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Tema I: La Iglesia

INTRODUCCIÓN

En la actualidad, uno de los temas más polémicos y conflictivos con relación al


conjunto de la fe cristiana es, sin duda, el de la Iglesia. Si bien la figura de Jesús tiene
una gran aceptación, no sucede lo mismo con la institución eclesiástica. Se afirma
incluso en muchos ámbitos la idea de que Jesús fue una buena persona, hasta un gran
profeta, pero que su intención era solo ofrecer un mensaje de paz al mundo, no fundar
una institución-iglesia, de forma que esta aparece como una traición a la verdadera
intención de Jesús. Esta es la postura de Loisy cuando afirma: “Jesús predicó y anunció
el Reino y en su lugar apareció la Iglesia”1. Jesús, pues, no habría tenido la intención de
fundar la Iglesia como institución visible, negando con ello su origen divino. La
pregunta surge entonces de manera inmediata: ¿quiso Jesús fundar la Iglesia? Es una
cuestión crucial cuando nos acercamos a todo este argumento del origen, definición,
legitimación y sentido de la Iglesia.
Por otra parte, El conocido eslogan «Cristo sí, la Iglesia no», expresa una
dialéctica que responde, hoy más que nunca, a una realidad: la de los llamados
«cristianos [católicos] no practicantes», un gran grupo de creyentes cuya actitud ha sido
descrita con una expresión también elocuente: «creer sin pertenecer».
Es preciso, por tanto, recentrar este tema de la Iglesia en sus debidos términos,
de forma que podamos concebirla no tanto como término y objeto de la fe, sino como el
modo y el ámbito comunitario-sacramental desde donde se profesa, se celebra y se
atestigua la auténtica fe cristiana.

I. LA IGLESIA: DEFINICIÓN Y MISIÓN

1. La Iglesia: proyecto de Dios realizado en Jesús

El tema de la relación entre Jesús y la Iglesia es básico para la fe cristiana. La


intrincada historia de la reflexión sobre la fundación de la Iglesia por Jesús es muy
interesante, pero queda fuera de nuestro propósito.
Hemos de decir que, según el estado actual de la investigación exegética e
histórica, se puede afirmar que Jesús predicó el mensaje del Reino y reunió la
comunidad de discípulos que constituyeron el primer germen de la Iglesia. Los
apóstoles, al organizar la Iglesia, asumieron los elementos que había introducido el
Jesús histórico y, bajo la luz, del Espíritu Santo, establecieron las estructuras
fundamentales de la Iglesia. De esta manera se puede y se debe decir que la Iglesia
proviene de Jesús.
Por otra parte, no se puede decir que en la vida de Jesús hubo un momento
determinado en el que él instituyera formalmente la Iglesia. No obstante, sí podemos

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LOISY, A., L´evangile et l´eglise, Paris 1903, 155
Iglesia, sacramentos y moral

afirmar que toda la vida pública de Jesús se presenta dirigida a formar una Comunidad
que llevará a cabo la obra iniciada por él. Es decir, la fundación de la Iglesia se produce
a lo largo de toda la actividad de Jesús.
Procedemos ahora a enumerar el desarrollo y las etapas que articulan este
proceso constitutivo.

2. Nombre e imágenes de la Iglesia

A) Nombre
La palabra “Iglesia” viene del griego “ekkesía” que designaba la asamblea
plenaria de los ciudadanos en plenitud de derechos de la polis. Se trataba, por tanto, de
una asamblea de ciudadanos libres. Es de destacar, pues, que los primeros cristianos
para designarse a sí mismos eligieron esta palabra que remitía a una institución
participativa y comunitaria.

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Por otra parte, es también importante tener en cuenta que la palabra ekkesía se
utiliza para traducir la palabra hebrea qahal, que significa el pueblo o, más exactamente,
la asamblea del pueblo reunida (Nm 16, 33; Dt. 9, 10; 10, 4).
Por tanto, la Iglesia en su significado más original nos remite a dos ideas:
▪ En primer lugar, la idea de “pueblo de Dios”, es decir, se trata del nuevo
pueblo congregado por Cristo para la salvación y liberación del os
hombres.
▪ En segundo lugar, la idea de asamblea o comunidad.

B) Imágenes
La Iglesia también se ha definido a sí misma por medio de figuras, imágenes o
metáforas tomadas de la Sagrada Escritura. El Concilio Vaticano II ofrece el siguiente
elenco (LG 6):
▪ La Iglesia es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo (Jn 10,1-10).
▪ Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios (Is 40,11; Ez 34,11
16; Jn 10,11-15; 1 Pe 5,4).
▪ Es labranza o campo de Dios (1 Cor 3,9).
▪ Es viña selecta (Is 5,1-7; Mt 21,33-43).
▪ Es asimismo llamada casa de Dios (1 Tim 3,15) en la que habita su
familia (Ef 2,19-22).
▪ Es tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3).
▪ Es, sobre todo, templo santo (1 Pe 2,5; Ap 21,1-2).
▪ La Iglesia también recibe el nombre de la Jerusalén de arriba y nuestra
madre (Gál 4,26; Ap 12,17).
▪ Y se la describe como la esposa del Cordero (Ap 19,7; 21,2.9; 22,17).

II. LA IGLESIA, SACRAMENTO

En la Lumen Gentium, nn.1 y 48, se la llama sacramento universal de salvación;


la Sacrosantum Concilium, nn. 5, 26, se refiere a ella como sacramento de unidad; en el
decreto Apostolicam Actuositatem, n. 5, se la llama sacramento de salvación. Ahora
bien, ¿en qué sentido la Iglesia es sacramento?
La Iglesia es sacramento puesto que es continuación de Cristo en el tiempo. La
Iglesia es el medio inventado por Dios para seguir en contacto con los hombres de un
modo humano.

III. LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN

El concepto de comunión (koinonía), puesto de relieve por la Lumen Gentium,


nn. 4, 8, 13-15, 18, 21, implica una doble dimensión: comunión con Dios, dimensión
vertical y comunión entre los hombres, dimensión horizontal.
El concepto de comunión aplicado a la Iglesia, expresa:
▪ La peculiar unidad que hace a los fieles ser miembros de un mismo
cuerpo, el cuerpo místico de Cristo.
▪ Que la Iglesia es una comunidad orgánicamente estructurada (L.G. 11).

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▪ Que la Iglesia es un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo (L.G. 4).

IV. LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS

La imagen de la Iglesia como pueblo de Dios ocupa, desde el Concilio Vaticano


II, un lugar fundamental para entender el ser de la Iglesia.
Con el concepto de Iglesia como pueblo de Dios, se quiere significar que se trata
de una comunidad querida y creada por Dios. La referencia directa de esta expresión es
el antiguo pueblo de Dios, el pueblo de Israel.

1. La Iglesia, heredera del antiguo pueblo de Dios


Según el Nuevo Testamento, la Iglesia tiene conciencia de ser el nuevo y
verdadero Israel. El antiguo Israel es un esbozo anticipado de la Iglesia. Dios eligió al
pueblo de Israel, pactó con él una alianza y se fue revelando gradualmente.

A) Israel, pueblo elegido por Dios


La elección marca toda la historia de la salvación. Ser pueblo elegido por Dios
es el destino particular de Israel. Esta elección se debe a la iniciativa deliberada y
gratuita de Dios. En virtud de la elección, el pueblo existe. Dios es el que lo constituye
como pueblo. La conciencia de ser pueblo elegido por Dios es tan antigua como Ex. 19,
5; 34, 9; Num. 23; Dt. 26, 1-11; Jos. 24, 13-15.
El pueblo es también consciente de que la elección nace del puro amor de Dios.
Dios los ha elegido no por su grandeza y poderío, sino por amor. Esta elección establece
una relación íntima entre Dios y el pueblo: Israel es para Dios como un hijo y Yahvéh
es para Israel como un padre. Esta relación entraña, por otra parte, fidelidad, amor,
servicio paternal…
La finalidad de Dios es doble: por una parte, construir un pueblo santo. Por esto
le da la Ley, a fin de preservarlo de la infidelidad; por otra parte, Israel tiene un carácter
de instrumento, de medio para que Dios realice su historia salvífica. Es decir, Dios ha
elegido a Israel con la intención de hacer una elección más amplia, que alcance a toda la
humanidad.

B) Israel se continua en la Iglesia


El Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento no era fin en sí mismo, sino que
tenía como finalidad preparar un Pueblo nuevo, abierto a todos los hombres, no limitado
a la estirpe de Abrahán. Así lo dice el Vaticano II en la Lumen Gentium, n.9: “Pero
todo esto sucedió como preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había
de pactarse en Cristo”.
Esta idea está en todo el Nuevo Testamento, pero de forma especial en las cartas
de San Pablo, sobre todo, en la carta a los Gálatas y en la primera a los Corintios.
La concepción de Pablo sobre este tema podría expresarse con estas ideas
fundamentales:

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▪ Los cristianos son los verdaderos y auténticos hijos de Abrahán. Entre


los dos pueblos hay una continuidad, aunque tienen también diferencias
esenciales.
▪ El antiguo Israel no puede entender sus propias Escrituras y su historia.
Hay un velo sobre sus ojos.
También los demás escritos del Nuevo Testamento enseñan que la Iglesia es el
Pueblo de Dios (Cfr. Mt. 3, 9; Mc. 12, 9ss; Lc. 14, 21ss; Mt. 11, 16-24; 8, 12; 21, 43;
22, 1ss).
En los Hechos de los Apóstoles es fundamental el pensamiento de que las
comunidades cristianas primitivas eran el nuevo Pueblo de Dios. Esto aparece
claramente en los sermones de Pedro y de Pablo.

2. La Iglesia, Pueblo de Dios, en el Vaticano II


“En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la
justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no
individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo,
para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a
Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco.
Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue
santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su
alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo…, es decir, el Nuevo
Testamento en su sangre, convocando a las gentes entre los judíos y los gentiles
para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu” (L.G. 9).

A) Características del Pueblo de Dios


Este Pueblo de Dios tiene unas características que lo distinguen claramente de
todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
▪ Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo, pero
Él ha adquirido para sí un pueblo, “una raza elegida, un sacerdocio real, una
nación santa” (1Pe. 2,9).
▪ Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el
nacimiento del “agua y del Espíritu” (Jn. 3, 3-5), es decir, por el Bautismo.
▪ Este pueblo tiene por cabeza a Jesús el Cristo (el Ungido, el Mesías), por la
cual desciende la vida al resto del cuerpo.
▪ La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios,
en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.
▪ Su ley es el mandamiento nuevo: amar como Cristo nos amó (Jn. 13, 34).
Esta es la ley nueva del Espíritu Santo.
▪ Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Es esencialmente
misionero.
▪ Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo y que
ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección.

B) Un pueblo sacerdotal, profético y real


Jesucristo es el ungido por el Padre con el Espíritu Santo y el que ha sido
constituido “Sacerdote, Profeta y Rey”. Todo el pueblo de Dios mediante el Bautismo

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participa de estas funciones de Cristo. El bautizado se configura a la imagen de Cristo y


de su triple misión salvífica, como sacerdote, como profeta y como rey.
A. Al entrar en Pueblo de Dios se participa de la vocación sacerdotal de este
pueblo: “Cristo, el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha
hecho del nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su Padre. Los
bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del
Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo” (L.G. 10).
Los bautizados viven esta dimensión sacerdotal en el ofrecimiento de sí
mismos y de todas sus actividades: “Todas sus obras, sus oraciones e
iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano,
el descanso espiritual y corporal, si son hechos en el Espíritu, e incluso
las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se
convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo”
(L.G. 34).

B. La participación en el oficio profético de Cristo que proclamó el Reino


del Padre con el testimonio de su vida y con el poder de la palabra,
compromete a los bautizados a acoger el Evangelio y a anunciarlo con la
palabra y con las obras.

C. En tercer lugar, el Pueblo de Dios participa de la función regia de Cristo.


Cristo ejerce su realeza haciéndose el servidor de todos, “No he venido a
ser servido, sino a servir”. Para el cristiano, el oficio de rey es el de
servidor, particularmente de los pobres y de los que sufren.

C) Radical igualdad de todos los bautizados


La estructura de la Iglesia, Pueblo de Dios, parte de la base de la radical igualdad
existente entre todos los cristianos en virtud del bautismo recibido. El Código de
Derecho Canónico define así al «cristiano»:
Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se
integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la
función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son
llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo
(c. 204, § 1; cf. c. 208)

Según el mismo Código de Derecho Canónico, existen en el seno de la Iglesia


tres «condiciones de vida»:
Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que
en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos (c. 207, § 1). En estos
dos grupos hay fieles que, por la profesión de los consejos evangélicos mediante votos u
otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se consagran a Dios
y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es
propia; su estado, aunque no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece,
sin embargo, a la vida y santidad de la misma (c. 207, § 2).

Así pues, a partir de estos datos fundamentales (dos grupos de fieles, tres
formas de vida eclesial), podemos elaborar el siguiente esquema:

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a) Laicado
El capítulo IV de la constitución conciliar Lumen Gentium («De laicis») está
dedicado íntegramente a los laicos (LG 30-38; cf. CIC 897-913). En su texto central, el
texto ofrece esta descripción de lo que es un laico, con sus dos notas características:
Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del
orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos
que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que
participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su
condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.

El carácter secular es lo propio y peculiar de los laicos. […] Los laicos tienen
como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales
y ordenándolas según Dios.

b) Ministerio pastoral
El capítulo III de la constitución Lumen Gentium está dedicado a los «clérigos»
o «pastores» (LG 18-29; cf. CIC 874-896), que son quienes «están al servicio de sus
hermanos» (LG 18a), es decir, al servicio de la comunidad eclesial. Por eso, a los
clérigos o pastores también se les llama «ministros» y a su tarea se le denomina
«ministerio»2.
Según la estructura jerárquica propia de la Iglesia, este ministerio está
desempeñado por el Papa, obispo de Roma y sucesor de san Pedro. A él está unido el
Colegio episcopal, constituido por los obispos de todo el mundo y cuya cabeza es el
Papa. Cada uno de los obispos, por su parte, ejerce su ministerio pastoral en su diócesis,
ayudado por los presbíteros y los diáconos.

c) Vida consagrada
El capítulo VI de la constitución Lumen Gentium está dedicado a la vida
consagrada (LG43-47; cf. CIC 914-933), una forma de vida eclesial que consiste en la
profesión de los llamados consejos evangélicos: castidad, pobreza y obediencia. No es
un estado intermedio o independiente entre el clero y los laicos, sino que es una opción
tomada por algunos cristianos de ambos grupos (cf. LG 43b).

2
En latín, minister significa «criado, siervo, servidor» y mĭnisterium «oficio del que sirve». El par
opuesto es magister («presidente, maestro») y magisterium («prefectura, presidencia, enseñanza del
maestro»). Parece que ambos grupos léxicos se formaron a partir de la antítesis entre minus y magis
(«menos» y «más»).

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V. LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

El Concilio también nos presenta a la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo,


concretamente en el n. 7 de la Lumen Gentium. Para muchos autores ésta es la imagen
que mejor nos pueblo ayudar a comprender el ser más profundo de la Iglesia.

1. Tres acepciones del término cuerpo

▪ En sentido físico: cuerpo significa la parte material y visible del ser


humano que con el espíritu constituye una unidad, cuyos miembros viven
unidos intrínsecamente entre sí, participando de la vida común del
organismo.
▪ En sentido moral: cuerpo se aplica a realidades como el cuerpo doctrinal,
legislativo, judicial. En este sentido equivale a corporación y entraña la
unión de una serie de individuos para un fin determinado.
▪ La gran afirmación de Pablo sobre la Iglesia es que ésta constituye y es el
cuerpo de Cristo. Esta afirmación no es una simple metáfora, sino que
incluye un realismo sorprendente: la Iglesia es el cuerpo de Cristo. De
esta manera, Pablo muestra la naturaleza de la comunidad cristiana.

2. La imagen de la Iglesia como Cuerpo de Cristo en S. Pablo

Para Pablo la Iglesia es un cuerpo, pero el cuerpo del que él habla es un cuerpo
comunitario. La idea de Pablo al hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo se refiere,
ante todo, a la unidad, y quiere expresar que las relaciones de unos creyentes para con
los otros deben ser de servicio y de orden. De tal manera que, en estos dos conceptos, el
servicio y el orden, se contiene la profunda idea que Pablo se hace de lo que debe ser la
Iglesia: una comunidad en la que cada uno está siempre al servicio de los demás; y una
comunidad en la que cada uno ocupa su puesto, según el carisma que Dios le ha
concedido.
En la carta a los Efesios aparece claro el concepto de cuerpo de Cristo como
cuerpo de la Iglesia de Cristo. Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia (Ef. 4, 15-
16). San Pablo tiene en cuenta aquí la función que se atribuye a la cabeza en el mundo
helénico (principio de animación de todo el cuerpo a través de articulaciones, nervios,
músculos y ligamentos). Pero también parte de la concepción semita de la cabeza que
no se le consideraba como principio de vida, sino más bien al corazón. Para ellos la
cabeza era sinónimo de lo primero, lo más elevado, lo mejor, de ahí que significara la
autoridad, ya de la familia (Ex. 6, 14) o del ejército (Jue. 11, 8) o de la nación (Is.8, 7).
Pablo reúne en una sola imagen los dos significados: Cristo, cabeza de la Iglesia
en virtud de su influjo vital y de su dominio sobre ella.
En este pasaje, por otra parte, aparece claramente la insistencia de Pablo en la
unión indisoluble de la cabeza con el cuerpo, que se unen mutuamente en un todo
mediante el amor.
Así obtiene la Iglesia su lugar en el mundo. El cuerpo de Cristo es la Iglesia
precisamente como lugar donde Cristo habita en el mundo. De esta manera podemos
decir que la Iglesia es la presencia visible de Cristo en el mundo. La Iglesia hace visible
al Mesías mediante su cuerpo, que es la comunidad de los creyentes.

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VI. ¿PARA QUÉ LA IGLESIA?

¿Cuál es la misión específica de la Iglesia? Jesús quiso la Iglesia para que fuera
signo visible y eficaz del Reino de Dios. En palabras del Concilio, «la Iglesia constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra»; «su misión consiste en anunciar y
establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios» (LG 5b), con los que no
debe identificarse (cf. GS 45a; AA2).
La Iglesia es, por tanto, «sacramento del Reino»: su finalidad no es otra que
conseguir, a través de lo que dice y hace (como Jesús), que la gente pueda contemplar el
rostro amoroso de Dios y vivir con el otro como hermanos, hijos del mismo Padre, para
encontrar así la plenitud del destino humano.
El teólogo Tertuliano (155-240) escribía que muchos paganos, cuando veían las
reuniones de los cristianos, exclamaban: «mira cómo se aman». En esa fraternidad de
los cristianos es donde toda persona debe observar el rostro de Dios, que reina en los
corazones de los creyentes y actúa en todas las dimensiones de su vida. Todos los
miembros de la Iglesia, pues, estamos llamados a transparentar el Reino de Dios en
nuestra vida, tanto de palabra como de obra.

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