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Temario para Personal Laboral de la Junta de Andalucía Convocatoria Psicólogos 2018

TEMA 5. LA EDAD ADULTA. CAMBIOS PSICOSOCIALES. DESARROLLO


SOCIOAFECTIVO. INICIACIACIÓN Y DESARROLLO DE LA VIDA LABORAL.
CONSTITUCIÓN DE LA PROPIA FAMILIA. REPERCUSIÓN DEL CONTEXTO
ACTUAL DE CRISIS SOCIAL EN ESTA ETAPA EVOLUTIVA.
Índice
1. LA EDAD ADULTA. CAMBIOS PSICOSOCIALES.
2. DESARROLLO SOCIOAFECTIVO.
3. INICIACIACIÓN Y DESARROLLO DE LA VIDA LABORAL.
4. CONSTITUCIÓN DE LA PROPIA FAMILIA.
5. REPERCUSIÓN DEL CONTEXTO ACTUAL DE CRISIS SOCIAL EN ESTA ETAPA
EVOLUTIVA.
6. BIBLIOGRAFÍA PARA AMPLIAR
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFÍCAS
8. AUTOEVALUACIÓN

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1. LA EDAD ADULTA. CAMBIOS PSICOSOCIALES.


El campo de estudio y conceptualizaciones en torno a las nociones de adolescencia y juventud ha
tenido un desarrollo notable, sobre todo en las últimas décadas, tanto desde un punto de vista analítico,
como a su vez, desde la perspectiva de desplegar determinadas acciones consideradas como de
política pública que vayan encaminadas al fomento, desarrollo, protección y promoción de las diversas
condiciones sociales en las cuales se insertan los diferentes conjunto de adolescentes y jóvenes.
A partir de allí, ya no resulta una novedad, pero sí una necesidad, el pluralizar al momento de
referirnos a estos colectivos sociales, es decir, la necesidad de hablar y concebir diferentes
«adolescencias» y «juventudes», en un amplio sentido de las heterogeneidades que se pueden
presentar y visualizar entre adolescentes y jóvenes. Aquello cobra vigencia y sentido, de momento que
concebimos las categorías de adolescencia y juventud como una construcción sociohistórica, cultural y
relacional en las sociedades contemporáneas, donde los intentos y esfuerzos en la investigación social
en general, y en los estudios de juventud en particular, han estado centrado en dar cuenta de la etapa
que media entre la infancia y la adultez, las que a su vez, también se constituyen en categorías fruto de
construcciones y significaciones sociales en contextos históricos y sociedades determinadas, en un
proceso de permanente cambio y resignificaciones.
Pero no todo este proceso de abordamiento de las nociones en juego podemos concebirlas bajo un
manto de incertidumbres y ambigüedad, pues hay importantes avances en el campo de la investigación
en temáticas de adolescencia y juventud a tiempos actuales, lo que no necesariamente se orienta a
convenciones asumidas hegemónicamente en sus perspectivas analíticas y evidencias empíricas
adquiridas, sino que más bien, se tiende a construir un campo de análisis en disputa, intentando
delimitar las dimensiones y variables que pueden aportar mayores claridades al análisis y sus
eventuales impactos en el diseño y definición de políticas hacia estos sujetos sociales.
Discusión y disputa que ha estado abriendo y avanzando en marcos conceptuales múltiples,
heterogéneos y posibles de ser usados por la investigación social, los cuales se han desplegado desde
los mismos conceptos de adolescencia y juventud, como desde los diferentes enfoques que intentan dar
cuenta de estas condiciones sociales, como a su vez, la concurrencia de una multiplicidad de abordajes
disciplinarios en la comprensión de lo adolescente y lo juvenil. De igual modo, las estrategias y métodos
de investigación social en materias de adolescencia y juventud también está siendo un campo de
debate, donde el uso de estrategias de tipo cualitativas y centradas con mayor énfasis en las
subjetividades de los sujetos ha cobrado marcada relevancia, sin desconocer la extendida utilización de
estrategias de corte cuantitativa; pero dando a las primeras el crédito de haber ampliado el marco
comprensivo desde el propio sujeto y sus entornos cercanos y lejanos, lo que ha llevado a una toma de
ubicación diferente y que puede adentrarse con mayor profundidad analítica en las cotidianeidades
adolescentes y juveniles, y desde allí interlocutar e interpelar a los contextos y estructuras sociales,
como también a las instituciones sociales. Emparentado con lo anterior, también podemos visualizar
una readecuación o giros en cuanto a los tipos de lecturas o ejes comprensivos de las cuestiones
constitutivas de la condición adolescente y juvenil, donde ha cobrado una importante relevancia el
abordamiento de estas condiciones desde una lectura sociocultural, con mayor desarrollo actualmente
que las lecturas socioeconómicas y las sociopolíticas. Ejemplo de ello lo constituyen los estudios
socioculturales y el ámbito de las culturas juveniles.
I. La construcción de las nociones
Los conceptos de adolescencia y juventud corresponden a una construcción social, histórica,
cultural y relacional, que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido
adquiriendo denotaciones y delimitaciones diferentes: «la juventud y la vejez no están dadas, sino que
se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos» (Bourdieu, 2000:164). A la base de esta
evolución conceptual, la historiografía —y la filosofía— nos aportan los antecedentes más remotos,
principalmente por el trabajo de fuentes documentales accesibles, donde a partir de la tensión siempre
presente en el análisis social sobre la constitución de categorías sociales y nociones que den cuenta del
proceso en que los sujetos atraviesan por un ciclo vital definido histórica y culturalmente (cf. Sandoval,
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2002; Feixa, 1999; Levi y Schmitt, 1996a y b). La misma noción de infancia nos remite a este
considerando, y sus dinámicas de paso desde la infancia a la denominada edad adulta o adultez. El
intersticio entre ambos estadios es lo que se suele concebir como el campo de estudio y
conceptualización de la adolescencia y juventud, con delimitaciones en ambas no del todo claras, que
en muchos aspectos se superponen, y dependiendo de los enfoques utilizados para esos efectos.
Disciplinariamente se le ha atribuido y endosado la responsabilidad analítica de la adolescencia
a la psicología, en la perspectiva de un análisis y delimitación partiendo por el sujeto particular y sus
procesos y transformaciones como sujeto; dejando a otras disciplinas de las ciencias sociales —y
también las humanidades— la categoría de juventud, en especial a la sociología, antropología cultural y
social, historia, educación, estudios culturales, comunicación, entre otros; donde a partir de sujetos
particulares, el interés se centra en las relaciones sociales posibles de establecerse en éstos y las
formaciones sociales, en el trazar vínculos o rupturas entre ellos (Bajoit, 2003). Sin embargo, la misma
utilización de los conceptos de adolescencia y juventud, en muchas ocasiones tienden a usarse de
manera sinónima y homologadas entre sí, especialmente en el campo de análisis de la psicología
general, y en sus ramas de psicología social, clínica y educacional; cuestión que no ocurre con mayor
frecuencia en las ciencias sociales.
Conceptualmente la adolescencia se constituye como campo de estudio, dentro de la psicología
evolutiva, de manera reciente, pudiendo asignarse incipientemente sólo a finales del siglo xix y con
mayor fuerza a principios del siglo xx, bajo la influencia del psicólogo norteamericano Stanley Hall, quien
con la publicación (1904) de un tratado sobre la adolescencia, se constituyó como hito fundacional del
estudio de la adolescencia y pasara a formar parte de un capítulo dentro de la psicología evolutiva. Para
Hall, la adolescencia es, una edad especialmente dramática y tormentosa en la que se producen
innumerables tensiones, con inestabilidad, entusiasmo y pasión, en la que el joven se encuentra dividido
entre tendencias opuestas. Además, la adolescencia supone un corte profundo con la infancia, es como
un nuevo nacimiento (tomando esta idea de Rousseau) en la que el joven adquiere los caracteres
humanos más elevados (Delval, 1998:545).
Teniendo en consideración las diferentes concepciones que pueden relevarse en torno a la
adolescencia —clásicas y contemporáneas—, podemos encontrar algunos rasgos más o menos
comunes a ellas, sea desde el punto vista biológico y fisiológico, en cuanto a desarrollo físico, durante
ella se alcanza la etapa final del crecimiento, con el comienzo de la capacidad de reproducción:
pudiendo decirse que la adolescencia se extiende desde la pubertad hasta el desarrollo de la madurez
reproductiva completa. No se completa la adolescencia hasta que todas las estructuras y procesos
necesarios para la fertilización, concepción, gestación y lactancia no han terminado de madurar
(Florenzano, 1997).
Desde el punto de vista del desarrollo cognitivo o intelectual en la adolescencia, se ha venido
caracterizando por la aparición de profundos cambios cualitativos en la estructura del pensamiento.
Piaget denomina a este proceso, período de las operaciones formales, donde la actuación intelectual
del adolescente se acerca cada vez más al modelo del tipo científico y lógico. Junto al desarrollo
cognitivo, comienza con la adolescencia la configuración de un razonamiento social, teniendo como
relevancia los procesos identitarios individuales, colectivos y societales, los cuales aportan en la
comprensión del nosotros mismos, las relaciones interpersonales, las instituciones y costumbres
sociales; donde el razonamiento social del adolescente se vincula con el conocimiento del yo y los otros,
la adquisición de las habilidades sociales, el conocimiento y aceptación/negación de los principios del
orden social, y con la adquisición y el desarrollo moral y valórico de los adolescentes (Moreno y Del
Barrio, 2000).
Como una concepción más compleja e integral, el concepto de adolescencia, en una perspectiva
conceptual y aplicada, también incluye otras dimensiones de carácter cultural, posibles de evolucionar
de acuerdo a los mismos cambios que experimentan las sociedades en cuanto a sus visiones sobre
este conjunto social.

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El concepto de adolescencia es una construcción social. A la par de las intensas


transformaciones biológicas que caracterizan esa fase de la vida, y que son universales, participan de
ese concepto elementos culturales que varían a lo largo del tiempo, de una sociedad a otra y, dentro de
una misma sociedad, de un grupo a otro. Es a partir de las representaciones que cada sociedad
construye al respecto de la adolescencia, por tanto, que se definen las responsabilidades y los derechos
que deben ser atribuidos a las personas en esa franja etaria y el modo como tales derechos deben ser
protegidos (Ação Educativa et al., 2002:7).
Estas formas de conceptualizar, delimitar y las miradas comprensivas hacia la adolescencia,
pueden ser concebidos como los enfoques con los cuales se ha operado, habiendo en ellos una
multiplicidad de factores, características y elementos, unos más relevados que otros, pero que transitan
por los énfasis en las transformaciones físicas y biológicas, intelectuales y cognitivas, de identidad y
personalidad, sociales y culturales, morales y valóricas. Para Delval (1998), estas concepciones sobre
la adolescencia pueden sintetizarse en tres teorías o posiciones teóricas sobre la adolescencia: la teoría
psicoanalítica, la teoría sociológica y la teoría de Piaget.
La teoría psicoanalítica concibe la adolescencia como resultado del desarrollo que se produce
en la pubertad y que llevan a una modificación del equilibrio psíquico, produciendo una vulnerabilidad de
la personalidad. A su vez, ocurre un despertar de la sexualidad y una modificación en los lazos con la
familia de origen, pudiendo presentarse una desvinculación con la familia y de oposición a las normas,
gestándose nuevas relaciones sociales y cobrando importancia la construcción de una identidad y la
crisis de identidad asociada con ella (cf. Erikson, 1971). Desde esta perspectiva, la adolescencia es
atribuida principalmente a causas internas. Por su parte, desde la teoría sociológica, la adolescencia es
el resultado de tensiones y presiones que vienen del contexto social, fundamentalmente en lo
relacionado con el proceso de socialización que lleva a cabo el sujeto y la adquisición de roles sociales,
donde la adolescencia puede comprenderse primordialmente a causas sociales externas al mismo
sujeto.
La teoría de Piaget, releva los cambios en el pensamiento durante la adolescencia, donde el
sujeto tiende a la elaboración de planes de vida y las transformaciones afectivas y sociales van unidas a
cambios en el pensamiento, donde la adolescencia es el resultado de la interacción entre factores
sociales e individuales (Delval, 1998:550-552).
II. Aproximación conceptual al fenómeno juvenil
Ya consignada la difusa diferenciación conceptual —y en ocasiones también empírica— de la
construcción y utilización de los conceptos de adolescencia y juventud, con todo el andamiaje teórico,
metodológico e instrumental desplegado por las diferentes corrientes de pensamiento, sea a través de
la evolución histórica de los conceptos, como el desarrollo desde los abordamientos disciplinarios al
respecto; no es extraño una superposición y traslado de características de una noción a la otra, y
viceversa. Por ello es necesario este resguardo y precaución en su tratamiento, pero que por claridad
de la presentación decidimos dedicar el acápite anterior fundamentalmente a la categoría de
adolescencia, para dar paso a esa aproximación conceptual de lo juvenil, que en muchos aspectos
también incluye a la de adolescencia.
La juventud como hoy la conocemos es propiamente una «invención» de la posguerra, en el
sentido del surgimiento de un nuevo orden internacional que conformaba una geografía política en la
que los vencedores accedían a inéditos estándares de vida e imponían sus estilos y valores. La
sociedad reivindicó la existencia de los niños y los jóvenes, como sujetos de derecho y, especialmente,
en el caso de los jóvenes, como sujetos de consumo (Reguillo, 2000:23).
En sus diferentes tratamientos, la categoría juventud ha sido concebida como una construcción
social, histórica, cultural y relacional, para designar con aquello la dinamicidad y permanente
evolución/involución del mismo concepto. De acuerdo con Mørch (1996), es preciso tener en
consideración que la conceptualización de la juventud pasa necesariamente por su encuadramiento
histórico, en la medida en que esta categoría es una construcción histórica, que responde a condiciones

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sociales específicas que se dieron con los cambios sociales que produjeron la emergencia del
capitalismo, el cual otorgó el denominado espacio simbólico que hiciera posible el surgimiento de la
juventud (Mørch, 1996). Conjuntamente a lo anterior —a lo menos— la juventud es concebida como una
categoría etaria (categoría sociodemográfica), como etapa de maduración (áreas sexual, afectiva,
social, intelectual y físico/motora) y como subcultura (Sandoval, 2002:159-164).
En cuanto categoría etaria, que también es válida primariamente para la adolescencia, pueden
hacerse algunos distingos y precisiones de acuerdo a los contextos sociales y las finalidades con que se
desea utilizar esta dimensión sociodemográfica. Convencionalmente se ha utilizado la franja etaria entre
los 12 y 18 años para designar la adolescencia; y para la juventud, aproximadamente entre los 15 y
29 años de edad, dividiéndose a su vez en tres subtramos: de 15 a 19 años, de 20 a 24 años y de
25 a 29 años. Incluso para el caso de designar el período juvenil, en determinados contextos y por usos
instrumentales asociados, éste se amplía hacia abajo y hacia arriba, pudiendo extenderse entre un
rango máximo desde los 12 a los 35 años, como se aprecia en algunas formulaciones de políticas
públicas dirigidos al sector juvenil. Inclusive y debido a una necesidad de contar con definiciones
operacionales como referentes programáticos en el campo de las políticas de adolescencia y juventud,
en los países iberoamericanos se presenta una gran diferencia en los rangos de edad utilizada. Por
ejemplo, entre los 7 y 18 años en El Salvador; entre los 12 y 26 en Colombia; entre los 12 y 35 en Costa
Rica; entre los 12 y 29 en México; entre los 14 y 30 en Argentina; entre los 15 y 24 en Bolivia, Ecuador,
Perú, República Dominicana; entre los 15 y 25 en Guatemala y Portugal; entre los 15 y 29 en Chile,
Cuba, España, Panamá y Paraguay; entre los 18 y 30 en Nicaragua; y en Honduras la población joven
corresponde a los menores de 25 años (cepal y oij, 2004:290-291). En Brasil se utilizaría el tramo entre
los 15 y 24 años de edad (Instituto Cidadania, 2004:8-9; Camarano et al., 2004:1).
Lógicamente que por sí sola la categoría etaria no es suficiente para el análisis de lo
adolescente y juvenil, pero sí necesaria para marcar algunas delimitaciones iniciales y básicas, pero no
orientadas éstas en la dirección de homogeneizar estas categorías etarias para el conjunto de los
sujetos que tienen una edad en un determinado rango. Incluso, en ocasiones se han utilizado
denominaciones diferentes para intentar romper con estas superposiciones entre adolescentes y
jóvenes, por ejemplo con la definición como «la persona joven» (cf. cpj, 2004); o con la construcción de
modelos o «tipos ideales» de juventud a través de la historia, de acuerdo a los tipos de sociedad
posibles de identificar, donde nos encontramos, desde el modelo de «los púberes» de las sociedades
primitivas sin Estado, los «efebos» de los Estados antiguos, lo «mozos» de las sociedades campesinas
preindustriales, los «muchachos» de la primera industrialización, y los «jóvenes» de las modernas
sociedades postindustriales (Feixa, 1999:18).
Cuando nos enfrentamos al concepto de juventud, éste es abordado desde distintas
perspectivas, sin embargo, no se visualiza claramente una construcción teórica que problematice la
realidad de los jóvenes e integre con ello un marco de análisis para su comprensión, y que tenga una
tendencia hacia una visión más general de la juventud. Esto significa que no se trata de negar la
realidad que conforman a los jóvenes, ni tampoco definirlos como sujetos que constituyen una etapa del
individuo humano, intermedia entre la niñez y la edad adulta, sino más bien, elaborar un cimiento teórico
conceptual que posicione al concepto y que sirva para interpretar los fenómenos juveniles antes de
trabajar con el objeto real que son los jóvenes (Brito, 1996).
El concepto de juventud ha adquirido innumerable significados: sirve tanto para designar un
estado de ánimo, como para calificar lo novedoso y lo actual, incluso se le ha llegado a considerar como
un valor en sí mismo. Este concepto debe ser tratado desde la diversidad de sus sectores, donde cabría
preguntarse: ¿desde dónde empezamos a construir una definición de juventud, sin que las diferencias
de clases sociales y los contextos socioculturales estén sobre las identidades de las categorías de
juventud?
La noción más general y usual del término juventud, se refiere a una franja de edad, un período
de vida, en que se completa el desarrollo físico del individuo y ocurren una serie de transformaciones
psicológicas y sociales, cuando éste abandona la infancia para procesar su entrada en el mundo adulto.

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Sin embargo, la noción de juventud es socialmente variable. La definición del tiempo de duración, de los
contenidos y significados sociales de esos procesos se modifican de sociedad en sociedad y, en la
misma sociedad, a lo largo del tiempo y a través de sus divisiones internas. Además, es solamente en
algunas formaciones sociales que la juventud se configura como un período destacado, o sea, aparece
como una categoría con visibilidad social (Abramo, 1994:1).
La juventud no es un «don» que se pierde con el tiempo, sino una condición social con
cualidades específicas que se manifiestan de diferentes maneras según las característica históricas
sociales de cada individuo (Brito, 1996). Un joven de una zona rural no tienen la misma significación
etaria que un joven de la ciudad, como tampoco los de sectores marginados y las clases de altos
ingresos económicos. Por esta razón, no se puede establecer un criterio de edad universal que sea
válido para todos los sectores y todas las épocas: la edad se transforma sólo en un referente
demográfico.
La juventud se encuentra delimitada por dos procesos: uno biológico y otro social. El biológico
sirve para establecer su diferenciación con el niño, y el social, su diferenciación con el adulto (Allerbeck
y Rosenmayr, 1979:21).
La definición de la categoría juventud se puede articular en función de dos conceptos: lo juvenil y
lo cotidiano. Lo juvenil nos remite al proceso psicosocial de construcción de la identidad y lo cotidiano al
contexto de relaciones y prácticas sociales en las cuales dicho proceso se realiza, con anclaje en
factores ecológicos, culturales y socioeconómicos. La potencia de esta óptica radica sustancialmente en
ampliar la visión sobre el actor, incorporando la variable sociocultural a la demográfica, psicológica o a
categorizaciones estructurales que corresponden a las que tradicionalmente se han utilizado para su
definición. Entonces lo que incluye es la variable vida cotidiana que define la vivencia y experiencia del
período juvenil. Al decir de Reguillo, para no quedar atrapados en los análisis en juventud, que nos
dejan de un lado, con sujetos sin estructura; y del otro, de estructuras sin sujeto (Reguillo, 2000:45).
Para situar al sujeto juvenil en un contexto histórico y sociopolítico, resultan insuficientes las
concreciones empíricas, si éstas se piensan con independencia de los criterios de clasificación y
principios de diferenciación social que las distintas sociedades establecen para sus distintos miembros y
clases de edad (Reguillo, 2000:49).
Esta mirada permite reconocer la heterogeneidad de lo juvenil desde las diversas realidades
cotidianas en las que se desenvuelven las distintas juventudes. De esta manera posibilita a su vez
asumir que en el período juvenil tienen plena vigencia todas las necesidades humanas básicas y otras
específicas, por lo que resulta perentorio reconocer tanto la realidad presente de los jóvenes como su
condición de sujetos en preparación para el futuro. Esto supone la posibilidad de observar a la juventud
como una etapa de la vida que tiene sus propias oportunidades y limitaciones, entendiéndola no sólo
como un período de moratoria y preparación para la vida adulta y el desempeño de roles pre-
determinados, tal como define la perspectiva clásica o eriksoniana.
Hechas estas precisiones, podemos señalar que el proceso de construcción de identidad se
configura como uno de los elementos característicos y nucleares del período juvenil. Dicho proceso se
asocia a condicionantes individuales, familiares, sociales, culturales e históricas determinadas. Por otro
lado, es un proceso complejo que se constata en diversos niveles simultáneamente. Se ha distinguido la
preocupación por identificarse a un nivel personal, generacional y social. Tiene lugar un reconocimiento
de sí mismo, observándose e identificando características propias (identidad individual); este proceso
trae consigo las identificaciones de género y roles sexuales asociados. Además se busca el
reconocimiento de un sí mismo en los otros que resultan significativos o que se perciben con
características que se desearía poseer y que se ubican en la misma etapa vital. Ello constituye la
identidad generacional.
También existe un reconocimiento de sí mismo en un colectivo mayor, en un grupo social que
define y que determina a su vez en el compartir una situación común de vida y convivencia. La identidad
refiere obligatoriamente al entorno, el ambiente. Los contenidos que originan la identidad generacional

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implican modos de vida, particularmente prácticas sociales juveniles y comportamientos colectivos.


También involucran valores y visiones de mundo que guían esos comportamientos.
En este contexto, las tareas de desarrollo y específicamente el proceso de construcción de
identidad juvenil, se entiende como un desafío que si bien es común a los adolescentes y jóvenes (o a
la mayoría) en cuanto a la emergencia de la necesidad de diferenciarse de los demás, y por supuesto
de sentirse único, no se manifiesta de la misma manera o de forma homogénea, al contrario, la
diversidad es su principal característica. Hoy está asumiendo esta redefinición de las tareas de
desarrollo como insumo esencial de las tareas formativas que se plantea alcanzar.
III. Los enfoques disciplinarios y clasificatorios
Cerca de tres décadas atrás (1971), el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y
Social (ILPES), resaltaba la necesidad de recurrir a los conocimientos generados torno al fenómeno
juvenil por parte de las distintas disciplinas involucradas en su estudio, como una forma de ayudar en la
clarificación del mismo y que resultaran más apropiados para orientar acciones dirigidas a las juventud
latinoamericana. Para tal efecto, presentaba una síntesis de seis enfoques disciplinarios —de mayor
usos sociales, por entonces— encaminados a deducir las perspectivas más adecuadas en sus usos
analíticos y con orientaciones de planificación social programática.
Consideraban en su síntesis de enfoques y perspectivas, el enfoque psicobiológico,
caracterizando a la juventud como un período vital, centrado en los cambios psicológicos y maduración
biológica del individuo.
La perspectiva antropológica-cultural relevaba la influencia sobre los jóvenes del contexto
sociocultural donde se socializan.
El enfoque psicosocial o de la personalidad ocupado de la personalidad juvenil, en cuanto sus
motivaciones y actitudes.
El enfoque demográfico consideraba a la juventud como una franja etaria o un segmento de la
población total, teniendo como estudio la estructura y la dinámica de las tasas vitales.
El enfoque sociológico otorgaba especial significado al proceso de incorporación del joven a la
vida adulta.
Y finalmente, la perspectiva político-social prestaba atención a las formas de organización y
acción de los movimientos juveniles y su influencia en la dinámica social (Gurrieri y Torres-Rivas,
1971:30-31).
Otra posible clasificación, sobre las principales aproximaciones teóricas y disciplinarias del
estudio de la juventud, es la que nos entregan las investigadoras Alpízar y Bernal (2003), quienes
explicitan este recorrido como el esfuerzo de la construcción de la juventud desde la academia,
graficada en siete aproximaciones teóricas, las que en orden de presentación corresponden a una cierta
secuencialidad evolutiva del concepto. Valga sólo su enunciación: la juventud entendida como etapa del
desarrollo psicobiológico humano, la juventud como momento clave para la integración social, la
juventud como dato sociodemográfico, la juventud como agente de cambio, la juventud como problema
de desarrollo, juventud y generaciones (no las generaciones de Mannheim y Ortega y Gasset de
principios del siglo pasado, sino las llamadas generaciones contemporáneas: generación x, escéptica,
red, entre otras), y juventud como construcción sociocultural (Alpízar y Bernal, 2003:106-118).
Desde el punto de vista de la antropología contemporánea, Feixa (1999), avanza en la definición
de una antropología de la juventud, presentado para tal efecto su objeto y cuáles debieran ser sus
orientaciones principales.
Desde mi punto de vista, el objeto de una antropología de la juventud apunta a una doble
dirección: en primer lugar al estudio de la construcción cultural de la juventud (es decir, de las formas
mediante las cuales cada sociedad modela las maneras de ser joven); en segundo lugar, al estudio de
la construcción juvenil de la cultura (es decir, de las formas mediante las cuales los jóvenes participan
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en los procesos de creación y circulación culturales). El primer camino, mucho más trillado, se centra en
el impacto de las instituciones adultas sobre el mundo juvenil, y puede conducir al estudio transcultural
de la juventud y a la crítica de las visiones etnocéntricas y ahistóricas que predominan en buena parte
de la literatura académica sobre la misma. El segundo camino, mucho menos explorado, se centra en la
influencia del mundo juvenil sobre la sociedad en su conjunto, y conduce al estudio de las microculturas
juveniles, entendidas como manifestación de la capacidad creativa y no solamente imitativa de los
jóvenes (Feixa, 1999:11).
Tomando la perspectiva sociológica, Enrique Martín Criado (1998), en su texto Producir la
juventud, crítica de la sociología de la juventud, propone una revisión de la sociología de la juventud en
Occidente, bajo la modalidad de contar una historia de la sociología de la juventud, haciendo para ello
los recortes analíticos en una suerte de cronología histórica, donde los protagonistas son las escuelas y
corrientes de pensamiento, como sus máximos exponentes, que principalmente durante el siglo xx, se
han ocupado del estudio de la juventud. Sólo a modo de enunciación, el recorrido lo inicia con los
llamados «generacionalistas», representados por las elaboraciones de Mannheim y Ortega y Gasset en
la década del veinte del siglo pasado, donde teorizan la sociedad en términos de generaciones,
teniendo la juventud (cierto tipo de juventud) un rol preponderante en la construcción de una nueva
sociedad (cf. Ghiardo, 2004). Por aquellos mismos años, aparece en escena la «Escuela de Chicago»
—con Thrasher como máximo exponente— y su elaboración sobre las bandas y las subculturas
específicas: la subcultura delincuente y la subcultura juvenil, la primera ocupada del estudio de los
jóvenes de clases populares y la segunda, de los jóvenes estudiantes clasemedieros. Un tercer
momento lo constituye la denominación de «la construcción psicológica de la adolescencia»,
consignando a Stanley Hall como el autor más célebre sobre el tema de la época, donde la lucha entre
la naturaleza del instinto y la cultura de la civilización es lo que caracteriza la turbulencia del
adolescente. Por su parte, en un cuarto momento, la cultura juvenil, según Parsons, se caracterizaría
por su hedonismo e irresponsabilidad, en un análisis funcionalista que tiende a concebir a la juventud
como grupo unificado, negando con ello la importancia de las diferenciaciones de clases sociales.
Desde una perspectiva completamente diferente y en confrontación directa con el estructural-
funcionalismo, surge la «nueva sociología de la juventud británica», conocida como la «Escuela de
Birmingham» y denominada como corriente teórica de «nueva teoría subcultural», situando la clase
social en el centro de su análisis, y a la juventud y las subculturas juveniles son principalmente
subculturas de clases: las subculturas son campos de batalla políticos entre clases. Cierra Martín Criado
esta revisión con las aportaciones del «Centro de Sociología de la Educación y la Cultura» (csec), —
teniendo como figura más relevante a Bourdieu—, para el cual el problema de la juventud debe
inscribirse en el contexto de las luchas sociales por la reproducción, luchas entre grupos sociales por el
control del acceso a las distintas posiciones en la sociedad (Martín Criado, 1998:21-39).
Desde los estudios socioculturales en juventud, y específicamente en relación a las prácticas de
los jóvenes, Reguillo (2000), nos señala que «analizar, desde una perspectiva sociocultural, el ámbito
de las prácticas juveniles, hace visibles las relaciones entre estructuras y sujetos, entre control y formas
de participación, entre el momento objetivo de la cultura y el momento subjetivo» (Reguillo, 2000:16).
IV. Trayectorias de vida y condiciones juveniles
La perspectiva analítica de las trayectorias de vida y nuevas condiciones juveniles, se configura
como un intento de avanzar en la comprensión del fenómeno adolescente y juvenil, la que se constituye
en una nueva o recreada miradas al conjunto de situaciones por las que atraviesan estos segmentos
sociales, con énfasis distintos y posibles implicancias en el plano de impacto en las políticas orientadas
a los adolescentes y jóvenes. Como comprensión analítica, puede insumar elementos de concepción y
definición, tanto del sujeto en cuestión, como del contexto en el cual deben vivir sus condiciones
juveniles.
Los procesos de transición desde la etapa adolescente/juvenil a la vida adulta, está siendo un
ámbito de debate y discusión entre los investigadores en temáticas de juventud, siendo relevante en
aquellas discusiones dos nociones conceptuales y sus implicancias que ellas traen aparejadas.
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La primera («nuevas condiciones juveniles»), el posicionar la atención en los cambios y


transformaciones societales experimentadas a nivel global en las últimas décadas, representadas en la
lógica del paso de la sociedad industrial hacia la sociedad informacional o del conocimiento (Castells,
2001a), los cuales están influenciando con mayor fuerza en los modos de vida de las personas y
estructurando cambios acelerados en el funcionamiento de las sociedad. Transformaciones y cambios
socioeconómicos y culturales que afectan a toda la estructura social y que adquiere características
específicas en el modo de entender y comprender la etapa juvenil y la categoría juventud, como
tradicionalmente se le comprendió en cuanto construcción sociohistórica. Sumado a ello, se pone en
cuestión la organización de la vida en tres momentos vitales: formación, actividad y jubilación, modelo
que ha perdido vigencia fruto de la transformación de las estructuras sociales y del conjunto del ciclo de
la vida (Casanovas et al., 2002); lo que ha llevado a replantearse la condición juvenil en este nuevo
contexto y adentrarse en el concebir a ésta como un conjunto de cambios a nivel de las vivencias y
relacionamientos de los jóvenes en un nuevo escenario social, que trae consigo ciertos elementos de
«nuevas condiciones juveniles», diferenciándolas de la «situación social de los jóvenes».
Intervienen en estas diferenciaciones, una conceptualización sobre la noción de «juventud», que
como construcción social y categoría histórica, se desarrolla a lo largo de los procesos de
modernización, principalmente a mediados del siglo xx, en el mundo occidental. La «condición juvenil»,
como categoría sociológica y antropológica, referida a la estructura social como a los valores y a la
cultura particular de los sujetos jóvenes en los procesos de transformaciones sociales contemporáneas
(formativas, laborales, económicas, culturales). Y la «situación social de los jóvenes», nos remite al
análisis territorial y temporal concreto, siendo el cómo los diversos jóvenes viven y experimentan su
condición de jóvenes, en un espacio y un tiempo determinado. De allí se conjugan procesos que
vinculan a la noción de juventud bajo ciertos elementos que se visualizan con cierta estabilidad:
alargamiento o prolongación de la juventud, como una fase de la vida producto de una mayor
permanencia en el sistema educativo, el retraso en su inserción sociolaboral y de conformación de
familia propia, mayor dependencia respecto a sus hogares de orígenes y menor autonomía o
emancipación residencial.
Y la segunda («trayectorias de vida»), nos remite a los cambios experimentados en los modelos y
procesos de entrada a la vida adulta por parte de estos sujetos jóvenes, lo que nos lleva a entender la
etapa de vida designada como juventud, a una etapa de transición (Pais, 2002a, 1998; Casal, 2002,
1999). Transición en el paso de la infancia a la vida adulta, donde se combinan enfoques teóricos que
conciben este paso como tiempo de espera antes de asumir roles y responsabilidades adultas, proceso
en el cual se hace uso de una moratoria social aceptada social y culturalmente (Erikson, 1971, 1993);
como a su vez, enfoques en desarrollo que nos remiten a transiciones juveniles de nuevo tipo, donde se
conjuga este proceso en un contexto diferente a nivel de los sujetos y las estructuras sociales en las
cuales se despliegan estas transiciones, cobrando mayor relevancia el paso desde el mundo de la
formación al mundo del trabajo, entendido como la plena inserción sociolaboral y sus variables anexas a
ello.
La noción de trayectorias nos remite al tránsito desde una situación de dependencia (infancia) a
una situación de emancipación o autonomía social (Redondo, 2000); tránsito que se ha modificado,
principalmente, por el alargamiento de la condición de estudiante en el tiempo y el retraso en la
inserción laboral y de autonomías de emancipación social de los jóvenes.
Podemos distinguir entre la transición, considerada como movimiento (la trayectoria biográfica que
va de la infancia a la edad adulta) y la transición considerada como proceso (de reproducción social);
donde las trayectorias de los jóvenes son algo más que historias vitales personales: son un reflejo de
las estructuras y los procesos sociales; procesos que se dan de manera conjunta, es decir, consideran
procesos a nivel de la configuración y percepciones desde la propia individualidad y subjetividad del
sujeto, y las relaciones que se establecen entre aquéllas y los contextos a nivel de las estructuras
sociales en las cuales se desarrollan aquellas subjetividades (Redondo, 2000; Martín Criado, 1998). De
ese modo, en la transición a la vida adulta por parte de los jóvenes, el tiempo presente no está
determinado solamente por las experiencias acumuladas del pasado del sujeto, sino que también
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forman parte de él las aspiraciones y los planes para el futuro: el presente aparece condicionado por los
proyectos o la anticipación del futuro (Pais, 2000; Casal, 2002).
Desde esta perspectiva, la transición desde la etapa juvenil a la vida adulta, ha dejado de ser un tipo
de «trayectoria lineal», o concebida como una trayectoria de final conocido y de manera tradicional,
donde el eje de la transición fue el paso de la educación al trabajo; donde actualmente, con mayor
propiedad, este tránsito está más vinculado a una fase imprevisible, vulnerable, de incertidumbre mayor
que en las trayectorias tradicionales o lineales, donde pueden denominarse tipos de «trayectorias
reversibles, laberínticas o yo-yo» (López, 2002; Pais, 2002a). A su vez, estos posibles itinerarios de vida
o de tránsito a la vida adulta desde la etapa juvenil, también pueden tener finales diversos debido a la
pluralidad de juventudes y condiciones juveniles posibles de identificarse, donde hallamos, según sus
resultados, «trayectorias exitosas» o «trayectorias fallidas», dependiendo de las situaciones biográficas
de los jóvenes, donde la variable que más discriminará y será factor de predictividad, los desempeños y
credenciales educativas obtenidas por los sujetos en este tránsito hacia la vida adulta; además de la
acumulación, apropiación y transferencia diferenciada de los capitales cultural, económico, social y
simbólico (Bourdieu, 2000, 1998; Martín Criado, 1998).
La «no linealidad» de las transiciones a la vida adulta pone de manifiesto que ya no se da una
relación causa/efecto, de un antes y un después, y los modelos estandarizadores de las transiciones se
han convertido en trayectorias desestandarizadas; que van configurando proyectos de vida
diferenciados entre los jóvenes y su paso a la vida adulta (Pais, 2002a). De tal modo que el concepto de
transición enfatiza la adquisición de capacidades y derechos asociados a la edad adulta. El desarrollo
personal y la individualización se ven como procesos que se apoyan en el aprendizaje y la
interiorización de unas determinadas normas culturales (socialización) como requisitos previos a
convertirse y de ser considerado como un miembro de la sociedad con todas sus consecuencias.
Los procesos de diversificación y la individualización de la vida social se encuentran a la base de la
diversificación de itinerarios hacia la madurez, rompiendo con ello con la linealidad de la transición para
la mayoría y aparecen itinerarios diversos y diversificados (López, 2002). El concepto individualización
acentúa que es el sujeto joven el que tiene que construir su propia biografía, sin tener que poder
apoyarse en contextos estables. Esto no significa, sin embargo, que ya no importen los
condicionamientos y el origen social (Du Bois-Reymond et al., 2002).
De allí la relevancia de incorporar en el análisis la noción de capital y las especies de capitales,
entendido aquél como una relación social que define la apropiación diferencial y diferenciada por los
sujetos del producto socialmente producido. Bourdieu distingue otras especies de capital, además del
capital económico, que como éste, suponen apropiación diferencial: «un capital cultural (con
subespecies, como el capital lingüístico), un capital escolar (capital cultural objetivado en forma de
títulos escolares), un capital social (relaciones sociales movilizables para la obtención de recursos), un
capital simbólico (prestigio)» (Martín Criado, 1998:73).
V. Adultos mayores
Según la OMS, las personas de 60 a 74 años son consideradas de edad avanzada; de 75 a 90,
viejas o ancianas, y las que sobrepasan los 90 se les denomina grandes viejos o grandes longevos. A
todo individuo mayor de 60 años se le llamará de forma indistinta persona de la tercera edad.
¿Qué sucede en la edad adulta y en la vejez? En principio, la creencia más común en nuestra
cultura es que la edad adulta implica estabilidad, ello, también sería coincidente con lo que asertan las
ciencias biomédicas. Sin embargo, la investigación de lo que ocurre comportamentalmente en la edad
adulta es que, aunque con un menor incremento, el individuo sigue desarrollándose o perfeccionando
sus repertorios comportamentales. Es más, en nuestra sociedad actual, la verdadera profesionalización
llega mucho después de la adolescencia y la máxima inversión educativa y formativa no solo se produce
en los primeros años de la vida sino a todo lo largo de ésta. En un mundo tecnificado como el nuestro el
ser humano ha de seguir inserto en procesos de aprendizaje a lo largo de toda su vida adulta y nuestra
sociedad ha sido bautizada como una sociedad del conocimiento en el que éste se convierte en un

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objetivo preciado a todo lo largo del ciclo de la vida. ¿Y en la vejez? Ello, esta todavía más claro, la
común creencia es que a partir de una determinada edad empieza “la vejez”. La idea más común es que
existe un comienzo de esa vejez, generalmente establecido en la edad de jubilación, y, lo que es peor,
que ello conlleva pérdida, declive y deterioro. Y es que la psicología -o mejor aún, algunos psicólogos-
han asumido un modelo biomédico por el que sabemos que, a lo largo de la vida, pasados un periodo
de fuerte crecimiento, todos nuestros sistemas biológicos pierden eficiencia. Es este comportamiento de
los sistemas biofísicos a lo que, desde la biología, se llama envejecimiento y se expresa como una
involución que tiene el signo contrario a lo que llamamos desarrollo.
Teniendo en cuenta un amplio conjunto de características psicológicas Heckhausen y Schulz
establecieron cuales de ellas experimentaban ganancias y cuales presentaban pérdidas a lo largo del
ciclo de la vida desde los 20 a los 90 años de edad. Si bien es cierto que los primeros años de la vida se
producen máximamente cambios positivos (desarrollo), también es cierto que se produce una cierta
meseta de estabilidad comportamental en la edad adulta (que llega a los 70 años) y que se
experimentan amplios declives a partir de los 70 años, los autores concluyen que existen ganancias o
mejoras, en distinta medida y proporción a todo lo largo del ciclo de la vida, aún a los 90 años. Así, por
ejemplo, sabemos que mientras existen funciones cognitivas (en las que el tiempo de reacción o
ejecución es importante) declinan muy tempranamente (a partir de los 20 años) otras aptitudes
cognitivas, como la amplitud de vocabulario o los conocimiento, no lo hacen hasta muy
avanzada edad (a partir de los 70 años) o, incluso, que otras funciones socio-afectivas (como el
balance entre el afecto positivo y negativo) se articulan mucho mejor en la vejez. En definitiva, existe
crecimiento y declive a todo lo largo de la vida. También es verdad que existen determinadas
características psicológicas, como por ejemplo, el neuroticismo, la sociabilidad, o las actitudes y los
intereses que, una vez instauradas en la edad adulta, se modifican muy poco a todo lo largo de la vida.
En definitiva, la teoría de la continuidad1 establece que existe un escasísimo cambio por lo que se
refiere a las preferencias, actitudes y actividades que las personas realizan a lo largo de su vida.
Lo importante ahora es ejemplificar estos patrones de cambio que ocurren a lo largo de la vida y que
expresan que algunos factores psicológicos experimentan deterioro o declive (isomórficamente con lo
que sucede con nuestros sistemas biofísicos) mientras que otros experimentan desarrollo o cambio
positivo. Hay que resaltar que se consideran declives a aquellos cambios que suceden con probabilidad
al envejecer mientras que llamamos deterioro cuando ocurre un cambio patológico (excedente del
declive) generalmente producido por una determinada enfermedad.
Dado que la psicología agrupa múltiples manifestaciones, no resulta aquí posible tratar con la
necesaria extensión los cambios que en el conjunto de la actividad psíquica ocurren en la vejez. Tan
solo va a ser posible realizar un breve resumen de aquello que sucede en las más importantes
funciones psicológicas. Sin embargo, conviene comenzar resaltando que estamos considerando a la
vejez como una etapa de la vida. Los individuos llegan a esa (no bien determinada) etapa con muy
distintos bagajes y experiencias debido no solo al estado de su organismo en su sentido biológico sino,
sobre todo, de la historia de aprendizaje y de las circunstancias que les ha tocado vivir. De hecho, una
de las características más notables del proceso de envejecimiento es la enorme variabilidad que existe.
En otras palabras, en la medida en que se incrementa la edad aumenta las diferencias existentes entre
los individuos envejecientes debido, lógicamente, a la diversidad de circunstancias y de contextos
históricos vividos de forma tal que aunque aquí vamos a presentar unos determinados patrones de
cambio en la vejez, la variabilidad entre los distintos procesos, funciones psicológicas así como entre los
comportamientos divergen extraordinariamente entre los distintos individuos.
VI. CICLO VITAL
El ciclo vital lo entendemos como un “concepto que explica el tránsito de la vida como un
continuo y que propone que el crecimiento y el desarrollo social es producto de la sucesión de
experiencias en los órdenes biológico, psicológico y social”. La definición plantea que existe un proceso
1
Ver Achley, R.C. (1999): Continuity and adaptation in aging. Baltimore: J. Hopkins University Press.

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continuo desde el nacimiento hasta la vejez, y por esta razón, las experiencias y las condiciones de una
etapa de la vida condicionan la siguiente, así como las necesidades y los problemas pueden ser
previstos, agravados o superados en la etapa anterior. Teniendo en cuenta lo anterior, podemos afirmar
que en la etapa de vejez el ser humano ha sido el resultado del desarrollo del proceso del ciclo vital, el
cual ha estado enmarcado por las características de lo que ha vivido a lo largo de sus etapas a nivel
individual, social, desde su historia de salud y de los determinantes de ésta (estilos de vida, biología,
sistemas de salud, ambiente), propuestos por Lalonde en 19742.
Zetina (1999), por su parte, describió el ciclo de la vida en el siguiente gráfico donde se observa
la secuencia del proceso y la influencia biológica, demográfica, socioeconómica, sociocultural,
psicológica y el desarrollo humano de forma trasversal debido a que cada contexto se presenta de
formas diferentes según la etapa en la que se encuentra la persona.
Figura 1. Los ciclos vitales de crecimiento de la persona y su desarrollo hasta la vejez.

El desarrollo tiene lugar cuando se observan cambios duraderos. En la persona coinciden el


cambio y la estabilidad, dado que los cambios de las diversas competencias personales transcurren a
distintas velocidades y en su interacción producen cierta estabilidad, por ejemplo, en la autonomía de la
persona o en su bienestar (Martin y Kliegel, 2004).
Las diferencias en los cambios indican que el desarrollo adulto puede manifestarse
multidireccionalmente, es decir, en algunas competencias de manera estable y en otras aumentando o
disminuyendo. Este hecho permite investigar la relación entre los cambios y las distintas competencias.
Esta es la intención del estudio de Berlín de Mayer y Baltes (BASE, 1996) que analiza el transcurso de
los recursos cognitivos, emocionales, mentales, corporales y sociales a los 70 años. Schaie (1996), a su
vez, dirige desde 1956, con un mismo propósito, el Seattle Longitudinal Study (SLS) sobre la interacción
de los cambios en el rendimiento intelectual y los estilos conductuales en la edad adulta. A la hora de
equiparar muestras y dadas las grandes diferencias en la manera de envejecer, se intenta buscar y
definir propiedades comunes en grupos de la misma edad. Ante todo, se suelen estudiar los aspectos
funcionales del bienestar (Gerok y Brandstädter, 1992). El concepto del envejecimiento normal se
orienta por la norma típica, como puede ser el envejecimiento sin enfermedades crónicas, que sería lo
contrario del envejecimiento patológico. El envejecimiento exitoso ocurre cuando las personas sienten

2
Información complementaria puede revisarse en el artículo “Después de Lalonde: la creación de la salud”, presentado en la
Conferencia sobre Políticas de Salud Pública celebrada en Toronto, Canadá, 7 a 12 de octubre de 1984. Recuperado el 1 de
junio de 2018 en: http://iris.paho.org/xmlui/bitstream/handle/123456789/32552/8598.pdf?sequence=1
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satisfacción por poder adaptarse a las situaciones cambiantes de su vida (Havighurst, 1948/1972). Esto
no deja de ser un criterio subjetivo, sometido a la comparación entre las necesidades individuales y el
contexto concreto del desarrollo presente (Lehr, 2003). Esta definición se aplica también a la relación
entre un cierto grado de salud objetiva y la satisfacción subjetiva del adulto con la vida que lleva. El
término "envejecimiento exitoso" es demasiado impreciso, porque definir el "éxito" está dependiendo de
una situación individual concreta, de unas metas deseadas o de una circunstancia personal, como una
enfermedad o la pérdida de un ser querido. Esta definición puede ser, además, mal interpretada, aun
contando con criterios objetivos, como las expectativas de vida que la persona adulta no siempre
experimenta de manera positiva (Lindenberger, 2002)
2. DESARROLLO SOCIOAFECTIVO.
a. Relaciones sociales a lo largo del Ciclo Vital. El modelo del convoy.
El modelo de convoy o caravana, Kahn y Antonucci (1980), explica el apoyo social, y más
concretamente el apoyo social informal a lo largo de la vida. El modelo plantea que a lo largo del ciclo
vital las personas experimentan momentos de crisis, cambios, tensiones y transiciones en las que están
presentes un número seleccionado y pequeño de personas de los que la persona recibe apoyo
emocional e instrumental y que le ayudan a conformar su identidad. El término convoy fue tomado del
antropólogo David Plath (1975), y se refiere a una capa protectora de amigos y familiares que rodea a la
persona y acompaña a lo largo del ciclo vital, ayudándole a afrontar los cambios que experimenta y le
proporcionan apoyo.
Las personas se moverían a lo largo de la vida dentro de grupos de personas con las que realiza
intercambios de apoyo. Estos grupos de personas o capas son dinámicas y cambiantes, y al mismo
tiempo duraderos y estables a lo largo del ciclo vital, como la red de apoyos entre padres e hijos, en
cambio la presencia de unos determinados amigos o vecinos pueden cambiar por las circunstancias de
la vida y los cambios de residencia. El modelo se puede representar a través de 3 círculos, el más
cercano a la persona sería el de la familia, después el de los amigos, y por último el círculo más
externo, formado por el apoyo prestado por los vecinos, los conocidos o compañeros de trabajo, es
decir por el apoyo social comunitario. Éstas personas no son tan importantes como los de los otros 2
círculos, pero tienen un papel relevante en la red de apoyo. La concreción de esta red de apoyo está
basada más en el apoyo percibido que en el recibido, siendo el primero el que las investigaciones
relacionan más con la salud mental.
El modelo de convoy describe las funciones de los grupos que conforman los círculos, como
proveedores de apoyo social informal, y cómo éste apoyo aumenta la salud y el bienestar de las
personas a lo largo del ciclo vital. Por otro lado, el modelo jerárquico compensatorio, intenta explicar
la naturaleza y el significado de las fuentes de apoyo social durante el envejecimiento. Éste describe
una línea jerárquica que va desde la familia, amigos o vecinos hasta el apoyo social formal. Y según
este modelo, cuando el elemento preferido en primer lugar está ausente, los otros grupos actúan de una
manera compensatoria. Refiere que más allá del tipo de ayuda que se necesita, la fuente de apoyo
preferida es la pareja. Sino está disponible la pareja, las personas mayores piden la ayuda de los hijos
y sino, la de otros familiares o amigos. Otros autores van más allá, y dicen que si la fuente preferida de
apoyo no está disponible, las personas mayores pedirán ayuda entre los otros disponibles, siendo los
más próximos los elegidos. También las circunstancias, la convivencia o la preferencia personal pueden
guiar la selección hacia otros apoyos. Refieren que la presencia de otros confidentes además del
cónyuge o algún hijo o hija puede ayudar a la hora de enfrentarse a un problema o área de interés.
Las teorías de la selectividad socioemocional (Carstensen, 1992) y del convoy social (Kahn, &
Antonucci, 1980) predicen cambios similares en la red a lo largo del curso vital. Ambas sostienen que si
bien el tamaño tiende a reducirse, el número de relaciones íntimas y el apoyo emocional del que se
dispone es relativamente estable a lo largo de la vida, hasta las edades más avanzadas. Sin embargo,
dichas teorías atribuyen estos cambios a motivos diferentes.
La teoría del convoy (Kahn, & Antonucci, 1980) sostiene que las personas desarrollan y

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abandonan una variedad de roles a lo largo de sus vidas y que cada uno de ellos está acompañado por
un conjunto específico de relaciones. Existen ciertos patrones que son consistentes con determinados
eventos en el curso vital. Por ejemplo en la vejez, la viudez o la jubilación implicarían el achicamiento de
la red; sin embargo, este convoy es parte de una red dinámica que se modifica a través del tiempo y
que puede dar lugar a muy diferentes variantes en esta etapa de la vida.
2. La teoría de la selectividad socioemocional
La teoría de la selectividad socioemocional (Carstensen, 1992) interpreta la disminución de
las relaciones que conforman la red en la vejez como el resultado de una elección intencional de los
adultos mayores, y no como la consecuencia de múltiples pérdidas. Esta teoría sostiene que la
comprensión de la propia finitud tiene como consecuencia la transformación de las metas que orientan
el comportamiento. En lugar de proyectar la obtención de bienestar en el futuro, los adultos mayores se
focalizan en el presente y una de las fuentes privilegiadas para lograrlo son las relaciones
interpersonales íntimas. Por este motivo, los adultos mayores asumen un rol proactivo en sus relaciones
sociales y seleccionan intencionada y estratégicamente los vínculos que más les interesa seguir
manteniendo y profundizando (Carstensen, 2006; Carstensen, Isaacowitz, & Charles, 1999). De este
modo, ciertas pérdidas de vínculos pueden compensarse con ganancias de apoyo emocional y de
contacto con los lazos más íntimos. De esta forma, la red se modifica, no sólo en tamaño sino también
en su composición.
3. El modelo de la equidad (Adams, 1963):
Este autor afirma que todos los sujetos realizan una evaluación del producto de su trabajo y las
recompensas obtenidas y comparan los resultados con los obtenidos por el resto de sujetos, para evitar
situaciones que ellos consideren injustas. Cuando existe un estado de desigualdad que consideran
injusto, se busca un cambio en la situación. Si se recibe lo mismo que se les da a los demás se sienten
satisfechos y aumenta la motivación para continuar trabajando, por el contrario, las situaciones injustas
desmotivan a los sujetos o en algunos casos pueden reaccionar aumentando sus esfuerzos para lograr
alcanzar lo mismo que los demás. Las relaciones:
• Se mantienen las relaciones justas y equitativas.
• Amistades adultas: evaluación a largo plazo
• Varones: orientados al intercambio
• Mujeres: orientación comunitaria
4. Apego en la vida adulta
Con respecto al plano de lo emocional, se ubican: los tipos de intimidad (Mancillas, 2001); los
estilos de apoyo (Brizuela y Ojeda, 2001); de Apego y Amor (Ojeda, 2006) por mencionar algunos. La
finalidad de ubicar los distintos estilos en los que oscila una relación interpersonal, no es para etiquetar
dicho vínculo, sino para contar con parámetros que permitan entender las distintas dinámicas que se
pueden dar en torno al área que mayor importancia le de la pareja, o bien, más le conflictúe en ese
momento a ésta.
Lograr que una relación de pareja se mantenga estable con el paso del tiempo, no es tarea fácil,
de acuerdo con Retana Franco y Sánchez Aragón (2006), se deben tomar en cuenta un gran número de
procesos psicológicos, entre los que destacan: los aspectos que intervienen en el proceso de selección
de la pareja; las experiencias que van construyendo que le dan un valor significativo, de particularidad y
exclusividad a la relación; la opinión que se tiene de la pareja; la manera en cómo reciben y asimilan la
información proveniente del exterior, como representante del contexto donde están inmersa su relación
y por consiguiente, les repercute en la imagen que se hacen de ésta última y del otro.
Se puede ver que depende mucho del contexto en que se encuentra la pareja, su situación
actual y sus circunstancias internas y externas, para que se dé una convivencia entre sus integrantes
emocionalmente equilibrada hacia lo funcional y lo satisfactorio de la misma relación (Puget y
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Berenstein, 1988). Se ha visto que éstos, el apego y el amor en su forma genérica (no de estilos) son
dos elementos básicos que configuran las relaciones de pareja en la vida adulta. El apego que los une y
los mantiene en un estado conyugal de confort, proximidad, cercanía y seguridad física. Mientras que el
amor es la forma como alimentan ese cariño, se expresan el deseo de mantenerse en pareja y se hace
sentir mutuamente que “se quieren” (Díaz-Loving, 1990).
El Modelo de Estilos de Apego de Bowlby (1969) establece que un Estilo de Apego es un lazo
“psicológico o subjetivo” que une a dos personas y el cual lo integran todas aquellas características
individuales que sean predecibles y distinguibles en un patrón de interacción. Su importancia dentro de
las relaciones cercanas y significativas, consiste en que su presencia como patrón de interacción, se da
con el objeto de mantener su seguridad física y/o psicológica en términos de confortabilidad, estabilidad
emocional y satisfacción de necesidades. Los Estilos de Apego han sido muy estudiados mucho en
población adulta, a nivel de conocer la efectividad y satisfacción de las relaciones interpersonales (p.e.:
Bartholomew et al., 1991; Carnelly et al., 1992; Carnelly, et al., 1994; Feeney y Noller, 1990; Hartfield y
Raspon,1993; Hazan y Shaver, 1987; Kirkpatrick y Hazan, 1994; Simpson,1990). De tal forma que por
su consistencia y replicabilidad, se puede decir que son 3 los estilos de apego que se dan entre las
relaciones interpersonales adultas y que establece dicho modelo: Una persona con un Estilo de Apego
Seguro predominante mostrará ante la presencia o ausencia de su pareja, la mayor parte del tiempo
una actitud de tranquilidad, alegría, felicidad, e incluso, de comunicación. Es alguien que suele valorarse
a sí misma, es capaz de conducirse en forma independiente, sin que sus decisiones dependan del otro
miembro dela diada. Generalmente, suele percibirse satisfecho con su pareja y con el tipo de relación
que han construido. Mientras que una persona con un Estilo de Apego Inseguro predominante
mostrará ante la presencia u ausencia del otro miembro de la relación una actitud de intranquilidad, e
incluso a veces de desesperación porque existe la incertidumbre del abandono, de pérdida física o
psicológica de la figura de amor. De tal forma que busca hasta cierto punto saber todo lo que hace y
donde está su pareja. Finalmente, una persona con un Estilo de Apego Evitante/Miedoso
predominante, se expresa con conductas defensivas, como una reacción a evitar entregarse del todo
con la pareja por temor a que ésta hiera sus sentimientos. De tal forma que expresa miedo en la manera
como se vincula, puede actuar con reserva y alejamiento al grado de involucrarse emocionalmente de
manera superficial y buscar poca intimidad, en este sentido evita entregarse por completo, por temor a
salir lastimado y una forma de autoprotegerse.
Por su parte, el Modelo Teórico de Estilos de Amor de Lee (1977) refiere que un Estilo de
Amor, no es más que una ideología aprendida por el grupo al que se pertenece que marca las pautas
acerca de lo que se debe o no hacer en torno al amor, guía las actitudes y conductas que se expresan
(Hendrick y Hendrick, 1986). En otras palabras, es la manera con que una persona le demuestra a su
pareja que la quiere. El camino de demostración de afectos y atenciones por el ser amado puede variar,
algunas se inclinan más por besar, acariciar, tener goce sexual, o bien, por sacrificarse y sufrir su
relación, ya que así es el amor verdadero; mientras que otras prefieren controlar y celar a su pareja. Lee
ayudado por la literatura, propuso una serie de metáforas que describían el amor y la sometió al juicio
de sus pacientes.
De los resultados de su clasificación propone los siguientes estilos de amor: El Estilo de Amor
Amistoso se expresa a través de alimentar día con día una profunda amistad con la pareja. De tal
forma que este tipo de amor, al igual que las “buenas amistades”, se llevan bien y se caracterizan
porque en su relación existe entendimiento y acuerdo mutuo en cuanto a compartir actividades y formas
y lugares para convivir, jugar y divertirse. El Estilo de Amor Erótico es aquél que se expresa a través
de conductas eróticas, busca seducir a la pareja constantemente y llegar a la consumación sexual con
ella. El Estilo de Amor Maníaco se expresa en ser demandante con la pareja y en celarla muy
frecuentemente. Busca controlar y supervisar su comportamiento. Siente desconfianza hacia lo que
hace y dice su pareja. El Estilo de Amor Lúdico por temor a quedarse solo (a) actúa en consecuencia
y por consiguiente prefiere mostrar desinterés conyugal y no comprometerse abiertamente expresando
sus sentimientos más profundos a través de buscar pasar el tiempo más con otras personas (sobre todo
del sexo opuesto) que con su pareja. El Estilo de Amor Pragmático se expresa eligiendo

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cuidadosamente a su pareja. Para ello, se podría decir que hace una lista consciente de cualidades
deseables en su pareja y analíticamente evalúa esas cualidades. Busca la compatibilidad no sólo física,
sino de intereses, gustos aficiones, religión y clase social, por ejemplo algunas. Tiene una orientación
muy práctica hacia la relación de pareja. El Estilo de Amor Agápico se expresa a través de tomar la
relación de pareja como una ocasión más para ayudar a alguien. Para ello, la persona con este estilo se
comporta generosa y altruista con su pareja, pues piensa que el autosacrificio la hace mejor ser
humano.
Los Estilos de Amor propuestos por Lee (1977) han sido consistentemente reportados por otros
estudios en parejas mexicanas (Beltrán, Flores y Díaz-Loving, 2000; Flores Jiménez, 2005;Ojeda, 2006;
Sánchez, 2000). Estudiarla relación entre éstos y los estilos de apego tiene su pequeña historia. Tales
estudios, han enfatizado la relación de los estilos de apego y amor con el constructo de Satisfacción
Marital, como una forma de poder visualizar la percepción general que cada integrante tiene de la
dinámica de su relación. Existen sugerencias que acerca de que son las emociones positivas que
caracterizan a unos de los estilos como: la inti-midad, el compromiso, el confort, la cercanía, el amor, el
control de enojo… las que se asocian y favorecen este constructo (p.e.: Feeney, 1999; Canary y
Cupach, 1988; Feeney, Noller y Callan,1994; Osgarby y Halford, 1996; Rivera y Díaz-Loving, 1996).
En particular, los estilos Amistoso, Agápico, Erótico y Pragmático (en ese orden)
correlacionaron positivamente con la Satisfacción Marital (Beltrán et al., 2000). Mientras que las
emociones negativas y que caracterizan a otros de los estilos, como: la ansiedad, la tristeza, el ataque,
la evitación, la crítica, la culpa, la manipulación, el ser demandante, inseguro, quejumbro-so, inseguro,
llorón (a), autoritario… la desfavorecen (p. e.: Díaz-Loving, Ruiz, Cárdenas, Alvarado y Reyes,
1994;Feeney, 1999; Feeney et al., 1994). En particular, este interjuego entre los estilos de Apego, de
Amor y la Satisfacción Marital, se sigue presentando dentro de las relaciones interpersonales adultas.
Remshard (1998) y Ojeda (2003) ésta última con población residente de Mexico City; encuentran que
los Estilos de Amor Erótico, Amistoso, Agápico y Pragmático suelen correlacionar positivamente
con el Estilo de Apego Seguro y éstos, a su vez lo hacen positiva y significativamente con la
Satisfacción Marital. Mientras que los Estilos de Amor Maníaco y Lúdico suelen correlacionar
positivamente con los Estilos de Apego Inseguro y Evitante/Miedoso, pero negativa y significativamente
con la Satisfacción Marital. No obstante, cuando ambos miembros de la relación presentan como
predominante un mismo estilo de Apego o de Amor, o bien, una misma combinación… la Satisfacción
Marital suele verse favorecida. En el caso de población migrante, los Estilos de Apego, de Amor y la
Satisfacción Marital como constructos de influencia de la dinámica intra-conyugal, han sido poco
evaluados, porque la mayoría de los estudios al respecto se centran en evaluar aspectos
sociodemográficos, políticos, económicos, antropológicos, pero no tanto a nivel psicológico. De los
pocos estudios que aparecen reportados en la literatura, abordan al constructo de Apego como
consecuencia del desapego que sufren los migrantes cuando cambian de residencia y se ven en la
necesidad automáticamente de la noche a la mañana dejar trabajo, comunidad, amigos, familia,
costumbres… todo aquello que en contexto les proporcionaba seguridad psicológica y física. En este
mismo sentido, el constructo de Satisfacción se busca conocer su nivel en función de perder “aquella
estabilidad residencial satisfactoria” que dejan en su lugar de origen para emigrar e incursionarse a un
país destino (Santa-Maria, 2004). Este estudio sugiere dos cosas, por un lado que el Apego y la
satisfacción Marital son variables de interés por investigadores del área y por otro, que han sido
exploradas desde el aspecto de movilidad física y residencial, como un ejemplo más de que en la
literatura hay estudios centrados en la óptica de lo Demográfico.

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Clasificación de Bartholomew y Horowitz, tomado de Feeney y Noller (2001)

Modelo de uno mismo

Positivo Negativo
(Baja) (Alta)

Modelo del otro Positivo SEGURO PREOCUPADO


(Evitación) (Baja) Cómodo con la intimidad y la autonomía Preocupado (Main)
Ambivalente (Hazan)
Demasiado dependiente

Negativo RESISTENTE TEMEROSO


(Alta) Resistente (Main) Evitativo (Hazán)
Negación del apego Miedo al apego
Anti-dependiente Socialmente Evitativo

3. INICIACIACIÓN Y DESARROLLO DE LA VIDA LABORAL.


El mundo laboral es un entorno que ayuda a formar nuestra propia identidad. Esto se transparenta
claramente en la vida cotidiana en la que es fácil identificarse con la profesión que se ejerce.
Uno de los principales objetivos del adulto joven es encontrar un trabajo que permita la
generatividad y suficiente dinero para vivir independientemente de los padres.
– Los adultos jóvenes escogen puestos de trabajo bien remunerados, relegando a un segundo lugar la
satisfacción con el mismo.
– Los adultos mayores prefieren ocupar puestos menos remunerados pero que les permitan mayor
satisfacción laboral.
Influencia de la familia de origen en la búsqueda de trabajo del joven:
1. De forma directa:

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 Utilizando a su red social de apoyo para conseguir la contratación del hijo.


 Instándole a ocupar un determinado puesto laboral o rol profesional.
2. De forma indirecta:
 Facilitando el acceso a la formación (o lo contrario)
 Promoviendo el compromiso y la laboriosidad (o dando ejemplo de lo contrario)
 A través de los valores propios del estatus social:
 Padres de clase media o alta, con trabajos que requieren de autonomía, iniciativa y
creatividad, valoran y apoyan la iniciativa e independencia en los hijos
Padres obreros, que necesitan de la obediencia a la autoridad en sus oficios, tienden a valorar la
obediencia y la conformidad en sus hijos.
Así́ los padres ensenan a sus hijos los valores y las actitudes propias de su rol social, lo que
facilitará que estos adopten dicho rol y busquen trabajos acordes al mismo.
El grado de transmisión de valores relativos a la profesión de padres a hijos es mayor en el caso
de profesiones liberales que en el caso de familias obreras, lo que facilitaría el cambio social.
4.1. El Estatus Laboral
Cuando se escoge un segundo o tercer trabajo, o a la hora de mantenerlo el sueldo (factor
extrínseco) pasa a ocupar un segundo lugar detrás de la calidad de la vida laboral (factor intrínseco):
capacidad de controlar los horarios laborales, relaciones personales en el lugar de trabajo (el apoyo del
supervisor o jefe es especialmente importante para las mujeres trabajadoras), calidad de organización
en la que se trabaja, naturaleza del trabajo o posibilidad de compatibilizar el horario laboral y el familiar.
Las teorías del ciclo vital (Erikson, Havirghurst, Levinson) se centran en la vida del hombre, en la
que el trabajo remunerado ocupa un rol central.
Teoría de Levinson: los escalones de la vida se definen en función de si se ha conseguido
ocupar un puesto en el trabajo del nivel que cree que le corresponde, si se ha asentado en el puesto
social y laboral y si se ha logrado llegar a ocupar un puesto de responsabilidad. El trabajo es un
elemento central que influye en el ajuste psicológico y conductual del hombre adulto. No lograr la
realización profesional va asociado al sentimiento de fracaso personal.
Primeras teorías sobre las mujeres: ellas logran la realización personal a través de la maternidad
y el rol de esposas.
La incorporación de la mujer al mundo laboral no ha supuesto que ellas dejen de tener más
esperanza de vida y más salud en general. De hecho, las mujeres en trabajos remunerados puntúan
mejor en los indicadores de salud que las que solo trabajan en el hogar. Esto es contrario al argumento
de que tenían “ventajas de salud” por no trabajar fuera del hogar.
Hipótesis de la escasez de recursos: las energías de las personas son limitadas y quienes tienen un
trabajo no tienen energías para ser al mismo tiempo un buen esposo/a y padre/madre. Un trabajo
demandante supondrá́ inevitablemente conflictos y problemas en el hogar.
Hipótesis de la expansión: explica mejor los datos empíricos. Se basa en las ganancias que se
producen de la experimentación de múltiples roles. El adoptar diferentes roles en la vida permite ganar
autoestima, sentido de competencia, prestigio, reconocimiento social, y remuneración económica, lo que
hace que el balance de ganancias prime sobre las perdidas.
Datos empíricos: mejor ajuste en las personas que tienen la oportunidad de desempeñar roles
laborales y familiares frente a las que solo pueden desarrollarse en uno de los dos contextos,
independientemente de si son hombres o mujeres.

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4.2. La Jubilación
La jubilación es una transición que se da poco a poco. Se pasa por 5 fases (no son secuenciales
ni es necesario que todos los adultos pasen por ellas):
1. Fase de prejubilación: periodo previo a la jubilación real. Se preparan para el retiro labora, y
se preguntan cómo será́ su vida de jubilados.
2. Fase de jubilación: Puede materializarse de 3 formas diferentes
Luna de miel: los que con la jubilación empiezan a realizar las actividades que llevan
tiempo queriendo hacer pero que las obligaciones laborales no le permitían. Es
característica de quienes se jubilan voluntariamente y tienen suficientes recursos
económicos.
Descanso y relajación: Aprovecha la jubilación para descansar de las obligaciones que
ha sobrellevado durante su vida activa.
Continuidad: Los que continúan realizando algunas de las actividades que realizaban
cuando aún trabajaban.
3. Fase de desencanto: Cuando descubre que las fantasías asociadas a la jubilación no se
cumplen.
4. Fase de reorientación: Abandona las expectativas previas a la jubilación (tanto positivas
como negativas), explora nuevas posibilidades, toma decisiones y logra organizar una rutina
nueva dentro del retiro.
5. Fase de estabilidad: El jubilado consigue una rutina estable y satisfactoria.
El paso por el cambio normativo asociado a la edad que supone la jubilación estará́ relacionado
con cambios normativos asociados a la historia (ej.: prejubilación a los 55 años, gobiernos que
aumenten la edad de jubilación, la diferencia de adaptación a la jubilación de las mujeres actuales, etc.)
Pueden aparecer los trabajos puente: trabajo parcial remunerado que realizan las personas
jubiladas a tiempo parcial. Tienen un efecto positivo en las personas mayores, ya que les proporciona
satisfacción laboral y personal y un aumento de su calidad de vida.
4.3. Adaptación a la Jubilación
Factores asociados a la adaptación a la jubilación:
Vida marital: Estar casado es uno de los factores asociados con el mayor bienestar tras la
jubilación.
Se asocia a mayor satisfacción vital, más actividades de ocio, mejor salud física y psicológica, y
mayor apoyo social.
La reducción del estrés y de los problemas laborales hace que aumente la calidad de vida marital
(más tiempo juntos, vuelven a reconocerse y valorarse)
Redistribución de roles: varones se implican más en labores del hogar y mujeres tienen más
tiempo libre y aumenta su satisfacción marital.
Salud: El estado de salud propia, del cónyuge y de familiares cercano es un elemento clave de
adaptación a la jubilación. Casos de dependencia de la pareja o algún hijo será́ vivido de forma
negativa. No parece existir relación entre jubilación y empeoramiento de salud. Su salud dependerá́ del
estilo de vida que haya mantenido a los largo de su vida.
Estatus profesional: El tipo de trabajo que se abandona es un factor relevante para explicar el
ajuste a la jubilación:
 Carrera laboral en ocupaciones de mayor estatus y nivel educativo: mejor ajuste a la jubilación.
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Posiblemente porque son dados a mantener un trabajo puente, a implicarse en asociaciones


relacionadas con su profesión o a mantener contacto con compañeros
Obreros o profesiones de menor estatus laboral:
 más problemas para mantener el estatus económico, posición social o encontrar respeto.
 estos en la fase de prejubilación no se imaginan qué harán después de jubilarse.
 los profesionales que ocupan puestos de relaciones interpersonales se jubilan más tarde y
sienten mayor bienestar tras la jubilación. Mantienen los contactos.
Apoyo social: En función del apoyo percibido por parte de familiares y amigos y el grado de
congruencia entre las expectativas del jubilado y las personas que le rodean , la construcción de un
nuevo sentido de identidad alejada del rol profesional se realizará con mayor o menor facilidad.
Recursos económicos: A la adaptación a la jubilación se explica por la conjunción de varios de estos
factores.
4. CONSTITUCIÓN DE LA PROPIA FAMILIA.
La familia es la fuente de apoyo primordial y más importante para las personas mayores. Las
relaciones familiares se denominan relaciones primarias, y se caracterizan por tener una naturaleza
emocional, íntima y personal, por implicar a personas con diferentes roles y por tener una duración
duradera en el tiempo. Dentro de la familia vamos a distinguir entre las relaciones con la pareja,
relaciones con los hijos y relaciones con los nietos.
4.1. Enamoramiento fase inicial de la relación amorosa
 Aparición súbita
 Intenso deseo de intimidad y reciprocidad
 Pensamientos frecuentes e incontrolados sobre el otro
 Pérdida de concentración
 Activación fisiológica en presencia del otro
 Idealización del otro
 Hipersensibilidad a deseos y necesidades del otro
4.2. Conceptualización
Amar satisface un ansia, un deseo de prodigar ternura; ser amado llena otra necesidad: el deseo
individual de ser querido y apreciado. Si amar constituye una clase especial de realización; ser amado
es la recompensa que se le otorga. Como estos dos sentimientos pueden existir independientemente,
deben ser diferentes y es necesario diferenciarlos. Amar significa anhelar a alguien. La satisfacción de
ser objeto de la ternura de otra persona tiene con toda evidencia el carácter de un halago del yo; se
relaciona con el sentimiento de la vanidad satisfecha, del orgullo complacido, de la ambición realizada;
hincha el yo y aumenta el sentimiento del propio valor. El amor en sí no tiene al parecer las mismas
características: el que ama se siente humilde.
El amar y ser amado no es el único placer dentro de la relación de pareja también existe
satisfacción en el proteger, ayudar y guiar al otro, al tiempo de sentir seguridad y confianza.
Existen pocos criterios científicos que determinen el cambio de un período a otro. Los límites que
señalan el comienzo y fin de cada etapa son arbitrarios; para facilitar el entendimiento, se tomará la
edad adulta como dividida en tres partes:

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1. La adultez temprana o juventud: de los 20 a los 40-45 años.


2. La adultez media o madurez: desde los 45 hasta los 65 años.
3. La adultez tardía o senectud: de los 66 años en adelante.
Mientras la biología es quien determina el desarrollo en la infancia; durante la edad adulta son la
cultura y la personalidad individual. Son años de buena salud y gran energía, especialmente de los 20 a
los 40 años.
De los 25 a los 30 años, el sujeto se encuentra en el punto máximo de su fuerza y destreza
manual. De los 20 a los 25 años ve y oye más nítido, perdiendo gradualmente la agudeza visual y la
capacidad para oír tonos más agudos. A esta edad está en la cúspide de su capacidad reproductiva.
Las habilidades verbales se incrementan, al mismo tiempo que la capacidad de resolver
problemas nuevos empieza a disminuir lentamente pero compensado con la experiencia. Generalmente
conservamos ciertos rasgos característicos de la etapa anterior (adolescencia).
Sin embargo, otros aspectos de la personalidad pueden mostrar importantes transformaciones,
por ejemplo, se pueden mejorar en gran medida la autoestima y el control de la propia vida como
resultado de los propios logros (Papalina, 1988).
Los objetivos de este período son tan grandiosos como estimulantes: dar forma a un sueño,
visión de las propias posibilidades en el hombre, que generará energía, vitalidad y esperanza;
prepararse para una vida de trabajo; si es posible, encontrar un mentor y conformar la capacidad para la
intimidad sin perder, en el proceso, ninguna estructura del yo que hasta ese momento hayamos logrado
plasmar.
Debemos erigir la primera estructura de prueba alrededor de la vida que elegimos intentar
(Sheehy, 1985).
Al reconocer que varios de nuestros objetivos ya se han conseguido, tanto varones como
mujeres se permiten expresar aspectos de su personalidad que habían estado ocultos por mucho
tiempo (Papalia, 1988).
AMOR: El amor es una emoción que se desarrolla desde temprana edad. Cuando es positivo,
constituye la base de los logros humanos; es origen de tolerancia, autosacrificio, amistad y muchas
otras manifestaciones que pueden disfrutarse en las relaciones sociales.
Por otra parte, usado negativamente y dirigido hacia uno mismo, se convierte en vanidad,
egocentrismo y orgullo; distorsionado se puede transformar en odio y unido al miedo, causa los celos
(Sferra, 1977).
Empédocles decía que el amor y el odio son las dos fuerzas metafísicas de la vida, causas de
todo movimiento y de toda separación y unión. En el curso de la historia ha experimentado el hombre
diferentes aspectos y formas del amor y les ha dado nombre.
Con la palabra Eros (Platón) se designó el amor a la belleza. Filia (Aristóteles) significaba el
amor a los semejantes, a los pertenecientes al mismo grupo. Ágape, al contrario es el amor cristiano
incluso hacia lo que no es digno de ser amado. Epithynia, era el factor de deseo en el amor sexual
(Dorsch, 1985).
Existen dos clases de amor:
1. Amor de compañeros: (amor conyugal o romántico) Amistad amorosa entre un hombre y una
mujer que incluye afecto, confianza, respeto, lealtad y conocimiento íntimo mutuo. (Papalia, 1988).
2. Amor apasionado: “estado emocional salvaje, confusión de sentimientos: ternura y sexualidad,
júbilo y dolor, ansiedad y descanso, altruismo y celos”. Es limitado (6 a 30 meses) con posibilidad de
resurgir a veces (Papalia, 1988).
4.3. Teoría

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Se ha trazado un perfil de desarrollo normal desde la adolescencia hasta la madurez, se


describe un proceso típico de desarrollo, en el que se puede ver:
1. Transición a la edad adulta (17 a 22 años): los jóvenes se distancian de la familia por una gran
necesidad de independizarse y poseen algún grado de propia autonomía.
2. Entrada al mundo adulto (22 a 28 años): han establecido un estilo de vida propio,
independientes de la familia y tratan de lograr objetivos sin cuestionarse los medios.
3. Transición de los 30 (28 a 34 años): se cuestionan ámbitos como el trabajo y la familia.
4. Arraigo (33 a 43 años): se comprometen profundamente con los aspectos importantes de su
vida y se desligan de influencias anteriores.
5. Transición de la madurez (40 a 45 años): se cuestionan la mayoría de los aspectos de su vida,
junto a la concientización del tiempo que les queda (Papalia, 1988). La cultura masiva de poemas, arte,
etc., afirma que todo los que el joven necesita es amor (Sheehy, 1985). Es en esta etapa donde se
prepara para comprometerse en una relación íntima con otra persona (amistad íntima, coito,
matrimonio). Sin negar lo anterior, se puede ver que el aislamiento es necesario para reforzar la
individualidad; aunque si este es excesivo, puede desencadenar un estado de soledad constante
(Papalia, 1988).
4.4. ¿Por qué se emparejan los hombres?
1. La necesidad de seguridad: igualmente por parte de hombres y mujeres. Esto nos alienta a
seguir siendo niños que esperan que la protección provenga de otro y no uno mismo.
2. La necesidad de llenar algún vacío interior: el presupuesto que subyace en este motivo para
emparejarse es el de que las cualidades personales pueden ser transferibles (Sheehy, 1985). El amor
es una huida, un antídoto contra el descontento o aversión por uno mismo (Reik, 1955).
3. La necesidad de alejarse del hogar: aunque los matrimonios como fuga por lo común tienen
por protagonistas a las mujeres, también existen casos entre los hombres.
4. La necesidad de prestigio o de alcanzar algo práctico: el compañero(a) conferirá un status
superior o contribuirá en alguna forma a fomentar las ambiciones del otro
(Sheehy, 1985).
4.5. Atracción y elección de pareja
Se han descubierto una serie de principios que explican cómo elegimos nuestras parejas. El más
importante de estos principios es la interacción entre las características de una persona y la
apreciación de esos rasgos por la otra.
1. Proximidad: cuanto más se ve a alguien, se puede predecir su comportamiento y más
cómodas llegan a hacerse las relaciones. Existe además el efecto de exposición que sugiere que una
persona gusta más después de verla repetidamente (Papalia, 1988). Claro que la proximidad por sí
misma no es base suficiente para la armonía. Cuando las personas siempre están cerca, invaden la
vida privada y se vuelven irritantes (Davidoff, 1989).
2. Apariencia física: existe el placer estético de mirar a lo que se considera bello. También se
puede creer que cuando existe una envoltura bonita, el interior será más bonito. Otro elemento es el
status que se asocia a ello (popularidad). Una cuarta posibilidad es que la gente mejor parecida puede
ser más segura, competente y estar más satisfecha (Papalia, 1988).
3. Características personales: no se trata del rasgo en sí mismo, sino la manera que lo
percibimos. Cualidades como la generosidad, sentido del humor y buen carácter, influyen en el grado
que nos sentimos cómodos con las personas (Papalia, 1988). En moderación, la competencia, es otra
cualidad que las personas admiran. La cuasi-perfección parece ser rechazada, porque le recuerda a la
gente sus propios defectos (Davidoff, 1989).

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4. Similitud: Las parejas tienden a ser similares en cuanto a raza, edad, status, religión,
educación, inteligencia, valores y actividades (Papalia, 1988). Aunque es probable que si satisfacen los
requerimientos de uno y del otro, los contrarios se atraigan hasta cierto punto (Davidoff, 1989). Una
excepción a esta regla se da en las personas con baja autoestima, por el reforzamiento de las
conductas propias en el otro (Papalia, 1988).
5. Reciprocidad: Somos atraídos por las personas que han demostrado su “buen gusto y buen
criterio” al gustarles nosotros. Nuevamente se revierte en los sujetos de baja autoestima, porque creen
que se les miente interesadamente (Papalia, 1988).
4.6. Formación de pareja
Al comienzo, cada miembro de la pareja se experimenta como un todo en interacción con otro
todo y en este proceso de formar una nueva unidad, cada uno tiene que convertirse en parte del
sistema pareja, ya que algunas veces se vivencia como pérdida de individualidad.
Entre estas tareas se encuentran:
1. Acomodarse a la rutina que involucra el vivir junto a otro.
2. Lograr una separación de la respectiva familia de origen.
3. Reorganizar los encuentros y relaciones de la pareja con elementos extrafamiliares, y la
influencia de ellas.
4. Disponerse a crear un nuevo sistema social.
En resumen, se deben conciliar los valores de ambas partes, desarrollar pautas que apoyen la acción
del otro y ceder parte de la individualidad para ganar un sentido de pertenencia (Rubilar, 1995).
4.7. Pareja
Siguiendo a Pinazo (2006), en el proceso de envejecimiento se estrechan las relaciones
familiares y conyugales, lo cual produce normalmente mayor satisfacción y bienestar a las personas. En
las personas mayores el cónyuge constituye la principal fuente de compañía, de intimidad y de bienestar
y es la forma de convivencia más habitual, más del 50%, hasta los 80 años (IMSERSO, 2005), cuando
empieza el protagonismo de los hijos. Además el cónyuge es la persona elegida en primer lugar
(45,2%), para prestar ayuda en caso de necesitarla, seguida de los hijos (29,2%) (IMSERSO, 2002). Por
otro lado, la bibliografía muestra que el matrimonio es más beneficioso para los hombres mayores, pues
la gran mayoría del trabajo necesario para el mantenimiento de las relaciones familiares y del hogar,
recae sobre las mujeres, y que estar casado, en el caso de los hombres, significa mayor esperanza de
vida, más satisfacción vital y mayor estado de salud. Estar casado es un factor fundamental para las
relaciones informales en las personas mayores, pues vivir en pareja permite tener un conjunto de
experiencias compartidas, y proporciona un conjunto potencial de lazos con hijos y otros familiares, y
actúa de protector de la salud, sobre todo para los hombres. Estas relaciones o “contactos sociales
duraderos”, proporcionan al 25 individuo un feedback sobre sí mismo y sobre los otros, que compensa
las deficiencias de comunicación con el contexto comunitario.
En el caso de personas mayores dependientes, los cuidados que reciben provienen
principalmente del cónyuge, tanto para actividades domésticas, cotidianas o cuidados personales, sobre
todo en el caso de los hombres, pero en el caso de las mujeres, es más probable, que éstas sean
atendidas por sus hijas.
En el proceso de envejecimiento existen circunstancias que pueden provocar una ruptura con la
vida llevada hasta ese momento y sentimiento de soledad, cómo son el deterioro de las relaciones
familiares, el aislamiento social, la menor participación en actividades o el fallecimiento de la pareja,
pues una de las razones que explican la reducción de las redes sociales, en las personas mayores, es
el número de pérdidas sufridas, especialmente las más significativas. Además las personas mayores
que han sufrido una pérdida, manifiestan una sensación de profunda y continuada soledad, ya sea por
aislamiento social o por aislamiento emocional.

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En estos casos, el apoyo familiar es más importante durante la crisis, y el apoyo social de los
amigos está más indicado para restablecer la vida social y emocional. El disponer de un buen nivel de
redes sociales, de un confidente o de un buen amigo, se muestra como un indicador de desenlaces más
positivos del duelo, y una mejor superación de la depresión. El aislamiento social, es un estresor,
relacionado directamente con los síntomas psicológicos negativos y la inclusión social, es fuente de
sustento psicológico, aporta sentimientos de pertenencia o seguridad y sentimientos de disponibilidad
de apoyo entre otros. Los recursos psicosociales que aportan las redes de apoyo social son indicadores
de bienestar y contribuyen a la satisfacción de las necesidades. A la vez el bienestar psicosocial o
satisfacción con la vida está unido a la capacidad que los sujetos tienen de integrarse socialmente, y
con la capacidad de las redes sociales de convertirse en recursos de apoyo. 26 Por otra parte, el
aislamiento emocional se refiere a la ausencia de apoyo percibido, compañerismo, intimidad,
camaradería y contacto público con personas significativas y está relacionado con el sufrimiento
personal.
4.8. ¿Porque somos atraídos y porque mantenemos la relación?
1. Teoría de las necesidades complementarias: De los posibles compañeros, se elige a
quienes cubren las propias necesidades.
2. Teoría del reforzamiento: Se prefiere estar con determinadas personas cuando se consigue
algo de la relación.
3. Teoría del intercambio: Si la recompensa es mayor al costo, la relación nos resulta
provechosa.
4. Teoría de la equidad: Las personas se sienten más cómodas en las relaciones en que hay
una distribución justa de las recompensas y los costos.
4.9. Investigaciones
Feingold (1990), en su investigación acerca del efecto del atractivo físico en las relaciones
románticas, sostuvo que la importancia de ser atractiva en las mujeres, para atraer al sexo opuesto, es
sólo una creencia popular.
El atractivo físico está correlacionado positivamente con la popularidad frente al sexo opuesto,
tanto en hombres como en mujeres. Más importante es el hecho de que las correlaciones varían entre
los sexos y según el tipo de popularidad. Para la popularidad romántica, la correlación es más fuerte en
las mujeres que para los hombres; en comparación, la correlación entre el atractivo físico y la
popularidad platónica es mayor para los hombres que para las mujeres; porque las mujeres son más
propensas a preferir que sus romances nazcan de amistades, lo que incentivaría a “hacer amistad” con
hombres atractivos.
Las diferencias de sexo pueden ser mayores en la conducta que en la atracción. Por ejemplo en las
sociedades donde el hombre controla los recursos valiosos, las mujeres bellas se casarían con ellos
para obtener recursos y status, en vez de ser llevadas a ellos por sus atractivos físicos.
Sprecher, Sullivan y Hatfield (1994), refiriéndose a las preferencias en selección de pareja y a
los criterios que en ella se utilizan, han realizado un estudio en el que se explican las diferencias de
sexo en relación a los factores socioculturales: que la preferencia de los hombres tiende a una mujer
que sea atractiva y joven y que la de las mujeres tiende a un hombre que pueda proveer bienestar
material, se explica por la socialización tradicional da los roles del sexo y por las mínimas oportunidades
económicas que enfrenta la mujer.
Específicamente, los hombres están más predispuestos que las mujeres a unirse con alguien
más joven (5 años menor), alguien no acostumbrado a mantener un trabajo estable, alguien que “gane”
menos o posea una menor educación. Las mujeres están dispuestas a emparejarse con quienes no son
apuestos, mayores, que ganen más y que posean un mayor grado de educación.

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En términos evolutivos, los hombres prefieren parejas que tengan rasgos que evidencien su
valor reproductivo y las mujeres prefieren hombres con potencial de adquisición y recursos económicos.
Las mujeres están más dispuestas a unirse a alguien que ya haya tenido hijos, porque su tiempo
de fertilidad es limitado, no así los hombres que protegen a sus futuros hijos biológicos. Además los
hombres son menos reacios a relacionarse con alguien de una raza diferente, debido en gran parte a la
socialización diferencial de mujeres y hombres.
Dos estudios relacionados con la elección de pareja del “Journal of Personality and Social
Psychology”, hablan del cómo nos conducimos al momento de elegir. El primer estudio plantea el
modelo de la “similaridad”, que postula que escogemos a nuestra pareja en base a una escala de
valores, gustos, etc., y que luego, comparamos con nosotros mismos y en la medida de una mayor
similitud al momento de comparar, hacemos nuestra elección. El segundo estudio habla de un modelo
“ideográfico”, que basa su hipótesis en el hecho de que nosotros actuamos, basándonos en criterios
idiosincráticos al momento de elegir a un compañero, abandonando, así, la posibilidad romántica de la
elección por amor y el sentimiento de haber encontrado el único y para toda la vida: “verdadero amor”
(Lykken, 1993).
4.10. Teoría de Steinberg

Triángulo del amor de Sternberg


Pasión: Componente motivacional y de activación del amor. Es la expresión de deseos y necesidades.
Se relaciona con la sexualidad en la pareja. Es muy clara en la época del enamoramiento y no permite
conocer a la otra persona.
Intimidad: Componente emocional del amor. Supone la comunicación íntima con la otra persona, la
preocupación por el otro y la entrega de uno mismo. Conocer a la otra persona y dejarse conocer por
ella, y compartir emociones, secretos y sentimiento. También característica en relaciones de amistad.
Compromiso: Componente cognitiva del amor. Decisión de amar a la otra persona y mantener ese
amor a lo largo del tiempo. Lleva tiempo y va creciendo a medida que lo hace el cariño mutuo, la
capacidad de perdonar y de compartir posesiones y sentimientos.
De la combinación de estos elementos surgen diferentes formas de amor.
Otros autores han analizado los diferentes filtros por los que se pasa antes de encontrar a la persona
con la que se compartirá́ la vida.
1º Proximidad física: Necesario que se encuentren y puedan pasar tiempo juntos.
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2º Atractivo físico: Desde la perspectiva evolucionista se buscan los rasgos físicos que más
aseguren la supervivencia de la prole (hombres inteligentes, ambiciosos, con fuerza física, y mujeres
fieles, jóvenes, sanas, etc.)
3º Similitud: Tendencia a buscar una pareja semejante en aquellas cuestiones de la vida que son
importantes para la persona. Esto asegura la perdurabilidad de la relación y la ausencia de conflictos
importantes en la misma.
4º Reciprocidad: Se escoge a otro que ha tenido “el buen gusto” de fijarse en uno mismo.
Cuando se observa reciprocidad en el interés que una persona tiene hacia otra, suele aumentar el
deseo y el enamoramiento puede precipitarse.
4.11. El matrimonio
La edad de matrimonio en España se ha retrasado considerablemente en las últimas décadas.
Esto sería un buen ejemplo de lo que hemos denominado cambios normativos relacionados con la
historia.
Los primeros años de convivencia se convierten en la etapa más feliz de la pareja, al mismo
tiempo que el momento en el que más divorcios se producen. Es el momento de hacer frente a la
necesidad de acomodarse el uno al otro, establecer modelos de comunicación y adopción de decisiones
comunes, de buscar una estabilidad laboral y recursos económicos suficientes para mantener el nuevo
hogar, lograr que éste sea confortable, etc. Una vez que la pareja supera las primeras fases de ajuste y
ha logrado estabilidad en los estilos de relación y económica, suele venir la llegada de los hijos.
4.12. La transición a la maternidad y a la paternidad
Es uno de los hitos evolutivos más importantes de la adultez y afectas tanto a los roles sociales
de las personas como a su personalidad a través de cambios en las actitudes y en los comportamientos
adultos:
El nacimiento de los hijos e hijas no es, para la mayoría, un momento para reforzar el vínculo de
pareja. En general, las parejas bien avenidas antes del nacimiento continuarán estándolo después, peo
la situación de estrés asociada al cuidado del recién nacido hace que un importante número de parejas
se distancien y empeoren sus relaciones.
Tras el nacimiento del hijo, los miembros de la pareja radicalizan sus roles tradicionales:
 Madres: trabajen o no fuera de casa, dedican cada vez más tiempo al cuidado de la prole y del
hogar.
 Padres: se centran más en la búsqueda de recursos y desempeño profesional, participando en
las labores diarias del hogar menos que cuando no tenían hijos.
Explicaciones:
 Teorías evolucionistas: la filogénesis prepara a las mujeres para el cuidado de los hijos, y a los
hombres les da fuerza y poder para conseguir los alimentos.
 Teoría de la estructura social: añade a lo anterior que la presión social y las elecciones
individuales ejercen influencia a la hora de establecer los roles en la familia.
Diferencias sociales objetivas asociadas al género: las mujeres tienen peores salarios que los
hombres, por lo que es más fácil que ellas dejen el trabajo a que lo hagan ellos porque la pérdida
económica para la familia es menor, al tiempo que ellos buscan compensar la bajada de ingresos
familiares trabajando más horas o buscando un ascenso.
Las personas que mejor se ajustan a esta transición son aquellas que disponen de más recursos
económicos y fundamentalmente de apoyo social. También aquellas que sus miembros se caracterizan
por la androginia (personas que poseen tanto características típicamente asociadas a los roles
femeninos como a los roles masculinos) que conjugarán de forma más equitativa las labores
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profesionales y del hogar (roles igualitarios no tradicionales).


4.13. Hijos
En relación a los hijos, Pinazo (2006), refiere que según un estudio del IMSERSO del año 2002,
los españoles piensan en general que el cuidado de los padres mayores corresponde a los hijos, siendo
las mujeres, los más mayores y la población mayor de niveles educativos más bajos, los que más de
acuerdo están con ello. En general, en las familias que hay una persona mayor que necesita ayuda para
la realización de las actividades básicas de la vida diaria, en el 93,7% de los casos, los cuidados
pertenecen al ámbito familiar, siendo las hijas quienes proveen esa ayuda un 25,80% y un 14,9% los
hijos. Si preguntamos a la población en general quién les gustaría que les cuidase en caso de
necesitarlo, la mayor parte responde que el cónyuge, seguido de los hijos. En el caso de las mujeres,
éstas se orientan más hacia los hijos que hacia los cónyuges, lo cual aumenta a partir de los 65 años,
dónde casi la mitad prefiere la ayuda de los hijos, aunque muchas de ellas al haberse quedado viudas
no tienen otra opción. Normalmente los hijos apoyan a sus padres cuando éstos llegan a la edad
anciana, prestándoles cuidados y atenciones, al igual que éstos lo hicieron cuando los hijos eran
pequeños. Este mecanismo se denomina norma de reciprocidad. La relación existente entre las
personas mayores y sus familias se ha denominado intimidad a distancia, y está caracterizada porque
los padres viven en su propio domicilio independientes, con autonomía, separados del domicilio de los
hijos, aunque los hijos están dispuestos a ayudar si los primeros lo necesitan, y a aumentar las visitas y
contactos si surge algún problema o necesidad, como en los casos de viudedad, enfermedad grave o
aumento de dependencia y discapacidad.
Este apoyo tiene beneficios sobre el bienestar de las personas mayores, especialmente si existe
algún problema. En los momentos de necesidad las personas suelen acudir a los familiares, pues con
ellos se crea un sentimiento de reciprocidad para toda la vida, especialmente entre padres e hijos. Ésta
relación se basa en el compromiso de interdependencia entre las generaciones adultas de la misma
familia, o dicho de otro modo, en la solidaridad intergeneracional. En general está muy asumido que los
hijos tienen la obligación de atender las necesidades de los padres, y quizá por ello el adulto mayor
puede aceptar y esperar el apoyo de sus hijos. Al ser esperada y anticipada esta ayuda, puede
contribuir al efecto positivo del apoyo social, por otro lado, su ausencia tiene un efecto negativo sobre
las personas mayores. En el caso de que los hijos no presten la ayuda necesaria a sus padres, ello
puede deteriorar las relaciones entre los padres y los hijos, y crear sentimientos de indefensión y
soledad en los padres. Según un estudio del IMSERSO del año 1995 y 2004, de las personas
dependientes, tres cuartas partes reciben apoyo informal, sobre todo por parte de las familias. Éstas son
importantes en los momentos de crisis, principalmente en el caso d enfermos crónicos a largo plazo,
pero prestar estos cuidados supone a su vez una situación generadora de estrés a los cuidadores,
especialmente al cuidador principal. En estos casos, se ha demostrado que el apoyo social es un
modulador del estrés del cuidador. Los cuidadores que disponen de mayor apoyo social, tienen
menor percepción de carga, menor sintomatología depresiva y menor probabilidad de padecer
problemas de salud. En general, las relaciones de apoyo entre los padres mayores y los hijos adultos
consisten en intercambios de dinero, ayuda o consejo. El hecho de que los hijos cuiden de sus
padres mayores se ha denominado inversión de roles, es decir, los hijos se han convierten en
padres de sus padres. Se alcanza la madurez filial cuando los hijos ven a sus padres, como personas
que aunque necesitan ayuda, son adultos con sus propias necesidades y derechos y la responsabilidad
filial se alcanza cuando surge en los hijos un sentimiento de obligación personal hacia sus padres en
relación a su bienestar. Tanto por la necesidad de protegerlos y cuidarlos, como por el aspecto
preventivo que favorezca su autonomía e independencia. Las relaciones entre padres e hijos en esta
etapa de la vida varían en función del género de los hijos, pues suelen ser mayoritariamente las hijas las
que asumen el papel de cuidadoras y los hijos asumen papeles de toma de decisiones y de apoyo
financiero, aunque estos roles están cambiando. En general los estudios reflejan que en el caso de que
tengan varios hijos, los padres prefieren al hijo o hija con el que más se relacionan, aunque existe entre
las parejas una inclinación matrifocal, es decir una tendencia a estar unidos más a la familia de la mujer.
Por otro lado cabe decir, que los mayores no sólo reciben ayuda de los hijos, sino que dan ayuda a

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éstos y a sus padres longevos, como el cuidado de los nietos, ayudas en las tareas del hogar o en
gestiones administrativas.
4.14. El Nido Vacío
Nido Vacío: Momento en el que los hijos se van del hogar familiar.
Las reacciones de los padres dependen de:
A) Los roles que se hayan desempeñado durante la vida de los hijos: En los modelos
tradicionales de patriarcado
Las mujeres que han dedicado su trabajo y preocupaciones a la crianza, cuando este centro de
atención desaparece puede quedar la sensación de no saber exactamente qué hacer con su
vida. Sensación de vacío.
Los hombres pueden sentir culpa al considerar que no estuvieron todo lo disponible que fue
necesario durante su educación.
Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones es visto como un auténtico alivio y no como
una pérdida.
B) El momento en el que los hijos se independizan: la culpa y el sentimiento de vacío es más
fácil que aparezcan si la descendencia decide independizarse cuando aún son jóvenes y más
difícil cuando ocurre cerca o entrados en la década de los treinta.
Los padres continúan con su rol de padres ya que frecuentemente deben ayudar a sus hijos
recién emancipados económicamente, y posteriormente en el cuidado de la descendencia: los
nietos.
La salida de los hijos del hogar al contrario de lo que ocurría con el nacimiento de los mismos,
coincide con una renegociación y flexibilización de los roles en la pareja, que se acentuará con la
llegada de los nietos:
Varón: puede querer ocupar con los nietos el papel que no ocupó con sus hijos.
Mujer: aprovecha que ya no tiene la presión de la crianza para lograr realizar tareas pendientes
que no pudo hacer en su momento.
4.15. NIETOS
Las relaciones intergeneracionales, y los vínculos que los abuelos establecen con sus nietos,
son aspectos muy importantes. En general se reconocen los beneficios que la figura del abuelo puede
aportar al desarrollo y proceso de socialización de los nietos. En los resultados de la investigación
INSERSO/CIS (INSERSO, 1995) refieren que de los mayores de 65 años con hijos, el 35% presta algún
tipo de ayuda a sus hijos en tareas domésticas o en el cuidado de los nietos. La mitad ejercen un rol
asistencia activo si están capacitados o si viven cerca o conviven. Entre las personas mayores que
declaran valerse por sí mismas, tener hijos y salud buena o regular, el 35-40% ayudan a sus hijos o
nietos. Esta tasa aumenta si el abuelo convive con ellos bajo el mismo techo. Pero aunque la persona
mayor viva sola, es frecuente que ayude a sus hijos o nietos (26%). El cuidado de los nietos o el apoyo
en tareas domésticas se da en mayor proporción entre mujeres (40%) que entre hombres (29%). En
referencia al tipo de ayuda suministrada a los nietos, el primer lugar lo ocupan las tareas de cuidado,
dar de comer, o acompañarlo al ir o volver del colegio. Según un informe más reciente, el Informe 2000,
las personas mayores en España, concluye que el 61% de los mayores tiene contacto con nietos al
menos varias veces al mes, y el 52% habla con ellos por teléfono también varias veces al mes. El grado
de satisfacción de las relaciones con los nietos es elevado (el 95% muy o bastante satisfecho). Los
estudios ponen de manifiesto la importancia de la familia. Las relaciones intergeneracionales, van a
depender de la frecuencia del contacto, el linaje, la realización de actividades conjuntas, la edad y el
género de ambos, la distancia geográfica, el papel de la generación intermedia, la vinculación emocional
entre abuelos y nietos, el hecho de que el abuelo tenga o no más nietos y el tipo de relación que
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mantenga con éstos. En relación a las formas de relación entre abuelos y nietos, y las actividades
conjuntas, podemos decir que el realizar actividades comunes fomenta conexiones entre ambos,
mejores y más duraderas. Sirven como vehículo para la expresión del afecto y un medio para el
conocimiento mutuo, de cauce de influencia y de asistencia, medio de mantener ambos contacto, de
creación de lazos más estables y duraderos, y de aumento de la alianza y la complicidad. Promueven
un sentido de conexión entre ambos y permiten que los abuelos influyan en los miembros más jóvenes
de la familia. En el estudio Kennedy (1992), distinguen 6 categorías de actividades, que realizan los
abuelos y nietos de forma conjunta:
1- Sociabilidad: ver juntos la televisión, comer juntos, hablar a cerca de asuntos personales,
charlar.
2- Compañerismo; pasear juntos, leer libros y contar historias, aprender habilidades o aficiones
de los abuelos, jugar con los abuelos (puzles, cartas, juegos de mesa), realizar actividades juntos
(pescar, picnics).
3- Ayudar a los abuelos (doméstica); ayudar a los abuelos a cocinar, con las tareas de casa,
comprar con los abuelos las cosas que necesitan, cuidar a los abuelos cuando están enfermos.
4- Acontecimientos comunitarios; acudir a actividades deportivas en las que participa el nieto,
realizar viajes o ir de vacaciones juntos, planificar o preparar fiestas o celebraciones.
5- Entretenimiento con los abuelos: comer fuera con los abuelos, comprar regalos para los nietos
con los abuelos.
6- Ayuda a los abuelos (externa); ayudar a los abuelos con el cuidado del jardín o del campo,
ayudar a los abuelos con los asuntos burocráticos.

Concluye el autor, que a mayor cercanía en la relación, más diversas son las actividades que se
realizan conjuntamente y lo contrario, cuanto más actividades se comparten, mayor es la cercanía. Las
nietas comparten más actividades conjuntas que los nietos, realizándolas más con las abuelas. Otro
trabajo sobre actividades conjuntas realizado por Tyszkowa (1991), analizaba las actividades que los
nietos adolescentes y jóvenes, realizaban con sus abuelos. Concluía que las actividades más
compartidas eran conversaciones (52,2%), paseos (23,96%) y juegos (17,4%).
Osuna (2006), distingue 2 tipos de actividades; lúdicas y de ocio, y de atención y cuidado del
abuelo hacia el nieto. En el estudio, de las actividades realizadas conjuntamente, aparecía con más
frecuencia la conversación de diversos temas; de la historia de vida del abuelo, de sus experiencias
vividas, del colegio, las amistades, deportes de los nietos…etc. En relación a los factores facilitadores
de la relación entre abuelos y nietos, son la posibilidad y la frecuencia del contacto, los factores más
importantes para determinar la calidad de la relación entre ambos. La frecuencia influye en el grado de
satisfacción experimentado, la tolerancia recíproca y la percepción de utilidad e importancia de la
interacción. Los indicadores que permiten mantener un contacto más frecuente son; la proximidad
geográfica, la calidad de la relación con la generación intermedia, el número de nietos (a mayor número
de nietos, menos posibilidad de pasar mucho tiempo con ellos), el género de los abuelos (en general los
abuelas pasan más tiempo con los nietos), el linaje materno (el contacto con los abuelos por parte de la
madre es mayor), estar casado (es mayor la relación con los abuelos que viven en pareja, salvo los
viudos que conviven en el domicilio con los nietos).
Por otro lado, los abuelos refieren mantener un contacto mayor, el doble de veces, con los nietos
hijos de sus hijas, línea materna, que con la línea paterna. Existe también una variación en la relación
entre los abuelos y los nietos en función de la edad de ambos grupos. Para algunos autores, la relación
abuelos-nietos, disminuyen a medida que aumenta la edad. Otras investigaciones sugieren que las
relaciones entre abuelos y nietos a lo largo del ciclo vital se caracterizan por la continuidad, más que por
el cambio. Para otros autores, la relación abuelos nietos no cambia nunca, para otros hay unos cambios
asociados a la edad de los nietos que comienzan en la adolescencia, posiblemente porque en esa edad
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los nietos se centran más en su desarrollo personal y social y en las relaciones fuera de la familia. De
modo natural, conforme los nietos van cambiando, las relaciones cambian, pasando los abuelos de
compañeros de juegos a confidentes y amigos. Conforme los nietos se van haciendo adultos la relación
entre abuelos y nietos es más voluntaria. En relación a las actividades y la edad, al preguntar a los
abuelos y abuelas españoles, referían éstos que a medida que son más mayores, no prestan tanta
ayuda, sino que demandan la percepción de ayuda por parte de sus nietos. Del mismo modo, los nietos
al llegar a la madurez, forman relaciones más duraderas, satisfactorias y voluntarias con sus abuelos,
produciéndose la reversión de roles, responsabilizándose éstos de su papel de adulto competente, que
ayuda a la familia en el cuidado del abuelo. A su vez, en una investigación longitudinal a lo largo de 23
años, con el fin de identificar los patrones de cambio en las relaciones entre los abuelos y nietos, uno de
los hallazgos más relevantes fue encontrar que los nietos son para los abuelos importantes proveedores
de apoyo emocional. Además, el papel de la generación intermedia en la relación abuelos-nietos es
importante, pues los padres, pueden determinar las relaciones entre ambos, facilitando o entorpeciendo
las interacciones entre ellos, la frecuencia de contactos e incluso el tipo de actividades realizadas. En
general, los resultados relativos al rol de mediación de la generación intermedia indican que una alta
calidad de la relación de los abuelos con sus nietos se asocia con una alta frecuencia de contacto entre
abuelos y nietos, y posibilita a su vez, fuertes lazos emocionales.
4.16. AMIGOS Y VECINOS
Según Pinazo (2006), el papel de los amigos y vecinos son juzgados según diferentes criterios
que los de la familia, debido probablemente a las distintas experiencias e intercambios de apoyo entre
los amigos y vecinos, y la familia a lo largo de toda la vida. Refiere que recibir apoyo de un amigo es un
refuerzo para una relación de mutuo apoyo, es una muestra o evidencia de la buena salud, buena
compañía y utilidad continua del individuo. Para las personas mayores con un menor número de
relaciones familiares, los amigos constituyen un apoyo social y una fuente de satisfacción considerable.
Del mismo modo, aunque se tengan relaciones familiares satisfactorias, las relaciones con amigos son
también muy importantes, pues se comparte con ellos además de la edad, una experiencia vital
parecida, intereses comunes, recuerdos, opiniones y valores similares. Las relaciones con los amigos,
son un tipo de relación elegida, libre y voluntaria, lo contrario a la relación familiar que no es elegida.
Además éstas relaciones se hacen en un contexto voluntario y menos normativo que las familiares, se
caracterizan por la igualdad, por elevados niveles de reciprocidad, homogeneidad (estilos de vida e
intereses similares) y consenso. Esta similitud permite una interacción mutuamente satisfactoria, y que
reafirma la identidad y estima en ambas partes. El apoyo en las relaciones de amistad es opcional,
voluntario, basado en la reciprocidad y el afecto, lo que contrasta con los sentimientos de obligación
subyacentes en las relaciones familiares. Los amigos suponen ayuda emocional (actúan como
confidentes, consejeros, brindan empatía en momentos de necesidad) y apoyo instrumental (ayuda
práctica en situaciones cotidianas y de emergencia, proporcionando además compañía). Los estudios
revelan que disponer de un amigo íntimo o confidente les ayuda a enfrentarse con efectividad a las
situaciones de estrés. Los amigos son una de las fuentes de satisfacción más significativas, por lo que
tienen gran impacto en los sentimientos de bienestar de las personas mayores. Según un estudio del
IMSERSO en el año 2002, 9 de cada 10 personas mayores, considera que la amistad es muy o
bastante importante en sus vidas, un tercio considera que tiene pocos, 2 de cada 3 declaran tener
muchos o bastantes, 4 de cada 10 considera que no ve a sus amigos lo suficiente o por lo menos tanto
como les gustaría. Los vecinos también son fuente especial de apoyo y ayuda para la persona mayor,
especialmente para aquellas que han vivido durante largos periodos de tiempo en el vecindario, que son
casi la mitad de las personas mayores. No se suelen estudiar como elementos en las redes sociales de
las personas mayores, pero el contacto con los vecinos y amigos, ayuda a las personas mayores con
sentimiento de inutilidad y eliminan los sentimientos de soledad y preocupación. Dada su proximidad
física, los vecinos pueden ser uno de los recursos más importantes de apoyo en situaciones de
emergencia. Parece ser que el contacto con los vecinos es más frecuente que con los amigos o
parientes, y siguiendo el estudio mencionado anteriormente, más de las terceras cuartas partes de los
mayores, afirman tener contacto diario con ellos.

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4.17. La Generación Sandwich


Los adultos que aún están cuidando de sus hijos, deben comenzar a cuidar de sus padres. Esto se
debe a la actual longevidad de los padres y a que los hijos tardan más en salir de casa.
El porcentaje de personas mayores institucionalizadas es muy bajo. Los hijos adultos, ayudan a padres
mayores aportando:
1. Apoyo emocional
2. Apoyo instrumental
3. Intermediarios entre la sociedad y los ancianos.
Estas tareas suelen recaer en las mujeres y son realizadas por:
 Solidaridad familiar: “quiero a mi padre y él lo necesita”
 Reciprocidad: “ellos lo han dado todo por mí”
 Obligación o imperativo social: aunque no quieran a la persona que los necesita, no tengan una
buena relación con ella o no sientan reciprocidad de las mismas, realizan estas tareas debido a
la presión social que considera a la mujer como natural proveedora de cuidados dentro de la
familia.
 El convertirse en cuidador informal, sobre todo en casos en que la dependencia dura mucho
tiempo, influye en la salud física y psíquica del cuidador.
La investigación encuentra sentimientos de frustración, soledad, culpa, dolor e incluso ira en los
adultos cuidadores. Además le supone cansancio, reducción de tiempo y libertad, conflictos en el trabajo
(incluso su abandono) y sobre todo, preocupación por el padre y por el conflicto que puede surgir por
creer que los hijos están más desatendidos.
Pero cuidar a los mayores puede ser una tarea reconfortante y que puede ser catalizadora de cambios
positivos en la personalidad de los adultos de mediana edad: en aquellos casos en los que el sentido de
competencia y confianza en uno mismo y su deseo de generatividad o aportar a la sociedad casan con
el cuidado a las personas mayores.
4.18. Enfrentamiento a la muerte
Las personas son el producto singular de su biografía y tiene una permanente vocación de
felicidad y plenitud. (Bayés): la persona es el conjunto de situaciones que ha experimentado a los largo
de la vida, de las decisiones que ha tomado, de las relaciones personales que ha tenido, todo ello
dentro de un entorno específico y en busca de una felicidad constante que, a veces, se escapa.
Factores que afectan la forma de enfrentar la muerte
Momento evolutivo: Cuando el fallecimiento ocurre en un momento no normativo (a edades
tempranas), la familia del fallecido sufre más y es más difícil la recuperación. o Adolescentes y adultos
jóvenes: la muerte no preocupa, ya que es cosa que ocurre a otros y a ancianos (fábula personal). Las
conductas de riesgo son frecuentes y la accidentalidad con resultados mortales elevada.
Adultos: con el matrimonio y la llegada de hijos comienzan a preocuparse por su salud física por ellos
mismos y por el sentido de responsabilidad de tener que estar ahí para los otros (ser queridos)
A partir de la década de los 30: la experiencia real con la muerte aumenta (sufren pérdidas de
familiares o amigos) Entre los 30 y los 60 años el principal temor de las personas es fallecer dejando
cuestiones inconclusas.
Ancianos: piensan más en la muerte pero la temen menos, sintiendo menos ansiedad que los jóvenes
ante la misma. Prefieren (al igual que otras personas de otras edades que tiene cerca la muerte) estar
cerca de los seres queridos, resolver antiguas rencillas y recordar la importancia que las personas

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queridas han tenido a lo largo de la vida.


Plenitud alcanzada: Aquellas personas que han alcanzado la Sabiduría (Erikson) afrontarán la muerte
con mayor serenidad que quienes no han llegado a la plenitud.
Significado cultural:
Especial importancia de los aspectos normativos relacionados con la historia ante la muerte. No
afrontan la muerte de la misma manera un budista que un católico o un ateo.
4.19. El proceso de la muerte: El trabajo de Kübler-Ross
La psicóloga Elisabeth Kübler-Ross describió 5 etapas por la que pasarían todos los enfermos al
enfrentarse a la muerte:
Negación: Es una de las actitudes que aparece con mayor frecuencia en el enfermo y en los familiares.
Puede ser total (“no me estoy muriendo”) o parcial (“sí, tengo cáncer y no me están medicando, pero no
todo el mundo muere”) Se acompaña de un efecto secundario: no se habla de la muerte ni de la
enfermedad para no hacer sentir mal al enfermo terminal o familiares. Gracias al trabajo de Kubler-Ross
y otros como Bayés se ha reconocido el derecho del paciente a conocer su muerte inminente y hablar
de ello con sus familiares.
Ira: Es una de las sensaciones frecuentes ante la noticia de la muerte.
Negociación: Pide a Dios, al destino, o al diablo que retrase su muerte. Es frecuente que sea más
“dócil” ante la esperanza de prolongar su vida por buena conducta.
Depresión: Suele surgir con el recrudecimiento de la enfermedad y la obviedad de los síntomas físicos.
Desesperación y frustración por no poder hacer nada.
Aceptación: No está feliz pero tampoco triste. Se acepta la muerte como parte de la vida. Momento de
aceptación, comprensión y serenidad.
Este trabajo ha sido criticado por:
1. La muestra no es representativa de todas las culturas y todas las edades (eran enfermos suizos de
cáncer de mediana edad)
2. Estas etapas son posibles, pero no necesarias, se pueden dar varias al mismo tiempo y no ocurre de
forma secuencial
Por tanto se puede hablar más de actitudes ante la muerte que de etapas.
Muerte como etapa evolutiva en la que se afrontan retos organizados en la pirámide de Maslow:
1º (Base) Necesidades fisiológicas: satisfacer las cuestiones biológicas
2º Seguridad: necesidad de sentirse seguro y tener el control de lo que le queda de vida.
3º Amor y aceptación: necesidad de intentar mantener las relaciones de apego.
4º Respeto: necesidad de conseguir el respeto de los profesionales
5º (Cúspide) Activación: necesidad de actualización o trascendencia espiritual; de encontrar o afirmar el
sentido y significado de la vida.
5. REPERCUSIÓN DEL CONTEXTO ACTUAL DE CRISIS SOCIAL EN ESTA ETAPA EVOLUTIVA 3.
La intensa crisis económica de alcance internacional y originada en el ámbito de las finanzas está
teniendo un gran impacto en las economías nacionales. Entre las consecuencias más directas debemos
citar el descenso de la actividad económica, el declive de las inversiones y el consumo, además de una
fuerte caída del empleo en la mayoría de los países. Nos enfrentamos a una crisis de carácter global

3
LAPARRA, 2012.
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porque está afectando, de un modo u otro, a todos los países, pero también porque incide en muchas
esferas de la vida, no solo la financiera y económica, sino en el espacio social y en el mundo de las
ideas y los valores. Este carácter global y su prolongada duración suponen una evidente amenaza para
la cohesión social. Dada la magnitud de esta crisis, la multiplicidad de análisis y debates han
trascendido la esfera política y académica extendiéndose a la opinión pública a través de los medios de
comunicación. Ello permite el seguimiento de la crisis a una ciudadanía atenta a la evolución del
Producto Interior Bruto (PIB), los niveles de déficit y gasto, la prima de riesgo y las evaluaciones que las
agencias de rating realizan sobre entidades financieras, empresas o estados. De este modo,
despertamos cada mañana con información cambiante sobre el estado de las bolsas, la situación de las
economías más frágiles o los nuevos paquetes de reforma emprendidos por los gobiernos.
Paradójicamente, esta proliferación de información económica convive con una escasa
presencia de información y discusión política sobre las consecuencias sociales de la crisis.
La destrucción de empleo ha traído consigo la preocupación por el grandísimo incremento de las
cifras de personas desempleadas en algunos países que, debido a su magnitud, son en sí mismas
una muestra inapelable de la gravedad de los efectos sociales de la crisis. Sin embargo, la tasa de
desempleo resulta insuficiente para mostrar los efectos de la falta de ingresos por trabajo en las
condiciones de vida de las personas y sus hogares.
El desempleo, al igual que el empleo, se distribuye de manera desigual entre la población, por lo
que existen determinados grupos sociales con una mayor probabilidad de verse afectados en función
del sector económico en el que trabajaban, el carácter de la contratación o el grado de cualificación. Del
mismo modo que los efectos de esta crisis están siendo más intensos en algunos grupos poblacionales
determinados por el sexo, la edad o la pertenencia a minoría étnica.
También sabemos que el desempleo no tiene una relación directa con la pobreza y la exclusión
social. La respuesta de los sistemas de protección social a través de las prestaciones de desempleo y
las pensiones, por un lado, y la protección familiar, por otro, están amortiguando los efectos de
la destrucción de empleo en Europa. Sin embargo, hay personas que quedan al margen de esta
protección o la han agotado debido a su prolongada situación en desempleo. Por este motivo, dentro del
desempleo existen casos, cada vez más numerosos, en los que la falta de ingresos por trabajo y la
ausencia de otros mecanismos de protección provocan situaciones de pobreza y privación económica
que, a su vez, se traducen en falta de acceso a bienes básicos, dificultades en el mantenimiento de la
vivienda y otro tipo de problemas. No es la primera vez que las ciencias sociales se enfrentan al estudio
del impacto social de las crisis económicas. El crac del 29 o las reconversiones industriales
originadas por la crisis del petróleo en los setenta provocaron un aumento de la pobreza y
amenazaron seriamente la cohesión social. Por ello sabemos que, incluso una vez superadas las
etapas de recesión económica, los efectos perduran y que determinados fenómenos alcanzan
carácter estructural: personas expulsadas para siempre del mercado laboral, generaciones de
jóvenes perdidas, proliferación de conductas anómicas –consumo de drogas, alcoholismo, etc.–,
deterioro de la salud mental o fractura de las relaciones familiares. Es cierto que la sensibilidad
social hacia las graves consecuencias de la crisis actual ha provocado una explosión de reacciones
críticas y de protesta a lo largo y ancho del territorio físico y virtual, que alertan tanto sobre los efectos
de la misma como sobre las medidas de ajuste. Entre estas reacciones, las entidades de acción
social fueron las que denunciaron con bastante celeridad el impacto de la crisis en la demanda
de atención y cobertura de necesidades básicas ante la lentitud y limitación de los sistemas públicos
de respuesta a las situaciones urgentes. Sin embargo, y a pesar de la alarma social, los instrumentos
disponibles en cada país para el seguimiento del impacto social de la crisis son escasos. Están mejor
desarrollados los indicadores relacionados con el empleo y los salarios, y los que recogen
razonablemente la respuesta de los sistemas de protección social –pensiones y prestaciones sociales–.
Por el contrario, los indicadores que señalan los efectos sociales de la crisis tienen poca capacidad
comparativa. Tan solo la Labour Force Survey (EU-LFS) nos proporciona un indicador coyuntural muy
aproximativo de los hogares que carecen de ingresos –en los que no hay personas ocupadas ni tienen
pensiones o protección por desempleo–. La Encuesta Europea de Condiciones de Vida, con la que se
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puede hacer un acercamiento a la medición de la pobreza y las privaciones, tiene una periodicidad
anual y recoge los ingresos del año anterior. En consecuencia, a pesar del esfuerzo realizado para
adelantar los primeros resultados, los datos llegan tarde para informar las decisiones políticas, sobre
todo cuando los procesos avanzan y los acontecimientos se suceden con una extraordinaria rapidez
como está ocurriendo en esta crisis. En los informes de la Comisión Europea y del Comité de Protección
Social se ha reconocido que los indicadores «no son suficientemente reactivos en un contexto
de cambio rápido» (Comisión Europea, 2009). Su propio informe, que trata de analizar el impacto
social, es un buen ejemplo del desequilibrio en cuanto al conocimiento disponible en estos ámbitos: en
realidad de lo que habla más es del impacto en el empleo y de las consecuencias para los distintos
sistemas de protección social. Los cambios en las condiciones de vida de la población están
prácticamente ausentes y la evolución de los fenómenos de pobreza y de exclusión social se mantienen
en parte desconocidos.
En el campo de las ciencias sociales y especialmente en el estudio de las políticas sociales, es
frecuente recurrir a la comparación internacional para entender la complejidad de los diversos modelos.
Factores económicos, sociales, culturales e ideológicos resultan claves para explicar el desarrollo de los
distintos modelos de bienestar en Europa. Por este motivo, dentro de la política social se ha dedicado
un importante esfuerzo al establecimiento de clasificaciones que, aunque simplifiquen la realidad,
resultan de utilidad para el análisis comparado. Entre ellas, una de las más compartidas ha sido la de
Gøsta Esping-Andersen, quien diferencia tres regímenes de bienestar en Europa (1993):
socialdemócrata, liberal y conservador o corporatista, en función de diversos factores, además de
los ideológicos, tales como la capacidad de protección de las distintas prestaciones públicas o el papel
que asumen los estados en las funciones de cuidado y atención familiar.
a) Régimen de bienestar socialdemócrata. Este modelo hace referencia a los sistemas de
protección instaurados en Dinamarca, Suecia o Finlandia. En estos países la tradición de gobiernos
socialdemócratas desde los años cuarenta y cincuenta favoreció la implantación de sistemas
caracterizados por el universalismo de la protección que han ido manteniéndose gracias a una sólida
legitimidad social.
b) Régimen de bienestar liberal. Este modelo explica la realidad de los países anglosajones como
EE. UU., Australia y el Reino Unido. En estos países, de tradición liberal, el grado de protección
asumido desde el sector público es menor ya que se potenció que los ciudadanos la consiguieran a
través de la familia o el mercado. A diferencia de EE. UU., en el Reino Unido se desarrolló un sistema
unificado de seguros, un sistema de salud público y un nivel asistencial que garantiza unos ingresos a
aquellas personas que han demostrado su situación de necesidad y no pueden proveerse la protección
en el mercado.
c) Régimen de bienestar conservador o corporatista. Este modelo define los sistemas de protección
forjados en países del centro y sur de Europa tales como Francia, Países Bajos, Alemania, Italia o
España. En ellos se fueron implantando sistemas de protección social basados en la contribución previa
de los trabajadores. En este modelo, los derechos sociales se vinculan a la posición respecto del
mercado de trabajo a lo largo del ciclo vital, por ello la cuantía y la duración de las prestaciones se
establecen en función de las aportaciones de cada trabajador. Las especificidades de los sistemas de
protección de los países del sur de Europa, como Italia, España o Grecia, han llevado a varios autores a
hablar de un modelo de bienestar mediterráneo o católico diferente del corporatista, con un alto
componente familista (Ferrera, 1996; Sarasa y Moreno, 1995). En estos países, la protección
contributiva aparece más fragmentada en diversos niveles y con complementos asistenciales.
Esta clasificación sigue contando con un elevado respaldo en el campo de los análisis comparados
en política social y, por su utilidad y vigencia, se ha utilizado como referencia en este trabajo. Con la
finalidad de analizar el impacto de la actual crisis de manera comparada en cada modelo de bienestar
se han seleccionado cuatro países: Reino Unido, Francia, Dinamarca y España, que representan cada
uno de los modelos de Estado de bienestar de la clasificación de Gosta Esping-Andersen. Dinamarca
encarna el modelo socialdemócrata; Reino Unido como prototipo de país liberal; Francia, el régimen

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corporatista-conservador; y España, aparte del interés en analizar nuestra realidad, como representante
de un país mediterráneo. Estos países muestran una clara diversidad respecto al impacto de la crisis,
así como en la orientación introducida en la reforma de las políticas sociales. Esta comparación entre
modelos se ha aplicado en cada uno de los análisis que se realizan en este trabajo con el objetivo de
ubicar la realidad del caso español en el mapa de la diversidad de modelos sociales europeos. Para ello
se ha contado con las fuentes de datos europeas (Eurostat) y con el análisis directo de fuentes de datos
nacionales realizados e interpretados por tres investigadoras pertenecientes a universidades y centros
de investigación de Dinamarca, Francia y el Reino Unido.
El impacto social de la crisis: ¿qué sabemos?
Comenzamos este trabajo realizando una revisión de los diferentes informes, estudios o
evaluaciones surgidos sobre el impacto social de la crisis en Europa. Dada la proliferación de trabajos
publicados en lo que llevamos de crisis, el objeto de esta revisión no ambiciona, ni mucho menos,
compilar ni abarcar su totalidad, sino que la aspiración es configurar un mapa de la diversidad de
ámbitos que están siendo objeto de preocupación en relación con el impacto social de la crisis. La idea
es conformar un marco analítico en el que ubicar los distintos estudios comparados sobre los efectos
sociales de la crisis que forman parte de esta publicación. La revisión de los estudios se ha estructurado
en torno a algunos grandes ámbitos de interés social: empleo y mercado laboral, condiciones de vida,
vivienda, relaciones sociales, educación, salud y políticas sociales.
1. Sobre el impacto de la crisis en los mercados laborales
Fenómenos como la flexibilización, la deslocalización, el deterioro de las rentas de trabajo, el
retroceso en la evolución de los salarios reales y, en general, el aumento de la desigualdad que todo
ello causa anteceden a la crisis; sin embargo, esta supone hoy una clara amenaza para los avances
laborales logrados (Vaughan-Whitehead, 2011). En los inicios de la crisis, una de cada tres personas
paradas en Europa era desempleada de larga duración pues hacía más de un año que se encontraba
en esa situación. Gran parte de los despidos iniciales correspondieron al personal poco cualificado de
las empresas manufactureras (ibídem). Al mismo tiempo, la extensión de bajas remuneraciones, rebajas
de los salarios asociadas a recortes en la jornada de trabajo o reorganizaciones internas como
alternativa a los despidos o a la congelación del salario insertan a un número cada vez mayor de
personas en el espacio de la pobreza y la exclusión social.
La variabilidad de realidades nacionales e, incluso, intranacionales en aspectos como la división
del trabajo, la diversidad de estructuras productivas y las políticas e instituciones impide hacer
interpretaciones simples sobre los impactos de la crisis en el mercado laboral europeo (Lallement,
2011). Sin embargo, el espectacular crecimiento de las tasas de desempleo monopoliza los análisis
sobre el impacto social de la crisis (Scarpetta et al., 2010). Los ajustes de Francia y España han
incrementado la segmentación del mercado laboral (Dolado y Felgueroso, 2011) al utilizarse los
contratos temporales como amortiguación del empleo, representando en el caso español hasta el 90%
de los puestos de trabajo eliminados (Vaughan-Whitehead, 2011). La flexibilidad interna del modelo
alemán, sostenida sobre la reducción de las jornadas laborales y la contención salarial (Herzog-Stein et
al., 2010), ha permitido inicialmente mantener el empleo, las expectativas laborales, el trabajo
cualificado y ahorrar los costes del desempleo (Fröhlich, 2010). Sin embargo, ese denominado milagro
alemán, apoyado en la financiación pública y el diálogo social (Vaughan-Whitehead, 2011), esconde
jornadas parciales, temporales y unos salarios ínfimos (Knuth, 2012; Lehndorff, 2012). En Dinamarca se
reflexiona sobre el modelo de flexiguridad4 y su pertinencia en la regulación del empleo y el mercado
laboral en momentos de crisis (Tangian, 2010; Jørgensen, 2011). Suecia ha desarrollado medidas
encaminadas al mantenimiento del empleo juvenil y programas de formación que eviten un aumento del

4
El modelo danés de flexiguridad supone una rotación importante entre el empleo y el desempleo; se calcula que
aproximadamente medio millón de asalariados o cerca de una quinta parte de la fuerza de trabajo entra en el desempleo
cada año. A pesar de ello, se encontraba un nuevo empleo con facilidad debido al apoyo de unas políticas activas de
empleo mucho más desarrolladas que las de otros países. Sin embargo, en los años de crisis se ha destruido empleo; ha
decrecido en un 5,2% en 2009 y en un 2,1% en 2010.
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desempleo a largo plazo. En Italia, el sistema Cassa Integrazione (prestación económica a personas
empleadas en empresas con dificultades) ha contribuido a mitigar el efecto de la crisis en el desempleo.
La afección sobre el cuerpo social también es dispar. Si se atiende al género, la incidencia ha sido
desigual. El mercado de trabajo concentró un mayor impacto en los sectores tradicionalmente
masculinos como, por ejemplo, la construcción. En el resto de los sectores afectados, las mujeres
fueron las primeras en ser despedidas o en experimentar mayores recortes salariales (Vaughan-
Whitehead, 2011). Este prematuro impacto ha contribuido a que la proporción de mujeres
desempleadas de larga duración sea extremadamente alta (Maier, 2011). Los citados recortes salariales
y su tradicional inserción en empleos de bajos salarios (Grimshaw y Rafferty, 2011) impiden eliminar la
brecha salarial existente y ralentizan la eliminación de desigualdades en el mercado laboral (Sallé y
Molpeceres, 2010). En cuanto a la edad, la mayoría de los países europeos presentan tasas duplicadas
de desempleo juvenil con respecto al resto de la población activa. Los incrementos más pronunciados
se producen en Estonia, Lituania y Letonia, así como en Irlanda, Grecia y España (García, 2011; Bell y
Blanchflower, 2011). En el caso de España, la tasa de paro entre las personas menores de 25 años
alcanza ya el 52% (Encuesta de Población Activa, 2012). Con respecto a los colectivos minoritarios
(inmigrantes, otros grupos étnicos, etc.), han reproducido el desempleo hipercíclico: las tasas de
desempleo crecen vertiginosamente en épocas de recesión y descienden también de manera rápida en
recuperación (Hogarth et al., 2009). El colectivo inmigrante encarna de manera ejemplar este proceso.
La crisis supone un indiscutible impacto en los flujos migratorios (Kahanec y Zimmermann, 2010) que
tardará en concretarse debido a la distancia entre las transformaciones económicas y su efecto en los
flujos (Triandafyllidou, 2010). El descenso en las llegadas y el incremento de las partidas es
evidente en países como Irlanda, España y el Reino Unido, donde la inmigración laboral antes de
la crisis era elevada (Pajares, 2010). La condición flexible del colectivo inmigrante en el espacio laboral
–en especial las personas en situación irregular– impulsa políticas destinadas a vetar el acceso –
explícita o implícitamente– como forma de paliar los efectos en el desempleo. Entre estas medidas se
encuentran la reducción de entradas legales por motivos laborales, obstaculización del reagrupamiento,
incremento de la penalización por entrada ilegal o incentivación del retorno (Felgueroso y Vázquez,
2009). Es esperable que estas políticas restrictivas se incrementen ante la permanencia de la crisis
(Zincone et al., 2012). Por último, es preciso señalar que las realidades descritas pueden tener un
carácter acumulativo que multiplique los efectos. Por ejemplo, una mujer inmigrante joven podría
concentrar gran parte de los impactos descritos (Harcourt y Woestman, 2010).
2. Sobre el impacto de la crisis en los hogares
Las transformaciones en el mercado de trabajo tienen una lógica repercusión en los recursos
económicos disponibles y el consumo de los hogares. El 40% de las personas con trabajo,
predominantemente con contrato no permanente y por cuenta propia, señalaban sus problemas para
llegar a fin de mes (Eurofound, 2012; Anderson, 2010). Este impacto es extensible a la mayoría de los
países miembros, con las lógicas variaciones nacionales, y provoca una reducción del consumo en ocio,
vestido y calzado, teléfono e internet, gastos indispensables como la luz o el agua y, por último, en la
cesta de la compra. Este retraimiento del consumo se produce en todos los sectores sociales pero con
diferencias cuantitativas y cualitativas en los distintos grupos sociales (Laparra y Pérez, 2011). Los
colectivos más vulnerables –jóvenes, minorías, etc.–, que ya sufrían un significativo número de
privaciones, ahora ni siquiera pueden cubrir las necesidades más básicas (McDermott y Stephens,
2010). Por ejemplo, la especial incidencia de la crisis en el colectivo de inmigrantes irregulares sumerge
a una parte de ellos en realidades de extrema necesidad, sobre todo en países del área mediterránea
(Engbersen y Broeders, 2011). Pero el efecto del desempleo o la reducción de salarios en los hogares
no se corresponden con realidades similares de crisis anteriores. La intensidad del ajuste de gasto y el
incremento en el nivel deseado del ahorro ha sido explicado por otros factores como, por ejemplo, el
flujo previsto de rentas futuras (Sastre y Fernández-Sánchez, 2011). Este es significativamente menor
que en épocas de recesión análogas debido a la negativa concurrencia de diversas variables: situación
financiera general, percepción de pobreza, riesgo de perder el empleo y la vivienda habitual (Gallup,
2010). Por último, uno de los únicos aspectos positivos del impacto de la crisis es que el
decrecimiento de la economía y la significativa reducción del consumo en los hogares –cifrada
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en torno al 5%– han reducido el consumo energético y las emisiones de CO2 de la mayoría de
los países europeos (Colectivo Ioé, 2011).
3. Sobre el impacto de la crisis en el mercado de la vivienda
Un escenario de tipos de interés bajos llevó a muchas personas a un alto nivel de
endeudamiento. La paulatina subida de los tipos provoca que muchas de estas personas comiencen a
dejar de pagar las cuotas mensuales. Las penalizaciones por los impagos incrementan las deudas en
un escenario en el que el precio de la vivienda sufre también una gran caída. El resultado es un
empeoramiento de las condiciones de habitabilidad, especialmente en los hogares más vulnerables,
culminando en muchas ocasiones en embargos y desahucios (Babès et al., 2011). La profunda crisis
económica y las medidas de austeridad extienden la pobreza y la exclusión residencial a lo largo de
Europa. Países como Francia, el Reino Unido o Irlanda incrementan las demandas de vivienda social en
un contexto donde los presupuestos nacionales dedicados a las políticas de vivienda se han reducido
nítidamente a la vez que han aumentado las dificultades para conseguir préstamos hipotecarios (Pittini y
Laino, 2011). Ante este conjunto de circunstancias, se articulan diversas estrategias de optimización de
los recursos residenciales desde las redes de apoyo informal. Por ejemplo, la conformación de
hogares en torno a personas con ingresos estables –personas empleadas, pensionistas, etc.–, lo
que transforma notablemente la estructura residencial y puede ocasionar, entre otros efectos, un
incremento de conflictos en los hogares y las personas que los conforman (Laparra y Pérez, 2011).
4. Sobre el impacto de la crisis en las conductas y relaciones sociales
La crisis ha acentuado la dimensión conflictiva de la realidad social europea en múltiples
direcciones. Según la denominada teoría de la motivación criminal, las transformaciones económicas
traumáticas impulsarían el desarrollo de conductas ilegales y criminales. Por ejemplo, en el caso de la
violencia de género, factores como la pobreza y el desempleo son identificados como la tercera y la
cuarta causa más común de esta violencia (Gallup, 2010). El potencial incremento de las tensiones se
interpreta también en clave intergeneracional. Así, algunos estudios apuntan la emergencia de una
nueva clase social, compuesta principalmente por jóvenes que no logran un trabajo digno ni un nivel
de vida razonable. En este grupo, denominado el precariado y caracterizado por la ira, la anomia, la
ansiedad y la alienación (Standing, 2011a), se da un elevado grado de precariedad laboral, resultante
del encadenamiento de trabajos temporales, que impide la construcción de identidades laborales
y dificulta el acceso a las prestaciones sociales. En esta línea, los acontecimientos del verano de
2011 en el Reino Unido han sido interpretados como las protestas de un amplio sector de personas
excluidas, con importantes privaciones y atenazadas por el desempleo y los recortes (Žižek, 2011). Del
mismo modo, la juventud congregada la primavera de 2011 en las principales plazas de sus países –
Tahrir, Syntagma, puerta del Sol o plaza de Catalunya– encarnaría a las personas formadas pero
vetadas para entrar en el mercado laboral (Observatorio Metropolitano, 2011). Aunque es evidente el
desencanto general, el estallido social se contiene debido a que las personas en situación más
precaria habitan todavía en el hogar familiar y están bajo su protección (Dolado y Felgueroso,
2011). Por último, un importante número de personas ha perdido seguridad material y estatus social e
imputan su situación al colectivo extranjero cuya otredad se ve intensificada en épocas de dificultades
económicas (Cachón, 2009). Todo ello constituye un caldo de cultivo ideal para formaciones
políticas populistas, antiinmigrantes y antieuropeas, bajo la amenaza de la xenofobia, la
discriminación y sus manifestaciones más violentas (International Labour Organization, 2009). Por
último, entre 2007 y 2009 se plasma una disminución de la confianza general en los gobiernos y en la
clase política, especialmente en los países más afectados por la recesión o con mayores niveles de
corrupción (Della Porta y Vannucci, 2007; Jiménez y Villoria, 2012).
En consecuencia, los partidos, tanto socialdemócratas como conservadores, se enfrentan a
importantes transformaciones políticas, junto a un aumento del peso electoral y mediático de las
posiciones más extremas. Por un lado, partidos de ultraderecha que defienden políticas de protección
económica nacional y mano dura frente a la inmigración y el delito. Por otro, grupos de izquierda y
multitud de movimientos sociales con actitudes críticas ante la falta de medidas drásticas de

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penalización al gran capital y contra los recortes sociales. Estas transformaciones apuntan incluso a una
crisis de la representación en la que una parte creciente de la ciudadanía no se sentiría adecuadamente
representada por las instituciones existentes ni por las fuerzas sociales que las ocupan (Observatorio
Metropolitano, 2011b).
5. Sobre el impacto de la crisis en la educación
La especial incidencia del desempleo en las personas más jóvenes y, por tanto, el retraso en su
inserción laboral sitúan el espacio educativo en un lugar central en esta crisis. En ocasiones se achaca
a la crisis el absentismo escolar, como si este fuera consecuencia del caos y el estrés existentes en
determinados hogares con dificultades económicas (Federación de Entidades de Atención y de
Educación a la Infancia y la Adolescencia FEDAIA, 2012). Sin embargo, este hecho contrasta con las
cifras de abandono escolar de los últimos años ya que desde 2000 se han reducido en la mayoría de los
países. En el año 2011 se cifraba en el 14,4% la media de personas de la Unión Europea que
abandonaban prematuramente los estudios. No obstante, eran notables las diferencias entre países, por
ejemplo, Austria, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Finlandia, Lituania, Luxemburgo y Polonia
alcanzaban el 10%. En cambio España, Malta y Portugal presentaban índices superiores al 30%. En el
caso español, ello se explica, por un lado, debido al fácil acceso al mercado laboral en sectores
emergentes –construcción, servicios, etc.– que supuso un reclamo para la juventud, y por otro, un
abandono prematuro entre el colectivo inmigrante (Comisión Europea, 2011). La cada vez mayor
exigencia profesional y, por tanto, la demanda de formación alargan la estancia en el sistema educativo,
incluso en los niveles superiores donde, al mismo tiempo, se reduce el número de becas, se limita la
investigación o se suprimen los intercambios (OECD, 2011).
6. Sobre el impacto de la crisis en la salud
El comienzo de la crisis económica es considerado como un riesgo para el espacio sanitario en
una doble dimensión: el estado de salud y la propia articulación del sistema sanitario. Por ello, son
varias las medidas propuestas en la dirección de identificar, prevenir y actuar contra los factores de
mayor riesgo globalmente (World Health Organization, 2009). Es muy reveladora la incidencia de la
crisis en el espacio de la salud mental. Los momentos iniciales de la recesión mostraban un
descenso de la satisfacción con el nivel de vida que se traducía en un incremento de los cuadros
de ansiedad, depresión o estrés (Anderson et al., 2010). En esta línea, se estudia incluso la relación
entre recursos y salud mental: el riesgo de sufrir una enfermedad mental se incrementa con el
aumento de las deudas (Stuckler et al., 2011). Estas realidades de dificultad se han vinculado también
frecuentemente a las tasas de muerte por suicidio o los consumos de sustancias estupefacientes
(World Health Organization, 2011). En relación con la primera realidad, y pese a las dificultades para su
identificación, se constata un aumento de los suicidios en el período de crisis, especialmente en países
con grandes dificultades económicas. Entre 2007 y 2009 la tasa de suicidio en hombres se ha
incrementado más del 24% en Grecia y más del 16% en Irlanda. En el caso de Italia, el incremento de
suicidios motivados por dificultades económicas entre 2005 y 2010 es del 52% (Povoledo y Carvajal,
2012)5. Este hecho manifiesta la extrema desesperación asociada a la crisis. En lo relativo al consumo
de drogas, las dificultades económicas son detonantes o acentuadoras; sin embargo, la pérdida de
ingresos también es interpretada como reductora del gasto en drogas o impulsora de modalidades
menos costosas como, por ejemplo, cambiar el consumo de cocaína y drogas de diseño por el de
hachís, la marihuana o el alcohol. Las altas tasas de desempleo juvenil se vinculan también al
incremento de personas dedicadas a la venta de estas sustancias (Observatorio Europeo de las Drogas
y las Toxicomanías-OEDT, 2010).
En cuanto al sistema sanitario, los recortes suponen importantes riesgos para la salud de la
población (Stuckler et al., 2011). Véase el caso del sistema nacional de salud del Reino Unido (Taylor-
Gooby y Stoker, 2011) o el de España, donde la merma de la cobertura – principalmente en el caso de

5
Animo al lector a visitar las estadísticas del INE para ver las tasas de suicidio anuales en España. No bajan de 3000 suicidios
cada año.
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la población más vulnerable– pone en riesgo su carácter universal (López-Fernández et al., 2012).
7. Sobre el impacto de la crisis en las políticas sociales
El cuestionamiento del Estado de bienestar en Europa y la situación de contención del gasto
social existían ya antes de la crisis. Sin embargo, la presión actual por la reducción del déficit ha situado
el gasto social en el punto de mira de los gobiernos europeos intensificando y acelerando la
transformación de las políticas sociales. De este modo, las propuestas de asistencialización de la
protección social o una creciente presencia de la provisión privada de servicios de bienestar en
detrimento de los servicios públicos están encontrando viabilidad en un contexto de escasa capacidad
de contestación social por parte de la sociedad en general y de agentes sindicales en particular. Este
sería el caso de España, con reformas de la legislación laboral tendentes a abaratar los costes de
despido o medidas dirigidas a reducir la protección pública en los sistemas de pensiones, sanitarios o
educativos. Ciertamente la presente crisis destaca por su impacto en los derechos colectivos y la
amenaza que ello supone a la condición ciudadana. Si bien se continúa insistiendo en que los
derechos sociales son una exigencia del principio de solidaridad e imprescindibles para la
cohesión y la integración, paradójicamente se acepta que no es posible reforzarlos si antes no
se han restringido, condición sine qua non para apaciguar los poderes del mercado que operan
al margen de todo control y límite jurídico (Pisarello, 2011). Son escasos los estudios sobre el
impacto de los recortes de las políticas sociales ya que la mayor parte de las políticas de ajuste
implantadas no van acompañadas de evaluaciones previas ni posteriores. Sin embargo, tanto en el
ámbito nacional como en el internacional, los expertos ya alertan sobre los riesgos sociales de estas
políticas de ajuste entre los que se encuentran el empobrecimiento y la caída en la exclusión de una
parte de la población europea. Las evidencias muestran que estos efectos se concentran precisamente
en los colectivos más vulnerables. Las entidades no lucrativas de acción social advierten que una
de las consecuencias directas de las políticas de ajuste es el deterioro de los servicios de
atención a las necesidades más básicas de la población como son información, atención
urgente, rentas mínimas y servicios sociales6. Este hecho incrementa el riesgo de exclusión entre la
población vulnerable (Frazer y Marlier, 2011). En Dinamarca un estudio editado por The Economic
Council of the Labour Movement (2011) evaluó el impacto social de las medidas de ajuste tomadas en
una segunda fase de la crisis, tales como la subida de impuestos indirectos y los recortes de
determinadas prestaciones de desempleo, familiares, ayudas a procesos de fertilidad y otras. Este
estudio revelaba que, si bien el impacto social de dichas medidas afecta a amplios grupos de población,
el efecto era mucho mayor en el 10% de los hogares con ingresos más bajos. Emmenegger, et al.
(2012) señalan que, además de los factores económicos, las políticas sociales son también
responsables del riesgo progresivo de dualización social. Las crecientes desigualdades generadas por
el mercado laboral pueden ser incrementadas o bien amortiguadas en cada contexto nacional por las
políticas sociales, que incluyen no solo las regulaciones laborales sino también los sistemas de
protección social. La intensidad de la protección de cada modelo social en Europa es fruto de las
distintas correlaciones de fuerzas e ideologías políticas y de las organizaciones empresariales y
sindicales en cada ámbito de toma de decisiones. Por todo ello, y ya en un plano propositivo, los
investigadores del ámbito de la inclusión social que conforman la Red Europea de Expertos
Independientes, en su informe Impacto social de la crisis y desarrollos a la luz de medidas de
consolidación fiscal, publicado en 2011, recomiendan intensificar el seguimiento de fenómenos
como la pobreza y la exclusión. Igualmente estiman urgente evaluar los riesgos y efectos de las
medidas de austeridad implantadas. El objetivo es evitar que estas afecten a la provisión de los
servicios que atienden las necesidades básicas de la población y, entre ellas, priorizar la garantía de
ingresos mínimos para llevar una vida digna (Frazer y Marlier, 2011). Morel, Palier y Palme (2012)
consideran preciso dar un paso más allá de las políticas de respuesta urgentes y utilizar este contexto
de crisis para redefinir los principios, los objetivos y los instrumentos del Estado de bienestar y

6
El teléfono 016 ha cumplido el contrato y no ha renovado. El servicio está funcionando por la profesionalidad de sus
trabajadores y trabajadoras. Ver noticias en
http://www.publico.es/sociedad/violencia-genero-contrato-trabajadoras-016-extiende-12-junio-continuidad-aire.html
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adaptarlos al nuevo contexto socioeconómico actual. Bajo la propuesta de un nuevo paradigma de la


inversión social, estos expertos proponen políticas orientadas al desarrollo del capital humano a través
de la promoción de servicios a las personas –educación infantil y cuidados de larga duración, educación
continua, formación y reciclaje profesional– y mediante regulaciones laborales que contemplen fórmulas
que combinen flexibilidad y seguridad y promuevan un uso eficiente del capital humano –políticas que
incentiven el empleo de las mujeres y que activen el mercado de trabajo–. En la misma línea, Frazer y
Marlier (2011) advierten de que los estados miembros de la Unión Europea, con sus políticas de
austeridad, están haciendo caso omiso de las recomendaciones pactadas para la Agenda Europea
2020, entre otras, invertir en políticas de inclusión activa. Igualmente Clasen y Clegg (2011)
reivindican la necesidad de combinar políticas de protección económica con medidas de activación para
hacer frente a la perversa combinación de riesgos que forman el desempleo y la precariedad laboral.
Todos coinciden en que, para emprender esta línea de reformas, es precisa una correlación de fuerzas
sociales que aúne los intereses de diversos grupos sociales y políticos de la izquierda y el centro
derecha. De hecho, Vandenbroucke, et al. (2011) plantean la necesidad de un «nuevo pacto social
europeo por la inversión social» en el que los estados miembros de la Unión Europea se comprometan
a cumplir una Agenda 2020 que apueste por una estrategia a largo plazo de reorientación de las
políticas económicas y sociales hacia el paradigma de la inversión social.
8. Conclusiones y propuestas metodológicas
8.1. La heterogeneidad de los efectos de la crisis
Tras la revisión de estudios realizada, la primera conclusión que sacamos es la profunda
heterogeneidad de los efectos de la crisis. Los ya distantes niveles de cohesión social en Europa se han
acentuado. La larga lista de análisis comparados evidencia que estamos lejos de alcanzar un único
modelo social europeo. Como hemos mencionado, la relación entre la situación económica y la
evolución de los mercados laborales no es directa ni unívoca. El resultado de las reformas ecónomicas
en los mercados laborales europeos depende de factores como la estructura productiva, los niveles de
productividad, la distribución del tiempo de trabajo o la vinculación entre flexibilidad y seguridad en las
relaciones laborales. Esta última cuestión ya motivó múltiples análisis de comparación entre los distintos
mercados europeos. Desde la flexibilidad más extendida del mercado laboral británico a la fórmula de
flexiguridad pactada en países del norte de Europa o los mercados que han mantenido mayores cotas
de seguridad en detrimento de la flexibilidad como el francés o el alemán.
El caso español es atípico en el contexto europeo porque en él convive un nivel elevado de
seguridad para una parte de los trabajadores más antiguos con una fuerte flexibilidad concentrada en
los trabajadores recién llegados, sobre todo, jóvenes, mujeres y personas extranjeras. No es casualidad
que el modelo económico español, basado en sectores de baja cualificación y menor productividad y
con cotas de temporalidad elevadas, haya sido uno de los que más empleo ha destruido durante la
crisis. En el resto, el descenso de la actividad económica no ha influido tan directamente en la
destrucción de empleo. Por ejemplo, en el modelo danés, se ha tendido a intensificar las estrategias
laborales previas a la crisis como, por ejemplo, incrementar la flexibilidad reforzando las apuestas por la
innovación y el sector de las comunicaciones.
En Francia, se ha optado por mantener la misma protección en las relaciones laborales a pesar
de la crisis. Igualmente, la crisis evidencia que los sistemas económicos caracterizados por la presencia
de burbujas inmobiliarias, el caso de Estados Unidos, Irlanda o España, han sufrido un mayor impacto
tanto en el plano económico y laboral, debido al descenso de la actividad económica ligada a la
construcción, como en el social, debido al efecto de la pérdida de empleo en hogares con elevadas
cotas de endeudamiento. Existe una larga tradición de estudio comparado de las políticas sociales en
Europa que tiene como resultado la clasificación de regímenes de bienestar diferenciados. Estas
clasificaciones tienen en cuenta el peso que asume el Estado en la protección de necesidades frente a
la provisión familiar o mercantil y los resultados de los distintos regímenes en cuanto a la igualdad social
y el bienestar de la población. Es decir, existía en Europa antes de la crisis una gran distancia entre
modelos de protección que daban lugar a sociedades más o menos igualitarias y cohesionadas. De este

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modo, una de las líneas de estudio pertinentes en este contexto consistiría en evaluar el grado de
resistencia de cada modelo de protección social ante el impacto económico y social de la crisis,
intuyendo que a mayor capacidad de desmercantilización del Estado, menor impacto del desempleo en
el bienestar social de la ciudadanía (Esping-Andersen, 1993). Específicamente se ha evidenciado una
relación directa entre el alcance de la protección de desempleo y la garantía de ingresos mínimos, y la
reducción de los niveles de desigualdad y de la pobreza. Parece que las políticas de austeridad son una
respuesta común e inevitable de los gobiernos europeos a la crisis. Frente a esta pretendida
inevitabilidad encontramos políticas de ajuste de gran diversidad y alcance; sin embargo, es preciso
tener en cuenta que tanto los recortes como la congelación del gasto parten de realidades de protección
muy distintas y, por tanto, producen efectos desiguales en la ciudadanía. En este caso también cabe
prever que en modelos como el liberal o el mediterráneo, con sistemas de protección pública más
débiles y en los que las personas y familias asumen la responsabilidad en la protección del desempleo o
la pobreza, la reducción del gasto social se sienta con mayor intensidad. Falta mencionar como otro
factor diferenciador el tratamiento del fenómeno de la inmigración en los distintos escenarios europeos.
El control de los flujos de entrada, los procesos de regularización y el acceso de la población inmigrante
al mercado laboral y los sistemas de protección han dado lugar a niveles muy diferentes de integración
social. Esta sería una cuestión que debería evaluarse: en qué medida cada modelo de integración de la
población inmigrante está influyendo en el grado de vulnerabilidad de dicha población frente a la crisis
en función de su fragilidad laboral o situación de regularidad. A modo de conclusión metodológica,
pensamos que para conocer la dimensión del impacto diferenciado en cada entorno es preciso atender
a la diversidad de procesos de integración que se producen en cada escenario, entendiendo que los
procesos de integración social y, en definitiva, el nivel de cohesión social de un territorio, se articula a
través de la relación de sus miembros con el mercado laboral, la protección de los sistemas públicos y
los propios lazos familiares y sociales que protegen a los individuos entre sí.
8.2. Diferentes niveles de análisis en los procesos de exclusión
Del apartado anterior se deriva la necesidad de que el esfuerzo futuro destinado a profundizar en
el análisis del impacto social de la crisis tenga en cuenta la existencia de procesos de exclusión al
menos en tres ámbitos: estructural, institucional e individual-relacional.
En el ámbito estructural, quizá el más visible y analizado por el momento, hay evidencias de que
la crisis está reforzando un aumento de las desigualdades debido a la destrucción de empleo, por un
lado, y a la precarización de parte del mercado laboral, por otro. Tanto la falta de ingresos por empleo
como el estancamiento o la disminución de los salarios de una parte de los trabajadores dan lugar a
procesos de pérdida de nivel adquisitivo más o menos extendidos en cada territorio y al
empobrecimiento de determinados grupos poblacionales. Es decir, que el resultado de estos procesos
es el aumento de las desigualdades y de la pobreza. Indicadores como las tasas de desempleo y de
pobreza relativa – moderada y severa–, hogares sin ingresos y el índice de desigualdad (Gini) o la
medición de diferentes tipos de privación, aunque constituyen indicadores algo lentos para captar la
sensibilidad de los rápidos procesos de cambio político y económico originados por la crisis, resultan
útiles para la comparación y el seguimiento del impacto social en los próximos años. L
as tasas de pobreza relativa en Europa, de momento, no parecen haber sufrido incrementos
notables a pesar del aumento del desempleo, seguramente por el efecto amortiguador de la familia o la
protección de las prestaciones de desempleo. Sin embargo, sí aparecen indicios en estudios nacionales
del incremento de las tasas de pobreza severa y los niveles de privación de una parte de población. Por
tanto, para conocer el impacto del desempleo o la pérdida de ingresos es necesario atender también a
los procesos que se desarrollan en el ámbito institucional. Es decir, al efecto de los distintos
mecanismos de protección diseñados en cada modelo de bienestar para proteger a la población al
margen del empleo y las medidas de respuesta diseñadas para hacer frente a la crisis. Mencionábamos
anteriormente la distinta capacidad de protección según los modelos de bienestar y los diversos grados
de eficacia de las prestaciones frente a la pobreza. Cada país cuenta con información acerca de la
cobertura de sus prestaciones; sin embargo, es preciso avanzar en la comparabilidad y agilidad de
dichos indicadores con el fin de conocer su capacidad para ayudar a la población vulnerable en esta
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crisis, así como para evidenciar el volumen y el perfil de las personas que van agotando la protección de
prestaciones, pues tiene carácter limitado en la mayor parte de los modelos.
La construcción de los sistemas de protección de desempleo ha sido muy heterogénea en cada
país y está más o menos sujeta al principio de cotización previa, esto da lugar a niveles de protección
muy diferenciados. En España, la protección del desempleo en la crisis ampara razonablemente a los
desempleados con contribuciones más largas y de mayor cuantía en el mercado laboral, mientras que
la mayor parte de los trabajadores temporales y autónomos quedan al margen de la protección de
desempleo. De nuevo los jóvenes y el colectivo extranjero ocupan este espacio de desprotección al que
se suman progresivamente el resto de los desempleados que agotan las prestaciones. No contamos
con información que nos permita evaluar los diversos paquetes de medidas anticrisis, ni de prever su
impacto, ni de valorar su efectividad a posteriori.
Obviamente, las medidas emprendidas por los gobiernos para hacer frente a la crisis y a su
situación de déficit están claramente ideologizadas y tienen consecuencias en la población. Si van
orientadas a mejorar los ingresos del Estado a través del aumento de la recaudación fiscal, la subida de
los impuestos tendrá efectos muy diferenciados: si atañe a los impuestos de consumo, se ha
demostrado su efecto regresivo al perjudicar más a las personas que menos ganan; si concierne a los
impuestos sobre la renta, en algunos casos, se han diseñado subidas proporcionales para el conjunto
de la población, en otros, se ha optado por gravar más las rentas medias; existe un clamor crítico social
que aboga por gravar el capital, internacional o nacional, o las rentas más altas. Tampoco son inocuos
los procesos de toma de decisión relacionados con la reducción del déficit de los estados. La reducción
de gasto puede o no venir de la mano del gasto social (sanitario, educativo o de servicios sociales,
prestaciones de desempleo), que es, sin duda, una de las mayores partidas de gasto de los estados. Si
esto sucede, puede tener un gran impacto en el bienestar de la población, todavía sin calibrar ante la
falta de estudios de impacto de determinados recortes en las áreas de salud y educación, o en la
pérdida de cohesión de las sociedades europeas. Precisamente por eso llama la atención la adopción
de medidas de austeridad de manera indiscriminada.
Por último, el ámbito más complejo e inaccesible, pero imprescindible en el estudio del impacto
social de la crisis, es aquel en el que confluyen el conjunto de procesos originados en el mercado
laboral o en la presencia o no de protección pública. Es el caso de las personas y sus familias afectadas
por la ausencia de empleo y la presencia o no de apoyos institucionales. Aquí se ponen en marcha
estrategias de apoyo y supervivencia de carácter informal, como la ayuda económica entre miembros de
una familia a través de ingresos de trabajo o pensiones si los hubiera, estrategias de ahorro y
privaciones, incremento del empleo o de actividades informales por parte de algunos miembros. Es el
espacio también en el que se detectan los efectos más graves del desempleo, en forma de
endeudamientos, impagos, afecciones físicas y mentales.
Por último, es el espacio en el que se produce el deterioro o el conflicto de las relaciones
emocionales entre las parejas y en el que la educación y el desarrollo de los menores pueden verse
afectados. Son escasas las fuentes que nos permiten conocer las condiciones de vida de la población
de un modo multidimensional y la comparabilidad a escala europea. Sin embargo, este es el nivel en el
que se observan verdaderamente las consecuencias de otros procesos en el día a día de las familias y
el efecto de los mecanismos de protección tanto públicos como familiares. Es el espacio donde se
puede identificar a las personas desempleadas que más sufren por carecer de apoyos tanto familiares
como institucionales. Este trabajo nace de la necesidad de establecer fuentes de información que
consideren los tres tipos de procesos de exclusión. Prescindir de cualquiera de ellos en el análisis o el
diseño de medidas frente a la crisis conlleva riesgos. Plantear la pobreza y la exclusión de algunas
familias como un problema propio de personas que adolecen de cualificación, recursos y estrategias, sin
tener en cuenta las consecuencias originadas tanto en el sistema económico como en los límites y la
orientación de nuestras políticas sociales, nos cegaría ante la realidad y limitaría la búsqueda de
soluciones.
Tratar los problemas generados en el ámbito económico tan solo con información y recetas de

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carácter económico, soslayando los efectos del desempleo en las personas y sus familias, tampoco
resulta útil como medida para minimizar las consecuencias negativas para la colectividad en el medio y
largo plazo. Por último, ignorar los efectos diferenciados de las medidas de austeridad emprendidas
sería del todo inconsciente en el actual contexto.
En resumen, existe cierta experiencia de análisis comparado de los modelos de protección social
y sus efectos en la pobreza o las privaciones. Igualmente, se ha desarrollado una amplia línea de
trabajo en el estudio comparado de los mercados laborales y las economías europeas y sus efectos en
el desempleo. Pero no existe una trayectoria de investigación que trate de poner en relación los distintos
ámbitos, social-relacional, laboral y político, en la configuración de distintos modelos de integración
social, y, sin embargo, sería muy útil para valorar su eficacia en la amortiguación de los efectos de la
crisis.
8.3. El efecto intensificador de la crisis
La presente crisis ha precipitado procesos que venían produciéndose en Europa desde hace
décadas tales como la destrucción de empleo, la demanda de flexibilidad laboral traducida en la
precarización de parte de la población empleada o los serios cuestionamientos de la viabilidad del gasto
social. Hay evidencias suficientes que muestran cómo en las etapas de mayor crecimiento se han
mantenido o incluso incrementado las desigualdades sociales. Las desigualdades generadas por los
mercados laborales, más o menos precarizados, y los límites de las políticas sociales o las dinámicas
migratorias han contribuido al mantenimiento de fenómenos de carácter estructural como el desempleo
de larga duración y la pobreza.
El riesgo derivado de esta confusión radica en que, en situaciones delicadas como la actual, el
miedo y la sensibilidad de la opinión pública generen un contexto propicio para determinados cambios
sociales y políticos difíciles de emprender en momentos de estabilidad o bonanza económica. Es el
caso de reformas laborales tendentes al incremento de la flexibilidad laboral que impliquen menores
costes salariales o de despido. Asimismo, el temor al incremento del déficit está intensificando, como
hemos mencionado, los planteamientos de inviabilidad de los modelos de bienestar actuales y, por
tanto, la inevitabilidad de los recortes sociales. Llama la atención que las estrategias de austeridad
emprendidas por los gobiernos nacionales no van acompañadas de estudios de impacto, ni han
sido sometidas a debates políticos o públicos en relación con las consecuencias sociales de las
mismas. Se esgrimen argumentos que ya cuentan con cierta trayectoria en la crítica neoliberal al Estado
de bienestar. Son argumentos simples y en buena medida erróneos en relación con las políticas
sociales amenazadas por los recortes. En primer lugar, el argumento del elevado coste de las políticas
sociales se confunde intencionadamente con el de la escasa eficacia de los sistemas públicos. Si algo
ha podido evidenciarse en las políticas sociales de los estados de bienestar europeos es, precisamente,
su eficacia: el éxito de la atención sanitaria en la calidad y esperanza de vida de la población: el efecto
de los sistemas educativos en la extensión de la igualdad de oportunidades y en la mejora de la
productividad de los recursos humanos, la incidencia de las pensiones y prestaciones de desempleo en
la redistribución de ingresos y la disminución de la pobreza. De hecho, en esta crisis, frente a los fallos
de los mercados financieros o la debilidad de los sectores productivos, las políticas sociales europeas
han mostrado su fortaleza y eficacia amortiguando los efectos negativos. Sería distinto sostener un
profundo debate público que se ciñera exclusivamente al coste de estos mecanismos estabilizadores e
incluyera advertencias sobre los costes implícitos del recorte, así como los riesgos de una sociedad
cada vez más desigual y, por tanto, de una pérdida de cohesión social.
8.4. El impacto es generalizado, pero la crisis se ensaña con algunos grupos sociales
La crisis está afectando a buena parte de la sociedad europea. Los datos y los pronunciamientos
cotidianos muestran su incidencia en el consumo, el ahorro, el ocio y las condiciones de vida de la
ciudadanía europea. Sin embargo, es notoria una mayor repercusión en determinados grupos,
especialmente los más vulnerables.
En el mundo laboral, es destacable el impacto en las personas empleadas temporalmente, con

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baja cualificación y cortos períodos de cotización, etcétera. Sabemos de otras crisis que, incluso cuando
se produce una fase de recuperación y surgen nuevas oportunidades laborales, no serán estas
personas las beneficiadas debido a sus déficits de cualificación y a su menor capital social.
La identificación de las personas más vulnerables y en peores condiciones de vida debe ayudar
al establecimiento de políticas que rescaten a quienes han sido más golpeados por los procesos de
exclusión social.
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9. AUTOEVALUACIÓN
1. Para designar la juventud, se ha utilizado la franja etaria entre los:
a. 15 y 29 años.
b. 12 y 18 años.
c. 10 y 21 años.
d. Las respuestas a y b son ciertas.
2. Según Retana Franco y Sánchez Aragón (2006), entre los procesos que hacen que se
mantenga la pareja se encuentra:
a. La manera en cómo reciben y asimilan la información proveniente del exterior, como
representante del contexto donde están inmersa su relación y por consiguiente, les
repercute en la imagen que se hacen de ésta última y del otro.
b. Las experiencias que van construyendo que le dan un valor significativo, de
particularidad y exclusividad a la relación.
c. Los aspectos que intervienen en el proceso de selección de la pareja y la opinión que se
tiene de la pareja.
d. Todas las anteriores son ciertas.
3. Entre los estilos de amor de Lee (1977) se encuentra:
a. Estilo de Amor Compañero, Estilo de Amor Erótico.
b. Estilo de Amor Obsesivo, Estilo de Amor Pragmático.
c. Estilo de Amor Agápico, Estilo de Amor Maníaco.
d. Todas las anteriores son ciertas.
4. ¿Qué estilos de amor de Lee (1977) se relacionan positivamente con la Satisfacción
Marital?:
a. Los estilos de Amor Amistoso, Agápico, Erótico y Pragmático.
b. Los estilos de Amor Maníaco y Lúdico.
c. Los estilos de Amor Erótico, Agápico y Pragmático.
d. Los estilos de Amor Amistoso, Lúcido, Erótico y Maníaco.
5. De las siguientes formas de amor descritas por Sternberg (1989), señale la que NO
corresponda:
a. Amor fátuo
b. Amor pleno.
c. Amor apegado.
d. Amor amigable.
6. La relación existente entre las personas mayores y sus familias que está caracterizada
porque los padres viven en su propio domicilio independientes, con autonomía,
separados del domicilio de los hijos, aunque los hijos están dispuestos a ayudar si los
primeros lo necesitan, y a aumentar las visitas y contactos si surge algún problema o
necesidad, como en los casos de viudedad, enfermedad grave o aumento de
dependencia y discapacidad, se ha denominado:
a. Amor formal.
b. Intimidad a distancia.
c. Amor generacional.
d. Cuidados a distancia.

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7. El hecho de que los hijos cuiden de sus padres mayores, es decir, los hijos se han
convierten en padres de sus padres, se ha denominado:
a. Amor generacional.
b. Inversión de roles
c. Amor fátuo.
d. Generación Sandwich.
8. Con respecto a la reciente crisis y sus repercusiones, es cierto que:
a) Todos los países europeos en crisis han aumentado las emisiones de CO2.
b) En España, la tasa de paro en menores de 25 años ha llegado a alcanzar el 75%.
c) Se ha reducido la segmentación del mercado laboral.
d) Ninguna de las anteriores es correcta.
9.- ¿Qué es la flexiguridad?:
a. Es un modelo danés.
b. Supone una rotación importante entre el empleo y el desempleo.
c. Las respuestas a y b son ciertas.
d. Ninguna de las respuestas es cierta.

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RESPUESTAS CORRECTAS: 1.-A, 2.-D, 3.-C, 4.-A, 5.-B, 6.-B, 7.-B, 8.-D, 9.-C

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