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Facultad de Humanidades
Escuela de Letras
Función Enunciado
No dejes de ir
Compra lo que te guste
Ponte a estudiar
Apelativa Has ejercicio
Cuanto lo siento
Me encanta este lugar
Expresiva
Eres mi mejor regalo
Tengo muchos deseos de verte
Referencial
Me entiendes…
Me escuchas…
Fíjate…
Fática Bien, ya lo veo…
Crianza
La palabra crianza deriva del latín creare que significa nutrir y alimentar
al niño, orientar, instruir y dirigir (Real Academia Española, 2001). El concepto
de crianza corresponde a un repertorio de conductas, emociones y
cogniciones en particular que se adquieren en la vida familiar durante la
infancia y la adolescencia, es decir, un conjunto de creencias y
comportamientos que determinan los modos en que las personas definen sus
relaciones con sus hijos. Entonces es posible afirmar que los modelos de
crianza son un proceso relacional entre padres e hijos basado en el vínculo de
apego, y comprenden las formas de percibir y comprender las necesidades de
los niños y cómo responder para satisfacerlas. Como tales modelos se
transmiten de generación en generación son parte de los fenómenos
culturales. A propósito, si bien existen centenares de culturas humanas
distintas y cada una tiene su propia forma de criar a sus hijos, en algunos
aspectos coinciden casi todas: el niño toma el pecho, su principal cuidadora es
su madre, durante los primeros años está en contacto físico con su madre o
con otra persona casi todo el tiempo. Es probable que estos aspectos en que
casi todos coinciden representen «lo normal»; no obstante, en otras
costumbres como la vestimenta o la alimentación cada cultura es distinta.
Según precisa Carlos González (2012), pediatra español, también hay
costumbres tradicionales de algunas sociedades como ciertos tatuajes y
mutilaciones que resultan perjudiciales para el niño; como así también, es
seguro que muchas cosas de nuestra cultura, como llevar zapatos o aprender a
escribir, son beneficiosas y no tenemos por qué renunciar a ellas.
Interés incondicional por los hijos: esto implica estar consciente de sus
necesidades, aceptarlas como algo legítimo y esforzarse por satisfacerlas.
Sincronía: comunicar, a través de los gestos y conductas, a los hijos que son
personas importantes para los padres e interesantes, como interlocutores, en
la relación.
Consistencia y asertividad: saber presentarse frente a sus hijos como adultos
que, aunque no sean perfectos, tienen competencias y recursos para guiar el
proceso de crianza de los hijos.
Capacidad de influenciar a los hijos: tener poder, a través de comportamientos
coherentes y auténticos, conversaciones y actividades creativas, lúdicas y
entretenidas. (Barudy y Dantagnan, 2010)
Asimismo, vale destacar que la personalidad emerge de la mente y esta
surge de la actividad cerebral. La estructura y el funcionamiento del cerebro
están directamente modelados por la experiencia interpersonal; a su vez, la
experiencia interpersonal que favorece el desarrollo de una personalidad sana
es la de los buenos tratos. Por el contrario, cuando el niño no crece en
contextos de buenos tratos y los adultos no tienen las competencias para
brindarles cuidado, protección, afecto, estimulación, educación y socialización,
existe una gran probabilidad de que los niños presenten serias dificultades en
su funcionamiento y desarrollo.
Empatía parental
Se puede definir la empatía parental como “la capacidad de percibir las
vivencias internas de los hijos a través de la comprensión de sus
manifestaciones emocionales y gestuales por medios de las cuales manifiestan
sus necesidades, y responder adecuadamente a ellas” (Barudy y Dantagnan,
2010). La capacidad empática de una madre y de un padre está relacionada
con la capacidad de reconocer, aceptar y manejar sus emociones; cuanto más
abiertos se encuentren para reconocer y aceptar sus propias emociones,
mayor será su habilidad para comprender y manejar las vivencias
Por otra parte, la empatía parental es una capacidad que tiene varios
componentes, cada uno destinado a responder a los diferentes estados
mentales de los hijos cuando interactúan con los padres. Daniel Goleman
(2006) denominó a este proceso como “inteligencia social” cuyos dos
componentes son: la consciencia social, o tener conciencia de lo que significa
ser madre o padre de sus hijos; y la aptitud relacional, capacidad para
comprenderlos y atenderlos como tales. En cuanto a la consciencia social,
implica tener consciencia de la existencia de los hijos como sujetos legítimos
en la convivencia (Maturana, 1984). Abarca la capacidad de vivenciar el estado
interior que los hijos manifiestan y poder responder con palabras o con actos a
fin de comunicar empatía. En cuanto a las aptitudes relacionales, se refieren a
las capacidades para responder a los hijos con comportamientos y discursos
adecuados. Por su parte, el psiquiatra norteamericano Daniel Stern (1998),
que realizó observaciones sobre los minúsculos y repetidos intercambios de
comunicación que tienen lugar entre los padres y sus bebés, señaló al respecto
que es ahí cuando el niño comprueba que sus emociones son captadas,
reconocidas y correspondidas por el adulto y denominó a este proceso
“sintonización”. La sintonización constituye un proceso tácito que marca el
ritmo de toda relación. Precisamente, es a través de esta sintonización que la
madre hace saber a su hijo que ella comprende como él se siente.
Sin dudas es importante como padres poder estimular a los niños a que
siempre que puedan reflexionen cómo pueden estar sintiéndose los demás
ante determinada situación; apoyarlos cuando muestran una actitud empática
hacia otros; y mostrarles con el propio ejemplo la satisfacción que se siente al
ayudar o escuchar a alguien. Los niños criados con un apego seguro y empatía
tienen la capacidad de valorar las emociones de otros y reconocerlas, y eso
mismo constituirá la base del respeto hacia los demás en el futuro.
Necesidades infantiles
Para responder y satisfacer al conjunto de necesidades infantiles de los hijos,
madres y padres debieron desarrollar en sus historias familiares y sociales dos
capacidades básicas: apego y empatía. Aquellos adultos que ejercen la
parentalidad deben responder a múltiples necesidades de los niños,
necesidades que además evolucionan con el tiempo. “Deben, por
consiguiente, disponer no sólo de recursos y capacidades, sino también de una
plasticidad estructural para adaptar sus respuestas a estas necesidades en los
cambios evolutivos de sus hijos, así como responder de una forma singular a
cada uno de ellos” (Barudy y Dantagnan, 2010). Ahora bien, es posible
clasificar las necesidades infantiles en seis niveles diferentes:
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