en la actualidad forman parte de los estados de
Paraná, Mato Grosso del Sur y Santa Catarina (integrados en Brasil), Santa Cruz de la
Sierra en el Chaco (hoy Bolivia), y en la actual Argentina tanto la ciudad más antigua,
Corrientes, fundada en el nordeste (1588), como en el Chaco, Concepción de Nuestra
Señora del Bermejo (1585), uno de cuyos fundadores, Hernando Árias de Saavedra, fue
el primer criollo (nacido en Asunción 1564) que ocupó la gobernación de la región del
Plata-Paraguay.
Del mismo modo que había ocurrido en el territorio que sería Argentina, los españoles
no encontraron minerales en el área del Paraguay, por lo que estas tierras no tenían
interés para posibles colonos, más interesados en unos beneficios rápidos (aunque
inciertos) derivados de la minería que en seguir cultivando la tierra como en la
metrópoli. Esa es una de las causas por las que Asunción es un núcleo de exploración y
expansión hacia otros horizontes. No obstante, la población autóctona guaraní recibió
relativamente bien a los pocos españoles que se instalaron en la zona y, lógicamente, se
produjo un rápido mestizaje a través de matrimonios mixtos y de uniones espontáneas.
Por otra parte, la colonización del sur del Paraguay fue realizada por los jesuitas, que
agruparon a los indios autóctonos en reducciones, o sea en comunidades autárquicas,
en las que toda la propiedad era poseída en común. Aunque la producción les permitía
ser autosuficientes, los nativos vivían existencias controladas por los religiosos (de forma
parecida a los encomenderos, luego estancieros, que cuidaban de los indios en régimen
de libertad, les adoctrinaban y dirigían sus vidas) ya que los padres de la Compañía eran
los que se encargaban de tomar todas las decisiones internas e incluso de gobierno,
porque las reducciones quedaban fuera de la jurisdicción colonial de Asunción (lo cual
provocó ciertos conflictos en algunas ocasiones).
Hernandarias, el gobernador criollo al que ya nos hemos referido al tratar de las medidas
para estimular y consolidar el asentamiento de Buenos de Aires, emprendió varios
viajes de exploración, pudiendo destacar expediciones a Brasil para contener a los
bandeirantes y al río Uruguay para comprobar su navegabilidad durante unos seis meses
(1604), enviando un informe a Felipe III con las observaciones sobre sobre las tierras,
destacando la adecuación de las situadas al este del río para ser introducidos ganados
(especialmente vacunos), que por sus especiales características garantizarían la
reproducción y la consiguiente prosperidad de la zona. También realizó una fallida
expedición a la Patagonia buscando la mítica ciudad de los Césares (1604), siendo
capturado por los aborígenes tehuelches, de los que pudo escapar. El rey le otorgó el
título de ‘Protector de los Naturales’ (1610) en agradecimiento por haber sido el
introductor de las reducciones franciscanas y jesuíticas en la región (1608). Es
importante tener en cuenta que en 1612 se redactaron unas ordenanzas en las que se
declaraba a los indios convertidos por los jesuitas libres del servicio de encomiendas.
Además del título, la Corona le había recompensado con algo más sustancial, dos islas
en la confluencia del río Negro con el Uruguay (las conocidas en la actualidad como
Lobos y Vizcaíno) en las que en 1611 liberó una considerable cantidad de reses y en 1617
repitió la operación soltando en las islas cincuenta terneras y varios toros, dando origen
a la riqueza ganadera de la región, cuya explotación fue uno de los motivos para realizar
la colonización del actual territorio de Uruguay, que había sido desdeñado por los
españoles y había quedado despoblado.
Aunque generalmente se atribuye a Hernandarias la introducción de la ganadería
uruguaya, no se debe olvidar la importancia para el desarrollo de la misma que tuvieron
las vacadas jesuíticas de las reducciones del área, favorecidas por las condiciones
propicias de los pastizales del territorio. Este éxito tuvo como lógica consecuencia la
incursión desde las tierras brasileñas de faeneros dedicados a la obtención de cueros,
como producto susceptible de ser comerciado. A lo largo del siglo XVII los núcleos de
población de la zona dependían de la caza de ganado y caballos cimarrones,
manteniendo un comercio de baja intensidad basado en el contrabando de pieles,
esclavos y plata, hasta tal punto que casi la totalidad de los gobernadores del Seiscientos
estuvieron ligados en mayor o menor grado con el tráfico comercial ilegal o
contrabando, manteniéndose durante esta época la zona costera en un alto grado de
subdesarrollo.
Tan abandonada estaba la costa que, transgrediendo el Tratado de Tordesillas, la
expansión brasileña hacia el sur culminó con la fundación de la colonia de Sacramento
(1680), en la actual costa uruguaya (frente a la costa bonaerense), que fue tomada por
las fuerzas virreinales el mismo año de su fundación, aunque hubo de ser devuelta a
Portugal en 1681. Colonia era un verdadero depósito comercial que rivalizaba con
Buenos Aires y originó en aquella zona tensiones hispano-lusas y porteño-brasileñas,
que no se resolverían hasta bien entrado el siglo XVIII (fortificación del litoral y fundación
de Montevideo en la banda oriental del río, 1724-1730).
Para concluir, la ganadería constituyó (junto con la minería) el sector económico que
más fuerte impacto recibió con la colonización española, pues era prácticamente
inexistente en América (con la excepción de los camélidos andinos). La expansión y
multiplicación del ganado, así como la introducción de las técnicas españolas de
pastoreo (utilización común de los pastos, montes y baldíos) supuso un violento cambio
en la fauna original americana y el uso de la tierra, particularmente en áreas pobladas
por agricultores indígenas tradicionales. El ganado invadió y destrozó los cultivos
abiertos de los indios, transformando tierras de cultivo en campos de pastoreo. La
extensión de las reses por las pampas estimuló la ganadería, mientras los gauchos
agrupaban los animales en manadas que desplazaban por amplias extensiones de
terreno, al tiempo que las tribus autóctonas eran desplazadas de sus tierras. La
introducción de especies domésticas europeas, que en América se desarrollaron
rápidamente, desde el ganado mayor (vacuno, caballar y mular) al ganado menor (lanar
y caprino) y de cerda, aves de corral, etc., supuso una impresionante transmigración de
especies, que alteró sustancialmente el medio americano. Aunque la ganadería es una
actividad extendida por la cuenca del Río de la Plata (incluida la zona septentrional de la
Pampa), se puede extender a todas las Indias, ya que la ganadería tiene especial arraigo
en otras dos grandes áreas: occidente y norte de Nueva España (desde Jalisco a Texas)
y las llanuras del interior de Venezuela. En estas tres áreas la actividad ganadera dio
lugar a un tipo humano peculiar, el vaquero, que hasta hoy se considera representativo
del respectivo país: el charro mexicano, el llanero venezolano y el gaucho argentino.
En fin, el peso económico de la región del Río de la Plata se había polarizado en torno a
las actividades comerciales del puerto de Buenos Aires, así como se detectó durante el
siglo XVII el aumento de la presencia de portugueses en las redes comerciales, mientras
que la falta de metropolitanos en la región contribuyó a la creciente participación de los
criollos en los cabildos y audiencias.

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