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Bella Di Corte
MACHIAVELLIAN
Sinopsis:
Ansiaba ser vista.
Había tres cosas que sabía sobre Capo Macchiavello:
Era hermoso.
Era solitario.
Era considerado uno de los animales más salvajes de Nueva York.
Y él me quería como su esposa. Un acuerdo simple: tú lo haces
por mí, yo lo hago por ti. Sin deudas, sin expectativas. Excepto una:
nunca te vayas.
Sin embargo, la vida nunca fue tan simple. A la edad de veintiún
años, no tenía padres, ni trabajo, ni hogar, y había llegado a
aprender por las malas que nunca nada era gratis. Incluso la bondad
viene con cuerdas.
Capo podría haber sido el único hombre que me vio, pero me
había hecho una promesa a mí misma: nunca le debería nada a
nadie. Sobre todo, al hombre al que llamé jefe.
Maté para permanecer oculto.
Mariposa Flores pensó que no le debía nada a nadie, pero me lo
debía todo... a mí, el fantasma que el mundo alguna vez llamó El
Príncipe Maquiavélico de Nueva York.
A todas las Mariposas del mundo.
11:11 te pertenece.
Pide un deseo…
Los hombres juzgan generalmente más con los ojos que con la
mano, porque todos pueden ver y pocos pueden sentir. Todos ven lo
que pareces ser, pocos saben lo que realmente eres.
NICCOLO MAQUIAVELLO
FAUSTI FAMIGLIA
LA MIA PAROLA È BUONA QUANTO IL MIO SANGUE. MI PALABRA ES TAN BUENA
COMO MI SANGRE. FAUSTI
Guido: soldado.
Hay una disputa prolongada entre los Fausti y los Stones en la
saga de la familia Fausti. No está realmente explorado en Mac, pero
vale la pena mencionarlo porque uno de los Stones (Sco ) aparece en
Mac; también aparecerá en el libro 2 de la serie Gangsters of New
York de una manera más central.
SCARPONE FAMIGLIA
I LUPI; LOS LOBOS
(madre, Bambi).
Vi orio Lupo Scarpone:
Es hijo de Arturo y Noemi.
Su abuelo materno, Pasquale Ranieri, fue un poeta y novelista
siciliano de renombre mundial. Tuvo cinco hijas (todas, excepto
Noemi, viven en Italia): Noemi Ranieri Scarpone, Stella, Eloisa,
Candelora y Veronica.
adjetivo
Astuto, intrigante y sin escrúpulos, especialmente en política.
sustantivo
Una persona que trama de una manera maquiavélica.
Prólogo
Vittorio
Una vez fuimos los gobernantes del mundo. Codo a codo, mi
padre y yo reinamos sobre lo que supuse que algún día sería mío: un
reino de inadaptados y un trono construido sobre el miedo y el
respeto. Sin embargo, muy pronto descubriría que gobernar el
mundo era solo una realidad.
La realidad difiere de persona a persona, de alma a alma, de
perspectiva a perspectiva.
Por ejemplo, mi padre veía la vida como un juego que había que
ganar… para ser precisos, un juego de ajedrez. Despiadados
movimiento tras movimiento, se había convertido en el rey de
Nueva York siendo brutal y astuto. No importa lo que hiciera, o qué
movimiento realizara, lo hacía con un objetivo en mente: ganar todo,
sin importar quién fuera derrotado al final. Estrategias, anticipación, no
tomar prisioneros y no mostrar piedad, ni siquiera a los más
cercanos a ti: esos fueron los tres códigos con los que vivió
religiosamente.
Hizo las relaciones correctas, se casó con la chica perfecta, trabajó
en todas las fiestas fastuosas y se codeó o mató a numerosas
personas de todos los ámbitos de la vida. Demostró la realidad que
creamos, el mundo que gobernamos, lo competente que era y lo
cruel que podía ser. Incluso aquellos que gobernaban las calles
temían su nombre.
Arturo Lupo Scarpone, el rey de Nueva York.
Nadie podía superar sus movimientos. Nadie podía acercarse a
él. Ni siquiera su propia sangre. Su hijo.
Vi orio Lupo Scarpone, el príncipe niño bonito.
Arturo me despojó de la realidad, de ese nombre, y me desterró
del reino para el que tan salvajemente me había preparado, y luego,
me declaró muerto.
Había una razón por la que sus hombres lo llamaban il re lupo. El
rey lobo. Mataría a su descendencia si eso significaba más poder.
Hay un viejo dicho: Los hombres muertos no cuentan cuentos. No
tenía cuentos que contar. Sólo tenía una truculenta historia.
Esta vez el hombre que me creó iba a pagar. Porque si ya estaba
muerto a sus ojos, ¿cómo podía verme venir?
Que pena, hijo de puta. Me llamaste Príncipe. Regresé para gobernar tu
mundo como Rey.
Capítulo 1
Vittorio
Hace 18 años
de mí.
¡NO, no, no, no! Tiré la mochila al suelo, respirando pesadamente.
Mi corazón se sentía como si estuviera a punto de estallar.
¡Mierda! Las cerraduras del miserable apartamento que alquilé
habían sido cambiadas.
Sin embargo, amplio apartamento había sido la descripción.
Tenía un catre en la cocina, que consistía en una estufa oxidada y un
refrigerador aún más oxidado, y un baño que probablemente se
construyó cuando la plomería interior era algo novedoso. No era
mucho, pero era mío.
Mío significaba que no estaría en la calle toda la noche. Mío
significaba que no estaría rebotando de un establecimiento abierto
toda la noche a otro, con la esperanza de que mi dinero no se agotara
antes de que saliera el sol, taza de café tras taza de café para
quedarme allí en lugar de deambular. Mío significaba que estaba a
salvo, en su mayor parte. Esta no era la mejor parte de la ciudad,
pero mantenía la cabeza gacha, la mochila cerca y los zapatos de
mierda en mis pies mientras avanzaba, ocupándome de mis asuntos.
¿Y ahora?
Afuera. En. La. Calle.
Quien haya dicho que el diablo ataca de tres en tres, lo decía en
serio. Estaba convencida de que el tipo del restaurante de cinco
estrellas (no el tipo del traje, sino el otro) era el mismo diablo y este
día había sido echado de una patada del infierno.
La realidad, entonces me dio un buen golpe e hizo que mis
problemas fueran demasiado reales. No podía respirar. El calor del
día se sentía como un enjambre vivo rodeándome con un zumbido.
Mi oxígeno era escaso o inexistente. Mi visión se desvanecía de a
ratos. El sudor brotaba de mí y empapaba mi ropa. Mi estúpida
camiseta de béisbol, los vaqueros andrajosos y los zapatos
demasiado ajustados iban a apestar aún peor después de esto.
¿Pueden marearte unos zapatos demasiado ajustados? ¿Cortar el
oxígeno de tu cerebro? ¿O Nueva York estaba en llamas?
—Pensamientos locos, Mari—me dije—. Deja de tener
pensamientos locos.
Cuando miré hacia abajo, de alguna manera me había deslizado
hasta el suelo frente a mi apartamento, toda mi energía se había ido.
Desaparecido. Desaparecido. Desaparecido.
Estaba harta de estar siempre un paso por delante del diablo que
me perseguía. Estaba harta de luchar por un día más, solo para ser
tocada por este infierno. Se sentía como demasiados años y
demasiado correr... y ¿qué había logrado? Nada. Me había alcanzado
de todos modos.
Abriendo mi bolso, busqué alrededor, buscando mi diario.
¡No, no, no!
Mis dedos tiraron frenéticamente y lo apartaron, sabiendo que
nunca lo dejaría atrás. Clip de mariposa, un nuevo paquete de colores, un
libro para colorear, chicle, un bolígrafo. Tenía que estar aquí. ¡Sin
embargo, se había ido! ¡Otra cosa mía se había ido! ¡Mi lugar sagrado
para guardar todos mis sueños, deseos y cosas por las que estar
agradecida se había ido!
Era estúpido, lo sabía, pero era algo a lo que aferrarme... era mío.
Como el mediocre trabajo, los zapatos demasiado apretados y el
lugar andrajoso que me mantienen en pie.
¡Piensa, Mari! ¿Cuándo lo tuviste por última vez? Lo acerqué
mentalmente, tratando de recordar la última vez que escribí en él.
Esta mañana. Antes de irme a Home Run. ¡Mierda! Lo había dejado
junto a Vera en el “apartamento”.
Era como si el destino supiera que mi vida iba a implosionar hoy
y me dijera: Deja tu libro de las cosas buenas atrás, chica. Es menos
doloroso cuando tienes que ver cómo tus sueños se reducen a cenizas con el
resto de tu vida.
No tenía idea de por qué estaba tan apegada a esa estupidez. Lo
mismo pasó con Vera. No era como si alguna vez hubiera tenido algo
bueno en mi vida para llamarlo mío para siempre, pero una vez,
sentí que podía. La posibilidad de algo mejor estaba allí. Era la
posibilidad de que me pasara algo grandioso, o de que pudiera
hacerlo yo misma, si tan solo pudiera dar dos pasos hacia adelante.
El día que la idea echó raíces, todo se había sentido tan
karmático.
Durante uno de mis turnos vespertinos en Home Run, la gurú de
la felicidad apareció en la televisión y afirmó que había escrito en su
diario durante años. Escribió todo por lo que estaba agradecida,
incluso si aún no lo tenía. Afirmó que estar agradecido por una vida
que no tuviste te preparaba para la vida que tendrías. Lo había
comparado con tener suficiente fe para construir vías de tren antes
de que el tren tuviera la ruta.
Todo sonaba tan... cierto... y factible.
No hacía falta mucho dinero para intentarlo. Todo lo que
necesitaba era un diario. Entonces, después del trabajo, me aventuré
a una parte de la ciudad conocida por los vendedores ambulantes,
en busca de algo que pudiera pagar. Haría mella en mis ahorros,
pero algún día valdría la pena. Miraría hacia atrás en ese diario y
tendría las pruebas. Había cambiado el curso del destino. Me había
ganado un océano para apagar ese fuego que me consumía.
Encontré dos cosas ese día: un diario morado y una planta de
aloe vera.
La planta había estado encima del diario, con un aspecto
realmente artístico, y el vendedor me vendió dos por uno. Cinco
dólares por los dos. Llamé a la planta Vera y al diario Journey. A
partir de ese día nació Vera Journey. Cuando necesitaba un
confidente, hablaba con Vera. Cuando necesitaba sentirme no tan
rota, escribía en Journey. No hacía falta decir que a Vera le estaba
yendo bastante bien con todos nuestros chats, y Journey estaba casi
lleno de notas.
Ambos estaban fuera de mi alcance. Mis manos hormigueaban,
como si me aferrara a la montaña más alta y mis dedos y palmas
estuvieran demasiado resbaladizos. Estaba cayendo,
—Qué suerte la mía—murmuré.
El ataque de pánico pasó y de repente me sentí muy cansada.
Como si pudiera sentarme en ese suelo de mierda y dormir por
eones. Levanté la cabeza, volví los ojos al techo y los cerré.
Deseando. Esperando. Queriendo algo tan diferente.
Lo necesitaba. Necesitaba un lugar seguro para aterrizar por una
vez en mi vida.
Ni siquiera tuve la energía para abrir los ojos cuando la punta de
una bota tocó mi pierna.
—Cambié las cerraduras—dijo Merv—. No pagaste el alquiler.
No estoy dirigiendo una organización benéfica aquí.
—Piérdete, Merv —dije—. No estaba tan retrasada.
—Más de un mes, y no por primera vez. Me olvidé de los cargos
por pagos atrasados, ¿verdad?
—¿Alguna vez has oído hablar de dejarle pasar algo a alguien?
No es como si este fuera el palacio real. Dejas que las ratas vivan
aquí sin pagar alquiler. Una familia enorme vivió conmigo todo el
tiempo. ¡Los bastardos se robaron mi comida, cuando la tenía, y
cagaron por todos lados!
Estuvo en silencio el tiempo suficiente para que me obligara a
abrir los ojos. No se había ido, lo sabía, porque su colonia barata
seguía asaltándome la nariz. Nunca tuve un buen presentimiento
sobre él, así que por lo general mantuve mi distancia, y el
sentimiento era tan fuerte como siempre. Había algo en sus ojos que
me recordaba a una rata enferma. Siempre supuse que él era su líder.
Usé mis rodillas para empujarme hacia arriba por la pared,
manteniendo las correas de mi bolso agarradas en mis palmas, pero
él como una topadora cerró el espacio entre nosotros y se acercó a mi
cara.
—Podría olvidar ese mes. —Se encogió de hombros—. Si hicieras
algo por mí.
Incluso antes de que me dijera qué era ese algo, comencé a negar
con la cabeza. Yo sabía qué era ese algo, y no había manera en el
jodido infierno. No era la primera vez que insinuaba sexo a cambio
del alquiler, pero esta vez algo había cambiado. Se sentía más como
un depredador.
Sal. De. Aquí. Una voz gritó en mi cabeza. Vino de mis tripas.
—Vete a la mierda, Merv—le dije, y lo dije literalmente—.
Necesito dos minutos para recoger mis cosas y después me voy.
Negó con la cabeza.
—Me debes. ¿Quieres tus cosas? Primero tienes que hacer algo
por mí.
—Cuando el infierno se congele—susurré, esperando que el tono
bajo de mi voz ocultara el indicio de miedo—. Tendrías que matarme
primero.
Había saltado de casa en casa, de lugar en lugar, a lo largo de mi
vida, pero no había llegado al punto en que mi hambre y mi miedo
valieran más que mi cuerpo, mis fuerzas para seguir poniendo un
pie delante del otro en mis propios términos.
El cansancio podría haber llegado a mis huesos, pero pensar en él
me hizo encogerme hasta el punto en que el ácido quemó la parte
posterior de mi garganta. Preferiría recoger a un extraño de mala
muerte en un callejón oscuro que verlo a él a la luz del día. Tenía
cosas negras colgando del culo durante días, y no siempre se veía
como cabello oscuro allí.
—¡Volverás!—me gritó, apoyando un hombro fornido contra la
pared mientras yo arrastraba mi trasero para salir de allí. Se abrió
una puerta frente a
segundos después.
Harrison nos recogió. Keely no me dijo que vendría. No es que
normalmente me importara, él siempre fue muy dulce conmigo.
Aprecié la idea, pero odiaba rechazarlo cuando intentaba darme
regalos. Había ido a la facultad de derecho, pero debido a la
economía y otros factores, estaba en la misma situación que Keely:
apenas a flote.
Sin embargo, Keely me dijo de camino al coche que recientemente
había conseguido un buen trabajo y que le estaba yendo mejor. El
coche deportivo antiguo que conducía así lo atestiguaba.
Fue amable durante el viaje, pero seguí sorprendiéndolo
mirándome a la cara. Apretó la mandíbula y las manos alrededor del
volante. Keely debió haberle advertido con anticipación que no
hiciera un gran problema al respecto.
Una vez que llegamos a la feria, y me negué a que me comprara
comida y cosas, metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros,
negándose a mirarme. Después de que Keely me preguntó si quería
ayudar en un stand que tenía una persona menos, se fue sin siquiera
decir que nos vería más tarde.
Trabajar en la feria me dio algo de dinero extra, y la comida del
día estaba incluida. El único inconveniente fue que tuve que usar
una especie de atuendo medieval. Cuando Harrison finalmente
regresó y me vio, sonrió. Me tomó una foto para enviársela a sus
hermanos, estaba segura. Se reirían mucho a mi costa.
El viaje de regreso fue tranquilo. Gracias a Dios. Mis nervios
estaban al límite. El día trajo un alivio temporal a todos mis
problemas, pero cuanto más nos acercábamos a la ciudad, más temor
se cernía sobre mi cabeza. Nunca fui de las que seguían pensando,
¿Qué voy a hacer? Solo lo hacía, incluso si mis opciones estaban
esparcidas en el viento.
Esta vez, sin embargo, sentía que la vida me había vencido
brutalmente. No tenía más dinero que unos míseros dólares en el
bolso, y no tenía comida excepto una barra de pan. Sin trabajo. Sin
perspectivas. Sin hogar, y posiblemente, un hombre enloquecido con
cerámica de terracota sobresaliendo de su sien, me estaba buscando.
Suspiré largo y fuerte cuando Harrison se detuvo en la casa de
Keely.
—Voy a entrar por un segundo—dijo Harrison, apagando el
coche—. Dame un minuto.
Keely lo miró fijamente, pero salió, esperando a que yo saliera
antes de caminar hacia la puerta. Respiré aliviada cuando me di
cuenta de que Sierra no estaba en casa. Debió haberse ido a toda
prisa, porque la puerta de su habitación estaba entreabierta. Tal vez
ella hacía eso cuando solo estaban ella y Keely, pero cada vez que
venía, siempre estaba cerrada.
—Me voy a quitar esta ropa—dijo Keely, yendo a su habitación
—. ¡Ni siquiera pienses en irte, Mari!—gritó por encima del hombro
—. Necesitamos trabajar en un plan. Necesitamos arreglar tu mierda
antes de que desaparezcas. Si lo haces y no estoy bromeando, te daré
caza.
Tomé asiento en su sofá de segunda mano, hundiéndome en su
comodidad. Levanté los pies, sucios de caminar por la polvorienta
feria, y noté manchas de sangre entre los dedos. Habían ardido como
el infierno antes cuando tomé una ducha, los cortes en mi cara
también. Pensé en sacar la compresa fría de mi bolso y meterla en el
congelador, pero estaba demasiado cansada para levantarme.
—¿Mari?
—¿Mmm? —Miré hacia arriba para encontrar a Harrison de pie
en la puerta, observándome. Tenía un regalo envuelto en su mano.
—Tu cumpleaños—dijo—. Sé que llegará pronto.
Casi gemí. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Por qué! ¿Por qué tenía que ser
tan amable cuando en realidad, él no lo era? Había una razón por la
que sus hermanos lo llamaban Grumpy Indiana Jones. No era
agradable, pero a su manera, era amable conmigo, aunque sabía que
los regalos me hacían sentir incómoda. Y mi cumpleaños no era
hasta octubre. Estábamos a principios de abril.
Nunca aceptaba nada de nadie, a menos que pagara o trabajara
por ello. Sin excepciones. Además, su madre, Catriona, le explotaría
p p p
una vena importante si supiera cómo él siempre intentaba
comprarme cosas. La mujer no me odiaba, pero tampoco le gustaba.
La única razón por la que hizo un esfuerzo por encontrarme después
de que me pusieran en un hogar de acogida fue porque Keely se
negaba a comer a menos que ella lo hiciera. Después de la tercera
vez que se desmayó, Catriona hizo el esfuerzo y me encontró.
—¿Por qué siempre tienes esa mirada en tu rostro cuando trato
de hacer cosas buenas por ti, Strings?
Harrison me había dado el apodo de Strings cuando éramos
niños.
—Harrison… —Me mordí el labio, sintiendo que se partía de
nuevo—. Te lo he dicho antes. Simplemente no me gustan los
regalos.
—Dame el gusto. Puedes donarlo después de abrirlo.
Jódeme. Me froté la sien por un minuto y luego, mirándolo a los
ojos de nuevo, asentí. Para hacer la situación aún más incómoda, se
sentó a mi lado, observándome mientras lo abría. Lo sostuve, sin
saber qué más hacer.
—¿Me compraste un teléfono?
—Sí. Así podrás mantenerte en contacto con Keely. O... quien sea.
Le dije a Kee que no diría nada, pero no puedo quedarme callado.
Ese cabrón tendrá su día después de lo que te hizo.
Sus ojos eran difíciles de mirar, así que miré el teléfono. Era la
primera vez en mucho tiempo que me costaba resistirme a la
amabilidad. Me dio esto por su preocupación. Aun así. Mi regla valía
más que su consideración.
—No tenías que hacer esto—dije en voz baja. Entonces recogí el
bolso, busqué y le di dos dólares—. Por el teléfono. No puedo
aceptarlo a menos que aceptes el dinero.
Él odiaba aceptarlos, pero lo hizo. Deslizó los dos dólares en su
bolsillo.
—¿Qué fue lo que hiciste?
Me sobresalté, sin darme cuenta de que Keely había regresado a
la habitación. Me enderecé, casi sintiendo como si nos hubieran
descubierto haciendo algo malo. Harrison se levantó del sofá,
metiendo las manos en los bolsillos.
—Nada, Kee—dijo él—. Le di un regalo a Mari por su
cumpleaños, más o menos.
—Su cumpleaños no es hasta octubre—dijo, señalando lo obvio.
Él se encogió de hombros.
—Odio llegar tarde.
Abrió la boca para responder, pero un fuerte golpe sonó en la
puerta. Miré a Keely, Harrison me miró a mí y Keely miró hacia la
puerta.
—¿Esperando a alguien?—preguntó Harrison.
Keely negó con la cabeza.
—No, Sierra dijo que llegaría tarde a casa.
—Yo atenderé—dijo él.
Me paré, de pie junto a Keely, mientras escuchábamos a Harrison
hablar con alguien al otro lado de la puerta. Un minuto después,
entró, seguido de dos hombres de traje. Eran los mismos dos
detectives de Macchiavello.
—Keely—dijo Harrison—. Éste es el detective Sco Stone y el
detective Paul Marine i.
El más joven de los dos, el detective Stone, se acercó primero y le
tendió la mano. El hombre mayor la saludo en segundo lugar.
—Señorita Ryan—dijo el detective Stone, con una mirada seria en
el rostro—. Lamento tener que informarle que su compañera de
cuarto, Sierra Andruzzi, fue encontrada muerta. Hemos estado
tratando de comunicarnos con usted, pero esta es la primera vez que
hemos podido.
Keely se tambaleó hacia atrás, claramente en estado de shock.
Tomó asiento en el sofá después de que Harrison y yo la ayudamos a
sentarse.
—Ella... —Keely negó con la cabeza—. Me dijo que no volvería
hasta más tarde. Su ex novio. Armino. Estuvo en nuestra puerta
antes. Enojado. Ella rompió con él. ¿Él…
—Por lo que hemos reconstruido, la señorita Andruzzi fue a la
tienda antes, y fue entonces cuando fue asaltada y luego asesinada.
Parece que se dirigía de regreso aquí. Ahora mismo, no podemos
decir con certeza. Por eso estamos aquí. Para la línea de tiempo.
—Yo… quiero decir…—luchó Keely con las palabras.
—Odiamos pedirle que haga esto, señorita. Ryan, pero ¿le
importaría venir con nosotros para identificar el cuerpo? No
podemos encontrar un pariente más cercano de la señorita
Andruzzi.
—No—dijo Keely—. Era una niña adoptiva.
—Mi hermana no…
—No—dijo Keely, interrumpiendo a Harrison—. Lo haré. Es lo
menos que puedo hacer por ella. —Estaba visiblemente
recomponiéndose, usando una reserva de fuerza para ponerse de pie
—. Dejadme tomar mis cosas.
El detective Stone sacó una tarjeta de presentación y escribió en el
reverso la dirección del lugar donde se encontraba el cuerpo de
Sierra. Se la entregó a Harrison, quien le dijo que estarían allí en
breve. Me quedé en medio de la habitación, sin saber qué hacer. No
me gustaba Sierra, pero nadie merecía ser asesinado.
Mierda. ¿Fue Armino?
Antes de irse, el detective Stone nos advirtió que Armino podría
estar al acecho. El apellido de Armino era Scarpone. No necesita
decir nada más. Eran una de las familias criminales más crueles que
existían.
—¿Mari?
Me giré al escuchar la voz de Harrison. Keely se paró a su lado.
—Ven con nosotros.
—No—dije—. Preferiría que no.
—No puedes desaparecer—dijo Keely, y la súplica en su voz me
golpeó directamente en el centro de mi corazón—. Necesito saber
dónde estás. Después de lo que te pasó... y ahora esta noche. —Ella
sorbió por la nariz, aunque no estaba llorando. Luego se precipitó
hacia mí, casi sacándome el aire de los pulmones.
—¿Me puedo quedar aquí?—le dije, apenas capaz de respirar. No
era buena con el afecto, pero no estaba segura de cómo alejarme de
su abrazo sin hacer un trato.
—El tipo de Sierra. —Harrison negó con la cabeza—. Puede que
no sea…
—Él no va a volver aquí. —Di un paso atrás—. Probablemente se
haya ido hace mucho tiempo.
Keely me soltó por completo, asintiendo.
—Sí, probablemente se haya ido. Solo asegúrate de cerrar las
puertas.
—Lo haré—le dije.
—Usa el móvil—Harrison asintió hacia el sofá —para llamarme si
necesitas algo. Mi número está programado.
Después de que se fueron, coloqué las cerraduras, las revisé dos
veces y luego
contigo.
—¿Casarme contigo?—repetí, mirando entre los dos hombres,
pudiendo volver a mirar a Capo, ya que Rocco me había explicado
por qué estaba allí. Ninguno de ellos se reía ni parecían como si
estuvieran jugando conmigo. Sin embargo, me reí. Cacareé como
una bruja.
Después me quedé callada, dándome cuenta de lo serios que
estaban siendo.
—Jódeme—dije yo, limpiándome los ojos. Los enfoqué en Capo
—. ¿De verdad quieres casarte conmigo?
Asintió una vez, muy lento, muy atento.
—Un acuerdo.
—Entiendo esa parte. —Me senté allí por un momento o dos,
absorbiendo todo esto. Empecé a juntar todo.
Él había estado investigando a todas esas mujeres. Tal vez
jugando en el campo para ver con cuál tenía una conexión. Les
vendaba los ojos para que no lo vieran y luego lo reconocieran en la
calle.
Solitario era la palabra que Sierra había usado para describírselo a
Keely.
Hizo escoltar hasta afuera de la fiesta a las mujeres que habían
estado coqueteando con otros hombres.
Sierra fue una de sus opciones.
Matrimonio. Quería que me casara con él. Él me eligió para este
arreglo.
Me levanté de la silla, negándome a mirarlo. Quería hacerlo, solo
una vez más, pero no podía. Ya era bastante difícil.
—Te he hecho perder el tiempo. Elegiste a la chica equivocada
para este trabajo. El matrimonio no está en las cartas para mí, ni
siquiera por un acuerdo. —Me di la vuelta para irme, pero me
detuve cuando su voz me golpeó como un rayo en la espalda.
—Viniste a mí en busca de un trabajo, te estoy proponiendo uno
que no incluye abaratar tu moral por dinero y te vas a ir. Como
mínimo, dime qué te asusta de este arreglo, un arreglo con detalles
que todavía ni siquiera has considerado. Salir sin escuchar los
detalles no te convierte en una campeona, Mariposa. Te hace parecer
una niña asustada. Ahora siéntate y demuéstrame que estoy
equivocado.
—Ok—le dije, dándome la vuelta. Colgué el bolso en la silla de
nuevo, tomando asiento. Aunque estábamos discutiendo el
matrimonio, no había duda de que se trataba de una reunión de
negocios. Una fusión de dos vidas unidas por el papel y los detalles
pensados previamente. Si iba a hacer esto, tenía que volverme lo más
empresarial posible. Había que barrer los sentimientos de la mesa,
pero tenía algo que ventilar que exigía algunos sentimientos
primero.
—Antes de que comience oficialmente esta reunión, y se hayan
considerado todas las partes, debes responderme una pregunta.
Capo me miró por un minuto y asintió una vez. Levantó el vaso
de agua y tomó un sorbo, sus ojos nunca dejaron los míos.
—¿Por qué yo, Capo?
Su nombre se sintió extraño en mi lengua. No lo dije como lo
hacía Rocco, con acento italiano, pero hice lo mejor que pude para
darle su significado. Él había hecho lo mismo con el mío, así que
quería darle el mismo respeto. Sin embargo, su rostro cambió
cuando dije su nombre, y por alguna razón me llevó de vuelta a The
Club, a la habitación iluminada por velas. A la intensidad. A la
intimidad.
—¿Te importa si devuelvo una pregunta con otra pregunta?
Extendí el brazo, como diciendo, adelante.
—¿Por qué no tú, Mariposa?
Tomé mi vaso de nuevo, tomando un sorbo con cuidado. Cuando
lo dejé, respondí con la verdad. Nadie en esta sala tenía tiempo para
mentiras.
—Vi a las otras mujeres en The Club. Tus opciones. Sierra era la
compañera de cuarto de mi hermana. La vi a primera hora de la
mañana. La vi cuando estaba más cansada de lo que el sueño podía
curar. Pero nunca la vi poco atractiva. —Señalé mi cara y deslicé un
dedo por la pendiente de mi nariz.
Sus ojos pasaron de relajados a duros en cuestión de segundos.
Me pregunté si el mundo exterior alguna vez lo consideró un cambio
sutil, algo que sucedía en un abrir y cerrar de ojos y luego
desaparecía, pero lo capté. Demasiado consciente ya de él.
—¿Me creerías si discuto tus sentimientos?
—Sí—le dije—. No pareces un hombre que tenga tiempo para
juegos.
—No te pareces al resto. Te destacas. Podrías ser una reina en un
trono. Una a la que me sentiría privilegiado de llamar esposa. Tienes
la cara más hermosa que he visto en mi vida. —Entrelazó sus dedos,
mirándome aún más... intensamente, casi estudiándome de una
manera a la que no estaba acostumbrada: con aprecio—. 'El hombre
dijo: 'Esta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ella será
llamada mujer, porque del varón fue sacada'. Me honraría llamarte
hueso de mis huesos, carne de mi carne. Mi mujer.
Me tomó un momento poner mi cabeza en orden. Sus palabras
fueron casi demasiado directas, pero estaban llenas de tanta verdad
que me desmayé, un poco.
Finalmente, supe que tenía que decir algo, o él vería que me había
debilitado con unas pocas palabras.
—Nunca nadie ha… —¿Qué estaba diciendo? Me hizo ser
demasiado honesta, admitiendo que es mejor dejar las cosas en la
oscuridad. Ya es demasiado consciente de mí. Esos ojos tenían
demasiada luz en ellos. Sabía que también escondían oscuridad,
q
pero el contraste entre los anillos oscuros alrededor de sus iris y el
azul solo hacía que su luz fuera aún más brillante para mí.
—A la mierda con ellos. —Él hizo un gesto desdeñoso con la
mano—. No importan.
—¿Tú sí?
—El único—dijo él—. Il capo.
—Acepto tu por qué—le dije, queriendo cambiar la dirección de
la conversación—. Pero hay más en esto que las apariencias. Dame
otras razones del por qué.
Rocco y Capo intercambiaron miradas antes de que Capo
volviera a hablar.
—¿Qué pasa si no hay otras razones? ¿Qué si la única razón por
la que estás sentada aquí conmigo es porque quiero escuchar mi
nombre saliendo de esa boca tuya suave como una almohada, y por
el resto de mi vida, me niego a permitir que otro hombre tenga el
mismo honor?
Bebí un trago de agua, casi ahogándome de nuevo.
—Eso es honesto—dije, contenta de que mi voz no vacilara—.
Pero no toda la verdad.
—No lo es—me dijo—. Pero no asumas nada conmigo, Mariposa.
Eso sería un error. Soy honesto, pero solo hasta cierto punto. —Sus
ojos parecían calentarse ante cualquier cosa que estuviera pensando.
El color de alguna manera se volvió más oscuro, una tormenta
salvaje que podía sentir en la boca del estómago.
Estaba usando solo unas pocas palabras para insinuar algo
mucho más complicado. Honesto hasta cierto punto. La atracción entre
nosotros se sentía como algo vivo que no se podía negar. Quería
tocarlo. Quería que me tocara de nuevo. Yo era el cielo entumecido
por su golpe de electricidad.
—Mari—dijo Rocco, y me volví hacia él—. Sí o no. ¿Estás de
acuerdo en seguir adelante con esta reunión? Si lo haces,
resolveremos los términos, pero el acuerdo estará vivo.
Es irónico que haya usado el homófono “vivo”.
Sosteniendo la mirada de Capo, me lamí los labios y pregunté:
—¿Vivo?
—Serás mi esposa—dijo Capo, su voz bajando aún más.
—Sí—dije, sin dudarlo—. Digo sí. Doy mi consentimiento.
Sigamos adelante
con el arreglo.
Antes de que realmente pudiéramos empezar, Rocco repasó la
razón más importante por la que Capo quería “tomar una esposa”.
—Su abuelo está enfermo—repetí. En este punto, bien podrían
haberme llamado loro en lugar de mi nombre. A cada paso, seguí
sorprendiéndome.
Rocco asintió y entró en más detalles. Después de la muerte de la
abuela de Capo, todo lo que tenía era su abuelo como figura paterna.
Su abuelo se estaba muriendo y uno de sus últimos deseos era ver
casado a su nieto. Antes de que pudiera escupir la pregunta, Rocco
respondió:
—Capo nunca llevaría a una mujer a casa para que conozca a su
abuelo y mentiría sobre casarse con ella. Está fuera de discusión.
Asentí, encontrando los ojos de Capo. Raramente se movieron de
mi cara. Incluso cuando presté atención a Rocco, todavía podía
sentirlos.
—Puedo entender eso—le dije—. Mi... madre adoptiva, murió de
cáncer cuando yo tenía diez años.
—Lamento escuchar eso—dijo Capo.
—No tienes familia, Mari, pero se te pedirá que viajes a Italia
para conocer a la de Capo.
—La tengo. —Mi voz salió fuerte—. Tengo familia.
Los ojos de ambos hombres se entrecerraron.
—Mi mejor amiga, Keely. Ella es mi familia. Sus hermanos
también.
Rocco miró a Capo, esperando que respondiera.
—Me reuniré con ellos formalmente—dijo—en la fiesta que le
organiza su familia. Están celebrando su nuevo trabajo. Alrededor
de dos semanas a partir de hoy. Domingo.
—¿Cómo lo supiste?
—Lo sé todo, Mariposa. Sé aún más cuando se trata de ti. —Él
dijo los nombres de sus padres y luego mencionó a cada uno de sus
hermanos y sus edades. Me dio un segundo, antes de continuar—.
Sabemos que esto es un arreglo, Mariposa, pero la gente de tu
círculo no lo sabrá. No exigiré que le mientas a tu amiga, pero la
verdad será modificada. Nos reunimos hoy para una entrevista
sobre un posible trabajo en mi club. Una vez que te diste cuenta de
que yo era el hombre de Macchiavello, tuvimos nuestro momento y
las cosas cambiaron.
—Sentí que era un conflicto de intereses contratarte.
Almorzamos, discutimos cosas que hacen las personas lujuriosas y
quisiste invitarme a su reunión familiar. —Él agitó una mano—.
Pasaremos tiempo juntos durante dos semanas. Te recogeré en su
casa. Tendremos citas. —Parecía odiar la palabra, porque la escupió
—. Entonces, durante su reunión familiar, anunciarás que estamos
comprometidos. Nos casaremos en el ayuntamiento de Nueva York
el fin de semana siguiente. También nos casaremos a finales de junio
en Italia. Una boda como corresponde. Tus amigos son bienvenidos a
asistir.
Con todo lo que había dicho, solo podía concentrarme en una
cosa.
—Sabes todo sobre mí, pero ¿qué sé yo realmente sobre ti?
Se inclinó hacia adelante, juntando sus manos sobre la mesa, sus
ojos ya no me devoraban de una manera personal.
—Mencionaste otras razones por las que hice esto. Tienes la
segunda principal, el deseo de mi abuelo. Sin embargo, tengo un
g p p g g
corazón y más de una vena cerca de mi pecho. Hay otros factores en
juego aquí, Mariposa. Necesito que me des tiempo para sacarlos a la
luz.
—¿Cuánto?—pregunté.
—¿Scusami? (NdT: perdóname)
Sonreí. Aunque no sabía italiano, sentí lo que había dicho, algo
equivalente a ¿perdón?
—¿Cuántas venas debo esperar? ¿Las que se conectan al corazón
principal?
—Quieres un número. —Se reclinó en su silla, estudiando mi
rostro—. Dos.
—No—dije—. Elige otro número.
—Quieres que invente algo.
—No—, repetí. —Pero las cosas malas vienen de tres en tres. No
quiero que inventes algo, pero te desafío a que encuentres algo
bueno en esta situación después de que tus dos 'venas' se abran a mí.
Dame tres para que salgamos con cuatro, con el corazón principal.
Me miró fijamente durante cinco intensos minutos, al menos.
Luego asintió.
—Estoy de acuerdo.
Rocco escribió algo.
Me gustaba esto. Realmente, realmente me gustaba esto.
Poniendo todo sobre la mesa de antemano. Estábamos discutiendo
nuestra mierda antes de comprometernos el uno con el otro. No se
suponía que el matrimonio fuera un negocio, pero de una manera
extraña, pensé que tal vez debería serlo a veces. Espero esto de ti. Tú
esperas esto de mí. Haces esto por mí. Hago esto por ti. Y ninguno de
nosotros cruzará ciertas líneas. Me quitó gran parte del peso que se
sentía como si hubiera caído sobre mi espalda cuando hizo su
propuesta por primera vez.
Me senté un poco más erguida y realmente comencé a prestar
atención cuando se mencionó la policía, cómo debía permanecer
callada en todo momento, a menos que Rocco me dijera lo contrario.
—¿Estás... involucrado en tratos que no deberías?
No esperaba que Capo fuera tan sincero, pero lo fue. Asintió sin
dudarlo.
—Mis manos no siempre están limpias al final del día, Mariposa.
—¿Qué tan profundo?
—¿Te importa la gravedad del pecado?
—No estoy segura.
—¿Aliviaría tu conciencia saber que solo actúo por venganza y no
por ganancias comerciales?
—Quiero honestidad—le dije—. Cueste lo que cueste. Si... si
pregunto. Necesito que seas honesto. —En ese momento, acercarme
a su honestidad me abrumó. Si tuviera demasiado tiempo para
pensar, querría honestidad en la mesa, y eso podría acabar con lo
que sea que tuviéramos. No estaba segura de qué tipo de persona
me convertía al negarme a considerar que podría hacer cosas
terribles por venganza, y las pasaría por alto por tener esto.
Tenerlo a él.
Borré el pensamiento tan pronto como llegó. No había lugar para
los sentimientos en esta mesa. No sentía nada de él. No habría nada
de mi parte.
Él asintió.
—Estoy de acuerdo.
Rocco escribió algo más.
Así fue como continuó la conversación. Rocco o Capo
mencionarían un término, lo discutiríamos y estaríamos de acuerdo
o no. Si no lo hacíamos, íbamos de un lado a otro hasta que ambos
estábamos satisfechos.
Dinero. Tendría acceso a todos sus fondos después de casarnos.
Los millones y millones que él tenía. No puso límite. Sin embargo, si
lo dejara o quisiera divorciarme de él, o rompiera las reglas
“centrales” de nuestro acuerdo, no obtendría nada. Ni siquiera un
centavo.
—Final—dijo Capo, sus ojos nunca más serios—. No creo en el
divorcio. Eres mía hasta que muera.
—Pero, ¿qué... qué pasa si uno de nosotros se vuelve infeliz?
—Este arreglo no se trata de amor, Mariposa. Lo entiendes,
¿verdad?
—Sí—dije, demasiado a la defensiva—. Lo sé. Lo has dicho tú y lo
he dicho yo. Lo entiendo.
Sus ojos desafiaron la afirmación, pero no insistió en ella.
—Saca el amor de esto. —Hizo un gesto entre nosotros dos—.
Ninguno de nosotros nunca será infeliz. Tenemos nuestros términos,
y esos deberían mantenernos contentos. Ambos tenemos un
propósito para este matrimonio. Yo quiero lealtad. Tú quieres vivir.
No todos los matrimonios se basan en el amor. El amor es una casa
frágil que se desmorona. Lo que estamos construyendo en esta mesa
será intocable.
—Avancemos—dije.
Recibiría un estipendio de diez mil dólares hasta que nos
casáramos. Para comprar comida, ropa y cualquier otra cosa que
necesitara hasta que fuera un trato cerrado.
Incluso tocamos detalles como: cuántas veces viajaríamos en el
año. Podríamos aumentar las veces, si quisiéramos, pero no
disminuirlas. Dos, decidimos, era un número ideal. Él elegiría un
lugar, yo el otro, y no había tres lugares involucrados a menos que
superáramos ese número.
Los dos hombres me habían estado sorprendiendo todo el
tiempo, así que decidí ponerles una. Les dije que bajo ninguna
circunstancia me pondría implantes en el culo. La idea aún estaba
fresca en mi mente, e hice que Rocco la escribiera. Capo sonrió y
dijo:
—Estoy de acuerdo. Nada de implantes de culo, ni ninguna
cirugía estética, a menos que mi esposa lo solicite. Sin embargo,
preferiría que no lo hicieras. Parecería una pérdida de dinero. ¿Por
qué pintar la mariposa?
Después de una hora, llamaron a la puerta. Los tres nos tiramos
hacia atrás, la conversación se desvaneció, esperando a que la
secretaria de Rocco tomara nota de nuestros pedidos para el
almuerzo. Mi estómago gruñó con fuerza y mis mejillas se
encendieron. Aunque me había estado quedando con Keely, no
había comido mucho de su comida, solo cuando ella me obligaba.
Seguía ayudándola a empacar, pero nunca me pareció suficiente.
Capo ordenó por mí. También pidió postre para mí.
—Eso fue amable de tu parte—le dije. Estaba demasiado
avergonzada para ordenar por mí misma. Sabía que la comida era
cara y nunca antes había pedido algo así.
Asintió una vez y me sonrió.
La secretaria de Rocco se quedó quieta. Observándolo. Ella lo
observó hasta que él volvió sus ojos hacia ella.
—Eso es todo para mi prometida y para mí.
Ella asintió, se arregló el cabello y le sonrió. Acomodó la lista
contra su pecho cuando él se dio la vuelta sin responder. La observé
hasta que cerró la puerta detrás de ella. Era una morena atractiva,
lista para la pasarela. Giada, la había llamado Rocco. Ella era alguien
que esperaría estuviese con Capo. Se vería bien de su brazo.
Giada y Capo. Sus nombres incluso parecían combinar.
Rocco sugirió que continuáramos la reunión hasta que se
entregara la comida. No podría haber estado más de acuerdo.
Levanté la mano, como si estuviera en la escuela.
—Quiero derechos exclusivos sobre ti—dije—. Comenzando
ahora.
—Tendrás que explicar eso con más detalle, Mari—dijo Rocco,
moviendo algunos papeles.
—Ella quiere decir—dijo Capo, con una leve sonrisa en los ojos—
que quiere que seamos exclusivos. Desde este momento.
—Un poco por delante de mí—dijo Rocco, y pude escuchar la
sonrisa en su voz. Capo y yo nos estábamos mirando—. Íbamos a
discutir eso a continuación.
—Cualquiera que sea la cantidad de veces que Capo quiera salir
conmigo en una cita nocturna, está bien para mí. —Agité una mano
—. Que sea una sorpresa, pero no tres veces por semana. Estoy lista
para discutir estos términos ahora.
—Hemos llegado a la exclusividad por los apremios de la señora.
—Rocco hojeó algunos papeles más. Sonrió de nuevo. Creo que me
encontraba divertida—. Dado que ha declarado sus sentimientos
sobre el asunto de que seáis exclusivos, sabemos cuál es su posición,
pero creo que es mejor discutir el asunto en detalle. Si prefiere no
tener intimidad con Capo, no puede esperar que sea célibe. Tomaría
amantes, pero sería discreto, por supuesto.
—Discreto—murmuré—. Por supuesto. —Y me dejarían en
ridículo. Y lo que es peor, no me gustaba la idea de que la secretaria
morena entrara y saliera de su habitación mientras yo dormía en la
habitación de al lado, o donde fuera.
Rocco asintió.
—Mari, tendrías que ser discreta…
—No—dijo Capo—. Nadie toca a mi esposa excepto yo.
La habitación se volvió excepcionalmente silenciosa. Cuando me
giré para mirar a Rocco, él estaba mirando a Capo. El rostro de
Rocco rara vez mostraba alguna emoción, pero la respuesta de Capo
pareció tomarlo por sorpresa. Él no esperaba eso.
¿Antes no era una gran cosa? No tenía ninguna razón para pensar
que no habían discutido algunos puntos de los términos antes.
Podría decir cuáles, cuando Capo se puso firme en algunas cosas
antes de que tuviera la oportunidad de pensar en ellas.
—Está decidido entonces—le dije—. Nadie me toca. Nadie te
toca.
—Exclusiva. Exclusivo. —Rocco escribió en su papel.
—¿Eres virgen, Mari?—preguntó Capo.
—¿Por qué? solté—. ¿Hará que mi precio suba? No creo que
pueda. Quiero decir, ya me has ofrecido todo, en cuanto al dinero,
siempre y cuando no me vaya.
No me gustó la forma en que Capo me miró. Estaba tratando de
desenterrar la información solo por pura voluntad. ¿Esperaba que yo
tuviera experiencia porque era una chica pobre en las calles? Oh,
cierto, pensé con cinismo, básicamente fui a su club buscando vender
mi cuerpo por un dólar. Resultó que estaba a punto de vender mi
secreto a cambio de mi vida.
—¿Importa? —Lo intenté una última vez.
—Me importa—dijo Capo—. Tu respuesta dirigirá nuestra
primera vez juntos.
¿Dirigirá nuestra primera vez juntos? ¿Qué significaba eso? ¿Sería
rudo conmigo si no era virgen?
Me levanté de mi asiento, la primera vez desde que intenté
alejarme de él, y me acerqué a la ventana. La vista desde esta altura
era vertiginosa. Nueva York parecía tan hermosa a esta altura,
cuando tus pies no podían tocar el suelo.
—No lo sé—dije, mi voz apenas por encima de un susurro.
—No lo sabes—repitió Capo. Podía imaginar su rostro, sus cejas
oscuras dibujadas.
El silencio se apoderó de la habitación. Después de un rato, me
pidió que le explicara.
—¡No lo sé!—dije un poco más fuerte—. Cuando tenía dieciséis
años, fui acogida por una familia rica. Un político. Él...él me tocaba.
No llegó tan lejos como el sexo, porque me fui antes de que pudiera.
Me negué a dejar que me hiciera eso. Keely me ayudó a obtener una
identificación falsa y trabajé en trabajos ocasionales donde pude.
Dormí en refugios. A veces en casa de Keely cuando su madre lo
permitía.
—Mantuve la cabeza gacha para que no me enviaran de regreso a
un hogar de acogida. También evité a la policía hasta que tuve la
edad suficiente para estar legalmente sola. Sin embargo, me hizo
cosas, cosas de las que preferiría no hablar. Estoy segura de que
ambos son lo suficientemente inteligentes como para entender por
qué realmente... no sé si soy virgen o no. Pero estoy limpia. Ningún
hombre me ha tocado antes o desde entonces. Nunca tuve tiempo
para preocuparme por una relación, pero incluso si lo hubiera
tenido, nunca pensé que querría que me tocaran de nuevo.
—O deberle a alguien—dijo Capo en voz baja, pero había una
corriente subterránea que lo atravesaba y que sentí desde donde
estaba. Sentí frío en mi espalda.
Había descubierto la razón por la que odiaba aceptar amabilidad
sin dar algo a cambio. El cabrón que me adoptó me había dicho que
me había hecho un favor al acogerme y que estaba en deuda con él
por su amabilidad. Al principio, le creí y habría hecho cualquier cosa
para sentirme como en casa. Un hogar. Pero cuando me di cuenta de
lo que esperaba de mí, la amabilidad nunca se sintió tan sucia.
Estaba avergonzada. Cada noche sabía que él estaba cada vez
más cerca de hacerme algo que nunca podría deshacerse. Los dedos
eran una cosa, su desagradable polla era otra. Así que escondí un
cuchillo en mi bolso, y cuando lo intentó, le dije que gritaría y lo
cortaría si lo hacía. Vivir en las calles era mejor que vivir en lo que
parecía una jaula. Tenía esposa e hijos, todos durmiendo en las
habitaciones que rodeaban la mía.
—Amabilidad—dije—. Nunca se la deberé a nadie, si está en mi
poder.
—¿Quieres tener intimidad conmigo, Mariposa?
—Hay otros factores en juego aquí, Capo. —Le repetí sus
palabras, solo reemplazando su nombre por el mío—. Te pido que
me des tiempo para ir a tu cama.
—Concordata—dijo en voz baja. Y sabía por conversaciones
anteriores que eso significaba acordado en italiano.
Estuve tanto tiempo frente a la ventana que cuando me volví,
encontré a Capo sentado solo en la mesa, con los ojos en mí.
—¿La reunión terminó?—pregunté, repentinamente temerosa de
que mi confesión pudiera haberlo desanimado. ¿Era mercancía
usada? Nunca lo había admitido en voz alta, ni siquiera ante Keely.
Le acababa de decir que el político cabrón fue malo conmigo, casi
abusivo, pero nunca entró en detalles. Creo que ella lo sabía, pero no
me presionó, solo me dijo que, si alguna vez quería ir a la policía,
estaría allí conmigo.
—No. —La aspereza en su voz era fuerte—. Solo tomando un
descanso.
Asentí, dándome la vuelta de nuevo.
—Siéntate, Mariposa.
Pensando que estábamos a punto de comer, o que íbamos a
empezar pronto de nuevo, hice lo que me dijo. Era fácil aceptar sus
órdenes. Él realmente tenía su mierda junta
Se levantó de su silla, su imponente figura se paró frente a mí,
antes de arrodillarse frente a mí. Puso su mano en mi rodilla.
—No te pusiste los zapatos nuevos que te envié—dijo él.
La luz le dio en los ojos y pensé en el océano, en las
profundidades que quería explorar. No se podía negar que había
algo oscuro más allá de la luz, pero de alguna extraña manera,
también quería explorar eso. Quería saber que lo que había hecho,
por miedo, por desesperación, no era tan perverso como yo creía: no
gritar cuando el político cabrón me tocó por primera vez. Quería
saber que otras personas tenían secretos que también eran difíciles
de contar. Solo esperaba no ser la única en la historia que cambiaría
contarlos por una oportunidad de vivir.
—No. —Sonreí un poco—. Entonces no eras oficialmente mi
capo.
Él me devolvió la sonrisa. Luego tomó mi bolso. Cuando me
estremecí y lo agarré, se tomó su tiempo para quitármelo de las
manos. Lo abrió y sacó los zapatos nuevos, como si supiera que los
había empacado. Lo hice. Lentamente, alcanzó una de las gastadas
chanclas de plástico.
Fui a retirarme, pero él me sostuvo con fuerza.
—Están tan sucios—susurré.
—He tocado peores y peores me han tocado.
Lo dejé tener mis pies, observándolo mientras cambiaba mis
zapatos viejos por unos nuevos. Se sentían tan bien. No había tenido
un par de zapatos que fueran solo míos desde que tenía diez años.
—Tu bolso—dijo—. Pertenecía a tu madre.
Me tomó un segundo.
—¿Mi madre? ¿Te refieres a Jocelyn?
—No—dijo él—. Jocelyn Flores fue la mujer que te acogió y te
amó como propia. 'Jódeme'. Eso era algo que el viejo Gianelli, su
padre, solía decir cuando se irritaba porque los bichos de su jardín se
comían sus productos. Los sicilianos aman sus jardines.
—¿Conocías a mi... a Jocelyn? ¿a Pops? —Pops era el padre de
Jocelyn, mi abuelo adoptivo. No conocía al esposo de Jocelyn, Julio
Flores. Había muerto antes de que me adoptaran, pero obtuve su
apellido.
Él asintió.
—Los conocía bien.
—Pops murió primero—le dije, queriendo contarle—. Jocelyn
murió un año después.
—Ataque al corazón—dijo Capo—. Cáncer.
q j p
—Así es— fue todo lo que pude decir. Su hogar fue el único
estable que había conocido.
—Todavía regresas a Staten Island para volver a visitar la casa.
—Lo hago.
—Les di suficiente dinero para cuidarte.
—¿Tú… qué?
—¿Qué pasó con eso, Mariposa?
Me puse de pie, poniendo algo de distancia entre nosotros.
—Ella estaba muy enferma. Lo usamos para su tratamiento.
Luego se quedaron con la casa. No quedaba dinero. Nadie que me
cuidara. —Me mordí el labio—. ¿Cómo sabes todo esto?
Capo todavía estaba sobre una rodilla, mis zapatos sucios
colgando de sus dedos.
—Conocí a tus padres, tus padres biológicos, Corrado y Maria. Tu
nombre era Marie a Palermo.
—Marie a Palermo. —Probé el nombre. Se sentía extraño.
Equivocado—. Tenía cinco años cuando… tuviste algo que ver con
que yo fuera a vivir con ellos, ¿no es así?
—Así es. Te traje a vivir con ellos. Te cambié el nombre.
—Mariposa—dijo él, usando un acento italiano en la palabra española.
Te llamaré Mariposa. La mariposa.
El bastardo me había puesto el nombre.
—¿Por qué? —Mis manos se apretaron a mis costados.
—Marie a significa mar de amargura, o algo parecido. Quería
que tuvieras algo mejor para llamarte. Quería que te convirtieras en
lo que más amabas. La mariposa. Te merecías la oportunidad.
Ambos nombres comenzaban con Mari, como te llamaba tu madre.
Quería que también mantuvieras esa parte de ella contigo. Y sabía
que haría la transición más fácil. Siendo una niña pequeña, aún
podías decirle a la gente que tu nombre era Mari. No era tan
disparatado.
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—Eso no es lo que quise decir. ¿Por qué me trajiste a vivir con
ellos? ¿Qué pasó con mi madre y mi padre? —Esas simples palabras
casi me parten en dos, pero me mantuve firme.
—Asesinados—dijo él.
—¿En un accidente de coche? —Eso fue lo que Pops y Jocelyn me
habían dicho.
Dejó los zapatos viejos con reverencia y se puso de pie, frente a
mí.
—La familia Scarpone los asesinó.
—La… —Ni siquiera podía decir la palabra. Mafia.
—También exigieron tu sangre.
—Entiendo. —Me senté, todo mi peso se desplomó. No podía
soportarlo, aunque alcancé el bolso para mantenerla cerca. Fue lo
único que Jocelyn dijo que había venido conmigo cuando llegué a su
puerta. El bolso contenía dos libros para colorear. Uno lleno de
imágenes de mariposas y el otro de princesas. Una caja de colores.
La pinza de pelo de mariposa.
—Difícilmente—dijo él.
Ante la respuesta de una sola palabra, mis ojos se volvieron para
encontrar los suyos. Me miraba, siempre me miraba, con una
intensidad que me mantenía enraizada, pero me hacía sentir que
podía volar.
—Sabías que me gustaban las mariposas. Colorear.
Mariposa.
—Tú me lo dijiste—dijo él—. Me pediste que coloreara contigo. El
azul era tu color favorito.
—Todavía lo es —dije, pensando en el color de sus ojos.
Me iba a enfermar. Cerré los ojos, inhalando y exhalando
profundamente.
—Tú… —Tuve que tomar otra respiración—. Me has estado
vigilando.
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—No—dijo—. Después de dejarte con Jocelyn y el viejo Gianelli,
corté todos los lazos. Era más seguro de esa manera. Había planeado
que alguien cercano a mí te comprobara de vez en cuando, para
asegurarme de que el dinero todavía estaba allí y de que te estaban
cuidando, pero sucedió algo y la vida se interpuso en el camino.
Cuando apareciste en Macchiavello's por primera vez, pensé que me
resultabas familiar. Cuando apareciste en The Club, lo supe. La bolsa
de hielo que devolviste lo confirmó. Estaba el ADN de tu sangre en
ella.
—Me salvaste. Me salvaste de esa gente. —¿Tu gente? La
pregunta quemó en la punta de mi lengua. Quería respuestas, pero
estábamos hablando de la familia Scarpone, parecían estar entrando
mucho en mi círculo últimamente. Cualquiera sabía quiénes eran los
Scarpone. No eran los Fausti, de ninguna manera, pero se sabía que
eran despiadados hasta la médula.
Cinco familias gobernaban Nueva York, y la familia Scarpone era
una de ellas. Eran los mejores perros. Gracias a gente como ellos,
aprendí desde el principio a mantener la cabeza gacha y la mirada
apartada. Fue una de las razones por las que no delaté a Quillon
Zamboni, el hombre que me tocó mientras estaba en un hogar de
acogida. Ser curiosa iba en contra de todo lo que sabía, cómo
mantenerme a salvo, pero me iba a casar con este hombre. Tenía que
saber esto, al menos.
—Tú eres uno de ellos.
Me miró por un momento, su rostro inexpresivo.
—Yo era uno de la manada.
—¿Pero ahora?
—Soy un lobo solitario.
—¿Por qué? ¿Por qué me salvaste?
—Eras la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Tan
inocente que me rompió el corazón. Tenías la pinza de mariposa en
el pelo y lo único que querías era colorear. Yo nunca había
experimentado eso antes, algo lo suficientemente poderoso como
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para cambiar el curso de mis acciones. Me hiciste ver algo diferente.
Te vi, Mariposa. Quería que tu inocencia viviera.
Dijo esas poderosas palabras, pero sin una pizca de emoción.
Podría haber estado hablando de qué ponerse para salir, si hacía
tanto frío como para necesitar una chaqueta.
—¿A qué costo? —El suyo o el mío, no estaba segura de lo que
preguntaba.
—Una vena—dijo él—. Otro día.
—¿Eso es todo lo que estás dispuesto a darme?—le dije.
—Hoy.
Sabía que esto era un factor decisivo. Él no me lo diría. ¿Y
realmente quería conocer los detalles? ¿Cambiaría el resultado de
este arreglo? Una vez que estaba dentro, estaba dentro. No podía
salir. Ya me había avisado. No había duda de que iba a actuar en
consecuencia. Había algo en él que te desafiaba a enfrentarlo, pero te
detenía justo antes de que lo hicieras. Piensa dos veces.
Sin embargo, estaba bastante segura de que, a pesar de que él era
uno de ellos, debe haber sido considerado un hombre desechable, un
hombre que había sobrevivido a los brazos de largo alcance de la
familia. No alguien excepcionalmente cercano al funcionamiento
interno de la familia, o no estaría aquí.
Estaba en juego el dinero, la vida, pero para mí, se sentía como
mucho más. Qué, no tenía ni idea, pero se sentía peligroso. No era
algo para tomar a la ligera. Todos esos años anhelaba vivir, y aquí
estaba la oportunidad frente a mí, latiendo como un corazón, pero
vino con consecuencias. Venas poco saludables.
—¿Qué vas a ser en el papeleo?—dijo Capo, sin darme más
tiempo para pensar—. Tu nombre.
—¿Estaré en peligro? —Fue la primera vez que pensé en
preguntar. Estaba tan ocupada, deslumbrada por la oportunidad de
vivir que me olvidé del tenue velo de la muerte.
—Sí—dijo, sin dudarlo—. Siempre has estado en peligro. Hice lo
mejor que pude con lo que me dieron en ese momento. Estar en las
calles, sin llamar la atención, los mantuvo fuera de tu rastro, por así
decirlo. Hay otros factores también. Los Fausti, por ejemplo. Nadie
toca lo que les pertenece a menos que tenga un deseo de muerte.
Como puedes ver, los considero familia. Confío en ellos tanto como
puedo. Sin embargo, eso no cambia la verdad. No puedo prometer
algo que no es mío para dar, que es protección completa contra la
vida. Pero juraré mantenerte a salvo a costa de la mía.
—Ya lo hiciste, ¿verdad?
Se quedó en silencio por un minuto.
—¿Qué habrá en el papeleo?—repitió luego.
—Mariposa—dije, sin dudarlo—. Mariposa.
Asintió una vez, a punto de ir a la puerta a buscar a Rocco. Me di
cuenta de que estaba listo para seguir adelante.
—Capo.
Él se detuvo, pero no se giró.
—¿Cuál... cuál será mi apellido?
—Macchiavello. —Tomó aire—. Mariposa Macchiavello. —
Parecía satisfecho—No es el nombre lo que me agrada. Es que no
importa de dónde venga, vino de mí, y lo llevarás como un maldito
anillo alrededor de tu dedo.
Entonces me dejó sola, cerrando la puerta detrás con un suave
clic.
Me marchité en el asiento cuando estuve sola. De repente, me di
cuenta de que era el único hombre al que le debía. Y él lo sabía. Lo
supo todo el tiempo.
Quería lealtad. La había asegurado a toda costa.
Pero nunca más nadie, incluido el hombre que pretendía ser mi
esposo, Capo Macchiavello, me mataría con bondad. Porque la
bondad no te mata rápidamente. Te devoraba lentamente, como
ácido, hasta que deseabas estar muerto.
Capítulo 10
Mariposa
Dos semanas después, Capo me llevó a Staten Island en uno de
sus muchos coches veloces. El hombre tenía un fetiche por los
coches. Mi suposición original acerca de que sus vehículos
coincidían con sus corbatas era errónea, pero se acercaba a la verdad.
Parecía tener un coche para cada ocasión.
El que conducía parecía un poco exagerado para el lugar al que
nos dirigíamos: la fiesta que Harrison organizaba por la gran
oportunidad de Keely en Broadway. Cuando le pregunté a Capo qué
tipo de automóvil era, dijo:
—Buga i Veyron.
No tenía ni idea de coches, así que simplemente lo archivé como
una bestia negra mate, que probablemente podría usarse en una
pista de carreras.
Me había estado recogiendo para algunas “citas” desde nuestra
reunión. Después de que le expliqué la situación a Keely, pareció
aceptarlo, pero me di cuenta de que sospechaba. Aun así, eso no le
impidió hacer un comentario sobre lo bueno que era Capo cuando lo
conoció.
—Mierda—había dicho ella—. Esa cantante, ¿cómo se llama? ¿La
que siempre escribe sobre sus novios? No tiene idea de lo que se está
perdiendo últimamente. Montones y montones de inspiración
creativa. Ese tatuaje en su mano me tiene con ganas de lamerlo, sin
mencionar esa cara perfecta y ese cuerpo apretado. ¿Estás segura de
que es real, Mari? El hombre no tiene ni un maldito defecto.
Todavía no había encontrado uno, excepto su frialdad. No
parecía que lo dijera en serio, pero había algo cauteloso en él en todo
momento. Parecía que tenía que hacer un esfuerzo para quitárselo
cuando estábamos juntos. En The Club, en la oscuridad, había sido
cálido, me atrevería a decir acogedor, pero a la luz del día, era tan
duro como una ola helada.
Sin embargo, su distanciamiento no quitaba lo bien que parecía
conocerme, porque ya me estaba dando cosas, experiencias, sobre las
que solo había escrito en Journey. Nuestras citas parecían hechas a
mi medida.
Después de nuestra reunión, me había dado una tarjeta con la
cantidad de dinero estipulada. Me dijo que tenía que usarlo o
asumiría que estaba incumpliendo mi parte del trato. Esto era,
después de todo, un acuerdo con cláusulas.
Necesitaba un nuevo guardarropa. Trabajé en eso.
Necesitaba empezar a comer mejor. Salté sobre eso.
Tenía gente para encargarse de nuestras dos bodas. Lo hice.
La secretaria de Rocco, Giada, hizo un comentario sobre mi
cabello cuando fui a reunirme con el organizador de bodas que se
encargaba de todo en Italia. La mayoría de mis reuniones tuvieron
lugar en la oficina de Rocco. Todavía no tenía idea de dónde vivía
Capo.
Giada me consiguió una cita con uno de los mejores estilistas de
Nueva York, Sawyer Phillips, el mismo día. Los Fausti realmente
tenían algo de influencia. Sawyer fue amable conmigo, y después de
que terminamos, mi cabello era castaño intenso con mechones color
caramelo en la mezcla. El cambio fue casi impactante.
Mis ojos se veían mucho más vibrantes y mi piel brillaba de
dentro hacia afuera. También podría haber sido que estaba comiendo
bien y no estaba tan estresada por saber dónde iba a dormir y de
dónde vendría mi próxima comida. Pero… tenía una cita fija con
Sawyer indefinidamente después de la primera, y dos chicas que me
hacían las uñas.
También tenía un hombre llamado Giovanni que me seguía
cuando il capo no estaba conmigo. Solo veía a Capo en las noches de
nuestras citas, así que pasaba más tiempo con Giovanni. Era un buen
tipo y, por lo general, no me importaba que me acompañara. Sin
p y p g p q p
embargo, no pude evitar notar lo... diferente que era en comparación
con Capo y los hombres que trabajaban para los Fausti o estaban
relacionados con ellos.
Giovanni no era tan atractivo, lo que no hacía ninguna diferencia
para mí, pero parecía que Capo lo había hecho a propósito. Y
Giovanni y yo no teníamos nada en común. Cero cosas de las que
hablar excepto el clima y las cosas que le gustaban y no le gustaban
de Nueva York. Era de Italia.
Capo. Mi aspecto. Incluso Giovanni.
Había habido tantos cambios en tan poco tiempo. Me desperté
sabiendo que una parte de mi vida iba a ser diferente. Y después de
la boda, sentía que las cosas iban a cambiar aún más. Capo parecía
estar esperando su momento con la parte de “citas” del trato. Quería
que fuera oficial. Aun así, no esperaba ninguna cosa:
Todavía me sentía como... yo, solo que sin los factores estresantes
adicionales.
Me preocupaba el precio de la ropa que compraba. Incluso la
cantidad de comestibles en mi carrito. Así que buscaba gangas, casi
con miedo de que se acabara el dinero y me quedara con hambre y
sin hogar otra vez, a pesar de que todavía me estaba quedando con
Keely hasta que terminara su contrato de arrendamiento y me
casara.
Algunas cosas nunca cambiarían, supuse. Siempre habría una
cierta cantidad de miedo en mí. Una cierta cantidad de puedo pagar
esto, pero ¿qué pasa con aquello? ¿Puedo tomar una bebida y patatas fritas?
Sin embargo, todos estos cambios tuvieron que ser explicados a
Keely, para que no sospechara demasiado. Entonces le dije que,
aunque Capo no me dio el trabajo, Rocco me ofreció uno. Trabajaba
en su oficina como una chica de los recados. Para hacer esto cierto,
porque me sentía culpable por mentirle, le traía café a Giada cada
vez que llegaba.
Capo asintió y dijo:
—Bene—cuando le conté lo que le había dicho a Keely. Teníamos
que mantener la historia en orden.
La mano de Capo se acercó a las mías después de que suspiré.
—Deja de estar inquieta. Te hace ver nerviosa.
—Lo estoy—le dije—. Nerviosa.
Había estado girando el anillo de compromiso que me había
dado alrededor de mi dedo. Era una piedra antigua de cuatro
quilates. El diamante central tenía forma ovalada. Había otra capa de
diamantes alrededor del centro. Y luego más diamantes en los
costados. Era muy artístico, femenino, y podría haber jurado que las
volutas laterales y los diamantes creaban mariposas abstractas.
La única razón por la que sabía el tamaño en quilates era porque
Capo me lo había dicho. No quería que me preocupara que nada en
el anillo fuera un tres. En lo que a mí respecta, podría haberme dado
una simple banda de oro. La cosa era pesada y a veces tenía miedo
de que alguien me cortara el dedo por eso.
Sin embargo, había hecho que el momento fuera especial. Me
llevó a dar un paseo en helicóptero por Nueva York al anochecer y,
después de aterrizar, me dijo que revisara mi bolso. Encontré un
nuevo libro para colorear adentro. El título decía: La Princesa
Mariposa. Había sonreído cuando lo abrí. Era un libro grueso y la
primera mitad estaba llena de retratos de personajes míos en muchas
poses diferentes.
Me dijo que siguiera adelante y que solo me detuviera cuando
llegara a la mitad. La segunda mitad del libro había sido tallada,
pero el anillo estaba en el centro y parecía que estaba en mi dedo
izquierdo. La parte inferior de la página tenía escrito en letra
elegante: Cuando lo sabes, lo sabes. Había deslizado el libro para
colorear de nuevo en mi bolso, pensando más en él, que en el valioso
anillo.
—De esa manera tenemos una historia real que contar—había
dicho—. No hay que seguir con mentiras. —Me había puesto el
anillo en el dedo y no habíamos hablado de eso desde entonces.
Le conté a Keely sobre eso ese mismo día. No quería que la
tomara por sorpresa durante su fiesta, y no quería anunciarlo a toda
su familia. Era su día. Le dije que lo dijera si quería, pero yo me
callaría.
No se quedó callada después de que se lo dije. ¡Es demasiado
pronto! Apenas lo conoces. Está relacionado con una de las familias
criminales más poderosas de la historia. ¿Y sabes lo que eso significa?
¡Probablemente es la razón por la que es más rico que el pecado!
Él era más rico que el pecado.
Cuando discutimos el aspecto financiero de las cosas durante
nuestra reunión de arreglo, me quedó claro todo lo que Capo poseía.
No solo era dueño de uno de los restaurantes más exitosos, sino
también de uno de los clubes más exitosos y de una serie de hoteles
de lujo. Conocía su riqueza mejor de lo que lo conocía como hombre.
¿Y si tenía tratos criminales? No los había revelado en la reunión. Yo
tampoco había preguntado.
No queriendo escucharla mientras continuaba por el mismo
camino, saqué el libro para colorear que me había dado, el anillo, y
se los mostré, ambos. Había leído en voz alta la inscripción al final
de la página.
Cuando lo sabes, lo sabes.
—¿De verdad quieres esto, Mari?—había preguntado,
mirándome a los ojos—. Si dices que sí, retrocederé.
Sonreí ante eso.
—Sí, Kee—le dije—. Realmente lo quiero. Pero ambas sabemos
que no vas a retroceder.
Ella soltó una carcajada, abrazándome fuerte, besando mi frente.
—Tú lo sabes. Soy tu hermana mayor. Siempre te cuidaré.
—¡Por dos semanas, Kee!
—Italia. ¡Mi hermana se va a casar en Italia!
Tenía la sensación de que nuestra boda iba a ser considerada una
gran noticia por esta fiesta. Eso me ponía nerviosa. No estaba segura
de cómo iba a reaccionar Harrison. Después de enterarme de sus
sentimientos por mí… esperaba que mi matrimonio con Capo no
pusiera las cosas incómodas entre nosotros.
Capo había acordado que podía decirle a Keely antes, pero no
estaba segura de cómo iba a reaccionar ante Harrison. No dejaba de
pensar en cómo había dicho, nadie toca a mi esposa excepto yo. Fue
intenso. Posesivo. Solo por el tono de su voz, todavía corría con los
lobos. Era tan claro como el tatuaje en su mano.
—Abandonaste la universidad.
Esas cinco palabras me sacaron de la niebla nerviosa en la que
estaba.
—Cómo… —Iba a preguntar cómo sabía eso, pero me detuve.
Cuando dijo que lo sabía todo, era verdad—. Sí. No funcionó.
Todavía estábamos tomados de la mano, y tan perdida como
estaba en mis pensamientos, me di cuenta de que usaba el pulgar
para hacer un patrón suave en mi piel. Estaba haciendo una 'C.'
Sostenía mucho mi mano en público, la única intimidad entre
nosotros desde nuestra noche en The Club, pero solo hizo el patrón
de la 'C' mientras estábamos en el coche. Me ayudó, especialmente
cuando me di cuenta de lo cerca que estábamos de llegar.
—El trabajo se interpuso en el camino y te despidieron.
—Eso lo resume todo.
—Deberías replantearte volver. Tendrás tiempo libre, cuando no
estés ocupada conmigo. Rocco sugirió abogacía.
—¿Abogacía? —Me reí, pero me dio una mirada seria, así que
cambié sobre la marcha—. ¿Por qué abogacía?
—Estaba impresionado con la forma en que te manejaste durante
nuestra reunión. Te defendiste. Estabas dispuesta a ceder en las
cláusulas que no creías que fueran tan importantes, pero las que sí...
—se encogió de hombros— te quitaste los guantes y luchaste con las
manos desnudas. Eres una excelente negociadora, Mariposa.
Estaban impresionados de que me hubiera enfrentado a ellos. No
parecía que muchas personas hicieran eso. Hombres o mujeres. No
tenía nada que perder cuando entré en esa oficina, y una vez que
descubrí que Capo estaba interesado en mí, tuve algo con lo que
negociar. Creo que él lo sabía. Creo que quería eso de mí. Lo que me
hizo respetarlo aún más. Sabía que iba a entrar con nada más que un
bolso lleno de viejos recuerdos, un diario y pan duro. Me dio una
moneda de cambio. Yo.
—Lo consideraré. —Abogacía ni siquiera se me había pasado por
la cabeza. Parecía demasiado inalcanzable, algo en lo que solo las
personas ricas con conexiones tenían éxito. Tal vez le preguntaría a
Harrison sobre sus sentimientos al respecto... Pensar en Harrison
hizo que me sudaran las manos, así que cambié de tema—. ¿Ibas a
elegir a Sierra?
—¿Qué te hizo pensar en ella?
Me encogí de hombros, tratando de no jugar.
—Rocco. El arreglo. Apareció en mi cabeza.
Condujimos durante unos cinco minutos antes de que
respondiera.
—Ella era una de mis mejores opciones.
—¿Porque era hermosa?
—No, porque era una de las más hambrientas.
Ah. Correcto. Ella se estaba muriendo de hambre tanto literal,
como figurativamente. Estaba buscando a la más hambrienta del
grupo, una mujer que caería en el hechizo vertiginoso de su fuerza
magnética. Tenía todo lo que una chica podría desear. Aspecto.
Encanto. Dinero. Y tenía una fuerte sensación de siempre te cuidaré si
te llamo mía. Agrega a una chica como Sierra, como yo, y la lealtad a
alguien como él sería alta. Rara vez tenemos oportunidades como él.
—¿Tuvo... una conexión algo que ver con eso?
—Depende de lo que entiendas por 'conexión'. Si te refieres a
sexualmente compatible, una fuerte atracción física, sí.
Mis mejillas se calentaron, y no por vergüenza. Estaba un poco
celosa de que sintiera eso por Sierra. Que se sintiera atraído
sexualmente por ella. Me preguntaba si habían tenido sexo, ya que
ella trabajaba en su club, pero tampoco quería mencionarlo.
—¿Ibas a darle este anillo, si la elegías? —Lo levanté y él le dio
una mirada de reojo
—No.—
Cambió suavemente de carril y lo dejó así. Lo miré, esperando
que me diera un poco más, pero parecía que se había cerrado.
Suspiré, volviéndome hacia la ventanilla. El mundo pasaba como un
borrón. Íbamos demasiado rápido para que yo pudiera alcanzarlo.
El silencio en el coche de repente me estaba matando. Me incliné
hacia delante y, por primera vez, jugueteé con algunos botones. Me
di cuenta de que Capo me miraba de reojo, debajo de sus gafas, pero
no dijo nada. Finalmente, encontré el estéreo. Sonreí cuando escuché
la última música que había estado escuchando. Seguí presionando la
flecha hacia adelante para ver qué tenía en su lista de reproducción.
Bee Gees. 2Pac. Andrea Bocelli. White Snack. Sam The Sham and
The Pharaohs. Staind. Seven Mary Three. Frank Sinatra. Nazareth.
Su lujoso coche mostraba los nombres de los artistas y sus canciones.
No tenía idea de quiénes eran la mayoría de ellos, pero todos eran
muy diferentes. Sus gustos musicales no me dieron más pistas sobre
quién era. Es un hombre extremadamente misterioso, pensé con
sarcasmo. Y el resto de su lista continuó en esta mezcolanza de
géneros.
—Te estás riendo de mí—dijo—. De mi música.
Me reí aún más fuerte y me pellizqué los dedos, dejando un
pequeño espacio entre ellos.
—Un poquito.
—Tienes un sentido del humor retorcido. —Sacudió la cabeza—.
Y una risa salvaje para acompañarlo.
—¿Qué es una risa salvaje?
—Algunas personas la enjaulan, la entrenan para que sea lo que
quieren que sea, un animal tranquilo. Algunas personas la fingen,
ocultando el hecho de que no tienen nada de qué reírse realmente.
Tú no haces nada de eso.
Seguí riéndome, encendiendo la radio en lugar de escuchar su
música de viejo. Él iba a cumplir cuarenta años en agosto, en
comparación con mis veintidós en octubre. Aunque había una
diferencia de edad de dieciocho años, mi tiempo en las calles me
había envejecido. Sentía que estábamos cerca de igualar su edad.
Entonces sonó una popular canción pop y la brecha se amplió un
poco. Me hizo pensar en Keely y en lo que me había dicho sobre
Capo y su familia, que proporcionaban suficiente inspiración
creativa para un sinfín de canciones.
—No puedes hablar en serio. —Miró la radio como si le hubiera
hecho algo ofensivo—. ¿Preferirías esta chica a Bocelli?
—¿Yo? ¿No soy seria? ¿Cómo pudo pasar esto? —Fingí
desmayarme contra la puerta, presionando una mano en mi frente—.
¡Tengo los vapores! ¡Ayudadme, apuesto señor!
—Esto es lo que sucede cuando tu cerebro ha estado escuchando
este tipo de música durante demasiado tiempo. Tú. Deberías ser el
ejemplo para que los niños que escuchen esto. —Cambió la música a
Bocelli, una verdadera balada romántica italiana.
La cambié de nuevo, sintiéndome más ligera que en todo el día.
En realidad, me sentí más ligera que en años.
—Hemos escuchado tu música. Déjame escuchar la mía por un
rato. Y no estoy de acuerdo. Me encanta su música. Este es su nuevo
material. Es hermoso. Especialmente esta canción. Escucha.
Mi risa amenazó con salirse de la jaula, en la que la había
empujado. Estaba escuchando la canción con seriedad, y cuando se
ponía serio, sus cejas pobladas bajaban y sus labios se volvían
severos.
—Tienes un amigo—dijo cuando la canción estaba cerca de
terminar.
—Yo sí—le dije—. ¿Pero realmente escuchaste? Primero menciona
un tipo de amor infantil, luego un amor que ocurre mientras crecen
y luego se casan. Es lindo tener un mejor amigo, pero cuando tu
mejor amigo es también tu amante, completa las cosas. Es lo que yo
pensaría, de todos modos.
—Tan filosófico—dijo, y casi me río de nuevo.
—¿Qué? ¿No entendiste eso?
—Todo lo que tengo es la banda sonora de una película de Tim
Burton atrapada en mi cabeza ahora.
—¿Quién es Burton?—pregunté.
—¿El Joven Manos de Tijera2?
Me encogí de hombros.
—No tengo idea.
—Me asombra. No tienes idea de quiénes son Tim Burton o El
Joven Manos de Tijera, pero tenías una idea bastante clara de
quiénes eran los Fausti cuando nos conocimos—
—Es un hecho triste de la vida en las calles. Intentas adelantarte a
las cosas que pueden matarte. —Me encogí de hombros—. El resto
realmente no importa cuando estás lo suficientemente hambrienta
como para robarle a un niño pequeño su cono de helado. Dudo que
Tim Burton y el Joven—Hice un movimiento con los dedos como si
estuviera cortando papel con unas tijeras— me persiguieran y me
mataran, tal vez incluso me torturaran, si viera algo que se suponía
que no debía ver.
Sabía algo sobre los Fausti, pero más sobre las cinco familias. Los
Fausti no se dedicaban a tonterías. Eran realeza en Italia y más allá.
Sus tratos llegaban a los titulares. También lo hicieron sus
matrimonios cuando uno de ellos tomó una esposa, usando el
término arcaico de Capo. Y cuando le pregunté a Capo qué tan serio
era, dijo: Considera a Fausti como una tierra sin ley que ningún presidente
o dictador puede tocar. Gobiernan sus propios territorios. Y lo que sea que
sientan que les pertenece, lo hace. Fin de la historia.
Me miró antes de volver a la carretera.
—Tienes mucho que aprender sobre lo bueno de la vida,
Mariposa. Será un placer enseñártelo y mostrártelo.
Con eso, intercambiamos música hasta que llegamos a la
dirección que Keely
nos fuimos.
Cuando llegamos al último escalón de la casa, pude escuchar a la
familia en el patio trasero, aun disfrutando de la fiesta. Partir como
lo hicimos me hizo sentir culpable, pero prefiero vivir con culpa que
vivir con algo imperdonable entre mi futuro esposo y la única
familia que me queda.
Mi concentración estaba en lo que había sucedido, así que cuando
Capo me tomó de los brazos y me llevó a un lado de la casa,
presionando mi espalda contra ella, jadeé. No era rudo, pero sabía
que tampoco estaba bromeando.
—Lo amas—dijo él. Sus ojos buscaron los míos, indagando
despiadadamente la mentira en la punta de mi lengua, si es que
había una.
Negué con la cabeza, tragando saliva. No podía decir si la bola en
mi garganta era mi corazón o toda la comida que había comido. No
le tenía miedo, podría haberme matado hacía años, pero tenía
cuidado. A pesar de que teníamos un arreglo, todavía debíamos
aprender a vivir juntos. El verdadero él era demasiado profundo, y
hasta que yo pudiera salir a la superficie, estábamos tratando de
descubrir cómo navegar nuestros términos.
Antes de que pudiera responder, me golpeó con un:
—Sabías que estaba enamorado de ti. —Su tono era acusador y
cortante.
—Sí. Me enteré la noche que te conocí en The Club.
—No me lo dijiste.
—¿Por qué debería?
—Es mi asunto—dijo.
—No. Es mi asunto. Sucedió antes que tú.
Él sonrió, pero era jodidamente aterrador.
—Cualquier cosa que te toque, me toca. Si te dan pescado en
lugar del bistec que pediste, lo sé, ¿entiendes?
—Conozco los términos, Capo—dije, mi voz comenzando a
elevarse. Estaba empezando a enojarme—. Esto. Sucedió. Antes.
Que. Tú.
—No hay nada antes de mí. No hay después de mí. Tú. Eres toda
mía.
—No puedes enojarte por esto. No tienes derecho. Él se siente
como se siente. Yo me siento como me siento. Fin.
—¿Cómo te sientes, Mariposa? Nunca respondiste a tu amiga
cuando te lo preguntó. Nunca respondiste a Grumpy Indiana Jones en
la cocina. Nunca me respondiste.
Entrecerré los ojos. Había leído la conversación en mi teléfono
cuando Keely me envió un mensaje de texto al The Club. Y había
estado escuchando esta noche. No me sorprendía, pero de repente,
tuve la loca necesidad de gritar, ¡no eres mi dueño! Pero lo era. Y yo
era su dueña. Así era como funcionaba el trato. Ambos establecimos
nuestros términos y prometimos cumplirlos.
—Si yo lo amara de esa manera—le dije con los dientes apretados
—. ¡No me casaría jodidamente contigo! ¿Por quién me tomas? ¡Si el
amor fuera lo que quisiera, no estaría aquí contigo! Si el amor me
tocara, nunca, nunca lo vendería. Si el amor impulsara mi vida, sería
su chica. Monta o muere, Capo. ¿Vendería mi cuerpo para vivir?
Ambos sabemos la respuesta a eso. ¿Vendería el amor por el bien de
este arreglo? ¡Nunca! ¡Moriría primero! Entonces, no, ¡no lo amo de
esa manera!
Mis palabras parecieron aturdirlo por un momento, aunque se
recuperó rápidamente. No quería que yo viera que una parte de mi
verdad lo había tocado, pero que lástima. No quería nada más que
honestidad de mí, así que iba a conseguirla. Incluso si eso significaba
una daga en su corazón revestido de acero. Puede que no lo
pellizque, pero haría una abolladura que lo marcaría para siempre.
Mariposa estaba aquí.
—Me perteneces, Strings—dijo con voz fría—y no permitiré que
ningún hombre corra detrás de ti como si fueras una perra en celo.
En lo que parecía una cámara lenta, mi brazo se levantó y mi
mano se conectó con su mejilla. La bofetada resonó en el aire de la
noche.
—Tú puedes ser mi capo, pero eso no significa que permitiré que
me faltes el respeto—le dije.
Ni siquiera se inmutó ante mi bofetada, pero algo en sus ojos
cambió. Se suavizaron un poco, pero de una manera a la que no
estaba acostumbrada.
Una, dos, tres, cuatro respiraciones, y me tomó las muñecas,
levantándolas por encima de mi cabeza, acercando su rostro al mío.
Su boca estaba a un beso de distancia, su aliento cálido mientras
fluía sobre mí, y lo respiré.
Las bombillas se habían encendido en el patio trasero, y entre
nosotros, una chispa blanca brilló en la oscuridad. Mi pecho subía y
bajaba, mis senos presionados contra su pecho. La fricción se sentía
tan bien. Nunca había estado más hambrienta por este tipo de
conexión en mi vida. Tenía hambre del amor incondicional de
padres, de comida, de todas las cosas que el dinero podía comprar,
pero nunca de esto.
El toque de un amante.
Me mostró algo que anhelaba. Lo había probado la noche en The
Club y ya era adicta al sabor.
Inhalé de nuevo, respirándolo aún más profundamente. El calor
hizo que su aroma fuera más fuerte. Fresco. Limpio. Reparador. Sus
ojos se habían vuelto de un azul más oscuro, el color de la parte más
profunda del agua. Zafiro.
Presionándose contra mí como estaba, nunca se sintió más
intimidante. Era como una ola monstruosa antes de que se estrellara
contra alguien que no sabe nadar. Estaba hecho de líneas duras, e
irradiaba poder y control, mientras me arrastraba.
Sus dientes rozaron su labio inferior, y en el resplandor de las
luces del patio, brilló. Quería lamerlo, saborear su boca de nuevo.
—Me parece recordar que te dije que no soy un hombre
honorable, Mariposa.
—Y creo recordar haberte dicho que no me hablarías de esa
manera—le dije, esperando que él viera el desafío en mis ojos—. Si
prefieres una mujer que va por cualquier cosa, un tipo diferente de
compra, ya sabes en qué dirección está la ciudad. Por ahí. —Moví la
cabeza hacia un lado para dar énfasis a mis palabras—. Y me daré la
vuelta para ir a la fiesta después de que te vayas.
—Así puedes volver corriendo con Harry Boy y terminar tu
conversación anterior.
—No. —Negué con la cabeza—. Así puedo pasar el rato con
familiares y amigos mientras espero que hagas lo que sea que sientas
que tienes que hacer. Después, una vez que vuelvas por mí, porque
sé que lo harás, hablaremos con Rocco para cambiar los términos del
acuerdo. Serás discreto con tus amantes, y yo también. Si tu boca no
puede respetarme, entonces tus manos no tienen lugar en mi cuerpo.
Cuando dije las palabras “serás discreto con tus amantes, y yo
también”, su agarre en mis muñecas se hizo más fuerte, lo suficiente
como para que casi quisiera liberarme de su agarre. Estuve a punto
de ceder y resistir, empujando contra él para poder darle la espalda
y tomar un respiro muy necesario. Pero no lo hice. Mantuve mi
posición.
Toda mi vida, pensé que mantener mi posición significaba luchar
por ella. En ese momento, me di cuenta de algo. A veces, mantener la
posición significaba ir con la corriente, ahorrar energía, para que
cuando pasara la ola, pudiera ir en una mejor dirección.
Habíamos llegado a un acuerdo en la oficina de Rocco, pero
ambos sabíamos que habría ocasiones en las que tendríamos que
trazar límites fuera de esa habitación. Ésta era una de esas veces. Y él
lo llamaría mi farol o no, pero dado que estaba entregando mi vida a
este hombre, proposición o no, y él podría aplastarme fácilmente, tenía
que aferrarme tanto a los términos como él. Parecía gustarle el
control que le daba, y para un hombre que siempre tenía el control,
necesitaba aprender a funcionar alrededor de él de una manera que
le resultaba familiar.
Después de un tiempo tenso, bajó la cabeza y su nariz rozó mi
cuello.
—Concordato—murmuró contra mi piel acalorada. Acordado—.
Escogeré mis palabras sabiamente a tu alrededor, Mariposa. Parecen
costarme más que nuestro acuerdo.
Cerré los ojos, entregándome a la sensación de su cuerpo tan
cerca del mío.
—Nunca…—dijo, presionando sus caderas contra mi vientre,
dándome una idea de lo que vendría cuando estuviera lista. Aunque
yo no era más que piel y huesos, él seguía siendo más duro que yo y
me hacía sentir... suave, femenina—. … pienses que tengo que pagar
por una follada. Nunca lo hice. Nunca lo haré. Ven mañana, serás la
única a la que estaré follando para siempre. Los planes, las fechas y
los horarios pueden irse al carajo. —Luego dijo algo en italiano
contra mi pulso. Il tuo profumo mi fa impazzire. Creo que tenía algo
que ver con la forma en que olía. Siguió respirándome, inhalando mi
piel como si fuera aire. El sándalo colgaba pesado entre nosotros.
Mordí mi labio, no quería que un sonido vergonzoso escapara de
mi boca por lo bien que se sentía contra mí. La parte inferior de mi
estómago se apretó como un puño, y todo mi cuerpo estaba húmedo,
y no solo por el sudor.
—Sabes tan bien como hueles. —Inhaló aún más fuerte, y su
lengua se arrastró desde mi cuello hasta mi corazón y de regreso a
mi barbilla, deteniéndose cerca de mi boca—. Dilo, Mariposa.
—Concordato—repetí. Ambos tuvimos que repetir la palabra
durante nuestra reunión para que Rocco finalizara el acuerdo y
siguiera adelante. Él estaba siguiendo esas reglas. Bajé la voz—. Solo
estábamos hablando. Solo porque Harrison me dijo esas palabras no
significa que yo sienta lo mismo. Lo amo, pero como a un hermano.
El territorio neutral en el que estábamos parecía desaparecer bajo
mis pies, y estábamos de vuelta en lados opuestos de las líneas de
batalla. Tan pronto como las palabras lo amo salieron de mi boca,
sentí el cambio en él de inmediato.
—Tú. —Su tono era áspero y vino contra mi piel como cien
piedras—. Eres mi territorio. Digo quién se acerca y quién no. Soy el
único que lo toca.
Territorio. Como propiedad.
—¿Tu propiedad? —Mis ojos brillaron para encontrarse con los
suyos. Él tenía razón. En cierto sentido, me poseía. Era dueño de mi
lealtad, pero no soportaría que me trataran como un pedazo de tierra
en el que podía cagar cuando quisiera.
—Mi maldita propiedad. mi Territorio Pareces olvidar que fuiste
tú quien vino a mi mesa voluntariamente. Has arreglado los detalles.
Establecido los términos. Firmaste papeles con tu sangre. Hicimos
un trato.
Quería golpear mis puños contra su pecho, toda mi ira contenida
allí.
—A pesar de toda tu sabiduría, no eres tan inteligente— gruñí—.
Cuando entras en un trato, no solo vincula a uno sino a los dos.
Puede que seas mi capo, pero también te tengo, ¿vale? Soy tu
territorio, así que tú eres mi propiedad.
Todavía estábamos navegando por la palabra real, la que estaba
fuera de la oficina de Rocco llena de términos y documentos legales,
pero parecía que estábamos dando vueltas en torno a algo personal
que no podía entender.
Después de unos minutos, finalmente habló.
—No me gustó lo que vi. O lo que escuché.
Allí estaba. El remolino que seguía absorbiéndonos. No le
gustaba vernos a Harrison y a mí juntos. ¿Por qué? No tenía sentido.
Capo me tenía, a todas las partes de mí que pidió en la mesa. ¿Qué
importaba cómo se sintiera Harrison o lo que me dijera? Eran solo
palabras, a menos que las hiciera más. Aun así, pareció costar mucho
lograr que Capo admitiera eso.
—Todo lo que tienes que hacer es decir eso. Usa todas las
palabras, Capo. Entenderé. No tienes que hacerme daño para
conseguir lo que quieres.
Me observó durante unos intensos segundos y luego asintió una
vez.
—Concordato. —Pero su mirada no se enfrió. Se convirtió en otra
cosa, y el deseo enloquecedor en mí respondió automáticamente
cuando hizo algo con sus caderas, presionando aún más fuerte
contra mí, tan fuerte que contuve el aliento y un sonido que nunca
antes había escuchado se escapó de mis labios.
Jódeme, apuesto a que iba a ser bueno en la cama. No solo me
tocaría; me consumiría. Tranquila. Había vacilación. No estaba lista
para ir hasta el final con él. Ese anhelo severo tendría que devorarme
hasta que todas las defensas hubieran sido carcomidas.
Manos en mi boca para que no grite. Sudor. Mío y de él. Dedos. Dedos
sucios. Desagradable. Retorcido. Amable. Obediencia.
Capo dejó de tocarme, y cuando abrí los ojos, los suyos estaban
en mi cara. Veía a través de mí. No me estremecí ante su conocimiento.
Aprecié el hecho de que parecía entender sin que yo tuviera que
pronunciar las palabras de nuevo.
Por favor, no me hagas daño.
Me soltó las muñecas, tomó mi mano en la suya, su mano
prácticamente envolvió la mía, y comenzó a llevarme de regreso a su
coche.
La neblina se desvaneció un poco después de que hubo espacio
entre nosotros, y sus palabras de antes entraron por completo en mi
mente. Ven mañana, serás la única a la que estaré follando para siempre.
Los planes, las fechas y los horarios pueden irse al carajo.
—Se supone que no nos casaremos hasta el próximo fin de
semana en Nueva York—dije, mi voz opuesta a mi cuerpo. Firme.
Pasaron unos segundos y no me respondió—. El próximo fin de
semana, Capo. ¿Qué pasó con el próximo fin de semana?
—Demasiado tiempo—dijo él—. Sucederá mañana. Hablaré con
Rocco en la mañana sobre cambiar los términos. Nos casaremos por
la noche.
—¡El vestido en el que gastaste mucho dinero! No estará listo.
—Haz que Giada llame al diseñador. Diles que pagaré el triple
para que lo terminen. Si no, usa vaqueros de papel.
Con eso resuelto, sería una mujer casada al día siguiente. Lunes.
¿Quién se casa un lunes? Ese pensamiento salió volando de mi
cabeza cuando el siguiente lo expulsó.
Estaría casada con Capo Macchiavello en menos de veinticuatro
horas. Una fuerza de hombre que me tenía justo donde me quería,
encerrada en su campo por el resto de mi vida.
Capítulo 11
Capo
El aire en el Ayuntamiento era frío. Olía a papeles viejos, a mi
colonia y a algo que olía mucho a amor y lealtad, y si estaba
tomando en consideración la ridícula canción de Mariposa, a
amistad. Tres razones diferentes para que un hombre esté parado en
el mismo lugar que yo, esperando que una mujer le entregue su
vida.
Miré a Rocco y entrecerré los ojos. Tenía en su rostro una sonrisa
de gato que se comió el canario. Tenía demasiada curiosidad por
saber por qué iba a casarme con mi novia hoy y no en la fecha
original planeada.
A la mierda las fechas.
Era un acuerdo cerrado; no había razón para esperar. La boda en
Italia necesitaba tiempo. Las cosas tenían que ser planeadas; tenía
que ser significativo para mi abuelo. Se merecía ver a su nieto
casado. Era una de sus preocupaciones. Debería descansar antes de
que dejara este mundo.
Sin embargo, no había razón para posponer esta boda hasta más
tarde. Otro día, otro tiempo, serían impredecibles. Y cuando quería
algo, lo hacía realidad.
Quería a Mariposa como mi esposa hoy.
Levanté mi brazo, la manga de mi traje se echó hacia atrás, y miré
mi reloj. Ella estaba retrasada. Tres minutos.
—Guido dijo en diez minutos—dijo Rocco. Él y su esposa,
Rosaria, estaban de pie como testigos. Ella se sentó a su lado,
enrollando su pulsera alrededor de su muñeca, mirándome.
Me encontré con sus ojos, no era alguien que prolongaba lo
inevitable. Su sonrisa estaba empezando a irritarme.
—Parla. —Habla.
Rocco movió los hombros, sintiéndose más cómodo con su traje.
—No me esperaba esto—dijo en italiano.
Toda nuestra conversación fue en italiano.
—Lo discutimos antes—le dije—. Esto era parte del arreglo.
Sacudió la cabeza.
—Discutimos una fecha diferente. Más adelante. Ahora aquí
estamos. Hoy. —Nuestros ojos se sostuvieron, y cambió de dirección
—. No me dijiste cómo fue la reunión con su familia.
—Ellos no son su familia—le dije—. Son amigos.
—Ella los considera familia—dijo, sin importarle si me enojaba o
no—. Ellos la cuidan. Ella confía en ellos.
—La última vez que lo comprobé, se supone que los miembros de
la familia no deben cruzar las líneas románticas. —La sangre en mis
venas ardía al pensar en Harry Boy. Strings.
Él estaba instigando problemas en más de una ocasión.
Mencionando la guerra para despertar la curiosidad de Mariposa, a
pesar de que él era parte de ella. Harry Boy era el nuevo abogado de
Cashel “Cash” Kelly, el líder de una relacionada familia irlandesa.
Justo antes de que Harry Boy aceptara el puesto, el antiguo líder
había sido asesinado y Cash ocupó su lugar. Contrató a Harry Boy
no mucho después. Cash lo llamaba Harry Boy, y yo también.
Quería que él supiera que lo sabía todo. No mucho después de eso,
compró la casa en Staten Island para la mujer con la que me casaría
en un momento.
Demasiado tarde, cabrón, corté esos hilos. Tijeretazo. Tijeretazo.
—Ah—dijo Rocco, la sonrisa cada vez más amplia—. Le importa
a uno de los hermanos Ryan.
Levanté mi brazo de nuevo. Siete minutos. Empecé a caminar por
el pasillo. Las mujeres se tomaban el tiempo para hacer lo que hacen
las mujeres, pero el reloj corría y era ruidoso en mi cabeza.
Necesitaba ser silenciado.
—No deberías preocuparte. —Rosaria agitó una mano
desdeñosamente—. Dudo que haya una mujer viva que te deje
plantado.
Mi comentario sobre la familia no cruzando las líneas románticas
también estaba dirigido a ella. Rocco y Rosaria también tuvieron un
matrimonio arreglado, pero su matrimonio era abierto, hasta cierto
punto. Me había hecho numerosas insinuaciones a lo largo de los
años. Rocco era como mi hermano. Y Rosaria no era mi tipo.
Aparte de eso, Rosaria aún no conocía a Mariposa. No tenía idea
de lo diferente que era, y Harry Boy podía ofrecerle algo que yo no
podía. Una historia sin cicatrices incluidas. Si Harry Boy me jodía
esto, lo encontrarían a dos metros bajo tierra, o tal vez nunca.
Once minutos.
—¡Ya sé que llego tarde! —Su voz me llegó a través del amplio
salón, sus tacones golpeando contra el suelo de mármol a toda prisa.
Me giré para encontrarla apresurándose hacia mí como si no
estuviera usando uno de los vestidos más hermosos que jamás había
visto, y no fuera la mujer más hermosa de mi mundo.
Sus manos agarraban el vestido, levantándolo para que el suelo
no pudiera ensuciarlo.
No sabes, mujer, que la suciedad es lo que va a crear recuerdos un día,
tuve el impulso de decirlo, pero no lo hice. Lo que sea que ella
comprara, lo apreciaba, casi con reverencia por la compra. Le
tomaría tiempo comprender que, si su vida estaba llena de cosas
prístinas, no estaba viviendo lo suficiente para desgastarlas.
Las cicatrices en la piel significaban vivir. La sangre en los
nudillos significaba vivir. La suciedad en la ropa blanca significaba
vivir. Vivir significaba correr riesgos, incluso si nos ensuciábamos en
el proceso.
La luz del final de la tarde capturó el material cuando ella pasó
junto a una ventana, haciendo que el material sedoso brillara y las
perlas y los cristales destellaran. Su pequeña cintura y pronunciada
clavícula se mostraban perfectamente. Sus tetas, lo único gordo que
tenía en su cuerpo, estaban levantadas, moviéndose mientras
intentaba apresurarse. Su cabello estaba peinado hacia atrás,
pequeños zarcillos enmarcaban su rostro. El arreglo del cabello
destacaba su nariz y sus rasgos más suaves, esos labios.
—Dado que esto fue en el último minuto—dijo ella, dándose
cuenta de que no podía quitarle los ojos de encima—tuve que
apresurarme y hacer algunas cosas. —Ella me miró de arriba abajo
—. Te ves...
—Sei sbalorditiva—dije antes de que pudiera terminar.
Ella entrecerró los ojos. Estaba pensando mucho.
—Me dijiste impresionante. Tú eres impresionante—repitió en
inglés.
—Lo hice. —La giré en un círculo. El vestido se hundía en una
profunda V en la espalda—. Este vestido me gusta. —Tú me gustas.
—Querías que me pusiera un vestido, cumplí—dijo ella—. Pero
eso no... entendí lo que me dijiste, sin que tuvieras que traducir.
Asentí una vez.
—Lo estás entendiendo.
Se encogió de hombros, pero no le di ni un segundo más para
pensarlo. Le ofrecí mi brazo y entramos en la habitación con el
oficiante. Después de unos minutos, repetimos los votos simples y
deslicé el anillo que le había dado en su dedo. Cuando fue su turno
de hacerme lo mismo, fui a hablar, a decir que nos saltaríamos esa
parte.
—¡Espera! —Ella se volvió hacia Guido. Él se acercó y le entregó
una caja. Lo abrió y sacó un anillo grueso de oro blanco con un
diamante negro cuadrado en el centro y la letra M en oro. Ella le
devolvió la caja y se volvió hacia mí, sonriendo un poco—. Llegué
tarde, ¿recuerdas? Algo que hacer de última hora. No se suponía que
estuviera listo, pero el joyero se compadeció de mí y apresuró el
pedido. —Ella tomó mi mano y deslizó el anillo en mi dedo
izquierdo.
Después de que el oficiante nos declarara marido y mujer, el beso
que compartimos para sellar el trato fue suave, mi boca encontró la
comisura de la suya, la suya encontró mi mejilla. Rosaria y Rocco
después la empujaron a un lado, cada uno de ellos abrazándola.
Mientras lo hacían, deslicé el anillo arriba y abajo de mi dedo, sin
estar preparado para su peso, como una correa alrededor de un lobo
adulto.
Entonces algo llamó mi atención en el interior. Una inscripción
—A trabajar.
Habían pasado cerca de dos horas desde que dejé a mi esposa
para que vagara por su casa y se pusiera cómoda. Me senté en el
escritorio de mi oficina, mirando por encima de todos los monitores
y tratando de ubicar los diferentes olores que se deslizaban. Una
tarta horneándose. Lasaña. Palomitas de maíz.
Una hora más tarde llamaron a la puerta y antes de que pudiera
contestar, ella abrió y entró. Se había duchado. Su cabello estaba
húmedo. Los aromas de pistacho, almendra, caramelo y sándalo
invadieron la habitación. En lugar de usar uno de los muchos
artículos que le había comprado para dormir, se puso mi bata. Era
tres veces su talla. Sus manos se perdían en las mangas, y
prácticamente colgaba de su cuerpo.
Ella sostenía un plato en la mano. Cuando lo puso delante de mí,
su anillo de bodas se asomó por debajo de la tela.
—Debe haber más de cien libros de cocina en la cocina. Encontré
una receta para un pastel de bodas. Tenemos todos los ingredientes y
un millón más, así que traté de hornear.
—Trataste. —Miré el pastel. Tomé el tenedor y lo clavé. Era tan
duro como una tabla y más oscuro de lo que debería ser un pastel de
bodas blanco. Tal vez se suponía que era chocolate—. Eso parece.
Ella arrugó la cara.
—Eso es debatible.
Corté un trozo con el tenedor y me lo metí en la boca. Hice una
pausa antes de que realmente empezara a saborearlo. La miré y ella
me miró, haciendo la cara más extraña, como un pez globo.
—¿Qué opinas? —Ella apretó los labios. Estaba tratando de no
reírse.
Me obligué a tragar. Si supiera a qué sabía un pastel de cartón,
seguro que tendría mejor sabor que este.
—¿Esta fue la primera vez que horneaste un pastel?
Ella asintió.
—El primero de todos.
—Bueno. —Mi voz estaba tensa.
Ella me señaló, riéndose a carcajadas.
—¡Eres un terrible, terrible, mentiroso, Capo! —Ella se rio aún
más fuerte.
—Debes haber olvidado algunas cosas. Como la leche, los huevos
y la mantequilla. ¿Qué hiciste, solo agregar harina? ¿Tienes algo de
agua en los bolsillos de esa túnica? Mi voz se había vuelto áspera por
el nudo en mi garganta y la cosa seca que ella llamaba pastel.
Se rio saliendo de la habitación y volvió con una botella de agua
fría para mí. La bebí mientras su risa salvaje se convertía en una
sonrisa satisfecha.
Caminó por la habitación, estudiando todo mi equipo.
—¿Qué es todo esto?—preguntó finalmente.
—Además, hago seguridad privada.
—Espías a las personas.
—Podrías decirlo.
—¿La gente te paga por eso?
—Algunos.
—Oh. Entiendo. —Observó uno de los monitores—. ¿Ese es tu
edificio?
—Nuestro edificio—le dije—. Mira. —Señalé un punto en la
pantalla e hice zoom. Giovanni caminaba por el lugar, haciendo sus
rondas. No tenía idea de que estábamos de este lado. Suponía que
estábamos en nuestra suite de ese lado. Él siempre supondría eso.
—No me vas a hacer eso, ¿verdad? —Sus ojos se estrecharon
sobre él mientras se sacaba los pantalones de la raja del culo.
Giovanni era el hijo de puta más feo que pude encontrar con
suficiente experiencia para cuidar a mi esposa cuando ella no estaba
a mi lado—. ¿Ser un furtivo mirón?
—Depende. —Me recosté en mi asiento, estudiando sus rasgos a
la luz de los monitores. Ella era refrescante. Algo diferente.
—¿De qué? —Abrió mucho los ojos, algo que hacía cuando
quería que yo continuara o me explayara.
—De lo bien que te portes.
—Soy una buena chica. —Llegó a pararse frente a mí, cruzando
los brazos sobre su pecho, que habían desaparecido bajo la enorme
bata—. ¿Pero sabes lo que dicen sobre las chicas buenas? Nunca
hacen historia.
Ella cerró la brecha entre nosotros y extendió la mano para tocar
mi corbata. La había desatado, pero no me la quité. Se movió
lentamente, viendo como el material negro se deslizaba alrededor de
mi cuello, y la puso sobre el escritorio. Me había subido las mangas
hasta los codos antes, y usando su dedo, ella trazó una de mis venas,
concentrándose mientras lo hacía.
Ambos nos quedamos callados, y cuando sus ojos se levantaron,
nos miramos fijamente.
—¿Necesitas algo, Mariposa?
Ella sacudió su cabeza.
—Me estaba sintiendo sola. Éste es un lugar grande. Todavía no
estoy acostumbrada. Me preguntaba cuándo vendrías a la cama.
Levanté las cejas y ella miró hacia otro lado por un segundo, a
uno de los muchos monitores.
—A dormir—añadió en voz baja. Luego empezó a juguetear con
los lazos de la bata. Podía sentir su ansiedad. Se estaba preparando
para decir algo o hacer un movimiento.
—No hagas eso conmigo—le dije.
—¿Qué? ¿Esto? —Hizo girar la corbata, haciéndola girar y girar,
sonriendo un poco mientras lo hacía.
Mi mano salió para detenerla.
—Sí. Agitarsi. Agitarte. No hagas eso conmigo.
Ella asintió, y vi la sacudida de su garganta cuando tragó.
—Lo tienes, Capo.
—Quieres decir, il mio capo.
—¿Te diste cuenta de eso?
—Me doy cuenta de todo.
—¿Por qué pareces... molesto?
—En el futuro, no más tratos con hombres que no sean yo.
—Te refieres a Rocco. El anillo.
—Sí. Rocco. El anillo. Nunca más.
—Como quieras, Capo.
Cuando me llamó así por primera vez, me costó mucho no
follarla en The Club. Y cuanto más lo decía, más me hacía sentir
como un animal salvaje en una jaula. No poder tocarla hasta que
estuviera lista, era como pensar palabras importantes, pero no poder
pronunciarlas.
Después de unos minutos, respiró hondo, desató la bata y la
abrió, liberando el aliento que había estado conteniendo. Estaba
desnuda.
Mis ojos se deleitaron con su cuerpo desnudo como si estuvieran
hambrientos. De alguna manera, nuestros papeles se habían
g p p
invertido. Yo era el que parecía no tener suficiente. Ella era
jodidamente perfecta. La luz de los monitores resaltaba cada uno de
sus huesos. Sus tetas eran suficientes para desbordarse de mis
manos. Su cintura era pequeña y sus caderas tenían cierta pendiente.
Sus pezones estaban duros y una fina capa de deseo cubría el
interior de sus firmes muslos. Podía oler su excitación, tan
jodidamente dulce que podía saborearla en mi lengua. Mi lengua
salió disparada, humedeciendo mi labio inferior, deseando el toque.
—Pensé que deberías ver a qué te comprometiste exclusivamente,
il mio capo. Yo. Ojalá valiera la pena el alto precio. —Cuando pude
apartar los ojos de su cuerpo, la miré a los ojos, pero ella miró hacia
otro lado—. No soy más que piel y huesos, pero...
Cuando mis manos tomaron con firmeza sus caderas y la
levantaron sobre el escritorio, ella jadeó. Cuando tiré de ella más
cerca de mí, su boca se abrió y una corriente fría de su aliento llegó a
mi piel bronceada. La presioné más cerca de mi polla, empujando
contra ella hasta que un jadeo sin aliento salió de su suave boca. Sus
manos se extendieron, casi arañando mi camisa, tratando de llegar a
la piel.
Mis dientes mordieron su cuello, abriéndose paso hasta su oreja.
—Tengo un contrato—le dije—. Deberías haber exigido más.
—Ah. —Ella inspiró y siseó cuando le mordí el cuello con más
fuerza. Sus uñas se hundieron en mi piel, y la quemadura me dio
aún más hambre—. Tal vez deberíamos volver a la mesa.
—Necesitaría fondos ilimitados, porque, joder. Un estimabile
valore. —No había un precio que no hubiera pagado por tenerla.
Ningún término que no hubiese aceptado. Ella podría haber entrado
en el trato sin nada monetario, pero el poder completo estaba de su
lado. Había algo en ella que me poseía. Me obsesionaba.
Luego, un golpe de algo más, algo extraño y me quemó
profundamente.
Celos.
La palabra pareció venirme como un relámpago durante una
tormenta, justo cuando estaba parado en un charco y al lado de un
árbol.
La cara de Rocco en el Ayuntamiento, sus palabras, de repente
hicieron clic.
Yo era lo suficientemente mayor para saberlo mejor, pero me
importaba un carajo. Estaba celoso cuando Harry Boy, le dijo que la
amaba. Cuando la había llamado con ese patético apodo. Strings.
El pensamiento hizo que mis dedos se clavaran en sus caderas,
tirándola aún más fuerte contra mi polla. Algo salvaje me llevaba a
reclamar. Poseer. Controlar. Dominar su olor con el mío. Mis labios
recorrieron su pecho, mi lengua saboreó su piel, y cuando tomé su
pezón en mi boca, ella corcoveó debajo de mí.
—Solo no me tapes la boca—dijo con una exhalación.
Mi ritmo se desaceleró, para no hacerle sentir que me había hecho
detener con sus palabras. La miré desde mi posición. Sus manos
empuñaban mi camisa, pero sus uñas se habían retraído. Tenía los
ojos cerrados con fuerza. El corazón en su pecho parecía latir en mis
oídos, pero no de placer… sino de miedo.
Sus alas intentaban volar, pero al mismo tiempo ella estaba
enraizada.
Me deseaba. Quería esto. Pero ese hijo de puta le había hecho
algo de lo que nunca se recuperó. Era la primera vez que escuchaba
vulnerabilidad en su voz. Incluso en The Club, cuando no tenía idea
de en qué se había inscrito, era una mártir fuerte.
Vivo o muoi provando. Vivo o muero intentando.
Ante mi desaceleración, pareció relajarse un poco, y el momento
pasó. Ella había accedido a darme tiempo. Yo había accedido a lo
mismo.
—Mariposa—dije, mi voz baja y áspera.
Le tomó un momento abrir los ojos. Cuando lo hizo, lo que vi me
impactó. Vergüenza.
La levanté, manteniéndola cerca.
—Cuando estés lista para tener sexo conmigo, ponte algo rojo.
Consumami. —Consúmeme.
—Quieres fuego en tu cama.
Dijo esto como si fuera cuestionable. Como si fuego fuera una
mala palabra. Como si fuera algo que temer. Tal vez para ella lo era.
Una mariposa era una criatura frágil y podía ser engullida
fácilmente por las llamas, pero no si ellas llevaban la fuerza dentro.
Ella lo hacía. Llevaba la fuerza para hacer el cambio.
—Sí—le dije—. Un fuego. De esa manera sabré que estás lista.
—Quiero estarlo—susurró.
—Lo estarás. Trabajaremos en ello.
Sentí su sonrisa contra mi pecho. Me besó allí y debajo de mi
cuello, alrededor de mi cicatriz. Me congelé, pero ella no se dio
cuenta. Gracias, carajo. Ella bostezó y languideció contra mí.
—Hora de ir a la cama. —La levanté del escritorio, llevándola
hacia el dormitorio principal.
—¿Dormiremos en la misma cama? Yo quiero. Dijiste durante la
reunión que era mi decisión, una vez que llegase aquí.
Por eso había hecho que la otra habitación fuera tan poco
atractiva. Ella necesitaba estar a mi lado.
La dejé en medio de la monstruosa cama y ella se quitó la bata,
dejándola en el fondo del colchón. Arrastrándose bajo las sábanas, se
acercó a la almohada y luego sacó una pierna. Se veía bien, su única
pierna desnuda sobresaliendo. Su culo también era un puñado
suave. Era la primera vez que podía verlo bien. Quería morderlo
hasta que gritara a viva voz. Después quería follarlo.
—¿Vienes?
Aclaré la opresión de mi garganta.
—Luego. Tengo algo de trabajo por hacer. Si me necesitas, tu reloj
está en la mesita de noche. Presiona el botón en el costado y di,
'llamar a Capo'. Te conectará conmigo de inmediato. Puedes llamar a
Giovanni de la misma manera.
—¿Lo llamo a él también, Capo?
—No. Eso es solo para mí. Solo di su nombre y te conectará con él
de inmediato.
Hizo que su mano pareciera una pistola, apuntándome, y me
guiñó un ojo al mismo tiempo que hizo un chasquido con la boca, su
“pistola” se inclinó un poco.
—Entendido. —Ella se rio y me di cuenta de que había estado
bromeando conmigo todo el tiempo. Había pasado un tiempo, años,
desde que había pasado tanto tiempo con una mujer. Y ninguna
como ésta. Iba a tener que apresurarme para mantener el ritmo.
Se sentó, frotándose los ojos, las sábanas cayendo. Sus pezones
aún estaban duros.
—¿Eres una de esas personas que no pueden dormir?
Me encogí de hombros.
—Depende de la noche. —Y si estás dispuesta a follarme toda la
noche.
—Así que realmente vine a vivir a la cueva de los murciélagos.
Lejos de eso, pero si eso significaba que ella se sentía más segura
aquí conmigo, lo dejaría correr.
—Oye—dijo, deteniéndome antes de irme—. ¿Tienes tiempo para
ver una película antes de ir a trabajar? ¿Tal vez podamos hacer root
beer floats? 3Siempre he querido uno. Tenemos todas las cosas.
Este lugar era grande. Era nuevo. Ella estaba teniendo problemas
para adaptarse. Entonces pensé en la casa de Staten Island, en lo
cómoda que era, y esa palabra prohibida volvió a pasar por mi
mente. Celos. Harry Boy lo había pensado antes. El lugar era cómodo
para ella.
De vuelta al punto. Solo tendría que acostumbrarse.
Me quité la camisa y se la tendí. Se incorporó en la cama y me la
quitó. Nuestras manos se rozaron y esa tormenta eléctrica que se
había estado gestando dentro de mí toda la noche pareció enviar una
onda expansiva por mi brazo. Ella tomó mi ofrenda, pero sus ojos
recorrieron mi pecho desnudo mientras lo hacía.
—Ponte eso—dije en voz baja.
Ella asintió y se la puso. Colgaba como un vestido de gran
tamaño.
—¿Entonces eso es un sí?
—¿Qué será?
—¿Qué tal El Joven Manos de Tijera? ¡Y yo haré los root beer floats!
Capítulo 12
Capo
Las luces de mi coche iluminaron el garaje de uno de mis
edificios. Un segundo después, se abrió y entré, estacionando el
vehículo. Una de las canciones ridículas de Mariposa sonaba en la
radio. Sentía que mi cerebro se encogía cada vez que la chica tocaba
una nota. Sin embargo, a Mariposa le encantaba. Y a veces, cuando
sonaba una línea en particular, ella me señalaba y sincronizaba los
labios con la letra.
Era una de las jodidas cosas más raras que había visto hacer a
alguien. Pero entonces me recordaba que ella era joven. Esa
inocencia que quería desesperadamente salvar, de alguna manera se
había preservado, y cuando se sentía lo suficientemente libre como
para volver a conectarse con ella, salía en momentos como esos.
Mis botas resonaron en silencio contra el pavimento cuando
entré. Donato había enviado a dos tipos para vigilar, así que mis ojos
se entrecerraron ante una tercera figura antes de que se relajaran.
Extendí la mano y Donato la tomó. Tiró de ella acercándome y
nos dimos palmadas en la espalda.
—Escuché que las felicitaciones están a la orden—dijo en italiano.
Levantó un vaso de la mesa y los chocamos antes de que ambos
dijéramos, salute, y bebiéramos el excelente whisky.
—¿Él sigue cantando como un canario? —Me puse los guantes.
Sería difícil de ver al principio, vestido de negro de pies a cabeza.
—Ya hemos dejado atrás eso. Ahora está enojado. Exige hablar
con el hombre que ha ordenado su captura. Nos asegura que pagará
cualquier rescate.
Ambos sonreímos. Le di unas palmaditas en el hombro a Donato,
él tomó a sus hombres y se marchó.
Me puse un pasamontaña sobre la cara antes de entrar en la
habitación. La luz era tenue y solo iluminaba la mesa y dos sillas.
Aparte de eso, solo había un catre. Un baño se alzaba a un lado con
solo un inodoro con cisterna. No había ventanas en ninguna de las
habitaciones, solo paredes de ladrillo.
El hombre al que vine a ver se levantó de la cama, tratando de
estar callado, pero fallando. Respiraba con dificultad.
—Te tengo ahora, hijo de puta. —Su voz tenía un poco de
emoción—. ¿Dejas un arma olvidada y no esperas que la use
contigo?
Él amartilló el arma y luego...
Clic.
Clic. Clic. Clic. Clic.
Me reí cuando arrojó el arma contra la pared.
—¡Hijo de puta! ¡Jugaste conmigo!
El cargó contra mí y lo detuve en seco, usando mi puño para
golpear su estómago. Su boca se abrió y cerró mientras jadeaba como
un pez fuera del agua. Lo tomé por el cuello y lo tiré hacia la mesa.
Aterrizó en el suelo y, en lugar de levantarse y luchar, me miró
fijamente.
—Toma asiento—le dije.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Te conozco?
—Nah—dije.
Se humedeció los labios y levantó las manos sucias.
—Le dije a los otros muchachos, los que no tenían máscaras, te
daré lo que quieras. Tengo conexiones. Haré lo que sea necesario. Lo
que quieras es tuyo. Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra.
—Ah. —Exhalé—. ¿Tu gente ya no nos va a matar?
Había estado hablando sobre lo conectado que estaba y cómo
todos éramos hombres muertos cuando lo atrapé. Hombres muertos.
No tenía idea de que solo había un hombre que se lo había llevado.
Yo. El resto eran solo perros guardianes hasta que regresara para
terminar esto.
Sus ojos se entrecerraron aún más, casi cerrándose, tratando de
ver más allá de la oscuridad que me cubría.
—No, no te harán daño si me dejas ir ahora. Me aseguraré de ello.
—¿Por qué no usaste el arma, Quillo?
—¡Lo intenté! No tenía balas.
—Quiero decir antes. En ti mismo. Ni siquiera buscaste las balas.
Trató de hacerlo sutil cuando se alejó de mí, pero me di cuenta de
todo.
—¿De qué sirve un arma sin balas?
—Conoces el juego—le dije—. Te estaba dando una salida fácil.
Uno de los hombres de Donato había dejado el arma sobre la
mesa. Le había dado una opción: tomar el camino más fácil, poner
una bala en su cerebro, o sería yo quien lo terminaría. Excepto que el
hombre de Donato no me mencionó por mi nombre. Me llamó Fate y
le dijo lo cruel que era. Pero el problema con hombres como Quillon
“Quillo” Zamboni es que creen que son los dueños del mundo. Por
lo tanto, pensó que saldría vivo de esto.
Estaba relacionado. Su padre lo había estado antes que él. Pero él
sabía cómo se jugaba el juego, y si alguien lo suficientemente
poderoso te quisiera muerto, estarías muerto. Y si fueras un cobarde,
poner el arma en tu cerebro y volarlo sería más fácil de lo que el
destino tenía planeado para ti.
Nunca intentó usar el arma en sí mismo. Ni siquiera lo pensó.
Uno de los hombres de Donato montaba guardia en la puerta y no
había sonado ni un clic. Si lo hubiera hecho, le habrían dado una bala
para intentarlo de nuevo.
Una puta broma enfermiza. Si se decidía a acabar con todo antes
de que comenzara realmente la tortura, tenía que repetirlo porque el
arma no tenía ni una sola bala. Era mi forma de joderlo un poco más.
Le tomó un momento, pero cuando se dio cuenta de cómo lo
había llamado, se puso de pie, tambaleándose como si estuviera en
un bote durante una tormenta.
—Me llamaste Quillo. —Su cabeza se inclinó hacia un lado.
—¿Qué? ¿Eres demasiado bueno para Quillo, Quillon? Siempre
fuiste un imbécil, pero nunca mostraste lo pomposo que eras hasta
que te postulaste para el cargo. Quillon sonaba más correcto que
Quillo, estoy seguro. Vosotros, los políticos de mierda que
comienzan en las trincheras, sois todos iguales. Tratando de
demostrar que eres algo que nunca serás. —Recogí el arma del suelo
antes de tomar asiento en la mesa, frente a él. Dejé el arma y me
relajé en mi asiento—. Honesto. Sincero.
Tragó saliva y dio un paso más cerca de la mesa.
—Muestra tu cara—me dijo—. Te conozco.
—Ah. —Tomé la parte superior del pasamontaña en mi mano—.
Pensaste que me conocías. No más. —Luego me quité la máscara por
completo.
Jadeó, sus pies lo llevaron automáticamente hacia atrás,
directamente a la cama. Ésta se estrelló contra sus rodillas y cayó,
entonces volvió a levantarse.
—¡No! —Él negaba con la cabeza, sus manos agitándose
frenéticamente frente a él—. No. ¡Eres un fantasma! Estoy muerto.
Deben haberme matado. Estoy en el infierno. Contigo. Necesito
perdón. Querido Dios, líbrame. —Cayó de rodillas y comenzó a
rezar el Santo Rosario. Su miedo perfumaba el aire con acidez. Tenía
el mismo sabor que la sangre fresca.
—Deja de ser dramático. —Usé mi pierna para empujar la otra
silla más cerca de él—. Siéntate. Tengamos una charla. Es hora de
que nos pongamos al día.
—Vi orio. —Él sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de
despertarse—. Eres un fantasma. ¿Qué quieres conmigo?
Lo llamé tonto en italiano.
—Tienes miedo de un fantasma. Deberías tener más miedo de mí.
Todavía sangro. Puedo ser asesinado. Otra vez. Entonces, ¿sabes lo
que eso significa? Soy peligroso. Soy el fantasma viviente al que
debes temer.
Se puso de pie, tambaleándose un poco todavía, y acercó la silla a
la mesa. A pesar de que no estaba a gusto, se había relajado un poco,
pensando que podría disuadirme de esto. Pensando que podría
tratar de jugar con nuestra historia para aplastar lo que fuera este
problema. Asumió que esto tenía que ver con el negocio.
—¿Puedo? —Puso una mano cerca de la mía.
Asentí y usó su dedo índice para tocar el pulso en mi muñeca. Se
echó hacia atrás cuando lo sintió.
—No estás muerto.
—Eso parece.
Luego sonrió, y eso iluminó su rostro. Una ola de alivio se
apoderó de él.
—¡Hijo de puta!. Estás vivo. —Se puso de pie por un segundo y
luego, demasiado emocionado para estar de pie por más tiempo,
tomó asiento—. ¿Y cuándo fue eso un problema? ¿Tú no siendo
peligroso? Dime algo que no sepa, como por qué estoy aquí.
—Con el tiempo—dije, observándolo volver a estar cerca de mí.
Estar a su lado se sentía como en los viejos tiempos, pero esta vez iba
a arrancarle la garganta y ver cómo se desangraba a mis pies. O tal
vez sería más creativo—. Tienes que decirme cosas. Primero.
—Espera. —Levantó una mano—. Eres el que comienza las
guerras entre todas las familias. ¿Te lo ordenó tu padre? Mi Pops
está en serios aprietos. Pensé que tal vez esto tenía algo que ver con
él, pero luego lo pensé un poco más. Ha estado en aprietos desde
que Angelina… —Se detuvo allí, sin ir más lejos.
Sí, su padre se había ido de la ciudad después de lo que pasó.
Quillo no tuvo tiempo de reaccionar, entonces Arturo comenzó a
usarlo para lo que necesitaba. Quillo era el equivalente de un
sirviente contratado. Tenía que pagar por los pecados de su padre y
los de una hermana que se tiró a dos hermanos. El hecho de que ella
nos follara a los dos no importaba. Era ella la que había estado
pasando secretos, secretos que nadie pidió, y después nos había
tendió una trampa a uno de nosotros. Su lealtad había sido probada
y resultó ser tan delgada como el agua. Quieres quedarte en este juego,
necesitas sangre.
—No tengo padre—le dije—. No tengo más que enemigos.
—Mierda. —Se pasó las manos por el cabello, haciendo que los
mechones rubios se erizaran en finas puntas—. Así que estás
orquestando una guerra masiva. Mataste a los jefes de esas familias.
A sus hijos. ¡Estás jodidamente loco! Lo que estás haciendo es una
locura. Una misión suicida. Después de tu muerte, bueno, no
muerte, pero…
—Mi muerte—le dije.
—Arturo se ha vuelto aún más fuerte con Achille a su lado. No le
importa a quién mata. Es un salvaje. Toma la vida de inocentes, sin
siquiera parpadear. Es un maldito lobo rabioso. La única familia que
los Scarpone han respetado es la de los Fausti, pero nadie se enfrenta
a ellos.
Abrí y cerré los brazos.
—Parece que mi vida siempre ha tenido una corta fecha de
vencimiento. Achille se aseguró de ello. Arturo lo llevó a cabo.
—Él tenía que hacerlo. No puedes dar órdenes y tener a tus
hombres desobedeciéndote.
—Desobedecer. —Probé la palabra—. ¿Así llamarías a salvar a
una niña de un destino que no se merece?
Entonces pareció sentir algo de mí, pero no tenía idea de qué, a
menos que supiera quién era ella, y dudaba que lo supiera. Si lo
hubiese sabido, la habría entregado a los Scarpone, cuando tuvo la
oportunidad.
Su mirada se posó en mi cicatriz, y luego volvió a mirarme a los
ojos.
—¿Por qué la salvaste? ¿La hija de Palermo? Él nunca te había
hecho ningún favor. Trató de matar a Arturo justo en frente de ti. El
único hombre que hirió a Lupo. —Lobo—. Palermo trabajó para tu
pa… para Arturo durante años. Arturo confiaba en él, como un hijo.
Y lo traicionó de la peor manera. ¿Entonces por qué?
—Tenía mis razones—le dije.
—Razones. ¿Y dónde diablos te llevaron esas razones? ¿A vivir
como un fantasma en tu propia ciudad? ¿Silenciado? —Nos miramos
durante unos minutos; el único sonido era el inodoro corriendo en el
baño. Entonces volvió a hablar—. Ahora lo entiendo. Has vuelto
para eliminarlos a todos. Estás comenzando una guerra para que ya
no tengan idea de en quién confiar. Una familia tratando de destruir
a la otra. Incluso los irlandeses se han involucrado. ¿Qué fue lo que
te hicieron?
Yo sonreí.
—Es un caos, ¿verdad?
—Sí. —Él asintió una vez—. Puedes decir eso.
—Ya lo dije. Ahora dime algo que no sepa.
—Pareces saberlo todo. Lo único que nunca supiste fue que
Achille aprovecharía la oportunidad para correr hacia Arturo y
delatarte por no haber matado a la hija de Palermo frente a él. Esa
esposa suya, también.
—Ah. —Sonreí de nuevo—. Lo sabía.
—Entonces realmente no entiendo por qué lo hiciste. Algunos
dicen que prefieren enfrentarse al infierno que enfrentarse a Arturo
Scarpone.
—Me enfrenté al infierno y sobreviví. —Me incliné un poco hacia
delante, acercándome—. Háblame de la niña que acogiste hace cinco
q g
años.
Se mordió el interior del labio y miró hacia la pared. Era la
maldita cara de un político pensando. Parecía que estaba cagando.
Me puse de pie tan bruscamente que la silla se cayó detrás de mí
y él no tuvo oportunidad de reaccionar. Lo agarré por la garganta y
apreté hasta que sus ojos comenzaron a lagrimear. Cuando lo solté,
cayó hacia atrás en su asiento, sin aliento. Recogí mi silla y la dejé
como estaba, sentándome de nuevo.
—Me conoces, Quillo. Te partiré el cuello por malditamente
menos que por hacerte el estúpido.
—Hace cinco años—se atragantó—. Hace cinco años…
Me pregunté cuántos niños inocentes su familia y él habían
adoptado a lo largo de los años, y cuántos de esos niños había tocado
mientras su perra, escaladora social lo ignoraba. Ella venía
regularmente a Macchiavello's con sus falsos amigos. Se había
follado a la mitad de ellos.
—Mari… —Iba a decir su nombre completo, pero negué con la
cabeza, desafiándolo—. ¿Quieres su apellido? —Había recuperado el
aliento, pero su voz era como papel de lija.
—Sí, dímelo—le dije.
—Flores.
—¿Qué recuerdas de ella? —Pasé los dientes sobre mi labio
inferior—. Detalles específicos.
Captó el gesto y asintió.
—Solo dame un segundo. —Respiró hondo varias veces y suspiró
—. Joven. Alrededor de los trece años, tal vez más joven.
No, cabrón, parecía más joven porque estaba en adopción y nunca tuvo
un flujo constante de comidas adecuadas. Lo que hizo que su
transgresión fuera aún peor. Él pensó que ella era más joven, y aun
así, puso sus manos sobre ella.
—Su rostro tenía el potencial de convertirse en algo especial. Su
nariz era extraña, pero su cuerpo estaba apretado. Tenía buenas
tetas. ¿Y ese culo? Era flaca, pero ya era bum. —Se rió—. Nos
tocamos… —Cuando captó la expresión de mi cara, el recorrido de
mis dientes sobre mi labio otra vez, fue más rápido e inteligente esta
vez. Cambió su historia—. La toqué. ¡Está bien! Yo la toqué. Era
irresistible.
—Ella peleó.
—No al principio. No lo esperaba. La última vez que me sacó un
cuchillo. Después se largó. Despegó. La tuvieron como fugitiva por
un tiempo, pero era una niña del sistema. Nadie realmente mira.
—Le hiciste creer que la bondad viene con condiciones.
—Sí. Acepté a la perra sin hogar. —Su rostro estaba contraído,
pero de repente, se relajó—. ¡Es ella! ¡La hija de Palermo! La estás
buscando. —Era estúpido en algunos aspectos, pero demasiado
perspicaz en otros. Él sabía que, si estaba preguntando, había una
razón.
—Los Scarpone tienen un blanco pintado sobre ella.
Hizo un sonido de incredulidad.
—Seh. Hay dinero por su cabeza. Ha sido desde esa noche. Solo
aumenta con el tiempo. Gana intereses con los años. El primero que
le entregue a Arturo su cabeza cortada se lleva todo el dulce botín.
Hombre. —Sacudió la cabeza y silbó.
Sabía que él deseaba haberlo ponerlo descubierto antes, haberla
reconocido, así todo el dulce botín podría haber sido suyo, junto con
el acceso total a su coño antes de entregarla. No se trataba de dinero;
se trataba de estar en mejores gracias con Arturo y su perro de
ataque, Achille. Si Quillo tenía que responder ante Arturo, él trataba
con Achille regularmente.
—Todavía no puedo superar que llames a los Scarpone, los
Scarpone. Hombre, los tiempos han cambiado. —Suspiró y sus ojos
se abrieron—. Recuerdo algo más sobre ella. Sus labios. Esos labios.
—Sus ojos se suavizaron ante la idea—. ¿La estás buscando? Puedo
j ¿
ayudarte. No puedo recordar el color del cabello o de ojos, pero
realmente no es problema. Conozco gente, y la reconocería en
cualquier lugar. Y si te preocupa que vuelva corriendo a decírselo a
tu familia, sabes que no diré nada. Tú y mi hermana...
Él se detuvo, y por suerte para él, lo hizo. Estuve a punto de
cortarle la cabeza y entregársela a la familia Scarpone de forma
gratuita.
—Solo ofreciendo. —Levantó las manos.
Me incliné hacia un lado, saqué otra pistola pequeña de detrás de
mi espalda y la puse sobre la mesa. Quillo la miró antes de volver a
mirarme. Me incliné hacia adelante y junté mis manos, mis dedos
cubriendo mi boca.
—No necesito buscarla, Quillo. Sé dónde está en este maldito
instante.
—¿Lo sabes?
—Sí, lo sé. Está en casa, en nuestra cama, durmiendo. Es mi
esposa. Jodiste con mi mujer, Quillo. La tocaste cuando era una niña
a tu cuidado. Lo que debería haber sido un lugar seguro, se convirtió
en una prisión de escoria. ¿Quieres saber por qué hice lo que hice?
¿Por qué salvé a Marie a Be ina Palermo? —Pasé los dientes sobre
mi labio.
—La salvé porque era inocente. Cambié mi vida para que su
inocencia pudiera vivir. ¿Y sabes lo que me enteré, Quillo? Me enteré
de que un maldito enfermo le hizo creer que la bondad era algo
desagradable. Que venía con condiciones. Tomaste todo lo que
sacrifiqué por ella y lo distorsionaste. Tomaste esa inocencia y la
hiciste sentir avergonzada. Hiciste que algo que se suponía que
debía ser limpio, la única vez en la vida que puede serlo, pareciera
sucio al poner tus manos sobre ella. ¿Cómo crees que me siento al
respecto, Quillo? ¿Qué crees que haré para asegurarme de que nunca
lo vuelvas a hacer? Ni a la mía. Ni a la de nadie más.
No dijo nada durante un rato. Ni siquiera trató de negarlo o
defenderse. No podía hacerlo. Hay algunos hombres que se sientan
y escuchan las excusas. Este no. No había excusa que pudiera
salvarle la vida. Los asuntos comerciales podrían negociarse, pero
¿una ofensa personal? Era imperdonable.
Estaba sudando de nuevo, con los labios fruncidos.
—Te enamoraste de ella. Te enamoraste de la hija de Palermo.
Sonreí y Quillo movió la cabeza hacia atrás en respuesta, pero
estaba a punto de usar la ira para cubrir su miedo. Los viejos hábitos
tardan en morir, pero yo nunca los olvidé.
Golpeó la mesa con el puño. El arma tembló.
—¡La amas! ¡Al engendro de ese cabrón de Palermo! ¡Era tan
cruel como tu padre! Mi hermana. Ella era una buena chica. ¡No se
merecía lo que le pasó! Y te sentaste allí y lo observaste. Y ahora te
sientas frente a mí y me condenas cuando tu conciencia está tan
sucia como la de ellos. ¡Los viste partir en dos a mi hermana y no
sentiste nada! ¡Ella quería que la amaras! Te amaba. Y ni siquiera
podías decirlo. ¡Ni siquiera peleaste por ella! Y ahora te casas con la
hija de Palermo. ¡Una puta! Una pe…
Me incliné sobre la mesa y lo agarré por la garganta de nuevo, y
esta vez trató de pelear conmigo. Arañó el guante, pero por lo demás
estaba sometido.
—Estás fuera de forma, Quillo. Todas esas comidas ricas y
grasosas han ido directamente a tu corazón. Todo ese asma. —
Negué con la cabeza—. No es bueno. Cuidado con esa boca, o tendré
que arrancarte la lengua. Abre un poco las vías respiratorias.
Una vez que se relajó y dejó de pelear conmigo, lo solté y volvió a
caer en la silla. Resolló esta vez, golpeando la mesa en busca de aire.
Tomé el arma, la examiné y la dejé cuando él se calmó.
—Esto no se trata de amor. Esto se trata de lealtad. Respeto. Algo
de lo que tu familia nunca supo nada. Entonces… —Empujé el arma
hacia él—. ¿Qué será? ¿El arma o yo? —Le sonreí, mostrando
algunos dientes.
Agarró el arma de la mesa, se la puso en la sien y cerró los ojos.
Me mostró el dedo.
—Vete a la mierda, Príncipe Bonito. Te veré en el infierno algún
día—dijo y apretó el gatillo.
Clic.
Le tomó un segundo, pero sus ojos se abrieron cuando se dio
cuenta de que el arma estaba vacía. Clic. Clic. Clic. Su dedo estaba
frenético mientras apretaba continuamente el gatillo.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
—Puede que me hayan matado, pero algunas cosas siempre
permanecen igual, Quillo. Aparentemente, lo mismo ocurre contigo.
Nunca aprendes. —Suspiré—. Deberías ser más inteligente. Nunca
sería tan fácil contigo. —Me levanté del asiento y lo golpeé tan fuerte
en el pecho que sentí que su hueso se rompía contra mi guante.
Después puse la mano sobre su boca y nariz, drenándole la vida.
Capítulo 13
Mariposa
—¿Qué te parece, Vera II? ¿Deberíamos agregar más romero?
¿Más albahaca? ¿O qué tal tomillo? —Me lo llevé a la nariz y olí
demasiado fuerte. Entonces estornudé y tosí—. Un poco de eso
recorrerá un largo camino. Pero el romero. Me encanta el olor. —Esta
vez, no puse la botella tan cerca.
Vera II se veía exactamente como Vera I, excepto que su maceta
era diferente. Después de que Capo me mostró el lugar y comencé a
ponerme cómoda, noté que Vera II estaba apoyada en la mesa junto a
mi lado de la cama, al lado del reloj. Las hojas de la Vera original
eran escasas, y lo mismo ocurría con la Vera II. Podría haber jurado
que eran la misma planta, pero lo sabía mejor.
¿Cómo pudo él haberme dado la misma planta?
Parecía extraño lo parecidas que eran. Y hubiera pensado que
habría comprado una planta con más aloe.
Esta vez, juré aumentar el volumen de Vera II. Ella ya tenía una
dosis de alimento vegetal para suculentas. De vez en cuando la
movía para que tuviera la misma cantidad de luz y sombra.
Durante una de las citas a mi doctor, eso había sido un punto
durante nuestra reunión, tenía que ver a algunos de ellos, ya que no
lo había hecho en años, leí mientras estaba en la sala de espera. La
revista afirmaba que hablar con tus plantas las hace crecer más
rápido. También dijo que las plantas parecían reaccionar mejor a las
voces femeninas que a las masculinas. Entonces, cuando estaba sola
en casa, Vera II y yo teníamos conversaciones.
Como estaba haciendo la cena y sola en casa, ella era todo oídos.
Podría haber llamado a Keely, pero decidí no hacerlo.
Llevaba dos semanas de casada y, aunque hablaba con Kee, no lo
hacía con frecuencia y nuestras conversaciones parecían... breves.
Sabía que todavía me amaba, pero estaba luchando con los
sentimientos románticos de Harrison y mis sentimientos platónicos
hacia él, después de que él me confesó cómo se sentía. Estábamos en
terreno inestable. Por lo general, hablábamos de todo, sobre todo de
cómo íbamos a sobrevivir, pero como todo se había puesto patas
arriba, habíamos cambiado lo que alguna vez llamamos “problemas
de los pobres” por “problemas de los ricos”.
Era un mundo completamente nuevo para mí, y todavía estaba
tratando de adaptarme. Tantas cosas que había escrito en mi diario
estaban sucediendo al mismo tiempo. Y en algún lugar en el fondo,
un miedo oscuro me carcomía. Seguía esperando que desaparecieran
los zapatos que me quedaban bien y reaparecieran los que me
quedaban demasiado apretados (y solían hacerme sangrar).
Miré hacia abajo a mis pies. Estaban descalzos. Me encantaba
cómo se sentían los suelos de la estación de bomberos. Frescos.
Limpios. Y en algunas habitaciones, eran tan suaves que quería
llorar.
Este lugar. Olía a hogar. Se sentía como hogar. No quería irme, y
desde que llegué, solo había salido para reunirme con los
planificadores de bodas en la oficina de Rocco, probarme mi
segundo vestido de novia y comprar comestibles. Tenía una elegante
tarjeta negra que mi esposo insistió en que usara. Tenía mi nombre,
Mariposa Macchiavello, y no tenía límite.
Sin embargo, la tarjeta negra no era nada comparada con mi
nueva identificación y pasaporte. Mis ojos se llenaron de lágrimas
ante eso.
—¿Qué tal esto, Vera II? ¿Esta consistencia te parece correcta? —
Levanté el tazón, mostrándole a mi planta la mezcla que había hecho
para poner entre las capas de pasta hirviendo en la cocina. Estaba
tratando de hacer lasagne al forno. Cuando Capo me trajo aquí
después de la boda, había una bandeja llena en la nevera. Era lo
mejor que había probado en mi vida, así que busqué en uno de mis
muchos libros de cocina y encontré una receta.
Hasta el momento, no había hecho una comida que realmente
supiera bien, pero como no tenía nada más que tiempo en mis
manos, estaba decidida a hacerlo bien en algún momento. Dejando el
tazón, decidí obtener los ingredientes que necesitaría para un pastel
de crema italiano. Era algo así como tratar de tocar las cimas de dos
montañas en un día, pero hazlo a lo grande o vete a casa. De
cualquier manera, gane o pierda, estaba preparada.
—Jódeme—exhalé. El tamaño monstruoso de la despensa siempre
me sorprendía. Era más grande que el apartamento que le había
alquilado a Merv, el pervertido muerto (el nuevo apodo de Kee para
él). Y estaba libre de ratas.
Mientras hurgaba en busca de cosas, se oyó un estallido en la
cocina y, al principio, pensé que alguien me estaba disparando.
Apreté el azúcar contra mi pecho, preguntándome qué estaba
pasando. Entonces el olor a humo asaltó mi nariz y sonó una fuerte
alarma.
—¡Mierda! ¡La pasta!
Aun sosteniendo la bolsa de azúcar contra mi pecho, corrí tan
rápido que cuando entré a la cocina, me resbalé en el suelo de
madera brillante y elegante. Sin embargo, Capo se me había
adelantado, sacando la olla de la cocina y pasándola por agua fría.
La olla chisporroteó y explotó, verdaderamente enojada, y más
humo espesó el aire.
Señaló con la cabeza la cocina.
—Enciende el ventilador.
Dejé el azúcar en la encimera e hice lo que me dijo. Tomó unos
minutos, pero el aire comenzó a aclararse, solo remolinos blancos
resaltados por el sol persistieron. Y el olor. Era una mezcla entre
plástico quemado y algo para lo que ni siquiera tenía un nombre,
excepto asqueroso.
Después de dejar la cacerola arruinada en el fregadero, se giró
para mirarme.
—Tal vez debería haber mantenido este lugar como estaba. Un
cuartel de bomberos.
No pude responder. Estaba sin camisa, solo una toalla envuelta
alrededor de su delgada cintura. Su piel era suave y tensa,
resbaladiza por una ducha caliente. Llevaba el pelo peinado hacia
atrás (negro intenso cuando estaba mojado) y gotas le corrían por los
hombros y el pecho.
Sus ojos eran aún más eléctricos. Eran de un azul tan
deslumbrante que me pregunté si el color había sido robado de un
océano oculto. A pesar de que el olor rancio aún persistía, la ducha
había hecho que su olor fuera más fuerte. Era como si acabara de
salir de una playa, pero diez veces mejor.
Era la primera vez que lo veía así, casi sin nada puesto. Sus
hombros eran anchos. Su musculoso pecho y estómago parecían
tallados en piedra. Probablemente tenía un paquete de siete en lugar
de seis. La toalla se deslizó hacia abajo, mostrando dos muescas
profundas a cada lado de sus caderas, formando una V. Un grueso
mechón de vello negro se asomó. Sus brazos parecían sacados de
una de esas revistas de fitness. Sus piernas eran largas y delgadas.
Parecían fuertes, pero no demasiado voluminosas.
Lo que pasaba con mi marido, algo que había aprendido durante
nuestro breve tiempo juntos, era que, incluso cuando una situación
se volvía incómoda, a él no le importaba. Él parecía disfrutarlo. Mis
ojos estaban clavados en él, sin vergüenza, y los suyos en mí. No
trataría de distraerme o fingir que no sabía lo que me había pasado.
Él no agitaría la cacerola arruinada y diría cena, ¿recuerdas? Él diría,
no estás vestida de rojo, y no estás en mi cama, así que sé lo que eso
significa. Aún no estás lista para follarme.
Entonces nos exploraríamos un poco más, o haríamos otra cosa.
Veríamos películas o escucharíamos música o hablaríamos de
lugares a los que podríamos viajar o cosas que podríamos hacer en la
casa más tarde. Quería que le agregara mi propio toque una vez que
descubriera lo que quería. La cosa era que era perfecto como estaba.
Incluso la ropa, los zapatos y las joyas que había elegido para mí.
Todo era un sueño hecho realidad.
Tal vez él también lo era… en la superficie. Todavía no me había
llevado al fondo.
Finalmente, le di sentido a las palabras que morían por salir
disparadas de mi boca.
—¿Cuándo llegaste a casa?
—Más o menos cuando estabas leyendo la receta de lasagne al
forno a… —Miró la planta en la encimera y luego a mí otra vez—. …
Vera II. Ella no es muy habladora.
—No—dije, apoyándome contra la encimera. Mis ojos seguían
moviéndose a su toalla cada dos segundos. No estaba duro, pero
había un bulto gigantesco. No podía fingir que no tenía curiosidad
por saber cómo era. Cómo se veía. Desnudo. Tomé aire y lo solté
lentamente—. Sabe escuchar, pero no es muy chismosa.
—¿Tienes algo que sacar de tu pecho?
—¿Por qué? ¿Vas a escuchar?
—¿No es eso lo que hacen los maridos?
Una enorme burbuja de risa explotó de mi boca.
—Puede que no sepa nada sobre ser domesticado, pero sé que los
hombres no son buenos para escuchar. Oídos selectivos.
—Oídos selectivos—repitió, con un tono sospechoso en su voz—.
¿Dónde escuchaste eso?
Sonreí.
—Noche de chicas.
La esposa de Rocco, Rosaria, me había invitado a unirme a ella y
a las mujeres de la famiglia Fausti para sus noches de chicas. Algunas
eran solo amigas, pero en su mayoría estaban relacionadas por
matrimonio. Rocco tenía tres hermanos. Brando, Darío y Romeo.
Brando era el mayor y el más intenso. Apenas asintió cuando le
pregunté si le gustaba la camiseta enmarcada que le había regalado
su esposa, Scarle .
Había invitado a Keely a que viniera conmigo una noche, pero
parecía celosa de lo bien que nos habíamos llevado Scarle y yo.
Después de eso, no volví a invitarla porque no quería que las cosas
se pusieran incómodas.
Cuando Scarle me vio por primera vez, dijo ¡Te dije que te
volvería a ver!, me envolvió en sus pequeños brazos y me abrazó. Era
una famosa bailarina y, comparada con su marido, muy pequeña.
No sabría decir qué tenía ella, pero me hizo sentir más ligera. Me
hizo sentir que pertenecía a ellas. Ella y las otras esposas me hicieron
sentir como en familia.
La noche de chicas siempre se celebraba en una de sus casas (el
próximo fin de semana en la nuestra, en el edificio al lado de la
estación de bomberos), y eso hizo que Capo se sintiera bien. Después
de nuestra boda en el Ayuntamiento, aumentó nuestra seguridad.
Tenía tres Giovanni nuevos, que sumaban cuatro, y Capo parecía...
un poco nervioso cuando estábamos en público.
Sin embargo, las salidas nocturnas eran divertidas para mí.
Hablábamos de los libros que leíamos, algunas de las chicas tejían a
ganchillo o punto, y en algún momento, siempre terminábamos
hablando de nuestros hombres.
Nuestros hombres.
Mi hombre.
Capo era mío.
La verdad de esas palabras me robó el aliento.
Yo era la esposa de alguien.
Suya.
Toqué el anillo en mi dedo izquierdo, un recordatorio. Esto no es
un sueño.
Él se acercó más, inmovilizándome contra la encimera, con un
brazo a cada lado de mi cuerpo. Su anillo de matrimonio resonó
p
contra el mármol cuando apoyó las manos. Levanté la mano y tiré de
las puntas de su cabello húmedo. Unas gotas corrieron por su pecho.
—¿De qué estábamos hablando?—preguntó.
Sonreí.
—¿Ves? Oídos selectivos. Noche de chicas… oh. —Empecé a reír
—. ¡Estás metiéndote conmigo!
—Tienes que apresurarte para mantener el ritmo, Bu erfly. —Me
besó en la frente.
Bu erfly. Nunca me había llamado así antes. Solo Mariposa.
—Sí—dije, mi voz suave—. Si quiero correr con el lobo solitario,
necesito mejorar mi juego.
Su boca vagó de mi frente a mi nariz, sus labios suaves pero
firmes. Besó el puente de mi nariz, una vez a cada lado y otra en el
centro, antes de que sus labios encontraran los míos. Como de
costumbre, le respondí, ansiosa por su toque. Mis manos se estiraron
para tocarlo, para acercarlo más, y rocé mis uñas a lo largo de su
costado, sobre sus costillas.
Con el ligero toque, sus ojos se abrieron, mirando fijamente a los
míos. Cuando mis uñas se movieron hacia su espalda, mi toque más
fuerte hizo que un sonido salvaje escapara de su garganta y sus ojos
se cerraron. Su lengua se movió más rápido, más fuerte, girando con
la mía, y todo a mi alrededor pareció desvanecerse.
Levantando mis brazos, me quitó la camiseta, una camiseta que
me había puesto porque el color me recordaba a sus ojos. El beso se
interrumpió, pero solo por un segundo, no lo suficiente para
devolverme a la realidad. Sus manos acunaron mis pechos, sus
pulgares acariciaron mis pezones. Un suave gemido escapó de mis
labios. Mis uñas se hundieron en su piel, queriendo más.
Interrumpió el beso de nuevo, casi violentamente, su cabeza se
movió hacia abajo, el agua de su cabello era fría contra mi piel
sobrecalentada. Solté un suspiro cuando su boca reemplazó uno de
sus pulgares. Me chupó con fuerza, haciendo que la parte inferior de
mi estómago se contrajera. El pulso entre mis piernas ardía, rogando
por alivio. Mi ropa interior estaba empapada.
—Por favor—dije, sin siquiera darme cuenta de que había dicho
las palabras hasta después de que lo hice. No me importaba—. Más.
—Di mi nombre, Mariposa. El nombre que me diste.
—Il mio capo.
Sus manos hicieron un trabajo rápido en el botón de mis
pantalones cortos de mezclilla. Se deslizaron por mis piernas y salí
de ellos. Los pateé a través de la habitación. Hice lo mismo con mi
ropa interior.
Capo me levantó como una muñeca de trapo sobre la encimera,
mi culo contra el frío mármol.
—Afírmate. —Asintió hacia mis brazos.
Apenas respirando, puse mis brazos detrás de mí, con las palmas
hacia abajo sobre la encimera. Su boca vino a la mía otra vez, y fue
una hermosa guerra entre nuestras lenguas. Un gemido ronco salió
de mi garganta, y él pareció tragarlo. Entonces su boca se movió
hacia abajo, haciendo que me relamiera por saborearlo de nuevo
mientras mi cabeza se inclinaba hacia atrás, y mis ojos se cerraron.
Me lamió desde el cuello hasta el ombligo, luego subió y bajó otra
vez.
Todo mi cuerpo se sentía como si estuviera a punto de explotar.
De romperse en un millón de pedazos. El dolor entre mis piernas no
tenía nombre. Ni siquiera famélica parecía ser suficiente. Mis muslos
temblaban por la expectativa. La barba de su rostro me arañaba la
piel, su lengua hacía exactamente lo contrario, y la humedad de su
cabello todavía dejaba un rastro fresco. Separó aún más mis muslos,
y cuando su boca se cerró sobre mí allí abajo, tuve que presionar más
fuerte contra la encimera para mantener el equilibrio.
Jódeme.
Jódeme.
Jódeme.
Nunca nada se había sentido tan bien.
La sensación estaba contenida en un área, el área donde su boca y
lengua hacían su magia, pero enviaba ondas de choque por todo mi
cuerpo.
Corcoveé contra su boca, ni una pizca de vergüenza, su nombre
en mi lengua.
—Capo. Eso se siente tan…—siseé cuando su mano se levantó y
comenzó a torcer mi pezón—. Eso se siente taaaaan, taaaan bien, il
mio Capo.
Él constantemente me convertía en una mentirosa. Estaba
traumatizada por lo que Zamboni me había hecho, pero cada vez
que Capo me tocaba, respondía a su toque sin miedo.
Mi respiración se estaba acelerando, demasiado rápidamente.
Estaba jadeando y haciendo sonidos que nunca antes me había
escuchado hacer. Si se detenía, la violencia escaparía de mis manos y
caería sobre su cuerpo.
Me hizo algo, algo con esa boca mágica que me envió al límite,
fuera de control. Me mordió, fuerte, ahí abajo. Mis brazos cedieron,
pero antes de que pudiera salir volando hacia atrás, Capo me atrapó.
Mantuve los ojos bien cerrados.
—Estoy tan mareada—le dije—. ¿Eso es normal?
Se rio suavemente, besando la parte superior de mi cabeza.
—Sí. Cuando es bueno.
—Muy bueno—susurré—. Muy, muy bueno.
Nos quedamos así por un tiempo, ninguno se movía. Eso fue lo
más lejos que habíamos llegado. Y aunque aún no había llegado al
rojo, me acercaba más y más al fuego. Lo deseaba más que a nada,
pero había algo en mí que me detenía justo antes de llegar hasta el
final.
Zamboni era la razón principal, pero también había otra razón.
No me di cuenta hasta que me mudé y me encontré coqueteando con
el deseo, tan cerca de entregarme a él. Quería que la conexión
creciera entre nosotros antes de darle mi cuerpo. El amor no era una
opción, lo había dejado en claro, pero eso no significaba que todo lo
demás que acordamos no pudiera profundizarse.
Una relación más profunda. Una sensación más profunda de
intimidad. Una lealtad más profunda.
Tal vez incluso una amistad más profunda.
Tal vez era una tonta, pero necesitaba sentir más de él, un poco
más de calor, para que después de que terminara, mi alma no se
sintiera tan sola. Sonaría como una tontería total si lo hubiera dicho
en voz alta, pero en el fondo, sabía que era verdad. Su naturaleza fría
a veces, podía ser muy dura. Nada podría romperlo, ni siquiera el
fuego.
Antes de que Jocelyn muriera, trató de convertir los años en
meses. Una noche, cuando su mente parecía más aguda que de
costumbre, me dijo, No hay nada más solitario que despertarse con
alguien a quien le diste todo y darte cuenta de que solo te dio la mitad de la
noche. Sucederá y dolerá, pero sobrevivirás.
¿Podría sobrevivir a este arreglo si eso sucediera entre nosotros?
Podría vivir sin amor, del tipo por el que las personas sacrifican
sus vidas y almas en las novelas y películas románticas, y supuse
que, en la vida real a veces también, pero ¿podría vivir sin sentir...
algo mutuo de parte de él?
La respuesta no importaba, solo mi respuesta a eso. Mi lealtad
hacia él era alta, tan alta como el cielo. Lo había asegurado hace
mucho tiempo, cuando yo tenía cinco años.
Viviría con este arreglo, pero simplemente sobreviviría al sexo.
Me miró a los ojos, se inclinó y me besó en los labios.
—Vístete.
Dio un paso atrás y la toalla formó un tipi frente a él. Su tamaño
no parecía... normal. La toalla y lo duro que estaba dejaba poco a la
imaginación. Me imaginé una serpiente. Una pitón gigantesca. Una
cosa era sospechar, pero otra muy distinta ver su contorno tan de
cerca. Estaba a una distancia sorprendente.
¿Cómo iba eso a encajar eso en mi chichi?
—Encajará—dijo él, leyendo mis pensamientos—. Tu cuerpo fue
hecho para el mío.
Asentí, mirándolo a los ojos. Mis uñas golpeaban contra la
encimera. Lo que él llamaba agitarsi en italiano. Agitarse. Me detuve
porque no le gustó cuando lo hice. Dijo que no había razón para que
estuviera nerviosa. Jamás. ¿Pero si hubiera sabido lo que acababa de
hacer por primera vez? Él también estaría nervioso.
—¿A dónde vamos? —Mi voz sonaba en carne viva, como si
hubiera estado gritando. Cada parte de mí se sentía agotada, pero de
la mejor maldita manera. De una manera primitiva, me gustó que me
hubiera dejado una marca, algo más profundo que la piel. Había
tocado músculo y hueso.
—A Macchiavello's para cenar. —Me miró, desnuda a excepción
de mi sostén de encaje, sentada en la encimera de mármol—. Sin
embargo, nada de lo que ponga en mi boca esta noche se comparará
con lo que acabo de devorar. —Se pasó los dientes por el labio
inferior—. Vieni. —Extendió la mano—. Es hora de
vestirse.
Cuando entramos en la suite principal, Capo suspiró y dijo:
—Dime por qué estás tan nerviosa.
Iba a decir, ¿Además del hecho de que acabo de ver una poderosa
pitón?, pero no lo hice. El hielo que lo seguía a veces era espeso. Elegí
ser honesta sobre otra cosa.
—El, eh, tipo que… bueno, no sé lo que él hace. Él sale corriendo
a recibirte cuando llegas al restaurante. Él fue, un poco, cruel
conmigo. —Ésta sería nuestra primera vez comiendo en su
restaurante. Bruno, el Boca Grande, el que me dijo que me aplastaría
como a un insecto, fue difícil de olvidar. Me recordó a Zamboni. Y
los mismos sentimientos de vergüenza fueron directos a mi alma
como ácido.
Capo se detuvo en seco y casi choco contra su espalda. Soltó mi
mano y se volvió hacia mí. Casi di un paso atrás, pero no lo hice. Su
intensidad podía ser amenazante a veces, pero una cosa buena de la
noche de chicas fue que aprendí que no era solo Capo. Todos los
hombres en ese círculo parecían ser similares en ese aspecto.
Mantente firme, me había dicho Scarle . Eres tan poderosa como él.
Su consejo pasó por mi cabeza, pero seguía viendo un ciervo
huyendo de un lobo. Miré su tatuaje y de nuevo a su rostro,
agradecida de que me llamara Mariposa, no algo que fuera una
presa.
—¿Qué quieres decir? —Su voz era severa—. Un poco cruel. Es,
sí, fue cruel conmigo, Capo, o no, no fue cruel conmigo, Capo. No
hay término medio, Mariposa. Usa todas tus palabras conmigo.
Excelente. Me estaba lanzando mis palabras de la noche en casa
de Harrison.
Sostuve mis manos frente a mí, extendiéndolas, haciendo estallar
mis nudillos.
—No es tan simple. Tal vez yo estaba haciendo algo que se
suponía que no debía hacer. No estoy segura de para qué lo
contrataste. Si fue para ahuyentar a los perros callejeros de tu
ventana para que no asusten a los clientes, entonces, no, no fue cruel.
Solo estaba haciendo su trabajo, mostrando dientes afilados y
grandes garras. Si se supone que no debe hacer que la gente pobre se
sienta avergonzada por no poder pagar un bistec en tu restaurante
de alto precio, entonces, sí, definitivamente fue cruel conmigo. Más
que cruel. Un imbécil.
Estudió mi rostro por un momento.
—¿Por qué viniste a Macchiavello's? A nuestro restaurante.
¿Recordaste algo?
Se aseguró de decir “nuestro” de manera enérgica para que
aceptara su negocio como mío. Era difícil cuando, la mitad del
tiempo, todo esto todavía se sentía como un sueño.
Negué con la cabeza.
—No. Solía pasar a veces cuando iba a Home Run. Puedes ver
gente comiendo desde afuera. Olía muy bien. Estaba hambrienta. —
Me encogí de hombros—. Nadie salió con sobras, así que pensé que
el bistec debía valer un riñón.
Hizo un gesto con la barbilla, copiando lo que había hecho fuera
de su restaurante cuando Bruno me había hecho pasar un mal rato.
—Tiene sentido ahora. ¿Por qué dijiste lo que hiciste?
—Después de que terminé de sentirme avergonzada, me enojé.
Tu tipo me hizo enojar.
—Seguiste regresando.
—No estoy segura de por qué. Me hiciste sentir...curiosidad. —
Mordí el labio, pero me detuve cuando entrecerró los ojos—.
¿Entonces, te acordaste de mí?
—Me parecías familiar, pero no, no del todo. Maduraste.
—Algunos días. —Sonreí, pero fue débil—. Fue un infierno llegar
a los días en que lo soy.
—Mariposa. —Tocó mi barbilla y besó mis labios suavemente.
Entonces tomó mi mano de nuevo y me llevó al enorme armario.
Le tomó solo unos minutos encontrar lo que estaba buscando de
su lado. A pesar de que todo estaba organizado para mí, ropa casual,
invierno, primavera, verano y otoño, me tomó tiempo encontrar las
cosas.
Todavía estaba hurgando, tratando de encontrar el atuendo
adecuado, cuando me dijo que me encontrara con él en su oficina
cuando terminara. Vestía un traje negro con una camisa blanca
debajo y una corbata negra. Me recordó a un gángster de los años 20.
Todos sus trajes eran oscuros, ya sea negro o azul marino. Por
alguna razón, verlo me recordó el tatuaje en su brazo, toda
oscuridad excepto por esos ojos azul eléctrico.
Algunos hombres lo tenían tan fácil. Diez minutos y… listo.
Suspiré, empujando las muchas perchas hasta que llegué a un
vestido de gasa negro adornado. Los flecos me recordaron el agua
que cae en cascada por la noche, los bordes con puntas plateadas,
como si la luz de la luna los tocara. Tenía un efecto degrade.
Sosteniendo el vestido contra mi cuerpo, vi que caía justo por encima
de mis rodillas. Era elegante y sexy al mismo tiempo.
Me tomó un tiempo maquillarme y peinarme. El equipo de
Sawyer me había enseñado a hacer ambas cosas. Mantuve mis ojos
sencillos, pero usé rojo sangre en mis labios. Me ricé el cabello, pero
no rizos apretados. Ondulado. Me unté con la crema que tanto le
gustaba a Capo y me rocié con el perfume. Después me vestí.
Tres pulseras, esclavas de oro blanco, con incrustaciones de
diamantes y zafiros, y un par de aretes a juego completaron el
atuendo.
—Jódeme—susurré. Esperaba que las joyas del brazalete no
fueran reales. Ya tenía suficiente de qué preocuparme con el anillo en
mi dedo izquierdo. Tal vez simplemente me cortarían la muñeca y
terminarían con esto. Incluso podrían ir tras mis orejas si notaban los
aretes.
Me sacudí el shock, ésta era mi vida, encontré un par de tacones
que eran altos y negros y hacían bonitos mis pies.
Todo listo.
—Mariposa… —Capo se detuvo cuando nos encontramos en el
“pasillo” del armario. Era la primera vez que me vestía de verdad
desde que nos casamos. Me gustó cómo me miró, como lo hizo
cuando me abrí la bata y le mostré mis bienes la noche de nuestra
boda en el Ayuntamiento.
—¿Qué opinas? —Me giré un poco para él—. ¿Suficientemente
bien?
Quería hacerlo sentirse orgulloso mientras estaba de su brazo. Yo
quería lucir bien, no, deslumbrante para él. Nunca pensé que usaría
yo y deslumbrante en la misma oración, pero las cosas habían
cambiado. Este hombre era tan guapo que a veces me resultaba
difícil recuperar el aliento. Y me eligió a mí. La chica de la schnozzola
de forma extraña.
—Sbalorditiva. —Se pasó los dientes por el labio inferior—. Me
haces sentir orgulloso, Mariposa.
Sbalorditiva. Sabía lo que significaba la palabra sin que Capo
tuviera que traducir. Impresionante. Había momentos en los que no
tenía idea de lo que estaba diciendo, pero otros sí. Era extraño
entender palabras que nunca antes había escuchado en un idioma
diferente, pero de alguna manera sabía su significado.
Entonces la última parte de su cumplido llegó a mi mente. Me
haces sentir orgulloso.
Antes de que pudiera decir algo estúpido, llevó mi mano a su
boca, depositando un suave beso en mis dedos.
—No merezco tu tiempo o compañía, pero a pesar de todo, es
mío. Para el
en la oscuridad.
Había pasado una semana. No habíamos hablado. No nos
habíamos tocado. Ni siquiera nos habíamos mirado.
Por la mañana, solía prepararle el desayuno antes de que se fuera
al trabajo. Estábamos en contacto durante el día. Hacíamos planes
para la cena. A veces incluso me enviaba una broma sucia. No hubo
una noche desde nuestra boda, o un día para el caso, que no
tuviéramos sexo. No había pasado ni un día sin verlo. Cuando
trabajaba demasiado, lo sentía, la ausencia de la persona más
importante para mí.
Luché por extrañarlo y no quería tener nada que ver con él.
Cuando olía el café en la cocina después de despertarme, o su
colonia en nuestro baño, o veía una de sus camisas en el cesto, me
daban ganas de quemarlo todo, pero al mismo tiempo, saborear cada
aroma, cada toque.
El amor no te enferma, como dice la gente. Entra silenciosamente,
mella por mella, causando cortes que tal vez nunca cicatricen. Noemi
tenía razón en una cosa: el amor no es una enfermedad. El amor es
una daga.
En el séptimo día de silencio, recibí una visita inesperada.
Tío Tito.
Me abrazó con fuerza antes de acariciar mi estómago.
—¿Cómo está nuestro chico?
Palmeé el mismo lugar.
—La doctora dijo que todo se ve bien. Todavía parece un niño
pequeño.
El tío Tito se rio de esto. Me entregó una hogaza de lo que parecía
pan.
—Scarle quería que trajera esto. ¿Te importaría poner un poco
de café para que podamos disfrutarlo? Al bebé le gustarán los
arándanos, estoy seguro.
Después de servirle una taza de café, corté un trozo de pastel
para cada uno y comimos en silencio. De vez en cuando, tomaba un
sorbo de café. Con un sorbo, mis ojos se elevaron para encontrarse
con los suyos, y la amabilidad en ellos casi me tira de la silla. Ocurría
en los momentos más inesperados.
—Lo sé—le dije—. Fuiste el hombre que salvó... a mi esposo. —
Era difícil para mí llamarlo de otra manera que no fuera esposo. Los
otros nombres me parecieron incorrectos, y cuando pensé en el
nombre que le pusieron al nacer, Vi orio, me hizo pensar en hablar
de un muerto.
Me palmeó la mano.
p
—Un tiempo diferente. Un lugar diferente. Solo estoy agradecido
de haber estado allí para él.
El silencio volvió a interponerse entre nosotros. No sabía qué
decir. Todavía no me había decidido por un sentimiento. La lealtad
me mantenía en el lugar. El amor me estaba matando porque le daba
el poder de clavar más la daga. Sus secretos eran puntas venenosas.
Cuando levanté la vista, el tío Tito me estaba mirando de nuevo.
—Él me envió aquí.
—¿Quién?
—Tu marido. No está seguro.
—Eso es nuevo para él, ¿verdad?
—Verdad. —Asintió—. En mi humilde opinión, puede ser bueno
para el corazón sentir cosas que él nunca antes había sentido. Está
sintiendo todo ahora, no solo existiendo para la venganza.
—No estoy de acuerdo con el corazón. A veces, cuando el
corazón siente cosas que nunca antes había sentido, duele. Mucho.
—Qué bueno que el corazón tiene la asombrosa capacidad de
curarse a sí mismo después de un tiempo cuando se trata de esas
cosas, ¿eh? —El tío Tito tomó un sorbo de café y dejó la taza—. Todo
lo que hizo Amadeo, farfalla, lo hizo por ti. Lo entiendes, ¿no? Le
mostraste algo que no había visto en mucho tiempo. Semejante
inocencia… una inocencia que no había visto desde su madre.
—Por qué… —Mi rodilla se balanceó debajo de la mesa—. ¿Por
qué no me lo dijo? ¿Quién era? ¿Lo que había hecho?
Él sonrió, pero hizo que la amabilidad en sus ojos se convirtiera
en tristeza.
—Él no estaba seguro entonces, tampoco.
—¿No está seguro de qué?
Recogió nuestros platos y los puso en el fregadero.
—Quizás con el tiempo lo entiendas. No me corresponde decirlo.
Las palabras deben ser compartidas entre marido y mujer. Si quieres
p p y j q
saber, habla con tu marido. Abre las líneas de comunicación. —
Tomó una respiración profunda—. Habla desde el corazón. El
corazón no puede latir sin un flujo abierto. Si tiene coágulos. —Se
encogió de hombros—. Morirá. Piensa en un matrimonio en estos
mismos términos.
El buen doctor se quedó conmigo como una hora más, y después
de que compartimos chismes familiares normales, del lado de la
familia de Noemi, me besó la cabeza con firmeza y se fue.
Después de eso, la casa parecía demasiado tranquila. Todo lo que
hice fue pensar en los mismos problemas una y otra vez, mi cerebro
comenzó a sufrir un cortocircuito, mi corazón se desangró o tal vez
dio marcha atrás. El tío Tito me había dado más en qué pensar, lo
que hizo más fuerte mi necesidad de salir.
Giovanni tendría que aprobarlo con mi esposo antes de hacer
planes. Sabía que mi marido me obligaría a llevarme a Giovanni si
salía de casa.
Necesitaba estar lejos de todo lo relacionado con él.
Tal vez sin su influencia, podría pensar con claridad, y si las cosas
no fueran tan malas como parecían, tal vez mi corazón podría
comenzar a sanar. O tal vez deshacerse del coágulo, como había
dicho el tío Tito.
Llamé a Keely y le dije que se encontrara conmigo en nuestra casa
en treinta minutos. Podríamos comer un poco del pastel que Scarle
envió con el tío Tito.
Verás, me di cuenta de algunas cosas después de mudarme.
Mi esposo realmente lo sabía todo, pero el reloj era una forma de
llevar un registro de mis movimientos. Giovanni también, una vez
que crucé al otro lado de la casa. Siempre bajaba del dormitorio, así
que no tenía ni idea de la estación de bomberos secreta.
Justo antes de los treinta minutos, le pedí a Giovanni que buscara
un par de botas en mi armario. Le dije que me dolían las piernas.
Mentí. Me dio una mirada suspicaz pero hizo lo que le pedí. Nunca
antes le había pedido que hiciera algo por mí. Rápidamente llamé a
p q g p p
la sala de control y les dije que revisaran las cámaras en la parte
trasera de la casa. Parecía que dos hombres estaban peleando en la
calle.
Dejé mi reloj en la encimera de la cocina y salí corriendo por la
puerta principal, usando mis manos para indicarle a Keely que no
saliera del coche. Ella entendió de inmediato y lo puso en marcha
antes de que estuviera en él. Se fue una vez que estuve dentro, y tuve
que cerrar la puerta de un portazo mientras salíamos a toda
velocidad.
—Ok. —Miró su espejo retrovisor, asegurándose de que no nos
siguieran—. ¿Por qué estamos huyendo de tu casa?
—Necesito un descanso. Hoy no tengo ganas de estar rodeada de
hombres.
—Oh. La luna de miel ha terminado. ¡Que empiecen los juegos!
—No es un juego, Keely. Es el matrimonio. —Agité una mano—.
Acabamos de tener una pelea.
—¿Sobre qué tipo de pañales usar?
Si solo nuestros problemas fueran así de domésticos. No podía
decirle toda la verdad, así que lo básico tendría que ser suficiente.
—Algo como eso.
—Responde una pregunta. ¿Lo odiamos o no?
—No. —Mi respuesta llegó rápido. ¿Cómo podría odiarlo
después de que sacrificó su vida por la mía? Pero, ¿cómo podría no
estar enojada con él por no decirme toda la verdad de inmediato?
Habiendo tenido suficiente de mis problemas, me giré para mirarla
—. ¿Quién es Cashel Kelly?
El coche se desvió y miré por el espejo, preguntándome si uno de
los muchachos nos había alcanzado. Parecía todo despejado, pero
eran astutos. Esperaba que actuaran como policías y nos detuvieran
en cualquier momento.
—Cash—dijo en voz baja—. Casi todos lo llaman Cash. Y Stone te
habló de él.
—No exactamente. Estaba buscando información la noche que
cenamos.
Ella asintió.
—¿Qué le dijiste?
—¿Qué podría decirle, Kee? ¡No tengo idea de lo que está
pasando!
—Cash Kelly es el nuevo jefe de Harrison.
Esperé unos minutos.
—Y…?
—Él no es todo lo que parece ser.
—Eso parece ser una tendencia últimamente. Continúa.
Se volvió hacia mí y entrecerró los ojos.
—Espera. ¿A dónde vamos?
Le hablé de las figuritas, pero le pedí que pasara para que me
diera el nombre de la tienda. Estuvo de acuerdo y tomó un desvío,
yendo en la dirección correcta.
—¿Estás enamorada de Cash, Kee?
Echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
—Si Nueva York fuera un bosque salvaje de cemento, yo sería el
arquero y él sería mi objetivo.
—No me gusta la imagen que pintaste en mi mente. Lo veo huir
de ti, con una diana en la espalda.
Ella sonrió.
—No deberíamos hablar más de esto. El bebé. Hablemos del
bebé. Cuéntame más sobre estas figuritas y el tema que buscas.
A pesar de que quería hablar de su extraño comentario, le conté
sobre las figuritas y lo lindas que eran. Cuando encontró un lugar
para estacionar no muy lejos de la tienda, justo en frente de Dolce,
negué con la cabeza.
—¡Solo necesito el nombre, Kee! Vamos. Iremos de compras a
otro lado.
—¿Por qué tu cara está pálida? Tienes burbujas de sudor sobre el
labio y afuera está más frío que el chichi de una osa polar. ¿Te pasó
algo aquí?
Me mordí el labio, jugueteando con mi bolso.
—Sí. Comí algo de ternera a la parmigiana en mal estado.
Simplemente desagradable.
—Mentirosa. —Ella apretó mi mano—. Quédate aquí. Mantén las
puertas cerradas. Entraré corriendo y veré si todavía están allí.
Obviamente significan mucho para ti.
Antes de que pudiera detenerla, salió del coche, caminando de
prisa para llegar a la pequeña tienda.
—Mierda, mierda, mierda—dije. Estaba en el corazón del
territorio de Scarpone. Dolce. El nombre casi me hizo querer
vomitar. No había nada dulce en ese restaurante o en lo que había
sucedido justo afuera de sus puertas. Me pregunté cuántas personas
habían sido asesinadas en ese callejón. Si la familia Scarpone era la
dueña, no se sabía. Mis piernas subían y bajaban. Saqué mi rosario,
retorciendo las cuentas de nuevo. Esta vez me quedé pensando, por
favor que se dé prisa.
Cuando miré hacia arriba, vi a cuatro hombres saliendo del
restaurante. Achille. Arturo. Uno de sus nietos, pensé; el que se
parecía a Armino. Y, tal vez, el tipo que Achille llamó Bobby.
Todos parecían perros grandes con sus abrigos y trajes caros, tres
de cada cuatro fumaban cigarrillos, y todos tenían el mismo aspecto
de “Soy el dueño de este maldito lugar”. Los tatuajes de lobo solo
aumentaban sus factores de miedo.
Keely bajó por la calle al mismo tiempo que ellos caminaban
hacia ella.
Achille se detuvo y la vio pasar. Era difícil no fijarse en ella. Era
una brillante llamarada en la completa oscuridad. Su cabello era
rizado, salvaje y de un rojo llameante, y lo había recogido a los lados,
haciéndola parecer mucho más alta de lo que era. Atraído por ella,
tal vez porque era tan jodidamente frío, la vio caminar todo el
camino hacia su coche, donde me vio sentada a su lado. Entrecerró
los ojos y dio un paso más cerca. Silbó y su hijo y Bobby se acercaron
a él. Le dio un codazo a Bobby en las costillas.
—Keely. —Mi voz salió tan baja que me obligué a hablar más
fuerte—. ¡Sácanos de aquí!
—¿Los conoce? —Entrecerró los ojos en su dirección, mientras
arrancaba el coche.
—¡Maldita sea, vámonos!—le grité.
—¡Está bien! ¡Está bien! —Se desvió hacia el tráfico, esquivando
un taxi por poco. Él nos tocó la bocina mientras pasaba zumbando.
Luego se puso delante de nosotros y siguió tocando los frenos—.
¿Eran los Scarpone?
—¿Como sabes eso?
—¡Cabrón!—dijo ella tocando la bocina. Pasó al taxista y él le
mostró el dedo. Entonces ella le hizo lo mismo. Ella lo ignoró y
comenzó a tocar sus frenos.
—He oído cosas. Tenía curiosidad, así que los busqué en línea.
No encontré nada demasiado jugoso, pero esos tatuajes significan
algo, ¿verdad?
—No importa. —Deseché los tatuajes, tratando de restar
importancia al hecho de que mi esposo también tenía uno—. Ellos
seguían mirando. Eso me asustó.
—Deberías. Están locos.
—Sí, lo sé.
—Malas noticias. —Ella resopló—. No más figuritas.
Mi corazón latía con fuerza, pero en ese momento, se hundió.
—¿Que les pasó?
—Alguien se las llevó. —Miró su espejo exterior y tomó una
dirección diferente—. Tal vez puedas encontrar otra tienda que las
tenga. Son francesas, como pensabas. Antiguas. El vendedor dijo que
son raras. Caras. Me dijo que probara un lugar en París. Me anotó el
nombre. Lo tengo en mi bolsillo. Tal vez puedas preguntarle a
Scarle si sabe algo al respecto. La recuerdo diciendo que vivió allí
por un tiempo.
No debería haberme arriesgado por las figuritas. Debería haberle
pedido que ella mirara cuando estuviese sola. Cuando yo no
estuviese en el coche. Me molestó que alguien las hubiera comprado,
pero lo que me molestó aún más fue lo que había hecho.
Tal vez pondría a mi marido en más peligro. Si Achille me
relacionaba con Italia, con Amadeo, tal vez le encontraría sentido a
algo. O tendría curiosidad por saber qué estaba haciendo en su
territorio, después de que me viera en la escalinata de una iglesia en
otro país, el día del funeral de Nonno.
Para empeorar las cosas, las figuritas ya no estaban. El riesgo ni
siquiera valió la pena.
Me tomó unos minutos darme cuenta de que nos dirigíamos en
una dirección familiar.
—¿Adónde vamos, Kee?
—A casa de Harrison. Le dije que pasaría más tarde, pero
entonces me llamaste. He tenido la intención de darle su guante de
béisbol desde que era pequeño. Cuando nos mudamos de la casa de
mamá, de alguna manera se mezcló con mis cosas y le decía que lo
olvidaba en casa cada vez que me lo pedía. Se lo llevé a Home Run
sin decírselo y le pedí a Caspar que lo enmarcara con su vieja
camiseta. Esperaba sorprenderlo. Nunca le compré un regalo de
inauguración de la casa. Y compró un nuevo cachorro. Me moría por
verlo.
—No creo que sea una buena idea, Kee. Debo ir a casa.
—Vamos, Mari. Todavía puedes ser amiga de él. No tenemos que
quedarnos mucho tiempo.
Lo pensé por un minuto. Si los Scarpone nos estaban siguiendo,
tal vez era mejor no volver a casa de inmediato. No pensé que lo
hicieran. Había estado mirando por el espejo exterior desde que nos
fuimos, pero arriesgarme no valía la pena. Tal vez haría que
Giovanni me recogiera en casa de Harrison. O mejor aún,
dondequiera que fuéramos de compras después de salir de su casa.
Sí, esa era una mejor idea. Ni siquiera mencionaría a Harrison o la
casa en Staten Island.
No quería tener que lidiar con la furia de mi marido cuando se
enterara de que me había escabullido sin decírselo de inmediato, ni a
ninguno de los hombres de la casa. Los había engañado a todos y
sabía que iba a tener mucho que pagar.
Capítulo 24
Capo
¿De verdad pensó que no la encontraría? El hecho de que no
llevara su reloj no significaba que no podía rastrearla de otra
manera.
No me tomó mucho tiempo encontrarlas. No tardé mucho en
darme cuenta de dónde había ido primero y quién miraba a mi
esposa. Los Scarpone. Ella también debió haberse dado cuenta,
porque no mucho después de que su amiga regresara al coche, se
fueron como si el diablo les pisara los talones.
Lo era, pero el equivocado.
Las seguí hasta Staten Island. Mi instinto me dijo que se dirigían
hacia ahí. Después de que su amiga estacionó el coche y salieron,
Harry Boy los recibió en la puerta, con la mayor jodida sonrisa en su
rostro cuando notó que su hermana no estaba sola.
La sonrisa era para mi esposa.
Ella le devolvió la sonrisa, pero no tan amplia. Cuando se acercó,
ella levantó la mano y él la miró un minuto antes de darse cuenta. En
lugar de abrazarlo, ella le ofreció chocar los cinco. Su sonrisa
disminuyó un poco, pero sabía que no disuadiría por mucho tiempo.
Entonces, un cachorro salió dando saltos por la puerta, un pastor
alemán blanco. Mi esposa se sentó en el porche, dejando que el perro
la atacara con su lengua, mientras se reía con esa risa que me retorcía
el corazón de una manera jodidamente rara. Harry Boy se la comía
con una cuchara invisible.
Así que aquí es donde fue cuando huyó de mí.
Me dijo que me amaba.
Ella malditamente me ama.
Luego corre a su antiguo territorio y a la casa segura de Harry
Boy.
Hacía falta mucho para dejarme perplejo, y Harry Boy estaba
lejos de serlo. Aunque compró la casa sin pensar en mí, sabía que
algún día, cuando peleáramos, ella correría hacia él, a un lugar
donde se sintiera cómoda.
A la mierda. Eso.
A la mierda con Harry Boy, también.
A la mierda el amor.
¿Dónde está la lealtad que me prometió?
Mi esposa se puso de pie, tratando de mantener al perro en el
suelo, y le dijo algo a Harry Boy. Hizo un gesto como, no tienes que
preguntar, y un segundo después, ella desapareció detrás de la
puerta principal. Su hermana estaba afuera con él, poniendo su
mano en su brazo. Luego fue al coche, rebuscó por un segundo y
sacó un guante de béisbol y una camiseta enmarcados.
Él la abrazó, pero la mujer en el interior era más importante.
Le dijo algo a su hermana. Ella le respondió. Y luego se dio la
vuelta en un círculo, pasándose las manos por el pelo.
Me pregunté si la hermana de Harry Boy le contó sobre el
embarazo de mi esposa.
No parecía feliz. De hecho, estaba furioso.
Sonreí.
Su hermana asintió y se tocó el estómago antes de tocarlo en el
brazo, y cuando él la despidió, lo dejó solo afuera. Ella debe haber
estado confirmando la noticia. Mariposa estaba embarazada de mi
hijo.
Era el momento adecuado. Los ánimos se habían encendido en
ambos lados.
Con cada paso que daba, los relojes retrocedían, y yo tenía
diecisiete nuevamente y estaba persiguiendo a mi adversario. El que
seguía poniéndome a prueba, pero esta vez, era por una mujer, y esa
mujer era mi esposa.
Hubo un momento de nítida claridad entre que puse mis botas en
su césped y el primer golpe, pero esa palabra impactante pasó por
mi mente en ese espacio delgado. Celos. Se sentía como un atizador
salido del infierno que no dejaba de apuñalarme en un punto en
carne viva. Estaba celoso de que este hijo de puta tuviera la atención
de mi esposa.
Ella se negaba a hablar conmigo. Se negaba a mirarme. Se negaba
a darme de comer. Se negaba a dormir conmigo. Se negaba a
follarme. Pero aquí estaba, paseando por el camino de la memoria
con este perdedor, acariciando a su perro peludo.
Él me había visto venir, así que no fue una sorpresa cuando mi
puño se estrelló contra su cara. No estaba aquí para matarlo, sino
para luchar contra él. La muerte era más fácil. Esto. Esto era luchar
por el honor de ella. Quería que él supiera y lo recordara. Quería que
recordara mi puño golpeando su mandíbula cuando pensara en ella.
Esta pelea parecía que iba a llegar desde hace mucho.
Él me estaba dando tanto como yo a él. En poco tiempo, los
vecinos comenzaron a sacar sus sillas de jardín, observándonos
como si fuésemos dos perros gruñendo en su jardín delantero,
peleándose por un pedazo de territorio.
—¡Me la robaste!—me gruñó.
Le di un golpe en las costillas y los vecinos emitieron un sonido
colectivo de ooh.
—Ella siempre ha sido mía, Harry Boy. No podrías robármela,
aunque lo intentaras. Está en mi jodido bolsillo delantero.
Me dio un golpe en la boca y uno de los vecinos abucheó.
—Se lo dije. —Volvió a golpearme, pero falló—. Cuando lo
jodieras, ella estaría aquí conmigo. ¿Y dónde está ella? En mi casa.
Lo embestí como un toro con la cabeza, justo en el estómago, y
caímos al suelo, gruñendo, golpeando donde podíamos.
El primer golpe de agua no fue tomado en cuenta, no hasta que el
frío se aferró a él. La adrenalina bombeaba en mis venas y mi sangre
se calentó. Las salpicaduras seguían llegando. Harry Boy saltó
primero, levantando las manos en señal de rendición, escupiendo
sangre por la boca. Me puse de pie justo después y recibí otra fuerte
rociada en mi pecho.
Su hermana tenía la manguera.
—¡Es suficiente!—gritó—. Los dos!
—Yo… —Harry Boy fue a defender sus acciones, sin duda, y su
hermana lo golpeó con el agua de nuevo, esta vez en la boca.
—Harrison. —Su voz era firme—. Ya basta. Sabes que no me
rendiré hasta que dejes de poner excusas. ¡Ahora mete tu culo dentro
antes de que te resfríes!
—Mariquita—le murmuré.
Me golpeó con la manguera otra vez.
—¡Tú! ¡Te traeré algo de ropa seca, pero solo si te callas!
La miré con los ojos entrecerrados, y ella me devolvió la mirada.
Con razón Cash Kelly la deseaba. Ella no estaba jodidamente
jugando. También era arquera y, por lo que me había dicho
Mariposa, tenía una puntería indiscutible.
En lugar de mirarla, miré hacia el porche, donde estaba mi
esposa, agarrada a la barandilla. El perro se sentaba a su lado,
mirando hacia arriba, con la lengua colgando. Ella ya tenía su
lealtad.
—¿Qué haces aquí, mio marito?
No Capo. Mi esposo. No es que me importara, pero se negaba a
usar mi nombre, mi nombre verdadero. El que ella me había dado.
Era el único nombre que llamaba mío.
Su amiga tomó la manguera y comenzó a enrollarla, yendo hacia
el costado de la casa. Dándonos privacidad.
—He venido a recoger a mi esposa. Ella se fue sin mí.
—No. —Se mordió el labio y sacudió la cabeza—. Necesitaba algo
de espacio.
—Ya hay suficiente de eso entre nosotros.
—¿No estás enojado porque me fui sola?
—No. No estoy enojado. —Pasé los dientes sobre mi labio inferior
—. Estoy furioso.
Me miró por un momento. El sol caía sobre ella, y algo en mi
corazón se retorció de nuevo. Su suéter mostraba el bulto de su
creciente estómago. Tragué saliva, ignorando el hecho de que mi
garganta se tensaba.
—Te lo debo—dijo ella.
—Pero nada más.
—No, ese es el problema. Te debo todo.
Di un paso hacia ella. Ella no se movió, se mantuvo firme
mientras mi mundo entero se estremecía.
—No me debes nada—le dije.
—¿Ni siquiera la lealtad?
—Dámela si quieres. —Di otro paso hacia ella. Esta vez se dirigió
a la derecha, hacia los escalones, y después de subir un escalón, me
miró—. Me niego a aceptar algo que no se da.
—¿De mi parte?
—Solo de ti. Tomaré lo que quiera del resto del mundo y me
importará un carajo. Pero tú, si es bueno, quiero que lo des, y una
vez que lo hagas, nunca lo retires.
Ella asintió.
—No vine aquí para ver…
—No importa. —En ese momento, no importaba. Estar cerca de
ella de nuevo se sentía como vivir para mí. Su ausencia en mi vida se
sentía como la muerte. La verdadera muerte. Sabía la diferencia.
—¿No importa?
Me detuve cuando estaba justo debajo de ella y caí de rodillas en
los escalones.
—No me doblego. No me rompo. No me arrodillo ante ningún
simple hombre en esta tierra. —No la miré, así que usé mis dedos
para guiarme. Tomé sus caderas y apoyé mi frente contra su
estómago—. Excepto por ti, Mariposa. Puedes doblarme. Puedes
romperme. Eres la única mujer que tiene el poder de ponerme de
rodillas. Necesito tu misericordia.
—Me heriste profundamente—susurró ella y una lágrima se
deslizó por su mejilla, aterrizando en mi brazo. Eso me hirió más
profundo que la cicatriz alrededor de mi cuello. Me rompió el
corazón que no tenía idea de que tenía hasta ella—. Deberías
habérmelo dicho. ¿Por qué no lo hiciste?
—Esto. —Mi voz estaba hecha trizas. Me aferré a ella con más
fuerza—. Nosotros.
Pasó sus manos por mi cabello, besando la parte superior de mi
cabeza.
—Te amo, Capo. Estoy tan enamorado de ti, que a veces me
cuesta respirar. Tú... chocas contra mí y quiero ser arrastrada. No me
importa si me ahogo en ti. Per sempre. Y tampoco te amo por lealtad.
Te amo porque… simplemente… te amo.
La miré, y sus ojos eran tan malditamente sinceros. No fue fácil
para ella decir esas palabras, pero lo hizo con una lengua melosa. Tal
vez pensó que me estaba lastimando otra vez. O tal vez estaba
tratando de curar algo que nadie más pudo.
—No vine aquí para huir de ti, Capo. Keely quería darle a
Harrison un regalo que ha estado en su baúl por mucho tiempo.
Entré porque tenía que usar el baño. El bebé. —Se tocó el estómago
—. Eso es todo.
—¿Has visto ese coche antes?— Su amiga apareció desde un
costado de la casa, mirando hacia la calle.
Mariposa y yo nos miramos al mismo tiempo. Era un automóvil
típico, lo que significaba que nada destacaba en él, excepto por los
p q g q p p
vidrios polarizados. Me puse de pie, manteniendo a Mariposa detrás
de mí.
—No. —Mariposa miró a mi alrededor—. No lo hice.
—Sí—dijo Keely—. Ha pasado un par de veces.
La ventana comenzó a rodar hacia abajo.
—¡Abajo!—rugí. Empujé a mi esposa al suelo, pero su amiga se
congeló, viendo cómo el arma apuntaba hacia la casa, a punto de
esparcir balas por todo el porche delantero.
Salté sobre ella, derribándola justo cuando la primera ráfaga de
balas se estrelló contra la casa. Desde mi lugar en el suelo, saqué el
arma de mi espalda, apuntando a los neumáticos.
Blanco golpeado, dos de ellos explotaron. Tan pronto como el
coche se detuvo, me puse de pie de un salto, mirando las puertas.
Dos hombres saltaron y antes de que pudiera eliminarlos, el
conductor le metió una bala en el cerebro al pasajero. Debía haber
tenido órdenes, y esas órdenes eran asegurarse de que nadie hablara.
Incluyendo al tipo en el asiento del pasajero.
Esta era la venganza de los irlandeses o los Scarpone. Los
irlandeses estaban en guerra. Cash estaba luchando por las calles de
Hell's Kitchen después de que su padre fuera asesinado. O Achille
de alguna manera había rastreado a mi esposa hasta esta casa. Su
hijo prodigio probablemente encontró algo que relacionó el coche de
su amiga con este lugar. Había estado demasiado ocupado peleando
una guerra interna cuando debería haber estado presente en la física.
Estaba a punto de averiguar a quién pertenecía el hombre, pero
antes de que pudiera, más ruido vino de la casa, y cuando me giré
para mirar, era Harry Boy, pistola en mano, apuntando al pecho del
conductor. El conductor estaba a punto de emprender la marcha a
pie, pero por alguna razón se había vuelto a girar hacia la casa.
Harry Boy debía haber salido en algún momento durante el
ataque, su cuerpo sobre el de mi esposa. No voy a mentir. Tenía una
puntería decente, pero el hijo de puta cometió un grave error. Mató
al imbécil antes de que tuviera la oportunidad de interrogarlo.
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El perro gimió desde adentro, queriendo que lo dejaran salir.
Después de que Harry Boy se sentó, mi esposa se tambaleó de
izquierda a derecha por un segundo, parpadeando.
—Mariposa. —Me arrodillé junto a ella y le toqué la cara. Cuando
se centró en mí, pasé mis manos por todo su cuerpo—. Estás bien.
Ella asintió, pero señaló mi brazo.
—¡Te han disparado!
—Estoy bien. Entra en la casa.
Harry Boy ayudó a su hermana a levantarse del suelo y, después
de que ella subió los escalones, me dijo que llevaría a Mariposa a la
casa.
Harry Boy me siguió cuando me acerqué al coche. Si esto fuera
un regalo de los Scarpone, podría haber una cámara en el espejo. Los
Scarpone a veces exigían pruebas de que se había llevado a cabo el
golpe que ordenaron. Comenzaron esto después de mi muerte. No
querían más de un fantasma al acecho. Sin embargo, dudaba que
este coche en particular tuviera una cámara. No era uno de sus
vehículos, les gustaban los coches con baúles profundos, pero, de
nuevo, tal vez estaban tratando de hacer algo diferente.
El hijo menor de Achille, un niño prodigio, era quien
monitoreaba las cámaras. Tenía un hermano gemelo que era diez
minutos mayor que él. El niño prodigio sabía cómo hacer
desaparecer la evidencia después de obtener lo que quería.
De todas formas, no verían bien mi cara. No hoy.
Saqué el teléfono y le envié un mensaje de texto a Harry Boy,
para que pudiera ponerse en contacto.
—Déjame saber cómo se desarrolla esto.
—¿Cómo conseguiste mi número?
Lo deseché con un gesto de la mano.
—Llama a Kelly e infórmale. Necesita saber sobre esto. No se
sabe con quién se metió y enojó. Esto podría ser una venganza en la
forma de matar a alguien que considera importante para él.
—¿Cómo supiste acerca de...
—Ponte a trabajar, Harry Boy. No es seguro conversar en la calle.
Las sirenas se acercaron. Necesitaba buscar a mi esposa y
largarme.
—¿Mac?—llamó Harry Boy.
Ni siquiera me di la vuelta.
—Salvaste a mi hermana.
—Asegúrate de decirle a Kelly que tiene una deuda.
Capítulo 25
Mariposa
—Capo —dije, apretando su mano—. Háblame.
Me sacó de la casa de Harrison, me dio las llaves de una
camioneta que parecía más rápida que un coche deportivo y me
indicó que condujera.
Me dio indicaciones, pero era un un lugar en el que nunca había
estado antes. Llamó al tío Tito y le dijo que nos encontrara en el
lugar de la “cita”.
Después de que colgó, seguí hablando con él porque la cantidad
de sangre que estaba perdiendo me asustaba. Me dijo que era bueno
que Keely lo hubiera mojado con agua fría y que afuera hiciera
mucho frío. El frío actuaba como un torniquete para frenar su
sangrado. Quería poner la calefacción del coche, pero se negó a
dejarme.
—Tienes miedo de que me esté muriendo—dijo él.
—¡Qué! ¿Lo estás? —Todo mi cuerpo se convulsionó por el
miedo. Sabía que amaba al cretino, pero no tenía idea de cuánto,
hasta que lo vi recibir una bala por mi amiga. La mujer que
consideraba mi hermana. Si lo perdía, lo perdía todo.
—Por centésima vez. No. Esto no es nada. —Él sonrió—. Eres
linda cuando te preocupas.
Le di una palmada en el brazo y siseó.
—No juegues conmigo, Capo. No estoy de humor. ¡Y no me
llames linda! No soy un repollo bebé.
—Repollo bebé—repitió lentamente—. Como una col de Bruselas.
Me dijo dónde girar un par de veces, y después se quedó callado.
Miró por la ventanilla con una mirada lejana en los ojos. De vez en
cuando, un violento escalofrío lo atravesaba. Cuando el silencio se
prolongó demasiado, carraspeé.
—Recordé algo, Capo. Cuando estábamos en la casa de Staten
Island. Me acordé de ti. Sin embargo, los recuerdos estaban al revés.
Recuerdo haber salido corriendo por la puerta, llorando para que
regresaras después de que me dejaste con Jocelyn y Pops. No quería
que me dejaras.
—Caíste de rodillas en el escalón para que pudiera mirarte a los
ojos. Tal como lo hiciste antes de que esos tipos nos dispararan. Yo
estaba de pie en la parte superior. Estabas arrodillado en el escalón
de abajo. Me dijiste que estaba a salvo. Que te aseguraste de ello.
Que siempre me cuidarías. Entonces te di el rosario. Lo puse
alrededor de tu cuello.
Podía sentir sus ojos en mí. Tenía toda su atención.
—Tu madre te lo dio para que dejaras de agitarte—dijo él—.
Dormías con él por la noche. Eras una niña nerviosa. Me conmovió
que me dieras la única cosa que te hacía sentir segura.
Asentí, agarrando el volante.
—Entonces recordé estar en una casa. Escondida en un armario.
¿Me hiciste esconderme allí?
—Sí.
—Me diste mis colores y mi libro para colorear. Te dije que mi
color favorito era el azul. Me dijiste que coloreara la página con la
mariposa. Lo hice. Entonces escuché unos ruidos que me asustaron.
Unos minutos más tarde, volviste por mí.
—Entonces te llevé con Jocelyn.
—Y me dejaste—exhalé—. No me dejes de nuevo, Capo. No vale
la pena vivir la vida sin ti.
No era nada que el dinero pudiera comprar desde el principio.
Era mi esposo El amor que sentía por él.
Lo sentía, incluso si yo sabía lo que era entonces. Ningún hombre
se sacrifica como él lo hizo, solo por la inocencia. Dicen que se
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necesitan agallas para hacer algo así, pero no estoy de acuerdo. Se
necesita amor. Tal vez lo que sintió al principio fue un tipo de amor
inocente, yo solo tenía cinco años, pero a medida que crecí y me
convertí en una mujer, el mismo amor creció y se convirtió en algo
más.
Se volvió hacia mí, su mano deslizándose contra mi estómago.
Podía sentir el calor de su toque a pesar de que tenía frío. Por
primera vez, el bebé aleteó. No fue una patada dura. Más como alas
haciéndome cosquillas desde dentro. Era la cosa más extraña que
jamás había sentido, pero la más maravillosa.
Sonreí.
—Él se movió. Justo ahora.
Capo empujó su mano contra mi estómago, tratando de sentirlo
también. Le dije que le tomaría un tiempo sentirlo, el movimiento
fue tan suave como unas alas. Luego lo miré y lo que vi en sus ojos
me hizo perder toda concentración. Parecía... emocionado.
—¡Mierda! —Tiré del volante en la dirección opuesta, casi
perdiéndome contra el tráfico del otro lado. La piel de gallina se
esparció por mis brazos, y no por el casi accidente. Una caja en el
asiento trasero había comenzado a reproducir música—. ¿Qué es
eso?
—Mantén tus ojos en el camino. —Su voz era firme, de vuelta era
el capo. Se dio la vuelta y escarbó en la parte de atrás por un
segundo. Luego levantó la mano para que pudiera ver. Era el lobo
negro con la mariposa en la nariz—. Para su habitación.
—¿Tú las compraste?
—Están en el asiento trasero, Mariposa. —Señaló lo obvio—. Al
dueño de la tienda le faltaban algunos de la colección, así que llamé
a una tienda en París y compré esos también. Tienes una opción.
Podemos ir a recogerlos o ellos los enviarán.
Una risa explosiva mezclada con un sollozo igualmente explosivo
estalló en mi boca. Las lágrimas nublaron mi visión. Luego me puse
sobria un poco después de darme cuenta.
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—Fuiste allí. A Dolce. Después de todo lo que pasó. Si te
hubieran visto…
—No lo hicieron. Los conozco, Mariposa. Conozco sus hábitos
mejor que ellos. Podría haberles cortado la garganta cien veces desde
que me mataron.
—¿Por qué no lo has hecho?
—Soy un fantasma que no los dejará en paz. Una vez que los
mate, se acabó. —Se quedó en silencio por un segundo—. Estaba en
la tienda cuando Keely estacionó frente a Dolce. Achille te vio.
—¿Es por eso que le disparó a la casa?
—Es una posibilidad. O podría ser otra persona.
—¿Alguien más?
—Cash Kelly ha dejado claro que tu amiga le pertenece. Ahora
mismo tiene muchos enemigos. Está luchando por el territorio. Si se
corre la voz de que algo es importante para él—Se encogió de
hombros—, lo destruirán para hacer un punto.
—Y si Cash cree que los Scarpone intentaron matarla, sea lo que
sea Keely para él, tomará represalias.
—Todavía no es tan fuerte, pero está creciendo. Simplemente les
causará más problemas.
—Él será un dolor en sus culos.
—Hablas tan elocuentemente. —Él sonrió.
También sonreí.
—Es la verdad, ¿verdad?
—Sí, la verdad. No quieren más problemas en este momento.
Causé muchos conflictos entre todas las familias. Hice que pareciera
que el otro tenía la culpa. Soy un fantasma, Mariposa. Creen que
estoy muerto. Arturo y su hijo no podían decirles a las otras familias
que sospechaban que Vi orio estaba jodiendo con todos ellos.
Incluso si fuera cierto, ¿por qué apuntaría a mi propia familia?
Todos sabrían entonces, dando por seguro, que Arturo me mandó
matar. Todos están empezando a jugar bien otra vez, ya que Arturo
los convenció de que un forastero comenzó las guerras. Los Scarpone
no pueden permitirse batallas más largas. Les he estado robando su
mierda.
—Los has lisiado.
—Cerca.
Sí, era maquiavélico, de acuerdo.
—Justo aquí… —Señaló hacia un edificio. Pulsó un botón de su
reloj y se abrió el garaje—. No hay tiempo para mirar alrededor.
Quédate cerca de mí. Entramos y salimos.
—¿Qué quieres decir con… salimos? Se supone que el tío Tito se
reunirá con nosotros aquí.
Ya estábamos apresurándonos para entrar al edificio. Capo había
agarrado la caja con las figuritas del bebé y prácticamente me estaba
haciendo correr. El edificio era sencillo pero enorme. Tenía un
montón de mierda. Todas las cosas que le había robado a los
Scarpone, probablemente.
—Otro lugar.
—¡Tu brazo!
—Estará bien.
Él no estaba bien. Estaba sangrando. Su camisa estaba pegada a
él.
Tres edificios más abajo, por lo menos, nos llevó a otro garaje.
Apretó el botón de un enorme vehículo todoterreno y me dijo que
volviera a conducir. Esta vez realmente me esforcé para llegar a
donde íbamos.
Otro almacén.
El tío Tito, Rocco y el hermano de Rocco, Dario, estaban allí
cuando llegamos. Antes de que el tío Tito comenzara a trabajar,
Capo aseguró mi reloj alrededor de mi muñeca.
—Quítate esto otra vez...—entrecerró los ojos—... y serás
castigada.
—Yo…
Sacudió la cabeza, sin excusas, y fue a sentarse en la mesa. Había
dos en la habitación, uno a cada lado. Toda la habitación había sido
preparada para que pareciera un consultorio médico o una pequeña
sala de emergencias. El tío Tito hizo que Capo se quitara la camisa, y
cuando lo hizo, riachuelos de sangre le bajaron por el pecho por un
agujero. El olor a sangre era fuerte y se mezclaba con todos los
antisépticos. El tío Tito evaluó la herida y luego le indicó a Darío que
colocara un tensiómetro en el brazo de Capo.
—Mariposa—dijo Capo.
Tuve que parpadear un par de veces para concentrarme en él.
—Sto bene.
Estoy bien, dijo él.
Asentí, pero no me sentía muy bien. Cuando el tío Tito sacó un
bisturí de su bolso, toda la habitación se oscureció. Cuando volví a
despertarme, estaba en la mesa opuesta y Capo me sonreía.
—¿Buena siesta?
Traté de sentarme, pero el tío Tito me detuvo.
—Descansa, nipote. — Luego se deslizó por la habitación, a la otra
cama, en una silla con ruedas. Revisó el vendaje del brazo de Capo.
—¿Qué sucedió? —Me froté los ojos—. ¿Estás bien?
—Te desmayaste—dijo Capo—. Tan pronto como viste el bisturí.
Y estoy bien. —Palmeó al tío Tito en la cabeza—. El ángel de la vida
detuvo la muerte una vez más.
—¡Ah! —El tío Tito lo abofeteó—. ¡Disparates! No permitas que
tu esposo juegue con tus simpatías. ¡Esta herida no es nada! La bala
estaba cerca de la superficie.
Miré un cuenco de plata que estaba sobre una mesa de plata.
Había una bala ensangrentada. No me di cuenta de que me había
desmayado de nuevo hasta que me desperté en la estación de
bomberos. Rocco me cargaba. Miré a mi derecha. Capo nos miraba
fijamente, la frialdad había vuelto a sus ojos. Sin embargo, no estaba
dirigido a mí, sino a Rocco.
—Puedo caminar—dije con voz ronca.
—Tonterías—dijo el tío Tito.
Capo lo miró mal.
—Tu marido está molesto porque me niego a dejar que te lleve.
Su herida no es mala, pero no debería llevar un peso, ¡no importa
cuán ligero sea!—dijo señalando a Capo—. ¡Escúchame, o te uniré
las manos con cinta adhesiva!
Me reí suavemente, pero lo oculté cuando Capo me miró mal.
Entonces me reí un poco más cuando pensé en Giovanni mirándonos
a todos desaparecer en la suite principal y no salir por un tiempo.
Capo me dijo que me instalara en la cama una vez que
estuviéramos en el lado secreto. Iba a acompañar al tío Tito y a
Rocco a la salida. Antes de que se fueran, los besé a ambos y les di
las gracias. El tío Tito lo desechó con la mano y me dio instrucciones
sobre la medicina que Capo tenía que tomar y lo que podía y no
podía hacer.
Mi marido volvió a la habitación unos minutos después. Parecía
que no podía moverme. Todo lo que había sucedido pareció
alcanzarme.
—Ducha—dijo Capo, señalando hacia el baño.
Negué con la cabeza.
—Ducha para mí. No puedes mojarte el brazo. Órdenes del
médico.
—Tienes dos opciones. Ducharte conmigo. O ducharte conmigo
después de que te haya arrojado sobre mi hombro.
Me sonrió cuando envolví su brazo en una envoltura de plástico
de la cocina antes de entrar. Usé el mango de la ducha y apunté lejos
de él. Pero cuando lavé todas las manchas de sangre, sus hombros se
g
relajaron y me di cuenta de que estaba tranquilo. Y no importa
cuánto protesté, se negó a dejar que me lavara.
Después de la ducha, mientras nos secábamos, me miró
fijamente.
—¿Qué?—le susurré.
—Tu estómago. —Él asintió—. Estás empezando a mostrarse.
Me giré hacia un lado y sonreí.
—Lo está. Me pregunto si va a ser grande como tú. Espero que
tenga tus ojos.
Pasó un momento y ninguno de los dos dijo nada. Me tomó de la
mano y me condujo hacia el dormitorio. Me subí y palmeé el lugar a
mi lado. Mis ojos se entrecerraron cuando comenzó a arrastrarse
hacia mí.
—Capo—dije—. No voy a ceder en esto. El doctor dijo…
—Me importa un carajo lo que diga el médico. Esto es lo que
necesito. Tú. Debajo de mí. Gritando mi nombre. Esa es mi única
medicina. Mi única cura en este mundo enfermo.
Me mordí el labio, sin saber qué hacer. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca, usó su boca para sacar mi labio de mis dientes
y lo chupó suavemente.
—Ah—solté un suave suspiro. Entonces mis manos revolotearon
sobre sus hombros, sus brazos, sus costados.
Él siseó y tiró de mí hacia abajo con un brazo, colocándome
debajo de él. Me besó, suave, lentamente, hasta que sentí que había
tomado mi alma y que estaba perdida para cualquiera excepto para
él, y entonces su lengua se hundió más y más fuerte. Pero sus toques
eran... ligeros.
—¿Qué me estás haciendo?—susurré cuando su lengua se
arrastró por mi garganta, todo el camino hasta mis pechos.
—Algo que debería haber hecho antes. Algo diferente.
No dijo nada después de eso, pero cuando me penetró, no fue
duro ni áspero. Se tomó su tiempo, moviéndose a un ritmo lento y
sensual. Exigió que mantuviera los ojos abiertos, y los suyos estaban
sobre los míos, con los dientes hundidos en su labio inferior.
—Mariposa. —Sus ojos se cerraron entonces, e hizo un sonido
estrangulado en su garganta.
El sonido de mi nombre en sus labios hizo que me disolviera en
él, y mi orgasmo me desgarró, a pesar de que lo que me había hecho
estaba lejos de ser duro. Me embistió después, implacable
persiguiendo su liberación, y me corrí de nuevo con él.
Él no se movió después, aunque temblaba. Tenía miedo de mirar
el vendaje para ver si le había hecho algo en el brazo y la sangre
brotaba a borbotones. La idea me hizo sentir mareada. La sangre
normalmente no me molestaba, pero la suya sí. El sueño seguía
volviendo a mí, tan fresco en mi mente.
Envolví mis brazos alrededor de él, enterrando mi cara contra su
pecho. Lo besé en el lugar cuatro veces. Trató de levantarse, pero me
negué a dejarlo ir.
Tenía tantas cosas que decir:
El amor no es la daga que crees que es. Solo se usa como arma cuando la
persona que amas la vuelve contra ti. El amor es un escudo contra el resto
del mundo. Solo nosotros dos podemos permitir que extraños traspasen
nuestras puertas. El amor proviene de muchas cosas diferentes.
Compañerismo. Amistad. Lealtad y la lealtad puede engendrar amor. O el
amor puede engendrar lealtad.
Sin embargo, me quedé callada porque no quería que pensara
que estaba tratando de convencerlo o convertirlo. No quería señalar
lo obvio. Tú me amas también.
Pareció percibir mis pensamientos.
—En mi mundo, el amor solo hará que te maten, Mariposa. —El
sonido de su voz, baja y desgarrada, me hizo acercarme más a él—.
Es por eso que mi madre dejó atrás esas palabras. Ella sabía a lo que
me enfrentaría. Solía decirme que era demasiado bonito. Que me
q
iban a comer vivo. Pero no lo vio en mí. Ella no vio que una cara
bonita no anula la crueldad en la sangre. Soy tan salvaje como ellos.
Me defendí. Demostré mi valía.
—Todavía te estás defendiendo. —Besé su cuello suavemente.
Olía a playa, a nuestro tiempo en Sicilia y Grecia—. No tienes nada
más que probar. Ni una maldita cosa, Capo.
Se inclinó y me besó en la cabeza. Luego se deslizó fuera de mí,
dejándome vacía. Se apoyó en su brazo bueno, frente a mí, y tomó
mis manos entre las suyas, acunándolas.
—Se te debe un corazón, Mariposa. Las venas ya las tienes.
—Un corazón… oh. Las venas son las tres cosas malas. ¿Ahora
por el bien?
Llevó mis manos a su boca.
—Flores de azahar. —Inhaló alrededor de mi pulso y soltó el
aliento en una lenta corriente de aire cálido—. ¿Quieres saber por
qué no te dije quién era yo? Semplicemente. —Simplemente—. No
quería que lo descubrieras. Si lo hacías, me ponía… ansioso pensar
que te alejarías de mí, que me dirías que me fuera al infierno, que me
casara con otra. No te lo dije porque, simplemente, quiero tu
compañía. Tu tiempo.
Necesito desaparecer, pero ser visto. Él estaba solo, tan malditamente
solo, debido a esos bastardos despiadados.
—Te necesito por el resto de mi vida, Mariposa. Necesito que
todo de ti me pertenezca sólo a mí. Ossa delle mie ossa; carne della mia
carne; la mia bella donna; mia moglie. Hueso de mi hueso; carne de mi
carne; mi hermosa mujer; mi esposa.
—¿Así que no tuviste que inventar algo? —Parpadeé hacia él—.
¿Tuviste el corazón todo el tiempo?
—Sí, lo hice. Tú. Tú eres el corazón. —Tomó mis manos y las
movió a su cuello, justo sobre su cicatriz—. Si esto no existiera. La
voz. ¿Cómo podría decírtelo, Mariposa? Si las palabras ya no
existieran, si alguien las robara, ¿cómo nos comunicaríamos?
Acciones. Las acciones hablan más que las palabras. No necesitas
palabras para hacer esto real.
—Acciones—susurré—. Tu vida. Sacrificaste la tuya por la mía.
Apoyó su cabeza contra la mía.
—Nel mio mondo l'amore ti farà solo uccidere. Sono un uomo morto
dalla no e in cui ti ho lasciato alle spalle.
La traducción de sus palabras fue un poco imprecisa, pero su
punta era tan afilada como una espada para matar por amor.
En mi mundo, el amor solo conseguirá que te maten. He sido un hombre
muerto desde la noche en que te dejé atrás.
Me eché hacia atrás para verlo mejor, pero él solo me acercó más,
tan cerca que no podía respirar. Tan cerca que mi aliento era el suyo
y el suyo era el mío.
Non servono più parole. No se necesitaron más palabras, mientras
me dejaba deslizarme tranquilamente.
Capítulo 26
Mariposa
De alguna manera, tuve un milagro, convencí a mi esposo de
tomarse el día libre. No sólo el día, también la noche. Después de
que la casa de Harrison fuera rociada con balas, era difícil separarse
de él.
Mis pesadillas solo empeoraron.
Era la misma una y otra vez, excepto que la sangre aumentaba
cada vez. Miraba hacia abajo y el lento arrastre se acercaba cada vez
más a mis pies. Todavía no podía moverme. Sólo gritar.
En realidad, no en sueños, a veces se paraba cerca de mí. En otras
ocasiones, hizo lo suyo. Buscar venganza contra la familia Scarpone
era un trabajo para él. Uno que amaba mucho. Cuando me admitió
que no los mató porque se acabaría, lo entendí de inmediato.
Pondría fin a su reinado de tortura sobre ellos. Cuando jodía con
ellos en la vida, jugando el juego, se emocionaba. Una vez que
estuvieran muertos, todo terminaría, y él tendría que lidiar con... él
mismo.
Lo que más me preocupaba era, ¿llegaría él a ellos primero? ¿O
finalmente tendrían éxito y acabarían con su vida?
Era un juego con apuestas muy altas.
La vida dando tumbos en mi estómago me hizo entender el
punto.
Me pasé una mano por el vientre. En la última semana mi barriga
pareció explotar. Llevaba un vestido azul marino ajustado que se
estiraba pero me quedaba ajustado, y desde todos los ángulos, se
notaba que estaba embarazada.
—Mariposa.
Me tomó un minuto darme cuenta de que Capo me había dicho
algo. Después de la cita con mi médico, donde el ultrasonido
confirmó que el bebé era un niño, me llevó a comer a la pizzería
Mamma's. Nos sentamos al frente, en taburetes, girados el uno hacia
el otro.
—¿Sí?
Me sonrió y recogió la imagen de ultrasonido que había colocado
entre nosotros, apoyada en un menú de postres. Me lo mostró.
—Quiero que tenga tu nariz.
—¿Tus ojos y mi nariz? —Sonreí.
Volvió a colocar la imagen, pasó un dedo por la pendiente de mi
nariz y luego me besó en la punta. Sus manos rodearon mi
estómago, acunando el bulto como una pelota.
—Me complace que todos sepan que te hice esto.
Casi escupo la bebida.
—¿Te gusta que todos sepan que me dejaste embarazada?
Se inclinó aún más cerca, manteniendo sus manos alrededor de
mi estómago. Mi rodilla estaba cerca de su entrepierna.
—No, que todo el mundo sepa que soy yo el que te folla.
Mis ojos se cerraron y el aliento escapó de mi boca.
—Olvídate de la pizza. Vamos a casa.
—¿Por qué en casa? Tienen una trastienda.
Me aparté de él, tratando de medir su rostro. Hablaba en serio.
¡La camarera dejó nuestras ensaladas con un fuerte tintineo!
contra el viejo mostrador. Un segundo después, un hombre con un
delantal atado a la cintura deslizó nuestra pizza entre los dos
tazones.
—Bastante bien—dijo la camarera, y se apresuró en la dirección
opuesta para tomar más pedidos.
Su atención al cliente carecía de delicadeza, pero bueno, la
comida era increíble. Era como tener un médico idiota sin modales al
lado de la cama, pero él era el mejor médico idiota sin modales.
Mis ojos iban y venían entre la comida frente a mí, el hombre, y la
verdadera comida frente a mí, la pizza y las ensaladas.
Se recostó, rugiendo de risa.
—Me acabas de romper las bolas.
Sin esperar, le di una puñalada a mi ensalada. A veces me
gustaba poner lechuga encima de mi pizza y enrollarla. Mamma´s
tiene el mejor aderezo italiano.
—No toqué tus bolas, Capo.
—Lo hiciste. Escogiste esto... —agitó su mano hacia la mesa—
sobre mí. Heriste mis bolas sin siquiera tocarlas.
—No elegí uno sobre el otro. —Tomé un bocado de pizza, casi
gimiendo—. Tú eres el postre.
Se inclinó muy lentamente, y el bocado de ensalada que acababa
de pinchar estaba en camino para llegar a mi boca. Lentamente, oh
tan lentamente, lamió mi labio inferior, quitando un poco de aderezo
sobrante.
—Todo sabe mejor de tu boca.
Fue difícil para mí volver a encontrar emoción en la comida, pero
después de un minuto o dos, cuando comenzó a comer, mi hambre
volvió aún más fuerte. Ni siquiera preguntó. Pidió otra pizza,
notando cuánto estaba comiendo.
—La ensalada aquí también es muy buena—le dije.
Pidió otra.
—Así fue como conocí al viejo Gianelli. —Se limpió la boca con
una servilleta. Todavía estábamos frente a frente, y él extendió la
mano y me limpió la cara también—. Vine aquí por pizza.
—¿Intimaste por la pizza?
Se estiró y agarró un menú de pie. Señaló un punto en la parte
inferior.
—'Todos los ingredientes son cultivados localmente o importados
de Italia'—leí en voz alta.
—El viejo Gianelli solía abastecer el ajo de su jardín. Los antiguos
dueños eran amigos suyos. Cuando mi abuelo vino de Italia, lo traje
aquí. Se conocieron. Congeniaron. Durante mucho tiempo jugaron
ajedrez por correspondencia. Dejaron de hablar después de que te
dejé con ellos. No era seguro mantenerse en contacto.
—¿Nonno confiaba en Pops?
—Sí. —Tomó un sorbo de su agua—. Él había llegado a
conocerlos bien. Así es como supe de todos los problemas de
Jocelyn. Eras buscada. Tal vez incluso eras necesaria en sus vidas.
Desarmé mi pizza.
—¿Me... me parezco a mi madre?
A veces me sentía culpable por eso, pero mi padre rara vez se me
pasaba por la cabeza. Lo culpaba por hacer que mataran a mi madre.
Sabía qué tipo de personas eran los Scarpone, y aun así trató de
apoderarse de ellos. Incluso cuando estaba huyendo, todavía estaba
conspirando.
Lo que más me impactó fue la foto que encontré de él saliendo
del juzgado después de que los Scarpone lo hubieran sacado de un
apuro, cuando todavía estaban en buenos términos.
Mi madre, sin embargo, no conseguí nada cuando la busqué.
El mal comportamiento de Corrado fue noticia de primera plana.
Para Maria, mi madre, su bondad, su amor, la habían llevado a una
tumba poco profunda.
Aunque no podía recordar la forma en que se veía, pensaba en
ella a menudo. Especialmente cuando tocaba su rosario. Incluso
cuando era niña, trató de enseñarme cómo aliviar mi ansiedad con
fe.
Capo me miró a la cara, tal vez recordando. Pasó su dedo por mi
nariz otra vez.
—Tu nariz. Tus ojos. Hasta tus labios le pertenecen. El color de
tus ojos...— Él inclinó la cabeza—. Parecen ser una mezcla. Sus ojos
eran ámbar, como whisky en un vaso justo al atardecer. Era una
mujer hermosa. —Se quedó en silencio por un momento.
—Tu padre solía enterrar mierda. Armas. Dinero. Joyas.
Documentos. Cuando lo encontré, estaba en un mal vecindario. De
esos en los que la gente mantiene la cabeza gacha y mira para otro
lado.
—Estoy familiarizada.
Él asintió una vez.
—No había nada en la casa más que muebles andrajosos. Cuando
huía, huía con muy poco. No habría tirado su mierda. Creía que iba
a hacerse un nombre. Creía que iba a ser el nuevo capo de la ciudad.
—¿Crees que podría haber enterrado fotos?
—Bingo.
—Me gustaría. —Agité lo último de mi bebida alrededor del vaso
—. Me encantaría verla. Significaría mucho para mí si tuviera fotos
de ella. —Toqué mi vientre—. Tal vez vea algo de ella en él.
Nos quedamos en silencio cuando la camarera volvió a llenarnos
las bebidas. Sin embargo, solo tenía una cosa en mente.
Extendí la mano y tomé la mano de Capo, apoyándola contra mi
vientre.
—Aquí hay un giro que probablemente nunca vieron venir. Dos
familias que se odiaban ahora están unidas por un vínculo. Amor.
Este niño los une en paz, lo quieran o no.
Incluso si Capo nunca pronunciara las palabras, este bebé fue
creado por amor. Tener hijos nunca se me pasó por la cabeza cuando
luchaba por sobrevivir, pero cuando Capo me dio a elegir, nunca
quise nada más. Ser capaz de contener mi sangre en mis brazos se
sentía como el sueño más increíble. Ver a alguien más que tal vez se
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parecía un poco a mí se sentía irreal. Ansiaba sentir esa conexión
especial.
Capo levantó una rodaja de pepino de su tazón y la colocó frente
a mi estómago. Luego puso otra al lado. Como si mi estómago
tuviera ojos.
—Aquí hay un giro. Tiene aproximadamente el tamaño de un
mango en este momento, aunque se supone que solo debe ser del
tamaño de un pepino. Va a ser un niño grande.
La sonrisa que vino a mi cara fue lenta.
—Como su padre.
Capo llamó a la camarera.
—Entonces no lo hagamos esperar para comer. —Pidió pastel de
spumoni y helado. Me miró—. Haz que sea doble.
—¡Oye! —Empecé a reír, pero me comí los pepinos que había
puesto en mi vientre. Entonces empezó a reír. Me puse de pie,
pasando una mano por mi vestido—. El baño llama antes del postre.
La sonrisa en mi rostro permaneció mientras caminaba por el
restaurante. Cuando llegué a la parte de atrás, donde estaban los
baños, noté una habitación a un lado. La trastienda de la que Capo
había estado hablando. Olía a ajo y tomates. Me preguntaba si
podríamos comprobarlo después de comer nuestro spumoni.
El viaje al baño no tomó mucho tiempo, y todavía estaba
limpiándome las manos con una toalla de papel cuando salí y corrí
directamente hacia el brazo de Capo. Estaba parado frente a la
puerta del baño. Otro hombre estaba junto a la sala de
almacenamiento. Era mucho más bajo, pero con el pecho de un toro.
Se miraron el uno al otro.
La servilleta en mi mano cayó al suelo cuando noté el tatuaje en
su mano.
—Bobby, ¿tienes un cigarrillo?
Los ojos del hombre volaron hacia los míos. Luego de vuelta a los
de Capo.
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—¿Que mierda? ¿Vi orio? —La voz del hombre salió baja, y una
ligera capa de sudor burbujeó sobre su labio superior. Estaba pálido,
sus labios demasiado rojos por la falta de color en su rostro. Me
preguntaba si los hombres que Capo había matado, los que habían
intentado matarlo, tendrían esta misma reacción cuando creyeron
ver su fantasma.
Capo no dijo nada, pero asintió de una manera que me dijo que
me quería detrás de él. Me moví, pero puse una mano en su costado,
tratando de mirar.
—Dime una cosa, muchacha. —Me tomó un momento darme
cuenta de que Bobby me estaba hablando—. ¿Tú también lo ves?
No sabía qué decir. Capo se negó a responder, y no estaba seguro
de qué iba a hacer este tipo si confirmaba que era el hombre que
todos pensaban que estaba muerto. ¿Bobby sacaría un arma y nos
mataría a los dos? ¿Si me callaba y él se enfadaba? ¿Entonces qué?
—¿Ver a quién?—dije con voz áspera.
—El hombre parado frente a ti. El que estás tocando. Se supone
que debe estar a dos metros bajo tierra. Le cortaron la garganta.
—¿Tú le hiciste eso? —Me sorprendió la cantidad de veneno en
mi voz dirigida a este hombre que no conocía pero que odiaba en
principio.
Bobby negó con la cabeza, pero sus ojos nunca dejaron los de
Capo. No estaba segura de sí estaba evaluando a mi esposo, tenía
miedo de que se abalanzara o todavía estaba en estado de shock al
verlo.
—Nah, ese no fui yo, muchacha. No tuve nada que ver con su
asesinato. Hubo un tiempo en que éramos cercanos.
Capo se rio, pero en voz baja.
—¿Son esas las mentiras que estamos diciendo estos días, Bobby?
Bobby se estremeció al escuchar la voz de Capo y levantó ambas
manos.
—Lo juro por la cabeza de mi madre, Vi orio. Escuché cosas,
¿sabes? Pero eso se interpuso entre Arturo y Achille. Todos
sospechábamos, pero ya sabes cómo es. Lo hecho, hecho está. No
podemos ir en contra del jefe, hombre. Achille lo admitió ante
algunos de nosotros hace unos años, nos dio a entender que nuestro
destino sería el tuyo si no hacíamos lo que nos decían sin dudarlo.
Capo sonrió y esta vez me estremecí.
—Nunca debiste venir a buscarme, Bobby. Deberías haberte
quedado dentro de la protección de la manada a la que llamas
famiglia.
Antes de que pudiera respirar, Capo lo atacó y golpeó su cabeza
contra la pared. La parte más aterradora fue que todo tomó menos
de un segundo y apenas hizo un sonido. Cuando Bobby cayó, Capo
lo tomó por el cuello de la camisa y comenzó a arrastrarlo hacia la
sala de almacenamiento.
—Mariposa. —La voz de Capo era feroz—. Muévete.
Me tomó un segundo concentrarme, pero una vez que lo hice, me
apresuré a mantener el ritmo. Una vez que estuvimos afuera, levantó
a Bobby y lo arrojó sobre su hombro.
—¡No puedes matarlo!
—Considéralo muerto.
—¡Pero él no lo hizo, Capo! Es inocente.
—Tú espera y mira, le considero más culpable que el que usa el
cuchillo. Es un maldito poltroon. Y su esposa habla demasiado.
—¡La segunda razón no es lo suficientemente buena! —Además,
no sabía lo que era un poltroon, ¿tal vez un cobarde?
—Es un bono. Tal vez cierre la boca durante cinco segundos, el
tiempo suficiente para derramar una lágrima falsa.
Pasamos por el lateral del edificio, yendo directamente hacia el
coche estacionado justo delante de Mamma's.
—¡Alguien podría verte!—siseé.
—Estoy muerto. Que traten de encontrarme.
Tan pronto como Capo abrió las puertas, dos coches se
detuvieron justo al lado del nuestro.
—¡Sube, Mariposa! ¡Adesso!
Me arrojé adentro, justo cuando las balas golpeaban el exterior
del vehículo. Cubrí mi estómago, temeroso de que una pudiera
penetrar la capa a prueba de balas.
Capo estaba dentro del coche un segundo después. Lo puso en
marcha y salió, golpeando el costado de uno de los vehículos
mientras aceleraba. Los coches que se habían detenido frente al
restaurante bloquearon el flujo de tráfico. Las bocinas sonaron.
—¿Dónde está Bobby?—pregunté, sin aliento.
—Terminó siendo valioso al final.
—¿Qué?
—Recibió esas balas por mí. Lo llamaremos venganza por no
decirme que iban a cortarme la garganta y luego quedarse mirando.
—Me parece bien. —Me agarré fuerte al cinturón de seguridad—.
¿Eran ellos? ¿Los Scarpone?
—Sí, pero no Arturo o Achille. Tipos jóvenes. Refuerzos para
Bobby. —Miró el espejo—. Sujétate.
¿A qué? Casi grité, pero no lo hice. Entraba y salía del tráfico, sin
siquiera importarle si solo había una bocanada de aire entre nuestro
coche y el que estaba delante o detrás de nosotros.
—¿Ellos te vieron?
—Te vieron a ti.
—Pero pensé que querías… ¡mierda! ¡Capo! —Se desvió,
esquivando por poco a un motero—. Pensé que querías hacer una
gran entrada. Como, '¡Buuu, hijos de puta, he vuelto!' Entonces les
servirías lo que se merecen.
—No estás muy equivocada, pero esto ya no se trata de mí. Tu
cara ha sido vista demasiadas veces. Han sido demasiadas
coincidencias para que no signifiquen algo. Lo único de lo que no
están seguros es de cómo Cash Kelly está involucrado en esto. Están
tratando de conectarte conmigo o averiguar si eres uno de los suyos.
—Italia—le dije.
—Sí. El funeral de mi abuelo. Si yo estuviera en algún lugar,
estaría allí. Ese se destaca para ellos.
—Estuviste. —Cerré los ojos, de repente sintiendo mareo por
movimiento—. Tú sabías... ¿Estabas tratando de que te mataran?
—Estaba listo para terminarlo. Ellos muertos. Yo muerto... otra
vez. Todos íbamos a morir. —Rápidamente giró a la derecha y mi
hombro golpeó el costado del coche—. Sin embargo, no me vieron
hace un momento. Bobby me bloqueó la cara, y los muchachos en
esos vehículos son jóvenes. No me reconocerían. No solo por el
cuerpo. Iban tras de ti.
—¿Todos esos hombres por mí? ¿Por qué Bobby no podía tratar
conmigo solo?
—¿Qué te asustaría más, Mariposa? ¿Un hombre o unos pocos?
—Uno o unos pocos, mi medidor de miedo estaría hasta aquí. —
Levanté mi mano por encima de mi cabeza.
—Bobby entró por la parte de atrás, así que no sabía si estabas
sola. Esa es otra razón por la que llamó. Una vez que te vio, pidió
refuerzos. Ese fue el final del alcance de su conocimiento antes de
que saliera a la luz. Si descubren quién eres en realidad, Marie a, las
cosas se pondrán más peligrosas. En este momento, solo hay una
conexión. Nada más. Pero es suficiente.
Se desvió en el último segundo, deteniéndose en la entrada de un
garaje, pero le tomó menos de una bocanada de aire. Tan pronto
como se detuvo, el brazo se elevó y apenas pasó por alto la parte
trasera del automóvil cuando descendió mientras acelerábamos por
la pendiente. En el último piso “¿siete u ocho?” estacionó en el área
descubierta, justo bajo la luz directa del sol.
Me dijo que me quedara quieta hasta que él viniera a buscarme.
Cuando abrió la puerta, traté de secarme una lágrima que se
deslizaba por mi mejilla, pero se dio cuenta.
—Mariposa. —Me sacó del coche, usando su mano vacía para
deslizar una gorra de béisbol sobre su cabeza. Mi mochila de cuero
estaba en su espalda. La había dejado en el coche cuando entramos
en la pizzería. Me entregó un par de gafas de sol antes de ponerse un
par—. Voy a terminar con esto. Es la hora.
—La foto del bebé. —Apenas salí. La habíamos dejado en el
mostrador.
Bajamos corriendo por la pendiente hacia los ascensores. Cuando
los alcanzamos, me entregó algo de su bolsillo.
Mis lágrimas se juntaron dentro de las gafas, casi empañándolas,
pero el tesoro en mi mano era tan claro como el día.
—La agarraste.
—También pagué la cuenta.
—¿Lo hiciste
—Te encanta estar allí, y tienen mejor memoria que los Scarpone
cuando los clientes no pagan. Así que tomé la foto, les dejé
doscientos dólares y te seguí al baño. Circunstancias imprevistas.
Establece una regla para considerar todos los escenarios con
anticipación, Mariposa.
—¿Bobby nos estaba siguiendo?
—No. Le gusta comer allí, pero estoy seguro de que los llamó
cuando te vio. Se estaba tirando a una de las camareras. Ella es muy
callada. Te vio justo antes de que entraras al baño. Permanecí
escondido hasta justo antes de que salieras.
Parecía que no había nada más que decir. Hicimos el resto del
viaje en silencio. Una vez afuera, abrió otro coche y me sostuvo la
puerta. Antes de entrar, se produjo una gran explosión en el piso
más alto del estacionamiento del que acabábamos de salir.
—Sabrán que nosotros... quiero decir, ese es tu coche, Capo.
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—No. —Sacó un portátil del asiento trasero y jugueteó con
algunas cosas—. El papeleo dice que pertenece a un tipo que fue
asesinado alrededor de… — Miró su viejo reloj—. Hace una hora.
Los Scarpone tenían un blanco pintado sobre él.
—¿Que tan pronto?—pregunté, mi voz tranquila. Miré la foto del
bebé en mis manos—. ¿Qué tan pronto terminarás con esto?
—Van a estar buscándote. —Puso el coche en marcha y arrancó.
Estábamos en un paseo panorámico por la ciudad, como si la última
hora no hubiera pasado.
—Porque saben que vendrás por mí.
—O con la esperanza de que así sea, si todavía estoy vivo. —
Comprobó su espejo retrovisor—. Si te están cazando, van a venir
por mí. Ya me quitaron la voz. Me reuniré con ellos en el infierno
antes de que me quiten el corazón.
Capítulo 27
Capo
Mi esposa deslizó el rosario sobre mi cuello antes de irme.
Un rito.
Un rito de aprobación.
Un símbolo de su amor y sacrificio para llevar conmigo a la
batalla.
Después de que el asesino hizo un corte lo suficientemente
profundo como para que el aire saliera de mi garganta en lugar de
mi nariz o mi boca, saqué el rosario y lo agarré en mis manos antes
de caer.
Cada respiración era una lucha.
Luché por cada latido de mi corazón.
Había pensado que el lugar donde Mariposa había encontrado su
cielo, su rosario, me tocaría. Porque sabía hacia dónde me dirigía. El
Infierno. Antes de mi último aliento, quise tocar el lugar donde ella
encontró la paz. Tocar lo que hizo el otro lado antes de tomar su
último aliento.
Fe.
Solo hubo unos pocos momentos de mi primera vida que se
quedaron conmigo a lo largo de los años. Uno de ellos era la madre
de Mariposa, Maria, antes de apretar el gatillo.
Maria fue la primera persona a la que maté y que me había dado
su perdón por lo que estaba a punto de hacer. Me dijo que sabía que
no tenía otra opción. Me dijo que lo que estaba haciendo era
mostrarle misericordia. Conocía a los salvajes con los que estaba
emparentada. Lo que le harían una vez que la encontraran.
En ese momento, sin embargo, traté de pensar en maneras de
salvarlas a ambas. Una niña debe tener a su madre.
Al final, ambos sabíamos que era inútil. Si iba a salvar a su hija, la
niña a la que llamaba Marie a, tenía que cortar todos los lazos con
su vida original.
—Sé a dónde voy, Vi orio. Pude haber cometido errores en mi vida: me
casé con un hombre que no era un hombre de Dios, pero aun así, soy una
mujer de fe. No temo a la muerte, porque estoy en una nueva vida. Cuida a
mi bebé.
El único temor que mostró Maria fue por su hija. Dondequiera
que ella sintiera que iba, era a un lugar mejor. Había seguido a su
esposo a través de las noches más oscuras, los días más fríos y los
lugares más sucios que sus pies podrían haber tocado. Cuando los
encontré, estaban cerca de morir de hambre. No podían salir del
lugar sucio en el que vivían. Ni siquiera podían pedirle a un vecino
que les trajera comida por temor a que los descubrieran.
Aun así, los encontramos.
Había matado a hombres que lloraban como mujeres, se cagaban
y meaban en los pantalones, se arrodillaban y suplicaban cuando la
muerte llamaba. Un hombre incluso ofreció a su esposa en lugar de
él. Una vida era una vida. Un cuerpo un cuerpo.
No Maria. Ella tenía fe, y su fe le dio valor. Su cuerpo pereció,
pero su alma sobrevivió.
Le había estado enseñando eso a Mariposa todo el tiempo.
Cuando tenía miedo, podía tocar su fe para encontrar la paz.
Mariposa tenía algo que la consolaría para siempre.
Para algunos eran cuentas en una cuerda. Pero para Maria, era
una representación física de su inquebrantable sistema de creencias.
No importaba lo cerca que estuvieran sus miedos, tenía algo más
grande de su lado para vencerlos.
Yo hubiera querido morir con la misma paz. Quería probarla en
mis labios, sentirla en mis venas, que conquistara mi corazón antes
de que mis pecados vinieran a recogerme. Había sentido la
oscuridad rompiéndose, haciéndose añicos como el cristal, y desde
allí, todas las sombras de los monstruos me absorbían.
Una.
Dos.
Tres.
No más respiraciones.
Entonces me había despertado. Tito estaba sentado a mi lado. No
podía hablar. Todavía sentía que no podía respirar. Sin embargo,
sabía que estaba vivo porque podía sentir. Tito envolvió el rosario
alrededor de mi mano y me dijo que aguantara.
Ahí estaba yo, en el sentido metafórico, todavía aguantando.
Tal vez este fuera mi último aliento.
El último, el cuarto.
Era una noche familiar en Dolce. El restaurante cerró para todos
menos para los Scarpone. Comían como reyes y reinas, se reían como
si Joker acabara de montar el espectáculo más divertido y les
contaban a sus nuevos príncipes historias sobre que les deparaba un
rico futuro. Lo poderosos que serían cuando se convirtieran en reyes.
Todas. Malditas. Mierdas.
—Cuidado, hijos de puta, hace que el cuchillo entre más
fácilmente cuando el asesino te corta la garganta—quería decirles a
los hijos de Achille—. Porque noticias de última hora: solo puede
haber un rey. ¿Esos cuentos? Sí, son bastante altos. Lo
suficientemente alto como para que solo uno de vosotros pueda
llegar a la cima.
Después de que las esposas se fueran, con abrigos de piel sobre
los hombros, joyas en las muñecas, los mejores zapatos en sus
indignos pies, los hombres se quedarían y jugarían al póquer.
Achille podría tener una de sus putas esperando para darle un beso
de la suerte. Solo las afortunadas podían salir de los apartamentos en
los que las alojaban y ser vistas en público junto a él.
¿Adivinad quién sale a jugar esta noche, amigos?
Finalmente estaría ocupando el asiento que me reservaron un
domingo al mes.
Me reí, el sonido ronco y bajo. Sí, ¿qué tal eso? Me reservaban un
asiento en la mesa de póquer una vez al mes, con un vaso de whisky
incluido. Ni siquiera me gustaba el maldito juego. Con los años, el
juego de ajedrez del anciano se había transformado en el juego de
póquer de Achille. Más rápido y menos implicado en el
pensamiento. Era un signo de los tiempos.
Tres miembros del personal se quedaron adentro para atender a
la familia. El resto eran Scarpone, incluidos los hombres que juraron
dar la vida por el rey y su bromista hijo. Los príncipes bebés también
estaban allí.
El niño prodigio pensó que tenía control sobre su seguridad.
Cambié los monitores, siendo más inteligente que él. Todo lo que
verían sería el restaurante, pero sin mí parado a un lado,
relajándome en el callejón. Lo más brillante de mí era el rosario
alrededor del cuello, pero estaba metido dentro de mi camisa.
Entonces mi teléfono se iluminó.
Caminé hasta el otro lado del edificio, a la intemperie,
levantándome el cuello de la chaqueta. El aire todavía tenía el frío de
febrero, aunque estábamos en marzo, pero el frío rara vez me tocaba.
Era más para mantenerme escondido hasta el momento adecuado.
Las calles estaban abarrotadas y me perdí en la jungla de cemento
para poder revisar mi teléfono. Me paré frente a la tienda que vendía
las figuritas que mi esposa quería para nuestro hijo.
Tu esposa: Oye, olvidaste algo importante en casa.
Yo: Dudoso. Todo lo importante está en casa. Pero dime de todos
modos. ¿Qué dejé atrás?
Tu esposa: A mí.
Un segundo después mi teléfono vibró.
Tu esposa: Por favor ven a casa. Ni siquiera hemos elegido un
nombre todavía.
Respiré hondo y salió de mi boca en una nube blanca.
Yo: Saverio Lupo. Saverio significa “nuevo hogar”. Es un
equivalente de Xavier o Javier. Lupo significa “lobo” en italiano.
Tu esposa: Saverio es nuestro nuevo hogar. El nuevo hogar del
lobo con su farfalla.
Yo: Sí.
Tu esposa: No sé de qué otra manera decir esto, y antes de que te
fueras, no podía. Me encontraste y me dejaste cuando era una niña.
Entonces te encontré años después. En un mundo lleno de todas
estas personas y todas estas palabras, te encontré. Al igual que tú me
encontraste.
Pasaron unos segundos. La vibración se disparó de nuevo.
Tu esposa: No me dejes otra vez, Capo. No tenía idea de lo que
me estaba perdiendo toda mi vida hasta que me tocaste. No estaba
hambrienta de cosas. Bueno, lo estaba, pero fue más intenso. Fuiste
tú. Me muero de hambre por ti. Nada puede reemplazarte en mi
vida.
Ella había estado dándole vueltas a esto desde lo que pasó en
Mamma´s. Habían pasado tres días desde entonces. Me dijo que
esperara un día, pero otro día solo equivalía a que tuvieran más
horas para averiguar quién era ella.
Yo era un maldito fantasma. Ya me habían matado. Pero mi
esposa, ella era la chica que salvé; una chica que tenía un corazón
latiendo. Ellos no se detendrían ante nada para usarla en mi contra.
Si se enteraban de que estaba embarazada de mi hijo… la sola
idea hizo que mi sangre se helara y luego se calentara.
Achille la haría pedazos si llegaba a ella primero. Arturo la
mantendría con vida el tiempo suficiente para que tuviera el bebé.
Después la mataría y criaría a mi hijo como si fuera suyo.
La traición definitiva, incluso por haber matado a su sangre, y un
último vete a la mierda, mi niño bonito. Si había alguna paz que
encontrar en la muerte, él sabía que nunca la encontraría con mi hijo
en sus brazos.
Esto necesitaba terminar. Había demasiadas circunstancias
imprevistas.
Deslizando el teléfono en mi bolsillo después de apagarlo, miré
mi reloj.
Colmillo
Corrección
La 99
Edición
El Jefe
Diseño
Max
Notas
[←1]
Una mezcla entre Grumpy e Indiana Jones.
[←2]
Eduardo Manostijeras si vives en España.
[←3]
[←4]
Tupac Shakur, cantante de rap también conocido como 2Pac.