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Historia de la Iglesia

Siglo XII - Edad Media

Autor: P. Antonio Rivero


Fuente: Catholic net

INTRODUCCIÓN

A partir del siglo XII y de modo especial en el XIII, la Edad Media


llegó a su esplendor. Fue entonces cuando realizó su mejor
producción cultural. Se ha llamado la época clásica de la
cristiandad medieval.

El término “cristiandad” designa un modo de relación entre la


sociedad y la Iglesia en la Edad Media. Los pueblos de la Europa
de entonces forman una gran comunidad cimentada en la fe
cristiana. La Iglesia y el imperio son las dos caras de una misma
realidad, a la vez espiritual y temporal, a imagen del alma y del
cuerpo.

Uno de los rasgos dominantes de esta cristiandad es el lugar


cada vez más importante que va adquiriendo el papado en la
Iglesia y en la Europa medievales, a costa de luchas muchas
veces violentas con el emperador germánico que pretendía elegir
a los obispos y al mismo Papa. Estas luchas, en algunos casos,
terminaron en la elección de antipapas, nombrados por el mismo
emperador .

Si hubiera que señalar un rasgo capaz de caracterizar por sí solo


los tiempos clásicos de la cristiandad medieval, ese rasgo sería,
sin duda alguna, su increíble vitalidad. Un signo de vitalidad
espiritual de este período histórico fue el espléndido florecimiento
alcanzado por la vida religiosa: cluniacenses, cartujos,
cistercienses. Si los siglos XI y XII fueron los tiempos monásticos,
el siglo XIII, como veremos, será el siglo de los frailes:
franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios.
Los siglos de la cristiandad fueron también la época clásica de
las ciencias sagradas: la teología y el derecho canónico.

I.SUCESOS

¿Cuándo acabarán los abusos?

Continuó la costumbre de intromisión civil en asuntos


eclesiásticos con sus consecuencias. Por una parte, los abusos
de la autoridad civil, y por otra la relajación de muchos de los
eclesiásticos así nombrados. Abusos, porque llegaron incluso a
elegir antipapas. Relajación, porque muchos eclesiásticos
perdieron su honra y autoridad moral.

Había tres problemas fundamentales en cuanto al clero: el


nicolaísmo, es decir, la inobservancia de la ley del celibato; la
simonía, compra y venta de bienes espirituales; y la investidura
laica, provisión de los oficios eclesiásticos, no a través de los
órganos previstos por la disciplina canónica, sino por designación
de los poderes civiles: emperadores, reyes y señores,
propietarios o patronos de iglesias. Este abuso constituía, según
los promotores de la reforma, la causa y la raíz de los otros
males. Tal fue el origen de la célebre “cuestión de las
investiduras”, que enfrentó al pontificado y el imperio, y en
particular al Papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV (1050-
1106), como vimos anteriormente.

No obstante hubo ejemplos de eclesiásticos que merecen


admiración. El arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, era
también amigo y canciller del rey Enrique II Plantagenet. Este
quiso contar con su complicidad para la elección de prelados,
pero Tomás se opuso y fue asesinado por cuatro emisarios del
rey.

Gérmenes de herejías:”El enemigo sembró cizaña...”

El occidente cristiano no había sido pródigo en herejías.


Desaparecido desde hacía mucho tiempo el arrianismo, que era
además una doctrina importada por los pueblos invasores, la
unidad de fe fue una constante de la sociedad cristiana. Si se
prescinde de algunas individualidades o de grupos minúsculos, la
herejía constituyó una novedad que hizo acto de presencia en
Europa durante el siglo XII.

Pedro de Bruys y Enrique de Lausana, no aceptaban el bautismo


impartido a los niños, atacaban la presencia eucarística y la
edificación de templos. Afirmaban también que las misas de
difuntos carecían de sentido y eran inútiles.

Comenzaron los primeros brotes de la herejía albigense o cátara,


que hizo renacer el maniqueísmo y el dualismo persa, es decir, la
creencia de dos principios supremos: la luz y las tinieblas . Estos
albigenses predicaron especialmente en Francia. Tomaron como
sede a Albi, de donde proviene el nombre de albigenses.
También atacaron los sacramentos, el culto y la vida futura. En el
próximo siglo hará su explosión esta herejía.

II.RESPUESTA DE LA IGLESIA

Concordato de Worms

Ante la intromisión civil, la iglesia, con el Papa Calixto II a la


cabeza, organizó el Concordato de Worms (1122), donde el
emperador Enrique V, hijo del excomulgado rey Enrique IV de
Alemania, aceptó no inmiscuirse más en la elección de los
prelados. Sin embargo las familias romanas se opusieron a la
elección del papa Inocencio II, apoyado por el emperador y
eligieron al antipapa Anacleto II. El concilio I de Letrán, el primero
de los ecuménicos celebrados en Occidente, se reunió al
siguiente año 1123 y sancionó los acuerdos de Worms .

El emperador Federico, llamado Barbarroja, hizo caso omiso del


Concordato de Worms y pretendió volver a nombrar obispos y
abades a su gusto, interpretando su autoridad como de derecho
divino y declarando su independencia del papa. Nombró un
antipapa, Víctor IV, y al morir éste, a otro, Pascual III. El
verdadero papa era Alejandro III, el cual le declaró la guerra.
Perdida por Federico, éste obedeció a Alejandro III, en 1177.

Con Inocencio III (1198-1216) el papado alcanza la cumbre de su


poder. El Papa se presenta como el árbitro de Europa. Designa
su candidato para el imperio, obliga al rey de Inglaterra a
someterse a sus deseos. A esto se ha llamado “teocracia” que se
resume así: “El Papa tiene la plenitud del poder. En el terreno
espiritual, todas las iglesias le están sometidas. El terreno
temporal conserva su autonomía; pero, en nombre de la
preeminencia de lo espiritual, el Papa interviene en los asuntos
políticos, en razón del pecado, cuando está en juego la salvación
de los cristianos”. El concilio IV de Letrán (1215) atestigua esta
conciencia y este poder pontificio.

La Iglesia es santa y sus ministros deben ser santos

Ante la relajación de costumbres y de la disciplina, la Iglesia


convocó, bajo el Papa Calixto II, el primer concilio de Letrán
(1123), para atajar dos lacras terribles: simonía y el nicolaísmo.
Confirmó también el Concordato de Worms, es decir, la no
intromisión de los señores feudales en asuntos eclesiásticos.

Ante las herejías, también la Iglesia reaccionó con mucho


cuidado y firmeza. Para condenar la herejía de Pedro de Bruys y
de Enrique de Lausana, se convocó el segundo concilio de
Letrán (1139). Y renovó las condena, entre otras cosas, de la
usura, los torneos y el nicolaísmo.

Y contra la herejía de los albigenses, vino en ayuda el tercer


concilio de Letrán (1179), que legisló en contra de la acumulación
de prebendas y fijó que los papas deberían ser elegidos por una
mayoría de dos tercios de los votantes. Ya en el siglo XIII se
atacará más fuertemente esta herejía cátara o albigense.

Nuevas cruzadas...

Para frenar la invasión de los turcos se organizó la segunda y la


tercera cruzada.

La segunda (1147-1149) fue comandada por Luis VII de Francia


y el emperador alemán Conrado III. San Bernardo fue el alma
espiritual. Nuevos contingentes salieron por mar, de paso
ayudaron al rey de Portugal a liberar Lisboa de los moros (1147).
Primero y único éxito. Sobre las espaldas de san Bernardo
cayeron fracasos y acusaciones. En el bando opuesto a los
cruzados, surgió un gran guerrero llamado Saladino, de temple
noble y elevado, uno de los grandes hombres del Islam, ante
quien quedan pequeños los cruzados que, por divisiones y
mezquindades y por la resistencia de los bizantinos, habían
perdido el objetivo principal. Saladino infligió a los cristianos una
fuerte derrota y tomó prisionero al rey de Jerusalén. Jerusalén
cayó nuevamente en poder del Islam. La pérdida de Jerusalén
produjo una gran conmoción y consternó a todo el orbe cristiano.

La tercera (1189-1192) fue guiada por Federico Barbarroja,


Felipe II Augusto, rey de Francia y por Enrique II de Plantagenet
de Inglaterra. Murieron Federico y Enrique. El hijo de Enrique II,
Ricardo Corazón de León, lo suplió. Felipe II se apoderó de san
Juan de Acre. Ricardo firmó un acuerdo de acceso libre de los
cristianos a Tierra Santa, estampando su nombre junto al del
sultán Saladino. Aunque esta cruzada fue la más universal de
todas, sin embargo, tampoco ahora los resultados
correspondieron a las esperanzas. También el emperador
Barbarroja murió en el camino de Tierra Santa. Jerusalén no fue
recuperada y la gran cruzada se diluyó sin más fruto que una
ligera consolidación de la presencia cristiana en algunos
territorios.

Impulso espiritual: Los cistercienses y otras órdenes

En el empeño de renovación espiritual y eclesial, otros hombres


buscaron formas nuevas de consagrarse a Dios, seguidos de
numerosos discípulos. Entre ellos, los cistercienses, fundados en
el siglo XI, como dijimos anteriormente; los canónigos regulares y
los templarios.

Los cistercienses tuvieron gran importancia a partir de su


fundación por san Roberto de Molesmes, que adoptó los moldes
heredados por san Benito y del que hablamos ya en el capítulo
anterior. San Bernardo de Claraval dio impulso notable a esta
orden . Entró en Citeaux junto con treinta compañeros, todos
ellos pertenecientes a familias nobles de Borgoña (1112). Tres
años más tarde, y a los veinticuatro años de edad, Bernardo fue
hecho abad del nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval), por él
fundado (1115). Él solo fundó 66 abadías. Fue tal su influjo que
muchas veces lejos de su abadía intervenía en numerosos
asuntos de la vida de la Iglesia y de la cristiandad. Contribuye a
la reforma del clero. Denuncia el relajamiento de Cluny. Invita a
los obispos a una mayor pobreza y al cuidado de los pobres.
Pone fin a un cisma en la Iglesia de Roma, el cisma de Anacleto,
y propone un programa de vida al monje de Clairvaux (Claraval)
que ha sido elegido Papa, Eugenio III.

Bernardo se esfuerza en cristianizar la sociedad feudal: ataca el


lujo de los señores y predica la santidad del matrimonio.
Predicador de la segunda cruzada en Vézelay y en Spira (1146),
intenta poner fin a la matanza de los judíos que algunos
exaltados creían ligada a la cruzada.

No cabe duda de que Bernardo es ante todo un maestro


espiritual. Es el uno de los grandes doctores de la Iglesia, para él
todo parte de la meditación de la Escritura. Más que en la
ascesis y en los ejercicios, Bernardo insiste en la unión con Dios,
y reduce toda la religión a la práctica de la caridad. Propone un
itinerario de retorno a Dios que conduce del conocimiento de sí
mismo a la posesión de Dios. Sobresalen sus sermones sobre la
Virgen y sobre el Cantar de los Cantares.

Papas y reyes, príncipes y pueblos experimentaron el atractivo


de la santidad de este gran protagonista de la historia. El Cister
experimentó un asombroso desarrollo en vida de san Bernardo.
Baste decir que la comunidad de Claraval llegó a contar con 700
monjes, que la docena de abadías de la orden existentes a su
llegada eran 342 a la hora de su muerte y que esta cifra todavía
crecería hasta ser unas 700 a finales del siglo XIII.

Nacieron luego los canónigos regulares de san Agustín.


Practicaban la denominada “vita canonica”, que consistía sobre
todo en la comunidad de dormitorio y refectorio (comedor) y en la
observancia de la llamada “regla de san Agustín”. Ciertos
capítulos regulares llegaron con el tiempo a relacionarse entre sí,
creando uniones o congregaciones de canónigos de san Agustín,
entre las que destacaron los canónicos regulares de san Juan de
Letrán y los de san Víctor. La más importante de todas esas
fundaciones canonicales fue la realizada por san Norberto en
Premontré (1120), que dio lugar a la orden de los
Premonstratenses, difundida pronto por toda Europa y que
desarrolló una gran actividad misionera.

Finalmente, como culminación del ideal de la caballería cristiana


y prueba, a la vez, de la honda impregnación religiosa del oficio
de las armas, nacieron las órdenes militares, una creación
característica de la Edad Media europea. Surgieron de una fusión
del monacato y de la profesión de las armas propia de la clase
nobiliaria. Su origen ha de buscarse en algunos pequeños grupos
de caballeros, que se dedicaron a servir a los cristianos enfermos
en un hospital de Tierra Santa o a proteger a los peregrinos que
acudían a visitar los Santos Lugares.

El desarrollo alcanzado por las órdenes militares desde el siglo


XII se debió al fuerte impulso espiritual que san Bernardo dio a la
sociedad cristiana y a las guerras de cruzada, en las que las
órdenes tuvieron un papel preponderante. Eran, pues, monjes
guerreros, cuyo objeto consistía en cuidar de Tierra Santa y
realizar diversas obras de beneficencia.

Nacieron los hospitalarios de san Juan, que atendían a los


enfermos; los templarios, que habitaron el Templo de Salomón
reconstruido por Herodes; los teutones que, aunque nacidos en
Palestina, en el siglo XIII trasladaron su sede a la Prusia oriental
y consiguieron la sumisión y cristianización de los últimos
pueblos paganos del nordeste de Europa. Dicha orden se
secularizó en tiempos de la reforma protestante. Y en España vio
la luz la Orden de Alcántara, la de Calatrava, la de Santiago.
Éstas surgieron al hilo de la lucha por la reconquista.

La Iglesia, guardiana y fomentadora de la cultura: El siglo de


oro de la Escolástica

Las escuelas monacales salvaron de la hecatombe a la sabiduría


y las obras clásicas. Las materias enseñadas en aquellas aulas
eran gramática latina, retórica y dialéctica, por una parte;
aritmética, geometría, astronomía y música, por otra; así como
teología. Aparecieron también las escuelas episcopales, anexas
a la catedrales.

En este ambiente cultural nació la Escolástica y los grandes


teólogos. Desde san Agustín hasta el siglo XII no se habían
realizado estudios apreciables en la elaboración teológica. En
este siglo XII nació el método escolástico, propiamente dicho. Se
registran grandes avances culturales, se redescubren los
filósofos griegos –especialmente Aristóteles- a través de
traducciones del árabe hechas en Toledo y en Sicilia, y poco a
poco su filosofía se va imponiendo en la enseñanza.

Este nuevo modo de pensar (lógica) y de ver el mundo (filosofía)


se introdujo en las escuelas catedralicias, en las escuelas
monacales y luego en las universitarias. Nacido en estas
escuelas, tomó el nombre de escolástica. Existe un período
llamado pre-escolástica que tiene por representante a san
Anselmo. Pero su florecimiento se dio en las universidades, que
tuvieron su origen en la Iglesia, sobre todo cuando llegaron a sus
cátedras los talentos de las órdenes mendicantes.

Es la llamada edad de oro de la teología medieval. Estos


pertenecen propiamente al siglo siguiente y son los franciscanos:
Alejandro de Hales (1245), san Buenvantura –general de la
orden franciscana (1274), Rogelio Bacon (1294) y Juan Duns
Escoto, profesor en Oxford, París y Colonia. Los talentos
dominicos son: san Alberto Magno (1280) y santo Tomás de
Aquino, su discípulo (1274).

Otros talentos son: San Anselmo, que incentivó a la razón en la


explicación de la fe; Pedro Lombardo, llamado el Maestro de las
Sentencias; Abelardo buscó con precisión la traducción de la
Biblia y de los textos de los Santos Padres. Sus enseñanzas
morales fueron tachadas de subjetivas; por eso, optó por
terminar sus días en un monasterio, dedicado a la oración; San
Bernardo de Claraval, teólogo y maestro de la vida espiritual, del
que ya hablamos. Se hizo célebre su frase: “La medida del amor
a Dios consiste en amar a Dios sin medida”. Propagó la devoción
a la Virgen.
CONCLUSIÓN

Terminamos este siglo XII; siglo monástico por excelencia, y


donde la religiosidad de los laicos estuvo poderosamente influida
por la espiritualidad monacal. Estos siglos monásticos, XI y XII,
corresponden a los tiempos de una sociedad europea de tipo
agrario y señorial, en la que los monasterios, levantados en
medio de los campos, constituían desde todo punto de vista
grandes centros de vida para la población de la comarca.
Muchos laicos acudían a los monasterios, impulsados sobre todo
por el deseo de participar en los beneficios espirituales que la
vida santa de los monjes podía merecerles. Así mejoraban su
vida cristiana y se preparaban para la eterna bienaventuranza.

Y dado que hablamos de san Bernardo en este siglo, pongamos


punto final a este siglo con dos citas suyas. Una es sobre las dos
espadas, cuando comenta Lucas 22, 35-38: “La una y la otra
espada pertenecen a la Iglesia, a saber, la espada espiritual y la
espada material. Pero ésta debe ser sacada para la Iglesia y
aquélla debe ser sacada por la Iglesia; la primera por la mano del
sacerdote, la segunda por la mano del caballero, pero desde
luego por orden del sacerdote y por mandato del
emperador” (Carta 256).

Y la otra es un decreto papal:“Instruidos por la autoridad de


nuestros predecesores y de los demás santos padres, hemos
decidido y establecido que, después de la muerte de un Papa de
la Iglesia universal de Roma, ante todo, los cardenales obispos
deberán buscar al más digno, en común y con la más cuidadosa
atención; luego harán venir a los cardenales clérigos; finalmente,
el resto del clero y el pueblo se adelantarán para adherirse a la
nueva elección” (Decreto del año 1059, del Papa Nicolás II).

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