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Índice

Sinopsis Capítulo 15 Capítulo 33


Capítulo 1 Capítulo 16 Capítulo 34
Capítulo 2 Capítulo 17 Próximo Libro
Capítulo 3 Capítulo 19 Sobre La Autora
Capítulo 4 Capítulo 20 Créditos
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 30
Capítulo 13 Capítulo 31
Capítulo 14 Capítulo 32
Sinopsis
T
oda historia tiene dos versiones. Emma confesó su amor por William
en Honor Student. Ahora, es hora de que leas desde la perspectiva
oscura y retorcida de este intricado personaje.

No hay nada que él no hará para protegerla.

HISTORIA DE AMOR ERÓTICA (✓) /FUERTE CONTENIDO SEXUAL (✓) /BDSM (✓)

Honor #2
1
Traducido por Flochi

-M
aldición —murmuré para mí cuando gotas de agua corrieron
por mi rostro. Había pasado mi noche con Angela y ahora
estaba retrasado. Agarré una toalla de mano y acaricié mi cara
seca mientras miraba mi reflejo. Iba a ir contra todo lo que defendía por estar con
una mujer casada.

No porque pensara que era moralmente incorrecto, sino porque no me


gustaba compartir. De hecho, odiaba compartir. Ella me aseguró que su
matrimonio estaba casi terminado y ella y su marido apenas reconocían la
existencia del otro, y mucho menos dormir juntos. No le creí, pero nunca vi que lo
que teníamos fuera algo a largo plazo. La estaba usando tanto como ella me usaba
a mí.

Me deslicé en mi habitación y agarré un par de pantalones vaqueros oscuros


de mi cajón. Una pequeña foto ondeó hasta el suelo. La recogí, evitando a
propósito la imagen cuando la metí entre medio de la ropa. Pensar en lo que tuve
con Abby era muy doloroso. Ella había sido todo para mí.

Habría dedicado mi vida alegremente a ella, a nuestra familia pero ella


desgarró esos sueños. Cerré de golpe el cajón, cerrándolo más fuerte de lo que
pretendía, causando que los objetos de encima se agitaran. Pasé mis manos a
través de mi cabello y me abrí camino al armario, agarrando una camisa azul y
poniéndomela. Estaba emocionado de regresar al trabajo. Enseñar siempre había
sido una de mis pasiones y parte de eso se debía a Abby. Ella fue mi profesora de
matemáticas en la preparatoria cuando nos conocimos. Ella me mantuvo enfocado.
Sin embargo, no me di cuenta de mi sueño hasta la universidad, cuando di tutorías
a otros. Por supuesto, no tenía que trabajar. Mi padre era un prominente director
de la industria del cine. Me gustaba cuidar de mí mismo, y por mucho que odiara
admitirlo, me hacía sentir conectado a Abby, aunque cualquier conexión que
hayamos tenido hace mucho tiempo haya sido cortada.

Me serví una taza de café y bajé las escaleras al primer nivel del edificio. Era
un almacén que se había vuelto un espacio de vida. No era llamativo y dominante
como la mayoría de las casas costosas del vecindario, pero me daba el espacio que
necesitaba. Un apartamento sencillo no iría con mi estilo de vida. Me subí al auto y
lo encendí mientras esperaba que las gigantes puertas de muelle se elevaran
detrás de mí. Mi teléfono sonó y no pude evitar gruñir cuando vi que era Angela.

—¿Sí? —grité, sin molestarme en ocultar la irritación de mi voz.

—Pasé un increíble momento anoche —ronroneó. Claro que sí. La follé


hasta que no pudo ponerse de pie. Puse mis ojos en blanco. Se acercó muy
desesperada, una calidad extremadamente poco atractiva en una mujer.

—Sé que lo pasaste bien —contesté, con frialdad.

—¿Cuándo te veré de nuevo? —preguntó, prácticamente rogando. Revisé mi


reloj y sonreí.

—Antes que lo sepas. —Reí para mí mismo. No me había molestado en


decirle a Angela que iba a empezar un nuevo trabajo en la escuela donde ella
trabajaba como secretaria. Había recibido una llamada a principios de semanas
que una profesora de nombre señora Gibbs tuvo que tomar licencia por razones
médicas. Fui contratado para hacerme cargo de su clase, Cultura y Sociedad
Estadounidense. Apenas podía esperar para ver la mirada en la cara de ella.

—Mmmm… eres un chico malo —bromeó. La verdad es que ella no tenía


idea.

Las cosas que hice con Angela ni siquiera se ubicaban en la escala de lo


depravado. Para ella fue un despertar, pero para mí una manera de pasar la noche.

—No tienes idea —respondí sinceramente.

Tamborileé mis dedos en el volante, a medida que me aburría de la


conversación.

No era culpa de Angela. Nadie mantenía mi interés de la manera que Abby


lo había hecho. Mi estilo de vida era radicalmente diferente desde que estuve con
ella. No fue hasta después que Abby y yo nos separamos de una vez por todas que
me di cuenta quién era realmente. Era un dominante. Necesitaba el control
absoluto en todos los aspectos de mi vida. Tal vez Abby era en parte culpable por
ese lado, pero muy profundamente sabía que siempre había estado destinado a
vivir este estilo de vida.
2
Traducido por LizC

E
ntré en la Universidad Kippling justo a tiempo. No tenía un primer
período de clases, pero quería tener una oportunidad para repasar las
lecciones de la señora Gibbs antes de sumergirse en la mía. Me
despedí de Angela y me dirigí al edificio principal. No podía borrar la sonrisa
satisfecha de mi cara cuando entré en la oficina.

Angela se puso de pie y el pánico se apoderó de su rostro. Sonreí en su


dirección, pero volví mi atención a otra mujer que ya estaba en el mostrador.
Intercambié palabras con ella, siempre mirando por encima de su hombro a Angela
quien se veía pálida y nerviosa.

Cuando me dirigí hacia mi sala, oí la puerta de la oficina abrirse detrás de


mí. El sonido de sus tacones sobre el suelo reflejaba el de su latido frenético, estoy
seguro.

—¿William? —llamó en un susurro. No me detuve, no me volví para mirarla.

—Buenos días, Angela —le respondí mientras me abría camino por el


pasillo. Me detuve frente a mi salón de clase para desbloquear la puerta.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó mientras ella me seguía al


interior—. ¡No puedes estar aquí!

Ella estaba en pleno proceso de derrumbarse a toda regla. Dejé caer mi


bolsa al suelo y di la vuelta para encararla. Ella retrocedió contra la pared, su
respiración se detuvo. Me acerqué, mi nariz casi tocando la de ella.

—Tú no me dices qué hacer. Voy a continuar y hacer lo que carajo me


plazca. ¿Entendido?
Yo estaba apretando mi mandíbula, tratando de contener algunas de las
palabras más duras que habían pasado por mi cabeza. Metí su cabello detrás de su
oreja y pasé un dedo por encima de la línea de su mandíbula. Ella asintió, en
estado de shock total. Ella no esperaba que reaccionara de la manera que lo hice.
¿Por qué debería? En lo que a ella se refería, estábamos haciendo un poco de
juego de roles. No tenía idea de hasta qué punto estaba metido en el estilo de vida
realmente. Yo nunca la había llevado escaleras arriba. Nunca le había mostrado en
dónde realmente me gusta jugar.

—L-lo siento —farfulló. Por un momento, sentí pena por ella. Tomé una
respiración profunda y pasé las manos por mi cabello.

—Yo soy el que debería disculparse. Fue injusto de mi parte no advertirte.


¿Me perdonas? —Le sonreí tímidamente y casi pude ver su corazón derretirse ante
mis ojos.

Su expresión de sorpresa cambió a una sonrisa y supe que la tenía


exactamente donde yo había querido que estuviera. Angela era un libro abierto.
Era una mentirosa y una tramposa, como todas las otras mujeres que he
encontrado.

—¿Podemos reunirnos esta noche? —preguntó, inclinándose hacia mí,


pidiéndome en silencio que la bese. Me aparté, volviéndome a recuperar mi bolso.

—Te lo haré saber.

Me acerqué a mi escritorio y no me volví a ver su reacción. Ya sabía que era


de decepción y era exactamente la respuesta que había querido de ella. Después
de unos segundos, la puerta se cerró y ella se había ido. Solté una respiración
profunda. Necesitaba encontrar una verdadera sumisa. Alguien que supiera mejor
que no debía hablar de nuevo conmigo. Alguien que aceptara mi palabra como ley
y no pusiera en duda lo que hiciera.

Cada movimiento que hacía, cada palabra que decía era deliberada.
Desafortunadamente para Angela, mi corazón no era un factor en nuestro arreglo.
Yo era frío y despreocupado. Los pensamientos se desvanecieron cuando varios
estudiantes entraron en el salón. Agarré mis notas y me preparé para la clase.

El día comenzó con relativa facilidad. Estaba meditando de nuevo las cosas
para el momento en que comenzó el período siguiente. Los estudiantes se
presentaron y se dirigieron a sus asientos. Me senté mirándolos durante unos
minutos, girando una regla en mis manos mientras ellos charlaban ociosamente
sobre las fiestas. La clase debería haber comenzado pero les di un momento o dos
para sentarse. Cuando me paré a hablar, una rezagada en solitario se dirigió a la
clase. Ella apartó la mirada y se deslizó en su asiento en la parte trasera de la sala.
Parecía avergonzada y algo en ella me intrigó. La forma en que su largo cabello
oscuro enmarcaba su cara y ella inocentemente mordiéndose el labio me hizo
otras cosas. Ésta era diferente. Lo noté desde el momento en que nuestros ojos se
encontraron. Ella no tenía un plan oculto. Ella no parecía buscar joder a todo el
mundo por el mayor bien de sí misma.

—Ahora que estamos todos aquí me gustaría presentarme. La señora Gibbs


estará fuera por un par de meses por asuntos médicos. Mi nombre es el señor
Honor —expliqué. Varias de las chicas se rieron y murmuraron entre sí. Yo podría
tener a cualquiera de ellas si quisiera, pero no quería a ninguna de ellas. Eso era
una mentira. Miré de nuevo hacia la chica de cabello oscuro. Tenía las mejillas
sonrojadas y ella rápidamente miró hacia abajo a los papeles que tenía delante.
Una perfecta sumisa pura.

Hice todo lo posible para mantener mi mente en la tarea en cuestión


durante el resto del período. Cuando había terminado, no podía vaciar la
habitación lo suficientemente rápido. Quería hablar con ella. Quería oírla hablar.

—Tú, ven aquí un momento. —Señalé en dirección a ella. Me instalé en el


borde de mi escritorio mientras esperaba a que ella recogiera sus cosas. Tomé una
regla y distraídamente le di una sacudida en mis manos. Sus ojos miraban
fijamente mis dedos. Si tan sólo ella supiera lo que yo quería hacer con estos
dedos.

—¿Sí? —preguntó, su voz apenas audible. ¿Estaba nerviosa o estaba


asustada? Debería estarlo. Debería dejar esta clase y nunca mirar hacia atrás si ella
sabe lo que le conviene.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, desesperado por oírla hablar de nuevo.


Ella no respondió por un momento y tuve que contener la risa. ¿Realmente la
asustaba tanto? Su rostro era de un rojo profundo ahora. Dejé que mi mente
divague, pensando en cómo se verían sus otras mejillas de ese color.

—Emma. Emma Townsend —respondió con voz temblorosa. No pude


contener mi sonrisa por más tiempo.

—Emma… —Su nombre se sintió dulce en mis labios y quise saber cómo
sería decirlo en circunstancias muy diferentes—. Por favor trata de llegar a clase a
tiempo. Llegar tarde no será tolerado. La próxima vez habrá consecuencias.
Era fácil deslizar en mi posición de dominante con ella. Demasiado fácil.
Tendría que hacer un esfuerzo extra para evitarla. Incluso como un maestro del
control, sabía que sería muy difícil de hacer. No estaba en condiciones de estar en
control de una persona tan dulce.

—Sí, señor. —El sarcasmo mordió sus palabras, pero aun así sonó adorable.
Quería oírselo decir de nuevo. Quería oírla gemir esas palabras.

—Vaya a clase, señorita Townsend.

Nuestros ojos se encontraron y le supliqué en silencio que se fuera. No sabía


cuánto tiempo más podría fingir que no estaba fantaseando acerca de ella
inclinada sobre este escritorio. Ella debe haber recibido mi mensaje porque se
volvió y se fue inmediatamente. Tal vez simplemente era más que buena
aceptando órdenes.

No podía esperar a que el día finalizara. Mi cremallera se tensó de sólo de


pensar en Emma. Podía oír su voz como una canción melódica ardiendo en mis
pensamientos. Agarré mi trabajo y salí del salón de clases. Mi teléfono sonó en mi
bolsillo. Lo saqué y rápidamente respondí.

—¿Qué?

Inmediatamente me arrepentí de contestar.

—¿Cómo fue tu primer día? —preguntó Angela, obviamente, más allá de


nuestra disputa de temprano en el día. ¿Cómo fue mi primer día? Sinceramente, no
podía recordar nada antes de ella. Mis pensamientos estaban consumidos por
Emma.

—¿William?

—Un soplo de aire fresco —le respondí mientras salía por la puerta de atrás
y me dirigía a mi auto.

—¿Quieres celebrar?

Ella se rio y el sonido me recordó las uñas en una pizarra.

—Estoy agotado.

Puse mis llaves en el encendido y levanté la vista justo a tiempo para ver a
Emma cruzar el estacionamiento. Su camisa era blanca y abrazaba las curvas de su
cuerpo. Sus pantalones cortos dejaban poco a la imaginación. Todo en lo que
podía pensar era en envolver esas piernas tan largas a mí alrededor. Sólo mirarla
me ponía duro. No es algo que sucedía muy a menudo para mí.

—Oh, vamos. No tienes que hacer ningún trabajo —se quejaba ella. Embebí
los últimos segundos de Emma antes de que ella se metiera en su viejo auto
destartalado antes de responder.

—En mi casa. En una hora —respondí y colgué el teléfono antes de que ella
pudiera responder.

Vi como los autos salían del estacionamiento, asegurándome de deslizarme


a un par de autos detrás de Emma. Su vehículo parecía que podría romperse en
cualquier momento. Al menos eso es lo que me dije a mí mismo para justificar
seguirla a su casa. Nos abrimos paso hacia el lado pobre de la ciudad antes de que
ella girara a un corto camino de entrada hasta su casa. Era pequeña y no muy bien
cuidada. La idea de una criatura tan hermosa viviendo en una vivienda de tales
abismales condiciones me daba náuseas. Pisé el acelerador y me dirigí de nuevo al
otro lado de la ciudad. Logré mi vistazo en su mundo. Eso es todo lo que quería.
Me prometí a mí mismo después de ver dónde vivía que mantendría mi distancia,
pero, ¿cómo podría ahora? ¿Ahora que vi que merece mucho más? Estaba
obsesionándome con alguien que ni siquiera conocía. Nadie me había hecho
enloquecer tanto desde mi ex. Me estremecí ante la idea. Este no era el hombre
que era. No me importa las personas. Yo las uso hasta que encuentro a alguien
nuevo. Nada había cambiado. Emma es sólo una distracción. Un juguete nuevo y
brillante que no puedo tener, por lo que la deseo. Maldición, la deseo más que
nada.

Hice mi camino de vuelta por la ciudad hasta mi casa. Estacioné en el


interior de la bahía del garaje grande y miré el reloj. Angela estaría aquí en veinte
minutos. Agarré mis cosas y me dirigí a la siguiente planta. Agarrando una botella
de debajo del mesón central, rápidamente me serví una copa. Me pasé las manos
por el cabello y rápidamente me serví otro. Un ligero toque en la puerta me sacó
de mi ensoñación. Me recompuse antes de abrirla.

—¿Feliz de verme? —ronroneó Angela mientras sus ojos se deslizaban por


mi cuerpo. Ya quisiera ella. Forcé una sonrisa. Emma era algo que yo nunca podría
tener y tenía que dejar de pensar en ella tan pronto como sea posible. Incluso yo
tenía suficiente moral como para no corromper a una criatura tan inocente. Me
volví hacia el mesón central y bebí otro rápido trago antes de dirigirme a mi
dormitorio. No tuve que decir una palabra. Yo sabía que ella estaba siguiéndome
como un cachorro perdido.
Cerré la puerta detrás de ella y comencé a deshacer mi cinturón. Ella se
mordió el labio y yo tuve que apartar la mirada. Angela me estaba usando para
escapar de su realidad y yo estaba haciendo lo mismo. Sólo quería sentir algo,
cualquier cosa.

Le desabroché la cremallera y me liberé de mi bóxer. Angela de inmediato


se puso de rodillas y empezó a trabajar. Mirando hacia abajo a la parte superior de
su cabeza, su masa de ondas rubias me distrajo y empecé a perder mi erección.

—¿Ocurre algo? —preguntó ella, mirándome. Envolví mis dedos en su


cabello y forcé su boca de nuevo en mí. Traté de vaciar mis pensamientos y
disfrutar de mí mismo. Empujé su cabeza con más fuerza contra mí y cerré los ojos.

Destellos de Emma cruzaron por mi mente. Sus dientes clavándose en su


labio inferior. Los labios de un ángel. Su largo cabello oscuro enmarcando su rostro
perfecto. Agarré el cabello de Angela con más fuerza en mi puño mientras me
ponía dolorosamente más duro. La empujé más profundo. Ella no se resistió. Ella
abrió la garganta y me dejó deslizar más adentro. Tomándome por completo.

Cuando me vine, me mantuve quieto, me tensé con fuerza contra sus labios
mientras dejaba escapar un gemido largo y profundo desde el fondo de mi
garganta. Miré hacia Angela quien tenía una sola lágrima corriendo por su rostro,
pero llevaba una gran sonrisa orgullosa. Recogí mis pantalones y salí de la
habitación. Angela me siguió rápidamente, su cabello un lío con nudos.

—¿Quieres salir? —preguntó mientras pasaba sus dedos por su melena


enmarañada. Me serví un trago y lo bebí rápidamente.

—Te veré mañana —le respondí con frialdad mientras volvía a beber otro.
La decepción nubló la habitación mientras ella lentamente se acercaba a la puerta
y salía. Me serví otro trago y pasé las manos por mi cabello. ¿Qué diablos me
estaba pasando? Me dirigí a la sala de estar con mi bebida en la mano.
Instalándome en uno de los sofás, levanté mi portátil y empecé a buscar Emma
Townsend. No fue difícil de encontrar.

La primera red social en la que hice clic mostró un perfil completo de ella,
con fotos. La visión de ella me hizo ponerme inmediatamente duro otra vez. Hice
clic en su biografía. Tenía un pequeño número de amigos. Unos pocos deseos de
cumpleaños felices en su página que respondió recientemente también. ¿Era su
cumpleaños? Pensé en ella sentada sola. Me pregunté si tenía amigos en casa, si su
familia le estaba lanzando una fiesta. Quería ver la felicidad en su rostro. No sé si
es el alcohol o mi comportamiento cada vez acosador, pero me estaba tornando
nauseabundo. Bebí mi trago de golpe y cerré mi portátil.
3
Traducido por Flochi

D
esperté tarde en mi sofá. Me levanté y rápidamente agarré mis
cosas. Mirando mi reloj, supe que si me apresuraba, podría llegar al
trabajo antes que Angela. Ella era la última persona que quería ver.
Bueno, casi un segundo lugar. Me desabroché la camisa y me dirigí a la habitación
para agarrar una limpia.

Me apresuré al trabajo, esperando que nadie fuera capaz de oler el


persistente aroma a alcohol sobre mí. Evité la oficina, sabiendo que tan pronto
como Angela me viera no me dejaría en paz.

Mi aula se encontraba vacía y me tomé un momento para arreglarme y


quitarme la camisa. Cuando me volví hacia la puerta, pude haber jurado que vi el
hermoso rostro de Emma mirándome. Pero tan pronto como apareció, se había
ido. Me hundí en el asiento y apoyé la cabeza en mis manos. ¿Qué había en ella?
Apenas la conocía y ya había vuelto mi mundo completamente fuera de su eje.
Estaba empezando a sentir de nuevo y eso me asustaba. No estaba en posición de
preocuparme por nadie más. En especial alguien que ni siquiera conocía.

El alcohol de la mañana seguía y sentí que mi primera clase nunca


comenzaría. A medida que los estudiantes comenzaron a entrar en el aula noté que
Emma se encontraba entre ellos. Tuve que apartar la mirada para que ella no me
viera sonreír. ¿Se había tomado mi advertencia en serio? Parte de mi quiso que
haya llegado tarde para tener una excusa para mantenerla luego de clases. Me
alegró que no llegara tarde. Tanto como quería estar a solas con ella, sabía que era
lo mejor para ella. Me permitiría fantasear pero eso era lo más lejos que podía ir.

—Tomen sus asientos. Es tiempo de una prueba sorpresa. —La sala soltó un
gemido colectivo. Si una prueba era la peor parte de su día, podían considerarse
afortunados. La verdad era que no estaba seguro si podía luchar fuera de esta
resaca el tiempo suficiente para enseñarles algo.
Me senté en mi escritorio e intenté hacer algo que mantuviera mi mente
ocupada lejos de ella. Estaba funcionando en su mayor parte hasta que alguien
dejó caer un libro de texto estrepitosamente en el suelo de madera. Mis ojos se
encontraron inmediatamente con los de ella. Me sostuvo la mirada esta vez, sin
bajarla.

Se estaba mordiendo el labio y di gracias por encontrarme sentado y ser


capaz de ocultar mi creciente necesidad por ella. Me lamí los labios y sus mejillas
se enrojecieron. Inmediatamente empecé a remover los papeles de mi escritorio.
Tendría que aprender a estar en presencia de ella sin dejar que me afectara. No era
nada más que un profesor para ella. Si sólo supiera las cosas que podría enseñarle.

El tiempo pasó volando y la clase terminó antes de darme cuenta. Tuve


cuidado de no encontrarme con su mirada cuando dejó su examen y se dirigió a la
salida del aula. Mierda.

Esperé a que los corredores se vaciaran antes de dirigirme al baño de


hombres. Me salpiqué agua fría en la cara y evité mi reflejo.

No podía sacarla de mi cabeza. Me puse incómodamente duro contra la


cremallera. Deslicé mi mano bajo la cintura de los pantalones y me acomodé. El
más mínimo contacto causó que una onda de choque atravesara mi cuerpo. Quise
que fuera la mano de ella. Quise sentirla contra mí. Me apreté con más fuerza
mientras palpitaba contra mis dedos.

El repentino sonido de risas ahogadas hizo eco a través de las paredes. Me


retiré de mi fantasía y salpiqué más agua en mi rostro. Las risitas se hicieron más
fuertes y me di cuenta que provenían del cuarto de baño contiguo. Salí al pasillo y
escuché por un momento. El tenue aroma a marihuana llenaba el aire.

—Chicas —grité en un tono de mando. Las risitas cesaron inmediatamente.


Luego de un momento de susurros, la puerta finalmente se abrió. Casi me caigo
cuando vi a Emma mirándome fijamente. Pareció asustada pero rápidamente dio
paso a otro ataque de risa. No sé qué me molestó más, su flagrante desprecio por
ella misma o el hecho de que se reía en mi cara. Apreté la mandíbula mientras
intentaba desesperadamente no deslizarme en mi mentalidad dom—. ¿Emma?
¿Crees que esto es gracioso? —Entrecerré mis ojos hacia ella y esperé una
respuesta. Dejó de reír y sacudió la cabeza negando, perdiendo el equilibrio. La
agarré del brazo y la llevé hacia mi aula, esperando que nadie la viera. ¿Estaba
intentando arruinarse la vida?—. Eres afortunada de que no tenga clases en este
período. —La empujé dentro del aula y cerré la puerta, asegurándome de poner la
persiana sobre la ventana. Se puso sobria de inmediato. Parecía asustada.

No quería que me tuviera miedo. Necesitaba calmarla. Ella no era mi


preocupación. Si arruinaba su vida no tenía nada que ver conmigo. Pasé mis manos
a través de mi cabello y me tomé un segundo para calmarme. Agarré mi regla y la
hice girar en mis manos, intentando decidir a dónde ir desde aquí. Se mordió el
labio mientras miraba la regla con nerviosismo. ¿Ella sabía lo que quería hacerle
con eso?

—Deja de morderte el labio —dije con enojo y golpeé la regla contra el


escritorio. Pegó un salto ante el sonoro chasquido, causando que se mordiera el
labio con más fuerza. Un fino rastro de carmesí manchó su labio hinchado. Mierda.
Había hecho que se lastimara. Estaba realmente asustada de mí.

—Lo siento —dijo en voz baja a la vez que sus dedos se tocaban el labio.
¿Ella lo sentía? Yo fui el que causó que se lastimara y se estaba disculpando.
Caminé hacia ella lentamente, sin querer alarmarla. Necesitaba estar cerca de ella,
hacerla sentir a gusto. Levanté mi mano y lentamente pasé mis dedos sobre sus
labios ensangrentados.

—Respira —susurré, inclinándome más cerca. Me atraía como un imán y no


era un hombre lo bastante fuerte para resistir.

Permanecimos cerca el uno del otro dolorosamente, en tanto el tiempo


pareció detenerse en su presencia. No podía estar seguro pero creo que ella lo
sintió también.

De repente el sonido de una llamada rompió el hechizo. Saqué el teléfono


de mi bolsillo. Angela me estaba llamando para hacer planes para la noche. Apenas
podía escucharla por el encima del martilleo de mi corazón en presencia de Emma.
La observé mientras me miraba. Sus mejillas ligeramente con un toque sonrosado
a la vez que se mordía el labio en un hábito nervioso.

Entrecerré mis ojos y ella rápidamente lo liberó de entre medio de sus


dientes. Una sumisa natural. Me puse duro nuevamente ante el pensamiento.

Ella se dio la vuelta y vagó por la sala permitiéndome un momento de


privacidad para terminar mi llamada. Dejé a Angela saber que no estaba de humor
para hacer nada. No con ella al menos.

Me acerqué discretamente detrás de Emma, que estaba mirando algunos


afiches que colgaban en la pared.
—Deberías ir a tu siguiente clase —susurré en su oído mientras bebía de
fragancia a flores. No se dio la vuelta para enfrentarme.

—Entonces, ¿no estoy en problemas? —preguntó. Si no lo supiera mejor,


pensaría que había decepción en su voz.

—No dije eso. —No pude evitar sonreír. Respiró profundamente y asintió
con la cabeza.

—Sí, señor —contestó mientras agarraba sus libros y se dirigía de regreso a


corredor. Pasé mis manos por mi cabello y me reí de mí mismo. ¿Qué carajo estaba
haciendo? ¿Qué carajo me estaba haciendo ella? Deslicé mi mano dentro de la
cintura de mis pantalones y me acomodé. Sabía exactamente lo que me estaba
haciendo. Salí al corredor para aclararme la cabeza. Emma estaba hablando con
algunas amigas, sin duda las que la dejaron ser pillada, al final del pasillo.

—Vayan a clases, señoritas —grité. Sus amigas rápidamente se dispersaron


pero Emma se detuvo para mirarme. Sus brillantes ojos verdes se trabaron en los
míos antes de darse la vuelta para dirigirse a su siguiente clase. Regresé a la sala.
Necesitaba conseguir un control sobre mí mismo antes de hacer algo que
lamentaría.

Que ella lamentaría. Balanceé una pila de papeles de mi escritorio,


enviándolos a volar a mí alrededor. Si a Emma le gustaba, ya no sería así una vez
que descubriera la clase de hombre que realmente era.

Era incapaz de acercarme a alguien. La usaría y cuando ella se acercara


demasiado, la lastimaría. Lo había hecho innumerables veces antes a incontables
mujeres. La diferencia radicaba en que esas mujeres no eran mejores que yo.

Mentían, engañaban, y me usaban tanto como yo las usaba a ellas. Emma no


era como ellas. No se merecía ser tratada de esa manera y no estaba seguro que
fuera posible tratarla de manera diferente. Incluso si pudiera, ¿qué diría cuando
viera el tipo de cosas que realmente me gustaban hacer? Se disgustaría. Pasé mis
manos por mi cabello y las golpeé contra el escritorio. Me había acercado lo
suficiente, demasiado de hecho. Necesitaba que ella supiera que aquello no podría
ir a ninguna parte. No era estúpido. Había estado con una buena parte de mujeres.
Sabía lo que estaba pasando en la mente de ella. Ella me quería, pero quería más
de mí de lo que podía darle.

Las siguientes clases pasaron dolorosamente lentas. A medida que el día


terminaba, me dirigí al corredor, observando como todos salían.
Entonces la vi y todo lo demás pareció desvanecerse en el fondo. Emma
estaba mirándome directamente mientras sus amigas se aferraban a su lado.
Estaban haciendo planes para salir a ver películas esa noche. Emma estuvo de
acuerdo con ella y le lancé una rápida sonrisa antes de deslizarme de regreso a mi
sala para agarrar mis cosas. Si yo le gustaba, ya no sería así luego de esta noche.
4
Traducido por LizC

H
ice mi camino a casa a través de la afluencia del tráfico
mientras Something I Can Never Have resonaba a través de los
altavoces del auto. Una vez más, me sentí solo. Cualquier felicidad
que había sentido en los últimos días se había ido.

Emma nunca me miraría de ninguna manera que no sea un profesor


después de esta noche.

Me abrí paso por las escaleras y rápidamente me serví un trago. Me lo bebí y


repetí el ritual unas cuantas veces más antes de agarrar el teléfono y llamar a
Angela.

—Sabía que no podías resistirte a mí —ronroneó ella. Mi estómago se


revolvió. Realmente necesitaba sacar tiempo la próxima semana para encontrarme
un sumisa pero, por esta noche, Angela serviría para lo que necesitaba.

—¿Quieres salir?

Ella no respondió de inmediato y yo contemplé colgar.

—¡Sí! —gritó prácticamente y me di cuenta que salir con ella para algo que
no era más que una mierda pública le iba a crear más falsas esperanzas. No me
importó.

—Genial. Ven aquí en unas pocas horas. La película empieza a las ocho.

—¿Quieres que vaya más temprano? ¿Tal vez tener un poco de diversión en
primer lugar? —preguntó. Pensé en ello. No tenía ninguna razón para no seguir
durmiendo con Angela, sobre todo porque tenía la intención de hacer que Emma
nunca quisiera mirarme de nuevo.
—No puedo. Tengo algunas cosas que atender primero. —Mentí. Terminé la
llamada y me serví otro trago. Mis sueños no son tan vacíos como mi conciencia
parece ser. La canción se reprodujo una y otra vez en mi cabeza, burlándose de mí.
Tenía que recordarme a mí mismo por qué yo no quería enamorarme de Emma.
Aparte de protegerla de mí, tenía que protegerme de mí mismo.

Me dirigí a mi habitación y abrí el cajón de mi tocador. Escondido entre la


ropa había una foto de mi ex esposa, Abby. Una vez ella fue la mujer más hermosa
del mundo para mí, pero ahora lo único que sentía era odio cuando la miraba.
Había elegido el dinero por encima de mí, por encima de nuestra familia. Mis ojos
empezaron a desdibujarse ante los recuerdos repentinos que inundaron mi cabeza.
Nunca más. Deslicé la foto en el cajón una vez más y me preparé para la noche.

Después de una ducha rápida, me tomé un par de tragos más. Tomé el


ascensor hasta el piso siguiente para recordarme a mí mismo quién era yo. La
habitación era oscura y poco atractiva, un parque infantil para un Dom. Tal vez
traería a Angela hasta aquí. Quién sabe, tal vez ella no se opondría a ello y si lo
hiciera, ¿a quién le importa? Era una moneda de diez centavos de la docena.

Escuché el eco del timbre en todo el edificio. Hice mi camino de regreso a


mi piso principal y abrí la puerta. Angela estaba radiante. Agarré mi billetera y la
conduje fuera antes de que pudiera tratar de insistir en un rapidito.

—¿Qué vamos a ver? —preguntó mientras colocaba su mano en mi muslo.


Miré hacia abajo a su mano, y luego hacia ella. Echó hacia atrás su brazo
rápidamente. Necesitaba calmarme. ¿Por qué estaba tan tenso? Tal vez un rapidito
no hubiera sido una mala idea.

—Slash —dije, evitando su mirada.

—Bueno, puede que tengas que abrázame fuerte si me da miedo. —Podía


escuchar la esperanza en su voz. Tal vez esto era una mala idea.

Nos detuvimos en el teatro unos diez minutos antes de las previstas. Pagué
por nuestros billetes y nos dirigimos al interior. El teatro seguía vacío, así que elegí
un lugar en la fila de atrás para que yo pudiera ver como todo el mundo entraba.
Justo antes de que las luces se apagaran, vi a Emma. Ella llevaba un vestido negro
ajustado y unos tacones sensuales. Llevaba el cabello enroscado y lo único que
podía pensar era envolver mis dedos en él. Las luces se apagaron y las previstas
comenzaron a reproducirse en la pantalla. Angela se acurrucó más cerca de mí y yo
no la aparté. Era agradable tener el contacto, aunque me hubiera gustado que
fuera con alguien más.
La película no fue tan terrible como yo había pensado que sería. Después de
un rato, estuve inmerso en la trama, ansioso por ver lo que sucedería a
continuación. Noté cierta conmoción en la parte delantera cuando Emma se puso
de pie y trató de abrirse paso entre la multitud. Era ahora o nunca. Agarré a Angela
y me deslicé fuera por la puerta de atrás en el pasillo. La tiré contra la pared y
comencé a besarla. Ella no protestó. Jugueteé mi camino por su cuello mientras
ella me golpeaba juguetonamente en el pecho. A medida que mis labios se
encontraron con los suyos, abrí los ojos para mirar más allá de ella y mi mirada
inmediatamente cayó sobre Emma.

Ella se mordió el labio y por un momento, deseé no haber venido. Me moría


de ganas por poner mis labios sobre los suyos. Parecía herida y sabía sin ninguna
duda que ella había sentido lo que yo había querido. Desapareció en el baño y
aproveché el tiempo para salir de allí. Había visto lo suficiente para saber que yo
no era digno de su tiempo.
5
Traducido por LizC

L
levé a Angela a mi casa y le dije que tenía una migraña. Ella se ofreció
a quedarse y cuidar de mí, pero le aseguré que iba a dormir la
borrachera. Después de que ella se fue, comprobé la hora. La película
estaría terminando ahora. Me serví una copa. No podía sacarla de mi mente. Estaba
empezando a asustarme. Ella me recordó quien solía ser. Antes de que Abby
hubiera destruido todo lo que yo era. Abby fue mi profesora de matemáticas en la
escuela secundaria. Era la imagen de la perfección. Me hizo preocuparme por mí
mismo, mi futuro. Me enamoré de ella rápidamente. Sabía lo fácil que era para
alguien vulnerable caer por alguien en una posición de poder sobre ellos. Tenía
que tener cuidado de no hacer eso a Emma. Mira lo que me hizo. Perdí a la única
persona que había amado por la codicia. Mi padre le pagó para romper mi corazón
y ella mordió el anzuelo. Lo más triste era que nuestro hijo por nacer se había
perdido en el proceso. Me serví otro trago y lo bajé de golpe.

Estaba demasiado dañado para ser algo para alguien alguna vez. Apenas
conocía a Emma, pero ella había despertado en mí sentimientos que no había
sabido que todavía era capaz de tener. No podía ser alguna vez esa persona de
nuevo. Pero quería ser esa persona de nuevo. Tomé mi teléfono y me desplacé a
través de los contactos. Apreté el botón de llamada y espere una respuesta.

—William, ¿qué estás haciendo? No me puedes llamar tan tarde. —El tono
de pánico silencioso de Angela me hizo volver a la realidad. Ella no estaba
preocupada por cómo me sentía. No sentía mariposas ante el sonido de mi voz. Yo
no era nada para ella. El sentimiento era mutuo. Colgué el teléfono y lo arrojé en el
sofá. Tenía que salir de este maldito lugar.

Tomé las llaves y algo de dinero, y me dirigí escaleras abajo hasta mi auto.
Tenía que recuperar el control de mí mismo. Necesitaba que me recordaran lo que
era. Conduje toda la ciudad hasta las afueras de la misma. En un centro comercial
de mala muerte que llevaba mucho tiempo olvidado para la mayoría, algunos
autos salpicaban la plaza de estacionamiento. Giré detrás del edificio y estacioné
mi auto. Mientras caminaba por el estacionamiento oscuro, puse el seguro a mi
auto y entré. El vestíbulo principal tenía una luz tenue y tres mujeres se sentaban
sobre sus talones, con la cabeza gacha, en una fila en la recepción.

—Señor Honor. Qué placer verlo, señor. —La pelirroja ronca detrás del
mostrador me dio la bienvenida. Asentí educadamente mientras mis ojos danzaban
sobre las mujeres arrodilladas—. ¿Lo de siempre, señor? —preguntó, y mis ojos se
dispararon a encontrarse con los suyos. Asentí y me dirigí de nuevo al pasillo
débilmente iluminado. Estaba en mi elemento. Sentí de nuevo completo en el
interior de estas paredes. Me detuve frente a la puerta tres. Una bombilla roja
brillaba justo encima del marco. Respiré hondo y entré. Rápidamente me
desabroché la camisa y la deslicé fuera, cayendo sobre un banco en la esquina,
seguida por mi bajo camisa. Me quité los zapatos y los calcetines y los deslicé
debajo del banco también. Estaba listo. La puerta se abrió unos minutos más tarde
y una pequeña morena enmarcó el interior. Inmediatamente me dejé caer de
rodillas, descansando sobre los talones.

—Buen chico —me elogió. Tomé una respiración profunda y relajada. Mi


vida se nutría de tener el control y cuando me sentía perdido entregaba ese
control a otra persona. Era terapéutico.

Ella caminó alrededor de mí, su dedo recorriendo mis hombros. Trazó las
líneas del tatuaje tribal que se abría paso por mi brazo.

—¿Sabes lo que hace un buen maestro, William? —preguntó mientras se


dirigía a la parte delantera de mí. Yo no contesté, no la miré—. Puedes responder.

Respiré profundamente y pensé en la pregunta.

—No creo que lo sepa, ya no —le respondí con honestidad. Ella se inclinó y
agarró mi barbilla en su mano, tirándola hacia arriba hacia ella.

—Respeto —dijo ella simplemente y soltó mi cara. Se acercó a las cadenas


que colgaban de la esquina de la habitación—. Ven —dijo. Me puse de pie y miré
al suelo mientras me dirigía a ella. Me agarró del brazo izquierdo y lo bloqueó en
su lugar por encima de mi cabeza—. Tú me respetas como tu Señora y me das el
control sobre ti. —Agarró mi otro brazo y lo levantó por encima de mi cabeza—.
Yo te respeto y nunca te haría nada que no quieras —continuó mientras ajustaba
las esposas en su lugar—. No todo el mundo entiende este estilo de vida, William y
no todo el mundo está hecho para él —explicó mientras desabrochaba la hebilla
de mi cinturón y tiraba de él lentamente hacia ella. Se inclinó más cerca para que
yo pudiera sentir su aliento en mi oreja—. Tú sí.

Durante la siguiente hora, se burló y jugó conmigo hasta que recordé lo que
era tener un control total incluso cuando yo estaba impotente en las manos de
otro. Nuestras sesiones nunca iban más allá de eso. Ella me empujaría al borde del
placer sin tener que dejarme caer por el borde. Me sentí renovado y como si
tuviera un mejor conocimiento de quién era una vez más. Ver las cosas desde la
perspectiva de un sumiso me hacía un mejor dominante.
6
Traducido por Flochi

M
e desperté como un hombre nuevo. Me levanté y me dirigí al
gimnasio en 32nd Street para empezar la mañana. Mi mente se
había aclarado esta noche, luego del trabajo, empezaría a tomar
aplicaciones para una nueva sumisa oficial. Había probado suerte en el mundo de
las citas pero fue más una molestia que otra cosa. Seguía sosteniendo mucho
resentimiento hacia Abby y no tenía la mentalidad correcta para nada más que una
relación dom/sub. Emma oficialmente había sido quitada de cada pensamiento
consciente. También Angela por lo que importaba. Al menos, esa es la mentira que
me dije.

Corrí a través de las duchas del vestuario y me dirigí a la cafetería de la


esquina por algo para desayunar. Hice mi pedido a la pequeña mesera rubia. No
había nada extraordinario en ella. Era atractiva, sí, pero parecía cansada. Sin
embargo, algo en ella me llamó la atención. Mientras inclinaba la cabeza para
llenar mi taza con café, me di cuenta quién era. Se veía muy diferente al no estar
arrodillada desnuda en medio de un hall de entrada, pero estaba seguro que era
ella. Cuando volvió a mirarme sus mejillas estaban rosadas y supe que ella también
me había reconocido.

—Gracias —dije mientras ella terminaba.

—De nada, señor —respondió con una sonrisa malvada y se volvió para
dirigirse detrás del mostrador. Quizás no tendría que pasar a través de un proceso
de aplicación después de todo.
7
Traducido por LizC

H
ice mi camino al trabajo temprano. Necesitaba ver a Emma y
asegurarme que no sentía nada por ella.

Ella desató algo dentro de mí que todavía no había saldado a


lo largo de Abby. Eso era todo. Eso es lo que me dije a mí mismo durante toda la
mañana. También quería calibrar su reacción hacia mí después de la escena en el
cine. Quería saber que a ella no le importaba.

Angela estaba intentando su más duro esfuerzo por arrinconarme para que
pudiéramos hablar. No había nada de qué hablar. No podía darle lo que ella
necesitaba y ella no podía darme lo que yo necesitaba. No estaba siquiera seguro
de qué era eso.

Cuando llegó la hora de la clase de Emma, me senté en mi escritorio,


girando mi regla por costumbre. Vi la clase entrar lentamente y no hubo ni rastro
de ella. Por un momento, había pensado que ella iba a llegar tarde para que así yo
la retuviera después de clase. Empujé rápidamente ese pensamiento a un lado. Al
final tuve que empezar la lección.

Mi estómago se retorcía en nudos. Sólo quería saber que ella estaba bien.
Decidí que iba a saltarme las últimas clases del día. Necesitaba más tiempo. Mi
cabeza todavía no estaba bien y Emma, presente o no, me estaba jodiendo sin
posibilidad de reparación.

Cuando iba de camino a mi oficina mis ojos se clavaron en primer lugar en


Angela, quien estaba sonrojada y girando su cabello mientras ella me observaba.
Le sonreí educadamente, demasiado consciente del olor a flores que consumía el
aire que nos rodeaba. Emma. No había forma de escapar de ella. Entablé una
pequeña charla con Angela y rápidamente me volví para entrar en la oficina.
—Te perdiste mi clase. Ven a verme después de que hayas terminado —le
dije, clavando mis ojos en Emma. Mi mirada cayó a la venda rosada alrededor de su
brazo. Sabía que si ella vino a mi clase es porque entendía lo que iba a suceder.
Una parte de mí esperaba que ella me odiara y no se presentara. Justo en ese
momento, un ligero golpe traqueteó a través de la puerta—. Entre —llamé. Emma
abrió la puerta y entró. Comencé a desabrochar el botón de mi camisa,
quedándome en mi camiseta negra. La doblé y la puse en el respaldo de mi silla—.
¿Qué pasó? —le pregunté, mirando hacia abajo a su mano vendada.

—Tuve un accidente —respondió con nerviosismo, mordiéndose el labio. Si


ella no quería esto habría corrido para ahora. Ella estaba gritando por disciplina,
para que alguien tome el control de su vida.

—Te vi en el cine ayer. Eso fue… —dije mientras mis ojos danzaban arriba y
abajo de su cuerpo.

—Incómodo —contestó ella, terminando mi frase. Yo no pude evitar reír.

—Inesperado —le corregí. Otra mentira.

—Señorita Townsend, ¿recuerda lo que le dije de llegar tarde a mi clase? —


pregunté, sentándome en el borde de mi mesa y esperé su respuesta. Después de
un momento, hice un gesto para que se acercara. Ella colocó sus libros en un
escritorio en la primera fila.

—Yo… realmente lo siento. Ha sido una mañana loca y… —comenzó a


explicar. No tenía tolerancia para las excusas. La agarré rápidamente e incliné su
cuerpo sobre mi escritorio. Llevé mi mano abierta hacia abajo con fuerza a través
de su trasero. Antes de que ella pudiera protestar, la llevé de nuevo. Me incliné
sobre ella, cubriendo su cuerpo con el mío.

—Shh… necesitas disciplina —susurré mientras frotaba suavemente su


trasero. Ella se relajó por debajo de mí. Me tomé un momento para obtener el
control sobre mi respiración. Me puse de pie nuevamente y di un golpe, esta vez
con más fuerza—. No tienes auto-control —seguí. Ella se agarró al borde de la
mesa mientras yo seguía castigándola. Ella lo estaba disfrutando—. Necesitas a
alguien que te enseñe cómo ser una buena chica. Alguien que te castigue cuando
te equivoques.

Estaba luchando por no venirme ante la sola idea de follarla. Nadie nunca
me ha hecho sentir tan fuera de control mientras está completamente en control.
Mierda. Me froté suavemente sobre ella donde le había pegado. Ella empujó contra
mi mano mientras dejaba que mis dedos se sumergieran entre sus piernas. Ella
quería más. La golpeé una última vez. Ella jadeaba pesadamente mientras yacía
tumbada en mi escritorio. Era hermosa.

—Ve a clase —jadeé. Se quedó inmóvil durante un momento. Di la vuelta a


la mesa y empecé a ponerme de nuevo mi camisa. Después de un momento,
recuperó la compostura y se puso de pie. Volví a rodear la mesa y agarré sus libros,
sosteniéndolos para ella. Ella los tomó, incapaz de mirarme a los ojos y salió de la
habitación tan rápido como pudo.

Me senté en el borde de mi escritorio para recuperar el aliento. Estaba


equivocado. No había forma de olvidar a Emma. Ella se había abierto paso en cada
fibra de mi ser y yo no podía tener suficiente de ella.
8
Traducido por LizC

T
odo lo que había sucedido en los últimos días se había evaporado. Mis
pensamientos consumidos con Emma. Me prometí que no la tocaría.
Me prometí a mí mismo que no la lastimaría, pero ahora era inevitable.
He perdido por completo el control de mí mismo y me sentí increíble y devastado
al mismo tiempo. Ya había olvidado mi última lección. Respeto. Si respetara a
Emma la habría dejado vivir su vida libre de mí.

Me abrí paso por el pasillo para salir por el día, perdido en mis propios
pensamientos culpables.

—¡William! —llamó Angela desde fuera de la oficina.

—Mierda —maldije en voz baja—. No es un buen momento, Angela —le


dije, comprobando mi reloj para demostrarle que estaba apurado.

—Sólo tomará un minuto. Déjame caminar contigo hasta tu auto.

Ella se unió a mi lado y continuamos hacia el estacionamiento.

—Mira, lamento lo de la otra noche —comenzó. Mis ojos siguieron


rápidamente el aroma de flores que llenó el aire. Emma estaba sentada en la acera,
hojeando sus libros de texto.

—No lo sientas —dije fríamente. No me importaba. Angela incluso ni


siquiera registraba en la escala de las cosas que me importaba una mierda. Ahora
mismo, lo único que quería saber es por qué Emma estaba sentada en la acera
pareciendo triste y olvidada. ¿Dónde estaba su auto? ¿Lo había chocado? ¿Así es
cómo se lesionó el brazo?
—No quiero que estés enojado conmigo, William. —Angela parecía
verdaderamente preocupada por mis sentimientos. Demasiado poco, demasiado
tarde.

—Estoy bien. Todas las cosas buenas deben llegar a su fin —le dije y le di un
ligero beso en la mejilla. Ella me miró fijamente por un momento, su expresión en
blanco. Luchó por recuperar la compostura antes de que ella sonriera y entrara en
el interior de su auto. Esperé a que ella se fuera antes de regresar a través del
estacionamiento hacia Emma, quien estaba profundamente absorta en su libro.

—¿Sin aventón? —pregunté, sorprendiéndola.

—Mi tía es un acierto o fallo cuando se trata de responsabilidad.

Se veía como si quisiera decir algo más, pero se detuvo en seco. ¿Ella vive
con su tía? Quería saber más. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué no estaba
conduciendo su propio auto? ¿Qué diablos le había pasado en el brazo?

—Yo nunca fallo.

Sus ojos verdes ardían en los míos. Ella mirándome era un espectáculo para
la vista.

—Vamos. Te llevaré a tu casa.

Me volví y me dirigí de nuevo al otro lado del estacionamiento. No le di la


oportunidad de pensar en ello. Quería estar a solas con ella para así poder saber
más.

Abrí la puerta para ella y tomé sus libros. Parecía que estaba cuestionándose
si debía o no ir conmigo. Una parte de mí deseaba que ella hubiera dicho que no.
Así es. Huye de aquí. Pero no corrió. Se deslizó con delicadeza en el asiento
delantero. Tiré sus libros en el asiento de atrás y me deslicé a su lado. Estaba
involucrándome demasiado profundo con ella y yo lo sabía.

Salí a toda velocidad de la plaza de estacionamiento, tratando de poner la


mayor distancia entre nosotros y los ojos curiosos lo más posible.

Al llegar a la luz, me di cuenta que no llevaba el cinturón de seguridad. Los


pensamientos de su brazo lesionado y el vehículo desaparecido llenaron mi
cabeza. Me incliné sobre ella, aspirando el delicioso aroma de las flores cuando
agarré el cinturón de seguridad y tiré de él a través de su cuerpo.
—No me gustaría que salieses herida. —Tuve que sonreír ante esas palabras
saliendo de mi boca después de haberla inclinado sobre mi escritorio y haberle
pegado—. ¿Qué ocurrió? —le pregunté, mirando hacia abajo a su vendaje rosado.

—Larga historia —contestó, apartando la mirada. No tenía paciencia para


los juegos. Ya estaba enojado lo suficiente de que incluso me importara.

—¿Qué ocurrió? —pregunté de nuevo, esta vez con irritación en la voz. No


estaba preguntando, estaba exigiendo una respuesta.

Ella suspiró profundamente.

—Bebí un poco la noche anterior. Tiré una foto y accidentalmente me corté


tratando de limpiar el desorden —explicó sosteniendo su mano en alto—. No es
gran cosa.

Sus palabras estaban llenas de sarcasmo. Llevé el auto a un lado de la


carretera y antes de que ella pudiera decir nada, me había desabrochado el
cinturón de seguridad y estaba frente a ella. Una abeja atraída por el dulce néctar
de una flor. Mi boca se cernía sobre ella mientras su respiración se aceleraba.

—No me hables de esa manera. Me molesta demasiado y tú no quieres ver


lo que hago cuando estoy molesto.

Estaba más que enfadado. La miré fijamente durante un largo momento


antes de correr suavemente la yema del pulgar sobre su mejilla y hacia abajo sobre
su labio inferior. No podía estar enojado con ella. Había un millón de cosas que
podría estar con ella, todo lo que quisiera.

—Tú no quieres esto —susurré en voz baja, advirtiéndole.

—Sí, sí quiero —susurró ella. Deslicé mi mano por su cuello y de vuelta en


su largo cabello espeso. No pude detenerme. Necesitaba sentirla.

—No tienes idea de en qué te estás metiendo —contesté. Se humedeció los


labios y los dejó entreabierto poco a poco. Ya no tenía control sobre mí mismo.

—Por favor —rogó y mi cuerpo dio paso a los deseos carnales. Apreté mis
dedos con fuerza en su cabello y empujé mis labios con fuerza contra los de ella.
Deslicé mi lengua lentamente en su interior y ella empujó contra ella con la suya.
Gimió en voz baja mientras sus manos comenzaban a explorar mi cuerpo. Ella
arqueó la espalda hacia mí y pronto no sería capaz de detenerme de follarla aquí a
lo largo de la concurrida calle.
—No podemos hacer esto aquí. —Luché para recuperar el aliento. Esperaba
que no me pidiera que la llevara a casa.

—¿Dónde? —preguntó mientras empujaba sus labios contra los míos de


nuevo. Mierda. Capturé su labio inferior entre mis dientes.

—Mi casa. —Me aparté de ella para ganar la compostura. Mantuve los dedos
entrelazados en su cabello, tirando suavemente—. Tengo que explicarte algunas
cosas antes de que esto vaya más lejos —le advertí. Se mordió el labio y asintió—.
No tienes idea de lo que eso me provoca.

Solté su cabello y regresé de nuevo a la carretera. Tal vez sólo estaba


tratando de ser mi sumisa.

Tal vez no era más que atracción física. Yo podría satisfacer esas
necesidades para ella, ¿cierto? ¿A qué riesgo? Si yo era el que salía herido en el
proceso, y no ella, podría vivir con eso. Era un mal karma que me debía de
innumerables indiscreciones. Valdría la pena, para estar con ella.
9
Traducido por Nanvargas.b

N
os detuvimos frente a mi almacén unos minutos más tarde. Ella
parecía asustada y me di cuenta que debí haberle advertido que no
vivía en un hogar normal. Nos detuvimos en el interior y la gran
puerta de muelle se cerró detrás de nosotros, encapsulándonos en la oscuridad.
Salí y rápidamente rodeé hacia su lado del auto y abrí su puerta. No podía esperar
más. Necesitaba sentirla contra mí.

Esto es lo que ella quiere, me dije. La saqué del auto apretando su espalda
contra el frío metal. Mis manos vagaron por su espalda. Agarré su culo y tiré su
cuerpo apretado contra el mío. Quería que sintiera lo mucho que la deseaba. Mis
labios rozaron los suyos.

—Puedes decir que no en cualquier momento —le recordé.

Ella arqueó sus caderas contra mí y luché por no tirarla en el capó del auto y
follarla aquí mismo.

—¿Entiendes? —pregunté, respirando con dificultad. Ella asintió, su


respiración rápida y superficial. Deslicé mi mano hacia arriba y la envolví en su
cabello, tirando con dureza—. ¿Entiendes? —Mis labios rozaron su oreja y sentí su
cuerpo estremecerse contra mí.

—Sí —ronroneó en mi oído. Una vez más, empujé mis caderas contra ella.

—Sí, ¿qué? —Quería que fuera perfecto. Quería que ella fuera mía,
completamente.

—Sí, señor. —Sus palabras me atravesó como la electricidad. Mordí


suavemente su oreja.
—Buena chica. —Me obligué a apartarme de ella—. Sígueme. —Un millón
de pensamientos rondaban por mi cabeza, todos ellos de Emma. Tomé su brazo
en mi mano e hicimos nuestro camino por las escaleras, porque no quería romper
la conexión física entre nosotros. Esto era lo que ella quería. No pensaba en mí día
y noche, como si fuera de ella. Quería la única cosa que podía darle. Quería perder
el control. Pero no la había recogido en el club. No podía saber lo que estaba
pidiendo de mí. Tenía que explicarle las cosas. Tuve esta conversación antes. A
veces se da y quieren jugar, otras se iban y nunca miran atrás. ¿Qué iba a hacer si
ella se iba? ¿Y si escapa? El pensamiento me hizo sentir mal.

Saqué mis llaves y rápidamente abrí el cerrojo, empujando la puerta,


abriéndola de par en par. Quería que ella viera que no vivía en un almacén
abandonado. Lo había hecho mi hogar. Era cálido y acogedor. Las paredes de un
color marrón rico con obras de arte repartidas por todos lados.

—¿No es lo que esperabas? —pregunté, esperando algún tipo de seguridad,


alguna señal de que estaba bien. Ella asintió, una pequeña sonrisa asomando en la
comisura de su boca. Se relajó visiblemente. Cerré la puerta detrás de ella,
bloqueándola. Y de mala gana, solté su brazo.

Entré en la cocina, sus pasos resonando detrás de mí. Se detuvo en el lado


opuesto de la isla y vio como busqué alrededor en los armarios. Saqué una botella
de whisky y dos vasos pequeños. Ella me miró con curiosidad a medida que los
llenaba. La verdad era que no era para ella. Necesitaba el coraje líquido para evitar
estrecharla en mis brazos y decir cosas que me lamentaría más tarde, rompiéndole
el corazón.

—Oh, no puedo —dijo con el ondeo de sus delicados dedos. Deslicé uno de
los vasos hacia ella.

—Vas a necesitar esto. —Sonreí cerrando de nuevo mi bebida, esperando


que no se diera cuenta el ligero temblor de mis manos. Quería lanzarla sobre la isla
y abrirme paso en ella justo aquí mismo. Tal vez un día, pensé. Hoy no. Tomó su
copa y la bebió rápidamente, haciendo una mueca mientras pasaba sus labios.
Rellené los vasos.

—Tengo un gusto muy particular —le dije mientras agitaba el líquido


marrón en mi vaso antes de tomarlo. Ella bebió el suyo, esta vez su expresión
inmutable. Echó un vistazo alrededor de la habitación.

—Me gusta tu sabor. —Ella colocó su cabello detrás de la oreja.


—Eso no es lo que quise decir. —Sonreí ante su inocencia a medida que
rellenaba los vasos—. Me gusta tener el control —expliqué, esperando que ella lo
entendería—. Pero nunca haré nada que no quieras que haga. —Pude ver su
retirada ligeramente. Caminé alrededor de la isla y con cautela puse mi mano en su
cuello, deslizando los dedos por encima de su pecho, deteniéndome justo antes de
llegar a sus pechos. Su cuerpo respondió arqueando la espalda hacia mi mano.

Quería obligarme a parar pero la atracción hacia ella era demasiado grande.

—Entiendo. —Su voz resonó con una falsa confianza. Era comprensible,
estaba nerviosa. Se mordió el labio.

—Si entendiste no deberías seguir mordiéndote el labio así. —Mi cuerpo


involuntariamente empujado contra el de ella. Sus manos se abrieron camino a mi
pecho y comenzó a hurgar con los botones de mi camisa. Oh, Dios. ¿Cómo no
había notado la inocencia en ella antes? Sabía que no era como las otras, pero…—.
¿Alguna vez has hecho esto antes? —pregunté mientras intentaba tragar el nudo
que se estaba formando en mi garganta. Busqué en sus ojos, con la esperanza que
la había leído mal.

—No es un hábito en mí dormir con los profesores —respondió, el sarcasmo


tiñendo sus palabras. Detrás de eso, había nerviosismo.

—Eso no es lo que quise decir. —Me di cuenta que entendía, pero no quería
decir las palabras.

—No —susurró, mirando hacia abajo en los botones abrochados todavía de


mi camisa. Me aparté de ella, necesitando espacio entre nosotros. Ni siquiera había
pensado en el hecho de que era virgen. Muy pocos a su edad lo son. Hice mi mejor
esfuerzo para ocultar el horror en mis ojos a medida que la recordaba inclinada
sobre mi escritorio. No debo haber tenido éxito porque ella inmediatamente cruzó
los brazos sobre su pecho, su rostro labrado con el rechazo. Quería protegerla,
hacer que esa expresión triste se desvaneciera.

—Mírame —le rogué. Ella no se movió, mirando fijamente a sus pies—.


Mírame —dije de nuevo, un poco más dominante. Extendí la mano vacilante y le
alce la barbilla con los dedos. Ella no se echó hacia atrás con mi tacto. Cuando sus
ojos se encontraron con los míos me quedé helado, no quería decir lo que iba a
decir. Tomé una respiración profunda y forcé las palabras salir de mi boca—. No
puedo hacer esto. —Las palabras escocieron y ella se estremeció. Mi mente corría
con el terrible error que había cometido, dejándome ceder a lo que sentía por ella.
Las lágrimas brotaron de sus ojos y reflejaron de vuelta al monstruo en el
que me había convertido. Ella pasó junto a mí, en dirección a la puerta. No tenía
derecho a tratar de detenerla.

—Encontraré el camino a casa. —Su voz se quebró bajo su tristeza. La seguí,


agarrando su brazo y la obligué a mirarme a la cara. Necesitaba saber que no era
su culpa. Necesitaba saber que era un monstruo y que debería estar agradecida de
que no fuera más allá. Ella tembló bajo mis dedos a medida que las lágrimas
comenzaban a caer lentamente por sus mejillas. Me quedé helado. No podía
encontrar las palabras para decirle lo que sentía. Era un cobarde. Ella se soltó de mi
agarre y salió de mi apartamento.

No la perseguí. La dejé ir.


10
Traducido por Nanvargas.b

C
aminé de regreso a la isla con ganas de olvidar todo lo que había
sucedido. Corromper a Emma era un nuevo nivel de bajeza. Me serví
una copa. A medida que el líquido ardía en mi garganta, tomé otro
trago enseguida. Pensé en Emma, afuera, sola. No puedo dejarla allí sola. No
después de lo que acababa de hacerle.

Agarré mi portátil y rápidamente busqué su nombre. Me detuve en su


página del sitio de red social que había encontrado el otro día. Examiné su
información y vi su número. Marqué su número, no permitiéndome segundos para
pensarlo.

—Ven a recogerme —dijo, la tristeza aún evidente en su voz. Obviamente


no había esperado que fuera yo en el otro extremo.

—¿Dónde estás? —pregunté, con ganas de correr hacia ella, para consolarla.
Era egoísta.

—Como si te importara. —Estaba enojada y las palabras escocieron. No


podía dejarla por ahí y no había manera de que llegara a casa. No después de lo
que acababa de hacer con ella.

—Sólo quería asegurarme que llegaste a salvo a casa. —Luché para ocultar
la frustración en mi voz. Por mucho que quería asegurarme de que estaba a salvo,
quería verla a la vez. Era un lobo tras un cervatillo herido. Ni siquiera yo podía
dejar de hacerle daño.

—No voy a irme a casa. Voy a salir —dijo entre dientes y la línea se cortó. La
había rechazado y se iba a buscar consuelo en los brazos de otra persona. Maldije
en voz baja, apretando mi teléfono con tanta fuerza que los nudillos se me
pusieron blancos.
Me dirigí de nuevo a la cocina por otra copa. ¿Por qué me importa lo que
hace y con quién lo hace? La había rechazado y la había dejado ir. Era una criatura
vil ante sus ojos. Eso es lo que había querido.

Mi teléfono sonó y sentí la tristeza irse. Cambió de idea. Tomé el teléfono y


lo sostuve en alto para leer el identificador de llamadas. Es Angela. Mi corazón se
hundió. Me serví otro trago mientras pensaba en contestarle. Pronto, el
apartamento se llenó de silencio.

Rápidamente le marqué a Emma de nuevo. Necesitaba saber que estaba


bien y que no iba a hacer nada estúpido por mi culpa. Sonó tres veces antes de
que una voz respondiera, pero no era Emma.

—Hola —preguntó una mujer. Apenas podía oírla con el ruido sordo de la
música en el fondo.

—¿Está Emma allí? —pregunté, con la esperanza de tener el número


correcto.

—Ella está justo aquí. Deberías venirte. Estamos en Rapture. —Ella se rio,
arrastrando las palabras. Oí la voz de un hombre en el fondo y podría haber jurado
que pronunció el nombre de Emma.

—Tal vez —le contesté y terminé la llamada. Sabía que no debía ir, pero
Emma obviamente tenía una baja tolerancia para el alcohol, como es evidente por
su mano lesionada. No podría vivir conmigo mismo si se aprovechaban de ella.
¿Podría vivir conmigo mismo si era yo el que se aprovechaba de ella? No quería
saber la respuesta. Tomé las llaves y me fui tras ella. Sólo necesitaba saber que
estaba bien.

Me senté en el estacionamiento del club, tratando de convencerme de que


no tenía derecho a su atención. Si me iba con ella, todo el mundo me vería. No
sería capaz de mostrar de nuevo mi rostro en la universidad. Agarré la manija de la
puerta. Justo en ese momento Emma salió tropezando del club. Di un suspiro de
alivio. Tomé mi teléfono y volví a remarcar.

—¿Qué? —preguntó con amargura. Me merecía su ira, pero no lo hace más


fácil de tomar.

—Parece como si hubieras bebido mucho —dije, frustrado por su falta de


auto-control. Viniendo de mí, era risible. Salí de mi auto y me apoyé en él,
observándola. Sus ojos rápidamente escanearon el estacionamiento, viniendo a
descansar sobre mí. No pude evitar sonreír.
—Puedo cuidar de mí misma, pero gracias por tu preocupación —espetó
con rabia.

—Te daré un aventón. —Traté de ocultar la creciente frustración en mi voz.

—Bien —respondió antes de colgar. Caminó hacia mí y mi sonrisa se hizo


más amplia. Quería tomarla en mis brazos justo allí, pero en su lugar, abrí la puerta
del pasajero.
11
Traducido por LizC

E
lla parecía incómoda. Sus brazos se enrollaban firmemente
alrededor de su cintura.

—¿Te divertiste? —Odiaba ver cuán autodestructiva era


realmente. Me hizo mal.

—Me lo pasé muy bien —gruñó de vuelta. Ella no se encontraría con mi


mirada—. ¿A dónde vamos?

—De regreso a mi casa. Tienes que comer algo.

Necesitaba recuperar la sobriedad. No podía ir a casa devastada y


deprimida. Tenía que protegerme.

Al menos, eso es lo que me dije a mí mismo. Sabía que realmente quería


asegurarme de que estaba bien. Casi había irrumpido en ese club, la carrera podía
irse al infierno. Incluso con el leve zumbido de alcohol corriendo por mis venas,
sabía que estaba dispuesto a arriesgar todo por ella.

—Tengo que llamar a mi tía. Si ella llega a casa y yo no estoy allí… —Sacó su
teléfono de su bolsillo. Estiré la mano, colocando mi mano sobre ella antes de que
pudiera marcar.

El tacto de su piel contra la mía, por insignificante que fuera, envió un


zumbido eléctrico a través de mi cuerpo. Sus ojos se abrieron como platos. Ella
también lo había sentido. Tragué saliva, empujando lo que sentí más
profundamente.

—Envíale un mensaje. Dile que te vas a quedar en casa de una amiga. No se


verá que estés saliendo con tu profesor —le dije. Sus ojos se quedaron fijos en los
míos. Ella asintió y retiró de mala gana la mano. Rápidamente escribió un mensaje
y metió el teléfono en su bolsillo. Conducimos en silencio durante el resto del
corto trayecto en auto a mi casa.

A medida que nos deteníamos en el interior, me senté por un momento,


contemplando mi próximo paso. Darle algo de comer, luego llevarla Ella no es de
tu incumbencia, no tienes de qué preocuparte. Estaba decidido a no hacerle daño
de nuevo.

Salí del auto y esperé a que se uniera a mí. Hice un gesto hacia los
escalones, colocando mi mano sobre la parte baja de su espalda mientras la guiaba
al piso de arriba. Mi pulso se aceleró al sentir los músculos de su espalda.

Cuando entramos, tuve la precaución de poner un poco de distancia entre


nosotros. Rápidamente me puse a prepararle algo de comer. ¿Qué comen los
ángeles? Pensé mientras ella se acomodaba en un taburete de la barra al otro lado
de la isla central.

Tomó su sándwich, ignorando su vaso de agua. Empujé el vaso más cerca.

—Gracias —dijo en voz baja. Me pasé las manos por el cabello, tratando
desesperadamente de no centrarme en su boca mientras ella comía. Agarré mi
botella de licor y llené mi vaso. Comió en silencio a medida que me observaba
deslizar más y más lejos.

—Lo siento… por lo de antes.

Tenía los ojos fijos en su comida.

—Yo soy el que debería disculparse —contesté, sacudiendo la cabeza—.


Nunca debería haberte traído aquí. No puedo hacerte esto.

Decir las palabras en voz alta se sintió como un puñal en mi pecho. Tomé
otro trago. Ella se apartó del mostrador y se dirigió hacia la puerta.

—Ya has dicho eso. —Su voz fue pequeña y estaba a punto de perder el
control de nuevo. La seguí, sin permitirme pensar en las consecuencias. Ella abrió la
puerta y yo la empujé cerrándola detrás de ella.

Tenía que explicarme. No podía dejar que pensara que algo de esto era su
culpa. La había cazado como un animal.

Se volvió lentamente hacia mí. Estaba lo suficientemente cerca para sentir el


calor de su cuerpo. Una sola lágrima se deslizó por su mejilla. Soy un animal
jugando con su comida.
—No dije que no te deseo, dije que no puedo.

Sequé las lágrimas con mi pulgar. Ella no se apartó de mí. Su expresión


cambió de querer escapar al deseo puro. Tomó mi mano entre las suyas y la
sostuvo contra su cara. Ella también lo sentía.

—No quieres esto —susurré mientras ella se acercaba. Sus manos dejaron
las mías y poco a poco comenzó a desabrochar los botones de mi camisa. Esta vez,
con las manos firmes. Empujó la camisa de mis hombros, dejándola caer al piso.
Agarré la parte inferior de mi camiseta y la saqué por mi cabeza. Mis ojos nunca se
apartaron de los suyos. Comencé a deshacer mi cinturón a medida que sus manos
se deslizaban por mi pecho. Lo doblé en mis manos y desabroché el botón,
dejando que mis vaqueros colgaran bajo en mis caderas—. Estás siendo una chica
muy mala.

El atisbo de una sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

Podía oír el nerviosismo en su voz. Tomé su mano sana y la bajé hasta mi


cremallera. Empujé contra ella para que así pudiera sentir lo mucho que la
deseaba. Ella abrió la boca, pero no se apartó. Me incliné más cerca de su oído,
dejando que mis labios rozaran en su contra.

—Voy a castigarte.
12
Traducido por LizC

S
u mano se flexiona contra mí y casi me caigo de rodillas con su toque.
Empecé a oscilar lentamente contra ella mientras su mano se mueve
delicadamente sobre mí.

—Esa es suficiente diversión para ti. Ahora es mi turno.

Quería dominarla. Quería hacerla sentir cosas que nunca había imaginado.
Quería que se soltara y darle placer a través de mí. La llevé a mi dormitorio en el
otro extremo del piso.

—Aquí, yo estoy a cargo. Aquí me perteneces.

Sus ojos oscilaron sobre la cama.

—Vamos a tomar las cosas con calma al principio.

Caminé hacia ella lentamente, rogando para que no huya. Deslicé mis
manos a ambos lados de su cara y poco a poco me incliné para besarla. Ella no se
apartó de mí. Después de un momento, su cuerpo se relajó contra el mío, sus
labios abriéndose, dándome entrada. Sus manos se levantaron, y trazó los dedos
por mi estómago. La agarré rápidamente. No estaba dispuesto a no tener un
control total y absoluto.

—No puedes tocarme a menos que yo te lo diga. ¿Entiendes?

Ella entendió por completo. Sacrificándose al lobo voluntariamente.

Mi boca encontró la suya una vez más y retomamos donde lo habíamos


dejado. Deslicé mis dedos bajo el dobladillo de su camisa. Ella jadeó en voz alta
ante mi tacto, pero no me detuvo. Estaba esperando a que huyera en cualquier
momento, pero no lo hizo. Retiré mi boca de la suya para mirarla mientras poco a
poco rodeaba su estómago con mis dedos. Su cuerpo vibró debajo de mí. Tiré de
la camiseta por encima de su cabeza y di un paso hacia atrás para devorar todo de
ella. No estaba usando sujetador. Eso era un regalo inesperado. Cruzó los brazos
sobre el pecho, tratando de esconderse.

—Mueve tus brazos. Quiero verte.

Me arrepentí de mi tono, pero ella hizo lo que le pedí. Sus brazos cayeron,
de mala gana, a los costados. Se mordió el labio inferior entre los dientes mientras
miraba al suelo.

—Mírame —ordené. Sus ojos se encontraron con los míos, poniendo todo
mi cuerpo en llamas. Me acerqué a ella, como una abeja a una flor.

Seguí la parte superior de sus pantalones vaqueros con mis dedos,


permitiéndoles sumergirse ligeramente fuera de la vista. Su mirada no se apartó de
la mía mientras me acercaba lentamente, permitiendo que mis labios rozaran la
delicada piel de su cuello. Se estremeció debajo de mí cuando la exploré un poco
más con mi lengua. Me dirigí a sus pechos, deslizando mi boca sobre uno de sus
pezones mientras iba abriendo el botón de sus vaqueros. El sonido que escapó de
su boca era el ruido más erótico jamás pronunciado. Levanté la vista hacia ella,
mientras repetía la acción de golpeteo con la lengua. Se estaba desasiendo
lentamente y al borde del éxtasis. Sus dedos se enrollaron en mi cabello y tiró con
suavidad.

—Mala chica —le regañé—. Sé cómo podemos arreglar eso.

Había estado muriendo por este momento. No me gustaba cuando alguien


rompía las reglas, pero sabía que lo que vendría después sería pura felicidad. Lamí
mis labios ante la vista de ella, jugando con la correa en mis manos.

—Acuéstate.

Hice un gesto hacia la cama. Ella no vaciló ni un segundo. Deslizó su cuerpo


más allá del mío, asegurándose de rozar su pecho desnudo contra el mío. Se
arrastró por la cama, acostándose en el centro. No podía apartar la mirada. La
seguí, arrastrándome sobre la parte superior de su cuerpo, cuidando de no apoyar
ningún peso sobre ella. Deslicé el cinturón lentamente por su estómago y
ligeramente por encima de su pecho.

—Dame tus manos.

Ella las colocó frente a mí. Poco a poco enrollé el cinturón alrededor de ellas
y las empujé por encima de su cabeza, asegurándolas a la cabecera. Quería sentir
sus manos sobre mí, pero no podía. No podía dejar que nadie me toque. Me
dolería demasiado en la ausencia de sus manos.

—Así está mejor —le susurré al oído. Tracé pequeños besos por su
mandíbula dejando un rastro de piel de gallina tras ellos. Mi boca encontró la de
ella rápidamente. Esto me lo podía permitir. Su lengua empujó contra la mía y mis
caderas involuntariamente se arquearon contra ella en respuesta. La tenía justo
donde la quería y ella me tenía a mí.

Deslicé mis manos más abajo, empujando sus pantalones vaqueros,


cuidando de dejar sus bragas en su lugar. No queriendo forzar demasiado las cosas
y demasiado pronto. Pensé en el hecho de que no le había dado una palabra de
seguridad. No quería asustarla. Si ella me decía que parara, lo haría, sin dudarlo.
Me cerní aún más sobre ella, besando mi camino a su pecho, con especial atención
a sus pezones endurecidos. Ella comenzó a jadear, su pecho subiendo y bajando
con fuerza debajo de mis labios.

—Shhhh… —susurré contra ella provocando piel de gallina bajo mi aliento.


Deslicé mi mano más abajo, frotando sobre la delicada tela de sus bragas. Se
derritió bajo mi toque. Un profundo gemido escapó de su garganta. Me detuve
inmediatamente—. Te lo advertí.

Sonreí cuando se vio dolida, anhelando que la tocara de nuevo. Me levanté


de encima.

—Date la vuelta —le ordené pero ella no se movió—. ¡Ahora! —siseé.

Se volcó sobre su estómago. Y lentamente, deslicé los pantalones por sus


caderas y los arrojé al otro lado de la habitación. Mis manos habían estado
ansiando volver a tocarla. Deslicé mis manos sobre su trasero mientras me
esforzaba por no venirme ante la mera visión de ella. Dejé que mis dedos se
sumergieran entre sus piernas haciendo que su aliento se detuviera. Cuando tomó
otro respiro, llevé mi mano hacia abajo a través de su trasero. Ella chilló por el
contacto repentino.

—Shhh… —le advertí, probándola. Llevé mi mano de nuevo hacia abajo. No


hizo ningún sonido y no pude evitar sonreír con orgullo. Froté sobre la marca color
rosa y la besé suavemente. Le di un manotazo por última vez. Permaneció en
silencio. Me incliné sobre ella y susurró a su oído—. Buena chica.

Abrí la cremallera de mis pantalones y me los quité, ansioso por estar más
cerca de ella.
—Ahora tú consigues una recompensa.

Bajé mi cuerpo sobre ella, colocándome entre sus piernas. Empujé contra
ella y para mi sorpresa, su cuerpo empujó contra el mío.

—¿Me deseas? —pregunté, casi sin poder hablar.

—Sí —jadeó ella y mis caderas se flexionaron contra ella.

—Sí, ¿qué?

Necesitaba oírselo decir.

—Sí, señor —gimió. Tuve que apartarme de ella. No sería capaz de evitar
acabar en ella si no lo hacía.

—Aún no —le respondí, obligándome a dejarla. Ella tiró del cinturón que
ataba sus manos—. Date la vuelta —comandé.

No vacilé esta vez. Le di la vuelta para enfrentarla. Esperé a que la sorpresa


la albergara cuando me viera desnudo, acariciándome a mí mismo.

—Abre las piernas —le ordené. Ella movió sus piernas lentamente—. Más
amplio —grité, un poco más duro de lo que quería. Lo hizo, sus ojos nunca
dejando mi mano. Busqué en sus ojos alguna señal de miedo, algún signo de
arrepentimiento. No había ninguno.

Me arrastré sobre ella, posicionándome entre sus piernas. Me froté sobre sus
bragas, reflejando la acción de mi otra mano. Ella empujó contra mis dedos. Sus
ojos se cerraron. Empecé a acelerar mi ritmo.

—Mírame. —Mi voz era baja y salió como un gruñido. Abrió la boca, pero no
hizo ningún sonido.

Me incliné y rocé mis labios sobre la cara interna de su muslo. Se retorció


debajo de mis labios. Sostuve sus piernas en su lugar mientras deslizaba mi boca a
lo largo del borde de su ropa interior. Los moví a un lado y poco a poco empecé a
tentarla con mi lengua. Su cuerpo se arqueó y empujó contra mí. Deslicé mi dedo
dentro de ella, preparándola para mí. Seguí trabajando en ella con mi lengua
mientras movía mi dedo con mayor rapidez. A medida que sus caderas
estabilizaban su ritmo con mi dedo, deslicé otro dentro de ella. Podía sentir sus
paredes apretándose alrededor de mí mientras sus dulces jugos llenaban mi boca.
Su cuerpo se estremeció debajo de mí cuando el puro placer la atravesó. Me retiré,
lamiendo los jugos de mis dedos mientras me arrastraba a lo largo de la longitud
de su cuerpo.

—Sabes increíble. Quiero que pruebes lo increíble que eres.

La besé con fuerza, obligando mi lengua dentro de su boca. Sabía que se iba
a resistir, pero no me importó. Aquí, yo estaba a cargo. Aquí, eran mis reglas. Ella
luchó contra mi boca mientras empujaba contra mí. Empujé mis caderas con más
fuerza contra ella. Se resistió contra mí, ahora devolviendo mi beso, con fuerza.
Enrollé mis dedos en sus delicadas bragas amarillas y tiré, haciendo que se
desgarren en mis dedos. Me presioné contra ella, dejándola sentirme en su
entrada. La besé, moviéndome dolorosamente lento. Su cuerpo se tensó a mí
alrededor. Me contuve a la espera de que se relajara un poco más. La besé
despacio, con ternura, hasta que sentí que se tornaba más a gusto, meciendo
lentamente sus caderas hacia las mías.

—¿Duro? —pregunté, no queriendo lastimarla más de lo que sabía que lo


haría. Si no aquí en el dormitorio, entonces más tarde, cuando se diera cuenta de
qué clase de hombre que soy.

—Sí —gimió, arqueando su parte inferior hacia mí. Empujé una y otra vez
hasta que estuve totalmente dentro de ella.

Tiró del cinturón y me alegré de haberla asegurado firmemente. De repente


me detuve, aquietándome dentro de ella a medida que me quedaba sin aliento. Me
salí de ella cuando la confusión se apoderó de su rostro. Tomé un condón del
cajón a mi lado e hizo un rápido trabajo al ponerlo en su lugar, deseando
desesperadamente estar dentro de ella una vez más.

—Si me pongo demasiado rudo, necesito que me lo digas —le advertí. Ella
se mordió el labio y asintió, pero necesitaba oírselo decir. Para asegurarme que
entendía—. ¡Respóndeme! —le ordené. Empujé contra ella, burlándome de ella.

—Sí, señor —gimió. No pude controlarme más cuando las palabras se


derramaron de sus labios. Entré en ella totalmente, necesitando sentirla a mí
alrededor. Me deslicé entre nuestros cuerpos, frotándola, desesperado por sentir
sus paredes contraerse alrededor de mí otra vez. No tomó mucho tiempo. Se
resistió contra mí mientras yo seguía el ritmo, queriendo asegurarme que estaba
complacida. Se me ocurrió que había pasado mucho tiempo desde que había
puesto el placer de otra persona antes que el mío. Ella se tensó alrededor de mí y
yo empujé con más fuerza, buscando mi liberación a tiempo con la de ella.
Me desplomé sobre ella, estirándome hasta desatar perezosamente sus
manos.
13
Traducido por Magdys83

M
e salí de ella y empecé a ponerme los pantalones, pasando mis
manos a través de mi cabello. ¿Qué había hecho? Me permití robar
una mirada hacia ella. Ella yacía desperdigada en mis antes
sábanas blancas, frotando cautelosamente sus muñecas. La pequeña salpicadura
carmesí arruinando la visión de un ángel. Agarré su ropa y se la lancé, sin querer
ver lo que había hecho por más tiempo.

Tomé la pequeña pieza rasgada de tela que alguna vez fueron sus bragas y
las deslicé en mi cómoda. Dejé la habitación sin mirar hacia atrás a ella. Se merecía
algo mejor.

Serví una bebida y la tragué rápidamente, pasando una mano bruscamente


a través de mi cabello. Me daba asco. Justo cuando me regodeaba en mi propia
autocompasión, dos delicados brazos se enrollaron alrededor de mi muñeca. Mi
estómago se torció ante el contacto íntimo. Quería disculparme con ella, implorar
su perdón pero las palabras no salían.

—No —fue todo lo que pude manejar.

—¿He hecho algo mal? —preguntó. Sus palabras me atravesaron. ¿Cómo


podía pensar que había hecho algo mal? ¿Qué clase de jodido monstruo era yo?
No podía respirar. Me bebí otro trago. Mi mente corriendo a medida que en mi
cuerpo reinaba el entumecimiento—. Me voy a ir. No vivo lejos de aquí.

Su voz amortiguada en comparación con mis propios pensamientos


mientras me maldecía.

El siguiente sonido que escuché fue el sonido de la puerta principal


cerrándose y Emma se había ido. Era medianoche y estaba tan enfrascado en mi
propia miseria que la dejé marcharse.
Sin pensarlo dos veces, la perseguí. Entré en mi auto y me dirigí hacia la
carretera principal. Me tomó sólo un momento el verla, un perfecto ángel caído
caminando entre nosotros los indignos humanos. Mis faros creando un halo
angelical alrededor de ella. Me odié por rondarla. Me dije que era por ella. No era
seguro para ella estar fuera a estas horas de la noche. La verdad era que, para ella
era menos seguro estar conmigo.

—Entra —grité pero empezó a caminar más rápido—. Entra —grité de


nuevo.

—Vete a la mierda —me gritó, su cara llena de indignación. Frené el auto en


seco, mi furia empezando a desbordarse. Salté fuera del auto, usando sólo mis
pantalones vaqueros. Ella se detuvo, mirándome como si la hubiera asustado,
debería—. ¡Déjame en paz! —Me empujó pasándome a un lado. Apreté mis puños
y fui detrás de ella.

—¡Vamos! —dije, agarrando su brazo y empujándola hacia el auto. ¿Por qué


estaba siendo tan condenadamente terca? ¿No sabía qué clase de hombres
estaban en estas calles? Yo era de estas calles. Abrí la puerta y esperé. Ella dejó de
luchar contra mí y se deslizó dentro, derrotada. Cerré su puerta y emprendí el
camino alrededor del auto. Apretando mi mandíbula, azoté la puerta detrás de mí.
Ella saltó con el sonido. Tomé un respiro hondo, tratando de recuperar el control.
No quería asustarla—. No debería haber dejado que te fueras —dije, intentando
sonar relajado.

—¿En cuál oportunidad? —preguntó, sus palabras llenas de odio. Apreté


firmemente el volante, tratando de mantener la calma.

—No soy bueno para ti, Emma. —Ella me miró, sosteniendo brevemente mi
mirada. Tenía la esperanza de que pudiera ver el arrepentimiento en mis ojos.

—Sí, lo entiendo. No me quieres. —Estaba al borde del llanto. Sus palabras


duelen. Era como ser abofeteado en la cara. Algo que merecía.

—¿No te quiero? —No lo pude evitar pero reí, enigmáticamente—. Emma,


acabo de tenerte. —No tenía idea de cuán desesperadamente la deseaba. Quería
más de ella de lo que nunca me permitiría tomar—. ¿Es eso lo que querías para tu
primera vez? ¿Una persona atándote? ¿Follándote y humillándote? —Estaba
asqueado conmigo mismo.
—Eso no es obviamente lo que me imaginaba, pero yo… lo disfruté —
respondió tímidamente. Sus palabras viajaron a través de mí, agitando algo
primitivo dentro de mí.

—Sé que lo hiciste. —Se mordió el labio y metió su cabello detrás de su


oreja. ¿Qué coño estoy haciendo?

—No es como si no pudiéramos intentarlo de nuevo. —Su cara se enrojeció.


Tragué duro. No podía dejar que cometiera este error de nuevo. Negué con la
cabeza. Ella agarró de la puerta, preparada para correr.

—¡Emma! —Mi voz salió con pánico, agarré su brazo, desesperado por evitar
que saliera—. No quería decir que no quiero volver a hacerlo, es sólo que no
puedo darte lo que quieres. Lo que pasó allí es todo lo que sé. Nunca habrá nada
más que eso conmigo. No me acerco a las personas. No me preocupo por las
personas —mentí. Era un maldito mentiroso y cobarde.

—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué no me dejas caminar a casa? —
Ella podía ver a través de mí.

—No lo sé —respondí, dejando su brazo deslizarse de mis dedos. Sabía lo


que ella quería escuchar. Un maldito cobarde.

—Buenas noches, señor Honor. —Se retiró discretamente en la oscuridad.

—William —grité detrás de ella, queriendo mostrarle que tenía razón sobre
mí, que en el fondo en algún lugar ella había penetrado. Que había algo diferente
en ella. Algo especial.

—¿Qué? —preguntó, dando media vuelta hacia mí.

—Mi nombre es William. Por favor, entra en el auto. No es seguro aquí para
ti. —Nunca me perdonaría si algo le pasara. Ella se quedó parada ahí, decidiendo
qué destino sería peor—. Por favor. —Mi pulso se aceleró mientras ella dio un paso
más cerca del auto.

Conducimos en silencio a través de la ciudad mientras la llevaba a la casa de


su tía. Disfruté los últimos minutos de oler el perfume de flores que persistía
alrededor de ella. Su casa estaba vacía y oscura, pero a Emma no parecía
importarle. Supongo que la dejaba por su cuenta no pocas veces.

—Gracias —susurró mientras salía. No podía verla. Probablemente sería el


motivo de años de terapia para ella.
Di marcha atrás en la calle, subiendo la radio para ahogar mi propia
conciencia.

—En verdad extraño tu cabello en mi cara, y la forma en que sabe tu


inocencia.

Un nudo se formó en mi garganta, apagué la radio y regresé a casa en


silencio. No podía darle nada más que dolor.
14
Traducido por Magdys83

D
esperté en el sofá, estirando el brazo para alguien que no estaba ahí.
No me podía dormir en mi cama solo. Pasé mis dedos a través del
cabello y tropecé en la cocina, sirviendo una taza de café. Miré
alrededor por mi teléfono y me di cuenta que lo había dejado anoche en mi auto.
Cuando abrí la puerta, un diminuto pedazo de papel revoloteó hacia el piso. Lo
recogí y lo giré entre mis dedos. Lo leí. Mientras las palabras se hundían, lo dejé
revolotear en el suelo. Corrí a toda velocidad hacia mi auto e inmediatamente
comencé a llamar a Emma. Su teléfono sonaba hasta la saciedad. Corrí por las
escaleras, agarrando la nota mientras me puse la ropa. Necesitaba asegurarme de
que estaba bien. Si algo le pasaba por mi culpa, no sería capaz de vivir conmigo
mismo.

Llegué cruzando la ciudad en tiempo record. La calzada de Emma estaba


vacía. Llamé para estar seguro pero no respondió. Golpee en la puerta, esperando
que estuviera bien. La puerta se abrió y ella estaba parada, viéndose un poco
impactada y absolutamente deliciosa. No estaba usando nada más que una
camiseta demasiado grande. Tuve que dedicar un momento para recuperar mi
compostura.

—¿William? —Mi nombre sonaba dulce en sus labios.

—¿Estás bien? —Busqué en su cara por alguna señal de dolor.

—Estoy bien —dijo mientras caminaba hacia la cocina. Entré de mala gana,
no quería que nadie me viera—. ¿Qué pasa? —preguntó mientras preparaba su
desayuno.

—¿Por qué no respondiste a mi llamada? —Estaba cada vez más frustrado


con su actitud calmada. ¿Me estaba ignorando a propósito?
—Iba a hacerlo tan pronto como comiera algo. —Sostenía la espátula para
mostrarme que en realidad estaba ocupada—. ¿Por qué estás aquí? ¡Si mi tía
estuviera en casa llamaría a la policía! —La vi sacar un plato adicional, así que sabía
que tenía razón en que no había nadie más en casa. Su camiseta se levantó cuando
alcanzó la despensa, revelando sus pequeñas bragas de algodón. Sentí que me
endurecía. Me aclaré la garganta.

—Estacioné calle abajo. ¿Ha venido alguien por aquí? ¿Alguien que
pareciera extraño? —No pareció tomar mi apremio con seriedad.

—Sólo tú —bromeó. Puse los ojos en blanco y tomé el plato adicional de


comida de su mano—. ¿Por qué? ¿Estás buscándome alguien? —preguntó. Intenté
no parecer demasiado preocupado. Pasé mis manos a través del cabello y deje salir
un suspiro hondo.

—No puedo dejar de pensar en ti. —Sus ojos se encontraron con los míos y
no podía pensar en otra cosa. Ella se ruborizó y esquivó la mirada—. Mírame. —No
tenía idea de cuan absolutamente perfecta era. Cuando sus ojos se encontraron
con los míos no podía dejar de tocarla. Acaricié su mejilla con el dorso de la mano.
Ella no retrocedió. Mordió su labio y esa fue mi perdición. Encontré sus labios con
los míos. Mis dedos se mezclaron por todo su cabello.

—No podemos —gimió mientras besaba un sendero hasta el hueco de su


garganta. La giré, flexionando su cuerpo sobre la mesa. Las bragas de algodón
asomando por debajo de su camiseta.

—Mejor me enseñas tu habitación antes de que te folle aquí mismo. —Tracé


la línea de su ropa interior con la punta del dedo.

—Bien —jadeó.

—Buena chica —susurré en su oído antes de dar marcha atrás y dejarla


ponerse en pie. La seguí por el estrecho pasillo, ansioso por tocarla de nuevo.
Estaba embriagado por su belleza. No podía resistir por más tiempo la fuerza que
tenía sobre mí.

Mientras alcanzaba la puerta, no podía detenerme más. La levanté y llevé


adentro, pateando la puerta cerrando detrás de nosotros. Ella envolvió sus brazos a
mí alrededor y por una vez, no retrocedí ante su toque. La recosté en la cama y
empecé a desvestirla. Me veía con grandes ojos de ciervo, mordiendo su labio
mientras me esperaba para que la tocara de nuevo. La tomé la longitud de sus
piernas mientras desataba el cinturón. Ella era la perfección.
—No tienes ni idea de las cosas que quiero hacerte. —Las palabras
quemaban cuando salían de mis labios. En verdad no tenía idea de las cosas que
corrían a través de mi mente. Luchaba internamente por no convertirme en esa
persona para ella, pero no había nada que quisiera más. Ella llegó hasta mí,
dejando a sus dedos descender por mi estómago. Evidentemente sabía que estaba
rompiendo una de mis reglas. Tomé sus muñecas en mi mano y las obligue a
volver a la cama, dejándolas descansar arriba de ella—. Me gusta cuando luchas. —
Mis palabras salieron en un gruñido. Ella corcoveó sus caderas contra la mía. La
agarré más duro, obligando a sus manos a estar arriba de su cabeza. Sumiso
perfecto. Rápidamente aseguré el cinturón alrededor de sus muñecas y dediqué un
momento a admirarla—. Eso está mejor.

Sonreí mientras una mueca divertida jugueteaba en su cara. Pasé la punta


de mis dedos por la longitud de su cuerpo. Cuando alcancé sus caderas las apreté
firmemente y la empujé hacia el borde de la cama. Ella jadeó por el movimiento
repentino. Solo deseaba poder ver su expresión cuando la volteara sobre su
estómago. Su cuerpo se plegaba en la cadera mientras sus piernas colgaban por el
borde de la cama. Rápidamente bajé mis pantalones y tomé mi tiempo lentamente
para desprender sus bragas de su trasero, dejándolas caer al piso alrededor de sus
rodillas.

Llevé mi mano sobre su trasero. Ella sujetó las cobijas en sus puños y
lloriqueó. La metí de nuevo, esta vez entrando en ella antes de que pudiera
recuperar el aliento. Ella gimió. No la detuve. Serpentee mi mano en su boca y dejé
que su grito se amortiguara en mis dedos. Empujé en ella rápidamente, sin
compasión. Su cuerpo se puso rígido debajo de mí. Me aseguré que escuchara
cuan complacido estaba con ella. Su lengua corrió a través de la longitud de mis
dedos. La mordí suavemente en el lóbulo de su oreja mientras mis dedos se
deslizaban en su boca y ella los chupaba suavemente. Me moví al ritmo de su boca,
empujándola más lejos mientras mi otra mano la agarraba del cabello. La sentí
empezar a apretarse a mí alrededor y yo estaba peligrosamente cerca de correrme.

—¡Emma! —Una voz le gritó desde el otro extremo de la casa. Apreté mi


mano firmemente sobre su boca mientras su cuerpo temblaba debajo de mí. Me
deslicé dentro de ella dolorosamente despacio y se quedó quieta, escuchando.

—Shh… —susurré en su oreja mientras su cuerpo finalmente se quedaba


inmóvil debajo de mí—. Terminaremos esto más tarde. Realmente necesitas
conseguir tu propio lugar. —Rápidamente desaté sus manos y empezó a vestirse.
Yacía inmóvil ante mí. Empujé sus bragas por sus muslos, seguidos de besos.
—Ve a ver lo que quiere antes de que venga aquí. —Dejó de mala gana la
cama. Sus ojos fijos en mi pecho—. Terminaremos esto más tarde —le prometí
mientras la veía girar y salir. Me puse la camiseta y caminé hacia la ventana de la
habitación. Ya estaba abierta. Tenía que recordar eso. Le di un vistazo al retrato de
ella que parecía ser de hace uno o dos años. Estaba sonriendo y sentada en el sol,
su largo cabello oscuro colgaba perfectamente alrededor de su cara. La deslicé en
mi bolsillo antes de trepar afuera y dirigirme hacia la calle donde estaba mi auto.

Me senté con las manos en el volante, apretándolo firmemente, tratando de


convencerme de irme. Mi teléfono vibró en mi bolsillo.

«Esta es una mala idea».

Mi corazón cayó en mi pecho mientras leía las palabras. Llegué demasiado


lejos para negarme a ella por más tiempo.

«Es demasiado tarde para eso. ¿Estás sola?»

Esperaba que no se alejara. Todavía podía sentirla contra mi piel. No podía


imaginarme no sentir eso de nuevo.

«Estoy en mi auto».

Ella no dijo que no. Necesitaba verla.

«¿Dónde estás?»

En la tienda de comestibles cerca de mi casa.

«Voy para allá».

No podía conducir lo suficientemente rápido para acercarme a ella. Mi


obsesión por ella me estaba haciendo enfermar. No había otra manera ahora, ella
iba a salir lastimada y sería por mis manos. Si tenía algún sentimiento en lo más
mínimo debería conducir por otro lado.

Entré en el estacionamiento de la tienda de comestibles y busqué su auto.


Estaba haciendo más y más difícil el respirar.
15
Traducido por Nanvargas.b

T
an pronto como la vi, no podía apartar los ojos de ella. Me miró con
expectación. Sabía que el daño ya estaba hecho. No la merezco.

—¿Estás bien? —pregunté, caminando lentamente, esperando


que ella no me evitara.

—Estoy bien

Solté el aliento, no sabía que lo estaba sosteniendo, tomé su rostro entre


mis manos. La besé suavemente en la frente. Me di cuenta que algo estaba
molestándola, pero estaba bastante seguro que no era yo.

—Sacaré tus cosas. Espera en mi auto. —Apreté mi quijada mientras


pensaba en lo que debe haber ocurrido entre Emma y su tía. Agarré el bolso y me
dirigí a mi auto, obligándome a que no me importe. Sabía que ella estaba teniendo
dudas sobre nosotros. Sus mensajes reproduciéndose en mi mente.

—¿Encontraste todo? —preguntó a medida que deslizaba su bolso en el


asiento trasero. Asentí, no quería que viera la rabia que hierve bajo la superficie.
Me sentía enfermo que alguien le hiciera daño. Metí su cabello detrás de la oreja.
La ironía de mis pensamientos sin pasarme por alto. Tenía la esperanza de que un
día confiaría en mí. Quería saber por qué estaba siendo tan autodestructiva.
Siempre había sido bastante imprudente con mi propia vida, pero no podía
soportar verla destruir la suya. Tal vez eso es todo lo que estaba mal con ella, una
manera de destruirse a sí misma.

Viajamos en silencio. Ella miró por la ventana a toda la gente en las calles. La
cara de Emma parecía triste y como si estuviera a un millón de kilómetros de
distancia. Puse mi mano sobre su pierna para consolarla. Podría haber dicho algo
para hacerla sentir mejor, pero las palabras me fallaban. Estaba tan perdido
preguntándome por qué me molestaba tanto. No me gusta ver a ninguna mujer
haciéndose daño. Por lo menos, no fuera de la habitación. Esto era diferente y esta
mierda me asustaba. He tenido problemas para convencerme que la atracción que
tenía era puramente física, pero ver sus emociones tristes y apartadas había
despertado algo dentro de mí que no sabía que era capaz de sentir.

Mi mente se trasladó rápidamente a la nota. Si alguien quería hacerme daño,


estaba seguro que les había dado muchas razones. Si querían hacerle daño a
Emma, dejo que el pensamiento se desvanezca.

Cuando llegamos a mi casa el aire está completamente saturado con su


tristeza. Puse mi mano en la parte baja de su espalda mientras nos guio por la
escalera oscura. Ella no habló y no iba a presionarla. No tenía derecho a
preguntarle qué estaba pasando. Me excuso a mi habitación para agarrar algo para
que se lo ponga. Necesitaba un momento para pensar. Rastrillé mis manos por el
cabello tratando de averiguar lo que podía hacer para ayudarla a apartar su mente
de lo que debe estar sintiendo. Podría quitarle su dolor. Podría hacerle olvidar.
Pero, ¿quién se va a llevar mi dolor? Salí de mi habitación con una nueva
resolución. Quería que ella no sintiera nada de lo que sentía en ese momento.
También quería que supiera que estaba haciéndome daño. Su ligero rechazo
anterior aún escocía.

Salí de mi habitación y me dirigí hacia ella.

—Quiero mostrarte algo. —Ella no respondió. Sus ojos estudiando la sala


cavernosa—. Vamos.

La convencí. Sus ojos se posaron de nuevo en mí, pero en realidad no me


miraba. Caminé lentamente hacia el otro lado de la sala. El suave sonido de sus
pies acolchado detrás de mí en el suelo de madera era el único sonido que podía
oír por encima del latido de mi corazón palpitando en mis oídos.

Llegamos a las puertas del ascensor y tomé una respiración profunda antes
de abrirlo. Si salía corriendo de mí ahora sería mi perdición. Entré. Ella dudó por un
momento y luego se unió. Subimos en silencio, uno al lado del otro al piso de
arriba.

Se abrieron las puertas a la gran sala oscura. Envolví mis brazos alrededor de
su cintura y la guie hacia delante, rogándole en silencio que no corra. Sentí su
cuerpo tensarse bajo mis dedos. Quería que se sintiera a gusto. Quería que se
presentara ante mí totalmente para poder olvidarse de la tristeza y simplemente
sentirse atendida.
—¿Qué es esto? —preguntó, su voz más fuerte de lo que esperaba.

—Aquí es donde juego. —Sentí un escalofrío involuntario correr a través de


la longitud de su cuerpo.
16
Traducido por Nanvargas.b

M
i mano se deslizó por su cuerpo hasta su garganta. Podía sentir la
sangre pulsando a través de la fina piel de su cuello mientras me
inclinaba más cerca para inhalar el aroma de las flores flotando
desde su cabello. Después de todo, había empezado a sentir de nuevo. Quería
estar con ella, compartir esto con ella. Mi mente pensó en sus mensajes y la
amenaza que había recibido. Estaba perdiendo el control y maldita sea, lo odiaba.

Volvió la cabeza lentamente hacia mí, su cálido aliento soplando en mi cara.

—Quiero hacerte daño. —Nunca me había sentido tan abierto, tan crudo.
Ella no corrió, no se apartó.

—Tal vez quiero ser herida.

Las palabras me sorprendieron. Me puse rígido contra ella, preguntándome


si lo había soñado. Mi cuerpo respondió, mi boca encontrando la suya. Deslicé mi
mano en su cabello y empujé sus labios con más fuerza contra los míos, sin poder
tener suficiente de su dulce sabor. Quería beber tanto de ella como sea posible
antes de que se diera cuenta que no era nada más que un error. Mis propios
pensamientos me cortaban como un cuchillo.

—Ponte de rodillas —jadeé y ella obedeció inmediatamente, dejándose caer


delante de mí. Sus ojos flotaron hasta los míos, a medida que esperaba con
expectación. Empecé deshaciendo mi cinturón, observándola. Ella no se movió, no
miró hacia otro lado. Me desabroché los pantalones y lentamente bajé la
cremallera—. Tómame en tu boca.

Mi mano se deslizó de nuevo en su largo cabello sedoso. Sus manos se


deslizaron dentro de mi bóxer y lentamente, tiró hacia abajo hasta que estuve
desnudo frente a ella. Me observó, sin saber qué hacer. Envolví mi mano libre
alrededor de mí y empujé hacia delante, la punta de mi miembro contra sus cálidos
labios entreabiertos. Sus ojos se clavaron en los míos una vez más y su lengua
empujó lentamente en mi contra. Era incapaz de no mostrar lo mucho que la
deseaba. Empujé de nuevo las caderas. Esta vez, sus labios se abrieron y me
permitió deslizarme fácilmente dentro de su boca caliente. Su lengua se
arremolinó y rodeó por mi longitud a medida que continuaba empujando dentro
de ella. Me lamí los labios, con ganas de saborearla igual. Ella comenzó a moverse
más rápido, sus ojos sin apartarse ni un segundo de los míos. Estaba totalmente en
control, pero impotente ante ella. Había hecho cosas para mí que ninguna otra
mujer había hecho. La ansiaba.

—Detente.

La palabra salió de mi boca entrecortada e insegura. Ella no respondió al


principio. Agarré más apretado su cabello, sosteniendo su espalda. Tiré
suavemente, y ella lentamente se puso de pie. No podía dejarme ir, no podía
confiar en mí mismo para dejarla ir. Llevé mi mano libre y la deslicé hacia abajo
sobre la curva de su cadera, sumergiéndola entre el vértice de sus muslos.

Su respiración escapó entrecortada.

—Por favor —rogó y casi me corro con el sonido de su voz. Me abracé con
fuerza a su cabello, sin querer dar más de lo único que tenía. De control.

—Me gusta cuando ruegas.

Levantó el pecho y cayó rápidamente a mis palabras. Comencé a caminar


hacia atrás en dirección a la pared, con los ojos fijos en la otra. Su espalda chocó
contra la pared y ella dejó escapar un pequeño gemido. Solté su cabello y agarré el
dobladillo de su camisa, tirando hacia arriba más o menos por encima de su
cabeza. Mis dedos se desaceleraron al descubrí el botón de sus vaqueros y la solté.

—Vas a necesitar una palabra de seguridad.

Me incliné más cerca, dejándola sentir mi aliento en sus labios. Sus ojos se
abrieron como platos.

—¿Una palabra de seguridad? —Ella parecía no entender.

—En caso de que quieras que me detenga.

Un pequeño atisbo de sonrisa surgió en su cara. Sabía que detenerse era la


última cosa que quería, pero no tenía idea de lo que estaba por venir.
—No creo que… —empezó a decir, puse un dedo sobre sus labios para
evitar que pensara en eso.

—Es solo por si acaso —la tranquilicé. Mi respiración salía entrecortada y no


sabía cuánto tiempo más podía continuar esta conversación.

—Flor —dijo rápidamente, su palabra no tan segura. No pude evitar reír.


Había asociado durante mucho tiempo el olor de las flores con su hermoso cuerpo.

—Flor —repetí. Mis labios se encontraron con los suyos, con avidez. Su
cuerpo respondió, empujando contra mí. Sus manos cayeron a mi cintura y
comenzó a tirar de mi cinturón. Agarré sus muñecas y empujé sus manos sobre su
cabeza. Me incliné más cerca, capturando su labio inferior entre los dientes, tirando
suavemente—. Ahora empieza la verdadera diversión.

Ya había roto demasiadas mis reglas. Necesitaba recuperar mi poder. Tiré de


sus brazos por encima de su cabeza, buscando las esposas de metal que había
arriba. Deslicé sus muñecas dentro de ellas y las apreté lo suficiente para
mantenerla cautiva. Me aparté de ella de mala gana, con ganas de admirar la
belleza de su cuerpo. Soñé con cómo se vería así encadenada contra mi pared. Era
mejor de lo que esperaba. Perfección, sumisión pura.

—Te ves increíble.

No podía ocultar la sonrisa de mi cara. Ella me miraba, esperando. Sentí


como si pudiera ver en las profundidades de mi alma. Saqué un pequeño pañuelo
de mi bolsillo trasero y volví a su contra. La besé suavemente mientras le ataba el
pequeño trozo de tela sobre sus ojos. Me aparté, con ganas de más. Vi como ella
tiró suavemente contra las restricciones, su pecho subía y bajaba pesadamente.

—¿William?

Mi nombre escapó de su lengua como la seda. Salí de mi trance y me apoyé


lo suficientemente cerca. Sabía que ella sentía el calor de mi cuerpo.

—Paciencia —le susurré al oído, arqueando su cuerpo a mis palabras. Pasé


los dedos suavemente por la parte interior de su muslo. Ella tembló bajo mi toque.
Cuando llegué a su tobillo, me estiré sobre él suavemente, tirando de sus piernas
más amplias. Agarré un grillete unido al suelo y la aseguré a su alrededor. Hice lo
mismo con la otra pierna. Me tomé mi tiempo corriendo la punta de los dedos a lo
largo de la parte interior de sus piernas, deteniéndome en el vértice de sus
muslos—. Esto me pertenece ahora.
Ella estaba húmeda, así que utilicé sus fluidos para introducir mis dedos
dentro de ella, a medida que jadeaba.

—Dime que me perteneces. —Su respiración se tornó más desigual pero ella
no respondió—. ¡Dime! —susurré, mi mandíbula apretada. Necesitaba escuchar las
palabras.

—Te pertenezco.

Ella gimió, sus caderas tirando contra mis dedos. Me reí en voz baja,
preguntándome qué había hecho para merecerla.

—Buena chica.

Respiré contra su cuello a medida que dejaba un rastro de besos por su


clavícula. Me moví más bajo, su espalda arqueándose, y llegué a su pecho. Rodeé
su pezón con la lengua y luego ligeramente mordí con mis dientes. Ella gritó,
luchando por liberarse. Esperé, con la esperanza de no oírla pronunciar la palabra
de seguridad. Ella no dijo nada, así que seguí besando mi camino por su estómago,
agarrando sus caderas firmemente en mis manos. Llegué al pequeño estante junto
a mí y tomé uno de mis juguetes favoritos. Lo encendí y comencé a tararear
lentamente. Lo coloqué ligeramente contra su piel, su cabeza se sacudió hacia
abajo. Podía sentir como su pulso se aceleraba. Me deslicé hasta su estómago y
alrededor de su pecho. El pezón se tornó apretado.

—¿Has jugado alguna vez con uno de estos antes? —pregunté. Se mordió
los labios y negó con la cabeza. La idea de ser su primera de muchas experiencias
me excitaba como ninguna otra cosa. Me arrastré de nuevo por su abdomen. Sus
músculos se tensaron a medida que le hacía cosquillas. Mantuve mis ojos en su
cara mientras lo dejaba rozar contra su sexo mojado. Se apoyó en las restricciones,
la sensación siendo demasiado para ella—. Shhh… —le susurré al oído, esperando
que no se haga daño a sí misma. Me moví lentamente de ida y vuelta. Sus caderas
comenzando a mecerse, igualando el ritmo. Rondé mis labios por encima de ella,
respirando su jadeo tranquilo—. ¿Quieres que te haga venir? —Su respiración se
detuvo por una fracción de segundo.

—Sí.

Ella gritó, inclinándose hacia delante. Me aparté, incapaz de darle ningún


tipo de control sobre la situación. Deslicé el juguete más rápido, moviéndose sin
esfuerzo en su propio jugo.

—¿Sí, qué? —pregunté mientras su cuerpo se retorcía contra él.


—Sí, señor.

Su gemido escapó bajo y entrecortado. Saqué el juguete de vuelta, sin


querer que se corriera tan rápido. Ella abrió la boca para protestar y deslicé el
juguete en su interior. Ella se echó hacia atrás, su cabeza apoyada contra la pared.
Apreté mi cuerpo contra el de ella queriendo que sintiera lo que me hacía. El calor
irradiando por su entrada.

—Más profundo.

Lo hice, embistiendo contra su boca con el juguete. Y ella dejó pasarlo aún
más profundo de lo que esperaba en su boca. Tomó toda la longitud. Me aparté
poco a poco y luego tracé un rastro hacia abajo sobre su pecho palpitante. Ella
estaba tan ansiosa. Cuando llegué a su sexo, lo dejé vagar donde más lo necesitaba
mientras empujaba contra ella, deslizándolo dentro de sí. No iba lento o suave.
Pero su cuerpo empezó a corcovear a medida que sus paredes se apretaban
alrededor de mí, llevándome más profundo dentro de ella.

Saqué el juguete y agarré a sus caderas, sosteniendo todavía.

—No te detengas —suplicó, incapaz de recuperar el aliento. Sacudí mis


caderas hacia ella y me apretó con fuerza.

—Dime lo que quieres. —Necesitaba oírselo decir.

—Te quiero a ti.

Estaba desesperada por su liberación.

—¿Quieres que te folle? —pregunté mientras lo introducía y la penetraba


con dureza.

—Sí —gritó.

—Pídelo bien —dije con mis dientes sobre la concha de su oreja.

—Por favor —rogó y empujó contra mí.

—Por favor, ¿qué? —pregunté, apartando mi cuerpo del suyo, casi


retirándome por completo. Tuve que obligarme a mantener algún tipo de distancia
entre nosotros.

—Por favor, fóllame.


Sus palabras me desarmaron. Empujé hacia el interior duro. Un gemido
escapó de sus labios y gruñí en respuesta, capturando sus labios en los míos.
Quería saborear cada parte de ella mientras se acercaba al clímax. Su cuerpo se
sacudió y se apretó a mí alrededor finalmente. Mantuve el ritmo, con ganas de
disfrutar cada gota de su placer. Llegué duro dentro de ella a medida que entraba
imposiblemente profundo dentro de ella.

Después, me agaché y liberé sus tobillos. Ella los unió de inmediato. Al


menos, si se va ahora sabe lo que echará de menos. Me puse de pie, admirando su
belleza un último momento, antes de sacar la tela de sus ojos. Miré más allá de ella
mientras desataba sus muñecas.

—Gracias —susurró. Encontré mis pantalones y le di la espalda mientras me


los ponía. Me sentí vacío. Caminé hacia el ascensor, el sonido de sus pies en el piso
de madera resonando en la distancia. Bajamos al piso en silencio. Era tan
increíblemente egoísta. Sabía que tenía dudas sobre mí, pero igual me persiguió.
Aunque, nunca tuvo elección. Era vulnerable y triste, y sabía exactamente qué decir
para conseguir salirme con la mía. Me sentía enfermo.

Al llegar a mi espacio de vida, ella se dirigió hacia el cuarto de baño. Sin


duda queriendo limpiar cualquier rastro de mí en su cuerpo. Tomé su teléfono del
mostrador y comencé a hojear los ajustes distraídamente. Mi teléfono sonó y lo
saqué de mi bolsillo para recuperarlo.

Un pedazo pequeño de papel doblado vino con él. Lo lancé sobre el


mostrador y miré mi teléfono. Angela era la última persona con la que quería
hablar pero sabía que si la ignoraba ella sólo podría aparecer. Caminé hacia la sala
de mi casa, tratando de poner un poco más de distancia entre Emma y yo.

—¿Qué? —espeté, sin importarme lo que ella sintiera.

—¿Qué está mal? —preguntó y no sabía cómo responder. Había


demasiadas respuestas a esa pregunta.

—Vamos a empezar con la nota —susurré, tratando de mantener mi voz


baja.

—William, no sé de lo que estás hablando. —Parecía confundida y herida.


No iba a dejarla escapar.

—No soy el único que podría salir herido si alguien se entera de nosotros —
amenacé. Y la oí aspirar una bocanada de aire sorprendido.
—William, te lo juro. No hice nada —me suplicó que le creyera. Emma
caminó lentamente por delante de mí a la cocina. Me pasé las manos por el
cabello, deseando tener la fuerza para mantenerla fuera de mi jodido mundo. Ya
no tenía el control de nada. El que me había enviado la nota se aseguró de eso. Le
di la espalda a Emma y bajé la voz.

—No es una maldita broma. Si lo has hecho lo averiguaré. —Colgué, sin


querer escuchar más de sus excusas. Si no era de ella, tenía problemas mucho más
grandes en mis manos. Me acerqué a la nevera, abriéndola para tomar una cerveza.

—¿Qué está mal? —preguntó Emma. Qué ingenua. Mi mundo se estaba


desmoronando a mí alrededor y me la iba a llevar conmigo. Era un monstruo. Cerré
la nevera y saqué la tapa de la botella. Ella me miró con expectación.

—Esto es lo que está mal. Por eso he ido a verte esta mañana.

Levanté la nota y esperé a que ella dijera algo, cualquier cosa. Sus ojos se
desplazaron sobre el trozo de papel.

—¿Qué tiene esto que ver conmigo? —preguntó, la confusión retorciendo


su cara—. Era aquella mujer, ¿cierto? Con la que te vi en el cine. —Me miró, sin
poder ocultar el dolor de sus ojos—. ¡Tenemos que llamar a la policía!

Negué con la cabeza y tomé otro trago de mi cerveza. Tenía que haber otra
manera de salir de esto.

—No es así de simple.

¿No entiende que si la policía comenzaba a cavar alrededor de ella


arruinaría su vida?

—¿De qué estás hablando? Ella amenazó tu vida —estaba gritando. Este era
un lado de ella que nunca antes había visto.

Estaba preocupada por mí. Tal vez estaba preocupada por sí misma. Tomé
otro trago mientras pensaba en más opciones.

—Ella parecía no saber nada de ti —la tranquilicé. Pareció confundida por


mis palabras, pasándose las manos por el cabello anudado.

—Mierda —murmuró, tratando de liberar sus dedos. Sonreí y abrí un cajón


en la isla y saqué un cepillo de pelo de color rosa, un recordatorio de Abby. Mis
pensamientos nunca fueron a ella.
—Gracias.

—Tenemos que encontrarte un lugar seguro para que puedas ir esta noche.

Mi estómago se revolvió ante la idea de que se fuera, pero sabía que era lo
mejor para ella.

—¿Por qué no me puedo quedar aquí? —preguntó mientras se cepillaba los


últimos enredos de su cabello. Quería quedarse—. No importa —continuó
rápidamente, colocando el cepillo en el mostrador y poniéndose de pie. Tuve que
tragar saliva antes de explicar.

—No es que no quiera que te quedes. Me gustaría poder encerrarte y nunca


dejarte ir. —Tuve que evitar la sonrisa en mi cara. Tenía muchas ganas de hacerlo—
. El último lugar donde debes estar es conmigo. —Las palabras dolieron cuando
cruzaron mis labios. Caminé alrededor de la isla y puse mis manos en sus mejillas,
acariciando su rostro con mis pulgares. Mi cuerpo se iluminó con la electricidad
entre nosotros—. ¿Por qué piensas tan poco de ti misma?

Sus ojos se abrieron como platos y ella no contestó por un momento.

—¿Por qué estás tan distante? —respondió y yo contuve la respiración,


todas las razones cruzaron mi mente.

—Eso no tiene nada que ver contigo, Emma.

Mantuvo los ojos fijos en los míos. Su mano se levantó lentamente y apoyó
suavemente sus dedos contra mi pecho. Luché contra la tentación de apartarla.
Tomé la mano de su rostro y la puse encima de ella, y la mantuve firme en mi
contra. Mi pulso se aceleró.

—Tú eres la única persona que alguna vez ha hecho que mi corazón se
acelere así.

No miré hacia otro lado. Ella necesitaba saber eso. Eran probablemente las
palabras más sinceras que jamás había pronunciado. Tomé mi otra mano y coloqué
su cabello castaño detrás de su oreja. Tragué saliva para las próximas palabras que
tenía que decir—. Tienes que irte. No es tema de debate.

Mantuve mi voz baja y dominante. No podría alzarme si ella empujaba más


lejos. No sería capaz de hacer que se vaya.
17
Traducido por Flochi

E
mma llamó a una de sus amigas y le dejó un mensaje dejándolas saber
que quería salir. Me apresuré en prepararnos algo de comer. Hice
espaguetis mientras ella me observaba, sin decir nada. Comimos
juntos, en silencio por lo que se sintió como una eternidad. El pensamiento de que
ella se fuera pesaba en mi corazón. Emma fue la primera en romper el silencio.

—Esto es increíble —dijo mientras sorbía un fideo largo. No pude evitar


reírme. Con la punta de mi pulgar limpié algo de salsa que había quedado en la
comisura de su boca. Sin pensarlo, lamí mi dedo. Un acto increíblemente íntimo. Se
me quedó mirando y me sentí debilitarme bajo su mirada.

—Come —dije con una sonrisa, dejando que mi mente olvidara todo lo
demás. Su teléfono sonó sacándome de mi ensueño.

Ella lo tomó, apartando su mirada de la mía.

—Es Becka —dijo antes de responder. Agarré nuestros platos y los llevé al
fregadero, maldiciéndome por dejar a alguien entrar.

—Mi tía y yo tuvimos una pelea. Yo sólo… no puedo regresar ahí por un
tiempo. —Mi corazón dio un vuelco mientras escuchaba sus palabras. Supe que
estaba mintiendo respecto a su razón pero también había verdad en lo que
decía—. Gracias Becka, realmente lo apreciaría. —Volvió a poner el teléfono sobre
el mostrador mientras yo terminaba de enjuagar los platos—. Ella dijo que puedo
quedarme. —Sus palabras me atraviesan. No quería que fuera pero supe que ella
necesitaba estar tan lejos de mí como le fuera posible. Yo no era bueno para ella,
no era bueno para nadie. Cerré el agua y me di la vuelta para mirarla. Agarré su
bolso del mostrador y abrí la puerta, esperando que me siguiera.

—Puedes llamarme si necesitas algo —dije mientras nos dirigíamos a mi


auto.
Quería que me llamara. Quería escuchar su voz nuevamente, pero esto
estaba empezando a sentirse como una despedida. Abrí la puerta para ella y
esperé a que entrara. Para mi sorpresa, me besó suavemente en la mejilla, dejando
que su boca perdure. Debería odiarme. Yo fui la razón por la que puede estar
herida. No pude detenerme. Necesitaba sentirla. Volví mi cabeza y capturé su boca
con la mía. Su cuerpo se relajó contra el mío, ajustándose perfectamente contra mí.
Me retiré, maldiciéndome por lo que hice.

—Tenemos que irnos. —Se inclinó otra vez hacia mí pero se detuvo. Bien.
Finalmente entendió que yo era la causa de todo esto—. Voy a arreglar esto. —No
dije todas las otras cosas que quise. Ese “voy a arreglar” probablemente significaba
que no la vería otra vez.

Ella asintió y se bajó en el asiento. Suspiré y cerré la puerta.

Manejamos en silencio a la casa de su amiga.

El GPS daba indicaciones por encima de los sonidos atenuados de Kings of


Leon en la radio. Nos detuvimos calle debajo de la casa de su amiga.

—Vendré por ti lo más pronto que pueda —dije, sin estar seguro si escuchó
mi voz vacilar. No tenía idea con cuánta fuerza lucharía por permanecer alejado de
ella. Sonreí débilmente hacia ella, intentando tranquilizarla.

—Lo sé —dijo en voz baja a la vez que salía del auto. Un nudo se había
formado en mi garganta y fui incapaz de decir algo más.

Se quedó allí, mirándome. Dejé mis ojos fijos en la carretera y me fui,


mirándola a través del espejo retrovisor hasta que ya no pude verla más.

Pasé mi mano a través de mi cabello y golpeé el volante, causando que el


auto se desviara ligeramente hacia el otro carril.

—¡Mierda! —Había perdido el control. Estaba peligrosamente cerca de


doblar como un castillo de cartas encaramado peligrosamente en el borde de un
acantilado. Abatido por una inocente. Me reí ante la ironía de todo ello. Me había
metido con algunas de las más confabuladoras y manipularas mujeres del planeta
pero Emma me puso de rodillas.

¿Qué consigue ella a cambio? Puse su vida en peligro. Fui l único lugar que
sabía que podía darme consuelo. Un lugar en el que podía torturarme sin ser
juzgado. Un lugar en el que podía ser torturado por otros.
Giré en la siguiente calle y aceleré cruzando la ciudad hasta la plaza
comercial en decadencia y al parecer abandonado. Primero me detuve en una
gasolinera junto al camino y compré una botella grande de bourbon. A medida
que me detenía en el estacionamiento y me dirigía a la parte posterior del edificio
tuve pensamientos de ella. Se estaría riendo y divirtiéndose con su amiga. Estaría
pensando en mí, en nosotros. Abrí la botella y tomé un largo trago. Me quedé
mirando la parte posterior del edificio intentando pensar en nada, en nadie más.
Tomé otro trago largo. Mis venas empezaron a calentarse mientras el alcohol
nadaba a través de mí. Tomé mi teléfono y empecé a escribir. Quería que ella me
empujara por encima de la cornisa, acabar con todo.

¿Tienes alguna idea de lo que quiero que hagas ahora?

Envié el mensaje y di otro largo trago de la botella. Unos pocos segundos


más tarde, mi teléfono vibró.

¿Quién eres? Es difícil distinguir entre mis admiradores.

Mis ojos se entrecerraron en el teléfono. Supe que estaba bromeando, pero


ella no tenía idea cuánto me desgarraban esas palabras. Eso fue todo, ese fue el
empujón que necesitaba.

No es gracioso. Puedo pensar en algunas maneras de castigarte más tarde.

Presioné enviar y lancé le teléfono en el asiento a mi lado. Volví a beber y


cerré la botella antes de salir del auto.

El edificio se encontraba en calma y nadie del exterior sabía lo que sucedía


detrás de estas paredes. Un lugar como este requería invitación. La había recibido
luego de conocer a una mujer en el bar no lejos de aquí. Ella me hizo darme cuenta
de lo que necesitaba.

Entré en el oscuro edificio, viendo a las mujeres sentadas en sus rodillas


esperando que alguien se acercara y las robara. Mi mirada cayó en J, la
recepcionista que siempre me recibía con una cálida sonrisa. Era un delito menor, y
no tenía excusas.

—Buenas noche, señor —repicó como una campana. Le mostré una rápida
sonrisa, sin querer emprender una charla. El alcohol me estaba poseyendo en este
momento y sólo quería estar adormecido—. ¿Lo de siempre? —Sus labios se
curvaron en una sonrisa malvada. Asentí, y me di la vuelta para regresar al pasillo
estrecho—. ¿Señor? —dijo tras de mí. Me detuve, volviéndome para mirarla—. Si
está dispuesto a algo diferente… —Su voz se fue apagando. Hizo un gesto hacia las
chicas que se sentaban pacientemente, esperando—. O quizás. —Se mordió el
labio mientras con un dedo trazaba el borde de su escote, sumergiéndolo debajo
del cuello bajo de la blusa. Me di la vuelta y continué bajando por el pasillo. Puse
mi mano en el pomo de la puerta tres y me tomé un minuto para tranquilizarme.
Había bebido más de lo que me había dado cuenta y me estaba golpeando con
más fuerza de la que esperaba. Entré y me quité a camisa, sacándome los zapatos
al mismo tiempo. Me tambaleé pero conseguí mantener mi equilibrio mientras
terminaba de prepararme. La puerta chirrió y me puse de rodillas. El peso del
mundo manteniéndome abajo. El sonido de tacones altos repiqueteó en el suelo
duro.

—No esperaba verte tan pronto —dijo mientras caminaba a mi alrededor.


No alcé la mirada. Todo lo que veía eran sus pies en unos tacones imposiblemente
altos y sus medias negras.

—¿Necesitas otra lección? —Había diversión en su voz y eso me irritó


jodidamente. Se agachó más cerca de mí desde atrás, su aliento cálido en mi
oído—. Quizá hoy te enseñe algo de disciplina —ronroneó. Mi labio tembló. Su
mano tiró perezosamente de mi hombro mientras doblaba frente a mí—. Quizá
hoy te enseñe tu dolor. —Sus dedos sujetaron mi barbilla, inclinándome hacia
arriba para mirarla. Mi mano salió disparada y agarró su muñeca antes de poder
pensar en lo que estaba haciendo.

—Tengo más dolor del que puedes darme —dije con los dientes apretados.
Sus ojos se agrandaron con sorpresa mientras la obligaba a mirar profundamente
en los míos. La sostuve con firmeza mientras me ponía de pie. Ella se hundió hasta
que sus rodillas tocaron el suelo, balanceándose hacia atrás hasta que se apoyó
sobre sus talones. Me quedé cerniéndome sobre ella, su muñeca apretada en mi
asidero. Luego de un momento de silencio, ella habló.

—Sí, amo. —Las palabras enviaron un escalofrío a través de mi cuerpo. La


liberé y agarré mis ropas, poniéndomelas rápidamente.

Salí del edificio, sin hacer contacto visual con nadie mientras salía. Me
incliné, apoyando las manos sobre mis rodillas cuando alcancé el frío aire de la
noche. Quise vomitar; estaba tan disgustado conmigo mismo. Me tambaleé de
regreso al auto y me deslicé dentro, agarrando la botella de alcohol. Tomé un largo
sorbo y esperé a que el ardor pasara antes de recoger mi teléfono.

«Esperándolo».
El texto que no había esperado ver de Emma brillaba en la pantalla. Se
merecía algo mejor. Di otro trago antes de escribir la respuesta.

«Lamentarás haber dicho eso».

Supe que no lo tomaría como la advertencia que había previsto. No era lo


bastante fuerte para apartarla. Tomé otro trago, mirando a la botella medio llena.
Dejé que mi cabeza cayera sobre el asiento mientras arrancaba el motor y me
permitía perderme en la música.

“Quiero tomar mi amor y odiarte hasta el final” sonó por los altavoces. Cerré
mis ojos, deslizándome más profundo en mi tristeza. Mi teléfono sonó y casi tuve
miedo de recogerlo.

«Te extraño».

Repetí las palabras una y otra vez en mi cabeza. ¿Qué pensaría ella de mí
ahora? Estaba enfermo.

«Emma, no lo hagas».

Presioné enviar y esperé que se enojara. No podía soportar que ella sintiera
algo como eso, pero ella lo necesitaba. Necesitaba odiarme.
19
Traducido por Flochi

M
e senté solo, con la botella en mi mano, escuchando una canción
deprimente tras otra. Las paredes que había construido para
mantener a todos fuera se estaban desmoronando a mi alrededor.
Ya no podía adormecer el dolor que sentí con el alcohol o una aventura de una
noche. No tenía otra opción más que enfrentarme a ello.

Mientras estaba sentado, perdido en mi dolor auto-inducido, mi teléfono


brilló a la vida. Había habilitado el seguimiento en el teléfono de Emma,
puramente por su seguridad. Al menos, esa es la mentira que me dije.

Independientemente de mis excusas, ella iba a dejar la seguridad de la casa


de su amiga y se estaba dirigiendo a la parte más transitada de la ciudad. Gruñí
mientras mi ira empezaba a hervir. La había mandado lejos por su propia seguridad
y ella se estaba poniendo en más peligro. ¿Ella no tiene ningún sentido de
supervivencia en absoluto?

Arranqué el auto del estacionamiento y seguí el pequeño punto brillante.


Ella sin saberlo se estaba acercando a mí. Sólo me tomó un momento localizar el
convertible rojo cereza. Me deslicé en el interior del club y me dirigí al extremo
más alejado de la barra. Tomó cada onza de mi poder de voluntad no ir a su lado.
Ella estaba rodeada de hombres y con las ropas que llevaba puesta, no era una
sorpresa. La observé, intentando convencerme de que no era mía para
preocuparme pero la nota había tomado esa decisión por mí.

Ella estaba en peligro, y ya sea que ella lo tomara en serio o, yo tenía que
hacerlo. Saqué mi teléfono y marqué su número.

—Chica mala —dije mientras la escuchaba respirar hondo en el teléfono.

—Solo salimos por unas cuantas copas. ¿Cómo tú…? —Su voz se fue
apagando. Se mordió nerviosamente el labio inferior.
—Deja de morder tu labio antes de que te doble encima de la barra y te
castigue justo aquí. —No pude evitar reírme ante mis propios pensamientos
retorcidos. Me mentía a mí mismo sobre protegerla, y al mismo tiempo, quería
torturarla. Me quedé mirando más allá de la pequeña rubia que se había metido
entre nosotros. Esperé.

La mirada de Emma escaneó el bar hasta que finalmente cayó sobre mí. Sus
mejillas ardieron con enojo. Supe que estaría molesta de que estuviera aquí. No
me importaba.

—¿Cómo lo supiste? —Su rostro pareciendo como si estuviera intentando


resolver un problema en su cabeza. Sonreí.

—Activé el GPS en tu teléfono. —Le hice un gesto al bartender para que


llenara mi bebida, sabiendo que iba a necesitarlo.

—¿Tú qué? —Estaba enojada. Por encima de su hombro, Becka me había


notado y la escuché decir mi nombre en el receptor. Me di la vuelta rápidamente,
intentando parecer menos obvio a quién estaba mirando.

—Nos vamos ahora. —Quería llevarla de regreso a mi casa. Sería más


seguro que este club.

—Estaré fuera por un par de horas más —contestó y el teléfono quedó


muerto. ¿Cómo no podía entender que estaba intentando protegerla? Miré la barra
en dirección a ella. Becka estaba abrazándola y por encima de la música, pude
escucharla ordenando otra ronda de bebidas. Apreté la mandíbula mientras resistía
la urgencia de agarrarla y sacarla de este sitio. Le envié un mensaje rápido antes de
ordenar otra bebida.

«Última oportunidad».

La vi mirar su teléfono y encogerse de hombros antes de darse la vuelta. Mi


estómago se apretó. Un hombre se acercó detrás de ella y envolvió sus brazos
alrededor de su cintura. Casi rompí el vaso en mi mano. Su nombre era Jeff y
estaba en una de mis clases. Ella miró por encima de su hombro, sonriendo. El
dolor me desgarró mientras observaba su intercambio de cumplidos con él. Sus
manos permanecieron sobre su cuerpo. Le escribí rápidamente una advertencia,
esperando que ella terminara este jueguito.

«Mataré al maldito si pone sus manos sobre ti otra vez».


No sabía con cuánta seriedad se tomaría mi amenaza, pero dije en serio
cada palabra. No miró en mi dirección. Tomada de la mano con su nuevo amigo,
caminaron a la pista de baile y empezaron a moverse uno contra el otro.

Sus manos se movieron posesivamente sobre su cuerpo.

Sentí el calor elevarse en mi cuerpo mientras pensaba en cómo lo haría


pagar.

—¿Quieres bailar? —La rubia bonita se había inclinado más cerca y


finalmente me permití mirarla. Sonrió y pasó sus dedos por mi pecho. La agarré
por la muñeca y la retiré de mi cuerpo. Se veía rechazada. La tiré hacia mí por lo
que su cara estuvo a centímetros de la mí. Me pregunto qué pensará Emma. Me
pregunto si se sentirá de la manera que me siento con alguien más tocándola. La
rubia se acercó, llenando el vacío entre nosotros—. Pareces un hombre que sabe lo
que quiere —susurró en mi oído.

Emma se había dado la vuelta y nuestros ojos se encontraron por un breve


momento.

—No eres tú. Lo siento —susurré en sus oídos. Emma ya había reanudado su
baile. Aparté a la rubia de un empujón suavemente para poder deslizarme por
detrás de ella. Ella se marchó, rechazada. Supe exactamente cómo se sentía. Me
dirigí al exterior, dejando que el frío aire de la noche me apartara del retumbe de la
música y el igualmente rápido latido de mi corazón. Fui a trompicones a mi auto,
buscando refugio. No podía dejarla aquí, sin saber cómo llegará a casa y si estará a
salvo. Si estará sola.

Me senté por unos minutos haciendo un poco de búsqueda en mi teléfono


para encontrar más sobre Jeff mientras esperaba. Sólo me tomó un minuto
localizarlo como uno de los nuevos amigos de Emma en la página social de ella.
Leí su información, miré a trasvés de las fotos. Es impresionante toda la
información que las personas están dispuestas a dar, sin pensarlo a fondo. Pensé
en lo sencillo que sería para cualquiera amenazarme para averiguar lo mismo de
Emma. En pocos minutos, puedes descubrir dónde vivía alguien, a dónde les
gustaba pasar el rato y con quién. Un torrente de luz llegó de la parte frontal del
edificio, llamando mi atención. Emma salió como un ángel saliendo de las puertas
del cielo. Estaba mirando su teléfono, ajena a mi presencia. Esperé, esperando que
nadie la siguiera. Nadie lo hizo. Las puertas se cerraron lentamente tras ella
mientras se dirigía a la calle y empezaba a caminar hacia su casa, sin preocuparse
por los peligros que acechaban en la oscuridad.
Sentí la ira elevarse en mi interior una vez más.

Arranqué el auto detrás de ella. No me miró mientras me detenía detrás de


ella y eso me desgarró por dentro.

—Entra jodidamente al auto. —No me importó cómo sonaba. Todo lo que


me importaba era su seguridad. Se detuvo pero siguió sin mirar en mi dirección—.
No me hagas repetirlo —advertí, esperando que supiera que hablaba en serio. Se
mordió el labio inferior y entró, sin mirar en mi dirección. Conduje en la noche,
queriendo poner tanta distancia entre nosotros y el club como fuera posible. Me
estaba matando por dentro y ella era ajena a ello, o simplemente no le importaba.
Ese pensamiento hizo que mi enojo se magnificara. Conducimos en silencio. El
único sonido fue el clic de su cinturón de seguridad cuando aceleramos por la
oscura carretera.

Me detuve dentro del garaje de bahía de mi edificio, sin esperar a que la


puerta se cerrara completamente detrás de nosotros antes de salir y cerrar la
puerta de golpe con fuerza. No podía pensar sensatamente, no podía garantizar su
seguridad conmigo. Pasé mis manos a través de mi cabello y subí al siguiente piso,
sin esperarla.

Esperé en la cima de las escaleras mientras contaba cada paso que ella daba,
cerrando la brecha de espacio entre nosotros. Bajó la mirada al suelo mientras
pasaba y se dirigía al interior. Cuán apropiado fue verla sólo momento antes salir
de la luz, y ahora ella me seguía hacia la oscuridad.
20
Traducido por LizC

S
eguí caminando, cerrando la puerta detrás de mí. No dije nada, ni miré
hacia ella. Caminé hacia el lado opuesto de la sala hasta el ascensor y
esperé a que se abrieran las puertas. Quería tomarla por sentado.

Escuché, contando los pasos que dio en todo el piso de madera antes de
tomar su lugar a mi lado.

El trayecto hasta el siguiente nivel fue insoportablemente largo. No miró en


mi dirección, ni hizo ningún intento de tocarme. Cuando las puertas se abrieron de
nuevo salí al piso oscuro.

—Ven aquí —dije, mirando hacia atrás en ella. Ella vaciló, pero dio un paso
adelante.

—¿Qué estás pensando? —preguntó ella. Quiso sonar confiada, pero su voz
la traicionó, vacilando en sus palabras. Sonreí al pensar en la cantidad de
respuestas que había a esa pregunta.

—Estaba pensando… no sé sí confío en mí contigo en este momento. —La


miré fijamente, calibrando su reacción. No la habría culpado si huía. Si supiera algo
de mí, sabría que iba a ser tomado en serio. Quería hacerle daño. Siempre quería
hacerle daño por la forma en que me hacía sentir. No quería sentir nada. No quería
ser herido de nuevo, pero aquí estaba yo sufriendo. Más que nada, no quería que
ella tenga que sentir nada de ese dolor. Era una tortura y después de su
demostración esta noche no pude evitar pensar que ella disfrutaba infligiéndome
con él.

Ella se mordía el labio y me miraba fijamente. No había corrido, ni me


miraba con disgusto. Estiré la mano y usé mi pulgar para liberar su labio de sus
dientes.
—Confío en ti. —Sus palabras salieron más fuerte y su voz fue firme. Sabía
que lo decía en serio. El pensamiento me hizo sentir enfermo. Estaba llevando al
corderito de grandes ojos al matadero y ella venía de buena gana.

—No dirías eso si tuvieras alguna idea de lo que pensaba hacerte esta
noche. —Estaba siendo brutalmente honesto con ella. Dio un paso hacia mí y
todos los músculos de mi cuerpo se pusieron rígidos.

No tenía ningún sentido de auto-preservación. Yo no tenía fuerza de


voluntad para mantenerme alejado de ella.

—Castígame. —Su voz apenas un susurro. Mis ojos se dispararon a los de


ella a medida que los estudiaba—. Castígame —repitió. Poco a poco llegó hasta
mí, sus dedos arrastrándose lentamente por mi pecho y estómago. Miré hacia
abajo a sus dedos y de vuelta a ella.

—¿Recuerdas la palabra de seguridad? —le pregunté, deseando que


entienda qué tipo de eventos había planeado para ella. Tragó saliva.

—Flor —susurró ella.

Agarré sus muñecas con fuerza, siendo incapaz de mantenerme alejado por
más tiempo. La empujé a través de la habitación. Mis ojos recorrieron la sala,
tratando de decidir exactamente cómo quería castigarla. Me detuve frente a uno de
mis favoritos. Tenía una gran inclinación en un lado y dos más pequeñas en el otro.

—Inclínate hacia delante. —No podía mirarla a los ojos. No con los
pensamientos que estaban corriendo por mi cabeza.

Me miró fijamente sin poder hacer nada, sin saber qué debía hacer. Yo le di
la vuelta y la empujé hacia abajo sobre el dispositivo, su cuerpo inclinándose sobre
la parte superior del mismo. Me hundí hasta las rodillas y aseguré sus tobillos en
las correas de cuero en cada pendiente. No iba a perder el tiempo haciéndolo
sensualmente. Llegué hasta el otro lado de ella y halé sus brazos hacia el suelo,
también asegurándolos. Ella me miró indefensa, pero yo no encontré su mirada.

—William, lo siento. —Estaba al borde de las lágrimas. Eso solo me hizo


enojar aún más.

—No tanto como que vas a estarlo. —Me moví de nuevo detrás de ella, sin
querer sus ojos sobre mí por más tiempo. Ella podía ver más allá de las paredes
que había construido en mi interior. Eso me asustaba.
Me quité el cinturón de los pantalones y no perdí tiempo haciéndola sentir
el dolor que yo había sentido toda la noche. Me descargué sobre su espalda y ella
tiró contra las restricciones. Esperé, pero ninguna palabra de seguridad apareció.
Le pegué de nuevo. No gritó, dejando apenas escapar un gemido. Le pegué de
nuevo, sin molestarme en tranquilizarla o consolarla. Una vez más. Otra vez. Mi
adrenalina corría por mi cuerpo y estaba en un plano diferente de existencia. Una
vez más. Otra vez.

—Detente —gritó. Golpeé de nuevo. Otra vez—. Por favor —gritó, esta vez
más fuerte. Ella no utilizó la palabra de seguridad y yo no me detuve.

—¿Tienes alguna idea de lo que quería hacerte en ese club? ¿Alguna idea de
lo que quería hacer con ese chico que tenía sus manos sobre ti? —Golpeé una vez
más, cuidando golpear un lugar diferente que el anterior.

—Lo siento —sus palabras salieron ahogadas—. Por favor… —Pude oír el
llanto en sus palabras. Dejé que el cinturón resbalara entre mis dedos, golpeando
con fuerza en el duro piso de madera, resonando a nuestro alrededor.

Le había hecho daño. Rápidamente desaté sus restricciones y me dirigí


frente a ella para deshacer sus muñecas. Su cabeza colgó en derrota frente a mí.
Levanté su barbilla, inclinando su rostro hacia el mío. Limpié las lágrimas
manchando sus mejillas hinchadas con mi dedo y rápidamente la levanté en mis
brazos. La cargué hasta el ascensor, queriendo llevarla lo más lejos posible de este
lugar. Ella hundió su rostro en mi cuello y empezó a sollozar en silencio.

—¿Por qué no utilizaste la palabra de seguridad? —le pregunté mientras sus


ojos se encontraban con los míos. Sentí que mis entrañas se retorcieron al verla en
tanto dolor.

—No quería molestarte —susurró contra mí. Me sentí mal por su confesión.
Hasta este momento pensé que no le importaba. ¿Cómo iba a importarle? Ahora
estaba poniéndose en peligro para complacerme. Animal.

La llevé a mi cuarto de baño. La senté, asegurándome dejarla firme sobre


sus pies antes de abrir el agua y dejarla correr.

—¿Qué estás haciendo? —No sabía cómo responder a eso. Quería que ella
se lavara cualquier residuo de mí. Quería que se sintiera entera otra vez. Pura.

—Pensé que un baño te hará sentir mejor.


Ella me miró aturdida por un momento antes de tropezar hacia delante y
colocar su mano sobre mi pecho. No me aparté. Me merecía cualquier molestia o
dolor que pudiera infligirme.

—Por favor, no te vayas. —Su voz estaba llena de tristeza. Una solitaria
lágrima se deslizó por su mejilla rosada. La barrí a un lado, deseando que fuera así
de fácil deshacerse de todo su dolor.

Se empujó hacia delante, su boca encontrando la mía, con avidez. No pude


resistirme a ella. Por un momento, cedí. Sus labios tornándose hambrientos,
deslizando su lengua más allá de la mía. Me aparté, deseando nunca haber actuado
en base a mis sentimientos por ella.

—Ve a bañarte. Te sentirás mejor.

Apagué mis emociones, no queriendo sentir nada más. Salí, cerrando la


puerta detrás de mí, escuchando sus sollozos ahogados en el fondo de mi mente.

Había arruinado su vida en el corto tiempo que la había conocido. Me mentí


a mí mismo, diciéndome que la estaba ayudando, protegiéndola. La única persona
de la que necesitaba protección era de mí. No podía controlarme cuando estaba a
su alrededor. Todos mis pensamientos conscientes se nublaban y eran consumidos
por ella.

Me dirigí a mi dormitorio. Dejándome caer en el borde de mi cama, me pasé


las manos por el cabello. Tenía que protegerla de mí. Tenía que corregir todos los
errores que había hecho. Tomé mi teléfono y llamé a un viejo amigo. Una de las
pocas personas a las que consideraba como tal.

—Necesito que me hagas un favor. —No perdí mi tiempo con bromas. Si lo


estaba llamando, él sabía que era algo serio.

—Jesucristo, William. ¿En qué te metiste ahora? —preguntó Stephen, riendo


para sus adentros. Stephen y yo éramos viejos amigos de la universidad. Yo le
ayudé a salir de algunas situaciones y aún me debía.

—Necesito que investigues algo para mí. —Le expliqué la situación con la
nota y Emma y toda la mierda en la que me había involucrado.

Él suspiró y la línea colgó en silencio durante unos minutos.


—Voy a ver qué puedo averiguar sobre éste Jeff y luego te contacto.
William, ¿estás seguro…? —Su voz se detuvo y no tuvo que terminar la frase para
yo saber exactamente de quién estaba hablando.

—Estoy seguro —le dije, sin querer siquiera querer entretener el


pensamiento de ella con otra persona. La puerta dejó escapar un fuerte chirrido
detrás de mí. Me di la vuelta para ver a Emma, sin llevar nada puesto—. Llámame si
te enteras de algo. Me tengo que ir.

No pude dejar de mirarla. Ella era la perfección absoluta.

—Emma —suspiré, esperando que se diera la vuelta y huyera de mí. Caminé


lentamente hacia ella, deteniéndome a unos pasos de distancia.

—¿Estás enojado conmigo? —preguntó y una risa sádica se me escapó.

—¿Cómo podría estar enojado contigo? —Sabía que debí haberme


detenido. Debí haberla mandado a volar por su propio bien, pero estaba atraído
por ella. Di un paso adelante, besándola suavemente en la frente—. Estoy enojado
conmigo mismo. —Me merecía el dolor por el que me estaba haciendo pasar—.
Vístete. Te llevaré a casa.

Me obligué a apartarme de ella. Me volví hacia mi armario y saqué una


camiseta y uno de mis pantalones vaqueros para que ella se lo ponga.

—Pero… dijiste que no era seguro para mí. —Ella tomó la ropa y la sostuvo
sobre su cuerpo. Yo no fui lo suficientemente fuerte como para apartarla.

—No es seguro para ti conmigo. —Me dolió decirlo, pero ella tenía que
entender. Dio un paso hacia mí y tuve que extender una mano para detenerla. Si se
acercaba más, perdería el control. Quería tenerla en todas las formas posibles,
poseerla. Ella no se movió y no pude evitar la decepción que se apoderó de mí. Me
pasé las manos por el cabello, frustrado—. Puedes tener la cama, me quedo con el
sofá.

Salí de la habitación, obligándome a dejarla allí sola. Empujé la idea de


estrellarla contra la pared y follarla de la manera que ella quería que hiciera. Mi
pene palpitó ante la idea. Fui al baño y eché agua fría en mi cara. En el camino de
vuelta al sofá, tuve que esforzarme para no ir hasta ella.

Me quedé despierto durante horas, pensando en ella. Pensando en su


cuerpo desnudo envuelto en mis sábanas. Pensando en mis manos vagando por su
suave piel. Entonces pensé en las manos de Jeff sobre su cuerpo en el club. La ira
hirvió dentro de mí.

La oí dando vueltas en la cama. Me dije que necesitaba asegurarme de que


estaba bien. Me acerqué a la puerta que estaba entreabierta y miré en su interior.
Ella daba vueltas, enredándose a sí misma en las sábanas. En su rostro vi que
parecía sentir dolor, pero su cuerpo se retorcía como si estuviera en medio de la
pasión. Me puse duro. Sus ojos se abrieron de golpe y se clavaron en los míos
mientras se mordía el labio.

—Fue solo una pesadilla —dijo ella, luchando por estabilizar su respiración.
Si se trataba de una pesadilla, sabía que me involucraba. Salí de la habitación sin
decir una palabra.

Me dirigí a la cocina y agarré mi teléfono. Envié a Stephen un texto rápido


para ver si encontró algo fuera de lo normal. Me serví una copa mientras esperaba,
mirando a la puerta de mi dormitorio. No se oía nada, estaba seguro que se había
vuelto a quedar dormida. Mi teléfono se iluminó.

«Nada importante. Presentaron una denuncia contra él el año pasado.


Parece que se puso un poco agresivo con una mujer, pero nunca llegaron a
nada con eso».

Tragué saliva tratando de evitar que la bilis se subiera a mi garganta. Tomé


otro trago largo y agarré mis llaves. Ya le había advertido a ella que lo mataría si él
la tocaba de nuevo.

A medida que me dirigía al club, recorrí el estacionamiento para ver quiénes


estaban todavía por ahí. Reconocí el auto de Jeff de sus fotos en línea. Era increíble
la cantidad de información que había dejado en línea. Miré el reloj. El club estaba a
menos de una hora del cierre. Estacioné a unos espacios de distancia y me dirigí a
su vehículo. Quería esperarlo. Quería mirarlo a los ojos cuando lo lastimara por
tocarla. No podía correr el riesgo. Si alguien sabía de nosotros, ella nunca sería
capaz de escapar de ello. Escapar de mí.

Probé la puerta del lado del conductor. Bloqueada. Fui a la puerta de atrás,
mirando alrededor para asegurarme que no hubiera nadie cerca. Estaba solo. Tiré
de la manija y la puerta se abrió. Sonreí por lo fácil que lo hizo para mí. Extendí la
mano y abrí la puerta principal, deslizándome en el interior. Abrí el capó y me dirigí
a la parte delantera del auto. Di una última mirada alrededor antes de inclinarme
dentro y aflojar la línea de freno.
Me deslicé dentro de la casa en silencio, esperando que ella no se hubiera
despertado mientras yo no estaba.
21
Traducido por Jenn Cassie Grey

M
e paré en la cocina en mis boxers esperando que el café se
preparara. Estaba nervioso por saber si ella se había despertado la
noche anterior para descubrir que ya no estaba. Me obligué a no
encender las noticias para ver si Jeff había estado envuelto en algún horrible
accidente por conducir ebrio. Tan trágico como pudiera ser. No sentía nada de
lástima por él. Si ella hubiera visto la mirada en sus ojos cuando la tocó. La misma
que antes se había reflejado en mis ojos miles de veces, estaba seguro.

La escuché moverse unos minutos más tarde y me apresuré, vertiendo el


café. Me giré para mirarla mientras escuchaba que se estaba acercando. Pasé una
mano por mi cabello tratando de apartar el pensamiento de lo hermosa que se
veía en mi camiseta demasiado grande y nada más. Miró hacia el piso y acomodó
su cabello detrás de su oreja.

—El café huele bien —dijo rompiendo el hechizo. Le tendí una taza de café y
tomé la mía apresuradamente, vertiendo otra—. ¿No dormiste? —preguntó, sin
acusarme.

—Tenía mucho en qué pensar. —Mis ojos danzaron sobre ella.

—Lamento todo lo de anoche. —Se veía triste y culpable. Me pregunté si yo


me veía culpable.

—Yo te lastimé y tú me pides disculpas —me reí por la ironía—. Emma, no


soy bueno para ti. Supe lo que estaba haciendo desde el primer momento en que
te vi. Debería haberlo parado. No debería haberlo dejado ir tan lejos.

—Te deseaba tanto como tú me deseabas a mí —dijo con voz baja. No


comprendía. No entendía lo peligroso que era para ella. Para lo que sabía, maté a
alguien la noche anterior porque la había tocado. Dejé caer de golpe mis manos
sobre el mostrador que estaba en medio de nosotros. Brincó por el sonido fuerte.
—Te asusto. Bien. Quizás ahora te mantendrás lejos de mí. —Las palabras
quemaban en mi garganta mientras las decía. No podía imaginar no volver a
tocarla de nuevo. No estar ahí para protegerla. ¿Pero quién la protegería de mí?

—No quieres decir eso. —Caminó alrededor de la barra, cerrando la


distancia entre nosotros.

—Es por tu propio bien, Emma.

Quería, que por una vez en su vida, pensara sobre su propia seguridad. Se
detuvo, sin dar un paso más cerca. Sus ojos miraron a través de mí mientras
buscaba por alguna verdad en mis palabras. Sin decir otra palabra se giró e hizo su
camino hasta el baño. Caminaba más rápido de lo que me habría gustado. Estaba
triste. Quería correr tras ella, abrazarla. No lo hice.

En lugar de eso, fui a mi habitación y me vestí. Cuando regresé el ambiente


estaba lleno de arrepentimiento. Cuando Emma salió del baño, estaba usando las
ropas del club. Sabía que finalmente había entendido. Finalmente había sido capaz
de alejarla.

No hablamos. Tomé mis llaves y ella me siguió detrás hasta mi auto. Abrí la
puerta y la miré deslizarse dentro. Hizo una mueca de dolor mientras su trasero
tocaba el asiento y se acomodaba lejos de mí.

—Emma… —suspiré.

—No —me cortó. No podía culparla. No traté de hablar con ella de nuevo.
Estaba enfermo de alejarla constantemente y solamente traerla de vuelta por mis
necesidades egoístas.

El viaje a la tienda de comestibles donde su auto estaba aparcado pareció


demasiado corto. Al instante en el que puse el auto en el estacionamiento, abrió la
puerta y cerró de un portazo detrás de ella. No merecía nada más. Lo sabía.

—Emma —la llamé, tratando de convencerme que tenía que asegurarme


que estaba bien. Me ignoró, excavando en su bolso por sus llaves. El bolso se cayó
de su agarre, desparramando su contenido por todo el suelo—. Mierda, Emma. —
Salí y me apresuré a su lado ayudándola a recoger sus cosas—. Solo estoy tratando
de protegerte.

Estaba bastante frustrado con ella. ¿Por qué carajos no podía entender que
estaba tratando de protegerla? Lágrimas comenzaron a deslizarse por su cara.
Mierda. Limpié sus lágrimas con el dorso de mi mano. Dejé que mi pulgar se
deslizara a través de su labio inferior. Dios, ella era tan follable aun cuando estaba
triste.

—¿Al hacer daño? —preguntó, con su barbilla temblando.

—No quise lastimarte. No usaste la palabra de seguridad.

Me arrepentí de mis palabras en cuanto salieron de mi boca. ¿De verdad


acababa de culparla? Ella no conocía nada mejor. Debí haber sido más cauteloso.

—No estoy hablando de eso. Estoy hablando de ahora.

—Te mereces algo mejor. —Esa fue la cosa más honesta que alguna vez le
había dicho.

—¿Qué hay acerca de la nota? ¿Qué pasa si alguien viene buscándome?

No era una mujer extraña tratando de manipularme y sabía que eso era
exactamente lo que ella estaba tratando de hacer. También sabía que tenía razón.
Alguien podría ir a buscarla. No dejaría que eso pasara.

—Hoy me voy a hacer cargo de eso.

Esperé que ella supiera que lo decía enserio. Estaría a salvo mientras se
mantuviera alejada de mí. No respondió. Tal vez había entendido. Se metió en su
auto y se alejó manejando. Esperé, pensando en cómo haría todo esto bien.
22
Traducido por Jenn Cassie Grey

M
anejé de regreso a mi casa sintiéndome vacío. Cada segundo que
pasaba sin ella se sentía como una eternidad. Odiaba lo débil y
fuera de control que me había convertido. Me estaba arriesgando,
haciendo cosas sin dudar o planear. Como lo que le hice a Jeff. Por mucho que
quería sentirme culpable, no podía. La emoción simplemente no venía. Me dije a
mi mismo que estaba protegiéndola. Nadie la estaba protegiendo a ella de mí

Tan pronto como llegué a casa, me despojé de mis ropas y corrí a una ducha
fría. Dejé que el agua corriera sobre mí como si pudiera lavar mis pecados. Ni
siquiera el océano tenía agua suficiente para hacer eso. Me lavé como si fuera
posible, frotando más fuerte de lo necesario hasta que mi piel ardía como fuego
contra el jabón. Aun así no fue suficiente. El dolor empalidecía en comparación con
el dolor que le había causado. Al dolor que le causaría. Dejé que mi mano bajara,
acariciándome al pensar en ella. Era tan inocente, tan confianzuda. Nunca le di una
razón para confiar en mí, pero lo hizo. Apreté más fuerte, permitiéndome que una
punzada de placer ondulara a través de mi cuerpo antes de detenerme. No me
merecía ningún tipo de alivio. Incliné mi espalda y golpeé la pared permitiéndome,
sentir en cambio el dolor que merecía.

Bombeó a través de mí, palpitando por mi brazo hasta mi pecho. Se sintió


bien. Se sintió real. Se sintió merecido.

Dejé que el agua corriera helada antes de salir y secarme. Encendí la


televisión mientras iba a mi habitación por ropas limpias. Regrese con el sonido de
las noticias. Acababan de contar una historia de un accidente por un conductor
ebrio en la madrugada. Sonreí, pero duró poco cuando dijeron que iba a estar
bien. Por ahora. Además mencionaron a un sospechoso de juego sucio pero por el
nivel de alcohol en su sangre no se lo tomaron muy enserio. Aun así, tenía que
tener un plan solo por si las dudas.
Tomé mi teléfono y le mandé a Angela un mensaje. Necesitaba encontrarme
con ella cara a cara para ponerle fina todo esto. No iba dejar que lastimara a
Emma. Merecía cualquier clase de dolor que me trajera, pero Emma era inocente.
La había manipulado y usado para mi propia conveniencia.

Mientras esperaba a que me respondiera, busqué por internet para hacer


arreglos para después de la graduación. Sabía que no iba a ser posible llevarme a
Emma antes de que terminara el año sin antes decirle la verdad sobre Jeff. Solo
tendría que arriesgarme y esperar lo mejor. Si algo sucediera antes de eso, solo
tendría que hacer lo que sea necesario para mantenerla segura. Cualquier cosa que
sea.

Estaba exhausto. Pasé toda la noche pensando en ella. Incluso cuando me


las arreglaba para caer dormido por el cansancio, su cara perseguía mis sueños.
Podía olerla. Probarla en mis labios. Era una adicción de la que no quería cura. La
pronunciación de su nombre hacía que mi cuerpo se tensara y que mi polla se
endureciera. Su retorcido sentido de preservación y su falta de cualquier disciplina
solo hizo que la ansiara mucho más.

Esperé ansioso a que llegara. Necesitaba otra solución. Tomé sus libros y los
dejé sobre su escritorio. Se sentía como una eternidad desde que la había mirado a
los ojos. Desde que había roto su corazón y la había alejado. Me incliné contra mi
escritorio, mi sangre tronando en mis orejas mientras mi corazón se aceleraba.
Mientras ella entraba por la puerta, sus ojos encontraron los míos y por un
segundo el mundo se detuvo y giró más rápido al mismo tiempo. Girando fuera de
control y orbitando alrededor de nosotros. El momento duró poco hasta que uno
de mis estudiantes se acercó a hacerme una pregunta sobre el último trabajo. Le
respondí rápidamente y me giré hacia ella pero había desaparecido. Como un
hermoso espejismo. Mis ojos escanearon la habitación frenéticamente hasta que
reposaron sobre ella.

Tenía una sonrisa en su rostro pero no me miró. Luché por mantener mi


compostura y comenzar la lección. Preparé preguntas para enganchar a la clase y
también para mantenerme apartado de fantasear con ella. Hice algunas preguntas,
siempre mirando en su dirección. Ella continuaba evitando mi mirada y aparentaba
que no estaba escuchando.

—Emma… ¡Emma! —la llamé, rompiendo su ensoñación. Se veía


avergonzada mientras sus ojos se alzaron hacia mí y la clase la veía expectante.
—¿Qué? —preguntó sin ocultar su molestia conmigo. Lo merecía pero no
me gustaba. Suprimí la urgencia de regañarla, de decirle que necesitaba ser
castigada. No tenía derecho de decirle nada en absoluto.

—¿Quién exigía castigo a los rebeldes del norte de Inglaterra y es conocido


como “El Hostigador del Norte”?

La miré, sin permitirle que apartara la mirada. Quería que escuchara la


palabra “castigo” y pensara en mí. Cuando sus mejillas se volvieron rosas, supe que
lo había hecho. Su cerebro buscó una respuesta. Una respuesta que sabía que no
conocía desde yo había tenido su libro todo el fin de semana. Si pensaba en mí, y
en castigo podía poner dos y dos juntos. Sus ojos brillaron cuando hizo eso.

—¿William el Conquistador? —respondió con una sonrisa. Había usado


William el Conquistador como mi nombre de contacto cuando programé mi
número en su teléfono.

—Eso es correcto, señorita Townsend. —Le regresé la sonrisa—. Buena


chica.

Me aseguré que sus ojos estuvieran mirando a los míos mientras lo decía.
Sabía lo que esas palabras podían hacerle. Mordió su labio mientras se sonrojaba.
Estreché mis ojos hacia ella, mirando su boca. Su preciosamente follable boca.
Liberó su labio inmediatamente.

Caminé lejos de ella y continúe con mis preguntas. Mis pensamientos nunca
la dejaron. Pasé mi mano sobre el borde del escritorio donde sus dedos le habían
agarrado, sosteniéndola fieramente mientras la castigaba. Mi mano acarició la
hebilla de mi cinturón, lo que me hizo ganarme otra mirada lujuriosa. Mi polla se
retorció y tuve que acomodarme discretamente.

El tiempo pasó volando y antes de que lo supiera la clase se estaba


vaciando. Luché contra la urgencia de pedirle que se quedara, sabiendo que si se lo
pedía lo haría. Querría complacerme. Lamí mis labios y miré en su dirección a
tiempo para verla mirarme sobre su hombro. Se veía triste. Y sabía que yo era la
razón de eso.

No pensé en nada más por el resto del día. Quería quitarle su dolor. El dolor
que yo le había causado.

Hice mi camino hasta mi auto y esperé a que saliera. Ella se veía pequeña
hablando con sus amigos antes de que se sentara en su auto sola. No pude
resistirme en mandarle un mensaje. Quería que supiera que había estado pensando
en ella.

«Eres increíblemente hermosa, incluso cuando estás triste».

Sonrió y sentí que mi estómago se encogía. Su cara se relajó nuevamente y


sabía que la estaba mirando.

«¿Es por eso que me rompiste el corazón?»

Sus palabras cortaron a través de mí causando un desgarrador dolor.

«Daría cualquier cosa para borrar todo el dolor que te he causado».

La miré mientras una sonrisa aparecía en sus labios.

«Hubo algún dolor que disfrutamos».

No tenía idea de lo que me estaba haciendo. Solamente leyendo sus


palabras me puse duro, dolorosamente. Tomé una profunda respiración y luché
contra la urgencia de tomarla en su auto.

«Vete a casa Emma».

Angela estaba caminando hacia mi auto y necesitaba tiempo para estar a


solas con ella. Para amenazarle. Miré atrás hacia Emma quien estaba mirándome.

«¡Ahora!»

Le di una dura mirada pero tenía que enfocarme en Angela. Salí de mi auto
y la saludé, tratando de no atraer la atención hacia nosotros. Emma pasó volando
frente a nosotros, acelerando sin cuidado a través del estacionamiento. Escribí
rápidamente, deseando poder ir detrás de ella.

«Baja la velocidad».

Se detuvo en el semáforo, esperando para que cambiara. Tragué el bulto en


mi garganta mientas esperaba. Cuando cambió se aseguró que entendiera lo triste
que estaba. Me encogí mientras su auto se alejaba dando tumbos en medio del
tráfico.

—Así que… —dijo Angela, sus ojos estrechándose.

—¿Por qué carajos hasta estado evitando mis llamadas?


Estaba furioso. Más por Emma que casi se había se había auto-destruido
frente a mis ojos.

—Yo n-no he… —replicó Angela en un tono bajo, buscando en el


estacionamiento por alguien que podría estar escuchando.

—Necesitamos hablar en algún otro momento. Por ahora no quiero verte.


No quiero siquiera escuchar que digas mi nombre. Te arrepentirás si lo haces. —
Bajé mi voz así nadie escucharía pero me aseguré que mantuviera su filo. Ella no
respondió solamente asintió mientras jugaba con su collar. Se dio la vuelta e hizo
su camino hasta su auto.
23
Traducido por Magdys83

N
o desperdicié un segundo. Necesitaba asegurarme de que Emma
llegó a casa a salvo. Conduje a su lugar, asegurándome de que
nadie más estaba en casa. El auto de Emma no estaba allí. Me
estacioné en la calle y caminé detrás de su casa, encontrando desbloqueada la
ventana de su dormitorio. Sonreí por lo descuidada que realmente era en lo que a
su seguridad se refería. Me deslicé adentro de la ventana y esperé ansiosamente a
su llegada. No pasó mucho tiempo. En el minuto, escuché el sonido de la puerta
del garaje levantándose y bajando. La escuché cuando se ocupaba de sus asuntos,
ignorante de lo que podría estar acechando a la vuelta de la esquina. Mientras ella
caminaba por el pasillo, sentí que mi pulso se aceleraba al tiempo con sus pasos.

La puerta se abrió.

—¿Así que disfrutas del dolor? —le pregunté. Estaba demasiado


sorprendida. No respondió. Sus ojos se clavaron en los míos como si tratara de
averiguar si realmente estaba allí—. Cierra la puerta. —Ella entró y deslizó la puerta
que se cerró detrás de ella. Se recostó contra ella y sus ojos parpadearon hacia la
ventana—. Si Angela sabe de ti, no va a decir o hacer nada al respecto —dije,
tratando de aliviar algo de su preocupación. No iba a dejar que nadie la lastimara.
Nadie. Si fuera lo suficientemente fuerte para mantenerme alejado, lo haría. Ella se
veía confundida—. Está casada. La última cosa que quiere es que su marido sepa
que le gusta follar a otros hombres —le expliqué.

Su expresión cambió a herida y me maldije por revelarle más de lo que


pretendía. Ella miró a sus pies, mordiéndose el labio con nerviosismo.

—Realmente, no era mi tipo. Me gusta mi mujer toda para mí. —Di un paso
más cerca de ella y levanté su barbilla con mis dedos—. Respira, Emma. —Como si
mis palabras fueran su orden, ella contuvo un aliento desigual. Dejé que mis
manos se deslizaran sobre su cuerpo. Tracé su mandíbula mientras la otra
exploraba su cintura. La dejé deslizarse más abajo, acariciando su cadera. Ella dejó
escapar un gemido entrecortado y seguí adelante, pasando mis dedos por su
muslo y enganchando mi mano por debajo de su rodilla. La saqué rápidamente y
presioné mi longitud contra ella. Dejé que mis labios siguieran desde su rostro
hacia su oreja—. Echo de menos tu sabor en mis labios. —Ella se relajó, la retuve
allí por la presión de mi peso contra ella. Gimió en mi oído. Casi me perdí con el
sonido. Dejé que mi pulgar se deslizara sobre su labio inferior mientras ella los
separaba. Empujé mi dedo adentro y le dio la bienvenida con su lengua—. Debería
irme.

—No. —Sus palabras en donde entró en pánico y llena de deseo.

—He tratado de mantenerme lejos de ti, Emma, pero no puedo. Consumes


todos mis pensamientos. Después de la graduación deberíamos irnos de aquí por
un tiempo. —Ella pareció vacilante. Presioné mi frente contra la suya, inhalando su
aroma floral.

—¿A dónde? —Su voz era tranquila.

—A cualquier sitio. No importa. Sólo… lejos de aquí. Quiero despertar con tu


sonrisa. —La miré a los ojos, esperando a verla feliz. Ella me sonrió. Me estaba
muriendo por su aceptación—. Di que sí.

—Sí, señor. —Sonrió y presioné mis labios contra los suyos, queriendo
saborearla, sentir su felicidad.

—Sé una buena chica. —Sabía cómo la afectarían esas palabras. Podía verlo
en sus ojos. También era una advertencia. Sabía que ahora estaba demasiado
involucrado con ella. No podía resistir empujarla; no podía ser responsable por lo
que haría si alguna vez me dejaba.

Me obligué a irme, así no nos atraparía su tía. No podía arriesgarme cuando


estábamos tan cerca de ser capaces de estar juntos. Me mantuve ocupado por el
resto de la noche, planeando nuestra próxima escapada y el final del año escolar.
Sentí como si tuviera el control de nuevo. Una sensación que extrañaba mucho.

Busqué sitios interminables pero siempre volvía a uno. El perfil de Emma. Me


gustaba repasar sus fotografías. Ella se veía tan triste, tan rota. Quería cambiar eso.
Quería hacerla sonreír siempre, sentir felicidad, sentir placer.

Esa noche me quedé dormido en su rostro mientras caía en el sofá. No


quiero dormir solo en mi cama. Una sensación que me molestaba tanto como me
consolaba. Soñé con ella toda la noche. Nos fuimos juntos a donde nadie nos
conocía. Ella estaba a mi lado a donde quiera que iba.

—Eres hermosa. —Sus mejillas se volvieron rosadas bajo el elogio—. Tengo


algo para ti. —Se sentó en silencio, esperando pacientemente. Saqué una caja de
terciopelo que había escondido en un cajón y se la tendí, hundiéndome en mi
rodilla—. Ábrela. —La tomó en sus dedos delicados y lentamente abrió la bisagra
superior. Sus ojos brillaron con emoción—. ¿Puedo? —pregunté, tomando la caja
de su mano. Me miró mientras sacaba el lazo de cuero de la caja y lo ponía
alrededor de su cuello—. Mía. —Se sentó más alto en sus tacones.

A la mañana siguiente, todo en lo que podía pensar era en verla. Ya no


podía mantenerme alejado. Conduje al trabajo más temprano de lo normal,
ansioso de capturar un vistazo de Emma. Mi corazón estaba corriendo como una
estampida de caballos salvajes.

Localicé inmediatamente su auto. Ella estaba sentada adentro, sus ojos


buscando a su alrededor. Le envié un mensaje para hacerle saber que estaba allí.

«¿Deseosa de aprender, señorita Townsend?»

Una sonrisa se extendió por su rostro.

«Eres un gran profesor».

«Hay tantas cosas que me gustaría enseñarte, Emma».

La vi salir de su auto y dirigirse hacia el edificio. Me tomó cada onza de auto


control para no correr detrás de ella. En su lugar, la vi. Vi sus dedos deslizarse por
su cabello. Vi a sus caderas mecerse suavemente mientras caminaba. Vi cuando
desaparecía de vista. Mi teléfono sonó y mi corazón saltó en mi garganta, pero no
era de Emma. Era de mi padre. Él estaba fuera en una locación rodando una
película y quería que revisara su propiedad. Tragué duro y apreté la mandíbula. Eso
era todo lo que le importaba a mi padre, sus cosas. Nunca preguntó cómo estaba.
Tuvimos un entendimiento de que nos quedaríamos fuera de la vida del otro. Eso
fue después de que se aseguró que yo había perdido lo único que había querido
hace algunos años. No respondí. Agarré mis pertenencias y me dirigí al interior.

Mi aula estaba vacía como siempre en la mañana. Saqué mi computadora


portátil y empecé a buscar vuelos a California. Tal vez podría matar dos pájaros de
un tiro y sacar a Emma de allí. Estaba en el lado completamente opuesto del país.

Tocaron a la puerta y rápidamente cerré mi computadora.


—Adelante —grité. La puerta se abrió lentamente y Tracy entró. Ella estaba
en la misma clase que Emma. Su cabello era color rubio dorado y largo. Su piel
tenía un bronceado profundo—. ¿Qué puedo hacer por usted, Tracy? —Se mordió
el labio mientras cerraba la puerta detrás de ella. Una acción que captó
inmediatamente mi atención. Ella se acercó más, cerrando la distancia entre
nosotros.

—Me estaba preguntando si había algo que pueda hacer para ayudar a
mejorar mi nota. Tal vez… ¿algún crédito adicional? —Sus dedos trazaron el cuello
de su blusa. Extendí mi mano sobre el escritorio y froté la superficie. Ella sonrió
seductoramente mientras cambiaba su peso de un pie al otro. Me levanté y rodeé
el escritorio, caminando hacia ella. Sus ojos nunca dejaron los míos mientras su
sonrisa se ensanchaba. No me detuve, pasé por enfrente de ella hacia la puerta y la
abrí.

—Sugiero que estudie y haga sus tareas —dije, devolviéndole cortésmente


la sonrisa. Ella hizo un mohín pero dejó de mala gana la habitación. Di un portazo
detrás de ella y me recosté en ella, pasando mis manos por mi cabello
bruscamente. Estaba acostumbrado a que me tiraran los tejos. Eso no era nada
nuevo. No estaba acostumbrado a rechazar a alguien.

El resto de la mañana pasó rápidamente y pronto estaba ansioso a la espera


de Emma. Los estudiantes entraron en línea, platicando durante algunos minutos
antes de tomar sus asientos. Emma no estaba entre ellos. Cerré la puerta y empecé
la lectura. Eché un vistazo hacia la puerta y la vi. Ella sonreía y sabía lo que quería.

—Señorita Townsend, véame después de clases. —Sus mejillas ardían rojas.


Me alegró que había planeado algo que no me obligaría a distraerme de ella—.
Todos, quiten las cosas de sus escritorios para el examen del capítulo. —Este
trabajo de cierre de fin de año ya no significaba gran cosa, pero era importante
mantenerlos a raya. Rodee mi escritorio y me senté, esperando que los papeles
fueran a la fila de atrás. Envíe un mensaje de texto rápido a Emma.

«Sé cómo castigarte».

La miré mientras leía sobre su teléfono, entonces sus ojos se dispararon para
encontrarse con los míos. Ella mordió su labio y sentí que mi cuerpo se ponía
rígido mientras otras partes de mi reaccionaban.

«Desliza el teléfono entre tus piernas y déjalo ahí».

«Ahora».
Ella vaciló pero hizo lo que le dije, deslizando el teléfono entre sus muslos.
De nuevo envié un mensaje y vi cómo sus ojos se abrieron como platos. Sus manos
agarraban el borde de su escritorio mientras que el placer vibraba a través de ella.
No pude evitar sonreír, deslizando mi mano bajo el escritorio para frotarme.
Golpee para enviar de nuevo y vi caer su boca abierta, sus ojos rogándome por su
dulce liberación. Lamí mis labios, deseando probar los suyos. Envié otro y otro,
presionando más duro contra mí mientras crecía incómodamente rígido.

Tocaron a la puerta y sus ojos se dispararon salvajemente hacia ella. Aclaré


mi garganta, haciendo mi mejor esfuerzo por no sonar excitado.

—Adelante —Me ajusté para esconder mi creciente excitación y me


incorporé, esperando a que se abriera la puerta. Nada podía prepararme para el
dolor desgarrador que se hundió en la boca del estómago—. Abby. —Estaba en la
incredulidad. La mujer que había ocasionado todo mi dolor entraba sin prisa como
si el mundo le perteneciera.

—Will —dijo con frialdad. El sonido de su voz me hacía sentir enfermo. Me


puse de pie en un salto y rápidamente la acompañé afuera, esperando conseguir
alejarla lo más posible de Emma. Eché un vistazo sobre mi hombro. Emma se veía
dolida, como si supiera exactamente quién era, pero eso no era posible. Cerré la
puerta detrás de nosotros y pasé mis manos por el cabello.

—¿Qué quieres? —Me aseguré de que entendiera que no estaba feliz de


verla. Ella sonrió un poco.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—¿Qué coño te importa? ¿Cuándo te ha importado alguna vez? —repliqué,


la ira corriendo a través de mis venas. Quería lastimarla. Quería hacerla rogar que
me detenga. Ella tragó duro y se acercó más. Las puntas de sus dedos recorrieron
mi mandíbula. Cerré los ojos, dejándome disfrutar su toque por un breve momento
antes de agarrar su muñeca y apartarla.

—¿Me extrañaste? ¿Nos extrañaste en absoluto? —Se veía confundida. No


tenía idea de cuánto dolor me había causado. Posiblemente era más retorcida y
jodida de lo que alguna vez lo fui.

—¿Por qué estás realmente aquí? —Estaba destrozado con mis propias
palabras. Ella y yo sabíamos por qué estaba realmente aquí. La puerta se abrió y los
estudiantes empezaron a serpentear a nuestro alrededor. Estábamos allí de pie en
silencio, mientras ellos seguían con sus vidas. Me encerré en mi pasado, torturado.
El pasado y el futuro colisionaron una vez que Emma caminó a través de la
puerta. Sus ojos buscando los míos.

—Emma, podemos discutir tu tardanza otro día. —Sabía que tendría que
explicarle todo. Abby la miró y después sus ojos permanecieron bloqueados en los
míos.

—No. Ella puede quedarse. Me gustaría conocer a la mujer que está follando
con mi esposo. —Abby era dura y cruel. No muy diferente del hombre en que me
había convertido. Emma agarró su estómago como si le hubieran dado un
puñetazo en el estómago. Quería envolver mis brazos a su alrededor. Ella se me
quedó mirando con impotencia, suplicándome en silencio que le diga que todo era
una mentira—. Oh, ¿ella no lo sabía? —dijo Abby con una risa. Me enfoqué en su
garganta. Quería estrangular la risa de ella.

—Ve —espeté, haciendo señas para que regresen al aula. Eché un vistazo
por el pasillo para asegurarme de que nadie había visto el intercambio. No podía
haber ningún testigo, sólo en caso de que no todos dejaran la habitación. Los ojos
de Emma se dispararon en los míos, dolidos. Me odiaba a mí mismo en ese
momento. Ambas se dirigieron hacia el interior y esperaron por mí.

—No estoy aquí para arruinar tu diversión, Will. Sólo vengo por lo que es
mío —explicó, recostándose contra mi escritorio. Agarré mi cinturón, queriendo
inclinarla sobre él y suplicarme que la perdonara.

—No te debo nada. —Me esforcé para mantener mi voz baja, así nadie se
alarmaría.

—Lo siento. ¿Dijo usted que era su esposa? —La voz de Emma estaba
agitada.

—Ex esposa —respondí antes de que Abby pudiera abrir la boca. Ella asintió
lentamente pero podía decir que estaba teniendo problemas para procesar la
nueva información. Hace sólo unos momentos estaba al borde del éxtasis, ahora su
corazón estaba siendo aplastado. Los ojos de Abby quemaron en los míos. Tuve
que apretar mis puños para no reaccionar. Abby, una vez una de las mujeres más
hermosas del mundo ante mis ojos, ahora parecía un animal gruñendo. Se puso fea
por la codicia.

—¿Realmente quieres que tu pequeño secreto salga a la luz? —Sus ojos


bailaban entre nosotros—. Imagina lo que los otros profesores dirían. Imagina… lo
que tu padre diría. —Era tan enferma y retorcida como lo había sido en aquella
época. No se preocupaba por mi o por mi felicidad. Yo no me preocupaba por mí,
pero no dejaría que lastimara a Emma.

—¿Es esto lo que quieres? —Emma se esforzó por sonar más segura. Abby
le sonrío pero volvió hacia mí.

—Sabes lo que quiero, pero dado que no va a pasar, un par de millones


podrían cubrirlo. ¿No lo crees, Will? —Su sonrisa se ensanchó pero sus ojos
estaban muertos.

—¿De dónde demonios va a sacar ese dinero? —replicó Emma, sin dejar que
Abby ignorara su presencia.

—Bien —respondí, entrecerrando mis ojos. Abby se enderezó, sintiendo


como si hubiera ganado—. Luego, te vas de una maldita vez de mi vida. Y nunca
más quiero verte.

—Tienes mi número. —Me guiñó un ojo, pero era para que Emma lo viera.
Ella empujó entre nosotros y se fue.

Le eché un vistazo a Emma. Sus ojos abiertos en conmoción. Me acerqué a


ella pero levantó una mano enfrente de mí.

—No —dijo. La palabra era como las uñas en un pizarrón. Me esforcé por no
inclinarla.

—Fue hace mucho tiempo.

—¿Qué tanto? Acabas de salir de la universidad y ella… ¿qué edad tiene? —


Un millón de preguntas más acechaban detrás de sus ojos.

—Ella era mi profesora de matemáticas en la preparatoria.

—Y tú… ¿te casaste con ella? —Hasta en su tristeza… era hermosa. Me


acerqué a ella.

—La amaba —confesé. En ese entonces sabía cómo sentir. Es por eso que
Abby era capaz de lastimarme tanto. Emma parecía que estaba a punto de
derrumbarse bajo el peso de mis secretos. Se recostó en el escritorio detrás de ella
para apoyarse, después se empujó para pasarme. Agarré su brazo, deteniéndola.

—Necesito salir de aquí. —Con sus ojos llorosos y yo sabía que estaba
usando toda su fuerza para no dejarme ver cuán dolida estaba.
—Iré contigo. —Busqué en sus ojos por un momento antes de liberar su
brazo. Tenía que asegurarme que entendiera. No podía perderla. No voy a
perderla. Agarré mis cosas y salí al estacionamiento para esperarla. Nadie podía
vernos salir juntos.

Mientras ella venía por la puerta, observé cada movimiento. Ella estaba
triste, su cabeza colgando, sólo levantó la vista hacia mí por un segundo para
encontrarse con mi mirada. Viéndola en su espejo. Tenía que hacerla entender.
Tenía que hacer que me crea sin importar lo que cueste. Nadie se va a interponer
entre nosotros. Ni la escuela, ni Jeff y definitivamente, ni la jodida Abby. Emma era
mía. Ahora que la tenía nada nos iba a separar. Nada.
25
Traducido por Magdys83

M
ientras nos deteníamos en mi casa, mi corazón empezó a
acelerarse. ¿Y si cambiaba de opinión? ¿Y si me decía que me fuera
a la mierda y nunca me acercara de nuevo a ella? Golpee el botón
en mi visera y se abrió la puerta del estacionamiento. Ella metió su auto
lentamente. Vi a mi alrededor en la calle vacía y me metí después de ella, cerrando
la puerta detrás de nosotros.

Salí de mi auto y la vi salir lentamente. Me dirigí a las escaleras,


deteniéndome para que ella se acercara. Mientras lo hacía, me acerqué con ella por
detrás de mí. Cada paso se sentía como si estuviera más cerca de perderla. Abrí la
puerta y la dejé pasar delante de mí. Ella vio a su alrededor como si nunca hubiera
estado allí antes. Como si todo fuera diferente. Tragué duro.

—Te diré todo lo que quieras saber. —Busqué sus ojos, tratando
desesperadamente de descubrir lo que estaba pensando.

—¿Todavía la amas? —Su voz tembló bajo el peso de sus palabras.

—No lo sé. —Mentí. Sabía que la odiaba más que a nada en este planeta. Lo
que no sabía era lo que sentía por Emma. Me sentía atraído por ella. Quería
desesperadamente devorar cada parte de ella como el fuego. Lo que no sé es si
eso era amor. Había sido mucho tiempo desde que sentí algo por alguien además
de odio.

Me acerqué a ella. Su espalda se enderezó mientras me estiraba para colocar


la palma de mi mano en su mejilla. Podía sentir el calor elevarse de su piel
delicada. Ella se apoyó en mi mano, cerrando sus ojos. Mía. Sabía exactamente lo
que tenía que decir para retenerla. Estaba escrito por toda su carita triste.

—Sé que te amo más. —Las palabras me asustaron mientras las decía, una
emoción que no anticipé. Sus ojos se abrieron de golpe y buscaron en mi rostro,
tratando de descubrir si me había escuchado correctamente—. Te amo. No estaba
seguro de que fuera posible que de nuevo alguien más me importara, pero no
puedo negar lo que siento por ti. —Un lobo exhibiéndose alrededor con ropa de
oveja, provocando a jugar al ciervo. Me incliné lo suficientemente cerca que podía
sentir su calor—. Respira —susurré. Lo hizo como le dije. Sus ojos siguieron
buscando en los míos y sin hablar—. ¿Qué más quieres saber? —Traté de esconder
la frialdad en mi voz.

—Creo que dijiste todo lo que necesitaba escuchar. —Sus palabras me


derritieron. Sonreí y la besé, desesperado por sentirla. Había una pasión nueva en
ella que yo quería. Quería todo lo que pudiera darme. Envolví ms dedos en su
cabello y tiré, sosteniéndola contra mi boca mientras dejaba que la otra se
deslizara por la curva de su columna vertebral. Su cuerpo se derritió contra el mío.
Ella se empujó contra mi pecho, sus manos subiendo a mi cuello. La dejé tocarme.
Ella necesitaba saber que yo estaba allí y que no iba a ir a ningún lugar—. Hazme
el amor —jadeó.

La levanté y la llevé a mi habitación. Todavía no podíamos ir al piso de


arriba. Era demasiado pronto. Tenía que volver a empezar con ella más lentamente.
Nos quitamos la ropa y las lanzamos a un lado.

—¿Estás segura que esto es lo que quieres? —No tenía que preguntar. Sabía
por la forma en que me besó, la mirada en sus ojos. Le pregunté por su beneficio.
Ella necesitaba sentir el control a pesar de que era una mentira.

—Sí, señor —gimió. La besé, necesitando probarla. Obteniendo lo que


quería, dándole lo que ella necesitaba.

—¿Qué quieres que te haga?

—Bésame… aquí. —Sus dedos se envolvieron en mi cabello y tiró,


guiándome hacia sus pechos. Arqueó su espalda, empujando en mi boca. Ella
estaba amando el control, el poder. ¿Cómo podría no gustarle? No había una
sensación más grande. Ni siquiera el amor. Tracé pequeños círculos sobre ella,
dejando deslizar a mis dientes en su pezón. Ella gimió en voz alta. El sonido vibró
en su pecho, contra mis labios.

—¿Dónde más? —jadeé, levantando la vista hacia su rostro, retorcido con


placer. Ella agarró mi cabello y me guio más abajo. Lamí mi camino hacia su
estómago, hundiendo mi lengua en su ombligo. Mantuve mis ojos en ella, viéndola
morder su labio y esforzándose por mantener el control.
—Por favor —suplicó mientras respiraba contra su sexo. Rogándome. Pura
perfección sumisa. El que ella tenga el control era una ilusión. La besé en el interior
del muslo. Su espalda arqueada de nuevo. Sonreí contra su piel. Lentamente, me
acerqué, deteniéndome un momento antes rozar mi lengua a través de su centro.
Ella empujó contra mí, casi perdiendo el control. Lamí una y otra vez mientras sus
caderas se movían con el ritmo de mi boca. Deslicé un dedo en su humedad
caliente mientras seguía. Ella cerró el puño en las sábanas, tratando de evitar
despegarse de la tierra. Deslicé otro e incrementé mi velocidad.

—Córrete para mí —ordené. Su cuerpo obedeció inmediatamente,


apretándose a mi alrededor. Ella gimió mientras rodeó sus caderas, follando a mis
dedos. A medida que su cuerpo empezó a calmarse me subí encima de ella,
empujando mi polla contra su entrada—. Me perteneces, Emma. —Se me quedó
mirando con las mejillas sonrojadas. Impulsé mis caderas así rozaría en sus
pliegues. Ella jadeó cuando la réplica de placer disparó a través de ella—. Dímelo
—empujé, deslizándome lentamente dentro de ella.

—Te pertenezco —respiró. Me empujé duro en ella, reclamando lo que era


mío. Mío.

—Chica buena. —Respiré en su oído, dejando mis dientes rozar el lóbulo de


su oreja. Sus manos hicieron un trazo por mi espalda, sus uñas raspando mi piel.
Me moví más rápido, más duro.

—Te amo. —Su voz era mi perdición. Mi cuerpo tembló y convulsionó


mientras ella se apretaba alrededor de mi polla. Me derramé dentro de ella, mi
Emma.

Me relajé contra ella, rozando el cabello de su piel besada por el sudor.


Nada más importaba. La tenía y no iba a dejar que nadie me la quitara.
26
Traducido por LizC

M
antuve mi posición encima de ella mientras escuchaba su
respiración tornarse más tranquila y lenta. Finalmente, se hizo más
pesada y sabía que ella se había dormido debajo de mí. La besé
suavemente en la frente y me deslicé fuera de la cama. Agarré mis pantalones y me
los puse, mirando hacia atrás en Emma, quien no se había movido.

Me acerqué a la cocina y me serví un vaso de bourbon antes de llamar a


Stephen.

—Tenemos un problema. —Arremoliné mi bebida en el vaso antes de


ingerirla de un trago, disfrutando del ardor.

Stephen suspiró pesadamente en mi oído.

—Está de vuelta. —No era una pregunta. Simplemente estaba pronunciado


su peor temor.

Me serví otro trago, asintiendo para mí.

—Está de vuelta. —Bebí de nuevo mientras mis ojos se quedaban fijos en la


puerta de la habitación, escuchando cualquier sonido proveniente de Emma.

—No puedes dejarla destruir todo lo que tengo. Todo lo que tienes. —Sabía
que tenía la atención del alcalde.

—Es por eso que llamé. —Acerqué la botella a mi boca.

—Estaré allí en diez minutos.

Oí la línea cortar. Arrojé mi teléfono en el mostrador y apoyé la cabeza en


mis manos. Emma gimió en su sueño. Me dirigí de vuelta a mi habitación y miré.
Ella seguía durmiendo pacíficamente a medida que mi mundo empezaba a
desmoronarse a mí alrededor. Suspiré y cerré la puerta del dormitorio lentamente.

Stephen llegó justo a tiempo. Lo dejé entrar y le di un gesto hacia la


habitación, de modo que supiera que debía hacer silencio. Le expliqué mi relación
con Emma y él me miró con desaprobación, pero no lo dijo.

—¿Por qué está de vuelta? ¿Es por dinero? ¿Va a decir algo? —Él estaba en
pánico. Podía simpatizar con él. Esa noche en nuestro hotel hace unos años atrás
colgaba fresca en mi mente.

A Abby siempre le ha encantado el poder que tenía sobre mí. Al menos, el


poder que ella pensaba que tenía sobre mí. A decir verdad nunca he sido alguien
de escuchar a los demás. Había conocido a Stephen en el décimo grado. Estaba
muy metido en la cocaína para adormecer el dolor, o la falta de sentimientos. Me la
pasaba en un parque a unas cuadras de mi casa, vendiendo algo de coca a un lado.
La miseria ama la compañía. Stephen estaba paseando a su perro un día cuando
este se soltó. Lo vi precipitarse a través del parque. Salté de la vieja mesa de picnic
de madera y lo perseguí. Pasamos juntos casi todos los días después de eso.
Compartí mis drogas y él me dio alguien con quien hablar. Para hablar realmente.

Cuando empecé a ver a Abby, él se puso celoso y distante ya que me la


pasaba todo mi tiempo libre con ella. Una noche, me llamó a altas horas, llorando
y balbuceando incoherentemente. Me preocupaba que se hubiera metido en
alguna cosa mala, así que le pedí a Abby que me llevara a un hotel en el que él y
yo a menudo nos quedábamos cuando nos íbamos de juerga.

—Espera en el auto. —La miré por un momento para asegurarme que lo


hiciera. Abby se vio aterrorizada, en parte se debió probablemente a las drogas.
Ella asintió y yo salí del auto y me dirigí a través del estacionamiento oscuro. Vi a
Stephen a medida que él salía de las sombras. Sus ropas estaban torcidas y estaba
al borde de una completa crisis.

—Amigo, ¿qué mierda está pasando? —le pregunté mientras él me miraba


con terror. Abrió la puerta y yo entré, escaneando el estacionamiento antes de
cerrar la puerta detrás de nosotros. Allí estaba. El comienzo de nuestro fin. En el
centro de la cama doble yacía una chica. Llevaba el cabello anudado y enredado.
Su piel lucía de un gris pálido—. ¿Qué carajo hiciste?

Apenas podía hablar. Tenía la boca muy seca. Corrí al lado de la chica y puse
mis dedos en su cuello. Al principio no sentí nada. Lo miré fijamente, los ojos de él
fijos en los míos.
—Mierda. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué es? —Él estaba perdiendo el control de sí
mismo.

—Creo que sentí algo. —Allí estaba, un pequeño retumbar sordo debajo de
las yemas de mis dedos—. Tiene que ir al hospital.

Su mano voló de su boca a través de su cabello. Salté de la cama hacia él,


apoyándolo contra la pared.

—¿Qué crees que va a decir? —Clavé mis ojos en él, esperando que
estuviera lo suficientemente sobrio como para escuchar—. ¿En dónde crees que
ella va a decir que estaba? ¿Con quién estaba?

Sabía que no había nada que la detuviera de implicar a Stephen. Él era débil
y no le llevaría nada de tiempo cantar mi nombre como un canario. Sus manos
cayeron a los costados cuando lo pensó. Se quedó mirando en la nada. Retrocedí,
apartándome de él lentamente y me volví hacia la cama. Le aparté el cabello del
rostro a la chica y tomé una almohada. Ella no luchó, no se movió en absoluto. La
sostuve allí sobre su boca y esperé. Desafortunadamente, ese fue el momento en
que Abby decidió a buscarnos. Se detuvo en la puerta, aterrada, y drogada. Su
cuerpo presionado firmemente contra la madera antes de deslizarse de vuelta a la
oscuridad. Asentí hacia Stephen y fui tras ella.

Cerré la brecha entre nosotros rápidamente. Cuando llegaba a su auto fui


capaz de agarrarla por la muñeca y girarla frente a mí. Su espalda estaba contra la
puerta mientras miraba mis ojos en estado de shock. Por primera vez no vio nada
devolviéndole la mirada. Yo estaba mucho más allá de lo que la cocaína podría
haberme drogado alguna vez. Estaba en control.

No fue fácil, pero fui capaz de convencerla de que yo podía ayudarla a


cambio de su silencio. Dejé pistas alrededor de modo que incluso los más
negligentes de los padres serían capaces de averiguar que llevaba una aventura
con mi maestra. Mi padre, predecible como siempre mordió el anzuelo. Ofreció a
Abby dos millones de dólares para no verme de nuevo. Ella lo aceptó sin dudarlo.
En realidad me había gustado Abby.

Ella mantuvo su palabra y nunca le dijo nada a nadie. Desapareció de mi


vida y Stephen y yo fuimos a la universidad. Finalmente a Abby se le acabó el
dinero y su adicción a la coca solo aumentó. Ella me encontró y pidió más. Era un
patético y triste desastre. No le daría más dinero. En su lugar, me ofrecí a cuidar de
ella si se quedaba conmigo.
Funcionó durante unos meses. Su hábito había disminuido hasta solo
drogarse una o dos veces a la semana. Finalmente pudimos conseguir dejar en el
pasado todo lo que había sucedido. Una noche ella se hizo una prueba de
embarazo y resultó positiva. Fuimos directamente a Las Vegas y nos casamos y ella
juró no tomar ninguna droga de nuevo.

Tres semanas más tarde la encontré en el baño, encajada entre el inodoro y


la bañera. Estaba fría y sudorosa y sus muslos estaban manchados de sangre.

No pudo resistirse a las drogas. Y yo no la había visto desde entonces. No


hasta hoy.

Miré a Stephen en su traje de chaqueta y su cabello perfectamente peinado.


Había dejado el pasado donde pertenece para convertirse en un alcalde muy
respetado.

—Quiere dos millones —le digo mientras nos sirvo a ambos una bebida.
Stephen la bebió rápidamente, jadeando mientras ardía en su garganta. Le hice
señas para que se una a mí en la sala de estar. Nos sentamos, mirándonos el uno al
otro durante unos minutos.

—Puedo ayudar, pero, Jesucristo… ¿dos millones? —Su rostro se contrae


mientras trata de llegar a un plan—. ¿Cómo podemos hacer que se vaya?

La puerta de la habitación chirrió y ambos nos dimos la vuelta para ver a


una Emma preocupada usando nada más que una camisa. Se dirigió hacia la sala
de estar, ajena a nuestra presencia. Me puse de pie y sus ojos se encontraron con
los míos, luego fueron a Stephen.

—Esta es Emma —digo, dando a Stephen una mirada dura. Emma tiró de su
camisa mientras se sonrojaba de un hermoso color rosa—. Emma, este es el alcalde
Locklin.

—Un placer —dijo Stephen, tratando de no mirarla fijamente.

—Voy a… —Su voz se apagó, con vergüenza. Ella se fue de nuevo a mi


dormitorio y cerró la puerta. Me volví a Stephen, mi expresión tornándose seria.

—Ella no puede saber —susurré. Stephen asintió. Sabía las consecuencias si


alguien se enteraba. La puerta se abrió de nuevo—. Emma —la llamé para que se
uniera a nosotros.
—Mierda —murmuró y se mordió el labio a medida que venía a mi lado.
Saqué su labio de sus labios con mi dedo pulgar.

—Siéntate. —Ella se sentó en el sofá.

—Emma. —El alcalde asintió hacia ella a modo de saludo.

—Alcalde Locklin —contestó ella, agachando la cabeza de modo que él no


viera su vergüenza.

—Por favor, llámame Stephen —respondió él y ella comenzó a relajarse.

—Stephen —repitió. Me senté a su lado y puse mi mano en su rodilla. Mía.

—Stephen es un viejo amigo mío de la universidad. También me debe un


favor, lo cual lo hace digno de confianza. —Le sonreí a ella, tratando de hacerla
sentir más cómoda.

—Bueno, ¿cómo propones deshacernos de tu ex esposa? —preguntó


Stephen casualmente, sin tener cuidado de sus palabras. Le lancé una mirada de
advertencia cuando sentí a Emma deslizarse a un lado junto a mí—. ¿Qué carajo?
—gritó Stephen en estado de pánico.

Sacudí a Emma, orando que se despertara.

—¡Emma! —La sacudí. Ella se tensó pero no abrió los ojos—. ¡Busca un poco
de agua! —le grité a Stephen. Él corrió a la cocina y llenó un vaso, volviendo con él
hasta mí. Eché un poco de agua en su cara y sus ojos empezaron a revolotear.

—¿Qué pasó? —preguntó ella, mirando a su alrededor, confundida.

—¿Eres narcoléptica? —preguntó Stephen, viéndose realmente asustado.

—No —respondió ella, tirando de su camisa. Puse mi mano sobre su


hombro para calmarla.

—No nos referíamos a deshacernos de ella de ese modo. —Tuve que


contener la risa. Era exactamente lo que queríamos decir—. Solo tenemos que
encontrar la manera de hacer que no vuelva una y otra vez, una vez que se le haya
pagado. —Froté su rodilla, tratando de asegurar que ella me creyera.

Miró a Stephen.
—Claro, bueno, necesitamos negociar los términos y hacer que tu abogado
hable con ella. ¿Estás seguro que esto se trata de dinero y no de alguna clase de
venganza? —preguntó, sus ojos fulminándome.

—No, no. Ella fue la que me rompió el corazón, ¿recuerdas? —Lo miré
furioso. Él estaba diciendo demasiado.

—Sí, lo sé. Solo necesitaba asegurarme que no hubiera nada más que
pudiera surgir después. —Se puso de pie y yo me levanté del sofá—. Debería ser
un arreglo bastante sencillo. ¿Estás seguro que quieres pagarle? Siempre puedes
dejarla decir lo que quiera. No es como si necesitaras el trabajo de profesor.

Me pasé las manos por el cabello y asentí. Sabía que él estaba realmente
preguntando si yo pensaba que ella iba a llegar hasta el final. Si ella soltaría todo.

—Sabes que no puedo dejar que esto se haga público. Nunca escucharía el
final de esto por parte de mi padre.

—Te ayudaré en todo lo que pueda. Te debo demasiado —respondió


Stephen, tendiendo la mano. Las estrechamos y el alcalde hizo un gesto a Emma
cortésmente antes de salir. Lo seguí y cerré la puerta.

—¡Podías haberme advertido que tenías compañía! —Ella me golpeó


juguetonamente en el brazo.

—Podías haberme advertido que te desmayabas con tanta facilidad. De


haber sucedido en el dormitorio, habría pensado que te maté. —Mi mente regresó
al hotel.

—Lo siento. —Ella miró hacia abajo a sus pies. Me acerqué, llevándola a mis
brazos y apretándola con fuerza—. ¿Puedo preguntarte algo?

Tomé una respiración profunda, mis brazos tensándose.

—Pregunta.

—¿Qué hiciste por el alcalde para que sienta que te debe? —Levantó la vista
y me miró.

—Si no fuese por mí, nunca habría conseguido pasar la universidad. Fui su
tutor, lo ayudé a mantener el rumbo. —Le sonreí y la apreté más cerca.

—Y yo aquí pensando que lo ayudaste a enterrar a una prostituta o algo así


—bromeó ella. Me reí y permanecí sobre ella.
—No, las prostitutas muertas no comenzaron a apilarse hasta después de
que él se convirtió en alcalde.

Se mordió el labio y me dio una palmada juguetona en el pecho.

—¿De dónde vas a sacar la cantidad de dinero que está pidiendo con el
sueldo de un profesor? —preguntó ella. La solté y pasé las manos por mi cabello.
Ella estaba haciendo demasiadas preguntas.

—Mi padre. De hecho, él es la razón por la que ella y yo no duramos en


primer lugar. —Negué con la cabeza—. Abby comenzó a darme clases privadas en
mi último año. Yo era más de salir con mis amigos y meterme en problemas. No
tomaba mis calificaciones en serio. Una noche, una cosa llevó a la otra. Te ahorraré
los detalles, pero mi padre se enteró de que nos estábamos viendo. Fue a Abby y le
ofreció dinero para permanecer lejos de mí. —Me quedo mirando fijamente a la
pared—. Ella lo tomó y nunca miró hacia atrás. Para colmo de males, empezó
haciendo alarde de un tipo nuevo en la ciudad. Dondequiera que fuera los veía
juntos. No fue hasta la universidad cuando ella me llamó y me rogó que fuera a
verla. Salimos durante unos meses. —Miré hacia el suelo—. Corrimos a Las Vegas
en un capricho y nos casamos. Todo era perfecto otra vez hasta que me enteré de
que mi padre le había pagado. Me rogó que me quedara con ella, pero no pude.
Ahora quiere hacer mi vida miserable. —La miré a los ojos para medir su reacción.

—Lo siento mucho. —Ella dio un paso más cerca, pero puse mi mano en
alto para detenerla.

—No quiero que me tengan lástima, Emma. Eso fue hace mucho tiempo
atrás. Solo quiero a esa perra fuera de mi vida de una vez por todas.

—Entonces, si tu padre es rico, ¿por qué estás trabajando como profesor?

—No lo sé. Hice de tutor durante la universidad y realmente lo disfruté.


Había algo realmente gratificante al ver esa expresión en el rostro de alguien
cuando entiende algo nuevo. —Sonreí—. Además, me gusta estar en control, pero
estoy seguro que ya te has dado cuenta de eso. No quiero volver a salir lastimado
así nunca más. —Paso mis dedos a lo largo de su mandíbula y le doy una palmada
juguetona en su trasero con la otra mano.

—¡Ay! —Ella saltó y empujé su cuerpo contra el mío.

—Creo que he respondido suficientes preguntas por hoy. —Corrí mi pulgar


por su labio inferior.
Pasamos las próximas horas en la cama juntos.

—Ve a tomar un largo baño agradable. Voy a prepararnos algo de comer. —


Le di un beso rápido en la frente y me dirigí a la cocina para preparar algo de
comer.

—¡Eso huele delicioso! —dijo mientras se sentaba en la isla de la cocina y


retorcía su cabello mojado en un moño.

—Gracias. —Coloqué un plato delante de ella. Ravioli de queso en salsa de


hongos. Uno de mis platos favoritos. La observé limpiar su plato, aunque apenas
puedo soportar comer un bocado.

—¿No tienes hambre? —preguntó, sacándome de mis pensamientos.

—Solo estaba pensando en cómo el dinero cambia a las personas. —


Mentira. El dinero no cambia a las personas. O eres bueno o eres malo, generoso o
codicioso, dominante o sumiso. Sus cejas se fruncen mientras ella piensa en ello.

—No te haría eso. No soy ese tipo de persona. No soy ella —dijo, poniendo
su mano sobre la mía. Ella pensaba que yo estaba hablando de Abby. Entrelacé mis
dedos con los suyos y le di un apretón. Después de un momento, ella soltó mi
mano y se fue al dormitorio. Volvió a aparecer con su teléfono celular presionado a
su oído.
27
Traducido por Vanehz

-¿T
ía Judy? No voy a estar en casa esta noche.

Me sonrió. Terminó la llamada y bajó el teléfono, levantando


una ceja hacia mí. Se giró y caminó hacia el elevador. Entró y
desapareció tras las puertas.

Me levanté de mi banca y llevé los platos al lavabo. Agarré el bourbon y


tomé serví una rápida bebida mientras pensaba en Emma sola, escaleras arriba.
Sonreí y vacié mi copa, bajándola otra vez sobre el mostrador. Caminé hacia el
elevador. Mi pulso empezando a acelerarse a medida que me acercaba. Las puertas
se abrieron y me di un minuto para que mis ojos se ajustaran. Entonces la ve.
Desplegada sobre la mesa y esperando por mí. La perfección. Empecé a
desabrochar mi cinturón y bebí en su belleza.

—Ciertamente sabes cómo hacerme sentir mejor —dije, mientras deslizaba


mis pantalones sobre mis caderas. Pasé la siguiente hora torturando y probándola
hasta que quería gritar.

—Dilo —susurré en su oído mientras me cernía sobre ella. Tiró contra las
restricciones—. ¡Dilo! —ordené.

—Te amo —gimió.

Me introduje en ella y gritó ante el repentino dolor. No desaceleré.


Necesitaba esto y ella estaba deseosa de dármelo.

—Te amo —susurré en su oído. Su cuerpo pulsaba y se apretaba a mi


alrededor. Me introduje en ella otra vez. Otra vez. Terminé cayendo lánguidamente
encima de ella. Tracé besos sobre su rostro mientras desataba sus muñecas. Una
vez libre, sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello y sostuve mi boca
contra la suya.
Mi teléfono sonó en la oscuridad. Sus brazos me apretaron más fuerte.

—Tengo que responder. Puede ser mi abogado.

Sus brazos se relajaron y fui capaz de levantarme. Respondí al teléfono


mientras la veía liberar sus tobillos.

Mi abogado divagó en mi oído acerca de los beneficios. La vi deslizarse en


sus ropas. Era simplemente demasiado excitante cuando se las quitaba. Puse mi
mano en la parte pequeña de su espalda y la conduje al elevador.

—Me importa una mierda el dinero. La quiero fuera de mi vida.

Pasé mis manos a través de mi cabello.

—Si el dinero no la mantiene lejos, encontraré una solución más


permanente. —Salimos del elevador y Emma se dirigió al baño. Suspiré, aliviado
por tener algo de privacidad.

—No hay nada que le impida regresar por más. No puedo ayudarte si no me
dices qué está pasando. —El señor Daniels estaba rogándome. Rechiné mis
dientes.

—¿Para qué carajo te pago?

Gruñí y tiré el teléfono sobre el sofá. Me hundí, descansando mi cabeza en


mis manos.

No oí a Emma acercándose. Sentí el sofá hundirse a mi lado y su mano


frotando mi espalda. Me enderecé y agarré su muñeca.

—No —siseé. Ella me miró como si la hubiera apuñalado en el corazón. Ella


se echó hacia atrás y se deslizó por el sofá.

—Está bien —susurró—. Hay muchas cosas en tu mente.

Sacudí mi cabeza. Estaba alejando a la única persona que quería proteger.

—Sé que no es justo para ti y lo estoy intentando, pero es difícil para mí


estar cerca de la gente —expliqué. Tampoco era seguro para mí acercarme a la
gente. No para ellos de cualquier forma.

—Estoy aquí, sin importar el tiempo que haga falta. No voy a ninguna parte.
—La miré a los ojos y asentí—. Así que, ¿qué te dijo tu abogado?
Su rostro triste con preocupación.

—Él no cree que deba pagarle. Piensa que debería renunciar a mi trabajo.

Alejé la mirada, preguntándome si podría cambiar las cosas ¿Podría?

—¿Qué quieres hacer?

Se inclinó más cerca pero aún mantenía una razonable distancia entre
nosotros.

—No sé. No quiero darle ni un jodido centavo más, pero no quiero dejar mi
trabajo. Ella gana de cualquier manera.

Lancé mis manos al aire. Debí haber dejado que se pudriera en aquel piso
de baño. Hubiera muerto pronto de no ser porque creí que el bebé podía ser
salvado.

Sabía qué debía hacer pero no estaba seguro de poder encararla y no poner
mis manos sobre ella. Agarré mi teléfono y paseé por el piso mientras llamaba.

—Te conseguiré el jodido dinero, pero si alguna vez vuelvo a ver tu cara, o si
te acercas a Emma voy a matarte. —Quería decir cada palabra.

—Vas… yo… tú… no lo dices en serio.

Estaba al borde de las lágrimas. Si iba a hacerla llorar quería hacerlo en


persona para poder ver. Colgué el teléfono y me dirigí a mi habitación para
recoger mis zapatos y mi chaqueta. Iba a ponerle fin a esto ahora.

—¿A dónde vamos?

Al infierno, fue lo primero que cruzó mi mente. Emma estaba fuera del sofá
y caminando hacia mí.

—Tú te quedas aquí. —No estaba de humor para debatir. Acuné su rostro
en mis manos y traté de suavizar mi expresión—. Voy a ir a pagarle a Abby y a
sacarla de nuestras vidas.

La besé suavemente en la frente, sosteniéndola un segundo extra solo en


caso de que fuera la última vez. Quería matar a Abby. Quería asegurarme de que
nunca fuera un problema otra vez.

—¿Has pensado ya dónde iremos después de la graduación? —pregunté,


tratando de dirigir sus pensamientos a otra parte. Ella pareció confundida—. ¿Qué?
—¿Todavía quieres ir?

Debió haber asumido que solo se lo pedí a causa de la nota. No tenía idea
del otro esqueleto en mi armario.

—Por supuesto. ¿Por qué no habría de hacerlo? Solo elige algún lugar
cálido. Te quiero desnuda tanto como sea posible. —Sonreí traviesamente y me
giré para irme—. No le abras la puerta a nadie —le advertí y cerré con llave.

Sabía que no podría matar a Abby, al menos no ahora. Habría dejado una
pista, empezando con mi abogado que se dirigía a mi puerta delantera. Yo habría
usado un aproximamiento diferente.

Llamé a Stephen y le dije que me alcanzara. Moví el auto de Emma a la


esquina mientras esperaba, solo en caso de que alguien se detuviera por allí.
Llegué momentos después y caminamos por la avenida. Grupos se formaban,
esperando para entrar en los clubes. Donde había fiesteros, había drogas. Aparqué
y caminé hacia dos jóvenes vagando en la esquina de una tienda de licores.

—¿Oigan, les queda? —pregunté con un asentimiento. Uno de los chicos


caminó detrás de mí, buscando a alguien que pudiera estar lo suficientemente
cerca para oír. Regresó y asintió a su compañero.

—Sí, hombre. ¿Cuál necesitas?

Sequé mi nariz para hacerlo más creíble. Había hecho esto muchas veces en
el pasado y sabía cómo jugar el juego.

—Engánchame una bola ocho.

Hicimos nuestro intercambio y lo metí en mi bolsillo rápidamente y me


dirigí al auto de Stephen.

—¿Qué demonios? ¿Qué estás haciendo?

Estaba aterrado. No esperaba algo diferente de Stephen. Era yo el que


siempre cuidaba de ambos.

—Voy a matarla con benevolencia —dije, dándole una mirada dura.

Partimos y no dijo otra palabra. Le envié un mensaje de texto a Abby y


conseguí la ubicación del encuentro. Sabía que sería un hotel ya que ella aún vivía
en California. Cuan conveniente. Su mensaje de regreso decía que estaba en el
Motel Seaside. Estaba solo a algunas calles. Había estado allí una vez o dos, antes.
Aparcamos en el estacionamiento mientras mi teléfono sonaba.

Era Emma.

—¿Qué pasa? —pregunté, mirando por encima a Stephen, quien pretendía


estar distraído con algo fuera del auto.

—¡Angela está aquí! —susurró con pánico.

Mierda. Probablemente vio mi auto escaleras abajo y pensaba que la estaba


evitando.

—¿Tu auto está abajo? ¿Cómo tú…?

—Stephen me recogió. Él quería ir conmigo para el intercambio de dinero.


Solo quédate en el interior y en silencio. Ella se irá pronto.

Esperaba que no me cuestionara más. Stephen y yo estábamos en este lío


juntos y no terminaría de esa forma.

—Está bien. ¿Y qué hay de mi auto? —Podía oír a alguien tocando la puerta
en el fondo.

—Lo moví antes de irme. Está estacionado al otro lado del edificio. Emma,
lamento todo esto.

Esperé por una respuesta, apretando mi mandíbula.

—No te preocupes —dijo, y después de un momento, la línea murió.


Stephen me miró por la confirmación de que íbamos a seguir con esto. Asentí y
salí del auto.

Entré por una de las puertas laterales y me dirigí a la habitación 213. Abby
respondió, apoyándose coquetamente contra la puerta, llevando una falda corta y
un top blanco apretado. Sin sujetador. La miré de arriba abajo y ella me sonrió
antes de sostener la puerta abierta de par en par para qué entrara.

—Te he extrañado —ronroneó. Podía decir que había estado bebiendo. No


me giré o respondí. Se acercó por detrás de mí y deslizó su mano a mi alrededor,
bajándola por mi estómago.

—¿Me trajiste algo?

Sabía que estaba ansiosa de poner sus manos sobre el dinero. No traje
nada.
—Por supuesto que lo hice.

Me giré lentamente y saqué la coca de mi bolsillo.

—Por los viejos tiempos.

Sonrió. Levantó sus manos para negarse, pero mordió su labio y sabía que
no tomaría mucho persuadirla.

—Vamos, Abby.

Caminé más cerca.

—Si más no recuerdo, tú y yo tuvimos muy buenos momentos.

Sonrió y apartó el cabello de su rostro.

—¿Solo una probada? —pregunté, levantando una ceja. Ella rio y asintió con
la cabeza.

—Buena chica.

Hice mi camino al vestidor y empecé a cortar líneas. Abby puso algo de


música baja y nos estaba sirviendo una bebida. Tomé mi copa y saqué un billete de
cien dólares de mi billetera. Lo enrollé entre mis dedos y se lo entregué.

—Las damas primero.

Rio y lamió sus labios, mirando en mis ojos. Sonreí de vuelta y acerqué más
el billete a ella.

Lo tomó, como un niño excitado en Navidad. Sabía que una vez que lograra
que empezara, no sería capaz de parar. Ella miró de vuelta a mí una última vez,
antes de desaparecer la línea tras ella. Se sentó, tocando su nariz con la punta de
los dedos mientras sus ojos revoloteaban.

—Gracias —dijo, mientras me pasaba el billete.

—No hay nada que no haría.

Sonreí. Ella no tenía idea. Tomé el billete de su mano. Había cometido al


menos nueve crímenes ya, hoy. Uno más no cambiaría nada. Mis pensamientos
destellaron en Emma. La vi sonriendo, mordiendo su labio. Cerré mis ojos y me
incliné, esnifando mi línea rápidamente.
—¡Sí! —Abby envolvió sus brazos alrededor de mi cuello desde atrás—
.Había extrañado esto. Nos había extrañado.

No dije nada. Sostuve el billete sobre mi espalda para ella. Lo tomó sin
vacilación. Su siguiente línea se había ido en un instante mientras me hacía otro
trago.

—Tu turno.

Sostuve mi bebida para señalar que ya estaba en medio de mi propia fiesta.


Ella hizo pucheros, sacando su labio inferior como una niña.

—Un vicio a la vez.

Bromeé y bebí de mi vaso.

—Sírvete.

Se encogió de hombros e hizo el siguiente para mí. Mientras se paraba,


tambaleó hacia atrás, apenas atrapándose antes de caer. La tenía donde la
necesitaba.

—Me tengo que ir —dije, revisando mi reloj.

—Oh… no puedes dejarme aquí toda sola.

Sonaba desesperada. Patética. Cruzó la habitación, sacudiendo sus caderas y


haciendo su mayor esfuerzo para lucir sexy.

—La diversión está solo comenzando.

Sus brazos se envolvieron en mi cintura.

—Te lo compensaré. Ordenaré servicio de habitación. Cualquier cosa que


quieras.

Un testigo para verte viva y sola. Sonrió ampliamente, incapaz de negarse a


algo gratis. La guie al teléfono y marqué por ella, pero le dejé hacer la orden. Sabía
que nada le pasaría esta noche, pero era importante cubrir todas las bases. Esperé
hasta que colgó antes de dejar algo de dinero en su vestidor, junto al resto de
cocaína.

—¿No estás olvidando algo? —llamó tras de mí.

Me giré para ver sus dedos deslizarse sobre su pecho.


—Tomará algunos días juntar el dinero. No esperarás que cargue dos
millones de dólares en mi bolsillo ¿No?

Mordió su labio, luchando por enfocarse.

—Entonces. ¿Te veré otra vez? —preguntó, pasando su mano a través de su


cabello.

—Lo que sea que tome.

Sonreí y me fui rápidamente, sabiendo que no sería capaz de resistirse a las


drogas. Además dejé suficiente dinero extra para conseguir más, si sobrevivía a
esta noche.

Hice mi camino al auto de Stephen.

—¿Bien? —preguntó, sonando más en pánico que antes.

—Me ocupé de ello —dije, mientras conducíamos en el tráfico. Lucía como


si hubiera visto un fantasma.

—Tú no… —su voz falló, incapaz de decir las palabras.

—Está viva… por ahora —dije. No preguntó nada más, solo me llevó a casa.
28
Traducido por Vanehz

E
ncontré a Emma agazapada en el sofá. Deslicé mis brazos bajo ella y la
levanté del sofá para llevarla a la cama. Se estiró y bostezó.

—Shh… —susurré.

—¿Qué hora es? —preguntó, mirando alrededor.

—Pasadas las tres de la mañana.

La bajé en el centro de mi cama.

—¿Cómo fue todo? —Tiró las mantas sobre ella mientras me miraba
quitarme la ropa. Pensé cómo responder.

—Tiene el dinero. Todo está controlado.

Así era. Con el dinero que le di, Abby podía dar combustible a su adicción.
Me deslicé en la cama tras Emma, presionando mi cuerpo contra el suyo. Se relajó
contra mí y derivó en el sueño momentos más tarde. No fui tan afortunado. Me
quedé despierto por otra hora o así, trazando la línea del hueso de su cadera
mientras me preocupaba qué pasaría a continuación. Cuando me dormí, tuve
horribles pesadillas de una vida sin Emma. Ella descubriendo mis secretos y nunca
queriendo estar cerca de mí otra vez.

Temprano en la mañana, desperté con el sonido de mi teléfono vibrando


contra la madera de la mesita de noche. Me deslicé fuera de los cobertores y me
puse mis jeans. Agarré el teléfono y fui a la cocina para hacerme algo de café.

—¿Sí? —pregunté, frotando mis ojos por el sueño.

—Estoy preocupado de que este plan tuyo falle.


Stephen estaba en pánico y su voz sonaba como si hubiera dormido peor de
lo que yo lo hice, sin la coca para hacer sus pensamientos correr.

—Funcionará —dije, en voz baja mientras Emma giraba en la esquina. Puse


mi dedo en sus labios para mantenerla en silencio. Ella sonrió y fue a la alacena
para conseguir una tasa para su café de la mañana.

—¿Y si no lo hace?

Estaba suplicándome como un niño para que le diga que todo iba a estar
bien. Ese monstruo en su closet no era real, pero yo era el monstruo.

—Tienes mi palabra de que será resuelto —le aseguré. Emma alcanzó el


azúcar que descansaba en el mostrador frente a mí. Lo alejé fuera de su alcance y
le di una sonrisa diabólica. Me hizo una mueca. Se estiró otra vez y otra vez lo alejé.
Levantó su cuerpo de modo que sus pies dejaron el sueño y se estiró otra vez.
Cerré la brecha entre nosotros, presionándome contra su espalda—. Te llamo
después —dije a Stephen y colgué. Bajé el teléfono y deslicé mis dedos por sus
costados, agarrando sus caderas y tirando de ella hacia mí.

Sus dedos agarraron el borde del mostrador. Lentamente metí mis dedos en
sus bragas y las bajé. Me incliné sobre ella y susurré en su oído.

—No te sueltes.

Presioné contra su entrada, lentamente dejándome deslizar dentro de ella.


Me moví lentamente contra ella. Aferrando los huesos de sus caderas. Gimió en voz
baja.

—¿Te gusta cuando te follo lento y suave? —pregunté, diciendo las palabras
a la par con mis empujes.

—Sí, señor —gimió y su espalda se arqueó, permitiéndome ir más profundo.


Lo hice—. Ahh… —exhaló. Deslicé mi mano hacia arriba por la longitud de su
columna y enredé mis dedos en su cabello, tirando hacia atrás suavemente.
Empecé a moverme más rápido, llenándola completamente—. Te sientes tan bien
dentro de mí.

Sus palabras ardían. Mi chica buena rogaba ser follada. Sus paredes se
apretaban a mi alrededor, enviándonos a ambos sobre el borde del éxtasis.
Continué meciendo mis caderas hasta que el último estremecimiento de placer
rasgó a través de su cuerpo. Solté su cabello y descansó su cabeza sobre el
mostrador, exhausta. Retrocedí y admiré la hermosa vista. Traje mi mano hacia
abajo por su espalda. Gritó y arqueó su espalda. Rápidamente hundí mis dedos
entre sus piernas y froté ligeramente sobre su humedad. No había acabado con
ella aún. Volví a apoyarme sobre ella y gentilmente mordí el lóbulo de su oreja.

—Mmmm…

El sonido de deseo escapando de sus labios.

—Esto —dejé un dedo deslizarse dentro de ella y retrocedí—, me pertenece.


—La froté lentamente en pequeños círculos, una y otra vez.

—Sí. —Sus dedos se mantuvieron apretados en el borde del mostrador.

—Dilo. —Dejé mi dedo deslizarse de vuelta en su interior. Empujó hacia


atrás contra mí, ansiosa de más.

—Te pertenece —gimió.

Reí ante su repentina timidez.

—Tu coño me pertenece. —Deslicé un segundo dedo dentro de ella—. Dilo


—susurré en su oído.

—Mi coño te pertenece.

Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Sonreí y deslicé mi otra mano


alrededor de su cintura. La froté por delante con una mano mientras la follaba con
mis dedos por detrás con la otra mano. Se apretó alrededor de mí, jalándolos más
profundo mientras jadeaba, desmoronándose otra vez.

Agarré sus caderas separándolas del mostrador. Se inclinó contra él,


soportándose a sí misma. Deslicé su taza de café por encima de ella.

—El azúcar está en el mostrador. —Sonreí y fui a mi habitación para


vestirme para el día.

La mañana pasó sin contratiempos. Angela no se había mostrado a trabajar


hoy y muy poca gente hablaba sobre el accidente de Jeff. Cuando llegó la hora de
la clase de Emma, sentí como si el mundo ya no peleara contra nosotros. La miré
entrar en mi aula como un ángel que acabara de salir de las puertas del cielo. Mi
cielo. Me mezclé con los alumnos, respondiendo preguntas sobre la graduación
por unos minutos, pero mis pensamientos nunca la dejaron. La miré en cualquier
momento posible, incluso tomándome un momento para oler su dulce esencia en
mis dedos. Un golpe vino a la puerta e inmediatamente miré a Emma. Fue
golpeada por el pánico. Pasé mis manos a través de mi cabello, preguntándome
qué terminaría mi hermosa fantasía. ¿El accidente de mi pasado, el choque de Jeff?
¿Angela, Abby?

Caminé hacia la puerta y me hice a un lado, viniendo a toparme con Angela.


Era el menor de todos mis males.

—¿Qué? —pregunté mientras pasaba mis manos a través de mi cabello otra


vez.

—¿Puedo quedarme contigo? ¿Por unos días? —preguntó, metiendo su


cabello nerviosamente tras su oreja.

—Quédate con tu esposo.

No estaba de humor para esto.

—William… —su voz falló y no dijo nada más.

—Ni siquiera vengas a mi casa otra vez. No eres bienvenida allí.

Le advertí y regresé a mi aula. Continué mi lectura donde la había dejado,


no dejando que mi mirada cayera sobre Emma por mucho tiempo.

No se quedó después de clases. Hubiera querido que lo hiciera pero sería


estúpido arriesgar lo que teníamos cuando estaba tan cerca de ser capaz de estar
con ella para siempre. Pasé a través de las últimas entumecedoras clases sin un
inconveniente.

Cuando el día finalmente llegó a su fin, no podía esperar para estar cerca de
ella, por tocarla. Fui a mi auto y escaneé el estacionamiento. Estaba justo
deslizándose en su asiento. Saqué mi teléfono y le envié un rápido mensaje.

«¿A dónde te diriges?»

Entré en mi auto y esperé.

«Casa».

«¿La mía?»

«Mi tía va a empezar a hacer preguntas si no me aparezco de vez en


cuando».
Mientras mis ojos bailaban sobre sus palabras, Angela hizo su camino al
lado de mi auto. Apreté mi mandíbula, debatiéndome entre si llevarla arriba en
querer quedarse conmigo, solo para poder deshacerme de ella.

—Esto está empezando a bordear el acoso —dije, medio en broma.

—William, no trato de causarte ningún problema. Necesito ayuda. Ya no


puedo quedarme con mi esposo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Miré a Ema conducir sin mirarme. Mi


corazón se hundió. Había tenido suficiente de Angela molestándola.

—Ese no es mi problema.

Apreté mi mandíbula, tragándome las cosas que realmente quería decirle.


Una lágrima escapó de su ojo y su mandíbula tembló.

—Por favor, si nunca te importé para nada…

Rogaba. La fulminé con la mirada y su boca se cerró de golpe. Dio un


silencioso paso hacia atrás de mi auto y lo puse en marcha. La dejé parada sola en
el lugar. Le envié un mensaje de texto a Emma, para asegurarme de que no se
hubiera hecho una idea equivocada.

«Angela no significa nada para mí. Lo sabes ¿cierto?»

«Emma, por favor, respóndeme».

«Maldición, respóndeme».

No respondió. Hubiera estado alegre de escucharla gritarme y gritarme a


que me ignorara completamente. Todo pareció colisionar junto a la vez. Tenía que
verla, hacerlo correcto. Conduje hasta su casa, estacionándome en el camino fuera
del lugar.

Hice mi camino hacia la parte trasera de la casa así podría colarme en la


ventana de su habitación, pero ahí estaba ella, bronceándose al sol.

—Vas a quemar ese lindo trasero pequeño tuyo —dije, tomando la vista de
ella descansando sobre su estómago, pequeños retazos de tela cubriendo la mayor
parte de sus partes privadas. Mía. Saltó ante el sonido de mi voz y se volteó sobre
su espalda.

—¿Qué estás haciendo aquí?


No trató de ocultar la irritación de su voz.

—No respondiste. Me preocupé.

Puso sus ojos en blanco. Me puso los jodidos ojos en blanco.

—Tú no me respondiste más temprano y no me ves actuando como una


acosadora —siseó con enojo. Sentí como si sus palabras fueran una bofetada en el
rostro.

¿Un jodido acosador? ¿Era eso lo que era para ella?

—¿Estás enojada conmigo? —pregunté, hundiéndome sobre mis rodillas.


Necesitaba hacer lo correcto—. Ella no significaba nada para mí. Está tratando de
lidiar con sus propios sentimientos. No quiere quedarse con su esposo.

—No me importan sus problemas maritales. Ella atrajo eso sobre sí misma
—disparó en respuesta. Tragué duro. Estaba celosa.

—Muy bien.

—No estoy enojada contigo pero tienes que entender que todo esto es
demasiado nuevo para mí. No estoy exactamente segura de qué estamos haciendo
aquí, pero sé que verte con Angela me asustó —explicó.

No quería perderme. Me incliné más cerca, pasando mi mano sobre su lado


y sobre la parte pequeña de su espalda. Necesitaba tocarla, sentir que era real. Que
aún estaba conmigo.

—No tienes nada de qué preocuparte. —Busqué sus ojos para que
entendiera—. Nunca te heriré, Emma. Lo prometo. No volveré a hablar con ella si
eso es lo que quieres.

Estaba sobre mis rodillas rogándole que se quedara conmigo.

—No, confío en ti. Lo siento, solo me puse un poco celosa al verlos juntos.
—Exhaló. Presioné mis labios contra los de ella, dejando mi mano envolverse en su
cabello. Me envolví alrededor de ella con fuerza y apreté, queriendo no dejarla ir
nunca.

—Pensé que ibas a dejarme —confesé. En ese momento me di cuenta de lo


que ella significaba para mí. Nunca podría, estaría sin ella.

—No voy a ninguna parte, William. —Se apartó para mirarme a los ojos—.
Te amo.
La besé otra vez, queriendo beber sus palabras.

—Te amo demasiado, Emma.

Oí un ruido dentro de la casa. Ambos miramos en esa dirección.

—¡Vete! Te llamo después —dijo, besándome rápidamente. Me fui, no


queriendo arriesgarme a ser atrapado.

Caminé hacia mi auto y me senté por unos minutos, pasando mis manos a
través de su cabello. Esta chica iba a volverme jodidamente loco. No podía tener
suficiente de ella. La deseaba más de lo que necesitaba el aire que respiro. Mi
teléfono se iluminó y vibró en el asiento junto a mí.

«Mi tía se fue por la noche».

Sonreí, y salí del auto, mirando alrededor para asegurarme de que nadie me
viera. Caminé a su puerta delantera y me deslicé dentro. Podía oír el agua
corriendo de la ducha en el pasillo. Hice mi camino hasta la puerta. Agarré la
cortina de la ducha y lentamente la retiré, revelando la espalda de Emma,
goteando con agua. Inmediatamente me puse duro.

—Eres tan hermosa… —dije, mientras frotaba una mano sobre la parte
delantera de mis jeans. Sonrió sobre su hombro.

—¿Crees que podrías lavar mi espalda por mí? —preguntó, mordiendo su


labio.

Sonreí y empecé a quitarme mi ropa. Entré tras ella, presionando mi


longitud contra ella. Me estiré y tomé la esponja de baño de ella y lentamente la
deslicé hacia abajo por su cuello. Su cabeza cayó a un lado y pasé la esponja hacia
abajo sobre sus hombros, haciendo círculos hacia abajo por su pecho y sobre sus
pechos. Jadeó un rasgado aliento, causando que me moviera contra su trasero. Lo
deslicé más abajo, por su vientre y entre sus piernas. Ella gimió, poniendo sus
manos sobre la pared en frente para sostenerse.

—Separa las piernas —ordené.

Deslicé la esponja contra ella, asegurándome de que mis dedos se rozaran


contra ella. Jadeó, empujando hacia atrás contra mi mano. Pasé la esponja hacia
abajo por la longitud de sus piernas y me aseguré de enjabonar cada parte de su
cuerpo. Regresó el favor enjabonando mi cuerpo también. Sus manos deslizándose
sobre mi pecho y sobre los músculos de mi estómago. Trazó la forma en V de
músculos que conducía hacia abajo a mi miembro. La miré mientras sus ojos me
devolvían la mirada, lavándome hasta limpiarme.

Nos enjuagamos y salimos. Esperé que Emma me alcanzara una toalla


mientras miraba mi propio reflejo en el espejo. No reconocía a la persona en que
me convertía pero no la odiaba tampoco. Empezamos a secarnos y mi mirada
cambió a ella.

—¿Qué? —preguntó, sus mejillas de una encantadora tonalidad rosa.

—Eres hermosa —dije, envolviendo mi toalla alrededor de mis caderas. Me


estiré y tomé la de ella. Empecé lentamente a secar las gotitas de agua que corrían
por su piel. Sonrió y cerró los ojos, confiando en mí completamente. Terminé
pasándola por su cabello—. Perfecta —exhalé. La besé en la mejilla y envolví la
toalla alrededor de ella, metiéndola hacia adentro—. ¿Has pensado sobre a dónde
quieres ir después de la graduación?

Quería arrastrarla de este lugar.

—Bueno… —Caminó pasándome hacia su habitación—. ¿Estaba pensando


en tal vez las Carolinas?

Dejó caer su toalla y agarró un par de bragas de su cajón.

—Estaba pensando fuera de los Estados.

La observé deslizar la prenda interior hacia arriba por sus piernas.

—No sé si eso sea una buena idea.

Me dio una mirada de reojo. Esa no era la respuesta que había anticipado.

—De acuerdo. ¿Qué tal la costa este? —pregunté, deslizando mi mano por
su estómago desde atrás, trazando besos por su hombro.

—Eso suena bien.

Echó su cabeza hacia atrás y besé su cuello mientras su mano buscaba tras
ella. Envolvió sus dedos en mi cabello, tirando gentilmente. Dejé mi mano correr
más abajo, metiendo un dedo bajo la cinturilla de sus bragas.

—¿William? —Se giró para mirarme—. ¿Confías en mí?

Era una pregunta cargada de significado. Lo hacía. No con todos mis


secretos sino con mi corazón.
—Sí —susurré, buscando sus ojos. Se giró para darme la cara, colocando sus
manos en mi pecho y empujándome lentamente hacia atrás en su cama. Sintiendo
el colchón tocar mis piernas, me senté, mirando hacia arriba en sus hermosos ojos
verdes.

Metió sus dedos en sus bragas y lentamente las deslizó hacia abajo por sus
piernas. Estaba a centímetros de mí cuando se inclinó y no pude resistir la urgencia
de probarla. Me incliné hacia adelante, succionando uno de sus pezones en mi
boca y pasando mis dientes por él. Gimió, dejando a su cuerpo caer sobre el mío,
una pierna a cada lado de mi cuerpo. Colocó una mano a cada lado de mi rostro,
mirándome mientras sus caderas empezaban a mecerse contra mi dureza.

—Oh, Dios —agarré su trasero y la moví más duro. Su humedad


deslizándola contra mi sin esfuerzo. Sus ojos se cerraron y estaba jadeando
pesadamente—. Mírame. —Obedeció—. Te amo.

—Te amo —gimió mientras su cuerpo empezaba a corcovear contra el


mío—. Ohh…

La moví más lento y la sostuve apretadamente contra mí, evitando que se


viniera.

—No aún.

Empujé su cabello húmedo de su rostro para poder ver su hermosamente


sonrojado rostro.

—Oh, Dios… por favor.

Rogaba. Amaba cuando rogaba. Su mano se hundió entre nosotros y


empezó a tocarse a sí misma. Dejé que mis caderas empezaran a mecerse otra vez.

—Quiero probarte.

Miré hacia abajo a su mano y de vuelta a sus ojos. Levantó su mano y pasó
sus húmedos dedos a lo largo de mi labio. Metió la punta de uno de sus dedos en
mi boca y dejé salir un lento gruñido que retumbó en mi pecho. La levanté y
descansé su espalda en la cama en un rápido movimiento. Rápidamente encontré
su pezón y succioné mientras ella arqueaba la espalda, empujando hacia adelante
en mi boca. Besé mi camino hacia abajo por su estómago, posicionándome entre
sus piernas. Dejé a mi lengua hundirse en su humedad y ella se empujó a sí misma
contra mi boca.
—William.

Gimió mi nombre y nunca sonó tan dulce. Gemí de vuelta en su interior,


deslizando un dedo en ella mientras pulsaba y corcoveaba contra mis labios. Me
arrastré por la longitud de su cuerpo y entré en ella mientras continuaba
viniéndose, llevándome a mi propio orgasmo. Me relajé contra ella, luchando para
tomar aliento mientras pasaba mi dedo por su ceño.

—¿Qué? —preguntó.

—Es solo que no puedo creer la suerte que tengo.

Agarró mi rostro y tiró mis labios hacia los suyos.


30
Traducido por Vanehz

L
a sostuve por horas mientras la miraba dormir. Aún no podía creer que
tenía la suerte suficiente para compartir cama con ella.

Cerca de las tres de la mañana, le di un beso de despedida y le


dejé una nota para que supiera que estaba pensando en ella.

Te extraño.
Te amo, William
No pude dormir cuando fui a casa así que reservé un vuelo para Emma y
para mí a California. Fui capaz de programarlo para la noche de la graduación.

Los siguientes días volaron relativamente sin problemas. Me las arreglé para
evitar a quienes trataran de empezar con Emma y conmigo. Robé momentos
privados con Emma siempre que podía. Incluso encargué una llave para que ella
pudiera venir a verme siempre que necesitara hacerlo. Lo cual hacía
frecuentemente.

Estaba ansioso por que el día terminara y ser capaz de envolver mis brazos
alrededor de Emma. Mientras abría la puerta a mi lugar, una pequeña pieza de
papel voló hasta el piso.

Antes de matarte, quiero que la veas morir.

Caminé dentro, la furia burbujeando en mi interior. Coloqué la nota en el


mostrador, sirviéndome una bebida y mirándola fijamente. No sabía qué hacer. No
sabía si podría protegerla. Hice mi camino hasta el sofá y me senté, descansando
mi cabeza en mis manos. Esto era lo que me merecía, lo sabía, pero Emma no pidió
nada de esto. Oí la llave deslizarse dentro del cerrojo de la puerta. Quería correr
hacia ella y empujarla lejos, pero no tenía la fuerza suficiente. Sabía lo que
necesitaba hacer. Sabía que esto solo nos pondría a ambos en más peligro.

—¿Qué está mal? —preguntó mientras corría hacia mi lado, cuidadosa de


mantener distancia entre nosotros. Tomé un profundo aliento y sostuve la nota
hacia ella. Se merecía conocer el peligro que traje hasta sus pies. Lo leyó
cuidadosamente, entonces dejó caer el papel de sus dedos.

—Oh, Dios mío —susurró, sus manos cubriendo su boca. Asentí pero no
podía obligarme a mirarla.

—Tenemos que llamar a la policía. —Su voz era alta y aguda y sabía que
estaba al borde de entrar en shock. Entrecerré mis ojos. Era demasiado tarde para
ir a la policía. Había hecho demasiado.

—Me encargaré de esto —dije, y me puse de pie, determinado a poner fin a


esto de una vez por todas. Emma saltó sobre sus pies y se puso a sí misma en mi
camino, colocando su mano sobre mi pecho. Miré hacia abajo a sus delicados
dedos y entonces de vuelta a ella. Retrocedió, dando un paso hacia atrás.

—No puedes ir más allí. ¡Harás algo de lo que te arrepentirás! —Estaba en


pánico y preocupada por mí, más que por Abby. Suavicé mi expresión, no
queriendo preocuparla. No queriendo que supiera de lo que era capaz.

—No voy a hacerle nada. Solo quiero poner fin a esto de una vez por todas.
—Trabé mis ojos con los suyos, rogando que confiara en mí. Necesitaba solucionar
esto o nunca seríamos capaces de estar juntos. Mordió su labio y se hizo a un
lado—. Bloquea la puerta. No dejes que nadie entre en esta maldita casa. No me
importa si está en llamas. ¿Entiendes?

Asintió y me siguió para asegurar la puerta detrás de mí.

Conduje al hotel en donde me había encontrado con Abby hace solo unos
días. Toqué varias veces antes de que respondiera.

Su rostro estaba pálido y delgado, sus ojos parecían muertos y sin vida.
Empujé la puerta para abrirla más y se tambaleó hacia atrás para que pudiera
entrar.

—¿Realmente piensas que puedes amenazarme y luego huir? —pregunte,


siseando con rabia. Me miró en shock y mareada. Se tropezó con sus propios pies
hacia mí. El olor de licor flotaba a través del aire. Miré alrededor y vi que había
caído en la tentación de comprar más drogas. El polvo desperdigado en casi todas
las superficies en la habitación—. ¿No fuiste tú? —pregunté, sin esperar respuesta.
Frotó sus brazos como si estuviera fría, pero la habitación estaba era calurosa.

—Quieres… —su voz se desvaneció. Empujé, pasándola e hice mi camino


fuera de la habitación. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje de texto a Emma.

«¡No es Abby! ¡Voy en camino!»

Respondió inmediatamente.

«¡¡¡¡Angela está aquí!!!!»

Por supuesto, tenía sentido.

«¡NO la dejes entrar!»

Me apresuré a mi auto y conduje tan rápido como podía para llegar al lado
de Emma. Era una broma enferma el que jugaran conmigo. Llegué a casa en
tiempo record, volé hacia las escaleras mientras mi teléfono sonaba.

—Él… él está en el edificio. Creo que él… él la mató… ¡no vengas aquí!

La voz de Emma estaba en shock mientras hablaba. Hice mi camino hacia la


puerta.

—Emma, cálmate. Respira. Nadie está aquí.

—¡William! —Emma gritó tras la puerta. No había tiempo de reaccionar.


Algo duro vino fuertemente a través de mi rostro, causando que me tambaleara.
Me recuperé rápidamente y esquivé, conectando con el rostro del hombre. Se
tambaleó hacia atrás pero se estabilizó antes de caer escaleras abajo. Noté algo en
las escaleras que conducían al tercer piso. Era un cuerpo. Justo entonces el hombre
voló otra vez, golpeándome fuerte en el estómago. Me doblé hacia abajo,
luchando por respirar. Moví mi brazo, mi codo golpeándolo fuerte en las costillas.
Lo agarré por el cabello y lancé su rostro hacia abajo sobre mi rodilla, rompiendo
su nariz. La sangre brotó de su rostro mientras sus brazos volaban salvajemente
hacia mí. Quería matarlo, patearlo, mi pie viajando directamente a su pecho,
enviándolo a volar al rellano de abajo. No se movió otra vez así que me agarré a su
lado para verificar a Angela, ver si ciertamente estaba muerta. Alejé su cabello de
su rostro y dejó salir un pequeño gemido.

—¡Está viva! —grité a Emma.


—Lo siento —susurró Angela y sus ojos estaban llenos de arrepentimiento y
dolor—. Descubrió lo de nosotros.

Miré detrás de mí al hombre que yacía sin moverse en el rellano de abajo.


Volví a mirarla y asentí. SU esposo no estaba listo para darle su esposa a nadie
más. Marqué a la policía y les dije una diluida versión de lo que había pasado.
Entonces le envié un mensaje de texto a Emma.

«Ve al tercer piso y espérame. No hagas el menor ruido».

Esperé unos minutos antes de ayudar a Angela a entrar. Estaba golpeada y


herida, pero sabía que iba a estar bien. Cerré la puerta tras nosotros, solo en caso
de que su esposo recuperara la conciencia. Quería acabarlo, pero eso tendría que
esperar un momento diferente. Los policías llegaron en cuestión de minutos y
ambos les dimos nuestras versiones de lo que había pasado. En tanto les
concernía, su esposo era un hombre muy celoso quien pensaba que ella dormía
con todos. No tomó mucho tiempo para que lo encerraran y se llevaran a Angela
para ser revisada. Me serví una bebida y envié un mensaje de texto a Emma.

«Baja, a menos que quieras que yo suba».

Sonreí ante la idea de que acababa de pasar gran parte de una hora en ese
piso, sola. Oí la puerta del elevador abrirse y me giré para verla. Corrió a través de
la sala tan rápido como sus pies podían llevarla.

Envolví mis brazos alrededor de ella y la levanté del piso.

—Shh… —Pasé mi mano por su cabeza—. Se acabó. —Se alejó de mí—. Se


acabó —repetí, mirando en sus ojos. Se relajó, apoyando su frente contra la mía.

—Estaba muy preocupada.

—Era el esposo de Angela. Los policías se lo llevaron. Lo tomaron como


nada más que un esposo que sospechaba que su esposa lo engañaba. Ahora
estamos a salvo.

Besé su frente, deseando alejar sus miedos.

—Ella sabe —su voz era suave y podía decir que se sentía como si hubiera
hecho que me descubrieran.

—Ella no sabe quién estaba aquí. Hasta donde sabe fue un rollo de una
noche y te fuiste antes de que ella despertara.
Sacudí mi cabeza.

—¿Cómo está?

—Se la llevaron al hospital para hacer algunas tomografías, pero va a estar


bien.

Froté su espalda por un momento antes de tomarla en mis brazos y llevarla


a la cama.
31
Traducido por Flochi

N
o podía estar más orgulloso de Emma, cuando la vi cruzar el
escenario para recibir su diploma. Su piel brillaba de felicidad. La
ceremonia fue aburrida y me estaba muriendo por ser capaz de
tocarla.

Luego de que los diplomas fueran entregados y todos aplaudieran, los


estudiantes fueron a encontrarse con sus familiares y amigos. Me mezclé en la
multitud, dirigiéndome hacia ella. Estaba entablando una conversación sobre los
viajes luego de la graduación cuando me acerqué detrás de ella, asegurándome de
rozar su trasero con mi mano. Sentí a su cuerpo ponerse rígido contra mi toque y
sonreí mientras me apartaba, perdiéndome en la multitud.

—Buenas noches, señor —llamó una voz detrás de mí cuando alguien tocó
mi brazo. Me di la vuelta y no pude evitar que mi mandíbula se abriera anonadada.

—J., ¿qué estás…? —No pude formar la oración. Mis ojos se lanzaron a todas
partes, encontrando a Emma todavía charlando con sus amigos.

—Conozco a algunas personas fuera del club. —Ella sonrió y tragué saliva
con fuerza, obligándome a sonreírle.

Pasé la mano por mi cabello y bajé la voz.

—Nadie puede saber —dije, mi tono serio. Ella asintió con rapidez y se
inclinó hacia mí.

—Tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo.

—Fue un placer verte —dije educadamente y volví a retroceder en la


multitud. Ella asintió y se dio la vuelta alejándose.
Emma abrazó a sus amigos y empezó a caminar en mi dirección. Sonrió
rápidamente y luego se detuvo, cara a cara con J. Contuve la respiración mientras
observaba el intercambio entre ellas. Emma no me había visto hablarle, ¿cierto?
Solo hablaron unos minutos antes de que J la estrechara en un abrazo. Mi
estómago se apretó cuando finalmente lo entendí. Ella era Judy, la tía de Emma,
quien la había hecho llorar innumerables veces y la trató como si fuera nada. Sentí
la temperatura de mi cuerpo elevarse mientras el enfado traspasaba mi cuerpo.

Me dirigí al auto y me senté allí varios minutos, contemplando irme y no


regresar. Las cosas habían pasado de complicadas a jodidas. Judy estaba en mi lista
de personas que quería eliminar de la vida de Emma por haberle hecho daño, pero
ella sabía uno de mis secretos. Algo por lo que Emma nunca me perdonaría.
Encendí el auto, conduje y me dirigí por la carretera a la pizzería en la que había
planeado encontrarme con Emma.

Ella ya se encontraba allí, esperándome. Salí y me deslicé en el asiento del


pasajero de su auto. La besé duro, necesitando sentirla contra mi cuerpo. Sin saber
cuánto tiempo sería capaz de aferrarme a ella.

—Dios, te amo. —Presioné mi frente contra la suya, inhalando su intoxicante


aroma—. ¿Estás lista? —pregunté, conteniendo la respiración. Ella asintió y no
desperdicié tiempo en salir y llevar las maletas por ella.

Me siguió, deslizándose en el asiento del pasajero en mi auto. Entrelazamos


nuestros dedos y nos dirigimos al aeropuerto.

Llegamos a primera hora de la tarde al aeropuerto de Los Ángeles. Sostuve


la mano de Emma mientras nos abríamos paso hacia el reclamo de equipaje. No
había sido capaz de romper la conexión física entre nosotros durante todo el viaje.
Envolví mis brazos alrededor de ella, estrechando su cuerpo ruborizado contra el
mío. Mía. Era adicto a ella. A su tacto, a su aroma. Nadie nos molestó. A nadie le
importó que estuviéramos juntos. Éramos simplemente otra pareja en vacaciones.
La saqué a través de la ansiosa multitud para tenerla a solas.

El sol brillaba y esperamos afuera a que llegara nuestro auto. Divisé a mi


chofer un momento después, sosteniendo un cartel con mi nombre. Le sonreí a
Emma y la llevé hacia allí.

—Vamos.

Nos deslizamos dentro, sin dejar espacio alguno entre nosotros. Emma
estaba sonriendo de oreja a oreja.
—¿Qué? —pregunté, sonriéndole. Su felicidad era contagiosa.

—Nada —dijo, pero su sonrisa nos disminuyó. Apreté su mano. Esto era
felicidad. Esto era amor. Ella era mía y era perfecta. Estaba asombrada por los
alrededores. No pude quitar mis ojos de ella—. ¿Has estado aquí antes? —
preguntó. Tragué saliva y solté una risotada nerviosa.

—Mucho. —Volvió a sonreír y hundió su cuerpo contra el mío. Envolví un


brazo alrededor de ella. No quería que este momento terminara. Tenía muchos
esqueletos, muchos secretos. Un día ella saldría huyendo de mí. Sin embargo, hoy
no era ese día. Hoy ella era mía.

Abandonamos la carretera principal y supe que quedaban segundos para


que alcanzáramos la casa de mis padres. No pude evitar el nerviosismo que sentí,
incluso sabiendo que ellos se encontraban al otro lado del mundo.

El auto se detuvo en los portones y el conductor tecleó el código de acceso.

—¿Dónde estamos? —preguntó Emma, girando el cuello para ver afuera. La


estreché contra mí. Rodeamos la montaña en el centro del camino y el auto
finalmente se detuvo. El chofer vino a nuestra puerta y la abrió para nosotros.

—Adelante —dije, sus ojos llenos de emoción. Reacio, la solté con un beso
en la frente y se deslizó por el asiento y salió al sol. Salí detrás de ella y esperé su
respuesta.

—Esto es impresionante —susurró. Tomé su mano.

—Vamos.

—Nuestras cosas… —Hizo un gesto al maletero del auto.

—Las traerán para nosotros —le aseguré, llevándola hacia la puerta. Se


detuvo en el interior, asimilando los alrededores. Era tal y como lo recordaba. Los
suelos eran de mármol blanco con una enorme araña colgando encima. Adelante
había dos enormes escaleras idénticas. Era completamente desmesurado—.
¿Abrumador? —le pregunté cuando sus ojos observaban el salón. Asintió con una
risita—. Supuse que después de las últimas semanas nos vendría muy bien unas
vacaciones agradables. Vamos. Quiero mostrarte nuestra habitación. —Nos
dirigimos al piso de arriba por la escalera de la derecha hacia mi habitación en la
cima. Abrí la puerta y la dejé pasar. Pasó una mano a lo largo del poste de la cama
y sentí a mis pantalones estirarse en respuesta.
—¡Tan hermosa! —Envolví mis brazos alrededor de su cintura desde atrás.

—Tú eres la cosa más hermosa en esta casa. —Besé su mejilla suavemente.
Necesitaba esto. Necesitaba que cada momento con ella fuera perfecto antes de
que todo se derrumbara alrededor de nosotros. La empujé sobre la cama
juguetonamente y me eché encima de ella. Tracé su mandíbula con un dedo a la
vez que me sonreía. Echaré de menos esto. Miré la pared en la cabecera de la
cama.

—¿Qué? —preguntó, siguiendo mis ojos para ver lo que estaba mirando. La
besé.

—Solo estaba tratando de averiguar cómo atarte a los postes. —Alguien se


aclaró la garganta detrás de nosotros.

—Sus pertenencias, señor —anunció el chofer con irritación en su voz.


Asentí hacia el hombre—. ¿Desean algo para el almuerzo? —preguntó. Bajé la
mirada a Emma y volví a mirar a la puerta.

—No, gracias. Saldremos para el almuerzo. ¿La cena sigue para las ocho? —
El hombre asintió y salió del cuarto. Emma ladeó la cabeza a un lado. Salí de
encima de ella, reacio, y le tendí la mano. Ella la tomó y la saqué de la cama—.
¿Hambrienta? —pregunté, envolviendo mis brazos alrededor de su espalda.

Mía.

—Mucho —dijo, agarrándose el estómago. Nos dirigimos al garaje donde


estaba mi convertible. Gracias a Dios que mi madre no permitía que papá se
deshiciera de mis cosas.

—¿Te gusta? —le pregunté y me sonrió de oreja a oreja. Toqué la alarma y


ella asintió, y se deslizó en el asiento.

Manejamos por la ciudad con el techo abajo, empapándonos con el sol de la


tarde. La llevé a uno de mis restaurantes favoritos en La Bella. Escogimos una mesa
junto a la ventana delantera, disfrutando de la libertad de ser capaz de estar en
frente de todo el mundo.

—Podría acostumbrarme a esto —dijo y fruncí el ceño preguntándome qué


había hecho para merecerla. Preguntándome si el dinero la cambiaría de la manera
en que lo hizo con Abby. Estudió mi expresión y rápidamente empezó a
explicarse—: Quiero decir, ser capaz de estar en público contigo. Es bonito. —
Alcanzó mi mano. Intenté parecer más relajado pero no pude dejar de pensar en lo
que haría cuando el otro zapato cayera.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Sé que todo esto es… divertido, pero en realidad puede destruir la vida de
alguien si lo permites. —La verdad era que, dinero o no, yo había puesto varios
clavos en nuestro ataúd.

—William, mírame. Ni siquiera sabía que esta parte de tu vida existía. No me


importa nada de esto. Te amo. —Estaba tratando de consolarme. El dinero era una
cosa.

¿Qué pasaba con el club, las muertes, las drogas? Tragué saliva y regresé la
atención a mi comida.

—¿Confías en mí? —preguntó, sus ojos llenos de preocupación.

—Por supuesto que sí —le aseguré, pero sabía que ella no tendría otra
opción más que dejarme eventualmente.

—No soy ella —dijo en voz baja. Retiré mi mano de la de ella y la pasé a
través de mi cabello.

—Salgamos de aquí. Quiero mostrarte algo. —No quería hablar sobre Abby.
Esta vez quería que se tratara de nosotros. Ella sonrió y lanzó la servilleta en su
plato.

—¿A dónde vamos? —preguntó. Me puse de pie y tomé su mano, agarrando


algo de dinero de mi bolsillo y lanzándolo en la mesa.

—Es una sorpresa.


32
Traducido por Flochi

M
anejamos fuera de la ciudad bulliciosa por una carretera
montañosa y boscosa. La cima estaba cerca y el cabello de Emma
se arremolinó en su rostro a medida que la radio resonaba.

—Casi llegamos —grité. Me lanzó una sonrisa y apretó mi mano. Me


encantaba abrirme a ella de esta manera, dejándola entrar. Solo me hubiera
gustado poder contarle todo. Salimos de la carretera principal a un camino de
tierra. Tras unos minutos de árboles, llegamos a un claro. Estacioné el auto—.
Vamos —dije, saliendo y dirigiéndome hacia ella. Tomé su mano y la atraje a mi
lado. Nos paramos en el borde de una enorme colina, con vistas a la ciudad
debajo.

—¡Esto es hermoso! —dijo con suavidad. Envolví mis brazos alrededor de


ella por detrás y la abracé.

—Aquí es donde vengo para estar solo. Nunca antes había traído a alguien
aquí. —Me relajé contra ella, remitiendo este momento al recuerdo. Pronto eso
sería todo lo que tendría.

—Es asombroso. Gracias por traerme aquí. —Le di la vuelta para poder
mirarla a los ojos.

—Sé que tengo algunos serios problemas de confianza, pero estoy


trabajando arduamente para superarlos. Espero que puedas ver eso. —Sus brazos
se enroscaron alrededor de mi cuello.

—Te amo, William. No voy a ir a ninguna parte. Ninguna cantidad de dinero


en el mundo se podría comparar a este momento justo aquí. —¿Y qué tal las
mentiras? ¿Y si las manos con las que te toco también han quitado la vida de
muchos?
La estreché y besé su cabeza.

Si no hacía todo lo que pudiera para detenerlo, ella iba a dejarme. Ella no lo
sabía todavía. Lo único con lo que no había contado era su tía. No había manera
de evitar el desastre que estaba por llegar. Necesitaba un plan. Presionó sus labios
en mi cuello deteniendo todos mis pensamientos. Empujé mis caderas contra ella.
Sus labios fueron subiendo hasta mi oído enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

—Si no te detienes ahora, voy a tener que follarte aquí mismo —dije, pero
ya supe que eso iba a pasar. Me mordió juguetonamente el lóbulo de la oreja.
Agarré sus caderas con fuerza y la giré, bajando su cara sobre el capó de mi auto.
Tenía que recordarle quién tenía el control. Sus manos se extendieron impotentes
contra el metal caliente mientras yo me desabrochaba el cinturón. Se quedó
perfectamente quieta, esperándome. Alcé su falda y deslicé sus bragas a un lado.

Ya se encontraba húmeda para recibirme. No me tomaba mucho tiempo


prepararla para mí. Empujé dentro de ella a la vez que daba un grito. La follé con
fuerza y sin piedad. Era mía para hacer lo que quisiera, cuando quisiera. Y ella
adoraba jodidamente eso.

Regresamos a la casa de mis padres mucho más relajados. El sol se estaba


poniendo y pronto sería hora de la cena.

Mi teléfono sonó y contemplé ignorarlo hasta que vi el identificador de


llamadas. Se trataba de mi madre. Tragué saliva y contesté la llamada.

—¿Sí? —Le eché un vistazo a Emma, quien miraba el paisaje.

—William, ¿por qué no nos dijiste que ibas a venir al pueblo? —preguntó mi
madre.

Ella sabía la razón. Si hubiera sabido que ellos estarían allí, no habría venido.

—Pensé que estaban en una locación.

—Tu padre levantó la filmación temprano. Está muy emocionado de verte.

Mentira. Mi padre y yo nunca nos llevamos bien. Siempre me trató como una
carga y mi madre nunca intervino.

—Tengo que irme —dije y terminé la llamada. Emma se quedó callada por
el resto del paseo. Me alegró. Sólo quería ir a buscar nuestras cosas y salir volando
de la ciudad tan pronto como fuera posible.
Me detuve en la casa y marqué el código de seguridad en el teclado. El
mayordomo de mi padre estaba esperando junto a la puerta cuando llegamos. Le
lancé las llaves de mi auto y tiré de Emma detrás de mí. Nos dirigimos a las
escaleras y cerré la puerta de la habitación detrás de nosotros.

—¿Qué está mal? —preguntó, poniendo sus manos en mi pecho. Bajé los
ojos hacia éstas y luego a ella pero no las quitó del lugar. Apreté la mandíbula pero
tenía muchas otras cosas en mi mente.

—No sabía que iban a venir. Podemos irnos ahora mismo si quieres,
¿conseguir un cuarto de hotel? —Me pasé las manos a través del cabello.

—¿Quién? —preguntó, sonando temerosa.

—Mis padres. —La miré fijamente, esperando que entendiera.

—Oh —musitó y sus manos cayeron de mi pecho—. Sólo llévame a casa.

Ella se dio la vuelta.

—Oye. —La agarré por el brazo y la obligué a mirarme—. No quise


molestarte —dije, sin molestarme por cambiar mi tono. Se retiró de mi agarre,
bullendo con enojo.

—Si no querías que nadie supiera de mí, ¿para qué me trajiste a tu casa?

—No sabía que vendrían. Mi padre se suponía que estaría en Irlanda en el


set durante las próximas semanas. —¿Por qué ella estaba tan molesta? Se cruzó de
brazos—. No es que esté tratando de esconderte, Emma. Sólo no quería someterte
a mi padre. No es un buen hombre.

Me miró de arriba abajo y me di cuenta lo estúpido que sonó eso viniendo


de alguien como yo.

—¿William? —llamó mi padre desde el piso de abajo. Me tensé.

—Te amo, Emma. No estoy avergonzado de ti. —La tomé por el brazo y la
saqué de la habitación hacia el descansillo.

—Ahí estás —gritó mi padre.

Se rio pero salió hueco y vacío, al igual que mi corazón.

—Papá —dije, vacilando en la palabra a medida que salía de mi boca.


—¿Quién es tu amiga? —Le sonrió como un animal salvaje. Me di cuenta
que estaba clavando mis dedos en las caderas de Emma. Probablemente, más
tarde tendría cardenales.

—Esta es Emma, mi novia. Emma, este es mi padre. Gerald Honor. —Ella lo


miró por un momento antes de darse cuenta quién era él. Todos conocían a mi
padre. Era un muy exitoso director de cine.

—Es un placer conocerlo. —Emma sonrió.

—Estoy seguro que lo es —contestó arrogantemente.

—Bueno, ven abajo y saluda a tu madre. Estará feliz de verte. —Sólo


entonces, mi madre apareció.

—¡William! —gritó y me tendió los brazos. Bajamos la gigante escalera y le


di un largo abrazo.

—¿Quién es esta, querido?

—Mamá, esta es mi novia, Emma. Emma, esta es mi madre, Martha —


expliqué. Emma sonrió y le tendió la mano.

—Es un placer conocerte, Emma. —Mi mamá le sonrió y le estrechó la mano.

—Suficiente de esto. Vamos a cenar —dijo mi padre, alejándose de


nosotros. Le di a Emma una mirada de disculpas y ella me sonrió dulcemente.

Nos sentamos en la mesa del comedor y esperamos a que nos sirvieran.


Varios camareros trajeron nuestros platos de comida. Nadie habló.

—Esto luce asombroso. —Emma le sonrió a la mujer que había puesto un


plato frente a ella. La mujer le sonrió de regreso pero pronto su sonrisa
desapareció cuando atrapó la mirada de mi padre.

—Eso es todo —le dijo él con frialdad y ella miró al suelo a la vez que
rápidamente se dirigía de regreso a la cocina. La lanzó a Emma una mirada
fulminante y ella bajó la mirada a su plato. Quise saltar sobre la mesa y
estrangularlo. Mía.

—Así que, ¿cómo se conocieron? —preguntó mi madre, a la vez que tomaba


un sorbo de vino de su vaso. Deslicé mi mano debajo de la mesa y le froté la
rodilla a Emma. Si ella no lo había descubierto todavía, mis padres tenían una
relación parecida a la nuestra.
—En Kippling —respondí, mis ojos centrándose en los de mi padre. Sostuvo
su vaso en el aire por un momento, tomando un sorbo rápido y bajándolo con
fuerza.

—Bueno, creo que es lindo. ¿No lo crees, Gerald? —Mi madre estaba
rogándole silenciosamente que sea agradable. Los ojos de él bailaron ida y vuelta
entre nosotros. Apretó la mandíbula firmemente.

—Supongo que debería ir por la chequera —dijo él fríamente y comenzó a


cortar su carne. Sostuve la rodilla de Emma con firmeza, intentando que
permaneciera en calma. Comenzó a golpear ésta repetidamente y supe que estaba
mordiéndose la lengua. Deslizó la mano debajo de la mesa y la puso sobre la mía,
frotándola suavemente.

—Eso no va a ser necesario, señor Honor. Yo, a diferencia de algunos, no


pongo el dinero sobre el amor. —Emma me sonrió diabólicamente y le sonreí ene
respuesta. Ella no se doblega ante nadie, menos yo.

—Con que jugando duro con la pelota, ¿verdad? ¿Qué tomará, dos… tres
millones? —Sonrió tristemente. Emma se empujó hacia atrás, dejando la servilleta
en su plato.

—Me disculpo, pero tengo que excusarme, señora Honor. —Ella asintió
comprensivamente hacia mi madre que parecía lista para llorar ante el brusco
intercambio.

—Ella no es tu jodida esposa y no le volverás a hablar así de nuevo. —Miré a


mi madre que se hundió en su silla. Dejé la mesa y corrí al lado de Emma.

Ella ya estaba en la habitación.

—Emma. —Estaba metiendo las cosas en su bolso y a punto de perder la


compostura.

—Sácame de aquí. —Sus lágrimas comenzaron a caer. La rodeé con mis


brazos y la atraje a mi pecho.

—Lo siento mucho. —La mecí, intentando calmarla.

Alguien llamó suavemente a la puerta.

—Por favor, no te vayas así, William. No te hemos visto en años. —Mi madre
parecía derrotada.
—Ella no es Abby. —Estreché a Emma en mis brazos.

—Lo sé. —Mi madre sonrió, pero sus ojos estaban llenos de tristeza. Volvió
su atención a Emma—. Mi William es un chico especial. Por favor, cuida bien de él.
—Se dio la vuelta para marcharse, cerrando la puerta detrás de ella. Pasé los
pulgares por las mejillas de ella para limpiar sus lágrimas.

—Salgamos de aquí. —La besé en la frente.

Manejamos a través de la ciudad en silencio.

Emma seguía disgustada pero se veía cada vez menos enojada a medida
que poníamos distancia entre nosotros y mis padres. Odiaba a mi padre pero se
sintió bien enfrentarme a él.

No era un chico ingenuo. Era hijo de mi padre. Defectos y todo. Sólo


esperaba que Emma nunca me mirara de la manera en que mi madre miraba a mi
padre.

Cuando llegamos a nuestro cuarto, Emma se acurrucó en una bola en la


cama. El día de hoy había sido emocionalmente agotador. Me deslicé detrás de ella
y la besé en el hombro.

—¿Estás bien? —pregunté cuando no habló. Asintió. Le di la vuelta para que


me mirara, buscando sus ojos.

—¿Qué está mal?

—Mi estómago. —Suspiró y se frotó el vientre con una mano. La miré por un
momento.

—Correré a la tienda y conseguiré algo para eso. —La besé rápidamente y


me marché. Cuando llegué al vestíbulo, me apoyé contra la pared intentando
calmar los pensamientos corriendo a mil.

¿Podía estar embarazada? Mi mente corrió pensando en todas las veces que
habíamos estado juntos. No habíamos usado condones en cada oportunidad.

Me maldije. Esto no era algo de lo que tuviera que preocuparme con


ninguna de las otras. Siempre me aseguré de que tuvieran control de natalidad.
Luché para mantener la compostura mientras iba a la gasolinera de la carretera a
conseguir una prueba de embarazo.

Para cuando regresé a nuestro cuarto, Emma se había quedado dormida,


—Emma —susurré, despertándola de su sueño.

—¿Qué? —Se dio la vuelta y se frotó los ojos.

—Levántate.

—No estoy de humor. —Ondeó una mano y enterró la cara en la cobija.


¿Qué demonios?

—Levántate ahora. —Casi estaba gruñendo. La empujé al baño y encendí la


luz. Ella retrocedió por el repentino brillo. Dejé la prueba de embarazo con un
golpe sobre el mostrador.

—¿Qué es eso? —preguntó, su voz sonando asustada. No me importó. Me


pasé las manos por el cabello y luché por mantener la calma.

—Es una prueba de embarazo.

—Pero yo no… quiero decir… no puedo estarlo. —Estaba tartamudeando y


al borde de las lágrimas. Estaba asqueado por la culpa. Era sólo cuestión de tiempo
que Emma descubriera el tipo de persona que era yo realmente. Traer a un bebé a
esa situación era una cagada, incluso para mí.

—Ahora —grité. Ella se sobresaltó y agarró la prueba. Hizo tal y como le


dije.

Después de regresar la prueba al mostrador ella pasó a mi lado


empujándome. Unos segundos después, escuché la puerta de la habitación abrirse
y siendo cerrada con un portazo.

Se había ido. No fui tras ella, simplemente me quedé mirando al espacio y


esperé que pasaran cinco minutos para poder leer los resultados.

El tiempo prácticamente se detuvo. Fui a la sala de la habitación y comencé


a vaciar el minibar de todo su contenido. Había perdido la cuenta de cuántas
bebidas tomé cuando regresé a los tumbos al baño. Fue difícil descifrar si había
una línea o dos con la visión doble que estaba teniendo. Cerré los ojos y me
tranquilicé. Cuando volví a abrirlos, quedó completamente claro. Una línea.

Ella no estaba embarazada. El alivio me traspasó pero rápidamente se vio


reemplazado por la culpa. Yo la había alejado. Estaba tan preocupado por todos
los demás que terminé siendo quien lo destruyó todo. Me hundí en el suelo y me
revolqué en mi autocompasión hasta que me desmayé.
Desperté agarrotado y desconsolado. Me puse de pie rápidamente y
comprobé la hora.

Apenas habían pasado unas horas. Conecté le teléfono e hice una búsqueda
de Emma. Su GPS la ubicaba en el aeropuerto. Mi estómago se retorció con nudos.
Llamé para reservar un vuelo pero no tenían nada disponible por lo que hice
planes para usar el jet privado de mi padre. Llamé a mi madre y le aseguré que
estaba bien.

—Arregla las cosas con ella, William —me alentó mi madre.

—Si ella me perdona. Gracias, mamá —dije y colgué, dirigiéndome hacia el


avión.

No intenté llamar a Emma. Tenía que verla cara a cara. Necesitaba verla,
incluso si esa era la última vez.
33
Traducido por LizC

N
o llegaría a la ciudad sino en un par de horas después de Emma.
Miré el reloj constantemente, tratando de evitar llamarla. El vuelo
pareció durar una eternidad.

Cuando finalmente llegamos al aeropuerto revisé la ubicación Emma. La


ubicaba en un lugar que no reconocí. Conduje tan rápido como pude a través de
ciudad. Cuando estaba a sólo unos minutos de distancia, intenté llamarla.

—Ella no quiere hablar contigo. Perdiste tu oportunidad —dijo la voz de un


hombre.

La línea se cortó. Sentí como si alguien me hubiera apuñalado en el corazón.


Ella estaba con otro hombre. Volví a llamar, tratando de pensar en otra cosa que
mi Emma en los brazos de algún otro.

No hubo respuesta. Estaba muriendo. Golpeé el botón de rellamada. Sonó


dos veces antes de ella contestar.

—¿Qué? —dijo arrastrando las palabras con ira—. ¿Qué sucede contigo?

Él gruñó. No podía pensar con claridad.

—¿Qué está mal conmigo? ¿Estás borracha?

—Oye, si necesitas una camisa o algo puedo buscarte una de las mías —
retumbó una voz masculina en el fondo.

—¿Quién carajo fue ese? —grité, exigiendo una respuesta.

—Mi amigo —espetó en respuesta.

—Estoy a cinco minutos. ¡Ven afuera ahora!


—¿Cómo hiciste…? —Su voz se detuvo.

—Ten —dijo la voz masculina, muy cerca del teléfono. Muy cerca de mi
Emma.

—Gracias —le respondió ella.

—Creo que deberías acostarte. —Su voz sonó tan nítida y clara que sabía
que él estaba prácticamente encima de ella.

—Estoy bien. —Sonó en pánico—. ¡Dije que estoy bien! ¡Aléjate de mí! —
gritó ella.

Giré el auto, estacioné y abrí la puerta del edificio en que ella se encontraba.
Esta golpeó fuerte contra la pared. Agarré al hombre que estaba tirado encima de
Emma y lo estrellé contra la pared.

Su cabeza cayó hacia atrás y chocó contra ella.

—¿Señor Honor? —dijo Jeff arrastrando las palabras, confundido. Me aparté


y le di un puñetazo tan fuerte como pude. La sangre roció de su nariz.

Agarré su camisa y atraje su cara a la mía.

—Si alguna vez la lastimas de nuevo, voy a matarte. —Lo miré a los ojos
para asegurarme de que él supiera que lo decía en serio. Lo habría matado allí
mismo si no fuera por Emma. Me volví y tendí la mano a Emma. Ella deslizó sus
dedos en los míos. Agarré sus cosas y la saqué a la calle. Tan pronto como
llegamos a la acera se tambaleó hacia delante, vomitando por todo el suelo.

—Bueno, supongo que sabes que no estás embarazada —dije en voz baja.
Me miró durante un largo minuto.

—Lo sabía desde el principio —respondió ella con ira.

Abrí la puerta del auto.

—Vámonos.

Ella se deslizó y esperó a que me uniera a ella.

—Sólo llévame a mi auto.


Miré hacia ella, pero ella miraba por la ventana. Pisé el acelerador y nos
dirigimos al otro lado de la ciudad. No iba a dejar que se vaya sin tener la
oportunidad de explicarme.
34
Traducido por Flochi

L
a llevé a mi casa. Ella estaba enojada pero tenía que cuidar de ella. Le
busqué una toalla y abrí el agua para que ella pudiera darse una
agradable ducha caliente. Mientras ella se limpiaba, le hice un
emparedado para ayudarla a absorber el alcohol.

Comió en silencio, apenas mirando en mi dirección. Cuando terminó, llevé


su plato a la cocina. Se sentó en el sofá con las rodillas pegadas a su pecho. Tomé
el asiento a su lado.

—Quiero irme a casa.

—Dame una oportunidad para explicar —dije, intentando ocultar mi pánico.


Me fulminó con su mirada. Tragué saliva, intentando con fuerza no mostrarle lo
enfadado que me ponía eso.

—¿Qué hay para decir?

—Sé que te mereces algo mejor que yo. —La miré y esperé una respuesta.
No dijo nada—. ¿Puedo sostenerte? —pregunté, desesperado por sentirla contra
mí. Ella no se movió. Me deslicé más cerca, envolviendo mis brazos en torno a ella.
Sé que no estaba contenta conmigo pero no se apartó. La recosté y suspiré,
intentando encontrar las palabras indicadas. Aparté su cabello del rostro—. Abby
estaba embarazada. —Su cuerpo se puso rígido contra mí.

—¿Qué? —Se retorció en mi contra, pero no se apartó.

—Nos acabábamos de enterar. —Sonreí por cómo eso me hizo sentir.

—Tienes un… —Sacudí la cabeza antes de que pudiera terminar ese


pensamiento.
—Ella tomó el dinero, ¿recuerdas? No tenía lugar en su vida para mí y
nuestro… —Mi voz se apagó. Las drogas y el dinero fueron la perdición de mi
mundo—. Siento no haberte dicho. Yo sólo… no podía. —Una solitaria lágrimas
escapó de mi ojo. Ella la limpió con su pulgar.

—Lo siento tanto —dijo ella en voz baja. Pasé las manos por mi cabello. No
podía perder también a Emma.

—¿Tú lo sientes? Emma, maldita sea, arruiné tu vida en el corto tiempo que
te he conocido.

—William, todos tienen un pasado. El mío tampoco es tan grandioso pero te


hizo lo que eres hoy. El hombre que amo. —Su mano se deslizó a través de mi
pecho hacia mi corazón.

—¿Todavía me amas? —No podía ver cómo era eso posible.

—Más que nada. —Sonrió mientras sus ojos vagaban hacia su mano sobre
mi pecho—. Te pertenezco —dijo en voz baja. Agarré su mano y la sostuve con
fuerza contra mí.

—Te amo más que nada, Emma. No quiero volver a sentirme de la manera
en que lo hice cuando pensé que te había perdido para siempre. —Ella sonrió y se
inclinó para darme un beso. Presioné mis labios contra los suyos. Mía—. Cásate
conmigo.

Fin
Siguiente Libro

Emma ha encontrado el amor de su vida, pero sus oscuros secretos podrían


cambiarlo todo. Con un accidente horrible y la pérdida de otro ser querido, la
estudiante debe convertirse en el maestro.

A medida que los secretos comienzan a desentrañarse, ¿podrá mirar más


allá de ellos o tendrá que dejar a William y comenzar una vida nueva nuevamente?

Honor #3
Sobre la Autora

Teresa Mummert es una “esposa del ejército” y una madre cuya pasión en
la vida es escribir. Nacida en Pennsylvania, vivió en una pequeña ciudad antes de
seguir a su marido en su carrera militar a Louisiana y Georgia.

Ha publicado “Undying Love Vampire Series”, “Honor Series”, “White Trash


Series”, y “Breaking Sin”. También contribuye en la SocialSex.Org.

Echa un vistazo a su sitio web para muestras y actualizaciones:


TeresaMummert.com

Saga Honor:

1. Honor Student
2. Honor Thy Teacher
3. Honor and Obey
4. Honor and Betray
5. Defending Her Honor
6. Sin Título
Créditos
Moderadoras
Flochi y LizC

Traductoras
Flochi

Jenn Cassie Grey

LizC

Madgys83

Nanvargas.b

Vanehz

Corrección, recopilación y revisión


LizC

Diseño
Evani

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