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PARANOIA1
Un gran número de psiquiatras alemanes designan con el término de
paranoia a todas las enfermedades mentales funcionales en el curso de las
cuales el trastorno esencial o exclusivo concierne a la capacidad de juicio. Es la
instalación de ideas delirantes o de ilusiones sensoriales que caracteriza a la
enfermedad. Los fundamentos de este concepto residen en su historia misma.
A continuación de los últimos trabajos de Griesinger se consideró la locura
sistematizada como la consecuencia de un trastorno afectivo anterior. Son las
investigaciones de Snell, Westphal y Sander las que primeramente condujeron
la distinción de una forma ―primaria‖ de locura sistematizada. Bajo la
influencia de estos progresos considerables, hemos sido llevados a considerar
esta nueva entidad nosográfica como un daño primario del juicio por
oposición a la manía o la melancolía donde los trastornos son ante todo de
orden afectivo. Así, los movimientos afectivos que se observan a veces en el
primer caso, serían finalmente secundarios a las representaciones delirantes y a
las ilusiones sensoriales, en tanto que puede pensarse que la aparición de
trastornos del juicio en el curso de las enfermedades afectivas es una
consecuencia de un trastorno primitivo del humor, que puede ser triste o
alegre.
Entonces, para el diagnóstico de algunos estados, era más importante
saber si los trastornos del humor o del juicio habían aparecido desde el
comienzo o, por el contrario, durante la evolución de la enfermedad. La
hipótesis primera de Westphal según la cual existiría una evolución aguda de la
locura sistematizada, con restitución ad integrum, fue particularmente funesta
para el desarrollo ulterior de la psiquiatría clínica. Cramer y Ziehen
recientemente sacaron partido de los últimos avances de esta doctrina. Debido
al desplazamiento de los conceptos originales, que sólo valían para los estados
crónicos e incurables, resultó considerablemente reforzada una nosografía la
que sólo se basa en síntomas superficiales. Así, como la evolución de la
enfermedad no era determinante, sólo persistían como signos característicos
los trastornos del juicio, las ideas delirantes, las ilusiones sensoriales.
Fue necesario, entonces, ligar a la locura sistematizada una serie de cuadros
que, clínicamente, no tenían el menor parentesco con el concepto original, es
decir: la amencia, los delirios alcohólicos y muchos otros estados patológicos
que pertenecen sin ninguna duda a la demencia precoz o a la locura maníaca
1El término Verrucktheit fue traducido por locura sistematizada y no por delirio sistematizado que evocaría una
noción francesa de la misma época pero de sentido ligeramente diferente.
depresiva. ¡Es así que se podía hablar, inocentemente, de paranoia periódica!
Es inútil que me extienda más aquí para decir que tengo como totalmente
errónea la evolución del concepto de paranoia. Ella nos confronta muy
particularmente con los errores fundamentales de la psiquiatría alemana de los
últimos decenios, que se basa únicamente sobre los síntomas y que delimita
entidades nosográficas a partir de hipótesis sofisticadas. En realidad, la
hipótesis de base que consiste en oponer los trastornos del juicio a los
trastornos afectivos, es únicamente de orden psicológico y no de orden
clínico. De hecho, en el interior de los cuadros clínicos que vemos, estos dos
tipos de trastornos están estrechamente intrincados. Aquél que tiene la idea de
establecer la clasificación según una cronología de los síntomas, intenta
forzosamente apoyarse sobre el modelo bien conocido del cuadro de la
parálisis general. Gracias a este ejemplo claro, del cual la nosografía clínica no
quiere, sin embargo, saber nada, parece evidente que las ideas delirantes y las
ilusiones sensoriales no son más específicas que los estados de excitación o los
trastornos del humor. Asimismo, tenemos aún muchas cosas que aprender de
la demencia precoz y la psicosis maníaco-depresiva, a condición de no
cortarnos el camino con suposiciones estereotipadas. Es por lo cual, hasta
aquí, todo intento de delimitación del grupo de la paranoia, y de distinción de
ésta respecto de otras enfermedades mentales, llegó regularmente a la
conclusión que habían numerosas formas mixtas o de transición, -lo cual
dejaba sin aire a la noción misma de paranoia- o incluso de pasaje hacia las
psicosis afectivas –que son, sin embargo, fundamentalmente diferentes. De
esta manera, el único elemento que está en la base de nuestro concepto actual
de paranoia, es decir, la oposición entre enfermedades del juicio y
enfermedades afectivas, no tiene más razón de ser. Sin embargo, no dudo que
la desesperanza de no llegar jamás a un esclarecimiento en este dominio sea en
parte responsable de la falta de motivación general de los progresos de la
psiquiatría clínica. Por otra parte ¿de qué serviría, entonces, el
desmenuzamiento de las enfermedades del juicio en sus múltiples
combinaciones posibles, si esto no nos permitiera decir que el enfermo curará
de eso, que tendrá accesos periódicos o que quedará definitivamente idiota2 o
loco, para emplear los términos corrientes? El diagnóstico debe permitirnos
responder estas preguntas fundamentales de manera satisfactoria o, al menos,
esclarecer las perspectivas pronosticas. Es justamente inadmisible que los
estudios sobre la paranoia –enfermedad universalmente extendida y que
constituye, para algunos psiquiatras, del 70% al 80% de todas las
enfermedades mentales- no hayan hecho el menor adelanto. Sabemos, al
menos, que en todas las formas de enfermedad mental, sean ellas de buen o
mal pronóstico, agudas o periódicas, pueden aparecer ideas delirantes e
ilusiones sensoriales. En consecuencia, estas ideas o estas ilusiones no
permiten en ningún caso prever la evolución de la enfermedad.
2Traducimos aquí scwachsinning por idiota (literalmente: débil de espíritu.
*Dificultad en la articulación de las palabras.
Y sin embargo, el mejor medio de apreciar las características de una
enfermedad, es observar su evolución y desenlace. El conocimiento que
teníamos de la parálisis general era inicialmente empírico, tanto que se la
diagnosticaba en todos los enfermos que presentaban una disartria* o
trastornos paralíticos. Ante un grupo de casos que tienen el mismo resultado
final estaremos, entonces, en condiciones no sólo de distinguir
particularidades clínicas en el interior de cada caso, sino aún en apreciar más
finamente el pronóstico de otros casos análogos. Así, hoy somos capaces de
diferenciar, en la mayor parte de los casos, la excitación en el curso de una
parálisis general, de los signos psíquicos de los estados maníacos o
catatónicos, tan parecidos sin embargo; de establecer un diagnóstico
evolutivo, a partir de signos característicos, de la locura circular (de evolución
periódica) o del estupor catatónico (de agravación progresiva); de apreciar
exactamente la significación pronostica de los estados depresivos, ya sean
inaugurales de una parálisis general, de una melancolía, de una demencia
precoz, de una psicosis maníaco-depresiva. En la práctica, nuestras
previsiones no serán siempre justas, por supuesto, pero al menos no serán con
frecuencia falsas. Como siempre, es la historia de cada caso particular lo que
llevará verdaderamente estas cosas a su esclarecimiento. Todo eso vendrá a
confirmar y a rectificar nuestra concepción, que opone las cosas esenciales de
una parte de aquellas que son accesorias o debidas a coincidencias, por otra.
Por el contrario, un diagnóstico que renuncia a este aspecto esencial y que se
contenta con describir ciertos signos patológicos, no puede ser aceptado.
Aquél que hoy se contenta con etiquetar como paranoia cualquier psicosis en
la que dominan los trastornos del juicio, jamás aprenderá más nada de sus
observaciones ulteriores. Como su diagnóstico no contiene nada, cosa que
cualquiera puede adivinar, el porvenir no podrá decepcionarlo pero tampoco
le aportará nada.
segundo plano respecto de las interpretaciones e intuiciones delirantes. La debilidad de espíritu que muy
rápidamente entra a formar parte del cuadro se traduce por el aspecto absurdo de las ideas delirantes que,
muy rápidamente, no tienen nada de verosímiles. Los enfermos dejan, absolutamente, de ser opositores, no
experimentan, en lo más mínimo, la necesidad de hacer corresponder su delirio con la visión del mundo que
tenían hasta ese momento. La marcha de su pensamiento es confusa e incoherente. En la paranoia, al
contrario, el delirio es una explicación y una interpretación mórbidas de acontecimientos reales. Los enfermos
sienten contradicción con sus otras experiencias y se desembarazan de los argumentos contrarios a través de
un comportamiento ideativo particular. La coexistencia, con ellos mismos, de pensamientos patológicos y
pensamientos sanos, permanece inalterada hasta el final. En la demencia precoz, las ideas delirantes
desaparecen fácilmente de múltiples maneras o bien son reemplazadas por otras. En el paranoico, el núcleo
del delirio será siempre el mismo. Simplemente que en el curso de los años otras ideas delirantes pueden venir
a agregarse a este núcleo a modo de prolongación, es decir, sin contradecirlo y sin que el sujeto renuncie a sus
concepciones delirantes anteriores.
El comportamiento exterior, así como las facultades mentales, son, habitualmente, rápidamente alterados en
la demencia precoz. Frecuentemente se instalan estereotipias así como manierismos e incluso, a veces, hacia
el fin, desórdenes completos del lenguaje que llegan hasta los neologismos. Por el contrario el paranoico,
conserva exteriormente el aspecto de un sujeto sano; permanece, bastante a menudo, completamente capaz
de performances en ciertos dominios, aun habiendo siempre una pequeña declinación de sus facultades
mentales. No presenta jamás signos de catatonia y conserva siempre el orden de los pensamientos y de sus
actos. En la demencia precoz, se encuentran variaciones, aparentemente sin motivo, de estado mórbido,
excitaciones ansiosas o eufóricas, estados de estupor, períodos de remisión total, mientas que la paranoia
evoluciona siempre de manera uniforme, solamente con discretos cambios que están en estrecha relación, en
su tipo y en su duración, con el delirio. Sólo aparece un cierto relajamiento cuando el tinte pasional de lo
vivido se embota, pero jamás por un abandono del delirio‖.
imperiosa para el enfermo de pelear hasta el fin por la reparación de esta
injusticia que está persuadido de haber sufrido. En general, esta convicción se
inserta sobre una desventaja cualquiera de la que el enfermo fue víctima de
muy buena fe, muy a menudo, en el curso de un proceso. En esta ocasión,
resulta manifiesto que es incapaz de reconocer sus errores. Es igualmente
incapaz de evaluar la situación objetivamente, de tener en cuenta también el
punto de vista opuesto y busca, únicamente que se tome en consideración sus
concepciones y sus deseos personales de manera total.
La resistencia que encuentra y, frecuentemente, las desventajas
materiales que recaen sobre él, lo refuerzan en su idea de que una amarga
injusticia le fue hecha y que debe defenderse por todos los medios contra ella.
Se podría pensar, de primera intención, que es completamente normal, tratar
de hacer reconocer sus propios derechos. Lo que caracteriza al querulante es
su incapacidad de comprender la verdadera justicia por una parte, y por otra,
el acento que pone sobre sus propios intereses, a expensas de los puntos de
vista de la protección judicial general. ―Busca justicia pero es incapaz de
encontrarla‖, decía un testigo al que un querulante había puesto
particularmente en la mira en el curso de un procedimiento de interdicción.
El punto de partida del delirio está constituido por el desarrollo de una
concepción errónea que arranca en el momento en que tiene lugar el juicio
que es siempre ―insuficiente‖. Es éste un trastorno que se constata realmente,
en los querulantes. Se concretiza, sobre todo, en la total incorregibilidad de
estos enfermos (o en su total incapacidad de extraer una lección de la
experiencia). Aun las pruebas más flagrantes, no tienen ningún efecto sobre
ellos, pues no reconocen valor alguno a la investigación de los hechos. Estos
enfermos escuchan tranquilamente y gustosos la exposición que se les dirige,
explicando enseguida lo que según su punto de vista, resulta claro, pero
terminan siempre por escapar a todas las exigencias lógicas pues sólo
encuentran por respuesta sus posiciones anteriores o cortan en seco toda
objeción con argumentos completamente inadecuados. ―Me planto ahí,
definitivamente. Lo que está escrito, está escrito‖. Aun cuando obtiene la
reparación demandada, el enfermo no está satisfecho. Uno de mis enfermos,
se creía, según los términos del juicio, públicamente catalogado como loco, y
continuaba pretendiendo tal cosa después de terminado un difícil combate
contra los magistrados, aunque se le hubiera afirmado muchas veces, incluso
desde el ministerio, que no había ninguna mala intención dirigida contra él y
que en todos los aspectos se esforzaron por apaciguarlo con saludos
amigables y conciliadores. Sin embargo, desestimaba toda proposición de
ayuda verdadera ―hasta que el asunto del anuncio público de su locura no
fuera esclarecido‖.
Por su inquebrantabilidad, esta convicción absoluta de un perjuicio
judicial, se revela delirante desde el inicio. Todas las proposiciones que van al
encuentro de sus propias concepciones, son asimismo concebidas por el
enfermo como mentiras o como palabras indignas de fe. Según él, todos los
testigos son locos o perjuros. Por el contrario, cada vez que él expone algo,
invoca numerosos testigos conocidos, pero inventados por él, testigos que no
tienen ninguna declaración importante para hacer y que, entonces, son
desmentidos. Son reemplazados, entonces, por otros de los que el enfermo
espera, siempre, importantes contribuciones, para ser, nuevamente,
decepcionado en su expectativa.
De la naturaleza misma del delirio de los querulantes, proviene su
credulidad, realizando una aparente paradoja con su inquebrantabilidad.
Cualquier historia escandalosa, cualquier rumor que corre, una charlatanería
cualquiera, devienen para ellos una certeza inamovible, desde que el
contenido de éstos tiene alguna relación con el universo de sus
representaciones.
Son tan receptivos a los chismorreos de sus enemigos como inaccesible
a los argumentos más contundentes. No sólo consideran que están
absolutamente en su derecho, sin tener la menor prueba, sino que están
decididos a dar a este derecho la forma más ruidosa y más excesiva. Los
argumentos más penetrantes y de mejor calidad que los especialistas puedan
pronunciar sobre su situación jurídica, no tienen sobre ellos efecto alguno,
desde el momento en que se embarcan tras sus propias intuiciones.
La inteligencia y la memoria de los querulantes, parecen, al comienzo,
intactas. Incluso, en general, uno es sorprendido por la exactitud con la cual
estos enfermos pueden repetir íntegramente extractos de códigos, audiencias,
textos de leyes. Su examen profundo permite, sin embargo, con frecuencia,
mostrar que el enfermo no comprendió completamente el sentido de su
exposición, que deforma las frases más simples, dejando de escuchar, a veces,
aun lo que quería decir. Además, se reconocen errores groseros cuando ellos
alegan y es entonces difícil decir si son la consecuencia de una mala
comprensión primaria o de desfallecimientos ulteriores de su memoria. El
fenómeno existe, sin ninguna duda, en estos enfermos. Por otra parte, a veces
se tiene la ocasión de observar directamente (cerca del enfermo) hasta qué
punto su relato se deforma en el sentido de su delirio cada vez que lo repite.
Un enfermo pretendía con obstinación que yo lo había declarado sano de
espíritu ante la justicia, y que me había contentado con decir que la
enfermedad mental no comenzaría en tres o cuatro años. Sostenía
absolutamente esta idea aunque se la hubo desmentido firmemente. Otro
enfermo consideró duramente que la suma que lo indemnizaría debía pasar de
1.200 a 10.000 florines. Confesó al comienzo una deuda de dinero, pero más
tarde pretendió que la había pagado.
Si, por una observación superficial, los primeros signos de un delirio de
querulancia pueden aparecer, en un primer abordaje, como la simple
exageración de un sentimiento de justicia muy vivaz –tanto más, cuanto se
intrincan con frecuencia con acontecimientos reales- sin embargo, la
naturaleza patológica del curso de pensamiento deviene evidente poco a poco.
La imposibilidad que encuentra para hacer valer sus pretendidos derechos,
conforta al enfermo en su convicción de que los testigos son perjuros, que los
abogados y los magistrados son una banda de malhechores y de bromistas,
por otra parte enredados entre ellos a fin de aniquilarlo y de impedir que las
propias fechorías de ellos salgan a luz. ―Todo le es favorable‖, dice a
propósito de su enemigo. En tanto, no se convoca a sus testigos que,
evidentemente, habían testimoniado muy a su favor; se deforman sus
declaraciones; se falsifican las actas y los informes que le conciernen; su firma;
se le envía una citación por medio de falsos carteros; se sella una sentencia
que le está designada como ―si eso viniera de su Majestad, el Rey‖. A veces, se
instalan entonces ideas delirantes aún más extravagantes. El enfermo tiene la
impresión de que se lo quiso volver loco en prisión por intermedio de una
comida horriblemente condimentada y sazonada con pimienta; cree que se
tiene algo contra su vida. Muchas veces, he visto aparecer, al mismo tiempo,
importantes delirios de celos; aquí y allá aparecen algunas ilusiones sensoriales;
en un solo caso, en prisión, un importante estado de excitación ansiosa
apareció transitoriamente, comportando numerosas ilusiones auditivas. El
enfermo escuchaba reproches y amenazas y creía que su ejecución era
inminente.
La inteligencia está intacta a lo largo de toda la evolución y el orden del
pensamiento está conservado. Se descubre siempre una completa coherencia
de los contenidos del delirio. Toda entrevista con un querulante, se reduce
rápidamente a las ideas de perjuicio que movilizan todo su interés de manera
creciente con el paso del tiempo. Cualquiera sea el punto de partida (de la
entrevista), por alejado que esté del centro de su interés, el camino de sus
pensamientos lo lleva ineluctablemente a esto. Los mismos pensamientos
retornan sin cesar en su discurso, donde él se repite incansablemente sin ser
capaz, aparentemente de abreviarlos o reprimirlos. Pasado un tiempo de
evolución de la enfermedad, los lazos semiológicos que existen en el interior
del delirio comienzan a desmoronarse. No se trata jamás de una toma de
conciencia del estado mórbido. El enfermo considera, más bien, toda
refutación de sus ideas como una ―broma idiota‖. Casi siempre encuentra
buenas almas e incluso médicos que, a pedido, atestiguan de su integridad
mental. Uno de mis enfermos aportó, con la mayor seguridad, certificados de
buena salud que le habían extendido seis alcaldes.
Una muy elevada estima de sí es un signo constante que acompaña el
delirio de querulancia. Los enfermos se consideran excepcionalmente
honestos y trabajadores y por ello miran desde arriba a sus enemigos. Tiene
una cierta idea de sí mismos y encuentran particularmente agobiante que,
justamente, ―siendo padres de familia‖ se les prive de justicia. Un enfermo se
describía del modo siguiente: ―ciudadano, campesino y viudo‖. Otro, un muy
hábil relojero, hablaba de la ingratitud con la cual la madre patria agradecía a
sus meritorios hijos. Esta sobreestimación de sí va a la par del hecho de que el
enfermo se cree autorizado a emplear todos los medios posibles para combatir
a sus enemigos, mientras que considera censura y violencia injustificada y
ciego maltrato, aun las formas más atenuadas de sanción jurídica, cuando
apuntan a él. Un enfermo había vivido como una grave herida la entrega algo
retrasada de una carta por el cartero, mientras que el incesto con su nuera y la
malversación de dinero que había cometido, le parecían infracciones mínimas.
Escribía numerosas cartas a su mujer, llenas de enfáticas exhortaciones a la
buena conducta, ponderando su propia conciencia. ―¿Contra mí, tan
delicado‖?, escribía otro, sorprendido de que una queja haya sido planteada
contra él por haber escrito una carta cargada de groseros insultos. En la
elevada estima de sí mismo, el enfermo reclama habitualmente, increíbles
sumas como indemnización por los daños sufridos.
Además, se encuentra sin excepción, en los querulantes, una
irascibilidad netamente superior a la media. Tal vez allí se encuentre también
la explicación de su incapacidad para reflexionar con tranquilidad. Cuando no
presentan trastornos mayores del humor, son capaces de entrar en una
excitación apasionada cuando hablan de sus altercados con la justicia,
inundando al interlocutor con una ola de insultos dirigidos a sus enemigos y
oponiéndose a toda objeción o argumento con la misma furiosa irritación.
Uno de mis enfermos escribió él mismo al Gran Duque a fin de solicitarle
autorización para ejecutar personalmente a sus enemigos.
Esta exaltación apasionada, asociada a su incapacidad para sacar lección
de la experiencia, dan al comportamiento del enfermo un estímulo propio.
Nada puede apaciguarlo. Ni el agotamiento de todos los recursos judiciales
posibles ni la sentencia definitiva y decisiva. Incapaz de comprender la total
inutilidad de otras gestiones –que tendrán forzosamente pesadas
consecuencias- quiere vencer a cualquier precio en esta lucha por la obtención
de sus presumidos derechos. Sordo a todo consejo, pasa su tiempo en poner
en marcha todos los dispositivos jurídicos posibles; en reclamar ―un
verdadero examen‖ de los hechos catalogados desde hace mucho tiempo; en
apelar a una instancia tras otra no sacando así ninguna lección del fracaso y
permaneciendo inconmovible. En general, la obstinación y la exaltación
apasionada no hacen más que acrecentarse. Escribe un número increíble de
cartas y demandas a abogados, notoriedades, empleados, al Parlamento
(Reichstag), a los condes y al Emperador, en las que se descargaba empleando
los términos más groseros y vejatorios para calumniar sin fin a sus enemigos, a
los magistrados, a los abogados. Los pasajes subrayados, los numerosos
puntos de interrogación y de exclamación, las innumerables interpelaciones, la
puesta en evidencia de términos importantes por caracteres diferentes o por el
empleo de una tinta de color, revelan ya, por la forma, el carácter patológico
de estos escritos. En cuanto al contenido, las frases son prolijas, monótonas e
interminables. El estilo revela, igualmente, un modo de expresión particular:
es embrollado, alambicado. Rodeos inesperados se repiten frecuentemente:
son comprendidos a medias, a menudo tomados prestados del lenguaje
jurídico, pero contundentes. Un enfermo escribía mucho sobre ―los falsos
perjuros‖. Otro empleaba una frase que pretendía haber escuchado de mi
boca: ―la ley de los juristas es superior a la ley del Reino‖. Los parágrafos de
los códigos, los términos empleados sobre los ―Autos‖ juegan un gran rol.
Habitualmente, el enfermo gusta mucho de llevar consigo extractos de sus
declaraciones, de sus ponencias y de sus conclusiones –todo bien embalado-
que él, por otro parte, desembala a la primera ocasión.
Las demandas o las sensaciones a las que se expone tras sus insultos y
calumnias, no hacen sino aumentar la exasperación del enfermo. Responde
con nuevas injurias cada vez y cada vez más excesivas y desmesuradas. Todos
sus actos, todo su interés por el mundo, se reducen cada vez más al deseo
ardiente de obtener justicia, aun cuando, durante este tiempo, todo lo demás
sea dejado de lado. Todo lo demás va a ser sacrificado en beneficio de este
andar patológico: su vida familiar, sus ocupaciones, su fortuna. Por ello todas
sus relaciones se perturban: está permanentemente en un estado de gran
tensión a causa de sus acusaciones y de sus procesos sin fin, que lo ponen en
una posición cada vez más difícil frente a sus enemigos. Finalmente, evita toda
relación con el aparato judicial e incluso, con todas las instituciones del
Estado. No firma más ningún acta, rehúsa presentarse a las citaciones, al
punto que se lo debe llevar por la fuerza al juicio. Entonces decide emplear la
legítima defensa: se lleva lo que considera que es de su propiedad, se vuelve
hacia la prensa, amenaza personalmente a sus enemigos, dispara contra los
ujieres que vienen a prenderlo.
Gracias a su poder de convicción, el enfermo logra, muy
frecuentemente, persuadir a tal o cual persona de su entorno, de lo bien
fundado de sus reivindicaciones. Conocí a un querulante de 58 años que había
prometido a muchos campesinos de un pueblo alejado una elevada
recompensa si obtenía 50.000 marcos de indemnización del alcalde. Las
demandas planteadas por los campesinos, se asemejaban terriblemente a la del
enfermo. Uno de los campesinos había formulado ya el deseo de hacer de éste
su yerno.
Por lo demás, los querulantes aprovechan con frecuencia la ocasión de
escribir, por intermedio de sus amigos, otras cartas, otras demandas, protestas
y cartas de injurias, y logran, a veces, por este medio, volver a entrar en el
juego de turbios abogados. Es así que perfeccionan sus estratagemas y sus
pseudo-conocimientos jurídicos que enseguida ponen por delante de todo.
Después de un cierto tiempo de evolución de la enfermedad, se instala un
constante debilitamiento psíquico. Los discursos y declaraciones del enfermo
devienen cada vez más pobres, monótonos e incoherentes. En la mayoría de
los casos el enfermo no espera más respuesta, pero continúa, por hábito
escribiendo de vez en cuando alguno de sus textos singulares. La irascibilidad
disminuye; el enfermo deviene apático, inofensivo e indiferente. A menudo,
incluso lacrimoso y emotivo, mientras no le pongan el dedo en la llaga. Su
relación con los médicos es fácil, aunque en otro tiempo los haya descrito
como infames mentirosos y charlatanes. A veces niega sus actuaciones
anteriores a fin de evitar desagradables explicaciones (que tendría que
brindar). No quiere saber más nada de eso. Es el pasado. Pero no se trata en
absoluto de una verdadera toma de conciencia del carácter patológico de sus
interpretaciones. Se ve bien al despertar estos viejos recuerdos, en los breves
momentos en los que el enfermo pierde su control, que no ha modificado en
absoluto sus posiciones sino que, simplemente, ha perdido la fuerza para
defenderse.
El diagnóstico del deliro de querulancia presenta, ciertamente,
dificultades al comienzo. En cierto modo, se puede ver aparecer la querulancia
como formando parte del cuadro clínico de diversas formas de locura, tales
como la parálisis general y sobre todo la locura maníaco-depresiva.
Habitualmente, la constatación de signos característicos de cada una de estas
enfermedades –los trastornos somáticos y mnésicos en la primera, la fuga de
ideas, la distracción, la hiperactividad, las modificaciones del humor y la
evolución por accesos en la segunda –permite hacer el diagnóstico diferencial.
Pero es verdad que, en ciertas circunstancias, una persona sana puede devenir
querulante, incluso, con mucha tenacidad y obstinación. Es a causa de ello,
justamente, que recientemente se han hecho muchos falsos diagnósticos por
parte de médicos escrupulosos, para quienes el hecho de ser querulante y de
tener una serie de procesos, constituía el signo patognomónico de un delirio
de querulancia. Para un diagnóstico de un delirio de querulancia es preciso
retener en particular: ante todo la constitución de un sistema de ideas
delirantes, la total incapacidad de aprender de la experiencia, la continua
extensión de las ideas de persecución que conciernen a un número cada vez
mayor de personas, el desarrollo de todo un sistema delirante a partir de un
punto único que permanece siempre en primer plano y que viene a intrincarse
siempre con todos los otros pensamientos del enfermo. Es justamente por
ello que no debe confundirse a los querulantes con los querellantes, que
quieren tener razón siempre y a cualquier precio y que viven en perpetuo
conflicto con su entorno. Mientas que, me parece, los querulantes son, por el
contrario, completamente soportables en sus relaciones cotidianas, aunque
sean un tanto originales. Aun cuando estos ―gallos de riña‖xi sostienen sin
cesar disputas y altercados, entablan procesos, lanzan invectivas contra todo el
mundo, persiste siempre una coherencia entre las diferentes etapas de esta
escalada de conflictos. Toda esta serie inextricable de procesos y demandas, se
detiene, sin embargo, a partir del momento en que encuentra un obstáculo.
Cuando se trata, simplemente, de una tendencia a la querella, ésta termina
siempre, aun después de una larga camorra, en una u otra ocasión, por calmar
o por cansar a todos los participantes. Aquí, al contrario, el conflicto primitivo
jamás encuentra fin. No cesa de amplificarse desmesuradamente y sólo halla
una salida aparente por la fuerza, es decir, cuando el enfermo es internado.
Por otra parte, es por supuesto posible que estas ideas y estas afirmaciones
aparentemente delirantes, expresen, a veces, la verdad. Un combate
encarnizado y furioso puede ser, a veces, la sana respuesta de una
personalidad sujeta a vivos y profundos sentimientos de injusticia. Es así que
en uno de mis casos, se reveló después que el enemigo contra el cual mi
paciente sostenía pesadas acusaciones, no era, efectivamente, tan respetable
como la opinión pública pensaba. Que, por el contrario, había sido el autor de
graves estafas. En otra ocasión, pudo probarse que una falsificación de firma
–que se había atribuido, inicialmente, a una idea delirante- había sido cometida
realmente, por aquél que mi enfermo atacaba.
Es por ello, que se impone la mayor prudencia. A pesar de todo, en los
dos casos que cito, los acusadores eran querulantes. Esto no podía deducirse a
partir de lo bien o mal fundado de sus demandas sino más bien, del modo en
que entablaron el proceso y agrandaron desmesuradamente el asunto. Por
supuesto, sucede con frecuencia que sólo se pueda reconocer el delirio de
querulancia después de una larga evolución. Tanto más cuanto la buena
conservación de la memoria, la soltura en la expresión escrita y oral, ocultan a
los magistrados el debilitamiento y la incoherencia psíquica así como la
organización delirante subyacente. La deformación y la falsa interpretación de
los hechos que el enfermo establece de muy buena fe a partir de sus
concepciones patológicas, son tomadas con facilidad como tentativas
particularmente astuta y calculada de ocultar la verdad, y considerada como la
prueba de su depravación moral y su insolencia.
Probablemente deban buscarse las verdaderas causas del delirio de
querulancia en la existencia de una predisposición mórbida, en general
hereditaria. Constaté, muchas veces, la existencia de alcoholismo en los
padres. La enfermedad se inicia, como regla, entre los 35 y 45 años. A veces,
incluso, más tarde. Ciertamente, debe considerarse la puesta en marcha del
proceso, como una consecuencia y no como una causa (de la enfermedad).
Frecuentemente, los enfermos ya han tenido antes una infinidad de procesos
que han perdido y comienzan a devenir querulantes. El pronóstico es malo. La
evolución final comporta un debilitamiento psíquico más o menos
pronunciado así como ideas delirantes persistentes. Pueden observarse
también, períodos de mejoramiento notables, en el curso de los cuales los
enfermos, aun si no cambian en absoluto sus puntos de vista, en todo caso lo
ocultan bien. Por otra parte, se observan cosas completamente análogas en
otras formas de locura.
El tratamiento de estos enfermos tiene por único fin sustraerlos de su
entorno durante un largo tiempo, cuando no es para siempre, puesto que éste
los excita. La estadía en el asilo puede, transitoriamente, modificar las cosas,
como una mudanza puede modificarlas de manera durable. Los enfermos
soportan mal, habitualmente, una estadía muy larga en el asilo. Es deseable
también, una vez que se instaló un cierto apaciguamiento, soltarlos. Siempre
que no se esté obligado a tener en cuenta como a veces es el caso, sin
embargo su peligrosidad pública, y a privarlos definitivamente de su libertad, a
pesar de los inconvenientes de la vida asilar.
Señores:
En el análisis de los síntomas de la locura la atención de los autores se
vio sobre todo atraída por los delirios y las alucinaciones, que con frecuencia
coexisten en estados psíquicos diferentes. Incluso, para algunas afecciones
bien determinadas, se ha tomado la forma del delirio como signo
patognomónico: delirio de grandeza, delirio de insignificancia, delirio de
culpabilidad, de persecución, etc.; y son estos delirios los que sirven también
para clasificar ciertas psicopatías. Sin embargo, en mi opinión, la naturaleza
del delirio es de poca ayuda para el alienista encargado de formular el
diagnóstico de un síndrome mórbido. ¿Acaso no pueden los deseos, los
temores, revestir un aspecto idéntico en el transcurso de manifestaciones
mentales muy distintas? Pero las múltiples especies de modalidades clínicas
están, a pesar de ello, lejos de carecer de toda influencia en lo que respecta al
aspecto que tomará el delirio, y en el curso de esta clase vamos a intentar
estudiar más de cerca algunas formas del delirio en enfermedades netamente
caracterizadas.
El primero de los enfermos del que les voy a hablar es un hombre de
62 años, un hombre de ciudad. Entra aquí con aire de dignidad y, por el modo
elegante en que se sienta aunque sus ropas estén un poco raídas, da la
impresión de ser un hombre de mundo, con su barba bien cuidada y sus
lentes. En un principio se puso de mal humor ante la idea de tener que hablar
delante de tanta gente joven; pero es cosa de un instante, y de pronto
comienza un discurso que no acaba nunca. En su juventud fue a América,
donde después de mil vicisitudes llegó a establecerse en Quito, logrando
hacerse como comerciante de una pequeña fortuna. Vuelve entonces, hace de
esto 21 años, a su país natal, no sin perder sumas considerables en la
liquidación de su negocio. A pesar de todo vivió de su capital, pasando un
tiempo agradablemente en el bar, leyendo los diarios, jugando al billar o yendo
de paseo. Además se dedicaba a profundizar sobre toda una serie de proyectos
de los cuales esperaba sacar provecho y gloria. Así fue que presentó a un jefe
de oficina de un ministerio un mapa, donde él había situado un montón de
territorios deshabitados, cuya ocupación iría en beneficio de Alemania. Eran
África y en Nueva Guinea; por sobre todo estaba la isla de Galápagos, que
Ecuador abandonaría sin inconvenientes, y adquiriría mucha importancia tras
la apertura del canal de Panamá. Poco tiempo después, el ministro iba a Berlín
y nacía la política colonial alemana. Por lo demás, su instigador no había
recibido ningún beneficio por ello. Siquiera había obtenido la recompensa que
otros países le hubieran concedido. Por otra parte investigaba sobre la manera
de aclimatar cacaos y árboles de China en nuestras colonias. Asimismo
encontró un nuevo procedimiento de remachado de vías férreas, con el que se
suprimían las sacudidas del tren y se hacía imposible los descarrilamientos; en
fin, tenía ganado el derecho como para obtener muchas buenas posiciones,
tales como la de cónsul en Quito, pero siempre se le hacía una zancadilla.
Arguyendo como razón que él no quería rebajarse, terminaba poco a poco por
comerse su fortuna. El Estado -dice- no fue honesto con él, pero no se
atormenta; para un hombre de su valía, que habla tres lenguas, que conoce el
mundo entero, no es difícil encontrar un empleo digno de él. En los últimos
tiempos cayó casi en la miseria; no pudo cobrar a sus deudores de América;
como no tenía ya ningún dinero debió recurrirá préstamos para los cuales
exhibía a modo de garantía ingresos que el futuro le tenía reservado, los cuales
ciertamente habrían de establecer su fortuna. Con el pretexto de darle un
empleo se lo condujo a un asilo para crónicos. Allí trabajó en las oficinas de la
administración hasta el día en que se dio cuenta de que no se le pagaba en
razón de los servicios que prestaba. Así es que intentó ingresar a otro
establecimiento; fue entonces que con un falso pretexto, se lo condujo a la
clínica en la que se halla detenido –dice- contra toda justicia. He ahí, agrega
con amargura a modo de conclusión, la manera en la que su patria le retribuye.
El enfermo desarrolla con tranquilidad y sin conmoverse todo este
relato, que en sus trazos principales responde efectivamente a la realidad. Lo
que llama la atención desde las primeras frases es el contexto de sí mismo, la
pedantería con que se jacta de su inteligencia y de su capacidad, tanto más
cuanto que su instrucción es muy común, de lo cual puede uno darse cuenta
fácilmente. Que él sea el iniciador de la política colonial alemana es un hecho
que toma por lo más natural del mundo. A pesar de sus fracasos cotidianos, a
pesar de haber perdido su fortuna, está persuadido de que su actividad le
valdrá, un día, honores y dinero. Y si le muestro cuán lejos está la realidad de
sus deseos, objeta: ―Nadie es profeta en su tierra. He sido demasiado
inteligente para estos señores‖. Para luego decir, gesticulando con presunción:
―¿Qué es lo que quiere? Las faldas!‖.
No sin antes protestar airadamente empieza a contar que una mujer a
quien dio el sobrenombre de Bulldog, hija del cónsul inglés en Quito, viene
persiguiéndolo desde hace veintitrés o veinticuatro años con proyectos de
matrimonio. Ella se las arregla para que él vaya de fracaso en fracaso. Incluso
en América, donde en los últimos tiempos las cosas no le salían nunca como
quería; utilizando una llave maestra le fueron robados centenares de restos de
pájaros, únicamente por maldad. En todas las partes notaba las trampas de
Bulldog y de sus cómplices. ―Algo tiene que haber en todo esto para que nada
me salga bien‖. Esta americana media loca lo siguió hasta la región donde él
habita y se introdujo entre el vecindario; tendría la audacia de vestirse de
hombre y, para obligarlo a casarse con ella, le impedía conseguir empleo o
intentaba reducirlo a la miseria. Llena de sutilezas inventaba mil subterfugios
para aproximársele. Pero –continúa- no es sin embargo por medio de tantas
chicanas que se llega a ganar el corazón de un hombre. El sería quizás hoy el
individuo más rico de California si la Bulldog no se hubiese inmiscuido. Y es
también ella quien es responsable de su encierro en el asilo. ―Quién podría ser
sino?‖. En su casa, vaya donde vaya la encontraba. Los agujeros de sus
zapatos, las manchas de su ropa sólo podían provenir de la Bulldog.
El enfermo escucha con aire de entendido, e incrédulo, todos los
argumentos que se intenta oponérsele; pero éstos siquiera rozan su convicción
y él permanece siempre igualmente inquebrantable. Enseguida nos damos
cuenta de que no toma en serio los puntos de que lo hablamos, está
convencido de que no representan nuestra verdadera opinión.
Las ideas de persecución y la estima excesiva de su persona constituyen
los síntomas esenciales que presenta este hombre. Por otro parte, su
compresión, su memoria, el conjunto de su comportamiento son de los más
normales. Las ideas de persecución nos parecen patognomónicas del delirio. A
pesar de que estén plenamente en contradicción con todo sentido común, el
enfermo no siente la necesidad de darles bases más sólidas y las mantiene
tenazmente. Existen desde hace veintitrés años, al parecer, bajo la misma
forma, y todos los acontecimientos de la vida diaria son interpretados en el
sentido del delirio. Para nuestro sujeto, la menor contrariedad, y últimamente
aún su derivación a la clínica, en vez de ser el resultado del curso normal de
las cosas, son producto de la intervención de determinada persona o de sus
acólitos. En cierto modo ve el mundo entero a través de su delirio y las
persecuciones que sufre se vuelven cada día más inverosímiles. En todo
encuentra a la Bulldog alrededor suyo, y nosotros mismos no tardaremos en
compartir la misma suerte que toda la gente que resistió a sus deseos.
Las alucinaciones sensoriales, hasta donde se puede abrir juicio no
tienen parte alguna en el desarrollo de su delirio. Una vez, a decir verdad,
cuando pasaba frente a una casa, percibió detrás de las persianas de una
boutique un soldado voluntario que le apuntaba con un fusil; en ese mismo
instante alguien le gritó: ―¿No ve que tiran sobre usted?‖. Advertido por
segunda vez, y al trastabillar, pierde su sombrero. Fue entonces que constaté, a
nivel del lado izquierdo de la sien un raspón recubierto de sangre. Justo detrás
de él estaba quien vivía en esa casa, un abogado que figuraba entre sus
enemigos; cuchillo en mano, éste último le gritó que le tenía marcado por
haberse acercado demasiado a su mujer. Según explica el enfermo, quería
reemplazar rápidamente el sombrero atravesado por una bala y desfigurar a
cuchillazos el rostro del cadáver con que esperaba encontrarse.
Se trata aquí de alucinaciones o de interpretaciones delirantes? Por
cierto que es difícil pronunciarse. Con frecuencia, debo señalárselos, son puras
invenciones que se instalan en el paciente a título de recuerdo como hechos
realmente ocurridos. No se notan en este sujeto otras alucinaciones
sensoriales. Frecuentemente sus ideas persecutorias se relacionan por el
contrario con cualquier tipo de incidentes, interpretados de modo totalmente
especial, tal como pudieron observarlo en el asunto de los agujeros de los
zapatos, la derivación a la clínica y el fracaso de sus proyectos.
Observamos en la particular disposición a delirar de nuestro enfermo
una gran flaqueza de juicio. Mismo cuando se toma uno la labor de hacerle
entender toda la absurdidad de su delirio, él no llega a rendirse a la evidencia.
En lo que concierne por ejemplo a la hija del cónsul de Quito, que lo persigue
desde hace veinte años con su amor de modo tan singular, que se disfraza de
hombre, que llama en su ayuda a todo tipo de cómplices, nos responde: ―No
sabe usted lo que una mujer refinada es capaz de inventar‖. La alta estima de
sí es otra prueba de esta flaqueza de juicio. Un fracaso no reduce sus
pretensiones. Evalúa en muy caro precio un trabajo mecánico que consiste en
recopilar lentamente unas páginas de escritura o dibujos de la mayor
simplicidad; pero es incapaz de hacer una copia que exija alguna reflexión. Si
consideramos su existencia anterior en su conjunto y la despreocupación con
que gastó hasta su último centavo, quedamos fijados sobre su inferioridad
mental y sobre la imposibilidad en que se encuentra para conducir por su lado
su conducta. Rechazaba creer que su capital estuviese agotado y que vivía de
préstamos; persuadía a la gente de que obtendría mucho dinero en algún
tiempo más, y finalmente llegó hasta a pedir varias jóvenes en matrimonio.
Fueron cosas de este orden que motivaron la necesidad de su primera
internación en un establecimiento para alienados, pues con anterioridad no
había todavía atraído hacia él de modo franco la atención de las personas que
vivían en su entorno.
Sobre todo es esta última particularidad que tiene un gran valor para mí.
No se manifiesta ningún trastorno en el terreno de la emotividad, ni de la
voluntad. Se nota quizá cierta susceptibilidad cuando uno discute con el sujeto
sus ideas delirantes o su supuesta superioridad. El resto del tiempo no está
alegre, ni triste, ni apático. Encara los acontecimientos y a la gente con la
mayor naturalidad. Lee los diarios y libros; se da ocupaciones, hace dibujos y
planos, observa los diversos incidentes cotidianos; charla con los médicos,
busca hacerse nuevas relaciones, se enoja cuando le sobrevienen
contrariedades y le agrada la consideración con que se lo trata; en una palabra:
su conducta es irreprochable. No hay Befehlsautomatie, negativismo ni
manierismo. Tampoco impulsividad. Nuestro sujeto no tiene la sensación de
obedecer a las voces interiores que tan frecuentemente vemos influir en los
actos de estos enfermos. Cuando lo vemos actuar por impulso, es por el lado
del delirio que hay que buscar la causa.
Esta singular afección, en la cual la autofilia y las ideas de persecución
se desarrollan con la mayor lentitud, sin que la voluntad o la emotividad sean
trastornadas, se denomina ―paranoia‖. En esta enfermedad se instala un
―sistema‖ que es producido a la vez por un delirio o por una manera especial
de interpretarlo todo por medio del delirio. Se instaba una manera de ver las
cosas totalmente particular, que el enfermo adapta a cada acontecimiento cuya
presión le toca vivir. Su ritmo es esencialmente crónico y lento. Los pacientes
comienzan por tener sospechas, las que pronto se tornan en certezas, para dar
lugar finalmente a una inquebrantable convicción. Las ideas delirantes se
injertan en hechos que son sometidos a una interpretación patológica. No se
constatan jamás alucinaciones sensitivas, salvo excepcionalmente; pero de
tanto en tanto se perciben errores de la memoria. Como estos enfermos no
llaman demasiado la atención, su afección puede prolongarse durante largos
años sin que se la percibe y sólo raramente se los halla en los asilos. Por lo
demás, están en condiciones de ejercer una profesión que les permita vivir.
No cabe en absoluto esperar la curación de una entidad mórbida que reposa
sobre una modificación concreta del organismo psíquico‖4. Por lo general, al
cabo de unos diez años aparece, como en el presente caso, un relajamiento
demencial bastante pronunciado. El tratamiento en el asilo es difícil que lo
acepten debido a esta misma autofilia, y luchan obstinadamente por
conquistar su libertad, a menos que la progresión de la demencia haya
paralizado toda su energía. Este sujeto, por ejemplo, apeló a los diarios y
escribió numerosas cartas a efecto de obtener su salida.
4 Desde hace diez años, el enfermo continúa su lucha contra los pretendidos daños que le hizo la justicia por
todos los medios. También se ocupa de su negocio ―con muchas deudas a pesar de todo‖, dice con amargura.
Los tribunales no aceptaron ninguna de sus conclusiones. Nuestro
hombre no se dio por vencido; puso en movimiento todos los medios
imaginables: para comenzar, recurrió a los tribunales correccionales, luego al
Tribunal de primera instancia, a la justicia criminal y a la Cámara de
Apelación. Después solicitó la revisión del procedimiento, envió peticiones al
ministerio de Justicia, al de las Cortes, al Gran Duque, al Emperador, a los
tribunales administrativos y al gobierno. También tenía intenciones de hacer
llegar una nueva petición al Consejo Federal y al canciller del Reichstag, a éste
último en su carácter de responsable de la puesta en ejecución de las leyes del
imperio. Al final recusa a los jueces y a los tribunales y lleva su demanda a la
Corte Suprema. Quiere abrir un proceso disciplinario contra el Procurador en
el ámbito del Gran Ducado y lanzar un grito de alarma al público en general
en defensa de los intereses de la honestidad.
Casi siempre redacta sus reclamos por la noche; la cantidad es
considerable: muy largos, contienen sin cesar las mismas incoherencias. Su
estilo tiene pretensiones jurídicas. De modo constante comienza con ―en
cuanto a‖. Enumera en esos reclamos ―las pruebas‖, y concluye con ―los
motivos‖. A lo largo de los renglones se pueden encontrar citas de artículos
del código, comprendidas a medias o interpretadas de manera absurda. Su
escritura con frecuencia es precipitada y traduce la excitación del autor; de un
extremo al otro, e incluso en medio de las frases se puede observar la
presencia de signos de exclamación y de interrogación. Los post scripta están
subrayados dos o tres veces en lápiz rojo o azul y los márgenes están cubiertos
de señalamientos, a tal punto que no quedan espacios en blanco sobre el
papel. Buen número de estas peticiones fueron escritas al dorso de las
respuestas de las autoridades.
A consecuencia de sus constantes reclamos el enfermo fue proscrito,
pero se agarra de donde puede; hoy, por mandato del tribunal, tengo que
entregar un informe médico-legal en relación a su caso. Entretanto, los
negocios de su sastrería continuaron; logró administrarla aunque, a decir
verdad, con bastante dificultad. Haciendo abstracción de sus peticiones sus
clientes no notan nada de su afección.
Demos ahora la palabra al paciente. Podemos constatar que él se da
cuenta de su situación y que no confunde los hechos del pasado. Cuenta sus
altercados con la justicia con la mayor volubilidad y encuentra en ello cierta
satisfacción. Ninguna observación que se le haga le produce embaraza; va
acumulando detalles sobre detalles, párrafos y más párrafos. Al cabo de cierto
tiempo, se agrega a esta cansadora proliferación una tendencia a saltar de una
idea a otra y a utilizar siempre los mismos giros gramaticales en sus frases. El
abogado que lo había demandado es la causa única de todas sus desgracias, y
ello a pesar de que hace actualmente seis años que no tuene relación. Cuando
quiso iniciar su proceso contra el director del diario, nos dice, el secretario del
Juzgado, que tenía conocimiento de sus anteriores aventuras judiciales, buscó
la manera de disuadirlo pero fue en vano.
¿Acaso no es eso una prueba segura de que el abogado había prevenido
al secretario del juzgado en su contra? Todos los contratiempos que se
produjeron luego parten de allí. Si el secretario hubiese conducido el trámite
como debía haberlo hecho, él hubiese podido llevar más lejos el asunto. El
procurador se hace una idea equivocada, y los jueces del tribunal de primera
instancia, por deferencia respecto de su colega, no consintieron en volver
sobre lo que había sido ya decidido. ―Estaban en liga los unos con los otros‖.
Motivo por el cual hubiese debido llevar este caso excepcional ante otra
jurisdicción. Así es que el camino de la justicia le es cerrado de ―modo
sistemático‖. Se trata de una ―alianza secreta‖, una ―cosa de francmasonería‖,
dado que él está prevenido de que su enemigo es francmasón. La alta fianza
judía en su totalidad juega un rol en esta historia y el diario que escribió en su
contra está sostenido por los judíos. Ese ―delincuente de abogado‖ se asoció a
esta ―prensa de bandidos‖, ―a este judío presidiario‖, ―a las sutilezas de los
jueces‖, ―a toda esta jauría de la justicia‖. Así es como él llama a los dos
abogados designados por el Tribunal; es imposible para él ponerse de acuerdo
con alguno de ellos. Se pelea con ellos apenas no hacen lo que exige. Por fin,
la incapacidad de su tutor, que no entiende nada de las cosas de la justicia,
también viene en ayuda del abogado perseguidor.
A todos estos sabores judiciales atribuye un único y el mismo origen.
Poco a poco incrimina a varias personas, que agrupa en una asociación que
trabaja en su contra. En realidad están ustedes aquí en presencia de un
fenómenos real, pero visto e interpretado de una manera especial. Nosotros
podemos concebir muy claramente cómo se desarrolla este particular modo
de ver el mundo; de la misma manera entendemos la enorme influencia que
ejerce sobre la conducta del enfermo. Éste es absolutamente ineducable. No
se podría conseguir hacerle entender nada de nada. No quiere reconocer que
haya podido equivocarse o que haya exagerado la importancia de los hechos.
En cuanto abordo el tema se vuelve desconfiado; si lo contradigo, pronto
piensa que también voy a sostener a sus adversarios.
Algunas de las líneas que caracterizan el cuadro son: las ideas de
persecución, que están referidas a un punto bien determinado y que adquiere
cada vez mayor extensión; ningún razonamiento sería susceptible de
infringirlo. Esto nos demuestra que tenemos que vérnosla con un delirio
profundamente enraizado en el individuo psíquico, donde ha alcanzado a
formar un sistema. Además existe en nuestro paciente un indudable
empobrecimiento intelectual que se traduce en la monotonía y la pobreza
ideativa y sobre todo en la poca influencia que las más sensatas objeciones
tienen sobre él, su memoria general es fiel; más un examen en profundidad
nos enseña que no está intacta.
En lo emocional observamos que su opinión de sí es de lo más
exagerada. Se muestra como pareciendo superior; le gusta darse brillo con sus
conocimientos jurídicos, y a pesar de sus continuos fracasos, espera con total
confianza que su affaire termine exitosamente.
El temor de importunar a los altos funcionarios no lo detiene jamás;
considera que su caso es de la mayor importancia. ―Como ciudadano alemán,
como padre de familia, como hombre de negocios‖, ―su sentimiento del
derecho‖ tiene más valor que todas las decisiones de los jueces. De una
susceptibilidad exagerada, cuando se le anuncia un dictamen contrario a sus
intereses llega a las más groseras injurias. Los testigos son falsos, los jueces
corruptos. Habla del ―veneno de la fuente judicial y religiosa‖; luego agrega
con toda sinceridad que jamás se salió del ―marco del decoro‖.
Su estúpida conducta de estos últimos años salta inmediatamente a la
vista. Redujo los suyos a la más profunda miseria, pero acusa de ello a sus
adversarios y a la justicia que desplegó todas sus fuerzas para alcanzar ese fin.
Reclama daños y perjuicios cada vez mayores. No comprende que para él en
este momento lo mejor sería permanecer tranquilo, y trabajar para ganarse la
vida. Por el contrario, se siente totalmente presto para llevar más lejos su
asunto de buscar qué camino le queda abierto para triunfar en su derecho, y
esto incluso a pesar de que nuestro informe médico-legal debe serle
desfavorable.
5 Desde hace nueve años el enfermo se encuentra en un asilo de crónicos sin que su estado se haya
modificado en lo más mínimo. Continúa buscando un empleo adecuado y quejándose, haciendo inventos y
tomando parte en concursos.
Emil Kraepelin
Demencia precoz
(Lección 3)
6
El enfermo ha sido transportado luego a una colonia familiar sin haber presentado modificación.
Hoy se halla desde hace tres años y medio en un asilo, tan demente y apático como siempre.
parte, la afección en cuestión es lejos de ser rara; el onanismo juega sin embargo
en ella un rol aún más borroso. Para mí, no se trataría de una relación causa-efecto
entre el onanismo y la D. P. Queda todavía un punto al que conviene tener en
cuenta y que va precisamente en contra de la teoría del origen onanista: es el
comienzo brusco de la enfermedad.
La D. P. comienza por una fase de depresión, susceptible de crear alguna
confusión con uno de los estados melancólicos descriptos en una precedente
lección. A título de ejemplo, les ruego examinar a este jornalero de 22 años, que
ha entrado en la clínica por primera vez hace tres años, y que pertenecería
supuestamente, a una familia de buena salud. Algunas semanas antes de su arrivo
tuvo accesos de ansiedad. Después se volvió como atontado: las palabras eran
confusas, la mirada fija, las ideas poco inmutables, era víctima de un muy vago
delirio de persecución y de culpabilidad. Nos dio respuestas vacilantes e
inconexas; capaz de resolver pequeños problemas de aritmética y de ejecutar
algunas órdenes poco complicadas, ignoraba el lugar donde se encontraba. De
vez en cuando, hablaba solo, murmurando algunas palabras ininteligibles: ―Ésta es la
guerra. Él no come más nada. Viva la palabra de Dios. Hay un cuervo en la
ventana, y quiere comer su carne‖. Comprendía bien lo que se le pedía, y se
distraía fácilmente, pero no se interesaba en nada y no intentaba darse cuenta de
lo que pasaba alrededor suyo. Ningún temor, ningún deseo lo animaba. En
general permanecía acostado, el rostro sin expresión como congelado. Algunas
veces se lo veía levantarse, ponerse de rodillas o pasearse lentamente. Todos sus
movimientos mostraban, por otra parte, una cierta incomodidad y una falta
total de iniciativa.
Sus miembros conservaban largamente la posición que se les imprimía.
Además, si uno levantaba los brazos delante suyo, él repetía los movimientos,
igualmente golpeaba sus manos si se hacía lo mismo delante suyo. Estos
fenómenos llamados flexibilidad cérea, catalepsia para algunos, ecopraxia
para otros, son bien conocidos en las investigaciones de orden hipnótico.
Tienen que ver con trastornos especiales de la voluntad, de los cuales nosotros
agrupamos las diferentes manifestaciones bajo el nombre de Befehlsautomatic
(obediencia automática). Agreguemos finalmente, que nuestro sujeto tiene
desigualdad pupilar y que se nota en sus antecedentes un rictus con convulsiones
de los miembros superiores.
En el curso del mes pasado su estado mejoró, su mente estuvo más lúcida,
sus modales más naturales, y tenía la precisa sensación de estar enfermo. Sin
embargo, era siempre un ser confuso, pobre de ideas y sensaciones. Dejó la
clínica en esas condiciones para retornar a su trabajo. Pero nos lo han traído
hace un año. Se había acostado delante de un tren que le cortó el pie derecho y le
fracturó el brazo izquierdo. Durante esta nueva estancia entre nosotros, se
muestra más dueño de sí mismo, conocía mejor su entorno y transmitía de
buena gana lo que sabía de sus nociones de geografía y de cálculo. Es cierto,
no hablaba espontáneamente con nadie. Permanecía apático, acostado, privado
de toda reacción, su rostro estaba sin expresión. Por otra parte, no se ocupaba de
nada y no prestaba ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor.
Atribuía a su enfermedad su tentativa de suicidio. Decía que desde un año antes
su cerebro estaba quebrado, y ya no era capaz de pensar sin que las otras
personas estuvieran al corriente de sus ideas y las hiciesen tema de sus
conversaciones. Incluso se lo oía al leer el diario.
Aún hoy este enfermo está en el mismo estado: mira indiferentemente
delante suyo, sin ver nada. No pregunta sobre el entorno exterior que lo
circunda. Levanta apenas los ojos cuando se lo interroga y es necesario
interpelarlo con energía para obtener alguna respuesta suya. Sabe donde está,
conoce el mes y el año, así como el nombre de los médicos; más aún, resuelve
un problema fácil, enumera también ciertos nombres de ciudades y de ríos.
En cambio, se cree el hijo del Emperador, el rey Guillermo. No tiene por
otra parte noción de su situación y anhela quedarse aquí: ―Su cerebro está
lastimado, su vena ha estallado‖. Fácilmente se pone de nuevo en evidencia la
flexibilidad cérea, la ecopraxia; se le tiende la mano, él tiende la suya toda
rígida pero sin tomar la que se le presenta (I).
Inútil es ir más lejos para asegurar que estamos frente a un estado
patológico relacionado más bien con el juicio que con la memoria. Mucho más
atacada está aún la emotividad, y como consecuencia, están alteradas todas las
manifestaciones voluntarias que están bajo su dependencia. Hay, por
consiguiente, una indudable analogía entre los dos enfermos que ustedes han
observado hoy, aunque el proceso evoluciona diferentemente en cada uno de
ellos. Especialmente en ausencia de toda actividad intelectual, el mismo
desapego a todas las cosas, la misma imposibilidad de librarse a todo acto
espontáneo. Son, en una palabra, trastornos similares, igualmente intensos en
una observación como en la otra y los dos sujetos afectados por el mismo sello.
Estos síntomas representan, con el debilitamiento del juicio, las características
fundamentales y permanentes de la D. P.; ellos se reencuentran durante toda
la evolución de la afección. Al lado de ellos puede manifestarse toda una serie
de otros signos, susceptibles a veces de ocupar un lugar preponderante, pero estos
signos no duran en general y no deben ser considerados como los estigmas
cardinales. Se ve, por ejemplo, ideas delirantes, alucinaciones sensoriales,
extraordinariamente frecuentes por cierto, pero con un desarrollo muy
irregular. Estas ideas, incluso, pueden desaparecer, o directamente no estar
presentes sin que los rasgos esenciales se reviertan en el curso de la
enfermedad o en su terminación. Tenemos el derecho, entonces, de
plantear como regla que todos los estados de depresión con alucinaciones
sensoriales, muy marcadas al comienzo, o con delirios estúpidos, son en
general la primera fase de la D. P. Además, las modificaciones de la
emotividad, a pesar de ser constantes, son poco apreciables. Ellas contribuyen,
por consiguiente, apenas en el establecimiento del diagnóstico.
Si bien es cierto que los estados de viva ansiedad o de gran depresión son
susceptibles de abrir la escena, la emotividad, llegamos a verificarlo, muy
rápidamente se diluye, e incluso en ausencia de toda manifestación exterior.
Observen finalmente a este cartero: es un hombre de 35 años, sólidamente
constituido. ¿Podrían concebir que hace apenas algunos días ha querido matarse e
inclusive había persuadido a su mujer de seguirlo en el suicidio, luego de
haberse cortado estúpidamente el canal de la uretra algunas semanas antes? Su
aspecto pálido, su nutrición lánguida no le impiden estar aún muy consciente;
sabe dónde se encuentra, se da cuenta de su situación y sus respuestas son
ordenadas y sensatas. Desde hace cinco semanas está enfermo, y sufre sobre
todo de cefaleas. Cree que sus compañeros conversan sobre una ligera torpeza
que él había cometido en un lugar precedente: ―Nosotros te haremos la
guerra, decían ellos, nosotros abriremos la pequeña camisa‖. A menudo no
comprendía bien, por qué con frecuencia se le telefoneaba tanto en los oídos:
por lo tanto fatigado de escuchar esas voces había resuelto ahorcarse. Más tarde,
habiendo logrado retornar a su trabajo, se volvió ansioso, perseguido por el
temor de estar obligado a dar dinero falso y de exponerse así a una condena a
prisión. La cabeza le borboteaba y rogaba a su mujer que se quemase el cerebro
con él. ―¿No sería ella desgraciada si él estuviera en prisión?‖. Poco a poco
termina por no comer ni dormir. Se hacía un montón de reproches, veía sobre el
techo una cabeza que al comienzo lo asustaba mucho, luego veía con los ojos
cerrados, dos cuadros, de los cuales uno todo destrozado representaba una casa
con ventanas y techo. El enfermo nos cuenta todo aquello con el rostro
sonriente pero con una cierta búsqueda en la expresión. Su tentativa de suicidio,
su llegada a la Clínica, no suscitó en él ninguna reflexión. Nos tiende la mano
rígida, rígido también está su porte. De la forma más clara tiene catalepsia,
ecopraxia y ecolalia. Repite, en efecto, inmediatamente las palabras
pronunciadas delante suyo, a veces alterándolas. Los primeros días que siguieron a
su entrada en el asilo, permaneció casi constantemente acostado, los párpados
con frecuencia cerrados, sin hacer movimientos, sin responder a las preguntas,
sin reaccionar a las inyecciones. Escuchaba voces que le hablaban de toda suerte
de cosas. Agrega en voz baja haber visto bajo sí un corazón azul y por detrás la
luz temblorosa del sol. Hay aún otro corazón azul, ―un corazón de mujer‖.
Vio también relámpagos, un cometa brillante con una larga cola, y el sol se levanta
todos los días del lado opuesto.
Estos últimos días, bruscamente, sin motivo, el enfermo rechazó todo
alimento, y estuvimos obligados a alimentarlo por sonda. Cuando se lo invitaba
a escribir a su mujer, pretendía tener ocupaciones más importantes; por otra
parte, era inútil que ella lo visite, no valía la pena. Cuando se le solicitaba que
sacara la lengua, abría bien grande la boca, pero enrollaba su lengua apoyándola
fuertemente contra el velo de su paladar. En otros momentos, se volvía muy
agresivo para con su entorno, sin ser capaz de justificarse luego por lo sucedido.
Desde el punto de vista somático, conviene notar una exageración muy
marcada de los reflejos rotulianos.
Ustedes comprenden sin esfuerzo que en este cuadro clínico encontramos
los mismos rasgos fundamentales que en nuestros otros dos enfermos:
emotividad debilitada, ausencia de voluntad espontánea, sugestionabilidad.
Además las alucinaciones sensoriales, la manera bien particular de tender la mano
confirma aún más nuestro diagnóstico: se trata de un caso de D. P. Hablan en el
mismo sentido, la resistencia estúpida del enfermo a la alimentación, a sacar la
lengua y escribir a su mujer. Los estados de estupor que se manifiestan de
tiempo en tiempo, tienen también un ciertovalor. En una palabra, estamos
aquí, ante trastornos idénticos a los que habíamos tenido la ocasión de señalar
anteriormente.
Por otra parte, estamos ante una impresionante evolución desde hace
algunos años, y definitivamente devenida incurable. Tal es en efecto, la
terminación más frecuente de la D. P. Y lo que da a nuestro diagnóstico todo
su valor, es que a partir de ahora estamos en condiciones de sostener un
pronóstico grave. Podemos prever el estado de imbecilidad especial que
afectará ulteriormente al enfermo.
Nuestra predicción, por cierto, no está al reparo de todo error. Desde
el punto estrictamente científico, es aún más dudoso que la D. P. pueda
curarse completa y definitivamente: sin embargo, no se podría aceptar
esta concepción sin apelación. Por el contrario, las mejoras, no son casos
raros, y prácticamente hay motivos para considerarlos como curados. Los
enfermos han perdido evidentemente actividad e inteligencia, su emotividad
está restringida, pero en las relaciones diarias aún son capaces de conservar su
antiguo lugar. Sus mejoras, a menudo son sólo momentáneas en general, y
las recaídas que se producen tarde o temprano, sin motivo determinado,
toman entonces un aspecto más serio. Esto lo observamos en nuestro segundo
enfermo: mejoramiento, por otra parte breve, y recaída consecutiva.
Igualmente tenemos motivos para esperar que desaparezcan en él los
trastornos actuales, pero tenemos que estar atentos a una recidiva más
grave7 El enfermo está considerablemente mejor desde el punto de vista somático.
Ha salido de la clínica al cabo de 3 meses, sin darse cuenta de los trastornos que había
presentado. Desde hace cuatro años y medio está con su familia y parece curado.
7 El enfermo está considerablemente mejor desde el punto de vista somático. Ha salido de la clínica
al cabo de 3 meses, sin darse cuenta de los trastornos que había presentado. Desde hace cuatro
años y medios está con su familia y parece curado.
150 Q o el de
Emile Kraepelin
Capítulo I
EL CUADRO GENERAL DE LA ENFERMEDAD
TRASTORNOS DE LA ATENCIÓN
APATÍA EMOCIONAL
TRASTORNODELAVOLUNTAD
TRASTORNOS SOMÁTICOS
Hay que referir aquí, además de los trastornos psíquicos creados por la
enfermedad, una serie de signos mórbidos que pueden tocar al cuerpo y cuyas
relaciones exactas con el trastorno fundamental no están aún totalmente
esclarecidas. Antes que nada, es necesario señalar aquí los ataques (Anfälle) que
ya han sido muy bien descritos por Kahlbaum y Jensen. Se trata en la mayoría de
los casos de síncopes o de convulsiones epileptiformes que son aisladas en
algunos enfermos, y más frecuentes en otros. Las convulsiones que sólo
conciernen a algunos grupos musculares (la cara, el brazo) son más raros, lo
mismo que las crisis de tetania o incluso los accesos apoplectiformes seguidos
de una parálisis duradera. Por mi parte, tuve efectivamente la oportunidad de
observar un colapso severo acompañado de convulsiones del hemicuerpo
izquierdo y de la hemifaz derecha. No es raro que tal acceso constituya el
primer signo del inicio de la enfermedad. También vi una vez un estudiante
bastante erudito, que desde su infancia se había mostrado muy dotado, perderse
bruscamente en un profundo coma del que sólo muy raramente salía. Fuera
de una discreta desigualdad pupilar, de una parálisis facial y de una
gran híperreflexibilidad ósteotendinosa, no tenía ningún signo de daño cerebral
y sin embargo, mientras que lo examinaba algunas semanas más tarde, presentó
el cuadro completo del debilitamiento mental (Schwachsinn) descrito más
arriba, que por otra parte persiste aún hoy.
Además, todos estos ataques son casi dos veces más frecuentes en las mujeres
que en los hombres. De acuerdo con mis estadísticas, se los encuentra en
alrededor del 18% de los casos. Hay que agregar sin embargo que, en toda una
serie de estos enfermos, los calambres y convulsiones ya habían aparecido
durante la infancia y ciertamente permanece difícil saber si se los puede ligar a
trastornos psíquicos.
En fin, se observó muy frecuentemente también en este cuadro
calambres y parálisis de tipo histérico, afonías, contracturas localizadas,
embotamientos súbitos, etc. En muchos seguimientos encontramos
movimientos anormales incesantes de tipo coreicos para los cuales elegí el
término de ―ataxia atetósica‖ que las caracteriza, creo, bastante bien. En dos
casos, se pudo poner en evidencia, en el curso de un estado de
embotamiento apático, reales trastornos de la serie afásica. Los enfermos eran
incapaces de reconocer y denominar los objetos que uno les presentaba,
aunque fuesen capaces de hablar y que, aparentemente, se entregaban al
mayor trabajo posible para suministrar las respuestas a las preguntas
presentadas. Retomando el examen, no obtuvimos más que errores en la
denominación. El trastorno había desaparecido, por otra parte, algunas horas
después.
Generalmente, los reflejos ósteotendinosos son, de manera muy
significativa, exagerados; igualmente es frecuente encontrar una argumentación
de la excitabilidad muscular y nerviosa. Habitualmente las pupilas están
claramente dilatadas, en particular en el curso de los estados de agitación; se
observa a veces desigualdades pupilares bastante marcadas pero variables, así
como un desorden bulbar. Se encuentra también, en medio de los fenómenos
muy esparcidos, trastornos vasomotores, una cianosis, edemas circunscriptos, un
dermografismo con todos los grados posibles; en algunos casos, se observa una
transpiración excesiva. En numerosos casos, la secreción salivar parece
aumentar. Es así que pude recoger en uno de mis enfermos 375 cm 3 de
saliva en el espacio de seis horas. La actividad cardíaca está sometida a
grandes variaciones, unas veces amenguada, otras relativamente acelerada, lo
más habitual es débil e irregular. La temperatura del cuerpo es
frecuentemente algo baja; una vez la vi descender a 33,8º C. En las mujeres
las menstruaciones son habitualmente inexistentes o muy irregulares.
Pude observar con mucha frecuencia un aumento difuso del volumen
de la tiroides, aumento que –en ciertos casos– por otra parte desapareció sin más
razón que la instalación de la enfermedad, o aún se modificó de manera
espectacular en el curso de la evolución de la afección. Algunos casos presentaban
una exoftalmia y un temblor. Para finalizar, debo agregar que constatamos en
muchos seguimientos una espesura mixedematosa de la piel, en particular la de la
cara, en los otros miembros de la familia. Desgraciadamente, estos datos no
pueden ser explotados más allá de la medida del hecho de la frecuencia de las
manifestaciones de cretinismo en nuestro país. Estados anémicos son igualmente
frecuentes. Hemos encontrado glucosuria en un solo caso, y, en otro, una poliuria.
El sueño de los enfermos está profundamente trastornado a todo lo largo de la
evolución de la enfermedad, incluso mientras están aparentemente calmos. La
alimentación puede ir de la anorexia total hasta la más grande bulimia. El peso
marca en general un rápido doblegamiento, a menudo muy neto, que puede
llegar a un enflaquecimiento extremo, incluso si los aportes alimentarios son
ampliamente suficientes. Más tarde, se constata, al contrario un aumento de
peso extremadamente rápido, aunque nuestros enfermos presentan rápidamente
un aspecto agravado y entumecido
Capítulo IV
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
Sérieux et Capgras
El delirio de interpretación
I. SINTOMAS POSITIVOS
Las manifestaciones mórbidas del delirio de interpretación residen en
las concepciones e interpretaciones delirantes.
A. CONCEPCIONES DELIRANTES
Con un breve examen, la naturaleza de las concepciones delirantes
aparece como el síntoma principal y llama la atención el tema novelesco.
Habitualmente encontramos ideas de persecución y de grandeza, aisladas,
combinadas o sucesivas. Las ideas de celos, místicas o eróticas son frecuentes. A
veces se observan ideas hipocondríacas, excepcionalmente ideas de autoacusación;
más raramente aún, ideas de posesión transitorias y sobre todo en los débiles. Nunca
hay ideas de negación.
En realidad, estas fórmulas delirantes no tienen más que un valor
contingente; su descripción detallada vendrá en el próximo capítulo. Aquí, sólo
indicaremos brevemente sus caracteres.
Los rasgos comunes de las concepciones delirantes están relacionados con el
estado mental característico de los interpretadores, quienes saben defender sus
ficciones a través de argumentos tomados de la realidad. A veces quiméricas, por
lo general se mantienen dentro del dominio de lo posible, de lo verosímil
(provocaciones, perjuicios, robos, envenenamientos, etc...). No vemos intervenir
allí poderes sobrenaturales.
La coordinación de estas concepciones en un sistema se efectúa de un
modo muy variable: ya sea rápida o lenta, precisa y segura o rudimentaria y
dubitativa, pobre o muy compleja. La falta de sistematización proviene tanto de
la abundancia de las interpretaciones que desorientan al enfermo como del
carácter dubitativo de este último. En algunos casos se trata menos de convicciones
delirantes propiamente dichas que de dudas delirantes (Tanzi): el hecho inverosímil
es considerado no como seguro sino como posible. Volveremos sobre estas
diferencias superficiales cuando estudiemos las variedades y la evolución del delirio
de interpretación.
En general, estas concepciones delirantes permanecen secretas. La
disimulación es tan frecuente que casi podríamos considerarla un síntoma. Si a
veces se la ve en sujetos libres, es por así decir la regla entre los internados. El
interpretador, desconfiando del entorno y del médico no dice lo que piensa
sino con reticencias y sobreentendidos.
Habitualmente, en el período de internación hay un período de
excitación con cierta locuacidad, pero pronto el enfermo se encierra en un
semi mutismo. Como además la conducta permanece correcta, esta disimulación
se vuelve para el médico en una fuente de enormes dificultades, ya que
puede durar mucho tiempo. Una mujer supo callar durante un año un
delirio de grandeza, que sus escritos terminaron por revelar. Un perseguido
interpretador de Séglas y Barbé no develó nada de su delirio durante cinco años,
a pesar de interpretaciones activas. La disimulación de las ideas de grandeza es
particularmente frecuente. A veces el paciente se calla, no por disimular, sino
porque tiene conciencia de lo inverosímil de su delirio: una megalómana,
habiendo confesado finalmente ser cuñada del rey de Inglaterra, dijo: ―¡No
hablaré de eso, me tomarían por loca; es increíble!‖.
INTERPRETACIONES DELIRANTES
INTERPRETACIÓN DE RECUERDOS
A. ESTADO MENTAL
8 Entre los signos negativos, notemos además la ausencia de síntomas físicos que encontramos en muchas
enfermedades mentales: ni insomnio, ni cefalalgia, ni trastornos somáticos que indican autointoxicación; no
hay adelgazamiento, ni temblores o trastornos pupilares. Es sin duda, un delirio ―esencialmente psicológico‖,
para emplear la expresión de Lasègue a propósito del delirio de persecución.
persistencia de la actividad de los centros corticales superiores. La
interpretación falsa aparece exagerada, extravagante pero raramente absurda; a
veces se mantiene verosímil.
La aparición del delirio no modifica nada la inteligencia. No hay ni trastorno de
la conciencia, ni confusión en las ideas, tampoco alteración general de las facultades
silogísticas; el sujeto aprecia exactamente los hechos que no pone en relación con
sus preocupaciones mórbidas. Su memoria permanece fiel: no olvida nada de las
cosas adquiridas con anterioridad y sabe sacar provecho de ello; a veces incluso
puede citar una cantidad de datos y nombres propios con una rapidez y una
precisión cercanos a la hipermnesia, que lo seducen a él mismo. ―Por momentos,
dice uno de nuestros enfermos, mi memoria toma una agudeza sorprendente: veo
en el pasado las cosas más pequeñas, detalles en los que no pensaba hace mucho
tiempo‖.
Haciendo abstracción de las concepciones delirantes, los juicios de los
interpretadores permanecen sensatos, sus apreciaciones con frecuencia justas.
Algunos son finos observadores, cáusticos e irónicos, escribiendo de una
forma agradable, a veces mordaz. La capacidad profesional permanece intacta:
uno de nuestros pensionados sigue dirigiendo una importante casa industrial,
se lo consulta cada vez que hay que tomar una decisión. Algunos son
capaces de adquirir nociones nuevas; aprenden la jurisprudencia, la mecánica,
lenguas extranjeras, hacen trabajos científicos o literarios.
Esta vivacidad en la inteligencia se manifiesta en la defensa de sus
convicciones delirantes. Con frecuencia, el interpretador despliega en ella
todos los recursos de una dialéctica cerrada. Avanza de deducción en deducción,
confiando en el valor de sus silogismos cuyas premisas son aportadas por el
incuestionable testimonio de los sentidos. Todo se relaciona, todo se encadena
en su historia, ningún detalle es superfluo para él. Si se lo contradice, se
detiene con aire sorprendido, preguntándose si uno es sincero. Acumula
prueba sobre prueba, tiene para cada objeción una respuesta siempre lista,
sabe replicar a los argumentos. Cita datos, precisa los puntos más pequeños,
aporta declaraciones confirmatorias, plantea dilemas, se adueña del hecho más
pequeño para emplearlo habitualmente para su causa. Recurre a las
informaciones de su entorno, de su familia, subyugados con frecuencia por
el vigor de sus razones. ―¿Me quieren hacer pasar por un alucinado? ¡Nunca
deliré y nunca voy a hacerlo! Todo lo que afirmo es exacto: las pruebas
existen. Si mi historia puede parecer extraordinaria, todo lo que yo cuento
es sin embargo verdad!‖. Si se le resiste más abiertamente, si se trata de
hacerle ver apenas sus errores, pone la sonrisa irónica de alguien cuya
convicción, que se sostiene de hechos indudables, es y permanecerá
inquebrantable. Termina por cerrar la controversia entrando en un mutismo de
desprecio, o bien, atribuyendo la vivacidad de su interlocutor a un móvil
interesado por lo cual lo pone de ahí en más, entre sus enemigos. Entonces,
toda discusión con el interpretador es en vano; por lo común irrita, jamás
persuade.
Los sentimientos afectivos no presentan ningún trastorno primitivo. Los
enfermos conservan las mismas relaciones con sus padres, amigos y todas las
personas que engloban su delirio. El amor propio, el sentimiento de la dignidad
para nada es alterado. Una vez internado, el sujeto es sensible a los cuidados que se
tienen por él. ―El paranoico‖, dijo Tanzi, ―no siempre es un hombre de acción
sino que siempre es un hombre de carácter‖. Los sentimientos éticos, estéticos y
religiosos persisten sin alteración. El humor varía, como en cada uno de
nosotros, según las circunstancias o el estado orgánico; él refleja además el color que
toman las ideas delirantes: expansivo en ciertos casos de megalo- manía; triste y
acrimonioso en los perseguidos. Pero no hay nada comparable a la depresión o a la
euforia, tan frecuentes en las otras psicosis.
Esta mezcla de razón y de sinrazón, este contraste notado en las antiguas
descripciones de los ―delirios parciales‖, de la ―locura razonante‖, no se observa
en ningún lado con tanta fuerza como en el delirio de interpretación. Se lo
encuentra en el lenguaje, los escritos y la conducta de los enfermos.
En general, la conversación de los interpretadores, muy variable según su
educación anterior, es fácil, con frecuencia impregnada de cierto refinamiento,
apuntando a la elegancia y a veces al énfasis. Algunos hablan con una abundancia
prolija: es un flujo de palabras inagotable; todo el tiempo tienen incidentes
sin que pierdan por eso el hilo de las ideas, y uno se sorprende de verlos
orientarse en ese laberinto de hechos: agotan al oyente mucho más rápido de lo
que ellos mismos se cansan. Algunos tienen un lenguaje medido o son de pocas
palabras, juzgando inútil detallar acontecimientos conocidos universalmente.
Todos saben sostener una charla sin relación con su delirio; hay algunos que
tienen réplicas divertidas, expresiones humorísticas. No los vemos interrumpirse
bruscamente en medio de una frase para interpelar un individuo imaginario
o responderle, como lo hacen los alucinados. Nunca notamos verbigeración, o
la ―ensalada de palabras‖ de los dementes precoces. Las estereotipias verbales,
los neologismos, son raros.
A los escritos de los interpretadores se aplican las mismas constataciones
negativas: las construcciones gramaticales no son incorrectas, hay ausencia de
verbigeración, de estereotipia verdadera, de neologismos, de signos cabalísticos, de
fórmulas de hechizo o de exorcismo. La escritura es correcta, sin trastornos
gráficos elementales, no recargada, sin exageración de palabras subrayadas. Los
enfermos no se adueñan de papeluchos para escribir en ellos frases insignificantes
o ideas delirantes en todos los sentidos. Su estilo, reflejo de su lenguaje y estado
mental, no presenta nada anormal; éste varía solamente de acuerdo a la
educación y la cultura.
Estos escritos impresionan a veces muy fuertemente a los padres, los
magistrados, administradores, que no conciben que un alienado pueda escribir
tan correctamente, incluso además de un modo literario. Legrand du Saulle
subraya que ciertas denuncias son redactadas ―en los términos más fríos, más
medidos, más pérfidos. Frecuentemente tienen una apariencia de sinceridad y
un aire de verosimilitud que de entrada podrían imponerlos‖.
Algunos interpretadores son grafómanos que todos los días cubren con
tinta una decena de páginas, envían cartas a todos lados (cartas a veces
estereotipadas) y creen tener comunicantes en toda Europa. Con la misma
abundancia de detalles exponen sus dolencias al Presidente de la República, a
los embajadores, a los ministros o a sus amigos. En general, redactan e incluso
llegan a veces a imprimir memorias, ―confesiones‖ a menudo muy interesantes
desde todo punto de vista.
Notemos que estos grafómanos no son siempre los más locuaces.
Algunos incluso sólo deliran en sus escritos y saben ocultar todas sus
concepciones vesánicas en los interrogatorios mejor dirigidos o en las
conversaciones más insidiosas. Una inglesa de nuestro servicio, grafómana
infatigable, de quien casi no se le puede sacar palabra, escribe al Presidente de
la República: ―Pido saber por qué estoy detenida por Francia; si es porque me
ofrecieron la corona de las islas británicas ¿Concierne eso a Francia? Pido ser
tratada como una prisionera de Estado, envíenme al castillo de Fontainebleau‖.
Muchos enfermos cultos, con pretensiones literarias exageradas, componen obras
que no dudan en considerar obras maestras. Poetas tampoco faltan: sus poesías,
más o menos bien hechas según sus aptitudes, pueden no tener ninguna
relación con el delirio; a veces por el contrario son su expresión.
El aspecto exterior, la actitud, no presentan nada anormal. No hay
trastornos de la mímica involuntaria o emotiva (no más por otra parte que de la
mímica voluntaria). Como dice Drommard: ―la mímica permanece
perfectamente normal en tanto función... ella se mantiene adecuada a las
emociones que exterioriza... ella es exactamente lo que sería en un sujeto sano
con el mismo estado de ánimo... La desconfianza del perseguido, el orgullo del
megalomaníaco... en una palabra todos estos estados de ánimo, no tienen una
expresión mímica diferente de la que traduciría sentimientos análogos de un
sujeto normal. Entonces, la fisonomía refleja las preocupaciones del sujeto.
Ella es según el caso, resignada o descontenta, seria o sonriente, altanera o afable,
inquieta y crispada o calma y serena. A veces, cuando el sujeto expone sus
interpretaciones, su fisonomía toma una expresión maligna, guiñe el ojo con
aire de entenderlo todo y con la satisfacción de haber desbaratado todas las
artimañas y ser el único en adivinar las alusiones secretas.
La conducta de estos enfermos, su manera de comportarse en la vida
cotidiana, está bajo la dependencia de su carácter anterior. Es decir, que aún
aquí encontramos sobre todo síntomas negativos. La actividad motriz no está
alterada: ni trastorno de la voluntad susceptible de influenciar la manera de
actuar, ni abulia, ni impulsiones; tampoco se observan estereotipias de actitud o
gesto, estos trastornos catatónicos o este manierismo frecuentes en los
dementes precoces. Las manías o los tics sólo testimonian a favor de una tara
degenerativa. El aspecto también es normal. La vestimenta no llama para nada la
atención; a lo sumo encontramos cierto refinamiento, algo original en el
vestuario, excepcionalmente excentricidades; casi no se ven adornos y
condecoraciones salvo en los débiles, e incluso lo hacen con discreción; no
tienen esa locura de ostentación de los dementes megalómanos. Calmos, limpios,
reservados, higiénicos, se interesan en el entorno, en los hechos cotidianos,
políticos u otros; adoran leer, ocuparse de varios trabajos.
Los interpeladores pueden vivir mucho tiempo en libertad, despertando
la atención sólo a través de raras extravagancias incomprensibles para el
entorno. Sin embargo algunos, rápidamente agresivos, se entregan a la violencia.
Estas reacciones, consecuencia de las ideas delirantes y del carácter anterior,
contrastan por su singularidad en una vida que hasta allí fue normal. Su
estudio se hará en el próximo capítulo.
Definición
Evolución
Variedades
Diagnóstico
Introducción general
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La observación de que una enfermedad aguda puede tener por
resultado un daño permanente del órgano afectado ha tenido en la psiquiatría
una importancia mucho mayor que en cualquier otro campo de la medicina.
Nuestras instituciones de salud mental lían estado siempre llenas con las
víctimas de las denominadas enfermedades "secundarias". De modo que se ha
convertido en una cuestión vital la de saber cuáles de las formas agudas de la
enfermedad culminan en estados incurables y cuáles no. Hasta el presente,
todas las formas agudas descritas de las "psicosis simples" podían terminar en
la recuperación o bien conducir a formas "secundarias". Kraepelin consiguió,
finalmente, aislar un cierto número de síntomas presentes en afecciones con
prognosis muy pobres, y ausentes en otros grupos de enfermedades. Las
psicosis caracterizadas por la presencia de esos síntomas fueron reunidas bajo
el término Dementia Praecox. Sin embargo, siempre hubo algunos casos que
aunque exhibían estos síntomas parecían llegar a la recuperación. No obstante,
se ha adquirido el conocimiento de que cierto grupo de síntomas indica una
tendencia al deterioro (demencia). Por otro lado, otras afecciones agudas
donde faltaban estos síntomas no parecían culminar nunca en daños
secundados. Éstas fueron reunidas bajo el término de psicosis maníaco-
depresivas. Desde un punto de vista práctico y teórico, esta clasificación
ofreció una gran ventaja, dado que proporcionó una base para hacer
predicciones, en un gran número de casos, respecto a los ataques agudos y al
estado terminal.
Por la presencia del complejo de síntomas así seleccionado y definido,
se caracteriza como una unidad al amplio grupo de la dementia praecox. Muchos
se oponen todavía a la concepción de Kraepelin; algunos son desconcertados
por las múltiples manifestaciones clínicas externas que presenta esta
enfermedad, otros no pueden contentarse con el concepto de una afección
que parecía estar definida originariamente por el curso que le es peculiar, pero
que incluye casos con desenlaces tanto buenos como malos. Sin embargo, un
examen más atento demuestra que, en realidad, todos, estos casos tienen
mucho en común, que ellos son claramente distinguibles de otros tipos de
enfermedad mental. Esto constituye ciertamente un gran progreso en relación
a los anteriores intentos de definir este grupo patológico. Aunque no siempre
esta afección tiene por resultado un completo deterioro, cada uno de los casos
revela empero, ante una indagación más acuciosa, algunos importantes
síntomas residuales que son comunes a todos. De modo que, además de una
idéntica sintomatología, encontramos también los mismos resultados finales,
no cuantitativa sino cualitativamente, es decir, en términos de la dirección en
que se desarrolla la enfermedad. Otras psicosis no muestran ni la misma
sintomatología ni el mismo desenlace. A la inversa, todas las psicosis a las que
se consideró hasta ahora como secundarias exhiben el mismo complejo
general de síntomas. Por lo tanto, en el presente estado de nuestro
conocimiento, la delimitación de esté grupo patológico, no sólo es permisible,
sino que se impone como obligatoria.
Además, se ha establecido que todas aquellas formas de deterioración
que comienzan lenta e insidiosamente; sin ninguna fase aguda ostensible,
tienen los mismos síntomas, y no pueden ser distinguidas en ningún momento
de los llamados tipos "secundarios". De modo que debemos incluir en esta
enfermedad a todos aquellos tipos conocidos por una amplia variedad de
nombres, tales como' deterioración primaria", "paranoia deteriorante", etc.
Hasta ahora, han fracasado completamente todos los intentos de
clasificar a estos casos en subdivisiones o grupos según sus cuadros clínicos
externos.
Bajo el término demencia precoz o esquizofrenia incluimos entonces a
un grupo de enfermedades que pueden distinguirse claramente de todos los
otros tipos patológicos en el sistema de Kraepelin. Aquéllas tienen muchos
síntomas comunes y prognosis semejantes. Sin embargo, sus cuadros clínicos
pueden ser extraordinariamente diversos. Quizás este concepto tenga
meramente un valor temporario, en la medida en que más adelante tenga que
ser reducido (en el mismo sentido en que los descubrimientos de la
bacteriología hicieron necesaria la subdivisión de las neumonías en términos
de los diversos agentes etiológicos). No obstante, creemos que se ha obtenido
un progreso aún mayor que el efectuado con el descubrimiento de la apología
de la paresia general. También este último síndrome fue oscurecido durante
mucho tiempo por muchos otros conjuntos de síntomas. Pensamos que el
problema de la demencia precoz afecta mucho más profundamente a todo el
cuerpo de la sistemática de todas las psicosis, que en su época el problema de
la paresia general. Aquellos hechos, que todavía siguen siendo oscuros, no
involucran ya a la parte principal de los casos de demencia' precoz, sino a los
excepcionales y difíciles, como la psicosis febril, que hasta ahora ha resistido al
estudio más atento. Por primera vez, tenemos definiciones que nos permiten
conseguir alguna comprensión común. Además, sabemos en qué sectores
nuestro conocimiento y medios de investigación actuales no nos permiten
trazar líneas claras.
El desarrollo del concepto de la demencia precoz constituye una parte
considerable de toda la evolución de la psiquiatría teórica. Ésta puede
difícilmente ser descrita sin aquél. Por lo tanto, no es posible intentar una
exposición completa de la génesis del concepto de la demencia precoz. La
cuna de la idea fue la quinta edición de la Psiquiatría de Kraepelin (1896).
Por supuesto, se sabía que hace largo tiempo que algunas psicosis
agudas experimentan mejorías, mientras que otras tienden a convertirse en
crónicas. También se había observado y conocido durante mucho tiempo que
los más simples casos de deterioración pueden llegar a tal estado sin exhibir
síntomas agudos. Ya Esquirol había separado la idiotez "adquirida o
accidental" de la hereditaria o congénita. Él notó el comportamiento
estereotipado de algunos de sus pacientes. Además, desde hace tiempo se sabe
que tales procesos de deterioración afectan principalmente a personas jóvenes.
Fue por esta razón que Morel acuñó el nombre de "démence précoce"
(demencia precoz). Sin embargo, no pudo descubrirse ningún denominador
único en el caso de los abigarrados cuadros clínicos de los procesos
deteriorantes. Un gran obstáculo para este fin fue la ingenua creencia (muy
extendida hacia la mitad del último siglo) de que las psicosis, o más bien la
psicosis, debe tener un curso muy definido, que según se suponía
ordinariamente, comienza con un estado melancólico.
Esta noción vició también a las teorías de Kahlbaum, que en otros
aspectos significaron un progreso esencial. Naturalmente, varias mentes
sagaces, aun antes que él, sabían ya que los viejos nombres tales como
melancolía, insania, manía, delirios, designaban meramente a cuadros de
síntomas. Sin embargo, no se podía aislar a verdaderos procesos patológicos;
por consiguiente, se trataba a las entidades sintomatológicas como si ellas
correspondieran a enfermedades reales. Kahlbaum fue el primero que realizó
un esfuerzo conciente por clasificar procesos patológicos a partir de este
conjunto de síntomas.
En 1863, en su Agrupamiento de las enfermedades psíquicas, llamó la atención
sobres el complejo de síntomas catatónico, pero recién en el año siguiente
describió la enfermedad con mayor precisión, bajo este nombre, y por fin la
estableció definitivamente en su monografía de 1874. Según él, la catatonia
atraviesa los estados de melancolía, manía, estupor, confusión y, finalmente,
demencia (análoga a lo que él denominó vesania típica). Cualquiera de estas
diversas etapas puede faltar, y la curación puede conseguirse en cualquiera de
ellas menos la última. El autor caracterizó a la enfermedad (correspondiente a
la paresia general) mediante un grupo de síntomas corporales que ahora
consideramos como manifestaciones catatónicas.
Desde ese período, la catatonia, en cuanto proceso patológico, nunca
desapareció de la literatura, aunque a menudo se la atacó vigorosamente. Sólo
unos pocos autores aceptaron el concepto de catatonia como un "proceso
patológico"; la mayoría de los psiquiatras alemanes lo rechazaron,
principalmente debido a la muy obvia razón de que el curso típico, tal como
fuera postulado por Kahlbaum, era la excepción y no la regla, y además
porque el concepto no parecía estar suficientemente delimitado en ninguna
dirección.
En 1871, Hecker, siguiendo una sugestión de Kahlbaum, describióa la
hebefrenia, que éste incluyó entonces en su grupo catatónico, y luego amplió a
todo el grupo para incluir al heboide, que no es más que una forma moderada
de la hebefrenia que se manifiesta principalmente en cambios de carácter. En
una fecha temprana, Schule pudo describir a la catatonia como "una
hebefrenia en conjunción con neurosis de tensión".
En contraste con Kahlbaum, muchos autores pusieron a las psicosis
deteriorantes (demenciales) en una relación más estrecha con las
degeneraciones, tanto familiares como individuales. Con anterioridad, Morel
había planteado el problema de la importancia causal de la herencia. Se creyó
entonces que un cerebro defectuoso estaba especialmente predispuesto a esta
enfermedad (catatonia).
Algo después que la catatonia y la hebefrenia, la deterioración simple
(que a menudo había sido diagnosticada en la práctica, pero rara vez descrita)
fue estudiada más cuidadosamente por Pick (573), en 1891, y especialmente
por Sommer (725). Fue este último quien, tres arios después, ofreció una
excelente descripción, no sólo del síndrome clínico catatónico, sino también
de las diversas demencias primarias, en las que incluyó a la hebefrenia. De tal
modo amplió el concepto adecuadamente, puesto que incluyó a los síndromes
paranoides deteriorantes en el concepto de "demencia primaria". Sin embargo,
en su clasificación final todavía separa a la catatonia de estos tipos de
deterioración.
Las ideas y la clasificación de Kahlbaum encontraron escaso apoyo
fuera de Alemania. Aun Ségas y Chaslin, quienes habían sido los primeros en
interesarse profundamente por el problema de la catatonia, llegaron a la
conclusión de que era un complejo de síntomas, y no una enfermedad
propiamente dicha. En Inglaterra sólo más tarde se concedió atención al tema.
En 1896, Kraepelin incluyó a las "psicosis deteriorantes" en un grupo
de enfermedades que, según creyó, eran esencialmente trastornos metabólicos.
Al principio, aplicó el término demencia precoz (que adoptó nuevamente)
solamente a las hebefrenias, y a los que otros autores habían denominado los
síndromes "demenciales" (deteriorantes) primarios. Llamó catatonia primaria a
todas las formas con síntomas catatónicos predominantes, mientras que bajo
el nombre de "dementia paranoides" describió a una forma no muy frecuente,
con una rápida erupción de alucinaciones e ideas delirantes confusas,
comportamiento exterior relativamente intacto, y una temprana detención de
todo el proceso. Tres años más tarde incluyó a todo el grupo deteriorarte bajo
el término de demencia precoz. La catatonia retuvo su significado usual;
aquello a lo que se denominó anteriormente demencia precoz fue ahora
incluido, principalmente, en la hebefrenia que —y éste fue el paso más
importante— incluyó, en cuanto forma paranoide de la demencia precoz, a la
anteriormente denominada paranoia alucinante o fantástica.
Desde ese momento, el alcance del concepto de demencia precozha
seguido siendo esencialmente el mismo. Se registró un solo desarrollo ulterior.
Kraepelin se retiró un tanto de su anterior posición, en la que había acentuado
muy fuertemente que el curso de la enfermedad siempre termina en
deterioración. Ahora consideró que también pertenecen al grupo de la
demencia precoz los muchos casos que, por lo menos para todos los fines
prácticos, pueden ser curados permanentemente o detenidos durante periodos
muy largos1.
Durante un largo tiempo, la discusión psiquiátrica giró en torno a
síntomas más bien que alrededor del concepto de Kraepelin; en la actualidad,
empero, parece existir una tendencia a descuidar estos síntomas catatónicos en
favor del estudio y discusión de los trastornos de la asociación y de la
afectividad.
Paralelamente a la elaboración del concepto de demencia precoz,
fueron definidas otras entidades patológicas, en particular la psicosis maníaco-
depresiva. De este modo, se otorgó a la demencia precoz un relieve nítido; y
1Desde que esto fue escrito por primera vez, Kraepelin ha estrechado nuevamente su concepto de este grupo
patológico, en favor de la psicosis maníaco-depresiva.
sus límites ya no fueron trazados unilateralmente desde adentro, sino también
sólidamente desde el exterior.
EL NOMBRE DE LA ENFERMEDAD
Desgraciadamente, no podemos eludir el incómodo deber de acuñar un
nuevo nombre para esta enfermedad. Pues el actual es demasiado
inapropiado. Sólo designa a la enfermedad, y no al enfermo; además, es
imposible derivar de él un adjetivo que denote las características de la
afección, aunque un colega exasperado ha utilizado "síntoma precoz". Sin un
término nuevo, una obra concienzuda sobre diagnóstico diferencial seria
difícil de escribir, y aún más difícil de leer.
Pero hay una razón mucho más importante y práctica por la que me
parece inevitable proponer una nueva designación al lado de la antigua. Esta
última es producto de una época en la cual, no sólo el concepto de demencia,
sino también el de precocidad, eran aplicados a todos los casos que se tenían a
mano. Pero se adecua difícilmente a nuestras ideas contemporáneas sobre el
alcance de esta entidad patológica. Actualmente incluimos a pacientes a los
que no llamaríamos ―dementes‖ ni tampoco víctimas de una deterioración
temprana, exclusivamente.
Teniendo en cuenta el hecho de que Kraepelin describió de un modo
clásico exactamente lo que quería decir con el término, podríamos considerar
irrelevante al significado original de dementia praecox. Después de todo,
hablamos actualmente de "melancolía" sin que nos perturben las antiguas
ideas sobre la "bilis negra". No hay que atribuir a la ciencia de la psiquiatría el
que no sea éste el caso. Por su mismo nombre, la "psicosis periódica" de
Kraepelin ha cerrado muchas puertas que estaban abiertas al término "locura
maníaco-depresiva", pues hubo psiquiatras que bajo ninguna circunstancia
podían ser "inducidos a designar como "periódica" a una enfermedad que en
ciertas condiciones sólo se manifiesta con unos pocos ataques, o quizás
inclusive con sólo un ataque aislado, en el curso de toda una vida.
En cuanto a la designación "demencia precoz", las cosas están todavía
peor. Difícilmente haya un solo psiquiatra que no haya escuchado el
argumento de que todo el concepto de demencia precoz debe ser falso, puesto
que hay muchos catatónicos y oros tipos que, desde el punto de vista de los
síntomas, deberían ser incluidos en la demencia precoz de Kraepelin, y que no
llegan a una deterioración completa. Asimismo, parecería que se pone fin a
toda la cuestión con la demostración de que en un caso particular el deterioro
no aparece precozmente, sino más tarde. También se identifica a menudo al
concepto de la demencia precoz con el de una determinada forma de psicosis
de las personas jóvenes; y dado que puede demostrarse muy fácilmente que
hay muchas otras enfermedades características de la pubertad, se considera
incorrecta la inclusión de todas ellas en un solo concepto. Esta situación se
encuentra en su peor forma en Inglaterra, donde (en la medida en que estoy
familiarizado con las discusiones del problema allí) la gran mayoría de los
psiquiatras parece haberse aferrado al sentido literal del término, demencia
precoz, y haber ignorado, o no comprendido, el concepto básico de esta
entidad patológica.
De modo que no nos queda ninguna alternativa excepto la de dar un
nuevo nombre a la enfermedad, menos apto para ser malentendido. Tengo
plena conciencia de las desventajas del nombre propuesto, pero no conozco
ninguno mejor. Es realmente casi imposible encontrar un nombre perfecto
para un concepto que todavía se está desarrollando y alterando. Llamo a la
demencia precoz "esquizofrenia" porque (como espero demostrarlo) el
"desdoblamiento" de las distintas funciones psíquicas es una de sus
características más importantes. Por razones de conveniencia, utilizo la palabra
en el singular, aunque es evidente que el grupo incluye a varias enfermedades.
Ideas semejantes pueden haber conducido a las sugestiones que hicieran
Zweig y Gross (278). Zweig llamó a la enfermedad dementia dessecans; Gross la
denominó dementia sejunctiva. Pero como ya hemos dicho, el término
"demencia" es totalmente inapropiado1. En cuanto al término dementia
sejunctiva, debe observarse que el concepto de sejunción, tal como lo utilizó
Wernicke, no está, definido con la suficiente precisión como para caracterizar
adecuadamente a la enfermedad. Además, otros autores2 definen a la
sejunción en términos todavía más vagos, de modo que su adopción sólo
tendría por resultado discusiones estériles.
Paris ha propuesto el término psychose catatonique dégénérative. No
podemos aceptar tal designación, pues, a este respecto, rechazamos la idea de
degeneración, y no consideramos esenciales a los síntomas catatónicos.
Términos tales como "demencia paratónica progresiva", "paratonia
progresiva" (Bernstein), o amblythymia, amblynoia simplex et catatonica [Evensen
(211)], son completamente unilaterales. La designación de "locura
adolescente" (Conaghey) es inadecuada desde todo punto de vista. Wolff ha
propuesto recientemente "disfrenia". Pero este término ya ha sido empleado
en otro sentido; tiene además un significado tan amplio, que la tentación de
interpretarlo mal es demasiado grande.
LA DEFINICIÓN DE LA ENFERMEDAD
1
Por las mismas razones no podemos aceptar términos como dementia primitiva (psiquiatrías italianos,
Sommer), dementia simplex (Rieger), dementia apperceptiva (Waygandt). Tampoco encuentro aceptable el de
paradementia de Brugias.
2 Gross y Weber (789, p. 822).
Con el término "demencia precoz" o ―esquizofrenia‖ designamos a un
grupo de psicosis cuyo curso es a veces crónico, y a veces está marcado por
ataques intermitentes, y que puede detenerse o retroceder en cualquier etapa,
pero que no permite una completa restitutio ad integrum. La enfermedad se
caracteriza por un tipo específico de alteración del pensamiento, los
sentimientos, y la relación con el mundo exterior, que en ninguna otra parte
aparece bajo esta forma particular.
En todos los casos nos vemos frente a un desdoblamiento más o
menos nítido de las funciones psíquicas. Si la enfermedad es pronunciada, la
personalidad pierde su unidad; en diferentes momentos, diferentes complejos
psíquicos parecen representarla. La integración de los diferentes complejos e
impulsos es insuficiente, o inclusive falta por completo. Los complejos
psíquicos no se combinan en un conglomerado de esfuerzos con un resultado
unificado, como sucede en la persona sana; antes bien, un conjunto de
complejos domina a la personalidad durante un tiempo, mientras que otros
grupos de ideas e impulsos son ―segregados‖ y parecen parcial o totalmente
impotentes. A menudo, las ideas son elaboradas sólo parcialmente, y se pone
en relación de una manera ilógica a fragmentos de ideas para constituir una
nueva idea. Los conceptos dejan de ser completos, parecen prescindir de uno
o más de sus componentes esenciales; en realidad, en algunos casos sólo están
representados por unas pocas nociones truncadas.
De ese modo, el proceso de asociación opera a menudo con meros
fragmentos de ideas y conceptos. Esto tiene por resultado asociaciones que
individuos normales considerarán incorrectas, extrañas, y totalmente
imprevisibles. Con frecuencia el proceso del pensar se detiene en medio de un
pensamiento; o en el intento de pasar a otra idea, cesa súbitamente por
completo, al menos en cuanto es conciente (obstrucción). En lugar de
continuar el pensamiento, afloran nuevas ideas que ni el paciente ni el
observador pueden relacionar de ningún modo con la anterior corriente de
pensamiento.
No se pueden demostrar trastornos primarios de la percepción, la
orientación, o la memoria. En los casos más graves, parecen faltar
completamente las expresiones emocionales y afectivas. En los casos más
leves, podemos notar solamente que el grado de intensidad de las reacciones
emocionales no guarda proporción con los diversos acontecimientos que han
provocado esas reacciones. De hecho, la intensidad de las reacciones afectivas
puede variar desde una completa carencia de expresión emocional hasta
respuestas afectivas extraordinariamente exageradas en relación con diferentes
complejos de pensamientos. La afectividad también puede manifestarse como
cualitativamente anormal; esto es, como inadecuada respecto a los procesos
intelectuales involucrados.
Además de los frecuentemente expuestos signos de "deterioración", en
la mayoría de los casos hospitalizados están presentes muchos otros síntomas.
Descubrimos alucinaciones, ideas delirantes, confusión, estupor, manía y
fluctuaciones afectivas melancólicas, y síntomas catatónicos. Muchos de estos
síntomas y conjuntos de síntomas accesorios, exhiben un carácter
esquizofrénico específico, de modo que su presencia puede ser de utilidad
para diagnosticar la enfermedad. Fuera del hospital, hay esquizofrénicos en
quienes los síntomas accesorios son menos evidentes, o faltan por completo.
En la actualidad, dividimos a la demencia precoz, provisoriamente, en
cuatro subgrupos:
1. Paranoide. Las alucinaciones o ideas delirantes ocupan continuamente el
primer plano del cuadro clínico.
2. Catatonia. Los síntomas catatónicos dominan continuamente, o durante
periodos de tiempo muy largos.
3. Hebefrenia. Aparecen síntomas accesorios, pero no dominan el cuadro
clínico continuamente.
4. Esquizofrenia simple. A través de todo su curso solo pueden descubrirse
los síntomas básicos específicos.
CAPÍULO I
LOS SÍNTOMAS FUNDAMENTALES
Los síntomas fundamentales consisten en trastornos dic la asociación y la
efectividad, la predilección por la fantasía en oposición a la realidad, y la
inclinación a divorciarse de la realidad (autismo).
Además, podemos añadir la ausencia de esos síntomas que juegan un
papel tan grande en otras afecciones, tales como los trastornos primarios; de la
percepción, la orientación, la memoria, etc.
b) Afectividad
En las formas francas de la esquizofrenia, la "deterioración emocional"
ocupa el primer plano del cuadro clínico. Se sabe desde los primeros años de
la psiquiatría moderna que una psicosis "aguda curable" se convierte en
crónica cuando comienzan a desaparecer las emociones. En las últimas etapas,
muchos esquizofrénicos dejan de manifestar afecto alguno durante arios y aun
decenios enteros. Se sientan por ahí, en las instituciones donde están
confinados, con rostros inexpresivos, encorvados, la imagen de la indiferencia.
Permiten ue se los vista y se los desvista como si fueran autómatas, que se los
leve desde su lugar habitual de inactividad hasta el 'salón comedor, y luego de
vuelta nuevamente, sin manifestar signo alguno de satisfacción o desagrado.
Ni siquiera parecen reaccionar ante los daños que les infligen otros pacientes.
Aun en las formas menos graves de la enfermedad, la indiferencia
parece ser el signo exterior de su condición; una indiferencia ante todas las
cosas, ante los amigos y conocidos, la vocación y los esparcimientos, los
deberes y los derechos, la buena y la mala fortuna. "No me importa lo más
mínimo, sea de un modo o de otro", dijo un paciente de Binswanger.
Generalmente este defecto se manifiesta del modo más sorprendente en
relación con los intereses más vitales del paciente, requiera o no su
comprensión un proceso mental complicado. Ya al comienzo de su
enfermedad, una madre puede mostrarse indiferente ante el bienestar y el
infortunio de sus hijos; sin embargo, no sólo puede emplear las palabras que
usaría una madre con sentimientos normales, sino comprender realmente lo
qué es bueno o malo para un niño. Cuando la ocasión lo exige (por ejemplo,
cuando necesita un pretexto para pedir que se le permita salir del hospital),
puede discutir sobre el tema con mucha competencia. Para tal paciente es
indiferente que él mismo o su familia vayan a la destrucción o a la ruina. A
menudo el instinto de conservación está reducido a cero. Los pacientes ya no
se preocupan, sea que estén muriendo de inanición o no, que yazgan sobre un
montón de nieve o sobre un horno al rojo vivo. Durante un incendio en el
hospital, cierto número de pacientes tuvo que ser sacado de la sala amenazada;
ellos mismos no se hubieran movido de sus lugares; se hubieran dejado
quemar o asfixiar sin mostrar ninguna respuesta afectiva. Ni las enfermedades
ni las amenazas de algún mal posible perturbarán la paz de muchos
esquizofrénicos. Por supuesto, lo que les sucede a los demás no les interesa en
modo alguno. En una sala, un paciente mata a otro; sus compañeros de sala
no creen necesario llamar al asistente. Un estudiante casi estranguló a su
madre; luego, no puede comprender por qué se hace tanta bulla por "unas
pocas palabras ásperas". Un paciente escribe a su hogar por primera vez
después de un mes y medio en la institución; pero aparte de algunas frases
irrelevantes e insignificantes, sólo pregunta cómo está el gato.
Los esquizofrénicos pueden escribir autobiografías completas sin
manifestar la menor emoción. Describirán sus sufrimientos y sus acciones
como si fueran un tema de física. Una mujer croata, que sólo hablaba su
lengua nativa, se las arregló para llegar a Zurich; permaneció durante meses en
el hospital sin poder hacerse entender, puesto que no prestaba atención a los
gestos, aunque era de un temperamento vivo. Finalmente le habla una
compatriota. La paciente contestó las preguntas pero no exhibió la menor
emoción. Un hebefrénico habla de la muerte de su padre: "Dado que en esa
época yo estaba en casa, fui al funeral, y me alegré de que no era yo a quien
enterraban; ahora estoy enterrado vivo". Generalmente es muy notable el
modo como muchos pacientes, en especial los más viejos, revelan la misma
indiferencia ante sus propias ideas delirantes, con las cuales, sin embargo,
están constantemente preocupados.
Durante una larga consulta clínica, un paranoide se queja
constantemente acerca de sus persecuciones, pero mientras hace su relato está
sentado muy calmosa y displicentemente. Cuando se le pregunta si cree que
sus alucinaciones son reales, contesta, encogiéndose de hombros: "Quizá son
patológicas, quizá son reales". Evidentemente, esa cuestión no le interesa. Es
de conocimiento común que los paranoides de más edad relatan Con la mayor
calma cómo fueron desollados y quemados por la noche, cómo se les arrancó
las entrañas. Una hebefrénica va a ver al médico para pedirle que por favor no
la mate. Aunque cree verdaderamente que se trata de un asunto de vida o
muerte, no muestra ninguna emoción.
En los casos más leves, esta indiferencia puede estar ausente o disimulada. Al
comienzo de la enfermedad, comprobamos a menudo una hipersensibilidad,
de modo que los pacientes se aíslan concierte y. deliberadamente para evitar
todo lo que pueda suscitarles emociones, pese a que pueden tener todavía
algún interés por la vida. Los esquizofrénicos latentes pueden parecer casi
demasiado hábiles en su afectividad, casi sanguíneos. Pero sus emociones
carecen de profundidad. Además, en una observación más atenta de tales
casos se verifica que hay una indiferencia parcial respecto a intereses que
anterior-mente inquietaban al paciente. Sin embargo, yo no diría que esta
descripción se aplica también a los numerosos esquizofrénicos que nunca son
examinados por un psiquiatra. Además, hay muchos esquizofrénicos que, al
menos en ciertos aspectos, exhiben vivas emociones. Entre ellos están los
escritores activos, los reformadores del mundo, los fanáticos de la salud, los
fundadores de nuevas religiones. Estas personas son unilaterales en su
pensamiento, y desconsideradas en su conducta. Es muy difícil comprobar si
sus emociones en cuanto tales son también patológicamente unilaterales.
A menudo observamos "estados de ánimo básicos" significativos, de
modo que no puede hablarse realmente de una indiferencia omnipresente en
estos pacientes. Ese estado puede ser de euforia, tristeza o ansiedad. Vemos
las transiciones desde un estado de euforia a la indiferencia o a una mezcla de
ambas, en los muy frecuentes estados emocionales de los hebefrénicos que
manifiestan lo que se denomina una "indiferencia callosa", o lo que los
franceses llaman je-m'en-fi-chisme y los ingleses I don't give a damn!. En tales casos
los pacientes, si no son felices, están por lo menos muy satisfechos con ellos
mismos y con el mundo. Las incidencias desagradables no son consideradas
como tales. En esas ocasiones sus respuestas se hacen muy insolentes. Esta
reacción se ve facilitada por el hecho de que sus asociaciones incorrectas les
proporcionan un material muy adecuado. También otros estados de ánimo se
expresan de una manera semejante. Durante veinte años una de nuestras
pacientes fue conocida como "la loca de buen carácter", porque presentaba
sus absurdas quejas con risas y una gran bonhomía.
En esos episodios agudos de esta enfermedad que fueron
denominados anteriormente manía y melancolía, las emociones no faltan, por
supuesto, sino que adquieren una coloración o tono especial que ha mentido
permite por sí misma hacer el diagnóstico de la afección. En lugar de la
emoción clara y hondamente sentida de la psicosis maníaco-depresiva,
tenemos la impresión de una afectividad nada profunda.
Lo que está ausente, sobre todo, es la coherencia de la manifestación
afectiva. Las palabras que, según se supone, expresan dolor o placer, el tono
de voz, y los gestos, no parecen ser congruentes o apropiados respecto a la
actitud total del paciente. La mímica carece de unidad; la frente arrugada, por
ejemplo, expresa algo parecido a la sorpresa; los ojos, con sus pequeñas patas
de gallo, dan la impresión de hilaidad, y las comisuras de los labios pueden
estar caídas como en el pesar. A menudo las expresiones faciales parecen
exageradas y melodramáticas. En estos casos es muy notable la rigidez o
torpeza de los movimientos. Tanto los lamentos como el júbilo se expresan
con monotonía.
Es más fácil percibir estos fenómenos que describirlos. Lo que puede
subrayarse mejor en la exposición es la falta de adaptabilidad al cambiante
contenido mental, la deficiente capacidad de modulación. El estado afectivo
del maníaco esquizofrénico corresponde apenas, o bien no corresponde de
ningún modo, al cambiante contenido mental. El verdadero maníaco, como el
individuo normal, acompaña los matices emocionales de sus pensamientos
con las apropiadas modificaciones cualitativas y cuantitativas de sus
manifestaciones afectivas; el paciente definidamente esquizofrénico muestra
pocas o ninguna de esas modulaciones, sea que esté haciendo un chiste, o
lamentándose por su internación, o contándonos la historia de su vida . Una
paciente catatónica se quejaba porque su marido estaba en la cárcel. Yo le
aseguré que estaba en libertad, a lo que ella contestó: "De veras, qué bien".
Expresó esta respuesta con un tono de voz invariablemente quejoso, como si
yo le hubiera confirmado el encarcelamiento de su esposo.
Tal actitud difiere sólo aparentemente de la indiferencia. Cualquiera sea
la emoción que exista, no es por cierto una reacción ante un pensamiento,
sino más bien algún estado básico anormal de la afectividad, un ajuste
diferente del punto-cero afectivo. Los 'pacientes con otros tipos de psicosis
reaccionarán de acuerdo con sus conceptos, con vacilaciones hacia arriba o
hacia abajo de este punto-cero afectivo; no así el esquizofrénico.
En algunos casos, comprobamos claramente oscilaciones emocionales
que casi se aproximan a las normales. No obstante, una rigidez afectiva
subyacente puede otorgar a las expresiones de los estados de ánimo más
diversos una especie de denominador común difícil de describir. Podría
decirse como comparación, que parece corno si toda la mímica estuviera
teñida del mismo color. Estas personas parecen reír y llorar con el mismo
tono de voz. Aun cuando al expresar una emoción eleven las comisuras de los
labios y en otra las dejen caer, ambas expresiones conservan un elemento de
evidente similitud.
A menudo se evidenciará la inadecuada profundidad de la emoción en
cuanto el paciente se muestra incapaz de mantener un humor.
Una paciente catatónica sentía un gran temor por un Judas Iscariote
alucinatorio que la amenazaba con una espada. Gritaba que se llevaran al
Judas, pero en los intervalos pedía un trozo de chocolate. Al día siguiente se
lamentaba por estas alucinaciones, y se disculpaba por sus actos violentos;
pero en medio de sus quejas expresaba el placer que le causaba un hermoso
cinturón. Se las arregló para mezclar a este cinturón en sus alucinaciones,
hasta el punto de que fue necesario asegurar que no se trataba de un "beso de
Judas". Otra catatónica pasa sus días y sus noches acusándose
desesperadamente e intentando causarse daño. Sin embargo, cuando puede
escapar de los enfermeros, se ríe de todo eso.
En los, estados agudos, puede producirse una rápida alteración de la
expresión afectiva, aun sin que haya un humor básico continuo, dentro de un
breve período de tiempo, por ejemplo, durante un examen clínico. Debido a
cualquier asociación fortuita, accidental, el paciente pasará en un segundo de
una agitación colérica exageradamente intensa, con maldiciones, gritos y
saltos, a un estado de ánimo exageradamente erótico, dichoso, para volver a
ponerse triste y lacrimoso minutos después. En estos casos, parece,
transformarse, junto con la emoción, la entera personalidad. En contraste con
la ya expuesta fijación de ciertos componentes de una expresión afectiva
anterior, encontramos aquí que las emociones anteriores no parecen obrar
como lo harían normalmente. Muy repentinamente, aparecerá un tono
emocional completamente nuevo. Este tipo de rápida alteración y de rigidez
emocional distingue fácilmente a estos casos de los orgánicos.
Por eso es comprensible que Masselon (pág. 83) cuente entre las
peculiaridades emocionales de la esquizofrenia no sólo a la displicencia, la
indiferencia y la irritabilidad, sino también a una gran "labilidad afectiva"
(movilidad del humor, versatilidad, etc). Aun su irritabilidad parece contrastar
de algún modo con la indiferencia, y mucho más su labilidad, que presupone
una sensibilidad exacerbada de una manera anormal.
Si escuchamos a un esquizofrénico hablar en un idioma que nos es
extraño, él no nos ofrece ninguna indicación de lo que está diciendo. Puede
haber un importante cambio de tema (comida-muerte de la madre) , que sin
embargo no se expresa con ningún síntoma. La independencia de esos estados
de ánimo esquizofrénicos del contenido mental se manifiesta con particular
claridad en los casos, no infrecuentes, en los que un paciente que ha elaborado
ciertas ideas delirantes apropiadas durante una depresión, se sigue afeitando a
ellas pese al rápido cambio de humor (que pasa a la euforia) , pero las expresa
con un tono alegre totalmente inadecuado, que contradice el contenido En los
casos leves, que se ven rara vez en los hospitales, a menudo la labilidad parece
dominar, pero una observación más atenta revela los defectos de la
emotividad. Un hebefrénico estaba amenazado por una sentencia debido a
cierta violación de la ley. Se hallaba ligeramente eufórico, considerándose
afortunado por haber venido al hospital para recibir cuidados médicos.
Alababa los cuadros (malos) que colgaban de la pared, y no quería ser
transferido a una sala mejor porque los pacientes de la suya le parecían muy
agradables. Después de ser trasladado a la nueva sala, rezongaba y maldecía
contra la anterior interminablemente. Durante una ligera fiebre (y
ocasionalmente sin ninguna causa discernible) , se mostró deprimido, gritando
como un niño que se iba a morir. La misma reacción se producía por los
motivos más insignificantes; por ejemplo, cuando relataba cómo se había
resistido su padre a pagar la pequeña matrícula semestral de sus estudios. Si
alguien le decía algo que le desagradaba, se excitaba, amenazaba, destrozaba
objetos cercanos, tiraba el dinero en su furia, y golpeaba a su esposa. Pese a
esta labilidad emotiva con un leve humor maniaco, era muy evidente la
perturbación esquizofrénica de la afectividad. No buscaba ningún contacto
con su medio ambiente, como lo hace el verdadero eufórico. Permanecía
indiferente ante los acontecimientos más importantes de su vida
(confinamiento, negocios, divorcio, etc.). Este hombre bien educado y cortés
había perdido por completo su sentido del tacto social. Sus expresiones
faciales eran rígidas, fijas, completamente incongruentes con su modo de
hablar ampuloso. Ideas de valor afectivo diferente eran expresadas con el
mismo semblante. Podía decir cuán terriblemente excitado estaba, en un tono
de máxima indiferencia.
En alguna medida parecería que esta labilidad afectiva se relaciona con
la incapacidad del paciente para comprender en cuanto tales a muchos sucesos
importantes. Aun la persona sana no se molestará mucho por ideas sin
importancia. Es muy comprensible, por lo tanto, que el esquizofrénico, para
quien nada tiene importancia, salte a menudo de una emoción a otra. Por otra
parte, la labilidad afectiva corresponde a su pensamiento disociado.. Un
paciente hebefrénico se agita desesperadamente, aúlla que .él ha arruinad?
Todas las cosas; repentinamente, dice en un tono tranquilo: "Ahora me río", y
se ríe secamente. Poco después, anuncia: "Voy a dar alaridos", y nuevamente
grita y forcejea. Otro paciente estalla en cólera ante cada visita del médico,
rechinando los dientes y amenazando atacarlo, de modo que tiene que ser
sujetado. Sin embargo, poco después se mete en su cama y con un gesto
elegante le envía al médico "un beso de perdón". Ocasionalmente vemos que
el hebefrénico orientado lamenta sinceramente las acciones que cometió
durante períodos de agitación.
Uno de nuestros paranoides sollozaba después de maltratar a su esposa.
No obstante, nunca he vuelto a encontrar un arrepentimiento tan cabal y
franco. Aun cuando las emociones cambian, lo hacen más lentamente que en
la sana. A menudo los afectos parecen rezagarse detrás de las ideas. Durante
una entrevista, se le mostró reiteradamente a una paciente un cuadro con un
niño. La emoción correspondiente tardó un cuarto de hora en aparecer.
Asimismo, puede observarse durante las celebraciones, cuánto más que la
persona sana tarda el esquizofrénico en llegar al humor festivo. Aunque la
cólera y la furia tienden a prolongarse, pueden aparecer tan bruscamente en la
persona normal corno en el esquizofrénico. No puede considerarse a esto
como una labilidad especial de estos pacientes. Sin embargo, existe
indudablemente una prolongación patológica de los afectos en la tendencia
habitual de los esquizofrénicos a persistir en su ira, o inclusive aumentarla,
durante largos períodos, aunque haya desaparecido el motivo de la emoción.
De todo esto debemos extraer la conclusión (en oposición a Masselon)
de que la labilidad del esquizofrénico no es un fenómeno esencial. Mucho más
notable que los rápidos cambios afectivos (por lo menos exteriores) son las
variaciones y desplazamientos no provocados de los estados de ánimo; la
aparición caprichosa de emociones.
Hoy un paciente puede aparecer muy indiferente, mañana puede estar
irritable o ser accesible a sentimientos muy diferentes. Pfersdorff (562, pág.
18) observó acerca de sus pacientes: "Su estado afectivo básico era manifiesto
sólo cuando hablaban, cosa que rara vez hacían espontáneamente". Como
sucede tan a menudo, las emociones comienzan a revelarse cuando los
pacientes se ven obligados a enfrentarse con su medio ambiente y a reaccionar
ante, él. Pero con mayor frecuencia los pacientes se excitan afectivamente sólo
cuando se los hace pensar en determinadas ideas que, antes de la aparición, o
durante las primeras etapas de su enfermedad, los preocuparon en sumo grado
(complejos). Así, una paciente hebefrénica se quedaba sentada en tina muda
euforia erótica, para mostrar emociones normales solamente cuando se
discutían sus relaciones con el esposo. Hasta décadas después es posible
evocar en estos pacientes el dolor o el gozo de una aventura amorosa
pretérita, en toda su intensidad, cuando conseguimos superar la obstrucción
siempre presente en relación con estos temas. Las emociones aparecen como
si hubieran sido resguardadas.
Todos los matices del placer sexual, de la turbación, el dolor o los celos,
pueden surgir con toda vivacidad, cosa que nunca encontramos en las
personas sanas cuando se trata de recordar el pasado. Con frecuencia se
expresan estos recuerdos de tal modo, que manifiestan el carácter de las
experiencias de tiempos idos, en notable contraste con la madura edad actual
del paciente.
Por lo tanto, no puede haber ninguna duda de que la capacidad psíquica
de presentar emociones no ha desaparecido de la esquizofrenia. De modo que
no puede causar asombro encontrar que tal o cual afecto se conserve bien,
inclusive en los casos más graves. Pero el carácter específico de la emoción
que encontramos está determinado en gran parte por ―accidente‖. Hay,
además, mayor probabilidad de descubrir ciertas emociones que otras.
Como ya vimos, con frecuencia pudimos descubrir impulsos eróticos
(en un sentido amplio). Muy a menudo, cuando podemos seguir los sueños
diurnos del paciente, encontramos los sentimientos más delicados en el
mismo paciente que solo manifiesta violencia y procacidad ante el mundo.
Inclusive en los casos avanzados, encontramos, en lugar de interés, su
equivalente, curiosidad. Los pacientes que aparentemente no se interesaban
por nada de lo que sucedía alrededor de ellos, siempre se las arreglaban para
espiar o escuchar una conversación a trabes de una puerta abierta, o echar un
vistazo a un libro abierto. Hacen esto aunque parezcan demasiado aletargados
como para tocar inclusive lo que consideran peculiar. En los casos
hospitalizados durante un largo tiempo observamos un cierto apego a la
institución. Los esquizofrénicos que han trabajado en un hospital muchos
años sienten por él una especie de afecto. Se interesan por la administración
de la granja y eventualmente hacen alguna contribución espontánea en ese
sentido. Pueden manifestar nostalgia por la institución después de haber sido
dados de baja. Con la misma frecuencia sin embargo, encontramos que estos
laboriosos pacientes ejecutan su tarea diaria como verdaderos autómatas, sin
que los moleste la lluvia ni la nieve, el calor ni la helada.
Es en la esfera de la irritabilidad, cólera, y aun furia, donde
encontramos con mayor frecuencia que se conservan las emociones. Muchos
pacientes hospitalizados solo reaccionan de este modo. El personal que los
asiste corre siempre el riesgo de ser insultado o atacado mientras les prestan
los cuidados ordinarios y de rutina, inclusive cuando les llevan sus alimentos.
Entre tales casos extremos, y actualmente raros, y los de irritabilidad común,
existen todos los grados de variación. Con gran frecuencia se encuentra que el
único elemento afectivo que se ha conservado además de la irritabilidad del
paciente, es el amor paternal o maternal. Las madres, en particular, a menudo
se siguen interesando verdaderamente en el bienestar de sus hijos; mientras
que pueden no preocuparse por ninguna otra cosa ni siquiera por su propia
salud física tales. Tales pacientes manifestaran una real alegría cuando sus hijos
las visitan o cuando reciben buenas noticias de ellos. Una paciente, enferma
durante unos treinta años y que durante un largo tiempo permaneció en un
estado alucinatorio avanzado, intento convencer a su médico, a quien creía su
yerno, que la enfermedad que la afectaba no había sido heredada por su hija.
Tampoco el sentimiento de simpatía hacia los demás está siempre
extinguido. A menudo los pacientes pueden simpatizar mucho con la situación
a condición de otros, especialmente en los hospitales, donde la mayoría se
conocen unos a otros bastante bien. Un hebefrénico, cuyo mismo lenguaje era
pura confusión, sostenía la boquilla en la boca del otro paciente, que sufría de
atrofia muscular y ya no podía sostener el cigarro entre sus labios. Hacia esto
con una paciencia y una infatigabilidad de la que ninguna persona normal sería
capaz. Sucede en ocasiones que tales samaritanos esquizofrénicos consiguen
dar alimento a un paciente resistente, a quien ninguna otra persona podía
alimentar.
Pocos pacientes muestran inclinación al humorismo; podría decirse que
son más propensos a producir ellos mismos algún rasgo de humorismo que a
apreciar los de los demás; no obstante, Las bromas groseras son a menudo
apreciadas en cierta medida.
Es verdaderamente notable cuan pronto se embotan los sentimientos
que regulan el intercambio social entre las personas. El paciente casi no ve la
diferencia entre dirigirse a alguna persona con autoridad o a alguna de
posición más humilde, a un hombre o a una mujer. Con frecuencia no queda
la menor huella de modestia, aun en pacientes que en otros aspectos no están
muy afectados. Confiesan o relatan toda clase de fechorías, que ellos mismos
reconocen como tales. Hablan de sus experiencias sexuales en los términos
más bajos. Se masturban abiertamente. Un paciente, un inteligente estudiante
que concurría a la escuela superior le escribe a su madre lo siguiente: ―Querida
madre, ven a verme tan pronto como sea posible, debo saber qué edad tenías
la noche en que me engendro mi padre‖.
Vemos que el carácter del esquizofrénico no es tan variado como el de
la persona normal. No obstante, la indiferencia, la tendencia al apartamento, la
inaccesibilidad a las influencias, los caprichos y la irritabilidad, todas estas
peculiaridades son características recurrentes que indudablemente dotan a
todos los casos avanzados de una apariencia externa común. Pese a todas las
dificultades, algunos pueden conservar su carácter agradable e inclusive
amable, hasta muy avanzado el curso de la enfermedad. Otros se convierten
en monstruos vengativos, crueles y mendaces. Inclinados a toda clase de
exceso. La enfermedad puede transformar a una persona congénitamente mala
en inofensiva por la pérdida de energía y actividad pero aparentemente no
puede mejorarla.
Los impulsos inferiores, y en relación con ellos. El énfasis emotivo en
los proceso corporales, parecen sufrir menos que los afectos ―superiores‖,
pero la diferencia no es suficiente como para permitir la demostración de tal
relación en todos los casos. Kraepelin describe con cuanta frecuencia los
pacientes reciben las visitas de sus parientes sin una palabra de agradecimiento
ni signo alguno participación emocional, pero en cambio arrebatan sus balsos
y cestas para buscar alimentos que devoran inmediatamente, con voracidad y
hasta la última migaja.
En contraste, hay muchos que parecen totalmente impermeables al
hambre, la sed, la falta de sueño o los malos tratamientos de todo tipo. A
menudo una extrema acumulación excrementos en el recto o la vejiga, o bien
posiciones incomodas, no son acompañadas por sentimientos desagradables.
Ni siquiera las estimulaciones acústicas más fuertes y agudas ni el efecto de
una luz cegadora, parecen perturbarlos. He visto a muchos pacientes mirar
continuamente al sol deslumbrante con aparente placer. Por qué no se
destruyen sus retinas, no lo sé. No he observado pupilas especialmente
pequeñas en ninguno de estos pacientes; sin embargo, no pude examinarlos en
momentos críticos.
Los pacientes esquizofrénicos reaccionan de maneras diferentes ante
sus trastornos afectivos. La mayoría no es conciente de ellos y considera su
reacción como normal. Los más inteligentes, empero, pueden razonar acerca
de ellos con gran corrección. Al principio perciben la variedad emocional
como algo penoso, de modo que con facilidad se los puede confundir con
melancólicos. Uno de nuestros catatónicos se consideraba ―insensibilizado‖;
uno de los pacientes de Jung no podía rezar más debido al ―endurecimiento
de sus sentimientos‖. Más tarde, tienden a desplazar los cambios que se han
efectuado en ellos mismos al mundo exterior que debido a tales cambios
afectivos se convierte en algo vació, huero, extraño. A menudo el elemento de
extrañeza tiene un matiz de pavoroso y hostil.
c) Ambivalencia
La tendencia de la psique esquizofrénica a otorgar a los psiquismos más
diversos un índice positivo y otro negativo al mismo tiempo, no siempre es
muy explícita. No obstante, luego de una observación lo suficientemente larga,
siempre se la encontrará presente, inclusive en los casos leves. Es una
consecuencia tan inmediata de los trastornos esquizofrénicos de la asociación,
que su completa ausencia parece ser altamente improbable. Es por esa razón
que la incluimos entre los síntomas fundamentales.
El mismo concepto puede estar acompañado simultáneamente por
sentimientos agradables y desagradables (ambivalencia afectiva) : el esposo
ama y odia a su mujer. Sus alucinaciones revelan a la madre la "deseada"
muerte del hijo a manos del esposo no querido. Es talla en interminables
sollozos y lamentos. Sufre la más intensa ansiedad porque cree que van a
pegarle un tiro, y sin embargo pide constantemente a la asistente que lo haga.
Pretende que afuera de su habitación hay un hombre negro. Entonces cae en
una espantosa confusión de lacrimosos pedidos, quejas y violencia, rogando
que se la retenga en el hospital y se le permita reunirse con el hombre negro.
Dice: "Tú, demonio, tú, ángel; tú, demonio, tú, ángel ..." (se refiere aquí a su
amante) .
En la ambivalencia de la voluntad ("Amhz-Tendenz"), el paciente quiere y
no quiere comer. Comienza a llevar la cuchara a su boca docenas de veces,
pero nunca completa el acto, o hace algún movimiento inútil. Clama que se lo
deje en libertad y luego se resiste con abundantes denuestos cuando se le
informa que será dado de baja de la institución. Solicita trabajo, pero se pone
furioso cuando se le da algo para hacer, y no puede decidirse a ejecutar su
tarea. Un paciente, durante uno de los primeros ataques de su enfermedad,
tenía fuertes remordimientos de conciencia porque, en su juventud, había
incurrido en "fellatio" con un muchachito. Sin embargo, en los años
posteriores, intenta persistentemente y con cruda violencia cometer el mismo
hecho con otros pacientes. Las "voces" le indican que se ahogue, e
inmediatamente, para su sorpresa, lo regañan con desprecio por querer
ahogarse.
Se trata de ambivalencia intelectual cuando un paciente dice sin Transición:
"Soy el Dr; H.; no soy el Dr. H."; o bien, "Soy un ser humano como usted,
porque no soy un ser humano" (Foersterling) Con mucha frecuencia
escuchamos tales afirmaciones, y muy a menudo sin que se les dé a las mismas
palabras, en la segunda frase, un significado distinto del que tienen en la
primera. (Posiblemente sea este tipo de oscuridad intelectual la que presentaba
el paciente de Foersterling).
Un catatónico con educación filosófica hizo la siguiente observación:
"Guando uno expresa un pensamiento, siempre ve el pensamiento opuesto.
Esto se intensifica, y se vuelve tan rápido que uno no sabe realmente cuál fue
el primero". Un paciente menos sofisticado, a quien le hice notar que en
respuesta a una carta muy cordial de su esposa él había escrito una carta de
adiós, dijo: "Hubiera podido perfectamente escribir otra carta; decir buen día
o decir adiós ("good day . good-bye"); es lo mismo".
Puede demostrarse fácilmente que los pacientes no notan las
contradicciones cuando toman sus respuestas negativas por positivas. Le
pregunté a un paciente: "¿Escucha voces?" Lo negó rotundamente. Yo
continué: "¿Qué le dicen esas voces?" "Oh, toda clase de cosas". Puede
inclusive ofrecer un ejemplo de lo que le dicen. Más a menudo se hace
evidente en el lenguaje y comportamiento de los pacientes que 'piensan
simultáneamente una cosa y su inversa, aunque no siempre aparece con tal
claridad como en esta proposición: "Ella no tenía pañuelo; lo estranguló con
su pañuelo". A la misma categoría pertenece la expresión de una idea por su
opuesta: un paciente se queja de que se le ha quitado la llave maestra de las
salas, mientras que realmente quiere que se le dé la llave. En su "lengua
especial" de Schreber, "recompensa" significa "castigo", y "veneno" significa
"alimento", etc.
Las tres formas de la ambivalencia no se distinguen fácilmente entre sí
como lo ilustran estos ejemplos. La afectividad y la voluntad son sólo distintas
facetas de una misma función; aun las contradicciones intelectuales, a menudo
no pueden separarse de las afectivas. Una mezcla de megalomanía con delirios
de persecución e inferioridad puede derivar .de deseos y temores, o de la
afirmación y negación de la propia estatura. El paciente es especialmente
poderoso, y al mismo tiempo impotente; la persona amada o protectora se
convierte fácilmente en perseguidora sin abandonar su papel anterior. Es más
excepcional que el enemigo se convierta en amigo y aliado. Un paciente
paranoide católico, se unió a la secta de los Viejos Católicos. Pretendía ser
perseguido por el Papa, quien no obstante le deseaba regalar millones de
dólares. De un modo semejante, muchos pacientes se quejan acerca de
persecuciones, pero creen realmente que ellas contribuyen a su educación, a su
progreso, y son un paso preliminar para su exaltación a un rango o posición
social superiores.
Los siguientes ejemplos muestran una ambivalencia mixta, en una
forma algo diferente. Una paciente alaba y critica a su esposo, sus posesiones y
riquezas, y dice muchas otras cosas de una manera negativa y positiva a la vez.
Es enteramente imposible decir en qué sentido las entiende realmente. Un
hebefrénico explica en tono de enojo, y con marcada emoción, que el tiempo
que pasó en el hospital no fue muy largó, sino más bien demasiado breve. En
esto tampoco se equivoca, pues poco antes había asociado "tiempo" a la
palabra "largo". Es muy conocido que pacientes que creen que el médico los
está envenenando siguen aferrándose a él, y que aquéllos que se muestran muy
hostiles tanto hacia los médicos como hacia los asistentes, repentinamente,
casi inmediatamente después de sus denuestos, vuelcan sus corazones
agradecidos con la mayor efusividad.
La ambivalencia manifiesta todas las gradaciones hasta llegar al
negativismo, particularmente en la forma de "Ambitendenz". Veremos más
adelante que esto tiene importancia en la estructura de las ideas delirantes.
b) Atención
En cuanto fenómeno parcial de la afectividad (74), la atención se ve
afectada junto con ella por la deterioración. En la medida en que existe interés
en los casos leves esto sucede ante la mayoría de los hechos, en los casos
graves por lo menos en la actividad teñida emocionalmente (por ejemplo, en
la elaboración de planes para la fuga), la atención parece ser normal, al menos
según nuestros actuales métodos de investigación. En cambio, donde falta la
disposición afectiva, también estará ausente el impulso a seguir los procesos
externos e internos, a dirigir la marcha de las sensaciones y los pensamientos;
esto es, no habrá una atención activa.
c) Voluntad
La voluntad, en cuanto resultante de los diversos procesos afectivos y
asociativos, es alterada por supuesto - de varios modos, pero sobre todo por la
postración emocional. Aun los casos leves entran en colisión frecuentemente
con su ambiente, en razón de su abulia. Los pacientes parecen ser perezosos y
negligentes, porque ya no se sienten impulsados a hacer nada, sea por
iniciativa propia o por indicación de otros. Pueden pasar años en la cama. En
los casos moderados, donde todavía existen deseos y anhelos, no se hará nada
dirigido a la realización de tales deseos. Sin embargo, comprobarnos también
la forma opuesta de debilidad volitiva, que consiste en la incapacidad del
paciente para resistir a los impulsos que provienen desde su interior o desde el
exterior. Muchos de ellos llevan a la práctica inmediatamente cualquier deseo,
cualquier noción que atrae su fantasía. Algunos hacen esto porque no
consideran las posibles consecuencias; otros las ven perfectamente pero no
pueden resistir a sus impulsos, o ellas los dejan indiferentes. En un estado
emocional son por lo tanto capaces de cualquier cosa, aun de cometer graves
crímenes.
Sin embargo, en ciertas circunstancias, puede verse lo que podríamos
llamar hiperbulia. Hay pacientes que ejecutan con la mayor energía lo que se
les ha metido en la cabeza, trátese de algo razonable o absurdo. Pueden
mostrarse enteramente implacables aun hacia ellos mismos, esforzarse al
máximo, soportar dolores y penalidades de toda clase, y no permitirán que
nada los distraiga de su propósito. En tales casos pueden manifestar una
perseverancia que puede durar años, bajo ciertas condiciones.
Por otra parte, vemos a menudo la combinación, que se encuentra con
frecuencia en las personas normales, de debilidad de la voluntad con
terquedad, en la cual prevalece una u otra, según las circunstancias 21. En
general, la mayoría de los pacientes evidencian displicencia, volubilidad y
vacilación. Hacen toda clase de promesas, sin cumplir ninguna. Los pacientes
hospitalizados, por ejemplo, pueden solicitar que se les asigne una tarea, pero
luego se muestran incapaces de llevarla a cabo. Del mismo modo,
habitualmente no cumplen sus amenazas.
En la esfera de la volición, la obstrucción es particularmente notable.
Con frecuencia un paciente quiere realmente hacer algo, pero no lo puede
realizar porque falla su aparato psicomotriz. Las obstrucciones persistentes de
la volición constituyen una forma de estupor catatónico. Bajo circunstancias
diferentes, pueden darse actos compulsivos o automáticos y las diversas
formas de obediencia automática. Estos asuntos serán tratados en el capítul9
sobre los síntomas catatónicos.
d) La persona
La orientación autopsíquica es habitualmente muy normal. Los
pacientes saben quiénes son, en la medida en que las ideas delirantes no
falsifiquen la personalidad. Pero el ego nunca está totalmente intacto. Se
manifiestan regularmente ciertas modificaciones, especialmente la tendencia al
―desdoblamiento‖ Sin embargo, en los casos mis simples estas perturbaciones
no son lo suficientemente evidentes como para prestarse bien a la descripción.
Por lo tanto, las describiremos con mayor detalle al tratar los complejos de
síntomas accesorios.
E) “Demencia” esquizofrénica
El trastorno esquizofrénico de la inteligencia está caracterizado con la
mayor claridad por el estado de las asociaciones y de la afectividad. Ninguna
descripción de los productos de estas funciones puede hacer justicia a su
infinita variedad. Por lo tanto, sólo podemos esperar ilustrar los rasgos más
importantes que asume esta perturbación, mediante ejemplos tomados al azar.
Aquí nos proponemos tratar solamente la verdadera demencia esquizofrénica,
no los matices especiales que adquiere por los síntomas accesorios.
En ninguna otra afección se designa más inadecuadamente a la
perturbación de la inteligencia con los términos de "demencia" e
"imbecilidad", que en la esquizofrenia. En esta enfermedad no vemos
absolutamente de una "pérdida definida de las imágenes de la memoria",
o de otros trastornos de la memoria que pertenecen verdaderamente al
concepto de demencia. Así, algunos psiquiatras pueden sostener que ni
siquiera los más graves esquizofrénicos son dementes; otros, en su mayoría
autoridades francesas, encuentran necesario separar de los otros tipos a este
trastorno intelectual, con el término de "seudodemencia".
La demencia, en el sentido de las psicosis orgánicas, es algo
fundamentalmente diferente. Igualmente distintas son las múltiples formas de
idiotez congénita, si bien los defectuosos logros intelectuales en estos diversos
tipos de perturbación pueden dar en última instancia un resultado
externamente similar, conduciendo a reacciones inadecuadas ante el mundo
exterior. En otras palabras, el concepto de demencia es casi tan amplio como
el de enfermedad mental en general, y contiene casi tantas subdivisiones como
éste.
1) Actividad y comportamiento
“Psicopatología General”
PRIMERA PARTE
LOS HECHOS TIPICOS PARTICULARES DE LA VIDA PSIQUICA
1939 por weiter echt, en Fortachat der Neurologie, Psycfiatrie urnd rer Grenzeebiete 1929 ss.
SEGUNDA PARTE
LAS RELACIONES COMPRENSIBLES DE LA VIDA PSIQUICA (PSICOLOGÍA
COMPRENSIVA)
a) Comprender y explicar
En las ciencias naturales tratamos de captar sólo una especie de relaciones: las relaciones
causales. Tratamos de hallar por las observaciones, por los experimentos o por la reunión
de muchos casos, reglas del proceso. En un nivel más elevado, encontramos leyes, y
alcanzamos en algunos dominios de la física y de la química el ideal de poder expresar
matemáticamente esas leyes causales en ecuaciones causales. El mismo objetivo
perseguimos también en la psicopatología. Hallamos algunas relaciones causales, cuya
regularidad todavía no podemos reconocer (por ejemplo entre anomalías de la vista y
alucinaciones). Hallamos reglas (la regla de la herencia similar: cuando se producen en una
familia enfermedades del grupo de la locura maniacodepresiva, se producen raramente en la
misma familia del grupo de la demencia precoz, y al revés). Pero encontramos comprendemos
genéticamente sólo raramente leyes (por ejemplo no hay parálisis sin sífilis) y nunca podemos,
como en la física y la química, establecer ecuaciones causales. Esto presupondría una
completa cuantificación de los procesos examinados, que en lo psíquico, que según su esencia
permanece siempre cualitativo, no es posible nunca, en principio, sin que el verdadero
objeto de la investigación, es decir el objeto psíquico pierda.
Mientras en las ciencias naturales sólo pueden ser halladas relaciones causales, en
psicología, el conocer encuentra su satisfacción en la captación de una especie muy distinta
de relaciones. Lo psíquico "surge" de lo psíquico de una manera comprensible para
nosotros. El atacado se vuelve colérico y realiza actos de defensa; el engañado se vuelve
desconfiado. Este surgir uno tras otro de lo psíquico desde lo psíquico lo desde lo psíquico
lo comprendemos genéticamente. Así comprendemos reacciones vivenciales, el desarrollo de
pasiones, la aparición del desvarío, comprendemos el contenido del sueño y del delirio, de
los efectos de la sugestión, comprendemos una personalidad anormal en su propia relación
esencial, comprendemos el curso fatal de una vida, comprendemos cómo el enfermo se
comprende a sí mismo, y cómo la manera de esa comprensión de sí mismo se vuelve un
factor del desarrollo psíquico ulterior.
e) El comprender y lo inconsciente
Mecanismos extraconscientes agregados a la vida psíquica consciente son por principio
extraconscientes, no verificables como tales, siempre teóricos. Mientras tales conceptos
teóricos penetran en lo extraconsciente, quedan en la conciencia la fenomenología y la
psicopatología comprensiva. Pero nunca es definitivamente claro dónde están las fronteras
de la conciencia en esas maneras de ver. Ganan cada vez más terreno, avanzando
continuamente sobre las fronteras eventuales de la conciencia. La fenomenología describe maneras
antes enteramente inadvertidas de existencia psíquica, y la psicología comprensiva capta
relaciones psíquicas hasta aquí insospechadas, así cuando entiende a la manera de Nietzsche
ciertas concepciones morales como reacciones contra la conciencia de la debilidad, de la
impotencia y de la miseria interior. Todo psicólogo experimenta en sí mismo que su vida
psíquica se esclarece progresivamente, que lo inadvertido se le vuelve consciente, y que no
llega nunca al último límite. Es del todo falso cuando se confunde este inconsciente, vuelto
por la fenomenología ý la psicología comprensiva de inadvertido en sabido, con lo
legítimamente inconsciente, lo en principio extraconsciente, nunca advertible. Lo
inconsciente como inadvertido es vivenciado realmente. Lo inconsciente como
extraconsciente no es vivenciado en realidad. Haremos bien en llamar a lo inconsciente en
el primer sentido también, ordinariamente, inadvertido, a lo inconsciente en el segundo
sentido, extraconsciente.
La palabra "reacción" es empleada en muchos significados. Se habla de una reacción del organismo
físico a influencias y condiciones del mundo externo; de reacciones de un órgano, por ejemplo del
cerebro, a procesos en el organismo de una reacción de la psiquis individual a un proceso psicótico,
finalmente de una reacción de la psique a una vivencia. Sólo trataremos aquí de esta última reacción.
Entre las reacciones patológicas hay que distinguir en principio: 1) Las psicosis solamente
desencadenadas, cuyo contenido no está en ninguna relación comprensible con la vivencia.
Así por ejemplo, un caso de muerte provoca un proceso morboso catatónico, una
depresión circular. El tipo de psicosis no necesita corresponder en modo alguno a la
vivencia. El sacudimiento psíquico es sólo el último impulso eventual y superfluo por el
que hace irrupción una enfermedad, sea una fase pasajera, sea el brote de un proceso, que
se habría presentado finalmente también sin ese motivo, y que se desarrolla según sus
propias leyes con plena independencia del motivo psíquico. Distinguimos de ello: 2) Las
reacciones legítimas cuyo contenido está en relación comprensible con la vivencia, no se habrían
producido sin la vivencia y que dependen en su curso de la vivencia y de sus relaciones. La
psicosis queda referida a la vivencia central. En la psicosis solamente desencadenada o
espontanea se observa un crecimiento primario de la enfermedad, que se explica solo
físicamente, sin relación con el destino personal y el vivenciar del enfermo, con simple
contenido accidental sin valor de vivencia en relación con la existencia anterior, como la ha
de tener toda enfermedad psíquica. En fases curables existe después la tendencia a
reconocer claramente la enfermedad y a situarse frente a ella libremente como ante algo del
todo extraño. En las psicosis reactivas se observa o bien una reacción inmediata ante una
vivencia decisiva, o, después de una maduración más larga inadvertida, una especie de
descarga, por decirlo así, en relación comprensible con el destino y las impresiones
diariamente repetidas. Existe en verdad, después del transcurso de la psicosis, la capacidad
para declararla patológica sin más. Pero existe la tendencia a una repercusión de los
contenidos psicóticos, surgidos del destino, incluso sobre la vida futura, y también la
propensión, a pesar de la posición intelectual exacta, a no oponerse libremente a los
contenidos morbosos en la vida del sentimiento y del instinto.
El concepto de la reacción patológica tiene una parte de lo comprensible (vivencia y
contenido), una parte causal (alteración en lo extraconsciente) y una parte de pronóstico (esta
alteración es pasajera). Aunque puede ser anulada la momentánea transposición en un
estado anormal, en especial y después de la desaparición de los hechos conmocionales, se
produce la curación en seguida, existe sin embargo una repercusión gracias a la estrecha
ligazón de vivencia y personalidad, que lleva a un desarrollo anormal de la personalidad
finalmente, por la repetición y la sumación de las vivencias. Después de toda reacción se
tiene en verdad un retorno al statu quo ante relativo al tipo de mecanismos psíquicos y a las
funciones, a las capacidades de rendimiento, etc. Pero los contenidos pueden seguir
actuando.
Solo en los casos fronterizos claros se pueden distinguir radicalmente las reacciones
legítimas de los brotes. Por una parte, están las psicosis condicionadas por una conmoción
psíquica como causal esencial y que muestra también relaciones comprensibles
convincentes entre vivencia y contenido (legítimas psicosis reactivas). Por otra parte, están
las psicosis nacidas por procesos, cuyo contenido no muestra ninguna relación
comprensible con el destino, aun cuando los mismos, naturalmente, tienen que ser
tomados de algún modo de la vida anterior, sin que su valor de vivencia (Erlebniswert), su
valor como destino sea lo decisivo para la entrada en el contenido de las psicosis (tases
puras o brotes).
Vi así desde la lejanía cada vez más cerca y más grande un fuego terrible, increíblemente grande.
Era como si ardiese el mundo, la Tierra; vi ningún árbol, nada, sólo ese rostro desfigurado,
espantoso, por lo general implorando terriblemente, levantando las manos y la vista, como si
hubiese todavía esperanza y redención; había allí algo de la claridad rojiza del gran incendio, en
donde vi agitarse diablos... Luego se volvió otra vez tenebroso por mucho tiempo, luego otra vez
claro, mucho más hermoso que el más hermoso día de primavera. Entonces vi un momento sobre
éste el poderoso mundo celeste. No se puede describir lo hermoso y maravilloso que era todo. Vi
las almas en una belleza tan maravillosa... Desapareció de repente todo no hubo a mi alrededor más
que densas tinieblas. Advertí en seguida que estaba encarcelado..."
Una aprehensión de tales casos como propiamente sanos, no histéricos, es muy dudosa.
Tiene que haber una disposición específica o una capacidad para tal transposición (cuando
los casos, sin embargo, no se han vuelto esquizofrenias).
Resumamos. La psicosis tiene un sentido, como conjunto o en particular. Sirve a la
defensa, a la seguridad, a la fuga, a la satisfacción del deseo, Nace del conflicto con la
realidad, que, tal como es, no es tolerada más tiempo. Pero toda esta comprensión no debe
sobreestimarse en su importancia. Primero, los mecanismos no pueden comprender nunca
la transposición misma; en segundo término, hay otros fenómenos anormales que los que
pueden ser involucrados en una relación total comprensible; en tercer término, aun cuando
el acontecimiento conmocionante interviene como factor causal, la medida de esa
importancia causales difícil de estimar.
Para procurar un resumen acerca de los estados reactivos, los dividimos así: 1) Según los
motivos de la reacción. 2) Según la estructura psíquica especial de los estados reactivos. 3) Según
los tipos de constitución psíquica que condicionan la reactividad.
1)
Según los motivos, se delimitan: las psicosis carcelarias, 16 investiga das
bastante detenidamente, y que han formado los cimientos para la doctrina de
las psicosis reactivas; además, las neurosis de renta después de accidentes, 17 las
neurosis de los terremotos, en general las neurosis de las catástrofes,18 las
reacciones nostálgicas,19 las psicosis de guerra,20 las psicosis del aislamiento,
sea en un ambiente de idioma extraño, sea a causa de la dureza de oído, 21 Los
estados reactivos en el aislamiento con pocos camaradas, en campamentos de
prisioneros de guerra, han sido descritos por Vischer.22
La situación: privación de la libertad por una duración desconocida. Vida en comunidad con
un número limitado de camaradas constantes, sin estar nunca solo. Aparición de antipatías
violentas. Excitabilidad acrecentada. Las gentes no soportan la menor contradicción. Manía de
discutir. Mezquindad en el trato, con la atención fija en el propio provecho. Expresiones
groseras. Ninguna concentración. Comportamiento sin descanso, modo de vida discontinua.
Quejas sobre fatiga rápida (en la lectura). Sobresaltos frecuentes, no poder quedar largo tiempo
en el mismo lugar. Pérdida de la memoria. Estado de ánimo gris. Desconfianza. A menudo
impotencia sexual. Pocos quedan libres del estado cuando están prisioneros más de medio año.
Muchos matices en los síntomas.
Vischer recuerda a Dostoievski, Memorias de la casa de los muertos, y también las experiencias
de individuos que viven aislados del mundo menos tiempo: los blancos en los trópicos, delirio
de los trópicos; tripulaciones de los barcos (especialmente antes en los barcos de vela), vida
conventual (Siemer, H.: Meine fünf Klosterjahre. Hamburgo, 1913), los viajes de exploración del
polo (la descripción de Nansen, Payer, Ross).
("Kausale und verständliche Zusammenhänge zwischen Schicksal und Psychose bei der Dementia praecox" Z. Neur, 14, 158) y este
libro (1913) causaron un efecto radicalmente nuevo entonces, aunque yo sólo puse en relación la tradición cientificoespiritual con la
realidad psiquiátrica. De ese modo fue comprendido metódicamente en la psicopatología lo que de hecho ocurría en todo momento cada
vez más pobremente y lo que en el psicoanálisis de Freud se hizo en notables trastocamientos y se malentendió en sí mismo. El camino
de la conciencia científica quedó libre para la aprehensión de la realidad del hombre y del contenido de lo espiritual hasta en la psicosis.
La tarea consistía entonces en distinguir los modos de comprensión, en esclarecerlos y en llenarlos de hecho con todos los contenidos
accesibles.
Desde entonces ha surgido toda una bibliografía sobre el problema en la psicopatología y en la psicología: Binswanger, L: Internat
Z Prychoanal (O), 1 (1913). Z Neur. 26 107. Gruhle: Z. Neur, 28 Kretschmer Z Neur, 57. Van Ler Hopp: Z Neur, 68 Schneider, Kurt Z
Neur, 75. Isserlin: Z Neur, 101. Stransky: Mschr Psychiatr, S2. Bumke: Zbl Neurol, 41 Kronfeld Zbl Neurol, 28. Störring, G. Arch.
Psychol (D), 58. Blumenfeld, w.h Phil 1,3 1927), Schweizer, Walter: Erklären und Verstehen in der Psychologie. Berna, 1924 Rofstein, G
Das Probiem des psychologischen Verstehens Stuttgart, 1926. Finalmente exámenes de los libros: Kronfed: Das Wesen der
psychiatrischen Erkenninis Berlin, 1920. Binswanger, L. Etfahnang die Probleme der allgemeinen Psychologie. Berlin, 1922.
13 Véase Bonhoeffer: "Wieweit kommen psychogene Krankheitszustände und Krankheits prozesse vor, die nicht Hysterie
zuzurechnen sind?" Arch. Z. Psychiatr, 68, 371. Bonhoeffer no distingue, por lo demás, entre relaciones comprensibles y consecuencias
causales.
14 Kant ("Von der Macht des Gemûtes, durch den blossen Vorzatz seiner krankhafte Gefühle Meister zu sein") escribe: "Un
individuo razonable, cuando le asaltan temores, se pregunta si existen motivos para ellos. Si no encuentra ninguno o comprende que, aun
cuando existiese realmente alguno, sin embargo no es posible hacer nada, pasa a la orden del día con esta aspiración de su sentimiento
interior, es decir deja en su lugar su opresión (como si no le afectase) y dirige su atención a los negocios de que se ocupa¨.
5 Villinger: "Gibt es psychogene, nicht hysterische Psychosen auf normal psychologischer Grundlage?" Z. Neur, 57. Weil: "Ein
Bekehrungserlebnis als Inhalt der Haftpsychose eines oligophrenen Mörders." Z Neur, 140, 152 (1932).
6 Siefert: Über die Geistesstöruhgen der Strafhaft. Halle, 1907. Wilmanns: Über Gefäng- nispsychosen. Halle, 1908. Homburger:
Lebensschicksale geisteskranker Strafgefangener. Berlín, 1912, Nietszche y Wilmanns: Referencia en Z. Neur. (1911). Sträussler: Z. Neur,
18, 547 (1913). Sobre la obsesión de conmutación de pena en los condenados a cadena perpetua: Rüdin: Über die klinischen Formen der
Seelenstörungen bei zu lebenslänglichem Zuchihaus Verurteilten. Munich, 1910.
17 Wetzel: "Ein Beitrag zu den Problemen der Unfallneurose". Arch. Sozialwiss. 37, 535, 1913.
18 Stierlin. "Uber die medizinischen Folgezustände der Katastrophe von courrières. Ber lín 1909. Véase además Dtsch. med Wschr.
1911, II. Zangger: "Erfahrungen bei einer Zellu loidkatastrophe". Mschr. Psychiatr. 40, 196. El efecto de los ataques aéreos sobre la
población en Freiburg lo ha descrito Hoche: "Beobachtungen bei Fliegerangriffen". Med Klin. 1917. II. Los ataques aéreos no han tenido
por consecuencia una sola admisión en la clínica psiquiátrica. En cambio llegaron algunos individuos en estados de insomnio, angustia
constante, que sólo cesaban con el mal tiempo (cuando no podían emprenderse ataques aéreos), y a sensibilidad a todas las reacciones
acústicas, de tal modo que los que podían abandonaban la ciudad. La inmensa mayoría de las personas se acostumbraba, algunos
nerviosos caían en ocasión de los ataques en alegría manifiesta. Las víctimas de los efectos inmediatos de la explosión caían en la
indiferencia descripta por Balz.
19 Mi estudio sobre la nostalgia y el delito, Arch. Kriminalanthrop. 35.
20 Wetzel: "Über Schockpsychosen". Z. Neur, 65, 288. Kleist: "Schreckpsychosen". Allg. Z. Psychiatr. 74. Bonhoeffer: "Zur Frage
des Schreckspsychosen". Mschr. Psychiatr. 46, 143 (1919). Del Handbuch der àrtzlichen Erfahrungen im Weltkrieg 1914-1918, editado
por O. v. Schjerming, vol. IV: Bonhoeffer: Über die Bedeutung der Kriegserfahrungen für die allgemeine Psychopathologie. Gaupp, R.:
Schreckneurosen und Neurasthenie.
21 Allers: "Über psychogene/ Störungen in sprachfremder. Umgebung". Z. Neur, 60.
22 Vischer, A. L: Die Stacheldrahtkrankheit. Zurich: Rascher und Co., 1918. Véase también Vischer. Zur Psichology der
de los estados reactivos en los esquizofrénicos, véase luego mi trabajo: Z. Neur., 14 Además, Bornstein: Z. Neur. 36, 86. Van der Torren:
Z. Neur, 39, 364. Schneider, K Z. Neur, 50, 49 (1919). Reacciones esquizofrénicas sin proceso (reacciones esquizoides) las presentó
Popper: Z Neur, 62, 194. Kahn: Z Neur., 66, 273. Críticamente: Mayer-Gross: Z. Neur., 76, 584.
28 Schilder lo muestra en algunos casos de megalomanía paralítica: Z. Neur, 74, 1.
29 Riklin: "Über Versetzungsbesserungen". Psychiatr. neur. Wschr. 1905.
30 Bertschinger: "Heilungsvorgänge pei Schizophrenen". Allg. Z. Psychiatr. 68, 209 (1911) Véase además Oberholzer: Z. Neur, 22,
113 (1914).
Karl Jaspers
1. Los trabajos antiguos más importantes son los de: Krafft- Ebing ( Jahrb.Psych. 10:212, 1892); Werner ( Jahrb. f.
Psych. II: 1893). Schüller ( Jahrb. f. Psych. 20:1902). Un progreso muy importante l representa el trabajo de
Brie (Psych.neur. Wochenschr,. 1903 – 1901)Wahlert ( Casuística del delirio celotípico, tesis. Grefwald, 1903)
presenta cuatro casos muy diferentes entre sí de este delirio. Finalmente Többen (Monatsschr. F. Psych.
19:321, 1896) se ha preocupado por el tema. El resto de la bibliografía se encuentra en los últimos tres trabajos.
2. Estas son tan vez absolutamente características para la demencia precoz. Un caso clásico en relación con este
tipo de síntoma es el siguiente: la Sra. Behrens enfermos a los treinta y ocho años y presento ideas celotípicas.
En la misma época ella estaba muy amargada en el aspecto sexual. Notó que su marido tenía relaciones con una
vecina, los habituales momentos de sospecha jugaban un rol-. Creía que ambos se encontraban demasiada
seguido y que se entendían con miradas. La relación con su cónyuge había variado. Él la quería poseer a cada
rato, quería continuamente hacerle objeciones, era muy grosero. Ella tenía sus presentimientos. A todo ello se
agregaba lo siguiente: cuando el hombre salía de noche a encontrarse con la vecina, ella sentía que un
sentimiento amoroso semejante a un rayo le era arrancado y traspasado a la otra mujer. Cuando su marido
contemplaba a esta con deseo, a ella misma le sobrevenía una incómoda sensación de placer, como si su
cónyuge estuviese en ese momento con ella. Así, pues a ella misma le llegaba algo así como un rayo venenoso.
El amor le era arrancado para esta mujer con la que tea que ver el hombre. Además creía que su cónyuge y la
vecina estaban poseídos por un mal espíritu. Ellos podían meter dentro de ella a este espíritu. Ella había notado
con toda claridad que ambos parecían estar bastante bien cuando ella estaba triste. En estos casos el espíritu
estaría entro de ella. Ambos podrían también con ese espíritu dirigir lo que se debía pensar, etc. G. Véase caso
semejante en Tratado de Kraftt-Ebing, 4 ed., pág. 458. Observ. N. 44.
3. Un buen ejemplo es el segundo caso de Wahtert. Además el segundo caso es de Többen.
4. El tercer caso e Többen.
5. Aquí debe mencionarse un caso reciente de Bechterew (celotipia obsesiva, en Monatssch. Psych. U.., 26,
501,1909). Por lo demás, en su interesante caso solo trata parcialmente de ideas obsesivas. Algunos sufren de
celotipia por lo ideas justificada que sólo es patológica en su intensidad en la forma de surgir.
6. Véase el trabajo de Wilmanns: sobre psicosis carcelarias, 1908, pág. 49 y en otros lugares.
7. Proceso lo tomamos primeramente como algo sin una relación postulada con los fenómenos cerebral físico,
que frecuentemente no es posible demostrarlo empíricamente, que tampoco, por lo tanto, podrá ser válido
como criterio empírico, según el cual se tenga que incluir fundar o rechazar un caso debe este concepto.
8. Wilmanns utiliza un modo ligeramente equivoco la palabra desarrollo en un doble sentido. (véase La ubicación
clínica de la paranoia, en Centraibf, f. Nerv. U Psych., 1910, 207). Habla del delirios de los querulantes, que no
debe ser considerado ¨como una enfermedad en el sentido propiamente tal¨ sino más bien ¨un desarrollo ,
fuertemente dependiente de estímulos externos y con seguridad psicológicamente comprensible, de una
predisposición especial¨. Si debido a estímulos externos aparecieron incomprensibles idea de grandeza o signos
de debilidad mental, con razón le parecerá incomprensible a Willmanns e desarrollo peculiar del psicópata. Pero
también en este último caso hablara de un ¨desarrollo patológico¨, que solo progresaría por subsistir las
influencias desfavorables del medio ambiente. A pesar de que se empieza el mismo término ¨desarrollo¨ existe
aquí una diferencia fundamental, ya que nuestra terminología estos síntomas que surgen no son ni racional ni
empáticamente comprensibles. Si esta concepción más rigurosa del concepto de ¨desarrollo e la personalidad
¨no debieran ser comprendido a partir de la tercera forma – desgraciadamente algo elástica – de ¨aprehensión
de la personalidad total¨. La posición de Wilmanns sólo podría ser aprobada, según nosotros, si sucediera esto
último. A partir de la dificultad y la inefabilidad de este criterio, se ver que una decisión es casi imposible en los
casos extremos. Pero no por ello debe desdeñarse el tomar posición frente a esta problemática.
9. Dese el punto de vista de la influencia recíproca, se alcanzaría lo mismo por nuestros objetivos con otra
terminología.
Jules Séglas
diciembre de 1844) en Investigaciones sobre las enfermedades mentales, t, l, Masson, edic. 1890.
Ustedes ya saben que estas últimas son las verdaderas alucinaciones y que la
alucinación visual puede ser considerada como el tipo perfecto, habiendo sido definidas
como percepciones sin objeto. La característica de las mismas, dije en otro lado1, es crear
para el sujeto la apariencia de un objeto exterior actual que en la realidad no existe. De allí
el nombre de psicosensoriales que Baillarger les atribuye, puesto que el alucinado cree que
sus sentidos están impresionados como en la percepción externa, de la misma manera.
Aquel que sufre de alucinaciones visuales, por ejemplo, dirá ver el objeto de sus
visiones imaginarias exactamente de la misma manera que los objetos exteriores.
Reconocerá en él las mismas cualidades sensoriales; lo ubicará en medio de éstos de modo
que, a menudo, le parecerá que se reflejan recíprocamente; los distinguirá tan poco entre sí,
que reaccionará de la misma manera respecto de todos.
Ahora bien, cuando se trata de alucinaciones psíquicas ello no ocurre. Aquí ya nada
se parecerá a la percepción externa; todo es interior, o más bien subjetivo; de este modo el
calificativo ―interior‖ ya no creará confusión alguna.
Las alucinaciones psíquicas pueden afectar los mismos campos sensoriales, visual,
auditivo, etc., que las verdaderas alucinaciones, psicosensoriales.
En cuanto a ello, permítanme detener su atención sobre una particularidad de
composición del informe de Baillarger, puesto que indiscutiblemente esta ha provocado
muchas confusiones.
Luego de haber observado en los autores místicos la división de las falsas
percepciones en intelectuales y corporales (alucinaciones psíquicas y psicosensoriales) y
señalado, según los mismos, sólo en algunas líneas, que existen visiones, locuciones, olores
y gustos que sólo afectan el alma o bien llegan a los órganos de los sentidos, Baillarger
consagra todo su informe (observaciones y discusiones) al estudio exclusivo de las “locuciones
intelectuales” (voces interiores). ―He observado únicamente alucinaciones psíquicas auditivas
y, en efecto, las mismas sólo pueden existir en relación a este sentido‖.
De allí, según los autores, la acepción diferente, rara vez general, la mayoría de las
veces restringida, del término Alucinaciones psíquicas, el cual se ha transformado casi en
sinónimo de Voces interiores. La confusión en el lenguaje sin duda ha sido una de las causas
primeras de las divergencias de opinión que se han manifestado respecto de la naturaleza de
estos fenómenos.
En realidad, no puede haber una única interpretación de la alucinación psíquica.
Bajo este término se han englobado fenómenos muy diferentes, de mecanismo y
significación psicológica muy distintas. Es importante, pues, separarlos y clasificarlos para
comprender bien el valor de los mismos.
Creo que la mejor agrupación es la que en otro momento propuse para las
verdaderas alucinaciones.
De este modo distinguiremos en primer lugar las alucinaciones psíquicas en dos
grandes grupos: 1° según que las mismas se relacionen con objetos o personas; 2° según
que revistan un carácter verbal.
Las alucinaciones psíquicas del primer grupo corresponden a los fenómenos de
visiones, ruidos, olores, gustos puramente intelectuales que han sido tan bien descriptos
por los míticos cuando hablan, por ejemplo, ―de las visiones que no se tienen por los ojos
del cuerpo, sino sólo por los ojos del alma‖.
Esta distinción es significativa; específica que el objeto de la visión no es percibido
de la misma manera que los objetos reales: este no reviste para el sujeto la apariencia de un
objeto exterior; de este modo le falta la nota característica que hemos reconocido en la
verdadera alucinación.
1J. Séglas. Patogenia y fisiología patológica de la alucinación auditiva. Informe en el Congreso de los alienistas, Nancy
1897, p. 5.
Esta variedad de alucinación psíquica, les dije, no ha sido estudiada por Baillarger, quien se
limitó sólo a mencionarla.
Uno de sus contemporáneos, Michéa, quien denominaba estos fenómenos ―falsas
alucinaciones‖, las consideraba intermedias entre la idea y la verdadera alucinación. ―La
falsa alucinación, escribe, 1 es más que una idea en tanto su objeto reviste una forma viva y
firme que se asemeja mucho a la apariencia de un elemento material, pero es menos que
una verdadera alucinación porque esta forma, por más verdadera y firme que sea, nunca
llega a imponerse como la de una percepción‖.
Allí reconocemos la influencia de las ideas de la época (1846) acerca del rol de la
vivacidad de la imagen en la génesis de la alucinación; pero ello no nos hace progresar
demasiado en el conocimiento de los fenómenos que tenemos en vista.
Debemos llegar al año 1880 para encontrar una descripción y una interpretación
más precisa en un informe de Kandinsky2 que se hizo clásico.
Este autor ha descripto bajo el nombre de pseudoalucinaciones fenómenos
psicopáticos entre los que me parece que debería tener lugar la categoría de alucinaciones
psíquicas de la que nos ocupamos en este momento.
Las pseudoalucinaciones de Kandinsky, sobre todo en su forma propiamente dicha,
tienen como rasgo característico la participación en la verdadera alucinación y en la simple
representación mental a la vez.
Estas tienen la precisión sensorial de la alucinación, el detalle, la perfección del
cuadro, al igual que la espontaneidad, la estabilidad, la incoercibilidad. Aparecen por sí
solas, automáticamente, sin la participación activa y conciente del enfermo, quien se queda,
hemos dicho, receptivo y pasivo. Una vez constituidas, el enfermo no puede modificarlas ni
variarlas a su antojo, debe resignarse a sufrirlas a pensar de su inoportunidad; cualesquiera
fuese su deseo, éste no puede desembarazarse de las mismas. En una palabra, son
independientes de la acción de su voluntad.
Tienen la subjetividad de la representación mental. No crean, para el sujeto, la
apariencia de un objeto exterior. Según dirían los alemanes, éstas se quedan en el espacio
representativo interior subjetivo.
De este modo, les falta la nota característica de la alucinación: están desprovistas de
la exterioridad espacial que Baillarger mismo consideraba justamente como inherente a la
alucinación sensorial.
Estos son los rasgos que se encuentran en las alucinaciones psíquicas de nuestro
primer grupo. De esta manera somos llevados a considerarlas más exactamente como
pseudoalucinaciones en el sentido de Kandinsky.
Examinemos ahora el segundo grupo, formado por las alucinaciones psíquicas de
carácter verbal. Son, repito, aquellas que han sido especialmente estudiadas por Baillarger,
en oposición a las alucinaciones auditivas como locuciones intelectuales, voces interiores,
etc.
Más complejo que el grupo anterior, éste debe subdividirse en dos categorías,
diferentes desde el punto de vista psicopatológico.
La primera se compone de fenómenos que podemos considerar verdaderas
alucinaciones: alucinaciones muy especiales que he aislado y descripto en 1888 bajo el
nombre de Alucinaciones verbales motrices o kinestésicas.
Las mismas consisten en la percepción patológica de palabras, ya no bajo la forma
sensorial, auditiva o visual de palabras oídas o leídas, sino bajo la forma kinestésica, de
palabras articuladas.
1 Ver en particular: J. Séglas. La alucinación en sus relaciones con la función del lenguaje (Progrés médical,
1888).- Los trastornos del lenguaje en los alienados (1 vol. Bibliot. Médica Charcot- Debove, 1892).- Lecciones
clínicas (Asselin y Houzeau edic., 1895).- Artículo Alucinaciones (Tratado de patología mental del prof. Gilbert
Ballet).
2 J. Séglas. Acerca de los fenómenos dichos alucinaciones psíquicas (Resumen del Congreso Internacional de
1 E. Lugaro. Sulle pseudoalucinaciones (Alucinaciones psíquicas de Baillarger). Contributo alla psicología della
demenza paranoide. (Riv. di pat. nerv. y ment. Ener. Y fev. De 1903).
2 Petit. Ensayo acerca de una variedad de pseudoalucinaciones, las autorepresentaciones aperceptivas. Tesis de
Burdeos, 1913.
como único carácter el hecho de parecerle al enfermo ajenos a su yo, bajo el nombre de
Autorepresentacioines aperceptivas.
II. Señores, acabamos de ver lo que son las alucinaciones psíquicas, ahora veamos lo que
no son.
Ello nos llevará a analizar la opinión de los autores que no admiten la existencia de
las alucinaciones psíquicas, entre los cuales algunos las consideran alucinaciones comunes y
otros interpretaciones.
En esta crítica, nos ocuparemos solamente, repito, de las alucinaciones psíquicas
que hemos considerado como pseudoalucinaciones y más particularmente
pseudoalucinaciones verbales.
Veamos la primera opinión. Es la más antigua, sostenida sobre todo por los
adversarios contemporáneos de Baillarger. Las alucinaciones psíquicas (y en consecuencia
nuestras pseudoalucinaciones verbales) sólo serían alucinaciones banales, parecidas a las
demás, y no habría necesidad de distinguirlas.
Creo que esta confusión tiene dos causas: en primer lugar la opinión que sostenía
que entre la representación mental y la alucinación más clara sólo veía una simple diferencia
de intensidad; luego, la idea de los autores de que, al buscar un carácter distintivo de la
alucinación, habían pensado que éste residía simplemente en el hecho de ser un fenómeno
que no tenía relación con el yo.
Con anterioridad a la época de Baillarger, esta manera de ver ya era expresada muy
claramente desde 1834 por Leuret.1 Al analizar la alucinación auditiva, el autor ve el
síntoma ―de un fraccionamiento del espíritu‖… ―de un verdadero dualismo en un mismo
individuo‖. Incluso un instante pensó en buscar el mecanismo fisiológico. ―Para explicar
estos dos individuos en una sola persona, yo había imaginado, dice, poner a cada uno de
ellos en un lóbulo del cerebro‖. Pero pronto critica esta hipótesis y concluye: ―Mi
explicación no vale nada‖. Ustedes saben que la teoría del desdoblamiento funcional de los
hemisferios cerebrales fue retomada sin embargo unos cincuenta años más tarde, sin más
éxito, hay que decirlo, por Dumontpailler, 2 Magnan3 y Bérillon, 4 respecto de las
alucinaciones antagonistas.5
Once años después, en 1845, es decir en la época de los trabajos de Baillarger,
Moreau de Tours6 afirma más categóricamente aún, si es posible, este mismo carácter de la
alucinación.
Cuando critica la opinión de Lelut, quien consideraba la alucinación como la
transformación del pensamiento en sensación, replica ―que no sólo hay transformación,
sino una verdadera alienación del pensamiento‖. Y aquí la palabra está tomada en el sentido
etimológico del latín: alienus, ajeno. Algunas líneas más adelante, en efecto, siendo más
explícito el autor agrega: ―Al no ser ya conciente de sus propios actos y privada de su yo, la
inteligencia se desdobla, por así decirlo, de modo tal que una parte de ella misma puede
entrar en conversación con la otra parte‖.
J. P. Falret (1854), quien explica la alucinación por una lesión de la imaginación, le
reconoce el mismo carácter. ―Este carácter, dice, no consiste, como podríamos creerlo, en
1 Leuret. Fragmentos psicológicos sobre la locura, París 1834.
2 Dumontpailler. Unión médica, 15 y 19 de mayo de 1883.
3 Magnan. Alucinaciones bilaterales de carácter diferente según el lado afectado (In Arch. De neurología, 1883) y
1 Este término se encuentra explicado con mayor claridad en este otro pasaje: ―La alucinación se distingue de
los fenómenos psíquicos análogos del estado normal por dos caracteres: por su producción súbita y
espontánea en la mente y por la ausencia de intervención de la voluntad‖. J. P. Falret. Lecciones clínicas de
medicina mental, París, 1854.
Muy aparente ya en la verdadera alucinación auditiva, esta oposición es aún más
clara y más constante en la alucinación visual que, repito, en materia de verdadera
alucinación, debe ser siempre tomada como tipo.
Baillarger ha podido decir: ―El fenómeno de la dualidad intelectual que, en los
enfermos que padecen alucinaciones auditivas, da lugar a síntomas tan extraños, ya no
existe en el mismo grado en las falsas percepciones sensoriales de la vista‖.
Señores, quizás las distinciones entre la pseudoalucinación y la verdadera
alucinación les resulten artificiales. Las mismas corresponden sin embargo exactamente a
los datos de la clínica.
¿Qué nos muestra, en efecto, la observación de los enfermos? Encontramos
aquellos que afirman oír voces parecidas o muy comparables a voces comunes y que, según
ellos, vienen del exterior y resuenan en sus oídos.
Algunos otros niegan toda participación sensorial en sus voces y reconocen, como
interiores, las que sin embargo les parecen tener un origen ajeno.
Y hay algunos otros también que han sentido sucesiva o simultáneamente los dos
tipos de voces distinguiéndolas muy bien y de modo espontáneo unas de otras.
Esta última constatación sobre todo, es de suma importancia. Sé que no debemos
tomarnos ciegamente del testimonio de los enfermos, que debemos tener cuidado, como
decía J. P Falret, de no ser más que el secretario de sus palabras. Sé muy bien que un cierto
número de estos casos pueden ser reductivos. Pero de todos modos, por más fino que sea
el análisis, frente a ciertos casos la penetración no será suficiente y ustedes deberán
resignarse, les cueste lo que les cueste, a aceptar las afirmaciones precisas y categóricas de
sus enfermos. Dado el estado actual de nuestros conocimientos debemos tener en cuenta
estos casos y no hacer caso omiso puesto que son demasiado numerosos y concordantes.
III. Señores, ello me lleva a decirles algunas palabras acerca del diagnóstico diferencial de
la pseudoalucinación verbal y de la verdadera alucinación y sobre todo de las
dificultades que el mismo puede presentar en ciertas circunstancias.
Bajo su forma típica, la pseudoalucinación verbal es fácil de reconocer. El sujeto
habla de voces que distingue a la vez de voces reales y de su propio pensamiento. Las
distingue de voces reales porque no le parece que vengan del exterior y que resuenan en
su oído. En cambio, le parece que son interiores y mudas: si bien pueden revestir un
timbre particular que les resulta familiar, así como lo hemos visto al comienzo, éste se
encuentra, al igual que la voz, en el interior.
El enfermo las distingue de su propio pensamiento porque son mucho más claras.
Yo diría que son hiperendofásicas, mientras que el pensamiento personal queda en la nota de
la endofasia común. Además, el enfermo se da cuenta de que no es dueño, como lo es de
su pensamiento y de que de su voluntad no tiene ningún poder sobre ellas; aparecen en
forma espontánea e incoercible. Puesto que ya conocen la significación de estos términos,
no necesito insistir sobre ellos.
Una de mis enfermas, que tiene voces interiores y conversa con ellas
―contestándoles con pensamientos‖, declara que por más interiores que sean las voces,
son mucho más claras que sus propias respuestas. Las distingue también por el hecho de
que no tiene ninguna acción sobre ellas y no puede hacerlas callar; además, porque se
dirigen a ella en segunda persona y porque tampoco sabe de antemano lo que le van a
decir.
Es importante señalar esta última observación que tiene relación con el tema de las
voces.
En efecto, en general las voces le hablan al enfermo sólo de cosas de poco interés,
indiferentes, frívolas, imprevistas o incluso enigmáticas. Con mucha frecuencia se trata de
reflexiones acerca de su conducta; de todos modos, y este es un detalle para señalar, las
voces son antagonistas, se oponen casi sistemáticamente a las costumbres, los deseos y la
voluntad del sujeto.
Aquí es, señores, donde las teorías de Freud, los complejos eróticos, la represión,
podrían tener un buen juego para explicar el origen y el carácter de la pseudoalucinación
verbal.
Pero dejemos esto de lado. Únicamente agregaré que incluso debido a las diferentes
particularidades que acabo de enumerar, la pseudoalucinación verbal comúnmente es
reconocida por el sujeto como un fenómeno mórbido o al menos excepcional. El enfermo
también admite, espontáneamente, que las voces son suyas y no cree que puedan ser oídas
por su entorno.
Señores, retengan bien estos datos de observación, les ayudarán a apreciar en su
justo valor ciertas opiniones que pueden encontrar a lo largo de las lecturas como, por
ejemplo, el pasaje siguiente que tomo de la última edición del Tratado de Kraepelin: ―Las
ilusiones de la imaginación llamadas también alucinaciones psíquicas (Baillarger),
pseudoalucinaciones (Hagen), alucinaciones aperceptivas (Kahlbaum), turban la mayor
parte del tiempo varios o todos los campos sensoriales y se encuentran continuamente en
relación estrecha con el contenido del resto de la conciencia‖.
Lugaro considera en cambio que ―la incoherencia con el contenido del resto de la
conciencia es, podemos decir, la regla‖ y ―no llegamos a entender bien de qué manera
Kraepelin: puede sostener lo contrario‖.
Debo decirles, además, algunas palabras acerca de la actitud de los enfermos que
presentan pseudoalucinaciones verbales. Con frecuencia la misma característica. Metidos en
sí mismos, los enfermos parecen estar escuchando su interior; a menudo se los puede ver
moviendo los labios como si hablasen solos. Esta actitud de distracción parece
corresponder al estado particular que Bleuler ha descripto recientemente bajo el nombre de
Autismus. Se lo encuentra con frecuencia en enfermos que pertenecen a la misma categoría
que nuestros pseudoalucinados.
De todos modos, por más significativa que sea esta actitud, la misma no puede, de
por sí, autorizarnos a inferir de lo que vemos en el exterior lo que sucede en el interior,
sobre todo lo objetivo o subjetivo. En realidad, lo que dará el diagnóstico es sobre todo el
testimonio de los enfermos. Imaginarán entonces todas las dificultades.
Podrán encontrarse frente a enfermos, alucinados quizás o seguramente atrasados o
dementes ―que no tengan o que ya no tengan la inteligencia suficiente para poder definir lo
que sienten‖ (Baillarger).
Otros enfermos son indiferentes, desatentos o reticentes; algunos otros también,
hoy muy conocidos bajo el nombre de mitómanos (Dupré), que ―inventan cosas con o sin
intención‖ (J. P. Falret).
Deben desconfiar de las sugerencias de un interrogatorio imprudente, tendencioso
e incluso demasiado preciso. Baillarger, quien señala este hecho, da un ejemplo que es un
modelo de análisis crítico.
Respecto de ello, recuerden cuán grande puede ser la sugestión de los atrasados, la
docilidad de algunos débiles mentales, quienes siempre terminan confesando más o menos
todo lo que uno quiere.
Encontrarán también otros enfermos en quienes, lo veremos más adelante, la
pseudoalucinación verbal es particularmente más frecuente. Algunos son paranoicos,
pudiendo presentar al mismo tiempo esta forma muy especial de negativismo que los
alemanes llaman el Nichtwissenwollen. Estos enfermos, que no quieren saber nada, sólo
intentan deshacerse lo más rápido posible de un interrogatorio fastidioso, que molesta sus
costumbres de pasividad y de indiferencia y en consecuencia respondan a tontas y a locas, a
menos que se esfuercen en satisfacer en todos los puntos a su interlocutor para así poder
terminar más rápido.
Los demás son psicoasténicos, escrupulosos, incrédulos. En un principio, cuando
describen fenómenos alucinatorios o pseudoalucinatorios son bastante precisos, pero en
interrogatorios más profundos y más apremiantes, terminan dando sólo respuestas
indecisas, vagas, cuando no se contradicen con las primeras. De este modo ustedes podrán
creer haber obtenido un documento definitivo, que les aclara sobre la naturaleza real del
fenómeno que intentan determinar. Quizás sería un error; con mucha frecuencia no
tendrán en mano más que un simple test experimental que traduce, una vez más, los
escrúpulos y las dudas del enfermo.
Recuerden, señores, que en todo examen psicopatológico, existe un límite de
precisión que no se puede pasar bajo pena de acabar en un grave error en vez de en la
exactitud.
Asimismo, con frecuencia se encontrarán frente a enfermos que, para describir lo
que sienten, emplearán neologismos o frases incomprensibles. Sólo podrán sospechar de la
existencia de pseudoalucinaciones o alucinaciones verbales, pero no podrán pensar en
establecer un diagnóstico de valor. Estos son casos para dejar de lado para un estudio
psicopatológico de la alucinación, pues, a menos de tener la fe de un psicoanalista
convencido, no podemos encontrar elementos de certeza en un lenguaje que les resulta
incomprensible y del que su autor, incluso, es incapaz de dar la llave. Más bien tenemos
todas las razones para desconfiar y no caer en lo que Voltaire llamaba el ―galimatías doble‖.
Bastante nos cuesta ya, cuando los enfermos hablan un lenguaje comprensible, fijar
el sentido de algunas expresiones especiales que usan y que pueden prestar a confusión.
Ya conocen, por ejemplo, esta frase clásica: ―Oigo mis voces con mucha claridad,
con mucha nitidez, como la suya‖. En la práctica corriente, se la considera como
característica de la verdadera alucinación verbal auditiva. Ello es un error. Esta frase puede
tener dos sentidos, literal o figurado. Tomada en sentido literal, podría traducirse así:
―Tengo la percepción auditiva de voces; esta impresión sonora es muy clara y parecida a la
que me da su voz‖. Esto indicará entonces la existencia de verdaderas alucinaciones.
Tomada en sentido figurado, corresponderá sólo a una pseudoalucinación verbal.
Ya hemos señalado desde hace mucho que la palabra ―voz‖ era utilizada indiferentemente
por el enfermo para designar voces, tanto interiores como exteriorizadas en el espacio. En
realidad ésta no implica más que el carácter verbal del fenómeno.
En cuanto a la palabra ―oír‖, en el lenguaje corriente- el de los enfermos- tiene un
sentido complejo. Oír que alguien nos habla es, en primer lugar, tener la impresión sonora
de su voz; al mismo tiempo es tomar conocimiento de un pensamiento que es formulado
por su interlocutor, dicho de otro modo, que no le pertenece.
Ahora bien, ésta es una distinción que muchos individuos no hacen, tomado
indiferentemente la palabra ―oír‖ en una u otra acepción.
En el lenguaje de los enfermos, la palabra ―oír‖ no especifica exclusivamente un
hecho de audición sonora. Que haya un trastorno endofásico cualquiera, de carácter
automático, que la palabra quede en el interior o se exteriorice, que sea auditiva o articulada
(kinestésica), el enfermo emplea siempre la misma palabra ―oír‖, mientras que podría no
existir ningún fenómeno de audición, incluso puramente mental. La palabra ―oír‖, tomada
del vocabulario usual en el que se aplica al lenguaje de recepción, sólo corresponde al
carácter automático del pensamiento que el sujeto percibe como si le fuese ajeno. Algunas
veces, esto es lo que traducen bien ciertas expresiones pintorescas como la siguiente, que
utilizaba una de mis enfermas: ―oír mudamente‖.
Por último, las palabras ―nítidamente, claramente‖, sin aplicarse forzosamente a una
sensación sonora, pueden sólo marcar que el sentido de la comunicación recibida es muy
clara, que los términos que forman parte de esta comunicación son muy nítidos y claros.
No crean, señores, que esta sea una simple discusión de palabras. Podría citarles
numerosos ejemplos clínicos con la ayuda de las consideraciones que acabo de exponerles.
Existen aún otras expresiones que usan los enfermos y que pueden prestar a
confusión. Por ejemplo ―oír hablar en voz baja‖, no siempre es tener la impresión de voces
exteriorizadas que hablarían por lo bajo al oído. Muchas veces ello quiere decir también, así
como me lo confesaba espontáneamente una de mis enfermas, ―oír en la mente‖. ―Voces
bajas‖ puede transformarse entonces para algunos en sinónimo de lo que otros llaman
―voces mudas‖.
Aquí les recordaré, señores, lo que les dije del timbre particular que puede
acompañar la pseudoalucinación verbal y que, al igual que la voz, queda en el interior. Esta
es una particularidad que sorprende y despista mucho a los enfermos. Para algunos, una
voz que tiene un timbre debe ser, debido a ello, forzosamente exterior; es por ello que se
inclinan de entrada a considerar de una manera falsa sus voces como tales. Algunos otros,
de espíritu más crítico, se quedan en la incertidumbre, probando calificativos especiales
para definir las cualidades sensoriales de sus voces imaginarias. De este modo, muchas
veces (no digo siempre) los términos de ―voces sordas, débiles, roncas, etc…‖ pueden
corresponder tanto a las pseudoalucinaciones verbales como a las verdaderas alucinaciones.
Una vez advertidos de estas causas de error, podemos, señores, en la mayoría de los
casos, llegar a reducir a su justo valor el síntoma en cuestión.
Sin embargo, existen enfermos, pseudoalucinados que, incluso contra toda
evidencia, seguirán sosteniendo que oyen realmente sus voces.
Baillarger dio de ello una razón valiosa. ―Ello se debe, dice, a que es mucho más
simple quedar en la regla común sosteniendo que se oyen voces exteriores y parecidas en
todo a las voces comunes, que ubicarse en condiciones excepcionales e inventar
explicaciones extrañas diciendo conversar de alma a alma, por intuición, por magnetismo‖.
Respecto de ello, permítanme citarles un caso bastante curioso que he observado
personalmente y que apoyaría la idea de Baillarger.
Una enferma de la Salpêtrière, que acusa percibir claramente voces interiores, se
rehúsa al cabo de un cierto tiempo, a considerarlas como tales pues ello le parece
verdaderamente extraordinario y, a pesar de que estas voces no hayan cambiado de
carácter, ella las transforma motu propio en voces exteriores. ―Ellos quieren seguir
hablándome adentro, escribe respecto de ellos, pero ya no pueden, ya no resulta. Siempre
siento como si hablaran en mi interior: pero ya no pueden, mi cabeza percibe la dirección
de la voz y toma sus voces siempre en la misma dirección‖. ¡Ya no resulta! Observen
también la expresión ―mi cabeza percibe‖. Ello ocurre porque la enferma algunas veces va
más lejos y declara entonces oír voces siempre por el mismo oído. Ahora bien, ello
seguramente es falso. En efecto, si cambiamos a la enferma de lugar, ésta se ve obligada en
un principio a ubicarse en relación al lugar en el que decidió de antemano que estaban
comúnmente sus interlocutores; no es sino después de un tiempo que puede designar el
oído con el cual los oiría. Este modo de localización me parece excluir en ella todo
fenómeno sensorial. La exteriorización de las voces, que resulta aquí de una interpretación
sobreañadida, es muy diferente de la exteriorización con carácter sensorial de la verdadera
alucinación.
Existen aún otras constataciones que pueden ayudar indirectamente para el
diagnóstico.
La prolijidad de las voces está más bien a favor de la pseudoalucinación; en cambio,
las interpelaciones, las frases muy cortas, aunque fuesen reiteradas, son más bien el hecho
de la verdadera alucinación.
Podría ser útil observar el carácter anormal de la localización, fuera del campo
sensorial. Por ejemplo, si un sujeto dice ver personajes imaginarios detrás de sí no se trataría
de una alucinación visual, sino como mucho de una pseudoalucinación.
Es bueno tener en cuenta también el delirio concomitante. Ciertas ideas de
persecución banal se asocian generalmente con la verdadera alucinación verbal auditiva. El
enfermo cree que lo persiguen, lo insultan, lo calumnian, que está expuesto a los celos, que
lo amenazan respecto de sus intereses o su vida.
Las pseudoalucinaciones traen consigo ideas particulares, de influencia directa, es
decir, sin intermediario sensorial. El enfermo habla de posesión, de hechizo, de espiritismo,
de telepatía, de magnetismo, de sugestión; todas éstas expresiones que traducen la idea de
una influencia sobre sus pensamientos, su voluntad, de una suerte de influencia donde
encontramos los caracteres de espontaneidad, incoercibilidad que hemos reconocido en las
pseudoalucinaciones verbales y el sentimiento de automatismo, de dominación que los
acompaña.
Ustedes ya saben, señores, que un fenómeno psicológico nunca debe ser estudiado
en forma aislada, independientemente del conjunto del cual forma parte. Es por ello que
deben buscar en sus enfermos la existencia o la ausencia del síndrome que los antiguos
maestros de la Psiquiatría francesa llamaban el estado alucinatorio. Este es un estado en el que
se encuentran al mismo tiempo lo que Moreau de Tours llamaba la excitación y la
disociación, hoy diríamos el automatismo y la confusión. Es el estado característico de las
psicosis tóxicas e infecciosas, de los períodos hipnagógicos, de los delirios oníricos, de los
períodos de excitación emocional aislados o intercurrentes en el transcurso de las psicosis
crónicas. Es un estado eminentemente favorable para la eclosión de las verdaderas
alucinaciones, cuya claridad sensorial le resulta entonces mucho más evidente al enfermo,
puesto que contrasta con la oscuridad o incluso la nada de las percepciones exteriores
reales que, para emplear el lenguaje de Taine, ya no proveen elementos reductores
antagonistas. En ausencia de este estado alucinatorio y en caso de duda, es más razonable
pensar en la pseudoalucinación que en la verdadera alucinación, puesto que la primera es
más frecuente que la segunda.
IV. Señores, acabamos de examinar la opinión de los autores para los que las
alucinaciones psíquicas y en consecuencia las pseudoalucinaciones verbales sólo eran
alucinaciones banales.
Algunos otros los consideran simples interpretaciones. ¿Qué debemos pensar de
esta forma de ver?
En primer lugar, recordemos lo que es la interpretación. La interpretación es un
juicio falso con motivo de un hecho real.
De este modo la pseudoalucinación verbal sólo sería la interpretación errónea de un
hecho psíquico particular, o según la expresión adoptada, o una interpretación endógena
del estado mental.
Es la teoría sostenida por Francotte1, Pattini2, desarrollada también por Stransky3,
Masselon4 respecto de ciertas formas de alucinaciones: teoría que, debemos señalar al
pasar, en cierta forma se inspira de las ideas sostenidas en otra época por J. P. Falret y
sobre todo por Taine.
Creo que esta teoría es posible de serias objeciones.
1J. Séglas y L. Barat. Notas sobre la evolución de las alucinaciones (Diario de psicol. Norm. Y patol., julio-
agosto 1913)
Algunos estudios más recientes confirmaron la opinión primera de Baillarger. En lo
que concierte sobre todo a las pseudoalucinaciones verbales, Lugaro ha podido escribir en
1903:
―En los estados crónicos, en los enfermos crónicos con delirios de persecución
variados y complejos, considerados en general como muy alucinados, las alucinaciones
son mucho más raras de lo que se cree. La pseudoalucinación, especialmente en su forma
más común, verbal auditiva, predomina seguramente por su frecuencia sobre las
verdaderas alucinaciones visuales y auditivas‖.
Señores, yo apruebo esta manera de ver. De todos modos, me apresuro a agregar
que si la alucinación psíquica es frecuente en las formas crónicas de la locura, no debemos
sin embargo considerarla como poseedora en sí de una significación de cronicidad fatal.
La misma se encuentra, en efecto, a título episódico, en ciertas formas curables tales
como la melancolía, las obsesiones (P. Janet1, Meuriot2), los delirios psicasténicos
transitorios (Mignard3, Séglas y Barat4).
Frente a estos casos, se ubican aquellos mucho más numerosos en los que la
alucinación psíquica, bajo sus formas diversas, constituye uno de los elementos
principales de los delirios sistematizados crónicos, de entrada o luego de remisiones,
pertenecientes al grupo de los delirios llamados paranoicos, y cuya fórmula monótona es
la de la influencia directa (sin intermediario sensorial), de la dominación, de la posesión.
El estudio de las diferentes formas mórbidas muestra claramente el terreno psíquico
en el que nace y se desarrolla la pseudoalucinación.
P. Janet ha estudiado, en el obsesivo psicoasténico, la insuficiencia de la síntesis psíquica
y la existencia de los sentimientos intelectuales variados, para él verdaderos estigmas de la
enfermedad y entre los que figuran los sentimientos de automatismo y dominación.
En los delirantes paranoicos, Bleuler ha evidenciado ciertos rasgos fundamentales
que señalan un estado de dislocación psíquica particular que él llama Esquizofrenia y
algunos de estos rasgos son análogos a los estigmas llamados psicoasténicos de Janet.
En estos enfermos, con frecuencia delirantes bajo la fórmula de la idea de
influencia, el automatismo psíquico tiene diversos destinos. Este se sistematiza a medida
que se acentúa y realiza de este modo una especie de desdoblamiento muy particular que
se manifiesta al máximo en las formas que he intentado aislar y describir bajo el nombre
de delirio de posesión, o por el contrario, la no coordinación psíquica se acentúa cada vez
más; resulta pues interesante, desde nuestro punto de vista particular, seguir sus progresos
en el campo de la función del lenguaje.
Vemos entonces que la alucinación psíquica, primitiva o debida a verdaderas
alucinaciones verbales, desemboca por procesos que he señalado con Barat, en un nuevo
síntoma, el Monólogo que, debido incluso a sus caracteres de automatismo motor, implica
un alcance más grave, un grado más profundo de insuficiencia de la síntesis psíquica.
Con el monólogo, pronto llegamos a un síntoma muy curioso, estudiado en su tesis
por mi recordado alumno el doctor L. Cotard, el Psitacismo: Lenguaje desprovisto de
significación expresa y clara, marcando de este modo como el divorcio del lenguaje y el
pensamiento.
Progresivamente, a través de los estereotipos verbales, los neologismos…
llegaremos al último término de la serie que representa la Ensalada de palabras
(Wortsalat).
Sociedad de lo que conviene o no registrar como del orden psiquiátrico es decir que
necesitando la intervención del médico como tal tanto que es que eso deba ser algo que
tuviera su estatuto.
Allí de nuevo hay que saber que un cierto registro teórico puede tomar toda su
función. Pero es necesario saber lo que quiere decir síntoma propiamente hablando en este
campo, que es el campo psiquiátrico. Es allí donde el aporte del Psicoanálisis subvierte.
¿Acaso el aporte del Psicoanálisis es de una naturaleza que cambia profundamente el
sentido del término semiología? Cuando se trata del sentido de este término en Medicina,
es decir semiología de lo que desde hace tiempo da su sentido a la palabra síntoma, entidad
mórbida. ¿Acaso la palabra síntoma tiene incluso el mismo sentido cuando se trata del
síntoma de una neumonía o del síntoma psiquiátrico?
Es una cuestión para la cual no esperé en absoluto la época presente para haberme
dado cuenta de toda la importancia de ese modo de plantear la cuestión. En mis primeros
pasos en psicoanálisis, al tiempo cuando fui invitado por mi viejo compañero L. a ir al
Servicio Ab, para llevar mis luces psicoanalíticas, totalmente nuevas en la época, había
acentuado mucho ya, la distancia entre el uso del término síntoma en el registro
propiamente psicoanalítico con relación a lo que sin embargo relacionaba la semiología
psiquiátrica al conjunto de la semiología médica. Articulaba eso en ese momento como
podía, comenzaba solamente a balbucear las cosas; el término de sentido, si trato de evocar
lo que trataba de articular en ese momento, lo que era allí el sentido propiamente hablando,
ya mostraba la afinidad lingüística de la cosa que acentuaba. Es muy evidente que después
hice bastantes progresos en la elaboración teórica de estas cosas para que se pueda un poco
más despegar aún más el valor, la función del término síntoma en el conjunto de la
perspectiva médica y lo que tiene que ver allí con la Psiquiatría. Es verdad que el acento
que pone alguien como Foucault, no en lo que escribió sobre la locura, sino en El
Nacimiento de la Clínica, sobre la función y que es importante porque históricamente esto
se distingue de toda una entretela del modo de examen en función de la mirada, de un
cierto momento que corresponde más o menos al fin del siglo XVIII y al nacimiento de la
anatomo- patología en la definición muy general del síntoma clínico donde es
extremadamente importante …
<falta un largo fragmento>
Podemos lamentar lo que fue en el curso de los años oído, escuchado, recogido de
ese modo, no hubiera sido objeto de una explotación sistemática. En un cierto momento,
Lemoine tomaba notas, sobre todo lo que se contaba en estas presentaciones. Sugiero eso,
testimonio de eso como una experiencia que no sería imposible sistematizar, incluso
aunque no sea yo quien deba ser allí más tarde el punto pivote. No veo por qué no se
instauraría esto como un cierto método de exploración y de interés por estas cosas. Pienso
que está profundamente motivado en la estructura para que eso pueda tener ese relieve que
en resumidas cuentas es aquel que podría inscribir el beneficio semiológico de la cosa no
siendo incluso forzosamente idéntico a aquel que conduce el examen pero que no puede
conducirlo de otro modo porque está él mismo en una cierta posición que es aquella del
Psicoanalista.
Así como ustedes lo ven es complejo porque no es el Psicoanalista del paciente el
que examina, sino el Psicoanalista del tercero que tiene que registrar allí el resultado del
examen. Doy allí como testimonio crudo, masivo de mi experiencia, esta especie de
beneficio que yo mismo registro y que debería ser explotado muy sistemáticamente. Es algo
que de todas maneras tiene su valor y en todo se ofrece a la crítica.
Hay allí una gente que a diversos títulos saben cómo presento a enfermos.
Quisiera que se les cediera la palabra para plantear preguntas. Pero insisto en el hecho de
que lo que añade la persona que oyó es algo que me ha parecido muy rico en una especie de
posibilidad, de inscripción, de cristalización del orden de la cosa que sería propiamente
hablando semiológica. En Scilicet hay un cierto número de consideraciones sobre lo que
tiene que ver allí con relaciones del significante y del signo, es decir sobre una cierta manera
de triangular eso, algo que estaba en mi pensamiento cuanto le dije antes a Daumézon que
eso podría tener una relación con lo que estamos diciendo: de lo que tiene que ver allí el
aporte del Psicoanálisis a la Semiología psiquiátrica es que quizás ella da al término mismo
de signo un sentido articulado de una manera estrictamente diferente de lo que se cree que
es el signo en semiología general. Una vez que se ha introducido aquella dimensión nos
damos cuenta que eso se vuelve otra cosa, que verdaderamente es de su naturaleza que
cambia completamente el abordaje del complejo mórbido cuando se trata de algo donde la
aportación psicoanalítica se introduce.
Dr. Castets- Se trata siempre para nosotros psiquiatras de decir: «Este señor o esta dama
está loco o loca ». Que buscamos a través de nuestra semiología, una cierta desarticulación
del discurso que puede traducirse en términos de palabras o en términos de
comportamiento. Este discurso escapa a las normas comúnes, no entra en el marco de lo
que se puede oír y es por eso que un P.H.C. nos cuenta un cierto número de historias muy
interesantes en ellas mismas pero que captamos como no coherentes con nuestro discurso
común.
Lacan- Absolutamente no veo en que un P.H.C. no es coherente con un discurso común.
El oye cosas que usted no oye porque usted no oye. Si hay alguien que se exprese según el
discurso común es precisamente un P.H.C.
Castets- Se debe limitar el discurso a esta cierta palabra o debe tenerse por bueno y
admitido « que el radar de Moscú me dice poner una bomba en el anfiteatro Magnan este
día a las 11h 30 ». ¿ En qué debo pensar?
Lacan- Hoy en día, no es disparatado. En cuanto al P.H.C. lo que conviene captar al título
que puede tener para nuestra atención lo que se llama la semiología psiquiátrica es el punto
donde estamos justamente en cuanto a lo que es hablando con propiedad la alucinación.
Estamos allí siempre al nivel del balbuceo.
< No sabemos> lo que es hablando con propiedad una alucinación, no se trata de
una alucinación causada por no sé cuál pequeño cosquilleo en alguna parte. Cada uno sabe
que una lesión da una alucinosis, pero lo que es una alucinación, a saber su P.H.C. no
somos capaces en el estado actual de las cosas de decirlo fenomenológicamente. No somos
incluso capaces de decir si verdaderamente oye algo.
Castets- Es decir que nos referimos a una cierta creencia del enfermo que dice oir decir
que…
Lacan- Nos referimos a nada en absoluto porque le desafío a decir si el enfermo cree en
eso o no.
Castets- Nos dice que cree. No sé sobre eso más.
Lacan- no justamente incluso él no dice incluso que cree. No somos capaces de saber en lo
que él dice
eso que él cree.
Castets- Un joven obrero portugués que entrado en mi servicio después de haber roto las
narices a toda su familia, en un estado de agitación muy viva. El día siguiente un poco
calmado explicó a mi Interno que una persona muerta hace siete años le hablaba y que esta
persona le había dicho aquella tarde de romper las narices a todo el mundo. ¿Qué debemos
creer?
Lacan- La semiología psiquiátrica no se orienta con arreglo a lo que nos va o no nos va.
Esto no es en el sentido que esto discuerda o no discuerda de nuestra experiencia común
que las cosas pueden correctamente separarse. En otros términos, usted mismo acaba de
manifestar, usted acaba hace un momento de poder hablarme de un cierto tipo de
alucinaciones inmediatamente después de haberme hablado del P.H.C. a propósito del cual
le hice mis observaciones, a saber que no tenemos los buenos sesgos para diferenciarlas,
para separarlas de otras alucinaciones. Es completamente inapropiado de arropar eso con el
mismo manto de la alucinación, so pretexto que estos tipos que reciben mensajes, de los
cuales no tenemos ninguna especie de idea, es el hecho de que todo eso pueda tener ese
término común de alucinación y que no podemos librarnos de eso que muestra la
insuficiencia del examen mismo, puesto que el examen debería separar eso de lo cual se
trata. Le haré resaltar, puesto que usted escogió antes el P.H.C. que lo que tiene que ver allí
con su definición semiológica es completamente insuficiente y como se lo hice ver, no
sabemos absolutamente bajo cual forma incluso fenomenológicamente es aprehendido.
Mientras que a partir de un cierto tipo de examen, un cierto tipo de intercambios, de
interrogación y de réplica con el paciente, ciertas cosas pueden aparecer, ciertos relieves,
ciertas dimensiones que son aquellas que anoté antes. Hay un cierto modo de examen en el
cual resalta la relación que hay entre la interjección "cerda" , y el « vengo de casa del
fiambrero» que se presentó entonces como casi auditiva. Es con arreglo a las interjecciones
que no han sido pronunciadas más que a otra oreja completamente desarrollada ha sido
oída. Hay un cierto tipo de enlaces que desde el punto de vista semiológico es más rico sin
embargo que esta noción masiva de la cosa supuestamente auditiva pero sobre la que no se
sabe en resumidas cuentas si es auditiva o auditiva mental, sobre la que nadie sabe, salvo
aquellos mismos que han pasado allí y aun cuando uno paso allí en sí mismos, no somos
capaces sin embargo de darnos cuenta porque estamos en categorías que son
completamente insuficientes para hacer funcionar eso de lo cual se trata. Entonces eso no
tiene nada de indefinible las cosas introducidas por la semiología. Y voy a tratar de le darles
ahora una idea.
Creo, en resumidas cuentas, que los términos en cierto modo algébricos de los que
me sirvo para definir el fantasma de saber una cierta relación del sujeto en tanto que sujeto
que es fundamentalmente de por la naturaleza misma de las funciones significantes, un
sujeto dividido …