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Introducción
1. Origen y finalidad de la Iglesia
1.1. La palabra “Iglesia”
1.2. La Iglesia y la Trinidad
1.3. La Iglesia preparada en el Antiguo Testamento
1.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo
1.5. La misión de la Iglesia
2. Naturaleza de la Iglesia
2.1. El misterio de la Iglesia
2.2. Las imágenes de la Iglesia
• Cuerpo místico de Cristo
• Pueblo de Dios
• Templo del Espíritu Santo
2.3. Propiedades esenciales de la Iglesia
• La Iglesia es una
• La Iglesia es santa
• La Iglesia católica
2.4. La Iglesia es apostólica
3. María, madre de Cristo, madre de la Iglesia
3.1. María, Madre de la Iglesia
3.2. María, modelo de la Iglesia
Introducción
El misterio de la Iglesia se fundamenta en el misterio de Dios. El objetivo de nuestra tesis
es mostrar en qué consiste el misterio de la Iglesia. Para ello analizaremos su origen y finalidad, su
naturaleza y la función de la Santísima Virgen en el misterio del Cuerpo místico, que es la Iglesia.
Los primeros cristianos usaron “Iglesia” para designar unas veces a la asamblea
litúrgica, otras a la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres
significaciones son inseparables. La “Iglesia” es el nuevo pueblo que Dios presente en las
comunidades y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística (cf. CCE 752).
• Abrahán: Por su fe incondicional en Yahvé, éste le promete que llegará a ser padre de
un gran pueblo y por él “serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Gn. 12, 3).
H. Fries afirma que la revelación que comienza en Abrahán se describe como
revelación en forma de promesa1.
La ruptura de la Alianza denunciada por los profetas lleva a Israel al fracaso y al exilio.
Ante este fracaso se eleva la voz profética:
• Israel será renovado: Dios hará con él una alianza Nueva (cf. Jr. 31; Ez. 36), definitiva y
eterna, transformando el interior del hombre por la infusión de un espíritu nuevo. Se
habla de una nueva creación (cf. Is. 65, 17), un nuevo éxodo (cf. Is. 40). Habrá un
nuevo culto en un nuevo templo del que manará un agua purificadora (cf. Ez. 47),
preámbulo de lo que Cristo dirá en Jn, 7, 38: “De su seno correrán ríos de agua viva”.
• Israel será universal: al final de los tiempos Dios reunirá en torno a Jerusalén y al
Templo (prefiguraciones de la Iglesia) a todas las naciones (cf. Is. 25, 6). La elección de
Israel no es un privilegio sino una misión para que el Reino de Dios alcance a todas las
naciones. Sin embargo, a partir de la restauración de Esdras y Nehemías el
nacionalismo judío tiende a olvidar esta misión universal.
• Este Reino precisa de una comunidad donde encarnarse: Jesús inicia su ministerio
público y lo primero que hace es llamar a unos discípulos, convocar a una comunidad.
Esta comunidad es una familia constituida por aquellos “que cumplen la voluntad de
Dios” (Mc. 3, 35), “que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 21), es decir,
aquellos que acogen a Jesús, que creen en él (cf. Jn. 5, 24).
• Jesús dota a su comunidad de una estructura: Elige a Doce de entre sus discípulos para
una misión específica. Son llamados para estar con él y para una misión específica.
Desde el principio forman un grupo aparte y reciben una instrucción diferente. Son
llamados para estar con Jesús y para representarle ante los hermanos con su poder y
autoridad (cf. Mc 3, 14). Se presentan en los evangelios más como un colegio que como
individuos. Los Doce son el fundamento del nuevo pueblo escatológico. Entre ellos
Pedro tiene una función primacial conferida por Jesús (cf. Mt. 16, 18-19).
Pero la Iglesia nace principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación,
anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz:
• Desde la confesión de fe de Cesarea (cf. Mc. 8, 27-30; Mt. 16, 13-20 y Lc. 9, 18-21),
todo el Reino se vislumbra como misterio de muerte y resurrección tanto para Jesús
como para sus seguidores. Jesús vincula su muerte a la venida del Reino en plenitud.
• El nacimiento de la Iglesia como fruto del misterio pascual aparece claramente en Jn.
19, 34: del costado abierto de Jesús manan los sacramentos que constituyen la Iglesia.
Los Padres lo interpretarán diciendo que del mismo modo que Eva fue formada del
costado de Adán adormecido, así la Iglesia (esposa) nació del corazón traspasado de
Cristo muerto en la Cruz.
Pero el último y definitivo acto que constituye la Iglesia es la efusión del Espíritu Santo
en Pentecostés:
• El objeto de la Iglesia es extender el Reino a todos los hombres, que el Pueblo de Dios
incluya a toda la humanidad (cf. Mt. 28, 19), “hasta los confines de la tierra” (Hch. 1, 8)
impulsada por el Espíritu.
La Iglesia no se entiende sin Cristo, que la fundó para perpetuar en la historia su misión.
La Iglesia es, por eso, “sacramento universal de salvación” (LG 48), es decir, signo eficaz y
real de la acción redentora de Cristo entre todos los hombres hasta el final de los siglos. La
Iglesia salva, en definitiva, en cuanto que es portadora en plenitud de los poderes y medios de
santificación con que Cristo la dotó.
El fin salvífico de la Iglesia se caracteriza por ser sobrenatural, inalterable, perpetuo y
universal.
2. Naturaleza de la Iglesia
La Iglesia como misterio no es otra cosa que el plan de salvación, escondido durante
toda la eternidad y ahora revelado, por el cual Dios establece a Cristo como centro de la nueva
economía, constituyéndolo por su muerte y resurrección en único principio de salvación.
Concretamente, el misterio, el plan salvífico de Dios, es Cristo (cf. Rm 16,25; Col 1,26-27; 1
Ts 3,16). La Iglesia es la realización efectiva del misterio. La Iglesia es el misterio de Cristo
hecho visible a través de los siglos. Como Cristo es el misterio de Dios hecho visible, así la
Iglesia es el misterio de Cristo hecho visible en los siglos. En este sentido, “misterio” es
equivalente a “sacramento”: Cristo, sacramento de Dios; la Iglesia, sacramento de Cristo.
en él que cada miembro realiza su función propia, y algunos tareas esenciales para el
conjunto;
• Pueblo de Dios4
La Iglesia realiza la imagen que Dios se había formado de su pueblo elegido. Según nos
enseña LG, el Pueblo de Dios presenta las siguientes características:
Se llega a ser miembro de este Pueblo no por el nacimiento físico, sino por el
nacimiento “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3-5), es decir, por la fe en Cristo y el
Bautismo.
3 Cf. Eloy Bueno de la Fuente, Eclesiología, in Sapientia Fidei. Ed. BAC, Madrid 2007, 45-58. 4
Cf. Ibíd., 27-43.
Tesis 21: El Misterio de la Iglesia 7
Este Pueblo tiene por Cabeza a Jesucristo, el Ungido, el Mesías: porque la misma
unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.
Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf.
Jn 13,34). Esta es la ley “nueva” del Espíritu Santo (cf. Rm 8,2; Ga 5,25).
Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Es un germen
muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.
El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo. Lo es sobre
todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando
“se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (LG 12)
y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.
El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su
realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12,32).
Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser
servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Para el cristiano, “servir
es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la
imagen de su Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo de Dios realiza su “dignidad
regia” viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
Dice San León Magno en su Sermón 4,1: “De todos los que han nacido de nuevo en
Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como
sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los
cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y
participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que
gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una
conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?”.
Tesis 21: El Misterio de la Iglesia 8
San Agustín afirma en su Sermón 267,4 “que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es
para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el
Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.
“En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el Don de Dios. Es en ella
donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir el Espíritu Santo, arras de la
incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios. Porque
allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de
Dios, está la Iglesia y toda gracia”.5
• La Iglesia es una
¿Por qué la Iglesia es una?:
Debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de
un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en el Trinidad de personas” (UR 2).
Debido a su fundador: “Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno,
derribando el muro que los separaba […] reconciliando con Dios a ambos en un solo
Cuerpo, por medio de la Cruz” (Ef. 2, 14, 16).
Sin embargo, fuera de los límites de la Iglesia católica existen “muchos elementos
de santificación y de verdad” (LG 8). El Espíritu de Cristo se sirve de las Iglesias y
comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud
de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica. Todos estos
bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a la unidad católica.
• La Iglesia es santa
La santidad es propia y exclusiva de Dios y designa su separación y pureza, su misterio.
Los hombres son santos en la medida en que participan de la santidad de Dios:
Dios llama a Israel a su comunión a través de la Alianza para que sea “una nación
santa” (Ex. 19, 6).
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La Iglesia es santa porque Cristo “se entregó por ella para santificarla, la unión a sí
mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de
Dios” (LG 39), es decir, porque participa de la vida trinitaria. Pablo llama, por eso,
“santos” a los cristianos.
La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él. Pero también ella ha sido hecha, por
Él y en Él, santificadora:
• La Iglesia católica
La raíz última de la catolicidad es el misterio trinitario que pretende ofrecer la plenitud
de la comunión divina a la totalidad de la realidad creada respetándola en sus peculiaridades y
diferencias. Por tanto, la Iglesia es católica en un doble sentido:
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En cuanto Cristo está presente en ella, y por tanto subsiste en ella la plenitud del
Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza con la plenitud de los medios de salvación.
En cuanto ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano.
Cada una de las Iglesias particulares es “católica”:
Una Iglesia particular en una comunidad de fieles cristianos en comunión en la fe y
en los sacramentos con su obispo ordenado en la sucesión apostólica.
Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de
ellas: la Iglesia de Roma que preside en la caridad.
La misión es una exigencia de la catolicidad de la Iglesia:
La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su
origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios
Padre. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la
comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor, pues “Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad” (1 Tim. 2, 4).
• La Iglesia es apostólica
La Iglesia es apostólica en un triple sentido:
Porque fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los apóstoles” (Ef. 2,
20).
Porque guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza de los apóstoles.
Porque sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta
de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de
los obispos (a quienes asisten los presbíteros) presididos por el sucesor de Pedro.
Jesucristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt. 18,
20). Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como “ministros de
una nueva alianza” (2 Co 3,6), “ministros de Dios” (2 Co 6,4), “embajadores de Cristo” (2 Co
5,20), “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1). Esta misión
divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el
Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los
apóstoles se preocuparon de establecer sucesores jerárquicamente organizados (cf. LG 20).
“Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los apóstoles
obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en
todo el mundo” (Ibíd.).
Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los
miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío.
Es un hecho conocido que el Concilio Vaticano II quiso incluir a María, Madre de Dios,
en la constitución Lumen gentium, sobre la Iglesia (cf. 52-69). El misterio de la Iglesia no es
una abstracción conceptual, sino la fuente de la vida espiritual del cristiano. La Iglesia es madre
del cristiano, porque lo engendra a la vida de gracia por la palabra y el bautismo (cfr. LG 64) y
también es virgen, porque mantiene pura e íntegra su fe y su fidelidad al esposo. Entonces,
¿cómo no comparar la función de la Iglesia con la de María, que se consagró por la obediencia
y la fe a la voluntad de su Hijo?
9 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. Ed. Asociación de Editores del Catecismo (1995), nn. 963-972.
Tesis 21: El Misterio de la Iglesia 13
es la Iglesia. María, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles, es decir,
la Iglesia. María es nuestra Madre por ser Madre de Cristo. Siendo Madre de Cristo es Madre
de sus miembros, de los que están incorporados a él por la gracia.
La Iglesia camina con María porque ve en ella su mejor modelo, modelo de virginidad y
fidelidad a Dios. Cuando la Iglesia siente la tentación de ceder a la moda y a los deseos del
mundo, tiene en María la fuerza y el ejemplo para su fidelidad y para amar entrañablemente a
los hombres.
La misma fe eucarística tiene en María una analogía adecuada, Ella fue el primer
sagrario de Cristo en este mundo. Hay así una especial vinculación entre la fe en María y la fe
en la Eucaristía: la encarnación que tomó cuerpo en María, sigue en la Eucaristía.