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Fernanda Bittencourt Ribeiro (2015).

El cabello de Jennifer: notas sobre participación y


etnografía en contextos de “protección infantil”. 4tas Jornadas de Estudios sobre la Infancia,
Buenos Aires1.

Fernanda Bittencourt Ribeiro (2015). Os cabelos de Jennifer: Notas sobre participação e


etnografia em contextos da “proteção à infâ ncia”. 4tas Jornadas de Estudios sobre la Infancia,
Buenos Aires.

“De hecho, no existe una entidad llamada 'niño' que pueda separarse definitivamente del resto de
la humanidad. Esta entidad es principalmente de carácter relacional. Nace de interacciones entre
diferentes grupos sociales, religiosos y culturales. No eres un niño Eres un niño. " (Mia Couto, 2014)

Desde la década de 1990, la Convención sobre los Derechos del Niño - CDC (ONU, 1989) ha sido
la principal referencia discursiva que actúa transnacionalmente en la segmentación de adultos-
niños. “Garantía de protección total”, “responsabilidad hacia sus necesidades” y “participación”
son los tres principios que respaldan este documento y guían lo que Lugones (2012) llama la
vulgaridad de los derechos del niño que surge de la bibliografía sobre Protección del Niño. de
los CDC. Su núcleo duro afirma la existencia de un nuevo paradigma que "redefine la posición
de los niños, niñas y adolescentes en el mundo social, reubicándolos como 'sujetos de derechos,
y no como simples' objetos de intervención '" (Lugones, 2012, p. 54-55). Si el término vulgar se
refiere al carácter de verdad indiscutible del "nuevo paradigma" impreso y reimpreso en la
literatura y en instancias públicas de debate, los analistas de los CDC y sus repercusiones (Soares,
1997; Rosemberg, Mariano, 2010) no dejan de Señale tensiones intrínsecas en este documento.
Una sería la promulgación simultánea de derechos de protección y provisión, que se hace eco
de una filosofía política proteccionista (o paternalista), y derechos de libertad, expresión y
participación, de acuerdo con una perspectiva liberacionista (o autonomista).

De esta manera, "participación", es un término que en este texto pretendo abordar


etnográficamente, se afirma como un derecho a ser promovido y aprendido por todos, ya que
se refiere al reconocimiento y la crítica de la asimetría (o centrado en el adulto) característica
de la relación adulto-niño / adolescente (Novoa, 2012; Propia, 2012). Entiendo que esta tensión
discutida por la bibliografía ilustra bien lo que demuestra Fonseca (2004) sobre el carácter
negociado de las leyes sobre el bienestar de los niños, cuya elaboración está atravesada por
diversas filosofías económicas y políticas y no el reflejo de valores consensuales. En lugar de

1
Traducción realizada con base en la traducción proporcionada por el traductor Google
Traslator
abordarlo en términos de ambigüedad, sigo a Strathern (1999) en su incomodidad en relación
con el poder descriptivo de esta palabra y considero que este documento supuestamente
universal comprende diferentes formas de ser2. En términos analíticos, entonces, sería
apropiado preguntar en qué ámbitos específicos prevalece su inspiración proteccionista o
autonomista y qué producen.

En el campo multidisciplinario de los estudios de la infancia, la perspectiva autonomista, desde


la cual el principio de participación se traduce repetidamente en "la voz del niño", da lugar a
renovados debates epistemológicos y ha sido objeto de experimentos metodológicos3.
Analizando la producción bibliográfica brasileña sobre el «derecho de participación» de niños y
adolescentes, Rosemberg y Mariano (2010) identifican dos énfasis: uno que se coloca en la
investigación sobre la escucha de los niños y el otro, desarrollado principalmente en el área de
Educación y que debate los significados, las implicaciones y, para algunos, la "locura político-
ideológica del llamado protagonismo infantil o juvenil". (Rosemberg, Mariano, 2010, p. 720). En
antropología, así como en otras áreas del conocimiento, en las artes y la literatura (Nunes,
Rosario, 2010), existe una concomitancia entre un aumento importante en los estudios
centrados en los niños y la promulgación de la Convención. Al respecto, Marre y San Román
(2012) observan:

“Este interés se había incrementado significativamente durante la segunda mitad del siglo XX y
muy especialmente durante esta década de 1990 –coincidente con la aprobación de la
Convención de los Derechos de la Niñez–, en que se produjeron má s monografías y estudios sobre
infancia desde la antropología social que en cualquiera de las décadas anteriores.” (Marre, San
Román, 2012)

No es infrecuente que los antropólogos interpreten este aumento como una resonancia directa
de la situación legal de los niños que, como "sujetos internacionales de derechos", también
comenzarían a ser considerados actores sociales completos en antropología (Pour ..., 2011;
Cohn, 2005; Collard , Leblic, 2009). Sin negar la relación entre el estatus legal y el mayor interés
antropológico en los niños, entiendo que el enfoque etnográfico de su participación (sean
quienes sean en diferentes contextos) no se confunde necesariamente con la realización del
"derecho a ser escuchado". Esta posición difiere de la de Ferreira (2009), por ejemplo, para
quien, tomar la perspectiva de los niños como actores sociales, implica incluirlos como
participantes activos en la investigación y así "cumplir la realización de los derechos de
participación consagrados en la Convención Derechos del niño de la ONU”(Ferreira, 2009, p.
150). Entiendo que este argumento, en lugar de expandir la reflexión sobre el estado de la
infancia y los niños en la antropología, corrobora lo que algunos autores señalan como la
dimensión moral de la noción de "voz de niño" (Komulainen, 2007; Lewis, 2010). Si, por un lado,
a través del principio de participación, el marco legal incorpora la representación del niño como
actor social, por otro, la idea de que todos (incluidos los niños) "participan en la cultura" integra
las enseñanzas básicas de la antropología (Laraia, 1986). Teniendo esto en cuenta, sería más
exacto decir que en las últimas décadas, el reconocimiento heurístico y el interés en la agencia
de los niños se observa en la disciplina, así como en los lugares simbólicos que ocupan en la
construcción social de la infancia.

En este texto, para abordar etnográficamente el término participación, me refiero


específicamente a los niños que, por diferentes razones, pasan por las instituciones o programas
de "protección infantil". O, para decirlo de otra manera, para estos lugares actualmente
respaldados por el "derecho a la protección y provisión" e inscritos en la continuidad histórica
de las formas de gobernar a los niños y las familias económicamente pobres.

De etnografías realizadas en contextos de protección infantil (Gregori, 2000; Fonseca, Schuch,


2009; Moraes, 2009; Ciordia, 2010; Prestes, 2011; Dantas, 2011; Ribeiro, 2011; Santos, 2012;
Cruz, 2014; Quintero, 2014, entre otros), creo que es posible distinguir el enfoque etnográfico
de la participación (Fonseca, Brites, 2006) de los niños en la vida cotidiana, del carácter
prescriptivo que la participación como derecho tiende a tomar en el post-CDC. Esta distinción
se abordará en la primera parte de este texto. En la segunda parte, considerando la etnografía
como un conocimiento activo en la construcción social y simbólica de la infancia, pretendo
explorar pistas sobre su especificidad en relación con la vida de los niños que circulan y crecen
en estos lugares de producción política e institucional de la infancia. Con este fin, traeré registros
etnográficos producidos en algunas de las investigaciones mencionadas anteriormente y que
incorporaron en sus enfoques, atención a las prácticas y discursos de los niños / jóvenes que
viven o han vivido en instituciones y programas vinculados a la protección infantil.

Investigación y participación

Por eso no obedezco ... ¡No es como la madre de las personas, maestra! Cuando hacemos algo mal
en nuestra casa, la madre llama, la madre nos castiga, la madre nos pone moral. No es así aquí.
Realmente no pueden ordenarnos. Cuando nos preparamos, ella corre para decirle a Fabiana
[psicóloga]. Parece un niña pequeña ... Lo hace, porque también tienen que obedecer, casi como
nosotros. ¡No pueden hacer lo que quieren! Y luego, si hacemos mucho, pero realmente, trasladan a
las personas de su hogar a otro monitor, y si siguen preparándose, van a otra institución. Entonces
no es como un hogar real. Ni siquiera me parece .
(Chica que reside en atención institucional citada por Prestes, 2011, p. 78).

El deber de escuchar e incluir a los niños como participantes en la investigación es, en el ámbito
académico, un desarrollo de la «nueva sensibilidad» en relación con la infancia formalmente
inaugurada con los CDC. Sin embargo, los estudios que abordan la implementación de este ideal
a menudo apuntan a límites importantes. Collard y Leblic (2009), al analizar la producción
antropológica centrada en los niños en peligro, observan que también en relación con estos, la
promulgación de los CDC alentó la realización de investigaciones relacionadas con la
recopilación de sus puntos de vista. Sin embargo, los autores advierten que gran parte de estos
estudios hablan sobre niños de adultos o tienden a remitir las voces individuales al grupo.
Guillotte y Boutanquoi (2005) de la investigación en instituciones destinadas a acoger a los
jóvenes en Francia, destacan la distancia entre las perspectivas de los profesionales y los jóvenes
y la sensación de que no se les escucha a pesar de que se les solicite su opinión.

Específicamente con respecto a la traducción del derecho a la participación en el campo del


activismo por los derechos del niño, Leifsen (2012), basado en una investigación realizada en
Ecuador, señala el uso de niños y jóvenes por parte de adultos como instrumentos de lucha
política. A través de la descripción de un acto tomado por el Congreso Nacional en una actividad
para promover los derechos del niño, el autor observa la paradoja de una situación que
contradice la imagen del niño como su propio agente, un participante autónomo cuya voz
buscan promover los activistas:

El diseño y la dramatización de la toma del Congreso funcionaron como un acto simbólico, pero
precisamente como consecuencia de la participación de adultos experimentados y políticamente
cualificados, que consiguieron utilizar la imagen de la infancia y sus derechos de manera eficaz.
Para ser efectiva, la participación de niños y jóvenes tuvo que estar estrechamente guiada. De
este modo, la participación se convertía exactamente en lo que los mensajes de los
representantes juveniles rechazaban. (Leifsen, 2012)

En estos trabajos en los que la participación se toma como objeto de estudio, esta noción se
asimila para tomar la palabra. Entiendo que esta perspectiva, al mismo tiempo que incorpora el
sentido de participación defendido por los CDC, implica la trampa de colocar al investigador en
la posición de uno más para tener que garantizar el derecho a participar o, de lo contrario, quién
debe decir si este derecho se está cumpliendo. garantizado en los contextos estudiados. De una
forma u otra, es retenido como rehén de la "falta de participación o voz" que los CDC buscan
enfrentar. Obviamente, reconozco la importancia de la reflexividad en torno a las formas en que
el derecho a la participación, entendido como el derecho a hablar, se ha desarrollado en la
investigación y las instituciones. Sin embargo, creo que se abre otra perspectiva cuando las
etnografías realizadas en estos campos de intervención preguntan sobre las formas en que los
niños participan en las relaciones cotidianas que también son relaciones de poder.
Mi etnografía en un refugio para familias llamado "padres solteros en riesgo" y ubicado en la
isla de Yeu en Francia (Ribeiro, 2011) destacó, por ejemplo, cómo algunos niños pueden usar la
palabra pero también el silencio para tomar una posición en conflictos entre adultos, para lidiar
con situaciones cotidianas en las que sus padres difieren de los "agentes de protección" y cómo,
sutilmente, crean alianzas a través de las cuales, sin romper por completo con sus padres,
mantienen una cierta distancia de sus identidades estigmatizadas. Fonseca, Allebrandt, Ahlert
(2009), basados en investigaciones con "graduados" del sistema de protección, demuestran
cómo los jóvenes no siempre esperan pasivamente al "sistema" para resolver sus problemas.
Actuando en sus intersticios, tejen tácticas para sus vidas fuera del refugio, a veces llenando
vacíos en las políticas sociales, a veces subvirtiendo claramente lo que estaba previsto.
En los ejemplos presentados por los autores, el apoyo intergeneracional buscado por los
graduados puede movilizar a las personas de sus familias de origen, así como la formación de
una "nueva" familia basada en las relaciones afectivas que el joven construye, ya sea con novios
y sus familias, ya sea con monitores y empleados de la institución. Cruz (2014), al reunirse con
jóvenes graduados de los servicios de recepción, destaca las formas en que inventan / crean
nuevas posibilidades de vida basadas en condiciones que al principio reforzarían su
vulnerabilidad: una de estas vías comienza en la infancia cuando se detiene. separados de
diferentes situaciones de abuso y explotación, circulan por su cuenta, diferentes de situaciones
en las que el "movimiento de niños" (Fonseca, 1995) es una iniciativa de la familia o el Estado.
Si el "derecho a la participación" defendido por los CDC subyace a la crítica del centrarse en los
adultos y consideramos que ser un adulto no es una condición vivida fuera de las jerarquías
sociales, dependería de la etnografía cuestionar esta asimetría "en la situación", en lugar de
darla por sentado. En el contexto de los dispositivos de protección infantil, y especialmente en
la vida cotidiana de instituciones y programas apoyados discursivamente por la misión de
protección, nos enfrentamos a una compleja red de relaciones en las que los niños ocupan una
posición central y sobre las cuales convergen las relaciones de poder que involucran a adultos
con niños, diferentes fuentes de legitimidad (Mackiewicz, 2005): legitimidad basada en afiliación
o parentesco, en autoridad judicial o delegada por ella, en conocimiento científico y
profesional… Como observa correctamente el niño mencionado en el párrafo anterior, el hecho
de que los agentes que trabajan en el refugio estén sujetos a la autoridad de otro profesional
puede, por ejemplo, aumentar el margen de maniobra y la posibilidad de desobediencia de un
niño cuando se da cuenta de los límites de desempeño de un empleado.

La lectura de etnografías realizadas con niños que son designados homogéneamente como
vulnerables o víctimas de violencia me ha convencido de la diversidad de sus experiencias, así
como de su participación activa en la búsqueda de caminos variados. Si, como observan Fonseca
y Cardarello, "La noción de" niño rey ", irrealizable en tantos contextos, engendra su opuesto, la
noción del niño con los brazos, y, con esto, un nuevo chivo expiatorio: los padres verdugos"
(Fonseca, Cardarello, 2009 , p. 248), me parece que exactamente donde encontramos "infancias
negativas", el enfoque etnográfico de la participación de los niños puede colocarnos en una
perspectiva que desestabiliza tales divisiones demarcadas.

Al des-totalizar estas experiencias infantiles, la etnografía produce conocimiento en contraste


con lo que la escritora Chimamanda Adichie llamará el "peligro de una historia única" (Adichie,
2009). En otras palabras, si la historia única de un pueblo se produce con la repetición infinita
de una sola cosa, tenemos historias únicas cada vez que alguien o un grupo social se reduce a
una sola característica. Entiendo que algo de esta naturaleza pesa a los niños "bajo protección":
tienden a ser descritos e imaginados por la falta, incluida la falta de participación.4 En contraste
con esto, la centralidad que ocupan en las tramas relacionales e institucionales constituidas por
basado en el cuestionamiento sobre las capacidades educativas y protectoras de la familia de
origen, y que actúa sobre las relaciones de parentesco y sus configuraciones en un sentido
amplio, sugiere interrogar su participación en estas prácticas contemporáneas de circulación de
niños mediadas por el Estado. Con esta delimitación, una etnografía de la participación de los
niños, parte del reconocimiento de la dimensión política de la intervención en la familia y las
relaciones que participan en ella. Como observa Villalta (2010), "la intervención estatal en un
sector de la infancia en el entendimiento puede disociarse de la intervención en las familias de
estos niños y niñas" (Villalta, 2010, p. 12), tradicionalmente culpada, no autorizada, entendida
como incapaz para criar y educar a tus hijos. A diferencia de promover la participación en
términos de "dar voz", creo que un lugar específico para la etnografía en el vasto campo de los
estudios de la infancia y, especialmente, en estos contextos de intervención en la crianza de los
hijos y la construcción del parentesco, surge de la pregunta sobre la participación de diferentes
actores en la vida diaria de esta relación de tutela que se extiende a los adultos. Desde esta
perspectiva, no se trata de aislar a "los niños" como un grupo separado, sino, precisamente, de
resaltar la identidad social que los posiciona en los contextos en los que crecen.

Prestar atención a su participación en las artes cotidianas de hacer5 implica dar lugar al conjunto
de relaciones que configuran redes complejas, móviles y cambiantes establecidas a partir de la
necesidad de reemplazar la crianza de los hijos en nombre de la protección de los niños
(Mackiewicz, 2005). Además de la antropología infantil, este enfoque se basa en algunos puntos
en común con los estudios sobre la familia y el parentesco desarrollados en las últimas décadas
en diferentes campos disciplinarios y, especialmente, por la influencia del pensamiento
feminista. A saber, la comprensión de la familia como un producto ideológico producido
históricamente; la apreciación de las experiencias diferenciales de la vida familiar que resaltan
tanto las experiencias de conflicto como el abuso y el apoyo; el rechazo de la noción de familia
como una unidad autónoma (autónoma o aislada) y la insistencia en la relevancia de las políticas
sociales y otras fuerzas nacionales o globales que impregnan las relaciones interpersonales
(Fonseca, 2007, p. 13). En este sentido, observar cómo los niños participan en los arreglos de
apoyo familiar organizados con la intención de protegerlos, corresponde a insertar el análisis de
sus experiencias infantiles en el ámbito más amplio de las prácticas de parentesco. Con esto,
quiero referirme tanto a la gestión de pertenencia como a la construcción de identidad en
relación con la familia de origen y las personas conocidas desde la entrada en el "sistema de
protección", así como las actividades diarias que hacen y rompen los lazos. Mi hipótesis es que
estos pequeños espacios de acción en los que los niños se mueven, en interacción, pueden
tomarse como espacios de micropolítica (Deleuze, Guatari, 1996) que crean recuerdos y
subjetividades.
Participación y vida cotidiana.

A la edad de cuatro años, mi cabello era así, alrededor de la cintura, luego fui al Consejo de Tutelar
y a la Casa de Passagem, luego me cortaron así (delimitando la mitad de la espalda), luego fui a
una casa y me cortaron así ( a la altura de los hombros), luego, pasaron dos años, y él ya había
crecido así (un poco por debajo de los hombros), fui a otra casa, y luego cortaron así, ¡como es
ahora! (Jennifer, de 9 años, que reside en un refugio, desde los cuatro años ya ha pasado por
diferentes instituciones mencionadas por Prestes, 2011, p. 134)

Este informe de Jennifer indica un aspecto que considero importante para el argumento que
propongo sobre la especificidad del enfoque etnográfico para la participación de niños "bajo
protección". A saber, el carácter experiencial de la infancia, concomitante con su producción
discursiva (Diasio, 2013; Jaffré, Sirota, 2013). En esta dimensión, la etnografía, como
conocimiento anclado en el presente, puede tener un lugar específico con respecto a la
inscripción y el análisis de las prácticas y los eventos que dan contenido a la infancia vivida en
esta condición singular. Creo que es importante tener en cuenta que designaciones como niño
en peligro, niño víctima de violencia, familia vulnerable o familia no estructurada y que hacen
que esta condición sea inteligible a la luz de los marcos conceptuales construidos, discutidos y
compartidos entre los agentes que trabajan / investigan dentro del alcance del sistema de
protección infantil; También constituyen subjetividades y están inscritas en historias
individuales. Schritzmeyer (2014) de la búsqueda de ex internos para sus expedientes
institucionales mucho después de que abandonaron la institución, descubre que algunos de
ellos, ahora mayores de 40 años, se autodenominan "ex menores". Frente a la carga simbólica
de la categoría "menor", las narrativas de abandono y las imágenes de sufrimiento que llenan
sus registros médicos, la autodefinición como "ex menor" también es una forma de presentar
una trayectoria de superación. La búsqueda de expedientes institucionales, en la interpretación
del autor, sería un movimiento a través del cual los ex reclusos buscan recuperar los hilos de sus
vidas porque entienden que el tiempo del refugio les había dejado algo positivo y útil
(Schritzmeyer, 2014, p. 2 ).

Jennifer, cuando se corta el cabello como un recuerdo para su viaje institucional, menciona más
allá del tiempo que transcurre y durante el cual crece, la inscripción de este tránsito institucional
en su cuerpo y en su memoria. “Ellos”, o las personas que le cortan el cabello en cada uno de
los lugares por donde pasaron, repiten una acción que históricamente marca el tratamiento del
cuerpo en instituciones disciplinarias, sanitarias o punitivas, mientras ocupan un espacio de
decisión sobre su apariencia que, para la gran mayoría de los niños, se encuentra dentro del
alcance de los parientes domésticos, cercanos. Esta particularidad sugiere el interés de los
registros etnográficos de las experiencias de estos niños de "proteger a la infancia" a partir de
la relación con el cuerpo. Vale la pena recordar, como señala Robin (2013), que en el cuerpo de
los niños "bajo protección", predominan las imágenes de abandono, maltrato, abuso o
abandono familiar que explican / justifican la intervención. En esta perspectiva, el cuerpo está
constituido en un lugar de relaciones de poder que vincula a diferentes participantes en las
prácticas de apoyo familiar (Mackiewicz, 2005) además de los propios niños.
Estas prácticas basadas en decisiones judiciales, evaluaciones de profesionales y otros agentes
como los consejeros tutelares, por ejemplo, también están hechas de gestos banales y repetidos
que suponen diferentes formas de mano a mano (Mougel, 2013) que implican el tratamiento
diario de un niño. (bañarse, cepillarse los dientes, cambiar pañales, vestirse, alimentarse,
administrar medicamentos, cortarse el cabello ...) y que constituyen la infinidad de pequeñas
cosas que construyen y constituyen su memoria (Cadoret, 1997). ¿Cómo participan los niños
que viven en diferentes modalidades de cuidado en estas prácticas? ¿Quién tiene derecho a qué
sobre sus cuerpos? ¿Qué, en esta relación corporal, teje conexiones duraderas o, por el
contrario, señala su imposibilidad?

Las preguntas sobre la relación con el cuerpo en las interacciones cotidianas son importantes si
consideramos otra característica señalada por la bibliografía sobre la vida de los niños bajo
cuidado institucional o familiar. A saber, las idas y venidas que marcan muchos de sus caminos,
lo que implica discontinuidades en sus formas de vida, en claro contraste con las
representaciones hegemónicas que asocian la estabilidad y el bienestar infantil. A pesar de los
esfuerzos para regresar a la familia o para facilitar la adopción de niños que viven en
instituciones, se sabe que una buena parte de ellos (si no la mayoría) no puede contar con
ninguna de estas alternativas (Fonseca, Allebrandt, Ahlert, 2009; Dantas, 2011; Cruz, 2014). La
"provisionalidad" de la recepción proporcionada por ECA, como Cruz (2012) problematiza "sigue
siendo un gran desafío, especialmente cuando se piensa a la luz de las dificultades planteadas
por el proceso de desinstitucionalización y las altas tasas de reinstitucionalización" (Cruz, 2012,
p 67) Por lo tanto, durante la residencia institucional (o en otras modalidades, como acoger a
familias), los niños son, a diario, y durante un período que puede ser bastante largo e incluso
desde la infancia, en relación con personas hasta ahora desconocidas y quienes ocupan lugares
donde sus familiares o personas elegidas por ellos deberían "estar".

Como Jenifer indicó al contar sus cortes de pelo, el tránsito entre las estructuras de cuidado de
crianza constituye la experiencia de muchos niños en el sistema de protección. Cíntia, por
ejemplo, entrevistada por Dantas (2011) y protegida entre dos y dieciocho años, cuenta una
historia de gran movilidad: desde el Refugio Residencial (AR) 15

“Fue transferida con su hermano Rodrigo a AR-7, luego regresó a AR-15, luego a AR-8,
regresando a AR-15. Cíntia justifica estas transferencias debido al cierre del AR-15 por vigilancia
sanitaria. Explica que otra razón que podría causar transferencia fue el acercamiento de un niño
a un monitor, lo que generó sospechas de relaciones sexuales, provocando el traslado de la casa
del niño, pero no explicó si esta fue la causa de sus transferencias”. (Dantas, 2011, p. 114)

Como es evidente en este trabajo, esta circulación entre las casas exige que los niños se adapten
a diferentes reglas, tratamientos y modos de organización, ya que aspectos como estos no están
estandarizados de una casa a otra. Además del tránsito entre estructuras, los niños también
pueden ir y venir entre instituciones y familias. Paulo, por ejemplo, también entrevistado por
Dantas (2011), después de que su madre lo dejó cuando tenía tres años, fue criado por una
mujer que tenía cuatro hijos biológicos. A la edad de doce años, fue expulsado de esta familia
debido a desacuerdos con su madre adoptiva. Fue al refugio y recibió visitas de esta madre
adoptiva. Algún tiempo después, Paulo volvió a vivir con esta familia y, una vez expulsado, vivió
en el refugio hasta los dieciocho años.

Como parte de estos tránsitos decididos por las instituciones o circulaciones mediadas por
miembros de la familia con la participación de niños que se quedan en la casa de una tía, en la
casa de la abuela o el vecino (Fonseca, 2006), la bibliografía también demuestra cómo las fugas
pueden ser otro agencia de niños en instituciones. Si en el trabajo de Cruz (2014) escapar de
casa aparece como un recurso para escapar de la violencia, en Prestes (2011) sirven para negar,
al menos en un momento determinado, la alternativa de institucionalización6. Letícia (12 años),
que se negó a obedecer, a participar en la vida cotidiana, que cuestionó la orden y comparó la
institución con una prisión, huyó para encontrar a su madre, arrestada por su participación en
el tráfico de drogas. Leticia se escapó sola, dejando a sus tres hermanos en el refugio. Las
hermanas Luciana (15 años), Elisa (10 años) y Bruna (8 años) supuestamente huyeron en
combinación con sus cuatro hermanos que vivían en la Casa de Passagem en el municipio vecino
y que también huyeron de la institución el mismo día.

Esta fuga fue considerada espectacular por el psicólogo de la institución: la dirección no sabía
que los siete niños estaban en contacto y no pueden entender cómo organizaron esta acción
orquestada precisamente en un día tormentoso cuando el refugio se quedó sin teléfono. La
directora piensa que tal vez la gente tiene razón cuando dice que el tirón de sangre: “¿no tira?
Es en estos momentos que terminamos creyendo ... »(Prestes, 2011, p. 104) Los que quedan
consideran que los fugitivos habrían cometido un gran error, una locura.
Los niños que comentan sobre el evento insisten en que la fuga tendrá consecuencias como el
arresto de la madre y el regreso o traslado de los niños a otro refugio que puede ser peor. Pero
en cualquier caso, la reunión de la fraternidad implica una acción que es micropolítica y que
escapa al control institucional. Si el escape puede explicarse por la "fuerza de lo biológico", otros
innumerables ejemplos mencionados en las etnografías citadas en este trabajo, van en otra
dirección, para ilustrar prácticas que afirman la plasticidad del parentesco y la voluntad de
algunos niños de "hacer familia" a pesar del vínculo. biológica, o componer con ella sin excluirla.
Luis, por ejemplo, tenía diecisiete años cuando fue entrevistado por Dantas (2011). Desde los
siete años ha pasado por diferentes instalaciones de recepción y actualmente vive en una casa
en la Aldea SOS. A los quince años conoció a su abuela paterna y a otros miembros de su familia
con quienes encuentra los fines de semana fuera de la institución. A pesar de querer quedarse
en Aldea SOS, a la edad de dieciocho años se verá obligado a abandonarla y luego se mudará
con sus padrinos, a quienes le gustaría llamar madre y padre.
En relación con esto, estos trabajos también sugieren que los conjuntos, prohibiciones,
tensiones, acuerdos y desacuerdos que ponen en escena el vocabulario de parentesco pueden
tomarse como espacios de micropolítica en los que los niños actúan permanentemente tejiendo
algunos lazos y deshaciendo otros, no necesariamente en el sentido previsto por la institución.
Acercarse a ellos etnográficamente, en función de su participación, nos pone frente a una
variedad de arreglos y posibilidades relacionadas con el parentesco que barajan las fronteras
claramente delimitadas entre «familia de origen, otra familia, institución».
Moraes (2009) informa en su trabajo, un encuentro inusual entre tres mujeres y cinco niños,
tres de ellos viviendo en un hogar y dos en una familia acogedora durante casi cuatro años. No
tienen dudas sobre tratar a sus anfitriones como padre y madre, así como los tratan como hijo
e hija. En la situación etnográfica, los niños encuentran a su madre biológica en compañía de las
otras dos mujeres que los cuidan:

“Los cinco niños no habían estado juntos durante más de dos meses y estaban muy felices de
reunirse," volar alrededor del patio "e ir a la plaza, sin preocuparse mucho por los adultos
presentes, excepto por Andressa [14 años] que se quedó con nosotros todo el tiempo como una
especie de cicerone". (Moraes, 2009, p. 25)

Al final de esta reunión, la madre de acogida llevó a la madre biológica y, durante el viaje, los
niños:

“Comenzaron a hacer una especie de regreso a sus orígenes con su madre, preguntando sobre
parientes, pero especialmente sobre un perro (si todavía estaba viva). (...) Entre las
conversaciones, surgió una pregunta que hizo que la atmósfera fuera más tensa: si la abuela, la
madre de Gisele, golpeaba mucho a sus nietos cuando eran pequeños (2 y 3 años). [La madre
biológica] encontró primero el informe extraño y luego lo negó, diciendo que debe haber sido la
imaginación de los niños, pero señalando que [su] 'madre es de otra época en que las cosas se
resolvieron de manera diferente' (...) En este caso, el tono de la conversación, 'en busca del
pasado', tiende más hacia espacios felices y recuerdos, mostrando que los niños aún pertenecen
muy fuertemente a su otra realidad ”.

En diálogo con el análisis de Fonseca (1995) sobre la adopción plena, Moraes (2009) propone
que esta situación etnográfica:

“Señala la posibilidad de reunir, a través de familias acogedoras, diferentes períodos de niños


protegidos. Al mismo tiempo que se garantiza su derecho a vivir "en familia", mantienen lazos
con su madre biológica y con sus "hermanos de sangre". La ruptura de los lazos, el corte en la
biografía de los jóvenes, apardarlos de la memoria, -todos elementos inherentes a la política de
adopción plena-, son aquí completamente prescindibles para una política de bienestar infantil ”.
(Moraes, 2009, p. 28)
Desde esta perspectiva, el enfoque etnográfico de la participación de los niños en las diferentes
circunstancias de sus experiencias en el contexto de "protección infantil" puede proporcionar
una perspectiva específica para reflexionar sobre "el interés superior del niño" y una relación
dialógica y constructiva con el Estatuto del Niño y del adolescente y sus consecuencias. Cadoret
(1997), basado en el análisis de los expedientes de niños que vivían con una familia de acogida
en Francia, plantea preguntas que podrían explorarse en función de los datos etnográficos
producidos en la interacción con los niños. Ella pregunta por ejemplo: "cuando el niño reclama
una parte de la identidad de su familia de acogida, colocándose ficticiamente como hijo o nieto
mediante el uso de la terminología de parentesco o el deseo de tener su apellido, ¿no sería el
reconocimiento de un parentesco cotidiano que ella reivindica? (Cadoret, 1997, p. 149).

Lo que sugiere la lectura de los trabajos aquí citados es que, evidentemente, los niños bajo la
protección de la protección de la infancia, a pesar de ser referidos por totalizaciones
homogeneizadoras, actúan de manera diferente y se posicionan en diferentes configuraciones
relacionales. Como ya se señaló, atender etnográficamente a sus prácticas en estos contextos
puede perturbar las representaciones en las que aparecen en negativo y que reducen sus
experiencias a lo que supuestamente les falta. Se pueden abrir otras perspectivas desde un
cambio de enfoque hacia los modos de relación y convivencia que hacen sus experiencias. En
esta perspectiva, en lugar de reforzar esta condición específica, reificar y exotizar aún más sus
existencias, justificar a la minoría o aislarla de las relaciones que las constituyen, podríamos
preguntar qué hacen con las clasificaciones que se ajustan a ellas y qué sentido les dan en su
prácticas Considerarlos como interlocutores ubicados «en relaciones» no significa, sin embargo,
adherirse al carácter positivo que cubre las palabras relación, vínculo, conexión, como señala
Strathern (1999), pero teniendo en cuenta que, como en cualquier otro contexto, las relaciones
en las que participamos pueden considerarse dañinos o destructivos desde alguna perspectiva.

Notas finales

Arlette Farge, en la comunicación «Écrire après l’effacement» 7, se ocupa de la escritura de la


historia cuando toma como objeto los hechos de violencia que permanecieron olvidados en los
archivos policiales. En la perspectiva del historiador, la "escucha" de estas voces
meticulosamente reproducidas por las autoridades policiales de los siglos XVII y XVIII, abre
brechas en las formas de vida y las inseguridades de los eventos que, a pesar de hacer historia,
no permanecieron en la historia. No se guardaron en la memoria oficial porque fueron vistos
como sin importancia. La crítica de Farge a la selectividad de la memoria historiográfica me
sugiere la hipótesis del carácter perturbador de la etnografía frente a la vida cotidiana de los
niños que caen en las categorías de peligro, riesgo o vulnerabilidad.

Además de "dar voz" que observo como la traducción más frecuente del principio de
participación defendido por los CDC, la atención etnográfica a la participación de los niños en
situaciones cotidianas, da cuenta de lo vivido en instituciones u otras familias distintas a la de
origen, integrando estos pasajes o estancias como experiencias infantiles. Fonseca y Cardarello
(2009) destacan que un mérito de los trabajos etnográficos que describen a los niños en grupos
populares sería "llamar la atención sobre la coexistencia de diferentes experiencias infantiles en
Brasil y cuestionar los enfoques que tienden a ignorar la voz y la agencia de quienes divergen
del 'ideal'”(Fonseca, Cardarello, 2009, p. 248).

Para este artículo, consulté algunas etnografías centradas en los niños "bajo protección" -
invariables (¿y selectivamente?) Niños de grupos populares – Con el objetivo de problematizar
la amalgama entre el ideal de participación social de los niños (que se tiende a pensar como una
receta para investigación) y el interés etnográfico en su participación en estas formas específicas
de circulación de niños (Fonseca, 1995; Gregori, 2000) y de la construcción de identidad. En esta
perspectiva, la etnografía de su participación se sitúa como un conocimiento específico frente a
las fuerzas de homogeneización e invisibilidad que pesan sobre el tiempo vivido en el "sistema
de protección infantil". Al inscribirlo como significativo y diverso, entiendo que la etnografía de
la participación de los niños asume claramente una dimensión política.

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