Carnet: SA192292 Asignatura: Historia de la espiritualidad Docente: Pbro. José Ofilio Ramos Paiz
California, 1 de marzo del 2021
Resumen Los siglos XI y XII fueron una época de progresivo renacimiento espiritual en la Iglesia, con un notable enriquecimiento tanto de la doctrina como de la calidad de vida. 1. Cluny y su influjo Cluny es un monasterio benedictino francés, el más significativo y decisivo, fundado por Guillermo, duque de Aquitania, el año 910, en pleno siglo de hierro; es el germen de la futura reforma eclesiástica que culminará con el papa San Gregorio VII. Avanzado el siglo XI, eran ya unos dos mil monasterios dependientes de la gran abadía francesa, directamente fundados por ella o asociados después de la correspondiente reforma. El abad de Cluny tenía la máxima autoridad sobre todos los monjes y propiedades del monasterio y también de los monasterios federados: nombraba todos los abades; recibía la profesión de todos los monjes, etc. Los grandes abades de Cluny fueron hombres de gran talla humana y sobrenatural, a los que el Papa en persona y numerosos prelados y príncipes se dirigieron como consultores y colaboradores en todo tipo de tareas. El primer abad fue el Beato Bernón (+927). Autor de las Constituciones cluniacenses. Su sucesor, San Odón (+942) completó la regulación canónica y espiritual del monasterio con las Colaciones y e Espíritu y costumbres cluniacenses. San Mayol (+994) gobernó Cluny durante 46 años. San Odilón (+1049) gobernó 55 años, consolidando la expansión y el influjo cluniacense. San Hugo (+1109) fue el más prestigioso de esta excelsa serie de abades. Después Pedro el Venerable (+1157), el más intelectual de los abades cluniacenses. Entre los santos y autores espirituales benedictinos, más o menos dependientes de Cluny y de su impulso reformador, destaca ante todo San Anselmo de Canterbury (1033-1109). Para él, la oración es sobre todo meditación; reflexión sobre Dios, su naturaleza, la Trinidad y sobre la relación del hombre con Él. Distingue la fe, experiencia y conocimiento, como pasos en el acceso del alma a Dios. 2. Las órdenes monástico-eremíticas A lo largo de toda la alta edad media, la vida eremítica se había mantenido de forma espontánea y aislada, pero con mucha menos fuerza que en los inicios del monaquismo, y prácticamente eclipsada por el enorme auge de los monasterios. Se plasmó una nueva forma de vida monástica, dos santos fundaron dos importantes familias monásticas: San Romualdo (los camaldulenses) que fundó el monasterio de la Camáldula (1010), donde San Pedro Damián fue el principal representante del espíritu camaldulense en esta época y San Bruno el cual fue el fundador de la Cartuja. A diferencia de los camaldulenses, la Cartuja no parte directamente de la tradición y la regla benedictina, aunque la tiene en cuenta junto a otras tradiciones monásticas. Otra peculiaridad es el rezo diario y privado del oficio de difuntos y del de la Virgen. En la cartuja está prescrito también transcribir y componer libros. (apostolado literario). Además del propio San Bruno, ya en estos primeros tiempos de existencia de la orden, varios cartujos, destacaron por sus escritos espirituales tales como Guido I (1084-1128), autor de las Costumbres de la Cartuja: forma definitiva de la regla que perfiló, a petición de los propios monjes, toda la normativa anterior. Otro escritor cartujo de gran talla es Adán de Escocia (+ca.1210). 3. El Císter y San Bernardo El nombre de Cister o Citeaux, geográfico, proviene de scitus que significa junco. San Roberto de Molesmes (ca. 1028-1111) fue el fundador del monasterio del Císter en el año 1098. San Alberico (1109) le sustituyó. Pero fue San Esteban Harding (1134) quien le daría forma y espíritu al nuevo monasterio, con la carta de la caridad en 1118; y el gran San Bernardo de Claraval es el verdadero impulsor y padre espiritual de la orden. San Bernardo de Claraval, es uno de los santos más influyentes de toda la historia de la espiritualidad. Se destacó por su gran austeridad, su humildad y su capacidad de trabajo. Por eso, San Esteban de Harding, le encargó la fundación y dirección del monasterio de Clairvaux (Claraval), tercera fundación del Císter. En sus libros queda bien reflejada su profunda vida interior y su incansable actividad externa. En conjunto San Bernardo de Claraval presenta un cuadro muy completo de la vida espiritual. La vida espiritual viene a ser un encuentro de la miseria del hombre y de la misericordia divina, personalizados en el Verbo encarnado. 4. Los canónigos regulares y la escuela de San Víctor El espíritu de reforma de estos siglos afectó eficazmente a la vida de los canónigos regulares. La primera intervención destacable, desde la jerarquía, en la organización de los canónigos regulares fue obra de Nicolas II y del sínodo de Letrán (1059), que consistió e una reforma de la regla carolingia de Aquisgrán, con supresión de la propiedad privada, mayor exigencia penitencial, insistencia en el celibato y en la vida en común. Pero el impulso práctico principal vino, sobre todo, del propio San Gregorio VII, antes de ser papa, junto con San Pedro Damián y Gerhoh de Reichesberg. Poco a poco cobró fuerza en la vida canonical regular la llamada Regula canónica sancti Augustini. También, otro gran impulso de la vida canonical en este periodo, aunque con rasgos propios, fue debido a San Norberto Gennep, que fundó los Premonstratenses. Gran impulsador de la orden premonstratense fue Hugo de Fosses, autor de los Estatutos, con orientaciones prácticas para los religiosos. Otro autor destacado en el siglo XII es Felipe de Harvengt, defensor de la vida canonical como la más perfecta «vida apostólica», junto a Anselmo de Havelberg, y otros canónigos. Desde el punto de vista teológico, la principal aportación del mundo canonical en estos siglos es la famosa escuela de San Víctor, la cual fue heredada del espíritu y la doctrina de San Agustín. Hugo de San Víctor es el primer gran representante de la escuela. Para él, el camino hacia Dios pasa por cuatro estados: lectura, meditación, oración afectiva y contemplación; y Ricardo de San Víctor, por su parte es el más importante de los teólogos de esta escuela. 5. Las órdenes militares Es uno de los fenómenos más característicos de esta época y prácticamente solo de ella, a diferencia de la mayoría de las iniciativas que hemos estudiado, que han continuado con vigor a lo largo de los siglos. Habitualmente se habla de sus miembros como mitad monjes y mitad caballeros. La unión de lo monástico y lo caballeresco, por tanto, es fiel reflejo del fuerte sentido cristiano que impregnaba toda la vida medieval, de la práctica imposibilidad de trazar fronteras entre lo profano y lo religioso. La espiritualidad de las órdenes militantes se sustentaba sobre la herencia monástica, algunas virtudes propias de lo caballeresco: honor, fidelidad, honradez, fortaleza, etc. Sus patronos eran San Miguel Arcángel, Santiago Apóstol y los mártires de profesión militante: San Jorge, San Sebastián, San Mauricio, etc. Principales órdenes militantes, fundadas en Tierra Santa y siguiendo por las ibéricas: Templarios, 1118 por Hugo de Payens; Hospitalarios, su origen en el hospital San Juan de Jerusalén 1048, aprobado por Pascual II; Teutónicos grupo de cruzados y peregrinos alemanes, aprobados en 1191 por Clemente III; Caballeros del Santo Sepulcro, fundados por Arnulfo de Jerusalén en 1114 y aprobados por Honorio II en 1125; Obras de Calatrava, en 1158, reconocidos por Alejandro III en 1164; Orden de Alcántara, fundada en 1166 por un grupo de caballeros leones, aprobada por Alejandro III; Orden de Santiago, en 1170 de la ciudad de Cáceres; seguían la regla de San Agustín, aprobada por Alejandro III en 1170; Orden de Évora, fundada por Pedro Alfonso de Portugal y aprobada por Alejandro III. 6. Evolución de la piedad cristiana no monástica Entre algunos de los rasgos del influjo de las grandes iniciativas monásticas están: la revaloración del poder espiritual sobre el temporal; el sentido sagrado de la historia y de todo terreno; el esplendor litúrgico y artístico (Cluny); El ideal caballeresco (órdenes militares), etc. Como consecuencia de estos rasgos fundamentales se multiplicaron, en la liturgia y en la piedad personal, las señales de la cruz, el incienso, las genuflexiones, etc. El canon de la misa se volvió más silencioso y solemne. creció la veneración a la Virgen como Reina, se promovió la veneración como santos a algunos reyes, príncipes y nobles cristianos, etc. En esta época creció considerablemente el número de asilos, hospitales, leproserías e iniciativas caritativas en general y la sagrada Escritura empezó a llegar así más fácilmente a los fieles.