Está en la página 1de 9

Facultad de Letras y Comunicación

Reflexiones teóricas: El mito de Narciso en el siglo XXI


puesto en diálogo

Daniel Jair Alcaraz Michel

Materia
Fundamentos de Teoría y Crítica Literaria

Maestra
Dra. Lilia Leticia García Peña

Colima, Col., México, septiembre 2019


En el capítulo dedicado a la política de la amnesia, Terry Eagleton define la teoría
como “una reflexión razonablemente sistemática sobre las suposiciones que nos
orientan” (Eagleton, 2005, pp.13 -14). La operatividad que ofrece esta definición
consigue elevar el concepto de teoría al nivel de categoría. Diseccionando los
elementos que componen a dicha definición es posible identificar los cuatro
elementos principales que la componen: definición sistemática sobre suposiciones
orientativas.

He decidido comenzar este breve ensayo de esta forma por dos razones. La
primera, para traer a la luz un texto sumamente vigente al que regresaré a lo largo
del desarrollo de estas consideraciones y la segunda, pero no menos importante,
por la valía didáctica que encuentro en retomar una definición categórica de la
noción de teoría.

Ahora bien ¿Cuál es la necesidad de poder movilizar esta categoría? La


respuesta se encuentra en la problemática que pretendo desarrollar. Esta
problemática es literaria, psicológica, social, cultural, simbólica, personal, colectiva
e individual. Aunado a todos los adjetivos anteriores, también puedo constatar de
que se trata de una problemática de nuestra cotidianeidad. Tomando en cuenta lo
dicho anteriormente, la problemática de estudio se despliega en las manifestaciones
de una identidad contemporánea hedonista cuyo combustible narcisista se sustenta
en una de las estructuras cuyo excedente de sentido se ha desbordado a lo largo y
ancho del espacio sociocultural del ser humano, me refiero en específico a la
estructura mítica.

Para efectos prácticos dejaré constancia general de la metodología que


pretendo en el desarrollo de este ensayo. Partiré desde una plataforma mítica desde
la cual considero que se puede desarrollar un dialogo con el resto de plataformas
teóricas, desarrollando de este modo consideraciones que involucren al mundo de
lo simbólico, lo cultural, el imaginario social, así como la identidad y un último fin de
individualización.

De tal modo, la primera parada que contempla estas consideraciones gira en


torno a la noción de mito. ¿Cuál es la importancia de la categoría de mito a la hora
de explorar la problemática de una identidad con rasgos narcisistas? No voy a
extenderme en esta ocasión en discutir la gran variedad de vertientes que una
consideración sobre el mito puede ofrecer, sino que me limitaré a exponer la
capacidad de fundamentar del mito. El mito, dicho en este sentido, no explica las
razones del mundo y del ser humano como erróneamente se dice durante los años
de educación básica. El mito, por otro lado, fundamenta. El sentido del mito se
encuentra dentro de su relato y no fuera de él. Como bien puntualiza Kerenyi “no
contesta a la pregunta «¿por qué?», sino más bien «¿de dónde?»” (Kerenyi, 2004,
p. 21). Esta función cuasi instaurativa del mito permite a su relato perdurar no solo
en un sentido artístico, sino también cultural, así como histórico y social. Es así
como podemos visualizar la evolución de una cultura contemporánea que ha
evolucionado insidiosamente viviendo a través de la dinámica de los mitos que la
fundamentan. Gilbert Durand visualiza este fenómeno exponiendo “Y vemos como
Sísifo, y sobre todo Dionisos sustituyen progresivamente a Prometeo e invaden el
escenario mitológico conforme va menguando el favor ideológico de este último.”
(Durand, 1993, p.33). No obstante, como mencioné al inicio de este texto, la
manifestación del plano mítico en la noción de identidad contemporánea no se
detiene en el hedonismo al que hace referencia Durand. Existe un corpus de
teóricos bastante respetables, entre los que se encuentra el mismo Eagleton,
Castells, Lipovetsky, entre otros, quienes coinciden que la manifestación de Narciso
es la dominante en los tiempos que nos ocupan.

¿Cómo es que Narciso se ha infiltrado en nuestro imaginario social? ¿Cuál


ha sido el camino que le ha llevado a fundamentar gran parte de nuestras
identidades?

Tratar de responder a estar peguntas presumiendo de una verdad universal


sería un atrevimiento sino es que una mentira. No obstante, me gustaría abordar
este fenómeno desde una óptica que se deriva del lenguaje que sustenta a los
mitos: lo simbólico.

Si bien los mitos y los símbolos comparten el mismo lenguaje simbólico, cabe
puntualizar que ambos tienen dinámicas de creación, reforzamiento y destrucción
diferentes. No encuentro mejor ejemplo para demostrar esta dinámica que el que
Paul Ricoeur utiliza en “Hermenéutica de los símbolos y reflexión filosófica I”

El mundo de los mitos, mucho más que el de los símbolos primarios, no es


un mundo tranquilo y reconciliado. Los mitos no han dejado de luchar entre
ellos. Todo mito es iconoclasta con respeto a otro; así como todo símbolo
librado a sí mismo tiende a fortalecerse, a ampliarse, a solidificarse en una
idolatría. Es necesario, entonces, participar de esa lucha, de esa dinámica
por la cual el simbolismo está sometido a su propia superación. (Ricoeur,
2003, p. 267)

Esta dinámica de lo simbólico se manifiesta en un velo de opacidad a causa de su


propia naturaleza. Al estar estrechamente relacionado con lo imaginario, lo
simbólico se instaura en aquellos campos de los procesos mentales afines a los del
espíritu objetivo del ser humano. ¿Cómo se manifiesta esto en el aparato cultural?

Para responder a esta pregunta retomo las consideraciones que Lotman


realizó acerca del símbolo en un sistema cultural cuando hace referencia a dos
características fundamentales del mismo: lo arcaico y la verticalidad diacrónica.
Gracias a esta cualidad arcaica los símbolos – que en su conjunto tienen la
posibilidad de establecer estructuras míticas -, pueden perdurar a lo largo de lo que
Lotman denomina como continuum cultural. Por otro lado, la verticalidad diacrónica
del símbolo en el aparato cultural es la característica que me permite cruzar el
puente hacia el terreno de lo imaginario y lo instaurativo. Lotman define esta
cualidad de la siguiente manera:

“El símbolo nunca pertenece a un corte sincrónico determinado de la cultura


– siempre lo atraviesa verticalmente viene del pasado, y se va a al porvenir.
La memoria del símbolo es más antigua que la de su contexto textual no
simbólico.” (Lotman, 2002, p.4)
Al hacerse de la noción de un símbolo cuya memoria es más antigua que su
contexto no simbólico, es posible comenzar a develar uno de los mecanismos que
ha permitido a las manifestaciones simbólicas del mito de Narciso incrustarse con
tanta fuerza en el aparato cultural del ser humano contemporáneo.

Hasta el momento ha sido posible hacer una revisión de estas


manifestaciones desde una perspectiva velada, opaca de cierto modo, tanto así que
es posible pensar que existe una distancia enorme entre la instauración de Narciso
y la cotidianidad del siglo XXI. No obstante, a través de la categoría de “Imaginario
Social” de Cornelius Castoriadis se puede empezar a constatar que, de un modo u
otro, todos somos Narciso.

Haciéndome eco de la urgencia que tiene Castoriadis y que más delante


retoma Fressard por esclarecer el término, siento la necesidad de reafirmar que la
categoría de imaginario social no se explica en el mismo sentido que lo ficticio o lo
especular como lo menciona Castoriadis, ni lo ideológico o de mentalidad, como lo
dice Fressard. Siguiendo la línea de Fressard, este hace una síntesis magistral del
trabajo de Castoriadis cuando define el imaginario social como:

“un magma de significaciones sociales” encarnadas en instituciones. Como


tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en
la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de
pensar” (Fressard, 2006, p. 1)

A través de la categoría de imaginario social es posible visualizar una dinámica en


la que el mito de narciso, a través de su propia dinámica de creación y reforzamiento
ha ido extendido sus influencias simbólicas hacia el sistema cultural occidental
reforzando un imaginario social encarnado en instituciones que no se encuentran
exentas de emanar este potencial simbólico. Podría pensarse que el narcisismo es
un problema propio de los procesos de individualización de la sociedad; pero como
se verá más adelante, incluso una individualización extrema puede generar
colectividades.
¿En qué sentido se despliega esta problemática en el campo de lo social? Es
posible aproximarse a esta respuesta a través de la noción que expone Fressard
sobre la sociedad al decir que una sociedad es:

Un conjunto de significaciones sociales encarnadas en instituciones que las


animan. Las significaciones, que introducen en esto la dimensión simbólica,
son calificadas como imaginarias, pero, según Castoriadis, el imaginario,
como potencia de instruir y alterar, es anterior a lo simbólico. (Fressard,
2006, p.1)

Para fines del desarrollo de estas consideraciones es sumamente importante hacer


énfasis en la calificación “imaginaria” que Castoriadis les adjudica a estas
instituciones sociales. Ya que, siendo imaginarias, se relacionan estrechamente con
la noción de un espíritu objetivo, mientras que, a su vez, son también invención del
ser humano. Dice Fressard “Las significaciones sociales, por lo tanto, no son
naturales ni (completamente) racionales.

En el marco de la calificación imaginaria de las instituciones sociales de


Castoriadis, recuperando a la vez ese sentido de espíritu objetivo es posible ligar
esta percepción hacia la noción de una institución imaginaria instaurativa o
fundamentalista. Gracias a los estudios del antropólogo de la cultura Gilbert Durand
y su desarrollo de la noción de “mitocrítica” se abre una vertiente hacia la
comprensión de estas instituciones imaginarias a un nivel imperativo. Dicho de otro
modo, las instituciones sociales edificadas por el ser humano pueden llegar a
emanar contenidos imaginarios o simbólicos y perpetuar así la dinámica del mito.
Es por eso que hoy Narciso es más fuerte que nunca. Durand nos describe el
funcionamiento de estas estructuras míticas de la siguiente manera:

La obra de arte, el sistema filosófico, el sistema religioso – y podemos añadir


el sistema de las instituciones sociales -, constituyen unos paradigmas de
alta frecuencia simbólica (…) Para resumirme, podría decir, llamando míticas
a estas altas construcciones del imaginario, que es la mitología la que resulta
ser el perfeccionamiento de la génesis del símbolo. (Durand, 1993, pp. 25 -
26)
Cuando estas manifestaciones simbólico – míticas se encuentran arraigadas tanto
en nuestro aparato cultural como en el sistema de las instituciones sociales, no
sorprende descubrir que su influencia se ha filtrado hasta el nivel de la conformación
de la identidad. En este sentido, es importante recuperar que, tratándose de
Narcisos, se podría pensar en una identidad completamente individual, ajena al
resto de espectadores; pero la posmodernidad ha podido mostrarnos que inclusive
en nuestra reclusión narcisista nunca estamos completamente solos.

Siguiendo la metodología de este desarrollo teórico me gustaría ofrecer la


definición que Castells ofrece de la categoría de identidad al describirla como: “el
proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto
relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las
fuentes de sentido.” (Castells, 2004, p. 28). El sentido desde esta óptica puede
definirse también como “la identificación simbólica que realiza un actor social del
objetivo de su acción.” (Castells, 2004, p. 29).

Cabe destacar que durante las consideraciones de Castells s e hace énfasis


en el hecho de que un individuo puede tener una pluralidad de identidades y que en
ellas existe una tensión, además de ser todas -desde una perspectiva sociológica-,
construidas. Es en este punto cuando ligo todas las consideraciones sociales,
culturales, simbólicas y míticas de la noción de un Narciso contemporáneo a la
construcción de la identidad predominante en el siglo XXI.

Ahora bien ¿En qué punto nos deja esta situación? ¿Cuál es la dinámica
social-mítica del Narciso contemporáneo? En mi opinión esta se presenta a través
de una paradoja. El Narciso, individual, absorto en sí mismo, solo con la intención
de lograr la gratificación individual ha encontrado la forma de transformar ese
individualismo en una identidad colectiva, en una cultura del narcisismo. Mire a
donde se mire estamos cada vez más aislados, pero con más capacidad que nunca
de observar y experimentar el aislamiento del otro. La vida se ha vuelto un mar de
significaciones que refleja en sus aguas la vida del otro que observamos. Esto lo
analiza de forma sublime Lipovetsky en La era del vacío.
A través de las consideraciones de Lipovetsky es como este ensayo entra en
su última recta; destacando la importancia de reconocer que nos encontramos con
ambos pies dentro de la segunda revolución individualista occidental. El recorrido
hecho a través de las perspectivas de lo social, lo cultural, lo simbólico y lo mítico
han permitido establecer una plataforma teórica desde la cual se puede dar una
interpretación integral al fenómeno del Narciso en el siglo XXI.

Más que ofrecer respuestas claras, este articulo pretende fomentar la


formulación de más preguntas que ameriten el desarrollo de consideraciones
teóricas más elaboradas. Considero que Eagleton tiene razón en las siguientes
afirmaciones que hace con respecto al estado de la teoría en la actualidad. Al
referirse a pararse en pies de gigantes: “La generación posterior a la de estas figuras
innovadoras hizo lo que las generaciones posteriores hacen habitualmente.
Desarrollaron las ideas originales, las ampliaron, las criticaron y las aplicaron”
(Eagleton, 2005, p. 14). Al referirse a las dificultades de la teoría contemporánea:
“Pero la nueva generación no presentó ningún cuerpo comparable de ideas propias.
La generación anterior había resultado ser un difícil ejemplo a seguir” (Eagleton,
2005, p. 15). Pero sobre todo coincido con la forma en la que él propone enfrentar
el porvenir de la teoría:

La historia de la humanidad es hoy día en su mayor parte


poscolectivista como postindividualista; y aunque esto suene vacuo,
también puede ofrecer alguna posibilidad. Debemos imaginar nuevas
formas de pertenencia, que en un mundo como el que vivimos seguro
serán múltiples en lugar de monolíticas. (Eagleton, 2005. p. 32)

Considero que en el caso de Narciso en el siglo XXI no basta con estudiar la longitud
de sus dedos o lo profundo de su indiferencia. Probablemente la pregunta que
deberíamos de buscar gire en torno a encontrar la manera de mirarlo directamente
a los ojos y no parpadear al hacerlo.
Bibliografía
Castells, M. (2004). La era de la información. México: Siglo XXI .

Durand, G. (1993). El símbolo y el mito. In G. Durand, De la mitocrítica al


mitoanálisis: figuras míticas y aspectos de la obra (pp. 17-38). Barcelona:
Anthropos.

Eagleton, T. (2005). La política de la amnesia. In T. Eagleton, Despúés de la teoría


(pp. 13-35). Barcelona: Cultura Libre.

Fressard, O. (2006). El imaginario social o la potencia de inventar de los pueblos.


Traversales, 1 - 4.

Jung, C., & Kerenyi, K. (2004). Introducción a la escencia de la mitología. Madrid:


Ediciones Siruela.

Lotman, Y. (2002). El símbolo en el sistema de la cultura. Forma y Función.

Ricoeur, P. (2003). Hermenéutica y reflexión de los símbolos I. In P. Ricoeur, El


conflicto de las interpretaciones: Ensayos de Hermenéutica (pp. 261-287).
Buenos Aires: Fondo de Cultura Economica.

También podría gustarte