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Traducción Corrección

Diseño

Corrección y
Revisión Final
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo
TRANSCENDING DARKNESS
By Airicka Phoenix
Uno: Firmar el contrato.

Juliette Romero tenía una deuda que pagar, una deuda que ni
siquiera era suya. Pero era la única manera de mantener a su
familia a salvo y todo lo que tenía que hacer era vender su cuerpo
y su alma al diablo.

Killian McClary no era llamado el Lobo Escarlata por nada. Había


sido el jefe de la Organización McClary desde que tenía 15 años y
se había construido una reputación de ser un despiadado hijo de
puta cuando se trataba de dirigir el vientre de la ciudad, por no
hablar de ser despiadado cuando se trataba de castigar a los que
le traicionaban. No creía en las debilidades. Sólo en los resultados.
Juliette, con sus tímidas sonrisas y su pequeño cuerpo caliente era
una debilidad como ninguna otra y sin embargo él no tenía el poder
para resistirse a una probada más de su dulce carne.

Dos: Convertirse suya durante un año.

Cuando se le dio a elegir entre su vida o su cuerpo, ¿qué podía


hacer Juliette sino someterse a un hombre cuyo nombre invocaba
miedo en el corazón de los demás? Ella nunca anticipó caer en sus
ojos oscuros y hambrientos y sus manos inteligentes, o la forma en
que la bestia que había en él la hacía sentir extrañamente segura
y querida.

¿Pero qué pasará cuando el oscuro pasado de Killian finalmente lo


alcance y amenace a la mujer sin la que ya no puede imaginarse a
sí mismo? ¿Qué pasará cuando ambos lados se encuentren
atrapados en una red de pasión, mentiras y promesas rotas?
¿Podrá Juliette domar al lobo o su amor por él los devorará a
ambos?

Tres: No te enamores.

Los límites se cruzarán, las lealtades se pondrán a prueba y sus


vidas cambiarán para siempre.
—¿Cuánto deseas ser libre, Juliette?

Según la pregunta, era una redundancia. ¿Qué clase de persona


no quería liberarse de la atadura que los obligaba a una vida de
opresión y abuso? ¿Qué clase de persona prosperaba con el
temor de no saber si viviría para ver otro día? Pero Juliette sabía
que no era la respuesta que Arlo buscaba. Para él, era recordarle
que estaba bajo su bota y cómo su vida era para que él hiciera lo
que quisiera.

—Siento que el pago se haya retrasado este mes, —comenzó,


hablándole a sus sucias botas en lugar de enfrentarse al hombre
sentado en el capó de su brillante y negro Bentley, o a los otros
cinco hombres de pie en perfecta formación circular a su
alrededor, enjaulándola—. No pude sacar suficientes horas…

—Esa no era mi pregunta. —Arlo se aparto del auto perturbando


la suciedad bajo sus pies mientras pateaba distraídamente una
lata de refresco. El trozo de metal estrépito al atardecer mientras
caía por el estacionamiento—. ¿Quieres ser libre?

Arlo no era mucho más alto que ella. Tal vez un pie como mucho,
pero tenía la intimidación de su lado, algo que le faltaba a
Juliette. Además tenía la pistola metida en la cintura de sus
pantalones negros. La culata sobresalía del material blanco de
su camiseta. Era todo lo que Juliette podía ver a pesar de sus
esfuerzos por no mirar.
Al tragar los gruesos trozos de bilis que se acumulaban en la
parte superior de su garganta, Juliette asintió. —Sí.

Sus pasos se acercaron, deliberadamente lentos mientras el


espacio entre ellos se reducía rápidamente. Se detuvo cuando
ella pudo oler el fuerte olor a tabaco en su ropa oscura y
distinguir claramente las grietas que marcaba sus botas. El
dulce hedor de los rollos de canela se enroscaba en el espacio
que los separaba para atravesar sus mejillas. Se enredó con el
hedor de la cerveza añeja que le corría por el aliento y desafiaba
el mareo que ella luchaba tanto por reprimir.

—Teníamos un trato tú y yo, ¿no? —Levantó la mano y se


necesitó todo su coraje para no encogerse cuando le quitó un
mechón de cabello de su hombro. Lo enrolló alrededor de un
dedo sucio, lo suficientemente apretado como para arrancar
mechones de su cuero cabelludo—. Prometiste pagar la
deuda que tu padre me debía y así no tomaría a tu preciosa
hermanita como compensación. Hasta ahora, he cumplido mi
parte del trato, pero tú no has cumplido la tuya.

—Lo siento…

Con la velocidad de una cobra enfadada, su mano libre salió


disparada y se cerró alrededor de su mandíbula. Las uñas
afiladas mordían la tierna piel mientras la acercaban. Su aliento
asqueroso golpeó sus mejillas, quemando sus sentidos. Las
lágrimas llegaron a sus ojos y fueron rápidamente alejadas; él ya
tenía todo el poder sobre ella. Ella se negó a que él la viera llorar.
Oh, pero él intentó quebrarla cada vez que pudo.

—Lo siento no me da mi dinero, Juliette, —murmuró en un


susurro burlón que fue seguido de una fuerte presión en el rostro
de ella. Sus ojos fríos y marrones la fulminaron a través de una
gorra sucia de cabello igualmente marrón. La mayoría lo habría
considerado guapo, y tal vez lo era por su complexión y sus
rasgos robustos, pero todo lo que Juliette podía ver era un
monstruo—. Quiero mi dinero, o algo de igual valor.

El terror paralizante saltó por la cavidad de su cuerpo en una


lanza adormecedora cuando su mano dejó caer el mechón de su
cabello para subir por el lado de su muslo, arrastrando el
dobladillo gastado de su uniforme de camarera por su pierna en
el proceso. Escalofríos se precipitaron sobre ella en un torrente
de calor y frío. Ella le agarró la muñeca por reflejo, pero ésta se
deslizó sin esfuerzo hacia adentro a pesar de que ella usó ambas
manos contra una sola de las suyas.

—No, por favor…

La mano en su rostro se apretó hasta el punto de producir un


dolor cegador. Su petición fue ignorada.

—Me perteneces.

La mano se metió entre sus piernas para apretar dolorosamente


el algodón que cubría su montículo. Su resistencia no tuvo
ningún efecto en él. Apenas pudo apartarlo y eso lo divirtió.
Encendió el oscuro brillo del triunfo que se reflejaba en sus ojos
e irradiaba el agarre posesivo de sus dedos magullando su
mandíbula. La acercó para que sus bocas estuvieran a pocos
centímetros de distancia y ella se vio obligada a tragar cada una
de sus asquerosas exhalaciones.

—Todo lo que tienes, todo lo que tendrás... es mío, y no hay nada


que puedas hacer al respecto, Juliette.

La asquerosa verdad se extendió a lo largo de ella hasta cortar


en su pecho. Se deformó alrededor de su corazón y pulmones
hasta que estuvo segura de que se asfixiaría a sus pies. Pero
incluso la muerte la había abandonado a su misericordia.

—Lo siento —se ahogó, haciendo un esfuerzo por no luchar,


mientras que al mismo tiempo le impedía a sus dedos insistentes
no pasaran el material de sus bragas—. ¡Traeré tu dinero! —
prometió durante el estruendo del terror que retumbaba entre
sus oídos—. Lo prometo.

—Asegúrate de hacerlo. —Su mirada se quedó en su boca,


oscura y hambrienta—. Y asegúrate de que esta sea la única vez
que tenemos esta conversación.

La soltó y Juliette retrocedió tambaleándose en un ataque de tos.


Un sollozo llegó a su garganta y se enroscó en una bola apretada
que le hizo querer hacer lo mismo en la tierra. Manos frías y
húmedas fueron a su rostro para frotar las marcas que él había
dejado en su piel. La brisa húmeda y veraniega se deslizó bajo
su vestido para lamer burlonamente el sudor que humedecía el
material. Un violento escalofrío la reclamó.

—Y para asegurarme de que esto no vuelva a suceder, —giró


sobre sus talones y volvió a su auto—. Quiero dos meses para
mañana.

—¿Dos meses? —La incredulidad de Juliette salió en un suspiro


de asfixia—. No puedo conseguir seis mil dólares en un día.

Haciendo una pausa en la puerta del lado del conductor de su


Bentley, Arlo se giró. —Ese es tu problema, puta. —Abrió la
puerta de un tirón—. Seis mil o tu hermana a las cinco de la
mañana.

No había nada más que hacer que quedarse atrás y ver como el
grupo se desmontaba y se despegaba en un montón de polvo y
gases de escape. Alrededor de ella, el mundo parecía rugir de
nuevo en el foco con una venganza. Imágenes y sonidos se
estrellaron contra ella. Su normalidad paralizó el aliento que ella
estaba tratando desesperadamente de tomar. A pesar del calor,
su piel hormigueaba bajo su uniforme. Su estómago se retorció,
un pozo de serpientes enojadas luchando por el dominio. Las
náuseas la empujaron, amenazando con hundirla. Pero no pudo.
Tenía trabajo y no podía entrar oliendo a vómito y sudor.

Sus rodillas se tambaleaban mientras se abría paso


inestablemente hacia el restaurante Around the Bend. El
pequeño restaurante de hamburguesas estaba destinado
principalmente a los camioneros, prostitutas y la familia
ocasional que pasaba por allí y estaba, literalmente, alrededor de
la curva antes de una abrupta caída en el agitado río Anyox. Se
encontraba en la carretera principal de la ciudad y era la
principal parada para la mayoría de la gente que iba o venía. Pero
según las propinas, era cuestionable. Los únicos que realmente
daban buenas eran los camioneros y sólo después de pasar una
hora apretando tú culo. Pero era un trabajo y pagaba algunas de
sus cuentas.

La prisa de la tarde ya había comenzado cuando ella tropezó a


través de la puerta en una pared de calor palpable. La charla
baja se extendió a través del hedor rancio de las papas fritas
quemadas, la grasa y el perfume rancio. Alguien había puesto
una moneda en la rocola y Dolly Parton cantaba desde los
altavoces chispeantes que estaban atornillados en las dos
esquinas de la habitación. En la parte superior, los ventiladores
gemelos se tambaleaban y crujían mientras agitaban el aire ácido
como si fuera masa bajo la cabeza de una licuadora. Juliette
siempre se preguntaba cuándo se dislocarían del techo y
matarían a alguien. Era sólo cuestión de tiempo.
—¡Juliette! —Más spray para el cabello que persona, Charis
Paxton golpeó el trapo con sus manos en el mostrador y clavó
sus pequeños puños en sus caderas voluminosas. Los brazaletes
de plástico que rodeaban a los brazos se movían ruidosamente—
. ¡Llegas tarde!

Automáticamente, la mirada de Juliette se dirigió al reloj detrás


de la colmena de cabello de color caoba añadiendo unos dos pies
a la estatura de cuatro pies y medio de Charis.

—Lo siento…

Una mano del tamaño de un niño cortó el aire, cinco dedos


delgados se separaron en una clara advertencia para que dejara
de hablar. Se paró como un guardia de tráfico furioso en una
intersección, pero más malvado. Fulminó a Juliette con sus ojos
azules y bizcos.

—Este no es un lugar de caridad, —dijo—. No te van a pagar por


ser perezosa.

Estaba en la punta de la lengua decirle a la mujer que no había


llegado tarde ni un solo día en dos años y que sólo eran cinco
minutos, pero sabía que eso sólo haría que la despidieran.

—¿Tiene idea de cuántas solicitudes recibimos al día por tu


puesto? —Charis continuó con su chirrido—. Podríamos
reemplazarte en una hora.

No importaba si eso era cierto o no. Juliette no estaba en posición


de probar la teoría. Así que se disculpó de nuevo antes de
agachar la cabeza y correr detrás del mostrador. Sus zapatillas
usadas chirriaban contra el sucio linóleo en su prisa por alejarse
de la mujer astuta que la observaba en cada movimiento. Charis
no la detuvo mientras Juliette desaparecía en la parte de atrás.
Larry, el marido de Charis y su cocinero de frituras, levantó la
vista de la parrilla que estaba raspando con una espátula de
metal. Su cara regordeta estaba sonrojada y brillaba con el sudor
que limpió en el dobladillo de su sucio delantal. Sus ojos
brillantes miraban a Juliette mientras se lanzaba a la sala de
personal en miniatura que se encontraba entre la entrada y el
baño.

La cocina era un lugar pequeño y estrecho que apenas cabían


dos personas. La mayor parte del espacio fue ocupada por la
parrilla y el combo de freidoras apiñadas en una esquina. Estaba
unido a una hoja de metal manchada que terminaba bajo la
ventana de la comida para llevar. La entrada se llevó el resto.

Around the Bend era el tipo de lugar que ella sentía que la gente
necesitaba ponerse la vacuna del tétanos antes de entrar, o el
tipo de lugar que mataba a sus clientes y los servía en la mezcla
de hamburguesas. Era sucio y descuidado. No tenía sentido para
ella por qué alguien querría comer allí. Pero la gente lo hacía y
mientras lo hacían, ella seguía recibiendo un cheque de pago una
vez a la semana. De ninguna manera era suficiente para
mantenerla a ella, a su hermana, y a la torre de cuentas que
seguía creciendo cada día, pero era algo. El resto fue hecho de
sus otros dos trabajos que hacía durante la semana. Sin
embargo, no importaba cuántos trabajos tuviera o cuántos
cheques de pago hiciera, nunca era suficiente. Entre la hipoteca,
las facturas, la matrícula de Viola y Arlo, apenas veía un centavo.

Las cosas no siempre han sido malas. Hubo un tiempo en que


era una adolescente normal y despreocupada con una habitación
llena de toda la basura que las chicas querían cuando su vida
era perfecta. Había tenido una madre y un padre y una irritante
hermanita. Incluso habían tenido un pequeño perro que dormía
en un cojín de terciopelo en el asiento de la ventana. En ese
entonces, ella nunca tuvo que preocuparse por llegar a fin de
mes. Nunca supo de dónde venía el dinero, sólo que lo tenían y
que era popular y rica y la envidia de todos en su escuela de élite.

Entonces su madre murió. Ninguna cantidad de dinero en el


mundo podía salvarla. El cáncer estaba demasiado avanzado. Se
había apoderado de su cuerpo aparentemente de la noche a la
mañana. Apenas duró un año. El mundo de Juliette se fracturó
en el segundo en que el monitor cardíaco de su madre se paró.
Su existencia perfectamente cuidada cayó en un oscuro caos y
nadie se quedó para sostener su mano a través de ella. Su novio
perfecto la llamó perra emocionalmente insensible y la dejó por
su mejor amiga. Todos los chicos que una vez le rogaron por un
segundo de su tiempo no estaban en ninguna parte. Su padre se
ahogó en whisky, renunció a su trabajo y malgastó su dinero en
caballos. Los cheques de la escuela rebotaron. El banco empezó
a llamar tres veces al día. Los gabinetes tenían más telarañas
que comida y ella tenía una hermana de nueve años que la
necesitaba. Abandonando sus sueños de divertirse en la
universidad, Juliette había conseguido un trabajo, luego dos,
luego tres. Trabajó hasta los huesos y se fue a casa exhausta
sólo para despertar una hora después y hacerlo todo de nuevo.
Pero esa era su vida y alguien tenía que hacerlo.

—¿Larry? —Asegurando los cordones del delantal alrededor de


su cintura, Juliette se enfrentó a la bestia gigante de un hombre
que tiraba anillos de cebolla grasienta de la freidora—. Me
preguntaba si podría conseguir un adelanto de mi sueldo esta
semana.

Retorciendo las enormes manos en su delantal, Larry se volvió


hacia ella. —Todavía estás pagando el último adelanto que te di.

—Entonces, ¿un adelanto de mi paga de la semana siguiente?


Sabes que soy buena para eso, —presionó—. He estado
trabajando aquí durante dos años. Siempre soy puntual y vengo
cada vez que ustedes me lo piden.

—¿Siempre a tiempo? —murmuró con una ceja levantada.

Juliette hizo una mueca. —Hoy fue una excepción. Me encontré


con algunas complicaciones.

Larry gruñó y volvió a recoger aros de cebolla en una cesta


cubierta de papel. —¿Cuánto necesitas?

Era una lucha para no mirar hacia otro lado, para no moverse
con dificultad. —Seis mil.

Los diminutos ojos de Larry casi se salen de sus órbitas. —¿Seis


mil dólares?

—¡Sabes que te devolveré hasta el último centavo!, —interrumpió


apresuradamente.

—¿Para qué demonios necesitas seis mil dólares?

—Facturas, —ella medio-mentía.

—No tengo esa cantidad de dinero, —Larry respondió—. ¿Estás


loca? ¿Te parezco un banco?

Ya mortificada por haber preguntado, Juliette se puso furiosa.


—Bueno, ¿qué tal tres mil?

—¡No!, —ladró—. Ponte a trabajar.

Con las mejillas calientes, se giró sobre sus talones y salió furiosa
de la cocina.
El Hotel Twin Peaks era la crème de la crème del lujo y estaba
situado en el corazón de la ciudad. Sus relucientes paredes de
cristal brillaban con la tenue luz de la tarde. Las chispas se
deslizaban por las líneas afiladas en cegadores guiños. El edificio
mismo se elevaba de un lecho de verde espléndido como una
espada que sobresalía de su magnífica empuñadura. Por
kilómetros a la redonda, las exuberantes colinas se elevaron y se
sumergieron. Arbustos cuidados se balanceaban delicadamente
en una brisa que no se atrevería a ser otra cosa que relajante.
Incluso en invierno, el parque y el campo de golf circundantes
seguían siendo la imagen de la perfección absoluta. Cuando la
vida era sencilla, Juliette soñaba con alquilar uno de los
condominios de la cima y entretener a la gente más exclusiva.
Solía salir con sus amigos y caminar por el terreno, charlando
como si el mundo ya fuera suyo.

Estúpida, pensó mientras subía la correa de su bolso y se


escabullía por la puerta del personal a las cinco en punto.

A diferencia del fresco aroma de lavanda, la brisa marina y el


dinero que flotaba en el vestíbulo y los pasillos, el área de
personal apestaba a sudor, limpiadores y desesperación. La
pintura era un poco más apagada allí, las alfombras un poco más
desgastadas. Era el tipo de lugar donde los sueños iban a morir.
Pero era sustancialmente mejor que "Around the Bend". Era
ciertamente más limpio.

Desenganchando su bolso de alrededor de sus hombros, Juliette


entró en el área de cambio y pasó por las filas de armarios de
metal y bancos de madera. Su casillero estaba escondido en la
esquina izquierda, lejos de las duchas, la puerta y los baños. En
la habitación había otros tres armarios propiedad de otras tres
mujeres con las que Juliette nunca había hablado, ni una vez en
cuatro años. Pero ella estaba bien con eso. Los amigos requerían
un nivel de dedicación para el que ella no tenía tiempo.

La grasa y el sudor que le quedaban de su turno de seis horas


en la cafetería, se filtraron por la cerradura mientras buscaba a
tientas abrir su casillero. No parecía importar lo mucho que lo
intentara, la sensación de grasa nunca dejaba su piel.

La cerradura cedió con un clic audible y abrió la puerta de metal.


Su bolso fue colgado descuidadamente en uno de los ganchos
mientras se quitaba los zapatos y buscaba con su mano libre el
uniforme de mucama. El simple conjunto gris y blanco fue un
cambio drástico con respecto al de la camarera. El material era
más suave y cómodo, con un pequeño cuello que hacía juego con
los puños de las mangas cortas. Los botones planos y brillantes
se deslizaban fácilmente en cada agujero desde el dobladillo
hasta la garganta. Ella se sacudió el polvo con una mano a lo
largo de la parte delantera antes de atar su delantal por encima
y comenzar la segunda ronda de su día.

Ser asistente de limpieza no requería un verdadero poder


cerebral, pero el esfuerzo manual era agotador.

La mayoría de los clientes no eran tan malos, como las parejas


mayores que eran pulcros y ordenados y sólo requerían una
asistencia mínima. Eran los chicos de la fraternidad, los ricos y
sórdidos imbéciles que se divertían mucho con los dólares de sus
padres y pensaban que eran dueños del maldito mundo que ella
no podía soportar. Entrar en una de esas habitaciones siempre
la hacía querer vestirse primero con un traje para materiales
peligrosos.

Condones usados, bragas desechadas con manchas


cuestionables, ropa sucia, parafernalia de drogas, el hedor del
sudor, la marihuana y el sexo fueron algunas de las cosas que la
saludaron cuando abrió su primera habitación. Era la política
cerrar la puerta detrás de ellos mientras trabajaban, por su
propia seguridad, así como la privacidad de sus clientes, pero el
olor era simplemente insoportable. No estaba segura de
sobrevivir a estar encerrada allí.

Yendo contra las reglas, abrió la puerta con su carrito y se puso


a trabajar metiéndolo todo en bolsas de basura. Los artículos
personales fueron puestos a un lado o tirados en la pila de la
ropa. La cama estaba hecha, todas las superficies limpiadas y
los pisos aspirados. Pero todo se hacía con una rapidez que
normalmente no mostraba en su trabajo. Cada habitación
tomaba una hora, dos si era realmente malo, pero normalmente
se tomaba su tiempo y se aseguraba de hacer todo
perfectamente.

No tenía tiempo para la perfección.

Al comprobar las habitaciones desde su portapapeles, agarró su


carrito y se apresuró a bajar por el ascensor de servicio. Su pie
golpeó ansiosamente sobre la lámina de metal mientras veía los
números descender.

En el cinco, las puertas se abrieron y uno de los camareros


empujó su carrito de comida vacío junto al de ella. Le llevó años
alinearlo perfectamente.

—Noche ajetreada, ¿eh?, —dijo inesperadamente cuando el


elevador empezó a descender una vez más.

—Sí, —murmuró distraídamente, los ojos nunca se desviaron de


los números parpadeantes sobre su cabeza.

—¿Ya casi te vas?, —preguntó.


Ella lo observó entonces, mirando su cara de niño, puñado de
rizos marrón dorado y ojos verdes brillantes. Prácticamente
todavía un bebé, pensó, juzgando su edad como de unos
diecinueve años.

—Casi, —respondió.

Se acercaron a su piso y él la dejó salir primero. Juliette impulsó


su carrito directamente al almacén y rápidamente rellenó todo lo
que había usado. Vació la basura, tiró la ropa en el conducto y
devolvió su carrito al encargado del almacén, quien apenas
levantó la vista de su revista. Con cinco minutos de sobra, corrió
hacia la nómina como si sus pantalones estuvieran en llamas.

—¿Cuál es la prisa, chica?1

Ignoró la pregunta lanzada por uno de los servidores al pasar y


se puso a correr más rápido.

Martin, el jefe de planta y todos los demás imbéciles, se tomaba


un descanso a medianoche y normalmente no volvía hasta las
seis de la mañana. Si no lo atrapaba antes de eso, tenía que
esperar a ver al contable y esos bastardos no entraban hasta las
nueve.

—¡Martin! —Jadeando y resoplando, Juliette se detuvo


torpemente en su puerta y se inclinó—. Necesito hablar contigo.

—Tienes dos minutos, —dijo Martin, sin mirar ni una sola vez en
su dirección..

1
El personaje, dice: “Chica” en Español.
—Necesito un adelanto, —dijo, tambaleándose en unos cuantos
pasos más en el cuarto de ocho por ocho consumido
principalmente por el escritorio de metal y la pared de los
archivadores.

—No soy de la nómina, —murmuró.

—No, pero necesitan tu verificación.

La cara redonda y rojiza se levantó y fue atrapada por un par de


afilados y claros ojos azules. —¿No recibiste un adelanto la
semana pasada?

Y la semana anterior, pensó miserablemente, pero no dijo tanto.


—Es una emergencia.

Sus ojos se entrecerraron cautelosamente. —¿Cuánto?

—Seis, —dijo ella, decidiendo ir con la cantidad alta y trabajar


su camino hacia abajo si él decía que no.

—¿Cientos?

Por dentro, hizo una mueca. —Mil.

—¡Jesucristo! —Las articulaciones de su silla chillaron cuando


se lanzó hacia atrás—. ¿Para qué demonios necesitas esa
cantidad de dinero?

—Te lo dije, es una emergencia o no estaría preguntando.

—¡Cristo! —Martin dijo de nuevo, frotando su palma sobre su


cara regordeta—. No. Absolutamente no. No voy a ser
responsable de que devuelvas esa cantidad de dinero.
—¡Te lo devolveré! —Juliette lo prometió—. Sabes que lo haré.
Vamos, Martin. He sido una empleada modelo. Siempre soy
puntual. Termino mi trabajo. Nunca he tenido una queja. Mi
trabajo es ejemplar. Sabes que soy buena para eso.

Martin siguió moviendo la cabeza de un lado a otro. —No puedo


hacerlo. No sólo porque no lo haría, sino porque la nómina nunca
estará de acuerdo con esa cantidad. ¿Estás loca?

—Bueno, ¿qué tal tres mil?

Martin suspiró. —Lo máximo que puedo hacer es tal vez


quinientos dólares.

—¿Quinientos? —La incredulidad y la indignación resonaban en


su voz incluso cuando el miedo se enroscaba en su pecho. Sintió
el impulso de estallar en lágrimas de frustración y se lo tragó
rápidamente—. Bien.

Quinientos dólares no eran suficientes para pagar lo que debía,


ni para apaciguar a Arlo cuando llamara a la puerta. Pero tal vez
sería suficiente para darle unos días para que obtener el resto.

Cuando regresó al único lugar donde había vivido, el reloj


marcaba un poco después de las tres. Las sombras se
esparcieron a lo largo de las paredes como pintura negra,
oscureciendo los muebles usados que había recogido de los
bordillos de la calle y de los contenedores. Los artículos
originales habían sido vendidos para pagar la hipoteca vencida.
No había conseguido ni de lejos lo que sus padres habían pagado
por ellas, pero les había quitado el banco de encima por un
tiempo. Las únicas cosas de las que no se había deshecho eran
los juegos de cama de Vi y ella. Ambos habían sido regalos de
cumpleaños y el último regalo que su madre les había dado. Pero
todo lo demás había desaparecido, dejando habitaciones vacías
por toda la casa, dándole la apariencia de abandono. Tal vez, en
cierto modo, lo fue. Juliette ciertamente ya no vivía allí. Era un
lugar para guardar sus cosas principalmente. Pero era la única
pieza de su antigua vida a la que luchaba desesperadamente por
aferrarse.

Con cuidado de no hacer ruido, empezó a subir las escaleras.


Sabía por la mochila tirada junto a la escalera, que Vi estaba en
casa y ya estaba en la cama. Le dolía todo el cuerpo. Había un
entumecimiento detrás de sus ojos que estaba segura de que no
era normal y todo lo que quería hacer era acurrucarse y dormir.
En vez de eso, entró tambaleándose en el baño, con cuidado de
no hacer mucho ruido mientras se encerraba dentro.

Las ojeras debajo de sus ojos marrones tenían bolsas y cada una
era de un tono más oscuro que el púrpura. Destacaban sobre el
blanco apagado y sin vida de su tez. Mechones de cabello rubio
oscuro se erguían en erráticas y encrespadas olas donde habían
escapado de la banda elástica que sujetaba los revoltosos rizos.
Se había duchado esa mañana, pero las hebras estaban sin brillo
y delgadas por el sudor, la humedad y la grasa. Arrancó la banda
elástica y la tiró sobre la encimera antes de apartarse del espejo
para desvestirse. Su uniforme de camarera cayó al suelo y se
quedó allí cuando se dio la vuelta para meterse en la bañera para
darse una ducha rápida.

Eran más de las cuatro de la mañana cuando cayó de bruces


sobre la cama.

Fiel a su promesa, Martin había dejado una nota al contable


sobre sus quinientos dólares. El cheque la estaba esperando
cuando Juliette volvió al hotel a la mañana siguiente. Firmó por
él antes de ir a la sala de personal y el teléfono de monedas
montado en la pared.

Juliette no tenía teléfono. Era un gasto extra que no podía


permitirse. Vi tenía uno porque le daba a Juliette la tranquilidad
de saber que su hermana podía usarlo en caso de emergencia,
aunque a final de mes, Vi acumuló una factura digna de seis
teléfonos móviles. Pero Juliette no tenía problemas para usar un
teléfono público si realmente lo necesitaba. Rara vez tenía a
alguien a quien llamar de todos modos.

Todavía faltaban tres horas para que empezara su turno en la


sala de juegos y el foso de la diversión. Afortunadamente, a
diferencia de su viaje desde el restaurante en las afueras y el
hotel en el corazón de la ciudad, la sala de juegos estaba a unos
20 minutos de su casa en autobús. El banco estaba a diez
minutos. Pero aún así tenía que llamar a Arlo y con suerte
convencerlo de que tomara los quinientos por el momento. El
solo pensamiento la hizo retorcerse por dentro.

La sala de personal estaba ocupada por otra persona, una mujer


con uniforme de mucama. Siendo realistas, por la cantidad de
tiempo que Juliette pasó en el hotel, debería haber conocido al
menos a alguna que otra. Algunas las reconoció a simple vista,
pero otras eran nuevas o nunca prestó atención. Tal vez eso la
convirtió en un bicho raro antisocial, pero rara vez encontraba
tiempo para sentarse y comer bien, y ni hablar de tener una
conversación real con otro ser humano.

La mujer nunca levantó la vista cuando Juliette se apresuró a


través de la alfombra gastada a la pequeña alcoba cortada en el
otro lado de la habitación. La cabina telefónica colgaba sobre una
pequeña mesa de madera que contenía una agenda
deshilachada. Estaba abierta a un anuncio de la compañía de
taxis. El número estaba encerrado por un bolígrafo rojo brillante.
Juliette lo ignoró mientras tomaba el teléfono, introducía 50
centavos y marcaba el número de Arlo. Después de siete años,
estaba tan claro para ella como su propio nombre. Ni siquiera
necesitó mirar el teclado de marcación.

Un hombre respondió en el cuarto timbre.

—¿Si?

Juliette tuvo que tragar mucho antes de poder responder. —Esta


es Juliette Romero. Necesito hablar con Arlo... por favor.

El hombre gruñón dijo algo lejos del teléfono. Hubo una pelea y
luego la voz de Arlo estaba en su oído.

—Juliette. ¿Tienes mi dinero?

Las náuseas agriaron el contenido de su estómago vacío. El


mango de plástico se apretó bajo su húmeda palma mientras
agarraba el teléfono con más fuerza.

—No exactamente, —murmuró inestablemente—. Tengo algo de


eso, pero…

—Juliette. —Una fingida decepción crepitó entre ellos en la única


exhalación de su nombre—. No me gusta oír eso.

—Lo sé, y lo intenté, pero es mucho dinero para conseguir en


una sola noche.

Arlo suspiró. —¿Cuánto tienes?


Cada vez era más difícil respirar alrededor de la bilis que subía
por su garganta. Sombras grises habían empezado a subir por
los bordes de su visión y tenía que luchar para no desmayarse.

—Juliette.

Oh, cómo odiaba que dijera su nombre así, de esa manera tan
cantarina.

—Quinientos, —dijo—. Tengo... fue todo lo que pude conseguir.

Hubo un silbido de aire que fue succionado por los dientes


apretados.

—Oh, eso no es lo que acordamos en absoluto, ¿verdad, Juliette?


Eso no es ni siquiera la mitad.

—Voy a buscar el resto…

—Sabes, no se trata del dinero, Juliette. Se trata de mantener tu


palabra. Fui muy bueno contigo, ¿verdad? Te di tiempo

—Un día no es…

Arlo siguió hablando. —Estaba seguro de que teníamos algún tipo


de entendimiento cuando hablamos ayer. Pero tal vez no te
importa tu hermana tanto como dices. Quizás esperas que te quite
el obstáculo de las manos.

—¡No! Por favor, Arlo, sólo dame un poco de…

—El tiempo de la negociación ha terminado, Juliette. Quiero que


me entregues a tu hermana antes de las seis en punto de esta
noche o la traeré yo mismo.
Los escalofríos no paraban. Arrasó con todo su cuerpo en
riachuelos de frío y calor tan severos, que fue peor que cuando
agarró la gripe y tuvo que ser internada en el hospital. Cada
centímetro de su cuerpo dolía con una ferocidad que se sentía
sofocante e insoportable. No podía respirar y el mundo seguía
entrando y saliendo de enfoque.

De alguna manera, por algún milagro, se encontró en casa. Su


vacío parecía aullar a su alrededor en un cruel silencio. Charcos
de luz y sombra se derramaban por todas las habitaciones en un
dorado oscuro. La cena de la noche anterior, algo cursi y
cremoso, perduró en el espacio, pero a pesar de que estaba
hambrienta, el olor la mareó. Sus entrañas se agitaron y le dieron
la suficiente advertencia para que fuera corriendo al baño.

Querido Dios, esto no puede estar pasando.

Parcialmente jadeante y medio sollozando, se acurrucó al lado


del baño con las piernas recogidas y su rostro pegajoso aplastado
en sus rodillas levantadas. Su cuerpo se agitaba con cada
respiración hasta que estaba segura de que se desmayaría por
falta de oxígeno.

En algún lugar profundo de la casa, las bisagras chirriaban. Una


tabla del suelo crujió. En cualquier otro momento, los sonidos
no la habrían llenado de un temor inimaginable, pero en ese
momento, sólo la hizo querer llorar más.

—¿Juliette? —La voz áspera absorbió el silencio—. Juliette,


¿estás en casa?
Reuniéndose y limpiando todos los signos de debilidad, Juliette
sonrió y salió del baño.

—Hola Sra. ¡Tompkins! ¿La he despertado?

Tan pequeña y frágil como una niña, Abigail Tompkins apenas


medía 1,5 metros con un fino cabello blanco que colgaba
disperso alrededor de su rostro marchito. Sus ojos azules se
habían desvanecido en gris, pero aún brillaban de una manera
que siempre hizo que Juliette se sintiera envidiosa. Estaba de pie
en la puerta entre la cocina y el comedor, vestida con su bata
floral y sus zapatillas rosas.

La Sra. Tompkins alquiló la habitación in-law suite2 en el sótano.


Funcionó para ambas, porque la Sra. Tompkins tenía un
presupuesto fijo que apenas cubría el costo de una caja de
fósforos y Juliette necesitaba alguien que estuviera en casa con
Vi cuando ella no estuviera.

—Estaba despierta —la mujer gruñó—. Dolores en las


articulaciones —explicó con un miserable encogimiento de
hombros—. ¿Pero cómo estás? —Miró a Juliette—. ¿No estás en
el trabajo hoy?

La sala de juegos.

Juliette quería maldecir y patear algo, pero eso sólo afectaría a


la Sra. Tompkins.

2
Suite in-law es el nombre más común para un pequeño espacio similar a un apartamento en la misma
propiedad o incluso adjunto a una casa unifamiliar.
—Me voy en unos minutos. Vine a casa a cambiarme. —Hizo una
pausa antes de añadir—. Esta noche haré un triple turno. ¿Crees
que...?

La Sra. Tompkins levantó las manos nudosas. —No te preocupes


por nada. Haré mi guiso de pollo y me aseguraré de que la
señorita haga sus deberes.

Agradecida de no tener que preocuparse por al menos una cosa,


Juliette sonrió. —Gracias. —Empezó a subir por la escalera—.
Hazle saber a Vi que te he puesto a cargo y que tiene que
escuchar.

Con los labios finos fruncidos la Sra. Tompkins resopló. —Crie


cinco hijos y seis nietos. Sé cómo poner en práctica la ley.

Riendo, Juliette subió el resto del camino hasta la parte superior.


En el momento en que estuvo fuera de sus oídos y ojos, su
sonrisa se desvaneció. Sus hombros cayeron. Se tropezó con su
dormitorio y cerró la puerta.

Sabía que tenía que llamar a Wanda a la sala de juegos y decirle


que llegaría tarde, pero le faltaba energía para hacer algo.
Normalmente, cada día se hacía con una especie de
entumecimiento que no terminaba hasta que estaba de cara a
las sábanas. Pero ese velo protector se había rasgado y Juliette
estaba exhausta y aun así, extrañamente, muy alerta. Su mente
era un nudo enredado de todo y cualquier cosa que pudiera
hacer para conseguirle a Arlo su dinero. Aún faltaban siete horas
para que ella lo viera y sabía que no podría descansar hasta que
lo intentara todo.

Podría obtener doscientos extra de su sobregiro en el banco. Era


un riesgo, porque el banco ya le había advertido que cerrarían
sus cuentas si volvía a hacerlo. ¿Pero qué opción tenía? Era su
cuenta bancaria o su hermana. Realmente no había otra opción.
Aún así, eso la dejó con cinco mil, trescientos sin contabilizar y
nada menos que vender la casa le estaba consiguiendo eso.
Aunque fuera una opción, siete horas no eran suficientes para
hacerlo.

Caminando, deslizó los dedos sudorosos hacia atrás a través de


su cabello y los empuño arrancando mechones de sus raíces,
pero no le importó. Abajo, podía oír a la Sra. Tompkins dando
vueltas por la cocina. Los armarios se abrieron y cerraron. Los
platos sonaban. Escuchó el pitido del horno precalentado. Luego
el zumbido silencioso de una canción de cuna que la Sra.
Tompkins siempre tarareaba mientras cocinaba.

Juliette se dejó caer en el borde de su cama y miró


distraídamente a su tocador. La mayoría de los cajones estaban
vacíos, mientras que antes, apenas cerraban. Había vendido la
mayor parte de sus cosas de marca y vivía de pantalones y
camisetas de bajo precio, para la eterna desgracia de Vi. Pero
eran baratos y prácticos. Sacó un par de pantalones y una
camiseta nueva y se quitó rápidamente la ropa empapada de
sudor. Se peinó el cabello y se lo puso en una cola de caballo
antes de agarrar su bolso y bajar las escaleras.

—Sra. Tompkins, tengo que ir al banco, pero ya vuelvo.

Escuchó “bien, querida”, justo antes de cerrar la puerta principal


y bajar las escaleras.

El banco estaba a la vuelta de la esquina de la casa, un edificio


blanco forrado con láminas de vidrio teñidas de un azul verdoso
contra el sol. Juliette fue al cajero primero para cobrar el cheque
antes de hacer una línea recta para las máquinas. Sus dedos
temblaron cuando introdujo su tarjeta.
Los doscientos dólares fueron al sobre junto con los quinientos
del hotel. Fueron devueltos a su bolso antes de que dejara el
edificio y volviera a casa.

—¡No quiero tu estúpido guiso! —fue lo primero que Juliette


escuchó cuando volvió a entrar en la casa—. Voy a salir con mis
amigos.

Dejando caer su bolso en la mesa junto a la puerta, Juliette


siguió el chillido de su hermana y encontró a la rubia asomando
por la isla mientras la Sra. Tompkins cortaba el pollo en cubos
en la tabla de cortar.

—Tu hermana me puso a cargo, —dijo la Sra. Tompkins de


manera uniforme—. Eso significa que te quiero en esa mesa
haciendo tus deberes.

—Tú, vieja demacrada c...

—¡Eh! —La indignación crepitó a lo largo de la columna de


Juliette mientras irrumpía en la habitación—. ¿Qué te pasa?

A los dieciséis años, Vi tenía la misma contextura y altura que


Juliette. Compartían todo hasta el cabello rubio oscuro y los ojos
marrones. Lo único que difería era su actitud. Pero incluso eso,
Juliette había compartido una vez. Vi era exactamente como
Juliette solía ser, superficial, egocéntrica, y absorta en el
conocimiento de que nada malo podría pasarle. En muchos
sentidos, Vi era como era porque Juliette se negaba a abrirle los
ojos a su situación. Sabía que Vi conocía lo suficiente, pero si
ella lo sabía todo, nunca lo reveló. A Juliette le parecía bien. Ya
había crecido demasiado rápido para las dos.

—¿Por qué tengo que escucharla? —Vi exigió, agitando un brazo


delgado en dirección a la Sra. Tompkins—. Ella no es nadie.
—Es de la familia, —respondió Juliette bruscamente—. Y es
mejor que cuides tu tono.

La pequeña nariz de Vi se arrugó en una clara muestra de


asco. —Ella no es mi familia y no tengo que hacer una mierda.
—Se apartó un mechón de cabello del hombro con un gesto
despectivo de su muñeca—. Voy a salir con mis amigos. Necesito
dinero.

Juliette sacudió la cabeza. —No tengo dinero y tú no vas a


ninguna parte.

—¿Hablas en serio ahora mismo? —El volumen ensordecedor del


chillido de Vi casi hizo que Juliette se estremeciera—. ¡Oh Dios
mío, estás tratando de arruinar mi vida!

—Estoy intentando que termines tus estudios, —respondió


Juliette con calma—. Necesitas graduarte, Vi.

—Ugh! Tengo una vida y tengo amigos y no te necesito…

—Y los deberes que hay que hacer, —terminó Juliette por


ella—. Tengo que ir a trabajar, así que vas a escuchar a la Sra.
Tompkins, comer tu cena, hacer tus deberes y ver la televisión,
o algo así. No me importa. Pero no vas a salir de esta casa.

—¡No eres mi madre! —Vi gritó, color carmesí inundando sus


mejillas—. ¡No puedes decirme qué hacer!

—Puedo, —dijo Juliette con una nota de tristeza que no pudo


reprimir—. Soy tu tutora legal y eso significa que soy responsable
de ti y de tu bienestar hasta que tengas dieciocho años. Hasta
entonces, escucha lo que te digo o…
—¿O qué? —Su siseo era burlón y cruel.

Juliette nunca se acobardó. —O te envío a la granja del tío Jim y


dejo que te arruine la vida durante los próximos dos años.

Todo el color se drenó del rostro de la otra chica en un solo golpe


de horror.

—¡Eres una perra!

Con ojos brillantes, Vi salió furiosa de la cocina. Juliette escuchó


como el chasquido de sus zapatos rosas resonaba en la madera
dura al final del pasillo. Luego, todo el camino hasta las
escaleras. Terminó con el estruendo del dormitorio de arriba.

Suspiró profundamente por el silencio que había dejado la


rabieta de su hermana. La Sra. Tompkins la estudió con ojos
tristes y sagaces, pero por suerte no hizo comentarios; ya habían
pasado por esta canción y baile antes con Vi. Juliette se había
disculpado profusamente una y otra vez por el comportamiento
de la chica. No había nada más que hacer.

—Me voy a trabajar, —murmuró al final—. Puede que no puedas


localizarme, pero intentaré volver en algún momento mañana por
la mañana.

La Sra. Tompkins asintió. —Está bien, querida.

Tomando su cansado cuerpo, Juliette subió las escaleras. En la


habitación de Vi, el estéreo sonó con algo enojado y fuerte que
hizo sonar la puerta. Juliette lo dejó pasar. Había aprendido hace
tiempo a no luchar en todas las batallas si quería ganar la
guerra, y Vi era una guerra gigante.
En su habitación, se desnudó rápidamente y se duchó. Luego se
vistió cuidadosamente con una falda corta negra y una blusa
blanca sobre una camisola blanca. Se peinó y se dejó el cabello
ondulado en la espalda mientras se maquillaba, evitando sus
ojos en el espejo.

Ya no había espacio para ignorar lo inevitable. Ella había hecho


lo mejor que pudo, pero al final, sólo había una última opción.
Una última cosa que podía darle a Arlo para proteger a Vi.
Aunque le faltaba el valor para ponerle un nombre a lo
impensable, sabía lo que había que hacer.

Nunca se había dado cuenta de cuánto pesaba hasta que todo


su peso fue soportado por la gracia de sus inestables piernas.
Los zapatos de tres pulgadas que había forzado a sus pies, se
torcían y tambaleaban a través de la grava mientras cojeaba para
llegar a las puertas del almacén. Las luces se derramaban por
las ventanas agrietadas a ambos lados de la lámina de metal,
una señal segura de que alguien estaba en casa. Un hombre
corpulento se puso delante, aspirando ligeramente un cigarrillo.
Juliette podía ver el destello rosa carmesí brillar con cada
inhalación. Su oscuro atuendo lo envolvió en el atardecer. Pero
la luz del interior de la fábrica reflejaba el suave globo de su
cabeza afeitada y el grueso aro plateado que estiraba el lóbulo de
su oreja. Con los ojos entrecerrados, la vio acercarse a través de
la columna de humo gris que expulsó entre ellos.

—Estoy aquí para ver a Arlo, —dijo Juliette con todas las agallas
que pudo reunir—. Me está esperando.
Se llevó el cigarro de tabaco a la boca de nuevo y ella captó el
brillo agudo de un aro atravesando su labio inferior. Su mano
libre se deslizó detrás de su espalda y retiró un walkie-talkie.

—¿Jefe? Hay una chica que quiere verlo.

Hubo una larga pausa de silencio en la que Juliette se vio


obligada a ver quién parpadearía primero. Él lo hizo cuando la
estática salió del dispositivo en su mano.

—¿Cómo es ella?

El guardia examinó a Juliette, evaluándola rápidamente. —


Rubia. Un poco caliente.

En cualquier otro momento, para cualquier otra persona, el


cumplido habría sido halagador. Pero sabiendo la razón por la
que estaba allí, Juliette quiso estar enferma.

—Hazla pasar.

Al enganchar el walkie-talkie en su cinturón, el guardia tomó el


mango de hierro y tiró de las pesadas puertas, revelando un
pedazo de la tenue luz amarilla contra la noche.

Juliette pasó con cuidado por el umbral y sobre el hormigón liso.

La entrada se abrió en un amplio vestíbulo enjaulado por losas


de metal. Una abertura había sido cortada en un lado que
conducía a una espeluznante oscuridad.

Sus entrañas se estremecieron de miedo. Sus manos temblaban


mientras las bajaba por la falda. Miró hacia atrás para ver si el
guardia le mostraba el camino, pero le dio una última mirada,
casi de lástima, y dejó que la puerta se cerrara de golpe entre
ellos.

Sola, empezó a avanzar por el sucio matiz de una sola lámpara


colgante que se balanceaba miserablemente por encima de su
cabeza. La entrada se curvaba a un estrecho pasillo que se
detuvo abruptamente en varias curvas cerradas. Le recordaba a
un laberinto y ella era el ratón que tenía que encontrar el queso.
El chasquido de sus tacones parecía resonar en el lugar en un
pulso hueco, resonando en el metal y rebotando a lo largo de
cada viga gruesa por encima de su cabeza.

No había sido muy difícil encontrar dónde estaría Arlo esa noche.
Era un viernes y eso significaba el día de la recolección.
Cualquiera que le debiera a los Dragones se aseguraba de tener
su dinero antes del final de ese día. Juliette había estado allí
cada último viernes del mes durante siete años, pero nunca
había entrado. Normalmente, le daba su dinero al tipo de fuera
y se iba. Sabía que era seguro porque nadie era tan estúpido
como para traicionar a Arlo.

El clan había estado en la familia durante generaciones, pasando


de padre a hijo. Juan Cruz seguía siendo el jefe del lado este,
pero Arlo dirigía las calles. Él era el que se ensuciaba las manos
y se había construido un nombre que la mayoría no se atrevería
a susurrar. La mayoría eran corredores, contrabandeando de
todo, desde drogas, armas, hasta niños y mujeres. Juliette no
había sabido que ese mundo existía fuera de los programas de
televisión de policías hasta el día en que Arlo apareció en su
puerta. Ahora estaba tan metida en el asunto que no creía que
pudiera salir nunca.

El final del pasillo se abrió a la casa de juegos de los sueños de


todos los chicos de fraternidad. Fue construida con el único
propósito de entretenimiento y comodidad. El área era grande, lo
suficientemente grande como para albergar dos mesas de billar,
una completa sala de máquinas metida en una esquina, y un
salón en la otra. También había un bar con un enorme mostrador
de roble que brillaba bajo la luz que se derramaba de las
lámparas colgantes. Una larga mesa de madera ocupaba el
centro de la habitación como una fea brecha. Estaba pintada de
un gris descolorido y no había sillas a su alrededor. Sólo
hombres.

Habían cuatro de pie en la mesa con Arlo. Seis más se sentaron


en el salón a ver un partido de baloncesto en el televisor de
plasma montado en la pared. Todos miraron hacia arriba cuando
Juliette entró en su dominio. La televisión estaba en silencio.

—Juliette. —Arlo se alejó de los papeles que él y los cuatro


hombres habían estado analizando—. Veo que tu hermana no
está contigo, así que asumo que tienes mi dinero.

Dispuesta a mantener los nervios en calma, Juliette cerró la gran


distancia entre ella y el monstruo que la observaba. Se detuvo
cuando hubo tres pasos entre ellos.

—No lo tengo todo, pero traje lo que pude recaudar.

Sacó el sobre de su bolso y lo sostuvo. Arlo pasó una mano por


su boca sonriente. Se rio entre dientes.

—Ese no era nuestro trato, Juliette.

Ella asintió, deseando que él tomara el dinero porque su mano


comenzaba a temblar.

—Lo sé, pero yo... estoy dispuesta a trabajar en una extensión.


No había duda de lo asustada que estaba. Todo hasta las puntas
de su cabello temblaba con un terror apenas reprimido.

Arlo arqueó una ceja. Se apartó de la mesa y comenzó a caminar


hacia ella en pasos lentos y casi burlones.

—¿Y cómo te propones hacer eso?

Su brazo cayó a su lado. Una ola de mortificación caliente subió


por su garganta para llenar sus mejillas. Podía sentir los ojos que
la quemaban, los oídos que la escuchaban, esperando su
respuesta.

—En la forma que quieras.

Su voz se enganchó en cada palabra como anzuelos que se clavan


en la carne. Sintió que cada una le arrancaba un pedazo de ella
hasta que quedó hecha jirones.

Arlo se detuvo en seco en su camino. Una oscuridad que hizo


que su piel se arrastrara hasta sus ojos. Pasaron sobre ella, una
lenta progresión a lo largo de ella. Sus dientes atraparon la
esquina de su boca.

—Estoy seguro de que se nos ocurrirá algo. —Frotó una mano


distraída a lo largo de la curva de su mandíbula—. ¿Por qué no
te quitas todo eso y te pones en la mesa para que pueda ver mejor
lo que ofreces?

Los músculos de Juliette se endurecieron.

—¿Algún problema? —desafió.

Su mirada se dirigió a los seis hombres sentados casi inmóviles


al otro lado de la habitación.
—No te preocupes por ellos, —dijo Arlo casualmente—. No les
importa mirar. —Hizo una pausa para deslizar una lengua sobre
sus dientes—. Y si eres buena, puede que ni siquiera te
comparta.

El pánico paralizante se apoderó de ella. Rodó a lo largo de su


columna vertebral en una rueda de hielo dentada. El paquete de
dinero se deslizó de sus entumecidos dedos y golpeó el lado de
su pie. Los billetes se derramaron libremente desde la parte
superior. Yacían olvidados mientras ella luchaba por no unirse
con ellos en un montón arrugado en el suelo.

Arlo la miró, ojos oscuros entrecerrados con una especie de


placer enfermizo. Sabía que el miedo era lo que le daba su poder,
pero no podía evitarlo. Se precipitó sobre ella, caliente y
formidable, amenazando con ahogarla. Alrededor de la
habitación, el silencio continuó crujiendo. Pero era el tipo de
silencio que nadie quería escuchar.

—Juliette, —ronroneo Arlo en ese tono burlón suyo. Sus botas


se burlaban del hormigón mientras se pavoneaba hacia
adelante—. Lo estás haciendo muy difícil.

Con un corazón que latía más fuerte que sus palabras, Juliette
no quiso darse la vuelta y huir. Sabía que eso sólo empeoraría
las cosas. Sabía que correr sólo serviría para que toda la manada
la persiguiera. Así que se quedó perfectamente quieta. Él se
detuvo ante ella, oliendo a cerveza y cigarrillos baratos. Había
una mancha de salsa de tomate, justo en su barbilla sin afeitar.
Juliette se concentró en eso en vez de en el brillo depredador de
sus ojos.

—Desnúdate o te desnudaré.
Hizo hincapié en su promesa con un fuerte chasquido de una
navaja que se abría a presión. Ella ni siquiera le había visto
sacarla de su bolsillo, pero estaba en su mano, brillando
amenazadoramente por todo lo que valía.

Sus dedos temblaban cuando bajó su bolso. El bolso golpeó el


suelo con un golpe casi contundente que no fue ni de lejos tan
fuerte como lo que sonó en su cabeza. El sonido la hizo saltar a
pesar de haberlo esperado. Ignorándolo, alcanzó entumecida los
botones que sostenían su blusa. Se desabrocharon con
demasiada facilidad a través de los agujeros. La V se separó
pulgada a pulgada para exponer la camisola y las curvas
completas de sus senos. Se elevaron y cayeron rápidamente con
cada respiración irregular. El verlos parecía arrastrar a Arlo
hacia ella. Se necesitó toda su fuerza y coraje para no enfermarse
cuando su calor se arrastró sobre ella, espeso y moteado por su
asqueroso hedor. Su piel se pinchó como reacción. Su estómago
retrocedió. Ella se habría acobardado, pero sus zapatos se
habían fundido en el sucio suelo. Todo lo que pudo hacer fue
apartar su rostro cuando él la empujó más cerca.

—Más rápido, Juliette, —instó, su voz se quedó sin aliento por la


anticipación—. No soy un hombre paciente y he estado
esperando mucho tiempo para esto.

Un sonido ahogado se escapó. Su mortificación fue tragada por


la realidad paralizante de lo que estaba a punto de suceder. No
tenía la ilusión de que Arlo fuera amable. No le importaba que
nunca hubiera estado con un hombre. Sin duda le gustaría el
hecho. Ella sólo rezó a Dios para que no lo hiciera allí mismo
delante de sus hombres o peor aún, que la tuvieran a ella
también.

Un sollozo llegó a su garganta, sofocando el poco oxígeno del que


se había aferrado. Formaba una bola apretada en su tráquea,
asfixiándola hasta que estaba segura de que se desmayaría.
Parte de ella esperaba que lo hiciera. Entonces no estaría
consciente en lo que le hiciera.

Sus dedos, ásperos y casi escamosos, rozaron el contorno de su


mejilla, difuminando la lágrima que se había deslizado por sus
propias barreras. El sabor salado se esparció en la curva
temblorosa de su labio inferior, trayendo consigo el sabor de la
pizza y el sudor sobrante en su piel. La sensación le dio una
patada en el estómago, acosando la bilis espumosa.

—La bonita y pequeña Juliette. —Sus dedos se enroscaron en su


mandíbula, cortando y mordiendo mientras su rostro era
arrastrado hacia el de él—. Siempre mirándome por debajo de tu
nariz, pensando que eras demasiado buena para rebajarte a mi
nivel y sin embargo… —Su agarre se estrechó. Su sonrisa
se amplió—. Aquí estás, dándome lo que juraste que nunca
harías. Qué mortificante para ti debe ser esto.

Juliette no dijo nada. No se le ocurrió nada que decir. Parte de


ella tenía miedo de escupirle o vomitar si consideraba abrir la
boca.

La mano se alejó para cerrarse alrededor de la parte superior de


su brazo. Las uñas desigualmente cortadas se desgarraron en la
carne mientras era arrastrada hacia adelante. El sobre de dinero
se deslizó bajo sus pies, tirando los billetes en todas direcciones.
Nadie pareció darse cuenta. Todos estaban demasiado ocupados
mirando como Arlo la empujaba contra la mesa. La cosa debe
haber sido atornillada en el concreto, porque no se movió ni
siquiera con el impacto. Pero Juliette sabía que su cadera
contendría pruebas de la agresión por la mañana.

Ese fue todo el tiempo que se le dio para pensarlo. Al momento


siguiente, Arlo la había puesto sobre su espalda. Sus manos
agarraron sus muñecas cuando sus instintos de supervivencia
se activaron casi automáticamente y ella comenzó a agitarse. Sus
brazos fueron golpeados contra la madera que estaba justo
encima de su cabeza con la fuerza suficiente para robarle el
aliento con el dolor. Sus muslos fueron separados por las
caderas inclinadas.

—No te resistas, Juliette, —jadeó, bañándole el rostro con su


aliento amargo—. Tú viniste a mí, ¿recuerdas? Tú pediste esto.

Con esto se refería a la mano que metió entre sus cuerpos. Los
dedos rasgaron la tela hasta que encontró piel. Por encima de
ella, su gruñido se encontró con su débil sollozo. A él no pareció
importarle cuando ella apretó los ojos y apartó el rostro. Había
encontrado lo que había estado buscando. Dedos contundentes
empujaron brutalmente contra su abertura seca, pinchando y
pellizcando a pesar de la resistencia de su cuerpo. Contra su
muslo, su erección parecía hincharse cuanto más intentaba ella
esquivarlo. Ardía a través de la rugosidad de sus pantalones para
marcarla con cada movimiento de sus caderas.

—Por favor… —se ahogó, tratando desesperadamente de


apartarlo—. Por favor, detente…

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —Pasó su lengua


por la línea de la mandíbula de ella—. No me importa tener a tu
hermana en tu lugar. No lo creo, —se burló cuando ella le apretó
los dientes en el labio—. Así que sé una buena chica y déjame
entrar.

A pesar de todas las voces en su cabeza gritando para que no lo


hiciera, dejó que su cuerpo se debilitara. Cerró los ojos y rezó a
Dios para que terminara rápidamente.

—¿Jefe? Tenemos compañía.


La voz fantasma interrumpió el sonido de la respiración agitada,
de los botones y cremalleras deshechos. Se rompió a través de la
cordura de Juliette, casi destruyéndola mientras el alivio la
atravesaba.

Arlo se alejó y ella no perdió tiempo en rodar de la mesa. Sus


rodillas la abandonaron y golpeó el suelo con suficiente fuerza
como para rasgar la piel de sus rodillas y palmas. La habitación
nadaba detrás de una gruesa capa de lágrimas que amenazaban
con caer por mucho que intentara combatirlas. Todo su cuerpo
se estremeció con una violencia que la hizo sentir medio loca,
como si lo único que la mantenía cuerda fuera el shock.

Por encima de ella, Arlo maldijo y alcanzó el walkie-talkie puesto


en algún lugar de la mesa.

—¿Quién es? —respondió en el dispositivo—. Diles que estoy


ocupado.

—¿Es eso cierto?

La voz era profunda con un acento ondulante que vibraba a


través del silencio tan fácilmente como un látigo. Fue seguido por
el constante sonido de los pasos que se acercaban. Un momento
después, la entrada estaba llena de no menos de ocho hombres
en elegantes y caros trajes en varios tonos de gris y negro. Un
hombre estaba al mando, alto, moreno e impresionante de una
manera que Juliette no pudo evitar notar a pesar de las
circunstancias. Era el tipo de hombre que pertenecía a la portada
de GQ. El tipo sobre el que se escribían las novelas románticas y
que las mujeres anhelaban. Irradiaba poder, del tipo que
dominaba el espacio y crepitaba como la aproximación de una
terrible tormenta. Juliette podía sentir el chasquido de su
presencia incluso desde la distancia. Podía sentir la subida de
los vellos a lo largo de sus brazos. El rasguño agudo de él a lo
largo de su piel. Se agitaba a través de sus venas para
acumularse en lo profundo de su interior como una dura
combinación de alcohol y miedo. Quienquiera que fuera este
hombre, era peligroso y estaba enojado.

—¿Estás ocupado, Cruz? —escupió, cortando el aire espeso con


una inclinación irlandesa que ella habría encontrado
mortalmente sexy en cualquier otro momento. Ojos de un
voluminoso negro de la noche absoluta giraron contra una cara
definida desde la definición misma de robusto, y enfocado en
Juliette aún en cuatro patas medio bajo la mesa. Se
estrecharon—. ¿Esta es tu idea de estar ocupado?

Los nervios se desgastan más allá de la reparación, Juliette


buscó a tientas el borde de la mesa y forzó su cuerpo hacia
arriba. Sus rodillas se doblaron incontrolablemente, haciendo
que se tambaleara en la madera. Pero permaneció erguida, lo
cual fue un milagro en sí mismo.

—Lobo. —Arlo dejó el walkie-talkie y aplaudió una vez y mantuvo


sus manos firmemente agarradas frente a él mientras miraba al
grupo—. No esperaba una visita.

—¿No lo estabas? —El hombre dio un solo paso más hacia el


interior del almacén—. Es un poco sorprendente que
considerando que es la tercera vez esta semana que tus hombres
han sido atrapados haciendo negocios en mi territorio.

—Un error —dijo Arlo apresuradamente—. Estoy lidiando con mi


tripulación y no volverá a suceder.

—No, no lo harán. —Se acercó más, sus pasos eran


antinaturalmente parejos y tranquilos—. Pero eso no cambia los
hechos. Nos debes por usar mis calles para vender tu basura.
Estoy aquí para cobrarte.

Un músculo saltó en la mandíbula de Arlo. Juliette lo reconoció


como una rabia bien oculta. Ella esperaba que él diera el primer
golpe o, al menos, que le dijera al tipo que saliera. En cambio, se
sorprendió por la contención que apretaba la longitud de su
mandíbula. Le hizo preguntarse quién era el recién llegado,
porque cualquiera que asustara a Arlo lo suficiente como para
frenar su temperamento era claramente alguien con quien no
había que meterse.

—A menos que prefieras que le lleve esto a tu padre, —continuó


el hombre—. Estoy seguro de que le gustaría saber por qué me
vi obligado a hacer este viaje.

Al mencionar a su padre, Arlo pareció enderezarse y encogerse


al mismo tiempo. Juliette lo notó sólo porque estaban a un metro
y medio de distancia. Todos los demás parecían estar
concentrados en el disperso sobre de dinero que el hombre
ociosamente empujó con la punta de un brillante zapato de
vestir. Parecía imperturbable por el hecho de que había cientos
de dólares tirados en el suelo. Juliette mostraba ese tipo de
desinterés por tirar basura en las calles.

—No hay necesidad de involucrar a mi padre, —dijo Arlo,


apoyando su culo contra la cornisa de la mesa y doblando los
brazos—. Estoy seguro de que podemos llegar a una solución que
nos convenga a ambos.

Al pasar por encima del sobre, el hombre se encogió de hombros.


—Muy bien, entonces.

Se detuvo en la franja de espacio que separaba a Juliette de Arlo.


Tan cerca, estaba demasiado cerca de ella. Lo suficientemente
cerca como para que ella pudiera extender una mano y tocar su
amplia espalda. Tan cerca que podía ver fácilmente las finas
líneas blancas que corrían verticalmente por su traje y captar el
brillo de la luz que jugaba entre los gruesos hilos que se
enrollaban en el cuello de su traje. Pero lo que más notó fue que
ya no podía ver a Arlo y tenía la sensación de que él tampoco
podía verla. Era una locura pensar que era deliberado, pero no
pudo evitar sentir alivio por la seguridad temporal.

—Setenta.

La risa corta y dura de Arlo mostró su indignación antes de que


hablara.

—¿Setenta por ciento? Eso es más…

—Más de la mitad, —el hombre intervino—. He hecho los


cálculos.

—Eso apenas cubre el costo del envío, no importa…

—No es mi problema. Ese es el costo de hacer negocios en mi


vecindario sin que yo lo diga. Algo en lo que deberías haber
pensado, claramente. No me gusta que se comercie con armas
en mis parques. Tienes suerte de que no te pida las cien
completas.

Juliette no pudo evitarlo. La curiosidad y un montón de


estupidez la hicieron inclinarse una pulgada a la izquierda para
mirar alrededor de la estructura del hombre que se acercaba a
donde Arlo estaba parado, como si alguien le hubiera alimentado
a la fuerza con un grupo de cucarachas. Su expresión agria sólo
pareció profundizarse cuando sus movimientos llamaron su
atención. La ira de sus ojos se agudizó incluso cuando se
estrecharon y ella supo que la había cagado.
—¿Por qué no hablamos de esto en privado? —Soltó mientras se
alejaba de la mesa y la alcanzaba. Su mano se cerró alrededor de
su muñeca y ella fue arrastrada a su lado por la fuerza—. Pierre,
lleva a Juliette a la otra habitación. Este no es lugar para una
mujer. Continuaremos donde lo dejamos cuando termine.

La idea de retomar lo que habían dejado se agitó en la boca del


estómago. Su mirada se dirigió al hombre que la observaba. Su
expresión estaba vacía de cualquier cosa, pero un aburrido
desinterés que le aseguraba que no recibiría ayuda de él. No es
que ella lo hubiera esperado. Sin embargo, no pudo evitar rogarle
en silencio que no la dejara allí. Pero él no hizo nada cuando la
sacaron del grupo y la llevaron a una serie de puertas al otro lado
de la habitación. La sucia lámina de metal estaba escondida
detrás de una gruesa cortina de sombra y chillaba como un alma
perdida cuando la abrían. La metieron dentro y la encerraron.
Si había algo que Killian odiaba de verdad en el mundo era perder
el tiempo. Ya había tenido que reprogramar seis citas diferentes
y reordenar su calendario sólo para hacer el viaje hacia el este,
que era más de lo que una rata como Arlo Cruz merecía. Pero era
algo que tenía que hacerse. Podría haber enviado a sus hombres
para que le ayudaran, pero algo como vender armas a plena luz
del día, en un parque lleno de niños, incitó al psicópata en Killian
a entrar en acción. Además, una parte de él esperaba que Arlo
se negara, dándole a Killian una excusa para librar al mundo del
arrogante cabrón de una vez por todas. Fue puramente por
respeto al padre de Arlo que Killian estaba dispuesto a negociar
el problema. Juan Cruz era un vicioso, violento y sanguinario
miembro del inframundo, pero entendía las leyes. Él, como todos
los demás en el negocio, respetaba esas leyes. Así era como se
mantenía la paz. La generación más joven como Arlo, a veces
olvidaba el orden de las cosas.

—¿Por qué no tomamos un trago y…

—¿Por qué no cortas la mierda y me entregas mi dinero? —Killian


intervino, sintiendo que sus nervios alcanzaban su máxima
cuota de mierda.

La agitación penetró en el lugar justo entre sus omóplatos como


una picazón inalcanzable. Se estaba tomando toda su
determinación de no matar al maldito y marcharse. Ciertamente
resolvería muchos problemas, pero al final, también crearía una
tormenta de mierda con la que Killian no estaba de humor para
lidiar.
—Creo que todos podemos estar de acuerdo en que cuarenta es
una solución más razonable, —decía Arlo cuando Killian se
obligó a prestar atención una vez más—. Es una victoria para
todos.

—¿Cuarenta? —La repugnancia y la indignación se unieron a la


palabra gruñida, serruchando los bordes hasta que estuvieron
muy afilados—. Esto no es una negociación. Has roto las reglas.
Viniste a mi territorio para vender tu mierda. No hago negocios
en tus calles, pero si lo hiciera, tendría la decencia de pagar el
peaje. Así que, dame mi dinero o tendremos un serio problema.

Hubo un sutil sonido de movimiento de los hombres situados


alrededor de la habitación. Killian estaba muy consciente del olor
a pólvora y metal que picaba el aire. Sabía que todos los que
estaban allí, incluyendo sus propios hombres, estaban armados.
Sabía que sería un baño de sangre si las cosas se torcían. Pero
también sabía que Arlo era demasiado cobarde para caer en un
glorioso tiroteo, porque era de los que disparan a un hombre por
la espalda en un callejón oscuro en lugar de enfrentarse a él.
Killian no necesitaba un arma para destruir a un hombre.

—Tal vez podríamos llegar a los cuarenta y endulzar la olla con


un poco de algo extra.

Negociación. Killian lo esperaba y sin embargo le atravesó la


cabeza con una punzada, haciendo que le doliera la sien.

—¿Qué podrías tener que me hiciera comer el treinta por ciento


de una ganancia de diez millones de dólares? —exigió.

La mirada que retorció la cara de rata de Arlo hizo que sus


nudillos picaran con el deseo de golpear al otro hombre en la
boca.
—Juliette.

Ese nombre no significaba nada para él, ni siquiera una onza de


interés. En todo caso, sólo le molestaba aún más.

—¿La chica? —dijo, sin molestarse en mirar siquiera la puerta


de enfrente—. ¿Por qué la querría?

—Considérala una ofrenda de paz, —Arlo engatusó


suavemente—. Y con suerte, los comienzos de una sociedad de
negocios.

Ahora sí que quería golpear al pequeño punk.

—No me interesan las mujeres robadas.

Algo agudo y enojado destelló detrás de los ojos marrones de


Arlo, que Killian reconoció como furia, pero fue rápidamente
sofocada.

—Tengo un cargamento que llegará en una semana y que nos


hará muy felices a los dos.

—Si te dejo usar mis muelles, —terminó Killian, habiendo tenido


ya esta canción y baile con el padre de Arlo sólo la noche
anterior—. Ya le dije a tu padre que ya no estoy en ese negocio.

Algo en esa declaración pareció divertir al otro hombre. Se alejó


de la mesa con una risita baja y giró ligeramente en el tacón de
sus botas para enfrentarse a Killian de frente.

—Dices que no estás en el negocio y sin embargo ... aquí estás.

La implicación envió una oleada de furia al rojo vivo a través de


Killian.
—Puede que no esté en el negocio, pero eso no significa que vaya
a dejar que la mierda ensucie mis calles. El norte sigue siendo
mío para protegerlo.

Arlo asintió casi imperceptiblemente. —Puedo respetar eso. —Su


mirada se dirigió a los hombres de Killian antes de caer al bolso
olvidado en el suelo—. Entonces toma a la chica como muestra
de mis disculpas por este malentendido.

Killian trató de no pellizcar el puente de su nariz con


impaciencia. Lo intentó. En vez de eso, su mano subió para
aplastar cuatro dedos en su palpitante sien.

—¿Por qué demonios tomaría a una chica que apenas parece


tener edad para atarse los cordones de los zapatos por más de
siete millones de dólares? —Suspiró y fijó a Arlo con ojos fríos y
oscuros—. Estoy perdiendo la paciencia, Cruz.

Una palma fue levantada en una absurda muestra de paz. —


Como dije, una ofrenda de paz. Nada más. Te conseguiré el
dinero, pero sólo puedo darte cuarenta ahora y treinta en una
semana cuando llegue mi otro envío. La chica es... un regalo.

—¿Esto es un juego para ti? —Killian gruñó a través de sus


dientes—. ¿Crees que estoy aquí como una broma? —Se echó
atrás—. Quizás necesitas un incentivo.

Girando sobre sus talones, empezó a ir hacia la salida. Sus


talones se agrietaron ruidosamente contra el hormigón. Sus
hombres miraron como se acercaba, pero ninguno lo observaba;
no les pagaba para que lo miraran fijamente, sino para que
observaran su entorno.
—¡Espera! —Arlo llamó a su espalda—. Haré que te envíen el
dinero directamente a tu cuenta por la mañana.

Killian se detuvo. Lentamente se puso en marcha. —Dije ahora.


No en un día. No en una hora o en cinco minutos. Ahora.

Un músculo desgarrado en la mandíbula de Arlo tenía las fosas


nasales abiertas, pero fue lo suficientemente inteligente para
mantenerlo fuera de su tono cuando hablaba.

—David.

Uno de los hombres de su equipo sacó apresuradamente su


teléfono. Killian miró a su propio hombre y asintió sutilmente.
Max se alejó del grupo y fue a donde estaba David. Los dos
intercambiaron información de la cuenta mientras Killian
esperaba. Comprobó su reloj. Ya estaba diez minutos atrasado.

—Pierre, la chica, —ordenó Arlo.

Estaba en la punta de la lengua de Killian para decirle a Pierre


que no se molestara. No quería a la chica. Pero el Goliat ya había
abierto la puerta con un chillido de bisagras oxidadas. La lámina
de acero se balanceaba hacia dentro en lo que parecía ser una
especie de dormitorio. Killian pudo ver a la chica de pie en el
medio de la habitación, pequeña y aterrorizada. Sus delgados
brazos rodeaban su pecho, arrugando el material blanco de su
blusa. Ella retrocedió cuando Pierre entró en la habitación con
ella. Incluso desde la distancia, la oyó gritar cuando un puño
carnoso se cerró alrededor de su brazo superior y la empujó
hacia delante. Sus talones rasparon en la piedra mientras era
arrastrada ante la reunión. Ella estaba luchando con él, pero no
servía de nada; él era tres veces más grande que ella.
—Juliette. —Arlo se hizo cargo cuando Goliat renunció a su
control. La arrastró hacia él y la obligo a la fuerza para que se
enfrentara a Killian. Enormes ojos marrones se elevaron hasta
los suyos, un fuerte contraste con la palidez de su rostro—. Este
este es el Lobo Escarlata. Te llevará a casa esta noche.

Lobo Escarlata. Por el amor de Dios. ¿Quién diablos presenta a


otra persona como Lobo Escarlata? Era patético y le habrían
dado una bofetada en la cara si pudiera hacerlo sin parecer tan
tonto como Arlo. Además, ese era el título que se había ganado.
Era el nombre por el que todos en la ciudad le conocían, al
menos, los que estaban al otro lado de la ley. Gente como Arlo y
Juan. Gente que necesitaba que se le recordara quién era y de
qué era capaz. Sería un recuerdo para siempre de un pasado que
nunca podría olvidar.

Frente a él, el poco color que había residido en el rostro de la


chica se había desteñido hasta quedar en nada, así que lo único
que destacaba eran sus ojos, amplios y brillantes de terror.
Miraban a Killian como si fuera el diablo reencarnado. Ella se
mantuvo rígida contra Arlo, con su pequeña figura temblando lo
suficiente como para hacer que Killian se estremeciera.

—Esta es Juliette, —continuó Arlo—. Juliette me debe un favor


y lo consideraría pagado en su totalidad si te ayudara a relajarte.

Juliette parecía estar todavía ante sus ojos. Killian podía ver algo
agitándose detrás de sus ojos, una especie de comprensión
desesperada que le hizo abrir los labios en un suspiro.

Detrás de ella, Arlo sonrió con suficiencia. —¿Tenemos un trato?

Fue empujada hacia adelante antes de que pudiera siquiera


responder. Killian vio cómo sucedía, como si fuera en cámara
lenta. La vio tambalearse mientras sus pies se enredaban el uno
al otro. Sus manos se extendieron para sostener su caída. Las
suyas salieron volando sin una pizca de vacilación. La atrapó, a
toda ella, y la arrastró a su pecho. Su pequeño cuerpo se
acurrucó contra su pecho. Sus brazos se enrollaron sin
problemas alrededor de la curva de su estrecha cintura. Las
palmas de las manos se aplanaron contra la delgada pendiente
de su espalda mientras el sutil aroma de las flores silvestres se
precipitaba sobre él en el impacto. Ojos del rico oro de caramelo
se le acercaron a la cara, medio escondidos detrás de un montón
de rizos rubios oscuros. Suaves labios rosados se separaron,
revelando sólo el indicio de unos ligeros dientes torcidos que
parecía ser la única imperfección en un rostro por lo demás
hermoso. Era el tipo de rostro que hacía estúpidos a los hombres
inteligentes y pobres a los ricos. Killian no era inmune, pero
tampoco era un tonto.

La soltó rápidamente y dio un paso atrás.

—Quédatela, —murmuró, obligándose a mirar hacia otro lado.

—Por favor.

El susurro era tan bajo, que momentáneamente se preguntó si


lo había imaginado. Su mirada se dirigió a la chica con sus
grandes ojos suplicantes y su triste súplica. La sangre brotaba
donde sus dientes le hacían un corte en el labio inferior. Pero fue
la lágrima que se aferraba a sus gruesas pestañas lo que acabó
con él. Algo en la visión de esto lo golpeó en las tripas. Le recordó
a otra mujer, una que había significado el mundo para él, una
que había perdido porque había sido incapaz de salvarla.

—Agarra tus cosas, —le dijo Killian antes de que su sentido


común le hiciera efecto.
Los músculos de su garganta trabajaron en un trago profundo.
El alivio brilló en sus ojos antes de que los bajara y se apresurara
a la bolsa a unos metros de distancia. Su mano tembló al ser
enrollada alrededor de la correa gastada. El sobre de dinero
derramado se dejó donde estaba esparcido en la tierra.

—Un placer hacer negocios contigo, —dijo Arlo cuando Killian


comenzó a darle la espalda.

La arrogancia engreída con el único comentario se deslizó a lo


largo de la columna vertebral de Killian con dedos sucios. Miró
al chico de pie en toda su gloria santurrona y casi se burló. Arlo
Cruz no estaría en ninguna parte sin el imperio de su padre
detrás de él. Sin duda sería otra estadística en las calles, un niño
de mierda asesinado por robar una licorería. No tenía clase. No
tenía respeto. El mundo le había sido entregado en bandeja de
plata y se deleitaba en su propia autoestima. Hombres así rara
vez duraban mucho tiempo en su línea de trabajo.

Es cierto que Killian consiguió su propio imperio a través de


varias generaciones de McClarys antes que él. Su padre lo había
entrenado desde los cinco años hasta el día en qué gobernó. Pero
había estado solo desde los diez años. Se crio a sí mismo. La
ciudad que poseía y dirigía, la había mantenido unida por sí
mismo. Su padre no le había cogido la mano ni arreglado sus
errores. Killian lo había hecho por su cuenta.

—No te metas en mi terreno, Cruz, —dijo Killian de manera


uniforme—. Me disgusta mucho tener que repetirme.

Arlo inclinó la cabeza, pero Killian captó la rabia apenas


reprimida que se escondía en lo profundo de los ojos del otro
hombre. La dejó ir. Arlo tenía todo el derecho a estar enojado.
Juan Cruz no iba a estar contento de que su hijo se las arreglara
para perder más de la mitad de su pago por un envío que
probablemente les costó el doble para pasar de contrabando.
Pero ese no era el problema de Killian. Arlo tuvo suerte de que
Killian no pidiera el beneficio completo, lo cual estaba en su
derecho de hacer. No habría habido nada que Arlo o Juan
pudieran haber hecho al respecto. Podrían haber sido los
Dragones del este, pero Killian dominaba el norte con algunas
conexiones profundas en el sur y el oeste. Habría sido un baño
de sangre y los Dragones lo sabían.

Nadie se movió o habló mientras Killian se dirigía a donde la


chica estaba parada, con el bolso sujeto a su estómago. Ella no
se movió cuando él la rodeó y se dirigió a la puerta. Max y Jeff
lideraron el camino con los otros que quedaban para seguir en
estrecha formación alrededor de Killian. Killian no esperó a ver
si ella lo seguía. Si no lo hacía, bueno, tampoco sería su
problema.

En la entrada principal, el guardia que estaba allí se echó atrás


rápidamente cuando el grupo de Killian emergió. No dijo nada
mientras salían, pero sus ojos se posaron en el gigante de siete
pies que tomó el final, guiando a la chica a través de la puerta.

Frank tenía ese efecto en la mayoría de la gente. Tenía el doble


del tamaño de un hombre normal con manos más grandes que
la cabeza entera de Killian y un cuerpo salido de una revista de
culturismo. Su sola presencia instaló un miedo en los enemigos
de Killian que ningún arma podría. No es que sus hombres no la
llevaran. Todos lo hacían. Killian no lo hacía y no lo había hecho
en años. Fue una elección personal. Tenía suficiente sangre en
sus manos y, mientras aún vivía en un mundo que requería una
dosis diaria de violencia, trató de mantener el derramamiento de
sangre al mínimo.

Una conmoción de fondo lo hizo mirar hacia atrás justo cuando


el tobillo de la chica se torció y ella tropezó de lado. Frank la
agarró por el medio y hábilmente la puso de pie. Aguantó un
momento mientras ella cojeaba un segundo sobre su pie herido.

—Estoy bien, —dijo al final, alejándose—. Gracias.

Frank hizo lo que mejor sabe hacer, inclinó la cabeza, pero no


dijo nada.

Levantó la vista para ver que la caravana se había detenido y


todos la estaban observando. Se sonrojó con la pálida luz que se
derramaba de la sucia luz sobre las puertas del almacén. Sus
manos suavizaron nerviosamente su falda y se ajustó la correa
del bolso en el hombro.

Killian tomó eso como una señal para seguir moviéndose.


Mientras tanto, no podía evitar preguntarse en qué diablos se
había metido y cómo diablos iba a salir. A diferencia de Arlo, que
no tenía reparos en usar y abusar de los débiles, Killian no tenía
ese fetiche. La chica era claramente alguien que estaba por
encima de su cabeza, o peor, era una chica secuestrada de su
país y enviada a la zona. Los Dragones ciertamente no eran
reacios al tráfico de personas. Era, después de todo, su mayor
comercio, junto con las drogas y las armas. Killian nunca, jamás,
vendería a un humano. Su padre no lo había hecho. Su abuelo
no lo hizo. No era el tipo de negocio que los McClary habían
hecho, porque, a pesar de lo bueno que era el dinero, tenían
moral. Hubo un tiempo en que se dedicaban a las armas y había
un tío o primo que se había metido en el negocio de las drogas.
Pero empezó a sumergirse en su propio producto y terminó
ahogándose en su propio vómito y muriendo y ese había sido el
final de eso. Pero los McClary siempre habían sido
embarcadores. Transportistas. Se especializaron en el paso
seguro de la carga y se llevaron el cuarenta por ciento de cada
corte, pero eso fue antes. Todo eso cambió después de la muerte
del padre de Killian. Había llevado años, pero toda la compañía
había sido limpiada casi legalmente. La Corporación McClary ya
no hacía transportes de tipo ilegal. El dinero era menos, pero aún
así hizo una bonita moneda a través de sus muchos otros
negocios. De ninguna manera era un ciudadano bueno e íntegro,
pero ya no tenía que jugar con los dos lados de la ley y eso era
algo que su familia nunca había hecho. Su abuelo se habría
horrorizado.

Con las manos enterradas en las profundidades de sus bolsillos,


Killian se dirigió a la limusina que le esperaba, donde la grava se
convirtió en hormigón sólido. La mayor parte del distrito de
almacenes estaba diseñado de la misma manera, con la grava
usada como casi una alarma para advertir a los culpables de una
presencia próxima. Era un dolor en el culo y dejaba rayas
blancas en su mejor par de pantalones.

Miro hacia abajo al polvo blanco que le estropeaba los dobladillos


y le arruinaba los zapatos.

Ese fue su castigo por ocuparse él mismo del asunto, pensó


miserablemente.

Desde su derecha, Marco se apresuró a abrir la puerta trasera y


la sostuvo.

Como Frank, Marco era uno de los empleados de confianza que


Killian había mantenido incluso después de la purga. Todos los
demás habían sido despedidos en el momento en que Callum
McClary fue enterrado. Su incapacidad para proteger a su padre
no había sido tolerada. Pero Marco era simplemente un
conductor. Su padre no le había confiado su vida y Frank no
había estado allí esa tarde. Su padre había arrastrado a Killian
a todas partes desde la muerte de su madre. Killian no estaba
seguro de si era sólo para mantenerlo cerca o porque mirar a
Killian le recordaba a su padre la mujer que había perdido. Pero
había enviado a Frank a manejar otro asunto. Fue un
movimiento inusual. Su padre rara vez iba a ningún sitio sin el
gigante. A veces Killian no podía evitar preguntarse si su padre
seguiría vivo si Frank hubiera estado allí.

Una fresca brisa nocturna barrió al grupo. Un escalofrío pasó a


través de él que apartó con un movimiento de sus hombros.
Detrás de él, el grupo se detuvo cuando él lo hizo. Sin que sus
pies perturbaran la grava, el silencio se hizo rápidamente.

Se volvió para enfrentarlos a ellos y a la chica. Su mirada pasó


por encima de sus cabezas para entrecerrar los ojos ante la
estructura que se avecinaba y el ansioso guardia que los
observaba con aprensión. Pero era la serpiente que estaba
vigilando la que pinchaba el sexto sentido que Killian había
heredado al entrar en el negocio familiar. El que le advirtió que
fuera cauteloso.

—Llama a Jacob, —le dijo a Dominic—. Dile que esté preparado.

El hombre de cabello oscuro a la izquierda de Killian inclinó su


cabeza, pero sus cejas estaban arrugadas. —¿Crees que es tan
estúpido como para traicionarte?

Killian se encogió de hombros casi imperceptiblemente. —Creo


que hará lo que pueda para evitar tener que explicarle esto a su
padre. No es que eso lo salve —una mano alisó la parte delantera
de su traje—. Tengo toda la intención de hacerle saber
a Juan exactamente por qué estoy tomando su dinero.

—A Arlo no le gustará eso. —Aunque se dijo con cara seria, hubo


diversión en la declaración.
—Es una lástima para él, ¿no es así? —Dirigió su atención a los
otros hombres que esperaban instrucciones—. Toma el auto.
Necesito hablar con nuestra invitada.

La chica se estremeció como si él la hubiera golpeado. El agarre


de su bolso se intensificó hasta que él estaba seguro de que la
tela agrietada y pelada podría romperse. Pero ella no corrió, ni
retrocedió cuando sus miradas se encontraron. Él la sostuvo por
un segundo completo antes de enfocarse en las figuras que se
abrieron como abanico detrás de ella.

—Tú no, Frank, —dijo cuando el gigante comenzó a girar su


enorme cuerpo en dirección a la camioneta aparcada justo
delante de la limusina—. Ve al frente con Marco.

El gigante dio un asentimiento seco de su cabeza calva antes de


llegar a la puerta del pasajero de la limusina. Pero no se subió,
ni los demás se acercaron al todoterreno. Sabía que estaban
esperando que él entrara en la limusina primero.

Se enfrentó a la chica. —Las damas primero.

Su mirada se dirigió de él hacia la puerta abierta y luego de nuevo


hacia él, llena de tanta inquietud que casi le hizo arquear una
ceja.

—¿Vas a venderme?, —dijo ella.

Sin acento, señaló. Su inglés era claro, pero eso no significaba


nada. No todas las chicas secuestradas eran extranjeras.

—No vendo a la gente, —dijo uniformemente.


Ella se lamió los labios y él se distrajo momentáneamente por el
brillo húmedo de la curva de su boca. Le tomó un segundo darse
cuenta de que ella estaba hablando una vez más.

—¿Vas a hacerme daño?

La miró con calma, absorbiendo sus mejillas huecas, la


oscuridad bajo sus ojos y el cansancio en sus hombros
demasiado delgados. Tenía la mirada de alguien que una vez fue
saludable, pero las circunstancias inevitables le habían chupado
la vida de su cuerpo. No era demasiado exigente con el aspecto
físico de sus mujeres. Grandes o pequeñas, servían para el
mismo propósito. Pero esta chica... había algo en sus ojos que le
hacía querer llenarla de comida.

Descarriló ese pensamiento antes de que pudiera echar raíces. A


pesar de sus grandes ojos, ella no era su problema. Se negó a
hacerla su problema. La llevaría a la estación de autobuses,
compraría un billete de ida a donde ella quisiera ir y no volvería
a pensar en ella. Ese era el plan.

—¿Vas a darme una razón para hacerlo?, —dijo al final casi


desafiándola levantando su ceja oscura.

No lo haría. Nunca ha hecho daño a una mujer en su vida. Pero


ella no necesitaba saber eso. Mantener el orden a veces requería
miedo, un sutil recordatorio de que él tenía el control.

Sacudió la cabeza un poco demasiado rápido, enviando sueltos


mechones de cabello que se balanceaban salvajemente alrededor
de su pálido rostro. —No lo haré. Lo prometo.

Le hizo un gesto para que avanzara con un movimiento de mano.


—Entonces no deberíamos tener ningún problema.
Con un asentimiento de su cabeza a regañadientes, se dirigió
hacia el enorme agujero que esperaba por ella para entrar.
Alrededor de sus piernas, su falda se retorció con la brisa.
Levantó su cabello alrededor de su rostro en una maraña. Sus
rodillas temblaban visiblemente con cada paso. Pero llegó a la
puerta cuando Marco se adelantó. Killian lo había estado
esperando. La chica no.

Ella saltó y se alejó de él.

—Sólo quiero tu bolso, —le dijo en un murmullo casi suave.

En lugar de hacerlo, su mirada se dirigió a la de Killian. —¿Por


qué necesitas mi bolso? —preguntó—. No tengo dinero.

—No quiero tu dinero, —le dijo—. Es simplemente una


precaución.

Dudó un segundo más antes de desenganchar con cuidado la


correa de su hombro y dársela. Marco no perdió tiempo en abrirla
y rebuscar en su interior. Killian sospechaba que no habría
mucho ahí, especialmente no un arma. De alguna manera
dudaba de que Arlo armara a sus putas. Pero había aprendido
por experiencia a no confiar nunca en una cara bonita.

Como él esperaba, el bolso le fue devuelto.

—Contra el auto, por favor, —dijo Marco, moviendo la barbilla


hacia el lado de la limusina.

—¿En serio? —Juliette se puso furiosa, horrorizada. Sus amplios


ojos se volvieron hacia Killian—. No estoy llevando nada.

—Precaución —dijo otra vez.


Tragándose visiblemente una réplica que pudo ver brillando en
sus ojos, se dirigió a donde Marco señaló y dejó su bolso en el
suelo. Luego plantó ambas palmas en el capó, manchando de
sudor la inmaculada pintura negra. Pero incluso mientras se
preparaba para sus manos, saltó cuando le rozaron ligeramente
los hombros y empezó a bajar por los lados. Sus ojos se cerraron
con fuerza cuando se movieron a lo largo de sus caderas y por
sus piernas. Luego volvió a subir por dentro hasta sus muslos.
Marco fue rápido. Terminó razonablemente rápido y ella se alejó
en el momento en que Marco dio un paso atrás. Tomó su bolso,
su rostro brillante con el primer signo de color que Killian había
visto en ella.

Ella miró a Killian. —No me gustan las armas, —le dijo


bruscamente—. No soy una amenaza.

Inconscientemente, la palabra amenaza atrajo sus ojos a su boca


y casi resopló en su mentira descarada. Todo en ella era una
amenaza y se hizo aún más peligrosa por el hecho de que ella
claramente no se daba cuenta.

—Precaución, —dijo una vez más, extrañamente fascinado por el


fuego que se refleja en sus ojos. Descubrió que lo prefería al
miedo y al vacío que había visto allí hasta ahora—. Nunca se
puede ser demasiado cuidadoso.

Su mirada se dirigió hacia donde sus hombres seguían de pie,


silenciosos y vigilantes. Ella agarró su labio inferior entre los
dientes y mordisqueó ansiosamente antes de devolver su
atención a Killian. Labios de los que no podía apartar los ojos,
pero que se cerraron con el golpe de metal que rompió el silencio
de la noche. La explosión envió una ráfaga de caos en
movimiento. Killian entró en acción sin siquiera detenerse a
pensarlo.
Agarró a la chica. Sus manos magulladas cortaron tiras en la piel
de ella mientras la empujaba hacia su pecho. Un brazo se cerró
firmemente alrededor de su centro y el otro se levantó para pasar
sus dedos ásperos por su cabello y acariciar la base de su cráneo.
Su rostro fue empujado dentro de la suave tela de su camisa de
vestir, incluso mientras la maniobraba en un fluido y poderoso
giro de su cuerpo. Su espalda se golpeó contra el costado de la
limusina y se mantuvo allí al lado del cuerpo largo y sólido de él
mientras trataba de protegerla de lo que estaba sucediendo en el
fondo.

—¡Whoa! Tranquilo. ¡Soy sólo yo! —alguien gritó en el caos que


habían creado.

Killian se alejó de la chica lo suficiente para darle un vistazo y


asegurarse de que estaba bien. Se encontró con esos grandes
ojos de ella y los labios separados. Incluso con tacones, ella
apenas llegaba a sus hombros y la ligereza de ella le afectó
mucho más de lo que se sentía cómodo admitiendo. Pero fue la
sensación del resto de ella lo que lo hizo alejarse. Fue el roce de
sus pequeños pezones tensos a través de la ropa de ambos lo que
le hizo olvidar temporalmente por qué no elegía chicas como ella.
Trató de no mirarla, sabiendo muy bien que terminaría con ella
de espaldas en el suelo de la limusina y él rasgando su ropa como
un animal hambriento.

Cristo, ¿qué le pasaba? Seguro que hacía tiempo que no estaba


con una mujer, pero no hacía tanto tiempo.

Se dio la vuelta, rápidamente y se esforzó por evaluar la


situación. Sus hombres se pusieron en medio de un círculo a su
alrededor y de la chica, con las armas desenfundadas y
apuntando a un chico de apenas 18 años, agitando un sobre
blanco en el aire.
—Arlo quería que le diera esto.

Le hizo un gesto a la chica. Sus ojos se dirigieron hacia Killian,


inciertos y oscuros. Se hizo a un lado y la dejó aceptar el sobre
que el chico le dio a Dominic, quien se lo pasó a ella. Ella lo tomó
con un silencioso murmullo de agradecimiento y frunció el ceño.
Su mirada se dirigió al muchacho, de manera inquisitiva.

—El jefe dijo que guardaras eso, —respondió el chico con un


encogimiento de hombros.

Estaba claro por la línea aturdida que se arrugaba en el entrecejo


de ella que no había esperado el gesto. Le dio vuelta en su mano
y se congeló. Killian no podía ver lo que había visto, pero fuera lo
que fuera, su cabeza se movía y sus ojos eran tan redondos como
la forma de O de su boca, sorprendida. Se olvidó del chico y
dirigió su atención hacia Killian. Una parte de él quería
preguntar, mientras que la otra determinó que habían estado en
el camino de entrada el tiempo suficiente y que su piel empezaba
a picar.

—Sube al auto, —le dijo, con su mano ya sobre su codo,


impulsándola.

Ella no luchó con él. Dejó que la empujara al asiento de cuero.


Killian la siguió mientras ella abandonaba el asiento y se movía
al contiguo. El áspero halo de luz que se derramaba sobre ellos
desde la única bombilla que había en la parte superior brillaba a
través de su cabello sin atar e iluminaba la crudeza de su rostro.
Intensificó las bolsas bajo sus ojos y la mancha de sangre seca
que aún manchaba su labio de su anterior mordisco. Se aferró
al asiento, apoyándose rígidamente en el borde con su bolso
metido en su regazo y su espalda antinaturalmente rígida. Lo
miraba como la mayoría de la gente mira a un maníaco con una
motosierra.
No muy lejos, la voz en su cabeza dijo secamente, y fue ignorada.

La puerta estaba cerrada detrás de ellos y estaban solos en un


semi-silencio. En algún lugar adelante, podía oír a Marco y Frank
subiendo a sus asientos delanteros.

—¿Cómo te llamas? —preguntó mientras el auto comenzaba su


suave salida.

—Juliette, —susurró.

—¿Juliette qué?

—Romero.

Levantó una ceja oscura. —¿Juliette Romero?

Ella se encontró con su mirada con una advertencia que le


pareció inmensamente divertida. —A mi madre le gustaba mucho
Shakespeare.

Parecía pensar en algo y rápidamente dejó de mirar. Sus manos


temblaban mientras metía el sobre en su bolso.

—¿De dónde eres? —presionó.

Cerró la cremallera de su bolso antes de levantar los ojos hacia


él. —Yorksten.

La sorpresa se reflejó en él—. Eso está a sólo veinte minutos de


aquí.

Juliette asintió.
Claramente no fue secuestrada entonces, pensó, sentado.

—¿Hasta qué punto estás con Arlo?

Parpadeó como si la hubiera pillado a mitad de camino. —


¿Perdón?

—¿Cuánto le debes?, —aclaró.

La verdadera ofensa hizo que frunciera el ceño. —¿Por qué


importa eso?

—Porque yo lo digo.

Parecía que estaba lista para discutir, pero lo pensó mejor. A


regañadientes apartó la vista cuando habló.

—Cien mil.

Sabía que para la mayoría de la gente eso habría sido


impactante; cien mil dólares era mucho dinero. Pero en su
mundo, eso apenas despertó una onza de sorpresa. Los adictos
al crack y los drogadictos pagaban la cuenta fácilmente.

—¿Drogas?

Juliette sacudió la cabeza. —No es mi deuda.

La curiosidad hizo que su cabeza se inclinara un poco hacia un


lado. —¿De quién es?

Su pregunta parecía molestarla. Sus pestañas bajaron hasta su


regazo donde sus manos se retorcían inquietas en la correa de
su bolso. Sus dientes atacaron su labio ya maltratado, sin
importarle que estuviera perturbando la herida. Permaneció así
durante varios minutos. Killian esperó, negándose a ceder en la
pregunta.

—De mi padre —murmuró por fin—. Se metió en lo profundo


después de que mi madre falleciera de cáncer. Empezó a jugar a
las mesas y a las máquinas y… —ella terminó la frase con un
giro en sus labios—. Cualquier cosa que prometiera un
gran pago en realidad.

—Él apostó —terminó por ella.

Juliette asintió. —Y bebió mucho. No supe de Arlo hasta que


apareció en nuestra casa después de que a mi padre le
dispararon durante un viaje en auto y exigiera dinero o a mi
hermana.

No dijo nada durante mucho tiempo. En cambio estudió a la


mujer que estaba frente a él, trazó las líneas de su cuerpo. Tenía
un cuerpo muy bonito. Ciertamente no era inmune a él. Tenía
piernas largas y caderas curvadas. La verdad es que no había
nada de ella que le resultara remotamente poco atractivo, ni
podía negar la conciencia que su propio cuerpo tenía de ella.

Él la deseaba.

Era chocante porque normalmente no encontraba chicas como


ella remotamente atractivas. Las mujeres a las que estaba
acostumbrado eran profesionales, limpias y cuidadosamente
seleccionadas por él. Sabían lo que él quería. Conocían el papel.
Chicas como Juliette, que salían de la calle y se entregaban a los
hombres por el poco dinero que consideraban que valían, eran
un riesgo. Eran peligrosas.
—¿Estás mintiendo? —La miró entrecerrando los ojos a través
de las sombras, escudriñando cada movimiento
cuidadosamente—. Porque si descubro que estás mintiendo…

No terminó. No necesitaba hacerlo. Ella le pareció una chica


inteligente que entendería su significado sin necesidad de pintar
un cuadro.

En cambio, ella le frunció el ceño como si le hubiera pedido que


recreara el Lago de los Cisnes.

—¿Por qué iba a mentir sobre tener una hermana?, —se


preguntó con una pizca de irritación.

—Te sorprenderías de las cosas sobre las que la gente


miente, —declaró uniformemente—. Pero me refería a por qué le
debes a Cruz. ¿Es por las drogas?

Juliette sacudió la cabeza. —No tomo drogas y no estoy


mintiendo.

Era imposible saber si decía la verdad o no. No titubeó ni


pestañeó, pero algo en ella le seguía molestando. Algo en ella no
encajaba con todo lo que él estaba viendo y le estaba molestando
mucho.

Afuera, las luces de la ciudad pasaban por las ventanas,


coloreando el vidrio con el rosa y azul eléctrico de los letreros de
neón. El fin de semana tenía a la multitud más joven rondando
por las calles más transitadas, saltando de club en club y
viviendo sus vidas despreocupadas. La atención de Juliette fue
desviada por un grupo de mujeres apenas vestidas que se
lanzaban por la acera, brazo en brazo, riendo y tambaleándose
borrachas entre sí. Un taxi tocó la bocina ruidosamente cuando
salieron corriendo a ciegas por la intersección. Se rieron a
carcajadas y desaparecieron por la cuadra.

Ella continuó observándolas mucho después de que se hubieran


desvanecido de la vista y el anhelo en sus ojos sólo intensificó su
curiosidad. Las sombras de la tristeza acechaban las esquinas
de su boca inclinada hacia abajo. Sus dientes volvieron a
pellizcar su labio inferior y le costó todo su esfuerzo no alcanzarla
y liberarlo, no alisar su pulgar sobre su herida auto infligida. El
cuero debajo de él crujió cuando la tentación lo hizo moverse en
su asiento. El sonido hizo que ella volviera a enfocarse en él y
sus ojos se encontraron a través de la distancia. Los suyos
estaban tan imposiblemente abiertos. La vulnerabilidad en ellos
le llenó de una frustración con la que no tenía ni idea de qué
hacer, pero quería hacer algo.

—¿Te llamas realmente Lobo Escarlata? —preguntó en voz baja.

A pesar del nudo en el pecho, Killian sintió que su boca se movía.

—Killian, —dijo.

Ella asintió lentamente. —¿Por qué te llaman Lobo Escarlata?

Le tocó a él dirigir su mirada a la ventana, lejos de la pregunta y


de esos malditos ojos. La sensación surrealista de que le
preguntaran era nueva; nadie le había preguntado antes y no
estaba preparado con una respuesta.

Ella no insistió.

—Gracias por no dejarme con Arlo, —murmuró. Dejó caer su


barbilla para estudiar el cierre de su bolso—. No sé cómo pagar…
—No quiero que me devuelvan el dinero, —interrumpió
bruscamente, molesto por la idea—. Y no lo hice por ti. —no lo
hizo.

Sus razones para no dejarla sola en ese almacén no tenían nada


que ver con que fuera un buen tipo. Honestamente, la habría
dejado allí sin pensarlo si no fuera por el hecho de que ella le
recordaba a alguien que una vez amó. Tal vez eso lo convertía en
un imbécil, pero había cientos de grupos diferentes de crimen
organizado en la ciudad. De ninguna manera era posible salvar
a cada una de las víctimas. Juliette no era una excepción. No le
importaba que su cuerpo estuviera dispuesto a pasar por alto
todas sus propias reglas por una noche con ella. No sería quien
era si dejara que su polla fuera la que pensara.

—¿Cuánto tiempo has estado en deuda con el Dragón? —rompió


el silencio incómodo que había descendido sobre el auto.

Juliette se humedeció los labios. —Siete años.

Siete años para pagar cien mil dólares tenían sentido. No estaba
pagando el préstamo. Estaba pagando el ochenta por ciento de
interés y probablemente lo haría por el resto de su vida. Así es
como los usureros hacían una gran parte de sus ganancias,
intimidando y aprovechándose de sus víctimas por todo lo que
valían. Lo más probable es que nunca se librara de Arlo.

—Así que ya has hecho esto antes.

—¿Esto? —preguntó, genuinamente desconcertada.

—Has estado con un hombre, —aclaró.

Dudó un instante antes de responder: —Sí.


Killian la estudió. —¿Cuántos?

Se movió en su asiento. —¿Cuántos...?

—Hombres.

Se lamió los labios otra vez. —Yo... no lo sé.

Normalmente, no le preguntaba a la mujer que planeaba follar


por varios amantes pasados. La mayoría eran acompañantes,
asumió que habían tenido muchos y así fue como prefirió a sus
mujeres experimentadas. Preguntar era simplemente
redundante. Las vírgenes eran desordenadas y delicadas y él no
era amable. No poseía la paciencia que una virgen requeriría.
Pero él sinceramente quería hacerlo con Juliette. Era una locura,
pero la idea de que ella tuviera tantos hombres que no pudiera
llevar la cuenta le molestaba. Aunque él era perfectamente
consciente de que era el siglo XXI y a las mujeres se les permitía
tener tantos amantes como quisieran, era su cuerpo después de
todo, la idea de que cualquier hombre la tocara le provocaba una
irracional sensación de irritación.

—¿No lo sabes?

—Nunca pensé en llevar la cuenta, —dijo, con las mejillas de


color escarlata—. Unos cuantos.

Quería que su voz permaneciera en calma. —¿Estás limpia?

—¡Por supuesto!, —dijo ella.

—Cuándo fue tu último cliente.

Su mirada de absoluto horror e indignación habría sido muy


entretenida si no fuera en serio su pregunta.
—¿Mi.. cliente? —La repugnancia curvó sus labios—. ¡No soy una
prostituta!

—Tu último amante entonces —corrigió, negándose a dejarla


fuera de la cuestión.

—No lo sé —replicó con una agudeza que la habría golpeado si


fuera cualquier otro—. Un tiempo.

Pasó un momento mientras contemplaba su siguiente pregunta.


Levantó un brazo y apoyó el codo en la manija de la puerta. Su
barbilla se apoyó ligeramente en su puño con los dedos sueltos.
La observó a través de los tres pies que los separaban con una
solemne curiosidad que puso a Juliette nerviosa. Pero ella
mantuvo su mirada, inflexible e inquebrantable. La hipnótica
danza de fuego en sus ojos lo atrajo. El encanto era demasiado
tentador para ignorarlo, así como la piscina caliente de deseo que
se formaba en la boca del estómago.

Con la mente en su sitio, bajó la mano y presionó los botones de


la puerta. Juliette se sobresaltó cuando la ventana de privacidad
detrás de ella se bajó, revelando a Frank y Marco.

—Detente, Marco.

La limusina se salió del camino y se detuvo suavemente. Juliette


lo miraba, sus ojos se llenaron de ese miedo que tanto odiaba.

—Eres libre de irte —dijo, haciendo un gesto con un tirón de su


barbilla hacia la puerta—. Puedes irte ahora y no tener que
seguir con esto. No te detendré. Pero si decides quedarte, no
tendrás una segunda oportunidad para decir que no.
Confusión arrugó la piel entre sus cejas. Sus ojos se dirigieron
de él a la puerta y viceversa. No necesitaba leer la mente para
saber que ella no entendía por qué le daba la opción de irse. Dejó
que se preguntara. Dejó que ella decidiera. Nunca, ni una sola
vez, había obligado a una mujer a hacer algo que no quisiera
hacer. Él no lastimaba a las mujeres. Si Juliette quería irse, la
dejaba y no volvía a pensar en ella.

—Quiero quedarme —susurró, después de lo que parecieron


horas de deliberación—. Por favor.

El temblor de su voz le hizo dudar de ella, pero la determinación


de sus ojos... oh, era poderosa y feroz. Lo quisiera o no, ella se
entregaría a él y él la quería lo suficiente como para no detenerla
una segunda vez.

—Quítate la blusa.
Como si eso fuera la señal, la ventana de privacidad cobró vida y
se volvió a subir. La limusina se puso en marcha y se movieron
una vez más. Le hizo preguntarse cuántas otras chicas había
tenido en su lujosa limusina. ¿Cuántas otras chicas habían
tenido la opción de irse y optaron por quedarse? Se preguntó
cuántas de ellas seguían vivas.

Alejando todo lo demás de sus pensamientos, sus dedos se


levantaron hasta los botones de su blusa. Temblaban y se
negaban a doblarse mientras ella luchaba por abrir los botones.

Frente a ella, él pintó con sus ojos un camino caliente a lo largo


de cada centímetro que estaba expuesto sobre el cuello en forma
de U de su camisola. Contra el material, sus pezones se
endurecieron cuando la temperatura del aire acondicionado le
pego a la carne pegajosa. Su corazón latía con fuerza contra su
pecho, agrietándose con una rapidez que sin duda se podía oír a
kilómetros de distancia. No había otros sonidos en sus oídos. No
el rechinar del caucho sobre el asfalto. Ni el ronroneo del motor.
Ni el crujido de la ropa cuando su blusa se desprendió y se
deslizó de sus hombros. Cerró los ojos y no quiso volver a tirar
de ella.

Fue la promesa de Arlo la que mantuvo su boca bien cerrada.


Fue la promesa de libertad. A cambio, todo lo que tenía que hacer
era vender su alma y menospreciar todo de sí misma. Pero valía
la pena. Tenía que serlo. Lo valdría, porque significaba no estar
más bajo el aplastante pulgar de Arlo. Significaba no trabajar ella
misma en la tierra sin nada que mostrar. Significaba no caminar
más por la calle con miedo. No había nada que no hiciera por
eso. Una noche con un extraño no significaba nada en
comparación.

Pero tal vez debería decirle que nunca ha estado con un hombre.
Aunque no estaba segura de que eso fuera a cambiar algo, aún
así la aterrorizaba. Ella le había mentido y él le había advertido
sobre eso. Parecía que él era del tipo que quería a alguien con
experiencia. Confesar que era virgen no tenía ninguna duda que
podría excitarlo o apagarlo y Juliette no podía arriesgar su
pequeña esperanza por una corazonada. Así que la mentira se le
había escapado de los labios con demasiada facilidad.
Demasiado casual. Se había cuajado en la boca del estómago
como la leche agria. Le quemó las mejillas de vergüenza. Aunque
no era una santa y había dicho muchas mentiras en su vida,
habían sido mentiras insignificantes. Cosas de las que podía
alejarse fácilmente. Cosas que no incluían mentirle a un hombre
que tenía su vida en sus manos. Pero no podía arriesgar la
alternativa. Necesitaba hacer esto y necesitaba hacerlo bien.
Además, ¿quién iba a decir que se daría cuenta? No podía ser
muy difícil fingir ser experimentada.

Sin embargo, la idea hizo que su estómago se revolviera. No era


tanto la idea de dormir con Killian como el hecho de que no era
por elección. No había nada remotamente malo en él, excepto
que era un extraño... y un criminal. Este último le seguía
incomodando. Ella lo silenció recordándose a sí misma que él no
traficaba con personas. Ya lo había dicho. Aunque ella no tenía
razones para creerle, descubrió que sí lo hacía. Eso hizo su
decisión un poco más fácil. Eso y el conocimiento de que él era
su única esperanza de supervivencia.

—Ven aquí, —instruyó una vez que ella había amontonado la tela
en sus húmedas manos—. Ponte de rodillas.
Dejando a un lado su bolso y su blusa, Juliette se deslizó
inestablemente del asiento. La suave alfombra susurró contra
sus rodillas mientras daba el primer paso hacia adelante. La
ligera quemadura de su piel no era nada comparado con la
mortificación de arrodillarse ante otra persona. Un extraño nada
menos. No había nada remotamente romántico o sexual en ello,
como la mayoría de la gente supondría. Era degradante.

—Más cerca, —dijo cuando su cuerpo se negó a seguir el impulso


de su cerebro.

Aspirando un poco de aire que olía a cuero nuevo, licor, colonia


cara y laca de madera, Juliette se arrastró a través de la distancia
manteniéndola separada del Lobo. Se detuvo cuando el calor de
su cuerpo la bañó y sus rodillas estuvieron a pocos centímetros
de rozarla. Contuvo la respiración y esperó su siguiente serie de
instrucciones.

—Más cerca.

Aturdida, Juliette levantó los ojos a su cara. La pregunta se posó


en sus labios cuando fue respondida con una simple separación
de sus rodillas.

Las alarmas tintineaban entre sus oídos con la ferocidad de las


alarmas de incendio. Su saliva se convirtió en cenizas que se
derramaban por su garganta con su trago audible. Ella miró sus
muslos, vestidos bajo un material que probablemente costaba
más que toda su casa y sintió el impulso de vomitar en su regazo.

Puedes hacerlo, ella se obligó a sí misma cuando se convirtió


dolorosamente en lo que él quería. No pienses en ello. ¡Sólo hazlo!

Pero fue más fácil decirlo que hacerlo cuando vio el largo y duro
bulto que se perfilaba en la parte delantera de sus pantalones
oscuros. Los músculos de su estómago se agarraron en una
extraña mezcla de sorpresa, terror y curiosidad. Esta última fue
una reacción instintiva que fue rápidamente derribada antes de
que pudiera afianzarse.

La polla de un hombre no era extraña para Juliette. Aunque uno


nunca había estado dentro de ella, ella había visto muchas de
ellas. Posiblemente demasiadas. Era el riesgo de ser una criada.
Había perdido la cuenta del número de veces que había entrado
en una habitación con la intención de limpiar, sólo para
encontrar a un imbécil desnudo esperándola. Pero aparte de eso,
había estado en lo que ella había considerado estúpidamente
una relación estable y apasionada durante tres años. Stan
amaba su polla. Tanto que rara vez había visto el interior de sus
pantalones. Además estaba ese fin de semana en que sus padres
se habían ido y habían pasado la mayor parte de los dos días
haciendo todo menos tener sexo. Oh, pero él le había rogado que
cambiara de opinión. Era la única decisión de la que se había
enorgullecido cuando las cosas se fueron al infierno y Stan
encontró consuelo entre los muslos blancos y pastosos de
Karen... hasta que se encontró arrodillada entre las rodillas de
un hombre que ni siquiera conocía, preparada para hacer algo
más que chuparle la polla para evitar que la mataran o algo peor.

Tal vez realmente era una prostituta.

El pensamiento no fue de ninguna manera reconfortante. Sólo la


hizo más ansiosa de querer irse.

¡Deja de pensar! La voz en su cabeza siseaba y ella tenía que


estar de acuerdo con ello. Pensar no ayudaba.

Respirando profundamente, le alcanzó la hebilla. El metal frío


besó sus dedos temblorosos sólo para ser capturados un
segundo después. Largos y afilados dedos se enroscaron sin
esfuerzo alrededor de la extensión de sus manos. El agarre era
firme, pero suave en su sujeción.

La confusión y la sorpresa hicieron que su mirada se dirigiera a


su rostro, a esos ojos negros e intensos y a su boca llena.
Probablemente fue un mal momento para notar cuando ella
trataba de mantener su mente en blanco, pero él era realmente
ridículamente hermoso. El conocimiento no aliviaba la ansiedad
que la carcomía por dentro, pero el hecho de que no fuera un
gordo y peludo vago era una especie de pequeño consuelo.

—Pensé…

Manos la sacaron de sus rodillas y la pusieron en su regazo. Sus


muslos tonificados acunaban su culo cuando la hizo sentarse a
horcajadas en sus caderas. El cuero frío se movía bajo sus
rodillas, en contraste con las palmas calientes y hirvientes que
liberaban sus manos para enrollarse alrededor de su cintura. La
acercaron más. Tan cerca que compartían el mismo aire con cada
exhalación. Tan cerca que podía contar cada pestaña individual
que rodeaba sus ojos oscurecidos. Una mano se levantó y
capturó su barbilla entre sus dedos largos. Su cara se inclinó
aún más cerca.

Juliette jadeó, un sonido débil y penoso que parecía encender el


fuego en sus ojos. La luz parpadeó con un destello de triunfo que
le provocó un escalofrío.

—Deberías haberte ido, ghrá3. —Su bajo y seductor tirón se


enganchó en las pocas briznas de aire que ella había logrado
introducir en sus pulmones y se las arrancó. Ella se tambaleó
mientras él la miraba con esos ojos depredadores—. Deberías

3
Ghrá: significa amor en Irlandés.
haber escapado mientras tuviste la oportunidad. Ahora eres mía,
corderito.

Hipnotizada por sus ojos, atraída por su olor, cautivada por la


sensación de sus manos deslizándose hacia sus caderas, Juliette
sólo podía contener la respiración mientras él la desafiaba a
hacer algo en lo que no tenía experiencia. Cada sensación de
pinchazo era brutalmente consciente de sus dedos callosos que
se deslizaban por la suave piel de sus muslos y se sumergían
bajo la tela de su falda para rozar sus caderas. El jadeo de
Juliette se estrelló contra la parte posterior de su labio que ella
sujetó con sus dientes, pero el sonido aún se filtró de su garganta
en un gemido vergonzoso.

Maldita sea. Se suponía que no debía estar disfrutando. Eso no


era parte del plan. Pero no había forma de detenerlo ahora. Su
cuerpo estaba cayendo en un torbellino de todo lo que había sido
privado durante los últimos siete años. Se estremecía por todo lo
que le ofrecía sin una pizca de cuidado. No importaba que su
mente estuviera en contra de todo cuando él había domesticado
su cuerpo a su voluntad.

Sus manos duras se enroscaron en los globos de su culo y fue


llevada sobre el duro bulto que estaba debajo de sus pantalones.
El calor de sus cuerpos al juntarse quemó a través de la tela. La
rígida longitud de él se deslizó perfectamente por el núcleo de su
ser, golpeando cada punto crítico hasta el músculo tenso de la
parte superior. El moler lento de sus cuerpos provocó una ráfaga
de calor inesperado para entrar en ella. Se desbordó a través de
ella en una sola oleada de excitación que la hizo agarrarse a sus
hombros. Uno de los dos gimió, bajo y gutural que sonaba
infinitamente demasiado fuerte en el tenso silencio. Sólo cuando
él empujó sus caderas mientras levantaba las suyas y ella jadeó,
se dio cuenta “con cierto grado de horror” de que los sonidos
venían de ella.
—Eso es chica —dijo en ese delicioso acento suyo—, dime lo que
te gusta.

No se le ocurrió ninguna respuesta a eso. No podía pensar en el


ahora. Su mente se había convertido en un páramo de deseo y
culpa. Los dos se molían el uno alrededor del otro en una guerra
viciosa que la hizo querer llorar.

Hacía años que no se acercaba a un orgasmo. Años en los que ni


siquiera se había tocado y la necesidad la estaba matando. Peor
que eso era el conocimiento de que había abandonado su moral
en el tiempo que le había tomado subir al regazo de un extraño,
pero ella quería esto. Lo quería a él. Por muy equivocado que
estuviera.

Sin embargo, en el momento en que miró a esos ojos


imposiblemente oscuros, no se podía negar el dulce aleteo de
excitación que se extendió a través de su vientre. No podía
ignorar el dolor. Su cuerpo estaba perdido en un mar de deseo y
nada más importaba. El hecho de que sus ojos prometieron
cosas que hacían que su coño se apretara y sus pezones se
tensaran no ayudaba a calmar las olas que la bañaban.

Sus manos se abrieron camino sobre su cuerpo ansioso,


avivando los fuegos que la atravesaban en un arco iris de colores.
Contra su montículo, su polla la hizo llegar al clímax con una
habilidad que la hizo delirar por algo que sólo él podía
proporcionar. Mientras tanto, continuó follandola con los ojos.
Se sumergió en lo profundo de su interior y se aprovechó de sus
emociones con fuerza. Ella podría haber tenido un orgasmo sólo
con esa mirada.

—Quiero probar tu coño, corderito, —siseó Killian en su oído


mientras retorcía sus dedos alrededor de las correas de su
camisola—. Quiero abrirte de par en par aquí mismo y darme un
festín contigo hasta que no puedas caminar recta.

Dios, ¿cómo se supone que iba a mantener la cabeza cuando él


estaba diciendo cosas así?

—Por favor —respiró. Suplicó. Sus dedos se apretaron alrededor


de la tela de su blazer. Su cuerpo se arqueó más profundamente
en el suyo—. Necesito…

—Levántate —ordenó.

Juliette no perdió el tiempo en despegarse de él. El techo de la


limusina rozó la parte superior de su cabeza, obligándola a
permanecer agachada mientras caía sin miramientos en el
asiento junto a él. Esperó con la respiración contenida mientras
él se encogía de hombros y se quitaba el blazer y lo dejaba a un
lado sin cuidado. Su corbata le siguió en una raya de esmeralda
sólida que corría por el aire antes de caer al suelo. Juliette se
quitó rápidamente los zapatos. Los tacones negros golpearon la
alfombra con un golpe sordo y quedaron olvidados.

Killian se arrodilló delante de ella. No parecía molestarle en lo


más mínimo estar arrodillado a sus pies. No parecía importarle
nada más que poner sus manos en sus caderas y tirar de ella
bruscamente por el asiento de cuero. Su falda se agrupó en un
desorden arrugado alrededor de su cintura, exponiendo el
material dolorosamente liso de sus bragas estiradas sobre los
labios de su coño.

—Estas empapada. —La almohadilla de un pulgar trazó la


mancha húmeda en círculos perezosos desde el agujero hasta el
clítoris. Cada paso sobre el núcleo que ambos podían ver
claramente al asomarse contra sus bragas aumentaba el flujo—
. ¿Puedes sentir lo mojada que estás?
No le dio oportunidad de responder cuando sus manos se
cerraron alrededor de la suave carne de sus muslos. Sus rodillas
se separaron lascivamente y el lugar en medio fue ocupado por
sus caderas. Su jadeo ahogado se encontró con el vicioso brillo
de sus ojos cuando la presionó, sujetándola al cuero con su
torso. Por un momento, ella pensó que él iba a besarla. Sus
labios se separaron. Hormiguearon con una gran anticipación
mientras se acercaba. Sus dedos se apretaron en la manga de su
camisa de vestir. La tela se arrugó y supo que estaba dañada sin
remedio, pero lo único en lo que pudo concentrarse fue en su
boca, a un latido lejos de ella.

Cambió su peso a un nivel más alto. El cuero debajo de ella


chirrió con el ajuste. A ambos lados de sus caderas, el asiento se
sumergió bajo sus manos mientras se asentaba, alineando todo
el peso de su erección contra su montículo una vez más. Se le
escapó un sonido que ni siquiera pudo identificar. Era algo entre
un quejido y un gemido, pero provenía de algún lugar profundo
en el pozo de su cuerpo. Su compañero movió sus caderas hacia
adelante y todo su cuerpo se sacudió. Su grito fue más fuerte,
desesperado, y sonó a través del auto.

—¿Así? —murmuró, haciéndolo de nuevo, pero más despacio.

Con la boca seca y mareada irracionalmente, Juliette asintió con


una sola y rápida inclinación de cabeza. —Sí.

Sus ojos hambrientos la devoraron a través de los gruesos bordes


de sus pestañas. Levantó sus manos. Envolviéndolas en las
correas de su top y las arrastraron tranquilamente por sus
hombros. El doloroso y lento descenso tiró del dobladillo hacia
abajo de su pecho, sobre la hinchazón de sus senos para
quedarse atrapado en las puntas arrugadas, tirando y
burlándose antes de soltarse. El gemido de Juliette fue recibido
con triunfo antes de que se concentrara en la carne que había
descubierto.

Su cara se oscureció.

—Cristo, las cosas que voy a hacerte —respiró, desenredando


sus manos de la parte superior de ella para deslizarse por su
espalda. Se aplastaron contra sus omóplatos. El calor de sus
palmas empapó el material de la parte superior de ella y mordió
la piel—. Las cosas que voy a hacerte hacer.

Atacó con manos magulladas y labios codiciosos. Atacó y rasgó


un pezón mientras agarraba y enrollaba el otro con una rabia
que debería haber sido dolorosa si no le rogara silenciosamente
por más.

—¡Dios, qué bien se siente!

Su quejido sin aliento fue recompensado por el afilado pellizco


de sus dientes que enviaron brasas calientes esparcidas por su
cuerpo. Su sacudida involuntaria hizo que él la agarrara con
fuerza, una clara advertencia de que ella no iba a ninguna parte.
Sus ojos negros se clavaron en los de ella, inquebrantables, sin
vacilar, y sin avergonzarse por el hecho de que él estaba
perezosamente rodeando el pico sensible con la punta de su
lengua. Una mano se deslizó hacia adelante y trabajó el otro
pezón en una protuberancia dura y hormigueante bajo un pulgar
burlón.

Está mal.

Dejarlo... quererlo ... desearlo... todo estuvo muy mal. Pero que
él se detuviera era aún peor. La sola idea la tenía atravesando
sus dedos por todo ese cabello grueso y rico y sujetándolo hacia
ella. Sus caderas luchaban por levantarse, frotarse, para aliviar
el insoportable zumbido entre sus muslos. Pero su peso la
mantenía inmovilizada y con un dolor insoportable.

—Por favor… —susurró.

Su mirada seguía penetrando la de ella, renunció a su asalto,


dejando sus pechos hormigueando y mojados mientras ascendía.
Sus labios calientes siguieron al rubor manchando su pecho
hasta la clavícula. Suaves y satinados hilos cosquilleaban la
parte inferior de su barbilla y garganta y forzaban su cuello hacia
atrás. Su columna vertebral se arqueó, empujando sus senos
hacia la mano que aún jugaba perezosamente con su pico
sensible.

—Mueve tus bragas, —ordenó contra su piel—. Muéstrame


dónde me quieres.

Jadeando, sus dedos temblaban mientras se movían entre sus


cuerpos para hacer lo que le decían. Bajo el rasgueo persuasivo
de sus dedos, su centro latía contra la palma de su mano. Sus
entrañas se retorcían al enganchar un dedo en la húmeda
costura de tela que ocultaba su sexo. El aire frío besó su carne
expuesta y ella tembló. El temblor la atravesó con una
vehemencia que hizo que sus dientes se cerraran en su labio y
que cada vez que respiraba saliera demasiado rápido. Killian
nunca apartó sus ojos de los de ella. No parecía importarle que
cada parte privada de ella estuviera desnuda ante él. Su única
atención estaba en sus ojos, mirando cada cambio de luz en su
superficie con una astuta fascinación que la hacía sentirse
incómoda.

—Tócate —instruyó.

Era más fácil decirlo que hacerlo cuando su peso la retenía, pero
ella se las arregló para pasar un solo dedo por el duro músculo
de su clítoris. El dorso de su mano rozó el bulto duro como una
roca que golpeaba la parte delantera de sus pantalones y sus iris
se dilataron. Sus fosas nasales se abrieron con una fuerte
respiración, pero su mirada permaneció desalentadoramente
firme. Forzó sus muslos a separarse más y se retiró lentamente.
Esos increíbles ojos se deslizaron sobre ella lánguidamente hasta
que se detuvieron en sus dedos.

El calor se deslizó sobre ella en una oleada de vergüenza y su


instinto inicial fue cerrar las piernas, pero no pudo con él
atrapado firmemente entre ellas. En cambio, todo lo que pudo
hacer fue cubrirse en un patético intento de modestia que hizo
que la atención de él volviera a su rostro con un cuestionable
levantamiento de su ceja.

No me lo pidió. No dijo nada. Pero sus dedos se enroscaron


alrededor de su muñeca y suavemente apartó su mano.
Impotente para detenerlo, parte de ella no quería hacerlo,
observó como se movía más abajo, como su cabeza oscura bajaba
hasta que su aliento caliente susurraba sobre su carne sensible.
Su cuerpo se sacudió simultáneamente en dos reacciones
diferentes. La primera fue de anhelo. La segunda era la sorpresa.
Pero no era nada comparado con la conmoción y el agudo
zumbido que la disparó en el perezoso barrido de su lengua.

Juliette jadeó. Sus manos tocaron su cabeza. Sus dedos se


cerraron en su cabello. Tal vez ella quiso detenerlo, pero se perdió
en el momento en que sus labios succionaron sobre la cresta de
su sexo y chuparon.

—¡Killian! —su nombre salió a relucir en un gemido torturado


que fue seguido por el violento escalofrío que la desgarró.

Sus dedos se apretaron mientras sus caderas se elevaban para


satisfacer el exigente engatusamiento de su boca. La devoró
como un hombre al que se le había dado una segunda
oportunidad en la vida. Fue apasionado e insistente y lleno de
tanto que ella no podía respirar.

Cuando él introdujo un dedo por su abertura, Juliette se congeló


por la presión. El sutil dolor no era suficiente para hacerla querer
parar, pero sí para hacerla gruñir un poco y moverse
incómodamente.

Killian levantó la cabeza. La luz sobre su cabeza brillaba por la


humedad que se extendía por su boca y su barbilla. Brillaba en
la superficie de sus ojos, recordándole el océano por la noche.

—¿Te estoy haciendo daño? —preguntó.

Juliette sacudió la cabeza. —No. —Se mojó los labios


apresuradamente—. Ha pasado un tiempo —susurró, no
mintiendo realmente. Hacía tiempo que no había nadie ahí
abajo—. Estoy bien.

Asintió con la cabeza antes de volver a su tarea. Su dedo


trabajaba con cautela, pero con un propósito, relajando los
músculos de su apertura. Entre su lengua y su mano, no tardó
en que Juliette empezara a dar golpes de nuevo. Sus caderas se
movieron inquietas por más, pero él siguió a su ritmo de burla
hasta que ella estuvo segura de que iba a estallar en lágrimas de
frustración.

—Killian, por favor... —le suplicó, tirándole del cabello. Los


músculos de sus muslos comenzaban a temblar
incontrolablemente y su corazón latía contra su caja torácica con
una vehemencia que estaba segura no era segura. Aún así,
Killian siguió atormentándola—. ¡Dios, por favor! ¡Estoy tan
cerca!
Su respuesta fue introducir un segundo dedo en ella y golpear
perezosamente su clítoris hinchado. No fue suficiente para aliviar
el dolor.

Juliette maldijo y se inclinó. No hizo nada, pero hizo que se


detuviera.

Él se echó hacia atrás y se pasó el antebrazo casualmente por la


boca. Ella lo miró con confusión y más que una leve sensación
de pánico. Dentro de ella, sus dedos continuaron moviéndose,
estirándola y trabajando los músculos no utilizados de su coño.

—¿Haces un desastre cuando te corres?

Jadeando, Juliette tuvo que tragar fuerte antes de poder


responder. —¿Desastre?

Asintió con la cabeza. —¿Haces Squirt?

Sangre caliente hirviendo corrió a su rostro que parecía


divertirlo. Ella apartó los ojos.

—No lo he hecho antes —murmuró, deseando que él no la mirara


con tanta intensidad.

—¿Nunca?

Sacudió la cabeza. Empezó a abrir la boca cuando sus dedos se


doblaron dentro de ella. No fue sutil. Lo que sea que haya hecho,
lo que sea que haya empujado, casi la hace saltar del asiento.
Todo su cuerpo se inclinó involuntariamente sobre el cuero. Su
jadeo se elevó a su pecho para alojarse en su garganta,
convirtiéndose en un grito silencioso que no pudo controlar. Sus
dedos se clavaron en el banco mientras levantaba y golpeaba sus
caderas contra su mano.
—¡Oh Dios mío! —sollozó.

—¿Nadie ha hecho eso antes tampoco? —se burló con una astuta
lengua afilada.

Muriendo por más, Juliette convulsionó entre sacudir su cabeza


y tratar de ganar el control de su cuerpo de nuevo. Su canal
apretaba con avidez sus dedos que seguían moviéndose dentro
de ella, pero que volvían a acercarse a ese lugar. Y ella quería
que lo hiciera. Dios, lo necesitaba tanto.

—¿Con qué clase de hombres has estado? —reflexionó


oscuramente, dando al lugar un suave empujón que hizo que su
cabeza retrocediera y su visión se desdibujara.

—¿Qué estás haciendo? —jadeó, retorciéndose descaradamente


en la palma de su mano.

Algo caliente y líquido se liberó y se acumuló debajo de ella. Se


empapó en sus bragas y goteó sobre sus dedos.

—Voy a hacerte tener un Squirt.

—¡Oh! —se ahogó, sin aliento—. Está bien.

Dibujó las almohadillas de sus dedos expertamente a lo largo de


sus paredes, pasando por alto el botón que ella nunca supo que
tenía. Lo hizo varias veces hasta que ella estuvo segura de que
perdería la maldita cabeza. Luego se retiró, sin aviso ni razón.
Sus dedos se deslizaron fuera de su cuerpo y se sentó, todavía
arrodillado entre sus muslos extendidos y temblorosos. Su canal
se sentía inusualmente vacío sin él. Más que eso, su clítoris
estaba en llamas.
—¿Qué... por qué...?

Su desconcierto levantó una esquina de su boca. No era


exactamente una sonrisa, pero estaba cerca.

—Estamos en mi casa.

Por supuesto, la limusina había dejado de moverse. No podía ver


nada a través de las ventanas, excepto un nubarrón de nubes.
Le llevó un momento darse cuenta de que se había desplomado
lo más bajo posible en el asiento, prácticamente en el suelo de la
limusina con él.

Se ruborizó, se contoneo, arrastrando su ropa y zapatos en su


lugar mientras lo hacía. Cuanto más alto llegaba, más de su
entorno salía a la vista.

Una construcción cegadora de estuco blanco brillaba bajo el cielo


del atardecer. La mansión de estilo mediterráneo estaba situada
al final de una brillante alfombra de piedra pulida y estaba
rodeada de exuberantes céspedes, árboles altísimos y lámparas
brillantes. Una fuente de piedra burbujeaba melodiosamente al
pie de los escalones de mármol que conducían a un conjunto de
amplias puertas de madera. Fue eso lo que impulsó a Juliette
desde el auto, la mujer de pie en un estrado de piedra en el centro
de la fuente, vertiendo agua de una vasija de arcilla. Llevaba un
vestido de tirantes gruesos y mientras toda la escultura era de
un blanco impecable, Juliette imaginó que el vestido era púrpura
a juego con la banda que impedía que sus rizos se derramaran
imprudentemente por una espalda delgada. El cabello sería
oscuro... negro y ojos…

Juliette cruzó el adoquín para pararse en la base.


Marrón, ella decidió. Los ojos de la mujer serían de un suave
marrón avellana.

Era ridículo imaginar colores en una estatua incolora, pero había


algo en toda la pieza que no parecía aleatorio.

—Es tan hermosa —dijo Juliette, mientras Killian se acercaba a


su lado. ¿Vino con la fuente o fue hecha especialmente?

—Es mi madre. —Sus manos se metieron en los bolsillos de sus


pantalones y echó la cabeza hacia atrás para ver el rostro
sonriente de la estatua—. Mi padre la mandó hacer después de
que ella falleciera.

—Lo siento —murmuró, conociendo muy bien los dolores de la


pérdida de una madre.

Empezó a abrir la boca y a decirle que sabía cómo se sentía, pero


ya se estaba alejando. Ella no lo detuvo. En su lugar, se volvió
hacia la limusina, con la intención de volver a buscar sus cosas,
pero el auto no estaba. El gigante con el que habían regresado
estaba a unos metros de distancia, mirando solemnemente algo
por encima de su cabeza.

De nuevo, abrió la boca para preguntarle dónde estaban sus


cosas.

—Marco traerá todo adentro —dijo Killian antes de que ella


pudiera sacar las palabras.

Sin otra opción, ella lo siguió hacia la casa y los escalones. Él le


ofreció su mano, tomándola completamente por sorpresa.

—Las piedras pueden ser resbaladizas —le dijo cuando ella le


miró.
Con cautela, colocó sus dedos en la palma de su mano y observó
como toda su mano fue absorbida sin problemas con sólo un
mero movimiento de sus largos dedos. La guio hacia arriba y a
través de las puertas, que se abrieron antes de que pudiera
tocarlas.

Dos hombres vestidos con trajes de la marina estaban colocados


justo dentro. Ninguno de ellos miró a Juliette cuando ella y
Killian pasaron por allí. Las puertas se cerraron detrás de ellos.

—¿Quieres un trago? —Killian miró por encima del hombro


mientras se abría paso más profundamente por el espacioso
vestíbulo.

Al igual que el exterior, el interior era una catacumba de piedra


y hierro brillante. La entrada principal se abría en tres secciones
separadas que conducían a habitaciones que podían fácilmente
encajar en toda su casa. A primera vista, las dos puertas abiertas
a cada lado de ella se abrían a un par de zonas de descanso y no
podía entender por qué alguien necesitaba dos cuando se dio
cuenta de que una tenía un televisor y la otra no. Aún así no
tenía sentido, pero entonces decorar su casa no era la razón por
la que ella estaba allí.

Su mirada se dirigió al hombre que la esperaba a unos metros


de distancia.

—Agua, por favor.

La miró un momento. —Tengo champán.

Juliette sacudió la cabeza. —No, gracias.


Su respuesta pareció confundirlo, pero no preguntó. Le hizo un
gesto para que lo siguiera a través de unas elegantes escaleras
que subían hasta el segundo piso. Caminaron en silencio a través
de un amplio pasillo con ventanas que daban a lo que parecía
ser un jardín apenas iluminado en la oscuridad. Terminó con
una amplia apertura y una puerta.

Juliette se quedó afuera, balanceándose en el umbral mientras


él caminaba hacia la nevera y la abría de un tirón.

La cocina, como todas las demás habitaciones, era enorme.


Demasiado grande para el único rincón que ocupaba. Una isla
estaba atornillada en el centro, cortando la cocina del resto del
espacio. Al otro lado de la habitación, las luces se derramaban a
través de las cortinas que colgaban sobre una serie de puertas
francesas y cortaban parches en los pisos de mármol.

—¿No te gusta? —Killian caminaba hacia ella, con una botella de


vidrio helada de agua en la mano.

Juliette sacudió la cabeza. —Es bonito.

Un resoplido lo dejó. —Es un desperdicio de espacio, pero


raramente me entretengo... o cocino.

Sin saber qué decir a eso, Juliette aceptó la botella y rompió el


sello de la tapa. Dio un largo sorbo. El líquido helado cortó un
camino por el centro de su pecho para llenar su estómago. No
apagó el fuego que había encendido allí, pero calmó un poco.

Ella le volvió a poner la tapa. —Gracias.

Él la miró mientras ella le ofrecía la botella de vuelta. Parecía,


como siempre, estar esperando algo, como si de alguna manera,
ella no se hubiera comportado como él esperaba y eso la puso
nerviosa. Necesitaba que esa noche saliera bien. Realmente bien.
Necesitaba que él se divirtiera como nunca. De lo contrario,
nunca se libraría de Arlo.

Tomó el agua y miró la clara y blanca botella. La sopesó un


momento en su mano antes de caminar hacia la isla y dejar la
botella. El sonido amortiguado resonó en el silencio.

Juliette se puso nerviosa. —Así que… —murmuró—. Esta es una


bonita casa. ¿Has vivido aquí mucho tiempo?

La cabeza de Killian se levantó lentamente y giró en su dirección.


Una ceja se levantó, pero había diversión en sus ojos.

—¿Estás haciendo una pequeña charla?

Un rubor le subió por la garganta para llenar su rostro. —¿Qué?


No... tal vez —murmuró al final. Ella le ofreció una sonrisa medio
vergonzosa—. Lo siento.

Su boca se movió y por un momento, ella honestamente pensó


que iba a sonreír. Pero se había ido cuando empezó a acercarse
a ella, aunque la luz seguía brillando en sus ojos.

—Ven.

Ella lo siguió por el camino que habían venido. En el vestíbulo,


giró a la izquierda y subió las escaleras. Juliette se tambaleó en
el fondo. Sus dedos estaban sudorosos cuando los cerró
alrededor de la pulida barandilla. Sus rodillas se tambaleaban y
su agarre se apretó.

Dios, esto era todo. La llevaba a su habitación donde... el pánico


se alojó en su garganta, haciendo que su corazón tamborileara
salvajemente entre sus oídos. Delante de ella, Killian se detuvo y
miró hacia atrás. Su mirada era inquisitiva.

¡Puedo hacerlo! Se dijo a sí misma. Todo estará bien. Es sólo una


noche.

Pero pueden pasar muchas cosas en una noche. Era un perfecto


desconocido. Podría ser un asesino en serie, o peor. Podía atarla
y hacer lo que quisiera y nadie sabía dónde estaba.

Oh Dios... nadie sabía dónde estaba. Demonios, ella no sabía


dónde estaba. La había distraído durante todo el viaje. Podrían
estar en otra ciudad por lo que ella sabía.

—¿Juliette? —Killian dio un paso atrás.

¡Contrólate! La voz en su cabeza siseó, sacudiéndola de su terror


paralizante.

Fue una maravilla cuando sus piernas no se doblaron debajo de


ella con su primer intento inestable. Se las arregló para llegar
hasta el escalón debajo del suyo sin caerse hasta la muerte.

Killian se quedó quieto durante un latido completo, parecía que


quería decir algo, pero pareció pensar mejor en ello cuando se
dio la vuelta y se dirigió por un largo pasillo.

Al final, el pasillo se dividió en dos direcciones separadas antes


de girar y llegar a un círculo completo en el otro lado de una gran
abertura que miraba hacia abajo a otra sección completamente
diferente del lugar. Juliette se asomó por encima de la barandilla
de hierro y vio sólo el suelo de mármol rosa de abajo. Al otro lado
del círculo había un conjunto de escaleras de hierro forjado que
conducían hacia abajo.
—Lleva al solario y al invernadero, —dijo Killian,
sorprendiéndola—. El gimnasio y la sala de medios están al otro
lado.

¿Al otro lado de qué? Juliette estaba a punto de preguntar, pero


¿realmente importaba? No estaba allí para una visita.

La llevó por un pasillo que se ensanchó por otro pasillo lleno de


puertas. La fría sensación de temor se apoderó de ella, haciendo
que sus pasos fueran descuidados; cada paso se estrelló,
haciendo que sus tacones rasparan ruidosamente en el silencio.
Trató de recomponerse, pero cuanto más avanzaban, menos
quería estar allí.

No era así como había previsto su primera vez, con un tipo cuyo
apellido ni siquiera conocía. Definitivamente no fue por
obligación o por miedo. Pero no sabía cómo detenerlo ahora,
cómo alejarse sin poner a Vi o a ella misma en peligro. Tenía que
seguir adelante con ello. Tenía que terminar finalmente con la
pesadilla. Estaba claro que Killian sabía lo que hacía en lo que
respecta a las mujeres, así que tal vez no sería tan malo. Tal vez
incluso le gustaría. Entonces ella se olvidaría de todo y todo
estaría bien.

—No tienes que hacer esto. —La voz de Killian la sacó de su


propia charla de ánimo. Levantó la cabeza para encontrarlo
parado en la puerta abierta de una habitación, mirándola—.
Puedes irte si quieres. Frank te llamará un taxi.

¡Sí! Ella quería llorar. Mejor aún, quería dar la vuelta sobre sus
pies y volver a bajar al vestíbulo. Pero se quedó.

—Dijiste que no podía echarme atrás una vez que dijera que sí
en la limusina —le recordó.
Killian asintió lentamente. —Lo dije en serio, pero tampoco
fuerzo a las mujeres.

Algo en esa declaración y la ferocidad que oscurecía su rostro


calmaba la inquietud que la atravesaba. Su oferta de dejarla irse
la convenció de que se acercara.

Sacudió la cabeza. —No quiero irme.

Para probarlo, ella se deslizó a su lado en la habitación.

No le sorprendió ver que la enorme cama ocupaba la mayor parte


del espacio. Pero sí le sorprendió que no había mucho más en la
habitación. Un conjunto de puertas francesas ocupaba una
pared. Había dos puertas en la otra y una cómoda contra la pared
de al lado. Dos mesitas con lámparas marcaban la cama. La
habitación estaba bañada en una oscuridad muda mantenida a
raya sólo por la luz blanca que entraba por las puertas francesas.
El parche rectangular de luz se derramaba a través de la tela
blanca de la cama bien hecha y su estómago se retorcía.

—Quítate la ropa y súbete a la cama, —instruyó él, acercándose


por detrás de ella.

Pero en lugar de tocarla, pasó junto a ella hacia las puertas de


cristal. Desenganchó el pestillo manteniéndolas cerradas y dejó
que los paneles se abrieran a la húmeda noche. El movimiento
se extendió a lo largo del ancho de su espalda. Incluso a través
de la camisa de vestir, sus tonificados músculos eran
dolorosamente visibles. Tenía una complexión asombrosa,
pensó, atrapando su labio inferior entre los dientes. Tenía una
cara y manos y ojos increíbles y... Cristo, era digno de todo tipo
de lujuria. Era casi una pena que tuvieran que conocerse de esa
manera. Que no podía ser un tipo normal que entró en el
restaurante una tarde y entabló una conversación con ella. Pero
eso habría sido demasiado fácil y nada de su vida había sido fácil
en años.

Juliette todavía lo estaba estudiando cuando él se volvió hacia


ella. Sus ojos negros la recorrieron y ella parpadeó.

—¡Oh!

Sonrojándose, buscó las correas de su camisola. Era un acto que


había hecho un millón de veces antes en la privacidad de su
propio dormitorio. Además, había tenido ese fin de semana con
Stan, pero no había sido raro. Había estado con Stan un año
entero antes de que la viera desnuda. Desnudarse para un
extraño era una experiencia totalmente diferente. No ayudó que
se negara a apartar la mirada. Que sus ojos quemarán agujeros
a través de ella.

Sus manos temblaban cuando el material fue arrastrado por sus


brazos y sus senos se liberaron. Ya los había visto... demonios,
la había visto toda, pero tuvo que suprimir el impulso de cubrirse
cuando sus pezones se tensaron, tirando de algún cable invisible
conectado a su región inferior. Dejó el material amontonado
alrededor de su cintura mientras cogía la cremallera que
sujetaba su falda en su lugar. Tiró la cremallera hacia abajo sin
ningún esfuerzo y el círculo de tela revoloteo al suelo en un halo
alrededor de sus tobillos. Su camiseta la siguió. Salió de ambos
para ponerse de pie ante él con sus tacones y sus bragas.
Tentativamente, enganchó sus pulgares en el elástico de sus
bragas.

Él estaba al otro lado de la habitación y acecho hacia ella antes


de que el material pudiera pasar los bordes afilados de sus
huesos de la cadera. Sus grandes manos se posaron sobre las de
ella, deteniendo el descenso. Juliette inclinó la cabeza hacia
atrás, sorprendida. Él se encontró con su mirada firme y aguda
mientras deslizaba los dedos bajo el elástico con los de ella.
Juntos, facilitaron el material hasta las rodillas de ella. Él lo soltó
y se deslizó por el resto del camino para alcanzar sus tobillos.

Estaba desnuda.

Él no lo estaba.

La sensación era extraña.

Le tomó la mano y la ayudó a salir de sus bragas desechadas.


Siguió sosteniéndola mientras ella se quitaba los zapatos. Con
los pies en el suelo, se vio obligada a inclinar la cabeza hacia
atrás para mirar su cara.

—En la cama, —le dijo en voz baja.

Tragando de forma audible, Juliette se abrió paso a su alrededor


y se dirigió a la cama de cuatro postes hechos a mano y sus
sábanas de satén. Era el tipo de cama que le hubiera gustado en
cualquier otro momento.

Detrás de ella, Killian la siguió. Las tablas del suelo crujían bajo
sus lentas zancadas. Cada paso más cerca hacía que su corazón
palpitara un poco más rápido hasta que era un tambor salvaje
que golpeaba entre sus oídos. Se detuvo cuando sus rodillas
chocaron con el colchón. No se atrevió a girar, ni siquiera cuando
sintió que la comezón de su presencia rozaba toda la longitud de
su columna vertebral.

—¿Cómo te gusta? —La pregunta se susurró caliente a lo largo


de la pendiente de su hombro.

—¿Me gusta? —Su voz sonaba débil y pequeña incluso para sus
propios oídos.
Sus labios se deslizaron a su hombro y Juliette saltó.

—Ser follada, —aclaró contra el punto que conectaba su cuello


con su hombro.

Juliette se preguntaba si él podía sentir lo fuerte que era su pulso


al golpear la suave piel de su garganta. Prácticamente estaba
tratando de liberarse.

—Um... —Se lamió los labios secos—. No soy exigente. Todos han
sido agradables.

Su boca se detuvo. Se levantó de su cuello, dejando el lugar con


una sensación de frío. Ella sintió que él se echaba para atrás.
Luego se volvió hacia él.

Había una risa silenciosa bailando en sus ojos cuando ella se


atrevió a mirarlo y su boca hizo esa cosa de temblar, como si
estuviera luchando por no dejar que se curvara, lo cual ella no
entendía.

—¿Son agradables? —imitó.

Fingir experiencia era mucho más difícil de lo que había previsto.


Probablemente debería haber puesto más entusiasmo en su
declaración.

—Yo... yo sólo te quiero dentro de mí, —dijo, rezándole a dios que


él no escuchara el temblor de su voz.

Todavía estaba luchando con su sonrisa cuando habló. —


Acuéstate.
Con cautela, Juliette bajó sobre las sábanas frías y vio como él
se le acercaba. Las sombras ocultaban sus ojos, pero ella podía
sentir el camino de su atención trabajando perezosamente arriba
y abajo de las colinas y valles de su cuerpo. El escrutinio
silencioso trabajaba a lo largo de su piel como dedos fantasmas.
El calor la atravesó, burlándose de sus pezones y reavivando el
fuego que había encendido en la limusina. Se intensificó cuando
empezó a desvestirse, cuando sus dedos empezaron la
progresión por la parte delantera de su camisa de vestir,
deshaciendo cada botón a su paso. La tela se arrugó en sus
hombros anchos y cayó descuidadamente a un lado. No llevaba
nada debajo y el juego de sombras a través del marfil liso hizo
que se moviera inquietamente. Se acumuló en los huecos y
hendiduras de su duro pecho y en el limpio corte de su estómago.
Músculo tonificado envuelto a lo largo de sus brazos fuertes y se
distrajo momentáneamente con la idea de tenerlos cerca de ella.
Fue el tintineo de la hebilla de su cinturón y el silbido de su
cremallera lo que la trajo de vuelta.

Sin ropa interior.

Pantalones oscuros abiertos en sus caderas y la cabeza gorda de


su polla. El grueso tallo sobresalía de un limpio círculo de vello
negro y grueso que se extendía por la superficie plana de la pelvis
hasta el ombligo. Los pantalones fueron arrojados a un lado y él
se paró frente a ella tan desnudo como ella.

—¿Te gusta lo que ves? —Una mano se cerró alrededor de su


erección. La acarició deliberadamente, mientras la estudiaba.

Era una tarea no ruborizarse o mirar hacia otro lado. Le costó


mucho recordarse a sí misma que se suponía que sabía de estas
cosas. Pero ella mantuvo su mirada y se preparó para responder.

—Sí.
El colchón se sumergió bajo su peso cuando se unió a ella.
Automáticamente, sus rodillas se separaron, esperando que él se
trepara sobre ella. En su lugar, se quedó arrodillado entre ellas,
mirando por encima de su cuerpo separado. Manos firmes
descansaban en sus caderas, sosteniéndola mientras se
acercaba.

—Te prometí algo, ¿no? —dijo uniformemente—. De camino, en


la limusina. ¿Qué era?

Su cuerpo se tambaleaba de esa manera sólo él parecía ser capaz


de hacerlo, Juliette luchó para no contonearse y exigirle que
acabara con el sufrimiento ya.

—Prometiste hacer que tuviera un Squirt, —susurró, sin aliento.

—Sí. —Sus manos se deslizaron hacia adentro, sumergiéndose


en su pelvis y deteniéndose cuando sus pulgares pudieron
separar sus labios—. Pero, ¿todavía estás mojada?

Lo estaba. Ella sabía que lo estaba. Podía sentir el gran charco


de excitación acumulándose contra su apertura, rogándole que
la utilizara.

—¡Si!

En lugar de revisar como ella quería, sus manos se alejaron y se


inclinó sobre ella para encender la luz junto a la cama. Se
iluminó con un hábil movimiento de sus dedos, inundando parte
de la habitación, la cama y ellos. Juliette hizo un gesto de dolor
ante la repentina invasión de la iluminación. Parpadeó unas
cuantas veces antes de volver los ojos al hombre que se inclinaba
sobre ella.
Se había equivocado. No era guapo. Era algo más allá de un
simple término. Era impresionante.

Apoyado sobre ella en sus manos, unos oscuros mechones se


deslizaron sobre su frente y cayeron imprudentemente sobre sus
ojos. Dios, sus ojos. Eran tan inimaginablemente poderosos,
como el cielo durante una peligrosa tormenta. Mirándolos desde
la distancia, no se había dado cuenta de lo vulnerable que podía
hacerla sentir con sólo una mirada. De cerca, se sentía pequeña
e indefensa... y tan jodidamente excitada.

Se retiró hasta que se arrodilló una vez más. Su mirada bajó a lo


largo de ella hasta su montículo.

—Ábrete para mí —ordenó—. Y mantente abierta hasta que te


diga lo contrario.

Sus manos se movieron sin una pizca de vacilación. Llegaron


entre sus muslos y separaron sus labios. Su clítoris sobresalía,
hinchado y resbaladizo.

Killian ladeó la cabeza y estudió el pequeño músculo palpitante


por su atención a través de sus ojos entrecerrados. Una mano se
levantó de las sábanas. Cuatro yemas de los dedos se deslizaron
por el interior de su muslo, dejando un rastro de piel de gallina
a su paso. Ella se estremeció.

No se dio cuenta. Todo su enfoque se centró en la caricia ligera


como plumas de su dedo sobre el clítoris de ella. Apenas era un
susurro. Apenas hizo contacto. Sin embargo, Juliette gritó. Sus
caderas se desprendieron del colchón en una desesperación que
fue ignorada mientras Killian repetía el movimiento. Cada vez era
más lento, más ligero. Apenas podía sentir el contacto, pero cada
una la acercaba más al orgasmo que podía sentir dentro de ella.
—Por favor… —se quejó, demasiado lejos en la neblina para
preocuparse de lo patética que sonaba.

Killian levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de


ella. Su dedo se deslizó desde la brizna de aire justo por encima
de su clítoris y viajó hasta su abertura. Empujó hasta la punta y
Juliette sollozó mientras la estrecha apertura apretaba con
avidez al invasor, deseándolo más profundamente. Pero no lo
hizo.

—¿Qué quieres? —preguntó.

Dios, ¿cómo podría no saberlo?

—Esa... esa cosa que hiciste en la limusina, —ella jadeó—. Con


los dedos. Por favor.

Su mirada bajo, atravesándola con llamas negras que saltaban


por sus ojos. Su dedo se retiró y volvió a atormentar su clítoris,
empujándola hasta el borde antes de retirarse. Fue una especie
de tortura psicológica para ver cuánto podía soportar antes de
perder la maldita cabeza. Era más efectivo que la tortura con
agua o la electrocución. Estaba lista para decirle cualquier cosa,
hacer cualquier cosa para detenerlo. Le habría dado su
primogénito si eso significaba aliviar el insoportable dolor.
Debajo de ella, las sábanas estaban empapadas y cada vez más
húmedas con cada segundo que pasaba él jugaba con ella.

—¿Ya me quieres dentro de ti?

—¡Sí! —sollozó, casi suplicando—. ¡Dios, por favor! No puedo


aguantar más.
Su respuesta fue tomar su polla en mano y acariciarla mientras
ella se retorcía debajo de él. La cabeza gorda y morada goteaba y
la vista hizo que sus piernas se ensancharan aún más.

—Levanta las manos —dijo—. Las palmas de las manos contra


la cabecera.

Con sus nervios temblando sin control, levantó los brazos y


aplanó las palmas de las manos contra la cabecera. El
movimiento empujó sus senos hacia arriba.

—No las bajes —advirtió, inclinándose sobre su cintura y


metiéndose un pezón en la boca.

Chupó ligeramente mientras palmeaba su erección. No podía


entender por qué no estaba ya dentro de ella cuando estaba duro
como una roca, pero parecía estar esperando algo.

Ese algo se hizo evidente cuando retrocedió y alcanzó la mesita.


Ella vio como la luz atrapaba el papel de plata que él sacó del
interior del cajón. El magnífico miembro que sobresalía del
centro de su cuerpo estaba envuelto en goma.

Ahora, pensó, la anticipación la mareo. Ahora finalmente


apagaría el fuego.

No obtuvo su polla.

Dos dedos contundentes trabajaron un camino perezoso por los


planos temblorosos de su estómago, rodearon su ombligo antes
de descender más. Juliette apenas pudo atrapar el quejido que
se le subía a la garganta. Se estrelló contra su labio inferior que
ella apretó con fuerza con sus dientes. Bajo su toque, sus
caderas se retorcieron contra las sábanas. Los músculos de sus
muslos le dolían por mantenerlos abiertos tanto tiempo, pero no
le importaba.

La punta de su dedo medio se metió entre los labios de ella y


trazó una O burlona alrededor de su clítoris. La caricia estaba
tan cerca de donde ella lo quería y aún así él se mantuvo alejado
deliberadamente. La ira y la frustración le arrancó un gruñido.
El sonido atrajo sus ojos hacia su rostro. La comisura derecha
de su boca se levantó en una media sonrisa.

—Paciencia —dijo, su voz desbordante de una risa silenciosa.

—¡He sido paciente!, —dijo ella—. ¡Cristo, solo follame ya!

La esquina izquierda se levantó y su boca se extendió en la


primera sonrisa que ella le había visto dar y se vio ensombrecida
por el hecho de que ella quería pegarle.

Con los ojos todavía en su rostro, su dedo se deslizó hacia abajo


para rozar la abertura. El gesto le hizo olvidar inmediatamente
su ira. Todos los restos de ella desaparecieron con su jadeo
mientras él se abría paso y se metía en su interior. Un segundo
dedo se unió al primero y Juliette maldijo con anhelo. Sus
talones se clavaron en el colchón, levantando sus caderas a la
palma de su mano mientras él bombeaba sus dedos lentamente.
¡Pero eso no era lo que ella quería!

—¡Hazlo! —siseó.

—¿Qué?

Respirando con fuerza, ella le miró fijamente a lo largo de su


cuerpo empapado de sudor y ruborizado. —¡Esa cosa con tus
dedos!
Una, ceja gruesa fue levantada por él en un interrogatorio
inocente. —¿Esto?

Él rozó contra el punto, sólo un ligero roce que enviaba chispas


que parpadeaban detrás de los ojos que ella apretaba
manteniéndolos bien cerrados.

—¡Sí! ¡Sí! Eso. ¡Joder!

Ya no tenía ningún control sobre su cuerpo. Era un desorden sin


sentido de deseo en celo y golpes por cada pequeña cosa que él
consideraba adecuado darle.

Para su sorpresa, trabajó el punto sin sacarla de sus casillas


primero. Sus empujes se hicieron más rápidos, más duros. La
palma de su mano frotó su clítoris con un dolor punzante, pero
fue perfecto.

Juliette se corrió con un grito vicioso de alguien que estaba bajo


una violenta tortura. Amortizó el chillido con sus uñas rasgando
la madera sobre su cabeza y el crujido de las sábanas mientras
su cuerpo entero convulsionaba con una ferocidad que no podía
ser natural. El mundo que la rodeaba se hizo añicos y se estrelló
y explotó y aún así, continuó deshaciéndola con sólo dos dedos.

Se sintió como horas antes de que el chillido entre sus orejas se


redujera a un rugido hirviente. Horas antes de que pudiera dejar
que los dedos de sus pies se desenrollaran contra las sábanas.
No tenía sentido en su cabeza pensar o moverse. Todo lo que
podía hacer era estar tumbada en una neblina inerte y saciada
mientras su cuerpo seguía temblando de vez en cuando con una
corriente eléctrica interna que se negaba a abandonar.

—Killian… —Su nombre fue lo primero que consiguió que su


boca dijera.
Los dedos salieron de su interior y ella lloriqueó. Se estremeció y
cerró los ojos cuando el cansancio amenazó con hundirla.

—Eso es lo que las chicas buenas consiguen cuando son


pacientes, —le oyó murmurar vagamente.

Sólo pudo reunir un gemido como respuesta.

Algo afilado y contundente se cerró alrededor de su pezón y tiró.


Juliette se despertó con un grito de dolor. Su barbilla se levantó
para encontrar la cabeza oscura de Killian moviéndose sobre su
pecho. Se levantó lo suficiente para que sus ojos se encontraran.

—Aún no ha terminado —le dijo.

—Tan cansada, —susurró.

Bajó la boca y acarició el pezón que había asaltado, haciéndola


estremecer y gemir. Sus manos fueron instintivamente a la parte
posterior de su cráneo, acunándolo hacia ella mientras trabajaba
su cuerpo para volver a despertar. Contra su costado, su mano
se deslizó a lo largo de la curva de su cintura para apoyarse en
su cadera. Se relajo y ella fue levantada hacia él. Su pelvis se
alineó con la de ella y ella recibió todo el peso de su polla contra
su montículo. La cabeza de él se levantó y se colocó sobre la de
ella. La mayor parte de su peso fue soportado por el antebrazo
que plantó en la almohada junto a la cabeza de ella, pero la
mayor parte estaba sobre ella, moldeándola en el colchón.
Descubrió que no le importaba. Había algo increíblemente
cómodo en ello.

Juliette le sonrió. No estaba segura de por qué. Tal vez porque


acababa de tener el clímax más increíble y devastador de su vida,
pero fuera lo que fuera, sentía una abrumadora sensación de
satisfacción por primera vez en mucho tiempo y se negaba a
mantenerla contenida.

—¿He tenido un Squirt? —preguntó, sin estar muy segura


cuándo todo lo de abajo se sentía húmedo y con cosquilleos.

Killian hizo un sonido que podría haber sido un resoplido o una


risa. —No, pero todavía tenemos tiempo.

Ella estalló en risa y, sin pensarlo, levantó la cabeza y lo besó.

Inmediatamente, supo que había hecho algo malo cuando él se


echó atrás. Sus ojos calientes e intensos se clavaron en los suyos
con una mirada de ira aturdida. Todo su cuerpo se volvió rígido.

Juliette se encogió contra la almohada. —Lo siento. ¿No está


permitido...?

Su respuesta fue un gruñido de rabia antes de que su boca se


cerrara sobre la de ella, violenta y hambrienta. Sus dedos se
cerraron en su cabello, arrastrando su cabeza hacia atrás
mientras la consumía. Su cuerpo se movió contra el de ella,
abriéndola aún más a sus duras caderas. El brazo debajo de ella
se apretó y la arrastró hacia él mientras la presionaba. Su polla
rosaba su clítoris con cada descenso, volviéndose más dura y
feroz a cada segundo.

Rompió el beso cuando su doloroso gemido zumbó entre ellos.


Empezó a retroceder, pero Juliette lo agarró y lo tiró hacia abajo.

—¡No te detengas! —ella jadeó, trayendo su boca de vuelta a la


de ella.

Su gruñido vibró contra sus labios hinchados, haciéndolos


cosquillear y separarse para la invasión de su lengua. El brazo
que estaba debajo de ella se estiró y la mano asentó sus caderas
retorciéndose, forzándola contra el colchón. Le mordió el labio
bruscamente cuando ella se quejó en protesta.

—¡Necesito estar dentro de ti!

No le dio tiempo a prepararse cuando su polla se metió dentro de


ella con un solo y poderoso empujón.

Juliette dio un grito que no tenía nada que ver con el placer
mientras rompía la fina membrana que protegía su inocencia. La
longitud abultada de él la llenó de una presión que trajo lágrimas
a sus ojos y sacó sangre de la piel de su espalda donde sus uñas
arañaron.

Por encima de ella, Killian se había puesto rígido. Sus ojos se


abrieron de par en par con la realización aturdida mientras la
miraba fijamente. Su corazón se estrelló contra el de ella. Los dos
se reflejaban perfectamente en el tenso silencio.

—Eres virgen —jadeaba, su tono era acusatorio.

—Lo siento…

Él lanzó una maldición que la hizo retroceder. Sus fosas nasales


se ensancharon mientras la miraba con ojos brillantes. Volvió a
maldecir y la agarró con más fuerza cuando ella intentó alejarse.

—Demasiado tarde para eso, amor —dijo con fuerza—. El daño


está hecho. Estoy dentro de ti.

Como para probarlo, movió sus caderas. La incómoda punzada


hizo que Juliette gimiera y se agarrara a sus hombros. Apretó los
dientes y luchó por bloquearlo, pero cada golpe, no importa cuán
lento o cuidadoso fuera, parecía que la estaba partiendo en dos.
Cada uno rallaba contra su tierna carne y ella luchaba por no
echarse a llorar.

Con la cara tan apretada como los músculos de sus brazos


temblando a cada lado de ella, Killian exhaló por la nariz. Se echó
hacia atrás lo suficiente para alcanzar la mesita. Juliette lo miró
mientras él abría el cajón de un tirón y hurgaba en su interior.
Con una botella blanca en la mano. Abrió la tapa con el pulgar
y se levantó para meter la botella entre sus cuerpos.

Juliette vio cómo se inclinaba y el líquido claro lloviznaba sobre


su montículo. La inesperada frescura la hizo saltar mientras
pasaba por encima de su clítoris para mojar su polla.

—¿Qué...?

—No te muevas —le dijo cuando empezó a moverse.

Encajó la tapa en su lugar y dejó la botella a un lado. Su mano


volvió a su cadera. Él se retiró y ella hizo un gesto de dolor por
la leve quemadura. Pero a medida que el lubricante comenzó a
penetrar en ella con cada empuje gradual, la fricción se hizo
fluida e intensa.

—¿Mejor? —preguntó cuando ella jadeó.

Lo era. Fue mejor de lo que ella había imaginado. La dura


sensación de que él llenara sus resbaladizas paredes, las
burlonas ráfagas de placentero dolor que explotaban cada vez
que llegaba al final, fue increíble.

—Sí.

—Bien.
Su agarre se había estrechado. Su movimiento se aceleró.
Juliette jadeó cuando un nuevo calor comenzó a acumularse en
su interior. Sus dedos se deslizaron por su cabello, agarrándolo
fuerte cuando la familiar oleada de euforia comenzó a crecer.

—Killian…

Sin decir una palabra, una mano se deslizó entre sus cuerpos y
se apoyó en su pelvis. Su pulgar encontró el pequeño músculo
endurecido resbaladizo por la excitación y la lubricación y lo
acarició. Cada roce fue seguido por un empujón de sus caderas.
La combinación tenía su espalda arqueada y sus dedos de los
pies curvados. Apretó los ojos con fuerza mientras una
abrumadora ráfaga de éxtasis se precipitaba sobre ella. Su
nombre salió de ella, una y otra vez, haciéndose más fuerte y más
desesperado con cada segundo que pasaba y ella se tambaleaba
en ese colorido borde.

—Vamos, amor —dijo, con su propia voz desgarrada—. Córrete.


Te tengo.

Con un sonido entre jadeos y gemidos, Juliette cayó. Fue el tipo


de colisión que hizo un nudo en cada nervio de su cuerpo. Puede
que haya gritado, pero el sonido se perdió en un zumbido de la
réplica que opacó todo menos la implosión de su propia alma.
Killian mantuvo el ritmo constante, sin prisa, mientras lo
agarraba con sus paredes y lo absorbía más profundamente.
Estaba vagamente consciente de su gruñido, del apretar de sus
dedos. Entonces él se derrumbó sobre ella mientras el mundo
seguía girando.

Ninguno de los dos se movió durante varios minutos. Yacían en


un nudo enmarañado de miembros húmedos y sexos
palpitantes. Podía sentir el apretamiento de su coño cada vez que
su polla incrustada se movía dentro de ella. Podía sentir el latido
de su corazón al mismo tiempo que el de ella. Su peso era una
manta caliente y sólida que la cubría, moldeándola
posesivamente en los confines de su feroz abrazo. Él la acunó
hasta cuando se liberó y ella gimió su protesta en el músculo de
su hombro.

—Me mentiste —dijo en el pulso inestable de su garganta.

Juliette cerró los ojos. —Lo siento.

Cuidadosamente, él se retiró de sus brazos y dejó la cama. Ella


lo vio moverse con confianza hacia la puerta de la habitación de
la izquierda. Se encendió una luz antes de que desapareciera
dentro y cerrara la puerta. Un momento más tarde, el agua que
golpeaba el lavabo llenó el silencio. Se tiró la cadena de un
inodoro. Se cerró el agua, luego las luces y él caminó hacia ella
una vez más, todavía desnudo, con un paño blanco en la mano.

Killian volvió a su lado de la cama y se sentó junto a su cadera.


Su mano libre separó sus muslos doloridos y llenó el espacio
entre ellos con el húmedo cuadrado de tela. La frialdad de ésta
la hizo chillar y sacudirse, pero él permaneció firmemente
presionado contra su tierno sexo.

—Deberías habérmelo dicho —murmuró—. Hubiera tenido más


cuidado.

Juliette estudió al hombre que la limpiaba con una delicadeza


que nunca hubiera esperado.

—¿Lo habrías hecho?

Le disparó una mirada. —No. Te habría llevado a casa. No me


acuesto con niñas.
Juliette parpadeó. —¡No soy una niña! Tengo veintitrés años.

Sus ojos se entrecerraron. —¿Y todavía eres virgen? —Sacudió la


cabeza—. ¿Qué demonios estabas esperando?

—No estaba esperando nada. Nunca antes había tenido a nadie


a quien quisiera entregarme.

No es del todo la verdad, pero tampoco es del todo una mentira.


Ella quería dárselo a Stan. Después de eso, nunca tuvo tiempo
para el sexo y nunca fue un problema.

—Cristo —fue todo lo que dijo.

—No fue tan malo, ¿verdad?

Su mirada se quedó en su rostro por mucho más tiempo esta vez.


—No, pero ese no es el punto —dijo al final—. Podría haberte
hecho daño.

—Estuviste maravilloso —le aseguró suavemente.

Miró hacia otro lado. —De nuevo, no es el punto.

—Gracias —murmuró por falta de algo mejor.

—¿Por hacerte daño? De nada.

Ella le agarró la muñeca cuando se puso de pie. —No me has


hecho daño. Fue realmente asombroso.

Le examinó el rostro y se posó en sus labios antes de dejar que


su mirada recorriera por todo su cuerpo a lo largo de su cama.
La polla que colgaba entre sus piernas se endureció y Juliette no
se lo perdió. Su piel se pinchó con el calor y la conciencia. Sus
pechos se hincharon al tiempo que sus pezones se tensaban.

Cristo, ella lo quería de nuevo.

—Vístete.

Fue una estupidez, pero no se lo esperaba. A juzgar por el oscuro


calor en sus ojos y la polla totalmente endurecida en su sección
media, ella había creído honestamente que él se uniría a ella de
nuevo. En lugar de eso, se estaba alejando de ella.

Decepción y un irracional sonido de dolor se acumuló en su


pecho mientras se mordió el labio y se sentó. El frío que recorrió
la habitación la hizo dolorosamente consciente de su desnudez y
alcanzó las sábanas arrugadas. La tela crujía demasiado fuerte
en el silencio mientras la extendía alrededor de sí misma en un
extraño intento de proteger el resto de su destrozada dignidad.

—¿Puedo usar tu baño primero? —preguntó.

Sin mirarla, asintió con la cabeza antes de dirigirse a la terraza


abierta.

Agarrando bien las sábanas, Juliette se dirigió al baño y se metió


dentro.

Era tan lujoso como ella hubiera esperado de un lugar tan


grandioso. El marfil y el oro brillaban bajo luces brillantes,
empapando el jacuzzi incrustado en una pared, una ducha de
cristal en la otra y un mostrador con dos lavabos ocupando el
tercero. Era cinco veces más grande que el suyo. Incluso tenía
un banco encajado entre el jacuzzi y los lavabos. Había un cubo
de basura junto al inodoro, una fila de toallas dobladas en un
estante junto a la ducha y un surtido de productos para hombres
ordenados en el mostrador. Pero fue la alfombrilla de baño de
felpa lo que realmente la asombro. Prácticamente podía escarbar
en la cosa y dormir.

Aún preguntándose por qué alguien necesitaba un baño tan


grande, se movió al lavabo. Se lavó lo mejor que pudo antes de
salir de la habitación para encontrar a Killian en la terraza una
vez más. Estaba completamente desnudo con las dos manos
enroscadas en la barandilla de hierro forjado. La tensión tiraba
de los músculos abultados de su espalda, haciéndolos ondular
con su frustración. Ella se preguntó en qué estaba pensando. Se
preguntaba si debía decir algo. No estaba segura de cuál era el
protocolo para momentos como ése, y en su lugar fue a la ropa.
La recogió del suelo y se enderezó. Saltó cuando encontró a
Killian de pie justo detrás de ella, hermoso, desnudo y duro. Esta
última tenía su corazón saltando. Sus músculos centrales se
apretaron y tuvo que morderse el labio para no hacer ruido. Se
aferró su ropa al pecho en un patético intento de amortiguar las
grietas erráticas de su corazón.

—Hola —susurró por falta de algo mejor.

Killian no se movió. Se quedó directamente en su camino,


forzándola a inclinar su barbilla y encontrarse con la
exasperación y la lujuria que crepitaba en su rostro. Su cuerpo
dio un escalofrío de anhelo que no tenía derecho a considerar,
podía sentir la sensibilidad palpitando entre sus piernas. Pero la
vibración no era todo dolor, se dio cuenta en un principio. Había
un pulso familiar de deseo que la sorprendió.

Él estaba de repente sobre ella. Su boca atacó con violencia


contra la de ella mientras la levantaba y la dejaba caer sin
contemplaciones en la cama una vez más. Las sábanas fueron
arrancadas, dejándola desnuda y vulnerable ante el lobo. Apenas
pudo respirar cuando él le separó los muslos y los llenó con sus
caderas.

—¡Dime que me detenga! —le gruñó.

Dolida por la fuerza de su necesidad, de él, Juliette le enrolló las


piernas alrededor de las costillas y le trabó los tobillos en la
espalda.

—No. —Se lamió los labios—. Por favor, no.


El silencio parecía de alguna manera imposiblemente demasiado
alto a medida que pasaban los segundos. En el espacio a su lado,
Juliette yacía con su rostro aplastado en la almohada. Su
espalda se levantaba y caía con cada respiración, pero no con la
misma intensidad que unos momentos antes. La suave curva de
su columna brillaba con el sudor y retenía los restos de su acto
amoroso.

Sexo, se recordó Killian. No hizo el amor. No lo hizo con


delicadeza. Hacer el amor implicaba emociones y él no poseía esa
habilidad. No tenía el lujo. El amor y la familia eran una carga
que no podía permitirse. Por eso nunca eligió a las vírgenes. Por
qué las mujeres que llevaba a su cama siempre tenían
experiencia y sabían qué esperar.

Honestamente, no estaba seguro de que hubiera parado, aunque


hubiera sabido lo de Juliette. Estar dentro de ella, enterrado en
todo ese calor húmedo había sido irresistible y adictivo... y
peligroso, como saltar de un puente con sólo un trozo de hilo que
le impidiera golpear las rocas dentadas de abajo. Había sido una
emoción inimaginable, una de la que sabía que debía alejarse
antes de olvidar por qué tenía reglas. Ya había roto demasiadas
de ellas por ella. Pero ya no más. Ella necesitaba alejarse de él.

Sin embargo, no hizo ningún movimiento para que esto


ocurriera. Estaba allí, apoyado en su codo, cautivado por la
forma de la silueta de Juliette medio oculta bajo las sábanas. Su
cabello era un enmarañado alboroto que caía sobre la almohada,
del color amarillo pálido a la luz de la lámpara. Sabía de memoria
que las ricas hebras olían a flores silvestres y se sentían como
seda. Pero no era nada comparado con su piel. Los centímetros
de carne pálida y flexible se habían sentido como el satén
deslizándose bajo sus dedos. Le había encantado especialmente
la sensación de ella envuelta a su alrededor mientras se
introducía en ella con la urgencia de un animal salvaje. Y ella le
había dejado. Dios, ella había rogado por más. Una y otra vez,
hasta que se desmayó por agotamiento.

En contra de su voluntad, la punta de sus dedos se inclinaron


suavemente, siguiendo las crestas de su columna vertebral desde
la nuca hasta el coxis. La mujer hizo un sonido entre un gemido
y un suspiro y se movió. Una larga y tonificada pierna se deslizó
por debajo de las sábanas. Killian estudió la extremidad y el
triángulo de tela que apenas ocultaba su culo y su segunda
pierna. Ya sabía lo que había debajo; había sido minucioso en su
consumo de ella. Sin embargo, arrancó el obstáculo y se alimentó
de su carne desnuda antes de no volver a verla nunca más.

Hermosa. Perfección absoluta. Cada centímetro de ella le sacudió


la sangre y le despertó la polla para otra ronda. Tenerla tan cerca,
tan completamente vulnerable al animal, ya de por sí duro para
ella, era un nuevo tipo de tortura que nunca antes había sentido.
Seguro que había habido mujeres que había deseado, pero un
rollo o dos entre las sábanas y esa hambre siempre se saciaba.
Todavía no había habido una mujer que él hubiera querido una
tercera o cuarta vez.

Pero él quería a Juliette. Quería que se quedara. Quería


mantenerla atada a la cama hasta que su cuerpo ya no ardiera
por ella. Quería sentirla inclinarse y retorcerse y deshacerse
debajo de él hasta que cada onza de su necesidad por ella se
saciara. Dios, quería desgarrarla y consumirla hasta que no
quedara nada. Quería poseer y marcar cada centímetro de ese
cuerpo impecable para que nunca hubiera duda de a quién
pertenecía. Quería hacerle cosas, cosas oscuras y sucias que la
horrorizarían si alguna vez lo supiera. ¿Qué demonios era lo que
hacía que la bestia que había en él estuviera tan loca?

—¿Killian? —Como si se hubiera despertado por el mero poder


de sus pensamientos, Juliette se movió. Las sábanas crujieron
debajo de ella mientras levantaba la cabeza y lo buscaba. Ojos
de color marrón oscuro se fijaron en su cara. La suya se suavizó
en una dulce y tímida sonrisa que hizo más difícil dejarla ir—.
Hola.

El nudo en su estómago se apretó. Su mandíbula crujió. La


frustración se convirtió en un tambor insoportable. Debió
aparecer en su cara porque la sonrisa de ella se desvaneció. Ella
se alejó, subiendo las sábanas con ella.

—¿Qué? —susurró—. ¿Qué pasa?

La mayoría de las mujeres que se llevó a la cama conocían las


reglas. Sabían cuándo era el momento de recoger sus cosas y
partir sin que se les pidiera. Juliette no era una de ellas y sin
embargo ese no era el verdadero problema. El problema era que
él no quería que ella se fuera. Todavía no. Pero sabía que no sería
una vez más o seis veces más. Algo en ella hacía que fuera
imposible conseguir suficiente y eso por sí solo hacía que las
banderas rojas ondearan.

—Es hora de irse —dijo con un poco más de fuerza de lo que era
necesario—. Tus cosas estarán en la puerta. Frank te llamará un
taxi.

Era imposible precisar una emoción exacta, por lo que muchas


parpadeaban en su rostro en rápida sucesión. Pero la que le dio
una patada en la garganta fue el dolor y la confusión que arrugó
la piel del entrecejo. Levantó una pequeña mano y empujó las
hebras de cabello enredado de sus ojos mientras trataba de
procesar lo que él decía. No tomó mucho tiempo.

—Oh —susurró finalmente—. Bien. Lo siento.

No hizo ningún movimiento para detenerla cuando ella se levantó


de la cama con las sábanas y buscó su ropa. Se vistió
rápidamente antes de volverse a la cama. Se mojó los labios
hinchados y se ajustó el dobladillo de la falda para cubrir esas
hermosas piernas. Sus ojos nunca lo miraron, observó. Se
aferraban al espacio justo encima de su cabeza cuando ella
hablaba.

—Gracias por todo —murmuró en voz baja—. Saldré por mi


cuenta.

Una vez más, la bestia suplicó. Sólo una más.

Pero ella ya se había ido. La puerta estaba vacía y oscura. En el


silencio que siguió a su partida, pudo oír el suave sonido de sus
pasos mientras se alejaba. Sabía que había llegado al pasillo que
conducía a las escaleras cuando el sonido cesó y entonces no
había nada más que su propia respiración.

Desplegándose de la cama, Killian se puso de pie. Se vistió con


pantalones y la camisa, sin molestarse en meterse la camisa por
dentro o abotonarse. Aparte de su seguridad, nadie más vivía en
la casa de tres pisos. Podía andar desnudo por ahí con toda la
diferencia que eso hubiera supuesto.

El lugar mantuvo el frío de antes del amanecer. Killian vagaba


por los pasillos como lo hacía a menudo cuando su insomnio
estaba en su peor momento. Esa noche no fue una excepción y
no tuvo nada que ver con Juliette y todo con las pesadillas. Había
demasiadas y lo perseguían como perros. Había píldoras, él lo
sabía. Medicamentos para embotar los sentidos durante unas
horas y dejarle inconsciente. Había probado unas cuantas, pero
era una pérdida de control que no podía permitirse. No en su
línea de trabajo cuando sus sentidos eran todo lo que tenía para
mantenerlo vivo. Así que vagaba por una casa que se había
convertido en su prisión demasiado pronto. Siguió a los
fantasmas de su pasado a través de los pasillos vacíos y escuchó
el eco de su infancia perdida en cada habitación.

A pesar de todo el dinero y el poder, era una existencia solitaria.


Era un aislamiento autoproclamado y era como le gustaba. La
gente tenía tendencia a morir a su alrededor y él ya tenía
demasiadas muertes en sus manos. Sabía que acabaría matando
a Juliette si no la mantenía alejada.

En lo alto de las escaleras traseras, Killian hizo una pausa. Su


mano se apretó alrededor de la fría barandilla de hierro hasta
que los nudillos se volvieron blancos en la semioscuridad. Miró
fijamente el charco negro del fondo con una especie de
trepidación entumecida, un miedo que asomaba la cabeza cada
vez que la idea de estar siempre solo se apoderaba de él. No era
lo ideal. ¿Quién en su sano juicio quería morir solo? ¿Pero cómo
podía permitir que un inocente entrara en su mundo sabiendo
que al final lo destruiría? ¿Cómo podía dejarse amar cuando
sabía que al final le habrían sido arrancados de él? Sabía que
podía enamorarse fácilmente de alguien como Juliette. Puede
que no compartieran más que unas pocas horas calientes juntos,
pero podía ver un mañana con ella. También podía verla rota y
ensangrentada en sus brazos y eso casi le hizo inclinarse por el
dolor que le atravesaba.

¿Por qué estás pensando en esto? La voz en su cabeza exigía con


maldad. ¿Una noche con la chica y estás escuchando las
campanas de la iglesia?
No son exactamente campanas de iglesia, pensó distraídamente
mientras empezaba a bajar, moviendo sus dedos de forma
inestable sobre los botones de su ropa, abrochándolos y
metiendo el borde en la cintura de sus pantalones. Pero le hizo
querer cosas que no tenía por qué querer.

Al fondo, giró a la derecha y se dirigió en dirección al


conservatorio. La cámara de cristal y acero había sido el lugar
favorito de su madre, aparte de los jardines. Todos los recuerdos
felices giraban alrededor de esa habitación, recuerdos de
arrodillarse a su lado mientras llenaba el lugar con todas las
flores imaginables, contándole de sus historias. Ella siempre le
contaba historias de lo imposible. Su padre se burlaba de ella
por llenar la cabeza de Killian con tonterías, pero ella lo callaba
y continuaba con sus cuentos.

"El mundo ya es un lugar feo", Killian la había oído decirle a su


padre una vez. "Nuestro hijo merece conocer la felicidad. "

Su padre había sacudido la cabeza, pero él había estado


sonriendo. Le habría dado cualquier cosa. Incluso de niño,
Killian había sabido que sus padres eran el centro del universo
de cada uno. Estaba en cada mirada, en cada sonrisa y en cada
caricia. Se miraban el uno al otro como su madre solía contarle
en sus historias, como si no hubiera oxígeno en el mundo hasta
que el otro estuviera en la misma habitación. Y él había querido
eso para sí mismo. Había querido amar así.

"Un día, encontrarás tu cuento de hadas, mhuirnín"4, su madre le


decía cuando su padre se iba de viaje de negocios y él la
encontraba acurrucada en el asiento de la ventana de la
habitación delantera, mirando la entrada con una mirada de
absoluta angustia en su rostro. Ella lo ponía en su regazo y lo

4
Mhuirnín: querido en Irlandés
abrazaba. "Cuando lo hagas, no dejes que nada en este mundo la
toque."

En ese momento, él pensó que ella no quería dejar que otro


hombre le quitara lo que le pertenecía. No fue hasta mucho
después que se dio cuenta de que ella quería decir que su mundo
estaba envenenado y que todo lo que se trajera a él moriría.
Había sido demasiado joven para entenderlo antes.

Llegó hasta el solario cuando su progreso fue interrumpido por


una silueta corpulenta que se movía hacia él desde la dirección
opuesta. Era imposible no reconocerlo inmediatamente.

—¿Frank? —Killian esperó a que el gigante se acercara—. ¿Todo


bien?

Frank dio la más mínima inclinación de su cabeza. —Sí, señor.


Sólo acompañando a la chica a las puertas.

Killian frunció el ceño. —¿Ya la recogió un taxi?

Era mucho después de la medianoche y la mayoría de las


compañías de taxis rara vez se aventuraban tan al norte y si lo
hacían, normalmente tardaban al menos treinta minutos. No
había pasado tanto tiempo desde que Juliette había dejado su
cama.

Frank sacudió la cabeza. —Me ofrecí a llamar. Insistió en tomar


el autobús.

—¿El autobús? —Killian revisó su reloj, no es que lo


necesitara—. Son las tres de la mañana. Si es que el autobús
sale tan lejos de la ciudad, no creo que lo haga tan tarde.
El otro hombre simplemente se encogió de hombros como si el
asunto estuviera completamente fuera de sus manos.

—¿Dijo por qué? —preguntó.

Frank sacudió la cabeza. —No señor.

Realmente no era su problema. Ella no era su problema. Si ella


rechazaba un taxi, entonces, ¿qué se suponía que él hiciera al
respecto?

Sin embargo, el roído en su estómago no le permitiría pasar el


asunto tan fácilmente. Siguió creciendo y anudándose dentro de
él hasta que fue todo lo que pudo hacer para evitar gruñir su
frustración.

—Señor, puedo…

Killian hizo a un lado la oferta de Frank, su cuerpo ya se estaba


alejando. —Dile a Marco que traiga el auto.

El ceño fruncido profundizó los pliegues que ya estaban


grabados en la cara redonda del hombre más grande. —Tal vez
debería ir…

—Descansa, Frank, —dijo Killian—. Tenemos un largo día


mañana. No estaré fuera mucho tiempo.

Dejando a su jefe de seguridad frunciendo el ceño en


desaprobación, Killian se dirigió hacia las escaleras. Había una
abertura en el otro extremo del pasillo que daba al área del
gimnasio y otra que llevaba a la piscina cubierta, pero entonces
él tenía que dar la vuelta y Juliette ya había estado allí sola
durante demasiado tiempo. Sus zancadas apresuradas lo
llevaron a las escaleras subiendo de dos en dos a la cima. Sin
perder el ritmo, corrió por el pasillo hasta el segundo juego de
escaleras que conducían al vestíbulo.

Marco ya estaba estacionado al pie de las escaleras cuando


Killian salió por la puerta principal. A pesar de lo tarde que era,
el otro hombre estaba vestido sin una arruga a la vista y parecía
mucho más alerta de lo que nadie a esa hora debería. Detrás de
él, el BMW negro brillaba bajo la brillante iluminación que
rodeaba la propiedad. El motor estaba en marcha, lo que
significaba que las llaves estaban en el encendido y evitaba que
Killian las pidiera.

Marco empezó a abrir la puerta trasera, pero Killian le hizo señas


para que se fuera.

—Lo tengo. Gracias, Marco.

Sin esperar a que lo detuvieran y le recordaran los peligros de ir


a cualquier parte solo, dio una vuelta por la parte de atrás y se
agachó en el asiento del conductor.

—Señor…

—Está bien, —le prometió a su conductor mientras cerraba la


puerta detrás de él y propulsaba el auto.

La casa estaba situada en la cima de Chacopi Point, con vistas a


toda la ciudad. Era la única casa durante alrededor de veinte
minutos y estaba rodeada por millas de desierto y una empinada
caída en picado hasta una muerte segura. En lo alto, por encima
del smog y la contaminación, el cielo era una impecable alfombra
azul marino llena de estrellas. Abajo, la ciudad era una brillante
joya de luces a pesar de la hora. Pero era el silencio lo que su
madre había amado cuando eligió el lugar. No había sonido en
kilómetros, excepto los secretos que el viento susurraba a las
hojas.

Killian mantuvo ambas manos en el volante mientras bajaba por


la espiral, con cuidado de tomar cada nueva curva en un lento
abrazo por si acaso ella estaba del otro lado. Su aprensión crecía
con cada segundo que no la veía, sabiendo que no podía haber
ido muy lejos y que no había ningún lugar donde ir más que
hacia abajo.

Su paciencia valió la pena cuando vio su blusa blanca. Parecía


brillar con su propia luz en la oscuridad. Estaba al lado del
camino, con los brazos cruzados contra el frío de la mañana
mientras se abría camino sobre la grava rota. Saltó cuando
Killian aceleró y giró sobre el hombro varios metros por delante
de ella.

Abrió la puerta del auto y salió de un salto.

—Juliette.

Ella estaba de pie ante él, pequeña y confundida con el borde de


sus ojos rojos y el cabello enredado. El hecho de que ella había
estado llorando le golpeó más fuerte de lo que él pensó posible y
por un momento, no estaba seguro de lo que debía hacer.

Ella rompió el silencio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, con la voz ronca.

—¿Qué esperabas que hiciera? —respondió, su ira se apoderó de


su sentido común—. ¿Dejarte vagar por las calles en plena
noche? —Se acercó más, parando cuando había suficiente
espacio entre ellos para mantener sus manos a raya—. ¿Por qué
no dejaste que Frank te llamara un taxi?
—Porque no quería un estúpido taxi —respondió—. El autobús
está bien.

—Ciertamente no está bien —dijo bruscamente—. ¿Qué, crees


que el mundo es más seguro cuando todo el mundo está
durmiendo? ¿Sabes lo que podría haberte pasado?

Ella simplemente lo miró fijamente un largo momento, sus ojos


se estrecharon bajo las cejas arrugadas.

—¿Y por qué te importaría? Ciertamente no parecías considerar


mi bienestar cuando me echaste de la cama como una puta que
ya no usabas. Dios no lo permita si esperabas hasta la mañana.

Sus músculos se tensaron ante su acusación. —Tengo mis


razones, ¿de acuerdo? Sabías en lo que te estabas metiendo
cuando te metiste en mi auto.

Se burló y sacudió un poco la cabeza. —Tienes razón. Lo sabía.


También sé que no quiero nada más de ti.

Con eso, ella lo pasó de largo. El crujido de la grava bajo sus pies
ahogó el crujido de las hojas. Killian se preguntó brevemente si
debería dejarla ir. Ciertamente no era responsable de ella y si ella
no quería su ayuda, ¿qué se suponía que debía hacer?
¿Obligarla?

Pero dejarla tampoco parecía ser una opción.

—¡Ah, por el amor de Dios! —Murmuró en voz baja antes de girar


sobre sus pies—. Lo quieras o no, no voy a dejar que te vayas por
tu cuenta.
Ella nunca disminuyó sus pasos enojados. —No puedes
detenerme.

Fue un desafío que hizo que la oscuridad en él crepitara. Hizo


que sus entrañas temblaran de emoción. Cada línea de su cuerpo
se tensó con anticipación.

—Sube al auto, Juliette.

—¡No! —ella gritó por encima de su hombro.

—No me pongas a prueba, corderito —advirtió, su voz apenas


audible y sin embargo inconfundible—. No soy como los hombres
blandos a los que estás acostumbrada. Te pondré sobre mis
rodillas.

Por un momento, ella pareció no sentirse perturbada por sus


palabras. Sus pies dieron tres pasos más antes de que se
detuviera. Su espalda estaba rígida y sus movimientos eran
rígidos cuando se giro demasiado despacio para enfrentarse a él.
Los afilados rayos de los faros brillaban en sus ojos, iluminando
su humedad y la ira y la derrota que brillaban en su superficie.
Lo miró tanto tiempo que no pudo evitar preguntarse si alguna
vez iba a hablar. Entonces abrió la boca.

—Estoy tan cansada —susurró al final—. Estoy cansada de gente


como tú y Arlo que piensan que pueden ir por la vida intimidando
y amenazando a la gente para que hagan lo que quieran.

Todos los pensamientos de llevarla en el capó de su auto se


desvanecieron con el dolor que irradiaba de ella.

—Eso no fue…

Pero no había terminado.


—Sé que no soy una buena persona. Sé que probablemente me
merezco todo esto, pero no puedo… —Ella rompió con un jadeo
ahogado. Su mano se aplanó contra su estómago como si el dolor
fuera demasiado fuerte—. No puedo hacer esto más. —Su
barbilla se tembló una vez antes de juntar sus labios con fuerza.
Sus manos se dirigieron a los botones de su blusa y empezaron
a desabrocharlos con fuerza—. Así que lo que quieras, tómalo y
déjame en paz.

Killian no sabía como moverse, pero de repente se encontró justo


delante de ella. Sus dedos se cerraron alrededor de los frágiles
huesos de sus muñecas y se los arrancó del cuarto botón.

Respiraba con dificultad. La furia se estrelló contra él con cada


segundo que estuvo parado ahí mirando sus ojos húmedos y
respirando su olor; la desesperación que se desprendía de ella
casi lo mata.

—¡No vuelvas a hacer eso! —se escuchó a sí mismo gruñir. Sus


manos soltaron sus muñecas y se movieron hacia su cabello.
Tomó la parte de atrás de su cabeza y la tiró el resto del camino
hacia él. Su jadeo lo atravesó—. Nunca te rindas, ¿me oyes? ¿Me
oyes? —Le dio una ligera sacudida—. ¡Juliette!

Con los ojos abiertos por el miedo y la confusión, asintió


rápidamente. —Sí.

Continuó abrazándola hasta que estuvo seguro de que lo decía


en serio. Luego la soltó y dio un paso atrás, sacudido por lo
mucho que le había afectado el verla rota.

Cristo, ¿qué le pasaba?


Pero él lo sabía. Sabía exactamente lo que había salido mal y no
podía mirarla.

—Sube al auto —murmuró, necesitando moverse, necesitando


hacer algo más que quedarse ahí y sentir sus ojos sobre él con
confusión y, que Dios lo ayude, piedad.

—Yo no…

—¡No! —advirtió, y ya se había dado la vuelta—. No lo hagas.


Entra.

No esperó a que ella lo siguiera. Acechó a la puerta lateral del


pasajero y la abrió de un tirón.

Hubo un momento de pausa. Luego escuchó el tranquilo


arrastrar de sus pies hacia él. Ella se deslizó en el asiento y él
cerró la puerta tras ella. Rodeó el capó y se puso al volante.
Ninguno de los dos habló mientras maniobraba el auto para
volver a la carretera.

Se sentó acurrucada contra la puerta, con el rostro pintado con


líneas y sombras. El agotamiento parecía salir de ella en oleadas
para sofocar el aire a su alrededor. Killian nunca se había
encontrado en esa posición antes y no tenía idea de qué decir o
hacer para que ella dejara de retorcerle las entrañas.

—¿Tienes hambre?, —preguntó al final.

—No, gracias —susurró

El cuero bajo su empuñadura chirriaba al apretar el volante.


Llegaron a la base de la colina y comenzaron a bajar por el
camino en dirección a la ciudad.
—La parada de autobús está al final de ese bloque. —murmuró,
sin levantar la cabeza del cristal.

—No te dejaré en la parada del autobús —dijo uniformemente.

Suspiró y se enderezó. —No tienes que llevarme todo el camino


a casa. Vivo a una hora de la ciudad.

Sin apartar la vista de la carretera, activó el GPS incorporado al


auto.

—Pon tu dirección. —le dijo.

Ella dudó y él se preguntó si le preocupaba que le robara en plena


noche. Después de todo, a sus ojos, él no era mejor que un
delincuente bueno para nada como Arlo. Ella misma lo había
dicho. Ese pensamiento le molestaba mucho más de lo que era
racional. No se parecía en nada a Arlo y que ella pensara que lo
era, era insultante. Puede que no fuera el tipo de hombre que ella
se merecía, pero seguro que no era Arlo.

Puso su dirección en la máquina y se sentó. El mapa en la


pantalla giró hasta que sincronizó su ubicación y disparó una
flecha púrpura a través de las calles que necesitaban tomar.

—En seis kilómetros, gira…

Lo puso en silencio.

Juliette puso su cabeza contra el respaldo del asiento y miró por


la ventana mientras atravesaban una ciudad casi vacía
iluminada por las lámparas y los pálidos dedos del amanecer. El
rosa y el azul pálido se convirtieron en azul marino y negro
mientras llegaban a la calle principal. De vez en cuando, se
frotaba los ojos con los nudillos y bostezaba, pero permaneció
despierta todo el camino hasta su casa, un edificio de dos pisos
que había visto claramente días mejores. Se encontraba en un
pequeño y limpio vecindario, rodeado de cuidados céspedes y
casas bien cuidadas.

No era exactamente una zona rica, pero sí razonablemente


acomodada. La casa de Juliette parecía ser una excepción. La
pintura se estaba descascarando. La hierba estaba muerta en
parches. Faltaban varias tejas del techo y todo el lugar irradiaba
una especie de desesperación hueca que normalmente se
encuentra en lugares abandonados. Por un momento, pensó que
tal vez el GPS lo había llevado al lugar equivocado. Pero Juliette
se estaba quitando el cinturón cuando él entró en la entrada
vacía. Ella agarró su bolso del suelo del auto y alcanzó la manija
de la puerta.

—Gracias —dijo mientras abría la puerta—. Y lamento mi crisis


nerviosa de antes. No debí haberte gritado.

La idea de que esa era su forma de gritar casi lo hizo reír. Pero
él sólo podía sacudir la cabeza mientras ella salía. Se quedó
hasta que ella entró y la puerta se cerró firmemente detrás de
ella. Sólo entonces se alejó.
Había un nivel de dolor que la mayoría de la gente no sabía que
existía. Era del tipo que comenzaba en los muslos y se astillaba a
lo largo del cuerpo en nudos de agonía. Juliette nunca se había
sentido tan usada. Todo dolía y no de la manera que las novelas
románticas siempre retrataban después de una follada épica.

Sus muslos palpitaban como si hubiera pasado la noche montando


un caballo de piedra. Sus pechos se sentían sensibles y mantenían
los restos de los exigentes dedos de Killian, así como su cintura,
muslos, brazos y trasero. Sus labios estaban hinchados por los de
él y se sentían extrañamente entumecidos. Pero era su coño el que
más le dolía. Garantizado, no era todo malo, pero había suficiente
dolor para hacer que Juliette se estremeciera cada vez que
intentaba sentarse. El hecho de tener siete pulgadas de carne dura
de un hombre enojado en territorios intactos sin duda tuvo ese
efecto. Pero también había sido amable, reflexionó ella. Él no estaba
contento con el estado de su experiencia, eso era seguro, pero ella
sabía que a Arlo no le habría importado de una manera u otra si
ella estaba sufriendo o no. Killian había sido prácticamente un
santo en comparación. También había sido minucioso y atento.
Había puesto el placer de ella por encima del suyo cada vez.
Dejando el dolor a un lado, había sido la mejor primera vez que una
chica podía pedir. Ella se había corrido… varias veces y con fuerza.
Había sentido el agudo aguijón de la pasión cuando su cuerpo fue
desgarrado y reconstruido. Puede que no fuera una noche que ella
gustosamente quisiera, pero tampoco la olvidaría nunca.

Hasta que terminó. El agotamiento y el dolor la habían roto y se


había hecho pedazos por primera vez en mucho tiempo. Había
dicho cosas de las que se arrepentía, pero lo que era peor, le había
dejado ver su llanto. Eso era algo de lo que más se arrepentía.
Gente como él, que vivía del poder y de las gargantas de sus
víctimas, prosperaba con el espectáculo de la debilidad. Aunque
ella no creía que Killian fuera así, no del todo, no podía evitar
preguntarse si él usaría lo que pasó la noche anterior para su
beneficio de alguna manera.

Ella rezó para estar equivocara. Rezó para que fuera la última vez
que viera a Arlo o... no. No Killian. Era horrible y contradictorio con
todo lo que su cerebro le decía, pero la idea de volver a verlo no la
llenaba de temor. En todo caso, el pensamiento hizo su cuerpo
hormiguear con estremecimiento y su pecho.

¡Detente! Se regañó a sí misma, tratando de no pensar en cosas que


no podía cambiar.

En vez de eso, se concentró en ponerse un vestido de verano ligero


y un par de zapatos planos. Se peinó, se maquilló y bajó deprisa
para empezar con la larga lista de recados que había escrito hace
una semana antes de enfrentarse al trabajo esa misma noche.

En la cocina, la Sra. Tompkins levantó la vista de la cazuela de


pollo de la noche anterior que estaba tirando a la basura y sonrió.

—Hola querida. ¿Cómo fue tu noche?

—Agotador —confesó Juliette—. ¿Cómo fue la tuya? ¿Se comportó


Vi?

—No escuché ni una palabra de ella en toda la noche. No comió su


cena, por supuesto, pero subió a su habitación y no salió.

Juliette asintió. —Me alegro de que no te haya hecho pasar un mal


rato. —Suspiró y miró su reloj—. Tengo que correr al banco y luego
a la tienda de comestibles antes de salir a trabajar. Volveré en
algún momento después de la medianoche.
La Sra. Tompkins sonrió y asintió con la cabeza. —Muy bien,
querida. Ten cuidado.

Con un saludo, Juliette salió de la casa. Se apresuró por la acera


en dirección al banco. El día era cálido con la cantidad justa de
brisa para hacerlo hermoso. Era el tipo de día que hubiera pasado
en el parque, en la toalla, en nada más que un bikini y protector
solar mientras sus amigos charlaban a su alrededor y Stan jugaba
al fútbol con sus amigos a unos metros de distancia.

Hacía años que no era tan frívola, pero el dolor seguía siendo tan
crudo, tan fresco. Siempre se sentía como si lo hubiera perdido todo
ayer mismo.

Pero hizo lo que siempre hizo cuando los persistentes dedos de la


depresión comenzaron a arrastrarse por su pecho, se recordó a sí
misma que tenía una hermana que la necesitaba. Puede que ella y
Vi nunca se hayan llevado bien, pero la chica era la única familia
que Juliette tenía. Era su trabajo protegerla. Algo que no podía
hacer si dejaba que la oscuridad la consumiera.

Dejando a un lado su tristeza, cuadro sus hombros y se metió en


el frígido interior del banco. El lugar estaba casi vacío con sólo una
anciana en la caja depositando un cheque. Juliette siguió la flecha
cuidadosamente pintada a través del suelo hasta el cartel de “por
favor espere aquí”. Estuvo allí un segundo antes de que la
saludaran.

Nena sonrió cuando Juliette se acercó a su ventana, la clase de


sonrisa que era reflexiva y un poco muerta.

—Hola Juliette.

Juliette ofreció su propia sonrisa, pero se sentía tensa. —Hola. Me


gustaría hacer un depósito, por favor.
Nena la fijó con sus ojos grises y fríos. —¿Tienes tu tarjeta
bancaria? —Juliette se movió. Sacó su tarjeta y se la pasó—. Sé
que estoy sobregirada, pero voy a cubrir eso.

Para probarlo, sacó el sobre de dinero que Arlo había devuelto y lo


puso en el mostrador entre ellas, manteniendo deliberadamente el
mensaje de Arlo presionado en el cristal. No habría significado nada
para Nena, pero Juliette no quería verlo. No quería recordar nada
de la noche anterior que involucrara a Arlo. Ni siquiera le
importaba que la hubieran vendido para pagar la deuda de Arlo con
Killian. En su mente, para estar lejos de Arlo, para no tener que
verlo o escucharlo nunca más... valió la pena. Ella era oficialmente
libre. Por fin podía dejar de trabajar. Podía volver a amueblar la
casa. Tal vez podría conseguir un auto y ropa nueva. Las
posibilidades eran infinitas y quería llorar de felicidad.

—Veo el sobregiro. —Nena se metió en sus pensamientos—. Pero


estaba cubierto por el depósito hecho esta mañana.

Juliette parpadeó. —¿Qué depósito?

Las uñas de la manicura francesa hicieron clic en las teclas cuando


Nena sacó la información. Tenía el rostro de cajera de banco en
blanco, lo que hacía imposible saber lo que estaba pensando.
Además, se demoró tanto, que Juliette estaba lista para tomar la
pantalla y mirar por sí misma.

—Parece que vino de una compañía...—Ella golpeó un poco más en


el teclado. Cejas finamente dibujadas y enredadas—. Parece que
fue depositado por la Corporación McClary.

—¿Quién? —exigió Juliette, inclinándose hacia adelante para


intentar ver en la pantalla—. ¿Cuánto?

En lugar de responder, Nena imprimió una copia del balance y la


deslizó cuidadosamente por la división.
Juliette lo agarró y miró el largo desfile de números que
inicialmente confundió con un fallo de la computadora, pero se dio
cuenta de que no fue un accidente.

—¡Jesucristo! ¿Qué es esto? —exclamó lo suficientemente fuerte


como para llamar la atención de los otros clientes y empleados.

La boca de Nena se abrió, pero no salió nada. Se encogió de


hombros y agitó la cabeza.

—¿Hay una nota? —Juliette estalló, la ira rebanando con la


velocidad del calor blanco a través de su shock.

Nena sacudió la cabeza por segunda vez.

Agarrando su tarjeta, el sobre de dinero y el trozo de papel que


contenía más dólares de los que Juliette había visto en su vida,
salió furiosa del banco. En el centro de la ciudad, hirvió en una
rabia que se negó a ser obstaculizada. Si esperaba que el largo viaje
en autobús a la ciudad seguido de veinte minutos en taxi hasta la
puerta de la enorme finca de Killian, al menos, le daría algo del
fuego que la atraviesa con una venganza, estaba muy equivocada.
Sólo parecía juntarse alrededor de su garganta en un torno que
estrangulaba el aire de sus pulmones.

—No se vaya —le dijo al taxista cuando él subió por el camino


empedrado y frenó—. No tardaré mucho.

Abriendo la puerta a patadas, Juliette salió y se apresuró por las


grandes puertas. Dos hombres estaban afuera, con cigarrillos en la
mano. Ambos se adelantaron cuando ella se acercó.

—Necesito ver a Killian. ¡Ahora! —les gruñó.

—No sin una cita no lo harás. —respondió uno de manera uniforme.

—No me iré hasta que lo vea. —dijo Juliette, plantando sus pies y
cruzando sus brazos.
Tomando cada uno una larga calada de sus cigarrillos, la miraban
a través de los bucles que se enroscaban en sus fosas nasales y las
esquinas de sus bocas. Ambos parecían tener la misma altura, pero
uno claramente pasaba mucho más tiempo en el gimnasio. Cada
uno de sus bíceps era del tamaño de una sandía y tenía el pecho de
un pirata pícaro de una novela romántica. El otro era más esbelto y
delgado. Pero ninguno de los hombres de la noche anterior, al
menos que ella reconociera.

—Miren, estuve aquí anoche. Killian me conoce.

Una mirada lasciva que no le gusto torció su boca. Se inclinaron el


uno hacia el otro con miradas de complicidad que pincharon el
genio Juliette varios grados más.

—Déjalo ir, cariño, —dijo esteroide, riéndose—. Esto te hace parecer


desesperada.

Juliette se puso nerviosa. —¿Qué se supone que significa


eso? —grito.

—Significa que has tenido tu noche, así que muévete. El jefe no se


folla a la misma puta dos veces.

La humillación ardía detrás de sus ojos, dibujando lágrimas que


hacían temblar sus manos con el esfuerzo de no dejarlas derramar.
La sangre rugió en sus oídos, silenciando todo lo demás.

—No me voy a ir hasta que hable con él —gruño.

Los dos resoplaron y sacudieron sus cabezas. Uno le tiró el cigarrillo


a sus pies, fallando en la parte superior del dedo gordo del pie por
unos centímetros. La parte superior era de un rojo fundido que
emanaba humo.

Esteroides le dio un fuerte empujón en el costado. —¿Estás loco? El


jefe te matará si ve eso. Recógelo.
Enrojecido, el más pequeño se acercó y recogió la colilla humeante.
Así de cerca, Juliette tuvo que evitar las ganas de darle un rodillazo
en la cara. En vez de eso, vio como él se enderezaba y caminaba por
el lado de la casa, dejando a Juliette sola con esteroides, que recibió
una llamada a través de la radio enganchada a su cinturón.

—¿Sí?

—¿Problema? —La voz preguntó.

Esteroides le robo un vistazo a Juliette. —No.

Se dio la vuelta para murmurar en el dispositivo. Mientras no podía


oírlo, Juliette sabía exactamente lo que les decía y la ira al rojo vivo
volvió. Consideró la posibilidad de aplastarle la cabeza con una de
las plantas en maceta que había en el camino, pero no valía la pena
ir a la cárcel. En su lugar, tomó una decisión de huir en una fracción
de segundo. Corrió como si su vida dependiera de ello. No se detuvo
hasta que se estrelló contra las puertas principales. La perilla
estaba fría como el hielo en su mano mientras la apretaba
bruscamente hacia la derecha. Detrás de ella, esteroides le gritó que
se detuviera. Pero Juliette se lanzó al vestíbulo y cerró la puerta de
golpe detrás de ella. Por si acaso, giró la cerradura en su lugar.
Luego se dio vuelta sobre sus talones y corrió hacia adelante,
pasando la escalera curva hacia la parte de atrás de la casa sólo
para detenerse al oír el sonido de las voces que venían de la cocina.

Maldiciendo, ella dio vueltas y subió las escaleras, tomando de dos


en dos a la vez hasta la cima. Abajo, las voces se elevaron, al igual
que el sonido de las pisadas. Jadeando, bajó por el pasillo, tratando
de recordar si ese era el camino de la noche anterior. No esperaba
que Killian siguiera en el dormitorio, pero era un lugar para
empezar.

—¡Oye!

Con un grito de sorpresa, Juliette pasó por la segunda escalera y


corrió por el pasillo en dirección contraria al pequeño ejército que la
perseguía. El trueno de los pasos resonó como bombas que estallan.
Reflejaba los latidos de su corazón. La parte inferior de sus pies le
dolía con cada golpe de su sandalia. Ella lo ignoró mientras corría
ciegamente por el interminable pasillo. Al final, por pura
desesperación, se agachó en la primera puerta abierta y cerró de
golpe las puertas tras ella. La cerradura se abrió en su lugar,
sonando extrañamente apagada en sus oídos.

Jadeando, se alejó tambaleándose de la barricada justo cuando todo


se estremeció con el peso que la golpeó desde el otro lado. Se le
escapó un sonido que era algo entre un gemido y un quejido; la
puerta no aguantaba. Lo más probable es que tuvieran una llave.
Estaba atrapada.

—¡Mierda! —ella jadeó, levantando un tembloroso y quitándose los


cabellos de su sudorosa frente.

—¿Juliette? —La ruptura del silencio le arrancó un grito frenético


antes de que se diera cuenta. Killian se sentó detrás de un enorme
escritorio, rodeado de papeles y con una expresión que insistía en
que no la esperaba.

—Killian...

La puerta dio otro violento temblor que la hizo retroceder y alejarse


de ella.

Killian miró desde ella a la puerta antes de alcanzar el teléfono de


su escritorio. Pulsó un botón y se puso el auricular en la oreja.

—Retírate —le dijo a la persona del otro lado, sin quitarle los ojos
de encima a Juliette—. No. Yo me encargo. —Dejó el teléfono y se
levantó—. ¿Qué haces irrumpiendo en mi casa?

—¡No entré a la fuerza! —ella respondió—. Yo entré


corriendo, —terminó lamentablemente. Suspiró cuando él
simplemente arqueó una ceja—. Necesitaba verte. —Se movió al otro
lado de la habitación. Eran casi veinte pasos desde la puerta hasta
el escritorio. Busco en su bolso— ¡No es un arma! —Ella se quebró,
perdiendo la calma en el momento en que sus ojos se entrecerraron
cautelosamente. Arrancó el balance del banco y lo deslizó y golpeó
en el escritorio entre ellos—. ¿Esto es tuyo? ¿Tú hiciste esto?

Le dio una mirada fugaz. —Sí —dijo—. Hice que lo transfirieran esta
mañana.

—¿Por qué? —Sus dedos se apretaron alrededor de la correa de su


bolso—. ¿Por qué pondrías esto o cualquier otra cosa en mi cuenta?
¿Por qué...? —Se lamió los labios cuando que se engancharon en
sus dientes secos—. ¿Cómo conseguiste la información de mi
cuenta?

—No es muy difícil si conoces a las personas adecuadas para


preguntar, —respondió simplemente.

—¿Por qué? —dijo otra vez, más fuerte—. ¿Por qué demonios crees
que querría tu dinero?

—¿Quién no quiere dinero? —dijo.

—¡Yo no! —Se pasó los dedos hacia atrás a través de su


cabello—. No quiero nada de ti. Estoy segura como el infierno que
no quiero tu... tu prostitución... —Ella rompió, dándose cuenta con
cierto horror de que estaba a punto de estallar en lágrimas—. ¡No
soy una puta! ¡No me acosté contigo por dinero!

Pero ella lo hizo, pensó miserablemente. Pero no el dinero de Killian.


Se había acostado con él para alejarse de Arlo. Se había vendido por
la libertad.

—No es por eso...

—¡Tómalo de nuevo! —Trató de ignorar las lágrimas que se


aferraban peligrosamente a sus pestañas mientras lo miraba con
ojos brillantes desde el otro lado del escritorio—. Devuélvelo.
Todo. —Ella le empujó la hoja. Atrapó el aire y se deslizó sobre el
borde del escritorio y desapareció de la vista— Ahora. ¡Por favor!

El no alcanzó el papel, ni miró hacia otro lado.

—No puedo —dijo con ese mismo nivel de calma que empezaba a
irritarla—. Ya ha sido transferido.

—Bien. —Se enderezó—. Haré que el banco te lo envíe de vuelta.


Dame tu número de cuenta.

Él dudó y, por un momento, ella pensó que se iba a negar. —Si no


lo haces, haré que le retiren todo y lo dejaré en tu
puerta, —amenazó.

Debió mostrar en su rostro que lo decía en serio, porque a


regañadientes agarro un bolígrafo y un trozo de papel. Pero continuó
observándola incluso cuando el bolígrafo estaba sobre el papel.

—¿Estás segura de esto? —preguntó, lo que hizo que ella quisiera


lanzarle algo a la cara.

—El hecho de que puedas preguntarme eso es un insulto en sí


mismo, —dijo con toda la calma que pudo reunir—. No me acuesto
con hombres por dinero. No me acosté contigo para que me pagaras
después. ¿De verdad cree que mi cuerpo tiene un precio, Sr.
McClary? Ese es su nombre, ¿no?

Hizo un asentimiento mudo.

Juliette siguió adelante. —Puede que no tenga mucho en este


mundo, pero tengo mi orgullo y esto no está bien. —Ella aspiró un
aliento—. Información de la cuenta, por favor.

Lo garabateó sin siquiera mirar y lo pasó por alto. Juliette lo cogió.

—¿Puedo usar tu teléfono?

Hizo otro asentimiento silencioso.


Al no encontrar su mirada, ella marcó a su banco e hizo la
transferencia de vuelta a su cuenta. Comprobó con el empleado que
todo fue enviado, cada centavo antes de colgar. Dejó el papel con el
número de cuenta en su escritorio y dio un cuidadoso paso atrás.
Sus manos se retorcieron en la correa de su bolso mientras
contemplaba qué decir a continuación. No parecía haber nada.
Mientras que la mayoría de la gente habría encontrado encantador
o dulce el gesto de que él depositara una loca cantidad de dinero en
su cuenta, ella lo encontró equivocado y violento. ¿Por qué el no
podía decirle que quería darle dinero? Seguro que ella habría dicho
que no, pero la alternativa era de alguna manera mucho peor.

Sin desafiar ni una sola palabra, se giró sobre sus talones y se


dirigió a la puerta. Sus dedos estaban pegajosos de sudor cuando
destrabó la cerradura y abrió las puertas de un tirón. No menos de
cinco hombres avanzaron simultáneamente para bloquear su
camino cuando salió de la habitación. Uno de ellos incluso la
alcanzó y ella se preparó para apartarlo de un golpe.

—Déjala ir. —La voz de Killian cortó el espacio y la mano se alejó.

Juliette fulminó con la mirada al dueño de la mano antes de salir


furiosa en la dirección en la que había venido.

Regresó a su parte de la ciudad con sólo cien desperdiciados en el


taxi. Aparentemente la parte rica de la ciudad no creía en los
autobuses o en salvar el medio ambiente. El taxista había
mantenido el taxímetro en marcha mientras Juliette corría por su
vida por la casa de Killian. Eso la hizo preguntarse qué habría hecho
él si la hubieran matado. ¿Seguiría esperando?

Decidiendo no pensar en ello, Juliette volvió al banco. El dinero de


Killian había desaparecido y Juliette no pudo evitar el
arrepentimiento que se apoderó de ella. Ese dinero podría haber
resuelto muchos de sus problemas. Podría haber pagado la hipoteca
de un año y la matrícula de Vi de los próximos tres años. Además
de tener dinero de sobra. Pero si ella había aprendido algo del error
de su padre, era que nadie daba nada y Juliette no fue tan estúpida
como para dejarse caer en esa trampa con otro prestamista. No
ahora que finalmente se había liberado. Además, su virginidad no
tenía precio y no dejaba que Killian le diera uno.

—Sólo hay cuatrocientos aquí, —le dijo Nena, contando el dinero del
sobre en el mostrador.

—No —dijo Juliette, inclinándose para ver—. Eso no está bien.


Anoche tenía siete ahí dentro. Le pagué cien al taxista. Debería
haber seis.

Nena miró los billetes de cuatrocientos dólares con atención. —Lo


siento, amor. Tal vez lo gastaste en algún lugar sin
pensar. —Juliette sacudió la cabeza—. No, yo… —Pero no tenía
respuesta. Las pruebas estaban justo delante de ella. Cuatro
miserables billetes.

No tenía sentido que Arlo se quedara con doscientos y devolviera el


resto. ¿Se le había caído accidentalmente en algún lugar?

Saqueó su bolso y salió con las manos vacías.

¿Le había dado al taxista trescientos? La idea hizo que le doliera el


estómago. Pero no había nada que pudiera hacer. El dinero había
desaparecido.

Depositando lo que quedaba, se apresuró a casa para agarrar sus


cosas para el trabajo, su mente aún envuelta en los doscientos
desaparecidos. La casa estaba oscura y tranquila. La Sra. Tompkins
probablemente estaba descansando. Vi estaba en su habitación o
fuera con su amiga. Juliette optó por salir porque la casa no
temblaba con el sonido de una banda de chicas enojadas. Parte de
ella estaba realmente aliviada. Por mucho que quisiera a su
hermana, nunca podría llegar a gustarle mucho. No por celos de
que Vi fuera libre de hacer lo que quisiera y poseyera una ignorancia
que Juliette deseaba tener, sino porque Vi era una mocosa, una
mocosa malcriada e inútil. Juliette sabía que su hermana conocía
el alcance de su situación. Sabía que Juliette tenía tres trabajos
para pagar su casa, comida y ropa. Por no mencionar la matrícula
de Vi, pero eso no evitaba que la chica se quejara de todo y exigiera
más. Y después de trabajar dieciocho horas diarias y lidiar con todo,
Juliette no tenía paciencia para las tonterías de su hermana.

En su habitación, rápidamente agarró la bolsa con su uniforme


recién lavado. El estrés de perder dinero se enredó con la
preocupación de comprar comida para el próximo mes y pagar las
cuentas. Ella no sabía cómo iban a hacer ambas cosas con sólo
cuatrocientos. Por lo menos con siete ella tenía algo de margen de
maniobra. Tal vez podría hacer otro turno en la sala de juegos, o
conseguir otro trabajo. El Walmart de abajo estaba contratando
personal para el turno de noche. Era una opción.

Atándose el cabello, salió de su habitación y se dirigió a las escaleras


justo cuando la puerta principal se abrió con un golpe y Vi entró
con sus tacones gruesos. Tiró su bolso al lado de la puerta y lanzó
sus llaves en el plato de cristal con un estruendo ensordecedor.

—¡Jesús! —Juliette siseó, bajando rápidamente las escaleras—. La


Sra. Tompkins está durmiendo. No hagas ruido.

Los ojos marrones se pusieron en blanco. —Por favor. Tiene como


cien años. Puede dormir todo lo que quiera cuando esté muerta.

Se necesitó toda su fuerza de voluntad para no golpear a su


hermana.

—Eres increíble, —dijo en su lugar—. ¿Dónde has estado?

—Con amigos, —fue su respuesta con un giro de rizos rubios.

Juliette abrió la boca para hablar cuando notó que la chaqueta de


cuero lisa se ponía sobre un bonito top rojo y unos nítidos vaqueros
nuevos.

—¿De dónde los has sacado? —exigió.


—¿Qué? ¿Éstos? —Vi tiró del dobladillo de la chaqueta de la barra
del estómago—. Los he tenido por años.

—No, yo lavo la ropa —le recordó a la chica con agudeza—. Nunca


he visto eso. ¿De dónde los has sacado?

—Los tomé prestados.

—¿De quién?

—¡Oh, Dios mío! ¿Eres como mi madre o algo así? No necesito


decírtelo.

Juliette se puso de pie en el camino de la chica cuando Vi empezó


a subir las escaleras. —¿Anoche agarraste dinero de mi bolso?
¿Doscientos dólares?

La suave inclinación de su mirada, el ausente desplazamiento de su


mano que se mueve para rascar su oreja, lo dijo sin decir una
palabra.

—¿Tienes alguna idea de lo que has hecho? ¿Tienes alguna idea...?

—¿Qué? —Una mano pálida se clavó como una lanza en su cadera


delgada—. Tú eres la que mintió y dijo que no tenías dinero. ¿Y qué?
Sólo tomé como dos billetes.

—¡Ese dinero no era mío! —Juliette gritó—. Tomando ese dinero


podrías haber hecho que me mataran! ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por
qué eres tan horrible...?

—¿Horrible? —Vi gritó—. ¿Yo? Yo no soy la que miente y se va a


todas horas del día y de la noche...

—¡A trabajar! —Juliette respondió—. Trabajo para que puedas


quedarte en esa estúpida escuela con tus estúpidos amigos, para
que puedas tener una casa y comida. He sacrificado todo...

—¿Qué demonios has sacrificado? ¡No has hecho nada por mí!
Juliette se alejó antes de que pudiera golpear a la chica en la boca.

La ira imparable no se parecía a nada que hubiera sentido en su


vida. Ni una sola vez había querido físicamente herir a su hermana
antes y, aun así, en ese momento, era todo lo que quería. Vi no tenía
ni idea de lo que habría pasado si Arlo hubiera abierto el sobre y
hubiera encontrado doscientos desaparecidos. Juliette no podía ni
imaginar lo que él habría hecho. Apenas había salido de allí con
vida.

La misma idea la hizo doblarse, con el cuerpo mojado por el sudor


frío. Le pesaba el estómago, pero no había nada que vomitar. Cerró
los ojos contra las lágrimas y esperó a que el mundo dejara de girar.

La gente se movía a su alrededor, pero nadie se detenía para


preguntarle si estaba bien. A nadie parecía importarle que se
aferrara a un poste de estacionamiento, se dobló con lágrimas en su
rostro. ¿Y por qué lo harían? Pensó miserablemente. A nadie le
importaba nadie más. Lo máximo que podía pedir era que alguien
denunciara su cuerpo en descomposición si algún día terminaba
muerta en la calle. Incluso entonces, probablemente no sucedería
sin que alguien se detuviera primero a tomar un auto.

La idea le disgustaba más que el hecho de que su propia hermana


le hubiera robado después de que Juliette sacara ese dinero para
protegerla. Sólo solidificó sus sentimientos hacia la chica. Pero no
había nada que hacer ahora, salvo ponerse a trabajar y con suerte
pasar la noche en una sola pieza.

Marie López, una mucama con la que Juliette había hablado en la


extraña ocasión en que estaban limpiando el mismo nivel que la
esperaba cuando llegó. La mujer debe haber salido del turno de
mañana. Se estaba poniendo su abrigo sobre su uniforme de
mucama. Vio a Juliette y se dirigió hacia allí.

—Un hombre te buscaba. —dijo, siguiendo a Juliette hasta su


locker.
Juliette se detuvo frente a ella. —¿Qué hombre?

Marie se encogió de hombros. —Blanco. Cabello oscuro.

Reflexivamente, su corazón dio un salto en su pecho. La sensación


era extraña, pero ella la reconoció como una excitación.

—¿Ojos negros? ¿Bonitos de ver?

Marie arqueó una ceja. —No sé si es hermoso de ver, pero tenía un


lindo cabello.

No Killian, pensó, la emoción se desinflaba. Marie definitivamente


recordaría una cara como la suya.

Juliette frunció el ceño. —¿Qué quería?

Marie se encogió de hombros otra vez. —La señorita Candy Ass tomó
un mensaje.

La Srta. Candy Ass5 era Celina Swanson, la amargada recepcionista


que se rumorea que se acuesta con Harold Whitefield, el gerente.
Ella actuaba como si fuera la realeza del hotel cuando en realidad
era la pesadilla de la existencia de todos.

Juliette se quejó. —Grandioso. —Gracias, Marie.

Dando la espalda a la dirección que había tomado, salió del


vestuario.

Celina estaba en su lugar habitual en el mostrador de la entrada,


su sonrisa de un millón de dólares amplia y deslumbrante mientras
pasaba las llaves de la habitación a la pareja del otro lado. Todo,
desde su elegante melena rubia hasta sus ojos azules de zafiro, era
perfecta y probablemente le costó a su padre, y a varios amantes
ricos, un bonito centavo para mantenerlo. Siempre le recordó a
Juliette a una estrella de telenovela, con todos sus dientes y grandes

5 Persona despreciable
tetas. Además, hacía esa cosa de pestañear como una niña pequeña
cada vez que agradecía a un huésped que viniera al Hotel Twin
Peaks. Por alguna razón, eso volvió loca a Juliette.

También fue la razón por la que Juliette nunca pudo conseguir un


puesto de recepcionista por mucho que lo intentara. Durante cuatro
años, su solicitud fue denegada y sabía que era porque Harold le
había dado a Celina infinitos poderes de Dios sobre quién obtenía
el puesto. Sólo había dos puestos, uno para el anfitrión de día y otro
para el turno de noche. Celina era la propietaria del turno de día,
así que nadie tenía esperanzas de conseguirlo a menos que Celina
se desplomara misteriosamente un día. El puesto pagaba el doble
de lo que Juliette ganaba como mucama y había más que hacer que
sentarse a esperar que llegaran los invitados. Pero a Juliette no le
importaba la posición nocturna. Significaba que podía mantener su
trabajo en la cafetería, dejar su trabajo en la sala de juegos y dormir
bien por una vez. Pero Celina sólo contrataba a sus amigos, que
siempre terminaban siendo despedidos en una semana. Fue
suficiente para que Juliette quisiera escribir una queja formal, pero
como la queja iría a Harold... fue una pérdida de tiempo.

Esperó a que la pareja se alejara, con el equipaje a cuestas, antes


de dirigirse a la Reina.

—Hola Celina.

La sonrisa se convirtió inmediatamente en una burla. —¡No


deberías estar aquí! Es la política del hotel...

—¿Alguien vino a buscarme hoy?

Labios brillantes y rosados unidos con una clara molestia por haber
sido interrumpidos. Pero ella tomó un pedazo de papelería del hotel
y lo golpeó en el mostrador.

—No soy tu recepcionista. Diles a tus amigos que te hagan llegar


sus mensajes ellos mismos.
Ignorando eso, Juliette agarró el papel y se apresuró a ir a la parte
de atrás.

Llámame.

Arlo.

Las entrañas de Juliette se retorcieron. Sus manos temblaban. Las


náuseas que había estado combatiendo todo el camino al trabajo se
le pegaron en la garganta. Apenas se las arregló para convencerse
de que volviera a leer la nota. No podía ser posible. Ella había hecho
todo lo que él le pidió. Cuando se fue, Killian estaba feliz. A menos
que llamara a Arlo esa mañana y... no. No. Dios, ¿era eso? ¿Se había
quejado con Arlo por su comportamiento? Maldita sea. Debería
haberse quedado con el maldito dinero. Su dignidad no significaba
nada si estaba muerta.

Con el corazón acelerado, corrió hacia la sala de personal y el


teléfono público. Sus dedos temblaron cuando introdujo los 50
centavos necesarios y marcó el número del móvil de Arlo.

Respondió en el segundo timbre.

—¿Sí?

Juliette tragó audiblemente una vez para humedecer su garganta.


—So... soy yo. Juliette.

—¡Juliette! —sonaba encantado, como si fueran viejos amigos que


no se hablaban desde hacía mucho tiempo—. Recibiste mi mensaje,
¿eh? ¿Cómo fue tu noche?

Mareada, se desplomó contra la pared y cerró los ojos. —Bien.

—Si... ¿Le hiciste pasar un buen rato a nuestro amigo?

Sin tener ni idea de cómo se supone que iba a ser un buen momento,
Juliette respondió: —Creo que sí.

—¿Crees que sí? Pensar así no es suficiente, Juliette.


—Sí —corrigió—. Lo hice.

—Bien, porque necesito que hagas algo más por mí.

El ceño fruncido apretó la frente de Juliette. —¿Qué?

—Sí, es fácil.

—No —jadeó—. Dijiste que habíamos terminado. Que si... que, si


hacía lo que decías, te olvidarías de la deuda.

—Y lo dije en serio, —prometió sin problemas—. El mes que me


debías está perdonado. Hecho. No necesitas preocuparte por eso
nunca más.

No. No!

Se hundió hasta el suelo bajo la cabina telefónica. —No, eso no es


lo que dijiste...

—Sí, lo fue —Se rió, largo y tendido—. ¿Realmente pensaste que me


refería a toda la deuda? Jesús, Juliette, eso es una locura. Pero tengo
una forma de que te deshagas de todo en cuestión de un par de
semanas.

Se estaba cuajando dentro de ella para decir que no y colgar, pero


eso fue sólo un suicidio.

—¿Qué? —Incluso para sus propios oídos, la única palabra sonaba


dentada y hueca.

—Sabía que te gustaría eso. —Escuchó algo que se rompió en el


fondo. Bolas de billar tal vez—. Necesito que veas a Killian de nuevo.

—¿Killian? ¿Por qué?

—Porque tiene algo que necesito y sólo tú puedes conseguirlo para


mí.

—¿Qué?
—No te preocupes por eso ahora mismo. Sólo vuelve a ponerte en sus
manos y te diré qué hacer cuando sea el momento adecuado

—Espera. ¿Cómo...?

—Oh vamos, vamos, Juliette. Eres una mujer. ¿No estás dotada de la
habilidad de atraer a los hombres a tú red? —Se rio cuando ella no
dijo nada—. Vale, mira, estás en el trabajo, ¿verdad? ¿A qué hora
sales?

—Mi primer turno termina a medianoche, —se ahogó.

—Grandioso. Llámame cuando termines.

Con eso, colgó


Killian estudió el recibo bancario que Juliette había dejado atrás y
pensó en la mujer que había evadido a sus hombres y arriesgado
su vida para decirle que se retractara de algo que la mayoría de la
gente nunca habría cuestionado. El dinero fue lo que transformó
su mundo. Era algo por lo que todos trabajaban muy duro para
obtenerlo y conservarlo, incluyendo el asesinato. Sin embargo, ella
se lo había tirado a la cara, aunque era obvio por su recibo bancario
que no tenía ninguno. Con su cantidad desaparecida no habría
nada ahí. Entonces, ¿por qué lo había devuelto? ¿Por qué todo?

Dejó el papel en su escritorio y lo miró fijamente un poco más,


decidido a darle sentido al misterio que era Juliette Romero, porque
no tenía sentido. Ella no tenía sentido y cuanto más pensaba en
ella, menos sentido tenía.

—¿Señor? —Frank oscureció la puerta abierta de la oficina de


Killian, con las manos bien juntas frente a él. Miró a Killian con
ojos fríos y negros—. El auto está listo.

—¿Ya? —Automáticamente, su mirada se dirigió a su reloj.

—Sí, señor.

Jesús, ya eran más de las once. ¿Adónde diablos se había ido el


tiempo? Echó un vistazo al montón de papeles esparcidos por toda
la extensión del escritorio favorito de su bisabuelo. Nada de eso
estaba terminado. Había empezado, pero en algún momento su
mente había vuelto a esa mañana y a Juliette y no había regresado.

Juliette.
Miró el recibo sentado ahí, burlándose de él y negó con la cabeza.
Maldita sea, si eso no acaba de probar su teoría sobre ella.

Peligroso. Definitivamente. Absolutamente. Sin duda alguna.

Arrastrando el recibo al cajón superior de su escritorio, Killian se


levantó. Abrochó el botón de su chaqueta y se dirigió a donde
estaba el otro hombre. Ninguno de los dos dijo una palabra más
mientras Killian bajaba las escaleras y salía por la puerta principal.
La limusina y el BMW habían sido cambiados por una simple
limusina en gris metálico. Marco se paró en la puerta,
manteniéndola abierta. Inclinó la cabeza ligeramente hacia
adelante en señal de que Killian se acercaba.

—¿Quiere hacer alguna parada antes de que lleguemos al club,


señor?

Killian sacudió la cabeza. —No, gracias, Marco. Directo ahí, por


favor.

Marco inclinó la cabeza de nuevo cuando Killian tomó el asiento


trasero y la puerta se cerró detrás de él. Frank apretó su gran
cuerpo en el lado del pasajero, girando su cuerpo y haciendo que
el pequeño ambientador de pino se balanceara bajo el espejo
retrovisor.

Killian sacó su teléfono y se desplazó distraídamente a través de los


correos electrónicos que pasaría la noche revisando. Nunca pareció
haber escasez de la basura que la gente le enviaba. Hizo una nota
mental para conseguir que alguien revisara el desastre por él. Le
consumía mucho tiempo y ya tenía muy poco para desperdiciarlo.

—Señor, ¿quiere que doble la seguridad de la casa? —Frank rompió


el silencio, la atención fijada en el pequeño teléfono de su enorme
palma—. Creo que después del incidente de esta mañana...
—No, —dijo Killian, guardando el teléfono y dirigiendo su mirada a
la ventana—. Si Juliette regresa, debo ser informado
inmediatamente.

Frank levantó la cabeza y la giró ligeramente sobre el


asiento. —Señor, eso no es aconsejable. Ser poco riguroso con la
seguridad...

—Ella no es una amenaza, —interrumpió y casi se río; ella no era


nada si no la mayor amenaza que Killian había
enfrentado—. Quiero estar informado.

Frank inclinó su cabeza una vez antes de teclear las instrucciones


en el teléfono. Killian sabía que se enviaría a cada miembro de su
equipo de seguridad como una actualización.

—Max acaba de informarme que la transferencia de dinero que


pidió que se enviara esta mañana fue devuelta. —Frank hizo una
pausa para desplazarse con más cuidado a través del mensaje—
. Tal vez hubo un error con el banco o los números de cuenta que
Domino recuperó. ¿Le gustaría que se reenviara o que investigara
el asunto?

Killian sacudió la cabeza. —No.

Frank le envió el mensaje a Max.

No hubo más preguntas mientras se dirigían al corazón de la


ciudad y al nuevo club nocturno de Killian. Ice era sólo uno de
quince, pero hasta ahora, era su favorito. El diseño de vidrio y acero
le recordaba a vivir en un castillo de hielo. El lugar era espacioso,
con tres pisos completos para bailar, un bar y un menú
completamente abastecidos y un barman que podía hacer casi
todas las bebidas bajo el sol. Además, era el primer establecimiento
que había comprado con dinero que no pertenecía a su familia.
Había venido de su propio trabajo duro y eso solo lo hacía especial.
El auto fue llevado detrás del edificio y Killian salió antes de que
Marco le abriera la puerta. La noche estaba húmeda con la
promesa de la lluvia. Las calles ya brillaban como diamantes
negros y crujían bajo sus suelas mientras entraba.

La puerta trasera se abría justo detrás de la pista de baile y estaba


custodiada por un gorila fornido que evitaba que la gente se colara
dentro sin pagar la entrada. Le dio a Killian una mirada fugaz antes
de volver los ojos a la multitud.

Marco tomó la delantera, abriendo un camino a lo largo de los


bordes del piso repleto hacia las escaleras que se encuentran en
una esquina hacia la parte de atrás. Bajo sus pies, las luces emitían
tonos de neón que se reflejaban en las mesas, paredes y techos de
cristal. Las luces estroboscópicas pulsaban al tiempo con el pesado
sonido del bajo y se balanceaban salvajemente sobre la piel
sudorosa y los vestidos brillantes. El lugar estaba lleno y sabía que
afuera ya habría una línea. No le prestó atención a nadie mientras
seguía las escaleras hasta el tercer piso. Frank estaba a sus
espaldas, moviéndose con una gracia silenciosa que un hombre de
su tamaño nunca debería poseer.

En la parte superior, Killian abrió la puerta metálica que daba a su


oficina y entró en el cuadro que daba a todo el club. La mayor parte
era un cristal de un solo lado que brillaba en un azul púrpura
profundo que hacía juego con la alfombra de felpa que estaba
debajo del sofá de cuero y la mesa de café de cristal. Había una
barra de ónix empujada contra el lado derecho con estantes de
vidrio incorporados en la pared detrás de ella. A la cabeza de la
habitación había un escritorio con un ordenador.

No era el club más original o elegante que tenía, pero era suyo.

Se acercó a la pared de cristal y miró hacia abajo a las figuras en


movimiento. Bellas mujeres con cuerpos brillantes apenas
cubiertos por retazos de tela se balanceaban y se pavoneaban con
una música que no podía oír en los confines insonorizados de su
refugio. Pensó que podía tener a cualquiera de ellas. No ignoraba
su aspecto ni el hecho de que era uno de los hombres más ricos del
país. A las mujeres les gustaban ambas cosas y él las había usado
en el pasado para conseguir lo que quería. Pero el dinero no había
funcionado con Juliette. Nada de lo que hacía parecía
impresionarla y no estaba seguro de lo que eso decía de él o ella.

Abajo, una cabeza roja con un vestido verde ajustado contra una
morena. Las dos estaban atrayendo un montón de admiradores
masculinos y Killian no podía culpar a ninguno de ellos. La pareja
era hermosa, joven y borracha. Estaba medio tentado de unirse a
ellas. Tentado, pero no exactamente motivado a seguir adelante. Ni
siquiera cuando la pelirroja deslizó su mano por la falda de la
morena y la morena atrapó su labio inferior entre los dientes.

—¿Quién se encarga de los pisos?

Frank revisó su teléfono. —Un tipo nuevo, Brock. ¿Por qué?

—Dile que saque a las dos estrellas del porno de la pista de baile
antes de que tengamos una orgía en nuestras manos.

Escuchó a Frank levantarse del sofá y caminar detrás del hombro


de Killian. Encontró a los dos y sacudió la cabeza. Sin decir nada,
se dio la vuelta y salió de la habitación. Killian vio como su jefe de
seguridad llegaba al nivel principal y cortaba un amplio camino
hasta donde estaban las chicas, con los labios cerrados
apasionadamente y sin darse cuenta de nada hasta que las
apartaron. Hicieron pucheros. Los hombres a su alrededor
abuchearon. Pero las dos fueron escoltadas fuera del piso hacia la
salida.

Killian agitó la cabeza.

Por muy divertido que fuera ver todo, él no dirigía ese tipo de
negocios. Seguro que sabía que había sucedido. Sabía que habría
envoltorios de condones desechados en el baño para cuando la
noche terminara, pero eso no significaba que hiciera la vista gorda.
Se acabó el show, dirigió su atención al resto del lugar. Observó a
las camareras, al camarero, al DJ. Tomó nota de la iluminación y
de la forma en que los clientes se movían por las mesas de cristal.
Todavía había mucho trabajo que hacer, pero hasta ahora nada
que llamara su atención inmediata.

Distraídamente, sacó su teléfono y comprobó la hora. Era todavía


bastante temprano, pero no tenía ningún deseo de estar allí.
Después de una noche de insomnio, una parte de él quería ir a casa
e intentar unas pocas horas para una siesta, no es que le sirviera
de nada. Sabía que sólo daría vueltas hasta que la frustración lo
impulsara a caminar por la propiedad. De vez en cuando, tenía
suerte y se las arreglaba una o dos horas. Esas noches eran raras
y normalmente se veían perturbadas por visiones de sangre, gritos
y muerte. Había veces que se obligaba a permanecer despierto para
no tener que ver eso.

Esa noche, estaba exhausto. Su cabeza se sentía llena de algodón


y plomo y no tenía sentido concentrarse como sabía que debía
hacerlo.

Tal vez debería irse a casa, decidió vagamente mientras miraba los
ocho nuevos mensajes que parpadeaban en su pantalla. Unos
pocos a los que sabía que tenía que responder inmediatamente
mientras que el resto podía esperar hasta la mañana. Pero fue el
mensaje de texto de un número desconocido lo que le dio la pausa.

Era una serie de letras y números aparentemente aleatorios que se


mezclaron para formar dos párrafos. Cualquiera que no estuviera
familiarizado con el lenguaje secreto que él y Maraveet habían
pasado todo un verano inventando como niños, automáticamente
asumiría que el teléfono del remitente le había enviado
accidentalmente un mensaje estando en el bolsillo. Pero Killian
sabía exactamente quién era el remitente y lo que decía el mensaje
y le hizo resoplar en respuesta.
—Odio a los patos —comenzó a la manera de Maraveet— Criaturas
viciosas e improbables. ¿Por qué no se extinguieron en lugar de los
tigres blancos? Oh, es cierto, porque son inútiles. Compré zapatos
nuevos en una pequeña tienda de París y me detuve en una cafetería
para tomar un café y uno de los pequeños cabrones me robó la caja.
La agarro de debajo de la mesa y se fue. Tuve suerte de no estar
armada o estaría comiendo pato para la cena. ¿Qué es eso que he
oído sobre tu loca idea de abrir un club nocturno en Nueva York?
Nada dura allí, excepto las condiciones cuestionables de la carretera
y esos vendedores de perritos calientes. Te lo digo, no estoy
convencida de que sean todos carne de vacuno. Aún no puedo creer
que compraras uno el verano que fuimos a ver la Estatua de la
Libertad. Pensé que mamá iba a morir allí mismo en la calle. No seas
demasiado mimado, ¿eh?

Maraveet era lo más cercano que tenía a una hermana. No


compartían sangre, pero sus padres habían sido amigos íntimos y
Maraveet era la única hija de los socios de sus padres con el que
podía jugar. Nunca le importó. Ella había sido una molestia la
mayoría de los días, pero también le había hecho compañía, lo que
era un gran problema cuando no había nadie más.

Pero todo eso cambió cuando sus padres fueron asesinados y


Maraveet fue llevada a vivir con ellos. Sólo tenían siete años, pero
ella estaba devastada. Durante meses, había vagado por la
propiedad, llorando a lágrima viva. No lo había entendido en ese
momento, tenía sus propios padres, así que su pérdida era algo con
lo que no podía relacionarse. Pero cuando perdió a su madre, y
luego a su padre en el lapso de unos pocos años, lo entendió
demasiado bien. Ese fue el año en que Maraveet los consideró
malditos y le dijo que se alejara de ella. Que mientras se
mantuvieran separados, no serían usados como peones contra el
otro.

—Si parece que no tenemos a nadie, no tendremos que ir a otro


funeral. — Esa había sido su lógica.
Killian la había dejado ir. No pudo retenerla, aunque lo intentó. Ella
ya había tomado una decisión y la noche de su decimoséptimo
cumpleaños, hizo sus maletas y se fue a París para hacerse cargo
de los negocios de su familia. Era buena en eso y la hacía feliz.
Ocasionalmente, ella le enviaba un mensaje de texto encriptado
con pistas de su nueva aventura, pero él no le había puesto los ojos
encima en años.

—Tal vez el pato olió ese repugnante perfume que tanto te gusta y
pensó que eras su pareja, —le escribió, sonriendo para sí
mismo—. Y no hay nada malo en Nueva York. Ese perrito caliente
sabía delicioso, aunque no fuera carne de vacuno. Además, puedo
ser un mimado todo lo que quiera. No es como si estuvieras aquí
para detenerme.

Al pulsar “enviar”, Killian guardó el teléfono y volvió a mirar el vaso.


Sabía que Maraveet no volvería a contestar. No por varios meses,
tal vez incluso años. Pero al menos escribió. Le tranquilizó el hecho
de que uno de los criminales con los que siempre andaba no la
había matado. Era realmente una cuestión de tiempo, sobre todo
cuando pasaba su tiempo contrabandeando mercancía de un país
a otro y encontrándose con cárteles de la droga y asesinos. Y decirle
que lo dejara estaba fuera de discusión; tenía un olfato criminal
como su padre y se negaba a reconocer la posibilidad de ser
traicionada. Era demasiado buena en lo que hacía, y estaba el
hecho de que conocía los trapos sucios de casi todo el mundo. Sus
conexiones eran ilimitadas y la mantenían bien protegida, lo que le
daba cierta tranquilidad.

El teléfono sonó en su bolsillo, sorprendiéndolo


momentáneamente. Sabía que no sería Maraveet incluso antes de
sacarlo, pero una parte de él esperaba que lo fuera. Era ridículo y
lamentable, pero no había tenido a nadie con quien hablar en años.
Claro, hablaba de muchos asuntos con mucha gente, pero no había
tenido una conversación normal con una persona normal en tanto
tiempo, que ni siquiera podía recordarlo. Tal vez fue con Maraveet
antes de que se fuera. Tal vez fue con su padre antes de que
muriera. Ambos se habían desvanecido en dos dígitos. Nadie
entendía realmente lo solitario que era una isla de uno.

Tan pronto como el pensamiento penetró, lo hizo a un lado. Los


dedos dentados de la debilidad y la duda cortaron la carne antes
de que fuera forzada a volver a los profundos recovecos de su
mente. Se concentró en el nuevo mensaje y en los muchos más que
esperaban su atención.

Pasó el resto de la noche repasando la correspondencia cuando un


revoloteo blanco le llamó la atención. Los destellos de color en un
club lleno de gente y luces no eran tan raros, pero era lo
suficientemente convincente como para llamar su atención y atraer
su mirada hacia la pista de baile.

Entre el mar de mujeres con exceso de sexo, prácticamente brillaba


con un resplandor que parecía eclipsar a todas las personas allí.
Era como si tuviera su propio foco brillando sobre ella, siguiéndola
mientras atravesaba la multitud de gente en dirección al bar. En la
semioscuridad, su vestido pálido irradiaba un color casi púrpura.
Su cabello atado a la espalda brillaba con un suave color dorado.
Mechas se habían escapado para enmarcar su rostro sonrojado y
la mirada ansiosa de sus ojos.

Durante varios momentos confusos, Killian sólo podía quedarse allí


y mirar con la boca abierta la maravilla. Su cerebro no podía
comprender si ella era o no una ilusión conjurada por el estado de
su imparable necesidad de ella o si de alguna manera lo había
encontrado. Ambas cosas lo llenaban de un cierto nivel de temor y
excitación. Él observó como ella se deslizó en un rincón y miró
hacia el suelo. Esperó para asegurarse de que ella no se moviera
del lugar antes de salir de la oficina y bajar las escaleras. Marco
miró hacia arriba desde abajo. Se enderezó cuando Killian se
acercó.
—Está bien, —le dijo al otro hombre mientras Killian pasaba junto
a él hacia el frente del bar.

Vio a Frank regresando, notó la confusión en la cara del hombre


cuando miró a Killian. Pero no intentó detenerlo, ni tampoco, como
Killian esperaba, dejó que se fuera solo.

Estaba exactamente donde había estado cuando la vio por primera


vez desde la oficina, escondida junto a la barra con su bolso
abrazado a su cintura y sus ojos moviéndose rápidamente entre la
multitud. Killian se detuvo para estudiarla, tomando nota de las
finas líneas que anudaban el lugar entre sus cejas y el inquieto roer
de sus dientes a lo largo de su labio. Estaba claro que estaba
esperando a alguien y no podía evitar preguntarse si era él. ¿Lo
había encontrado de alguna manera? Más importante aún, ¿qué
quería? Ya había dejado perfectamente claro que no quería nada de
él, ni él, ni su dinero. No estaba seguro de qué más podía ofrecer.
A menos que ella estuviera allí para otra noche de sexo intenso y
alucinante. Normalmente no se acostaba con la misma mujer dos
veces, pero sabía que no le diría que no si eso era lo que ella quería.
A decir verdad, tampoco podía dejar de desearla.

Un hombre se separó de las bailarinas y se dirigió hacia donde


estaba Juliette. Su acercamiento no era esperado. Juliette se puso
tensa y entrecerró los ojos cuando él se acercó. El agarre de su
bolso se apretó mientras el hombre se detuvo a pocos metros de
ella. Dijo algo que la hizo mover la cabeza y retroceder un paso.
Siguió su retirada y Killian se puso rígido. Afiladas hojas de ira se
arrastraron por su columna vertebral. Enroscaron sus dedos en
puños a sus lados y tensaron las líneas de sus hombros en una
sensación que Killian no se había permitido sentir en años.

El hombre continuó sonriendo mientras Juliette intentaba sin éxito


esquivarlo. Ella dijo algo y él se encogió de hombros, lenta y
deliberadamente. Se movió a su espacio de nuevo y Juliette levantó
una mano contra su pecho, sosteniéndolo incluso mientras lo
ignoraba. Capturó su muñeca y la usó para tirar de ella en sus
brazos. Sus manos la rodearon, deslizándose y acariciando su
espalda, costados y brazos mientras él balanceaba su cuerpo
contra el de ella en rotaciones de molienda. Juliette se retorció y
finalmente lo empujó hacia atrás. Ella dijo algo e, incluso desde la
distancia, Killian reconoció el calor. La ira. No muchas mujeres
pueden ser sexys cuando están enojadas. La forma en que sus ojos
se iluminaban cuando estaba furiosa era el mismo fuego que
brillaba en sus ojos cuando estaba excitada. Era caliente e intenso
y lo alimentaba con una poderosa oleada de adrenalina que sabía
que podía ser muy buena o mala.

La alcanzó de nuevo. Esta vez con una insistencia que incluso hizo
que Frank se pusiera rígido a la espalda de Killian. Fue a buscar a
Juliette y se encontró con un rotundo golpe de la palma de su mano
en su mejilla. El chasquido resonó en la música, llamando la
atención de algunos bailarines, pero nadie hizo ningún movimiento
para intervenir. Sin duda en sus mentes, los dos estaban teniendo
una pelea de amantes.

Killian lo sabía.

Se adelantó antes de que el tipo tuviera la oportunidad de


reaccionar. Llegó allí justo cuando un brazo estaba siendo
levantado en represalia. Su mano se cerró alrededor de la muñeca
y, en el mismo momento, arrastró el brazo hacia atrás y alrededor.
Lo retorció contra la espalda del hombre y lo empujó hacia
adelante, golpeándolo contra la esquina de la barra. Tomado por
sorpresa, no tuvo oportunidad de reaccionar antes de que la mano
libre de Killian se agarrara a la parte de atrás de su cabeza y
golpeara su cara contra la mesa.

—Espero que no hayas hecho lo que creo que hiciste, —le dijo al
hombre con un siseo en el oído—. De lo contrario, podría tener que
enseñarte una lección sobre cómo levantar la mano a una dama.

Brazo contenido, cara aplastada contra la mesa, el hombre no tenía


espacio para luchar, pero jadeó.
—Te vas a ir —continuó Killian—. Y si te vuelvo a ver, nadie
encontrará tu cuerpo. Y lo dijo en serio.

Sin molestarse en esperar una respuesta, empujó al hombre. Unos


cuantos bailarines cercanos se escabulleron mientras él golpeaba
el suelo a sus pies. Nadie parecía particularmente interesado en la
escena mientras se alejaban y reanudaba la velada. Frank agarró
al hombre que luchaba por ponerse de pie y lo arrastró fuera de la
vista.

Killian se volvió hacia Juliette. Ella se quedó observando con una


mirada de confusión de ojos abiertos.

—¿Killian? —Miró a su alrededor como si algo en su entorno


pudiera explicar lo que estaba pasando. Al no encontrar nada, su
mirada regresó a él—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Estaba claro que ella no había venido a buscarlo, pero eso lo hizo
aún más curioso.

—¿Amigo tuyo? — preguntó en cambio, señalando con la cabeza en


dirección al imbécil.

Juliette sacudió la cabeza. —No lo conozco. —Se lamió los labios y


las gordas curvas brillaron burlonamente bajo la luz—. ¿Qué estás
haciendo aquí?

Casi se rio de la pregunta. —Soy el dueño.

—¿Eres dueño de...? —Ella se alejó mientras su mirada bajaba al


pedazo de papel en su mano. Lo estudió un largo momento antes
de que algo pareciera hacer clic y sus hombros se desplomaron
como si tuviera miedo de eso—. Eres el dueño del
lugar, —murmuró con una triste aceptación.

—Sí —Él la estudió, tratando de precisar lo que ella estaba


pensando exactamente, pero las luces y sombras se movían dentro
y fuera de las líneas de su rostro, distrayéndolo—. Sube las
escaleras.

No esperó a ver si ella le seguía. Se dio la vuelta y comenzó a


regresar por donde había venido. Sólo en las escaleras se detuvo y
esperó a que ella lo alcanzara. Marco se hizo a un lado mientras
Killian le ofrecía su mano a Juliette. En la parte superior, mantuvo
la puerta abierta y esperó a que ella pasara primero antes de
seguirla y encerrarlos.

Ella gimió en el momento en que la puerta se cerró y el silencio


descendió. —Esto es mucho mejor.

—¿No te gusta la música?

Se mudó al bar, necesitando un trago. O seis.

—Me encanta la música, —respondió, subiendo a la pared de


cristal y mirando hacia abajo—. No quiero que me dejen sorda.

—Entonces un club nocturno no es claramente el lugar adecuado


para estar —dedujo, alcanzando una botella de whisky.

Su risa le hizo mirar hacia arriba.

—Tal vez —reflexionó.

Beber olvidado, encontró su mirada trazando las suaves curvas de


su espalda, la forma femenina de sus caderas, las largas y delgadas
líneas de sus piernas. Incluso recogido, su cabello llegaba a la parte
más pequeña de su espalda. Parecía más oscuro en la oscuridad
del club. Entonces, como si sintiera que sus ojos la miraban, giró
la cabeza sobre su hombro. Sus ojos marrones se encontraron con
los de él desde el otro lado de la habitación y se sostuvieron. El
inocente gesto lo atravesó con una intensidad que lo sacudió hasta
la médula.

—Es hermoso aquí arriba, —dijo en voz baja—. Las luces se ven
muy bien en todos los vidrios.
Se concentró en servir la bebida. —¿A quién has venido a
ver? —preguntó, luchando por mantener su voz uniforme—. ¿Un
amante?

La mirada seca que le envió fue innecesaria. Sabía que era una
pregunta estúpida antes de haber hablado; por supuesto no había
ningún amante.

—No hay ningún amante, —respondió de todos modos.

—Novio entonces, —corrigió.

Sacudió la cabeza. —Sin novio. —Ella miró hacia adelante—. Lo de


anoche no habría pasado si hubiera uno.

—Por supuesto, —musitó en voz baja—. Él nunca lo habría


permitido.

Sus ojos lo encontraron una vez más sobre la suave curva de su


hombro. —Yo nunca lo hubiera permitido. —La comisura de su
boca se arqueo—. Y no, no lo haría. ¿Lo harías tú?

Su bebida se detuvo a mitad de camino de su boca. —¿Si fueras


mía?

El color oscureció el contorno de sus mejillas, pero ella mantuvo su


mirada firme. —Si la persona con la que estabas estuviera en mi
posición.

Ni siquiera intentó considerar su respuesta. —Nunca. Habría


despellejado vivo a Cruz. Pero también, mi mujer nunca habría sido
virgen.

Ella desvió sus ojos esa vez. Killian tiró un trago de whisky
demasiado grande y rellenó su vaso.

—¿Quieres un trago?

Sacudió la cabeza. —No, gracias. No bebo.


Los nervios se calmaron, dio la vuelta a la barra y se dirigió a donde
ella estaba.

—No bebes. —Giró su propia bebida distraídamente—. No llevas un


arma. No tienes un amante. No te gusta la música alta. ¿Fumas?

Sacudió la cabeza.

Se detuvo cuando había un pie entero entre ellos y se asomó a su


rostro respingón.

—¿Qué es lo que haces, Juliette?

—Trabajo. —murmuró en voz baja.

Su mirada pasó por encima de la cabeza de ella y se posó en su


escritorio sin verlo. Tomó un sorbo de su bebida y contempló su
siguiente pregunta. Tenía tantas.

—¿Qué tipo de trabajo?

Respiró de tal manera que sus pechos se hincharon contra el


material de su vestido. Sostuvo un momento antes de soltarlo en
un apuro por responder.

—Soy una camarera en Around the Bend, —dijo


uniformemente—. Y una camarera en el hotel Twin Peaks. Los fines
de semana, trabajo en Fun Time Arcade y Fun Pit.

—Jesús —Bajó su vaso—. ¿Cuándo duermes?

Sonrió con ironía. —El café y yo estamos muy unidos.

—Seguro que no sólo trabajas siempre, —halago.

—Más o menos, —dijo con un pequeño encogimiento de


hombros—. ¿Qué hay de ti?

Él se encontró con su mirada. —¿Trabajo o hago todas esas cosas?

—Lo último.
Miró el vaso. —Sí, yo bebo. Con moderación. Llevo un arma. Sí,
está registrada y, sí, sé cómo usarla. Solía fumar. —Tiró el resto de
su bebida y dejó el vaso vacío en la mesa de café—. Era un hábito
desagradable que adquirí después de la muerte de mi madre. Era
fumar o beber y… —Y él había necesitado todos sus sentidos para
hacer lo que tenía que hacer—. Fumar era un hábito más fácil de
dejar, —terminó.

Ella lo miró con esos ojos que parecían ver demasiado y él miró
hacia otro lado.

—¿Por qué lo dejaste?

—La muerte de mi padre, irónicamente. —Sintió que su boca se


retorcía en una sonrisa sin sentido del humor—. Odiaba que
fumara y me rogó que lo dejara durante años. Cuando murió... lo
dejé.

—¿Cuántos años tenías? —preguntó.

—Diez cuando mi madre murió y dieciséis cuando perdí a mi padre.

—Lo siento, —susurró—. Yo también perdí a mis dos padres a esa


edad.

Empezó a decirle que no era lo mismo. Que el cáncer de su madre


no era lo mismo que la forma en que su madre fue brutalmente
golpeada, violada y torturada, ni que los problemas de juego de su
padre eran como ver a su padre morir en sus brazos después de
recibir una bala destinada a Killian. Sí, ambos habían perdido a
sus padres a una edad temprana, pero la pérdida de ella no se
parecía en nada a la de él. Sin embargo, había algo en su rostro,
una sombra de dolor que él reconoció y que le hizo parar.

—Tienes a tu hermana, —le recordó en su lugar.

Su labio inferior quedó atrapado entre sus dientes y se dio la vuelta.

Ninguno de los dos habló durante varios largos momentos.


—Amo a mi hermana, —dijo, pero fue la forma en que lo dijo, como
si se recordara a sí misma lo que le hizo mirar a su manera—. A
veces es difícil recordar por qué. —Parecía recordar que él seguía
ahí de pie, porque su cabeza se sacudió y lo enfrentó con una
pequeña sonrisa vergonzosa—. Las hermanas pueden ser un dolor,
eso es todo.

No dijo nada.

—¿Tienes hermanos? —preguntó cuando el silencio se profundizó


por también largo.

—Más o menos, —dijo, pensando en Maraveet—. No somos


parientes, sin embargo, y no la he visto en años. Pasa por aquí de
vez en cuando, sin avisar, pero es difícil encontrarla de otra
manera.

Algo en su tono, tal vez una nota de melancolía la hizo mirarlo, un


destello de simpatía en sus ojos que él no apreció.

—¿Vive muy lejos?

Killian sacudió la cabeza. —Ella viaja mucho.

Afortunadamente, ella no empujó. En su lugar, miró su reloj.

—Debería irme. Mi segundo turno comienza en una hora.

Se dio la vuelta cuando ella se alejó de él. —¿Segundo?

Juliette hizo una pausa para mirar hacia atrás. —Tengo dos horas
entre turnos y me queda la última hora.

—¿Cuándo sales?

Ajustó la correa de su bolso. —Seis.

—¿Dónde?

—El hotel Twin Peaks...


—Sé dónde está. —No recordaba haberse movido hasta que
encontró que el espacio entre ellos se había ido y estaba parado a
un mero pie de distancia—. Pero nunca me dijiste por qué estás
aquí.

Juliette dudó. Sus pestañas bajaron hasta el hueco entre sus pies.
Sus dedos se anudaron en su correa. Los nudillos se pusieron
blancos antes de que ella los soltara y levantara los ojos a su cara.

—Arlo me envió. Tienes algo que él quiere y está tratando de


usarme para conseguirlo.

La declaración chocó de lleno con su intestino, expulsando todo su


oxígeno y haciendo que le doliera por dentro. Al mismo tiempo, le
llenó de una rabia familiar que no había sentido en mucho tiempo.
Esto último hizo que se alejara de ella. Tenía sus puños apretados
deslizándose en sus bolsillos mientras se movía para poner una
habitación entera entre ellos. No era porque dudara de su control.
Simplemente eligió no probarse a sí mismo.

—Ya veo —murmuró en voz baja—. ¿Y qué es lo que quiere?

Juliette sacudió la cabeza. —Nunca me lo dijo.

Le echó un vistazo. Le vio los ojos marrones y la expresión cansada.


Ella se quedó tan pequeña y decidida. Pero fue la forma en que lo
miraba lo que despertó su curiosidad.

—¿Qué quieres? —se preguntó en voz alta—. ¿Esperabas que, al


decírmelo, yo te entregara lo que sea que ese pequeño cabrón
quiera?

—No. —Ella mantuvo su mirada fija—. No quiero nada.

La irritación se disparó en la cavidad de su cuerpo. Se retorció para


enfrentarla completamente, todo el tiempo, resistiendo el impulso
de marchar y sacudirla.

—Así que me lo dices por la bondad de tu propio corazón.


—No —dijo otra vez—. Te lo digo para que sepas que debes tener
cuidado.

Eso sólo pareció intensificar la bobina ardiente que se enrollaba


dentro de él.

Pero fueron las espinas dentadas de otra cosa, algo extraño y


mortal lo que lo puso tenso.

—¿Y por qué harías eso, ¿eh? —La rodeó con cuidado—. ¿Por qué
iba a ser una preocupación tuya? ¿Esperabas que te lo debiera?
¿Esperabas poder jugar conmigo?

Por primera vez desde su confesión, la cara de Juliette se retorció


en una de absoluta repugnancia.

—¿Jugar contigo? ¿Qué demonios tienes que yo quisiera? —le


devolvió la pelota—. Estoy tratando de alejarme de todos ustedes,
no de profundizar más.

Eso lo intrigó lo suficiente como para soltar parte de su ira.

Pero mantuvo un firme control de sus sospechas.

—¿Entonces qué? ¿Qué te gustaría por esta pequeña información?

Pensó que la tenía cuando su mirada se separó de la suya y bajó a


sus pies. Pensó con seguridad que ella le pediría dinero o
protección. Parte de él esperaba secretamente que ella le pidiera
que matara a Arlo y terminara con sus problemas. Eso era algo que
él haría sin dudarlo. Aún podría hacerlo dependiendo de cómo
terminara la noche.

—No quiero nada, —murmuró por fin con un cansancio que hizo
que su voz saliera tensa. Levantó su barbilla y lo miró una vez
más—. Pero tampoco quiero que Arlo consiga lo que quiere. Tal vez
sea suicida y estúpido de mi parte, pero me di cuenta de algo hoy
después de hablar con él, que nunca me libraría de él. Que nunca
me dejaría ir. Ya ha mentido una vez y no creo que no lo vuelva a
hacer si eso significa conseguir lo que quiere. Sé que decírtelo era
peligroso, pero si tengo que elegir el menor de dos males, te elijo a
ti.

Con eso, se dio la vuelta y se escabulló por la puerta.


La sala de juegos era un caos. La multitud del domingo era
especialmente caótica ya que metieron sus fichas en las
máquinas y llenaron el espacio con el estruendo de campanas,
silbatos y luces. Era el lugar menos favorito de Juliette para
trabajar, pero llenaba el hueco del domingo que ni el restaurante
ni el hotel cubrían. No había mucho en los cheques de pago, casi
nada, pero aun así era algo, que era mejor que nada.

Un niño de cabello naranja con una infestación de pecas estaba


celebrando su undécimo cumpleaños en una de las esquinas. Él
y sus amigos se habían apoderado del lugar en una cacofonía de
ruidos y olores. Un chico, Juliette estaba segura, se había cagado
en toda su excitación. Juliette no estaba segura de cuál de los
veinticinco chicos era, pero Wanda, la encargada del día, había
tomado una olfateada y dejó que Juliette se las arreglara por sí
misma, lo que honestamente podía manejar. Era a los padres a
los que quería apuñalar con un cuchillo oxidado.

—¿Puedes traer otra jarra aquí, cariño?

¡No! Juliette quería gritarles. Consigue tu propia jodida jarra. Pero


las sonrisas y el servicio amistoso era la forma en que daba sus
propinas, que por desgracia a veces también incluía tener
hombres aburridos y cachondos que pensaban que ella era uno
de los juegos.

—Seguro.

Con una sonrisa que le dolía la mandíbula, alcanzó la jarra


colocada un poco demasiado lejos en el lado opuesto de la mesa
donde los cuatro hombres estaban sentados mirando, esperando
a echar un vistazo a su parte superior mientras se inclinaba
hacia adelante. Podía sentir sus ojos quemándose en ella,
quitándole la camiseta negra ajustada y la minifalda igualmente
ajustada que subía incómodamente por encima de sus muslos
desnudos.

El uniforme, aunque no se declara como tal, fue diseñado para


entretener a la clientela masculina mayor de dieciséis años. Fue
cortado bajo el corpiño para revelar más escote del que Juliette
se sentía cómoda mostrando y el dobladillo de la falda tenía una
abertura de dos pulgadas en un lado que hacía que el trozo de
tela fuera aún más corto.

Las mujeres que ocasionalmente hacían el viaje con sus hijos


miraban los trajes con las cejas levantadas y los labios fruncidos
mientras disparaban a sus maridos miradas advirtiéndoles que
no miraran. Juliette siempre se sintió mal por ser la causa de
todas las fricciones que seguían a esas visitas, especialmente
cuando estaban allí para divertirse

A los hombres les encantaba... cuando sus esposas no estaban


cerca.

—Coca-Cola, ¿verdad? —aclaró mientras arrastraba la jarra


hacia ella.

—A menos que tengas algo más fuerte, —dijo un hombre y se rio


como si hubiera hecho la mejor broma de todas.

Juliette se río porque era su trabajo hacerlo.

—No, lo siento, —dijo y se dirigió a la cocina, consciente de sus


ojos en su espalda.

Apenas metro y medio con cabello negro y ojos marrones


intensos, Wanda levantó la vista cuando Juliette la empujó a
través de las puertas giratorias. Tenía una cesta de patatas fritas
entre sus manos. Su piel oscura y moka estaba llena de sudor
de la freidora y del calor antinatural que nunca parecía salir de
la zona de cocción. Los labios morados se fruncieron cuando dejó
la cesta en una bandeja ya apilada con otras cuatro cestas y
arqueó una ceja.
—Estoy bien, —respondió Juliette a la pregunta no
planteada—. De verdad. No es así de malo.

Wanda resopló y volvió a su bandeja. —No sé qué le dan de comer


a ese niño, pero, Señor, apestaba.

Juliette se rio. —Bueno, esperemos que se vayan pronto.

—Chica, ¿no es esa la verdad? No tengo más paciencia con esos


pequeños bastardos.

Siempre le pareció irónico a Juliette que Wanda fuera


parcialmente dueña de un establecimiento diseñado para
atender a los niños y odiar a los niños. Wanda no tenía ninguno
propio y juró que se ahorcaría si llegaba ese desafortunado día.
No estaba claro si la mujer siempre se había sentido así o si era
algo que se profundizaba cuanto más tiempo trabajaba en la
sala. Fuera lo que fuera, siempre hacía reír a Juliette.

—Necesito rellenar esto, —dijo, agitando la jarra y haciendo


sonar los pocos trozos de hielo del fondo.

—¿Otro? Jesús.

Juliette se encogió de hombros. —Veinticinco niños. Cuatro


padres. Todo suma. —Dejando a la mujer para terminar su tarea,
Juliette se dirigió al congelador en la parte de atrás. Tiró el hielo
derretido en el fregadero y lo rellenó con cubos frescos antes de
verterlo en la gaseosa.

Mientras la máquina gorgoteaba y chisporroteaba líquido


marrón, ella se ocupó de sus manos sudorosas volviendo a
sujetarse el cabello. Las hebras habían empezado a escapar del
elástico desde que su heroico arrastre a través de uno de los
tubos tras una niña de seis años que se confundió y se asustó.
Curiosamente, la madre había estado más frenética que la niña
cuando Juliette la atrajo.

La máquina de refrescos se detuvo. La bebida se evaporó dentro


de la jarra y ella esperó un latido completo antes de obligarse a
recogerla.
Una hora más, se recordó a sí misma.

No fue el mayor motivador, pero la hizo moverse. En las puertas


de la cocina, aspiró un aliento y se sonrió antes de entrar.

—Una jarra de Coca-Cola. —La dejó en el centro de la mesa, se


limpió la humedad de sus manos en la falda y miró al
grupo—. ¿Puedo traerles algo más?

El padre del cumpleañero se inclinó hacia adelante después de


sonreír furtivamente a sus compañeros. —Sí, la hora en que
sales esta noche.

Fue una lucha por mantener su sonrisa, pero fue peor tratar de
contener las ganas de tirar la jarra en su cabeza.

—Lo siento. Ya estoy viendo a alguien —mintió, lo que


normalmente era suficiente para disuadir de hacer más
proposiciones, pero él pareció ser inflexible.

—Y nosotros estamos casados. —Se sentó y se encogió de


hombros—. No hay nada malo en un poco de diversión, ¿verdad?
Podríamos recogerte y revisar ese pequeño motel de la cuadra.

Juliette no pudo evitarlo. Le levantó la ceja.

—¿Nosotros?

Tal vez confundió su indignación con interés, porque su sonrisa


floreció. —Sí, un poco de algo extra.

Los miró con atención, no porque lo considerara, sino porque la


idea era divertidísima y reírse abiertamente haría que la
despidieran.

—Lo siento. Estoy muy felizmente ocupada.

Sin esperar a que respondiera, empezó a alejarse, con la


esperanza de limpiar el resto de su sección antes de que
terminara su turno. Además, estaba ese chico con el desorden
en sus pantalones que tenía que encontrar antes de que se
cagara en el área de juego y ella tenía que limpiarlo.
—Bueno, ¿qué tal si nos ayudas a pagar la cuenta? —El padre
de cumpleañero sugirió, haciendo que Juliette se detuviera.

Tenía en mente hacer que Wanda se encargara de eso, pero había


una buena posibilidad de que Wanda decidiera que eso calificaba
como una apertura para compartir las propinas al cincuenta por
ciento y Juliette había trabajado jodidamente duro por cada
centavo. Por lo menos, si querían que su factura se contabilizara,
eso significaba que se iban y Juliette estaba más que feliz de
cumplir.

Sonríe fuerte, se dio la vuelta. —¿Quiere que le traiga la máquina


de débito a su mesa o pagará en efectivo?

El hombre a cargo se agachó a un lado y sacó su billetera del


bolsillo trasero. Sus turbios ojos grises permanecieron fijos en su
rostro mientras retiraba un fajo de billetes. Uno por uno, fueron
contados a través de la mesa en una fila que crujía caliente a lo
largo de su piel.

—Eso debería cubrirlo, además de un pequeño extra por tus


problemas, —dijo con una uniformidad que hizo que ella quisiera
darle un puñetazo. Cuidadosamente, tomó cada billete y lo dobló
por la mitad una vez y se lo agitó como si fuera una stripper en
un poste—. ¿Dónde quieres que lo ponga?

¡En tu maldito trasero! Juliette estaba a punto de decírselo


cuando otra voz respondió por ella.

—Todo depende —dijo la voz baja y escalofriante, con un acento


familiar que no tuvo problemas en ubicar—. ¿Cuánto te gustaría
conservar tus manos?

Juliette se dio la vuelta, su corazón ya daba vueltas en su pecho


antes de que lo viera.

Dolorosamente hermoso con su cabello oscuro recogido y su cara


perfectamente afeitada, Killian se unió al círculo que era ella, la
mesa y los cuatro hombres, con Frank a sus espaldas como una
sombra corpulenta. Escudriñó a los cuatro que parpadeaban
hacia él con un brillo acerado que hizo temblar a Juliette.
—Le sugiero que reconsidere su método de pago con mucho
cuidado, caballero —dijo en ese mismo tono glacial.

El padre del cumpleañero salió primero de su shock.

—¿Quién demonios eres tú?

Killian lo fijó con esos ojos oscuros y penetrantes. —Soy el


hombre que podría hacer que este fuera un día muy malo para
su hijo.

—Killian… —El susurro de su aliento fue silenciado por una sola


mirada de reojo que se dirigió a ella desde su hombro antes de
que él volviera a dirigirse a los hombres de la mesa.

Gafas de sol negras y relucientes fueron puestas en la mesa y


entre paréntesis por largas palmas cuadradas plantadas a cada
lado mientras Killian se inclinaba hacia adelante.

—Recoge tu dinero, —le dijo al otro hombre—. Has decidido que


pagarás por débito. Juliette, toma la máquina.

Sin otra opción, Juliette dejó el grupo rápidamente y regresó


apenas un minuto después para encontrar a los cuatro hombres
con la cara pálida y temblorosos, ya que prácticamente le tiraron
tarjetas de plástico. El padre del cumpleañero miró casi con
lágrimas y había un débil y rojo verdugón rodeando su garganta
que ella estaba casi segura de que no había estado allí antes de
irse.

Su mirada se dirigió a Killian, que estaba a unos metros de la


mesa, con las manos juntas alrededor de sus gafas mientras
esperaba que ella terminara. Se encontró con su mirada en un
rostro tallado en absoluta calma, pero fue la furia apenas
reprimida que se estrellaba detrás de sus ojos la que la capturó.

El grupo pagó su cuenta y, como Juliette señaló, dejó una


propina muy generosa antes de salir de su cabina para buscar a
sus hijos. Parte de ella se preguntaba si volverían alguna vez y
se dio cuenta de que esperaba que no.
Sin nada más que ocupará su atención, no tuvo más remedio
que enfrentarse al hombre que no había visto en más de una
semana, un hombre al que no creía que volvería a ver,
sinceramente. Y mientras que la visión de él la llenó de una
especie de ligereza con la que no estaba segura de qué hacer,
también estaba aprensiva y un poco asustada; dudaba mucho
de que Killian McClary hiciera llamadas de cortesía a las
personas que fueron enviadas para traicionarlo.

—Hola, —susurró por falta de algo mejor.

—Hola, —respondió con la misma voz tranquila y aterradora que


ella deseaba que dejara de usar.

Estudió su rostro antes de pasar por sus hombros y tomar el


resto de ella. Podía sentir el cuidadoso deslizamiento de sus ojos
a lo largo de cada contorno como manos hambrientas. La
intensidad la hizo dolorosamente consciente de toda la piel no
cubierta por el uniforme, toda la piel marcada por su tacto. Había
noches en las que aún podía sentir la caricia fantasmal de sus
dedos rozando, trazando... burlándose, y se despertaba jadeando
y palpitando por más. Tantas veces se planteó la idea de ir a su
casa o al club y rogarle que la llevara de nuevo, sólo una vez más,
pero el sentido común siempre había prevalecido y se había visto
obligada a tomar el asunto en sus propias manos torpes y mucho
menos adecuadas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella cuando él no dijo


nada más.

—Necesito saber algo —dijo, arrastrando su atención hacia su


cuerpo sonrojado y vergonzosamente excitado ardiendo detrás de
sus ojos—. ¿Por qué viniste a casa conmigo esa noche? ¿Por qué
no saliste cuando te di la oportunidad?

El calor subió por su cuello para derramarse en sus mejillas y


quemarse detrás de sus ojos. —Este no es el momento ni el
lugar...
—¿Por qué? —se metió en el asunto no de forma
desagradable—. Podría haber sido peor que Arlo. Podría haberte
hecho cosas horribles, pero aun así no huiste. Dime por qué,
Juliette.

Nervios y algo agudo y cobrizo como el miedo se agitó en la boca


del estómago. Flexionó y llenó su pecho con un peso que le hizo
imposible respirar. Sin embargo, nunca se le ocurrió mentir.

—Arlo prometió que, si me acostaba contigo, consideraría la


deuda de mi padre pagada. —Se mordió el labio lo
suficientemente fuerte como para evitar el picor de las
lágrimas—. No lo habría hecho de otra manera. Yo no soy así. No
me acuesto con hombres por dinero o...—Se dio la vuelta con la
pretensión de limpiar los vasos y servilletas de plástico
desechados por la fiesta—. No soy una puta.

Su mano se cerró alrededor de su muñeca justo cuando ella


agarraba un fajo de servilletas usadas. Ella las soltó cuando se
sintió atraída hacia él.

—¿Quién lo sabría mejor que yo? —preguntó en voz baja.

Era cierto. Tenía conocimiento de primera mano de su inocencia.


Sin embargo, no evitó el torrente de vergüenza que podía sentir
al picar sus mejillas.

—Eras tú o él, —susurró.

—Y yo era el menor de dos males, —terminó con una especie de


humor que ella no pudo compartir.

Sacudió la cabeza. —Iba a entregarme a sus hombres cuando


terminara. —Bajó los ojos a la punta afilada de su nuez de
Adán—. No me arrepiento de que hayas sido tú.

Sólo cuando sintió el deslizamiento caliente de la palma de su


mano siguiendo la curva de su costado para extenderse entre sus
omóplatos, se dio cuenta de que él había tomado el espacio entre
ellos. Su calor y su olor se enroscaron a su alrededor como
brazos reconfortantes y necesitó todo su control para no
acercarse a la distancia que quedaba y rendirse. Por así decirlo,
todo lo que pudo hacer fue caer imprudentemente en sus ojos y
rezar a Dios para que no se arrepintiera después.

—Bien, —murmuró, retrocediendo.

La mano alrededor de su muñeca se soltó y se extendió al hombre


que estaba de pie en silencio a unos metros de distancia,
aparentemente se había quedado sordo y ciego durante toda la
interacción. Le pasó un sobre blanco y Killian se lo mostró a
Juliette.

Tomó el paquete y abrió la tapa. Miró dentro de la pequeña pila


de papeles

—¿Contrato de consentimiento? —leyó en voz alta antes de


levantar la cabeza hacia él de forma inquisitiva—. ¿Qué es esto?

—Esa es la solución a nuestro problema, —declaró, dejando caer


su brazo alrededor de ella también y dando un paso atrás—. Se
deshará de Arlo de nuestras vidas para siempre.

Juliette jadeó. Ella empujó el sobre contra el pecho, horrorizada.

—¡No voy a... contratarte para matarlo! —siseó—. ¿Estás loco?


¡Esto está muy mal, por no decir que es ilegal!

La boca de Killian se movió mientras una risa silenciosa brillaba


en sus ojos. —No es un contrato de asesinato —dijo
suavemente—. No necesitaría tu consentimiento para matarlo si
eso es lo que quisiera. Esto, —volvió a poner el sobre en sus
manos—, es que yo te dé lo que quieres.

Desconfiada, pero intrigada, Juliette metió la mano en el paquete


y sacó los papeles. El documento tenía todos los principios y
marcas de un contrato normal y legal, pero ella aún no lo
entendía.

—No lo entiendo. —Levantó la cabeza—. ¿Qué es esto?

—Voy a pagar la deuda de tu padre.


Los músculos de Juliette se tensaron. Sus dedos arrugaron los
papeles apretados entre ellos.

—¿A cambio de...?

Sus ojos eran pozos oscuros de hambre y fuego perforando en


los de ella de una manera que no dejaba duda en su mente de
que él recordaba cada cosa sucia y conmovedora que le había
hecho. La sensación fantasmagórica envió un escalofrío caliente
a través de ella que avivó el infierno que había encendido en la
boca de su estómago todas esas noches, el que nunca se había
extinguido por completo.

—Tú. —Sus hombros se elevaron con su inhalación


profunda—. Te quiero a ti y a cambio, saldaré toda tu deuda. Te
daré una asignación mensual que superará todo lo que haces
trabajando en tres empleos y me ocuparé de todos tus deseos y
necesidades sin dudarlo.

—Si yo... ¿qué? ¿Duermo contigo otra vez?

—¡Si! —Sus fosas nasales se abrieron como un lobo con el aroma


de la sangre deliciosa—. Pero no una vez más. Quiero que seas
mía durante todo un año.

Juliette parpadeó. —¿Un año? ¿Por qué...?

—Porque esa noche no fue suficiente. Porque no puedo dejar de


desearte y eso es un problema. Un año me asegurará que te he
sacado exitosamente de mi sistema.

Su corazón aumentó de ritmo. —¿Y si no lo hace?

—Tiene que hacerlo. —Su mirada oscura saltó de sus ojos a su


boca, que se separó obedientemente. Sin embargo, sus acciones
traidoras no eran nada comparadas con el cosquilleo familiar que
saltaba imprudentemente por su cuerpo, apretando y
pellizcando los lugares que le dolían—. Léelo. Fírmalo. Tráelo. Si
no lo traes tú misma en una semana, entonces consideraré que
tu rechazo.
Fue en momentos así cuando Juliette deseó tener una amiga.
Otra persona en la que pudiera confiar para confesar sus
preocupaciones y dolores. Por así decirlo, todas las decisiones se
dejaban sobre sus agotados hombros.

El contrato estaba en su regazo mientras observaba el flujo de


gente que paseaba por los terrenos del hotel. El sol de la tarde
era una brillante y amarilla bola de alegría que brillaba en un
impecable cielo azul. Los rayos resplandecían en la superficie del
lago donde los niños se lanzaban en las rocas y se movían de un
lado a otro sobre el puente de piedra. Las parejas vagaban por
los senderos, explorando el exuberante paisaje que el folleto
prometía mientras Juliette se sentaba fuera de la vista en un
banco sombreado, deliberando sobre lo que seguramente sería
otro giro épico en su vida.

Lo racional era aceptar la oferta de Killian. Un año con él fue


prácticamente un paseo de carnaval comparado con toda una
vida con Arlo. Pero la idea de pertenecer a otra persona, de ceder
su vida entera a alguien que no conocía durante un año entero
le asustaba mucho. Incluso si eso significaba salir del infierno
en el que estaba, ¿quién iba a decir que Killian no resultaría ser
aún peor?

Aunque ninguna parte de ella creyó que ni siquiera por un


momento, debatió su decisión. Parte de ella deseaba tener el
número de Killian para poder hablar del contrato con él. No es
que hubiera una sola línea sin aclarar en todo el asunto.

Desde que le ofreció una escapada casi tres días antes, todo lo
que Juliette había hecho era leer y releer cada párrafo.
Desnaturalizó, rodeó y diseccionó cada palabra y aun así no
estaba más cerca de solidificar su resolución. Incluso cuando se
sentó allí y vio a los niños jugar, no estaba preparada.
Con cuidado, abrió la parte superior del sobre y sacó el fajo de
papeles de adentro. Había muchos, prácticamente un pequeño
libro y cada página tenía una gran cantidad de escritos que
parecían superar un mero arreglo para dormir durante un año.
Pero ella metió sus piernas debajo de ella y leyó sobre sus
condiciones.

Este acuerdo es entre Killian McClary (de aquí en adelante


llamado Primario) y ____________________, (en adelante llamado
Secundario.) Por un acuerdo de un año. En lo sucesivo
denominado “El Acuerdo”.

Quisquilloso, fue lo primero que se le ocurrió. Cada condición fue


explicada hasta la última pulgada de su vida, sin dejar ningún
error en la mente del lector de que no había ninguna excepción
a esas reglas, ni debía haber una excusa para no seguirlas al pie
de la letra. Sólo había quince, pero más de treinta páginas.

I.

La Secundaria:

1. El Acuerdo comenzará a partir del momento en que las


dos partes (La Primaria y La Secundaria) hayan firmado el
contrato y ambas hayan acordado las condiciones.

2. Al firmar el Acuerdo, la Secundaria ha acordado que se


pondrá a disposición de la Primaria a cualquier hora del día o de
la noche dentro del ciclo de un año, con la excepción de su relevo.

3. La Secundaria no tendrá relaciones con partes externas


en ningún momento del año establecido en El Acuerdo. El
incumplimiento de este acuerdo tendrá graves consecuencias,
así como la terminación de este.

4. La Secundaria reconoce el hecho de que este arreglo no


es de ninguna manera una relación y por lo tanto no tiene
derechos, participaciones ni voz en los negocios supervisados por
La Primaria. No tiene jurisdicción legal o financiera sobre
ninguna compañía, tenencia, bonos o instituciones que no sean
las acordadas.

5. Al aceptar El Acuerdo, La Secundaria ha aceptado que,


en la medida de sus posibilidades, mantendrá un cierto nivel de
apariencia, higiene y decoro. Los exámenes físicos regulares y el
mantenimiento deben ser hechos y proporcionados a La Primaria
a petición.

6. La Secundaria reconoce que se le dará una semana al


mes de descanso en la que podrá pasar el tiempo que desee.

La semana es elegida por La Secundaria al comienzo de cada mes


y se revela a La Primaria por escrito.

7. La Secundaria ha aceptado y reconocido que en ningún


momento del año establecido en el Acuerdo manipulará a
sabiendas El Acuerdo en una relación, que también incluye
pasar la noche, monopolizar el tiempo de La Primaria fuera de
las franjas horarias establecidas y, o extender El Acuerdo
después del período del año inicial. La Secundaria ha reconocido
que al final del año establecido en el Acuerdo, retirará todos los
artículos de sí misma, sus posesiones y pertenencias de todos
los lugares en los que reside La Primaria. En adelante no se hará
ningún otro contacto que no sea iniciado por La Primaria.

8. La Secundaria ha acordado que en ningún momento del


año establecido en el Acuerdo se permitirá producir hijos. Se
deben tomar precauciones en todo momento durante el año
establecido en el Acuerdo. Si no lo hacen, El Acuerdo quedará
rescindido y se aplicarán las sanciones correspondientes. Se
debe presentar una prueba de anticoncepción una vez al mes sin
excepciones.

II.

La Primaria:
9. La Primaria ha acordado que, al firmar El Acuerdo, ha
asumido la responsabilidad del bienestar de La Secundaria en lo
financiero, mental, emocional y físico. En ningún momento esto
puede ser alterado o negociado.

10. La Primaria es responsable de los exámenes médicos


regulares que se le harán a La Secundaria si así lo solicita.

11. La Primaria cesará todas las relaciones fuera de El


Acuerdo durante el año indicado.

12. En caso de que La Primaria y/o La Secundaria deseen


rescindir El Acuerdo en cualquier momento, se deberá presentar
a la otra parte una notificación por escrito con treinta días de
antelación y certificada por un testigo presente.

13. La Primaria se atendrá a todos los límites dentro o fuera


de todas las franjas horarias acordadas en El Acuerdo. La
Primaria cesará todos los actos inmediatamente a petición de La
Secundaria, sin cuestionamientos. La primaria no forzará,
coaccionará o dañará a La Secundaria en ningún momento o
punto del año establecido en el acuerdo.

14. La Primaria respetará y reconocerá el día de descanso


de La Secundaria una vez al mes y nunca cuestionará su tiempo
lejos de La Primaria.

15. Ambas partes reconocen que el Acuerdo es temporal y


que terminará pronto un año después. Ambas partes reconocen
que están en el estado mental correcto al firmar El Acuerdo.
Reconocen que no fueron coaccionados o bajo la influencia del
alcohol o los narcóticos mientras firmaban El Acuerdo.

__________________________

Primaria
__________________________

Secundaria

Juliette releyó la cosa desde el principio, tratando de encontrar


incluso un indicio de algo extraño, pero todo fue tan justo y
preciso. No había ninguna razón por la que no pudiera seguir
fácilmente las reglas, por la que no pudiera hacer que
funcionara. Si significaba estar lejos de Arlo y no tener que
trabajar tanto... ¿por qué no?

Sin embargo, metió los papeles en el sobre y se puso de pie,


acabo su descanso.

Está loco, se dijo Juliette unas horas más tarde mientras


arrancaba las sábanas de un colchón tamaño queen y las tiraba
en una pila junto a la puerta. Por supuesto que no iba a aceptar.
¿Quién diablos lo haría? Un año con un tipo al que apenas
conocía y sólo como su juguete de mierda. ¿Dónde diablos estaba
la dignidad en eso? ¿Realmente pensó que ella saltaría ante la
oportunidad de ser su amante?

—¡Loco! —refunfuñó en voz baja mientras colocaba las fundas de


las almohadas tras las sábanas.

No importaba lo guapo que fuera o lo increíble que fuera en la


cama, era un criminal. Ni siquiera sabía de qué tipo. Podía
vender niños por lo que ella sabía. Podía ser un asesino. Un
violador. Un experto en el comercio de órganos en el mercado
negro. ¿Cómo demonios se supone que iba a pasar eso por alto?
No era como si pudiera preguntar. Incluso si lo hacía, las
probabilidades eran que él probablemente mentiría.

Pero era tentador. Dios, ¿fue alguna vez tentador?. El


pensamiento de no más Arlo hizo que sus entrañas se
estremecieran de emoción y anhelo. Era todo lo que quería. No le
importaba el resto. Sería la esclava de Killian por el resto de su
vida si eso significaba no tener que volver a ver a Arlo. No era
algo que ella le diría nunca, por supuesto, pero era todo en lo
que podía pensar y estaba haciendo su decisión de permanecer
inmune cada vez más difícil.

Tal vez... ¡no!

Pateó el montón de tela con su pie en una rabia viciosa por su


propia debilidad. No ayudó, pero les envió un paso más cerca del
cesto de la ropa, lo que, en cierto modo, ayudó.

Recogiéndolos, marchó a la cesta y tiró el paquete. Empujó el


carro al pasillo antes de volver a la habitación para terminar el
baño.

Eran más de las cuatro de la mañana cuando su turno terminó.


El hotel era un lugar oscuro y silencioso lleno de extraños.
Juliette odiaba el turno de noche. Los pasillos oscuros y el
inquietante zumbido de los ruidos fantasmas siempre le daban
escalofríos. Pero hizo su trabajo rápido y a fondo, con el objetivo
final de ir a casa y dormir dos horas antes de ir a la cafetería
para un turno de seis horas. Luego regresar al hotel. La
interminable carrera de ratas la hizo querer llorar. Pero era
necesario.

La última vez que hizo la cama, Juliette hizo la única cosa que
se les prohibió hacer: se acostó sobre las sábanas frías y miró
fijamente al techo. Los nudos a lo largo de su espina se
rompieron cuando su espalda se enderezó por lo que se sintió
como la primera vez en días. No se atrevió a cerrar los ojos. Sabía
que nunca se abrirían de nuevo si lo hacía.

Los segundos se convirtieron en minutos. Se dio cinco antes de


ponerse de pie y agarrar sus cosas.
Abajo, llevó el cesto de la ropa al lavadero, su carro de la limpieza
al armario de almacenamiento y se dirigió al vestuario. Marie no
estaba en ningún lugar a la vista, pero había otros miembros del
personal que se cambiaban a su ropa normal. Nadie hablaba
mientras hacían sus cosas. Juliette fue directamente a su locker
y se quitó el uniforme. Lo colgó bien en el gancho antes de
vestirse con vaqueros y una camiseta. Se soltó el cabello del
elástico y lo peinó rápidamente antes de agarrar su bolso y salir
del hotel.

—Juliette.

Esa voz, ese fuerte y detestable acento de su nombre envió una


explosión de terror que se esparció a lo largo de su columna
vertebral. El miedo creció cuando la puerta de metal se cerró
detrás de ella y una sola sombra se dividió en cinco figuras
diferentes que se dirigían hacia ella en un grupo. Se abrieron en
abanico, sin dejarle espacio para maniobrar a su alrededor en el
estrecho callejón detrás del hotel. Atrapada, se quedó esperando
a que la alcanzaran.

—Juliette, —dijo Arlo de nuevo cuando se detuvo a dos pies de


ella—. ¿Dónde has estado, Juliette?

—Trabajando, —murmuró por falta de algo mejor.

Había sido una semana y media de felicidad desde que habló con
Arlo por teléfono, una semana desde que la envió al club de
Killian con la esperanza de que lo sedujera. Había empezado a
esperar que tal vez él se hubiera olvidado de ella, o mejor aún,
que le habían disparado y ahora estaba muerto.

Arlo exhaló y dejó caer su cabeza a un lado. En las espesas


sombras de los edificios que los rodeaban, era imposible ver su
cara, pero no era necesario. La luz única sobre la puerta de la
sala de personal parecía atrapar sus ojos marrones y reflejarse
como un metal frío.

—No has estado respondiendo a mis llamadas.

—No tengo teléfono, —le recordó.


Arlo se rio. —Cierto. Cierto. Pero deberías haber hecho un
esfuerzo para mantenerte en contacto. Te necesitaba.

Acercó su bolso a su estómago. —¿Por qué?

—Han pasado casi dos semanas, —le recordó—. ¿Cómo van las
cosas con Killian?

Juliette no sabía qué decir, no sabía cómo decirle que no había


visto a Killian en tres días o que ni siquiera había intentado
ponerse de su lado. Pero pensó en su propuesta haciendo un
agujero en su bolso.

—Bien.

Levanto una ceja oscura. —Sólo... ¿Bien? ¿No te dije que lo


ablandaras?

—Lo hice, —dijo ella.

Eso pareció satisfacer a Arlo.

—Bien, porque tengo tu primera tarea.

La cabeza de Juliette se estremeció antes de que pudiera


detenerla. —No usaré a Killian.

—¿Usar? —Arlo giró sobre su talón para enfrentarse a su equipo


con los brazos abiertos—. ¿Quién dijo algo acerca de
usarlo? —Se volvió hacia ella—. Yo sólo necesito que consigas
su firma en algo. Eso es todo. ¿Lo ves? Incluso tengo toda la
información escrita para ti.

Sacó un papel doblado de su bolsillo trasero y se lo ofreció a ella.

—¿Qué es esto? —preguntó, tomando el sobre y


abriéndolo—. ¿Papeles de propiedad? —Su cabeza se
sacudió—. ¿Quieres que te venda su puerto?

—No vender —corrigió Arlo—. Quiero ser el dueño.

—Pero... ¿cómo? —preguntó—. No va a...


—Haz que suceda, Juliette. —El tono feliz y afortunado se había
ido de su voz—. Sedúcelo, drógalo, golpéalo, no me importa.
Quiero ese patio de embarque.

—Yo... no puedo...

—Eso no es lo que quiero oír, Juliette, —advirtió


lentamente—. Imagina lo fácil que puede ser obedecer en tu vida.
Consígueme lo que quiero y podrás tener tu vida de vuelta. Pero
si le dices una palabra de esto a McClary o a cualquiera, te abriré
como a un pavo de Acción de Gracias, ¿me entiendes?

Juliette asintió rápidamente. —No se lo diré a nadie. —Más si no,


añadió en silencio para sí misma.

No fue tan estúpida como para decirle que ya le había contado


todo a Killian.

—Bien. —Se inclinó hacia atrás, hizo un pequeño rebote en los


talones de sus pies y se agarró las manos a la espalda—. Ahora,
¿cómo fueron las cosas entre tú y él en el club la otra noche? ¿Te
encontró?

—Sí. —La única palabra atrapada en su garganta.

—Mi primo dijo que sí. Dijo que hiciste tu papel muy bien.

—No sabía que tenía un papel, —susurró—. Tu... primo, no me


dijo quién era. Sólo me agarró y...

—A Luan le gusta improvisar, —Arlo intervino—. Necesitaba


parecer auténtico. —Agitó una mano—. Eso no es importante.
Dime lo que dijo McClary.

Juliette tragó. —En realidad no dijo nada sobre... nada.

Arlo se detuvo. Su cabeza se inclinó un poco hacia atrás. —Mi


primo me dijo que estuviste en su oficina durante una hora.

¿Realmente había pasado una hora? No se había sentido tanto


tiempo.

—No hablamos mucho, —mintió.


—Oh, ya veo. —Se rio cuando ella se sonrojó—. Te tenía de
rodillas, ¿verdad? —Sacudió la cabeza—. Bueno, lo que sea que
te ayude a conseguir que firme ese papel...

—No voy a ayudarte a robar a Killian, —dijo débilmente, pero con


una confianza que tenía que buscar—. Seguiré pagándote lo que
debo, pero...

Nunca vio venir el revés hasta que el golpe de éste resonó por el
callejón como un disparo. Un dolor inimaginable irrumpió en
toda la parte izquierda de su rostro con un fuego que parecía
poseer su propio latido. La atravesó, llenando su boca con la
espiga del cobre y destrozando el mundo en una brillante lluvia
de estrellas. Juliette apenas había recuperado el aliento cuando
las manos violentas se cerraron alrededor de su garganta. El
cemento húmedo que no recordaba haber visto le raspo la
espalda mientras la levantaban en el aire y la golpeaban contra
algo igual de duro.

—¿Qué me dijiste, pequeña perra? —El hedor asqueroso de la


boca sin lavar cortó sus sentidos arremolinados y le llevó varios
intentos desesperados antes de que se diera cuenta de que la
empujaron al lado del hotel por la garganta y que él se inclinaba
justo en su rostro—. ¿En serio me dijiste que no? —gruñó—. Me
perteneces, ¿me oyes? Harás lo que jodidamente te diga. Follaras
a quien yo te diga. Obedecerás todas mis órdenes sin
cuestionarlas. —La presión en su tráquea se incrementó hasta
que estaba jadeando por aire. Sus piernas patearon
infructuosamente. Los talones golpearon rápidamente contra la
pared presionando su espalda. Se agarró a las manos que la
sostenían, pero él parecía inmune a la sangre que ella
extraía—. La próxima vez que abras esa boca tuya, será mejor
que sea porque vas a chuparme la polla o vas a decir, sí, Arlo, lo
que quieras. Esta es la única advertencia que voy a darte,
Juliette. La próxima vez, me aseguraré de que nunca encuentren
tu cuerpo.

Con un último apretón, la liberó. Ella se desplomó al suelo en un


lío amordazado, jadeante y sollozante. Todo su cuerpo
convulsionó de dolor y miedo. Ella se estremeció cuando él se
agachó a su lado.

—¿Qué vas a hacer por mí, Juliette? —Ladeó la cabeza para ver
a través del cabello de ella su rostro ensangrentado y lleno de
lágrimas—. Te vas a acercar a Killian McClary y me vas a
conseguir mi patio de embarque, ¿verdad?

No estaba segura de qué más hacer, asintió con la cabeza


vigorosamente.

—Buena chica. Ahora, ve a casa y descansa. Tienes un gran día


por delante mañana.

Con eso, se puso de pie y se acercó a donde estaban sus


hombres.

El grupo se reunió y lo siguió de vuelta a las sombras.

Juliette permaneció acurrucada contra el edificio, su rostro


irradiando su propio calor y latidos. Ni siquiera podía decir si
algo estaba roto, pero podía sentir el constante goteo de sangre
saliendo de una o posiblemente ambas fosas nasales. El flujo
goteaba por su barbilla para manchar su camisa y sus vaqueros.
Se limpiaba con el antebrazo desnudo, untando su piel con un
carmesí húmedo. Al verlo, sus labios entumecidos sollozaron y
se mordió rápidamente, sabiendo que, si empezaba, nunca se
detendría.

Temblorosamente, usó la pared para levantarse sobre unas


piernas inestables. Agarró su bolso y el papel doblado del suelo
y salió con cuidado del callejón. Las puertas de la sala de
personal se cerraban normalmente desde dentro después de las
seis o habría vuelto a entrar para limpiarse. En cambio, se vio
obligada a volver a casa en una neblina casi de borracha. La
gente la miraba, pero nadie hacía ningún movimiento para ver si
estaba bien, por lo que estaba eternamente agradecida. No
estaba segura de poder confiar en sí misma para no
desmoronarse si alguien la detenía antes de llegar a casa.
En casa, fue directamente a su habitación y se desnudó. Su ropa
quedó esparcida por el suelo en una larga fila hasta el baño. Se
subió a la bañera sin mirarse al espejo. Sabía que nunca sería
capaz de soportarlo si se veía en ese estado. Los chorros la
golpearon como alfileres calientes que atraviesan la carne.
Juliette se hundió hasta el fondo y se quedó allí hasta que la
sensación volvió a su cuerpo, que de otra manera estaría
entumecido.

Podrían haber sido cinco minutos o cinco horas, pero el agua se


había enfriado cuando finalmente arrastró su palpitante ser a su
habitación y se puso una camiseta y unas bragas. Tiró tres
aspirinas, las bebió con agua y acercó cada nervio de su cuerpo
para lo inevitable. Sólo cuando estuvo firme se permitió echar un
vistazo a su propio reflejo.

El lado izquierdo de su rostro fue una explosión de colores que


se expandió por su pómulo, empezando por el corte. Sangró por
la sien y se detuvo a pocos centímetros de la comisura de la boca.
Su nariz estaba hinchada y sensible, y tenía el labio inferior
partido. Por lo demás, aparte del brillo de sus ojos, parecía estar
bien.

Alejándose del espejo, se dirigió a la cama y a la dulce promesa


de una breve siesta. Todo su cuerpo se sentía en carne viva y
sabía que eso era sólo la punta del iceberg.

Arlo nunca la había golpeado antes. La había maltratado y


asaltado, pero nunca había golpeado físicamente. Ciertamente,
ella nunca lo creyó por debajo de él. Era un imbécil monumental
en un viaje de poder que no parecía darse cuenta de que acabaría
con su muerte, un destino que ella no podía esperar. No es que
terminara con el reino de terror que era el de los Dragones. Arlo
tenía tres hermanos menores y un montón de primos y otros
parientes, todos muriéndose por entrar en el pastel. Así que
Juliette no tenía la menor fantasía de que la pesadilla terminaría.

A menos que ella lo haya hecho terminar.


Alcanzando el pie de la cama y el bolso caído en un rincón,
arrastró el antiguo pedazo de basura hacia ella y arrancó el sobre
qué Killian le había dado. Las esquinas estaban dobladas por
haber sido empujadas dentro de su bolso, pero por lo demás era
liso y un tono de blanco que en realidad les hacía daño a sus
ojos.

Había dos grandes males en el mundo y ambos querían un


pedazo de ella. La pregunta, como siempre, era: ¿cuál era el
menor de los dos?

Podría quedarse con Arlo y ser su saco de boxeo o peor, su puta


para el resto de su vida o podría tirar su sombrero con Killian.
Mientras él era un criminal, no la había lastimado y ella lo dijo
en serio cuando dijo que se pondría de su lado. En todo caso, él
se había esforzado para asegurarse de que era amable, algo que
ella sabía que no tenía que hacer. Arlo ciertamente no lo habría
hecho. Si Killian no se la hubiera llevado esa noche... no podría
ni siquiera pensar en ello. La sola idea le hizo querer acurrucarse
en una bola y sollozar.

En su lugar, trazo el contrato y siguió las líneas familiares a


través de cada página. Ya había memorizado la mayor parte, pero
aun así siguió releyendo hasta que su cabeza golpeada llegó a su
punto de ruptura y tuvo que parar. Volvió a meter el contrato en
el sobre y lo tiró en la mesita de noche para volver a leerlo por la
mañana.

Sin mirarlo, rodó sobre su costado y se quedó dormida


inmediatamente y sin sueños.
Killian nunca podría ser confundido con un hombre paciente
cuando se trata de incompetencia. La gente que vivía con excusas
de injusticia e indignación justa lo enfureció más allá de toda
duda razonable. El hombre que estaba frente a él no era una
excepción.

Peter Jacoby era un menor para el que Killian no tenía tiempo.


Dirigía un pequeño e insignificante grupo de merodeadores que
traficaban con drogas de provincia a provincia. En la cadena
alimenticia de las cosas, estaba en algún lugar justo por encima
de la suciedad. La mayoría de los grupos menores y las pandillas
giraban en torno a una organización más grande. Cada distrito
tenía su monarquía y cada monarquía tenía su gobernante.
Killian resultó ser la monarquía del norte y eso significaba que,
sólo porque nada le gustaría más que cerrarlo todo y desmontarlo
ladrillo por ladrillo, eso no sucedería de la noche a la mañana.
Era un proceso lento y agonizante que requería paciencia y el
suave corte de los lazos que se estaban cortando. Mientras que
los dedos de los pies estaban destinados a ser pisados, cuando
Killian finalmente tiró la última cadena que lo mantenía en esa
vida, sería un corte tan limpio que podría vivir el resto de su vida
sin tener que mirar por encima del hombro. Pero antes de que
eso sucediera, primero necesitaba centrarse en las cosas
menores, como Jacoby.

—Como puedes ver, es un envío bastante grande —dijo Jacoby


con una urgencia sin aliento.

Killian respiró por primera vez en mucho tiempo y se sentó aún


más atrás en el suave cuero de su silla. Las bisagras chirriaron
ligeramente y tomó nota mental para engrasarlas.
—Sr. Jacoby, sinceramente no tengo ni idea de lo que me está
pidiendo —dijo simplemente, levantando la mirada para fijarla en
el hombre que parecía necesitar desesperadamente una ducha,
por no hablar de un afeitado.

Pequeño y arrugado con la piel caída de los miembros óseos,


Peter Jacoby le recordó a Killian a un abuelo motorista. Usaba
gafas oscuras, aunque estaban dentro y un pañuelo sobre una
línea de cabello que se alejaba, que tenía suficientes mechones
desordenados para ser empujado en una cola de caballo
grasienta por la parte posterior de su chaleco de cuero. Debajo
de eso había una camiseta blanca y unos vaqueros pálidos que
Killian sentía que eran su mejor atuendo. A diferencia de los
matones que había traído con él, Jacoby tenía seis tatuajes en
sus brazos, aunque Killian podía simplemente ver el indicio de
que hay más debajo del cuello de su camisa. A la mayoría las
reconoció como tinta de prisión.

Tal vez había sido más intimidante en su juventud, meditó Killian.

—¿Qué es exactamente lo que quieres?

Jacoby frunció los labios secos y agrietados, claramente molesto


por la falta de atención que Killian le estaba dando. —Tengo un
cargamento en camino —repitió Jacoby lentamente, y Killian rezó
a Dios para que no volviera a empezar su historia—. Todas las
autopistas principales han aumentado su seguridad después de
ese incidente hace un tiempo. Necesito un transporte seguro y
me dijeron que usted era el hombre con el que había que hablar.

Normalmente lo sería. Desde el incidente en el que un camión


lleno de cocaína giró a la derecha en medio de la autopista 1 entre
Alberta y Saskatchewan, las autoridades han aumentado su
seguridad en un 100%. La gente de la línea de negocios de Jacoby
se vio obligada a encontrar nuevas y más creativas formas de
transportar su carga. La mayoría se dirigió a Killian. Como su
familia era dueña de uno de los puertos más grandes del oeste,
además de varios aviones de carga privados, no había nadie
mejor.
—¿Y qué tipo de cargamento quieres transportar? —respondió.

Hubo un tiempo en su ascendencia en que no importaba


realmente lo que había en el contenedor mientras el dinero fuera
verde. Killian no dirigía su negocio de esa manera. Necesitaba
saber exactamente lo que había en cada contenedor, hasta la
última gota, y algo le decía que Peter Jacoby no transportaba
melones.

Cierto, Jacoby se movió. —Sólo unas cosas

—¿Qué clase de cosas? —Killian presionó—. Si quieres usar mis


naves, necesito saber cuán caliente es la mercancía que se está
moviendo.

—Sólo unos kilos de polvo de ángel —dijo Jacoby con un


encogimiento de hombros casual.

—Cocaína. —Killian aclaró y esperó a que el hombre asintiera con


la cabeza antes de frotar las puntas de sus cuatro dedos sobre su
boca.

—Sr. Jacoby, yo no...

Un movimiento de la puerta abierta llamó su atención. Su cabeza


se sacudió justo cuando una pequeña y pálida figura entró en el
umbral. Los ojos marrones se encontraron con los suyos en un
rostro que le había estado persiguiendo cada hora que estuvo
despierto y todos sus pensamientos se dispersaron. Todo se
desvaneció, pero cómo el sol de las amplias ventanas parecía
darle un halo, convirtiendo su vestido blanco casi translúcido y
su cabello un montón de oro hilado. Las hebras sedosas estaban
sin atar, derramándose en rizos alrededor de los hombros
desnudos para dejar de burlarse de los pechos firmes. Ella lo
había separado de otra manera, con la mitad metida detrás de su
oreja mientras el resto colgaba deliberadamente sobre un lado de
su cara. Pero fue su mera presencia lo que él notó por encima de
todo y el propósito detrás de ella.

Metió la mano en su monstruoso bolso y liberó el sobre que le


había dado. El color se reflejó en sus mejillas mientras lo tenía
delante de ella para que él lo viera. Pero la euforia que se apoderó
de él duró poco por el color apagado de su rostro. Cómo el lado
oculto por el cabello era más oscuro y cómo ella parecía ser...
más pequeña, como si de alguna manera se hubiera encogido en
sí misma de la noche a la mañana. Él no creyó ni por un segundo
que era la decisión de ella de aceptar sus términos lo que la hacía
parecer tan sacudida y derrotada.

Jacoby comenzó a levantarse de su asiento. —¿Sr. McClary?

—Vete —dijo sin ningún cuidado mientras salía de su silla y


marchaba hacia donde estaba Juliette. Sus manos encontraron
su rostro antes de que se diera cuenta de que la estaba
alcanzando. La inclinó hacia la luz detrás de él y le barrió el
cabello.

No se sabía cuán graves eran las heridas cuando le pusieron


unos 10 kilos de maquillaje. Pero pudo ver lo suficiente como
para hacer que sus fosas nasales se ensancharan.

—¿Quién hizo esto? —Incluso para sus propios oídos, las


palabras tarareaban con furia apenas reprimida. Vibraba con
rabia y con un tipo de peligro que podía sentir crepitar en su
columna vertebral—. ¿Quién puso sus malditas manos sobre ti?

Vio el miedo en sus ojos, el temblor en su barbilla antes de que


la empujara detrás de una sonrisa temblorosa.

—Traje el acuerdo —susurró, poniendo el sobre entre


ellos—. Tengo algunas preguntas...

Ignoró sus patéticos intentos de desviar su atención y la arrastró


a su baño privado a pesar de su protesta. Cerró la puerta tras
ellos y buscó una toalla limpia.

—Killian...

—¡Silencio!

Humedecía la tela y la alcanzaba una vez más. Una mano le


acarició la base del cráneo mientras que la otra le pasó
suavemente el rostro, frotándola hasta que se quitó todo el
maquillaje hasta la garganta, donde la piel lisa era un laberinto
de ronchas rojas, púrpuras, verdes y amarillas con la forma
exacta de las manos violentas de un hombre. Cada nueva marca
lo llenaba con un nuevo color rojo que hacía imposible respirar.
Cada vez que ella hacía un gesto de dolor, cada vez que él veía el
dolor en sus ojos, era todo lo que podía hacer para mantener a
raya la necesidad de sangre.

—Quítatelo —le dijo, dándole la opción antes de arrancarle la


ropa de la espalda con sus propias manos.

—Killian, por favor...

—Quítatelo, Juliette, o te ayudaré a hacerlo.

Estaba temblando y que Dios lo ayude, pero no le importaba si


era por miedo a él. En ese momento, todo lo que le importaba era
ver hasta dónde llegaban sus heridas. A partir de ahí, iba a cazar
al bastardo y matarlo como a un perro rabioso.

Con cuidado, se quitó la ropa y se puso de pie ante él en su


sujetador y bragas. En cualquier otro momento, la vista de su
cuerpo desnudo lo habría vuelto loco de lujuria. Pero lo único que
sintió fue una rabia asfixiante cada vez que se quitaba una
prenda y su aliento se agarraba con dolor.

Le dio vuelta, teniendo cuidado de no lastimarla más. Su mirada


subió por la parte posterior de sus piernas hasta el floreciente
manchón de colores que salpicó sus omóplatos. La piel se había
despegado, dejando la mancha dentada y costrosa. Había carne
desgarrada a lo largo de su codo y rodilla derecha, pero nada
más.

—¿Quién hizo esto? —Se necesitó toda su fuerza para mantener


su toque suave cuando hizo que ella lo enfrentara una vez
más—. Dime.

Sacudió la cabeza. —Me caí.


—¡Mentira! —Su gruñido la hizo saltar—. Conozco las manos de
un hombre, Juliette. Dime su nombre.

—Killian, por favor, no...

La besó. No había nada ni remotamente suave o cálido en el


crujido vicioso de su boca sobre la de ella. Fue brutal y
despiadado. Pero era eso o estrecharla y no podía confiarse con
esto último.

—Lo encontraré. —Juró contra sus labios—. ¡Y acabaré con


él. —La besó por última vez antes de abrir la puerta del baño.

Le disparó una última mirada antes de cerrarla detrás de él y


marchar a través de la oficina.

Frank se encontró con él en la puerta como convocado por el


mero poder de la mente de Killian. Jacoby, como Killian notó
distraídamente y sin mucho cuidado, se había ido.

—¿Señor?

—Toma el auto. —Gritó, pasando por delante del otro hombre y


asaltando el pasillo—. Vamos a hacer una pequeña visita al este.

Frank no preguntó. Se puso al lado de Killian mientras sacaba su


teléfono e hizo la llamada. Killian sabía que Marco ya estaría
fuera, esperando.

—Tenemos que hacer una parada primero. —Se lo dijo a Marco


antes de subir a la parte de atrás. Hizo una pausa cerrando la
puerta para mirar a Frank—. Asegúrate de que no se vaya.

Inclinando su cabeza, Frank presionó su teléfono en su oído de


nuevo y murmuró rápidamente las instrucciones mientras
rodeaba el maletero del auto y se subía al lado de Killian.

Killian prefería hacer sus negocios desde su casa, pero Juan Cruz
hacía los suyos desde el salón delantero del Palacio del Dragón.
El hotel de ocho pisos de marfil y oro había sido decorado en un
lujoso palacio equipado con escaleras doradas, arte de valor
incalculable, y toda la familia Cruz, relacionada o no con sangre.
Tres de ellos palmearon a Killian al entrar en el amplio vestíbulo.
No fueron precisamente amables con ello, pero Killian lo dejó
pasar cuando lo llevaron a través de la entrada hacia una
habitación que se encontraba en una esquina del piso principal.

Juan se sentó en un sofá de terciopelo con una pierna reclinada


sobre el diván escarlata mientras una chica de dieciséis años se
arrodillaba en el suelo y masajeaba la otra. Levantó la vista
cuando trajeron a Killian. El tono cobrizo de su tez parecía aún
más oscuro bajo el gorro negro de cabello ondulado. Fue barrido
hacia atrás para exponer las líneas profundas en un rostro que
podría haber sido considerado guapo antes de que el tiempo y la
prisión tomaran el control. Seis gotas de lágrimas entintaron su
mejilla derecha justo debajo del contorno de sus oscuros ojos.
Más tatuajes colorearon su garganta y desaparecieron bajo el
cuello abotonado de su shalwar kameez6. No era algo que se
llevara tradicionalmente en las calles de México, pero a Juan le
encantaban los pantalones sueltos y la camiseta holgada y los
llevaba por todas partes.

—Killian. —Le hizo un gesto a la chica para que se fuera con un


gesto despectivo de su muñeca. La chica agachó la cabeza y salió
corriendo de la habitación—. ¿Qué te trae al este?

Killian se movió al asiento que hacía juego al otro lado de la mesa


de café dorada y se sentó.

—Parece que tenemos algunos asuntos que discutir —dijo


uniformemente.

Con las cejas oscuras alzándose, Juan bajó ambos pies a la


gastada alfombra y se inclinó hacia adelante para apoyar los
codos en sus rodillas.

—¿Tenemos?

Killian miró a Frank y le hizo señas al hombre con una


inclinación de cabeza. Frank se acercó y puso con cuidado el

6 Vestimenta usada por hombres y mujeres en Asia del Sur y Asia Central
maletín plateado sobre la mesa de café. Juan le echó un vistazo
fugaz antes de fijar su curiosa mirada en Killian una vez más.

—Si esta es la cantidad que obtuviste de Arlo por sus estúpidas


indiscreciones, no mentiré, estoy sorprendido.

Killian sacudió la cabeza. —No lo es, aunque espero que eso no


haya amargado nuestra amistad.

Juan agitó una mano despectivamente y se sentó. —El chico debe


aprender el negocio. Todos hemos hecho tonterías en nuestra
juventud y hemos pagado las consecuencias. Pero puedo
asegurarle que no volverá a suceder.

Estaba en la punta de la lengua preguntar qué tipo de


consecuencias Arlo se vio obligado a soportar, pero eso no era
asunto suyo.

—Gracias.

Asintiendo con la cabeza, Juan echó un vistazo al caso entre


ellos. —Entonces, ¿qué puedo hacer por ti?

—Estoy aquí para pagar la deuda de Antonio Romero —dijo


Killian.

Frank abrió la cremallera y le dio la vuelta al maletín para que


Juan mirara dentro.

—Está todo ahí. —Le aseguró Killian—. Además de un pequeño


extra por tus problemas.

Juan nunca se molestó ni siquiera en echar un vistazo al


maletín. —¿Y por qué te importa esto?

Killian dobló una pierna sobre la otra y se inclinó en la firme


espalda del sofá. —La chica y su familia están bajo mi protección.

La cara del otro hombre inmediatamente se rompió en una


sonrisa que creó aún más pliegues para aparecer alrededor de
sus ojos. —Ah, la chica. He visto a la chica. Muy bonita. Puedo
ver por qué la querrías, pero esto... — Agitó una mano adornada
de oro en el maletín—. Seguramente ella no vale tanto.

Killian no se limitó a pestañear. —Ella es mía.

Ambas manos se alzaron en una muestra de


rendición. —¡Alexandro!

Uno de los hombres apostados alrededor de la habitación se


apresuró y se inclinó hacia abajo.

—Antonio Romero —dijo Juan uniformemente—. Ha terminando.

Sin pestañear, Alexandro sacó su teléfono y encontró el nombre


de Antonio. Lo tachó y escribió “pagado” junto a él. Luego él le
enseño la pantalla a Killian, quien le dio un breve vistazo.

Se volvió hacia Juan. —Te lo agradezco.

Juan hizo señas a Alexandro para que se fuera. —Ahora que


terminamos con los negocios, debes quedarte a cenar. María
siempre está haciendo demasiado.

—Hay algo más. —Killian intervino—. Un problema.

Toda la diversión se desvaneció en la cara de Juan. —¿Qué clase


de problema?

—Arlo —dijo Killian en breve—. Le ha estado haciendo pasar un


mal rato a Juliette.

—Así son las cosas —dijo Juan al instante—. Si no asustas a la


gente, toman tu dinero y nunca pagan.

—No. —Killian dejó que toda la fuerza de su ira saliera a la


superficie—. No así. Puso sus manos sobre ella. La hirió.

—Hablaré con él —prometió el otro hombre.

—Espero que lo hagas. —Se puso de pie con gracia—. No me


gusta que toquen mis cosas, Juan. Y odiaría que tu esposa
enterrara a un hijo tan pronto.
Había una indignación justificada en los ojos del anciano, pero
ambos conocían las leyes de las calles. Sabían lo sangrienta que
podía ser una guerra territorial y lo peligrosa que era. Juan era
lo suficientemente mayor y sabio para reconocer una advertencia
amistosa opuesta a una amenaza.

—Estará hecho.

Inclinando su cabeza en despedida, Killian se dirigió a la puerta.

—Killian. —La voz de Juan lo detuvo, lo hizo girar—. No me tomo


a la ligera la amistad que tenemos entre nuestros hogares, pero
no me veré favorecido si algo le pasa a mi familia.

—Yo tampoco —respondió Killian de manera uniforme—. Juliette


y su familia ya no le deben nada a los Dragones. No quiero
escuchar nunca que a ella se le molestó. Por favor, dale recuerdos
a María y dile que iré otra noche a verla.

Con eso, Killian salió con Frank justo en sus talones.

El viaje de vuelta se hizo en un silencio que se rompió por el


ocasional chirrido del teléfono de Frank. Killian vio el paisaje
pasar por la ventana en un borrón de edificios y personas. Sus
sienes palpitaban en un familiar tambor de agonía que le hizo
cerrar los ojos y apagar sus pensamientos. Pero las imágenes del
rostro magullado de Juliette, las marcas en su cuerpo se alzaron
detrás de sus párpados y el agarre abrasador de la rabia regresó
con una venganza. Le hizo querer tirar al viento la amistad y los
años de cuidadosa planificación, cazar a Arlo y romperle cada
hueso de su maldito cuerpo. Le hizo querer hacer todas las cosas
que le habían dado el apodo de El Lobo Escarlata.

—¿Jefe? —La voz estruendosa de Frank lo sacó del borde.

—Casa —murmuró sin abrir los ojos.

Marco viró el auto hacia el norte. A lo lejos, las sirenas sonaron


y Killian hizo un gesto de dolor. El sonido rallaba en todos sus
nervios con garras dentadas. Le arrancó los recuerdos que tanto
le costó enterrar. Pero todo lo que se necesitó fue ese sonido, un
sonido destinado a asegurar y calmar. Para él, era un sonido que
le había fallado a su padre. El sonido que se llevó a su madre
para salvarla, pero que fracasó en el camino. Era un sonido malo.
Él odiaba ese sonido.

En la mansión, Killian abrió su propia puerta antes de que Marco


pudiera detenerse en la base de la escalera de piedra. Frank lo
siguió. Juntos, empezaron a subir.

—¿Puedes averiguar por qué Jacoby estaba aquí? —le dijo al otro
hombre—. Creo que quiere traer un cargamento a la ciudad.
Ayúdalo a salir de los libros y asegúrate de que las autoridades
lo detengan antes de que se acerque. No quiero que su basura
corra por mis calles —murmuró Killian, atravesando el umbral y
entrando en el vestíbulo—. Pero asegúrate de que no vuelva a la
compañía.

Con la cabeza inclinada sobre su teléfono, Frank asintió. —Sí,


señor. —Killian se giró hacia las escaleras.

—Cocina —dijo Frank sin levantar la vista ni que le preguntaran.


Re direccionando sus pasos, Killian se dirigió hacia el pasillo
hacia la parte de atrás de la casa. Parches de luz solar se filtraban
por las blancas paredes y se quedaban en un punto medio del
suelo de mármol como un borracho. Brillaba y parpadeaba
cuando pasaba por allí. A la izquierda, filas de cristales altos
daban al jardín en el que su madre prácticamente había vivido.
Después de su muerte, contrató a los mejores jardineros y
paisajistas para mantener el terreno, para que todo siguiera
exactamente como ella lo había hecho. La verdad es que no había
cambiado nada en toda la casa.

Su madre había escogido y diseñado cada centímetro de la


mansión desde los grifos hasta los pequeños topes detrás de cada
puerta. Había sido su proyecto durante más de trece años y
probablemente lo habría sido si no se la hubieran quitado. Killian
habría vendido la casa después de la muerte de su padre, y la
había contemplado varias veces, pero tenía tanto de sus padres
entretejido en cada grano y pedazo de madera que separarse de
ella sería como perderlos de nuevo.
El pasillo terminaba en la cocina iluminada. El rico aroma de la
carne y la salsa lo saludó antes de soltar unas carcajadas. Hacía
tanto tiempo que ese sonido no llenaba el inmueble que no estaba
seguro de qué esperar cuando entró por la puerta.

Juliette se sentó en la isla de piedra, con la cabeza echada hacia


atrás mientras llenaba la habitación con el dulce timbre de su
deleite. Su cocinera a tiempo parcial, tía sustituta a tiempo
completo, Molly Coghlan estaba de pie en el extremo opuesto del
mostrador, agitando las manos mientras hacía elaborados gestos
de descripción. Las luces encendían los brazaletes que
abarrotaban sus brazos. El sonido se agitó por la habitación,
haciendo un mundo de ruido.

Molly era una mujer robusta con una cabeza llena de rizos rojos
irlandeses y hombros anchos. Años de pasar demasiadas horas
en el jardín al sol sin una cubierta adecuada habían impreso para
siempre pliegues alrededor de brillantes ojos verdes. Sin
embargo, a pesar de su amor por el aire libre, su piel era de un
blanco pastoso que resaltaba el gris que se arrastraba a través
de los rizos rojizos cortados y con permanente obstinadamente
cortos. Era tres pies más corta que Killian incluso con tacones de
tres pulgadas, pero su aura dominaba, feroz y resistente. Era una
mujer que no temía a nada, ni siquiera a la muerte y la rodeaba
como un sudario.

—Por supuesto que mi madre se tomó ese segundo para entrar


en la cocina. —Molly continuó, con los ojos del color de la espuma
del mar abiertos y brillantes de diversión—. Y ahí estaba yo, con
las tijeras en una mano, el cabello de mi hermana en la otra, y
mi hermano pequeño colgando del armario. A mamá le dio un
ataque.

Juliette estalló en otro ataque de risas incontrolables que la


hicieron mecerse en su taburete. El sonido era algo mágico.
Resonó con tal abundancia de alegría que Killian, que había
escuchado la historia un millón de veces antes, no pudo evitar
sentir su propia risa haciendo cosquillas en su pecho.
—¡Eso es horrible e hilarante! —Juliette jadeó, presionando con
la palma de la mano en su pecho.

Sus hombros aún temblaban cuando lo vio en la puerta. Su


sonrisa se desvaneció inmediatamente y fue reemplazada por
algo que él pudo haber confundido con preocupación si pudiera
mirar más allá de la flor de colores salpicados en su rostro.

—Killian. —Se giró en su asiento para mirarlo


correctamente—. Has vuelto.

—Sí —murmuró—. Así es.

—Y ya era hora. —Molly lo rodeó, con una mano plantada en la


curva completa de su cadera—. ¿Sabes lo difícil que fue mantener
esto en calma? Prácticamente tuve que sedarla.

—Estaba… preocupada. —La última palabra fue dicha tan


silenciosamente que casi no la escuchó—. No estaba segura de
que estuvieras bien.

Como si se diera cuenta del alcance de su confesión, apartó los


ojos y se quedó callada.

Cada campana de advertencia en la cabeza de Killian sonó


simultáneamente en el mismo momento. Todos gritaron para que
se diera la vuelta y corriera, o mejor aún, le dijeron que se fuera
antes de que contaminara más su mundo perfectamente
establecido. Todas las señales estaban allí, pasando ante sus ojos
y sin embargo las palabras se negaron a venir. Tal vez fue
cobardía. Tal vez fue estupidez. Pero no podía rechazarla. Todavía
no.

—Sólo manejando algunos negocios —dijo, luchando por


mantener un tono uniforme.

Juliette seguía fija con los dedos anudados en su regazo y Killian


no estaba seguro de que estuviera listo para que su atención
volviera a él todavía.
—Así que la encontré encerrada en esa mazmorra. —Molly
intervino cuando la tensión se extendió a un minuto completo y
agonizante—. ¿Así es como tu padre te enseñó a mantener a una
mujer?

—Nahh, me enseñó a mantenerlas atadas a la cama —dijo


honestamente.

Molly se rio. —Sí, eso suena más a él. —Ella se quitó el polvo de
las manos y suspiró—. Bueno, me voy entonces.

—¿Te vas? —Juliette dijo, sonando genuinamente decepcionada.

—Sí, he terminado mi trabajo de la semana.

—Bendito seas. —Killian respondió, adentrándose más en la


habitación—. Molly ha estado en la familia desde que era un
niño —le dijo a Juliette—. Solía darme dulces a escondidas
cuando mi madre no miraba. Ahora se queda para asegurarse de
que no me muera de hambre accidentalmente. Hace el mejor
guiso de cordero de este lado del charco.

Juliette miró de uno a otro. —Así que, básicamente, ¿tienes tu


comida pre cocida y entregada en lotes semanales? —Ella miró a
Killian—. ¿No sabes cocinar?

Era la voz estruendosa de Molly que rugía a carcajadas. —Aw,


amor, no confiaría en él en la cocina si me pagaras. El chico ni
siquiera puede hervir el agua.

Aunque es embarazosamente cierto, Killian trató de no ofenderse


por la diversión que se tenía en su nombre. En su lugar, se puso
las manos en sus bolsillos y disparó luces silenciosas a la mujer
que prácticamente lo había criado. Molly estaba impasible.

—No sé cocinar —confesó Juliette—. Quiero decir, puedo hervir


agua, pero creo que la última comida que hice fue un sándwich.

Molly hizo un sonido de dolor. Su mano voló hacia su pecho.


—Señor, sálvame. —Ella miró a los dos—. No es de extrañar que
ustedes dos no se hayan desperdiciado. ¿Tengo que empezar a
hacer doble?

—¡No! —Juliette estalló antes de que Killian pudiera abrir la


boca—. No, gracias, pero no estaré aquí mucho tiempo y no
quiero que te tomes la molestia.

Molly inclinó su cabeza hacia Killian. —No importa. Come como


un pájaro delicado.

Killian se enderezó. —Sabes, es la segunda vez que me insultas


en cuestión de una hora.

Molly se rió, imperturbable. —¿Sólo la segunda? Debo estar


perdiendo mi toque. —Se echó encima su abrigo y su
bolso—. Será mejor que me vaya. Tengo una casa que limpiar y
un hombre en casa que alimentar. —Entrecerró los ojos ante
Killian—. No comas todo eso en un día, ¿me oyes? No voy a hacer
más.

Lo haría. Killian sabía que lo haría. Pero no sin muchas quejas.

—¿No eras tú la que solía decirme que era un niño en crecimiento


que necesitaba comer más? —Killian desafió arqueando las cejas.

Molly frunció los labios. —También te dije que nunca serías


demasiado viejo para ponerte sobre mi rodilla.

Desde el mostrador, Juliette hizo un sonido que se sofocó


rápidamente al toser.

—Fue un placer conocerte —le dijo a Molly, evitando con tacto la


mirada de Killian—. Gracias por el guiso.

Molly liberó a Killian de su mirada de muerte y se concentró en


Juliette. —Cuídate ahora —dijo ella, ya empezando por la
puerta—. Acompáñame —le dijo a Killian.

Killian le echó un vistazo a Juliette. —Quédate aquí —le dijo


antes de seguir a Molly.
—¿Te importaría decirme qué le pasó a su cara?

—No fui yo.

Molly le disparó una mirada. —Te golpearía el pellejo si pensara


que tienes la capacidad de ponerle las manos encima a una
mujer. —Ella dejó de caminar y miró de cerca la cara de
Killian—. Mi pregunta es, ¿qué pretendes hacer al respecto?

Era una pregunta que Killian esperaba en el momento en que vio


a Molly en la cocina con Juliette. Casi lo había estado esperando.

Molly había sido criada por un padre que usaba sus puños más
que su boca. Killian nunca había conocido al hombre, pero
sospechaba que había sido malo; Molly siempre tenía esa mirada
en sus ojos cuando surgían menciones de abuso. Era la mirada
que Killian había visto en el espejo todos los días durante tres
años antes de ponerle fin. Era algo que superaba la furia,
conquistaba la rabia y pasaba esa línea más allá de la neblina
del rojo. Pero a diferencia de él, no tenía a nadie a quien castigar.
No tenía forma de hacer que se detuviera. Su padre había bebido
hasta morir en una cuneta cuando ella tenía trece años.

—Me estoy ocupando de ello.

Molly enderezó sus hombros. Su barbilla subió en un desafío que


él conocía muy bien.

—Asegúrate de hacerlo. Hay un lugar especial en el infierno para


los hombres que lastiman a mujeres y niños.

—Sí. —Metió las manos en los bolsillos para no tocarla—. Y tengo


la intención de asegurarme de que llegue allí más pronto que
tarde.

Sus hombros se elevaron con su inhalación profunda. —Buen


chico. —Se alejó hacia las puertas. Sus manos estaban inestables
cuando se ajustó la correa de su bolso—. Hasta la próxima
semana entonces.
Con un beso en la mejilla, ella se alejó. Killian la miró hasta que
bajó los escalones delanteros y se dirigió al auto que Marco trajo
para ella. Sacudió la cabeza ante el pedazo de mierda de Toyota.
La cosa era más vieja que él y aun así ella se negó a que le
consiguiera algo mejor. Retumbó y chilló como una banshee a
través de las puertas delanteras.

—¿Señor? Tiene una conferencia telefónica reservada en una


hora. —Frank apareció aparentemente de la nada, teléfono en
mano. Se detuvo en el hombro de Killian—. ¿Debo reprogramar?

Killian echó un vistazo al corredor soleado que lleva a la cocina.

—No. —Se desabrochó los puños y enrolló las mangas de su


camisa de vestir—. Dame treinta minutos.

Dejando que el hombre pulsara eso en su teléfono, Killian se


abrió camino a través de las luces del sol. Sus pies se
engancharon en el mármol con un casi saltar a cada paso.

La emoción que sentía al pasar por él era desconocida. Nunca


había sido la causa de la felicidad de otra persona. Nunca había
sido capaz de darle a alguien algo que significara un carajo.
Decirle a Juliette que se había librado de Arlo fue prácticamente
hacer un agujero en su pecho.

Se paró en el lavabo. El agua corría mientras fregaba su tazón y


su cuchara. Killian siguió las líneas de su espalda en el suave
material de su vestido. La luz de las puertas francesas brillaba a
través de las sedosas hebras que caían alrededor de los hombros
delgados. Un pie estaba arqueado en los dedos del pie mientras
que el otro permanecía plano. Sabía el momento en que ella había
terminado cuando el pie se asentó junto al otro y cerro el grifo.
El cuenco y la cuchara se colocaron en el lavavajillas. Se secó las
manos y se dio la vuelta.

—¡Jesús! —Una mano saltó a su pecho—. No te oí volver.

—No hay necesidad de eso —dijo en su lugar, haciendo un gesto


con un tirón de su barbilla hacia el lavavajillas—. Tengo a alguien
que se ocupa de esas tareas todos los días.
Aun respirando con fuerza para hacer que su pecho se levante y
caiga rápidamente, se movió a la estufa y enganchó el trapo de
vuelta a través de la barra del horno.

—Me sentiría mal si lo dejara para otra persona. —Una sonrisa


enroscó las comisuras de su boca cuando se volvió hacia
él—. Suenas como ella —dijo—. Molly —aclaró cuando él levantó
una ceja—. Quiero decir, ya tienes un acento profundo, pero
cuando hablaste con ella, era muy grueso.

Era un hecho que su padre solía burlarse de él sin piedad. A


diferencia de su madre y Molly, su padre no se había criado en
Dublín. Su acento era más refinado, audible y comprensible para
la mayoría. Killian había sido criado por los tres y juntos, le
habían dado algo intermedio. Aunque no podía oírlo, le habían
dicho varias veces que su acento era más pronunciado en su ira
o cuando Molly estaba cerca.

Para Juliette, resopló. —No tengo acento.

Ella se rio. —Por supuesto que no. —Empezó a ir hacia él. Su


sonrisa se desvaneció y lo miraba con esas cejas arrugadas de
preocupación—. ¿Estás bien?

Sus manos se movieron en sus bolsillos. —¿Por qué no iba a


estarlo?

Un hombro levantado en un encogimiento indeciso. —Parecías


enfadado cuando te fuiste y yo...

—No puedes. —La detuvo con más agudeza de la que era


necesaria—. No puedes preocuparte. No puedes preguntar. No
puedes saber. Esas son las reglas. No eres mi novia ni mi esposa.
No hay nada entre nosotros salvo el sexo.

Hacía frío. Molly le habría pegado por menos, pero había que
decirlo. Necesitaba entender su lugar. La ilusión de las mujeres
que creían que había más para tener cuando no lo había era un
problema. No quería problemas. No en lo que respecta a Juliette.
Necesitaba saber desde el principio lo que él esperaba.
Necesitaba ser consciente de lo limitado y sin emociones que
sería su arreglo.

Pero Juliette, si estaba herida o enfadada, no reveló nada más


allá de la inclinación de su barbilla.

—Sólo me preocupé porque si algo te pasa antes de que mi deuda


sea pagada, estaré atrapada con Arlo para siempre.

Era una respuesta legítima, si era la verdad o no hacía poca


diferencia; él la dejaba guardar sus secretos como guardaba los
suyos. Después de todo, no estaba allí para intercambiar diarios.

Se adentró más en la habitación, acercándose a ella tanto como


se atrevió sin tocarla.

—Puedes dejar de preocuparte entonces —dijo—. Arlo no te


molestará más. Seguro que no volverá a ponerte las manos
encima.

Sus noticias no tuvieron el efecto que esperaba. En cambio, sus


ojos se pusieron enormes. Toda la sangre se derramó de su
rostro, haciendo que los moretones brillaran grotescamente.

—Oh Dios... —Ella tropezó hacia atrás, lejos de él, sus manos
volando hacia su boca—. ¿Lo mataste?

Fue insultante y divertido que ese fuera el primer lugar donde su


mente siempre parecía ir en lo que respecta a Arlo y Killen.

—¿Y si lo hiciera? —La rodeó lentamente, disfrutando de su


pánico.

Ella lo acorraló. —Entonces renunciaste a un poco de tu alma


por alguien que no la merecía. Sí, Arlo merece morir. Sí, me
imaginé haciéndolo yo misma un millón de veces. Pero no tiene
derecho a manchar ninguna parte de ti con su... su maldad.

Eso le hizo hacer una pausa. Su cabeza se inclinó mientras


observaba a la mujer que estaba de pie ante él.

—Mi alma.
Las dos palabras sonaban extrañas y extrañas saliendo de sus
labios. Le recordaba la vez que su madre contrató al grumoso Mr.
Delavan para enseñarle alemán. Cada sílaba había salido áspera
y torpe y finalmente terminó con el Sr. Delavan tirando su taza
de café a la pared y saliendo furioso.

Intrigado por la novedad de su alma, Killian se dirigió a las


puertas francesas y se asomó al brillo de la luz que brillaba en el
mármol pulido. El sol del atardecer estaba bajo y cansado en el
cielo sin nubes. El indicio de una brisa hizo que las hojas
temblaran en sus ramas, pero nunca pasó del cristal para tocar
su piel.

—No estoy completamente seguro de poseer una de


esas —murmuró más para sí mismo que la mujer que lo
observaba.

—Todo el mundo tiene alma —dijo Juliette en voz baja—. Incluso


Arlo, aunque, estoy segura de que la suya es negra y se ha
marchitado a la nada.

La miró por encima del hombro. —¿Cómo sabes que el mío no lo


es?

—No te conozco lo suficiente como para responder a eso.

¿Qué esperaba? ¿Honestamente esperaba que ella le dijera que


era redimible? ¿Qué podría ser perdonado de alguna manera por
sus crímenes pasados? ¿Quería serlo? Nunca se le había ocurrido
antes. Lo que había hecho, sabía que lo haría de nuevo si se le
daba la oportunidad. No se disculpó por haber tomado esas
vidas. ¿Eso lo hizo malvado? ¿Hizo eso que su alma se volviera
negra y marchita?

Su madre solía contarle historias de valientes caballeros que


buscaban justicia para su reino, para su rey y su princesa. Se les
consideraba como héroes, como algo de honestidad e integridad.

Killian no era un héroe. No era un caballero blanco con una


brillante armadura montando un caballo blanco. No salvó al rey
y al país. También sabía la diferencia entre la fantasía y la
realidad; sólo en una fantasía el héroe acechaba, torturaba y
asesinaba a nueve hombres y esperaba un desfile. Killian no
esperaba nada. No se hacía ilusiones. Ninguna. Su mundo era
blanco y negro y salpicado por el carmesí.

—¿Killian? —El silencioso chasquido de sus zapatos moviéndose,


cerrando la distancia lo alejó de sus pensamientos—. ¿Lo
mataste?

Dando la espalda al vidrio, Killian la vio acercarse cada vez más


y se preguntó qué diría si le dijera que sí. ¿Le llamaría monstruo?
¿Le devolvería el contrato a la cara y le gritaría que la dejara en
paz?

—No. —Se escuchó a sí mismo decir antes de que su cerebro


terminara de preguntarse—. Continúa viviendo,
desafortunadamente.

Vio sus hombros caerse con su exhalación. Se formó una fina


arruga entre sus cejas que acentuó el alivio y la preocupación en
sus ojos.

—Bien. —Se lamió los labios—. Bien —Se pasó una mano por el
cabello, exhaló de nuevo y empezó a darse la vuelta. Pero se
detuvo y se volvió hacia él—. ¿Qué... qué quieres decir con que
no me molestará de nuevo?

—Quiero decir que he manejado el asunto —dijo


uniformemente—. Ya se ha tratado. Tú y su familia las dejarán
en paz.

Su respiración se hizo cada vez más fuerte. —¿Está hecho? ¿Se


acabó? —Inclinó su cabeza.

—Sí. Eres libre, Juliette.

Hubo un claro temblor en sus manos cuando se levantaron y se


aplastaron contra su pecho. Los ojos húmedos se alejaron de él
para enfocarse en algo que estaba justo sobre su hombro. Él
sabía que ella no veía nada, pero se quedó así, inmóvil mientras
el impacto de sus palabras finalmente se hizo sentir.
Finalmente le devolvió esos ojos brillantes, brillando con pánico
y miedo.

—No he firmado el contrato. Yo… —Ella rompió con un jadeo


estrangulado—. Tengo preguntas y...

Levantó la mano. —Eso no es importante ahora mismo.

La suave columna de su garganta se movió rápidamente. —Yo...


yo no.… no puedo. —Una mano se levantó, temblando
violentamente antes de asentarse en su frente—. Siete
años... —Ella lo miró, la desesperación acechando cada línea de
su rostro—. ¿Se acabó?

—Se acabó.

Killian la atrapó cuando se balanceaba. Casi no lo hizo. Casi no


fue lo suficientemente rápido. Ella no le dio ninguna advertencia.
Pero él la tenía. Sus brazos la rodearon, levantando su débil peso
en su pecho. El aliento caliente y desarrapado le quemó la
garganta con su primer sollozo. Su espalda se puso pesada. Finos
dedos se enroscaron con violencia en el material crujiente de su
camisa, arrugándose y desgarrando la tela mientras ella se
aferraba a él.

Olía a flores silvestres. El olor se aferraba a su cabello. Lo


rodeaba, llenaba sus sentidos. Sabía que debía concentrarse en
ella, en consolarla, pero en cambio se ahogaba en ella.

—Nunca pensé que escucharía esas palabras. —Se


ahogó—. Pensé que moriría siendo su esclava. Pensé...

—Ya se acabó —prometió—. No volverá a tocarte nunca más.

Con una inhalación profunda que le levantó la espalda contra


sus palmas acariciadoras, ella inclinó su rostro hacia el de él.
Sus ojos estaban enrojecidos. Las pestañas eran filosas, púas
húmedas. Diez cabellos se aferraban a sus húmedas mejillas y
fueron rápidamente eliminados cuando ella se asomó a él.

—Gracias —susurró—. Nunca podré pagarte.


Empezó a sacudir la cabeza, empezó a decirle que no quería que
le devolviera el dinero cuando se mudó a su espacio una vez más.
Sus manos fueron a sus hombros, equilibrando su peso mientras
se levantaba sobre los dedos de los pies. Entonces su boca estaba
sobre la de él en un delicado beso.

Era suave y lleno de una ternura que lo asustó mucho. Su dulce


vacilación lo meció hasta los dedos de los pies en una ola. Lo
distrajo de la mano que ella levantó al lado de su mejilla raspada
hasta que ella profundizó su beso. El sabor a miel de su boca, el
olor embriagador de su cuerpo se hinchó a su alrededor en una
inundación de todo lo que él no quería, pero no encontraba
sentido en detenerse.

Pero lo hizo. Se detuvo. Rompió la junta de sus labios y abrió los


ojos con un parpadeo. Los lirios se expandieron a través del oro.
Pero fue el estado húmedo e hinchado de su boca lo que preocupó
a sus pensamientos.

—Tengo que irme —susurró.

La declaración automáticamente le dio más fuerza a ella.

—¿Por qué?

—Tengo que trabajar en una hora —dijo—. Sólo vine a decirte que
aceptaré tu contrato si...

—¿Todavía vas a trabajar? —interrumpió.

—Por supuesto. ¿Por qué no lo haría?

—Porque ya no lo necesitas si aceptas el acuerdo —dijo—. Me


aseguraré de que se te pague bien por encima de lo que ganas
ahora con todos tus trabajos.

Ella se retiró de su abrazo y dio un paso atrás. Sus brazos se


doblaron sobre su sección media.

—Es muy amable, pero aún no he firmado los papeles, así que
todavía tengo que trabajar.
Empezó a protestar, pero decidió no hacerlo. En lugar de eso,
dijo: —Marco te llevará.

Sacudió la cabeza. —No necesito...

La silenció con una mirada. —Marco te llevará —repitió muy


lentamente—. Entonces hablaremos de conseguirte tu propio
conductor.

Sus ojos prácticamente sobresalían de su cráneo. —Mi propio...


¿por qué demonios necesitaría mi propio conductor?

—Porque si insistes en trabajar horas impías, no te dejaré andar


sola en la oscuridad.

—No necesito mi propio...

—Por favor —interrumpió bruscamente—. Por mí.

Sus labios se juntaron y él pudo ver la furiosa negativa detrás de


sus ojos, pero ella asintió con la cabeza. —Está bien. Gracias.

Empezó a ir hacia la puerta.

—Juliette. —Se detuvo a unos metros y se dio vuelta—. Haré que


alguien te recoja mañana para el almuerzo. Repasaremos sus
preguntas.

Ella le frunció el ceño. —No tienes que enviar... —Se detuvo


cuando él arqueó una ceja. Las comisuras de su boca se torcieron
hacia abajo—. Bien —murmuró a regañadientes—. Te veré
mañana.
Fiel a la promesa de Killian, Marco estaba esperando al final de
las escaleras, junto a un elegante auto blanco. Inclinó la cabeza
cuando Juliette se dirigió hacia él. Su expresión se quedó en
blanco, incluso cuando observo el lado de su rostro.

Le había llevado una hora aplicar suficiente corrector para...


bueno, ocultar. En el lapso de cinco minutos, Killian lo había
limpiado todo, dejándola expuesta para que todos la vieran. Le
molestaba; no tenía tiempo de ir a casa y volver a aplicarse.
Afortunadamente, rara vez entró en contacto con la gente del
hotel tan tarde en la noche.

—Gracias —le dijo a Marco cuando él abrió la puerta trasera. Él


movió su cabeza una vez y esperó a que ella se deslizara antes de
cerrar la puerta detrás de ella.

Juliette no lo miró alrededor del auto. Su mirada se quedó fija en


la puerta abierta en la parte superior de la escalera. El único
vacío de Killian. Pero ella podía sentirlo. Podía sentir su presencia
llenando el espacio y derramándose en la noche.

La había liberado. Lo había hecho incluso antes de que ella


firmara su contrato. Lo había hecho por ella. Una voz en su
cabeza había argumentado que lo había hecho para someterla,
pero ella no lo creyó. La verdad es que no le importaba.

Su meta, su sueño, toda su misión en la vida durante siete años


había sido alejarse de Arlo, para no tener que ver nunca más su
cara petulante y cruel. Killian le había dado eso, todo eso, y lo
había hecho sin dudarlo ni un momento.
Todavía le molestaba que ahora estuviera en deuda con él, que
posiblemente no estuviera en mejor situación de la que había
estado. Pero lo estaba. Nadie y nada era peor que Arlo. No parecía
importar si Killian usaba su buena acción para encadenarla de
nuevo. Al menos no en ese momento. En ese momento, todo lo
que importaba era que Arlo no pudiera volver a tocarla a ella o a
su hermana.

—¿Señora?

Juliette parpadeó y giró la cabeza hacia Marco, que la miraba


educadamente por el espejo retrovisor —¿Sí?

—¿A dónde te gustaría ir?

Aturdida, Juliette se movió. —Oh, claro. Lo siento. Hotel Twin


Peaks, por favor.

Marco puso el auto en marcha y los sacó de la propiedad.

Le llevó menos tiempo del que había previsto llegar al hotel. Tal
vez se debió a que estaba acostumbrada a que el transporte
público tardara a veces horas en llegar a un determinado destino,
pero llegar sin problemas tenía un tipo de emoción única que en
parte no apreciaba; lo último que necesitaba era sentirse cómoda
con alguien más que la llevara.

Pero ella se desabrochó el cinturón y alcanzó la manija de la


puerta cuando Marco se detuvo al lado del hotel. En el asiento
delantero, Marco hizo lo mismo, pero Juliette ya se estaba
lanzando del auto. Metió la cabeza dentro y miró al hombre.

—Gracias por traerme.

Marco asintió con la cabeza. —De nada, señora.

Con una sonrisa, cerró la puerta y se apresuró a entrar.

Era un truco mantener la cabeza baja y el cabello cayendo sobre


el lado del rostro. No estaba segura de que pudieran despedirla
por tener moretones en el, pero lo último que necesitaba era que
la denunciaran. Estaría bien una vez que estuviera en las
habitaciones, lejos de las miradas entrometidas del personal.

Funcionó. Agarró su carrito y comenzó su turno en el cuarto piso


sin que nadie le preguntara qué le pasó en el rostro. Después de
eso, la noche transcurrió sin problemas. Terminó sus
habitaciones, bajó su carrito y firmó su salida como lo había
hecho un millón de veces antes. Se volvió a poner su ropa normal
y dejó el edificio.

El aire exterior estaba húmedo, como si hubiera llovido en algún


momento. El hormigón estaba húmedo, negro y manchado por
los arcos iris distorsionados. Brillaba bajo la luz apagada que
colgaba sobre la puerta trasera.

Era la única luz. La única fuente de seguridad e iluminó la salida,


dejando todo el callejón empapado de sombras. A la derecha, un
ligero flujo de tráfico pasaba por la abertura que daba a la calle.
La izquierda conducía a la zona de estacionamiento del personal
en la parte de atrás y estaba en la oscuridad absoluta. Al hotel
no le importaba mucho lo que le pasaba a su personal nocturno.
Había cámaras, pero ninguna funcionaba. Las luces eran escasas
y estaban lejos entre sí. La mayoría de las mujeres salían de
noche en manadas. Pero Juliette no tenía auto y por lo tanto no
había razón para acercarse al establecimiento.

Ella giró a la derecha. Si se apresuraba, podía llegar a la parada


de autobús al final de la cuadra y estar en casa antes de las
cuatro de la mañana.

—Hermosa noche para un paseo, ¿eh, Juliette?

La voz familiar se abrió paso a través del silencio como un látigo.


Se desgarró a través de Juliette. Ella se detuvo tambaleándose y
se giró. Su mano casi instintivamente fue a su bolso, a pesar de
que era inútil. Su corazón se hundió en su garganta mientras su
mente intentaba razonar la presencia de Arlo en su trabajo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Exigió, luchando por mantener


su voz tranquila.
Como un demonio de una película de terror, Arlo se alejó de las
sombras y descendió sobre ella con pasos lentos y regulares. El
golpe de sus botas resonó en las paredes viscosas, el sonido casi
ensordecedor.

—He venido a verte, Juliette —dijo simplemente.

—No. —Ella retrocedió un paso—. Hemos terminado. Tienes tu


dinero.

Se rio y estaba frío y quebradizo. —Tengo el dinero de


McClary —corrigió—. Pero no es por eso por lo que estoy
aquí. —Hizo una pausa cuando había tres pasos entre ellos. Su
cercanía iba en contra de su cordura—. Hemos pasado tantos
años juntos. No habría estado bien si nos hubiéramos separado
sin una despedida adecuada, ¿verdad, Juliette?

—¿Qué quieres? —dijo.

Sus manos desaparecieron en los bolsillos de sus vaqueros. La


postura era relajada, sin prisas.

—Quiero saber por qué me traicionaste. Pensé que éramos


amigos.

La ira se apoderó de la voz racional diciéndole que se calmara. Se


anudó hasta que lo único que pudo saborear fue la necesidad de
hundir sus uñas en su cara y arrancarle la piel. Quería
apuñalarlo hasta que dejara de moverse. Siete años luchó para
alejarse de él, para no volver a ver su vil cara y finalmente...
finalmente fue libre y él seguía aterrorizándola. Todavía estaba
encontrando maneras de hacerla sentir de dos pulgadas de
altura.

—¡Nunca fuimos amigos! —siseó—. Y se necesita lealtad y respeto


para traicionar a alguien. No tengo ninguna de las dos cosas para
ti. —Ella tragó más allá del desierto secándose la
garganta—. Hemos terminado. No te debo nada. ¡Mi familia no te
debe nada! Así que quédate el...
Su mano fue azotada con la fuerza, velocidad y vicio de una cobra
enroscada y cerrada alrededor de su garganta. No fue difícil, pero
había suficiente fuerza detrás de ella para advertirle que no se
esfuerce. Había suficiente mordida para hacerla callar. Bajo la
punta de sus dedos, su pulso se aceleró.

—¿Crees que sólo porque eres la puta de McClary ya no me


perteneces? ¿Que no seguiré utilizándote de la manera que me
parezca? —Sus dedos se apretaron hasta que ella gritó—. Eres
mía para el resto de tu vida, Juliette. No importa cuánto haya
pagado por ti.

—¡No puedes tocarme! —ella gritó con el poco valor que le


quedaba—. La voluntad de Killian...

—¿Qué? —Las yemas de sus dedos se clavaron en su esófago,


cortando nuevos moretones sobre los viejos—. ¿Matarme? —Se
rio—. No puede, no sin empezar una guerra. Lo más que puede
hacer es delatarme con mi padre, pero ¿qué va a hacer?
¿Azotarme y mandarme a mi habitación? No eres nadie, Juliette.
Podría matarte ahora mismo y a nadie le importaría. Eres una
puta asquerosa que nadie echará de menos.

—¿Qué quieres? —preguntó una vez más por tercera


vez—. Tienes tu dinero.

Los dedos contundentes de Arlo se aflojaron y ella aspiró un


rápido aliento para aliviar la quemadura en sus pulmones.

—No fue sólo el dinero entre nosotros, Juliette —dijo, sonando


genuinamente herido—. Pensé que teníamos una conexión. Sé
que siempre pensé muy bien de ti. —Suspiró cuando ella no dijo
nada. Su mano se apartó del esófago de ella y dio un paso
atrás—. He venido a advertirte. Cometiste un gran error al
ponerte del lado de McClary.

Frotando el moretón fresco que manchaba su garganta, Juliette


lo miró fijamente. —¿Me estás amenazando?
Arlo puso los ojos en blanco. —Te estoy advirtiendo. ¿No acabo
de decir eso? —Sacudió la cabeza lentamente como si fuera
estúpida—. No tienes ni idea de la clase de tipo que es.

—¿Y de repente te dedicas a protegerme? —le respondió—. Me


entregaste a él.

—¡Eso era un negocio! —respondió—. Nunca pensé que fueras


tan tonta como para convertirte en su puta a tiempo completo.

—¿Por qué te importa?

—Porque nos considero amigos y los amigos no dejan que otros


amigos se metan en la cama con el enemigo.

Había tantas cosas jodidas en todo el escenario que a Juliette no


se le ocurrió ni una sola cosa que decir por un momento. En
cambio, ella se paró allí y miró al hombre que básicamente la
había vendido para su propio beneficio, que la había golpeado y
abusado y la había amenazado a ella y a su familia. Sólo para
nombrar algunas cosas. En ningún momento creyó que él tenía
su mejor interés en el corazón. Para empezar, Arlo no tenía
corazón.

—Bien. Me has advertido. Gracias. —Empezó a darse la vuelta.

—Es peligroso —Arlo gritó a sus espaldas—. Él es peor que yo.

Nadie es peor que tú, quería decir. —Él no ha sido más que
amable conmigo —dijo ella en su lugar.

—Es un asesino —Arlo intervino—. No se le llama el Lobo


Escarlata por su brillante personalidad.

La imagen hizo que su sangre se enfriara. Hizo que su estómago


se estremeciera y que su boca se secara. Pero exteriormente,
luchó duro para permanecer impasible.

—No te creo.
La verdad era que no estaba segura de qué creer. No conocía a
Killian. En realidad, no. Arlo podría estar diciéndole la verdad por
lo que ella sabía. Pero por lo que fuera Killian, por lo que había
hecho en el pasado, le había salvado la vida. Lo había hecho
cuando no tenía razón para hacerlo. Le había dado un futuro,
uno libre de dolor y sufrimiento. Puede que aún no se haya
ganado su respeto, pero tenía su confianza y su lealtad, y ambas
cosas la acompañaron mucho.

—Pregúntale —dijo Arlo encogiéndose de hombros—. O no lo


hagas. Realmente no me importa. He limpiado mis conciencias.
Que tengas una buena vida, Juliette.

Con un saludo, giró sobre su talón y desapareció por donde había


venido. Varios minutos después, escuchó el portazo de un auto,
seguido por el rugido de un motor. No esperó a verlo salir. No
esperó a ver si él la atropellaba. Se dio la vuelta rápidamente y
corrió hacia la abertura, justo cuando unos faros perforantes
explotaron detrás de ella mientras el Bentley giraba por el
callejón detrás de ella. No se detuvo ni disminuyó la velocidad.
Salió a la calle y se desvió a la izquierda. Juliette vio como el auto
chocó con un bache y desapareció de la vista en la siguiente calle.

Es un asesino a sangre fría.

Esas cinco palabras pasaron por su mente todo el camino a casa.


No se detenía ni siquiera cuando se duchaba y se preparaba para
ir a la cama. Todo el tiempo, no dejaba de preguntarse en qué se
había metido y qué iba a hacer para salir.

¿Pero quería salir? Si no le hubiera debido ya la vida a Killian, si


él no hubiera pagado ya una pequeña fortuna por su libertad,
¿querría ella alejarse de él? Era una locura, pero la respuesta era
siempre no. No parecía importar cuánta lógica y razonamiento se
lanzará a sí misma, cuántas veces tratará de desalentar la fuerza
inquebrantable que se había convertido en su resolución en lo
que respecta a Killian, su respuesta era siempre la misma.

Ella no quiso retractarse de su promesa de ser suya durante un


año. No quería dejar de verlo, tal vez incluso después de que el
año terminara. Y ni siquiera era por lo que había hecho o por lo
guapo que era. Esas cosas eran notablemente insignificantes
comparadas con el hecho de que ella sólo quería verlo.

Tal vez estaba loca. Tal vez era una especie de mezcla del
síndrome de Estocolmo o simplemente se sentía en deuda con él,
pero la verdad seguía siendo la misma: le gustaba, lo que sin
duda era absurdo y peligroso, y su muerte estaba a punto de
ocurrir.

Sin embargo, ella tenía toda la intención de firmar su contrato,


de ser suya durante todo un año. Pero no hasta que hubiera
aclarado algunas cosas primero.

Un hombre con una camiseta verde se paró en la entrada de


Juliette a la mañana siguiente. Sonreía con una sonrisa de un
millón de vatios y le ofreció una inclinación de su cabeza cuando
ella abrió la puerta. Un enorme todoterreno estaba sentado en la
calle detrás de él, con un aspecto extraño entre todos los demás
todoterrenos y BMW de sus vecinos.

—Hola Sra. Romero. Soy Ted —dijo, continuando a cegarla con


todos esos dientes brillantes—. El Sr. McClary me envió a
buscarla para su reunión de almuerzo.

Juliette asintió. —Gracias. Voy a agarrar mi bolso.


Vi apareció en el hombro de Juliette, forzando su entrada en la
conversación. A pesar de ser más joven, se alzaba sobre Juliette
por unos centímetros gracias a las suaves botas de cuero que
llevaba sobre sus ajustados leggins negros. La oscuridad
contrastaba con el vestido amarillo que llevaba encima, adornado
por filas de cadenas de plata y un gordo brazalete amarillo.
Encima de todo, llevaba una chaqueta corta negra descolorida.
Parecía más bien que iba de camino a una sesión de fotos de lujo
y no al instituto.

—¿Quién es el Sr. McClary? —exigió, entrecerrando los ojos a


Ted—. ¿Quiénes eres tú?

—No seas grosera —Juliette empujó a su hermana de vuelta a la


casa—. Recoge tus cosas o llegarás tarde a la escuela. El
almuerzo terminará en veinte minutos.

—¿Quién es McClary? —Vi presionó, negándose a dejar caer el


asunto.

—Nadie que sea de tu incumbencia.

Acechó a la chica hacia la cocina. Se detuvo en el baño para


comprobar su cara y el gran peso del maquillaje que ocultaba la
obra de Arlo. Estaba todo cubierto, a menos que una persona se
acercara mucho y viera las tenues sombras que ninguna
cantidad de maquillaje podía ocultar. Pero por suerte, Vi nunca
se molestó en prestar atención a nada que no la considerara, la
Sra. Tompkins era miope, y Killian ya los había visto. Sólo
esperaba engañar al resto del mundo.

—¿Es rico? —Vi la siguió, con los talones agrietándose contra la


madera—. ¿Te acuestas con él?

—¡Eso no es asunto tuyo! —Juliette se alejó del espejo para


enfrentarse a su sombra—. Y no me gusta que me hagas estas
preguntas.

Pasando por delante de su hermana, salió del baño.


Enrollando los ojos, Vi entró en la cocina tras ella y agarró su
mochila de la mesa de la cocina.

—Lo que sea. Probablemente sea gordo y peludo de todos modos.

Sin decir nada, Juliette sacó su propio bolso del mostrador,


revisó dos veces para asegurarse de que tenía todo lo que
necesitaba, y luego siguió a Vi a la puerta principal.

El hombre seguía ahí de pie. Llevó a Juliette al todoterreno


mientras Vi corría por la manzana para reunirse con sus amigos,
a los que se negó a dejar en cualquier lugar cerca de su casa
basura, lo que le vino muy bien a Juliette. Normalmente, ni
siquiera vendría a casa para el almuerzo, excepto que no tenía
dinero y por lo tanto no podía salir a comer como quería. Era
mortificante, siempre decía Vi, porque era la única de sus amigas
que tenía que inventar excusas para no poder salir a comer como
todos los demás. Juliette no estaba segura de qué excusa daba,
y francamente, no le importaba.

—¿Adónde vamos? —le preguntó a Ted mientras se apresuraba y


le abría la puerta trasera de la camioneta.

—Ocean and Park —le dijo.

Ocean and Park era un club de campo de alto nivel que atendía
a celebridades, señores de la droga y la realeza. El área prístina
se extendía por un verde casi irreal lejos de la ciudad y con vistas
al puerto deportivo. Juliette había tenido amigos cuyos padres
habían tenido barcos y yates de lujo y pasaban veranos enteros
tomando el sol en el lago. Ocean and Park había sido demasiado
exclusivo, incluso para su círculo de amigos.

El todoterreno se detuvo suavemente ante unas relucientes


puertas de oro custodiadas por muros de piedra de marfil. Ted
bajó su ventana y una melodiosa voz habló por el
intercomunicador desde la grava blanca.
—Bienvenido a Ocean and Park, donde nuestra única prioridad es
ayudarle a relajarse. Por favor, diga su nombre y número de
identificación de cliente para nuestros registros.

Juliette estaba impresionada y extrañamente intimidada.

—Ted Webster. Tengo un invitado del Sr. McClary, que está


esperando. —Hubo varios segundos de silencio en los que
Juliette asumió que la historia de Ted, estaba siendo validada.
Debe haber sido comprobado, porque la voz regresó.

—Gracias. Por favor, continúen y que tengan un día maravilloso.

Las puertas de oro se abrieron sin hacer ruido, revelando


kilómetros de verde exuberante que se extendieron por siempre.
A lo lejos, podía ver el brillo del agua. Sentado de forma
majestuosa e impresionante, estaba la finca con sus paredes de
estuco y sus enormes ventanales. El sinuoso camino cortaba una
brecha blanca hasta la entrada circular y la fuente de mármol
que burbujeaba y echaba espuma en el hermoso sol de la tarde.
Ted detuvo el todoterreno justo debajo de un amplio conjunto de
escaleras. Un chico de diecinueve años se apresuró a bajarlas
con su uniforme negro y dorado y le abrió la puerta de un tirón.
Inclinó su cabeza una vez sin decir una palabra antes de saltar
para permitirle salir.

Ella le agradeció y recibió otra reverencia antes de que él le


hiciera un gesto silencioso hacia arriba.

Killian la estaba esperando en el gran vestíbulo cuando pasó el


umbral. Se veía increíble con sus pantalones negros y su camisa
blanco. Una chaqueta negra fue puesta encima y colgada
desabrochada sobre un cinturón negro. Sin corbata, se dio
cuenta y se preguntó si eso iba en contra del código de vestimenta
del club. Si lo hacía, estaba segura de que él les pagaba lo
suficiente como para pasarlo por alto.

A su alrededor, el suave susurro del jazz perduraba en el delicado


aroma de las lilas y la madreselva. Fluyó armoniosamente a
través de la vasta cámara, llenándola con un tono calmante que
complementaba la decoración de crema y oro. Todo parecía tan
caro, que la hacía sentir muy fuera de lugar. El hecho de que
llamara la atención de los pocos que merodeaban no ayudaba.

Sus pasos se tambaleaban. Sus dedos se apretaron en las correas


de su gastado bolso. De repente se dio cuenta de su vestido de la
tienda de segunda mano con sus colores desteñidos y la falta de
pedicura en los dedos de los pies que asomaban de sus sandalias
de la tienda de dólar. Se preguntó si era demasiado tarde para
retroceder y esperar a Killian afuera, cuando él cerró el resto de
la distancia y reclamó toda su atención.

—No creo que deba estar aquí —susurró.

—¿Por qué?

Su mirada se dirigió a un grupo de mujeres mayores que estaban


a unos metros de distancia con sus trajes de mil dólares y sus
cortes de cabello de cien dólares. La miraban con un ceño
fruncido que decía claramente que no entendían su audacia. Su
escrutinio tenía su piel pinchada por el calor. Se le subió a la
columna de la garganta para quemar bajo la piel de su rostro,
para quemar detrás de sus ojos.

Empezó a bajar la barbilla, avergonzada, con una brillante


bandera roja en sus mejillas. Sólo para ser detenida por dedos
firmes. Su rostro estaba inclinado y sostenido con la punta hacia
arriba.

—¿Te avergüenzas de mí?

Lo absurdo de la pregunta hizo que sus ojos dieran


vueltas. —¿Qué? ¡No! Por supuesto que no.

La almohadilla áspera de su pulgar se deslizó ligeramente a lo


largo de la línea de la mandíbula de ella, enviando un escalofrío
a través de ella.

—Entonces, ¿por qué importa lo que piensen?


Empezó a sacudir la cabeza. —No lo hace. Al menos no por ti.

La punta de su pulgar se detuvo justo debajo de su labio inferior.


Sus dedos apretaron su sujeción en la barbilla de ella.

—Esta gente —dijo lentamente—, no significa nada para mí. Sus


pensamientos son tan pequeños e insignificantes como ellos.
Pero si quieres irte, lo haremos.

Se moría por decir que sí. Brotó dentro de ella como una
inundación, amenazando con arrastrarla si no lo hacía. Su
mirada se dirigió de nuevo a las mujeres que, a juzgar por sus
expresiones de indignación, habían oído todo lo que Killian había
dicho sobre ellas y no estaban muy contentas de ser llamadas
pequeñas e insignificantes. La visión de su conmoción y su ira
inexplicablemente disminuyó su deseo de huir. En todo caso,
esto sólo solidificó su necesidad de quedarse y continuar
enojándolos.

—No —susurró. Levantó los ojos al hombre acariciando


ligeramente su boca con el pulgar—. Me gustaría quedarme.

Algo intenso y consumista se encendió detrás de sus ojos. Se


reflejaba en el endurecimiento de sus dedos y en el ligero destello
de sus fosas nasales. Lo que sea que significara, quedó como un
misterio cuando la soltó y dio un paso atrás. Pero no muy lejos.

—Tengo el almuerzo esperando en la terraza —dijo, y luego le


ofreció su brazo, lo que nunca le había sucedido antes. Al verlo,
se le dibujó una sonrisa en el rostro.

—Como Jane Austin de ti —bromeó, deslizando su mano en el


codo de él.

Killian hizo un sonido silencioso y zumbante de acuerdo mientras


la llevaba más adentro del lugar.

—Podría sorprenderte por lo galante que puedo ser. —Él se


asomó a ella, sus ojos bailando con una risa silenciosa—. Podría
incluso arrojar mi abrigo sobre un charco por ti.
En contra de su voluntad, Juliette estalló en risa. El sonido los
siguió a través de un extravagante comedor lleno de hombres y
mujeres disfrutando de elegantes tazones de lechuga y sopas.
Algunas cabezas se levantaron y se volvieron en su dirección. La
atención no deseada la hizo levantar una mano a su boca para
sofocar el sonido.

—No —dijo Killian, y su mano obedeció; se le cayó hacia un lado.

No había estado bromeando sobre el almuerzo en la terraza. La


condujo a través del comedor y la sacó por un conjunto de
magníficas puertas francesas. La alfombra de la marina se detuvo
y el adoquín tomó el control, abriendo el camino a través de una
amplia plataforma rodeada de columnas de mármol y con vistas
a un extenso jardín.

Se abrieron paso a lo largo del costado hasta una única mesa,


escondida bajo un hermoso dosel de gasa. La mesa circular
estaba cubierta de lino blanco y suave y coronada por un plato
de vidrio. Un tazón de velas de té flotantes estaba en el centro,
sin luz. Dos sillas de hierro forjado estaban colocadas en su lugar
a cada lado. Killian la llevó a una y la sacó para ella.

—Gracias —dijo ella, facilitando la tarea.

La arropó antes de reclamar su propio asiento.

—Me tomé la libertad de ordenar —le dijo—. No quería perder


tiempo ya que tienes que irte pronto.

Juliette asintió con la cabeza y puso su bolso bajo su silla.


—Está bien. —Como en el momento oportuno, su comida y
bebida fue traída por dos chicas con camisetas blancas ajustadas
y faldas blancas de tenis. Todo estaba preparado perfectamente
antes de que la pareja se fuera sin decir una palabra.

Los platos consistían en hamburguesas de bistec y papas fritas


con una orden de ensalada. Todo olía increíble y fue el resto de
su dignidad lo que evitó que se lanzara vorazmente sobre la mesa.
En vez de eso, se rió y se divirtió un poco con la cabeza.

—¿No te gusta mi elección? —Preguntó Killian.

Sacudió la cabeza otra vez. —En realidad me gustan mucho las


hamburguesas de carne. Me sorprende que lo hayas pedido.

Se encontró con su mirada. —Es mi favorita —dijo—. Siempre lo


pido cuando estoy aquí.

—¿Vienes aquí a menudo? —le preguntó.

—No. —Agarró la botella de kétchup y mojó sus papas


fritas—. Normalmente no tengo tiempo.

Dejó la botella de kétchup y buscó su tenedor. Juliette no se


molestó con el tenedor mientras buscaba una patata frita.

—Honestamente no creo que pueda venir aquí todos los días


como algunas personas —admitió—. Tenía una amiga cuya
madre prácticamente vivía en su club de campo y me trajo una
vez. Fue horrible.

Sacó una hoja de lechuga de su ensaladera, pero no se la llevó a


la boca. —¿Por qué?

—Estar bajo ese tipo de atención todo el tiempo. —Se encogió de


hombros—. Siempre tenía que ser muy cuidadosa con lo que
decía y lo que llevaba puesto y con quién hablaba. Parecía un
trabajo innecesario.

Ninguno de los dos dijo nada por un momento mientras comían.


Juliette luchó duro para no meterse todo en la boca como un
maníaco hambriento. Ella ni siquiera podía recordar la última vez
que había comido una comida completa que no consistiera en la
cazuela de la Sra. Tompkins. Hacía años que no comía carne de
verdad. Era un poco inquietante lo mucho que quería abrazar su
plato y llorar.

—¿Trajiste el acuerdo? —Preguntó Killian, cortando sus


pensamientos.
Ella asintió. —Sí.

A regañadientes, bajó el tenedor, metió la mano debajo de su


asiento y sacó el sobre. Lo puso sobre la mesa.

Killian apenas le echó un vistazo. —Lo repasaremos después de


comer. —Bajando la mirada, Juliette miró a la hoja de lechuga
que se asomaba de debajo de su bollo—. Estaba pensado
—musitó, arrancando un trozo de verde y metiéndoselo en la
boca—. ¿Escribes contratos como ese a menudo?

Sacudió la cabeza. —Así exactamente, no. Pero el concepto suele


ser el mismo. —Levantó los ojos a su rostro—. ¿Todo tenía
sentido?

—Oh, sí, fue muy... minucioso. Gracias. —Levantó una patata


frita y estudió la larga franja dorada—. Había muchas reglas.

Se limpió los dedos en su servilleta. —No quería dejar nada al


azar. De esta manera, ambos sabemos qué esperar. —Se
encontró con su mirada—. Si tienes alguna estipulación que
quieras añadir o...

Sacudió la cabeza. —No, lo que tienes está bien. En realidad. —


Se le ocurrió un pensamiento y se inclinó hacia adelante—. Hay
algo.

Dejó de comer y esperó.

—Puede que ya esté implícito, pero prefiero sacarlo a la luz por si


acaso.

—¿Todo bien?

Respiró profundamente. —Si esto es sólo sobre sexo, entonces no


puedes decir nada sobre lo que hago cuando no estoy contigo.

Sus ojos se entrecerraron. —Explícate.

—Quiero seguir trabajando —dijo simplemente—. Sí, sé que


dijiste que me darías un subsidio, pero al final del año, cuando
terminemos, estaré sin trabajo y sin ingresos. Aunque soy
bastante apta para hacer un presupuesto, no quiero caer en una
situación en la que mi hermana sufra.

Algo en su cara se movió. —No permitiría que sufrieras, Juliette.


—Bueno, fuiste muy claro al decir que no tendríamos ningún
contacto después de que terminara el año.

Killian suspiró. —No te dejaría simplemente que te valgas por ti


misma.

La molestia pinchaba a lo largo de su columna vertebral. —Me


siento mal tomando tú el dinero tal como está. En todo caso,
debería pagarte por salvarme la vida.

—Detente. —Se frotó una mano en la cara—. Juliette...

—Está bien. —Ella le ofreció una pequeña sonrisa—. Leí el


acuerdo. Sé lo que se espera de mí y estoy de acuerdo con los
términos. Sólo quiero que sepas que voy a seguir trabajando.
Trabajaré un tiempo para ti cuando quieras, pero los trabajos
se quedan. Además, no quiero que me digas qué ponerme o
dónde puedo ir y qué no puedo hacer. Tengo responsabilidades
fuera de nuestro acuerdo y tengo que encontrar un equilibrio
entre los dos.

No dijo nada durante mucho tiempo. Sus oscuros ojos se


clavaron en ella. Ella se preguntaba si él rechazaría su petición.
Pero él la sorprendió asintiendo de mala gana.

—Me parece justo, pero antes de aceptar los términos... —Metió


la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un fino
sobre, del tipo que la gente usa para enviar facturas y cartas.
Lo dejó junto a la mano que ella había puesto sobre la mesa—.
Tengo un segundo acuerdo que creo que deberías revisar.

Juliette parpadeó. —¿Un segundo?


Él asintió, pero no dijo nada mientras ella levantaba el sobre y
tiraba de la carta. Continuó observándola mientras ella
desdoblaba el papel y leía.

Empezaba exactamente como el primero.

Este acuerdo es entre Killian McClary (de aquí en adelante


llamado La Primaria) y _________________________ ,(en adelante
llamado El Secundario.) Por un acuerdo de un año:

En lo sucesivo denominado “El Acuerdo”.

Pero pasó a detallar un acuerdo completamente diferente, uno


que aún incluía un año de su vida para él, pero de una manera
que la conmocionó completamente.

Su cabeza se levantó. —No lo entiendo.

Limpiándose la boca y las manos con la servilleta, a pesar de


que no había comido nada, Killian fijó su mirada en ella.

—Es exactamente como dice el contrato. —Dejó la servilleta y


se inclinó hacia atrás, doblando los brazos—. Para pagar lo que
debes, trabajarás para mí durante los próximos doce meses.

—¿Trabajar para ti?

Volvió a mirar el papel que tenía en la mano y lo volvió a leer


cuidadosamente por tercera vez.

Las condiciones eran claras. No tenía problemas para


entenderlas.

Pero era exactamente lo contrario del contrato original.


—Mi club necesita camareras —dijo mientras ella se pasaba de
la raya otra vez—. El puesto está disponible para ti por el tiempo
que quieras. Se te pagará en consecuencia, con la excepción de
ciento cincuenta dólares cada mes que serán automáticamente
retenidos de tu cheque. Ese dinero se destinará a la cantidad
que debes. Esto continuará durante doce meses, después de los
cuales serás liberada de tus obligaciones. Eres libre de
continuar tu posición en el club, o puedes encontrar algo más.
La decisión es tuya.

Claro, pero...

—Pero... — Bajó el brazo y levantó la cabeza—. Ciento cincuenta


al mes, cada mes durante un solo año no se acerca a pagarte.
Ni siquiera la mitad.

Era su turno de dejar caer su mirada. Estudió el fino hilo de oro


que rodeaba el plato que contenía su almuerzo a medio comer.

—¿Sabes lo que pasa cuando muera? —Levantó la barbilla y


ladeó la cabeza para poder mirarla a través de sus ojos
estrechos y contemplativos—. Todo mi dinero, cada propiedad
que poseo, va a varias organizaciones de caridad. No tengo
familia ni nadie a quien dejarle nada y no quiero hacerlo. Así
que el dinero y las posesiones no significan nada para mí. Lo
que le di a Juan para ti nunca se perderá. Honestamente no me
importaría si no volviera a ver un centavo, pero sé que no
estarás de acuerdo conmigo.

—¡Claro que no estoy de acuerdo! —le respondió, horrorizada y


perturbada por su indiferencia hacia algo que la mayoría de la
gente mataría por tener más—. Eso era mucho dinero.
¡Mucho! —enfatizó—. No puedo dejar que tires tanto sin
devolverlo. No lo haré.
Un fantasma de una sonrisa ensombreció las comisuras de su
boca, se quedó detrás de sus ojos antes de que mirar hacia otro
lado con un sonido que podría haber pasado por una risa.

—No lo creía, por eso ahora tenemos dos acuerdos. —Le hizo un
gesto al que tenía en la mano—. Ambos son esencialmente
iguales, pero te da la opción de elegir lo que quieres hacer.

Tenía opciones, lo que la intimidó momentáneamente. Había


pasado demasiado tiempo desde que se le dio la opción de hacer
lo que quería. Nadie le ha dado eso, no desde sus padres. Por
un momento, fue demasiado y tuvo que dejar la carta antes de
que él pudiera ver el temblor en su mano.

—Esta es la más lógica. —Comenzó, apenas controlando su


tono mientras empujaba la carta hacia un lado—. La otra no
menciona que se me pague, excepto... al darte a mí. —El calor
se hinchó en sus mejillas y obstinadamente mantuvo los ojos
bajos—. A mí también, aunque no soy racional, me gusta la idea
de tener que hacer un solo trabajo por una vez.

—¿Es eso lo que has decidido?

La parte racional de ella dijo que sí. Le recordó que eso


significaría no tener que usar su cuerpo y degradarse aún más.
Pero el sobre más grande, el que la ataba a él y no a un trabajo,
la convenció para que lo alcanzara.

La verdad era que a ella le había gustado mucho su única noche


con él. Le habían gustado sus manos sobre ella, le había
gustado la sensación de su boca. Aceptar el trabajo puede haber
sido lógico, pero no venía con la ventaja añadida de estar con
él, y ella ya tenía un trabajo. Tenía tres. Y sin tener que darle a
Arlo el setenta por ciento de sus ingresos cada mes, eso la
dejaba con dinero más que suficiente para mantenerse a sí
misma y a Vi. Pero aun así necesitaba darle algo a Killian. Se
merecía algo por todo lo que había hecho por ella.

—¿Qué quieres? —le preguntó. Apartó los platos y puso los dos
acuerdos uno al lado del otro—. ¿Cuál elegirías?

Si su pregunta le sorprendió, nunca la mostró, ni siquiera miró


los dos contratos.

—Yo elegiría el trabajo —dijo después de varios minutos de


silencio. Eso la sorprendió. Estaba tan segura de que él
preguntaría por ella.

—¿Por qué?

Un atisbo de pena revoloteaba por sus rasgos antes de que lo


alejara y él apartara la mirada.

—Estoy maldito y los que se acercan demasiado siempre


terminan muertos. —Juliette pensó en lo que Arlo le había dicho
sobre qué Killian era un asesino de sangre fría y tembló a pesar
de la cálida brisa de verano que les rodeaba.

—¿Puedo preguntarte algo?

La miró, esperando.

—¿Alguna vez has matado a alguien?

Era una pregunta peligrosa. Tenía todo el derecho de levantarse


e irse. Nadie en su sano juicio confesaría un asesinato.

—Sí.
Excepto quizás Killian McClary. Nunca se ha movido ni una
pestaña.

Se lamió los labios. —¿Se lo merecían?

La mayoría de la gente no creía que nadie tuviera derecho a


quitar una vida. La mayoría de la gente pensaría que su
pregunta es ridícula y tal vez hasta espantosa. ¿Cómo se
justificaba el asesinato? Pero había gente en el mundo que
merecía morir. A veces incluso horriblemente. Juliette
realmente creía eso. Gente como Arlo. Gente que golpeaba y
violaba a las mujeres. Gente que hacía daño a los niños. Sus
vidas eran un cáncer para la sociedad y no había rehabilitación.
Una vez que se es abusador de un niño, siempre se es abusador
de un niño. Era una enfermedad que no tenía cura, al contrario
de lo que la ley podría decir.

—Sí —murmuró Killian—. Violaron, torturaron y asesinaron a


mi madre y dispararon a mi padre.

Juliette aspiró un aliento fuerte. Sus dedos se apretaron en su


regazo. Pensó en lo que Killian le había dicho la noche en que
se conocieron, cuando le agradeció por salvarla y él dijo que no
lo había hecho por ella. Pensó en la hermosa fuente de piedra,
un monumento que su padre había creado para la mujer que
ambos habían perdido y el dolor en el rostro de Killian cuando
se paró frente a ella.

—¿Los hiciste sufrir? —se escuchó a sí misma preguntar.

Nunca rompió el contacto visual y ella pudo ver la rabia y el


dolor crudos que estaba combatiendo. —Sí.

Trago con fuerza, Juliette asintió con la cabeza. Bajó la mirada


a los acuerdos que tenía ante ella sin verlos.
—Bien. —Susurró. Se humedeció los labios de nuevo y empujó
el sobre más grande hacia adelante—. Este.

Killian estudió su selección mucho tiempo antes de centrarse


en ella una vez más.

—¿Por qué?

Con su decisión firme, Juliette se sentó atrás. Enderezó sus


hombros y se encontró con su mirada inquebrantable.

—No necesito un trabajo —le dijo de hecho—. Y lo que sí quiero,


no figura en el segundo contrato.

Levantando una mano. El codo se apoyó en el reposabrazos


mientras los dedos se enroscaban ligeramente cerca de su boca.
La estudió desde las curvas de sus nudillos, sus ojos oscuros
por el desafío.

—¿Y qué es lo que quieres, Juliette?

La conciencia de sí misma hizo que su mirada se alejara por


una fracción de segundo antes de que se armara de valor y lo
enfrentara directamente.

—Tú. —Ignoró la grieta de su corazón golpeando contra su


pecho y la forma en que su rostro parecía crecer más intensa
con su declaración—. Entiendo que esto no es una relación y
que es sólo por un año, pero estoy bien con eso. Sólo quiero lo
que compartimos la otra noche.

Juliette no estaba segura de sí era su imaginación, pero el aire


que les rodeaba parecía vibrar. El tiempo se había detenido
mientras ella esperaba con la respiración contenida que él
respondiera. Cada segundo que pasaba se enroscaba en la boca
de su estómago, enroscándose más fuerte alrededor de sus
nervios hasta que estaba aterrorizada de que todo se rompiera
y saliera corriendo de su silla.

Finalmente, después de lo que se sintió como siglos, bajó su


brazo. Los largos dedos se asentaron en el borde del cristal,
recordándole a un pianista que se preparaba para actuar.

—¿Es eso lo que eliges? —preguntó al final.

Juliette asintió. —Pero con las correcciones que he mencionado.


Puedo mantener mis trabajos y tú no puedes decirme a dónde
ir o qué ponerme cuando no estamos juntos.

—Bien. —Alargando la mano, recogió el segundo sobre y lo


metió en su chaqueta una vez más—. Pero tengo mis propias
condiciones.

Sorprendida, Juliette parpadeó. —¿Está bien?

El estruendo de los platos que se apartaban llenó el silencio


mientras tomaba el sobre restante y vaciaba los papeles sobre
la mesa. Sacó un bolígrafo del bolsillo interior de su blazer y
volteó los papeles a la parte inferior en blanco.

Empezó a escribir.

Juliette observó el fluido e impecable flujo de su caligrafía. Cada


bucle y curva destellaba con poder y autoridad. No se detuvo
hasta que se llenó una página entera.

Le pasó la hoja.

La primera mitad fue sus condiciones en términos exactos en


los que las había colocado. La segunda mitad era la suya.
Yo, La Primaria, reconozco y acepto todos los términos
anteriores emitidos por La Secundaria con la condición de que
La Secundaria permita a La Primaria tomar las precauciones
necesarias que se enumeran en la página doce bajo el término
nueve.

Frunciendo el ceño, Juliette encontró la página doce y pasó las


condiciones al número nueve.

—La Primaria ha acordado que, al firmar El Acuerdo, ha


asumido las responsabilidades del bienestar de La Secundaria
en lo financiero, mental, emocional y físico. En ningún momento
esto puede ser alterado o negociado. —Ella leyó en voz alta—.
No lo entiendo.

—Te voy a conseguir un auto —declaró—. Como es mi derecho


según El Acuerdo.

Su ceño frunció más profundamente. —No dice nada sobre un


auto en El Acuerdo.

Killian se inclinó y señaló. —El bienestar de la Secundaria en lo


financiero, mental, emocional y físico. —Se sentó—. Considero
que para que puedas ir y venir del trabajo con seguridad y
bienestar físico.

—¡Eso es trampa! —dijo ella—. Estás manipulando el contrato.

—Estoy haciendo cumplir el contrato. —Corrigió—. ¿No estás


de acuerdo en que caminar por el centro de la ciudad,
esperando un autobús lleno de personajes cuestionables en
plena noche es arriesgado? ¿Por no mencionar que es peligroso?

No se le ocurrió ninguna respuesta a eso.


—Por lo tanto, caso cerrado y punto, es una cuestión de
seguridad y como soy responsable de tu bienestar físico, es mi
derecho a proporcionarte una alternativa. Es un auto o un
conductor. ¿Cuál prefieres?

Ella le devolvió el contrato. —Llevo siete años haciendo esto y


nunca he...

—No me tenías entonces. —Le recordó—. Ahora que lo tienes,


no me arriesgaré con lo que es mío.

Ella amaba y odiaba el hormigueo que crepitaba a lo largo de


su piel en el tranquilo y gutural murmullo. Provocaba un
escalofrío que apenas ocultaba.

—Auto —murmuró con más de un toque de renuencia a


regañadientes—. Pero sólo porque no quiero que una persona
se encargue de la comida después de mí.

—Excelente. —Tomó el contrato de nuevo y garabateó su


decisión junto al párrafo—. Bien, el siguiente asunto.

El contrato fue devuelto a ella. Juliette lo tomó.

—La Primaria se reserva el derecho de vestir ocasionalmente a


la Secundaria—. Levantó la cabeza—. ¿Qué?

—Habrá momentos a lo largo del año en los que te pediré que


me acompañes en ciertos eventos que requerirán un tipo de
atuendo específico.

—Bien —murmuró.

Sus cejas se dispararon. —¿No hay discusión?


Ella lo miró con ojos de lince. —¿Serviría de algo? De todos
modos, te gustaría hablar de ello.

—¿Hablar de lujo? —La comisura de su boca se estranguló—.


Eso es interesante. —Le entregó el contrato y continuó
escribiendo. Cuando terminó, la miró con una ceja levantada—
. ¿Te gustaría leerlo o lo aceptas por si vuelvo a usar mi charla
elegante?

Ella le quitó los papeles. —Eres un verdadero mocoso, ¿lo


sabías? —Ignorando su risa, leyó la última línea—. La Primaria
no dictará las idas y venidas de la Secundaria a menos que ésta
se ponga en peligro. —Juliette se rió secamente y sacudió la
cabeza—. Eres el maestro de las palabras, lo juro por Dios.

—¿No estás de acuerdo?

Sacudió la cabeza y pasó las páginas de vuelta. —Suena bien,


pero una última cosa.

—¿Sólo una?

Ella ignoró eso. —Quiero que quede claro que no quiero ningún
dinero de ti, en absoluto y que no me voy a acostar contigo para
pagar lo que le pagaste a Juan. —Se detuvo para recoger mejor
su explicación—. Si acepto, hay que dejar perfectamente claro
que nuestro acuerdo para acostarnos no tiene nada que ver con
el pago. No soy una prostituta. Y no me pagarás por pasar
tiempo contigo o cualquier otra cosa por la que creas que me
estás pagando. Sin embargo, tomaré una estipulación del
segundo contrato donde te pagaré, pero más de ciento
cincuenta al mes.
Killian analizó esto un largo momento. Pudo ver la profunda
deliberación en el surco de su frente y en la estrechez de sus
ojos.

—A ver si lo entiendo, ¿quieres pagarme por acostarme


contigo? —preguntó finalmente con una divertida excusa de su
ceja.

—¡No! —dijo un poco demasiado alto—. Nadie está pagando a


nadie para que se acueste con ellos. Estoy pagando lo que le
pagaste a Juan por mí. Me acuesto contigo porque quiero.

—Eres una mujer extraña, ¿lo sabías? —dijo al final, pero buscó
el contrato y escribió el resto de su petición en la parte inferior.

Se lo pasó a ella para que lo leyera.

—Bien —dijo, devolviéndole el empujón.

Con un asentimiento satisfecho, bajó la mano y firmó al final.

Luego pasó las páginas y la pluma para que hiciera lo mismo.

—Haré una copia para ti —le dijo mientras tomaba el contrato


recién firmado y lo volvía a meter en el sobre—. Siempre
podemos ajustarnos si se te ocurre algo más tarde.

Juliette asintió. —Gracias.

—Oh, antes de que me olvide. —Metió la mano en la solapa de


su chaqueta, sacó una elegante tarjeta negra y la deslizó por el
mantel hacia ella—. Esto es para ti.

—¿Qué es?
Lo recogió y examinó lo que debería haber sido dolorosamente
obvio.

—Hay un límite —le dijo—. Si necesitas más de lo que está en


la tarjeta, sólo házmelo saber...

—¡Oh, por el amor de Dios! —Ella le devolvió la tarjeta.

Killian suspiró. —Juliette...

Sacudió la cabeza. —¿No terminé de decirte que no quería


dinero de ti? Cero. Nada. ¡Cero!

—También dijiste que podía vestirte. —Señaló.

La ira que ardía bajo su piel, le arrebató la tarjeta y la


sostuvo. —¿Cuánto hay aquí?

Habría sido divertido ver lo rápido que desvió sus ojos y se


concentró en tirar de la solapa de su chaqueta.

—Sólo una pequeña cantidad —murmuró, poniendo una mano


sobre su pecho.

—¿Cuánto? —Ella presionó.

Inhaló profundamente. —Diez.

Los ojos de Juliette se abrieron de par en par. —¿Dólares?

—Mil dólares —respondió con irritación.

—¡Jesucristo! —Puso la carta sobre la mesa—. ¿Dónde diablos


voy a llevar ropa por valor de diez mil dólares? No. —Ella le
devolvió la tarjeta—. Ya me he degradado al dejar que me
ayudes con Arlo en una cantidad que no puedo devolver y he
accedido a dejar que me consigas un auto. No voy a aceptar
esto. Puedo comprarme mi propia ropa.

Puso su mano sobre la suya y la empujó suavemente y la tarjeta


hacia ella.

—Sólo tómala. Si no lo usas, bien. Pero me sentiré mejor


sabiendo que la tienes.

Juliette lo miró fijamente. Realmente lo miró fijamente a través


de ojos entrecerrados y cautelosos.

—¿Estás loco? —dijo ella—. ¿O eres algún pervertido raro? ¿Qué


te pasa?

Los ojos de Killian se oscurecieron cuando retrocedió. —


¿Perdón?

Ella sacó su mano de debajo de la de él. —¿Por qué sigues


dándome cosas? ¿Tienes algún extraño fetiche que debería
conocer y esta es tu forma de facilitarme las cosas?

—Tengo bastantes fetiches, pero ninguno que sea demasiado...


raro —murmuró—. Me gusta comer coños. Mucho. Me gusta
especialmente comer el tuyo. Es en lo único que he pensado
desde que nos sentamos. Aquí mismo. —Tocó el tablero de la
mesa justo delante de él—. Con tus piernas sobre mis hombros.
Luego te llevaría a esa pared de ahí. —Señaló una losa de
granito cercana que formaba una especie de banco unido a las
barandillas a lo largo de la terraza—. Hacer que te sientes a
horcajadas e inclinarte hacia adelante para que pueda follarte
por detrás. —Lo dijo todo tan casualmente, como si estuviera
discutiendo nada más que lo encantador del paisaje—. En esa
posición, cada empujón frotaría tu coño y tus pezones contra la
áspera piedra. Creo que te gustaría.
—Mierda... —No recordaba haber hablado en voz alta hasta que
las palabras les salieron a borbotones. En su asiento, su trasero
se movía ligeramente, la presión entre sus piernas era
demasiado intensa para mantenerse quieta—. Eso... —Se calló
para pasar una lengua ansiosa sobre sus labios.

Divertido por el aumento de color en su rostro, Killian se inclinó


más cerca y bajó la voz. —Me gusta el sexo —susurró—. Planeo
tener mucho contigo. A partir de esta noche.

—¿Esta noche? —Su voz estaba apenas por encima de un


graznido.

Se levantó de su asiento con un solo movimiento fluido. Sus


ojos negros nunca dejaron los de ella mientras extendía una
mano hacia ella. Juliette aceptó antes de que se le ocurriera
detenerse y él la puso de pie.

Por un momento, por un segundo, casi pensó que él cumpliría


su promesa de llevarla al banco de piedra. Todo su cuerpo se
tensó con anticipación. Sus pechos se hincharon. Los pezones
hormigueaban. Casi rogó. Podía sentirlo burbujeando en su
pecho.

La empujó hacia su pecho con un suave tirón de su brazo


alrededor del medio. El choque de sus cuerpos le arrancó un
gemido que apretó su agarre.

—Esta noche —murmuró en voz baja en su rostro respingón—,


vendrás a la propiedad, te quitarás la ropa, te meterás en la
cama y jugarás contigo misma hasta que yo llegue. Te mojarás
para mí y te llevarás al límite, pero no te correrás, ¿entiendes?

Con la boca seca Juliette sólo podía asentir furiosamente.


—Bien. —La mano que sostenía la suya se desdobló y se levantó
para pellizcarle la barbilla. Forzó su cabeza hacia atrás aún
más—. Bienvenida a los próximos doce meses, corderito.
Killian no estaba durmiendo cuando Frank anunció la llegada
de Juliette a las cuatro de la mañana. No se había dado cuenta
de lo tarde que era hasta que levantó los ojos del contrato de
fusión en el que había estado trabajando y encontró al hombre
más grande oscureciendo la puerta de la oficina de Killian.

Dejó su bolígrafo y se estremeció por el dolor que le atravesó la


mano. Sus dedos crujieron cuando los forzó a abrirlos.

—Llévala a mi habitación, por favor, Frank. —Instruyó,


masajeando la rigidez de sus articulaciones.

Inclinando la cabeza, Frank se fue.

Killian se levantó y fue a la ventana. El mundo exterior estaba


iluminado por una luna redonda y un horizonte que brillaba con
luz dorada. La hora antes del amanecer le hacía fruncir sus
labios; si hubiera sabido lo tarde que sería cuando ella llegara,
habría... ¿qué? ¿Le habría dicho que viniera mañana por la
noche? Sin duda, ella también estaría trabajando entonces. Y
por la mañana y por la tarde. ¿Cuándo planeaba la chica dormir?
Se preguntó, deshaciendo sus mangas y subiéndolas.

Le desconcertó más allá de la razón el por qué ella estaba tan


desesperada por aferrarse a cómo había estado viviendo todos
esos años. Tal vez era un hábito. Tal vez era el miedo a dejarse
llevar y a que todo se desmoronara. Sabía que había noches en
las que se sentía así. El control era un demonio que siempre
encontraba la forma de exigir más. Él podía entender eso. Podía
entender su necesidad de seguir sobreviviendo. Él respetaría
eso. Si ella pensaba que podía hacerlo, entonces ¿quién era él
para decir lo contrario? Pero en el momento en que empezó a
involucrarse con ella, todas las apuestas se cancelaron.

Abandonando su lugar, dejó la oficina y cruzó la propiedad hasta


su habitación. Estaba un poco lejos, pero era la única habitación
de todo el lugar con una cama en la que realmente disfrutaba
dormir. Había habitaciones de huéspedes a las que podía llevar
su compañía, y lo había hecho en el pasado. Estaban más cerca
de la puerta principal y la comodidad lo era todo. Pero
normalmente intentaba llegar a su propia habitación siempre
que era posible. Las mujeres nunca se quedaban a dormir, ni en
su cama, ni en su casa, así que normalmente sólo estaba él en
la cama de todos modos; las visitas nocturnas insinuaban un
tipo de intimidad más profunda que él se negaba a tener.

La puerta de la habitación estaba cerrada firmemente. No había


sonido del otro lado y sospechaba que probablemente se estaba
poniendo cómoda.

Ella no estaba en la cama cuando él entró. La habitación estaba


vacía y él empezaba a preguntarse si Frank la había llevado a
otra habitación cuando la puerta del baño se abrió y ella salió,
luciendo ojerosa y pálida. Los cabellos de sus sienes estaban
húmedos, lo que indicaba que probablemente había estado
salpicando agua en su rostro, posiblemente para mejorar un
poco las ojeras. Había halos oscuros y púrpuras alrededor de
sus ojos y finas líneas alrededor de su boca. Sin embargo, a
pesar de eso, ella sonrió cuando lo vio.

—¡Hola! —dijo, su voz grave con el agotamiento—. Pensé que


tendría más tiempo para prepararme.
Se acercó a ella antes de que pudiera alcanzar el primer botón
de su uniforme de mucama. Levantó sus manos y le tomó la
barbilla en las palmas de las manos. La miró a los ojos, a los
cálidos pozos de color marrón entre un mar de color rojo tenue.

—Estás cansada. —Señaló.


Empezó a sacudir la cabeza. —No, estoy bien.

—No era una pregunta. —Interrumpió


bruscamente—. ¿Trabajarás mañana?

—Sí, pero...
La liberó y dio un paso atrás. —Ve a casa.

Parpadeó. —¿Qué? Pero dijiste...

—No te tendré así —le dijo suavemente—. Apenas eres capaz de


mantenerte en pie.

—¡Estoy bien! —Protestó. —He pasado días sin dormir antes.


Eso sólo logró enojarlo aún más.

—Esos días se acabaron —dijo, controlando su


temperamento—. Sé que acordamos que podrías mantener tus
trabajos, pero no permitiré esto. No permitiré que vengas a mí
de esta manera teniendo que trabajar de nuevo en unas pocas
horas. No dejaré que pases los preciosos minutos que tienes para
dormir luchando por permanecer despierta en mi cama.

Ella lo miró con recelo. —¿Qué quieres decir?

—Que necesitas escoger un trabajo, Juliette. Sólo uno. Prefiero


el que deja tus noches libres para mí, pero te dejo la decisión a
ti. Y antes de que empieces a discutir, esto no es una petición.
Tu salud y bienestar son las únicas cosas que importan y estás
agotada. No lo permitiré.

Su boca se abrió y se cerró, pero no salió nada. Ya sea porque


no sabía qué decir o porque estaba demasiado cansada para
pensar en algo, él no estaba convencido.

—¿Has comido siquiera? —Él interrumpió antes de que ella


pudiera recobrar su voz.

—¿Comido? —Imitó como si nunca se le hubiera ocurrido—.


¿Qué?

—Comida. —explicó—. Apenas tocaste tu plato en el almuerzo.


¿Has comido desde entonces?

La confusión que arrugaba su frente respondía por ella.

Killian exhaló con un gruñido. Se restregó con violencia la cara


y se apartó de ella antes de hacer algo imperdonable, como
sacudirla.

—No entiendo cuál es el problema —dijo Juliette, alzando la voz.


—El problema —dijo, obligándose a enfrentarse a ella una vez
más—, es que cuando te tenga en esa cama, te quiero despierta
y lista para tomar todo lo que te haga. Te quiero viva en mis
brazos. Te quiero retorciéndote y gritando y rogándome por más.
Lo que no quiero es preocuparme de cuánto vas a dormir antes
de tener que trabajar otro turno de dieciséis horas o si vas a
acordarte de comer adecuadamente. Ese es el problema.

Un músculo se flexionó en su mandíbula. Podía ver la tensión


vibrando a lo largo de ella. No estaba seguro de qué quería ella
hacer más, gritar, llorar o salir de la habitación. Pero se quedó.
No gritó ni lloró.
—Parecías estar bien cuando te dije esta tarde que mantendría
mis trabajos. —Le recordó con una voz mortalmente calmada.

—Sí. —Estuvo de acuerdo con un sutil asentimiento—. Pero no


te vi con este aspecto entonces o te habría dicho que no.

Eso despertó la ira en sus ojos. —Esa no es tu decisión y no te


atrevas a decir esa basura de estar personalmente a cargo de mi
bienestar. Tengo veintitrés años. He estado cuidando de mí y de
mi hermana desde que tenía dieciséis años. Conozco mis límites.

Killian no sabía qué decir o hacer que no implicara atarla a la


cama y obligarla a cuidarse mejor. Aunque el pensamiento era
tentador, sabía que ella nunca le perdonaría por ello.

—Claramente no llegaremos a una decisión mutua esta


noche. —Decidió, deseando mantener la
compostura—. Discutiremos esto de nuevo mañana.

—¡No hay nada que discutir! —ella respondió—. No voy a dejar


mi trabajo.

Estaba en la punta de su lengua decir, ya lo veremos. Pero optó


por no hacerlo. Era un hombre de negocios y lidiaba con desafíos
todos los días. Él arreglaría esto. Sólo necesitaba encontrar un
terreno común para ambos.

—Bien.
La sorpresa se reflejó en su rostro antes de que la sospecha se
estableciera. —¿En serio?

Asintió con la cabeza. —Pero me reservo el derecho de


mencionarlo más adelante cuando ambos hayamos tenido
tiempo de calmarnos. —Levantó la mano cuando ella abrió la
boca, sin duda para discutir—. No más discusiones. Haré que
Marco te lleve a casa.

—Pensé... —Ella se detuvo. Sus hombros se levantaron con su


inhalación profunda—. Bien.

La dejó salir, porque la alternativa era encerrarla y


aparentemente eso era un secuestro. Se dijo a sí mismo que no
era problema suyo cómo ella hacía malabares con su vida o
cuánto la estaba matando, pero sí lo era. En el momento en que
ella firmó el contrato, se convirtió en su problema. Se había
convertido en suya y eso significaba algo. Significaba que él se
ocupaba de las cosas, se aseguraba de que ella estuviera segura
y protegida, incluso si eso significaba de sí misma. Pero
maldición, la mujer era terca. Honestamente nunca había
conocido a una mujer que le hiciera querer estrangularla y
besarla al mismo tiempo.

Sin embargo, sus habilidades para enfurecerlo no era lo que se


cuestionaba. Él necesitaba arreglar el problema respetando su
decisión. Eso iba a requerir algo de trabajo. Pero resolver
situaciones imposibles era lo que Killian hacía mejor.

—¿Qué hiciste?
Escribiendo la última línea del acuerdo antes de que lo olvidara,
Killian echó un vistazo justo cuando Juliette entró en su oficina,
su rostro tenía el tipo de ira que las mujeres tienen justo antes
de empezar a tirar cosas. Killian hizo un rápido barrido de su
escritorio para asegurarse de que no había nada afilado antes de
recoger el contrato en el que había estado trabajando la mayor
parte de la noche. Los guardó con su bolígrafo en un cajón “por
si ella decidía apuñalarlo con él”, y se enfrentó a ella.

—¿Disculpa?
Se detuvo justo al otro lado de su escritorio. Su pecho se elevó
rápidamente bajo el fino material del uniforme de mucama. El
botón superior se había abierto y él se distrajo
momentáneamente por la curva de su garganta.

—Me llamaron hoy a la oficina del gerente —decía ella cuando


él salió de sus pensamientos de abrir el resto de los botones y
follarla en su escritorio—. Nunca me han llamado a la oficina del
gerente.

Se recostó en su silla, más para observarla plenamente que otra


cosa. —¿Todo bien?

Sus palmas delgadas presionaron la parte superior de su


escritorio mientras ella se inclinaba hacia adelante, sus ojos se
entrecerraron.

—¿Sabes lo que me dijo? —Ella no esperó a que él


respondiera—. Que he sido ascendida a la recepción con un
aumento y un bono de ropa. Oh, y casualmente, la cantidad que
estoy ganando ahora es el doble de lo que ganaba originalmente
como mucama y es más de lo que gano en el restaurante, mucho
más.

Killian puso la expresión adecuada. Abrió los ojos con interés y


asintió con la cabeza.

—Eso es genial. Felicitaciones.


Sus intentos de calmarla no parecían funcionar cuando sus ojos
se estrecharon aún más, ahora con sospecha.

—¿Qué hiciste?
Mantuvo sus rasgos neutrales. Completamente en blanco de
todo, excepto una leve confusión.

—¿Qué quieres decir?


—¡No me vengas con eso! —Le dio un golpe a su escritorio con
una mano—. Sé que hiciste algo. El momento es demasiado
sospechoso. Justo la noche anterior, me decías que tenía que
escoger uno y ahora, de repente, ¿me dan un aumento y un
ascenso?

Levantó un hombro en un breve encogimiento de hombros. —


Tal vez la gerencia finalmente se dio cuenta de lo valiosa que
eres.

—Eso es una mierda. —Se enderezó y cruzó los brazos—. Llevo


allí casi cuatro años y nunca aceptaron ni una sola vez mi
solicitud de recepción.

—Bueno, ahí está entonces. —Se levantó—. El tuyo finalmente


llegó a la cima de la pila. —Casualmente, dio la vuelta a su lado
del escritorio—. ¿Cuándo empiezas?

Ella lo miraba con una cautela que era muy divertida. Se habría
reído si no valorara su vida.

—Mañana —murmuró por fin—. Tengo el turno de día, lo que


estoy segura que va a hacer enojar a Celina a lo grande. —Pero
había una especie de peculiaridad en su boca, una inclinación
torcida que hacía que el brillo de sus ojos pareciera casi travieso.
—¿No es una fan? —Presionó, extrañamente conquistado por la
sonrisa que se desplegaba en su rostro.

Su sonrisa era completa cuando se encontró con su


mirada. —Creo que acabo de encontrar el lado positivo de esta
situación.

—¿Ese es tu lado positivo?


Había pensado con seguridad que sería el dinero o el nuevo
puesto o el no tener que trabajar hasta tarde en la noche
limpiando la suciedad de otras personas.

—¡Sí! —Siseó con una risa que era más bien una carcajada
malvada—. Celina Swanson está siendo degradada a trabajo
nocturno y es maravillosamente horrible.

Killian no pudo evitarlo, se rio. —Eres una mujer extraña.

Ella resopló y puso los ojos en blanco. —No conoces a Celina. Es


una perr … bruja. —Corrigió rápidamente, divirtiéndole aún
más—. No le cae bien a nadie, excepto a Harold. Pero todo el
mundo sabe que se acuestan, así que se pondrá furiosa cuando
se entere de que él me dio el puesto. —Su sonrisa se desvaneció
en unos ojos abiertos con pánico—. Justo antes de que me corte
la garganta. —Ella se encontró con su mirada con el ceño
fruncido—. No estoy segura de que Harold me haya hecho algún
favor, ahora que lo pienso.

Riéndose por segunda vez, le quitó un mechón de cabello de la


sien y se lo puso detrás de la oreja.

—Estará bien.
—Tal vez. —Ella le entrecerró los ojos—. Te reíste. Creo que
nunca te he oído reír.
La rodeó y se dirigió a la ventana, la nuca le hormigueaba de
incomodidad.

—Normalmente no tengo una sádica secreta en mi oficina.


—¡No soy una sádica!, —jadeó con fingida indignación.
Le lanzó una mirada mordaz sobre su hombro. —¿Te has oído
reír? Es material de villano de Disney.

Su ceño fruncido cambio a una amplia sonrisa que se deshizo


en una brillante lluvia de risas. Dio un pequeño chillido que vino
con un extraño baile como una niña de cuatro años que
finalmente consiguió la muñeca que quería.

—¿Sabes cuánto tiempo he esperado para este puesto? —Jadeó,


radiante de tal manera que estaba seguro de que se abriría el
rostro—. ¡Años! —Se puso las dos manos sobre el pecho y
jadeó—. Creo que estoy teniendo un ataque al corazón.

Riéndose, Killian se giró completamente para enfrentarla,


cautivado, conquistado, y absolutamente encantado por la
euforia que se desprendía de ella y que llenaba cada rincón de
su oficina. Era una alegría imperturbable en una forma que no
estaba acostumbrado a ver.

—Bueno, trata de no hacerlo. —Bromeaba—. Mi RCP7 está


oxidado.

Riendo, ella se acercó para unirse a él en la zona de luz solar que


atravesaba la ventana. Los rayos se mezclaban en su cabello,
convirtiendo las hebras de cabello en un halo alrededor de su

7
Reanimación Cardipulmonar.
rostro sonrojado. Iluminaba las manchas doradas de sus ojos y
la felicidad brillando en la superficie.

—¿Sabes lo que esto significa? —dijo en voz baja.


Cautivado por lo mucho que le recordaba a un duendecillo,
Killian sólo pudo decir un débil. —¿Qué? —Como respuesta.

—No tengo que mantener mi trabajo en la cafetería, o en la sala


de juegos. —Se detuvo para poner los ojos en blanco—. Gracias
a Dios. Odiaba ese lugar. —Se mordió el labio y su polla se puso
dura—. Necesito ir de compras. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado
desde que entré en un centro comercial? Ya ni siquiera sé qué
talla soy.

Podría habérselo dicho. Siempre había sido bastante bueno


cuando se trataba de estimar el tamaño de las cosas. Era un
talento familiar cuando uno estaba en el negocio del transporte.
Pero también valoraba su habilidad para reproducirse y aunque
sabía que nunca podría tener hijos, era el pensamiento que más
importaba.

—¿Cuántos años tiene tu hermana? —preguntó en su lugar.


—¿Vi? Dieciséis. ¿Por qué?
Movió un hombro casualmente. —Tal vez podrías llevarla
contigo. Dedicarle un día.

Vio la chispa de interés en sus ojos, contemplándolo antes de


que asintiera.

—Debería. Es una mocosa, pero es una mocosa con muy buen


gusto para la ropa. —Su sonrisa se volvió vergonzosa y un poco
dolorosa—. Te estoy quitando todo tu tiempo, ¿no? Parecías
ocupado cuando llegué.
—¿Te refieres a cuando irrumpiste como el infierno empeñada
en poner la ira de Dios en mí... otra vez?

Sus mejillas se volvieron de un oscuro tono escarlata. —


Trabajaré en recordar que debo llamar a la puerta la próxima
vez.

—¿La próxima vez? —Se metió las manos en los bolsillos y se


balanceó sobre los talones—. ¿Entonces esto se convertirá en
algo habitual?

—Eso depende. —Ella le dio una sonrisa que era pura


travesura—. ¿Vas a seguir yendo a mis espaldas y haciendo
cosas por mí?

Uno de ellos se acercó, estrechando el poco espacio que los


separaba. Sólo se dio cuenta porque de repente se ahogaba en el
olor de ella, en la tentación de su boca siendo ofrecida a él. El
solo movimiento la llevó justo debajo de su altura. Forzó su
cuello hacia atrás, de modo que su rostro se inclinó hacia él.

—Posiblemente. —Forzó su atención a los ojos de ella—. ¿A


menos que hayas decidido dejar que yo te cuide?

Sacudió la cabeza. —No.

No esperaba menos.

—Qué lástima. —Su mano se movió a su alrededor y la levantó


para deslizarse sigilosamente por el suave contorno de su
mejilla. Trazó a lo largo y se sumergió en su cuello. La palma se
posó a lo largo de su mandíbula, alineando la yema de su pulgar
sobre las curvas separadas de su boca—. Cuido muy bien mis
cosas.
Dedos delgados se enroscaron alrededor de su muñeca, pero no
hizo ningún movimiento para apartarlo mientras ella lo miraba
sin vacilar.

—No soy una cosa —susurró, bañando su piel con el calor de su


aliento.

—No. —Aceptó con un murmullo igualmente bajo—. Pero te


consentiría si me dejas. Te daría todo lo que pudieras desear.
Sólo déjame, Juliette.

No entendía por qué era tan importante que se sometiera.


Honestamente no podía entender por qué necesitaba que ella le
dejara darle todas las cosas que ella se merecía. Pero le
atravesaba como una herida física. Fluía como un veneno.
Cuanto más le negaba, más exigente se volvía la necesidad.

—Sólo te deseo a ti. —La mano que no sostenía su muñeca


acunaba el lado de su cara, reflejando la que sostenía la de ella.
Su pulgar rozó su labio inferior y él lo sintió como un puñetazo
en el pecho—. Sólo tú, Killian.

La besó.

No. Él golpeó su boca con un imperioso sentido de urgencia que


le sorprendió incluso a él. Se arremolinó sobre él, hundiéndolo
en una corriente de ondas electrificadas que rompieron su
cordura. Debajo de su asalto, Juliette gimió. Una pequeña y
débil parte de él se estremeció con el miedo de lastimarla, pero
la locura era demasiado fuerte. Lo tenía en sus garras y no podía
pensar o hacer nada más que reclamar a la mujer que se
aferraba a él.

—Killian.
Su suave voz se arrastró a través de la neblina roja en una ola
de azul calmante. Calmó la quemadura que lo devoraba por
dentro de una manera que nunca antes había experimentado.
Era como si tuviera el poder de aliviar la tormenta que él había
estado combatiendo toda su vida con sólo el susurro de su
nombre. El mero pensamiento lo hizo salir de sus brazos con
pánico.

—¿Qué estás haciendo? —La pregunta fue un gruñido


involuntario que atravesó la habitación tan fuerte como los
jadeos irregulares saliendo de ambos.

—Yo… —Con la boca húmeda e hinchada, Juliette lo miró


fijamente, aturdida y asustada—. No estaba... Yo no ...

La agarró y la llevó de vuelta a sus brazos. Su boca se inclinó


sobre la de ella, exigente y hambrienta. Ella no lo apartó, ni
siquiera cuando él la levantó y la llevó a su escritorio. La dejó en
la superficie fría y alcanzó la pequeña V en el hueco de su
garganta, la que se había estado burlandose de él desde el
momento en que entró en su oficina.

Los botones volaron en todas las direcciones. Su patético


estruendo pasó desapercibido cuando la tela se rasgó sobre sus
hombros y bajo sus brazos. Sus senos llenos y firmes apenas
cubiertos por el encaje negro se liberaron. El último de los
botones fue arrancado de sus agujeros y la tuvo al otro lado del
escritorio vestida con nada más que su sujetador y sus bragas.
Su uniforme estaba tirado en algún lugar de la habitación.
Escuchó brevemente que golpeaba el suelo y resbalaba. Pero era
la mujer tendida ante él la que tenía el foco principal.

No había palabras para describir la visión que era. Cada


centímetro de ella fue hecho desde las mismas profundidades de
sus fantasías. Era como si alguien hubiera llegado a lo más
profundo de su interior y hubiera creado una mujer mucho más
peligrosa que cualquier arma en la tierra y al único que
potencialmente podía destruir era él.

¿Cómo me estás haciendo esto? Cada fibra de su ser suplicaba


la pregunta. Pero las palabras permanecieron firmemente
alojadas en su pecho. En cambio, todo lo que podía hacer era
inclinar la cabeza y adorar el suave valle de su vientre con sus
labios. Luego su lengua. Siguió las delicadas curvas de sus
costillas una por una hasta la áspera tela de su sujetador. Sus
senos se elevaron con el arqueamiento de su espalda, una
ofrenda silenciosa que incluía el ligero deslizamiento de las
yemas de sus dedos a lo largo de sus hombros, por la parte de
atrás de su cuello para pasar por su cabello. Él ignoró su
insistencia y volvió a bajar, haciendo una pausa para rodear su
ombligo con la lengua antes de detenerse en su montículo.

El calor se elevó del tramo de algodón que la cubría. Podía sentir


cómo quemaba sus labios incluso antes de estar lo
suficientemente cerca como para plantar un beso con la boca
abierta en el vértice de sus muslos. Juliette gimió. Sus caderas
se movieron con una anticipación que él tuvo que seguir con una
mano en su cadera.

—Paciencia. —Le recordó y se ganó un gemido de frustración a


cambio.

Él ocultó su sonrisa en el músculo tonificado de la parte interna


del muslo derecho. Hundió sus dientes en la carne caliente lo
suficientemente fuerte como para hacerla gritar. Besó el lugar
antes de trazar un camino a lo largo del elástico de sus bragas
para repetirlo en el otro lado. Sus dedos se apretaron en su
cabello.
—Killian...
Impulsado por el sufrimiento de su gemido, levantó la cabeza.
Su cuerpo se movió sobre el de ella, el peso equilibrado sobre
sus palmas mientras se inclinaba más cerca. Ojos de un negro
opaco con excitación se encontraron con los suyos. Sus labios
hinchados se separaron, posiblemente para hablar. Pero mordió
bruscamente la curva inferior, lo suficientemente fuerte como
para hacer que ella se moviera debajo de él y jadeara.

—¿Vas a hacer que te azote? —Exigió.


Ella no dijo que sí, pero tampoco dijo que no. En cambio, ella lo
miró con una especie de interés con los ojos muy abiertos que
era una caricia casi física a lo largo de la rígida longitud de su
erección. Le envolvió cada terminación nerviosa como un desafío
y lo jalaba. Él habría gemido si ella no hubiera tomado ese
momento para alcanzar sus pantalones.

Sus ojos nunca se apartaron de los de él mientras le abría el


cinturón. Luego el botón. Continuó mirándola con su corazón
martilleando mientras ella bajaba la cremallera y lo liberaba.
Ella rompió la conexión primero. Ella apartó la mirada, miró la
piel que había descubierto, la parte de él que palpitaba con un
dolor punzante que era casi insoportable. La delicada columna
de su garganta se movió de arriba a abajo cuando trago. Sus
mejillas se oscurecieron. Sus pestañas se levantaron y sus
miradas se cruzaron una vez más.

—¿Puedo tenerlo ahora?


Su polla se hinchó, una situación que debería haber sido
imposible considerando lo duro que ya estaba y la cantidad de
líquido transparente que cubría la parte superior y goteaba por
el eje.
¡Maldita mujer! Killian pensó mientras la arrastraba hacia él por
las caderas. Ella iba a ser su muerte. Lo sabía incluso cuando la
giró a la fuerza sobre su estómago. Sus pies golpearon el suelo y
él los separo tanto como pudo. El gastado elástico de sus bragas
se rompió fácilmente bajo su violento tirón. Sabía que habría
marcas en sus caderas por el asalto, pero eso era lo último en
su mente cuando la tomó, convirtiendo su grito de sorpresa en
un maullido de placer con solo un movimiento de sus dedos.

—¡Killian!
Calor líquido se precipitó sobre sus dedos, quemando la piel y
llevándolo a la piscina de su abertura. El anillo apretado cedió
fácilmente, succionándolo con avidez hacia el resbaladizo canal
de su cuerpo. Su culo empujó hacia atrás en su palma, su
espalda arqueándose como un gato pidiendo ser acariciado. Sus
sollozos incoherentes se avivaron en una niebla blanca sobre el
escritorio y supo que no duraría. ¿Qué hombre de sangre
caliente lo haría cuando su mujer goteaba por todo el suelo y
maullaba como una zorra en celo?

¡Cristo!

Abandonando su agradable calor, Killian se dirigió al otro lado


de su escritorio. El cajón tembló con la anticipación que vibraba
a través de él. Todo su cuerpo estaba lleno de una necesidad
oscura e interminable que se apoderaba de él como cuerdas de
fuego que lo impulsaban a reclamar lo que era suyo. El deseo
provenía de lo profundo de su estómago, un mal latente que
merodeaba para liberarse. Durante años había luchado contra
la bestia, la había mantenido bajo control y alejada de la vida
inocente y durante años había obedecido sin quejarse. Se había
sentado sumiso y hambriento en el oscuro rincón de su alma.
Hasta ahora. Hasta Juliette. Maldita sea si supiera lo que había
en ella, pero cada fibra, nervio, músculo, hueso y monstruo en
él la deseaba. Quería reclamarla y poseerla. Era un camino
peligroso, uno del que sabía que nunca se recuperaría si se
dejaba llevar. Pero era más que eso. Fue el miedo a herirla lo que
le hizo apretar las cadenas.

—¿Killian? —Juliette levantó la cabeza, su rostro ensombrecido


por mechones de cabello enredado—. ¿Qué pasa?

En lugar de decirle la verdad o decirle que corriera rápido y lejos,


agarró la lámina plateada de su billetera y cerró de golpe el cajón.
Ella no volvió a preguntar mientras él volvía detrás de ella. Abrió
el paquete con los dientes mientras se bajaba el resto de los
pantalones con la mano libre.

Se sumergió dentro de ella con un solo y poderoso empujón. El


impulso la puso de puntillas. Hizo temblar peligrosamente el
monitor de su escritorio. No hubo advertencia, ni restricción,
excepto las marcas de sus dedos en sus caderas, manteniéndola
prisionera de sus necesidades. Su agudo sollozo lo aniquiló.
Sonó por la habitación en una dulce sinfonía que cantó hasta el
fondo. La mezcla de dolor y placer le recorrió la columna
vertebral, impulsándolo más profundamente. Su corazón gritó
entre sus oídos, un ensordecedor sonido de triunfo. Su polla
palpitó cuando se instaló en el estuche de terciopelo de su
cuerpo.

Jadeando, se contuvo un momento, dándole tiempo para


adaptarse, necesitando que ella se preparara antes de perderse
de nuevo.

—¡No te detengas!
La súplica fue seguida por el movimiento frenético de su culo,
por el empuje hacia atrás de sus caderas y la ondulación
codiciosa de sus músculos alrededor de su polla. Cualquier
restricción que pudiera haber esperado se rompió. Cada gramo
de su control se desvaneció mientras bombeaba dentro de ella,
empujando más y más fuerte cada vez hasta que ella estaba
gritando y corriéndose con una salvaje sacudida.

Él agarró su cabello en sus manos. Los rizos húmedos formaron


un hermoso nudo alrededor de su mano mientras él le echaba la
cabeza hacia atrás. Su mano libre serpenteó alrededor de su
centro y encontró el pulsante bulto entre sus labios resbaladizos.

—¡Otra vez! —Siseó.


Lo hizo con un sonido gutural que se desgarró de su pecho.
Killian soltó su cabello y su cabeza cayó hacia adelante como si
su cuello ya no pudiera soportar su peso. Una fina capa de sudor
se había formado a lo largo de la línea irregular de su columna.
Parecía brillar con cada movimiento irregular de su espalda.
Killian sonrió para sí mismo mientras movía sus caderas tres
veces más y se corría.

Crema blanca y espesa brillaba a lo largo de su polla cuando se


apartó de ella. Estuvo tentado de hacer que ella se lo limpiara e
incluso empezó a alcanzarla cuando su teléfono sonó en la
superficie lisa de su escritorio con un ruidoso estruendo. Juliette
se movió y se obligó a incorporarse. Miró el teléfono antes de
volverse hacia él, todavía apoyada contra el escritorio como si
sus piernas no hubieran vuelto a funcionar completamente. Sus
labios se separaron en una sonrisa, una especie de sonrisa
satisfecha y engreída que hizo un nudo en la boca de su
estómago.
La vista de sus mejillas enrojecidas, su boca hinchada y su falta
de ropa hicieron cosas raras en su interior. Lo llenó de una
arrogancia que no le había preocupado en el pasado. Sus
amantes siempre se iban satisfechas, pero era diferente con
Juliette. Con ella, había una especie de orgullo que se hinchaba
en su pecho al saber que la había complacido.

—Supongo que es nuestra señal de que nuestro tiempo se ha


acabado —dijo—. Probablemente deberías volver al trabajo, ¿eh?

Quería decirle que trabajaba cuando quisiera y que quienquiera


que estuviera llamando podía esperar, pero sabía que, si la volvía
a tocar, la arrastraría al dormitorio y ninguno de los dos se iría
por mucho tiempo. La necesidad de ella no se había apagado. En
todo caso, casi destruir su escritorio había sido más un bocadillo
que una verdadera comida. Ya podía sentir que se estaba
endureciendo para otra ronda.

—Marco te llevará a casa —dijo en su lugar—. Se quedará


contigo durante el día y te traerá de vuelta aquí esta noche.

Parpadeó. —¿Esta noche?

El sentido común lo abandonó, cerró el espacio que lo separaba


de ella y la atrapó entre él y el escritorio. Las palmas de sus
manos se clavaron en los bordes de la mesa a ambos lados de
las caderas de ella mientras se inclinaba lo suficiente para rozar
sus labios con los suyos.

—Quiero ver tu ropa nueva —susurró contra su boca—. Y no


hemos terminado.

Para probarlo, molió su duro eje como una roca en la suave


carne de su vientre, untando sus jugos sobre la piel de ambos
estómagos. Su débil jadeo quemaba contra su barbilla. Sus
pupilas se redujeron. Ella levantó sus manos y ancló los dedos
en sus hombros.

—¿Podemos?
—Esta noche. —Interrumpió antes de que ella pudiera robarle
más control.

Su labio inferior se frunció, pero ella obedeció a regañadientes.


—¿Me prestas algo de ropa entonces? Me has arrancado toda la
mía.

Una sonrisa se dibujó alrededor de su boca sin importar cuánto


luchó por mantenerla a raya. Él retrocedió. Sus dedos se
deslizaron hacia los botones de su camisa de vestir. El material
se deshizo fácilmente y se encogió de hombros.

—No creo que te queden mis pantalones —le dijo—. Pero esto
debería ser lo suficientemente largo para cubrir la mayoría.

Luchando contra su propia sonrisa, Juliette aceptó la parte


superior y se la puso, sus ojos nunca dejaron los de él. Se
abrochó los botones y extendió los brazos.

—¿Cómo me veo?
Ilegal.

Cubría todas las cosas que necesitaban ser cubiertas. Las


mangas caían bien sobre sus manos y el dobladillo se detenía
justo en sus rodillas, pero nada de eso disuadía la imaginación.
Tal vez era porque sabía que no llevaba nada más que un
sujetador debajo, pero podía imaginar cada curva como si el
material fuera transparente. Además, había algo
desconcertantemente tentador en ella con su ropa que él no
podía identificar. Todo lo que sabía era que ella se veía sexy como
el infierno y la polla que aún tenía que guardar se complacía en
notarlo.

—Supongo que te gusta. —Bromeó, mirando su nueva y


brillante erección.

Él la miró ceñudo y se metió de nuevo dentro de sus pantalones.


—Ve.
Agarrando su labio inferior entre los dientes para contener la
risa que él podía ver brillando en sus ojos, Juliette lo rodeó y
rápidamente recogió su ropa. Se la apretó contra su pecho
mientras se volvía hacia él.

—Te veré esta noche.


—Estaré aquí. —Prometió.
Despidiéndose con la mano, se apresuró a las puertas. Habían
sido cerradas en algún momento. Ella podría no haberlo notado
cuando las abrió de un tirón, pero él lo hizo.

Frank, pensó.

Es cierto que el otro hombre entró en la habitación solo unos


momentos después de que Juliette se fuera. Si tenía alguna idea
sobre lo que pudo haber presenciado, nunca se mostró en su
cara.

—Ryan Keating llamó por teléfono. —Declaró


uniformemente—. Aparentemente intentó contigo primero, pero
estabas ocupado.

Killian sacó su teléfono y revisó la llamada perdida.


Efectivamente, había un mensaje de voz de su abogado.

—Tiene el resto de los papeles que pediste. —Terminó Frank.


—Dile que los envíe por fax —dijo Killian, ya moviéndose hacia
las puertas—. Los miraré en un momento. También dile a Marco
que lleve a Juliette y a su hermana a donde necesiten ir el resto
de la tarde y que la traiga de vuelta aquí. Que John y Tyson
vayan con ellas.

—¿John y Tyson, señor?


Killian se detuvo en el umbral y miró hacia atrás. —No quiero
que la dejen sola.

Frank inclinó la cabeza. —Sí, señor.

Se dio una ducha rápida antes de vestirse con ropa limpia y


volver a la oficina. Frank estaba exactamente donde Killian lo
había dejado. Pero debe haberse ido en algún momento, porque
había una pila de papeles en el escritorio de Killian cuando se
sentó. Los levantó y los hojeó rápidamente. Haría una lectura
completa más tarde, pero a primera vista, todo parecía estar en
orden.

—¿Esto es todo?
Frank asintió con la cabeza. —El Hotel Twin Peaks es
oficialmente suyo, señor.
Recordar cómo comprar era como recordar cómo andar en
bicicleta, se dio cuenta Juliette mientras levantaba sus bolsas
de manera más segura a lo largo de sus antebrazos. Su peso
comenzaba a cortarle la piel, pero se negó a dejar que los dos
hombres que la seguían se las llevaran.

Eran bastante agradables, supuso. Ninguno de los dos dijo


mucho, pero era su silencio y su mirada atenta lo más
inquietante. La seguían de tienda en tienda sin quejarse y de vez
en cuando disuadían a otros clientes del vestuario cuando ella
quería probarse algo. Juliette estaba casi segura de que todo el
centro comercial pensaba que era una especie de celebridad. Un
niño incluso tomó su teléfono celular para tomar una foto antes
de que el llamado John interviniera y le quitara el teléfono.
Juliette había intentado disculparse y conseguir que la sombra
le devolviera el teléfono al chico, pero Tyson la tomó del brazo
con delicadeza y la sacó de la tienda mientras John se quedaba
para hablar con el chico.

En cuanto a los momentos embarazosos, probablemente fue el


peor.

Al final, optó por ignorar el par y terminar sus compras. Si no


tuviera que empezar su nuevo puesto a la mañana siguiente, se
habría ido a casa. No. Habría ido a ver a Killian y le habría
gritado por enviar a los dos en primer lugar. No estaba segura
de cuál era su propósito. ¿Los había enviado a espiarla? ¿Para
ver a dónde iba y a quién veía? La sola idea era insultante y la
llenaba de una rabia que la hacía querer patear a alguien. Pero
ella se lo guardó. Guardó cada gramo de su rabia para la persona
responsable.

—¡Ya lo tengo! —Espetó cuando Tyson alcanzó sus bolsas


mientras se acercaban a la reluciente camioneta—. Soy
perfectamente capaz de manejar mi propio equipaje.

Si su manera o tono afectaba de alguna manera a la pareja,


ninguno de los dos lo demostró. Permanecieron perfectamente
mudos e impasibles. Parte de ella no pudo evitar preguntarse si
había un robot escondido bajo su piel humana.

Ambos medían más de un metro ochenta de altura con cuerpos


estrechos de nadador y trajes oscuros. Tyson tenía la piel del
color cálido del chocolate y John parecía que nunca había oído
hablar de la luz del sol. Ninguno de los dos usaba gafas de sol,
lo que le hacía estar eternamente agradecida. Pero sí tenían esos
audífonos de plástico y de vez en cuando, atrapaba a uno
murmurando en la mitad dentro de la manga de sus chaquetas.
Había bultos bajo sus chaquetas que ella sospechaba que eran
armas, pistolas, sin duda y eso sólo amplificaba su ira.

En la casa, ambos hombres saltaron de la camioneta antes de


que ella pudiera. Tyson le abrió la puerta mientras John
agarraba sus cosas. Era un sistema marchando bien sobre
ruedas que le habría parecido bastante impresionante en
cualquier otro momento. Pero en cambio, dejó que John se
aferrara a sus bolsas. ¿Qué iba a hacer? ¿Probarse sus
sujetadores? Además, tenía un pez más grande para freír, a
saber, Killian McClary.
La pareja la siguió escaleras arriba, manteniendo un ritmo
perfecto con sus furiosos pasos. Ninguno de los dos la detuvo, lo
que encontró como un cambio agradable de la última vez que la
persiguieron con sus armas en la mano.

—¿Hiciste que me siguieran?


Ella entró en su oficina y lo encontró, como sospechaba, sentado
detrás de su enorme escritorio, el mismo escritorio sobre el que
la había inclinado esa mañana. El recuerdo envió un cosquilleo
a través de ella que tuvo que apartar.

—Hola, cielo —dijo Killian sin levantar la vista de los papeles


que tenía en sus manos—. ¿Cómo estuvo tu tarde?

Juliette lo fulminó con la mirada, aunque no importaba; todavía


no había levantado la vista.

—Estaba bien hasta que tus... matones, empezaron a seguirme


por todas partes. ¿Qué esperabas que te informaran? ¿Que
compré ropa interior?

Eso llamó su atención y levantó la cabeza. Aquellos ojos


magnéticos la recorrieron con lento interés.

—¿La llevas puesta ahora?


—¡Killian!
Con un suspiro, dejó los papeles y se puso de pie.

—No estaban allí para informarme de nada —dijo


tranquilamente—. John y Tyson estaban allí para protegerte y
no estoy seguro de que aprecien que los llamen mis matones.

Juliette optó por ignorar esto último. —¿Protegerme? ¿De qué?


¿De un chico y su teléfono?
La mirada de Killian pasó a los dos hombres como si preguntara
en silencio ¿qué chico? ¿Qué teléfono?

—Hubo un incidente inofensivo —informó el que se llamaba


Tyson en un tono muy oficial—. La situación fue manejada.

—¡Manejada! —Juliette ladró—. Le robaron el teléfono y lo


amenazaron con hacerle daño. ¡Tenía apenas quince años! Me
sorprende que no lo golpearan contra el suelo y le hicieran una
llave de estrangulación.

Killian parecía a punto de reír, pero debió haber notado el


destello de advertencia en sus ojos, porque sabiamente lo sofocó
detrás de la mano que se frotó sobre la boca. Fijó su atención en
los dos hombres que estaban sobre el hombro de Juliette.

—Gracias —dijo—. Sólo ponlos en mi habitación.


Inclinando sus cabezas, los dos giraron sobre sus talones y
salieron de la habitación. Tyson se detuvo lo suficiente para
cerrar la puerta tras ellos, encerrándola con el hombre que la
observaba.

—¿Por qué los enviaste? —Exigió—. No me gusta que me espíen,


Killian, especialmente cuando nunca he justificado tu
desconfianza.

No había ninguna diversión en su rostro ahora, sólo una especie


de mirada agotada bordeando un toque de derrota que realmente
no le gustaba ver.

—Lo dije en serio —dijo—. No te estaba espiando. Estaba


tratando de mantenerte a salvo.

—¿De qué? —Enfatizó, sintiendo que su ira se convertía en


confusión.
Killian se dio la vuelta y regresó a su escritorio. Por un momento,
ella pensó que él volvería a sus papeles. En vez de eso, se dio la
vuelta, apoyó su trasero contra el borde y la miró fijamente desde
el otro lado de la habitación.

—¿Con quién crees que estás involucrada, Juliette? ¿Crees que


soy un banquero o un profesor? ¿Alguien seguro e inofensivo?

Un ceño fruncido arrugó el lugar entre sus cejas. —Por supuesto


que no.

Parecía cansado, se dio cuenta. Como si no hubiera dormido en


días. Había sombras oscuras debajo de sus ojos y finas líneas en
las esquinas de su boca. Parte de ella se preguntaba por qué no
las había notado esa mañana. Tal vez porque siempre se
mantuvo con tanta confianza. Era extraño verle mostrar este tipo
de debilidad. O tal vez sólo era una mala persona que nunca
prestaba atención. Fuera lo que fuera, no le gustaba.

—No soy una buena persona —le dijo con una tensión que
insistía en que entendiera lo que intentaba decirle—. Tengo
enemigos. Montones y montones de enemigos. Algunos que no
dudarían en destruirme a mí y a todos los que he conocido. Si
hubieras sido cualquier otra mujer, esa primera noche habría
sido el principio y el fin de nosotros. Te habría mandado a casa
y no habría vuelto a pensar en ti, porque así es como me gustan
mis relaciones. Porque así es como las mantengo a salvo.

—Porque estás maldito —susurró, recordando sus palabras


durante el almuerzo del otro día.

Bajó la barbilla para mirar hacia abajo a sus pies. —La gente a
la que me acerco muere horriblemente y tú… —Levantó la
cabeza para fijarla con una intensidad que le secó la saliva de la
boca—. Eres la única mujer a la que parece que no puedo dejar
ir y eso me convierte en el hijo de puta más egoísta del mundo,
pero también significa que haré todo lo que esté en mi poder
para mantenerte a salvo, incluso si eso significa tenerte enojada
conmigo.

Pero no estaba enfadada, ya no. Estaba triste, frustrada y muy


cansada.

—No son muy amigables —murmuró—. Y asustan a la gente.


La esquina izquierda de su boca se curvó. —Ese es su trabajo.

Ella suspiró. —¿Qué pasa con Vi y la Sra. Tompkins? Si yo no


estoy a salvo, entonces ellas no están a salvo

Se puso de pie. —Tengo hombres asignados en la casa y otro


cuidando a tu hermana.

Hombres asignados en la casa. Hombres siguiéndola, siguiendo


a Vi. Hombres con armas y ojos vigilantes. Era demasiado. Su
propia vida nunca había significado mucho para ella, pero había
sacrificado todo para mantener a su hermana a salvo. En
cambio, las había puesto a ambas en una posición que requería
esos hombres y esas armas.

—¿Juliette?
Con una mano presionada sobre su pecho palpitante, levantó la
otra para alejarlo cuando dio un paso hacia ella.

—Yo... necesito un minuto.


Se dio la vuelta, pero no había ningún lugar adonde ir excepto
caminar hacia las puertas. Así que se quedó allí y miró fijamente
las losas de madera, los tres cuadrados tallados en cada uno y
los mangos de oro. Le dolía el pecho donde su corazón golpeaba
repetidamente los músculos y los huesos. Pero no importa
cuánto lo intentó, su cerebro se había convertido en un páramo
de nada. Su vacío avivó la impaciencia y el miedo que estaba
luchando tanto por mantener a raya y se odiaba a sí misma.
Odiaba la debilidad. La incapacidad de pensar en una salida de
lo que posiblemente era una muerte eminente.

—Hazlas desaparecer. —Se giró sobre sus talones y miró al


hombre al otro lado de la habitación—. ¿Puedes hacer eso?

La confusión le hizo fruncir el ceño. —¿Quieres que las ma

Juliette parpadeó. —¿Qué? ¡No! Me refería a llevarlas a un lugar


seguro. Darles nuevas identidades o algo así. Esconderlas en
algún lugar lejano. Me quedaré contigo. Soportaré que tus
hombres me sigan, pero Vi y la Sra. Tompkins... ...no puedo
poner sus vidas en riesgo porque tampoco puedo dejarte ir.

Un músculo se tensó en el corte de su mandíbula. —No la


volverás a ver si lo hago. Ella no puede volver nunca.

El nudo en su estómago se apretó hasta que casi se desmaya por


el dolor. Pero respiró lentamente.

—Dijiste que harías cualquier cosa por mí si te dejaba. —Ella


empezó a ir hacia él—. Esto es lo que quiero, Killian. Si llega el
momento y me pasa algo, prométeme que mantendrás a mi
hermana a salvo.

La ira cruzó por sus ojos opacos, ardiente y formidable. Se


encendió en sus fosas nasales y convirtió su hermosa boca en
una delgada línea blanca.

—Prometo mantenerla a salvo, pero si llega el día en que tenga


que elegir entre salvarte a ti o salvarla a ella.
—¡La elegirás a ella!
—No, Juliette. No lo haré.
El miedo se apoderó de su corazón, provocando que se estrellara
hasta sus tobillos en una salpicadura desordenada.

—Killian, por favor. Tiene dieciséis años. —Juliette se acercó


para pararse frente a él—. Ella no pidió esto. Yo soy quien la
puso en peligro.

Él se dio la vuelta. Sus zapatos golpearon suavemente mientras


daba la vuelta al escritorio y se sentaba en su silla. Los resortes
crujían con su peso. Se echó hacia atrás y junto sus dedos. La
observó sobre sus dedos durante varios minutos
angustiosamente largos.

—Yo me encargo.
No sabía lo que eso significaba, pero sonaba como un acuerdo y
así es como lo tomaría, porque en el fondo, sabía que Killian
cumpliría su palabra. Puede que no fuera una buena persona,
como dijo, pero era alguien que cumplía una promesa y eso era
lo que ella necesitaba.

Juliette contuvo el aliento. —Gracias. —Exhaló el aliento y se


obligó a relajarse un poco—. Lamento haber llamado matones a
tus hombres. Eso no fue muy amable de mi parte.

Sus músculos faciales se suavizaron. —No, no lo fue. Tyson


parecía bastante herido.

Riéndose entre dientes, miró los papeles que aún estaban en su


escritorio. Un grueso fajo de documentos de aspecto muy oficial
que no esperaba comprender.
—Sigo interrumpiendo tu trabajo.
Killian siguió la línea de su mirada. —Sí, pero eres mucho más
interesante que un acuerdo de fusión.

—¿Qué estás fusionando?


Se inclinó hacia atrás en su silla y le hizo un gesto para que se
pusiera a su lado en el escritorio. Juliette se acercó y fue
arrastrada por sus suaves manos hasta su regazo. De cerca, los
papeles no parecían menos oficiales o complejos, pero había dos
nombres en la carta de presentación que ella reconoció.

—¿Eres el dueño de Off The Shelf Books?


Off The Shelf Books era una librería de tres pisos lo
suficientemente grande para ser su propia ciudad. Juliette
nunca había tenido tiempo de entrar y explorar, pero había
escuchado que el lugar en realidad venía con un mapa y eso solo
había aterrizado el lugar en su lista de ver antes de morir.

—No, soy el dueño del café de al lado.


—Pause.
Otro lugar que nunca había visitado, pero no porque no
disfrutara del café o no tuviera el compromiso de hacer cola
durante dos horas para una taza. Era el costo de dicha bebida
lo que la mantenía alejada; a menos que la taza viniera bañada
en oro y la bebida fuera una exótica mezcla de sangre alienígena
y virutas de unicornio, no veía la necesidad de pagar diez dólares
por cada uno.

—¿Así que estás fusionando los dos? —preguntó.


Killian asintió. —Off The Shelf quiere llevar café a sus clientes.
Resulta que soy dueño de uno que comparte una pared y hace
buenos negocios.

Juliette hizo un murmullo de acuerdo. —Inteligente. —Se


reclinó contra el pecho acunando su espalda y apoyó la cabeza
en su ancho hombro. Contra su abdomen, sus dedos
entrelazados se tensaron—. Nunca he estado en ninguno de los
dos. —Confesó—. Pero escucho cosas buenas de ambos, así que
creo que es una gran idea. No es que te esté diciendo cómo
manejar tu negocio. —Bostezó a mitad del discurso, pero siguió
hablando con una mano presionada contra su boca—. Eso iría
en contra del contrato.

—¿Cansada? —Los labios de Killian rozaron su sien, haciendo


cosquillas en la piel con su barba.

—Había olvidado lo agotador que puede ser ir de


compras —admitió—. Pero tengo un montón de ropa muy
bonita, así que eso me emociona.

—¿Te divertiste con Vi?


Todos los pensamientos de sueño se desvanecieron al mencionar
a su hermana. Los ojos que había cerrado con relajación se
abrieron de golpe y se quedó mirando la puerta al otro lado de la
habitación.

—No pudo ir —dijo, tratando de no mostrar cuánto le dolía ese


hecho—. Estaba ocupada.

No era necesariamente una mentira. Juliette había corrido a


casa, emocionada de compartir sus grandes noticias con la Sra.
Tompkins y Vi sólo para que su hermana le dijera que tenía
cosas más importantes que hacer que ir de compras con alguien
que no tenía gusto. Al parecer, había hecho planes con sus
amigos y no llegaría a casa hasta tarde. Juliette no la había
detenido. Había subido a ducharse y a cambiarse y se había ido
al centro comercial sola. No fue hasta que atravesó las conocidas
puertas de cristal que se dio cuenta de lo patética que era. Solo
unos años antes, había paseado por esas tiendas con sus amigos
como si fuera dueña de todo el maldito edificio. Ahora, ni
siquiera podía hacer que su hermana menor se uniera a ella.
Pero al menos había tenido a John y Tyson, quienes, de una
manera extraña, la hicieron sentir menos sola.

—Bueno, quiero verlas —murmuró en esa voz baja y gutural


suya.

Juliette inclinó la cabeza hacia atrás y le miró a la cara. —Podría


haberme excedido un poco.

Él encogió el hombro que ella no estaba usando como almohada.


—Tengo tiempo.
—¿Qué pasa con la fusión?
—No va a ir a ninguna parte.
Por muy loco que fuera, su oferta era realmente entrañable.
¿Qué hombre hacía todo lo posible por sentarse con una mujer
mientras ella se probaba ropa? Sino el hecho de que quisiera
devolverle la emoción que Vi había matado con su descuidada
indiferencia.

—¿En serio?
Levantó una mano para tocar su barbilla ligeramente. —En
serio.
Eufórica, se levantó de su regazo y lo arrastró con ella mientras
se dirigía hacia la puerta. Él las abrió mientras ella charlaba
sobre todos los diferentes atuendos por los que tuvo que pasar
para encontrar los que realmente le gustaban. Escuchó
pacientemente todo el camino hasta el dormitorio donde habían
dejado sus bolsas en la cama.

—¿Esto es exagerado? —preguntó él mientras ella cerraba la


puerta tras ellos—. Sólo hay cinco bolsas aquí.

Juliette le frunció el ceño sin animo. —¡Eso es exagerado para


alguien que no ha comprado nada nuevo en siete años! Ahora,
siéntate en algún lugar. Te mostraré lo que tengo.

Con las manos en alto en señal de rendición, Killian reclamó un


lugar al pie de la cama y observó mientras recogía las bolsas y
se apresuraba al baño.

El bono de ropa no ofrecía muchas opciones, pero se las arregló


con dos faldas, dos blusas, un vestido, un par de sandalias y un
par de botas hasta la rodilla. La combinación era intercambiable
y suficiente hasta su primer sueldo. Podía comprarse un traje
nuevo con cada paga y construir su armario desde allí. Pero por
ahora...

Se metió en la falda lápiz gris perla y la blusa negra con


sandalias. Los tacones de diez centímetros le picaban alrededor
de los dedos de los pies, pero hacían que sus piernas se vieran
fantásticas y eso compensaba el dolor leve. Se enroscó el cabello
hacia arriba, más para mantenerlo fuera del camino que una
cosa de moda. Luego alcanzó la puerta y la abrió.

Killian no se había movido de su lugar cuando ella salió. Miró


hacia arriba cuando ella caminó hacia él.
—¿Qué te parece? —preguntó ella, dando vueltas una vez para
que él pudiera ver la parte de atrás

—Te contrataría —dijo, haciéndola reír.


—¿Para hacer qué? —preguntó.
Se encogió de hombros y sacudió la cabeza. —No importa. Sólo
para verte caminar con eso.

Aun riéndose, volvió a entrar en el baño.

La segunda falda era más corta, llegando a la mitad del muslo


con una hendidura en la parte de atrás. Lo remató con un grueso
cinturón dorado, una blusa escarlata y las botas.

—Te dejaría el cabello suelto con ese —dijo Killian cuando le


mostró el segundo traje—. Rizado.

Juliette arqueó una ceja. —Parece que sabes bastante sobre la


moda femenina. ¿Algo que te gustaría compartir?

Le dio una mirada fulminante. —Es como me gustaría verlo.

Sonriendo, Juliette se dio la vuelta. —Uno más.

—¿Sólo uno? —Parecía genuinamente confundido—. Son sólo


tres conjuntos.

Se detuvo en la puerta del baño y miró hacia atrás. —No me


dieron una tarjeta de crédito platino con fondos ilimitados. Tuve
que conformarme con la cantidad que me dieron. ¡No! —advirtió
cuando su ceño se profundizó. Ella le señaló con un dedo —. No
muevas los hilos ni hagas tu hocus pocus, sea lo que sea que
hagas. Esto está bien.
Con eso, volvió a meterse en el baño para ponerse el atuendo
final. Su favorito. En el momento en que lo vio, supo que tenía
que tenerlo, incluso si costaba todo el bono. Afortunadamente,
era parte de una línea de verano y fue liquidado con un
cincuenta por ciento, convirtiéndolo prácticamente en una
ganga. Sólo solidificó el pensamiento de que estaba destinado a
ser suyo, eso y el hecho de que sólo quedaba uno y era de su
tamaño. El destino absoluto.

El vestido de tubo ceñido al cuerpo llegó a tres pulgadas de sus


rodillas y abrazó cada colina y curva de su cuerpo a la
perfección. La parte delantera trenzada estaba ceñida con un
broche de oro que hacía juego con el que descansaba fresco y
brillante justo debajo de su clavícula, que servía para mantener
unido el corpiño. Un agujero con un diamante fue cortado en el
material, cayendo lo suficientemente bajo para mostrar el indicio
de escote sin ser inadecuado para el trabajo. Las mangas cortas
abrazaban sus brazos y tenían pequeñas aberturas en forma de
V en los hombros. Añadió las sandalias y la pequeña cosa que
había cogido por capricho con Killian en mente. Como un
pensamiento posterior, se soltó el cabello y lo sacudió. Revisó su
rostro en busca de maquillaje manchado antes de volverse hacia
la puerta.

Nerviosa por razones desconocidas, estaba menos entusiasmada


con su revelación final. No es que no pensara que a Killian le
gustaría el vestido. Era sólo un vestido después de todo. Pero era
la otra cosa, la sorpresa que le hizo sudar las palmas de las
manos.

—¡Está bien! —gritó antes de alcanzar el pomo de la puerta—.


Voy a salir.
Con las rodillas temblorosas, salió al dormitorio y se detuvo.
Killian la observo, toda desde sus pies hasta la parte superior de
su cabeza. Su expresión no revelaba nada y eso solo intensificó
la ansiedad que se abría paso hasta su garganta.

—¿Qué te parece? —preguntó ella, nerviosa.


—Sexy —dijo—. El material que se ajusta al cuerpo te sienta
bien.

Le temblaban las manos al pasarlas por la parte delantera del


vestido. —Gracias. Me gusta mucho este. —Se humedeció
los labios—. ¿Puedes... puedes ayudarme con la cremallera?
Siempre puedo subirla, pero nunca bajarla.

Rezando a Dios para que no tropezara, o peor aún, se fuera de


bruces, se dirigió hacia él lentamente con las piernas
temblorosas. Se recogió el cabello por encima de un hombro. Su
corazón martilleó en su pecho cuando él se levantó y la encontró
a mitad de camino. Ella se volvió y le ofreció la cremallera que le
corría por la espalda. Todo su cuerpo parecía vibrar con
anticipación reprimida. Su piel hormigueaba por todas partes.
Contuvo la respiración y esperó.

El primer roce de sus dedos a lo largo de su nuca casi la saca de


su piel. Ella dio una violenta sacudida que esperaba que él no se
hubiera dado cuenta. Si lo hizo, nunca lo dejó ver, ya que agarró
el cierre y bajó la cremallera. La tela cedió centímetro a
centímetro hasta que las mangas se deslizaron por sus brazos.
Juliette dejó que todo cayera al suelo en un charco de tela negra.
Dio un paso hacia afuera y se giró lentamente para mirar al
hombre detrás de ella.

Sus ojos se encontraron con los de él.


—También compré esto —susurró, pasando una mano sobre el
trozo de tela de encaje que abrazaba sus caderas.

Coincidía con las copas llenas de gel que le daban volumen a los
senos para formar globos firmes y sexys. Ambos le habían
costado más que el vestido y los zapatos, pero la expresión del
rostro de Killian ... oh, la mirada valía cada centavo. Era lujuria
cruda en su forma más verdadera. Era salvaje y peligroso y ella
estaba en el centro de todo. Era suficiente para hacer que una
chica tuviera un orgasmo.

—¿Te gusta? —Ella alcanzó el primer botón de su camisa, sus


ojos nunca se apartaron de los de él—. Pensé en ti cuando lo
elegí.

El segundo botón cedió tan fácilmente como el primero. Luego el


tercero y el cuarto.

Nunca la detuvo, ni habló. La miraba como un halcón mira a un


ratón, con un enfoque que era a la vez desconcertante y
excitante. Podía sentir que se mojaba. El trozo de cuerda que
tenía entre las mejillas de su culo se frotaba incómodamente
contra sus pliegues húmedos y ella, honestamente, no podía
esperar a deshacerse de el. Pero mientras tanto...

Ella le arrancó la camisa de la cintura de sus pantalones,


volviéndose más atrevida cuanto más tiempo pasaba y no la
detenía; había algo profundamente travieso en tomar el control
de un hombre como Killian. Observando el juego de fuego y la
moderación en su rostro y sabiendo que ella era la causa. Fue el
tipo de poder que la impulsó a inclinarse hacia adelante y rozar
un beso en la obra maestra que era su pecho. Luego, otro y otro,
todo el camino hasta su cuello y el pequeño pulso errático
delataba cuánto lo estaba afectando.
Impulsada por sus nuevos poderes, se echó hacia atrás y plantó
una palma contra el centro de su pecho. Su corazón latía a un
ritmo caótico bajo su palma. La piel caliente y tonificada la hizo
querer explorarlo centímetro a centímetro, pero no estaba segura
de cuánto podría presionarlo antes de que recuperara el control.
Por ahora, tenía que usar su tiempo sabiamente. La próxima vez,
conseguiría bufandas o esposas.

Encantada por la idea de atarlo y de abrirse camino con él


lentamente, sonrió y se ganó una ceja levantada de él que ignoró
mientras lo empujaba de vuelta a la cama. Él fue sin quejarse y
se dejó caer en el colchón cuando sus rodillas tocaron el borde.
Juliette cayó con él de rodillas entre sus piernas separadas. La
realización le hizo abrir sus ojos. Pero él no la detuvo cuando
ella alcanzó su cinturón y liberó su erección.

Salió de sus pantalones. Gruesa y orgullosa, estaba firme con su


cabeza gruesa y eje duro. Las venas se entrecruzaban debajo de
la piel suave y rosada. Pulsaban bajo la palma que ella envolvía
en la base.

Por encima de ella, Killian siseó. Sus nudillos se blanquearon


alrededor de los bordes del colchón. Juliette levantó su barbilla
lo suficiente para mirarlo a través de sus pestañas. La
mandíbula apretada intensamente se extendía en el calor de sus
ojos mientras la miraba.

Inclinándose hacia adelante, rozó la parte superior con sus


labios. El miembro dio un tirón en su mano que la deleitó
mientras continuaba su progreso hacia la base. Luego volvió a
subir con la parte plana de la lengua hasta rodear la punta. El
líquido transparente había comenzado a gotear y ella lo lamió
antes de llevarse solo la parte superior a la boca y chupar
ligeramente. Movió la lengua y se ganó un gruñido bajo del
hombre.

—Juliette...
Ignorando la súplica, hizo un lento descenso, llevándolo
profundamente en la cueva caliente de su boca hasta que hubo
aproximadamente una pulgada entre sus labios y su base. Ella
se echó hacia atrás, arrastrando su lengua por el eje. Mordió la
punta una vez antes de bajar de nuevo, más rápido.

Después de un momento, mantuvo un buen ritmo, usando la


mano y la lengua y a veces los dientes hasta que su persistente
jadeo fue todo lo que llenó la habitación. Era un talento escuchar
el momento exacto para empezar la tortura mientras se
concentraba, pero Stan había sido una bomba de cinco minutos
y ella sabía cuando reconocer el despegue.

Cuando sus jadeos se convirtieron en gemidos ahogados,


Juliette metió la mano dentro de sus pantalones y ahuecó el peso
de sus bolas. La violenta sacudida de su cuerpo casi la hizo
sonreír si no hubiera estado tan concentrada. En su lugar, las
agarró, tirando y masajeando suavemente a la vez que chupaba
y bombeaba. La vena a lo largo de la base latía más rápido. Sus
caderas comenzaron a sacudirse como si todo lo que quisiera
hacer fuera empujar hacia arriba y terminar con su propio
sufrimiento. Pero ella apretó el agarre en su polla, advirtiéndole
que no hiciera nada que pudiera hacer que lo mordiera
accidentalmente.

Ella era la jefa ahora.

—Juliette...
El gemido bajo y torturado era justo lo que había estado
esperando. La mano que sostenía su saco sujetó firmemente la
piel que los conectaba con su cuerpo y apretó justo cuando
empezó a correrse. Su polla se movió violentamente, pero no
pasó nada. Ella le había hecho dejar de correrse.

—¡Joder! —Gruñó—. ¡Joder! Qué... Jesús... maldición... ¡joder!


Ignorando su incoherente festival de palabrotas, Juliette chupó
la punta sensible. Ella lamió y mordisqueó. Cada uno lo hizo
jurar más fuerte y agitarse más rápido, pero no para escapar. Se
dejó caer contra el colchón, las manos volando a su rostro
mientras amenazaba y le rogaba que se detuviera. Que no se
detuviera. Por favor... por favor, termínalo.

Juliette sonrió con suficiencia. —Paciencia.

Su gruñido casi la hizo reír con un vertiginoso deleite. Ella se


concentró en trabajar la polla morada en su mano hasta que
estuvo segura de que no se correría.

Lo liberó y se puso de pie. Apresuradamente, empujó sus bragas


al suelo y salió de ellas y de sus sandalias. Alcanzó la mesita de
noche más cercana a ella y la abrió de un tirón.

No había condones.

Murmurando una maldición, se subió a la cama. Una pierna


cruzó las caderas de Killian y ella se sentó a horcajadas sobre su
cuerpo boca abajo mientras se inclinaba hacia la otra mesa de
noche. Sus dedos se cerraron alrededor de la caja y la sacó del
cajón. Los paquetes de plata se derramaron por las sábanas.
Trató de agarrar uno de ellos sin dejar su lugar en el abdomen
de Killian.

¿Por qué no había pensado en hacer esto antes de empezar?


Exasperada, tomó uno y se sentó sobre sus muslos duros y
tensos y trató de averiguar cómo ponérselo. El trozo circular de
goma venía sin instrucciones. Vagamente recordaba algo de la
clase de salud de la escuela secundaria sobre el extremo
puntiagudo que iba hacia arriba... ¿o hacia abajo? ¿Qué extremo
puntiagudo?

Una risa de su compañero la hizo mirar hacia arriba para


encontrar a Killian observándola. Su expresión divertida era
tensa, pero divertida de todos modos. Le quitó la cosa y
ágilmente hizo el trabajo él mismo.

—¡Ni una palabra! —Ella advirtió mientras se alineaba para


tomarlo.

Seguía sonriendo, pero sabiamente no dijo nada.

Colocando ambas palmas en su pecho, arqueó las caderas y se


movió, tratando de que su polla se deslizara hacia adentro.
Estaba allí. Podía sentir cómo chocaba contra el músculo duro
de su clítoris y empujaba contra su abertura húmeda, pero
seguía esquivando sus intentos cuando intentaba subirse a él.

La frustración brotaba dentro de ella, enfureciéndola lo


suficiente como para hacerla llorar. No era así como quería
seducirlo.

—¿Estás haciendo eso a propósito? —Acusó bruscamente


cuando falló de nuevo—. ¡No! —Ella espetó cuando sus manos
se levantaron del colchón—. Lo tengo.

Él dejó caer sus manos.

Decidida ahora, se agachó entre sus piernas y lo sostuvo.


¡Veamos cómo intentas escapar ahora! Pensó con una especie de
risa salvaje en su cabeza mientras lo agarraba firmemente y
guiaba la cabeza hacia su abertura.

Una vez que la punta se abrió paso, el resto siguió sin problemas.
La estiró en todos los lugares que hicieron que su cabeza se
balanceara hacia atrás y su cuerpo se estremeciera. Sus uñas
se clavaron en la piel caliente, anclándola a la única cosa sólida
en la habitación mientras todo lo demás se desvanecía, excepto
lo jodidamente increíble que se sentía.

Las manos duras y callosas de él se posaron en sus caderas y


los ojos que no recordaba haber cerrado se abrieron. Su cabeza
giró hacia abajo para encontrarlo mirándola, su cara ardía con
el mismo fuego salvaje que el que la atravesaba.

—Te sientes tan bien —susurró ella, incapaz de detenerse.


Sus caderas se balancearon, sin saber si era obra de él o de ella,
pero la sensación de pura felicidad se amplificó. Subió a través
de ella caliente e inestable como whisky con el estómago vacío.
Cada terminación nerviosa de su cuerpo pareció cobrar vida.

—Más rápido.
Siguiendo su orden silenciosa, Juliette se resistió. Ella se levantó
sobre él y se sumergió una y otra vez, acelerando un ritmo que
la hizo tensarse y su núcleo palpitó cuando se acercó a un final
demasiado pronto.

—¿Killian...?
Su respuesta fue empujar hacia arriba y sujetar su cintura con
ambos brazos. En esa posición, fue arrastrada a su regazo, sus
piernas rodearon su cintura y sus propios brazos rodearon sus
hombros. Pero era la profundidad de su polla y el ángulo ...
Cristo, el maldito ángulo. Cada empuje y tirón arrastraba su eje
a lo largo de la protuberancia apretada que la mantenía unida.
La empujaba cada vez un poco más cerca hasta que no era más
que un manojo de nervios sin sentido esforzándose por liberarse.
No podía pensar ni hablar excepto para jadear su nombre y
rogarle que no se detuviera.

Tenía un vago recuerdo de que su sujetador se abría de golpe y


sus senos liberados en su mano. Ella arrojó rápidamente la
prenda a un lado mientras los pezones eran acariciados por
dedos hábiles. Luego pellizcó y rodó y justo cuando no estaba
segura de poder aguantar más, él estaba chupando y pellizcando
y con un grito áspero, Juliette se corrió. Su cabeza cayó hacia
atrás mientras todo su cuerpo se estremecía y rodaba sobre el
de él. Sus uñas le rasguñaron la piel de la espalda, pero él no
pareció notarlo, demasiado preocupado por la lengua que estaba
trazando alrededor de cada pezón.

Bajó lentamente de su altura. Sus brazos todavía estaban allí,


sosteniéndola cerca, manteniéndola unida. Su boca se movió
hasta su cuello y mordisqueó ligeramente su pulso.

Relajada e increíblemente satisfecha, Juliette se agarró a él y lo


dejó trabajar en su propia liberación. De vez en cuando, ella
movía sus caderas contra las de él, disfrutando de la sensibilidad
de su propio cuerpo. A Killian no parecía importarle. Tampoco
parecía tener prisa. Dejaba que sus manos y su boca se
movieran sobre cada centímetro de ella que podía tocar y a ella
le encantaba eso también. Sus manos eran mágicas. Cada
caricia tenía su piel hormigueando y su interior revoloteando.
Honestamente, ella nunca quiso que él se detuviera. Pero se
corrió con un gruñido que golpeó en la pendiente de su hombro.
Dedos contundentes se clavaron en sus omóplatos mientras él
jadeaba en su piel. Su polla se sacudió incontrolablemente unas
cuantas veces antes de caer inmóvil. Contra su pecho, el de él
subía y bajaba rápidamente. Su aliento caliente recorrió la curva
de su cuello.

Juliette sonrió abiertamente en la piel cálida de su


hombro. —Creo que esta es mi posición favorita.

Sus hombros se sacudieron en una risa silenciosa. —No digas


eso hasta que las hayamos probado todas.

Una cálida emoción la invadió al pensar en probar todo tipo de


posiciones con él.

—Definitivamente entre las cinco primeras entonces. —Corrigió,


retrocediendo para mirarlo a la cara—. ¿Fue bueno para ti?

Una ceja oscura se levantó con diversión. —¿Me estás


preguntando si está en el top cinco para mí?

—¿Tienes un top cinco?


—¿En general o con nosotros?
Tuvo que pensar en eso un momento. Era una pregunta
interesante y ella tenía que debatir realmente si quería o no
saber su posición favorita con otras mujeres.

—En general. —Decidió ella, curiosa por saber qué le gustaba a


él.

Su respuesta fue el ligero toque de sus dedos por su espalda


desde el hombro hasta el culo, donde se doblaron, levantaron
sus caderas y la empujaron hacia abajo con más firmeza sobre
la dura longitud de él todavía enterrada dentro de ella.

—Prefiero mostrártelo.
Los ojos de Juliette se abrieron de par en par. —¿Es eso...
estas...?

—Sí, así es. —La comisura de su boca se levantó—. No parece


querer bajar cuando estás cerca.

Un escalofrío caliente y fundido la atravesó. Se derramó sobre


las brasas dejadas hace unos momentos, encendiendo las
llamas a nuevas alturas. Sus paredes ondularon a su alrededor,
bañándolo en una nueva ola de excitación. Su respiración se
aceleró.

—Yo... supongo que deberíamos hacer algo al respecto. —Ella


decidió.

Algo oscuro parpadeó en sus rasgos que hizo que su interior


temblara.

—Oh, insisto.

Eran más de las dos de la mañana cuando Juliette salió de


debajo del abrazo de un Killian dormido y se arrastró por la
habitación. Sus extremidades aún temblaban por el clímax que
había experimentado minutos antes, pero se movió rápidamente
recogiendo sus cosas y vistiéndose. Killian se había desmayado
en el momento en que se había desprendido de ella. Él había
enganchado un brazo alrededor de su cintura el tiempo
suficiente para acomodarla en la curva de su cuerpo, pero no
había pasado nada de tiempo antes de que sus respiraciones
lentas y uniformes ardieran en la parte posterior de su cuello.
Había esperado lo suficiente para asegurarse de que él no se
despertara antes de desenredarse y salir a hurtadillas de la
habitación.

Estaba en el contrato, le dijo a la voz de culpabilidad cuando se


quejaba de que se iba sin una nota. Decía muy claramente que
no debía pasar la noche. Pero era más que eso. Tenía que
levantarse temprano para su nuevo puesto y todavía tenía que
meter su ropa nueva en la lavadora. Además... que Dios la
ayudara, pero pasar la noche con él la asustaba mucho. Era una
intimidad de la que no estaba segura de poder alejarse en doce
meses. Era más fácil para todos si seguía las reglas.

Al pie de las escaleras, parados a ambos lados de las puertas


delanteras, Tyson y John se enderezaron. Cuadraron sus
hombros y la miraron solemnemente mientras se acercaba.

—Señora —dijo Tyson, inclinando la cabeza.


Dolorosamente consciente de lo desaliñada y desarreglada que
lucía, Juliette se puso nerviosa. —¿No deberían estar
durmiendo?

—No, señora —dijo John secamente.


—Hemos sido asignados para quedarnos con usted. —Añadió
Tyson, quitándole las bolsas.

Los ojos de Juliette se abrieron de par en par. —¿Quedarse


conmigo? Como... ¿en todas partes?

—Sí señora —dijeron al unísono.


Empezó a protestar, pero se detuvo. Era lo que había acordado,
después de todo. Estaba en el contrato, Killian haciendo todo lo
que estaba en su poder para protegerla.

—Bien —murmuró ella, pasando con dificultad hacia la puerta


que John abrió rápidamente.

Se llevaron la misma camioneta que antes. No había sido


guardada, se dio cuenta. Pero se sentó resplandeciente bajo el
cielo nocturno y las luces que nunca parecían apagarse
alrededor de la propiedad. Junto a ello, la fuente de la madre de
Killian se sentó burbujeando silenciosamente, llenando la
quietud con una especie de calma. Juliette se detuvo para mirar
fijamente el rostro marfil de la otra mujer y pensó en lo que
Killian le había dicho sobre cómo había muerto su madre. Debió
haber matado a Killian y a su padre al ver la estatua todos los
días, como un recordatorio de cómo habían perdido a alguien
tan importante. Pero quizás también ayudó a aliviar el dolor.
Había una foto de su propia madre, antes de que el cáncer se
llevara su salud y su juventud y, en última instancia, su vida,
en la repisa de la chimenea de la sala de estar que Juliette solía
mirar todo el tiempo después de que su madre había fallecido.
Quizás era lo mismo.

—¿Señora? —John sostenía la puerta del auto abierta para ella.


Con una última mirada a la fuente, Juliette se metió en el asiento
trasero de la camioneta y dejo que la llevaran a casa.
—¿Eres estúpida? —Con ojos azules que ardían de desprecio,
Celina arrebató el bolígrafo de la mano de Juliette—. El año va
primero. Luego el mes. Luego el día.

Era un desafío no arrebatarle el bolígrafo y clavarlo justo en el


ojo de la otra mujer. Ciertamente habría hecho que Juliette se
sintiera mejor después de ser intimidada, amenazada,
menospreciada y gritada durante la mayor parte de la mañana y
la tarde.

Desde el momento en que Juliette entró en el vestíbulo del hotel,


Celina se ocupó de inspeccionar todo, desde la selección de ropa
de Juliette hasta el hecho de que Juliette había conseguido el
trabajo, que era el tema favorito de Celina para gritar cuando
nadie estaba cerca para escucharla.

—¿Realmente importa cuál va primero? —Juliette reclamó—. El


formulario ni siquiera lo especifica.

—¡Si importa! —Celina respondió, luciendo prácticamente


desquiciada ante la sola idea—. He trabajado aquí durante cinco
años y así es como siempre lo he hecho y así es como se debe
hacer. —Tomando una bocanada de aire que empujó sus
amplios pechos peligrosamente cerca del escote de su blusa de
corte bajo, Celina lo intentó de nuevo—. Año mes día. En ese
orden.

Resistiendo el impulso de poner los ojos en blanco, Juliette volvió


al formulario de práctica que Celina le hizo rellenar.

Era bastante simple. La mayor parte se hacía en el ordenador de


todos modos y todo lo que tenía que hacer era poner la
información del huésped y entregarle una llave. Pero Celina lo
hizo sonar como si fuera la única responsable de salvar el
mundo.
—Dime otra vez cómo conseguiste mi trabajo. —Le acosaba
Celina, no por primera vez—. Soy la encargada de los nuevos
anfitriones y no te contraté.

—Harold lo hizo —dijo Juliette una vez más sin levantar la vista
del formulario—. Me llamó ayer y me dijo que era mío.

—Mira, no te creo. —Celina se cruzó de brazos—. Todo esto me


huele mal. ¡Harold me diría si habría un cambio como este y no
me pondría en las noches!

Juliette se encogió de hombros. —Tendrás que preguntarle.

—Oh, lo haré.
Juliette no lo dudaba. Pero lo que la asustaba era que Celina
enredara a Harold para que despidiera a Juliette. Acostarse con
el gerente tenía ventajas como esa. Todo lo que Celina tenía que
hacer era mover esos bonitos ojos azules y chuparle la polla a
Harold y sin duda conseguir que hiciera lo que ella quisiera.
¿Pero qué significaba eso para Juliette? ¿La despediría? ¿La
haría volver a ser una mucama? Improbable. Celina
probablemente conseguiría que la echaran del hotel para
siempre. La sola idea le retorció el interior y le dejó la piel
húmeda. Pero mantuvo la compostura, negándose a dejar que la
otra mujer la afectara.

—Clientes —murmuró Celina.


Juliette levantó la cabeza y vio como una pareja de ancianos se
dirigía al mostrador. Ambos sonreían amablemente e
inmediatamente tranquilizaron a Juliette. Ella se enderezó y
devolvió la sonrisa mientras se posicionaba frente al ordenador.

—Hola, bienvenidos al Hotel Twin Peaks. ¿Tienen reservación?


El hombre, alto y delgado, con un bigote grueso y cálidos ojos
color avellana, metió la mano en el bolsillo interior de su abrigo
de gamuza. Sus pobladas cejas se arrugaron cuando no
encontró lo que buscaba. Sus manos fueron a sus bolsillos. Su
ceño frunció más profundamente.

La esposa, bajita y redonda con un rostro encantador y labios


rojos brillantes, se río entre dientes. —Henry, ¿qué estás
buscando?

Aun registrando su persona, Henry resopló. —No puedo


encontrar mi billetera.

Sacudiendo la cabeza, la esposa buscó en su bolso y sacó el


cuero desgastado. —¿Esta billetera? ¿La que me diste para no
olvidarla?

Henry se sonrojó y le quitó la cosa. —Ya lo sabía. —La abrió de


golpe—. Sólo estaba viendo si te acordabas.

La mujer puso los ojos en blanco con afecto.

Encantada con ambos, Juliette se rio entre dientes.

Un momento después, se colocaron en el mostrador varias


identificaciones y una impresión de la reserva. Juliette siguió los
pasos que Celina le había dado. Abrió el formulario de reserva
en línea y encontró el nombre y el número de habitación del
hombre. Mientras tanto, Celina respiró en su garganta,
observando cada movimiento como un halcón. Pero no debe
haber hecho nada malo, porque se las arregló para pasar todo el
proceso sin que le gritaran.

El Sr. y la Sra. Therrien fueron enviados a buscar sus


habitaciones y Juliette se quedó sola con la reina de las quejas
una vez más.
—¿Te estás acostando con Harold?
La pregunta fue tan inesperada y sorprendente, que Juliette no
fue lo suficientemente rápida para ocultar su disgusto.

—¡Oh, ew!, —dijo sin pensar.


Siendo realistas, no había nada malo en Harold. Era joven y
atractivo en una especie de vendedor de autos. Pero Juliette
nunca había encontrado sus sonrisas con hoyuelos y sus ojos
verdes centelleantes demasiado atractivos, no cuando tenía a
alguien como Killian con quien compararlo. Harold,
honestamente, nunca tuvo una oportunidad.

—¿Quién entonces? —Celina siguió presionando.


—¡Eso no es de tu incumbencia! —Juliette respondió con
dureza.

—¡Es asunto mío cuando me robaste el trabajo! —Celina


prácticamente gritó—. ¿Quién diablos eres tú de todos modos?
¿Qué te califica para dirigir la recepción? ¿Tienes alguna idea?

—Mira. —Juliette la cortó antes de que la mujer tuviera un


aneurisma—. No sé cómo conseguí el trabajo, ¿está bien? He
estado solicitándolo durante cuatro años y supongo que
finalmente tuve suerte.

Celina resopló como si la idea fuera ridícula. —No tuviste suerte.


Yo elijo quién trabaja en el frente y quién no, y no te elegí a ti.

Juliette no tenía nada que decir a eso, así que mantuvo la boca
cerrada. No es que eso importara. Celina estaba en uno de sus
rollos otra vez.
—Además, ¡ciertamente no te dejaría tomar mi lugar! —Su
bonita tez de alabastro se llenó de manchas bajo su impecable
maquillaje y sus ojos brillaron—. ¡No trabajo de noche! Tengo
una vida social y no me sentaré aquí en el vestíbulo de un hotel
vacío, esperando... —Ella sollozó y se dio la vuelta. Juliette sintió
una punzada de culpa y simpatía y comenzó a alcanzar a la otra
mujer para consolarla—. ¡Soy demasiado joven y ardiente para
ser encerrada donde nadie pueda verme!

La culpa y la simpatía murieron instantáneamente. Juliette dejó


caer su mano y sacudió su cabeza.

A las cinco, Celina empacó sus cosas, le lanzó a Juliette una


mirada mordaz y salió del hotel. Juliette se quedó sola durante
una hora antes de que Evan llegara al turno de noche. Se tomó
el tiempo para relajarse de la pesadilla que había sido su primer
día. La cabeza le zumbaba y le dolía la espalda, pero eran sus
pies los que le daban ganas de llorar. Le dolían como el demonio
y estaba segura de que tenía ampollas donde las correas de sus
sandalias le tallaban el tobillo. Pero Celina no la dejaba sentarse
más de un minuto antes de señalar lo perezosa que estaba
siendo.

Sólo quedan nueve días más, se dijo a sí misma como una charla
de motivación. El entrenamiento de Celina eventualmente
terminaría y Juliette finalmente estaría libre de la mujer. Solo
necesitaba esperar el momento oportuno y no cometer un
asesinato antes de eso.

Era más fácil decirlo que hacerlo cuando mañana sería otro día.
John y Tyson la estaban esperando cuando Juliette finalmente
salió. Los dos se habían turnado todo el día sentados en el
vestíbulo. Verlos la llenó de una nueva oleada de culpa.

—Lo siento —le dijo a la pareja—. Ustedes deben odiar estar


atrapados conmigo.

—No señora —dijo Tyson casi inmediatamente.


—Es nuestro trabajo. —Añadió John.
Ella no les creyó a ninguno de los dos. ¿Quién quería pasar todo
el día viendo el canal meteorológico en el vestíbulo de un hotel?
La sola idea la aburría hasta las lágrimas.

—Miren, si quieren tomar un descanso, tomen un café...


—Estamos bien —dijo John—. Gracias.
Juliette suspiró. —Me voy a casa. No tienen que seguirme hasta
allí.

—Vamos a donde tú vas.


Increíble.

Sin presionar el asunto, se dejó llevar a la camioneta. Tyson


conducía mientras John se sentaba atrás con ella. En el
momento en que comenzaron a conducir, Juliette desabrochó
las hebillas de sus zapatos y se quitó los dispositivos de tortura
con gran placer. Ella gimió cuando sus pies se enderezaron a su
plenitud normal. Sus dedos de los pies crujieron. Efectivamente,
había una ampolla en el dedo gordo de su pie izquierdo y un
corte de la correa en su tobillo derecho. Ambos palpitaron.
—Recuérdame prenderles fuego —le dijo a John, quien inclinó
la cabeza.

—Sí, señora.
Juliette hizo una mueca. —Es Juliette. Señora me hace sentir
toda... matrona.

John inclinó su cabeza de nuevo. —Sí, señora.

Con un suspiro exasperado, dejó el tema.

—Copiado. —Tyson dijo inesperadamente desde detrás del


volante. Bajó la muñeca que tenía levantada a la boca—. El jefe
quiere verte —dijo, mirando a Juliette por el espejo retrovisor.

—¿A mí? —Preguntó Juliette—. ¿Por qué?


—No lo sé, señora. —Fue la respuesta que obtuvo cuando él dio
la vuelta al auto y se dirigió hacia la propiedad de Killian.

Frank la recibió en la entrada. Su enorme estructura ocupaba


toda la entrada en una silueta descomunal y negra contra la luz
que venía del vestíbulo. La miró con una expresión
perfectamente en blanco. Juliette comenzaba a preguntarse si
ellos habían sido enseñados en alguna escuela elegante de
guardaespaldas.

—Hola —dijo—. Frank, ¿verdad?


El gigante inclinó su cabeza. —Sí, señora.

Oh bien, pensó con una sonrisa de labios apretados. Otro más.

—Soy Juliette —dijo—. Encantada de conocerte.


Algo se movió a través de los suaves ojos marrones del hombre.
Una sonrisa tal vez.
—Lo mismo digo, señora. —Se apartó y le hizo un gesto para que
entrara en el vestíbulo—. El Sr. McClary me ha pedido que la
lleve a su habitación. Está terminando unos asuntos y estará
con usted en breve.

Ella lo siguió por las escaleras. John y Tyson no la siguieron. Se


quedaron abajo y ella se preguntó si finalmente se relajarían
ahora que estaba en una fortaleza fuertemente custodiada.

Frank se detuvo justo fuera del dormitorio. Juliette le dio las


gracias antes de meterse dentro. Las puertas estaban cerradas
detrás de ella y ella simplemente se quedó allí sin saber qué
hacer a continuación. ¿Quería que se desnudara y le esperara
en la cama? ¿Se suponía que se mojara y se preparara? Al final,
se acercó a la cama y se dejó caer sobre ella, ganando su
agotamiento. Se puso la almohada bajo la cabeza y vigiló la
puerta para ver si llegaba Killian.
Era extraño que una vida delictiva ocupara tanto tiempo
después de una negociación, pero mientras Killian miraba el
pequeño reloj en el lado derecho de su monitor, parecía que
nunca terminaría. Se hacía más tarde y los cinco rostros en su
pantalla seguían gritando y discutiendo a través de sus cámaras
web sobre todas las precauciones necesarias que debían tomar
ahora que las autoridades habían aumentado su fuerza.

Nada de eso le importaba en lo más mínimo. Pero era necesario,


así que escuchó con sólo un cuarto de su capacidad de atención
y esperó el momento en que pudiera salir a buscar a Juliette.
Frank ya le había dicho que ella había llegado y, desde entonces,
su piel había estado picando para ir a verla. Era una sensación
extraña, pero a la que se estaba acostumbrando rápidamente en
lo que a ella se refería.

—¿Por qué deberíamos ofrecer nuestros aviones por tu basura,


Lozano? —Theresa Maynard, directora ejecutiva de Hanmark
Corporation de día y contrabandista de armas de noche, frunció
sus labios rojos con disgusto.

Hablando de astuto y malvado, probablemente era una de las


peores. Despiadada y fría hasta la médula. Pero tal vez uno tenía
que serlo cuando ponían armas en las manos de los niños. Como
Killian, era un negocio familiar. Uno que se había transmitido a
sus manos cuidadas. Era la menor de tres, y Killian había
conocido a sus hermanos mayores, pero Theresa fue moldeada
a imagen de su padre, despiadada y astuta. No fue una sorpresa
cuando la compañía se puso a su nombre.

Marcus Lozano no era el jefe de ningún negocio o corporación.


Era el segundo al mando de William Lozano, su padre. Pero
William no tenía paciencia para las insignificantes idas y venidas
que tenían lugar una vez al mes, cada mes como un reloj.
Honestamente, si Killian tuviera un segundo al mando, haría lo
mismo. Pero la verdad era que le gustaba saber dónde estaban
sus enemigos. Le gustaba conocer su plan de juego, incluso si
todos mentían.

La mayoría de las noches, ver a los cinco pelear y lanzar


amenazas ociosas era ligeramente entretenido, pero Killian no
podía soportarlo más. La sensación que le recorría, la sensación
de picor que se escurría bajo su piel le hacía querer saltar y salir
corriendo. Demonios, le hizo querer salir de la habitación y dejar
que ellos lo resolvieran por su cuenta. No era como si realmente
lo necesitaran allí. Ni siquiera participaba, sólo se sentaba allí,
esperando que alguien dijera algo útil.

—Señores y señoras. —Añadió rápidamente, inclinando la


cabeza hacia las dos únicas mujeres del chat—.
Desafortunadamente tengo otra reunión que requiere mi
atención. Por favor, envíenme un correo electrónico cuando se
haya tomado una decisión. Buenas noches.

Se desconectó antes de que a nadie se le ocurriera protestar o


intentar que se quedara. En el momento en que la pantalla se
quedó en blanco, se dio cuenta del zumbido dentro de su cráneo.
Pero lo ignoró cuando se puso de pie y se dirigió a la puerta.
Frank no estaba a la vista, pero Killian sabía que sólo hacía falta
un murmullo de su nombre para convocar al hombre desde
donde estuviera al acecho.

A pasos agigantados, se dirigió a su habitación en un abrir y


cerrar de ojos. Pero algo le hizo girar la perilla en silencio, como
si una parte de él casi esperara encontrar a Juliette acurrucada
en la cama, dormida.

Llevaba la falda negra con la blusa roja. Sus piernas desnudas


estaban dobladas casi hasta el pecho. Una mano estaba un poco
curvada junto a su boca ligeramente entreabierta. Pero era su
cabello el que más le fascinaba. Estaba suelto, un caótico lío de
olas derramándose sobre la almohada. A la tenue luz del sol
poniente, las hebras brillaban como oro hilado.

Moviéndose a su lado, Killian se posó en la esquina del colchón


y estudió el juego de colores que sólo parecían salir con diferente
iluminación. En las próximas horas del atardecer, sólo podía
distinguir toques de color caoba y marrón oscuro.

Juliette suspiró en sueños. Sus pestañas negras se agitaron,


pero permanecieron extendidas sobre los suaves contornos de
sus mejillas. Se puso la mitad boca arriba, tirando del mechón
de cabello de su agarre cuando volvió la cabeza lejos de él.

Lo dejó ir, su enfoque fue capturado por la firmeza de un seno


que se asoma por el hueco de su blusa. La voz en su cabeza se
preguntaba si ella estaba usando ese sostén de encaje que había
comprado para torturarlo. El que había mantenido sus senos a
la perfección y había convertido su cerebro en sopa al verlo. Era
una imagen que le había perseguido todo el día, dispersando sus
pensamientos en medio de la conversación y haciendo que
perdiera horas y horas al mismo tiempo solo recordando. Pero
era su boca la que lo había esclavizado. Las cosas que había
hecho sólo con su lengua. Cristo.

—Llena de sorpresas —murmuró en voz baja para sí mismo


mientras miraba el movimiento de una mujer que ocupaba
demasiado tiempo y espacio en su cabeza—. ¿Qué voy a hacer
contigo?

Juliette no respondió. No esperaba que lo hiciera, pero continuó


estudiándola, tomando nota de lo vulnerable que parecía en el
sueño. Tal cambio de la feroz y apasionada mujer que reclamaba
su cama o irrumpía en su oficina como si nada le gustara más
que darle una paliza. La idea era divertidísima, él tenía el doble
de su tamaño, pero en ese momento, ella parecía capaz de casi
cualquier cosa.

Killian se rio tranquilamente para sí mismo y se dio cuenta de


que había estado haciendo eso mucho últimamente. Riendo,
carcajeando... sonriendo. Aunque sabía que no era incapaz, no
podía recordar la última vez que había hecho algo así. Tal vez no
desde la muerte de su madre. No había habido mucho de lo que
alegrarse después de eso.

—¿Killian? —Juliette abrió los ojos soñolientos y lo miró con los


ojos entrecerrados. Una pequeña sonrisa apareció en las
comisuras de su boca—. Hola.

Cada músculo de su estómago se tensó ante ese simple gesto.


Su cavidad torácica pareció encogerse, comprimiendo sus
pulmones y corazón hasta que ambos lucharon por mantenerlo
con vida.

¿Cómo lo hizo?

—Hola. —Exhaló alrededor de la constricción.


Bostezó detrás de la mano y se incorporó con dificultad. El lado
izquierdo de su rostro, el que había sido aplastado contra la
almohada, era rosado y estaba surcado de líneas. Le tomó toda
su fuerza de voluntad no extender la mano y acariciar la piel,
para sentir su calor.

—Debo haberme quedado dormida —murmuró, echando una


mirada a la ventana y al azul marino que se arrastraba por los
cielos—. ¿Es muy tarde?

—No. —Se puso de pie, necesitando un poco de espacio para


recuperar la compostura—. ¿Tienes hambre?

—Estoy bien —dijo un poco demasiado rápido—. Puedo esperar


hasta que llegue a casa.

La frustración le hizo levantar los hombros en una exhalación


profunda. —¿Tienes hambre? —repitió, más firmemente.

Ella lo miró. —Puedo esperar.

—¡Cristo, mujer! Es una pregunta bastante simple. ¿Tienes


hambre?

Sus labios se fruncieron con una molestia que se disolvió


rápidamente en una sonrisa que se convirtió en una risa.

—Si te empeñas en alimentarme, entonces sí, tengo hambre.


Mirándola mal, le ofreció la mano y la ayudó a levantarse de la
cama. Mantuvo sus dedos entre los de ella mientras los conducía
hacia la cocina. No fue hasta que llegaron al pasillo de las
ventanas que se dio cuenta de lo baja que era mientras
caminaba a su lado. La mayoría de la gente solía ser comparada
con él, pero ella normalmente llegaba a sus hombros. Ahora
apenas estaba en el centro de su pecho.
—¿Dónde están tus zapatos? —preguntó, dándose cuenta de
que ella no llevaba ninguno.

Juliette se encogió de hombros tranquilamente. —John


probablemente está prendiendo fuego a los demonios.

Killian parpadeó. —¿Qué?

Ella lo miró, sus ojos brillaban con malicia. —Me lastimaron los
pies. Tenían que morir.

Tal vez fue su pequeña sonrisa maliciosa o la forma en que su


nariz se arrugó un poco cuando dijo morir, pero algo en él se
quebró y la estaba alcanzando antes de que pudiera detenerse.
Sus manos se cerraron alrededor de sus brazos y la empujó
contra su pecho. Su jadeo fue tragado por la boca que él inclinó
con fuerza sobre la de ella. Su mano se cerró en su cabello para
ahuecar la base de su cráneo. La aplastó contra él mientras
devoraba su dulce sabor como un hombre hambriento.

Juliette gimió y se fundió con él. El sonido vibraba contra sus


labios mientras los delgados brazos rodeaban sus hombros.
Senos firmes aplastados en su pecho, los pezones con puntos
duros de excitación apuñalando a través de la parte superior de
ambos. Muslos tonificados acunados contra su cuerpo hasta que
ella estaba perfectamente alineada con cada centímetro de él.
Sin embargo, no estaba ni siquiera cerca de ser suficiente.

—¡Cristo! —Gimió, y se agarró a ella con fuerza.


Delgados dedos se enredaron en su cabello, sosteniendo su boca
sobre la de ella mientras ella le mordía ligeramente el labio
inferior.

—Llévame de vuelta a la cama, Killian.


La esencia misma de su ser estaba de acuerdo con su ronco
murmullo. Sus manos incluso comenzaron a levantarla en sus
brazos. Pero esa parte de él, esa vocecita que le recordaba que
su bienestar tenía que estar antes que sus necesidades, lo
impulsó de nuevo a la cordura.

—No. —Respirando con fuerza, se echó hacia atrás lo suficiente


para respirar algo más que su dulce y almizclado aroma—.
Tienes que comer primero.

Sus ojos marrones le brillaban con el tipo de hambre oscura que


implicaba que ella comería si él hacía lo que le pedía. Era casi
imposible de ignorar.

—¡Detente! —Retirando su mano, le dio un manotazo rápido en


la mejilla izquierda del culo, haciéndola gritar y parpadear de
sorpresa—. La comida primero.

La comisura de su boca se torció hacia abajo, pero no protestó


cuando la llevó el resto del camino a la cocina.

Dejándola encontrar un lugar en la isla, Killian se dirigió a la


nevera. Los contenedores de Molly cuidadosamente etiquetados
estaban en varias filas en el congelador. Cualquiera de ellos
tardaría unos minutos en calentarse, pero algo lo detuvo. Tal vez
era porque estaba cansado del estofado y el caldo. Tal vez era
porque no quería quedarse en casa, pero se volvió hacia Juliette
y descubrió que se había ido. La cocina estaba vacía, salvo él.

Atónito, cerró la puerta del congelador y fue a buscarla y


encontró las puertas francesas abiertas al jardín. Algo se le
apretó en el estómago, una oleada de pavor que no tenía
fundamento. Aparte del jardinero y él mismo, nadie había estado
ahí fuera, no desde su madre.
Moviéndose con cuidado, salió al patio de piedra y vio a Juliette
casi inmediatamente.

Ella se detuvo en la barandilla con vistas a un paisaje suave de


césped cuidadosamente recortado rodeado por una gran
variedad de flores y arbustos. Un camino de piedra cortaba el
costado de la casa y desaparecía de regreso a donde realmente
comenzaba el jardín, pero ella se quedó en el patio.

—Sigue —le dijo, rompiendo el silencio.


Juliette giró la cabeza y se encontró con su mirada. —¿Me
muestras?

Debería haber dicho que no. Su casa tenía demasiados


fantasmas y no le interesaba compartirlos con nadie. En cambio,
se encontró moviéndose hacia ella. Encontró su mano
deslizándose en la de ella. La guio por los escalones del camino.

El día húmedo se había enfriado hasta convertirse en una suave


y susurrante brisa que pasaba a través de las ramas de un roble
cercano. Las hojas se movían, destellando casi plateadas en la
luz que se desvanecía. A su lado, los pies descalzos de Juliette
no hacían ningún ruido cuando doblaron la esquina y llegaron a
la parte principal del jardín.

—¡Oh Dios mío!


Mientras que la mayoría de la gente tenía piscinas y canchas de
tenis en su patio trasero, su madre había construido un paraíso.
Su propio Edén personal, lo había llamado. Mientras crecía,
Killian recordaba haber sido arrastrado por todo el mundo en
busca de nuevas ideas para llevar al patio trasero de su casa. Su
madre había tomado un poco de cada lugar y de alguna manera
hizo todo posible allí mismo en una impresionante jungla de
maravillas. Flores de todas las formas, colores y tamaños corrían
desenfrenadas a ambos lados del camino que se adentraba en el
corazón del laberinto. Los árboles y arbustos se alzaban altos y
poderosos en improvisadas alcobas para sentarse. Un arroyo
salía bajo un puente que se ramificaba en diferentes secciones.
Cada uno tenía un secreto nuevo, secretos que ni siquiera Killian
había descubierto. Eran trescientos treinta acres de magia
esperando a ser explorados.

—¡Esto es... increíble! —Juliette suspiro. Su mano se deslizó de


la suya y comenzó a avanzar—. Debe haber llevado años crearlo.

Trece, para ser exactos. Su madre había empezado a hacer


planes para el jardín antes de que se construyera la casa.

—Bastante tiempo —dijo, siguiéndola—. A mi madre le


encantaba el olor de la tierra. Le gustaba sentirla húmeda entre
sus dedos. Pasaba horas aquí, deshierbando y plantando y
cultivando cosas, aunque tenía un ejército de jardineros.

Juliette sacudió la cabeza. —No, algo así, tienes que hacerlo tú


misma para sentirte realmente orgullosa de ello. Se nota que le
encantaba lo que estaba haciendo.

—Deberías ver el conservatorio —dijo.

Juliette se rio. —Si alguna vez dejo este lugar. —Ella


exhaló—. Me hubiera encantado estar aquí de pequeña. Es como
un jardín de hadas.

—Así es como mi madre solía llamarlo. Me decía que, por la


noche, cuando yo dormía, todo tipo de criaturas se arrastraban
fuera de sus escondites y se batían a duelo para ver quién era
más fuerte. Los elfos, que eran buenos y justos, luchaban contra
los trolls, que querían destruir todo lo bello. Durante el verano,
los elfos ganaban y todo florecía. En otoño, los trolls dominaban
y todo moría. En el invierno, ambos bandos hibernarían,
reuniendo sus fuerzas hasta la primavera, cuando los elfos
vencerían a los trolls y desatarían la belleza en la tierra una vez
más.

Juliette sonrió. —Tu madre era inteligente y muy creativa. Me


gusta esa historia.

Killian dio una risa silenciosa. —Estaba llena de historias.

—Mi madre solía leer de los libros. —Recordó


Juliette—. Shakespeare mayormente. Le encantaba
Shakespeare. Decía que por eso se casó con mi padre, porque en
cuanto oyó su apellido, Romero, supo que estaba hecho para
ella. Se subía a mi cama y teníamos un libro gordo de obras de
Shakespeare y decía que Vi y yo nos llamábamos como sus
personajes favoritos. —Su tono había tomado un tono
melancólico que le hizo querer atraerla a sus brazos—. ¿Cómo
eran tus padres?

Era extraño, pero nadie le había preguntado eso antes. La


mayoría de la gente que conocía había conocido a sus padres. El
resto... bueno, no era asunto suyo. Así que le tomó un momento
pensar en algo que decir.

—Mamá era hermosa. —Comenzó él—. Todos la querían. Era


difícil no hacerlo. Tenía un aura a su alrededor que atraía a la
gente hacia ella. Era amable y muy generosa. Mi padre solía
bromear con que ella regalaría su alma si eso significaba salvar
a otra persona. Le encantaba reírse. La recuerdo riendo y
bailando mucho cuando yo estaba creciendo. Pero ella tenía su
temperamento. —Se escuchó a sí mismo reír—. Su irlandés era
fuerte, decía mi padre. Dios ayude a la pobre alma que se
interpusiera en su camino cuando se fijaba en algo. Mi padre...
era un buen hombre. Era justo y amable. Amaba a su familia.
No puedo recordar una sola vez en la que no dejara lo que
estuviera haciendo para jugar conmigo. Nunca me dijo un
minuto o más tarde. Nada era más importante que mi madre y
yo.

Se interrumpió, horrorizado no solo por lo caliente que se había


vuelto la piel alrededor de su cara, sino por la facilidad con la
que ella le había sonsacado algo que no había compartido con
nadie. Los recuerdos ardían detrás de sus ojos y se alojaban en
su garganta. Miró fijamente el camino bajo sus pies y trató de
no maldecir.

Una pequeña y fría mano se deslizó dentro de la suya, silenciosa,


pero gritando con tanta emoción que casi se echó hacia atrás.
Ese simple gesto le golpeó con el peso de un puño de hierro;
hacía tanto tiempo que nadie le daba consuelo, que no tenía ni
puta idea de lo que debía decir.

Sus dedos se entrelazaron con los de él y caminaron en absoluto


silencio.

Casi una hora después, volvieron a la propiedad. Killian cerró


las puertas de la terraza y se giró hacia la mujer que estaba a su
lado. Ella miraba hacia abajo a sus pies, a la tierra adherida a
la piel pálida. Su esmalte de uñas se había astillado en varios
lugares, notó cuando ella movió los dedos de los pies. Levantó la
cabeza y sus ojos se encontraron con los de él.

—Debo limpiarlos antes de que se ensucie todo el piso.


No le molestaba, pero la acompañó al baño y la dejó allí mientras
se decidía por la cena. Los paquetes de Molly estaban fuera de
la lista y era demasiado tarde para conseguir una reserva en un
lugar decente. Se decidió por comida para llevar, china,
preferiblemente. Hizo la llamada rápidamente, ordenando dos de
todo lo que estaba en el menú antes de caminar por el pasillo
para dejar dinero al guardia apostado afuera.

Estaba a punto de regresar al interior cuando vio a John


apoyado contra el costado de la camioneta estacionada en el
frente. Tenía un cigarrillo en una mano y su teléfono en la otra
y lo hojeaba distraídamente. Killian pensaba si debería
preguntarle al otro hombre cómo había ido el primer día de
Juliette, si alguien le había dado algún problema, si había
podido encajar y si estaba feliz. Pero optó por no hacerlo. En
cambio, cerró la puerta y se aventuró a regresar a la cocina justo
cuando Juliette salía del baño con los pies limpios.

—Estoy lista para comerme un caballo. —Declaró.

—Me he quedado sin caballo, pero tengo carne de vaca y brócoli


en camino si te sirve.

Sus ojos se iluminaron. —¿Chino? ¡Me encanta la comida china!


—Sus ojos se entrecerraron—. Molly no va a apreciar que no
comas sus comidas caseras.

—Me las comeré —murmuró—. ¿Y de qué lado estás tú, de todos


modos?

La pequeña bruja ni siquiera se detuvo a considerar su


respuesta.

—Del de ella.

Killian frunció el ceño. —¿Y eso por qué?

Juliette se encogió de hombros. —Porque ella me asusta.


—¿Y yo no?
Su cabeza se inclinó hacia un lado y lo miró con una suave
sonrisa. —Lo hiciste esa primera noche.

Quería decirle que eso fue hace sólo unas semanas, que no podía
dejar de tener miedo de alguien en tan poco tiempo. Pero no
esperaba que le gustara tanto como lo hizo en ese tiempo, así
que tal vez era lo mismo. Además, la idea de que ella le tuviera
miedo le molestaba.

—Bueno, eso es inaceptable. —Declaró.


Ella simplemente se rio y se dirigió a la cocina. Killian la siguió,
observando el balanceo de sus caderas y el rebote de su cabello
a lo largo de su espalda. Caminaba con determinación. No era
exactamente elegante o sexy, pero era cautivador. Eran los pasos
de alguien que no tenía tiempo para tonterías. Eso le gustó.

En la isla, se giró sobre sus talones y se enfrentó a él.

—Entonces, ¿qué hacemos para pasar el tiempo?


Cualquier cosa menos hablar, pensó miserablemente. Ya había
divulgado más en una sola hora de lo que se sentía cómodo.
Tenía una forma de atraerlo a su red y era peligroso. No sólo
para él, sino para ella. De alguna manera, necesitaba recordarle
que lo que compartieron en el jardín, claramente un gran error
de su parte, nunca podría volver a suceder. Nunca podría haber
otra conversación íntima. Su arreglo necesitaba permanecer
indiferente y solo físico. Los apegos emocionales podrían hacer
que la mataran; y Dios le ayude, pero sabía que perdería la
maldita cabeza si dejaba que eso sucediera.

Killian la besó. No fue su intención, pero cada gramo de su


frustración pareció verterse en la única fusión de bocas. Sus
manos enmarcaron su rostro, sosteniéndola contra él mientras
la obligaba a retroceder. Hizo un sonido, como un chillido
cuando su espalda chocó contra la isla. Killian la soltó el tiempo
suficiente para agarrar sus caderas. La levantó sobre el mármol
liso.

Ella no protestó ni trató de detenerlo. Sus ojos eran oscuros y


vigilantes, esperando a ver qué haría a continuación.

—Quítate la blusa —le dijo.


Sus propias manos subieron por la carne suave y cálida de la
parte externa de sus muslos hasta la exuberante curva de sus
caderas. Su mirada permaneció en sus manos mientras
revoloteaban con facilidad hasta el primer botón. Vagamente
recordó la primera vez que le pidió que se quitara la blusa, de
regreso en la limusina su primera noche. Recordó cómo le
temblaban los dedos y lo tensa que se le había puesto la
mandíbula. No había nada de eso ahora mientras deslizaba
botón tras botón a través de los pulcros agujeros.

La tela carmesí se abrió para revelar una piel pálida. Cada nueva
pulgada se sumergió más abajo para exponer los altos y
hermosos senos. El sujetador, notó con cierta decepción, no era
el que había comprado el día anterior. Era un material simple de
algodón en negro descolorido, pero de ninguna manera quitaba
la vista.

—Cristo, eres hermosa. —Quería que las palabras se quedaran


en su cabeza, pero llenaron la cocina en un susurro gutural.

Su pecho se hinchó con su fuerte exhalación. El trozo de tela


que la cubría se tensó, revelando los contornos firmes y duros
de sus pezones. Un cálido rubor subió por su pecho para
empapar sus mejillas y él siguió la línea con sus labios desde el
valle entre sus senos hasta su boca esperando. Sus manos se
curvaron en las tiras de material que se curvaban alrededor de
sus caderas y arrastró sus bragas por sus piernas. Se las quitó
de un tirón y la extendió por las rodillas.

—Recuéstate —le dijo, apoyando las manos en sus muslos.


Hizo un rápido chequeo detrás de ella para asegurarse de que
no había nada antes de reclinarse. Su blusa se separó a cada
lado de ella como si fueran alas rojas. Su estómago y su pecho
parecían palpitar con cada respiración entrecortada. Pero Killian
sólo se concentró en sus muslos, sus tonificados y delgados
muslos, el delicado color de la leche. Amaba sus piernas.
Diablos, si supiera por qué. Nunca antes había sido un hombre
de piernas. Senos, sí. Labios, sí. Pero nunca piernas. Sin
embargo, las suyas le fascinaban. Le encantaba cómo lo
agarraban cuando estaba profundamente dentro de ella y cómo
se tensaban y temblaban cuando ella estaba a punto de correrse.
Sus muslos decían más que todo su cuerpo y era por eso que él
siempre parecía comenzar besándolos primero.

Doblando el cuello, presionó varios besos con la boca abierta en


la parte interna de sus muslos en una fila hasta la unión. El olor
espeso y almizclado de su excitación lo recibió antes de que
estuviera siquiera cerca y sintió que se endurecía contra la parte
delantera de sus pantalones; saber que ella ya estaba mojada y
lista para él siempre lo volvía loco.

Levantando la cabeza, se acercó y le dio la vuelta al resto de la


falda por encima de su estómago, dejándola al descubierto a la
habitación y a él. Su montículo pulcramente cuidado lo llamó.
El pequeño bulto hinchado en la parte superior se asomaba
entre los labios regordetes y rosados, tentando a sus dedos a
acariciar y provocar. Pero él ocupó su atención en cubrirla de
besos a lo largo de la línea de su pelvis. Él le mordió los huesos
de la cadera y se acercó lo suficiente a donde ella quería que la
hiciera temblar y gemir. Sus dedos hicieron círculos lentos a
escasos centímetros de su centro. Dejó que su pulgar rozara
ligeramente su clítoris y ella maldijo violentamente. Sus piernas
se sacudieron a ambos lados de él.

No había estado mintiendo cuando le dijo que le gustaba comer


coños. El cuerpo femenino siempre había sido una debilidad.
Pero el centro del cuerpo de una mujer, el ápice de su placer,
siempre le había despertado la curiosidad de aprender todo lo
posible sobre él. El número de amantes anteriores era
inconmensurable, pero todas habían sido una parte crítica de su
descubrimiento. Todas habían sido diferentes, pero todos tenían
una cosa en común, el hecho de que tenían un coño. Sin
embargo, ninguno de ellos, ni uno solo, sabía como Juliette. No
se habían sentido como su éter, lo que era comprensible, porque
no eran ella. Con ella, todo se sentía nuevo, como si estuviera
aprendiendo todo desde el principio.

Cuidadosamente, separó sus labios hasta el centro húmedo y


rosado. Su abertura brillaba bajo el charco de su excitación.
Goteaba en una corriente clara hasta el segundo pequeño
agujero, el que aún no había descubierto, pero tenía toda la
intención de hacerlo.

—¿Me dejarás tener tu culo? —preguntó en voz alta.

—¿Mi culo?
Con cautela, llevó un dedo al capullo de rosa arrugado que ya
relucía y resbalaba por sus jugos. Lo rodeó una vez antes de dar
solo una pizca de presión.

Juliette gritó. Sus caderas se sacudieron, pero no para escapar.


Presionó un poco más fuerte y vio cómo su espalda se
desprendía del mostrador. Su coño se apretó y expulsó más
fluido para cubrir sus dedos exploradores.

—Quiero estar aquí —le dijo, con cuidado de mantener la voz


baja.

Esperó sin reacción ni respuesta cuando bajó la cabeza y movió


la lengua sobre su clítoris antes de moverse hacia abajo para
rodear su abertura con solo la punta. El delicioso sabor de ella
llenó su boca con cada barrido voraz. Su dedo continuó
provocando su entrada trasera. Su crema se mezcló con su
saliva, creando un lubricante lo suficientemente resbaladizo
como para empujar más allá de la primera curva de su dedo. El
anillo caliente y apretado lo agarró mientras su dueña lloraba.
Se estaba convirtiendo en una tarea mantener sus caderas
agitadas lo suficientemente firmes como para levantar su boca
hasta su clítoris. Su mano libre dejó su muslo tembloroso para
hundir dos dedos profundamente dentro de su coño.

A medida que avanzaba la multitarea, Killian estaba orgulloso


de sí mismo. De alguna manera fue capaz de evitar que saltara
del mostrador mientras bombeaba dos dedos en un agujero, un
dedo en el segundo agujero y aún mantenía una succión
constante en su clítoris. Mientras tanto, Juliette era un desastre
retorciéndose, gritando e incoherente. Su cuerpo estaba lo
suficientemente caliente como para cocinar y estaba arañando
su cabeza, arrastrándolo lo suficientemente cerca para
asfixiarlo. Pero él la dejó, porque no había nada más sexy que
su mujer perdida en su propio placer debido a él.

—¡Hazlo! —Sollozó—. ¡Hazlo! ¡Hazlo!


No preguntó qué quería decir. No lo necesitaba.
Giró sus dedos hacia la parte superior de su coño, hacia las
paredes húmedas y aterciopeladas y se frotó lentamente, incluso
se arrastró contra el bulto.

Juliette se desmoronó con un grito que podría haber hecho


añicos el cristal. Se rompió con una violencia que casi le arranca
el cuero cabelludo cuando todo su cuerpo se tensó. Pero él siguió
bombeando y chupando hasta que ella dejó de convulsionar y
sus sollozos se calmaron en patéticos gemidos. Solo entonces lo
soltó. Las manos enredadas en su cabello cayeron sin fuerzas a
sus costados. Ella yacía perfectamente inmóvil excepto por el
brutal subir y bajar de su pecho y la sacudida ocasional de su
cuerpo.

Satisfecho con su trabajo, Killian buscó su bolsillo trasero y sacó


su billetera y el condón nuevo que había guardado dentro. Pero
estaba empezando a pensar que debería empezar a llevar una
caja entera con él. Sonriendo para sí mismo, se abrió los
pantalones y se enrolló la goma. Juliette estaba apenas
coherente cuando él se subió a la isla con ella. Los ojos vidriosos
de pasión se abrieron una rendija para mirarlo. Eso fue todo lo
que consiguió hasta que empujó dentro de ella. La zambullida
abrió sus ojos como platos. Ella soltó un débil gemido cuando
su cuerpo sensible lo agarró con una ferocidad que era casi
dolorosa. Sus manos volaron hasta sus caderas. Sus piernas se
levantaron y se enrollaron alrededor de sus costillas.

—Más fuerte —dijo ella, enfatizando su demanda con el anclaje


de sus uñas en los músculos apretados de su trasero.

No era nada si no complaciente.

Él la folló. Con fuerza.


La penetró hasta que ambos estaban empapados de sudor y
gritando con su liberación. Solo entonces se dejó caer sobre ella,
aplastándola. Sus cuerpos se agitaron contra el otro, una
sinfonía de miembros temblorosos y corazones rotos. Fue
Juliette poniéndose rígida debajo de él lo que lo impulsó a
ponerse sobre las palmas de sus manos para mirarla.

Estaba tan quieta que sus enormes ojos eran el único color de
su tez, que de otro modo sería pálido.

—¿Juliette?
Ella lo miró como si el mismo diablo se hubiera materializado en
la habitación. —¿Crees que alguien nos ha oído?

Estaba en la punta de su lengua decirle que la próxima ciudad


probablemente los escuchó, pero el horror en sus ojos lo detuvo.

—No creo que fuéramos tan ruidosos —dijo en su lugar.

Se puso una mano sobre la boca. —Me avergonzaría si tus


hombres...

—Se les paga muy bien por hacer oídos sordos. —Le aseguró.

—Oh Dios mío...

—Oye. —Bajó la segunda mano que ella levantó para cubrir sus
ojos—. Verte cobrar vida por mí, como te desmoronas por
mí ... —Respiró hondo por la nariz—. No voy a detener eso por
nadie.

Sus mejillas continuaron brillando en un rojo alarmante, pero


ya no parecía horrorizada. Sin embargo, le dio una pequeña
sonrisa afligida, que él tomó como un éxito.

—Fue muy bueno. —Admitió.


La besó, larga y lentamente. —Sí, así fue.

Retrocediendo, bajó de la isla y la alcanzó. Aterrizó frente a él y


rápidamente comenzó a alisarse la ropa. La dejó el tiempo
suficiente para deshacerse del condón y abrocharse la ropa
antes de regresar. Él recogió sus bragas del suelo antes de que
ella pudiera y las mantuvo abiertas para que ella pudiera
ponérselas.

Juliette se detuvo. Lo miró fijamente con una ceja levantada.

—¿En serio?

Killian se encogió de hombros. —Caballeroso, ¿recuerdas?

Riendo y negando con la cabeza, lo agarró por los hombros para


mantener el equilibrio y entró en el artículo. Él las arrastró por
sus piernas y las colocó cuidadosamente en sus caderas. Le alisó
la falda por encima y dio un paso atrás.

—Gracias —dijo.

Inclinó su cabeza. —Veamos si nuestra comida ha llegado.

Ella hizo un murmullo silencioso. —Aunque puede que quieras


comer en otro sitio.

Killian estalló en risa. Riendo de verdad. El sonido estalló desde


algún lugar en lo profundo de su estómago con tal fuerza que
realmente lo asustó. Juliette se río al verlo.

Los pasos suaves los hicieron mirar hacia la puerta justo cuando
Frank entró en la habitación. El hombre más grande se detuvo
en el umbral, las cejas se levantaron hasta una línea de cabello
inexistente. Miró de Juliette, que se movía y rozaba
nerviosamente su falda, a Killian, que aclaró su garganta y trató
de actuar con compostura.

—Su comida está aquí, señor —dijo Frank.

—Lo tomaremos en el comedor —le dijo al hombre—. Gracias,


Frank.

Inclinando la cabeza una vez, Frank se giró y los dejó.

—Probablemente debería irme después —dijo Juliette una vez


que estuvieron solos—. No he estado en casa en todo el día y Vi
tiene la tendencia a tomar eso como un permiso para hacer
pasar un mal rato a la Sra. Tompkins.

No le gustaba ese plan. No quería que ella se fuera, no hasta que


él se hubiera ido a dormir. Podría haber sido una casualidad o
un simple agotamiento, pero había dormido la noche anterior.
Había dormido toda la noche hasta el amanecer. No se había
despertado de una sacudida, ahogándose en su propio sudor. No
se había trepado al borde del colchón y vomitado con la
severidad de sus pesadillas. Necesitaba eso. Necesitaba que se
quedara unas horas más.

—¿Estás segura de que no puedes quedarte unas horas


más? —La persuadió, tomando su barbilla y trazando un pulgar
sobre su boca.

Ella se rio. —¿Puedes hacer otra ronda?

Killian sonrió oscuramente. —Sabes que puedo.


El otoño los golpeó con una venganza que parecía injustificada
considerando el hermoso verano que habían tenido. Vientos fríos
y violentos arrancaron las hojas de sus ramas y convirtieron los
cuidados céspedes en un frágil páramo de escarcha. Era
prácticamente invierno sin nieve, no es que estuviera muy lejos.

Juliette normalmente odiaba el invierno. Odiaba la ropa fría y


voluminosa. Todavía lo hacía, pero al menos ya no tenía que
esperar a que el autobús llegara o saliera temprano para llegar
a tiempo al trabajo. John y Tyson llegaban puntualmente todas
las mañanas en su brillante camioneta y la llevaban a donde ella
necesitaba ir. Un segundo auto, un BMW, también en negro,
llegó para Vi, que a ella le encantaba. Juliette no estaba segura
de lo que le decía a la gente sobre por qué había un hombre
corpulento siguiéndola, pero nunca se quejó de ello.
Probablemente la hizo sentir como una especie de celebridad. Un
tercer auto, una furgoneta, aparcado fuera de la casa, vigilando
a la Sra. Tompkins. Juliette no podía imaginar lo que Killian
pagaba por toda la seguridad, pero estaba agradecida por ello.

Octubre pasó como una ráfaga de actividad en el hotel. Cada día


había una nueva solicitud para reservar el salón de banquetes
para una fiesta. Algunos incluso estaban reservando para
Navidad, lo que era una suerte ya que la mayoría de las plazas
ya estaban llenas. Pero con la nueva temporada y las fiestas que
se acercaban, más y más gente acudía en masa al mostrador o
mantenía las líneas telefónicas zumbando con la esperanza de
reservar una habitación. Juliette ya no contaba con la ayuda de
la irritable Celina Swanson, por lo que la tarea le correspondía
exclusivamente a ella. Decir que estaba abrumada era quedarse
corto. Su única gracia salvadora fueron las noches que pasaba
con Killian, las noches en las que él la ayudaba a desestresarse
de las maneras más asombrosas y perversas. Pero como todas
las cosas buenas, ella dejaba el calor de sus brazos y se iba a
casa en las horas previas al amanecer mientras él dormía. Ella
no diría necesariamente que fuera injusto, porque esos eran los
términos del acuerdo, pero hubo ocasiones en que se preguntó
qué haría él si ella se quedaba. Si tan solo cerrara los ojos y se
dejara dormir toda la noche con él. Fue el miedo a romper su
contrato lo que le impidió descubrirlo. El miedo a perderlo.
Quedarse a dormir no valía la pena.

No es que importara realmente.

Los meses pasaban demasiado rápido. Era una comprensión


que se hundía cada vez que arrancaba una nueva página del
calendario y se daba cuenta del poco tiempo que le quedaba con
él. Fue una especie de bofetada fría y repugnante que la llenó de
la necesidad de romper a llorar o cazar a un mago para hacer
retroceder el tiempo. Cada vez, se vio obligada a recordarse a sí
misma que quedaban más meses de los que ya habían usado y
que no debería preocuparse por eso. Sabía que no podría usar
esa charla de ánimo para siempre, pero funcionó por ahora.

Halloween fue un caos. Nunca pensó que un hotel pudiera estar


ocupado en un día festivo que ya no celebraba mucha gente,
pero era una absoluta locura.

Gente con varios disfraces irrumpió, riendo y apenas


permaneciendo de pie mientras buscaban las muchas fiestas
que se hacían en las habitaciones de arriba o en el salón de
banquetes. Los niños entraban corriendo con sus calabazas de
plástico pidiendo golosinas o bien, algún invitado normal
ocasional que buscaba un lugar para pasar la noche. Fue tal la
locura que Harold tuvo que decirle a Celina que ayudara a
Juliette en la recepción, Celina que aún no había perdonado a
Juliette por tomar su trabajo. Ella y Harold ya no dormían
juntos, lo que Harold parecía lamentar más que Celina. Juliette
seguía sintiendo que estaba en una historia de amor adolescente
por la forma en que él seguía viendo a Celina, como si todo su
mundo se hubiera destrozado mientras ella seguía coqueteando
con cualquier cosa que tuviera dos piernas. Juliette no sabía a
quién quería golpear más.

Al final de la noche, estaba lista para golpearse la cabeza contra


la pared más cercana y esperar una conmoción cerebral. Sus
nervios estaban destrozados. Estaba exhausta y hambrienta y
todo lo que quería era acurrucarse en los brazos de Killian y
dejar que él lo hiciera todo mejor. Pero los relojes se habían
unido para atormentarla. Pasaban con una lentitud que era pura
tortura.

—¡Oh, yo me encargo de él! —Celina soltó de repente justo


cuando Juliette estaba contemplando una siesta debajo del
mostrador.

Su cabeza se elevó justo cuando un hombre alto y hermoso se


paró justo delante de ella.

—¡Killian!
Su corazón dio un brinco. Su rostro floreció en una sonrisa
imparable que levantó el cansancio de sus hombros y ahuyentó
la tristeza en sus ojos. Si no hubiera habido clientes en el
vestíbulo, probablemente se habría catapultado sobre el
mostrador, directamente a sus brazos.

—Hola amor —dijo con ese acento que le hacía derretir las
bragas—. ¿Larga noche?

Juliette exhaló, el sonido denso con toda su alegría al verlo. —


La más larga. —Ella lo miró y se fijó en sus pantalones oscuros
metidos debajo de un abrigo largo de lana—. ¿Vas a una fiesta?

—¿Sin ti? —Arqueo una ceja—. No es probable. —Metió la mano


en la parte delantera de su abrigo—. Estoy aquí para conseguir
una habitación.

Juliette parpadeó. —¿Una habitación? ¿Aquí? ¿Por qué?

Sacó su billetera y la miró. —Es Halloween —dijo como si eso


respondiera a todo, pero no lo hizo. Al menos, no a ella—. ¿Está
bien así?

—Por supuesto que está bien. —La cadera de Celina se abrió


paso junto a Juliette. Si Juliette no hubiera estado medio
apoyada, se habría caído—. Estoy segura de que podemos
encontrar algo... adecuado.

Juliette abrió la boca para decirle a la mujer que se metiera una


botella en algún lugar, cuando las puertas del hotel se abrieron
y una grieta de plástico llenó el vestíbulo. Todas las cabezas se
giraron cuando un niño de cinco años entró disparado, armas
de plástico agitando y chasqueando en el aire. Estaba vestido de
pies a cabeza como un vaquero, hasta las botas de cuero. Detrás
de él, una mujer cansada entró tambaleándose justo cuando el
chico le apuntó con sus armas a Juliette.
—¡Dame caramelos y nadie saldrá herido! —declaró desde
detrás de su pañuelo rojo.

Juliette tuvo que morderse el labio para evitar reírse mientras él


corría hacia adelante. Su sombrero de paja se deslizó sobre sus
ojos mientras corría y tuvo que empujarlo en su lugar con los
cañones de su arma. Se detuvo al otro lado del mostrador,
apenas lo suficientemente alto para que Juliette viera más que
la parte superior de su sombrero mientras inclinaba la cabeza
hacia atrás para encontrar su mirada.

—Justin. —Su madre se acercó por detrás de él—. No dijiste por


favor.

—¡No uses mi nombre! —exclamó el chico—. Soy un forajido.

La madre, frotando una mano sobre su rostro, exhaló. —Di por


favor, Forajido.

Justin se volvió hacia el mostrador. —Nadie sale herido... ¡por


favor! —Se giró hacia su madre—. ¡Bolsa, mamá!

Le pasó un saco casero con un signo de dólar cosido en la parte


delantera. Le dio una de sus armas y le hizo señas para que lo
recogiera. Ella lo hizo y se lo puso en la cadera.

—¡En el bolso, señorita! —Exigió, tendiendo su bolso.

—Será mejor que lo hagas. —Reflexionó Killian—. El hombre


está claramente hablando enserio.

—¡Estoy hablando en serio! —Justin declaró, incluso cuando su


sombrero se deslizó sobre sus ojos otra vez.

Prácticamente llorando por sus esfuerzos por no echarse a reír,


Juliette sacó el cuenco de dulces y arrojó un puñado en su saco.
Se inclinó el sombrero. —Estoy agraciado, señorita.

—Agradecido. —Corrigió su madre, poniéndolo en el suelo.


Sin importarle nada, Justin le dio la bolsa, tomó su arma y corrió
hacia la puerta, ignorando a su madre cuando ella lo llamó.
Gimiendo, rápidamente le agradeció a Juliette y se apresuró a ir
tras él. Pero Justin llegó a las puertas, se detuvo, se dio la vuelta
y volvió corriendo. Se puso el sombrero lo más atrás posible en
la frente para que Juliette pudiera ver sus grandes ojos azules y
un mechón de cabello rubio.

—¡Gracias! —dijo, y luego se fue corriendo otra vez.


Los dos se fueron y Juliette finalmente cedió.

—¡Era tan lindo! —Declaró.

—Es un pequeño criminal anunciado —murmuró


Celina—. ¿Armas? ¿En serio? ¿No es el mundo lo
suficientemente violento?

—Oh, vamos —dijo Juliette—. Era adorable y sólo un niño.


Burlándose, Celina volvió al ordenador. Abrió un nuevo
formulario de reservación y comenzó a ingresar la información
de Killian. Juliette la dejó, demasiado atrapada en su ardiente
escrutinio para pensar correctamente de todos modos.

—Ya he reservado una habitación —le dijo a Celina sin quitarle


los ojos de encima a Juliette.

Entregó su licencia y esperó mientras se registraba su nombre.


Juliette echó un vistazo cuando Celina hizo su reserva y sus
cejas se levantaron ante las seis cifras que había pagado por una
noche en la suite del ático ejecutivo.
—¿Por qué necesitas una habitación? —preguntó—. Vives a
veinte minutos.

—Te lo dije —dijo Killian con calma mientras tomaba la llave de


su habitación y su identificación—. Es Halloween.

Con una sonrisa diabólica, le guiñó un ojo antes de acechar con


fluida gracia hacia los ascensores.

—¡No preguntamos a los huéspedes por qué necesitan una


habitación! —Celina siseó una vez que él se fue y Juliette estuvo
sola con ella una vez más.

Juliette la ignoró, demasiado ocupada preguntándose en qué


andaba Killian.

A medianoche, no había más niños irrumpiendo en las puertas,


pero había muchos adultos borrachos. La mayoría se dirigió a
trompicones al mostrador, pidiendo las llaves de sus
habitaciones, pero no tenían ni idea de qué habitación o dónde
habían puesto sus carteras. Era una absoluta pesadilla tratar
de determinar si realmente eran huéspedes del hotel o
individuos perdidos que necesitaban que alguien les llamara un
taxi. Ella estaba en el proceso de asegurarle a un hombre que sí,
que tenía sus pantalones puestos y no, que no tenía idea de
dónde había ido su billetera cuando sonó el teléfono. Juliette se
abalanzó sobre él antes de que Celina pudiera siquiera pensar
en moverse.

—Recepción. Habla Juliette.

—Ven aquí —murmuró la voz oscura y ronca con un ronroneo


tan grave que su coño se apretó automáticamente en respuesta.
—No puedo simplemente subir. —Siseó en el auricular, con
cuidado de mantener la voz baja y de espaldas a Celina—.
Todavía tengo...

—Ahora, Juliette. Quiero mi coño.


Cristo.

Necesidad líquida y caliente se liberó de su cuerpo para empapar


sus bragas.

—Killian...

—No lo pediré de nuevo. Tráemelo o bajaré y te follaré donde


estás.

La línea se cortó.

Juliette tragó saliva. Sus dedos se apretaron alrededor del


plástico y todo su cuerpo vibró de emoción. Sabía que no estaba
bromeando. Sabía que haría exactamente lo que prometió.

—¿Quién era? —Preguntó Celina.

Con la respiración irregular, Juliette se volvió hacia ella. —Un


cliente. —Ella se humedeció los labios—. Tiene una queja sobre
la habitación, pidió que alguien subiera y...

—Mentira. —Celina entrecerró los ojos—. Era ese tipo que


estaba aquí, ¿no?

Juliette lanzó una mirada frenética al reloj detrás del escritorio;


no había especificado cuánto tiempo tenía ella, pero no podía ser
mucho.

—No sé de qué estás hablando —le dijo a la otra mujer—. Vuelvo


enseguida.
—¡Estoy informando de esto! —Celina gritó tras ella—. No
puedes follar a tu novio mientras sigues trabajando.

Fragmentos de ira se abrieron paso a través de la excitación que


la recorría. Parte de ella estaba dirigida a Celina por ser una
perra tan monumental, pero la mayoría estaba dirigida a Killian
por convocarla como una… puta cuando sabía que estaba
trabajando. ¿No sabía que su trabajo no era como el suyo, donde
podía tomarse una hora libre para un rapidito? ¡Iba a hacer que
la despidieran, maldita sea.

Echando humo cuando llegó a su piso, Juliette recorrió el lujoso


pasillo hasta la única suite con la puerta entreabierta. La abrió
de golpe y entró.

Todo lo que vio fue oscuridad. Ella entró tropezando y se detuvo


tambaleándose mientras sus ojos luchaban por adaptarse.

—¿Killian?
Un silencio tan denso como el infinito negro crepitaba a su
alrededor. Su corazón comenzó a martillear cuando el miedo se
deslizó a través de la variedad de emociones por las que parecía
estar pasando en cuestión de unos minutos. El sudor resbalaba
por sus palmas mientras las movía por el espacio que la rodeaba,
buscando ciegamente algo sólido.

—Killian, esto no es divertido.


Un golpe detrás de ella la hizo saltar dos metros en el aire. Su
grito fue tragado por la mano que le tapó la boca. El terror la
recorrió rápido y duro, aislando todo lo demás mientras era
arrastrada por la fuerza más profundamente en la oscuridad.
Ella luchó, golpeando y pateando y clavando sus talones en la
alfombra. Pero su captor era más fuerte.
Con un poderoso empujón, la envió boca abajo sobre lo que
parecían nubes. Todo su cuerpo se hundió en los pliegues de lo
que era un colchón. Se habría maravillado de su suavidad si su
cuerpo no estuviera lleno de adrenalina.

Se puso a cuatro patas y corrió salvajemente hacia el otro lado


de la cama, sin importarle si se caía por el borde y se rompía un
brazo. Pero su captor, que parecía increíblemente apto para ver
en la oscuridad, la agarró por el tobillo y tiró de ella hacia atrás.
El impulso la hizo caer de bruces una vez más. Intentó gritar,
pero la mano estaba de regreso. La cama se hundió cuando su
captor se subió encima de ella, sentándose a horcajadas sobre
la parte posterior de sus piernas. Un pecho duro presionó contra
su espalda mientras él se inclinaba más cerca.

—Silencio. —Una voz dolorosamente familiar susurró


directamente a su oído. La mano en su boca se levantó y acarició
amorosamente su mejilla, otro gesto familiar que hizo que su
corazón se acelerara con una especie de alivio para su
mente—. O tendré que castigarte.

—Killi…
Un poco de tela retorcida fue forzada entre sus labios,
silenciándola. Estaba amarrada en la parte posterior de su
cabeza. Sus muñecas fueron tomadas del colchón y
encadenadas a la parte baja de su espalda con una cuerda. Todo
se hizo muy rápido. Apenas había tomado dos respiraciones y
estaba sujeta.

Detrás de ella, algo pesado golpeó el suelo. Hubo un crujido de


tela y ella supo que se estaba desvistiendo. Escuchó el desgarro
del papel de aluminio, el chasquido de la goma y se estremeció.

Nunca habían jugado este juego antes, pero ella haría su parte.
Girando, ella pateó, no con fuerza, pero lo suficientemente fuerte
como para ganarse un gruñido de dolor cuando su pie atrapó
alguna parte de él. Sin esperar a ver qué pasaría después, rodó
de lado hacia el otro lado de la cama. Pero él era más rápido. Sus
manos se enroscaron en el material de su falda y ella fue
arrastrada hacia él, pateando y gritando. Fue obligada a ponerse
de espaldas y aplastada por el peso que él depositó sobre ella.
Estaba desnudo y caliente. Y Dios, ella lo deseaba.

El corazón palpitaba en un enmarañado desorden de excitación,


agitación y miedo, Juliette se estremeció, ignorando el dolor en
sus hombros por tener sus brazos atrapados bajo ella. Ella le
dijo insultos indescifrables que sin duda él no podía entender.
La tela estaba empapada con su saliva y le rozaba las comisuras
de la boca, pero no le importaba.

—Cordero travieso. —Gruñó en el costado de su garganta, sus


caderas apoyando una polla dura como una roca contra el
vértice de sus muslos—. Te lo advertí.

El desgarro de la tela hizo eco a través de la habitación mientras


rasgaba su ropa con sus propias manos. Su grito de indignación
no fue falso esta vez. Ella se resistió salvajemente, pero él estaba
sobre sus muslos y sus brazos eran inútiles.

—¡Voy a matarte! —Gritó, pero salió ininteligible y fue ignorado.


Dientes afilados se cerraron alrededor de su pezón desnudo. El
dulce dolor se esparció por su piel y se sumó al fuego que rugía
en su vientre. No había nada amable en la forma en que la estaba
agrediendo. Cada mordisco, succión, caricia estaba diseñado
para dejar marcas y ella estaba llorando por más.

Ella jadeó cuando sus manos estuvieron sobre ella de nuevo,


tirando de ella y ajustándola a través de la cama, girándola para
que su rostro se aplastara contra el colchón y su trasero
estuviera en el aire. El aire frío susurró contra la humedad entre
sus piernas, enviando un escalofrío a través de ella.

Luego estuvo dentro de ella, rápido y duro y sin previo aviso. Su


grito quedó ahogado por la tela. La familiar sensación de su polla
estirándola cantó por su columna y su cuerpo inmediatamente
se apretó alrededor de él, dándole la bienvenida, succionándolo
más profundamente.

Su captor gimió. Su agarre le hizo moretones en las caderas


mientras se empujaba salvajemente dentro de ella. Dedos
bruscos se acercaron y acariciaron su clítoris lleno de sangre,
persuadiéndola para que se acercara al borde con él. Ella se
corrió con su nombre quemado en la mordaza. Su canal ondeó
alrededor de su polla, provocando su liberación.

Se retiró y se alejó lo suficiente para encender la lámpara.


Juliette gimió cuando la repentina explosión de luz la golpeó en
los ojos. La cama se hundió una vez más y Killian la volteó
suavemente. Le quitó la mordaza y le limpió los lados de la boca
con los pulgares.

—¿Todo bien? —preguntó, registrando su rostro con atención.

Ella lo fulminó con la mirada. —¡No, no estoy bien! —Ella


chasqueó—. ¡Me rasgaste la ropa, animal!

El idiota en realidad sonrió. —Te advertí que no pelearas


conmigo. —Su mano se cerró alrededor de su tobillo y la arrastró
más abajo en el colchón. Su pierna fue lanzada sobre su regazo
por lo que quedó abierta de par en par con él entre sus
pantorrillas—. Te dije que fueras una buena chica y me
dejaras... —Se inclinó sobre su coño y le besó los labios. Juliette
gimió, sus caderas se movieron de forma refleja—. Follarte

Trabajó su clítoris con la lengua hasta que ella se agitó de nuevo.


Su talón se hundió en el colchón mientras se retorcía y
empujaba contra él. Era más difícil de hacer con sus manos
atadas y un pie descansando en su regazo, pero estaba segura
de que moriría si él se detenía, lo cual hizo. Luego se levantó y
se acercó a la cama para estudiarla.

Debió parecer un absoluto desastre con su ropa hecha jirones


colgando de ella y sus piernas lascivamente abiertas de par en
par. Con los brazos en la espalda, empujó el pecho hacia afuera,
los pezones puntiagudos pidiendo su atención. Pero por la forma
en que la estaba mirando, ella podría haber sido un filete gigante
y él estaba hambriento.

Tomó su polla en la mano, completamente despierta y goteando.


Juliette observó el constante bombeo de su puño, sus músculos
centrales se flexionaron. Sus caderas se movieron a través de las
sábanas, deseando que sus manos estuvieran libres para poder
al menos aliviar algo de la presión. Killian sonrió, sabiendo
perfectamente lo que le estaba haciendo. Alcanzó la cómoda y se
puso un nuevo condón. Sus rodillas se abrieron de par en par
incluso antes de que él trepara sobre ella.

—¡Ahora! —Exhalo, desesperada—. Ahora, Killian. ¡Por favor!


Sin perder el ritmo, él los unió. Despacio. Muy lentamente. Le
tomó años para que toda su longitud se envainara dentro de ella.
tiempo en el que su cabeza daba vueltas y todo su cuerpo
temblaba salvajemente. Killian la miraba como si fuera un
experimento que no podía entender. Sus rasgos nunca perdieron
su hambre oscura, pero destacaba por la fascinación y algo más.
A ambos lados de su cabeza, los brazos de él temblaban por
contenerse, pero no parecía tener prisa por poner fin a su
sufrimiento.

Se retiró antes de volver a entrar. Hizo esto tantas veces que


Juliette estaba prácticamente en lágrimas.

—¡No más! —Suplicó—. Por favor. Por favor, Killian.


Sus codos crujieron cuando se bajó sobre sus antebrazos. Su
peso se posó más cómodamente sobre ella. Inclinó la cabeza y la
besó, suavemente al principio. Pero el beso aumentó a medida
que lo hacían sus embestidas, hasta que ambos fueron brutales
y enojados. Juliette le dio la bienvenida a todo cuando su cuerpo
finalmente alcanzó la liberación que había estado pidiendo.

Contra su cuello, murmuró algo que ella no pudo entender


mientras se corría. Su cuerpo se estremeció y quedó
momentáneamente flácido antes de que él rápidamente se
levantara y buscara para desatar sus manos.

El alivio pinchó la piel en carne viva alrededor de sus muñecas


y el dolor en sus hombros. Las líneas eran débiles, pero las frotó
de todos modos y miró al hombre que la miraba.

—Eso fue diferente.

La comisura de su boca se levantó. —Pensé que te gustaría.

Ella se encogió de hombros, torciendo las comisuras de la boca.


—Lo hice una vez que superé el susto de muerte. Gracias por
eso, por cierto.

Su mano se elevó a un lado de su rostro en una caricia amorosa


que hizo que sus entrañas se agitaran. —Nunca dejaría que eso
sucediera. Mataría a cualquiera que te tocara así.
No estaba segura de lo que la llevó a hacerlo, tal vez fue sólo la
maraña de ira feroz y determinación que brillaba en su cara,
pero ella se acercó a él y se subió a su regazo. Sus brazos
rodearon sus hombros y le acarició el cuello, donde la piel olía a
especias y algo salvaje que nunca pudo distinguir

Él la sostuvo. La encerró en sus brazos y la acunó en su pecho.

Era algo raro, este momento de absoluta intimidad. Realmente


no la había abrazado desde la tarde en que le dijo que la había
salvado de Arlo. Ser abrazado durante el sexo o unos minutos
después no era lo mismo. Normalmente, tampoco lo iniciaba
nunca por la misma razón por la que no podía mirar un
calendario sin que le doliera el estómago. Era una molestia
jodida y peligrosa. Pero ninguno de ellos se apartó

—Debería irme —murmuró al final—. Me queda una hora, no es


que importe. —Con cuidado, se puso de pie—. Estoy bastante
segura de que estoy despedida.

—No estás despedida. —Se levantó y se trasladó a una silla


colocada junto a la ventana en la esquina de un hermoso
dormitorio. Tomo una bonita caja negra y rosa y volvió con
ella—. Y no volverás esta noche. Tengo otros planes.

Frunciendo el ceño, tomó la caja y se sentó en la cama. Killian


se hizo a un lado para dejarla empujar el papel de seda rosa.

La tela brilló cuando la sacó de su lugar de descanso. Se derramó


entre sus dedos en una onda de satén blanco entretejido con
finos hilos plateados que combinaban con las gruesas correas
plateadas que corrían a lo largo desde debajo del brazo izquierdo
hasta la cadera derecha. Daba vueltas alrededor de la espalda
en tres cuerdas que formaban un aro sobre el hombro derecho.
A primera vista, casi le recordaba los vestidos ligeros que solían
llevar las mujeres griegas, pero la parte delantera estaba
chapada debajo de las tiras y había un corte largo en la pierna
derecha que se acercaba peligrosamente a la cadera.

Con el vestido aún en la mano, se volvió hacia Killian. —Esto es


un poco... elegante para un empleado de hotel.

Hermosamente desnudo, Killian se movió con fluida confianza al


sofá frente a la silla y enganchó un dedo en la percha de una
bolsa de ropa. Lo levantó para estudiarlo de cerca antes de
volverse hacia ella.

—Te lo dije, no vas a volver esta noche —le dijo simplemente.

—Killian... —Su exasperado suspiro fue recibido con una


expresión cuidadosamente neutra de él—. A estas alturas,
Celina probablemente esté teniendo un ataque en la oficina de
Harold sobre mí corriendo aquí para tirarme a mi novio, lo cual,
por cierto, ¡no aprecié!

Enarcó una ceja. —¿Ser follada por tu novio?

—¡Sabes lo que quiero decir! —ella respondió—. Llamaste ahí


abajo y amenazaste con follarme en medio del vestíbulo sólo
porque estabas cachondo y no podías esperar dos horas.

—Oh cariño. —Se movió hacia ella y se detuvo una vez que tuvo
su rostro correctamente inclinado hacia el suyo—. Eso no fue
una amenaza. Esa fue una promesa muy clara.

—¡Killian! —Dejó el vestido antes de dejar caer la cosa que


probablemente costaba más que toda la casa—. ¡Este es mi
trabajo! No puedes simplemente...

—Puedo cuando terminaste tu turno y eres libre de ser follada.


Juliette frunció el ceño. —¿De qué estás hablando? Conozco mi
horario. Tenía dos horas más.

—Te prometo que no las tenías.


Dejándolo ahí mirando, se acercó al teléfono en la mesa de noche
y llamó a recepción. Se preparó para que el sensual ronroneo de
Celina respondiera.

—Soy yo, Celina —dijo Juliette, haciendo lo posible por no


apretar los dientes—. ¿Puedes comprobar mi horario para esta
noche?

—¡Hice un informe oficial! —respondió la mujer con veneno—.


Así que realmente no importa.

—¿Podrías por favor sólo comprobar? —Juliette espeto.


Escuchó el resoplido de Celina. Luego el clic de las teclas. Luego
hubo un silencio demasiado largo que la puso nerviosa.

—Esto no puede estar bien... —Celina murmuró por fin—. Lo


revise ayer y decía que trabajabas hasta las tres.

—Entonces, ¿no estoy trabajando hasta las tres? —Juliette


preguntó con cautela.

—Dice que trabajas hasta la una.


Juliette se giró para mirar a Killian que la miraba con una
sonrisa casi felina.

—¡Esto no tiene sentido! —Dijo Celina—. Yo lo vi.

—Gracias, Celina. —Juliette colgó y se enfrentó completamente


al hombre que estaba detrás de ella—. ¿Qué hiciste?
Killian parpadeó. —¿Por qué siempre asumes que hice algo?

—Porque Celina y yo sabemos que se suponía que trabajaría


hasta las tres. De alguna manera, misteriosamente, esa hora fue
cambiada para que pudiera salir temprano, lo cual es
conveniente ya que llegaste y me ordenaste que subiera.

—Yo no te lo ordene —murmuró, pareciendo genuinamente


ofendido—. Solicité tu presencia.

—¡Killian, no puedes hacer cosas así! —Odiaba el gemido


frustrado en su tono, odiaba querer pisar fuerte y gritarle—. Vas
a hacer que me despidan y voy a estar tan enojada que podría
prender fuego a toda tu ropa.

Él retrocedió visiblemente. —Eso es un poco excesivo, ¿no?

—¡No! —Gritó—. No lo es. Es auto preservación y como te gusta


meterte en mis asuntos... ¿sabes qué? —se interrumpió,
dándose cuenta de algo—. En el contrato declaraste
perfectamente bien que no se me permitía interferir en tus
asuntos. Entonces, ¿por qué te entrometes en los míos?

La bolsa de ropa fue arrojada en la cama junto a su vestido y él


cruzó sus brazos, su postura tan enojada como la de ella.

—No me he metido en tus asuntos —dijo con una calma mortal


que casi la hace retroceder.

—Entonces explica las dos horas perdidas —respondió.

—Mala programación. Un error de imprenta.


La ira desapareció de ella, no porque hubiera una posibilidad de
que pudiera tener razón, que podría haberla tenido, los errores
ocurrían. Sino porque estaba inexplicablemente agotada.
Ninguna parte de ella quería estar erguida. Tal vez era la
adrenalina por el miedo que se desvanecía o la emoción que
siempre venía con tener sexo alucinante finalmente menguando,
pero todo lo que quería hacer era meterse en la cama y dormir.

En vez de eso, ella se acercó a donde él había arrojado su camisa


de vestir blanca sobre sus pantalones doblados y se la puso.
Luego recogió su ropa arruinada y la tiró a la basura. Medio
debajo de la cama, un par de gafas de visión nocturna de alto
rendimiento yacían olvidadas. Ese debe haber sido el golpe que
ella escuchó y cómo él pudo ver tan claramente en la oscuridad.
Ella los dejó allí.

—Juliette...

Sacudió la cabeza. —Estoy bien. —Mintió.

—Estás enojada. —Argumentó.

Ella se detuvo para encontrar su mirada. —No lo estoy. No estoy


segura de como estoy.

La estudió con esos ojos calculadores, sin duda tratando de


evaluar cómo manejar la situación.

—¿Qué parte de esto te ha molestado más? —preguntó al


final—. Dímelo y lo arreglaré.

Porque eso era lo que hacía. Arreglaba las cosas. Siempre estaba
arreglando problemas por ella y aunque era tan bueno que
finalmente no tuviera que hacerlo ella misma por una vez, sabía
que necesitaba ponerle fin antes de que se volviera tan
dependiente de él que cuando su tiempo se acabara, no se
reconociera a sí misma.

—Sólo quiero la verdad.


Lo consideró seriamente y asintió con la cabeza. —Está bien.
Cambié tu horario.

Algo de la opresión se aflojó alrededor de su pecho. —¿Por qué?

—Porque quería llevarte a un lugar y se suponía que sería una


sorpresa.

Su mirada se dirigió al vestido. —¿Por qué simplemente no me


dices? Podría haber reservado el tiempo libre.

Sacudió la cabeza. —Eso frustra el propósito de una sorpresa.

Sabía que podía haberle dado cien maneras diferentes de


abordar la situación, pero se le ocurrió otra pregunta.

—¿Cómo? ¿Cómo lo cambiaste?


Abrió la boca. La cerró. Una especie de aceptación a
regañadientes apretando su boca.

—Le pedí a Harold que lo hiciera.

—¿Y simplemente lo hizo?

Killian asintió. —Básicamente, sí.

Se le ocurrió un pensamiento más perturbador. —Dime que no


me conseguiste el ascenso —susurró.

—No te conseguí el ascenso. —Imitó sin perder un segundo.

—¡Júralo!

—Lo juro.
Inclinada a creerle, sin tener ninguna razón para no hacerlo, ella
cedió. Su mirada se dirigió al vestido, su curiosidad sacó lo mejor
de ella.

—¿Cuál era la sorpresa? —preguntó.

—Una fiesta —dijo con una profunda exhalación—. Pero


podríamos haber perdido ese tren.

Ella siguió su mirada al despertador que estaba al lado de la


cama. Ya se estaba acercando a las tres

—¿Se acabó? —preguntó.

—Si no se ha acabado, lo hará pronto —respondió.

La culpa afloro en su pecho. —Lo siento.

Killian se encogió de hombros. —No será el primero ni el último.

Dijo con ligereza, como si no le molestara, pero ella lo vio en sus


ojos antes de que se diera la vuelta. Él realmente quería llevarla,
se había tomado la molestia de conseguirle un vestido y
asegurarse de que tuviera tiempo libre. Incluso había ido a su
hotel para que pudieran pasar un tiempo juntos antes de irse.

—Killian... —Ella fue a él. Levantó las manos hasta su cara y se


arqueó en los dedos de los pies para encontrarse con su boca.
Lo besó suavemente—. Me encanta el vestido.

Pozos oscuros se posaron sobre su rostro, se movieron sobre su


boca antes de posarse en sus ojos. —Tendrás que probártelo
para mí.

Empezó a hacerlo, pero se detuvo. Se volvió hacia él con el labio


atrapado entre los dientes.
—¿Qué tal si te lo compenso en su lugar?

Una ceja oscura se arqueó con claro interés. —Estoy


escuchando.

Sonriendo, recogió el vestido, lo dobló cuidadosamente y lo dejó


entre el papel de seda una vez más. Volvió a poner la tapa y lo
miró una vez más.

—Esa será mi sorpresa.

Sus ojos brillaban. —Me gustan tus sorpresas.

Riéndose, volvió a él y le rodeó los hombros con los


brazos. —Bien. Ahora bésame.

Manos firmes se posaron en sus costados y la atrajeron con más


seguridad contra su pecho desnudo. —Una bruja tan exigente.

Su boca cayó a la de ella.

Juliette dejó a Killian boca abajo en el colchón del hotel, desnudo


y profundamente dormido mientras ella se ponía su camisa de
vestir y los calzoncillos. Era mortificante, y nada encajaba, pero
tener que enrollar la cintura de los boxeadores unas cuantas
veces era mejor que salir a hurtadillas del hotel desnuda. Cogió
su teléfono de la mesilla, encontró el número de Frank y envió
un mensaje rápido para que le trajera a Killian ropa limpia...
cuando tuviera la oportunidad. Por favor y gracias. Presionó
enviar, dejó el teléfono y recogió sus zapatos y la caja con el
vestido antes de salir de la habitación.

Después de ser una criada durante los últimos cuatro años, la


extravagancia de la suite ya no la impresionaba mientras
cruzaba de puntillas la zona de estar hacia la puerta. Todo era
de marfil y oro y brillaba con un brillo obstinado y se sentía tan
impersonal como era posible.

Mirando una vez por encima de su hombro, Juliette abrió la


puerta principal y salió rápidamente.

—¿Señorita Romero?
Juliette gritó asustada ante la voz profunda y retumbante que
parecía increíblemente fuerte en el silencio ensordecedor. La caja
y sus zapatos volaron de su agarre mientras giraba. Cayeron al
suelo con un estruendo ruidoso cuando ambas manos saltaron
a su pecho.

Frank la miró tranquilamente.

—¡Jesús! —Siseó—. Me has dado un gran susto, Frank.

Tuvo la decencia de inclinar la barbilla hacia abajo. —Mis


disculpas, señora. Recibí su mensaje.

Todavía luchando por sacar su corazón de su garganta y volver


a su pecho, Juliette se dio la vuelta y recogió sus cosas de nuevo.
Se puso de pie una vez más y se enfrentó al hombre.

—Tuve un accidente con mi ropa —explicó, sin estar segura de


por qué, pero con la suficiente vergüenza como para no poder
detenerse—. Así que tomé prestada la de Killian. Está
durmiendo ahora mismo, pero estoy segura de que querrá ropa
para cuando se vaya.
Inclinó su cabeza. —Me ocuparé de ello. —Le hizo señas para
que se dirigiera a los ascensores—. Por favor, permítame
acompañarla hasta el auto.

Juliette vaciló. —¿Es seguro dejar a Killian solo? Quiero decir,


estoy seguro de que lo es. El hotel tiene cámaras, pero puedo
bajar sola. Gracias.

Frank la estudió un largo momento. —El Sr. McClary


insistiría —dijo al final.

Juliette miró la puerta cerrada y pensó en Killian en la cama,


solo y vulnerable.

—¿Quizás podrías acompañarme a los ascensores y hacer que


John y Tyson se reúnan conmigo abajo? —Sugirió—. No quiero
que se quede solo —susurró e inmediatamente se sintió tonta.

El tipo estaba en un hotel. ¿Qué podría pasar? Pero si Frank


pensó que ella estaba siendo demasiado dramática y ridícula,
nunca dijo mucho. Levantó su muñeca izquierda a su boca y
habló con calma y claridad en el dispositivo, todo el tiempo
mirándola.

—Encuentro en los ascensores —dijo.


Si alguien respondió, Juliette no lo escuchó. Pero Frank asintió
con la cabeza y le hizo un gesto para que empezara a caminar.

En los ascensores, apretó el botón y luego esperó con ella


mientras el elevador subía. Cuando llegó y se abrió la puerta,
John la saludó. Inclinó la cabeza una vez.

Juliette se volvió hacia Frank. —Gracias.

—Buenas noches, señora.


Echando una mirada por el pasillo en dirección a la habitación
de Killian, se subió al ascensor y vio cómo se cerraba la puerta.

Tyson los estaba esperando abajo. La pareja hizo una señal a


cada lado de ella mientras se dirigían rápidamente a las puertas
principales. Juliette se detuvo el tiempo suficiente para deslizar
los pies en sus zapatos antes de seguir a los dos a la camioneta
estacionada afuera.

La furgoneta todavía estaba al otro lado de la calle de su casa


cuando llegaron a su entrada junto al BMW de Phil. Juliette le
echó un vistazo mientras salía. John cerró la puerta tras ella y
empezó a guiarla hasta la puerta delantera, pero ella se mantuvo
en su lugar.

—¿John?

—¿Sí, señora?
Juliette miró de nuevo la camioneta y luego al BMW donde Phil
bajaba la ventanilla del conductor para hablar con Tyson. Nunca
se le había ocurrido, pero de pie, viendo los autos y cómo nunca
parecían moverse a menos que ella o Vi se dirigieran a algún
sitio, no podía evitar preguntarse si los hombres se habían ido o
se habían quedado allí esperando. Todo ese tiempo, había tenido
la impresión de que se iban muy tarde y llegaban muy temprano.
Ahora, no estaba tan segura.

—¿Dónde duermen ustedes? —preguntó.

—¿Señora? —John parecía genuinamente perplejo.

Ella lo enfrento. —¿Vas a casa? ¿O vas a donde Killian?

—No señora.
Juliette empezó. —¿Me estáis diciendo que viven en mi entrada?
Quiero decir, ¿qué hay con el baño y las comidas y ... dormir?
¿Cómo duermen?

John se movió incómodamente. —Dormimos por turnos, señora.

Juliette frunció el ceño. —¿En el auto?

—Sí, señora.

—¡Eso... eso es horrible! —Jadeó—. Tengo un cuarto de sobra


dentro y un sofá y puedo conseguir algunos colchones inflables.

El rostro de John se suavizó por primera vez desde que lo


conoció. —Es muy amable de su parte, señora, pero es nuestro
trabajo.

—Eso es ridículo. —Protestó—. ¿Cómo pueden hacer su trabajo


correctamente cuando están exhaustos y hambrientos? No.
Insisto. ¡No discutas conmigo! —Advirtió ella cuando él abrió la
boca.

Sin esperar a que él respondiera, ella se dirigió a la camioneta y


llamó a la puerta trasera. Se abrió casi de inmediato y dos caras
la miraron.

—Entren —les dijo a los hombres de los que no recordaba los


nombres—. Los dos. —Caminó de regreso al camino de entrada,
deteniéndose solo lo suficiente para llamar la atención de
Phil—. Tú también.

Ella irrumpió en el interior tan silenciosamente como uno puede


hacerlo sin despertar a todos. Dejó la puerta abierta mientras se
quitaba los zapatos y se apresuraba al armario del pasillo. Sacó
las mantas y las almohadas. En el vestíbulo, pudo oír el
movimiento de los pies cuando el grupo entró en la casa.

Con los brazos llenos de todo lo que podían usar para dormir,
entró en la sala de estar y lo tiró todo en el sofá. Respirando con
dificultad, se apartó el cabello del rostro y miró a la multitud.

—Mañana conseguiré colchones inflables o catres. Esta noche,


tengo una cama en el piso de arriba, si no te importa
compartirla, y ahí está el sofá y, desafortunadamente, el piso. El
baño está al final del pasillo, al igual que la cocina. Sírvanse lo
que sea.

Con eso, se dio vuelta y los dejó mirándola fijamente mientras


subía a ducharse y a meterse en la cama.

—¡Están ahí para protegerte, no para vivir contigo, Juliette!


Juliette miró fijamente al hombre que la fulminaba con la mirada
desde su brillante oficina. Tenía los brazos cruzados y los labios
fruncidos. No estaba segura de cómo se enteró, pero supuso que
uno de sus hombres había pensado en informarle del cambio en
sus órdenes.

—No se van a vivir conmigo —Replicó acaloradamente—. Pero


es cruel dejarlos dormir afuera en un auto cuando están ahí por
mi culpa. Además, ¿qué diferencia hay, Killian? Afuera, adentro,
todavía pueden hacer su trabajo, pero al menos serán
alimentados y descansarán. ¡Tengo el espacio para ello! Por
favor, no les hagas volver ahí fuera.

Con un gruñido feroz que le hizo pensar que tal vez había
ganado, se frotó la cara con la palma de la mano. Se pellizcó el
puente de la nariz y apretó los ojos con fuerza.

—No son cachorros— dijo finalmente.

—Exactamente. Son hombres que arriesgan sus vidas para


proteger a alguien que ni siquiera conocen. —Ella suspiró y se
acercó un paso más—. Por favor, deja que se queden.

Bajó la mano y la miró durante lo que le parecieron horas. No


parecía estar más cerca de pensar que lo que había hecho estaba
bien, pero las líneas alrededor de su rostro no eran tan duras y
ella lo tomó como una buena señal.

—Eres imposible, lo sabes, ¿verdad?


Sabiendo que era una victoria cuando lo escuchó, Juliette
sonrió. Cruzó el resto del espacio entre ellos y lo besó.

—Gracias.

Continuó frunciendo el ceño. —Querré algo a cambio de


esto. —Le informó.

Sonriendo, se levantó y le tiró ligeramente de la corbata como


había querido hacer desde que llegó. La franja de color borgoña
que recorría el largo de su camisa de vestir blanca le hizo pensar
en la sangre fresca. Viéndola contra su pecho, cerró un puño de
hielo a su alrededor. No sintió culpa al arrancarla y arrojarla en
algún lugar sobre su hombro. Con eso desaparecido, sus manos
quedaron libres para deslizarse por el valle de su hermoso pecho
para enroscarse sobre sus hombros.
—Tengo una reunión

—Una corbata diferente —susurró—. Cualquier otro color. No


rojo.

Si pensaba que su solicitud era extraña, nunca la cuestionó. En


cambio, sus manos se posaron en la curva de sus caderas y ella
se sintió atraída hacia adelante.

—¿Qué harás hoy? —preguntó.

—Le prometí a los chicos colchones inflables —dijo, pasando sus


dedos por la piel caliente de la nuca entre el cuello y el
nacimiento del. cabello—. Y necesitamos comida en la casa.

—¿Así que vas a pasar tu primer día libre comprando?

Su boca se curvó y tarareó suavemente. —Supongo que sí.

Sus dedos se deslizaron a lo largo de su columna vertebral,


trazando cada protuberancia hasta la parte posterior de su
cuello con cinco tiras de calor que enviaron una ola de
electricidad a través de ella. La besó suavemente. El tipo de beso
que tenía los dedos de sus pies doblados y el corazón bailando.
Era el tipo de beso que amaba y odiaba viniendo de él. Decía
demasiado cuando sabía que no debería.

—Vuelve cuando hayas terminado —murmuró contra su


boca—. Espérame en mi habitación.

Sus ojos se abrieron y se encontró atrapada en el infinito negro


de él. —Lo haré.

Su cabeza empezó a bajar una vez más cuando una pelea en la


puerta los hizo separarse.
Frank con su traje azul marino y un ceño fruncido bloqueaba a
un grupo de hombres que Juliette no reconocía. Quienquiera
que fueran, su presencia hizo que Killian se pusiera rígido y sus
brazos cayeran rápidamente alrededor de ella. El inesperado
abandono hizo que Juliette retrocediera un paso con confusión.

—Vete —le dijo en voz baja, con los ojos llenos de algo que cortó
toda la felicidad en su interior—. ¡Ahora!

Sin preguntar, Juliette agachó la cabeza y salió a paso ligero sin


mirar a nadie. Sabía lo suficiente sobre esa parte de la vida de
Killian como para no quedarse. Quienquiera que fueran estos
hombres, no eran hombres que ella quisiera memorizar su cara
o por qué estaba con Killian.

—Llega temprano, Sr. Smith. —Fue lo último que oyó decir a


Killian antes de llegar al pasillo.

John y Tyson se movieron a su lado en el momento en que llegó


al pie de las escaleras. Las puertas de entrada estaban abiertas
de par en par a un grupo de hombres, hombres que no
pertenecían a Killian y hombres que sí. Parecían estar en una
batalla silenciosa en el umbral que llenó el aire con una onda de
tensión tan espesa que fue una ola de calor físico casi que le
bañaba la piel. El sudor le humedecía la columna y sus pasos
vacilaron.

John le agarró el codo y la arrastró el resto del camino a la fuerza


hasta la camioneta.

—¿Está a salvo? —Exigió.

—Mis órdenes son sacarte de las instalaciones. —Fue su


respuesta enérgica.
—¡John!
La empujaron a la parte de atrás y cerraron de golpe la puerta
detrás de ella. John se puso al volante mientras Tyson tomaba
el asiento junto a ella. Las ruedas chirriaban sobre el mármol
mientras atravesaban las puertas abiertas.

—¡John! —gritó otra vez—. ¿Killian va a estar bien? ¿Quiénes


eran esos hombres?

Nadie respondió. Honestamente, ella no esperaba que lo


hicieran.

Era ridículo preocuparse por la seguridad de una persona que


había elegido esa vida, que había elegido traer ese tipo de maldad
a su propio hogar, pero estaba aterrorizada, asustada por lo que
estaba pasando, pero más asustada de perder a Killian. Trató de
decirse a sí misma que el Sr. Smith , si ese realmente era su
nombre, estaba en el territorio de Killian, lo que significaba que
Killian tendría la ventaja. Pero no importaba. Él estaba allí con
lo que claramente era una amenaza y Juliette no tenía forma de
saber si estaba bien.

—¿Señora? —John la estaba mirando a través del espejo


retrovisor, sus ojos color avellana se disculparon, pero
tranquilos—. ¿Dónde le gustaría ir?

A casa.

Ese fue su primer pensamiento e incluso se abrió camino hasta


su garganta antes de tragarlo; ir a casa no la haría preocuparse
menos. De hecho, estaba bastante segura de que pasaría todo el
tiempo paseando y acosando a todo el mundo si hubiera habido
alguna noticia.
—El centro comercial —susurró en una especie de confusión
cuando su lengua se negó a despegarse del paladar— El centro
comercial, por favor —repitió una vez que recuperó el control de
su boca.

John inclinó su cabeza.

—Se nos informará cuándo sea seguro regresar —dijo Tyson a


su lado en un tono áspero, casi con un acento que no pudo
ubicar.

—Te refieres a cuando esos hombres se hayan ido. —Supuso.


Tyson no dijo nada, pero tuvo la sensación de que intentaba
hacerla sentir mejor. Aunque ella apreció el gesto, no hizo mella
en su gigantesca pared de preocupación.

El viaje a través del centro comercial terminó con ella


empacando cinco catres de alta resistencia, colchones de
espuma, mantas y almohadas en tres carros. Tyson y John
ayudaron a empujar el más pesado. La mujer del frente preguntó
si iban a acampar y Juliette sólo pudo sonreír, porque no se le
ocurrió ninguna respuesta. No fue hasta que le dieron el total
que se dio cuenta de que no había pensado lo suficiente en su
plan. Con la mente perdida en pensamientos sobre Killian, no
había hecho sus compras normales y diligentes. Lo que
implicaba comprobar y comparar precios. No había forma de que
tuviera suficiente.

Empezó a abrir la boca cuando Tyson le entregó una tarjeta


negra familiar al cajero, quien felizmente la tomó antes de que
Juliette se diera cuenta.

—¡Conozco esa tarjeta! —Juliette estalló, fulminando con una


mirada acusadora a Tyson—. ¿Qué estás haciendo con ella?
—Nos pidieron que la guardáramos en caso de que la necesitara
—dijo Tyson como si estuviera recitando algo que había le

—Increíble —murmuró Juliette—. Le dije que no quería esa


cosa.

El cajero miró con incertidumbre de Juliette a Tyson, la tarjeta


temblaba levemente entre sus dedos.

—Así que... ¿te gustaría usar una diferente?

—No. —Se quejó Juliette miserablemente, sabiendo muy bien


que su tarjeta definitivamente no cubriría el costo. Además, les
había prometido a los hombres arreglos adecuados para
dormir—. Está bien. Pero sigo sin quererlo —le dijo a Tyson, que
no dijo nada.

Cuando llegó el momento de firmar, Tyson garabateó algo


incomprensible en el papel y se lo devolvió al cajero. Volvieron a
cargar sus cosas en los carritos y abandonaron el centro
comercial.

—Tenemos que ir a la tienda —les dijo a los dos—. ¿Si eso está
bien?

—Sí señora —dijo John mientras él y Tyson empacaban sus


compras en la parte trasera de la camioneta.

Resultó que necesitaría la tarjeta de crédito de 10.000 dólares


de Killian por segunda vez ese día. Con cinco hombres adultos
en la casa, además de Juliette, Vi y la Sra. Tompkins, su
pequeña cuenta normal de la tienda de comestibles había
florecido a dígitos que nunca hubiera creído posibles si no lo
hubiera visto con sus propios ojos. La camioneta estaba llena en
todo tipo de lugares, como en un juego de Tetris, había suficiente
espacio para que los tres se sentaran, e incluso entonces,
Juliette se vio obligada a poner los pies en una caja de Mac and
Cheese.

—¿Has sabido algo de Killian o Frank? —le preguntó a Tyson


mientras conducían a casa.

Tyson sacudió la cabeza. —No señora.

—¿Sus reuniones normalmente duran tanto?

—No lo sé, señora.


No estaba segura de qué más hacer, se sentó y observó como la
ciudad se transformaba en la tranquilidad de los suburbios. Los
niños acababan de llegar de la escuela cuando finalmente
aparecieron en su calle. El BMW de Phil estaba estacionado en
la entrada, una clara indicación de que Vi había llegado
directamente a casa en lugar de ir a cualquier parte con sus
amigos... otra vez. Se estaba convirtiendo en un hábito que
empezaba a preocupar a Juliette. Era tan extraño como los otros
pequeños cambios sutiles con los que no estaba segura de qué
hacer.

Agarrando varios artículos, ella saltó y se apresuró a entrar. Los


dos hombres de la furgoneta, Javier y Laurence, habían
acampado en la sala del frente. Habían empujado una mesa
plegable de plástico contra el ventanal que daba a la calle y se
habían sentado a tomar notas. Sin duda, sabían más sobre sus
vecinos que incluso ella. Ninguno de los dos miró hacia arriba
cuando Juliette entró y se dirigió en línea recta a la cocina de
atrás.

Vi estaba allí, inclinada sobre la isla, escuchando a la Sra.


Tompkins mientras la mujer hablaba de un chico que había
conocido cuando era pequeña. Lo que dejó perpleja a Juliette
más allá del razonamiento fue el hecho de que Vi estaba
escuchando. No. Ella estaba sonriendo y escuchando. No había
una burla o un insulto a la vista.

Al otro lado de la habitación, de pie e inmóvil, estaba Phil con su


cabello color sal y pimienta, sus amables ojos azules y su gran
estructura. Llevaba el mismo traje azul marino que todos los
hombres de Killian, pero tenía un pañuelo blanco doblado
metido en el bolsillo del pecho de su chaqueta. Se quedó mirando
la escena con una especie de diversión que los demás nunca
mostraban. Por supuesto, los demás no mostraron mucha
emoción. Ni siquiera Frank. Pero Phil tenía líneas de risa
alrededor de sus ojos y una especie de sonrisa perpetua
alrededor de su boca. Parecía más el padre realmente guapo de
alguien que un guardaespaldas.

—Oye —dijo Juliette, llevando sus bolsas al mostrador y


dejándolas en el suelo—. Estás en casa.

Vi se encogió de hombros. —Tenía tareas.

No importaba cuántas veces lo oyera, el fenómeno nunca dejó de


hacer que quisiera comprobar la temperatura de la frente de Vi.

—Entonces, ¿las hiciste? Tus tareas.

Vi dio un brusco movimiento de cabeza. —Sip.

—La vi hacerlas —respondió la Sra. Tompkins, amasando una


gran bola de masa.

Impresionada, pero bastante perturbada, Juliette


asintió. —¡Bueno, genial! He comprado comida, así que creo que
empezaré con la cena.
—¿Tú? —Vi espetó, lanzándose hacia arriba—. ¿Vas a hacer la
cena? ¿Cómo tú misma?

Juliette frunció el ceño. —Ya he hecho la cena antes.

Vi se giró hacia Phil. Un dedo salió disparado y apuntó


directamente a Juliette.

—Ella está tratando de envenenarnos. Atácala, Phil.


Las líneas alrededor de la boca de Phil se profundizaron en el
fantasma de una sonrisa, pero no habló.

Juliette farfulló. —¿Qué?

Vi se clavó las manos en sus caderas. —¿Recuerdas siquiera


cómo cocinar?

—¡Puedo cocinar! —Juliette protestó, mientras John y Tyson


entraban arrastrando los pies llevando más bolsas. Las dejaron
en el frente de la isla y salieron a toda prisa a buscar el resto—.
Ya he cocinado antes.

—Lo último que hiciste fue pasta y olía a pies quemados.

—Podría hacer una cazuela de pollo. —La Sra. Tompkins se


ofreció.

—¡No! —Vi y Juliette gritaron al unísono.

—Gracias. —Añadió Juliette rápidamente—. Pero ya has hecho


mucho.

La Sra. Tompkins volvió a su masa.

—Deberíamos pedir pizza. —Decidió Vi—. Hace siglos que no


comemos.
Era cierto. Juliette ni siquiera podía recordar la última vez que
pidieron algo.

—¡Pero acabo de gastarme una fortuna en


comestibles! —protestó.

Vi se encogió de hombros. —¿Y? Es comida. No es como si se


fuera a desperdiciar. Lo guardaremos todo y pediremos pizza
esta noche.

No fue la sabiduría detrás de la racionalidad lo que la convenció.


Fue casi la ternura del rostro esperanzado de su hermana
cuando Vi frunció el labio inferior e hizo esa cosa de rogar con
los ojos abiertos que era imposible de ignorar.

—¡Bien! —Juliette murmuró—. Pero sólo esta noche y sólo


porque hiciste tus tareas sin alboroto... otra vez.

Con un chillido, Vi salió corriendo de la habitación, gritando algo


sobre hacer la llamada. Phil empezó a seguirla, pero Juliette lo
detuvo.

—¿Qué le pasa? —preguntó.

—¿Señora?
Tenía una voz bonita, pensó ella. Masculina y profunda.

—Bueno, conozco a mi hermana y esa no es ella —dijo Juliette,


haciendo un gesto con el tirón de su barbilla en la dirección que
su hermana había tomado—. ¿La vendiste a los extraterrestres?

Phil se río en silencio. —No señora.

—Si lo hiciste, puedes decirles que se queden con ella. Esta me


gusta más.
Con la cabeza inclinada, siguió a Vi a la habitación de al lado.
Juliette fue a terminar de ayudar a John y Tyson a traer la
comida. La mayor parte había sido traída y dejada en el suelo de
la cocina, pero aún quedaba los tendidos de cama por traer.
Luego estaba el proceso de ordenar a los hombres que
empujaran la mesa del comedor a una esquina y pusieran los
catres en su lugar, en un dormitorio improvisado. Les dejó
decidir quién se quedaba con qué cama y dónde querían ponerla
mientras ella guardaba la comida.

Cuarenta y cinco minutos después, llegó la pizza. Sonó el timbre


y fue como si una bomba hubiera explotado mientras todos se
colocaban en posición. Javier se acercó a la puerta mientras
Laurence se colocaba en la puerta entre el vestíbulo y la sala de
estar con su arma desenfundada. Tyson tomó su lugar junto a
Juliette mientras John estaba en el umbral de la cocina. Todos
tenían un arma.

—¿Es eso necesario? —Juliette preguntó a nadie en particular.

—¡Yo iré! —Vi bajó las escaleras en ese mismo momento con Phil
pisándole los talones.

La agarró del brazo y la tiró hasta detenerla a tres pasos del


fondo. Él dijo algo y ella no hizo ningún movimiento para
continuar. Juliette se habría quedado muy impresionada si
Javier no hubiera aprovechado ese momento para abrir la
puerta.

Lo que a Juliette le pareció gracioso de toda la situación no fue


la expresión de asombro y horror en el rostro del repartidor de
pizza por tener armas apuntando a su rostro o que sin duda
volvería al trabajo y les hablaría de la casa de locos, sino que la
Sra. Tompkins continuó rodando y golpeando su bola de masa
como si nada extraño estuviera sucediendo. Era el mismo tipo
de indiferencia que había mostrado cuando Juliette le había
explicado por qué había una camioneta estacionada afuera o por
qué Vi necesitaba una escolta dondequiera que fuera. Había sido
honesta con las dos y, sin embargo, la señora Tompkins se lo
había tomado con un movimiento de cabeza y nada más. Vi se
había puesto furiosa ante la sola idea de que la siguieran a
cualquier parte. Había amenazado con huir para no volver a
hablar con Juliette. Pero un día con Phil y se había olvidado por
completo de su rabia. Juliette no quería cuestionar algo bueno,
pero estaba empezando a preguntarse si tal vez Killian había
encontrado una manera de implantarle a la gente chips
diseñados para que hicieran lo que él quisiera. En el caso de Vi
y la Sra. Tompkins, no luchar contra la transición. Aceptar que
estarían protegidas. Sabía que eso era imposible y aun así no
podía evitar preguntarse.

La pizza fue llevada a la cocina y puesta en el mostrador. Se


repartieron los platos y todos tomaron una rebanada. Todos,
excepto Juliette. Siguió mirando el reloj, viendo cómo los
minutos pasaban y seguía sin saber nada de Killian. Habían
pasado horas. ¿Cómo no podría haber terminado?

—¿Has sabido algo de Killian? —le preguntó a Tyson, quien dejó


su pizza, la masticó y la tragó antes de responder.

—No señora.
El nudo en su estómago se apretó. Miró fijamente a la puerta y
trató de no dejar volar su imaginación.

—¿Me das las llaves de la camioneta, por favor? —Le pidió ella,
extendiendo su palma.
Tyson la miró. —No puedo hacer eso, señora. Nos dieron órdenes
de mantenerla aquí hasta nuevas instrucciones.

Curvó los dedos y retiró la mano. —Bien. Encontraré la forma


de llegar allá.

Al salir de la cocina, caminó por el pasillo. Llegó a mitad de


camino hacia la puerta cuando su camino fue bloqueado por
John.

—No podemos permitirle ir allí, señora —le dijo con esa


exasperante calma.

—¡No puedes detenerme! —ella respondió—. Podría estar herido


o peor y puede que nunca sepamos si estamos sentados aquí sin
hacer nada.

—Hay protocolos.

—Me importan una mierda sus protocolos. Sólo me importa


asegurarme de que Killian está bien. Han pasado horas y
ninguna reunión lleva tanto tiempo. Significa que algo ha
pasado, algo horrible o alguien ya se habría puesto en contacto.
Ahora, puedes llevarme o puedes quitarte de mi camino.

John ni siquiera se inmutó. —Lo siento, señora.

—¡No lo lamentes! —Prácticamente gritó—. Sólo muévete.

—No puedo hacer eso, señora.


Exasperada al borde de las lágrimas, Juliette lo fulminó con la
mirada. Sus puños cerrados temblaron a sus costados con la
necesidad de golpear a alguien, pero sabía que no tenía sentido.
Era más grande y perfectamente capaz de sujetarla si era
necesario.
—Juliette. —Unas manos suaves la tomaron del brazo y la
apartaron de la pared de músculos que la mantenía alejada de
la puerta. Vi la miró con un océano de simpatía que Juliette
nunca había visto en el rostro de su hermana—. Vamos —dijo,
señalando con un movimiento de cabeza hacia las escaleras.

Se dejó llevar. Nadie las detuvo, ni siquiera Phil, que las siguió,
pero se quedó en el pasillo cuando Vi llevó a Juliette a su
dormitorio y cerró la puerta tras ellas.

—No vas a pasar por ellos —le dijo a Juliette—. Son operaciones
encubiertas, como casi asesinos de primera línea. Phil me lo dijo
—explicó cuando Juliette la miró fijamente—. Son máquinas de
matar altamente entrenadas, o algo así. De todas formas, no te
dejarán marchar si no quieren.

La idea de estar cautiva en su propia casa la aterrorizaba. Le


hacía preguntarse en qué demonios las había metido, y si algo
le había pasado a Killian, ¿cómo iba a sacarlos?

—No son malos —dijo Vi rápidamente—. Pero seguirán sus


órdenes o morirán.

—Necesito ver a Killian —dijo, y escuchó la desesperación en su


propia voz—. Podría estar en problemas.

Vi levantó una ceja. —El tipo es un problema, Juliette. Es como


de grado A, el señor del crimen es un problema.

—¡No! —Juliette dijo demasiado rápido—. No lo es. Quiero decir,


lo es, pero no es una mala persona. Es muy dulce y amable y
uno de los más…

—¡Lo amas! —El jadeo de Vi la asustó.


—¿Qué? ¡No! No, no es así.

—Claro, porque me preocupo constantemente por la gente que


no amo, ya sabes, solo por el placer de hacerlo.

—Me preocupo por él. —Admitió Juliette—. Ha sido muy bueno


con nosotras en formas que no puedes imaginar. Ambas le
debemos nuestras vidas. Sé que lo hago y no hay ninguna
manera de que pueda pagarle.

—Oh, no lo sé. —Vi le sonrió—. Estoy segura de que encontrarás


una manera.

—¡Vi!

—Me refería a un buen lote de galletas caseras, pervertida. —


Pero el travieso brillo de sus ojos decía lo contrario y Juliette se
reía.

Juliette se puso seria y miró a su hermana. —Esto es


agradable —dijo—. ¿Por qué nunca hemos hecho esto antes?

—¿Te refieres a la unión entre hermanas? —Vi se burló—. Oh,


probablemente porque mamá se enfermó y yo me quedé sola
para cuidarla mientras tú y papá seguían viviendo sus vidas
como si nada pasara. Luego, ella murió y papá se arrojó a una
botella y luego frente a una bala y como que te olvidaste de que
yo existía.

Todo el humor se desvaneció. —¿Qué? ¡Eso no es cierto! Todo lo


que hice fue por nosotras y ¿qué quieres decir con que tenías
que cuidar de mamá?

Vi se dio la vuelta y se movió para dejarse caer en su cama. —


Es como dije, mamá se enfermó y te fuiste con tus amigos y papá
dejó de venir a casa. Al menos los primeros años. Luego papá
empezó a apostar y mamá se enfermó más y tú empezaste a
quedarte más en casa. Cuando por fin estuvo en paz, no pudiste
alejarte lo suficiente de mí. Pero está bien. Estuve muy enfadada
por mucho tiempo, por haber sido abandonada y todo eso, pero
lo resolví.

No sabía qué parte de todo eso la molestaba más, el tono plano


y sin emociones o el peso detrás de lo que le decía.

Vi tenía cinco años cuando su madre se enfermó. Los primeros


años, su madre había estado lo suficientemente bien como para
seguir con lo que fuera que hicieran las madres. No fue hasta el
tercer año que el cáncer se volvió demasiado fuerte para que la
quimioterapia pudiera combatirlo. Para entonces, ya les habían
dicho que la perderían y no había nada que nadie pudiera hacer.
Juliette recordó la necesidad de alejarse, lejos de tener que ver a
la persona que amaba morir lentamente ante sus ojos. Se había
entregado a Stan y sus amigos y había dejado que la ayudaran
a no pensar en el sombrío futuro que tenía por delante. Fueron
las llamadas del contestador, las del banco y las agencias de
cobro y la escuela las que hicieron que Juliette empezara a ver
que no podía seguir escapando. Que Vi y su madre la
necesitaban.

—¿Por qué nunca me lo dijiste?

Vi se encogió de hombros. —No pensé que importara. Me


odiabas.

—Yo nunca... —Se calló, porque por mucho que amara a su


hermana, también la había odiado siempre. Desde el momento
en que Vi fue traída a casa, Juliette nunca la quiso. —Vi...

—Está bien. Ya no estoy enojada.


Juliette frunció el ceño. —¿Por qué? Era una hermana horrible.

—Phil. —Había una suavidad en su tono cuando pronunció su


nombre que hormigueó a lo largo del cuello de Juliette—. Me
ayudó a darme cuenta de algunas cosas.

Juliette parpadeó. —¿Phil? —Señaló con el pulgar por encima


del hombro hacia la puerta—. ¿Phil-Phil?

—Sí, Phil-Phil. Ha sido muy bueno conmigo los últimos meses.

—Vi...
Algo en la voz de Juliette debió delatar lo preocupada que estaba,
porque Vi levantó la cabeza de un tirón. Sus ojos se abrieron y
luego se entrecerraron con disgusto.

—¡No seas asquerosa! Tiene edad suficiente para ser mi padre,


por el amor de Dios. Es agradable tener uno de esos otra vez,
uno que no te ignore o te grite por despertarlo cuando tiene
resaca.

Sintiéndose culpable, Juliette se movió. —Lo siento. Es que...


siento que no te conozco y este nuevo tú es tan diferente al que
estoy acostumbrada.

Vi resopló. —Eso también lo está haciendo Phil. Me hizo ver que


estar enojada con el mundo no va a traer a mi familia de regreso.
La única persona a la que hago daño es a mí misma.

—Vaya —murmuró Juliette, odiando el amargo sabor de los


celos que realmente asomaron su cabeza—. Phil y tú hablan
mucho, ¿eh?

Vi se encogió de hombros. —Un poco. Paso el noventa por ciento


de mi tiempo con él. Odié eso al principio. Siempre estaba ahí,
¿sabes? Acechando en las sombras, observando cada uno de mis
movimientos. Pero me empezó a caer bien. Ahora es el único
amigo que tengo.

Eso dolió.

Si bien no se dijo con malicia, se incrustó en Juliette como una


daga. Nunca se le había ocurrido que Vi se sentiría sola y
abandonada. Siempre había tenido un ejército de amigos
siguiéndola como cachorros leales. Ella tenía una vida. ¿Cómo
podía ella sentirse indeseada?

—Pero el vínculo fraternal no es la razón por la que te traje aquí.


—Vi saltó de la cama y se levantó—. Voy a ayudarte a salir.
Juliette tardó un momento en cambiar de tema en la
conversación.

—¿Qué?
Vi se acercó rápidamente a la ventana de la habitación y tiró de
la palanca. La ventana se movió hacia adentro sin hacer ruido.
Alguien, posiblemente Vi, había rociado las bisagras con WD-
408, porque todo lo demás en la casa chirriaba como espíritus
siendo torturados. Metiendo la mano, agarró la ventana y tiró.
Los cerrojos cedieron sin problemas y la ventana se salió del
marco, dejando un limpio y cuadrado agujero en la pared. Vi
bajó la ventana y se volvió hacia Juliette.

—Hay una cornisa justo al otro lado —dijo con una voz rápida y
silenciosa—. Apoya tu peso allí y gira tu cintura lo suficiente
para agarrar la rama del árbol. Desde allí, tienes que arrastrarte
y bajar, pero cuidado con el fondo, hay una raíz que se eleva del

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8
suelo y mi pie queda atrapado casi todo el tiempo. Pero una vez
que estés en el suelo, gira a la izquierda y entra en el patio
trasero de Ricor. Su luz trasera no funciona.

Honestamente, Juliette no tenía idea de qué decir o cómo


reaccionar. Una parte de ella estaba horrorizada de que su
hermana fuera tan apta para escapar de su dormitorio. Otra
parte estaba impresionada por el ingenio y la inteligencia que
había detrás. Pero una parte mucho más grande estaba
emocionada.

—¿Cuánto tiempo has?

—Desde como el quinto grado. —Vi sonrió con suficiencia—. No


pensaste honestamente que estaba aquí arriba haciendo los
deberes, ¿verdad?

Sí, más o menos lo hacía. Ahora se sentía muy estúpida.

—No puedo creer...

—¿Vas a ir o qué? Van a venir aquí y comprobarte pronto y


perderás tu oportunidad.

Pensando rápido, Juliette corrió hacia la ventana. Apoyó las


manos en el borde y miró hacia la oscuridad de abajo. El suelo
se había convertido en un enorme vacío negro que amenazaba
con absorberla. Pero ella no pensó en eso. Levantó una pierna y
luego la otra y buscó la cornisa que Vi había mencionado. No
hubo nada más que aire durante varios segundos y luego su
talón lo atrapó. Giró su cuerpo, las manos en el alféizar de la
ventana y metió los dedos de los pies en el borde.

—¡Lo estás haciendo muy bien! —Vi animó en un silbido bajo.


Con el corazón palpitante y las manos sudorosas, Juliette estiró
su cuerpo lo suficiente para girar y agarrar la gruesa rama que
descansaba en el techo. Se preguntaba si era algo que la
naturaleza había hecho, o algo que Vi había hecho. Decidió que
ahora no era el momento de pensar en eso.

Con cautela, levantó un pie y lo estiró hasta la gruesa rama a un


metro de distancia. Su estómago dio un salto mortal y se
preguntó cómo diablos Vi hacía esto todas las noches con
tacones. Con la respiración contenida, dio un buen empujón y
se impulsó a sí misma hacia la rama. La cosa crujió y se
tambaleó bajo su peso y necesitó toda su fuerza de voluntad para
no chillar.

Vi sacó la cabeza por la abertura en la pared. —¡Cuidado con la


raíz! —Le recordó.

Juliette se atrevió a asentir rápidamente y comenzó su lenta


escalada hacia abajo. En realidad, no dejó escapar el aliento
hasta que su pie tocó fondo. Sólo entonces se dobló y resopló. El
aire fresco de la noche la envolvió, rasgando su ropa y lamiendo
el sudor que empapaba su piel. Trató de no prestarle atención
mientras corría por el patio hacia la cerca baja de madera que
los Ricor habían levantado hace unos años cuando consiguieron
su Pomeranian Muffy. Trepó rápidamente y subió por el costado
de la casa hasta el camino de entrada.

Desde allí, ella sólo corrió.


Recibir un disparo tenía un tipo de dolor único que la mayoría
de las otras lesiones no tenían. Había una quemadura inicial
cuando el metal caliente atravesaba la carne. Luego el
entumecimiento temporal donde el cerebro no se había puesto
al día con lo que pasó. Por último, estaba el aguijón paralizante
de una nueva quemadura y la furiosa pulsación de ser
apuñalado. Probablemente por eso la mayoría de los criminales
preferían las armas a los cuchillos.

A Killian ya le habían disparado antes, así que la sensación era


familiar, pero nunca se sintió mejor. Aun así, dolía como el
infierno. Pero por lo menos la bala había atravesado. Sacar
fragmentos era un proceso totalmente distinto en el que no
quería pensar.

—¿Señor? —Frank entró en la habitación de Killian, con un


teléfono en una mano y una toalla empapada de sangre en la
otra, presionaba la herida de cuchillo en su hombro—. El equipo
de limpieza estará aquí en una hora para recoger los cuerpos.

Killian asintió. Bajó una pierna de la cama. Luego la otra. Su


cuerpo gritó en protesta. Su piel parecía estar en llamas
alrededor del agujero que Frank había cosido, que parecía haber
cabreado la herida. Vibraba con una especie de júbilo malicioso
que se arrastró por el resto de él para antagonizar el colorido
arco iris que se esparcía por su torso.
Dios, quería vomitar.

—Señor, tal vez debería quedarse en la cama. —Aconsejó Frank.

Killian negó con la cabeza. —Necesito revisar a los


hombres. —Se puso de pie de manera inestable y sintió que la
habitación se inclinaba. Cerró los ojos con fuerza mientras se
orientaba—. ¿Cuántos perdimos?

Escuchó a Frank exhalar fuertemente. —Cinco.

Killian abrió los ojos, su ira hirviendo hasta la cúspide de su


control. —¿Smith?

—Muerto, señor. Al igual que sus hombres. Señor, tal vez


debería quedarse…

—¡Estoy bien!
Su gruñido fue como un puñetazo en el estómago. Tiró de los
puntos debajo de la simple venda y Killian se dobló. Las manos
carnosas de Frank estaban ahí, agarrándolo y arrastrándolo de
regreso a la cama.

—No está lo suficientemente bien para ir a ninguna parte —dijo


Frank de plano—. Me ocuparé de los hombres.

—No, son mis hombres. —Pero no intentó levantarse de nuevo,


toda su energía se había vaporizado—. Me ocuparé de ellos yo
mismo.

—Entonces quizás por la mañana. —Sugirió Frank.

Killian comenzó a negar con la cabeza. —No, necesito hacerlo


ahora.
Frank se puso rígido. Se echó hacia atrás con una mano yendo
a la punta de plástico en su oído. No dijo nada mientras
escuchaba.

—¿Qué? —Killian luchó por levantarse, pero Frank lo


sujetó—. ¡Frank!

Frank bajó la mano. Sus ojos oscuros se encontraron con los de


Killian.

—Es la Srta. Romero, señor.


El mundo entero de Killian se inclinó esta vez. Sintió el mismo
aire parpadear entre negro y rojo. La sangre rugió caliente entre
sus oídos, ensordeciéndolo a todo menos a la locura que podía
sentir atravesándolo.

—No... —Empujó al otro hombre hacia atrás con fuerzas que no


debería poseer considerando que apenas podía mantener los
ojos abiertos—. ¿Dónde está ella? ¿Dónde está Juliette?

—¡Señor!
Pero Killian ya estaba de pie, su dolor entumecido por el terror
cegador que lo golpeaba mientras se tambaleaba hacia la puerta.

Por favor, Dios, por favor no dejes que esté muerta, rezó una y
otra vez a través de la espesa bruma que nublaba sus
pensamientos. El corredor que había recorrido un millón de
veces flotaba y se balanceaba en una especie de juego enfermizo
que le retorcía las entrañas. Trató de cerrar los ojos y que todo
estuviera bien, pero eso solo amplificó las manchas grises que
se tejían alrededor de las esquinas de su visión. Su corazón
palpitaba en un ritmo salvaje y frenético de tambores de guerra.
Cada latido resonaba a través de sus propios huesos. Pero no
importaba. No el dolor. Ni las olas de calor que se arrastraban
por su piel. Ni la posibilidad de rasgar sus puntos. Nada de eso,
excepto encontrar a Juliette. Necesitaba encontrarla. Necesitaba
asegurarse de que estaba bien. El resto no era importante si la
había perdido.

—¡Killian!
Su voz resonaba en los vacíos de su subconsciente, sonando
pequeña y lejana. Trató de parpadear, pero eso sólo hizo que
todo fuera más borroso.

—Juliette...
Algo cedió. Tal vez fueran sus piernas o todo su cuerpo, pero
todo dio vueltas y luego el suelo desapareció debajo de él. No
hubo nada más que una extraña sensación de estar flotando
durante varios segundos, minutos u horas antes de que golpeara
el suelo con un ruido sordo.

—¡Killian!

Una sombra se interpuso en el camino de las luces del techo,


protegiéndolo de su nitidez. Manos suaves y frías acunaban sus
mejillas calientes, barrían su cabello húmedo mientras una voz
rota decía su nombre una y otra vez. Las gotas de lluvia
golpearon su piel, cada una de las cuales le escocía como ácido
al contacto. Intentó levantar una mano o hablar, pero le dolía
incluso respirar. En cambio, todo lo que pudo hacer fue cerrar
los ojos y entregarse a la insensible nada del otro lado. Los ojos
del dulce color del caramelo fueron las últimas cosas que vio
antes de que todo se volviera negro.
El tiempo era algo curioso cuando uno tenía fiebre. Todo era un
lío confuso y atontado entre el sueño y la realidad. Durante la
mayor parte de los tres días, Killian no tenía idea de cuál era
cuál. Todo era un borrón nauseabundo de voces y colores. Pero
lo que todos compartían, la presencia singular y sólida siempre
era Juliette. Ella parecía estar en cada fragmento de memoria.
Su voz era lo que lo hacía volver a la conciencia. Al menos, lo
que se sentía como conciencia; fue el que vino equipado con el
dolor cegador.

Al cuarto día, algo de eso se había vuelto un zumbido casi


soportable. El agujero aún irradiaba su propio calor y se sentía
como si estuviera vibrando con su propia marca única de agonía,
pero el resto de él estaba menos adolorido. Lo sabía porque
alguien seguía preocupándose por él, persuadiéndolo de comer
y tomar agua.

No fue hasta casi una semana después que finalmente abrió los
ojos. La habitación estaba oscura, excepto por la lámpara junto
a la cama. Debajo de ella, el despertador marcaba las tres de la
mañana. Pero fue la figura acurrucada en la silla lo que llamó
su atención.

Juliette.

No estaba herida. Estaba allí, sentada en una posición


incómoda, pero viva. A menos que fuera un producto de su
imaginación febril, algo que su mente enferma había conjurado
para ayudarle a aceptar. No es que existiera tal cosa. No había
paz ni aceptación de esa pérdida. La maldita chica se había
metido tan profundamente bajo su piel que ni siquiera podía
procesar nada diferente.

La estudió con los finos susurros de la luz que se derramaban a


través del desordenado mechón de cabello confinado en la parte
superior de su cabeza. Se deslizaba a lo largo de la curva
sonrojada de su mejilla, la que no se apoya en sus brazos
cruzados. Llevaba mallas blancas bajo un top blanco y suelto.
Sus pies estaban descalzos, exponiendo sus delicados dedos
pintados de un violeta claro. Sus rodillas estaban levantadas
para sostener sus brazos y tenía la cabeza inclinada hacia un
lado. Era una maravilla cómo era capaz de dormir de esa
manera. Él ya habría caído de bruces al suelo. Pero también le
hizo preguntarse cuánto tiempo había estado allí. ¿Realmente se
había sentado allí toda la semana, esperando a que él se
despertara? Ese pensamiento hizo que le doliera el pecho, una
especie de dolor que no tenía nada que ver con ser golpeado por
seis tipos o con un disparo.

Maldita sea, Juliette. ¿Qué estás haciendo?

Respirando hondo, la llamó por su nombre. Suavemente al


principio. Luego más fuerte cuando no se movió de inmediato.
Se despertó con un sobresalto. Una pierna se deslizó por debajo
de ella y se tambaleó hacia delante, apenas se agarró a la
esquina de la mesa. Sus grandes ojos saltaron por la habitación
antes de fijarse en él.

—¡Killian! —Se levantó de la silla y se posó en el borde del


colchón, junto a su cadera. Sus manos fueron a su cara. Una se
apoyó en su mejilla. La otra se dirigió a su frente—. ¿Cómo
estás? ¿Cómo te sientes?
Él la miró fijamente, con la preocupación arrugando sus cejas y
el miedo oscureciendo sus ojos. Su rostro estaba tenso y
demacrado y tenía el aspecto de no haber dormido lo suficiente.

—¿Qué estás haciendo? —Se oyó preguntar.


La pregunta pareció confundirla antes de que se diera cuenta de
algo. Ella se enderezó y se llevó las manos consigo. Sintió su
pérdida de inmediato.

—No podía dejarte —dijo en voz baja—. No cuando te habían


golpeado y.… y disparado. Sé que no puedo preocuparme por ti,
pero maldita sea, Killian, ¡te dispararon! —Ella dejó de hablar
cuando su voz se quebró.

—Me refería a qué haces en esa silla —murmuró.


Su cabeza se levantó bruscamente. La luz de la lámpara captó
la humedad de sus ojos y la vista de sus lágrimas lo golpeó como
un puño.

—Me dijiste que no me quedara a pasar la noche —susurró—.


No es quedarse la noche si no duermo en una cama.

Su lógica era ridícula, pero era una lanza afilada en sus entrañas
y se preguntó de cuántas maneras diferentes podría ella
destrozarle las entrañas sin mover un dedo.

—Jesús, Juliette. —Tiró de la esquina de las sábanas—. Ven a


la cama.

Ella pareció retroceder un poco. —Tal vez debería buscar a


Frank...

—¡Cama! —dijo más alto—. Sube.


La vacilación todavía tensaba sus hombros, pero se deslizó con
cuidado sobre él y se subió al espacio vacío del otro lado. Él la
cubrió con las sábanas.

—Ven aquí.

—Pero estás herido.

—¡Maldita sea, mujer!


Ella se movió hacia su costado, el que estaba lejos de sus heridas
y cuidadosamente pasó un brazo por sus costillas. Su cabeza se
apoyó en su hombro.

Killian cerró los ojos mientras su dulce aroma lo invadía,


mientras su peso y calor familiar se asentaban a su lado. Verla
cuando se despertó fue una cosa, pero sentirla, abrazarla y saber
que no era su imaginación fue una realidad que lo sacudió hasta
la médula.

—Pensé que te había pasado algo —murmuró en la parte


superior de su cabeza—. No creo que nunca haya estado tan
asustado.

—¿Tú asustado? —dijo ella—. Entré y tú... estabas cubierto de


sangre y tan blanco. Entonces... —Su voz se quebró. La mano
en su pecho se cerró en un puño tembloroso—. Estaba tan
segura...

Lágrimas calientes y húmedas quemaron su piel donde estaba


su mejilla. Contra la palma de su mano, su espalda se
estremeció con sus silenciosos sollozos y su corazón se rompió.

—Juliette...

—Lo sé. Lo siento. Estoy tratando de parar.


Tomo un poco de esfuerzo rodearla con ambos brazos y no girar
sobre su costado. El movimiento ya estaba tirando de la costura
en su costado, pero lo ignoró mientras la aplastaba contra él.

—Ah, querido cordero. —Besó la coronilla de su cabeza—. ¿Qué


voy a hacer contigo?

Juliette se había ido cuando Killian se despertó de nuevo. La


habitación estaba empapada de un sol brillante y cálido que
lastimaba los ojos y las sábanas estaban bien colocadas
alrededor de su cintura, pero el lugar junto a él estaba fresco y
vacío. Verlo le molestó mucho más de lo que probablemente
debería. Ella había estado saliendo silenciosamente de su cama
durante meses mientras él dormía y, aunque él se aseguraba a
sí mismo que era lo que se suponía que debía hacer, todavía
sentía una punzada cada vez que la alcanzaba y sus dedos se
cerraban en el aire.

Con cuidado, tiró las sábanas hacia atrás y bajó los pies sobre
la suave alfombra. Sus músculos solo dolieron levemente con el
movimiento, lo que tomó como una buena señal. Caminó hasta
el baño y cerró la puerta detrás de él.

No se veía ni la mitad de mal de lo que se sentía, notó mientras


inspeccionaba sus heridas en la pared del espejo junto a la
ducha. Aparte de las semanas de barba que le picaban la cara,
el caleidoscopio de colores en varios tonos de púrpura, negro,
verde, amarillo y azul se había desvanecido en su mayor parte.
Las costillas y la espalda se habían llevado lo peor, posiblemente
por las patadas. Tenía algunas manchas a lo largo de los muslos,
los brazos y el estómago, pero todas se curarían eventualmente.
Incluso la herida de bala, que era un lío en carne viva y doloroso
de puntos y carne.

Killian exhaló lentamente, su mejor intento de disminuir la furia


hirviente que podía sentir retorciéndose como cobras en lo
profundo del lugar muy oscuro dentro de él. Sin embargo, la ira
no tenía nada que ver con el hecho de que le dispararan, fue el
descaro de Smith y su patético grupo de imbéciles que pensaron
que podían entrar en su casa y atacarlo. ¿Honestamente había
pensado que ganaría?

Desechando los pantalones de la pijama que alguien,


posiblemente Frank, le había puesto, entró en la ducha grande
y cerró la puerta de vidrio detrás de él. Había seis diferentes
rociadores colocados alrededor del cubo de ocho por cinco, pero
sólo usó uno, el del masaje de presión. Los chorros duros lo
golpearon en todos los lugares correctos, suavizando los
músculos doloridos mientras frotaba furiosamente el resto de él.

Media hora después, se duchó, se afeitó y se vistió una vez más.


Su costado seguía doliendo, pero se puso una venda nueva y se
fue.

Frank lo recibió al final del pasillo. Juliette debió decirle que


Killian estaba despierto, porque no parecía sorprendido de ver a
su empleador en pie.

—Hay algunos asuntos que requieren…

—¿Dónde está Juliette?


Frank siguió sus pasos fácilmente a su lado mientras se dirigían
a la oficina.

—La Srta. Romero salió a trabajar. Se fue temprano esta


mañana, pero volverá más tarde esta noche.

—¿Cómo llegó ella aquí? ¿Quién la trajo sin mis órdenes


directas?

Llegó a su oficina y se dirigió directamente a su escritorio.

Frank vaciló junto a la puerta. —Llegó por su cuenta, señor. Al


parecer, trepó por la ventana de un dormitorio.

Killian se detuvo y giró. —¿Qué?

Frank enderezó los hombros y juntó las manos frente a él. —El
equipo había asegurado la casa. La señorita Romero solicitó
hablar con usted, pero nuestra comunicación aún no
funcionaba y ella tomó el asunto en sus propias manos ... señor.

Killian dejó caer su cara en su mano y sacudió lentamente su


cabeza. —Esa mujer será mi fin —se dijo a sí mismo.

—¿Qué quiere que haga, señor?

—Despídelos. —Bajó la mano—. Si no pueden vigilar a una sola


mujer siendo dos, no me sirven.

Frank parpadeó. —¿Señor?

—Tráiganmelos. —Decidió en su lugar—. Quiero escuchar lo


que pasó de ellos.

—Sí, señor.
Killian se apoyó contra el costado de su escritorio mientras toda
la fuerza de sus miembros se desintegró, dejándolo
anormalmente exhausto y débil. Pero se mantuvo firme cuando
volvió a hablar.

—Los hombres que perdimos, ¿se ha contactado con las


familias?

Frank asintió con la cabeza. —Sí, señor. Los funerales han sido
arreglados.

—Asegúrate de que las familias estén atendidas y tráeme sus


números. Me gustaría hablar con ellos personalmente.

—Sí, señor.
Obligándose a levantarse, Killian se movió a su silla y se sentó
en ella. —Esto no puede quedar sin resolverse, Frank. No solo
por mis hombres, sino porque esta es mi casa. ¡Vinieron a mi
casa! —Sacudió la cabeza—. No, esto necesita ser manejado.

—Sí, señor. —Frank se adentró en la habitación, con el teléfono


en la mano—. ¿Qué le gustaría hacer?

—Tráeme a John y Tyson primero. —Instruyó—. Dile a Jake y


Melton que se queden con Juliette. Luego prepara una reunión
con Kinch.

Frank inclinó su cabeza, sus dedos ya se movían sobre las teclas


de su teléfono. Finalmente, se enderezó y levantó la cabeza.

—¿Algo más, señor?


Miró fijamente a la parte superior de su escritorio. El equipo de
limpieza subterránea había limpiado el lugar de cuerpos y
sangre. Ni siquiera parecía que alguien hubiera recibido un
disparo, ni mucho menos que hubiera muerto en medio de su
oficina.

El conocimiento de que él era responsable de la muerte de otra


persona nunca le sentó bien. No era un psicópata. Pero tampoco
había ningún remordimiento. Smith murió a manos de su propia
estupidez y eso fue culpa suya; aunque la culpa no fue
enteramente de Smith, si Killian era honesto consigo mismo. Él
tenía la misma culpa.

Su primer error fue reunirse con hombres que no conocía en su


propia casa. Pero como Killian no tenía oficina y no quería dejar
la montaña de papeleo, pensó que mataría dos pájaros de un
tiro. Su segundo error fue darle la espalda.

Dan Smith, como se había presentado a sí mismo, era un


jugador semi conocido con mucho dinero. Como propietario de
varias de las áreas de juego más conocidas y de alta gama de las
ciudades, Killian solo había oído hablar del hombre de pasada.
Por su breve conversación telefónica el día anterior, Killian había
tenido la impresión de que Smith estaba preocupado por uno de
los rings de pelea de Killian. Había accedido a reunirse con el
hombre para discutirlo. En ningún momento se había imaginado
que Smith llegaría con seis hombres fuertemente armados y la
cabeza llena de vapor.

Había entrado en la oficina de Killian tres horas antes de su


reunión programada. Era una señal de control que Killian
reconocía y apreciaba tanto como recibir una patada en la
entrepierna. Pero lo había tolerado, incluso le había ofrecido al
hombre un asiento y una bebida, ambos que fueron rechazados.

Smith le había recordado a Killian a un viejo magnate del


petróleo. Se había presentado ante Killian con sus botas de
vaquero, su camiseta a cuadros y su sombrero que se ajustaba
a su barriga de diez galones. Incluso tenía un bigote grueso del
mismo color gris acero que su peinado hacia atrás. Había mirado
fijamente a través de los tres metros hasta donde Killian estaba
esperando pacientemente.

—Sr. McClary. —Había arrastrado las palabras


perezosamente—. Permítame decir que es un honor para mí. Soy
un gran patrocinador de sus muchos establecimientos.

Killian había inclinado su cabeza educadamente. —Gracias.


Dijiste por teléfono que este asunto era urgente.

—Sí, por supuesto. —Había cambiado su peso como si sus botas


le estuvieran lastimando los pies—. Estaba frecuentando su
torneo Man O Steel la noche anterior. Es uno de mis
favoritos. —Le había ofrecido a Killian una sonrisa como si
compartieran una broma secreta—. No hay nada como dos
hombres peleando para que la sangre bombee.

Killian le había ofrecido una media sonrisa.

Smith había continuado, imperturbable. —Ahora, como dije, soy


un habitual en la mayoría de sus clubes. Estuve en la arena dos
veces más la semana pasada y me di cuenta de que Nick
Jameson, su nuevo boxeador, no ha perdido ni una vez desde
que empezó, lo cual me parece muy extraño considerando que
está tan novato y su técnica es deplorable. Sin embargo, ha
ganado tres noches enteras seguidas. Simplemente no me
cuadra.

Killian había intentado no mirar ese enorme cubo en la cabeza


del hombre. —Si está insinuando que mi luchador de alguna
manera hizo trampa, Sr. Smith.
—¡No! No, no, por supuesto que no. Nunca lo haría, pero creo
que es algo que vale la pena investigar.

Si eso era todo lo que el hombre había venido a decir, Killian no


estaba muy impresionado. Su mirada se había desviado a los
otros cinco que estaban detrás de Smith y se había preguntado
cuál era su propósito. Nadie iba a ningún lugar tan vigilado a
menos que fuera la reina.

—Muy bien, Sr. Smith. —Había vuelto su atención a la figura de


enfrente—. Voy a investigar el asunto. Gracias por hacérmelo
saber.

Smith había movido su enorme cabeza. —Desde luego, pero hay


otro asunto que deseo discutir.

Killian había esperado, su paciencia disminuyendo.

—La cuestión es la cantidad que he perdido. No creo que sea


justo cuando la Casa claramente tenía la ventaja.

La Casa siempre tiene la ventaja, Killian quería decírselo, pero


estaba demasiado ocupado escudriñando al hombre que lo
observaba con esos pequeños ojos suyos.

—Creo que no lo entiendo. —Killian miró fijamente al


hombre—. ¿Me estás pidiendo que devuelva el dinero que
perdiste apostando al luchador equivocado? Ciertamente ese no
es el caso, ¿verdad, Sr. Smith? Como alguien que admite
frecuentar mis rings de juego regularmente, espero que entienda
las reglas de los juegos que está jugando. No hay reembolsos.

Sus ojos del frío quebradizo del invierno habían mirado a Killian,
todo buen humor desaparecido. Los hombres detrás de él se
habían movido, pero permanecieron en su lugar.
—Es sólo como los deportistas, Sr. McClary. —Había dicho
Smith de una manera que decía muy claramente que el asunto
no era una broma elaborada.

—Tengo curiosidad. —Killian se había acercado varios pasos


más, sus zancadas eran parejas y no amenazantes—. ¿Tiene el
hábito de irrumpir en las casas de la gente, tres horas antes de
su cita, para llorar por haber tomado malas decisiones? Espero
que no, porque si es así, me sentiría inclinado a prohibirle la
entrada a mi casa. Es una mala forma de apostar en los juegos
sabiendo que las probabilidades pueden ir en cualquier
dirección y luego quejarse cuando pierdes. Estoy casi seguro de
que no estaríamos teniendo esta conversación si hubieras
ganado. Dicho esto, hablaré con mi gerente de juegos y él
investigará el asunto. Si mi boxeador tiene la culpa, como usted
dice, me encargaré de él. En cuanto a la devolución de su
pérdida, no. Por eso se llama juego.

La sangre había brotado debajo de los pastosos pliegues de piel


del rostro cuadrado de Smith. Le había recordado a Killian un
tomate andante con atuendo de vaquero.

—Está cometiendo un grave error, Sr. McClary. —La boca de


Smith apenas se había movido bajo la espesa capa de cabello
sobre su labio.

—El asunto está cerrado, Sr. Smith. —Había dicho Killian,


poniendo una finalidad absoluta en las palabras—. Tal vez sea
mejor que pruebe su mano en las mesas.

El segundo error de Killian ese día fue darle la espalda para


volver a su escritorio. En las conversaciones normales de
negocios eso normalmente significa que la reunión había
terminado y la otra parte debía irse.
El antebrazo había aparecido de la nada y se cerró con una
fuerza imposible en la yugular de Killian. La presión había
empujado a su tráquea, bloqueando sus vías respiratorias y
haciendo que su corazón se intensificara para compensar la
repentina pérdida de oxígeno. Un pecho duro le había empujado
a la espalda, manteniéndolo prisionero mientras la puerta de su
oficina se cerraba con un clic silencioso.

De fondo, escuchó el estallido de los disparos, el grito de sus


hombres. Luego, el estruendo del peso golpeando las puertas de
su oficina; Frank no habría tardado mucho en entrar, pero
Killian no tenía los minutos.

—Creo que deberíamos renegociar, Sr. McClary. —Había dicho


Smith—. Verá, no soy un hombre acostumbrado a la palabra no
y definitivamente no me gusta oírla en lo que respecta a mi
dinero. Así que, de un hombre de negocios a otro, me gustaría
que pensara muy bien su respuesta.

La respuesta de Killian había sido el golpe de cabeza en la


barbilla de su captor. El antebrazo se había levantado lo
suficiente para que él se inclinara hacia adelante, tirara del
brazo hacia atrás y hundiera el codo en las costillas del otro
hombre. Agarró la muñeca conectada al brazo que lo sujetaba,
la retorció, se agachó y la tiró con suficiente impulso para
escuchar el golpe del hombro.

El otro hombre había caído con un aullido. Killian lo terminó con


una rodilla en la cara que le destrozó la nariz y lo envió por el
suelo antes de rodear a los cinco que lo miraban boquiabiertos.

—Mi respuesta sigue siendo no. —Había jadeado, apartándose


mechones de cabello de la frente—. Ahora, lárgate de mi casa.
Un segundo hombre había volado hacia adelante, con las manos
extendidas como si quisiera envolverlas alrededor de la garganta
de Killian. Killian lo esquivó, se agachó y se colocó bajo los
brazos extendidos del hombre. Metió cinco dedos apretados en
su costado, se agachó de nuevo, se levantó, agarró un brazo y lo
retorció hasta que se oyó un crujido.

Algo había golpeado a Killian por detrás, lo suficientemente


fuerte como para ponerlo de rodillas. Una bota se había plantado
en sus costillas y había caído. Desde allí, no se podía volver a
levantar. Eran cuatro contra uno. Lo más que podía hacer era
acurrucarse y cubrirse la cabeza mientras los golpes le llovían
con una vehemencia que le hacía ver las estrellas. Manchas
grises parpadeaban en su visión y sabía que no le quedaba
mucho tiempo.

—Quiero mi dinero, Sr. McClary. —Había dicho Smith mientras


avanzaba.

—¡Vete a la mierda! —Killian había escupido antes de que un


pie lo golpeara en la columna.

Smith se había agachado. Sus rodillas gordas aparecieron


cuando se inclinó al nivel de los ojos con Killian. Un dedo
regordete había levantado el sombrero sobre su frente.

—Ahora, Sr. McClary, no seamos irrazonables. Deme lo que


quiero y no tendremos más problemas. —Se detuvo un momento
antes de agregar—. Quizá deba encontrar a esa linda putita que
tenía aquí con usted. Tal vez ella tiene mi dinero.

Furia, cegadora, destellante, rojo sangre rugió a la vida a través


de cada vena. Salpicó a través de su visión como materia
cerebral explotando a través de una pared. Sintió que el rocío lo
abrasaba con una rabia cruda que no conocía límites.
Se lanzó con un rugido que silenció momentáneamente todo lo
demás. Los hombres dieron un salto hacia atrás sorprendidos y
fue todo lo que necesitó para cerrar ambas manos alrededor de
la pálida garganta de Smith. El impulso del peso de Killian lanzó
a Smith hacia atrás, llevándose a Killian con él. Aterrizaron en
un montón con Killian golpeando su rodilla en el pecho del
hombre.

Todo el dolor se había desvanecido inexplicablemente en el


tiempo que le llevó darse cuenta de que el bastardo amenazaba
a Juliette. Ondas carmesíes habían surgido sobre la habitación,
pintándola como un violento borrón que vibraba con su rabia.

Bajo la palma de su mano, el pulso de Smith había saltado,


reflejando el terror en sus ojos muy abiertos. Su boca se había
agitado, soltando una serie de chillidos y graznidos que no
significaban nada. El tacón de sus botas de vaquero se había
agrietado en el mármol con sus golpes, pero no iba a ninguna
parte.

Killian había clavado sus pulgares en los tejidos blandos del


cuello flácido del hombre, aplastando los conductos y
serpenteando bajo la punta afilada de la manzana de Adán de
Smith.

—¡Nunca la tocarás! —Killian había gruñido.


A causa del shock, los hombres se lanzaron a la acción. Zapatos
duros y puntiagudos habían perforado sus costados, su espalda,
sus piernas, pero su agarre nunca se aflojó. Smith se había
retorcido debajo de él, un gusano indefenso en el extremo de un
gancho. Sus manos se habían agarrado a las muñecas, brazos y
hombros de Killian, pero Killian no se soltaba por nada, ni
siquiera cuando Smith se había puesto de un espantoso tono
púrpura.

Su paliza había disminuido. Killian sabía que Smith tenía unos


minutos más antes de que no hubiera vuelta atrás y aun así...
si lo dejaba ir y Smith vivía, Juliette estaría en peligro. Smith iría
tras ella y Killian no podía permitirlo.

Sobre su hombro, tenía un vago recuerdo de un percutor siendo


tirado hacia atrás. El sonido del metal en las manos de alguien
inestable le había crujido en el oído. El hedor de la pólvora había
llenado sus sentidos, pero no era suficiente para hacer que
retrocediera.

Dos explosiones habían sacudido la habitación


simultáneamente. Solo una tuvo al metal atravesándolo. La
sangre se había derramado en una lluvia carmesí sobre la figura
inmóvil de Dan Smith, manchando su camisa a cuadros. Las
manos de Killian finalmente se habían desenredado. Su cuerpo
había derribado al otro hombre cuando más disparos sacudieron
las ventanas. Se había quedado allí, mirando al techo mientras
el calor se acumulaba debajo de él. Entonces, el rostro tranquilo
de Frank apareció sobre el suyo.

El resto fue un borrón de ser cosido, lo que probablemente fue


peor que recibir un disparo en primer lugar.

—¿Alguien por el que debamos preocuparnos que lo busque?

—Estoy investigando eso ahora, señor. Le mantendré informado.


¿Algo más?

—Sí. —Killian fijó su mirada en el otro hombre—. ¿Cuánto


tiempo estuvo Juliette aquí?
—Todo el tiempo, señor. Se tomó la semana libre para quedarse
con usted.

—¿No pensaste en ofrecerle una cama?

Frank visiblemente se erizó. —Lo hice, señor. Se negó. —Movió


sus enormes hombros—. Ella es muy terca, señor.

Una sonrisa apareció en la esquina de la boca de Killian. —Sí, lo


es. Es una de las cosas que la hacen irresistible.

Frank se enderezó. —Señor, ¿podría hablar libremente?

Esa fue la petición más extraña que Killian escuchó del hombre.
¿Desde cuándo se había censurado a sí mismo? Frank era la
conciencia de Killian. La única persona en la que Killian confiaba
para que le diera la verdad.

—Por supuesto —dijo, perplejo.

—Tal vez es hora de que consideres una fuente de empleo


diferente.

Una punzada de molestia surcó las cejas de Killian. —¿Y qué


sugieres? Sabes que nadie se aleja de esta vida.

—Sí, señor.
Pero había más. Killian podía verlo en la cara del hombre, en el
músculo a lo largo de su mandíbula cuadrada

—¿Qué, Frank?
Sus ojos oscuros se movieron justo sobre la cabeza de
Killian. —No estoy seguro de que sea mi lugar, señor.
Killian miró fijamente al hombre durante varios latidos, su
propia mente agitándose.

—¿Frank? ¿Cuánto tiempo llevas en esta familia?


La pregunta pareció sorprender al otro hombre. Parpadeó y
luego frunció el ceño mientras intentaba hacer las cuentas.

—Un tiempo, señor —dijo al fin.

—Desde que estaba en pañales —dijo Killian por él—. Eso es


muchísimo tiempo.

Frank asintió lentamente. —Sí, señor.

—Mi padre confiaba en ti y yo confío en ti, probablemente más


que en cualquiera.

—Gracias, señor.

Killian ignoró eso. —Así que creo que es seguro decir que puedes
decir cualquier cosa libremente y yo te escucharé.

Un músculo se flexionó en la robusta mandíbula de Frank,


recordándole a Killian a alguien que mastica acero. La tensión
corrió a lo largo de sus enormes hombros y se blanqueó con los
nudillos apretados alrededor del teléfono.

—Se trata de la Srta. Romero, señor.


Killian luchó por no ponerse rígido, como parecía hacerlo
involuntariamente cada vez que pronunciaba su nombre. —
¿Qué pasa con ella?

Frank respiró hondo expandiendo su enorme pecho antes de


fijar su mirada directamente en Killian.
—Estuve allí el día que tus padres se conocieron. —Una
suavidad se apoderó de las duras líneas que generalmente
abrazaban las puntas afiladas de sus rasgos—. Fue la primera
helada y su auto chocó contra la parte trasera del nuestro. Ella
se había sentido tan avergonzada, pero su padre se había reído
y dijo que la única forma en que la perdonaría era cenando con
él. Se casaron seis meses después.

Killian había escuchado la historia un millón de veces antes.


Había sido su favorita durante mucho tiempo, pero siempre
había cambiado dependiendo de quién lo contaba. Su padre
afirmó que lo había hecho a propósito para llamar su atención,
a lo que ella jadeaba de indignación y lo golpeaba. Su madre
solía decir que había estado ocupada buscando una calle y no
se había dado cuenta de que el auto se detuvo frente a ella. Era
interesante escucharlo de un tercero, incluso si no explicaba a
qué se refería el otro hombre.

—¿Qué estás diciendo, Frank?

—Que es raro encontrar a alguien que acepte las cosas que


hacemos, señor. Para tu padre, era tu madre. Ella sabía quién
era y lo que hacía y todavía lo amaba. Ese amor nunca se debilitó
en quince años. —Se detuvo, aparentemente preparándose para
lo que iba a decir a continuación—. Un hombre no puede vivir
solo para siempre y cuando llega una mujer que lo acepta, sus
defectos y demonios, tal vez es hora de que reevalúe su futuro.

—¿Matrimonio e hijos? —Killian supuso.

—Sí, señor.
La idea de estar con Juliette para siempre, de tener niñas con
los ojos de su madre, le golpeó en todos los lugares donde ella
ya había hecho mella en su pared de titanio. El impacto tenía
grietas que se astillaban en el costado, pero lo mantuvo unido.
Tuvo que hacerlo.

—Sabes porqué eso no puede suceder. Incluso si saliera, sabes


que nunca estás realmente fuera. Por el resto de mi vida y la de
ellos, tendría que mirar por encima de nuestros hombros,
siempre con el temor de perderlos si no tengo cuidado y cuando
me vaya, esta es la vida que les quedaría. Necesita morir
conmigo, Frank. Mis hijos nunca conocerán esta vida. Nunca
tendrán que pasar por lo que yo pase.

Frank no parecía listo para dejar pasar el asunto, pero inclinó la


cabeza. —Sí, señor. Lo entiendo. —El hombre más grande se
movió, claramente incómodo—. Tyson y John están aquí.

Killian se sentó con cautela. —Hazlos pasar.

Los despidió a los dos. No fue una decisión sencilla. Por un


momento, incluso había considerado dejarlo pasar esta vez, pero
la vida no funcionaba así, especialmente cuando su vigilancia
era la razón por la que los había contratado en primer lugar. No
importaba que Juliette fuera una mujer adulta. Eran
responsables de vigilarla, mantenerla a salvo, y habían
fracasado. Por su culpa, podría haber sido herida o algo peor, y
eso era inexcusable por muy leales que fueran. Necesitaba
hombres que pudieran hacer su trabajo. No es que eso fuera a
salvar a Juliette una vez que le pusiera las manos encima. Ella
no tenía ni idea de con qué se iba a tropezar y se había puesto
tontamente en un increíble peligro. Fue pura suerte que llegara
a los pocos minutos de haber terminado todo. Incluso una hora
antes y... Killian se puso rígido al pensar en Juliette en las garras
de Smith.

Endy Kinch había sido el director del negocio de juegos de Killian


durante más de ocho años. No tenía mucho para mirarle con sus
ojos marrones saltones y su cara aplastada, pero tenía cabeza
para los números y dirigía una casa feroz. Killian lo había
encontrado estafando a los turistas en el parque con la Tired
Ball9 bajo una taza de truco. Pero se había portado bien y había
ganado unos sólidos mil dólares a la semana. Era el tipo de
habilidad que Killian había estado buscando. Había contratado
a Kinch en el acto y ni una sola vez se había arrepentido.

Sin embargo, Killian permitió que el hombre se defendiera de las


acusaciones que Smith había hecho, aunque Killian no había
creído ni una palabra.

—Armó un escándalo y lo eché a patadas. —Kinch explicó


simplemente—. No hubo trampa. Revisé a todos los boxeadores
antes de que siguieran y revisé a Jameson como todos los demás.
Tengo video de vigilancia para probarlo. Es un buen boxeador,
un poco descuidado, pero decente.

—Quiero esas cintas —le dijo Killian—. Y será mejor que no


encuentre nada que no me guste en ellas, Kinch.

9
shell game (también conocido como tired balls, thimblerig, three shells and a pea, the old army game) se
presenta como un juego de apuestas , pero en realidad, cuando se hace una apuesta por dinero, casi
siempre es un truco de confianza que se utiliza para cometer fraude. . En la jerga de los trucos de confianza,
esta estafa se conoce como una estafa corta porque es rápida y fácil de realizar. [1] El juego de la cáscara
está relacionado con el truco de conjurar vasos y bolas , que se realiza únicamente con fines de
entretenimiento sin ningún elemento de juego pretendido.
Kinch inclinó su cabeza. —Responderé por mis luchadores,
señor. Y la forma en que dirijo mis juegos. Puede que no todos
sean legales, pero son jodidamente justos.

Killian le creyó. Era difícil no hacerlo cuando sólo había una


queja en ocho años.

No había nada más que el papeleo de una semana esperándolo


después de que Kinch se fuera. Una montaña que parecía
increíblemente alta. Afortunadamente, Frank se había ocupado
de la mayoría de los correos electrónicos y llamadas telefónicas
en ausencia de Killian o habría sido mucho peor.

Estaba empezando a agarra el ritmo familiar cuando llegó


Juliette. Su presencia lo desconcertó momentáneamente antes
de que se diera cuenta de que ya eran más de las siete y el
mundo exterior se había vuelto oscuro y sombrío en la noche de
principios de noviembre. Dejó su bolígrafo mientras ella se
dirigía a su escritorio con una pequeña sonrisa. Su movimiento
era el ritmo apresurado habitual de alguien en una misión, pero
él tuvo tiempo suficiente para disfrutar de la forma en que su
falda burdeos se aferraba a sus caderas y abrazaba sus piernas
hasta las pantorrillas antes de ensancharse. Su abrigo estaba
abierto hasta la suave blusa negra debajo y tenía tacones negros
atados a sus pies que crujían con cada paso.

—Estás levantado —dijo a modo de saludo—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor —dijo, reuniendo sus papeles y metiéndolos en su


carpeta—. ¿Qué tal el trabajo?

Se encogió de hombros. —Ocupado, pero no pasó nada


emocionante. —Ella lo miró y él se preguntó si estaba esperando
que gritara de dolor o se desmayara de nuevo—. Me di cuenta
de que John y Tyson se han ido. ¿Están de vacaciones o.…?

Abrió su cajón de un tirón y metió las carpetas en ellos. Lo cerro


y se puso de pie.

—Los despedí.
Hubo un destello de confusión en su rostro, una fina arruga
entre sus cejas. —¿Por qué?

—Porque no hicieron su trabajo —le dijo simplemente—. No te


vigilaron como se suponía que debían hacerlo, así que no tengo
necesidad de ellos.

Su boca se abrió en una O muda de aturdido silencio que


irradiaba el horror que brillaba en sus ojos muy abiertos.

—¿Qué? —Ella sacudió la cabeza como si al hacerlo, hiciera que


la situación fuera menos cierta—. ¿Por qué...? ¡Eso... no fue su
culpa! Yo soy la que se escapó de ellos. No puedes...

—Puedo. —Interrumpió bruscamente—. Les pago para que


hagan un trabajo específico y ese trabajo es asegurarse de que
estás a salvo.

—¡Estaban haciendo su trabajo! —Gritó, sus ojos brillando con


lágrimas de ira—. Fue mi culpa.

—Cinco hombres en una casa asegurada y no pudieron vigilarte.


—Su voz vibraba con una especie de rabia que le asustaba
incluso a él—. ¿Cómo puedo confiar en que pueden mantenerte
a salvo cuando estás fuera? ¿Cómo puedo confiar en que serán
lo suficientemente eficientes para no perderte en un centro
comercial lleno de gente? Tu seguridad fue puesta en duda y no
lo permitiré, no cuando la idea de que algo te pase es lo único
que puede quebrarme. Eres mi debilidad, Juliette. Eres mi talón
de Aquiles, la clave para derribarme y no puedo perderte.

Ella no dijo nada durante tanto tiempo que él se preguntó si se


habría congelado en su lugar. Ella lo estudió con esos ojos
marrones llenos de lágrimas y algo que él no estaba del todo
seguro de querer ponerle nombre. Finalmente, se incorporó.
Arrastró su abrigo sobre su ropa y abrazó su cintura como si un
escalofrío hubiera atravesado la habitación.

—Si esa es tu manera de hacer que deje de estar enojada,


entonces es muy engañoso.

—No, amor. —Se movió alrededor del escritorio hasta que estuvo
directamente frente a ella—. Ese soy yo tratando de mantenerte
a salvo. Jake y Melton tienen sus órdenes y tú... —Tomó su
cálido rostro entre las palmas de sus manos—. Tienes que
seguirlas, ¿me oyes? Si vuelves a hacer algo tan tonto e
imprudente como eso, te pondré sobre mis rodillas y te prometo
que no caminarás derecha por una semana.

La ira se reflejó en sus ojos. —Estaba preocupada por ti. Nadie


me decía si estabas bien. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—¡No trepar cinco metros por un árbol! —Replicó, sintiendo que


su propia ira aumentaba—. Deja a un lado que pudieras haber
llegado aquí en medio de lo que pasó y ser asesinada o
capturada, pero ¿y si te hubieras caído y te hubieras roto el tonto
cuello? ¿Entonces qué? Tengo la intención de despedir a todo el
grupo y…

—¡No! —Sus manos volaron a la parte delantera de su camisa y


se cerraron en puños—. ¡No! Por favor, por favor no hagas eso.
—Entonces confío en que tenemos un acuerdo... No volverás a
evadir a tu grupo de seguridad, ¿verdad?

—No lo haré —dijo un poco demasiado rápido—. Lo prometo.

Killian entrecerró los ojos. —Aunque me encanta este lado


complaciente de ti, no puedo evitar sentir que tienes un motivo
oculto para ello.

Tragó de forma audible. —Vi se ha encariñado mucho con


Phil —dijo rápidamente—. Parece ser muy bueno para ella. Es
una persona completamente diferente, una buena persona
desde que está con ella.

—¡Juliette! —Con un gruñido frustrado, se frotó una palma en


la cara—. ¡Es un guardaespaldas, no un... un psiquiatra!

—Lo sé, pero por favor, no lo entiendes. —Ella continuó con tono
suplicante—. Hemos estado hablando, Killian. Hablando de
verdad. Eso nunca ha sucedido. Ella siempre ha estado tan
enojada y yo ... nunca me importó. Ni una sola vez. Toda nuestra
vida la he considerado una carga, un dolor en el trasero con el
que tuve que lidiar, que nunca me detuve ni siquiera para
intentar comprenderla. Pero lo hizo. La escuchó e hizo todas las
cosas que debería haber hecho. Sé que es egoísta y patético, pero
si te lo llevas, sé que ella nunca me perdonará.

—¡Jesucristo!
Se apartó de ella y se acercó a la ventana que daba a lo que había
sido el jardín de su madre. Era un páramo de tierra y estructuras
solitarias.

—Killian, por favor —susurró Juliette—. Haré lo que quieras.


Tentador. Oh, tan tentador. La cantidad de cosas que quería de
ella rodaban en su mente como lo haría un catálogo de juguetes
para un niño justo antes de Navidad.

—Ven al club conmigo esta noche —dijo en su lugar, mirando


por encima del hombro—. Tengo trabajo y podemos terminar
esta discusión allí.

Juliette pareció considerar esto un momento antes de preguntar


con un toque de cautela que casi le divirtió. —¿Significa esto que
Phil puede quedarse?

Killian se giró hacia la ventana. —Por ahora.

Asintiendo a regañadientes, dio un paso atrás. —Correré a casa


y me cambiaré entonces. Puedo encontrarme contigo...

—No hay necesidad. —Se giró para mirarla de frente—. Te


acompaño.
Antes de que sus padres murieran y su casa fuera hogareña y
estuviera amueblada con cosas bonitas, Juliette nunca tuvo
reparos en invitar a la gente; su madre había convertido el lugar
en algo parecido a un catálogo de lujo. Después de tener que
vender las cosas realmente bonitas y reemplazar algunas de ellas
con artículos usados, parecía más bien una casa de crack 10 en
mal estado. Al menos en la opinión de Juliette. La mayoría de
las habitaciones estaban desnudas y llenas de polvo, mientras
que el resto tenía muebles en los que nadie quería sentarse.
Estaba muy lejos de la extravagancia de la mansión de Killian.
Sin embargo, ella no podía encontrar la manera de disuadirlo de
cruzar a su oscuro y húmedo mundo sin parecer loca, o peor
aún, avergonzada, lo que estaba. Para sí misma, podía admitir
que estaba devastadoramente avergonzada de su casa, el lugar
en el que había crecido, el lugar por el que había luchado como
un demonio para mantenerlo.

Ninguno de ellos habló mientras iban por la ciudad en el asiento


trasero de la camioneta color negro con Melton y Frank sentados
como estatuas mudas en el frente. Ocasionalmente, ella veía el
brazo de Melton girando el volante, pero por lo demás estaba
rígido. Jake se había sentado en el asiento del otro lado de
Juliette, forzándola a estar entre él y Killian. A este último no le

Lugar donde la gente fabrica, vende y fuma crack


10
importaba mucho, pero sus nuevos compañeros eran una
historia diferente. Ninguno de los dos le había dicho una palabra
desde que apareció en su puerta para reemplazar a John y
Tyson. Se presentaron y le dijeron que se harían cargo, pero eso
fue todo.

Ella extrañaba a John y Tyson. No habían sido amigables ni


habladores, pero ella se había encariñado con ellos en los tres
meses que habían estado juntos.

Se le escapó un suspiro y giró la cabeza para mirar por la


ventana. El mundo era un silencioso borrón detrás del
polarizado. Las tiendas brillaban y la gente vagaba por las aceras
incluso cuando la noche los rodeaba. El sol se había puesto
varias horas antes, haciendo que la hora pareciera mucho más
tarde de lo que era. En lo alto, un espeso nubarrón ensombrecía
los cielos, amenazando con nieve. Juliette se encogió por dentro.

—Hay un evento al que me gustaría que asistiera conmigo. —La


voz de Killian la alejó de la depresión que la rodeaba—. Es una
especie de fiesta de Navidad.

Las cejas de Juliette se elevaron. —¿Fiesta de Navidad en


noviembre? —Ella lo consideró un momento—. Supongo que
tiene sentido. La mayoría de los días de diciembre estarían
ocupados.

—No, la fiesta no es hasta la segunda semana de diciembre, pero


sé cómo eres con las sorpresas y las fiestas si no te avisan con
tiempo.

Hizo una mueca. —Todavía estoy en deuda contigo por eso, ¿no?

Hizo un murmullo bajo. —Puedes pagarme llevando tu nuevo


vestido a este evento.
—Está bien. Tendrás que darme la fecha y la hora.

Se detuvieron en la entrada de su casa. A diferencia de las


demás, la suya estaba oscura y daba un mal presentimiento.
Algunos de sus vecinos ya habían colgado sus luces de Navidad
o, como mucho, tenían su porche iluminado. Las persianas
estaban cerradas en todas sus ventanas y nadie se había
preocupado por la luz del porche. El lugar ya la hacía temblar.
Los músculos de su estómago se apretaron de miedo mientras
Jake abría la puerta. Se las arregló para dar un débil gracias
mientras se deslizaba y se abría camino por el camino agrietado.
Detrás de ella, era dolorosamente consciente de la tranquila
presencia de Killian.

Subieron juntos los escalones, pero llegaron hasta la puerta


principal cuando Laurence la abrió a tirones. Inclinó la cabeza
ante Killian antes de apartarse para dejarlos entrar.

El comedor al igual que las camas plegables se encontraban en


la oscuridad absoluta. Al otro lado del vestíbulo, la sala de estar
estaba iluminada sólo por una única lámpara que iluminaba el
abultado sofá y el descolorido papel pintado. Al final del pasillo,
la cocina era la más brillante. Ella fue allí.

—Tienes que trabajar con tus nudillos —decía la Sra. Tompkins


cuando Juliette entró en el umbral—, realmente meterte ahí.

La escena le tomó a Juliette un momento para darse cuenta. Por


un lado, no podía entender cómo todo el lugar podía oler a pan
caliente recién horneado y a culo de burro, si dicho culo de burro
estaba hecho de pan quemado. Por otro lado, Vi estaba hombro
con hombro con la mujer mayor, con las mangas del suéter
enrolladas hasta los codos mientras ella golpeaba una bola de
masa ligeramente seca. Sus antebrazos estaban cubiertos de
harina, al igual que su rostro, su cabello y la mayor parte de la
cocina. Pero parecía que se estaba divirtiendo como nunca.

—¿Qué está pasando aquí? —Juliette se preguntaba en voz alta


mientras se acercaba unos pasos más.

En un rincón de la habitación, rígido y vigilante, Phil le llamó la


atención brevemente y le dio la menor de los asentimientos de
cabeza, que ella devolvió con media sonrisa antes de centrarse
de nuevo en la pareja de la isla.

—Estoy aprendiendo a hacer uno de esos panes franceses


anudados. —Declaró Vi, sosteniendo su masa—. Casi hice uno
antes, pero... hubo un accidente.

Juliette echó un vistazo al trozo de crujiente y negro humeante


en un estante del mostrador junto al fregadero.

—Ya veo —murmuró—. No me di cuenta de que querías aprender


a hornear.

—Oh, yo no. —Vi se rio—. Es difícil y desordenado. —Golpeó la


masa y la aplastó con un puño—. Pero tengo que lograrlo para
que eso lo compense.

La Sra. Tompkins se rio. —No la escuches. Tiene talento natural.

Juliette abrió la boca cuando un movimiento detrás de ella le


recordó que tenía compañía.

Rápidamente, se hizo a un lado para que Killian pudiera meterse


en el lío.

—Vi, Sra. Tompkins, soy Killian McClary.


La cabeza de Vi subió mucho más rápido que la Sra. Tompkins,
que parecía despreocupada por otra nueva persona en su casa
normalmente vacía.

Le ofreció a Killian una pequeña y amable sonrisa.

—Encantada de conocerte. —Fue todo lo que le dijo, antes de


volver a prestarle atención a Vi una vez más—. Añade un poco
de agua a tu masa.

Vi no estaba escuchando. Estaba mirando con gran interés a


Killian.

—Eres Killian. —Soltó, con el brillo de un gato que finalmente


vio al escurridizo ratón—. Bueno, eres mucho más guapo de lo
que había imaginado.

—¡Vi! —Horrorizada, Juliette se quedó mirando el descarado


saludo de su hermana.

—Gracias —dijo Killian con una pizca de diversión.

Vi asintió. —Siempre pensé que los señores de la droga


colombianos tenían el cabello negro y grasiento y la piel picada
de viruela y tatuajes. Pero tú eres mucho mejor.

En la esquina, Phil se movió y la mirada de Vi se dirigió a él antes


de volver a Killian, que se mordió el labio tan fuerte que Juliette
temía que le hiciera un agujero.

—Mierda, ¿eso fue grosero? —Vi siseó a través de sus


dientes—. Estoy trabajando en mi filtro. A veces lo olvido.

Killian estalló en risa. El sonido era un estruendo rodante que


resonaba por toda la casa en ondas. Corrió sobre Juliette en una
cálida caricia que le dejó la piel cosquilleante.
—Killian no es colombiano —murmuró Juliette, devolviendo su
propia risa mientras le subía por el pecho—. Es irlandés y no es
un capo de la droga... ¿o sí?

Killian sacudió su cabeza, todavía sonriendo ampliamente. —No.

—¡Ah! —Vi dijo que eso tenía mucho más sentido—. Eso lo
explica entonces. Los irlandeses son estúpidamente calientes.
—Agarró una caja de levadura y la empujó hacia Killian—. Lee
esto.

Era una tarea que no podía rechazar.

Killian tomó la caja, pero la agarro cuidadosamente. Sus ojos


brillaban con una risa silenciosa mientras miraba a Vi.

—Encantado de conocerte, Viola.

La mandíbula de Vi se desencajó y una especie de bruma se


deslizó por sus ojos. —Vaya... ¿tienes un hermano?
Preferiblemente más joven.

Juliette se puso la palma de la mano en la frente esta vez.

Killian se rio. —Lo siento. Sólo soy yo.

Vi exhaló, el sonido lleno de tristeza abatida. —Lo sé. Supongo


que tendré que encontrar a mi propio irlandés guapo. Me
pregunto si puedo pedir uno en línea...

—¡Agua! —La Sra. Tompkins le dio un codazo y acercó el tazón


de agua con dedos pegajosos y pastosos.

Vi la fulminó con la mirada antes de rociar unas gotas sobre su


bola escamosa. La frotó y amasó la masa.
—No entiendo por qué tenemos que seguir regando la maldita
cosa —murmuró—. No es una maldita flor… —Hizo una pausa
y lo consideró un momento—. Crece como un ... oh, no importa.

Juliette se volvió hacia Killian. —Lo siento. Juro que ella no es


normalmente así. Al menos, no hasta hace poco.

Con una media sonrisa en sus labios, Killian giró la cabeza hacia
ella. —Me gusta.

Juliette arqueó una ceja. —Claro. Ella casi te lamió el ego.

—Mmm. —Ronroneó lo suficientemente fuerte para que ella lo


oyera—. Prefiero que tú lo lamas de todas formas.

Sus bragas se humedecieron por el sugerente murmullo que


envió una onda de calor a través de ella. Sus mejillas se
calentaron y rápidamente desvió sus ojos antes de que alguien
más lo notara.

—Debería cambiarme —murmuró.

—Iré contigo. —Decidió Killian, su cuerpo ya está girando hacia


la puerta—. Tengo curiosidad por tu habitación.

—¿Mi… habitación?

Juliette se apresuró a seguirlo. Nadie los detuvo mientras subían


los escalones del segundo piso. Juliette le guio por el oscuro y
estrecho pasillo al menos hasta el final.

—Esta es — murmuró, alcanzando la manilla.

Killian tomó una de las fotos que había colgado en el corcho


clavado en su puerta. Eran viejas, como la mayoría de sus fotos,
pero las guardó como un recordatorio de que su vida no siempre
había sido una pesadilla. Que había habido un tiempo en el que
había sido feliz. Era un collage de ella con sus amigos. Había
algunas de ella con sus padres e incluso un par con Stan que, a
pesar de todo, no podía permitirse tirarlas. Alrededor había
palabras que había recortado de revistas y brazaletes de amistad
que ya no usaba. Pero Killian fue directo a la foto de ella parada
entre un grupo de otras cuatro chicas. La sacó de la pizarra para
examinarla mejor.

Había sido uno de los últimos viajes que había hecho con las
chicas. Se pararon justo fuera de la puerta de hierro que protegía
su colina. Mirando hacia atrás, se sorprendió al darse cuenta de
que todo ese tiempo, él había estado al otro lado.

—Solía soñar con tener una casa allí arriba —murmuró—. Mis
amigos y yo conducíamos y fingíamos que comprábamos una
casa. Nunca llegamos a la cima, pero...

Killian no dijo nada. Devolvió la foto y le dio un asentimiento.

Con cuidado, abrió la puerta y entró con él pisándole los talones.

—Esta es. —Proclamó con un movimiento de su brazo.

Esta era una cama de cuatro postes por la que había rogado a
sus padres durante casi seis meses. Eran las mesitas de noche,
el tocador y sus bordes de molduras de corona y pintura blanca.
La cama ocupaba la mayor parte de la habitación, pero aun así
se las arregló para meter un escritorio en un rincón, una
estantería en el otro y un cofre de madera a los pies. Al otro lado
de la habitación, estaba la puerta de su baño personal. En
cuanto a dormitorios, era el sueño de todo adolescente. Pero
Juliette no había sido una adolescente en años, ni había tenido
suficiente dinero para pasar a algo más... adulto. En su lugar,
había quitado la mayoría de las fotos de las chicas y los carteles
y había tirado los peluches que había coleccionado durante
años. Ya no se parecía al cuarto de las niñas, pero no era muy
evidente.

Killian se acercó a su cama y se sentó, haciéndola agradecer


haber ordenado esa mañana, como si una parte de ella hubiera
estado esperando su visita. No había ni un par de ropa a la vista.

—Háblame de tu hermana —dijo, sorprendiéndola.

—¿Vi? ¿Por qué?

—Bueno, dijiste que normalmente no es así, así que dime cómo


es normalmente.

La pregunta era razonable, tal vez incluso esperada, pero


Juliette no tenía nada. Ella lo miró mientras su mente se
apresuraba con todas las cosas que debería saber de su propia
hermana, pero no lo hizo. Vi era una extraña.

—No lo sé. —Admitió, avergonzada—. No sé nada de ella. Nunca


quise saberlo. —Dejando caer su mirada, se acercó y reclamó el
lugar junto a él. Su hombro chocó con el suyo mientras
estudiaba los dedos anudados en su regazo—. Yo tenía siete
años cuando ella nació. Yo era la única niña en ambos lados de
la familia y estaba muy malcriada y me encantaba. Nunca quise
una hermana. En mi mente, ella me quitó todo el amor y la
atención que había sido mía desde el principio. La odiaba. Ese
odio nunca se fue, ni siquiera después de que mamá muriera.
Se convirtió en una especie de necesidad egoísta de proteger a la
única persona que me quedaba. Nunca me tomé el tiempo de ver
si ella estaba bien. No me importaba que hubiera perdido a sus
padres y que estuviera tan sola como yo. La dejé en la escuela o
con la Sra. Tompkins y consideré mis deberes hechos mientras
ella tuviera comida y un techo sobre su cabeza.

—No dejaste que Arlo la tuviera. —Señaló Killian


suavemente—. Habría facilitado tu trabajo si lo hubieras dejado.

—No. —Se puso un mechón de cabello detrás de la oreja—. Pase


lo que pase, sigue siendo mi hermana. Yo nunca habría hecho
eso. Sólo la abandoné y la descuidé en su lugar. —Respiró
hondo—. Puede que nunca seamos amigas, pero tengo que
arreglar algunos de los daños que he causado. Ahora mismo, ese
parece ser Phil. La ha ayudado mucho más de lo que yo he hecho
nunca. No la calificó de desesperada y.… ha cambiado mucho
en los últimos meses. Sinceramente, ya ni siquiera la
reconozco. —Ella fijó sus ojos en el hombre que estaba sentado
hombro con hombro con ella—. Sé que es un guardaespaldas y
que esto no es parte de su trabajo, pero ella lo necesita.

Ojos negros registraban los suyos con una tranquila


contemplación. —Ella te necesita, amor. Necesita a su hermana.

—No sé cómo ser eso.

Los resortes de la cama tintineaban con el desplazamiento de su


peso mientras se acercaba y rozaba ligeramente el lado de su
rostro.

—Tienes uno de los corazones más bondadosos que he visto en


mucho tiempo, Juliette. Ya te darás cuenta. —Se levantó.

—Vístete. Esperaré abajo.

Salió y cerró la puerta tras él. Juliette se quedó sentada en su


cama, pensando en lo que él había dicho sobre que Vi la
necesitaba y que no había nada que hacer; no había forma de
corregir dieciséis años de error. ¿Cómo podría haberlo?

Con pesar en el corazón, Juliette se puso de pie y buscó en su


armario. Sacó un par de pantalones y un suéter. Ambos fueron
arrojados sobre la cama cuando la puerta se abrió. Esperaba que
fuera Killian, pero Vi le metió la cabeza.

—¿Necesitabas verme?

Juliette frunció el ceño. —¿Lo hice?

Vi entró. —Killian dijo que necesitabas ayuda para elegir algo


que ponerte.

No estaba exactamente explicado, pero entendió lo que Killian le


decía: no hay mejor momento que el presente para reparar
puentes.

Le ofreció a Vi su mejor sonrisa. Incluso entonces, se sentía


horriblemente apretada.

—Sí. —Hizo un gesto al set que había elegido—. ¿Qué te parece?

Vi frunció el ceño. —¿Adónde vas?

—Killian es dueño de un club, Ice.

—¡Cállate! ¿Ice? —La mirada de pura euforia en el rostro de la


chica insistía en que había oído hablar del lugar—. He estado...
quiero decir, ¡conozco a algunas personas que se mueren por
entrar ahí!

Juliette entrecerró los ojos en una divertida incredulidad.

—Uh huh. Entonces, ¿qué piensas?


—¡No! Definitivamente no. Necesitas verte mucho más sexy que
eso.

—¡No voy a ir una fiesta! —Ella se rio.

—Todavía. ¿Has visto a algunas de las chicas de ahí dentro? No


es que yo las haya visto. —Añadió rápidamente—. Pero están
increíblemente buenas. Tienes que asegurarte de que Killian sólo
te vea a ti.

Ella tenía razón.

—Está bien. —Juliette se alejó de su armario—. ¿Qué sugieres?

Vi se rio como si esa pregunta fuera adorable. —Absolutamente


nada de tu armario.

—¡Eh!

Todavía sonriendo, Vi se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.


—Vamos —dijo mientras entraba en el pasillo.

Juliette dudó, no porque no quisiera la ayuda, sino porque


seguirla significaba que admitía que su ropa no estaba bien, lo
cual, concedido, era cierto, pero aun así apestaba, especialmente
cuando solía tener un gusto excepcional. El golpe a su ego fue
astronómico.

Sin embargo, a regañadientes, se arrastró tras la otra chica. Phil


estaba de pie en el pasillo, con la espalda contra la pared, con
las manos juntas frente a él. Miró de reojo a Juliette cuando ella
se puso a la vista. La mirada decía muy claramente que no
intentara nada estúpido... una segunda vez.

—Descansa —murmuró Juliette—. Estoy en camino a destruir


el resto de mi autoestima.
Phil no dijo nada, pero su boca se movió de una manera que no
le alivió el humor, pero volvió a mirar la puerta abierta de Vi.

La chica en cuestión estaba enterrada hasta la cintura en su


armario. Trozos de ropa al azar seguían volando sobre su
hombro en arcos de color antes de crear bonitos charcos en el
suelo. Parecía estar murmurando para sí misma mientras lo
hacía.

Pasaron varios minutos antes de que finalmente saliera, con los


brazos cargados por un montón de tela. A diferencia del armario
de Juliette que consistía en un puñado de artículos, el de Vi
estaba desbordado, prácticamente reventando en las costuras.
La mayoría de las cosas que Juliette nunca había visto, que la
hacían sentir particularmente incómoda.

Vi había recibido una asignación semanal de veinte dólares


desde que tenía doce años. Apenas era suficiente para comprar
un top, pero era todo lo que Juliette podía permitirse darle en
ese momento. Sin embargo, siempre se las arreglaba para volver
a casa con cosas nuevas.

—¿De dónde sacaste todas estas cosas? —preguntó mientras Vi


tiraba las cosas sobre la cama.

—Lugares. —Fue la vaga respuesta—. Aquí y allá. —Sacó un


vestido de tubo en un suave azul marino que parecía más bien
una segunda piel—. Pruébate este.

Pero Juliette no estaba preparada para dejar ese asunto.

—Vi...

—¿Realmente quieres saberlo? —Vi la rodeó, con las manos en


la cintura—. ¿En serio?
Esa era la pregunta. Parte de ella ya sentía que lo sabía, pero
¿realmente quería validación?

—No lo hagas más —dijo en su lugar—. Te subiré la paga.

Vi entrecerró los ojos. Su cabeza se inclinó hacia un lado y miró


a Juliette con curiosidad.

—¿Cuánto?

Alargando la mano, Juliette tomó el vestido. —Sólo promete que


no lo harás más.

Vi se encogió de hombros. —Está bien.

Con el vestido en la mano, se giró y cerró la puerta antes de


desnudarse. Saltó y se metió en el vestido. El material estaba
apretado y se aferraba a todo. Se detuvo justo sobre la hinchazón
de sus senos, pero apenas. Se sentía más como si se aferrara a
sus pezones para mantenerse en pie. El dobladillo subía por los
muslos, sin dejar apenas espacio para el movimiento.

—No estoy segura de esto —dijo Juliette.

—Sí, yo tampoco. —Vi sacó un vestido blanco—. Aquí. Pruébate


este.

El vestido blanco no era mejor. Tampoco lo era el vestido verde,


el rojo o el púrpura. Todos se unieron a la pequeña pila en el
suelo.

—Muy bien, el último. —Vi exhaló fuerte—. Si esto no funciona,


empezamos con los pantalones.

El lindo vestido negro sin hombros funcionó. Se amoldó sobre


ella y se sumergió en su cuerpo como si hubiera sido pintado,
pero era muy sexy. Las mangas completas corrían por sus brazos
y el dobladillo se detenía justo debajo de las curvas de su culo.
Vi añadió un par de tacones rojos mucho más altos que los que
Juliette había usado en años y un fino cinturón rojo.

—Eso debería bastar. —Vi dio un paso atrás para examinar su


obra—. Ahora tu cabello y rostro.

—Vi. —Juliette tomó su brazo antes de que se diera prisa en


irse—. Gracias.

Vi vaciló. Miró de Juliette a la mano que tenía en el brazo y


Juliette la soltó rápidamente. Vi se enderezó. Se rascó la parte
de atrás de su cabeza mientras se daba la vuelta.

—No te preocupes —murmuró, abriéndose camino a través de la


jungla de ropa desechada hasta el tocador escondido bajo una
montaña de maquillaje, sombreros, bufandas y una boa de
plumas rosas—. Vamos a terminar contigo, ¿eh?

Sin decir nada más, Juliette dejó que su cabello se cepillara, se


retorciera y quedara atrapado en la parte superior de su cabeza
por un solo mechón que Vi le quitó del rostro. El resto quedó
alrededor de sus hombros. El maquillaje, Juliette lo hizo ella
misma. No era completamente inútil y todavía recordaba cómo
aplicar la cantidad correcta de todo para que su rostro fuera liso
y sus ojos enormes. Se puso un brillo claro en los labios y se
volvió hacia su hermana.

—¿Y bien?

Vi asintió con la cabeza. —Bonito. Estás lista.


Empezó a agradecerle de nuevo, pero se detuvo. La primera vez
había sido bastante incómoda. Pero sonrió y se dirigió a la
puerta.

Phil todavía estaba de pie allí cuando ella salió. Le ofreció una
media sonrisa antes de bajar las escaleras con cuidado; hacía
mucho tiempo que no usaba tacones tan altos. A mitad de
camino, se detuvo y se dio la vuelta, pateándose a sí misma por
no haber preguntado si podía ayudar a arreglar algunos de los
líos hechos en su nombre.

Phil se había ido, ella lo notó con cierta sorpresa. La puerta de


Vi seguía abierta y ella asumió que había entrado para ayudarla
a ordenar.

—Dijo que me subiría la mesada. —Juliette oyó decir a Vi en voz


baja—. Sólo tengo que dejar de robar.

Había un indicio de auto desprecio en el comentario.

—Te lo advertí. —Le recordó Phil con calma—. ¿Recuerdas lo que


pasó la última vez?

—Sí, sí. —Refunfuñó Vi.

—Sé que no es lo que querías, pero es un pequeño paso en la


dirección correcta. —Animó Phil suavemente—. No te rindas.

—No sé por qué tengo que molestarme. —Algo golpeó a través de


la habitación—. Esto no va a funcionar.

—Lo hará. Tienes que ser paciente y...

—Persistente. Sí, lo sé. Pero es tan... raro. No estoy


acostumbrada a ser... amable.
—¿Recuerdas lo que te pasó por no ser amable?

Vi exhaló. —¿Y si no funciona?

—Paciencia y...

—Si dices persistencia, te golpearé.

Juliette se dio la vuelta. No tenía ni idea de lo que estaban


hablando, pero fuera lo que fuera, acorralaría a Phil más tarde.
Juliette estaba demasiado cansada para juegos y si había algo
que Vi necesitaba, uno de ellos tenía que decírselo. Pero más
tarde. Ya había pasado una hora y había hecho esperar a Killian
lo suficiente.

Javier miró desde su puesto a la mesa de la ventana cuando ella


tocó el suelo. Ella le ofreció un saludo antes de dirigirse a la
cocina y el constante flujo de charla que se movía por el pasillo.
Sus tacones chasquearon demasiado fuerte en el vacío
retumbante del lugar, sonando como petardos. Pero se dirigió a
la puerta y se detuvo.

Su pequeña cocina estaba llena de gente. La Sra. Tompkins y


Killian estaban en la isla, charlando como viejos amigos
mientras que las fuerzas armadas de Killian estaban en varios
lugares a su alrededor, vigilando sin parecer que estaban
vigilando. Todas las cabezas se levantaron cuando ella cruzó el
umbral. Los hombres miraron hacia otro lado con la misma
rapidez.

Killian no lo hizo.

Miró hacia atrás por encima del hombro y titubeó a mitad del
discurso. Las líneas de sus hombros se apretaron incluso
mientras se enderezaba. Sus ojos, el infinito negro del cielo
nocturno, le perforaron y tallaron profundos surcos a lo largo de
cada curva. Ella sintió el peso de su deseo bañándola como el
lento amanecer que se arrastra por la cama por la mañana. Se
chamuscó cada centímetro de ella.

—Aparentemente tengo que asegurarme de que no mires a otras


mujeres mientras estamos allí —le dijo con una burla de su
boca.

La diversión brillaba en la superficie de tinta de sus ojos.

—¿Te tranquilizaría si te asegurara que no he notado a otra


mujer desde que te conocí?

Era gracioso, pero la idea de Killian mirando a otras mujeres


nunca le había molestado. Ni siquiera lo había pensado hasta
que Vi lo señaló. Tal vez era porque se había establecido en el
contrato que ninguna de ellos vería a otras personas en sus doce
meses juntos o tal vez porque él nunca le había dado una razón
para preocuparse, pero... ella no lo hizo. Por extraño que
parezca, ella todavía no estaba preocupada. Sin embargo, sus
palabras enviaron un cálido escalofrío a través de ella.

—¿Si?

—Sí, amor. —Cruzó hacia ella en tres largos pasos y se detuvo


cuando estuvo lo suficientemente cerca como para bajar la
cabeza y capturar su boca en un profundo beso que sintió hasta
los dedos de los pies. Ella estaba sin aliento cuando él la soltó—
. Pero tal vez quieras traer un segundo vestido.

El bajo gruñido contra su oreja se deslizó por su espina dorsal


en riachuelos de fuego para arder en su vientre. Sus pezones se
endurecieron hasta convertirse en puntos afilados que
atravesaron el material de su vestido. La mirada de él se quedó
en ellos antes de volver a subir para encontrarse con la de ella,
más oscura, si es posible. Ese simple gesto la conmovió con
tanta fuerza como si la hubiera acariciado.

—Tú... dijiste que tenías trabajo —susurró.

Cuatro dedos hábiles pasaron como una pluma sobre una de


sus curvas. Se movieron para extenderse a través de su pequeña
espalda y la inclinaron hacia él. Desequilibrada por el
movimiento y sus tacones, ella se estrelló en su pecho un poco
más fuerte de lo necesario. Sus manos volaron hasta sus
hombros. Pero él la agarró fácilmente.

—Deberías saber lo bueno que soy en la multitarea —le dijo al


oído.

Su rostro se calentó, pero no fue nada comparado con el


aumento de su temperatura. Todo su cuerpo estalló con una
explosión de calor provocada por los meros recuerdos. Se movió
mientras el calor de la excitación le llegaba al interior de las
piernas.

Killian la miró inquisitivamente cuando juntó sus labios y puso


una mueca de vergüenza.

—No… no llevo bragas. —Confesó en un susurro que no era más


que el rígido movimiento de sus labios.

—El vestido no... —Se calló cuando sus manos serpentearon por
las curvas de sus caderas, arrastrando los dedos, posiblemente
en busca de un elástico bajo el tejido—. Está demasiado
apretado. —Terminó sin aliento una vez que las palmas de las
manos de él se asentaron firmemente sobre su trasero.

—¡Cristo, mujer! —gruñó.


Con las piernas inestables, se movió fuera de su control. —Tengo
que ir al baño, pero te veré en el auto, ¿Está bien?

No dijo una palabra, pero la mirada que le dio... oh, la mirada


furiosa con un infierno tan salvaje que sintió las llamas lamer
su piel. Mareada, dio un paso atrás. Luego otro hasta que ella
había huido de su calor. Hizo un camino en zigzag por el pasillo
en dirección al tocador. Por el rabillo del ojo, vio a Vi y Phil
bajando las escaleras. Laurence se había unido a Javier en el
ventanal. Pero nadie le prestó atención mientras se escabullía en
el baño y empezaba a cerrar la puerta tras ella, sólo para que se
le escapara de las manos. Una figura se puso detrás de ella y los
encerró con un sonoro golpe de las cerraduras encajándose en
su lugar.

—¿Killian?

Sus manos fueron a los cierres de sus pantalones.

—No podemos. —Ella retrocedió hacia el mostrador, no para


escapar, exactamente, sino para prepararse—. Estás herido.

—Podría estar en mi lecho de muerte y aun así te follaría. —


Jadeó, bajándose los pantalones por los tobillos.

El cinturón tintineó fuerte en el espacio reducido. Fue seguido


por el sonido de la goma mientras el condón bajaba por la dura
longitud de su polla. Sus manos estaban sobre ella entonces,
agarrándola y levantándola. El frío mármol se estrelló contra la
piel desnuda de su trasero mientras su falda se amontonaba
alrededor de su cintura. Manos magulladas agarraban sus
caderas y la tiraron hasta el borde. Juliette no tuvo tiempo de
reaccionar, ni siquiera de jadear cuando su boca se cerró de
golpe sobre la de ella, caliente, hambrienta y violenta.
Empujó dentro de ella con más delicadeza de la que ella sabía
que normalmente hubiera mostrado. Sus sonidos mutuos de
satisfacción pulsaban a través de la habitación mientras sus
cuerpos se reunían de esa manera tan hermosa y perfecta.
Juliette lo agarró con fuerza mientras él se movía dentro de ella
en suaves y fluidas caricias, golpeando cada nervio con brutal
precisión. Sus dedos se clavaron en sus hombros, mordiendo
profundamente mientras el mundo se mecía bajo ella. Ella se
corrió con un grito de su nombre a un lado de su cuello. Él se
estremeció una fracción de segundo después con un murmullo
de algo en un idioma que ella no entendía, pero sonaba oscuro
y posesivo. Permaneció enterrado dentro de ella, incluso cuando
levantó la cabeza y se asomó a su rostro. La bestia continuó
merodeando justo detrás de sus ojos, todavía hambrienta, pero
temporalmente saciada.

Cuidadosamente, se retiró, provocando un gemido de ella y un


gemido de él mientras las sensibles paredes de su sexo se
aferraban a él, sin querer que se fuera.

—Odio cuando sales —susurró.

—Te gusto más en lo profundo de tu ser, ¿verdad? —Bromeaba.

Juliette nunca vaciló. —Sí.

Una sonrisa se deslizó en ese destello depredador que obtuvo


justo antes de que se lanzara a ella. Sus dedos se clavaron en su
cabello. Arrastró su cabeza hacia atrás hasta el final mientras se
inclinaba para morderle el labio inferior.

Juliette se quejaba de un dolor delicioso.

—Ven conmigo. —Gruñó, pasando la punta de la lengua por el


lugar que había asaltado.
Lista para él de nuevo, Juliette sólo pudo manejar un débil —¿A
dónde?

—No me importa. —Una mano se deslizó hacia abajo para alisar


el fresco charco que llenaba su abertura—. A cualquier lugar.
Sólo di cual.

Perdida en el movimiento de sus dedos, Juliette apenas


escuchaba. —¿A cualquier lugar?

—A cualquier lugar.

Abrió los ojos y se acercó a su cara que estaba a pocos


centímetros de la de ella. —¿Pueden venir Vi y la Sra. Tompkins?

Dos dedos trabajaron en lo profundo de ella, reemplazando la


pérdida de su polla, pero apenas. Ella todavía prefería sus bolas
en lo profundo de su canal. Sin embargo, sus dedos sabían cómo
hacer ese roce que hacía que su cabeza volara.

—Si quieres.

—Roma. —Decidió—. Siempre he querido ir. O Venecia.

—Ambos entonces. —Se ofreció, encontrando ese lugar mágico


que la tendría lloriqueando y suplicando—. Toda Europa si
quieres.

Ya no estaba escuchando. Con un sollozo torturado que apenas


podía contener detrás de sus dientes, se corrió, golpeando y
meciéndose contra la palma de su mano hasta el último temblor.
Satisfecha, se desplomó contra el espejo y cerró los ojos, con su
cuerpo exhausto y con un zumbido constante. Entre sus muslos,
Killian retiró con cuidado sus dedos. Abrió los ojos y lo estudió
a través de sus pestañas, con una sonrisa burlona rizándole la
boca.

—Tuve este extraño sueño de medio orgasmo en el que dijiste


que querías ir a través de Europa.

Se rio mientras se movía al baño y tiraba el condón. Se inclinó y


se subió los pantalones. Una vez que estuvo bien abrochado, se
acercó a ella. Ella se dejó bajar hasta el suelo. Su vestido se alisó
de nuevo en su lugar.

—Lo dije en serio.

Sus ojos se abrieron de par en par. —¿Toda Europa? ¡Eso podría


llevarnos meses!

Se encogió de hombros. —Tengo tiempo.

Una gira por Europa. Sería la mayor aventura que jamás haya
tenido. Sería lo más lejos que había llegado.

—¿En serio?

Asintió con la cabeza. —Podemos irnos cuando quieras.

Un chillido de alto tono se le escapó mientras se arrojaba a sus


brazos. Ella se retiró un segundo después, el humor feliz
momentáneamente ensombrecido por la duda.

—¿Qué pasa con el trabajo? ¿El tuyo y el mío? Y Vi tiene


escuela...

La silenció con un suave dedo contra sus labios. —Dime cuándo


y haré que suceda.
Mareada por la emoción, Juliette transmitió un mensaje. Sus
dedos se apretaron en la piel tensa de la parte posterior de su
cuello mientras lo acercaba.

¡Te amo!

Las dos palabritas salieron de la nada. La golpearon en el pecho


con la fuerza de un puño de acero. Todo el calor se drenó de ella
de un solo golpe, llevándose consigo la sangre de su rostro. Sus
ojos se volvieron enormes contra la palidez repentina y él la
atrapó cuando se balanceaba.

—¿Juliette? —La preocupación apretó sus dedos sobre ella


mientras la arrastraba hacia su pecho—. ¿Qué es? ¿Qué es lo
que pasa?

Te amo. Dios mío. Estoy enamorada de ti.

¿Cómo demonios ha pasado eso? ¿Cuándo ocurrió eso? ¿Cómo


no se había dado cuenta antes? Mejor pregunta, ¿cómo iba a
evitar que se enterara?
Algo estaba mal. Killian podía sentirlo cada vez que sus ojos se
encontraban. Había un temblor en su mirada, un parpadeo de
algo que le impedía mantener el contacto por más de un segundo
antes de enfocarse en otra cosa. Además, estaba distraída de
forma poco natural. Le preocupaba mucho, especialmente
cuando ella se negó a decírselo para que lo arreglara.

—¿Has cambiado de opinión? —preguntó una noche mientras


yacían en las enredadas sábanas de la cama, y sus cuerpos
húmedos se enfriaban.

Como lo había estado haciendo, le dio la espalda, tal y como


estaba desde que se había salido de ella, como si no pudiera
soportar su mirada.

—¿Sobre qué? —Su voz era apenas audible.

—Europa.

Sacudió la cabeza. —No, no a menos que tú lo hayas hecho.

No pudo soportarlo más. —Juliette.

Ella se estremeció cuando él la tocó. De verdad se estremeció.


Fue una bofetada tan grande que sólo pudo sentarse con la
mano extendida, su mente desgarrada por la incredulidad y la
hinchazón del dolor.
—Necesito ir al baño, —susurró, ya saliendo de la cama con las
sábanas y corriendo por la habitación.

¿Qué había hecho? No se le ocurrió nada. ¿La había lastimado?


¿No se lo diría ella si lo hubiera hecho? ¿Le estaba pidiendo
demasiado tiempo? ¿Necesitaba ella un descanso? Nada de esto
tenía sentido, porque Juliette nunca había reprimido sus
sentimientos cuando estaba enfadada con él o si él había hecho
algo malo. Siempre había sido abierta y honesta sobre todo. No
tenía sentido por qué se estaba alejando de él.

La puerta del baño se abrió y ella salió. Vestida. Ni siquiera la


había visto llevarse la ropa.

—¿Juliette? —Se sentó.

—Tengo trabajo que hacer en casa, —susurró—. Pero te veré


mañana.

—¡Juliette! —Su nombre se le escapó en un gruñido de


advertencia antes de que pudiera llegar a la puerta—. ¿Qué te
pasa?

—Nada. Te lo dije...

—Mentira. —Se movió en la cama y se puso de pie. Se dirigió a


donde ella estaba parada, con la espalda rígida—. Has estado
huyendo de mí durante días y quiero saber por qué. —Suavizó
su voz—. ¿Te he hecho daño?

Vio que sus dedos se convertían en puños apretados. Su cabeza


bajó y se balanceaba de un lado a otro.

—No.

Apenas la escuchó.
—Entonces, ¿qué es? —Cuidadosamente, temeroso de que ella
se estremeciera al tocarla por segunda vez, él la tomó del brazo
y la acercó lentamente hacia él—. Dime.

—Sólo he estado cansada, —murmuró, hablando con sus


pies—. Mejoraré.

—¡Basta! —Le dio una suave sacudida—. Sabes que lo único que
me importa eres tú.

Ella levantó su barbilla y él fue golpeado por las lágrimas que


brillaban en sus ojos. Había una cruda agonía brillando bajo el
oro que lo atravesaba. Su primer instinto fue sacudirla de nuevo
hasta que ella le dijera qué le pasaba. En cambio, encontró que
sus dedos se movían para enmarcar su rostro.

—¿Necesito matar a alguien?

Lo dijo en broma, en parte. Esperaba que la hiciera reír. Pero su


rostro se arrugó. Se le escapó de las manos y corrió hacia la
puerta. Luego se fue antes de que él pudiera entender lo que
había hecho mal.

No pudo dormir esa noche. No importaba que no la tuviera para


adormecerlo, pero no podía dejar de ver su rostro, el dolor
temblaba a lo largo de su labio inferior. Una y otra vez había
repasado cada momento de los últimos días, diseccionando todo
lo que habían hecho juntos y sin encontrar nada. Haciendo el
amor... sexo, maldita sea. El sexo había sido como siempre.
Desde Halloween, no la había sorprendido con nada demasiado
nuevo. Aún así se aseguró de ser razonablemente amable, para
no dejar que la bestia fuera demasiado. Pero la duda seguía.

Dormir era una mera ilusión, se deslizó de la cama y salió de la


habitación. Las luces del pasillo se habían atenuado, pero él
conocía el camino hacia abajo con los ojos cerrados. Un
profundo silencio resonaba en el lugar, el tipo de silencio que
exigía cosas que él no podía proporcionar. Su madre había
diseñado la propiedad pensando en los niños. Montones y
montones de niños. Siempre había querido una gran familia,
pero sólo pudo tener a Killian. Sus esperanzas eran que él
terminara dándole un ejército de nietos. En cambio, se negó a
darle ni siquiera uno. Pero ella lo entendería. Después de lo que
pasó con su padre, sabría por qué era importante que el nombre
McClary muriera con él. El ataque de Smith fue el ejemplo
perfecto. Puede haber sido pequeño en el esquema de las cosas,
pero fue un ataque dentro de la casa de Killian. Si hubiera tenido
esposa e hijos, si sus hombres no hubieran podido manejar la
situación...la sola idea de que vinieran a hacer daño lo empapó
en sudor frío.

No. La gente como él no merecía una familia. No tenían un


futuro. Lo máximo que podía pedir era un beso de felicidad, un
susurro de calor para facilitar una fría existencia. Esa era
Juliette. Ella era su única probada de paz. No habría nadie
después de ella. ¿Cómo podría hacerlo cuando la idea de dejarla
ir se había convertido en un miedo peor que cualquier pesadilla
que hubiera tenido? ¿Cómo podría cualquier mujer tomar ese
lugar? Él la amaba. Juliette no le había dejado otra opción. Ella
se había estrellado en su mundo como una hermosa tormenta y
lo había perturbado todo. Él podía admitirlo en el oscuro receso
de su propia mente. Sólo había amado a una mujer, pero sabía
lo que era, aunque fuera completamente diferente.

Las puertas del conservatorio se abrieron sin esfuerzo. Las


bisagras crujían en el marco desgastado por el tiempo. Las losas
de piedra cortaron tiras frías en la parte inferior de sus pies
descalzos mientras seguía su camino hacia la oscuridad. La
humedad se aferraba a su piel, estrangulando el aire en sus
pulmones, pero era un tipo de dolor familiar, uno que había
visitado a menudo cuando el sueño se había convertido en un
fantasma escurridizo.

Como el jardín de su madre, el conservatorio no tenía ritmo ni


razón. No había otro orden que el camino que se adentraba en
la locura. Ella había querido una selva, un hermoso caos de
colores y eso era lo que había creado. Killian no podía nombrar
ni la mitad de las flores y el follaje. Todas se veían iguales para
él. Pero se aseguró de que nada cambiara. Ni una sola planta.
Su padre había hecho lo mismo, excepto por el estrado erigido
al centro de todo. El pedestal que Killian visitaba en las noches
cuando el mundo se derrumbaba sobre él.

Dedos pálidos de luz bajaron de la cúpula de cristal para


bañarse en las vasijas gemelas de plata. Brillaba a lo largo de los
bordes y se clavaba en los pomos de oro de las tapas. Killian se
sentó en la única silla del lugar y miró lo que quedaba de los
padres que habían dado su vida por la suya.

—Hola, mamá. —Bajó la barbilla y se miró los dedos que


colgaban inútilmente entre las rodillas—. Sé que prometí traer a
Juliette la próxima vez que viniera, pero eso podría no suceder.
Creo que ella ha tenido todo lo que puede de mí. No me
sorprende, de verdad. Una mujer como ella quiere un para
siempre y quiere a un hombre con el que pueda asegurar un
futuro. Yo sólo puedo darle un año y eso es demasiado. —Frotó
su mano sobre su cara y a través del cabello—. Fue un error
mantenerla. Fue un error pensar... fue egoísta. Ahora ella se va
a marchar y yo... no tendré nada.

Los segundos desaparecieron cuando trató de imaginar lo que


haría cuando ella finalmente saliera por la puerta y nunca
regresara. Cada día era un día menos en su contrato, un día más
cerca del final. Era sólo cuestión de tiempo que se despertara en
una cama vacía y se quedara solo para siempre.

—Te habría gustado, —le dijo al espacio de hormigón entre sus


pies—. Su maldito temperamento te habría hecho sentir
orgullosa. —Una risita suave se le escapó—. Y Dios, es una
mujer testaruda. No pasa un día en que no sepa si quiero
estrangularla o besarla. —Se le escapó la sonrisa. —Ella es
demasiado buena para los que son como yo. Es demasiado
inocente y... prefiero morir solo que vivir sin ella.

Se quedó en silencio. La última de sus palabras resonó en la


húmeda quietud. Se desvaneció. Entonces no hubo nada, salvo
un vacío rastrero; su madre, si tenía algún consejo, no dijo nada.
La urna estaba perfectamente quieta en su plataforma de
madera.

Se quedó unos minutos más antes de despedirse y volver al


frente de la casa. Se acercaba el amanecer, pintando el cielo de
un suave color rosa pastel. El aire de la mañana era frío con la
promesa de la nieve. Killian no prestó atención mientras se
dirigía a la oficina, aún descalzo y en sin camisa. Tomó la silla
de cuero detrás del escritorio y esperó a Frank.
No había suficiente de su estupidez, Juliette se dio cuenta de
que mientras ocupaba sus manos clasificando bolígrafos en
diferentes porta bolígrafos. No era exactamente un trabajo
necesario, a nadie le importaba si el rojo, negro y azul se
mezclaban. Pero era mejor que estar en un escritorio vacío,
esperando que el día terminara para poder arreglar la
monumental tormenta de mierda que había causado.

¿Qué demonios le pasaba? Era la misma pregunta que se había


hecho repetidamente desde su dramática huida de Killian esa
mañana. Sin embargo, no importaba cuántas veces se hiciera la
pregunta, seguía sin tener respuesta, excepto que era una idiota.

Así que ella amaba al tipo. Gran cosa. No era una estúpida
adolescente hormonal, al menos no debía actuar como tal. Era
una mujer adulta que sabía cómo controlar sus malditas
emociones. Así que, sólo porque amaba a Killian, no significaba
que tuviera que cambiar nada. No era como si necesitara
decírselo. Podría ser su secreto, y cuando llegara el momento de
despedirse, sería, una vez más, una persona madura y... lo
aceptaría.

Se le retorció el estómago, pero le dijo que se callara. Su mirada


se dirigió al reloj del monitor y respiró aliviada al ver que le
quedaban cinco minutos. Luego tomaría sus cosas y se dirigiría
directamente a la propiedad de Killian donde se disculparía y le
aseguraría que no estaba loca.

Celina llegó puntualmente a las seis. Pasó junto a Juliette como


si no la hubiera visto y desapareció en la sala detrás del
escritorio. Juliette puso los ojos en blanco, pero no lo mencionó
al darse la vuelta y la siguió, no para conversar, sino para tomar
sus cosas.

La habitación del anfitrión era una versión mucho más pequeña


que la del personal. Era un espacio del tamaño de un armario
con una mesa cuadrada, dos sillas y una fila de seis armarios.
Celina estaba en el suyo, metiendo apresuradamente su abrigo
y su bolso dentro. Juliette se acercó a la del final, cerca de la
pared y tomó su abrigo y bolso. Las dos terminaron sus asuntos
sin compartir una sola palabra o mirada. Celina había dejado
perfectamente claro que no confiaba en Juliette. Que estaba
claro que se acostaba con alguien muy importante si era capaz
de mantener su trabajo después de la carta oficial que Celina
había escrito a Harold, que había sido ignorada. A Juliette no le
importaba una mierda.

Se puso el abrigo y salió de la habitación. Se detuvo brevemente


para echar las llaves maestras en su bolso sobre la mesa antes
de atravesar el vestíbulo.

Frank se encontró con ella en la puerta, tenía una bolsa de ropa


cuidadosamente puesta sobre un brazo fornido. Al verlo, ella
automáticamente lanzó miradas emocionadas detrás de él,
buscando la cara que nunca pudo sacar de su cabeza. Pero él no
estaba allí. Tampoco lo estaban Jake o Melton.

—El Sr. McClary me ha enviado para escoltarla, señora, —dijo


Frank con frialdad—. Desea que se una a él para pasar la noche.
Juliette se enfrentó al hombre. —¿Unirme a él, dónde?

Frank sacó la bolsa. —Un lugar que él eligió, señora. Le pide que
se ponga esto.

Atónita, tomó la bolsa con cautela y miró hacia el baño. Pero en


lugar de seguir las instrucciones, miró a Frank otra vez.

—¿Quién lo está cuidando, Frank?

—Está perfectamente a salvo donde está, —le aseguró Frank.

Juliette no estaba tan segura, después de todo, se suponía que


su casa era segura y aún así alguien se las arregló para hacerle
daño allí.

La duda debe haber aparecido en su rostro porque su cara se


suavizó. —De otra manera no lo habría dejado.

Aún insegura, pero decidiendo no perder el tiempo discutiendo


sobre ello, Juliette se apresuró a ir al baño. Se encerró en uno
de los cubículos y comenzó a desnudarse.

Había zapatos con el elegante vestido burdeos, sandalias


plateadas con tacones de cinco pulgadas. Se lo puso todo antes
de salir del cubículo hacia el espejo.

El vestido griego era precioso, con un solo trozo de tela sobre un


hombro y un escote muy bonito. El material de gasa fluía desde
la cintura ceñida hacia abajo en una ráfaga de movimiento
brillante. Con los tacones de plata, era absolutamente
impresionante.

Necesitaba mostrar el racimo de diamantes clavado en la banda


sobre su hombro, se recogió el cabello y buscó en su bolso el
pequeño Ziploc de cosas para el cabello que guardaba dentro.
Recogió y sujetó las mechas rubias en un nudo desordenado y
dejó pequeños mechones que enmarcaban su rostro. Luego se
puso una nueva capa de maquillaje antes de meter su ropa vieja
en la bolsa de ropa y salir a buscar a Frank.

No necesitaba ir muy lejos. La estaba esperando justo en la


puerta.

Inclinó la cabeza una vez antes de quitarle las cosas.

—Por aquí.

Ella lo siguió afuera en la fría noche de noviembre. Su mirada se


elevó cuando cruzaron el estacionamiento hacia la camioneta.
Los cielos estaban despejados, pero ella sabía que era sólo
cuestión de tiempo antes de que fueran enterrados bajo una
gruesa capa de nieve.

—¿Adónde vamos, Frank?, —preguntó ella mientras él le abría


la puerta trasera.

—No está lejos, —fue su respuesta suave.

Sabiendo que no debía presionarlo, se deslizó en el asiento y lo


vio cerrar la puerta detrás de ella. Él dio la vuelta y se puso al
volante.

No había estado mintiendo acerca de no ir lejos. El viaje no pudo


haber sido de más de quince minutos. Cuando se detuvieron,
dejó el auto parado mientras un hombre bajito y radiante se
apresuraba a abrirle la puerta.

—¿Señorita Romero?

Juliette asintió.
La sonrisa del hombre se amplió. —Soy Vince. El Sr. McClary
me ha pedido que la lleve adentro.

Su mirada pasó del hombre al edificio. No era nada especial, un


edificio de ladrillos en medio del distrito de almacenes de la
ciudad. Pero se dejó ayudar a salir del auto.

—Frank, ¿puedo dejarte mi bolso? —preguntó.

Desde detrás del volante, Frank inclinó la cabeza. —Sí, señora.

Agradeciéndole, ella siguió a Vince a través de un juego de


puertas metálicas. Se abrieron en una pequeña y estrecha
escalera manchada de graffiti y suciedad. No era el tipo de lugar
que ella hubiera elegido para llevar un vestido tan bonito, pero
Killian debe haber tenido una razón.

—Por aquí.

Vince le hizo señas para que lo siguiera hasta los escalones de


metal y arriba. Había tres pisos antes de la cima. Juliette estaba
sin aliento cuando llegaron a la puerta verde en la cima.

Vince se había teletransportado. Sin decir una palabra, abrió la


puerta de un tirón y se hizo a un lado para que ella entrara
primero.

Velas, docenas y docenas de velas iluminaron cada centímetro


cuadrado del desván. Mágicas luces se retorcían alrededor de las
vigas de madera y corrían desenfrenadas en bucles desde las
vigas. En el centro de todo, cubierto por todos los lados por
cortinas de gasa blanca, había una elegante mesa para dos
equipada con dos velas largas y una delicada vajilla.

De todas las cosas que ella esperaba, esta no era.


—Te ves hermosa.

Sorprendida, Juliette se dio vuelta. Detrás de ella, impresionante


con un traje negro, Killian le ofreció una sonrisa torcida que hizo
que su corazón se disparara. Sus gruesos y ondulantes
mechones fueron barridos de su frente y peinados hacia atrás
para dejar abierto su rostro recién afeitado. Los extremos se
enroscaron sobre el cuello crujiente de su chaqueta. Debajo de
ella, su camisa era de un blanco cegador, un agudo contraste
con el corte de negro sedoso que corría por su pecho hasta la
hebilla dorada que sostenía sus pantalones. Le recordaba a un
modelo salido de las brillantes páginas de GQ.

—Tú también te ves muy bien, —dijo, inexplicablemente sin


aliento. Se humedeció los labios—. ¿Qué es todo esto?

Se acercó a ella a pasos lentos y regulares. Sus manos en las


profundidades de los bolsillos de su pantalón. Sus oscuros ojos
brillaban bajo la luz de las velas.

—Pensé que teníamos que intentar algo diferente esta noche. ¿Te
parece bien?

A ella le gustaba ir a casa con él y dejarlo quitar el estrés de cada


músculo de su cuerpo, una chica difícilmente podría decir que
no a una cena secreta a la luz de las velas.

—Oh, estoy segura de que puedo arreglármelas, —dijo,


ofreciéndole una sonrisa burlona. Su sonrisa se suavizó y se
acercó a él. La palma de su mano se posó sobre el suave material
de su chaqueta, justo sobre su corazón—. Esto es increíble.
Gracias.

Su mano se cerró sobre la de ella, cubriendo sus dedos mientras


la acercaba. —Simplemente supervisé el proceso.
Sacudió la cabeza. —No importa. Podrías habernos llevado a un
restaurante. Hay cientos de restaurantes elegantes por toda la
ciudad. En lugar de eso, hiciste esto. — Ella miró la habitación,
aún en absoluto asombro por su belleza—. Me encanta.

Sus ojos se oscurecieron. Sus dedos se apretaron alrededor de


los de ella.

—Bien.

La llevó a la mesa y sacó su silla. Esperó hasta que ella estuviera


bien sentada antes de ir a su lado.

Juliette esperó a que él la enfrentara antes de soltar la pregunta


que la atormentaba.

—¿Esto es por lo de esta mañana? —Sus ojos bajaron, la única


señal que necesitaba para confirmar su teoría—. Prometo que no
volverá a suceder. Honestamente lo siento mucho por...

—No, —la interrumpió suavemente—. No lo lamentes. No he sido


muy justo contigo y eso es culpa mía.

Juliette parpadeó. —¿Qué quieres decir?

Levantó la mirada y la fijó en su rostro. —No importa. No quiero


hablar de nada molesto esta noche. Sólo quiero disfrutar de ti.

Una sonrisa se alejó en su corazón. —Estoy a favor de que me


disfrutes. —Apoyó sus codos en la mesa, juntó sus dedos y puso
su barbilla en sus nudillos—. Cuéntame sobre tu día.

Killian se reclinó en su silla. —Hice algo de trabajo. Hice algunas


llamadas. Nada fuera de lo común.
Juliette entrecerró los ojos. —Y en algún lugar entre el trabajo y
la realización de llamadas, armaste esto y me compraste un
vestido increíble, que me encanta.

Sus labios se arquearon. —Es un buen vestido. Lo haces ver


hermoso.

Juliette se rio. —¿Intenta llevarme a su cama, Sr. McClary?


Porque debo advertirle que tengo una larga lista de pretendientes
que compiten por mi afecto.

Levanto una ceja oscura con diversión. —¿Lo has descubierto?

—¿Preocupado? —se burló.

Su sonrisa era lenta y brutalmente arrogante. —Ah, cariño, para


nada. Tu cuerpo siempre me pertenecerá. Ningún otro hombre
lo tomará como yo lo hago.

Su cuerpo dio un escalofrío de acuerdo. Toda la diversión se


convirtió en un caliente y pegajoso torrente de líquido que
empapaba sus bragas. Su clítoris palpitaba de anhelo.

Sonrió con toda la gracia de un hombre consciente de su efecto


sobre su mujer.

Juliette tragó saliva de forma audible. —No juegas limpio.

Se inclinó hacia adelante y bajó su voz a ese ronroneo de grava


que la volvía loca. —No te gusta que juegue limpio. Te gusta
cuando soy sucio y rudo. Te gusta cuando te arranco las bragas,
te agacho y te follo hasta que no puedes caminar durante una
semana, o cuando meto mis dedos en tu pequeño coño mojado
y te hago gritar. Así es como te gusto.
Era cierto. Al diablo con ser justo. Vivía por las noches en que la
torturaba sin sentido, cuando la tenía tan alterada que estaba
segura de que moriría si no acababa con su sufrimiento. No
había nada de justo ni de amor en esas noches. Todo era una
brutal batalla de cuerpos calientes y sudorosos chocando con
un objetivo en mente: follar hasta el agotamiento.

—Bueno, eso va en ambos sentidos —dijo, deseando que su


cuerpo se calmara antes de volcar la mesa para llegar a
él—. Recuerdo que rogaste unas cuantas veces.

—No lo negaré, soy adicto a tu coño.

Un segundo tictac.

Juliette se rió. —Dios, parecemos un par de maníacos sexuales.

Respiró profundamente y lo exhaló lentamente. —Sólo contigo,


amor. Sólo contigo.

Con el corazón dando un giro indigno en su pecho, Juliette


comenzó a abrir la boca cuando un estruendo llenó el gran
espacio que los rodeaba. El sonido la sacó del profundo anhelo
que se enroscaba en su interior. Su cabeza se movió justo a
tiempo para ver cómo se abría la puerta del ascensor de carga y
un hombrecito robusto salió corriendo empujando un carro
plateado. Se acercó, se inclinó primero ante ella y luego ante
Killian. Sin decir una palabra, quitó la tapa de la bandeja,
revelando dos platos humeantes, ambos conteniendo el mismo
tamaño de trozos de filete mignon con una orden de espárragos.
Los platos se colocaron delante de ellos. El hombre se inclinó de
nuevo y se fue tan rápido como había llegado.

—¡Gracias! —Ella lo dijo, pero él ya estaba perdido detrás de la


puerta corrediza. Volvió su atención hacia adelante y encontró a
Killian observándola en silencio. Le ofreció una pequeña
sonrisa—. Esto se ve delicioso, —murmuró, necesitando romper
el silencio que se había apoderado de ellos tan caliente y espeso
como una suave ola de calor de julio.

Tomó su cuchillo y tenedor y cortó la carne tierna. Los cubiertos


frente a ella tintinearon al ser levantados, pero no fueron
utilizados. Se metió un poco de carne en la boca y casi se quejó
cuando el sabor sazonado le explotó en la lengua en una jugosa
ráfaga. Se necesitó toda su poder de contención para no devorar
todo, que se joda la dignidad.

—¡Dios, esto podría hacer que mueras! —dijo ella.

Killian se rio. —Bueno, por mucho que me gustaría atribuirme


el mérito, no puedo decir que haya tenido mucho que ver en su
preparación.

—¿Killian? —Juliette levanto su rostro—. ¿Puedo preguntarte


algo?

Asintió con la cabeza. —Por supuesto.

—¿Dónde está tu hermana? —preguntó.

—Maraveet no es exactamente mi hermana, —corrigió—. Ella es


más bien un dolor de cabeza autoproclamado.

Juliette se rio. —¿Tienes uno de esos también, eh?

Killian resopló. —Nuestras madres eran las mejores amigas, así


que siempre me vi obligado a jugar con ella. Las fiestas de té y
los disfraces... era una maldita pesadilla.

Ella tuvo que aguantar la risa. —¿No te gustan las fiestas de té


y los disfraces?
Sus ojos oscuros se acercaron a los suyos, estrechándose con
molestia y un brillo de diversión. —Creo que mi odio al té y a los
vestidos con volantes provenía de esas calurosas tardes de
verano.

La risa estalló en ella con un rugido que tuvo que reprimir detrás
de su mano. La otra fue a su estómago mientras su cuerpo se
inclinaba hacia adelante.

—No es gracioso, —él refunfuñó, con su propia boca


temblando—. Me hacía desfilar por la mansión y hablaba de
cuántos caballeros guapos nos invitarían a bailar en el baile más
tarde esa noche.

Juliette aspiró suficiente aire para preguntar: —¿Había un baile?

—Todas las malditas noches. —Se frotó una mano sobre los ojos
como si el recuerdo se quemara aún detrás de sus
párpados—. Sacaba todas sus muñecas y las sentaba por la
habitación, luego me hacía girarlas una y otra vez...

—Me gusta, —decidió Juliette—. Parece divertida.

Bajó la mano. —Exigente, malcriada... terca. Querido Dios, ella


era jodidamente terca. —Hizo una pausa cuando se le ocurrió
un pensamiento—. Estoy siempre rodeado de mujeres
testarudas.

—Entonces, ¿dónde está ella?

Killian se encogió de hombros. —Podría estar en cualquier lugar.


Recibí un mensaje de ella hace unos meses desde París. Puede
que vuelva a saber de ella en una semana, un mes o un año.

Su sonrisa se desvaneció. —¿Ya no son unidos?


—Oh, lo somos, pero con su línea de trabajo, no puede
mantenerse en contacto. —Su mirada bajó al mantel—. No es
seguro para ninguno de los dos estar cerca.

—Es tan triste —susurró, sentándose, olvidando la comida—. No


poder tener nunca una familia o alguien a quien amar. ¿Cómo
lo soportas?

—No teniendo una familia o alguien a quien


amar, —murmuró—. Esta vida es solitaria. Hay unos pocos,
como nuestros padres, que creen que pueden engañar a su
destino. Conocen a una mujer, se enamoran y forman una
familia, pero al final, nunca dura. Sus hijos se convierten en
sombras de ellos y ellos... mueren.

Una opresión llenó su garganta, haciendo imposible


respirar. —¿Dónde están los padres de Maraveet?

—Murieron en un atentado de auto bomba cuando ella tenía


siete años. Maraveet se estaba quedando con nosotros, pero se
suponía que estaba con ellos cuando sucedió.

—Oh Dios mío...

—Por eso no puedo mantenerte más de un año, Juliette. Esto


solo te ha puesto en más peligro del que puedas imaginar, pero
necesitaba esto, te necesitaba, por muy egoísta que sea.

Empujando su silla, Juliette se puso de pie y caminó hacia su


lado de la mesa. Él ya la estaba esperando. Sus manos se
cerraron alrededor de sus caderas y la llevó a su regazo. Sus
brazos rodearon sus hombros.
—Salte —susurró ella en el cálido estiramiento de la piel a lo
largo de su cuello—. No hagas esto más. —Dudó un instante
antes de añadir el más silencioso murmullo—. Quédate conmigo.

Sus brazos alrededor de ella se apretaron. Su cabeza giró para


acariciar su cara en el pecho de ella.

—No hay salida. —Sus dedos se apretaron en su cadera mientras


quemaba las palabras en el suave material de su
vestido—. Siempre habrá alguien que querrá lo que tengo y
eventualmente, un día, mi suerte se acabará.

—¡Basta! —El palabra le salió en un grito estrangulado—. No


digas eso. Tiene que haber una manera. —Ella se retiró lo
suficiente como para mirarle a los ojos, llena de lágrimas—.
Sólo... tienes que encontrar la manera. —Ella tomó un lado de
su cara limpiamente afeitada—. No puedo perderte, Killian.

El la besó, pero no como todos los otros besos que le había dado
en el pasado. Este fue demasiado parecido a un adiós que ella
devolvió con un tirón. Su mano se acercó a sus labios, húmedos
y temblorosos.

—No hagas eso —susurró, con una voz inusualmente


ahogada—. No me beses como si te estuvieras despidiendo.

Durante mucho tiempo, no dijo nada. El oscuro destello


continuó jugando a través de sus rasgos en un nudo de luz y
sombras. Se dio cuenta de que todo en él era luz y sombra. Era
lo que siempre le había llamado. Sus demonios y ángeles.

—Tengo algo para ti, —dijo inesperadamente, distrayéndola


temporalmente.

Juliette le frunció el ceño. —¿Qué?


La movió suavemente de su regazo y se levantó con ella. Le
ofreció su mano, que ella tomó sin dudarlo.

—Bueno, no lo conseguirás si sigues frunciendo el ceño, —le dijo


mientras caminaba con ella de espaldas lejos de la mesa.

—No estoy frunciendo el ceño, —murmuró—. Estoy preocupada.


Hay una diferencia.

Se detuvo y alcanzó su rostro. —Tu preocupación tiene a tus


cejas peleando. —Frotó ligeramente el lugar entre las cejas de
ella con la yema de su pulgar, como si intentara borrar la arruga
allí—. Vamos. Sonríe para mí.

Era difícil mantener el rostro serio cuando alguien dice “sonríe”.


Fue un gesto casi reflexivo. Inmediatamente, su rostro se suavizó
y su boca se movió.

—Es un truco muy ingenioso, —le dijo.

—¿Verdad? —Sonriendo, se alejó—. Muy bien, te voy a enseñar


a bailar el vals.

Juliette se rio. —¿Vals?¿Estamos en los 1700?. —Sus ojos se


entrecerraron—. ¿Cómo sabes bailar el vals?

—Sé muchas cosas, —comentó airosamente.

—¿Eres bueno? —le preguntaba mientras la colocaba frente a él.

—Siempre soy bueno.

Juliette puso los ojos en blanco. —Por supuesto. Está bien.


¿Cómo empezamos?
—Primero, necesito una mano aquí… —Tomó su mano izquierda
y la puso en su hombro. Una vez en su lugar, dejó caer la palma
de su mano a su cintura—. Y la otra aquí. —Tomó la mano libre
de ella en la suya. Las colocó a un ancho apropiado de
pie—. Ahora, tienes que imaginarte una caja en el suelo
alrededor de nuestros pies. Es lo suficientemente grande para
que ambos nos movamos fácilmente en ella. Cuando
empecemos, yo moveré mi pie izquierdo hacia adelante mientras
tú mueves tu pie derecho hacia atrás. Luego contamos tres
tiempos y nos movemos juntos hacia la derecha.

—¿Mi derecha o tu derecha?

—Mía.

Asintiendo como si entendiera, se preparó.

—¿Lista? Uno... dos... tres... y de nuevo...

No fue tan difícil. Era básicamente un baile en línea, pero en los


mismos cuatro puntos, no es que eso le impidiera pisarlo o
tropezar con sus propios pies. Killian la sostuvo y pacientemente
la guio en el siguiente paso. Todo se volvió cien veces mejor por
el hecho de que la mantuvo riéndose. La mayoría de sus pasos
en falso se debían a su incapacidad para mantenerse erguida.

—No mentiré, —dijo Killian en un momento dado—. Eres una


bailarina horrible.

—¡Cállate! —Jadeando, movió los hombros e intentó mostrar


una mirada de confianza que se vio horriblemente afectada por
el sonido de las risas que amenazaban con estallar—. Tal vez
sólo eres un horrible instructor.
Resopló indignado. —Improbable. Soy un McClary y, por lo
tanto, nací con las gracias naturales de un cisne.

No hubo forma de detener la risa que estalló de ella. Su cabeza


se echó hacia atrás mientras el sonido explotaba desde lo
profundo de su tórax. Las lágrimas brotaron y se derramaron
por sus mejillas en una corriente caliente. Sus piernas la
abandonaron para ser sostenida únicamente por sus manos.
Contra su sien, la risa de Killian le calentó la piel. Le erizó la piel.
El pecho de él retumbó contra el de ella mientras ella se hundía
en él. En un momento dado, ya no hacía ningún ruido, sólo un
extraño temblor que recorría todo su cuerpo.

—Bien... —Tomó aire para sus pulmones y luchó por


enderezarse—. Vale, enséñame esa cosa de la curva de la pierna.

—¿Cosa de la curva de la pierna?

Al limpiarse los ojos, asintió con la cabeza. —Esa cosa con la


pierna que rodea la pierna de su compañero.

Consideró esto como un momento. —Creo que estás pensando


en un baile de salón. Estamos bailando el vals.

Arrugó la nariz. —¡Muéstrame!

Sus ojos se entrecerraron cautelosamente. —No sé si quiero


hacerlo. Podrías patearme accidentalmente en la entrepierna y
yo podría estrangularte.

Ella estalló en otro ataque de risa al imaginarlo. —Tendré


cuidado.

No parecía convencido, pero dio un paso atrás una vez que


estuvo seguro de que ella podía mantenerse en pie.
—Te giraré hacia afuera, luego hacia adentro, y cuando lo haga,
engancharás tu pierna externa alrededor de la mía.

Asintiendo con la cabeza para decir que entendió, esperó al tirón


mientras él la giraba con fluidez bajo su brazo. Luego, con un
tirón igualmente perfecto, la hizo girar de nuevo hacia su pecho.
Pero en lugar de ejecutar un perfecto giro de pierna, ella se
estrelló contra él, casi enviando a ambos al suelo.

—¡Otra vez!, —exigió—. Casi lo tenía.

Era su turno de reírse, pero él se contuvo. Incluso lo hizo más


despacio para que ella tuviera tiempo, pero no fue tan fácil como
siempre se veía en la televisión. Para cuando su cabeza dejó de
girar, había perdido el paso, lo cual era otro asunto
completamente complicado. Al final, nunca lo consiguió y
terminó enganchando su pierna alrededor de su cadera.

—¿Crees que estamos listos para competir profesionalmente?

Killian resopló una risa. —Tal vez si muestras un poco más de


pierna.

—Y tetas, —añadió.

—Definitivamente tetas —estuvo de acuerdo—. Ciertamente


tienes unas bonitas.

Riéndose, se alejó. —Nuestra comida está fría.

—¿Quieres comer o ver lo que tengo planeado para después?

Los ojos de Juliette se abrieron de par en par. —¿Hay más?

Su respuesta fue una sonrisa cuando tomó su mano y la llevó


lejos del cuarto mágico con las velas casi fundidas. Ella se
detuvo en la puerta para mirar hacia atrás, queriendo grabar el
momento para siempre en la memoria antes de seguirlo por las
escaleras.

—Estoy un poco triste por irme, —admitió.

—Podemos volver otra vez, —prometió, apretando sus dedos.

La camioneta con Frank en el asiento delantero estaba


exactamente donde la había visto por última vez, aparcada
delante con el motor en marcha. Killian abrió la puerta trasera
antes de que Frank pudiera salir y ayudó a Juliette a entrar. Se
balanceó tras ella y cerró la puerta.

Sin decir una palabra, Frank empezó a conducir.

—¿Adónde vamos?, —preguntó.

—No eres muy buena en esto de las sorpresas, ¿verdad? —


musitó Killian.

Lo golpeó en broma ligeramente con un codo en el costado, pero


él no volvió a preguntar.

Condujeron durante veinte minutos en la interminable


oscuridad que parecía extenderse para siempre a lo largo de la
autopista. A su lado, Killian se sentó a mirar la ventana. Su
estoico perfil colgaba en las sombras y un tinte verde en el
tablero de delante. Juliette lo estudió por el rabillo del ojo y se
preguntó cómo podía estar tan tranquilo haciendo lo que hacía.
Ella habría sido un caso perdido neurótico. No podía imaginar
cómo alguien podía acostumbrarse a estar constantemente en
peligro. Pero tenía razón en una cosa, ella nunca podría tener
una familia con él, no de esta manera. Nunca podría traer a un
niño a un mundo tan incierto. Al final, sólo tenían menos de un
año. Ella no sabía qué haría después de eso.

Como si sintiera su angustia, su tristeza, una mano se posó


ligeramente en su regazo y se enroscó alrededor de la suya. Sin
decir nada, giró la palma de su mano y juntó los dedos de ambos.

Se detuvieron en el exterior de un edificio de un solo nivel apenas


visible en la oscuridad. Killian mantuvo sus dedos en la mano
mientras la llevaba por el costado a un conjunto de puertas
dobles. Cortinas negras los recibieron en un vestíbulo no más
grande que un armario. Una sola luz brillaba sobre ellos, aguda
y cálida. Killian corrió las cortinas a un lado y siguió un estrecho
pasillo más profundo en la semioscuridad. Más luces se
dirigieron a una puerta al final, pintada de negro.

—No es una de esas casas embrujadas de la feria,


¿verdad? —Juliette respiró, sus dedos se apretaron alrededor de
los suyos—. No te perdonaré si lo es.

—¿Por qué te traería a una casa embrujada?

Era una buena pregunta, una para la que no tenía respuesta,


pero la sensación de malestar no disminuyó. Él alcanzó la
manilla dorada de la puerta y ella contuvo la respiración.

Se abrió y sorprendentemente había más paredes negras y


cortinas negras. Pero la habitación era más grande y tenía un
espejo dorado y dos sillas negras. Había una serie de correas y
ganchos en la primera.

Killian la llevó dentro y cerró la puerta tras ellos. Entonces


empezó quitarse la chaqueta. Deshizo la corbata. Luego los dos
botones superiores de su camisa de vestir.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella cuando él se desabrocho
sus mangas—. Oh Dios mío, ¿estamos en un calabozo sexual?

Killian se congeló. Estaba de espaldas a ella, pero podía ver la


repentina tensión que se abría paso a través del ancho de sus
hombros. Sus dedos dejaron de desabrocharse y se cernieron
sobre el nudo dorado. Lentamente, se giró sobre el talón de un
pie y se enfrentó a ella. Su expresión no delataba nada.

—¿Un calabozo sexual? —Dijo las palabras como si las probara


en su lengua, como si la idea fuera extranjera—. Un calabozo
sexual, —repitió, todavía muy lentamente, pero con una cinta de
diversión—. ¿Te gustaría que fuera así?

Juliette sintió que sus mejillas se pinchaban con el calor. —¿No


es así?

Inclinó la cabeza hacia un lado y la miró con ecuanimidad. —


Eso no responde a mi pregunta.

—Yo... no lo sé, —tartamudeaba torpemente—. ¿Qué me harías?

El calor era insoportable, desplazándose y quemándose en él.


Parecía llenar la habitación, sofocando el aire y haciendo
imposible respirar.

—¿Confías en mí?

Ella asintió sin dudarlo. —Sí.

Un sonido se le escapó, un bajo y estruendoso gruñido que


recorrió toda la longitud de su columna vertebral.

—Ven aquí.
Fue hacia él. Sus ojos nunca se apartaron de los suyos mientras
lo veía alcanzar las correas de la silla. Él la jaló hacia él y ella se
dio cuenta de que las correas estaban cosidas a lo largo de un
grueso chaleco. La cosa pasó sobre su cabeza. Sus brazos
pasaron por los agujeros y las correas se deslizaron a través de
los ganchos.

Juliette no sabía nada del bondage11 aparte de lo que Killian le


había hecho en la habitación del hotel. Sabía que la gente hacía
todo tipo de locuras con cuerdas y se suponía que todo era
liberador y sensual, pero no estaba segura de cómo se sentía con
el chaleco.

Sin embargo, Killian nunca había hecho nada que no le gustara.


Tal vez esta sería una de esas ocasiones.

Se alejó de ella y su cabeza se elevó. Todavía la miraba con esa


sonrisa furtiva. Le hizo un nudo en el interior.

—¿Debería quitarme el vestido? —preguntó.

—No.

Sus hombros se cayeron. —¿Vas a rasgarlo? —Sus manos


pasaron por la tela de su falda—. Me gusta mucho este vestido.

Killian se río. —Intentaremos mantenerlo en una sola pieza. Si


no, te conseguiré otro.

Exhalando una aceptación reacia, ella vio como él terminó de


desabrochar los botones de su puño y subió su manga. Luego él
también se puso un chaleco.

11
Práctica erótica basada en la inmovilización del cuerpo de una persona.
Su confusión debe haber aparecido en su rostro, porque su
sonrisa se amplió.

—Continúa —animaba—. Dime lo que estás pensando.

Juliette sacudió la cabeza, con una expresión agria. —No, te


estás riendo de mí.

Se rio. —Eres adorable, —fue todo lo que dijo.

Con las correas aseguradas, le hizo señas a la pared del otro lado
del espejo. Su mano se cerró alrededor de una franja blanca que
ella había confundido con pintura despojada y tiró. La escotilla
se abrió sin problemas para revelar otra habitación al otro lado.
Los nervios de Juliette gemían mientras eran atacados por el
agudo olor a sudor. Sus miembros temblaban.

Había oído hablar de los clubes de sexo donde la gente jugaba


sus locas fantasías de estar atado y... quién sabe qué. Pero
nunca había considerado buscar uno, no es que supiera por
dónde empezar a buscar. La idea de lo que podría ver y lo que
Killian le pediría que hiciera, se agitó en una corriente eléctrica
de ansiedad. No estaba segura de querer estar allí.

En el estrecho pasillo con su alfombra púrpura y sus paredes


negras, Juliette temblaba mientras esperaba que Killian le diera
más instrucciones. Jugueteaba nerviosamente con las correas
de su chaleco mientras lanzaba miradas furtivas hacia la curva
del final del pasillo.

—Killian, no sé... —Un casco fue puesto firmemente en rio.


cabeza—. ¿Qué...?

Sus dedos rozaron la parte inferior de su barbilla mientras


sujetaba la correa.
—No te muevas. —El clip se bloqueó con un suave clic—. Ahí.

Se dio la vuelta y tiró de su propio casco negro. Las luces de


arriba patinaban sobre la solapa de plástico fijada en la parte
superior. Un protector de cara, pensó ella, mirando como
cerraba la correa de la barbilla.

—¿Qué es esto? —exigió, sin creer que se trataba de una


mazmorra sexual extraña.

Un pesado trozo de plástico y metal cayó en sus manos. Una


pistola. Se le habría caído, pero no se parecía en nada a una
pistola de verdad. Para empezar, era demasiado gruesa y los
tornillos eran falsos. Por otro, había luces dentro y parpadeaban
de diferentes colores.

—Una sala de tiro, —dijo, ahora que ella ya no creía que él la


arrastraba para que la amordazaran y azotaran—. No es tan
excitante como un calabozo sexual, pero estoy seguro de que lo
disfrutarás de todas formas.

Juliette se quedó boquiabierta. —¿Sala de tiro? —Ella miró el


arma antes de arreglarlo con su molestia—. Me hiciste creer...

—¿Que iba a desnudarte y ponerte sobre mi rodilla? —Él


sonrió—. Todavía podría, pero tendrás que pedirlo muy
amablemente.

Su rostro explotó en colores. —¡Idiota!

—No seas así, mi corderito pervertido. —Le tomó la barbilla y le


levantó el rostro para darle un duro beso—. Si significa tanto
para ti, te construiré tu propia sala de juegos y haremos lo que
quieras.
La idea era tentadora.

—No soy muy buena con las sorpresas, —admitió un poco


tímidamente.

Él levantó una ceja simulando incredulidad. —No me digas.


Apenas pude notarlo.

Ella lo golpeó. Riendo, él la tomó de la mano y la llevó por el


pasillo.

En la curva del pasillo se abrió a otra puerta que conducía a una


enorme arena compuesta enteramente de paredes de espuma,
rampas, redes, tuberías, espejos y pequeños espacios para
gatear. Las luces estroboscópicas aéreas se movían al ritmo de
la música tecno pesada que atravesaba la cámara en una ráfaga
de color rosa, azul y amarillo. Todo estaba pintado de negro con
rayas amarillas. Incluso el suelo tenía flechas amarillas que
guiaban a la gente alrededor de los obstáculos. Pero ellos eran
los únicos que estaban allí.

—¿Has hecho esto antes? —preguntó, lo suficientemente fuerte


para ser escuchada.

Killian negó, su cara se enrojeció de excitación. —Siempre he


querido hacerlo.

Era difícil de creer cuando se enfrentaba a un hombre que dirigía


todo un imperio, un hombre que siempre fue tan confiado y
poderoso, que en realidad todavía podría tener un lado divertido.
A diferencia de ella, él nunca había tenido una oportunidad en
la infancia. No una real. ¿Había tenido otros amigos aparte de
Maraveet? Se preguntó con un poco de tristeza. Pero ella lo olvidó
y se forzó a sí misma a sonreír.
—Bueno, entonces estás en problemas, porque yo lo he
hecho. —Falda en una mano, pistola en la otra, se puso en
marcha para la apertura—. Prepárate para perder, McClary.

Al final, terminó rasgando su propia falda mientras intentaba


salir de cuclillas y atrapó el dobladillo bajo su pie. El resultado
fue dos—tres y no tenía ni idea de donde había dejado sus
zapatillas. Vagamente recordaba haberse cansado y haberlas
tirado en algún lugar. Pero en el esquema de ganar, no
importaban mucho.

Era su último partido. Juliette estaba arriba por un punto.


Había perdido de vista a Killian en algún lugar de los pilares de
espuma. Su plan era moverse antes de que él se recuperara, dar
la vuelta y acercarse por detrás, pero hasta ahora, lo había
perdido de vista y el reloj se estaba acabando.

Contra el material rígido de su chaleco luminoso, su corazón


explotó con la adrenalina y un matiz de miedo que venía con el
hecho de ser atrapada. El sudor resbaló en el mango de la
pistola. Apretó los dedos y se acercó al final de la pared
improvisada. El material de goma se sentía frío en su espalda
mientras se apretaba contra ella y contaba sus respiraciones.
Con cuidado, se deslizó hacia adelante y se asomó a la esquina.
Una jungla de cuerdas enmarañadas colgaba delante,
bloqueando su camino hacia los túneles del otro lado. Era el
lugar perfecto para esconderse.

Sosteniendo el aire en sus pulmones, dio un paso adelante.

—No tan rápido. —Un antebrazo tonificado se cerró sobre su


pecho y la hizo retroceder hasta un pecho sólido, provocando un
chirrido de ella—. Ahora eres mío, corderito.
Con el corazón enloquecido, Juliette se rio. —¿Cómo te pusiste
detrás de mí?

Sus labios rozaron su oreja. —No eres la única que sabe cómo
dar vueltas.

—Estuve tan cerca. —Ella se volvió hacia él—. ¿Un juego más
para romper el empate?

Un rayo de luz azul se disparó a través de su cara, iluminando


sus ojos. —No esta noche. Es tarde.

Juliette hizo pucheros. —¡Pero estaba ganando!

Él frunció el ceño y tiró ligeramente de un mechón de cabello


que se había escapado del casco. —Creo que un empate significa
que ambos estábamos ganando.

—Pero habría ganado, —aclaró.

—Sólo porque mis heridas aún me duelen.

Juliette inmediatamente se puso rígida. —¿Estás bien? No te has


desgarrado los puntos, ¿verdad?

—Sólo estoy bromeando, amor. —Él tomó su mano—. Ven. —La


guio hacia la señal roja que dice SALIR—. ¿Dónde están tus
zapatos?

Miró hacia abajo a sus pies desnudos, y luego hacia la pista de


obstáculos que estaban dejando atrás.

—No estoy segura, —respondió honestamente—. En algún lugar


de ahí dentro.

Killian suspiró. —Una mujer tan extraña.


Llegaron al pasillo y sus cascos y armas fueron devueltos a los
pequeños estantes construidos en la pared. Sus chalecos se
engancharon justo debajo de los cubículos y fueron a través de
la puerta oculta a la primera habitación.

—Me divertí, —dijo mientras Killian se ponía su blazer y se metía


la corbata en el bolsillo.

Sonrió. —¿Aunque no fuera el calabozo sexual como pensabas?

Ella le dio un codazo. —Fue mejor.

En el vestíbulo, la tomó por la cintura y la levantó fácilmente en


sus brazos.

—No podemos tenerte caminando sobre rocas afiladas, ¿verdad?


—dijo cuando ella le echó una mirada curiosa.

Frank se quedó al lado del todoterreno, manteniendo la puerta


abierta cuando se escabulleron en la fría noche. Juliette siseó
mientras el aire invernal se pegaba a su sudor y besaba su piel.
Killian la acercó a él, pero no fue suficiente para salvarla del frío.
Rápidamente, la puso en el asiento trasero y se unió a ella en la
cálida cabina. Frank cerró la puerta.

Juliette tiró del abrigo, con los dientes castañeteando. Sus dedos
temblaban, pero se las arregló para subir la cremallera hasta la
barbilla. Killian la rodeó con un brazo y la arrastró a su lado
donde ella acarició su fría nariz en la curva de su cuello.

Debió quedarse dormida, aunque no lo recordaba, porque


cuando volvió a abrir los ojos, estaban llegando a la entrada de
su casa. Las luces estaban apagadas, pero sabía que Javier o
Laurence, o ambos estarían en la ventana, mirando.
Se volvió hacia el hombre que aún la sostenía, desconcertada.

Sonrió suavemente. —Vamos.

Aturdida, se dejó ayudar para salir del auto y subir las escaleras
de su porche. Frank la siguió con su bolso y la bolsa de ropa con
su ropa original. Ella tomó ambos y le agradeció. Él inclinó la
cabeza antes de volver al auto, dejándola a solas con Killian.

—¿No vamos a tu casa esta noche? —preguntó, con la voz ronca


por el sueño.

Killian sacudió la cabeza. —No esta noche. Esta noche, te


acompañaré a tu puerta y te daré un beso de buenas noches.

Juliette frunció el ceño. —¿Por qué?

Enmarcó su frío rostro entre sus cálidas palmas. —Porque esta


noche no se trataba de meterte en la cama. —Luego la besó,
lenta y suavemente. Apenas duró un minuto, pero ambos
estaban sin aliento—. Buenas noches, Juliette.

Su corazón era un pájaro salvaje golpeando contra la jaula de


sus costillas, Juliette tragó débilmente. —Buenas noches,
Killian. Gracias por esta noche.

Ella dio un paso atrás cuando él la liberó. Sus dedos estaban


inestables cuando alcanzó el pomo de la puerta. Él todavía
estaba de pie allí cuando ella entró. Ella le dio una última mirada
mientras él estaba ahí fuera en la madrugada, con un aspecto
hermoso y desarreglado antes de cerrar la puerta.
—Se han hecho todos los arreglos, señor.

Frank dejó las páginas en el escritorio de Killian. Salidas de


vuelos, ubicación de hoteles, y un mapa claro de todos los
lugares que visitarían durante su escapada europea.

—¿Ha visto Juliette esto?

Frank sacudió la cabeza. —No señor. Acabo de recibir la


confirmación final.

Killian le mostró las páginas. —Que Juliette las revise cuando


llegue aquí dentro de un rato. Hazle saber que marque todo lo
que quiera añadir o quitar. Luego quiero que te envíe el número
exacto de maletas que traerá.

Frank se llevó los papeles. —Sí, señor.

—¿Cómo vamos con la escuela de Viola? ¿Siguen negándose a


darle el mes libre?

El duro rostro de Frank lo dijo antes de que su boca pudiera


responder. —Debido al estado de sus notas y al número de
ausencias que ya ha acumulado, piensan que no sería prudente
darle el tiempo libre.
Killian suspiró. —Y Juliette se niega a irse sin la chica. Diles que
contrataremos un tutor para que venga con nosotros y que
estamos dispuestos a hacer una generosa donación.

Frank se enderezó, su atención ya no se centró en Killian. Una


mano carnosa se había levantado hasta su oreja, la otra se había
levantado hasta su boca. Sus gruesas cejas se habían juntado
sobre sus ojos que miraban fijamente a Killian.

—¡Aseguren las puertas! —ladró al pedazo de plástico que


atravesaba el puño de su manga— Quédense en sus
puestos. —Volvió su mirada oscura hacia Killian—. Ha habido
un incidente, señor. Por favor, permanezca en su oficina.

Con eso, se puso en marcha y salió de la habitación,


deteniéndose sólo lo suficiente para cerrar las puertas tras él.

Killian lo miró con una mano avanzando hacia el cajón de su


derecha, en donde estaba la Desert Eagle 357mag. de su padre,
estaba cargada. Se aseguró de ello en el momento en que la sacó
de la bóveda de armas. Incluso había empezado a llevarla con él,
algo que siempre había rezado para no tener que hacer nunca.
Pero después del ataque de Smith, casi se había convertido en
una necesidad. También se había convertido en una tarea
mantenerlo oculto de Juliette. Lo último que quería era
preocuparla más. Dios sabía que ella se preocupaba ya lo
suficiente.

—Tus hombres no tienen ninguna esperanza, espero que seas


consciente de eso.

Tenía el arma en su mano cuando aspiró un aliento. El arma


cargada bajo su pulgar, cuando su brazo salió disparado,
dirigiendo el cañón directamente hacia la figura que abría las
puertas de su oficina y acechaba como si fuera la dueña del
lugar.

Su brazo vaciló una vez antes de caer.

—¿Maraveet?

Hermosa con el cabello del color del fuego y ojos verdes enormes
de un gato de la selva, Maraveet Árnason le sonrió desde el borde
de sus gafas de aviador. Su pequeña boca apareció en una
esquina.

—Hola, hermanito. —Se adentró en su oficina, con sus botas a


la altura de la rodilla resonando a cada paso fluido—. ¿Me has
echado de menos?

El arma golpeó la parte superior de su escritorio con un fuerte


estruendo mientras se ponía de pie. Despejó el escritorio en tres
pasos y la levantó en sus brazos. Su risa le sonó en el oído y le
calentó la cara. Los delgados brazos se cerraron alrededor de su
cuello. Ella apretó hasta que él tosió.

—Dios, te he echado de menos, —respiró en su hombro.

Sus pies, colgando a centímetros del suelo, le dieron una


pequeña patada, su señal para que él la bajara. Lo hizo con
cautela, pero mantuvo sus manos en los hombros de ella.

Ella era pequeña, apenas llegaba a su pecho con un rostro con


forma de corazón y tez de melocotón y crema. Pequeñas pecas
adornaban el fino puente de su nariz respingona y dispersaban
las suaves curvas de sus mejillas rosadas. Una fina y blanca
cicatriz se abrió paso a través de la ceja izquierda donde él le
había lanzado una piedra cuando eran niños. Su madre estaba
furiosa, pero Maraveet fue quien le dijo que lo hiciera. No había
sido su culpa que ella no pudiera atraparla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, separándose de ella y volviendo


a su escritorio.

Maraveet lo siguió. —¿Qué esperabas que hiciera cuando me


enteré de que te habían disparado? Habría llegado antes, pero
tuve problemas con el gobierno peruano. —Ella le ofreció una
sonrisa—. Parece que no les gusta que los extranjeros visiten sus
museos a altas horas de la noche.

—¿Puedes culparlos?

Consideró eso un momento, se encogió de hombros.

—Supongo que no, pero meter a una chica en la cárcel por hacer
su trabajo es un poco demasiado, ¿no? Me costó mucho salir.
No lo sabrías a la vista, pero están muy bien diseñados.

Sus aventuras ya no lo sorprendieron como antes. Hubo un


tiempo en que sus textos se leían, adivina dónde estaba... ¡En la
prisión rusa! Y casi perdía la maldita cabeza por la preocupación.
Pero ella había entrado y salido de tantas que él ya no se sentía
inclinado a hacer el alboroto.

—Al menos no fue la prisión china, —señaló y la vio


estremecerse.

—No me lo recuerdes.

Sonriendo para sí mismo, alcanzó su arma desechada y con


cautela puso el seguro en su lugar; fue un milagro que no
hubiera disparado la cosa cuando la dejó caer.
—¿Es la única razón por la que te escapaste de la cárcel? ¿Por
qué me dispararon?

Maraveet recargó sus caderas vestidas en unos pantalones


contra el borde de su escritorio mientras el devolvía el arma al
cajón. Ella lo miró. Podía sentir su mirada penetrante quemando
agujeros a través de su ropa en busca de sus heridas.

—Tal vez no del todo. —Dobló sus brazos sobre la suave tela de
su suéter elástico—. ¿Qué es esta basura que escucho de que
tienes una novia?

Ahí estaba. La verdadera razón de la visita improvisada. Él lo


sabía, pero fue agradable escucharlo de la boca de su hermana.

—Juliette no es mi novia. —Cerró el cajón y se enfrentó a ella—


. Ella tampoco es asunto tuyo.

—¿Es así como quieres jugar a esto? —Se puso de pie—


¿Necesito agitar la bandera de la historia en tu estúpida cara?

Moviéndose a su silla, Killian se dejó caer en ella. —La historia


no se repetirá, porque no es así. Tenemos un acuerdo.

Sus ojos verdes se entrecerraron entre sospecha y duda. —Estás


mintiendo. Tu nariz está haciendo esa ridícula cosa de las
arrugas.

Él no tenía ni idea de lo que ella estaba hablando, pero era lo


mismo que ella siempre decía cuando aparentemente lo había
atrapado mintiendo. Él podría verificarlo, pero su orgullo estaba
en juego.

—No se arruga. Estás imaginando cosas.


Resopló y se molestó un poco más, como si tratara de sacar la
verdad de él. Él le devolvió su feroz ceño con uno de los suyos
perfectamente en blanco.

—Muy bien, de acuerdo. —Se enderezó y evitó su cara—. Como


no tengo más remedio que creerte, voy a...

Un forcejeo en la puerta puso una pausa a todo el


despotricamiento aquí. Ambos miraron al pasillo mientras las
voces se elevaban. El pensamiento inicial de Killian fue Frank.
Se preparaba para interceptar lo que podría ser un baño de
sangre entre su jefe de seguridad y su hermana cuando una voz
gritó. La pelea se intensificó. Algo golpeó la pared con un golpe
fuerte.

—¡Suéltame! ¡Killian!

Killian estaba fuera de su silla rápidamente lanzándola hacia


atrás. Esta estrelló contra la pared detrás de su escritorio y giró,
olvidada mientras su dueño irrumpía en el escritorio.
Vagamente, escuchó a Maraveet llamándolo, pero su cabeza ya
estaba prosperando con todo el ruido de su propósito
impulsándolo hacia adelante.

En la entrada, Juliette se balanceó a la vista, luchando contra


las manos enroscadas en la manga de su abrigo. Rizos rubios
rebotaron salvajemente alrededor de su pálido rostro. Pateó y se
balanceó con violencia hacia el hombre que intentaba apartarla.

—¡Quítale las manos de encima!

Su advertencia llegó demasiado tarde. La costura de su hombro


se deshizo. La tela se desgarró con un fuerte desgarro que se
sumó al violento zumbido entre sus oídos. Resbaló del agarre del
hombre. Juliette golpeó el suelo con un grito que atravesó la
cavidad de la existencia de Killian. Su cabeza rebotó en el suelo
con un chasquido y se quejó.

Killian vio rojo. Su corazón rugió mientras su sangre


chisporroteaba en sus venas. Sus nudillos estallaron cuando los
diez dedos se cerraron en dos puños de violencia. Acabó la
distancia y se balanceó. El golpe estalló contra la boca del
hombre, rompiendo su piel y echando la cabeza hacia atrás.
Salió volando y se estrelló contra la pared donde se desplomó en
el suelo en un aturdimiento.

—¡Si vuelves a ponerle las malditas manos encima, me aseguraré


de que te vayas sin ellas!

Dejándolo allí, Killian se apresuró a donde Juliette estaba


luchando por sentarse. Sus grandes ojos marrones se
encontraron con los de él, rebosantes de un terror que lo
abrasaba. Se puso de rodillas junto a ella y fue inmediatamente
atrapado en un abrazo por sus brazos.

—Killian… —su voz se quebró contra su hombro.

—Está bien, —le prometió a un lado de su cabeza—. Te tengo


ahora.

Contra las palmas de sus manos, su espalda se estremeció. Su


cabeza tembló.

—Llegué aquí y había humo por todas partes y hombres extraños


con armas y ... —ella carraspeó—. No me dejaron verte.

—Estoy bien. —Su mano libre se deslizó bajo la pesada cortina


de cabello en la parte posterior de su cabeza y con cuidado
acarició el bulto que se elevaba allí—. Necesitas una bolsa de
hielo.
—No. —Se alejó lo suficiente como para tocar el lugar ella
misma—. Estoy bien. —Sus ojos buscaron en su cara—. ¿Estás
bien?

Con cuidado, se puso de pie, tirando de ella con él. Su mirada


se dirigió al desgarre de su abrigo antes de volver a sus ojos.

—Mi hermana vino a visitarme, —explicó, lo que probablemente


no tenía sentido para ella, porque frunció el ceño.

—¿La que no has visto en años?

Asintió con la cabeza.

Con una mano puesta con cautela en la parte baja de su espalda,


la llevó a su oficina donde Maraveet los estaba observando con
una expresión que sugería que estaba presenciando un horrible
accidente. No había duda de la desaprobación grabada en las
apretadas líneas que sujetaban sus labios caídos, o la que le dio
a Juliette.

—Juliette, mi hermana Maraveet, —la presentó.

Juliette le ofreció una pequeña sonrisa. —Es un placer


conocerte. Killian me ha hablado mucho de ti.

Eso sólo pareció llenar a Maraveet de aún más sospechas. Sus


ojos verdes se dirigieron a Killian y se estrecharon en finas
rendijas asesinas.

—¿Ya lo ha hecho?

Juliette debió darse cuenta de que había dicho algo malo, porque
su sonrisa se desvaneció. Miró de Maraveet a Killian con una
mirada de incertidumbre.
—Sólo que crecieron juntos, —explicó.

Maraveet no se apaciguó. Continuó mirando fijamente Killian.

—Cosa extraña para decirle a una persona en la que no tienes


un interés real.

Juliette parpadeó.

Killian mantuvo los ojos en su hermana. —Todavía no es asunto


tuyo.

—¡Eres un idiota si no puedes verlo! —ella le reprochó.

—No hay nada que ver.

Sus finas fosas nasales se abrieron como si Killian hubiera


maldecido. El mentón de Maraveet se elevó.

—El hecho de que puedas decir eso es motivo suficiente de


preocupación. A partir de ahora, no puedo confiar en que tomes
ningún tipo de decisión.

Con eso, ella fue hacia las puertas. Se detuvo en el pasillo para
golpear al guardaespaldas con la punta de sus botas. Cuando él
gimió, ella le pasó por encima y desapareció de la vista.

Juliette se volvió hacia Killian. —¿Me he perdido algo?

Killian suspiró. —Ni siquiera un poco. Maraveet es... difícil de


entender.

—No la he ofendido, ¿verdad?

Killian se río. —No es fácil de entender... ni de ofender. Ella es


sólo... Maraveet. Vamos antes de que ella queme mi cocina hasta
los cimientos.
Con la mano de ella firmemente en la suya, la llevó abajo.

—¿Normalmente es así? —Juliette se preguntaba mientras


llegaban al fondo y observaba el pequeño caos que se producía
fuera de las puertas abiertas.

Nubes de humo gris se enrollan en los cielos, llenando el aire y


su casa con el hedor del azufre. Sus hombres corrían por ahí
tratando de limpiar el desastre, pero había marcas de
quemaduras por todas partes, manchando la nieve de negro. A
poca distancia, un grupo de hombres se quedaron mirando y
sonriendo.

Killian gruñó en su garganta. —Desafortunadamente sí. Pero al


menos esta vez no aterrizó en el tejado en helicóptero.

Las cejas de Juliette se levantaron. —Eso es diferente...

—Es Maraveet. Nunca hace nada fácil. —Irrumpió en la cocina


con Juliette apurando sus largos pasos—. ¿Incendiaste mi
casa? —le exigió a la mujer que rebuscaba en su cocina.

En el proceso de saquear sus armarios, Maraveet resopló.

—Por supuesto que no. Sé lo molesto que te pones cuando hago


eso. —Cerró de golpe un armario y abrió otro—. Sólo unas pocas
bombas de flash y granadas de humo. Nada dañino.

—¿Por qué no puedes usar el teléfono como una...

Maraveet giró tan rápido que era prácticamente un borrón. —


¡No lo digas! ¡Sabes que odio la palabra con N!

Juliette miró a Killian. —¿La palabra con N?


Killian decidió no tentar a la suerte con su hermana. Ella ya
parecía que quería empezar a lanzarle cuchillos... de nuevo.

—Te lo contaré más tarde, —le dijo a Juliette.

—¡Deberías agradecerme! —Maraveet se quebró— Tus hombres


fueron completamente inútiles. En el momento en que las
bombas estallaron, prácticamente se mojaron. No tenían ni idea
de lo que se suponía que iban a hacer a continuación. Pasé junto
a ellos. Fue espantoso. Podría haberte matado.

—¡Mis hombres no tienen el hábito de ser bombardeados! —le


respondió.

Maraveet sonrió como si acabara de probar su punto para


ella. —Exactamente. Vergonzoso. —Se dio la vuelta y volvió al
armario que estaba abierto. Los tarros y las latas fueron
empujados descuidadamente a izquierda y derecha—. ¿Por qué
demonios no tienes té?

Estaba a punto de decirle que la caja de té estaba justo delante


de su rostro cuando la vio. La caja fue tomada y ella se quedó
boquiabierta como si esa cosa fuera responsable de la matanza
de gatitos indefensos.

Su cabeza se sacudió, su expresión fue cómica. —¿Qué es esto?

—Chai —dijo de la forma más uniforme posible—. Es té.

Lo agitó junto a su oreja como si esperara oír el gemido de las


almas perdidas rogando que las dejen salir.

—Esto no es té, —decidió, golpeando la caja contra el


mostrador—. No sé qué es esto, pero estoy bastante segura de
que me dará hemorroides e influenza.
Killian suspiró. —Estás siendo irracionalmente exagerada.

—Sabe mejor con leche. —El murmullo silencioso de Juliette les


recordó que ella seguía allí, viendo la escena desarrollarse con
una mano sofocando su sonrisa—. El chai —explicó cuando
Killian y Maraveet miraron fijamente—. Si lo haces con leche...

Maraveet le echó una mirada cautelosa a la pequeña caja, pero


no hizo ningún movimiento para recogerla.

Frank aprovechó ese momento para entrar en la habitación. Su


traje azul marino estaba manchado de negro. Su cara estaba
sudorosa y sus manos parecían haber llegado a una chimenea
llena de cenizas. Ojos oscuros, entrecerrados con más irritación
que la que Killian había visto en su cara redondeada, en
Maraveet, que convenientemente fingió no darse cuenta.

—Señor, parece que su hermana ha decidido venir de


visita, —murmuró Frank.

—¿Cómo están las cosas afuera? —Killian preguntó en su lugar,


aguantando su propia sonrisa.

—Se arregla lentamente.

Maraveet empujó la caja de té una pulgada a la derecha con la


punta del dedo, evitando la mirada fulminante de Frank.

—Saldré contigo. —Killian se volvió hacia Juliette—. Voy a


asegurarme de que alguien no haya hecho agujeros en el lateral
de la casa. Puedes esperar arriba si prefieres no tener que lidiar
con eso.

—Oh, no seas así. —Maraveet hizo pucheros—. Prometo no


comerme tu bonito pájaro.
Juliette se rio. —Adelante. Estaré bien.

Con un ligero toque de sus dedos a lo largo de su brazo, Killian


siguió a Frank fuera de la cocina. Hizo una pausa una vez que
estuvieron lo suficientemente lejos como para no ser
escuchados.

—Quédate con ellas —le dijo al hombre—. Asegúrate de que


Juliette no mate a la bocazas mi hermana.

Frank entrecerró los ojos. —Si está seguro, señor.

Killian se rio. —Ella lo hace tentador, ¿no es así? —Frank no dijo


nada.
—Acércate, —dijo Maraveet cuando estaban solas—. Prometo
que he guardado las garras. —Golpeó sus uñas en la encimera
de mármol como para probarlo.

Juliette sonrió. —No estoy preocupada. —Cruzó a la isla y se


sentó en el taburete—. Killian me dice que viajas mucho.

—Un poco. —Continuó tamborileando sus dedos mientras


miraba la caja de té.

—Puedo hacer eso para ti, si quieres, —ofreció Juliette.

—Dios, no. —Tomó la caja, la metió en el armario y cerró las


puertas con una grieta—. Nunca me lo perdonaría.

Era muy bonita, observó Juliette, estudiando a la otra mujer. No


era exactamente una estrella de cine hermosa, pero tenía un
brillo sensual, como el tipo de mujer que modelaba la lencería
de Victoria´s Secret. Ciertamente tenía la figura para ello. Pero
era su acento lo que más intrigaba a Juliette. Era de todos los
países y de ningún país. Era como si cada palabra que salía de
su boca tuviera un sonido diferente. Juliette nunca había
conocido a una persona así.

—¿A qué te dedicas? —ella presionó, fascinada por la única


persona además de Molly que Killian tenía en su vida.
Maraveet parecía estar perdida en sus propios pensamientos,
porque la pregunta la tomó desprevenida. Sus ojos verdes se
dirigieron a Juliette con un ceño casi acusador.

—Eres un poco entrometida para ser alguien que no debería


estar aquí.

El veneno de su comentario le dio una bofetada en el rostro. La


quemadura le picó las mejillas y su mandíbula cayó abierta. Ella
parpadeó hacia la mujer.

—¿Perdón?

La mirada penetrante de Maraveet se intensificó. Su boca se


abrió y Juliette instintivamente se preparó. Pero lo que Maraveet
estaba a punto de decir fue silenciado por el sonido de unos
pasos. Un momento después, el mismo hombre que había
agarrado a Juliette en la oficina de Killian entró en la habitación.
La sangre manchada su barbilla. Se veía en la parte delantera
de su abrigo oscuro. Sus ojos aún parecían vidriosos, pero
estaba de pie ante ellas, avergonzado.

—Señora, yo...

Maraveet levantó su mano, deteniendo su disculpa. —No hay


necesidad de eso, Robert. Estás despedido.

Juliette estaba aturdida por la declaración en calma. Pero Robert


bajó la cabeza y salió tambaleándose por donde había venido sin
decir una sola palabra.

—Eso fue un poco duro, ¿no? —Juliette comentó, horrorizada


por lo fría que era la otra mujer.
—No —dijo Maraveet simplemente—. Lo contraté para
protegerme. En lugar de eso, cayó de un puñetazo. Espero lo
mejor de mis hombres.

Aunque es comprensible, Juliette aún no podía entender lo fácil


que lo había hecho. Le hizo pensar en Killian despidiendo a John
y Tyson por esas mismas razones.

Maraveet exhaló cuando pasaron varios minutos y ninguna de


ellas pudo pensar en nada que decir. —¿Cómo conociste a mi
hermano de todos modos?

—Me salvó la vida.

—Eso es inusual. ¿Cómo?

Se encontró contándole a Maraveet toda la historia. Todo, desde


estar en deuda con Arlo hasta que Killian le ofreció el contrato.
No estaba segura de que la llevó a hacerlo. No era como si fuera
asunto de la mujer, pero una vez que empezó, todo salió de ella.
Al final, sonrió suavemente y se encogió de hombros.

—Como dije, me salvó la vida.

Maraveet parecía impasible, pero Juliette podía ver el


pensamiento agitándose detrás de esos ojos verdes. Se
preguntaba si su historia estaba siendo analizada y
diseccionada, aunque no sabía por qué.

—Probablemente le recordaste a ella. —Se dijo tan bajo, que


Juliette casi no lo escuchó.

—¿Quién?

Maraveet se enderezó. Su cabeza giró una fracción en dirección


a Juliette, sujetándola a su taburete.
—Su madre.

Aparte de la estatua de la puerta principal, Juliette no había


visto ninguna foto de los padres de Killian. No había ninguna
foto, lo que no le había parecido extraño hasta ese momento.
Pero la cara de la estatua no se parecía en nada a la de Juliette.
Estaba bastante segura de que ni siquiera compartían la misma
altura. No tenía sentido para ella cómo podía recordarle a Killian
una mujer que no se parecía en nada a ella.

—No lo entiendo, —dijo al final—. ¿Qué tiene que ver su madre


con...?

La expresión de Maraveet se volvió cautelosa. Entrecerró los ojos


a Juliette.

—¿No te ha contado lo que pasó?

Juliette se puso rígida involuntariamente. —¿Te refieres a cómo


fue atacada?

—¡No fue atacada! —El grito de indignación hizo saltar a


Juliette—. Ella fue brutalizada. Fue torturada, mutilada y
violada durante dos semanas por una manada de animales sin
agallas que sólo la usaron para demostrar algo.

Juliette se estremeció, no sólo por la imagen, sino por el frío que


parecía flotar en la otra mujer por la forma en que se levanta de
un trozo de hielo. Se arremolinó a su alrededor, mordaz y feroz
y Juliette se encogió en su asiento.

—Saoirse McClary fue asesinada de la peor manera que


cualquier mujer podría morir, —terminó Maraveet con un
pequeño problema en su voz.
—La gente que... —No quiso decir violó. Odiaba esa palabra.
Odiaba escucharla. El mismo sonido de la misma se sentía
mal—. ¿Quién la hirió, qué le pasó a...?

—Muertos. —Sin rodeos y sin piedad—. Y el mundo está mejor.

Juliette asintió con la cabeza. —¿Quiénes eran?

Maraveet apartó los ojos, pero Juliette vio el fuego ardiendo


detrás del verde, convirtiéndolos en esmeraldas pulidas.

—Yegor Yolvoski. —Escupió el nombre de sus labios de la


manera en que uno podría escupir veneno—. Hijo de puta
endogámico y sus dos hijos buenos para nada. Hubo otros
involucrados, pero Yegor fue el que ordenó el secuestro. Se llevó
a Saoirse de la calle.

El almuerzo que había comido horas antes se revolvió en la boca


del estómago. El contenido se sentía agrio y equivocado. Pero se
lo tragó de vuelta.

—¿Por qué?

—Por las armas y la codicia. —Maraveet sacudió la cabeza como


si el pensamiento le repugnara—. Él y Callum, el padre de
Killian, estuvieron juntos en el negocio durante años antes de
que Saoirse descubriera que Yegor ponía armas en manos de los
niños y su marido ayudaba a transportarlas. Yegor era uno de
los traficantes de armas más poderosos del mundo. Nadie podía
tocarlo. Pero Saoirse no entendía nada de eso. Una tarde nos
arrastró a Killian y a mí a la oficina de Callum y le gritó que si le
gustaría que sus hijos fueran armados, asesinados. Nunca la
había visto tan enfadada. Callum sólo se sentó allí mirándonos.
Killian y yo teníamos ocho o nueve años, así que no lo entendía,
pero Callum rompió su acuerdo con Yegor. Retiró su contrato.
No estoy segura de cómo, pero los guardacostas se enteraron de
las armas y arrestaron a Yegor. Durante años no estuvo claro si
Callum había entregado a Yegor o si finalmente se le había
acabado el tiempo, pero Yegor lo vio como una traición.

—Así que se llevó a Saoirse, —murmuró Juliette, hipnotizada y


horrorizada por la historia.

Maraveet asintió. —Tomó videos de las cosas que le estaban


haciendo a ella. Cada día Killian obtenía uno nuevo.

—¿Killian? —Juliette sintió que sus entrañas se agitaban.

Maraveet no respondió a la pregunta. —Callum se los llevó. No


nos dejó ver, pero Killian... Killian no lo dejó pasar. No se detuvo.
Sabía que había algo en esas cintas sobre su madre y quería
verlas.

—¡No...!

Una pequeña y triste sonrisa le retorció la boca a Maraveet. —


Las encontramos, escondidas en el fondo del armario de su
padre. —su sonrisa se deslizó. Un matiz verde se extendió por
las curvas de su rostro—. Ya no era el mismo después de eso.
Las pesadillas... sus gritos... —Una mano temblorosa fue
presionada contra su boca como si el recuerdo la hubiera
seguido hasta la cocina—. Todavía las escucho a veces a altas
horas de la noche. Eran el sonido que un animal salvaje hacía
mientras era torturado y no podía ayudarlo. La única persona
que podía hacer que se detuviera era Molly. Ella se sentaba con
él toda la noche mientras él lloraba por su madre.

Algo húmedo cayó en el dorso de su mano, sorprendiendo a


Juliette. Miró hacia abajo y se sorprendió al ver que estaba
llorando. Las lágrimas corrían por su rostro y corrían por su
barbilla. Su abrigo estaba manchado con gotas. Se limpió el
resto con las mangas.

Maraveet no se dio cuenta, demasiado perdida en el pasado.

—La tiraron fuera de esas puertas cuando terminaron con ella,


justo donde está ahora esa fuente. Ella había luchado con ellos
durante una semana antes de rendirse, no es que nadie pueda
culparla. La habían destrozado de todas las maneras
imaginables.

Una imagen de sí misma al lado de un camino oscuro, siendo


agarrada y sacudida por Killian se elevó en su mente. Recordó la
urgencia de su voz, el pánico en sus ojos cuando la hizo jurar
que nunca se rendiría. No tenía sentido para ella entonces, pero
ahora lo entendía.

—Oh, Killian...

Susurró su nombre, un latido de su corazón doliendo por él. El


dolor resonaba por cada rincón de su ser. Sólo el miedo a tener
que explicar por qué lloraba le impedía buscarlo, tomarlo en sus
brazos y prometerle que no volvería a pasar por eso.

—¿Qué le pasó a su padre?

Maraveet se frotó una mano sobre su rostro cansado.

—Yegor también lo mató. —Exhaló fuertemente y dejó caer su


mano—. El francotirador debía matar a Killian, pero Callum
saltó delante de la bala y murió instantáneamente en los brazos
de Killian.

¿Cómo es posible que una persona haya soportado tanto horror


y dolor y no se haya vuelto completamente loco? se preguntó.
¿Cómo funcionaba Killian? Haber visto tanto a tan temprana
edad, la habría consumido. Habría perdido la cabeza.

—Pero al menos te tenía a ti y a Molly, —le dijo a la mujer del


otro lado de la isla.

Maraveet sacudió la cabeza. —Tenía a Molly. No podía quedarme


más aquí. Toda la familia se sentía maldita y yo sabía que si me
quedaba, yo o Killian seríamos los siguientes. Así que tomé un
trabajo en París. Viajé. Me mantuve alejada, porque acercarse a
alguien cuando haces el tipo de trabajo que Killian y yo hacemos,
hará que te maten.

Debería haber tenido sentido. La lógica de Maraveet era


razonable. Ella también había perdido a sus padres de una
manera horrible, no tan horrible como Killian, pero traumática,
y tenía todo el derecho de querer irse, pero estaba equivocada.
Estaba tan mal. Juliette ni siquiera podía entender el concepto
de lo que se le decía.

—¿Lo dejaste?

Maraveet miró hacia arriba. —¿Qué?

Trozos de fuego habían comenzado a calentar el hielo dejado por


la historia de Maraveet. Podía sentirlo abriéndose paso mientras
trabajaba para envolver su corazón.

—Lo dejaste, —repitió, ya no era una pregunta—. Le arrancaron


brutalmente a su madre y su padre murió en sus brazos y tú...
su hermana, lo dejaste. Tú sólo... tú... —Ni siquiera podía hablar
a través del odio que se hinchaba alrededor de su garganta—. Lo
abandonaste en este lugar lleno de todos esos demonios y
pesadillas y nunca miraste atrás. Hurra por ti, que pudiste viajar
por el mundo y olvidar, pero Killian se quedó aquí. Caminó por
estos pasillos, pasillos que una vez estuvieron llenos de todo lo
que había significado para él. Es un milagro que no haya perdido
la cabeza. No puedo creer lo... egoísta que eres, cuan... horrible.

Maraveet se echó hacia atrás tan rápido que casi se tropieza. Su


rostro se había vuelto blanco, haciendo que sus ojos parecieran
aún más brillantes. Pero Juliette no había terminado.

—Lo siento, pero no eres una buena persona.

Con eso, Juliette se deslizó del taburete y salió de la habitación


antes de hacer algo realmente imperdonable, como vencer toda
la rabia y la tristeza que sentía hirviendo dentro de ella en el
rostro de la otra mujer. Su espina dorsal se estremeció con la
fuerza de la tensión que trabajaba a través de sus músculos. Sus
entrañas temblaban entre las ganas de gritar y romper algo o
llorar hasta que el dolor se detuviera. En cambio, contó el crujido
de sus zapatillas que se desprendían al golpear el mármol hasta
las puertas de entrada.

Alguien los había cerrado por la nieve arremolinada que caía


afuera, pero en lo único que podía pensar era en la fuente del
otro lado y en la mujer que inmortalizó. Su corazón le dolía de
nuevo al pensar en Killian como un niño pequeño, viendo como
la mujer que amaba era golpeada y torturada. Pensó en él
despertando en la oscuridad de la noche gritando por ella. Luego
de tener a su padre, la única persona que le quedaba,
sacrificándose para protegerlo y teniendo que vivir con eso...
¿cómo pudo pasarle tanta injusticia a una persona? No es de
extrañar que tuviera miedo de amar a alguien. ¿Cómo podía
hacerlo cuando los que amaba eran asesinados o lo dejaban?
Pero ella no lo abandonaría. Si él se lo pedía, ella se quedaba con
él para siempre.
—Señorita.

Un pañuelo, un trozo de tela cuadrado con una M bordada, fue


presionado en la palma de su mano. Lo miró con asombro
durante un segundo antes de limpiarse los ojos.

—No hay nada que pueda hacer, ¿verdad? —susurró. —No


puedo ayudarlo. No puedo arreglar lo que pasó.

Unos amables ojos negros la miraban con más lástima de lo que


le gustaba. —Ya has hecho mucho más de lo que te imaginas.

Era difícil imaginar cómo era posible cuando no había hecho


nada, cuando Killian todavía estaba sufriendo, pero discutir
sobre ello tampoco serviría de nada.

—Tal vez quiera que le arregle el abrigo. —Frank se ofreció


cuando ambos se pararon en el silencio del vestíbulo.

Juliette había olvidado el desgarro en el hombro donde la lana


se abrió para revelar el tejido de satén debajo.

Sacudió la cabeza. —Está bien. Lo coseré cuando llegue a


casa. —Resopló y miró el desastre que había hecho con su
pañuelo. Mocos, lágrimas y maquillaje manchado habían
convertido el trozo de material que una vez estuvo inmaculado
en un espectáculo repugnante. Hizo una mueca de vergüenza—
. Voy a limpiar esto para ti.

El indicio de una sonrisa arrugó las esquinas de sus ojos.

—No es un problema, señorita.

Empezó a meterse la cosa en el bolsillo cuando las voces de fuera


de la puerta la hicieron revolver. Miró a Frank con los ojos
abiertos y asustados.
—No puede verme así, —se le escapó—. Él preguntará y yo...

—Entiendo, señorita.

Con astucia, la tomó del brazo y la guio directamente a un baño


cercano y la metió dentro. Cerró la puerta tras ella.

En el otro lado, escuchó la voz de Killian dando instrucciones, la


refriega de varios pies a medida que se acercaban. Era ridículo,
pero su corazón se estremeció, como si estuviera haciendo algo
que no debería.

Sacudiendo la sensación, se movió al lavamanos y abrió la llave.


Con cuidado de no mojarse las mangas, se salpicó el rostro. Se
volvió a aplicar una nueva capa de maquillaje, y comprobó su
reflejo para ver si había algún signo de su llanto antes de salir.

—Aquí estás. —Killian caminaba hacia ella desde el pasillo que


llevaba a la cocina—. ¿Todo bien?

Forzando una sonrisa que no sentía, Juliette asintió. —Sólo


necesitaba el baño.

Ojos oscuros registraron su rostro antes de caer en la manga


rota. —Necesitas un nuevo abrigo.

Juliette arrugó su nariz. —Sólo necesita una aguja e hilo. Estará


bien.

La atención fue devuelta a su rostro. —Una mujer tan extraña.

No le dio la oportunidad de responder cuando su boca se inclinó


sobre la de ella. Sus labios cálidos y firmes sostuvieron los suyos
durante un latido completo antes de moverse, separando su
boca. Manos fuertes se deslizaron por la longitud curvada de su
columna vertebral para enredarse en su cabello. La sostuvo con
él, fundiendo sus frentes y guiándola de vuelta al marco de la
puerta. La fuerza de su cuerpo se asentó con un peso familiar y
acogedor contra el de ella de una manera que la bañó con una
erupción de hormigueo. Trabajaron a lo largo de su piel para
esparcirse en la boca del estómago. Su mente giró, perdida en
su embriagador aroma. Un gemido se agitó entre ellos y sus
brazos se apretaron a su alrededor.

Se retiró, no lejos, sólo lo suficiente para atormentarla con lo


cerca que estaba y no lo suficiente. Su lloriqueo se encontró con
una deliciosa curva de sus labios en una sonrisa burlona.

—Primero la comida. Necesitarás tu energía para esta noche.

Su pecho se hinchó con su jadeo tembloroso. Sus ojos se


acercaron a los de él.

—Eres un provocador horrible, —ella respiró y se ganó una risa


ronca de él.

—Sólo te estoy preparando.

—Señor. —Frank apareció sobre el hombro de Killian, con la


cara en una línea sombría—. Perdone la interrupción, pero hay
un asunto que requiere su atención inmediata.

Killian desenrolló sus brazos alrededor de Juliette y se volvió


hacia el otro hombre. —¿Qué pasa?

Frank tenía su teléfono en la mano, pero no lo miraba mientras


hablaba. —Hubo un incidente en el Triend, señor.

—¿Qué tan malo es?

—Las autoridades fueron llamadas, señor.


Killian exhaló. —Haz que Marco traiga el auto. —No esperó a ver
a Frank inclinar la cabeza o irse. Killian ya se había vuelto hacia
Juliette—. Lo siento.

Para contener su decepción, Juliette le ofreció una sonrisa de


lástima. —Está bien. Sólo significa que me debes el doble más
tarde.

Eso hizo que se rieran y eso le hizo temblar los hombros.

—Oh, no esperaba menos. —Se espabiló, pero sus ojos siguieron


brillando—. Puede que tarde un rato.

Optó por irse, aunque sólo fuera porque no quería estar allí con
Maraveet. El solo pensamiento de la mujer, tenía la ira clavada
en la columna vertebral de Juliette.

—Está bien. Voy a asegurarme de que Vi haya hecho sus


deberes.

Dedos cálidos y suaves rozaron el contorno de su mejilla,


rascando la piel con las almohadillas ásperas. —Prefiero que te
quedes y mantengas las sábanas calientes hasta que vuelva.
Sería un gran incentivo para darse prisa.

Le tocó a Juliette reírse. —Terminaría corriéndome por mi


cuenta y te rechazaría.

Gruesos rollos de advertencia salieron a través de las oscuras


piscinas de sus ojos que la miraban. El calor de ellas le rozó la
piel. Sus manos encontraron el camino de vuelta en su cabello,
apretándolo en puños, tirando hasta que ella estuvo
perfectamente a su merced.

Su boca se separó, su mandíbula se apretó.


—Señor. —La voz de Frank había vuelto y decía muy claramente
que era hora de irse.

Killian no se movió. La devoró con los ojos hasta que no quedó


nada de ella salvo un lío caliente y líquido.

—No te toques, —advirtió con solo un roce suficiente de sus


dedos para hacerla correrse en el sitio—. Quiero mirar cuando
lo hagas.

Las rodillas de Juliette se disolvieron. Ella se desplomó sobre él,


ya no tenía el control de su propio apoyo. El ápice de sus muslos
palpitó con una cruda revancha que la dejó desvergonzadamente
desesperada por incluso una pizca de alivio.

—Dios, por favor, apúrate... —ella se quejó.

Él sonrió con la sonrisa satisfecha de un gato que tuvo el pájaro


a su alcance y nadie se dio cuenta. La soltó, pero mantuvo un
brazo seguro alrededor de su cintura mientras la guiaba hacia
las puertas de entrada. Frank las abrió de un tirón y esperó a
que pasaran.

La mayoría de las marcas de quemaduras de las granadas de


flash habían sido removidas con una pala. Lo que no podía ser
removido era limpiado con manguera y frotado del mármol
congelado. El humo también se había despejado, lo notó,
mirando al cielo sin nubes. Cuando llegó, el lugar parecía una
zona de guerra. Los hombres habían estado gritando y corriendo
a través de gruesas columnas negras mientras que estallaban
explosiones y destellos a su alrededor. Sus gritos fueron
amortiguados por la estampida de pánico mientras todos
trataban de encontrar su lugar en el caos.
Jake acababa de salir por las puertas cuando otra explosión
desenfrenada rompió el frío glacial. Sus ruedas chillaron hasta
detenerse cuando una luz cegadora explotó a pocos metros del
capó.

—¡Atrás! —Melton había gritado, pero Killian estaba allí.

Juliette se había lanzado desde el asiento trasero. Su pie casi se


le había escapado de debajo de ella ya que se había lanzado
ciegamente a través del caos. Las lágrimas le habían quemado
los ojos, el humo se había metido en su garganta, pero de alguna
manera, había encontrado el camino a las puertas. Otra explosión
había sonado detrás de ella, sacudiendo el suelo bajo sus pies.
Montones de nieve habían hecho erupción cerca de ella en una
explosión de hielo. El cegador destello casi la hizo retroceder de
los escalones. Pero se lanzó a través de las puertas abiertas y
directamente a un círculo de hombres que nunca había visto
antes.

Protuberantes era un término poco convincente para los hombres


que se elevaban a siete pies en el aire y podrían haber sido
doblados por luchadores de la WWF12. Se habían parado en un
semicírculo alrededor de la alfombra delantera como si fuera
perfectamente normal estar allí. Sus ojos se habían clavado en
Juliette, sorprendidos por su presencia, pero sin hacer ningún
movimiento para detenerla.

—Disculpe —dijo con todo el coraje que pudo reunir.

Las siete figuras habían intercambiado miradas, preguntando en


silencio a los demás si esto era parte del plan. Juliette no espero

12
Lucha libre
a que ellos respondieran. Esquivándolos, corrió hacia las
escaleras.

—¡Oye! ¡No puedes subir ahí! —uno de ellos había gritado.

Juliette no se detuvo. Dio pasos de dos en dos en una carrera


rápida. El sonido de pasos la siguió de cerca, pero siguió
corriendo.

En su cabeza, la advertencia de Killian acerca de ponerse en


riesgo jugó en un bucle. Ella sabía que él iba a estar furioso, pero
era demasiado tarde para detenerse ahora.

Al doblar la esquina que llevaba a su oficina, Juliette se había


estrellado contra una pared que no había estado allí antes. El
impulso la había hecho retroceder como una pelota de goma. Casi
había caído, pero una pared real no amortiguó su caída con un
choque brusco.

Jadeando, Juliette se había levantado, quitándose los mechones


de cabello del rostro. Detrás de ella, los dos que la habían estado
persiguiendo se detuvieron. La pared humana con la que había
chocado se movió.

—No puedes entrar ahí, —dijo, doblando sus enormes brazos


para enfatizar.

—¡Claro que voy a entrar ahí! —Ella jadeó—. Killian está ahí
dentro. ¡Necesito verlo!

Sus ojos oscuros se habían estrechado bajo las cejas gruesas y


enojadas. —Deberías irte.

Sintiéndose acorralada pero decidida, Juliette había plantado sus


pies. —¿Dónde está Frank? Se me permite estar aquí. —No estaba
segura de que eso fuera cierto, exactamente, pero nadie la había
detenido en el pasado—. ¿Dónde está Killian?

—Ocupado.

Su mirada había pasado de su enorme cuerpo a la puerta abierta


más allá y calculó sus posibilidades de alcanzarla antes de ser
detenida.

Ella optó por ir a por ello. Usando su tamaño, se agachó a su lado


en una carrera.

—¡Eh!

Una mano dura le golpeó la espalda. Le metió el puño en el abrigo


y la arrojó a la pared.

El bastardo había roto su único y favorito abrigo. No sintió


ninguna lastima por él cuando Killian lo noqueo. En ese momento,
todo lo que podía sentir era un alivio paralizante de que a Killian
no le hubieran disparado o algo peor.

—¿Juliette?

Con una fuerte respiración, Juliette parpadeó fuera de su


memoria y se concentró en el hombre que estaba de pie tan cerca
que su calor era una manta contra el agudo escozor del frío que
le picaba en las mejillas y en el extremo de la nariz.

—¿Perdón?

—Dije que te avisaré cuando termine, —Killian repitió


lentamente.

Habían llegado al todoterreno con un Jake con la cara hosca en


la puerta del conductor. Él deliberadamente mantuvo su cara
recta, pero ella sabía que él estaba molesto porque se deshizo de
él y se fue sola. Hizo una nota mental para disculparse.

Mientras tanto, se volvió hacia Killian. Tocó el centro de su pecho


con una mano sin guante y levantó su cara hacia él, esperando
un beso, pero no estaba segura de que él lo apreciara delante de
sus hombres.

—Cuídate y date prisa en volver, ¿de acuerdo?

Sus rasgos se suavizaron. —Siempre.

Con una última mirada, dejó que Jake la ayudara a subir a la


parte trasera del todoterreno. La puerta se cerró entre ellos y se
pusieron en marcha casi inmediatamente. Lo último que vio
antes de que el vehículo pasara las puertas fue la figura oscura
de Killian viéndola alejarse.

La casa estaba tranquila cuando ella entró por la puerta


principal. La mayoría de las luces se mantuvieron apagadas,
excepto la de la cocina, pero el comedor estaba iluminado, lo que
la sorprendió; a Javier y Laurence no les gustaba mucha
actividad que pudiera sugerir que la gente vivía en la casa. Era
un asunto de seguridad, aparentemente. Mantuvieron el frente
de la casa a oscuras. Pero Javier, un hombre bajo y calvo con un
ceño perpetuo, se sentó encorvado sobre la mesa de plástico que
estaba debajo de la ventana de la sala de estar. Varios tazones
vacíos estaban amontonados alrededor de un bloc de notas lleno
de garabatos. Juliette no estaba segura de qué tipo de notas
tomaban los dos, pero observaban el frente de la casa como si
estuvieran seguros de que serían atacados en cualquier
momento.

Miró hacia arriba cuando Juliette entró en el vestíbulo, quitando


la nieve de sus botas y bajando la cremallera de su abrigo.
Laurence asomó la cabeza desde la cocina casi un segundo
después, con una taza en la mano.

Donde Javier era bajo y redondo, Laurence era alto y delgado y


le recordaba a Juliette a alguien que pasaba mucho tiempo
leyendo. Todo lo que necesitaba era un chaleco de punto y
pantalones cargo.

—¡Hola! —dijo mientras Jake y Melton entraban a su encuentro.

—Aquí dentro! —vino una voz del comedor.

Encogiéndose de hombros fuera de su abrigo, Juliette siguió la


voz y encontró a Vi y Phil inclinados sobre un juego de ajedrez
de cristal. Ninguna de las piezas se había movido, pero ambos lo
miraban tan fijamente, que ella medio esperaba que se movieran
por sí mismos.

—¿Qué está pasando aquí? —Preguntó Juliette, dejando su


bolso y su abrigo en una silla cercana.

—Estoy aprendiendo el fino arte del ajedrez, —declaró Vi, sin


apartar nunca la vista del plató—. Estoy ganando.

Juliette se asomó a la pizarra, a la limpia fila de figuras de vidrio


en su perfecta formación. No era una experta en el juego, pero
estaba casi segura de que alguien tenía que moverse.
—No estás ganando. —Phil murmuró con esa voz de fumador.

—Claro que sí, al negarme a participar en una masacre sin


sentido.

Phil suspiró como si fuera una discusión que ya habían tenido


demasiadas veces.

—¡No te enfades conmigo! —Vi advirtió, estrechando sus ojos


hacia el hombre—. Mis peones no quieren luchar en la guerra de
la reina. Si los dos estuvieran tan convencidos, deberían hacer
lo que la gente normal hace y tener un reality show donde toman
malas decisiones y luchan como mujeres de verdad.

Juliette apretó sus labios para no reírse.

—Creo que eso me hace la persona más importante aquí, —Vi


terminó con un asentimiento definitivo.

—Entonces, ¿por qué querías aprender ajedrez si no querías


jugar? —Phil murmuró, su tono apenas controlado.

—Eso fue antes de que sacaras a estos pequeños. —Ella tomó


un peón y lo sostuvo para que Juliette lo viera—. ¡Mira que
adorables son! ¿Cómo puedo enviarlos a la guerra? Este es Mike.
Está casado con Gina y están esperando su primer bebé. ¿De
verdad quieres que el padre de su hijo no nacido muera?

Juliette podría jurar que un músculo hizo un tic justo debajo del
ojo izquierdo de Phil.

—¿Tú... les pusiste nombre?

Vi parpadeó. —¿Tú no?

Phil respondió. —Bien, creo que hemos terminado.


Vi se vio con la cantidad justa de inocencia para hacer que
Juliette sospechara que su hermana estaba jugando con el pobre
hombre. Phil recogió las piezas y las puso cuidadosamente en su
caja de terciopelo. Cerró la tapa y se marchó con ellas metidas
bajo el brazo.

Vi se río. —Es muy divertido meterse con él.

—Eres horrible.

La risa de Vi sólo creció. —Lo sé. —Fijó sus ojos marrones en


Juliette—. ¿Cómo fue tu viaje a la Casa Grande?

Juliette se encogió de hombros. —Fue... una locura.

En menos tiempo del que le llevó experimentarlo todo, le relató


el evento del día a la chica, sin dejar nada fuera, excepto la parte
de la promesa de Killian de volver rápido para que pudieran
terminar lo que él había empezado. No pensó que Vi quisiera oír
esa parte.

—Wow, la hermana es una idiota de grado A.

—¡Viola!

Vi, imperturbable, se encogió de hombros. —Lo estabas


pensando.

No podía negar eso. Lo había estado pensando, no tanto con esas


palabras, pero casi.

Frunciendo el ceño a su hermana de todos modos, se dirigió a la


puerta. —¿Alguna idea para la cena?

—Dios, cualquier cosa menos una cazuela de pollo, —Vi


gimió—. Juro que me escaparé de casa.
Aunque Juliette no dijo nada, estuvo de acuerdo. Fue amable de
la Sra. Tompkins tomarse el tiempo de prepararles la cena cada
noche durante los últimos tres años, pero fueron tres años de
cazuelas de pollo. Estaba bastante segura de que no era
saludable comer tanto pollo. Ocasionalmente, era atún o pasta,
pero si la Sra. Tompkins podía conseguir pollo, lo convertía en
cazuela de pollo. Pero, para ser justos, la Sra. Tompkins era la
única que sabía cocinar. Era parte de su acuerdo, ya que Juliette
no le cobraba el alquiler y sólo cocinaba para Vi la mayoría del
tiempo. Pero incluso ella se había cansado del plato.

La Sra. Tompkins estaba en la cocina cuando Juliette entró.


Todos sus artículos habituales estaban dispuestos en el
mostrador y ella estaba tarareando suavemente cuando se
preparaba para empezar.

—Hola Sra. Tompkins. —Juliette le ofreció una sonrisa.

—Hola querida, ¿cómo fue tu día?

Juliette asintió. —Estuvo bien. Gracias. —Vio como la mujer


comenzó a alcanzar el cuchillo—. Sra. Tompkins, ¿por qué no
me deja encargarme de la cena esta noche?

Eso le dio una esperada respuesta, confusión. —¿Tú, querida?

El aturdimiento que arrastraba todos los pliegues del rostro de


la mujer era insultante.

—Bueno... —Juliette no respondió.

Se salvó cuando Vi entró en la habitación, seguida casi


inmediatamente por Phil; el hombre ciertamente se tomaba su
trabajo en serio, pensó Juliette. Ni siquiera Jake y Melton la
seguían tan religiosamente.
—¿Qué hay para cenar? —Vi preguntó.

Juliette se volvió hacia ella. —Le decía a la Sra. Tompkins que


se tomara la noche libre mientras yo cocinaba algo.

La expresión de Vi hizo exactamente la misma arruga de


confusión que fue un insulto más a la herida, cuando ladeó la
cabeza y miró a Juliette como si inexplicablemente hubiera
empezado a cantar en alemán.

—Muy bien, Srta. Sabelotodo, ¿qué sugiere?

—Queso a la parrilla, —ella decidió—. Yo me encargaré de la


cocina, pero tú puedes untar el pan con mantequilla.

La Sra. Tompkins, que había estado viendo el desarrollo de la


escena, se hizo a un lado mientras Vi marchaba hacia el armario
y sacó tres barras de pan. Juliette tomó la mantequilla y el queso
del armario y todo fue puesto en la ya desordenada isla. Cada
una, como si leyeran la mente de la otra, limpiaron la cazuela de
pollo de la Sra. Tompkins.

—Es bueno verlas a ustedes trabajando juntas, —dijo la mujer


al comenzar el proceso de hacer queso a la parrilla.

—Pensamos que sería un buen descanso para ti, —dijo


Juliette—. Siempre estás haciendo la cena.

—Siempre haciendo cazuela de pollo, —Vi murmuró en voz baja


y fue pateada bajo la isla por Juliette.

La Sra. Tompkins no pareció escucharla, por lo que Juliette


estaba agradecida. —Ustedes son unas muñecas. Ciertamente
voy a extrañarlas a ambas cuando me vaya.

Juliette se rio entre dientes insegura. —¿Irse? ¿Irse a dónde?


Pensó que tal vez la mujer se refería a morir, pero aún le quedaba
mucho tiempo antes de pensar en eso.

—Mi hija quiere que me mude con ella, —la mujer los sorprendió
diciendo—. Ella lo ha estado pidiendo por años, pero no era el
momento.

La mantequilla del pan se les olvidó mientras Juliette y Vi la


miraban.

—Pero dijiste que no, ¿verdad? —Vi irrumpió—. No te vas a ir a


vivir con ellos, ¿verdad?

Pero Juliette pudo ver el destello de culpa en los ojos de la mujer


incluso antes de bajarlos al mostrador.

—No tengo ya mucho tiempo en este mundo, —dijo en su


lugar—. Cada día está más cerca de cuando ya no estaré aquí.
Ustedes han sido mi familia durante tres años y no cambiaría
eso por nada, pero echo de menos a mis hijos y nietos... y
bisnietos, —añadió riéndose—. Creo que ya es hora de que pase
algo de tiempo con ellos.

—¡Eso es basura! —Vi se desvió—. Te necesitamos aquí.

—No, —Juliette se metió en el medio—. Creo que es una idea


maravillosa.

Vi se acercó a ella. —¿Qué?

Juliette mantuvo su atención en la Sra. Tompkins.

—Siempre eres bienvenida a volver cuando quieras.

El alivio aflojó los nudos a lo largo de los delgados hombros de


la Sra. Tompkins. Ella les ofreció una pequeña sonrisa.
—Las echaré de menos, chicas, —lo admitió, con sus ojos grises
brillando—. Me preocupaba dejarlas solas aquí, pero las últimas
semanas han cambiado mucho mi opinión. Las dos son tan
felices y finalmente trabajan juntas. Realmente conforta a mi
corazón.

—Bueno, eres una vieja loca, —Vi murmuró, agarrando dos


rebanadas de pan con mantequilla y dándose la vuelta, pero no
antes de que Juliette la sorprendiera, tomándola de su mejilla.

La sartén siseaba mientras las rebanadas eran arrojadas a la


superficie caliente, ahogando cualquier otra cosa que Vi
estuviera refunfuñando.

—No la escuches. —Juliette se lo dijo a la Sra. Tompkins—. Ella


es naturalmente miserable.

La Sra. Tompkins se rio. —Espero que considere venir a verme


de vez en cuando. Es sólo otra ciudad.

Juliette estuvo de acuerdo. Vi se quedó sobre la sartén,


pinchando a regañadientes el pan con la punta de su espátula.

Fue mucho después de que todos hubieran comido y Vi hubiera


ido a su habitación y la Sra. Tompkins se hubiera retirado para
la noche en que Juliette se dio cuenta de que Killian nunca
llamó. De hecho, todavía no tenía su propio teléfono, el costo no
valía la pena, pero normalmente él enviaba algún tipo de
mensaje con Jake o Melton y ninguno había dicho una palabra.

Limpiándose las manos húmedas en un trapo, salió de la cocina


en busca de sus guardias. Los encontró en un pequeño grupo
con Javier, Laurence y Phil en la sala de estar. Los cinco
hablaban en susurros bajos que hacían que la parte de atrás de
su cuello se estremeciera.
—Estoy seguro de ello. —Javier decía que sus ojos cerrados
estaban demasiado enfocados—. La misma como diez minutos
después de llegar cada vez.

Jake y Melton intercambiaron miradas.

—No hemos visto nada, —dijo Melton al final.

—Tal vez sea alguien que vive en la zona, —sugirió Phil.

Laurence sacudió la cabeza. —Revisé todos los autos en un radio


de nueve manzanas. No coincide con la descripción.

—¿Invitado, tal vez?

Javier sacudió la cabeza. —Conduce por la casa exactamente


cada diez minutos.

—¿Lo reportó? —Jake preguntó.

Laurence asintió. —Llame a Frank hace una hora. No hay


respuesta todavía.

—Hubo una pelea en uno de los casinos, —explicó Jake.

—Oí que fue un desastre. Al tipo le dispararon.

Juliette se estremeció y se alejó de la puerta. Su mirada saltó a


la puerta principal, cerrada y asegurada por tres cerraduras y
un cerrojo y aún así se preguntó si era suficiente. ¿Qué pasaría
si alguien todavía lograra entrar, especialmente ahora que había
una posibilidad de que alguien lo siguiera? ¿Estaba Vi a salvo?
Tal vez necesitaban ir a... ¿dónde? ¿A la policía? ¿A un hotel? No
había nada que la policía pudiera hacer que los hombres de
Killian no pudieran y un hotel era imposible.
—¿Señorita?

Saltó ante la inesperada intrusión en su pánico interior. Su


cabeza se sacudió para encontrar a Jake a unos metros de ella,
con el brazo extendido. Tenía un teléfono en la palma de su
mano.

—Una llamada para usted, —dijo, pareciendo imperturbable por


el hecho de que ella estaba claramente escuchando a
escondidas.

Al tragar de forma audible, tomó el dispositivo y le dio las


gracias. Él inclinó su cabeza y la dejó en paz. Ella presionó el
teléfono contra su oído.

—¿Hola?

Su respuesta fue inmediata, cálida y tranquilizadora. Se


precipitó sobre ella con el poder de una manta mullida,
envolviéndola y ahuyentando el frío y el terror.

—Oye.

Su corazón bailó un tango de alivio y el aleteo de un placer


femenino. —¿Cómo fue el incidente?

Se apresuró a subir las escaleras de su habitación. Cerró la


puerta tras ella y se fue a la cama.

—Un desastre, —respondió con un pequeño suspiro de cansancio.

—¿Qué pasó? —Se tensó mientras se arrastraba por el rígido


colchón y apoyó su espalda contra la cabecera.

—Nada que necesites oír antes de acostarte. ¿Qué llevas puesto?


Su risa llenó su pequeña habitación. —Creo que deberías venir
y averiguarlo.

Su gemido bajo envió escalofríos a través de su piel, haciendo su


piel de gallina y que sus pezones se endurezcan.

—Estaría allí en un instante, pero pensaba pasar un tiempo con


Mar antes de que se levante y desaparezca de nuevo. Ni siquiera
estoy totalmente seguro de que esté en la casa cuando llegue.

La amargura rencorosa se hinchó en su pecho, llenándola de


una especie de odio que ella misma odiaba por sentir.

—Es una buena idea, —se obligó a sí misma a


responder—. Siempre podemos vernos mañana.

—¿Estás enfadada?

Ella sacudió la cabeza, aunque él no pudo verlo. —No, es bueno


que pases tiempo con tu hermana. Sé que hace tiempo que no
la ves, así que...

—Gracias, cariño. —Hubo una pausa, seguida de su suspiro—.


Ya casi estoy en la casa. ¿A qué hora trabajas mañana?

Decepcionada por la pesa de hierro que colgaba de su cuello,


Juliette miró fijamente a través de su habitación a su armario
mientras respondía. —Más tarde en el restaurante. Es mi primer
día de vuelta en una semana y sólo tengo cuatro horas después
del almuerzo, pero antes de la cena, que es el momento más
muerto de todo el día. Va a ser horrible.

—¿Por qué te quedas ahí? —preguntó.

—No puedo irme. —Tomó un hilo suelto en su edredón—.


Todavía les debo dinero de todos los adelantos.
—Puedo...

—No, no puedes! —ella dijo rápidamente—. Está bien. Son días


en los que no trabajo en el hotel, así que no tengo nada que hacer
en todo el día.

—¿Sabes lo que realmente me gustaría? —No quería una


respuesta, pero el continuó—. Una mujer que realmente me deje
hacer cosas por ella.

Juliette levantó una ceja que no pudo ver. —¿No has hecho
suficiente por mí? Además, sólo te mantengo por un propósito y
no es para comprarme cosas.

Hubo una pausa, luego una diversión, —¿Así es? ¿Y qué propósito
es ese?

Respiró profundo y exageradamente. —Es obvio, ¿no?


Claramente para poder ganarte en el los juegos de tiro y hacerme
sentir mejor.

Su risa le llenó los oídos y la hizo reír. —Buen intento, pero fue un
empate, así que no me ganaste.

Siseó a través de sus dientes. —Eso es justo lo que quería que


pensaras. —En el fondo, ella escuchó la puerta de un auto
cerrándose de golpe. Luego el crujido de los pies en la nieve y se
dio cuenta de que debía de haber llegado a casa—. Supongo que
ahora tienes que irte, ¿eh? —murmuró, incapaz de mantener el
mohín de su voz.

—Sí, pero te veré mañana. Te lo prometo.

Con un suspiro, se despidió y colgó. Puso el teléfono en la mesa


y lo miró fijamente un rato antes de arrastrarse de la cama al
baño. Después de una ducha rápida, se vistió con una camiseta
larga y se metió en la cama.

El fuego ardía lentamente, trabajando su lengua caliente y


codiciosa a lo largo de su cuerpo en hábiles movimientos que la
hacían retorcerse en espera de más. Consumía millas de carne
en un perezoso camino que parecía tardar una eternidad en
llegar a su cúspide. Un sonido ahogado se abrió paso por su
pecho y se acumuló en la parte posterior de su garganta
mientras su espalda se arqueaba en la lánguida danza de la
presión que se deslizaba sobre y alrededor de su palpitante
clítoris.

—¡Killian!

Su nombre se enredó con el gemido que finalmente escapó de su


encierro. La lengua vaciló como si se hubiera asustado por el
sonido, pero rápidamente renovó su insistencia con un vigor.

Juliette jadeó y alcanzó la boca hambrienta que la lamía,


guiándola sin esfuerzo hasta el borde. Sus dedos se enroscaron
en sus gruesas y onduladas hebras de seda. Sus rodillas se
levantaron y se separaron en una abierta invitación a más. Su
compañero gimió apreciativamente. El sonido vibraba contra su
núcleo, dándole el empujón justo para enviarla con un gemido
que ella sofocó entre sus dientes.
La boca se desvaneció y ella se quejó de la pérdida sólo para
tener los brazos llenos de hombros anchos y un peso familiar.

Condujo dentro de ella sin pausa. La invasión le abrió los ojos.


La arrancó del colchón con un grito estrangulado. Su mirada se
encontró con oscuras en un rostro pintado en sombras, pero
inconfundible. Su corazón saltó y su boca se abrió en una
sonrisa de placer.

—Killian.

La besó. Sabía a chocolate y a ella. Ella le dio la bienvenida, lo


acogió mientras le enrollaba las piernas alrededor de sus
caderas, atrayéndolo más profundamente.

El beso se intensificó con cada uno de sus exigentes empujones.


Ella se encontró con todos. Cada beso. Cada empujón. Ella dejó
que él se tragara sus gemidos mientras su cuerpo montaba el de
ella expertamente a un segundo clímax que fue alcanzado un
momento después por el de él.

Su peso se asentó cómodamente en ella, pero ella sabía que no


era todo de él. Su cara acariciaba el lado de su cuello mientras
ella esparcía pequeños besos a lo largo de la costura de su
hombro. Sus brazos lo abrazaron fuertemente a ella.

—Por favor, no seas un sueño, susurró contra su piel.

Su respuesta fue el giro de su cabeza y el violento reclamo de su


boca sobre la de ella en un beso que disolvió sus huesos y envió
la habitación a girar de nuevo.
—No puedo creer que estés realmente aquí, —murmuró algún
tiempo después mientras yacían en un enredo a través de la
desordenada cama.

Ella se acostó parcialmente encima de él mientras él trazaba las


protuberancias de su columna con las yemas de sus dedos
perezosos. Su cabeza descansaba contra su pecho y podía sentir
el constante ritmo de su corazón latiendo bajo su mejilla. Una
pierna metida cómodamente a través de la suya mientras
dibujaba círculos perezosos contra su piel expuesta con un
dedo.

—No iba a hacerlo, —dijo en voz baja en la parte superior de su


cabeza—. Pero no podía pensar en nada, excepto en volver a
verte.

Levantó la cabeza y lo observó. Su hermoso rostro apenas era


visible bajo la cortina de la oscuridad, pero sus ojos brillaban
con su propia luz interior que nunca dejó de hipnotizarla.

—¿Te quedarás a pasar la noche? —preguntó.

Dedos acariciaron los mechones de cabello sueltos detrás de su


oreja. —Por unas pocas horas.

El corazón de Juliette se hundió. Sus hombros se cayeron.

—Nada de eso ahora, —dijo—. ¿Qué clase de ejemplo le daríamos


a tu hermana si me quedo?

Él tenía razón y ella se avergonzaba de no haber pensado en Vi.


—Lo siento, —susurró—. Tienes razón.

Incluso así, podía ver cómo se suavizaban sus rasgos. Lo sintió


en el suave deslizamiento de sus dedos trazando el lado de su
rostro.

—Lo haría si pudiera.

Con un suspiro, bajó la cabeza y apoyó su frente contra su


barbilla. —Gracias por venir. —Levantó el rostro y le miró—. Te
he echado de menos. —Colocó su mano contra su mejilla y
presionó su pulgar sobre sus labios antes de que pudiera
hablar—. Sé que vas a decirme que no debería...

Le agarró la muñeca y le apartó la mano suavemente. —Dios me


ayude, pero también te he echado de menos.

Euforia se disparó en su corazón bailando en su pecho. Sus


palabras le robaron todos los sentidos, incluso la decepción de
que se fuera en pocas horas. Juliette sonreía mientras dejaba
caer su boca y lo besaba.

Se había ido cuando Juliette se despertó sólo unas pocas horas


después. Las mantas habían sido extendidas a su alrededor,
pero el calor de su cuerpo ya no la envolvía. Si no fuera por el
dulce dolor entre sus muslos y el hecho de que estaba desnuda,
podría haber confundido la noche anterior con un sueño.
Agarrando su ropa, se vistió rápidamente antes de que el resto
de la casa se despertara. Arregló su habitación. Estaba en el
proceso de tirar sus sábanas en el cesto cuando vio la caja negra
y delgada en la mesita de noche, junto a una tarjeta y el teléfono
de Jake. Una gruesa cinta roja rodeaba la caja, contrastando con
el terciopelo oscuro. Juliette miró fijamente la cosa. Sabía muy
bien que no había estado allí cuando se había ido a la cama. Su
corazón dio un salto cuando alcanzó la tarjeta y le dio la vuelta.

Su nombre le guiñó el ojo desde atrás con una caligrafía perfecta


y garabateada y nada más. Dejó la tarjeta y buscó la caja. Era
de terciopelo real, no del tipo que cualquiera podría comprar en
el Dollar Store13. Se erizó ligeramente contra su piel y tuvo que
suprimir el impulso de acariciarla en su mejilla. En vez de eso,
se concentró en poner un dedo debajo del pequeño cierre de
bronce. La parte superior se abrió con un ligero chirrido de las
bisagras. Más terciopelo relleno en el interior con una capa de
seda. Contra la almohadilla azul marino estaba el colgante más
hermoso que Juliette había visto jamás.

La luz de la madrugada bailaba en la elegante curva que rodeaba


una esfera impecable y se enganchaba en cada una de las cuatro
piedras incrustadas en un lecho de plata brillante. Las
enredaderas se retorcían en nudos irregulares alrededor del
pálido rostro de una hermosa chica con un vestido victoriano.
Sus largos rizos sueltos yacían en perfectas olas alrededor de
sus hombros desnudos y se mantenían en su lugar por un lirio
prendido a un lado de su cabeza. Juliette giró el papel en su
mano y la luz temprana patinó a lo largo de las escrituras
arremolinadas grabadas en el listón de plata en la parte de atrás.

13
Dollar Tree Stores, Inc., anteriormente conocido como Only $1.00, es una cadena
estadounidense de tiendas de descuento que vende artículos por $ 1 o menos.
“Tu felicidad me impulsa”.

La escritura estaba descolorida, como si se hubiera hecho hace


años y se preguntaba si Killian la había encontrado en una casa
de empeños o en algún anticuario. Ni siquiera importaba. El
colgante era de lejos el regalo más considerado que alguien le
había dado en años. Casi había olvidado cómo se sentía.

Entrando rápidamente en el baño, deslizó la delicada cadena


alrededor de su garganta. El frío metal se asentó ligeramente
contra su piel. El colgante se quedó a pocos centímetros por
debajo de su clavícula. Ella tocó la piedra preciosa tallada y
sonrió a su propio reflejo.

Emocionada, agarró el teléfono de Jake y bajó corriendo las


escaleras. Jake, Phil y Melton estaban en la cocina, rodeando la
isla con tazas de café humeantes cuando ella entró corriendo.
Los tres saltaron. Melton siseó cuando el líquido hirviente se
derramó sobre el borde de su taza y le quemó la mano.

—Perdón! —dijo, sin poder dejar de sonreír—. ¿Te apetece dar


una vuelta en auto?

Jake dejó su taza. —Señora, nos vamos cuando esté lista.

Demasiado lista para decirles que no le importaba esperar hasta


que terminaran su café, le dio a Jake su teléfono y asintió con la
cabeza.

—Estoy lista.

Dejándolos, se apresuró a donde había dejado su abrigo y su


bolso en el comedor. Se movió silenciosamente para evitar
despertar a Javier, que probablemente tenía el turno de noche.
Laurence miró desde su posición en la ventana cuando ella entró
en el vestíbulo, balanceando sus cosas.

—Señorita, —dijo en saludo.

Ella le sonrió. —Buenos días.

Jake y Melton estaban en el porche cuando ella se les unió.


Juntos, marcharon por el camino hacia la camioneta. Melton
mantuvo la puerta abierta y ella se metió dentro.

Tal vez fue porque prácticamente se estaba arrastrando fuera de


su piel con anticipación, pero el viaje parecía tardar una
eternidad. No fue hasta que Jake tomó un extraño giro en la
carretera principal y a través de una calle lateral desierta que se
dio cuenta de que estaban cambiando de ruta.

—¿Hay realmente alguien siguiéndonos? —preguntó.

—Es sólo por precaución, señora. —Melton respondió.

Nadie dijo nada más mientras subían por la ladera de la colina


de Killian. Las puertas se abrieron en la cima con un chillido
oxidado y se detuvieron junto a la fuente. Juliette abrió su propia
puerta. Saltó y subió las escaleras.

A pesar de haber dejado su cama en la madrugada, Killian


estaba duchado y vestido y bien despierto cuando asomó la
cabeza a su oficina. Había una taza negra en el escritorio, que
ya no humeaba, así que se preguntó cuánto tiempo había estado
ahí olvidada. El dueño tenía su cara enterrada en una pila de
papeles. Tenía su cara seria mientras escaneaba las páginas.
Arrugaba el entrecejo y las esquinas de su boca tiraban. No se
dio cuenta de que entraba hasta que se aclaró la garganta.
Su cara se elevó y las líneas de su frente desaparecieron
inmediatamente. —¿Juliette?

En un puñado de pasos decididos, cerró el espacio que los


separaba y tomó su cara entre sus manos. Hubo una fracción
de segundo donde hubo sorpresa de su parte, pero en el
momento en que su boca se cerró sobre la de él, se había disuelto
en una mirada de pura satisfacción.

—Supongo que tienes mi regalo. —Se burló una vez que ella se
retiró.

Ligeramente sin aliento, Juliette sonrió. Su mano se metió en el


cuello de su abrigo y liberó el colgante para que él lo viera.

—Es tan hermoso, —suspiró, alisando la yema de su pulgar


sobre los delicados rasgos de la chica—. Me gusta tanto. Gracias.

Killian no dijo nada durante varios minutos mientras estudiaba


el colgante. Llenó el silencio tomándola de sus caderas y
poniéndolas cuidadosamente en el borde de su escritorio. Las
bisagras de su silla chirriaban mientras se elevaba sobre ella.
Jaló ligeramente la cremallera de su abrigo y la bajó el resto del
camino. Pero sus intenciones aparentemente no eran
desvestirla. Era para poder verla mejor usando la gema.

—Era de mi tatarabuela, —murmuró por fin—. Mi tatarabuelo lo


había comprado durante un viaje a Londres y pensó que a su
entonces embarazada esposa le gustaría. Lo trajo de Irlanda y se
lo dio a mi bisabuela, que se lo dio a mi abuela, que nunca tuvo
una hija, y se lo dio a mi padre. —Se detuvo a tocar el marco
dentado alrededor de la niña—. Lo grabó y se lo dio a mi madre
cuando me tuvo. Era su pieza favorita.
Envuelta por la importancia de tan preciado objeto, Juliette puso
su mano sobre la de él y le llamó la atención. —¿Estás seguro de
que quieres deshacerte de algo tan precioso?

—Sí. —Con sus dedos todavía atrapados en los de ella, él giró su


muñeca una muesca y ligeramente trazó la línea de su garganta
con sólo su pulgar—. No querría que nadie más lo usara.

Juliette lo miró, cuando una ligera tos de la puerta rompió el


momento, rompiendo el momento.

—Perdone mi interrupción, señor. —Frank se quedó en el


umbral, con las manos en la espalda, con la expresión en
blanco—. Su hermana está en la cocina y parece que tiene
algunas... dificultades.

Killian revisó su reloj. —Son sólo las nueve. Debería estar en


coma por unas horas más.

Un músculo se movió en la mandíbula de Frank, la única


muestra externa de su irritación apenas suprimida. —Eso no
parece probable, señor.

Ayudando a Juliette a dejar el escritorio, Killian la llevó por


detrás de Frank a la cocina donde Maraveet estaba en toda su
gloria apenas vestida, rebuscando en sus armarios una vez más.

Llevaba un camisón de seda púrpura y encaje tan fino que era


prácticamente transparente. La cosa se aferraba a sus generosos
senos por unas delicadas copas dos veces más pequeñas. Se
apretaba en el centro antes de salir en una ola brillante. Sus
largos y delgados brazos estaban desnudos bajo las finas correas
manteniendo todo el conjunto en su lugar. Murmuraba para sí
misma y golpeaba los armarios lo suficientemente fuerte como
para hacer sonar a los otros a lo largo de la fila. Sus zapatillas
de tres pulgadas patinaban y golpeaban contra el suelo con su
movimiento desigual. Su cabello sin ataduras se agitaba en su
espalda en una cortina de brillante color caoba.

Se veía hermosa... y enojada.

—¿Buscas algo? —Killian preguntó.

Al cerrar el último armario abierto, Maraveet se dio vuelta. Miro


a Killian con unos ojos verdes y aturdidos y le enseñó los dientes.

—Son las nueve de la maldita mañana, —declaró como si eso


fuera de alguna manera culpa de Killian—. Una hora impía para
cualquier tipo de persona y sin embargo... —Abría los brazos
para indicar toda su casi desnudez—. Aquí estoy. Despierta.

—La mayoría de la gente está trabajando, —Killian respondió.

Sin maquillaje, Maraveet parecía considerablemente más joven,


por lo que, al pestañear rápidamente, le recordaba a Juliette a
un confuso bebé búho.

—¡Trabajo de noche! —Gruñó—. Algo que no puedo hacer aquí,


lo que estaría bien si la persona que me hizo jurar que no
liberaría el museo de la ciudad de sus objetos preciosos tuviera
la decencia de abastecer una caja de té adecuada!

—¡No el maldito té otra vez! —Killian gimió—. Por el amor de


Dios, Mara, envía a uno de tus hombres para que te traiga el
maldito té.

—¿Eres una ladrona? —Juliette lo dijo sin pensar.

Dos pares de ojos la rodearon como si la pared hubiera


empezado a hablar. Su atención era desconcertante, pero no tan
aterradora como la mirada en el rostro de Maraveet cuando vio
el colgante aún visible entre la V del abrigo de Juliette.

—Eso es... —Parpadeó y entrecerró los ojos como si eso de


alguna manera lo hiciera menos cierto—. ¿Es el...? —Parece que
no se atrevió a decir las palabras.

—El collar de mamá, —Killian lo terminó por ella—. Sí.

—Pero yo no... —ella se alejó, pareciéndose a alguien que acaba


de ser golpeado en la cara con un pez muerto.

—Creo que debemos tratar un problema a la vez, que


actualmente parece ser...

Era el turno de Killian de vacilar a mitad de la frase. Pero no fue


sólo su inesperado silencio lo que hizo que Juliette girara la
cabeza; él se había vuelto rígido. Su mirada se había fijado en la
nevera. Su cara había tomado esa mirada de intensa
concentración, como si hubiera algo en el aparato que se
suponía que debía recordar y no pudiera llevarlo al primer plano
de su mente.

—¿Killian?

Sin decir una palabra, giró sobre su talón y marchó hacia la


puerta, llamando el nombre de Frank.

Frank, que acababa de salir, se puso a la vista.

—¿Señor?

—¿Cuándo fue la última vez que Molly estuvo aquí?

Sólo cuando eso se mencionó Juliette se dio cuenta de que no


había visto a la mujer en un tiempo. Las tres veces anteriores,
Juliette había estado en el trabajo y Killian había mencionado
de pasada que Molly había pasado a dejar sus provisiones. La
última vez, no se habían quedado en casa para comer, así que
no había pensado en las cajas de comida o en la mujer que las
entregaba.

Pero Frank sacó su teléfono, lo revisó cuidadosamente antes de


responder.

—Mis registros muestran dos semanas, señor.

La cabeza de Killian retrocedió lentamente. —Llámala, Frank.

Con una inclinación de su cuello, Frank salió de la habitación,


con el teléfono ya al oído.

—¿Sigues hablando con Molly? —La dureza de la voz de


Maraveet sorprendió a Juliette, pero reflejaba la tensa oscuridad
que se había asentado sobre el rostro de la mujer—. ¿Qué
estabas pensando?

Killian no dijo nada, pero Juliette pudo ver las líneas duras de
su mandíbula como si Maraveet le hubiera dado un puñetazo en
el estómago.

—¿Por qué no debería? —Juliette irrumpió—. Molly se quedó con


él y lo cuidó. Tendría que ser un imbécil egoísta para echarla a
un lado después de eso.

Los ojos verdes de Maraveet quemaron en los suyos.

—No hables de cosas que no entiendes, —dijo mostrando sus


dientes blancos y rectos—. Apenas llevas una semana aquí y sin
duda pasaste la mayor parte en su cama.

—¡Maraveet! —Killian se acercó a su hermana—. Suficiente.


Eso sólo hizo que su ira se volviera contra él. —Si algo le ha
pasado a Molly, estará en tu cabeza, Killian. Ya lo sabes.

Con eso, salió de la habitación con una rabieta que hizo que cada
paso en retirada se sintiera en la casa como un disparo. La
vibración resonó hasta la cima de las escaleras antes de que la
alfombra amortiguara sus talones. Luego hubo silencio.

Juliette murmuró al hombre tranquilo que estaba a unos metros


de distancia. —No es tu culpa. Molly probablemente se ha ido de
vacaciones o ha estado enferma. Hay una mala gripe...

—No está equivocada. —Killian levantó la cabeza y a ella se


impresionó con la fuerza de su angustia. Se enredó en una
oscura maraña en su cara. Arrugó las líneas alrededor de su
boca y se asentó despiadadamente en sus hombros,
encorvándolos—. Me advirtió hace años que cortara los lazos y
no la escuché.

—Eso es una locura, Killian! —Ella se apresuró a ir con él—. No


puedes cortar a la gente de tu vida. Necesitas gente. Necesitas
una familia.

Parecía que ya no la escuchaba. Había un brillo desenfocado


sobre sus ojos mientras miraba fijamente al otro lado de la
habitación. Las manos metidas distraídamente en sus bolsillos
sobresalían de la tela con puños apretados. A Juliette le dolía
verlo así y no tener idea de cómo arreglarlo. Quería tocarlo, le
dolían las manos, pero no parecía que él quisiera eso.

—Killian...

Frank volvió a la habitación, con el teléfono en la mano. Su


sombría expresión cerró un dedo helado alrededor de las tripas
de Juliette.
—No hubo respuesta, señor.

Era como si alguien hubiera sacado toda la esperanza de Killian.


Su cuerpo se inclinó hacia adelante, llevando su barbilla al
pecho. Una mano se levantó para posarse en sus ojos. Sus
hombros se levantaron una vez antes de asentarse.

—Trae el auto, Frank.

No había nada en su voz. El vacío de la misma envió un frío a


través de Juliette. Su mano bajó y el vacío en sus ojos fue aún
peor.

Frank se fue sin decir una palabra y Juliette tuvo que encontrar
la manera de sacar a Killian del abismo, sólo que ella parecía ser
capaz de ver que este abismo se abría de par en par a pocos
centímetros de sus pies. Se tambaleaba tanto que tenía miedo
de respirar por si le asustaba. La impotencia se cerró alrededor
de su pecho con una intensidad que hizo que le dolieran las
costillas.

—Killian… —Moviéndose con vacilación, tratando de no asustar


a un animal asustado, Juliette se acercó. Su mano se apartó de
su lado y con cautela lo alcanzó—. Eso...

—Deberías irte a casa.

Sus dedos rozaron ligeramente su brazo. Cuando él no se apartó,


ella los cerró alrededor de su mano. La frialdad de él chocó con
la de ella, pero ella se mantuvo firme.

—No voy a ninguna parte, —susurró.

Algo en sus palabras pareció registrarse finalmente. Sus ojos se


deslizaron hacia los de ella finalmente y se quedaron. La cara
que los rodeaba parecía estar permanentemente en blanco, pero
sus ojos brillaban. Rugían y chocaban con cada emoción que ella
podía sentir dentro de él. Se necesitó toda su fuerza de voluntad
para no llegar a él, para no aliviar el tormento que lo retorcía.

—Molly está muerta, —declaró con una brusquedad que la hizo


estremecer—. No quieres ver eso.

Sus dedos se apretaron alrededor de los de él. —No puedes saber


eso. Es una locura pensar que sólo porque alguien no conteste
el teléfono...

—Está muerta, —repitió más lentamente, como si ella necesitara


entender y aceptar—. Conozco a Molly desde antes de nacer. Ni
una sola vez en veintidós años ha faltado a un sábado y no ha
estado aquí en dos semanas.

Tal vez esa era la enorme brecha que separaba sus mundos, pero
en el suyo, la gente podía estar sin hablarse durante meses y no
significaba que estuvieran muertos. Sólo significaba que estaban
ocupados. Pero ella no estaba completamente instruida en las
reglas de su mundo. Tal vez él sabía algo que ella no sabía.

—Aún así, no me voy, —susurró.

No trató de convencerla de que no lo hiciera. Caminaron en


silencio hacia el vestíbulo. Frank estaba de pie con el abrigo de
Killian posado sobre un brazo. Juliette dejó de agarrarlo el
tiempo suficiente para permitirle que se lo pusiera antes de
reclamar su mano. La dejó, aunque ella no estaba del todo
segura de que él lo notara. Parecía tan perdido en el remolino de
culpa y dolor que lo rodeaba.

Hicieron su camino hacia la camioneta y se subieron. La puerta


fue cerrada detrás de ellos y se fueron con Marco al volante y
Frank a su lado. Una segunda camioneta se puso detrás de ellos
con un pequeño ejército de hombres. No estaba segura de lo que
esperaban que pasara. Sin duda le darían a Molly un ataque al
corazón cuando entraran en su casa sin razón.

Era el pensamiento al que se aferraba mientras recorrían la


ciudad. Era la imagen de Molly dando a Killian una reprimenda
por ser tan neurótico y paranoico, sin mencionar el hecho de
pensar que estaba muerta sin una pizca de evidencia.

Sin embargo, ella se aferró a su mano, agarrándola fuerte en


caso de que él considerara escaparse. Pero no lo hizo. Se sentó
en un rígido silencio mientras el escenario cambiaba de altísimos
rascacielos a pequeñas y ordenadas casas escondidas en un
lúgubre fondo de campos blancos y grises.

La casa de Molly era una construcción de dos pisos con un


garaje rodeado por una capa de nieve. Los arbustos de enebro se
abrazaban a los lados, corriendo bajo las amplias ventanas y
complementando las persianas y puertas de color verde menta.
Se encontraba solo en una franja de carretera a kilómetros de la
ciudad con vistas a un campo ondulado. El vecino más cercano
era un pequeño indicio de un tejado en la lejanía. Juliette adivinó
que estaba a unos quince minutos a pie. No exactamente lejos,
pero cuando había estado nevando sin parar durante días, nadie
tendía a notar que había una montaña de hielo y nieve
bloqueando a los visitantes del camino que conducía a la puerta
principal, o que los dos autos estacionados en la entrada
estaban prácticamente enterrados. Podría haber significado
cualquier cosa, pero los dedos de Killian casi le rompen los
suyos.
—Formación táctica. —Frank le ladró a los hombres que salían
del segundo vehículo—. Aseguren el perímetro. Equipo rojo,
flanqueen la retaguardia. Equipo azul, tomen el frente.

Debe haber sido algo que hacían a menudo, porque se movían


con la precisión y la gracia de un ballet muy mortal. El grupo de
seis se ramificó en la acera delantera. Tres comenzaron
inmediatamente a dar la vuelta mientras que el resto subió a los
montículos para llegar a la puerta principal, armas que Juliette
sólo había visto en las películas levantadas a su hombro. Frank
se quedó junto al primer todoterreno con Juliette y Killian.
Marco permaneció en el auto, probablemente esperando las
órdenes de Frank de tomar a Killian y salir inmediatamente.
Juliette se quedó cerca del lado de Killian, con sus dedos
entrelazados con los de él. Sus entrañas se retorcían con una
fuerza que la aterrorizaba. No parecía importar cuántas
explicaciones lógicas se le ocurrieran sobre por qué la nieve
alrededor de la casa no era perturbada o por qué Molly no
contestaba el teléfono. Todo lo que Juliette sabía era que Molly
tenía que estar bien. Tenía que estarlo. Por el bien de Killian.

—Equipo Rojo, informe. —La voz ruda de Frank la hizo saltar.

Su cabeza se volteó hacia la casa para ver como el equipo de


delante se detenía en los escalones delanteros. Uno se alejó del
resto y se dirigió por el lado, a la ventana. Se detuvo en la
esquina y miró cuidadosamente adentro.

—Repite, equipo rojo, —Frank dijo. El equipo rojo debe haber


sido el de atrás, se dio cuenta Juliette, porque los hombres del
frente de la casa no hablaban—. Equipo azul, prepárense para
interceptar.
El tipo de la ventana se dirigió a la puerta. Los dos que le cubrían
giraron para flanquearle a ambos lados mientras saltaba al
escalón delantero y alcanzaba el pomo de la puerta.

Juliette contuvo la respiración. Le rezó a Dios que aquí es donde


irrumpirían y escucharían un grito ensordecedor de Molly. Luego
ser insultados por irrumpir en su casa.

No había nada.

El silencio descendió a su alrededor con una fuerza que era


definitivamente imposible. Todo, desde el viento que rompía las
ramas desnudas hasta el zumbido del tráfico de varias calles
paradas. No había nada más que el murmullo de sus propias
oraciones repitiéndose dentro de su cabeza.

—¿Señor? —Frank le echó un vistazo a Killian—.La puerta


trasera está abierta. Parece que la entrada fue forzada. ¿Quiere
que procedamos?

Killian no se movió. No pronunció ni una palabra. Si las solapas


de su abrigo no hubieran temblado bajo el ataque del viento, ella
habría pensado que se había congelado. Pero debió darle a Frank
algún tipo de señal, porque Frank se llevó la muñeca a la boca y
dio la orden.

La puerta principal fue pateada y el equipo lo hizo.


Hace dieciséis años…

—¡Te dije que te fueras de mi casa! —La desesperación le quebró


la voz, haciéndolo parecer tan joven y ridículo como se sentía al
tratar de ser algo que no tenía derecho a ser—. Tus servicios ya
no son requeridos.

El constante corte continuó sin detenerse. El perejil entero


desapareció bajo el cuchillo y salió perfectamente picado. Fue
recogido por sus hábiles manos y fue vertido en la olla.

—¿Me has oído?

Molly suspiró. —Querido niño, soy vieja. No soy sorda. Por


supuesto que te escuché. Sólo elegí ignorarlo.

La irritación le pinchó la parte posterior de su cuello sudoroso. La


cocina era un sauna, sofocante y casi insoportable gracias a las
cuatro ollas que hervían constantemente en la estufa y el horno al
rojo vivo que cocinaba el pan. Había estado en eso desde el
amanecer, cocinando y horneando como si estuviera preparando
un suntuoso banquete para un rey. Todas las relucientes ollas y
bandejas alineadas ordenadamente a lo largo de cada tramo de
espacio disponible perfumaban el aire con su delicioso aroma, y
todo lo que Killian quería hacer era volcarlas en el suelo. Quería
pisotear todo en el suelo. Pero se abstuvo, no porque fuera mejor,
sino porque, a pesar de su enojo y la necesidad de hacer pedazos
ese día, Molly se enfadaría y no podría destruir todo su duro
trabajo.

—Soy tu empleador —le respondió— Y te ordeno...

Molly se burló. —¿Ordenándome? No te olvides que ayer estuve


limpiando tus pañales. No recibo órdenes de gente como tú.

Una verdad mortificante.

—Te pago tu sueldo...

—No me has pagado ni un chelín en tus dieciséis años, muchacho.


Ahora estoy perdiendo el tiempo. Tengo invitados que llegarán
dentro de una hora.

El calor se hinchó bajo sus mejillas. —Mis padres contrataron...

Molly levantó la vista por primera vez y sólo cuando su voz se


había quebrado. Sus duras facciones se suavizaron.

—Ve a vestirte como un buen corderito, ¿eh? Querrás verte bien.

Las manos que había puesto en el mostrador entre ellas se


enroscaron. Los blancos nudillos se desdibujaron detrás de las
lágrimas que había estado luchando durante la mayor parte del
día. Todo lo que pensaba era que no estaba listo. Se suponía que
tenía años antes de convertirse en el dueño de la Organización
McClary. No sabía cómo ser un adulto y eso era lo que toda esa
gente estaba buscando.

—Sólo quieren venir y mirar boquiabiertos. —murmuró— No les


importa. A ninguno de ellos. No ha sido enterrado ni un día y los
buitres ya han empezado a picar cualquier parte de él que puedan
conseguir.
—Así son las cosas. —Molly fue a la olla y rápidamente revolvió
lo que estaba burbujeando en el borde— Sólo la gente que se
lamentará por ti es la que se ha parado en el fuego a tu lado. Tu
padre era un buen hombre. Muchos lo extrañarán sólo por
eso. —Se limpió las manos en su delantal y se enfrentó a él una
vez más— ¿Dónde está la chica?

No había visto a Maraveet desde la tarde en que llegó a casa


cubierto de la sangre de su padre. Ella lo miró y salió corriendo
de la habitación. No la había visto desde entonces y eso fue hace
casi una semana.

—Todavía se niega a salir de su habitación.

Molly suspiró. —Bueno, déjala en paz. Ve y quítate esa ropa. Te


quiero aquí en diez minutos con el aspecto que tu padre querría.

Sus pies comenzaron a llevárselo. Llegó hasta la puerta antes de


recordar por qué había estado allí en primer lugar.

—Todavía estás despedida —le dijo.

Ella lanzó un puño suelto contra su cadera. —Y todavía no estás


vestido. Vete antes de que consiga la cuchara.

La maldita mujer se negó a escuchar las razones, pero él la obligó.


La sacaría de esa casa de una forma u otra. No podía arriesgarse
a perderla también.
Hoy en día...

Nunca pudo conseguir que se fuera. Incluso cuando la amenazó


con Frank, ella puso los ojos en blanco y le dijo que dejara de
perder su tiempo, o el de Frank. La maldita mujer se había
metido en su vida como cadillos en su cabello, enredándose y
metiéndose tan profundamente hasta que él dejó de intentarlo.
Había aceptado su presencia de mala gana, había aceptado que
si limitaba su presencia en su vida a un día a la semana, nada
malo podría pasarle, que estaría a salvo. Y lo había estado.
Durante veintidós años, había entrado en su casa con su bolsa
de tela de comidas precocinadas y él la había dejado. La había
dejado porque había sido su ancla, el rayo de luz que mantenía
la oscuridad alejada. Ella había evitado que las paredes se
cerraran sobre él y que las pesadillas lo consumieran y, que Dios
lo ayude, él había sido demasiado débil para decir que no. Ahora,
su imprudente egoísmo le había quitado otra persona de su vida.

—¿Señor? —El tono retumbante de Frank se escuchó a través


del frío, sacudiendo a Killian— La puerta trasera está abierta.
Parece que la entrada fue forzada. ¿Quiere que procedamos?

Sí. Se alojó en los músculos desgarrados del esófago, atrapado


en la pasta pegajosa que se acumulaba en la garganta, pero no
era necesario decirlo. Frank lo sabía. Siempre lo supo.

Contra su costado, el hombro de Juliette le rozó ligeramente. El


silencioso susurro de la tela sonaba demasiado fuerte, pero el
sutil recordatorio de que no estaba solo en el frío hizo que su
cuerpo se acercara. En su mano, la de ella se sentía delicada.
Los pequeños palitos de hielo de sus dedos se aferran a los
suyos. Una parte casi ausente de él tuvo que resistir el impulso
de llevarla hacia su pecho y protegerla de los bordes dentados
del cruel viento. Pero no estaba seguro de poder confiar en sí
mismo. No estaba seguro de que sería capaz de dejarla ir de
nuevo.

A lo lejos, los hombres llevaron a la casa, una máquina


engrasada entrenada por el propio Frank. El golpeteo de sus pies
resonó en la distancia, de alguna manera ensordecedor. Unos
segundos después se dio cuenta de que el tambor era su propio
corazón y que se había alojado entre sus oídos. Se sacudió del
pasado, necesitando concentrarse. Sus ojos ardían, pero se negó
a parpadear. Vagamente, se dio cuenta de que Juliette ponía su
otra mano encima de la que ya estaba sosteniendo. Su cuerpo
se volvió hacia su lado. Aun así, Killian no podía moverse.

—Killian...

Su silencioso susurro fue interrumpido por una figura que salió


corriendo de la casa, tropezó en las escaleras y vomitó sobre los
enebros14 de Molly. La pura fuerza de su estrés resonó por toda
la calle.

Killian sintió que su visión vacilaba. Los bordes se deshilacharon


a un gris apagado. Luchó por no parpadear, aterrado de que
pudiera cerrar los ojos y encontrarse en el suelo.

—Señor.

Había una mano en su hombro. Una mano enorme con dedos


largos y gruesos que podían cubrir toda la cara de un hombre.
Era suave, pero el peso de la misma mantenía a Killian en su
lugar y se dio cuenta de que había empezado a ir hacia la casa.

14
El enebro común es una especie de planta leñosa de la familia Cupressaceae. Tiene una
amplia distribución: se extiende desde las frías regiones del hemisferio norte hasta las zonas
montañosas a 30º de latitud N en Norteamérica, Europa y Asia. También puede verse escrito
jinebro.
—Debo insistir en que me dejes este asunto a mí —terminó
Frank, su voz extrañamente distante— Le traeré mi informe
mañana.

Killian sacudió la cabeza. —No me voy a ir.

Frank sabía que no debía presionarlo. Aceptó silenciosamente la


decisión de Killian y esperó.

Juliette era otro asunto.

—No hay nada que puedas hacer aquí. —susurró— Vuelve a


casa. Llamaremos a la policía y...

—No vamos a llamar a la policía. —Killian murmuró, viendo


cómo sus hombres salían de a tropezones de la casa uno por
uno— Límpialo, Frank.

Juliette se puso rígida. —No, no puedes tocarlo. La policía...

—No hay nada que puedan hacer. —Finalmente forzó su cuello


a un lado para mirarla— Este era un mensaje para mí y tengo
que manejarlo.

—¿Manejarlo? ¿De qué estás hablando? ¡Este es un trabajo para


las autoridades!

En cualquier otro momento, el desconcierto en su rostro habría


sido cómico. Estaba claro que ella tenía fe en el sistema. Ella
creía honestamente que serían capaces de manejar esto y él no
tenía corazón para decirle que no podían. No tenía la energía
para hacer nada.

—Deberías irte a casa —decidió.


Juliette inmediatamente retrocedió como si la idea le disgustara.
—¡No! No te dejaré así.

Pero él no la quería allí. No quería que lo viera así. No podía


pensar o dejarse afligir apropiadamente cuando se preocupaba
por asustarla o dejarla ver un lado de él que nunca quería que
ella viera. No podía ser él mismo cuando ella estaba allí.

—Tienes que irte —le dijo con toda la paciencia y la firmeza que
pudo reunir sin gruñirle— Tienes que irte ahora.

Ella sacudió la cabeza. —No, por favor, no lo hagas. —Las


lágrimas se cristalizaron a lo largo de sus pestañas— No tienes
que hacer esto. No tienes que... no estás solo esta vez. Yo estoy
aquí. Por favor, déjame... ¡no! —ella quitó la mano que Frank
había colocado ligeramente en su brazo— ¡No me voy, maldita
sea! Por favor, sólo háblame! Déjame entrar. Podemos superar
esto. ¡Por favor, Killian!

Superar esto.

Se preguntó por un momento qué significaba eso. ¿En qué


estaba pensando? ¿Honestamente creía que él podía alejarse?
¿Que podía dejar esto sin responder? ¿Realmente creía que él
podría dormir sabiendo que le había fallado a Molly dos veces?
Tal vez esperaba que se afligiera como una persona normal, que
llevara flores a la lápida de Molly una vez a la semana y rezara
para que estuviera en un lugar mejor. Eso era lo que la gente
esperaba, suponía. Ponían su fe en las autoridades y confiaban
en que sus problemas se resolverían.

No funcionaba así en su mundo. No pudieron hacer nada


cuando su madre fue secuestrada. No hicieron nada cuando le
dispararon a su padre. Él realmente no creía que harían algo
ahora y Molly merecía algo mejor.

Unas pequeñas manos se enroscaron en el suave material de su


solapa. Sus amplios ojos marrones lo miraron implorando.

—Eres mejor que esto.

Se quedó paralizado por eso. No por las palabras en sí, sino por
la absoluta convicción en sus ojos. Ella creía genuinamente que
él era digno de la salvación. Sin duda se preocupó por manchar
más su alma, pero él aún no estaba tan seguro de tener alma y
si la tenía, estaba más allá de la salvación. La verdad es que no
le importaba una mierda. Deje que el diablo se la lleve. ¿De qué
le servía a él, de todos modos? La única que se preocupaba por
eso era ella y necesitaba parar. Necesitaba dejar de intentar
salvarlo. Necesitaba dejar de estar ahí. Su insistencia en
permanecer a su lado lo enfurecía más allá de la razón. Le hizo
querer golpear una pared. ¿Cómo podía seguir queriendo
quedarse después de esto? ¿Cómo no pudo ver que Molly se
había quedado? Ella también había luchado con él. Rechazó
todas sus demandas de mantenerse alejada. Ahora, no quedaba
nadie. Estaba solo. Otra vez.

—Killian...

—Vete. —La palabra arrancada de sus entrañas. Sonó bajo, pero


con una claridad inconfundible— Ahora. —Juliette empezó a
abrir la boca. Pudo ver la protesta y la negativa y se quebró—
¡Vete!

Su gruñido tuvo el efecto deseado. Su boca se cerró. Sus dedos


aflojaron el agarre de su abrigo. Parecía que se balanceaba sobre
sus talones. El movimiento apenas dejó un poco de espacio entre
ellos, pero podría haber sido el mundo por la forma en que sus
entrañas se hundieron. El color que no tenía nada que ver con
el frío besaba sus mejillas de color rosa bajo los mechones de
cabello sueltos que se deslizaban perezosamente por su rostro.

Sus manos cayeron a los lados con su paso deliberado hacia


atrás. Era sólo un pie, pero, con la ausencia de su calor. El
espacio parecía crujir con hielo.

—No hay nada en este camino para ti —susurró al fin, llenando


el vacío con un blanco penacho de aliento— Pero estoy aquí y me
preocupo por ti.

Con eso, se alejó de él y se subió a la parte trasera de la


camioneta. Frank le dijo algo a Marco. Luego se fueron. Ella se
había ido. Debería haberse sentido aliviado.

—Señor...

—No. —la advertencia chisporroteó en el aire entre


ellos— Encuentra a quien hizo esto. Luego averigua dónde puedo
ponerle las manos encima.

Maraveet se había ido cuando Killian llegó a casa. Sabía que lo


haría. Su hermana no se quedaría para enfrentar otra muerte,
especialmente cuando le advirtió que sucedería. Durante años
Maraveet lo había regañado por su apego a las cosas. Ella lo
regañó por su debilidad, su necesidad de una apariencia de
normalidad.

—No somos normales —le decía siempre—. No podemos


permitirnos el lujo de fingir.

Ella tenía razón. Si él hubiera escuchado, Molly no necesitaría


una caja de pino.

Frank no le había dejado entrar. Killian podría haberlo hecho de


todos modos. Al final, él era el jefe. Pero no lo hizo. No pudo.
Despedazada no era como quería recordarla. Así fue como la
sacaron, en gruesas bolsas negras junto con su marido. Habían
llenado demasiadas para ser una pieza entera.

Alguien se había tomado su tiempo. Se habían divertido. Se


habían asegurado de que no hubiera dudas en la mente de
Killian de que había cabreado a alguien. Era un mensaje
inequívoco y Killian sabía todo sobre dejar este tipo de mensaje.

Tenía dieciséis años cuando el trono de su padre se convirtió en


el suyo. Ni siquiera había perdido su virginidad y aún así era
responsable de todo un imperio y esperaba dirigirlo también, si
no mejor. Pero él había aceptado. Había reclamado su futuro por
pura codicia y venganza. Sabía que con la extensa lista de
contactos y recursos de su familia, encontraría a los
responsables de la matanza de sus padres y les pondría fin.
Estaba seguro de que si no hubiera sido por Frank y Molly, se
habría vuelto loco. Que la oscuridad lo habría llevado aún más
profundo a ese lugar que ningún niño debería enfrentar. Pero lo
mantuvieron en tierra. Frank había protegido su cuerpo, pero
Molly había sido su cordura. Ella le había salvado la vida.
Nadie entendía el dolor de entrar en el lugar que siempre había
considerado su refugio y sentir que las paredes se desplazan a
su alrededor. Nadie entendía por qué no podía pasar por el
dormitorio de sus padres o por qué los lugares donde sus
cuadros habían estado colgados eran estériles. No estaban allí
las noches que se despertaba y juraba que la sangre rezumaba
de las grietas del techo. Molly le había rogado que dejara la
propiedad, que la vendiera, que se alejara de esa vida antes de
que fuera demasiado tarde, pero eso era todo. Ya era demasiado
tarde. No había ayuda para él.

A los diecinueve años ya tenía más sangre en sus manos que


cualquiera de su edad. Había disfrutado las muertes de sus
enemigos. Había prosperado con sus súplicas, con su
sufrimiento y, oh, se había asegurado de que sufrieran. No había
dejado a nadie.

La noticia de lo que había hecho se extendió como gasolina en


las llamas. Encendió un frenesí de rumores que estaban más
allá de lo ridículo, desde que se bañó en su sangre hasta que
puso sus cuerpos mutilados en estacas fuera de sus casas. Nada
de eso era cierto, pero nunca los corrigió. Al poco tiempo, era el
Lobo Escarlata y nunca corrigió eso tampoco.

Que me teman, pensó. Que sepan de lo que soy capaz, lo que haré
si alguien se me opone.

Lo que nunca hizo fue admitir nada. Dejó que todos creyeran lo
que quisieran, excepto Juliette. Le había dicho la tarde que ella
le había preguntado si había asesinado a alguien. No le había
mentido. Descubrió que nunca podría. Frank había tenido razón
en una cosa, ella lo había aceptado. Incluso sabiendo lo que era,
nunca se apartó. Para la mayoría, eso la haría especial, alguien
que abrazara todo de él. La hizo alguien a quien debería
aferrarse.

Para él no lo hizo.

La hizo vulnerable. La hizo susceptible a todos los males de su


mundo. La dejó abierta. No podía tener eso. No podía quedarse
fuera de otra casa y esperar a que sus hombres vomitaran en los
arbustos. Molly ya era bastante malo, pero si perdía a Juliette...
Dios, si la perdía no quedaría nada. Derribaría la maldita ciudad,
el mundo si fuera necesario, para encontrar al responsable
porque la amaba. En la solitaria oscuridad de su propia mente,
podía admitirlo abiertamente ante sí mismo. La amaba. Amaba
todo de ella. Amaba cómo ella lo hacía sentir, amaba cómo podía
hacerlo reír. Amaba cómo ella podía hacerle olvidar el monstruo
agazapado que tenía dentro de él. Pero más que eso, le
encantaba que ella entrara en una habitación y le hiciera olvidar
todo lo que había hecho. Tal vez ella era su segunda
oportunidad. Tal vez era un idiota por no agarrarse con ambas
manos. Pero si era un concurso entre la cordura de él y la vida
de ella, no había duda.

No necesitaba su cordura de todos modos.


Pasaron tres días antes de que Juliette volviera a saber de
Killian. Tres días de estar completamente a oscuras. Tres días
de preocuparse y acosar a Jake y Melton por información y de
no obtener nada en respuesta. Se les ordenó que la mantuvieran
alejada de la casa hasta nuevo aviso y nadie sabía cuánto tiempo
pasaría.

La espera la estaba matando, pero ella lo permitió. Esperaba que


Killian se tomara el tiempo para llorar y trabajar en el curso
correcto de la acción desde allí. Esperaba que la distancia se
usara para que Molly descansara adecuadamente y no para
tramar una venganza. De alguna manera lo dudaba, pero sin
embargo, era optimista.

Esa noche, Jake y Melton la llevaron a casa como siempre lo


hacían, sin decir una palabra... también como siempre lo hacían.
En el asiento trasero, Juliette se enroscó y desenroscó los dedos
de los pies dentro de sus zapatos. Las articulaciones rígidas
crujieron, recordándole que había estado parada en tacones de
cuatro pulgadas por casi nueve horas. Consideró la posibilidad
de quitárselos, pero luego tendría que volver a ponérselos y no
tenía sentido; de todas formas ya estaban parando en frente de
la casa.

Todos los pensamientos de incomodidad se desvanecieron en el


momento en que vio el Escalade negro aparcado en la entrada.
Al verlo, su corazón se aceleró y la emoción se apoderó de ella.
El nombre de Killian salió de ella incluso cuando abrió la puerta
y salió de la camioneta sin hacer caso. Sus sandalias sonaban
ruidosamente en su prisa. Parte de ella estaba agradecida de que
uno de los hombres pensara en palear la calle y la entrada en
algún momento del día. El camino despejado hizo que llegara
más fácil a la puerta principal.

—¿Killian?

Se metió en el vestíbulo. Su bolso golpeó el suelo hasta la mesa


junto a la puerta y se desplomó en el olvido. Sus talones
golpearon la madera hasta el centro del vestíbulo antes de que
lo sintiera.

La ausencia.

No había nadie allí. Javier y Laurence desaparecieron de su


lugar habitual en la ventana. Su mesa seguía allí con una pila
de cosas encima. Phil y Vi no se veían por ninguna parte. La Sra.
Tompkins había ido a la casa de su hija dos días antes, así que
Juliette no esperaba verla, pero todos los demás...

—¿Hola? —llamó.

Su propia voz la llevó de vuelta a través de la oscuridad. Las


imágenes de encontrar sus cuerpos masacrados en algún lugar
de la parte trasera de la casa la hicieron retroceder. Llegó al
porche y giró para ver la entrada donde Jake y Melton deberían
haber estado.

La camioneta que Jake y Melton normalmente conducían había


desaparecido. Su lugar era una plaza vacía de cemento húmedo
y sombras. A su lado, la camioneta que había visto al llegar
estaba aparcada exactamente donde había estado, las ventanas
oscuras, pero sabía que no había nadie dentro. Su mirada se
dirigió a la calle, aferrándose a la esperanza de que hubieran
estacionado en el cordón de la vereda.

Pero la camioneta negra había desaparecido.

Con un nudo en el pecho, Juliette se apresuró a entrar. Sus


tacones golpearon el lugar junto a su bolso y se metió con los
pies descalzos en la sala de estar. La mayor parte de la sala
estaba oscura, excepto la mesa de plástico junto a la ventana.
La luz del exterior cayó sobre la superficie blanca, haciendo que
el rectángulo brillara. Los tres objetos se encontraban en el
centro, en una pequeña pila.

Un teléfono, un juego de llaves que sospechaba que pertenecían


a la camioneta que estaba aparcada afuera y un sobre. Ella
rompió este último.

Estaba firmado por Killian. Su graciosa caligrafía se extendía por


la parte inferior. El logo de su compañía se quemó en la parte
superior, haciéndolo todo agradable y oficial. Pero la serie de
palabras estaban equivocadas, no importaba cuántas veces
releyera la página. Se registró y ella lo entendió y aún así no
tenía sentido.

Como continuación del acuerdo original, este documento es legal


y vinculante entre dos partes que lo consienten. Con efecto
inmediato, yo, Killian McClary, por la presente anulo el contrato
llamado El Acuerdo previamente decidido con Juliette Romero. Al
hacerlo, ambas partes reconocen que la terminación es inmediata,
innegociable y sin prejuicio. De acuerdo con el Acuerdo, sección
III, párrafo doce, el hecho de no haber dado el aviso apropiado con
treinta días de antelación, la Primaria acepta las penas y cargos
tal como están:
● Un dispositivo móvil.
● Un vehículo en pleno funcionamiento.
● Una suma global de diez millones de dólares que
se depositará en la cuenta deseada de La Secundaria.

Al aceptar, La Secundaria renuncia a sus derechos sobre el


acuerdo original. Todas las partes deben abstenerse de seguir
contactando en adelante. Si no lo hacen, se les impondrán severas
sanciones.

Firmado y fechado por Killian McClary.

Todo fue tan sencillo y al grano y aún así ella se negó a creer que
él haría esto, que rompería su contrato sin siquiera hablar con
ella. ¿Cómo podía pensar que ella aceptaría esto sin pelear?

Lanzando la carta, ella se dio vuelta y corrió hacia arriba. Se


cambió rápidamente su ropa de trabajo y se puso un suéter
grueso y unos pantalones. Se puso unas cómodas botas, se puso
el abrigo, cogió el teléfono, las llaves del auto y la carta, y salió
corriendo de la casa.

Hacía siete años que no conducía un auto. El Escalade era


definitivamente más grande y lujoso que el viejo Neón de su
madre, pero se ajustaba a sus necesidades inmediatas. El cálido
cuero acunaba su cuerpo como si estuviera diseñado para ella.
El interior olía a auto nuevo y a pino. Era agradable, pero no lo
suficiente como para evitar el frío que se negaba a ser contenido,
sin importar lo alto que encendiera el calentador. Parecía estar
irradiando desde lo profundo de sus huesos. El teléfono y la
carta se sentían como un peso en su bolsillo y tuvo que
abstenerse de lanzar ambos por la ventana.
Pero sacó el teléfono y marcó el número de Vi. El Bluetooth
incorporado en el auto captó inmediatamente la llamada y el
timbre chilló por la cabina. Juliette contuvo la respiración
mientras esperaba que alguien contestara.

—¿Hola? —la voz de Vi le llenó los oídos.

Juliette exhaló. —Gracias a Dios que estás bien.

—¿Juliette? —hubo una breve pausa, luego— ¿Por qué no iba a


estarlo?

Juliette sacudió la cabeza. —Nada. ¿Dónde estás?

Había una fuerte charla en el fondo, el bajo zumbido de mucha


gente en un solo lugar.

—En el centro comercial con Phil. ¿Por qué? ¿Está todo bien?

Juliette frunció el ceño. —¿Phil está contigo?

—Sí, estamos en la feria de comidas. Recibió una llamada que


tenía que atender, así que está vagando por ahí. Aunque volverá
en un rato. ¿Por qué?

Surgió una confusión en el pecho de Juliette, una sensación que


insistía en que le faltaba algo. ¿Por qué Vi todavía tiene su equipo
de seguridad y no Juliette?

—¿Juliette?

—Nada —dijo rápidamente—. Sólo tenía curiosidad. ¿No sabrás


por casualidad lo que le pasó a Javier y Laurence, verdad? No
están en la casa.
—Bueno, no puedes esperar que se queden por aquí cuando la
Sra. Tompkins ya no esté, ¿verdad? Deben haber sido llamados o
lo que sea que le pase a los guardaespaldas que no se necesitan.

Debería haberlo sabido, Juliette se dio cuenta con algo de


vergüenza. Por supuesto que fueron llamados de vuelta. No
podían quedarse cuando no tenían a nadie para vigilar. Pero eso
no explicaba a dónde fueron Jake y Melton. La pareja no se había
alejado de su lado desde que fueron nombrados como su
destacamento de seguridad.

—Voy a casa de Killian un momento —le dijo a hermana—. Pero


volveré más tarde esta noche, ¿de acuerdo?

Casi podía oír a Vi encogerse de hombros. —Está bien. Diviértete.

La línea se cortó con un suave clic. Juliette se centró en conducir


en lugar de preocuparse. Fue una bendición que las carreteras
estuvieran despejadas. Una ligera ráfaga había comenzado y la
nieve se arremolinaba alrededor de las farolas, haciendo que los
halos de luz brillaran. Volaron contra el parabrisas de Juliette,
obligándola a encender los limpiaparabrisas. El hielo comenzaba
a formarse, convirtiendo la carretera en una pista de patinaje.
Sus dedos se apretaron en el volante.

La sinuosa colina que llevaba a la finca de Killian no había sido


paleada y la nieve se había esparcido bajo los neumáticos.
Incluso con sus luces altas, el camino estaba oscuro, forzándola
a ir a un paso de caracol. En la cima, las puertas se abrieron, lo
que la sorprendió. No estaba segura de qué tipo de saludo
recibiría. Al llegar al estacionamiento junto a la fuente, quitó las
llaves, agarró el teléfono y salió de un salto. El terreno estaba
muy iluminado, pero aún así no vio a ninguno de los guardias
estacionados. Sabía que estaban allí, vigilando. Podía sentir sus
ojos. Ignoró la sensación de pinchazo y corrió hacia las puertas
principales.

Se abrieron como ella esperaba, pero era Frank el que se


asomaba al umbral, su cara de una perfecta blancura que sólo
él sabía cómo lograr.

—Necesito verlo, por favor —dijo ella de inmediato.

—Lo siento, pero el Sr. McClary no recibe visitas en este


momento.

Juliette se estremeció ante las visitas, pero mantuvo su voz


incluso cuando habló. —Por favor, Frank. No puede seguir como
está. Va a hacer que lo maten. Por favor, déjeme hablar con él
durante cinco minutos...

—Lo siento, señorita, pero tengo mis órdenes.

—Lo amo, Frank —dijo tan rápido que casi se corta la lengua
cuando la metió entre sus dientes castañeantes—. Me mataría
si algo le pasara y no lo intenté al menos.

Si él sintió algo por su declaración, sus rasgos no delataron


nada. La miraba con la misma mirada cuidadosa de siempre.

—Lo siento —dijo de nuevo, sonando como si lo dijera en serio—


. No hay nada que pueda hacer. Por favor, discúlpeme mientras
me preparo para el cambio de turno en cinco minutos.

Con eso, cerró la puerta en su cara. Se paró bajo el suave


resplandor de la luz que emanaba de la bombilla que tenía sobre
su cabeza. Los copos de nieve bailaban a su alrededor, brillando
mientras se enganchaban en su ropa y cabello. Miró fijamente el
trozo de madera que la mantenía alejada del hombre obstinado
que había dentro y se preguntó si era posible que alguien fuera
tan inteligente y a la vez tan estúpido.

Con la visión borrosa, empezó a darse la vuelta. Su pie se levantó


cuando las palabras de Frank la golpearon.

Cinco minutos. ¡En cinco minutos no habría nadie vigilando la


puerta!

Eufórica, se volvió a poner en marcha y se quedó donde estaba.


La puerta no tenía ninguna mirilla, así que confiaba en que
nadie la vería y si sabían que estaba allí, esperaba que no dijeran
nada. Esperó, ignorando el ardor en sus mejillas donde el viento
seguía soplando en el mismo lugar. Metió sus manos
temblorosas en sus bolsillos y dio un pequeño salto, como si eso
pudiera calentarla de alguna manera. Fueron los cinco minutos
más largos de su vida, pero llegaron. No perdió tiempo en
alcanzar el pomo de la puerta. Se sentía extrañamente caliente
contra el estado de congelación de su mano. La puerta cedió
fácilmente y ella se metió dentro.

El calor la hizo gemir. La envolvió en su familiar aroma a


limpiador de pisos, lustrador de madera, y canela. Lo inhaló
rápidamente antes de cerrar la puerta y correr hacia las
escaleras. Su corazón resonaba ansiosamente entre sus oídos,
sonando imposiblemente fuerte en el pasillo desierto. Sabía que
los hombres hacían recorridos rutinarios por todos los pisos,
pero durante el cambio de turno, todos se reunían abajo antes
de separarse. Eso no le daba tiempo para llegar a Killian antes
de que la vieran.

Alargando las piernas para ampliar sus pasos, prácticamente


corrió por la parte norte de la casa. Cada vez que respiraba salía
en jadeos estrangulados que parecían competir con su corazón
para ver quién podía ir más rápido. Miró por encima del hombro
una vez antes de doblar la última esquina y detenerse en las
puertas abiertas que conducían a la oficina de Killian.

No estaba en su escritorio. La vista de la silla vacía hizo que sus


músculos del estómago se tensaran. Ella estaba tan segura de
que él estaría allí. Siempre lo estuvo. No tenía sentido... entonces
lo vio por la ventana, casi oculto en el anillo de oscuridad que la
luz de su escritorio había creado. Estaba de espaldas a la puerta,
con los hombros estirados de forma poco natural. Sólo su aura
le rompió el corazón. Irradiaba calor como lo haría una herida
abierta. Su maldad ondulaba por la habitación, llenándola de
una pesadez que parecía casi animada. Parte de ella se
preguntaba si podría sentirla como una pared invisible si la
alcanzaba. Pero sabía que tenía muy poco tiempo antes de ser
vista.

Moviéndose rápidamente, se lanzó a la habitación y cerró las


puertas tras ella. La cerradura se encajó en su lugar con un hábil
movimiento de su muñeca. Su corazón se rompió salvajemente
en su pecho mientras giraba para mirar al hombre que se alejaba
lentamente de la ventana.

Sin darle tiempo para reaccionar, se dirigió a su escritorio y


arrancó el cable del teléfono. Recogió éste junto con su móvil y
corrió con ellos al baño. Ambos fueron arrojados
descuidadamente al lavabo con un ruidoso estruendo. La
cerradura fue puesta en su lugar y ella cerró la puerta,
bloqueando sus dispositivos de comunicación en el interior.

Luego se enfrentó al hombre que la observaba a través de los


gruesos pliegues de negro. Las sombras estaban pintadas sobre
sus rasgos, convirtiéndolo en uno de los suyos. Pero ella pudo
ver el brillo de sus ojos y el aleteo blanco de su camisa de vestir.
—No acepto —jadeó.

No dijo nada.

Tragando la masa que se acumulaba en su garganta, redujo la


distancia entre ellos, pero se detuvo cuando aún quedaba un
buen espacio. Metió su mano en el bolsillo y sacó la carta.

—No puedes romper nuestro contrato —siguió—. No... no así. No


como si no significó nada. —su voz se quebró, pero siguió
adelante—. He hecho todo lo que me pediste. He seguido cada
línea del contrato que escribiste. Nunca te di una razón para
arrepentirte de mí. —su labio inferior tembló y lo mordió con
fuerza. Aún así, las lágrimas se deslizaron, más allá de su
control—. No se te permite tirarnos a la basura. No te lo
permitiré, y esta... esta estúpida carta... —la única hoja de papel
se rompió con demasiada facilidad en su brutal agarre a pesar
del pesado peso de su contenido—. Va en contra del contrato. —
Los papeles de anulación se agitaron como gordos copos de nieve
en el suelo a sus pies. Resopló—. Tú mismo dijiste que la única
forma de terminar nuestro contrato era con una muy buena
razón por escrito. Nunca dijiste tu razón, así que no lo acepto.

Los segundos se contaban con cada golpe de su corazón


esperando que él aliviara el dolor. Sus propias respiraciones
laboriosas eran el único sonido en la habitación. El silencio
ensordecedor se cernía tan espeso y vasto como la oscuridad que
lo mantenía en sus garras. Alrededor de ella en un halo tenue,
la lámpara del escritorio brillaba, dejándola dolorosamente
expuesta mientras él mantenía sus rasgos ocultos. Había una
especie de poesía retorcida en la escena, musitó torpemente. Él
en los pliegues de la oscuridad y ella desesperadamente le hacía
señas para que saliera a la luz con ella, porque una parte de ella
sabía que si lo acercaba más, él vería que ella era más
importante que su venganza. Ella necesitaba eso. Necesitaba
que él la eligiera, que eligiera la vida y la felicidad. Para elegir un
futuro juntos. Todo lo que tenía que hacer era moverse dentro
del círculo.

—Existe una razón y nunca hubo un nosotros. —dijo bajo, y sin


embargo esas palabras siseaban como un cuchillo contra una
piedra. Sintió el frío rebanarla a través de ella—. Desde el
principio, te advertí que no habría un nosotros. Esto nunca fue
una relación y me aseguraste que lo entendías. Sólo eso no
cumple el contrato. En cuanto a la razón, no la requiero. Opté
por pagar las penalizaciones.

—¿Por... por darme cosas que no quiero? —se echó hacia


atrás—. ¿Cuándo he querido tu dinero o... cosas? No quiero
nada de eso. Yo sólo te quiero a ti.

Hubo un sutil cambio en su postura. Fue rápido, así que no


estaba segura si lo imaginaba o si había sido un juego de
sombras.

—Eso nunca fue una posibilidad.

—¿Por qué? —ella comenzó a avanzar, pero se detuvo


abruptamente cuando él se echó para atrás. El gesto dolió más
que su rechazo—. No entiendo por qué. ¿Qué he hecho?

La luz besó el lado de su cara que se giró hacia la ventana. Líneas


gruesas pintaron la mayor parte, pero vio lo suficiente allí como
para tener la esperanza de que tal vez...

—Me has roto. —la luz se escabulló con un simple movimiento


de su cabeza hacia ella—. Me quitaste todo lo que era, todo lo
que me hacía fuerte. Me hiciste olvidar lo que era y por qué. Por
mi descuido, me tomó dos semanas darme cuenta de que Molly
había desaparecido. Eso fue mi culpa. Me dejé arrastrar por algo
que siempre supe que nunca podría tener, pero fue por ti. No
eres buena para mí, Juliette. Eres la cosa de la que tengo que
alejarme si quiero seguir luchando. Me haces débil y los hombres
débiles mueren.

Ella no sabía qué decir. No había gritado y aun así le golpearon


una sílaba a la vez como un puño de metal. El dolor reverberó a
través de ella en ondas.

No había terminado. —Ahora, debo pedirte que te vayas y no


vuelvas. No me gustaría que vuelvas a irrumpir en mi oficina,
Srta. Romero. Nuestro acuerdo ha terminado y espero que no
haya nada más.

Ella levanto su rostro. —¿Eso es todo? ¿Vas a dejar que me


vaya? —Ella continuó cuando él no dijo nada—. ¿Alguna vez
pensaste que tal vez todas las cosas que crees haber perdido
eran cosas que nunca necesitabas? No soy un experto en
relaciones, pero sé que si alguien se siente bien...

—Hay una razón por la que no escojo mujeres como tú, vírgenes
sin idea de cómo distinguir la lujuria del amor. Tuvimos sexo.
Mucho sexo. Fue un gran sexo, no voy a mentir. Pero una mujer
de verdad sabe la diferencia, sabe que no debe confundir las dos
cosas. Me disculpo si pensaste que alguna vez te amaría, pero
no es algo de lo que sea capaz.

Tan brusco. Tan profesional. Sonó a lo tan delirante que ella


había sido. Realmente sólo había sido una aventura de negocios
para él. Ahora ese negocio había terminado y ya no la
necesitaban. Él había terminado con ella.
La agonía del calor la destrozó. Hizo que las cuchillas de afeitar
se hundieran en su pecho y le arrancó el corazón. Ella medio
esperaba que estuviera en el suelo junto a los pedazos
desgarrados de su dignidad. Pero lo más triste no era que no
pudiera sentir sus piernas para poder moverse. Era el hecho de
que todavía lo amaba. Que probablemente siempre lo amaría
incluso después de esto. Se había entregado tontamente, toda
ella, a un hombre que sólo la veía como un rasguño que le
picaba. ¿Cómo podía ser que nada de lo que habían compartido
no significara nada para él? ¿Cómo no lo había sentido?

Cuidadosamente, con los dedos que apenas podía sentir, desató


la cadena de su cuello. El colgante se deslizó de su abrigo y se
balanceó una vez, atrapando la luz antes de recogerlo
suavemente en la palma de su mano. Miró a la pequeña niña
con su cara de gema y sintió cómo se abría su interior. Una
lágrima explotó en la superficie del colgante. Juliette lo limpió
antes de poner el collar en su escritorio.

—No lo quiero de vuelta.

Tal vez fue su imaginación, la que la había traicionado y mentido


hasta ahora, pero podría jurar que era angustia lo que escuchó
en su suave murmullo. Lo habría creído si él no hubiera
terminado de decirle que no significaba nada para él.

Se alejó del escritorio, de la luz de la lámpara y se metió en la


oscuridad con él. La cubrió, ocultando sus lágrimas y el aliento
que parecía incapaz de atrapar. Alambres de púas se habían
enrollado alrededor de su pecho, desgarrando la carne y
sofocando su oxígeno. Una mano se aplanó contra su estómago.
La otra se fue a la boca en un lamentable intento de ahogar el
sollozo que se le había metido en la garganta.
—No... Juliette...

Ya estaba corriendo hacia la puerta, sus oídos sonaban


demasiado fuertes para estar segura de si había hablado o no.
Pero si lo había hecho, no la detuvo. No fue tras ella, ni siquiera
cuando llegó al final de las escaleras. Él no venía, ella se dio
cuenta con una nueva oleada de dolor. La estaba dejando ir.

La parte triste y patética de ella esperaba, esperando que en


cualquier momento, él apareciera, que la cargara hacia abajo, la
tomara en sus brazos y le rogara que no se fuera.

No lo hizo.

Devastada, Juliette metió la mano en su bolsillo y sacó el


teléfono y las llaves del auto. Estaba a punto de ponerlas en la
mesa de la consola que estaba en la esquina del vestíbulo
cuando algo se movió por el rabillo del ojo. Su cabeza se sacudió
y su corazón se desplomó. Frank la miró, silencioso y atento. Se
preguntó si tal vez esperaba que Killian la rechazara. Tal vez
esperaba que al hacerlo, ella no se molestara en aparecer por la
mansión nunca más. O tal vez esperaba que ella hiciera entrar
en razón a Killian, lo que no hizo. Ni siquiera se había acercado.
¿Pero qué importaba? Él no la quería, así que, ¿por qué iba a
renunciar a su necesidad de vengarse por ella?

Humillada y destrozada, Juliette acudió a él. Puso los objetos en


su enorme palma sin mirar a esos ojos insondables.

—Por favor, cuida de él, Frank —susurró—. No dejes que le pase


nada, ¿vale?

Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y se dirigió a la


puerta.
—Señorita Romero, por favor, permítame que le consiga un auto
para llevarla...

Sacudió la cabeza. —Ya has hecho mucho. Gracias por todo.

Sin mirar atrás, abrió la puerta y se lanzó a la noche. El suave


remolino de nieve se había convertido en una casi ventisca. El
viento aulló y la azotó con un odio alegre. Le arrancó sus
húmedas mejillas, convirtiendo sus lágrimas en trozos de hielo.
Sus pestañas se endurecieron inmediatamente en cristales
puntiagudos. Agachó la cabeza, pero los fríos dedos se
abalanzaron sobre su dobladillo y rastrillaron cada centímetro
de piel desnuda que pudo encontrar. Pequeños demonios
mordisqueaban en los extremos de sus orejas, haciéndolas
arder. Trató de cubrirlas con sus manos, pero sus dedos se
entumecieron instantáneamente. Renunciando a esa idea, se
metió los puños en los bolsillos y corrió.

Había una tienda en la parte baja de la colina. Si podía llegar


allí, llamaría a un taxi, se dijo a sí misma. Si no se caía del borde
del acantilado primero o era atropellada o moría de hipotermia o
exposición. Sus pensamientos alegres la acompañaron hasta el
fondo. De vez en cuando, miraba hacia atrás, esperando ver el
auto de Killian corriendo tras ella como lo hizo la primera noche.
No lo hizo y eso sólo hizo que el cuchillo se retorciera aún más
en su pecho. Cuando llegó a las calles sinuosas que conducen a
través del vecindario de clase alta, finalmente aceptó que Killian
no iría a por ella. Que realmente la había dejado ir. Que se había
acabado. De ninguna manera su reconocimiento calmó el dolor,
pero le dio un nuevo enfoque: esperar a que llegara a casa antes
de llorar.
Más adelante, a través del remolino de nieve, las luces del 7-1115
parpadeaban y parpadeaban. Sólo con verlo casi se puso a
lloriquear. Comenzó a correr, ignorando el entumecimiento en
sus muslos donde el frío se había filtrado a través de sus jeans.
Detrás de ella, el rugido del motor llenó la noche que de otra
manera hubiera sido un sueño. Sabía que era una estupidez,
pero aún así se detuvo y miró hacia atrás.

La camioneta negra atravesó la tormenta con la facilidad de un


gran tiburón. La luz de la lámpara encendió la parrilla de acero
y brilló en el capó. El corazón de Juliette se aceleró
inmediatamente en un prematuro baile de alegría; por lo que ella
sabía, Frank había enviado a alguien para llevarla a casa por
lástima.

Pero el vehículo se detuvo y una cara familiar saltó del lado del
conductor. Con la cabeza agachada, corrió para unirse a ella en
la acera.

—El Sr. McClary me ha pedido que la traiga de vuelta,


señorita —dijo, prácticamente gritando para que lo escuche.

—¿Está seguro?

Asintió con la cabeza. —Por favor.

Se le ocurrió decir que no. Para decirle al Sr. McClary que fuera
a dar un salto mortal a un acantilado. Pero eso no ocurrió. Dejó
que la impulsaran hasta la puerta trasera. La abrieron de un
tirón y empezó a subir dentro cuando una mano salió disparada
delante de ella y se cerró sobre su boca. Su grito apagado fue

15
7-Eleven es una cadena multinacional de tiendas de conveniencia con sede en Texas,
Estados Unidos. Está especializada en la venta minorista de artículos básicos de alimentación,
droguería, refrescos y productos de marca propia.
tragado por el viento cuando su cabeza fue forzada contra su
hombro. Algo afilado atravesó el costado de su cuello y la
oscuridad saltó para tragársela.

El sonoro bong resonó a través de las aguas poco profundas del


sueño. La intrusión no deseada vibró a lo largo de su cuerpo,
haciéndola muy consciente de cada dolor. También era
consciente de la masa en su boca y el hedor nauseabundo de la
orina, el sudor, el pescado y el blanqueador que hacía que sus
reflejos nauseabundos se volvieran locos. Su pómulo palpitaba
cuando se movía contra su incómoda posición.

—¿Juliette? —el siseo bajo parecía tan distante y desconocido


como el eco persistente de las vibraciones metálicas bajo el
agua—. Juliette, ¿estás despierta?

Mareada y albergando a la madre de todos los dolores de cabeza,


Juliette abrió un ojo. Parpadeó ante la película blanca que
desdibujaba las extrañas formas que se extendían ante ella. Bajo
su palma, el suelo irradiaba su propia frialdad ártica. El frío
paralizante recorrió todos los lugares en los que estuvo en
contacto. A un brazo de distancia de su rostro, barrotes
verticales de hierro llegaban hasta el techo. En el otro lado, una
figura oscura seguía moviéndose.

—¿Killian?
—¡Levántate! —la voz gruñó, apenas por encima de un susurro,
pero fue la necesidad de la orden lo que instó a Juliette a
recuperarse.

Poco a poco, pulgada a pulgada, la habitación se balanceaba a


la vista y era una habitación que nunca había visto antes. Toda
la estructura era de láminas de acero atornilladas y estampadas
en hormigón. Contra una pared había tres jaulas separadas por
gruesas barras y lo suficientemente grandes como para albergar
a un gorila adulto. Al otro lado de la habitación había una serie
de escaleras de madera que no conducían a nada, sino a una
pared. No había nada más. No había camas, ni siquiera una
manta. Pero había una cubeta en un rincón de su jaula.

—¡Eh!

Aterrorizada, Juliette se enfrentó a su acompañante y su


mandíbula se cayó. —¿Maraveet?

La mujer no se parecía en nada a lo que Juliette recordaba. Su


melena de color caoba era un enredo, un desorden enmarañado.
Su rostro estaba dibujado, lleno de manchas de maquillaje y
pálido. Llevaba pantalones y un abrigo negro, pero sus ropas
estaban arrugadas. Se sentó en el suelo de su jaula, con sus
enormes ojos verdes mirando a Juliette a través de los barrotes.

—¿Está herida?

La pregunta le tomó a Juliette un momento para responder


mientras examinaba su propio cuerpo. Tenía un calambre en el
cuello por dormir en el cemento frío y su mejilla palpitaba, pero...

—No, creo que estoy bien. —Se tocó la frente—. ¿Dónde


estamos?
Maraveet sacudió la cabeza. —No lo sé. Aquí es donde yo
también me desperté.

Juliette hizo otro estudio de sus alrededores, notando que no


había ventanas ni puertas.

—No lo entiendo. —se lamió los labios—. ¿Qué está pasando?

—Alguien está tratando de llamar la atención de Killian —dijo


la otra mujer—. No estaba segura al principio, tengo mi propia
gente que me quiere... fuera del camino, pero estoy segura ahora
que estás aquí.

—¿Yo? —La habitación seguía girando. No estaba segura de si


era el efecto posterior de las drogas o la situación, pero Juliette
apretó los ojos y quiso que todo eso parara—. ¿Qué tengo que
ver con...?

—Mataron a Molly —interrumpió Maraveet—. No lo sé con


seguridad, pero apostaría mi último dólar por ello. Ahora yo
estoy aquí y tú estás aquí, las dos últimas personas que le
importan a Killian.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? —exigió Juliette, abriendo los ojos


y enfocando a la otra mujer.

Maraveet sacudió la cabeza. Sus ojos verdes se dirigieron hacia


las escaleras y luego hacia atrás.

—No me han dejado salir de esta jaula desde que me trajeron.


He visto cuatro hombres. Se turnan para venir dos veces al día
con comida y una vez para recoger el cubo. No hablan y tienen
cuidado de no establecer una rutina, así que no tengo ni idea de
cuánto tiempo llevo aquí.
Con la mente razonablemente clara, Juliette se detuvo a pensar.
—¿Cuánto tiempo he estado aquí?

—Unas pocas horas como mucho.

Juliette tragó. —Fuimos a ver a Molly hace tres días.

—Tres días —murmuró Maraveet—. Se sintió más tiempo.

—Bueno, está bien, porque Killian sabrá que estás desaparecida


y él...

Maraveet sacudió la cabeza. —Me fui cuando ustedes lo hicieron.


No tiene ni idea de dónde estoy y no quiere buscarme.

Juliette parpadeó. —¿Tú... lo dejaste... otra vez?

Sus ojos verdes se entrecerraron. —¡Esta es la razón! Juntos


somos peligrosos. Pensé que tendría tiempo de dejar el país
antes de quien sea que mató a Molly viniera por mí.

—Así que huiste.

En lugar de responder, Maraveet se lanzó al rincón entre los


barrotes que compartían y el muro. Sus piernas rodaron frente
a ella e inclinó su cabeza hacia atrás.

—No espero que lo entiendas. Has sido protegida y resguardada


toda tu vida. ¿Cómo podrías conocer los miedos de la muerte?

Juliette abrió la boca para recordarle a la mujer a Arlo, pero el


tiempo para discutir sobre cosas inútiles tendría que esperar
hasta más tarde. Tenían un problema mayor.

—¿Dónde estamos? —preguntó.


—Creo que en un barco. Puedo sentir que la habitación se mueve
a veces cuando hay viento.

Con cautela, Juliette se puso de pie y se dirigió a la puerta del


jaula y la sacudió una vez, sólo para ver si se abría. No se abrió.
Inclinó la cabeza hacia atrás y miró al techo con sus luces
incorporadas y su superficie lisa y metálica.

—¿Cómo nos metieron aquí? ¿Dónde está la puerta?

Maraveet señaló con un dedo las escaleras. —Es una escotilla


oculta. Sin duda, se usa para pasar de contrabando gente a
través de aguas internacionales sin que los atrapen.

Juliette movió su cuello a los lados. —¿Contrabando de


personas? ¿Son traficantes de personas?

Maraveet se encogió de hombros. —Posiblemente. ¿Por qué si no


construirías una habitación oculta con jaulas bajo tu barco?

Una fría ola de terror se abalanzó sobre ella, haciendo que se


estrellara contra los barrotes. Golpeó el suelo con ambas rodillas
mientras unas garras heladas patinaban a lo largo de todas las
terminaciones nerviosas de su cuerpo, entumeciéndolas. Bolas
de aire se alojaron en su pecho, reteniendo cada respiración
hasta que estaba segura de que se desmayaría.

—Oye. —Maraveet se puso en cuatro patas al otro lado de su


jaula y se arrodilló justo a la izquierda de Juliette—. Respira
lento. Vamos a salir de aquí.

La confianza absoluta en la voz de la mujer le hizo olvidar


momentáneamente el pánico que amenazaba con consumirla.

—¿Cómo...?
—Porque Killian sabrá que has desaparecido.

Juliette sacudió la cabeza. —No, no lo sabrá. Me dijo que no


volviera nunca más. Me dijo que no significaba nada para
él. —Los recuerdos duplicaron la ansiedad que ya la carcomía.
Las lágrimas se derramaron en un flujo constante, manchando
la parte delantera de su abrigo—. No nos buscará.

—Lo hará —insistió Maraveet con la misma confianza—. Confía


en mí. Conozco a mi hermano. No dejará que desaparezcas, no
importa lo que haya dicho. Oye. —Metió la mano entre los
barrotes y agarró la mano de Juliette—. Ya viene. Sé que vendrá.

Juliette se derrumbó. Normalmente no era de las que se rompen


bajo presión, pero entre la pérdida de Killian y el secuestro, sus
emociones se negaron a mantenerse juntas. Se disolvieron en un
ataque de sollozos que ella nunca se había permitido. Maraveet
no dijo nada. No le dijo que se callara o que dejara de ser un
bebé. Tomó la mano de Juliette y esperó.

—¿Terminaste? —preguntó, de forma poco amable una vez que


Juliette se quedó sin lágrimas.

Juliette asintió, limpiándose los ojos en la manga de su abrigo.


—Lo siento.

Maraveet sacudió la cabeza. —Está bien, pero es el único llanto


que vas a dejar salir, ¿entiendes? Después de este momento, vas
a embotellar todo, todos tus sentimientos y nunca permitirás
que te vean romperte. Te convertirás en la perfecta muñequita
muda, ¿entiendes?

Resoplando, Juliette frunció el ceño. —No lo entiendo.


La intensidad brilló en los ojos de la otra mujer, un fuego verde
que arrastraba el frío de la habitación. —Intentarán hacernos
hablar, decirles lo que quieran saber, pero en cuanto lo
hagamos, ya no nos necesitarán, ¿entiendes? No les des nada.
No importa lo que te hagan a ti o a mí. Cuanto más tiempo
aguantemos, más tiempo tendrá Killian para encontrarnos.

La bilis fría se apretó alrededor de la garganta de


Juliette. —Suena como si hubieras hecho esto antes.

Maraveet sonrió. —Unas cuantas veces. —Su sonrisa se


desvaneció—. Sé fuerte y recuerda que no será para siempre.

Juliette abrió la boca para preguntar cómo sabía cuándo un


suave clic llenaba la habitación. Fue seguido por el sonido de
aire descomprimido. El trozo cuadrado de pared desconectado
del resto justo encima de las escaleras y una puerta que se abrió
a la vista. Un hombre, delgado como una baranda y vestido con
jeans y un abrigo de cuero, bajó las escaleras, asegurándose de
golpear cada escalón con un golpe vibratorio. Llegó al fondo y se
detuvo al ver a Juliette.

—¡Estás despierta! Bien. —Se acercó más—. El jefe se


preguntaba cuándo te levantarías.

Cogió un juego de llaves enganchadas en la trabilla de su


cinturón. Revisó varias antes de encontrar la correcta. El resto
se juntó con un fuerte tintineo mientras abría la puerta.

Juliette retrocedió, acercándose a Maraveet. Los dedos de la otra


mujer se apretaron alrededor de los suyos, pero el hombre entró
sin perder el ritmo y agarró el brazo libre de Juliette. La sacó de
un tirón y se alejó.
Lo último que Juliette vio antes de que la arrastraran por las
escaleras fueron los ojos verde intenso de Maraveet mirándola a
través de los barrotes, deseando que fuera fuerte.

Juliette siempre se había considerado razonablemente fuerte. Se


había enfrentado a cosas que la mayoría de la gente nunca
soñaría y había sobrevivido. Pero todo en ese momento se sentía
perdida y sin esperanza, y envuelta en una imposibilidad que no
estaba preparada para manejar. No saber lo que había más allá
de la puerta oculta no ayudó. No saber qué o quién... no, ella
sabía quién. Ella recordó su cara, su cara familiar y segura. Ella
había confiado en él. Killian había confiado en él. Los había
traicionado a ambos. La había llevado a ese lugar y la había
dejado en una jaula. Ahora, él iba a torturarla y posiblemente
matarla.

La puerta se abrió a una espaciosa cabina directamente del


mismo concepto de lujo. Maraveet no se había equivocado,
estaban en un barco, pero no en un carguero o un barco de
pesca como Juliette esperaba. Era un yate, una gran y hermosa
longitud de espacio cubierto de un bonito satén. Gotas de cristal
brillaban desde el techo, bañando los muebles de caoba con su
luz dorada. La madera oscura complementaba el azul pavo real
que adornaba los sofás de cuero. Una escalera de hierro se
enroscaba desde el centro de la habitación y se abría al segundo
piso de arriba. Afuera, a través de ventanas cubiertas con
cortinas de gasa, el cielo era de un azul marino como las
alfombras bajo sus pies y estaba salpicado por un remolino de
nieve que oscurecía cualquier punto de referencia que pudiera
ayudar a señalar su ubicación.
A pesar de la hora temprana, la cabina estaba ocupada por un
pequeño puñado de hombres. Ninguno de los cuales reconoció
cuando se acercó.

—Juliette. —La voz podría haber sido cortada de la seda—. No


puedes imaginar cuánto tiempo he estado esperando el
momento en el que finalmente nos encontráramos.
El vil y detestable odio se escabulló por la piel de Killian,
recordándole como si fueran cien patas de araña arrastrándose
bajo su ropa. La sensación hizo que su estómago se revolviera,
su piel se arrastraba y su temperamento jugaba con su cabeza.
En la pizarra negra de su ventana, su reflejo lo iluminó. La
acusación y el odio se filtraban por el cristal. Era una mirada de
asco y estaba justificada. Las cosas que le había dicho a Juliette
lo perseguirían por el resto de su vida. Sería la nueva razón por
la que ya no dormiría. La mirada insoportable de la angustia que
retorcía su hermoso rostro era todo lo que podía soportar. Si se
hubiera quedado un segundo más, habría sido su fin. Lo habría
enviado a ella, la necesidad de protegerla sería condenada.

En el bolsillo de su pantalón, las esquinas dentadas del colgante


se cortaron en la palma de su mano. El metal y la gema se
sentían ridículamente calientes en sus manos congeladas. De
vez en cuando, pasaba la yema de su pulgar por el rostro de la
chica y pensaba en la de Juliette cuando se la había dado. El
brillo de la euforia en sus ojos. La sonrisa.

Tenía que hacerlo, la voz lastimosa insistía. Ella habría sido la


siguiente.

¡Eso no lo sabes! La segunda voz gritó. Podría haberla mantenido


a salvo.
Era la misma guerra, el mismo argumento y ninguno de los dos
lados estaba cerca de ganar. Pero Killian estaba de acuerdo con
el primero. No tenía garantías de poder protegerla. No podía
confiar en que no la perdería como perdió a Molly, a quien
apenas vio. Si fueron tras ella por él, ¿qué les impedía ir tras
Juliette? ¿Qué les impedía tomarla, herirla... romperla?

Una nueva frialdad le carcomía la boca del estómago, el tipo de


sensación que se tiene al beber agua helada con el estómago
vacío. Hacía que las serpientes de allí se retorcieran de furia al
ser molestadas.

Perderla para siempre era un precio que él estaba dispuesto a


pagar si eso significaba que ella iba a vivir. Viviría con la agonía
mientras supiera que ella estaba en algún lugar ahí fuera,
posiblemente feliz.

Un suave movimiento de cabeza le avisó de la segunda figura


que flotaba en la puerta abierta de su oscuro despacho. La luz
amarilla y dura del pasillo recorría su enorme silueta en un
negro oscuro, pero Killian reconocería a Frank en cualquier
lugar.

—La dejaste entrar —dijo Killian en voz baja—. Esas puertas no


se abren sin tu aprobación, ni nadie, ni siquiera yo, sabe el
momento exacto en que se produce el cambio de personal,
excepto tú. Desobedeciste mis órdenes.

Frank nunca se movió. —Sí lo hice, señor.

—No vuelvas a hacerlo nunca más.

Frank inclinó la cabeza. —Sí, señor, pero hay algo que quizá
quiera saber sobre la Srta. Romero cuando se fue de la casa...
—No quiero saberlo. —Se apartó de la ventana—. Ella ya no es
mi preocupación. Nunca la vuelvas a mencionar, ¿entiendes?

—Señor, si me permite...

La insistencia del hombre sólo alimentó la impaciencia de


Killian. —¡Dije que no, Frank!

La repulsión era inconfundible, aunque su rostro estuviera


oculto en las sombras. Killian podía verlo en el estrechamiento
del marco del hombre. Pero cedió a regañadientes.

—Sí, señor.

Killian regresó a la ventana, a la oscuridad y a la compañía de


su propio y miserable reflejo.

—La Compañía Mishimoto sigue esperando su respuesta a su


oferta para comprar el... ¿señor?

Killian parpadeó y levantó la cabeza. Frank lo miraba desde el


otro lado de su escritorio, con una gran pila de papeles en ambas
manos.

—Sí, está bien. —Killian se enderezó en su asiento—. Déjalo en


el suelo y los repasaré cuando termine.

Frank no dijo nada, ya que la carpeta estaba colocada con


cuidado encima de una pila tambaleante de otros archivos y
papeles que Killian debería haber terminado hace días. Toda la
superficie de su escritorio se había convertido en una avalancha
de papel. El trastorno obsesivo compulsivo claustrofóbico que
había en él chilló al ver su inmaculado espacio de trabajo. Pero
al resto de él no le importaba una mierda.

—Señor, ¿quizás le gustaría salir un par de horas? —Frank


sugirió—. Podríamos ir a Ice y...

Killian sacudió la cabeza. —Tengo demasiado que hacer aquí.

Pero se sentó y estudió el mismo contrato que había estado


mirando durante casi cuatro horas. Todavía no tenía ni idea de
qué se trataba o qué se suponía que debía hacer. Su bolígrafo
estaba en la primera página, esperando a ser utilizado.

—Señor, si me permite, han pasado tres días


desde... —Rápidamente se retractó de lo que estaba a punto de
decir cuando la mirada de Killian se dirigió a él de forma
cautelosa—. Ya que has estado fuera de esta casa y unas pocas
horas al aire libre... —Se calló. Su mano fue a su auricular.

Killian lo miró, estudiando las líneas duras que unían sus cejas
oscuras en un ceño fruncido.

Frank exhaló. —Señor, hay una situación en el patio que


requiere su atención inmediata.

Killian frunció el ceño. —Esto no es una estrategia para sacarme


de esta oficina, ¿verdad?

Frank sacudió la cabeza. —No, señor.

Los músculos de su trasero refunfuñaron mientras Killian se


levantaba de su silla. Los músculos rígidos de las piernas crujían
y cosquilleaban con cada zancada que daba siguiendo al gigante
por la puerta. No podía recordar la última vez que se había
levantado de su silla, excepto para usar el baño y ducharse de
vez en cuando. Una o dos veces, incluso se había echado una
siesta en esa maldita cosa. Unos pocos días más de eso y
probablemente podría hacer un molde de su trasero con el cuero.
Pero no era como si tuviera un lugar a donde ir, y de todos
modos, dormir estaba fuera de cuestión. Puede que tampoco
estuviera haciendo ningún trabajo, pero al menos estaba
fingiendo. Era mejor que mirar el teléfono y preguntarse si
Juliette contestaría si él llamaba. Una o dos veces, incluso marcó
el número antes de entrar en razón. Todo el asunto era
humillante. Estaba suspirando como un adolescente después de
perder su primer amor. Y ella como que lo era. Había encontrado
atractivas a las mujeres en el pasado, pero nunca había ardido
tan completamente por ellas. No había perdido su cabeza y su
corazón. Así que, tal vez eso la convirtió en su primer amor.
¿Quién sabe? Todo el asunto era ridículo. Estaba demasiado
viejo y demasiado cansado como para estar enamorado.

A mitad de camino de las escaleras, lo escuchó, el ensordecedor


chillido de una voz femenina. Había otras voces, más fuertes,
pero las palabras eran ininteligibles.

—¡No! —Frank estalló inesperadamente—. No la toques. ¡Es una


orden!

¡Juliette!

Tenía que serlo. ¿Quién más estaría en el escalón de la entrada


haciendo todo ese alboroto?

Fue más que un simple alboroto, se dio cuenta cuando llegó a la


cima de la escalera y escuchó el choque de los cristales
rompiéndose. Fue seguido rápidamente por un golpe contra el
costado de la casa. La voz femenina volvió a gritar y él bajó los
escalones. Llegó al fondo de la escalera justo cuando un ladrillo
irrumpió a través de las ventanas de la sala de estar. El vidrio
explotó, brillando como diamantes a la luz del sol de la tarde
antes de esparcirse por la antigua alfombra de su madre. El
ladrillo golpeó la mesa de café de vidrio y más vidrio explotó.

—En el nombre de Dios, ¿qué...?

Killian entró por la puerta principal que estaba abierta. Alcanzó


el umbral y por poco le dio con un pedazo de roca en la cara. Por
puros reflejos se agachó justo a tiempo. La roca pasó por encima
de su cabeza, se rompió en el suelo del vestíbulo y rodó por
debajo de las escaleras.

—¿Dónde está? —gritó—. ¡Quiero verla ahora o juro por Dios que
romperé todas las malditas ventanas de la casa!

Por un momento, por una fracción de segundo, casi pensó que


era Juliette. Un largo y ondulado cabello rubio que formaba
ondas alrededor de un delicado rostro y pequeños hombros. Ojos
castaños dominantes que brillaban con una furia como ninguna
otra. Pero no era ella.

—¿Viola?

La chica estaba de pie en el borde de la fuente de su madre, con


un palo en una mano y un ladrillo roto en la otra. Sus hombres
se abrieron en abanico a su alrededor, acercándose, pero sin
hacer ningún esfuerzo por agarrarla. Había un pequeño arsenal
de rocas, ladrillos y botellas apiladas a sus pies. Había más en
la mochila que estaba abierta en la parte inferior de la fuente.
Parecía tan feroz y peligrosa como cualquiera de los guerreros de
los que su madre le hablaba. Sus ojos dorados encontraron los
suyos y brillaron.

—¿Dónde está ella, hijo de puta? —ella apuntó su palo en su


dirección—. ¿Dónde está Juliette?

El ladrillo se salió de su alcance con una precisión mortal. Lo


clavó en su hombro antes de que ninguno de sus hombres
pensara en bloquearlo. El dolor le explotó en el pecho y se astilló
en su brazo con cintas de fuego. Algo caliente y húmedo floreció
bajo su camisa de vestir y se empapó a través de la tela en una
flor roja. Killian habría maldecido si pudiera pensar más allá de
sus palabras.

—¿Qué? —exigió.

—¡No me mientas, bastardo irlandés! —ella se abalanzó y cogió


una botella verde—. Sé que la tienes. Me dijo que iba a verte y
luego nada por tres malditos días. ¿Qué has hecho con ella?
¿Dónde está? ¿Dónde está mi hermana? —la última parte se lo
dijo en un grito que resonó en el patio.

Algo se clavó en su pecho con una fuerza tan brutal que casi se
hundió con él. El dolor en su hombro fue inmediatamente
reemplazado por una lenta quemadura de calor y frío que lo
atravesó en rápida sucesión. Se giró sobre sus talones hasta
donde Frank estaba detrás de él.

—Encuéntrenla. —su voz casi se quebró—. ¡Encuéntrenla ahora!

Se giró hacia la chica que había perdido todo el color de su


rostro. La botella y el palo colgaban sin fuerzas a sus lados, el
fuego se había ido de ella. Sus ojos marrones eran enormes y
brillantes con todo el miedo cuajado en su interior.
—¿Tú... no la tienes?

Cerrando la distancia entre ellos en tres grandes zancadas,


Killian agarró a Vi por la muñeca y la arrastró fuera de la fuente.
Ella fue de buena gana y se dejó arrastrar a la mansión. La llevó
a la sala de estar que no había destruido y la empujó a una silla.

—Dime qué pasó —le gruñó—. ¿Dónde está Juliette?

—Yo... ¡no lo sé! —se ahogó. El palo y la botella se le escaparon


de las manos y golpearon la alfombra bajo sus pies—. Me llamó
hace tres días y me dijo que iba a verte. Sonaba rara, pero no
pensé nada al respecto. Pero nunca volvió a casa ni esa noche ni
la siguiente. Fui a su trabajo, a ambos y nadie la ha visto.
Entonces, vine aquí y tú portero idiota dijo que no tenía ni idea
de quién estaba hablando. Que nunca había oído hablar de
Juliette. Pensé... —bajó los ojos, sus mejillas de un color rosa
culpable.

—Que le hice daño —terminó por ella.

Vi asintió. —Juliette no desaparecería. Ella nunca me dejaría.


Algo le sucedió.

Killian comenzó a prometerle que la encontraría. No importaba


qué tenía que hacer o a quién tenía que matar, él traería a
Juliette de vuelta a casa cuando Frank entró en la habitación,
con su teléfono en la mano.

—Señor, nadie la ha visto. He llamado al trabajo y ha faltado tres


días.

El agrio sabor de la leche podrida llenó su garganta, haciéndolo


querer vomitar allí mismo. Pero se mantuvo firme. Juliette lo
necesitaba para mantener la calma. Él necesitaba encontrarla.
—Rastrea el GPS del auto o su teléfono —ordenó—. Llama a
quien sea para conseguir…

Frank se movió. —Eso no funcionará, señor. La señorita Romero


no se llevó el auto o el teléfono cuando se fue de aquí la otra
noche.

Killian se puso rígido. —¿Qué?

—Ella no tomó…

—¡Ya te oí! —dijo— ¿Cómo llegó a casa?

Un músculo se apretó en la mandíbula de Frank. —Supongo que


caminó, señor. Me ofrecí a que alguien la llevara, pero ella
insistió.

—Estaba bajo cero esa noche. —cada palabra atravesó sus


dientes apretados como una herida de furia y pánico dentro de
él—. Por lo que sabemos, podría estar muerta al lado de la
carretera.

Frank no dijo nada, pero Vi jadeó. Sus manos se dirigieron a su


boca para sofocar el sonido, pero era demasiado tarde.

Killian la ignoró. —¿Por qué no me lo dijiste?

La tensión se extendía por los hombros del otro hombre. —Lo


intenté, señor. Usted me pidió que no volviera a hablar de ella.

Recordó la insistencia de Frank esa noche. Era la primera vez en


años que el hombre había insistido enérgicamente en ser
escuchado a pesar de que se le había dicho que se detuviera.
Killian quería darse una patada a sí mismo.
—Encuéntrala. —continuó en el mismo tono cortante—. Incluso
si tienes que llamar a todas las puertas de la ciudad,
encuéntrala, Frank. ¡Tráela de vuelta!

Con una profunda inclinación de su cabeza, Frank se dio la


vuelta y se apresuró a salir de la habitación. Killian se quedó
mirando el lugar que el hombre había ocupado con el corazón
en la garganta y el estómago entre los tobillos. Imágenes
inolvidables de Juliette congelada hasta la muerte en algún
lugar del camino, escondida bajo un montículo de nieve que se
le arrojó en las tripas, haciendo que casi se doblara.

—¿Qué quiso decir con que le dijiste que no volviera a hablar de


ella? —preguntó Vi.

Casi se había olvidado de la chica. —Tengo un trabajo que


requiere…

Vi se levantó de su asiento en un instante y se apresuró a


bloquear su camino. —¿Trabajo? ¿En serio? Eres la ultima
persona que vio a mi hermana viva y estás preocupado por tu
estúpido trabajo? Ella podría estar muerta y…¿ni siquiera te
importa?

—¡Por supuesto que me importa! —las palabras se


desprendieron de él en un gruñido que abrió sus ojos—. Nunca
me ha importado nada más que tu hermana. Daría fácilmente
mi vida por la suya, pero si sigo aquí y pienso en ella ahí fuera
herida o peor, perderé la maldita cabeza, ¿me entiendes?

La suave columna de su garganta se balanceó. Asintió con la


cabeza. No lo detuvo cuando él la rodeó y salió de la habitación.
Las puertas delanteras estaban cerradas, pero había hombres
dentro y fuera limpiando el desastre que Vi había hecho. Killian
no podía ni siquiera molestarse por eso. No le importaban unos
cuantos cristales rotos cuando Juliette llevaba tres días
desaparecida y no lo sabía. Tres malditos días.

Un segundo par de pies detrás de él le hizo echar un vistazo.


Parpadeó sorprendido al ver que Vi lo seguía arriba.

—¿Qué estás haciendo?

Le tocó a ella parecer desconcertada. —Hasta que no traigan a


Juliette a casa, no me iré de tu lado —dijo simplemente—. Voy a
donde tú vayas.

Abrió la boca, decidió no hablar, la cerró y siguió caminando. Vi


lo siguió.

En su oficina, fue directamente a su ventana. Vi se sentó en una


de las sillas frente a su escritorio y esperó. Ninguno de los dos
habló y él nunca se había sentido tan aliviado.

El momento no duró.

—¿Qué hiciste? —preguntó la chica.

Killian forzó su mirada lejos de las copas de los árboles. —¿Qué?

—A Juliette —explicó Vi—. ¿Qué le hiciste?

Estaba al límite de sus nervios decirle que se metiera en sus


asuntos, que incluso se ofendería si asumía que él haría algo
para herir a Juliette. Pero lo hizo. La había herido. La había
golpeado deliberada y maliciosamente donde sabía que la heriría
más. ¿Importaba que lo hubiera hecho para protegerla?
¿Importaba que tuviera sus mejores intenciones en el corazón?
¿Importaba que diera su alma para tenerla de vuelta con él? Ella
se había ido. Se había ido por días y él no había hecho nada. Si
ella estaba perdida en algún lugar de la nieve, él tenía dos días
para encontrarla, para salvarla, y no lo hizo. Si ella estaba...

—¡Los hospitales! —dijo él, más para sí mismo que para


Vi—. ¿Tú ...?

—Por supuesto que sí, —murmuró Vi— no soy idiota. Llamé a


los hospitales, a la policía, al hotel. Incluso llamé al tío Jim.

Ese conocimiento le hizo hacer una pausa. —¿Tienes un Tío


Jim?

Vi asintió. —Es el hermano de papá. Tiene una granja en Alberta.

Por la forma en que Juliette había seguido, él asumió que sólo


eran ella y Vi en el mundo.

—¿Por qué él no...?

Vi arqueó una ceja. —¿Nos acogió cuando no teníamos a


nadie? —terminó para él, con su tono lleno de
sarcasmo—. Ninguno de ellos lo hizo. Papá les debía demasiado
dinero. No iban a aumentar esa deuda enfrentándose a sus
hijas. Gracias a Dios que Juliette tenía dieciocho años cuando
papá finalmente murió, de lo contrario ambas estaríamos
perdidas en el sistema o algo así. El tío Jim fue el único que se
ofreció, pero es un pervertido total. Le gustan las niñas
pequeñas. No es que nadie en la familia lo diga en voz alta.
Juliette se negó. —sacudió la cabeza—. De todos modos, ¿qué le
hiciste a Juliette? ¿Por qué se fue?

Killian se volvió hacia la ventana, incapaz de seguir mirando a


esos ojos dorados. —Porque yo se lo dije. Era la única forma que
conocía de mantenerla a salvo.
—¿A salvo de qué?

—De mí.

—Señor.

Frank apareció en la puerta, su movimiento se aceleró.


Respiraba con dificultad como si hubiera corrido hasta allí. Cada
músculo suyo estaba rígido, tan tenso como los músculos de su
cara. En su mano había un sobre amarillo.

El mundo entero de Killian se puso nervioso, entrando y saliendo


del foco entre el blanco y negro y el color. La habitación cambió
entre el presente y el pasado mientras recordaba tener diez años
y estar de pie donde Vi estaba, viendo como Frank le llevaba ese
mismo sobre amarillo a su padre. Entonces la habitación volvió
y Vi se puso de pie mientras Frank miraba a Killian con la misma
expresión sombría que le había dado todos esos años.

—No...

Vi, tan blanca como la nieve fuera de la ventana, miró


detenidamente a ambos con la frenética desesperación de un
conejo asustado. Sus manos temblaban mientras se levantaban
y golpeteaban sobre su boca.

—¿Qué? —su voz se tambaleó—. ¿Qué es?

Frank nunca apartó la vista de Killian. —¿Qué quiere que haga,


señor?

¡Quémalo! ¡Rómpelo! Quería gritar. Destrúyelo. No podría ser


cierto si nadie lo viera. Pero él sabía que no funcionaba de esa
manera. Las cosas no eran menos ciertas sólo porque él lo
deseaba.
—¿Señor?

No. No. Dios, no podría. No otra vez.

—¿Se trata de Juliette? —Vi le exigió a Frank—. ¿Es una


solicitud de rescate? Voy a llamar a la policía...

En cinco largos pasos, Frank estaba al lado de la chica. Le


quitaron el teléfono antes de que pudiera marcar los números.

—¡Devuélvelo! —Vi le gritó—. ¡Tenemos que llamar a la policía!

—No pueden ayudarla —le dijo Frank con calma, pero con una
autoridad severa.

Le cayeron lágrimas por las mejillas, pareciendo como plata ante


la luz. Sus ojos marrones pasaron de Frank a Killian y se
endurecieron. Voló hacia él, con las manos en los puños. Con
un chillido, le golpeó el pecho.

—¡Encuéntrenla! ¡Encuéntrenla! —cada grito fue seguido por


otro chasquido de sus puños cayendo sobre el pecho de Killian,
sus hombros, brazos e incluso su cara. No sintió nada de eso—.
¡Tú hiciste esto! ¡Esto es tu culpa!

Frank la sacó, pateando y gritando lo suficientemente fuerte


como para derribar la casa. Killian permaneció congelado en su
propia pesadilla mientras la chica era sacada de la habitación.
No tenía ni idea de lo que pasó después, pero el suelo estaba de
repente bajo sus manos y rodillas y todo lo que había comido ese
día, que afortunadamente no fue mucho, se convirtió en una
violencia que se llevó trozos de su estómago. Olas de calor y frío
se precipitaron a lo largo de la curva de su columna vertebral,
enyesando su parte superior a su espalda. El sudor mojó sus
sienes y rodó en sus ya ardientes ojos y aún así los ataques
continuaron.

Otro grito resonó, uno que sólo él podía oír. El agudo lamento de
su madre, rogando a sus captores que pararan. El chillido de su
dolor que se había grabado en ella, cuando se turnaban para
hacer cosas que nadie debería soportar. Esas imágenes habían
llegado en un sobre como el que Frank le traía ahora.

—No es posible —resopló—. No es posible.

Las grandes y hábiles manos de Frank se metieron bajo sus


brazos y Killian se puso de pie. Lo llevaron a su silla y lo
sentaron. Frank se apartó de su lado y volvió un momento
después con una toalla húmeda. Killian la usó para limpiarse la
cara y la boca.

—No es posible —dijo de nuevo, un poco más tranquilo—. Los


he matado. Los maté a todos. No quedó nadie. —levantó los ojos
hacia el otro hombre—. No dejé a nadie, Frank.

—Quizás alguien...

Killian sacudió la cabeza. —No, no, no es posible. No es... —un


sonido entre un sollozo y un gemido lo dejó—. Tienen a Juliette.
Dios, la tienen.

Se sintió enfermo de nuevo. Más imágenes que había enterrado


durante los últimos veintidós años pasaron por encima de él,
cavando garras y púas en su alma. Imágenes de la brillante tarde
en que el grito de su padre lo había despertado de un sueño
agitado, de correr escaleras abajo sólo para ser agarrado por
Frank, pero no lo suficientemente pronto para salvarse de ver el
cuerpo ensangrentado, roto y desnudo de su madre acunado en
el regazo de su padre. Esa sería Juliette. Él se despertaría en la
madrugada para encontrarla...

—¡Señor! —la aguda y demandante voz de Frank, que se elevaba


a través del torbellino en el que Killian se había hundido. Rompió
la película entrecortada de su pasado y le devolvió a una fría
realidad con la que no quería tener nada que ver—. ¿Puedo
sugerirle que vea el video? Es sólo el primero.

No muchos lo entenderían. Decirle a alguien que era el primer


video de tortura en una larga fila de más por venir no era un
consuelo. Pero Killian lo entendió. El video de su madre no había
sido más que ella sentada frente a la cámara como una voz
masculina advirtiéndole de su destino. Había estado tan pálida.
Su cabello oscuro se había enredado, pero eran sus ojos los que
habían resistido tanto. Ella había sido la imagen de la calma.

El primer vídeo era una mentira para hacerle creer que tenía una
oportunidad de salvarla, al igual que su padre. Pero aun así le
aseguraría que ella estaba a salvo, aunque fuera temporalmente.

Frank abrió el sobre. Killian no lo vio. Miró fijamente la montaña


de papeles que había en su escritorio, pero el sonido le hizo
estremecerse. Sus dedos crujieron alrededor de la toalla. Frank
insertó el disco en la unidad de CD y el video comenzó a
reproducirse automáticamente.

Juliette, con la misma ropa con la que la había visto por última
vez, se sentó en una silla de metal. Una pared de hormigón, que
se podía encontrar en casi cualquier sótano, estaba a su espalda.
Su cabello rubio estaba enmarañado y colgaba alrededor de su
rostro derrotado. Había un corte en su labio inferior que él
reconoció como una autolesión. Fuertes rayos de luz la
iluminaban con una ferocidad que la hacía entrecerrar los ojos.
—¡Ahora! —una voz bufó fuera de la cámara.

Juliette parpadeó unas cuantas veces y luchó por enfocar. —Mi


nombre es Juliette Romero —comenzó, su voz era débil y
ronca—. Y yo estoy... ¿qué dice ahí?

La cámara dio una sacudida.

—¡Ilesa! —la misma voz ronca bufaba.

Juliette asintió con la cabeza. —Y estoy ilesa, por ahora. No he


sido maltratada. Me dan comida y... ¿agua?

—¡Si!

—Agua. Pero todo eso puede cambiar si no me encuentras.

La pantalla se oscureció.

Ni Killian ni Frank se movieron, ni siquiera cuando el video


comenzó desde el principio repitiéndose. Lo vio dos veces más
antes de apagarlo. Sacó el CD de la unidad, lo puso suavemente
en su caja de plástico y se lo mostró a Frank.

—Encuentra a alguien que pueda destrozarlo y me lo cuente


todo —ordenó—. Quiero saber qué cámara se usó, cuándo,
dónde y por quién.

Frank tomó el video.

A diferencia del secuestro de su madre, Killian tenía la tecnología


de su lado. Él rastrearía a ese hijo de puta hasta los confines de
la tierra.
—¿Mar?

Los barrotes de hierro mordían el hombro de Juliette y se


aplastaban en un lado de su rostro y aún así no estaba cerca de
alcanzar a la otra mujer que yacía de lado. Consiguió rozar con
la punta de su dedo la pantorrilla de la pierna derecha de
Maraveet, pero la habían colocado demasiado lejos, demasiado
como para que Juliette pudiera hacer algo más que intentar
desesperadamente estrujar los barrotes.

Sabía que la mujer estaba viva. Su espalda se estremecía


ocasionalmente, ligeras convulsiones seguidas de un seco y
traqueteante sonido de alguien con neumonía. Le quitaron el
reloj a Juliette, así que no podía decir con seguridad si habían
pasado minutos u horas desde que arrastraron a Maraveet por
la puerta y las escaleras. Ni siquiera habían sido amables. Los
dos hombres la arrastraron entre ellos y luego la tiraron sin
cuidado por el suelo de su celda. Ni siquiera habían mirado a
Juliette y la habían ignorado cuando intentó pedirles agua.

—Mar, por favor, despierta —suplicó, sin avergonzarse de que


su voz era una súplica débil y temblorosa.

Los días y las noches en ese lugar variaban. Era imposible


saberlo sin ventanas o incluso un reloj, pero Juliette sabía que
habían pasado días, posiblemente semanas, desde su captura.
Era el tercer día de las palizas de Maraveet, o todo en un solo
día, espaciado uniformemente. Ella no tenía ni idea. Pero era la
tercera vez que sacaban a la mujer de su jaula, la subían a la
fuerza en una pieza y la traían de vuelta en varias.

Tortura psicológica. Maraveet le había advertido que lo


intentarían, pero no había dicho lo horrible que sería ser testigo.
La culpa era abrumadora. La necesidad de hacer algo era
sofocante. Juliette ni siquiera podía fingir ser valiente cuando
sabía que en cualquier momento, algún imbécil bajaría las
escaleras como un rayo, secuestraría a Maraveet y se iría con
ella para hacer Dios sabe qué para hacer hablar a Juliette. No
estaba segura de lo que ellos creían que sabía, pero tampoco
estaba segura de no decírselo si le preguntaban, lo cual no
hicieron. No la habían llamado desde la sesión de vídeo. No le
habían preguntado nada, pero seguían aterrorizándolas. Bueno,
a ella principalmente. Maraveet parecía muy despreocupada por
todo el asunto, como si de alguna manera estuvieran invadiendo
su tiempo personal. La mujer tenía agallas de sobra. Juliette la
envidiaba, pero más que nada, lo necesitaba para motivarse a
seguir adelante.

—Ya viene —insistía Maraveet cada vez que Juliette empezaba a


sentir que se resbalaba—. Sólo aguanta.

Nunca preguntó quién era él, pero lo sabía. No podía ser nadie
más, excepto que si Killian venía, se estaba tomando su maldito
tiempo.

—¡Maraveet! —ella levantó su voz a un susurro agudo que


parecía mucho más fuerte en la caja de metal.

—Deja de gritar —dijeron en un bajo y rasposo gruñido. El pie


izquierdo de Maraveet se movió—. Estoy tratando de dormir.
El alivio surgió a través de ella y dejó que su brazo bajara. El frío
metal rozó su frente mientras bajaba la cabeza y murmuraba
una oración de agradecimiento.

—¿Estás bien? ¿Qué tan malo es?

—Mal —gimió la otra mujer—. No tienen nada de té. Salvajes.

—No bromees —suplicó Juliette—. Pensé que esta vez te habían


matado.

—No me van a matar. —su espalda se levantó y se estremeció


hasta abajo—. Me necesitan para hacerte sufrir, así que deja de
sufrir. Me he sentido peor.

Juliette nunca supo qué decir o pensar cuando Maraveet dijo


eso. No estaba segura de si la mujer sólo intentaba hacerla sentir
mejor o si lo decía en serio. Tenía la sensación de que era esto
último. Había aprendido lo suficiente sobre Maraveet para unir
las piezas.

—¿Cómo qué? —dijo, necesitando que la otra mujer siguiera


hablando, que se mantuviera despierta—. ¿A qué te dedicas?

Los hombros de Maraveet temblaron. Por un momento, Juliette


pensó que estaba tosiendo o teniendo algún tipo de ataque. Pero
se estaba riendo.

—¿Todavía no lo has descubierto?

Juliette volvió y se instaló en el rincón donde los barrotes se


encontraban con la pared. —Supongo que eres una especie de
coleccionista.

La risa fue más pronunciada cuando Maraveet habló. —Una


coleccionista. Me gusta eso. Supongo que se acerca
bastante. —exhaló—. Soy una obtentora. Obtengo cosas para la
gente que puede pagar mis servicios.

—Eres una contrabandista.

Hizo un sonido casi ronroneante. —No, sólo recupero el artículo.


El contrabando lo maneja otra persona.

Juliette pensó en eso un momento. —¿Cómo te metiste en algo


así?

—Negocio familiar —dijo Maraveet sin pausa—. Mis padres eran


buscadores de dinero. Bueno, mi padre lo era. Mi madre era la
que hacía el contrabando. Así es como se conocieron.

Juliette levantó una ceja. —Qué romántico.

—Pero él la amaba —continuó Maraveet, ahora más


tranquila—. Dijo que nunca tuvo sentido cómo alguien tan
pequeño podía ser tan peligroso. Tenía siete años cuando
murieron. Lo último que me dijeron fue: Sé una buena chica para
tus tíos, Mara. Mami y papi estarán en casa antes de que te des
cuenta. Nunca los volví a ver. Pero yo tenía a los padres de Killian
y los amaba tanto como ellos, así que no fue tan malo. Callum
dirigió la compañía de mi padre hasta el día en que yo tuve edad
de hacerme cargo.

—¿Cómo se conocieron tus padres? —preguntó.

Maraveet gruñó mientras intentaba cambiar a una posición más


cómoda. —La familia de Callum siempre ha estado en el negocio
de la importación y exportación. Son dueños de varios puertos
grandes por tierra, mar y aire. Mi madre solía usarlo para mover
cosas. De alguna manera, conoció a Saoirse McClary y las dos
se hicieron muy amigas.
Juliette se agachó en sus rodillas. Las levantó y las rodeó con
sus brazos.

—¿Cómo es tu hermana? —preguntó Maraveet.

—Sinceramente no lo sé —dijo Juliette en voz baja—. Pasé la


mayor parte de los dieciséis años deseando que no existiera.

—¿Por qué?

Juliette recogió el pelaje de la parte superior de sus botas.


—Porque era una persona horrible antes de que mi madre
muriera. En realidad, era una persona horrible incluso después
de que ella muriera, pero antes de eso, todo era sobre mí.
Durante siete años, fui el centro del mundo de mis padres y me
encantaba. Cuando Vi nació, la odié por quitarme el foco de
atención. Era terrible con ella. Nunca le di la hora. Cuando
mamá se enfermó, no pude soportarlo. No podía estar cerca de
ella mientras se deterioraba y se desvanecía. Empecé a pasar
todo el tiempo con mis amigos y mi novio. Me mantuve alejada
de casa tanto como fue posible, sin darme cuenta de que papá
hacía lo mismo, dejando a Vi sola para cuidar de mamá durante
las peores situaciones. Cuando me di cuenta de que también
estábamos perdiendo a papá, mamá estaba en el hospital. Dejé
la escuela, conseguí un trabajo y continué alejándome de Vi y
papá y de mi casa tanto como fuera posible.

—¿Por qué? —la pregunta fue hecha tan baja, que Juliette casi
no la escuchó.

—No lo sé —admitió—. Supongo que una parte de mí la odiaba


por no tener que lidiar con ninguna de las cosas con las que yo
lidié. Era solo una niña. No lo entendía. Pero ahora yo era
responsable de ella, así que hice lo que creí que necesitaba, una
casa, comida, ropa... escuela. Trabajé e intenté que
sobreviviéramos día a día. Luego papá fue asesinado y Arlo
apareció en nuestro porche, así que hice lo que creí correcto y la
protegí de ello. Cuando empezó a comportarse mal, pensé que
sólo estaba siendo una perra malcriada, desagradecida y sólo...
—se alejó, sacudiendo la cabeza—. Nunca me di cuenta de que
tal vez se sentía sola y que portarse mal era la única forma de
llamar mi atención. —se detuvo para reírse tranquilamente—. Ni
siquiera sé qué clase de persona me hace.

—No importa —murmuró Maraveet en voz baja—. Es lo que


haces después de esto lo que marca la diferencia.

Juliette resopló para distraerse del nudo que tenía en la


garganta. —¿Quieres decir que alguna vez saldremos de aquí?

—Lo haremos —dijo Maraveet con la misma confianza


inquebrantable—. Conozco a mi hermano y sé que nunca dejará
de buscarte.

Juliette sacudió la cabeza. —No lo sé. Dejó muy claro que yo no


era más que una diversión pasajera.

—Te dio el colgante de su madre —Maraveet


interrumpió—. ¿Crees que le da ese tipo de cosas a cualquiera?

Instintivamente, su mano fue a la piel desnuda de su garganta


y sus músculos se apretaron aún más.

—Dijo cosas tan terribles —susurró ella.

Maraveet suspiró. —Probablemente para evitar que caigas en


este tipo de situación —murmuró—. Sabía que de otra manera
no te irías.
Habría tenido razón, pensó Juliette tristemente. Se habría
quedado con él para siempre si él se lo hubiera pedido.

Juliette abrió la boca para decírselo a la otra mujer cuando la


puerta se abrió con un claro estallido de presión de aire que se
liberó. El sonido nunca dejó de cerrar las manos abusivas
alrededor de su garganta. Su columna vertebral se pinchó con
la conciencia y se acercó aún más a la pared.

En la jaula, Maraveet nunca se movió. Tampoco habló. Juliette


se preguntaba si sus ojos estaban abiertos, pero no se preocupó
por eso cuando las botas rayadas comenzaron a descender.
Aparecieron las piernas vestidas de Jean, y luego la complexión
huesuda del hombre que les traía comida. No había ninguna
bandeja a su alcance, lo que normalmente significaba que había
sido enviado a recuperar una de ellas. Juliette rezó para que no
fuera Maraveet. Acababan de traerla de vuelta.

El hombre era más joven que los otros. Con un corte limpio y
vestido con pantalones y un suéter negro, podría haber pasado
por guapo o ligeramente atractivo de esa forma tan poco
memorable. No era alguien a quien ella miraría dos veces, pero
comparado con los otros tres hombres, era prácticamente un
modelo con su cabello recortado castaño claro y ojos a juego. En
su cadera, el llavero tintineaba con cada duro paso hacia
adelante.

—El jefe quiere verte —dijo, parándose en la puerta de Juliette y


ociosamente hojeando el aro de llaves. Encontró la llave que
buscaba y la metió en la cerradura—. Tiene grandes planes.

La puerta de la jaula se abrió y él se hizo a un lado en una clara


señal. Juliette se puso en pie. Echó una mirada nerviosa hacia
Maraveet, que no había movido ni un músculo antes de
acercarse al hombre que estaba esperando. Él no dijo nada, pero
la agarró del brazo una vez que estuvo lo suficientemente cerca,
aunque no estaba luchando. Juliette prácticamente tuvo que
correr para mantener el ritmo.

El cambio nunca falló para desorientarla. Era un mundo


completamente diferente del que la tenía cautiva. En la parte
superior, todo era brillante y hermoso. Los colores eran
vibrantes, las texturas intensas y cautivadoras, una gran
diferencia con el acero mate al que se estaba acostumbrando
rápidamente. Pero fue el olor lo que hizo que Juliette quisiera
llorar. Era el crujiente aroma del invierno, el decadente aroma
de la mantequilla caliente derretida y la carne frita sazonada con
especias y limpio. Dios, olía tan limpio. A pesar de todo eso,
prefería estar en la jaula con Maraveet -o en casa- que estar
arriba con hombres que la miraban como si fuera un preciado
ganado para la matanza. Su atención se arrastró a lo largo de su
sucia piel, haciendo que quisiera volver a bajar las escaleras y
encerrarse. Su captor agarró su codo con más fuerza. Tal vez él
sintió sus deseos.

Fue impulsada a través de la alfombra de felpa a la zona de


descanso que se encuentra justo debajo de las escaleras en
espiral. Los dos sofás y los dos sillones abarrotaban el espacio,
pero a nadie pareció importarle. Cuatro figuras ya estaban allí,
esperándola. Juliette sólo tenía ojos para una.

—Hola Juliette.

La voz era tan suave y hermosa como su dueño. Juliette no lo


reconoció. Apenas aparentaba veinte años con una piel tan
blanca, que casi podía ser translúcida y el cabello blanco-dorado
como la seda de maíz. Enmarcaba un rostro de elfo con un
mentón afilado, pómulos altos y ojos entreabiertos de azul
cristalino de un claro cielo de verano. Le recordaba a los dibujos
animados, demasiado perfecto para ser real, demasiado limpio.
Demasiado limpio para estar sentado rodeado de hombres que
parecían no poder distinguir un jabón de un ladrillo. Cada línea
estaba perfectamente proporcionada. Tenía la esbelta
complexión de un niño adolescente cubierto con un costoso
traje, exactamente del mismo color gris metálico que las sábanas
que se enrollaban alrededor de su jaula. Tenía una camisa de
vestir rosa bebé debajo de la chaqueta y mocasines blancos en
sus pies. Podía distinguir un poco de piel entre el dobladillo y el
caro trozo de cuero para notar que no llevaba calcetines. Se
sentaba majestuosamente con las piernas cruzadas bajo un halo
dorado de luz que caía desde arriba. En la oscuridad que lo
rodeaba, podría haber pasado por un ángel.

Ojos entrecerrados perezosamente de un rostro descuidado con


comodidad se levantaron y se fijaron en ella con ese mismo brillo
arrogante y divertido que le había dado la primera vez.

—¿Cómo estás?

A la gente como él y Arlo les gustaba hacer esa pregunta cuando


sabían perfectamente que eran ellos los que infligían el dolor y
oírlo les hacía sentir poderosos y en control. También sabía que
a él no le importaba de una forma u otra cómo estaba ella
realmente. Ella optó por no decir nada en absoluto.

Fiel a su suposición, él siguió adelante sin una respuesta de ella.

—Realmente me siento terrible por hacerte pasar por todo esto.


No fue como si lo hubieras pedido. —su cabeza se inclinó
levemente hacia un lado, dejando un mechón de cabello fino de
bebé en su ceja—. O tal vez lo hiciste de manera indirecta.
¿Cómo dice ese dicho? ¿Te juzgan tus compañeros de cama? —
agitó su pálida y delicada mano. La luz captó la capa
transparente de sus uñas bien cuidadas y se iluminó—. Algo así.

—No sé nada —dijo Juliette, incapaz de mantener su boca


cerrada por más tiempo—. Te lo diría si lo supiera.

Sonrió bellamente, con dientes de color blanco nacarado y un


pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda. —Sé que lo
haces —dijo, aliviando la forma en que se calma a un niño
pequeño—. Sé que me dirías todo lo que quisiera saber, porque,
a diferencia de tu amiga, no eres fuerte, ¿verdad, Juliette? No
eres una luchadora.

Aunque es perfectamente cierto, Juliette se estremeció por


dentro ante la bofetada verbal. El hecho de que supiera eso de
ella por la única conversación que habían tenido la hizo sentir
golpeada y avergonzada.

Juliette siempre había intentado ser valiente. Había luchado


para mantener a Arlo lejos de Vi, había luchado para mantener
un techo sobre sus cabezas y comida en la mesa. Lo había hecho
inquebrantablemente durante siete años. Antes de eso, había
tenido que enfrentarse a toda una escuela secundaria, que la
mayoría de los días se sentía como el mayor reto de su vida. Sin
embargo, nada de eso la había preparado para ser secuestrada
por traficantes de personas. Había un tipo de miedo único que
venía con el hecho de estar a la absoluta merced de alguien sin
conciencia.

—¿Es por eso que la estás lastimando? —se obligó a


preguntar—. ¿Por que ella no lucha?
—Más bien no causa ningún problema —corrigió—. Sólo una
pequeña técnica de sedación. Pero no es por eso que te pedí que
vinieras. Necesito que me hagas otro video.

Automáticamente, la mirada de Juliette saltó a la esquina del


barco, al estrecho cuadrado del espacio que alberga una maciza
cámara en un trípode. Se enfrentó a una cortina de tela que
representaba una pared de hormigón y una silla de metal. Detrás
de la cámara había un juego de focos de construcción y una
mesa que albergaba una laptop. Su piel le picaba por el simple
hecho de pensar que los rayos la estén quemando.

—¿A quién le estás enviando los videos? —preguntó, esperando


prolongar el hecho de tener que sentarse en esa silla— ¿Es a
Killian?

—No es asunto tuyo, ¿verdad? Sólo sé una buena chica y haz mi


video. Cuando termines, tengo una sorpresa para ti.

Fuera lo que fuera, ella no lo quería. Empezó a decírselo cuando


su codo fue apresado por un moretón y fue retorcido a la fuerza.
Sus esfuerzos resultaron inútiles cuando fue empujada en el
asiento con suficiente fuerza como para enviar sus piernas hacia
atrás. Juliette se agitó mientras luchaba para no ser arrojada.
Los reflectores se encendieron. Las bombillas detrás del cristal
zumbaban mientras los cables cobraban vida. La quemadura
quemó en su piel. Podía sentir que sus pupilas se encogían como
pinchazos. Hizo un gesto de dolor, pero no pudo hacer nada más
que sentarse allí mientras su guardia se preparaba.

Como la última vez, dos de los hombres comenzaron el


espectáculo. Uno hizo clic en la laptop mientras el otro
maniobraba la cámara. También era el encargado de las tarjetas.
—Como la última vez —le dijo mientras pasaba por encima de
las patas del trípode y se agachaba detrás de la cámara—. Lee
las tarjetas.

Alguien más debe haberlas escrito, se dio cuenta con cierto


alivio. El antiguo conjunto apenas era comprensible. Las
palabras habían sido descuidadas, mal escritas, y algunas de las
letras estaban al revés. Era la escritura de un niño de seis años.

La pequeña luz roja justo debajo de la lente gorda se encendió.


Su guardia ajustó la palanca, consiguiendo el ángulo de la
cámara justo antes de asomar la cabeza y darle la señal.

—¡Adelante!

Juliette respiró profundamente y empezó. —Me llamo Juliette


Romero y no he sido herida. Todavía no. Pero se me está
acabando el tiempo. Si alguna vez quieres volver a verme con
vida, te estaré esperando bajo los arcos dorados.

El guardia apretó el interruptor y la luz roja se apagó. Las luces


se apagaron después, dejando pequeñas bombillas en la visión
de Juliette. Ella tropezó cuando se puso de pie con dificultad.
Las cuerdas y los cables amontonados alrededor de sus pies la
atraparon en el tobillo y su guardia la atrapó antes de que
pudiera derribar la cámara. Fue devuelta antes del montaje. El
informático se quedó atrás para montar el vídeo y prepararlo
para enviarlo.

—Maravillosamente hecho —el man-child16 la elogió—. Tienes


talento natural. —su sutil burla jugó en las esquinas de su
delgada boca—. Creo que te has ganado el premio.

16
Un hombre adulto que todavía posee rasgos psicológicos o físicos de un niño.
—¿Por qué estás haciendo esto? —Juliette exigió—. ¿Quién eres?

—Soy Cyril Konstantinov —respondió sin dudarlo un


segundo—. Pero guardaremos la razón por la que estás aquí para
otro día.

Con un movimiento brusco de su cabeza, le hizo un gesto al


hombre a la izquierda de Juliette. El hombre se levantó y se
dirigió a la puerta del compartimento sin decir una palabra.
Juliette miró con un creciente pánico mientras él accionaba el
interruptor hábilmente disfrazado como una tira de paneles, y
desapareció por las escaleras. La preocupación por Maraveet
hizo que Juliette comenzara a perseguirlo. Ella dio dos pasos
sólo para que su guardia le agarrara el brazo. Él sonrió,
claramente divertido por su inquietud. Sus oscuros ojos se
clavaron en los de ella con el mismo enfermizo placer que los
demás.

Ella se alejó. Él la dejó.

—¿Qué está haciendo? —Juliette se giró hacia Cyril.

Él no necesitaba responder. El hombre volvió con Maraveet


inconsciente, arrastrándola a su lado. Juliette se precipitó hacia
adelante y la otra mujer fue arrojada bruscamente hacia sus
brazos. El peso casi derribó a ambas si Juliette no hubiera
reforzado sus pies. Maraveet gritó en el impacto. Todo su cuerpo
se curvó con dolor y Juliette tuvo que apretar su agarre. Ella
movió a Maraveet más alto y provocó que soltara otro gemido.

—¿No puede una chica dormir en paz? —dijo Maraveet con voz
ronca, levantando su cabeza lo suficiente como para mirar a
Cyril.
Él parecía imperturbable por su insolencia. Tal vez estaba
acostumbrado. Juliette no tenía idea de lo que los dos hablaban
cuando Cyril trajo a Maraveet.

—Alcorn y Calhoun te llevarán a ducharte —dijo Cyril, ignorando


por completo el comentario de Maraveet—. Tu olor está
empezando a distraerme de mi cena.

Alcorn era su guardia. Calhoun era el hombre fornido que había


llevado a Maraveet arriba. Le recordó a Juliette a un joven Santa
Claus con demasiado estómago que le forzaba la parte delantera
de su suéter y un rubor permanente en sus mejillas redondas.
Su cabello marrón estaba enmarañado en su cuero cabelludo y
sólo había un indicio de un bigote incompleto a lo largo de su
labio superior que ella nunca parecía tomar en serio. Los
parches desparejos faltaban en algunos lugares y eran gruesos
en otros. No fue un trabajo de afeitado que salió mal, sino más
bien uno que seguía esperando que el resto creciera.

Se movió hacia adelante. Alcorn se puso a su otro lado y los dos


llevaron a Juliette y Maraveet por las escaleras de caracol. Fue
un largo proceso cuando Juliette tuvo que llevar prácticamente
a la otra mujer. Ambas estaban sudadas y sin aliento cuando
llegaron arriba. Juliette ajustó su agarre bajo el brazo de
Maraveet y la guio el resto del camino hasta un pequeño baño
de tres piezas.

Inmediatamente quedó claro que esto era algo que hacían a


menudo. La habitación blanca era dispersa. Sólo tenía un
lavabo, un inodoro y una bañera. Ni siquiera había un espejo. El
único color provenía del montón de tela que se vertía dentro del
bol de porcelana. Los trajes verdes estaban claramente
destinados a ser usados, pero no había toallas, notó.
—Tienen diez minutos —les dijo Calhoun.

—¿Diez minutos? —Juliette jadeó—. Apenas es suficiente...

—Nueve —les dijo.

Juliette no volvió a hablar. Llevó a Maraveet al baño y la dejó con


cuidado. Detrás de ella, Calhoun se rio y cerró la puerta.

Al menos nos dan privacidad, pensó Juliette amargamente.

Respirando profundamente, se volvió hacia Maraveet. —Ve tú


primero —dijo, y ya estaba tomando el abrigo de la mujer—. Tú
eres la que lleva más tiempo aquí.

Maraveet arqueó una ceja. —¿Estás diciendo que huelo peor que
tú?

Juliette empezó. —¿Qué? No, yo sólo...

—Porque tú tampoco hueles a cesta de rosas —terminó la mujer.

A Juliette le llevó un segundo darse cuenta de que se burlaban


de ella. Puso los ojos en blanco con una sonrisa y levantó a la
mujer. Maraveet se agarró al borde del lavabo mientras Juliette
la desnudaba rápidamente. Las ropas arruinadas fueron
arrojadas en un rincón en una pila sucia y maloliente y
olvidadas.

—¿Lista?

Sin esperar, metió a Maraveet en la bañera, la ayudó a


arrodillarse y abrió el agua. No había champú ni maquinillas de
afeitar, pero había una pastilla de jabón y Juliette la usaba con
libertad.
Los chorros golpearon en la piel de color y cayeron hacia el fondo
de la bañera en una mancha gris oscura. La mayoría de sus
heridas estaban recopiladas como marcas a través de su torso.
Agudos brotes azules, negros, rojos, púrpuras, amarillos y
verdes brotaban bajo la pálida superficie de su piel, un hermoso
rocío de flores en el invierno. Los colores corrían a lo largo de la
curva de su cintura y salpicaban a lo largo de sus muslos,
espalda y brazos. Pero eso era nada comparado con las
cicatrices. Esas corrían en profundos riachuelos a lo largo de
todo su cuerpo. Áreas enteras se elevaron en gruesas y toscas
marcas. Otras eran superficiales y algunas eran aberturas
débiles y brillantes. Luego estaban las marcas de quemaduras,
viejas, pero inconfundibles. Todo se mezcló en un lío de carne
destrozada. La vista era horrible. Verlas hizo que Juliette se
preguntara si tal vez Cyril tenía razón. Tal vez Maraveet era más
fuerte que Juliette. Sabía que no estaría tan bien preparada si
hubiera sido ella la que hubiera recibido todo eso.

—Por muy halagada que esté, no me gustan las mujeres.

Juliette parpadeó y se concentró en Maraveet, que la miraba con


los ojos medio cerrados. Se le dibujó una sonrisa en el rostro y
Juliette se dio cuenta, con un poco de vergüenza, de que había
estado mirando los senos de la mujer.

Sonrojándose, Juliette rápidamente miró hacia otro lado. —Lo


siento. No estaba...

Maraveet resopló. —Aunque, dame unos días más en esa jaula


e incluso tú podrías parecer tentadora.

A pesar de todo, Juliette se rio. —Vamos. Vamos a sacarte de


aquí.
No llevó mucho tiempo lavar, enjuagar y vestir a Maraveet con el
traje verde de dos piezas que le recordaba a la prisión. Juliette
la ayudó a bajar al baño una vez más antes de desnudarse y
meterse en la ducha ella misma. Fue la limpieza más rápida que
había hecho en su vida, pero se sintió semi humana cuando la
puerta se abrió. Juliette recogió su abrigo y el de Maraveet, dejó
el resto y siguió a Alcorn y Calhoun hasta abajo con Maraveet
usándola como muleta.

—Mejor —dijo Cyril—. Ahora duerme un poco. Tenemos un largo


día mañana.

Juliette no tenía ni idea de lo que eso significaba, pero fuera lo


que fuera, el man-child parecía demasiado feliz para su cabeza.
Habían pasado tres días después del primer video cuando el
segundo llegó con el correo de la mañana. El sobre amarillo tenía
la caligrafía descuidada de alguien con prisa. La tinta azul se
desteñía por el frente, tallando el nombre y la dirección de Killian
en trazos burlones. No había dirección de retorno. No había otro
nombre. Ni siquiera un sello.

—Fue entregado en mano —señaló Killian, prolongando lo


inevitable—. Vinieron directamente a la casa.

—Interrogué al transportista personalmente —dijo Frank—. Sus


entregas se clasifican en la oficina y se dejan esperando cuando
llega al trabajo. El paquete estaba allí cuando recogió su botín
esta mañana.

Al lado de Frank, al otro lado del escritorio de Killian, Vi se movió


ansiosamente. Las tablas del suelo crujían bajo sus pies
temblorosos. Sus ojos marrones permanecían fijos en el sobre
como un moribundo esperando ansiosamente la noticia de una
cura. La uña de su pulgar estaba metida entre sus dientes, la
piel alrededor de ella desgarrada y sangrando.

No había dejado la oficina de Killian desde su llegada. Incluso


por la noche, mientras todos los demás dormían, se sentaba
acurrucada en la silla, a veces dormitando durante unos
minutos antes de despertarse. Su rostro había perdido su
vitalidad. Había bolsas oscuras bajo sus ojos y profundos surcos
cortados alrededor de su boca. De vez en cuando, se topaba con
el baño para bañarse, y luego volvía a sentarse y a esperar a que
pasara algo.

Killian la odiaba por eso. Odiaba que ella fuera un recordatorio


de que él no estaba haciendo lo suficiente, un recordatorio de
que Juliette aún no estaba en casa. Pero tampoco podía pedirle
que se fuera. No porque ella se negara, sino porque le había
prometido a Juliette que protegería a su hermana. Era una
broma cruel y enfermiza, pedirle que hiciera algo así cuando no
podía proteger a Juliette, pero lo intentaba. Además, era
agradable tener a alguien más sufriendo con él.

—¿Vamos a verlo? —preguntó, su voz apenas un susurro áspero.

Frank miró a Killian, haciendo la misma pregunta pero sin


preguntar.

Era el segundo video, Killian se aseguró mientras miraba el


sobre como si contuviera la fecha exacta de su muerte. No le
harían daño en el segundo video. Pero eso no era del todo
tranquilizador. No habían seguido el guion hasta ahora. Con su
madre, los videos eran diarios. Uno cada día durante dos
semanas. En una semana, sólo le habían enviado dos a Killian.
No estaba seguro de qué hacer con eso, pero parecía muy
importante. El hecho de que no jugaran con las mismas reglas,
mientras que simultáneamente daban pistas, dejó a Killian en la
oscuridad, incapaz de prever lo que vendría después. Les daba
una ventaja que no le gustaba.

—¿Señor?

Killian tomó aire y exhaló. —Ábrelo.


La respiración de Vi se hizo más rápida y más espesa cuanto
más tiempo tardaba Frank en insertar el CD, en reproducir el
vídeo y en hacerse a un lado. Sus fosas nasales se ensancharon
con cada segundo que pasó y no pasó nada. Killian no podía
estar seguro, pero podría jurar que escuchó el corazón de ella
bombeando en su pecho, ¿o era el suyo? Inseguro y sin
importarle, dirigió su atención al parpadeo del movimiento en su
pantalla. El negro se abría a Juliette en esa misma silla, frente
a esa misma pared mugrienta. No había ningún color en su
rostro, excepto sus ojos. Ya fuera por el estrés de lo que estaba
pasando o por la dura luz que la ahogaba, le recordaba a un
fantasma. Se sentaba tan pequeña con los hombros levantados
alrededor de las orejas. Su cabello era un enredo que colgaba
flojo a lo largo de su espalda. Sacó la lengua y la recorrió
inestablemente a través de los labios secos y agrietados.

—¡Vamos! —le dijo alguien.

La cámara dio un ligero temblor.

—Me llamo Juliette Romero y no he sido herida. Todavía no. Pero


se me está acabando el tiempo. Si alguna vez quieres volver a
verme con vida, te estaré esperando bajo los arcos dorados.

La pista no fue de ninguna ayuda.

—Parecía estar bien —Vi se ahogó, sonando sacudida y aliviada


al mismo tiempo—. ¿Verdad que sí? Quiero decir, no estaba ni
herida ni muerta, así que eso es bueno, ¿verdad? —se chupó el
labio inferior, apretándolo fuerte cuando su barbilla se
tambaleó—. Todavía no han pedido dinero. ¿No se supone que
deben...?
—Esto no se trata de dinero. —Killian se levantó de su silla y se
dirigió a la ventana y a un mundo demasiado grande en el otro
lado.

Huesos estallaron cuando Vi se sonó los nudillos y se inquietó.


Frank se quedó firme y silencioso a su lado. Pero fue la mirada
en el rostro del hombre lo que despertó la curiosidad de Killian.

—¿Qué es? —preguntó.

Frank bajó su estrecha mirada a la mesa, pero sus cejas seguían


estando fruncidas. —No puede ser nada, señor.

—No me importa —apuntó—. Incluso la cosa más pequeña


podría ayudarnos.

Frank inclinó la cabeza. —Simplemente me preguntaba si tal vez


se equivocó en cuanto a... ocuparse de todo lo que estaba
involucrado.

Killian frunció el ceño. —Fui muy minucioso. Quienquiera que


sea esta gente, no son los mismos de antes.

—¿Está seguro, señor?

Estaba a punto de decirle al hombre que estaba seguro más allá


de toda duda, cuando le vino un pensamiento. Estaba distante,
perdido y se sentía tan pequeño en la oscuridad que había
estado atravesando desde la muerte de su padre que ni siquiera
se había manifestado correctamente.

—No...

—¿Señor?

Fue hace mucho tiempo.


—Hay alguien —murmuró, con la mente perdida en el ciclón de
su propia comprensión—. Pero yo...

—¿Qué? —Vi exigió—. ¿Quién?

—Erik Yolvoski. —Su mirada se fijó en la de Frank—. Era sólo


un niño la última vez que lo vi, pero murió hace ocho años. Hubo
una inundación y su auto fue arrastrado por un puente. Fui a
su funeral. No es él.

—¿Qué crees que quiso decir con arcos dorados? —Vi miró a
Killian—. ¿Tuviste una pelea con Ronald McDonald?

—Sea cual sea el significado, está relacionado con algo que ha


hecho o no ha hecho, señor. —Frank levantó las cejas en
pregunta—. ¿Hay algún lugar en particular que recuerde que
pueda o no tener arcos?

Killian sacudió la cabeza. —Ninguno que me quiera muerto.

Vi exhaló. —Estos tipos claramente apestan en la negociación de


rehenes.

—Eso es porque están jugando conmigo —murmuró Killian,


volviendo su atención a la ventana—. No tienen intención de
dejarla ir.

—Entonces... entonces, ¿qué? —Susurró Vi—. ¿Qué es lo que


quieren?

Killian sacudió la cabeza. —No tengo ni idea, pero vamos a


averiguarlo.

Con eso, se dio la vuelta y volvió a su escritorio. Frank se apartó


del camino mientras Killian se dirigía en línea recta a su silla. Se
dejó caer en ella y se metió debajo del escritorio. Cogió un block
de notas y un bolígrafo y se los tiró a Vi.

—Siéntate. Vas a ayudarme.

No preguntó cómo. Su trasero golpeó la silla antes de que él


dejara de hablar. El bolígrafo y el block de notas estaban en su
mano, uno sobre el otro mientras esperaba sus próximas
instrucciones.

—Voy a darte una lista de nombres —le dijo mientras abría el


cajón de abajo—. Vas a escribirlos y luego los tacharás después
de que los haya nombrado.

Una vez más, no hizo preguntas, pero asintió obedientemente.

Killian sacó el grueso libro encuadernado en cuero que estaba


en el fondo y lo dejó en el escritorio. Por encima del hombro, oyó
a Frank tomar un respiro, pero él tampoco dijo nada.

El libro era tan viejo como su apellido. Había pertenecido al


primer McClary antes de que su familia se mudara de Irlanda,
antes de los autos y los reality shows, antes de que las casas se
construyeran con palos y barro. Tenía generaciones de
antigüedad y había sido transmitido desde entonces. Cada
McClary se había turnado para marcar las páginas con nombres
y fechas junto a una descripción clara de lo que se les debía. La
cosa era del tamaño de una gran guía telefónica y pesaba un
poco más que una bola de bolos, pero sería la cosa que salvaría
a Juliette. Tenía que serlo.

Con la mente en su sitio, Killian abrió la primera página y


comenzó a leer los nombres en voz alta. El rayón de la pluma de
Vi llenó la habitación. Frank se quedó en silencio mientras
Killian trabajaba. Cuando terminó, Killian cerró el libro y lo
volvió a guardar. Pero en lugar de pedirle a Vi que le diera el
primer nombre, se dirigió a su laptop. Convocó una reunión de
emergencia entre los otros cinco miembros de la organización.
Ninguno estaba contento de ser convocado, pero escucharon
mientras Killian explicaba la situación. Estaba en su derecho de
decir no y no aparecer, pero él sabía que no lo harían, no cuando
significaba la oportunidad de tener a Killian McClary en deuda.
Los cinco acordaron poner a sus hombres en la búsqueda. Se
desplegarían a través de sus territorios incluso por la
insinuación del nombre de Juliette.

—Haremos esto —dijo Theresa una vez que el asunto hubiera


sido finalizado—. Pero espero que el norte se dé cuenta del riesgo
que corremos al enviar a nuestros hombres lejos de sus puestos.

Killian tuvo que reprimir el impulso de recordarle a la mujer que


habían hecho un juramento de protegerse mutuamente contra
amenazas externas. Pero así era como se jugaba el juego.

—Todos ustedes serán compensados por su tiempo y


asistencia —respondió Killian, luchando por mantener su voz
equilibrada—. Por favor, traigan a los responsables a mí, ilesos.

Sus cabezas asintieron una vez antes de que las cajas cuadradas
de la video llamada parpadearan, dejando su pantalla oscura
una vez más.

Una vez terminado, arrastró su teléfono hacia él.

—Dame el primer nombre de la lista —le ordenó.

Vi lo hizo rápidamente y marcó el número.

No le había dado todos los nombres de la lista. Eso habría sido


una locura, además de que muchos de ellos ya estaban muertos.
Pero los que había seleccionado eran los ojos y oídos de la
resistencia. Conocían a toda la gente adecuada y tenían toda la
información correcta. Sabía que lo más probable era que no se
negaran. Al igual que la organización, se beneficiarían
sustancialmente de hacer negocios con él. Pero eso no era lo que
le había hecho dudar de usar el libro.

—No creo que sea una buena idea, señor —se aventuró
Frank—. Usted es consciente de la petición que harán...

—No me importa —interrumpió Killian—. Les daré lo que


quieran si pueden encontrar a Juliette.

—Sí, señor, pero...

—La ciudad no significa nada para mí sin ella —dijo Killian en


voz baja—. Pueden tenerla.

Frank cerró la boca, pero Killian sabía exactamente lo que el otro


hombre estaba pensando. En cualquier otro momento, él estaría
de acuerdo. Ser la línea de defensa entre los inocentes de la
ciudad y los bajos fondos era un trabajo que su familia había
asumido durante siglos. Ni siquiera su padre los había usado
para encontrar a su madre. Pero ese era un ejemplo que Killian
no iba a seguir.

—¿Qué? —Vi miró primero a uno y luego a otro—. ¿Qué está


pasando? ¿Quiénes son estas personas?

Killian evitó sus ojos. —Dame el siguiente número.

Estas personas, eran los hombres y mujeres que la familia de


Killian había empujado a la fuerza fuera de la ciudad y que
mantenía encerrados tras las sombras de los muros exteriores.
Sabía que al obtener su ayuda, querrían su gestión de la ciudad
que había luchado por mantener limpia y protegida y estaba
dispuesto a devolverles todo si traían a Juliette de vuelta. Para
colmo, ofreció cinco millones a la persona que la encontrase viva.
Eso aseguraría muchos ojos para buscar y oídos para escuchar.

Cuando todo estaba dicho y hecho y había vendido lo último de


su alma, Killian se puso de pie justo cuando una figura entró en
la habitación.

Aaron todavía llevaba su abrigo. Había montones de nieve


aferrados a sus botas y su cara estaba sonrojada por el frío, pero
parecía decidido mientras avanzaba.

—Señor, tiene que ver esto.

Fue Frank quien se adelantó para recibir el CD que el hombre


sostenía. No estaba en un sobre amarillo, pero por la mirada en
la cara de Aaron, Killian sabía que no le gustaría lo que estuviera
en él.

—¿Qué es? —Killian exigió que Frank abriera el estuche y tratara


de cambiar un CD por otro.

Aaron se encontró con su mirada, su expresión firme. —Es el


video de vigilancia de la tienda de la calle Helm, señor. Uno de
mis hombres lo descubrió durante nuestra búsqueda. Muestra
a la Srta. Romero subiéndose a una camioneta negra.

Los músculos de Killian se tensaron incluso cuando sus ojos se


dirigieron a la pantalla que Frank estaba ajustando. —¿Sabemos
a quién pertenece el auto?

Aaron asintió. —Sí, señor. —hizo una pausa para un latido


completo—. Es uno de los nuestros.
—Creo que podemos llevarlos. —Juliette acomodó sus piernas,
subiendo una hacia su pecho mientras la otra se desplegaba
para la circulación—. Simplemente guardaremos todos estos
ladrillos y se los arrojaremos a la cabeza cuando vengan a
buscarnos. Lo añadiremos al plan.

Al otro lado de los barrotes, Maraveet resopló. El plato de


espuma de poliestireno que se balanceaba en la palma de su
mano tembló levemente mientras recogía guisantes viscosos con
su cuchara de plástico. A diferencia de Juliette, que todavía no
estaba acostumbrada a las comidas repugnantes, Maraveet no
parecía tener ningún problema para meterse en la boca una
ensalada pastosa, guisantes viscosos y hamburguesas
quemadas. No parecía importarle que estuviera hambrienta. Sus
reflejos nauseabundos se negaban a dejar que forzara algo tan
repugnante.

—No podrás arrojar nada si no comes —aconsejó Maraveet.

Juliette empujó la hamburguesa con el dedo. —No sé cómo eres


capaz de tragar esa porquería.

—El truco es no mirarlo. —Maraveet tomó su hamburguesa con


los dedos y la mordió, llenando el silencio con un crujido—.
Cierra los ojos si es necesario.
De alguna manera, Juliette dudaba que eso ayudaría. El hedor
que salía del trozo de carne era lo suficientemente malo como
para hacer que los pelos de su nariz se encogieran y se
acobardaran.

Dejó su plato. —¿Cuánto tiempo crees que ha pasado?

—No lo pienses. —Maraveet masticó y tragó—. Te volverás loca.

Juliette miró a la otra mujer, la curiosidad se apoderó de ella.


—¿Cuántas veces has estado en este tipo de situación?

Maraveet levantó la cabeza. —Unas pocas.

—¿Cómo saliste?

El plato estaba casi limpio, Maraveet lo dejó a un lado y dejó caer


su cuchara encima. —No es fácil.

Su tono decía muy claramente que ese era un tema que nunca
discutirían. Honestamente, Juliette no podía culparla. Estar en
esa prisión ya era bastante malo. No podía imaginar estar en
más de una.

—Riesgo laboral, ¿eh? —dijo en su lugar.

Maraveet asintió lentamente. —Algo como eso. —Se limpió el


polvo de las manos y miró a través de los barrotes hacia las
escaleras—. Esto en realidad no es tan malo.

Juliette no quería saber qué podía ser peor que vivir en esa jaula
y saber que se les estaba acabando el tiempo.

—¿Reconoces al líder? —preguntó.


Maraveet negó con la cabeza. —Es solo un niño. No puedo
imaginar lo que Killian podría haber hecho para cabrearlo tanto.

—No ha pedido nada —murmuró Juliette—. En los videos,


quiero decir. Sigue haciendo estos estúpidos acertijos y apenas
duran cinco segundos y no tienen sentido. Si está tratando de
que Killian lo encuentre, está haciendo un trabajo horrible.

—Si. —Pero la mujer parecía distraída. Ella miraba su cuchara,


girándola lentamente entre sus dedos.

—¿Qué?

—Dame tu cuchara —dijo en su lugar.

—¿Qué? —Repitió Juliette.

Maraveet levantó la vista. —¡Dame tu cuchara!

Perpleja, Juliette pasó su cuchara y vio cómo los tazones se


rompían y se tiraban sin ceremonias en el cubo de la esquina.
Las piezas del mango se presionaron juntas. Luego extendió la
mano hacia atrás, sacó dos manijas rotas más y se unió a ellas.

—Dame tu banda elástica —exigió, con la mano ya extendida.

Sin hacer ninguna pregunta, Juliette deslizó la banda de su


cabello y la dejó caer en la palma abierta. Observó cómo fue
envuelto alrededor del plástico.

Asegurada firmemente, dio la vuelta a los extremos dentados y


comenzó a molerlos lentamente contra el cemento. Siguió
haciendo esto hasta que una pequeña pila de virutas de plástico
se acumuló bajo sus manos y el plástico se frotó hasta tener una
punta afilada en un extremo. Maraveet hizo una pausa para
soplar el exceso de virutas antes de examinar su obra.
—No es lo mejor, pero servirá. —Se lo pasó por los barrotes a
Juliette—. Probablemente puedas sacar uno o dos buenos usos
de eso, si eres muy cuidadosa. ¡Planifica tu ataque y asegúrate
de no fallar!

La boca de Juliette se secó incluso cuando sus palmas


comenzaron a sudar. Ella miró desde el arma irregular a la
mujer que la miraba a través de los barrotes.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio?

—¿Quieres salir de aquí? —Maraveet contraatacó. Al asentir a


Juliette vacilar, continuó—. Mide tu ataque —dijo de nuevo—. Si
golpeas demasiado pronto, lo detendrán rápido y perderá el
elemento sorpresa. Pero si esperas y cronometras el tiempo, tal
vez puedas conseguir tres.

Conseguir tres.

¿Qué significaba eso? ¿Matarlos? ¿Se suponía que debía


apuñalarlos con el arma de forma tosca?

—Puedes hacerlo. —Algo en su rostro debió haber revelado sus


miedos, porque Maraveet se estiró a través de los barrotes y la
agarró del brazo—. Tienes que hacer esto, Juliette. ¿Lo
entiendes?

Juliette tragó. —¿Qué hay de ti? Parece que sabes lo que estás
haciendo...

—Porque no hay nada que puedan hacerme por lo que no haya


pasado antes. —Algo en la forma inexpresiva que lo dijo hizo que
a Juliette se le hiele la sangre—. Pero no te dejaré pasar por lo
mismo. Me aseguraré de que salgas de aquí.
El trozo de plástico se clavó en la palma húmeda de Juliette.
—¿Por qué?

Maraveet nunca vaciló. —Porque mi hermano te ama y perderte


lo mataría.

Si bien la idea de ser amada tan profundamente por Killian hizo


que su corazón latiera un poco más rápido, Juliette no podía
olvidar la duda que sus palabras le habían hecho. Pero no tenía
sentido mencionar eso ahora.

—¿No crees que le haría daño perderte?

—Será mejor que así sea. —La mujer se echó hacia atrás—. Lo
perseguiré si no es así, pero yo no soy tú y él te necesita, así que
debes asegurarte de volver con él.

Su mirada bajó hasta el agudo punto de esperanza que


descansaba en la palma de su mano. —¿Cómo puedo usar esta
cosa?

Maraveet se acercó más. —Sujétalo con firmeza y cuando lo


uses, ve por los tejidos blandos.

—¿Tejidos… blandos?

Maraveet asintió con la cabeza como si estuviera explicando una


receta compleja. —Los ojos, la garganta y los genitales son los
mejores lugares y garantizan que no se levantarán pronto.

La sola idea de meter esa cosa en el ojo de otra persona hizo que
el interior de Juliette tambalearse. La bilis le subió a la garganta
antes de tragarla.

—No estoy segura sobre esto...


—Son ellos o tú —dijo Maraveet con un mordisco—. Y créeme,
los juegos apenas están comenzando.
La traición fue una lanza paralizante que lo atravesó con una
crueldad que hizo que se sintiera desgarrado por dentro. No
hubo palabras para el dolor y la conmoción que vino al saber
que alguien que conocía, alguien en quien confiaba, lo odiaría
tanto que anhelaba destruirlo.

—Confié en ti.

Ojos marrones oscurecidos por la dilatación del iris, ojos que


Killian había mirado desde que era niño lo observaban desde un
rostro en el que una vez había confiado sin dudarlo. Se sentó
tenso en la silla. Su traje azul marino inusualmente arrugado,
revelando su corbata suelta y su camisa de vestir arrugada. No
había huido, lo que había sorprendido a Killian. En cambio, se
sentó encorvado y derrotado en la silla, mirando sus rodillas.

—¿Por qué harías esto? —Preguntó Killian, incapaz de


preocuparse por el hecho de que todo su dolor irradiaba a través
de sus palabras, debilitándolas. Debilitándolo—. No entiendo.

Marco no dijo nada.

—Señor, ¿quizás pueda tener unas palabras con él? —Ofreció


Frank.

Killian negó con la cabeza. —No, por favor déjenos.


Aparte de Frank, Vi estaba allí, así como Aaron, Dominic y
Jacob. Sus hombres se marcharon puntualmente sin hacer
preguntas. Vi vaciló, pero cedió y siguió a los demás. Frank cerró
las puertas detrás de ellos.

Ni Killian ni Marco se movieron. La silenciosa batalla de


voluntades solo duele aún más. Una parte de él quería lanzarse
sobre el escritorio, envolver sus manos alrededor de la garganta
del hombre y apretar hasta que le dijera a dónde estaba Juliette.
Otra parte de él parecía no poder entender el hecho de que
alguien en quien confiaba haría algo tan horrible.

Levantándose de su silla, Killian rodeó el escritorio, separándose


de él. Se detuvo una vez que estuvo directamente frente al otro
hombre. Posó el trasero en el borde de la mesa. —¿Dónde está
Juliette? —preguntó en voz baja—. ¿A dónde la llevaste?

Marco permaneció tercamente en silencio. Su rostro pálido


estaba tenso por el miedo y la culpa. Killian se inclinó hacia
atrás. Sus pies se aplanaron en el suelo mientras se levantaba.
Sus manos se curvaron en el borde. Era toda la moderación que
se permitía.

—Podría hacerte torturar hasta que hables —reflexionó


suavemente—. Podría hacerte muchas cosas terribles y quiero
hacerlo. Quiero que sufras por lo que hiciste, por lo que le estás
haciendo a ella ahora mismo. Es solo el hecho de que hayas sido
parte de mi familia desde que era un niño es lo que te está
salvando. Es la única razón por la que estoy dispuesto a darte la
oportunidad de que me digas dónde la llevaste y quién la tiene.
Si me lo dices, no sufrirás una muerte lenta y horrible. Si no lo
haces... —dejó que sus palabras se apagaran—. Sabes de lo que
soy capaz. Sabes las cosas que no dudaré en hacer a las
personas que lastiman a mis seres queridos. Juliette es mía y
derrotaré a cualquiera que se interponga en mi camino para
recuperarla. ¿Entonces, qué será?

Marco se movió. Bajó la vista a sus rodillas. No parecía estar


más cerca de hablar, pero Killian arreglaría eso.

—¿Quieres saber algo divertido? —Killian se alejó del escritorio


y rodeó al hombre con pasos lentos y uniformes. Cada clip de
sus zapatos, notó, provocaba un leve estremecimiento de su
chofer—. Si Juliette hubiera estado aquí, probablemente me
habría pedido que te perdonara la vida. Ella insistiría en ello. No
por tu bien, sino porque tiene la loca idea de que puede salvar
mi alma. —Hizo una vuelta completa y se detuvo en el mismo
lugar—. Ella sigue insistiendo en que tengo una, que
honestamente no puedo decir que lo crea. Pero ella lo hace.
¿Crees que tienes alma, Marco?

La punta afilada de la manzana de Adán de Marco se balanceó.

—No creo que la gente como tú y yo tengamos permitido poseer


un alma —continuó—. No somos buenas personas. Vivimos
según las leyes que no están permitidas a través de las puertas
del cielo, así que puedo ver por qué a uno no le importa cómo
viven el resto de sus vidas cuando su destino eterno ya está
sellado. Hay sangre en nuestras manos, pero a diferencia de la
tuya, la mía nunca fue la sangre de un inocente. No he hecho
del mundo un lugar menor al tomar una vida que valga la pena
vivir. Pero tú ... Juliette es inocente. Ella es buena y pura y no
está contaminada por las cosas que hemos hecho para
sobrevivir. Tomarla, lastimarla, no te traerá paz. Sin embargo,
me traerá a mí y, aunque no te mataré, te dejaré vivir todos los
días en el infierno donde te llevaré a las puertas de la muerte
con los métodos más atroces imaginables, pero nunca te lo
dejaré pasar. Entonces, te preguntaré nuevamente, una última
vez, ¿dónde está Juliette?

Hubo un temblor en las manos de Marco mientras las deslizaba


por los reposabrazos de cuero. Aún tenía que levantar los ojos,
pero su respiración se había acelerado. Todo su cuerpo parecía
vibrar bajo las capas de su ropa. El sudor brillaba a lo largo de
su frente, enluciendo hebras oscuras en las sienes ahuecadas.
Los nudillos sobresalían de color blanco bajo la piel estirada.
Pero ninguna explicación pasó por sus pálidos labios.

Killian se enderezó. —Si esa es tu respuesta ...

Comenzó hacia las puertas.

—¡No lo sé! —La voz frenética de Marco detuvo a Killian después


de solo tres pasos medidos—. No me dijeron a dónde la llevaban.

Killian se volvió y volvió al escritorio. —¿Quién? ¿Quién se la


llevó?

Marco vaciló. —No lo sé.

La ira brotó bajo la calma que luchó por mantener. El borde de


su límite debió mostrarse en la tensión de su mandíbula y la
furia oscura que se retorcía detrás de su mirada, porque Marco
retrocedió visiblemente. Toda la sangre desapareció de su rostro.
Sus labios blanquearon y sus ojos eran enormes.

—Nunca conocí a la persona a cargo. —Bajó la barbilla—. Me


envió un mensaje con una ubicación e instrucciones.

Killian se sentó en el borde del escritorio una vez más y estudió


al otro hombre con atención. —¿Alguna persona que nunca
conociste te envió un mensaje con instrucciones para secuestrar
a Juliette y tú simplemente lo hiciste?

Si era posible, Marco pareció encogerse aún más en su asiento.


—Fue el mismo mensaje que recibí la primera vez.

El puño de Killian abandonó su costado antes de que pudiera


retirarlo. Voló hacia la mandíbula de Marco con un crujido
satisfactorio y casi lo envió volando hacia atrás, con silla y todo.
Sus nudillos ardieron con un dolor que se disparó a lo largo de
todo su brazo, pero valió la pena.

—Me estoy cansando mucho de tus respuestas a medias,


Marco —dijo Killian—. No voy a jugar cincuenta preguntas
contigo. Dime todo o, que Dios me ayude, te despellejaré vivo en
este escritorio.

Con aspecto aturdido, Marco se revolvió en su silla, con una


mano agarrando un lado de su cara. Sus ojos amplios y
conmocionados se dispararon hacia Killian.

—Yo... lo siento… —Se humedeció los labios


rápidamente—. Nunca quise que sucediera nada de esto. Nunca
quise lastimar a nadie. —Su inhalación profunda hizo temblar
la habitación—. La primera vez que enviaron el mensaje, estaba
atrapado debajo de los limpiaparabrisas del auto de tu padre.
Pensé que era uno de los de la patrulla de seguridad jugando
una broma, así que lo ignoré.

—¿Qué decía el mensaje? —Interrumpió Killian.

Marco frunció el ceño. —Algo sobre ser elegido. No tenía sentido,


así que lo tiré. Unas semanas más tarde, apareció otro. Éste
más detallado. Explicando que fui escogido para cumplir una
gran tarea y que, al aceptar, obtendría todo lo que siempre quise.
Pero si no lo hacía, lo lamentaría. Tuve un día para decidir
firmando la parte inferior de la página y poniéndola debajo de
mis limpiaparabrisas. Una vez más, lo califiqué como una
mierda y lo tiré. —Se interrumpió para mirar sus manos—. Unos
días después, llegué a casa y encontré a Lisa desaparecida.
Todas sus cosas estaban todavía en sus lugares, su auto en el
camino de entrada, pero ella se había ido. Miré por todas partes,
llamé a todos los que conocíamos y nada. Nadie la había visto.

Killian recordaba vagamente haber escuchado algo sobre la


esposa de Marco que lo había dejado años atrás. No había
prestado mucha atención a los chismes. En ese momento, su
madre había desaparecido y su mente estaba preocupada. Más
tarde, se llegó a la conclusión de que ella lo había dejado y nadie
volvió a preguntar.

—¿Qué estás diciendo?

Los ojos marrones brillaban bajo las lágrimas que se aferraban


a las pestañas húmedas. —Se la llevaron. Las mismas personas
que tienen a Juliette. —Una lágrima se soltó cuando cerró los
ojos—. Dejaron otra nota diciéndome que tenía una semana para
hacer lo que dijeron o nunca volvería a ver a Lisa. Entonces,
estuve de acuerdo. No tuve elección. Tenían a mi esposa ... y a
nuestro hijo. —Se pasó una mano temblorosa por la cara—. Lisa
estaba embarazada cuando se la llevaron. Tenía que
recuperarlos. Tenía que hacerlo.

El ceño de Killian se profundizó. —Eso fue hace años. ¿Qué tiene


que ver con Juliette?

Las venas palpitaban a lo largo de la mandíbula de Marco.


Pulsaron en sus sienes. Se humedeció los labios, pero no hizo
ninguna diferencia.
Sollozando, se aclaró la garganta. —Porque fueron las mismas
personas las que me pidieron que me llevara a tu madre.

La débil confesión hizo que el mundo se detuviera. Se hizo un


silencio eléctrico, volviendo el aire denso y sofocante. Las
corrientes crepitaban a lo largo de su piel, quemando y haciendo
que los pelos se erizaran.

—¿Qué?

—Yegor Yolvoski tenía a mi familia —explicó Marco


apresuradamente—. Dijo mi esposa por Callum, pero nunca la
devolvió y tenía demasiado miedo de decírselo a tu padre, así que
no dije nada. Tenía la esperanza de que cuando encontraran a
tu madre, mi Lisa también lo estaría. —Bajó la cabeza. Mechones
oscuros cayeron sobre sus ojos bajos—. Saoirse fue devuelta.
Nunca volví a ver a Lisa.

—¿Les diste mi madre? ¿Te la llevaste?

Era lo único que Killian nunca había considerado. Cuando se


llevaron a su madre, simplemente se asumió que uno de los
hombres de Yolvoski le había tendido una emboscada y se la
había llevado. Nadie consideró nunca la posibilidad de que fuera
alguien de adentro. Pero ahora que Marco estaba contando la
historia, Killian lo vio. Recordó cómo los guardias de su madre
ni siquiera habían sacado sus armas. No hubo lucha, porque
habían conocido a su atacante, habían confiado en él. La madre
de Killian había confiado en él.

—¿Te la llevaste? —El gruñido feroz atravesó el esófago de


Killian.

Marco palideció. —Tenían a Lisa... —gruñó—. ¿Qué habrías


hecho?
Incluso aunque una parte de él ya sabía la respuesta a eso, sabía
que daría lo que quisieran para recuperar a Juliette, la rabia
permaneció. Continuó cubriéndolo incluso mientras su mente
luchaba con los dos escenarios. Se preguntó si habría sido más
indulgente si hubiera sido un extraño y no su madre. ¿Le habría
hecho alguna diferencia? ¿Habría hecho la situación menos
horrible? Marco había estado en la posición exacta en la que
estaba ahora Killian, solo que había perdido a dos personas
simultáneamente. ¿Justificaba eso el dolor y el sufrimiento que
había causado a toda la familia de Killian? Killian no creía que
estuviera en el estado de ánimo adecuado para considerar esas
preguntas, no cuando había otras más importantes que hacer.

—Yolvoski está muerto —espetó Killian, deseando que su rabia


disminuyese el tiempo suficiente para descubrir dónde estaba
Juliette. Después de eso...— No puede tener a Juliette.

Marco asintió. —No sé quién es esta persona, pero sabían sobre


Lisa y lo que había hecho. Amenazaron con matarte si no les
llevaba a la chica.

Eso lo sorprendió momentáneamente. Había esperado una gran


cantidad de razones para el móvil, pero no eso.

—¿Y por qué te importaría lo que me suceda después de lo que


has hecho? —demandó.

La cabeza de Marco bajó aún más, por lo que los huesos afilados
a lo largo de la espalda sobresalieron debajo de la piel pálida.
Estaba prácticamente doblado en su silla con la cara entre las
manos y los codos hundidos en las rodillas.
—Perdí a mi hijo ese día. —Su confesión ahogada fue apenas un
susurro. Marco sollozó y levantó la cabeza un poco—. Después
de que se fueron, pensé en ti como un...

—¡No te atrevas! —el gruñido salió de él antes de que pudiera


detenerlo—. Secuestraste a mi madre. ¡Dejaste que la torturaran
y la asesinaran y supiste desde el principio quién la tenía y no
hiciste nada! Ahora te has llevado a Juliette. Tomaste a la mujer
que amo y se la entregaste a hombres que le están haciendo Dios
sabe qué en este momento. No te atrevas a sentarte allí y decirme
que pensabas en mí como tu hijo.

Marco bajó la cabeza de nuevo, pero no dijo nada.

—¿A dónde la llevaste? ¿Quién te contactó? ¿Qué más te dijeron?

Mientras esperaba una respuesta, pasó junto al hombre


derrotado y se dirigió hacia las puertas. Los abrió de un tirón e
indicó a Frank que entrara. Pero Vi corrió tras él. Killian
comenzó a decirle que esperara afuera, pero optó por no hacerlo.
Dejó la puerta abierta detrás de ella mientras regresaba con
Frank a su escritorio.

—¿A dónde la llevaste? —preguntó a Marco de nuevo.

Marco se enderezó un poco. —Me dieron una dirección postal.


Allí esperaba una camioneta y dos hombres saltaron y se la
llevaron.

—¿Y los dejaste? —Vi espetó—. ¿Solo... los dejaste?

Marco no dijo nada.

—¿Cómo pudiste? —Vi continuó.


—Viola. —Killian levantó la mano para detener a la chica—.
Ahora no es el momento. Prometo que obtendrá exactamente lo
que se merece una vez que recuperemos a Juliette.

Vi no dijo nada más, pero se quedó mirando a Marco con el ceño


fruncido como si no quisiera nada más que meterle un bolígrafo
en el ojo.

—¿Dónde encontraste la camioneta? —Killian volvió su atención


a Marco.

—En la esquina de Easten y Broad. Justo al lado de una antigua


panadería. Allí no hay cámaras. Fueron cuidadosos.

Killian ignoró eso. —Reúne un equipo —le dijo a Frank—. Vamos


al lugar. Quiero que se registre cada centímetro.

Frank comenzó a inclinar la cabeza cuando un movimiento en la


puerta los hizo girar a todos. Jake, Melton, Laurence, Javier,
Phil, John y Tyson estaban en un grupo suelto en el umbral. Ya
estaban en su Kevlar y camuflaje. Sus armas estaban metidas
en fundas atadas a sus piernas, a sus pechos y ancladas a sus
costillas. Estaban vestidos listos para la guerra.

—¿Qué es esto? —Preguntó Killian, aunque tenía la sensación


de que ya lo sabía.

John dio un paso adelante. —Con el debido respeto, señor, pero


nos gustaría ser ese equipo.

Algo en las líneas determinadas de sus rostros, la dureza de sus


hombros y el fuego que ardía en sus ojos llenaron a Killian con
un estallido de orgullo y una pizca de diversión que ocultó detrás
de un ceño fruncido.
—Estoy bastante seguro de que despedí a dos de ustedes —dijo
tranquilamente—. ¿Por qué querrías ayudar?

—Lo hizo, pero la señorita Romero fue buena con nosotros,


señor —respondió John—. Se lo debemos a ella, encontrarla y
traerla a casa.

Los otros seis asintieron con la cabeza. Pero Killian se volvió


hacia Frank, esperando su análisis. Él era el jefe de seguridad.
Conocía a los hombres mejor que él y Killian quería lo mejor para
recuperar a Juliette.

—Yo respondo por ellos, señor —le aseguró Frank—. Ellos son
los que elegiría.

Killian asintió. —Todo bien. Agarra mi abrigo. Nos vamos ahora.

Los hombres asintieron.

Frank dio un paso adelante. —Con el debido respeto, señor, sería


mejor que se quedara aquí.

Killian parpadeó. —¿Aquí?

—Esto podría ser una trampa para sacarlo a la luz —explicó


Frank—. Debemos andar con prudencia hasta que tengamos
algo más concreto.

La idea era sensata, pero Killian había estado en esa casa desde
antes de que se llevaran a Juliette. Había sufrido dentro de cada
centímetro de esas cuatro paredes. Quedarse atrás cuando
Juliette lo necesitaba era una idea que ni siquiera quería
considerar.

—Sería un riesgo para la misión, señor —añadió Frank.


Killian concedió. —Bien, haz lo que consideres necesario. Tráela
a casa sana y salva.

—Con su permiso, señor, me gustaría dirigir desde aquí.

—¿Qué? —Killian frunció el ceño—. No. Quiero que estés allí


afuera buscando.

—Lo entiendo, señor, pero mi primera y única prioridad es


protegerlo.

Killian asintió. —Pero te ordeno que encuentres y protejas a


Juliette. Ella está a tu cargo ahora.

Las espesas cejas de Frank se fruncieron en clara


desaprobación, pero inclinó la cabeza una vez más antes de girar
sobre sus talones y marchar hacia las puertas. La tripulación lo
siguió.

—¿Qué puedo hacer? —Preguntó Vi—. Quiero hacer algo.


Necesito hacer algo. Me estoy volviendo loca.

Killian comenzó a abrir la boca cuando Frank regresó, con


expresión tensa. —Señor, hay alguien aquí para verlo.

Ese alguien, para sorpresa de Killian, resultó ser Arlo y Juan.


Los dos fueron seguidos de cerca por no menos de ocho hombres
completamente armados con atuendos negros y rasgos fríos. Su
visita improvisada despertó las sospechas de Killian. Lo hizo
moverse para ponerse entre Vi y los recién llegados. Los grandes
ojos marrones de la chica se dispararon hacia él, llenos de
preguntas, pero ella sabiamente mantuvo la boca cerrada.

—Si te digo que te vayas, vete —le dijo en voz baja—.


¿Entendido?
Vi asintió.

Killian se volvió justo cuando el grupo se detuvo en un pequeño


grupo dentro de la puerta. Juan, con sus pantalones holgados y
su abrigo gris, se quitó los guantes de cuero y se los metió en los
bolsillos. Junto a él, Arlo tenía la expresión amarga de alguien
que ha sido alimentado a la fuerza con racimos de cucarachas.
Su abrigo rojo brillante estaba abrochado hasta la barbilla y
tenía ambas manos metidas en los bolsillos. Le recordó a un
adolescente hosco, lo cual era casi entretenido.

—Juan. —Killian dio un paso adelante para estrechar la mano


del otro hombre—. ¿A qué le debo este placer?

—Killian. —Tomó la palma de Killian con un firme apretón—. He


venido a ofrecer mis servicios en tu momento de necesidad. —
Hizo un gesto con la mano libre a los hombres que esperaban
sus instrucciones—. Son lo mejor que tengo y harán lo que
puedan para ayudar a encontrar a tu mujer.

A tu mujer, Arlo se movió y desvió la mirada. Nadie prestó


atención, pero Killian se dio cuenta. También notó la mirada que
Arlo le dirigió a Vi. Fue apenas un movimiento lateral de sus ojos
marrones, pero no había duda de la chispa de interés. Hizo que
Killian se preguntara si alguna vez había visto a Vi antes o si
siquiera sabía quién era. Podría haberlo hecho. Tal vez solo
estaba sorprendido de verla en la casa de Killian. Cualquiera que
sea el caso, Killian tuvo que reprimir el impulso de decirle a Arlo
que ni siquiera lo pensara. Incluso sin su promesa a Juliette,
todavía no permitiría que idiotas como Arlo se acercaran a ella.
No es que importara. Vi captó la mirada y le disparó a Arlo el
labio curvado de disgusto, seguido de la aversión de su mirada.
—Gracias. —Killian volvió su atención al hombre que estaba
frente a él—. Eso es bastante generoso de tu parte.

Juan asintió y dio un paso atrás. —Cuando uno es atacado,


todos somos atacados. Debemos unirnos en tiempos como este
y demostrar que no nos vamos a quedar quietos.

Inclinó la cabeza. —Gracias.

—Arlo también se quedará para asegurarse de que se sigan mis


órdenes —agregó Juan.

Lo último que quería Killian era a Arlo, pero rechazarlo sería


insultar al otro hombre y Killian tenía suficientes problemas. No
es que creyera que este inesperado acto de bondad provenía de
algún lugar profundo del corazón del hombre. Nadie hace nada
sin un precio. Juan eventualmente pediría algo y Killian tenía la
sensación de que sabía exactamente qué sería. Por ahora, sin
embargo, Killian lo dejó pasar.

—Gracias.

Con un rápido asentimiento, Juan miró a su hijo. Dijo algo en


español que sonó como una orden. Arlo frunció el ceño, pero
asintió y murmuró algo en respuesta. Killian nunca había sido
bueno aprendiendo otros idiomas, no como su padre, pero
sospechaba que Juan le estaba diciendo a su hijo que no la
cagara. Transmitió el mismo mensaje a los hombres antes de
volverse y marcharse por el camino por el que había entrado
seguido por tres de los ocho hombres. Arlo miró a Killian a los
ojos y los dos intercambiaron un disgusto mutuo por la situación
antes de que la atención de Arlo se dirigiera de nuevo a Vi por
encima del hombro de Killian. Vi captó su mirada por segunda
vez y su ceño fue aún más cruel que la primera vez.
—¿Tienes algún problema, amigo? —murmuró.

Una sonrisa pellizcó la esquina de la boca de Arlo, oscureciendo


sus ojos. —Tengo algo. —El comentario fue seguido por el
perezoso deslizamiento de su mirada a lo largo de ella. Killian
sintió un hormigueo en su molestia y estaba a punto de decirle
al idiota que mantuviera los ojos para sí mismo cuando Vi se le
adelantó.

—No tengo algo fuera de mi especie. Podría querer encontrar a


alguien con problemas de baja autoestima y mala vista.

Con eso, se cruzó de brazos y se dirigió a sus terrenos


habituales, solo para encontrar su asiento ocupado. Killian no
se había olvidado de Marco. Simplemente no estaba seguro de
qué diablos hacer con él ahora. Normalmente, me venía a la
mente una muerte lenta y agonizante, pero este era Marco. Solía
ayudar a Killian a subir al auto cuando era demasiado pequeño
para entrar él solo. Solía ayudar con su cinturón de seguridad y
se aseguraba de que estuviera bien ajustado. Había estado en
la familia desde antes de Frank. Desde antes de que los padres
de Killian se conocieran. Él era familia. Lo había sido. Había sido
familia.

—¡Dominic! —Killian llamó sin apartar los ojos del hombre que
esperaba su ejecución.

Dominic pisó el umbral con las manos entrelazadas pulcramente


frente a él. —¿Señor?

Killian asintió con la cabeza hacia Marco. —Llévalo al sótano.


Mantenlo ahí hasta que yo diga lo contrario.
Dominic inclinó la cabeza una vez y se apresuró a avanzar.
Marco ya estaba de pie, esperando. Ninguno de los dos dijo una
palabra cuando sacaron a Marco.

Killian miró hacia arriba y se encontró con la expresión dura de


Frank. Había pliegues adicionales en su rostro que no habían
estado allí antes y un destello de dolor en sus ojos oscuros que
Killian entendió; no era la única persona a la que Marco había
traicionado.

—Deberías ir, Frank —dijo en voz baja.

Frank cuadró sus grandes hombros, levantó la barbilla y asintió


rápidamente. —Sí señor.

—Lleva a Arlo y sus hombres contigo como respaldo. —Cualquier


cosa para sacarlos de su casa.

—Sí señor.

Dio un paso hacia adelante y el grupo se puso a caminar hacia


la puerta, dejando a Killian solo con Vi.

—¿Se llevó a Juliette? —preguntó la chica.

Killian se trasladó a su escritorio. —Eso es lo que dice.

Vi entrecerró los ojos. —¿No le crees?

—Lo hago. —Tomó asiento y miró su monitor—. No sabe a quién


se la dio.

Vi se acercó más y se sentó tentativamente en su silla favorita.


—Sí, escuché esa parte. Phil dijo que había estado contigo
durante años. ¿Lo hiciste enojar?
Killian miró hacia arriba. —¿Por qué piensas que lo enojaría?

La chica se encogió de hombros. —¿No es así como suele


funcionar? Empleado hastiado secuestra a la novia del jefe para
vengarse.

Era casi ridículo, pero sabía que estaba hablando en serio.

—Marco era el conductor de mi papá —explicó—. Él había estado


trabajando para nosotros durante años. Él era de la familia.

—Bueno, espero que lo mates —decidió Vi sin perder el


ritmo—. Sin ofender, pero él es la razón por la que Juliette está
desaparecida y posiblemente esté herida. No siento pena por él
en absoluto.

Qué diferentes eran las hermanas, pensó Killian, estudiando a


la chica. Juliette le habría rogado que perdonara la vida de
Marco, que perdonara y olvidara. O quizás no tan diferente.
Recordó haberle contado sobre la muerte de Yolvoski y ella lo
había aceptado sin pestañear. La mujer lo sorprendía siempre.

—¿Crees que la encontraremos? —La voz de Vi era baja y


albergaba todas las inseguridades y dudas con las que Killian
había estado luchando.

—Sí —respondió sin dudarlo. —No la perderé.


El tercer video llegó dos días después. Killian estaba en su
escritorio, rodeado por los hombres de Arlo, sus hombres y Vi.
Un mapa de la ciudad yacía abierto sobre la superficie despejada
y se habían dibujado líneas con un marcador rojo grueso.

El último lugar donde Marco había visto a Juliette era un distrito


abandonado en las afueras de la ciudad cerca del río. Sus únicos
habitantes eran los vagabundos, los traficantes de drogas y las
ocasionales prostitutas. Marco no había mentido acerca de que
no había vigilancia. Frank y el equipo habían regresado sin
absolutamente nada que mostrar.

—Tengo algunos hombres en esa área —dijo Arlo—. Haré


algunas llamadas y veré si alguien vio una camioneta en las
últimas semanas.

Killian asintió. —Diles que la furgoneta se habría dirigido al este.


El oeste está bloqueado después de que el puente se derrumbó.

—Bueno, eso realmente no significa nada —intervino Vi—. Los


barcos todavía pueden pasar en primavera cuando el lago no
está congelado.

Killian la miró. —¿Barcos?

La chica se encogió de hombros. —¿Por qué no? Puedes bajar


fácilmente una camioneta por esa pendiente hasta la línea de
flotación y luego subir a un barco.

Ella tenía la atención de todos en la habitación. Un ligero matiz


de rosa apareció en sus mejillas, pero se mantuvo firme.

—À la française —dijo como si se suponía que significara algo


para cualquiera de ellos—. ¿De Verdad? —espetó cuando nadie
parecía saber de qué estaba hablando—. Soy la persona más
joven aquí y rara vez me molesto en ir a la escuela. —Cuando se
hizo evidente que tendría que explicar, resopló en voz alta—. À
la française es básicamente a la francesa o en estilo francés, que
personalmente no entiendo, pero supongo que se supone que es
romántico. Fue toda esa zona. —Tocó el mapa donde Killian
había dibujado un anillo alrededor del lugar donde Marco había
dejado a Juliette—. En el pasado, cuando el puente no era
un montón de chatarra arrojaba en desagradables aguas
marrones, à la française era como la Nueva Orleans de la ciudad.
Fiestas todas las noches, mucho sexo, drogas y cruceros de
medianoche por el lago Harrison. La gente pagaba mucho dinero
por dejarse mimar y cenar en uno de los glamurosos yates.
Alrededor del cambio de siglo o algo así, la estructura del puente
colapsó y la cosa se derrumbó en el lago, toda la zona se redujo
a basura y vagabundos.

—Recuerdo algo sobre eso —intervino uno de los hombres de


Arlo—. No tanto los mimos, pero muchas de las secciones solían
usar el puente para impulsar su producto. Lo llevaban de
contrabando hasta la orilla del agua y ... —Siguió la brecha azul
del Harrison río arriba y se detuvo justo donde el lago se
bifurcaba—. Desembarcaban por aquí. Causó muchas guerras
territoriales.

Arlo asintió. —Eso se detuvo cuando el puente se derrumbó,


cortando el lago por la mitad y haciendo imposible cruzarlo.

—Pero aún puedes evitar eso —dijo Vi rápidamente. Sacó un


bolígrafo del portavaso y se inclinó sobre el mapa—. Hay una
abertura donde el puente termina con la orilla. Aquí. —Ella
rodeó el lugar y se enderezó—. Puedes atravesarlo fácilmente
hasta el otro lado. Desde allí, hay una caminata de diez minutos
hasta esta playa realmente linda. No es realmente una playa,
obviamente, pero es muy romántico a altas horas de la noche
cuando ... —se calló cuando miró hacia arriba y encontró a todos
mirándola. Sus mejillas se oscurecieron—. No es que haya
estado allí ni nada.

Killian la miró con los ojos entrecerrados. —¿Supongo que


Juliette no sabe sobre tu ... descubrimiento?

Vi vaciló. —No… —Ella hizo una mueca—. ¿Pero no te alegra que


nunca te escuche?

Killian tuvo que contener su sonrisa mientras tomaba su


bolígrafo y se volvía hacia el mapa. —Si Viola tiene razón,
entonces es muy probable que la camioneta siga allí. Podríamos
seguir el camino por el lago ...

—¡Oh Dios mío! —El grito inesperado de Vi hizo que todos


saltaran, incluido Killian, cuya mano se apretó alrededor del
bolígrafo como si anticipara un ataque, que recibió cuando Vi lo
golpeó en el brazo. Ya fue lo suficientemente difícil como para
hacerlo estremecer—. ¡Arcos Dorados! ¡Arcos Dorados! —Ella lo
agarró del brazo, al que había agredido y lo sacudió—. ¡Arcos!

—¡Cálmate mujer! —Él se desplazó—. ¿De qué hablas?

—¡El puente! —Golpeó el mapa—. ¡El puente, originalmente,


antes de que se pusiera de un rojo feo y entrara al río, había sido
pintado de amarillo!

—Pero ese es solo un arco —intervino uno de los hombres de


Arlo.

Esto de ninguna manera disuadió a Vi. —¡Sigue siendo un puto


arco dorado! ¡Y es invierno! —añadió apresuradamente—. Lo que
significa que el lago estará congelado para que no puedan ir a
ninguna parte.

El primer fragmento de esperanza floreció en el pecho de Killian.


Disparando astillas a través de todo su ser, derritiendo los
fragmentos de hielo que se habían cristalizado en su sangre. Lo
sintió explotar a través de sus músculos y finalmente sumergirse
en su corazón. Se habría reído y abrazado a la chica si no
hubiera habido una sala entera de hombres armados mirando el
momento.

En cambio, puso su cara de jefe y se volvió hacia la tripulación.


—Ahí es donde vamos entonces —dijo Killian—. Saldremos
inmediatamente y ...

Frank se sobresaltó. Su mano voló hacia su auricular, al igual


que Dominic y Aaron. Sus rostros pasaron de confundidos a
atónitos en cinco segundos completos. Sus ojos se posaron en
Frank, esperando instrucciones.

—¿Qué? —Killian exigió mientras Frank bajaba la mano, su


rostro tenía un sutil tono blanco bajo la piel oscura.

Los músculos de su garganta se balancearon, pero se enderezó.


—Discúlpeme señor. Hay un asunto en el sótano que requiere
su atención.

A Killian le tomó un segundo darse cuenta de lo que en el sótano


posiblemente podría requerir su atención y hacer que sus
hombres parecieran como si alguien hubiera muerto. Su
corazón dio un vuelco. Podía sentir cómo golpeaba el suelo
alrededor de sus tobillos, aplastando cada gramo de la esperanza
que había estado disfrutando solo unos segundos antes.

—¿Estás seguro?
Frank asintió. —Sí señor.

—¿Hay algún problema? —Arlo interrumpió.

—No. —Killian se volvió hacia el grupo—. Que alguien se


encargue de la situación en el sótano hasta que yo regrese.
Mientras tanto, nosotros...

Un suave golpe sonó en las puertas de su oficina, volviendo la


cabeza de Killian a Jacob, cuyo rostro lo dijo incluso antes de
que levantara una mano y les mostrara el sobre amarillo. Y así,
se sintió como si nunca tuviera un descanso. A qué chispa de
esperanza se había aferrado después de que la noticia de la
muerte auto infligida de Marco en el sótano se estrellara contra
un pozo de rocas irregulares. Killian podía sentir que se estaba
muriendo un poco por dentro, podía sentir que el estómago le
subía por el pecho. El peso aplastó sus pulmones, haciéndole
imposible respirar. A su lado, los dedos de Vi se apretaron
alrededor de su brazo. El color desapareció de su rostro. Sus ojos
se encontraron con los de él por un mínimo de segundos y el
terror en ellos coincidió con el que lo atravesaba.

Frank fue a buscarlo. Lo devolvió a la mesa. Killian no lo tocó y


Frank no se lo ofreció.

—Si ustedes, caballeros, nos disculpan —dijo Frank al grupo,


haciéndose cargo cuando Killian ni siquiera podía recordar su
propio nombre—. Por favor, prepárense para el viaje en veinte.

Los hombres se dispersaron de inmediato. Marcharon


rápidamente hacia la puerta y salieron. Vi se quedó. Killian no
esperaba que se fuera. Pero Arlo también se quedó. Su mirada
seguía moviéndose entre el sobre y Vi como si no pudiera
averiguar cuál necesitaba más su atención.
—Señor Cruz —Frank le indicó la puerta.

Arlo realmente vaciló. Sus ojos estaban puestos en Vi. Pero se


contuvo, apartó la mirada y salió rápidamente de la habitación.

Frank cerró la puerta detrás de él antes de regresar al escritorio.


Dio un círculo hacia el lado de Killian y alcanzó la unidad de CD
en la cima de la mesa. Se abrió, los engranajes hicieron un
mundo de ruido. Vi se acercó más a Killian, ya sea por
comodidad o para tener una mejor vista del monitor mientras
parpadeaba a la vida, estaba más fuera de su alcance. Frank
dio un paso atrás y toda la habitación pareció contener la
respiración.

Juliette se sentó en la misma silla de metal. El muro de hormigón


estaba detrás de ella. Las duras luces hicieron que su rostro se
volviera de un blanco feroz. Su cabello estaba alrededor de sus
hombros, rozando el material rígido de su uniforme estilo pijama
verde. Parecía estar esperando algo. Su expresión era insegura
y temerosa. Sus ojos marrones se movían de un lado a otro hacia
algo detrás de la cámara.

—¿Se ... se supone que debo decir algo? —preguntó en voz baja.

La imagen sacudió, pero nadie respondió más allá del susurro


del material. Hubo un ruido. La cámara fue empujada de nuevo
y luego aparecieron dos figuras para bloquearla. Cada línea del
cuerpo de Killian se puso rígida. Su corazón latía en su pecho,
fuerte y preso del pánico cuando su instinto le advirtió lo que
estaba a punto de suceder. Junto a él, la pequeña mano de Vi
curvó pequeñas uñas afiladas en la parte superior de su brazo.
El dolor fue un cambio bienvenido al entumecimiento que subía
por sus miembros, paralizándolo de hacer una maldita cosa,
excepto quedarse allí y mirar impotente cómo Juliette estaba
acorralada.

—¿Qué estás haciendo? ¡No! ¡Basta!

El forcejeo hizo que la imagen se volviera borrosa. Fragmentos


de luz atravesaban las grietas cada vez que las enormes figuras
se movían. De vez en cuando, podían ver destellos del brazo o
la cabeza de Juliette mientras luchaba contra las manos que la
agarraban. Entonces los cuerpos se movieron y Juliette se vio
obligada entre ellos, cada brazo restringido a cada lado de ella.
La silla fue apartada de una patada y traqueteando en algún
lugar a la izquierda. Sin ella, el espacio era lo suficientemente
amplio como para tirar a Juliette hacia atrás. Fue golpeada
contra la pared de concreto con suficiente fuerza como para
hacerla gritar. Nunca soltaron sus brazos, sino que los
sostuvieron por encima de su cabeza.

—¡Suéltame! —gruñó, tirando y luchando contra los confines.


Pateó a uno, pero falló—. ¿Qué estas…?

Una tercera figura apareció a la vista. Los ojos de Juliette se


abrieron incluso cuando se tensó. Su lucha se redujo a tirones
de pánico. Un sonido ahogado se elevó sobre el forcejeo de pies.

—He estado esperando mucho tiempo por esto —dijo una voz
masculina con una especie de placer nauseabundo.

Era imposible ver en el video detrás de la cámara, pero no había


duda del sonido de los jeans al desabrocharse, el tintineo de la
hebilla de un cinturón al abrirse y el crujir de la tela. Juliette ya
no estaba luchando, pero se había aplastado contra la pared lo
más humanamente posible sin romper hacia el otro lado.
—¡No te acerques a mí! —Incluso para los oídos de Killian, la
advertencia fue débil y estaba llena de terror. Reflejaba el tinte
verde que subía por la columna de su garganta para filtrarse en
sus mejillas—. Por favor... no...

Su desesperado gemido atravesó a Killian. Le empapó las


entrañas con un rugido rojo fundido de furia que estalló desde
algún lugar profundo de su interior. Cayó en cascada en una
avalancha de rabia tan intensa que casi gritó.

—Sé una buena chica y haremos que esto sea realmente bueno
para ti.

Juliette estaba visiblemente llorando ahora y agitándose. El


sonido le provocó locura. Jugó con su cordura hasta que estuvo
seguro de que nunca se recuperaría.

Uno de los hombres se rio a carcajadas, divertido por su


sufrimiento, por la lucha impotente de su cuerpo. El del medio
alcanzó el triángulo del espacio donde su top se había levantado,
dejando al descubierto una franja de piel. Sus dedos se
engancharon en la pretina elástica y el estómago de Killian cayó.
Su visión se retorció en un borroso lío gris. Era vagamente
consciente de los sollozos silenciosos de Vi a su lado. Se
convirtieron en gritos espeluznantes cuando a Juliette le bajaron
los pantalones y la cámara se quedo en negro.

—¡No! —Vi se abalanzó sobre el monitor, como si de alguna


manera pudiera alcanzar y sacar a su hermana. La pantalla se
tambaleó y cayó hacia atrás del escritorio. Se estrelló contra el
suelo y se hizo añicos en pedazos de plástico y vidrio.

Killian no se dio cuenta. No podía moverse ni respirar. El mundo


entero se había metido en su pecho, una bola dentada de acero
y vidrio. La asfixia casi hizo que el suelo se balanceara bajo sus
pies. Apenas logró agarrarse a la esquina del escritorio cuando
su visión se volvió borrosa.

—¡Killian! —Alguien lo estaba sacudiendo— ¡Haz algo! —Vi


estaba histérica. Su hermoso rostro era de un carmesí
manchado de lágrimas—. ¡Detenlos!

Como una broma de mal gusto, sus ojos se posaron en el monitor


destruido y su mente repitió los gritos de Juliette.

¿Cuánto tiempo tenía el video? ¿Dos, tres días? ¿Esa mañana?


¿En qué estado estaba Juliette ahora?

—Trae a los hombres. —La voz era suya, pero no tenía idea de
quién estaba hablando—. La encontraremos incluso si tenemos
que quemar la jodida ciudad hasta los cimientos.
Todo el frío del mundo había penetrado profundamente en la
médula de sus huesos, paralizando sus músculos y haciendo
que Juliette fuera casi inútil sentada acurrucada en la esquina
de su celda. Habían pasado horas desde que la arrastraron y la
dejaron donde la habían encontrado, pero sus miembros se
negaban a dejar de temblar. Su corazón se negaba a dejar de
amenazar con estallar en su pecho. Tenía lágrimas en la parte
posterior de los ojos, pero incluso ellas se negaban a caer. Todo
lo que pudo hacer fue sentarse y temblar y tratar de no pensar
en las manos de Alcorn sobre ella.

—Juliette. —Al otro lado de los barrotes, Maraveet estaba


sentada con el hombro presionado contra el de Juliette. Era todo
el contacto que daría la otra mujer, por lo que Juliette estaba
eternamente agradecida—. Dime lo que hicieron.

Juliette, con el rostro hundido en los pliegues de sus brazos,


negó rápidamente con la cabeza. —No hicieron nada —se
atragantó por décima vez.

Maraveet exhaló. —No fue tu culpa.

Juliette levantó la cabeza. —No hicieron


nada —repitió—. Comenzaron a, creo ... creo que para la
cámara… —Su voz trinó—. Pero se detuvieron y me arrojaron de
vuelta aquí.
Un sonido suave escapó de la otra mujer. Era tan silencioso que
Juliette casi no lo oyó. Pero estaba lleno de alivio y pavor.
Ninguna de las dos tenía que decirlo, pero ambas sabían que la
próxima vez no tendría tanta suerte.

—Vamos a salir de aquí —prometió Maraveet—. Solo tenemos


que averiguar cómo.

La puerta se abrió y el suave siseo del aire golpeó el pecho de


Juliette. Sus brazos se apretaron alrededor de sus rodillas
dobladas y rezó a Dios para que solo le trajeran comida.

No había comida, solo Alcorn con sus botas desgastadas y su


boca sonriente. Sus manos colgaban a los costados y Juliette se
estremeció al verlas. Los trozos de piel que había tocado
palpitaban como una quemadura agitada y ella tuvo que resistir
el impulso de frotar el lugar.

—El jefe quiere verte —dijo arrastrando las palabras, mirando a


Juliette a través de los barrotes.

Las llaves tintinearon cuando encontró una y la insertó en la


cerradura. El sonido reflejaba el salvaje tamborileo del corazón
de Juliette. Su cabeza giró hacia Maraveet, pero la otra mujer
estaba mirando a Alcorn con el ceño fruncido.

—Me sorprende cómo alguien que se ve tan inteligente como tú


trabajaría para un niño —dijo—. Pero supongo que cobrar en
mamadas y favores especiales funciona mejor para los pedófilos.

Alcorn no se inmutó por el golpe. Se rio mientras abría la puerta


de Juliette y entraba.

—¿Crees que no he oído nada peor? —Sacudiendo la cabeza,


caminó hacia donde estaba sentada Juliette y la levantó del
brazo—. Ustedes, chicas, nunca piensan en nada nuevo que
decir.

Con eso, arrastró a Juliette fuera de la celda. Tuvo el tiempo


suficiente para mirar hacia atrás antes de que llegaran a las
escaleras. Lo último que vio fue a Maraveet señalando su bolsillo
y articulando algo que parecía usarlo.

El cerebro entumecido de Juliette tardó más de lo necesario en


registrar eso. Sus dedos se deslizaron en el bolsillo de su abrigo
y se enroscaron alrededor del arma improvisada que había
guardado. No era exactamente como si se hubiera olvidado de la
cosa, pero no le habían dejado tomar su abrigo cuando había
subido antes. Posiblemente para hacer que su asalto parezca
más auténtico sin que una chaqueta voluminosa se interponga
en su camino. Pero no le dijeron que lo dejara atrás ahora y ella
se aferró al arma con todas sus fuerzas. Con cuidado, metió el
extremo plano bajo la manga para un mejor acceso.

Cyril se sentó en el mismo lugar que había estado desde el


primer día, pequeño y casi como un muñeco en su perfección.
Vestía un traje color melocotón con camisa blanca y zapatos
blancos. Su pálido cabello estaba peinado hacia atrás, dejando
esos insondables ojos azules dominando su rostro como piscinas
transparentes en playas de arena blanca. La vio acercarse con
el leve contorno de una sonrisa en la comisura de su boca.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

Juliette no dijo nada mientras la empujaban hacia adelante para


colocarse en el centro de la habitación. Los otros hombres se
sentaron en sillas a cada lado de ella, haciéndola sentir rodeada
y acorralada.
Planifica tu ataque y asegúrate de no fallar. Planifica tu ataque y
asegúrate de no fallar.

Las palabras de Maraveet resonaron en su oído, ahogando las


palabras que Cyril estaba diciendo. Su boca siguió moviéndose
y Juliette tuvo que esforzarse para escuchar.

—¿Bien?

Juliette tragó. —¿Disculpa?

Un leve destello de irritación brilló en su rostro de


porcelana. —Te pregunté qué pensabas de los videos.

La sola mención de ellos hizo que su interior se agitara, pero ella


respondió —No has pedido nada y no has dado ninguna pista
sobre dónde estamos a pesar de que sigues pidiéndole a Killian
que te encuentre. Así que no tienen sentido si estás tratando de
conseguir lo que quieres.

Alguien se movió en su asiento. La madera gimió bajo su peso,


pero nadie habló.

—Inteligente —murmuró Cyril—. Pero ya estoy obteniendo lo que


quiero y, sinceramente, no podría importarme menos si nos
encuentra o no.

Juliette frunció el ceño. —No entiendo. Entonces, ¿por qué


haces esto?

—Porque él me quitó algo muy valioso hace años y tiendo a


guardar rencor.

Su ceño se profundizó. —¿Hace años? No puedes tener la edad


suficiente...
—Tengo veintitrés años, pero me han dicho que parezco mucho
más joven. Resulta útil cuando se trata de determinadas
personas. Siempre confunden la apariencia de juventud con
estupidez.

—Está bien, pero ¿por qué no has pedido lo que sea que Killian
se haya llevado? Solo dime qué es y te ...

—Desafortunadamente, no es así como funciona. —Se levantó


con fluidez con el más leve susurro, como seda. Sus pies apenas
hicieron ruido cuando empezó a rodearla y se dirigió hacia el
bar. Nadie más se movió, excepto Juliette, que se volvió para
mirarlo—. Mi petición no me dará la misma satisfacción y he
esperado demasiado por este momento para desperdiciar el poco
disfrute que puedo obtener de su miseria.

—Debe ser horrible tener tanta amargura hacia una sola


persona —murmuró Juliette, sin duda una muy mala idea, pero
él se rio.

—Lo ha sido —Tamborileó ágilmente los dedos sobre la mesa


mientras contemplaba el resto de sus palabras con
atención—. Durante diez años he esperado, planeado y
aguardado el momento oportuno para este momento, el
momento en que finalmente tendría al Lobo Escarlata a mi
merced. —Resopló y negó con la cabeza lentamente—.
Honestamente, nunca creí que sucedería. Durante años he visto
mientras las mujeres desfilaban por su cama, una tras otra y
nada. Estaba empezando a preguntarme si necesitaba sacarlo
de su miseria y terminar con ella cuando sucediera lo más
notable. —Sus ojos azules brillaban como la luz del sol en aguas
claras mientras se elevaban y se fijaban en ella—. Tú. —Dejó su
lugar en el bar y se acercó a ella—. Tú, mi hermosa Juliette,
entraste en su vida y todo lo que faltaba era que los cielos se
abrieran y los ángeles cantaran el coro de aleluya. De acuerdo,
al principio pensé que serías como todas las demás, solo otra
puta a la que dejar de lado, pero luego lo vi. Vi la forma en que
te miraba. La forma en que te tocó. Lo vi todo allí mismo y fue
como Navidad. Hiciste que la bestia se arrodillara y lo domaste.
Hiciste que te quisiera. Lo debilitaste y lo dejaste completamente
abierto y vulnerable.

Me haces débil y los hombres débiles mueren. Las últimas


palabras de Killian para ella resonaron entre sus oídos.
Rebotaron en cada hueso hasta que sonó por todo su cuerpo en
ondas de verdad y culpa.

—Gracias a ti, ahora sabrá lo que se siente al perder algo tan


increíblemente precioso que la sola idea de vivir otro día sin eso
es insoportable. Él conocerá el dolor genuino cuando su mundo
entero se desgarre. He soñado con este momento durante diez
años y ustedes ayudaron a que sucediera.

Él estaba jadeando y prácticamente resplandecía. Irradiaba


felicidad un suave rosado floreció en sus mejillas y bailaba
detrás de la enorme sonrisa que se extendía por su rostro. Su
deleite en la miseria de Killian hizo que le doliera el estómago.
Hizo que su ira se erizara y tuvo que resistir el impulso de
golpear con su arma directamente en esos ojos muy abiertos.

—Estás loco si crees que alguna vez te ayudaré a lastimar a


Killian —susurró en su lugar.

Los dientes blancos y rectos brillaron en una sonrisa casi como


el gato de Cheshire. —Oh, pero ya lo has hecho. Esos videos que
has tenido la amabilidad de ayudarnos a hacer, ¿para qué
pensaba que eran? ¿Mi diversión personal? Estoy bastante
seguro de que está fuera de sí viendo el último, preguntándose
qué te estamos haciendo ahora mismo. Se lo comerá vivo. Lo
destruirá. Para cuando termine, Killian McClary estará de
rodillas, suplicándome que ponga fin a su sufrimiento.

El odio que envolvía sus rasgos demoníacos era aterrador.


Convirtió sus perfectos rasgos en algo malvado y aterrador. Era
como si su odio pudiera manifestarse en forma humana y era un
espectáculo terrible de contemplar.

—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó de nuevo—. ¿Qué


ha hecho que sea tan horrible que justifique el secuestro y el
asesinato?

Se apartó de ella lentamente y regresó al bar. Dejó un vaso de


cristal y lo puso sobre la mesa con un resonante crujido. Sacó
una botella de whisky y la colocó junto a él. El líquido ambarino
se derramó en sus confines, recordándole a la miel líquida.

—Tengo mis razones y créeme, están bastante justificadas.

Los cubitos de hielo golpearon el fondo del vaso con un tintineo


y fue ahogado por el whisky. Dejó la botella a un lado. Volvió a
colocar la tapa en su lugar. Levantó la bebida. La luz salió
disparada del borde cuando se la llevó a los labios.

—Si me dejas hablar con él, estoy segura de que podré recuperar
lo que sea que te robaron —insistió—. Sé que lo hará. Por favor,
no tienes que lastimar a nadie.

—¿Alguna vez has escuchado la historia de Tantalus?

La pregunta la desconcertó. Fue dicho tan inesperadamente que,


por un momento, ella solo pudo mirarlo confundida.

—¿Disculpa?
Con la bebida en la mano, Cyril regresó al sofá. Se sentó con
impecable gracia, doblando una pierna sobre la otra y
observándola por encima del borde de su bebida.

—Tantalus —repitió como si decirlo por segunda vez podría


ayudar a refrescar su memoria.

Juliette negó con la cabeza. —No, quien…?

—Tántalo traicionó a los dioses al revelar sus secretos y robarles.


Pero la peor traición fue el día que mató a su hijo Pelops y lo
cocinó en una comida, que sirvió a los dioses. Ellos, por
supuesto, lo sabían y no se lo comieron, excepto Demeter, quien
accidentalmente se comió una parte del hombro de Pelops. Pero
como castigo, arrojaron a Tántalo a la parte más profunda del
Tártaro, donde debía permanecer en medio de un gran lago con
una rama de manzano colgando sobre su cabeza. Se quedaría
allí para siempre, incapaz de comer, a pesar de las manzanas e
incapaz de beber, a pesar de un lago entero a sus pies. Todo por
una pequeña traición. Es una herramienta poderosa y terrible
que puede destruirlo todo.

Juliette nunca había oído hablar de la historia, pero sonaba


completamente repugnante.

—No entiendo.

Ella le rezó a Dios que no fuera así como él planeaba terminar


su juego, cocinándola y dándola de comer a Killian.

—La moraleja de la historia es cómo Tántalo trató a los dioses,


que fueron tan buenos con él. Se preocuparon por él y no
importaba lo que hiciera, lo perdonaron y continuaron dándole
su favor. Pero no fue suficiente. Era codicioso y egoísta. Al final,
lo consumió.
Por mucho que dijera, parecía tener menos sentido cuanto más
escuchaba Juliette. Sus acertijos solo hacían que le doliera la
cabeza y necesitaba concentrarse en caso de que se perdiera algo
importante.

—Así fue como empezó todo, con Callum McClary traicionando


a mi padre, arruinándolo a él ya su reputación después de que
mi padre convirtió a Callum en lo que era, por tratarlo como
familia. Pero no fue suficiente. Él se volvió codicioso. Vendió a
mi padre, hizo que lo arrestaran como un delincuente común y
lo metieran en la cárcel. No importaba lo que hiciera mi padre
después de eso. Nadie quería trabajar con él. Nadie confiaba en
que pudiera cumplir. Entonces, por supuesto, mi padre estaba
enojado. Tenía todo el derecho a estarlo.

—Yegor Yolvoski —susurró Juliette, sin estar segura de cómo lo


sabía, pero sabiendo sin la sombra de una duda.

La cabeza de Cyril se levantó, la sorpresa detuvo su bebida hasta


la mitad de sus labios. —Así que has escuchado la historia.

Juliette tragó. —Fue un accidente. Callum no llamó a las


autoridades. Ellos solo…

—Fueron avisados —interrumpió Cyril, tomando su bebida una


vez más y tomando un gran trago—. Alguien les dijo dónde
estaría el barco. También era muy sospechoso que en el
momento en que Callum McClary rompiera su contrato, mi
padre fuera atrapado inmediatamente después.

—Pero eso fue hace tanto tiempo —enfatizó—. Todos los


involucrados están muertos. ¿No puedes dejarlo ...?

—Están muertos porque tu novio los mató. —Dejó su bebida con


un crujido ensordecedor en la mesa del extremo junto a su
codo—. Mató a toda mi familia en una sola noche. Todos menos
yo.

Sus amargas hostilidades hacia ese hecho tomaron a Juliette


por sorpresa. Era como si lo peor que hubiera hecho Killian
fuera dejarlo vivir.

—Tu padre torturó y maltrató a su madre y mató a su


padre —señaló—. Quizás es hora de terminar con esto.

—¡No! —El temperamento puso sus mejillas de un rojo áspero y


quemado por el sol. Con su suave traje rosa, le recordaba a una
elegante langosta—. Su padre traicionó al mío. El mío se
desquitó. Ahí es donde debería haber terminado. Se terminó.
Callum rompió el código. Mi padre lo dejó vivir. Eso debería
haber sido suficiente. Pero Killian buscó venganza en su lugar y
me sorprende lo imperturbable que estás por su crueldad,
mientras que cuando busco la misma justicia, te enojas. ¿Es
porque quiero tu vida? —La genuina confusión en la pregunta
hizo que su cabeza se inclinara hacia un lado—. ¿Estarías menos
angustiada si yo tomara a alguien más en tu lugar?

Juliette meneó la cabeza. —No quiero que sea nadie. Solo quiero
irme a casa.

—¿Con él?

Ella no pretendió malinterpretar. —Si.

Incluso si Killian no la quería.

El brazo de Cyril bajó lentamente. El hielo en su vaso tintineó


suavemente cuando su mano se posó pulcramente en su regazo
y la miró con desconcierto.
—¿Él es tu hogar? ¿Ese asesino? ¿Ese ... monstruo?

—Sí —susurró Juliette de nuevo—. No es como tú dices. Sé que


no lo es. Killian no es un monstruo.

Él la miró fijamente. Un leve frunce apareció entre sus cejas


arrugadas y quedó ensombrecida por los mechones de cabello
que se le habían escapado a su frente. Había una pregunta en
sus ojos que ella no entendió.

—Fue él —insistió finalmente, negándose a creerle—. Lo vi con


mis propios ojos, de pie junto a mi madre, empapado en la
sangre de mi padre y mis hermanos. Fue un espectáculo que
nunca olvidaré. —Con sus pestañas pálidas caídas. Miró el
vaso en su mano como si todos sus recuerdos estuvieran al lado
de los pedazos de hielo abandonados—. Mi padre había estado
duplicando la seguridad durante semanas desde el asesinato
sistemático de sus hombres en los últimos dos meses. Sabía que
era solo cuestión de tiempo antes de que la amenaza llegara a
nuestras puertas. Esa noche, cuando sonaron las alarmas, mi
madre me metió en un armario. Me hizo prometer que no saldría
sin importar lo que oyera. Luego me besó, dijo que me amaba y
se fue. Esa fue la última vez que me dijo esas palabras. —El odio
en sus ojos cuando se levantaron para mirarla cuajó el contenido
de su estómago—. Rompí mi promesa y salí del armario. Ya
había escuchado a mis hermanos ser asesinados, escuchado el
peso de sus cuerpos golpeando el suelo, sus gritos ... había
escuchado a mi padre rogando por la vida de mi madre y supe
que ella sería la siguiente. Entonces, corrí hacia ella, sin
importarme si también me mataban. Ella estaba en el suelo,
rodeada de los cuerpos de mi familia. Mi hermano mayor se
sentó en su regazo y sollozaba como nunca antes lo había
escuchado. El sonido fue horrible. Ni siquiera estaba seguro de
que fuera humano. Pero Killian se paró sobre ella como un ángel
de la muerte descendiendo sobre mi familia. Pero no podía dejar
que él la tuviera a ella, no a mi madre. Me lancé entre ellos. Juré
que lo mataría si la tocaba y se quedó allí, mirándome con esos
ojos negros, su rostro salpicado de sangre. Estaba tan seguro
de que él también me mataría. Pero no lo hizo. Incluso entonces,
se estaba burlando de mí. Para él era un juego, la justicia
poética. Mi padre lo perdonó, así que él me perdonó a mí para
que yo viviera conociendo su dolor.

—¡No! —Juliette soltó—. Eras un niño. No tuviste nada que ver


con lo que le pasó a su madre. Él nunca te hubiera hecho daño.

—Ese fue su error, ¿no? —Cyril dejó su vaso a un lado—. Me dio


diez años para estudiarlo, para conocer sus debilidades,
esperando el día en que le pondría fin. —Sus fosas nasales se
ensancharon—. Perdí todo esa noche y lo haré perder todo.
Empezando por ti. Una vez que esté satisfecho de haberlo
torturado lo suficiente, comenzaré de nuevo con su hermana.
Habría mantenido esa vaca gorda suya para el mismo propósito,
pero ella me disgustó demasiado.

Juliette jadeó. —¿Mataste a Molly?

Cyril gruñó, curvándose los labios hacia atrás. —Cortarla fue


como matar a un cerdo. Prácticamente explotó. Lo tuve más
difícil con su marido. Era todo huesos —explicó así también era
espantoso—. Sin embargo, aunque no fue exactamente
satisfactorio, disfruté viendo la miseria de Killian.

¡Necesitas ayuda! Juliette quería gritar.

—Killian te matará —dijo en su lugar—. Si me lastimas a mí o


a Maraveet, no habrá ningún lugar donde puedas esconderte.
Cyril no pareció inmutarse por su declaración. Suspiró en voz
baja y volvió la cabeza con evidente aburrimiento.

—¿Qué hora es, Delgado? —le preguntó al hombre de su


derecha.

El hombre miró su reloj. —Casi la una, señor.

Cyril frunció los labios. —Hemos perdido suficiente tiempo.


Comencemos.

Juliette se puso rígida. —¿Comenzar qué? ¿Qué está pasando?

Cyril volvió a fijar su atención en ella incluso cuando Alcorn y


Calhoun se pusieron de pie. —Nuestro hombre de adentro se ha
quedado en silencio. Si bien no creo que nos encontrarán aquí,
no me gusta que se demuestre que estoy equivocado.

—¿Hombre adentro? —Juliette imitó, necesitando mantenerlo


hablando—. ¿Te refieres a Marco? ¿Cómo conseguiste que
trabajara para ti?

—No lo hice. Solía trabajar para mi padre. Encontré su nombre


en los registros antiguos de mi padre. Sabía que algún día podría
ser útil. Claramente, tenía razón.

El tacón de su bota casi golpeó la alfombra cuando dio un paso


hacia atrás, un patético intento de poner distancia entre ella y
los hombres que se acercaban a ella. Su corazón latía entre sus
oídos, un sonido de pánico y desesperación que nublaba sus
pensamientos.

—¿Qué ... qué hay de tu madre? —soltó—. Seguramente ella no


quiere este tipo de vida para ti.
Todo rastro de emoción se borró del rostro de Cyril. Incluso la
arrogancia se desvaneció. Él la miró con ojos muertos de muñeca
que parecían perforarla directamente.

—Él la mató —declaró de manera uniforme—. Al destruir a su


familia, le quitó el deseo de vivir. Terminó con el sufrimiento tres
meses después.

—Lo siento mucho —susurró, en realidad lo decía en serio—.


Eras tan joven.

Sus pestañas cayeron, cortando la conexión. —No importa


ahora. Finalmente he logrado lo que le prometí que haría y ella
finalmente descansará en paz. Pero eso es suficiente. El tiempo
de hablar ha terminado, Juliette. Vamos a hacer un video final
para dejarlo en caso de que nos encuentre.

Otro video. Un seguimiento del que habían hecho ese mismo día.
No fue tan estúpida como para no darse cuenta de lo que se
avecinaba.

Se tambaleó hacia atrás, con el corazón atrapado en la garganta


mientras un entumecimiento paralizante recorría sus venas.
Ciryl permaneció sentado, observando el espectáculo con leve
interés mientras golpeaba ociosamente un dedo en el
apoyabrazos.

—Será menos doloroso si no peleas —comentó casualmente.

Campanas chillaron en su oído, ahogando todo menos el rugido


de su propia sangre tarareando entre las paredes de su cráneo.
El sudor frío le humedecía la parte superior debajo del abrigo y,
sin embargo, la bilis que subía por su pecho se sentía hirviendo.

—Por favor, no lo hagas.


Su súplica por incluso una pizca de humanidad fue ignorada.
Los cuatro avanzaron, una manada de lobos ante el olor de la
sangre. Sus ojos parecían reflejar, los ojos de los depredadores
acechando desde las sombras en la noche. Su oscura luz interior
le erizó la piel en fantasmales escalofríos. Avanzaron en un
semicírculo, llevándola de vuelta al bar. La esquina afilada la
apuñaló en la espalda, manteniéndola en un punto sin espacio
para escapar. Su rápido jadeo era el único sonido entre ellos.

—Finalmente —murmuró Alcorn con una lamida de labios—. He


estado esperando esto.

Sus manos ya estaban desabrochando sus jeans. El cinturón


tintineó con fuerza en el ensordecedor silencio. La cremallera
siseó y la V se separó en una gruesa polla que sobresalía de un
círculo de vello marrón arenoso y desgreñado. Los demás
empezaron a quitarse los jerséis y desabrocharse los pantalones.

—¡Llévala a la cámara primero por el amor de Dios! —Cyril


ordenó, la irritación elevó su voz.

—Con placer.

Alcorn la agarró del brazo y algo dentro de ella se rompió. Rugió


sobre ella en una espesa película de desesperación, un instinto
animal que la llevó a luchar. La habitación entera pareció
desvanecerse. Todo, excepto las cuatro enormes figuras que
amenazaban su cordura. El tiempo mismo pareció detenerse
mientras su corazón bombeaba adrenalina por sus venas como
el crack de una aguja.

Juliette empujó. No se detuvo a considerar dónde. Dejó que el


pánico la impulsara mientras echaba hacia atrás el brazo y
sacaba su arma improvisada de la manga y la metía
directamente en la suave piel justo encima de la polla de Alcorn.
La punta dentada atravesó la piel con inquietante facilidad. La
sangre brotó y luego chorreó con el movimiento de su mano. Se
derramó por la parte delantera de sus jeans, cambiando el azul
pálido a rojo oscuro. Alcorn gritó, el sonido escalofriante cuando
retrocedió contra las paredes. Le sacudió los nervios como lo
haría el sonido de los clavos en la pizarra. Se agarró la
entrepierna, su rostro estaba absolutamente desprovisto de
color y cayó de rodillas. Sus aullidos continuaron mientras la
sangre continuaba fluyendo libremente de entre sus dedos.

Los demás respondieron con sorpresa, tal vez incluso con miedo.
Juliette no esperó a que recuperaran los sentidos. Se agachó
alrededor de Calhoun y corrió hacia el otro lado del barco, lejos
de la escotilla secreta. Las puertas del patio centelleaban como
si la guiaran hacia ellas, pero sabía que nunca lo lograría. Había
demasiados obstáculos en el medio, demasiados asientos, sofás
y mesas innecesarios. Moverse por ellos tomaría demasiado
tiempo y no podía confiar en que sus piernas saltaran sobre
ellos.

En el último segundo, giró a la derecha, yendo directamente


hacia el estudio de cine improvisado y la cantidad de elementos
que podía usar como arma.

—¡Atrápenla!

El rugido de Cyril fue amortiguado por el sonido de las patas del


trípode al cerrarlas. Ella soportó el peso sobre su hombro que se
balanceaba ciegamente. No esperaba hacer contacto, pero la
voluminosa cámara chocó con el lado de la cara de Calhoun con
un glorioso crujido de huesos y plástico. Su gruñido era un
chorro de sangre cuando su cabeza se partió a un lado. El
impulso lo lanzó hacia atrás y se estrelló contra Delgado. La
pareja cayó en un montón de miembros enredados.

—¡Harmon! ¡Atrápala!

Cyril sonaba muy enfadado. Estaba de pie, su cara tenía el


mismo tono de rojo que la sangre que se acumulaba rápidamente
alrededor del cuerpo retorcido de Alcorn. Su pálido cabello no
estaba tan limpio, ya que estaba maltratado bajo sus manos
agitadas. Verlo deshecho sólo la impulsó a escapar, a buscar
ayuda, a buscar a Killian.

—¡Mantente alejado de mí! —advirtió mientras Harmon, el único


de pie, avanzaba hacia ella—. ¡Lo digo en serio!

La habían tomado por sorpresa la primera vez. La habían atraído


a la silla, a la esquina y no había tenido oportunidad de
defenderse. Pero de ninguna manera iba a dejar que la tocaran
de nuevo, no sin una maldita buena pelea.

Se balanceó de nuevo, esperando al menos disuadir el


persistente enfoque de Harmon. Pero el balanceo era demasiado
amplio, se agachó debajo de él y se lanzó a su centro. Se
tambalearon hacia atrás con el impacto. Estrelló su espalda
contra la pared y, la cámara, con trípode y todo, fue arrancada
de sus dedos. Los bordes le cortaron las palmas de las manos,
pero el dolor fue silencioso en comparación con el impacto de la
cámara que golpeó la pared y se estrelló contra el suelo en un
montón de vidrios rotos y plástico roto.

Cyril rugió. —¡Idiota!

El sonido de la rabia de su jefe hizo que Harmon vacilara en su


captura. Su agarre se debilitó y Juliette lo empujó con todas sus
fuerzas, usando la pared como palanca para empujarlo hacia
atrás. La jungla de cuerdas atrapó el talón de sus botas y la
gravedad lo atrajo. Cayó, llevándose los reflectores con él en un
ensordecedor choque de bombillas explosivas. Las chispas
volaron, distrayendo a Cyril y Harmon de Juliette sólo lo
suficiente para que ella agarrara la silla de metal, la cerrara y la
golpeara en la cabeza de Harmon cuatro veces antes de que
dejara de moverse.

Agitada y jadeando, Juliette dejó caer la silla y se tambaleó hacia


atrás. Un sollozo ahogado la abandonó, pero reprimió el resto
mientras trataba de contenerlo. Se dio la vuelta, pero no fue lo
suficientemente rápida. Unos brazos apretados la rodearon por
detrás, sosteniéndola contra el duro pecho de Delgado. La
colisión casi los envía a ambos al suelo, pero su captor aguantó,
apretando sus costillas y respirando un aliento agrio y caliente
en su cuello.

—¡No!

Sus gritos fueron ignorados cuando Calhoun se puso de pie, ya


no en un montón con Delgado. Su rostro era una máscara
espantosa de sangre manchada y rabia que ardía detrás de sus
ojos. La sangre manchó sus dientes y oscureció el frente de su
abrigo. Se limpió debajo de la nariz con el antebrazo,
empeorando el lío, pero sin importarle mientras descendía sobre
ella.

—¡Maldita puta estúpida!

Su mano voló hacia atrás, con la palma abierta. Juliette se


estremeció por reflejo. Todo su cuerpo se estremeció,
preparándose para el golpe, para la aguda explosión de luces y
el aturdimiento que seguiría. Recordaba demasiado bien cómo
se había sentido la paliza de Arlo, había recordado lo paralizada
e inútil que se había vuelto. Pero esto fue peor. Si conseguían
incluso una pizca de ventaja, estaba acabada. Ganarían y no
serían fáciles.

Se oyó un sonido, un golpe que sacudió la habitación y sacudió


las ventanas. Por un momento, nadie se movió, el tiempo mismo
pareció detenerse cuando el sonido reverberó como lo hizo el
trueno después del estallido del rayo. Los ojos de Juliette se
encontraron con los de Calhoun por solo una fracción de
segundo y algo parecido a la conmoción pasó entre ellos antes
de que ambos miraran simultáneamente la flor roja que se
extendía por la parte delantera de su abrigo. No tenía nada que
ver con la nariz rota que le había dado y ambos lo sabían.
Levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron por segunda vez,
esta vez con horror cuando bajó a sus pies.

—Uno menos, cuatro para el final. —Se cargó una


pistola—. ¿Quién quiere hacerme enojar a continuación?

Fue una sacudida, estaba atónita por la figura parada justo


dentro de las puertas del patio, con la pistola humeante
levantada. Juliette fue la primera en salir de su conmoción.

—¿Arlo? —De lejos, la última persona en el mundo que esperaba


ver venir a rescatarla—. ¿Qué…?

Sus ojos marrones nunca se apartaron de ella, levantó la mano


que no sostenía el arma y se la llevó a la boca.

—La tengo. Sexto barco. Ni se te ocurra —advirtió cuando


Delgado comenzó a tirar de Juliette hacia atrás—. Déjala ir.

Los brazos de Delgado solo se apretaron más, aplastándola. Sus


pies se enredaron mientras él continuaba guiándola más lejos
hacia el compartimiento secreto en la parte de atrás. Juliette
clavó los talones. Bajó todo su peso, negándose a que la llevaran
a ningún lado.

Otro estallido explotó y un agujero negro perfecto ardió a


centímetros del pie de Delgado.

—No voy a volver a decirlo —dijo Arlo, llevando el gatillo hacia


atrás—. Déjala ir.

Contra su omóplato, el corazón de Delgado martilleaba. Su


aliento caliente bañaba la parte posterior de su cuello, haciendo
que su piel se erizara. Ella trató de apartarse. Trató de pisotear
su pie y arañar sus brazos, pero él se mantuvo firme en
sostenerla como su propio escudo humano personal.

—Contare hasta tres —continuó Arlo—. Uno dos…

—¿Juliette?

Como un hermoso amanecer sobre un paisaje majestuoso,


Killian pasó a través de las puertas traseras, detrás de Arlo e
inmediatamente tomó posesión de todo el aire de la habitación.
Su sola presencia redujo todos sus miedos. Ahogó cada gramo
de la pesadilla que había estado viviendo durante las últimas
semanas. De repente, no había lugar para nada más que una
felicidad inimaginable al verlo.

—¡Killian!

Sus ojos oscuros encontraron los suyos. Vagaron sobre ella una
vez antes de notar al hombre que la sostenía. Se pusieron
increíblemente negros de rabia. Su barbilla se elevó un poco
cuando cada línea dura de su cuerpo se puso rígida. Ante sus
ojos, parecía crecer en tamaño a medida que el poder y el
dominio irradiaban de él en olas peligrosas.
—Estás rodeado —dijo uniformemente—. Hay
aproximadamente veinte hombres a bordo de este barco en este
mismo momento. Las probabilidades de que salgas con vida son
muy escasas de cualquier manera, pero si no le quitas las manos
de encima, puedo prometerte que desearías haberte matado.

Delgado la soltó al instante. Por si acaso, se tambaleó hacia atrás


y estuvo a punto de caer sobre el cuerpo inconsciente, o
posiblemente muerto, de Alcorn.

Juliette no le dejó llegar muy lejos. Echándose hacia adelante,


agarró el portátil de la mesa y se lo pasó por la cabeza. La
máquina hizo un claro crujido cuando la pantalla se hizo añicos
y se partió. Delgado voló hacia atrás, tropezó con Alcorn y cayó
al suelo con un crujido repugnante cuando su cabeza rebotó en
la barra.

Jadeando, Juliette dejó caer el trozo de computadora que aún


sostenía y la pisoteó, rompiendo las teclas y agrietado el plástico.
Sin estar segura de si eso fue suficiente para destruir los
archivos, tomó la botella de whisky del mostrador y lo tiró todo
encima.

—Juliette...

Temblando y desmoronándose rápidamente, Juliette se dio la


vuelta y se arrojó a los brazos que la esperaban de Killian. Uno
se enganchó alrededor de su cintura mientras que la otra mano
se cerró en su cabello, aplastando su rostro contra su hombro.
Sus propios brazos se cerraron alrededor de sus costillas. Sus
manos se cerraron en puños en la tela de su abrigo mientras
inhalaba su aroma relajante. Ella lo abrazó para sofocar los
sonidos entrecortados que subían por su garganta, los que se
mecían a través de su núcleo en violentas oleadas. Las lágrimas
ardían, amplificando el impulso de romper y sollozar por todo lo
que valía. Pero no todavía. Ella no pudo. Necesitaba aguantar
un poco más.

—¿Estás herida? —La pregunta fue un gruñido desigual.

Juliette negó con la cabeza. —Tú viniste. —Se quedó sin aliento
alrededor de las palabras. Su voz se quebró—. Realmente viniste.

—Nada me iba a detener. —Sus brazos se tensaron—. Dios,


Juliette.

Un golpe hizo que ambos saltaran. Algo se hizo añicos.

—Ni se te ocurra —advirtió Arlo, apuntando con el arma a Cyril.


Había trozos de vidrio rotos a sus pies de la lámpara que Arlo
había disparado—. Tengo un tiro claro en tu cabeza y nadie te
echará de menos.

—¡Oh!

Juliette se soltó del abrazo de Killian y corrió hacia Alcorn. Ella


se dejó caer y desenganchó el llavero de su cinturón húmedo.
Ignoró la mancha de sangre mientras los arrancaba.

—Juliette, ¿qué ...?

Ignorando la pregunta, corrió hacia la puerta del


compartimiento. Tuvo que toquetear y pinchar un poco antes de
que encontrara el panel secreto que abría la puerta. Se abrió con
un silbido.

—Está bien. —Prometió cuando Killian la siguió. Sin esperar,


corrió escaleras abajo—. ¿Maraveet? ¡Maraveet, levántate!
La cabeza de la mujer salió disparada de sus brazos cruzados y
parpadeó con sus ojos verdes. Se ensancharon al ver a Juliette.
Luego pasó junto a ella hacia la puerta abierta.

—¿Qué…?

—¡Ven! —Instó Juliette, cambiando las llaves hasta que encontró


la correcta. Abrió la puerta y entró corriendo para ayudar a
Maraveet a levantarse—. Está bien —dijo—. Killian está aquí.

—¿Killian? —Una sonrisa se extendió por el rostro de la


mujer—. Sabía que vendría.

Jadeando, Juliette apretó su agarre mientras se arrastraban


hacia las escaleras. —No olvides el plan.

Maraveet gruñó en voz baja. —¡Es un plan estúpido! Deja que


Killian los mate a todos.

—¡No! ¡Lo prometiste!

Maraveet negó con la cabeza. —Hay algo mal contigo.


Bien —murmuró cuando Juliette dejó de caminar—. Seguiré el
plan.

Aliviada de que Killian sería una cosa menos de la que tendría


que preocuparse, Juliette comenzó a avanzar, arrastrando a
Maraveet hacia arriba en cada escalón con cuidado. Su mente
era un compartimento dolorosamente organizado de todo lo que
necesitaba hacer antes de que saliera el sol, todo lo que había
trabajado y practicado diligentemente en su cabeza durante las
últimas dos semanas. Ni siquiera se le ocurrió que no era normal
estar tan tranquila ante una situación así. En realidad, debería
haber sido un desastre. Y ella lo estaría. Pero no en ese
momento.
El repugnante crujido de carne contra hueso las recibió en la
parte superior. El agudo grito de dolor con cada golpe. Los
gruñidos le siguieron. Ciertos hombres de Cyril de alguna
manera habían tomado la delantera, Juliette se lanzó a sí misma
y a Maraveet a través de la puerta y al segundo nivel.

Arlo estaba exactamente donde lo había dejado, junto a las


puertas de la parte trasera, apuntando con su arma a los
hombres que ni siquiera se movían. Frank estaba a su lado,
mirando con calma la escena que se desarrollaba en la sala de
estar donde Killian tenía a Cyril inmovilizado en la alfombra. Una
rodilla fue clavada en el delgado pecho del joven, lanzándolo al
suelo mientras Killian golpeaba los diez dedos en su hermoso
rostro, o lo que solía ser hermoso. Era un desastre sangriento y
roto.

—¡Killian!

El grito de Juliette lo sacó del hechizo bajo el que parecía estar,


tenía su rostro tan oscuro como sus ojos y sus dientes al
descubierto como los de un lobo. Su cabeza se levantó de golpe,
sus fosas nasales se ensancharon como si anticipara la idea de
golpear a alguien más. Cuando no vio ninguna otra amenaza,
dejó caer las manos. Los dedos desgarrados y sangrantes se
desplegaron a sus costados.

—¿Mar? —El rostro de Killian se relajó por la sorpresa. Se


levantó, asegurándose de poner su peso en la rodilla que
aplastaba el pecho de Cyril. El chico jadeó y se acurrucó de lado.
Todo su cuerpo se sacudía con cada tos. La sangre salpicaba el
suelo junto a su rostro. Killian no se dio cuenta cuando saltó
sobre el cuerpo y corrió hacia su hermana—. ¿Qué diablos
hicie... qué te hicieron?
Maraveet gimió. —Tuve una fiesta de té. Sirvieron el té
equivocado. Las cosas se volvieron reales.

—¡Voy a matarlo! —gruñó, volviéndose ya.

—¡No! —Juliette lloró—. Maraveet necesita un médico. Está muy


herida.

Eso le hizo detenerse. Su mirada asesina se disparó de Maraveet


a Cyril, su mente visiblemente dividida entre ayudar a su
hermana y matar al bastardo que la puso en esa posición. La
elección correcta ganó cuando se acercó a Maraveet con un
gruñido frustrado.

—Vamos.

—Dios te bendiga. —Maraveet fue a los brazos de su hermano.


La levantó contra su pecho y, aunque el gesto fue suave,
Maraveet gritó—. ¡Se amable! —Espetó—. Estoy frágil.

Su broma fue recibida con el ceño fruncido de Killian mientras


la llevaba a las puertas traseras. Otra figura se movió como si
estuviera anticipando y le quitó a Maraveet. La depositó
suavemente en los brazos de uno de sus hombres y le indicó que
la llevara directamente al auto. Luego se volvió e indicó a
Juliette que se acercara.

—Ve con ellos —ordenó.

Juliette negó con la cabeza. —No, Marco...

—Lo sé. —Su mirada se apartó de ella, pero no antes de que ella
percibiera el dolor en ellos. Irradiaba a lo largo de la inclinación
de su mandíbula y hacía tictac en el músculo de su mejilla—. Ya
no está por aquí.
Juliette se tensó. —¿Hiciste ... hiciste ...?

Killian miró hacia otro lado, con la mandíbula apretada. —No, lo


hizo él mismo. Culpabilidad y vergüenza, supongo.

No quería saber qué significaba eso, pero tenía la sensación de


que a Killian le dolía más que a la traición de Marco.

—Ven conmigo —instó—. Llamaremos a la policía y ...

Frank entró en el espacio detrás de Arlo, su enorme cuerpo


llenando el umbral.

—El barco ha sido despejado, señor. Solo estaban los… —se


interrumpió mientras estudiaba los cuerpos inmóviles
esparcidos por todo el lugar con más que una pequeña
sorpresa—. Cinco hombres —finalizó sin convicción.

Killian asintió. —Que todos estén sujetos. Lleva a Juliette a un


auto y llévala al hospital inmediatamente. Me reuniré contigo allí
una vez que haya terminado aquí.

—¡No! —Juliette se volvió hacia él—. No voy a ninguna parte.

Era ridículo, solo unos momentos antes, no podía esperar a salir


de ese barco sin una bolsa para cadáveres. Pero ella sabía que,
si se iba, Killian mataría a Cyril y a todos sus hombres y, aunque
podrían merecerlo, no merecían esa parte de él. Ya había habido
demasiados asesinatos. Necesitaba detenerse. Alguien
necesitaba detenerlo.

—Necesitas que te revisen —dijo Killian con firmeza.

—Estoy bien —insistió—. Pero por favor no hagas esto. Ya ha


habido tanto derramamiento de sangre y muertes sin sentido y
nunca se detendrá si no lo detienes.
—Digo que lo mates —intervino Arlo, sin que el cañón de su
pistola se apartara de Cyril, que se había puesto de pie con
dificultad, con la cara ensangrentada y su bonito traje
arruinado. Su ojo derecho ya se había cerrado por la
hinchazón—. Tíralo por la borda y deja que alguien lo encuentre
en primavera.

Killian nunca apartó los ojos de Juliette, sus rasgos pensativos,


su mirada inquisitiva. —Si lo dejo vivir, volverá. Él nunca se
detendrá. Esta es la única manera.

—¡No! —Sus dedos se apretaron en sus mangas—. No, solo llama


a la policía, déjalos que lo recojan. Yo testificaré. Me aseguraré
de que entre...

—No se quedará allí para siempre, Juliette —interrumpió


Killian—. Y se merece morir por lo que te hizo.

Y Molly y Maraveet, sonó la voz en su cabeza.

—Él y su familia no merecen otro pedazo de ti —susurró—. No


le des lo que quiere.

Killian frunció el ceño. —¿Familia?

—Fascinante, ¿no? —La voz de Cyril rompió el silencio que siguió


a la súplica de Juliette—. Casi puedes creer por un momento
que ella realmente podría salvarte.

Killian levantó los ojos sobre la cabeza de Juliette y los fijó en el


hombre que estaba a un metro y medio de distancia. Parecía
estar realmente mirándolo por primera vez. Juliette no pudo
evitar preguntarse si siquiera le había dicho dos palabras a Cyril
antes de darle una paliza.
—¿Quién…? —Pareció darse cuenta lentamente de él. Pudo ver
la confusión derritiéndose en shock y confusión. Las líneas se
profundizaron cuando sus ojos se abrieron y sus cejas se
elevaron hasta la línea del cabello—. Erik Yolvoski. ¿Cómo es
esto posible? Estás muerto.

Cyril sonrió alrededor de una boca hinchada. —Quizás soy un


fantasma. —Extendió los brazos a los lados—. ¿De qué otra
manera puedo estar aquí, hmm?

La conmoción de Killian se redujo a una molestia que apretó las


comisuras de su boca. —Estuve en tu funeral. Vi cómo te tiraban
al suelo.

Cyril parpadeó. Inclinó la cabeza hacia un lado mientras miraba


a Killian con un nuevo tipo de sospecha.

—¿Tu fuiste? —Sus labios se curvaron hacia atrás—. ¿Por qué?


¿Regodearte?

—Tenías quince años. ¿Qué placer iba a obtener de tu


muerte? —respondió—. Fui a presentar mis respetos a un niño
que murió demasiado pronto.

—¿O fue culpa? —Escupió Cyril. La sangre goteaba de su labio


en una larga y rosada supuración de saliva que manchaba su
arruinada camisa—. Después de todo, tú eras la razón por la que
necesitaba morir, necesitaba borrarme del mundo y empezar de
nuevo.

Los hombros de Killian se levantaron en una inhalación


profunda que ensanchó sus fosas nasales. —No puedo evitar
sentirme decepcionado —dijo por fin, con la tristeza
entrelazando la apretada confesión—. En mi mente, siempre te
vi como ese chico de trece años que se lanza al peligro para
proteger a su madre. El chico con tanto potencial.
Sinceramente, creía que mejorarías tú mismo, cambiarías el
rumbo que se te había presentado. Pensé que tal vez ver lo que
sucedió te mostraría cuán insensata es realmente esta vida. Pero
aquí estás, haciendo exactamente lo que tu padre hubiera
hecho.

—¡Mi padre era un gran hombre! —Cyril gruñó con los dientes
apretados—. Era un padre amoroso y un buen esposo y él...

—¡Murió rogando por su vida! —Killian intervino con un


gruñido—. Era un cobarde. Fue un asesino, un violador y un
cobarde. Podría haberlo convertido en mártir para justificar las
cosas que ha hecho, pero podría haber sido mejor. Esperaba que
fueras mejor. —Sus ojos oscuros se abrieron y encontraron los
de Juliette. Intercambiaron miradas silenciosas durante un
minuto antes de que se enfrentara a Cyril una vez más—. Nada
me gustaría más que matarte. El mundo es un lugar bastante
horrible sin ti en él. Afortunadamente para ti, Juliette se ha
designado a sí misma como la salvadora de mi alma y me ha
pedido que te deje vivir. Así lo haré. Por ahora. Pero no
abandonarás este barco de una pieza… —Ignoró el chillido de
protesta de Juliette—. …Ni siquiera Juliette te salvará allí. Será
el tipo de dolor que ni siquiera puedes imaginar. Puedo prometer
eso. Me aseguraré de que te arrepientas de haberla tocado y
cuando termine, dedicaré mi vida a observar cada uno de tus
movimientos muy de cerca. Si escucho un susurro de algo que
no me gusta, personalmente te atravesaré la cabeza con una
bala. ¿Lo entiendes?

La furia espumosa que giraba alrededor de Cyril crepitaba como


cables eléctricos, pero estaba astillada por el miedo. Las chispas
brillaron por sus ojos y la expresión de su rostro era pura rabia
en su forma más pura.

—Domado —siseó alrededor de una curvatura disgustada de sus


labios—. El gran Killian McClary, el Lobo Escarlata, el monstruo
del que todo el mundo habla en susurros, domesticado por su
perra. ¡Oh, cómo han caído los valientes! Eres débil y mientras
lo seas, tu reino se derrumbará a tu alrededor mientras agonizas
entre los escombros. Puede que no sea yo quien te acabe, pero
disfrutaré el día en que mueras.

Juliette no sabía qué la poseyó. Tal vez ser torturada durante las
últimas semanas. Tal vez que la llamaran perra, o tal vez solo
para callarlo, pero ella estaba avanzando antes de darse cuenta.
Su brazo se echó hacia atrás y clavó cinco dedos de odio
directamente en la delicada línea de su delgada mandíbula. El
impacto le subió por el brazo en una ráfaga de dolor, pero el
chasquido de sus dientes, el crujido de su cuello cuando su
cabeza voló hacia atrás era un sonido que disfrutaría durante
mucho tiempo. Se estrelló contra el suelo con un débil grito.
Sangre fresca brotó de su labio hinchado y goteó por su barbilla
y ella esperaba haberle roto algunos dientes.

—Eso es por Molly —decidió—. Y esto… —Ella echó la pierna


hacia atrás y la dejó balancearse hacia adelante con toda su
fuerza detrás de ella, justo entre sus piernas. El sonido que hizo
fue el de aire saliendo de un globo. Todo su rostro adquirió un
tono aterrador de púrpura y rojo mientras se acurrucaba sobre
su costado, agarrándose el estómago. En ese estado, no era ni
hermoso ni regio. Era patético—. Eso es por Maraveet.

Satisfecha, se dio la vuelta y se apresuró a regresar a las puertas


traseras, tan lista para largarse de ese estúpido barco. Arlo,
Frank y Killian la miraron mientras se unía a ellos. El brazo que
empuñaba la pistola de Arlo cayó a su costado ahora que no
había nadie a quien apuntar. Su expresión era algo entre
divertida e impresionada. Frank no tenía expresión alguna, pero
sus ojos brillaban, lo que la hizo sentir bien. Killian simplemente
encontró su mirada, el fuego oscuro en sus ojos se disparó con
un calor líquido que ella reconoció como excitación. No dijo nada
a ninguno de ellos mientras se apresuraba a salir a cubierta.

El aire frío del amanecer la arañó, lamiendo el sudor que


humedecía su piel y la hacía temblar. Había comenzado a nevar,
agregando una nueva capa a través de la ciudad. Aspiró, dejando
que los crueles dedos del invierno quemaran toda su piel
expuesta y se convirtieran en un recordatorio de que lo había
logrado. Cyril se había equivocado. Ella no era débil. El mundo
de sombras y oscuridad no la había reclamado. Ella había
luchado y ganado. Fue la victoria más grande que una persona
podría lograr y lo había logrado. Por supuesto, no sola, pero
había sobrevivido. Más importante aún, no se había rendido.

Hubo casi un salto en sus pasos mientras se apresuraba por la


tabla congelada hacia los muelles. Sus botas golpearon mientras
corría por el camino en la dirección de las luces delante. Estaba
lejos, pero no se detuvo. Bombeó sus piernas y dejó que el frío le
cortara los pulmones como fragmentos dentados de vidrio. La
madera terminaba en tierra helada que corría junto al río helado.
Se agachó bajo una serie de vigas rotas que una vez había sido
un puente y siguió corriendo hasta que estuvo en la pendiente
que conducía a un estacionamiento lleno de autos, luces y voces.

—¡Señorita Romero! —John corrió hacia ella, su abrigo


ondeando en la noche como alas.

Juliette se río y se apresuró a encontrarse con él a mitad de


camino. Ella lo abrazó. No le importaba que él se pusiera tenso
como si de repente le hubiera crecido una segunda cabeza y
tratara de comérselo. Era un espectáculo para los ojos
doloridos.

Él le dio una palmada torpe en la espalda antes de separarse con


cuidado y dar un paso hacia atrás.

—Es bueno verte —dijo.

Juliette sonrió. —Gracias por encontrarnos.

Él desvió la mirada. —No hice demasiado, señora. Pero nos


alegra que estés a salvo.

—¿Nos?

Se hizo a un lado para revelar la silueta de otras cinco figuras


contra los faros de una camioneta estacionada. La vista de su
pequeño grupo le hizo llorar. Apretó los músculos de su garganta
hasta que no pudo respirar. John la tomó del codo suavemente
y la guio hacia adelante.

—Ustedes vinieron. —Las palabras salieron con un graznido


estrangulado.

—Solo cumplimos con nuestro deber, señora —murmuró Tyson.

Abrazó a cada uno de ellos por turno antes de retroceder y


sonreír tímidamente ante su incómodo cambio.

—Gracias.

Hubo asentimientos, pero nadie habló.

Jake finalmente dio un paso adelante. —Nos han dado órdenes


de llevarte al hospital.
Juliette no protestó. Ir al hospital era parte del plan. Era donde
tenía que estar si quería salvar a Killian y poner a Cyril tras las
rejas. Se dejó llevar hasta la camioneta y la ayudó a entrar en el
acogedor interior. Jake se sentó detrás del volante mientras
Melton reclamaba el asiento del pasajero. John y Tyson se
apretujaron a ambos lados de Juliette, flaqueándola. No estaba
segura de adónde se fueron Javier y Laurence, pero sospechaba
que conseguiría una segunda camioneta para seguirlos.

Juliette se relajó contra el cuero cálido. —¿Dónde está


Maraveet?

—La señorita Árnason insistió en que la llevaran al


hospital —respondió Tyson.

¡Bien! Pensó Juliette. El primer paso estaba completo.

—¿Dónde está mi hermana? ¿Alguien la ha visto? ¿Ella está


bien?

—La señorita Romero nos recibirá en el hospital —le aseguró


Jake—. Ella ha sido informada de su recuperación segura y está
en camino con Phil.

Juliette exhaló. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

Se terminó. Finalmente se acabó.


A Killian no le importaba lo que dijeran, los hospitales eran
portales al limbo. Era el lugar donde las almas atormentadas
iban a esperar y se marchitaban hasta la nada. Era el lugar
dirigido por Satanás y sus secuaces vestidos de blanco con sus
agujas y rostros amargados. Todos ellos le dieron ganas de
estrangular a alguien, posiblemente a la pequeña enfermera
enojada que le decía que esperara. Si escuchaba esas palabras
una vez más, podría olvidar su promesa a Juliette de no cometer
más asesinatos.

Losas cuadradas de luz de luna perforaron el linóleo moteado


entre sus pies. El brillo hizo que le lloraran los ojos, pero siguió
sentado encorvado, con los codos apoyados en las rodillas para
estudiar el brillo. A su alrededor, la gente se dedicaba a sus
asuntos, corriendo como sólo lo hacía la gente del hospital, con
pasos apresurados y rostros firmes. Nadie le dio una segunda
mirada. En lo alto, una mujer seguía llamando a los médicos a
esta habitación o aquella con un acento seco y monótono que le
irritaba los nervios. Luego estaba el horrible hedor de limpiador
de pisos, antiséptico y miseria. Este último fue curiosamente el
peor. Parecía estar cayendo del techo y rezumando por las
paredes. Sin embargo, se quedó. Se sentó esperando que el
médico esquivo y posiblemente invisible terminara de jugar con
los pulgares el tiempo suficiente para decirle el estado de
Maraveet. Habían pasado horas y ni una sola persona había
entrado o salido por esas puertas. ¿Estaban todos tomando un
café juntos?

Estaba a punto de ir a acosar de nuevo a la agotada mujer del


mostrador cuando las puertas mágicas finalmente se abrieron y
una enfermera salió corriendo. Tenía la cabeza inclinada sobre
un portapapeles, pero miró hacia arriba, miró a su alrededor y
lo vio. Su pequeño rostro se iluminó.

—Señor ¿Hutchinson?

Killian miró por encima del hombro a la fila de sillas vacías.


Luego de vuelta a la mujer, seguro de que tenía a la persona
equivocada.

—¿Disculpa?

La sonrisa se fundió en la incertidumbre, la enfermera volvió a


echar un vistazo a sus notas. —¿Callum Hutchinson?

Le tomó un segundo conectar los puntos muy inteligentes de


Maraveet, pero se dio cuenta lo suficientemente rápido y se puso
de pie.

—¿Sí? —Se acercó—. ¿Esta mi…? —se interrumpió, sin estar


seguro de lo que Maraveet le había dicho.

—¿Hermana? —la enfermera se acercó con cuidado, como si ella


tampoco estuviera del todo segura y no estuviera seguro de por
qué él no estaba seguro.

—Mi hermana, sí. ¿Cómo está ella? —Killian dijo rápidamente.

Sus ojos azules se posaron en las formas en sus manos. —Los


médicos simplemente la dejaron después de realizar varias
pruebas para asegurarse de que no hubiera daños internos.
Hicieron varias radiografías y análisis de sangre que aún no han
llegado, pero ...

—¿Mi hermana está bien? —interrumpió.

Ella sonrió. —Ella estará bien. Está un poco golpeada, pero nada
de qué preocuparse. La policía está allí con ella ahora, pero si tú
...

Killian se puso rígido. —¿La policía?

Su sonrisa se desvaneció. —Sí, ella insistió en que llamáramos...

Pasó junto a ella y cargó a través de las puertas, ignorándola


cuando ella lo llamó. Le tomó varios minutos agravantes de
búsqueda antes de encontrarla, casi al final de un pasillo muy
largo.

Efectivamente, había dos policías parados junto a su cama,


ambos con uniforme completo. Maraveet se sentó apoyada
contra una montaña de almohadas mientras escuchaba lo que
decía el más bajo de los dos. Esperaba que estuviera esposada,
pero le hablaban como si fuera la víctima. En cierto sentido, lo
era, pero si supieran quién era, la situación cambiaría muy
rápidamente.

—¿Y no reconociste a los hombres?

Maraveet negó con la cabeza. —No.

—¿Hay algo más que puedas decirnos? —preguntó el más alto.

—No, lo siento.

—¿Y la otra mujer?


—¿Juliette? La trajeron hace un par de semanas.

—¿Y no la conocías antes?

—No.

El más corto anotó su respuesta mientras su compañero


continuaba haciendo sus preguntas. Maraveet fue clara en sus
respuestas, se mantuvo en sí y no y solo dio breves explicaciones
cuando fue absolutamente necesario. Su postura era relajada,
pero él solo pudo distinguir el ligero movimiento de sus dedos.
No tenía idea de a qué estaba jugando, pero era un juego
peligroso llamar a la policía. Estaba sorprendido de que lo
hiciera. Maraveet odiaba a la policía y ellos la odiaban con razón;
criminales y policías nunca se verían cara a cara.

—Gracias. —Guardó su libreta y los dos se alejaron un paso de


la cama—. Nos mantendremos en contacto si escuchamos algo
más.

Killian salió por la puerta y se dirigió a un tablero de anuncios


contra la pared del fondo. Mantuvo la espalda vuelta hasta que
el clip de pasos se desvaneció en algún lugar en la dirección
opuesta. Una vez seguro de que no iban a regresar, entró en la
habitación de Maraveet y cerró la puerta detrás de él.

—¿Qué fue eso? —Preguntó Killian, moviéndose para ocupar su


lugar junto a la cama de Maraveet.

—Fue idea de tu novia —siseó entre dientes. La fachada


tranquila a la que se había aferrado para la policía había
desaparecido. En su lugar había un brillo de sudor en su frente
y manos temblorosas—. Ella es una maldita amenaza, lo sabes,
¿verdad? Una auténtica locura.
—¿Qué idea? —demandó.

Maraveet lo ignoró mientras recogía la cinta que sostenía la


aguja intravenosa en su lugar a lo largo del dorso de la mano.
—Nunca debí haber escuchado. Fue por lástima, es lo que fue —
refunfuñó para sí misma—. Me sentí mal, así que acepté. Nunca
más volveré a hacer eso. Malditos policías.

—¡Maraveet! —Espetó Killian—. ¿Qué hicieron ustedes dos?

—¡Aparentemente dijimos la verdad para salvarte! —gritó con


gran exageración.

—¿Que verdad?

Arrancó la aguja y la arrojó a un lado. Su mano se cerró


alrededor de las mantas a continuación mientras luchaba por
levantarse de la cama.

—¡Pregúntale! —Ella rodó sobre sus pies y se balanceó—. Fue su


estúpida idea. —Moviéndose con una leve cojera, se apresuró a
la silla doblada que contenía su abrigo y zapatos y se puso
ambos. El abrigo tardó un poco más sin empujarle las
costillas—. Regresarán en el momento en que encuentren mis
huellas en ese barco y no tengo la intención de quedarme. —Hizo
una pausa y lo miró—. Te espero en casa.

Killian asintió. —Ten cuidado.

Corrió hacia la puerta y miró hacia afuera. La costa debe haber


estado despejada, porque ella se había ido antes de que él
pudiera parpadear.

Al menos ella está bien, se dijo a sí mismo con un suspiro de


cansancio.
Salió de la habitación y se dirigió al otro extremo del hospital, el
extremo donde tenían a Juliette. Cada paso era rápido y
decidido, llevándolo a través de la enorme estructura casi a la
carrera. Se dijo a sí mismo que era porque quería saber qué tipo
de plan habían inventado ella y Maraveet, pero la verdad del
asunto era que necesitaba verla, necesitaba saber que estaba
bien. Su rápida visión de ella en el barco no le había asegurado
nada. Todavía no tenía idea de cuán extensas eran sus heridas,
no solo debajo de su ropa, sino en su mente. Algo así dejó huellas
oscuras en el alma. Era como podredumbre bajo la cáscara
brillante de una manzana, oculta a la vista, pero devorando
lentamente la fruta hasta que se pudrió. No podía permitir que
eso se convirtiera en Juliette. Sería solo un mal más que él
habría traído a su vida y no podría soportarlo.

Primero vio a Frank. Estaba al final del pasillo, lejos de la


habitación de Juliette, pero lo suficientemente cerca para vigilar
su puerta. Sentados o apoyados a lo largo de esa misma pared
estaban Phil, John, Melton, Tyson y Jake, quienes estaban
desprovistos de sus armas, pero aún usaban pantalones cargo y
abrigos negros. Y como Phil estaba allí, Killian sospechaba que
Vi estaba en algún lugar adentro con Juliette.

—¿Cuál es la noticia? —Se detuvo junto a Frank.

—Policías —fue todo lo que dijo el otro hombre, con la cara fija
mientras miraba la puerta que conducía a la habitación de
Juliette—. Tenían preguntas para la señorita Romero

Killian asintió. —Acaban de terminar de hablar con Maraveet.


Ella se ha ido. —Añadió cuando Frank lo miró. Killian
exhaló—. ¿Alguna idea de cuáles son las preguntas?
Frank negó con la cabeza. —No entiendo cómo lo supieron. La
carta que le dejamos al joven Yolvoski no decía nada de la
señorita Romero ni de la señorita Árnason. ¿Crees que les dijo?

Killian negó con la cabeza. —Erik no sabría que llevaríamos a


Juliette o Maraveet al hospital y no es tan estúpido como para
confesar sus crímenes.

—¿Entonces como…?

—Juliette —murmuró Killian—. Maraveet dijo que todo esto era


parte de su plan.

Frank frunció el ceño. —¿Su plan?

Killian solo se encogió de hombros, sin comprender a esa mujer


tampoco. —¿Cómo está ella?

—Escuché al doctor decir que estaba bien. Deshidratada


mayormente. Algunos moretones. Pero ella estará bien.

—Parecía estar bien —reflexionó Killian.

Frank asintió con la cabeza muy lentamente, sus ojos oscuros


clavados en la puerta abierta. —El joven Cruz puede haber
mencionado que la señorita Romero ya había incapacitado a los
hombres antes de que usted llegara.

Los recuerdos de lo hermosa y feroz que había sido Juliette en


ese barco se hincharon sobre él como una cálida inundación de
luz solar. Estaba mezclado con orgullo y una especie de
satisfacción engreída que realmente no tenía derecho a sentir,
pero que no podía detener. No había dejado que la derribaran
sin luchar. Ella se había mantenido firme y les había dado una
patada. Si él no estuviera ya locamente enamorado de ella, eso
habría solidificado su determinación.

—Sí, lo hizo. Ella estuvo increíble.

—Es muy especial —continuó Frank casualmente—. No es el


tipo de mujer que probablemente volverás a encontrar.

Killian le lanzó una mirada de soslayo. —¿Estás tratando de


decir algo, Frank?

—No señor. Solo estoy haciendo una observación.

Los oficiales salieron de la habitación de Juliette. Killian ladeó la


cabeza hasta que se perdieron de vista.

Contempló alejarse, simplemente irse y sin mirar atrás.


Ciertamente habría facilitado las cosas, no solo para él, sino
para Juliette, que no habría estado en el hospital si no hubiera
sido por él. Era culpa suya que su vida se hubiera vuelto tan
jodida. Pero su cuerpo casi había apagado su cerebro,
negándose a escuchar mientras avanzaba. El dulce sonido de la
risa de Juliette lo saludó antes de llegar al umbral. Se enredó
con la voz de Vi mientras explicaba todas las cosas que Juliette
se había perdido en su ausencia.

—¡Eso es horrible! —Juliette decía entre risitas—. Debe haber


estado muy enojado.

—¡No! —Dijo Vi—. Quiero decir, esperaba totalmente que me


estrangulara, pero no lo hizo.

—Puede que todavía haya tiempo para eso más tarde —Juliette
se rio—. Espero que te hayas disculpado al menos.

—Podría haberlo considerado momentáneamente.


Las dos volvieron a estallar en risitas que hicieron que Killian
negara levemente con la cabeza, divertido. Pero al menos sonaba
feliz, pensó. Nunca olvidaría lo que pasó, pero al menos no había
dejado que eso oscureciera su capacidad para superarlo. Eso era
lo que él quería, que ella no viviera en ese par de semanas. Si se
salía con la suya, la haría olvidarlo por completo.

Entonces tal vez deberías dejarla ir, dijo la voz sensata en su


cabeza, la que lo inmovilizó contra el suelo justo fuera de la
habitación. Verte solo traería de vuelta todo lo que le pasó. Le
recordará lo que hiciste y cómo no pudiste mantenerla a salvo.

Su cuerpo se apartó de la puerta, ya no solo ansiaba verla, sino


que quería salvarla de más dolor.

—¿Killian? —Por la mirada de sorpresa en los ojos abiertos de


par en par en el rostro de Vi, no esperaba encontrar a nadie
bloqueando la entrada. Ella exhaló un poco nerviosa y le ofreció
una pequeña sonrisa tímida—. Estás aquí.

No sabía qué decir, así que asintió levemente.

Vi se lamió los labios y lanzó una mirada hacia el lado de la


habitación donde sospechaba que estaba la cama. Sus cejas se
juntaron por un segundo antes de que ella lo mirara de nuevo
con una inocencia que él no compraba.

—Estoy de camino a poner un poco de veneno en una taza, así


que los dejaré hablar.

Escuchó un siseo desde la habitación que podrían haber sido


palabras, pero ella lo ignoró mientras atravesaba la puerta.
Killian se movió para dejarla pasar, pero ella se detuvo frente a
él y le rodeó los hombros con ambos brazos.
—Gracias por traerla de vuelta —le susurró al oído antes de
dejarlo ir y dar un paso atrás. Ella le ofreció una sonrisa
torcida—. Deberías haber traído bombones.

Killian parpadeó. Su mirada se posó en sus manos vacías como


si no tuviera idea de dónde venían. Vi se echó a reír mientras
pasaba corriendo junto a él y se apresuraba por el pasillo con
Phil entrando a su lado. Killian se quedó mirándose las palmas
de las manos y preguntándose si debería comprar algo en la
tienda de regalos. Eso era lo que hacía la gente normal cuando
visitaba a alguien en el hospital, ¿no? Pero ya era demasiado
tarde para eso. Él ya estaba allí y ella sabía que estaba allí.

Tomando aire, entró en la habitación.

Era la réplica exacta de la habitación de Maraveet. Paredes de


un blanco opaco, luces toscas y cegadoras, una ventana que
daba al estacionamiento y una cama rodeada por dos mesitas.
Juliette se sentó en el centro, enganchada a una vía intravenosa
y vistiendo un vestido verde que hacía juego con las mantas
colocadas sobre su regazo. Su rostro estaba manchado de
suciedad y su cabello estaba enmarañado, pero seguía siendo la
mujer más hermosa que había visto en su vida.

—Oye —susurró.

Se atrevió a dar un paso más cerca. —Hola.

Jugueteó un poco con las mantas, se puso un mechón lacio


detrás de la oreja y tragó antes de volver a hablar. —¿Cómo
estás?

Killian casi se rio. —¿No debería preguntarte yo eso?


Dios, ¿por qué era esto tan difícil? Cada momento vibraba con
tensión e inquietud y él no lo entendía. No podía recordar un
solo momento entre ellos que alguna vez se hubiera sentido tan
intenso o incómodo. Ni siquiera la primera vez y esa había sido
una experiencia extraña para él.

Ella rompió el silencio.

—¿Cómo está Maraveet?

—Bueno. —Se movió a los pies de su cama y apoyó las palmas


de las manos en el pie de cama de plástico—. Ella ya se fue.

Juliette asintió. —Bueno. Me alegro de que lo haya hecho.

—Ella mencionó un plan.

Sus mejillas se sonrojaron y se rio entre dientes.

—¿Qué era? —presionó cuando ella no dio más detalles.

Ella lo miró con una media sonrisa tímida. —Que le digamos


todo a la policía. Que Cyril y sus hombres nos tomaron y
mantuvieron cautivas en ese barco. Que nos iban a vender, pero
lo tomamos por sorpresa y salimos corriendo. Me aseguré de que
Maraveet les dijera que nunca nos habíamos visto antes y que
se suponía que debía usar un nombre diferente, por si acaso.
Pero al menos obtuvieron su declaración y eso ayudará a alejar
a Cyril. También me aseguré de que nada de esto se remontara
a ti. Dudo que Cyril les diga que mataste a sus padres, no sin
revelar que él mató a los tuyos primero, o que había pasado los
últimos diez años planeando venganza. Tampoco mencioné a
Marco. Dije que no vi quién me agarró, así que... en lo que
respecta a la policía, Cyril era un traficante de personas y
nosotras fuimos víctimas que escaparon. También espero que
sus hombres no hablen, pero si lo hacen, es su palabra contra
la mía y son criminales, así que espero que no llegue a eso.

Algo se apretó en su pecho. Lo atravesó, impulsando su cuerpo


a hacer algo completamente loco como ir hacia ella y tomarla en
sus brazos. El peso de las últimas semanas no había
disminuido, ni siquiera en ese momento. Se sentó pesado en su
pecho, una fuerza sofocante aplastando sus pulmones. Lo
mataba verla allí y no poder ir hacia ella, ni tocarla, ni amarla.
Dolía estar ahí parado y no saber qué hacer.

—Eso es muy elaborado —murmuró—. Realmente lo pensaste


bien.

Juliette se encogió un poco de hombros. —Tuve algunas


semanas para perfeccionarlo realmente, por si acaso
escapábamos. —Ella lo miró—. No lo mataste, ¿verdad?

¿Matarlo? No. Cyril todavía estaba muy vivo, si no


reconsiderando seriamente sus opciones de vida. Killian pudo
haberle prometido a Juliette que no mataría al pequeño cabrón.
Pero incluso ella no habría podido evitar que Killian lo golpeara
en las últimas dos semanas.

Killian negó con la cabeza. —Lo até a él y a sus hombres y dejé


una nota para la policía. Frank se quedó para asegurarse de que
la policía los atrapara a todos cuando llegaran.

Ella exhaló su alivio. —Está bien, bien. —Se mordió el labio y


frunció el ceño—. ¿Qué estaba haciendo Arlo allí?

Casi se rio de la pregunta contrariada. —¿Me creerías si te dijera


que estuvo allí para ayudarte a encontrarte?

Entrecerró los ojos. —¿A qué precio?


Ésa era la cuestión. Arlo no había dicho nada cuando él y Killian
se separaron en el barco, pero sabía que los Dragones esperarían
algún tipo de regalo de agradecimiento, especialmente porque
Arlo fue quien realmente encontró a Juliette.

Para Juliette, Killian negó con la cabeza. —No importa. Estás


segura. Eso es todo lo que me importa.

Su mirada bajó a su regazo. —Gracias por cuidar de Vi. Siento


mucho lo de sus ventanas. Yo pagaré los daños.

Killian negó con la cabeza. —No es importante.

—Aun así, debería ...

—No me importan las ventanas. —La agudeza en su voz hizo que


sus ojos se volvieran hacia él y la tristeza en ellos lo golpeó en el
pecho—. Lo único que quería era recuperarte —murmuró—. Sé
que dije algunas cosas que no debería haber dicho, pero siempre
estaré aquí para ti. —Su cabeza se inclinó hacia adelante para
mirar los picos gemelos de sus pies debajo de las
mantas—. Puedes venir a mí por cualquier cosa. Nunca te
rechazaré.

—Gracias —susurró.

Gracias. Eso era todo. Pero, ¿qué esperaba? ¿Qué le dijera que
lo amaba y que quería estar con él para siempre? ¿Que lo había
perdonado por las cosas horribles que le había dicho? Incluso si
lo hiciera, eso no significaba que pudiera traerla de vuelta a su
mundo. Nunca más.

Respiró hondo. —Adiós, Juliette.


Sus ojos marrones sostuvieron los de él y no importaba cuánto
luchó por mantener su rostro terso, las lágrimas que se
acumulaban la desgarraban. Se reflejó en el temblor de su
barbilla y en su agarre con los nudillos blancos alrededor de la
manta. Una lengua rosada se escabulló y humedeció sus labios
antes de desaparecer una vez más.

—Adiós, Killian.

Era increíble cómo algo tan pequeño podía sentirse como si le


hubiera pegado una bazuca en el pecho. Dos pequeñas palabras
que se sentían tan huecas como su voz. El plástico bajo sus
manos crujió bajo la fuerza de su agarre. Lo soltó rápidamente y
retrocedió. Comenzó a darse la vuelta, necesitando irse antes de
hacer algo infinitamente estúpido como rogarle que lo retirara,
pero se detuvo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el colgante
de su madre. Lo dejó suavemente a los pies de la cama, sin
confiar en sí mismo más cerca de ella.

—Cuídalo por mí —murmuró, incapaz de mirarla, sabiendo que,


si lo hacía y ella lloraría, nunca se iría—. Simplemente
acumulará polvo si lo guardo. Podrías dárselo a tus hijos algún
día. —Hijos que no tendría con él.

Niños que crearía con algún otro hombre, alguien que pudiera
darle hijos, alguien que podría darle la vida normal que Killian
no podía. Alguien que se metiera en la cama con ella por la
noche y la tocara, la abrazara y la hiciera deshacerse. El hombre
ni siquiera existía todavía y Killian ya podía sentir su sangre
hirviendo. La sola idea de esta persona sin rostro tocando a
Juliette hizo que su visión se enrojeciera. Pero no lo retiró. En
cambio, giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta.

—No te vayas.
No podía estar seguro de si era una voz en su cabeza o si las
palabras realmente habían sido dichas, pero cuando miró hacia
atrás, Juliette estaba mirando por la ventana, sus ojos sin
parpadear y brillantes. Tenía los brazos apretados alrededor de
ella y se estaba mordiendo el labio inferior.

Ella miró hacia arriba cuando se detuvo. Sus ojos se


encontraron con los de él y una lágrima cortó la curva de su
mejilla para aferrarse a la esquina de sus labios. Algo duro le
dio una patada en el estómago, lo suficientemente fuerte como
para hacerle caer de rodillas. Su pecho se apretó y estaba seguro
de que estaba a punto de morir por asfixia. Sus labios se
separaron y Killian se fue. Corrió antes de que ella pudiera dejar
que las palabras que podía ver en sus ojos se derramaran por la
habitación y lo destruyeran aún más.
Juliette esperó hasta que sus pasos se desvanecieron antes de
dejar que las paredes se derrumbaran a su alrededor en un
torrente de agonía. El dolor de verlo alejarse la devoró de nuevo
con una nueva urgencia que hizo que sus entrañas se sintieran
vacías. Cortó en todos los lugares tiernos que ya estaban
abiertos de su ruptura original y rasgó la costura cruda abierta
de par en par. Agarró el colgante y estalló en sollozos que en su
mayoría no tenían nada que ver con Killian. Fue como si la presa
que había construido durante su cautiverio estallara y ella
estuviera inundada con todo lo que había mantenido encerrado
detrás. La inundó, tirándola hacia abajo hasta que estuvo segura
de que moriría. Incluso para sus propios oídos, los sonidos que
se le escapaban no eran del todo normales. Eran los lamentos
de alguien sometido a una inmensa tortura, que era
exactamente lo que sentía.

—Oye. —Brazos delgados se abrieron camino a su alrededor,


empujándola hacia un cuerpo que olía a huertos y
cítricos—. Está bien —susurró Vi—. Todo va a estar bien.

Juliette ni siquiera pudo apartar el salvaje tamborileo que la


golpeaba el tiempo suficiente para dar una respuesta. Ni siquiera
sabía qué podía decir para justificar su total colapso. ¿Cómo
podía explicar que estaba empezando a sentir el impacto total
del terror que debería haber sentido durante su paso por la
jaula? ¿Cómo podía hacer que alguien entendiera por lo que
había pasado? Puede que no la golpearan como Maraveet o la
violaran y torturaran como la madre de Killian, pero el no saber
nunca lo que harían fue una especie de tortura indescriptible.
Estaba despertando y preguntándose si ese sería el día en que
finalmente la romperían. Fueron las oraciones las que quedaron
sin respuesta y la culpa de no poder. Enredada entre todo eso
estaba la pérdida que sintió al perder a Killian y saber que era
lo correcto. No pudo quedarse con él cuando él se negó a dejar
esa vida que la había llevado al hospital en primer lugar. No
podía quedarse con él sabiendo que existía la posibilidad de que
la volvieran a llevar. No pudo quedarse cuando su presencia en
su mundo lo debilitó. Él mismo lo había dicho y Cyril lo había
confirmado. Ella sería su muerte y nunca lo permitiría.

—¿Cuándo puedo ir a casa? —Levantó su rostro hinchado, lleno


de manchas y mojado del hombro húmedo de Vi—. Necesito mi
cama.

Vi le dedicó una pequeña sonrisa triste. —No hasta mañana,


pero me quedaré aquí contigo, ¿de acuerdo? Por lo tanto,
acuéstate y descansa por ahora.

Lo hizo, no porque le hubieran dicho que lo hiciera, sino porque


la idea de dormir durante horas hacía que la idea pareciera
lógica. Solo unas pocas horas más y estaría en su propia cama,
vestida con su propia ropa y caminando por su propia casa.
Había pasado tanto tiempo que casi le dolía la necesidad de estar
rodeada de todas las cosas familiares que siempre había dado
por sentado.

—¿Qué es eso?
Juliette siguió la línea del dedo señalador de Vi hacia el colgante
que aún sostenía agarrado en una mano. Desplegó los dedos
para que la chica pudiera ver.

—Killian me lo dio —susurró—. Pertenecía a su madre.

—¡Es bonito! —Vi jadeó—. ¿Dónde está Killian? Estaba segura


de que todavía estaría aquí.

Sus dedos se cerraron alrededor del camafeo. —Salió.

Vi parpadeó. —Oh, ¿cuándo volverá?

—Él no volverá —Lágrimas calientes brotaron de las esquinas de


sus ojos y empaparon la almohada—. Él se fue.

—¿Qué? —Hubo una risa perpleja en la pregunta—. ¿Por qué?

—Porque nunca podría amar a alguien como yo. —Eso era lo


que él había dicho, alguien como ella, alguien sin experiencia y
estúpido en las formas del amor y el sexo.

—No, eso no está bien. El tipo está loco por ti. Créeme lo sé. Yo
estaba allí cuando te llevaron.

Juliette no tenía nada que decir al respecto, ninguna


explicación. Incluso si lo hubiera hecho, no estaba de humor
para hacerlo. En cambio, cerró los ojos y se obligó a dormir.
Fiel a su promesa, Vi todavía estaba allí cuando Juliette volvió a
abrir los ojos. El sol ya estaba alto en el cielo y llenó la habitación
con una pálida luz blanca que ahuyentó la fría oscuridad de la
noche anterior. Vi se sentó desplomada hacia adelante en una
silla de plástico. Tenía los brazos cruzados en la cama junto a la
cadera de Juliette y estaba profundamente dormida. En la
puerta, pudo distinguir el perfil sombrío de Phil y se preguntó si
había estado allí toda la noche. Pero fue el colgante que todavía
sostenía en su mano lo que realmente llamó su atención. Miró el
rostro de marfil de la niña de la flor y pensó en Killian. Se
preguntó dónde estaba y qué estaba haciendo y si alguna vez lo
volvería a ver. Ella lo dudaba. La noche anterior, cuando salió
del hospital, fue su último adiós. El pensamiento fue devastador,
pero sabía que no había nada que pudiera hacer, pero lo dejo ir.

Junto a ella, Vi se movió y se sentó bostezando. El lado derecho


de su rostro era un laberinto de marcas de la manga de su
abrigo. Su maquillaje se había corrido, dejando gruesos anillos
de rímel negro en sus mejillas. Entrecerró los ojos hacia la
ventana al otro lado de la habitación y luego se volvió para mirar
a Juliette.

—Es de mañana.

Juliette sonrió ante el ronco graznido. —Sí, parece que sí.

Gimiendo, Vi empujó la silla hacia atrás y se levantó, estirando


todo su cuerpo hacia el techo. Bostezó ruidosamente y se inclinó
hacia atrás con los brazos por encima de la cabeza, los dedos
entrelazados. Se enderezó y dejó caer los brazos a los lados.

—Necesito café y un Advil. —Gruñendo, miró a la silla con el


ceño fruncido—. Uno pensaría que harían esas cosas más
cómodas —Ella se frotó el culo—. Mi trasero me está
matando —Exhaló y miró hacia la puerta—. Oye, Phil todavía
está aquí.

Juliette asintió. —Creo que ha estado aquí toda la noche.

—Supongo que realmente se siente mal.

—¿Acerca de?

La chica se volvió hacia Juliette. —Por abandonarme en el centro


comercial.

—¿Él qué? —La voz de Juliette atravesó la habitación, llamando


la atención de Phil. Echó un vistazo al interior brevemente antes
de volver a montar guardia—. ¿Él qué? —repitió más tranquila.

—¿Recuerdas esa noche que llamaste y dije que estaba en el


centro comercial? —Ante el asentimiento de Juliette, Vi
continuó—. Bueno, ¿recuerdas cómo dije que Phil recibió una
llamada telefónica y que volvería enseguida? Bueno, no lo hizo.
Lo llamó Killian o quien esté a cargo y se fue sin una maldita
palabra.

—¿Él qué? —El gruñido de Juliette fue seguido por la lucha por
desenredarse de las mantas.

Vi la detuvo. —Cálmate. Está bien. Yo también estaba bastante


enojada, pero como sea. Siempre supe que no estaría para
siempre. No es como si realmente fuera mi papá ni nada. Es solo
un tipo al que se le paga para quedarse. Fue mi culpa que
yo ... —se interrumpió para estudiar el patrón de diamantes
cosido en las mantas—. Lo superé.

Juliette dejó de forcejear y miró a la chica de pie frente a ella con


sus cabellos enredados y sus rasgos dibujados. Tal vez fue
porque nunca había visto a su hermana, pero mirándola ahora,
era imposible no darse cuenta de lo sola que estaba. Todo en ella
pedía a gritos afecto y compañía y Juliette ni una sola vez se
había detenido a dárselo.

—Oye. —Extendiendo la mano que no estaba enganchada a una


bolsa vacía de líquido, Juliette tomó los dedos de Vi. Ella les dio
un ligero apretón—. Vamos a estar bien. Lo prometo. Tu y yo.

Sus ojos marrones se levantaron y la miraron con aprensión y


un tímido rayo de esperanza. —¿Sí?

—Lo prometo —dijo Juliette de nuevo—. Las cosas van a


cambiar. Nos aseguraremos de que lo hagan. Nos tenemos la una
a la otra pase lo que pase.

Un indicio de una media sonrisa tiró de la comisura de la boca


de Vi. —Me gusta el sonido de eso.

Juliette sonrió. —Bueno. Ahora ve a buscarnos unos cafés


mientras busco a los médicos y, con suerte, me largaré de aquí.

Riendo, Vi se apresuró a salir de la habitación.

Juliette la vio irse antes de alcanzar el botón de llamada que


colgaba del costado de su cama y presionarlo repetidamente.

—¿Sí? —dijo una voz gruñona desde el altavoz montado en la


pared.

—Hola, me preguntaba cuándo me darán el alta.

Pasó un momento, luego —El doctor hará sus rondas en breve.


Por favor, sea paciente.
Odiaba molestar a alguien, especialmente a las personas que
tenían su vida en sus manos, pero no le pasaba nada y quería
irse a casa.

—No sabrías cuánto tiempo será eso, ¿verdad?

—No —fue la respuesta abrupta, luego un clic cuando se cortó


la conexión.

—Muchas gracias —se quejó Juliette.

Sin nada que hacer, Juliette se sentó allí y miró a la pared


opuesta, tratando de no pensar en nada, excepto en volver a su
rutina normal lo más rápido posible, lo que significaba llamar al
hotel y al restaurante y rogarles que no la despidieran. Charis,
necesitaría convencerla, pero el hotel aún podría aceptarla una
vez que le explicara la situación. Ni siquiera quería pensar en lo
que podría pasar si ninguno de los dos la volvía a poner encima
de todo lo demás. El solo pensamiento fue aplastante.

Sin embargo, tomó el teléfono del hospital y comenzó a marcar.

Como sospechaba, en el momento en que Charis respondió y


Juliette saludó, la mujer la despidió. Ni siquiera se hizo de forma
agradable o en forma de disculpa.

—Ya hemos contratado a alguien competente y confiable —se


burló la mujer en la línea—. Deje su uniforme y ni siquiera se
moleste en pedir su último pago, ya que todavía nos debe.

La línea se cortó rápidamente después de la breve perorata.

Juliette suspiró. Curiosamente, no sintió ningún remordimiento


por no tener que volver. En todo caso, se sintió aliviada.

Luego llamó a Harold.


Cogió el tercer timbre.

—Lo entiendo completamente —le dijo después de que ella


terminó de explicar la situación—. Estamos tan aliviados de que
estés bien. No puedo creer que algo así ocurra fuera de las
películas. Pero sí, por supuesto, todavía tienes un puesto aquí
cuando estés lista para volver a él.

El alivio fue astronómico. No estaba segura de qué había hecho


para merecer ese tipo de descanso, pero no iba a cuestionarlo.

La Sra. Tompkins fue su última llamada. Ella todavía estaba en


la casa de su hija, gracias a Dios, así que Juliette decidió no
contarle nada de lo que había sucedido. Charlaron unos
minutos, sobre todo sobre la decisión de la señora Tompkins
antes de colgar. Estaba colocando el teléfono en la mesa auxiliar
cuando Vi regresó con una bolsa de papel en una mano y una
bandeja de bebidas con dos vasos de plástico en la otra. Entró
en la habitación y dejó los artículos junto al teléfono.

—Encontré bagels —declaró—. Sin mantequilla de maní, pero


tenían queso crema y mermelada.

—Cuéntame qué pasó con tus amigos —dijo Juliette después de


un tramo de silencio que se llenó de queso crema para untar y
sorbos de café.

Vi miró su bagel con queso crema y mermelada, con la boca


torcida en una mueca.

—Son unos idiotas —murmuró—. Siempre lo supe, pero ...

Juliette dejó de comer. —¿Qué pasó?


Vi dejó su bagel a medio comer sobre el envoltorio y se sacudió
las migas de los dedos. Continuó mirando su desayuno en lugar
de Juliette.

—Me desafiaron a tomar algo de una tienda en el centro


comercial. No era nada especial, una barra de labios que ni
siquiera era mi color, pero era algo que solíamos hacer todo el
tiempo, así que no era gran cosa —Juliette optó por dejar de lado
ese comentario por el momento—. … Así que lo hice. Tomé el
lápiz labial y comencé a caminar cuando Brittany fue corriendo
hacia el empleado y me delató. Quiero decir, le dije a la chica
que tomé el lápiz labial. Me detuvieron y registraron y
obviamente tenía la cosa, así que me arrestaron.

—¡Vi!

Vi puso los ojos en blanco. —Lo sé. Estúpido. De todos modos,


Phil me sacó. Habló con la mujer, dijo que era mi padre y que
no estaba robando. Lo estaba esperando y debí haber olvidado
pagarlo. La mujer nos dejó ir y nos fuimos. Me sentí como de
dos pulgadas de alto. Nunca me habían atrapado antes. Yo
también estaba enojada. Se suponía que eran mis amigos. Fue
entonces cuando Phil me lo dejó claro, me dijo que estaba siendo
una mierda y que necesitaba limpiar mi actuar. Me hizo jurar
que no tomaría nada más o me arrestaría él mismo. Como que
empezó a gustarme después de eso.

Juliette ya no tenía hambre, dejó su bagel y se secó las manos


con una servilleta. Cogió su café y acunó el calor entre sus
palmas.

—Deberías habérmelo dicho —dijo.


—Apenas te vi —respondió Vi—. Quiero decir, incluso antes de
Killian, nunca estabas en casa y cuando estabas, me gritabas o
dormías. Además, sabía que solo me ibas a sermonear sobre
robar y ya había aprendido la lección.

Juliette exhaló. —He sido tan injusta contigo, ¿no es así?


Probablemente la peor hermana del planeta y lo siento mucho.
No tengo excusa.

Vi asintió lentamente. —Sí, lo eras, pero eres tú o el tío Jim y no


me harías usar bragas con volantes.

Con náuseas, Juliette retrocedió. —¡Eso es repugnante!

Vi sonrió. —Y sin embargo tan cierto.

Juliette, riendo, negó con la cabeza. —Está bien, suficiente de


eso. Hablemos de lo que vamos a hacer.

—¿Hacer con qué?

—Todo. —Ella se encogió de hombros—. Ya no tenemos nada de


qué preocuparnos. El hotel no paga exactamente en ladrillos de
oro, pero estaremos bien si tenemos cuidado...

Las voces en el pasillo los hicieron mirar atrás justo a tiempo


para ver a Arlo entrar en la habitación, seguido de cerca por Phil.
Los dos se detuvieron a los pies de la cama, Phil con el ceño
fruncido.

—Hola, Juliette —dijo Arlo en ese tono que nunca había querido
volver a escuchar—. Me dijeron que estabas despierta.

Juliette asintió. —Si.


—Excelente. —Sus ojos marrones se posaron en Vi, de una
manera que hizo que la piel de Juliette se erizara antes de volver
a ella—. Me alegra oírlo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Exigió más mordaz de lo


necesario.

—Solo vengo a ver a mi persona favorita. Tenías a toda la


comunidad subterránea buscándote. McClary probablemente
esté feliz de tenerte de vuelta. —Su mirada se deslizó hacia Vi de
nuevo, quien lo miró sin rastro de emoción—. También vine a ver
cuando te dejaban salir.

Juliette frunció el ceño. —¿Por qué?

Él se encogió de hombros. —Curiosidad.

—No es asunto tuyo —replicó ella.

La miró con una ceja arqueada. —¿Enserio? ¿Esa es la actitud


que tengo por salvar tu vida?

Un músculo se tensó en la boca del estómago de Juliette al darse


cuenta que la estaba arrastrando al inicio ¿Iba a presionarla
para que se lo debiera de nuevo? ¿Era por eso que estaba allí?

—No volveré contigo —siseó—. Jamás.

Arlo puso los ojos en blanco. —Cálmate. No te quiero de vuelta.


Mi padre ya fue compensado por su ayuda en tu rescate, lo que
significa que puedes seguir adelante y vivir tu pequeña y
aburrida vida.

—¿Compensado cómo? ¿Por quién?


—McClary —dijo simplemente—. Le dio a mi papá la escritura
de los puertos.

Juliette recordaba muy bien lo mucho que Arlo había querido


que firmaran los papeles del puerto, lo suficiente como para que
la dejara boquiabierta por eso.

—Qué suerte tienes —murmuró.

—Sip. —Metió las manos en los bolsillos y se balanceó sobre los


talones—. Personalmente, creo que obtuvimos el mejor final del
trato, pero como sea. —Inclinó su mirada hacia Vi de
nuevo—. Oye, acompáñame a la salida.

—¡No! —El café se derramó sobre el borde de su taza cuando se


disparó y agarró el brazo de Vi—. Ella no irá a ningún lado
contigo.

—Está bien. —Vi se separó de su agarre y se levantó—. Vuelvo


enseguida.

Arlo le sonrió a Juliette. —Te veré por ahí, Juliette.

Con un saludo arrogante, giró sobre sus talones y salió de la


habitación con Vi justo detrás de él. Juliette se encontró con la
mirada enojada de Phil.

—Síguelos. No dejes que la toque.

Phil ni siquiera lo dudó.

Juliette dejó su taza y rápidamente quitó las mantas. Se deslizó


hasta el borde de la cama y estiró las piernas. Las baldosas frías
mordieron sus pies descalzos mientras bajaba. Cogió el porta
sueros y estaba a punto de seguir cuando Vi regresó.
—¿Qué haces fuera de la cama? —preguntó la chica.

—¿Qué estás haciendo siguiendo a ese idiota? —Juliette


respondió—. ¿Tiene alguna idea del nivel de malas noticias...

—¡Relájate! —Vi se rio—. Créeme, nunca pasará nada entre ese


tipo y yo. Como siempre. Sé exactamente lo que es y lo que quiere
y no soy un idiota.

Juliette se echó hacia atrás sorprendida. —¿De Verdad?

Vi asintió mientras regresaba a la cama. —Puedo pasar por alto


muchas cosas sobre un hombre, pero vender, golpear y degradar
a las mujeres es donde trazo la línea. Así que sí. —Se dejó caer
en el rígido colchón y alcanzó su bagel—. No hay tiempo de
diversión sexy para él.

Juliette palideció. —¡Ew! —Con cautela, recuperó su


asiento—. Entonces, ¿qué quería?

Vi mordió su desayuno, masticó y tragó antes de hablar. —Un


beso.

Gracias a Dios ya estaba sentada o se habría caído.

—¿Qué?

Vi resopló. —Me hizo prometer antes de que partieran a buscarte


la otra noche, que, si te encontraba primero, le debía un beso.

—¿Y tú dijiste…?

—¿Qué crees que dije? Obviamente no. Sé lo que te hizo, lo que


te hizo hacer. Me lo contó todo.

Juliette parpadeó. —¿Él te dijo?


—Sí, estuvimos atrapados juntos en la casa de Killian por días y
no había nada que hacer. Entonces, hablamos. Fue honesto en
todo.

Nada de esto tenía sentido. Lo último que Juliette esperaba era


honestidad por parte de Arlo, sin importar su inexplicable
interés en su hermana, lo que la irritaba muchísimo.

—Bueno, mantente alejada de él —murmuró—. No es como


Killian. Definitivamente no es un buen chico.

—Lo sé. —Vi se metió el resto del bagel en la boca—. Estoy


bastante segura de que será la última vez que lo veremos.

Juliette solo podía tener esperanza.


Cinco meses después...

—Honestamente no podría importarme menos cómo lo haces.


Tira esa pared abajo y pon una puerta.

Killian garabateó su nombre en el contrato que tenía delante


mientras acunaba el teléfono entre su oído y su hombro. El cable
se le enganchó en el brazo, pero esperaba que la conversación
terminara pronto para poder volver al trabajo.

—Entiendo, señor, pero hay estantes en este lado...

—Tira abajo los estantes —dijo con gran


exasperación—. Honestamente, ¿para qué te estoy
pagando? —Colgó, tomó el contrato que había terminado de
escribir, lo puso con los demás y se levantó—. ¡Frank! ¿Dónde
está el informe financiero de Ice?

La figura que entró en la habitación no era Frank tampoco,


Killian necesitó mirar hacia arriba para reconocer el constante
chasquido de los tacones que cruzaban el piso.

—¿Cuánto tiempo más te vas a esconder aquí? —Maraveet


apoyó la cadera en el borde de su escritorio y lo miró con fastidio
frunciendo las cejas—. Me gustaría pasar algún tiempo contigo,
especialmente considerando que eres el que me pidió que me
quedara.
—Ahora no —murmuró, hurgando entre los papeles de su
escritorio—. No tengo tiempo. ¡Frank!

—¡Nunca tienes tiempo! —Maraveet intervino con un ligero


quejido en su voz—. Te sientas en esta maldita oficina todo el
día, haciendo llamadas telefónicas y lo que sea todo esto. —Ella
le hizo señas con la mano sobre el desastre—. ¡No te he visto ni
un pelo en meses! Honestamente, ¿qué estás haciendo aquí?

—Trabajo. —Dejándola allí, marchó a la puerta y sacó la cabeza


al pasillo—. ¡Frank! ¿Dónde diablos está?

Maraveet resopló. —Está afuera haciendo un chequeo de


parámetros, si necesitas saberlo, así que deja de gritar.

Exasperado, Killian regresó a su escritorio y revolvió sus papeles


por segunda vez. Sabía que la maldita cosa estaba ahí en algún
lugar. Lo había visto sólo esa mañana. A menos que Frank lo
haya movido.

Con una inhalación profunda, Maraveet se levantó. —Bien. Voy


a salir. No sé cuándo volveré, no es que te preocupe o te importe.

La dejó salir, no estaba de humor para su quejadera. El Señor


sabía que amaba a la mujer, pero no tenía tiempo para sentarse
y no hacer nada. No tenía el coraje. En el momento en que tuvo
un segundo de tiempo libre, se vio envuelto en pensamientos de
Juliette y tan pronto como eso sucedió, los días podían pasar en
un remolino de depresión y él no lo notaría. Cada una de sus
horas de sueño y de vigilia se consumía por las imágenes de su
rostro, la entonación de su voz y la constante pregunta de si
estaba bien. Sabía que ella seguía trabajando en el hotel, pero
eso era todo lo que se permitía.

Frank apareció en la puerta. —¿Me buscabas?


Aliviado, Killian se enderezó. —¿Dónde está el informe financiero
de Ice?

—Lo archivé, según su petición.

Killian no recordaba nada de esto, pero lo dejó pasar. —Tráelos,


por favor, junto con los formularios de impuestos de fin de año
para...

El teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Parte de él


contemplaba dejarlo sonar, por si acaso era ese idiota
contratista. La otra parte sabía que tenía que responder,
especialmente si era el contratista idiota.

—McClary. —le ladró al receptor.

—Sr. McClary, soy Susan Compton, hablamos la semana pasada


sobre la obra benéfica que va a hacer este fin de semana.

Killian asintió con la cabeza, a pesar de que no podía verlo. —Sí,


hola, Sra. Compton. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Sólo llamo para informarles que todo está organizado. Hemos


vendido un poco más de novecientas mesas y el jardín botánico
está listo para el gran día. Tengo algunas preguntas sobre el
catering y si quieren que les sirvan algo especial, pero por lo
demás, estamos muy adelantados.

Killian nunca dudó de la capacidad de la mujer para organizar


un evento benéfico exitoso en un abrir y cerrar de ojos. Era la
mejor en su campo y su larga lista de clientes hablaba por sí
misma. Pero él realmente deseaba que ella llamara a Frank. Él
tenía más paciencia.
—Llama a quien creas que haría el mejor trabajo y no tengo
peticiones específicas. —Golpeó su bolígrafo en el
escritorio—. Si tiene más preguntas, puede contactar...

—No lo haré —le aseguró Susan—. Como dije, ya hemos


terminado con todo lo demás. Lo veré en el evento, Sr. McClary.
Que tenga una semana maravillosa.

Con eso, ella colgó.

Resistiendo el impulso de meterse las yemas de los dedos en las


sienes, Killian dejó el teléfono y se enfrentó a Frank.

—¿Puedes localizar mi esmoquin para la cena y asegurarte de


que esté listo para este fin de semana? Además, tráeme los
archivos que te pedí. Me gustaría revisarlos de nuevo antes de
tener esa reunión con el jefe de...

Su teléfono sonó de nuevo y maldijo.

No era nada nuevo. Había sido una rotación constante de


llamadas y reuniones, cuando no estaba escribiendo, firmando
o leyendo un contrato, formulario, o cualquier otra cosa que
necesitara que su vida fuera firmada. Todo era un desastre, pero
lo mantenía en marcha. Lo mantenía ocupado. Había veces que
se quedaba despierto durante días, llegando al borde del
agotamiento antes de caer boca abajo en la cama. De ninguna
otra manera se quedaría acostado ahí, mirando el espacio vacío
a su lado y deseando cosas que no tenía derecho a desear. Casi
matarse parecía ser la única forma de descansar, aunque fuera
sin descanso y atormentado de todos los males de su mundo.

Era la hora de la cena cuando Maraveet regresó a casa. Killian


no le preguntó dónde había estado, pero ella entró en su oficina
mientras él terminaba los últimos formularios de impuestos del
año anterior. Llevaba un vestido negro sobre mallas negras y
botas marrones. Su cabello rebotó alrededor de sus hombros
como llamas. Acechó a su escritorio y se detuvo para mirarlo con
atención.

—¿Ya has terminado? —ella exigió.

Killian suspiró. —¿Por qué es tan importante que termine?

Los ojos verdes de Maraveet se estrecharon. —Porque he tenido


la loca idea de verte antes de irme.

—¿Irte? —Killian se levantó—. ¿Irte dónde?

—Oh, ¿te importa ahora?

—No seas una mierda, Mar. No tengo paciencia.

Maraveet resopló. —¿Sabes qué? No creo que te lo diga. Está


claro que ya lo sabes todo. Pero tampoco me quedaré para que
me ignores. Así que, adiós y buena suerte.

—Mar, espera. —Él rodeó el escritorio antes de que ella se


fuera—. Lo siento, ¿de acuerdo? Tengo muchas cosas en la
cabeza últimamente.

Su cara se suavizó. —Juliette.

No se molestó en negarlo. —Sí, pero no del todo.

Maraveet suspiró fuertemente. —Entonces, ¿por qué no vas a


hablar con ella? Tráela de vuelta. Sé que te extraña.

Algo en eso envió un aguijonazo a través de su pecho.

—¿Has hablado con ella? —Sabía que no debía preguntar y aun


así necesitaba saberlo—. ¿Está bien?
—No, no lo está.

Su corazón cayó en su estómago como una piedra y fue atrapado


por el ácido burbujeante. —¿Por qué? ¿Qué pasa?

—¿Cómo es que no lo sabes? No estás realmente tan ciego,


¿verdad, hermanito?

—¡Maldita sea, Maraveet! Sólo dime.

Su mirada era compasiva y ligeramente asqueada. —Ella está


enamorada de un absoluto idiota. No es de extrañar que tenga
el corazón roto. Espera que entres en razón y la elijas por encima
de esta vida a la que no perteneces y nunca lo harás. —Ella se
cruzó de brazos—. Está saliendo con alguien, ya sabes. Está
viendo a un tipo guapo llamado Randy.

Él se dio la vuelta y se dirigió a su escritorio. —¿Por qué necesito


escuchar esto?

—Porque, idiota, ¡la vas a perder sino sacas tu gorda cabeza de


tu culo! Esta persona, Randy, es agradable y todo eso, pero no
es tú y ese es a quien ella quiere.

Killian se detuvo y la miró con ojos de acero por encima de su


hombro. —Tienes problemas, ¿lo sabes? Durante años me has
dicho que me mantenga alejado de la gente, que nunca me
enamore, que nunca me deje ser feliz. Cuando finalmente te
escucho, me dices que debería arrastrar a Juliette de nuevo a
esta pesadilla y ponerla en peligro de nuevo. No puedo decidir
honestamente si me odias a mí o a ella.

—¡No los odio a ninguno de los dos! —ella grito—. Los quiero a
los dos, por eso estoy aquí. No has sido el mismo desde que ella
se fue. Honestamente, odio a esta persona en la que te has
convertido. Eres arrogante y egoísta, y lo que es peor, estás
amargado. Mi hermano, pase lo que pase, siempre ha sido
amable y maravilloso y siempre ha pensado en los demás. Ahora,
solo eres un imbécil detrás de un elegante escritorio.

Se dio la vuelta, su temperamento chocando con el dolor que le


pinchaba las sienes. —¿Qué quieres de mí, eh? ¡Parece que no
puedes decidirte!

—¡Quiero que seas feliz! —ella le gritó, con las mejillas rojas por
el esfuerzo—. Quiero que no estés más aquí. Quiero que
renuncies a esta vida que no es tuya. No perteneces a este lugar,
Killian. Nunca perteneciste. Tu madre lo sabía. ¿Crees que ella
querría que te encerraras aquí día tras día, noche tras noche,
matándote por nada? Ella quería que fueras feliz. Ella quería
nietos. Quería que encontraras tu cuento de hadas y lo has
hecho. Encontraste a Juliette. Ella es la única destinada a ti y
tú la estás alejando.

—Casi la pierdo —le recordó, luchando por mantener su voz bajo


control—. Estuve tan cerca, Mar.

—Lo sé, pero...

—No, no lo haces. No tienes ni idea de cuánto odio esto. No tienes


idea de cuánto la quiero de vuelta, o de las cosas que haría
felizmente para que ocurriera. La echo de menos, Mar. La
extraño tanto que duele. Pero cada vez que levanto el teléfono
para llamarla, o incluso pienso en tenerla de vuelta, recuerdo los
paquetes. Recuerdo lo completamente inútil e impotente que me
sentí al no saber lo que le estaban haciendo. Yo le hice eso. La
puse en sus manos y no puedo volver a hacerlo. No puedo...
¡Dios, no puedo! —Se agachó contra su escritorio y se puso una
mano sobre sus ojos ardientes—. Deja que me pudra aquí.
Prefiero morir solo y miserable que vivir para siempre sabiendo
que no está ahí fuera.

—¡Bien! —Su barbilla se torció—. Pero espero que sepas que te


odio tanto en este momento.

Girando en la punta de sus talones, Maraveet salió de la


habitación, dejando a Killian solo en su miseria.
—Oye, ¿quieres ir al cine conmigo esta noche?

Randy Sawyer sonrió a Juliette desde el otro lado del mostrador.


La anticipación y la esperanza brillaban en sus ojos azules,
dando a sus rasgos bellamente cincelados un brillo casi infantil.

—Una película suena bien —Juliette mintió, obligándose a


sonreír—. Me gustaría eso.

Eso no era del todo una mentira. Le gustaban las películas y le


gustaba Randy y a veces, era agradable hacer cosas que le
gustaban que no implicaban dormir o caminar por su casa en
pijama. El único problema era que no podía hacer que le gustara
Randy como parecía gustarle a él y eso hacía que todo el asunto
de las citas fuera incómodo.

Habían pasado dos semanas desde su primera cita y aún no


estaba segura de por qué seguía diciendo que sí cuando todo lo
que quería era morir una muerte solitaria revolcándose en su
propia desolación. Tal vez fue porque Vi se negó a dejarla o el
hecho de que cada vez que le preguntaba, su boca decía
automáticamente que sí, como si lo dijera con la suficiente
frecuencia, eventualmente su corazón notaría que, oye, hay un
tipo muy dulce y apuesto por aquí que merece una oportunidad.
Eso la convirtió en la peor persona del mundo, pero su cerebro
ya había decidido que necesitaba seguir adelante y dejarse
llevar. Su corazón era un asunto completamente distinto. Seguía
insistiendo en que quería a Killian y sólo Killian y nadie más lo
haría. Los dos se negaban a estar de acuerdo en todo y Randy
recibía los golpes. Pero ella pensó que, si se forzaba a sí misma
a prestar más atención y a abrirse a la posibilidad, entonces
quizás, eventualmente, el dolor se desvanecería. Eso no había
sucedido todavía.

Hoyuelos aparecieron de una sonrisa hecha para los anuncios


de pasta de dientes. —¡Grandioso! Te recogeré a las seis.

—¿Por qué no nos encontramos en mi casa? —ella sugirió—. Así


me puedo cambiar.

Randy asintió. —Vale, pero puedo dejarte para que no tengas


que tomar el autobús.

Su amabilidad hizo que se odiara un poco más.

—Está bien. Me gusta el autobús. Además, seguirás trabajando


cuando salga.

Randy era un masajista en el spa del hotel. Nunca lo había visto


antes del día en que se acercó a su mostrador y le pidió su
número. El gran tamaño de él, esos hoyuelos, y el inesperado
acercamiento la habían empujado a cumplir.

Él cedió. —Bien, está bien, entonces te recogeré a las siete.

Juliette estuvo de acuerdo y vio cómo se alejaba.

¡Puedo hacerlo! Ella se había dispuesto a creer. Honestamente,


¿qué tan difícil fue encontrar a alguien más? La gente lo hacía
todo el tiempo. Terminaban, comían chocolate, y seguían
adelante con alguien nuevo. Ni siquiera era como si ella y Killian
hubieran estado saliendo. Sólo había sido sexo, por el amor de
Dios. Dejarlo no debería ser tan difícil, y aun así, cinco meses
más tarde, seguía siendo incapaz de hacerlo, incluso con un
chico tan asombroso, dulce y seguro como Randy. Había algo
malo en ella, claramente. Tenía problemas.

—¡Tienes problemas! —Vi golpeó el trapo de cocina en la isla y


se dirigió a la nevera—. Estás loca y ya no estoy alimentando tu
locura.

—Vi, ¡por favor! —Juliette rogó—. Si tengo que escuchar un


silencio incómodo más, me suicidaré.

—¿Pero ir a tu cita? —la chica lloró, dando vueltas—. ¿Tienes


idea de lo raro que es eso? Dios, Jewels, va a pensar que somos
un paquete de amor de hermana pervertida.

—Oh, ¡ew! —Juliette se estremeció—. Eso es asqueroso.

—¡Entonces no me invites a tu cita!

Gruñendo, Juliette se dejó caer en un taburete en la isla y dejó


caer su rostro en sus brazos cruzados. —No sé qué decirle
cuando estamos juntos —murmuró. Levantó el rostro y miró
implorante a su hermana—. Sigue preguntándome cosas.

La mirada que Vi le echó fue de profundo disgusto. —¡Sí, porque


estás saliendo con alguien! —Ella lanzó sus manos—. ¿Por qué
lo haces si ni siquiera puedes soportar tener una conversación
con él?

—No es que no pueda soportar hablar con él —argumentó


Juliette—. Es porque no...

—¿Qué? —exigió Vi cuando se alejó.

Juliette suspiró. —Porque no quiero hablar con él. Quiero decir


que sí quiero. Es un gran tipo y...

—Y le gustas mucho —dijo Vi, sin ser de ninguna ayuda.

—Pero no siento nada —susurró Juliette—. Cuando me toma la


mano o cuando me besa…

Vi levantó una ceja. —¿Te refieres a ese incómodo picoteo en la


mejilla que casi te saca de la piel? Vale, bien, lo siento. No ayuda.
Vamos —murmuró cuando Juliette le hizo fruncir el ceño.

—Sigo esperando que algo se encienda y no estoy consiguiendo


nada.

—Entonces claramente necesitas decir adiós y encontrar a


alguien más —dijo Vi sabiamente.

—¿Y si nadie más me quiere? —Juliette se estremeció ante la


patética nota de su voz—. ¿Y si Killian... —Sólo decir su nombre
duele—. ¿Y si fuera el único y...

—Tienes razón. —Vi suspiró—. Bueno, sólo hay una cosa que
hacer ahora. Necesitamos conseguirte un gato.

Ella le tiró el trapo a la cara de Vi.

La chica lo atrapó, sonriendo. —Le llamaremos Ginger.


—¿Quieres callarte? —Juliette se levantó.

—Y le pondremos una campanilla en su pequeño cuello —Vi


continuó implacablemente—. Entonces, le conseguiremos una
novia y la llamaremos Whiskers. Entonces Ginger y Whiskers
podrán tener pequeños gatitos y...

—Te odio. —Salió tropezando de la habitación con la historia de


Vi del futuro de Juliette siguiéndola hasta las
escaleras—. ¡Todavía vienes conmigo esta noche! —gritó por
encima de su hombro.

—¿Pueden venir Daisy y el Sr. Pickles también? —Vi la persiguió


por el pasillo—. Sabes cómo odian estar lejos de ti. Además,
querrán conocer a su nuevo papá. ¡Oh! —Aplaudiendo, Vi se
saltó el primer paso después de Juliette—. ¡Te conseguiremos
uno de esos bolsos para gatos y podrás llevar a todos tus bebés
contigo a todas partes! O un cochecito de gatitos.

—Te empujaré por las escaleras, lo juro por Dios.

Las carcajadas de Vi las siguió hasta la cima.

Randy llegó puntualmente a las siete en su Dodge Ram y


arreglado, jeans planchados y abrigo negro. Su cabello estaba
todavía húmedo en las puntas como si se hubiera ido directo
después de la ducha. El olor del jabón y la crema de afeitar se
flotaba de él cuando se acercó a rozar un beso en la mejilla de
Juliette.

—Hola.

Obligando a su boca a obedecer, Juliette le sonrió. —Oye, no te


importa si Vi nos acompaña, ¿verdad? No tenía nada que hacer
y me sentí mal dejándola sola.
—¡No! No, en absoluto. Será genial conocerla de verdad. —Miró
más allá de ella a Vi, que tardaba innecesariamente en cerrar la
puerta—. Hola Vi, ¿cómo estás?

Metiendo sus llaves en el bolsillo, Vi se les unió al final de la


escalera. —Bien. Estoy bien. Emocionada, en realidad.

Las cejas de Randy subieron con interés. —¿Si? ¿Qué pasa?

El brazo de Vi serpenteó a través del de Juliette. —Juliette ha


aceptado tener un gatito.

Juliette la empujó.

—Siempre ha querido un gatito —continuó Vi, imperturbable.

—Te cortaré —advirtió Juliette en voz baja.

Vi simplemente sonrió.

Randy miro de una a otra, genuinamente desconcertado. —Oh,


bueno, eso es genial. Me encantan los gatos.

Vi le dio un codazo a Juliette. — ¡Papi!

—Bien, ¿podemos irnos por favor? —Juliette marchó hacia la


camioneta con los otros dos siguiéndola.

Condujeron al cine en silencio. En el asiento trasero, la


desaprobación de Vi se enroscó en la cabina, haciendo el aire
amargamente incómodo. Juliette se preguntaba si Randy
también podía sentirlo, pero de un vistazo, parecía estar sólo
concentrado en la carretera. Había una calma en su perfil que
ella envidiaba. La luz del sol jugaba con las puntas de su cabello
húmedo, haciendo brillar las ricas hebras. Resaltaba las finas
curvas de sus pestañas hasta el delicado oro. Juliette nunca
entendió el término "Adonis", pero si podía imaginar a alguien
como la deidad, era a Randy. Encajaba con la persona, el cuerpo
de Hércules y el rostro de Adonis. Cualquier chica sería
afortunada de tenerlo.

El pensamiento cuajó algo en su pecho, convirtiendo la poca


felicidad que aún albergaba en culpa y autodesprecio. Era una
mala persona. No había otra explicación para ello.

—Oh, casi lo olvido. —Randy se detuvo en un semáforo en rojo


y giró la cabeza hacia Juliette—. Gané entradas hoy en el trabajo
para el nuevo jardín botánico que abre este fin de semana.

Las cejas de Juliette se levantaron. —¡Vaya! ¿En serio?

Asintió con la cabeza. —Ni siquiera sabía que teníamos un


concurso o algo así, pero mi jefe se acercó a mí y me dijo aquí,
usted ganó.

—¡Eso es genial! —dijo Juliette, en serio—. He querido ir desde


que me enteré.

Eso pareció animar a Randy. Sonrió cuando el semáforo se puso


en verde y puso la camioneta en marcha.

—¿Sí? Bien, porque esperaba que fueras conmigo.

Juliette se puso tensa. —Oh...

—Vi puede venir —dijo Randy rápidamente—. Sólo tengo dos


entradas, pero estoy seguro de que podemos conseguir otra...

—No, ¡eso es totalmente genial! —Vi canalizó desde el asiento


trasero—. Ni siquiera me gustan las flores. Deberían ir.
¡Di que sí! La voz insistía en que Juliette sólo podía sentarse y
mirar sus manos enroscadas en su regazo. Esto era lo que ella
quería. Era lo que necesitaba. Tenía que hacer que esto
funcionara.

—Me encantaría ir —se escuchó a sí misma decir, y el hueco en


su voz era dolorosamente evidente incluso para sus propios
oídos.

Mala persona. Una persona tan horrible, miserable y podrida.


No se merecía a Randy. Ciertamente no se merecía el desastre
que ella era. No había sido más que bueno con ella y sólo podía
pensar en lo mal que se sentía al estar en esa camioneta con él.
Ella debería decírselo. Él necesitaba saber que había una muy
buena posibilidad de que ella nunca lo amara. Que nunca
podrían ser más que dos extraños incómodos.

—¿Juliette? —Ella debe haber hecho un sonido, porque Randy


estaba lanzando miradas preocupadas a su manera—. ¿Estás
bien?

¡Díselo!

Pero las palabras permanecieron tercamente alojadas en su


garganta. En cambio, sonreía y asentía con la cabeza como si no
fuera una absoluta cobarde.

Llegaron al cine e hicieron lo que siempre hacían: consiguieron


sus entradas, sus palomitas de maíz, y se dirigieron a la puerta
correcta. Juliette no tenía ni idea de qué película habían
escogido. Ni siquiera la vio. Se pasó toda la hora intentando no
mirar el brazo de Randy ocupando todo el reposabrazos. Sabía
que no lo hacía por ser un idiota. Sin duda esperaba que ella
hiciera lo normal y pusiera el suyo al lado y debería hacerlo,
porque eso es lo que hacen las personas que salen con alguien.
Se tomaban de la mano en el cine. Se besaban. Se abrazaban.
Lo que no hacían era estremecerse cada vez que se rozaban los
hombros.

La película terminó y todos se levantaron. Ella siguió a Randy


por el pasillo con Vi pisándole los talones.

—¿Tienen hambre? —preguntó Randy cuando salieron del cine


y se dirigieron a la camioneta.

—Tengo que ir a la escuela mañana y terminar la tarea —dijo


Vi—. Pero si ustedes...

—En realidad tengo que empezar a trabajar muy temprano


mañana —dijo Juliette—. Debería asegurarme de tener ropa
limpia.

Randy asintió. —Me parece justo. —Llegaron a la camioneta y él


le abrió la puerta de un tirón—. ¿Pero seguimos en pie para este
fin de semana? El evento comienza como a las ocho entonces
puedo pasarte a buscar a las siete, ¿si te parece bien?

Juliette asintió. —Me gustaría mucho.


El bajo parloteo de las voces, el relajante zumbido de las flautas
y los violines rodaban a lo largo de las lisas hojas de cristal que
se elevaban en el cielo de la noche en una brillante cúpula sobre
un impresionante mar de colores. El conservatorio estaba lleno
de gente que Killian nunca había conocido y que no deseaba
conocer ahora, pero se quedó y saludó a cada uno cortésmente.
En algún lugar del desorden estaba Maraveet. Ella no le había
hablado desde la discusión, pero él podía sentir su rabia y
decepción como una brisa helada. Tomó una nota mental para
localizarla antes de que la noche terminara y, con suerte, calmar
algunas de sus plumas.

Mientras tanto, dio vueltas por la habitación, haciendo de


anfitrión siempre amable. Se reía y hablaba como si su corbata
de lazo no le asfixiara, como si su traje no fuera incómodamente
demasiado apretado. Todo estaba en su cabeza, pero aun así
quería arrancarlo todo e irse a casa.

—¡Killian McClary! —Nelson Miles cortó la multitud de seda y


gemas, con una gran palma extendida—. Me alegro de verte de
nuevo.

Killian se emborrachó con su sonrisa requerida y se volvió para


saludar al hombre. —Sr. Alcalde, me alegro de que haya podido
venir.
—Por supuesto. ¡Por supuesto! —Liberó la mano de Killian—.
No me lo perdería. Nora no pudo dejar de hablar de ello durante
semanas.

Pequeña y como un hada con su vestido de lentejuelas verdes,


Nora le sonrió a Killian. —Un jardín es justo lo que esta ciudad
necesitaba. Es absolutamente precioso.

Killian le ofreció una sonrisa y la inclinación de su cabeza. —No


es tan hermosa como se ve esta noche, Sra. Miles.

Sus pálidas mejillas se sonrojaron. —Eres demasiado amable.

El alcalde Miles rodeó con un suave brazo la pequeña cintura de


su esposa y la llevó cómodamente a su lado. No era un gesto
posesivo, sino que hablaba de una larga y feliz relación.

—Ella se ve impresionante esta noche, ¿no es así?

El color del rostro de su esposa se amplificó, pero el brillo de


placer de sus ojos verdes contradijo el golpe juguetón que le dio
a su marido.

—Détente.

Riéndose, el alcalde Miles se volvió hacia Killian. —Dime qué te


hizo pensar en construir tal esplendor.

—Mi madre —respondió Killian honestamente—. Ella tenía un


amor por las flores y los jardines. Quería compartir ese amor con
la ciudad.

—Oh, qué dulce —susurró la Sra. Miles—. Bueno, has hecho un


trabajo maravilloso. Estoy segura de que le habría encantado.
Killian comenzó a abrir la boca para responder cuando un
movimiento en la entrada le llamó la atención. Las palabras que
había estado formulando se disolvieron en una niebla que se
asentó en su cerebro. Su boca se secó incluso cuando su corazón
dio una violenta sacudida en su pecho.

Juliette.

Llevaba el vestido que le había regalado en Halloween. El vestido


griego se ondulaba a lo largo de su marco flexible en una ola de
satén blanco y gemas brillantes. Los hilos de plata brillaban con
su movimiento sin prisa. Se había peinado con un moño
retorcido que le dejaba los hombros desnudos y el rostro
enmarcado por unos sutiles rizos. No llevaba ninguna joya,
excepto el colgante de su madre, y el hecho de verlo anidado en
la suave piel de su pecho fue casi su perdición. Luego vio la
figura corpulenta que estaba a su lado, una mano se posó
ligeramente sobre la pequeña de su espalda y el estallido de
alegría que había sentido al verla se congeló en un oscuro
arrebato de rabia.

—¿Killian? —La Sra. Miles tenía una delicada mano en su brazo


y se dio cuenta, con sorpresa, que sus dedos se habían
convertido en puños—. ¿Está todo bien?

Obligándose a no hacer algo absolutamente loco como agarrar


al bastardo que tenía las manos sobre Juliette y lanzarlo
directamente al estanque.

—Sí, perdóname, pero debo encontrar a alguien.

Disculpándose, se dirigió en la dirección opuesta a Juliette.


Luchó por mantener sus pasos lentos e incluso cuando todo lo
que quería era barrer a través de toda la multitud en busca de
su entrometida hermana.

Maraveet estaba junto a una fuente, con una copa de champán


en una mano y su bolso en la otra. Las luces construidas bajo el
agua se reflejaban en su vestido dorado, haciendo brillar las
lentejuelas, que a su vez se reflejaban en su piel en destellos
temblorosos. Miró hacia arriba cuando Killian se acercó.

—¿Por qué? —exigió sin perder el ritmo.

—¿Perdón?

Se acercó más, esperando que la corta distancia le recordara


mantener la voz baja. —¿Por qué la invitaste?

Maraveet parpadeó. —¿Quién?

—¡Ya sabes quién! —siseó a través de sus dientes—. Juliette.

La cara de Maraveet pasó de estar sorprendida a estar


totalmente en blanco en el segundo que tardó en parpadear. —
No sé de qué estás hablando. Si ella está aquí, entonces tal vez
compró un boleto como todos los demás. Es un evento público,
después de todo.

No lo había considerado. No había considerado volver a verla,


especialmente no en un evento de caridad, no con otro hombre.

—Ella necesita irse —decidió, más para sí mismo que para


Maraveet.

—Está bien. —Levantó su copa hasta sus labios rojos y tomó un


sorbo—. Díselo tú.
Así de fácil, Maraveet se puso en marcha y se escabulló entre la
multitud, dejándolo solo para que lo descubriera. Echó un
vistazo a la habitación, preguntándose si era lo suficientemente
grande para evitarla. Ciertamente había suficiente gente y si
prestaba atención a dónde estaba ella toda la noche, podría
fácilmente mantenerse fuera de su camino.

Era más fácil decirlo que hacerlo cuando prestar atención


significaba observar cómo el simio a su lado la tocaba, se
agachaba para murmurar en su oído. El tipo estaba encima de
ella, dándole comida, pasándole bebidas... pidiéndole que
bailara.

No pudo hacerlo. No sin cometer un asesinato ante toda esa


gente. No, necesitaba irse. Susan podía hacerse cargo,
asegurarse de que el resto de la noche transcurriera sin
problemas. Era un hombre ocupado después de todo y nadie
esperaba que se quedara a festejar. Podía escabullirse por la
parte de atrás y nadie...

Juliette se apartó de su compañero, dijo algo, y luego se escapó


rápidamente de la pista de baile en la dirección opuesta. Sus
zancadas fueron apresuradas, prácticamente una carrera
cercana mientras se agachaba a través de las puertas abiertas
de la terraza y desaparecía en los jardines.

¡No lo hagas! Su cerebro advirtió con fuerza, pero sus pies se


negaron a escuchar.

Se apresuró a ir tras ella.


Esto fue una mala idea. Fue una muy mala idea. Ella nunca
debió haber venido. ¿En qué estaba pensando? Por supuesto que
Randy querría bailar y disfrutar de la noche. Por supuesto que
querría tocar y actuar como todas las otras parejas a su
alrededor. ¿Y por qué no lo haría? No, ya estaba hecho. Ella no
podía hacer esto más. No era justo, no para Randy. Ella tenía
que terminarlo. No había nada más para ello.

—¡Juliette!

Como si fuera conjurado desde las mismas profundidades de su


confusión, Randy corrió tras ella. Su cabello rubio captó la luz
de la fila de lámparas que marcaban el camino empedrado y
brilló como una señal en la fría noche. Sus mejillas estaban
rosadas por la persecución y sus ojos azules brillaban con una
preocupación que sólo la hacía sentir peor.

—¿Qué pasa?

Juliette exhaló, deseando que el suelo se abriera y se la tragara.


—Lo siento mucho, Randy. Soy una persona horrible.

Se detuvo a un metro de ella y se detuvo. —¿De qué estás


hablando? No eres horrible.

Ella asintió. —Lo soy y no puedo... no puedo hacerte esto nunca


más. Me esforcé tanto en ser la clase de persona que mereces y
no puedo. Nunca seré esa persona porque no puedo hacer que
te desee de la manera que sé que debería y traté, realmente,
realmente traté tan duro de hacer esto, pero no puedo...

—Wow, más despacio. —Le ofreció una pequeña y débil


risa—. ¿De qué estás hablando?

—Amo a otra persona. —Ella apretó los ojos con fuerza—. Me


convierte en la mayor tonta del planeta, porque no me quiere,
pero no puedo seguir viéndote cuando...

—Cuando amas a alguien más —terminó por ella en voz baja.

Sus ojos se abrieron y lo miró a través de una capa de lágrimas.


—Lo siento mucho.

Randy sacudió la cabeza. —No, lo entiendo. Me imaginé que era


algo así, pero pensé que si lo intentaba...

Su corazón se desgarró de nuevo. —Lo siento —murmuró por


centésima vez—. Lo siento mucho, mucho.

—No, no es tu culpa. —Le ofreció una media sonrisa—. No


podemos evitar a quien amamos. No esperaba que te enamoraras
perdidamente de mí en dos semanas. No funciona de esa
manera.

Le había llevado menos tiempo enamorarse de Killian, pero


Randy no necesitaba saberlo.

—Randy.

—Por favor, no vuelvas a decir que lo sientes —se burló con una
risita—. Está bien. Fue divertido, ¿verdad?

Asintió con la cabeza, porque no sabía qué más hacer.


—Bien entonces. —Metió las manos en los bolsillos—. ¿Puedo al
menos llevarte de vuelta a casa?

Sacudió la cabeza. Lo último que quería era un doloroso viaje de


regreso.

—Encontraré mi propio camino. Gracias.

Con un lento asentimiento, dio un paso atrás. —Entonces, nos


vemos por ahí, ¿no?

—Sí.

Se puso en marcha y volvió por donde había venido. A mitad del


camino, se detuvo y miró hacia atrás.

—Para que conste, tú no eres la tonta. Él lo es.

Luego él se fue y ella estaba completamente sola en el segundo


jardín más bello en el que había estado y todo lo que quería hacer
era llorar. En vez de eso, sacó su teléfono del bolsillo y llamó a
casa. Vi respondió al tercer timbre.

—No puedes aburrirte ya.

—Se lo dije —dijo ella—. Se lo dije y se fue.

—Wow, ¿qué?

—Randy. —Respirando con fuerza, Juliette se puso a caminar


más por el camino—. Le hablé de Killian.

—¿Le hablaste de Killian? —La exclamación de Vi casi le perfora


los tímpanos—. ¿Estás loca? ¿Por qué harías eso?

—Porque me pidió que bailara y le dije que sí y estábamos en la


pista y él me abrazaba y todo lo que podía pensar era en la vez
que bailé con Killian y cómo estoy usando el vestido que me dio
y…

—¡Juliette, respira!

Pero fue más allá de eso, ella pasaba a estar ligeramente


histérica directamente al lugar de no retorno.

—Y me di cuenta de que así es como siempre va a ser. Me


preguntará algo y le diré que sí porque no quiero estar sola y
terminaré casada con él y tendré un millón de bebés y seguiré
viviendo cada día comparándolo con Killian y él fracasará.
Siempre fracasará porque amo a Killian y nunca amaré a Randy
y...

El teléfono desapareció de su mano antes de que pudiera


terminar su crisis. La ausencia de él la hizo girar sobre sus
talones y enfrentarse cara a cara con el último hombre que
esperaba volver a ver. Su corazón se disparó incluso cuando su
estómago cayó.

—¿Killian?

Ojos oscuros se encontraron con los de ella, agudos y


penetrantes mientras él se llevaba el teléfono a la oreja. Podía oír
vagamente a Vi llamándola por su nombre en el otro extremo.

—Ella te llamará.

Hubo una pausa de una fracción de segundo de su hermana,


luego, —¿Killian?

Sin responder, colgó y metió el teléfono de Juliette en su bolsillo.


Ella siguió la mano con los ojos, se quedó muda, excepto para
señalar y murmurar —Le colgaste —estúpidamente.
—Ella lo entenderá.

Pensamientos no expresados dispersos en todas las direcciones,


una cesta de hilo derramado que se desenrolla y desenreda y se
enreda en el suelo. Sabía que necesitaba decir algo, pero no
estaba del todo segura de estar despierta o de si era sólo otro
producto de su imaginación.

Bañado en el suave resplandor de las luces a su alrededor,


parecía tan surrealista, como muchos de sus sueños. Las
sombras se moldeaban a su alrededor tan cómodamente como
su traje oscuro. Su rostro colgaba en algún lugar entre la luz y
la oscuridad, pero la contemplación brillaba en el
inquebrantable contorno de sus ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo al fin, cuando se hizo


evidente que no era un sueño.

—Es mi evento de caridad —respondió con ecuanimidad.

No parecía para nada sorprendido de verla allí, lo que le hizo


preguntarse...

—¿Le enviaste a Randy los boletos?

Sacudió la cabeza. —No, no lo haría.

Por supuesto que no. ¿Por qué lo haría? No quería volver a verla,
así que ¿por qué la invitaría a ella y a su novio? La realización
se hundió en su pecho como garras que se clavan en la carne y
los huesos para cerrar alrededor de su corazón.

—Estaba a punto de irme —dijo ella, ya estaba bordeando a su


alrededor—. Que tengas una buena noche.

—Te ves hermosa.


Su cumplido silencioso calmó su retirada. Su mirada se elevó a
la de él y la encontró cerrada de toda emoción.

—Gracias. —Su mano cayó inestablemente por la parte


delantera de su vestido—. No quería que se desperdiciara y la
invitación decía formal.

—No me refería al vestido.

Sus pulmones se contrajeron, volviendo loco el revoloteo de su


estómago. —Debería irme. ¿Me devuelves mi teléfono, por favor?

En lugar de cumplir, cerró el poco espacio que había entre ellos.


Los dos pasos que ella habría dado fueron devorados por sólo
uno de los suyos y él estaba de repente allí, delante de ella, alto
e imposiblemente bello robándole el oxígeno.

—Si me respondes algo primero.

Sus proximidades causaban estragos en ella, ella sólo podía


tragar de forma audible y asentir con la cabeza.

—¿Quisiste decir lo que dijiste?

Su corazón saltó en pánico. Ni siquiera se había dado cuenta de


que podría haber escuchado todo lo que le dijo a Randy o a Vi.
Ella no había considerado que él estaría allí. ¿Por qué lo haría?
¿Cuáles eran las probabilidades? Pero ese ya no era su
problema. ¿Cuánto había escuchado?

—¿Qué? —se obligó a responder.

—Las cosas que dijiste. —Sus pestañas bajaron, haciendo


sombra a sus ojos mientras observaba sus labios separados—.
¿Las dijiste en serio?
—¿Y tú? —Se oyó a sí misma preguntar—. Las cosas que dijiste
en tu oficina, ¿las dijiste en serio?

Su mirada se elevó a la de ella y se fijó en ella.

—Lo quería.

Su confesión silenciosa se filtró a través de ella, haciendo mella


en su resolución.

—¿Pero lo hiciste?

Le llevó más tiempo responder. Su mandíbula estaba tan


apretada que casi temía que sus dientes se rompieran. Sus ojos
brillaban con su confusión interior. La tensión vibraba en él para
llenar el aire fresco a su alrededor.

—¡Maldita sea, Juliette! —Gruñó por fin, con la máscara de la


calma rota—. No hagas esto. —Sus ojos negros ardían en los de
ella, parpadeando y chisporroteando de miedo, ira y tanto anhelo
que casi la destruyó—. No me preguntes eso.

Con el corazón roto, empezó a alejarse de él. —Entonces no


importa si lo que dije fue en serio, ¿verdad? —Rompió la
conexión y se alejó—. Adiós.

Su mano se cerró sobre la boca de ella por detrás. — ¡No! —Él


respiró en su oído—. No digas eso otra vez. No lo soporto. —Sus
dedos se relajaron y su mano se deslizó. Pero incluso sin que él
la sujetara, ella podía sentir el roce de su pecho contra su
espalda, el susurro de su aliento a lo largo de su piel. Estaba tan
cerca que su calor era una manta caliente alrededor de sus
hombros desnudos—. Cada voz en mi cabeza me dice que debo
dejarte ir. —Sólo la vibración de esas palabras en su
espalda le aseguraba que no había escuchado mal. Fue el pálpito
de su corazón contra su omóplato—. Eso quiere decir que sí,
quise decir cada palabra y debería decirte que te vayas.

Juliette luchó por regular cada respiración, con miedo de que el


más mínimo movimiento lo llevara de vuelta a sus sentidos.

—¿Es eso lo que quieres? —Se lamió los labios—. ¿Quieres que
me vaya?

—Sí. —Ni siquiera dudó.

La única palabra atravesó su cuerpo como dagas oxidadas. El


dolor y la vergüenza se calentaron bajo sus mejillas y comenzó a
alejarse.

—Pregúntame lo que necesito, Juliette.

Su corazón se rompió contra sus costillas, un barco indefenso


en una tormenta furiosa.

—¿Qué necesitas? —dijo apenas por encima de un susurro


ahogado.

—Necesito respirar de nuevo. —Cada palabra vibraba como si


hubiera sido arrancada de su alma. La envolvieron con sus
bordes espinosos y la cortaron profundamente—. Necesito sentir
lo que es no estar muriendo por dentro. —La punta de su nariz
rozó ligeramente el lado de su rostro, apenas un susurro—. Te
necesito.

Juliette no se detuvo para dejarle terminar. Se giró sobre sus


talones y se lanzó a sus brazos, brazos que no perdieron tiempo
en juntarla contra su pecho. Sus costillas se rompieron, pero no
le importó.
—No lo hice —le susurró al oído—. No quise decir ni una maldita
palabra de lo que dije esa noche.

—Quise decir lo que dije —susurró ella a un lado de su


cuello—. Te amo.

Los brazos apretados, aplastantes y dolorosos. —Jesús,


Juliette. —Su aliento desigual se quemó en la piel desnuda de
su hombro—. Jesús, te amo. —Se retiró para tomar su rostro
entre sus manos. La urgencia y la desesperación brillaban detrás
de sus ojos, iluminándolos con una profunda luz interior—. No
sé cómo, pero voy a hacer que esto funcione. Haré lo que tenga
que hacer para mantenerte. Lo juro.

Empezó a decirle que le creía cuando fueron interrumpidos por


el rápido chasquido de los tacones sobre la piedra. Ambos
miraron hacia arriba justo cuando Maraveet rodeó una hilera de
arbustos y entró a la vista, con un teléfono en su oreja. Su
vestido dorado brillaba bajo las luces. Las lentejuelas brillaban
con cada movimiento fluido. Los vio y corrió hacia adelante.

—Los encontré —dijo en el teléfono—. No, nadie está herido o


desnudo. ¿Verdad? —Se rio antes de poner los ojos verdes sobre
ellos—. Tu hermana dice que un pequeño aviso sería bueno la
próxima vez que le cuelgues. Además, ella... espera. —Se detuvo
para escuchar lo que Vi estaba diciendo en el otro
extremo—. Bien. Bien, espera. —Al apartar el teléfono, pulsó el
altavoz y la voz de Vi llenó el silencio—. Muy bien, continúa.

—¡Ya era hora! ¿Tienes idea de lo difícil que fue tenerlos a los dos
en el mismo lugar al mismo tiempo? Nos debes mucho. Quisiera
mi agradecimiento en billetes de cien dólares o en un bonito
Porsche, sólo para tu información.
Juliette intercambió miradas desconcertadas con Killian antes
de enfrentarse a la otra mujer. —¿Qué es esto? ¿Qué hicieron
ustedes dos?

—¿Que hicimos? —Maraveet resopló—. Salvamos nuestra propia


cordura, eso es lo que hicimos.

—Ustedes dos son los bebés más grandes del planeta —dijo
Vi—. Alguien tenía que hacer algo.

—¡No lo entiendo! ¿Cómo es que ustedes dos se


conocen? —Juliette exigió.

—Nos reunimos para tomar un café —respondió Maraveet como


si fuera la cosa más normal del mundo—. Tuvimos algunas
palabras y decidimos que teníamos algunas cosas en común.

—Sí, como dos hermanos emo totalmente irrazonables —dijo Vi.

Juliette suspiró. —Así que las entradas. ¿Fuiste tú? —Ella miró
fijamente a Maraveet.

—Fui yo en realidad. —Vi se rio—. Mar me las dio, pero fui yo


quien se las dio al jefe de Randy y le dije que Randy había ganado
el premio al mejor empleado del mes o alguna tontería así. El
idiota realmente me creyó.

Juliette sacudió la cabeza. —Pero, ¿por qué?

—Porque Killian ha sido una absoluta pesadilla y no lo haría él


mismo —murmuró Maraveet—. Pensé que, si te veía con otro
hombre, podría hacer lo correcto. Claramente, yo tenía razón.

—¿Y si no hubiera funcionado? —Juliette exigió—. ¿Y si hubiera


terminado mal?
Hubo una pausa, y luego simultáneamente, tanto Vi como
Maraveet preguntaron —¿Cómo?

Claramente la noción de que las cosas no van a su manera


nunca se les había ocurrido, lo que asustaba a Juliette.

—Tal vez deberíamos terminar esta charla en casa —aconsejó


Killian, mirando a su hermana—. Dile a Viola que haré que
alguien la recoja y la lleve a la mansión. Creo que es hora de una
reunión familiar.

Sin esperar a que Vi o Maraveet dijeran una palabra, Killian


tomó la mano de Juliette y la llevó de vuelta al conservatorio. En
el camino, la soltó y deslizó esa misma mano alrededor de su
espalda. Sus dedos se curvaron en su cintura, quemándola a
través del fino material de su vestido. Ese solo toque recorrió
cada centímetro de la piel, poniéndole la piel de gallina y
recordándole lo mucho que había echado de menos sus manos
en ella.

—¿Killian?

La miró, con su rostro iluminado por las luces brillantes que les
llegaban de la terraza que se acercaba. Ella esperó a que
subieran los escalones de marfil hasta la cima antes de volverse
hacia él.

—¿Qué pasa ahora? —Miró hacia abajo al brazo enganchado


suavemente, pero con una casi posesividad en su cintura—.
¿Qué significa esto? ¿Va a ser sólo sexo otra vez?

—No. —Los dedos de la mano que no la sostenían se levantaron


para acariciar ligeramente a lo largo del lado de su rostro—.
Quise decir lo que dije. Encontraré una manera de retenerte. Es
egoísta y peligroso y me asusta mucho, pero no puedo dejarte ir
de nuevo, no a menos que sea lo que quieres.

—¿Vas a seguir siendo el Lobo Escarlata? —preguntó.

Killian se detuvo a considerar su pregunta. —No entiendo.

La emoción se apretó alrededor de su tráquea, haciendo


imposible las palabras y la respiración, pero ella los forzó a salir
con un jadeo estrangulado.

—No puedo vivir en tu mundo —se ahogó—. No puedo correr y


esconderme cada vez que suena el timbre y escabullirme para
verte en un lugar no revelado para un rapidito. Quiero bebés,
Killian, y quiero ser capaz de criarlos sin tener miedo de que algo
pueda pasar. Quiero estar con alguien de quien no me preocupe
cada vez que salga de la casa. Quiero ser normal.

Él no se apartó, pero ella pudo sentir el cambio de aire, llenando


las grietas entre ellos con dedos fríos.

—Bebés —musitó en voz baja.

Juliette asintió. —No mañana, sino un día, si...

—No puedo darte bebés. —Sus manos se alejaron y ella jadeó


ante la pérdida—. No porque no quiera, pero... no puedo.

—Porque no dejarás de ser el Lobo —terminó en silencio para él.

—No lo haré —corrigió bruscamente—. No puedo. No puedes


dejar esta vida. Mi padre dejó a Yegor Yolvoski y ya sabes cómo
terminó eso. Entrar es fácil, pero nunca te vas. No a menos que
estés muerto.
Respiró incluso cuando su corazón se rompió de
nuevo. —Supongo que eso responde a mi pregunta, ¿eh?

—Juliette...

Sacudiendo la cabeza, Juliette se giró y se apresuró a atravesar


las puertas del conservatorio. Sus tacones chasquearon
fuertemente a pesar de la charla y la música. Nadie le prestó
atención mientras corría hacia la entrada.

Sólo cuando se encontró de pie en la acera con vistas a un


estacionamiento abarrotado, se dio cuenta de que no tenía auto
y su gran escape se arruinó al tener que esperar un taxi, al que
no podía llamar, porque Killian todavía tenía su teléfono.

—¡Joder! —ella no le dijo nada a nadie en particular.

Las puertas de cristal detrás de ella se abrieron y Killian salió


corriendo.

—Juliette, espera.

Ella lo acorraló. —¡Devuélveme mi teléfono!

—Lo haré, pero déjame explicarte primero.

Sus ojos se entrecerraron. —¿Explicar qué? ¿Qué hay que


explicar? No podemos estar juntos. Nunca podremos estar
juntos. No importa cuánto queramos o cuánto nos duela estar
separados, un pez no puede vivir con un pájaro.

—Puedes hacerlo si tienes una hermana como yo. —Maraveet


siguió a Killian, con una amplia y furtiva sonrisa en su
rostro—. Sólo di las palabras y seré tu Redbull.
—¡Esa es la peor idea de la historia! —Juliette se alejó del grupo.
Se había quitado los zapatos. Killian no tenía ni idea de lo que
había sido de ellos, pero ella caminó alrededor del contenedor
vacío con su falda arrastrándose tras ella en la fina capa de
polvo—. ¡Estoy bastante segura de que eso ni siquiera es legal!
¿Y por qué estamos en este compartimiento?

—Es la única manera de garantizar que puedan vivir el resto de


sus vidas tan normales y aburridas como sea humanamente
posible —argumentó Maraveet—. Y porque no podemos confiar
en que alguien no nos escuche en ningún otro lugar. Mi familia
es dueña de este muelle de carga, así que sé que podemos hablar
con seguridad.

—Está bien, pero esta idea tuya...

—La decisión depende totalmente de ti, obviamente, pero te


prometo que funcionará.

La idea era inquietantemente ingeniosa. Killian no podía


encontrar ningún defecto, no importaba cómo le diera vuelta en
su cabeza. Era perfecto, demasiado perfecto, el tipo de perfección
que venía con años de planificación.

—¿Y esta idea se te ocurrió de la noche a la mañana? —preguntó,


mirando a su hermana.
Maraveet miró hacia otro lado. —Es algo que he estado
trabajando desde hace tiempo, ¿sí? Es un "showtopper17" de una
sola vez, así que o lo hacemos hasta el final o no lo hacemos en
absoluto.

Juliette sacudió la cabeza. —Ni siquiera sé cómo has conseguido


esto.

—Todo es cuestión de tiempo y compromiso —respondió


Maraveet.

Junto a Killian, Vi se quedó en silencio y pensativa. No había


dicho una palabra durante todo el intercambio y su silencio le
preocupaba.

—¿Qué piensas? —le preguntó—. Sé que Juliette no hará esto


sin ti y yo tampoco lo haría, pero no tiene por qué pasar si no
quieres.

Juliette dejó de pasearse y se volvió hacia la chica. —Tiene razón.


No lo haré sin ti.

Vi se encogió de hombros. —No tengo nada aquí. No hay razón


para quedarse.

—¿Estás segura? —Juliette exigió—. Tienes que estar segura,


porque si hacemos esto, nunca podremos volver aquí. Dejarías
tu escuela, tus amigos... la Sra. Tompkins.

Vi se separó de la pared que había estado ayudando a Killian a


sostener y se puso de pie. —Hay otras escuelas. No tengo amigos
y la Sra. Tompkins está con su familia. Como dije, aquí no hay
nada por lo que valga la pena quedarse.

17
Algo que impide que una actividad o proceso continúe
Killian estudió a Juliette. Incluso con la luz apagada, sus ojos
estaban enormes de miedo. Su rostro estaba pálido y
demacrado. Había empezado a cortarse el labio inferior con los
dientes y fue la visión de la sangre lo que le hizo ir hacia ella

—Juliette. —Le puso las mejillas frías entre las palmas de las
manos. Sus ojos marrones se elevaron a su cara, dilatados por
el miedo—. Está bien, amor.

—Estoy asustada —dijo ella—. Todo suena tan arriesgado y


definitivo y...

—¿Tienes miedo de cambiar de opinión sobre mí más tarde? —


le preguntó en voz alta.

Su cabeza se balanceaba salvajemente. —Que te arrepientas.


Que un día mirarás atrás y te darás cuenta de que no valía la
pena rendirse por mí.

—No voy a renunciar a esto. —Le alisó un mechón de cabello que


tenía en la comisura del labio—. Nunca hubiera aceptado el
negocio sino fuera por Yolvoski. Nunca lo quise. Pero te necesito.
Necesito el resto de mi futuro contigo. —Él la besó
ligeramente—. Y necesito esos bebés que mencionaste. Los
quiero contigo. Muchos de ellos. Tantos como me des.

Las lágrimas y la aprensión brillaban en sus ojos mientras


buscaba los suyos. Sus manos se posaron sobre las suyas,
sosteniendo sus palmas sobre sus mejillas.

—Pero, ¿qué pasa con tu casa? ¿El jardín de tu madre? ¿La


fuente y todos tus negocios y dinero?

Una sonrisa apareció en la comisura de su boca. —Te prometo


mimarte en todas las cosas que me permitas. Ya te he dicho lo
que pasará con el negocio y la propiedad. Caridades en su
mayoría. En cuanto al resto, cosas. Montones y montones de
cosas contaminadas con recuerdos que ya no quiero. Ya he
vivido bastante tiempo en esa pesadilla. Quiero nuevas contigo.
Pero si quieres quedarte aquí, entonces yo también estoy de
acuerdo con eso. Encontraré otra manera.

Una lágrima cayó y la agarró con el dedo. La alisó suavemente,


pero siguió mirándola a los ojos, deseando que viera cuánto
necesitaba que diera este paso con él. Cuánto la necesitaba para
ayudarle a olvidar.

—Bien —susurró al final—. Hagámoslo.

La besó ligeramente. —No dejaré que te arrepientas de


esto —susurró contra su boca.

Ella miro a su cara con una pequeña sonrisa. —No lo haré.


Quiero esto. —Le tocó un lado de la cara con la punta de los
dedos—. Te quiero a ti.

—Está bien. —Maraveet siguió adelante—. Ya es suficiente. No


hay mucho que pueda soportar. Además, tenemos trabajo que
hacer si todos están de acuerdo.

Vi asintió antes que cualquiera. —Estoy dentro.

—Yo también —murmuró Juliette.

Killian sólo asintió cuando su hermana atrapó su mirada.

—Encantador. —Maraveet aplaudió una vez y se frotó las


manos—. Bueno, esa es nuestra reunión de esta noche. Todos a
la cama. Tenemos un día completo mañana.
Saliendo de sus brazos, Juliette corrió hacia Vi y la sacó del
contenedor de metal. Killian las miró un momento antes de
volverse hacia su propia hermana.

—¿Hace cuánto tiempo que tienes esto en marcha? —preguntó.

Maraveet se encogió de hombros. —Un rato. Todo gran artista


del escape necesita un acto final.

—¿Significa esto que te unirás a nosotros?

Su nariz se arrugó. —Todavía no. Me queda mucho por saquear


antes de dar el último paso.

Killian fue hacia ella, deteniéndose cuando ella tuvo que inclinar
su cabeza hacia atrás. —Sabes lo que eso significará si no lo
haces.

Sus ojos bajaron, pero él vio el dolor en ellos. —Lo sé, pero no
será para siempre. Todavía encontraré formas de verte.

—Ven con nosotros, Mar. Cuelga tu sombrero. Esta podría ser


una segunda oportunidad para los dos.

Su mirada se dirigió hacia donde estaban Juliette y Vi. —No


estoy seguro de estar lista para eso.

Sabía que empujar no haría ninguna diferencia, así que cedió.


—No tardes demasiado.

Había lágrimas en sus ojos cuando se elevaron a los de él. Ella


le dio una sonrisa torcida. —¿Crees que te librarías de mí tan
fácilmente, hermanito?

La tomó en sus brazos. —Espero que no.


Estuvieron así durante varios minutos antes de que se retirara,
resoplando y frotando sus mejillas.

—¿Haz algo por mí? —Con su asentimiento, ella siguió


adelante—. No hagas nada estúpido, ¿de acuerdo? Sólo puedo
hacerte desaparecer una vez y si lo arruinas...

—No lo haré —prometió—. He terminado con todo esto. Sólo la


quiero a ella.

Expulsó un aliento fuerte. —Bien.

Pasó a toda prisa por delante de él para estar con Juliette y Vi


en el brillo del crepúsculo. Killian miró al trío con una sensación
de opresión que florecía en su pecho. El miedo y la incertidumbre
se enroscaban bajo una nube de excitación y alegría. Podía
sentir que perdía decenas de miles de libras mientras el peso del
mundo se desprendía de sus hombros. No sentía ninguna
pérdida ante la perspectiva de no tener nunca las cosas que
ahora poseía. No sentía tristeza por alejarse de las cadenas que
lo ataban al pasado. En todo caso, la anticipación le hizo querer
derrumbarse y sollozar como un bebé.

Se había acabado. Las pesadillas se habían ido. Finalmente era


libre.

—Oye, tú. —Juliette se acercó a él, con una sonrisa burlona que
hacía que sus ojos brillaran—. ¿Por qué te ves tan feliz aquí?

Sin perder el ritmo, tomó su mano y la hizo girar en un giro


perfecto directo a sus brazos. Su chillido resonó en los
contenedores metálicos que los rodeaban, seguido por el dulce
sonido de su risa al chocar con su pecho. Sus brazos rodearon
su cuello y ella lo miró con tanto amor brillando en sus ojos que
se sintió momentáneamente mareada.
—¿Estás seguro de que quieres esto? —le preguntó
suavemente—. Tengo tanto miedo de que llegues a odiarme más
tarde por...

—Nunca podría odiarte —irrumpió—. Y nunca he querido otra


cosa más de lo que quiero esto.

Ella exhaló. —Bien, porque quiero estar contigo el resto de mi


vida y la idea de que no te sientas igual...

—Nunca te librarás de mí.

Su cabeza descansaba en su hombro. —Te tomo la palabra.

Le hizo el amor esa noche en su cama. La mantuvo cerca con


cada empujón, cada delicado arco de su cuerpo, y cada jadeo de
su nombre. La sostuvo mucho después de que se durmiera
acurrucada en sus brazos. Sería la última vez que estarían
juntos en esa cama. La última vez que su satisfacción conjunta
llenaría esas paredes. Esperó una pizca de arrepentimiento, un
susurro de incertidumbre, pero no llegó nada. En todo caso, se
sentía como un prisionero que finalmente salía de una larga
sentencia de 22 años. No podía esperar al amanecer.

Acariciando un beso en la boca de Juliette, se escabulló de la


cama. Se puso los pantalones y salió en silencio de la habitación.
El silencio lo siguió por los pasillos familiares, pero sonó
diferente. Se sentía extraño y complejo. Lo ignoró durante todo
el camino hasta el conservatorio. Las frías piedras le cortaron los
pies desnudos mientras caminaba en el corazón del orgullo y la
alegría de su madre.

Tres urnas lo saludaron. Una para cada una de las personas que
había perdido. A diferencia de su madre y su padre, la de Molly
brillaba como una moneda brillante.

—Me voy —les dijo en voz baja—. Me casaré con Juliette y tendré
tantos bebés como ella me dé y no volveré nunca más.

No podía verlo, pero sintió el cambio en el aire. Aunque no creía


en fantasmas o espíritus, le gustaba pensar que sus padres
estaban contentos con su decisión. Que lo apoyaban.

Cuidadosamente, reunió las tres vasijas y se las llevó de su


puesto. Las escondió en el armario del pasillo; le prometió a
Maraveet que no traería nada con él, pero que no dejaría esto
atrás.

Una vez hecho esto, volvió a su habitación, con Juliette que no


se había movido en su ausencia. Cerró la puerta y se acostó de
nuevo a la cama. El crujido de sus pantalones deslizándose por
sus piernas la agito. Ella giró la cabeza y entrecerró los ojos a
través del brillo de la luz del amanecer.

—¿Por qué estás fuera de la cama? ¿Pasa algo malo?

Se quitó los pantalones y fue hacia ella. Sus dedos se


engancharon en las sábanas que la cubrían y las jalo
liberándola. Inmediatamente, sus ojos se oscurecieron. Su
respiración se aceleró. Ella lo estaba alcanzando incluso antes
de que el condón se hubiera colocado correctamente en su lugar.
—Nada. —Se subió entre sus piernas y la acunó mientras
empujaba dentro de ella. Su bajo gemido pulsó a través de él
mientras su cuerpo dispuesto lo agarraba con fuerza—. Ni una
maldita cosa.

La tomó con lentitud, incluso con empujones, trabajándola de


camino hasta el mismo borde antes de dejarla caer con un
tranquilo gemido de su nombre susurrado en su oído. El calor
de ella lo envolvió, absorbiéndolo más profundamente en sus
pliegues. Se tomó su tiempo para construirla por segunda vez.
Construyéndola sólo para hacerla correrse de nuevo. Sólo que
esta vez se corrió con ella. Se dejó perder en los sedosos confines
de su hermoso cuerpo mientras arrastraba el último temblor de
ambos y se desplomaba en sus brazos.

—Voy a extrañar esta cama —susurró, sus dedos acariciando


amorosamente su cabello mientras se acurrucaba en su
pecho—. Tiene tantos buenos recuerdos de orgasmos.

Killian estalló en risa. El sonido resonó en la habitación y se


enredó con el de ella. Levantó la cabeza y miró hacia abajo en
sus rasgos parcialmente sombreados.

—Haremos nuevos recuerdos de orgasmos en una nueva


cama —prometió—. Y en las duchas, los pisos, y todas las
paredes y mesas.

—¡Vaya! Realmente lo has pensado bien.

Bajando la cabeza, la besó ligeramente. —Siempre estoy


pensando en formas de estar dentro de ti.

Ella se rio y acarició un lado de su cara con suaves dedos. Sus


ojos buscaban los suyos mientras su cuerpo permanecía
firmemente cerrado a su alrededor. A Killian no le importaba.
Estar encerrado en sus brazos, sus piernas, su sexo y sus labios
era el único lugar donde él quería estar de nuevo.

—¿Qué se siente al saber que has domesticado al lobo,


corderito?

Esperaba que se riera o que le dijera que estaba bien. Que había
terminado con la bestia. Pero ella lo besó suavemente y le
susurró: —No quiero domarlo. Me enamoré de él primero.
A medida que los nervios se fueron, los de ella se dispararon.
Cada segundo se tambaleaba con una rígida anticipación que la
hacía querer enfermarse. La mañana del final de la primavera
era brillante, con tantas posibilidades que dolía incluso mirar.
La brisa era fresca mientras susurraba a su alrededor, alentando
o disuadiendo, no estaba segura, pero bailaba a través de su
cabello sin ataduras, enviando la cortina a través de su rostro.
Se puso los mechones detrás de la oreja y volvió a acurrucarse.

—Todo estará bien, amor, —susurró Killian en la parte de atrás


de su cabeza. Sus brazos la rodearon por detrás, comprimiendo
su ya mareado estómago con sus manos entrelazadas—. Sólo
unos pocos minutos más.

Había estado diciendo eso durante casi una hora. Ella estaba
empezando a pensar que él no sabía que ella podía decir la hora.
Pero ella no presionó. Dejó que la sostuviera mientras estaban
de pie muy por debajo de su casa, escondidos de la vista en un
camino escondido rodeado de árboles, viendo como el sol salía
por la cima de su colina. Se estrelló contra las paredes de su
casa y se estancó en la fuente de su madre. Todo esto hizo que
Juliette quisiera llorar y ni siquiera era su casa.

En el auto, un Coupe de dos puertas indescriptible en un blanco


discreto, Vi estaba mirando a la finca a través de la ventana
trasera. Su cara estaba relajada, pero Juliette podía ver las
tensas líneas alrededor de su boca y el ligero tic mientras
mordisqueaba el interior de sus labios. No había dicho una
palabra desde que cargaron el auto en las horas previas al
amanecer, excepto para asegurar a Juliette que estaba bien.
Juliette quería creerle, porque si no lo estaba, sería culpa de
Juliette. No estaba completamente segura de que Vi entendiera
lo que estaba pasando. ¿Y si después se arrepentía y se resentía
con Juliette por haberla alejado del único hogar que había
conocido? Ese pensamiento la enfermó. Finalmente habían
empezado a hacer progresos. Por fin estaban tan unidas como
se suponía que estaban las hermanas. Honestamente no creía
que sería capaz de manejarlo si la chica la odiaba.

—Vi...

—Si me preguntas una vez más si estoy bien, te


cortaré, —murmuró Vi, sin apartar la vista de la cima de la
colina.

—¡Eso no es lo que iba a preguntar! —protestó, pero la falsa


alegría en su voz la convirtió en una mentirosa. No sólo eso,
enmendó.

—Uh huh. —Vi suspiró— ¿Cuánto tiempo más?

—Cinco minutos, —dijo Killian, preocupándose por morder


perezosamente la columna del cuello de Juliette.

No podían irse. Al menos, eso fue lo que Maraveet les dijo. Tenían
que esperar el momento exacto, que parecía que nunca llegaría.
Pero esa no fue ni remotamente la orden menos extraña que se
les dio cuando Maraveet los echó de la propiedad y les dijo que
no volvieran.
—¿Estás seguro de que no hay nadie en casa? —preguntó
ansiosamente—. ¿Se fueron todos los hombres anoche cuando
les dijiste que lo hicieran?

—Los vi irse a todos, —prometió Killian—. Para cuando regresen,


nos habremos ido.

—¿Qué pasa con Frank?

—Frank también se fue. No estaba contento con ello, pero le dije


que quería la casa para mí y que debía volver a la mañana
siguiente.

Juliette levantó los ojos a su cara. —Va a estar devastado cuando


llegue y...

—Frank es inteligente. Lo sabrá y estará bien. Es hora de que se


retire de todos modos. Mudarse a las Bahamas o algo así y
encontrar una novia.

—¿Tiene que ser tu casa? —Ella suspiró—. La mía es...

La explosión rompió el silencio con un estruendo ensordecedor


que sacudió toda la colina. Trozos de escombros estallaron de la
cabeza de la gran nube carmesí y llovió abajo. El negro y el rojo
se enredaron contra el azul impecable en una guerra de fuego y
humo que chocaba por el dominio. La hermosa mansión de
Killian se desmoronó como un castillo de naipes, dejando nada
más que llamas hambrientas para devorar lo que quedaba.

Juliette gritó. Sus manos volaron hacia su boca para sofocar el


resto. Los brazos de Killian se apretaron a su alrededor. Su
corazón permaneció firme contra su espalda incluso mientras el
de ella corría. Él acarició el lado de su cabeza con su cara.
—Ven —murmuró en su oído—. Vámonos.

—Maraveet... ella estaba allí arriba...

—Ella se ha ido hace mucho tiempo. Confía en mí.

Abrió la puerta y la metió suavemente dentro. Él ni siquiera se


detuvo a mirar hacia atrás mientras daba la vuelta por el capó y
se ponía al volante. Se pusieron en marcha sin decir una palabra
mientras todo lo que había conocido se quemaba en el espejo
retrovisor.

Fueron horas y millas más tarde, cuando abandonaron el acero


y el cristal de la ciudad por la nada plana del campo, que Juliette
finalmente se dirigió a él.

—¿Estás bien?

Un aura de calma se había establecido sobre él. Las aureolas


negras aún se aferraban a los bordes, débiles, apenas existentes,
pero había una paz real en las líneas de su cuerpo, serenidad en
las curvas de su rostro. Se veía tan feliz que su pregunta se
sentía estúpida.

—Nunca he estado mejor.

Algo en su calma relajó el peso y se asentó en su pecho. Se relajó


en su asiento y se permitió sentir finalmente la emoción y el
alivio de empezar de nuevo, de dejar atrás todos sus demonios.

—Entonces, ¿alguna idea de adónde vamos?

Sus ojos nunca se apartaron de la carretera, una mano


abandonó el volante para llegar al otro lado y agarrar la suya.
Fue arrastrada hacia él y un beso fue rozado contra la palma de
su mano.
—Te prometí Europa.
Seis años después...

—¡Cena!

La brisa salada marina se esparció por el Mediterráneo para


devolver su llamado a su rostro, arrastrando mechones de
cabello con ella para cegarla mientras entrecerraba los ojos
contra la mancha de naranja y rojo que conjuraba los cielos más
allá de los muros. Al otro lado del patio, las dos figuras se
sentaron sin darse cuenta mientras el día se fundía en la noche
y su pequeño rincón del mundo se asentaba lentamente. Se
sentaron en el corazón del jardín que habían plantado juntos,
rodeados de una serie de flores mientras el sol poniente los
pintaba con una luz suave y dorada. Al verlos, su corazón nunca
dejó de latir.

—¿Quiere que los traiga, señorita? —Aniela asomó la cabeza por


las puertas de la terraza, con las manos retorcidas en un paño
de cocina—. La comida está casi terminada.

Juliette sacudió la cabeza. —Está bien. Yo los traeré. Gracias.

Abandonando el patio, se abrió paso por las escaleras y por el


camino empedrado. Sus zapatillas no hacían ningún ruido
cuando se desprendieron y se acolchó en la hierba. Los bajos
murmullos de Killian la saludaron antes de que ella los
alcanzara.

—Así es como se hace la primavera, —decía cuando ella se


acercaba lo suficiente.

—¿Trolls? —Callum, de cuatro años, miró a su padre con ojos


grandes y oscuros. Mechones de negro rebelde cayeron sobre su
pequeña ceja, ensombreciendo el surco de la preocupación
tejiendo sus cejas— ¿Pueden meterse debajo de mi cama?

—No, —le aseguró Killian—. Para eso están los elfos. Se


aseguran de que los gnomos se mantengan alejados de la casa.

—No me gustan los trolls, —confesó Callum.

Riéndose, Killian bajó la cara y le dio un beso en la cabeza a su


hijo. —No te preocupes. No dejaré que nada te haga daño.

—¿O a mamá?

—O a mamá.

Satisfecho, Callum se desplomó sobre el pecho de su padre y


miró fijamente al arbusto. Sabía que él tendría un millón de
preguntas sobre su día más tarde cuando fuera hora de dormir.
Nunca faltaron los porqués y los cómo del mundo y ella
apreciaba esos momentos con él.

—Hola a los dos. —Ella se detuvo cuando su sombra se había


extendido sobre la pareja, captando su atención—. Es la hora de
la cena.

Con un ojo cerrado contra el sol, Callum inclinó su cabeza hacia


atrás para mirarla. —Papá me estaba hablando de los trolls y los
elfos que viven en el jardín.
—Mm, esa es una buena, —estuvo de acuerdo—. Pero todavía
tienes que lavarte. Ve.

Callum, con la ayuda de su padre, se puso de pie y se apresuró


a volver a la casa. Juliette le vigiló hasta que estuvo a salvo
dentro antes de volver con su marido.

—¿Cuántas fueron hoy?

Desempolvando sus pantalones...nuevos, ella notó... A Killian


Rose. —Sólo seis hoy.

Juliette se rio. —Tal vez deberías escribir todas tus historias en


un libro que pueda leer él mismo.

Killian se burló. —¿Qué tiene de divertido? —Se acercó y la


encerró en el medio de sus brazos, ella fue arrastrada a su pecho
donde se acurrucó felizmente—. ¿Cómo están mis chicas?

—Exhaustas, —confesó—. Puedo decir que ya va a ser una


princesa consentida solo por lo cansada que me pone cuando lo
mucho que hago es levantar un dedo.

Riéndose, la besó ligeramente. Las palmas de sus manos se


extendieron a lo largo del lado de su vientre sobresaliente,
quemando la piel a través del material de su vestido ligero.

—No puedo esperar.

Sus entrañas se calentaron como siempre lo hicieron por la


alegría que llenó sus ojos al mencionar su creciente familia. —
¿Estás seguro? Probablemente tendrás que contar doce historias
al día con los dos.

Killian sacudió la cabeza. —No me importa. Tengo dos rodillas


por una razón.
Seis años y aún así Juliette no se arrepintió ni una sola vez de
su decisión de dejar atrás a Juliette Romero en un brillante
infierno. Seis años de estar con el hombre sin el que no podía
vivir, viviendo en un hogar que habían creado juntos, y criando
una familia que ninguno de los dos esperaba tener. Sólo al verlo
con Callum, ella decidió que había tomado la decisión correcta
al irse ese día. Lo haría de nuevo en un abrir y cerrar de ojos si
tuviera la oportunidad. Él le había dado mucho más que un
nuevo nombre en un nuevo código postal. Le había dado un
futuro con él y con sus hijos. Le había dado seguridad y el tipo
de felicidad que sólo está escrita en los libros. No parecía
importar cuántos años pasaran, sólo parecía enamorarse más
de él cada día que pasaba.

—¿En qué estás pensando? —Un dedo le agarro un mechón de


cabello y se lo metió detrás de la oreja.

—No puedo decírtelo. Se te subirá a la cabeza.

Levanta una ceja oscura. —Y dices que yo soy el provocador.

Riendo, Juliette le agarró la mano y lo tiró hacia la casa. A lo


largo del camino, él soltó sus dedos para deslizar su mano
alrededor de su cintura. La colocó a su lado mientras subían
juntos los escalones. Sus caderas y hombros chocaron de esa
forma tan familiar a la que ella estaba acostumbrada desde hace
años de estar metida en ese lugar de confort.

—Recibí una postal de Vi esta mañana, —recordó—. Le encantan


los museos de París y las clases de arte que está tomando van
muy bien.

Killian le dio un beso a un lado de la cabeza antes de adelantarse


para ayudar a Callum a cerrar el grifo. Agarró una toalla y secó
ligeramente las manos del chico antes de sacarlo del taburete y
volver a ella.

—Eso es bueno. ¿Cómo va su francés? ¿Mejor?

Juliette sonrió mientras sacaba la silla de Callum. —Bueno,


aparentemente es lo suficientemente bueno como para
conseguirle una cita con un francés caliente. Sus palabras, no
las mías.

Sacudiendo la cabeza divertido, Killian metió a Callum en su


silla y la empujo debajo de la mesa. —¿Significa esto que no está
con ese británico de cabello puntiagudo?

—Supongo que no.

Sonriendo, Killian se volvió hacia ella. Abrió la boca cuando un


grito recorrió la casa. Aniela, con la cara tan blanca como su
delantal, entró en la habitación llamando a Killian con chirridos
frenéticos.

—Señor, hay un hombre en la puerta y está tratando de entrar.

—Trae a Callum. —Killian ni siquiera esperó a que la criada


terminara. Sacó un cuchillo de la mesa—. Ahora, Juliette.

Con el corazón en vilo, arrastró la silla del chico hacia atrás y lo


tomó en sus brazos.

—¿Mamá?

—Está bien, cariño. —Ella lo agarró fuerte. Su mirada de pánico


se dirigió a Killian.

—Ve —le dijo, ya dando la vuelta a la mesa hacia la puerta


principal.
Sin esperar a que se lo dijeran por segunda vez, tomó a Callum
y salió corriendo de la habitación. El lugar fue diseñado para esa
situación exacta. Era como lo habían construido, con formas de
entrar y salir que sólo ellos conocían. Juliette atravesó el
comedor y entró en la biblioteca. Sus dedos temblaban mientras
arrastraba la tercera estantería abierta en sus bisagras y ponía
a Callum dentro.

—¿Recuerdas lo que hablamos? —susurró, su voz se apresuró y


era urgente.

Callum asintió con la cabeza, su pequeña cara blanca bajo sus


pecas.

—Te amo. —Ella lo besó—. Mucho.

—¿Mamá...? —Sus ojos oscuros rebosaban, rompiendo su


corazón.

—Está bien. Lo prometo. Está bien. Sólo quédate muy callado


hasta que mamá regrese, ¿de acuerdo?

Su labio inferior temblaba. Una lágrima se deslizó por su mejilla,


seguida de un sollozo que rápidamente hizo callar.

—Shhh, nene. No pasa nada.

Con un último beso, cerró la puerta. Luego corrió hacia la


lámpara de bronce que estaba sobre una mesa antigua. Arrancó
la pantalla, la giró y se la puso en el hombro. Su corazón tronó
en su garganta, sonando ridículamente fuerte entre sus oídos.
Silenció el mundo que la rodeaba, irritándola mientras se
apoyaba en la estantería y esperaba.
La espera no fue larga. Ella vio la sombra antes de los pasos.
Sus miembros temblaban mientras esperaba, sin aliento,
contando cada segundo.

—Juliette.

Con un grito, se balanceó. La figura retrocedió justo a tiempo


para evitar que su cerebro fuera salpicado por la base irregular
de la lámpara. El metal rebotó en la pared, astillando la pintura
y creando un agujero.

—¡Juliette! —Killian la tomó en sus brazos.

La lámpara se le cayó de las manos con un ruido sordo. Su


corazón casi se detuvo en su pecho mientras miraba fijamente
la cara de su marido.

—¿Killian...?

—¡Jesús, se supone que debes estar ahí dentro con él! —Pero él
la tomó en sus brazos, aplastándola cerca mientras ella
temblaba contra él. Sus manos se suavizaron sobre su cabello y
sobre su espalda—. Está bien, —prometió suavemente.

Ella se apartó de sus brazos y corrió hacia la librería. Callum se


asomó a ellos. Su rostro estaba manchado y con lágrimas. Sus
pequeños brazos se levantaron y lo empujó hacia ella.

—Estaba callado, mami, —le graznó en el hombro.

—Lo estabas, —susurró, su propia voz vacilante—. Eres un buen


chico. —Sus ojos filosos se dirigieron a su marido—. ¿Quién...
quién era? —balbuceó, luchando como una loca para no
vomitar.
En lugar de responder, Killian fue hacia ellos y los tomó a ambos
en sus brazos. Besó un lado de la cabeza de Callum, luego los
labios de Juliette antes de retirarse.

—¿Estás bien? —La palma de su mano se posó sobre su


estómago.

Ella asintió. —Sólo dime quién estaba en la puerta.

Haciendo una pausa para buscar en sus ojos, Killian le quitó a


Callum, lo puso en su cadera y le tomó la mano.

—No me creerás si te lo digo.

Tenía razón. Ella no le habría creído, no a menos que lo hubiera


visto con sus propios ojos e incluso entonces...

—¿Maraveet?

La mujer no había cambiado ni una peca desde que la vieron


hace todos esos años. Su cabello era más corto, pero sus ojos
eran todavía ese verde de gato que Juliette envidiaba. Llevaba
vaqueros ajustados metidos en botas de cuero suave y un top
fluido que complementaba todo su pecho. En sus manos había
un bolso que dejó caer sin ceremonias cuando vio a Juliette.

—¡Sorpresa!

Eso fue un eufemismo. No habían visto a la mujer en seis años.


Ocasionalmente, Killian recibía un mensaje de texto en el
teléfono imposible de rastrear que Maraveet le había dado la
noche en que volaron su casa y salieron al amanecer. Nunca
tuvo sentido para Juliette, pero le decía que Maraveet estaba en
China, Praga o Canadá. Siempre era un lugar nuevo. Ella sabía
que Killian le había dicho a Maraveet dónde estaban en ese
extraño y críptico mensaje suyo, pero Maraveet nunca, ni una
sola vez se había dejado caer por allí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Juliette, aún no del


todo firme por el susto que les había dado Maraveet—. ¿Y qué
demonios haces tratando de entrar? Nos has dado un buen
susto.

Maraveet tuvo la decencia de hacer una mueca. —Sólo estoy


probando tus reflejos.

El corazón se negaba a disminuir, Juliette sólo podía mirar a la


mujer.

—No fue gracioso, —dijo Killian para ella. Desplazó a Callum


más arriba en su cadera. Su mano descansó cuidadosamente
contra la espalda del chico—. Ya lo sabes.

Maraveet ya no estaba escuchando. Sus ojos se habían fijado en


Callum con gran fascinación. —¿Quién es éste?

—Este es Callum. —Killian giró su cuerpo para poder ver la cara


que Callum había aplastado en el cuello de Killian—. Callum,
esta es tu tía Maraveet.

Callum se negó a moverse. Sus delgados brazos se apretaron


alrededor de su padre y permaneció obstinadamente oculto.

—Está conmocionado, —dijo Killian, mirando fijamente a su


hermana—. Alguien decidió irrumpir en su casa.

—Bueno, ¿cómo iba a saber que estaba aquí? —exigió Maraveet,


que seguía vigilando a Callum como si fuera un unicornio—. No
sabía que existía. —Su mirada se dirigió al estómago de
Juliette—. Cualquiera de los dos. —Una esquina de su boca se
torció—. ¡Jesús, soy una tía! ¡Soy dos veces tía!. —Con una risa
vertiginosa, se volvió hacia el hombre que estaba parado en su
hombro, alto y callado—. ¡Soy una tía!

El hombre se rio. Era un sonido agradable, un sonido amable


que coincidía con su hermosa cara. Tenía el bronceado perfecto
de un europeo con cabello negro grueso y brillante, ojos
marrones dorados en una cara cincelada de estrella de cine.
Juliette no lo reconoció, pero la forma en que se pegó al lado de
Maraveet, la forma en que puso su mano en la parte baja de su
columna vertebral, tenía la sensación de que lo verían mucho en
el futuro.

—Aquí pensé que los sorprendería, chicos.

—Estoy sorprendido, —dijo Killian, riéndose—. Entonces, ¿quién


es tu amigo?

Eso llamó la atención de Maraveet. Sus mejillas se sonrojaron


de color rosa cuando se dio vuelta para que pudieran ver al
hombre de siete pies que se elevaba drásticamente sobre ella.

—Este es Pedro. Nos conocimos en España.

Killian levantó una ceja. —¿Hay alguna razón para que hayas
traído a Pedro de España o has aumentado tu negocio de cosas
a personas?

El color del rostro de Maraveet se oscureció. —Él y yo podríamos


habernos casado.

—¿Casado? —La boca de Killian se abrió y cerró unas cuantas


veces antes de que el resto de su exclamación se
derramara—. ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Bueno, es un poco de historia. —Maraveet hizo una
mueca—. Pero básicamente, él estaba tratando de arrestarme y
yo lo seduje.

—No lo intentaba, —murmuró el hombre con un ceño seco que


se contradecía con la risa de sus ojos—. Te arreste.

Su rico ronroneo hispano era casi tan delicioso como el irlandés


de Killian. Retumbaba impecablemente en la cocina,
enredándose con el aroma picante de la carne cocida.

—¿Eres un policía? —Juliette lo soltó—. ¿Te casaste con un


policía?

—No creo que lo que hicimos con esas esposas pueda


interpretarse como un arresto, —dijo Maraveet a su marido
antes de dirigir su atención a Juliette—. Ya no. Lo he convertido
al lado oscuro… —Ella se interrumpió cuando Pedro
levantó una ceja—. Podríamos habernos
convertido el uno al otro. No más arrestos para él, no más...
préstamos para mí.

Killian miró de uno a otro, con una expresión brillante de


esperanza. —¿Significa esto...?

Maraveet se encogió de hombros con una sonrisa burlona.


—Podría haber colgado mi sombrero. Tenía que… —Con un
mordisco en el labio, se tocó la barriga plana y Juliette chirrió.

—¿En serio?

Riendo, Maraveet asintió. —Recién me enteré el mes pasado.


Pedro y yo decidimos que era hora de conseguir una casa y una
valla y tal vez un perro, pero uno grande con muchos dientes.
—Creo que necesito un trago. —Killian se quedó sin aliento.

—No te vas a ir, ¿verdad? —Preguntó Juliette—. La cena ya está


en la mesa y quiero saber más sobre cómo se juntaron. —Desvió
su atención de la pareja a la desconcertada criada que se
acurrucaba en la puerta entre la cocina y el pasillo—. Aniela,
¿puedes hacer sitio para dos más?

Moviendo la cabeza, Aniela se apartó del marco de la puerta y se


apresuró a hacer lo que se le pidió.

Maraveet le echó un vistazo a Pedro. —Podemos quedarnos un


poco más, ¿sí?

Los ojos leoninos se posaron en su rostro con la absoluta


devoción de un hombre enamorado de pies a cabeza. —Si
quieres.

Sonriente, Maraveet tomó su mano, pero miró a Juliette. —Nos


quedaremos.

La cena estuvo llena de charlas sobre las aventuras de Maraveet,


de la persecución de Pedro para capturar al ladrón que robaba
obras de arte por toda España y él finalmente la capturó, sólo
para caer cautivo él mismo. Estaba llena de risas y de todas las
cosas que Juliette siempre había querido que llenaran su casa,
amor, amistad y felicidad. Pero también la promesa de un
mañana. Ella sólo deseaba que Vi hubiera estado allí. La mesa
no estaba completa sin ella.

Maraveet y Pedro pasaron la noche. Killian los llevó a la


habitación de invitados mientras Juliette acostaba a Callum. El
chico había dicho muy poco desde el incidente. Aunque
normalmente era un niño razonablemente tranquilo, ella sabía
que tendría un millón de preguntas. Le habían hablado de su tía
Maraveet, le habían dicho que estaba lejos y les había llevado
una semana responder a todas sus preguntas. Para él ser tan
hosco significaba que algo estaba mal y Juliette sabía
exactamente lo que era y le rompió el corazón que él tuviera que
pasar por ello.

—Oye, ¿quieres una historia? —preguntó mientras arrastraba


las sábanas alrededor de su pequeño pecho.

Sacudió la cabeza.

Juliette suspiró y se posó en el colchón a su lado. —¿Quieres


hablar de lo que te pone triste?

Sus ojos oscuros se levantaron y siempre le sorprendía lo mucho


que le recordaban a los de Killian; ambos tenían unos ojos tan
abiertos y expresivos.

—No me gustó la estantería, —susurró—. No quiero volver a


entrar ahí.

Con sus hormonas de embarazo, era una tarea no estallar en


lágrimas ante la solemne declaración. Ella se detuvo teniendo
que responder quitándose mechones de cabello de su ceja.

—Mamá y papá siempre te protegerán —era todo lo que podía


prometer—. Nunca dejaremos que nada te haga daño a ti o a tu
hermana.

—¿Ella tendrá que ir en la estantería?

—No si podemos evitarlo. —Killian entró en la habitación, con


las manos metidas casualmente en los bolsillos.

—No quiero que entre ahí. —Su pequeña boca frunció con
determinación—. No le gustará y no la dejaré.
Juliette se levantó de la cama, sus emociones la abrumaron
mientras las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
Rápidamente besó a Callum en la frente, le susurró que lo
amaba antes de salir corriendo de la habitación.

Estaba de pie en la terraza en la habitación que compartía con


Killian cuando él se unió a ella. Cerró la puerta y cruzó la
habitación para ponerse detrás de ella. Sus brazos se deslizaron
alrededor de su centro y la puso de espaldas contra su pecho.

—Odié eso, —dijo ella.

—Lo sé. Yo también.

Su espalda se estremeció con un sollozo silencioso. —Nunca...


nunca quise hacer eso.

Sus brazos se apretaron. —No volverá a suceder. Maraveet no


pensó. Hablaré con ella. Estamos a salvo, Juliette. Te lo prometo.
Tú y nuestros bebés, no dejaré que les pase nada a ninguno de
ustedes.

Al tragar, se limpió los ojos y se volvió hacia él. —Estaré bien.


Sólo estoy temblando. Además de las hormonas, soy un
desastre.

Tomó su rostro entre las palmas de sus manos. —Eres un


hermoso desastre. —Él sonrió cuando ella se rio.

—¿Cómo está?

Sus manos suaves le quitaron los cabellos de sus mejillas


húmedas. —Estará bien. Le prometí una caminata por la playa
mañana. Vamos a buscar sirenas.

—Eso suena bien. —Ella suspiró—. Me alegro de que esté bien.


Asintiendo con la cabeza, la acercó a él. —Es nuestro aniversario
este fin de semana. ¿Algún arrepentimiento hasta ahora?

—Sólo uno. —Ella enredó sus brazos alrededor de su cuello y lo


miró con una sonrisa burlona—. Esos cinco meses...

—¡Jesús, mujer! ¿Nunca me dejarás vivir así?

Juliette sacudió la cabeza. —Nunca. Esos cinco meses que no te


tuve y fue tú culpa.

Con un gruñido frustrado, la besó con fuerza. Sus manos se


enredaron en su cabello mientras la agarraba con saña y
saqueaba su boca hasta que fue una bola de fuego ardiente a
punto de explosionar. Entonces, sin esfuerzo, el beso se suavizó.
Se redujo a una suave dulzura que la derritió en vapores
ingrávidos.

—Entonces pasaré el resto de mi vida compensándote,


corderito, —juró en voz baja contra su boca hinchada—. Sólo
dame el para siempre contigo.

Mareada, Juliette levantó sus ojos a los de él. —Si insistes.

Su boca se rompió en una sonrisa deslumbrante. —Lo hago.

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