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1. INTRODUCCIÓN
En Córdoba, desde el equipo de Psicología Política de la Facultad de
Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba hace varios años venimos
indagando acerca de la participación política de los ciudadanos cordobeses,
principalmente centrados en el rango etario de 18 a 65 años. Así, hemos constatado
la presencia de bajos índices de participación política incluso en acciones del tipo no
convencional (Vaggione & Brussino, 1997; Brussino, Rabbia & Hüg, 2003; Imhoff,
Gutiérrez & Brussino, 2009). Este hecho es también corroborado por otros
investigadores, quienes advierten que la ciudadanía asistiría a una apatía y
desencanto político caracterizados por la falta de participación política y un fuerte
desinterés y desafección por la arena política (Bonvillani, 2006; García Raggio,
2004).
En este escrito hemos decidido socializar ciertas reflexiones en torno a la
participación social y política de los niños y niñas. Entendemos a la participación
social y política en tanto competencia sociopolítica que remite a la predisposición a
ejercer o al ejercicio efectivo de acciones y recursos para intervenir en el mundo
político. Los factores que generalmente se vinculan con la participación política
remiten a distintos niveles de análisis que van desde los que apuntan al medio socio-
cultural, hasta los que consideran las características particulares del sujeto individual
y el análisis de variables psicopolíticas para su comprensión (Sabucedo, 1998). En
relación con la participación social y política específicamente infantil, ésta constituye
un ámbito relativamente reciente de indagación en nuestro país, dado que es
también reciente la perspectiva que reconoce a los niños y niñas como sujetos de
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derecho, y no ya como objetos tutelares del Estado o los progenitores. Así, cabe
destacar que si bien la Convención sobre los derechos del niño adoptada por NN.UU
en 1989 fue ratificada por Argentina en 1990 (incluyéndose en la reforma
constitucional en 1994), fue recién en 2005 que se aprueba la Ley 26.061 de
Protección Integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes (que
reemplaza a la antigua Ley del Patronato de la Infancia). Si bien la Convención
constituye un avance en el reconocimiento y la búsqueda de garantía de los
derechos de los/as niños/as, resulta ambigua en su abordaje de la noción de
participación, y entendemos que esto se vincula con el paradigma de infancia que
subyace a esta posición.
Recordemos que la participación está vinculada de manera central con el
ejercicio de la ciudadanía. De acuerdo con Benedicto y Morán (2002), el término
ciudadanía comprende “vínculos que mantienen los individuos con el Estado, los
derechos y obligaciones de aquéllos a cambio de ser reconocidos como miembros
de una comunidad determinada, la naturaleza de los actores que intervienen en la
vida política de las sociedades modernas, etc.” (2002:5) A su vez, para poder hablar
de un marco genuinamente democrático de reflexión y transformación en el que
los/as niños/as reivindiquen su dignidad y su derecho a ejercer la ciudadanía plena,
es preciso considerar que ésta forma parte de un proceso que implica una
permanente construcción de subjetividades individuales y colectivas, contempla
diversidades étnicas, culturales y generacionales, así como también principios de
equidad, tolerancia, justicia y participación activa de los diferentes actores sociales
(Caraveo & Linares Pontón, 2007)
A pesar de la reciente aparición de la participación socio política infantil como
objeto de reflexión e investigación, diversos autores (Corona Caraveo & Linares
Pontón, 2007; Liebel, 2007; Piotti & Lattanzi, 2007; Van Dijk Kocherthaler, 2006)
coinciden en destacar ciertas ventajas que conlleva la participación de los/as
niños/as, tales como: elevar la dignidad humana, brindar verdaderas posibilidades
de desarrollo, además de ser un indicador de inclusión e integración social y reflejar
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2. INFANCIA E INFANCIAS
Existe cierta indefinición sobre el concepto de infancia debido a la falta de
consenso sobre qué incluye esta etapa, cuáles son sus principales características y
qué es lo que hace pasar a la próxima instancia evolutiva. Aún más, esta idea de
etapa incita a pensar erróneamente en la idea de una transición fija y determinada,
llevando a postular límites inexistentes que resultan ambiguos, así como también
referir a clasificaciones arbitrarias (Martínez Muñoz & Ligero Lasa, 2003). Dentro de
los estudios sobre infancia es posible visibilizar dos grandes tendencias que
enfatizan aspectos diferentes.
Por un lado, una de esas tendencias enfatiza el análisis de la infancia como
fenómeno individual, como etapa particular en la vida de cada sujeto que se inicia
con el nacimiento y se desarrolla hasta la aparición de los primeros cambios
hormonales, con manifestaciones corporales y características psicológicas propias.
Así, Jaramillo (2007) define a la infancia como un período de la vida, de crecimiento
y de desarrollo, comprendido desde la gestación hasta los 7 años aproximadamente,
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del cual depende toda la evolución posterior del hombre tanto a nivel motor, como
cognitivo, socio-afectivo y del lenguaje. Por otro lado, se enfatiza la idea de la
infancia como categoría social, es decir, como una construcción del orden de lo
social y simbólico, que asume características propias del contexto socio-histórico,
político y cultural en el cual surge. Esta postura hace hincapié en cómo la infancia es
un producto del desarrollo histórico humano y un resultado relativamente reciente en
la historia de la humanidad. En los primeros tiempos no existía la infancia como
concepto o definición de una etapa de vida, y tan pronto el/la niño/a podía caminar y
valerse por sí mismo, era de inmediato incorporado al mundo adulto.
Siguiendo en esta última vertiente de análisis, se evidencia que la concepción
de infancia ha cambiado considerablemente a lo largo de la historia, al igual que los
términos que han sido utilizados a través del tiempo para nombrarla: niños y niñas,
menores, infancia, niñez, vocablos que aluden a conceptualizaciones que remiten a
cuestiones legales, histórico-sociales, políticas y psicológicas particulares. En
referencia a esto, el historiador francés Ariés (1987) postula que los cambios en la
manera de comprender y pensar la infancia se encuentran íntimamente relacionados
con “(…) los modos de organización socio-económica de las sociedades, las formas
o pautas de crianza, los intereses socio-políticos, el desarrollo de las teorías
pedagógicas, el reconocimiento de los derechos de la infancia en las sociedades
occidentales y con el desarrollo de políticas sociales al respecto” (Grupo de Trabajo
“Niñez” Equipo de Psicología y Educación U. de Chile, 2006:56)
Durante la Antigüedad, la infancia no era entendida como una etapa con
características propias, no tenía una entidad propia. Los/as niño/as eran
considerados adultos pequeños, hombres en miniatura que debían crecer, no
distinguiéndose especificidades de esta etapa. La niñez sólo se diferenciaba de la
adultez por una cuestión de grado y el infante sólo tomaba nombre cuando adquiría la
capacidad de palabra, a través de la cual se incorporaba al mundo adulto y
comenzaba a participar en la vida pública (Piotti & Lattanzi, 2007)
Antes del S. XVII las investigaciones y reflexiones sobre la infancia
prácticamente no existían, a excepción de algunos realizados fundamentalmente por
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las clases pobres y en situación de riesgo (Reartes, 2003). De este modo, en 1982
en Argentina surge el Patronato de la Infancia con la finalidad de intervenir desde lo
judicial y lo extra-judicial en todo lo concerniente a niños/as en riesgo material o
moral. Hasta ese momento, las instituciones privadas o religiosas atendían a los
infantes desamparados, pero aún no se había instrumentado en el país una política
tutelar desde el Estado. Aún más, tanto la familia como la escuela eran consideradas
ineficaces como instrumento. Así, aquellos niños/as que quedaban fuera de esta
estructura moral impuesta por el poder eran considerados en "situación irregular"
(Rafael, 2008)
La Ley de Patronato de Menores Nº 10.903, también conocida como “Ley de
Agote”, se dicta en el año 1919. Su sanción acentuó aún más la exclusión de la
infancia y estableció la situación irregular del menor. Con esta ley el/la niño/a era
entendido como un mero objeto de intervención, visto como un ser peligroso,
inadaptado, al cual se debe socializar. Así, nace la necesidad de control de la
infancia pobre y se crea el Juzgado de Menores. Aquí aparece la figura del juez con
plena potestad para disponer sobre el destino del menor, a quien mediante el
establecimiento de una causa asistencial y penal se lo enviaba indeterminadamente
a internados, en donde permanecía hasta cumplir la mayoría de edad. En este
proceso no intervenía ningún defensor, tampoco existía acusación ni pruebas y el/la
niño/a ignoraba si había cometido algún delito o cuál era el motivo por el cual se lo
acusaba (Rafael, 2008)
En este sentido, la Ley de Patronato es antagónica al modelo legal que
comienza a promoverse desde organismos internacionales, a partir de los cuales
surge una tendencia mundial a acordar un conjunto de principios universales para la
protección de los derechos de los/as niños/as. Se trata de un conjunto de
instrumentos jurídicos, de carácter internacional y garantista que expresan un
cambio en la consideración social de la infancia.
En este marco, la Sociedad de las Naciones en 1924 adopta el primer texto
formal conocido como la Declaración de Ginebra. Posteriormente en 1959 la
Asamblea General de las Naciones Unidas adoptará la Declaración Universal de
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Derechos del Niño. Incluso se declara el año 1979 como el Año Internacional del
Niño (Alfageme, Cantos & Martínez, 2003) Sin embargo, los verdaderos cambios
comienzan a darse a partir del modelo legal de protección que se propone con los
principios, derechos y garantías establecidos en la Convención Internacional de los
Derechos del Niño, llevada a cabo en 1989, la cual se aplica a todas las personas
menores de 18 años y jerarquiza los derechos humanos de la niñez, a la vez que
orienta y limita a los Estados Nacionales al imponerles deberes como garantía de su
cumplimiento. Así, para este motivo se crea el Comité de los Derechos de la Infancia
que funciona como un órgano de control respecto de las obligaciones asumidas por
los Estados Miembros. Según Cillero Bruñol (1998), la Convención “es un
instrumento destinado a la no discriminación, a la reafirmación del reconocimiento de
los niños como personas humanas (…) y responde a la necesidad de contar con
instrumentos jurídicos idóneos para proteger sus derechos” (p.2) No obstante, es
importante aclarar que el estatus del niño/a como sujeto de derechos conlleva
efectos que trascienden los límites del ámbito jurídico. Aún más, sólo constituye el
punto de partida de todo esfuerzo de reflexión y concientización relativos a los/as
niños/as, su lugar en la sociedad y su relación con los adultos (Laje & Cristini, 2010)
Asimismo, resulta pertinente destacar, a los fines de apreciar la importancia y
contribución de estos hechos en la historia de los derechos de los/as niños/as, que
una Declaración enuncia en términos condicionales derechos futuros, es decir, lo
que habría de ser. Se trata de un “compromiso ético” que, aunque involucra la
aprobación de la comunidad internacional, es de carácter no vinculante, por ello no
obliga a los Estados firmantes. En cambio, la Convención es un documento de
cumplimiento obligatorio al estilo de un código internacional, para los países que
participan en su ratificación (Alfageme et al, 2003)
A partir de estos sucesos internacionales, se acelera una progresiva
transformación en la concepción de la infancia y se intensifica la lucha por adoptar la
idea del niño/a como sujeto pleno de derechos. Prueba de ello en Argentina es la
sanción de la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y
Adolescentes y la derogación de la Ley 10.903 del Patronato de Menores. Así, la
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nueva ley nacional se adecúa a las pautas y directrices previstas por la Convención
Internacional de los Derechos del Niño a la que declara de aplicación obligatoria. A
pesar de que Argentina ratificó su adhesión a dicha Convención y de que en 1994 le
dio rango constitucional, esta innovación legislativa recién se materializa el 28 de
septiembre de 2005 e implica el pasaje de la doctrina de la situación irregular a la
doctrina de la protección integral, donde se aspira a dejar de considerar a la infancia
como objeto de tutela para reconocerla como sujeto de derecho. En este sentido, es
preciso destacar que sólo se ha producido la adecuación legislativa en algunas
provincias como Buenos Aires, Chubut y Mendoza (Rafael, 2008)
En lo que concierne a la provincia de Córdoba en particular, se establece la
Ley 9.396 en junio de 2007, cuya promulgación se atiene a los principios y
disposiciones prescriptos por la Ley Nacional 26.061. Es a partir de esta última que
se le otorga al Poder Ejecutivo la potestad para lograr su acatamiento mediante la
aplicación de medidas adecuadas. Asimismo, con esta ley surge la figura del
Defensor de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y se instaura un Sistema
de Protección Integral de Derechos. Con posterioridad, en diciembre del mismo año
se dicta la Ley 9.454 a partir de la cual se funda la Secretaría de la Mujer, Niñez,
Adolescencia y Familia, cuyo objetivo principal consiste en: generar programas y
políticas públicas de acuerdo a lo establecido en la Ley 26.061, basándose en
valores tales como la inclusión social, a través del involucramiento y participación en
actividades que fomenten el desarrollo de la propia comunidad priorizando a la
familia y a la mujer (Berra, Pompilio Sartori, Laje & Ammann, 2009)
Así, desde del marco que concibe al niño/a como sujeto de derecho, se
produce un pasaje respecto del concepto de patria potestad, ya no como poderes
autoritarios que se ejercen sobre un objeto, sino como un conjunto de deberes y
derechos que tienen como objetivo la protección y orientación hacia el logro de la
independencia de los/as niños/as. (Tenti Fanfani, 2000).
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5.1 Paradigma del Menor en Situación Irregular o del Control Social de la Infancia
Con respecto al primero de los paradigmas, surge a partir del siglo XIX
configurado fundamentalmente en torno a la noción de “menor” (Alessandro, Ascaini,
Lucesole, Melotto, Odorizzi, Pérez & Tomaino, 2008) Concibe a los/as niños/as
como seres incapaces e inmaduros, como sujetos pasivos y meros objetos de
abordaje e intervención, llamando “menores” a todos aquellos niños/as cuyo grado
de vulnerabilidad los coloca en una situación en la cual alguna institución especial
creada, organizada y dirigida por los adultos debe hacerse cargo de ellos y de este
modo se inicia el aislamiento para su socialización (Piotti, 2004) Así, para algunos
autores (Piotti & Lattanzi, 2007) la palabra “menores” es utilizada por este paradigma
de forma despectiva, peyorativa y estigmatizadora, siendo éste un término asimilado
tanto a niños/as, enfermos mentales e incapaces, así como también a niños/as que
viven y se encuentran en condiciones de pobreza y vulnerabilidad. De acuerdo con
estas autoras, desde el Paradigma del Control Social de la Infancia la opinión del
niño/a no tiene valor y su vida es una cuestión privada que nada tiene que ver con lo
social.
En otras palabras, el Paradigma de la Situación Irregular de la Infancia busca
desde la familia, la educación y la sociedad en su conjunto homogeneizar, disciplinar y
prevenir futuras desviaciones de los/as niños/as, teniendo como principal meta su
adaptación y no la problematización y el desarrollo de un espíritu crítico por parte de
éstos (Fernández Hasa, 2007) Para este paradigma son los “mayores” - padres,
maestros, profesionales, jueces, entre otros - quienes conocen cuáles son las
necesidades de los/as niños/as y qué es lo que más les conviene, lo cual muchas
veces puede llevar, de forma invisibilizada, al fenómeno de la manipulación y la
dominación. En ese sentido, no existe participación del niño en lo social ya que no es
considerado ciudadano y no puede ejercer la defensa de sus derechos. Existe una
relación jerárquica y asimétrica con los adultos.
De igual modo, Urmeneta Garrido (2009) postula que este paradigma se basa
en una concepción de infancia que considera a los/as niños/as como seres pre-
sociales o agentes sociales incompletos. Así, desde esta cosmovisión no sólo se
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Tal como postulan Piotti y Lattanzi (2007), el Estado a través del “Patronato de
Menores” - juez de menores padre y patrón - se convierte en el tutor de todas aquellas
personas que aún no habiendo cumplido los 21 años de edad y por ausencia o defecto
de políticas sociales que no protegieron a su familia, clase o etnia, quedan ubicados en
lo que se ha dado en llamar "situación irregular". De este modo, se decide reemplazar
a la familia cuando los agentes estatales consideran que ésta no reúne las condiciones
materiales o “morales “para atender al niño/a, y en lugar de brindarle posibilidades para
su crianza, el Estado priva a los padres de la patria potestad, autodesignándose tutor y
padre del niño/a. Sin embargo, las autoras sostienen que esta función es en realidad
una falacia, debido a que difícilmente el Estado logre cumplir ese rol y debido a que
el/la niño/a no necesita ser tutelado, sino respetado y promovido. En este sentido, el
Estado debería preguntarse cómo los/as niños/as construyen su identidad y
subjetividad y si realmente la institucionalización es lo mejor para su desarrollo.
De hecho, según investigaciones realizadas (Gomes da Costa, 1995; Parlanti,
1998; Fernández Hasan, 2002, en Fernández Hasan, 2007), la institucionalización
en Latinoamérica ha generado múltiples daños a los/as niños/as, trayendo como
consecuencia efectos negativos en su crecimiento psíquico, físico y social, tales
como: autoestima baja; imagen negativa de sí mismo; restricciones en la interacción
con el mundo exterior; limitaciones en la convivencia social y en las relaciones
interpersonales; sentimiento de vigilancia continua; sumisión, silencio y falta de
autonomía; autopercepción limitada y escasa capacidad de autocontrol y logro;
tendencia a la despersonalización y a contraer diversas patologías físicas y
psíquicas; entre otros, todo lo cual interfiere en el normal desarrollo de la
personalidad de los sujetos. De este modo, las nocivas consecuencias de este
proceso - tanto para el individuo como para la sociedad en su conjunto - muchas
veces resultan secuelas irreversibles.
Por otra parte, al reconocer al niño/a como diferente del adulto, como un ser que
aún carece de la madurez física, psíquica y cognitiva para hacerse cargo de ciertas
cuestiones, otro aspecto que oculta y penaliza este paradigmas es el trabajo infantil,
aún sabiendo que éste existió siempre. Incluso antes de ser reconocidos como tales,
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Desde este marco, Liebel (2007) argumenta que para que la participación de
los/as niños/as sea verdadera ésta debe implicar que los adultos escuchen aquello
que los/as chicos/as opinan y que sus opiniones realmente influyan en las
decisiones que se tomen. Se trata de generar una cultura de participación a partir de
la cual los/as niños/as puedan reclamar activamente sus derechos. En relación con
este punto, Hart (1993) propone la Escalera de la Participación Infantil, mediante la
cual intenta esquematizar ocho niveles de participación: los 3 primeros remiten a la
manipulación, decoración y participación simbólica y no son considerados por el
autor como participación verdadera; mientras que los otros 5 muestran un grado de
intervención cada vez mayor. El autor señala que estos últimos niveles, los más
ricos en apropiación de la experiencia por parte de los niños, no se observan
frecuentemente dado que los adultos adoptan un rol directivo.
En esta misma línea, Alfageme et al (2003) mencionan que la participación
protagónica no puede ser reducida sólo a una cuestión política, sino que además
implica una ubicación jurídica y social sobre la infancia que se ve expuesta en las
formas de vida y en el imaginario social. En este sentido, la participación protagónica
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no sólo conforma una nueva mirada sobre la infancia, sino que es el eje sobre el que
se establecerán las interacciones sociales y los procesos de reproducción social. De
este modo, la participación protagónica se convierte en un cambio de perspectiva
cultural que implica un gran contenido ético.
Lla concepción del Paradigma del Protagonismo Infantil no implica invertir la
situación de dominación y que los/as niños/as sean los únicos con la capacidad de
decidir, sino que se pueda generar un espacio a partir del cual estos últimos puedan
ser escuchados y su opinión sea respetada. Este paradigma no desvaloriza la
función del adulto sino que la modifica al fomentar una relación más simétrica entre
el adulto y el/la niño/a, en la cual el primero logre potenciar el desarrollo activo y la
capacidad de los/as chicos/as. Así, el lugar del adulto no será el del “sujeto supuesto
saber”, sino aquel agente que promueva el cambio y la autonomía por parte de
los/as niños/as, privilegiando siempre el interés éstos (Alfageme et al, 2003)
Para concluir, es preciso rescatar que el protagonismo infantil brinda “la
posibilidad de ingresar a un nuevo ordenamiento cultural, vale decir, al reto de una
rearticulación de las estructuras políticas, sociales, económicas del mundo simbólico
y de las relaciones sociales y humanas que de dicha rearticulación emanan”
(Alfageme et al, 2003:52) Implica reconocerles a los/as chicos/as un papel
protagónico en la sociedad, que les brinde la posibilidad de una participación no sólo
en “asuntos infantiles” sino también en todos los aspectos de la sociedad,
promoviendo el uso de su papel como verdaderos ciudadanos (Liebel, 2007) Es
decir, “colocando a los niños y niñas como actores sociales y no como meros
ejecutores o consentidores de algo” (Alfageme et al, 2003:45).
6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Alessandro, C.; Ascaini, I.; Lucesole, N.; Melotto, M.; Odorizzi, E.; Pérez, E.; &
Tomaino, S. (2008). Entre ayer y hoy: la infancia y sus instituciones. Memorias
de las XV Jornadas de Investigación. Cuarto Encuentro de Investigadores en
Psicología del MERCOSUR. Problemáticas actuales. Aportes de la Investigación
en Psicología. Tomo II, 22-23.
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