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Desarrollo Histórico de Textos y Colecciones

Considerado bajo el segundo aspecto, las fuentes del derecho canónico son los textos
legislativos y las colecciones de esos textos de donde derivamos nuestro conocimiento de
las leyes de la Iglesia. Para apreciar plenamente las razones y la utilidad del gran trabajo de
codificación del derecho canónico, recientemente iniciado por orden de Pío X,
es necesario recordar la historia general de esos textos y colecciones, cada vez más numerosos
hasta el tiempo presente. Una descripción detallada de cada una de las colecciones canónicas
está aquí fuera de lugar; las más importantes son el tema de artículos especiales, a los que
referimos al lector; será suficiente si mostramos las diferentes etapas en el desarrollo de estos
textos y colecciones, y dejamos claro el movimiento hacia la centralización y unificación que
ha llevado a la situación actual. Incluso en las colecciones privadas de los primeros siglos, en
las que la serie de cánones conciliares simplemente se reunieron en un orden más o menos
cronológico, se nota una tendencia constante a la unificación. Desde el siglo IX en adelante, las
colecciones se ordenaron sistemáticamente; con el siglo XIII comenzaron las primeras
colecciones oficiales, de ahí en adelante el núcleo en torno al cual se centraron los nuevos textos
legislativos, aunque todavía no era posible reducirlos a un código armonioso y coordinado.
Antes de rastrear los diversos pasos de esta evolución, se requiere explicar algunos términos.
El nombre de "colecciones canónicas" se les dio a todas las colecciones de textos
legislativos eclesiásticos porque los textos principales eran los cánones de los concilios. Al
principio, los autores de estas colecciones se contentaron con reunir los cánones de los
diferentes concilios en orden cronológico; en consecuencia, se denominan colecciones
"cronológicas"; en Occidente la última colección cronológica importante es la de Pseudo-
Isidoro. Después de su época, los textos fueron ordenados según el tema; estas son las
colecciones "sistemáticas", la única forma en uso desde la época de Pseudo-Isidoro.
Todas las colecciones antiguas son privadas, debido a la iniciativa personal, y por tanto, como
colecciones no tienen ninguna autoridad oficial; cada texto tiene solo su propio valor intrínseco;
incluso el "Decretum" de Graciano es de esta naturaleza. Por otro lado, las colecciones oficiales
o auténticas son aquellas que fueron hechas o al menos promulgadas por el legislador.
Comienzan con la "Compilatio tertia" de Inocencio III; las colecciones posteriores del "Corpus
Juris", excepto las "Extravagantes", son oficiales. Todos los textos en una colección oficial
tienen fuerza de ley. También hay colecciones generales y colecciones particulares: la primera
trata de la legislación en general, la segunda trata de algún tema especial, por
ejemplo, matrimonio, procedimiento, etc., o incluso de la ley local de un distrito. Finalmente,
consideradas cronológicamente, las fuentes y colecciones se clasifican como anteriores o
posteriores al "Corpus Juris".
A. Colecciones Canónicas en Oriente
Hasta que la Iglesia comenzó a disfrutar de la paz, el derecho canónico escrito era muy escaso;
después de tener en cuenta los documentos que deben haber perecido, solo podemos descubrir
una ley fragmentaria, hecha según la requerían las circunstancias y desprovista de todo sistema.
La unidad de legislación, en la medida que puede esperarse en ese período, es idéntica a una
cierta uniformidad de práctica, basada en las prescripciones del derecho divino en relación con
la constitución de la Iglesia, la liturgia, los sacramentos, etc. El clero , organizado en todas
partes de la misma manera, ejercía casi en todas partes las mismas funciones. Pero en un período
temprano descubrimos una mayor uniformidad disciplinaria local entre las Iglesias de las
grandes sedes (Roma, Cartago, Alejandría, Antioquía, más tarde Constantinopla) y las Iglesias
que dependían inmediatamente de ellas. Más adelante fueron las decisiones disciplinarias de
los obispos de las diversas regiones las que formaron el primer núcleo de derecho canónico
local; estos textos, que se difundieron gradualmente de un país a otro en forma de colecciones,
obtuvieron una difusión universal y, de este modo, son la base del derecho canónico general.
Sin embargo, desde los primeros días hasta fines del siglo V, hubo en Oriente ciertos escritos
cercanamente relacionados entre sí, y que eran en realidad tratados de derecho canónico breves
sobre administración eclesiástica, los deberes del clero y los fieles y, especialmente, sobre
la liturgia. Nos referimos a obras atribuidas a los apóstoles, muy populares en las Iglesias
Orientales, aunque carentes de autoridad oficial, y que pueden ser llamadas pseudoepigráficas,
en lugar de apócrifas. Los principales escritos de este tipo son la “Enseñanza de los doce
Apóstoles” o “Didajé”, la Didascalia, basada en la “Didajé”; las “Constituciones Apostólicas”,
una expansión de las dos obras anteriores; luego la “Constitución de la Iglesia Apostólica”, la
“Definitio canonica SS. Apostolorum”, el “Testamento del Señor” y el “Octateuco de
Clemente”, por último los Cánones Apostólicos”. De toda esta literatura, solo los "Cánones
Apostólicos" se incluyeron en las colecciones canónicas de la Iglesia Griega. El más importante
de estos documentos, las "Constituciones Apostólicas", fue eliminado por el Segundo Canon
del Concilio in Trullo]] (692), por haber sido interpolado por los herejes. En cuanto a los
ochenta y cinco Cánones Apostólicos, aceptados por ese mismo concilio, ocupan el primer
lugar en la colección "apostólica" antes mencionada; los primeros cincuenta traducidos al latín
por Dionisio el Exiguo (c. 500), se incluyeron en las colecciones occidentales y luego en el
"Corpus Juris".
Como la ley posterior de las Iglesias Orientales separadas no influyó en las colecciones
occidentales, no necesitamos tratarla, sino que consideraremos solo la colección griega.
Comienza a principios del siglo IV en las diferentes provincias de Asia Menor, a los cánones de
los concilios locales se agregan los del concilio ecuménico de Nicea (325), apreciados en todas
partes. La provincia de el Ponto proveyó las decisiones penitenciarias
de Ancira y Neocesarea (314); Antioquía, los cánones del famoso concilio “in eneaeniis” (341),
un código genuino de organización metropolitana; Paflagonia, el del Concilio de Gangra (343),
una reacción contra los primeros excesos del ascetismo; Frigia, los cincuenta y nueve cánones
de Laodicea sobre diferentes asuntos disciplinarios y litúrgicos. Esta colección se tuvo en tan
alta estima que en el Concilio de Calcedonia (451) los cánones se leyeron como una serie. Fue
aumentada luego al añadirle los cánones de Constantinopla (381), con otros cánones atribuidos
a este, los de Éfeso (431), Calcedonia (451) y los Cánones Apostólicos.
En 692 el Concilio in Trullo aprobó 102 cánones disciplinarios, el segundo de los cuales
enumera los elementos de la colección oficial; esos son los textos que ya hemos mencionado,
junto con los cánones de Sárdica y de Cartago (419), según Dionisio el Exiguo, y numerosas
cartas canónicas de los grandes obispos, los santos Dionisio de Alejandría, Gregorio
Taumaturgo, Basilio, etc. Si a estos se añaden los cánones de los dos concilios
ecuménicos de Nicea (787) y Constantinopla (869), tenemos todos los elementos de la
colección definitiva en su forma final.
Se pueden mencionar algunas colecciones "sistemáticas" que pertenecen a este período: una
que contiene cincuenta títulos de un autor desconocido alrededor de 535; otra con veinticinco
títulos de las leyes eclesiásticas de Justiniano; una colección de cincuenta títulos elaborados
alrededor de 550, por Juan Escolástico, un sacerdote de Antioquía. Las compilaciones
conocidas como los "Nomocánones" son muy importantes porque reúnen las leyes civiles y las
leyes eclesiásticas sobre los mismos temas; los dos principales son el Nomocanon, atribuido
erróneamente a Juan Escolástico, pero que data de finales del siglo VI, con cincuenta títulos, y
otro, redactado en el siglo VII, y luego aumentado por el patriarca Focio en 883.
B. Colecciones Canónicas en Occidente hasta Pseudo-Isidoro
Al igual que en Oriente, en Occidente se desarrollaron colecciones canónicas, pero unos dos
siglos después. Al principio aparecieron colecciones de leyes nacionales o locales y la tendencia
hacia la centralización se vio parcialmente afectada en el siglo IX. A fines del siglo IV todavía
no había en Occidente una colección canónica, ni siquiera una local; las del siglo V eran
esencialmente locales, pero todas tomaban prestado de los concilios griegos. Estas últimas eran
conocidas en Occidente por dos versiones latinas, una llamada "Hispana" o "Isidoriana", porque
estaba insertada en la colección canónica española, atribuida a San Isidoro de Sevilla; la otra
llamada "Itala" o " antigua "(Prisca), porque Dionisio el Exiguo, en la primera mitad del siglo
VI, la encontró en uso en Roma, y al estar insatisfecho con sus imperfecciones la mejoró. Casi
todas las colecciones occidentales, por lo tanto, se basan en los mismos textos que la colección
griega, de ahí la marcada influencia de esa colección en el derecho canónico occidental.
(1) A fines del siglo V, la Iglesia Romana estaba completamente organizada y
los Papas habían promulgado muchos textos legislativos; pero todavía no se había hecho
ninguna colección de ellos. Los únicos cánones extra romanos reconocidos eran los cánones
de Nicea y Sárdica, estos últimos se unían a los primeros y, a veces, incluso se los citaba como
los cánones de Nicea. Se conocía la versión latina de los antiguos concilios griegos, pero no fue
adoptada como ley eclesiástica. Hacia el año 500 Dionisio el Exiguo compiló en Roma una
colección doble: una de los concilios y la otra de decretales, es decir, cartas papales. La primera,
realizada a petición de Esteban, obispo de Salona, es una traducción de los concilios griegos,
incluyendo el de Calcedonia, y comienza con los cincuenta Cánones Apostólicos; Dionisio le
añadió solo el texto latino de los cánones de Sárdica y de Cartago (419), en los que se
reproducen parcialmente los concilios africanos más antiguos.
La segunda es una colección de treinta y nueve decretales papales, desde Siricio (384-399)
hasta Anastasio II (496-98) (Vea Colecciones de Cánones Antiguos |COLECCIONES DE
CÁNONES ANTIGUOS]]). Así unidas estas dos colecciones se convirtieron en el código
canónico de la Iglesia Romana, no por aprobación oficial, sino por la práctica autorizada. Pero
mientras que en la obra de Dionisio la colección de cánones conciliares permaneció inalterada,
la de las decretales se incrementó sucesivamente; continuó incorporando cartas de los
diferentes Papas hasta mediados del siglo VIII cuando Adriano I (774) entregó la colección de
Dionisio al futuro emperador Carlomagno como libro canónico de la Iglesia romana. Esta
colección, a menudo llamada "Dionisio-Adriana", pronto fue recibida oficialmente en todo el
territorio franco, donde fue citada como el "Liber Canonum", y fue adoptada para todo el
imperio de Carlomagno en la Dieta de Aquisgrán en 802. Esto fue un paso importante hacia la
centralización y la unificación de la ley eclesiástica, especialmente porque el
mundo católico latino apenas se extendía más allá de los límites del imperio, pues África y el
sur de España se habían perdido para la Iglesia a través de las victorias del islam.
(2) El derecho canónico de la Iglesia africana se centralizó fuertemente en Cartago; los
documentos naturalmente tomaron la forma de una colección, pues era costumbre que en
las actas de cada concilio se leían e insertaban las decisiones de los concilios anteriores. Para la
época de la invasión de los vándalos, el código canónico de la Iglesia africana comprendía,
después de los cánones de Nicea, los del Concilio de Cartago bajo el obispo Grato (alrededor
de 348), bajo Genetlio (390), de veinte o veintidós concilios plenarios bajo Aurelio (de 393 a
427), y de algunos concilios menores de Bizacena. Lamentablemente, estos registros no nos
han llegado en su totalidad; los poseemos en dos formas: en la colección de Dionisio el Exiguo,
como los cánones de un "Concilium Africanum"; en la colección española, como las de ocho
concilios (el cuarto atribuido erróneamente, al ser un documento de Arles, que data de
principios del siglo VI). A través de estos dos canales, los textos africanos entraron en el
derecho canónico occidental. Bastará mencionar las dos colecciones "sistemáticas"
de Fulgencio Ferrando y Cresconio.
(3) La Iglesia en la Galia no tenía un centro religioso local y el territorio estaba dividido en
reinos inestables; por lo tanto, no es sorprendente que no encontremos un derecho canónico
centralizado o una colección universalmente aceptada. Sin embargo, hubo
numerosos concilios y una gran cantidad de textos; pero si exceptuamos la autoridad temporal
de la Sede de Arles, ninguna iglesia de la Galia podía apuntar a un grupo permanente
de sedes dependientes. Las colecciones canónicas eran bastante numerosas, pero ninguna fue
generalmente aceptada. La más extendida fue la "quesneliana", llamada así por su editor
(el jansenista Pasquier Quesnel), rica, pero mal organizada, que contenía muchos
concilios griegos, galos y otros, también decretales papales. Con las otras colecciones dio paso
a la "adriana", a finales del siglo VIII.
(4) En España, por el contrario, al menos después de la conversión de los visigodos, la
Iglesia estaba firmemente centralizada en la [[diócesis |Sede] de Toledo, y en unción cercana
con el poder real. Debemos señalar que antes de esto la colección de San Martín de Braga, una
especie de adaptación de los cánones conciliares, a menudo citados incorrectamente en la Edad
Media como la "Capitula Martini papæ" (alrededor de 563). Fue absorbida por la gran e
importante colección de la Iglesia visigoda. Esta última, comenzada ya para el concilio de 633
y aumentada por los cánones de concilios subsiguientes, es conocida como la “Hispana” o
“Isidoriana”, porque en una época posterior se le atribuyó (erróneamente) a San Isidoro de
Sevilla. Consta de dos partes: los concilios y las decretales. Los concilios están organizados en
cuatro secciones: Oriente, África, la Galia, España, y en cada sección se observa el orden
cronológico; las decretales, que son 104 en total, van desde el San Dámaso hasta San
Gregorio (366-604). Sus elementos originales consisten en los concilios españoles
desde Elvira (alrededor de 300) hasta el Decimoséptimo Concilio de Toledo en 694. Fue muy
grande la influencia de esta colección, en la forma que asumió a mediados del siglo IX, cuando
se le insertaron las Falsas Decretales.
(5) De Gran Bretaña e Irlanda necesitamos solo mencionar la colección irlandesa de principios
del siglo VIII, de la cual varios textos pasaron al continente; es notable por incluir entre
sus cánones citas de la Escritura y de los Padres.
(6) La colección de las Falsas Decretales, o Pseudo-Isidoro (alrededor de 850), es la última y
más completa de las colecciones “cronológicas”, y por lo tanto la más utilizada por los autores
de las colecciones “sistemáticas” posteriores; es con la “Hispana” o colección española junto
con las decretales apócrifas atribuidas a los Papas de los primeros siglos hasta la época de San
Dámaso, cuando comienzan las decretales auténticas. Ejerció una gran influencia.
(Vea FALSAS DECRETALES.)
(7) Para concluir la lista de colecciones, donde los últimos canonistas habrían de almacenar la
lista de colecciones, debemos mencionar los “Penitenciales”, las “Ordines” o
colecciones rituales, los “Formularios”, especialmente el “Liber Diurnus”; también
compilaciones de leyes ya sea puramente seculares, o semi eclesiásticas, como los
“Capitularios”. El nombre "capitula" o "capitularia" se da también a las ordenanzas episcopales
bastante comunes en el siglo IX. Cabe señalar que el autor de las Falsas
Decretales falsificó también "capitularios" falsos, bajo el nombre de Benedicto el Diácono, y el
falso "capitula" episcopal, bajo el nombre de Angilramno, obispo de Metz.
C. Colecciones Canónicas hasta la Época de Graciano
Mientras tanto, la Iglesia Latina avanzaba hacia una unidad más cercana; el carácter local de
la disciplina y el derecho canónico desaparecía gradualmente, y los autores de las colecciones
canónicas exhibían una nota más personal, es decir, seleccionaban más o menos ventajosamente
los textos, que tomaban prestados de las compilaciones "cronológicas", aunque todavía no
mostraban discernimiento crítico, e incluían muchos documentos apócrifos, mientras continúan
atribuyendo otros a las fuentes equivocadas. Sin embargo, avanzaban especialmente cuando a
los simples textos les agregaban sus propias opiniones e ideas. Desde finales del siglo IX hasta
mediados del siglo XII estas colecciones son muy numerosas; muchas de ellos aún permanecen
inéditas, y algunas merecidamente. Solo podemos mencionar los principales:
▪ 1. Una colección en doce libros, aún inédita, compilada en el norte de Italia, y dedicada
a un arzobispo Anselmo, sin duda Anselmo II de Milán (833-97); parece que fue muy
utilizada.
▪ 2. The "Libri duo de synodalibus causis" de Regino, abad de Prüm (m. 915), un manual
de la visita pastoral del obispo de la diócesis, editada por Wasserschleben (1840).
▪ 3. La voluminosa compilación, en veinte libros, de Burcardo, obispo de Worms,
compilada entre 1012 y 1022, titulada el “Collectarium”, también “Decretum”, un
manual para el uso de eclesiásticos en su ministerio; el decimonoveno libro, “Corrector”
o “Medicus”, trata sobre la administración del Sacramento de la Penitencia, y a menudo
estuvo en boga como una obra distinta. Esta colección ampliamente circulada aparece
en P.L., CXL. A finales del siglo XI aparecieron en Italia varias colecciones que
favorecían la reforma de Gregorio VII y apoyaban a la Santa Sede en el Conflicto de las
Investiduras; algunos de los autores utilizaban los archivos romanos para sus obras.
▪ 4. La colección de Anselmo, obispo de Lucca (m. 1086), en 13 libros, todavía inédita,
una obra influyente.
▪ 5. La colección del cardenal Deusdedit, dedicada al Papa Víctor III (1087), la cual trata
sobre la primacía del Papa, el clero romano, la propiedad eclesiástica, las inmunidades,
y fue editada por Martinucci en 1869, más recientemente y mejor por Wolf von Glanvell
(1905).
▪ 6. El “Breviario” del cardenal Atto; editado por Mai, "Script. vet. nova collect.", VI,
app. 1832.
▪ 7. La colección de Bonizo, obispo de Sutri en 10 libros, escrita después de 1089, todavía
inédita.
▪ 8. La colección del cardenal Gregorio, llamada por él “Policarpo”, en ocho libros, escrita
antes de 1120, todavía inédita.
▪ 9. En Francia debemos mencionar la pequeña colección de Abón, abad de Fleury (m.
1004), en cincuenta y dos capítulos, en P.L., CXXXIX; y especialmente
▪ 10. Las colecciones de Ivo, obispo de Chartres (m. 1115 o 1117), es decir la "Collectio
trium partium", el "Decretum", especialmente la "Panormia", una compilación corta en
ocho libros, extraída de las dos obras precedentes y muy usada. El “Decretum” y la
“Panormia” aparecen en P.L., CLXI.
▪ 11. La colección española inédita de Zaragoza (cesaraugustana) está basada en estas
obras de Ivo de Chartres.
▪ 12. Finalmente, la "De misericordia et justitia", en tres libros, compuesta antes de 1121
por Algero de Lieja, un tratado general sobre disciplina eclesiástica, en el cual se
prefigura el método escolástico de Graciano, reimpreso en in P.L., CLXXX.
D. El “Decretum” de Graciano: los Decretistas
La "Concordantia discordantium canonum", conocida más tarde como "Decretum",
que Graciano publicó en Bolonia alrededor de 1148, no es, como lo consideramos hoy, una
colección de textos canónicos, sino un tratado general, en el que se insertan los textos citados
para ayudar a establecer la ley. Es cierto que la obra es muy rica en textos y apenas hay
un canon de importancia contenido en las colecciones anteriores (incluidas las decisiones
del Concilio de Letrán de 1139 y las recientes decretales papales) que Graciano no hubiese
utilizado. Su objetivo, sin embargo, era construir un sistema jurídico a partir de todos estos
documentos. A pesar de sus imperfecciones, debe admitirse que el trabajo de Graciano fue lo
más cercano posible a la perfección en ese entonces. Por esa razón, fue adoptado en Bolonia, y
pronto en otros lugares, como libro de texto para el estudio del derecho canónico. (Para una
descripción de esta colección vea CORPUS JURIS CANONICI; CÁNONES.) Podemos
recordar aquí nuevamente que el "Decretum" de Graciano no es una codificación, sino un
tratado compilado privadamente; además, que la creación de un sistema general de derecho
canónico fue obra de los canonistas, y no de las autoridades legislativas como tales.
Así como los profesores de Bolonia comentaron sobre el "Corpus juris civilis" de Justiniano,
así comenzaron de inmediato a comentar sobre la obra de Graciano, el elemento personal así
como sus textos. Los primeros comentaristas son llamados los “decretistas”. En sus lecturas
(latín lecturae, lecturas) ellos trataron sobre las conclusiones a extraer de cada parte y
resolvieron los problemas (quaestiones) que surgían de ellas. Resumieron sus enseñanzas
en ”glosas”, interlineares al principio, luego marginales, o compusieron tratados separados
conocidos como “Apparatus”, “Summæ”, “Repetitiones”, o recopilado de otro modo “casus”,
“questiones”, “Margaritæ”, Breviaria”, etc. Los principales decretistas son:
▪ Paucapalea, quizás el primer discípulo de Graciano, de ahí, se dice, el nombre “palea”
dado a las adiciones al “Decretum” (su “Summa” fue editada por Schulte en 1890);
▪ Rolando Bandinelli, luego Alejandro III (su “Summa” fue editada por Thaner en 1874);
▪ Omnibono, 1185 (vea Schulte, “De Decreto ab Omnibono abbreviate”, 1892);
▪ Juan de Faenza (m. obispo de esa ciudad en 1190);
▪ Rufino (“Summa” editado por Singer, 1902);
▪ Esteban de Tournai (m. 1203; “Summa” editada por Schulte, 1891);
▪ el gran canonista Huguccio (m. 1910; “Summa” editado por M. Gillmann);
▪ Sicardo de Cremona (m. 1215);
▪ Juan el Teutón, realmente Semeca o Zemcke (m. 1245);
▪ Guido de Baisio, el “archidiácono” (de Bolonia, m. 1313); y especialmente
▪ Bartolomé de Brescia (m. 1258), autor de la “glosa” sobre el “Decretum” in su última
forma.
E. Decretales y Decretalistas
Mientras impartían conferencias sobre la obra de Graciano, los canonistas trabajaban para
completar y elaborar la enseñanza del maestro; con esos fines reunían asiduamente
las decretales de los Papas, y especialmente los cánones de los concilios
ecuménicos de Letrán (1179, 1215); pero estas compilaciones no estaban destinadas a formar
un código completo, sino que simplemente se centraban y complementaban el "Decretum" de
Graciano; por esa razón, estas Decretales se conocen como "Extravagantes", es decir, fuera de,
o ajenas a, las colecciones oficiales. Las cinco colecciones hechas de este modo entre 1190 y
1226 (Vea DECRETALES), y que servirían de base para la obra de Gregorio IX, marcan un
claro paso adelante en la evolución del derecho canónico: mientras que Graciano había
insertado los textos en su propio tratado, y los canonistas escribieron sus obras sin incluir los
textos, ahora tenemos compilaciones de textos complementarios con el propósito de enseñar,
pero que, sin embargo, siguen siendo bastante distintos; además, por fin encontramos que los
legisladores participan oficialmente en la edición de las colecciones. Mientras que el
"Breviarium" de Bernardo de Pavía, el primero en exhibir la división en cinco libros y en títulos,
que San Raimundo de Peñafort adoptaría más tarde, es la obra de un individuo privado, la
"Compilatio tertia" de Inocencio III en 1210, y la "Compilatio quinta" de Honorio III, en 1226,
son colecciones oficiales. Aunque los Papas, sin duda, intentaban solo proveerle a los
profesores de Bolonia textos correctos y auténticos, sin embargo, actuaron oficialmente; estas
colecciones, no obstante, son solo complementos a la de Graciano.
Esto también es cierto para la gran colección de "Decretales" de Gregorio
IX (Vea DECRETALES y CORPUS JURIS CANONICI). El Papa deseaba reunir de una
manera más uniforme y conveniente las decretales esparcidas a través de tantas compilaciones
diferentes; confió esta sinopsis a su capellán Raimundo de Peñafort, y en 1234 la envió
oficialmente a las universidades de Bolonia y París. No deseaba suprimir o suplantar el
"Decretum" de Graciano, pero esto finalmente ocurrió. Las "Decretales" de Gregorio IX,
aunque compuestas en gran parte de decisiones específicas, representaban de hecho un estado
de derecho más avanzado; además, la colección era lo suficientemente extensa como para tocar
casi todos los asuntos, y podía servir como base para un curso de instrucción completo. Pronto
dio lugar a una serie de comentarios, glosas y obras, como lo había hecho el "Decretum" de
Graciano, solo que estos eran más importantes ya que se basaban en una legislación más
reciente y actual. Los comentaristas de las Decretales fueron conocidos como decretalistas. El
autor de la "Glosa" fue Bernardo de Botone (m. 1263); los canonistas más distinguidos
comentaron el texto; entre los más conocidos anteriores al siglo XVI, debemos mencionar:
▪ Después de Bernardo de Pavía ("Summa" editada por Laspeyres, 1860);
▪ Tancredo, archidiácono de Bolonia, m. 1230 (“Summa de Matrimonio”, ed.
Wunderlich, 1841),
▪ Godofredo de Trani (1245);
▪ Sinibaldo Fieschi, luego Inocencio IV (1254), cuyo "Apparatus in quinque libros
decretalium" ha sido reimpreso a menudo desde 1477;
▪ Enrique de Segusio, luego cardenal-obispo de Ostia (m. 1271), de ahí "Hostiensis"; su
"Summa Hostiensis", o "Summa aurea" fue una de las obras canónicas más conocidas,
y fue impresa ya para 1473;
▪ Ægilio de Fuscarariis (m. 1289);
▪ Guillermo Durando (m. 1296, obispo de Mende), apodado “Especulador”, debido a su
importante tratado sobre procedimiento, el “Speculum judiciale”, impreso en 1473;
▪ Guido de Baisio, el "archidiácono", ya mencionado;
▪ Nicolás de Tudeschi (m. 1453), también conocido como "Abbes siculus" o simplemente
"Panormitanus" (o también "Abbas junior seu modernus" para distinguirlo de "Abbas
antiques", cuyo nombre es desconocido y quien comentó sobre las decretales alrededor
de 1275); Nicolás dejó una "Conferencia" sobre las Decretales, el Liber Sextus y
las Clementinas.
Durante algún tiempo más se siguió el mismo método de recopilación; sin hablar de las
compilaciones privadas, los Papas continuaron actualizando las "Decretales" de Gregorio IX;
en 1245, Inocencio IV envió una colección de cuarenta y dos decretales a las universidades,
ordenando que se insertaran en sus lugares apropiados; en 1253 envió el "initia" o las primeras
palabras de los decretos auténticos que debían ser aceptados. Más tarde Gregorio X y Nicolás
II hicieron lo mismo, pero con poco beneficio, y ninguna de estas colecciones complementarias
breves sobrevivieron. El trabajo fue realizado nuevamente por Bonifacio VIII, quien había
preparado y publicado una colección oficial para completar los cinco libros existentes; esto se
conocía como el "Sextus" (Liber Sextus). La obra fue emprendida de nuevo por Papa Bonifacio
VIII, quien había preparado y publicado una colección oficial para completar los cinco libros
existentes; esta se conoció como el ”Sextus” (Liber Sextus).
Clemente V también había preparado una colección que, en adición a sus propias decretales,
contenía las decisiones del Concilio de Vienne (1311-12); fue publicada en 1317 por
su sucesor Juan XXII y fue llamada la “Clementina”. Esta fue la última de las colecciones
oficiales medievales. Dos compilaciones posteriores incluidas en el ”Corpus Juris” son obras
privadas, las “Extravagantes de Juan XXII”, organizadas en 1325 por Zenzelin de Cassanis,
quien las glosó, y las “Extra vagantes communes”, una colección tardía; fue solo en la edición
del “Corpus Juris” de Jean Chappuis, en 1500, que estas colecciones encontraron una forma
fija. El “Sextus” fue glosado y comentado por Joannes Andreæ, llamado el “Fons et tuba juris”
(m. 1348), y por el cardenal Jean Le Moine (Joannes Monachus, m. 1313), cuyas obras fueron
impresas a menudo.
Cuando los autores hablan del “cierre” del “Corpus Juris”, no denotan un acto de los Papas para
prohibir a los canonistas la recopilación de nuevos documentos, mucho menos prohibirles que
añadan a las colecciones antiguas. Pero el movimiento canónico, tan activo después del tiempo
de Graciano, ha cesado para siempre. Las circunstancias externas, es cierto, el Cisma
Occidental, los problemas del siglo XV, la Reforma, fueron desfavorables para la compilación
de nuevas colecciones canónicas; pero hubo causas más directas. El objeto especial de las
primeras colecciones de decretales fue ayudar a establecer la ley, que los canonistas
de Bolonia intentaban sistematizar; es por eso que contienen tantas decisiones específicas, de
las cuales los autores reunieron principios generales; cuando estas se habían determinado, las
decisiones específicas eran inútiles excepto por la jurisprudencia; y, de hecho, el "Sextus", las
"Clementinas" y las otras colecciones contienen solo textos que son la declaración de una ley
general. Cualquier cambio que se considere necesario podría hacerse en la enseñanza sin la
necesidad de rehacer y aumentar las colecciones ya numerosas y masivas.
F. Desde las Decretales Hasta 1910
Después del siglo XIV, a excepción de su contacto con las colecciones que acabamos de tratar,
el derecho canónico pierde su unidad. La ley real se encuentra en las obras de los canonistas en
lugar de en cualquier colección específica; cada uno reúne sus textos donde puede; no existe
una colección general suficiente para este propósito. No es un caso de confusión, sino de
aislamiento y dispersión. Las fuentes de derecho posteriores al "Corpus Juris" son:
▪ las decisiones de los concilios, especialmente del Concilio de Trento (1545-1563), que
son tan variadas e importantes que por sí mismas forman un código breve, aunque sin
mucho orden;
▪ las constituciones de los Papas, numerosas pero hasta ahora no recopiladas
oficialmente, excepto el “Bullarium” de Benedicto XIV (1747);
▪ las Reglas de la Cancillería Apostólica;
▪ El Código de Derecho Canónico de 1917; (N.T.: Vea el Código de Derecho Canónico
de 1983 aquí: [1])
▪ por último los decretos, decisiones y varias actas de las Congregaciones
Romanas, jurisprudencia en lugar de ley propiamente dicha.
▪ para la ley local tenemos los estatutos de los concilios provinciales y diocesanos.
Es cierto que se han publicado colecciones de concilios y bularios. Varias Congregaciones
Romanas también han mandado a recopilar sus actas en publicaciones oficiales; pero estas son
compilaciones o repertorios bastante eruditos. Hoy estamos más lejos que nunca de un código
único exacto de derecho eclesiástico, debido a la masa y variedad de documentos, y también
porque no se presume que ninguna regulación está abrogada a menos que
se derogue expresamente por una nueva ley. A partir de esto se puede apreciar la utilidad, así
como la dificultad de la codificación emprendida por Pío X. [N.T.: Recuerde que este artículo
fue escrito en 1910.]

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