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Casi en todos los lugares donde rige el tótem existe también la norma de que
miembros del mismo tótem no entren en vínculos sexuales recíprocos, vale decir, no tengan
permitido casarse entre sí. Es la exogamia, conectada con el tótem.
[…]
Comoquiera que fuese, la unión de totemismo y exogamia existe y demuestra ser
bien sólida. 13
El significado del tabú se nos explicita siguiendo dos direcciones contrapuestas. Por
una parte, nos dice «sagrado», «santificado», y, por otra, «ominoso», «peligroso»,
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«prohibido», «impuro». Lo opuesto al tabú se llama en lengua polinesia “noa”: lo
acostumbrado, lo asequible a todos. Así, adhiere al tabú algo como el concepto de una
reserva; el tabú se expresa también esencialmente en prohibiciones y limitaciones. Nuestra
expresión compuesta «horror sagrado» equivaldría en muchos casos al sentido del tabú.
(p.27) [el tabú como lo inefable, como lo Real]
¿Por qué habría de interesarnos el enigma del tabú? […] vislumbramos que el tabú
de los salvajes de Polinesia podría no ser algo tan remoto para nosotros como supondríamos
a primera vista, que las prohibiciones a que nosotros mismos obedecemos, estatuidas por la
moral y las costumbres, posiblemente tengan un parentesco esencial con este tabú
primitivo, y que si esclareciéramos el tabú acaso arrojaríamos luz sobre el oscuro origen de
nuestro propio «imperativo categórico». (p. 31)
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{Schuldbewusstscin} del tabú. La conciencia moral del tabú es probablemente la forma
más antigua en que hallamos el fenómeno de la conciencia moral. (p. 73)
… por ahora destaquemos sólo dos rasgos como unas valiosas concordancias con el
totemismo: la plena identificación con el animal totémico y la actitud ambivalente de
sentimientos hacia él. De acuerdo con estas observaciones, consideramos lícito remplazar
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en la fórmula del totemismo al animal totémico por el padre -en el caso del varón-.
[…]
El primer resultado de nuestra sustitución es muy asombroso. Si el animal totémico
es el padre, los dos principales mandamientos del totemismo, los dos preceptos-tabú que
constituyen su núcleo, el de no matar al tótem y no usar sexualmente a ninguna mujer que
pertenezca a él, coinciden por su contenido con los dos crímenes de Edipo, quien mató a su
padre y tomó por mujer a su madre, y con los dos deseos primordiales del niño, cuya
represión insuficiente o cuyo nuevo despertar constituye quizás el núcleo de todas las
psiconeurosis. (p. 134)
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El psicoanálisis nos ha revelado que el animal totémico es realmente el sustituto del
padre, y con ello armonizaba bien la contradicción de que estuviera prohibido matarlo en
cualquier otro caso, y que su matanza se convirtiera en festividad; que se matara al animal y
no obstante se lo llorara (p. 143)
Desde luego, la horda primordial darwiniana no deja espacio alguno para los
comienzos del totemismo. Hay ahí un padre violento, celoso, que se reserva todas las
hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen; y nada más. Ese estado
primordial de la sociedad no ha sido observado 'en ninguna parte.
[…]
Si nos remitimos a la celebración del banquete totémico podremos dar una
respuesta: Un día4n los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y
así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron a cabo lo que
individualmente les habría sido imposible. (Quizás un progreso cultural, el manejo de un
arma nueva, les había dado el sentimiento de su superioridad.) Que devoraran al muerto era
cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el
arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y
ahora, en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se
apropiaba de una parte de su fuerza. El banquete totémico, acaso la primera fiesta de la
humanidad, sería la repetición y celebración recordatoria de aquella hazaña memorable y
criminal con la cual tuvieron comienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las
limitaciones éticas y la religión. (pp. 143 y 144)
El sistema totemista era, por así decir, un contrato con el padre, en el cual este
último prometía todo cuanto la fantasía infantil tiene derecho a esperar de él: amparo,
providencia e indulgencia, a cambio de lo cual uno se obligaba a honrar su vida, esto es, no
repetir en él aquella hazaña en virtud de la cual había perecido {se había ido al
fundamento} el padre verdadero. (p. 146)