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Cuando yo tenía 15 años por allá por el año 1930 asistí a la primera cacería de
lobos en la Isla Mocha, junto a mi hermano Aroldo acompañábamos a mi papá
Francisco, un orgullo muy grande para él que nosotros aprendiéramos el oficio
que realizaba con tanta dedicación y esmero, ya que de estos dependía el
sustento familiar y de los demás loberos, en ese entonces la isla estaba rodeada
de lobos marinos pero la mayoría de ellos se encontraban en el Islote Quechol que
queda a 2.5 millas náuticas al sur de la Isla Mocha. En esta cacería se conformó
por 9 chalupones donde cada uno de ellos iban 15 personas, lo que se sumaban
en un total de 135 personas, más dos capitanes al mando de la cuadrilla. Antes
de incorporarse al grupo de los loberos éramos bautizados lo cual consistía en
beber sangre de lobo marino en una concha de loco, una vez terminado el bautizo
estábamos listo para integrarlos al equipo de los más avezados loberos, los cuales
nos recibían con mucho cariño y nos enseñaba lo que debiéramos hacer una vez
iniciada la cacería, pero un día antes de comenzar la cacería, nos reuníamos en el
varadero llamado “Los Padres” de donde más tarde se zarparía, aquí los capitanes
don Félix Durán y don Segundo Riffo quienes dirigían la cacería nos daban a
conocer como querían que se hiciera la cacería y luego se revisaban uno a uno los
palos loberos y las lanzas que más tarde se iban a ocupar, cada persona tenia que
llevar cuchillos y chagras para descuerar el lobo cuando ya estaba todo listo
volvíamos a nuestras casas a dormir y descansar, esperando a las dos de las
mañana para reunirnos nuevamente en el varadero de donde zarpábamos a las
cuatro de la mañana para aprovechar de que las gaviotas aún dormían y así no
nos espantaran con sus vuelos los lobos que queríamos cazar.
Se sentaron todos a descansar un rato para después sacar el cocaví que llevaban
amarrados a la cintura en una bolsa hecha de tocuyo que las hacían sus señoras,
en ella llevaban charqui, harina tostada, pollo cocido pan amasado, huevos
cocidos y agua en chuicas de veinte litros y se aprovechaba de contar a los que
éramos niños todavía de cómo teníamos que portarlos estando dentro del grupo
una vez cumpliéramos los veintiún año edad, ya que ellos no permitían menores.
Uno podía ir solo a mirar a cargo de uno de los loberos que por su edad y
experiencia era elegido entre todos para cuidarlos y no dejarnos entrar en la
cacería, cuando ya no quedaba más que comer dio nuevamente la orden Don
Félix ¡ya muchachos a pelar! A lo que Don Segundo respondió vamos hijos es
hora de descuerar, tenimos que apurarnos que se nos hace tarde y son hartos
lobos. Entonces cada lobero alistó su herramientas que llevaban colgado a su
cintura en las vainas hechas de cuero de los mismos lobos, en ella tenían tres
cuchillos y una chagra para poder afilar los cuchillos ya que el cuero del lobo era
duro, cuando todos los lobos fueron descuerados, los capitanes dieron la orden de
embarcar la carga en los chulapones y se emprendió el regreso a la isla. Aquí nos
estaban esperando nuestras mamás, y esposas de los loberos muy contentas
porque la cacería había sido todo un éxito, tenían las carretas enyugadas listas a
orilla de la playa para cargar las bolsas que más tarde se le separaría la empella
del cuero esperando llegar a las casas para comenzar con la labor de sacar el
aceite y las correas, para elaborar el aceite se hacia fuego y se colocaban
tambores con un poco de agua fría se echaban adentro las empellas y se
esperaba que saliera el aceite y se envasaba en tambores, con el cuero se hacían
las correas de seis metro de largo y cinco centímetros de ancho las que más tarde
se convertían en coyundas o lazos, para hacer estos se envolvían las correas en
una vara la parte de adentro hacia afuera por dos días, después de esto se
sacaban de la vara y se pasaban por un fierro redondo para quitarles los restos de
grasa y a la vez para suavizarla y con un cuchillo bien filudo se emparejaban,
entonces estaban listas las coyundas pero para hacer los lazos, se torcían las
correas con esto se terminaban la elaboración, cuando el aceite estaba envasado
en los tambores se comenzaba con la venta de ellos. En este proceso participaba
la familia completa, en el varadero quedaban las señoras, niños y jóvenes que no
tenían autorización para estar en la cacería, aquí se hacían las ranchas donde
permanecía la familia esperando que la cacería fuera buena con lo que esperaban
la señal desde Quechol con la bandera al tope. Cuando la cacería era más o
menos la bandera se levantaba hasta la mitad. Aquí ellas preparaban que
estuvieran todo listo para la llegada de sus esposos e hijos la vida allí era muy
sociable todos se trataban de ayudar. Los niños y los jóvenes eran los primeros en
llegar corriendo al lado de los chulapones preguntando eufóricos si había sido
buena o mala la cacería, para tirar estos de la orilla de la playa las mujeres tenían
a parte de las carretas enyugadas tres yuntas de bueyes por cada chulapón. El
aceite listo para la venta, era vendido a una fábrica elaboradora de jabones
Maritano en la ciudad de Talcahuano, las coyundas eran compradas en la isla por
Don Carlos Hahns que más tarde las vendía en el continente. Cuando se había
vendido todo, venia don Armando Arancibia a cobrar los impuestos por los lobos
cazados, el era el administrador de la colonia que en esos tiempos la isla la
administraba el Fisco.
La cacería en la isla se inicio en el año 1928 como una forma de obtener un poco
más de dinero, ya que la situación económica de los isleños no era de lo mejor, en
este grupo se destacaban por su valentía y experiencia Don: Félix Duran (primer
capitán), Segundo Riffo (segundo capitán).
Y los loberos Don: Juan Varela, Belisario Guzmán, Sebastián Pincheira, Eleodoro
Estrada, Erasmo González, Fidel Aguirre, Martin Hoppe, Guillermo González,
Gregorio Parra, Rodolfo Varela, Adolfo Guzmán, Alberto Astete, Juan Aguirre,
Rufino Varela, Pedro Herrera, Nicolás Rojas, Gonzalo Zúñiga, Alberto Estrada,
Pedro Guzmán, Francisco Moya, Ramón Pradenas, Carlos Rojas, Jorge Pincheira,
Leónidas González y Alfredo Herrera, son algunos de los nombres que en estos
momentos puedo recordar, ya que el tiempo hace su trabajo, los años mijo no
pasan en vano.
¿Porque te pones triste abuelito? Es que en esos años era una época muy bonita
y la vez muy sacrificada hijo. Y ¿Por qué se terminó la caza de lobos abuelito?
¿Abuelito tú te acuerdas quien la hizo? si, fue don Luis Moya, ¿Ha entonces el era
familia tuya?, no solamente alcance de apellido, el llegó a la isla desde
Talcahuano, pero igual un orgullo que haya creado una canción tan bonita ¡Ahora
te la voy a cantar.
Se llama “A bogar, a bogar” y dice así:
A bogar, a bogar,
sin dejar de remar
que llegando a la piedra el Consuelo
que felices nos vamos a encontrar,
que llegando a la piedra el Consuelo
que felices nos vamos a encontrar.
Por último hay otra canción llamado “El Barrilito”, que es un ritmo ranchero.
Gracias abuelito por contarme tus lindos recuerdos de la tan importante tradición
lobera de nuestra isla.
GLOSARIO