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Tesis 21: El Misterio de la Iglesia 1

TESIS 21: EL MISTERIO DE LA IGLESIA

Esquema sintético de la tesis

Introducción
1. Origen y finalidad de la Iglesia
1.1. La palabra “Iglesia”
1.2. La Iglesia y la Trinidad
1.3. La Iglesia preparada en el Antiguo Testamento
1.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo
1.5. La misión de la Iglesia
2. Naturaleza de la Iglesia
2.1. El misterio de la Iglesia
2.2. Las imágenes de la Iglesia
• Cuerpo místico de Cristo
• Pueblo de Dios
• Templo del Espíritu Santo
2.3. Propiedades esenciales de la Iglesia
• La Iglesia es una
• La Iglesia es santa
• La Iglesia católica
2.4. La Iglesia es apostólica
3. María, madre de Cristo, madre de la Iglesia
3.1. María, Madre de la Iglesia
3.2. María, modelo de la Iglesia

Introducción
El misterio de la Iglesia se fundamenta en el misterio de Dios. El objetivo de nuestra tesis
es mostrar en qué consiste el misterio de la Iglesia. Para ello analizaremos su origen y finalidad, su
naturaleza y la función de la Santísima Virgen en el misterio del Cuerpo místico, que es la Iglesia.

1. Origen y finalidad de la Iglesia


La Iglesia es una realidad presente ante nosotros en el mundo de hoy. Las preguntas se
multiplican: ¿de dónde proviene?, ¿cómo surgió?, ¿para qué?, ¿qué dice de sí misma respecto
de estos aspectos fundamentales?
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1.1. La palabra “Iglesia”


Etimológicamente, “Iglesia” es un término proveniente del griego (ekklesia), que a su
vez traduce la palabra hebrea “qahal”, y significa tanto “asamblea convocada” como
“asamblea reunida”.

El vocablo se emplea en el Antiguo Testamento para señalar a Israel como “comunidad


santa” (Dt 23,1-3) y como “pueblo de Dios” (Ex 19), reunido para el culto y alabanza a Yahvé
(cf. Dt 4,10).

El Nuevo Testamento recoge el doble significado originario de “Iglesia”: convocatoria


y congregación, y da al término su sentido definitivo, que identifica a la nueva comunidad de
los santos, al nuevo pueblo de Dios redimido por Cristo, a la asamblea constituida por los que
atienden la perenne llamada universal de Dios a su reino y a su gloria (cf. 1 Ts 2,12).

Los primeros cristianos usaron “Iglesia” para designar unas veces a la asamblea
litúrgica, otras a la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres
significaciones son inseparables. La “Iglesia” es el nuevo pueblo que Dios presente en las
comunidades y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística (cf. CCE 752).

1.2. La Iglesia y la Trinidad


La Iglesia procede de la Trinidad, en cuanto que ha nacido del amor del Padre eterno,
ha sido fundada en el tiempo por el Hijo y es vivificada continuamente por el Espíritu para
extender su comunión a los hombres. Ecclesia de Trinitate no expresa sólo el origen de la
Iglesia a partir de la Trinidad, sino que indica también la continua participación de la Iglesia en
el misterio y la vida de la Trinidad. La Iglesia es icono de la Trinidad en el sentido que es una
imagen que participa en la vida trinitaria que de ella vive. Por ello la unidad de las personas
divinas es para la Iglesia el origen, el modelo y el fin de su existencia. La Iglesia vive de la
Trinidad y en la Trinidad.

1.3. La Iglesia preparada en el Antiguo Testamento


Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la reunión del pueblo de Dios comienza en
el instante en que el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres
entre sí (cf. Gn 3). Tras la ruptura, Dios promete la salvación. Las páginas precedentes al
diluvio presentan el avance del pecado, pero Dios mantiene su promesa de salvación en Noé: el
instrumento de salvación y fidelidad es el Arca, que es una imagen remota de la Iglesia.

El episodio de la torre de Babel (cf. Gn 11) pone de relieve cómo la autosuficiencia de


los hombres frustra la comunión, simbolizado en la confusión de lenguas. Pentecostés, donde
los hombres de distintas lenguas se entienden, es la antítesis de Babel.
La promesa de salvación, de restauración de la comunión a través de la convocación del
pueblo de Dios avanza a través de tres alianzas fundamentales:
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• Abrahán: Por su fe incondicional en Yahvé, éste le promete que llegará a ser padre de
un gran pueblo y por él “serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Gn. 12, 3).
H. Fries afirma que la revelación que comienza en Abrahán se describe como
revelación en forma de promesa1.

• Éxodo y alianza en el Sinaí: Estos hechos constituyen a Israel en el pueblo de Dios, su


reino: “si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad
personal entre todos los pueblos…seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación
santa” (Ex 19, 5-6).

• La monarquía, Jerusalén y el Templo: Suponen una prefiguración de la presencia real y


concreta de Dios en medio de su pueblo. De la profecía de Natán (cf. 2 Sam. 7) surge la
esperanza mesiánica en un descendiente de David que instaurará el Reino definitivo.

La ruptura de la Alianza denunciada por los profetas lleva a Israel al fracaso y al exilio.
Ante este fracaso se eleva la voz profética:

• Dios no retracta su palabra: Israel vivirá y responderá a la llamada de Dios a través de


un “resto” del cual surgirá el Mesías, que es presentado como el Siervo sufriente.

• Israel será renovado: Dios hará con él una alianza Nueva (cf. Jr. 31; Ez. 36), definitiva y
eterna, transformando el interior del hombre por la infusión de un espíritu nuevo. Se
habla de una nueva creación (cf. Is. 65, 17), un nuevo éxodo (cf. Is. 40). Habrá un
nuevo culto en un nuevo templo del que manará un agua purificadora (cf. Ez. 47),
preámbulo de lo que Cristo dirá en Jn, 7, 38: “De su seno correrán ríos de agua viva”.

• Israel será universal: al final de los tiempos Dios reunirá en torno a Jerusalén y al
Templo (prefiguraciones de la Iglesia) a todas las naciones (cf. Is. 25, 6). La elección de
Israel no es un privilegio sino una misión para que el Reino de Dios alcance a todas las
naciones. Sin embargo, a partir de la restauración de Esdras y Nehemías el
nacionalismo judío tiende a olvidar esta misión universal.

1.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo


Jesucristo es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Él viene a
instaurar el Reino y la Alianza definitivos:

• Este Reino precisa de una comunidad donde encarnarse: Jesús inicia su ministerio
público y lo primero que hace es llamar a unos discípulos, convocar a una comunidad.
Esta comunidad es una familia constituida por aquellos “que cumplen la voluntad de
Dios” (Mc. 3, 35), “que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 21), es decir,
aquellos que acogen a Jesús, que creen en él (cf. Jn. 5, 24).

1 Cf. Teología fundamental. Ed. Herder, Barcelona 1987, 301.


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• Jesús dota a su comunidad de una estructura: Elige a Doce de entre sus discípulos para
una misión específica. Son llamados para estar con él y para una misión específica.
Desde el principio forman un grupo aparte y reciben una instrucción diferente. Son
llamados para estar con Jesús y para representarle ante los hermanos con su poder y
autoridad (cf. Mc 3, 14). Se presentan en los evangelios más como un colegio que como
individuos. Los Doce son el fundamento del nuevo pueblo escatológico. Entre ellos
Pedro tiene una función primacial conferida por Jesús (cf. Mt. 16, 18-19).

Pero la Iglesia nace principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación,
anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz:

• Desde la confesión de fe de Cesarea (cf. Mc. 8, 27-30; Mt. 16, 13-20 y Lc. 9, 18-21),
todo el Reino se vislumbra como misterio de muerte y resurrección tanto para Jesús
como para sus seguidores. Jesús vincula su muerte a la venida del Reino en plenitud.

• En la Última Cena, Jesús instituye la Eucaristía como memorial donde se actualiza


sacramentalmente la Nueva Alianza. La Eucaristía establece la comunión de los
hombres con Cristo y entre sí y, por tanto, hace la Iglesia. La última Cena es, pues, un
momento decisivo en la institución de la Iglesia.

• El nacimiento de la Iglesia como fruto del misterio pascual aparece claramente en Jn.
19, 34: del costado abierto de Jesús manan los sacramentos que constituyen la Iglesia.
Los Padres lo interpretarán diciendo que del mismo modo que Eva fue formada del
costado de Adán adormecido, así la Iglesia (esposa) nació del corazón traspasado de
Cristo muerto en la Cruz.

Pero el último y definitivo acto que constituye la Iglesia es la efusión del Espíritu Santo
en Pentecostés:

• La comunidad de los discípulos recibieron el Espíritu Santo para capacitarlos a la


misión encomendada por Jesús que consiste en la reconciliación de todos los hombres.

• Pentecostés se convierte en evento fundador de la Iglesia, que le recuerda


permanentemente su vocación y su misión.

• El objeto de la Iglesia es extender el Reino a todos los hombres, que el Pueblo de Dios
incluya a toda la humanidad (cf. Mt. 28, 19), “hasta los confines de la tierra” (Hch. 1, 8)
impulsada por el Espíritu.

1.5. La misión de la Iglesia


La Iglesia ha sido querida por Dios para la salvación de los hombres. Confesamos en el
Credo que Jesucristo bajó del cielo “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Cristo,
el Hijo de Dios hecho hombre, es el único redentor del hombre: “en ningún otro hay salvación”
(Hch 4,12). Él se sirve de la Iglesia como instrumento de la redención universal.
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La Iglesia no se entiende sin Cristo, que la fundó para perpetuar en la historia su misión.
La Iglesia es, por eso, “sacramento universal de salvación” (LG 48), es decir, signo eficaz y
real de la acción redentora de Cristo entre todos los hombres hasta el final de los siglos. La
Iglesia salva, en definitiva, en cuanto que es portadora en plenitud de los poderes y medios de
santificación con que Cristo la dotó.
El fin salvífico de la Iglesia se caracteriza por ser sobrenatural, inalterable, perpetuo y
universal.

2. Naturaleza de la Iglesia

Presentada la Iglesia, y conocido su origen divino y finalidad trascendente, ahora es


preciso indagar sobre su identidad, es decir, qué es.

2.1. El misterio de la Iglesia


La Iglesia sólo puede ser entendida como lo que es, como el misterio de salvación que,
naciendo en el seno de la Trinidad, se realiza en Cristo por obra del Espíritu Santo para
introducir a los hombres en la familia de Dios, superando el pecado y la muerte. La Iglesia no
nace de iniciativa humana alguna ni de intento de superar los límites y sufrimientos de la vida.
No es una fraternidad puramente social ni consecuencia de fuerzas puramente humanas. La
Iglesia es anterior al tiempo y está preparada desde toda la eternidad en el designio salvador de
Dios Padre en Cristo.

La Iglesia responde a la concepción bíblica de misterio: designio de salvación de Dios


que, escondido desde toda la eternidad, se nos ha revelado ahora en Cristo. En el mundo
grecoromano se conocía el término de “misterio” aplicado a los ritos y en los que sólo podían
participar los iniciados. En el cristianismo, se habla del misterio de Cristo que el hombre no
puede conquistar por su inteligencia, sino recibir sólo como don. J. Collantes afirma: “Como
plan divino, la Iglesia se dibuja en la oscura lejanía de la eternidad, de donde arranca y hacia
dónde camina. Y, aunque se realiza en el tiempo, la eternidad permanece siempre subyacente
en su mismo ser. La Iglesia es vida y acción de Dios sobre la historia humana.”2

La Iglesia como misterio no es otra cosa que el plan de salvación, escondido durante
toda la eternidad y ahora revelado, por el cual Dios establece a Cristo como centro de la nueva
economía, constituyéndolo por su muerte y resurrección en único principio de salvación.
Concretamente, el misterio, el plan salvífico de Dios, es Cristo (cf. Rm 16,25; Col 1,26-27; 1
Ts 3,16). La Iglesia es la realización efectiva del misterio. La Iglesia es el misterio de Cristo
hecho visible a través de los siglos. Como Cristo es el misterio de Dios hecho visible, así la
Iglesia es el misterio de Cristo hecho visible en los siglos. En este sentido, “misterio” es
equivalente a “sacramento”: Cristo, sacramento de Dios; la Iglesia, sacramento de Cristo.

2 La Iglesia de la palabra. Vol. I, Ed. BAC, Madrid 1982, 108.


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2.2. Las imágenes de la Iglesia


La naturaleza de la Iglesia nos ha sido revelada a través de diversas imágenes. El
Concilio Vaticano II algunas de estas imágenes: Cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios y
Templo del Espíritu Santo.

• Cuerpo místico de Cristo3


San Pablo presenta repetidamente esta imagen (cf. Rm 12,4-5; Col 1,18). Por medio de
la imagen de Cuerpo, la Iglesia se reconoce como:

 un organismo espiritual, no reducible a sus solas estructuras visibles;


 alentado por un alma que es el Espíritu Santo;
 dirigido por su cabeza, Cristo;
 cuyos miembros son los fieles cristianos, que se unen con la cabeza y entre sí por
medio del bautismo, y se fortalecen por la recepción de la Eucaristía y de los otros
sacramentos;

 en él que cada miembro realiza su función propia, y algunos tareas esenciales para el
conjunto;

 todo el cuerpo debe crecer armónicamente y todo él se duele cuando sufre


cualquiera de sus miembros (cf. LG 7).

Jesucristo y la Iglesia, la cabeza y los miembros del Cuerpo místico, conforman, en


rotunda expresión de San Agustín el “Cristo total”. La imagen de Cuerpo místico de Cristo
resalta los elementos invisibles de la Iglesia, la comunión espiritual que, regida por Cristo y
santificada por el Espíritu Santo, se da entre todos los fieles y, presenta a la vez, a la Iglesia
como una sociedad visible, cuyos miembros están jerárquicamente estructurados.

• Pueblo de Dios4
La Iglesia realiza la imagen que Dios se había formado de su pueblo elegido. Según nos
enseña LG, el Pueblo de Dios presenta las siguientes características:

 Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha


adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: “una raza
elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 P 2, 9).

 Se llega a ser miembro de este Pueblo no por el nacimiento físico, sino por el
nacimiento “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3-5), es decir, por la fe en Cristo y el
Bautismo.

3 Cf. Eloy Bueno de la Fuente, Eclesiología, in Sapientia Fidei. Ed. BAC, Madrid 2007, 45-58. 4
Cf. Ibíd., 27-43.
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 Este Pueblo tiene por Cabeza a Jesucristo, el Ungido, el Mesías: porque la misma
unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.

 La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en


cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

 Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf.
Jn 13,34). Esta es la ley “nueva” del Espíritu Santo (cf. Rm 8,2; Ga 5,25).

 Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Es un germen
muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.

 Su destino es el Reino de Dios.

Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido


“Sacerdote, Profeta y Rey”. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo
y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf. RH 18-21).

Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única


de este Pueblo, en su vocación sacerdotal: Cristo el Señor ha hecho del nuevo pueblo un reino
de sacerdotes para Dios, su Padre. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la
unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (cf. LG
10).

El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo. Lo es sobre
todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando
“se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (LG 12)
y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su
realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12,32).
Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser
servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Para el cristiano, “servir
es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la
imagen de su Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo de Dios realiza su “dignidad
regia” viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

Dice San León Magno en su Sermón 4,1: “De todos los que han nacido de nuevo en
Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como
sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los
cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y
participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que
gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una
conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?”.
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 Templo del Espíritu Santo4

San Agustín afirma en su Sermón 267,4 “que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es
para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el
Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.

“En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el Don de Dios. Es en ella
donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir el Espíritu Santo, arras de la
incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios. Porque
allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de
Dios, está la Iglesia y toda gracia”.5

El Espíritu Santo es el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en


todas las partes del cuerpo6. Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo en
la caridad (cf. Ef 4,16): por la Palabra de Dios, que tiene el poder de construir el edificio (cf.
Hch 20,32); por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12,13); por
los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por la gracia concedida a
los apóstoles que entre estos dones destaca (cfr. LG 7), por las virtudes que hacen obrar según
el bien, y por las múltiples gracias especiales o carismas, mediante las cuales los fieles quedan
“preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y
construir más y más la Iglesia” (LG 12).

La Iglesia como Templo del Espíritu Santo indica que:


 es el hogar familiar de la Trinidad, su reducto predilecto y más entrañable, sede y
fuente del amor y del don propio del Espíritu Santo; es decir, de la caridad y
generosidad infinita de Dios para con los hombres;
 alberga la fe segura del cristiano y la perenne esperanza de todo hombre;
 tiene una tarea fundamental de culto y servicio a Dios.

2.3. Propiedades esenciales de la Iglesia78

De la única Iglesia de Cristo confesamos en el Credo que es una, santa, católica y


apostólica. Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí indican rasgos esenciales de
la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma, es Cristo, quien, por el Espíritu
Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a
ejercitar cada una de estas cualidades. Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas
propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan
también con claridad a la razón humana.

4 Cf. Ibíd., 59-71.


5 San Ireneo, Haer. 3, 24, 1.
6 Cf. Pío XII, enc. Mystici Corporis: DH 3808.
7 Cf. Johannes Feiner-Magnus Löhrer (dir.), La Iglesia: El acontecimiento salvífico en la comunidad cristiana, in
Mysterium salutis. Manual de teología como historia de la salvación. Vol. IV/1, Ed. Cristiandad, Madrid 1973,
8 -605
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• La Iglesia es una
¿Por qué la Iglesia es una?:
 Debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de
un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en el Trinidad de personas” (UR 2).

 Debido a su fundador: “Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno,
derribando el muro que los separaba […] reconciliando con Dios a ambos en un solo
Cuerpo, por medio de la Cruz” (Ef. 2, 14, 16).

 Debido a su “alma”: El Espíritu Santo realiza la comunión de los fieles en Cristo, es


el Principio de la unidad de la Iglesia.

La Iglesia es una unidad que supone también una gran diversidad:


 Debido a la variedad de dones de Dios y a la multiplicidad de las personas que los
reciben.

 Dentro de la comunión eclesial existen legítimamente las iglesias particulares con


sus propias tradiciones.

El vínculo fundamental de la comunión es el amor, pero también hay unos vínculos


visibles:
 La profesión de una misma fe recibida de los apóstoles.
 La celebración común de los sacramentos.
 El gobierno bajo unos mismos pastores, los sucesores de los apóstoles, cuya
comunión es presidida por el sucesor de Pedro, el cual tiene a su cargo el ministerio
de la unidad en la Iglesia.

La Iglesia católica y las Iglesias y comunidades eclesiales:


 La única Iglesia de Cristo constituida y ordenada en este mundo como una sociedad,
subsiste en la Iglesia católica (cf. LG 8).

 Sin embargo, fuera de los límites de la Iglesia católica existen “muchos elementos
de santificación y de verdad” (LG 8). El Espíritu de Cristo se sirve de las Iglesias y
comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud
de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica. Todos estos
bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a la unidad católica.

• La Iglesia es santa
La santidad es propia y exclusiva de Dios y designa su separación y pureza, su misterio.
Los hombres son santos en la medida en que participan de la santidad de Dios:

 Dios llama a Israel a su comunión a través de la Alianza para que sea “una nación
santa” (Ex. 19, 6).
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 La Iglesia es santa porque Cristo “se entregó por ella para santificarla, la unión a sí
mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de
Dios” (LG 39), es decir, porque participa de la vida trinitaria. Pablo llama, por eso,
“santos” a los cristianos.

Pero no debe confundirse esta santidad objetiva u ontológica de la Iglesia con la


santidad moral de sus miembros:

 “La Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre


necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación” (LG 8).
Todos los miembros de la Iglesia deben reconocerse pecadores alcanzados ya por la
salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación.
 “Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por
su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre”
(LG 11).

La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él. Pero también ella ha sido hecha, por
Él y en Él, santificadora:

 En la Iglesia está depositada la plenitud total de los medios de salvación. Es en ella


donde conseguimos la santidad por la gracia de Dios, especialmente en la eucaristía.
El agente de la santificación es el Espíritu Santo.

 Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir la santificación de los


hombres en Cristo y la glorificación de Dios. La obra de la santificación sigue
siendo la tarea de la Iglesia hasta la parusía.

La comunión de los santos:


 El significado exacto de esta expresión en sus orígenes es discutido. Puede
significar: la comunión entre las persones santas; los bautizados eran considerados
“santos” y ellos se consideraban en koinonia; la comunión en las cosas santas, que
origina la comunión de las personas, etc.

 Esta comunión incluye a la Iglesia militante o peregrinante, la Iglesia purgante y la


Iglesia triunfante. Los santos que se encuentran en la gloria son el signo de la meta a
que aspiramos, la Iglesia en su consumación, y por ello a la vez modelos e
intercesores. Porque están más íntimamente unidos con Cristo y consolidan más
firmemente a toda la Iglesia en la santidad (cf. LG 49).

• La Iglesia católica
La raíz última de la catolicidad es el misterio trinitario que pretende ofrecer la plenitud
de la comunión divina a la totalidad de la realidad creada respetándola en sus peculiaridades y
diferencias. Por tanto, la Iglesia es católica en un doble sentido:
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 En cuanto Cristo está presente en ella, y por tanto subsiste en ella la plenitud del
Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza con la plenitud de los medios de salvación.

 En cuanto ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano.
Cada una de las Iglesias particulares es “católica”:
 Una Iglesia particular en una comunidad de fieles cristianos en comunión en la fe y
en los sacramentos con su obispo ordenado en la sucesión apostólica.

 Estas Iglesias particulares están “formadas a imagen de la Iglesia Universal. En ellas


y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única” (LG 23).

 Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de
ellas: la Iglesia de Roma que preside en la caridad.
La misión es una exigencia de la catolicidad de la Iglesia:
 La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su
origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios
Padre. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la
comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor, pues “Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad” (1 Tim. 2, 4).

 Para ello, Cristo “constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como Sacramento


universal de salvación” (LG 48). “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o
señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano” (LG 1).

• La Iglesia es apostólica
La Iglesia es apostólica en un triple sentido:
 Porque fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los apóstoles” (Ef. 2,
20).
 Porque guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza de los apóstoles.

 Porque sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta
de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de
los obispos (a quienes asisten los presbíteros) presididos por el sucesor de Pedro.

A través de los apóstoles Cristo continúa su propia misión:


 Dice el evangelio de San Juan: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (20,
21).

 El evangelio de Mateo: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (10, 40).


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Jesucristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt. 18,
20). Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como “ministros de
una nueva alianza” (2 Co 3,6), “ministros de Dios” (2 Co 6,4), “embajadores de Cristo” (2 Co
5,20), “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1). Esta misión
divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el
Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los
apóstoles se preocuparon de establecer sucesores jerárquicamente organizados (cf. LG 20).
“Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los apóstoles
obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en
todo el mundo” (Ibíd.).

Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los
miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío.

3. MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA9

Es un hecho conocido que el Concilio Vaticano II quiso incluir a María, Madre de Dios,
en la constitución Lumen gentium, sobre la Iglesia (cf. 52-69). El misterio de la Iglesia no es
una abstracción conceptual, sino la fuente de la vida espiritual del cristiano. La Iglesia es madre
del cristiano, porque lo engendra a la vida de gracia por la palabra y el bautismo (cfr. LG 64) y
también es virgen, porque mantiene pura e íntegra su fe y su fidelidad al esposo. Entonces,
¿cómo no comparar la función de la Iglesia con la de María, que se consagró por la obediencia
y la fe a la voluntad de su Hijo?

La Virgen María es justamente la persona que ya ha llegado a la perfección (cf. LG 65),


aquella en la que se dan de forma eminente todas las perfecciones que la Iglesia quiere infundir
en sus hijos. Por eso la Iglesia ve en María el camino que ha de seguir. María es el espejo en el
que se mira la Iglesia, es el arquetipo y el modelo conforme al cual Dios ha plasmado a la
Iglesia y es, a la vez, el esplendor acabado de perfección al que la Iglesia tiende.

3.1. María, Madre de la Iglesia


María es miembro de la Iglesia, salvada por Cristo de una forma eminente, hermana
nuestra en la fe, y al mismo tiempo, nuestra Madre. La Iglesia ha visto en las palabras de Cristo
en la cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26), la proclamación de la maternidad espiritual
de María, nueva Eva, con respecto a los creyentes representados en el discípulo amado.

La maternidad divina es el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de


su presencia en el plan de salvación obrado por Jesucristo; constituye el fundamento principal
de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la madre de aquél que estuvo desde el primer
instante de la encarnación en su seno virginal y unió así como Cabeza a su Cuerpo místico, que

9 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. Ed. Asociación de Editores del Catecismo (1995), nn. 963-972.
Tesis 21: El Misterio de la Iglesia 13

es la Iglesia. María, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles, es decir,
la Iglesia. María es nuestra Madre por ser Madre de Cristo. Siendo Madre de Cristo es Madre
de sus miembros, de los que están incorporados a él por la gracia.

María es nuestra Madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a


la gracia, pero sobre todo porque, en la medida en que el Espíritu Santo nos inserta en Cristo,
hermanándonos con él, María no puede dejar de amar con amor maternal a los que están
hermanados con su Hijo por la gracia.

La maternidad de María no viene a oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que


llega a confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial, clave para ser
engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia maternal, prepara el camino de
la mejor manera posible. La maternidad de María, es para nosotros, un puro regalo de Dios.

3.2. María, modelo de la Iglesia


Lo primero que captamos cuando nos adentramos en el misterio de María es que es una
clave para entender el evangelio. El Papa Benedicto XVI cuenta que, en sus años de joven
teólogo, consideraba excesivas algunas manifestaciones de devoción a la Virgen, pero confiesa
que María debe ser cada vez más la pedagoga del evangelio para los hombres de hoy.

La Iglesia camina con María porque ve en ella su mejor modelo, modelo de virginidad y
fidelidad a Dios. Cuando la Iglesia siente la tentación de ceder a la moda y a los deseos del
mundo, tiene en María la fuerza y el ejemplo para su fidelidad y para amar entrañablemente a
los hombres.

La misma fe eucarística tiene en María una analogía adecuada, Ella fue el primer
sagrario de Cristo en este mundo. Hay así una especial vinculación entre la fe en María y la fe
en la Eucaristía: la encarnación que tomó cuerpo en María, sigue en la Eucaristía.

María es el modelo de toda cooperación de la acción humana con la gracia divina. En


ella considera la Iglesia lo que el hombre es capaz de hacer con la gracia de Dios. María viene
a ser así una clave de interpretación del evangelio y de la misma Iglesia.

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