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Emil Kraepelin

La locura sistemática (paranoia)

PARANOIA1
Un gran número de psiquiatras alemanes designan con el término de
paranoia a todas las enfermedades mentales funcionales en el curso de las
cuales el trastorno esencial o exclusivo concierne a la capacidad de juicio. Es la
instalación de ideas delirantes o de ilusiones sensoriales que caracteriza a la
enfermedad. Los fundamentos de este concepto residen en su historia misma.
A continuación de los últimos trabajos de Griesinger se consideró la locura
sistematizada como la consecuencia de un trastorno afectivo anterior. Son las
investigaciones de Snell, Westphal y Sander las que primeramente condujeron
la distinción de una forma ―primaria‖ de locura sistematizada. Bajo la
influencia de estos progresos considerables, hemos sido llevados a considerar
esta nueva entidad nosográfica como un daño primario del juicio por
oposición a la manía o la melancolía donde los trastornos son ante todo de
orden afectivo. Así, los movimientos afectivos que se observan a veces en el
primer caso, serían finalmente secundarios a las representaciones delirantes y a
las ilusiones sensoriales, en tanto que puede pensarse que la aparición de
trastornos del juicio en el curso de las enfermedades afectivas es una
consecuencia de un trastorno primitivo del humor, que puede ser triste o
alegre.
Entonces, para el diagnóstico de algunos estados, era más importante
saber si los trastornos del humor o del juicio habían aparecido desde el
comienzo o, por el contrario, durante la evolución de la enfermedad. La
hipótesis primera de Westphal según la cual existiría una evolución aguda de la
locura sistematizada, con restitución ad integrum, fue particularmente funesta
para el desarrollo ulterior de la psiquiatría clínica. Cramer y Ziehen
recientemente sacaron partido de los últimos avances de esta doctrina. Debido
al desplazamiento de los conceptos originales, que sólo valían para los estados
crónicos e incurables, resultó considerablemente reforzada una nosografía la
que sólo se basa en síntomas superficiales. Así, como la evolución de la
enfermedad no era determinante, sólo persistían como signos característicos
los trastornos del juicio, las ideas delirantes, las ilusiones sensoriales.
Fue necesario, entonces, ligar a la locura sistematizada una serie de cuadros
que, clínicamente, no tenían el menor parentesco con el concepto original, es
decir: la amencia, los delirios alcohólicos y muchos otros estados patológicos
que pertenecen sin ninguna duda a la demencia precoz o a la locura maníaca
1El término Verrucktheit fue traducido por locura sistematizada y no por delirio sistematizado que evocaría una
noción francesa de la misma época pero de sentido ligeramente diferente.
depresiva. ¡Es así que se podía hablar, inocentemente, de paranoia periódica!
Es inútil que me extienda más aquí para decir que tengo como totalmente
errónea la evolución del concepto de paranoia. Ella nos confronta muy
particularmente con los errores fundamentales de la psiquiatría alemana de los
últimos decenios, que se basa únicamente sobre los síntomas y que delimita
entidades nosográficas a partir de hipótesis sofisticadas. En realidad, la
hipótesis de base que consiste en oponer los trastornos del juicio a los
trastornos afectivos, es únicamente de orden psicológico y no de orden
clínico. De hecho, en el interior de los cuadros clínicos que vemos, estos dos
tipos de trastornos están estrechamente intrincados. Aquél que tiene la idea de
establecer la clasificación según una cronología de los síntomas, intenta
forzosamente apoyarse sobre el modelo bien conocido del cuadro de la
parálisis general. Gracias a este ejemplo claro, del cual la nosografía clínica no
quiere, sin embargo, saber nada, parece evidente que las ideas delirantes y las
ilusiones sensoriales no son más específicas que los estados de excitación o los
trastornos del humor. Asimismo, tenemos aún muchas cosas que aprender de
la demencia precoz y la psicosis maníaco-depresiva, a condición de no
cortarnos el camino con suposiciones estereotipadas. Es por lo cual, hasta
aquí, todo intento de delimitación del grupo de la paranoia, y de distinción de
ésta respecto de otras enfermedades mentales, llegó regularmente a la
conclusión que habían numerosas formas mixtas o de transición, -lo cual
dejaba sin aire a la noción misma de paranoia- o incluso de pasaje hacia las
psicosis afectivas –que son, sin embargo, fundamentalmente diferentes. De
esta manera, el único elemento que está en la base de nuestro concepto actual
de paranoia, es decir, la oposición entre enfermedades del juicio y
enfermedades afectivas, no tiene más razón de ser. Sin embargo, no dudo que
la desesperanza de no llegar jamás a un esclarecimiento en este dominio sea en
parte responsable de la falta de motivación general de los progresos de la
psiquiatría clínica. Por otra parte ¿de qué serviría, entonces, el
desmenuzamiento de las enfermedades del juicio en sus múltiples
combinaciones posibles, si esto no nos permitiera decir que el enfermo curará
de eso, que tendrá accesos periódicos o que quedará definitivamente idiota2 o
loco, para emplear los términos corrientes? El diagnóstico debe permitirnos
responder estas preguntas fundamentales de manera satisfactoria o, al menos,
esclarecer las perspectivas pronosticas. Es justamente inadmisible que los
estudios sobre la paranoia –enfermedad universalmente extendida y que
constituye, para algunos psiquiatras, del 70% al 80% de todas las
enfermedades mentales- no hayan hecho el menor adelanto. Sabemos, al
menos, que en todas las formas de enfermedad mental, sean ellas de buen o
mal pronóstico, agudas o periódicas, pueden aparecer ideas delirantes e
ilusiones sensoriales. En consecuencia, estas ideas o estas ilusiones no
permiten en ningún caso prever la evolución de la enfermedad.
2Traducimos aquí scwachsinning por idiota (literalmente: débil de espíritu.
*Dificultad en la articulación de las palabras.
Y sin embargo, el mejor medio de apreciar las características de una
enfermedad, es observar su evolución y desenlace. El conocimiento que
teníamos de la parálisis general era inicialmente empírico, tanto que se la
diagnosticaba en todos los enfermos que presentaban una disartria* o
trastornos paralíticos. Ante un grupo de casos que tienen el mismo resultado
final estaremos, entonces, en condiciones no sólo de distinguir
particularidades clínicas en el interior de cada caso, sino aún en apreciar más
finamente el pronóstico de otros casos análogos. Así, hoy somos capaces de
diferenciar, en la mayor parte de los casos, la excitación en el curso de una
parálisis general, de los signos psíquicos de los estados maníacos o
catatónicos, tan parecidos sin embargo; de establecer un diagnóstico
evolutivo, a partir de signos característicos, de la locura circular (de evolución
periódica) o del estupor catatónico (de agravación progresiva); de apreciar
exactamente la significación pronostica de los estados depresivos, ya sean
inaugurales de una parálisis general, de una melancolía, de una demencia
precoz, de una psicosis maníaco-depresiva. En la práctica, nuestras
previsiones no serán siempre justas, por supuesto, pero al menos no serán con
frecuencia falsas. Como siempre, es la historia de cada caso particular lo que
llevará verdaderamente estas cosas a su esclarecimiento. Todo eso vendrá a
confirmar y a rectificar nuestra concepción, que opone las cosas esenciales de
una parte de aquellas que son accesorias o debidas a coincidencias, por otra.
Por el contrario, un diagnóstico que renuncia a este aspecto esencial y que se
contenta con describir ciertos signos patológicos, no puede ser aceptado.
Aquél que hoy se contenta con etiquetar como paranoia cualquier psicosis en
la que dominan los trastornos del juicio, jamás aprenderá más nada de sus
observaciones ulteriores. Como su diagnóstico no contiene nada, cosa que
cualquiera puede adivinar, el porvenir no podrá decepcionarlo pero tampoco
le aportará nada.

Tales son, en resumen, las reflexiones que me habitan y que consisten


en hacer tomar un lugar completamente original al concepto de paranoia. Los
únicos estados patológicos que puedo considerar semejantes a la paranoia
(con excepción de ciertas diferencias de grado y de ciertos casos intermedios)
son aquellos que evolucionan globalmente del mismo modo que ella. Tengo
por absurda la noción de paranoia aguda, porque a través de ella los signos
patognomónicos de la paranoia (verdadera), es decir, su fundamental
incurabilidad y progresión continua de las ideas delirantes, son completamente
ignorados. Si la paranoia es una enfermedad, solo puede ser, entonces, aguda
o crónica. Diría, incluso, que la forma llamada aguda es ciertamente mucho
más satisfactoria para el espíritu.
Sin embargo, entre el gran número de estados crónicos que se relaciona
habitualmente a la paranoia, algunos merecen, en mi opinión, una atención
particular: quiero hablar de los casos en los que se instalan paralelamente ideas
delirantes y una declinación de las facultades mentales. En estos casos, hemos
observado que las ideas delirantes tienen de entrada un carácter extravagante,
ambicioso, son particularmente ricas o, al contrario, muy pobres, se modifican
y suceden muy rápidamente; finalmente, después de un tiempo más o menos
largo, pasan a segundo plano o pierden brillo. Estos cuadros están hechos
hasta tal punto y en todos sus aspectos sobre el modelos de los ataques
hebefrénicos, catatónicos, seniles, que constatando sus signos se puede, desde
el inicio, prever la significación del delirio por una parte y el aspecto de su
resultado terminal por otra. Por otro lado, existe, sin la menor duda, otro
grupo de casos en el curso de los cuales se desarrolla, precoz y
progresivamente, un sistema delirante, de entrada característico permanente e
inconmovible, pero con una total conservación de las facultades mentales y
del orden de los pensamientos. Es para estas formas que querría reservar el
término de paranoia. Son ellas las que conducen necesariamente al sujeto a un
trastorno total de toda la concepción de su existencia y a una mutación de sus
opiniones respecto de las personas y de los acontecimientos que lo rodean.
La progresión de esta enfermedad parece ser siempre de manera muy lenta.
Durante la fase inicial, que a menudo se extiende por muchos años, aparece
una cierta depresión, una cierta desconfianza, así como quejas corporales
vagas y temores hipocondríacos. El enfermo está insatisfecho de su suerte, se
siente dejado de lado, cree incluso que es maltratado por sus padres y
hermanos y que no se le aprecia en su valor en muchos puntos, que se
desconoce su singularidad. Es así que en secreto y de manera progresiva va
abriéndose un abismo cada vez mayor entre él y su entorno; es un extraño
para sus prójimos, un hombre de otro mundo, sus relaciones con ellos son
frías, superficiales, artificiales e incluso hostiles; ―Dios es mi padre y la iglesia
mi madre‖, decía un enfermo que tenía la ambición, a través de numerosos
ayunos, de matar en él las cosas terrenas para establecer de este modo una
relación más pura con Dios. Por ello se mantiene apartado de las gentes de su
entorno, se muestra distante y áspero cuando se cruza con ellas, busca la
soledad a fin de machacar en sus pensamientos sin ser molestado, se halla
absorbido indefinidamente en sus lecturas esotéricas e incomprensibles. Sin
embargo, el enfermo conserva en él la terrible nostalgia de algo grande y
elevado, la necesidad secreta de un proyecto grandioso, la esperanza silenciosa
de una felicidad inaccesible, en cuya espera se satisfacen en la construcción de
situaciones imaginarias o en cimentar coloridos castillos de arena donde el
sujeto mismo tiene el rol de héroe. Poco a poco se refuerza en él la certeza de
haber nacido para ―una gran causa‖ y de no estar fabricado ―según el modelo
de todo el mundo‖. Cree en sus motivaciones, en la misión que debe cumplir.
Aún los fracasos realmente sufridos no pueden desviarlo de eso. ―Para
quitarme la fe‖, escribía un enfermo, ―sería necesario que la voz de lo más
profundo de mi alma fuera apagada, o que mi alma misma, o mi vida, sean
aniquiladas, per aspera ad astra‖
Poco a poco sus concepciones y sus pensamientos patológicos
comienzan a influenciar sus percepciones. Observa que en tal o cual
circunstancia no se le saludó de un modo tan amigable como antes, que se es
más distante con él, que se lo evita y que, aunque se le manifiesta a veces
cierta amistad, no se quiere saber más nada con él. A continuación de esto, su
hipersensibilidad y su desconfianza crecen. Comienza a atribuir significaciones
ocultas o aun una voluntad deliberadamente malvada de ofenderlo a una
observación anodina, a palabras escuchadas por azar, a una mirada apenas
esbozada. De conversaciones de sobremesa, deduce que un complot secreto se
trama contra él; en ciertos caos, machaca sin cesar en su cabeza los mismos
giros de frases a las que atribuye intenciones evidentes; se silban ciertas
canciones de manera bien precisa a fin de recordarle, de ese modo, ciertos
pequeños acontecimientos de su pasado a fin de indicarle lo que debe hacer.
Las piezas de teatro, como los artículos de los diarios, contienen alusiones
bien precisas sobre sus hechos y gestos; un sacerdote desde lo alto de su
pálpito o un orador público hacen, de manera disfrazada, alusiones sobre su
persona que no pueden pasar desapercibidas. Bruscamente, se percata de que
encuentra siempre las mismas personas en la calle: parecen observarlo y
seguirlo, como por azar. Le clavan la vista, lo miran de costado, carraspean o
bien tosen con intención, escupen delante de él o bien lo evitan
cuidadosamente; en los lugares públicos se apresuran a desaparecer o a
levantarse en el momento en que llega, se le dirigen miradas acerbas y se le
critica. Los cocheros de los simonesi los empleados de los trenes, los obreros
hablan acerca de él. En todas las partes la atención está dirigida sobre él; sus
modales, aunque completamente comunes, son imitados por un número
increíble de desconocidos. Ciertas observaciones que él creía haber hecho
inocentemente en otro tiempo se ponen a circular abiertamente. Uno de mis
enfermos había reparado que el color amarillo era el de la inteligencia; al día
siguiente, todo el mundo llevaba rosas amarillas, a fin de significarle, dado que
la rosa era el símbolo del silencio, que él era inteligente pero debía callarse.
―¿Cómo enumerar, pues, todo lo que me habla aquí?‖
De hecho, todas estas experiencias tienen un contenido equivalente; ―a
los no iniciados‖ les parecen completamente naturales, coincidencias. Pero él,
el enfermo, ve demasiado bien que todo está ―fabricado‖ con refinada malicia
y que se trata simplemente de un ―arreglo artificial de coincidencia‖ detrás del
cual se disimula una oscura maquinación y golpes bajos. Todo este juego es,
sin embargo, exteriormente, hábilmente refinado a fin de engañarlo mejor y de
impedirle organizar un contraste eficaz frente a las maldades ocultas y todo
ese sistema de espionaje y de vigilancia. Cada vez que intenta hablar de esto
con alguien y demostrarle que lo ha descubierto todo, aquél se hace el
inocente o bien encuentra toda suerte de medios para sustraerse; jamás se le
habla directamente, siempre con muchos rodeos, de manera tal que las
verdaderas razones de todo esto no son evocadas sino de manera velada o
alusiva. Se le saluda amigablemente a fin de distraer su vigilancia, se le hacen
montones de discursos llenos de segundas intenciones cuyas verdadera
significación reconoce inmediatamente. Un joven jurista que creía adivinar
perspicazmente todas las intenciones malvadas de su madre, consideraba el
telegrama que anunciaba la muerte de ella como una chiquilinada, de modo
que no había medio de empujarlo a tramitar su herencia, persuadido de que su
madre aún vivía y sólo quería desaparecer ante sus ojos para tener la
posibilidad de volver a casarse.

A fin de mostrarles mejor las modificaciones tan particulares que se


instauran en las relaciones entre el enfermo y el mundo exterior, voy a darles
este ejemplo que es un extracto del diario de un enfermo que se creía
destinado a promover la pederastia: ―el hecho de que exista una coalición que
tiene intenciones bien precisas, como puede verse a través de estas líneas, que
no quiere dejar salir éstas a la luz y de este modo quiere hacer una propaganda
bajo una forma simbólica o disimulada, salta a los ojos. Como no puede estar
siempre segura de la posición que el objeto que ella influencia va a adoptar,
busca entonces por todos los medios, paralelamente a su objetivo primero
pero por artificios inocentes en sí mismos, de desconcertar a este mismo
objeto y si es posible, de protegerse de ser descubierta. Es así, por ejemplo,
que en este tiempo, como le pasa a casi todo el mundo, yo tenía el hábito de
utilizar ciertas expresiones estereotipadas tales como ―¡es seguro!‖ y ―¡es
apenas creíble!‖, y he aquí que encuentro estas dos expresiones y aún otras en
la leyenda impresa en gruesos caracteres de un aviso en un diario de espiones.
Debí, naturalmente concluir en que era una coincidencia y que mi vida está
realmente constituida por una serie de coincidencias, a tal punto que devino
finalmente en la más fantástica de las dobles vidas. Es, por otra parte, apenas
creíble‖.
A continuación de la elaboración llena de a priori que el enfermo hace
de sus experiencias, le resulta entonces evidente que un vasto complot se monta
contra él. Se le calumnia, se cuenta que contrajo tras sus desenfrenos una
enfermedad de los nervios, que es sifilítico, que propagó la pederastia; se
distribuyó su foto en los burdeles a fin de designarlo ahí invitado de honor;
falsas adiciones circulan en público, como si él bebiera todos los días
cantidades insensatas de alcohol. La comida tiene un gusto completamente
sospechoso, su vecino de mesa cae enfermo porque bebió de su vaso por
erros. Quieren hacerlo desaparecer de la circulación, quieren suprimirlo a la
fuerza, volverlo loco, empujarlo a aberraciones sexuales, al onanismo. Todo
esto es, según él, resultado de una organización que emplea medios increíbles,
no sólo individuos de todas partes, sino también diversos empelados, juristas,
periodistas, escritores, como agentes secretos; aquéllos que mueven los hilos
en la historia podrían ser algunos individuos aislados o bien una banda más
vasta como aquellos de los francmasones, de los socialistas que, unidos por
una fuerza terrible y por razones precisas, tratan de sacar de sus casillasii al
enfermo.
Habitualmente, en forma paralela al delirio de persecución se
desarrollan ideas de grandeza. A veces no rebasan el cuadro de una estima de
sí muy alta. Y el aspecto extraordinario de toda la maquinación que el enfermo
cree dirigida contra él, testimonia de una importante sobreestimación de su
propia persona, puesto que es el punto de mira de tantos esfuerzos
conjugados. El enfermo se ve a sí mismo particularmente dotado, genial,
instruido; piensa que es un gran poeta, un gran músico, un sabio de gran valor;
hace mucho caso de su aspecto exterior, se cree concernido por todo y
llamado a asumir una situación extremadamente brillante en el mundo.
Después de algunos años de evolución, el enfermo comienza a sospechar que
no es el hijo de sus padres –idea triunfante- sino que su origen es mucho más
ilustre y glorioso que ése. La circunstancia exterior que está en el origen de
esta idea delirante, idea que deviene pronto una convicción total, nos parece, a
nosotros, en general perfectamente anodina. En el curso de una disputa, el
padre le dirige unas palabras violentas que no utilizaría jamás si se tratara de su
propio hijo. El enfermo se da cuenta de que sus padres cuchichean en la pieza
vecina, que palidecen cuando él entra, que lo abrazan con una gravedad muy
especial; en su presencia, se pronuncia con una ―intención evidente‖ el
nombre de una personalidad bien ubicada; en la calle, en el teatro, alguna
dama distinguida lo mira amistosamente con insistencia; al mirar el retrato de
un conde o de un príncipe, o el busto de Napoleón, es bruscamente
sorprendido por la llamativa semejanza que guardan con él mismo; o
entonces, una carta pasa por sus manos por azar y, leyendo entre líneas‖,
deduce sin la menor dificultad el gran enigma. Con mucha condescendencia,
el enfermo reconoce que la condición excepcional de su persona y de su
situación es abiertamente conocida por su entorno, próximo o lejano. Por
todas partes por donde va se lo trata con un inmenso respeto; los extraños se
quitan sus sombreros delante de él de modo deferente; la familia real trata de
encontrarlo por todos los medios; en un desfile, en el teatro, la música sólo se
inicia cuando él llega. Él encuentra alusiones más o menos disfrazadas en
cuanto a su porvenir, en los diarios que le trae el camarero o en los libros que
el librero le envía. Los actores en la escena, el sacerdote en su púlpito, hacen
grandes discursos alabando su gran destino; los transeúntes, en la calle, lo
colman de observaciones agradables y respetuosas. En diversas ocasiones,
pudo constatar el poder inefable que tenía, de prever su porvenir. Según los
cambios meteorológicos, el titilar particular de las estrellas, el vuelo de los
pájaros, el aspecto de la gente con la que se cruza, los pedazos de papel que
encuentra sobre la ruta, es absolutamente claro que Dios vela por él, que le da
indicaciones de lo que debe hacer. Indicaciones que, por otra parte, él
comprende sin la menor dificultad y sigue escrupulosamente y con una alegría
plena de confianza. Todas estas experiencias realizan una extensa red de
relaciones misteriosas dela cual el enfermo es el centro. Él es un heredero real,
un reformador, un príncipe de la paz, el Emperador o el Papa en persona, un
Mesías, un hijo de los dioses; sus pensamientos le vienen de Dios, va a devenir
el instrumento preferido de los cielos e incluso, el centro de la tierra.
En ciertos casos, el enfermo observa que una persona excepcional por su
situación muy elevada, pero del otro sexo, real o imaginaria le quiere bien y le
concede una atención muy particular que no pasa desapercibida (paranoia
erótica).
En realidad, es una mirada apenas esbozada, una pretendida aparición
en la ventana, un encuentro azaroso, que convence al enfermo de este amor
oculto; más a menudo, sin embargo, se entera a través de los rodeos, de las
alusiones disfrazadas de su entorno o de los anuncios de los diarios sin que
haya tenido jamás la ocasión de ver el objeto de su interés.
Poco después, los signos de este complot secreto se multiplican. Todo
acontecimientos inopinado, cualquier manera de vestir, cualquier encuentro,
lectura o conversación se integran para el enfermo a su aventura imaginaria.
Su amor es un secreto universal y el objeto de una atención general. Se habla
de eso en todas partes, ciertamente jamás en términos claros sino por
alusiones veladas cuya significación profunda el comprende, sin embargo, muy
bien. Por supuesto, este amor extraordinario debe permanecer, por el
momento, disimulado; es por ello que el enfermo jamás recibe las noticias
directamente sino por intermedio de otras personas, de diarios y de
conversaciones disfrazadas. Asimismo, se sabe ligado al objeto de su amor por
alusiones diversas que escucha cada tanto. Un vuelo de palomas que lo
representan a él y a su bienamada, simbólicamente, le prueba que fue
comprendido y que tras una larga lucha alcanzará su objetivo; toda persona
con quien se roce se le aparecerá como siendo la elegida de su corazón, y se ha
disfrazado a fin de disimular mejor al mundo las inclinaciones de su corazón y
porque una intuición secreta le otorgó el poder de reconocerla a pesar de la
gran ausencia de parecido y a pesar del cambio de sexo de la persona.
Esta forma particular del delirio está muy especialmente alimentado por los
anuncios velados de los diarios y puede extenderse indefinidamente sin el
menor obstáculo en las andanzas del enfermo, que por supuesto, busca
conservar en secreto una ganga tan mirifica. En el curso de la evolución
ulterior, aparecen fácilmente ilusiones sensoriales de aspecto onírico, como la
sensación de un beso durante el sueño, etc. Toda la tonalidad de este amor es,
ciertamente, la de un apasionamiento romántico, platónico muy a menudo,
mientas el enfermo no tiene relaciones sexuales sino, solamente, una actividad
sexual malsana (onanismo). Después de todo este período de exaltación,
aparece, progresivamente, una profunda contrición, un sentimiento de
imposibilidad frente a este ideal aureolado de tantas ventajas, una decepción
frente a los rechazos que no comprende, así como un deliro impreciso de
depreciación y de culpa.
La aparición de todas estas ideas delirantes se hace sobre la base de
interpretaciones patológicas de acontecimientos reales. A veces, percepciones
reales son interpretadas por él de manera valorizada. Pequeños hechos
anodinos toman para el enfermo una significación en relación con su propia
persona, lo cual se comprende a partir de lo que comenté más arriba. Una
mancha sobre sus ropas, un agujero en su bota, no pueden deberse a un
fenómeno banal de desgaste, sino que deviene un hecho sorprendente que
sólo pudo realizarse gracias a la conjunción de circunstancias completamente
particulares y que solo puede explicarse por la acción de fuerzas malvadas.
Una gota de agua en su plato, un zumbido de oído, un rubor del rostro,
algunos borborigmos en el vientre, son para él los signos de una tentativa de
envenenamiento: ―Sé de qué se trata‖. Todo esto está abundantemente
alimentado por las conversaciones de su entorno y sus lecturas. Por supuesto,
―es su lenguaje secreto habitual‖, ―creyeron que no los comprendería‖. El
enfermo lee algo a propósito del Anticristo y adivina inmediatamente que es
de él de quien se trata y que él devendrá el Cristo. Un enfermo comprendió de
inmediato la frase bíblica ―la ciudad tenía una disposición cuadrangular‖ como
una predicción sobre su ciudad de Mannheim que tiene, efectivamente, esta
disposición; otro enfermo escuchó, en el curso de una reunión pública, que
era necesario acudir en ayuda de los inundados y dedujo de ello que se lo
acusaba de haber asesinado a un alto funcionario que efectivamente se había
ahogado algún tiempo atrás. Un poco más tarde, establecerá relaciones de
causa efecto entre dos acontecimientos fortuitos pero sucesivos. Un enfermo
escribió al emperador: ―No he venido para disolver sino para asumir‖.
Enseguida, el parlamente fue disuelto efectivamente. Otro, mostró al
presidente del Bade-Wurtenberg un mapa en el que había dibujado los
territorios del mundo todavía no ocupados; curiosamente, la política colonial
de Alemania se inició poco después.
Las ilusiones sensoriales son mucho más raras que las interpretaciones
delirantes de acontecimientos reales. Sólo sobreviven en algunos raros casos;
por regla general sólo se encuentran aisladamente ilusiones auditivas; se trata
en general de una palabra única o de una frase corta: ―¡Heinrich, Heinrich!‖;
―bebe como una cubaiii‖; ―¡Ah!, helo ahí, el profeta que apesta‖. La gente de la
mesa de al lado aproxima sus cabezas y se dice secretos que él, sin embargo,
escucha claramente porque tiene ―el oído fino‖; o aún, en el curso de una
caminata, le ocurre de escuchar un disparo de fúsil, el silbido de la bala, e
incluso el desplazamiento de aire que resulta de ello. Siente caer sobre él una
lluvia envenenada; siente repentinamente que una mano lo atrapa y una voz lo
amenaza. Pueden igualmente sobrevenir visiones nocturnas con apariciones
de estrellas, personajes iluminados, representaciones divinas. Escucha
predicciones, cree recibir sobre el hombro izquierdo la bendición de Isaías y
sobre el derecho la de Jacob. Por supuesto, se trata aquí sólo de experiencias
aisladas y raras a las que el enfermo atribuye habitualmente, sin embargo, un
valor muy particular de acontecimiento extraordinario.
Me parece que tenemos que vérnoslas también con un trastorno
específico que juega, sin embargo un rol importante en la aparición del delirio:
quiero hablar de las ilusiones de la memoria. A través de ellas, el enfermo
desfigura las experiencias del pasado; las ilusiones de la memoria nublan su
vista. Una multitud de pequeñas cosas le parecen bruscamente luminosas,
plenas de significación, mientras que antes no les había prestado atención. Su
memoria se agudiza, según él, de manera tan desmesurada que toda su vida
pasada queda expuesta ante él como un libro abierto. Se acuerda aún hoy muy
exactamente cómo, cuando era un niño, sus verdaderos padres lo retiraron de
un magnífico castillo, cómo lo pasearon por todo el mundo antes de dejarlo
en la casa de sus falsos padres. Por otro parte, muchos hechos, tales como las
expresiones y las palabras de éstos, el corte y el color de sus vestimentas de
esa época, el trato que sufrió en la escuela, sus sueños proféticos de entonces,
de hecho todos los acontecimientos, grandes y pequeños de su pasado, le
anunciaban desde su más tierna infancia sus orígenes ilustres y su destino
mirífico. Un enfermo de origen humilde me describió, sin embargo, la villaiv
de su padre, que había sido el ministro de finanzas de Hanovre y que se había
opuesto a los planes de Windthorst. Como le dije que jamás existió un
ministro que llevara su nombre, adujo que una buena parte de los registros del
estado de Hanovre habían sido intencionalmente destruidos y que otros,
falsos, se reimprimieron, con el fin de hacer desaparecer el nombre de su
padre. Se ve aquí cómo tales falsos recuerdos pueden surgir en el enfermo e
incrustarse en su memoria. Otro enfermo creía que todo lo que había pensado
en el pasado se había realizado.

El carácter común de todos estos enfermos, cuyo delirio se constituyó


cada vez de manera diferente, es su inquebrantabilidad.v Aunque, a veces, el
enfermo mismo reconoce que es incapaz de aportar una prueba formal de la
validez de sus concepciones, toda tentativa de mostrarle el aspecto delirante
de ésta choca contra un muro. El proceso es tal que la aprehensión de todo lo
que enlaza cada aparente coincidencia sólo puede hacerse a partir de tal o cual
convicción inicial, convicción ―que se instaló un día como inquebrantable y
que permanecerá en él‖, como decía un enfermo. ―Vivo en la convicción que
no son ideas que me hago; por otra parte, me expreso con suma prudencia‖.
Al mismo tiempo, el enfermo percibe muy bien que un no iniciado no puede
seguir en sus detalles los rodeos de su pensamiento, temiendo, por ese hecho,
que sus perseguidores puedan explorar esta situación y tratar de hacerlo
internar por un delirio de persecución. Ni hablar jamás, de su parte,
conciencia alguna de enfermedad. Por el contrario, no es raro ver aparecer una
multitud de quejas hipocondríacas, expresando en el enfermo nerviosismo,
sensaciones de que se le estrecha la cabeza, debilidad en la digestión, para lo
cual es solicitada voluntariamente la intervención médica. Los enfermos, por
otra parte, encuentran de buena gana refugio en ciertos tratamientos originales
que inventan ellos mismos la mayor parte del tiempo.
El humor del enfermo está estrechamente ligado al contenido de su
delirio. Vive sus persecuciones imaginarias como una suerte de ―tortura
psíquica‖ y se siente continuamente inquietado y supliciado; deviene suspicaz,
huraño, irritable. Por el contrario, permanece satisfecho de sí mismo,
condescendiente y pretensioso y persuadido de tener siempre razónvi. A
menudo, el humor varía por razones delirante. Un día encontré un enfermo
que estaba, sino bastante lúcido, en una gran ansiedad, temblando todo su
cuerpo, porque había deducido, de una injuria escuchada por azar, que se le
acusaba de un asesinato que había tenido lugar años antes. A veces le
aparecían bruscamente ideas de suicidio.
Las actividades y el comportamiento del enfermo pueden aparecer
durante relativamente mucho tiempo casi inalterados. De todas maneras, toda
la conducta de su existencia parece singular e impenetrable. Un comerciante
que había hecho fortuna en América, de donde había regresado enfermo, la
había dilapidado de modo tal que había ido a parar al Ejército de Salvación,
demasiado creído de sí mismo para aceptar un trabajo que no habría estado a
su altura. Es en ese momento solamente que se dieron cuenta que sufría desde
hace más de veinte años de un vasto delirio de persecución y grandeza.
Aunque dotado, el enfermo no realiza jamás, sin embargo, nada positivo y
sólo tiene sinsabores por todas partes. Gasta mucho más de lo que sus medios
le permiten, se preocupa sin cesar de cuestiones ociosas o se dedica a la
fabricación de movimientos perpetuos, de dirigibles, etc. suponiendo la
existencia de complots secretos donde quiera, no permanece en ningún lado
mucho tiempo; antes bien, se repliega, escribe a desconocidos cartas llenas de
excusas, hace, ocasionalmente, escenas a sus parientes o a sus amigos quienes
permanecen completamente incomprensibles para él. No obstante, muchos de
estos enfermos son capaces de guardar dentro de ellos mismos sus luchas y
sus deseos, al punto tal que sólo los iniciados pueden darse cuenta de su
estado patológico y en la vida cotidiana no resulta evidente el comportamiento
patológico de su comportamiento. A pesar de todo, se observa aquí y allá una
actitud misteriosa en ellos; actos incongruentes, maneras singulares, un
aspecto inhabitual, una pasión por una secta religiosa o preocupaciones
artísticas pseudo-científicas. De conjunto, se tiene más bien la tendencia a
atribuir todo esto a las singularidades de esta personalidad fuertemente
desarrollada o a los efectos de su carácter sin descubrir la significación más
profunda.
A fin de sustraerse a todas esas persecuciones y solicitaciones, el
enfermo cambia bruscamente de trabajo sin dejar dirección, o comienza a
viajar. En general este método sólo se revela eficaz durante un corto lapso. En
seguida, él se percata nuevamente de que se le saluda como si fuera una
persona anunciada desde hace mucho tiempo y como si los demás estuvieran
advertidos de todo lo que le concierne, incluido su pasado. Toda suerte de
indicaciones dejan entender que una red secreta se ha tejido entre su entorno
anterior y el actual. Los espían continuamente; individuos que él reconoce por
todas partes s pesar del disfraz que les supone, de sus falsas barbas, de sus
cabellos teñidos, lo vigilan constantemente y lo siguen paso a paso, al punto
que su suerte es, piensa, ―peor que si fuera perseguido por la policía‖. Todo lo
que imagina respecto de la importancia de la red y de las fuerzas desplegadas
en su contra es, por ello, considerablemente agrandado cada vez. A partir de
entonces, su comportamiento y su existencia se vuelven particularmente
inadaptados y deshilvanados. Debido a sus permanentes estados de inquietud,
tiene cada vez mayores dificultades para realizarse a realizaciones prácticas y
para cumplir regularmente sus deberes profesionales, aunque sus facultades
mentales no sufran un daño masivo.
Habitado por un sentimiento creciente inseguridad, busca en los
anuncios de los diarios o los pasquines, pruebas del juego vergonzoso que
practican sus enemigos, que le permitían defenderse contra estas hipócritas
acusaciones. Emprende frecuentemente acusaciones por difamación o
demanda ayuda en ese sentido a las autoridades y a los altos funcionarios; o
incluso, se decide a la autodefensa, abofetea a un espía imaginario en un bar,
busca abatir a un calumniador. A veces, intenta llamar la atención sobre su
persona y su pobre condición por medio de comportamientos extravagantes.
Igualmente, sobrevienen tentativas de suicidio: un estudiante, que se tomaba
por discípulo de Napoleón, hirió gravemente a su madre, a sus dos hermanas
y a sí mismo, porque el gusto extraño de la sopa era el índice de una tentativa
de envenenarlo. Las ideas de grandeza pueden conducir al enfermo a tratar de
aproximarse a sus ilustres padres o a su futura esposa imaginaria. Al comienzo
será muy discreto, contentándose con hacer múltiples idas y venidas delante
de la casa de ellos, o con transmitir a extraños indicaciones sibilinas,
persuadido de que serán perfectamente comprendidas y de que llegarán a
destino. Escribe una primera carta que queda sin respuesta, también una
segunda, luego una tercera, y finalmente se decide a introducir directamente
en casa de estas personalidades y notoriedades designadas por su sistema
delirante. Cuando sus ideas delirantes son teñidas de misticismo, el enfermo se
presenta directamente como un apóstol; busca fundar una comunidad
religiosa, promover una nueva religión original; hace predicciones orales y
escritas; interrumpe al sacerdote en la iglesia.
Los diversos comportamientos aberrantes o peligrosos del enfermo
pueden, de múltiples maneras, conducirlo al asilo de alienados. El enfermo
entiende este acontecimiento como un nuevo golpe de la hipócrita estrategia
de sus enemigos, que desde hace mucho tiempo, por otra parte, le han dejado
entender que él debía terminar en la locura. Muy en el comienzo, se resigna,
persuadido de que van a darse cuenta rápidamente de su integridad mental.
En todas sus manifestaciones es muy reticente; evita las preguntas
apremiantes, oculta, a menudo durante muchísimo tiempo su cañamazovii de
ideas delirantes tras un comportamiento aparentemente irreprochable, hasta
que una circunstancia precisa que lo toca de cerca lo hace salir de quicio. Poco
a poco se le vuelve claro que el sistema secreto de las persecuciones tiene
prolongaciones en el interior del asilo. Han obligado a los médico a volverlo
inofensivo y, si es posible, realmente loco, puesto que no se disponían de
otros medios para acabar con él. Pequeñas disputas o pequeños disgustos con
los otros, modificaciones de actitudes ocasionales, le muestran bien que los
ataques y las tentativas de intimidación están también en acción en este nuevo
medio. Los pacientes con quienes se codea, no son en absoluto enfermos sino
simuladores o espías de la policía que tiene por misión ponerlo a prueba con
sus procedimientos y sus tonterías insensatas. Asimismo, tiene una gran prisa
por salir de allí: escribe carta tras carta en este sentido, presenta denuncias por
supresión arbitraria de libertad, intenta huir y hay que decir que lleva este
amargo combate por la defensa de los derechos de su persona con mucha
habilidad y obstinación.
En otros casos, el enfermo considera su estadía en el asilo como uno de
los eslabones necesarios de la cadena de pruebas que debe soportar, antes de
alcanzar finalmente sus objetivos grandiosos. En efecto, tras madura reflexión,
le resulta evidente que su pasado contenía ya muchas indicaciones relativas al
―purgatorio‖ que es este asilo. Muy lejos de estar entristecido o decepcionado
por esta prueba, deduce de ello, al contrario, la confirmación de predicciones
anteriores, lo cual le da una esperanza más para llegar al fin a su objetivo
último y grandioso. Bastante a menudo, esta convicción resultará rápidamente
refirmada, cuando comience a percibir que se le han hecho, también en el
asilo, indicaciones misteriosas relativas a su brillante porvenir. Se le trata con
mucha deferencia; vierten aceites de rosas en su baño, le dicen cosas tiernas en
palabras encubiertas, le hacen llegar libros y diarios cuyo contenido le
concierne. Por ello, no escapa a él que los médicos sólo lo retienen por ―orden
superior‖ ya que no creen que esté enfermo realmente. Entre los otros
enfermos, descubre personalidades de muy alto nivel a las que han instalado
con él en el asilo a fin de que esté acompañado.
La evolución ulterior de la enfermedad es habitualmente muy lenta. Se
extiende, en general, por muchos años de manera inalterada. Los enfermos
aparecen calmos, lúcidos, guardando indefinidamente su comportamiento
exterior adaptado y a menudo saben, incluso muy bien, ocuparse
intelectualmente. Un simple hijo de paisanos que se tomaba por el Papa y el
Emperador reunidos en una sola persona, y que más tarde estaba, incluso,
convencido de ser inmortal, encontró el medio de aprender a leer en algunos
años –lo he visto con mis propios ojos- cerca de ocho lenguas extranjeras,
antiguas o modernas, a fin de procurarse la cultura que su ilustre profesión
volvía necesaria, y esto con medios de fortuna, aparentemente. Otros se
ocupan pintando o escribiendo, teniendo incluso éxito, o bien condescienden
a ganar dinero –durante el tiempo de su paso por la tierra- por un trabajo
donde se los considera simplemente seres originales, en la medida en que
disimulan cuidadosamente sus ideas delirantes. Muy a menudo, exteriormente,
llevan una vida agitada, llena de bizarreríasviii o incongruencias.
Sólo tras una evolución de varias décadas, se manifiesta un
debilitamiento psíquico creciente a vivacidad de espíritu mientras todo el
sistema delirante no cesa de enriquecerse. Ningún trastorno somático, con
excepción de variaciones con la curva de peso, acompaña la enfermedad;
cuando aparece alguno no es más que por razón exteriores a ésta.
La frecuencia de la forma de locura que termino de describir no es muy
grande: no alcanza, según mi experiencia, el uno por ciento de las admisiones.
Los hombres parecen más frecuentemente afectados que las mujeres. Una
disposición hereditaria a los trastornos mentales, debe jugar ciertamente un rol
importante, además debe suponerse que las adversidades del destino, las
decepciones, la soledad, la lucha contra la miseria y las privaciones son,
igualmente, causas de esta enfermedad; pero muy a menudo, los sinsabores
son más bien una consecuencia del comportamiento del enfermo,
frecuentemente perturbado desde mucho tiempo atrás. En general, la
enfermedad se inicia entre los veinticinco y cuarenta años. Por otra parte,
Sander escribió, bajo el nombre de Paranoia originaria, una forma en la que el
comienzo podría situarse más precozmente, en la juventud. Es un hecho, que
uno se entera frecuentemente de estos enfermos –y de otros delirantes- que su
juventud estaba ya llena de intuiciones y presunciones en cuanto a su elevado
origen y a la existencia de sus poderosos enemigos.
No obstante, arribé prácticamente a la certeza que, en la mayor parte de
los casos, el comienzo de la enfermedad no remonta más allá de la primera
mitad del tercer decenio. Todo lo que los enfermos pueden contar sobre su
vida antes de la edad de veinte años, es probablemente una construcción a
posteriori de acontecimientos más recientes.
Es por eso que Neisser sugirió el término de paranoia confabulatoria para
esta forma descrita por Sander donde se encuentra frecuentemente el signo
constante [sic] y característico de que son las ilusiones de la memoria. Sin
embargo, a mí no me parece posible delimitar una forma en el interior de este
caso, cualquiera sea ella y cualquiera sea el punto de vista desde el que uno se
sitúe.
Si la observación es atenta, el diagnóstico de esta enfermedad no
presenta ninguna dificultad particular ante la lentitud de la evolución, el
carácter particular de las ideas delirantes que se enlazan unas a otras, la
conservación tan singular de la inteligencia así como del orden de los
pensamientos y del comportamiento. Por supuesto, algunos casos de
demencia precoz, de parálisis general, de demencia senil y aún de locura
maníaco-depresiva, pueden presentar, transitoriamente y para una observación
superficial, un cuadro análogo. Nos hemos extendido ya sobre todos los
signos diferenciales de estas enfermedades3 y nos contentaremos aquí con

3 El diagnóstico diferencial de la paranoia y la demencia precoz es tratado por Kraepelin en el capítulo 5


(Demencia Precoz) de la misma obra, pags. 211-212, en los términos siguientes:
―Las numerosas formaciones delirantes que aparecen en el curso de la demencia precoz dan, muy a menudo,
lugar al diagnóstico de paranoia. La mayor parte de los casos que otros alienistas clasifican así, pertenecen, en
mi opinión, a los cuadros clínicos que describí más arriba. Y pienso, por supuesto, en las formas paranoides.
Apoyo esta concepción en mi experiencia, que muestra que estos estados evolucionan siempre, en un tiempo
relativamente corto, hacia una simple debilidad de espíritu sin formaciones delirantes verdaderamente
constatables o bien a una confusión en el curso de la cual no se puede en absoluto hablar de la existencia de
un ―sistema‖ ni de una continuidad en el exterior de las ideas delirantes. En estas pocas frases se encuentran
ya los puntos de reparo que permiten diferenciar la paranoia de la demencia precoz. En la paranoia misma, las
ideas delirantes se desarrollan siempre de un modo muy progresivo, a lo largo de los años, mientras que aquí
[en la D. P.]eso ocurre en algunos meses, paralelamente a un humor excepcionalmente triste o ansioso, o aun
–y es frecuente- de modo brutal por la instalación de múltiples ilusiones sensoriales. De todas maneras, éstas
juegan un rol mayor en la demencia precoz, mientras que en la paranoia están, a menudo, completamente en
subrayar una vez más que la paranoia existe ya desde muchos años antes de
ser reconocida, que las ideas delirantes progresan en un orden lógico, que el
delirio refuta toda objeción de manera muy cáustica, aunque arribe a
conclusiones falsas.
Ulteriormente, todos los pensamientos y todas las acciones del enfermo
están totalmente bajo la influencia del delirio, hasta el extremo de que no
querrá escuchar razón y persistirá en seguir y defender sus ideas apasionada y
obstinadamente. El enfermo experimenta la privación de su libertad como una
pesada injusticia contra la cual no se cansará de luchar contra todos los
medios, en lo cual es muy diferente del paralíticoix que es veleidoso y lleno de
seguridad en sí mismo; del demente precoz, que es indiferente e incoherente;
de los enfermos que padecen delirios de persecución seniles o preseniles, por
el comienzo y las modificaciones rápidas del delirio, por los caracteres
incoherentes y donquijotescos de éste; de la locura maníaco-depresiva que
presenta siempre, además del delirio, los signos de una inhibición o de una
excitación psicomotriz.
El tratamiento de esos enfermos no tiene más que un fin: evitar,
merced a ocupaciones y distracciones, que se hundan en sus ideas delirantes.
En algunos casos favorables, los enfermos son capaces de vivir en libertad sin
dificultades demasiado importantes durante décadas, a pesar de la enormidad
de su delirio. De conjunto, soportan muy mal una estadía larga en un asilo. Es
pues nuestro deber, en la medida de los posible, ahorrarles estas restricciones.
El delirio de querulancia representa una forma evolutiva bien particular de los
delirios sistematizadosx. El postulado de base en este cuadro clínico está
representado por la convicción de un perjuicio real y de la necesidad

segundo plano respecto de las interpretaciones e intuiciones delirantes. La debilidad de espíritu que muy
rápidamente entra a formar parte del cuadro se traduce por el aspecto absurdo de las ideas delirantes que,
muy rápidamente, no tienen nada de verosímiles. Los enfermos dejan, absolutamente, de ser opositores, no
experimentan, en lo más mínimo, la necesidad de hacer corresponder su delirio con la visión del mundo que
tenían hasta ese momento. La marcha de su pensamiento es confusa e incoherente. En la paranoia, al
contrario, el delirio es una explicación y una interpretación mórbidas de acontecimientos reales. Los enfermos
sienten contradicción con sus otras experiencias y se desembarazan de los argumentos contrarios a través de
un comportamiento ideativo particular. La coexistencia, con ellos mismos, de pensamientos patológicos y
pensamientos sanos, permanece inalterada hasta el final. En la demencia precoz, las ideas delirantes
desaparecen fácilmente de múltiples maneras o bien son reemplazadas por otras. En el paranoico, el núcleo
del delirio será siempre el mismo. Simplemente que en el curso de los años otras ideas delirantes pueden venir
a agregarse a este núcleo a modo de prolongación, es decir, sin contradecirlo y sin que el sujeto renuncie a sus
concepciones delirantes anteriores.
El comportamiento exterior, así como las facultades mentales, son, habitualmente, rápidamente alterados en
la demencia precoz. Frecuentemente se instalan estereotipias así como manierismos e incluso, a veces, hacia
el fin, desórdenes completos del lenguaje que llegan hasta los neologismos. Por el contrario el paranoico,
conserva exteriormente el aspecto de un sujeto sano; permanece, bastante a menudo, completamente capaz
de performances en ciertos dominios, aun habiendo siempre una pequeña declinación de sus facultades
mentales. No presenta jamás signos de catatonia y conserva siempre el orden de los pensamientos y de sus
actos. En la demencia precoz, se encuentran variaciones, aparentemente sin motivo, de estado mórbido,
excitaciones ansiosas o eufóricas, estados de estupor, períodos de remisión total, mientas que la paranoia
evoluciona siempre de manera uniforme, solamente con discretos cambios que están en estrecha relación, en
su tipo y en su duración, con el delirio. Sólo aparece un cierto relajamiento cuando el tinte pasional de lo
vivido se embota, pero jamás por un abandono del delirio‖.
imperiosa para el enfermo de pelear hasta el fin por la reparación de esta
injusticia que está persuadido de haber sufrido. En general, esta convicción se
inserta sobre una desventaja cualquiera de la que el enfermo fue víctima de
muy buena fe, muy a menudo, en el curso de un proceso. En esta ocasión,
resulta manifiesto que es incapaz de reconocer sus errores. Es igualmente
incapaz de evaluar la situación objetivamente, de tener en cuenta también el
punto de vista opuesto y busca, únicamente que se tome en consideración sus
concepciones y sus deseos personales de manera total.
La resistencia que encuentra y, frecuentemente, las desventajas
materiales que recaen sobre él, lo refuerzan en su idea de que una amarga
injusticia le fue hecha y que debe defenderse por todos los medios contra ella.
Se podría pensar, de primera intención, que es completamente normal, tratar
de hacer reconocer sus propios derechos. Lo que caracteriza al querulante es
su incapacidad de comprender la verdadera justicia por una parte, y por otra,
el acento que pone sobre sus propios intereses, a expensas de los puntos de
vista de la protección judicial general. ―Busca justicia pero es incapaz de
encontrarla‖, decía un testigo al que un querulante había puesto
particularmente en la mira en el curso de un procedimiento de interdicción.
El punto de partida del delirio está constituido por el desarrollo de una
concepción errónea que arranca en el momento en que tiene lugar el juicio
que es siempre ―insuficiente‖. Es éste un trastorno que se constata realmente,
en los querulantes. Se concretiza, sobre todo, en la total incorregibilidad de
estos enfermos (o en su total incapacidad de extraer una lección de la
experiencia). Aun las pruebas más flagrantes, no tienen ningún efecto sobre
ellos, pues no reconocen valor alguno a la investigación de los hechos. Estos
enfermos escuchan tranquilamente y gustosos la exposición que se les dirige,
explicando enseguida lo que según su punto de vista, resulta claro, pero
terminan siempre por escapar a todas las exigencias lógicas pues sólo
encuentran por respuesta sus posiciones anteriores o cortan en seco toda
objeción con argumentos completamente inadecuados. ―Me planto ahí,
definitivamente. Lo que está escrito, está escrito‖. Aun cuando obtiene la
reparación demandada, el enfermo no está satisfecho. Uno de mis enfermos,
se creía, según los términos del juicio, públicamente catalogado como loco, y
continuaba pretendiendo tal cosa después de terminado un difícil combate
contra los magistrados, aunque se le hubiera afirmado muchas veces, incluso
desde el ministerio, que no había ninguna mala intención dirigida contra él y
que en todos los aspectos se esforzaron por apaciguarlo con saludos
amigables y conciliadores. Sin embargo, desestimaba toda proposición de
ayuda verdadera ―hasta que el asunto del anuncio público de su locura no
fuera esclarecido‖.
Por su inquebrantabilidad, esta convicción absoluta de un perjuicio
judicial, se revela delirante desde el inicio. Todas las proposiciones que van al
encuentro de sus propias concepciones, son asimismo concebidas por el
enfermo como mentiras o como palabras indignas de fe. Según él, todos los
testigos son locos o perjuros. Por el contrario, cada vez que él expone algo,
invoca numerosos testigos conocidos, pero inventados por él, testigos que no
tienen ninguna declaración importante para hacer y que, entonces, son
desmentidos. Son reemplazados, entonces, por otros de los que el enfermo
espera, siempre, importantes contribuciones, para ser, nuevamente,
decepcionado en su expectativa.
De la naturaleza misma del delirio de los querulantes, proviene su
credulidad, realizando una aparente paradoja con su inquebrantabilidad.
Cualquier historia escandalosa, cualquier rumor que corre, una charlatanería
cualquiera, devienen para ellos una certeza inamovible, desde que el
contenido de éstos tiene alguna relación con el universo de sus
representaciones.
Son tan receptivos a los chismorreos de sus enemigos como inaccesible
a los argumentos más contundentes. No sólo consideran que están
absolutamente en su derecho, sin tener la menor prueba, sino que están
decididos a dar a este derecho la forma más ruidosa y más excesiva. Los
argumentos más penetrantes y de mejor calidad que los especialistas puedan
pronunciar sobre su situación jurídica, no tienen sobre ellos efecto alguno,
desde el momento en que se embarcan tras sus propias intuiciones.
La inteligencia y la memoria de los querulantes, parecen, al comienzo,
intactas. Incluso, en general, uno es sorprendido por la exactitud con la cual
estos enfermos pueden repetir íntegramente extractos de códigos, audiencias,
textos de leyes. Su examen profundo permite, sin embargo, con frecuencia,
mostrar que el enfermo no comprendió completamente el sentido de su
exposición, que deforma las frases más simples, dejando de escuchar, a veces,
aun lo que quería decir. Además, se reconocen errores groseros cuando ellos
alegan y es entonces difícil decir si son la consecuencia de una mala
comprensión primaria o de desfallecimientos ulteriores de su memoria. El
fenómeno existe, sin ninguna duda, en estos enfermos. Por otra parte, a veces
se tiene la ocasión de observar directamente (cerca del enfermo) hasta qué
punto su relato se deforma en el sentido de su delirio cada vez que lo repite.
Un enfermo pretendía con obstinación que yo lo había declarado sano de
espíritu ante la justicia, y que me había contentado con decir que la
enfermedad mental no comenzaría en tres o cuatro años. Sostenía
absolutamente esta idea aunque se la hubo desmentido firmemente. Otro
enfermo consideró duramente que la suma que lo indemnizaría debía pasar de
1.200 a 10.000 florines. Confesó al comienzo una deuda de dinero, pero más
tarde pretendió que la había pagado.
Si, por una observación superficial, los primeros signos de un delirio de
querulancia pueden aparecer, en un primer abordaje, como la simple
exageración de un sentimiento de justicia muy vivaz –tanto más, cuanto se
intrincan con frecuencia con acontecimientos reales- sin embargo, la
naturaleza patológica del curso de pensamiento deviene evidente poco a poco.
La imposibilidad que encuentra para hacer valer sus pretendidos derechos,
conforta al enfermo en su convicción de que los testigos son perjuros, que los
abogados y los magistrados son una banda de malhechores y de bromistas,
por otra parte enredados entre ellos a fin de aniquilarlo y de impedir que las
propias fechorías de ellos salgan a luz. ―Todo le es favorable‖, dice a
propósito de su enemigo. En tanto, no se convoca a sus testigos que,
evidentemente, habían testimoniado muy a su favor; se deforman sus
declaraciones; se falsifican las actas y los informes que le conciernen; su firma;
se le envía una citación por medio de falsos carteros; se sella una sentencia
que le está designada como ―si eso viniera de su Majestad, el Rey‖. A veces, se
instalan entonces ideas delirantes aún más extravagantes. El enfermo tiene la
impresión de que se lo quiso volver loco en prisión por intermedio de una
comida horriblemente condimentada y sazonada con pimienta; cree que se
tiene algo contra su vida. Muchas veces, he visto aparecer, al mismo tiempo,
importantes delirios de celos; aquí y allá aparecen algunas ilusiones sensoriales;
en un solo caso, en prisión, un importante estado de excitación ansiosa
apareció transitoriamente, comportando numerosas ilusiones auditivas. El
enfermo escuchaba reproches y amenazas y creía que su ejecución era
inminente.
La inteligencia está intacta a lo largo de toda la evolución y el orden del
pensamiento está conservado. Se descubre siempre una completa coherencia
de los contenidos del delirio. Toda entrevista con un querulante, se reduce
rápidamente a las ideas de perjuicio que movilizan todo su interés de manera
creciente con el paso del tiempo. Cualquiera sea el punto de partida (de la
entrevista), por alejado que esté del centro de su interés, el camino de sus
pensamientos lo lleva ineluctablemente a esto. Los mismos pensamientos
retornan sin cesar en su discurso, donde él se repite incansablemente sin ser
capaz, aparentemente de abreviarlos o reprimirlos. Pasado un tiempo de
evolución de la enfermedad, los lazos semiológicos que existen en el interior
del delirio comienzan a desmoronarse. No se trata jamás de una toma de
conciencia del estado mórbido. El enfermo considera, más bien, toda
refutación de sus ideas como una ―broma idiota‖. Casi siempre encuentra
buenas almas e incluso médicos que, a pedido, atestiguan de su integridad
mental. Uno de mis enfermos aportó, con la mayor seguridad, certificados de
buena salud que le habían extendido seis alcaldes.
Una muy elevada estima de sí es un signo constante que acompaña el
delirio de querulancia. Los enfermos se consideran excepcionalmente
honestos y trabajadores y por ello miran desde arriba a sus enemigos. Tiene
una cierta idea de sí mismos y encuentran particularmente agobiante que,
justamente, ―siendo padres de familia‖ se les prive de justicia. Un enfermo se
describía del modo siguiente: ―ciudadano, campesino y viudo‖. Otro, un muy
hábil relojero, hablaba de la ingratitud con la cual la madre patria agradecía a
sus meritorios hijos. Esta sobreestimación de sí va a la par del hecho de que el
enfermo se cree autorizado a emplear todos los medios posibles para combatir
a sus enemigos, mientras que considera censura y violencia injustificada y
ciego maltrato, aun las formas más atenuadas de sanción jurídica, cuando
apuntan a él. Un enfermo había vivido como una grave herida la entrega algo
retrasada de una carta por el cartero, mientras que el incesto con su nuera y la
malversación de dinero que había cometido, le parecían infracciones mínimas.
Escribía numerosas cartas a su mujer, llenas de enfáticas exhortaciones a la
buena conducta, ponderando su propia conciencia. ―¿Contra mí, tan
delicado‖?, escribía otro, sorprendido de que una queja haya sido planteada
contra él por haber escrito una carta cargada de groseros insultos. En la
elevada estima de sí mismo, el enfermo reclama habitualmente, increíbles
sumas como indemnización por los daños sufridos.
Además, se encuentra sin excepción, en los querulantes, una
irascibilidad netamente superior a la media. Tal vez allí se encuentre también
la explicación de su incapacidad para reflexionar con tranquilidad. Cuando no
presentan trastornos mayores del humor, son capaces de entrar en una
excitación apasionada cuando hablan de sus altercados con la justicia,
inundando al interlocutor con una ola de insultos dirigidos a sus enemigos y
oponiéndose a toda objeción o argumento con la misma furiosa irritación.
Uno de mis enfermos escribió él mismo al Gran Duque a fin de solicitarle
autorización para ejecutar personalmente a sus enemigos.
Esta exaltación apasionada, asociada a su incapacidad para sacar lección
de la experiencia, dan al comportamiento del enfermo un estímulo propio.
Nada puede apaciguarlo. Ni el agotamiento de todos los recursos judiciales
posibles ni la sentencia definitiva y decisiva. Incapaz de comprender la total
inutilidad de otras gestiones –que tendrán forzosamente pesadas
consecuencias- quiere vencer a cualquier precio en esta lucha por la obtención
de sus presumidos derechos. Sordo a todo consejo, pasa su tiempo en poner
en marcha todos los dispositivos jurídicos posibles; en reclamar ―un
verdadero examen‖ de los hechos catalogados desde hace mucho tiempo; en
apelar a una instancia tras otra no sacando así ninguna lección del fracaso y
permaneciendo inconmovible. En general, la obstinación y la exaltación
apasionada no hacen más que acrecentarse. Escribe un número increíble de
cartas y demandas a abogados, notoriedades, empleados, al Parlamento
(Reichstag), a los condes y al Emperador, en las que se descargaba empleando
los términos más groseros y vejatorios para calumniar sin fin a sus enemigos, a
los magistrados, a los abogados. Los pasajes subrayados, los numerosos
puntos de interrogación y de exclamación, las innumerables interpelaciones, la
puesta en evidencia de términos importantes por caracteres diferentes o por el
empleo de una tinta de color, revelan ya, por la forma, el carácter patológico
de estos escritos. En cuanto al contenido, las frases son prolijas, monótonas e
interminables. El estilo revela, igualmente, un modo de expresión particular:
es embrollado, alambicado. Rodeos inesperados se repiten frecuentemente:
son comprendidos a medias, a menudo tomados prestados del lenguaje
jurídico, pero contundentes. Un enfermo escribía mucho sobre ―los falsos
perjuros‖. Otro empleaba una frase que pretendía haber escuchado de mi
boca: ―la ley de los juristas es superior a la ley del Reino‖. Los parágrafos de
los códigos, los términos empleados sobre los ―Autos‖ juegan un gran rol.
Habitualmente, el enfermo gusta mucho de llevar consigo extractos de sus
declaraciones, de sus ponencias y de sus conclusiones –todo bien embalado-
que él, por otro parte, desembala a la primera ocasión.
Las demandas o las sensaciones a las que se expone tras sus insultos y
calumnias, no hacen sino aumentar la exasperación del enfermo. Responde
con nuevas injurias cada vez y cada vez más excesivas y desmesuradas. Todos
sus actos, todo su interés por el mundo, se reducen cada vez más al deseo
ardiente de obtener justicia, aun cuando, durante este tiempo, todo lo demás
sea dejado de lado. Todo lo demás va a ser sacrificado en beneficio de este
andar patológico: su vida familiar, sus ocupaciones, su fortuna. Por ello todas
sus relaciones se perturban: está permanentemente en un estado de gran
tensión a causa de sus acusaciones y de sus procesos sin fin, que lo ponen en
una posición cada vez más difícil frente a sus enemigos. Finalmente, evita toda
relación con el aparato judicial e incluso, con todas las instituciones del
Estado. No firma más ningún acta, rehúsa presentarse a las citaciones, al
punto que se lo debe llevar por la fuerza al juicio. Entonces decide emplear la
legítima defensa: se lleva lo que considera que es de su propiedad, se vuelve
hacia la prensa, amenaza personalmente a sus enemigos, dispara contra los
ujieres que vienen a prenderlo.
Gracias a su poder de convicción, el enfermo logra, muy
frecuentemente, persuadir a tal o cual persona de su entorno, de lo bien
fundado de sus reivindicaciones. Conocí a un querulante de 58 años que había
prometido a muchos campesinos de un pueblo alejado una elevada
recompensa si obtenía 50.000 marcos de indemnización del alcalde. Las
demandas planteadas por los campesinos, se asemejaban terriblemente a la del
enfermo. Uno de los campesinos había formulado ya el deseo de hacer de éste
su yerno.
Por lo demás, los querulantes aprovechan con frecuencia la ocasión de
escribir, por intermedio de sus amigos, otras cartas, otras demandas, protestas
y cartas de injurias, y logran, a veces, por este medio, volver a entrar en el
juego de turbios abogados. Es así que perfeccionan sus estratagemas y sus
pseudo-conocimientos jurídicos que enseguida ponen por delante de todo.
Después de un cierto tiempo de evolución de la enfermedad, se instala un
constante debilitamiento psíquico. Los discursos y declaraciones del enfermo
devienen cada vez más pobres, monótonos e incoherentes. En la mayoría de
los casos el enfermo no espera más respuesta, pero continúa, por hábito
escribiendo de vez en cuando alguno de sus textos singulares. La irascibilidad
disminuye; el enfermo deviene apático, inofensivo e indiferente. A menudo,
incluso lacrimoso y emotivo, mientras no le pongan el dedo en la llaga. Su
relación con los médicos es fácil, aunque en otro tiempo los haya descrito
como infames mentirosos y charlatanes. A veces niega sus actuaciones
anteriores a fin de evitar desagradables explicaciones (que tendría que
brindar). No quiere saber más nada de eso. Es el pasado. Pero no se trata en
absoluto de una verdadera toma de conciencia del carácter patológico de sus
interpretaciones. Se ve bien al despertar estos viejos recuerdos, en los breves
momentos en los que el enfermo pierde su control, que no ha modificado en
absoluto sus posiciones sino que, simplemente, ha perdido la fuerza para
defenderse.
El diagnóstico del deliro de querulancia presenta, ciertamente,
dificultades al comienzo. En cierto modo, se puede ver aparecer la querulancia
como formando parte del cuadro clínico de diversas formas de locura, tales
como la parálisis general y sobre todo la locura maníaco-depresiva.
Habitualmente, la constatación de signos característicos de cada una de estas
enfermedades –los trastornos somáticos y mnésicos en la primera, la fuga de
ideas, la distracción, la hiperactividad, las modificaciones del humor y la
evolución por accesos en la segunda –permite hacer el diagnóstico diferencial.
Pero es verdad que, en ciertas circunstancias, una persona sana puede devenir
querulante, incluso, con mucha tenacidad y obstinación. Es a causa de ello,
justamente, que recientemente se han hecho muchos falsos diagnósticos por
parte de médicos escrupulosos, para quienes el hecho de ser querulante y de
tener una serie de procesos, constituía el signo patognomónico de un delirio
de querulancia. Para un diagnóstico de un delirio de querulancia es preciso
retener en particular: ante todo la constitución de un sistema de ideas
delirantes, la total incapacidad de aprender de la experiencia, la continua
extensión de las ideas de persecución que conciernen a un número cada vez
mayor de personas, el desarrollo de todo un sistema delirante a partir de un
punto único que permanece siempre en primer plano y que viene a intrincarse
siempre con todos los otros pensamientos del enfermo. Es justamente por
ello que no debe confundirse a los querulantes con los querellantes, que
quieren tener razón siempre y a cualquier precio y que viven en perpetuo
conflicto con su entorno. Mientas que, me parece, los querulantes son, por el
contrario, completamente soportables en sus relaciones cotidianas, aunque
sean un tanto originales. Aun cuando estos ―gallos de riña‖xi sostienen sin
cesar disputas y altercados, entablan procesos, lanzan invectivas contra todo el
mundo, persiste siempre una coherencia entre las diferentes etapas de esta
escalada de conflictos. Toda esta serie inextricable de procesos y demandas, se
detiene, sin embargo, a partir del momento en que encuentra un obstáculo.
Cuando se trata, simplemente, de una tendencia a la querella, ésta termina
siempre, aun después de una larga camorra, en una u otra ocasión, por calmar
o por cansar a todos los participantes. Aquí, al contrario, el conflicto primitivo
jamás encuentra fin. No cesa de amplificarse desmesuradamente y sólo halla
una salida aparente por la fuerza, es decir, cuando el enfermo es internado.
Por otra parte, es por supuesto posible que estas ideas y estas afirmaciones
aparentemente delirantes, expresen, a veces, la verdad. Un combate
encarnizado y furioso puede ser, a veces, la sana respuesta de una
personalidad sujeta a vivos y profundos sentimientos de injusticia. Es así que
en uno de mis casos, se reveló después que el enemigo contra el cual mi
paciente sostenía pesadas acusaciones, no era, efectivamente, tan respetable
como la opinión pública pensaba. Que, por el contrario, había sido el autor de
graves estafas. En otra ocasión, pudo probarse que una falsificación de firma
–que se había atribuido, inicialmente, a una idea delirante- había sido cometida
realmente, por aquél que mi enfermo atacaba.
Es por ello, que se impone la mayor prudencia. A pesar de todo, en los
dos casos que cito, los acusadores eran querulantes. Esto no podía deducirse a
partir de lo bien o mal fundado de sus demandas sino más bien, del modo en
que entablaron el proceso y agrandaron desmesuradamente el asunto. Por
supuesto, sucede con frecuencia que sólo se pueda reconocer el delirio de
querulancia después de una larga evolución. Tanto más cuanto la buena
conservación de la memoria, la soltura en la expresión escrita y oral, ocultan a
los magistrados el debilitamiento y la incoherencia psíquica así como la
organización delirante subyacente. La deformación y la falsa interpretación de
los hechos que el enfermo establece de muy buena fe a partir de sus
concepciones patológicas, son tomadas con facilidad como tentativas
particularmente astuta y calculada de ocultar la verdad, y considerada como la
prueba de su depravación moral y su insolencia.
Probablemente deban buscarse las verdaderas causas del delirio de
querulancia en la existencia de una predisposición mórbida, en general
hereditaria. Constaté, muchas veces, la existencia de alcoholismo en los
padres. La enfermedad se inicia, como regla, entre los 35 y 45 años. A veces,
incluso, más tarde. Ciertamente, debe considerarse la puesta en marcha del
proceso, como una consecuencia y no como una causa (de la enfermedad).
Frecuentemente, los enfermos ya han tenido antes una infinidad de procesos
que han perdido y comienzan a devenir querulantes. El pronóstico es malo. La
evolución final comporta un debilitamiento psíquico más o menos
pronunciado así como ideas delirantes persistentes. Pueden observarse
también, períodos de mejoramiento notables, en el curso de los cuales los
enfermos, aun si no cambian en absoluto sus puntos de vista, en todo caso lo
ocultan bien. Por otra parte, se observan cosas completamente análogas en
otras formas de locura.
El tratamiento de estos enfermos tiene por único fin sustraerlos de su
entorno durante un largo tiempo, cuando no es para siempre, puesto que éste
los excita. La estadía en el asilo puede, transitoriamente, modificar las cosas,
como una mudanza puede modificarlas de manera durable. Los enfermos
soportan mal, habitualmente, una estadía muy larga en el asilo. Es deseable
también, una vez que se instaló un cierto apaciguamiento, soltarlos. Siempre
que no se esté obligado a tener en cuenta como a veces es el caso, sin
embargo su peligrosidad pública, y a privarlos definitivamente de su libertad, a
pesar de los inconvenientes de la vida asilar.

simón: coche de plaza, coche de punto


pousser a bout: ―sacar de las casillas, forzar a fondo, apurar‖. A su vez, el sentido de ―sacar de sus
casillas‖ es español, es, además de ―hacer perder la paciencia‖, ―alterar sus métodos de vida‖.
Noyé designa en francés tanto ahogarse como estar cubierto por el agua, sumergido, anegado,
inundado. Il boit come un trou: lit. ―bebe como un agujero‖
Villa: en español, su primera acepción es: casa de recreo situada aisladamente en el campo.
Sic. Puede tratarse de un error en el original o en la versión francesa que hace recaer la
inquebrantabilidad sobre los enfermos y no sobre el delirio.
La versión francesa dice: il (el enfermo) devient soupconneux…irritable. Por contre, les malades…Pasé
esta segunda parte al singular ya que la oposición es entre el carácter irritable y la satisfacción de sí
mismo, y el paso al plural parece deberse a un descuido.
Canevas: cañamazo, bosquejo, esbozo. En español, cañamazo es el nombre de una tela tosca ―de
tejido ralo para bordar sobre ella‖ y también ―la tela ya bordada‖
La traducción de bizarrerie requiere algunas aclaraciones. En primer lugar, Larousse traduce rareza,
extravagancia. En el mismo sentido, Robert da como sinónimos etrangeté (extrañeza), singularité,
excentricité. Por otra parte, bizarrería, como tal, no figura en el Diccionario de la Real Academia. Si
bizarro: valiente, esforzado, lúcido, generoso, espléndido, y bizarría, cuya primera acepción es
gallardía y la tercera colorido o adorno exagerado.
Referencia a la P.G.P
Hitzig: A propósito del Delirio de Querulancia (1895); Kopen archiv. fur Psychiatre, XXXVII, 221
[nota de Kraepelin]
Da la impresión de que desde este punto Kraepelin inicia la descripción de los querellantes hasta
ocho renglones más abajo, donde claramente retoma la descripción de los querulantes. ―Aquí, al
contrario el conflicto jamás encuentra fin‖
Emil Kraepelin
Paranoia (Lección 15)

Señores:
En el análisis de los síntomas de la locura la atención de los autores se
vio sobre todo atraída por los delirios y las alucinaciones, que con frecuencia
coexisten en estados psíquicos diferentes. Incluso, para algunas afecciones
bien determinadas, se ha tomado la forma del delirio como signo
patognomónico: delirio de grandeza, delirio de insignificancia, delirio de
culpabilidad, de persecución, etc.; y son estos delirios los que sirven también
para clasificar ciertas psicopatías. Sin embargo, en mi opinión, la naturaleza
del delirio es de poca ayuda para el alienista encargado de formular el
diagnóstico de un síndrome mórbido. ¿Acaso no pueden los deseos, los
temores, revestir un aspecto idéntico en el transcurso de manifestaciones
mentales muy distintas? Pero las múltiples especies de modalidades clínicas
están, a pesar de ello, lejos de carecer de toda influencia en lo que respecta al
aspecto que tomará el delirio, y en el curso de esta clase vamos a intentar
estudiar más de cerca algunas formas del delirio en enfermedades netamente
caracterizadas.
El primero de los enfermos del que les voy a hablar es un hombre de
62 años, un hombre de ciudad. Entra aquí con aire de dignidad y, por el modo
elegante en que se sienta aunque sus ropas estén un poco raídas, da la
impresión de ser un hombre de mundo, con su barba bien cuidada y sus
lentes. En un principio se puso de mal humor ante la idea de tener que hablar
delante de tanta gente joven; pero es cosa de un instante, y de pronto
comienza un discurso que no acaba nunca. En su juventud fue a América,
donde después de mil vicisitudes llegó a establecerse en Quito, logrando
hacerse como comerciante de una pequeña fortuna. Vuelve entonces, hace de
esto 21 años, a su país natal, no sin perder sumas considerables en la
liquidación de su negocio. A pesar de todo vivió de su capital, pasando un
tiempo agradablemente en el bar, leyendo los diarios, jugando al billar o yendo
de paseo. Además se dedicaba a profundizar sobre toda una serie de proyectos
de los cuales esperaba sacar provecho y gloria. Así fue que presentó a un jefe
de oficina de un ministerio un mapa, donde él había situado un montón de
territorios deshabitados, cuya ocupación iría en beneficio de Alemania. Eran
África y en Nueva Guinea; por sobre todo estaba la isla de Galápagos, que
Ecuador abandonaría sin inconvenientes, y adquiriría mucha importancia tras
la apertura del canal de Panamá. Poco tiempo después, el ministro iba a Berlín
y nacía la política colonial alemana. Por lo demás, su instigador no había
recibido ningún beneficio por ello. Siquiera había obtenido la recompensa que
otros países le hubieran concedido. Por otra parte investigaba sobre la manera
de aclimatar cacaos y árboles de China en nuestras colonias. Asimismo
encontró un nuevo procedimiento de remachado de vías férreas, con el que se
suprimían las sacudidas del tren y se hacía imposible los descarrilamientos; en
fin, tenía ganado el derecho como para obtener muchas buenas posiciones,
tales como la de cónsul en Quito, pero siempre se le hacía una zancadilla.
Arguyendo como razón que él no quería rebajarse, terminaba poco a poco por
comerse su fortuna. El Estado -dice- no fue honesto con él, pero no se
atormenta; para un hombre de su valía, que habla tres lenguas, que conoce el
mundo entero, no es difícil encontrar un empleo digno de él. En los últimos
tiempos cayó casi en la miseria; no pudo cobrar a sus deudores de América;
como no tenía ya ningún dinero debió recurrirá préstamos para los cuales
exhibía a modo de garantía ingresos que el futuro le tenía reservado, los cuales
ciertamente habrían de establecer su fortuna. Con el pretexto de darle un
empleo se lo condujo a un asilo para crónicos. Allí trabajó en las oficinas de la
administración hasta el día en que se dio cuenta de que no se le pagaba en
razón de los servicios que prestaba. Así es que intentó ingresar a otro
establecimiento; fue entonces que con un falso pretexto, se lo condujo a la
clínica en la que se halla detenido –dice- contra toda justicia. He ahí, agrega
con amargura a modo de conclusión, la manera en la que su patria le retribuye.
El enfermo desarrolla con tranquilidad y sin conmoverse todo este
relato, que en sus trazos principales responde efectivamente a la realidad. Lo
que llama la atención desde las primeras frases es el contexto de sí mismo, la
pedantería con que se jacta de su inteligencia y de su capacidad, tanto más
cuanto que su instrucción es muy común, de lo cual puede uno darse cuenta
fácilmente. Que él sea el iniciador de la política colonial alemana es un hecho
que toma por lo más natural del mundo. A pesar de sus fracasos cotidianos, a
pesar de haber perdido su fortuna, está persuadido de que su actividad le
valdrá, un día, honores y dinero. Y si le muestro cuán lejos está la realidad de
sus deseos, objeta: ―Nadie es profeta en su tierra. He sido demasiado
inteligente para estos señores‖. Para luego decir, gesticulando con presunción:
―¿Qué es lo que quiere? Las faldas!‖.
No sin antes protestar airadamente empieza a contar que una mujer a
quien dio el sobrenombre de Bulldog, hija del cónsul inglés en Quito, viene
persiguiéndolo desde hace veintitrés o veinticuatro años con proyectos de
matrimonio. Ella se las arregla para que él vaya de fracaso en fracaso. Incluso
en América, donde en los últimos tiempos las cosas no le salían nunca como
quería; utilizando una llave maestra le fueron robados centenares de restos de
pájaros, únicamente por maldad. En todas las partes notaba las trampas de
Bulldog y de sus cómplices. ―Algo tiene que haber en todo esto para que nada
me salga bien‖. Esta americana media loca lo siguió hasta la región donde él
habita y se introdujo entre el vecindario; tendría la audacia de vestirse de
hombre y, para obligarlo a casarse con ella, le impedía conseguir empleo o
intentaba reducirlo a la miseria. Llena de sutilezas inventaba mil subterfugios
para aproximársele. Pero –continúa- no es sin embargo por medio de tantas
chicanas que se llega a ganar el corazón de un hombre. El sería quizás hoy el
individuo más rico de California si la Bulldog no se hubiese inmiscuido. Y es
también ella quien es responsable de su encierro en el asilo. ―Quién podría ser
sino?‖. En su casa, vaya donde vaya la encontraba. Los agujeros de sus
zapatos, las manchas de su ropa sólo podían provenir de la Bulldog.
El enfermo escucha con aire de entendido, e incrédulo, todos los
argumentos que se intenta oponérsele; pero éstos siquiera rozan su convicción
y él permanece siempre igualmente inquebrantable. Enseguida nos damos
cuenta de que no toma en serio los puntos de que lo hablamos, está
convencido de que no representan nuestra verdadera opinión.
Las ideas de persecución y la estima excesiva de su persona constituyen
los síntomas esenciales que presenta este hombre. Por otro parte, su
compresión, su memoria, el conjunto de su comportamiento son de los más
normales. Las ideas de persecución nos parecen patognomónicas del delirio. A
pesar de que estén plenamente en contradicción con todo sentido común, el
enfermo no siente la necesidad de darles bases más sólidas y las mantiene
tenazmente. Existen desde hace veintitrés años, al parecer, bajo la misma
forma, y todos los acontecimientos de la vida diaria son interpretados en el
sentido del delirio. Para nuestro sujeto, la menor contrariedad, y últimamente
aún su derivación a la clínica, en vez de ser el resultado del curso normal de
las cosas, son producto de la intervención de determinada persona o de sus
acólitos. En cierto modo ve el mundo entero a través de su delirio y las
persecuciones que sufre se vuelven cada día más inverosímiles. En todo
encuentra a la Bulldog alrededor suyo, y nosotros mismos no tardaremos en
compartir la misma suerte que toda la gente que resistió a sus deseos.
Las alucinaciones sensoriales, hasta donde se puede abrir juicio no
tienen parte alguna en el desarrollo de su delirio. Una vez, a decir verdad,
cuando pasaba frente a una casa, percibió detrás de las persianas de una
boutique un soldado voluntario que le apuntaba con un fusil; en ese mismo
instante alguien le gritó: ―¿No ve que tiran sobre usted?‖. Advertido por
segunda vez, y al trastabillar, pierde su sombrero. Fue entonces que constaté, a
nivel del lado izquierdo de la sien un raspón recubierto de sangre. Justo detrás
de él estaba quien vivía en esa casa, un abogado que figuraba entre sus
enemigos; cuchillo en mano, éste último le gritó que le tenía marcado por
haberse acercado demasiado a su mujer. Según explica el enfermo, quería
reemplazar rápidamente el sombrero atravesado por una bala y desfigurar a
cuchillazos el rostro del cadáver con que esperaba encontrarse.
Se trata aquí de alucinaciones o de interpretaciones delirantes? Por
cierto que es difícil pronunciarse. Con frecuencia, debo señalárselos, son puras
invenciones que se instalan en el paciente a título de recuerdo como hechos
realmente ocurridos. No se notan en este sujeto otras alucinaciones
sensoriales. Frecuentemente sus ideas persecutorias se relacionan por el
contrario con cualquier tipo de incidentes, interpretados de modo totalmente
especial, tal como pudieron observarlo en el asunto de los agujeros de los
zapatos, la derivación a la clínica y el fracaso de sus proyectos.
Observamos en la particular disposición a delirar de nuestro enfermo
una gran flaqueza de juicio. Mismo cuando se toma uno la labor de hacerle
entender toda la absurdidad de su delirio, él no llega a rendirse a la evidencia.
En lo que concierne por ejemplo a la hija del cónsul de Quito, que lo persigue
desde hace veinte años con su amor de modo tan singular, que se disfraza de
hombre, que llama en su ayuda a todo tipo de cómplices, nos responde: ―No
sabe usted lo que una mujer refinada es capaz de inventar‖. La alta estima de
sí es otra prueba de esta flaqueza de juicio. Un fracaso no reduce sus
pretensiones. Evalúa en muy caro precio un trabajo mecánico que consiste en
recopilar lentamente unas páginas de escritura o dibujos de la mayor
simplicidad; pero es incapaz de hacer una copia que exija alguna reflexión. Si
consideramos su existencia anterior en su conjunto y la despreocupación con
que gastó hasta su último centavo, quedamos fijados sobre su inferioridad
mental y sobre la imposibilidad en que se encuentra para conducir por su lado
su conducta. Rechazaba creer que su capital estuviese agotado y que vivía de
préstamos; persuadía a la gente de que obtendría mucho dinero en algún
tiempo más, y finalmente llegó hasta a pedir varias jóvenes en matrimonio.
Fueron cosas de este orden que motivaron la necesidad de su primera
internación en un establecimiento para alienados, pues con anterioridad no
había todavía atraído hacia él de modo franco la atención de las personas que
vivían en su entorno.
Sobre todo es esta última particularidad que tiene un gran valor para mí.
No se manifiesta ningún trastorno en el terreno de la emotividad, ni de la
voluntad. Se nota quizá cierta susceptibilidad cuando uno discute con el sujeto
sus ideas delirantes o su supuesta superioridad. El resto del tiempo no está
alegre, ni triste, ni apático. Encara los acontecimientos y a la gente con la
mayor naturalidad. Lee los diarios y libros; se da ocupaciones, hace dibujos y
planos, observa los diversos incidentes cotidianos; charla con los médicos,
busca hacerse nuevas relaciones, se enoja cuando le sobrevienen
contrariedades y le agrada la consideración con que se lo trata; en una palabra:
su conducta es irreprochable. No hay Befehlsautomatie, negativismo ni
manierismo. Tampoco impulsividad. Nuestro sujeto no tiene la sensación de
obedecer a las voces interiores que tan frecuentemente vemos influir en los
actos de estos enfermos. Cuando lo vemos actuar por impulso, es por el lado
del delirio que hay que buscar la causa.
Esta singular afección, en la cual la autofilia y las ideas de persecución
se desarrollan con la mayor lentitud, sin que la voluntad o la emotividad sean
trastornadas, se denomina ―paranoia‖. En esta enfermedad se instala un
―sistema‖ que es producido a la vez por un delirio o por una manera especial
de interpretarlo todo por medio del delirio. Se instaba una manera de ver las
cosas totalmente particular, que el enfermo adapta a cada acontecimiento cuya
presión le toca vivir. Su ritmo es esencialmente crónico y lento. Los pacientes
comienzan por tener sospechas, las que pronto se tornan en certezas, para dar
lugar finalmente a una inquebrantable convicción. Las ideas delirantes se
injertan en hechos que son sometidos a una interpretación patológica. No se
constatan jamás alucinaciones sensitivas, salvo excepcionalmente; pero de
tanto en tanto se perciben errores de la memoria. Como estos enfermos no
llaman demasiado la atención, su afección puede prolongarse durante largos
años sin que se la percibe y sólo raramente se los halla en los asilos. Por lo
demás, están en condiciones de ejercer una profesión que les permita vivir.
No cabe en absoluto esperar la curación de una entidad mórbida que reposa
sobre una modificación concreta del organismo psíquico‖4. Por lo general, al
cabo de unos diez años aparece, como en el presente caso, un relajamiento
demencial bastante pronunciado. El tratamiento en el asilo es difícil que lo
acepten debido a esta misma autofilia, y luchan obstinadamente por
conquistar su libertad, a menos que la progresión de la demencia haya
paralizado toda su energía. Este sujeto, por ejemplo, apeló a los diarios y
escribió numerosas cartas a efecto de obtener su salida.

He aquí un sastre de 42 años quien, también él, se encarnizó con el


reclamo objetivo. Será útil para ustedes como otro tipo de paranoia. Hace
siete años quebró y tuvo enredos con el abogado de alguno de sus acreedores.
Se instaló entonces en otra ciudad, pero allí no le fue mejor y se endeudó.
Hace cuatro años la casa donde vivía cambió de propietario y se vio obligado
a mudarse. El nuevo dueño quiso embargarle una parte del mobiliario para
resarcirse de los alquileres caídos, para lo cual se hizo presente un agente de
justicia produciéndose una viva discusión; a fin de cuentas nuestro enfermo
dejó encerrados al agente del juzgado y a sus ayudantes en tanto que iba a
hacer su reclamo ante la justicia. Fue acusado y condenado por privación
ilegítima de la libertad.
Un diario humorístico publicó un artículo sobre estos entuertos donde
se relataba el incidente bajo el título ―Embargo‖. Se añadía que el acusado
guardaba un odio profundo con el agente de Justicia, quien sin embargo había
sido con frecuencia su huésped; el paciente se irritó profundamente y su
cólera aumentó aún más cuando vio que una rectificación que había enviado
al diario no había sido publicada íntegramente. Entonces dirigió al director
una carta bastante amarga; para lograr una respuesta amenazaba con acudir a
los tribunales y con que llegaría incluso hasta la Cámara de Apelaciones si
fuese necesario. Pero en otro artículo la palabra ―maestra-sastre‖ apareció
impresa de modo llamativo. El enfermo se puso furioso y se decidió a
presentar una demanda por difamación contra el director, reclamando daños y
perjuicios por el descrédito que se le había ocasionado y finalmente una
rectificación por difamación.

4 Desde hace diez años, el enfermo continúa su lucha contra los pretendidos daños que le hizo la justicia por
todos los medios. También se ocupa de su negocio ―con muchas deudas a pesar de todo‖, dice con amargura.
Los tribunales no aceptaron ninguna de sus conclusiones. Nuestro
hombre no se dio por vencido; puso en movimiento todos los medios
imaginables: para comenzar, recurrió a los tribunales correccionales, luego al
Tribunal de primera instancia, a la justicia criminal y a la Cámara de
Apelación. Después solicitó la revisión del procedimiento, envió peticiones al
ministerio de Justicia, al de las Cortes, al Gran Duque, al Emperador, a los
tribunales administrativos y al gobierno. También tenía intenciones de hacer
llegar una nueva petición al Consejo Federal y al canciller del Reichstag, a éste
último en su carácter de responsable de la puesta en ejecución de las leyes del
imperio. Al final recusa a los jueces y a los tribunales y lleva su demanda a la
Corte Suprema. Quiere abrir un proceso disciplinario contra el Procurador en
el ámbito del Gran Ducado y lanzar un grito de alarma al público en general
en defensa de los intereses de la honestidad.
Casi siempre redacta sus reclamos por la noche; la cantidad es
considerable: muy largos, contienen sin cesar las mismas incoherencias. Su
estilo tiene pretensiones jurídicas. De modo constante comienza con ―en
cuanto a‖. Enumera en esos reclamos ―las pruebas‖, y concluye con ―los
motivos‖. A lo largo de los renglones se pueden encontrar citas de artículos
del código, comprendidas a medias o interpretadas de manera absurda. Su
escritura con frecuencia es precipitada y traduce la excitación del autor; de un
extremo al otro, e incluso en medio de las frases se puede observar la
presencia de signos de exclamación y de interrogación. Los post scripta están
subrayados dos o tres veces en lápiz rojo o azul y los márgenes están cubiertos
de señalamientos, a tal punto que no quedan espacios en blanco sobre el
papel. Buen número de estas peticiones fueron escritas al dorso de las
respuestas de las autoridades.
A consecuencia de sus constantes reclamos el enfermo fue proscrito,
pero se agarra de donde puede; hoy, por mandato del tribunal, tengo que
entregar un informe médico-legal en relación a su caso. Entretanto, los
negocios de su sastrería continuaron; logró administrarla aunque, a decir
verdad, con bastante dificultad. Haciendo abstracción de sus peticiones sus
clientes no notan nada de su afección.
Demos ahora la palabra al paciente. Podemos constatar que él se da
cuenta de su situación y que no confunde los hechos del pasado. Cuenta sus
altercados con la justicia con la mayor volubilidad y encuentra en ello cierta
satisfacción. Ninguna observación que se le haga le produce embaraza; va
acumulando detalles sobre detalles, párrafos y más párrafos. Al cabo de cierto
tiempo, se agrega a esta cansadora proliferación una tendencia a saltar de una
idea a otra y a utilizar siempre los mismos giros gramaticales en sus frases. El
abogado que lo había demandado es la causa única de todas sus desgracias, y
ello a pesar de que hace actualmente seis años que no tuene relación. Cuando
quiso iniciar su proceso contra el director del diario, nos dice, el secretario del
Juzgado, que tenía conocimiento de sus anteriores aventuras judiciales, buscó
la manera de disuadirlo pero fue en vano.
¿Acaso no es eso una prueba segura de que el abogado había prevenido
al secretario del juzgado en su contra? Todos los contratiempos que se
produjeron luego parten de allí. Si el secretario hubiese conducido el trámite
como debía haberlo hecho, él hubiese podido llevar más lejos el asunto. El
procurador se hace una idea equivocada, y los jueces del tribunal de primera
instancia, por deferencia respecto de su colega, no consintieron en volver
sobre lo que había sido ya decidido. ―Estaban en liga los unos con los otros‖.
Motivo por el cual hubiese debido llevar este caso excepcional ante otra
jurisdicción. Así es que el camino de la justicia le es cerrado de ―modo
sistemático‖. Se trata de una ―alianza secreta‖, una ―cosa de francmasonería‖,
dado que él está prevenido de que su enemigo es francmasón. La alta fianza
judía en su totalidad juega un rol en esta historia y el diario que escribió en su
contra está sostenido por los judíos. Ese ―delincuente de abogado‖ se asoció a
esta ―prensa de bandidos‖, ―a este judío presidiario‖, ―a las sutilezas de los
jueces‖, ―a toda esta jauría de la justicia‖. Así es como él llama a los dos
abogados designados por el Tribunal; es imposible para él ponerse de acuerdo
con alguno de ellos. Se pelea con ellos apenas no hacen lo que exige. Por fin,
la incapacidad de su tutor, que no entiende nada de las cosas de la justicia,
también viene en ayuda del abogado perseguidor.
A todos estos sabores judiciales atribuye un único y el mismo origen.
Poco a poco incrimina a varias personas, que agrupa en una asociación que
trabaja en su contra. En realidad están ustedes aquí en presencia de un
fenómenos real, pero visto e interpretado de una manera especial. Nosotros
podemos concebir muy claramente cómo se desarrolla este particular modo
de ver el mundo; de la misma manera entendemos la enorme influencia que
ejerce sobre la conducta del enfermo. Éste es absolutamente ineducable. No
se podría conseguir hacerle entender nada de nada. No quiere reconocer que
haya podido equivocarse o que haya exagerado la importancia de los hechos.
En cuanto abordo el tema se vuelve desconfiado; si lo contradigo, pronto
piensa que también voy a sostener a sus adversarios.
Algunas de las líneas que caracterizan el cuadro son: las ideas de
persecución, que están referidas a un punto bien determinado y que adquiere
cada vez mayor extensión; ningún razonamiento sería susceptible de
infringirlo. Esto nos demuestra que tenemos que vérnosla con un delirio
profundamente enraizado en el individuo psíquico, donde ha alcanzado a
formar un sistema. Además existe en nuestro paciente un indudable
empobrecimiento intelectual que se traduce en la monotonía y la pobreza
ideativa y sobre todo en la poca influencia que las más sensatas objeciones
tienen sobre él, su memoria general es fiel; más un examen en profundidad
nos enseña que no está intacta.
En lo emocional observamos que su opinión de sí es de lo más
exagerada. Se muestra como pareciendo superior; le gusta darse brillo con sus
conocimientos jurídicos, y a pesar de sus continuos fracasos, espera con total
confianza que su affaire termine exitosamente.
El temor de importunar a los altos funcionarios no lo detiene jamás;
considera que su caso es de la mayor importancia. ―Como ciudadano alemán,
como padre de familia, como hombre de negocios‖, ―su sentimiento del
derecho‖ tiene más valor que todas las decisiones de los jueces. De una
susceptibilidad exagerada, cuando se le anuncia un dictamen contrario a sus
intereses llega a las más groseras injurias. Los testigos son falsos, los jueces
corruptos. Habla del ―veneno de la fuente judicial y religiosa‖; luego agrega
con toda sinceridad que jamás se salió del ―marco del decoro‖.
Su estúpida conducta de estos últimos años salta inmediatamente a la
vista. Redujo los suyos a la más profunda miseria, pero acusa de ello a sus
adversarios y a la justicia que desplegó todas sus fuerzas para alcanzar ese fin.
Reclama daños y perjuicios cada vez mayores. No comprende que para él en
este momento lo mejor sería permanecer tranquilo, y trabajar para ganarse la
vida. Por el contrario, se siente totalmente presto para llevar más lejos su
asunto de buscar qué camino le queda abierto para triunfar en su derecho, y
esto incluso a pesar de que nuestro informe médico-legal debe serle
desfavorable.

Esta odisea muestra la vida de los alienados querulantes. De todo punto


de vista nos recuerda la observación de nuestro enfermo precedente en sus
líneas principales. Se trata del mismo hábito que consiste en encarar los
hechos cotidianos a través de una interpretación delirante; está presente el
mismo empobrecimiento mental, primero poco notorio, pero que lentamente
avanza. En su conjunto es la misma subordinación de la conducta el delirio,
en tanto que la memoria y la actividad psíquica se hallan muy poco
modificadas. También en los dos enfermos se trata de estados incurables,
como lo prueba la marcha ulterior de la afección. Agreguemos que durante
largos años los cambios que sobrevinieron fueron insignificantes.5
El delirio de querulencia representa entonces tan simplemente una
variedad ligeramente diferente de la paranoia. La afección comúnmente
comienza promediando la edad media de la vida, cuando el sujeto viene de ser
víctima de una injusticia imaginaria o a veces efectiva. Es en torno de ésta
última que se desarrolla todo el conjunto complejo y confuso de
representaciones mentales y de actos delirantes. Los querulentos no son
siempre querellantes; fuera del delirio, se comportan incluso frecuentemente
como gente suave y tranquila. La insignificancia de las causas extrínsecas
prueba que la enfermedad, tal es así de la paranoia, abreva, en sus más sólidas
raíces, en un estado de predisposición mórbida. Representa un fenómeno
degenerativo; esta hipótesis se ve confirmada por la lentitud de su desarrollo,
por la cronicidad, la incurabilidad del mal, y la escasa importancia a de las
influencias objetivas que la engendran.

5 Desde hace nueve años el enfermo se encuentra en un asilo de crónicos sin que su estado se haya
modificado en lo más mínimo. Continúa buscando un empleo adecuado y quejándose, haciendo inventos y
tomando parte en concursos.
Emil Kraepelin

Estados mixtos de la locura maníaco-depresiva (Lección 8)

Señores: Si la diferente coloración, gravedad y duración que se observan aún


dentro de cada caso de locura maníaco-depresiva puede ofrecemos rica
variedad de cuadros morbosos, acreciéntase ésta todavía más cuando pasamos
a examinar diversos casos. Ved esta mujer, de treinta y ocho años, que tanto
se resiste a comparecer a nuestra presencia. Su aspecto es en verdad extraño: a
su esquivez únese su miserable nutrición, que se manifiesta en la faz pálida,
surcada de prematuras arrugas; observadla, taciturna y enojadiza, cómo agacha
la cabeza y dirige su vaga mirada en torno a la sala. Tócase el corto,
encrespado cabello con guirnaldas de hojas que recoge, con hilitos de lana y
tiras de papel, adorna sus muñecas con pulseras que fabricó de trozos de
colcha, su mano izquierda aprieta contra el seno un ramo de hojas
cualesquiera y un pañuelo doblado. La enferma ha avanzado despacio y
vacilante, y se ha sentado por nuestras repetidas imperiosas órdenes. No
replica a nada de cuanto se le dice: sólo de cuando en cuando exterioriza
alguna musitación confusa. Su actitud es de abatimiento, se aprecian ligeros
movimientos digitales; ejecuta sencillos mandatos, como los de levantarse, dar
la mano y sacar la lengua, dirígese a la mesa, abre la caja donde se guarda el
yeso, lo examina y habla algunas palabras incomprensibles consigo misma;
luego se va hacia la puerta e intenta marcharse, pero pronto vuelve sobre su
acuerdo sin dificultad. Sobrecógese temerosa cuando se la pincha en la mano
con un alfiler, que aparta violentamente frotándose en el punto dolorido.
Cuando le dicen que escriba su nombre en una hoja de papel que al efecto se
le prepara, se avergüenza, y dibújanse en su semblante rastros de alegría. De
improviso se quita un zapato e intenta echarse encima de su enfermera, luego
vuelve a moverse, y a cuantos componen el auditorio va pidiéndoles lo
primero que le salta a la vista. «Dame esto, yo quiero esto, yo quiero esto», les
dice. Se dirige al perchero y quiere llevarse los sombreros y los abrigos que
coge y difícilmente se deja arrancar de las manos. La significación de este
cuadro clínico es difícil de precisar. Evidentemente, se trata de una forma de
estupor. La enferma comprende bien los mandatos sencillos que se le hacen,
pero no está en su mano, no puede decirnos nada acordado. Todas sus
exteriorizaciones volitivas son inadecuadas, sin objetivo. Ya hemos visto
estados de estupor semejantes en la catatonía y en la depresión circular
especialmente; también se encuentran en la epilepsia, el histerismo y la
parálisis. Ésta no puede sospecharse porque faltan las anomalías físicas
características; y contra la indicación de estupor histérico o epiléptico tenemos
el hecho de la duración, que es ya de dos años y cuatro meses sin remisión
alguna. El estupor catatónico suele también prolongarse tanto, más
precisamente por tal carácter lo hemos reconocido ya. La enferma es
obstinada pero no negativista, lográndose vencer su resistencia por acción
externa; no está insensible ni apática sino, por lo contrario, inquisitiva y
movible, reaccionando accidentalmente y con energía a impresiones e
influencias del medio. Sus movimientos, acaso algo constreñidos, no son
afectados ni rígidos. En su comportamiento no hay estereotipias ni absurdos,
pues parece siempre determinada por deseos e ideas, siquiera sean confusos.
Y si, finalmente, queremos hallar concordancias con el cuadro del estupor,
tropezamos con la esencial dificultad de que el hábito de la enferma no es de
depresión, sino siempre de alegría manifiesta, e igualmente que en todos sus
movimientos la tendencia es destruir, adornarse y bromear.
Antes de buscar nueva interpretación a este estado echemos una ojeada
a la historia de la enferma. Su madre es muy nerviosa, su hermano es muy
excéntrico. De delicada complexión física y de mentalidad no muy grande,
nuestra enferma poco seria pero trabajadora se casó a los veintiún años de
edad. La víspera del matrimonio estuvo llorando incesantemente, y al otro día
estuvo bailando con tan extraña excitación, que se pensó en aplazar el
casamiento. Luego, durante tres meses, hallóse triste e irresoluta, no podía
ocuparse en nada pero al mismo tiempo mostrábase muy irritable. Esta misma
disposición mental que desaparecía a las pocas semanas la presentó en sus dos
primeros alumbramientos. Después del nacimiento de su tercer hijo (contaba
con veintiseis años) cayó enferma de nuevo en igual forma, con abatimiento,
depresión, ideas de envenenamiento y, al parecer, con alucinaciones. Al pasar
nuestra enferma a un estado casi estúpido en que rechazaba la comida fue
recluida en este hospital. Avivóse pasadas cuatro semanas: quería marcharse,
se desnudaba y despeinaba, se subía por las sillas y las mesas, destrozaba
cuanto caía en sus manos, adornábase con harapos y hojas verdes, estaba
sucia, reíase y burlábase de sí misma pero no contestaba a nada de lo que se le
preguntase; pareciendo inabordable por completo, confusa, demente. Podía
observarse alguna vez en su escasa conversación alguna fuga de ideas. Al cabo
de un año, coincidiendo con un considerable aumento de peso, que antes
había ido a menos, se restableció completamente, aunque con un oscuro
recuerdo de lo pasado.
Cuando tenía treinta y cuatro años, y después de haber pasado por otra
fase de depresión, tratada en casa en contra del deseo de la enferma que quería
ser llevada al hospital, hace veintiocho meses, o sea, tres semanas después de
su último alumbramiento, la enfermedad volvió a reproducirse. Púsose
deprimida y confusa, exteriorizaba ideas de suicidio y de temor a la muerte y
quiso tirar a su hijo por la ventana. Cuando llegó aquí hace dos meses ofrecía
notable déficit mental y sólo con gran esfuerzo conseguía responder a
sencillas preguntas; experimentaba sensación de enfermedad, quejábase de
inquietud y angustia así como de incapacidad para trabajar. Oía voces, gritos
de niños, ruidos de arrastre, creía que había de ser acusada e inculpada de
todo; de tiempo en tiempo lanzaba chillidos monótonos y caía después
súbitamente en profundo estupor. A los cuatro meses había variado su estado:
se salía de la cama, hacía muecas, reía, se burlaba de sí misma, se despeinaba,
iba sucia y se desgarraba y manchaba el vestido. Se desnudaba siempre que
podía, adornábase con guiñapos de varios modos, y agradándose a sí misma
muchas veces sonreía al médico, pero otras permanecía reservada, agredía a
los demás enfermos y solía usar palabras indecorosas. También lloraba y tenía
el aspecto entontecido, sin expresión. La última vez que estuvo aquí era mejor
su estado mental y parecía más dócil: le agradaban las visitas de su marido
pero todavía se la encontraba silenciosa casi siempre, y destruía los vestidos
que a petición suya le trajeron de su casa
Como habéis visto, todo el curso clínico de la enfermedad, cuyos
ataques aislados terminan por el restablecimiento, concuerda con el de la
locura maniaco-depresiva, como igualmente la serie de ataques depresivos de
corta duración se corresponderían con los ya anteriormente discutidos, y así,
el principio de ambas largas enfermedades habría sido observado en este
hospital, aunque en verdad el curso ulterior difiera del cuadro típico y
conocido de la depresión. No creo ir desacertado pensando que aquí las
manifestaciones de la excitación maníaca se han mezclado de modo extraño
con las correspondientes a la depresión. La disposición alegre y a veces
irritable ha ido junto con al pensamiento impedido, y el impedimento a la
voluntad ha sido arrollado por la tendencia a ejecutar, a ocuparse en algo:
signo indicativo común de la manía. De este modo el cuadro clínico está
formado por un estado mixto que denominamos «estupor maníaco»,
caracterizado por la pobreza mental del paciente, su embotamiento y
taciturnidad, y a veces su enmudecimiento absoluto, al mismo tiempo que dan
suelta a la exuberancia de su alegría con toda suerte de jugueteos y adornos
tanto como en su lenguaje deshonesto, jocosas indicaciones y juegos de
palabras. Si fuese cierta nuestra presunción, aunque a la enferma puede
suponérsela en la actualidad mentalmente debilitada a consecuencia de grave
obstáculo del pensamiento, podría restablecerse dentro de un tiempo
fácilmente calculable, si bien quedando en peligro de próxima recaída
Una forma casi igual de este estado mixto ofrécese en el presente
labrador, de cincuenta y tres años de edad. Veis cómo el enfermo nos da
informes coherentes de sus circunstancias personales: sabe dónde está y
conoce a los médicos, pero no tiene certeza de la fecha en que vive. Tranquilo
en un principio, no tarda en ir excitándose durante el curso de la
conversación, suplica con insistencia que lo lleven a su casa con su mujer e
hijos, y de nuevo, que se le conceda perdón. ¿Se podría darle seguridad de que
nunca, nunca lo llevarán al presidio? Los enfermeros lo han dicho, el ha
previsto en las cucharas cruzadas que ellos le pondrán grillos, los cinco platos,
uno encima de otro, le han indicado que no volvería al seno de su familia.
«Cuatro en casa, y uno aquí». Ve claramente que le consideran incurable, y no
volverá a probar bocado. Les quita el pan a sus hijos por residir aquí. Mañana
será condenado a muerte, con toda certeza, más ¿cómo no tomó nota de lo
que significaba la copa rota y el vaso colocado en la mesa en tal disposición?
Debía haber dicho: «No sé por qué», y pedía su ropa. Así, en tan confuso
modo, seguía hablando, deteniéndose sólo un corto lapso para reanudar sus
lamentaciones. Al propio tiempo tiene excitación emocional, retuércese
violentamente las manos, quiere arrodillarse, gime y grita con fuerza. Pero su
expresión no es de tristeza. Mira a su alrededor con mirada viva y brillante; en
ciertos momentos contesta con cordura a algunas preguntas sencillas;
dispónese a no hablar y a comer con regularidad durante ocho días si después
se le permite ir a su casa, invitando medio en broma a que se pacte la decisión
con un apretón de manos, pero en seguida vuelve a su anterior locuacidad. El
examen físico nada acusa de anormal.
El estado del paciente es, sin embargo, de depresión. Si clínicamente
preguntamos qué se quiere significar con esto, lo primero en que pensaremos
será en la melancolía, dado que apenas hay probabilidad de parálisis general, a
causa de la falta de trastornos físicos; es, por lo tanto, un estado de depresión
circular con completa libertad en la expresión de la voluntad. Quizás los
únicos síntomas que no se acomodan al cuadro de la melancolía son la gran
locuacidad del paciente y la facilidad con que se logra desviarle, aunque sólo
sea unos momentos.
Si estudiamos en su pasado el desarrollo de este estado morboso,
sabremos que nuestro enfermo procede de una familia sana pero que tiene un
hijo que está loco, y que nada padecen sus otros dos hijos. Estuvo en la
campaña del 70, y ha sido un trabajador tranquilo y sobrio. Sano hasta que a
los cuarenta y tres años vino a este hospital por melancolía, de la que curó al
poco tiempo. Ahora lleva enfermo otra vez cosa de un año, habiendo
sobrevenido su enfermedad gradualmente: comenzó por inquietudes sin
fundamento, incapacidad para el trabajo, ideas de suicidio. Por sí mismo al
levantarse por las mañanas no sabía darse cuenta si tenía que salir o entrar, si
tenía que coger el abono aquí o allá. Por fin su mujer le dijo: «Vete de una vez
y para siempre». Algunos días le iban bien las cosas, otros pensaba que nunca
volvería a ser feliz. ¿Por qué continuar viviendo? Con frecuencia poníase
excitado y se irritaba, después lo deploraba.
A su ingreso en el hospital, hace seis meses, estaba alegre, deseoso de
expansionarse y sin sensación alguna de enfermedad. Decía que se hallaba en
disposición de resolver con facilidad todo cuanto hasta entonces le había sido
dificultoso. Al día siguiente el cuadro había cambiado súbitamente: el enfermo
estaba olvidadizo, con dificultad llamaba a sus hijos por su nombre,
mostrábase muy temeroso, creía que estaba condenado a muerte; con
frecuencia se arrodillaba y se obstinaba en no comer. De nuevo este cuadro se
desvanecía también, y así iban desarrollándose estados alternantes de carácter
exaltado o depresivo, en forma tan errática que a veces uno y otro sólo
duraban algunas horas.
Sin embargo, el estado de depresión fue creciendo gradualmente;
aparecían y desaparecían prontamente ideas de culpabilidad y persecución, y el
enfermo insistía, como otras veces, en atribuirse a si mismo cuanto ocurría a
su alrededor. Le atormentaba especialmente la impulsión de añadir a todo
cuanto decía «No sé por qué», y que no se le hiciese daño. En sus «ilusiones
de referencia» (delirio egocéntrico) destacábase con vigor la gran desviabilidad
del paciente, en las cuales apreciábase la suplantación atropellada de las
actuales por las inmediatamente aparecidas que iban a perderse en el olvido.
Durante toda la enfermedad se observó gran inquietud motora que
exteriorizada en sus vivas gesticulaciones, en su ir y venir continuo y
especialmente en su pasión por hablar, con la peculiaridad de que se desataba
en palabras en cuanto se le decía la menor cosa, y aun cuando hubiese hecho
firme resolución de permanecer callado. Últimamente ha ido su ánimo
aclarándose, ya alegrándose, mostrando alguna esperanza.
Por el curso que ha seguido esta enfermedad, es evidente que no
corresponde a un estado melancólico, pues contradice tal suposición la
coloración distintamente maniaca de las primeras semanas en el ataque actual,
así como la temprana aparición del primero. Vemos también por las
manifestaciones del enfermo su incapacidad de resolución o para resolver, que
ya conocemos como síntoma de la depresión circular, y que en este caso fue
muy pronunciada desde el principio. Igualmente hemos podido señalar el
obstáculo al pensamiento. Al comienzo del presente ataque el enfermo
manifestaba síntomas ya conocidos para nosotros de depresión circular, o sea,
de obstáculos al querer y al pensar, y más tarde, de tiempo en tiempo,
síntomas de excitación maniaca, o sea disposición de ánimo alegre y
expansivo, con pasión por hablar, aunque sin marcada «fuga de ideas».
Después, tras un período de oscilaciones varias, el estado de temor triste se
empeoró, a la vez que continuaba la excitación motora. En nuestra opinión,
este cuadro sindrómico encaja dentro de la locura maniaco-depresiva, y debe
diagnosticarse como un estado mixto de excitación psicomotora con
depresión psíquica. Ofrécesenos en el cuadro de este paciente, según creemos,
el extremo opuesto al precedente, en el cual podíamos comprobar al lado de la
disposición alegre el obstáculo psicomotor. Fundamos principalmente esta
creencia en los señalados, aunque al mismo tiempo transitorios, estados
ordinarios maníaco-depresivos en el propio enfermo en uno o en diferentes
ataques, en tanto que se desarrollan los estados mixtos ya descritos.
El valor de esta interpretación consiste en el hecho de que por ella
obtenemos una visión más clara del curso ulterior de la enfermedad. Si
sabemos que los estados de este género corresponden tan sólo á la locura
maníaco-depresiva, podemos esperar el restablecimiento pasado este ataque;
mas con toda probabilidad se presentará más tarde una recidiva igual o en otra
forma de la enfermedad periódicamente recurrente. Esta tendencia a caer en
estados mixtos de igual forma es frecuente en estos enfermos; tal inclinación
suele presentarse, como ocurre en el caso actual, acompañada además de un
ataque ordinario entre varios mixtos. Por lo general, los estados mixtos
parecen corresponder más que los ataques simples a las formas graves de la
enfermedad
Repetidas veces hemos señalado la presencia de alucinaciones en la
locura maníaco-depresiva, en especial de ideas de culpabilidad y persecución, y
por excepción de ideas de grandeza. Estas alucinaciones no son realmente
signos de la enfermedad: pueden faltar por completo o hallarse tan
pronunciadas que den carácter engañoso al conjunto.
Aquí veis este estudiante de música de diecinueve años que lleva ya
enfermo alrededor de un año. Su anciano padre está inválido a consecuencia
de varios ataques apopléticos, un hermano suyo se volvió loco. Nuestro
enfermo, bien dotado mentalmente, cayó en el abatimiento sin causa alguna
conocida. Mientras estudiaba música se sintió inhábil para todo, dio en
aislarse, hacía toda clase de planes que no llegaba a desarrollar por cambiar de
residencia y aun de profesión, y por no poder llegar a tener firmeza en sus
resoluciones. Durante una visita a Munich percibió como si la gente al pasar
por la calle le dijera algo y que en todas partes hablaban de él. En una fonda
oyó una frase ofensiva que le dirigieron desde la mesa próxima a la suya, y
hubo de contestar agriamente. Al siguiente día le acometió el temor de que sus
frases pudieran ser tomadas como delito de lesa majestad. Oyó que los
estudiantes preguntaban por él desde la puerta, y escapó de Munich con toda
clase de precauciones por creerse espiado. Desde entonces siempre percibe en
la calle ruido de gente dispuesta a matarle a tiros y a pegar fuego a la casa
donde se encuentra, razón por la cual no enciende luz en su cuarto. En la calle
corrían también voces indicándole el camino que debía seguir para evitar que
le disparasen. Sus perseguidores atisbaban detrás de las puertas, por las
ventanas, por todos lados. También con largas conversaciones nada
tranquilizadoras para su persona. A consecuencia de esto se abstuvo de toda
vida social, aunque en todo lo demás seguía portándose como de ordinario.
Sus parientes no sospechaban sus alucinaciones. Finalmente, las muchas frases
de burla que a cada paso llegaban a sus oídos le inspiraron la idea de matarse.
Á los seis meses aproximadamente se sintió más libre, «confortable,
emprendedor y alegre», empezó a hablar mucho y a componer, criticaba todo,
planeaba mucho, se insubordinaba con su maestro. Persistían aún las voces y
en ellas reconocía las insinuaciones de los malos espíritus. Veía radiante de
gozo la imagen de Beethoven y la de Goethe, a la que había insultado
amenazadoramente; notaban en su cuarto las figuras de antepasados gloriosos
y de mujeres ideales, veía relámpagos y aureolas de brillantes colores que
consideraba en parte como emanaciones luminosas de su gran genio, y en
parte como aclamaciones de su fama por los muertos. Mirábase a si mismo
como el Mesías, predicaba abiertamente contra la prostitución; quería entablar
relaciones con una estudiante de música que el buscaba en casas ideales,
compuso el «gran canto del amor» y a causa de tan inestimable obra, según él
decía, fue enviado al hospital por los envidiosos.
El enfermo hállase en sus cinco sentidos y da información coherente de
sus circunstancias personales. Sabe la fecha y lugar en que vive, yerra al
considerar su situación, que aprecia tan falsamente como al tomarnos a
nosotros por hipnotizadores que vamos a experimentar en él. No se considera
como enfermo, a lo más, como algo sobreexcitado de nervios. Mediante
preguntas capciosas llegamos a saber que todo el mundo conoce sus
pensamientos; si escribe, las palabras se repiten en las puertas. En el ruido de
las ventanas percibe voces infernales; en el silbato de los trenes oye llamadas,
exhortaciones, órdenes y amenazas. Por la noche se le aparece Jesucristo o
una áurea figura, el espíritu de su padre; en la ventana le hacen signos
coloreados que tienen misteriosa significación. En las conversaciones algo
sostenidas pierde pronto el hilo, cayendo en una fraseología cuyo sentido se
pierde en significaciones de detalle baladíes o jocosas. Su disposición de
ánimo es de arrogancia y orgullo, hallándose por lo general condescendiente y
algunas veces irritado o temeroso. Habla mucho y espontáneamente, sostiene
consigo mismo conversaciones en alta voz, pasea en la sala arriba y abajo, se
toma demasiado interés por los compañeros de enfermería a los que quiere
manejar a su arbitrio, se entretiene mucho escribiendo cartas y componiendo
música, aunque sólo hace trabajos insignificantes con multitud de notas
marginales. Físicamente está bien.
No es fácil a primera vista interpretar este cuadro morboso. De las
enfermedades que hasta ahora hemos estudiado, la demencia precoz es quizás
la primera que nos viene a las mientes como marco adecuado para este
proceso; en especial ciertas formas cuya más amplia descripción veremos más
adelante. Mas la disposición activa y suelta del enfermo, su interés por cuanto
le rodea, su sociabilidad y su vehemencia en ocuparse en algo, opónense
decisivamente a tal suposición. Igualmente, faltan las multiplicadas
peculiaridades de acción y conducta que tanto se destacan en aquella
enfermedad. Por otra parte, en la desviabilidad manifiesta, en lo fácilmente
que en sus narraciones se va por la tangente de cosas secundarias y pierde el
hilo del discurso, en su contextura mental de arrogancia y satisfacción, y en su
apremiante necesidad de hablar y ejecutar, señálanse las relaciones de este
estado morboso con la locura maníaco-depresiva; opinión que confirmarían
aún más las manifestaciones de irresolución y apatía del primer período,
resueltas más tarde en los estados de actividad y bienestar tan típicos de esta
segunda fase. No son signos clínicos tan esenciales las alucinaciones y las
ilusiones, que en este caso podían habernos orientado al diagnóstico de
«paranoia periódica» (enfermedad que se estudiara más adelante) para destruir
nuestro juicio diagnóstico, ya que pueden existir o faltar en los ataques de
dicha enfermedad. Si fuese acertada nuestra suposición, podríamos predecir el
restablecimiento completo, aunque no estuviese fuera de cuenta una posible
recaída.
Emil Kraepelin

Demencia precoz
(Lección 3)

Señores: el primer enfermo que les presenté hoy es un hombre de 21


años, admitido en nuestra sala desde hace algunas semanas. Ustedes lo ven entrar
tranquilamente, sentarse sin manifestar emoción y sin prestar atención a nada,
aunque perfectamente consciente de lo que pasa alrededor suyo. Si se le dirige la
palabra, comprende evidentemente todas las preguntas, pero para obtener una
respuesta sensata, en necesario hablarle lentamente y reiterarle las interrogaciones
con insistencia. Las restringidas informaciones que nos suministra en voz baja
nos permiten comprender que se considera enfermo, pero que no tiene sin
embargo una noción precisa de los trastornos que experimenta y de sus
características. Atribuye su enfermedad a las prácticas de onanismo a las que se
libra desde la edad de 10 años. Por haber pecado contra el sexto mandamiento,
ha llegado a no poder dirigir más su conducta y a sentirse siempre apático y
malhumorado: es un hipocondríaco. Como consecuencia de la lectura de libros
inéditos, se ha imaginado tener una hernia y tabes. Además, temiendo que se den
cuenta de su vicio y que se lo ridiculice, ha terminado toda relación con sus
compañeros. El enfermo expone todos los hechos con el mismo tono
monótono, sin levantar la cabeza y sin inquietarse por su entorno. Sobre su
rostro, ningún reflejo de sus sentimientos íntimos, apenas esboza de tiempo en
tiempo una fugitiva sonrisa, que se transforma rápidamente en una falta absoluta
de expresión. Sin embargo, mirándolo con cuidado, se constata a pesar de todo,
alrededor de la boca y de la nariz, un ligero y muy variable temblor así como
una tendencia a hacer muecas.
Nos cuenta que el año pasado estaba ya en edad de ingresar a la
Universidad, y en realidad su instrucción nos muestra que ha hecho estudios.
Sabiendo perfectamente donde se encuentra, ignora casi completamente el
nombre de las personas con las cuales vive, y eso no lo preocupa. Sobre los
muchos eventos de los años pasados, sólo da informaciones muy vagas. Se
declara dispuesto a quedarse en la clínica. Preferiría, con seguridad, entregarse a
un trabajo cualquiera, pero no está en condiciones de exponernos sobre este
punto el menor proyecto. La exageración de los reflejos rotulianos del lado
derecho constituye el único problema somático que se puede detectar.
En un examen superficial, este cuadro recordaría sin duda, el estado de
depresión que nosotros hemos aprendido a conocer en una de nuestras
precedentes lecciones, pero por una observación más atenta. Ustedes comprenden
sin esfuerzo, que a pesar de una evidente semejanza, estamos ante una afección
totalmente diferente. Si el enfermo sólo nos habla lentamente y por
monosílabos, no es porque él tenga alguna dificultad en emitir sonidos; es,
simplemente, porque no siente la necesidad de hablar. Oye y comprende muy
bien lo que se le dice, pero no le interesa, y sin intentar reflexionar se limita a
responder lo que se le pasa por la mente. No se lo puede sorprender en la
menor manifestación de voluntad: sus movimientos se suceden sin energía y sin
vigor, si bien no hay nada que lo trabe. Sus respuestas atestiguan una
disminución de los sentimientos afectivos. No hay, en efecto, ninguna duda a
este respecto. Este hombre, está allí, cerrado, exento de temor, de esperanza, de
deseo. Lo que pasa alrededor suyo prácticamente no le afecta y sin embargo, no
necesita hacer ningún esfuerzo para darse cuenta. Se entra, se sale, se le habla, se
ocupan de él, no lo tiene en cuenta. Incluso, el nombre mismo de las personas le
es indiferente.
Esta ausencia de reacción tan especial y tan marcada a todo tipo de
estímulo, coincide con la conservación de la inteligencia, y de la memoria; es la
característica de la enfermedad que estudiamos. Un análisis llevado más a fondo
pone la cuestión a plena luz. Este hombre munido de una fuerte instrucción
permanece desde hace semanas y meses, acostado o sentado cerca de su cama, sin
experimentar la menor necesidad de ocuparse. Está como embotado, no
tiene movimientos ni expresión; por intervalos ríe sin motivos y de una manera
particular, los rasgos de su rostro permanecen inmóviles. Cuanto más, se lo ve
por casualidad hojear un libro. No habla, no se interesa en nada, cuando recibe
una visita se queda también apático, no pregunta por lo que le puede ocurrir a su
familia, saluda apenas, y entra a su habitación sin haber experimentado la menor
sensación. Le parece inútil escribir una carta; por otra parte, no tiene nada que
escribir. Sin embargo, un día envió al médico un escrito sin ningún orden,
incoherente, incompleto, interrumpido por un juego de palabras infantiles. Pide,
por ejemplo, ―algo más alegre en el tratamiento, un movimiento en total
libertad para ensanchar el horizonte». Quiere ―ergo‖ disminuir un poco el
espíritu en las lecciones y, nota bene, anhela ―por el amor de Dios no ser
asociado al club de los inocentes; la vocación de trabajo es el consuelo de la
vida‖.
Toda esta carta como todo su modo de ser exterior, todo esto que piensa
del mundo, la clase de filosofía moral que ha construido, muestran sin
cuestionamiento posible que la ausencia de afectividad coincide con una pérdida
de juicio muy especial, y esto último contrasta con la persistencia casi completa de
los conocimientos adquiridos anteriormente. Se trata de un estado mórbido particular,
se traduce por la degradación de la inteligencia y de la afectividad, que sólo nos
recuerda objetivamente los estados de depresión de los cuales nos hemos
ocupado antes. Esta es entonces, la terminación bien diferenciada de una afección
cuyos comienzos son muy variables y que nosotros llamaremos provisoriamente
―Demencia Precoz‖.
La afección ha evolucionado progresivamente en el caso actual. Nuestro
enfermo, cuyos padres, indiquémoslo al pasar, eran melancólicos; tuvo una
infancia delicada, habló tardíamente, se lo pudo enviar a la escuela sólo a la
edad de 7 años, pero estudió muy bien allí. Era sin embargo, testarudo y
reservado. Después su inteligencia retrocedió, se masturbaba desde hace largo
tiempo. Estos últimos años continuó debilitándose aún más psíquicamente.
Creía que sus hermanos se burlaban de él, y su fealdad, que le valía estar
marginado de la sociedad, le impedía conservar un espejo en su habitación. Hace
un año, luego de haber sufrido la prueba de dar sus exámenes de salida del
Liceo, no pudo presentarse a los exámenes orales: se hallaba incapacitado de
estudiar más. No dejaba de masturbarse, pasaba por cualquier cosa, de una idea a
otra, se ponía a hacer música que no rimaba, lloraba sin motivo, se perdía en
consideraciones ―sobre el funcionamiento de los nervios de la vida de la cual
él no se iba‖. Era también inepto para el trabajo corporal, se sentía siempre
fatigado, abatido, pedía un revólver, comía fósforos suecos para suicidarse.
Todo afecto para con su familia había desaparecido.
De tiempo en tiempo estaba excitado y se ponía en la ventana a hablar
fuerte. Es así que en la Clínica presentó durante varios días un estado de
agitación: parloteaba confusamente, hacía muecas, brincaba, elucubraba escritos sin
ninguna significación y llenos de toda clase de firmas en cruz, y de rarezas; siguió
un período de calma, pero fue imposible obtener el menor esclarecimiento sobre
esta conducta tan singular6
Además de la degradación intelectual y la pérdida de las reacciones
sensitivas, el enfermo ofrece aún a nuestra observación algunos puntos
importantes. En primer lugar la risa tonta y vacía, síntoma frecuente en la D.
P. Esa risa, no responde a ningún sentimiento de alegría; algunos enfermos
incluso se quejan de estar obligados a reírse mientras que sus ideas para nada los
conducen a ello. Otros signos de gran valor son las muecas, las contorsiones,
los finos temblores del rostro. Observemos también la tendencia a usar un
lenguaje estrafalario, a hacer palabras por asonancia, sin preocuparse por el sentido;
esta particularidad es parte integrante de la afección. Finalmente, estos enfermos
tienen un modo característico y bien particular de dar la mano: se les tiende en
efecto la mano abierta, ellos ponen la suya rígida. Este fenómeno se muestra
siempre muy claro en la D. P.
Como el proceso mórbido se ha desarrollado progresivamente en nuestra
observación, se puede datar el comienzo sólo de modo aproximado. En casos
análogos, se atribuyen varias veces los problemas patológicos a una perversión
del sentido moral, incluso se llega a castigar esta perversión e intentar
remediarla por la educación. Es también habitual incriminar al onanismo
como causa de la enfermedad. Ante los casos como el nuestro, los antiguos
psiquiatras habrían hablado de locura de los onanistas. En mi opinión, el
onanismo es más bien una manifestación que la causa de la enfermedad. ¿No
encontramos formas de D. P. igualmente graves, independientes de prácticas
onanistas bien marcadas? ¿No conocimos acaso la degradación de los onanistas
y que el cuadro clínico es completamente diferente? En la mujer, por otra

6
El enfermo ha sido transportado luego a una colonia familiar sin haber presentado modificación.
Hoy se halla desde hace tres años y medio en un asilo, tan demente y apático como siempre.
parte, la afección en cuestión es lejos de ser rara; el onanismo juega sin embargo
en ella un rol aún más borroso. Para mí, no se trataría de una relación causa-efecto
entre el onanismo y la D. P. Queda todavía un punto al que conviene tener en
cuenta y que va precisamente en contra de la teoría del origen onanista: es el
comienzo brusco de la enfermedad.
La D. P. comienza por una fase de depresión, susceptible de crear alguna
confusión con uno de los estados melancólicos descriptos en una precedente
lección. A título de ejemplo, les ruego examinar a este jornalero de 22 años, que
ha entrado en la clínica por primera vez hace tres años, y que pertenecería
supuestamente, a una familia de buena salud. Algunas semanas antes de su arrivo
tuvo accesos de ansiedad. Después se volvió como atontado: las palabras eran
confusas, la mirada fija, las ideas poco inmutables, era víctima de un muy vago
delirio de persecución y de culpabilidad. Nos dio respuestas vacilantes e
inconexas; capaz de resolver pequeños problemas de aritmética y de ejecutar
algunas órdenes poco complicadas, ignoraba el lugar donde se encontraba. De
vez en cuando, hablaba solo, murmurando algunas palabras ininteligibles: ―Ésta es la
guerra. Él no come más nada. Viva la palabra de Dios. Hay un cuervo en la
ventana, y quiere comer su carne‖. Comprendía bien lo que se le pedía, y se
distraía fácilmente, pero no se interesaba en nada y no intentaba darse cuenta de
lo que pasaba alrededor suyo. Ningún temor, ningún deseo lo animaba. En
general permanecía acostado, el rostro sin expresión como congelado. Algunas
veces se lo veía levantarse, ponerse de rodillas o pasearse lentamente. Todos sus
movimientos mostraban, por otra parte, una cierta incomodidad y una falta
total de iniciativa.
Sus miembros conservaban largamente la posición que se les imprimía.
Además, si uno levantaba los brazos delante suyo, él repetía los movimientos,
igualmente golpeaba sus manos si se hacía lo mismo delante suyo. Estos
fenómenos llamados flexibilidad cérea, catalepsia para algunos, ecopraxia
para otros, son bien conocidos en las investigaciones de orden hipnótico.
Tienen que ver con trastornos especiales de la voluntad, de los cuales nosotros
agrupamos las diferentes manifestaciones bajo el nombre de Befehlsautomatic
(obediencia automática). Agreguemos finalmente, que nuestro sujeto tiene
desigualdad pupilar y que se nota en sus antecedentes un rictus con convulsiones
de los miembros superiores.
En el curso del mes pasado su estado mejoró, su mente estuvo más lúcida,
sus modales más naturales, y tenía la precisa sensación de estar enfermo. Sin
embargo, era siempre un ser confuso, pobre de ideas y sensaciones. Dejó la
clínica en esas condiciones para retornar a su trabajo. Pero nos lo han traído
hace un año. Se había acostado delante de un tren que le cortó el pie derecho y le
fracturó el brazo izquierdo. Durante esta nueva estancia entre nosotros, se
muestra más dueño de sí mismo, conocía mejor su entorno y transmitía de
buena gana lo que sabía de sus nociones de geografía y de cálculo. Es cierto,
no hablaba espontáneamente con nadie. Permanecía apático, acostado, privado
de toda reacción, su rostro estaba sin expresión. Por otra parte, no se ocupaba de
nada y no prestaba ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor.
Atribuía a su enfermedad su tentativa de suicidio. Decía que desde un año antes
su cerebro estaba quebrado, y ya no era capaz de pensar sin que las otras
personas estuvieran al corriente de sus ideas y las hiciesen tema de sus
conversaciones. Incluso se lo oía al leer el diario.
Aún hoy este enfermo está en el mismo estado: mira indiferentemente
delante suyo, sin ver nada. No pregunta sobre el entorno exterior que lo
circunda. Levanta apenas los ojos cuando se lo interroga y es necesario
interpelarlo con energía para obtener alguna respuesta suya. Sabe donde está,
conoce el mes y el año, así como el nombre de los médicos; más aún, resuelve
un problema fácil, enumera también ciertos nombres de ciudades y de ríos.
En cambio, se cree el hijo del Emperador, el rey Guillermo. No tiene por
otra parte noción de su situación y anhela quedarse aquí: ―Su cerebro está
lastimado, su vena ha estallado‖. Fácilmente se pone de nuevo en evidencia la
flexibilidad cérea, la ecopraxia; se le tiende la mano, él tiende la suya toda
rígida pero sin tomar la que se le presenta (I).
Inútil es ir más lejos para asegurar que estamos frente a un estado
patológico relacionado más bien con el juicio que con la memoria. Mucho más
atacada está aún la emotividad, y como consecuencia, están alteradas todas las
manifestaciones voluntarias que están bajo su dependencia. Hay, por
consiguiente, una indudable analogía entre los dos enfermos que ustedes han
observado hoy, aunque el proceso evoluciona diferentemente en cada uno de
ellos. Especialmente en ausencia de toda actividad intelectual, el mismo
desapego a todas las cosas, la misma imposibilidad de librarse a todo acto
espontáneo. Son, en una palabra, trastornos similares, igualmente intensos en
una observación como en la otra y los dos sujetos afectados por el mismo sello.
Estos síntomas representan, con el debilitamiento del juicio, las características
fundamentales y permanentes de la D. P.; ellos se reencuentran durante toda
la evolución de la afección. Al lado de ellos puede manifestarse toda una serie
de otros signos, susceptibles a veces de ocupar un lugar preponderante, pero estos
signos no duran en general y no deben ser considerados como los estigmas
cardinales. Se ve, por ejemplo, ideas delirantes, alucinaciones sensoriales,
extraordinariamente frecuentes por cierto, pero con un desarrollo muy
irregular. Estas ideas, incluso, pueden desaparecer, o directamente no estar
presentes sin que los rasgos esenciales se reviertan en el curso de la
enfermedad o en su terminación. Tenemos el derecho, entonces, de
plantear como regla que todos los estados de depresión con alucinaciones
sensoriales, muy marcadas al comienzo, o con delirios estúpidos, son en
general la primera fase de la D. P. Además, las modificaciones de la
emotividad, a pesar de ser constantes, son poco apreciables. Ellas contribuyen,
por consiguiente, apenas en el establecimiento del diagnóstico.
Si bien es cierto que los estados de viva ansiedad o de gran depresión son
susceptibles de abrir la escena, la emotividad, llegamos a verificarlo, muy
rápidamente se diluye, e incluso en ausencia de toda manifestación exterior.
Observen finalmente a este cartero: es un hombre de 35 años, sólidamente
constituido. ¿Podrían concebir que hace apenas algunos días ha querido matarse e
inclusive había persuadido a su mujer de seguirlo en el suicidio, luego de
haberse cortado estúpidamente el canal de la uretra algunas semanas antes? Su
aspecto pálido, su nutrición lánguida no le impiden estar aún muy consciente;
sabe dónde se encuentra, se da cuenta de su situación y sus respuestas son
ordenadas y sensatas. Desde hace cinco semanas está enfermo, y sufre sobre
todo de cefaleas. Cree que sus compañeros conversan sobre una ligera torpeza
que él había cometido en un lugar precedente: ―Nosotros te haremos la
guerra, decían ellos, nosotros abriremos la pequeña camisa‖. A menudo no
comprendía bien, por qué con frecuencia se le telefoneaba tanto en los oídos:
por lo tanto fatigado de escuchar esas voces había resuelto ahorcarse. Más tarde,
habiendo logrado retornar a su trabajo, se volvió ansioso, perseguido por el
temor de estar obligado a dar dinero falso y de exponerse así a una condena a
prisión. La cabeza le borboteaba y rogaba a su mujer que se quemase el cerebro
con él. ―¿No sería ella desgraciada si él estuviera en prisión?‖. Poco a poco
termina por no comer ni dormir. Se hacía un montón de reproches, veía sobre el
techo una cabeza que al comienzo lo asustaba mucho, luego veía con los ojos
cerrados, dos cuadros, de los cuales uno todo destrozado representaba una casa
con ventanas y techo. El enfermo nos cuenta todo aquello con el rostro
sonriente pero con una cierta búsqueda en la expresión. Su tentativa de suicidio,
su llegada a la Clínica, no suscitó en él ninguna reflexión. Nos tiende la mano
rígida, rígido también está su porte. De la forma más clara tiene catalepsia,
ecopraxia y ecolalia. Repite, en efecto, inmediatamente las palabras
pronunciadas delante suyo, a veces alterándolas. Los primeros días que siguieron a
su entrada en el asilo, permaneció casi constantemente acostado, los párpados
con frecuencia cerrados, sin hacer movimientos, sin responder a las preguntas,
sin reaccionar a las inyecciones. Escuchaba voces que le hablaban de toda suerte
de cosas. Agrega en voz baja haber visto bajo sí un corazón azul y por detrás la
luz temblorosa del sol. Hay aún otro corazón azul, ―un corazón de mujer‖.
Vio también relámpagos, un cometa brillante con una larga cola, y el sol se levanta
todos los días del lado opuesto.
Estos últimos días, bruscamente, sin motivo, el enfermo rechazó todo
alimento, y estuvimos obligados a alimentarlo por sonda. Cuando se lo invitaba
a escribir a su mujer, pretendía tener ocupaciones más importantes; por otra
parte, era inútil que ella lo visite, no valía la pena. Cuando se le solicitaba que
sacara la lengua, abría bien grande la boca, pero enrollaba su lengua apoyándola
fuertemente contra el velo de su paladar. En otros momentos, se volvía muy
agresivo para con su entorno, sin ser capaz de justificarse luego por lo sucedido.
Desde el punto de vista somático, conviene notar una exageración muy
marcada de los reflejos rotulianos.
Ustedes comprenden sin esfuerzo que en este cuadro clínico encontramos
los mismos rasgos fundamentales que en nuestros otros dos enfermos:
emotividad debilitada, ausencia de voluntad espontánea, sugestionabilidad.
Además las alucinaciones sensoriales, la manera bien particular de tender la mano
confirma aún más nuestro diagnóstico: se trata de un caso de D. P. Hablan en el
mismo sentido, la resistencia estúpida del enfermo a la alimentación, a sacar la
lengua y escribir a su mujer. Los estados de estupor que se manifiestan de
tiempo en tiempo, tienen también un ciertovalor. En una palabra, estamos
aquí, ante trastornos idénticos a los que habíamos tenido la ocasión de señalar
anteriormente.
Por otra parte, estamos ante una impresionante evolución desde hace
algunos años, y definitivamente devenida incurable. Tal es en efecto, la
terminación más frecuente de la D. P. Y lo que da a nuestro diagnóstico todo
su valor, es que a partir de ahora estamos en condiciones de sostener un
pronóstico grave. Podemos prever el estado de imbecilidad especial que
afectará ulteriormente al enfermo.
Nuestra predicción, por cierto, no está al reparo de todo error. Desde
el punto estrictamente científico, es aún más dudoso que la D. P. pueda
curarse completa y definitivamente: sin embargo, no se podría aceptar
esta concepción sin apelación. Por el contrario, las mejoras, no son casos
raros, y prácticamente hay motivos para considerarlos como curados. Los
enfermos han perdido evidentemente actividad e inteligencia, su emotividad
está restringida, pero en las relaciones diarias aún son capaces de conservar su
antiguo lugar. Sus mejoras, a menudo son sólo momentáneas en general, y
las recaídas que se producen tarde o temprano, sin motivo determinado,
toman entonces un aspecto más serio. Esto lo observamos en nuestro segundo
enfermo: mejoramiento, por otra parte breve, y recaída consecutiva.
Igualmente tenemos motivos para esperar que desaparezcan en él los
trastornos actuales, pero tenemos que estar atentos a una recidiva más
grave7 El enfermo está considerablemente mejor desde el punto de vista somático.
Ha salido de la clínica al cabo de 3 meses, sin darse cuenta de los trastornos que había
presentado. Desde hace cuatro años y medio está con su familia y parece curado.

7 El enfermo está considerablemente mejor desde el punto de vista somático. Ha salido de la clínica
al cabo de 3 meses, sin darse cuenta de los trastornos que había presentado. Desde hace cuatro
años y medios está con su familia y parece curado.
150 Q o el de

Emile Kraepelin

Las psicosis irreversibles (Demencia precoz)

Capítulo I
EL CUADRO GENERAL DE LA ENFERMEDAD

Nos está permitido, por el momento, bajo el término de demencia


precoz una serie de cuadros clínicos que tienen la particularidad común de
culminar en estados de debilitamiento psíquico característicos. Parece, sin embargo,
que este penoso término no es sistemático, pero su frecuencia es tan grande que
estamos obligados, por ahora, a quedarnos con esta definición. De hecho, otros
términos, tales como la demencia primitiva de los italianos o la expresión dementia
simplex preconizada por Rieger, quizá puedan ser más apropiados.
Las observaciones clínicas y anatomopatológicas reunidas hasta aquí, no
permiten dudar de que se trata, por regla general, de lesiones corticales que, en el
mejor de los casos, sólo son parcialmente reversibles. Sin embargo, en el
momento actual, es necesario continuar considerando con prudencia la idea
según la cual la evolución de la enfermedad es la misma en todos los casos.
Desde un punto de vista clínico, el mantenimiento de una distinción, en el
interior de la demencia precoz, entre tres grupos principales, se concibe
perfectamente, en tanto que existen entre estos grupos numerosas formas de
pasajes que hace que no haya una verdadera discontinuidad. Designaremos estas
diferentes formas con los términos de hebefrenia, catatonia y demencia
paranoide. La primera se confunde de hecho con la entidad que he descripto
hasta aquí con el nombre de demencia precoz, la segunda con la catatonia de
Kahlbaum, mientras que la tercera comprende no sólo la clásica demencia
paranoide, sino también los cuadros clínicos, ligados antes a la paranoia, pero
que evolucionan rápidamente hacia un profundo debilitamiento psíquico.
Todo el campo de la demencia precoz recubre, en realidad, las entidades
mórbidas que se describían en otras oportunidades bajo el nombre de ―procesos
demenciales‖; insisto mucho para modificar esta denominación puesto que la
parálisis general, la demencia senil y otras evoluciones mórbidas podían ser
consideradas como perteneciendo a estos ―procesos demenciales‖.

Hay una diversidad muy grande en los estados clínicos observables en el


cuadro de la demencia precoz, si bien una observación superficial corre el
riesgo de desconocer el parentesco que las liga. En todos los casos encontramos
sin embargo trastornos fundamentales bien específicos, que pueden ser no
muy marcados y que son en general más nítidos en el final de la evolución,
cuando las modificaciones durables y características de la vida psíquica
engendradas por la demencia precoz no están más enmascaradas por los signos
secundarios que acompañan a la enfermedad
TRASTORNOS PSICO SENSORIALES

En general, la aprehensión misma de las percepciones exteriores no está


gravemente altera da en la demencia precoz. Los enfermos comprenden muy
bien lo que pasa alrededor de ellos, frecuentemente mucho mejor de lo que su
actitud podría dejar suponer. Es con asombro que uno ve enfermos
totalmente atontados percibiendo con precisión toda clase de detalles de su
entorno: dar el nombre de sus ―compañeros de miseria‖, señalar todos los
cambios en la permanencia del médico. En consecuencia, su orientación está
casi siempre conservada.
Por regla general, saben dónde se encuentran, reconocen las personas
presentes, y pueden dar la fecha del día. Sólo en los estados de estupor y de
angustia intensa, la orientación puede estar más nítidamente alterada, pero es
necesario decir que estos enfermos conservan de una manera totalmente característica
una perfecta conciencia, incluso durante el curso de un acceso de agitación
intensa. Además, puede ocurrir que el sentido de la orientación esté desordenado a
causa de las ideas delirantes. En estos casos se equivocan, citan lugares que (se
adjudican) han visitado, personas que (se atribuyen) haber visto, falsas fechas, no
porque sean incapaces de comprender o reflexionar, sino porque las ideas
delirantes son más poderosas que las señales otorgadas por la percepción.
Evidentemente, no siempre es posible extraer indicaciones útiles, ya que los
enfermos sólo dan respecto a este tema datos falsos o incluso no dan ninguno.
Los datos otorgados por los sentidos están con frecuencia gravemente
perturbados en nuestros enfermos a causa de la aparición de falsas
percepciones. Notablemente éstas jamás faltan durante los accesos agudos o
subagudos sobrevenidos en el curso de la enfermedad. De tanto en tanto, ellas
están ahí a todo lo largo de la enfermedad; más frecuentemente tienden a
desaparecer progresivamente para sólo reaparecer de una manera remarcada en
ciertas fases de la evolución terminal. Las ilusiones auditivas son las más
frecuentes, en seguida vienen los falsos reconocimientos y las ilusiones
cenestésicas con sensaciones de corrientes internas, de contactos y de influencia.
Estas ilusiones (¿o falsas percepciones?) tienen en general, al principio de la
enfermedad, una tonalidad desagradable e inquietan mucho a los enfermos. Más
tarde, son percibidas de manera bien diferente, si se hace abstracción de las fases
de excitación intercurrentes. Algunos enfermos viven estas ilusiones como
producciones artificiales, o una especie de puesta en escena que se desarrolla
delante de ellos y de la que incluso ríen con gusto; otros no le prestan
atención y no hablan de ellas más que seguramente de manera parsimoniosa,
si uno los interroga con insistencia sobre el contenido de sus ilusiones. Lo más
frecuente es que éstas no posean ningún sentido ni coherencia. Es así cómo un
enfermo, que era por otra parte enteramente sensato y razonable, escuchaba frases
sin parar, como las que siguen, y que dan cuenta del poder que estas
representaciones pueden ejercer (sobre el enfermo): ―Porque siempre podemos
esperar otros pensamientos que vengan a invadirnos, porque nosotros mismos
queremos saber y querer lo que debería dejar torturar esta cabeza de cochino
hasta la muerte. No, nosotros mismos no somos más tan bestias y no nos
ocupamos más de estas cabezas, incluso si debemos dejarnos de impedir que
nos cocinen. Porque nos volvemos entonces completamente locos y nos dejamos
hacer como boludos‖.

TRASTORNOS DE LA ATENCIÓN

La consciencia del enfermo está, en muchos de los casos, perfectamente


conservada. Sólo está trastornada en el curso de los estados de excitación o de
estupor, al punto que, incluso en estos casos, esté tan poco alterada que no se la
ve en una primera mirada.
Por el contrario, la atención está habitualmente perturbada durante
estas fases. Incluso si se logra que uno pueda, por un pequeño instante, llamar
la atención del enfermo, se observa tan sólo que presenta una gran
distractibilidad que vuelve imposible su mantenimiento bajo esas circunstancias.
Lo que les falta antes que nada a los enfermos en estos casos, es el interés, el
anhelo o las motivaciones internas para dirigir su atención sobre los hechos del
entorno. Incluso si percibe perfectamente lo que sucede a su alrededor, no se
engancha, no busca aprehenderlo ni comprenderlo. En los estados de estupor
profundo o de estupidez avanzada, puede incluso tornarse completamente
imposible despertar, de cualquier manera que sea, la atención del enfermo. A la
inversa, se observa algunas veces, mientras que el estupor se esfuma, cierta
curiosidad que surge en el enfermo; observa furtivamente lo que sucede en la
habitación, sigue al médico de lejos, echa una mirada por las puertas
entreabiertas pero se da vuelta si se lo llama, mira para otra parte si uno
quiere mostrarle algo. Parece que aquí es el negativismo que frena la
atención que acababa de despertarse.
La memoria de los enfermos está relativamente poco trastornada. Son
capaces a condición de desearlo, de entregar datos exactos y circunstanciales del
pasado; muy frecuentemente saben bien con cierta aproximación, desde hace
cuánto tiempo están en el asilo. Los conocimientos que han adquirido en la
escuela quedan a veces grabados en su memoria con una asombrosa tenacidad
antes de que sobrevengan los estados de demencia (Blödsinn) avanzados. Es así
como recuerdo a un joven granjero que tenía una expresión perfectamente
estúpida, pero que era capaz de indicarme en el mapa cualquier pueblito, sin la
menor hesitación; otro asombraba a todos por su cultura histórica; otros
resolvían aún con facilidad difíciles ejercicios de cálculo. Del mismo modo,
las capacidades de observación están frecuentemente bien conservadas. A pesar de
todo, en el transcurso de las fases de estupor profundo, no es raro constatar que
los enfermos sólo conservan un recuerdo muy vago de ciertos períodos de sus
vidas; por otro lado, es habitualmente muy fácil obtener que los enfermos,
incluso muy pasivos, retengan algunas cifras o ciertos nombres que son
capaces, aún después de varios días o semanas, de recordarlos correctamente. En
estos casos, desde ya, uno sólo obtiene frecuentemente al principio respuestas
inexactas debido al negativismo, pero por las interrogaciones insistentes se torna
evidente que el enfermo registró muy bien la consigna pedida.
El curso del pensamiento termina siempre, máso menos rápidamente, por
estar alterado. Incluso si hacemos abstracción de la confusión que existe durante
los accesos de agitación o de estupor –si bien en esos momentos es imposible
hacerse una idea exacta de su vida interior– es una regla que cierta incoherencia
del pensamiento se instale progresivamente, como ya lo hemos señalado, en otra
parte, detalladamente. En casos menos graves, esta incoherencia aparece
simplemente bajo la forma de una gran distracción o de una gran versatilidad del
pensamiento, la atención del enfermo se embota entonces rápidamente y retorna
enseguida sin razón hacia cualquier parte; o aún por la intrusión de ciertos giros
de frases inútiles o de pensamientos inadaptados; contrariamente, en los casos más
graves, se desarrolla un profundo desorden del lenguaje con una pérdida completa
de toda lógica interna y la formación de neologismos. Hay que admitir aquí sin
embargo que la marcha misma del pensamiento esté muy probablemente mucho
menos afectada como para que no lo parezca, ya que los enfermos, si las
circunstancias se prestan a ello, son capaces no sólo de una muy buena
aprehensión sino aun de una elaboración de ella y de comportamientos
quasi adaptados. Por otra parte, encontramos casi siempre en el interior del
pensamiento de los enfermos índices de estereotipia, fijaciones sobre ciertas
representaciones que pueden además dominar todos los pensamientos de los
enfermos al punto que los mismos pobres giros reaparecen frecuentemente
durante semanas e Incluso meses. La constatación de un gusto pronunciado por
las rimas, la asociación de palabras por asonancias absurdas, el juego de palabras
groseras, es igualmente frecuente.
Más tarde las capacidades del juicio quedan, sin excepción, gravemente
perturbadas. En tanto que se trata de utilizar vías convencionales, tomadas por la
experiencia, se muestran cómodos, pero si deben elaborar mentalmente nuevas
experiencias, quedan totalmente desfallecientes. Así, ya no comprenden más
muy bien lo que se desarrolla a su alrededor, ni se inquietan por la
situación en curso ni reflexionan sobre ella, no tienen ninguna idea de
las consecuencias previsibles y no las produce ninguna objeción. Por este
hecho, frecuentemente no tienen más que una opinión bastante inexacta de
su propia situación y de su estado. Aunque tengan, con bastante
frecuencia, cierta consciencia de las modificaciones mórbidas que padecen,
les falta en general la posibilidad de comprender más en profundidad la
gravedad de sus trastornos y la importancia de sus efectos, comprender, en
relación a ello todo lo que concierna a su futuro.
IDEAS DELIRANTES

Ideas delirantes, durables o transitorias, se desarrollan con extrema


frecuencia sobre este terreno. En los primeros momentos de la enfermedad,
presentan en general una tonalidad depresiva con temas hipocondríacos, de
culpabilidad y de persecución. Un poco más tarde, se agregan ideas de grandeza,
cuando no vienen a instalarse completamente en el frente de la escena. Por regla
general, todas estas ideas delirantes quedan rápidamente teñidas de
incoherencia, tienen un aspecto quijotesco que resulta aparentemente del
desarrollo precoz de un debilitamiento psíquico. Por otra parte, estas ideas,
lejos de permanecer inquebrantables, se modifican, por el contrario, muy
rápidamente en su contenido por el abandono de ciertos temas, en provecho de
otros nuevos. Es así que los enfermos traen, casi cada día, nuevos elementos
delirantes, a pesar de la existencia de algunas grandes ideas directrices, incluso
se dejan llevar de buena gana, por sugestión, hacia la invención de cualquier
otra nueva idea delirante. En la mayor parte de los casos, el delirio, que era muy
extravagante al principio, se desdibuja progresivamente hasta finalmente
desaparecer. En el mejor de los casos ciertas ideas delirantes se mantienen, sin
extenderse más, durante un momento, o bien no reaparecen más que por
momentos, o aun desaparecen totalmente y de manera definitiva. Sólo es en
algunas de nuestras observaciones, que ligamos a las formas paranoides, cuando
las ideas delirantes se han mantenido durante un período bastante largo pero
aquí también, han terminado por volverse más y más incoherentes y
deshilvanadas.

APATÍA EMOCIONAL

Es al nivel de la afectividad de los enfermos que uno constata


perturbaciones intensas e impactantes. Al inicio de la enfermedad, es
extremadamente frecuente ver desarrollarse estados de tristeza, de ansiedad,
acompañados a veces de una viva agitación. Los estados de euforia, las risas
locas inmotivadas y prolongadas son más raras. Hay que dar aquí mucha más
importancia a la instalación, que se hace sin excepción, de un deterioro más o
menos acentuado de la afectividad que a estos estados transitorios, porque ella
constituye finalmente lo esencial del desarrollo de la enfermedad. El desinterés
por el entorno que hemos descripto más arriba, ya debe ser considerado
como una consecuencia de este desorden fundamental en la medida en que las
motivaciones afectivas son un motor para llamar la atención sobre cualquier
cosa y en tanto están alimentadas por las sensaciones y los sentimientos. La
indiferencia característica del enfermo en sus relaciones afectivas, el
embotamiento de interés respecto a sus amigos, su familia, pero también
respecto de sus posibilidades de expresión están aún vivas, los enfermos ya no
experimentan más, interiormente, ni una verdadera alegría ni una verdadera
tristeza; no expresan más ni anhelos ni penas sino que, al contrario, parecen
poder pasar días enteros sin participar realmente de la vida, para terminar
completamente sumergidos en una oscura apatía o en una euforia sin sentido
*(Gegendstands lose heiterkeit). Igualmente, uno tiene la impresión de que se
vuelven cada día más insensibles a los malos tratos corporales: es así como
soportan posiciones totalmente incómodas, pinchaduras de agujas,
lastimaduras, sin el menor sufrimiento aparente. Es bastante frecuente que
sólo la alimentación pareciera conservar para ellos un cierto atractivo. Es así
que se puede observar a algunos enfermos recibir a sus parientes que vienen a
visitarlos, sin el mínimo saludo, o el mínimo índice de cualquier emoción,
pero tirarse sobre sus bolsillos o sobre sus bolsos para registrarlos y encontrar
preferentemente algún alimento que tragan con rapidez y se lo comen con
glotonería hasta la última migaja. Esta total indiferencia respecto de los hechos
exteriores se mantiene, incluso en los cuadros terminales, como una de las
características principales de esta entidad clínica. A veces, sin embargo, se le
agrega cierta irritabilidad (Reizbarkeit: capacidad de ser estimulado) que en
general sólo aparece por momentos y raramente persiste de manera durable.

TRASTORNODELAVOLUNTAD

Es en estrecha relación con los desórdenes profundos de la afectividad


que se despliegan trastornos importantes del comportamiento y las acciones,
trastornos que dan al conjunto del cuadro clínico un sello bien particular. Es
una disminución de los impulsos voluntarios (Willensantriebe: lo que arrastra a
la voluntad) que aquí parece ser el desorden fundamental, como se lo puede
ver en los estados terminales, donde la voluntad es inexistente, pero su alcance
es ya desde el principio manifiesto. Los enfermos han perdido todo deseo de
ocuparse o de tener actividades, quedan sentados durante horas en el mismo lugar,
descuidando sus obligaciones, aunque estén aún probablemente en condiciones
de trabajar de manera adaptada, con la condición de que se les suministre
estimulaciones exteriores.
Paralelamente a esta incapacidad de acciones autónomas pueden aparecer, de
manera durable o transitoria, impulsos a actuar, (Bewegungs drang) que, en
algunos casos, llegan hasta una intensa agitación maníaca (Tobsucht). Pero en este caso,
no se trata, come ya lo mostramos antes, de un brote de impulsos voluntarios,
sino de una simple excitación motora; estos movimientos no apuntan a la
realización de verdaderos objetivos, sino a la exteriorización desordenada de una
tensión interna.
Por otra parte, esta excitabilidad habitualmente se acompaña con una ligera
modificación de impulsos a actuar durante el comportamiento general. Es así
cómo súbitamente vemos que nuestros enfermos se dedican a romper vidrios,
pasar las piernas del otro lado de las rejas que están en las ventanas, dar vuelta
mesas y sillas, lastimarse, realizar tentativas graves de suicidio. Todos estos
comportamientos aberrantes se desarrollan habitualmente de manera muy
violenta y extremadamente rápida, a partir del momento en que surgen los
impulsos que los provocan. Por lo tanto los enfermos no tienen, en ese
momento, razones más o menos comprensibles para proceder de esa manera,
actúan impulsivamente, sin predisponerse en lo más mínimo sobre el motivo
que los empuja, incluso si, retroactivamente, buscaran explicar sus actos de
manera racional.
Esta incapacidad para controlar la emergencia de tales impulsos, no se
encuentra sólo durante las fases de excitación, sino también muy a menudo en
las fases de estupor de la demencia precoz. Por otra parte, estas fases, están
dominadas por la obstrucción de la voluntad (Willensperrung); cada impulso
causado por ésta, se encuentra al mismo tiempo aniquilada por una fuerza
(Antrieb) contraria. Así es como aparece uno de los signos importantes de esta
patología, es decir, el negativismo, al que se lo encuentra muy a menudo,
aunque bajo diferentes configuraciones posibles. Retorna en ellos esa resistencia
inflexible contra toda modificación de la situación, contra toda
administración alimentaria, todo esfuerzo por vestirse, incluso aún toda clase
de actitudes tales como: quedarse con los ojos cerrados, girar la cabeza, evitar
toda conversación, retener el excremento, el orín y la saliva, acurrucarse bajo
las mantas, o desdeñar la cama, quedarse mudo, responder de manera absurda,
interrumpir bruscamente un movimiento o una acción ya comenzada,
mantenerse inaccesibles a todas las invitaciones y todas las intervenciones. Las
influencias externas nada pueden hacer sobre este negativismo, cuya extensión e
intensidad son, por otra parte, muy variables; por el contrario, puede suceder
que impulsos internos (Innere Antriebe) logren quebrantarla, a tal punto que
enfermos, hasta ese momento perfectamente apáticos, se dedican a realizar
cualquier acción insensata, además con mucha energía y rapidez, hasta que
eventualmente se dejan sumergir nuevamente en su estado anterior.
Sin embargo, es necesario decir que en general, cuando estos impulsos
lograron emerger una vez, ya no desaparecen tan pronto; al contraria tienden a
reaparecer en un intervalo más o menos corto. Así es como se instalan toda
clase de estereotipias gestuales y actitudes que caracterizan
considerablemente el cuadro de la catatonia, o más tarde verbigeraciores,
y finalmente el manierismo –todas manifestaciones que no son sino, como lo
testimonia su diversidad, desviaciones condensadas y mórbidas de gestos
usuales–. Actos tales como: respirar, hablar, escribir, mantenerse parado o
caminar, vestirse o desvestirse, tender la mano, comer, no se desarrollan aquí de
manera espontánea, sino al contrario, se realizan de una manera bien
precisa y adhiriéndoseles toda clase de impulsos paralelos. A pesar de algunas
diferencias individuales, su desarrollo es en cada momento idéntico para un
mismo enfermo y se perpetúan en él durante años, incluso decenios, con una
enorme tenacidad. Lo describiremos con mayor precisión más adelante.
En la demencia precoz, es necesario insistir sobre un signo que le es muy
frecuente, es decir, la aparición de un automatismo de comando
(Befehlsautomatie), que probablemente haya que relacionar con la
importante alteración de la voluntad y la desaparición de las motivaciones y de las
inhibiciones propias del individuo. Los enfermos no sólo son dóciles en forma
general, sobre todo durante la dementificación (Verblödung) avanzada, de modo
que llegan a constituir una masa que se somete perpetuamente al triste empleo del
tiempo del asilo, sino que aún individualmente, son eminentemente
influenciables. Se observa entre ellos una cantidad de estados de catalepsia que
sobrevienen de repente por aquí o por allá, a veces hasta el fin de su vida, y
a menudo una ecolalia y una ecopraxia. Hay que decir que la instalación de
semejantes perturbaciones es muy variable de un enfermo a otro, pero debe de
haber pocos atacados por la demencia precoz que no hayan presentado, en uno
u otro momento, la evolución mórbida, como uno de sus signos.
Las capacidades para el trabajo del enfermo están, sin excepción,
sensiblemente alteradas. A cada instante es necesario estimularlos, ya que se
aferran a la más pequeña dificultad que se les presenta y no logran adaptarse a
ningún cambio de las condiciones de trabajo. Uno de mis enfermos que,
mientras que se estaba detrás de él, escribía fácilmente, rápido, y también
durante todo el tiempo que uno lo deseara, se mostraba por el contrario,
totalmente incapaz de arrancar salvo bajo orden y, a pesar de toda la
instrucción que había recibido, corregía entonces sin reflexionar todo lo que
se le ponía bajo su pluma. Otros son capaces de tomar con mucha
meticulosidad una profesión que habían ejercido en otro momento, pero en
seguida rechazaban que se les propusieran nuevas tareas. En este cuadro, ellos
acceden a ocupaciones particulares o bizarras (c), a la realización de trabajos
manuales o de dibujos en el seno de los cuales se distingue, al lado de trazos
que evidencian cierta habilidad técnica, la pérdida del sentido estético y la
tendencia a producciones fuera de lo común. De la misma manera, se observa
en aquéllos que tienen un don por la música, una caída del sentido artístico
que se manifiesta a través de sus producciones inexpresivas, deformadas o
fantasiosas.

TRASTORNOS SOMÁTICOS

Hay que referir aquí, además de los trastornos psíquicos creados por la
enfermedad, una serie de signos mórbidos que pueden tocar al cuerpo y cuyas
relaciones exactas con el trastorno fundamental no están aún totalmente
esclarecidas. Antes que nada, es necesario señalar aquí los ataques (Anfälle) que
ya han sido muy bien descritos por Kahlbaum y Jensen. Se trata en la mayoría de
los casos de síncopes o de convulsiones epileptiformes que son aisladas en
algunos enfermos, y más frecuentes en otros. Las convulsiones que sólo
conciernen a algunos grupos musculares (la cara, el brazo) son más raros, lo
mismo que las crisis de tetania o incluso los accesos apoplectiformes seguidos
de una parálisis duradera. Por mi parte, tuve efectivamente la oportunidad de
observar un colapso severo acompañado de convulsiones del hemicuerpo
izquierdo y de la hemifaz derecha. No es raro que tal acceso constituya el
primer signo del inicio de la enfermedad. También vi una vez un estudiante
bastante erudito, que desde su infancia se había mostrado muy dotado, perderse
bruscamente en un profundo coma del que sólo muy raramente salía. Fuera
de una discreta desigualdad pupilar, de una parálisis facial y de una
gran híperreflexibilidad ósteotendinosa, no tenía ningún signo de daño cerebral
y sin embargo, mientras que lo examinaba algunas semanas más tarde, presentó
el cuadro completo del debilitamiento mental (Schwachsinn) descrito más
arriba, que por otra parte persiste aún hoy.
Además, todos estos ataques son casi dos veces más frecuentes en las mujeres
que en los hombres. De acuerdo con mis estadísticas, se los encuentra en
alrededor del 18% de los casos. Hay que agregar sin embargo que, en toda una
serie de estos enfermos, los calambres y convulsiones ya habían aparecido
durante la infancia y ciertamente permanece difícil saber si se los puede ligar a
trastornos psíquicos.
En fin, se observó muy frecuentemente también en este cuadro
calambres y parálisis de tipo histérico, afonías, contracturas localizadas,
embotamientos súbitos, etc. En muchos seguimientos encontramos
movimientos anormales incesantes de tipo coreicos para los cuales elegí el
término de ―ataxia atetósica‖ que las caracteriza, creo, bastante bien. En dos
casos, se pudo poner en evidencia, en el curso de un estado de
embotamiento apático, reales trastornos de la serie afásica. Los enfermos eran
incapaces de reconocer y denominar los objetos que uno les presentaba,
aunque fuesen capaces de hablar y que, aparentemente, se entregaban al
mayor trabajo posible para suministrar las respuestas a las preguntas
presentadas. Retomando el examen, no obtuvimos más que errores en la
denominación. El trastorno había desaparecido, por otra parte, algunas horas
después.
Generalmente, los reflejos ósteotendinosos son, de manera muy
significativa, exagerados; igualmente es frecuente encontrar una argumentación
de la excitabilidad muscular y nerviosa. Habitualmente las pupilas están
claramente dilatadas, en particular en el curso de los estados de agitación; se
observa a veces desigualdades pupilares bastante marcadas pero variables, así
como un desorden bulbar. Se encuentra también, en medio de los fenómenos
muy esparcidos, trastornos vasomotores, una cianosis, edemas circunscriptos, un
dermografismo con todos los grados posibles; en algunos casos, se observa una
transpiración excesiva. En numerosos casos, la secreción salivar parece
aumentar. Es así que pude recoger en uno de mis enfermos 375 cm 3 de
saliva en el espacio de seis horas. La actividad cardíaca está sometida a
grandes variaciones, unas veces amenguada, otras relativamente acelerada, lo
más habitual es débil e irregular. La temperatura del cuerpo es
frecuentemente algo baja; una vez la vi descender a 33,8º C. En las mujeres
las menstruaciones son habitualmente inexistentes o muy irregulares.
Pude observar con mucha frecuencia un aumento difuso del volumen
de la tiroides, aumento que –en ciertos casos– por otra parte desapareció sin más
razón que la instalación de la enfermedad, o aún se modificó de manera
espectacular en el curso de la evolución de la afección. Algunos casos presentaban
una exoftalmia y un temblor. Para finalizar, debo agregar que constatamos en
muchos seguimientos una espesura mixedematosa de la piel, en particular la de la
cara, en los otros miembros de la familia. Desgraciadamente, estos datos no
pueden ser explotados más allá de la medida del hecho de la frecuencia de las
manifestaciones de cretinismo en nuestro país. Estados anémicos son igualmente
frecuentes. Hemos encontrado glucosuria en un solo caso, y, en otro, una poliuria.
El sueño de los enfermos está profundamente trastornado a todo lo largo de la
evolución de la enfermedad, incluso mientras están aparentemente calmos. La
alimentación puede ir de la anorexia total hasta la más grande bulimia. El peso
marca en general un rápido doblegamiento, a menudo muy neto, que puede
llegar a un enflaquecimiento extremo, incluso si los aportes alimentarios son
ampliamente suficientes. Más tarde, se constata, al contrario un aumento de
peso extremadamente rápido, aunque nuestros enfermos presentan rápidamente
un aspecto agravado y entumecido
Capítulo IV

DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL

Queda aún una cuestión en suspenso: la demencia precoz, tal como


yo la concibo, ¿es una entidad mórbida homogénea? Si se adhiere a mi
concepción, los casos de demencia precoz representan del 14% al 15% de las
admisiones a los asilos de alienados, de los cuales del 5% al 6% se reparten
entre las formas catatónicas y hebefrénicas, los 8% a 10% restante se refieren
a las formas paranoides. Es muy probable que estemos aquí en relación con
diferentes modalidades evolutivas mórbidas que tengan el mismo punto de
partida, constituido por lesiones o desórdenes al nivel de ciertas regiones
cerebrales. A pesar de todo, no estamos aún hoy en condiciones de trazar los
límites nítidos en el interior de estos diversos cuadros clínicos; en efecto,
siempre existen formas de pasaje entre cada uno de estos grupos clínicos.
También queremos renunciar totalmente a toda tentación de ir más lejos en una
diferenciación precisa entre las formas hebefrénicas, catatónicas y paranoides.
Por el contrario es fundamental, más aún sobre el plano científico que sobre
el clínico, diferenciar la demencia precoz de otras enfermedades mentales con
pronóstico relativamente favorable.
Uno se ve, a veces, llevado a distinguir las formas hebefrénicas de
evolución lenta de los estados neurasténicos. Los signos de debilidad mental, el
aspecto insensato de quejas hipocondríacas, la ausencia de la capacidad del
juicio, la indiferencia con respecto a la actitud tranquilizadora del médico, la
actitud alelada, la ausencia de mejoría durante los momentos de alivio y por fin,
manifestaciones más o menos evidentes de automatismos de comando y de
negativismo, adquieren ahora todo su valor. Incluso la existencia de
alucinaciones sensoriales y de actos impulsivos aparece a favor de la demencia
precoz.
El diagnóstico entre la demencia precoz y la parálisis general puede
transformarse en extremadamente difícil cuando los signos somáticos,
característicos de esta última, faltan en un sujeto de mediana edad. Las
manifestaciones psíquicas pueden asemejarse mucho, en tanto que en la
parálisis general pueden aparecer toda clase de signos catatónicos: accesos de
catalepsia, mutismo (d), verbigeraciones y estereotipias. Hay que decir también
que todos estos signos no son tan marcados ni numerosos en la parálisis
general. Aquí, el déficit simple (Unfähigkeit) y el aspecto veleidoso son más
visibles que el lunatismo y la distractividad del catatónico. La declinación del
espíritu (Geistiger Verfall) es habitualmente más rápida y más masiva en el
curso de la parálisis general. Por último, aquí los desórdenes se manifiestan,
ante todo, en la comprensión, la orientación, la memoria y la capacidad de
atención, mientras que contra toda previsión, en la demencia precoz estos
elementos quedan preservados durante mucho tiempo, mientras que el
embotamiento y la debilidad del juicio aparecen más temprano. La instalación
de un manierismo persistente refleja la eventualidad de una demencia
precoz bastante probable, mientras que una disartria (dificultad para articular
palabras), acompañada de trastornos de los reflejos pupilares y de la
coordinación de los movimientos, está seguramente más bien del lado de
un diagnóstico de parálisis general.
Es frecuente confundir los estados de confusión que aparecen al inicio de
la enfermedad con los estados de amentia. Pero, en la medida en que se
acepta distinguir las psicosis de agotamiento y las psicosis reaccionales de la
demencia precoz, que es de una naturaleza fundamentalmente diferente, hace
necesario dar aquí todo su peso a la presencia de un negativismo y de
estereotipias. En general, el automatismo de comando (Befehlsautomatie),
incluso si no está totalmente ausente, está mucho menos desarrollado en la
amentia propiamente dicha. Los enfermos igualmente se comportan de
manera más natural y espontánea, se muestran menos lunáticos y
bizarros (c) que en la demencia precoz. Además, la elaboración de las
percepciones y especialmente la atención y la orientación están mucho más
comprometidas en la amentia. Por otra parte, los enfermos son incapaces, más allá
de su buena voluntad, de resolver problemas intelectuales que impliquen
varias secuencias lógicas o
concentrarse sobre sus más simples conocimientos, ya que constantemente
pierden el hilo conductor de sus pensamientos y se dispersan en
reminiscencias que no guardan ningún lazo entre ellas; por el contrario, frente
a una única pregunta pueden dar una respuesta inmediata y adaptada.
Opuestamente, los enfermos que padecen de demencia precoz no dan ninguna
respuesta o bien dan una respuesta totalmente aberrante, mientras que son
capaces de sorprendernos con una narración coherente, una observación
apabullante por su exactitud y su lógica, e incluso de realizar performances
intelectuales de alto nivel y de mostrarnos hasta qué punto dominan ciertas
cuestiones de historia o de geografía. Además, se constata en el curso de la
amentia una variabilidad muy marcada del humor, que se modifica
aparentemente sin razón: bruscamente los enfermos, se ponen a llorar y quejarse
de una manera muy tocante, luego, al momento, se vuelven excitados y
coléricos, antes de echarse nuevamente reír y a cantar alegremente.
Contrariamente, lo que en general impacta de golpe en la demencia precoz, es la
falta evidente de una real participación afectiva, tanto como el embotamiento y
la indiferencia. Así es como se ve a los enfermos aquejados de amentia seguir con
intensa atención todo lo que pasa alrededor de ellos, incluso aunque no lo
comprendan muy bien, mientras que los enfermos aquejados de demencia precoz,
sólo parecen participar bizarramente muy poco respecto de lo que sin
embargo percibieron y comprendieron perfectamente. Concluyamos recordando
que raramente se encuentra en el origen de la demencia precoz un estado de
agotamiento, mientras que éste precede siempre a la amentia.
A posteriori, debo decir que llegué a confundir los estados de inicio
catatónicos con los estados epilépticos. Esta confusión estuvo más facilitada
cuando un acceso convulsivo apareció antes. El diagnóstico diferencial
encuentra aún otra dificultad cuando se trata de distinguir el negativismo de
los catatónicos y la reticencia ansiosa de los epilépticos. En principio, las
percepciones y la orientación están más perturbadas en el curso de las crisis
epilépticas que en las catatónicas. Además, la existencia de respuestas aberrantes a
preguntas simples y, paradojalmente, realizaciones rápidas y adaptadas, están más
netamente a favor de la catatonia. En la epilepsia, es más bien un humor ansioso
o eufórico que aparece con toda evidencia en primer plano; en la catatonia no es
tanto impulsivo como dominado por las ideas y las impresiones delirantes, que
siempre terminan por translucirse en el discurso y los actos. Ésta es la causa por la
que se ve más a menudo cometer a los epilépticos actos de violencia y de
agresión o fuga, mientras que los catatónicos se dedican, más bien, a actos
aberrantes o extravagantes y asociados a estereotipias. Evidentemente, es la
anamnesia y luego la evolución ulterior que en general permiten esclarecer el
diagnóstico.
Lo que muestra un máximo de dificultades es la distinción entre el inicio
de una demencia precoz y el primer acceso depresivo de una locura maníaco-
depresiva. La instalación precoz de alucinaciones múltiples y de ideas delirantes
insensatas, debe siempre hacer sospechar una catatonia. Es característico que el
humor del catatónico sea independiente del contenido de sus representaciones
delirantes; no participa en lo más mínimo de los eventos que lo rodean, no
saluda a sus prójimos cuando lo visitan, no les dirige la palabra, pero es capaz de
tirarse golosamente sobre todo lo que le llevan. Por el contrario, en las depresiones
circulares (circuläre Depressione), nunca faltan la ansiedad y una profunda
tristeza interior. Además, en estos casos, las visitas pueden desencadenar
explosiones pasionales de una excepcional intensidad y casi siempre ejercen una
influencia considerable sobre el estado de estos enfermos, frecuentemente en un
sentido desfavorable.
Por fin, es esencial no confundir el negativismo de los catatónicos con
la reticencia ansiosa y la inhibición que se encuentra en la locura maníaco-
depresiva (manisch-depressive Irresein). En el primer caso, toda tentativa de
movilización física se topa con una resistencia cérea, mientras que simples
manipulaciones dolorosas e incluso de graves amenazas (tales como una aguja en
un ojo) no conducen a reacciones notables. Finalmente, esta resistencia
puede por sí misma o por intermedio de una solicitación prudente,
transformarse repentinamente en automatismos de comando (Befehlsautomatie).
En el segundo caso, al contrario, la resistencia surge desde el momento en que
aparece una amenaza; además, los miembros que han sido desplazados no
vuelven jamás exactamente a su posición anterior con la misma obstinación
invencible. Si uno se aproxima a los enfermos de manera amenazante, expresan
enérgicamente sus temores, gritan, intentan evitarnos, se resisten por el
mismo temor. Por oposición, el catatónico estuporoso, en general, sólo se
mueve muy poco o incluso nada, sobre todo si se lo invita a ello. Mientras
actúa, no lo hace con la lentitud de los maníaco-depresivos, sino más bien con
una increíble rapidez, mientras que los inhibidos (gehemmten) el menor
movimiento (como levantar el brazo o incluso sólo contar en voz alta) sólo
pueden efectuarlo muy lentamente y con una evidente reticencia.
Seguramente puede suceder que algunos gestos que se les encomendó los
rechacen totalmente, pero en este caso es porque el temor o una fuerte
inhibición se los ha impedido; pero uno constata normalmente el esbozo de
movimientos comandados (ta les como discretos movimientos de los labios o
sobresaltos de los dedos) especialmente cuando la inhibición es vencida
progresivamente por palabras enérgicas. Inversamente en los catatónicos, el
impulso inicial puede interrumpirse rápidamente, ser efectuado al revés, y
mientras que se le prolongan los estímulos verbales, transformarse en lo
contrario. Es cierto que en algunos casos mixtos maníaco-depresivos pueden
faltar los signos fundamentales de la inhibición psico-motriz, lo que los vuelve
aparentemente muy similares a los estados de estupor catatónico. En todos los
casos, es la existencia de un humor alegre, de una atención activa en medio de
un desorden relativamente importante del pensamiento, así como de un
comportamiento bien adaptado aunque expansivo en el maníaco, lo que debería
distinguirse fácilmente de la euforia ingenua o la indiferencia del catatónico
cuyas acciones son totalmente desordenadas.
La existencia de trastornos somáticos permite, en una primera
aproximación, eliminar los estados de estupor paralítico. Además, las
perturbaciones de la conciencia y de las percepciones son habitualmente más
profundas, y la memoria y la atención están mucho más afectadas. Al
respecto, las manifestaciones de la serie catatónica están, en el conjunto,
mucho menos acentuadas. Es así como el negativismo aparente termina siempre
por ceder al cabo de un momento, y se limita en general a un mutismo (d), a un
rechazo de responder a lo que se le solicita y a rechazar la alimentación. Lo
que se podría clasificar de actos impulsivos, se resume de hecho en algunos
movimientos estereotipados aislados, y en la parálisis general sólo se
encuentran vagos índices de manierismo, respuestas inadaptadas y una confusión
de lenguaje.
Del mismo modo, es muy importante diferenciar los accesos maníacos
(maniscche Anfälle) de los estados de excitación que pueden sobrevenir en el
curso de la demencia precoz, y especialmente de la catatonia. Los maníacos son
menos lúcidos que los catatónicos, que pueden, incluso en un estado de furor
intenso, estar muy conscientes de lo que los rodea. Al contrario, en el curso de
los estados de excitación maníaca graves, se encuentra un desorden considerable
de las percepciones, del pensamiento y de la orientación. Paradojalmente, el
discurso de los catatónicos está mucho más a menudo desprovisto de sentido,
incluso cuando la excitación es mínima, mientras que los maníacos conservan,
incluso en caso de agitación extrema, un mínimo de coherencia en sus
desarrollos del pensamiento. A lo que se agrega el hecho que en la catatonia los
enfermos se apegan a ciertas expresiones, rozando a veces la verbigeración,
mientras que en el discurso de los maníacos, incluso si es confuso, se puede
encontrar cierta secuencia lógica. Del mismo modo, las asonancias extrañas y
monomórficas entre ciertas sílabas están a favor de la catatonia. La atención de
los catatónicos se vuelca muy poco hacia el exterior, aunque sus posibilidades
de aprehensión estén conservadas. Inversamente, el maníaco percibe todo de
manera inexacta y fluctuante, pero cualquier cosa puede despertar su interés.
Se dirige espontáneamente al médico al que, por otra parte, somete a una
andanada de frases, mientras que el catatónico agitado lo ignora y se contenta
con proseguir sus gesticulaciones impulsivas, y sólo con considerables esfuerzos
uno puede obtener de él respuestas más o menos sensatas. Por fin, en la manía,
el humor es exaltado, alegre o colérico, mientras que es tonto, pueril,
turbulento o indiferente en la catatonia

Igualmente hay que aceptar que las gesticulaciones del catatónico no


tienen ningún objetivo, mientras que la imperiosa necesidad de acción del
maníaco tiene en su conjunto una significación que está en relación con el
entorno. En el primer caso, los movimientos son monomórficos, ya que se
repiten indefinidamente de la misma manera, en tanto que en la segunda
eventualidad, están en función de las impresiones de momento, de las ideas
o de los afectos, si bien adquieren, sin cesar, nuevas formas. Es por esto que la
necesidad de gesticulación (Bewegungs- Drang) de los catatónicos se limita a
un espacio restringido, una parte de la cama por ejemplo, mientras que el
maníaco busca en todas partes una ocasión de agitarse: corre en todos los
sentidos, interpela a los otros enfermos, persigue al médico a cada instante y
se esfuerza por poner todo al revés. Hay que agregar que en la catatonia, los gestos
tienen un carácter compulsivo y afectado, que muestran un marcado manierismo así
como actos impulsivos, lo que se opone al comportamiento natural, sano y
mucho más comprensible del maníaco. En otros términos, en la manía las
percepciones, el pensamiento, la orientación, están relativamente más
trastornadas que en la catatonia, en la cual, al contrario, los afectos, el
comportamiento y especialmente el lenguaje están alterados, a causa del proceso
patológico, de manera bien específica.
Los estados severos de excitación en el paralítico pueden parecer, de
muy cerca, ciertos estados catatónicos. Más allá de la anamnesis, del instante
de aparición de la enfermedad y de los signos somáticos de la parálisis general,
hay que dar toda su importancia a la profunda confusión (Benommenheit) en la
que se encuentra el paralítico en el curso de semejantes estados. En efecto, al
revés de lo que pasa con el catatónico, la aprehensión, la atención, el
pensamiento y la orientación están aquí profundamente alterados. Algunos
accesos de excitación de los catatónicos parecen muy cercanos a ciertos estados
histéricos, especialmente cuando se acompañan de diversas contracturas. Para
llegar a un diagnóstico diferencial, es necesario antes que nada, dar todo su valor
a la debilidad mental del catatónico, a la incoherencia del curso de su
pensamiento, a la ausencia de sus capacidades de juicio, al carácter extraño de
sus intuiciones y de sus asociaciones de ideas, a su aspecto atontado así como a la
monotonía y a la ausencia de objetivos de sus actos. A cada uno de estos
síntomas se oponen punto por punto la astucia y la inteligencia de la histérica,
su variabilidad de humor y su sensibilidad, su malicia calculada y su obstinación
planificada. Además, la existencia de ideas delirantes y de alucinaciones intensas,
facilitarán el diagnóstico de catatonia así como la evolución ulterior.
Las numerosas formaciones delirantes que aparecen en el curso de la
demencia precoz dan lugar a menudo al diagnóstico de paranoia. La mayoría de
los casos, que otros alienistas clasifican así, pertenecen según pienso, a los cuadros
clínicos que describí más arriba –pienso, ciertamente, en las formas paranoides–.
Sostengo esta concepción según mi experiencia, que muestra que estos estados
evolucionan siempre, en un período relativamente corto, hacia una simple
debilidad de espíritu sin formaciones delirantes claramente marcadas, o bien hacia
una confusión en el curso de la cual no se puede hablar en lo más mínimo de la
existencia de un ―sistema‖ ni de una continuidad en el interior de las ideas delirantes.
En estas fases se encuentran ya los hitos que permiten diferenciar la paranoia de la
demencia precoz. En la paranoia misma, las ideas delirantes se desarrollan siempre
de manera muy progresiva, en el curso de los años, mientras que aquí esto se
produce a menudo en pocos meses, paralelamente a un humor excepcionalmente
triste o ansioso, o aun –y esto es con frecuencia– brutalmente, por la instalación de
múltiples ilusiones sensoriales. De todas maneras, éstas juegan un rol mayor en la
demencia precoz, mientras que están enteramente a menudo en un segundo plano
en la paranoia con relación a las interpretaciones y las intuiciones delirantes. La
debilidad de espíritu que se inmiscuye muy rápidamente, se traduce por el aspecto
absurdo de las ideas delirantes que en seguida pierden pronto toda verosimilitud.
Los enfermos no muestran para nada ninguna oposición, no experimentan ninguna
necesidad de hacer corresponder su delirio con la visión del mundo que hasta
ese momento tenían, el curso de su pensamiento es confuso e incoherente. En la
paranoia, al contrario, el delirio se presenta como una explicación y una
interpretación mórbidas de acontecimientos reales. Los enfermos sienten
las contra dicciones respecto a sus otras experiencias y se desprenden de los
argumentos contrarios por un particular trabajo ideativo. La coexistencia en sí
mismos de pensamientos patológicos y de pensamientos sanos, permanece
inalterable hasta el final. En la demencia precoz, las ideas delirantes, desde
luego, desaparecen de múltiples maneras o son reemplazadas por otras. En el
paranoico el núcleo del delirio siempre queda igual; simplemente, con el curso de
los años, otras ideas delirantes pueden llegar a ajustarse en el prolongamiento propio
de este núcleo, sin contradecirlo y sin que el sujeto renuncie a sus concepciones
delirantes anteriores.
El comportamiento exterior, tanto como las facultades mentales
quedan, por lo común, rápidamente alteradas en la demencia precoz,
frecuentemente se instalan tanto manifestaciones de estereotipia como de
manierismos, e incluso a veces, hacia el final, desórdenes totales del lenguaje,
llegando incluso a neologismos. El paranoico, al contrario, conserva
exteriormente el aspecto de un sujeto sano, quedando muchas veces, totalmente
capaz de alcanzar buenas performances en algunas áreas, incluso aunque siempre
tenga un pequeño deterioro de las facultades mentales. Jamás presenta signos de
catatonia y conserva siempre el orden de sus pensamientos y de sus actos. En la
demencia precoz se encuentran variaciones del estado mórbido,
aparentemente sin motivos, excitaciones ansiosas o eufóricas, estados de
estupor, períodos de remisión total; mientras que la paranoia evoluciona
siempre de manera uniforme, solamente con discretos cambios en los que el tipo
y la duración, de hecho están en estrecha relación con el delirio, sólo aparece
algún relajamiento cuando el tinte pasional de lo vivido se entorpece, pero nunca
por un abandono del delirio.
Los estados terminales de la demencia precoz se pueden prestar a
confusión con la imbecilidad (Imbecillität). Seguramente, mientras que aún se
puedan poner en evidencia índices de buenas capacidades intelectuales
anteriores, de las alucinaciones, de las ideas delirantes, de las manifestaciones de
tipo catatónico, la distinción se vuelve fácil. Por el contrario, puede volverse
difícil mientras no se tenga ningún elemento de la anamnesis o bien cuando
uno se encuentra frente a un simple debilitamiento mental (Schawachsinn),
o aun frente a cierto grado de debilidad mental (gelstige Schwäche) que exista
desde la infancia y que sólo mostró un agravamiento por el procesó
hebefrénico. En el conjunto, es la relación que hay entre estos datos
anteriores y las capacidades intelectuales actuales, que puede ayudarnos en la
comprensión exacta de cada uno de los casos. Cuando se comprueba que el
enfermo había adquirido, anteriormente, conocimientos y capacidades de
realización de las que parece actualmente totalmente desprovisto, se tratará,
por lo tanto, de que un proceso mórbido destructor se ha introducido en la
vida mental. Son, habitualmente, los boletines escolares, las redacciones, informes
anteriores que nos dan ocasión, a posteriori, de poner en evidencia una
regresión, más o menos destacada, de las capacidades intelectuales.
118

Sérieux et Capgras

El delirio de interpretación

I. Síntomas positivos.— A.Concepciones delirantes: variedades, grados de


verosimilitud y sistematización; disimulación. B. Interpretaciones delirantes: 1.
Exógenas o tomadas del mundo exterior. 2. Endógenas, tomadas: a) del
estado orgánico; b) del estado mental. Interpretación de recuerdos: delirio
retrospectivo. Transformación del mundo exterior; falsos reconocimientos.

II. Síntomas negativos.— A. Estado mental: persistencia de la integridad de las


facultades intelectuales y de los sentimientos afectivos. Lenguaje, escritos,
conducta. B. Ausencia de trastornos sensoriales.— A veces alucinaciones
episódicas: síntoma accesorio y transitorio.

El delirio de interpretación se caracteriza por la existencia de dos


órdenes de fenómenos en apariencia contradictorios: por un lado los
trastornos delirantes manifiestos, por el otro una conservación increíble de
la actividad mental. En primer lugar síntomas positivos a través de las
concepciones e interpretaciones delirantes; en segundo lugar síntomas
negativos, a saber: integridad de las facultades intelectuales y ausencia o escasez
de alucinaciones.

I. SINTOMAS POSITIVOS
Las manifestaciones mórbidas del delirio de interpretación residen en
las concepciones e interpretaciones delirantes.

A. CONCEPCIONES DELIRANTES
Con un breve examen, la naturaleza de las concepciones delirantes
aparece como el síntoma principal y llama la atención el tema novelesco.
Habitualmente encontramos ideas de persecución y de grandeza, aisladas,
combinadas o sucesivas. Las ideas de celos, místicas o eróticas son frecuentes. A
veces se observan ideas hipocondríacas, excepcionalmente ideas de autoacusación;
más raramente aún, ideas de posesión transitorias y sobre todo en los débiles. Nunca
hay ideas de negación.
En realidad, estas fórmulas delirantes no tienen más que un valor
contingente; su descripción detallada vendrá en el próximo capítulo. Aquí, sólo
indicaremos brevemente sus caracteres.
Los rasgos comunes de las concepciones delirantes están relacionados con el
estado mental característico de los interpretadores, quienes saben defender sus
ficciones a través de argumentos tomados de la realidad. A veces quiméricas, por
lo general se mantienen dentro del dominio de lo posible, de lo verosímil
(provocaciones, perjuicios, robos, envenenamientos, etc...). No vemos intervenir
allí poderes sobrenaturales.
La coordinación de estas concepciones en un sistema se efectúa de un
modo muy variable: ya sea rápida o lenta, precisa y segura o rudimentaria y
dubitativa, pobre o muy compleja. La falta de sistematización proviene tanto de
la abundancia de las interpretaciones que desorientan al enfermo como del
carácter dubitativo de este último. En algunos casos se trata menos de convicciones
delirantes propiamente dichas que de dudas delirantes (Tanzi): el hecho inverosímil
es considerado no como seguro sino como posible. Volveremos sobre estas
diferencias superficiales cuando estudiemos las variedades y la evolución del delirio
de interpretación.
En general, estas concepciones delirantes permanecen secretas. La
disimulación es tan frecuente que casi podríamos considerarla un síntoma. Si a
veces se la ve en sujetos libres, es por así decir la regla entre los internados. El
interpretador, desconfiando del entorno y del médico no dice lo que piensa
sino con reticencias y sobreentendidos.
Habitualmente, en el período de internación hay un período de
excitación con cierta locuacidad, pero pronto el enfermo se encierra en un
semi mutismo. Como además la conducta permanece correcta, esta disimulación
se vuelve para el médico en una fuente de enormes dificultades, ya que
puede durar mucho tiempo. Una mujer supo callar durante un año un
delirio de grandeza, que sus escritos terminaron por revelar. Un perseguido
interpretador de Séglas y Barbé no develó nada de su delirio durante cinco años,
a pesar de interpretaciones activas. La disimulación de las ideas de grandeza es
particularmente frecuente. A veces el paciente se calla, no por disimular, sino
porque tiene conciencia de lo inverosímil de su delirio: una megalómana,
habiendo confesado finalmente ser cuñada del rey de Inglaterra, dijo: ―¡No
hablaré de eso, me tomarían por loca; es increíble!‖.

INTERPRETACIONES DELIRANTES

Los interpretadores no inventan completamente los hechos


imaginarios; no se trata de ficciones sin fundamento o ensueños de una fantasía
enfermiza. Se conforman con desvirtuar, disfrazar, o amplificar hechos reales:
su delirio se apoya más o menos exclusivamente en los datos exactos de los
sentidos y de la sensibilidad interna. Una mirada, una sonrisa, un gesto, los
gritos y las canciones de niños, la tos y las esputaciones de un vecino, los
cuchicheos de los que pasan, pedazos de papel encontrados en la calle, una
puerta abierta o cerrada, una nada sirve de pretexto a las interpretaciones.
Cuanto más insignificante parece un hecho para el común de la gente,
más penetrante les parece su perspicacia. Allí donde otros sólo ven
coincidencias, ellos, gracias a su clarividencia interpretativa, saben desentrañar
la verdad y las relaciones secretas de las cosas. Esta aptitud para adivinar
alusiones escondidas, para comprender insinuaciones y palabras con doble
sentido, para interpretar los símbolos, le confirma al enfermo lo correcto
de su propia sutileza: ―Yo comprendo –asegura– lo que nadie comprende‖.
Desde este punto de vista, dos enfermos de Régis son paradigmáticos.
―Yo siento –dice la primera enferma– que es mejor vivir sola y alejada con
esta penetración con la que mi estrella me dotó, que siempre me empuja a ir
más allá para ver lo que hay detrás‖. La segunda construye una historia a
partir de cualquier cosa; las expresiones ―por lo que parece, por lo que
entendí, tal como yo lo adiviné‖ vuelven a cada momento en la conversación.
―Me alcanza –declara– una palabra para comprender todo lo que usted quiere
desarrollar‖. Ella siente la necesidad de dar explicaciones a sus compañeros
sobre cualquier cosa y luego, interpreta de tal o tal forma, aunque no haya
nada que pueda interesarle.
Si la explicación es buscada en vano por el enfermo, esta dificultad
misma suscita una nueva interpretación: se lo quiere embrollar, se actúa por
caminos torcidos; sin su ―cabeza firme‖ no llegaría a reconocerse. Esta tendencia
al simbolismo se exagera a veces al punto de aparecer en el lenguaje y en la
conducta. El sujeto emplea entonces frases con doble sentido, expresa su
pensamiento en forma de retruécanos o jeroglíficos. Un perseguido, luego de
haber disparado con revolver a un individuo, coloca delante de la casa del
herido (que para él estaba muerto) un ―pedazo‖ de ―aro‖ para indicar con ello:
―El muerto era un tonto, así sirvo yo a los tontos‖ (Pactet). [El ejemplo sólo se
entiende en francés por rima del mismo sonido entre tres palabras: ―pedazo‖
= morceau; ―aro‖ = cerceau, y ―tontos‖ =sots].
El campo de las interpretaciones es ilimitado. Si no se tomasen en cuenta
los principales agentes que contribuyen a establecer, consolidar, amplificar el
delirio, el análisis de éste sería incompleto. Examinaremos: 1°) las interpretaciones
exógenas, que tienen como punto de partida a los sentidos, el mundo exterior;
2°) las interpretaciones que tienen por fuente las sensaciones internas, la
cenestesia como también aquellas que utilizan las modificaciones psíquicas, los
trastornos funcionales del cerebro, los estados de conciencia (Interpretaciones
endógenas).
1º) Interpretaciones exógenas: El más pequeño incidente de cada día sirve
para las búsquedas del interpretador. Un empujón en la calle es el índice de
una emboscada; una mancha en la ropa, el más evidente de los ultrajes. Si sus
pantalones, zapatos, corbatas están rotos, es que están usados con
―procedimientos sabios‖. Si le rehúsan estrecharle la mano o bien se la
estrechan fríamente, entonces recibe ―saludos irónicos‖. Si encuentra en su
camino basura amontonada, es una alusión injuriosa. Nada escapa a su
ingeniosidad: ¿qué significan todas las mañanas esas sábanas, esas frazadas rojas
en las ventanas de los vecinos? ¿Y esas rasgaduras que descubre con lupa luego
de un examen minucioso sobre sus fotografías? ¿Acaso no es que se burlan de
sus arrugas? A otro [paciente] se le habla de la operación de cataratas: es que lo
toman por un marido ciego. Se le pregunta si hay peces en los ríos de su país:
es para insinuarle que él es una ―caballa‖.
Las actitudes, los gestos, la mímica de los demás juegan un rol considerable.
Dice uno: ―¿Por qué la gente se rasca el ojo sino para decirme que soy ciego?‖.
(...) Para aquella [mujer], los brazos cruzados significan que su hijo está vivo; si uno
se rasca la frente se hace alusión al señor X.; si uno se toca la nuca se trata del señor
Y.; bostezar, un juego con los dedos sobre la mesa son actos provocativos. (...)
Una enferma de Deny y de Camus se aprendió de memoria un pequeño libro
análogo a la Clave de los sueños, en el cual se le atribuye una significación
particular a todos los objetos usuales: alfiler es injuria; paraguas es protección;
escoba es cambio, etc...; así construyó un lenguaje simbólico.
Los índices más leves provocan conclusiones extraordinarias: una joven
cree ser mirada muchas veces por una actriz, luego está persuadida de ser la hija de
esta actriz. Algunos delirios sistematizados eróticos reposan casi exclusivamente
sobre la supuesta significación de movimientos fisonómicos; muchos
enamorados de artistas líricos interpretan de esta manera a su provecho las
actuaciones.
Como vemos, se trata de un verdadero delirio de significación personal: tua
res agitur, tal podría ser el lema del interpretador, se ha dicho.
Las investigaciones de los enfermos se extienden a veces a eventos
importantes: tristezas cotidianas, duelos, malos negocios. Atribuyen la muerte
de un pariente a un envenenamiento o un crimen. La especialidad de algunos
es la actualidad importante: sus cartas a los ministros y soberanos tienen una
influencia decisiva en la diplomacia; gracias a sus consejos se firmó la paz entre
Rusia y Japón; para ayudarlos es que el rey de Inglaterra hace muchos viajes.
No hay signo simbólico más importante para estos sujetos que la
palabra; palabra y escritura son una de las fuentes inagotables del ―delirio de
extrospección‖. Frecuentemente, el interpretador se contenta con apropiarse
de los gritos de la calle: ―¡Eh, excitado!‖, ―¡tonto!‖ (...) Joffroy insistió muchas
veces en este punto: a las preguntas estos enfermos responden con frecuencia:
―me lo dijeron‖, y es exacto. Que no se enteren de que se los considera
unos alucinados, ya que nada les molesta más, nada les hace dudar tanto de la
buena fe del médico. Una frase, por anodina que fuese, alcanza para hacer surgir
las suposiciones más audaces. ―Seguramente que ella lo conoce‖, se le dice a
una enferma mostrándole un retrato; el de su padre –dirá ella– con seguridad
un monarca poderoso (...) Diálogos enteros, con el sentido cambiado,
provocan concepciones delirantes. Una enferma escucha a su madre y su tío
murmurar esto: ―Llegamos demasiado tarde, el testamento ya estaba hecho... Sí,
si ella no muere, es mal negocio para nosotros...‖. Estas palabras se graban en su
memoria, y uniéndolas a la muerte reciente de un obispo, ella concluye que es
hija de este obispo, y que sus supuestos padres quieren matarla para quitarle su
herencia.
A veces la expresión percibida toma un sentido emblemático:
verdaderos juegos de palabras constituyen otros argumentos para el
interpretador. Gallo significa orgulloso; pera, imbécil (...); se le ofrece arroz,
―se ríen de él‖ [la homofonía significante sólo se entiende en francés, entre riz –
arroz– y rit –del verbo reír– que se pronuncian igual, en el original es: on lui
offre du riz, on se rit de lui]; se le da un metro: ¿será que él mismo es un amo?
(...) [igual que en el ejemplo anterior, suenan igual métre - metro y maître -
amo- ] (...) Estas interpretaciones basadas en similitudes de sonidos, sobre
aproximaciones, retruécanos, son bastante características. Ellas utilizan hasta los
nombres propios de las personas del entorno. Una de nuestras pensionadas (...)
[dice:] ―mi marido me decía con frecuencia que yo escuchaba «voces», y luego
me doy cuenta de que una enfermera es originaria de la Saboya [la homofonía
aquí es entre voix –voces– y Savoie –Saboya–].
La escritura manuscrita sirve también de punto de partida de muchas
interpretaciones. El giro de las frases, los trazos de las letras, una palabra
subrayada, las faltas de ortografía, la puntuación, la rúbrica de la firma,
cualquier cosa levanta sospechas. (...)[Un enfermo] encuentra un punto
demasiado grande al final de la frase: eso equivale para él a una negación,
una retracción de la frase benevolente.
La lectura de los diarios provee de innumerables datos. Los enfermos
encuentran en los artículos alusiones personales; sucesos y crónicas narran su
propia historia; algunos creen mantener una correspondencia a través de los
anuncios. Los famosos publican bajo nombres falsos los retratos de sus
enemigos: uno de nuestros pensionados toma los retratos del rey y la reina de
Italia por los de su mujer y un supuesto amante. (...) Un periódico importante
reproduce una mezquita con tres puertas, lo que indica las tres salidas de la
enferma de tres establecimientos (...).
Finalmente, para algunos la cosa se complica: la lectura de los diarios o
cartas sirven para descifrar enigmas muy complejos, ―verdaderos enigmas‖,
―jeroglíficos interesantes‖. Ellos explican, comentan, traducen en un lenguaje
claro fórmulas criptográficas. Este desciframiento perece realizado con un
procedimiento análogo al de las grillas criptográficas que, aplicadas sobre un
texto, esconden ciertas palabras y sólo permiten ver las partes descubiertas
que son las que sirven para componer la frase secreta. Así, nuestra enferma
separa palabras, sílabas y letras en un artículo cualquiera, por medio de las
cuales intenta reconstituir el sentido oculto del texto. Por ejemplo, en una
frase de una carta de su madre: ―a vos no te gusta que se te hable del tiempo,
pero nosotros no podemos evitarlo. En esta estación en la que tendríamos
que salir sin miedo...‖, ella lee agrupando las palabras subrayadas: ―En este
hospital psiquiátrico de donde deberíamos salir‖ (El ejemplo es inentendible
en español; en el texto francés dice la carta de la madre: tu n’aimes pas qu’on te
parle du temps, mais on ne peut faire autrement. Dans cette saison oú on devrait
sortir sans crainte... En negrita inclinada están las palabras que la paciente elige
usar para armar otra frase: Dans cette maison oú on devrait sortir sans
crainte, que significa lo ya señalado: ―En este hospital psiquiátrico de donde
deberíamos salir‖] (...) Cuando [esta] madre (por quien ella se siente perseguida)
le escribe ―Tú te olvidas de tí misma‖, ella concluye que su madre le aconseja
suicidarse: ―¡Mátate!‖ [Igual que el ejemplo anterior, la paciente subraya dos
palabras y una letra de una palabra y construye otra frase; en francés, la
madre: Tu oublies toi méme, y ella forma –en cursiva–: Tue - toi!, que es:
―¡Mátate!] (...) Algunos interpretadores llegan incluso a decir que se imprime
un número especial de un diario para ellos. Un enfermo Legrain escribe: ―En
junio de 1900, aunque estaba abonado al Matin, recibí de pronto una serie de
números donde me decían claramente que yo era el emperador de Alemania‖
(...).
2. INTERPRETACIONES ENDÓGENAS: A)
INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO ORGÁNICO

A las innumerables causas provenientes del mundo exterior vienen a


sumarse las sensaciones internas. La introspección somática (Vaschide y
Vurpas) no es a veces sino la expresión de un delirio de interpretación.
Por lo general, el enfermo no apoya sus deducciones sobre ningún
trastorno mórbido, sino solamente, como lo subrayan los autores citados,
sobre la observación minuciosa de su organismo ―que les hace considerar
patológicas ciertas constelaciones que él no había hecho hasta ese momento,
tan sólo porque no las había buscado‖. Fenómenos fisiológicos, fatiga,
erección...) sirven de punto de partida para interpretaciones. Uno de nuestros
perseguidos imputa a la intervención del médico las ―picazones‖, o ―los
movimientos desordenados‖ que siente en los miembros. Si después de
haber leído su diario está cansado, es porque se lo hipnotiza; sus erecciones
nocturnas provienen de los ingredientes que se le hace absorber sin que él lo
sepa, etc... Una mujer explica las crisis clitoridianas que siente por una influencia
extranjera oculta; acusa a diversos personajes de intervenir a distancia sobre sus
órganos genitales.
Algunos atribuyen los trastornos provocados por la neurastenia a un
envenenamiento, la tuberculosis, la dispepsia, la enterocolitis, etc... Con
ocasión de una complicación gástrica, tal sujeto se cree ―embebido de
arsénico‖. Otro escribe: ―A veces por la noche, me despierta una sensación
indescriptible, como la corriente de un fluido que se hubiese ensañado en
golpearme la frente, la sien, la parte superior del cerebro; el resultado de
esta sensación tan penosa se resume a través de punzadas torturantes e
insoportables zumbidos en la oreja... Podría definir este martirio así: plomo
fundido o cal viva derramados en las venas. Es sobre todo por la mañana o al
dejar la mesa que los actos de crueldad implacable se encarnizan‖.
Sacudimientos musculares, estremecimientos, calambres, son considerados
como corrientes eléctricas. El insomnio o un sueño profundo, la
somnolencia, todos son causados por drogas. Cuando tuvo una angina, un
enfermo escribió: ―En este momento soy víctima de los procedimientos más
violentos en la garganta, sobre las amígdalas; ellas se inflaron sabiamente‖. Y
agrega: ―Se hace que mis cabellos caigan cuando me peino; el peluquero me
lastimó la cara esta mañana y me arrancó pelos: parece ser que es para
hacerme envejecer; mis cabellos son grises como los de un viejo; me
aflojan los dientes para que no pueda masticar; la sangre está viciada y
aparecen eczemas por causa de maniobras infames... Gracias al despliegue
de mi ciencia personal y de la robustez de mi constitución [es] que logro
conservar intactas mis fuerzas físicas e intelectuales‖.
Las mujeres explican sus trastornos menstruales y los accidentes de la
menopausia por la intervención de sus enemigos. Tal enferma, habiendo
llegado a la edad crítica, atribuye a chorros de fluido sus accesos de calor y
su alternancia de rubor y palidez: le ―arrugan la piel‖, se la ―vuelve
amarilla‖, se le ―deforman las mejillas‖. Los tres puntos dolorosos de su
neuralgia facial se deben a tres granos de plomo tirados allí, mientras
dormía.

B) INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO MENTAL


Algunos estados de conciencia, algunos trastornos funcionales psíquicos
sirven de alimento a las interpretaciones (delirio por introspección mental de
Vaschide y Vurpas). Algunos enfermos se sorprenden al ser asaltados por
pensamientos inusuales, o bien observan una relación entre estos pensamientos
y los hechos concomitantes. Uno de ellos pensaba en el mariscal de Biron,
un traidor nacido en su país, cuando su hermano entra en el mismo
momento: entonces su hermano lo traiciona, es el amante de su mujer. (...)
Otro enfermo se sorprende de las confesiones extraordinarias que
él hace a sus padres; es preciso que a través de ―finos procedimientos‖ se
lo obligue a ―develar su espíritu‖. Algunos buscan incluso una causa a
sus sentimientos: tal sujeto, sorprendido de no experimentar ningún afecto
por su madre, llegó a la conclusión que no era su hijo.
Son interpretadas hasta las manifestaciones por emociones, fatiga,
agotamiento nervioso. Uno de nuestros enfermos (...) no puede concebir su
pusilanimidad: se proyectan sobre él rayos especiales que tienen la propiedad de
dar la ilusión del miedo. ―¿Por qué soy irascible, nervioso, excitado o bien
atontado, lelo, incapaz de decir nada? ¿Cómo es que algunos días escribo con
dificultad como si me retuviesen la mano? ¡A veces, yo, profesor, cometo
errores de ortografía! ¿Se trata de hipnotisno, sugestión? Otras veces no puedo
quitar mi mirada de las lámparas eléctricas. ¿Por qué un día yo di vueltas
alrededor de un pozo y me sentía empujado a tirarme? ¡Con seguridad [es]
magnetismo!
Algunos interpretan trastornos neurasténicos o psicasténicos.(...)
En otros casos, los episodios delirantes agudos (estados de depresión,
accesos alucinatorios, etc...) que aparecen a veces durante el delirio de
interpretación, son considerados por el sujeto mismo como accesos de locura,
pero los atribuye a un envenenamiento o sugestiones.
Algunos llegan incluso hasta interpretar su delirio retrospectivo: no es
natural recordar así el más mínimo suceso del pasado; se actúa sobre ellos
para que puedan acordarse de los pecados más ínfimos.
Por último, cierto número de concepciones delirantes toman prestado
quimeras a los sueños del sueño normal, aceptadas sin modificación o
desvirtuadas. Un místico justifica su pedido de la Tiara por los terrores
nocturnos de su infancia; predice los acontecimientos políticos por haberlos
visto en sueños.(...)

INTERPRETACIÓN DE RECUERDOS

La observación del momento presente, la interpretación de los


hechos actuales no es suficiente para los enfermos. Empujados por la
necesidad de encontrar nuevos motivos a sus padecimientos, o de satisfacer
mejor su orgullo, excavan en lo más lejano de su memoria; la reviviscencia de
antiguos recuerdos provee un amplio material para los errores de juicio (delirio
retrospectivo). Uno de ellos se pregunta si es ―por haber guardado, como a pesar
suyo, estampillas hace veinte años que lo molestarán durante toda su vida‖.
Algunas frases insignificantes, pronunciadas hace mucho tiempo, vienen a
confirmar los propósitos de hoy, aclarar los sobreentendidos. Reflexiones
pueriles de la infancia, pequeños cumplidos, caricias o reprimendas toman de
pronto una significación precisa. (...)
En esta investigación retrospectiva, la interpretación juega todavía un rol
predominante, pero no es la única en cuestión. Las ilusiones, la falsificación de
recuerdos deben tenerse en cuenta. Sin duda que la trama del delirio
retrospectivo implica algunos hechos exactos, pero los adornos son en gran parte
obra de la imaginación. Un paranoico de Bleuler construyó su delirio únicamente
sobre ilusiones de la memoria: éstas no se produjeron sino bastante tiempo
después del hecho real, un año incluso. Un enfermo de Kraepelin dibujaba con
detalles el castillo de su padre del cual afirmaba que había sido ministro de
finanzas de Hanovre; cuando se le probó que nunca había habido tal nombre
como ministro, sostenía que se habían destruido todos los archivos de Hanovre
con malevolencia, y que se habían sustituido con otra impresión de documentos
falsos.
TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO EXTERIOR

Entrenados durante años en esta gimnasia especial del espíritu, los


enfermos hacen progresos sorprendentes en el arte de interpretar: su perspicacia
se agudiza y adquiere una penetración singular. Al final, a través de la deformación
sistemática de los hechos llegan a una concepción delirante del mundo
exterior. El interpretador ya no ve nada bajo el sentido común; todo le parece
extraño, vive en un medio ficticio desde el cual son rechazadas las
explicaciones naturales. ―Es el mundo al revés‖, dice uno; ―es un laberinto
de sobreentendidos‖; ―qué gran comedia, cada uno juega bien su rol, hay que
tener la cabeza bien puesta para no volverse loco‖. Todo lo que se realiza a
su alrededor es artificial, ilusorio, preparado; hasta el calendario se vuelve
engañoso. Entonces se producen errores de personalidad, frecuentes falsos
reconocimientos: el entorno está vestido de nombres fingidos reales o ficticios.
Una hija cree reencontrar a su madre en una de sus compañeras. Una madre
no reconoce más a su hija ya que afirma haber sido cortada en pedazos.
II. SÍNTOMAS NEGATIVOS

La extravagancia de ciertas interpretaciones, la paralógica flagrante de los


enfermos, dejaría suponer en ellos la existencia de un debilitamiento intelectual.
Esta impresión desaparece si uno abandona el terreno del delirio.
Uno se encuentra a veces en presencia de una gran inteligencia, y la misma
persona que se mostraba manifiestamente alienada, aparece lúcida y razonable.
La ausencia de trastornos graves de la vida intelectual o de la vida afectiva, la
falta o escasez de trastornos sensoriales, constituyen dos 1as caracteres importantes
del delirio de interpretación8.

A. ESTADO MENTAL

En el interpretador existe sin duda una constitución especial cuya fórmula


trataremos de dar: hipertrofia e hiperestesia del yo, falla circunscripta de la
autocrítica; pero se trata allí más bien de condiciones del desarrollo de la
psicosis que de síntomas que la revelan. ¿Debemos admitir una disminución
psíquica congénita que predispondría a las interpretaciones erróneas? Nosotros
no lo pensamos así. Encontramos en estos sujetos, como en los no delirantes,
grados muy diferentes de desarrollo intelectual, desde los débiles hasta
inteligencias superiores. Las concepciones delirantes, si se analizan, tienen
claramente el carácter de ideas fijas, predominantes; sin embargo, incluso en
la exposición de trastornos vesánicos más característicos, se nota la

8 Entre los signos negativos, notemos además la ausencia de síntomas físicos que encontramos en muchas
enfermedades mentales: ni insomnio, ni cefalalgia, ni trastornos somáticos que indican autointoxicación; no
hay adelgazamiento, ni temblores o trastornos pupilares. Es sin duda, un delirio ―esencialmente psicológico‖,
para emplear la expresión de Lasègue a propósito del delirio de persecución.
persistencia de la actividad de los centros corticales superiores. La
interpretación falsa aparece exagerada, extravagante pero raramente absurda; a
veces se mantiene verosímil.
La aparición del delirio no modifica nada la inteligencia. No hay ni trastorno de
la conciencia, ni confusión en las ideas, tampoco alteración general de las facultades
silogísticas; el sujeto aprecia exactamente los hechos que no pone en relación con
sus preocupaciones mórbidas. Su memoria permanece fiel: no olvida nada de las
cosas adquiridas con anterioridad y sabe sacar provecho de ello; a veces incluso
puede citar una cantidad de datos y nombres propios con una rapidez y una
precisión cercanos a la hipermnesia, que lo seducen a él mismo. ―Por momentos,
dice uno de nuestros enfermos, mi memoria toma una agudeza sorprendente: veo
en el pasado las cosas más pequeñas, detalles en los que no pensaba hace mucho
tiempo‖.
Haciendo abstracción de las concepciones delirantes, los juicios de los
interpretadores permanecen sensatos, sus apreciaciones con frecuencia justas.
Algunos son finos observadores, cáusticos e irónicos, escribiendo de una
forma agradable, a veces mordaz. La capacidad profesional permanece intacta:
uno de nuestros pensionados sigue dirigiendo una importante casa industrial,
se lo consulta cada vez que hay que tomar una decisión. Algunos son
capaces de adquirir nociones nuevas; aprenden la jurisprudencia, la mecánica,
lenguas extranjeras, hacen trabajos científicos o literarios.
Esta vivacidad en la inteligencia se manifiesta en la defensa de sus
convicciones delirantes. Con frecuencia, el interpretador despliega en ella
todos los recursos de una dialéctica cerrada. Avanza de deducción en deducción,
confiando en el valor de sus silogismos cuyas premisas son aportadas por el
incuestionable testimonio de los sentidos. Todo se relaciona, todo se encadena
en su historia, ningún detalle es superfluo para él. Si se lo contradice, se
detiene con aire sorprendido, preguntándose si uno es sincero. Acumula
prueba sobre prueba, tiene para cada objeción una respuesta siempre lista,
sabe replicar a los argumentos. Cita datos, precisa los puntos más pequeños,
aporta declaraciones confirmatorias, plantea dilemas, se adueña del hecho más
pequeño para emplearlo habitualmente para su causa. Recurre a las
informaciones de su entorno, de su familia, subyugados con frecuencia por
el vigor de sus razones. ―¿Me quieren hacer pasar por un alucinado? ¡Nunca
deliré y nunca voy a hacerlo! Todo lo que afirmo es exacto: las pruebas
existen. Si mi historia puede parecer extraordinaria, todo lo que yo cuento
es sin embargo verdad!‖. Si se le resiste más abiertamente, si se trata de
hacerle ver apenas sus errores, pone la sonrisa irónica de alguien cuya
convicción, que se sostiene de hechos indudables, es y permanecerá
inquebrantable. Termina por cerrar la controversia entrando en un mutismo de
desprecio, o bien, atribuyendo la vivacidad de su interlocutor a un móvil
interesado por lo cual lo pone de ahí en más, entre sus enemigos. Entonces,
toda discusión con el interpretador es en vano; por lo común irrita, jamás
persuade.
Los sentimientos afectivos no presentan ningún trastorno primitivo. Los
enfermos conservan las mismas relaciones con sus padres, amigos y todas las
personas que engloban su delirio. El amor propio, el sentimiento de la dignidad
para nada es alterado. Una vez internado, el sujeto es sensible a los cuidados que se
tienen por él. ―El paranoico‖, dijo Tanzi, ―no siempre es un hombre de acción
sino que siempre es un hombre de carácter‖. Los sentimientos éticos, estéticos y
religiosos persisten sin alteración. El humor varía, como en cada uno de
nosotros, según las circunstancias o el estado orgánico; él refleja además el color que
toman las ideas delirantes: expansivo en ciertos casos de megalo- manía; triste y
acrimonioso en los perseguidos. Pero no hay nada comparable a la depresión o a la
euforia, tan frecuentes en las otras psicosis.
Esta mezcla de razón y de sinrazón, este contraste notado en las antiguas
descripciones de los ―delirios parciales‖, de la ―locura razonante‖, no se observa
en ningún lado con tanta fuerza como en el delirio de interpretación. Se lo
encuentra en el lenguaje, los escritos y la conducta de los enfermos.
En general, la conversación de los interpretadores, muy variable según su
educación anterior, es fácil, con frecuencia impregnada de cierto refinamiento,
apuntando a la elegancia y a veces al énfasis. Algunos hablan con una abundancia
prolija: es un flujo de palabras inagotable; todo el tiempo tienen incidentes
sin que pierdan por eso el hilo de las ideas, y uno se sorprende de verlos
orientarse en ese laberinto de hechos: agotan al oyente mucho más rápido de lo
que ellos mismos se cansan. Algunos tienen un lenguaje medido o son de pocas
palabras, juzgando inútil detallar acontecimientos conocidos universalmente.
Todos saben sostener una charla sin relación con su delirio; hay algunos que
tienen réplicas divertidas, expresiones humorísticas. No los vemos interrumpirse
bruscamente en medio de una frase para interpelar un individuo imaginario
o responderle, como lo hacen los alucinados. Nunca notamos verbigeración, o
la ―ensalada de palabras‖ de los dementes precoces. Las estereotipias verbales,
los neologismos, son raros.
A los escritos de los interpretadores se aplican las mismas constataciones
negativas: las construcciones gramaticales no son incorrectas, hay ausencia de
verbigeración, de estereotipia verdadera, de neologismos, de signos cabalísticos, de
fórmulas de hechizo o de exorcismo. La escritura es correcta, sin trastornos
gráficos elementales, no recargada, sin exageración de palabras subrayadas. Los
enfermos no se adueñan de papeluchos para escribir en ellos frases insignificantes
o ideas delirantes en todos los sentidos. Su estilo, reflejo de su lenguaje y estado
mental, no presenta nada anormal; éste varía solamente de acuerdo a la
educación y la cultura.
Estos escritos impresionan a veces muy fuertemente a los padres, los
magistrados, administradores, que no conciben que un alienado pueda escribir
tan correctamente, incluso además de un modo literario. Legrand du Saulle
subraya que ciertas denuncias son redactadas ―en los términos más fríos, más
medidos, más pérfidos. Frecuentemente tienen una apariencia de sinceridad y
un aire de verosimilitud que de entrada podrían imponerlos‖.
Algunos interpretadores son grafómanos que todos los días cubren con
tinta una decena de páginas, envían cartas a todos lados (cartas a veces
estereotipadas) y creen tener comunicantes en toda Europa. Con la misma
abundancia de detalles exponen sus dolencias al Presidente de la República, a
los embajadores, a los ministros o a sus amigos. En general, redactan e incluso
llegan a veces a imprimir memorias, ―confesiones‖ a menudo muy interesantes
desde todo punto de vista.
Notemos que estos grafómanos no son siempre los más locuaces.
Algunos incluso sólo deliran en sus escritos y saben ocultar todas sus
concepciones vesánicas en los interrogatorios mejor dirigidos o en las
conversaciones más insidiosas. Una inglesa de nuestro servicio, grafómana
infatigable, de quien casi no se le puede sacar palabra, escribe al Presidente de
la República: ―Pido saber por qué estoy detenida por Francia; si es porque me
ofrecieron la corona de las islas británicas ¿Concierne eso a Francia? Pido ser
tratada como una prisionera de Estado, envíenme al castillo de Fontainebleau‖.
Muchos enfermos cultos, con pretensiones literarias exageradas, componen obras
que no dudan en considerar obras maestras. Poetas tampoco faltan: sus poesías,
más o menos bien hechas según sus aptitudes, pueden no tener ninguna
relación con el delirio; a veces por el contrario son su expresión.
El aspecto exterior, la actitud, no presentan nada anormal. No hay
trastornos de la mímica involuntaria o emotiva (no más por otra parte que de la
mímica voluntaria). Como dice Drommard: ―la mímica permanece
perfectamente normal en tanto función... ella se mantiene adecuada a las
emociones que exterioriza... ella es exactamente lo que sería en un sujeto sano
con el mismo estado de ánimo... La desconfianza del perseguido, el orgullo del
megalomaníaco... en una palabra todos estos estados de ánimo, no tienen una
expresión mímica diferente de la que traduciría sentimientos análogos de un
sujeto normal. Entonces, la fisonomía refleja las preocupaciones del sujeto.
Ella es según el caso, resignada o descontenta, seria o sonriente, altanera o afable,
inquieta y crispada o calma y serena. A veces, cuando el sujeto expone sus
interpretaciones, su fisonomía toma una expresión maligna, guiñe el ojo con
aire de entenderlo todo y con la satisfacción de haber desbaratado todas las
artimañas y ser el único en adivinar las alusiones secretas.
La conducta de estos enfermos, su manera de comportarse en la vida
cotidiana, está bajo la dependencia de su carácter anterior. Es decir, que aún
aquí encontramos sobre todo síntomas negativos. La actividad motriz no está
alterada: ni trastorno de la voluntad susceptible de influenciar la manera de
actuar, ni abulia, ni impulsiones; tampoco se observan estereotipias de actitud o
gesto, estos trastornos catatónicos o este manierismo frecuentes en los
dementes precoces. Las manías o los tics sólo testimonian a favor de una tara
degenerativa. El aspecto también es normal. La vestimenta no llama para nada la
atención; a lo sumo encontramos cierto refinamiento, algo original en el
vestuario, excepcionalmente excentricidades; casi no se ven adornos y
condecoraciones salvo en los débiles, e incluso lo hacen con discreción; no
tienen esa locura de ostentación de los dementes megalómanos. Calmos, limpios,
reservados, higiénicos, se interesan en el entorno, en los hechos cotidianos,
políticos u otros; adoran leer, ocuparse de varios trabajos.
Los interpeladores pueden vivir mucho tiempo en libertad, despertando
la atención sólo a través de raras extravagancias incomprensibles para el
entorno. Sin embargo algunos, rápidamente agresivos, se entregan a la violencia.
Estas reacciones, consecuencia de las ideas delirantes y del carácter anterior,
contrastan por su singularidad en una vida que hasta allí fue normal. Su
estudio se hará en el próximo capítulo.

B. AUSENCIA DE TRASTORNOS SENSORIALES

A grandes rasgos, podemos decir que lo que caracteriza el delirio de


interpretación es la ausencia de trastornos sensoriales. Sin embargo, en
algunos casos hay alucinaciones: pero ellas no aparecen si no con intervalos
distanciados, sólo juegan un rol secundario en la elaboración del delirio y no
tienen influencia sobre su evolución. Para nada es así en otras psicosis
sistematizadas en donde estos trastornos dirigen la escena mórbida.
En otros casos, podríamos confundir algunos interpretadores con
alucinados, en razón de su manera de expresarse que se presta al equívoco: muchos
son los que, interpretando palabras o frases realmente percibidas, declaran que
se los injuria en la calle; ya hemos señalado esta causa de error.
ALUCINACIONES EPISÓDICAS

En algunos se observan trastornos sensoriales auditivos, en realidad


escasos, pero existen con certeza ¿se trata de alucinaciones? En general pensamos
que son ilusiones. En efecto los enfermos no escuchan ―voces‖ en la soledad
de su habitación, no dicen que se les habla a través de los muros o por
teléfono. En la inauguración de una estatua, una enferma escucha que la
llaman tres veces por su nombre; en la calle los pasantes gritan a alguien:
―¡Date vuelta!‖; para esta última se proclamaba en medio de la gente : ―¡Ahí
está nuestra reina!‖. Por el contrario, a veces la alucinación aparece en el
silencio de la noche, pero su aparición está subordinada, subraya Tanzi, a una
emoción intensa, como en la gente normal, o bien está ligada al miedo, al
fanatismo, a la atención expectante. Esta alucinación auditiva se reduce
siempre a una palabra o frase breve.
Acaso no le pasa a ciertos obsesivos e incluso al hombre ―normal‖, que en
medio de una meditación o bajo influencia del cansancio escuchan una palabra
con claridad, o un llamado. Lo mismo puede producirse en nuestros enfermos
como eco de preocupaciones delirantes. Es un síntoma aislado, estamos lejos de
un delirio con base alucinatoria.
En muy pocos casos encontramos alucinaciones psicomotrices verbales,
―voces interiores‖. Dos de nuestros pensionados declaran tener, uno ―pensamientos
extraterrestres‖, el otro ―inspiraciones angelicales‖, un tercero a veces habla de
―comunicaciones magnéticas‖ que parecen más bien fenómenos de intensa
representación mental. Si admitimos que las alucinaciones psíquicas no son sino
la interpretación delirante del lenguaje interior, es decir ―consisten en
pensamientos de los que el enfermo desconoce el origen personal y que
atribuye a una influencia exterior‖ (Francotte), nos explicamos su posible existencia
en nuestros sujetos.
Las alucinaciones y las ilusiones de la vista parecen de excepción, salvo en los
místicos. Nosotros sólo observamos un ejemplo, y además se trata de una
alucinación hipnagógica, unos años anterior a la sistematización del delirio,
pero que ejerció una influencia considerable sobre éste. Nuestro enfermo,
sentado en su escritorio a la noche, vio surgir un fantasma vestido de blanco
delante de él. Tiempo después se convenció de que la Virgen se le había
aparecido y lo había elegido para salvar a Francia, por eso las persecuciones
de los alemanes.
Las alucinaciones –o más bien las ilusiones– del gusto y olfativas son tan
escasas como las de la vista. No se observan estos trastornos de la sensibilidad
general que a veces son tan intensos en los perseguidos alucinados.
En general, el rol de las alucinaciones en el delirio de interpretación permanece
entonces nulo, a veces borrado, siempre efímero: se trata por lo tanto de un
síntoma episódico y secundario.
Sin embargo, en algunos casos aumenta la repercusión del delirio sobre
los centros sensoriales; las alucinaciones (sobre todo las del oído) intervienen de
forma más activa aunque intermitente. Para terminar, pueden aparecer accesos
alucinatorios cortos, con o sin confusión: es entonces una verdadera
complicación. Estudiaremos estos casos ulteriormente.
128 Q Sérieux et Capgras del de interpretación
El delirio de la reivindicación

Definición

E l delirio de reivindicación fue descripto en el extranjero con el


nombre de locura de reivindicación o posesiva, y en Francia con el de locura de
los perseguidos-perseguidores. Estos términos tienen una significación menos
precisa que la que le atribuimos a la expresión ―delirio de reivindicación‖.
Creemos, efectivamente, que los reivindicadores constituyen una categoría de
personas netamente circunscripta y muy diferenciada del grupo de los
interpretadores.
El delirio de reivindicación es una psicosis sistematizada, caracterizada
por el predominio exclusivo de una idea fija, que se impone al espíritu en forma
obsesiva, orientando sólo la actividad mórbida del sujeto en sentido
manifiestamente patológico y exaltándolo en la medida de los obstáculos
encontrados. El reivindicador se nos presenta esencialmente como un obsesivo y
un maníaco. Hay en él una combinación íntima de estos dos estados, que
conducen más a un delirio de los actos que a un delirio de las ideas. Sus tendencias
interpretativas y su paralógica están menos marcadas que las de los
interpretadores.
Algunos autores consideran el delirio de reivindicación como un tipo de
paranoia mejor esbozada que el delirio de interpretación, que éstos encuadran
dentro de la demencia paranoica. Otros autores (Wallon, Deroubaix, etc.) sólo
establecen entre estas dos formas matices poco apreciables, confundiéndolas bajo
la misma etiqueta. No podríamos admitir una semejanza tan completa.
Indudablemente estas dos enfermedades tienen en común numerosos puntos de
contacto, pero exagerándolos, podemos dejarnos engañar por simples analogías
superficiales, por apariencias. Los datos clínicos actuales no permiten todavía
separar con una barrera infranqueable el delirio de interpretación del delirio
de reivindicación; por esta razón los describiremos paralelamente. Esta
semejanza conserva un carácter provisorio y no nos sorprendería que un día la
experiencia nos demostrara el buen fundamento de la teoría de Specht, que
clasifica a la locura querulante dentro de la psicosis maníaco-depresiva.
Descripción

En el delirio de reivindicación encontramos espíritus exaltados,


razonadores, exagerados, fanáticos que sacrifican todo al triunfo de una idea
dominante, individuos son en su mayoría perseguidores y perseguidores
repentinos; desde el comienzo eligen a una persona o a un grupo de personas
que persiguen con odio o su amor enfermizos, Sin embargo, existen algunos
que nunca llegan a ser perseguidores ni tampoco reivindicadores: su exaltación
no se ejerce a expensas de otra persona sino que se emplea sólo en búsquedas
especulativas. A esta psicosis convendría mejor, pues, la denominación de
―delirio a base de representaciones mentales exageradas u obsesivas‖, empleada
por Deny y Camus, o la denominación de ―delirio paranoico con ideas
prevalentes‖ adoptada por Dupré. Nosotros conservamos, por lo breve, el
término ―delirio de reivindicación‖ empleado por Séglas, luego por Cullére.
A pesar de su aparente diversidad –que sólo se debe a la naturaleza de la
idea obsesiva y a las formas variables de las reacciones– todos los reivindicadores
son idénticos. Su psicosis se caracteriza por dos signos constantes: le idea
prevalente la exaltación intelectual. Desde este punto de vista, no existe
ninguna diferencia fundamental entre un pleitista dedicado a obtener la
reparación de una denegación de justicia pretendida o real y un interesado en
buscar le piedra filosofal que gasta su energía y su fortuna en varios trabajos
de laboratorio, o algún sociólogo soñador cuyo ardor lo emplea en propagar
sus teorías y en apurar su realización.
Todos estos enfermos son degenerados. Tienen de ello las marcas físicas
y mentales: desequilibrio de sus facultades, obsesiones, impulsiones,
perversiones sexuales, preocupaciones hipocondríacas, etc. Su defecto al juzgar,
su inestabilidad los hace lanzarse a empresas temerarias, dilapidar su fortuna,
entusiasmarse con proyectos o invenciones quiméricas. Algunos, sin embargo,
testimonian aptitudes remarcables: imaginación brillante, buena memoria,
razonamiento hábil. Muchos de ellos están desprovistos de toda noción del
bien y del mal, cometen faltas de delicadeza, abusos de confianza, estafas,
teniendo permanentemente en la boca palabras de probidad, de conciencia y de
honor.
Un enfermo de Kraepelin encontraba muy perjudicial el atraso de la
llegada de una postal, mientras que el incesto con su nuera, la malversación de
cierta cantidad de dinero, no eran más que ínfimos pecadillos. Los más violentos
se complacen en alabar su propia dulzura y quien ha cometido una tentativa
de asesinato, se sorprende de que se tenga en cuenta un episodio tan fútil en toda
una vida de bondad y caridad. Esta locura moral no constituye sin embargo,
un carácter intrínseco del delirio de reivindicación: manifestación de tendencias
individuales, puede no existir o ser reemplazada en algunos reivindicadores
altruistas por sentimientos éticos hipertrofiados.
Ante cualquier incidente que se produzca, la psicosis aparece
inmediatamente con sus dos síntomas esenciales: 1º) la idea obsesiva, 2º) la
exaltación maníaca. No volveremos aquí sobre el análisis de los síntomas
negativos pues son los mismos que los del delirio de interpretación.

1º) «Idea obsesiva»: repentinamente, el reivindicador descubre el hecho


material o la idea abstracta que dirige desde ese momento su actividad pervertida.
No hay ninguna búsqueda ni tampoco ninguna acumulación de
interpretaciones en el momento en que el hecho se produce, en el que la
idea surge, cuando la persona se encuentra inmersa en su delirio, ahí da libre
curso a su exaltación. Un proceso perdido, una herencia no recibida, un
noviazgo roto, un adelanto retrasado, una obra desdeñada, un concurso
fracasado, un empleo rechazado, cualquier decepción por mínima que sea, a
partir del momento en que se le considera inmerecida, se convierte en una
preocupación obsesiva y provoca no solamente la necesidad imperiosa de
una revancha sino también la de infligir un castigo a la persona culpable del
daño. En otras circunstancias puede ser la sospecha de un descubrimiento,
una teoría sociológica, una misión religiosa que se quiere llevar hasta sus
últimas consecuencias.
Esta idea conductora va tomando día a día, para el reivindicador, una
importancia mayor, un valor desmesurado. Si se lo defraudó con una suma
ínfima, se declara víctima de un crimen inaudito, grita escandalosamente y
como no se le presta la atención suficiente a sus recriminaciones, saca como
conclusión que se trata de la corrupción universal. El reivindicador es
propenso a agrandar los hechos más simples cuando su personalidad está en
juego; pero, remarquémoslo, no modifica su primer significado: la
explicación que da no contraría el sentido común, no se opone abiertamente a
la razón. Sus deducciones serían justificadas si la causa no fuere ínfima, ni
el perjuicio invocado fuese menos insignificante. Si por casualidad el daño
inicial es realmente considerable, el reivindicador parecerá un hombre
dotado de una energía tenaz o de una tozudez invencible, pues sus
razonamientos serán siempre de una lógica exacta. Es decir que la idea
obsesiva del reivindicador no llega a ser el origen de un sistema de
interpretaciones delirantes.

Seguramente, no habría que pedirle a estos enfermos la comprensión


imparcial de cualquier acontecimiento que les interese. Son incapaces de discutir:
ningún argumento los convence por más poderoso que sea, si éste no armoniza con
su estado afectivo. Aceptan sólo los juicios de las personas que los aprueban,
declaran falsos o inexistentes a todos los demás. Tienen una ―concepción
unilateral del derecho‖. ―Un hombre inteligente hace él mismo su ley‖, dice un
enfermo de Forel. En consecuencia, aparecen en los reivindicadores errores
de juicio, interpretaciones falsas pero que derivan más de la pasión que del
delirio. Dicen que los jueces son unos vendidos, que los propios abogados
están pagados por sus adversarios, que los testigos no hacen más que acumular
mentiras, se viola la ley: todo es una comedia indigna de la justicia... Por otra
parte, en ciertos casos, estas acusaciones contra los jueces o del medio,
provienen sólo de la mala fe. Sandor constituye un buen ejemplo de esto: se
sabe que este célebre perseguidor de ministros del Segundo Imperio, reconoció
haber escrito cartas falsas e inventado completamente algunas de sus difamaciones.
¿Acaso la idea conductora que dirige los pensamientos y los actos del
reivindicador, posee los caracteres de la idea obsesiva? Sin duda, se trata
efectivamente de una obsesión día a día más tiránica y no de una reivindicación
legítima de derechos injustamente dañados. Para satisfacer esa obsesión, el
reivindicador descuida su profesión, sin preocuparse por el futuro ni por sus
verdaderos intereses; sólo lo guía su sed de venganza, no duda en sacrificar su
fortuna, su libertad, su familia y su vida misma.
El reivindicador no lucha contra su obsesión, sólo busca satisfacerla.
Pero en su camino encuentra obstáculos que lo incitan y le provocan a veces
una angustia comparable a aquella que determine la resistencia interior en las
crisis de pulsiones. En plena batalla, cuando los fracasos repetidos lo han
sobreexcitado, puede ser asaltado por la idea de asesinato: muchas veces se
debate contra este pensamiento que lo invade cada vez más y entonces se
presenta como un verdadero obsesivo ansioso. Una enferma, luego de un
juicio según ella injusto, quedó obsesionada y angustiada durante tres meses y
terminó, para ―liberarse del enorme peso que la ahogaba‖, insultando al juez
Lamartine. Mostró claramente este carácter obsesivo en Louvel, asesino del duque
de Berry: muestra a este fanático ―dando vueltas en su estrecha mente una
idea mal concebida, sufriendo hasta que su mano fatal la descargue, por medio
de un crimen, del peso y del martirio de su pensamiento‖. Régis, quien hizo
un estudio profundo de los ―regicidas‖ y de los ―magnicidas‖, los define
como degenerados que, extraviados por un delirio religioso o político, bajo
el imperio de una obsesión a la que no pueden resistirse, llegan a matar a una
persona importante.
Se sabe que las características de la obsesión son la irresistibilidad, la
tortura moral provocada por cualquier tentativa de resistencia, el alivio luego de
su satisfacción. Este último síntoma no se manifiesta menos que los demás en el
reivindicador. En efecto, su enfermedad es esencialmente paroxística y es fácil
ver que los períodos de remisión coinciden con un éxito parcial de las
reivindicaciones, o se presenta luego de una escena de escándalo. Uno de
nuestros enfermos acusa a los servicios de la intendencia militar de haberle causado
un perjuicio enorme, multiplica sus actitudes, se entrega a innumerables
extravagancias hasta el día en que realiza su proyecto, durante mucho tiempo
aplazado, de romper los vidrios del Ministerio de Guerra: desde ese momento y
durante unos meses permanece tranquilo. R. Lorov dice que el perseguidor
homicida ―viendo a su víctima vencida, saborea un sentimiento de triunfo y
reencuentra la calma de espíritu al menos durante algún tiempo‖.

2º) Exaltación maníaca: El reivindicador no es sólo un obsesivo sino


también un maníaco razonador. Los actos y los gestos de estas personas no podrían
ser considerados exclusivamente como un modo de reacción a las concepciones
que los subyugan. Las anomalías de su conducta tienen otra causa: Schüle dice: ―Sus
pensamientos y sus sentimientos son impulsados por una fuerza maníaca‖, con lo
cual coincide Magnan. La necesidad de pelea, es uno de los móviles de sus actos.
Animado por una vanidad insensata, por un espíritu de contradicción sistemático,
ávido de satisfacer su actividad mórbida, aun al precio del escándalo, el
reivindicador emprende mil actividades, escribe a los personajes de la actualidad,
consulta con abogados, pide audiencias, pasan las noches redactando voluminosas
memorias, presenta demandas, suscita campañas de prensa, hace llegar peticiones al
parlamento. La menor discusión lo irrita: se deja llevar por violentas cóleras contra
su interlocutor: ―tiene una necesidad insaciable de romper todo lo que se le
opone‖. Fracasos, condenas, iniquidades nuevas exaltan su combatividad agresiva:
luchar llega a ser para él no ya un medio, sino el único objetivo de su vida.
A medida en que aumenta su excitación, los reivindicadores quieren a
cualquier precio hacer recaer sobre ellos la atención pública, vistiéndose con
ropa extraña, tirando tiros al aire cuando pasa el Presidente (falsos ―regicidas‖ de
Régis): otros individuos presentan su candidatura en las elecciones. Se hacen arrestar
esperando comparecer ante un tribunal; buscan introducirse cerca del Presidente de
la República: hasta llegan a redactar escritos y carteles difamatorios; imprimen
afiches, hacen distribuir panfletos en la vía pública. El aspecto de estos panfletos
es a veces en sí mismo característico: cada uno de sus alegatos está seguido por los
términos ―cuyo testimonio... pruebas... sic.‖; la mayoría de las frases están
subrayadas dos, tres o cuatro veces; ciertas palabras están escritas con caracteres
especiales o con tinta roja. Llegan finalmente a tentativas de chantaje, a las
injurias, a las amenazas, a los actos de violencia y a veces se erigen en justicieros:
organizan un secuestro y golpean mortalmente el que han condenado.
Esta hiperactividad no puede, en consecuencia, ser asimilada a una
relación secundaria y accesoria: sólo son contingentes los modos variables a
través de los cuales se manifiesta; pero en sí misma sigue siendo una de las
expresiones esenciales de la psicosis.

Evolución

El delirio de reivindicación tiene una evolución estrechamente ligada por


un lado a la irresistibilidad de la idea dominante, y por otro lado a la persistencia
de la exaltación mórbida. No hay en su evolución ninguna fase determinada. El
comienzo es súbito. Lo único que permite preverlo son los signos de
degeneramiento y la impetuosidad del carácter, el orgullo desmesurado y la
susceptibilidad mórbida. Éstas son las condiciones habituales del desarrollo de la
psicosis. Luego, desde el momento en que acontece una causa ocasional banal,
que fija la fórmula de la idea obsesiva, la psicosis se manifiesta con todos sus
síntomas.
Después evoluciona por crisis sucesivas, separadas por intermitencias
más o menos largas ―la marcha de la enfermedad es básicamente remitente‖
(Arnaud). Durante estas intermitencias ―el enfermo deja de estar obsesionado, su
excitación maníaca se calma o sólo se manifiesta por medio de una leve exuberancia.
Está contento consigo mismo, no lamenta sus tribulaciones pasadas, se alegra con sus
pequeños éxitos y declara estar preparado para sostener nuevamente la lucha. Pero
apenas acontece cualquier incidente, su humor belicoso se despierta; llevado por
una nueva obsesión, retoma sus fuerzas y se deja llevar por su agitación‖.
La marcha progresiva del delirio se acelera a través de estas remisiones y
estos paroxismos alternantes. El enfermo agranda el círculo de sus
reivindicaciones. Pasa de un proceso a otro, y a medida que le deniegan sus
demandas, éstas van tomando mayor importancia. Las injusticias se acumulan, la
cantidad de jueces venales, de abogados indignos, de testigos falsos, no deja
de aumentar. Si se le brinda ayuda, cree que es una nueva prueba de que está
en su derecho, que se lo teme, y así continúa su campaña.

Muy frecuentemente la excitación se pone al servicio de ideas


obsesivas más o menos imbricadas. Nuevos reclamos se suman a los anteriores.
El reivindicador deja de lado el hecho real que orientó su delirio para afirmarse
en pretensiones imaginarias que defiende con la misma energía. A veces ya no es
un daño personal lo que lo obsede, sino la injusticia en general. Asume el rol de
líder del derecho y el defensor de los oprimidos. Este rol desinteresado que se
atribuye, le da una idea aún más encumbrada de su personalidad, se cree un
instrumento de la Providencia, se proclama ―el mártir de la verdad‖. Pero si
con el tiempo las ideas de orgullo alcanzan un grado extremo, no llegan nunca
sin embargo a verdaderas concepciones delirantes, a la megalomanía, como
sucede con los interpretadores.
La internación, generalmente, no hace más que aumentar le excitación
de los reivindicadores. Envían protestas, amenazan a los médicos que incluyen
entre sus enemigos, fomentan el desorden, recriminan sin cesar, dirigen
denuncias a las autoridades. Son considerados, con justicia, los enfermos más
difíciles de los asilos, más aún por su lucidez, ya que llegan a ser tomados por
víctimas de un secuestro arbitrario.
Encuentran defensores en la prensa y también en el Parlamento. El delirio
de reivindicación, tipo de locura convincente, puede extenderse a todo el
medio, puede arrastrar multitudes. Un enfermo de Forel, un médico, fue
elegido diputado; se escribió una novela sobre su caso y logró miles de
firmas para pedir en su favor.
¿Cómo termina el delirio de reivindicación? Por regla general debe admitirme
que es un estado crónico incurable, pero nunca se encamina hacia la demencia.
Efectivamente, esta psicosis es considerada como ―un estado mórbido continuo
del carácter‖, como la manifestación de una personalidad psicopática, incapaz de
modificarse en su esencia.
Pero si en vez de considerar esta personalidad en mí misma se sigue la
evolución de los síntomas que hemos definido, se percibe que, a la larga, la
hiperestesis efectiva se atenúa, la excitación disminuye y termina por desaparecer. En
este sentido, es justo llegar a la conclusión con Wernicke y Ziehen, de que el delirio
de reivindicación puede curarse.
Habría que señalar aquí los accidentes que pueden ocurrir y modificar
momentáneamente la marcha del delirio de reivindicación; pero nos bastará con
remitir al lector al parágrafo que consagramos a este tema en el delirio de
interpretación. Sólo notemos que accesos súbitos interpretativos y aun alucinantes
pueden acontecer a título episódico. Finalmente, podría suceder que un delirio de
interpretación siguiera a un delirio de reivindicación o se asociara a él (forma mixta de
transición). Las analogías etiológicas de estas dos psicosis, explican estas
transformaciones.

Variedades

El delirio de reivindicación reviste aspectos variados según la naturaleza de la


idea prevalente; se puede en principio establecer dos grandes divisiones, según que
esta idea provenga únicamente del egoísmo o por el contrario, del altruismo: de
donde tenemos: 1º) un delirio de reivindicación egocéntrica: 2º) un delirio de
reivindicación altruista.
En los casos tipo de la primera variedad, en la base de la psicosis yace un
hecho determinado, ya sea daño real, o una interpretación sin fundamento: el
enfermo apunta sólo a la satisfacción de sus ideas egoístas, a la defensa de sus propios
intereses.
Generalmente es el enemigo de una persona por la cual se cree
perjudicado, de la justicia que lo condena, de la sociedad que no responde a sus
llamados. Se conduce como un ser insociable, perseguidor agresivo y llega a ser
rápidamente peligroso.
El delirio de reivindicación altruista se basa, por el contrario, en una
idea abstracta y se traduce en teorías sobre la ciencia, la filosofía, la política, la
religión, etc. Inversamente, a los anteriores, que son siempre perseguidores en
conflicto con los demás, éstos, dominados aún por preocupaciones
altruistas, son a veces soñadores inofensivos o aún filántropos generosos,
nocivos sólo para ellos mismos y su familia, a la que dejan en la ruina:
sacrifican su fortuna en la impresión de numerosos escritos, en la preparación
de experiencias múltiples, en el ardor de su proselitismo. A menudo es
verdad, su exaltación, su apego a utopías que tratan de realizar por todos los
medios, hace de ellos fanáticos temibles.
Estas dos grandes variedades se encuentran en cierto número de
subdivisiones que aún es posible describir en el delirio de reivindicación,
según la fórmula de la idea obsesiva.
―La idea de perjuicio‖ es la más frecuente y convierte al enfermo en un
perseguido-posesivo: los ―procesivos‖ son los más característicos de los
reivindicadores. La causa accidental del delirio es, según Krafft-Ebing, o bien un
proceso perdido o bien el rechazo de pretensiones audaces. Lejos de reconocer
que su causa injusta estaba destinada al fracaso, estos enfermos imputan su falta de
éxito a la parcialidad, a la corrupción de los jueces. Sus apelaciones son cada
vez más voluminosas, sus demandas están atiborradas de invectivas contra los
Tribunales, engendrando nuevas represiones que los irritan. Llegan a cuestionar
no sólo la equidad sino también la validez de los juicios adversos, se niegan a
pagar la multa, se libran a la acción.
Bajo el nombre de ―delirio razonador de despojo‖, varios autores
describen las reivindicaciones más o menos violentas de algunos individuos que
―expropiados sus bienes, rechazan acertar la cosa juzgada, considerándose
despojados y siempre legítimos propietarios‖ (Régis).
En esta categoría, hay que incluir a los perseguidores ―hipocondríacos‖, que
acusan al médico que los atendió, no cesan de reclamar los daños y perjuicios y no
temen hacerse justicia por medio de un crimen.
Una ―idea ambiciosa‖ puede también obsesionar al reivindicador, provocarle
reacciones violentas y convertirlo a veces en un perseguidor homicida. Puede por
ejemplo creer que una mujer se fija en él y entonces el enfermo la persigue
asiduamente, con cartas o amenazas (reivindicadores enamorados), o aun puede tener
la idea de una misión que tiene que cumplir, ya sea social o religiosa (reivindicadores
políticos o místicos). Algunos regicidas entran en este grupo; también se encuentran
aquí inventores, reformadores, anarquistas, profetas, taumaturgos, fanáticos de cualquier
tipo (Régis). Señalemos también ciertos literatos incomprendidos que persiguen con su
odio a los editores culpables de haber rechazado sus obras.

Diagnóstico

No insistiremos aquí sobre el diagnóstico del delirio de reivindicación con


ciertos estados psicopáticos como los episodios de reivindicación que pueden
encontrarse en la exaltación maníaca, en algunos degenerados y finalmente con las
tendencias posesivas, el espíritu pleitero de individuos a los cuales no se puede, con este
solo signo, considerar psicópatas.
En cuanto a los pseudo-reivindicadores, Kraepelin, los considera como
anormales que presentan rasgos comunes con los reivindicadores paranoicos (alto
concepto de sí mismos, susceptibilidad despertada por el menor perjuicio,
imposibilidad de respetar y comprender los derechos de los demás). Pero en
los pseudo-reivindicadores, no habría verdadero delirio, ni desarrollo
progresivo introduciéndose en un punto de partida único de naturaleza
vesánica, al cual las personas vuelven siempre, ni habría incorregibilidad absoluta.
Estos individuos son predispuestos patológicos, tienen una inclinación invencible
hacia las peleas, pero sin asociación de delirio. El reivindicador, fuera de lo que
concierne a su sistema delirante, permanece calmo y dispuesto a vivir tranquilo; el
pseudo-reivindicador se pelea siempre con todos.
Sólo examinaremos en este párrafo los signos diferenciales que separan el
delirio de reivindicación del delirio de interpretación. Las dos categorías de
enfermos tienen puntos en común por la analogía de sus anomalías constitucionales;
sin embargo, los estigmas físicos y mentales de degeneración están mucho más
marcados en el reivindicador; lo mismo sucede con los trastornos de la
afectividad. Este último aparece sobre todo como un espíritu exaltado,
imperiosamente dominado por su pasión; el interpretador como un espíritu
falso, dirigido por sus tendencias paralógicas.
En el primero, no se descubre un tema delirante en desarrollo progresivo,
sino una serie de períodos de excitación que sobrevienen cuando los hechos
reales emocionan profundamente al sujeto. En el segundo, es una verdadera
novela vesánica largamente preparada que se va agrandando a causa de la
irradiación progresiva de la concepción predominante y la proliferación de las
interpretaciones delirantes. El delirio de reivindicación tiene como punto de
partida una idea fija: el delirio de interpretación sólo llega secundariamente a
la idea fija, luego de una lenta incubación.
En numerosos casos, el reivindicador se distingue del interpretador con la
misma facilidad que del alucinado. Cuando el interpretador se contenta con vivir
su sueño delirante sin pasar a la acción, nunca se lo considerará como un
reivindicador; esta asimilación se produce sólo si se convierte en un perseguidor.
Pero, de la misma manera que no se piensa en describir aisladamente a los
alucinados perseguidores, no se debe dar un valor esencial a las reacciones
episódicas del interpretador.
Este enfermo, en efecto, reacciona como un alucinado: cuando siendo
injuriado, responde con una amenaza y aún, si su carácter lo predispone, puede
llegar a ensañarse contra sus pretendidos enemigos. Obedece entonces a un
móvil poderoso: defiende su honor, su libertad, su vida. Es por una causa fútil,
por el contrario, que el reivindicador se desgasta en esfuerzos múltiples, sacrifica
su honor, su libertad, su vida. La excitación del interpretador es siempre
transitoria, a veces muy pasajera; la del reivindicador está siempre en primer
plano, forma parte intrínseca de su anomalía. Aún cuando recupera la calma, el
interpretador no abandona sus quimeras y fuera de los paroxismos intercurrentes
establece la sistematización de su delirio.
El reivindicador, por el contrario, reencuentra el sentido común desde
el momento en que su pasión declina: con la mente fría ya no le divierte más
elaborar nuevas ficciones, ni reflexionar sobre los hechos pasados para
encontrarles explicaciones fantásticas.
Sería sorprendente que una persona lúcida, en conflicto con el mundo
exterior, no interpretase a su manera, bajo la influencia de su idea obsesiva y de su
estado pasional, los acontecimientos que lo afectan. Lo mismo sucede aún en estado
normal, bajo la influencia de estados emocionales. En caso semejante el reivindicador
comete pues errores de juicio, pero estas interpretaciones falsas no sobrepasan un
cierto límite: permanecen estrictamente circunscriptas al objetivo de sus afanes. Por
ejemplo, en caso de perder un juicio, acusa a jueces y abogados de parcialidad o de
corrupción, y al salir del tribunal, interpreta mal los gestos o lar palabras de los
auditores. A veces, sus acusaciones tienen un carácter tal que no se sabría decir si
dependen de la falsedad del juicio o de la mala fe. En suma, se mantiene siempre en el
terreno de las realidades, mientras que el interpretador se pierde cada vez más en el
campo de las concepciones manifiestamente delirantes.
El reivindicador, aún desnaturalizando los actos de sus adversarios, como
sucede en todos los estados pasionales, conserva la noción exacta del medio que lo
rodea, no se deja llevar por ilusiones de falso reconocimiento, ni se desvía nunca
hacia el delirio metabólico o palignóstico. No se lo ve tergiversar un incidente
cualquiera ni interpretar erróneamente las conversaciones de la gente, los juegos
o las canciones de los niños. Ignora las persecuciones físicas y no atribuye a
maniobras tenebrosas la menor de sus sensaciones. Tampoco tiene ideas de
grandeza propiamente dichas; no se atribuye riquezas colosales, no reniega de su
familia, no se disfraza con títulos imaginarios, no se proclama rey. En el
reivindicador están ausentes, en resumen, las interpretaciones múltiples que el
interpretador hace a propósito de las más insignificantes impresiones sensoriales,
sensitivas o cenestésicas, actuales o pasadas.
Comparemos por ejemplo las conclusiones que cada uno de estos enfermos
saca de la lectura de los diarios. El reivindicador se conforma con subrayar y
coleccionar noticias, artículos que se relacionan mucho o poco con su problema y,
sin deformarlos, los toma como otros tantos argumentos a su favor: sin duda, los
entiende mal algunas veces y no teme desfigurar a su arbitrio las prescripciones de la
ley, ni tampoco crearse un código personal, siempre alrededor del sentido general del
texto que estudia. Por el contrario, el interpretador no se preocupa en absoluto por la
significación real de sus lecturas, porque para él es un juego el cambiarlas: puede ser
un hecho policial anodino o un aviso o cualquier pasaje o una expresión banal el
que llama su atención y a veces reúne en una frase enigmática para cualquiera que no
sea él, palabras dispersas tomadas de varias columnas.
Nunca el reivindicador dirá que tal diario, con una tirada de miles de ejemplares,
fue impreso sólo para él o es imposible de conseguir para cualquier otra persona; el
interpretador no dudará en formular con la mayor sangre fría y la más firme
convicción una conclusión tan monstruosa. Tales diferencias parecen mostrar que se
está en presencia de dos categorías de enfermos profundamente distintos. Para captar
bien estas diferencias, es importante no creer sinónimas las denominaciones delirio de
reivindicación y locura de perseguidos-perseguidores. No será superfluo, para
terminar, insistir aún sobre este punto.
La mayoría de los individuos descriptos como perseguidores familiares no
están afectados, según nuestra opinión, de delirio de reivindicación sino más bien
de delirio de interpretación. El epíteto de ―perseguidores‖ exclusivamente
sintomático, sólo tiene en cuenta las reacciones. Hecha la abstracción de esta apariencia
–sin valor nosográfico– el delirio de interpretación aparece en estos sujetos, con sus
interpretaciones múltiples, su sistematización, su extensión progresiva, ningún
punto de partida exacto, ningún estimulante real, sino una serie de inferencias y
deducciones basadas en hechos disfrazados.
He aquí por ejemplo, una enferma que, gracias a varias frases escuchadas,
a miradas significativas, a miles de detalles reveladores, se cree hija de un
obispo y privada de una gran herencia por sus padres adoptivos: se irrita con
ellos y termina por pegarle un tiro a su padre. Es una perseguidora familiar,
pero es ante todo una delirante, y si sus recriminaciones no fueran
injustificadas, su agresión sería tal vez explicable. La reacción es aquí, en cierta
medida, proporcionada a lo excitante y se ve inmediatamente cómo difiere de
la del delirio de reivindicación, donde un daño mínimo pero real, tiene un eco
exagerado en la actividad porque a esto se agrega una exaltación espontánea,
independiente de este móvil.
Eugen Bleuler
Demencia precoz, o el grupo de las esquizofrenias

Prefacio del autor


Nuestro conocimiento del grupo de enfermedades que estableció
Kraepelin bajo el nombre de Dementia Praecox es demasiado reciente para
autorizar una descripción completa. En su conjunto, es todavía demasiado
fluido, incompleto y provisorio. Dado que sería bastante tedioso mencionar
todas las reservas que implica este hecho, espero estar justificado al suponer
que el lector lo tendrá presente.
Una dificultad adicional se suscita respecto a los capítulos sobre
psicopatología, y ella es el estado embrionario de la psicología contemporánea.
Ni siquiera poseemos la terminología necesaria para los nuevos conceptos
psicológicos. Todos los términos que empleamos pueden tener diversos
significados. Quien no se tome el trabajo de seguir con atención el
pensamiento del autor, llegará pronto a entender un término determinado en
un sentido distinto del que el autor le dio, y obtendrá así una imagen errónea
del tema. Si a pesar de estas dificultades intento aclarar algunas relaciones y
conceptos psicológicos, no lo hago meramente porque cada hecho nuevo sea
de valor en sí mismo, sino principalmente porque parece que, en la presente
situación de nuestro conocimiento, puede conseguirse de este modo una
nueva comprensión de la naturaleza de las psicosis.
Por consiguiente, los diversos aspectos de esta enfermedad recibirán
una consideración bastante desigual. Los principios que todo psiquiatra
entiende claramente serán simplemente enunciados, mientras que los puntos
menos familiares tendrán su introducción, discusión y ejemplificación. Por
tanto, en esta obra tuve que sacrificar los fines estéticos a los prácticos.
Asimismo, difícilmente podrán evitarse las repeticiones, puesto que, dada la
complejidad de la psique humana, procesos semejantes se presentan en los
contextos más diversos.
La idea de la dementia praecox deriva en su totalidad de Kraepelin. A él le
debemos también, casi exclusivamente, el agrupamiento y descripción de los
distintos síntomas. Sería demasiado fatigoso reconocer nuestra deuda hacia él
en cada uno de los casos, de modo que espero que esta observación suplirá
todas las omisiones subsiguientes. Un aspecto importante del intento de
perfeccionar y ampliar los conceptos de la psicopatología es precisamente la
aplicación de las ideas de Freud a la dementia praecox. Estoy seguro de que todo
lector se da cuenta de cuán grande es nuestra deuda respecto a este autor, sin
necesidad de que yo mencione su nombre en todos los puntos apropiados de
la exposición. Deseo agradecer también a mis compañeros de trabajo de
Burgholzli, de quienes mencionaré solamente a Riklin, Abraham, y en especial
a Jung. Sería imposible establecer con precisión quién proporcionó tal o cual
idea u observación.
Me pareció de escaso valor pasar revista a toda la literatura, dado que
ello sería casi imposible, pues tendría que incluirse prácticamente a toda la
literatura psiquiátrica; en alguna medida, casi todas las obras sistemáticas sobre
psiquiatría han tocado lo que hemos llegado a considerar como el problema de
la dementia praecox. Sólo las publicaciones más recientes tienen algún valor;
muchas de ellas son interesantes solamente en cuanto revelan cuán
erróneamente puede ser interpretado un concepto excelente.
En mi opinión, sería una desconsideración hacia el lector citar las
prioridades para cada uno de los puntos de menor importancia; he procedido
de acuerdo con ella.
Esta obra se completó en el verano de 1908, pero publicaciones
posteriores ofrecieron oportunidades para efectuar correcciones y agregados.
Los números entre paréntesis se refieren a la bibliografía que
proporcionamos en el apéndice.

Introducción general
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La observación de que una enfermedad aguda puede tener por
resultado un daño permanente del órgano afectado ha tenido en la psiquiatría
una importancia mucho mayor que en cualquier otro campo de la medicina.
Nuestras instituciones de salud mental lían estado siempre llenas con las
víctimas de las denominadas enfermedades "secundarias". De modo que se ha
convertido en una cuestión vital la de saber cuáles de las formas agudas de la
enfermedad culminan en estados incurables y cuáles no. Hasta el presente,
todas las formas agudas descritas de las "psicosis simples" podían terminar en
la recuperación o bien conducir a formas "secundarias". Kraepelin consiguió,
finalmente, aislar un cierto número de síntomas presentes en afecciones con
prognosis muy pobres, y ausentes en otros grupos de enfermedades. Las
psicosis caracterizadas por la presencia de esos síntomas fueron reunidas bajo
el término Dementia Praecox. Sin embargo, siempre hubo algunos casos que
aunque exhibían estos síntomas parecían llegar a la recuperación. No obstante,
se ha adquirido el conocimiento de que cierto grupo de síntomas indica una
tendencia al deterioro (demencia). Por otro lado, otras afecciones agudas
donde faltaban estos síntomas no parecían culminar nunca en daños
secundados. Éstas fueron reunidas bajo el término de psicosis maníaco-
depresivas. Desde un punto de vista práctico y teórico, esta clasificación
ofreció una gran ventaja, dado que proporcionó una base para hacer
predicciones, en un gran número de casos, respecto a los ataques agudos y al
estado terminal.
Por la presencia del complejo de síntomas así seleccionado y definido,
se caracteriza como una unidad al amplio grupo de la dementia praecox. Muchos
se oponen todavía a la concepción de Kraepelin; algunos son desconcertados
por las múltiples manifestaciones clínicas externas que presenta esta
enfermedad, otros no pueden contentarse con el concepto de una afección
que parecía estar definida originariamente por el curso que le es peculiar, pero
que incluye casos con desenlaces tanto buenos como malos. Sin embargo, un
examen más atento demuestra que, en realidad, todos, estos casos tienen
mucho en común, que ellos son claramente distinguibles de otros tipos de
enfermedad mental. Esto constituye ciertamente un gran progreso en relación
a los anteriores intentos de definir este grupo patológico. Aunque no siempre
esta afección tiene por resultado un completo deterioro, cada uno de los casos
revela empero, ante una indagación más acuciosa, algunos importantes
síntomas residuales que son comunes a todos. De modo que, además de una
idéntica sintomatología, encontramos también los mismos resultados finales,
no cuantitativa sino cualitativamente, es decir, en términos de la dirección en
que se desarrolla la enfermedad. Otras psicosis no muestran ni la misma
sintomatología ni el mismo desenlace. A la inversa, todas las psicosis a las que
se consideró hasta ahora como secundarias exhiben el mismo complejo
general de síntomas. Por lo tanto, en el presente estado de nuestro
conocimiento, la delimitación de esté grupo patológico, no sólo es permisible,
sino que se impone como obligatoria.
Además, se ha establecido que todas aquellas formas de deterioración
que comienzan lenta e insidiosamente; sin ninguna fase aguda ostensible,
tienen los mismos síntomas, y no pueden ser distinguidas en ningún momento
de los llamados tipos "secundarios". De modo que debemos incluir en esta
enfermedad a todos aquellos tipos conocidos por una amplia variedad de
nombres, tales como' deterioración primaria", "paranoia deteriorante", etc.
Hasta ahora, han fracasado completamente todos los intentos de
clasificar a estos casos en subdivisiones o grupos según sus cuadros clínicos
externos.
Bajo el término demencia precoz o esquizofrenia incluimos entonces a
un grupo de enfermedades que pueden distinguirse claramente de todos los
otros tipos patológicos en el sistema de Kraepelin. Aquéllas tienen muchos
síntomas comunes y prognosis semejantes. Sin embargo, sus cuadros clínicos
pueden ser extraordinariamente diversos. Quizás este concepto tenga
meramente un valor temporario, en la medida en que más adelante tenga que
ser reducido (en el mismo sentido en que los descubrimientos de la
bacteriología hicieron necesaria la subdivisión de las neumonías en términos
de los diversos agentes etiológicos). No obstante, creemos que se ha obtenido
un progreso aún mayor que el efectuado con el descubrimiento de la apología
de la paresia general. También este último síndrome fue oscurecido durante
mucho tiempo por muchos otros conjuntos de síntomas. Pensamos que el
problema de la demencia precoz afecta mucho más profundamente a todo el
cuerpo de la sistemática de todas las psicosis, que en su época el problema de
la paresia general. Aquellos hechos, que todavía siguen siendo oscuros, no
involucran ya a la parte principal de los casos de demencia' precoz, sino a los
excepcionales y difíciles, como la psicosis febril, que hasta ahora ha resistido al
estudio más atento. Por primera vez, tenemos definiciones que nos permiten
conseguir alguna comprensión común. Además, sabemos en qué sectores
nuestro conocimiento y medios de investigación actuales no nos permiten
trazar líneas claras.
El desarrollo del concepto de la demencia precoz constituye una parte
considerable de toda la evolución de la psiquiatría teórica. Ésta puede
difícilmente ser descrita sin aquél. Por lo tanto, no es posible intentar una
exposición completa de la génesis del concepto de la demencia precoz. La
cuna de la idea fue la quinta edición de la Psiquiatría de Kraepelin (1896).
Por supuesto, se sabía que hace largo tiempo que algunas psicosis
agudas experimentan mejorías, mientras que otras tienden a convertirse en
crónicas. También se había observado y conocido durante mucho tiempo que
los más simples casos de deterioración pueden llegar a tal estado sin exhibir
síntomas agudos. Ya Esquirol había separado la idiotez "adquirida o
accidental" de la hereditaria o congénita. Él notó el comportamiento
estereotipado de algunos de sus pacientes. Además, desde hace tiempo se sabe
que tales procesos de deterioración afectan principalmente a personas jóvenes.
Fue por esta razón que Morel acuñó el nombre de "démence précoce"
(demencia precoz). Sin embargo, no pudo descubrirse ningún denominador
único en el caso de los abigarrados cuadros clínicos de los procesos
deteriorantes. Un gran obstáculo para este fin fue la ingenua creencia (muy
extendida hacia la mitad del último siglo) de que las psicosis, o más bien la
psicosis, debe tener un curso muy definido, que según se suponía
ordinariamente, comienza con un estado melancólico.
Esta noción vició también a las teorías de Kahlbaum, que en otros
aspectos significaron un progreso esencial. Naturalmente, varias mentes
sagaces, aun antes que él, sabían ya que los viejos nombres tales como
melancolía, insania, manía, delirios, designaban meramente a cuadros de
síntomas. Sin embargo, no se podía aislar a verdaderos procesos patológicos;
por consiguiente, se trataba a las entidades sintomatológicas como si ellas
correspondieran a enfermedades reales. Kahlbaum fue el primero que realizó
un esfuerzo conciente por clasificar procesos patológicos a partir de este
conjunto de síntomas.
En 1863, en su Agrupamiento de las enfermedades psíquicas, llamó la atención
sobres el complejo de síntomas catatónico, pero recién en el año siguiente
describió la enfermedad con mayor precisión, bajo este nombre, y por fin la
estableció definitivamente en su monografía de 1874. Según él, la catatonia
atraviesa los estados de melancolía, manía, estupor, confusión y, finalmente,
demencia (análoga a lo que él denominó vesania típica). Cualquiera de estas
diversas etapas puede faltar, y la curación puede conseguirse en cualquiera de
ellas menos la última. El autor caracterizó a la enfermedad (correspondiente a
la paresia general) mediante un grupo de síntomas corporales que ahora
consideramos como manifestaciones catatónicas.
Desde ese período, la catatonia, en cuanto proceso patológico, nunca
desapareció de la literatura, aunque a menudo se la atacó vigorosamente. Sólo
unos pocos autores aceptaron el concepto de catatonia como un "proceso
patológico"; la mayoría de los psiquiatras alemanes lo rechazaron,
principalmente debido a la muy obvia razón de que el curso típico, tal como
fuera postulado por Kahlbaum, era la excepción y no la regla, y además
porque el concepto no parecía estar suficientemente delimitado en ninguna
dirección.
En 1871, Hecker, siguiendo una sugestión de Kahlbaum, describióa la
hebefrenia, que éste incluyó entonces en su grupo catatónico, y luego amplió a
todo el grupo para incluir al heboide, que no es más que una forma moderada
de la hebefrenia que se manifiesta principalmente en cambios de carácter. En
una fecha temprana, Schule pudo describir a la catatonia como "una
hebefrenia en conjunción con neurosis de tensión".
En contraste con Kahlbaum, muchos autores pusieron a las psicosis
deteriorantes (demenciales) en una relación más estrecha con las
degeneraciones, tanto familiares como individuales. Con anterioridad, Morel
había planteado el problema de la importancia causal de la herencia. Se creyó
entonces que un cerebro defectuoso estaba especialmente predispuesto a esta
enfermedad (catatonia).
Algo después que la catatonia y la hebefrenia, la deterioración simple
(que a menudo había sido diagnosticada en la práctica, pero rara vez descrita)
fue estudiada más cuidadosamente por Pick (573), en 1891, y especialmente
por Sommer (725). Fue este último quien, tres arios después, ofreció una
excelente descripción, no sólo del síndrome clínico catatónico, sino también
de las diversas demencias primarias, en las que incluyó a la hebefrenia. De tal
modo amplió el concepto adecuadamente, puesto que incluyó a los síndromes
paranoides deteriorantes en el concepto de "demencia primaria". Sin embargo,
en su clasificación final todavía separa a la catatonia de estos tipos de
deterioración.
Las ideas y la clasificación de Kahlbaum encontraron escaso apoyo
fuera de Alemania. Aun Ségas y Chaslin, quienes habían sido los primeros en
interesarse profundamente por el problema de la catatonia, llegaron a la
conclusión de que era un complejo de síntomas, y no una enfermedad
propiamente dicha. En Inglaterra sólo más tarde se concedió atención al tema.
En 1896, Kraepelin incluyó a las "psicosis deteriorantes" en un grupo
de enfermedades que, según creyó, eran esencialmente trastornos metabólicos.
Al principio, aplicó el término demencia precoz (que adoptó nuevamente)
solamente a las hebefrenias, y a los que otros autores habían denominado los
síndromes "demenciales" (deteriorantes) primarios. Llamó catatonia primaria a
todas las formas con síntomas catatónicos predominantes, mientras que bajo
el nombre de "dementia paranoides" describió a una forma no muy frecuente,
con una rápida erupción de alucinaciones e ideas delirantes confusas,
comportamiento exterior relativamente intacto, y una temprana detención de
todo el proceso. Tres años más tarde incluyó a todo el grupo deteriorarte bajo
el término de demencia precoz. La catatonia retuvo su significado usual;
aquello a lo que se denominó anteriormente demencia precoz fue ahora
incluido, principalmente, en la hebefrenia que —y éste fue el paso más
importante— incluyó, en cuanto forma paranoide de la demencia precoz, a la
anteriormente denominada paranoia alucinante o fantástica.
Desde ese momento, el alcance del concepto de demencia precozha
seguido siendo esencialmente el mismo. Se registró un solo desarrollo ulterior.
Kraepelin se retiró un tanto de su anterior posición, en la que había acentuado
muy fuertemente que el curso de la enfermedad siempre termina en
deterioración. Ahora consideró que también pertenecen al grupo de la
demencia precoz los muchos casos que, por lo menos para todos los fines
prácticos, pueden ser curados permanentemente o detenidos durante periodos
muy largos1.
Durante un largo tiempo, la discusión psiquiátrica giró en torno a
síntomas más bien que alrededor del concepto de Kraepelin; en la actualidad,
empero, parece existir una tendencia a descuidar estos síntomas catatónicos en
favor del estudio y discusión de los trastornos de la asociación y de la
afectividad.
Paralelamente a la elaboración del concepto de demencia precoz,
fueron definidas otras entidades patológicas, en particular la psicosis maníaco-
depresiva. De este modo, se otorgó a la demencia precoz un relieve nítido; y
1Desde que esto fue escrito por primera vez, Kraepelin ha estrechado nuevamente su concepto de este grupo
patológico, en favor de la psicosis maníaco-depresiva.
sus límites ya no fueron trazados unilateralmente desde adentro, sino también
sólidamente desde el exterior.

EL NOMBRE DE LA ENFERMEDAD
Desgraciadamente, no podemos eludir el incómodo deber de acuñar un
nuevo nombre para esta enfermedad. Pues el actual es demasiado
inapropiado. Sólo designa a la enfermedad, y no al enfermo; además, es
imposible derivar de él un adjetivo que denote las características de la
afección, aunque un colega exasperado ha utilizado "síntoma precoz". Sin un
término nuevo, una obra concienzuda sobre diagnóstico diferencial seria
difícil de escribir, y aún más difícil de leer.
Pero hay una razón mucho más importante y práctica por la que me
parece inevitable proponer una nueva designación al lado de la antigua. Esta
última es producto de una época en la cual, no sólo el concepto de demencia,
sino también el de precocidad, eran aplicados a todos los casos que se tenían a
mano. Pero se adecua difícilmente a nuestras ideas contemporáneas sobre el
alcance de esta entidad patológica. Actualmente incluimos a pacientes a los
que no llamaríamos ―dementes‖ ni tampoco víctimas de una deterioración
temprana, exclusivamente.
Teniendo en cuenta el hecho de que Kraepelin describió de un modo
clásico exactamente lo que quería decir con el término, podríamos considerar
irrelevante al significado original de dementia praecox. Después de todo,
hablamos actualmente de "melancolía" sin que nos perturben las antiguas
ideas sobre la "bilis negra". No hay que atribuir a la ciencia de la psiquiatría el
que no sea éste el caso. Por su mismo nombre, la "psicosis periódica" de
Kraepelin ha cerrado muchas puertas que estaban abiertas al término "locura
maníaco-depresiva", pues hubo psiquiatras que bajo ninguna circunstancia
podían ser "inducidos a designar como "periódica" a una enfermedad que en
ciertas condiciones sólo se manifiesta con unos pocos ataques, o quizás
inclusive con sólo un ataque aislado, en el curso de toda una vida.
En cuanto a la designación "demencia precoz", las cosas están todavía
peor. Difícilmente haya un solo psiquiatra que no haya escuchado el
argumento de que todo el concepto de demencia precoz debe ser falso, puesto
que hay muchos catatónicos y oros tipos que, desde el punto de vista de los
síntomas, deberían ser incluidos en la demencia precoz de Kraepelin, y que no
llegan a una deterioración completa. Asimismo, parecería que se pone fin a
toda la cuestión con la demostración de que en un caso particular el deterioro
no aparece precozmente, sino más tarde. También se identifica a menudo al
concepto de la demencia precoz con el de una determinada forma de psicosis
de las personas jóvenes; y dado que puede demostrarse muy fácilmente que
hay muchas otras enfermedades características de la pubertad, se considera
incorrecta la inclusión de todas ellas en un solo concepto. Esta situación se
encuentra en su peor forma en Inglaterra, donde (en la medida en que estoy
familiarizado con las discusiones del problema allí) la gran mayoría de los
psiquiatras parece haberse aferrado al sentido literal del término, demencia
precoz, y haber ignorado, o no comprendido, el concepto básico de esta
entidad patológica.
De modo que no nos queda ninguna alternativa excepto la de dar un
nuevo nombre a la enfermedad, menos apto para ser malentendido. Tengo
plena conciencia de las desventajas del nombre propuesto, pero no conozco
ninguno mejor. Es realmente casi imposible encontrar un nombre perfecto
para un concepto que todavía se está desarrollando y alterando. Llamo a la
demencia precoz "esquizofrenia" porque (como espero demostrarlo) el
"desdoblamiento" de las distintas funciones psíquicas es una de sus
características más importantes. Por razones de conveniencia, utilizo la palabra
en el singular, aunque es evidente que el grupo incluye a varias enfermedades.
Ideas semejantes pueden haber conducido a las sugestiones que hicieran
Zweig y Gross (278). Zweig llamó a la enfermedad dementia dessecans; Gross la
denominó dementia sejunctiva. Pero como ya hemos dicho, el término
"demencia" es totalmente inapropiado1. En cuanto al término dementia
sejunctiva, debe observarse que el concepto de sejunción, tal como lo utilizó
Wernicke, no está, definido con la suficiente precisión como para caracterizar
adecuadamente a la enfermedad. Además, otros autores2 definen a la
sejunción en términos todavía más vagos, de modo que su adopción sólo
tendría por resultado discusiones estériles.
Paris ha propuesto el término psychose catatonique dégénérative. No
podemos aceptar tal designación, pues, a este respecto, rechazamos la idea de
degeneración, y no consideramos esenciales a los síntomas catatónicos.
Términos tales como "demencia paratónica progresiva", "paratonia
progresiva" (Bernstein), o amblythymia, amblynoia simplex et catatonica [Evensen
(211)], son completamente unilaterales. La designación de "locura
adolescente" (Conaghey) es inadecuada desde todo punto de vista. Wolff ha
propuesto recientemente "disfrenia". Pero este término ya ha sido empleado
en otro sentido; tiene además un significado tan amplio, que la tentación de
interpretarlo mal es demasiado grande.

LA DEFINICIÓN DE LA ENFERMEDAD

1
Por las mismas razones no podemos aceptar términos como dementia primitiva (psiquiatrías italianos,
Sommer), dementia simplex (Rieger), dementia apperceptiva (Waygandt). Tampoco encuentro aceptable el de
paradementia de Brugias.
2 Gross y Weber (789, p. 822).
Con el término "demencia precoz" o ―esquizofrenia‖ designamos a un
grupo de psicosis cuyo curso es a veces crónico, y a veces está marcado por
ataques intermitentes, y que puede detenerse o retroceder en cualquier etapa,
pero que no permite una completa restitutio ad integrum. La enfermedad se
caracteriza por un tipo específico de alteración del pensamiento, los
sentimientos, y la relación con el mundo exterior, que en ninguna otra parte
aparece bajo esta forma particular.
En todos los casos nos vemos frente a un desdoblamiento más o
menos nítido de las funciones psíquicas. Si la enfermedad es pronunciada, la
personalidad pierde su unidad; en diferentes momentos, diferentes complejos
psíquicos parecen representarla. La integración de los diferentes complejos e
impulsos es insuficiente, o inclusive falta por completo. Los complejos
psíquicos no se combinan en un conglomerado de esfuerzos con un resultado
unificado, como sucede en la persona sana; antes bien, un conjunto de
complejos domina a la personalidad durante un tiempo, mientras que otros
grupos de ideas e impulsos son ―segregados‖ y parecen parcial o totalmente
impotentes. A menudo, las ideas son elaboradas sólo parcialmente, y se pone
en relación de una manera ilógica a fragmentos de ideas para constituir una
nueva idea. Los conceptos dejan de ser completos, parecen prescindir de uno
o más de sus componentes esenciales; en realidad, en algunos casos sólo están
representados por unas pocas nociones truncadas.
De ese modo, el proceso de asociación opera a menudo con meros
fragmentos de ideas y conceptos. Esto tiene por resultado asociaciones que
individuos normales considerarán incorrectas, extrañas, y totalmente
imprevisibles. Con frecuencia el proceso del pensar se detiene en medio de un
pensamiento; o en el intento de pasar a otra idea, cesa súbitamente por
completo, al menos en cuanto es conciente (obstrucción). En lugar de
continuar el pensamiento, afloran nuevas ideas que ni el paciente ni el
observador pueden relacionar de ningún modo con la anterior corriente de
pensamiento.
No se pueden demostrar trastornos primarios de la percepción, la
orientación, o la memoria. En los casos más graves, parecen faltar
completamente las expresiones emocionales y afectivas. En los casos más
leves, podemos notar solamente que el grado de intensidad de las reacciones
emocionales no guarda proporción con los diversos acontecimientos que han
provocado esas reacciones. De hecho, la intensidad de las reacciones afectivas
puede variar desde una completa carencia de expresión emocional hasta
respuestas afectivas extraordinariamente exageradas en relación con diferentes
complejos de pensamientos. La afectividad también puede manifestarse como
cualitativamente anormal; esto es, como inadecuada respecto a los procesos
intelectuales involucrados.
Además de los frecuentemente expuestos signos de "deterioración", en
la mayoría de los casos hospitalizados están presentes muchos otros síntomas.
Descubrimos alucinaciones, ideas delirantes, confusión, estupor, manía y
fluctuaciones afectivas melancólicas, y síntomas catatónicos. Muchos de estos
síntomas y conjuntos de síntomas accesorios, exhiben un carácter
esquizofrénico específico, de modo que su presencia puede ser de utilidad
para diagnosticar la enfermedad. Fuera del hospital, hay esquizofrénicos en
quienes los síntomas accesorios son menos evidentes, o faltan por completo.
En la actualidad, dividimos a la demencia precoz, provisoriamente, en
cuatro subgrupos:
1. Paranoide. Las alucinaciones o ideas delirantes ocupan continuamente el
primer plano del cuadro clínico.
2. Catatonia. Los síntomas catatónicos dominan continuamente, o durante
periodos de tiempo muy largos.
3. Hebefrenia. Aparecen síntomas accesorios, pero no dominan el cuadro
clínico continuamente.
4. Esquizofrenia simple. A través de todo su curso solo pueden descubrirse
los síntomas básicos específicos.

CAPÍULO I
LOS SÍNTOMAS FUNDAMENTALES
Los síntomas fundamentales consisten en trastornos dic la asociación y la
efectividad, la predilección por la fantasía en oposición a la realidad, y la
inclinación a divorciarse de la realidad (autismo).
Además, podemos añadir la ausencia de esos síntomas que juegan un
papel tan grande en otras afecciones, tales como los trastornos primarios; de la
percepción, la orientación, la memoria, etc.

A. LAS FUNCIONES SIMPLES

1. Las funciones simples alteradas


a) Asociación
En esta enfermedad, las asociaciones pierden su continuidad. De los
miles de hilos asociativos que guían nuestro pensamiento, esta afección parece
interrumpir, muy fortuitamente, a veces alguno aislado, a veces todo un grupo,
y algunas veces inclusive largos segmentos de ellos, de tal modo, el
pensamiento se hace ilógico y a menudo extravagante. Además, las
asociaciones tienden a efectuarse siguiendo nuevas líneas, de las cuales
conocernos hasta ahora éstas: dos ideas, que se encuentran casualmente, se
combinan en un pensamiento, cuya forma lógica es determinada por
circunstancias incidentales. Tienen importancia desusada las asociaciones por
el sonido, así como las asociaciones indirectas. Dos o más ideas son
condensadas en una sola. La tendencia al estereotipo produce la inclinación a
aferrarse a una idea a la que el paciente retorna una y otra vez. Generalmente,
hay una marcada escasez de ideas, hasta llegar al monoideismo. Con
frecuencia, alguna idea domina la cadena de pensamientos bajo la forma de
obstrucción, "poniendo nombres" (naming) o ecopraxia. En los diversos tipos
de esquizofrenia, la propensión a distraerse no se presenta de una manera
uniforme. Un alto grado de trastornos asociativos tienen por resultado,
generalmente, estados de confusión.
En cuanto al elemento tiempo en las tenemos conocimiento de dos
perturbaciones peculiares de la esquizofrenia, la prisa en el pensar, esto es, un
flujo de ideas incrementado patológicamente, y la especialmente característica
obstrucción (blocking = obstrucción, inhibición).
En este punto, podemos resumir la exposición como sigue:
En el proceso normal del pensar, las numerosas imágenes presentes y latentes se combinan
para determinar cada asociación. En la esquizofrenia, en cambio, pueden volverse ineficaces
imágenes aisladas o combinaciones enteras de una manera aparentemente fortuita. En lugar
de ellas, el pensamiento opera con ideas y conceptos que no tienen relación, o tienen una
relación insuficiente, con la idea principal y que por lo tanto deberían quedar excluidos del
proceso mental. El resultado es que el pensar se vuelve confuso extravagante incorrecto,
quebrado. Algunas veces, faltan todos los hilos asociativos, y la cadena de pensamientos se
interrumpe totalmente: después de una tal "obstrucción" pueden aparecer ideas que no tienen
ninguna relación reconocible con las precedentes.
Sin embargo, sólo en los estados de estupor encontramos un cese
completo del pensar. Es más común que las nuevas ideas surjan de inmediato o después
de un corto intervalo, aun si los hilos asociativos se han roto.
El surgimiento de una idea sin relación alguna con la anterior cadena de
pensamientos, sin ningún estímulo externo, es tan extraño a la psicología
normal (pese a lo que dice Swoboda) que nos vemos obligados a buscar aun
en las ideas del paciente que en apariencia están traídas por los cabellos, una
senda originada en un concepto anterior o en un estímulo exterior. De esta
manera, en algunos casos si bien no en todos, puede ser posible demostrar los
eslabones e inclusive conseguiremos señalar en un número suficiente de casos,
varias de las principales direcciones a lo largo de las cuales se produce el
descarrilamiento de los pensamientos.
Aún cuando sólo se interrumpe una parte de los hilos asociativos, comienzan a
operar en lugar de las indicaciones lógicas otras influencias, que en circunstancias normales
no son perceptibles.
En cuanto sabemos, ellas son en su mayor parte las mismas que
determinan la aparición de nuevas conexiones después de una ruptura total en
el curso de los pensamientos; relaciones con ideas que han surgido
accidentalmente, condensaciones, por el sonido, asociaciones intermedias, y
persistencia de ideas (estereotipia). Todas estas conexiones mentales no son
extrañas tampoco a la psique normal. Pero en ésta se presentan sólo de modo
excepcional e incidental, mientras que en la esquizofrenia están exageradas
hasta una caricatura, y a menudo dominan realmente el proceso del
pensamiento.
Con mayor frecuencia, podemos observar cómo dos ideas que no tienen
entre sí ninguna relación intrínseca, y que preocupan al paciente simultáneamente, son
simplemente asociadas. La forma lógica de la conexión dependerá de las
circunstancias concomitantes. Si se le hace al paciente una pregunta, responde
con cualquier idea que pueda tener en ese momento. Si busca una razón, las
ideas son relacionadas causalmente. Si tiene una autoconciencia exagerada
patológicamente, o si se siente menospreciado, referirá las nuevas ideas
directamente a si mismo, de acuerdo con la valencia afectiva de esos
complejos.
Además, las asociaciones por el sonido son muy frecuentes. Head - bed
(cabeza - cama); frog - bog (rana - pantano) sad - mad - bad (triste loco - malo)
beaten -betrayed-beloved - bedecked (golpeado - traicionado amado - adornado).
Tales conexiones asociativas son comparables ciertamente a las asociaciones
por el sonido de la fuga de ideas. Sin embargo, asociaciones como head bed
serían muy extrañas en un maníaco; mientras que betrayed - beloved o diamond -
dynamo (diamante - dinamo) serían muy raras. La semejanza sonora no sería
suficiente. Encontramos muchas asociaciones todavía más desusadas, como:
woman -room - boom (mujer - cuarto - estampido); sea sow (mar - marrana); read -
violin (leer - violín); needle - nose (aguja - nariz). En read - violin, la persona sana
difícilmente encontrará un sonido común. El sonido "i" de red es muy distinto
del de "violín", que es más corto. Conexiones como buy a pair of shoes (compra
un par de zapatos), y beat the war drums (toca los tambores de guerra)
difícilmente sean atribuidas, por quien esté familiarizado sólo con las
asociaciones de la persona normal y del maníaco, a la mera entre buy y beat.
Pese a ello, centenares de esas combinaciones asociativas han demostrado sin
dejar lugar a dudas que la identidad o aun la semejanza de un solo sonido,
basta para fijar la dirección de la asociación. De tal modo, la por el sonido
ostenta con frecuencia el sello esquizofrénico de lo extravagante.
Una catatónica escucha algo que se dice acerca de un mercado de
pescado. Comienza a repetir, "Si, yo también soy un tiburón (shark fish). De
modo que emplea una asociación por el sonido totalmente peculiar o
imposible; al menos, para todo ser humano en estado de vigilia, excepto un
esquizofrénico. Se utiliza la asociación fish - market shark-fish para expresar la
idea de que ella es una persona muy mala; ella ignora, empero, que su
identificación es completamente imposible.
Otros ejemplos de asociación por el sonido en los libremente fluyentes
procesos mentales de los pacientes, son: una paciente hebefrénica que es
capaz de trabajar y se desempeña bastante bien, inclusive fuera del hospital,
fue regañada por su médico a raíz del desorden de su habitación. "No quiero
dinero italiano". Cuando se le preguntó qué quería decir, expresó: "Un sou es
un moneda italiana o francesa. Yo no soy Suberli (un empleado del hospital,
que difícilmente podrid ser asociado con la idea de conservar el orden), y
además, Madame Suter ha muerto".
De una importancia casi igual a la de las asociaciones por el sonido, son
las simples continuaciones y complementaciones de frases cotidianas, que el
esquizofrénico puede usar de una manera totalmente inadecuada. Una
paciente que es taba hablando de un paseo con su familia, comenzó
enumerando los miembros de ésta, "Padre, Hijo" agregando "y el Espíritu
Santo". Luego añadió la Santa Virgen", manifestando así que sus se habían
desviado más aún en dirección de la frase bíblica.
Las condensaciones, es decir, las de muchas ideas en una, no son en
principio diferentes de las vinculaciones asociativas accidentales.
Vemos a este proceso en acción en otro ejemplo ya mencionado de "el
Señor es la Nave del Desierto". Allí, dos conceptos completamente diferentes,
correspondientes a dos complejos de ideas distintos, se fundieron en un Un
catatónico asocia a la palabra "vela". "vela a vapor", combinando las dos ideas
de "buque a vapor" y "buque de vela". En la construcción de ideas delirantes y
símbolos, la condensación es un componente primordial, la causa de muchas
palabras-percha (portemanteau words): sadsome por sad (triste) y lonesome (solitario),
o, para usar un ejemplo alemán, trauram por traurig triste) y grausam (cruel).
Con no poca frecuencia, la tendencia a la estereotipia es una causa
ulterior del de la actividad asociativa del paciente.
Los pacientes son aprisionados por un circulo de ideas al cual quedan
fijados, por determinadas palabras, determinadas estructuras de la oración, o
en todo caso, retornan a ellas una y otra vez sin necesidad lógica alguna. En el
curso de experimentos sobre la comprensión, Busch descubrió que en
algunos casos, numerosas aserciones falsas evocaban la repetición de los
estímulos anteriores.
Las estereotipias pueden fijarse durante largos periodos. En unos pocos
casos, observamos que se daba la misma respuesta proporcionada en una
primera ocasión, a un 40% de las palabras estímulo, después de 4 semanas.
Una paciente reacciono ante la palabra ―así‖ con incomprensible afirmación:
―Es un canal‖; se descubrió después que en un día anterior había dado la
misma frase como respuesta a ―mar‖. La misma paciente asoció: count (contar)
– ―quiere decir comer‖, y luego country (país) – ―quiere decir comer mucho‖.
Tenemos nuevamente aquí la misma fijación en la asonancia de las palabras.
En la seudo fuga de ideas del esquizofrénico confuso agudo, el
constante retorno a lo que se ha dicho antes es un hecho común. La tendencia
a la estereotipia, combinada con la carencia del propósito del pensamiento,
conduce, Por una parte, al "klabedenken" (pensamiento adhesivo, pegajoso), a
cierto tipo de persistencia, y por otra parte, a un empobrecimiento general del
pensar. En tal caso los pacientes hablan siempre del mismo tema
(monoideísmo), y son incapaces de interesarse por ninguna otra cosa.
Puede deberse a la carencia de propósito y a la estereotipia de las ideas
el que el paciente sea realmente incapaz de proseguir un pensamiento hasta su
conclusión; una insensata compulsión a asociar puede reemplazar el
pensamiento propiamente dicho. Así, un hebefrénico no podía apartarse de
los conceptos de ―amor‖ y ―tenor‖; y durante un largo tiempo persevero
espontáneamente en la asociación de cadenas como las siguientes: ―amor,
robo, regalo, dama, tener, amor, robo, regalo, retirado, retirado, retirado,
tener…‖-
De esta manera los pacientes se embrollan en largas enumeraciones que
manifiestan claramente el carácter esquizofrénico de sus trastornos
asociativos.

EL CURSO DE LAS ASOCIACIONES


No sabemos casi nada acerca de las relaciones temporales de los
procesos asociativos esquizofrénicos. Es posible que no haya en ellos nada
característico. Naturalmente, en los estados maníacos ocasionales
comprobamos un flujo "acelerado" en el sentido de una fuga de ideas, y en los
estados depresivos, un retardamiento. Debemos suponer, además, que las
asociaciones son aminoradas en ciertos estados de estupor que pueden ser
considerados manifestaciones de una exacerbación de los procesos cerebrales
esquizofrénicos. En todos esos casos no se trata de estados permanentes sino
de episodios o complicaciones.
La simple "premura en el pensar" puede durar años, aunque apenas se
la puede observar en los casos completamente deteriorados. Muchos pacientes
se quejan de que tienen que pensar demasiado, de que las ideas se persiguen
en sus cabezas. Ellos mismos hablan de un "desbordamiento de los
pensamientos" (porque no pueden retener nada en sus mentes), de "urgencia
en el pensar", de "acumulación de pensamientos", porque parecen ocurrírseles
demasiadas cosas a un mismo tiempo. Muchas veces, la información acerca de
este "pensar demasiado" le produce al observador la impresión de que el
paciente está pensando menos, y no más, en contraste con la sensación
subjetiva descrita por el paciente. Sin embargo, es cierto que en muchos
pacientes hay un ímpetu ideacional patológico. Entonces los pacientes tienen
la sensación de verse forzados a pensar. Con mucha frecuencia dirán que
alguien los está obligando a pensar de esa manera. Se quejan de una sensación
dé agotamiento subsiguiente. Cuando los sentimientos de compulsión están
ausentes, el paciente cree estar cumpliendo una gran tarea. Superficialmente,
esta premura del pensar parece contrastar abiertamente con la "obstrucción" o
el detenimiento del pensar. Podemos observar con frecuencia que ambos
fenómenos aparecen juntos. Uno de nuestros pacientes instruidos dibujó una
línea, en uno de cuyos lados había una "presión compulsiva" de muchas ideas,
y en el otro "simplemente nada".
El contenido de esos pensamientos apremiantes es esencialmente el
mismo que en cualquier otro tipo de pensar esquizofrénico. Un teólogo pasó
toda una noche riéndose suavemente para su coleto a raíz de los juegos de
palabras que se le ocurrían constantemente mientras pensaba: "Soy un
ingenioso, un ondino, un Nietzsche‖ ( em Witz-ein Nix-ein Nietzsche) .
Debemos una de las mejores descripciones de este fenómeno a un inteligente
paciente de Forel (229). En la exposición del mismo paciente, podernos
observar también cómo lo impresionó el retorno constante de las mismas
ideas anteriores. "En mi mente se sucedía corno el interminable movimiento
de un reloj, una compulsiva, torturante e ininterrumpida secuencia de ideas.
Naturalmente, no estaban nítidamente definidas ni claramente desarrolladas.
Las ideas se unían en una notable y extravagante serie de asociaciones, aunque
siempre había cierta vinculación inherente entre eslabón y eslabón. En
conjunto había suficiente coherencia o sistema, de modo que siempre podía
distinguir el lado luminoso y el sombrío de las cosas, personas, acciones, o
palabras escuchadas que despertaban mi interés. ¡Qué, ideas, qué imágenes no
habrán dado vueltas en mi cabeza! ¡Qué divertidas asociaciones de ideas
obtenía! Siempre parecía volver una y otra vez a ciertos conceptos, a ciertas
imágenes, que ahora, sin embargo, apenas puedo recordar, por ejemplo, el
Derecho Divino de Francia, Barbera, Rohan. Me parecían constituir escalones
en esa vertiginosa sucesión de pensamientos profería en alta voz, rápidamente,
como una contraseña, la mi infatigable pensamiento acababa de alcanzar.
También artificio para no perder la ilación, y para conservar un sobre el
abrumador, enloquecedor e impetuoso flujo de. Esto era particularmente
necesario en ciertos momentos de mi vida cotidiana, como al entrar en una
habitación, o cuando se abría la puerta, o al ir a comer, cuando encontraba a
alguien en el salón, etc.
El elemento formal más extraordinario de los procesos del
pensamiento esquizofrénicos es la denominada "obstrucción" (blocking =
obstrucción, bloqueo). A menudo, parece que la actividad asociativa hiciera un
alto brusco y completo. Cuando se la reanuda nuevamente, surgen ideas que
tienen escasa o ninguna relación con las que antes se habían presentado.
Conversando con un paciente, no se nota nada anormal en el aspecto
temporal de su secuencia de ideas. Proposición y contraproposición, pregunta
y respuesta, se suceden como en cualquier conversación normal. Pero
repentinamente, en la mitad de una frase, o al pasar a una nueva idea, el
paciente se detiene y no puede continuar. A menudo puede superar el
obstáculo repitiendo el intento. Otras veces, sólo lo consigue desviando sus
pensamientos en una nueva dirección. Frecuentemente, no puede superarse la
obstrucción durante un largo intervalo; en tales casos puede extenderse sobre
toda la psique, y el paciente se queda en silencio sin moverse, y casi sin
pensamientos.
El concepto de la obstrucción se lo debemos a Kraepelin. Es de
importancia fundamental en la sintomatología y diagnóstico de la
esquizofrenia. Lo encontramos asimismo en la esfera motriz, en las acciones,
en los recuerdos, e inclusive en el campo de las percepciones. La obstrucción
es esencialmente diferente de la inhibición, que es un síntoma concomitante
habitual de las depresiones afectivas pronunciadas de todo tipo. El pensar y
actuar inhibidos proceden lentamente y con dificultad, acompañados por un
anormal dispendio de energía psíquica. Esta energía psíquica parece
comportarse como un fluido viscoso en un sistema de tubos, que empero son
siempre manifiestos. Pero en la "obstrucción", el libre flujo del fluido se
detiene bruscamente porque en alguna parte se cerró una llave de paso.
Podemos también comparar el mecanismo psíquico a un reloj. Entonces, la
inhibición corresponde a un grado de fricción en los movimientos muy
aumentado, mientras que la obstrucción corresponde a una súbita detención
de todo el mecanismo del reloj. Con frecuencia se puede demostrar fácilmente
esta diferencia en la esfera motriz. A un paciente que hasta el momento ha
efectuado pocos movimientos, y éstos muy lenta y débilmente, y que apenas
ha dicho una palabra. Espontáneamente se le k ordena que haga girar
rápidamente las manos una en torno de la otra, o que cuente rápido de uno a
diez. El paciente inhibido, a pesar de los mayores esfuerzos, moverá las manos
o contará lentamente; el paciente "obstruido" comenzará repentinamente a
contar tan bien como una persona normal, y a mover sus manos, una vez
superada la obstrucción.
Los mismos pacientes perciben la "obstrucción" de la secuencia de
pensamientos, y suelen describirla bajos diversos nombres. En su mayoría,
pero no siempre, encuentran que es un estado muy desagradable. Una
inteligente catatónica tenía que permanecer sentada y quieta durante horas
"para volver a encontrar sus pensamientos". Otro paciente no podía decir
nada de ello, excepto: "A veces hablar y otras no". Otro paciente siente como
si "desapareciera" (Abraham). Otro se queja de "obstáculos para pensar", o de
"una tensión en su cabeza, como si se la tiraran". Otro describe la obstrucción
"como si alguien le arrojara encima un saco de goma". Una campesina la
expresa como "si empujaran algo contra su cara y pecho, es como si apretaran
mi boca con fuerza, como si alguien dijera ¡cierra la boca!, En este último
ejemplo, hay también una obstrucción de la función motriz de hablar, que un
paciente de Rust describió con las palabras "como si sus poderes de hablar le
fueran retirados". Es muy común que se atribuya la obstrucción a una
influencia extraña. Así, cuando se le pidió a uno de nuestros pacientes que
cantara, repentinamente no pudo continuar. Las "voces" le dijeron, "ves, de
nuevo te olvidaste". Pero estas "voces" eran los mismos agentes que, según el
paciente, provocaban la pérdida de su memoria.
Jung le escuchó a una de sus pacientes el mejor término para designar el
fenómeno; subjetivamente, ella lo experimentaba como una "privación de
pensamiento". El término es tan adecuado que muchos esquizofrénicos se dan
cuenta instantáneamente de lo que quiere decir. Si a la pregunta: ¿Experimenta
Ud. privación de pensamiento?, un paciente contesta inmediatamente "Si", y
luego describe lo que entiende por esta expresión, se puede muy bien hacer el
diagnóstico de esquizofrenia con un grado considerable de certeza. Por lo
menos, hasta ahora no hemos encontrado ninguna excepción a esta
conclusión. Aun los pacientes que han utilizado diferentes palabras
descriptivas del concepto de "obstrucción", saben lo qué se quiere decir con
"privación de pensamiento". Un paciente contestó rápida-mente a la pregunta
de Jung de si sufría de privación de pensamiento: "De modo que lo llama
privación de pensamiento; hasta ahora yo siempre lo había llamado
obstrucción del pensamiento". El paciente de. Kraepelin lo expresó de un
modo semejante como "apartamiento de los pensamientos".
La obstrucción tiene aparentemente algo de caprichoso, objetivamente,
para el observador, y subjetivamente, para el paciente. A veces el paciente
puede hablar con facilidad y presteza, moverse muy libremente, y luego
nuevamente el pensamiento o los movimientos se detienen, se congelan o
coagulan. Sin embargo, una indagación más cuidadosa muestra que el
fundamento de la obstrucción reside generalmente en la importancia que tiene
para el paciente la secuencia de pensamiento bloqueado. A la inversa, en un
paciente acerca del cual no sabemos mucho, por la aparición de la obstrucción
podemos concluir que hemos tocado uno de sus complejos importantes.
Le preguntamos a una joven acerca de su vida anterior. Proporciona un
buen relato cronológico de su pasado. De repente, no puede continuar.
Interrogamos sobre lo que ha sucedido, pero no podernos obtener nada más.
Sólo mucho después, utilizando toda clase de medios indirectos, se consigue
que revele que en esa época particular de su vida conoció a su novio. Un
maestro, que malgastó todos sus esfuerzos tratando de mejorar su posición y
sus ingresos, contesta a la pregunta acerca de si obtuvo su promoción: "¿Qué
es promoción?" No puede comprender esa frase porque todo el "complejo de
promoción" ha sido obstruido. Muchos pacientes piden insistentemente ver al
médico porque tienen cosas importantes que tratar, pero cuando éste viene no
saben qué decir.
Un paciente muy inteligente y de buena educación canta una canción de
amor, pero pretende después que ella era meramente la descripción de un
hermoso paisaje rural. No la puede reproducir más, aunque se le canten partes
de ella. Sostiene muy firmemente y con convicción que nunca cantó esa
canción. En nuestros pacientes, los complejos afectivamente cargados están
generalmente relacionados con ideas delirantes y alucinaciones. Por lo tanto,
obtenemos muy poca información acerca de esos procesos del mismo
esquizofrénico, aun cuando por lo común dominan todos los pensamientos y
sentimientos del paciente. Un paciente sabe "que ciertas personas están
poseídas" porque ella no puede hablarles. Los "posesos" eran quienes
figuraban en sus ideas delirantes. La obstrucción no es absoluta e invencible
en todos los casos. Por medio de interrogatorios persistentes, utilizar ido
diversos estímulos y especialmente mediante la distracción, se la puede
superar a menudo. Sin embargo, tales maniobras les provocan a los pacientes
sensaciones desagradables. Una paciente se asustó mucho después de haber
conseguido contestar como si hubiera hecho algo impropio.
También la voluntad, o por lo menos el deseo, de los pacientes tiene su
parte en la aparición de la obstrucción. Un hebefrénico llama al complejo de
síntomas de la ―obstrucción‖ (ligado a ideas delirantes y otras condiciones
patologías) el ―estampados de sellos‖. A menudo lo suscita cuando alguien
quiere darle una tarea no deseada. Entonces queda ―bloqueado‖ para todo, y
no se puede hacer nada más con él. Es evidente que existen todos los matices
y grados de transición entre la conducta y la mala voluntad conciente y la
simulación. Del mismo modo, los límites que distinguen a la "obstrucción" del
negativismo no son ni teórica ni sintomatológicamente claros. Ambos
fenómenos se convierten casi imperceptiblemente en el otro; y el negativismo
pasivo puede quizás explicarse como una combinación de obstrucciones.
Casi enteramente iguales al negativismo eran los efectos de la
obstrucción en una paciente que daba respuestas lentas, vacilantes,
susurradas. A veces le faltaba completamente la voz, en especial si se la
interrogaba insistentemente Era imposible superar la obstrucción si no se
intentaba interrogarla directamente. En algunos casos es sencillamente
imposible distinguir a la obstrucción del negativismo, particularmente cuando
el paciente elude la resistencia empleando "respuestas aproximadas". Durante
su examen, una paciente no reveló ni obstrucción, ni negativismo, ni
"respuestas aproximadas", excepto cuando se le preguntó cuándo había
venido al hospital por primera vez. A esta pregunta, reiterada varias veces, dio
respuestas tales como: "en una ambulancia", "la enfermera N. me trajo aquí",
"estoy aquí desde hace tres días y largas noches". (En realidad, la paciente
había sido admitida en el hospital el día anterior.)
Una obstrucción parcial como la que hemos descrito puede manifestarse
también en otras formas. No es de ningún modo raro que el habla esté
obstruida mientras- se continúa expresando los procesos de pensamiento
mediante una breve serie de gestos que sirven para completar una frase ya
comenzada. En mi experiencia, la secuencia de pensamientos cesa por lo
general luego de completarse la mímica de la misma frase. Hay un tipo de
obstrucción parcial al cual uno de los pacientes de jung llamó "fijación"
(Bannung). Los pensamientos parecen haberse detenido por completo, o
haber quedado fijados a alguna impresión sensorial, y sólo ésta permanece en
la con-ciencia, con exclusión de toda otra cosa. Probablemente abarque
parcialmente este mismo síntoma lo que Sommers designó como "fijación
visual".
Hasta donde llega nuestro conocimiento actual, las asociaciones
experimentales a menudo no parecen estar perturbadas en los estados
crónicos de los casos más leves. Sin embargo, por lo general observamos
peculiaridades que, sin duda, no bastan por sí mismas para establecer un
diagnóstico con algún grado de certidumbre. No obstante, sugieren la
probable presencia del mal.
1. Gran irregularidad en el tiempo de asociación, que no puede ser
explicada completamente por la predominancia de complejos con tonalidad
emocional. Las variaciones de tiempo son mucho mayores que en los
complejos de la persona sana. Con frecuencia se producen cambios notables; a
veces las asociaciones van muy lentamente, luego, bruscamente, uno ve que el
paciente puede pensar con gran rapidez (en el mismo experimento, por
supuesto) . Naturalmente, uno se siente inclinado a atribuir tal irregularidad a
vacilaciones en la buena disposición o, por lo menos, en la atención del
paciente. En los casos agudos, las reacciones muestran la tendencia a hacerse
progresivamente más lentas durante cada experimento individual.
2. También es notable el retorno a palabras estimulo o res-puestas
anteriores. No es necesario que este efecto retardado de un pensamiento
anterior sea continuo. Un paciente puede abandonar una secuencia de
pensamientos sólo para volver nuevamente a ella en asociaciones posteriores,
como hizo el paciente, ya mencionado, que vinculo "Berna", "legislatura", etc.,
después de que tres ideas enteramente diferentes lo habían desviado de la
original. Descubrimos frecuente-mente que las ideas persistentes parecen estar
ligadas entre sí.
3. El efecto retardado de pensamientos anteriores también se
manifiesta en la tendencia a estereotipar las respuestas, tanto en la forma
como en el contenido. Algunos casos particularmente graves responden
absurdamente, al final del experimento, con unas pocas res-puestas que
durante el mismo fueron utilizadas muy correctamente: "para pensar", "para
escribir", "para correr", etc. (Naturalmente, la pobreza de ideas facilita tal
comportamiento.)
4. A veces los pacientes se aferran a la palabra estímulo y la repiten sin
añadirle ningún otro pensamiento. Esta especie de ecolalia aparece más a
menudo en los estados agudos (estados de obnubilación) que en los crónicos.
5. Aun, cuando no se produzca con mucha frecuencia la repetición de
una misma palabra, comprobamos una notable pobreza de ideas en muchos
pacientes. Es verdad que no se aferran a la misma palabra, pero quedan fijados
en otras semejantes, o en ideas estrecha-mente relacionadas.
6. Los esquizofrénicos exhiben tipos de reacción mucho más
individuales que otros casos (Kent y Rosanoff). Si después de un largo
intervalo se les presenta las mismas palabras estímulo, se encuentra una
variedad mucho mayor que en la persona sana (Pfenninger) .
7. Más dignas de nota, sin embargo, son las asociaciones extrañas, de las
cuales dimos ejemplos anteriormente; así como esas asociaciones que son real
o aparentemente inconexas, y en las cuales la palabra estímulo sirve solamente
como una señal para pronunciar una palabra cualquiera (para nombrar uno de
los muebles que aciertan a estar dentro del campo visual, etc.).
8. Con frecuencia no puede descubrirse ninguna relación entre las
asociaciones, ni siquiera con la ayuda del paciente. En la mayoría de estos
casos, puede suponerse que opera un complejo de ideas cargado
emocionalmente. Cuando digo "que opera", no quiero decir "que opera en la
conciencia del paciente", puesto que el paciente mismo no nos puede dar
realmente ninguna información al respecto. Así, un paciente que
aparentemente era bastante inteligente y se orientaba bien, asoció conceptos
que afectaban sus emociones con la palabra "short" (corto, también
insuficiente o deficiente), sin darse cuenta él mismo de por qué lo había
hecho. La solución del problema está en el hecho de que él era. un "shorty";
un hombre deficiente, y eso se complicaba con sus complejos.
9. No es de ningún modo rara una marcada tendencia a las asociaciones
mediatas.
10. Los signos de complejos emocionalmente acentuados se
manifiestan a menudo de una manera muy exagerada. El tiempo de reacción
ante estímulos que tocan los complejos aumenta desmesuradamente; o bien
deja de producirse la reacción completamente. Todos los indicadores de
complejos, como los describió Jung, son en muchos casos especialmente
evidentes; superficialidad, si los tiempos de reacción son largos; citas,
respuesta en un idioma extranjero; rápido olvido; el efecto retardado,
intelectual y afectivo se refleja en las asociaciones subsiguientes. En algunos
casos, los complejos son tan dominantes que las asociaciones sólo pueden
presentarse en relación con ellos. Todos estos signos, sin embargo, varían
mucho, no sólo de un caso a otro, sino entre un máximo y un mínimo, en el
mismo paciente, dentro de un breve período de tiempo.
La necesidad de parecer inteligente (complejo de inteligencia) se
manifiesta aquí, como también en los defectuosos mentales, en la inclinación
por las definiciones: su extravagancia traiciona a menudo el origen
específicamente esquizofrénico: ojo = punto de vista, abuela = participación
sexual, horno = articulo para el calor, y así por el estilo.
Pese a muchas investigaciones, no se han encontrado en los
experimentos de asociación huellas directas de negativismo. Sólo en dos
pacientes vimos una tendencia a la negación y a las asociaciones por contraste,
pero precisamente, estos pacientes no eran negativistas. Ziehen (847) también
sometió a prueba la inversión de la asociación. En estados clínicos que
nosotros consideramos esquizofrénicos, encontró alguna dificultad para la
reproducción de series a la inversa.
Sin embargo, es tan difícil separar las perturbaciones de la asociación de
aquéllas de la atención, de la buena disposición, etc. que no me atrevo a
extraer conclusiones definidas del breve trabajo del autor citado.
Las perturbaciones de la asociación descritas son características de la
esquizofrenia. Además de estos trastornos hay también otros tipos de
anomalías del pensar que aparecen ocasionalmente.
En las fases maníacas de la esquizofrenia, se agrega la fuga de ideas a las
perturbaciones de la asociación típicamente esquizofrénicas. En los episodios
depresivos, comprobamos que reacciones afectivas anormales provocan
inhibición del pensar y trastornos de la asociación. Sobre todo, empero,
mecanismos histeriformes de aislamiento pueden dominar a menudo el
cuadro clínico. Los pensamientos compulsivos son frecuentes.
La descripción aquí ofrecida de los trastornos de la asociación es
inadecuada en cuanto se ha prestado poca atención a los estados clínicos
agudos de esta enfermedad. Sin embargo, todavía no hemos descubierto
nuevas peculiaridades cualitativas en tales síndromes, sino más bien solamente
exageraciones de las ya descritas. (Dejamos de lado, por supuesto, la
exposición de los signos de los estados clínicos maníacos, melancólicos o
inhibidos orgánicamente.) Considero un serio defecto el que nos veamos
obligados a deducir la mayoría de las anomalías a partir de las producciones
orales y escritas de los pacientes. Sin embargo, aun las acciones más
complicadas son sin duda el resultado de procesos de pensamiento similares a
los mencionados en la exposición. Es costumbre nuestra interrogar a los
pacientes acerca de los motivos de su actividad. Sucede de un modo diferente
con las asociaciones que gobiernan nuestra conducta o actividades menores,
que no dirigimos concientemente, mientras que en la conciencia vemos surgir
sólo al objetivo de tal o cual acto o comportamiento. Si escribo algo, pienso
concientemente en mi tema, pero no sé exactamente cómo saqué el papel de
mi escritorio, qué tipo de movimientos específicos y coordinaciones utilicé,
etc. Hay indicios de que en los esquizofrénicos están alterados inclusive estos
mecanismos muy bien practicados, como, por ejemplo, lo demuestra la
aparición de fenómenos similares a la apraxia. No obstante, todavía no
sabemos si estos trastornos se derivan también de una insuficiencia de la suma
requerida de asociaciones individuales referentes a estas actividades especiales.
Es posible que la torpeza sea debida, a contracorrientes negativistas o a
perplejidad.

b) Afectividad
En las formas francas de la esquizofrenia, la "deterioración emocional"
ocupa el primer plano del cuadro clínico. Se sabe desde los primeros años de
la psiquiatría moderna que una psicosis "aguda curable" se convierte en
crónica cuando comienzan a desaparecer las emociones. En las últimas etapas,
muchos esquizofrénicos dejan de manifestar afecto alguno durante arios y aun
decenios enteros. Se sientan por ahí, en las instituciones donde están
confinados, con rostros inexpresivos, encorvados, la imagen de la indiferencia.
Permiten ue se los vista y se los desvista como si fueran autómatas, que se los
leve desde su lugar habitual de inactividad hasta el 'salón comedor, y luego de
vuelta nuevamente, sin manifestar signo alguno de satisfacción o desagrado.
Ni siquiera parecen reaccionar ante los daños que les infligen otros pacientes.
Aun en las formas menos graves de la enfermedad, la indiferencia
parece ser el signo exterior de su condición; una indiferencia ante todas las
cosas, ante los amigos y conocidos, la vocación y los esparcimientos, los
deberes y los derechos, la buena y la mala fortuna. "No me importa lo más
mínimo, sea de un modo o de otro", dijo un paciente de Binswanger.
Generalmente este defecto se manifiesta del modo más sorprendente en
relación con los intereses más vitales del paciente, requiera o no su
comprensión un proceso mental complicado. Ya al comienzo de su
enfermedad, una madre puede mostrarse indiferente ante el bienestar y el
infortunio de sus hijos; sin embargo, no sólo puede emplear las palabras que
usaría una madre con sentimientos normales, sino comprender realmente lo
qué es bueno o malo para un niño. Cuando la ocasión lo exige (por ejemplo,
cuando necesita un pretexto para pedir que se le permita salir del hospital),
puede discutir sobre el tema con mucha competencia. Para tal paciente es
indiferente que él mismo o su familia vayan a la destrucción o a la ruina. A
menudo el instinto de conservación está reducido a cero. Los pacientes ya no
se preocupan, sea que estén muriendo de inanición o no, que yazgan sobre un
montón de nieve o sobre un horno al rojo vivo. Durante un incendio en el
hospital, cierto número de pacientes tuvo que ser sacado de la sala amenazada;
ellos mismos no se hubieran movido de sus lugares; se hubieran dejado
quemar o asfixiar sin mostrar ninguna respuesta afectiva. Ni las enfermedades
ni las amenazas de algún mal posible perturbarán la paz de muchos
esquizofrénicos. Por supuesto, lo que les sucede a los demás no les interesa en
modo alguno. En una sala, un paciente mata a otro; sus compañeros de sala
no creen necesario llamar al asistente. Un estudiante casi estranguló a su
madre; luego, no puede comprender por qué se hace tanta bulla por "unas
pocas palabras ásperas". Un paciente escribe a su hogar por primera vez
después de un mes y medio en la institución; pero aparte de algunas frases
irrelevantes e insignificantes, sólo pregunta cómo está el gato.
Los esquizofrénicos pueden escribir autobiografías completas sin
manifestar la menor emoción. Describirán sus sufrimientos y sus acciones
como si fueran un tema de física. Una mujer croata, que sólo hablaba su
lengua nativa, se las arregló para llegar a Zurich; permaneció durante meses en
el hospital sin poder hacerse entender, puesto que no prestaba atención a los
gestos, aunque era de un temperamento vivo. Finalmente le habla una
compatriota. La paciente contestó las preguntas pero no exhibió la menor
emoción. Un hebefrénico habla de la muerte de su padre: "Dado que en esa
época yo estaba en casa, fui al funeral, y me alegré de que no era yo a quien
enterraban; ahora estoy enterrado vivo". Generalmente es muy notable el
modo como muchos pacientes, en especial los más viejos, revelan la misma
indiferencia ante sus propias ideas delirantes, con las cuales, sin embargo,
están constantemente preocupados.
Durante una larga consulta clínica, un paranoide se queja
constantemente acerca de sus persecuciones, pero mientras hace su relato está
sentado muy calmosa y displicentemente. Cuando se le pregunta si cree que
sus alucinaciones son reales, contesta, encogiéndose de hombros: "Quizá son
patológicas, quizá son reales". Evidentemente, esa cuestión no le interesa. Es
de conocimiento común que los paranoides de más edad relatan Con la mayor
calma cómo fueron desollados y quemados por la noche, cómo se les arrancó
las entrañas. Una hebefrénica va a ver al médico para pedirle que por favor no
la mate. Aunque cree verdaderamente que se trata de un asunto de vida o
muerte, no muestra ninguna emoción.
En los casos más leves, esta indiferencia puede estar ausente o disimulada. Al
comienzo de la enfermedad, comprobamos a menudo una hipersensibilidad,
de modo que los pacientes se aíslan concierte y. deliberadamente para evitar
todo lo que pueda suscitarles emociones, pese a que pueden tener todavía
algún interés por la vida. Los esquizofrénicos latentes pueden parecer casi
demasiado hábiles en su afectividad, casi sanguíneos. Pero sus emociones
carecen de profundidad. Además, en una observación más atenta de tales
casos se verifica que hay una indiferencia parcial respecto a intereses que
anterior-mente inquietaban al paciente. Sin embargo, yo no diría que esta
descripción se aplica también a los numerosos esquizofrénicos que nunca son
examinados por un psiquiatra. Además, hay muchos esquizofrénicos que, al
menos en ciertos aspectos, exhiben vivas emociones. Entre ellos están los
escritores activos, los reformadores del mundo, los fanáticos de la salud, los
fundadores de nuevas religiones. Estas personas son unilaterales en su
pensamiento, y desconsideradas en su conducta. Es muy difícil comprobar si
sus emociones en cuanto tales son también patológicamente unilaterales.
A menudo observamos "estados de ánimo básicos" significativos, de
modo que no puede hablarse realmente de una indiferencia omnipresente en
estos pacientes. Ese estado puede ser de euforia, tristeza o ansiedad. Vemos
las transiciones desde un estado de euforia a la indiferencia o a una mezcla de
ambas, en los muy frecuentes estados emocionales de los hebefrénicos que
manifiestan lo que se denomina una "indiferencia callosa", o lo que los
franceses llaman je-m'en-fi-chisme y los ingleses I don't give a damn!. En tales casos
los pacientes, si no son felices, están por lo menos muy satisfechos con ellos
mismos y con el mundo. Las incidencias desagradables no son consideradas
como tales. En esas ocasiones sus respuestas se hacen muy insolentes. Esta
reacción se ve facilitada por el hecho de que sus asociaciones incorrectas les
proporcionan un material muy adecuado. También otros estados de ánimo se
expresan de una manera semejante. Durante veinte años una de nuestras
pacientes fue conocida como "la loca de buen carácter", porque presentaba
sus absurdas quejas con risas y una gran bonhomía.
En esos episodios agudos de esta enfermedad que fueron
denominados anteriormente manía y melancolía, las emociones no faltan, por
supuesto, sino que adquieren una coloración o tono especial que ha mentido
permite por sí misma hacer el diagnóstico de la afección. En lugar de la
emoción clara y hondamente sentida de la psicosis maníaco-depresiva,
tenemos la impresión de una afectividad nada profunda.
Lo que está ausente, sobre todo, es la coherencia de la manifestación
afectiva. Las palabras que, según se supone, expresan dolor o placer, el tono
de voz, y los gestos, no parecen ser congruentes o apropiados respecto a la
actitud total del paciente. La mímica carece de unidad; la frente arrugada, por
ejemplo, expresa algo parecido a la sorpresa; los ojos, con sus pequeñas patas
de gallo, dan la impresión de hilaidad, y las comisuras de los labios pueden
estar caídas como en el pesar. A menudo las expresiones faciales parecen
exageradas y melodramáticas. En estos casos es muy notable la rigidez o
torpeza de los movimientos. Tanto los lamentos como el júbilo se expresan
con monotonía.
Es más fácil percibir estos fenómenos que describirlos. Lo que puede
subrayarse mejor en la exposición es la falta de adaptabilidad al cambiante
contenido mental, la deficiente capacidad de modulación. El estado afectivo
del maníaco esquizofrénico corresponde apenas, o bien no corresponde de
ningún modo, al cambiante contenido mental. El verdadero maníaco, como el
individuo normal, acompaña los matices emocionales de sus pensamientos
con las apropiadas modificaciones cualitativas y cuantitativas de sus
manifestaciones afectivas; el paciente definidamente esquizofrénico muestra
pocas o ninguna de esas modulaciones, sea que esté haciendo un chiste, o
lamentándose por su internación, o contándonos la historia de su vida . Una
paciente catatónica se quejaba porque su marido estaba en la cárcel. Yo le
aseguré que estaba en libertad, a lo que ella contestó: "De veras, qué bien".
Expresó esta respuesta con un tono de voz invariablemente quejoso, como si
yo le hubiera confirmado el encarcelamiento de su esposo.
Tal actitud difiere sólo aparentemente de la indiferencia. Cualquiera sea
la emoción que exista, no es por cierto una reacción ante un pensamiento,
sino más bien algún estado básico anormal de la afectividad, un ajuste
diferente del punto-cero afectivo. Los 'pacientes con otros tipos de psicosis
reaccionarán de acuerdo con sus conceptos, con vacilaciones hacia arriba o
hacia abajo de este punto-cero afectivo; no así el esquizofrénico.
En algunos casos, comprobamos claramente oscilaciones emocionales
que casi se aproximan a las normales. No obstante, una rigidez afectiva
subyacente puede otorgar a las expresiones de los estados de ánimo más
diversos una especie de denominador común difícil de describir. Podría
decirse como comparación, que parece corno si toda la mímica estuviera
teñida del mismo color. Estas personas parecen reír y llorar con el mismo
tono de voz. Aun cuando al expresar una emoción eleven las comisuras de los
labios y en otra las dejen caer, ambas expresiones conservan un elemento de
evidente similitud.
A menudo se evidenciará la inadecuada profundidad de la emoción en
cuanto el paciente se muestra incapaz de mantener un humor.
Una paciente catatónica sentía un gran temor por un Judas Iscariote
alucinatorio que la amenazaba con una espada. Gritaba que se llevaran al
Judas, pero en los intervalos pedía un trozo de chocolate. Al día siguiente se
lamentaba por estas alucinaciones, y se disculpaba por sus actos violentos;
pero en medio de sus quejas expresaba el placer que le causaba un hermoso
cinturón. Se las arregló para mezclar a este cinturón en sus alucinaciones,
hasta el punto de que fue necesario asegurar que no se trataba de un "beso de
Judas". Otra catatónica pasa sus días y sus noches acusándose
desesperadamente e intentando causarse daño. Sin embargo, cuando puede
escapar de los enfermeros, se ríe de todo eso.
En los, estados agudos, puede producirse una rápida alteración de la
expresión afectiva, aun sin que haya un humor básico continuo, dentro de un
breve período de tiempo, por ejemplo, durante un examen clínico. Debido a
cualquier asociación fortuita, accidental, el paciente pasará en un segundo de
una agitación colérica exageradamente intensa, con maldiciones, gritos y
saltos, a un estado de ánimo exageradamente erótico, dichoso, para volver a
ponerse triste y lacrimoso minutos después. En estos casos, parece,
transformarse, junto con la emoción, la entera personalidad. En contraste con
la ya expuesta fijación de ciertos componentes de una expresión afectiva
anterior, encontramos aquí que las emociones anteriores no parecen obrar
como lo harían normalmente. Muy repentinamente, aparecerá un tono
emocional completamente nuevo. Este tipo de rápida alteración y de rigidez
emocional distingue fácilmente a estos casos de los orgánicos.
Por eso es comprensible que Masselon (pág. 83) cuente entre las
peculiaridades emocionales de la esquizofrenia no sólo a la displicencia, la
indiferencia y la irritabilidad, sino también a una gran "labilidad afectiva"
(movilidad del humor, versatilidad, etc). Aun su irritabilidad parece contrastar
de algún modo con la indiferencia, y mucho más su labilidad, que presupone
una sensibilidad exacerbada de una manera anormal.
Si escuchamos a un esquizofrénico hablar en un idioma que nos es
extraño, él no nos ofrece ninguna indicación de lo que está diciendo. Puede
haber un importante cambio de tema (comida-muerte de la madre) , que sin
embargo no se expresa con ningún síntoma. La independencia de esos estados
de ánimo esquizofrénicos del contenido mental se manifiesta con particular
claridad en los casos, no infrecuentes, en los que un paciente que ha elaborado
ciertas ideas delirantes apropiadas durante una depresión, se sigue afeitando a
ellas pese al rápido cambio de humor (que pasa a la euforia) , pero las expresa
con un tono alegre totalmente inadecuado, que contradice el contenido En los
casos leves, que se ven rara vez en los hospitales, a menudo la labilidad parece
dominar, pero una observación más atenta revela los defectos de la
emotividad. Un hebefrénico estaba amenazado por una sentencia debido a
cierta violación de la ley. Se hallaba ligeramente eufórico, considerándose
afortunado por haber venido al hospital para recibir cuidados médicos.
Alababa los cuadros (malos) que colgaban de la pared, y no quería ser
transferido a una sala mejor porque los pacientes de la suya le parecían muy
agradables. Después de ser trasladado a la nueva sala, rezongaba y maldecía
contra la anterior interminablemente. Durante una ligera fiebre (y
ocasionalmente sin ninguna causa discernible) , se mostró deprimido, gritando
como un niño que se iba a morir. La misma reacción se producía por los
motivos más insignificantes; por ejemplo, cuando relataba cómo se había
resistido su padre a pagar la pequeña matrícula semestral de sus estudios. Si
alguien le decía algo que le desagradaba, se excitaba, amenazaba, destrozaba
objetos cercanos, tiraba el dinero en su furia, y golpeaba a su esposa. Pese a
esta labilidad emotiva con un leve humor maniaco, era muy evidente la
perturbación esquizofrénica de la afectividad. No buscaba ningún contacto
con su medio ambiente, como lo hace el verdadero eufórico. Permanecía
indiferente ante los acontecimientos más importantes de su vida
(confinamiento, negocios, divorcio, etc.). Este hombre bien educado y cortés
había perdido por completo su sentido del tacto social. Sus expresiones
faciales eran rígidas, fijas, completamente incongruentes con su modo de
hablar ampuloso. Ideas de valor afectivo diferente eran expresadas con el
mismo semblante. Podía decir cuán terriblemente excitado estaba, en un tono
de máxima indiferencia.
En alguna medida parecería que esta labilidad afectiva se relaciona con
la incapacidad del paciente para comprender en cuanto tales a muchos sucesos
importantes. Aun la persona sana no se molestará mucho por ideas sin
importancia. Es muy comprensible, por lo tanto, que el esquizofrénico, para
quien nada tiene importancia, salte a menudo de una emoción a otra. Por otra
parte, la labilidad afectiva corresponde a su pensamiento disociado.. Un
paciente hebefrénico se agita desesperadamente, aúlla que .él ha arruinad?
Todas las cosas; repentinamente, dice en un tono tranquilo: "Ahora me río", y
se ríe secamente. Poco después, anuncia: "Voy a dar alaridos", y nuevamente
grita y forcejea. Otro paciente estalla en cólera ante cada visita del médico,
rechinando los dientes y amenazando atacarlo, de modo que tiene que ser
sujetado. Sin embargo, poco después se mete en su cama y con un gesto
elegante le envía al médico "un beso de perdón". Ocasionalmente vemos que
el hebefrénico orientado lamenta sinceramente las acciones que cometió
durante períodos de agitación.
Uno de nuestros paranoides sollozaba después de maltratar a su esposa.
No obstante, nunca he vuelto a encontrar un arrepentimiento tan cabal y
franco. Aun cuando las emociones cambian, lo hacen más lentamente que en
la sana. A menudo los afectos parecen rezagarse detrás de las ideas. Durante
una entrevista, se le mostró reiteradamente a una paciente un cuadro con un
niño. La emoción correspondiente tardó un cuarto de hora en aparecer.
Asimismo, puede observarse durante las celebraciones, cuánto más que la
persona sana tarda el esquizofrénico en llegar al humor festivo. Aunque la
cólera y la furia tienden a prolongarse, pueden aparecer tan bruscamente en la
persona normal corno en el esquizofrénico. No puede considerarse a esto
como una labilidad especial de estos pacientes. Sin embargo, existe
indudablemente una prolongación patológica de los afectos en la tendencia
habitual de los esquizofrénicos a persistir en su ira, o inclusive aumentarla,
durante largos períodos, aunque haya desaparecido el motivo de la emoción.
De todo esto debemos extraer la conclusión (en oposición a Masselon)
de que la labilidad del esquizofrénico no es un fenómeno esencial. Mucho más
notable que los rápidos cambios afectivos (por lo menos exteriores) son las
variaciones y desplazamientos no provocados de los estados de ánimo; la
aparición caprichosa de emociones.
Hoy un paciente puede aparecer muy indiferente, mañana puede estar
irritable o ser accesible a sentimientos muy diferentes. Pfersdorff (562, pág.
18) observó acerca de sus pacientes: "Su estado afectivo básico era manifiesto
sólo cuando hablaban, cosa que rara vez hacían espontáneamente". Como
sucede tan a menudo, las emociones comienzan a revelarse cuando los
pacientes se ven obligados a enfrentarse con su medio ambiente y a reaccionar
ante, él. Pero con mayor frecuencia los pacientes se excitan afectivamente sólo
cuando se los hace pensar en determinadas ideas que, antes de la aparición, o
durante las primeras etapas de su enfermedad, los preocuparon en sumo grado
(complejos). Así, una paciente hebefrénica se quedaba sentada en tina muda
euforia erótica, para mostrar emociones normales solamente cuando se
discutían sus relaciones con el esposo. Hasta décadas después es posible
evocar en estos pacientes el dolor o el gozo de una aventura amorosa
pretérita, en toda su intensidad, cuando conseguimos superar la obstrucción
siempre presente en relación con estos temas. Las emociones aparecen como
si hubieran sido resguardadas.
Todos los matices del placer sexual, de la turbación, el dolor o los celos,
pueden surgir con toda vivacidad, cosa que nunca encontramos en las
personas sanas cuando se trata de recordar el pasado. Con frecuencia se
expresan estos recuerdos de tal modo, que manifiestan el carácter de las
experiencias de tiempos idos, en notable contraste con la madura edad actual
del paciente.
Por lo tanto, no puede haber ninguna duda de que la capacidad psíquica
de presentar emociones no ha desaparecido de la esquizofrenia. De modo que
no puede causar asombro encontrar que tal o cual afecto se conserve bien,
inclusive en los casos más graves. Pero el carácter específico de la emoción
que encontramos está determinado en gran parte por ―accidente‖. Hay,
además, mayor probabilidad de descubrir ciertas emociones que otras.
Como ya vimos, con frecuencia pudimos descubrir impulsos eróticos
(en un sentido amplio). Muy a menudo, cuando podemos seguir los sueños
diurnos del paciente, encontramos los sentimientos más delicados en el
mismo paciente que solo manifiesta violencia y procacidad ante el mundo.
Inclusive en los casos avanzados, encontramos, en lugar de interés, su
equivalente, curiosidad. Los pacientes que aparentemente no se interesaban
por nada de lo que sucedía alrededor de ellos, siempre se las arreglaban para
espiar o escuchar una conversación a trabes de una puerta abierta, o echar un
vistazo a un libro abierto. Hacen esto aunque parezcan demasiado aletargados
como para tocar inclusive lo que consideran peculiar. En los casos
hospitalizados durante un largo tiempo observamos un cierto apego a la
institución. Los esquizofrénicos que han trabajado en un hospital muchos
años sienten por él una especie de afecto. Se interesan por la administración
de la granja y eventualmente hacen alguna contribución espontánea en ese
sentido. Pueden manifestar nostalgia por la institución después de haber sido
dados de baja. Con la misma frecuencia sin embargo, encontramos que estos
laboriosos pacientes ejecutan su tarea diaria como verdaderos autómatas, sin
que los moleste la lluvia ni la nieve, el calor ni la helada.
Es en la esfera de la irritabilidad, cólera, y aun furia, donde
encontramos con mayor frecuencia que se conservan las emociones. Muchos
pacientes hospitalizados solo reaccionan de este modo. El personal que los
asiste corre siempre el riesgo de ser insultado o atacado mientras les prestan
los cuidados ordinarios y de rutina, inclusive cuando les llevan sus alimentos.
Entre tales casos extremos, y actualmente raros, y los de irritabilidad común,
existen todos los grados de variación. Con gran frecuencia se encuentra que el
único elemento afectivo que se ha conservado además de la irritabilidad del
paciente, es el amor paternal o maternal. Las madres, en particular, a menudo
se siguen interesando verdaderamente en el bienestar de sus hijos; mientras
que pueden no preocuparse por ninguna otra cosa ni siquiera por su propia
salud física tales. Tales pacientes manifestaran una real alegría cuando sus hijos
las visitan o cuando reciben buenas noticias de ellos. Una paciente, enferma
durante unos treinta años y que durante un largo tiempo permaneció en un
estado alucinatorio avanzado, intento convencer a su médico, a quien creía su
yerno, que la enfermedad que la afectaba no había sido heredada por su hija.
Tampoco el sentimiento de simpatía hacia los demás está siempre
extinguido. A menudo los pacientes pueden simpatizar mucho con la situación
a condición de otros, especialmente en los hospitales, donde la mayoría se
conocen unos a otros bastante bien. Un hebefrénico, cuyo mismo lenguaje era
pura confusión, sostenía la boquilla en la boca del otro paciente, que sufría de
atrofia muscular y ya no podía sostener el cigarro entre sus labios. Hacia esto
con una paciencia y una infatigabilidad de la que ninguna persona normal sería
capaz. Sucede en ocasiones que tales samaritanos esquizofrénicos consiguen
dar alimento a un paciente resistente, a quien ninguna otra persona podía
alimentar.
Pocos pacientes muestran inclinación al humorismo; podría decirse que
son más propensos a producir ellos mismos algún rasgo de humorismo que a
apreciar los de los demás; no obstante, Las bromas groseras son a menudo
apreciadas en cierta medida.
Es verdaderamente notable cuan pronto se embotan los sentimientos
que regulan el intercambio social entre las personas. El paciente casi no ve la
diferencia entre dirigirse a alguna persona con autoridad o a alguna de
posición más humilde, a un hombre o a una mujer. Con frecuencia no queda
la menor huella de modestia, aun en pacientes que en otros aspectos no están
muy afectados. Confiesan o relatan toda clase de fechorías, que ellos mismos
reconocen como tales. Hablan de sus experiencias sexuales en los términos
más bajos. Se masturban abiertamente. Un paciente, un inteligente estudiante
que concurría a la escuela superior le escribe a su madre lo siguiente: ―Querida
madre, ven a verme tan pronto como sea posible, debo saber qué edad tenías
la noche en que me engendro mi padre‖.
Vemos que el carácter del esquizofrénico no es tan variado como el de
la persona normal. No obstante, la indiferencia, la tendencia al apartamento, la
inaccesibilidad a las influencias, los caprichos y la irritabilidad, todas estas
peculiaridades son características recurrentes que indudablemente dotan a
todos los casos avanzados de una apariencia externa común. Pese a todas las
dificultades, algunos pueden conservar su carácter agradable e inclusive
amable, hasta muy avanzado el curso de la enfermedad. Otros se convierten
en monstruos vengativos, crueles y mendaces. Inclinados a toda clase de
exceso. La enfermedad puede transformar a una persona congénitamente mala
en inofensiva por la pérdida de energía y actividad pero aparentemente no
puede mejorarla.
Los impulsos inferiores, y en relación con ellos. El énfasis emotivo en
los proceso corporales, parecen sufrir menos que los afectos ―superiores‖,
pero la diferencia no es suficiente como para permitir la demostración de tal
relación en todos los casos. Kraepelin describe con cuanta frecuencia los
pacientes reciben las visitas de sus parientes sin una palabra de agradecimiento
ni signo alguno participación emocional, pero en cambio arrebatan sus balsos
y cestas para buscar alimentos que devoran inmediatamente, con voracidad y
hasta la última migaja.
En contraste, hay muchos que parecen totalmente impermeables al
hambre, la sed, la falta de sueño o los malos tratamientos de todo tipo. A
menudo una extrema acumulación excrementos en el recto o la vejiga, o bien
posiciones incomodas, no son acompañadas por sentimientos desagradables.
Ni siquiera las estimulaciones acústicas más fuertes y agudas ni el efecto de
una luz cegadora, parecen perturbarlos. He visto a muchos pacientes mirar
continuamente al sol deslumbrante con aparente placer. Por qué no se
destruyen sus retinas, no lo sé. No he observado pupilas especialmente
pequeñas en ninguno de estos pacientes; sin embargo, no pude examinarlos en
momentos críticos.
Los pacientes esquizofrénicos reaccionan de maneras diferentes ante
sus trastornos afectivos. La mayoría no es conciente de ellos y considera su
reacción como normal. Los más inteligentes, empero, pueden razonar acerca
de ellos con gran corrección. Al principio perciben la variedad emocional
como algo penoso, de modo que con facilidad se los puede confundir con
melancólicos. Uno de nuestros catatónicos se consideraba ―insensibilizado‖;
uno de los pacientes de Jung no podía rezar más debido al ―endurecimiento
de sus sentimientos‖. Más tarde, tienden a desplazar los cambios que se han
efectuado en ellos mismos al mundo exterior que debido a tales cambios
afectivos se convierte en algo vació, huero, extraño. A menudo el elemento de
extrañeza tiene un matiz de pavoroso y hostil.

c) Ambivalencia
La tendencia de la psique esquizofrénica a otorgar a los psiquismos más
diversos un índice positivo y otro negativo al mismo tiempo, no siempre es
muy explícita. No obstante, luego de una observación lo suficientemente larga,
siempre se la encontrará presente, inclusive en los casos leves. Es una
consecuencia tan inmediata de los trastornos esquizofrénicos de la asociación,
que su completa ausencia parece ser altamente improbable. Es por esa razón
que la incluimos entre los síntomas fundamentales.
El mismo concepto puede estar acompañado simultáneamente por
sentimientos agradables y desagradables (ambivalencia afectiva) : el esposo
ama y odia a su mujer. Sus alucinaciones revelan a la madre la "deseada"
muerte del hijo a manos del esposo no querido. Es talla en interminables
sollozos y lamentos. Sufre la más intensa ansiedad porque cree que van a
pegarle un tiro, y sin embargo pide constantemente a la asistente que lo haga.
Pretende que afuera de su habitación hay un hombre negro. Entonces cae en
una espantosa confusión de lacrimosos pedidos, quejas y violencia, rogando
que se la retenga en el hospital y se le permita reunirse con el hombre negro.
Dice: "Tú, demonio, tú, ángel; tú, demonio, tú, ángel ..." (se refiere aquí a su
amante) .
En la ambivalencia de la voluntad ("Amhz-Tendenz"), el paciente quiere y
no quiere comer. Comienza a llevar la cuchara a su boca docenas de veces,
pero nunca completa el acto, o hace algún movimiento inútil. Clama que se lo
deje en libertad y luego se resiste con abundantes denuestos cuando se le
informa que será dado de baja de la institución. Solicita trabajo, pero se pone
furioso cuando se le da algo para hacer, y no puede decidirse a ejecutar su
tarea. Un paciente, durante uno de los primeros ataques de su enfermedad,
tenía fuertes remordimientos de conciencia porque, en su juventud, había
incurrido en "fellatio" con un muchachito. Sin embargo, en los años
posteriores, intenta persistentemente y con cruda violencia cometer el mismo
hecho con otros pacientes. Las "voces" le indican que se ahogue, e
inmediatamente, para su sorpresa, lo regañan con desprecio por querer
ahogarse.
Se trata de ambivalencia intelectual cuando un paciente dice sin Transición:
"Soy el Dr; H.; no soy el Dr. H."; o bien, "Soy un ser humano como usted,
porque no soy un ser humano" (Foersterling) Con mucha frecuencia
escuchamos tales afirmaciones, y muy a menudo sin que se les dé a las mismas
palabras, en la segunda frase, un significado distinto del que tienen en la
primera. (Posiblemente sea este tipo de oscuridad intelectual la que presentaba
el paciente de Foersterling).
Un catatónico con educación filosófica hizo la siguiente observación:
"Guando uno expresa un pensamiento, siempre ve el pensamiento opuesto.
Esto se intensifica, y se vuelve tan rápido que uno no sabe realmente cuál fue
el primero". Un paciente menos sofisticado, a quien le hice notar que en
respuesta a una carta muy cordial de su esposa él había escrito una carta de
adiós, dijo: "Hubiera podido perfectamente escribir otra carta; decir buen día
o decir adiós ("good day . good-bye"); es lo mismo".
Puede demostrarse fácilmente que los pacientes no notan las
contradicciones cuando toman sus respuestas negativas por positivas. Le
pregunté a un paciente: "¿Escucha voces?" Lo negó rotundamente. Yo
continué: "¿Qué le dicen esas voces?" "Oh, toda clase de cosas". Puede
inclusive ofrecer un ejemplo de lo que le dicen. Más a menudo se hace
evidente en el lenguaje y comportamiento de los pacientes que 'piensan
simultáneamente una cosa y su inversa, aunque no siempre aparece con tal
claridad como en esta proposición: "Ella no tenía pañuelo; lo estranguló con
su pañuelo". A la misma categoría pertenece la expresión de una idea por su
opuesta: un paciente se queja de que se le ha quitado la llave maestra de las
salas, mientras que realmente quiere que se le dé la llave. En su "lengua
especial" de Schreber, "recompensa" significa "castigo", y "veneno" significa
"alimento", etc.
Las tres formas de la ambivalencia no se distinguen fácilmente entre sí
como lo ilustran estos ejemplos. La afectividad y la voluntad son sólo distintas
facetas de una misma función; aun las contradicciones intelectuales, a menudo
no pueden separarse de las afectivas. Una mezcla de megalomanía con delirios
de persecución e inferioridad puede derivar .de deseos y temores, o de la
afirmación y negación de la propia estatura. El paciente es especialmente
poderoso, y al mismo tiempo impotente; la persona amada o protectora se
convierte fácilmente en perseguidora sin abandonar su papel anterior. Es más
excepcional que el enemigo se convierta en amigo y aliado. Un paciente
paranoide católico, se unió a la secta de los Viejos Católicos. Pretendía ser
perseguido por el Papa, quien no obstante le deseaba regalar millones de
dólares. De un modo semejante, muchos pacientes se quejan acerca de
persecuciones, pero creen realmente que ellas contribuyen a su educación, a su
progreso, y son un paso preliminar para su exaltación a un rango o posición
social superiores.
Los siguientes ejemplos muestran una ambivalencia mixta, en una
forma algo diferente. Una paciente alaba y critica a su esposo, sus posesiones y
riquezas, y dice muchas otras cosas de una manera negativa y positiva a la vez.
Es enteramente imposible decir en qué sentido las entiende realmente. Un
hebefrénico explica en tono de enojo, y con marcada emoción, que el tiempo
que pasó en el hospital no fue muy largó, sino más bien demasiado breve. En
esto tampoco se equivoca, pues poco antes había asociado "tiempo" a la
palabra "largo". Es muy conocido que pacientes que creen que el médico los
está envenenando siguen aferrándose a él, y que aquéllos que se muestran muy
hostiles tanto hacia los médicos como hacia los asistentes, repentinamente,
casi inmediatamente después de sus denuestos, vuelcan sus corazones
agradecidos con la mayor efusividad.
La ambivalencia manifiesta todas las gradaciones hasta llegar al
negativismo, particularmente en la forma de "Ambitendenz". Veremos más
adelante que esto tiene importancia en la estructura de las ideas delirantes.

2. Las funciones simples intactas


En contraste con las psicosis orgánicas, comprobamos en la
esquizofrenia, al menos con nuestros métodos de investigación actuales, que
la sensación, la memoria, la conciencia y la movilidad no están afectadas
directamente. Un proceso patológico muy avanzado puede quizás alterar
inclusive esas funciones; pero en los pacientes en quienes aparecen tales
perturbaciones no podemos distinguirlas de las alteraciones secundarias que a
veces se presentan. Las anomalías que verificamos en esas esferas son todas
secundarias, y por ello, fenómenos meramente accidentales. Aunque a veces
pueden dominar todo el cuadro clínico (como, por ejemplo, las alucinaciones),
debemos clasificarlos como síntomas "accesorios".

B. Las funciones compuestas


Las funciones complejas que resultan de las operaciones coordinadas de
las funciones discutidas anteriormente, tales como la atención, la inteligencia,
la voluntad y la acción, están perturbadas, por supuesto, en la medida en que
lo estén las funciones elementales (simples) de las que dependen. Sólo
debemos considerar aqui a la asociación y la afectividad. Sin embargo, la
esquizofrenia se caracteriza por una peculiar alteración de la relación entre la
vida interior del paciente y el mundo exterior. La vida interior asume una
preponderancia patológica (autismo).

a) Relación con la realidad: Autismo


Los esquizofrénicos más graves, que no tienen más contacto con el
mundo externo, viven en un mundo propio. Se han encerrado en sus deseos y
anhelos (que consideran cumplidos) , o se ocupan de las vicisitudes y
tribulaciones de sus ideas persecutorias; se han apartado en todo lo posible de
todo contacto con el mundo exterior.
A este desapego de la realidad, junto con la predominancia, relativa y
absoluta, de la vida interior, lo denominamos autismo.
En los casos menos graves, la importancia afectiva y lógica de la
realidad está sólo algo deteriorada. Los pacientes son todavía capaces de
desenvolverse en el mundo externo, pero ni la evidencia ni la lógica tienen
influencia alguna sobre sus esperanzas e ideas delirantes. Lo que está en
contradicción con sus complejos, simplemente no existe para su pensamiento
o sus sentimientos.
Los anhelos y deseos de muchos pacientes giran en mino a su
liberación del hospital. Sin embargo, permanecen indiferentes cuando ella se
produce realmente. Uno de nuestros pacientes, que tenía un marcado
complejo acerca de los niños, hizo un intento de asesinar a su esposa porque
ésta sólo le había dado cuatro en diez años. Sin embargo se muestra
totalmente indiferente respecto a los mismos niños. Otros pacientes están
enamorados de alguien. Si esa persona está presente, no les causa impresión
alguna; si se muere, no les importa.
Un paciente pide constantemente que se le dé la llave de la puerta de la
sala. Cuando finalmente se le entrega, no sabe qué hacer con ella y la devuelve
casi en seguida. Cada día intenta abrir la puerta mil veces. Si se la deja sin
cerrar, se turba y no sabe qué hacer. En cada una de las visitas del médico lb
persigue continuamente con las palabras: "¡Por favor, doctor!" Al
preguntársele qué desea, manifiesta sorpresa y no tiene nada que decir. Una
paciente pidió ver al médico. Cuando se la citó para la entrevista, pudo al
menos, después de algunos minutos de perplejidad, hacer conocer sus deseos
señalando el anillo matrimonial de aquél. Durante semanas, una madre apela a
todos los medios que hay a su disposición para ver a su hijo. Cuando se le
concede el permiso, prefiere pedir un vaso de vino. Durante años una mujer
quiere divorciarse de su esposo. Cuando a la larga obtiene el divorcio, se niega
a creerlo, y se pone furiosa si no se dirigen a ella con el nombre de casada.
Muchos pacientes se consumen de ansiedad por su muerte inminente, pero no
toman la menor precaución para su autoconservación y quedan totalmente
imperturbables frente a un peligro real contra su vida.
No siempre se percibe al autismo con la primera observación.
Inicialmente, la conducta de muchos pacientes no exhibe nada notable. Sólo
en una observación prolongada se comprueba en qué medida buscan siempre
su propia senda, y cuán poco permiten a su medio ambiente influirlos. Aun
los pacientes crónicos graves mantienen un buen contacto con su contorno
respecto a cuestiones indiferentes, de todos los días. Conversan, participan en
los juegos, buscan estímulo, pero son siempre selectivos. Se guardan sus
complejos para si mismos, no dicen nunca una sola palabra acerca de ellos y
no quieren que se los toque de ningún modo desde el exterior. Así se hace
comprensible la indiferencia de los pacientes respecto a lo que podría
considerarse sus más caros intereses. Otras cosas tienen mucha mayor
importancia para ellos. Ya no reaccionan ante las influencias del exterior.
Parecen estar "atontados" aunque ninguna otra perturbación inhiba su
voluntad o sus acciones. El mundo externo debe parecerles a menudo muy
hostil, puesto que tiende a molestarlos en sus fantasías. No obstante, hay
también casos en que el aislamiento del mundo exterior es causado por
razones distintas. Particularmente en el comienzo de la enfermedad, estos
pacientes rehúyen conscientemente todo contacto con la realidad debido a que
sus • emociones son tan fuertes que deben evitar todo lo que pueda
suscitarlas. La apatía frente al mundo externo es entonces secundaria, y brota
de una sensibilidad hipertrofiada.
Muchos pacientes manifiestan también el autismo exterior.
(Naturalmente, por lo general esto no es intencional.) No sólo no se interesan
por nada de lo que los rodea, sino que se sientan con el rostro continuamente
desviado, mirando hacia una pared desprovista de adornos; o aíslan sus
conductos sensoriales tapándose con la pollera o con la ropa de cama. En
realidad, anteriormente, cuando en general se abandonaba a los pacientes a su
propia iniciativa, se los encontraba a menudo en posiciones encorvadas o
agachadas, indicando que intentaban restringir todo lo posible el área sensorial
de su piel.
La realidad del mundo autista puede también parecer más válida que la
del mundo real; entonces los pacientes toman a su mundo fantástico por real,
y a la realidad por una ilusión. Ya no creen en la evidencia de sus propios
sentidos. Schreber describió a sus asistentes como "individuos milagrosos,
cambiantes". El paciente se puede dar cuenta muy bien de que otras personas
juzgan las cosas de un modo 'diferente. También sabe que él mismo las ve en
esa forma, pero para él no es real. "Dicen que usted es el doctor, pero yo no lo
sé". o bien "pero usted es en realidad el ministro N.". La realidad es
transformada en una medida considerable por las ilusiones, y en gran parte
reemplazada por alucinaciones (estados crepusculares, Dämmerzustände).
En los estados alucinatorios habituales, se atribuye una mayor validez,
por lo general, a las ilusiones; no obstante, los pacientes siguen actuando y
orientándose de acuerdo con la realidad. Muchos de ellos, empero, ya no
actúan de ningún modo, ni siquiera de acuerdo con su pensamiento autista.
Esto puede suceder en el estado de estupor, o bien el mismo autismo puede
llegar a tan alto grado de intensidad que las acciones de los pacientes pierden
toda relación con la realidad excluida. La persona enferma se ocupa del
mundo real tan poco como la persona normal de sus sueños. Con frecuencia
se presentan simultáneamente ambos trastornos, la inmovilidad del estupor y
la exclusión de la realidad.

b) Atención
En cuanto fenómeno parcial de la afectividad (74), la atención se ve
afectada junto con ella por la deterioración. En la medida en que existe interés
en los casos leves esto sucede ante la mayoría de los hechos, en los casos
graves por lo menos en la actividad teñida emocionalmente (por ejemplo, en
la elaboración de planes para la fuga), la atención parece ser normal, al menos
según nuestros actuales métodos de investigación. En cambio, donde falta la
disposición afectiva, también estará ausente el impulso a seguir los procesos
externos e internos, a dirigir la marcha de las sensaciones y los pensamientos;
esto es, no habrá una atención activa.

c) Voluntad
La voluntad, en cuanto resultante de los diversos procesos afectivos y
asociativos, es alterada por supuesto - de varios modos, pero sobre todo por la
postración emocional. Aun los casos leves entran en colisión frecuentemente
con su ambiente, en razón de su abulia. Los pacientes parecen ser perezosos y
negligentes, porque ya no se sienten impulsados a hacer nada, sea por
iniciativa propia o por indicación de otros. Pueden pasar años en la cama. En
los casos moderados, donde todavía existen deseos y anhelos, no se hará nada
dirigido a la realización de tales deseos. Sin embargo, comprobarnos también
la forma opuesta de debilidad volitiva, que consiste en la incapacidad del
paciente para resistir a los impulsos que provienen desde su interior o desde el
exterior. Muchos de ellos llevan a la práctica inmediatamente cualquier deseo,
cualquier noción que atrae su fantasía. Algunos hacen esto porque no
consideran las posibles consecuencias; otros las ven perfectamente pero no
pueden resistir a sus impulsos, o ellas los dejan indiferentes. En un estado
emocional son por lo tanto capaces de cualquier cosa, aun de cometer graves
crímenes.
Sin embargo, en ciertas circunstancias, puede verse lo que podríamos
llamar hiperbulia. Hay pacientes que ejecutan con la mayor energía lo que se
les ha metido en la cabeza, trátese de algo razonable o absurdo. Pueden
mostrarse enteramente implacables aun hacia ellos mismos, esforzarse al
máximo, soportar dolores y penalidades de toda clase, y no permitirán que
nada los distraiga de su propósito. En tales casos pueden manifestar una
perseverancia que puede durar años, bajo ciertas condiciones.
Por otra parte, vemos a menudo la combinación, que se encuentra con
frecuencia en las personas normales, de debilidad de la voluntad con
terquedad, en la cual prevalece una u otra, según las circunstancias 21. En
general, la mayoría de los pacientes evidencian displicencia, volubilidad y
vacilación. Hacen toda clase de promesas, sin cumplir ninguna. Los pacientes
hospitalizados, por ejemplo, pueden solicitar que se les asigne una tarea, pero
luego se muestran incapaces de llevarla a cabo. Del mismo modo,
habitualmente no cumplen sus amenazas.
En la esfera de la volición, la obstrucción es particularmente notable.
Con frecuencia un paciente quiere realmente hacer algo, pero no lo puede
realizar porque falla su aparato psicomotriz. Las obstrucciones persistentes de
la volición constituyen una forma de estupor catatónico. Bajo circunstancias
diferentes, pueden darse actos compulsivos o automáticos y las diversas
formas de obediencia automática. Estos asuntos serán tratados en el capítul9
sobre los síntomas catatónicos.

d) La persona
La orientación autopsíquica es habitualmente muy normal. Los
pacientes saben quiénes son, en la medida en que las ideas delirantes no
falsifiquen la personalidad. Pero el ego nunca está totalmente intacto. Se
manifiestan regularmente ciertas modificaciones, especialmente la tendencia al
―desdoblamiento‖ Sin embargo, en los casos mis simples estas perturbaciones
no son lo suficientemente evidentes como para prestarse bien a la descripción.
Por lo tanto, las describiremos con mayor detalle al tratar los complejos de
síntomas accesorios.
E) “Demencia” esquizofrénica
El trastorno esquizofrénico de la inteligencia está caracterizado con la
mayor claridad por el estado de las asociaciones y de la afectividad. Ninguna
descripción de los productos de estas funciones puede hacer justicia a su
infinita variedad. Por lo tanto, sólo podemos esperar ilustrar los rasgos más
importantes que asume esta perturbación, mediante ejemplos tomados al azar.
Aquí nos proponemos tratar solamente la verdadera demencia esquizofrénica,
no los matices especiales que adquiere por los síntomas accesorios.
En ninguna otra afección se designa más inadecuadamente a la
perturbación de la inteligencia con los términos de "demencia" e
"imbecilidad", que en la esquizofrenia. En esta enfermedad no vemos
absolutamente de una "pérdida definida de las imágenes de la memoria",
o de otros trastornos de la memoria que pertenecen verdaderamente al
concepto de demencia. Así, algunos psiquiatras pueden sostener que ni
siquiera los más graves esquizofrénicos son dementes; otros, en su mayoría
autoridades francesas, encuentran necesario separar de los otros tipos a este
trastorno intelectual, con el término de "seudodemencia".
La demencia, en el sentido de las psicosis orgánicas, es algo
fundamentalmente diferente. Igualmente distintas son las múltiples formas de
idiotez congénita, si bien los defectuosos logros intelectuales en estos diversos
tipos de perturbación pueden dar en última instancia un resultado
externamente similar, conduciendo a reacciones inadecuadas ante el mundo
exterior. En otras palabras, el concepto de demencia es casi tan amplio como
el de enfermedad mental en general, y contiene casi tantas subdivisiones como
éste.

1) Actividad y comportamiento

La franca conducta esquizofrénica se caracteriza por la falta de interés, de


iniciativa y de una meta definida, por la adaptación inadecuada al medio
ambiente, esto es, por la no consideración de muchos factores de la realidad,
por la no consideración de muchos factores de la realidad, por la confusión y
por repentinas fantasías y peculiaridades.
Los casos leves latentes viven en lo esencial como las demás personas, y se
los considera normales. Lo notable en ellos es principalmente su sensibilidad,
y ocasionalmente alguna peculiaridad. Son capaces de trabajar tanto dentro
como fuera del hospital, algunos con gran diligencia, otros de una manera más
caprichosa e irregular. Actúan en todas las profesiones más simples, a veces
muy bien. Sin embargo, esto ultimo se encuentra solo en tareas claramente
definidas, como las de ayudantes de granja o doncellas de servicio. Con mucha
mayor frecuencia ellos ―son diferentes‖. Son propensos a cambiar de trabajo y
ocupación con frecuencia. Pueden inclusive abandonar su trabajo sin esperar
siquiera que se les pague. Un joven escultor, que se desempeñaba bastante
bien en su profesión, estuvo vagando durante casi todo un año con un
fonógrafo. La mayoría de estas personas limitan sus contactos con el mundo
externo en un grado más o menos importante; algunas lo hacen en general,
otras solo en determinados aspectos.
A veces los pacientes se apartan más y más de lo normal en su
comportamiento, y se vuelven progresivamente más ―extravagantes‖. Esto
puede llegar tan lejos que tres de nuestros pacientes, de buenas familias,
mientras todavía eran considerados normales, adquirieron el hábito de
envolver sus excrementos en pedazos de papel y esconderlos luego en
armarios. Uno de nuestros pacientes, que trabajaba bien en el hospital, iba a su
casa de visita todos los domingos, y allí, entre las 13:45 y las 17:30, se sentaba
en una silla determinada mirando siempre hacia el mismo rincón, sin decir una
sola palabra a ninguna de las personas de la casa. Los casos más avanzados
muestras el hábito de coleccionar toda clase de objetos, útiles e inútiles, con
los cuales llenan sus habitaciones hasta que apenas queda espacio para
moverse. Finalmente esta manía de coleccionar se vuelve tan absurda que
atestan sus bolsillos con guijarros, pedazos de madera, trapos y toda suerte de
desperdicios. La tendencia a la bufonería puede hacerse también tan
arrolladora, que produce una impresión exterior de crónicas y monótonas
payasadas.
En ocasiones, pacientes que exhiben la conducta más incomprensible
vuelven a parecer más o menos normales. Pueden volver a retomar sus
trabajos o cumplir sus periodos de servicio militar muy satisfactoriamente. A
la inversa, un súbito estallido de excitación, provocado o no, puede trastornar
un cuadro clínico hasta entonces sosegado. Un paciente ―mejorado‖ quiso
matar un gato, pero se padre lo retó. De inmediato se excitó mucho, exclamó
―Ahora todo ha terminado‖, se zambulló en el río, volvió a nadar hasta la
orilla, y reinició el trabajo que estaba haciendo.
CAPÍTULO II
LOS SÍNTOMAS ACCESORIOS

No sucede con frecuencia que los síntomas fundamentales se


manifiesten tan marcadamente como para ocasionar la internación del
paciente en un hospital para enfermos mentales. Son primordialmente los
fenómenos accesorios los que hacen imposible su permanencia en su hogar, o
los que ponen de manifiesto la psicosis e inducen a requerir el auxilio de la
psiquiatría. Estos síntomas accesorios pueden presentarse durante todo el
curso de la enfermedad, o solamente en períodos enteramente arbitrarios de
ellas. Son ellos los que proporcionan el sello exterior al cuadro patológico, de
modo que antes de Kraepelin se creía que se podía definir y delimitar
enfermedades separadas, exclusivamente de acuerdo con estos síntomas y sus
agrupamientos.
Los mejor conocidos de ellos son las alucinaciones e ideas delirantes.
Aparte de éstos, las perturbaciones de la función de la memoria y los cambios
de la personalidad han recibido una atención relativamente mucho menor. El
habla, la escritura, y varias funciones físicas, se alteran a menudo de una
manera irregular pero típica. Siguiendo a Kahlbaum, se ha reunido a un grupo
especial de fenómenos bajo el nombre de síntomas catatónicos. Todos estos
trastornos pueden ser transitorios o de larga duración. Además de ellos,
empero, existen definidos complejos de síntomas agudos que incluyen a los ya
mencionados y a otros fenómenos, y que han producido la impresión de ser
psicosis agudas independientes. Para nosotros, sólo son episodios o
exacerbaciones que se presentan en el prolongado desarrollo de la
enfermedad.

a) Alucinaciones, ideas delirantes e ilusiones


En los esquizofrénicos hospitalizados son principalmente las ideas
delirantes, y en particular las alucinaciones, las que ocupan el primer plano del
cuadro clínico. Las quejas de los pacientes, las peculiaridades de su conducta,
su agitación y aislamiento, sus éxtasis, desesperaciones y estallidos de cólera,
todos estos fenómenos se relacionan habitualmente con las ideas delirantes .y
alucinaciones, cuando no son sus directas consecuencias.
Una característica de las alucinaciones esquizofrénicas es su preferencia
por la esfera auditiva y por la de las sensaciones corporales. Casi todos los
esquizofrénicos hospitalizados escuchan "voces", ocasional o continuamente.
Casi con la misma frecuencia se presentan ideas delirantes y alucinaciones
relacionadas con los diferentes órganos del cuerpo. Las alucinaciones táctiles
son relativamente raras, aunque eventualmente los pacientes se quejan de
sentir sobre su piel animales, especialmente víboras. Pueden tener un
elemento táctil las alucinaciones de ser maltratados, golpeados, quemados, o
de que pasan por sus cuerpos corrientes eléctricas. Si tenemos en cuenta el
número de pacientes que se quejan de ellas, parecería que las alucinaciones del
olfato y del gusto son la tercera clase por su importancia. Las alucinaciones e
ilusiones visuales no son frecuentes en los pacientes lúcidos, pero aparecen en
los estados de obnubilación y de excitación alucinatoria aguda. En lo que
respecta a los otros sentidos, las ilusiones ocupan un lugar decididamente
secundario en relación con las alucinaciones. En lo que atañe al gusto, es muy
difícil estimar si se trata de ilusiones o de alucinaciones, dado que se producen
en su mayoría mientras se está comiendo. En el presente estado de nuestro
conocimiento carece asimismo de importancia decidir si las comunes malas
interpretaciones de los sentidos kinestésicos deben ser consideradas ilusiones
o alucinaciones.
El contenido de las alucinaciones esquizofrénicas puede ser provisto
por cualquiera de las cosas que percibe la persona normal, y a esto debe
añadirse todas las sensaciones que es capaz de inventar la psique enferma. Los
pacientes escuchan soplidos, crujidos, zumbidos, ruidos de matracas, tiros,
truenos, música, gritos, risas, susurros, charlas. Pueden ver objetos
individuales, paisajes, animales, seres humanos, y toda otra figura posible.
Huelen y gustan cosas agradables y desagradables, todo lo que puede afectar a
estos sentidos. Sienten cosas, animales y personas, gotas de lluvia, fuego y
palos. Experimentan todas las torturas, así como todas las sensaciones
placenteras que los órganos sensoriales pueden transmitir.
En realidad, sin embargo, la mayor parte de las alucinaciones que
podemos observar se limita a una selección muy reducida. Es muy excepcional
que en sus alucinaciones un esquizofrénico escuche todo un sermón o un
drama, o que encuentre en su café un pedazo de pan, o que vea paisajes
comunes, cotidianos. Rara vez escuchan música. Tampoco figuran con
frecuencia en las alucinaciones de nuestros pacientes hechos muy comunes o
muy complicados. Los complicados no se presentan porque muy pocos de los
pacientes son capaces de grandes logros intelectuales, dado que la peculiar
condición de sus procesos asociativos restringe sus aptitudes. Los sucesos
sencillos de todos los días no son alucinados porque no tienen gran
significación para la psique alucinada, que otorga realidad principalmente a
imágenes con fuerte carga afectiva. Lo habitual es que las "voces" amenacen,
insulten, critiquen y consuelen en frases breves o palabras bruscas; que se
presenten en las alucinaciones el perseguidor, figuras celestiales, ciertas
especies de animales, fuego, agua, o alguna situación deseada o esperada; que
se vea el paraíso, el infierno, un castillo, la cueva de un salteador; que se guste
en la comida a la ambrosia, algún veneno frecuentemente mencionado o
alguna sustancia vil; que rodee al paciente un vapor ponzoñoso o algún
maravilloso perfume. Experimentan las pasiones del amor y todos los tipos de
tortura que puedan afectar por medio físicos a sus cuerpos maltratados.
Es de este modo como expresan siempre los mismos deseos, temores y
esperanzas. El ambicioso escucha que se le va a ofrecer poder y dinero, pero
ciertos signos le revelan también las maniobras de sus enemigos. El paciente
internado oye voces que le prometen una inminente liberación, y otras que
describen a su "encarcelamiento" como eterno.
Las alucinaciones de los sentidos individuales manifiestan muchas
peculiaridades interesante.. Las alucinaciones auditivas elementales son
relativamente raras. Sin embargo, también ellas tienen relación con el paciente;
los ruidos crujientes significan peligro, los tiros se efectúan para su salvación o
su perjuicio. Hay algunos casos, no obstante, en que tales cosas no tienen más
significación que el zumbido de los oídos para una persona normal. Es
dudoso, empero, que esos fenómenos merezcan realmente el nombre de
alucinaciones.
La alucinación auditiva más común es la del habla. Las "voces" de
nuestros pacientes formulan todos sus impulsos y temores, y sur elación
alterada con el mundo exterior Las "voces" son el medio por el cual el
megalómano realiza sus deseos, el que tiene preocupaciones religiosas
consigue comunicarse con Dios y los ángeles; el deprimido es amenazado con
todo tipo de catástrofes, y el perseguido es insultado noche y día. Para el
paciente y para su asistente, las voces se convierten, sobre todo, en
representantes de los poderes patológicos y hostiles.
No sólo hablan al paciente, sino que hacen pasar electricidad' por su
cuerpo, lo golpean, lo paralizan, lo despojan de sus pensamientos. A menudo
se les concede existencia propia, sea en cuanto personas o en otras formas
extrañas. Por ejemplo, un paciente pretende que en cada una de sus orejas se
ha posado una "voz". Una de ellas es un poco más grande que la otra, pero
ambas tienen el tamaño aproximado de una nuez, y no, consisten de otra cosa
que de una horrible boca.
Las amenazas y los insultos son el contenido principal y más común de
estas "voces". Día y noche surgen de todas partes, de las paredes, desde abajo
y desde arriba, del sótano y de la azotea, del cielo y del infierno, desde cerca y
de lejos. Los pacientes también pueden escuchar la llegada de sus parientes y
liberadores, y cómo los médicos les impiden la entrada, o los toman
prisioneros y los torturan. Mientras el paciente come, oye una voz que le dice:
"Cada bocado es robado". Si deja caer algo, oye: "Si por lo menos se te
hubieran cortado los pies".
Las voces son contradictorias muy a menudo. Pueden oponerse al
paciente (cuando éste piensa en Dios, ellas niegan Su existencia) , y luego se
contradicen. (Un paciente tiene un absceso; escucha voces que dicen:
"Envenenamiento de la sangre", y luego "Una buena mejoría". Durante la
menstruación, una solterona de edad madura escucha: "El período, ¡pero ya
debiera haber un cambio!", y luego: "Cambio primaveral".) A menudo
diferentes voces asumen los papeles de afirmación y negación. La voz de su
hija le dice a un paciente: "Lo están por quemar vivo", mientras que la de su
madre dice: "No lo van a quemar". Aparte de sus perseguidores, los pacientes
suelen escuchar a algún protector. Otras veces la misma voz se divertirá
conduciendo al paciente a una completa desesperación al aprobar sus
intenciones, o indicarle que compre alguna cosa, y luego regañarlo por hacer
eso. Las voces le ordenan ir a bañarse, y luego se burlan de él por haber
obedecido. Los asistentes, los doctores, los policías, las "voces", en general,
gustan de criticar sus pensamientos, su comportamiento y sus acciones.
Mientras se arregla durante la mañana, una paciente escucha: "Ahora se está
peinando",. "Ahora se viste"; a veces en tono de reproche, a veces
despectivamente, o con comentarios críticos.
La voz puede asimismo prohibir al paciente que haga precisamente lo
que estaba pensando hacer. A veces, las voces alucinatorias critican
correctamente sus pensamientos delirantes y sus impulsos patológicos.
Para este tipo de voces el paciente encuentra términos especiales, tales
como "voces de la conciencia" o "demonio regañón", para indicar su aspecto
negativo. Las voces de la conciencia pueden criticar una intención aún antes
de que el paciente se haya dado cuenta de ella. Un paranoide inteligente que
provenía del cantón suizo de Thurgau, abrigaba sentimientos hostiles hacia su
asistente personal. Encontrándose este último en la habitación, la voz le dijo al
paciente con tono de reproche: "!Eso es, un hombre de Thurgau golpea a un
asistente privado perfectamente decente!". Las percepciones también pueden
transformarse en voces sin que el paciente se dé cuenta de ello. En tal caso las
voces se vuelven proféticas: un paciente escucha "Ahora alguien está bajando
del salón con un balde de agua", luego la puerta se abre y se cumple la
profecía.
Otras profecías no son más que los propios deseos y temores del
paciente: la voz de Dios le dice que mañana serán destruidos por una gran
catástrofe el hospital y todos los médicos, y que él mismo será elevado a un
alto rango.
A veces las voces se limitan a enunciar lo que el paciente hace y piensa,
de modo análogo al síntoma llamado "nombrar". En éste, la idea de un objeto
percibido es convertida en palabras-acción; aquí, en representaciones
acústicas. También vemos que un paciente mira una ilustración y escucha a la
voz diciendo: "Ésta es una ceremonia nupcial". Las voces "nombran"
literalmente al objeto visto. Con frecuencia comprobamos en la demencia
precoz el fenómeno de que los pensamientos del paciente se hacen audibles.
(Es erróneo algunas veces llamar a esto "doble pensamiento".) Los pacientes
escuchan sus propios pensamientos expresados en un suave susurro o en un
tono intolerablemente fuerte. "Las líneas telefónicas recogen todos mis
pensamientos". Las ilusiones pueden formular también un pensamiento
momentáneo. "Todo lo que pienso, las campanas lo repican, las ruedas lo
rechinan, los perros lo ladran, los pájaros lo cantan; tal cosa nunca ha
sucedido antes en este mundo." Cuando un paciente habla, puede producirse
un eco alucinatorio: "Cuando digo algo, me parece escucharlo repetido en la
distancia" (666, pág. 260).
"Cuando dejo de hablar, las voces repiten lo que acabo de decir." Este
fenómeno aparece con especial frecuencia, aunque no exclusivamente, cuando
los pacientes leen o escriben.
Por lo general, otras alucinaciones se mezclan con este "eco de los
pensamientos". Un paciente hebefrénico se queja de que todo lo que dice es
repetido a medida que lo va diciendo; una vieja hace comentarios; un hombre
lee en voz alta lo que el paciente escribe; otro discute acerca de él con una
mujer.
Las voces pueden también dar información respecto a ellas mismas.
Dicen quiénes son, qué aspecto tienen, dónde están, etc., pero esto no sucede
con frecuencia. Habitualmente los pacientes conocen ya todo eso, o no
parecen interesarse mucho por averiguarlo. Uno de nuestros pacientes
escuchó primero la voz, y luego se le dijo de quién provenía.
La propia confusión del paciente se expresa a menudo en las voces. A
veces hablan al mismo tiempo varias voces, de modo que el paciente no puede
comprender lo que dicen. Con bastante frecuencia lo que dicen es una mezcla
tal que el paciente no puede entenderlo. Frecuentemente oye proposiciones
confusas o incomprensibles.
Por lo general, sin embargo, los pacientes escuchan frases breves o
palabras aisladas, que no siempre tienen sentido. Es el paciente el que suele
atribuir algún significado a las palabras o frases. Salvo como una complicación
alcohólica, los pacientes oyen rara vez discursos coherentes o largos. Mucho
más frecuentes son los diálogos, sea con Dios, con un protector o un
perseguidor. A menudo las voces muestran alguna peculiaridad especial.
Hablan extraordinariamente despacio, rítmicamente, métricamente, o
rimando; o bien en lenguas extranjeras, etc.
Además de ser localizadas cerca o lejos, también se localiza a las voces
dentro del cuerpo, en general por razones obvias. La madre habla en el
corazón o en los oídos del paciente; las voces familiares se localizan
preferentemente en el corazón o en el pecho. Muchas veces, sin embargo,
puede ser todo el cuerpo el que habla, diciendo: "Tú, bellaco", "Tú, ramera".
Un pólipo puede dar ocasión a que se localicen las voces en la nariz. Un
trastorno intestinal las relaciona con el abdomen; una respiración pesada o
eructos establecen una vinculación con los órganos correspondientes. En los
casos de complejos sexuales, el pene, la orina dentro de la vejiga, o la nariz,
profieren palabras obscenas. Una paciente grávida, real o imaginariamente,
oirá a su hijo hablarle desde sus entrañas. Uno de nuestros pacientes tenía en
su mano izquierda (con la cual se masturbaba) una muchacha que le hablaba
cuando se llevaba la mano al oído.
No siempre se puede descubrir el fundamento de la localización.
Así sucede cuando el paciente sólo oye hablar a su pierna, o cuando las
voces vienen de diversos lugares debajo de la piel, y gritan constantemente:
"No me dejes salir", "No cortes ahí para abrir". Debe ser una sensación
extraordinaria la que induce al paciente a hacer esta descripción:
"Particularmente la última palabra dio vueltas en torno a mi cabeza, por
decirlo así, durante varios minutos". (Kraepelin.) O bien "Escucho muchas
voces, y de tal modo que parece que lloviera dentro mío", o "Las voces del
corazón han crecido en mi cuerpo en forma de anillo". Una paciente descubre
una cierta categoría de sus voces "como si una chocara contra un sonido, o
recibiera un golpe en los nervios". Otra clase de voz, amonestadora, es
descrita como "particularmente aviesa, pero no rugiente, y hace aparecer en la
cara de uno un dibujo de líneas negras; esto es, líneas negras como
decoraciones".
Ocasionalmente, no se localiza a las voces en el cuerpo sino en la ropa.
Una de nuestras hebefrénicas se estaba sacudiendo continuamente de su falda
"pequeños trasgos". En otra paciente, las voces parecían encontrarse de través
sobre sus hombros. También los objetos inanimados pueden hablar. Así lo
hace la limonada; y el paciente escucha su nombre pronunciado desde un vaso
de leche. Los muebles le hablan. Qué poco difieren las alucinaciones de las
ilusiones, lo ilustra el hecho de que cuando hay silencio, los pacientes
escuchan voces que provienen de cualquier rincón extraño, pero cuando se
producen ruidos reales, localizan de inmediato su fuente. Magnan encontró
que, cuando se distingue entre voces buenas y malas, las primeras vienen de
arriba y las segundas de abajo. Esta constelación no es de ningún modo rara, y
corresponde a nuestros conceptos religiosos. Sin embargo, no podemos
establecerla como regla, porque hay demasiadas excepciones. El mismo
significado puede atribuirse a lo que nos dijo un paciente: que en las salas
silenciosas escucha las voces como viniendo desde arriba, y en las salas
ruidosas las oye proviniendo de abajo. Él teme particularmente a las voces que
vienen de abajo.
Con frecuencia, los dos sectores que se relacionan con el paciente se
dividen según los dos lados del cuerpo del paciente. En particular, las
alucinaciones auditivas son agradables en un oído y desagradables en el otro.
Sin embargo, no siempre pude descubrir una preferencia definida de las
buenas voces por el lado derecho, como la establecen algunos autores. No
obstante, uno de nuestros pacientes hablaba simbólicamente del Espíritu
Santo, en su oreja derecha, y de la serpiente, en la izquierda.
A veces, las voces se localizan de un solo lado. A menudo, pero no
siempre, este fenómeno se origina en una condición patológica del oído, de
modo que puede tratarse de una interpretación ilusoria de un zumbido
interno.
Las alucinaciones de las sensaciones corporales presentan una multitud
tan caleidoscópica, que ninguna descripción podría hacerle justicia.
Cualquier órgano puede ser la sede del dolor más intenso. El cuero
cabelludo puede volverse tan sensible que el menor roce del cabello produce
un terrible dolor. Todos los huesos del cuerpo pueden doler. Los pacientes
sienten que los golpean o los queman; los atraviesan con agujas al rojo vivo,
con puñales o con lanzas; les retuercen los brazos; les doblan hacia atrás la
cabeza; les achican las piernas; les arrancan los ojos, de modo que al mirarse
en el espejo les parece tenerlos totalmente fuera, de sus órbitas; les prensan la
cabeza; sus cuerpos se han vuelto corno acordeones, se los estiran y luego
vuelven a comprimirlos. Tienen hielo dentro de la cabeza; se los ha puesto
dentro de una heladera. Sienten dentro de su cuerpo aceite hirviendo; sienten
guijarros en toda su piel. Sus ojos y sus cerebros llamean. Les están dando
tirones, como cuando se arrancan las crines de un colchón. Una bala gira en
espiral dentro de su cráneo, desde la base hasta la parte superior. Sienten en el
estómago una sensación como si no retuvieran el alimento; se sienten
hinchados. Se les estiran los pulmones, como si se estuviera introduciendo a
un hombre corpulento a través del abdomen, desde los genitales hacia el
pecho. Sienten latidos de corazón en el ombligo. Los latidos del corazón son
lentos a veces, y otras veces se aceleran. Su respiración es estorbada, se les
extrae o bloquea la orina. Cualquier órgano puede ser quitado, cortado,
despedazado, invertido. Un testículo se hincha. Se les aprieta los nervios, los
músculos o diversos órganos.
También aparecen en gran número sensaciones desconocidas para la
persona normal. Cuando alguien es amable con uno de nuestros paranoides,
éste se siente "tocado delicadamente". Si alguien es perverso con él, "siente
que lo golpean". No lo siente en su piel, sino más bien en su cabeza; luego se
difunde por todo el cuerpo, alterando la posición del paciente.
Las ilusiones y alucinaciones de los sentidos kinestésicos y de los
órganos vestibulares están generalmente en un segundo plano del cuadro
clínico. Sin embargo, los pacientes pueden creer firmemente que están
ejecutando determinadas acciones, cuando en realidad yacen quietos en la
cama o se apoyan inmóviles contra la pared. Evidentemente, en tal caso esos
órganos deben participar en la actividad alucinatoria. En los estados de
ensueño observamos que los pacientes hacen movimientos sin coordinación,
casi como epilépticos, mientras ellos mismos creen estar luchando para
defender sus vidas o tomando parte en alguna escena amorosa. En ciertas
condiciones, creen que se los traslada de un lugar a otro; que se los arroja al
aire o que están parados sobre la cabeza. Puede suceder también que los
pacientes crean que uno de sus miembros se mueve, mientras que nada de eso
se observa objetivamente. Un paranoide siente que se mueven su cabeza y sus
hombros, pero piensa que pertenecen a una persona alucinada. De un modo
semejante, un paciente dice (526): "Cuando las voces mueven sus lenguas, lo
siento en mi propia boca". Más raramente el paciente siente las palabras como
movimientos de escritura, en o sobre sus manos (38, pág. 153).
Las ideas delirantes relativas a los órganos del habla son las más
comunes. Los pacientes creen que están hablando, mientras que en realidad
no lo hacen. Por supuesto, no se puede relacionar de inmediato a las
alucinaciones auditivas con las alucinaciones de los músculos de los órganos
del habla. Sin embargo, las alucinaciones kinestésicas merecen verdaderamente
un estudio más concienzudo.
Entre las alucinaciones corporales esquizofrénicas, las sexuales son con
mucho las más frecuentes y las más importantes. Estos pacientes
experimentan todos los goces y arrobamientos de las gratificaciones sexuales
normales y anormales, pero más frecuentemente aún, toda práctica obscena y
repugnante que pueda concebir la fantasía más extravagante. Los pacientes
varones sienten que se les extrae el semen, y que se les provoca erecciones
dolorosas. También se los vuelve impotentes. Las mujeres son violadas y
ultrajadas del modo más diabólico; se las obliga a copular con animales, etc. A
los varones se les corta, quema y retuerce los órganos genitales internos y
externos.
A menudo las sensaciones sexuales se ocultan, no sólo al observador
sino al mismo paciente. Las mujeres desplazan con frecuencia, principalmente
al pecho, dolores punzantes, calambres, o sensaciones similares, mientras que
puede establecerse mediante un prudente interrogatorio, o mejor aún, dejando
a la paciente hablar con libertad, que tales fenómenos están localizados
realmente en los órganos genitales.
No es raro comprobar que no se trata aquí meramente de un
eufemismo, sino de un real desplazamiento de sensaciones genitales hacia
otras partes del cuerpo, especialmente al corazón; en los hombres, a veces, a la
nariz; en las mujeres, a la boca. En verdad, aun las "voces" genitales sufren
esas migraciones. Un hebefrénico con un poderoso complejo de masturbación
escuchó mucho tiempo a su pene, diciéndole: "Canto de pájaro, canto de
pájaro". Luego se escuchó a la voz inocuamente ubicada en la oreja derecha.
Muy a menudo las alucinaciones sexuales disimulan su contenido. El sentirse
electrolizada o quemada tiene habitualmente un sentido sexual. Una de
nuestras pacientes se quejaba de que sentía en su cama los movimientos de
caballitos de madera meciéndose. Un examen cuidadoso reveló que se trataba
en realidad de sensaciones de coito, metamorfoseadas, inclusive para la misma
paciente, en caballos de madera. En realidad, pese al significado simbólico de
muchas de esas alucinaciones, la mayoría de ellas corresponde a verdaderas
sensaciones y no son sólo simuladas por las expresiones metafóricas de los
pacientes. Por cierto, el sentido figurado de algunas palabras se aplica con
mucha mayor frecuencia en relación con las alucinaciones corporales que en
las descripciones de alucinaciones de los otros sentidos. En algunos casos, la
sensación de ser quemado no tiene ningún significado sexual. Cuando una
paciente dice que se siente "sofocada" hasta que pronuncia ciertas palabras,
una indagación más atenta puede establecer que ésa es la expresión figurada
de la compulsión a decir esas mismas palabras. Las alucinaciones corporales
tienen una tendencia especial a aparecer como alucinaciones reflejas. A menudo
aparecen en la forma de abiertos ataques. Entonces dan la impresión de ser
ataques catatónicos abortados. "Comienza en los pies como un
entumecimiento, pasa por el cuerpo hasta los brazos, y pica; pasa al vientre y
retumba; luego va al corazón, desgarra, tira, y luego sube a la cabeza, y
entonces estoy completamente perdido." Muy a menudo esos ataques son de
carácter sexual. Unos pocos pacientes admiten espontáneamente que los
acompañan sensaciones sexuales, que pueden ser de naturaleza agradable o
desagradable, según la ocasión. En otros casos podernos concluir que se trata
de eso a partir de sugestiones disimuladas en las afirmaciones de los pacientes,
o por otros indicios.
Son comparativamente raras las alucinaciones visuales en un estado e
conciencia lúcida. Cuando ocurren en tal estado, pueden asumir el carácter de
seudo-alucinaciones, en cuanto son reconocidas como alucinaciones. Con más
frecuencia se le aparecen al paciente como "pinturas" o "imágenes", pero no
corno objetos reales.
Los ejemplos siguientes provienen de pacientes crónicamente
enfermos, pero lúcidos. Entre las alucinaciones más frecuentes se hallan
fenómenos tales como luces, niebla, oscuridad, etc. Una paciente ve ante sus
ojos niebla y nubes, "que oscurecen su rostro y sus pensamientos". También
se ven figuras geométricas. Un paciente ve constantemente delante de él un
par de ojos blancos, otro ve cabezas en torno suyo. Alrededor de él, en el aire,
flotan personas, algunas de las cuales parecen alegres, mientras que otras
lloran. "Ángeles, no más grandes que avispas", vuelan alrededor del paciente.
Un hebefrénico ve aparecer manos, cuyos dueños permanecen invisibles. En
torno a una paciente flotan fantasmas de distintos colores, y se deslizan dentro
de ella por sus brazos o piernas. Otra ve a elefantes y otros animales, e
inclusive a personas, pasando a través de su tronco. Una paciente ve a coches
de dos pisos, multicolores, tirados por caballos, que pasan de derecha a
izquierda bajo la piel de su abdomen, luego salen bajo su brazo derecho, y
continúan su camino en la calle.
Las visiones de animales no son muy frecuentes cuando el alcoholismo
no es un codeterminante de los síntomas. Sin embargo, aparecen con alguna
frecuencia animales tales como serpientes, elefantes, caballos, perros, con
connotaciones sexuales, aunque más a menudo son sentidos que vistos. Una
paciente vio como sus huesos se converjan en un perro.
Aparte de los estados crepusculares agudos, rara vez se presentan en las
alucinaciones escenas completas. Pero en esos estados son muy comunes, y las
refuerzan alucinaciones de los otros sentidos. Un hebefrénico deprimido vio,
en plena luz del día, a. un rebaño de ovejas, sin su pastor, en un paisaje
desconocido. Tres cadáveres yacían allí en ciertas posiciones, y al mismo
tiempo se presentó en escena la madre del paciente para protegerlo. Se ven
sábanas en la azotea de un vecino; la casa del vecino se incendia; una serpiente
se enrolla en la lámpara; un hombre es decapitado continuamente; personas
—hombres y mujeres— se sientan en torno al fuego. Una joven catatónica ve
cómo sus primos se pegan entre sí, para gran deleite de la paciente; luego se
paran sobre sus cabezas. Sobre la cabeza del médico hay un grupo de gente;
en la primera hilera están los buenos, en la fila de atrás los malos, entre ellos
sus padres (a quienes la paciente tenía buenos motivos para temer). Los cielos
se abren; los ángeles, los santos, y el mismo Dios, se comunican con el
paciente. Es muy común la aparición de terribles figuras infernales.
Salteadores amenazan al paciente.
A menudo se ven palabras, en .todo tipo de inscripciones, y aun frases
enteras. A veces la escritura aparece súbitamente, formulando alguna noción
extravagante. Así, un paranoide ve de repente la palabra "veneno" en el aire,
en el mismo momento en que su asistente le hace tomar la medicina.
También, pueden verse escritos pensamientos concientes o el sermón que se
está escuchando: ―Pensamientos hechos visibles‖ (Halbey).
Las alucinaciones táctiles son raras, y cuando aparecen son bastantes
vagas, especialmente si se las compara con las que acompañan al delirium
tremens.
Ocasionalmente se sienten reptar sobre el cuerpo de los pacientes a pequeños
animales, particularmente serpientes. Una paciente yace "en una cama de hormigas o
víboras". También se toman o se arrojan objetos alucinatorios.
En los esquizofrénicos, las cuatro características principales de las alucinaciones, la
intensidad, la claridad, la proyección y el valor de realidad, son enteramente independientes
entre sí. Cada una de ellas puede virar dentro de los límites máximos sin afectar a las de
más.
Intensidad. Casi cualquier cosa puede ser percibida alucinatoriamente, y
la intensidad puede virar desde el más leve murmullo a la voz atronadora más
espantosa; desde sensaciones corporales ligeramente anormales a la más
intolerable sensación de ser cortado en pedazos, quemado o electrocutado;
desde la bruma más delicada hasta una luz cegadora. La intensidad no tiene
necesariamente relación con la atención obsesiva que presentan los pacientes
a las alucinaciones, aunque cuando éstas con intensas, ceteris paribus, alterarán
la atención más fácilmente. Sin embargo, a veces el susurro más suave
comprensible, preocupará más al paciente que el más fuerte grito alucinatorio.
En todo caso, la intensidad, la atención obsesiva, la claridad y la proyección al
exterior, tienen la característica común de aumentar o decrecer con frecuencia
según las ocasionales enfermedades.
Claridad. A veces todas las percepciones son de una claridad y viveza
imponentes. También sucede que los pacientes oigan solo un crujido o un
murmullo confuso; o verán algo nebuloso, formas vagas, que ellos designarán,
más o menos inconscientemente, como figuras específicas. Una paciente no
podía comprender una sola palabra de las que proferían las voces, pero de ese
sonido confuso entendió que se la iba a matar. Dos pacientes de Pfersdorff
(560, pág. 742) oían insultos en francés, aunque no entendían ese idioma. ―No
se comprende claramente a las mismas palabras pero sí el sentido‖ (ibid., pág.
743). Así, con frecuencia los pacientes no nos dicen literalmente lo que han
escuchado, sino que se expresan más bien por medio de frases generales. ―Los
vecinos están llenos de odio y envidia hacia mí‖. ―Hubo mofas y burlas
públicas‖. El paciente percibe ―un repugnante olor a víbora, contesta:
―También podría decirse morfina‖. Tal vaguedad no perturba en absoluto al
efecto subjetivo de la experiencia alucinatoria. Los pacientes creen en sus
interpretaciones, que ellos toman por percepciones.
La situación, en lo que atañe a la proyección, es muy notable. Muchas
alucinaciones son proyectadas al exterior exactamente como las percepciones
reales, y no se las puede distinguir subjetivamente de ellas. Las alucinaciones
de las sensaciones orgánicas ocupan aparentemente una posición muy
especial. Para estas alucinaciones, el cuerpo se convierte en el mundo exterior.
Por lo general, es posible distinguirlas con bastante facilidad de las simples
parestesias que aparecen en otras enfermedades, porque son paralelas en
todos los aspectos a las alucinaciones de los demás sentidos. Las alucinaciones
no son consideradas como sensaciones que indican alguna anormalidad en el
cuerpo. El paciente alucinado no siente un dolor punzante o quemante, sino
que lo están apuñalando o quemando. De modo que por lo menos el factor
causal es proyectado totalmente al exterior. En el caso de las alucinaciones
sensoriales combinadas, estas sensaciones constituyen un elemento
equivalente a todos los otros componentes de la alucinación.
Por otra parte, muchos pacientes distinguen entre lo que realmente ven
y escuchan y lo que se les ―impone‖ No obstante, aun ellos se inclinan a
atribuir realidad, con frecuencia, al contenido de sus alucinaciones. Es muy
común que estos pacientes, aunque hagan tal distinción, consideren a muchos
otros tipos de alucinaciones como percepciones sensoriales reales.
Además, se registra toda la variedad posible de transiciones entre las
imágenes normales y las alucinaciones sensoriales de la mayor claridad.
Aunque las alucinaciones auditivas son motivo de gran preocupación, aun los
pacientes inteligentes no. están siempre seguros de escuchar realmente voces o
de verse simplemente obligados a pensarlas, Son "esos vívidos pensamientos"
los que son llamados "voces" por los pacientes. Otras veces se trata de
"pensamientos audibles" o de "voces sin sonido". Estas dos expresiones quizá
quieran decir lo mismo, y aluden ciertamente a fenómenos estrechamente
relacionados. Uno de nuestros esquizofrénicos sostenía que no oía realmente
palabras, sino que sentía como si su propia voz las pronunciara (transición a
las alucinaciones de las sensaciones musculares de los órganos del lenguaje) , y
sin embargo las voces le parecían "más fuertes" cuando efectuaba algún
esfuerzo corporal. Otro paciente ya no sentía verdaderas voces, sino "sólo
ciertos objetos peculiares en los labios". Otro las escuchaba a veces "en su
memoria", y otras veces "detrás de las orejas". El paciente de Koeppe acentuó
muy enfáticamente la independencia de las sensaciones reales: "Podría ser
sordo como una piedra, y sin embargo escucharía las voces". A veces les
parece a los pacientes "como si escucharan algo", lo que no les impide abrir la
ventana un centenar de veces por día o hacer un viaje especial para arrojarse
en el Rhin, obedeciendo a tales indicaciones. Este último paciente describía
sus sensaciones: "Era como si alguien me apuntara con el dedo y me dijera,
¡Vé y ahógate! Es como si nos estuviéramos hablando mutuamente. No lo
escucho en mis oídos, siento la sensación en el pecho. Sin embargo, me parece
escuchar algún sonido." A veces tropezamos con alguna expresión muy
notable: las voces "se me aparecían como si mis oídos las exhalaran", o como
si "alguien hablara dentro de mis oídos". Parecería que tales pacientes tienen la
sensación de que las voces vienen desde adentro de ellos. Un paciente
manifestó que se le había hablado desde "afuera" al oído. Para escuchar eso,
"había tenido que adoptar una posición especial en relación con el oído". El
mismo paciente "también sentía una contracción en sus piernas". Durante el
examen clínico, la pierna le decía: "quédate callado, o algo por el estilo". De
modo que parecería aquí que la sacudida en la pierna provocaba el
pensamiento (¿o lo expresaba?) de que sería mejor callarse. El paciente creía
escucharlo en la pierna. Sin embargo, el contenido acústico era tan vago, que
el paciente no podía decir cuáles eran las palabras que expresaban esa idea.
Los fonemas pueden acercarse más a las percepciones reales en la medida en
que "no son voces reales, sino sólo reproducciones de las voces de parientes
muertos".
Estos ejemplos están lejos de agotar los posibles matices de la
proyección de las alucinaciones auditivas. En general, los pacientes distinguen
dos clases principales: las voces que llegan desde el exterior, como las
ordinarias, y las que son proyectadas dentro de sus propios cuerpos, que casi
no tienen ningún componente sensorial, y son designadas por lo común como
voces interiores (Baillarger: alucinaciones psíquicas). Por consiguiente, estas
últimas son menos alucinaciones de percepciones que alucinaciones de ideas.
El proceso patológico de estos fenómenos fronterizos está relacionado más
estrechamente con la ideación que con la percepción.
En su mayoría, el valor de realidad de las alucinaciones es tan grande
como el de las percepciones reales, o aún mayor. Cada vez que la realidad y las
alucinaciones entran en conflicto, son habitualmente las últimas las
consideradas reales. Si se pone en duda la realidad de las alucinaciones del
paciente, obtenemos por lo general la siguiente respuesta: "Si ésa no es una
voz real, también podría decir que tampoco usted me está hablando realmente
ahora". Cuando los pacientes distinguen a las voces de lo que la persona sana
llama realidad, es habitualmente por medio de características que no tienen
nada que ver con la proyección normal: un cierto tipo de contenido, un lugar
de origen desusado, la invisibilidad del que emite las voces, y puntos
semejantes, indican al paciente que está frente a algo fuera de lo común.
Tampoco se reconoce como tales, por lo general, a las alucinaciones del gusto
y del olfato; mientras que las alucinaciones visuales, que chocan
constantemente con las imágenes visuales reales, son fácilmente apreciadas
como algo extraordinario. Esto no significa, empero, que se las reconozca
como alucinaciones sensoriales. Un fotógrafo parece mostrar al paciente
"imágenes que no están, propiamente hablando, en el aquí y ahora", tales
como ángeles, Dios, etc. No obstante, insistirá en que realmente ha visto al
Cielo a través de un vidrio. Ésta es la situación corriente. Las voces son
conversaciones de otras personas, aunque se originen en los propios oídos.
Un paciente explicaba el origen de los formas como análogo al del sonido que
escuchamos cuando ponemos una concha sobre el oído; sin embargo, creía en
la realidad de lo que escuchaba. En los estados crepusculares o de agitación,
sólo raramente se aprecian las más crudas contradicciones con la realidad. Aun
las alucinaciones visuales son adaptadas interpretativamente a la ilusión, o bien
los pacientes viven en dos mundos visuales distintos, sin ponerlos en relación
mutua.
En la esfera visual, están entre las más frecuentes las "verdaderas"
seudo-alucinaciones de Kandinsky. Éstas son visiones claras, y proyectadas
completamente al exterior, pero que el paciente reconoce como alucinaciones.
Se las distingue de las ordinarias alucinaciones por la actitud crítica del
paciente hacia ellas, más bien que por alguna propiedad especial de la
experiencia sensorial. Parecen ocurrir con menos frecuencia, en los
esquizofrénicos, que los otros tipos de alucinaciones.
La concepción subjetiva de las alucinaciones es muy variable. Por lo
común, los pacientes atribuyen las voces a personas que hablan, o a aparatos;
las visiones, a personas reales o a imágenes proyectadas, las alucinaciones del
gusto y del olfato a la contaminación del aire o de los alimentos; y las
alucinaciones corporales a influencias físicas o químicas. En algunos casos los
pacientes reconocen el carácter patológico de sus alucinaciones; en particular,
muchos pacientes se dan cuenta, más o menos, de la relación que ellas tienen
con (o de su derivación de) los propios pensamientos.
Las actitudes hacia las alucinaciones exhiben la mayor variabilidad.
Muchos pacientes, en particular durante las fases agudas, reaccionan ante ellas
como si fueran reales, y en consecuencia parecen estar, exteriormente,
totalmente "locos". En el otro extremo, hay algunos pacientes que no parecen
interesarse por ellas, sea por astuto~ dominio de sí mismos o por mera
Indiferencia. A menudo el paciente lucha, no sólo contra el contenido de las
alucinaciones, sino contra sus irrupciones dentro de su personalidad. Los
pacientes pueden descubrir y emplear defensas que vanan desde medidas
aparentemente razonables (como taparse los oídos) hasta algunas que apenas
pueden ser comprendidas por las personas normales, incluyendo las más
absurdas bufonadas y exorcismos cabalísticos. Otros abandonan a sus
alucinaciones, en parte como desahogo de su hostilidad, y en parte porque
ellas son evidentemente placenteras ("¡Doctor, he tenido sueños tan lindos!").
A menudo el parcial desdoblamiento de la psique le permite al paciente
disfrutar, durante el período de alucinación, de un contacto centrípeto y
centrífugo normal con el mundo exterior (inclusive en los exactos
experimentos de Bostroem sobre la percepción).
b) Ideas delirantes
En las ideas delirantes puede encontrar expresión todo lo que se desea
y teme; y en cuanto puede juzgarse a partir del estado actual de nuestro
conocimiento, muchas otras cosas también, quizás inclusive todo lo que puede
ser experimentado o concebido. Sin embargo, aún aquí ciertos tipos de ideas
delirantes y ciertos rasgos menores se presentan en todos los pacientes con
una notable regularidad.
El delirio de persecución es el que se encuentra con mayor frecuencia
entre todos los bien conocidos tipos de contenidos delirantes. "No hay
especie alguna de corrupción humana por la cual no se haya pecado contra
mí", decía uno de nuestros paranoides. A estos pacientes se los echa del
trabajo por calumnias, y en particular, mediante toda clase de sórdidas
trapacerías. Se les asignan tareas especialmente duras; se les arruina sus
elementos, se hace contra ellos todo tipo de insinuaciones difamatorias o
injuriosas. Antes de que un paciente entre a una aldea, se pregona su visita, y
entonces recibe los denuestos de toda la población. Lo quieren enviar a
Siberia, esclavizarlo. Dos rameras viven enfrente suyo; y cada vez que se sienta
a comer, le gritan cosas tan repugnantes que no puede probar un bocado. Se le
ha robado. Los asistentes y otros pacientes visten sus ropas.
Los esquizofrénicos en un estado más lúcido, se consideran víctimas de
una determinada "banda de asesinos", con quienes los pacientes relacionan
todas las dificultades que encuentran. Los francmasones, los jesuitas, los
"judíos negros", sus compañeros de trabajo, los lectores del pensamiento, los
"espiritualistas", o enemigos inventados ad hoc, agotan todos los medios para
aniquilar, o por lo menos torturar y aterrorizar, a los pacientes. Dondequiera
se hallen los pacientes, están expuestos a estas fuerzas hostiles, sea que
enemigos en persona los persigan por todas partes y se escondan en las
paredes, en la habitación contigua, en el sótano, en el mismo aire; sea que
estas fuerzas hostiles observen y tomen nota de cada acción y pensamiento del
paciente por medio de "espejos de montaña", o por instrumentos eléctricos, e
influyan sobre él mediante la magia y con misteriosos aparatos. Ellos
producen las voces, y ocasionan todas las sensaciones intolerables que sea
posible concebir. Le provocan entumecimientos al paciente, lo despojan de
sus pensamientos o le hacen pensar ciertas cosas. Una paciente no podía ir
más al lavatorio porque allí se la vigila, no sólo a través de las paredes sino
también desde el fondo de la palangana. Su última internación fue observada
por toda la vecindad.
Un esquizofrénico rara vez intenta hacerse una idea clara de cómo
realizan todo eso sus enemigos, y ni siquiera muestra deseos de saberlo. "Es
así, simplemente", y con esto parece quedar muy satisfecho. A menudo la
necesidad de una explicación causal se cubre con meras palabras. Se le habla al
paciente por medio de "signos secretos" o medían te "los ensalmos del
bandolero". También puede pensar en términos de magia: cuando se
pronuncia su nombre, se lo despoja de su fuerza. Antes que interesarse por la
técnica de las torturas, el paciente se preocupa más a menudo por encontrar
alguna razón por la cual se intente hacerle todo eso. Hay personas que están
celosas de él, que temen su competencia comercial o sexual, o que por mera
vileza, por el placer de torturar, por curiosidad o por otros motivos privados,
lo utilizan para sus experimentos. La "influencia" corporal constituye una
tortura especialmente insoportable para estos pacientes. El médico apuñala
sus ojos con una "voz de cuchillo". Se los diseca, golpea y electrocuta; su
cerebro es aserrado en pedazos y sus músculos entumecidos. Se ha instalado
en sus cabezas una máquina que funciona constantemente. Alguien ha
inyectado algo en sus conductos lacrimales. Sus ojos han sido cambiados por
los de mujeres viejas. Se los hace dormir. A una paciente se le dice que se
convertirá en deliciosas chuletas de ternera, las que serán devoradas por los
lobos. Se les arrancan los órganos sexuales y se los exhibe en una ciudad
vecina. Se han retorcido sus intestinos. Elefantes y toda clase de animales
habitan sus cuerpos. Una paciente tiene en sus dedos seres humanos que
quieren matarla y beberse su sangre. La paciente ha sido despojada, en
beneficio de otra persona, de su salud y de su belleza. Es también muy común
la idea delirante de ser envenenado. Se ha puesto veneno en los alimentos del
paciente, en el aire, en el agua, en la jofaina y en las ropas. Se le inyecta desde
lejos, por la boca y a través de otros orificios corporales. Se le dio al paciente
"ácido clorhídrico de primera clase, pan de pelos y orina para comer". Además
del veneno, se mezclan a sus comidas toda clase de ingredientes repugnantes.
La sopa fue hecha con agua proveniente del lavado de pies; se .bombea dentro
del estómago del paciente estiércol líquido. La noción de ser envenenado se
generaliza a menudo. El paciente es "maldecido". "Si uno puede hablar por
medio de pensamientos audibles, entonces a uno se lo maldice; la maldición es
algo que se clava en una persona, algo enteramente inexplicable. Se ha
pensado que es un veneno compuesto de esqueletos humanos y animales,
pero por supuesto, es un gran secreto del Vaticano. Una cosa es cierta, por
medio de eso se puede torturar terriblemente a un cuerpo. Ellos hablan el
"lenguaje-pensado" sin mover los labios. Mediante la maldición, uno puede
escuchar subrepticiamente. Es la poderosa maldición interrogativa, la
maldición del "gangster". Las ideas delirantes de persecución son ampliadas a
menudo para incluir a otras personas, en particular a los parientes del paciente:
estos son encarcelados en el hospital, torturados en todas formas, inclusive
asesinados. Si el paciente permanece aquí "más de un año y 87 semanas" se le
cortará una pierna a su padre.
El delirio de grandeza es muy poco afectado por los hechos, por la
posibilidad o concebibilidad del cumplimiento de los deseos humanos.
Habitualmente el delirio de grandeza se combina con el delirio de
persecución. A menudo esto se manifiesta ya en el hecho de que se interesan
por el paciente dos facciones o poderes, uno en su favor y otro en contra
suyo. Con mayor frecuencia el gran hombre se ha quedado solo porque cierta
pandilla utiliza todos los recursos posibles para impedirle obtener el
reconocimiento y fama que le corresponden por derecho. Durante el sueño se
le roban, directamente de la cabeza, sus más valiosos inventos. Un asistente
del hospital le roba una invención de su cuerpo, tocándolo. Se lo irrita
constantemente, y aun se lo echa a la calle, para estorbar la realización de sus
ideas. El paciente tiene una importancia tan inmensa, que al retenerlo en el
hospital se extingue la misma fuente de la vida; los "organismos rutilantes"
que tiene en sus ojos, están siendo aniquilados. Las aspiraciones eróticas se
expresan en innumerables ideas delirantes de ser amados o violados. Los
delirios eróticos consisten en su mayoría de una mezcla de ideas grandiosas y
de persecución. Cuando una paciente esquizofrénica tiene una idea delirante,
rara vez están ausente el componente sexual. En realidad, por lo general es
prominente, aunque se encuentra a menudo disimulado u oculto bajo lo que
parece ser un contenido delirante religioso o hiponcondríaco. En las mujeres
se trata generalmente, no de amor en sí mismo, sino de elevación a una esfera
social superior mediante el matrimonio. En los hombres, son con frecuencia
otros impulsos los que ocupan el primer plano. Sin embargo, también aquí
encontramos, por lo general, factores eróticos cada vez que se pueden analizar
las ideas delirantes del paciente.
Otra forma de idea delirante erótica expresada negativamente es la de
los celos, que sin embargo no es tan frecuente en los esquizofrénicos, a menos
que haya una complicación alcohólica, y que puede tener también otras raíces.
En los casos crónicos graves y durante los estados de obnubilación
transitorios, los deseos sexuales de los pacientes son satisfechos más o menos
completamente. Están unidos con su amado, han tenido tal número de hijos
de él, etc.
Las ideas hipocondríacas son de una importancia mucho mayor en
estos pacientes. En muchos casos, particularmente en los leves, dominan por
completo el cuadro clínico. Una paciente, postrada en la cama durante
muchos años, se queja de terribles dolores, causados principalmente por
influencias externas. Había sufrido una recaída por haberse quedado fuera de
la cama veinte minutos, en lugar de los cinco minutos habituales, o porque la
descarga de papas causó un gran estrépito. El uso de una pizca de ungüento
de iodo "provoca un gran número de lamentos persistentes. El paciente tiene,
calambres sanguíneos". Otros se sienten débiles, se les escapa su espíritu, no
sobrevivirán a ese día. Hay una excrecencia en sus cabezas. Sus huesos se han
licuado; sus corazones se han vuelto de piedra (cambio del sentido simbólico
por el literal). No se pueden ahogar, puesto que sólo sus cabezas están vivas, y
todo el resto del cuerpo está muerto. La esposa del paciente no debe usar
huevos para cocinar, pues si lo hace le crecerán plumas. Les está creciendo
pelo en la espalda. El paciente ya no tiene nariz; o se ha convertido en una
bola de goma. Ha perdido los órganos genitales; fueron destruidos por el
fuego. La médula espinal se escurre junto con el esperma.
La duración de las ideas delirantes. En cuanto "nociones morbosas", las
ideas delirantes pueden durar unos pocos segundos; en cuanto "ideas fijas",
pueden permanecer durante toda la vida. En las formas crónicas con sólo
leves trastornos de la inteligencia, la larga duración es la regla, mientras que las
ideas elaboradas durante los ataque agudos se desvanecen a menudo .junto
con el ataque. Una paciente moderadamente enferma que habla podido
permanecer fuera del hospital hasta pasado su climaterio, había tenido una
revelación, a los veinte años, en el sentido de que si seguía siendo virgen otros
treinta años, recibiría 20.000 francos. Cuando se cumplieron esos treinta años,
fue a un banco a buscar el dinero.
Muchas ideas delirantes retroceden a un segundo plano al perder su
valencia emocional por haber sido monótonamente repetidas. Entonces dejan
gradualmente de influir sobre la conducta del paciente. Retroceden del mismo
modo cuando los pacientes pierden interés en ellas. Los pacientes no corrigen
sus ideas, sino que simplemente no piensan más en ellas. Este proceso es a
menudo el comienzo el "olvido:' de las ideas delirantes. Sin embargo, en
situaciones especiales, estas ideas pueden retornar a la conciencia mediante
una asociación apropiada. A veces pueden ser tan claras y completas como
siempre. Otras veces, aparecen tan vagas como un recuerdo borroso de una
persona sana. A veces, esta oscuridad de la antigua idea delirante es el modo
en que tales ideas caen gradualmente en el olvido.
Es muy dudoso que alguna vez se corrijan las ideas delirantes
esquizofrénicas, en contraste con los errores de una psique normal o con los
delirios de la psicosis maníaco-depresiva. Hasta ahora no he visto a ningún
esquizofrénico que después de su "curación' fuera completamente objetivo
respecto a sus ideas delirantes. O bien, en los pacientes las descartan a la
ligera, sin asociaciones reales, o bien ellas conservan todavía su carga
emocional; a veces, inclusive, los pacientes conciben pensamientos que son
compresible sólo si se piensa que las ideas delirantes conservan algo de su
vigencia para aquellos, aunque conscientemente las rechacen. Así, el paciente
de Riklin (612), Karl B., insistía en que su novia imaginaria ya no significaba
nada para él, pero consideraba "ultrajante" que ahora se le apareciera como
una simple sirvienta. A veces, la manera en que se declara que la idea delirante
es absurda revela que en cierto modo ella todavía está viva, como cuando,
según sucede a menudo, se hace esta corrección a la manera de una lección
aprendida de memoria.
Gaëtan Gatian de Clérambault

Las psicosis pasionales. Discusión1.

Un substrato afectivo se observa en las más variadas formas mentales,


delirios maníacos o melancólicos, obsesiones y fobias, anomalías sexuales y
delirio de persecución: se encuentra también en el origen de espasmos y tics.
No basta únicamente con mencionar el elemento afectivo, hay que definirlo y
comprobar su intensidad.
El paranoico delira con su carácter. El carácter es, grosso modo, el total de
emociones cotidianas mínimas convertidas en hábito y cuya cualidad está
prefijada para toda la vida y su medida prácticamente prefijada para cada día.
En los pasionales, por el contrario, se produce un nudo ideo-afectivo inicial,
en el que el elemento afectivo está constituido por una emoción vehemente,
profunda, destinada a perpetuarse sin cesar y que acapara todas las fuerzas del
espíritu desde el primer día.
El sentimiento de desconfianza del paranoico es antiguo, el inicio del delirio
no puede estar marcado en el pasado; la pasión del erotomaníaco o del
reivindicativo tiene una fecha precisa de comienzo. La desconfianza del
paranoico rige las relaciones del yo total con la totalidad de lo que le rodea y
cambia la concepción de su yo; la pasión del erotomaníaco y la del
reivindicativo no modifican la concepción que ellos tienen de sí mismos, ni
tampoco sus relaciones con el entorno, más que ocasionalmente y en el
terreno de su pasión.
De estos puntos de partida diferentes emergen las profundas diferencias en
el tono psíquico general y en la extensión del delirio.
El pasional, ya sea erotomaníaco, ya reivindicativo e incluso celoso, tiene
desde el inicio de su delirio una meta precisa; su delirio pone en juego, de
entrada, su voluntad, y es ése justamente un rasgo diferencial: el delirante
interpretativo vive en un estado de expectación; el delirante pasional vive en
un estado de esfuerzo. El delirante interpretativo vaga en el misterio, inquieto,
sorprendido y pasivo, razonando sobre todo lo que observa y buscando
explicaciones que no descubre más que gradualmente; el delirante pasional
avanza hacia una meta, con una exigencia consciente, completa de entrada, no
1
Este texto está extraído de la cuarta parte (“Piscosis Pasionales”), el capitulo segundo (“Las psicosis pasionales”), apartado cuarto
(“Los delirios pasionales”), de Oeuvre Psychiatrique, tal como fue reunida por Jean Fretet. Nuestro texto aparece en dicha reseña
bajo el epígrafe “Discusión”.
delira más que en el dominio de su deseo: sus cogitaciones están polarizadas,
así como lo está su voluntad, y en razón de su voluntad.
El modo de extensión del delirio será pues especial. Quedando reducido
todo trabajo imaginativo o interpretativo, por así decir, al espacio que se
extiende entre el objeto y el sujeto, el desarrollo de las concepciones no se
hará circularmente sino en sector: si los puntos de vista se alargan en el
tiempo, será permaneciendo en el mismo sector cuyo ángulo de abertura no
cambia. Contrariamente a este proceso, las concepciones en el interpretador
irradian constantemente en todos los sentidos, utilizando cualquier
acontecimiento y cualquier objeto, en algunos enfermos cambian
gradualmente de tema; su extensión es radial, el sujeto vive en el centro de una
red circular e infinita.
La conclusión de un trabajo tal, para el sujeto, es que su personalidad, toda
entera, está o amenazada o exaltada, le circunda una conspiración general, o
bien es rey y amo de los mundos. De una parte Leroy y de otra Sérieux y
Capgras han observado, a propósito de los reivindicadores, la ausencia de
megalomanía absurda y de transformación del entorno.
El interpretativo tiene a menudo puntos de vista retrospectivos, va a
buscar explicaciones en el pasado; esto significa que, contrariamente al
pasional, que está apresurado, el interpretativo disfruta; el pasional, que
esencialmente es voluntario, mira hacia el futuro.
Las primeras y principales convicciones del erotomaníaco se obtienen por
deducción del postulado. No se observa nada equivalente en el interpretador.
No se ve en él idea-madre de la que puedan salir cadenas de ideas; sus ideas
parten de todos los puntos, por así decir, de su espíritu; ciertamente están
coordenadas, pero no subordinadas entre sí; y menos aún subordinadas a una
sola. Suprimid del delirio de un interpretador la concepción que consideréis
como la más importante, suprimid incluso un gran número de ellas, habréis
traspasado una red pero no habréis roto las cadenas; la red persistirá inmensa
y otras mallas se autoproducirán. Suprimid, por el contrario, en el delirio del
pasional esta única idea que he llamado el postulado, y todo el delirio cae. Este
delirio es parecido a la lágrima batávica que se desvanece rompiendo
únicamente la punta de la misma. El delirio así ha desaparecido, el sujeto
tendrá sólo el recurso de hacer otro, cuando esté preparado para otro acceso
pasional. Una experiencia semejante es ciertamente imposible en el caso del
erotomaníaco; y aún menos probable en el caso del reivindicativo; a veces se
realiza en el caso del delirio de celos por la marcha o por la muerte del ser al
que se le supone rival, el delirio cesa por un tiempo, a veces largo, renace,
porque su fuente no reside solamente en la Pasión, sino también, y en mayor
medida, ya lo hemos dicho, en el carácter.
Ninguna de las convicciones del interpretativo puede ser calificada como el
equivalente del postulado. No hay idea directiva. El postulado tiene ese
carácter de ser humano, fundamental, generador. Las convicciones
explicativas del interpretativo son secundarias a innumerables
interpretaciones. No hay, en tales delirios, célula madre. Es inexacto decir que
haya en el interpretativo una idea prevalente, a menos de quitar a este término
el sentido de idea original y darle sólo un sentido sintomático amplio, aquél
que en el lenguaje profano se da a la palabra obsesión: el tormento, las vueltas
sobre la misma idea; pero no es entonces, una sola lo que se encuentra en el
interpretador, sino muchas ideas prevalentes. La psiquiatría alemana amplía
este término de prevalencia a la vez a los delirios interpretativos y a los delirios
que llamamos pasionales, a las obsesiones y a las fobias, finalmente, a las ideas
melancólicas; esto sólo es justo bajo el punto de vista semiológico, es decir,
haciendo abstracción de la mecánica del delirio. El término de idea prevalente,
tomado en sentido estricto, sólo se aplica bien a los pasionales. Incluso es
insuficiente, porque en los trastornos ideo-afectivos parece conceder
preeminencia al elemento ideativo (lo que por lo demás, y lo reconocemos, no
está en el espíritu de los autores). Por otra parte, no resalta el valor de
embrión lógico que damos al postulado. Hemos pues evitado esta palabra.
En el núcleo ideo-afectivo que constituye el postulado, es bien evidente
que de los dos elementos, el primero cronológicamente es la pasión. En
nuestro caso la enferma afirma que en las miradas, en la actitud, en el
propósito de su Objeto, nada le da a entender que fuese amada; lo supo,
afirma, por los comentarios de sus compañeras. Tales comentarios, si los
hubiera habido, serían insuficientes para crear el estado pasional. Por otra
parte, nuestra enferma deja ver bien cómo ha sido confrontada, desde el
primer día, a la mirada fascinante de su Objeto; finalmente, si por parte de sus
compañeras hubo mistificación, fue precisamente en razón de la inclinación
que ellas habían observado.
El mecanismo pasional de la erotomanía explica la presentación
hipomaníaca tan frecuente. El erotomaníaco es un excitable excitado, lo
mismo que el reivindicativo, en el que Leroy, Capgras y Sérieux han
observado ese rasgo. Se puede decir además, en razón de la noción de meta
dominante desde el origen, que el erotomaníaco, desde antes de la fase de
despecho, es ya un reivindicativo, pero condescendiente.
Los reivindicadores han sido ya separados de los interpretativos por
Sérieux y por Capgras. Adoptamos todos sus criterios diferenciales pero
añadimos esta noción, que todos proceden de un dato único: la patogenia
pasional. En efecto, de rasgos pasionales tales como la animación inicial, el
objetivo único y consciente de entrada, el olvido de cualquier otra cosa menos
de la pasión, es de donde deriva la limitación, típica para nosotros, de las ideas
de persecución y de grandeza, al servicio de los intereses únicos de esta
pasión, y la ausencia habitual, notada por los autores, de exceso en las
concepciones terminales.
Es cierto que los delirios pasionales son en gran medida interpretativos;
pero la interpretación es cosa constante en los estados emocionales; y en los
delirios pasionales es, en los dos sentidos de la palabra, secundaria; y si alcanza
alguna importancia, se desarrolla en constelaciones limitadas, no en redes.
Los casos en donde la interpretación llega a ser realmente abusiva es en los
casos mixtos. La asociación entre ellas de formas intelectuales (interpretación,
reivindicación, erotomanía, celos), es algo infrecuente, pero el estudio de los
casos puros nos fuerza a no atribuir a cada factor más que la importancia que
tiene.
Los síndromes pasionales se asocian igualmente a los delirios alucinatorios,
con o sin demencia. También son casos mixtos, aptos para poder juzgar bien
los precedentes.
Estos síndromes son psicológicos, debemos pues esperar a verlos
funcionar, incidiendo en los más variados terrenos. Desde que aparecen, su
entrada está marcada por una puesta en juego de un elemento volicional que,
hasta entonces, estaba ausente: es la nota de la pasión.
Todos los criterios diferenciales entre delirio de interpretación y delirio de
reivindicación, tan bien descritos en el libro de Sérieux y Caparas, son válidos
igualmente para la comparación entre delirio interpretativo y delirio
erotomaníaco. Si nuestra dialéctica no fuera aceptada, la suya estaría en
peligro.
Seguimos creyendo específicas las fórmulas que hemos dado como tales.
Permiten, en efecto, la diferencia con la pasión llamada normal y con los
perseguidos perseguidores no enamorados.
En efecto, ningún pasional normal y desgraciado esconde nuestro
postulado, es decir, no cree ser amado más que él ama, ninguno pretende
conocer el verdadero pensamiento del Objeto mejor que el Objeto mismo;
ninguno dirá que la conducta del Objeto hacia él es enteramente paradójica
(que el objeto, por ejemplo, le sonría al mismo tiempo que le envía a prisión),
ni que toda una muchedumbre se interese en su novela. No negará que el
Objeto esté casado. Todos sus esfuerzos, si los hay, parten de la idea de que
podrá y puede hacerse amar, dato exactamente inverso al del Postulado.
Estas fórmulas diferencian igualmente al erotomaníaco convertido en
perseguidor, del perseguido perseguidor no enamorado. Ningún perseguido-
perseguidor expresa nunca la idea de una conducta enteramente paradójica en
su enemigo, y esto porque no tiene ninguna razón para pensar en ello; la
conducta doble supondría un doble sentimiento y ¿cuál sería el segundo
sentimiento en el enemigo banal del perseguido-perseguidor? Este último
puede ciertamente decir, incidentalmente, a propósito de un acto determinado
de su enemigo, que tal acto es una comedia: la guerra, por ejemplo, habrá sido
para algunos perseguidores una comedia dirigida a ellos, pero esta apreciación,
¿podría ser aplicada a todo el conjunto de la conducta de este enemigo
imaginario? ¿Podría ser aplicada a él sólo? ¿Se trata de un enfermo sin
megalomanía y sin debilitamiento intelectual? ¿De un enfermo en posición de
perseguido-perseguidor y en edad de erotomanía, persiguiendo un objeto del
otro sexo? Ésa es la cuestión. Una fórmula clínica es válida únicamente por
sus condiciones de presentación. Así son las fórmulas típicas de los
perseguidos ordinarios y de los melancólicos a los que hacemos alusión.
En resumen, es clásico que un diagnóstico no se puede establecer con un
solo signo. Cualquier signo presenta causas de error. Nuestras fórmulas no
son específicas más que en la medida en que un signo clínico lo puede ser, y si
casos muy diferentes presentan fórmulas idénticas, esto será una curiosidad
interesante, pero no impedirá a estas fórmulas el que sean de una gran ayuda
en la investigación del diagnóstico, y el establecerla convicción en caso de un
conjunto concordante.
Si por otra parte cometemos un error, éste permanecerá. El cuadro
completo de la erotomanía no existe en ninguna parte. En los tratados sólo se
encuentran descripciones sin método que no proporcionan las constantes y
que no suministran, a la luz de los interrogatorios, ninguna especie de plan ni
de criterio. Estas constantes, estos criterios, y el modelo de este plan, están
enteramente pendientes de formular. Hemos tratado de hacerlo, porque los
casos de erotomanía pasan en serie en nuestro servicio.
Gaëtan Gatian de Clérambault
Psicosis basadas en el automatismo
Primer artículo: 1925 (*)
RESUMEN
1°) Las Psicosis Crónicas de Persecución llamadas Sistemáticas
Progresivas, no deben ser estudiadas aisladamente, sino junto con las Psicosis
Alucinatorias Crónicas de Hipocondría, de Posesión y de Influencia.
2º) Su fuente no se encuentra en la ideación ni tampoco en la
afectividad: reconocen un origen histológico. Los elementos considerados
hasta ahora como esenciales (temas ideativos, tonalidad afectiva, grado de
sistematización) son accesorios. Lo primordial es el elemento alucinatorio.
3º) Las Psicosis Alucinatorias Crónicas llamadas Sistemáticas, sea cual
fuere su género, son resultado de procesos mecánicos extraconscientes, y no
productos de la conciencia. Dichos procesos son secuelas de lesiones
infecciosas, tóxicas, traumáticas o esclerosantes, sólo que son las más tardías,
las más sutiles y las más sistematizadas de todas las secuelas neurológicas.
4º) De este modo estas Psicosis se reintegran a la neurología.
I. CONSTRUCCIÓN DE LAS PSICOSIS ALUCINATORIAS
LLAMADAS SISTEMÁTICAS
El término automatismo mental es susceptible de aceptaciones más o
menos vastas: provisoriamente, y a falta de algo mejor, lo empleamos en un
sentido extremadamente restringido, para designar cierto síndrome clínico que
contiene fenómenos automáticos de tres órdenes: motor, sensitivo e
ideoverbal. Este síndrome engloba a todos los tipos de alucinación conocidos;
sin embargo, el término automatismo verbal es más comprensivo que el
término alucinación, como se verá en seguida.
De acuerdo a nuestro criterio, este síndrome es el elemento inicial,
fundamental, generador de las psicosis alucinatorias crónicas, llamadas psicosis
sistematizadas y progresivas. La idea dominante de la psicosis no es su generadora,
aunque la Psicología común parezca indicarlo y la Psiquiatría clásica lo
confirme. El núcleo de dichas psicosis está en el automatismo, siendo la
ideación secundaria.
En esta concepción, la fórmula clásica de las psicosis se invierte. De
este modo, el delirio de persecución alucinatorio no deriva de la idea de
persecución, la idea de persecución no crea las alucinaciones: son las
alucinaciones las que crean las ideas de persecución. Veremos incluso que no
bastan por sí solas para suscitar el carácter persecutorio; allí donde tal carácter
está claramente desarrollado, es porque preexistía el automatismo bajo la
forma ya sea de paranoia, ya sea de psicosis interpretativa, una psicosis de
persecución completa, es decir con trastornos sensoriales por una parte y
trastornos profundos de la afectividad, por otra parte. Es una simbiosis de dos
procesos diferentes.
Pero en la mayoría de los casos tal simbiosis no existe: la mayor parte
de los perseguidos alucinados son falsos perseguidos. Por otro lado, veremos
que los primeros trastornos experimentados en el terreno ideoverbal
(especialmente eco del pensamiento) son de tenor neutro y pueden persistir
mucho tiempo, en ocasiones incluso indefinidamente, sin modificar el carácter
del enfermo y sin el agregado de delirio (alucinosis pura).
Enseguida aportaremos algunos complementos a este esquema.
La concepción que exponemos reintegra las psicosis llamadas sistemáticas
dentro de los marcos de la patología general. Tiene la ventaja, en la práctica,
de suministrarnos un plan simple y criterios seguros para el interrogatorio de
los enfermos.
II. ORIGEN DE LAS ALUCINACIONES
El contenido ideativo de las alucinaciones ideoverbales tiende siempre a
hacernos olvidar, que lo único que importa científicamente es su mecanismo.
Deben ser encaradas sólo en bloque y asimiladas, en naturaleza, a las
alucinaciones sensitivas de todo tipo, y a las alucinaciones motrices,
constituyendo estos tres grupos un triple automatismo de origen unívoco.
Tal triple automatismo es una secuela tardía de infección o de
intoxicación. Incluso puede sospecharse traumatismo en algunos casos; pero
retengamos solamente las dos primeras causas.
El proceso alucinatorio crónico es una secuela lejana de infecciones
agudas olvidadas o que pasaron incluso desapercibidas: difteria, fiebre tifoidea,
encefalitis epidémica, gripe, trastornos puerperales, sífilis que hayan
evolucionado sin P.G. y sin focos. Puede ser también el resultado de una
intoxicación crónica exógena (alcohol, café) o endógena (trastornos
endócrinos, especialmente basedowismo, menopausia natural o quirúrgica). La
revisión estadística de los casos muestra tales antecedentes en una proporción
tan elevada, que aparecen como causa mayor del proceso, sin contar las
condiciones constitucionales más que como predisponentes, al menos en la
mayoría de los casos.
El proceso alucinatorio sería así una secuela tardía y sutil, resultado de
electividades insidiosas y sistemáticas. Intentaremos explicar tales
características.
El ataque sufrido por las células es sutil y sistemático, porque son
golpeadas a una edad avanzada y después de un largo período preparatorio.
Las condiciones de la defensa de las células nerviosas pueden ser resumidas de
este modo:
1. Las células más inferiores del eje neuronal son las que se defienden
mejor;
2. Las células nerviosas, bajas o elevadas, se defienden mejor cuanto más
edad tiene el organismo;
3. Se defienden más completamente cuanto más lento es el ataque a
rechazar.
De este modo, a una edad avanzada, sólo las células nerviosas más
elevadas serán susceptibles de ser afectadas; entre estas células superiores el
impacto sufrido no será destructivo sino que pervertirá la función.
La escala de las edades nos muestra afecciones diferentes en el eje neuronal
para cada período de la existencia. Período fetal y primera infancia: afecciones
medulares y cerebrales masivas (parálisis e idiotez); primera y segunda
infancia: afecciones psíquicas menos profundas (imbecilidad, atraso); a partir
de los doce años, afecciones motrices casi suprimidas; de doce a dieciocho
años, afecciones de la inteligencia y del carácter, todavía globales pero no
totalmente uniformes (predominio de la aprosexia y de las perversiones); a
partir de la pubertad: formas confusionales crónicas y demencia precoz, sobre
todo en la forma demencial; pasados los veinte años: demencias precoces
paranoides, tanto más paranoides cuanto más avanzada sea la edad del
sujeto; a los cuarenta años: psicosis alucinatorias, llamadas sistemáticas, con
conservación total o subtotal de la integridad intelectual y afectiva. Así, de dos
hermanos afectados a edades diferentes, uno hará hacia los veinticinco años
una demencia paranoide, el otro hará hacia los treinta y cinco años una
psicosis llamada sistemática. Las alucinaciones y los temas ideativos serán
sensiblemente los mismos en uno y en otro, pero el primero, a consecuencia
de alteraciones globales se convierte en seguida en un pilar de asilo, mientras
que el segundo sigue siendo capaz de un rendimiento social, durante mucho
tiempo.
Los impactos nerviosos de una misma infección van restringiéndose con la
edad. La encefalitis epidémica que en la infancia produce demencia y
perversiones, el acercarse la adolescencia produce sobre todo perversiones;
hacia los veinte años, produce confusiones alucinatorias crónicas con
tendencia paranoide; a edades avanzadas, no parece producir comúnmente
más que la aprosexia y la astenia. Las repercusiones cerebrales de la fiebre
tifoidea en general sólo son globales por debajo de los quince años. A partir
de los veinticinco años, las demencias precoces pierden su forma demencial
para revestir modalidades delirantes, con persistencias afectivas y mentales
más extendidas cuanto más tardía es la psicosis. De tal suerte, el síntoma
demencia se hace dudoso en numerosos casos y, entre demencia paranoide
por una parte y psicosis sistemática por la otra, se extiende una serie
ininterrumpida de formas intermedias, serie tan graduada y rica que se puede
decir que los casos extremos, diferentes por su tenor, son idénticos por su
naturaleza.
La lentitud del ataque es también un factor de sutileza de la lesión; además,
favorece el juego de lo que podemos llamar electividades solidarias. De este
modo, el período de latencia entre la infección y le psicosis, con la edad, e
independientemente de la edad, es un factor de reparto sistemático; en
resumen, de sistematización en el sentido neurológico de la palabra. Cuando
una misma infección –por ejemplo, la infección puerperal– afecta
cerebralmente a varios sujetos de la misma edad, los sujetos con daño cerebral
inmediato harán, en caso de cronicidad, trastornos masivos: confusión,
demencia afectiva y alucinaciones groseras. La demencia será menos global si
los trastornos comienzan tardíamente o proceden con remisiones. En el caso
de comienzo tardío o de remisión, los trastornos sensoriales serán en sí menos
groseros, lo que ya explicaremos. En resumen, en un género de casos se
establece una confusión demencial; en otro, una confusión paranoide. Así, una
rapidez de invocación y masividad van a la par. Esta relación directa que
observamos entre latencia y sutileza de las afecciones en el conjunto de las
psicosis, volveremos a encontrarla en el detalle de los automatismos,
correspondiendo a las psicosis más insidiosas los fenómenos más tenues
(especialmente el eco del pensamiento).
Las causas de sistematización antes enunciadas (reglas de la edad y de la
latencia) no nos parecen actuar sólo en las zonas elevadas del encéfalo y en las
funciones superiores, sino también a lo largo de todo el eje neuronal y en las
funciones más simples. Las formas neurológicas más sistemáticas se observan
en la edad adulta, para una misma forma, los casos más jóvenes son también
los menos regulares (Parkinson, esclerosis en placas, etc.). Las excepciones
varias que se nos pueden oponer no nos parece que puedan invalidar la regla.
Pero la vulnerabilidad de una célula es función de algo más que su valor
jerárquico. Si sólo se tratase de este factor, tendríamos una preponderancia
considerable de alteraciones suprarrolándicas y serán raras las alteraciones del
diencéfalo. Justamente, el diencéfalo podría bien ser una de las sedes más
importantes de nuestro triple automatismo. La vulnerabilidad puede depender
de causas estructurales contingentes (queremos decir, sin relación con la
función) como relaciones de vecindad, minusvalía por emigración o rechazo
en el curso de la organogénesis, vascularización especial: un simple
acodamiento vascular podría bastar como causa excitante. Un dispositivo así
parece haber explicado el punto de ataque sistemático de la ataxia. El futuro
precisará sin ninguna duda estas causas excitantes y nos hará conocer otras,
pero ya mismo podemos decir que la alucinación crónica está dependiente de
la ideación como lo es la hemorragia cerebral.
III. EL DELIRIO, REACCIÓN SECUNDARIA
La idea delirante es la reacción de un intelecto y una afectividad,
conservados sanos tanto el uno como la otra (salvo reservas conciliables con
nuestra teoría), a los trastornos del automatismo, surgidos espontáneamente y
que sorprenden al enfermo, en la mayor parte de los casos, en pleno período
de neutralidad afectiva y de quietud intelectual. Vamos a probarlo partiendo
de los automatismos más simples: el sensitivo y el motor. Nuestra
demostración se aplicará por sí misma ulteriormente al automatismo mental
propiamente dicho.
Veremos, por otra parte, que la reacción psíquica queda en gran medida
subordinada, en la tonalidad afectiva y en el tenor ideativo, a las cualidades de
la sensación original.
1. Dentro del automatismo sensitivo incluimos todos los modos de
sensibilidad. En general, varios modos de sensibilidad son afectados
simultáneamente. Sin embargo, se encuentran automatismos
monocordes.
A veces trastornos exclusivamente olfativos sirven de base a delirios de
persecución en sujetos primitivamente desprovistos de toda hostilidad (no
paranoicos, diríamos), incluso benévolos, en los que puede ser que la
interpretación sea facilitada por la debilidad mental o la insenescencia
(frecuentemente son mujeres viejas), pero sin que ni el debilitamiento
intelectual ni las alteraciones seniles del carácter sean tales como para que, en
ausencia de alucinación, puedan engendrar un delirio. La intensidad, lo
imprevisto, la constancia y la extrañeza de la sensación son las que incitan a
estos sujetos débiles o seniles a tender hacia la explicación exógena. Nunca
hemos visto que la interpretación hipocondríaca se aplicara al trastorno
olfativo aislado, sino solamente la interpretación persecutoria. Si este dato
fuera constante, merecería ser comentado.
En uno de nuestros casos el trastorno olfativo parecía estar regido por una
lesión periférica (cancroide de la aleta nasal, irritación probable del olfativo
por intermedio del trigémino y de la mucosa). La interpretación, por lo tanto,
recaía sobre trastornos en cierto modo reales que, en ciertos aspectos, no
merecían el nombre de alucinación; pero sea cual fuere la sede del trastorno
neurológico basal, siempre es en el punto de llegada a la conciencia que lo
psíquico se apodera de él, siendo por lo tanto los mismos los fenómenos
afectivos e intelectuales. Veremos, por otra parte, que frecuentemente, ante la
presencia de tal pareja de idea más sensación, es imposible juzgar si hay delirio
interpretativo sobre sensaciones reales basales, o delirio alucinatorio
propiamente dicho. Las causas de ello son que, neurológicamente, existen
numerosos estadios entre periferia y centro y, psíquicamente, muchos grados
en la interpretatividad. Y por último, que las dosis respectivas de los dos
factores son indefinidamente variables.
Este ejemplo de alucinación monocorde nos muestra exactamente que la
relación entre automatismo e ideas es la misma, ya se trate de automatismos
sensitivos de orden sensorial, cenestésico o emotivo, de un automatismo
motor, o del automatismo mental propiamente dicho, cuyas formas serán
precisadas ulteriormente. En todos los casos el delirio no será más que una
reacción casi obligatoria del psiquismo conservado intacto (salvo
complicaciones muy especiales) a trastornos neurológicos de orden inferior y
de características subjetivamente insólitas artificiales.
El prurito ligado a las dermatosis puede provocar la idea de persecución, lo
mismo ocurre, a fortiori, con las sensaciones bizarras, sin causalidad objetiva,
que se definen por comparación con picaduras, corrientes o corpúsculos
pulverulentos. La explicación de tales sensaciones por medio de influencias
exteriores se observa en estado experimental, por así decirlo, en psicosis
tóxicas agudas (cocainismo y cloralismo).
La idea de persecución puede surgir también de trastornos sensitivos
monocordes de sede interna. En la enferma del trastorno olfativo ya citada,
existía un trastorno sensitivo visceral: disnea paroxística ligada a un enfisema,
con congestión de las dos bases y alteración cardíaca. Ella atribuía sus
sofocaciones a gases que le enviaba una vecina, que detectaba a través de su
olfato: reacciones protectoras ingenuas, resignación. Ninguna otra alucinación.
2. Generalmente, los trastornos cenestésicos son múltiples y polimorfos.
Frecuentemente, son provocados por una lesión visceral auténtica,
localizada o difusa. Se prestan muy especialmente a la interpretación
porque son innumerables, variados, indecibles, angustiantes por sí
mismos, frecuentemente enigmáticos en todos los casos.

a. Si antes de los trastornos cenestésicos intensos, el sujeto ya estaba


predispuesto a la hipocondría, su delirio está trazado por anticipado. Se
inclinará también a la hipocondría si presenta las siguientes diátesis:
neurastenia, morosidad congénita, tendencia obsesiva fundamental,
tendencia interpretativa hasta entonces difusa. Estas modalidades, cuyas
definiciones diferenciales lamentamos no poder dar aquí, producirán
todas el siguiente resultado: introspección subcontinua, interpretación
subansiosa.
La extrañeza de las explicaciones corresponde a la extrañeza de las
sensaciones. Esta extrañeza de las sensaciones es un estimulante muy especial
para la imaginación, y pone en juego todas las latencias supersticiosas, pues
basta un poco de inquietud para conmover los escepticismos más firmes en
apariencia. La ingenuidad de las explicaciones adoptadas, no siempre está
rigurosamente relacionada con el grado de inteligencia o de cultura del
delirante. Que las doctrinas del momento y la actualidad misma influyen sobre
el repertorio de las ideas explicativas es un hecho de los más conocidos.
El hipocondríaco simple alegará una enfermedad inverosímil o por lo
menos inexistente; a veces también alegará, como presente, una lesión futura,
cuyo germen, solamente, determina en él una repercusión vagosimpática
enorme. El hipocondríaco simple (o sea, sin persecución ni posesión
propiamente dichas) puede invocar trastornos fantasmagóricos (ranas,
serpientes); los casos de creencia de una transformación total del organismo
son raros, complejos y ambiguos.
b. Menos inquieto pero más constructivo que el hipocondríaco es el
poseído. Cree llevar dentro de sí mismo seres inteligentes (zorros,
diablos, etcétera).
Algunas veces, el poseído puede no ser ni hipocondríaco ni perseguido.
Una mujer de cuarenta y cinco años aloja en su abdomen un personaje al que
siente bajar, subir, mover el útero, cambiar de volumen, que le da placeres
sensuales y que le habla con amor. Es un médico del que ha sido paciente
(posesión con erotomanía y erotismo). Acosa entonces con persecuciones
amorosas al médico cuyo doble tiene en el vientre. Internada, es operada
pocos meses después por un cáncer de útero, manifiestamente punto de
partida de todo el síndrome. Deben destacarse las características
positivamente agradables de las sensaciones patológicas premonitorias del
neoplasma. La relación de las alucinaciones ideoverbales (en este caso
alucinatorias psicomotrices) con los trastornos sensitivos será comentada
luego.
La posesión interna de naturaleza agradable puede ser completada por la
interpretación mística, con o sin erotismo.
Sensaciones kinestésicas de todo género (gestos involuntarios, levitación,
etc.) pueden dar lugar a un sentimiento de posesión, pero esta vez de posesión
externa. Lo mismo ocurre con sensaciones emocionales sin causa,
espontáneas, no previstas por el enfermo y no reconocidas por él como
propias. Estas parestesias delicadas se ven sobre todo en los delirios muy
justamente llamados de influencia, forma sutil de la posesión exterior.
c. La tendencia a la explicación exógena, ya visible en la idea misma de
posesión, puede acentuarse y desarrollarse como idea de persecución;
los sapos y los gusanos pueden no haber sido ingeridos por azar sino
introducidos durante el sueño por un brujo. La noción de malevolencia
completa la exogenia. El envenenamiento, que para el hipocondríaco es
sólo una mala suerte, será, para el perseguido, la obra de un traidor; los
malestares internos serán causados por una influencia eléctrica, etc. De
esta manera, transiciones continuas enlazan los delirios de hipocondría,
de posesión y de persecución. Estas transiciones se observan en el
orden sensitivo, en el orden afectivo y en el orden ideativo. En efecto,
la elección o el rechazo de uno u otro de los tres modos de explicación,
o su mezcla, dependen: 1º, de las modalidades Intrínsecas de le
sensación inicial; 2º, del carácter previo del sujeto; 3º, de sus ideas y de
las ideas ambientales.

3. Las alucinaciones visuales muy rara vez se dan aisladamente. Aisladas o


asociadas a otras alucinaciones, difieren de ellas en que la noción de su
irrealidad forma parte de su apercepción. Son intrínsecamente neutras,
la ansiedad las disipa, un estado de euforia las favorece; es por esa
razón que prosperan en los delirios místicos, no derivan
consecutivamente de ellos, sino que se les asocian por congruencia; su
relación con el tono psíquico es el mismo que existe en las psicosis
agudas entre el estado neutro o eufórico y las visiones liliputienses.
La alucinosis, es decir, la producción crónica en un sujeto de alucinaciones
de uno o varios sentidos, nos da el prototipo exacto de la base de las psicosis
alucinatorias crónicas llamadas sistemáticas progresivas. Todo sistema de
ideas, especialmente toda novela de persecución, está ausente de ellas. Es el
pedestal que espera a la estatua. La alucinosis se acompaña de un estado
afectivo neutro o incluso ligeramente eufórico, y no puede ser de otro modo,
pues si apareciera un estado afectivo penoso o positivamente eufórico,
resaltaría de ello una construcción ideativa. Aquí tampoco se trata de una
relación de consecuencia, ni siquiera indirecta, ni de una relación de causa
común, sino de una relación de congruencia: un género de relación muy
frecuente en psicología. Sin embargo, la relación de causa común entre
automatismo mental y euforia debe ser admitida en numerosos casos, sobre
todo los observables en mujeres viejas, en los que se constatan influencias
suaves, voces amistosas, temas muy ligeramente orgullosos y sin delirio. La
excitación y el automatismo son entonces función de una misma causa
histológica, pero insistir en este punto nos llevaría a hablar de las
modificaciones adquiridas del humor y del carácter, lo que complicaría
prematuramente el esquema (automatismo y carácter propicio a nuestra
demostración).
En las alucinaciones ligeramente eufóricas, con frecuencia el sujeto sufre
los fenómenos (especialmente los de orden mental) sin buscar una
explicación. Las sufre con un leve asombro, sin que le inquieten en absoluto
las dudas sobre su realidad; a veces cree en una tentativa inocente de
procurarle una locura artificial. Se producen todas las combinaciones ideativas
por conciliación entre las dos tesis de realidad o de falsedad de los fenómenos.
En general, el sujeto termina por ceder a las explicaciones, todas fantásticas,
que se ofrecen y que se le imponen; no se puede trazar una demarcación entre
credulidad y delirio.
4. La constructividad delirante tiene por causas: primero, la forma afectiva
del sujeto (pesimismo, optimismo, hostilidad; en segundo lugar, su
forma intelectual (tendencia interpretativa o imaginativa, con frecuencia
las dos juntas); y en tercer lugar, la concordancia entre la tonalidad
alucinatoria, por una parte, y las disposiciones afectivas e intelectuales,
por otra.
Es evidente que una alucinación dada hará prosperar el orden de
ideas con el que concuerde y al que llame, por sus modalidades
intrínsecas. Además, la intensidad de la alucinación contribuirá a la
intensidad del delirio. Por otra parte, una tendencia a tal género de
interpretación subyace a la forma del psiquismo: hipocondría, paranoia.
La paranoia, por ejemplo, favorece la interpretación exógena de las
voces mentales, ayuda a objetivarlas, aun cuando sus características
sensoriales son incompletas, en definitiva ayuda a personificar a sus
autores.
En resumen, la naturaleza y la riqueza de la construcción delirante son
función de tres órdenes de causas: modalidades alucinatorias, modalidades
psíquicas y congruencias entre distintas modalidades.

IV. SEDE DE LAS SENSACIONES PARÁSITAS


Las alucinaciones deben asentarse entre las zonas más elevadas, donde
reside la representación del yo y cuya inhibición engendra la idea de negación
corporal, la pérdida de la visión mental, etcétera.
1. Las alucinaciones de sede más central, o al menos las más próximas al
centro, deben ser las más complejas en sí, y muy a menudo estar asociadas.
La solidaridad del triple automatismo sin duda se explica por identidades
estructurales que constituyen causas excitantes comunes. Identidades que, por
sí mismas, se deberían a la equivalencia de las funciones y a la igualdad de los
niveles. Pero la identidad de estructura, más o menos completa, que engendra
una receptividad común, puede recentrarse, como fortuitamente, en neuronas
(o equivalentes de la neurona) muy diferentes por la función y el grado. La
receptividad común puede estar basada en motivos indiscernibles: existe para
tal reactivo y no existe para tal otro; tal tóxico hace una selección que otros no
hacen; cada tóxico tiene su mapa especial de impregnación histológica; las
reacciones solidarias de dos puntos dados pueden provenir de semejanzas
para nada lógicas; la misma llave puede abrir dos cerraduras diferentes y no es
forzoso que todas las puertas de un piso tengan la misma llave. De este modo,
en las psicosis agudas, las mismas sensaciones puntiformes son provocadas,
con muy débiles diferencias, por la cocaína y el cloral, y existen –lo que es
notable– tanto en el terreno del tacto como en el terreno de la visión.
Después de la identidad lógica, después de la identidad fortuita, la simple
contigüidad entre dos tractos dados puede explicar su solidaridad mórbida, en
caso de trastorno vascular o de otro tipo, por un mecanismo análogo al que
explica los síndromes neurológicos alternos.
De este modo, la asociación de las alucinaciones, al igual que su nacimiento, se
explica por causas orgánicas y no por la ideogénesis.
2. ¿En qué estrato del neuroeje residen las neuronas (o, en lugar de las
neuronas, los sistemas) afectadas por el automatismo? ¿Zona rolándica
y zonas corticales del mismo orden? ¿O zonas corticales
funcionalmente superiores? ¿Zonas subcorticales, núcleos grises del
diencéfalo? Actualmente, ninguna región parece que deba ser excluida.
Alucinaciones psicomotrices verbales en los P.G. han tenido claramente
por origen una lesión del pie de F.3; afectados el mismo tiempo de
trismus, presentaban una lesión del bajo de la frontal ascendente. Por
otra parte, hay trastornos sensitivos que pueden residir en las capas
ópticas y trastornos motores residentes en el cuerpo estriado. El hecho
de que la electrización rolándica en trepanados haya podido producir la
ilusión de movimientos voluntarios, parece colocar en un lugar distinto
al plano rolándico los movimientos alucinatorios, que, justamente,
aparecen como involuntarios: pero quizás la electrización sobrepasaba
la célula rolándica. Por otra parte, los P.G. antedichos sentían como
impuestos los movimientos verbales y el trismus.
Quizás nuestras localizaciones topográficas son groseras, demasiado
groseras para el género de función, como lo eran antaño, y por la
misma causa, las localizaciones psíquicas de los frenólogos, con
trastornos de transmisión, cuya edición alteraría la síntesis final,
mientras que fallas y desvíos en la serie de las transmisiones
trastornarían la anexión al yo.
3. ¿Suministra el análisis clínico inducciones a favor de una diferencia
entre la percepción normal y la percepción ilusoria? Apuntaría en favor
de esta hipótesis el hecho de que en la percepción ilusoria ni el número
ni el orden de los elementos puestos en juego serían los normales.
Las sensaciones alucinatorias, incluso muy simples, aparecen en el
mayor número de los casos como extrañas y como extranjeras:
extrañeza intrínseca y extranjería casi inmediatamente supuesta. Son
extrañas, dicho de otro modo, insólitas, inefables e indecibles, de
apariencia totalmente artificial.
Las sensaciones internas de los perseguidos no se parecen
enteramente a las sensaciones normales; las de los hipocondríacos,
aunque también complejas, son, el parecer, de una calidad más
verosímil, y es por ello que, por una parte, la interpretación exógena no
se le agrega y, por otra, que su repercusión sobre la vitalidad del sujeto
es más grave.
La identidad total de la alucinación con la percepción real ha sido
admitida en otro tiempo por dos escuelas antagonistas, y por dos
motivos exactamente inversos: unos considerándola surgida de la
percepción, y los otros de la imaginación, admitiendo todos que, ya sea
en un trayecto ascendente o en uno descendente, ésta lograba ocupar
íntegramente los dos términos opuestos de la sensación y todo el
espacio comprendido entre ellos.
La noción de los relés que sobrevive a la teoría de la neurona, nos
suministra una solución mixta o, para decirlo mejor, intermedia. La
conmoción artificial primitiva puede residir en uno de los relés
interpuestos entre la periferia y el centro, o en uno de los recorridos
situados entre los relés. El primum patiens, en la alucinación, con
mayor frecuencia, no sería ni central ni periférico, sino intermedio; y
por otra parte, en general, muy próximo al centro.
Los matices diferenciales que existen subjetivamente entre
alucinación y sensación normal, resultan de sumas, de lagunas y de
mezclas testificadas tanto por las locuciones extravagantes como por las
hipótesis absurdas del alucinado.
Las sensaciones alucinatorias son generalmente menos agudas, menos
precisas y menos dolorosas. El alucinado se queja de un sufrimiento que no
localiza claramente y que, después de pasar, deja totalmente sano e intacto el
lugar perjudicado. De ahí la idea de reparación de órganos o de resistencia
sobrenatural. Por otra parte, la repercusión emotiva de los suplicios que dicen
sufrir es mediocre: la prueba está en el buen estado de salud global y también
en el confort moral de nuestros alucinados asilares, salud y confort que
arruinarían en algunos momentos una odontalgia, una migraña o una ciática.
La prueba también está en la poca energía de sus rencores (teniendo en cuenta
la gravedad de sus afrentas); son muchos los alucinados que acusan al médico
asilar de torturarlos por la noche y que, sin embargo, lo reciben bien durante
el día. La intensidad de los odios en algunos de los alucinados y su tendencia a
las reacciones se explican por complicaciones de fondo, o episódicas
(paranoia, ansiedad o excitación).
La objetivación de las sensaciones alucinatoria parece menor que la de
las sensaciones normales, para todos los trastornos, excepto los auditivos, que
deben ser tratados aparte. A menudo los enfermos no dudan de la realidad de
sus suplicios, sin embargo actúan como si dudasen.
La suposición de que el elemento dolor pueda estar ausente de la
sensación dolorosa misma, parece un sinsentido. Sin embargo, dicho
fenómeno ha sido notado muchas veces en el eterismo y en otras
intoxicaciones: existen dolores percibidos y sin embargo no asimilados. Tal
disociación e incompletud muy bien podría realizarse, por lo menos en cierto
grado, en nuestros enfermos.
Por otra parte, la emoción ansiosa sólo existe en estado reducido, como
acompañamiento de los dolores alucinatorios; la inquietud de fondo de
nuestros enfermos lo prueba. Algunos enfermos presentan alucinaciones de
orden afectivo, bajo la forma de emociones espontáneas y no reconocidas
como personales, pero éstos no son más que fenómenos paroxísticos.
De este modo, en la mayor parte de las sensaciones alucinatorias de los
crónicos, existe un carácter particular de incompletud. Esta incompletud
parece ser la traducción de una puesta en juego no integral ni regularmente
seriada de elementos receptivos conexos. En una especie de carrillón
dispuesto en gama ascendente, ya sea que la puesta en juego tenga como
punto de partida un elemento intermedio y se propague de izquierda a
derecha, ya sea que se propague solamente de un lado, de todas maneras, la
sensación de la gama perfecta será perturbada. En la objetivación imperfecta,
serán percibidas lagunas, a la vez que el orden de acción de los relés usuales
será reconocido como pervertido.
Algunos intoxicados agudos parecen objetivar totalmente las sensaciones
visuales, pero sus neuronas periféricas pueden ser tocadas directamente por el
tóxico y, por otro lado, su discernimiento se ve disminuido por prevención
afectiva (ansiedad) o un poco de obnubilación.
4. IV) El carácter de extranjería se liga íntimamente a la extrañeza. Este
carácter de extranjería puede ser inmediato, es decir, puede formar
parte de la misma sensación; tal es el caso de las visiones que se
presentan ordinariamente como irreales y luego se interpretan como
provocadas por influencia. Numerosos trastornos motores y verbales se
presentan de entrada como impuestos, evidentemente porque les falta
la graduación usual en la emisión o en la recepción.

5. Nuestra hipótesis supone la existencia de una kinestesia intracerebral, o,


mejor dicho, intraneural, que le permitiría al subconsciente percibir,
topográficamente, el estadio en que reside une conmoción aislada, o
primitiva, dentro de un circuito compuesto de células y de tractos
fisiológicamente solidarios. El hecho de que una célula intermedia fuese
primariamente conmocionada daría lugar a una sensación inusitada: lo
mismo ocurriría, y a fortiori, con el hecho de que una conmoción
primitiva recaiga sobre un tracto en lugar de recaer sobre una célula. La
puesta en juego prematura o aislada, o invertida, de tal o cual punto
intermedio engendraría una impresión de artificiosidad: impresión
espontánea que completarían los juicios. Este mecanismo nos parece
general: lo volveremos a encontrar como sustrato de la alucinación
psíquica.
6. Es singular que los dolores de los tabéticos, que son extraños, dan lugar
raramente a construcciones delirantes; pero su intensidad, por una
parte, y su acompañamiento emocional, por otra, los tornan propicios a
la hipocondría legítima y racional mucho más que a la hipocondría
delirante, y mucho más aún que al delirio de persecución (aunque se
hayan producido ejemplos de tales delirios).
Del mismo modo, hay en los cancerosos dolores agudos que
raramente dan origen a delirios, mientras que parestesias prodrómicas
soportables dan origen a enormes delirios.
Puede destacarse que las parestesias tabéticas, en cuanto a la sede, son
relativamente periféricas, y que las sensaciones mórbidas incitan tanto
más a la interpretación cuanto más centrales son, sin duda porque los
caracteres de inefabilidad e incompletud van creciendo de la periferia al
centro.

Se puede plantear, a propósito de los delirios tabéticos, la misma


pregunta que a propósito de ciertos delirios de sustrato periférico.
¿Se los debe considerar como interpretativos solamente, o son
alucinatorios? ¿Se llamará interpretativa a la porción del delirio en los
trastornos sensitivos y alucinatoria a la basada en los trastornos
sensoriales? Para los trastornos sensitivos mismos, ¿se sabe siempre en
qué nivel se detiene la lesión ascendente?
En todos los casos, ya se trate de interpretaciones sobre datos
sensitivos banales o sobre datos sensitivos raros, o bien sobre datos
sensoriales, el trabajo intelectual es el mismo. Sólo hay una diferencia en el
grado de aptitud interpretativa puesta en juego: espontánea, activa e innata en
un caso; provocada, creada, impuesta en el otro; este último caso es el de los
delirios alucinatorios propiamente dichos.
V. AUTOM ATISMO IDEATIVO E IDEOVERBAL
Esta porción de nuestro programa será objeto de un segundo artículo.
1. Mostraremos que los trastornos ideativos, ideoverbales y sensoriales,
tomados en bloque o examinados en detalle, tienen un origen mecánico
y un desarrollo mecánico, que se presentan a la conciencia como
elementos espontáneos, autónomos y parasitarios, que sirven de base a
una cogitación reaccional y racional, exactamente igual que los
fenómenos sensitivos o motores; y que la disposición sistemática de las
ideas –curiosa desde la perspectiva de lo pintoresco, importante desde
la perspectiva social– desde la perspectiva patogénica es un fenómeno
de último orden.
Pero hay más. Buena parte de la ideación no está construida por la
reflexión del sujeto, sino que se elabora mecánicamente en el subconsciente,
revelándose a la conciencia sólo por sus resultados últimos, dispuestos y
organizados, a menudo de naturaleza imprevista y de calidad importuna. Reina
entonces junto al sujeto, simultáneamente con una ideación autónoma y
coherente, además progresiva, que se podría llamar neoplásica.
En este estadio, la ideación delirante del sujeto puede escindirse
teóricamente, en dos partes: una personal, reactiva y no mórbida, la otra
parasitaria y a menudo antagonista. La primera es una reacción a diversos
automatismos. La segunda es íntegramente automática.
Entre estas dos personalidades tienen lugar intercambios continuos,
efectivos e ideativos.
El triple automatismo señalado al principio, sobre el que ha desarrollado
una ideación delirante pero en sí misma fisiológica, se completa así con un
automatismo ideativo, patológico en todos los puntos.
2. Para no apartar por más tiempo el término precioso de automatismo de
sus distintos sentidos generales, nos hemos esforzado por encontrar un
nombre especial para el síndrome descripto más arriba. Los nombres
de automatismo basal y de pequeño automatismo no nos parecen
suficientes. Otros, propuestos luego por colegas partidarios de nuestra
teoría, nos parecen igualmente rechazables. Proponemos
provisoriamente la locución ―Síndrome de Pasividad‖. Esta locución
tendría por lo menos la ventaja de designar los fenómenos en su
momento cercano a su comienzo, a saber, el momento de su
emergencia en la conciencia. El término de automatismo los toma aún
antes, pero es demasiado comprensivo, y sería bueno reservarlo para
determinismos más vagos o más vastos. Todos los otros términos que
nos sean propuestos no serían aceptables, a nuestro parecer, a menos
que designen el proceso en acción y sorprendido en estado naciente, y
no sus aspectos tardíos, ni menos aún sus resultados.
El término de pasividad tiene además la ventaja de aplicarse también a la
ideación segunda que llamamos neoplásica, puesto que, en cuanto al sujeto, es
sufrida.
El síndrome de pasividad es un conjunto de fenómenos totalmente
orgánicos: la psicosis que resulta de ellos es de naturaleza mecánica tanto en el
punto de partida como en el desarrollo. La personalidad psicológica primaria,
los procesos psicológicos propiamente dichos no aparecen allí sino
subsidiariamente. El ideogenismo es expulsado de todas las funciones
fundamentales, sólo sobrevive en los detalles.
3. El síndrome de pasividad, en su comienzo, sorprende al sujeto en un
estado afectivo neutro. Los mismos trastornos iniciales, en un gran
número de casos, son neutros: parestesias, en el orden psíquico, eco del
pensamiento y enunciación de los actos en el orden mental. En ese
último orden el tenor inicial neutro es de regla. El desarrollo rápido e
intenso de las ideas hipocondríacas, místicas o de persecución sólo
tiene lugar allí donde las tendencias aferentes preexistían y en
proporción a dichas tendencias. Un delirio de persecución rico y
animado presupone una paranoia independiente o un delirio
interpretativo ya en curso. La psicosis de Magnan, en la que se hallan
reunidas la alucinación, la interpretación y la hostilidad, en un máximo
de realización, resulta así ser una simbiosis.
El carácter paranoico es, en principio, congénito. Sin embargo, a veces es
adquirido y puede ser relacionado entonces con la misma infección lejana que
es la fuente de los automatismos. También un delirio interpretativo
propiamente dicho puede tener la misma fuente. Por último, los síndromes de
pasividad, pueden estar acompañados de euforia simple o de euforia con
mentismo, de una verdadera excitación a la vez discreta y crónica; excitación
eufórica que subsiste aún en casos de ideas de persecución o de posesión muy
activas. Estos estados adquiridos son independientes del síndrome y sin
embargo están emparentados con él por comunidad de origen.
La misma psicosis de Magnan puede presentarse todavía de una forma más
compleja que la descripta; en efecto, puede nacer en un psiquismo no sólo
paranoico o interpretativo, sino también afectado de mitomanía, de
perversidades pasionales (querulencia, erotomanía, celotipia) se injertan a
título subsidiario sobre la psicosis fundamental, mientras que, en tantos
alienados, viven en estado autónomo. La psicosis es, entonces, una simbiosis
más compleja, pero fácilmente descomponible en sus partes. Sigue siendo una
unidad clínica, pero desde un punto de vista estrictamente patogénico, es un
síndrome de síndromes.
Nuestra concepción ayuda a comprender la variedad de los casos clínicos.
Mostraremos además que es una ayuda para el examen de todo caso clínico.
4. El origen puramente mecánico y la elaboración igualmente mecánica
que atribuimos a las psicosis alucinatorias progresivas llamadas
sistemáticas, nos parece que también pueden ser atribuibles a los
delirios interpretativos puros e incluso a los delirios dogmáticos. Pero el
desarrollo de esta concepción no podrá siquiera ser abordado en el
artículo siguiente, reservado a la ideación de las psicosis alucinatorias.
Karl Jaspers:

“Psicopatología General”

PRIMERA PARTE
LOS HECHOS TIPICOS PARTICULARES DE LA VIDA PSIQUICA

Los hechos son el terreno de nuestro conocimiento. Escudriñarlos en toda su amplitud,


ésa es la actitud fundamental de la investigación empírica. Sólo en ellos se verifican
nuestros pensamientos.
La aprehensión de hechos es siempre aprehensión de hechos particulares. Estos no son de
una sola especie. La claridad exige el ordenamiento de sus tipos básicos. Éste ordenamiento
puede ser externo, según los materiales que son su punto de partida: historia clínica,
protocolos de investigación, exposiciones de enfermos, fotografías, actas de diversas
autoridades, testimonios de la escuela, enumeraciones, informes, etc.
Pero es esencial un ordenamiento que tenga en cuenta primero los principios de la
perceptibilidad que dan su carácter a los hechos. En este sentido técnico hay que distinguir
cuatro grupos de hechos: fenómenos vivenciados, funciones o rendimientos objetivos,
manifestaciones corporales concomitantes y objetividades significativas (expresión,
acciones, obras):
1) Una de las manifestaciones del alma es su vivenciar. Se le llama así por analogía con la
corriente de la conciencia, de ese proceso indivisible de la corriente que no fluye nunca del
mismo modo en los incontables individuos: ¿Qué hacemos cuándo la reconocemos?. Los
procesos siempre fluidos se petrifican para nosotros en la objetivación fenomenológica en
modelo firme. Hablamos de una percepción engañosa, de una pasión, de una idea, como si
tuviésemos así determinados objetos, que existiesen un tiempo al menos tal como nosotros
los pensamos. La fenomenología actualiza esas vivencias subjetivas de los enfermos, lo que
existe y ocurre en su conciencia.
A los hechos subjetivos del vivenciar son opuestos todos los otros hechos como
objetivos. Los caminos para captar esos resultados objetivos son la valorización de la función
o rendimiento, la observación somática, la comprensión de la expresión, del hecho y de la
obra.
2) Las potencialidades (Leistungen) del alma, por ejemplo, las funciones de la
aprehensión, las funciones de la memoria, los rendimientos del trabajo, las funciones de la
inteligencia, son objetos de la psicología de las funciones o rendimientos. Mide las funciones
cualitativa y cuantitativamente. Lo común es que el hallazgo sea aprehendido como
cumplimiento de una tarea, sea una tarea planteada por un investigador o planteada
inintencional pero efectivamente por la situación real.
3) Las manifestaciones corporales concomitantes de la vida psíquica son objeto de la psicología
somática. Observamos un proceso físico, corporal, que no es expresión comprensible de lo
psíquico, que no tiene sentido, que no es alma, sino que tiene una relación de hecho con lo
psíquico, como realidad psicológica impenetrable, o coincide con él.
4) Las objetividades significativas o con sentido del alma son las perceptibilidades que,
comprendidas sólo como sentido, muestran su origen psíquico. Existen fundamentalmente
tres tipos de hechos: comprendemos la manifestación corporal y el movimiento
directamente psíquico (psicología de la expresión); comprendemos el hacer, el actuar y el
conducirse en un mundo (psicología del mundo); comprendemos los productos espirituales
en la obra literaria, artística,, técnica (psicología de la obra). Como cuatro grupos
principales, trataremos los hechos en cuatro capítulos. Se mostrará en ello:
a) Todo hecho hace surgir inmediatamente los interrogantes: ¿por qué es así? ¿por medio
de qué?, ¿a qué fin? La respuesta a tales preguntas será tema de las partes posteriores.
Experimentamos constantemente la satisfacción en lo meramente objetivo, pero
experimentamos también la satisfacción específica en la aprehensión justa de hecho típico
como tal: ¡eso existe! ¡algo así se produce! Y el reino de los hechos típicos es mucho más
vasto que los hechos que se pueden explicar y comprender mediante relaciones.
b) Los hechos aparentemente idénticos en su condición de inmediatos pueden ser por
completo diversos genéticamente. Por eso puede volver del conocimiento de las relaciones
una luz sobre el hecho mismo, con lo cual son advertidas en su manifestación las
diversidades que quedaron invisibles en el primer contacto. La realidad que se oculta detrás
de los hechos exteriores (asesinato, suicidio, equivocación sensorial, delirio, etc.) es
heterogénea. Por eso en el hecho se llega siempre más allá de él, si se le quiere aprehender
clara y confiadamente como idéntico consigo mismo.
c) Todos los hechos típicos particulares tienen su característica en el cuadro de un todo
perteneciente a ellos alternativamente: así los fenómenos experimentados en el estado
conciencia, los síntomas somáticos en el todo de una unidad alma-cuerpo, las funciones en
el todo funcional de la inteligencia, la expresión, la conducta y la obra en un todo que se
llama nivel de forma, totalidad espiritual, y así por el estilo.

I. LAS MANIFESTACIONES SUBJETIVAS DE LA VIDA PSIQUICA


INFERMA (FENOMENOLOGÍA)

LA FENOMENOLOGIA1 tiene la misión de presentarnos intuitivamente los estados


psíquicos que experimentan realmente los enfermos, de considerarlos según sus
condiciones de afinidad, de limitarnos y de distinguirlos lo más estrictamente posible y de
aplicarles términos precisos.
Ya que lo psíquico extraño, no puede, como lo, físico, ser percibido directamente, para
obtener una introyección o comprensión de él, hemos de tratar siempre, según el caso, de
describir una serie de manifestaciones externas del estado anímico, estudiar las condiciones,
comparaciones y simbolizaciones sensorialmente intuidas, mediante una representación
sugestiva.
Para ello nos sirven ante todo las autodescripciones o confidencias de los enfermos, que
provocamos y examinamos en la conversación personal y podemos formar de modo más
completo y claro que en la forma escrita, redactada por los enfermos mismos que a
menudo es más rica en contenido, pero que en cambio debe tomarse con precaución. El
que experimentó por sí mismo, encuentra con facilidad la descripción adecuada. El
psiquiatra que "solamente observa, se esforzará en vano por formular lo que puede decir el
enfermo de sus vivencias.
Estamos, pues, a merced del "juicio psicológico" de los enfermos. Sólo por los enfermos nos son
comunicados los fenómenos patológicos más esenciales y más visibles. Ellos mismos son los
observadores, nosotros no tenemos sino que su credibilidad y su capacidad de juicio. Ocasionalmente se
han tomado las informaciones de los enfermos por excesivamente dignas de fe: se ha dudado de ellas
luego demasiado radicalmente. Las autodescripciones psicóticas no sólo son insustituibles, sino que dan
también muchos resultados dignos de confianza. Los enfermos fueron los descubridores de muchos
conceptos básicos. La comparación de muchos enfermos muestra que las descripciones se repiten
idénticamente. Algunos individuos son merecedores de la más alta fe y al mismo tiempo capaz. Sin
embargo no sólo los enfermos histéricos son inseguros, sino que también la gran masa de las
autodescripciones psicopáticas debe ser considerada muy críticamente. Los enfermos informan por
complacencia, lo que se espera, buscando efecto cuando advierten nuestro interés.

La representación, o actualización de lo que ocurre realmente en el enfermo, de lo que


experimenta propiamente, cómo se da en el algo en la conciencia, cómo se le insinúa algo,
es el comienzo, en el que hay que hacer abstracción de conexiones, de vivencias como
totalidad, de lo añadido mentalmente con vistas a algo, de lo pensado como fundamental,
de las representaciones teóricas. Solo lo realmente existente en la conciencia debe ser
representado, lo no dado realmente en la conciencia no existe. Tenemos que dejar de lado
todas las teorías recibidas, las construcciones psicológicas, las meras interpretaciones y
apreciaciones, tenemos que dirigirnos puramente a lo que podemos entender en su
existencia real, a lo que podemos distinguir y describir. Esta es una tarea difícil, según
enseña la experiencia. Esa especial imparcialidad fenomenológica, en la contemplación del
fenómeno como tal, no es un don originario, sino una adquisición laboriosa después de un
denso trabajo crítico y a menudo de esfuerzos vanos. Como nosotros, de niños, dibujamos
primero las cosas, no cómo las vemos, sino como las pensamos, igualmente pasamos como
psicopatólogos por una etapa en la que nos imaginamos lo psíquico de algún modo, hasta
la captación directa, sin prejuicios, de lo psíquico tal como es, Y es un esfuerzo siempre
nuevo y un bien que hay que conquistar incesantemente por la superación de los prejuicios:
la actitud, la disposición fenomenológica.
La absorción penetrante en el caso individual, enseña fenomenológicamente, a menudo,
lo general respecto de incontables casos. Lo que se ha aprehendido una vez, se vuelve a
encontrar mayormente. Importa menos en la fenomenología el amontonamiento de
incontables casos, que la contemplación interior, completa en lo posible, de los casos
particulares.
En la histología se exige que se informe, en la investigación de la corteza cerebral, de
cada fibrilla, de cada corpúsculo. Análogamente exige la fenomenología: hay que informarse de
todo fenómeno psíquico, de toda vivencia que se manifieste en la exploración de los enfermos y sus
autodescripciones. No se puede dar por satisfecho con la impresión total y con algunos
detalles destacados ad hoc sino que hay que saber de todo pormenor, cómo ha de ser
aprehendido y juzgado. Si se procede un tiempo de esa manera, entonces por una parte
serán menos maravillosas las cosas que se vieron a menudo y que el que sólo trabaja con la
impresión global, que no se ha hecho consciente, y según la tendencia momentánea de su
capacidad de impresión, encuentra cada vez más asombroso e inexistente; pero por otra
parte se aprecia lo que es realmente desconocido para uno, y se cae en fundado 'asombro'.
No hay ningún peligro de que ese asombro cese alguna vez.
Principio lógico no es distinto. El describir exige, además de categorías sistemáticas,
felices formulaciones y comparaciones contrastantes, exhibición del parentesco de los
fenómenos, su ordenamiento en series, o su aparición en saltos sin transición.
En la fenomenología importa, pues ejercitar la contemplación exacta de lo
experimentado directamente por los enfermos, para hacer reconocible lo-idéntico en lo
múltiple. Es necesario apropiarse interiormente de un rico material fenomenológico de
contemplación. Eso nos da medidas y orientaciones en la investigación de nuevos casos. 2
También tiene un valor la descripción de fenómenos asombrosos, inesperados. Vale la
pena conocerlos como tales, por ejemplo los fenómenos fundamentales de la conciencia de
La existencia. Además la visión de lo anormal enseña a menudo a esclarecer lo normal.
Pero tiene poco sentido el hacer distingos lógicos por caminos abstractos sin ejemplos
evidentes.
Tratamos primeramente los fenómenos que hay que considerar aislados, como por
ejemplo los fenómenos singulares que, que hay que considerar aislados, los estados afectivos,
las excitaciones instintivas y, en segundo término, estudiamos las cualidades de los estados
de conciencia, que pueden dar, según su especie, a los fenómenos considerados
anteriormente, un matiz especial y hacen aparecer distinta su importancia en el conjunto de
la vida psíquica.3
1 Véase mi artículo, "Die phänomenologische Forschungsrichtung in der Paychopathologie. Z Neur. 9 391 (1912) La palabra fenomenología
ha sido empleada por Hegel para la totalidad de las manifestaciones del espíritu en la conciencia, la historia y el pensamiento. Nosotros la
empleamos para el dominio mucho más estrecho de la vivencia psíquica individual. Husserl empleó la palabra al comienzo para designar
la "psicología descriptiva de las manifestaciones de la conciencia --en este sentido se aplica a nuestras investigaciones-- pero después
para la "contemplación de la esencia", que no manipulamos aquí. La fenomenología es para nosotros, aquí, un procedimiento empírico es
mantenida en marcha por el hecho de la comunicación por parte del enfermo. Que en todos estos procesos psicológicos ocurre
diversamente que en las descripciones científico naturales, es evidente: el objeto no existe sensitivamente para nuestros ojos; la
experiencia es sólo un imaginar, un figurarse presente. Pero el principio lógico no es distinto. El describir exige, además de categorías
sistemáticas, felices formulaciones y comparaciones constantes, exhibición del parentesco de los fenómenos, su ordenamiento en series, o
su aparición en saltos sin transición.
2 Buenas autodescripciones se encuentran en otros lugares (las cito después sólo con los nombres de los autores de las publicaciones):
Baudelaire Paradis artificiels (alemán), Minden (s.f.). Beringen y Mayer-Gross: Z Neur.Z Psychiarr, 6, 586. Fehrlins Die Schizophrenie.
Selbstverlag. 1910. Fischer. Fr: 2 Netg 121 69, 209 (1925). David. J:"Halluzinationen. Die neve Rundschau 17 874 lken: Allg 124, 241 der
Wahrnstun pp. 322 ss, 365 ss, etc. Bremen, 1848. Religiöser Wahmsinn, vol. 1. pp. 392 Halle, 1848. Jakobi: Annalen der Irrenansralr gu
Sieebure pp. 256 ss, Colonia, 1837. James Die religiöse Erfahrung in ihrer Mannigfalrigkeit (alemán ). 1907, Janet: Les obses hasterts.
Jaspers: Z Neur, 14, 158 ss Kandinsky: Arch Psychiatr (D), i, 453.der Sinnestäuschurgen, Bertin, 1885, Kei423. Klinke J. Psychianr, 35,
275 (1914). Mayer-Groas: Z N7einert: Alkohotwahnsimm, Dresde, 1907 chruigeber: Allg Z. Pychiatr. 10 J Pyg. 222. Mayer Gross y
Steiner Z Neur. erval Aurelia (ancey,Stutigart, 1886. Ryclinski Anch. Psychiatr (D 28 626. Schmidt der, Kurt Pathopsychologie in
Grundriss, en el Handwörterbuch der psychische Hygiene, Berlin, İ931 Schreber Denkwurdigkeilen eines Nervenkranken Leipzig. 1903.
Schwarz: Z Neur. 44. Serko: I Psychiarr, 34 355 (1913), Z Neur, 44 21. Stdaudenmaier: Die Magie als experimmentelle
NarurwissenschaftLeipzig, 1912. Wolny Erk Dreseen der Tollheit von Hasiam, Leipzig, 1889.
3 Österreich: J Psychiatr. &. Janet Les obsessioeas et la psychasthenie, 2" ed, primereKurt Schneider, desde İys4 poiK F Scheid, desde

1939 por weiter echt, en Fortachat der Neurologie, Psycfiatrie urnd rer Grenzeebiete 1929 ss.
SEGUNDA PARTE
LAS RELACIONES COMPRENSIBLES DE LA VIDA PSIQUICA (PSICOLOGÍA
COMPRENSIVA)

En la primera parte conocimos los elementos singulares que podíamos representarnos


intuitivamente, ya sea como datos subjetivos de la vida psíquica realmente vividos
(fenomenología) o que podíamos captar objetivamente como rendimientos palpables, como
síntomas somáticos de lo psíquico, como hechos típicos significativos en la expresión, el
mundo y la obra (psicopatología objetiva). En el primer plano de nuestro interés estaba la
descripción de los hechos típicos (Tatbestände). Pero en todas partes comenzaron los
problemas: ¿De dónde procede la manifestación? ¿Con qué otras está en relación? Ahora
nos ocuparemos de las relaciones de lo psíquico. Amplios dominios de nuestra ciencia han
sido accesibles hasta, aquí sólo a la descripción. Lo que sabemos hasta el momento de
conexiones o relaciones hemos de exponerlo ahora en la segunda y la tercera parte.
Tendremos que proceder en las relaciones a una separación igualmente teórica, como
la que existe entre la psicopatología subjetiva (fenomenología) y la psicopatología objetiva.
1) Por la penetración en lo psíquico comprendemos genéticamente cómo surge lo psíquico de lo
psíquico. 2) Por la anudación objetiva de hechos típicos diversos en regularidades con base
en las experiencias reiteradas, explicamos causalmente. La comprensión dé lo psíquico en
virtud de otros hechos psíquicos se llama también explicación psicológica, y los investigadores
de las ciencias naturales, que solo tienen que ver con percepciones sensoriales y con
explicaciones causales, manifiestan una repulsión concebible y justificada contra la
explicación psicológica, cuando ésta ha de suplantar en alguna parte su trabajo. Se ha
llamado a las relaciones comprensibles de lo psíquico también causalidad desde dentro y así se
apunta al abismo insuperable que existe entre estas relaciones que no pueden llamarse
causales más que por analogía y las legítimas relaciones causales, la causalidad externa. De
las relaciones comprensibles trataremos en esta segunda parte, de las relaciones causales en
la próxima, la tercera parte. Antes es necesario aclarar metodológicamente respecto a la
separación teórica de esos dos dominios así como sobre sus conexiones entre sí.1

a) Comprender y explicar
En las ciencias naturales tratamos de captar sólo una especie de relaciones: las relaciones
causales. Tratamos de hallar por las observaciones, por los experimentos o por la reunión
de muchos casos, reglas del proceso. En un nivel más elevado, encontramos leyes, y
alcanzamos en algunos dominios de la física y de la química el ideal de poder expresar
matemáticamente esas leyes causales en ecuaciones causales. El mismo objetivo
perseguimos también en la psicopatología. Hallamos algunas relaciones causales, cuya
regularidad todavía no podemos reconocer (por ejemplo entre anomalías de la vista y
alucinaciones). Hallamos reglas (la regla de la herencia similar: cuando se producen en una
familia enfermedades del grupo de la locura maniacodepresiva, se producen raramente en la
misma familia del grupo de la demencia precoz, y al revés). Pero encontramos comprendemos
genéticamente sólo raramente leyes (por ejemplo no hay parálisis sin sífilis) y nunca podemos,
como en la física y la química, establecer ecuaciones causales. Esto presupondría una
completa cuantificación de los procesos examinados, que en lo psíquico, que según su esencia
permanece siempre cualitativo, no es posible nunca, en principio, sin que el verdadero
objeto de la investigación, es decir el objeto psíquico pierda.
Mientras en las ciencias naturales sólo pueden ser halladas relaciones causales, en
psicología, el conocer encuentra su satisfacción en la captación de una especie muy distinta
de relaciones. Lo psíquico "surge" de lo psíquico de una manera comprensible para
nosotros. El atacado se vuelve colérico y realiza actos de defensa; el engañado se vuelve
desconfiado. Este surgir uno tras otro de lo psíquico desde lo psíquico lo desde lo psíquico
lo comprendemos genéticamente. Así comprendemos reacciones vivenciales, el desarrollo de
pasiones, la aparición del desvarío, comprendemos el contenido del sueño y del delirio, de
los efectos de la sugestión, comprendemos una personalidad anormal en su propia relación
esencial, comprendemos el curso fatal de una vida, comprendemos cómo el enfermo se
comprende a sí mismo, y cómo la manera de esa comprensión de sí mismo se vuelve un
factor del desarrollo psíquico ulterior.

b) Evidencia del comprender y realidad (comprender e interpretar)


La evidencia de la comprensión genética es algo último. Cuando Nietzsche nos hace
comprensible persuasivamente cómo, de la conciencia de la debilidad, de la miseria y del
dolor, surgen exigencias morales y religiones de redención, porque el alma quiere satisfacer
de esa manera, por ese rodeo, a pesar de sus debilidades, su voluntad de poder,
experimentamos una evidencia inmediata que no podemos perseguir más allá. Sobre esas
vivencias de evidencia frente a relaciones enteramente impersonales, destacadas y
comprensibles, se construye toda la psicología comprensiva. Tal evidencia es adquirida con
motivo de la experiencia frente a las personalidades humanas, pero no por la experiencia que
se repite, inductivamente probada. Tiene en sí misma su fuerza persuasiva. El
reconocimiento de esta evidencia es la condición previa de la psicología comprensiva, así
como el reconocimiento de la realidad de la percepción y la causalidad es la condición
previa de las ciencias naturales.
La evidencia de una relación comprensible, sin embargo, no prueba aún que esa
relación sea también ahora real en un determinado caso particular, o que se produzca
realmente en general. Cuando Nietzsche aplica realmente aquella relación comprensiva
convincente entre conciencia de la debilidad y moral, al proceso singular real del origen del
cristianismo, esa aplicación al caso especial puede ser falsa, a pesar de la exactitud de la
comprensión general (de tipo ideal) de aquella relación. Pues el juicio sobre la realidad de
una relación comprensible en el caso particular no sólo se apoya en la evidencia del mismo,
sino ante todo en el material objetivo de los puntos de apoyo palpables (contenidos lingüísticos,
creaciones intelectuales, actos, modo de vida, movimientos expresivos) en los que es
comprendida la relación; pero esas objetividades quedan siempre incompletas. Todo
comprender de procesos reales particulares es por tanto más o menos un interpretar, que sólo
en casos raros de relativamente alto grado de perfección puede llegar al mate rial objetivo
convincente.
Comprendemos en la medida en que los datos objetivos de los movimientos de
expresión, de los actos, manifestaciones orales, autodescripciones en el caso particular, nos
aproximan más menos a esa comprensión. En verdad podemos hallar evidentemente
comprensible, libre de toda realidad concreta, una relación psíquica. Pero en el caso
particular real podemos afirmar la realidad de esa relación comprensible sólo en la medida
en que existen los datos objetivos. Cuantos menos de esos datos objetivos se den
numéricamente, cuanto menos obligadamente susciten la comprensión en determinado
sentido, tanto más interpretaremos, tanto menos comprendemos. Las condiciones se
vuelven más claras por una comparación del comportamiento de las reglas causales y de las
relaciones comprensibles evidentes con la realidad. Las reglas causales son adquiridas
inductivamente, culminan en teorías que imaginan algo que sirve de base a la realidad dada
inmediatamente. Todo caso particular es subordinado a ellas. Relaciones genéticamente
comprensibles, en cambio, son relaciones de tipo ideal, son evidentes en sí (no adquiridas
inductivamente), no conducen a teorías sino que son una pauta con la que pueden ser
medidos los sucesos particulares y reconocidos como más o menos comprensibles.
Aparecen falsamente relaciones comprensibles como reglas cuando se comprueba la
frecuencia del advenimiento de una relación comprensible. Su evidencia sin embargo no es
aumentada en modo alguno por ello, No ella misma, sino su frecuencia, ha sido hallada
inductivamente. Por ejemplo la frecuencia de la relación entre el alto precio del pan y el
robo es comprensible y se halla estadísticamente comprobada. La frecuencia de la relación
comprensible entre el tiempo otoñal y el suicidio no ha sido confirmada por la curva de los
suicidios, que es más alta en primavera, pero por ello no es falsa la relación comprensible. Un
caso real puede ser para nosotros una ocasión para observar una relación comprensible; la
frecuencia no agrega nada entonces al aumento de la evidencia adquirida. Su comprobación
sirve a intereses muy distintos. En principio es completo imaginable que, por ejemplo, un
poeta exponga persuasivamente relaciones comprensibles, que sin embargo, no se han
producido nunca. No son reales, pero poseen su evidencia en un sentido típico ideal. Se
llega fácil y precipitadamente a sostener la realidad de una relación comprensible, por
ejemplo, cuando sólo tiene esa evidencia general. Cuando Jung, por ejemplo, dice: es "cosa
conocida que no es demasiado difícil ver dónde hay relación y dónde no", frente al
individuo real, es exacto justamente todo lo contrario.

c) Comprender racional y comprender empático


El comprender genético se divide en diferentes maneras de comprender. Dentro del
comprender hay que hacer distinciones de principio. Por ejemplo cuando, para nuestra
comprensión, los contenidos de los pensamientos, según reglas de la lógica, se engendran
de modo evidente, comprendemos estas relaciones racionalmente (comprender de lo
hablado). Pero cuando comprendemos los contenidos mentales como surgidos de los
estados de ánimo, deseos y temores del que piensa, comprendemos primero de modo
psicológico o empático (comprender del que habla). Si el comprender racional conduce
siempre a la comprobación de que una relación racional comprensible independiente de
toda psicología era contenido de un alma, el comprender empático (einfühlend) nos conduce
a las relaciones psíquicas mismas. Si la comprensión racional es sólo un medio auxiliar de la
psicología, la comprensión empática lleva a la psicología misma. Este ejemplo muestra una
diferencia fácilmente visible de especies de comprender. Más tarde habremos de hacer otras
diferencias ineludibles. Pero primero hablemos todavía del comprender psicológico en su
conjunto.

d) Limites del comprender, ilimitación del explicar


El pensamiento próximo de que lo psíquico es el dominio de la comprensión, lo físico el
dominio de la explicación causal, es falso, No hay ningún proceso real, sea de naturaleza
psíquica o física, que no sea accesible en principio a la explicación causal: también los
procesos psíquicos pueden ser sometidos a la explicación causal. El conocer causal no
encuentra jamás sus límites. En todas partes preguntamos, también en los procesos
psíquicos, por las causas y los efectos. La comprensión en cambio encuentra fronteras en todas partes.
La existencia de predisposiciones psíquicas especiales, las reglas de la adquisición y pérdida
de las disposiciones de la memoria, la consecuencia del estado psíquico total en la sucesión
de las diferentes edades de la vida, y todo lo demás, que podemos resumir como
subestructura de lo psíquico, es frontera para nuestra comprensión. Todo límite de la
comprensión es un nuevo estímulo para la interrogación causal.
En el pensamiento psicológico causal necesitamos elementos que juzgamos como causas
o como efectos de un proceso, por ejemplo un proceso, físico como causa, una alucinación
como efecto. Para servir a la formación de elementos de explicaciones causales, entran
todos los conceptos de la fenomenología y de la psicología comprensiva en el reino del
pensamiento causal. Unidades fenomenológicas, por ejemplo una alucinación, una especie
de percepción, son explicadas por procesos físicos, orgánicos; relaciones comprensibles de
género complicado son consideradas como unidad, por ejemplo un complejo sintomático
maniaco con todos sus contenidos, como efecto de un proceso cerebral o como efectos de
una conmoción afectiva, por ejemplo el caso de muerte de una persona próxima. Incluso el
conjunto de las relaciones comprensibles en un individuo, que llamamos personalidad, es
juzgado en la consideración causal, en ciertas circunstancias como unidad (como elemento)
génesis es investigada, por ejemplo, según las reglas de la herencia.
Siempre tenemos que imaginar en esas investigaciones causales algo extraconsciente como
sirviendo de base a las unidades fenomenológicas o las relaciones comprensibles, y tenemos
que utilizar así conceptos como disposiciones extraconscientes, predisposiciones
constituciones psíquicas y mecanismo extraconscientes. Esos conceptos, sin embargo, no
pueden ser llevados en la psicología a la condición de teorías absolutas, sino que han de ser
utilizados para los fines eventuales de la investigación, en tanto resulten utilizables.
Toda comprensión, en cuanto se aplica a un proceso psíquico real, señala
evidentemente una relación causal. Pero ésta es accesible, primeramente solo por la vía de
la comprensión; en segundo lugar es infecundo y yano imaginarlo con más detención y
construir por lo extraconsciente (véase el capítulo sobre las teorías), mientras no se han
dado puntos de apoyo, planteamientos empíricos de problemas por otro camino que por el
de la comprensión. Entonces ciertamente serían halladas relaciones causales, no triviales,
sino por descubrir tan sólo por la investigación. Pero cuando se dice que una relación
psíquica causal es vivida al mismo tiempo empáticamente, y que puede ser descubierta por
la comprensión empática el mecanismo causal, se cae en un error. La consecuencia de este
pensamiento es que la mera imaginación de mecanismos extraconscientes, solo por vía de
la comprensión empática se vuelve un juego estéril. En la bibliografía se encuentran en
exceso tales juegos fáciles. La comprensión lleva a la explicación causal no como tal, sino a
través del impulso a lo incomprensible.

e) El comprender y lo inconsciente
Mecanismos extraconscientes agregados a la vida psíquica consciente son por principio
extraconscientes, no verificables como tales, siempre teóricos. Mientras tales conceptos
teóricos penetran en lo extraconsciente, quedan en la conciencia la fenomenología y la
psicopatología comprensiva. Pero nunca es definitivamente claro dónde están las fronteras
de la conciencia en esas maneras de ver. Ganan cada vez más terreno, avanzando
continuamente sobre las fronteras eventuales de la conciencia. La fenomenología describe maneras
antes enteramente inadvertidas de existencia psíquica, y la psicología comprensiva capta
relaciones psíquicas hasta aquí insospechadas, así cuando entiende a la manera de Nietzsche
ciertas concepciones morales como reacciones contra la conciencia de la debilidad, de la
impotencia y de la miseria interior. Todo psicólogo experimenta en sí mismo que su vida
psíquica se esclarece progresivamente, que lo inadvertido se le vuelve consciente, y que no
llega nunca al último límite. Es del todo falso cuando se confunde este inconsciente, vuelto
por la fenomenología ý la psicología comprensiva de inadvertido en sabido, con lo
legítimamente inconsciente, lo en principio extraconsciente, nunca advertible. Lo
inconsciente como inadvertido es vivenciado realmente. Lo inconsciente como
extraconsciente no es vivenciado en realidad. Haremos bien en llamar a lo inconsciente en
el primer sentido también, ordinariamente, inadvertido, a lo inconsciente en el segundo
sentido, extraconsciente.

f) Comprender como si (Als-ob)


En todo momento fue tarea de la psicología elevar lo inadvertido a la conciencia. La
evidencia de tales visiones se mantuvo por el hecho qué podía, en condiciones favorables,
advertirlas como realmente vivenciadas. Ahora bien, hay una serie de hechos que no
podemos comprender en función de procesos realmente vivenciados, por reconocer
posteriormente, pero que sin embargo nos imaginamos comprender. Por ejemplo señalado,
por Charcot y Möbius, la coincidencia de la expansión de las perturbaciones histéricas de la
sensibilidad y de la motilidad con las representaciones anatomo-fisiológicas burdas y falsas
del enfermo afectado, y comprendidas así. Pero no se pudo demostrar realmente una tal
representación como punto de partida de la perturbación –aparte del caso de sugestión –
sino que se comprendió la anomalía como si fuese condicionada por un proceso consciente.
Si en estos casos se diera esa génesis, aunque falte la aclaración del proceso anímico
inadvertido pero real, o que sólo se trate de una característica precisa de ciertos síntomas
por una ficción, lo dejamos sin decisión. Freud que ha descrito en gran cantidad tales
fenómenos "comprendido como si", compara su actividad con la de un arqueólogo que
interpreta obras humanas partiendo de fragmentos. La gran diferencia está en que el
arqueólogo interpreta lo que existió una vez realmente, mientras que en el "comprender como si"
queda enteramente de lado la existencia real de lo comprendido.
La psicología comprensiva tiene, pues, abiertas en verdad grandes posibilidades de
expansión, ya que lleva lo inadvertido a la conciencia. Si en cambio, por un "comprender
como si", puede penetrar también en lo extraconsciente, ha de permanecer dudoso. Si la
ficción del "comprender como si" se manifiesta utilizable para la caracterización de ciertos
fenómenos, es éste un problema que no puede ser decidido en lo general, sino sólo en cada
caso particular.

g) Sobre los tipos del comprender en general (comprender intelectual, existencial,


metafísico)
Repetimos las distinciones que se nos han presentado hasta aquí:
1) Comprensión fenomenológica y comprensión de la expresión. Lo primero es la actualización interior
de la vivencia con ayuda de las autodescripciones de los enfermos, lo último es la percepción
inmediata del significado psíquico en movimientos, gestos (mímica) y formas (fisiognómica). 2)
Comprensión estática y genética. La primera capta las cualidades y los estados psíquicos individuales
tal como son vivenciados (fenomenología), la última de la de lo psíquico por lo psíquico, como
en las relaciones de motivo, los efectos por contraste, las envolturas dialécticas (psicología
comprensiva). 3) Comprensión genética y explicación. Lo primero es la captación subjetiva evidente de
las relaciones psíquicas desde dentro, en tanto que son captables de ese modo, lo segundo, la
exposición objetiva de relaciones, consecuencias, regularidades, incomprensibles y explicables
sólo causalmente. 4) Comprensión racional y empática. La primera no es una comprensión
psicológica propiamente dicha sino una mera comprensión pensante de los contenidos
racionales que tiene una persona, por ejemplo la comprensión de las relaciones lógicas de un
sistema delirante del mundo, en donde un individuo vive como en el mundo suyo. La
comprensión empática es la comprensión propiamente psicológica de lo psíquico mismo. 5)
Comprender e interpretar. De comprender hablamos en la medida en que lo comprendido halla
su plena exposición a través de los movimientos expresivos, manifestaciones de lenguaje, actos.
De interpretar hablamos cuando sólo sirven algunos puntos de apoyo escasos para traspasar
relaciones ya antes comprendidas al caso presente con cierta probabilidad.
Estas diferencias bastan para nuestros fines por ahora, para adquirir claridad en la
aprehensión de los hechos típicos empíricos. Pero como en la práctica de nuestra
comprensión tocamos constantemente lo más abarcativo, en donde está toda esa
comprensión, señalamos en breve los espacios principales en que se mueve la comprensión
más allá de lo examinado hasta aquí.
a) La comprensión intelectual, No sólo hay que comprender los contenidos racionales
como sentido objetivo sin psicología alguna; sino también todos los otros contenidos
mentados, las figuras, las imágenes, los símbolos, las exigencias e ideales. No solamente hay
que destacar aisladamente aquellos contenidos, para comprender a una persona. Más bien
la familiaridad en esos contenidos, en la medida en que cada vez es alcanzada por los
psicólogos, es el límite y la condición de su comprensión psicológica. Esta comprensión es
comprensión del espíritu, no comprensión psicológica. Pero el alma es sólo accesible en la
medida en que es comprendida, en los continentes en que vive, que tiene presente como
contenidos, que conoce y que hace eficaz en sí.
b) La comprensión existencial. En la comprensión de las relaciones chocamos con los
límites de lo incomprensible. Esto incomprensible es hacia una parte como la barrera de lo
comprensible para admitir lo extraconsciente, que nos lleva como cuerpo, en sus relaciones
causales, para formar como material, para captar como posibilidad de existencia como
déficit por soportar. Por otra parte, lo incomprensible como el origen de lo comprensible
es más que comprensible, es lo que llega a ser comprensible, lo que se ilumina cuando es
captado desde lo incondicionado de la existencia. La comprensión psicológica, cuando es
referida al choque con lo incomprensible, está sometida a la investigación causal, a la
psicología empírica. Cuando es referida al fenómeno de la existencia posible se convierte en
esclarecimiento filosófico de la existencia. La psicología empírica comprueba cómo es algo y
cómo se produce; el esclarecimiento de la existencia apela a los individuos mismos por las
posibilidades. Ambas cosas, aunque de sentido radicalmente distinto están ligadas entre sí
absolutamente en la comprensión psicológica. Con ello aparece una duplicidad casi
insuperable. Es común que en la comprensión se presupone y piensa siempre un
incomprensible. Pero este incomprensible es de naturaleza dudosa, heterogénea. Sin lo uno
lo comprensible no tendría ninguna existencia (condición de dadas de las causalidades), sin
lo otro no tendría ningún contenido (ser "mismo" [Selbstsein] de la existencia).
Lo incomprensible se muestra en la parte de lo causalmente investigable en los
impulsos, en los hechos somáticos biológicos, en los mecanismos extraconscientes
específicos, supuestos eventualmente, está presente en toda vida normal como desviado en
las constituciones morbosas y en procesos. Lo incomprensible en la parte de la existencia
es la libertad que se muestra en la decisión incondicional, en la captación del sentido
absoluto, y en la experiencia básica, cuando surge de la situación empírica la situación
fronteriza en que el existir despierta al ser mismo.
Para el esclarecimiento de la existencia surgen conceptos que pierden su sentido,
cuando son tratados por el supuesto conocimiento psicológico como modos disponibles de
existencia y caen en la relativización. Pero hasta donde llega la investigación empírica, no
existe libertad alguna y no hay nada de todo lo que se imagina en el esclarecimiento
filosófico de la existencia apelando a la libertad: seriedad, conciencia absoluta, situaciones
fronterizas, decisiones, origen. El esclarecimiento de la existencia toca por la psicología
comprensiva a esto más que comprensible, toca a la verdadera realidad en la posibilidad del
ser mismo en tanto que recuerda, llama la atención y hace manifestarse. Es una confusión y
una inversión resultante de ella cuando tal esclarecimiento es tratado como psicología de
validez general, cuando se abarca entre los conceptos psicológicos del esclarecimiento de la
existencia, acciones, modos de comportamientos, impulsos, individuos como siendo así, y
se les admite como hechos naturales.
c) La comprensión metafísica. La comprensión psicológica se aplica a lo empíricamente
vivenciado, a lo hecho existencialmente. La comprensión metafísica se aplica a un sentido
que va más allá de lo experimentado por nosotros y de lo hecho en la libertad, a la relación
abarcativa del significado, en donde todo significado, de lo contrario limitado, es pensado
como admitido y ocultado. La comprensión metafísica interpreta los hechos y la libertad
como lenguaje de un ser absoluto.
Esta interpretación no es un pensamiento racional-como tal es mero juego-, sino un
esclarecimiento de experiencias originarias por la imagen y el pensamiento. En la visión de
lo inanimado, del mundo cósmico, del paisaje, experimentamos algo que llamamos alma;
ante lo viviente pasamos por la captación de relaciones de finalidad a la concepción
imprecisa de una vida abarcativa, que se realiza como sentido insondable a consecuencia de
sus formaciones (Bestaltungen). Como ante la naturaleza, así estamos ante el individuo en
su efectividad y en su libertad. El enfermo mental no es para nosotros meramente una
realidad empírica. Se vuelve significativo e inverificable como todo lo otro real en aquella
visión metafísica. Pero no sólo es significativo como un árbol o un tigre, sino
especialmente, porque es un ser humano. Lo que experimentamos metafísicamente frente a
su significación no es asunto de la ciencia psicopatológica, pero ésta aclara los hechos que
purifican tal experiencia metafísica: que lo psicótico puede llegar a ser una imagen de todo
ser humano por su exterior, que aquí parecen darse realizaciones desfiguradas y al revés de
situaciones y elaboraciones existenciales; que en los individuos que enferman, se muestra
una hondura que no pertenece a la enfermedad como objeto empírico de investigación,
sino a esos individuos en su historicidad; que se presenta una multitud de contenidos en
una realidad psicótica y son los problemas básicos del filosofar: la nada, lo simplemente
destructor, lo amorfo, la muerte. Las posibilidades humanas extremas se vuelven aquí reales
en la eclosión a través de todos los límites que se ocultan, apaciguadores, formativos y
conclusivos de la existencia. No puede ocurrir sino que el filósofo quede toda su vida como
hechizado en nosotros por esa realidad y haya de oír siempre de nuevo el problema.

Digresión sobre comprender y valorar. La tensión de toda comprensividad entre lo verdadero y lo


falso en lo espiritual, entre el proceso empírico y la libertad en lo existencial, entre lo seductor y lo
que suscita espanto frente (entre el amor y la cólera de Dios) en lo metafísico se muestra por un
fenómeno básico, que conocemos constantemente en la comprensión y también en la comprensión
psicológica- allí donde comprendemos, valoramos. La acción comprensible del individuo es
también una ejecución de valoraciones, y todo lo comprensivo tiene para nosotros al mismo tiempo
un matiz de valoración positiva o negativa; la valoración es constitutiva de toda comprensividad. En
cambio lo incomprensible no es valorado en sí en relación con ello como medio y condición. Así
valoramos lo comprensible por una represión de la memoria que falla convenientemente, la
memoria fisiológica la valoramos sólo como instrumento.
En la actitud científica importa suspender las valoraciones para reconocer lo que es. Esto es
posible en la comprensión no en el mismo sentido que en la explicación causal. Pero existe una
demanda análoga para nuestro conocer en la comprensión. Su realización se muestra en la
comprensión justa, franca, multilateral, críticamente consciente de sus límites. Amor y odio del que
valora son en verdad alicientes del comprender, pero su suspensión conduce a un claro comprender
de conformidad con el conocimiento.
Cuando comprendemos un caso concreto, surge la apariencia de que valoramos y no
comprendemos científicamente, cosa inevitable por el hecho de que toda relación comprensible es
valorada en sí de inmediato negativa o positivamente por todos los seres humanos. Esto se debe a
que en lo comprensible como tal está lo valorable. Verdadera comprensión es valoración verdadera
valoración se realiza al mismo tiempo que la comprensión. Pero hay en toda comprensión hacia una
parte una comprobación que puede estar libre de valoración, hacia la otra un llamado que valora y
suscita valoraciones. Como la comprensión exacta es difícil y rara, la valoración de otros individuos
es mayormente errónea y dependiente del azar y de impulsos al margen del conocimiento. Como
todo individuo quiere con gusto ser valorado favorablemente, se siente bien comprendido cuando
está ligado a ello una valoración favorable. Por eso son utilizados en el uso del lenguaje como
idénticas la comprensión y la valoración positiva. Individuos negativamente valorados hallan su
comprensión singularmente además en situaciones en que se manifiesta abiertamente su valor
negativo, hallan su comprensión singularmente difícil y se sienten casi siempre incomprendidos.

1. REACCIONES VIVENCIALES PATOLÓGICAS

La palabra "reacción" es empleada en muchos significados. Se habla de una reacción del organismo
físico a influencias y condiciones del mundo externo; de reacciones de un órgano, por ejemplo del
cerebro, a procesos en el organismo de una reacción de la psiquis individual a un proceso psicótico,
finalmente de una reacción de la psique a una vivencia. Sólo trataremos aquí de esta última reacción.

La importancia que tienen ciertos procesos para el alma, su valor de vivencia, el


sacudimiento afectivo a que dan lugar, provoca una reacción en parte "comprensible". En
la reacción a la prisión actúa psicológicamente, por ejemplo, la conciencia del significado de
ese suceso, las consecuencias posibles, además la disposición afectiva de la situación, la
soledad, la obscuridad, las paredes desnudas, el lecho duro, el trato rudo, la tensión
insegura respecto de lo porvenir. Pero, además, obra quizá también la alimentación menor
a consecuencia de la falta de apetito o de la mala comida, el agotamiento por el insomnio.
Estos efectos físicos preparan en parte el terreno para el tipo especial de reacción. Ellos
cooperan en la aparición de todo el cuadro patológico de la psicosis carcelaria. El estado
patológico reactivo no aparece a menudo en respuesta a una vivencia particular, sino a la
suma de efectos. El agotamiento psíquico y corporal como fundamento se vio a menudo
en las psicosis reactivas de guerra, y su explosión, tras una larga resistencia, a veces después
de una vivencia relativamente insignificante.
Por mucho que comprendamos la vivencia, su significación conmocionante y el
contenido del estado reactivo, no por eso es comprensible psicológicamente, sin embargo,
la transposición en lo patológico. Aquí tenemos que pensar además en los mecanismos
extraconscientes. Explicamos esto por la disposición especial, por un proceso somático
morboso, o suponemos que la conmoción psíquica como tal puede suscitar causalmente,
en los fundamentos de nuestra vida psíquica normal, una alteración pasajera. Lo mismo que
la conmoción psíquica tiene por consecuencia inmediata una multitud de manifestaciones
corporales concomitantes, produce también una alteración pasajera de los mecanismos
psíquicos, que dan entonces la condición de los estados anormales de conciencia y de la
realización de relaciones comprensibles (en las perturbaciones de la conciencia y en las
escisiones, en las ideas delirantes, etc.). Esta alteración teóricamente imaginada de los
fundamentos extraconscientes debe ser pensada como causalmente condicionada y análoga
a las consecuencias captables en lo corporal de la conmoción afectiva
(Gemiitserschütterung)

a) Reacción en la diferencia de fase y brote

Entre las reacciones patológicas hay que distinguir en principio: 1) Las psicosis solamente
desencadenadas, cuyo contenido no está en ninguna relación comprensible con la vivencia.
Así por ejemplo, un caso de muerte provoca un proceso morboso catatónico, una
depresión circular. El tipo de psicosis no necesita corresponder en modo alguno a la
vivencia. El sacudimiento psíquico es sólo el último impulso eventual y superfluo por el
que hace irrupción una enfermedad, sea una fase pasajera, sea el brote de un proceso, que
se habría presentado finalmente también sin ese motivo, y que se desarrolla según sus
propias leyes con plena independencia del motivo psíquico. Distinguimos de ello: 2) Las
reacciones legítimas cuyo contenido está en relación comprensible con la vivencia, no se habrían
producido sin la vivencia y que dependen en su curso de la vivencia y de sus relaciones. La
psicosis queda referida a la vivencia central. En la psicosis solamente desencadenada o
espontanea se observa un crecimiento primario de la enfermedad, que se explica solo
físicamente, sin relación con el destino personal y el vivenciar del enfermo, con simple
contenido accidental sin valor de vivencia en relación con la existencia anterior, como la ha
de tener toda enfermedad psíquica. En fases curables existe después la tendencia a
reconocer claramente la enfermedad y a situarse frente a ella libremente como ante algo del
todo extraño. En las psicosis reactivas se observa o bien una reacción inmediata ante una
vivencia decisiva, o, después de una maduración más larga inadvertida, una especie de
descarga, por decirlo así, en relación comprensible con el destino y las impresiones
diariamente repetidas. Existe en verdad, después del transcurso de la psicosis, la capacidad
para declararla patológica sin más. Pero existe la tendencia a una repercusión de los
contenidos psicóticos, surgidos del destino, incluso sobre la vida futura, y también la
propensión, a pesar de la posición intelectual exacta, a no oponerse libremente a los
contenidos morbosos en la vida del sentimiento y del instinto.
El concepto de la reacción patológica tiene una parte de lo comprensible (vivencia y
contenido), una parte causal (alteración en lo extraconsciente) y una parte de pronóstico (esta
alteración es pasajera). Aunque puede ser anulada la momentánea transposición en un
estado anormal, en especial y después de la desaparición de los hechos conmocionales, se
produce la curación en seguida, existe sin embargo una repercusión gracias a la estrecha
ligazón de vivencia y personalidad, que lleva a un desarrollo anormal de la personalidad
finalmente, por la repetición y la sumación de las vivencias. Después de toda reacción se
tiene en verdad un retorno al statu quo ante relativo al tipo de mecanismos psíquicos y a las
funciones, a las capacidades de rendimiento, etc. Pero los contenidos pueden seguir
actuando.
Solo en los casos fronterizos claros se pueden distinguir radicalmente las reacciones
legítimas de los brotes. Por una parte, están las psicosis condicionadas por una conmoción
psíquica como causal esencial y que muestra también relaciones comprensibles
convincentes entre vivencia y contenido (legítimas psicosis reactivas). Por otra parte, están
las psicosis nacidas por procesos, cuyo contenido no muestra ninguna relación
comprensible con el destino, aun cuando los mismos, naturalmente, tienen que ser
tomados de algún modo de la vida anterior, sin que su valor de vivencia (Erlebniswert), su
valor como destino sea lo decisivo para la entrada en el contenido de las psicosis (tases
puras o brotes).

b) La triple dirección de la comprensividad de las reacciones

Comprendemos la medida de una conmoción como causa adecuada de algún quebranto


mental; comprendemos un sentido, al que sirve la psicosis reactiva en el todo;
comprendemos los contenidos de la psicosis reactiva en especial.
I) Hemos visto: las vivencias psíquicas coinciden siempre con manifestaciones
corporales concomitantes, no destacan mecanismos extraconscientes susceptibles de mayor
descripción, sino que incitan estudiar teóricamente, y dan el terreno para las reacciones
anormales del contenido comprensible. Pero además en algunos casos las conmociones
psíquicas conducen a alguna perturbación somática o psíquica, que no tiene una relación
comprensible con el contenido de la vivencia. La vivencia es la "causa psíquica" de un
suceder que le es extraño. Aparecen inmediatamente efectos causales drásticos a
consecuencia de violentas excitaciones psíquicas. Cómo ocurre esto, es, por lo general,
hipotético. Pero en general se sabe que los efectos obran sobre la circulación, tienen
consecuencias somáticas a través del sistema vegetativo simpático y parasimpático y de las
glándulas endocrinas, y que las alteraciones somáticas influyen a su vez de nuevo en el
cerebro y en el alma. Quizá por esos miembros intermedios somáticos, los afectos suscitan
en los epilépticos un ataque convulsivo. Quizá un afecto, mediante la alteración de la
circulación y del aumento de la presión arterial, provoca la ruptura de los vasos cerebrales
y un ataque de apoplejía. En especial hay que señalar los siguientes efectos de las causas
psíquicas.
aa) Estados psíquicos anormales son curados por una conmoción psíquica. El ejemplo más
conocido es la repentina sobriedad de ebrios a veces incluso graves, por una situación
importante que plantea las exigencias necesarias. Es sorprendente así repentinamente.
En cambio no pertenecen aquí, sino a las relaciones comprensibles, los casos en que los
contenidos de personalidades anormales son alterados por efectos psíquicos: el delirio de celos
de la personalidad anormal cesa cuando una enfermedad grave absorbe los pensamientos, los
malestares nerviosos cesan cuando el individuo debe esforzarse enérgicamente.
bb) Por graves conmociones psíquicas (en catástrofes, como terremotos) son creadas
alteraciones de toda la constitución psicofísica, cuyos signos y manifestaciones a veces carecen de toda
relación comprensible con la vivencia. Alteraciones del aparato circulatorio, estados de angustia,
perturbaciones del sueño, disminución de la capacidad de trabajo, numerosos fenómenos
psicasténicos y neurasténicos aparecen y tenazmente quedan en pie largos periodos.
cc) Parece como si las excitaciones psíquicas muy graves pudieran tener efectos que remedan
los de los traumatismos craneanos. Se observaron casos que condujeron en delirios febriles a la
muerte, y otros que mostraron el complejo sintomático de Korsakow (Stierlin). En qué medida
hay aquí una perturbación, hecha posible sólo por la arterioesclerosis existente, razón por la cual
debe considerarse orgánica; y en qué medida pueden aparecer también tales consecuencias
orgánicas por la vivencia psíquica en vasos sanos, es todavía dudoso.13
dd) Es posible -aun cuando raro- que también una vivencia placentera sea motivo de la
irrupción de un estado mórbido somáticamente causado, por la conmoción del equilibrio ligado
a ella. Así se quejan los psicasténicos de un aumento de sus molestias después de impresiones
fuertemente gratas, de "repercusión" que se produce.
2 ) Comprendemos un sentido de las psicosis reactivas: el estado anormal del alma como
conjunto sirve a cierto objetivo del enfermo, para el que también son más o menos
adecuados los rasgos particulares de la enfermedad. El enfermo quiere ser irresponsable y
tiene una psicosis de prisión, quiere tener una renta y recibe una neurosis de renta, quiere
ser atendido en un hospital y tiene los males múltiples de los, vagabundos de los asilos.
Estos enfermos aspiran instintivamente a una realización de deseo por ese camino. La
satisfacción de su deseo la alcanzan por la psicosis (psicosis finalistas) o por las neurosis
(neurosis finalistas). La enfermedad es, en casos raros, más o menos conscientemente
puesta en escena. De una simulación al comienzo quizá consciente surge luego la
enfermedad, frente a la cual el individuo queda sin defensa. O una afección psíquico-
neurótica, nacida primero de otro modo, es "histerizada", tan sólo en su curso ulterior,
porque por la existencia de la enfermedades alcanzado un propósito (liberación del servicio
en el frente, renta).
Se habla desde Kohnstamm de una "repulsa de la conciencia de la salud". Las diversas
molestias y quejas corporales las pasa por alto el individuo normal con la pretensión natural
de ser sano y de querer permanecer tal. Por medio de la inobservancia hace desaparecer
muchos fenómenos que se muestran por un momento. También en el comportamiento
ante las enfermedades somáticas, que producen disminución funcional y requieren
tratamiento racional, se conduce el sentido sano distanciado anteriormente.14

Apenas se puede determinar dónde está la frontera a la que un individuo realmente no


puede llegar (ya antes, donde una función continuada tiene por consecuencia un daño, un
empeoramiento de la enfermedad o la muerte). En el más profundo agotamiento, en
situaciones extremas invade al hombre un sentimiento real de impotencia, toda la tensión
vital se rebaja hasta la indiferencia y la simple declaración de que no se ha podido más, es
legítima y digna de fe. Cuando a pesar de ello es también posible la pregunta de si era que
no se quería más, si un deseo era eficaz, para entregarse al sentimiento existente de
debilidad y de impotencia, a este interrogante, sin embargo, no se puede responder a
menudo. Pero en el dominio de las reacciones vivenciales histéricas e hipocondriacas por la
enfermedad corporal, es generalmente notoria la ausencia dela "conciencia de la salud".
3) Comprendemos el deslizamiento en la psicosis o la enfermedad corporal al mismo
tiempo con los contenidos. Es como una fuga en la enfermedad, para escapar a la realidad,
especialmente para escapar a la responsabilidad. Lo que en el interior del alma debió ser
sufrido, elaborado, apropiado, es sustituido, sea por una enfermedad corporal, para la que
no se imagina tener una responsabilidad, sea por la satisfacción del deseo en la psicosis, que
establece una realidad por la que no es penetrada, sino velada la realidad empírica. La fuga
en la psicosis hace experimentar como aparentemente realizado lo que no ofrece la
realidad. Pero generalmente no de modo unitario. En la psicosis aparecen, en lo delirante y
en lo alucinatorio, entremezclado y sucesivamente como realizados, todas las angustias y
penurias lo mismo que todas las esperanzas y deseos.

Casos extraordinarios son reacciones en situaciones extremas, ocasionadas por la propia


acción (infanticidio, asesinato). Un destino que transforma la vida entera conduce a vivencias
delirantes de conversión en psicosis agudas, en cuyo contenido es fijado un motivo que
determina en lo sucesivo la vida entera. 15 Se trata de una robusta hija de campesinos, que
aparece, hasta allí psíquicamente sana, que tiene un hijo de un prisionero de guerra ruso y mata a
la criatura inmediatamente después del nacimiento, y de un débil mental leve que comete un
asesinato por influencia sugestiva de otro. Weil resume: ambas psicosis irrumpen después del
hecho, infanticidio y asesinato, como una confesión en la prisión. En ambas una lucha de
oraciones conduce a la infanticida a la certidumbre de que Dios lo ha querido, y al asesino, más
allá de eso, a un falseamiento del recuerdo que se ha ofrecido en su tiempo a Dios como
sacrificio, que le muestra cómo vienen también a través de Dios malos hechos. Ambos tienen
visiones de la misma esfera. Encuentran, la una su "paz del alma ", el otro su "paz del corazón".
Ambos se atienen a la realidad de los fenómenos y de la significación a ellos atribuida, signos de
la redención y de la admisión en la gracia. Por la psicosis han sido privados ambos del
arrepentimiento frente a la víctima; ella alcanza el parentesco divino, él se vuelve perfecta
criatura de Dios. Ambos están convertidos y se sienten de buen humor. Constitución,
personalidad y carácter son en ambos completamente distintos, y es por eso tanto más notable la
analogía de la psicosis de la realización del deseo.
Estos casos deben ser distinguidos de la esquizofrenia (en la que hay a menudo vivencias de
conversión inicial infundadas) por la falta de todos los síntomas primarios; por el centramiento
de las psicosis en torno al contenido delirante casi totalmente comprensible; por el ajuste del
contenido delirante como única revolución del sentido del ser y del modo de vida; por la
ausencia de síntomas caóticos, caprichosamente diverso, extraños.
Es notable cómo en esa relación un débil mental puede tener también vivencias profundas y
grandiosas. El caso de Weil describe como resultado de su lucha de oraciones con el problema
desesperado del porqué de sus hechos, un éxtasis en la mañana de Navidad: "Cuando miré
entonces hacia la pared, se volvió transparente como un vidrio. Fue como si yo estuviese en los
aires como el Sol Luego se hizo bastante oscuro como la noche, después enrojeció...

Vi así desde la lejanía cada vez más cerca y más grande un fuego terrible, increíblemente grande.
Era como si ardiese el mundo, la Tierra; vi ningún árbol, nada, sólo ese rostro desfigurado,
espantoso, por lo general implorando terriblemente, levantando las manos y la vista, como si
hubiese todavía esperanza y redención; había allí algo de la claridad rojiza del gran incendio, en
donde vi agitarse diablos... Luego se volvió otra vez tenebroso por mucho tiempo, luego otra vez
claro, mucho más hermoso que el más hermoso día de primavera. Entonces vi un momento sobre
éste el poderoso mundo celeste. No se puede describir lo hermoso y maravilloso que era todo. Vi
las almas en una belleza tan maravillosa... Desapareció de repente todo no hubo a mi alrededor más
que densas tinieblas. Advertí en seguida que estaba encarcelado..."

Una aprehensión de tales casos como propiamente sanos, no histéricos, es muy dudosa.
Tiene que haber una disposición específica o una capacidad para tal transposición (cuando
los casos, sin embargo, no se han vuelto esquizofrenias).
Resumamos. La psicosis tiene un sentido, como conjunto o en particular. Sirve a la
defensa, a la seguridad, a la fuga, a la satisfacción del deseo, Nace del conflicto con la
realidad, que, tal como es, no es tolerada más tiempo. Pero toda esta comprensión no debe
sobreestimarse en su importancia. Primero, los mecanismos no pueden comprender nunca
la transposición misma; en segundo término, hay otros fenómenos anormales que los que
pueden ser involucrados en una relación total comprensible; en tercer término, aun cuando
el acontecimiento conmocionante interviene como factor causal, la medida de esa
importancia causales difícil de estimar.

c) Resumen acerca de los estados reactivos

Para procurar un resumen acerca de los estados reactivos, los dividimos así: 1) Según los
motivos de la reacción. 2) Según la estructura psíquica especial de los estados reactivos. 3) Según
los tipos de constitución psíquica que condicionan la reactividad.
1)
Según los motivos, se delimitan: las psicosis carcelarias, 16 investiga das
bastante detenidamente, y que han formado los cimientos para la doctrina de
las psicosis reactivas; además, las neurosis de renta después de accidentes, 17 las
neurosis de los terremotos, en general las neurosis de las catástrofes,18 las
reacciones nostálgicas,19 las psicosis de guerra,20 las psicosis del aislamiento,
sea en un ambiente de idioma extraño, sea a causa de la dureza de oído, 21 Los
estados reactivos en el aislamiento con pocos camaradas, en campamentos de
prisioneros de guerra, han sido descritos por Vischer.22

La situación: privación de la libertad por una duración desconocida. Vida en comunidad con
un número limitado de camaradas constantes, sin estar nunca solo. Aparición de antipatías
violentas. Excitabilidad acrecentada. Las gentes no soportan la menor contradicción. Manía de
discutir. Mezquindad en el trato, con la atención fija en el propio provecho. Expresiones
groseras. Ninguna concentración. Comportamiento sin descanso, modo de vida discontinua.
Quejas sobre fatiga rápida (en la lectura). Sobresaltos frecuentes, no poder quedar largo tiempo
en el mismo lugar. Pérdida de la memoria. Estado de ánimo gris. Desconfianza. A menudo
impotencia sexual. Pocos quedan libres del estado cuando están prisioneros más de medio año.
Muchos matices en los síntomas.
Vischer recuerda a Dostoievski, Memorias de la casa de los muertos, y también las experiencias
de individuos que viven aislados del mundo menos tiempo: los blancos en los trópicos, delirio
de los trópicos; tripulaciones de los barcos (especialmente antes en los barcos de vela), vida
conventual (Siemer, H.: Meine fünf Klosterjahre. Hamburgo, 1913), los viajes de exploración del
polo (la descripción de Nansen, Payer, Ross).

2) Según la estructura psíquica especial de los estados reactivos, es caracterizable una


serie de variedades. Una clara separación sólo sería posible si se pudieran separar los
diversos mecanismos extraconscientes de manera que fuesen reconocidas como específicas
las reacciones paranoides, histéricas, las reacciones de la conciencia alterada, etc. Estopor
ahora no es posible. Tenemos que contentarnos con enumerar las variedades:

a) A todos los acontecimientos, especialmente los menos importantes, se responde con


sentimientos qué, según la cualidad, son completamente comprensibles, pero excesivamente
violentos, se desvanecen con lentitud anormal, (provocan cansancio rápido y paralización
reacción psicasténica). Singularmente frecuentes son los estados depresivos reactivos.
Apenas hay manías reactivas. La tristeza se eleva a sí misma, la alegría puede llegar hasta el
exceso de modo que el individuo no sabe ya cómo alegrarse, pero se embriaga y no puede
contenerse. Además, en la intensidad de la reacción vivencial lo anormal puede estar en la
fuerza de la repercusión. Todos experimentan ocasionalmente que el estado de ánimo de la
mañana es influido por el sueño de la noche precedente, aun cuando con rasgos muy
ligeros, sólo advertibles para la observación psicológica. Algunas personas se hallan en
cambio de manera manifiesta bajo tales efectos del sueño, pueden dejarse dominar el día
entero por ellos. Igualmente la duración de la repercusión puede ser anormal, una tristeza
se supera sólo lentamente; todos los afectos transcurren en curvas largas.
b) Se produce una descarga en convulsiones, o en furor y rabia, en movimientos
desordenados, en actos ciegos de violencia, en amenaza e injurias, un aumento por sí
mismo es un estado de estrechamiento de la conciencia. Se habla de la "explosión de la
prisión", de "arrebato" y de "reacciones repentinas". Kretschmer llama a ese grupo entero
"reacciones primitivas". Se elevan en seguida a su máximo y declinan rápidamente
c) Emociones vivaces, cólera, desesperación, espanto, entrañan en el aumento normal de
la intensidad cierta perturbación de la conciencia. El recuerdo tiene después lagunas, Nacen
anormalmente estados crepusculares con desorientación, acciones absurdas y percepciones
engañosas, con repeticiones teatrales de acciones que toman su significado de la vivencia
originaria y de su situación, no de la realidad del presente. Se les llama histéricas.
Mayormente en el estado de perturbación de la conciencia el acontecimiento originario no
es consciente. El acontecimiento puede ser enteramente reprimido en las psicosis de breve
duración, después del todo olvidado. Wetzel observó psicosis de shock en el frente, que
reprimieron la muerte de los camaradas caídos mostraron comportamiento teatral,
despertaron rápidamente, en lo cual "fue en extremo impresionante el retorno de los gestos
teatrales a la condición del soldado rígido". Estos casos refutaron la concepción de que este
comportamiento "histérico" teatral tiene que estar arraigado muy considerablemente en la
personalidad entera. Pero hay también una perturbación de la conciencia en la que el
nacimiento es constantemente consciente, incluso existe la conciencia de la enfermedad y el
recuerde después es bastante completo " 23
d) Si está en primer plano la obnubilación, se agrega un comportamiento que suena a
infantil (puerilismo) con para respuestas (Cuántas patas tiene la vaca? Cinco), en una
palabra: un estado de "seudodemencia si se puede además hallar signos físicos de histeria
(analgesia, etc.), se tiene, entonces, el estado crepuscular de Ganser. 24

Si en la perturbación de la conciencia, con ausencia de orientación, un mismo


contenido, que repite la vivencia original (intento de violación, accidente, etc.), con todas
las manifestaciones emotivas y los movimientos de expresión es experimentado de nuevo y
siempre teatralmente (actitudes pasionales), se llama al estado delirio (delirium) histérico Se
observan cuadros estuporosos (estupor de espanto), formaciones delirantes fantásticas con
plena orientación en lugar y tiempo. En la prisión prolongada se desarrollan, naciendo de la
desconfianza normal y la sospecha comprensible, ideas de persecución totalmente lúcida o
tendencias querulantes, de la aprehensión de ser condenado con injusticia. Todos estos
estados no se pueden separar en ninguna parte agudamente, se combinan de la manera más
diversa.
e) Entre las psicosis carcelarias, que surgen bajo el efecto persistente de una situación
irregular, se han observado las reacciones paranoidealucinatorias. Los enfermos en tensión
ansiosa no se sienten dueños de sus pensamientos, quisieran llegar a un resultado, a una
opinión, a una actitud. Sienten por decirlo así anhelo de algo inaccesible. Rumores
sospechosos se vuelven sonoros. Se alientan intenciones malignas contra ello: fuera, en el
corredor, oyen pasos sospechosos y repentinamente una voz: "Hoy lo matamos". Las voces
aumentan, se llama a los enfermos por sus nombres. Ven también figuras, se hallan en
obnubilación onírica, se arrojan en angustia insensata del lecho hacen tentativas de suicidio.
Tales estados se producen a menudo. Los contenidos son luego delirantemente elaborados:
el enfermo está persuadido de que es perseguido de verdad y de que va a ser asesinado.
Sobre reacciones paranoides agudas presenta Kurt Schneider25 un caso raro e interesante.
3) Se pueden dividir finalmente los estados reactivos según el tipo de constitución psíquica que
condiciona la reacción. En la guerra se observaron a veces estados reactivos psicóticos de
breve duración en personalidades que no mostraron nada psicopático antes ni después. 26 Se
llegó así a la concepción de que todo individuo tiene su "límite" para enfermar. Sin
embargo, aun cuando no es comprobable objetivamente una disposición en tales casos,
enfermaron quizá más bien personalidades también robustas que parecían psíquicamente
muy sanas (en casos raros), se puede establecer que tiene que haber aquí siempre una
disposición específica y que hay muchas personas que pueden ser arruinadas físicamente,
que reciben enfermedades cerebrales, que están completamente agotadas, y que no
obstante no caen en estados psicóticos reactivos. Pero en la mayoría de los casos, la
predisposición es visible también, fuera de la reacción, en la constitución entera.
Esa constitución o bien es congénita y persistente (psicópatas) o bien oscilante (fases), o
adquirida pasajeramente (agotamiento). Así se observan los caracteres de la reactividad
acrecentada (irritabilidad, temperamento colérico), las reacciones de humor histéricas y
psicasténicas. Pero todo esto se observa en individuos y en ciertos periodos que apenas
llaman como tales la atención del observador desprevenido. Se advierte en motivos
relativamente mínimos una emotividad excesiva, incapacidad de trabajo, y se vea las
mismas personas enteramente normales en otros momentos.

Los periodos desfavorables pueden ser fases puramente endógenas o ser


condicionados por agotamiento psíquico y corporal, por lesiones de la cabeza, emoción
persistente, insomnio, etc.
Análogamente a la constitución, los procesos orgánicos morbosos ofrecen el terreno
para las reacciones anormales. Hay en los esquizofrénicos psicosis reactivas sobre la base de
procesos mórbidos progresivos. Se distinguen de los brotes del proceso mórbido por el
hecho de que los enfermos vuelven después de su transcurso aproximadamente a su
anterior estado, mientras que los brotes, aun cuando cedan los fenómenos violentos,
originan sin embargo una alteración persistente.27
Los brotes tienen contenidos generales de cualquier tiempo pasado las reacciones sólo
contenidos precisos procedentes de una o de varias vivencias, de las que surgió la psicosis
progresivamente. Los brotes nacen espontáneamente, las reacciones en relación temporal
con vivencias. Es evidente que en todas las enfermedades, en tanto que son todavía
relaciones en la vida psíquica, intervienen rasgos reactivos, 28 pero casi siempre del todo
inesenciales para el curso de las mismas.
Resumimos nuevamente como conclusión lo que es común a las reacciones legítimas: el
motivo, que estando en una estrecha ligazón temporal con el estado reactivo, es suficiente
para nuestra comprensión. Entre contenido de las vivencias y contenido de la reacción
anormal existe una relación comprensible. Como se trata de la reacción a una vivencia, la
anomalía se esfuma en el curso del tiempo. Especialmente con el cese de las causas (puesta
en libertad, vuelta de la muchacha nostálgica a casa de los padres), desaparece también la
reacción anormal. De ese modo se pone la anormalidad reactiva en oposición a todos los
procesos morbosos que se presentan espontáneamente.
Sin embargo, el entretejido de relaciones causales y comprensibles es de tal naturaleza y
tan diverso el encajamiento entre unas y otras que, en el caso particular, no es siempre
realizable una separación aguda entre las reacciones legítimas y fase y brote. La falta de
contenidos comprensibles puede engañar sobre la reacción psíquica: la abundancia de
contenidos comprensibles, sobre el proceso; por una parte, están los estados psíquicos
anormales, condicionados originariamente por una conmoción psíquica (por ejemplo
psicosis de catástrofes, reacciones primitivas con furor y convulsiones), sin que existan
entre contenido y causa muchas relaciones comprensibles. Por el otro lado, están las
alteraciones de la constitución psíquica surgida de procesos extraconscientes, cuyas fases
aisladas, eventualmente brotes, no obstante, muestran numerosas relaciones comprensibles con el
destino del individuo.

d) El efecto curativo de las conmociones afectivas


Un hecho interesante es que las vivencias pueden no sólo suscitar una psicosis, sino tener
una influencia favorable - aun cuando no curativa - en una psicosis existente. Con relativa
frecuencia se observa que enfermos paranoides con un proceso esquizofrénico pierden,
primeramente todos los síntomas (percepciones engañosas, persecuciones, etc., después de
la admisión en el manicomio).29 Debe observarse también que estados graves de corte
catatónico fueron sacados por un fuerte afecto, por decirlo así "como de un profundo
sueño", y llegaron a la curación de un estado agudo. Bertschinger, 30 por ejemplo, informa
del caso siguiente:
"Una dama joven que desde hacía semanas se había comportado inconvenientemente y se había
mostrado con preferencia desnuda, fue sorprendida en el hospital por una persona determinada,
que la conocía de los tiempos anteriores, en una situación indecorosa. Se ruborizó, se avergonzó,
pudo ir a la cama por primera vez después de semanas, quedó luego tranquila y pudo ser dada de
alta poco después"
Que algunos acontecimientos tendrían una influencia especialmente favorable en la
etapa de curación de psicosis agudas, se ha informado a menudo subjetivamente por los
enfermos. Una mejora objetiva notable una accesibilidad, de un enfermo largo tiempo
estuporoso, se observa, por ejemplo, en ocasión de la visita de parientes (si es rara). Sin
embargo vuelve después de pocas horas otra vez el antiguo estado y el curso queda
imperturbado.
Es difícil de establecer en qué medida las curvas violentas de hace 100 años y la actual
terapéutica de schock cardiazólico e insulínico, alcanzan la variación del ánimo que algunos
denominan curación, por la conmoción de la vivencia de la muerte, por la situación
extrema en repetición recuente, es decir, en qué medida los factores causales somáticos son
afectivos.

("Kausale und verständliche Zusammenhänge zwischen Schicksal und Psychose bei der Dementia praecox" Z. Neur, 14, 158) y este
libro (1913) causaron un efecto radicalmente nuevo entonces, aunque yo sólo puse en relación la tradición cientificoespiritual con la
realidad psiquiátrica. De ese modo fue comprendido metódicamente en la psicopatología lo que de hecho ocurría en todo momento cada
vez más pobremente y lo que en el psicoanálisis de Freud se hizo en notables trastocamientos y se malentendió en sí mismo. El camino
de la conciencia científica quedó libre para la aprehensión de la realidad del hombre y del contenido de lo espiritual hasta en la psicosis.
La tarea consistía entonces en distinguir los modos de comprensión, en esclarecerlos y en llenarlos de hecho con todos los contenidos
accesibles.
Desde entonces ha surgido toda una bibliografía sobre el problema en la psicopatología y en la psicología: Binswanger, L: Internat
Z Prychoanal (O), 1 (1913). Z Neur. 26 107. Gruhle: Z. Neur, 28 Kretschmer Z Neur, 57. Van Ler Hopp: Z Neur, 68 Schneider, Kurt Z
Neur, 75. Isserlin: Z Neur, 101. Stransky: Mschr Psychiatr, S2. Bumke: Zbl Neurol, 41 Kronfeld Zbl Neurol, 28. Störring, G. Arch.
Psychol (D), 58. Blumenfeld, w.h Phil 1,3 1927), Schweizer, Walter: Erklären und Verstehen in der Psychologie. Berna, 1924 Rofstein, G
Das Probiem des psychologischen Verstehens Stuttgart, 1926. Finalmente exámenes de los libros: Kronfed: Das Wesen der
psychiatrischen Erkenninis Berlin, 1920. Binswanger, L. Etfahnang die Probleme der allgemeinen Psychologie. Berlin, 1922.
13 Véase Bonhoeffer: "Wieweit kommen psychogene Krankheitszustände und Krankheits prozesse vor, die nicht Hysterie

zuzurechnen sind?" Arch. Z. Psychiatr, 68, 371. Bonhoeffer no distingue, por lo demás, entre relaciones comprensibles y consecuencias
causales.
14 Kant ("Von der Macht des Gemûtes, durch den blossen Vorzatz seiner krankhafte Gefühle Meister zu sein") escribe: "Un

individuo razonable, cuando le asaltan temores, se pregunta si existen motivos para ellos. Si no encuentra ninguno o comprende que, aun
cuando existiese realmente alguno, sin embargo no es posible hacer nada, pasa a la orden del día con esta aspiración de su sentimiento
interior, es decir deja en su lugar su opresión (como si no le afectase) y dirige su atención a los negocios de que se ocupa¨.
5 Villinger: "Gibt es psychogene, nicht hysterische Psychosen auf normal psychologischer Grundlage?" Z. Neur, 57. Weil: "Ein

Bekehrungserlebnis als Inhalt der Haftpsychose eines oligophrenen Mörders." Z Neur, 140, 152 (1932).
6 Siefert: Über die Geistesstöruhgen der Strafhaft. Halle, 1907. Wilmanns: Über Gefäng- nispsychosen. Halle, 1908. Homburger:

Lebensschicksale geisteskranker Strafgefangener. Berlín, 1912, Nietszche y Wilmanns: Referencia en Z. Neur. (1911). Sträussler: Z. Neur,
18, 547 (1913). Sobre la obsesión de conmutación de pena en los condenados a cadena perpetua: Rüdin: Über die klinischen Formen der
Seelenstörungen bei zu lebenslänglichem Zuchihaus Verurteilten. Munich, 1910.
17 Wetzel: "Ein Beitrag zu den Problemen der Unfallneurose". Arch. Sozialwiss. 37, 535, 1913.
18 Stierlin. "Uber die medizinischen Folgezustände der Katastrophe von courrières. Ber lín 1909. Véase además Dtsch. med Wschr.

1911, II. Zangger: "Erfahrungen bei einer Zellu loidkatastrophe". Mschr. Psychiatr. 40, 196. El efecto de los ataques aéreos sobre la
población en Freiburg lo ha descrito Hoche: "Beobachtungen bei Fliegerangriffen". Med Klin. 1917. II. Los ataques aéreos no han tenido
por consecuencia una sola admisión en la clínica psiquiátrica. En cambio llegaron algunos individuos en estados de insomnio, angustia
constante, que sólo cesaban con el mal tiempo (cuando no podían emprenderse ataques aéreos), y a sensibilidad a todas las reacciones
acústicas, de tal modo que los que podían abandonaban la ciudad. La inmensa mayoría de las personas se acostumbraba, algunos
nerviosos caían en ocasión de los ataques en alegría manifiesta. Las víctimas de los efectos inmediatos de la explosión caían en la
indiferencia descripta por Balz.
19 Mi estudio sobre la nostalgia y el delito, Arch. Kriminalanthrop. 35.
20 Wetzel: "Über Schockpsychosen". Z. Neur, 65, 288. Kleist: "Schreckpsychosen". Allg. Z. Psychiatr. 74. Bonhoeffer: "Zur Frage

des Schreckspsychosen". Mschr. Psychiatr. 46, 143 (1919). Del Handbuch der àrtzlichen Erfahrungen im Weltkrieg 1914-1918, editado
por O. v. Schjerming, vol. IV: Bonhoeffer: Über die Bedeutung der Kriegserfahrungen für die allgemeine Psychopathologie. Gaupp, R.:
Schreckneurosen und Neurasthenie.
21 Allers: "Über psychogene/ Störungen in sprachfremder. Umgebung". Z. Neur, 60.
22 Vischer, A. L: Die Stacheldrahtkrankheit. Zurich: Rascher und Co., 1918. Véase también Vischer. Zur Psichology der

Ubergangszeit, Basilea, 1919.


23 Straussler/Z Neur, 16, 441 (1913).
24 Ganser: Arch. Psychiatr. (D), 30, 633 (1898). Hey: Das Gansersche Syndrom Berlin, 1904. Raecke: Allg Z. Psychiatr. 58, 115.
25 Schneider. Kurt: "Uber primitiven Beziehungswahn". Z. Neur, 127, 725 (1930) Knigge: Z Neur, 153, 622 (1935).
26 Vease Wetzel: "Über Schockpsychosen". Z Neur, 65, 288.
27 El concepto de una psicosis reactiva en la esquizofrenia lo ha expuesto Bleuler primero (Schizophrenie, 1911). Sobre el problema

de los estados reactivos en los esquizofrénicos, véase luego mi trabajo: Z. Neur., 14 Además, Bornstein: Z. Neur. 36, 86. Van der Torren:
Z. Neur, 39, 364. Schneider, K Z. Neur, 50, 49 (1919). Reacciones esquizofrénicas sin proceso (reacciones esquizoides) las presentó
Popper: Z Neur, 62, 194. Kahn: Z Neur., 66, 273. Críticamente: Mayer-Gross: Z. Neur., 76, 584.
28 Schilder lo muestra en algunos casos de megalomanía paralítica: Z. Neur, 74, 1.
29 Riklin: "Über Versetzungsbesserungen". Psychiatr. neur. Wschr. 1905.
30 Bertschinger: "Heilungsvorgänge pei Schizophrenen". Allg. Z. Psychiatr. 68, 209 (1911) Véase además Oberholzer: Z. Neur, 22,

113 (1914).
Karl Jaspers

“Escritos psicopatológicos” (Fragmentos)

Delirio Celotípico, contribución al problema: ¿¨desarrollo de personalidad¨ o


¨proceso¨?
En el presente trabajo encontramos entrelazados tres tipos de problemas:

1. Una serie de historias de ¨celosos¨ que se extienden por toda la vida,


importantes para el problema de la paranoia, que con seguridad no son
alcohólicos, ni tampoco pueden simplemente atribuidos o adscriptos a
la demencia precoz o a la psicosis maníaco depresiva,
2. Un panorama sintomatológico sobre las estructuras del delirio
celotípico, y
3. Consideraciones nosológicas sobre la concepción de los casos aquí
presentados, fundados en múltiples semejanzas, junto a ella debemos
pronunciarnos sobre los conceptos de ¨proceso¨ y ¨desarrollo de la
personalidad¨.
En nuestro deseo de presentar aquí conceptos lo más claros posibles y,
sin embargo, no dar la impresión de que el ordenamiento y la
concepción de los casos se dan bajo la forma de una claridad definitiva.
Quisiéramos traer a la coincidencia del lector la inagotabilidad y la
problematicidad de cada individuo mentalmente enfermo y no
perderlas aquí con los casos más aparentemente cotidianos.
Especialmente debido a la longitud de las dos primeras e importantes historias
clínicas creo poder permitirme algunas observaciones sobre la publicaciones
de las historias clínicas en general y mostrar su propósito en la elaboraciones
de las mías.
No nos podemos entender en la psiquiatría sin la descripción de los casos
aislados. Ellos son como piedras angulares, sin las cuales de derrumbarían
nuestras formulaciones conceptuales. Esto se muestra en la falta de influencia
de algunos trabajos antiguos, en los cuales, debido a los casos son
generalmente conocidos, se prescinde de este trabajo, a veces pedante y
superfluo, y de tanta extensión. Algunos consideran natural basarse en las
historias clínicas que ya están descriptas en la literatura, pero donde quiera que
ellas no sea suficientemente rica o el autor correspondiente no sea
suficientemente claro, uno debería adaptarse a presentar casos propios, aun
ante el peligro de presentar ¨cosas conocidas¨. ¨Conocido¨ es lo que está en la
literatura. Lo demás es desconocido, aun cuando pueda ser muy difundido a
través de conversaciones personales. Es claro que no se puede uno basarse en
las descripciones generales de los tratados, las cuales tienen, en alto grado, un
significado efímero en la medida en que las descripciones de ¨cuadros
nosológicos¨ se encuentra elaborada una descripción general de los estados de
casos aislados, los cuales, en una investigación posterior, deben aparecer a
menudo esencialmente diferentes. A pesar del mucho material casuístico que
se encuentra acumulado en los archivos de psiquiatría, uno encuentra que el
material psicopatológico o de comparaciones.
No es la acumulación de este material la que nos puede ayudar. La mayoría de
las veces se ha observado con mucha brevedad, o que se ha comunicado de
manera insuficiente. El psiquiatra, en la mayoría de los casos, observa a sus
pacientes solo un breve tiempo.
No permanecen bajo su supervigilancia, o bien su vida no alcanza para la
terminación de su observación. Aquí nos ayudarán los archivos de la Clínica,
en los que hay viejas historias clínicas, especialmente y (desgraciadamente casi
únicamente, en los casos que tiene que ver con Juzgados), las cartas
procesales o de actas de separación matrimoniales, o de incapacitación, o de
actos personales, etc. La valoración de tales materiales, o datos se hizo por
primera vez en forma sistemática por Karls Wilmanns en su libro La
psicopatología de los vagabundos (1906). El logro de los cursos biográficos totales,
que era siempre exigido por Kraepelin, se ha transformado en el fundamento
de la investigación empírico- clínica, Necesitamos imprescindiblemente, dado
el total del estado de nuestras consideraciones, biográficas, aun cuando el
material sirva de fundamento momentáneo a tesis personales y pueda ser
utilizable por otros; además la comunicación de síntomas inextensos, en la
medida de que se los pudo observar y experienciar. Es bien sabido que no es
algo cotidiano la confección de buenas biografías. En numerosos casos
quedamos limitados a datos muy escuetos. Además, es sabido, que en el caso
que surja una tal biografía, esta deberá sobrepasar la longitud corriente de las
historias clínicas. Esta longitud, naturalmente, descansa en otros motivos que
aquellos que aquellos de la comodidad o de una cierta pseudo actitud. Para las
biografías, en nuestro sentido, generalmente tenemos un material mucho
mayor, enormemente más abundante que aquel que publicamos. La selección
posible de los esencial, de resúmenes, de disposición adecuada, etc., hacen
posible una apreciación y, sin embargo, siempre queda una longitud bastante
apreciable, lo que nos parece una ventaja, en contraposición con otra
publicaciones antiguas ocasionalmente demasiado breves, con los cuales no se
puede empezar nada. Por ello esperamos también que este material conserve
su valor, aun cuando se cambien todas las concepciones. En contraposición al
desprecio frecuente de historias clínicas largas, consideramos nosotros que su
elaboración no hay una deficiencia en el dominio de la materia, o una cierta
superficialidad, sino más bien lo que se necesita de material básico para todas
las consideraciones posibles. La mayor parte de las veces las historias clínicas
breves nos parecen completamente falta de valor y no utilizables.
En lo que se refiere a la disposición del material en el caso aislado, y debido
a la constante fragmentación del mismo, organizada en los diversos tipos de
fuentes y cosas análogas que ella trae consigo, se ve que no es posible seguir
un principio de división único para todos los casos y con ello tampoco
alcanzar una lectura más fluida. Sería tal vez lo más adecuado, a la manera de
los historiadores, traer un texto legible, parejo, con notas que contengan el
material. Pero, dado que las notas apenas si son leídas, y el material individual
es justamente lo importante en la psiquiatría, nos hemos limitado a resúmenes
al final de las historias clínicas que presentamos. En la disposición del material
en cada caso se entrecruzaron muchas veces los puntos de vista de dar cuenta
cronológicamente con el colocar de los detalles a comparar y con el destaca la
proveniencia de los datos. Ciertamente que sería inútil aquí las citas o fuentes
exactas a la manera como lo hace el historiador, pero, sin embargo, debe
aclararse, en cada ocasión el tipo general de fuentes usadas.
Quisiéramos aún destacar expresamente que las historias clínicas de
ninguna manera han sido confeccionadas relacionándolas forzosamente con
las observaciones teóricas agregadas. Más bien fue nuestro objetivo -
presidiendo de estas últimas - presentar en las historias clínicas un material
objetivo que eventualmente pudiese también ser utilizado por otros.
Quisiéramos que se considere como una ventaja el hecho de que las fichas
clínicas no son ilustraciones de una determinada concepción. Ellas están
elaboradas más bien en el sentido de las palabras de Kraepelin: ¨La
disgregación concienzuda de las formas clínicas en sus variaciones más
diminutas y aparentemente insignificantes constituye la etapa previa
indispensable en la adquisición de imágenes nosológicas de enfermedades
realmente unitarias y que correspondan a la verdadera naturaleza de las
mismas.¨
Antes de relatar la biografía de los dos primeros casos, quisiéramos
presentar en forma resumida un panorama sobre la actual teoría del delirio celotípico
que se despende de las observaciones corrientes y la lectura de las autores 1.
Debemos tener presente estas diferenciaciones, en gran parte obvias y
absurdas dentro de la su brevedad, para poder tener una concepción
suficientemente aguda de la peculiaridad de cada caso aislado de celotipia
prescindiendo totalmente de consideraciones diagnósticas. Comentaremos
sucesivamente:
a) las diferenciaciones sintomatológicas, luego
b) las relaciones directas o indirectas con condiciones somáticas, y
finalmente,
c) su presencia dentro de determinadas formas en el sistema de las
psicosis.

a) Sintomatológicamente encontramos, por un lado, ideas de celos


cambiantes que se incrementan por doquier, se olvidad y vuelven
nuevamente a estructurarse, fundamentándose de una u otra manera;
y por otro lado; el sistema celotípico con ideas de desarrollo lento o
rápido, pero estable, con demostraciones que se mantienen durante
años, que apenas si suelen olvidarse, que tiende por aquí por allá a
aumentarse. La primeria sería entonces la celotipia psicológica, y la
segunda la morbosa, no sistematizada, con o sin base, pero siempre
con una autocrítica más o menos amplia; ambas deben diferenciarse
de la celotipia delirante o deliroide, en la cual surgen observaciones
correspondientes, que aparecen por doquier y se olvidan, como se ha
descripto más arriba, sin ninguna crítica: y el delirio celotípico como
tal o delirio sistemático (no está siempre presente en el estado afectivo
permanente de la celotipia).
Encontramos además, por un lado la sospecha que surge y que considerada
críticamente aparece finalmente como fundada, y por otro, una seguridad
total- con el surgir de la representación del ¨hecho¨-.
En lo que refiere a la génesis del delirio celotípico, ésta tiene naturalmente
conexiones con todos los síntomas psicóticos posibles, según el cuadro
morboso en el cual está presente. Para los casos en que el delirio celotípico no
surja dentro de la plenitud de los síntomas restantes, destacamos como algo
importante la génesis combinada, la confluencia de equivocaciones
sensoriales y falsos recuerdos. Especialmente significativo es, con frecuencia,
el tipo de surgimiento combinado. O de una concadenación precisa de los
hechos. Los hechos más inocentes, alteraciones en la conducta, encuentros
casuales en la calle, el ¨entrecruzarse de las miradas en el aire¨, ruidos
sospechosos, desorden en la habitación, enrojecimiento, inseguridad en la
mujer, visitas, etc., sirven de demostración suficiente para las más amplias
conclusiones. Es fácil ver que estos hechos no fueron el motivo
predisponente de la celotipia, sino que más bien a presencia previa de esta
buscó motivaciones y las encontró. Sin embargo, la celotipia latente pudo
acaso ser nuevamente incrementada mediante tales casuales ¨observaciones¨.
Junto con ¨interpretarse¨ de esa manera hechos realmente sucedidos, con
frecuencia las ideas celotípicas se combinan en su origen con falseamientos
ilusorios de la percepción. Se ve y se oye más que el casual crujir de la madera,
manchas indiferentes, sombras siempre presentes y cosas análogas. Estas
ilusiones no necesitan ir más allá de lo que sucede a cualquiera de nosotros,
por ejemplo, bajo la acción de un intenso afecto de expectación o la fatiga, se
tratará, sin embargo, de equivocaciones sensoriales ilusorias. De ellas deben
separarse totalmente las auténticas voces, visiones y las vivencias delirantes.
Un tipo especial de estos fenómenos en conexión con la celotipia se da en las
alucinaciones sexuales.
Los falsos recuerdos son fácilmente confundibles con el relato de las
visiones o vivencias delirantes, y frecuentemente difíciles de diferenciar,
aunque como fundamento de delirio celotípico tienen un gran significado. No
solamente se reinterpreta y adornan hechos indiferentes del pasado, sino que
surgen además recuerdos que se agregan a vivencias que en general no han
sido reales ni siquiera en uno solo de sus rasgos. A estos seres se les descorre
¨como un velo frente a su vista¨. Ellos afirman haber visto como su mujer se
entrega a innumerables hombres, o han expulsado al hombre de la cama, o le
han sentido a su lado, mientras su mujer lo engañaba; habrían visto por el ojo
de la cerradura las escenas más increíbles. En todos estos falsos recuerdos
llama la atención que, a pesar de la espantosa situación en la que se
encontraban los afectados, ellos no habrían hecho jamás el menor esfuerzo
de interpretación sino se hubiera presentado junto al falso recuerdo algún otro
recuerdo que con frecuencia fuera inocente. Estas alucinaciones mnésicas
aparecen en gentes que en el resto de su personalidad no son en absoluto
sugestionables, y que presentan siempre de un mismo modo las vivencias
consentidas ya alguna vez. En cambio, los celosos que, inversamente,
encuentran siempre nuevas interpretaciones que con el enderezamiento de
vivencias reales en nuevos relatos se alteran renovadamente y crean su
fundamento, no necesitan presentar alucinaciones mnésicas.
Son semejantes a estas últimas, pero deben diferenciarse de ellas las
peculiares vivencias que se presentan a los celotípicos durante y después del
sueño. Al despertar tienen un presentimiento: como si de noche hubiese
estado allí, ellos han dormido tan profundamente, que seguramente han
debido recibir algún narcótico para que la mujer no tenga por qué
preocuparse, tienen la sensación como si alguien les hubiera pasado en la
noche un paño por la cara; inclusive aseguran haber sentido que alguien yacía
a su lado. Aquí comienza ya la confusión con alucinaciones mnésicas reales.
Apenas si necesita recalcarse que el verdadero origen del delirio celotípico
es, naturalmente, un total enigma. Justamente para nosotros ¨enajenado¨, lo
¨loco¨, lo constituye el hecho de que surja de una manera para nosotros
absolutamente incomprensible. Toda nuestra consideración ¨genética¨ solo
comprueba las relaciones fenomenológicas que se presentan entre las
vivencias.
Algunos logran finalmente poder disimular totalmente su celotipia una vez
que han visto que la exteriorización de la misma sólo les produce dolorosas
consecuencias. Pero al azar les mostrará más tarde entonces que el delirio en
ellos permaneció invariado.
La conducta del celotípico, finalmente es muy variada. Algunos viven casi
convencidos de la verdad de su delirio: aún preocupados de su trabajo viven
ocupándose de acciones judiciales y no tratan de hacer nuevas observaciones.
Autoafirmaciones y aun furibundos tratan de que se les haga justicia. Otros
tratan de un modo muy refinado de ¨desenmascarar¨ al conyugue. Se llega
hasta esparcir arena para las huellas, o bien se colocan señales en las puertas, si
se llega inesperadamente a la casa, etc. Las mujeres persiguen por doquier a
sus maridos, los esperan en sus oficinas, colocan empleadas que las observen.
Ambos grupos pueden en su delirio llegar a hacerse violentos. Otros, en
cambio, se entregan a su destino, se deprimen, frecuentemente dudan,
piensan ideas tontas, o bien los celos se les presentan como una típica idea
obsesiva.
b) Según la experiencia de los autores, que en arte está fundada
estadísticamente, el delirio celotípico tiene relación con ciertos fenómenos
corporales, a saber, con el sistema psico–físico del aparato genital y con
determinados ciclos vitales de la mujer, En lo que refiere a lo primero, no
existe una afirmación de Krafft-Ebing de que el coito psíquica y físicamente
insatisfactorio con una libido suficiente, podría constituir una fuete poderosa
para el delirio celotípico de los alcohólicos Además se encuentran con
frecuencia también impotencia, ya sea psicopática u orgánica, por ejemplo, en
una tabes inicial, y además, anomalías anatómicas de los genitales.
En las mujeres se habla de delirio celotípico de la lactancia (según Schiller,
se encuentra que seis casos de delirio celotípico en psicosis aguda, la totalidad
eran ¨delirio celotípico de la lactancia¨), de delirio celotípico menstrual,
climaterio y senil. Krafft-Ebing describe como la como la conciencia de que
los atractivos van en declinación y la sensación de un afecto que también va
disminuyendo por parte del hombre, construyen una fuente poderosa de celos
climatéricos.
c) El delirio celotípico, así como también todos los síntomas que se han
descripto psicológicamente en forma aparece en todos los tipos de psicosis y
personalidades psicopáticas. Por la frecuencia de aparición, se toma
característico de determinados estados. Sin embargo, el peculiar modo de su
estructuración puede ser también designado como característico.
Se conoce desde Nasse, y ha sido fundamentado en mi caracterización
hasta hoy valida por Krafft- Ebing, el delirio celotípico de los alcohólicos. Él
lo encontró en el 30 por 100 de los bebedores que aún mantenían relaciones
sexuales, y explicó su relación con las consecuencias corporales y mentales del
abuso del alcohol (incremento de la libido concomitante a potencia
decreciente, dificultades conyugales, menosprecio incipiente e la mujer cierta
grosería del enfermo, etc.). Con estos fundamentos se origina el delirio, la
mayor parte de las veces, de una manera combinada, utilizando
ocasionalmente numerosas y a veces inocentes observaciones, o también en la
afectividad y en la demencia e los alcohólicos, también por una especial
obscenidad y una fundamentación muy débil en el juicio. Por el mismo
motivo- y aun cuando a veces la celotipia puede permanecer rígida- adquiere a
veces formas cambiantes que carecen de sistematización. Además es posible,
con la renuncia al alcohol, la curación o una mejoría satisfactoria que sólo es
interrumpida por irrupciones intercurrentes del delirio.
Para ningún otro estado psicótico la aparición del delirio celotípico como
tal es tan característica por su frecuencia como para el alcohólico. Por ello es
innecesario enumerar todos los cuadros en los que aparece. Quisiéramos solo
indicar que en la psicosis orgánicas, por ejemplo, en las parálisis generales y en
la demencia senil, aparece esencialmente en los estadios iniciales, y que, no sin
cierta frecuencia, constituye un síntoma parcial del grupo de demencia precoz
y en esta solo puede tener la fundamentación alucinatorio-sexual que se
presenta en ella, y finalmente en las personalidades psicopáticas se pesenta de
maneras muy variadas:
1) e
n relación con los síntomas histéricos, en los cuales la sospecha con
fundamentación tan múltiple se reafirma finalmente mediante falsos recuerdos
y fenómenos pseudológicos(compárese Schüller, caso 6);
2) e
n los fenómenos obsesivos que momentáneamente adquieren un carácter
delirante (compárese Schüller, caso 9, neurosis climatéricas con
representaciones obsesivas);
3) e
n las distimias periódicas de los psicópatas especialmente las menstruales
(Schüller, caso 7);
4) c
omo rasgo de carácter que con la edad adquiere la característica de un delirio
celotípico (Krafft-Ebing, pág. 229, observación 14). No se puede decidir si se
debe atribuir a este este incremento caracterológico al comienzo de una
demencia senil o a una expresión psicopática anormal de una fase de
desarrollo normal.

El delirio celotípico de las personalidades psicopáticas aparece alterado y


ligado con otros síntomas que son los que ya hemos mencionado. Él se funda
conscientemente en presunciones, frecuentemente es una mera sospecha,
admite aún dudas, se deja comprobar también de una manera ilusoria con
percepciones falseadas o interpretaciones herradas, nunca es totalmente
inaccesible a la crítica y, por tanto no se estructura en un delirio fundado
sistemáticamente en determinados fenómenos o en un mantenido sistema.
Consideremos ahora nuestro primer paciente Julius Klug.
Se trata de un relojero católico, casado, nacido en 1836, y que fue enviado
en el año 1895 (57 años)por el Juzgado Provincial a la Clínica de Heidelberg
para ser sometido a un peritaje, ya que su conducta (celos, múltiples ofensas ,
amenazas, quejas ante juzgados) había levantado la sospecha de una alteración
mental. Los hechos se habían producido de una alteración mental. Los
hechos se habían sucedido como sigue; el año 1892 (54 años) había
presentado una querella contra su mujer al juzgado estatal, como también a
una serie de hombres por adulterio. Las exageraciones mostraron lo
insostenible de sus acusaciones, como también la presunción de una alteración
mental. Como K., a consecuencias de algunas amenazas, se había hecho
peligroso a la comunidad, las actas fueron comunicadas a la circunscripción de
la localidad en que vivía. Éste encargó al médico local el peritaje de su estado
mental. El medico encontró a K. en su taller, trató allí con él y entregó luego
su peritaje, afirmando que respecto K.,- aun cuando estaba mentalmente
alterado, no parecía necesaria la hospitalización en un sanatorio, y que, en
cambio, recomendaba la supervigilancia por las autoridades locales.
Simultáneamente a la querella de K,. que mencionamos más arriba, había él
presentado demanda de divorcio. Ya en el año 1892 había tenido lugar ante el
juez un juicio de conciliación que no había tenido éxito.
En un informe en 1893, que había sido dado por el ministerio a petición de
K.. hacía notar el juez que en el plazo dado a K., este rumiaba excesivamente y
parloteaba sobre su reloj astronómico, en el que trabajaba desde hacía dieciséis
años, lo que afectaba mucho a sus nervios que en este estado se había
representado cosas que le sucedían.
Por esta misma época había llegado a manos de K., un papelito enviado a
su mujer con la rúbrica ¨Estado mental de Julius Klug¨.
La coincidencia de la observación del juez, de la exploración hecha por el
medido local y el hallazgo de este papelito hicieron despertar la convicción en
K. de que él había declarado ¨pericialmente loco¨ por iniciativa del juez por
su mujer para debilitar su acusación de adulterio. Todas las aseveraciones que
se le hicieron para disuadirlo no tuvieron éxito. En numerosos informes se
dirigió el paciente a las autoridades, llegando hasta la más alta autoridad de la
localidad, buscando la supresión de esta ¨declaración de locura¨. La revisión
de las actas que él solicitaba renovadamente le fue negada en consideración al
peritaje del médico local.
En el año 1895 llegó al ministerio público una denuncia al concejal
Lehmann, del lugar donde vivía K. por amenazas de tipo homicida hacia él:
decía que K. le culpaba a él y a otros dos inocentes ciudadanos de mantener
desde hacía dos años mantener comercio sexual con su mujer. A pesar de que
estas expresiones y esta acusación, que se mantenía en los términos más
abyectos, carecían de todo fundamento, él se había sobrepuesto a la acusación,
en consideración del carácter de K., si no hubiera sido porque éste, en una
carta, amenazaba con matarle de un disparo, Como K., había llegado
realmente muchas veces a su casa con un revolver cargado, no podía excluirse
la posibilidad de que hiciera efectiva su amenaza. Po ello, él solicitaba al
ministerio público, ya que lo había hecho inútilmente a la autoridad local y al
juzgado, se dictaran las medidas de seguridad adecuadas. El ministerio
público, después del conocimiento de las actas decidió que no podía ejecutarse
una detención por el delirio, y ordeno a la autoridad local que se tomaran
nuevas medidas de seguridad,
Poco después de esto (1895), K. dirigió un largo escrito de cuatro páginas al
ministerio público, en el cual pedía ayuda judicial y la protección local; en
contra de su mujer, por esta ¨declaración de locura¨, y en contra del juez, por
calumnias en contra del médico local, por un peritaje contrario a la verdad, y
en contra de la autoridad local, por este decreto de ¨declaración de locura¨
expedido sobre la base de datos contrarios a la verdad. Después que llego este
largo escrito, plegado de las más pesadas acusaciones y quejas hacia las
personalidades mencionadas, se conversó detalladamente con K. sobre todos
los sucesos y sobre lo infundado de sus acusaciones; sin éxito por qué algunos
días después K. envió al ministerio público una ¨palabra final en relación a
este terrorífico y tremendo suceso¨. Escribió: ¨La fe en los hechos permanece
firme¨. A la manera de actuar con el la denominaba como ¨asesinato judicial¨ y
amenazaba con llevar todos estos hechos a la prensa social democrática.
Otro peritaje, solicitado a otro médico local, explicaba, después de una
doble investigación, que K., no podía ser declarado de primera intención
enfermo mental. El Juez daba cuenta renovadamente de numerosas cartas, del
más grosero contenido, que había recibido de K., pero que él había ignorado.
Nuevas y repetidas investigaciones hechas por la policía a solicitud del
médico local sobre la fidelidad conyugal de la mujer de K. dieron por
resultado que la totalidad de las personas interrogadas encontraron infundadas
las inculpaciones de K. Se llegó por resultado de que con el fin de
confeccionar un peritaje completo, era imprescindible la observación de K. en
un hospital psiquiátrico. Para hacer posible esto, el ministerio presentó un
proceso de detención en contra de K. por injurias a juez en relación a su
profesión. La audiencia provincial determinó, a solicitud del médico, su
traslado a la clínica universitaria de Heidelberg. Sin embargo, hacia 10 años
que K. se había ido a un lugar desconocido. Finalmente fue arrestado en
Estrasburgo, donde residía la casa de uno de sus hijos, y llevado, en diciembre
de 1895, a la clínica de Heidelberg.
De la señora K. se obtuvo la siguiente anamnesis: ella conocía a su marido
desde la época del servicio militar. Él siempre se había excitado fácilmente.
¨Yo nunca pude hablar mucho, mi palabra casi nunca era de gran valor, las
cosas siempre debían marchar en la dirección que él quería¨. En un primer
tiempo había logrado entenderse bien entre sí, Ella simplemente había cedido
en todo.
Pero desde hacía tres años ¨algo le había ocurrido¨. Se puso celoso del
relojero de la vecindad y no quería que ella le llevara los relojes, como
acostumbraba hacerlo. La llamada a su taller para explicarle que había oído en
la hospedería que él (K.) y el otro relojero tenían una mujer en común. Pronto
llego además con que ella también tenía un adulterio con otros tres hombres.
Incluso se había acostado con ellos al lado de la cama que ocupaba K. Él
había oído claramente como lo presionaban en esos instantes, pero a él le
habían vendado los ojos.
De los niños que serían ¨hijos de p…¨ que deberían irse donde su ¨padre
adultero¨. Al comienzo, por lo menos, consideraba a sus dos hijos mayores
como propios; pero más tarde afirmaba que incluso estos tampoco era de él.
El mayor era hijo del posadero, que ellos habían frecuentado cuando eran
novios, y tenían la misma mirada que este posadero. Hasta un guardabosque
que llevo su reloj al seños K. para repararlo había incitado a la mujer de este
al coito. K., le había exigido siempre a ella que debía confesar.¨ Yo me
querellaré si no confiesas¨. También K. la había castigado corporalmente. Con
frecuencia le había pegado con un trozo de latón gritando: ¨Alguna vez te
tendré que declarar loca¨. Lo más terrible había sucedido de noche.
Frecuentemente se despertaba él, gritando: ¿no has oído nada? Sin embargo
me parece que algo se ha movido. Cuando se encontraba con alguno de los
hombres sospechosos, generalmente se arrancaba. Le habían hablado muchas
personas, pero él no se había dejado convencer. ¨El simplemente lo
confirmaban con ello le bastaba¨. La mujer no debía ni intentar desmentirlo.
Entre tanto, él trabajaba constantemente en sus trabajos habituales, y el día y
noche, con su reloj astronómico. La mujer le había aconsejado con frecuencia
que no lo hiciera,
Los hechos mostraban un cariz totalmente destino cuando era relatados por
el propio K, En primer término, vamos a relatar lo que él decía en el año de
1895, en Heidelberg, pero adelantando de antemano que en el curso de los
quince años siguientes volvía a dar cuenta parcialmente de nuestras
observaciones, cuya relación entre sí sólo podía verse dándolas
separadamente, y que aquí, debido a su extensión, las hemos sometido a una
elaboración común más pareja.
Los rumores acerca de la infidelidad de su mujer los había oído por primera
vez en la taberna, en el año 1892. Dos personas preguntaron si había en T.
una mujer de relojero que tenía dos maridos. El tabernero contesto: ¨Este
hombre es el relojero¨, y los hombres explicaron que podía reafirmar esto bajo
juramento. ¨Yo acabe de tomarme mi vaso y me fui, por qué me avergoncé¨
Interrogando ahora sobre si había sentido algo antes de 1892, relataba él un
buen número de sanciones, sólo que en esa época no los había interpretado
adecuadamente. Jamás había dudado él de la fidelidad de su mujer hasta que
en 1892 reconoció su error. Y a desde 1870 le había llamado la atención que
diversos hombres frecuentaban su casa sin que para él estuviera muy claro el
objeto de esas visitas, Ellos se habían divertido con frecuencia a costa de él, ya
que cohabitaban con su mujer. Esto se lo había comunicado F. En el año
1889 había oído él mismo cómo Lehmann le peguntaba a su mujer si podía
dormir con ella, e incluso cómo esta aceptaba. Él no se entrometió. ¨Seguía
especulado siempre sobre la fidelidad de mi mujer, solo consideraba esto un
hecho torpe¨. Entre el tal Lehmann y F. había siempre un murmurar y
sonreírse. F había tenido la tarea el entretenerle, mientras Lehmann tenía
relaciones con su mujer. En ocasión había llegado en la oscuridad al
dormitorio, estando su mujer en la casa, y esta había dicho ¿No me puedes
dejar en paz? Antes en la cocina y ahora de nuevo¨. Mas tarde, este
acontecimiento le había aclarado todo lo sucedido.
Sobre el mismo asunto escribió, tres meses más tarde, en su defensa: ¨En la
tarde de ese día debí hacer algo yo en nuestro dormitorio y al hacerlo debí de
dejar una lima sobre el marco de la ventana. Casualmente, justo en este
momento, la necesité y tuve por ello que ir a buscarla. Ambos se siguieron
riendo como locos. Como yo sabía exactamente donde encontrar lo que
buscaba, entré en el aposento sin llevar luz, pero sin embargo, tuve que
agacharme sobre el lecho de mi mujer, a la que creía durmiendo, para poder
alcanzar lo que buscaba. Mi mujer debió notar cuando toqué la cama, y le oí
claramente, pero muy despacio, lo siguiente¨ ¡Ah de nuevo vuelves tú por acá!
Yo creo que tú no estas en tus cabales. Primero me anduviste buscando en la
cocina, luego entraste y casi me desarmaste y ahora vuelves de nuevo. Yo no
puedo seguir soportando esto¨. ¨¡Ay, ay, ay, le dije, que tonterías estás
hablando tú ahí! ¿Qué significa esto?¨ ¨Bueno entonces ¿eres tú?, pregunto
ella, y me paso la mano como rozándome la cara. ¨Entonces, ¿quién seré yo?.
Cuando le dije quién era, ella me respondió que había soñado cosas tontas, y
cuando le pregunte que significaba lo que ella había dicho, me contesto: ¨
¿Realmente yo dije algo? Si lo dije, debo haber estado soñando¨ Yo le creí,
pero más tarde me di cuenta de que entre hablar en sueños y el hacerlo
conscientemente había una gran diferencia¨.
Antes había oído también otros rumores pero sin preocuparse mayormente
de ellos, ¨En 1889 se me dijo que mi negocio sería un negocio señorial y que
mi mujer sería un ¨adorno e lujo¨ (¨flor benéfica¨). Esto se refiere a la relación
de la mujer con el señor Blum (blúmer: flor; juego de palabras
intraducibles).Sobre esta relación le había llamado la atención ya otra persona,
aconsejándole que llamara directamente a Blum ¨desalmado¨ y que le diera
una paliza sin más explicaciones, ya que era patente la relación adúltera de él
con su mujer. También un teniente le había advertido sobre este mismo
hombre. Una vez había escuchado que Lehmann le decía a S.: ¨Tú no eres
amigo de K., sino más bien de la mujer e K.¨ Otro le explicaba que la mujer de
K. se iba a X, a una cierta casa, y por un marco se dejaba hacer ciertas cosas.
Inclusive se le había inculcado de sacar su ganancia de esta conducta
indisciplinada de su mujer. Al preguntársele de done sabia él de esto,
contestaba: ¨Yo tengo presentimientos de que se dicen cosas de este tipo, se
hacen observaciones que permiten concluir algo semejante¨. Y él no se había
opuesto de inmediato estas cosas, porque ellas no podían tratarse en la
taberna.
Cuando se le hacía notar, basándose en sus antiguas aseveraciones, que él
había estado presente cuando su mujer había realizado la cohabitación con
otros, se quedaba bastante rato sin poder hablar, pero finalmente se lograba
que describiera los sucesos: ¨Acaeció en un día festivo 19-III-1982. En esa
época el orfeón estaba en la Posada de la Corona. A pesar de que yo no era
socio, se me había invitado. Mi mujer quería quedarse en casa y, sin embargo,
quiso violentamente obligarme a que yo fuera. Finalmente, fuimos los dos a
La Corona. Allí entro una mujer a buscar un vaso de vino. Ésta le dijo a mi
mujer: ¨Oye Teresa. Así se llama mi mujer- tú debes salir por un momentito¨.
A lo que respondió mi mujer: ¨El que quiera algo de mí, que por favor entre¨.
Desde ese momento ella no bebió más. Y siguió diciendo todo el tiempo: ¨Yo
quiero irme para casa¨. Le dije que a las nueve nos iríamos juntos.
Efectivamente, a esa hora nos fuimos a casa. Yo me fui al baño y mi mujer al
jardín. Luego escuche decir lo siguiente: ¨ ¡Oh, oh!, e inmediatamente después
se oyó abrir la puerta de establo de las cabras. Cuando yo le dije si quería que
le trajera una luz, contesto ella: ¨No, no¨. Entonces me fui a acostar, y luego lo
hizo ella. Nos quedamos un buen rato en la cama; luego escuche algo, pero no
podía jurar que fue. Me daba la impresión que era la puerta del dormitorio que
se abría. Luego escuche aplaudir, o, mejor dicho crujir, como cuando se arruga
un pañuelo. ¿Qué era esto? Yo no lo supe nunca, ni hasta la fecha lo sé. Luego
pensé que podría ser ella. Poco después sentí que una mano me pasaba por
encima de la cara. Nunca me había sucedido algo semejante en los treinta años
de mi matrimonio.
Después sentí correr un paño por mi cara, me lo quité y no hice nada más.
Estuve en el lecho un rato más. Repentinamente empezó a estremecerse la
cama de una manera muy especial. Entonces dije: ¨Por Dios santo, ¿qué que
lo que está pasando en la cama? Y ella dijo ¨Ay, mi pie, mi pie¨ Mas tarde oí
algo que sonaba como un beso. Luego oí una especie de cuchicheo. Como las
cosas parece que no querían terminar, me levante y dije: ¨De una vez por
todas voy ver que es lo que está pasando¨. Prendí la luz y vi que mi mujer se
había ido del dormitorio y no estaba ya en la cama. Le pregunte: ¿Qué haces
fuera de la cama? Ella no contesto. Volvió de nuevo a salir hacia la puerta, y
nuevamente a la cama. Pasaría un buen rato cuando sentí que se abría la
puerta de la calle. Esta es la pura verdad. Esto no fue un sueño, porque las
impresiones eran demasiado claras¨.
Al preguntarle por qué no había tratado él de aclarar simplemente las cosas
para convencerse, no pudo dar una respuesta satisfactoria. ¨Yo debía de estar
medio dormido¨. Al preguntarle cómo se había dado cuenta de que se trataba
de Blum, cuando, según lo que el mismo decía estaba muy oscuro, no pudo
contestar nada muy acertado. Los vecinos no se habían dado cuenta de nada
de esto ¨por qué de noche no se ve tan lejos¨.
Esto había pasado mucho antes de que el pensara siquiera en el adulterio.
Más tarde, y cuando estas historias se prolongaron, vino a darse cuenta de sí
que significaban. Aun cuando sus sospechas eran ahora lo bastante serias, él
seguía, sin embargo siendo bondadoso con su mujer, en consideración a los
niños y para evitar el escándalo público. Le había suplicado que reconociera
todo esto, y él le perdonaría todo. A lo que ella contesto que preferiría irse al
diablo antes que reconocer¨. Pero sin embargo ella no se había atrevido a
aseverar que las inculpaciones no eran ciertas. Él negaba por completo haber
tratado injustamente a su mujer.
Las cosas siguieron así hasta octubre de 1892, fecha en la que, totalmente
decepcionad, y dudosos de sus propias aseveraciones, viajo a Suiza, donde
estaba su hijo mayor. Allí elevo las quejas al fiscal. Volvió rápidamente a casa,
porque en este ambiente no podía trabajar ni entendía a la gente. Entonces
decidió lo siguiente para poder alcanzar una cierta seguridad; poner a prueba a
su mujer. Llego de noche a su casa y golpeó la ventana con una moneda. Al
minuto la abrió su mujer, exclamando ¿ Quién anda ahí?. A lo que le contesto
impostando su voz: ¨Un buen amigo, abra traído, que yo pago bien¨. Ella
pregunto nuevamente por su nombre, sin que él se lo dijera. A pesar de todo,
la mujer abrió la puerta y apareció en camisa de noche. Al reconocerle, se
puso a gritar como un ¨animal salvaje¨. Al insinuarle que su mujer podía
haberlo reconocido, a pesar de su voz impostada, no quiso aceptarlo.
Ahora ya no cabía ninguna duda. Presentó demanda de divorcio. En
relación con lo cual el juez le aconsejó a su mujer de declararle loco. Y
justamente cuando su mujer llegaba muy emocionada, aparecieron el
burgomaestre y el médico local para llevar a cabo la declaración de locura.
Finalmente, el juez (según K.):¨Bueno, aquí se ve la altura de miras. Si se
quiere encontrar el movimiento perpetuo, si se quiere ser más sabio que otras
personas, entonces no es ningún milagro que se suelte un tonillo¨. (véase más
arriba las verdaderas declaraciones el ministro).
Desde entonces su negocio y sus entradas habían disminuido al mínimo.
Sobre eso escribe tres meses más tardes, en el escrito de defensa: ¨la actual
queja por amenazas, etc., tendría su origen ¨en que una serie de personas, y
también yo¨, habíamos estado durante largos años bajo la influencia de una
serie de hechos por naturaleza habían causado la ruina de nuestra vida
familiar, hasta entonces feliz- de nuestra paz conyugal, de mi orgullo y de mi
buen nombre, de mi crédito; y también debido a las consecuencias indirectas
que suscitaron estos hechos con la declaración de locura de mi persona, la
ruina hasta ahora floreciente negocio y con ella la perdida de todo mi haber
ganado en años de mi honrado trabajo ¡y en realidad, la causaron! Más
adelante escribió: ¨El 16 de noviembre de 1892, fuimos citados nuevamente
mi mujer y yo, aparentemente con un plazo perentorio, en que solamente se
me dijo, en presencia de mi mujer, que yo había sido declarado loco. Esta
especie se propagó como un reguero de pólvora en y sus alrededores, y la
entrada anual, que yo hasta 1892 era como promedio de mil o más marcos, en
los años siguientes no llego siquiera a ser de cien marcos por año, con lo cual
no estaría en condiciones siquiera de cumplir con las necesidades más vitales.
Y eso ¨por qué a un relojero declarado loco ninguna persona razonable le va a
entregar algún trabajo. La necesidad y miseria habían entrado a nuestro hogar
por sorpresa; a pesar de que yo debía considerar a mi mujer y a sus seductores
como los causantes primarios de esta miseria, jamás se me ocurrió vengarme¨.
Se dirigió entonces a las autoridades, llegando hasta el ministerio para solicitar
protección legal. Si a veces él había empleado expresiones un poco duras, esto
debía explicarse por lo desesperado de su situación. El juez sería el culpable de
todo, por su declaración de locura. Sería indiferente si en la realidad fue
declarado mentalmente enfermo en forma autorizada; en todo caso, esto había
sido declarado por el juez en pleno derecho, en presencia de terceras personas.
Él no había recibido contestación a ninguna de sus numerosas solicitudes. En
cambio, había recibido ofertas de subvenciones por parte de la superioridad
(lo que es cierto), pero él, sin embargo, las había rechazado, porque debía
considerarlas, en su estado de entonces, como una compensación por el
hecho de haber sido declarado loco.
Todas estas declaraciones las hacia K. de una manera muy calmada y muy
ordenada. Las objeciones que se le hacían trataban de contradecirlas en la
medida en que ello le era posible y sin que esto lo conmoviera mayormente.
Su manera de hablar era bastante adecuada. Tenía cierta inclinación a las
palabras rebuscadas altisonantes.
Su conducta en la clínica fue dese el primer momento totalmente correcta.
Con los médicos, con los compañeros y con los enfermeros era muy amable y
ceremonioso. Voluntariamente aceptaba participar en la laborterapia de su
sector. Durante la visita médica no trataba de destacarse demasiado, ni
tampoco se ocultaba en exceso. Su estado de ánimo era estable, libre de
efectos expresivos o expansivos. Su inteligencia permanecía inalterada. Con
bastante habilidad solía mostrar todo el plan de su reloj artístico astronómico.
Para un hombre de su clase, mostraba una cultura amplia. Aparte el plan de su
reloj astronómico, solía mostrar K, al médico, quien tuvo interés por una
poesía que él escribió, todo un libro en el que se compendiaba la totalidad de
sus composiciones poéticas y que hizo traer de su casa. A pesar de que estas
eran rimas sin valor literario objetivo, ellas revelaban sin embargo, dotación
sobre el promedio. Solía notarse en ellas un rasgo sentimental imperioso: eran
su materia preferida las situaciones peligrosas que terminaban de una manera
conmovedora. El significativo título de una obra en más extensa era: ¨Dios
no abandona a los suyos¨-
El examen físico dio el siguiente resultado: se trataba de un hombre
pequeño, mal nutrido, de musculatura muy débil, de piel pálida y rostro
amarillento. De cabello escaso, cráneo bastante pequeño y puntiagudo, casi si
región occipital. Rostro con pliegues, aspecto de amargado, orbitas estrechas,
nariz carnuda y aguileña, barba notoriamente pequeña. Profundos pliegues
naso labiales. Labios apretados y boca ancha. Sobre todo esto una risa
estereotipada. Los órganos internos eran normales. Los reflejos patelares, a
veces clonus. El resto del examen neurológico era normal. El peritaje de
Hiedekberg daba el diagnóstico de -¨paranoia¨. En cuanto a la cuestión de su
peligro para la comunidad, decía que, aun cuando en tales pacientes no podía
excluirse, totalmente la probabilidad sino en todo caso, era necesario una
observación más prolongada de su conducta.
A pesar de todo, K, fue enviado primeramente, por algunos días, por
algunos días, desde Heidelberg al presidio, Luego, al sanatorio provincial. Las
primeras semanas de su estancia allí escribió una larga autobiografía, de la cual
fueros sacadas las frases que se relacionan con los últimos acontecimientos y
que anotamos a continuación (el juzgado provincial había determinado
trasladarle para su observación a un hospital psiquiátrico):
¨Para poderme escapar justamente de esta cosa tan espantosa me fui a
Suiza, donde estaba mi reloj. Pero no fue imposible, mi permanencia allí se me
hizo imposible, debido a la conducta de mi hijo, y yo no quería serle molesto;
me fui ms tarde con mi hermano a Estrasburgo a una casa de locos, Omito
aquí lo que allí tuce que sufrir. Llegue allá mas muerto que vivo.
El mal cardiaco del que hablaba al comienzo debe haberse aumentado debido
a la vergüenza, a la preocupación y a la nostalgia, y debe haberse hecho cada
vez más intenso. El 28 de enero se me traslado de allí y se me tuvo arrestado
por 10 días en el presidio de K., También acá experimente una agravación
ulterior de mencionado mal: es así como en las primeras noches creí
ahogarme o que tenía ataque cardiaco. Desde allí fui trasladado al hospital, y
después en ochos días fio llevada a J., donde finalmente contemplo, como
verdadero loco, mi perturbador destino, ciertamente triste y, a pesar de Dios,
incierto. Cotidianamente y a cada instante, le rezo al buen Dios por una
pronta liberación. Diariamente, siento las consecuencias de la vergüenza y de
la preocupación, e indescriptible nostalgia por los pobres pequeños, y siento
disminuir cada vez más mis fuerzas. Mi obra artística de relojería, todavía no
terminada a pesar de tan indecible esfuerzo, costo y trabajo, con la que, por lo
menos en el aspecto económico , podría salvar a toda la familia, parece estar
definitivamente destinada a perderse y quedar inconclusa. Abandonado y
separado de Dios y de los hombres, como preso sabiendo de la miseria y
necesidad de mis pobres e inocentes hijos, y desgraciadamente, a pesar de toda
la conciencia de mis obligaciones y buena voluntad sin poderles ayudar en
absoluto, esto es casi más de lo que yo- pobre y débil hombre- podría
soportar, Por eso he pasado y he temido frecuentemente que la vergüenza y la
nostalgia me hagan perder la razón y me puedan llevar a la verdadera locura¨.
En la prisión, en el hospital y en el asilo, K. permanecía tranquilo, consciente y
nunca contradecía. En todo momento estaba totalmente tranquilo y orientado
sobre todo. Jamás se creía enfermo y sentía como doloroso el modo como era
tratado y reprimía su estado de excitación interna, bastante notorio, El él
desarrollo de su enfermedad se conducía en forma ejemplar, jamás trataba de
imponerse y contaba con agrado cosas sobre su reloj artístico si se le
preguntaba por este. Aceptaba de una manera agradecida las cosas que se le
ofrecían, ocupaba su tiempo en lecturas y escribió la autobiografía recién
mencionada, un largo escrito de defensa. Con agrado, se ocupaba también de
la reparación de los relojes. Su estado de ánimo era muy preocupado,
soportaba su confinamiento solo con dolor, no veía fin para su miseria, creía
que su mal cardiaco se había empeorado en los últimos tiempos a causa de su
amargura y que él tendría que morirse en el asilo. Algunas veces se quejó de
ataques nocturno como angustia.
Al sr dado de alta el 23-V-1896 aseveraba nuevamente su normalidad mental.
Pero en este mundo no habría para él ya justicia. Sabía que si volvía a decir
algunas palabras seria de nuevo encerrado en la casa de los locos, porque
tendría cien vigilantes. Desde ahora K., se mantuvo permanentemente como
relojero en la aldea de su provincia natal. En general, le ha ido bastante bien,
se ha alimentad a sí mismo y a su familia: no ha tenido conflictos de mayor
cuantía; el desarrollo anterior, sin embargo, no estuvo libre de alteraciones.
Sus ideas delirantes no las olvidó jamás, como se verá en lo que sigue de la
historia.
El 16-XI-1898 se quejaba el concejal K. perjudicaba notoriamente el prestigio
del burgomaestre en toda la vecindad, en la edad que aseguraba que este se
interponía siempre en su camino cuando trataba de fabricar su reloj; que,
además, había dispuesto su internación en la casa de locos en la segunda
oportunidad. En 1899, K. es nombrado repetidamente en los diarios debido a
su habilidad artística y por su notable reloj astronómico, que ahora estaba listo
y que despertaba gran admiración.
El 16-11-1899 hizo K. una petición a la autoridad para revisión de las actas.
Había terminado su reloj, con grandes esfuerzos y sacrificios. Y le gustaría
venderlo. Había hecho negociaciones al respecto ¨pero siempre, poco antes
que se llegara al acuerdo, el asunto se había anulado de una manera
inexplicable para él¨. Un agente de negocios había hecho las mismas
experiencias con el reloj, y, finalmente, como él, había percibido ¨las
habladurías en relación con su perentoria declaración de locura le quitarían en
cada ocasión a los posibles interesaos la confianza necesaria para adquirir un
objeto tan caro¨. Le habían pedido por este motivo describir fielmente sus
vivencias para anular este tipo de rumores. ÉL no retenía ya en su cabeza los
datos, y por eso quería orientarse en las actas. Si se le negaba esto, tendría que
escribirlo de memoria y llenar los huecos, dentro de lo posible, con
suposiciones no muy fundadas. La autoridad local le explicó que no se había
llevado a cabo ninguna declaración de locura y que, por lo tanto, tampoco
esto podía ser un escollo para la evaluación de su reloj artístico. Además, se
declaraba la autoridad muy dispuesta para ayudarle en el empleo comercial de
su reloj artístico, de cuya terminación había tenido noticias con mucha alegría.
En esta oportunidad dio la autoridad local el siguiente juicio: ¨Sin jamás
haber estado en una escuela técnica, K. había adquirido en el campo de la
relojería una habilidad artística francamente asombrosa. K. había dado
demostración de su extraordinaria habilidad con la terminación de esta obra
maestra: Su reloj astronómico. Para posibilitar la terminación de esta obra
recibió del gobierno numerosas ayudas, que si situación económica era
bastante modesta¨.
En 1902 el burgomaestre daba cuenta de que a K. le iba bastante bien, pero
que en cualquier oportunidad se irritaba y, además, tenía las mismas ideas fijas.
Las más altas autoridades estatales se preocuparon numerosas veces
seriamente de si debía comprar este reloj para algún museo. Debe atribuirse
más bien a circunstancias casuales que el reloj no haya sido adquirido.

Max Mor, nació en 1860, católico, profesor. Aparentemente sin ninguna


tara hereditaria, siempre sano, se desconocen datos de su niñez. De sus datos
biográficos se sabe a través de las actas personales, que en 1881 y 1884 pudo
aprobar los exámenes para el profesorado sin mayores alteraciones. En 1884,
el director daba cuenta de que M. evitaba premeditadamente su trato, solo le
saludaba de una manera un poco inadecuada y, en cambio, se relacionaba con
un hombre que él conocía como un enemigo declarado del profesor jefe,
dejándose envalentonar por este. M. era en verdad trabajador, pero la relación
con él era insoportable. Más tarde se sabe, por otra fuente, que M. hacia una
¨campaña denigratoria¨.
Si se compara entre si las vidas de los dos seres humanos a lo largo de todo
desarrollo psíquico, apenas si se encontraran casos totalmente coincidentes, lo
que será más fácil de ver en psicosis de breve duración. A pesar de que las dos
biografías que hemos resaltado algunas cosas son muy diferentes, creemos, sin
embargo, que lo común de ambas es lo más importante. Quisiéramos destacar
esto común en los siguientes puntos:
1. Ambos son, en su fase preclínica, seres que no llamaban especialmente
la atención, eran sensibles, fácilmente excitables, sin que esto los
diferenciara especialmente de miles de otros seres iguales a ellos.
2. En l edad media de la vida (uno, a los cuarenta y tres años, el otro, a los
cincuenta y cuatro años), y dentro de un lapso de tiempo relativamente
corto que por ninguno de sus extremos es claramente delimitable, y en
todo casa dentro de un año, aparece en ellos una formación delirante,
sistemática (la celotipia con ideas de persecución, consecutivas a ella).
3. Esta formación delirante se acompaña de múltiples síntomas: la
tranquilidad (¨ ¿no has oído nada?), delirio de observación (¨se
murmura y se ironiza¨) errores mnésicas (¨se me descorrió como un
velo antes los ojos¨), síntomas somáticos con interpretaciones (¿mareo?,
¿dolor de cabeza?, alteraciones intestinales).
4. Ambos dan cuenta, de una manera muy plástica, de envenenamiento y
los estados de terror que le si siguen; Klug solo más tarde, Mohr al
poco tiempo. Desde recalcarse que en ambos no hubo puntos de apoyo
para afirmar la presencia de alucinaciones, ya que, si estas se quieren
diagnosticar rigurosamente, se las encuentra con poca frecuencia.
5. No se encuentra una causa desencadenante externa, para toda la
sintomatología (cualquier alteración en la situación de vida, o algún
acontecimiento, por mínimo que este fuera).
6. En el resto del curso vital de los pacientes (que en un caso se sigue por
siete años y en el otro por dieciocho años) no hubo nuevos puntos de
apoyo para las formaciones delirantes; en el cambio, las antiguas ideas
delirantes se sostuvieron indefinidamente, no se las olvidó, y más bien
se reconsidero su contenido como el destino esencial de la propia vida
y, en relación a ello, se agregaron las posteriores actuaciones en forma
consecuente. Aparentemente, tal vez fueron completándose las
formaciones delirantes, pero siempre refiriéndose a la época
relativamente más corta, y enigmática de la que procedía, de tal
manera que únicamente se agregaba algún contenido, aunque no de un
tipo cualitativamente diferente. En ninguno de los dos casos se intentó
la simulación.
7. La personalidad permaneció invariada, en la medida que ello se pueda
en general enjuiciar, aparte de que un ningún momento pudo tampoco
plantearse algún indicio de demenciación. En ellos se llevó a cabo una
alteración delirante que en cierto modo era captable desde un cierto
momento, a partir de cual ella se elaboraba con la antigua personalidad
de una manera consecuente, o sea, con antiguos sentimientos e
impulsos.
8. Las dos personalidades presentaban un complejo sintomático que es
comparable a la hipomaniaco: autoafirmación constante jamás negada,
fácil excitabilidad, tendencia a la cólera o en ocasiones contradicciones,
constante actividad. Placer en la actividad.
Estas dos historias clínicas parecen demostrar lo que tantas veces se ha
contradicho: que existen casos los que se ajusta la definición dada por
Kraepelin del concepto de paranoia ¨como el desarrollo lento de un sistema
delirante permanente con completa conservación de la lucidez y ordenación
del pensamiento¨. Cuando Siemerling y Binswanger (véase el Tratado de
Binswanger- Siemerling, pág. 10) no se encuentran aplicable esa definición,
por qué según ellos ningún caso cabe totalmente dentro de ella, nuestros casos
podrían constituir dicha afirmación. Comparemos ahora nuestros casos con
esta paranoia Kraepelin, tal como se ejemplifica en el característico delirio de
los querellantes: la esencia de esta paranoia reside en el progreso de las
estructuras delirantes, El querellante no estará jamás satisfecho, allí donde
fracase, le ayudarán de inmediato nuevas ideas delirantes, que serán tan firmes
e incorregibles como las anteriores y a su vez punto de partida para ulteriores
desarrollos. Muy diferente en nuestros casos. Las ideas delirantes se han
estructurado en relativamente corto tiempo, poco importante serán las
eventuales complementaciones posteriores para el efecto de las actuaciones
que de ellas resultan. Después de que han sido agotadas las posibilidades
judiciales, los pacientes se dan por satisfechos, aunque interiormente
indignados y sin poder olvidar la injusticia sufrida; pero en su conducta son
apenas indiferentes de las personas que bajo circunstancias reales semejantes
tienen que soportar análogos fracasos. Conducta que en caso de nuestros
pacientes era de tipo delirante. La formación delirante no sigue todas las veces
como un nuevo complemento a los nuevos resultados de una manera reactiva,
sino que aparece, de forma endógena, en un espacio relativamente corto de la
vida y sin estar determinado por ninguna vivencia.
Tienen en común nuestros casos con el delirio de los querulantes la
cohesión interna de la formación delirante, la lógica comprensible u el
¨método¨. Por increíble que parezca, las ideas delirantes siempre, caen dentro
de una conexión lógica. Jamás se entromete algo totalmente extraño, o
incoherente, o incomprensible entre ellas, una vez que se han formado. Esto
tiene como consecuencia que tanto en los querulantes como en nuestros
paranoicos, el lego se inclina a tomar todo como cierto y a rechazar la
posibilidad de una enfermedad mental.
Tampoco la comparación especial en el delirio de los querulantes la vamos
a detallar más, para antes enfocar las características de nuestros casos, mas
delimitados que nos permiten hacer algunas consideraciones lógicas.
Dividimos por una parte ,os fenómenos psíquicos en ¨elementos¨, por
otra parte, en ¨unidades¨ de mayor o menor complejidad y bajo diferentes
puntos de vista, de tal manera que los diferentes elementos no se dejan
ordenar en una sola línea , sino que los diferentes puntos de vista caerán en
diversas líneas. A una tal unidad en la conexión de los síntomas mismos o en
su mera forma hacemos alusión con conceptos tales como ¨ estado maniaco¨,
¨desarrollo de la personalidad¨, ¨forma de trascurso¨. ¨proceso¨, ¨reacción¨ etc.
Fuera de estas unidades conceptuales, puramente psicológicas, consideramos
también las etiológicas – por ejemplo, cuando atribuimos esquemáticamente
todas las consecuencias patológicas para la vida mental sobre la base de
ingestión de alcohol- y otros tipos de unidades. Los conceptos universales más
generales de unidad son decididamente nuestras unidades nosológicas, en las
cuales se compendian la forma ideal la etiología, la sintomatología, la
evolución, la iniciación y el hallazgo anátomo-patológico, de una manera
determinada y siguiendo determinadas leyes. Aquí no tenemos que ver con
estos grandes conceptos de unidad. Vamos a tratar de destacar en forma clara
algunos conceptos más simples que se usan en la práctica diaria psiquiátrica y
que son útiles en el estudio de nuestros casos. Se trata de los conceptos de¨
desarrollo de la personalidad¨¨y de ¨proceso¨, cuyo uso es muy corriente en
los casos análogos. Cuando consideremos la vida anímica, podemos hacerlos
de dos modos;
1. O bien nos colocamos dentro del otro, lo sentimos, lo
¨comprendemos, y también consideramos los elementos de los
fenómenos psíquicos (que por lo demás tiene que ser considerados
simultáneamente desde el punto de vista psicológico desde ¨adentro¨)
en su correlación y en su secuencia como datos, y los
¨comprendemos¨ (aun sin esta correlación) por una empatía
determinada, por un colocarse dentro.
2. ¨Captamos¨ (begreifen) algo a la manera como lo hacemos con las
correlaciones del mundo físico, en la medida en que pensamos en el
trasfondo objetivo que está en la base de lo ¨físico, inconsciente¨,
inanimado, y cuya característica esencial sería que no podemos
colocarnos dentro de él. Vamos a seguir con mayor precisión estos
dos caminos. El primero nos suministrará el concepto de ¨desarrollo
de persona¨ y el segundo el de ¨proceso¨.
En el primer caso, en el de ¨colocarse dentro¨, podemos a la vez comprender
de una doble manera. Cuando, por ejemplo, conocemos y sabemos el objetivo
de un ser humano, de que conocimientos necesita para lograr algo, podemos
lograr a comprender ¨racionalmente¨ sus actuaciones, por ejemplo, un proceso
judicial, y en qué medida estas era lógicas, según el estado actual de sus
conocimientos. El sujeto de que se trata no actúa siguiendo leyes psicológico-
naturales, sino que siempre que quiera alcanzar su eta tiene que actuar
siguiendo ciertas normas lógicas cuyas relaciones causales él conoce. Esta
actuación la comprendemos plenamente como racional. Allí done
encontraremos tal conjunto de representaciones, decisiones o actuaciones,
estaremos frente a una unidad de tipo especial que, naturalmente, aun en
condiciones de enfermar, tenemos que considerar definitivamente como
¨sana¨ siempre que el procedimiento sea lógico. A esta unidad que, aun con
todas las consecuencias lógicas, parte de motivaciones sanas y patológicas, la
llamaremos de ahora en adelante ¨concatenación racional¨
De ella vamos a diferenciar la segunda manera de comprender y colocarse
dentro. Si alguien por ejemplo, sabe que sabe que su amada le es infiel, pierde
el control, cayendo en perpleja desesperación, y piensa incluso en el suicidio,
no estaremos frente a una concatenación racional. No se trata de alcanzar con
ella ningún objetivo, racionalmente no se ayuda con nada, y sin embargo lo
comprendemos todo con empatía. En determinadas circunstancias podemos
seguir lo más pequeños matices de lo mímica y de sentimiento, e incluso
recorrer todas sus numerosas características, y ninguna nos será
incomprensible. Todas se reúnen en una unidad que en tales casos se llama
con seguridad reacción, pero que tiene su raíz, y a la vez sus límites, en el
sentimiento de amor frustrado con todas sus numerosas ramificaciones, y en
los instintos en parte determinantes y en parte desencadenados, Esta unidad
no solo está determinada por los medios o el objetivo, tampoco es aclararle
señalando al amor o a la ¨reacción¨, sino en cada caso particular será
descriptible de modo especial e inagotable. Todo el género de tales unidades
será característico para la personalidad, solemos ubicarlas entro d los tipos de
reacción, sin que por ello podamos vanagloriarnos de poseer conceptos muy
exactos de tales tipos, Para los fines psicopatológicos, la mayor parte de las
veces tenemos que describir tales unidades en los puntos esenciales, cada vez
individualmente. A tales unidades de carácter empático las llamaremos
¨concatenación psicológica¨ o ¨concatenación empática¨.
A los dos tipos de ¨comprensión¨ que hasta aquí hemos definido como del
colocarse del adentro, hemos contrapuesto el ¨captar¨ de las correlaciones en
forma análoga a como captamos las correlaciones causales de la naturaleza. Si,
por ejemplo, durante el desarrollo de la vida mental, durante la maduración o
el crecimiento psicológico, se lleva a cabo en determinadas épocas por un lado
progresos de tipo acelerado, o por otro lado de tipo lento, esto no será posible
derivarlo de una manera empática; como tampoco es general podrá hacerse
esta derivación, con la sucesión de los diversos estadios del desarrollo, de lo
posterior a partir de lo anterior. Allí donde podamos hacer esto, a saber, tener
un ¨comprender empático¨, no estaremos ante el ya mencionado crecimiento
espiritual, sino frente a correlaciones psicológicas que, como unidades, pueden
ser señal de una determinada época de desarrollo, pero que no son ellas
mismas un crecimiento espiritual en el sentido ya mencionado. Tales
correlaciones, para las que el crecimiento espiritual constituye un ejemplo, han
sido frecuentemente descubiertas por la psicología. Recuerdo aquí las reglas de
la adquisición o la perdida de huellas mnémicas, los casos de síntomas de
fatiga, etc. También aquí tenemos unidades, ya sea en series causales (lo que
es frecuente), o bien e secuencias sintomáticas que son en sí relativamente
cerradas ya que vuelven regularmente. A tales unidades las vamos a llamar
¨correlaciones¨ o conexiones psíquicas objetivadas¨. Mientras que en los casos
de correlaciones racionales, así como en las psicológicas del colocarse dentro,
estábamos frente a la cosa misma, aquí estaremos solo frente a los signos, a
los ¨síntomas¨ de la correlación causal pensada como base, sea que se conciba
a esta última física y psicológicamente inconsciente, o de ambos modos a la
vez. Esta contraposición se podría también expresar diciendo que
¨explicamos¨ las correlaciones físicas objetivadas y no las ¨comprendemos¨, y
que a las otras sólo las podemos ¨comprender¨ y ¨explicar¨, a lo sumo en
general, dentro de la correlación total de su existencia.
Según esto, para la psicopatología explicativa, las unidades deberían ser
consideradas como ¨elementos¨.
En primer lugar, en las enfermedades mentales parece que los elementos
comprensibles suelen estar limitados, en favor de las correlaciones psíquicas
incomprensibles que deben aun objetivarse. Esto se produce ya sea por las
correlaciones psicológicas empatizables disminuyen y las racionales se
presentan en mayor abundancia (tipo de paranoico), o bien por que
desaparezcan las racionales y las empatizables abunden y parezcan más
numerosas (tipo de enfermo afectivo), etc.
En segundo lugar, las conexiones psíquicas objetivadas de la vida normal
suelen experimentar en las enfermedades mentales una profunda
transformación. En el hombre normal debemos ¨comprender¨ - partiendo del
conocimiento acabado de su vida y modo de ser- únicamente conexiones
aisladas; los impulsos, inclinaciones y modos de sentir, deben ser aceptados
como algo dado, a partir de los cuales derivamos racional o empáticamente las
sucesivas conexiones. También deberían aceptarse sólo como dadas, no
comprensibles, sino únicamente explicables, una gran parte de la secuencia de
los síntomas a través de toda la vida; el surgimiento de las inclinaciones y
habilidades, su presentarse separadamente y su desaparecer. Tenemos en
cierta medida una ¨correlación objetivada¨ en la que se encuentran depositadas
¨unidades comprensibles¨ en gran número. Por lo menos, hasta aquí alcanzan
nuestros actuales conceptos. Pero en la aprehensión inmediata de un
individuo vamos aún más allá y, ya que utilizamos esto psiquiátricamente,
debemos señalas estos hechos, aunque se carezca de la conceptuación para
ellos. Comprendemos a todo el ser humanos – si esencia, su desarrollo y su fin
– como ¨personalidad, aprehendemos ahora en ella, con su mayor
conocimiento del ser humano, una unidad a la que no podemos definir, sino
solamente vivenciar. Allí donde encontramos esta personalidad, esta unidad,
ella será para nosotros una marca, un hito esencial que nos hará posible
diferencia al individuo, a partir del grupo más restringido de las psicosis.
Frente a tales hechos sueles hacerse múltiples formulaciones psicológicas, para
saber cómo actúa esta personalidad como unidad, por qué un proceso ha
llegado a penetrar en ella como algo extraño. Pero todas estas expresiones
realmente sólo tienen el objeto de conducir a la ya mencionada aprehensión,
aun cuando también aquél que quiere convencernos no supiera nada de esto.
Si tuviésemos un conocimiento psicológico acabado, podríamos estar más
cerca de la denominación conceptual de unidad. Podríamos así mostrar los
miles de relaciones de los síntomas psicológicos entre sí, su ligazón con una
meta u objetivo, sus contradicciones como consecuencias de desarrollo, y
podríamos tener así una unidad teleológica de la personalidad como estructura
conceptual. Pero de esto no tenemos si quiera todavía indicios, a pesar de que
trabajamos con el ya mencionado concepto de personalidad y de que debemos
trabajar con él, cuando hablamos de ¨desarrollo de una personalidad ¨en
contraposición a ¨proceso¨.
Si quisiéramos intentar consolidar conceptualmente esta aprehensión de la
personalidad, podríamos decir – en contraposición a la aseveración recién
hecha de que en todo el curso de la vida psíquica se encuentran como
incrustados elementos racionales y empáticos dentro de una conexión psíquica
objetivada, incomprensible y únicamente ¨explicable¨ - podríamos, decimos,
pensar que en la aprehensión de una personalidad se disolvería esta conexión
sin dejar huellas, en tales unidades comprensibles. Esto es cierto. Sobre todo
cuando por doquier estas postulaciones o presupuestos objetivados, que
también están dados en nosotros, y que como tales no son discutidos ellos
mismos, sino que son aceptados como algo evidente, aparentan
¨comprenderlo¨ todo. Esta conexión objetivada que concebimos como base
del desarrollo patológico de la personalidad, y que también se da en nosotros
– aun cuando con su estructura diferente – sería entonces el criterio según el
cual aprehenderíamos una personalidad como unidad y podríamos hablar de
un desarrollo en contraposición de un proceso.
Recordemos ahora que la palabra ´desarrollo¨ ha sido empleada para
diversos conceptos, de los cuales vamos a considerar solamente dos.
Desarrollo es, ya s un devenir o simplemente una transformación, o bien ¨al
concepto de una seria de transformaciones se agrega la idea de que las diversas
partes en su conjunto realizan una totalidad, y con ello se origina el concepto
evolutivo más amplio de desarrollo teleológico¨ (Rickert). A este concepto
aludimos, por ejemplo, al hablar del desarrollo de un organismo. A él
solamente podemos también aludir cuando hablamos de ¨desarrollo de una
personalidad ¨cuando la contraponemos al ¨proceso¨¨ y con este último
denominamos solamente una mera transformación. Naturalmente que
también las correlaciones psicológicas racionales y empáticas, que como
unidades más ¨bajas¨ forman parte de la personalidad total, serán también
¨desarrollados¨. Frente a estas unidades, es más o menos clara la demostración
conceptual justificada en el empleo del concepto de desarrollo. En caso de la
unidad de la personalidad no es así, sino más bien – u éste es el punto débil de
este concepto tan empleado en la actual psiquiatría – estaremos mucho más
abocados a nuestra aprehensión inmediata. Cuando hablemos de ahora en
adelante, en general el desarrollo de una personalidad, esto podrá significar
solamente que aquellos fenómenos que por cualquier motivo son llamados
patológicos, en este caso los podemos comprender y explicar a partir del juago
mutuo de las relaciones psicológicas y relaciones que se encuentran
incrustadas dentro de una conexión psicológica objetivada de predisposición
originaria y unitaria a pesar de toda la desarmonía y falta de consistencia.
Estaremos tal vez frente a una variación extrema, pero nos parece
conservada de todas maneras la unidad de la personalidad, con toda su
peculiaridad, desde su crecimiento hasta su declinación. Allí donde no
logremos la aprehensión unitaria del desarrollo de una personalidad,
deberemos establecer algo nuevo, algo heterogéneo a su predisposición
originaria, algo que queda por fuera del desarrollo y que, por lo tanto no es tal,
sino proceso.
Pero, además, no todas las veces llamaremos a esto un nuevo proceso, por
ejemplo, no lo haremos en os casos de ataques de psicosis maniaco-depresiva
o en las psicosis carcelarias. Estaremos en esto casos frente a algo extraño que
se ¨injerta¨ al desarrollo de la personalidad, sin que podamos hablar de un
¨proceso¨. Llamaremos al hecho, según sea el caso, un ¨ataque¨ o una
¨reacción¨. Nos llevaría tal vez demasiado lejos, y estaría aquí fuera de lugar
una consideración especial de estos ¨ataques¨, que pueden ser concebidos
como amplificaciones periódicas de intensidad de sucesos normales, y que,
sólo al sobrepasar una determinada intensidad limite y presentándose
aisladamente, se resisten a su inclusión al ¨desarrollo¨ y deben ser justamente
por ello considerados como algo extraño: un ¨ataque¨; y tampoco podemos
entrar aquí a un análisis de una parte de las psicosis carcelarias como
reacciones empáticas o racionales de tipo normal, u otras semejantes. Sólo
podremos constatar aquí, una vez más, que no denominamos, proceso a todos
los fenómenos psíquicos mórbidos, sino solo a aquellos que conducen a una
transformación incurable, es decir, a un cambio permanente. Debe, pues,
haberse injertado algo heterogéneo a la personalidad de lo que ya no podrá
librarse, y que podrá ser considerado eventualmente como fundamento de una
nueva personalidad, que tal vez se ¨desarrolle¨ ahora de un modo análogo a
una personalidad originaria.
Surge ahora el problema de cómo se conducen los procesos en relación a la
personalidad originaria, ara tener con ella un punto de vista mediante el cual se
pudiera diferenciar los diversos procesos entre sí.
Puede suceder que con un proceso desaparezca totalmente la antigua
personalidad, y que sólo algunos elementos de su ¨conciencia de objeto¨
(conocimientos, etc.) aparezcan en la nueva personalidad psicológica; así se
puede tal vez en graves perturbaciones hebefrénicas (proceso psíquico en
sentido estricto). Por otro lado, un proceso puede en cierto modo construir
solo una ¨distorsión¨ una especie de torcedura no derivable del desarrollo, que
introduce en la personalidad (que en el resto permanece inalterada) un
momento nuevo, completamente heterogéneo (como nuestros dos caso). Este
interrumpir de un proceso podría concebirse como sucediendo en forma
repetida, y tendríamos entonces la transición a un proceso psicótico en
sentido estricto. Es, por tanto, una tarea igualmente dificultosa e importante
análisis psicopatológico, e investigar cómo se diferencian sicológicamente y
como deben ser considerados, más allá de esta simple distención, los diversos
tipos de procesos, tarea en la que no podemos entrar aquí con más detalle.
Resumiendo, podríamos definir así: los procesos son cambios de la vida
psíquica. Incurables, heterogéneos a la personalidad y aisladamente, o en la
forma repetida y en general. Y, dentro de estas posibilidades, en todas sus
transiciones invaden la personalidad.
Hemos dejada hasta aquí totalmente de lado que todos estos procesos
pueden concebirse en relación a un fenómeno cerebral, el cual constituiría en
último término el verdadero fenómeno mórbido. Esta relación se acentúa aquí
mucho más que en todos los demás sucesos psíquicos, que son igualmente
concebidos como determinados físicamente. Se acostumbra a incluir
simplemente los proceso dentro de las ¨psicosis orgánicas¨, es decir, de
aquellas en las que es posible destacar cualquier hallazgo del encéfalo que se
considera como una causa primera de la enfermedad mental o como su
peculiar correlato, ya sea que este hallazgo se haya hecho, ya que en principio
se pueda esperar su obtención con las cuales técnicas auxiliares de examen. En
otras ocasiones se suele no usar con precisión los términos, y se habla de
psicosis ¨funcionales¨21 al referirse a la psicosis maniaco- depresiva y a la
demencia precoz.
Para quitarle lo más posible de oscuridad a nuestro proceso, deberemos
anticipar aquí algunas posibilidades teóricas sobre las relaciones entre los
fenómenos cerebrales y los síntomas psíquicos. Originalmente, el concepto de
¨proceso¨ ha sido formulado a partir de los signos formales puramente
psicológicos; como hemos visto, a partir del signo del cambio incurable,
especialmente el signo de la demenciación. Así definido y delimitado, se podrá
emplear el concepto de proceso en los casos individuales con cierta seguridad,
pero si se agrega la relación con su fenómeno cerebral subyacente concebido,
se recarga el concepto con un signo bastante hipotético, y que atendiéndonos
a la experiencia, no es en muchos casos demostrable.
Allí donde realmente se encentren estos fenómenos cerebrales – en todas
partes se señala la parálisis general como el ejemplo más característico – allí
hablaremos también de ¨procesos¨; pero debemos tener siempre presente que
ahora el concepto tiene un contenido enteramente diferente a saber, que ahora sólo
obtiene signos y su delimitación nosológicas partir del hallazgo cerebral, etc.,
que todos los fenómenos psíquicos mórbidos que aparezcan en el deben ser
retrotraídos solamente a este hallazgo. La experiencia enseña que, donde
quiera que se han encontrado tales procesos cerebrales definibles, se presentan
en ellos todos los síntomas psicóticos y psicopáticos posibles, y que lo común
en el área psíquica es la estructura defectual, en tanto que los otros síntomas
sólo podrán hacerse más o menos característicos a través de una frecuencia
estadísticamente comparable. Ni uno sólo de los síntomas psíquicos
(distimias, ideas delirantes, impulsos, etc.) puede ser referido a un área
determinada del proceso cerebral. Si a estas consecuencias psicológico -
sintomáticas correspondientes a un fenómeno cerebral definido las
llamaremos procesos físico-psicóticos (por ejemplo, parálisis general,
arteriosclerosis),a aquellos procesos que se caracterizan únicamente por signos
psicológicos de los síntomas o de su transcurso los deberemos llamar, a
diferencia de los primeros, procesos psíquicos, ¿Cómo se relacionan ahora estos
conceptos heterogéneos de proceso, que por una parte surgen del plano físico
y por otra parte psicológico?
Se podría decir tal vez fácilmente (si nos colocamos en el punto de vista del
paralelismo psicofísico) 9 lo siguiente: ¨Cuando este frente a un proceso
cerebral determinado, deberé observar también determinadas consecuencias
psíquicas en paralelo, en relación a él; inversamente, donde encuentre
determinadas formas de transcurso psíquico, deberé asimismo comprobar
alguna vez determinaos fenómenos cerebrales. Los procesos psíquicos o los
físico – psicóticos deberán coincidir¨. Si meditamos ahora más allá el principio
del paralelismo, podemos primeramente comprobar que en el momento actual
no conocemos ningún fenómeno paralelo directo a un fenómeno psíquico. En
la centrales, los ventrículos, etc. Y finalmente a la corteza cerebral. Sólo hemos
aproximado a los fenómenos paralelos directos que se postulan. No se les ha
alcanzado,
. En relación a una comprobación empírica del paralelismo, es en principio
indiferente si digo que la conciencia está ligada al organismo o a la corteza
cerebral. En ambos casos solamente estamos señalando un substrato en el
cual concebimos como incrustados los especiales fenómenos físicos que van
paralelos a los psíquicos. El hecho de que son nuestros conocimientos
podemos limitar este substrato, haciendo que probablemente lo
circunscribamos a la corteza cerebral, no variará en nada el hecho de que no
conocemos y sólo postulamos los auténticos procesos paralelos, a los que
hemos llamado ¨procesos paralelos directos¨. En correspondencia a esto, nos
enseñas los histólogos que difícilmente podríamos encontrar, basado en
nuestros conceptos, profundamente alterados los elementos conocidos e a
corteza cerebral, sin que se observara algo anormal en la vida psíquica, y que,
inversamente, los elementos que no son conocidos y que nos parecen
esenciales pueden ser encontrados tan normales, que los procesos psíquicos
graves nos parecerían entonces como inconcebibles. En los dos casos
solamente podemos nosotros concluir, a partir del hallazgo cerebral, algo
sobre la vida psíquica y sacar algunas conclusiones con seguridad. En primer
término, cuando los elementos nerviosos simplemente están alterados o han
desaparecido. Esto, por lo demás no indica sino que yo puedo afirmar que la
vida psíquica ya no existe, como, por ejemplo, cuando encuentro al organismo
total muerto. Rn segundo lugar, es un descubrimiento fundamental en
psiquiatría que, en la parálisis general, se encuentra siempre un hallazgo
general dado y que este hallazgo encefálico no aparece en otras enfermedades
.Se podrá aquí deducir, por tanto, cuando se haya comprobado este hallazgo,
que, en general hubo en el presente alteraciones psíquicas. Pero, aun en este
clásico caso no se podrá concluir en determinadas perturbaciones psíquicas,
por más general que fuera su naturaleza, v. gr., estados de directos, a los que
jamás encuentra. Pensamos entonces que este fenómeno cerebral. Al que
histológicamente definimos como paralítico, tiene la capacidad de influir de
alguna manera sobre los procesos directos (de una manera mecánica, química,
refleja, etc.) podemos además pensar que estos fenómenos cerebrales que
aparecen a nuestra vida como tan ¨graves¨, no necesitan poseer esta capacidad;
y podríamos de esta manera expresar e interpretarla co-presencia de una vida
psíquica normal con un hallazgo encefálico notorio. Finalmente podemos
pensar también en profundas transformaciones de los procesos cerebrales
directos, sin estar comprometidos los elementos accesibles a nosotros, e
interpretamos así las severas alteraciones psíquicas que co-existen con un
hallazgo normal.
Podemos ya desde ahora contestar al problema de cómo deben concebirse
las relaciones entre los procesos físico- psicóticos y los procesos psicológicos.
En los procesos físicos, en los cuales por ahora, y tal vez por un periodo de
tiempo imprevisible, conocemos únicamente su substrato, en el que pensamos
se encuentran como incrustados los procesos paralelos directos, se
comprometen secundariamente estos últimos, a través de ellos la vida
psíquica. Es pues, casual sin sentido y arbitrario, cuando y con qué frecuencia
y de qué tipo sea la irrupción perturbadora aniquiladora del proceso cerebral
en la vida psíquica, proceso que de alguna manera se encuentra en la base de
esta y que está en conexión casual totalmente heterogénea con ella. Podemos,
en cierto concebir estas irrupciones como subdivididas en fenómenos
elementales y hacer comenzar, junto con toda la transformación elemental, un
proceso psíquico en nuestro sentido, pero en estos procesos físicos una tal
subdivisión es por el momento irrealizable (ella tendría que efectuarse,
naturalmente, tanto desde el lado físico como dese el lado psíquico, sin que
entre ambos modos de subdivisión exista provisionalmente ningún tipo de
relaciones). Observaremos aquí una confusión tan insensata, una secuencia tan
inconmensurable de fenómenos psíquicos junto a proceso histológica y
etiológicamente por completo similar que por el momento no avanzaremos
aquí nada. Pero, dentro del cumulo de enfermos mentales, podemos buscar
casos en los que encontremos procesos en nuestro sentido, y donde estos sean
asimismo lo más simples y claros. Aquí podremos esperar que nos
encontremos con unidades psicológicas y unos tipos e procesos
respectivamente, que se amplían cada vez más y traen consigo, finalmente,
incluso una ordenación dentro de la plenitud de los síntomas – también desde
el punto de vista psicológico –, como por ejemplo, en los síntomas de parálisis
general.
Con esta necesidad psicológica coincide favorablemente ahora una
posibilidad teórica que se deduce de las anteriores expresiones sobre el
paralelismo. Surge la pregunta ¿Existen acaso psicosis progresiva que
conduzcan ya sea a la demenciación , ya a una transformación incurable, que
no tengan en lo más mínimo su causa primera en los procesos cerebrales u
orgánicos, sino más bien en el fenómeno vital con esos procesos directos de la
vida psíquica misma que se consideran enormemente más complicados
(especialmente en las llamadas disposiciones congénitas), y comparables,
debido a su predisposición genética, por ejemplo a los tumores en el campo
somático? Una comparación con estos procesos corporales por predisposición
congénita es por eso mismo realmente difícil, porque aquí tenemos que
enfrentarnos con fenómenos relativamente groseros, químicos o mecánicos,
en tanto que la existencia psicológica, las cumbres que si estuviesen presentes
en los otros órganos no jugarían un gran papel, debido al rendimiento
relativamente grosero de estos órganos con cuyo funcionamiento la vida está
asegurada. De todas maneras, lo único posible es una comparación con los
procesos somáticos de predisposición congénita, si es que en general nos
preocupamos en el campo nosológico de posibles comparaciones. Aquí se nos
dan para la comparación, v. gr., el desarrollo de los tumores. En estos se trata
de procesos mórbidos que surgen de la predisposición congénita y que no son
causados por determinaciones externas, sino a lo sumo desencadenados. De
manera semejante existen también groseros procesos cerebrales que traen
consigo como consecuencia secundaria síntomas psíquicos: como tumor
cerebral, formas e idiocia. Entonces, todos los procesos cerebrales, y lo que
aparezca como consecuencia de los mismos, será secundario, como en el caso
en la parálisis general.
En relación diametral con esto, podemos concebir procesos que, en un
determinado momento, empiezan los fenómenos paralelos directos. Podemos
considerarlos como benéficos o dañinos, o que conducen a una
transformación ligera y única, o que, debido a su lento y permanente progreso,
conducen a la demenciación. Estos fenómenos serían siempre ¨procesos¨ en el
sentido que hemos mentado más arriba, en contraposición, por tanto, a los
¨desarrollos¨. Estos procesos en los fenómenos paralelos ¨directos
coincidirían con lo ¨procesos psíquicos¨ que hemos definido antes. A estos los
podemos llamar igualmente ¨procesos psíquicos¨, aunque ahora fueran
establecidos a partir del plano físico, y además los conozcamos únicamente a
partir del plano psíquico.
Hemos hasta aquí definido entre sí tres conceptos: ¨el desarrollo de una
personalidad¨, el ¨proceso psíquico¨ y el ¨proceso físico- psicótico 10. Una vez
más los colocamos en forma esquemática y panorámica en el cuadro de la
página anterior.

1) DESARROLLO DE 2)PROCESOS 3) PROCESOS


UNA PSIQUICOS FISICO- PSICOTICO
PERSONALIDAD
Desarrollo lento, desde Desarrollo nuevo que se
niño, semejante al establece a partir de una
progreso vital. época o periodo
cronológico
determinado.
Injerto o brote ¨único¨, Constante irrupción de
comparable a un tumor. elementos heterogéneos
nuevos.

Fenómenos agudos, no Procesos agudos que Sea que se trate de un


significan un cambio significaban una cambio transitorio, él
permanente, se restaura transformación no dependerá del proceso
el anterior statu quo. restituible. (Si un físico que existe en su
fenómeno agudo llega a base, y no de las
sanarse y cuando queda propiedades de los
fuera de los procesos procesos psíquicos
físico- psicóticos se le paralelos directos.
considera un fenómeno
¨periódico¨ o de
¨reacción¨, estos dos
conceptos no los
detallamos aquí. Los
portadores de estos
fenómenos agudos se
incluirán, por lo demás,
entre los integrantes del
número 1).
La nueva vida la Uno encuentra sus En el último término, la
podemos derivar de una límites al querer derivar delimitación nosológica
¨predisposición¨ el proceso a partir de se sigue de la
(Anlage) de la una personalidad. Estos comprobación de las
personalidad. límites se encuentran en singularidades del
aquello nuevo que surge proceso psíquico.
en una época
determinada, a saber: la
transformación
heterogénea.
Existe una cierta Irregularidad arbitraria
regularidad e los síntomas y del
psicológicamente transcurso. Todos los
aprehensible del síntomas se suceden en
desarrollo y el una confusión no
transcurso semejante a derivable, ya que ellos
la de los fenómenos son secundariamente
psíquicos vitales dependientes, no solo
normales. En este del proceso paralelo
transcurso se mantiene directo sino más bien
una nueva unidad y una del proceso cerebral
amplia conexión físico.
empática y racional.

Aplicando ahora nuestros conceptos a los dos casos, en Klug y Mohr,


encontramos cada vez una amplia conexión racional: la estructura celotípica
delirante, con todas las consecuencias que de ella le originaba (véase los
párrafos números 2, 5, y 6 de la comparación entre Klug y Mohr). Esta
conexión racional se extendió a través de todas sus vidas a partir de un
determinado momento cronológico. Pero la comprensión de esta unidad
racional o empáticamente comprensible el origen de él (como consecuencia
¨comprensible¨ de un suceso) a partir de la personalidad, sino que sin ninguna
conexión con fenómenos anteriores, aparece como algo nuevo. En primer
lugar es indiferente que esto nuevo aparezca como una ¨idea delirante
impulsiva¨ (Friedman) o como un falso recuerdo, o como una vivencia
alucinatoria o cualquier otra cosa (véase números 3 y 4 pág. 53 y 54). Las ideas
expresadas posteriormente por los enfermos son todas comprensibles
racionalmente, a partir de un solo origen; por ejemplo, la aseveración del
perjurio, los intentos de encubrimiento, etc., y en el caso de Klug, algunas
ideas deben concebirse como desarrollos empatizables, como por ejemplo, el
sostenimiento de declaración de locura. En ambos casos tenemos además,
posiblemente, un nuevo surgimiento de complicados falsos recuerdos que
deben estar señalando una posible transformación más permanente. Pero
también el evidente sostenimiento del delirio a pesar de las demostraciones en
contra y la conducta consecuente mantenida, parecen indicar una
transformación permanente, en contraposición con el psicópata ¨desarrollado¨
en el sentido paranoideo (la llamada paranoia abortiva de Friedman), que
desarrolla de una manera comprensible conformaciones delirantes ante un
suceso externo que no las corrige y sin embargo, las olvida.
Hablar de nuestros dos casos de una relación con un proceso cerebral,
carecería de sentido. Sólo en el plano psicológico sabemos algo sobre los
síntomas. Pero como aparece algo nuevo, heterogéneo, sin motivo y
completamente incomprensible, que lleva a una transformación permanente,
es decir, que no cura, estaríamos según nuestra terminología, frente a procesos
psíquicos. Naturalmente en este concepto no se encuentra incluida
necesariamente la ¨progresión¨, como tampoco una demencia precoz necesita
progresar continuamente, sino solamente es necesario el hecho de la
transformación incurable. Tampoco se excluye que el ¨proceso psíquico¨
pueda ser causado por un proceso cerebral físico en el sentido ya mencionado:
el que influye en una sola ocasión sobre los procesos paralelos directos, pera
que más adelante no vuelve a perturbarlos. Solo que no sabemos nada de un
tal proceso físico que fuera de esta influencia única aislada sobre los procesos
paralelos directos, no se manifieste en absoluto en otra forma.
Antes (véase pág. 54, núm. 7) habíamos expresado ¨la personalidad¨, en la
medida en ella se puede enjuiciar, permanecía intacta. Eso parece estar en
contradicción con la aseveración de que estaríamos aquí frente a un proceso.
Pero esta aparente contradicción de debe a un doble sentido del concepto de
personalidad. Podemos comprender como personalidad la totalidad de los
motivos constantes y a todos los contenidos de conciencia a su disposición, o
bien sólo la manera de ser y de actuar de un humano en todas las cosas de la
vida. Si hablamos de ¨un cambio de una personalidad¨, nos referimos al último
sentido mencionado, y si decimos que no se produce ese cambio, queremos
decir que él no es suficientemente evidente como para poderlo comprobar
empíricamente. Esto no contradice a aquella personalidad teórica de que
hablábamos antes cuya conciencia está parcialmente invadida por una
formación delirante, debe estar naturalmente alterada. Por ello nos sentimos
autorizados para hablar de un ¨proceso circunscripto¨, lo que sería permisible
para nuestro análisis; en cambio, sería inadmisible ver en ello una aseveración
sobre la esencia de la perturbación. Bajo este punto de vista concebimos que
una repetición de tales procesos circunscriptos conduce a un tiempo de la
personalidad, que lo podemos seguir en todas las particularidades de la
conducta. Creemos que con tal manera de expresarse nos acercamos más a las
características de los casos tal como lo hemos observado. Encontramos pocas
conexiones psicológicas o racionales más amplias o bien, sólo una que se
pueda explicar a partir de una multiplicidad de vivencia cuyo origen está más
allá de la consideración psicológica.
Es poco probable que se puedan explicar totalmente, como consecuencias
psicofísicas de los afectos, todos los síntomas concomitantes a la fase inicial e
estas vivencias, los cuales no aparecen así en los dos casos siguientes.
Encontramos en estos síntomas una indicación de que el delirio es, por una
parte, la característica más notoria y, a la larga, la única del proceso, pero que,
por otra parte, él es sólo una manifestación de un fenómeno ¨inconsciente¨,
que se concibe como una base que se acredita en aquellos síntomas
concomitantes, que son los que comprobamos.
La relativa sencillez y poca frecuencia de estas vivencias no derivables
heterogéneas, y justamente ¨alienadas¨, junto a una conexión totalmente
conservada de los síntomas psíquicos, fue para nosotros el estímulo para
emplear aquí el concepto ms restringido e proceso. Parece siempre una
ventaja el poder diferenciar por doquier los síntomas, y se debe intentar
aclarar estas diferencias, que son a veces mucho más asequibles al sentimiento
inmediato, desgraciadamente no comunicable. Debemos fijarlas
conceptualmente, a pesar de que tales conceptos son siempre ¨falsos¨. Si ellos
nos estimulan a un análisis y a una diferenciación, ya habrían prestado sus
servicios.
Hemos encontrado, finalmente (véase pág. 144, núm. 8), que Klug y Mohr
presentaban rasgos que ciertamente podrían tildarse de hipomaniacos. Por
analogía con Stecht, podría ello concluirse que los casos pertenecían a la
psicosis maniaco- depresiva. Esto sería posible si la presencia de estos
síntomas fuera definitiva. Sólo en este caso no comprenderíamos que
significado tendría todavía el concepto, porque el tipo de la estructura
delirante mantada no es en lo más mínimo comprensible, racional o
empáticamente, a partir el complejo sintomático hipocondríaco.
Si los dos casos de Klug y Mohr se podían concebir con relativa claridad
como ¨procesos psíquicos¨ en nuestro sentido, vamos a dar cuenta ahora de
dos casos de delirios celotípicos que se nos hacen análogamente más
comprensibles como ¨desarrollo de la personalidad¨, para luego agregar
algunas objeciones críticas y presentar finalmente algunos casos poco típicos.
Clara Fischer, nacida en 1851.Esposa de un director de banco; primer
ingreso en 1897. El padre era filósofo de lenguas clásicas. Se separó de su
segundo matrimonio, tuvo delirio celotípico y culpo a su mujer de infidelidad.
La pericia judicial finalizó con la constatación de la inocencia de la mujer.
Hacia rayas de tiza en el piso y en los putos de entrecruzamiento debían estar
las patas de las sillas.
La paciente fue una niña de dotación media. Primeramente tuvo la
instrucción corriente. A los dieciséis años se dedicó al teatro. Durante años
estuvo viviendo en Ámsterdam. Las fotografías de aquella época se
caracterizarían por la postra y una mirada, muy especiales.
A los veintiséis años se casó. Tiene tres hijos de quince, trece y nueve años.
No ha tenido abortos. Los nacimientos y partos de sus hijos transcurrieron sin
perturbaciones que llamaran la atención.
Siempre fue algo excéntrica, siempre ¨súbita¨ y ligera en sus juicios. No
soportaba la contradicción. Como dueña de casa se mantuvo siempre en su
sitio, aun cuando muchas cosas las solucionaba muy desarticuladamente. Su
concepción de la vida era bastante curiosa, lo que hacía que nunca pudiera
entenderse por un tiempo muy largo con los demás. Estuvo siempre
convencida de la infalibilidad de sus ideas y nunca cedía. Cuidaba siempre a
los niños con gran esmero, pero en ello llevaba también su propio sistema, del
que no se podía desviar.
Desde el comienzo de su matrimonio fue celosa. Según algunos datos, esta
celotipia había empeorado esencialmente desde hace un año y medio; según
otros desde hace ya cinco años. Sufría de un tumor en los huesos de la cadera
que desplazo a la vagina, por lo cual su conyugue evitaba el coito. Por este
motivo lloraba con frecuencia y lo recriminaba. Actualmente está en
climaterio. Las últimas menstruaciones aparecieron en octubre de 1896 y
mayo de 1897, aparecieron otra vez en enero de 1898.
La celotipia llevo a la transformación de ideas delirantes; echaba en cara a
su marido que éste tenía relaciones con todas las mujeres que le era posible,
pero en tanto creía que el conyugue era siempre seducido. Esta muchacha que
pasó a la vera del banco solamente pasó ¨por motivo¨ de su marido. Ve con
exactitud como ¨la mirada de la muchacha se entrecruza con la del hombre¨,
ya que tenía una mirada ¨aguda¨, heredada de su padre, él también ¨veía debajo
del agua¨. En el tranvía observo como el cónyuge sacó un diario para poder,
por detrás entraren relación con una dama sentada a su lado. Con una u otra,
él cruzaría miradas; ella sabía perfectamente que más tarde él entraba en
relaciones y tenía citas con ellas. Con la Sra. De Dr. J. y la del Dr. K., ¨el ser de
pelo rojo¨, tenía relaciones. Si el marido la contradecía, le exigía que él debiera
suministrar la demostración de que no era infiel. Solía escarbar los canastos de
papeles y confeccionaba asuntos o temas a base de trozos o recortes de papel.
Era además muy envidiosa con las mujeres jóvenes, se quejaba de ponerse
vieja y fea; con agrado tornándose patética: ¨lo único que esperaba su marido
era su muerte¨. En otra ocasión se quejó de la negligencia por parte de su
cónyuge en la vida sexual, y opinaba que ella era una mujer agraciada, joven y
fuerte. Toda conversación suya desembocaba en asuntos sexuales o en su
celotipia.
A veces se volvía en este punto muy activa. Iba a la policía para poner bajo
controla algunas jóvenes, encargaba al médico de la familia que examinara al
marido y averiguara con quién había tenido relaciones. Le enviaba a veces la
empleada al hotel, le hacía observar por sus parientes y se hacía confeccionar
¨boletines por detectives profesionales. Con todos conversaba ella sobre sus
historias celotípicas. Culpaba a su marido de relaciones ilícitas con las
camaradas del estudio e su hija, e hizo decir por medio de su empleada que
todas las escolares de ese instituto eran malas. En el balneario las recriminaba
en vos alta de ¨judías¨ mientras había a la mesa damas judías, y aseguraba que
estas hacían ¨señas¨ a su marido. En una reunión de damas y caballeros tuvo
su cónyuge la poca precaución de brindar primero a la mujer de su amigo un
ramo de flores. La Sra. F. cogió entonces dicha cesta, la derramo por el suelo y
se marchó de allí. Durante el desarrollo de estos hechos se intensifico mucho
su antigua incontinencia caracterológica, por cualquier nimiedad se excitaba
colosalmente. Por ejemplo; vapuleaba a su hija de quince años. El marido
opinaba que también en este último caso estaban en juago ideas celotípicas. Su
estado de ánimo era muy irregular. Podía ser de carácter alegre, pero sólo
cuando se le inducia a ella, jamás por si sola.
Tenía también días aunque los pasaba totalmente apesumbrada y triste, con
frecuencia se despertaba deprimida. La inteligencia no sufrió alteraciones.
Permaneció siempre como una concienzuda dueña de casa, limpia y aplicada.
Debido a números escándalos públicos, de los que surgieron dificultades
judiciales, la posición de su marido – quien hasta el momento había soportado
con paciencia – se vio de tal manera en peligro que una de realizarse un
internamiento preliminar en la clínica psiquiátrica de Heidelberg (25 de
noviembre de 1897 al 4 de diciembre de 1897). Durante el viaje a esta su
celotipia encontró de inmediato un nuevo punto de apoyo: en Heidelberg bajo
junto a ellos una dama; ella afirmo que esto era muy singular, que está ya había
subido al tren junto con ellos y seguramente su marido le había hecho venir.
A Heidelberg se la pudo traer bajo simulacro de examen médico de rutina,
pero cuando supo que debía quedarse allí, estaba muy excitada. Quería
primero poner en orden todos sus asuntos domésticos y además debía volver
a arreglar todas sus ropas y las mudas necesarias. Al hacérsele prometer que
volvería ella voluntariamente, se le dio momentáneamente de alta; ella volvió a
presentarse puntualmente. Aquí se mostraba totalmente orientada, y muy
ordenada y consciente. Su estado de ánimo era muy alegre y era
extraordinariamente conversadora. Había claramente una notoria excitación,
que se mostraba en su constante intranquilidad, en su mímica vivaz y en sus
brillantes ojos. Llamaba la atención una cierta debilidad en el juicio y la
euforia. Jamás utilizo erradamente sus días de permiso. Se desentendía e
hablar de sus ideas celotípicas. En la clínica las disimulo constantemente.
Debido al tumor de la cadera, se la envió a la clínica se mujeres (donde
diagnosticaron ósteosarcoma inoperante). Pronto empezó allí a tener
sospechas de las enfermeras: estas se arreglaban en exceso cuando su marido
venía a visitarla. A él le escribió desde la clínica e mujeres dos cartas
características: la primera, con fecha 3-1-1898, muestra en ella gran interés por
las particularidades de sus asuntos de casa y vida familiar, da algunas ordenes
al respecto, se expresa algo sobre la psicología de la empleada, y termina
finalmente con una ¨efusiva suplica¨: el cónyuge no debía, cuando estuviese en
Mannheim, detenerse en el lago de Stanberg a visitar gentes de la botica, que
él había conocido superficialmente tan solo durante el viaje, ya que, ¡por
Dios!, no creo que esa mujer sea del todo de muy buenas costumbres…; de lo
contrario, no habría escrito en aquella ocasión de una manera tan familiar y
presionante…creo que se trata de una persona totalmente sin corazón…por
favor seas franco y abierto conmigo y dime sinceramente; ¿ no te ha escrito
esta persona en el tiempo transcurrido con mucha frecuencia?...por tu
conciencia te pido que seas franco: ¿es éste el motivo por el cual tú prohibiste
al cartero lleva a casa ninguna de tus cartas?... con esta idea, esto se hace
doloroso para mi corazón y algunas veces me veo obligada a llorar… Por lo
demás – ¡gracias a Dios! – no he sido pesimista, son motivos, en lo demás.
Por todo esto te suplico encarecidamente: sé por lo menos ahora franco
conmigo. ¿Desde aquella época te has carteado secretamente con esa mujer?¨.
Ochos días más tarde le escribía: ¨Esta puede tal vez ser la última carta que
te escriba, porque tanto mi persona como mis cartas te son indiferentes. Tú
sabrás muy bien los motivos que tienes para ello – cuando a un hombre se le
ofrece libremente otra persona…, en tu rostro lo he leído claramente -; 1) Tú
no has podido seguir mirándome tranquilo y con la mirada franco; 2) He
descubierto que tú parecías como trasnochado y vividor; tu cara me ha
llamado inmediatamente la atención. Ya no te ves tan limpio, fresco y sano
como hace tres semanas¨. Más adelante se queja de su desamparo, de que él
no está nunca en casa, etc.
La Sra. F. fue trasladada ahora sin dificultades de Heidelberg al sanatorio e
Frankfurt. (Estancia desde el 5.-I al 30-VII de 1898). En esta clínica también
estaba siempre lúcida y el ánimo eran variables… A veces solía ser muy
locuaz, viva, de estado de ánimo alegre, autoafirmativa. En otros periodos
lloraba y se quejaba por tener que vivir separada de su familia. Sufría mucho
por su internación. En numerosas ocasiones molestó por su inclinación a la
murmuración y a la intriga. A los pacientes de la sala les daba cartas para que
las cuidasen. Con los médicos fue siempre amistosa y aduladora. En
numerosas cartas a las más variadas personas trató de lograr su propia libertad.
No se detuvo adulaciones o protestas. Cada persona era justamente su
salvador. Su presión por liberarse tornándose de mes en mes más intensa.
Finalmente, hizo algunos intentos de fuga sin éxito. En las cartas a su cónyuge
había pasado a ser intensamente presionante, enérgica y exigente. Por último,
se la dejo volver por el momento a su casa.
E el medio año de su estancia en el sanatorio de Frankfort jamás corrió sus
ideas delirantes. Tampoco dio nunca señales de conciencia de enfermedad.
Creyó siempre que se le retenía debido exclusivamente a intrigas de su marido.
Ella era tan inocente como lo era una servilleta encima de una mesa. La
acusación de celotipia la encontraba ¨demasiado tonta¨. Muy distinto era el
hecho de que, en su posición de madre y mujer, a veces había tenido que
oponerse a su marido. De todos los hechos trataba de disculparse. Decir que
ella había solicitado del médico que vigilara a su cónyuge no era más que una
alevosa calumnia; para esto ella era demasiad orgullosa. Ciertamente que la
empleada había observado a su marido, porque eso lo había aprendido, en
otra ocupación anterior. Lo había soportado solamente para demostrarle a
esta empleada que su marido andaba volviese a contar ¨tales pequeñeces¨ (que
hasta había tenido que escribir una carta para pedirle que renunciaran a ello).
Estas no serán más que murmuraciones de la empleada; que no merecían ser
comentadas. Todo trata de hacerlo inofensivo. El marido debería
avergonzarse de contar tales cosas, que su deber conyugar le obligaba a
guardar secreto.
En la misma entrevista en que trataba de exponer todo como muy poco
significativo llega, en su excitación, a las antiguas aseveraciones ¨Mi marido
también me ha parecido en el último tiempo como muy transformado, su
mirada ya no era tan libre y no parecía ya tan limpio. Yo he sido tan pura y
limpia, tan tonta en esas cosas, pero también soy sentimental y tengo un
bonito cuerpo. Él tuvo trato sexual conmigo hasta septiembre de 1896, desde
entonces empezó a comportarse raramente, se hizo muy retraído. A Usted le
dijo todo esto; por lo común, mi boca calla todo esto¨. Relata luego las
posteriores observaciones de sospecha en el tranvía. Ella notaba exactamente
si una persona le era formal o informal a un hombre. Por lo demás, después
de esta observación había tenido la demostración clara. ¨A mediodía, a las 3
P.M. telefoneó: ¨Podría hablar con el Sr. Fischer? (limita al hacerlo la voz de la
empleada). ¨Él Sr. Fischer no está. ¿Puedo tal vez dejarle el recado? ¨No,
entonces iré yo misma¨. ¿Qué dice Usted de esto? ¿Se puede todavía seguir
hablando de celos?¨. Frente a estas aseveraciones del médico de cabeza
asegura éste estaría convencido por su marido. Además, hasta las cuidadoras
de Heidelberg me han asegurado que los ojos de mi marido eran demasiado
saltones; un hombre así debe tener sus placeres, debe ser un vividor¨, al
preguntarle si acaso su estado somático no le impedía la relación sexual, decía:
¨El Dr. K. (ginecólogo) me sanó totalmente; aseguro que yo tenía un mal
todavía no había llegado hasta allí, tal vez debía haberse fracturado un hueso.
Dijo que este mal se relacionaba con una pasión sofrenada. Cuando me dio de
alta, dijo él: Usted está por lo demás sana; es Usted una mujer vigorosa,
floreciente y ágil, en la que no se encuentra absolutamente nada. Su marido no
podrá emplear ninguna disculpa con Usted¨.
Durante estos diálogos se pierde en innumerables detalles, sin perder, sin
embargo, el punto de partida. A veces, intensas expresiones afectivas
interrumpían el curso del pensamiento. En todo instante quería jurar y
protestar por todos los santos de la veracidad de sus aseveraciones. Ella se
maldecía a sí misma si le hubiera dicho alguna palabra falsa.¨ ¡Qué se pudra mi
lengua!¨, decía, y cosas semejantes. Por un momento pareció agotada, cruzó
las manos sollozando y llorando, para luego volver a levantarse, saltando y
riendo, tomando una actitud exigente, autoafirmativa, y explayándose sobre su
personalidad. Su marido era, de una vez por todas, el punto de partida de
todas las desgracias, luego opina nuevamente que sería un error, que en
verdad él era un puro, que ella jamás le había atribuido algo malo. Volvía
repetidamente a hablar de su discreción y de que ella no había contado a nadie
de sus disputas conyugales. Pero en el mismo momento aseguraba que la
empelada, los médicos y tal o cual amiga le habían dado la razón, y quería
también referirse a otras mujeres y a lo que esta extrañas le había contado de
sus maridos. Contaba a todos los enfermos posibles las mismas cosas.
Además, averiguaba, por medio de los celadores como vivía el director de la
clínica con su esposa, daba cuenta de las relaciones del médico de la casa con
su mujer, de lo que ella había averiguado a través de las enfermeras de
Heidelberg. Durante la visita a la sala, diariamente llamaba a un sitio aparte al
médico y le contaba, sin que se le preguntara, sus historias conyugales, Su
lectura preferida era una novela fotillinesca que había traído consigo a la
clínica. Después de un tiempo seguro que él médico de la casa era el culpable
de todo; que este había corrompido a su marido y no al revés: este había sido
siempre bueno. Pero pronto variaba también la opinión.
Estos dos casos podemos ahora resumirlos y comparar sus características
principales para contraponer a los dos primeros casos. Lo común en ello es:

1. Un desarrollo paulatino, a partir de características e impulsos


permanentes de la personalidad (entre otras cosas, por ejemplo, la
anormalidad sexual del pastor).
2. La irrupción de graves estructuras delirantes se conecta de formas
comprensibles y repetidas a nuevas motivaciones: las relaciones
sexuales constantemente renovadas de Knopf, el ¨florecimiento¨,
climaterio y, en especial, la imposibilidad de coito debido al tumor de
cadera en la señora Fischer. En ambos casos se intentó
ocasionalmente una completa simulación.
3. En contraposición a los dos primeros casos, falta ahora los
comienzos de ideas persecutorias, los estados de angustia,
intranquilidad y excitación que perecían en aquellos (ciertamente que
sólo en una ocasión, en un lapso de tiempo relativamente limitado).
Faltan también los intentos de envenenamiento y los pasticos relatos
de acontecimientos aparentemente vivenciados.
4. No se encuentra en ellos un lapso de tiempo delimitado en el cual
aparezca la estructura delirante en sí, en compañía de los otros
síntomas (supuestos estados de envenenamiento, intranquilidad,
ideas e persecución, etc.)y que luego se haga constante. En cambio
las estructuras delirantes se adosan a los sucesivos acontecimientos y
no son sostenidos con tanta seguridad, Además, se encontrarán
siempre nuevos puntos de apoyo para las mismas.
Ahora es más fácil realizar una comparación de nuestros casos de celotipia
con el único grupo mórbido que está caracterizado por su ¨contenido¨: el
delirio querellante. Si expusiéramos muy brevemente (de acuerdo con los
datos d la biografía) los diversos tipos de querellantes, tendríamos en forma
esquemática los siguientes.
1. Personas querellantes a partir de disposición autoafirmativa,
gentes activas, estimulantes, excitables: pseudoquerellantes de
Kraepelin.
a) Pendencieros o camorristas (en parte, maniacos, según Stecht).
b) Querellantes debido a su supuesta o a una real injusticia (en parte, los
casos de –Löwy en el Centralbartt d Gaupp, 1910).
En a) y b) los errores surgen a partir de o afectos y deseos. Estos pueden
con el incremento de la incorregibilidad, pasar a ideas delirantes. Con ello
tendríamos entonces:
2. Intensificación de estos fenómenos hasta llegar a estructuras
delirantes que se constituyen ahora en la causa originaria de
actuaciones posteriores. ¨Desarrollo de una personalidad¨ (v. gr.,
caso Pfister en el A. Z. f. Psych, vol. 59: El caso 1 de Hitzig-9.
Existe una conexión psicológica con la vida anterior. Toda idea
aislada es ¨comprensible¨ a partir de deseos, solicitación de sus
derechos, autoafirmación y rabia ¨comprensible¨ y ¨estructurada
con dicho objeto¨. Una subforma seria cuando una fase vital, por
ejemplo, la edad, con sus transformaciones, crea la base sobre el
cual la predisposición querellante llega a desarrollarse (caso Frese,
Iur. Psych. Grenzfragen, 1909).
3. Con el desarrollo inicial de 2) se pierden las conexiones
¨comprensibles¨. Se desarrollan las ideas inconexas o acaso
deterioro mental, Wilmanns (Centralblant f. NEUROL. U. Psych.
1910) presentó este tipo de casos y resumió brevemente uno en
un artículo: ¿Desarrollo de un segundo tipo de personalidad o
proceso?
4. En una determinada época de la vida surge un proceso
estructurador de delirio, cuyo casual contenido constituye una
intensa ventaja para el delirio mismo. No es posible en este coso
una explicación a partir de la predisposición caracterológica.
E la comparación de este esquema con el anterior resumen de los casos
Knopf y Ficher se desprende que a estos dos últimos los incluimos como
totalmente análogos a los tipos 1) y 2) de querellantes, el tipo 4), en verdad,
solo ha sido ¨construido¨ por nosotros en el delirio querellante. No hemos
podido encontrar casos en la literatura que correspondan totalmente a él. Pero
a este tipo nos referimos- como claramente se puede inferir- en nuestros dos
primeros casos Klug y Mohr, casos que explicábamos como ¨procesos
psíquicos¨. Para estos, por lo tanto, no parece haber hasta aquí ninguna
posible analogía dentro del delirio querellante.
Ciertamente que ambos poseían al aprovechamiento legal del delirio, pero
únicamente como consecuencia lógica necesaria del delirio celotípico en su
base. En verdad, no se condujeron nunca propiamente como querellantes,
sino que siempre – y una vez que estaban agotados los medios legales- se
dieron por satisfechos, aunque quedaban resentidos. Jamás se ayudaron
mediante la formación de nuevas ideas delirantes con algún propósito en el
trámite judicial.

1. Los trabajos antiguos más importantes son los de: Krafft- Ebing ( Jahrb.Psych. 10:212, 1892); Werner ( Jahrb. f.
Psych. II: 1893). Schüller ( Jahrb. f. Psych. 20:1902). Un progreso muy importante l representa el trabajo de
Brie (Psych.neur. Wochenschr,. 1903 – 1901)Wahlert ( Casuística del delirio celotípico, tesis. Grefwald, 1903)
presenta cuatro casos muy diferentes entre sí de este delirio. Finalmente Többen (Monatsschr. F. Psych.
19:321, 1896) se ha preocupado por el tema. El resto de la bibliografía se encuentra en los últimos tres trabajos.
2. Estas son tan vez absolutamente características para la demencia precoz. Un caso clásico en relación con este
tipo de síntoma es el siguiente: la Sra. Behrens enfermos a los treinta y ocho años y presento ideas celotípicas.
En la misma época ella estaba muy amargada en el aspecto sexual. Notó que su marido tenía relaciones con una
vecina, los habituales momentos de sospecha jugaban un rol-. Creía que ambos se encontraban demasiada
seguido y que se entendían con miradas. La relación con su cónyuge había variado. Él la quería poseer a cada
rato, quería continuamente hacerle objeciones, era muy grosero. Ella tenía sus presentimientos. A todo ello se
agregaba lo siguiente: cuando el hombre salía de noche a encontrarse con la vecina, ella sentía que un
sentimiento amoroso semejante a un rayo le era arrancado y traspasado a la otra mujer. Cuando su marido
contemplaba a esta con deseo, a ella misma le sobrevenía una incómoda sensación de placer, como si su
cónyuge estuviese en ese momento con ella. Así, pues a ella misma le llegaba algo así como un rayo venenoso.
El amor le era arrancado para esta mujer con la que tea que ver el hombre. Además creía que su cónyuge y la
vecina estaban poseídos por un mal espíritu. Ellos podían meter dentro de ella a este espíritu. Ella había notado
con toda claridad que ambos parecían estar bastante bien cuando ella estaba triste. En estos casos el espíritu
estaría entro de ella. Ambos podrían también con ese espíritu dirigir lo que se debía pensar, etc. G. Véase caso
semejante en Tratado de Kraftt-Ebing, 4 ed., pág. 458. Observ. N. 44.
3. Un buen ejemplo es el segundo caso de Wahtert. Además el segundo caso es de Többen.
4. El tercer caso e Többen.
5. Aquí debe mencionarse un caso reciente de Bechterew (celotipia obsesiva, en Monatssch. Psych. U.., 26,
501,1909). Por lo demás, en su interesante caso solo trata parcialmente de ideas obsesivas. Algunos sufren de
celotipia por lo ideas justificada que sólo es patológica en su intensidad en la forma de surgir.
6. Véase el trabajo de Wilmanns: sobre psicosis carcelarias, 1908, pág. 49 y en otros lugares.
7. Proceso lo tomamos primeramente como algo sin una relación postulada con los fenómenos cerebral físico,
que frecuentemente no es posible demostrarlo empíricamente, que tampoco, por lo tanto, podrá ser válido
como criterio empírico, según el cual se tenga que incluir fundar o rechazar un caso debe este concepto.
8. Wilmanns utiliza un modo ligeramente equivoco la palabra desarrollo en un doble sentido. (véase La ubicación
clínica de la paranoia, en Centraibf, f. Nerv. U Psych., 1910, 207). Habla del delirios de los querulantes, que no
debe ser considerado ¨como una enfermedad en el sentido propiamente tal¨ sino más bien ¨un desarrollo ,
fuertemente dependiente de estímulos externos y con seguridad psicológicamente comprensible, de una
predisposición especial¨. Si debido a estímulos externos aparecieron incomprensibles idea de grandeza o signos
de debilidad mental, con razón le parecerá incomprensible a Willmanns e desarrollo peculiar del psicópata. Pero
también en este último caso hablara de un ¨desarrollo patológico¨, que solo progresaría por subsistir las
influencias desfavorables del medio ambiente. A pesar de que se empieza el mismo término ¨desarrollo¨ existe
aquí una diferencia fundamental, ya que nuestra terminología estos síntomas que surgen no son ni racional ni
empáticamente comprensibles. Si esta concepción más rigurosa del concepto de ¨desarrollo e la personalidad
¨no debieran ser comprendido a partir de la tercera forma – desgraciadamente algo elástica – de ¨aprehensión
de la personalidad total¨. La posición de Wilmanns sólo podría ser aprobada, según nosotros, si sucediera esto
último. A partir de la dificultad y la inefabilidad de este criterio, se ver que una decisión es casi imposible en los
casos extremos. Pero no por ello debe desdeñarse el tomar posición frente a esta problemática.
9. Dese el punto de vista de la influencia recíproca, se alcanzaría lo mismo por nuestros objetivos con otra
terminología.
Jules Séglas

Alucinaciones psíquicas y pseudo-alucinaciones verbales1 (1914)

Señores. El programa de esta conferencia sobre el estudio psicopatológico de los


Trastornos de la percepción y de las alucinaciones.
No esperarán seguramente que intente tratar en una hora, y en su totalidad, una
cuestión tan considerable. Como máximo tendré tiempo para dictarles un resumen de los
diferentes capítulos. Me pareció preferible limitarme y elegir, dentro del vasto terreno de la
alucinación, un capítulo que pudiera ser tratado aparte, de un modo más o menos
completo.
Mi intención se ha fijado sobre los curiosos fenómenos descriptos en otro tiempo
por Baillarger bajo el nombre de Alucinaciones psíquicas.
A continuación les diré el por qué de esta elección.
Considero que el conocimiento de las alucinaciones psíquicas es el prefacio
necesario de todo estudio, de cierta profundidad, de la alucinación, sobre todo de sus
formas complejas tales como, por ejemplo, la alucinación verbal.
Por otro lado, estos fenómenos en sí, merecen una atención muy particular debido
a su frecuencia e importancia.
Por último, estos fenómenos han sido sólo estudiados en algunos artículos de
revistas o en informes especiales: apenas son mencionados en los libros clásicos.
Encontrarán tan sólo algunas líneas en los Elementos de semiología y de clínica mental de Chaslin,
algunas ideas generales, que por otro lado son discutibles, en la última edición del
voluminoso Tratado de Kraepelin; dos o tres páginas muy incompletas en el reciente Tratado
de psicopatología general de Jaspers. El Tratado de psiquiatría de Tanzi es quizás el que podría
darles la mayor cantidad de indicaciones útiles, aunque muy superficiales.
Generalmente, el término ―Alucinaciones psíquicas‖ aparece citado de las siguientes
maneras: pseudoalucinaciones (Kandinsky), pseudoalucinaciones (Hagen), alucinaciones
aperceptivas (Kahlbaum).
Tengan cuidado con ello señores, pues esta sinonimia es de las más aproximativas.
Las pseudoalucinaciones de Kandinsky sólo se adaptan en parte a las alucinaciones
psíquicas de Baillarger. Las pseudoalucinaciones de Hagen, a pesar de la similitud respecto
del nombre, no corresponden a las pseudoalucinaciones propiamente dichas de Kandinsky.
En cuanto a las alucinaciones aperceptivas de Kahlbaum, seguramente son fenómenos muy
parecidos a las alucinaciones psíquicas y de la misma categoría. Sin embargo, no sé si
podemos decir estrictamente que Baillarger las haya conocido y descripto en sus
alucinaciones psíquicas.
Constatemos pues, señores, una vez más, al pasar, que la psiquiatría no es una
lengua bien hecha.2

I. Las primeras descripciones de las alucinaciones psíquicas deben buscarse en los


autores místicos.
Vislumbradas sólo por algunos médicos, entre otros Leuret, recién entraron al
terreno psiquiátrico en 1844 con Baillarger, quien las ha aislado y descripto oponiéndolas a
las alucinaciones psicosensoriales.3

1 Conferencia del 30 de marzo de 1914. Journal de Psychologie, 1914, pp. 289-315.


2 Ph. Chaslin. ¿La psiquiatría es una lengua bien hecha? (Revista neurológica, 15 de enero de 1914).
3 Baillarger. Alucinaciones, etc… (Memoria coronada por la Academia de medicina en la reunión del 17 de

diciembre de 1844) en Investigaciones sobre las enfermedades mentales, t, l, Masson, edic. 1890.
Ustedes ya saben que estas últimas son las verdaderas alucinaciones y que la
alucinación visual puede ser considerada como el tipo perfecto, habiendo sido definidas
como percepciones sin objeto. La característica de las mismas, dije en otro lado1, es crear
para el sujeto la apariencia de un objeto exterior actual que en la realidad no existe. De allí
el nombre de psicosensoriales que Baillarger les atribuye, puesto que el alucinado cree que
sus sentidos están impresionados como en la percepción externa, de la misma manera.
Aquel que sufre de alucinaciones visuales, por ejemplo, dirá ver el objeto de sus
visiones imaginarias exactamente de la misma manera que los objetos exteriores.
Reconocerá en él las mismas cualidades sensoriales; lo ubicará en medio de éstos de modo
que, a menudo, le parecerá que se reflejan recíprocamente; los distinguirá tan poco entre sí,
que reaccionará de la misma manera respecto de todos.
Ahora bien, cuando se trata de alucinaciones psíquicas ello no ocurre. Aquí ya nada
se parecerá a la percepción externa; todo es interior, o más bien subjetivo; de este modo el
calificativo ―interior‖ ya no creará confusión alguna.
Las alucinaciones psíquicas pueden afectar los mismos campos sensoriales, visual,
auditivo, etc., que las verdaderas alucinaciones, psicosensoriales.
En cuanto a ello, permítanme detener su atención sobre una particularidad de
composición del informe de Baillarger, puesto que indiscutiblemente esta ha provocado
muchas confusiones.
Luego de haber observado en los autores místicos la división de las falsas
percepciones en intelectuales y corporales (alucinaciones psíquicas y psicosensoriales) y
señalado, según los mismos, sólo en algunas líneas, que existen visiones, locuciones, olores
y gustos que sólo afectan el alma o bien llegan a los órganos de los sentidos, Baillarger
consagra todo su informe (observaciones y discusiones) al estudio exclusivo de las “locuciones
intelectuales” (voces interiores). ―He observado únicamente alucinaciones psíquicas auditivas
y, en efecto, las mismas sólo pueden existir en relación a este sentido‖.
De allí, según los autores, la acepción diferente, rara vez general, la mayoría de las
veces restringida, del término Alucinaciones psíquicas, el cual se ha transformado casi en
sinónimo de Voces interiores. La confusión en el lenguaje sin duda ha sido una de las causas
primeras de las divergencias de opinión que se han manifestado respecto de la naturaleza de
estos fenómenos.
En realidad, no puede haber una única interpretación de la alucinación psíquica.
Bajo este término se han englobado fenómenos muy diferentes, de mecanismo y
significación psicológica muy distintas. Es importante, pues, separarlos y clasificarlos para
comprender bien el valor de los mismos.
Creo que la mejor agrupación es la que en otro momento propuse para las
verdaderas alucinaciones.
De este modo distinguiremos en primer lugar las alucinaciones psíquicas en dos
grandes grupos: 1° según que las mismas se relacionen con objetos o personas; 2° según
que revistan un carácter verbal.
Las alucinaciones psíquicas del primer grupo corresponden a los fenómenos de
visiones, ruidos, olores, gustos puramente intelectuales que han sido tan bien descriptos
por los míticos cuando hablan, por ejemplo, ―de las visiones que no se tienen por los ojos
del cuerpo, sino sólo por los ojos del alma‖.
Esta distinción es significativa; específica que el objeto de la visión no es percibido
de la misma manera que los objetos reales: este no reviste para el sujeto la apariencia de un
objeto exterior; de este modo le falta la nota característica que hemos reconocido en la
verdadera alucinación.

1J. Séglas. Patogenia y fisiología patológica de la alucinación auditiva. Informe en el Congreso de los alienistas, Nancy
1897, p. 5.
Esta variedad de alucinación psíquica, les dije, no ha sido estudiada por Baillarger, quien se
limitó sólo a mencionarla.
Uno de sus contemporáneos, Michéa, quien denominaba estos fenómenos ―falsas
alucinaciones‖, las consideraba intermedias entre la idea y la verdadera alucinación. ―La
falsa alucinación, escribe, 1 es más que una idea en tanto su objeto reviste una forma viva y
firme que se asemeja mucho a la apariencia de un elemento material, pero es menos que
una verdadera alucinación porque esta forma, por más verdadera y firme que sea, nunca
llega a imponerse como la de una percepción‖.
Allí reconocemos la influencia de las ideas de la época (1846) acerca del rol de la
vivacidad de la imagen en la génesis de la alucinación; pero ello no nos hace progresar
demasiado en el conocimiento de los fenómenos que tenemos en vista.
Debemos llegar al año 1880 para encontrar una descripción y una interpretación
más precisa en un informe de Kandinsky2 que se hizo clásico.
Este autor ha descripto bajo el nombre de pseudoalucinaciones fenómenos
psicopáticos entre los que me parece que debería tener lugar la categoría de alucinaciones
psíquicas de la que nos ocupamos en este momento.
Las pseudoalucinaciones de Kandinsky, sobre todo en su forma propiamente dicha,
tienen como rasgo característico la participación en la verdadera alucinación y en la simple
representación mental a la vez.
Estas tienen la precisión sensorial de la alucinación, el detalle, la perfección del
cuadro, al igual que la espontaneidad, la estabilidad, la incoercibilidad. Aparecen por sí
solas, automáticamente, sin la participación activa y conciente del enfermo, quien se queda,
hemos dicho, receptivo y pasivo. Una vez constituidas, el enfermo no puede modificarlas ni
variarlas a su antojo, debe resignarse a sufrirlas a pensar de su inoportunidad; cualesquiera
fuese su deseo, éste no puede desembarazarse de las mismas. En una palabra, son
independientes de la acción de su voluntad.
Tienen la subjetividad de la representación mental. No crean, para el sujeto, la
apariencia de un objeto exterior. Según dirían los alemanes, éstas se quedan en el espacio
representativo interior subjetivo.
De este modo, les falta la nota característica de la alucinación: están desprovistas de
la exterioridad espacial que Baillarger mismo consideraba justamente como inherente a la
alucinación sensorial.
Estos son los rasgos que se encuentran en las alucinaciones psíquicas de nuestro
primer grupo. De esta manera somos llevados a considerarlas más exactamente como
pseudoalucinaciones en el sentido de Kandinsky.
Examinemos ahora el segundo grupo, formado por las alucinaciones psíquicas de
carácter verbal. Son, repito, aquellas que han sido especialmente estudiadas por Baillarger,
en oposición a las alucinaciones auditivas como locuciones intelectuales, voces interiores,
etc.
Más complejo que el grupo anterior, éste debe subdividirse en dos categorías,
diferentes desde el punto de vista psicopatológico.
La primera se compone de fenómenos que podemos considerar verdaderas
alucinaciones: alucinaciones muy especiales que he aislado y descripto en 1888 bajo el
nombre de Alucinaciones verbales motrices o kinestésicas.
Las mismas consisten en la percepción patológica de palabras, ya no bajo la forma
sensorial, auditiva o visual de palabras oídas o leídas, sino bajo la forma kinestésica, de
palabras articuladas.

1Michéa. Delirio de las sensaciones, 1846.


2Kandinsky. Zur Lehre von der Hallucinationen (Arch. F. Psych., t. XL, B. 2, 1880. – Kritische und klinische
Betrachtungen im Gebiete der Sinnestaüschungen (Zentralbl. F. Nero. U. Psych., nov. 1884).
Uno de mis enfermos que tenía alucinaciones de este tipo, las llamaba voces labiales y las
describía de la siguiente manera: ―Es un verbo subjetivo que habla en usted,
independientemente de usted mismo…comprendemos lo que dice la voz labial sólo por el
movimiento de los labios y sin articular nada, ni en voz alta ni en voz baja‖.
Hoy no me detendré, señores, en las alucinaciones verbales motrices: el estudio
detallado de las mismas nos llevaría demasiado lejos. Aquellos que estuviesen interesados
en ellos podrán consultar mis publicaciones anteriores sobre el tema. 1
Seguidamente paso a la segunda categoría de alucinaciones psíquicas de carácter
verbal.
Esta, al revés que la precedente, está constituida por fenómenos que ya no tienen el
carácter alucinatorio. En 1900 las he distinguido bajo el nombre de Pseudoalucinaciones
verbales2.
Deseo hablarles especialmente de esta variedad, aún poco conocida, de
alucinaciones psíquicas. Para poder entender bien los caracteres psicológicos de la misma,
permítanme señores, recordarles una noción banal.
Pensamos con la ayuda de las palabras; cada pensamiento se traduce en nuestra
mente bajo una forma verbal. Es lo que llamamos el lenguaje interior.
A pesar de que podamos, gracias a un análisis introspectivo, tomar conciencia de
esta palabra interior, de esta ―endofasia‖, normalmente la misma es muy poco acentuada
para poder ser percibida por nosotros en todo momento. Incluso podemos decir, sin
exagerar, que es casi desconocida por nuestros enfermos internados.
Sin embargo, hay casos en los que, debido a diversas causas, esta palabra interior se
vuelve más viva, a tal punto que, sin ningún esfuerzo de atención, de un modo totalmente
espontáneo, el sujeto puede oír que su pensamiento se expresa interiormente bajo una
forma verbal. Este fenómeno de audición mental es a veces tan claro que las palabras no
sólo son captadas con mucha precisión, sino incluso tienen una suerte de timbre, de
resonancia; resonancia interior por otro lado y muy diferente a la sonoridad de una palabra
que sería pronunciada en el exterior y viniese a impresionar al oído.
No hay nada en ello que deba sorprendernos. Si recurren a ciertos fenómenos de
audición mental que pueden observar en ustedes mismos lo comprenderán bien.
Seguramente les sucedió, a la salida de algún concierto, seguir oyendo mentalmente una
melodía que los haya particularmente emocionado. Ello es sólo banal. Pero si analizan esta
audición mental, podrán distinguir, además de la frase melódica, el timbre del instrumento
que la ha ejecutado y reconocer si es de un instrumento de viento o de cuerdas. ¡Y bien! De
este mismo modo nuestro sujeto puede percibir interiormente palabras y un timbre de voz
a la vez.
He propuesto el nombre de Hiperendofasia para mostrar que estos casos no son más
que una exageración de su relación con el proceso normal del lenguaje interior.
La hiperendofasia puede presentarse bajo la forma simple de una suerte de monólogo
interior o bien bajo la forma más compleja, dialogada, guardando los mismos caracteres; los
cuales serían: el sujeto reconoce que las palabras que percibe son interiores y, además, que
éstas son la expresión misma de su propio pensamiento, y ello, el enfermo reconoce sin
reflexionar, inmediatamente. Es, podríamos decir, un dato inmediato de conciencia.
Además, reconoce ser dueño de este fenómeno, que puede abandonarse o
abstraerse de la hiperendofasia de acuerdo a su voluntad, así como también puede, de acuerdo

1 Ver en particular: J. Séglas. La alucinación en sus relaciones con la función del lenguaje (Progrés médical,
1888).- Los trastornos del lenguaje en los alienados (1 vol. Bibliot. Médica Charcot- Debove, 1892).- Lecciones
clínicas (Asselin y Houzeau edic., 1895).- Artículo Alucinaciones (Tratado de patología mental del prof. Gilbert
Ballet).
2 J. Séglas. Acerca de los fenómenos dichos alucinaciones psíquicas (Resumen del Congreso Internacional de

psicología, París, 1900) y Archivos de neurología, 1900, n° 59.


a su voluntad, variar el objeto de la misma, la cual en cierta manera se encuentra ligada al
sentimiento de su actividad personal.
Insisto sobre estos caracteres. En efecto, señores, hay enfermos que se quejarán
también de voces interiores. Para describírselos, éste utilizará el mismo lenguaje que los
precedentes, excepto sobre el siguiente punto.
Las palabras percibidas en su hiperendofasia ya no son para él la expresión de su
pensamiento. Las considera insignificantes, absurdas, extrañas, enigmáticas, la mayoría de
las veces opuestas a sus deseos y a su voluntad; no sabe de dónde vienen; él no las crea,
siente que las sufre y que no puede modificarlas a su antojo. No se reconoce como su
dueño. En una palabra, le resultan ajenas a su yo, fuera de su conciencia personal.
Hay automatismo y objetivación psíquica. Según Baillarger, el sujeto ―pierde la
conciencia de su unidad intelectual‖. Podríamos agregar que al mismo tiempo toma
conciencia de su automatismo.
Para estos fenómenos he propuesto el nombre de Pseudoalucinaciones verbales, porque me
pareció encontrar los mismos caracteres que en las pseudoalucinaciones de Kandisnky.
Claridad y precisión sensoriales; espontaneidad, estabilidad, incoercibilidad,
términos cuyo valor ustedes ahora conocen; al mismo tiempo sin exteriorización en el
espacio; la voz sigue siendo interior.
En resumen, señores, ya ven que el análisis psicológico de la pseudoalucinación
verbal permite reconocer tres elementos principales: dos positivos, hiperendofasia,
objetivación psíquica y uno negativo, ausencia de exteriorización espacial.
Si este tercer elemento se volviese positivo como los otros dos, tendríamos
entonces una verdadera alucinación. La voz estaría localizada en el espacio exterior y
tomaría, para el sujeto, todas las apariencias de una voz real, sacudiendo el aire y resonando
en el oído.
Agregaré, que la pseudoalucinación verbal puede afectar la función del lenguaje en
todos sus elementos, auditivos, visuales, kinestésicos en forma aislada o en combinación
variable.
La pseudoalucinación verbal auditiva es la que se capta con mayor facilidad. La
encontramos ya sea en estado simple, o en combinaciones con elementos kinestésicos que
pueden llegar, a veces, hasta los movimientos de articulación silenciosa.
Esta es la interpretación de las alucinaciones psíquicas de Baillarger que he expuesto
en el Congreso Internacional de Psicología de 1900. La verán esquematizada en este
cuadro:
Tres años más tarde, en 1903, el doctor Lugaro 1, quien estudiaba las alucinaciones
psíquicas de Baillarger, expone impresiones casi idénticas sobre las pseudoalucinaciones. A
mis ojos este trabajo adquiere más valor aún, puesto que el autor (nos damos fácilmente
cuenta de ello al leerlo) no tenía conocimiento de mi informe de 1900.
Señores, ya ven que bajo el término ―alucinaciones psíquicas‖ están comprendidos
muchos fenómenos que no son alucinaciones. Es por ello que este término, que no hace
más que provocar confusiones lamentables, es uno de aquellos que deberían desaparecer de
la nomenclatura psiquiátrica.
Recientemente, en una tesis muy interesante, el doctor Petit ha propuesto una
agrupación más homogénea. 2 Ubica las pseudoalucinaciones de Kandinsky, mis
pseudoalucinaciones verbales y las alucinaciones aperceptivas de Kahlbaum, o
alucinaciones abstractas, fenómenos automáticos, sin ningún atributo sensorial que tienen

1 E. Lugaro. Sulle pseudoalucinaciones (Alucinaciones psíquicas de Baillarger). Contributo alla psicología della
demenza paranoide. (Riv. di pat. nerv. y ment. Ener. Y fev. De 1903).
2 Petit. Ensayo acerca de una variedad de pseudoalucinaciones, las autorepresentaciones aperceptivas. Tesis de

Burdeos, 1913.
como único carácter el hecho de parecerle al enfermo ajenos a su yo, bajo el nombre de
Autorepresentacioines aperceptivas.

II. Señores, acabamos de ver lo que son las alucinaciones psíquicas, ahora veamos lo que
no son.
Ello nos llevará a analizar la opinión de los autores que no admiten la existencia de
las alucinaciones psíquicas, entre los cuales algunos las consideran alucinaciones comunes y
otros interpretaciones.
En esta crítica, nos ocuparemos solamente, repito, de las alucinaciones psíquicas
que hemos considerado como pseudoalucinaciones y más particularmente
pseudoalucinaciones verbales.
Veamos la primera opinión. Es la más antigua, sostenida sobre todo por los
adversarios contemporáneos de Baillarger. Las alucinaciones psíquicas (y en consecuencia
nuestras pseudoalucinaciones verbales) sólo serían alucinaciones banales, parecidas a las
demás, y no habría necesidad de distinguirlas.
Creo que esta confusión tiene dos causas: en primer lugar la opinión que sostenía
que entre la representación mental y la alucinación más clara sólo veía una simple diferencia
de intensidad; luego, la idea de los autores de que, al buscar un carácter distintivo de la
alucinación, habían pensado que éste residía simplemente en el hecho de ser un fenómeno
que no tenía relación con el yo.
Con anterioridad a la época de Baillarger, esta manera de ver ya era expresada muy
claramente desde 1834 por Leuret.1 Al analizar la alucinación auditiva, el autor ve el
síntoma ―de un fraccionamiento del espíritu‖… ―de un verdadero dualismo en un mismo
individuo‖. Incluso un instante pensó en buscar el mecanismo fisiológico. ―Para explicar
estos dos individuos en una sola persona, yo había imaginado, dice, poner a cada uno de
ellos en un lóbulo del cerebro‖. Pero pronto critica esta hipótesis y concluye: ―Mi
explicación no vale nada‖. Ustedes saben que la teoría del desdoblamiento funcional de los
hemisferios cerebrales fue retomada sin embargo unos cincuenta años más tarde, sin más
éxito, hay que decirlo, por Dumontpailler, 2 Magnan3 y Bérillon, 4 respecto de las
alucinaciones antagonistas.5
Once años después, en 1845, es decir en la época de los trabajos de Baillarger,
Moreau de Tours6 afirma más categóricamente aún, si es posible, este mismo carácter de la
alucinación.
Cuando critica la opinión de Lelut, quien consideraba la alucinación como la
transformación del pensamiento en sensación, replica ―que no sólo hay transformación,
sino una verdadera alienación del pensamiento‖. Y aquí la palabra está tomada en el sentido
etimológico del latín: alienus, ajeno. Algunas líneas más adelante, en efecto, siendo más
explícito el autor agrega: ―Al no ser ya conciente de sus propios actos y privada de su yo, la
inteligencia se desdobla, por así decirlo, de modo tal que una parte de ella misma puede
entrar en conversación con la otra parte‖.
J. P. Falret (1854), quien explica la alucinación por una lesión de la imaginación, le
reconoce el mismo carácter. ―Este carácter, dice, no consiste, como podríamos creerlo, en
1 Leuret. Fragmentos psicológicos sobre la locura, París 1834.
2 Dumontpailler. Unión médica, 15 y 19 de mayo de 1883.
3 Magnan. Alucinaciones bilaterales de carácter diferente según el lado afectado (In Arch. De neurología, 1883) y

Lecciones sobre el delirio crónico.


4 Bérillon. La dualidad cerebral y la independencia funcional de los hemisferios cerebrales, 1884.
5 J. Séglas. Alucinaciones antagonistas unilaterales y alternantes (Anal. Méd.-psicol., Julio- Agosto 1903).
6 Moreau de Tours. Del hachish y de la alienación mental. París, 1845.
el hecho de exteriorizar la imagen, pues la tendencia a poner la imagen en el mundo
exterior pertenece también a la imaginación normal, sino que reside en la producción
pasiva1 de la alucinación, estado pasivo que le quita al espíritu la conciencia de la acción y
provoca necesariamente la creencia de una separación completa entre el fenómeno y el yo‖.
Sin embargo, el autor estima que este carácter no establece una línea de
demarcación infranqueable entre el estado sano y el estado enfermo y que hay actos
intermedios. ―¿Cómo, agrega, en presencia de semejantes observaciones, podríamos seguir
admitiendo, con ciertos autores, alucinaciones intelectuales (psíquicas) y alucinaciones
psicosensoriales, que se basen únicamente en esta diferencia de grado, que resulta
evidentemente de las relaciones naturales que existen entre la imaginación y las demás
facultades de la inteligencia?‖.
Creo que es inútil continuar este análisis pues podría volverse muy monótono. Las
citaciones precedentes me parecen suficientemente categóricas; podrán captar con facilidad
las razones por las que las alucinaciones psíquicas y las verdaderas alucinaciones
(psicosensoriales) se encuentran confundidas.
Ello se debe, sobre todo, a que los autores no han distinguido que la objetividad de
una representación mental comporta dos aspectos: la objetividad psicológica y la
objetividad espacial (Petit). La primera corresponde a lo que hemos llamado automatismo y
objetivación psíquica y la segunda a la que hemos denominado, para evitar toda confusión,
exteriorización espacial.
Ahora bien, hemos visto que si la primera (objetividad psicológica), automatismo y
objetivación psíquica, (como les guste llamarla) pertenece en común a la pseudoalucinación
y a la verdadera alucinación, la segunda (objetividad o exteriorización espaciales) pertenece
pura y exclusivamente a la verdadera alucinación.
La clínica psicológica nos lo muestra de la manera más clara.
Incluso agregaré que si en cada uno de estos fenómenos, pseudoalucinación o
alucinación verdadera, ustedes tienen presente los dos aspectos de la objetividad en sus
respectivas relaciones, lo encuentran en cierta forma en razón inversa uno respecto del
otro.
El pseudoalucinado se queja antes que nada del carácter ajeno a su yo y a la vez
déspota de sus voces. Esta es la particularidad que el enfermo pone en primer lugar,
traduciendo de este modo un sentimiento íntimo de automatismo, de dominación. Pero las
voces, ya lo hemos visto, son interiores y no se exteriorizan en el espacio.
El alucinado real es totalmente diferente. La alucinación que sufre también es,
seguramente, un fenómeno subjetivo ajeno a su yo conciente. Sin embargo, el enfermo no
acusa en absoluto el sentimiento interior de este automatismo. Muy por el contrario, lo
objetiva de entrada en el mundo exterior de donde lo va a volver a tomar bajo la forma
aparente de una percepción externa.
Asimismo, hay casos en los que vemos que el pensamiento, rechazado de este
modo al mundo exterior bajo una forma alucinatoria, es sin embargo reconocido por el
enfermo como parte integrante de su yo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el eco del
pensamiento, el Gedankenlautwerden de los alemanes. El enfermo, que oye entonces su
pensamiento formulado en su oído por voces exteriores, reconoce sin embargo este
pensamiento como suyo y lo indica de la manera más formal diciendo: ―Toman, repiten mi
pensamiento‖.

1 Este término se encuentra explicado con mayor claridad en este otro pasaje: ―La alucinación se distingue de
los fenómenos psíquicos análogos del estado normal por dos caracteres: por su producción súbita y
espontánea en la mente y por la ausencia de intervención de la voluntad‖. J. P. Falret. Lecciones clínicas de
medicina mental, París, 1854.
Muy aparente ya en la verdadera alucinación auditiva, esta oposición es aún más
clara y más constante en la alucinación visual que, repito, en materia de verdadera
alucinación, debe ser siempre tomada como tipo.
Baillarger ha podido decir: ―El fenómeno de la dualidad intelectual que, en los
enfermos que padecen alucinaciones auditivas, da lugar a síntomas tan extraños, ya no
existe en el mismo grado en las falsas percepciones sensoriales de la vista‖.
Señores, quizás las distinciones entre la pseudoalucinación y la verdadera
alucinación les resulten artificiales. Las mismas corresponden sin embargo exactamente a
los datos de la clínica.
¿Qué nos muestra, en efecto, la observación de los enfermos? Encontramos
aquellos que afirman oír voces parecidas o muy comparables a voces comunes y que, según
ellos, vienen del exterior y resuenan en sus oídos.
Algunos otros niegan toda participación sensorial en sus voces y reconocen, como
interiores, las que sin embargo les parecen tener un origen ajeno.
Y hay algunos otros también que han sentido sucesiva o simultáneamente los dos
tipos de voces distinguiéndolas muy bien y de modo espontáneo unas de otras.
Esta última constatación sobre todo, es de suma importancia. Sé que no debemos
tomarnos ciegamente del testimonio de los enfermos, que debemos tener cuidado, como
decía J. P Falret, de no ser más que el secretario de sus palabras. Sé muy bien que un cierto
número de estos casos pueden ser reductivos. Pero de todos modos, por más fino que sea
el análisis, frente a ciertos casos la penetración no será suficiente y ustedes deberán
resignarse, les cueste lo que les cueste, a aceptar las afirmaciones precisas y categóricas de
sus enfermos. Dado el estado actual de nuestros conocimientos debemos tener en cuenta
estos casos y no hacer caso omiso puesto que son demasiado numerosos y concordantes.

III. Señores, ello me lleva a decirles algunas palabras acerca del diagnóstico diferencial de
la pseudoalucinación verbal y de la verdadera alucinación y sobre todo de las
dificultades que el mismo puede presentar en ciertas circunstancias.
Bajo su forma típica, la pseudoalucinación verbal es fácil de reconocer. El sujeto
habla de voces que distingue a la vez de voces reales y de su propio pensamiento. Las
distingue de voces reales porque no le parece que vengan del exterior y que resuenan en
su oído. En cambio, le parece que son interiores y mudas: si bien pueden revestir un
timbre particular que les resulta familiar, así como lo hemos visto al comienzo, éste se
encuentra, al igual que la voz, en el interior.
El enfermo las distingue de su propio pensamiento porque son mucho más claras.
Yo diría que son hiperendofásicas, mientras que el pensamiento personal queda en la nota de
la endofasia común. Además, el enfermo se da cuenta de que no es dueño, como lo es de
su pensamiento y de que de su voluntad no tiene ningún poder sobre ellas; aparecen en
forma espontánea e incoercible. Puesto que ya conocen la significación de estos términos,
no necesito insistir sobre ellos.
Una de mis enfermas, que tiene voces interiores y conversa con ellas
―contestándoles con pensamientos‖, declara que por más interiores que sean las voces,
son mucho más claras que sus propias respuestas. Las distingue también por el hecho de
que no tiene ninguna acción sobre ellas y no puede hacerlas callar; además, porque se
dirigen a ella en segunda persona y porque tampoco sabe de antemano lo que le van a
decir.
Es importante señalar esta última observación que tiene relación con el tema de las
voces.
En efecto, en general las voces le hablan al enfermo sólo de cosas de poco interés,
indiferentes, frívolas, imprevistas o incluso enigmáticas. Con mucha frecuencia se trata de
reflexiones acerca de su conducta; de todos modos, y este es un detalle para señalar, las
voces son antagonistas, se oponen casi sistemáticamente a las costumbres, los deseos y la
voluntad del sujeto.
Aquí es, señores, donde las teorías de Freud, los complejos eróticos, la represión,
podrían tener un buen juego para explicar el origen y el carácter de la pseudoalucinación
verbal.
Pero dejemos esto de lado. Únicamente agregaré que incluso debido a las diferentes
particularidades que acabo de enumerar, la pseudoalucinación verbal comúnmente es
reconocida por el sujeto como un fenómeno mórbido o al menos excepcional. El enfermo
también admite, espontáneamente, que las voces son suyas y no cree que puedan ser oídas
por su entorno.
Señores, retengan bien estos datos de observación, les ayudarán a apreciar en su
justo valor ciertas opiniones que pueden encontrar a lo largo de las lecturas como, por
ejemplo, el pasaje siguiente que tomo de la última edición del Tratado de Kraepelin: ―Las
ilusiones de la imaginación llamadas también alucinaciones psíquicas (Baillarger),
pseudoalucinaciones (Hagen), alucinaciones aperceptivas (Kahlbaum), turban la mayor
parte del tiempo varios o todos los campos sensoriales y se encuentran continuamente en
relación estrecha con el contenido del resto de la conciencia‖.
Lugaro considera en cambio que ―la incoherencia con el contenido del resto de la
conciencia es, podemos decir, la regla‖ y ―no llegamos a entender bien de qué manera
Kraepelin: puede sostener lo contrario‖.
Debo decirles, además, algunas palabras acerca de la actitud de los enfermos que
presentan pseudoalucinaciones verbales. Con frecuencia la misma característica. Metidos en
sí mismos, los enfermos parecen estar escuchando su interior; a menudo se los puede ver
moviendo los labios como si hablasen solos. Esta actitud de distracción parece
corresponder al estado particular que Bleuler ha descripto recientemente bajo el nombre de
Autismus. Se lo encuentra con frecuencia en enfermos que pertenecen a la misma categoría
que nuestros pseudoalucinados.
De todos modos, por más significativa que sea esta actitud, la misma no puede, de
por sí, autorizarnos a inferir de lo que vemos en el exterior lo que sucede en el interior,
sobre todo lo objetivo o subjetivo. En realidad, lo que dará el diagnóstico es sobre todo el
testimonio de los enfermos. Imaginarán entonces todas las dificultades.
Podrán encontrarse frente a enfermos, alucinados quizás o seguramente atrasados o
dementes ―que no tengan o que ya no tengan la inteligencia suficiente para poder definir lo
que sienten‖ (Baillarger).
Otros enfermos son indiferentes, desatentos o reticentes; algunos otros también,
hoy muy conocidos bajo el nombre de mitómanos (Dupré), que ―inventan cosas con o sin
intención‖ (J. P. Falret).
Deben desconfiar de las sugerencias de un interrogatorio imprudente, tendencioso
e incluso demasiado preciso. Baillarger, quien señala este hecho, da un ejemplo que es un
modelo de análisis crítico.
Respecto de ello, recuerden cuán grande puede ser la sugestión de los atrasados, la
docilidad de algunos débiles mentales, quienes siempre terminan confesando más o menos
todo lo que uno quiere.
Encontrarán también otros enfermos en quienes, lo veremos más adelante, la
pseudoalucinación verbal es particularmente más frecuente. Algunos son paranoicos,
pudiendo presentar al mismo tiempo esta forma muy especial de negativismo que los
alemanes llaman el Nichtwissenwollen. Estos enfermos, que no quieren saber nada, sólo
intentan deshacerse lo más rápido posible de un interrogatorio fastidioso, que molesta sus
costumbres de pasividad y de indiferencia y en consecuencia respondan a tontas y a locas, a
menos que se esfuercen en satisfacer en todos los puntos a su interlocutor para así poder
terminar más rápido.
Los demás son psicoasténicos, escrupulosos, incrédulos. En un principio, cuando
describen fenómenos alucinatorios o pseudoalucinatorios son bastante precisos, pero en
interrogatorios más profundos y más apremiantes, terminan dando sólo respuestas
indecisas, vagas, cuando no se contradicen con las primeras. De este modo ustedes podrán
creer haber obtenido un documento definitivo, que les aclara sobre la naturaleza real del
fenómeno que intentan determinar. Quizás sería un error; con mucha frecuencia no
tendrán en mano más que un simple test experimental que traduce, una vez más, los
escrúpulos y las dudas del enfermo.
Recuerden, señores, que en todo examen psicopatológico, existe un límite de
precisión que no se puede pasar bajo pena de acabar en un grave error en vez de en la
exactitud.
Asimismo, con frecuencia se encontrarán frente a enfermos que, para describir lo
que sienten, emplearán neologismos o frases incomprensibles. Sólo podrán sospechar de la
existencia de pseudoalucinaciones o alucinaciones verbales, pero no podrán pensar en
establecer un diagnóstico de valor. Estos son casos para dejar de lado para un estudio
psicopatológico de la alucinación, pues, a menos de tener la fe de un psicoanalista
convencido, no podemos encontrar elementos de certeza en un lenguaje que les resulta
incomprensible y del que su autor, incluso, es incapaz de dar la llave. Más bien tenemos
todas las razones para desconfiar y no caer en lo que Voltaire llamaba el ―galimatías doble‖.
Bastante nos cuesta ya, cuando los enfermos hablan un lenguaje comprensible, fijar
el sentido de algunas expresiones especiales que usan y que pueden prestar a confusión.
Ya conocen, por ejemplo, esta frase clásica: ―Oigo mis voces con mucha claridad,
con mucha nitidez, como la suya‖. En la práctica corriente, se la considera como
característica de la verdadera alucinación verbal auditiva. Ello es un error. Esta frase puede
tener dos sentidos, literal o figurado. Tomada en sentido literal, podría traducirse así:
―Tengo la percepción auditiva de voces; esta impresión sonora es muy clara y parecida a la
que me da su voz‖. Esto indicará entonces la existencia de verdaderas alucinaciones.
Tomada en sentido figurado, corresponderá sólo a una pseudoalucinación verbal.
Ya hemos señalado desde hace mucho que la palabra ―voz‖ era utilizada indiferentemente
por el enfermo para designar voces, tanto interiores como exteriorizadas en el espacio. En
realidad ésta no implica más que el carácter verbal del fenómeno.
En cuanto a la palabra ―oír‖, en el lenguaje corriente- el de los enfermos- tiene un
sentido complejo. Oír que alguien nos habla es, en primer lugar, tener la impresión sonora
de su voz; al mismo tiempo es tomar conocimiento de un pensamiento que es formulado
por su interlocutor, dicho de otro modo, que no le pertenece.
Ahora bien, ésta es una distinción que muchos individuos no hacen, tomado
indiferentemente la palabra ―oír‖ en una u otra acepción.
En el lenguaje de los enfermos, la palabra ―oír‖ no especifica exclusivamente un
hecho de audición sonora. Que haya un trastorno endofásico cualquiera, de carácter
automático, que la palabra quede en el interior o se exteriorice, que sea auditiva o articulada
(kinestésica), el enfermo emplea siempre la misma palabra ―oír‖, mientras que podría no
existir ningún fenómeno de audición, incluso puramente mental. La palabra ―oír‖, tomada
del vocabulario usual en el que se aplica al lenguaje de recepción, sólo corresponde al
carácter automático del pensamiento que el sujeto percibe como si le fuese ajeno. Algunas
veces, esto es lo que traducen bien ciertas expresiones pintorescas como la siguiente, que
utilizaba una de mis enfermas: ―oír mudamente‖.
Por último, las palabras ―nítidamente, claramente‖, sin aplicarse forzosamente a una
sensación sonora, pueden sólo marcar que el sentido de la comunicación recibida es muy
clara, que los términos que forman parte de esta comunicación son muy nítidos y claros.
No crean, señores, que esta sea una simple discusión de palabras. Podría citarles
numerosos ejemplos clínicos con la ayuda de las consideraciones que acabo de exponerles.
Existen aún otras expresiones que usan los enfermos y que pueden prestar a
confusión. Por ejemplo ―oír hablar en voz baja‖, no siempre es tener la impresión de voces
exteriorizadas que hablarían por lo bajo al oído. Muchas veces ello quiere decir también, así
como me lo confesaba espontáneamente una de mis enfermas, ―oír en la mente‖. ―Voces
bajas‖ puede transformarse entonces para algunos en sinónimo de lo que otros llaman
―voces mudas‖.
Aquí les recordaré, señores, lo que les dije del timbre particular que puede
acompañar la pseudoalucinación verbal y que, al igual que la voz, queda en el interior. Esta
es una particularidad que sorprende y despista mucho a los enfermos. Para algunos, una
voz que tiene un timbre debe ser, debido a ello, forzosamente exterior; es por ello que se
inclinan de entrada a considerar de una manera falsa sus voces como tales. Algunos otros,
de espíritu más crítico, se quedan en la incertidumbre, probando calificativos especiales
para definir las cualidades sensoriales de sus voces imaginarias. De este modo, muchas
veces (no digo siempre) los términos de ―voces sordas, débiles, roncas, etc…‖ pueden
corresponder tanto a las pseudoalucinaciones verbales como a las verdaderas alucinaciones.
Una vez advertidos de estas causas de error, podemos, señores, en la mayoría de los
casos, llegar a reducir a su justo valor el síntoma en cuestión.
Sin embargo, existen enfermos, pseudoalucinados que, incluso contra toda
evidencia, seguirán sosteniendo que oyen realmente sus voces.
Baillarger dio de ello una razón valiosa. ―Ello se debe, dice, a que es mucho más
simple quedar en la regla común sosteniendo que se oyen voces exteriores y parecidas en
todo a las voces comunes, que ubicarse en condiciones excepcionales e inventar
explicaciones extrañas diciendo conversar de alma a alma, por intuición, por magnetismo‖.
Respecto de ello, permítanme citarles un caso bastante curioso que he observado
personalmente y que apoyaría la idea de Baillarger.
Una enferma de la Salpêtrière, que acusa percibir claramente voces interiores, se
rehúsa al cabo de un cierto tiempo, a considerarlas como tales pues ello le parece
verdaderamente extraordinario y, a pesar de que estas voces no hayan cambiado de
carácter, ella las transforma motu propio en voces exteriores. ―Ellos quieren seguir
hablándome adentro, escribe respecto de ellos, pero ya no pueden, ya no resulta. Siempre
siento como si hablaran en mi interior: pero ya no pueden, mi cabeza percibe la dirección
de la voz y toma sus voces siempre en la misma dirección‖. ¡Ya no resulta! Observen
también la expresión ―mi cabeza percibe‖. Ello ocurre porque la enferma algunas veces va
más lejos y declara entonces oír voces siempre por el mismo oído. Ahora bien, ello
seguramente es falso. En efecto, si cambiamos a la enferma de lugar, ésta se ve obligada en
un principio a ubicarse en relación al lugar en el que decidió de antemano que estaban
comúnmente sus interlocutores; no es sino después de un tiempo que puede designar el
oído con el cual los oiría. Este modo de localización me parece excluir en ella todo
fenómeno sensorial. La exteriorización de las voces, que resulta aquí de una interpretación
sobreañadida, es muy diferente de la exteriorización con carácter sensorial de la verdadera
alucinación.
Existen aún otras constataciones que pueden ayudar indirectamente para el
diagnóstico.
La prolijidad de las voces está más bien a favor de la pseudoalucinación; en cambio,
las interpelaciones, las frases muy cortas, aunque fuesen reiteradas, son más bien el hecho
de la verdadera alucinación.
Podría ser útil observar el carácter anormal de la localización, fuera del campo
sensorial. Por ejemplo, si un sujeto dice ver personajes imaginarios detrás de sí no se trataría
de una alucinación visual, sino como mucho de una pseudoalucinación.
Es bueno tener en cuenta también el delirio concomitante. Ciertas ideas de
persecución banal se asocian generalmente con la verdadera alucinación verbal auditiva. El
enfermo cree que lo persiguen, lo insultan, lo calumnian, que está expuesto a los celos, que
lo amenazan respecto de sus intereses o su vida.
Las pseudoalucinaciones traen consigo ideas particulares, de influencia directa, es
decir, sin intermediario sensorial. El enfermo habla de posesión, de hechizo, de espiritismo,
de telepatía, de magnetismo, de sugestión; todas éstas expresiones que traducen la idea de
una influencia sobre sus pensamientos, su voluntad, de una suerte de influencia donde
encontramos los caracteres de espontaneidad, incoercibilidad que hemos reconocido en las
pseudoalucinaciones verbales y el sentimiento de automatismo, de dominación que los
acompaña.
Ustedes ya saben, señores, que un fenómeno psicológico nunca debe ser estudiado
en forma aislada, independientemente del conjunto del cual forma parte. Es por ello que
deben buscar en sus enfermos la existencia o la ausencia del síndrome que los antiguos
maestros de la Psiquiatría francesa llamaban el estado alucinatorio. Este es un estado en el que
se encuentran al mismo tiempo lo que Moreau de Tours llamaba la excitación y la
disociación, hoy diríamos el automatismo y la confusión. Es el estado característico de las
psicosis tóxicas e infecciosas, de los períodos hipnagógicos, de los delirios oníricos, de los
períodos de excitación emocional aislados o intercurrentes en el transcurso de las psicosis
crónicas. Es un estado eminentemente favorable para la eclosión de las verdaderas
alucinaciones, cuya claridad sensorial le resulta entonces mucho más evidente al enfermo,
puesto que contrasta con la oscuridad o incluso la nada de las percepciones exteriores
reales que, para emplear el lenguaje de Taine, ya no proveen elementos reductores
antagonistas. En ausencia de este estado alucinatorio y en caso de duda, es más razonable
pensar en la pseudoalucinación que en la verdadera alucinación, puesto que la primera es
más frecuente que la segunda.

IV. Señores, acabamos de examinar la opinión de los autores para los que las
alucinaciones psíquicas y en consecuencia las pseudoalucinaciones verbales sólo eran
alucinaciones banales.
Algunos otros los consideran simples interpretaciones. ¿Qué debemos pensar de
esta forma de ver?
En primer lugar, recordemos lo que es la interpretación. La interpretación es un
juicio falso con motivo de un hecho real.
De este modo la pseudoalucinación verbal sólo sería la interpretación errónea de un
hecho psíquico particular, o según la expresión adoptada, o una interpretación endógena
del estado mental.
Es la teoría sostenida por Francotte1, Pattini2, desarrollada también por Stransky3,
Masselon4 respecto de ciertas formas de alucinaciones: teoría que, debemos señalar al
pasar, en cierta forma se inspira de las ideas sostenidas en otra época por J. P. Falret y
sobre todo por Taine.
Creo que esta teoría es posible de serias objeciones.

1 Francotte. Alucinaciones llamadas psíquicas (Bol. De la Soc. De med. De Bélgica, 1898)


2 Pattini. Annali di neurología, fasc. III, 1904.
3 Stransky. Analizado en Soc. méd. Psicol.; febrero 1912.
4 Masselon. La alucinación y sus diversas modalidades (Diario de psicol. Normal y patológica, 1912, n°6)
En primer lugar, la misma parte de un principio falso, que es la asimilación del
juicio de apropiación al yo, de lo que ya les he hablado al inicio de esta conferencia, juicio
muy particular, dado en el acto mismo de la apercepción, (juicio inmediato, dato
inmediato de la conciencia, decíamos), a los juicios sintéticos, de rectificación que
interviene aprés coup para reducir al yo un fenómeno percibido primero como
independiente, ajeno al yo.
Ahora bien, así como es importante distinguir el juicio inmediato de atribución al yo
de los juicios secundarios de rectificación, también debe hacerse una distinción entre el
juicio o el sentimiento de automatismo, este también inmediato, y los juicios
interpretativos que pueden intervenir luego a título de explicación o de justificación.
El hecho de considerar la pseudoalucinación verbal como una simple interpretación
de este género es tomar la parte por el todo, lo accesorio por lo principal, es descuidar el
fenómeno principal que preexiste a esta interpretación y que puede existir sin ella.
Si nos remitimos al análisis de los diferentes elementos constitutivos de la
pseudoalucinación verbal, si intentamos determinar su modo de subordinación recíproca,
nos damos cuenta con facilidad que el elemento primordial, necesario, es la no
coordinación psíquica y el sentimiento de automatismo por el cual ésta se traduce en la
conciencia del enfermo. Este es el elemento que constituye el rasgo particular del fondo
mental en el que nace y se desarrolla la pseudoalucinación. Lo encontramos además en
otros fenómenos psíquicos conexos tales como, por ejemplo, las alucinaciones
aperceptivas de Kahlbaum u otras formas de las autorepresentaciones mentales
aperceptivas de Petit. La hiperendofasia que se asocia a ello, en cierta forma lo único que
hace es canalizarlo en una dirección determinada; esta no es más que una máscara con la
cual se reviste para tomar la forma de la pseudoalucinación verbal.
Desde ese momento, sería inexacto decir que ésta es una palabra interior viva más
que un trastorno del juicio que se opone a su reducción al yo. No es más que la fórmula
hiperendofásica de un fenómeno primitivo de no coordinación psíquica, de un sentimiento
de automatismo más general.
Y ello basta: el resto está de más. La clínica nos da casos muy claros de
pseudoalucinaciones verbales que se limitan a ello y si el tiempo me lo permitiese, podría
darles un muy buen ejemplo. Si, en otras, se suman interpretaciones, éstas sólo son juicios
secundarios, ya sean explicativos y resultantes de un análisis introspectivo más o menos
exacto del fenómeno en sí, o bien justificativos, es decir, relativos a su existencia, a sus
causas, a su origen, a su finalidad. Podemos darnos cuenta de ello remitiéndonos a los
casos en los que vemos que las interpretaciones de influencia, de telepatía, desaparecen al
mismo tiempo que las pseudoalucinaciones verbales que le servían de sostén y que sólo
son rectificadas siendo en sí siempre idénticas, persisten. Es decir, que en el momento en
que ellas se manifiestan, aún son consideradas como ajenas al yo, son reducidas sólo en
forma secundaria, luego de un esfuerzo de reflexión. Recientemente he reunido una
observación que lo demuestra.
Creo que la siguiente es otra de las causas de la confusión que hacen de la
alucinación psíquica una simple interpretación. Quizás los defensores de esta opinión no
le presten atención a las actitudes mentales particulares que pueden instalarse, a la manera
de estereotipos, debido a fenómenos especiales que primero las han dictado, pero que ya
no necesitan reproducirse cada vez para provocarlas.
Señores, esta es una noción que deben siempre tener presente en la apreciación de
cualquier estado mental; en psicopatología es tan frecuente e importante que podríamos
casi decir que corresponde a una ley.
En un trabajo reciente sobre la Evolución de las alucinaciones, Barat y yo hemos
llamado la atención sobre los casos en los que parece que la alucinación verbal auditiva,
muy clara al comienzo, pudiendo aún reproducirse cada tanto, desarrolla y mantiene un
hábito mental especial, verdadero estereotipo de pensamiento y de lenguaje que se expresa
bajo la misma fórmula que la alucinación.1 En la clínica psiquiátrica existen además otros
ejemplos de hechos análogos, en particular los de enfermos que basan todo un delirio
especial en algunas ilusiones de déjà vu. Ahora bien, a pesar de su fórmula invariable de
déjà vu, este delirio no contiene ninguna nueva impresión de este género. Arnauld presentó
un ejemplo de ello.
¡Y bien! Señores, lo mismo existe respecto de la pseudoalucinación verbal. Muchas
veces podrán ver que algunas interpretaciones de influencia, de transmisión de
pensamientos, en un primer momento justificativas de pseudoalucinaciones verbales
subyacentes y primitivas se reproducen luego espontáneamente y se multiplican sin ellas.
Baillarger pensaba que ―es difícil admitir alucinaciones psicosensoriales en alienados
que consienten en hacerles preguntas, en presencia de uno y habiendo sido invitados, a
sus supuestos interlocutores, de quienes además reciban respuestas‖.
Yo estoy de acuerdo; agregaré incluso que también me parece difícil admitir en ellos
alucinaciones psíquicas.
Los enfermos que pretenden poder mantener y provocar voluntariamente
conversaciones con sus voces, me parecen sobre todo ejemplos de las actitudes mentales
particulares, debidas a fenómenos alucinatorios o pseudoalucinatorios que han podido
desaparecer o disminuir de intensidad y de frecuencia, pero que han orientado en un
cierto sentido y de un modo durable todas las interpretaciones del sujeto.

V. Respecto de la diferenciación de las pseudoalucinaciones verbales, hubiera deseado,


señores, analizar con ustedes las alucinaciones verbales motrices o kinestésicas, las
alucinaciones aperceptivas de Kahlbaum de las que ya he hablado, las ideas
autóctonas de Wernicke, las pseudoalucinaciones de Hagen, muy diferentes de las
que acabamos de estudiar y que me parecen más bien corresponder a las
―alucinaciones de la memoria‖ de otros autores.
Asimismo, me habría gustado hablarles de ese fenómeno bastante complejo y muy
curioso de las ―voces epigástricas‖ que toca a menudo tan de cerca a la alucinación
psíquica, pero ello nos llevaría demasiado lejos. El tiempo nos apura; debemos saber
limitarnos.
Tan sólo les diré entonces algo acerca de la frecuencia y de la semiología de la
pseudoalucinación verbal.
A pesar de que en los libros clásicos normalmente se acostumbre consagrarle unas
pocas líneas, la alucinación psíquica, en particular bajo la forma de pseudoalucinación
verbal, es un fenómeno de una frecuencia muy grande, principalmente en las formas
crónicas de la alienación mental: a tal punto que en un casi hay que pensar en ella más que
en la verdadera alucinación auditiva.
Esta particularidad le había llamado tanto la atención a Baillarger que insistió varias
veces sobre ello. ―Si en la locura crónica sólo tenemos en cuenta, dice, las falsas
percepciones auditivas, a menudo consideraremos el fenómeno como puramente
psíquico‖. Y en otra parte: ―Es necesario distinguir las verdaderas alucinaciones, ligadas a
un estado más agudo, de las falsas alucinaciones del estado crónico. Las falsas
alucinaciones entran en gran proporción‖.
Las observaciones de Baillarger eran muy atinadas, pero las mismas pasaron un
tanto desapercibidas. Sólo aquellos que pudieron sacar provecho de ellas fueron los que
comenzaron a admitir la existencia de las alucinaciones psíquicas y a diagnosticarlas.

1J. Séglas y L. Barat. Notas sobre la evolución de las alucinaciones (Diario de psicol. Norm. Y patol., julio-
agosto 1913)
Algunos estudios más recientes confirmaron la opinión primera de Baillarger. En lo
que concierte sobre todo a las pseudoalucinaciones verbales, Lugaro ha podido escribir en
1903:
―En los estados crónicos, en los enfermos crónicos con delirios de persecución
variados y complejos, considerados en general como muy alucinados, las alucinaciones
son mucho más raras de lo que se cree. La pseudoalucinación, especialmente en su forma
más común, verbal auditiva, predomina seguramente por su frecuencia sobre las
verdaderas alucinaciones visuales y auditivas‖.
Señores, yo apruebo esta manera de ver. De todos modos, me apresuro a agregar
que si la alucinación psíquica es frecuente en las formas crónicas de la locura, no debemos
sin embargo considerarla como poseedora en sí de una significación de cronicidad fatal.
La misma se encuentra, en efecto, a título episódico, en ciertas formas curables tales
como la melancolía, las obsesiones (P. Janet1, Meuriot2), los delirios psicasténicos
transitorios (Mignard3, Séglas y Barat4).
Frente a estos casos, se ubican aquellos mucho más numerosos en los que la
alucinación psíquica, bajo sus formas diversas, constituye uno de los elementos
principales de los delirios sistematizados crónicos, de entrada o luego de remisiones,
pertenecientes al grupo de los delirios llamados paranoicos, y cuya fórmula monótona es
la de la influencia directa (sin intermediario sensorial), de la dominación, de la posesión.
El estudio de las diferentes formas mórbidas muestra claramente el terreno psíquico
en el que nace y se desarrolla la pseudoalucinación.
P. Janet ha estudiado, en el obsesivo psicoasténico, la insuficiencia de la síntesis psíquica
y la existencia de los sentimientos intelectuales variados, para él verdaderos estigmas de la
enfermedad y entre los que figuran los sentimientos de automatismo y dominación.
En los delirantes paranoicos, Bleuler ha evidenciado ciertos rasgos fundamentales
que señalan un estado de dislocación psíquica particular que él llama Esquizofrenia y
algunos de estos rasgos son análogos a los estigmas llamados psicoasténicos de Janet.
En estos enfermos, con frecuencia delirantes bajo la fórmula de la idea de
influencia, el automatismo psíquico tiene diversos destinos. Este se sistematiza a medida
que se acentúa y realiza de este modo una especie de desdoblamiento muy particular que
se manifiesta al máximo en las formas que he intentado aislar y describir bajo el nombre
de delirio de posesión, o por el contrario, la no coordinación psíquica se acentúa cada vez
más; resulta pues interesante, desde nuestro punto de vista particular, seguir sus progresos
en el campo de la función del lenguaje.
Vemos entonces que la alucinación psíquica, primitiva o debida a verdaderas
alucinaciones verbales, desemboca por procesos que he señalado con Barat, en un nuevo
síntoma, el Monólogo que, debido incluso a sus caracteres de automatismo motor, implica
un alcance más grave, un grado más profundo de insuficiencia de la síntesis psíquica.
Con el monólogo, pronto llegamos a un síntoma muy curioso, estudiado en su tesis
por mi recordado alumno el doctor L. Cotard, el Psitacismo: Lenguaje desprovisto de
significación expresa y clara, marcando de este modo como el divorcio del lenguaje y el
pensamiento.
Progresivamente, a través de los estereotipos verbales, los neologismos…
llegaremos al último término de la serie que representa la Ensalada de palabras
(Wortsalat).

1 P. Janet. Las obsesiones y la psicoastenia. F. Alcan, 1903.


2 Meuriot. Alucinaciones de los obsesivos (pseudoalucinaciones). Tesis de París, 1903
3 Mignard. Soc. méd. Psicol., 24 de febrero de 1913
4 J. Séglas y L. Barat. Un caso de delirio de inflencia (Anal. Méd.-psicol., agosto-septiembre 1913)
Ya ven, señores, todos los síntomas no son más que los símbolos y las etapas de un
mismo proceso del que nuestra pseudoalucinación verbal sólo habrá representado uno de
los primeros momentos.
Creo que estas diversas consideraciones podrán ayudarles a comprender mejor la
naturaleza y la significación del síntoma del que tuve el honor de hablarles hoy
Jacques Lacan
Aportes del psicoanálisis a la Semiología Psiquiátrica - 1970
[“Intervención en el Servicio del Dr. Daumezon”]

En el marco de la preparación de su Informe para el Congreso de Neurología y de


Psiquiatría de Milan en 1970 sobre el tema: «Aportes del psicoanálisis a la Semiología
Psiquiátrica », Georges Daumézon había invitado a diversos especialistas para que le dieran
parte de sus observaciones sobre el tema. Jacques Lacan convidado una tarde al anfiteatro
Magnan del hospital Henri-Rousselle en París hizo una intervención; el registro de mala
calidad no permitió reconstituir todo. Reproducimos más abajo una versión
mecanografiada (probablemente la estenotipia) depositada en la Biblioteca de la Escuela
lacaniana de psicoanálisis, bajo el título: « Aportes del psicoanálisis a la psiquiatría ». Otra
versión, sensiblemente diferente en ciertos puntos ha sido propuesta por el Boletín de la
Asociación freudiana n ° 21 en enero de 1987.

Daumézon- leíste el texto de Melman.


Lacan-Leí el conjunto de las cosas y evidentemente quede contento con el texto
de Melman más que con los otros… Partamos a pesar de todo de lo que es el objeto, es
decir el aporte del psicoanálisis a la semiología psiquiátrica.
Es evidente que es una cuestión que no puede serme indiferente, entonces cuando
pensé en eso, pensé forzosamente como siempre, no podemos salir de su presente. Es
decir que es a partir del punto donde digo ciertas cosas ahora que voy a tratar de
puntualizar algo.
Como a pesar de todo, puesto que hablo en presente, me considero Psicoanalista,
me pregunté lo que había aportado a la semiología psiquiátrica, entonces esto no es muy
complicado como punto de partida. Es completamente claro por ejemplo que aporté algo a
la semiología psiquiátrica, que incluso llamé por un nombre que había hecho una especie de
escándalo en la época cuando saqué la paranoia de autocastigo [auto-punición] es decir « el
caso Aimée», mi tesis, el compañero Cellier… No sé si sabes lo que eso fue… Nadie aquí
naturalmente sospecha más lo que eso fue… Cellier es un humo… Cellier fue una cosa
loca esa historia de autocastigo.
Lo que me impresiono es que reúne la estructura en suma que articulé en ese
momento como podía, de un caso que había seguido muy cuidadosamente. En verdad, no
veo una montaña, ni nada que me separe de la manera en la que procedí en aquella época.
Mi paciente, a la que llamé Aimée, era verdaderamente muy conmovedora. La manera en la
que procedí con ella y lo que enseño ahora, absolutamente no veo ninguna especie de
diferencia. Todo lo que articulo en mi tesis como semiología tiene algo que voy a tratar de
decir ahora y que tiene una cierta relación con lo que hace la suma de esta observación, es
decir lo que me hizo llamarla el autocastigo; una cierta relación con un punto que
llamaremos « el punto de acto », que tiene muy ahí dentro una función ya que es
completamente claro que todo eso que es en esta paciente, construcción, delirio,
manifestaciones propiamente hablando psicóticas, cayó neto con ese punto de terminación
que es algo específico y distinto de esto que es realizable, si se puede decir, en otras
psicosis. Es raro que se observe esta manifestación, este fenómeno singular, ver el delirio
depurarse como esto, absolutamente radicalmente. Es muy raro por una razón que se
puede <algunas palabras faltan> fue propiamente hablando del orden de lo imposible,
mientras que en un caso así digamos particular, para no hablar de simplicidad, en este caso
resultaba que era posible.
Es muy evidente que describiendo las cosas así a propósito de mi paciente de esa
época, no tenía las categorías que tengo ahora, no tenía ninguna idea del objeto en ese
momento. Pero es completamente sorprendente que cuando hice este trabajo que salió en
1932, tenía entonces 30 años, procedí con un método que no es sensiblemente distinto de
lo que hice después. Si se relee mi tesis, vemos esta especie de atención dada a eso que fue
el trabajo, el discurso de la paciente, la atención que le presté es algo que no se distingue de
lo que pude hacer después.
Tomamos las cosas completamente por otro lado (improviso, pensaba que esta
tarde habría muchos personas que hablarían antes de mí; los esperaba un poco bajo el
olmo. Trato de desenredarme. Hay una cosa que me parece también bastante sorprendente,
que voy a tratar de expresar como eso me salga. Hago en el Servicio de Daumézon cada
viernes una presentación de enfermos y voy en seguida a decir lo que me impacta ahí
dentro. Me parece que en mis presentaciones del viernes, hay una aportación del
Psicoanálisis a la semiología psiquiátrica, (los que están allí y los que me siguen desde hace
años, les pido decir si lo que voy a exponer les parece a ellos pertinente) y voy a decirte
cómo esto se presento para mí. Hay a pesar de todo unos rastros escritos por ejemplo en lo
que se llama « de una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis », se
hace expresamente referencia a un paciente, si mi memoria es buena, que había visto en
una de estas presentaciones, es el caso « vengo del fiambrero, la cochina, etc. » que sirve en
cierto modo de introducción a eso que di aquel año del análisis del caso Schreber y lo
relaciono con un caso que ha sido visto por un cierto número de personas que eran en ese
momento de mi circulo y qué doy como ejemplo de un cierto modo de tomar la
interpretación, de aprehenderla.
Lo que se desprendió de estas presentaciones que son unas presentaciones caracterizadas
por el hecho el que es en calidad de Psicoanalista que soy allí, invitado por Daumézon, en
su servicio y que es <de> mi posición actual de Psicoanalista que obro en mi examen. Este
examen comporta toda suerte de limitaciones, de dificultades ligadas a una cierta amplitud,
un cierto estilo de la asistencia, quiero decir de aquellos que vienen, las cosas no se vuelven
fáciles al tener allí ciento veinte personas cuando se trata de pacientes como pasa cada vez
más frecuentemente que <presentan> una cierta cara de vida pública que es
completamente delicado presentar delante de ciento veinte alumnos y no sabemos si no hay
entre ellos alguien de su familia … Es secundario con relación a aquello que es el núcleo de
donde voy a volver a comenzar. El núcleo consiste en eso: Recibo muy regularmente, los
comentarios, lo que oyeron, de gente que está allí en calidad de asistentes mucho más
próximos que este público vasto de quien acabo de hablar, gente que, llamémosles así para
tomarles cuidadosamente bien como tal, han sido analizados por mí. A títulos diversos,
conservo con ellos relaciones porque hacen parte por ejemplo de la Escuela Freudiana de
París o porque vienen a verme para el trabajo en común. Las observaciones que me hacen
después, siempre son extremadamente ricas desde el punto de vista de la semiología.
Quiero decir por ahí que hay términos del paciente, que yo lo interrogo de un cierto modo,
la manera en la que el paciente responde y lo que hace en suma el interés de la presentación
en cuestión. Esto tiene siempre un carácter bastante brillante y bastante completo, es un
caso, la novela de una vida, pero no es esto en lo que consiste lo prominente de la
presentación psiquiátrica. Hay una cosa que me impacta, después de un cierto tiempo de
experiencia, es que lo que me es representado por la gente a la que acabo de tomar
cuidadosamente diciendo que eran muy especialmente gente analizada por mí quienes
estaban allí, es el que en lo que me representan luego como adición, algunas veces crítica
también, sobre lo que creí que yo podía dar como conclusión, lo que observaron es
propiamente hablando una dimensión semiológica original en el sentido que es
completamente del mismo orden que tal o cual rasgo que pude aislar y que merecería tomar
su lugar en la semiología psiquiátrica en mi tesis sobre el caso « Aimée ». Del mismo modo
para tomar el caso de la última paciente que vi el último viernes, la persona que me lleva a
mi casa regularmente en auto, había observado ciertos rasgos en las respuestas de la
enferma, una cierta manera en esa paciente de conjugar el sí y el no, de conjugar la a y la é.
Es decir que yendo a un tal momento de un cierto reencuentro, que él había tenido, la
impresión que él había tenido del caso era que ella mentía, que constituía una especie de
factor común semiológico por el tipo incluso de respuestas que ella había aportado a lo que
yo decía, es de una naturaleza que sugiere algo que expresaría así: si un cierto tipo de
interrogatorio, cierto tipo de relación con el enfermo pudiese especificar una cierta posición
que es adquirida la, esencial al Psicoanalista, hay una cierta manera de interrogar al
<paciente> <algunas palabras faltan> semiología psiquiátrica, es una cosa que requiere la
colaboración, la asistencia de alguien que esté digamos del mismo modo « en la jugada» que
el Psicoanalista cuando es él quien allí, lleva el juego.
Podemos, en consecuencia de esto, plantear toda suerte de cuestiones: ¿vale más o
no vale más que la tercera persona sea ya él mismo ya formado en la semiología
psiquiátrica? Pienso que esto toma tanto valor que la persona <que me acompaña> no es
un ignorante en absoluto de la semiología psiquiátrica. Esto sugiere una cierta forma de
recolección de los informes, de los procesos verbales que pueden producirse en un tal
modo de abordaje que no tiene nada de artificial. En resumidas cuentas, no hay objeción a
que sea alguien del tipo del Psicoanalista que haga el examen de casos típicos, de casos
normales, en un centro como este. Es decir, puesto que estamos en Henri Rousselle, que
son esas gentes quienes vienen para pedirme auxilio. Qué la gente venga para resguardarse
allí, como justamente lo subrayaba a propósito de este caso, no prueba que ellos sean unos
incapacitados o enfermos mentales.
Para decantar lo que es propiamente hablando síntoma, creo que esta
combinación de un cierto modo de abordaje y con un cierto modo con la presencia de un
personaje tercero que está ahí, que justamente escucha en la medida en que aparece más
especialmente en él lo que está ligado a la persona que interroga por el hecho de esta
experiencia común del análisis, podría ser, me parece, la ocasión de un tipo de recolección
de un montón de cosas que son propiamente del orden del registro y que entran en el caso
de lo que definiría como síntomas.
Parto de ahí y puedo expresarme de una manera tan directa debido a ese título
«Aporte del Psicoanálisis a la semiología psiquiátrica ». Porque en resumidas cuentas, quizás
este término de semiología toma un acento completamente especial en lo que es del
registro psiquiátrico, no hay que poner sin embargo en la sombra, el hecho que la
semiología psiquiátrica es algo que es muy especialmente interrogado en nuestra época, esta
especie de giro histórico que vivimos. La semiología psiquiátrica, de lo que tiene <palabra
faltante>, todo lo que es del movimiento que se llama estructuralismo esta ligado sin
embargo profundamente a una puesta en cuestión de lo que tiene que ver allí con de la
semiología psiquiátrica. No podemos poner en la sombra el hecho de que a consecuencia
de los trabajos de alguien como Miguel Foucault toda la cuestión del estatuto que está dado
en el equilibrio social tomado en su conjunto en eso que sobresalía propiamente hablando
de semiología en la Psiquiatría es una cosa que <algunas palabras faltan>.

Sociedad de lo que conviene o no registrar como del orden psiquiátrico es decir que
necesitando la intervención del médico como tal tanto que es que eso deba ser algo que
tuviera su estatuto.
Allí de nuevo hay que saber que un cierto registro teórico puede tomar toda su
función. Pero es necesario saber lo que quiere decir síntoma propiamente hablando en este
campo, que es el campo psiquiátrico. Es allí donde el aporte del Psicoanálisis subvierte.
¿Acaso el aporte del Psicoanálisis es de una naturaleza que cambia profundamente el
sentido del término semiología? Cuando se trata del sentido de este término en Medicina,
es decir semiología de lo que desde hace tiempo da su sentido a la palabra síntoma, entidad
mórbida. ¿Acaso la palabra síntoma tiene incluso el mismo sentido cuando se trata del
síntoma de una neumonía o del síntoma psiquiátrico?
Es una cuestión para la cual no esperé en absoluto la época presente para haberme
dado cuenta de toda la importancia de ese modo de plantear la cuestión. En mis primeros
pasos en psicoanálisis, al tiempo cuando fui invitado por mi viejo compañero L. a ir al
Servicio Ab, para llevar mis luces psicoanalíticas, totalmente nuevas en la época, había
acentuado mucho ya, la distancia entre el uso del término síntoma en el registro
propiamente psicoanalítico con relación a lo que sin embargo relacionaba la semiología
psiquiátrica al conjunto de la semiología médica. Articulaba eso en ese momento como
podía, comenzaba solamente a balbucear las cosas; el término de sentido, si trato de evocar
lo que trataba de articular en ese momento, lo que era allí el sentido propiamente hablando,
ya mostraba la afinidad lingüística de la cosa que acentuaba. Es muy evidente que después
hice bastantes progresos en la elaboración teórica de estas cosas para que se pueda un poco
más despegar aún más el valor, la función del término síntoma en el conjunto de la
perspectiva médica y lo que tiene que ver allí con la Psiquiatría. Es verdad que el acento
que pone alguien como Foucault, no en lo que escribió sobre la locura, sino en El
Nacimiento de la Clínica, sobre la función y que es importante porque históricamente esto
se distingue de toda una entretela del modo de examen en función de la mirada, de un
cierto momento que corresponde más o menos al fin del siglo XVIII y al nacimiento de la
anatomo- patología en la definición muy general del síntoma clínico donde es
extremadamente importante …
<falta un largo fragmento>
Podemos lamentar lo que fue en el curso de los años oído, escuchado, recogido de
ese modo, no hubiera sido objeto de una explotación sistemática. En un cierto momento,
Lemoine tomaba notas, sobre todo lo que se contaba en estas presentaciones. Sugiero eso,
testimonio de eso como una experiencia que no sería imposible sistematizar, incluso
aunque no sea yo quien deba ser allí más tarde el punto pivote. No veo por qué no se
instauraría esto como un cierto método de exploración y de interés por estas cosas. Pienso
que está profundamente motivado en la estructura para que eso pueda tener ese relieve que
en resumidas cuentas es aquel que podría inscribir el beneficio semiológico de la cosa no
siendo incluso forzosamente idéntico a aquel que conduce el examen pero que no puede
conducirlo de otro modo porque está él mismo en una cierta posición que es aquella del
Psicoanalista.
Así como ustedes lo ven es complejo porque no es el Psicoanalista del paciente el
que examina, sino el Psicoanalista del tercero que tiene que registrar allí el resultado del
examen. Doy allí como testimonio crudo, masivo de mi experiencia, esta especie de
beneficio que yo mismo registro y que debería ser explotado muy sistemáticamente. Es algo
que de todas maneras tiene su valor y en todo se ofrece a la crítica.
Hay allí una gente que a diversos títulos saben cómo presento a enfermos.
Quisiera que se les cediera la palabra para plantear preguntas. Pero insisto en el hecho de
que lo que añade la persona que oyó es algo que me ha parecido muy rico en una especie de
posibilidad, de inscripción, de cristalización del orden de la cosa que sería propiamente
hablando semiológica. En Scilicet hay un cierto número de consideraciones sobre lo que
tiene que ver allí con relaciones del significante y del signo, es decir sobre una cierta manera
de triangular eso, algo que estaba en mi pensamiento cuanto le dije antes a Daumézon que
eso podría tener una relación con lo que estamos diciendo: de lo que tiene que ver allí el
aporte del Psicoanálisis a la Semiología psiquiátrica es que quizás ella da al término mismo
de signo un sentido articulado de una manera estrictamente diferente de lo que se cree que
es el signo en semiología general. Una vez que se ha introducido aquella dimensión nos
damos cuenta que eso se vuelve otra cosa, que verdaderamente es de su naturaleza que
cambia completamente el abordaje del complejo mórbido cuando se trata de algo donde la
aportación psicoanalítica se introduce.
Dr. Castets- Se trata siempre para nosotros psiquiatras de decir: «Este señor o esta dama
está loco o loca ». Que buscamos a través de nuestra semiología, una cierta desarticulación
del discurso que puede traducirse en términos de palabras o en términos de
comportamiento. Este discurso escapa a las normas comúnes, no entra en el marco de lo
que se puede oír y es por eso que un P.H.C. nos cuenta un cierto número de historias muy
interesantes en ellas mismas pero que captamos como no coherentes con nuestro discurso
común.
Lacan- Absolutamente no veo en que un P.H.C. no es coherente con un discurso común.
El oye cosas que usted no oye porque usted no oye. Si hay alguien que se exprese según el
discurso común es precisamente un P.H.C.
Castets- Se debe limitar el discurso a esta cierta palabra o debe tenerse por bueno y
admitido « que el radar de Moscú me dice poner una bomba en el anfiteatro Magnan este
día a las 11h 30 ». ¿ En qué debo pensar?
Lacan- Hoy en día, no es disparatado. En cuanto al P.H.C. lo que conviene captar al título
que puede tener para nuestra atención lo que se llama la semiología psiquiátrica es el punto
donde estamos justamente en cuanto a lo que es hablando con propiedad la alucinación.
Estamos allí siempre al nivel del balbuceo.
< No sabemos> lo que es hablando con propiedad una alucinación, no se trata de
una alucinación causada por no sé cuál pequeño cosquilleo en alguna parte. Cada uno sabe
que una lesión da una alucinosis, pero lo que es una alucinación, a saber su P.H.C. no
somos capaces en el estado actual de las cosas de decirlo fenomenológicamente. No somos
incluso capaces de decir si verdaderamente oye algo.

Castets- Es decir que nos referimos a una cierta creencia del enfermo que dice oir decir
que…
Lacan- Nos referimos a nada en absoluto porque le desafío a decir si el enfermo cree en
eso o no.
Castets- Nos dice que cree. No sé sobre eso más.
Lacan- no justamente incluso él no dice incluso que cree. No somos capaces de saber en lo
que él dice
eso que él cree.
Castets- Un joven obrero portugués que entrado en mi servicio después de haber roto las
narices a toda su familia, en un estado de agitación muy viva. El día siguiente un poco
calmado explicó a mi Interno que una persona muerta hace siete años le hablaba y que esta
persona le había dicho aquella tarde de romper las narices a todo el mundo. ¿Qué debemos
creer?
Lacan- La semiología psiquiátrica no se orienta con arreglo a lo que nos va o no nos va.
Esto no es en el sentido que esto discuerda o no discuerda de nuestra experiencia común
que las cosas pueden correctamente separarse. En otros términos, usted mismo acaba de
manifestar, usted acaba hace un momento de poder hablarme de un cierto tipo de
alucinaciones inmediatamente después de haberme hablado del P.H.C. a propósito del cual
le hice mis observaciones, a saber que no tenemos los buenos sesgos para diferenciarlas,
para separarlas de otras alucinaciones. Es completamente inapropiado de arropar eso con el
mismo manto de la alucinación, so pretexto que estos tipos que reciben mensajes, de los
cuales no tenemos ninguna especie de idea, es el hecho de que todo eso pueda tener ese
término común de alucinación y que no podemos librarnos de eso que muestra la
insuficiencia del examen mismo, puesto que el examen debería separar eso de lo cual se
trata. Le haré resaltar, puesto que usted escogió antes el P.H.C. que lo que tiene que ver allí
con su definición semiológica es completamente insuficiente y como se lo hice ver, no
sabemos absolutamente bajo cual forma incluso fenomenológicamente es aprehendido.
Mientras que a partir de un cierto tipo de examen, un cierto tipo de intercambios, de
interrogación y de réplica con el paciente, ciertas cosas pueden aparecer, ciertos relieves,
ciertas dimensiones que son aquellas que anoté antes. Hay un cierto modo de examen en el
cual resalta la relación que hay entre la interjección "cerda" , y el « vengo de casa del
fiambrero» que se presentó entonces como casi auditiva. Es con arreglo a las interjecciones
que no han sido pronunciadas más que a otra oreja completamente desarrollada ha sido
oída. Hay un cierto tipo de enlaces que desde el punto de vista semiológico es más rico sin
embargo que esta noción masiva de la cosa supuestamente auditiva pero sobre la que no se
sabe en resumidas cuentas si es auditiva o auditiva mental, sobre la que nadie sabe, salvo
aquellos mismos que han pasado allí y aun cuando uno paso allí en sí mismos, no somos
capaces sin embargo de darnos cuenta porque estamos en categorías que son
completamente insuficientes para hacer funcionar eso de lo cual se trata. Entonces eso no
tiene nada de indefinible las cosas introducidas por la semiología. Y voy a tratar de le darles
ahora una idea.
Creo, en resumidas cuentas, que los términos en cierto modo algébricos de los que
me sirvo para definir el fantasma de saber una cierta relación del sujeto en tanto que sujeto
que es fundamentalmente de por la naturaleza misma de las funciones significantes, un
sujeto dividido …

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