Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Saga Indomable II
Kattie Black
INCONTROLABLE - SÉPTIMA
PARTE
CAPÍTULO 7
Advertencia de contenido: Esta historia contiene escenas con alto
contenido sexual. No apta para menores ni mentes sensibles. No
tratéis de reproducir ninguna escena si no es de manera sana,
segura y consensuada. Esta historia es ficción, no pretende ser un
ejemplo de nada, así que deja volar tu imaginación y tu fantasía sin
prejuicios ni tabúes.
©DirtyBooks, junio de 2015
Él se encogió de hombros.
—Pareces triste. Pensativa.
Resignada. Yo.
—¿Alexandra?
—¿Eh?
***
***
—¡Ni se te ocurra!
O tal vez sí. Tal vez era más yo mismo que nunca.
—¡Will!
—¡Parad ya!
Pero no iba a parar. Aparté a Victoria con menos
delicadeza de la que hubiera querido y seguí gritándole
a la cara a Alexandra.
***
***
—¿Salvar?
—¡Sí, sí!
—Claro, claro.
***
***
—¿Listo?
—Listo, nena.
—Ahora.
—¡Agachad la cabeza!
—Buena idea.
*
Estaba vestida de novia en un coche robado y
acababa de matar a por lo menos seis tíos. Sin
embargo nada de eso parecía tener relevancia alguna.
Solo las palabras de Crowley, su mirada en mis ojos y
el latido de su corazón, que casi podía sentir dentro de
mí. Él me miraba, yo le estaba mirando, y le vi como
nunca antes lo había hecho. Vi al hombre que era, sin
las máscaras que él llevaba, porque ya no las tenía, ni
los velos con los que yo cubría mis ojos, que se habían
desintegrado entre disparos y desesperación. Durante
minutos que parecieron eternidades, había temido no
llegar a tiempo, y me encontré con la clara verdad de
que no iba a soportarlo. No soportaría perderle. Si le
hubiera ocurrido algo me habría pegado un tiro en la
boca. Lo veía con tanta claridad ahora que no entendía
cómo había podido ser tan tonta, cómo había dejado
que el miedo me cegara de ese modo.
***
La campiña francesa es un paisaje muy de puta
madre. Seguro que lo habría disfrutado mucho más si
hubiera podido caminar recto, ver con claridad y no
hubiera tenido aquel espantoso dolor de cabeza, pero
aun así, no podía quejarme. Victoria tenía su brazo
alrededor de mi cintura. Ya no necesitaba apoyarme en
ella; habíamos encontrado en la guantera del vehículo
robado una bolsa de patatas fritas y unos Twinkies,
además de un Red Bull, y me lo había comido todo con
hambre famélica. Me había sentado realmente bien, lo
suficiente como para mantener el peso de mi propio
cuerpo. Aun así, no le dije nada. Ella quería ayudarme
y yo no iba a impedírselo.
—Bueno, herido.
Seguimos caminando en silencio. Olía muy bien en
ese bosque, o lo que fuera. No era como los bosques
del norte de Estados Unidos, a los que yo estaba
acostumbrado, pero tenía un encanto especial, así
como de cuento de hadas. Victoria no desentonaba allí
para nada. Me di cuenta de que se había quedado
pensativa.
—¿Pasa algo?
—Nada.
—¿Sí?
—¿Ah, sí?
La mujer.
—Lo comprobaremos.
—Hacedlo.