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Kraepelin

Constituye uno de los principales exponentes del paradigma de las enfermedades mentales y
pertenece a la escuela alemana. Su obra capital es el Tratado de Psiquiatría publicado en ocho
ediciones, en el cual se constatan los esfuerzos por construir un sólido edificio nosográfico.

En las primeras ediciones nos presenta una clasificación sinromática, y por lo tanto más
cercana a la clínica sincrónica, y, a su vez, a la clínica diacrónica, en la medida en que establece
distinciones entre estados agudos, crónicos y degenerativos.

Más adelante, a partir de su cuarta edición (1893), retoma los tres parámetros que Krafft-
Ebbing estableció como criterio nosológico: la anatomía patológica, la etiología y la clínica.
Inspirandose en Kahlbaum y Falret, Kraepelin realiza una modificación esencial en el plano de
la concepción de la clínica, la cual pasa a ser concebida como entidad clínica-evolutiva,
eliminando definitivamente de su obra las elaboraciones de los primeros alienistas.

La sexta edición (1899) constituye un corte en su Tratado; sus concepciones alcanzan una gran
difusión y logran imponerse en la psiquiatría de su época. Agrupa trece clases nosofgrátficas de
enfermedades teniendo en cuenta los siguientes criterios: etiológico, clínico-evolutivo y
psicopatológico-descriptivo.

Respecto del criterio etiológico, si bien la causa siempre es considerada orgánica, Kraepelin
distingue las enfermedades mentales de acuerdo a la incidencia de factores exógenos
(resultado de alteraciones tóxicas, infecciones o traumatismos) o de factores endógenos
(producto de una condición intrínseca del sistema nervioso). La noción de endogenicidad es el
criterio ordenador de la nosografía, que sin embargo oculta un desconocimiento de las causas
precisas reales de la afección mental. Fiel al espíritu positivista, dejó para el futuro investigar
en qué consistía el origen de las enfermedades mentales. La falta de datos etiopatogénicos
certeros en gran parte de los casos hizo que el autor apele a la perspectiva clínico-evolutiva,
bajo la premisa de que marchas clínicas similares permitían inferir causas análogas.

El criterio clínico-evolutivo considera los índices semiológicos característicos de las


enfermedades mentales, su distribución secuencial en el tiempo y la forma de terminación. A
fin de establecer un diagnóstico diferencial, Kraepelin distingue síntomas fundamentales y
accesorios.

Los síntomas fundamentales son propios, específicos, distintivos de cada entidad mórbida y, a
su vez, son permanentes; es decir: se encuentran presentes a lo largo de toda su evolución y se
expresan más claramente en la fase terminal. En función de esto último, y sin dejar de
privilegiar la marcha de la enfermedad Kraepelin otorga especial importancia al estado
terminal, ya que el mismo puede ser anunciado por los signos del inicio. En este punto se
diferencia de Falret, quien da mayor relevancia a la secuencia y sucesión de las fases.

Los síntomas accesorios son manifestaciones más incidentales y transitorias; es decir, no se


presentan durante todo el curso dela enfermedad, de allí que no se pueda establecer un
diagnóstico diferencial a partir de ellos. Son los síntomas que colorean el cuadro; suelen ser los
más llamativos y permiten distinguir las formas clínicas.

La caracterización clínico-evolutiva se funda en el análisis de los desórdenes que se presentan


en las diferentes esferas de la personalidad, convirtiendo al criterio psicopatológico-
descriptivo en uno de los vectores en los que se basa la clasificación. Este criterio es utilizado
solo a fines descriptivos, teniendo en cuenta las facultades mentales afectadas en cada
enfermedad. Vale aclarar que lo psicopatológico no se refiere a ninguna hipótesis causal
específica.

A lo largo de las distintas ediciones de su Tratado, su observación detallista y su pasión


clasificatoria lo llevarán a describir múltiples enfermedades mentales de las cuales
abordaremos las tres principales: Paranoia, Demencia Precoz y Parafrenia. Estas tres categorías
clínicas que heredamos de Kraepelin son distintos modos de presentación de lo que, a partir
de Freud, se nombrará como psicosis, y que encontramos hoy en día en nuestra práctica.

En la octava edición (1909-1913), Kraepelin propone un ordenamiento clasificatorio de los


cuadros clínicos mencionados basándose en la escala de los delirios y su evolución terminal.
Podríamos describir dos extremos y un grupo central. En un extremo, la paranoia en sentido
estricto: delirio crónico sistematizado sin debilitamiento psíquico; en otro extremo, la
demencia precoz, con una definición muy restringida, es decir: limitada en su extensión, como
un grupo único de procesos demenciales, cuyos síntomas fundamentales son el repliegue
afectivo, la afección de la voluntad, la perturbación del curso del pensamiento y la pérdida de
la unidad interior. Es destacable que considera los síntomas accesorios a las alucinaciones y a
las ideas delirantes. Estas últimas son síntomas móviles, polimorfos y fugaces que nunca llegan
a conformar un delirio. Le otorga un carácter nuclear a la forma hebefrénica, sucedida por al
forma catatónica y la paranoide. Además, ubica en primer plano a los síntomas corporales y a
las consecuencias de la perturbación de la voluntad. Entre estos dos extremos encontramos el
grupo central constituido por las parafrenias, en el que se presentan delirios crónicos donde
“hasta los últimos períodos de la enfermedad no aparecen ese embotamiento y esa
indiferencia que tan frecuentemente constituyen los primeros síntomas de la demencia
precoz”. El grupo está compuesto por cuatro formas: sistemática, expansiva, confabulatoria y
fantástica.

CONTINUAR CON PARANOIA, ETC.

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