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El Derecho Canónico como una Ciencia

Como veremos al tratar sobre el desarrollo gradual del material del derecho canónico (Vea más
adelante el IV), aunque en la Iglesia siempre ha existido y siempre se ha ejercido un poder
legislativo, necesariamente tuvo que transcurrir un largo período antes de que las leyes se
redujesen a un cuerpo sistemático armonioso, que sirvió como base para el estudio metódico y
que dio lugar a teorías generales. En primer lugar, la autoridad legislativa promulga leyes solo
cuando las circunstancias lo requieren y de acuerdo con un plan definido. Durante siglos, no se
hizo nada más que recopilar sucesivamente los cánones de los concilios, antiguos y recientes,
las cartas de los Papas y los estatutos episcopales; cuando ocurrían casos análogos se buscaba
orientación en estos, pero nadie pensó en extraer principios generales de ellos o en sistematizar
todas las leyes vigentes en ese entonces.
En el siglo XI, ciertas colecciones agrupaban bajo los mismos títulos los cánones que trataban
los mismos asuntos; sin embargo, es solo a mediados del siglo XII que nos encontramos en el
"Decretum" de Graciano, el primer tratado realmente científico sobre el derecho canónico. La
Escuela de Bolonia acababa de revivir el estudio del derecho romano; Graciano trató de iniciar
un estudio similar de derecho canónico; pero mientras estaban disponible compilaciones de
textos y colecciones oficiales para el derecho romano o “Corpus juris civilis”, Graciano no tenía
tal ayuda. Por lo tanto, adoptó el plan de insertar los textos en el cuerpo de su tratado general;
del conjunto desordenado de cánones recolectados desde los primeros días, seleccionó no solo
la ley realmente vigente (y eliminó las regulaciones que habían caído en desuso, o que habían
sido revocadas, o no de aplicación general) sino también los principios; elaboró un sistema
de leyes que, aunque incompleto, no obstante fue metódico. La ciencia del derecho canónico,
es decir, se estableció ampliamente el conocimiento metódico y coordinado del derecho
eclesiástico.
El “Decretum” de Graciano fue una obra maravillosa; bienvenida, enseñada y glosada por los
decretistas en Bolonia y más tarde en las demás escuelas y universidades, fue durante mucho
tiempo el libro de texto del derecho canónico. Sin embargo, su plan era defectuoso y confuso,
y, después del día de las glosas y los comentarios estrictamente literales, fue abandonado a
favor del método adoptado por Bernardo de Pavía en su "Breviarium" y por San Raimundo de
Peñafort en la colección oficial de las "Decretales" de Gregorio IX, promulgadas en 1234
(Vea CORPUS JURIS CANONICI). Estas colecciones, que no incluían los textos utilizados
por Graciano, agruparon los materiales en cinco libros, cada uno dividido en "títulos", y debajo
de cada título se agruparon las decretales o fragmentos de decretales en orden cronológico. Los
cinco libros, cuyo tema es recordado por el conocido verso: "judex, judicium, clerus, connubia,
crimen" (es decir, juez, juicio clero, matrimonios, crimen), no desplegaban un plan muy lógico;
por no hablar de ciertos títulos que estaban más o menos fuera de lugar. Trataban sucesivamente
de los depositarios de la autoridad, el procedimiento, el clero y las cosas relativas a ellos, el
matrimonio, los crímenes y las penas. A pesar de sus defectos, el sistema tenía al menos el
mérito de ser oficial; no solo se adoptó en las colecciones posteriores, sino que sirvió de base
para casi todas las obras canónicas hasta el siglo XVI, e incluso hasta nuestros días,
especialmente en las universidades, cada una de las cuales tenía una facultad de derecho
canónico.
Sin embargo, el método de estudio y enseñanza se desarrolló gradualmente; si los
primeros decretalistas hicieron uso del plan elemental de la glosa y el comentario literal, al
componer sus tratados sus sucesores serían más independientes del texto; comentaron los
títulos, no los capítulos o las palabras; a menudo seguían los títulos o capítulos solo nominal y
artificialmente. En el siglo XVI trataron de aplicar, no a las colecciones oficiales, sino en sus
conferencias sobre derecho canónico el método y división de los “Institutos”
de Justiniano: personas, cosas, acciones o procedimiento, crímenes y penas (Institutes, I, II, 12).
Este plan, popularizado por las "Institutiones juris canonici" de Lancellotti (1563), ha sido
seguido desde entonces por la mayoría de los autores canonistas de "Institutiones" o manuales,
aunque ha habido una considerable divergencia en las subdivisiones; Sin embargo, la mayoría
de las obras más extensas conservaron el orden de las "Decretales". Este también se siguió en
el código de 1917. A fines del siglo XIX muchos libros de texto, especialmente
en Alemania comenzaron a adoptar los planes originales.
También en el siglo XVI el estudio del derecho canónico se desarrolló y mejoró como el de
otras ciencias, mediante el espíritu crítico de la época; se rechazaron textos dudosos y se rastreó
a las costumbres de los días anteriores el raison d'être y tendencia o intención de las leyes más
recientes. Se estudió más y se entendió mejor el derecho canónico; se multiplicaron los escritos,
algunos de carácter histórico, otros prácticos, según la inclinación de los autores. Se convirtió
en un estudio especial en las universidades y seminarios, aunque, como era de esperar, no
siempre se tuvo en la misma estima. Cabe señalar también que el estudio del derecho civil ahora
se separa con frecuencia del de derecho canónico, como resultado de los cambios que se han
producido en la sociedad. Por otro lado, en demasiados seminarios la enseñanza del derecho
eclesiástico no se distingue suficientemente del de la teología moral. La publicación del nuevo
código general de derecho canónico ciertamente traerá un estado de cosas más normal.
El primer objeto de la ciencia del derecho canónico es corregir las leyes vigentes. Esto no es
difícil cuando uno tiene textos exactos y recientes, redactados como leyes abstractas, por
ejemplo, la mayoría de los textos desde el Concilio de Trento, y como será el caso para todo el
derecho canónico cuando se publique el nuevo código. Pero no fue así en la Edad Media; fueron
los canonistas quienes, en gran medida, formularon la ley al extraerla del conjunto acumulado
de textos o al generalizar a partir de las decisiones individuales en las primeras colecciones
de decretales. Cuando se conoce la ley vigente, hay que explicarla, y este segundo objeto de la
ciencia del derecho canónico sigue todavía sin cambios. Consiste en mostrar
el verdadero sentido, la razón, la extensión y la aplicación de cada ley y cada institución. Esto
requiere una aplicación cuidadosa y exacta del método triple de exposición,
histórico, filosófico y práctico; el primero explica la ley de acuerdo con su origen y la evolución
de las costumbres; el segundo explica sus principios; el último muestra como se ha de aplicar
en el presente.
Esta aplicación práctica es el objeto de la jurisprudencia, que recopila, coordina y utiliza, para
casos más o menos análogos, las decisiones del tribunal competente. De esto podemos aprender
la posición del derecho canónico en la jerarquía de las ciencias. Es una ciencia judicial, que
difiere de la ciencia del derecho romano y del derecho civil en la medida en que trata de
las leyes de otra sociedad; pero como esta sociedad es del orden espiritual y en cierto
sentido sobrenatural, el derecho canónico pertenece también a las ciencias sagradas. En esta
categoría viene después de la teología, que estudia y explica de acuerdo con la revelación,
las verdades a ser creídas; es apoyada por la teología, pero a cambio formula las reglas prácticas
hacia las que tiende la teología, y así ha sido llamada “theologia practica”, “theologia rectrix”.
En la medida en que es práctica, la ciencia del derecho canónico está estrechamente relacionada
con la teología moral; sin embargo, difiere de esta última en que no está directamente
relacionada con los actos prescritos o prohibidos por la ley externa, sino solo con la rectitud de
los actos humanos a la luz del último fin del hombre; mientras que el derecho canónico trata de
las leyes externas relacionadas con el buen orden de la sociedad más que con el funcionamiento
de la conciencia individual. Las ciencias jurídicas, históricas y sobre todo teológicas son muy
útiles para el estudio integral del derecho canónico.

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