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Camuflajes, metáforas y metonimias: el belicismo estético de Adonis Flores

HAMLET FERNÁNDEZ1

Quisiera comenzar este ensayo refiriéndome, con la mayor brevedad posible, a una
problemática que el sociólogo norteamericano Daniel Bell ha logrado sintetizar en la
siguiente idea: «La vida moderna crea una disociación del rol y la persona que, para un
individuo sensible, da origen a tensiones». 2 Antes de llegar a esta conclusión medular, Bell
tiene que zanjar un debate sociológico de vieja data, que se remonta a padres de la
sociología contemporánea como Max Weber y Emile Durkheim, a saber: si el desarrollo y
constitución de la sociedad moderna occidental genera un fenómeno de «creciente
despersonalización» o, por el contrario, de «creciente libertad» para el hombre. La
aparente contradicción entre ambas posiciones sociológicas, Daniel Bell la disuelve
sosteniendo que las dos son correctas, sólo que se refieren a fenómenos diferentes pero que
a la vez, son consecuencias de un mismo proceso histórico. «Si hacemos las distinciones
entre roles y personas, quizás podamos ver cómo cada teoría habla de algo diferente que la
otra».3
En efecto, la tesis de la despersonalización se basa en lo que advirtiera en su momento
Weber y que es hoy una realidad global: la burocratización de la sociedad, o lo que es lo
mismo, la totalización de la razón instrumental, hace que la estructura social se atomice
cada vez más en roles altamente especializados. Cuando el sujeto realiza la función que
desempeña en el ámbito social y público, el yo personal queda mediado, o expropiado de sí
mismo, por rol:4 la despersonalización así entendida se considera un fenómeno inherente a
la vida burocrática moderna. Cuando actuamos desde el rol, hablamos un lenguaje
mediado por la racionalidad funcional y estamos presionados a responder a los intereses
del sistema (el campo específico de especialización). En este sentido podemos decir que el
rol funciona como una expresión micro del sistema. Pero por otro lado, también es cierto
que el proceso gradual de secularización de las sociedades occidentales ha implicado una
emancipación del hombre de las férreas amarras de las prohibiciones religiosas, de los
valores morales tradicionales, etc., existiendo hoy más que nunca una considerable libertad
de autorrealización e individualización de la persona. Tenemos, más que en cualquier otro
momento de la historia, una gran diversidad de opciones a elegir en todas las esferas de la
vida para nuestra realización individual. Por tanto, se puede concluir que somos, al mismo
tiempo, sujetos-rol y sujetos-persona. Vivimos escindidos en esas dos dimensiones de
nuestra praxis vivencial en la actual sociedad posmoderna, donde la despersonalización (el
yo aniquilado por el rol) y la libertad (entendida como la autorrealización del yo como
meta) son fenómenos consumados.
Me aventuro a sostener que esta disociación del rol y la persona de la que habla Daniel
Bell, que da origen a tensiones en un individuo sensible, puede desencadenar en fractura
psíquica cuando la individualidad subjetiva, la actitud ante la vida o los sistemas de valores
más íntimos de una persona, entran en una violenta contradicción con la conducta
prescripta por el rol. Pensemos en las fuerzas policiales que son lanzadas a la calle por el
Estado para reprimir a manifestantes indignados por la agudización de problemas como la
desigualdad social, el desempleo, el creciente empobrecimiento de sectores enteros de la
sociedad, y en sentido general, contra la opresión cínica del sistema, tal y como ha venido
ocurriendo por nuestros días en varias partes del mundo. En las guerras contemporáneas –
en las que el ejército invasor lucha por el valor de cambio de sus acciones, y no por los
grandes ideales de antaño– el nivel de tensión entre las misiones para las que ha sido
entrenado el soldado y la subjetividad de la persona que encarna ese rol, debe ser aún
mucho más violento. Es presumible que instituciones sociales cuya función es
esencialmente represiva, son las que con mayor eficiencia deben consumar este proceso de
despersonalización, de aniquilamiento del yo por las pautas prescriptivas de conducta, con
las que se firma un contrato al asumir el rol-represor. Si no fuera así, ¿cómo explicar que
las fuerzas policiales de un país sean capaces de reprimir a su mismo pueblo; o que en una
situación bélica, miles de hombres sean capaces de acometer la acción de exterminarse
unos a los otros, aún cuando desde la dimensión cultural matar a otro ser humano quizás
pueda ser percibido por cada uno de ellos como un acto de barbarie? Sin duda, tan
complejos fenómenos algo tienen que ver con el proceso de automatización de la psiquis
de un individuo que ha sido entrenado para realizar una serie de funciones de un alto grado
de especialización. No obstante, los consabidos traumas de guerra son un buen ejemplo de
que la psiquis no siempre es lo suficientemente fuerte como para soportar esa violenta
disyunción entre la eficiencia que se espera del autómata, y el siempre inestable plano
emocional del sujeto.
En los meses de julio y agosto del año 2007, sucedió una exposición personal en el
espacio galerístico que ostenta el nombre de la capital cubana (Galería Habana), titulada
Carne de Cañón, cuya intención parecía orientada a provocar una subversión radical del
rol al interior de la estructura del Orden Militar. Con tal objetivo, el artista focalizaba su
estrategia desestabilizadora en uno de los signos más sensibles del sistema: el soldado, que
es la instancia donde el poder técnico-militar encarna en el sujeto. En esta muestra, Adonis
Flores (Cuba, 1971) exhibía por primara vez en conjunto –y en un espacio privilegiado del
circuito galerístico habanero– su serie Camuflajes.5 Si al interior de la lógica de
funcionamiento del Orden Militar el yo tiende a quedar reducido al rol –como se ha
explicado–, Flores intentaba desde el arte revocar el proceso: hacer que el sujeto-rol (el
soldado) quedara aniquilado esta vez por el sujeto-persona (el hombre). Para ello, la
invención metafórica6 cumplía una misión esencial: fracturar la estabilidad instituida entre
el signo-soldado y su horizonte de referencia más convencional. En la escena del arte
cubano contemporáneo, aquella propuesta de Flores significó un hecho de notable
originalidad y sagacidad artística. Su manera de abordar una temática tan espinosa y difícil
de manejar sin caer en el panfleto ideológico, lograba un juego metafórico de alto nivel
estético, capaz de producir disímiles corrimientos de sentido entre el signo-soldado (sujeto-
rol) y su referente normativo (las funciones que asociamos al mundo de lo militar).
En la serie Camuflajes, siempre desde una proyección autorreferencial,7 Adonis se hace
fotografiar vestido con un traje militar de camuflaje, llevando a cabo diversas acciones.
Algunas de las obras enfatizan precisamente la idea de que el soldado es un sujeto-rol cuya
autoconciencia ha sido programada por el orden técnico-militar para ejecutar con
efectividad sus intereses. En este sentido se pueden citar dos obras paradigmáticas:
Lenguaje (2005) y Tamiz (2005). En la primera, el soldado Flores nos muestra su lengua
también travestida de camuflaje. Tanto el título de la obra, como el órgano protagonista de
esta fotografía (la lengua), hacen explícita la idea de que los intereses del Sistema han
terminado por colonizar la psiquis del sujeto, en tanto el lenguaje, como estructura del
pensamiento, ya sólo habla mediante los códigos del camuflaje. Tamiz sería otra versión de
este efecto de colonización de la psiquis del sujeto por parte de la ideología del Sistema.
En esta foto vemos al soldado Flores luciendo unas gafas tapizadas de camuflaje, por tanto,
lo que se enfatiza en este caso es la alienación de la visión, una de las vías más potentes de
acceso a la experiencia empírica que posee el ser humano. Otro ejemplo interesante sería
Cazador (2006), foto en la que el soldado ha desarrollado una nariz canina, lo que alude a
que no sólo los sentidos pueden quedar enclaustrados en un filtro ideológico (los dos casos
anteriores), sino que también pueden ser desarrollados en la dimensión animal más
primaria, como es el caso del instinto depredador del hombre, simbolizado en la
potenciación del olfato.
En varios performances el procedimiento consiste en hacer desempeñar al soldado
Flores acciones que nada tienen que ver con el carácter, la disciplina, la marcialidad y la
(ir)racionalidad del Orden Militar, como por ejemplo: bailar hula-hula,8 jugar en un parque
de diversión infantil,9 o caminar por la calle usando unos binoculares hechos de rollos de
papel higiénico.10 Hay fotos donde el gesto de representación es más poético, como en
Oratoria (2007), en la cual un hermoso y colorido ramo de flores sale de la boca del
soldado: sutil guiño a la retórica engañosa de los bellos discursos…
Por cualquiera de las vías, el signo (soldado-sujeto-rol) es minado, detonado y
desmembrado al ser trocado en metáfora. El soldado Flores, al asumir poses y realizar
acciones más cercanas al comportamiento común de cualquier persona y, por tanto, mucho
más distantes del supuesto comportamiento de un militar profesional, induce un proceso de
desfamiliarización que hace inestable la relación entre el signo-soldado y su significado
más automatizado. El efecto de recepción implica la concientización de que a fin de
cuentas, el soldado es también un ser de carne y hueso, cuya conciencia, por más que
pretenda el Sistema que la programa, nunca será una configuración estable, sino un
incoagulable devenir existencial, como cualquier ser humano.
Uno de los grandes aciertos de Adonis Flores consiste en que al hacer actuar al sujeto
bajo la armadura del rol (el atuendo de camuflaje), escenifica una disyunción –del seno de
la cual resurge emancipado el hombre– entre la autoconciencia congelada del rol y el
devenir actuante de la conciencia humana. Así es como, emancipando al hombre de la
dictadura del rol, Adonis desenmascara una de las deformaciones más irracionales de las
generadas por la voluntad de poderío que sigue caracterizando a la civilización humana: el
hombre aniquilando al hombre mediante la técnica, en este ámbito devenida inteligencia de
exterminio. Y la prepotencia técnica del Orden Militar es un ejemplo elocuente del
sedimento histórico de esa voluntad de poderío que aspira a la dominación totalizadora.
Por tanto, diríamos que en Camuflajes el planteo metafórico se vuelve por excelencia una
acción de deconstrucción, que pone en crisis con cada obra la relación entre el sujeto-rol y
la autoconciencia programada para este por el Sistema.
En los meses de febrero y marzo de 2010 Adonis Flores realiza su segunda exposición
personal en Galería Habana, titulada Memorial.11 En esta nueva muestra la reflexión
estética retoma el rumbo de Camuflajes, pero con una variación importante en la ejecutoria
discursiva. Y cuando digo ejecutoria no me refiero a un cambio de medio de expresión.
Aquí siguen coexistiendo medios como la fotografía, el video-documentación de
performance, y la instalación. La diferencia a la que me refiero debe entenderse más bien
en el sentido de un cambio de procedimiento tropológico. Ya he dicho que en Camuflajes
es dominante el procedimiento metafórico, mientras que en Memorial el artista se desplaza
más hacia lo metonímico. En el caso específico de lo instalativo, se verifica una ganancia
de síntesis en la solución formal, algo que crea un efecto minimal en la apariencia visual
del artefacto.
Esta vez Adonis es mucho más económico, opta por la síntesis, no le regala información
al receptor, y por lo menos en las piezas instalativas, a excepción de dos de ellas
(Machacadores y Traje anticaída), su estrategia discursiva se desdobla en dos jugadas
bien ingeniosas. Primero, le insinúa al receptor un fragmento sígnico del universo temático
que le sigue interesando para que sea este quien establezca las conexiones, quien construya
intelectivamente el sistema de significación. Da la parte para que el receptor reproduzca el
todo. Segundo, ese fragmento (un objeto) le sirve para construir un artefacto que guarda
identidad analógica con otros ámbitos de lo real. Entonces la obra hay que leerla en dos
niveles: es necesario que el receptor establezca la conexión con el universo referencial al
que el objeto remite, y en un segundo nivel de asociación, este debe encontrar el punto
crítico sugerido por el artefacto, que funciona como la puerta de entrada al carnaval de la
subversión estética.
Dos obras son paradigmáticas en cuanto a lo que digo. Puntal (2009), como su nombre
lo indica, es una bota de cuero que se prolonga hasta el techo en forma de columna,
volviéndose en su extremo superior otra vez en una bota que pisa el techo de la galería.
Aquí la metonimia es clara: a partir del objeto bota (que es un componente representativo
del ajuar militar) reconstruimos de forma inmediata, por contigüidad, el referente temático
(lo militar, la guerra, la muerte, etc.), quedando varados en el umbral interpretativo que al
artista le conviene –pero esta es sólo la primera operación. La clave que dispara la
actividad connotativa nos la da la forma del artefacto más el título, los cuales aluden a
significados asociados a aquello que sostiene una estructura desde la verticalidad, lo firme,
lo fálico… etc. En efecto, el puntal es una especie de columna que se le añade a una
construcción en peligro de derrumbe, de manera que su función es estructural, pero como
soporte de apoyo, o de reemplazo, cuando el sistema estructural original amenaza con
venirse abajo. Si extrapolamos esta idea al ámbito social, tenemos que el Orden Militar
funciona muchas veces como el último sostén vertical de un sistema político que ha
comenzado a desestructurarse; circunstancias en las que el autoritarismo arbitrario y la
represión, suelen convertirse en los sustitutos de la institucionalidad cívica más elemental.
La otra pieza, titulada Crisálida (2008), consiste en una bota que se convierte en una
gran bolsa de cuero negro, que encierra a un cuerpo humano, al parecer mutilado, pues
posee una sola pierna. El relieve en el cuero de los brazos comprimidos contra el cuerpo, el
rostro anónimo que puja con sus pómulos contra la dureza del material, nos sitúan en el
plano de la violencia de la guerra, la angustia del encierro, la muerte, el anonimato… Y el
proceso de metamorfosis hacia otro estado de vida, de juventud y de belleza, al que remite
el símbolo crisálida, queda aquí trocado en una oscura metamorfosis de muerte: el destino
del soldado que es manipulado por la demagogia de los que ostentan el poder. En esta obra
asistimos a la cristalización de un concepto de alto nivel intelectual en una estructura
formal capaz de contener toda su explosividad, su vastedad connotativa, su poder
subversivo. Sin dudas, Crisálida es una obra mayor en el contexto del arte cubano
contemporáneo.
Machacadores (2005-2008) es una instalación que se aparta un poco del procedimiento
antes descrito. Se trata de un conjunto de diez artefactos para machacar carne, que tienen
grabados en la superficie que golpea, fragmentos de los Diez Mandamientos. Cuando se
observa la obra, se leen las frases en inglés y se repara en que se trata de fragmentos de los
Diez Mandamientos, la reflexión transita por la única hipótesis posible: la obra no deja
espacios para extravíos interpretativos. Pero otra vez la síntesis y la agudeza de la solución
expositiva, más la invitación a minar los cimientos teológico-metafísicos del pensamiento
represivo de la dominación, vuelven a ser méritos más que suficientes. En esta obra Adonis
discursa como un crítico radical de la metafísica onto-teológica: ciertamente, la verdadera
esencia de esos valores impuestos como fundamentos normativos de la existencia humana,
es represiva –empezando por Dios como el valor supremo por excelencia y siguiendo por
el resto de las variantes del valor fundamento. Los Diez Mandamientos han servido, parece
decirnos Adonis, para machacarle la carne a tantos seres inocentes a lo largo de un agónico
devenir histórico.
Por su parte, las fotografías de la serie Memorial también son un tanto más minimal y
conceptuales. Esta vez Adonis utiliza un residuo material de la consumación del destino
que el soldado pacta con el poder; el cráneo humano reproduciendo, cual mónada, al
destino pactado y consumado: la muerte. En estas fotografías el artista no pierde tiempo,
bloquea cualquier sombra de mediación ideológica con la que el poder suele encubrir el
destino-muerte (dígase la parafernalia retórica, la usura simbólica del ceremonial heroico,
glorioso, por ejemplo), para que nos retumbe en la conciencia la fría realidad: si te alistas,
sólo lograrás catalizar la realización de la única posibilidad pura de la existencia, lo único
que el ser no puede eludir –la muerte. ¿La finalidad del sacrificio? Servir a los intereses
casi siempre mezquinos del poder. Después, cada pieza abre su propio juego de sentidos.
En una obra de alto vuelo –Estrellado (2009) –, Flores arriba a un grado óptimo de
síntesis formal y potencia conceptual. La fotografía representa a un cráneo humano con un
agujero en la frente en forma de estrella. Aquí resulta muy productiva la ironía que emana
de la superposición de tres planos de significación: el título, que nos remite como mínimo
a tres ideas bien distintas; la polisemia del signo estrella en sus múltiples acepciones; y el
cráneo humano, que es utilizado en toda la serie como metonimia del destino-muerte.
Estrellado –participio del verbo estrellar–, alude a algo con forma de estrella, o a un vivero
de estrellas, es decir, un espacio en el que fulguran puntos luminosos; pero también el
estrellado es alguien que ha chocado de modo violento, ya sea contra una superficie dura,
un obstáculo difícil de vencer, o contra concepciones e ideas instituidas, y casi siempre con
consecuencias negativas tanto para la integridad física como psíquica del sujeto. La
estrella, además de ser un cuerpo celeste, es también un signo que indica los grados de
jefes y oficiales de las fuerzas armadas; un término que marca un destino (ha nacido con
buena estrella); una designación que indica talento, lucidez congénita, y también se le
llama estrella a una persona que sobresale en su profesión, en especial en la esfera del
espectáculo, ya sea artístico, deportivo, político, etc. –y estas son sólo algunas de las
acepciones del término. Por último, el cráneo humano, como ya se ha dicho, nos remite
directamente al destino pactado por el soldado (la muerte). En estas fotografías,
emergiendo siempre ante nuestra vista sobre un fondo negro, se carga con el cometido de
hacer irrumpir el vacío absoluto de la no-existencia. Si me detengo en describir la
multiplicidad de sentidos que se proyectan desde estos tres planos de significación, es para
llamar la atención sobre cómo una obra pensada y elaborada con gran economía de
recursos, es capaz de condensar tanta información, abriendo disímiles posibilidades
interpretativas.
Adonis Flores ha seguido trabajando la línea creativa ensayada en obras como
Crisálida, Puntal y Machacadores; piezas de un alto nivel de elaboración formal y
conceptual que se mueven entre lo instalativo y lo escultórico, en las que aflora su
formación como arquitecto. Son obras redondas –me gusta decir–, en el sentido de que la
organicidad lograda entre idea, título y concreción formal es total, sin fisuras ni desvaríos.
El ejemplo más reciente, que ilustra literalmente la redondez estética de la que hablo, es
Pelotón (2009-2013), la obra más imponente (no solo por su escala) de Malos pasos, la
última exposición personal del artista exhibida en Galería Habana (junio-julio 2014).
Como se infiere de su nombre, se trata de una gran pelota de unos 162 cm de diámetro, de
cuya superficie salen hacia afuera un cúmulo de botas militares a escala natural. Los
calzados de cuero negro no están adheridos a la esfera por la suela, por el contrario,
tenemos la sensación de que las botas salen de la gigante pelota, como si muchos pies
atravesaran su superficie de adentro hacia afuera. Además de parecer un enorme juguete –
un pelotón que uno pude mover hacia aquí y hacia allá, sentársele encima o lo que fuere–,
el artefacto me provoca la desolada visión de una especie de planeta poblado únicamente
de botas negras (ya sabemos a qué remite el signo); también, la bota como el único rostro
(y rastro) de seres anónimos, o como el único residuo del paso de esos seres por la
superficie global (algo así como las montañas de maletas y zapatos que se conservan en
Auschwitz). Y en el estricto sentido militar de la palabra, la obra es eso: un pelotón, una
pequeña unidad de infantería. La manera en que esa madeja de cuero negro se apropia del
espacio atrayendo hacia sí toda nuestra atención, cual maquinaria que amenaza con
aplastar todo lo viviente a su alrededor, atemorizando al mismo tiempo que fascinando, es
rotunda, excitante, adictiva...
En esta muestra vuelven a confluir los tres procedimientos creativos que han
caracterizado al trabajo de Adonis hasta la fecha: la fotografía manipulada digitalmente,
los objetos escultóricos, y el video-performance. En varias de las fotos así como en las
instalaciones escultóricas, el signo y el objeto protagónico es la bota militar; de ahí quizás
provenga el título de la exposición: ¿será que calzar unas botas militares (al menos
profesionalmente) conlleva a andar en malos pasos? Desde esta provocación es posible
entrar al juego metafórico que nos propone cada una de las obras, y salir con una arista
nueva del problema reverberando en nuestra mente.
Por ejemplo, en Bolas (2014) y Sándwich (2014), partiendo del objeto fetiche (la bota
militar) Adonis vuelve a construir peculiares artefactos. En el primer caso el calzado es
coronado con una protuberancia testicular, dos “bolas”, bien marcadas, delineadas y
ajustadas al cuero por los fuertes cordones. La escala del calzado es natural, mientras que
la estructura testicular está sobredimensionada. Sin embargo, si tomamos a la bota como
una proyección fálica, entonces todo estaría sobredimensionado, algo así como una escala
hipertrofiada de la potencia sexual masculina. Como debe estar infiriendo ya el lector, aquí
el juego de relevo entre lo metafórico (sustitución sígnica) y lo metonímico (el fragmento,
por contigüidad, aludiendo a su referente más englobante) es, también, de una gran
“potencia” connotativa. Primero, si decidimos asociar las dos consistentes “bolas” a los
testículos humanos, entonces la bota puede ser entendida también como una proyección
fálica, de lo cual resulta una singular metáfora: ese extraño cuerpo que sintetiza, o evoca,
de manera hiperbólica, la forma y figura de los atributos sexuales masculinos, se convierte
en una peculiar representación de lo que el imaginario del machismo popular considera
como las grandes virtudes del hombre, o más bien de la “hombría”. Virilidad, potencia,
verticalidad, fuerza, firmeza, resistencia, posesión, osadía, temeridad, gigantismo, etc.,
etc., etc. Ahora bien, no podemos olvidar que el signo “bota” nos proyecta hacia el
horizonte referencial de lo militar –y así quiere Adonis que suceda–, por tanto, para
completar, o ampliar la interpretación debemos establecer una correlación entre todos esos
atributos de la hombría que se acaban de mencionar, y un personaje muy singular, el
soldado. Entonces todos esos adjetivos estarían connotando también valentía, entrega,
fiereza, incondicionalidad, etc.; en resumen, esas dos “bolas” ceñidas a una bota serían
algo así como una metáfora de la manera en que el soldado es sometido a la presión
psicológica y social de los estereotipos de la ideología falocéntrica. El sujeto-rol como
víctima de la propia ideología que le produce. Esas son las contradicciones insolubles del
sistema.
De las piezas fotográficas no podría dejar de permitirme el gusto de comentar una obra
como Lima (2009).12 La imagen congelada de la foto nos muestra, bajo la blancura
transparente de un tutú, las espléndidas piernas de una bailarina, que en vez de las
tradicionales zapatillas, calzan un par de robustas botas militares. Y por si no fuera poco
semejante contraste perceptivo, la grácil bailarina ensaya sus delicados pasos sobre el tipo
de roca costera que la terminología popular ha dado en llamar “diente de perro”. En esta
obra Adonis contrapone dos horizontes de sentidos que en apariencia son bien distantes en
términos semánticos, pues no solemos asociarlos con facilidad: la bailarina connota
delicadeza, gracia, belleza, femineidad, artisticidad, etc.; mientras que las botas y el
“diente de perro” connotan lo rudo, lo tosco, lo hostil, lo árido, lo ordinario, lo feo, etc. Sin
embargo, emergen aquí oposiciones binarias de vieja data tales como cultura/naturaleza,
civilización/barbarie, por solo citar dos de las más representativas. En esta superposición
de sentidos connotados contrapuestos, podemos reconocer también la tesis de índole
político-filosófica de que todo documento de cultura encubre en su reverso a un documente
de barbarie. Ahora, si hacemos planear la interpretación más cercana a los signos
denotados en la imagen, entonces la bailarina puede cargarse con todos los significados
connotados por las botas y el “diente de perro”; y a su vez el soldado, que es evocado
metonímicamente por las botas, puede cargarse con todos los sentidos connotados por la
bailarina. Incluso si pensamos en nuestra Prima Ballerina Absoluta, ambas homologías
quedan perfectamente conciliadas. Alicia Alonso puede ser vista como una guerrera, que
contra el viento, la marea y el “diente de perro” insular, protagonizó y lideró la gesta de
fundación revolucionaria de una “escuela cubana de ballet”, de la cual aún ostenta su
trono. Otra vez parece que estamos frente a una obra inagotable, tan lírica como
subversiva, tan bella como problemática, tan paradójica, ambigua y difícil de esquematizar
como la vida misma.
En otro grupo de fotos es posible reconocer un nuevo procedimiento de manipulación
de la imagen, lo cual introduce un cambio metafórico en el tratamiento de la temática más
recurrente en la producción de Adonis, abriendo así una nueva y atendible perspectiva de
análisis de la problemática bélica. En fotografías como Homogéneo (2013), Box (2014) y
Leaks (2014), el creador opta por pixelar ciertas zonas de la imagen, como si se estuviera
intentando poner al descubierto el tejido que precede a la superficie de la materia
representada. Esto pudiera parecer una tautología, dado que se trata de fotos digitales, de
manera que lo percibido son imágenes compuestas obviamente por píxeles. Mas
estaríamos siendo ingenuos y superficiales si nos quedamos en ese umbral. Por el contrario
podemos optar por establecer como función semiótica que el píxel connota lo digital, lo
virtual, lo informático, la era de la tecnología electrónica. Y como es de conocimiento de
todos, la tecnología militar ya mutó hace décadas hacia esa plataforma de automatización
informática. Esa es precisamente la nueva problemática que introduce Adonis Flores en
estas obras. El enfrentamiento entre lo real y lo virtual, o la desdibujación de las fronteras
entre un ámbito y otro. La guerra real y la guerra virtual, las armas tradicionales y las
armas virtuales.13 ¿Cómo se conjugan, imbrican, autoproducen, ambas dimensiones?
¿Cómo nos defendemos de un enemigo que no tiene rostro? ¿A quién culpar directamente
por la ejecución de un bombardeo que lleva a cabo un avión no tripulado, dirigido a miles
de kilómetros de distancia? ¿Será que el soldado tradicional comienza a extinguirse, dando
paso a los expertos que operan las armas desde laboratorios informáticos? ¿O incluso en un
futuro no muy lejano llegarán a existir los invencibles androides, recreados en tantas
películas de ciencia ficción?
Lo cierto es que el soldado Flores comienza también a mutar, la epidermis de su
aguerrido rostro comienza a disfrazarse, a desdibujar su identidad, a hacerse homogéneo
cual reptil que asume el camuflaje de la tecnología digital, para así sobrevivir, adaptarse al
medio, y simular una vez más la eterna simulación. Y Adonis Flores, como todo buen
artista, vuelve a encontrar un resquicio fértil desde el cual seguir reflexionando sobre tan
árida temática.

Última actualización: julio de 2014.


Notas

1
Crítico de arte y profesor de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Ha obtenido
en tres ocasiones el Premio de Crítica de Arte Guy Pérez Cisneros, que otorga el Consejo Nacional de las
Artes Plásticas de Cuba.
2
Daniel Bell: Las contradicciones culturales del capitalismo. Edición Mexicana de Alianza Editorial
S.A., 1989, p. 98. Hacia mediados de la década de 1970 Daniel Bell perfilaba una teoría sociológica sobre la
constitución histórica de un nuevo tipo de sociedad (El advenimiento de la sociedad post-industrial) y, sobre
las disyunciones entre los ámbitos de la estructura social, la cultura y el orden político que caracteriza a dicha
sociedad post-industrial (Las contradicciones culturales del capitalismo). A pesar de que comparto algunas
de las críticas a determinadas tesis de este pensador –considerado una de las figuras más influyentes del
neoconservadurismo norteamericano–, efectuadas sobre todo por teóricos marxistas en el horizonte del
debate modernidad versus posmodernidad; considero que su conceptualización sociológica de índole macro-
estructural, sobre las transformaciones experimentadas durante el pasado siglo XX por las sociedades
occidentales desarrolladas (en especial la norteamericana), sigue siendo atendible y útil para la comprensión
de fenómenos y problemáticas que no han perdido ni su complejidad ni su actualidad.
3
Ob., cit., p. 98.
4
Para Daniel Bell «un rol es un aspecto segmentado de la actividad diaria de un individuo. No es un
conjunto formalmente definido de responsabilidades (como lo es un rango o un cargo), sino un conjunto de
pautas prescriptivas de conducta definidas por el uso social». Ob., cit., p. 98.
6
Como se sabe, el procedimiento metafórico consigue desplazamientos de sentido al inducir asociaciones
sígnicas poco convencionalizadas, lo cual siempre es una operatoria de desfamiliarización tanto al interior
del signo mismo (entre significante y significado), como del signo con respecto a su horizonte referencial
más automatizado.
7
En el año 1989 Adonis Flores se encontraba cumpliendo con su servicio militar y fue enviado como
soldado a Angola, por lo que la motivación de esta serie parte de una experiencia personal.
8
Se trata de un video titulado Honras fúnebres (2007, 3 min.), en el que vemos al soldado Flores bailar al
hula-hula con un aro decorado con flores rojas y amarillas cual corona funeraria.
9
Divertimento, 2006 (performance en el que el artista pasa un día completo montando en los aparatos de
diversión de un parque infantil).
10
Visionario, 2006 (este performance el artista lo realiza en dos ciudades canadienses, Toronto y
Kitchener; y en Nottingham, Inglaterra). Aquí el blanco de la burla es una de las patologías más recurrentes
de los regímenes totalitarios y represivos, a saber: la paranoia. Los dos rollos de papel higiénico, que simulan
ser binoculares, desencadenan un juego de sentido muy sutil: ¿será que todo acto de vigilancia es también un
acto de higiene, en la doble perspectiva de detectar para luego limpiar (eliminar) todo aquello que sea
codificado como desecho por el Sistema?
11
Dicha muestra obtuvo el premio de Curaduría 2011, que otorga el Consejo Nacional de las Artes
Plásticas, en la categoría de Exposición Personal.
12
La obra fue realizada específicamente para la muestra homenaje a Alicia Alonso, MagnanMetz Gallery,
Nueva York, 2 al 12 de junio de 2010.
13
En la exposición hay dos obras que aluden a ambos tipos de modalidad de armas. Granada (2011-
2013), sería del tipo tradicional. La invención formal de Adonis de darle al proyectil el aspecto de una encía
humana llena de dientes, nos induce a reflexionar desde una perspectiva más antropológica: ¿es innata, o
cultural, la vocación que tienen los seres humanos de agredirse unos a los otros? Por su parte, en Leaks se
trata de una metáfora más subliminal. El título de la obra nos induce a leer la sangre como un tipo de
filtración, que al estar el fluido pixelado, lo podemos asociar a una filtración de tipo digital. Caemos entonces
en el terreno de la información, del espionaje, del “hackeo” informático, de la ciberguerra, de las nuevas
armas virtuales.

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