Está en la página 1de 463

EL CONO del SILENCIO

Bella Di Corte
MACHIAVELLIAN
Sinopsis:
Ansiaba ser vista.
Había tres cosas que sabía sobre Capo Macchiavello:
Era hermoso.
Era solitario.
Era considerado uno de los animales más salvajes de Nueva York.
Y él me quería como su esposa. Un acuerdo simple: tú lo haces
por mí, yo lo hago por ti. Sin deudas, sin expectativas. Excepto una:
nunca te vayas.
Sin embargo, la vida nunca fue tan simple. A la edad de veintiún
años, no tenía padres, ni trabajo, ni hogar, y había llegado a
aprender por las malas que nunca nada era gratis. Incluso la bondad
viene con cuerdas.
Capo podría haber sido el único hombre que me vio, pero me
había hecho una promesa a mí misma: nunca le debería nada a
nadie. Sobre todo, al hombre al que llamé jefe.
Maté para permanecer oculto.
Mariposa Flores pensó que no le debía nada a nadie, pero me lo
debía todo... a mí, el fantasma que el mundo alguna vez llamó El
Príncipe Maquiavélico de Nueva York.
A todas las Mariposas del mundo.
11:11 te pertenece.
Pide un deseo…
Los hombres juzgan generalmente más con los ojos que con la
mano, porque todos pueden ver y pocos pueden sentir. Todos ven lo
que pareces ser, pocos saben lo que realmente eres.
NICCOLO MAQUIAVELLO
FAUSTI FAMIGLIA
LA MIA PAROLA È BUONA QUANTO IL MIO SANGUE. MI PALABRA ES TAN BUENA
COMO MI SANGRE. FAUSTI

Marzio Fausti (fallecido) era el jefe de la infame Fausti famiglia en


Italia. Tiene cinco hijos: Luca, Ettore, Lothario, Osvaldo y Niccolo.
Luca Fausti (encarcelado) es el hijo mayor de Marzio Fausti y tiene
cuatro hijos: Brando, Rocco, Dario y Romeo.
Brando Fausti está casado con Scarlett Rose Fausti (The
Beautiful Years).
Rocco Fausti está casado con Rosaria Caffi.
Tito Sala, MD está emparentado con los Fausti por matrimonio.
Está casado con Lola Fausti.
Donato: soldado jefe.

Guido: soldado.
Hay una disputa prolongada entre los Fausti y los Stones en la
saga de la familia Fausti. No está realmente explorado en Mac, pero
vale la pena mencionarlo porque uno de los Stones (Sco ) aparece en
Mac; también aparecerá en el libro 2 de la serie Gangsters of New
York de una manera más central.
SCARPONE FAMIGLIA
I LUPI; LOS LOBOS

Arturo Lupo Scarpone:


Es el jefe de la familia Scarpone; una de las cinco familias de
Nueva York.
Tiene dos hijos: Vi orio Lupo Scarpone (madre, Noemi) y
Achille Scarpone

(madre, Bambi).
Vi orio Lupo Scarpone:
Es hijo de Arturo y Noemi.
Su abuelo materno, Pasquale Ranieri, fue un poeta y novelista
siciliano de renombre mundial. Tuvo cinco hijas (todas, excepto
Noemi, viven en Italia): Noemi Ranieri Scarpone, Stella, Eloisa,
Candelora y Veronica.

Tiene un hermano: Achille Scarpone


Achille Scarpone:
Es hijo de Arturo y Bambi.
Tiene cuatro hijos: Armino, Justo, Gino y Vito.

Tiene un hermano: Vi orio Lupo Scarpone


Tito Sala (casado con Lola Fausti) es primo hermano de Pasquale
Ranieri.
MAQUIAVÉLICO

adjetivo
Astuto, intrigante y sin escrúpulos, especialmente en política.

sustantivo
Una persona que trama de una manera maquiavélica.
Prólogo
Vittorio
Una vez fuimos los gobernantes del mundo. Codo a codo, mi
padre y yo reinamos sobre lo que supuse que algún día sería mío: un
reino de inadaptados y un trono construido sobre el miedo y el
respeto. Sin embargo, muy pronto descubriría que gobernar el
mundo era solo una realidad.
La realidad difiere de persona a persona, de alma a alma, de
perspectiva a perspectiva.
Por ejemplo, mi padre veía la vida como un juego que había que
ganar… para ser precisos, un juego de ajedrez. Despiadados
movimiento tras movimiento, se había convertido en el rey de
Nueva York siendo brutal y astuto. No importa lo que hiciera, o qué
movimiento realizara, lo hacía con un objetivo en mente: ganar todo,
sin importar quién fuera derrotado al final. Estrategias, anticipación, no
tomar prisioneros y no mostrar piedad, ni siquiera a los más
cercanos a ti: esos fueron los tres códigos con los que vivió
religiosamente.
Hizo las relaciones correctas, se casó con la chica perfecta, trabajó
en todas las fiestas fastuosas y se codeó o mató a numerosas
personas de todos los ámbitos de la vida. Demostró la realidad que
creamos, el mundo que gobernamos, lo competente que era y lo
cruel que podía ser. Incluso aquellos que gobernaban las calles
temían su nombre.
Arturo Lupo Scarpone, el rey de Nueva York.
Nadie podía superar sus movimientos. Nadie podía acercarse a
él. Ni siquiera su propia sangre. Su hijo.
Vi orio Lupo Scarpone, el príncipe niño bonito.
Arturo me despojó de la realidad, de ese nombre, y me desterró
del reino para el que tan salvajemente me había preparado, y luego,
me declaró muerto.
Había una razón por la que sus hombres lo llamaban il re lupo. El
rey lobo. Mataría a su descendencia si eso significaba más poder.
Hay un viejo dicho: Los hombres muertos no cuentan cuentos. No
tenía cuentos que contar. Sólo tenía una truculenta historia.
Esta vez el hombre que me creó iba a pagar. Porque si ya estaba
muerto a sus ojos, ¿cómo podía verme venir?
Que pena, hijo de puta. Me llamaste Príncipe. Regresé para gobernar tu
mundo como Rey.
Capítulo 1
Vittorio
Hace 18 años

Los matrimonios concertados no eran infrecuentes en nuestra


cultura. Siempre supe que algún día me casaría con Angelina
Zamboni. Su padre estaba relacionado y, aparte del mío, era uno de
los hombres más poderosos de Nueva York. Angelo Zamboni, el
padre de Angelina, estaba en la política.
El mío se ocupaba más del miedo y el derramamiento de sangre,
aunque el de ella tampoco rehuía eso. Las manos de Angelo estaban
limpias, incluso si su conciencia estuviera sucia. Arturo Scarpone
nació sin conciencia y se convirtió en un hombre con las palmas de
las manos llenas de sangre; la mayoría de las personas de nuestro
círculo admiraba y temía eso de él. Angelo anhelaba ese tipo de
respaldo despiadado, por lo que accedió al matrimonio antes de que
su hija tuviera algo que decir.
Éramos la pareja que todos admiraban y alababan. Hacíamos una
hermosa pareja. Haríamos hermosos bebés. Tendríamos una hermosa vida
juntos, incluso si las partes sombrías de la mía estuvieran escondidas
detrás de la vida aparentemente perfecta que llevábamos. Cuando
llegara el día en que yo gobernara este reino despiadado que mi
padre me dejó, ella sería la reina a mi lado en este trono construido
sobre el derramamiento de sangre.
Angelina también sería mi propia omertà. Sería mi voto de
silencio en las buenas y en las malas, en los tiempos buenos y en los
malos, en la salud y en la enfermedad, en los interrogatorios
policiales más difíciles y en los adversarios que intentaran inculcarle
el temor de Dios.
La lealtad era aún más imperiosa que el amor en esta vida. Era
imperativo conocer a tus enemigos mejor que a tus amigos. Pero
había aprendido desde el principio que nadie era realmente tu
amigo. La lealtad dependía de cuánto dependieran ellos de ti y tú de
ellos.
Angelina sonrió y me dio un codazo mientras caminábamos por
las calles de Nueva York, sacándome de mis pensamientos. Estaba
oscuro afuera, pero las muchas luces que nos rodeaban iluminaban
su rostro.
Su cabello era del color del caramelo suave, su piel bronceada y
sus ojos marrones. Mi hermano dijo una vez que ella tenía ojos
malvados. Los tenía. Cuando quería venganza, se entrecerraban
convirtiéndose en dagas y no mostraban piedad. No era más alta que
yo incluso con tacones, pero era alta para ser mujer. Sus piernas eran
lo suficientemente largas como para envolverme y acercarme más
cuando follamos.
Dentro de un mes, la llamaría mi esposa, la señora de Vi orio
Scarpone, y años de tratos comerciales entre mi padre y el de ella
darían sus frutos. A Arturo le gustaba decirle a Angelo que las dos
familias compartían un olivo. Angelo trajo el árbol del viejo país.
Arturo lo plantó en suelo de Nueva York. Al llegar el reino, ambas
familias disfrutarían del aceite dorado.
—Has estado callado—dijo ella y sus ojos brillaban mientras me
miraba.
—No se puede hablar mucho durante un espectáculo de
Broadway. —El aliento salió de mi boca en una nube de humo.
—No puedo leer tu estado de ánimo. —Ella dejó de caminar. Yo
también. Retrocedió un paso para que realmente pudiéramos vernos
y entrecerró los ojos—. ¿Has estado teniendo dudas?
La nieve se arremolinaba entre nosotros. Motas blancas
aterrizaron en el material oscuro de mi chaqueta. Se acumularon
durante unos segundos, incluso en mis pestañas, antes de hablar.
—Te pregunto lo mismo.
Ella sonrió un poco y negó con la cabeza.
—Este es un acuerdo cerrado.
En nuestro mundo, siempre se trataba del arte del acuerdo y de
asegurarse de pagues por tus pecados si ibas en contra del rey.
—Solo Dios podría romper este acuerdo—le dije.
—Dios o tu padre. —Ella metió sus largos y elegantes dedos en
los bolsillos de su costosa chaqueta.
Un hombre de traje pasó junto a nosotros, con una mano en su
maletín y un teléfono pegado a la oreja. Sin embargo, no me perdí
sus ojos. Recorrieron a Angelina mientras se apresuraba a salir del
frío. No me molestó. Lo que me molestó fue la mano fría que pareció
tocar mi cuello, y no era el clima.
Angelina había sido utilizada como peón en este juego antes de
que pudiera unir dos palabras. Estuve a su lado desde que éramos
niños. Ambos entendíamos que el amor no tenía nada que ver con
este arreglo, pero yo quería que fuera una gran unión, una poderosa,
y sabía que sería más fácil si ambos teníamos sentimientos mutuos.
Esperaba de ella el tipo de respeto que se basaba en la lealtad.
Últimamente, sin embargo, pude percibir algo en ella que me
hacía sentir mal. No era la primera vez que la mano fría parecía tocar
mi cuello y hacer que mis instintos hormiguearan.
—Realmente eres un hombre hermoso, Vi orio. Deberías haber
aceptado la oferta de tu padre cuando tuviste la oportunidad.
Mis ojos se entrecerraron, como si pudiera verla mejor. Ver a
través de ella. Este tipo de comentarios no me sentaban bien. No era
de las que se andaban con rodeos, ella estaba mejorando en el arte de
la sutileza. No me gustaba una mierda. Especialmente cuando
comenzaba a lanzar palabras que no tenía por qué sacar a la luz.
Ella tenía razón. Una vez mi padre me había dado una salida.
Una oportunidad de vivir mi vida de la manera que me pareciera
mientras siguiera haciendo su trabajo sucio. En lugar de ser una
parte integral del negocio, quería que yo fuera su rostro. Sería dueño
de todos los restaurantes elegantes y sobornaría a la alta sociedad
para acercarlos a su bolsillo. Dijo que mi apariencia y mi carisma los
p j q p y
encantarían. Mi hermano, Achille, era más adecuado para ser su
mano derecha.
Era la única oferta que mi padre me había hecho. Sin embargo, no
fue realmente una oferta. Fue un desafío. Permitir que mi hermano
menor, a quien llamó The Joker, controlara el reino con él, ¿y en qué
me convertía eso? Un cobarde para el que él no tendría ningún uso.
Estaría por debajo de los tipos de diez dólares que contrataba para
limpiar sus mesas.
Angelina parecía saber que mi padre nunca me dejaría olvidarlo.
Una vez que él encontraba una debilidad, metía el dedo en el punto
blando hasta que la llaga se negaba a sanar. Hasta que sanaba a su
alrededor, para poder reabrirla cuando él quisiera.
Mi padre sabía que mi madre era mi única debilidad. Todavía
hacía estúpidas bromas sobre lo guapo que era yo, como su familia
en Italia, como ella.
Sin embargo, Arturo nunca se lo diría a la cara. Mi madre tenía
vínculos con los poderosos Fausti y, a menos que mi padre deseara
una muerte inmediata, los respetaba. Lo último que quería era que
vinieran a husmear. No lo harían, a menos que los incluyeras en tus
asuntos. Aunque Arturo era el rey de Nueva York, no podía tocar a
los Fausti. Ellos gobernaban su mundo.
Después de decirle a mi padre que prefería estar muerto antes
que dejar que Achille se quedara con lo que por derecho era mío, se
rio como hacen los lunáticos y se fue a la habitación que compartía
con su esposa Bambi. No mi madre. Bambi era la madre de Achille.
Mi padre siempre pensó que Achille era más adecuado para la
parte despiadada del negocio. Su cara era más dura, pero eso era
todo. Yo había demostrado mi valía, a pesar del reflejo que me
devolvía el espejo. Mi sangre y mi corazón estaban hechos de la
misma carne y hueso. Mataba tan salvajemente como él.
Angelina nunca había hablado de esto antes. Nunca lo había
compartido con ella. ¿Cómo diablos lo sabía?
—Ahora Achille te está dando información privada. —Di un paso
adelante y ella se mantuvo firme—. ¿Por qué es eso, la mia promessa?
Ella se rio, el aliento saliendo de su boca en una nube fría.
—Eso es todo lo que me llamas. Tu prometida.
—¿Te gustaría que te llamara de otra manera? En un mes, te
llamaré mi esposa.
—No importa. —Apretó los dientes y contrajo la mandíbula—.
Todo lo que importa es que soy tuya. Te pertenezco. Eres mi dueño.
—¿Tu punto?
Ella se rio aún más fuerte y luego suspiró.
—Estoy embarazada, Vi orio.
—Bien—dije yo—. Eso me complace. —Parecía que las
advertencias acerca de que la protección no era del ciento por ciento
eran acertadas. Siempre había usado protección con ella. Pero hubo
algunas ocasiones en que fuimos duros y las cosas se pusieron
turbias.
—Si mi padre se entera de que tuve…
—Él no te tocará. —Si su padre se enterara de que tuve relaciones
sexuales con su hija antes del matrimonio, podría causar cierta
tensión. Angelo tenía mal genio. Iría tan lejos como bajarle las bragas
y azotarle el culo con un cinturón si descubría que ella lo había
deshonrado. Tenía dieciocho años, pero como dice el viejo refrán, la
edad es solo un número. Era madura más allá de sus años. Tenía que
serlo.
Su teléfono sonó y ella me dio la espalda, buscando en su bolso.
Un momento después, el teléfono estaba a la altura de su oreja y
estaba hablando en voz baja. Con quienquiera que estuviera
hablando, estaba hablando de hacia dónde nos dirigíamos.
El primo hermano de mi abuelo materno, Tito Sala, estaba en la
ciudad y se suponía que nos encontraríamos en el restaurante al que
Angelina y yo planeábamos ir. Mientras ella estaba ocupada
cambiando nuestros planes, le envié un mensaje de texto rápido a
p j p
Tito para informarle dónde podía encontrarse conmigo. Más
temprano, dijo que tenía algo que discutir conmigo, y que era
importante. Estaba casado con Lola, una Fausti por sangre.
Mi teléfono estaba de vuelta en mi bolsillo antes de que ella se
diera la vuelta.
—Cambio de planes—soltó, diciéndome algo que ya sabía—.
Mamá comió en lo de Rosa esta noche, y no solo estaba lleno, sino
que Ray se quedó sin ternera. Quiero ternera parmigiana. —Se tocó el
estómago—. Iremos a Dolce en su lugar.
Asentí, pero no dije nada más. Me negué a moverme. Ella sabía
por qué, así que pasó a explicar.
—Lo que te dije, lo escuché en una conversación privada, Vi orio.
Tu padre y Achille estaban cenando, y cuando pasé por el comedor,
lo escuché. Nunca me dijiste eso antes. —Ella se encogió de hombros
—. Me dio curiosidad.
—No es asunto tuyo—dije.
—Cierto. —Ella me dio la espalda de nuevo—. Vayamos a cenar.
Tengo hambre y frío.
—Angelina—le dije.
Antes de que se girara para mirarme, una nube de aliento salió de
su boca. Estaba casi demasiado ansiosa por llegar al restaurante.
—Conoces las reglas. Serás mi esposa, pero lo que pase en mi
familia es asunto mío. A menos que te diga lo que está pasando,
seguirás con tus asuntos, ¿entendido? —Había una razón por la que
la conocí cuando era niña, incluso la protegí. La estaba moldeando
para que fuera mi esposa. Tenía que tener reglas, o esta vida nos
mataría a los dos.
—Perfectamente—dijo ella y había más que un mordisco en el
tono de su voz—. Pero mi asunto es el tuyo. —Las palabras fueron
dichas casi en un susurro. No me molesté en contradecirla porque
había dicho la verdad.
Caminamos uno al lado del otro en silencio hasta que carraspeé.
—Le diremos a la familia sobre el embarazo cuando regresemos
de nuestra luna de miel.
—Bien—dijo ella—. Al menos estaré fuera de su casa y lejos de él
para entonces.
Amaba a su padre, pero le temía más. Para ella, un matrimonio
arreglado significaba libertad. Para mí un matrimonio arreglado
significaba que estaría aún más profundo, tan profundo que nunca
encontraría una salida, a menos que fuera en una bolsa para
cadáveres.
Cuando llegamos al restaurante, el aliento salía más rápido de su
boca y sus pies no mostraban signos de desaceleración. Una vez más,
estaba casi demasiado ansiosa. Fui a poner mi mano en su espalda
baja y acompañarla al restaurante, pero ella negó con la cabeza.
—Vamos a entrar por la parte de atrás—dijo—. Gabriella y Bobby
están cenando. Mamá me lo dijo. No tengo ganas de chismes esta
noche. Patrizio tiene reservada nuestra mesa privada.
Bobby trabajaba para mi padre y Gabriella era una de las muchas
primas de Angelina. Cada vez que la veíamos afuera, o en reuniones
familiares, o la encontrábamos en un pasillo, ella no tenía de qué
hablar más que de la boda. Blaa. Blaa. Blaa. La mujer podía hablar
durante días sin necesidad de un vaso de agua.
Cuando doblamos la esquina, entrando en el callejón oscuro y
húmedo que corría paralelo al restaurante, nos encontramos con los
alegres sonidos de Louis Prima, junto con el olor de la pasta
hirviendo, el ajo asado, los tomates guisados y la basura ya
congelada de esta noche en el contenedor.
En lugar de detenerse para dejarme abrirle la puerta, como de
costumbre, se paró frente a ella, mirando el picaporte de metal. Un
segundo después, sus ojos se dispararon para encontrarse con los
míos antes de regresar al bronce frío.
—Te estás demorando—le dije, llamándole la atención por su
extraño comportamiento.
Louis Prima cantó “Angelina” desde detrás de la puerta, sus ojos
se levantaron bruscamente y su cuerpo se tensó. Cuando se dio
cuenta de que nadie la había llamado por su nombre, se relajó
visiblemente, pero yo era más inteligente que eso. Ella estaba muy
tensa.
—Estás siendo un tonto, Vi orio.
—¿Yo, princesa?
Se giró hacia mí y la atrapé por la muñeca antes de que me
abofeteara.
—Vete a la mierda—me escupió.
—¿Toqué un nervio? —Su padre la llamaba princesa y ella lo
odiaba. Lo odiaba tanto que durante nuestra reunión privada para
discutir los términos de nuestro matrimonio: esto es lo que espero de ti,
exigiré, ella me pidió que nunca la llamara así. Pero algo andaba mal
esta noche, y fuera lo que fuera lo que había encerrado en su lengua,
necesitaba sacarlo de su maldito pecho. No era propio de ella
quedarse callada.
Ella soltó su muñeca de un tirón.
—¡Sabes que lo hiciste! Sabes exactamente lo que estás haciendo.
¡En todo momento! Eres tan frío. Así que… —Hizo una pausa, como
si estuviera tratando de ordenar sus pensamientos—. No importa.
¡No hay forma de cambiarte! Es inútil incluso perder el tiempo y el
aliento.
Levanté mi brazo, haciendo que mi chaqueta cayera hacia atrás,
dejando al descubierto mi muñeca. Mi costoso reloj iluminó la
oscuridad y el lobo en mi mano.
—Tiempo. —Hice un gesto hacia el Panerai—. Habla ahora o
calla para siempre.
Entrecerró los ojos cuando pronuncié esas últimas palabras.
—¿Qué sabes…
Antes de que pudiera terminar, dos grandes matones que no
reconocí salieron de Dolce. Patrizio los dirigía, pero era solo una
g p
fachada para los Scarpone. Uno de los matones fumaba un cigarrillo.
El otro tenía las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de
cuero , el cuello subido hasta las orejas. Cada hombre tomó un lugar
junto a Angelina.
—Solo diré esto una vez—le dije.
—¿Decir qué?— dijo Cigarrillo. Su acento irlandés era leve, pero
lo capté.
—Muévete.
—¿O?—dijo Chaqueta de cuero. Era italiano, pero no un hombre
que conociera.
No dije nada, los miré fijamente, dándoles la oportunidad de
retirarse sin tener que usar la violencia.
—El bebé no es tuyo—soltó Angelina.
Me tomó un momento romper el contacto visual con los dos
matones y concentrarme en ella.
—No puedo casarme con un hombre que no me ama—continuó
ella, y pude ver cómo los dos hijos de puta que estaban a su lado la
hacían sentirse valiente. Confiada—. Odio que tengamos que
separarnos en estos términos, pero prometo llevarte flores. Es lo
menos que puedo hacer.
Mis ojos se movieron a los dos hijos de puta a su lado, que se
acercaban, no a mí, sino a ella.
—Después de todos estos años no aprendiste nada de mí,
¿verdad?—le dije.
—Aprendí lo suficiente para saber que no eres capaz de amar.
Estás demasiado jodido para siquiera intentar sentirlo. Noemi…
—Mantén el nombre de ella fuera de tu boca—casi gruñí.
Incluso con los dos a su lado, sabía que había ido demasiado
lejos, por lo que cambió de rumbo, dirigiéndose a otro rápidamente.
—¿En serio crees que tendría un hijo tuyo? Quiero la sangre
Scarpone, pero no de ti.
—Eres más estúpida de lo que creía—le dije.
Ella fue a dar un paso hacia mí, sin duda para darme la bofetada
que no había podido darme antes, pero mi hermano dio un paso
adelante, envolviendo un brazo alrededor de su cintura.
—Vamos, cariño—dijo él—. ¿No crees que mi hermano está
teniendo una noche difícil? Sé suave con él.
—Achille—dije—. Escuché que corresponde las felicitaciones. Vas
a ser padre. —Las piezas encajaron fácilmente: su confesión y su
presencia.
Su sonrisa salió lentamente, levantando las comisuras de su boca
como el jodido Joker.
—¿Ella te lo dijo?
—Más o menos. —Le devolví la sonrisa.
Se encogió de hombros.
—Ambos sabemos que en realidad eso no importa.
Angelina nos miró a los dos, la confusión peleando con el
estoicismo en su rostro. Vi su garganta temblar cuando tragó saliva.
—¿Por qué no la mataste, Vi orio? —Una breve muestra de
remordimiento se unió al campo de batalla de emociones que ella
trataba de ocultar.
—Sí, ¿por qué no la mataste, Vi orio Príncipe Bonito?—se burló
Achille—. No es que esto hubiera resultado diferente, pero lo hiciste
tan, tan fácil de convencer a padre de que uno de nosotros tenía que
irse. Estaba decidido a darte el reino algún día: una esposa hermosa,
un hogar hermoso, una descendencia hermosa para continuar con el
nombre de la familia y todo lo que le pertenecía, y vas y lo jodes
todo al traicionarlo.
—Ambos sabemos que en realidad eso no importa—le dije,
repitiendo las palabras de Achille. Resumió todo tan perfectamente.
Todo lo que necesitaba era un lazo para envolver las cosas.
Achille metió la nariz profundamente en el cabello de Angelina,
respirándola, con los ojos cerrados con fuerza.
—Gracias, Angel—le dijo—. Por todo, pero parece que tu lealtad
a mi lado fue innecesaria. Al final, mi hermano puso el clavo en su
propio ataúd. Acabas de darle una cosa más de la que arrepentirse.
¿Quién necesita una mujer como tú cuando un hombre está mejor en
la cama de una víbora? La traición es un pecado imperdonable,
cariño, sin importar con quién te cruces en mi familia.
Sus ojos se congelaron y su respiración se aceleró cuando él
deslizó su nariz más arriba, a lo largo de la piel de su rostro,
depositando un suave beso en su mejilla. Él le susurró algo al oído y
ella cerró los ojos, dejando caer una lágrima solitaria. La luz del
restaurante captó su lento rastro.
Achille finalmente abrió los ojos, me dio una amplia sonrisa y me
detuvo con el hombro al salir. Los dos matones junto a Angelina la
tomaron de los brazos; al mismo tiempo, cuatro hombres se me
acercaron por detrás, uno de ellos me puso un cuchillo en la
garganta. Angelina comenzó a pelear, gritándole a Achille que
regresara, ¡Cómo pudiste hacerme esto!, antes de que comenzara a
gritar por mí para que la ayudara.
¿Quieres gritar por mí ahora, princesa? ¿Después de que me preparaste
para que me mataran? Las palabras estaban en la punta de mi lengua,
pero caerían en oídos sordos. En lugar de gritar por mí, debería
gritar por Dios, la única fuerza lo suficientemente fuerte como para
detener esto. Nadie saldría vivo de esto. No si el rey lobo lo había
ordenado y no había ningún ángel para detenerlo.
Capítulo 2
Mariposa
En la actualidad

Sólo los verdaderamente pobres conocen la diferencia entre tener


hambre y morirse de hambre. Mi estómago hizo un ruido
desagradable, recordándome lo hambrienta que estaba. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que comí? ¿Un día? ¿Dos? Comí
sobras aquí y allá, galletas saladas de algún restaurante de comida
rápida que dejaron con el ketchup y otros condimentos sellados,
pero eso era todo.
Mi estómago hizo un ruido aún más fuerte, y mentalmente le dije
que se callara. Debería haber estado acostumbrada al abandono.
No era fácil triunfar en una ciudad que te masticaba y te escupía.
Nunca había vivido en otro lugar que no fuera Nueva York. Lo soñé,
pero nunca tuve los medios para irme. Los fondos significaban
libertad, y yo no era libre en absoluto.
Incluso más triste que el estado de mi estómago rugiente era el
hecho de que una vez que me desvaneciera de este lugar llamado
tierra (o para algunos de nosotros, infierno), no habría nada de mí
que realmente dejar atrás.
—¿Qué es esto, Mari?—me dije a mi misma—. ¿Un día de
mierda? Es tu culpa y lo sabes. No deberías estar parada aquí.
Sin embargo, no podía evitarlo. Por más pobres que pudieran ser
las calles de Nueva York, había otro lado que era exactamente la
definición de opulencia. Era difícil pasar por alto el atractivo, la
riqueza, lo absolutamente absurdo de todo. Cómo algunas personas
apenas lo lograban, comían pan de una semana y usaban zapatos
(demasiado pequeños) de otra persona para mantener sus pies
limpios, moviéndose de prisa por su próximo dólar, mientras que
otros gastaban miles en implantes de culo y ropa que nunca se
pondrían.
No es que les envidiara esas cosas, ¿a quién engaño? Maldita sea, les
envidio esas cosas. Especialmente los implantes de culo cuando mi
estómago albergaba una manada de lobos hambrientos que aullaban
para ser alimentados.
Sí, Nueva York me había masticado, pero aún no me había
escupido. Sin embargo, no cabía duda de que estaba a punto de
convertirme en basurero uno de estos días. Probablemente
terminaría lleno de la comida desperdiciada que me encantaba
comer.
Suspiré, largo y fuerte, empañando la ventana de cristal de
Macchiavello's. El nombre estaba escrito en oro y se veía elegante.
Era el tipo de restaurante que probablemente necesitabas hacer una
reserva con meses de anticipación. En el lado opuesto del cristal
brillante, cenaban personas con trajes caros y vestidos elegantes, la
mayoría de ellos comían bistec. Es lo que pedían normalmente.
Se me hizo la boca agua.
—Si salimos vivos de esto, también conseguiremos bistec.
Era bueno soñar, ¿verdad? Podría ponerlo en mi diario de
sueños. Una vez vi a esa mujer con una sonrisa de megavatios y
extensiones de cabello decir que yo también podría vivir el sueño, mi
mejor vida, si tan solo tuviera uno de esos diarios. Debería hacer una
lista de todas las cosas por las que estaba agradecida a diario, incluso
las cosas que no tenía, cosas que parecían estar tan fuera de mi
alcance, que a veces me consideraba tonta por pensar en ellas. La
idea era proyectar todo lo que mi corazón deseaba en mi vida.
Será cierto.
Todo mi diario estaba hecho de, Yo estoy.
Estoy agradecida de que ya no soy pobre.
Estoy agradecida de ser una millonaria que no quiere nada.
Estoy agradecida de que soy una viajera del mundo.
Y una que preferiría morir antes de dejar que nadie la viera. Estoy
agradecida de ser amada sin medida por alguien especial.
Hice una nota mental para agregar que estoy agradecida por el
bistec que comí en un restaurante lujoso al principio de mi lista. Tal
vez necesitaba ser más específica. Ahora que lo pienso, creo que la
gurú de la felicidad mencionó hacer precisamente eso. Estaba en el
trabajo en ese momento, así que tal vez algunos detalles se perdieron
un poco en la traducción.
Esta gurú de la felicidad nunca dio un límite de tiempo sobre
cuándo se suponía que estas cosas comenzarían a suceder. Seguro
como la mierda esperaba que fuera pronto. Ese bistec se veía muy
bueno. Si una de las personas detrás del vidrio necesitara un riñón,
cambiaría el mío por el bistec. Por lo que sabía, los míos estaban en
muy buenas condiciones.
Además, ¿por qué tener dos cuando solo necesitas uno? A la luz
de la perspectiva, no era una persona glotona, y si alguien necesitaba
mi ayuda a cambio de una buena comida, solo una vez en mi vida,
estaba allí para ello. Pasado.
—¡Oye!
Me di la vuelta ante el sonido de la voz, agarrándome con más
fuerza a las correas de mi vieja mochila de cuero. Normalmente no
me habría dado la vuelta, pero la voz estaba cerca y el reflejo en el
cristal parecía estar mirándome fijamente.
—¿Me estás hablando a mí?—dije.
—Sí—dijo—. Vete a la mierda de aquí. Estás asustando a nuestros
clientes. Mirando a través del cristal como un insecto con los ojos
muy abiertos que necesita ser aplastado.
A pesar de que sus palabras me hirieron hasta la médula, porque
sabía que él sabía que estaba soñando con la comida detrás del
cristal y no tenía medios para disfrutar siquiera de una
hamburguesa de algún restaurante de comida rápida, y mucho
menos de este restaurante de cinco estrellas, cuadré mis hombros y
lo fulminé con las mirada.
—¿Tú y qué ejército me van a obligar?
—Si no te muevas, haré que el personal de seguridad te escolte a
un lugar donde puedas encontrarte más a tu gusto. Los basureros.
Si me quedara alguna mierda para dar, sin duda le habría dado
uno a este furtivo bromista.
—¡No estoy haciendo nada malo! Estoy tratando de decidir si
quiero entrar a comer algo o no. —Mentira—. Pero dado que tu
restaurante probablemente esté lleno de roedores como tú, creo que
pasaré.
Y pensar que estaba dispuesta a dar un riñón por uno de sus
filetes de mala calidad. Necesitaba mejorar un poco mis estándares
antes de que pensamientos como ese se arraigaran y aparecieran en
mi diario. ¿Quién sabía cuándo esa mierda se haría realidad?
Probablemente terminaría debiéndole a este imbécil un riñón por un
bistec.
Se dobló y se echó a reír. Entonces se detuvo bruscamente y
señaló detrás de mí.
—No voy a decírtelo de nuevo, Dumpster Princess (NdT: Princesa
del Contenedor de Basura). Lárgate de aquí o…
Las palabras murieron en su garganta cuando un coche negro y
caro se acercó al restaurante y se estacionó frente a él como si fuera
el dueño del lugar. Como si fuera el rey del mundo. No podía decir
si el conductor era él o ella, pero algo en toda la escena gritaba
masculino. Seguido por dominación.
Pensé en largarme antes de que el hombre misterioso se bajara,
pero como había silenciado a Boca Grande, esperé a ver cómo iba a
resultar esto.
Boca Grande casi corrió hacia el lujoso coche y saludó al hombre,
era un hombre. La voz de Boca Grande estaba ansiosa por
complacer, exactamente lo contrario de cómo me había hablado a mí.
Él siguió parloteando mientras el hombre salía a la acera y se
dirigía directamente a la puerta del restaurante. No estaba al tanto
de muchos hombres, pero este... no voy a mentir, no podía apartar la
mirada.
Debajo de lo que sin duda era un traje hecho a medida,
probablemente tenía más músculos de los que podía contar. Era alto,
de hombros anchos, cabello negro azabache y piel dorada. Su nariz
era angulosa, al igual que la forma de su cara. Sus labios estaban
llenos. Deseé poder ver sus ojos, pero estaban escondidos debajo de
un par de gafas de sol que probablemente valdrían más de lo que
vería en más de tres años.
Podía oler su colonia, a cítricos y un toque de sándalo, y parecía
una bocanada de aire fresco en esta ciudad llena de demasiada gente
y demasiados basureros. Olía como me imaginaba que olía el
océano, un lugar exótico en el que perderse. Caminaba con tanta
arrogancia que estaba convencida de que era el dueño del
restaurante. Tal vez incluso de la acera.
Boca Grande abrió la puerta del restaurante para el hombre del
traje, y antes de que ambos entraran, el hombre del traje se detuvo.
Dos mujeres con vestidos caros se deslizaron junto a él y a Boca
Grande, quien las saludó con una gran sonrisa en su rostro y una
mano invitándolos a entrar.
Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco segundos después de que las
mujeres entraran para sentarse, el hombre del traje se volvió hacia
mí y solté un suspiro que no me di cuenta de que había estado
conteniendo.
Jódeme. Era aún más atractivo desde ese ángulo: de frente. Las
únicas palabras que me vinieron a la mente fueron colisión frontal con
una ola masiva viniendo de la nada. Él me arrastraría con una marea
contra la que no podría luchar, ya que no tenía idea de cómo nadar,
y luego me hundiría, su poder era lo suficiente como para
estrellarme contra una roca.
No es que fuera difícil. Apenas me quedaba nada que destrozar.
Boca Grande contuvo el aliento cuando se dio cuenta de a quién
estaba mirando el hombre del traje. Su rostro se volvió de un tono
rojo reservado para la carne cruda. Tal vez debido a mi reacción
cuando Boca Grande me lanzó una mirada de muerte, el hombre del
traje miró entre nosotros.
—Me disculpo, señor—le dijo—. Estoy a punto de ech...
El hombre del traje levantó la mano y lo silenció antes de que
pudiera pronunciar otra palabra. No podía soportar la forma intensa
en que el hombre del traje me estudiaba detrás de sus gafas. Sabía
que me estaba estudiando por la forma en que mi cuerpo reaccionó.
Hacía años que no me sentía... pequeña en presencia de alguien.
Juzgada. Sentenciada. Ridiculizada. Descartada.
Miré hacia abajo, jugando con las correas de mi mochila,
sintiéndome aún peor cuando mis ojos vieron mis tenis. Eran dos
números demasiado pequeños. Mis dedos de los pies presionaban
contra la tela, a punto de romperse, y algunos días pensaba, qué alivio
será eso, porque me dolían. La sangre había dejado manchas donde el
roce había lastimado mi piel. Por otra parte, si no tuviera estos
zapatos, no tendría nada. No tenía dinero para comprar un par
usado, mucho menos uno nuevo.
Estoy agradecida de tener zapatos de mi número… un armario entero
lleno.
Completaría los detalles más tarde, una vez que estuviera en casa
y pudiera pensar en los que más me gustaban.
También estoy agradecida de que esta camiseta de béisbol combine con
los malditos zapatos. Hoy no estoy mal combinada.
Era todo lo que tenía para aferrarme en el momento, algo
completamente mío y verdadero.
Oh, cierto, de vuelta al tipo del traje. Quería levantar los ojos,
desafiarlo, desafiarlo a que me juzgara para poder darle la mirada de
mira cuánto me importa tu opinión… nada de nada, pero no me atrevía a
mirarlo a los ojos de nuevo. Mis mejillas se sentían más calientes que
los pozos del Hades. Una gota de sudor rodó por mi pecho, entre
mis senos, y de repente fui muy consciente de mi cuerpo. De lo
ansiosa que me sentía.
q
De improviso, levanté los ojos, fingiendo que la forma en que me
miraba no me daba ganas de correr y quedarme quieta al mismo
tiempo. Incluso un poco de eso sirvió de mucho, así que me giré,
preparándome para alejarme.
Me detuve después de dos pasos, dándome la vuelta.
—¿Quién necesita tu restaurante de mierda de todos modos?—
grité—. ¡El bistec probablemente no valga el riñón! —Luego les envié
a ambos un movimiento de barbilla agresivo.
Al principio, las cejas oscuras del hombre bajaron, pero luego...
¿era una sonrisa tirando de sus labios? Fue difícil decirlo. Parecía
extranjero. Como si no hubiera usado los músculos en mucho
tiempo. No importaba. Desaparecí entre la bulliciosa multitud antes
de que pudiera echar otro vistazo. Yo era sólo otro cuerpo en medio
de millones.
Capítulo 3
Mariposa
—¡Vamos, Caspar! ¡Dame otra oportunidad! Déjamela pasar.
—Llegas tarde de nuevo. Despedida. Despedida. Despedida.
—¡No quieres decir eso! Realmente no lo quieres.
—Quiero. Y si quieres que te preste mi diccionario para que
puedas entender el significado detrás de la palabra, tengo uno en mi
oficina para días como éste.
—¡Hoy es un mal día para despedirme! Tengo mi mierda junta.
Realmente la tengo esta vez. Hice algunos cambios. Pensé algunas
cosas. ¡No volverá a suceder!
Golpeó el trapo que estaba usando para pulir el mostrador.
—¿Quieres que te la deje pasar?
Asentí, ansiosa, mordiéndome el labio inferior. ¡Mierda! ¿Por qué
pasé tanto tiempo pensando en cambiar riñones por filetes y
mirando a un hombre que probablemente nació con un fondo
fiduciario? Cuya mayor preocupación probablemente era qué
automóvil debería conducir para que combinara con su corbata.
¿Y qué hay de esos ojos? Ni siquiera había revelado esos ojos
misteriosos... Una multitud de colores jugaron en mi mente: ¿verde,
avellana, marrón, azul? ¿Ligero como el océano en Grecia cuando el
sol golpea la superficie, u oscuro como el mar durante una temeraria
tormenta? Los probé mentalmente en su cara, uno tras otro.
—Escucha atentamente la palabra del día, Mari.
Parpadeé, devolviendo toda la atención a Caspar.
—¿Estás escuchando, Mariposa?
Lo miré con los ojos entrecerrados, tratando de no ser sarcástica,
pero odiando cada vez que alguien me llamaba por mi nombre
completo. Caspar estaba al tanto de esa información porque me
había contratado.
—Sí, sí, lo hago.
—Despedida. Definición: despedir (a un empleado) de un trabajo.
Déjame usarlo en una oración. Mariposa Flores estás despedida. —Él
dijo despedida como DES-PE-DI-DA—. ¿Entendido?
—¿Cómo es eso dejármela pasar, Caspar?
—No tuviste que caminar hasta mi oficina para conseguir el
diccionario.
—¡Oh vamos! ¿En serio?
—En serio. Cuando te registraste para trabajar aquí, esa era una
de mis reglas. Estás despedida. Te leen la palabra en el diccionario
en voz alta. Podría salvarte de cometer el mismo error dos veces. —
Él hizo una pausa—. Tal vez deberías leerla en voz alta.
La mochila en mi mano cayó al suelo y me dejé caer en una silla
con un dramático ¡uff! Tan pronto como mi culo golpeó la madera,
me desplomé y escondí mi cara debajo de mis brazos, mi cabello
esparcido, mi frente presionada contra un periódico arrugado.
—Esto es tan jodido, Caspar—murmuré, mi voz ahogada—. Tan
jodido. Pensé que teníamos algo bueno aquí. —Hice un gesto entre
los dos.
A pesar de que me había equivocado un par de veces, realmente
disfrutaba trabajar en Home Run. Era una tienda temática de béisbol
que se especializaba en recuerdos raros de béisbol, y también atendía
a aquellos que querían artículos personalizados. Después de que
despegara el negocio del béisbol, Caspar y su esposa, Arev, abrieron
una pequeña cafetería dentro del establecimiento.
No era grande, pero atraía a suficientes clientes que disfrutaban
estar rodeados de partidos de béisbol (o canales deportivos) y
noticias las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Venían de todas las clases sociales, pero nuestra fiel clientela tenía
más de cuarenta y cinco años, y la mayoría de ellos venían por una
buena taza de café y un periódico.
Retracción. La clientela de Caspar. Me había jodidamente
despedido.
Sabía que vendrían más azotes verbales de Caspar ya que me
senté y no me fui, pero antes de que realmente pudiera empezar, el
timbre de la puerta nos alertó de que había entrado un cliente.
Incluso sin el timbre, los olores que llegaban me habrían alertado.
Rosa y... lavanda. Ambos eran sutiles pero distintos.
Mirando a través de mi autoconstruida soledad, vi a Caspar
saludar a dos mujeres desde detrás del mostrador. Una de ellas tenía
el pelo castaño rojizo y la otra rubio. Ambas rechazaron su oferta de
café antes de que la mujer con el cabello más oscuro diera su
nombre.
—Scarle Fausti. Llamé hace un par de meses para pedirle que le
enmarcaran una camiseta y una gorra a mi marido. Mi amiga aquí
ha estado al tanto de las cosas. Violet. —Scarle asintió a la rubia—.
Nos dijeron que estaba lista.
Estaba segura de que ella, Scarle , era la que olía a pétalos de
rosa y la otra, Violet, a lavanda. Por alguna razón, tal vez era el
cabello castaño rojizo y la piel clara de Scarle , o lo elegante que
parecía, pero era difícil no oler las rosas y pensar en alguien como
ella.
Caspar luchó por recordar la orden, pero lo que me pareció
extraño fue que, ante la mención de su apellido, el comportamiento
de Caspar pareció cambiar. Lo había visto tratar con celebridades
antes, o con alguien que consideraba importante, y se erguía con
evidente orgullo en su postura.
Levanté mi cara, soplando mechones de cabello sueltos fuera de
mis ojos.
—Yo tomé la orden—le dije—. Está en la trastienda. Quedó
realmente bien. A tu marido le encantará.
Scarle había encargado que enmarcaran la camiseta de béisbol y
la gorra a juego de su marido. Aparentemente había jugado béisbol
en la escuela secundaria.
Cuando Caspar cojeó hasta la parte de atrás para recuperar el
enmarcado, las dos mujeres se volvieron hacia mí.
—¿Hablé contigo?—preguntó Scarle .
Asentí.
—Cuando hiciste el pedido por primera vez.
—Mari, ¿verdad?
—Esa soy yo—dije.
Ella asintió, pero no dijo nada más. En cambio, parecía mirar
fijamente mi alma. Sus ojos eran de un verde penetrante y parecían
saber demasiado. Y después de lo que me había pasado antes, la
mierda que pasé cuando el tipo del traje me escrutó, no tenía ganas
de que me juzgaran de nuevo. Aunque no podía confirmar
completamente que eso fuera lo que estaba haciendo. Era como si me
estuviera sintiendo.
—Scarle . —Violet le dio un codazo.
—¿Mmm?
Scarle parecía perdida en el espacio. Violet volvió a darle un
codazo cuando Caspar salió de la trastienda sosteniendo el marco.
Scarle se volvió al oír su voz, pero parecía reacia a hacerlo.
¿Qué estaba pasando en el mundo hoy? ¿Era el día de “juzguen a
Mari”? El mundo entero, a excepción de un par de personas, no tenía
ni idea de que yo existía, y una de ellas acababa de despedirme.
Entonces, de repente, yo era el foco de atención, como un insecto en
un plato.
Dejé que mi cabeza volviera a caer sobre el periódico mientras los
tres en el fondo seguían parloteando.
Scarle : —¡Oh, a mi esposo le va a encantar esto! Jugó en la escuela
secundaria y recibió becas. Las grandes ligas lo querían, pero decidió unirse
a la Guardia Costera en cambio.
Violet: —Brando Fausti sonreirá cuando vea esto, y en algún lugar del
mundo una mujer obtendrá sus alas.
Caspar conversó con ellas mientras envolvía el marco de Scarle
en papel marrón. Después de que terminó, otro timbre sonó en la
puerta, y cuando giré la cabeza para mirar, era un hombre con traje.
Había venido a cargar el paquete para las dos mujeres. Scarle lo
llamó Guido. Él le habló en italiano. Pelo oscuro. Ojos oscuros. Si
tuviera un tema, habría sido oscuro. Honestamente, además del
hombre del traje de antes, nunca había visto a un hombre tan
atractivo. Él también tenía un buen cuerpo. Sus músculos llenaban a
la perfección su costoso traje.
¿Qué diablos había en mi agua del grifo esta mañana?
¿Demasiado hierro? Estaba atrayendo cosas locas hoy.
Guido podría ser ridículamente guapo, pero comparado con el
hombre del traje... solté una bocanada de aire caliente. No había
comparación. El hombre del traje me había hecho sentir algo, lo que
me hizo sentir incómoda. Vulnerable. Por lo tanto, juzgada. No sentí
nada cuando miré a Guido. Era atractivo. Sin embargo, no había
gran sorpresa allí. Rara vez sentía algo por alguien. ¿Cómo me
describió una de las personas de acogida? Emocionalmente muerta.
Guido llevó la camiseta enmarcada afuera, seguido por Violet,
quien mantuvo la puerta abierta. Scarle se detuvo cuando llegó a
mí. Parecía que quería decir algo, pero vaciló. Violet dijo su nombre,
y después de morderse el labio por un segundo, agradeció mi ayuda
y se fue. Sin embargo, podría haber jurado que dijo algo como hasta
pronto.
Después de que se fueron, esperé a que Caspar me echara, pero
después de un minuto más o menos, se sentó a mi lado, con una taza
de café en la mano.
—¿Has leído esto? —Dio unos golpecitos en el borde del
periódico, probablemente manchándome la frente.
Suspirando, me incorporé y miré el titular. Eh. Un asesino en
Nueva York. ¿Qué hay sobre eso? Tal vez me haga un favor y me visite la
próxima vez. Estaba llena de sarcasmo hoy, pero como no me estaba
llevando a ninguna parte, decidí morderme la lengua.
—Fausti —dijo él—. ¿Reconoces el nombre?
Estuve a punto de preguntar qué tenía que ver el nombre Fausti
con el titular, pero me callé. No tenía la energía para una pequeña
charla. Mi mundo implosionaba a mi alrededor y esperaba que una
pequeña chispa me incendiara, ya que parecía que por mis venas
corría gasolina en lugar de sangre. La charla casual se sentía como
mirar en cámara lenta mientras avanzaba hacia mí. Tenía ganas de
correr para salvar mi vida, pero el problema era que no tenía adónde
correr.
—Creen que es alguien de la mafia el que comete los asesinatos.
O una mafia apuntando a otra. —Gaspar suspiró—. No es que la
dulce chica que acaba de irse tenga algo que ver con esto. Es una
bailarina famosa, pero la gente de su esposo gobierna ese mundo.
Me hizo pensar.
—No te esfuerces—le dije.
Gaspar se rio. En su mayor parte, captó mi sentido del humor.
—Sabes que esto no es personal—dijo, su voz sincera. Empujó la
taza más cerca de mí.
Cuando miré en la taza, contenía cuatro billetes de diez dólares.
Los miré, sin saber qué decir.
—Considéralo una comisión por tomar la orden de Fausti. —Se
quedó en silencio durante uno o dos minutos y luego carraspeó—.
No puedo depender de ti, Mari. Arev, ella está enferma. Lo sabes.
Ahora tengo que estar con ella. La quimioterapia… —No terminó el
pensamiento—. Mi hijo vendrá pronto a hacerse cargo del negocio
por mí. No puedo darle un negocio con un empleado poco fiable. No
sería justo.
Poniéndome de pie, toqué a Caspar en la cabeza, sin tener la
energía para alimentarlo con pobres excusas. Cierto, había llegado
g p p g
tarde hoy por el misterioso tipo del traje y ese maldito bistec, pero
durante los últimos dos meses había estado asistiendo a la
universidad comunitaria. Mi horario escolar no siempre coincidía
con mi horario de trabajo.
Quería hacer algo de mí misma, pero era demasiado cobarde para
decírselo a alguien. Si fallaba, lo escondería en mi metafórico
armario lleno de esqueletos. Que era exactamente lo que iba a
hacer… dejar el secreto guardado ahí. No había manera de que
pudiera seguir adelante.
¿Cuál era el punto?
Tocar fondo no siempre te hacía subir como decía la gente. A
veces te agobiaba y te enterraba bajo los escombros. La desesperanza
era una carga que se negaba a dejarme mover.
Después de recoger mi bolso, me paré en la puerta con una taza
de café en la mano. Me sentía tan negativa que ni siquiera este
pequeño rayo de bondad podía volverme positiva.
—Espero que Arev se mejore—le dije y me marché, la puerta
sonando detrás

de mí.
¡NO, no, no, no! Tiré la mochila al suelo, respirando pesadamente.
Mi corazón se sentía como si estuviera a punto de estallar.
¡Mierda! Las cerraduras del miserable apartamento que alquilé
habían sido cambiadas.
Sin embargo, amplio apartamento había sido la descripción.
Tenía un catre en la cocina, que consistía en una estufa oxidada y un
refrigerador aún más oxidado, y un baño que probablemente se
construyó cuando la plomería interior era algo novedoso. No era
mucho, pero era mío.
Mío significaba que no estaría en la calle toda la noche. Mío
significaba que no estaría rebotando de un establecimiento abierto
toda la noche a otro, con la esperanza de que mi dinero no se agotara
antes de que saliera el sol, taza de café tras taza de café para
quedarme allí en lugar de deambular. Mío significaba que estaba a
salvo, en su mayor parte. Esta no era la mejor parte de la ciudad,
pero mantenía la cabeza gacha, la mochila cerca y los zapatos de
mierda en mis pies mientras avanzaba, ocupándome de mis asuntos.
¿Y ahora?
Afuera. En. La. Calle.
Quien haya dicho que el diablo ataca de tres en tres, lo decía en
serio. Estaba convencida de que el tipo del restaurante de cinco
estrellas (no el tipo del traje, sino el otro) era el mismo diablo y este
día había sido echado de una patada del infierno.
La realidad, entonces me dio un buen golpe e hizo que mis
problemas fueran demasiado reales. No podía respirar. El calor del
día se sentía como un enjambre vivo rodeándome con un zumbido.
Mi oxígeno era escaso o inexistente. Mi visión se desvanecía de a
ratos. El sudor brotaba de mí y empapaba mi ropa. Mi estúpida
camiseta de béisbol, los vaqueros andrajosos y los zapatos
demasiado ajustados iban a apestar aún peor después de esto.
¿Pueden marearte unos zapatos demasiado ajustados? ¿Cortar el
oxígeno de tu cerebro? ¿O Nueva York estaba en llamas?
—Pensamientos locos, Mari—me dije—. Deja de tener
pensamientos locos.
Cuando miré hacia abajo, de alguna manera me había deslizado
hasta el suelo frente a mi apartamento, toda mi energía se había ido.
Desaparecido. Desaparecido. Desaparecido.
Estaba harta de estar siempre un paso por delante del diablo que
me perseguía. Estaba harta de luchar por un día más, solo para ser
tocada por este infierno. Se sentía como demasiados años y
demasiado correr... y ¿qué había logrado? Nada. Me había alcanzado
de todos modos.
Abriendo mi bolso, busqué alrededor, buscando mi diario.
¡No, no, no!
Mis dedos tiraron frenéticamente y lo apartaron, sabiendo que
nunca lo dejaría atrás. Clip de mariposa, un nuevo paquete de colores, un
libro para colorear, chicle, un bolígrafo. Tenía que estar aquí. ¡Sin
embargo, se había ido! ¡Otra cosa mía se había ido! ¡Mi lugar sagrado
para guardar todos mis sueños, deseos y cosas por las que estar
agradecida se había ido!
Era estúpido, lo sabía, pero era algo a lo que aferrarme... era mío.
Como el mediocre trabajo, los zapatos demasiado apretados y el
lugar andrajoso que me mantienen en pie.
¡Piensa, Mari! ¿Cuándo lo tuviste por última vez? Lo acerqué
mentalmente, tratando de recordar la última vez que escribí en él.
Esta mañana. Antes de irme a Home Run. ¡Mierda! Lo había dejado
junto a Vera en el “apartamento”.
Era como si el destino supiera que mi vida iba a implosionar hoy
y me dijera: Deja tu libro de las cosas buenas atrás, chica. Es menos
doloroso cuando tienes que ver cómo tus sueños se reducen a cenizas con el
resto de tu vida.
No tenía idea de por qué estaba tan apegada a esa estupidez. Lo
mismo pasó con Vera. No era como si alguna vez hubiera tenido algo
bueno en mi vida para llamarlo mío para siempre, pero una vez,
sentí que podía. La posibilidad de algo mejor estaba allí. Era la
posibilidad de que me pasara algo grandioso, o de que pudiera
hacerlo yo misma, si tan solo pudiera dar dos pasos hacia adelante.
El día que la idea echó raíces, todo se había sentido tan
karmático.
Durante uno de mis turnos vespertinos en Home Run, la gurú de
la felicidad apareció en la televisión y afirmó que había escrito en su
diario durante años. Escribió todo por lo que estaba agradecida,
incluso si aún no lo tenía. Afirmó que estar agradecido por una vida
que no tuviste te preparaba para la vida que tendrías. Lo había
comparado con tener suficiente fe para construir vías de tren antes
de que el tren tuviera la ruta.
Todo sonaba tan... cierto... y factible.
No hacía falta mucho dinero para intentarlo. Todo lo que
necesitaba era un diario. Entonces, después del trabajo, me aventuré
a una parte de la ciudad conocida por los vendedores ambulantes,
en busca de algo que pudiera pagar. Haría mella en mis ahorros,
pero algún día valdría la pena. Miraría hacia atrás en ese diario y
tendría las pruebas. Había cambiado el curso del destino. Me había
ganado un océano para apagar ese fuego que me consumía.
Encontré dos cosas ese día: un diario morado y una planta de
aloe vera.
La planta había estado encima del diario, con un aspecto
realmente artístico, y el vendedor me vendió dos por uno. Cinco
dólares por los dos. Llamé a la planta Vera y al diario Journey. A
partir de ese día nació Vera Journey. Cuando necesitaba un
confidente, hablaba con Vera. Cuando necesitaba sentirme no tan
rota, escribía en Journey. No hacía falta decir que a Vera le estaba
yendo bastante bien con todos nuestros chats, y Journey estaba casi
lleno de notas.
Ambos estaban fuera de mi alcance. Mis manos hormigueaban,
como si me aferrara a la montaña más alta y mis dedos y palmas
estuvieran demasiado resbaladizos. Estaba cayendo,
—Qué suerte la mía—murmuré.
El ataque de pánico pasó y de repente me sentí muy cansada.
Como si pudiera sentarme en ese suelo de mierda y dormir por
eones. Levanté la cabeza, volví los ojos al techo y los cerré.
Deseando. Esperando. Queriendo algo tan diferente.
Lo necesitaba. Necesitaba un lugar seguro para aterrizar por una
vez en mi vida.
Ni siquiera tuve la energía para abrir los ojos cuando la punta de
una bota tocó mi pierna.
—Cambié las cerraduras—dijo Merv—. No pagaste el alquiler.
No estoy dirigiendo una organización benéfica aquí.
—Piérdete, Merv —dije—. No estaba tan retrasada.
—Más de un mes, y no por primera vez. Me olvidé de los cargos
por pagos atrasados, ¿verdad?
—¿Alguna vez has oído hablar de dejarle pasar algo a alguien?
No es como si este fuera el palacio real. Dejas que las ratas vivan
aquí sin pagar alquiler. Una familia enorme vivió conmigo todo el
tiempo. ¡Los bastardos se robaron mi comida, cuando la tenía, y
cagaron por todos lados!
Estuvo en silencio el tiempo suficiente para que me obligara a
abrir los ojos. No se había ido, lo sabía, porque su colonia barata
seguía asaltándome la nariz. Nunca tuve un buen presentimiento
sobre él, así que por lo general mantuve mi distancia, y el
sentimiento era tan fuerte como siempre. Había algo en sus ojos que
me recordaba a una rata enferma. Siempre supuse que él era su líder.
Usé mis rodillas para empujarme hacia arriba por la pared,
manteniendo las correas de mi bolso agarradas en mis palmas, pero
él como una topadora cerró el espacio entre nosotros y se acercó a mi
cara.
—Podría olvidar ese mes. —Se encogió de hombros—. Si hicieras
algo por mí.
Incluso antes de que me dijera qué era ese algo, comencé a negar
con la cabeza. Yo sabía qué era ese algo, y no había manera en el
jodido infierno. No era la primera vez que insinuaba sexo a cambio
del alquiler, pero esta vez algo había cambiado. Se sentía más como
un depredador.
Sal. De. Aquí. Una voz gritó en mi cabeza. Vino de mis tripas.
—Vete a la mierda, Merv—le dije, y lo dije literalmente—.
Necesito dos minutos para recoger mis cosas y después me voy.
Negó con la cabeza.
—Me debes. ¿Quieres tus cosas? Primero tienes que hacer algo
por mí.
—Cuando el infierno se congele—susurré, esperando que el tono
bajo de mi voz ocultara el indicio de miedo—. Tendrías que matarme
primero.
Había saltado de casa en casa, de lugar en lugar, a lo largo de mi
vida, pero no había llegado al punto en que mi hambre y mi miedo
valieran más que mi cuerpo, mis fuerzas para seguir poniendo un
pie delante del otro en mis propios términos.
El cansancio podría haber llegado a mis huesos, pero pensar en él
me hizo encogerme hasta el punto en que el ácido quemó la parte
posterior de mi garganta. Preferiría recoger a un extraño de mala
muerte en un callejón oscuro que verlo a él a la luz del día. Tenía
cosas negras colgando del culo durante días, y no siempre se veía
como cabello oscuro allí.
—¡Volverás!—me gritó, apoyando un hombro fornido contra la
pared mientras yo arrastraba mi trasero para salir de allí. Se abrió
una puerta frente a

la mía y salieron dos personas—. ¡Y el costo aumentará cuando lo


hagas!
Dado que vivía en el tercer piso, a veces dejaba la ventana sin
cerrar. Llámame tontamente esperanzada o verdaderamente loca,
pero siempre deseé que un gato callejero se escabullera para poder
solucionar mi problema con las ratas. No podía permitirme nada
más, y lograr que alguien escuchara en esta ciudad (una queja contra
el propietario) era más difícil que convencer a una pared de ladrillos
para que se moviera sola.
Lo que era aún más loco que esperar un gato héroe, era conspirar
para recuperar mi diario y la planta de Merv, el espeluznante casero.
Me negaba a dejarle tener mis esperanzas, mis sueños, y mi planta.
Podría haber tocado fondo, pero estaría condenada si mis últimos
recuerdos fueran para él.
Me golpeé la frente con la palma de la mano. Una vez más, el tipo
del traje de esta mañana pareció revolver mis pensamientos, y todo
el sentido común pareció deslizarse por las grietas. Había dejado la
ventana abierta en caso de este exacto escenario. No poder pagar el
alquiler y ser desalojada.
En un día normal, hubiera tenido a Journey conmigo, pero Vera
siempre se quedaba en casa. Quiero decir, ¿quién lleva una planta?
En caso de que las cosas se pusieran turbias, dejé la ventana abierta a
propósito para poder sacarla del alféizar.
Con nada más que el tiempo de mi lado, esperé en el calor
extremo, demasiado lejos para ser vista, hasta que cayó la noche y
estaba segura de que Merv probablemente estaría viendo porno
durante el resto de la noche.
Después de asegurar mi mochila, subí la escalera de incendios lo
más silenciosamente posible.
Era vieja, y con cada paso, el óxido caía a la calle por mi peso. Me
latían los dedos de los pies y mi estómago se sentía como si hubiera
comido un sándwich ácido para el almuerzo. No importa lo que diga
la gente, no importa lo poco que comas, nunca te acostumbras a
sentir hambre. Había una gran diferencia entre un gruñido y un
rugido. O tal vez había una gran diferencia entre elegir no comer y
no poder hacerlo.
Tuve que parar a la mitad del segundo piso. Mi cabeza se mareó
y todo pareció salir nadando antes de volver a normalizarse. Levanté
la vista, recordando por qué tenía que hacer esto.
Journey. Vera. Mis cosas. Mías. Todo lo que quedaba de mí.
Una vez que llegué al tercer piso, a mi apartamento, me asomé y
no vi a nadie. Vera estaba en la cornisa y Journey estaba debajo. Eso
era correcto. Estaba tratando de ser artística hoy.
Tal vez pueda colarme y conseguir mis dos camisetas y un par de
pantalones cortos. Mi único par de chanclas. Incluso tenía una botella de
agua en la nevera. Realmente no mantenía las cosas frías sino
frescas. Eso me hará bien cuando esté arrastrándome por las calles calientes
esta noche. Quizá Merv ni siquiera sepa que pasé la noche. Eso me dará un
día más para tratar de hacer algún otro tipo de arreglo. Es demasiado tarde
para entrar en un refugio para pasar la noche. A mí tampoco me gustaba
quedarme allí. Siempre me sentía atrapada.
Mis ojos se entrecerraron cuando una de las ratas se tomó su
tiempo para caminar por el suelo. Sí, no tenían miedo. La mayoría de
ellas podían enfrentarse a un gato pequeño, pero tratar con ratas era
mejor que tratar con la humanidad.
Tomando una respiración profunda, levanté completamente la
ventana y entré, sintiéndome algo mareada. Nunca me sentí estable,
no desde que tenía diez años, pero “algo mareada” se había
convertido en mi normalidad.
Un dolor punzante me recorrió el cuero cabelludo hasta el cuello.
Mi cabello estaba atrapado en un agarre apretado y mi cabeza
echada hacia atrás en un ángulo incómodo.
—Sabía que volverías—dijo con sorna Merv en mi oído—. ¿Y qué
te dije? El costo va a ser mucho más alto. Vas a conocer a Big Merv
esta noche. Mari y Big Merv, sentados en esa cama, B-E-S-Á-N-D-O-
S-E. —Cantó la última parte infantilmente.
Mi corazón se aceleró, mis palmas hormiguearon y mi mente
trabajó horas extras. ¡El hijo de puta me había estado esperando! No
tenía nada en este asqueroso lugar con lo que siquiera defenderme.
Echó mi cabeza hacia atrás aún más, y lo miré por el rabillo del
ojo.
—No eres tan bonita, esa nariz, pero hay algo en ti... —Lamió un
rastro húmedo desde mi barbilla hasta mi oreja, y tuve que sofocar
las ganas de vomitar. Su saliva apestaba—. Tu cuerpo, sin embargo.
Me divertiré rompiéndolo.
Palabras. Siguieron volando a través de mis pensamientos.
Quería amenazarlo, decirle que si me tocaba lo mataría. Pero en el
momento, no tenían sentido, volaban porque no tenían peso.
Sin embargo, tenía razón en una cosa.
Mi cuerpo.
Iba a pelear, incluso si ésta era la última pelea que nosotros
tendríamos. Entonces comencé a pelear con él, sin importarme lo
que hiciera, pero haciéndolo de todos modos. Dimos la impresión de
que chocamos contra una pared, la cocina, y luego me golpeó la
cabeza contra otra pared, la más cercana a la ventana.
Me soltó por un segundo, respirando pesadamente (el imbécil
perezoso probablemente no podría ni siquiera subir un tramo de
escaleras sin resoplar), e hicimos una especie de baile de atacarnos y
esquivarnos uno al otro. Estaba empeñada en llegar a la puerta.
Gritar no ayudaría, pero era una oportunidad de dejarlo atrás. Lo
tenía allí, pero él me tenía aquí. Enjaulada como un animal.
Volvió a atacarme y traté de dar la vuelta, pero tropecé con mis
chanclas. Tan pronto como caí, me agarró por las piernas y me
empujó más lejos de la puerta. Resolló por la lucha, e hice un
comentario mordaz sobre que normalmente no tenía que pelear por
su comida. Las chicas del pasillo le pagaban con sexo todo el tiempo,
pero eran más como cadáveres después de las dosis de drogas.
Los mocos gotearon de su nariz. Sus mejillas estaban de un rojo
brillante. Sus palmas estaban calientes, quemando a través de mis
vaqueros, y su camiseta blanca estaba llena de apestoso e insalubre
sudor. Pude soltar una pierna y le di una patada. Golpeé su rodilla y
gimió. Los dedos de mis pies atravesaron completamente un zapato
por el impacto, pero pude levantarme y llegar a la puerta. Justo
cuando mi mano fue a girar la perilla, él me agarró por el pelo de
nuevo, tirándome hacia atrás.
Me dio la vuelta, loco de ira, y atravesó la pared con mi cabeza.
Antes de que pudiera recuperarme, me giró de nuevo y me abofeteó.
Él hizo contacto directo con mi nariz antes de entrar por mi ojo.
Apenas registré el dolor, solo que necesitaba salir de ahí.
Sabía que la muerte vendría por mí pronto, pero no así. No con
este imbécil destrozándome antes de que decidiera matarme, para
que las ratas me comieran. Probablemente las alimentaba así. Arañé
y pateé e hice ruidos que sonaron inhumanos, tratando de reunir la
energía para seguir luchando. Sabía que de afuera probablemente
sonaba como si estuviéramos teniendo sexo salvaje, porque él
también estaba haciendo ruidos desagradables.
De alguna manera llegamos a la ventana, y tuve la sensación de
que me iba a meter la cabeza por ella. Tal vez decidió que pelear
conmigo no valía la pena. Acabaría con mi vida y terminaría con eso.
—¡Está bien!—le grité, apenas reconociendo el sonido de mi voz.
Estaba lleno de arena, pero sonaba tan agotado—. ¡Está bien! Lo
haré. —Detuvo el movimiento, pero su agarre no disminuyó—.
Haré... haré lo que quieras que haga.
El apartamento estaba ardiendo, sin aire acondicionado, y la
única conciencia que tenía de mis heridas eran la comezón por el
sudor deslizándose en ellas. Su cálido aliento fluyó sobre mí, como el
calor de un millón de fuegos abrasando mi piel.
Lentamente, sin ninguna lucha, lo dejé girarme para enfrentarlo.
Soltó mis brazos, y cuando su boca se acercó a la mía, el sudor de su
cabello me salpicó la cara, estiré el brazo detrás de mí y agarré a Vera
del alféizar de la ventana.
Lo golpeé con tanta fuerza como pude, rompiendo su pequeña
maceta contra su cabeza. La cerámica se mantuvo unida contra su
sien hasta que moví la mano y los pedazos se desmoronaron en el
suelo. Fui vagamente consciente de la expresión de asombro en su
rostro antes de agarrar a Journey, un pedazo de la cerámica de
terracota y mis chanclas, y correr lo más rápido que pude hacia el
anonimato de las calles atestadas de personas.
Capítulo 4
Mariposa
Cuando salió el sol, le di a la camarera una pequeña propina en el
restaurante abierto toda la noche en el que me senté. Ella había sido
lo suficientemente amable como para dejarme pasar la noche,
llenando continuamente mi taza, para que no tuviera que dormir en
la calle. Incluso me trajo un trozo de tarta de manzana que sabía que
tenía más de dos semanas, pero como no había probado nada
durante un tiempo, fue lo mejor del mundo.
Tal vez ella sintió pena por mí porque estaba desfigurada. La
nariz ensangrentada, los ojos y los labios hinchados, pedazos de
pared clavados en mi cabello. Pronto me saldría un moretón en la
frente. Estaba dolorida al tacto e hinchada. A pesar de que solo
llamaría más la atención, me eché el pelo hacia atrás con el pasador
de mariposa en mi bolso para quitármelo de la cara.
Vera. Ella me había salvado la vida. El pensamiento hizo que mis
ojos se humedecieran, pero sorbí las emociones, negándome a dejar
caer una lágrima. Llorar no te lleva a ninguna parte. No ayuda en
nada.
Después de salir, metí mis zapatillas de tenis en mi bolso y me
puse mi par de chanclas. El tamaño de éstas era perfecto, pero no las
usaba a menudo porque, uno, no quería arruinarlas, y dos, me
causaban ampollas severas entre el dedo gordo y el segundo. Pero
protegían mis pies y me alegraba de tenerlas.
También me alegraba de tener a Journey de regreso. Pasé la
mayor parte de la noche escribiendo cosas entre las páginas. Incluso
hice un dibujo de Vera y su maceta para recordarla. El resto del
tiempo me puse con un libro de colorear para niños. Había algo
realmente relajante en colorear a todas esas princesas y darles vida.
Un tipo que caminaba por la calle me chocó y me empujó un paso
hacia atrás. Tenía los auriculares puestos y no estaba prestando
atención, pero el golpe me hizo sentir la pelea de anoche.
Iba a ser un día largo.
Como no tenía adónde ir, ni nadie a quien ver, dejé que mis pies
me llevaran en la dirección que quisieran ir. Tomé el ferry a Staten
Island y, después de caminar un poco, regresé. Unos cuantos
mercados/un paseo por Broadway/perderme entre la multitud de
Time Square; más tarde, estaba de vuelta en el restaurante de cinco
estrellas, Macchiavello's.
Hora de cena. Debía haber código de vestimenta, porque ninguna
persona vestía vaqueros. Ricos perfumes y finas colonias flotaban
calle abajo. De alguna manera enmascaró el hecho de que Nueva
York estaba hirviendo y los contenedores de basura se estaban
horneando. El sudor cubría mi piel y me sentía sucia. Con suerte, los
ricos aromas también enmascararían mi olor.
Esta vez no miré por la ventana, sino que mantuve la distancia.
Me apoyé contra la pared, viendo como las personas iban y venían.
Estaba muerta de aburrimiento, así que jugué con la idea de ir a la
biblioteca. A veces pasaba el rato allí y leía todo el día. Pero me
dolían los pies (en realidad, me dolía todo), y la idea de sentarme un
rato y colorear parecía más atractiva. Más tarde iría al refugio antes
de que se quedaran sin camas.
Después de sacar mis suministros, comencé a colorear una
imagen de una niña con una capa hablando con un malvado lobo.
Pasó un tiempo, porque el clima comenzó a sentirse un poco más
fresco. Dejando el color azul para frotarme un lugar que me picaba
en la nariz lesionada, miré hacia arriba.
Mis ojos se entrecerraron en el mismo escenario del día anterior.
Boca Grande se apresuraba a abrir la puerta del restaurante al tipo
del traje, pero en lugar de entrar, me observó. Levanté un ojo,
incapaz de abrir el otro.
Fue difícil apartar la mirada. Cuando me miró, me sentí atrapada,
acorralada, sin poder moverme ni un centímetro. Pero de una
manera extraña, no me molestó tanto como debería. Entonces me di
cuenta de que no me sentía juzgada por él porque me estuviera
juzgando, sino porque yo me estaba juzgando a mí misma en su
presencia, preguntándome cómo estaba a la altura.
Merv tenía razón. No era la cosa más bonita que adornaba la
tierra. Mi cabello era de un castaño apagado, mis ojos color avellana
(mi ADN no podía decidirse entre dorado, verde y marrón) y mi
nariz... bueno, un niño en el antiguo vecindario me dijo que tenía lo
que su madre llamaba una “ enorme schnozzola”. (NdT: Nariz
grande)
Jocelyn me había dicho que no me preocupara por lo que había
dicho el niño. Ella no sabía una mierda, al igual que su madre no
sabía si su padre era el camarero o su marido.
Jocelyn había dicho que tenía una nariz aguileña, o a veces la
gente la llamaba “nariz romana”. Era hermosa y se ajustaba a mi
cara, había dicho ella. Llegó a llamar a mi perfil “real. Incluso me
llevó a la biblioteca para mirar fotografías. Tenía que admitir que, en
comparación con algunos, tenía una buena nariz romana, una que
parecía adecuada para mi cara, pero aun así era diferente.
Al menos mi piel era clara. Bueno, cuando no estaba magullada.
¿Qué pensará el tipo del traje sobre mi nariz? Después de un
segundo, parpadeé, volviendo al momento. Inconscientemente,
había estado acariciando el puente de mi nariz, llamando la atención
sobre mis pensamientos.
¿Qué demonios estaba pasando conmigo? ¿Por qué siquiera
pensaría en ello, o mucho menos me importaría?
Sin embargo, todavía no aparté la mirada, y él tampoco. No hasta
que algo le hizo volverse para mirar. Un coche sin distintivos
circulaba por la calle. Parecía que se dirigía hacia el restaurante. Un
segundo después, el hombre del traje desapareció detrás de la puerta
con Boca Grande pisándole los talones. Entonces tuve la extraña
sensación de que tal vez el hombre del traje no quería irse, pero tuvo
que hacerlo.
¿Iba a hablar conmigo? Ni siquiera podía explicar por qué pensaba
eso.
Entonces comencé a reír. Me reí mientras empacaba mis cosas,
preparándome para ir al refugio. Era tan ridículo que viniera a
hablar conmigo. Probablemente me estaba evaluando, tratando de
averiguar si me iba a convertir en un problema. Si siquiera se
acordaba de mí. Tal vez estaba tratando de ubicarme.
Mis dedos se detuvieron cuando noté el pedazo de cerámica en el
fondo de mi bolso. Le di vueltas en la mano por un segundo,
admirando la mariposa que había dibujado. Quería mejorar el
espacio vital de Vera y dibujé algunas cosas en su maceta. La
mariposa era mi favorita. Siempre admiré las cosas que tenían que
luchar para encontrar la belleza en la vida.
Ojalá todos pudiéramos ser tan afortunados de encontrar nuestra
belleza, nuestra paz, nuestro propósito antes de dejar esta tierra.
La pieza aterrizó en el fondo de mi bolso de nuevo, y después de
cerrar la cremallera, me puse de pie, sacudiendo un poco de tierra de
mis manos en mis vaqueros.
Un hombre alto con otro traje de aspecto caro salió por la puerta
del restaurante y se dirigió directamente hacia el coche camuflado.
Dos detectives se bajaron y el hombre los recibió antes de que
llegaran a la puerta.
Podía escuchar fragmentos de la conversación, pero no mucho. El
hombre alto tenía un fuerte acento italiano. Parecía que les estaba
explicando a los detectives que el hombre al que habían pedido ver
no estaba allí y que, si tenían más preguntas, primero debían
ponerse en contacto con su abogado.
Por un minuto, pensé que tal vez habían llamado a la policía por
mí, pero el sentido común entró en acción. Dudaba que llamaran a
los detectives por alguien que se sentó contra el edificio y pintó la
mayor parte de la noche.
No queriendo quedar atrapada en ningún tipo de problema,
porque ya estaba en mi propio tipo de infierno, decidí irme.
—¡Oye!—gritó una voz de hombre detrás de mí—. ¡Oye, espera!
¡Tú con la mochila!
Me detuve, dándome la vuelta. Un tipo joven sorteaba el tráfico
peatonal para llegar a mí. Llevaba una bolsa de hielo en la mano.
Cuando estuvo cerca de mí, me la tendió y la tomé.
—El señor Mac quería que te diera eso. Y esto. —Buscó en su
bolsillo trasero y sacó una tarjeta de regalo—. Él dijo que entres
cuando quieras. Solo usa esa tarjeta.
Me tomó un momento encontrar mi voz.
—El señor Mac, ¿tu jefe? ¿El tipo que salió de ese coche? —Señalé
con la cabeza el coche caro. El joven asintió y continué—. ¿Siempre
reparte estas tarjetas a los necesitados? —La sostuve en alto.
El tipo me miró entrecerrando los ojos por un momento antes de
que sus rasgos se relajaran.
—No.
—¿Qué hay de las mujeres?
—No.
—¿Qué pasa con el otro tipo, el que sale corriendo a encontrarse
con el señor Mac? ¿Me dará algún problema?
—¿Bruno? —Su nariz se arrugó—. No. Lo que quiere el señor
Mac, el señor Mac lo consigue.
Asentí, él asintió y se apresuró a entrar. Me quedé allí por un
momento mirando la tarjeta. Si había algo que había aprendido a lo
largo de mi vida era que nunca nada era gratis. Todo tenía un precio.
No me importaba que el señor Mac me mirara, por la razón que
fuera, pero esto, por agradable que fuera, me hacía sentir como un
caso de caridad.
Sí, está bien, yo era un caso de caridad, pero por alguna razón,
viniendo de él, no podía soportarlo.
Tal vez porque deseaba estar en terreno firme con él. Deseaba,
por una vez en mi vida, ser una mujer que pudiera competir con su...
todo. Incluso si no fuera pobre, dudaba que él hubiera estado
interesado en mí. No con las modelos que iban y venían del
restaurante que poseía o frecuentaba. En todo caso, se fijó en mí
porque yo era pobre. No era ningún secreto cuando me mirabas.
Jocelyn me dijo una vez que una mujer nunca debería querer ser
tratada como igual a un hombre. Debería exigir que la trataran
mejor. Nuestras puertas deberían sostenerse, además de recibir el
mismo salario y oportunidades, ese tipo de cosas. Y también dijo
que, si un hombre te amara de verdad, te trataría como si no te
mereciera, pero diablos si otro hombre pudiera hacerlo mejor.
Mis sentimientos y pensamientos no estaban realmente alineados,
pero por alguna razón, uno alimentaba al otro. De todos modos, le di
la tarjeta de Macchiavello's a una mujer y su hija en el metro. La
madre tenía cáncer. Tenía un pañuelo envuelto alrededor de su
cabeza, sin cabello debajo y círculos oscuros debajo de los ojos. Tal
vez una buena cena las haría olvidar las cosas, aunque sea por un
corto período de tiempo.
Llegué demasiado tarde al refugio. Así que caminé por las calles
toda la noche, pensando en el hombre del traje, el señor Mac, y en
por qué había sido tan amable conmigo. Si no podía aceptar su
amabilidad, tal vez pensar en él alejaría cualquier mal hasta que la
luz del día iluminara la oscuridad.
Capítulo 5
Mariposa
—¡Mierda! Mari! ¿Qué diablos te pasó?
Keely me agarró y tiró de mí con tanta fuerza que hice una
mueca. Le encantaba dar abrazos, pero como había sido mi mejor
amiga desde que usábamos bragas de niñas, y la consideraba
familia, no me importaba.
Keely Ryan y su familia habían vivido junto a la mía en Staten
Island. Sus padres eran inmigrantes irlandeses/escoceses que tenían
siete bocas que alimentar. Keely tenía cuatro hermanos. Pero cuando
los niños tuvieron la edad suficiente para valerse por sí mismos, sus
padres decidieron regresar a Escocia. Keely y dos de sus hermanos
se quedaron en Nueva York. El resto siguieron a sus padres.
Seguimos unidas incluso después de que me pusieran en un
hogar de acogida a los diez.
Me soltó tan repentinamente que casi tropecé hacia atrás. Ella era
un torbellino. Su cabello era rojo fuego con innumerables
tirabuzones. Su piel era pálida con pecas. Tenía los ojos del azul más
puro y medía al menos un metro setenta y ocho. El volumen de su
cabello probablemente la acercaba al metro ochenta y dos.
—Llamé a Caspar y me contó lo que pasó. —Ella plantó las
manos en sus caderas—. Te he estado buscando por todas partes.
¿Por qué no viniste antes a verme? ¿Por qué te quedas ahí parada sin
responder a mis preguntas?
—Si me dieras un segundo lo haría—le dije, ajustando mi
mochila.
—¿Que le pasó a tu cara?
—Parece que Merv tuvo una diferencia de opinión, debido al
hecho de que mi cuerpo se negó a follarlo a cambio de la renta.
—¡Ese bastardo! ¿Él te hizo esto? —Extendió la mano y moví la
cara.
—Sí. —No me gustaba cómo me hacía sentir su amabilidad y no
quería que se preocupara. Querría que me quedara con ella, y
debido a que su compañera de cuarto era una perra certificada y
posiblemente una psicópata, no quería tener que rechazar su oferta.
Keely también luchaba para llegar a fin de mes. Llevaba años
intentando conseguir un papel importante en Broadway, pero aún
no lo había conseguido. Sonaba como un pájaro de jazz cuando
cantaba, y tenía el don irlandés para la teatralidad que la
acompañaba. Tomaba tantos trabajos como pudo para mantenerse.
Para mantenerse a flote, tenía que compartir el alquiler con
alguien. Sierra fue su tercera compañera de cuarto a lo largo de los
años, pero una en la que, hasta ahora, podía confiar. Pero yo no le
caía bien a Sierra. Accidentalmente había comido sus huevos un día
cuando Keely me dijo que podía servirme lo que quisiera del
refrigerador.
Sierra había entrado y me había atrapado. Sacó un cuchillo del
cajón de la cocina y lo acercó a mi cara. Ella amenazó con “cortar una
perra” si alguna vez me encontraba comiendo su reserva de comida
de nuevo. Keely y Sierra no compartían la comida y sus cosas
estaban prohibidas.
Traté de explicarle que fue un malentendido, pero Sierra no era
del tipo que se queda de brazos cruzados escuchando excusas. Se
negó a irse hasta que dijera las palabras mágicas.
—No volverá a suceder.
—Es mejor que no—había dicho ella. Levantó el cuchillo hacia mí
una vez más y luego salió de la cocina. Ella contaba sus cosas
regularmente y probablemente dos veces después de que me fui. Me
propuse mantenerme alejada de ella.
Había algo en esa chica que no me sentaba bien. Por eso nunca
vine a pasar la noche. Me preocupaba que me hiciera daño mientras
dormía. Nunca le dije a Keely porque ellas se llevaban bien. Sierra
me tenía aversión, y Keely la necesitaba para pagar su parte del
alquiler.
La madre de Keely me había advertido una vez sobre lo que les
sucede a dos personas que se ahogan. Uno siempre arrastra al otro
hacia debajo. Keely no necesitaba que la arrastrara hacia abajo, así
que siempre le restaba importancia a mi situación cuando me
preguntaba sobre mis cosas. Esta vez no pude. Ella había llamado y
se enteró de que me habían despedido.
Ella me había conseguido el trabajo en Home Run después de
haber renunciado para trabajar en otro lugar por más dinero.
También sabía acerca de Merv, ya que tuve que decírselo. Además,
Keely podía oler la mentira a un kilómetro de distancia, así que
podía restarle importancia, pero nunca decir una mentira completa.
Lo que significa…
—¿Has vuelto a la calle, Mari?
Parecía tan decepcionada de mí que me costó mucho evitar que
me temblaran los labios.
—Un poco—le dije.
—Un poco—repitió y suspiró. Abrió más la puerta y me dijo que
entrara.
—¿Sierra está aquí?—pregunté.
—Sí, se está preparando para salir.
Finalmente, algo va a mi favor por una vez.
—Ella no es tan mala, Mari—dijo Keely—. Todos tienen una
historia. Cualquiera que sea la suya, parece oscura. ¿Quién sabe por
lo que ha pasado para llegar a dónde está?
—¿Dónde está, exactamente?
Keely se rio un poco de eso.
—La última vez que lo comprobé, en el baño. —Su humor se
desvaneció tan pronto como me miró de nuevo—. Realmente te ves
como una mierda, hermana.
—¿Tienes algo nuevo que decirme, Kee?
—No, pero tengo algo de pan, mantequilla y queso. Siéntate. —
Señaló la diminuta mesa de la cocina—. Voy a prepararte algo de
comer y luego me dirás qué diablos está pasando.
—¿Quién lo compró?—pregunté mientras tomaba asiento—. ¿Tú
o Sierra?
Ella entrecerró los ojos.
—¿Importa? Si le pido prestado algo, siempre se lo devuelvo.
Negué con la cabeza.
—No me siento cómoda comiendo la comida de otras personas.
—Es mío—dijo ella—. Lo juro.
Odiaba cómo me escudriñaba, buscando la verdad, así que traté
de calmar sus sospechas.
—Sé que ella también lucha. No quiero tomar lo que no es mío.
Ni siquiera tengo tanta hambre. Comí pan antes. —Palmeé mi
mochila—. Caspar me dio un poco de dinero después de que me
despidió.
—Aun así, te estoy haciendo un sándwich de queso a la parrilla.
Y Mam envió un poco de pan de las sobras. Pruébalo. Está en la
bolsa sobre la encimera.
Mientras Keely preparaba nuestros sándwiches de queso a la
parrilla, fui honesta sobre lo que había sucedido. Bruno. Gaspar.
Merv. Lo único que dejé fuera, o a quién, fue al hombre del traje. Por
alguna razón, todavía no estaba lista para compartir eso. Pasé toda la
noche pensando en él y en su amabilidad, y no quería que ella
desmenuzara mis sentimientos. Por lo general, no tenía esos hacia
los hombres.
Sentimientos.
Tenía veintiún años y nunca había tenido una relación, seria o no.
No tenía tiempo para eso cuando todas mis horas las dedicaba a
sobrevivir. Era en lo que me había convertido. Simplemente la
Superviviente Mari. No tenía idea de cómo se sentía realmente vivir.
Además, era ridículo siquiera pensar en él, de esa manera. El
hombre probablemente era millonario y, para colmo, parecía un
modelo.
Keely deslizó un plato hacia mí, el olor abrumó mis sentidos por
un momento. Me froté las manos, lamiendo mis labios. Ella se rio y
miré hacia arriba antes de darle un mordisco.
Ella me sonrió, los rabillos de sus ojos se arrugaron. Entonces se
sentó a mi lado y me tomó de la mano.
—Lo siento mucho, Mari. —Ella apretó—. Desearía… —Cerró los
ojos por un momento, tomando una respiración profunda—.
Desearía... Dios, desearía que hubiese más que pudiese hacer.
Una lágrima se deslizó por su mejilla y me estremecí. Odiaba que
ella tomara mis problemas y los hiciera suyos. A Keely se le daba
bien resolver problemas, era lo que hacía por sus hermanos y me
negaba a hacerle lo mismo a ella.
Tenía sentido lo que su madre me había dicho.
Todos teníamos nuestros propios infiernos para sobrevivir.
Algunos de nosotros sentimos que nos estábamos ahogando. Otros
estaban en una habitación en llamas sin salida. Aunque sentía los
fuegos del infierno, Keely estaba cerca de ahogarse. Apenas
manteniendo la cabeza fuera del agua. Mis problemas solo la
derribarían.
—Keely—dije, dejando el sándwich. Apreté su mano—. Esto.
Solo que estés aquí, en mi vida, es más que suficiente. Eso vale más
que todo el oro del mundo.
—¡Ja! —Ladró una carcajada, pero no sonó divertida—. Cierto,
pero el dinero ayuda.
—Sí. —Sonreí—. Estoy segura de que lo haría.
—Tienes que llamar a la policía por Merv, Mari. Él no puede
salirse con la suya. ¡Podría... podría matarlo yo misma por ponerte
las manos encima!
Me levanté de la mesa, caminando hacia el fregadero. Saqué un
vaso del armario y lo llené con agua del grifo. Sierra no podría herir
a nadie.
—¿Te has visto, Mari? Necesitas hacer esto. Tienes que ponerlo
tras las rejas.
—¿Cuánto tiempo se quedará allí, Kee? No mucho. ¿Y cuando
salga? No necesito que algún animal me persiga. Tiene mi aroma.
Me cazará.
—No lo dejaré. Involucraré a los muchachos.
—¡No! —Me arrepentí de haberle gritado tan pronto como lo hice
—. No. —Bajé la voz—. No quiero gritarte, pero no.
Se acercó por detrás de mí y me abrazó los hombros.
—Lo sé, hermana—dijo ella—. Simplemente no puedo soportar la
idea de que se salga con la suya. Y si quieres, hablaré con Caspar. Él
tiene una debilidad por mí. Tal vez podamos recuperar tu trabajo.
Eligiendo cambiar de tema, di un paso hacia un lado y me di la
vuelta para mirarla.
—Quería decir esto cuando llegué aquí, pero no me diste la
oportunidad. Esto es serio ahora, Kee. ¿Qué diablos llevas puesto?
¿Y por qué?
Nos miramos la una a la otra por un momento, antes de que
ambas estalláramos en carcajadas. Llevaba algún tipo de disfraz.
Sabía que tenía algo que ver con su herencia. El vestido de terciopelo
verde era largo, tocaba el suelo y las mangas se ensanchaban. Su
cabello estaba domado debajo de una especie de cubierta para el
cabello, y una corona se sentaba encima.
Se rio un poco más y luego se secó los ojos.
—Tengo un trabajo en el norte del estado de Nueva York. Una
especie de Escocia, que tienen una feria de la época medieval, y
necesitaban una doncella anticuada para caminar y saludar a los
invitados. Lachlan casi caga un ladrillo cuando me vio. Me tomó una
foto y se la envió a todos.
Lachlan era uno de sus hermanos. Y lo haría. Si tuviera un
teléfono, no había duda de que también la habría recibido, La
mayoría de los hermanos de Keely tenían un gran sentido del
humor, todos menos su hermano Harrison. Su familia lo llamaba
Grumpy Indiana Jones 1a sus espaldas. Aunque no parecía gruñón.
Todos sus hermanos tenían cabello oscuro, ojos claros y piel dorada.
Keely era el fuego en su oscuridad. Jocelyn solía decir que algún día
los chicos Ryan serían agradables a la vista. Ella tenía razón.
—Apuesto a que tus padres están orgullosos. —Me sequé los
ojos.
—¡Mamá estaba alabando al Señor! Espera que encuentre un
hombre adecuado mientras estoy allí. Uno que pueda llevar a casa
conmigo.
Nuestras risas disminuyeron cuando llamaron a la puerta. Uno o
dos segundos después, Sierra salió de donde había estado en el
apartamento. Su cabello rubio platinado fluía por su espalda en
ondas perfectas. Su blusa era lo suficientemente larga para cubrir sus
pantalones cortos realmente cortos. Parecía que había estado
trabajando en su apariencia todo el día, cuando en realidad,
probablemente acababa de despertarse. Cualquier trabajo que
hiciera, lo hacía de noche.
Keely levantó las cejas y ambas nos quedamos calladas cuando
Sierra abrió la puerta principal. Había tenido una serie de novios
desde que vivía con Keely, pero el que llamaba a la puerta era el más
antiguo. Así que ambas nos sorprendimos cuando empezó a
maldecir.
Aparentemente, ella había roto con él. Un segundo después, su
voz todavía exigía saber por qué.
—¿Es por el hijo de puta rico del club? —Ella le cerró la puerta en la
cara. Su voz todavía era alta pero amortiguada cuando entró en la
cocina.
Sierra me dio una mirada de muerte cuando me vio. Sus cejas
eran mucho más oscuras que su cabello, lo que hacía que sus ojos
marrones fueran más intensos. Malvada. Tenía ojos malvados para
hacer juego con su malvada personalidad.
—¿Vas a algún lugar?—le preguntó a Keely, mirando el sándwich
que Keely me había hecho todavía sobre la mesa.
—Al trabajo—dijo Keely—. Volveré tarde.
—¿Tú, Mari? —Sierra levantó la barbilla en mi dirección.
Odiaba cómo decía mi nombre. En lugar de Mar-ii, como la
mayoría de la gente lo pronuncia, dijo, Marry. Excepto que ella lo
hizo sonar como Murry. A ella realmente no le importaba a dónde
iba, pero no confiaba en mí sola en su apartamento. Tal vez pensaba
que robaría algo ya que me comí uno de sus huevos.
—Yo…
—Mari va a pasar el día conmigo—me interrumpió Keely—. La
llevaré a la feria después de que se coma el sándwich que le preparé
y se duche.
—Yo también volveré tarde—dijo Sierra.
—¿Trabajo?—preguntó Keely.
—Sabes cómo es esto. Cosas que ver y personas que conocer. —
Ella sonrió—. No te preocupes por Armino. Pronto se cansará de
quejarse en la puerta. Cuando necesite un trago. Así que agradecería
que ninguna de las dos le respondiera.
Keely asintió.
—No te preocupes. No contestaré y Mari tampoco.
Sierra le dio una última y más larga mirada al sándwich en la
mesa y lentamente salió de la cocina. Me di cuenta de que quería
contar sus rebanadas de queso antes de hacerlo, pero en cambio,
cerró la puerta de su habitación unos

segundos después.
Harrison nos recogió. Keely no me dijo que vendría. No es que
normalmente me importara, él siempre fue muy dulce conmigo.
Aprecié la idea, pero odiaba rechazarlo cuando intentaba darme
regalos. Había ido a la facultad de derecho, pero debido a la
economía y otros factores, estaba en la misma situación que Keely:
apenas a flote.
Sin embargo, Keely me dijo de camino al coche que recientemente
había conseguido un buen trabajo y que le estaba yendo mejor. El
coche deportivo antiguo que conducía así lo atestiguaba.
Fue amable durante el viaje, pero seguí sorprendiéndolo
mirándome a la cara. Apretó la mandíbula y las manos alrededor del
volante. Keely debió haberle advertido con anticipación que no
hiciera un gran problema al respecto.
Una vez que llegamos a la feria, y me negué a que me comprara
comida y cosas, metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros,
negándose a mirarme. Después de que Keely me preguntó si quería
ayudar en un stand que tenía una persona menos, se fue sin siquiera
decir que nos vería más tarde.
Trabajar en la feria me dio algo de dinero extra, y la comida del
día estaba incluida. El único inconveniente fue que tuve que usar
una especie de atuendo medieval. Cuando Harrison finalmente
regresó y me vio, sonrió. Me tomó una foto para enviársela a sus
hermanos, estaba segura. Se reirían mucho a mi costa.
El viaje de regreso fue tranquilo. Gracias a Dios. Mis nervios
estaban al límite. El día trajo un alivio temporal a todos mis
problemas, pero cuanto más nos acercábamos a la ciudad, más temor
se cernía sobre mi cabeza. Nunca fui de las que seguían pensando,
¿Qué voy a hacer? Solo lo hacía, incluso si mis opciones estaban
esparcidas en el viento.
Esta vez, sin embargo, sentía que la vida me había vencido
brutalmente. No tenía más dinero que unos míseros dólares en el
bolso, y no tenía comida excepto una barra de pan. Sin trabajo. Sin
perspectivas. Sin hogar, y posiblemente, un hombre enloquecido con
cerámica de terracota sobresaliendo de su sien, me estaba buscando.
Suspiré largo y fuerte cuando Harrison se detuvo en la casa de
Keely.
—Voy a entrar por un segundo—dijo Harrison, apagando el
coche—. Dame un minuto.
Keely lo miró fijamente, pero salió, esperando a que yo saliera
antes de caminar hacia la puerta. Respiré aliviada cuando me di
cuenta de que Sierra no estaba en casa. Debió haberse ido a toda
prisa, porque la puerta de su habitación estaba entreabierta. Tal vez
ella hacía eso cuando solo estaban ella y Keely, pero cada vez que
venía, siempre estaba cerrada.
—Me voy a quitar esta ropa—dijo Keely, yendo a su habitación
—. ¡Ni siquiera pienses en irte, Mari!—gritó por encima del hombro
—. Necesitamos trabajar en un plan. Necesitamos arreglar tu mierda
antes de que desaparezcas. Si lo haces y no estoy bromeando, te daré
caza.
Tomé asiento en su sofá de segunda mano, hundiéndome en su
comodidad. Levanté los pies, sucios de caminar por la polvorienta
feria, y noté manchas de sangre entre los dedos. Habían ardido como
el infierno antes cuando tomé una ducha, los cortes en mi cara
también. Pensé en sacar la compresa fría de mi bolso y meterla en el
congelador, pero estaba demasiado cansada para levantarme.
—¿Mari?
—¿Mmm? —Miré hacia arriba para encontrar a Harrison de pie
en la puerta, observándome. Tenía un regalo envuelto en su mano.
—Tu cumpleaños—dijo—. Sé que llegará pronto.
Casi gemí. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Por qué! ¿Por qué tenía que ser
tan amable cuando en realidad, él no lo era? Había una razón por la
que sus hermanos lo llamaban Grumpy Indiana Jones. No era
agradable, pero a su manera, era amable conmigo, aunque sabía que
los regalos me hacían sentir incómoda. Y mi cumpleaños no era
hasta octubre. Estábamos a principios de abril.
Nunca aceptaba nada de nadie, a menos que pagara o trabajara
por ello. Sin excepciones. Además, su madre, Catriona, le explotaría
p p p
una vena importante si supiera cómo él siempre intentaba
comprarme cosas. La mujer no me odiaba, pero tampoco le gustaba.
La única razón por la que hizo un esfuerzo por encontrarme después
de que me pusieran en un hogar de acogida fue porque Keely se
negaba a comer a menos que ella lo hiciera. Después de la tercera
vez que se desmayó, Catriona hizo el esfuerzo y me encontró.
—¿Por qué siempre tienes esa mirada en tu rostro cuando trato
de hacer cosas buenas por ti, Strings?
Harrison me había dado el apodo de Strings cuando éramos
niños.
—Harrison… —Me mordí el labio, sintiendo que se partía de
nuevo—. Te lo he dicho antes. Simplemente no me gustan los
regalos.
—Dame el gusto. Puedes donarlo después de abrirlo.
Jódeme. Me froté la sien por un minuto y luego, mirándolo a los
ojos de nuevo, asentí. Para hacer la situación aún más incómoda, se
sentó a mi lado, observándome mientras lo abría. Lo sostuve, sin
saber qué más hacer.
—¿Me compraste un teléfono?
—Sí. Así podrás mantenerte en contacto con Keely. O... quien sea.
Le dije a Kee que no diría nada, pero no puedo quedarme callado.
Ese cabrón tendrá su día después de lo que te hizo.
Sus ojos eran difíciles de mirar, así que miré el teléfono. Era la
primera vez en mucho tiempo que me costaba resistirme a la
amabilidad. Me dio esto por su preocupación. Aun así. Mi regla valía
más que su consideración.
—No tenías que hacer esto—dije en voz baja. Entonces recogí el
bolso, busqué y le di dos dólares—. Por el teléfono. No puedo
aceptarlo a menos que aceptes el dinero.
Él odiaba aceptarlos, pero lo hizo. Deslizó los dos dólares en su
bolsillo.
—¿Qué fue lo que hiciste?
Me sobresalté, sin darme cuenta de que Keely había regresado a
la habitación. Me enderecé, casi sintiendo como si nos hubieran
descubierto haciendo algo malo. Harrison se levantó del sofá,
metiendo las manos en los bolsillos.
—Nada, Kee—dijo él—. Le di un regalo a Mari por su
cumpleaños, más o menos.
—Su cumpleaños no es hasta octubre—dijo, señalando lo obvio.
Él se encogió de hombros.
—Odio llegar tarde.
Abrió la boca para responder, pero un fuerte golpe sonó en la
puerta. Miré a Keely, Harrison me miró a mí y Keely miró hacia la
puerta.
—¿Esperando a alguien?—preguntó Harrison.
Keely negó con la cabeza.
—No, Sierra dijo que llegaría tarde a casa.
—Yo atenderé—dijo él.
Me paré, de pie junto a Keely, mientras escuchábamos a Harrison
hablar con alguien al otro lado de la puerta. Un minuto después,
entró, seguido de dos hombres de traje. Eran los mismos dos
detectives de Macchiavello.
—Keely—dijo Harrison—. Éste es el detective Sco Stone y el
detective Paul Marine i.
El más joven de los dos, el detective Stone, se acercó primero y le
tendió la mano. El hombre mayor la saludo en segundo lugar.
—Señorita Ryan—dijo el detective Stone, con una mirada seria en
el rostro—. Lamento tener que informarle que su compañera de
cuarto, Sierra Andruzzi, fue encontrada muerta. Hemos estado
tratando de comunicarnos con usted, pero esta es la primera vez que
hemos podido.
Keely se tambaleó hacia atrás, claramente en estado de shock.
Tomó asiento en el sofá después de que Harrison y yo la ayudamos a
sentarse.
—Ella... —Keely negó con la cabeza—. Me dijo que no volvería
hasta más tarde. Su ex novio. Armino. Estuvo en nuestra puerta
antes. Enojado. Ella rompió con él. ¿Él…
—Por lo que hemos reconstruido, la señorita Andruzzi fue a la
tienda antes, y fue entonces cuando fue asaltada y luego asesinada.
Parece que se dirigía de regreso aquí. Ahora mismo, no podemos
decir con certeza. Por eso estamos aquí. Para la línea de tiempo.
—Yo… quiero decir…—luchó Keely con las palabras.
—Odiamos pedirle que haga esto, señorita. Ryan, pero ¿le
importaría venir con nosotros para identificar el cuerpo? No
podemos encontrar un pariente más cercano de la señorita
Andruzzi.
—No—dijo Keely—. Era una niña adoptiva.
—Mi hermana no…
—No—dijo Keely, interrumpiendo a Harrison—. Lo haré. Es lo
menos que puedo hacer por ella. —Estaba visiblemente
recomponiéndose, usando una reserva de fuerza para ponerse de pie
—. Dejadme tomar mis cosas.
El detective Stone sacó una tarjeta de presentación y escribió en el
reverso la dirección del lugar donde se encontraba el cuerpo de
Sierra. Se la entregó a Harrison, quien le dijo que estarían allí en
breve. Me quedé en medio de la habitación, sin saber qué hacer. No
me gustaba Sierra, pero nadie merecía ser asesinado.
Mierda. ¿Fue Armino?
Antes de irse, el detective Stone nos advirtió que Armino podría
estar al acecho. El apellido de Armino era Scarpone. No necesita
decir nada más. Eran una de las familias criminales más crueles que
existían.
—¿Mari?
Me giré al escuchar la voz de Harrison. Keely se paró a su lado.
—Ven con nosotros.
—No—dije—. Preferiría que no.
—No puedes desaparecer—dijo Keely, y la súplica en su voz me
golpeó directamente en el centro de mi corazón—. Necesito saber
dónde estás. Después de lo que te pasó... y ahora esta noche. —Ella
sorbió por la nariz, aunque no estaba llorando. Luego se precipitó
hacia mí, casi sacándome el aire de los pulmones.
—¿Me puedo quedar aquí?—le dije, apenas capaz de respirar. No
era buena con el afecto, pero no estaba segura de cómo alejarme de
su abrazo sin hacer un trato.
—El tipo de Sierra. —Harrison negó con la cabeza—. Puede que
no sea…
—Él no va a volver aquí. —Di un paso atrás—. Probablemente se
haya ido hace mucho tiempo.
Keely me soltó por completo, asintiendo.
—Sí, probablemente se haya ido. Solo asegúrate de cerrar las
puertas.
—Lo haré—le dije.
—Usa el móvil—Harrison asintió hacia el sofá —para llamarme si
necesitas algo. Mi número está programado.
Después de que se fueron, coloqué las cerraduras, las revisé dos
veces y luego

empujé el viejo escritorio de Keely contra la puerta.


La puerta de la habitación de Sierra todavía estaba entreabierta.
No había ninguna razón por la que no debería estarlo, pero aun así,
se sentía extraño pensar que nunca volvería a cerrarla.
¿A dónde había ido? ¿Qué había ido a hacer? Había ido a
comprar algo, es lo que había dicho el detective.
Sabía que probablemente era lo incorrecto, pero parecía que no
podía evitarlo. Al abrir la puerta por completo, me sorprendió ver
que su habitación estaba impecable. Su cama estaba hecha. No había
ropa en el suelo. Y todavía olía a ella. Como si tal vez se hubiera
rociado un poco de perfume antes de irse.
Lo único extraño, en comparación con el resto del lugar, eran las
cosas que había dejado sobre su cama: un elegante vestido negro,
una tarjeta dorada con algo escrito y algunas cajas doradas. Los
zapatos a juego con el vestido estaban en el suelo.
Entré y me detuve. Esperé. Y esperé. Esperaba que saltara hacia
mí y gritara:
—¡Te voy a cortar, perra, por estar aquí! —El susto nunca llegó, pero
todavía estaba nerviosa. La piel de gallina subió por mis brazos.
Sin embargo, el miedo no fue suficiente para evitar que mirara a
mi alrededor. Los muertos no eran a los que había que temer. Era a
los vivos.
El vestido negro era elegante. La parte superior me recordó a las
alas, mientras que el resto parecía ajustarse al cuerpo. La tela se
sentía cara. Tomé la tarjeta de al lado del vestido. Parecía una
invitación. Tenía una fecha (hoy), una hora (23:11) y un lugar (The
Club, Nueva York, Nueva York) en letras negras de aspecto majestuoso.
Se destacaba contra el dorado. Al pie, en letra más pequeña, decía
que no se permitiría el ingreso sin la tarjeta.
Interesante.
De camino a la feria, Keely había mencionado que Sierra estaba
entusiasmada con una nueva perspectiva laboral. Sierra le había
dicho a Keely que, si conseguía el trabajo, se mudaría y podría pagar
más de lo que había estado haciendo.
Que todos sus problemas se resolverán para siempre, había dicho
Keely.
Me preguntaba si iba a ser una prostituta de lujo. Sin embargo, no
expresé el pensamiento en voz alta porque no querría asumir algo
así, pero no podía imaginar qué más podía hacer ella para resolver
todos sus problemas para siempre. Era una niña adoptiva como yo.
Las cajas doradas estaban llenas de perfumes de Brasil. Los abrí,
oliéndolos. La vainilla y el caramelo se destacaron de inmediato, y
pude percibir toques de pistacho, almendra, pétalos de jazmín y
sándalo después de leer la descripción en la caja. Inhalé de nuevo,
casi intoxicada por el exótico olor. Estaba muy lejos del olor salado
que normalmente me perseguía. Abrí la crema, frotando un poco en
mi brazo. Olía incluso mejor en la piel. Sierra incluso tenía el gel de
baño a juego.
Tomando asiento en su cama, dejé la loción y recogí la invitación
de nuevo, haciéndola girar entre mis dedos. Los zapatos estaban al
lado de mis pies descalzos. Los pies de Sierra eran un tamaño o dos
más grandes que los míos.
Qué apropiado, pensé, o demasiado grande o demasiado pequeño.
Nunca nada me quedaba bien.
Porque no puedes permitirte nada hecho para ti.
Entonces un montón de voces parecieron venir hacia mí a la vez:
Aprovecha la oportunidad Mari. Tienes el vestido. Los zapatos, aunque
sean demasiado grandes. Perfume. La invitación. Sierra no puede hacerlo.
Pero. Tú. Puedes.
Incluso la princesa que coloreas en los libros tenía un hada madrina.
Esta es tu oportunidad de tener una.
No tienes adónde ir, ni dinero, ni nada.
Esta podría ser su última oportunidad.
Las cosas están mal.
Muy mal.
Sería bueno tener un par de zapatos que me queden bien. Un teléfono
que pueda pagar por mi cuenta. Pan y queso. Un lugar cálido para dormir
cuando hace frío y un lugar fresco cuando hace calor. Sin ratas. Sin Merv.
Seguridad.
El otro lado del cristal.
¿Qué pasa si eso significa comerciar con tu cuerpo?
¿Podrías hacer algo así con una cara como la tuya?
Vale la pena intentarlo para sobrevivir. Vivir. Esta podría ser su última
oportunidad, una oportunidad única en la vida para resolver todos tus
problemas. Para siempre.
¿Puedes cambiar lo que es únicamente tuyo y de nadie más por bienes
mundanos?
No será ofrecido por amabilidad. Será un negocio. Trabajaré por ello.
¿Era la protección de mi cuerpo, mi honor, más valioso que las
cosas que solo el dinero puede comprar?
Me tomó solo un segundo responder.
Ya no.
Hice mi elección.
Vivir.
Tomé el gel de baño y me dirigí al baño, preparada para lucir lo
más tentadora posible.
Capítulo 6
Mariposa
Los tacones resbalaron cómicamente cuando yo salí del taxi y
pisé la acera. Había usado lo último de mi dinero, derrochándolo en
un taxi. En Nueva York, un taxi era el equivalente a un carruaje
mágico.
A pesar de que el taxista tomó mi dinero y su taxímetro corría,
observó con humor en sus ojos mientras trataba de caminar desde su
coche hasta el frente del edificio. No estaba lejos, pero lo suficiente
cuando mis zapatos resbalaban constantemente porque mis pies
eran demasiado pequeños. No estaba segura de qué era peor.
Zapatos que hacían que mis dedos se enroscaran o zapatos que me
hacían caminar como un pato.
Además, nunca había usado tacones en mi vida. Agrega eso a dos
tamaños demasiado grandes, y ¿qué tienes? Un desastre natural en
las piernas.
Esperaba que quienquiera que fuera a mirarme esta noche, si ese
fuera el caso, no revisara las plantas de mis pies. Me había quitado
los tacones mientras caminaba hacia el taxi, y mis almohadillas
estaban manchadas de negro.
Un silbido detrás me hizo girar para mirar. Pasaron dos tipos
vestidos con ropa bonita, sonriéndome.
—Hola, Hermosa—dijo uno de ellos, y me guiñó un ojo—.
Hueles tan bien como el cielo. ¿Quieres intentar ser mi pecado esta
noche?
Miré hacia atrás para asegurarme de que era yo con quien estaba
hablando. Lo era. El calor subió por mis mejillas y me giré, tratando
de ocultar mi sonrisa. Era la primera vez que sonreía en mucho
tiempo. Y no porque me llamaran hermosa o incluso intentaran
coquetear. Era porque dijo que olía bien.
El calor del exterior hacía que el perfume de la caja dorada fuera
aún más fuerte, pero no demasiado agobiante. Hacía que mi cabeza
flotara en las nubes. Quería bañarme en el gel de baño dos veces al
día y untarme la crema mañana, tarde y noche.
—¡Amigo!—dijo el otro tipo, empujándolo—. ¿Qué tipo de frase
para conquistar fue esa? Horrible. Tenemos que trabajar en tus
habilidades.
Tan pronto como los dos tipos pasaron, recordé por qué estaba
aquí y mis nervios me atacaron de nuevo. Con manos temblorosas,
saqué la invitación dorada de mi mochila. La tarjeta brillaba con el
resplandor de las luces de The Club.
The Club era enorme y parecía exclusivo. Unas cuantas personas
hermosas pudieron entrar directamente, pero otras no tuvieron tanta
suerte. La cola rodeaba el edificio, gente normal como yo esperando
su turno en el elegante club nocturno. La música sonaba desde el
interior, resonando con el bajo, y de vez en cuando podía oler el
alcohol en la brisa ligera.
Respiré hondo, puse la tarjeta debajo de mi brazo y saqué el
teléfono que Harrison me había dejado comprar por dos dólares. Le
envié un mensaje de texto a Kee. Harrison había programado su
número y el de él en el teléfono.
Yo: ¿Cómo te va?
Un segundo después, el teléfono se encendió.
Kee: ¿Quién eres?
Yo: Yo.
Kee: ¿Yo quién?
Me di cuenta de mi error.
Yo: Mari
Kee: Me alegro de que ahora tengas un teléfono. Y las cosas van
como se esperaba. No puedo dejar de ver, ¿tú sabes? ¿Cómo estás?
¿Qué estás haciendo?
Yo: Voy a salir un rato
Kee: ¿…?
Yo: No te preocupes. No llegaré a casa demasiado tarde, mamá. Si
lo haré, me mantendré en contacto.
Pasaron unos segundos y ella no había respondido. Entonces el
teléfono sonó en mi mano y salté un poco, sin esperarlo.
Kee: Descubrí por qué Grumpy Indiana Jones está tan enojado todo
el tiempo.
Antes de que pudiera escribir de nuevo, su respuesta llegó a la
velocidad del rayo.
Kee: Está enamorado de ti.
El teléfono se me cayó de las manos. Resonó contra el hormigón y
me apresuré a recogerlo. Kee ya había enviado otro mensaje de texto
antes de que pudiera responder.
Kee: No tienes que responder. Después de esta noche, me doy
cuenta de lo corta que puede ser la vida. Nada te hace tan consciente
de eso como esto. Así que debo hablar en su nombre. Es demasiado
terco para admitirlo, pero después de que te dio el teléfono, lo supe.
Algunas personas no pueden decir las palabras. Otras personas
tienen que hacerlo. Hacen cosas como darte un teléfono para
asegurarse de que estés bien. El amor no se expresa solo en un
idioma, habla en más que solo palabras.
Otro sonido de mi teléfono llegó un segundo después.
Kee: Te amo, hermana. Cuídate. Besos y abrazos.
Yo: Te amo, Kee Kee. Besos y abrazos.
No tuve tiempo de considerar lo que me había dicho. Eran las
once y la invitación decía a las 23:11. Ser puntual.
No tenía idea si tenía que pararme en la fila de kilómetros de
largo o hacer otra cosa. Estaba jodidamente perdida. Al ver a un
hombre que abrió una puerta a un lado, caminé como pato hacia él,
temerosa de que mis rodillas cedieran y me cayera.
Ni todos los caballos del rey ni todos los hombres del rey pudieron volver
a armar a Mari...
—¿Necesitas ayuda?—dijo el descomunal tipo cuando me
acerqué. Claramente era italiano. Tenía un fuerte acento.
No estaba segura de qué decir, y no queriendo decir algo
incorrecto, le mostré la tarjeta. Sus cejas se elevaron cuando se dio
cuenta de lo que sostenía. Habló por el auricular que llevaba puesto,
las palabras en rápido italiano. Después, sin decir una palabra, me
tomó del brazo y me empujó hacia un costado del edificio.
Disminuyó la velocidad cuando se dio cuenta de lo difícil que estaba
siendo para mí seguirle el ritmo. Necesitaba que diera pasos de bebé.
Finalmente, llegamos a una entrada lateral. Era privada. Dos
italianos más estaban en la puerta. Al menos eso supuse. Todos
hablaban el mismo idioma. Entonces uno de ellos me pidió la tarjeta
en inglés.
Se la entregué. La escaneó con los ojos antes de usar algún tipo de
artilugio para escanear la tarjeta. Sonó un segundo después y él
asintió.
—Señorita Andruzzi, identificación. Y también necesito revisar su
bolso.
Él era todo profesional. Y comencé a sudar. Tenía la esperanza de
que la tarjeta fuera todo lo que necesitara, pero por si acaso, tomé el
documento de identidad de Sierra de su tocador. No nos parecíamos
en nada, pero uno de los niños adoptivos con los que viví una vez
me había dicho que los gorilas nunca miraban la foto, solo la fecha.
Pero de alguna manera sabía que algo... diferente estaba pasando
aquí. Si me atrapaban, estaba en un verdadero problema.
No tenía dinero, cero, y nada más en lo que poner mis
esperanzas. Supuse que esto sería una posibilidad remota, pero al
menos esperaba atravesar la puerta antes de quedar enterrada un
poco más profundo.
Tomando una respiración profunda, busqué en mi bolso y le
entregué la identificación. Si me rechazaba, no había razón para
revisar mi bolso.
Estudió la foto, enfocó una luz en mi rostro y estudió la foto una
vez más. Un segundo después, habló en su auricular, nuevamente en
un idioma que yo desconocía.
Entonces, sin siquiera reconocer mi voz, levanté una mano hacia
un hombre que había pasado rápidamente por la seguridad sin
siquiera detenerse.
—Guido—le dije al hombre de la puerta—. Puedes preguntarle a
Guido… Fausti—probé con su apellido, pero sonaba como si
estuviera juntando dos diferentes en caso de que su apellido no
fuera, de hecho, Fausti—. Pídele que me identifique, si no me crees.
Guido era el italiano con Scarle Fausti en Home Run. Se había
presentado en The Club, y todos parecieron apartarse de su camino.
Estaba claro que tenía influencia.
Los Fausti. Eran básicamente la realeza italiana, entre otras cosas.
¿En qué diablos me metí?
El tipo con el documento de identidad de Sierra se detuvo por un
momento. Tal vez estaba escuchando su auricular, pero me miró
todo el tiempo. Luego asintió una vez.
—Estás bien. Ahora su bolso, señorita Andruzzi. —Extendió su
gran mano.
Solté un suspiro que no me había dado cuenta que había estado
conteniendo y se lo entregué. Lo llevó dentro y me mordí el labio,
esperando que no se estropeara de nuevo. Había usado el maquillaje
de Sierra para cubrir los moretones lo mejor que pude. No tenía
experiencia en la aplicación de maquillaje, por lo que los resultados
fueron... dudosos. Había pensado en ello como colorear en uno de
mis libros, haciendo que la princesa fuera más atractiva con el color.
El otro guardia me miró, pero volvió la mirada en otra dirección
cuando el otro tipo que tenía mi bolso volvió a salir.
—¿Dónde están mis cosas?—dije con tono mordaz.
En su lugar me entregó un ticket.
g g
—Registrada. Todos los bolsos se quedan con nosotros hasta que
se vaya.
—Pura mierda. —Me sentía territorial con mi bolso. Era todo lo
que tenía. Todo lo que poseía estaba ahí.
Entrecerró los ojos.
—¿Ha leído las reglas?
Pregunta capciosa, me di cuenta.
—Sí—dije. Probé la honestidad—. Lo hice. Es... es todo lo que
tengo.
No tuvo ninguna reacción. Se hizo a un lado y extendió el brazo.
—Entra.
Otro guardia me recibió en la puerta. Me dijo que lo siguiera. Lo
primero que noté fue el olor en el aire. Chocolate. Parecía provenir
de... las velas. Iluminaban de un extremo a otro del pasillo, y el dulce
aroma parecía provenir de ellas.
Al final del pasillo, tomamos las escaleras a un segundo nivel. Si
tuviera que adivinar, The Club era un antiguo almacén que había
sido remodelado en el espacio en el que se había convertido.
Opulencia. La palabra vino justo después del chocolate. The Club
pretendía jugar con todos los sentidos.
Un reluciente y cristalino vidrio se extendía por todo el segundo
nivel, y podía ver de un extremo al otro del club. Abajo, cientos de
personas bailaban y se mezclaban. Arriba, las personas solo se
mezclaban. Hombres y mujeres ataviados con finos atuendos
circulaban por el salón. Algunos descansaban en sofás o sillones de
terciopelo azul oscuro, con una bebida en la mano y una sonrisa en
sus rostros. Toques de cristal y oro realzaban la textura rugosa del
terciopelo. La luz de las velas suavizaba la atmósfera con un cálido
resplandor. Todo brillaba.
Esta tenía que ser el área VIP, donde toda la gente guapa pasaba
el rato. Estas personas estaban un paso por encima de la belleza.
Tan pronto como mis pies tocaron el suelo, reconocí a dos actrices
muy populares, dos actores, tres cantantes, un par de jugadores de
béisbol famosos y algunos hombres de negocios de gran poder que
había visto en la televisión en Home Run. Daban sus opiniones sobre
acciones y cosas por el estilo. Una cosa que noté que todos tenían en
común, además de ser lo suficientemente famosos como para
reconocerlos, era que todos eran jóvenes. Si tuviera que adivinar,
todos tenían alrededor de mi edad, entre principios y mediados de
los veinte.
Excepto un hombre.
Se destacaba por su edad. Debía de tener sesenta y tantos años
como mínimo, aunque su tez aceitunada parecía ocultar su
verdadera edad. Llevaba un traje antiguo con tirantes y bonitos
zapatos. Se sentaba en un rincón con una bebida en la mano,
observando, casi estudiando.
—Señorita Andruzzi. —El guardia que me había hecho entrar
capturó mi atención usando el apellido de Sierra—. Póngase
cómoda. —Señaló una habitación que era difícil de ver a través de la
multitud—. Alimentos y refrescos se pueden encontrar allí. Si desea
una bebida, hay camareros caminando que pueden tomar su pedido.
Cualquier cosa que desee, no dude en preguntar. — Hizo una pausa
por un segundo—. No se preocupe por su bolso. Si pierde su ticket
para reclamarlo, solo recuerde que su número es el once.
Entonces me dejó.
Once. Mi número. Jódeme. ¿Eso significaba que cuando llamaran a
mi número era hora de… ¿qué? ¿Follar a alguien en esta habitación?
Mi estómago dio un vuelco y el ácido mordió la parte posterior de
mi garganta. Necesitaba un trago.
Lentamente me dirigí hacia la habitación que ofrecía comida y
refrescos. Por suerte, no estaba tan llena como el resto del lugar. En su
mayoría estaba llena de mujeres que se demoraban en las diferentes
estaciones de comida. Langosta. Camarón. Caviar. Variedades de
ricas y cremosas sopas. Una estación con carne que un hombre
trinchaba con un cuchillo. Cientos de postres y chocolates. Café. Té.
Si deseabas algo, este lugar parecía tenerlo todo.
Me di una palmada en la frente con suficiente impulso como para
que sonara un ruidoso ¡paf! Entonces tomé una bocanada de aire,
recordando que tenía un moretón allí.
¡Mierda!
Hace un tiempo, Keely me invitó un domingo, un día libre raro
para ella, y me hizo ver una película. Se trataba de una niña que
cambia de lugar con su hermana menor para que la niña no tuviese
que convertirse en un sacrificio humano. La niña tuvo que luchar
para sobrevivir mientras todo el país observaba. Había comentado
que no era diferente a sobrevivir en Nueva York, pero la idea me
golpeó de repente.
¿Y si esto fuera una especie de juego enfermizo?
Quienquiera que fuera el anfitrión, no se privó de nada, en
cuanto al dinero. Ni siquiera podía imaginar la cantidad de dinero
que se necesitaría para organizar una fiesta de esta magnitud. Y
después de que comer y beber hasta saciarnos, ¿qué? ¿Tendríamos
que luchar por las cosas importantes en el enorme cuerno de la
abundancia para ayudar a ganar nuestra supervivencia?
Eso fue por la avenida de Keely. Ella era una maestra con el arco
y la flecha. Mi hermana de un padre y una madre completamente
diferentes, era increíble.
¿Yo? Ni siquiera tenía mi miserable pieza de cerámica para
defenderme.
Acepté un vaso de líquido ámbar y lo bebí mientras estudiaba a
las mujeres en la habitación. Ninguna hablaba entre sí. Miradas.
Sonrisas educadas. Pero a veces, cuando una u otra no prestaban
atención, los ojos se demoraban. Juzgando. Preguntándose quién
estaba mejor vestida. Todas las mujeres estaban vestidas para esto.
Nosotras, es decir, las chicas de la habitación y yo, parecíamos
pertenecer aquí.
Sin embargo, faltaba algo. No pertenecíamos aquí. No en un día
normal.
Era la vibra. Ninguna de las personas fuera de esta habitación se
aventuró a entrar aquí. Por supuesto que no. Si no te mueres de hambre,
no estas preocupada por tener hambre. No creía que ninguna de estas
chicas no tuviera hogar, pero algo me dijo que todas ellas estaban un
paso por delante del diablo.
Estaban hambrientas. Estaban en un constante estado de lucha o
huida. Ellas solo existían.
Como yo.
Jódeme.
Un loco deseo de preguntarle a alguien qué estaba pasando
pesaba en mi lengua, pero el peso me impedía hablar. Parecía haber
reglas tácitas flotando a través del aire ricamente perfumado. Sin
hablar. Sin preguntar. Leíste las reglas. Las aceptaste. Ahora. Shh. Silencio.
No había leído las reglas, lo que me ponía en una gran
desventaja. No tenía idea de por qué estaba aquí, o lo que me iba a
pasar. Todo lo que sabía era que la desesperación era una perra
repugnante, y cuando arañaba con uñas envenenadas, tú
escuchabas. Pase lo que pase, separaría mi cuerpo de mi mente, mis
emociones, y seguiría adelante.
En cierto modo, se trataba de la supervivencia del más apto.
Dondequiera que estuviera el cuerno de la abundancia, fuera lo que
fuera lo que contenía, estaba lista para luchar por ello. El único
problema era que estas mujeres eran preciosas, en todos los sentidos.
Iba a ser una guerra sangrienta.
Sino había competencia y todas fuésemos arreadas como
animales para vender al mejor postor… bueno, no me sentiría tan
sola. Todas estábamos aquí con el mismo propósito, vivir y no
sobrevivir. Para siempre.
Solo el tiempo diría de qué lado estábamos… unidad o batalla.
Un hombre de traje, con un aparato en la oreja entró yendo
directamente hacia una chica que estaba a punto de meterse un bollo
de crema en la boca. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca,
extendió su brazo para que ella lo tomara. Lo miró un momento, se
limpió la boca con una servilleta, volvió a mirar los postres una vez
más y luego tomó su musculoso brazo. Giraron a la derecha en la
puerta y desaparecieron de la habitación un segundo después.
Me pregunto cuál es el número de ella y cuándo me tocará a mí.
Tomando mi bebida y saliendo de la habitación con el buffet,
decidí tomar asiento en un cómodo sillón en medio del caos. La risa
se hizo cada vez más fuerte. Dos hombres frente a mí, simularon
puñetazos mientras una de las mujeres que vi antes en la sala de
comidas los observaba actuar como tontos. Algunas mujeres más
que habían estado en la habitación también socializaban con
hombres de aquí.
¿Se suponía que íbamos a coquetear si esto era una especie de
subasta? Odiaba la idea de tratar de venderme. Toda esta situación
ya era bastante mala, pero ¿vender los productos antes de que se
hiciera una oferta? Imposible. ¿Cómo se suponía que iba a competir
con todas estas reinas de belleza?
Otro de esos hombres que llevaba un auricular salió, sus ojos
escaneando a la multitud.
Yo no. Yo no. No todavía.
Respiré cuando sus ojos pasaron por encima de mí y se posaron
en la mujer que se reía con los dos hombres. Él se acercó a ella, le dio
el brazo y, antes de llevársela, ella les dijo algo a los dos hombres. En
lugar de dirigirse a la derecha, esta vez el hombre del auricular se
dirigió a la izquierda. La mujer y él se dirigieron hacia las escaleras.
Ajá. La estaba llevando de regreso afuera. ¿Ella siquiera lo sabía?
Unos minutos más tarde, les sucedió lo mismo a un par de
mujeres más que se mezclaron con los hombres en la multitud.
Cada vez que un hombre con traje venía a mirar, se me encogía el
estómago. Dejé mi bebida en un posavasos de mármol, sin sentirme
g j p
sedienta. No comer había sido una buena idea. Tenía frío y calor al
mismo tiempo, y piel de gallina en los brazos. Comencé a sudar frío,
y esperaba que el maquillaje que tenía Sierra no fuera del tipo
barato. Le di palmaditas en lugar de limpiarme, con la esperanza de
que los moretones permanecieran ocultos por un poco más de
tiempo.
Justo cuando pensaba que ir al baño era una buena idea, el
anciano de los tirantes se sentó a mi lado y dijo algo en italiano.
Negué con la cabeza.
—No hablo italiano—le dije, mi voz cerca de traicionar los
nervios que me revolvían el estómago.
—Ah—dijo, casi como un suspiro—. ¿Cómo te sientes?
Los amables ojos debajo de las gafas observaron mi rostro y no
sentí la necesidad de mentir.
—¿Honestamente? —Exhalé—. No muy bien. Nerviosa.
Él asintió ante esto.
—Soy Tito. ¿Y tú eres?
—Ma-Sierra. Sierra Andruzzi.
Sus ojos se entrecerraron debajo de las gafas e inclinó la cabeza
hacia un lado.
—Sierra Andruzzi—repitió él.
—Sierra Andruzzi.
Este Tito sabía que yo no era Sierra. Él no mostró abiertamente su
sorpresa de que diera su nombre, pero lo sabía. Abrió la boca para
hablar, pero mientras lo hacía, otro hombre con traje y auricular, se
paró frente a mí. Él me miró, pero no dijo nada.
Era hora. 23:11
Pide un deseo Mari.
Respiré hondo, echándole una última mirada a Tito con los ojos
amables y tomé el brazo que me ofrecía el escolta. Me condujo por el
pasillo, dándome tiempo para mi torpe caminata, más allá de la
habitación con la comida, a la

derecha, y hacia la oscuridad total.


El olor de chocolate parecía más concentrado en la oscuridad. Me
pregunté si mis otros sentidos estaban compensando el perdido: la
vista. No podía ver nada, pero mi escolta parecía saber a dónde
íbamos. No nos topamos con nada.
La música en esta área también parecía más intensa. Era
profunda, palpitante, lenta. La cantante cantaba sobre caer en
desgracia por el hombre que amaba.
Gritaba lealtad. Era extremadamente leal, incluso cuando el amor
la volvía loca.
No estaba segura de cuánto tiempo caminamos en la oscuridad,
un par de minutos, al menos, pero cuando nos detuvimos, sentí que
mi escolta empujaba algo. Luego entramos en un espacio que
imitaba la oscuridad.
Las paredes de la habitación eran oscuras, todos los lugares para
sentarse eran de terciopelo negro y las mesas del mismo color. Era
completamente monocromático excepto por dos adiciones
decorativas: la araña de cristal que colgaba del techo, ardiendo con
más velas, y el propio techo. Todo el espacio de arriba fue creado a
partir de nácar.
—¿Le apetece un trago, señorita Andruzzi?—preguntó el escolta
con voz ronca.
No sé, dime tú, casi escupo. No tenía idea de lo que me esperaba, y
era demasiado cobarde para preguntar. Cuando me comprometí con
esto, lo hice con todo lo que tenía. Iba a llevar a cabo esto.
Establecerme. Para siempre. Mi última oportunidad.
Respira hondo, Mari.
—No—dije, mi voz era solo un susurro, el aliento que había
tomado se me escapó. Tal vez fue mi imaginación, pero las velas
parecían balancearse con una brisa invisible en la habitación,
haciéndome sentir como si estuviera en un mundo que existía debajo
de este en la oscuridad.
Mi escolta asintió una vez, sus ojos brillando con la luz suave.
—¿Está lista, señorita Andruzzi?
Tal vez era mejor desconocer los detalles. De esa manera no podía
correr.
Por otro lado, ¿y si hubiera algún tipo de protocolo?
Si hiciese algo mal, tal vez se enterarían de que estaba mintiendo.
Tal vez no.
Si pudiera aceptarlo y no tropezar tratando de salir del infierno…
¿o estaba cambiando uno por otro?
Cerrando los ojos, asentí.
Lo que sea será…
Uno o dos segundos después, algo suave me tocó la cara y un
suspiro salió de mi boca. Mis ojos estaban cubiertos por una
envoltura de seda fresca, las manos de la escolta aseguraban el lazo,
y aunque quisiera abrir los ojos, no sería capaz de ver.
No lo escuché irse, pero tuve la sensación que lo hizo. Estaba sola.
¿Lo estaba? Era difícil decirlo.
¿Era el aliento de las velas balanceándose, respirando,
consumiendo el aire? ¿O estaba perdiendo el control? Mi respiración
se volvió cada vez más rápida. Mi pecho se sentía vacío, como si no
hubiera suficiente oxígeno en la habitación para sostenerme. Mi piel
se sentía caliente. Los fuegos lamieron mi piel, pero ampollaron mi
alma.
¿Qué me iban a hacer? ¿O había algo que debería estar haciendo?
Cuando inspiré, tratando de controlar mi respiración, todo lo que
podía oler era chocolate, ni siquiera el perfume que había usado
antes. Casi parecía... hecho a propósito, para despistar a alguien.
Todo aquí parecía estar hecho con un objetivo específico en
mente. Permanecer ocultos.
Una brisa suave y fresca pareció entrar en la habitación, haciendo
que las velas silbaran en lugar de crepitar. Una gota de sudor rodó
desde mi cuello hasta mis senos. Sentí su frío correr por mi piel,
tratando de enfriar la quemadura de los fuegos a mi alrededor.
Las manos que me tocaron en la oscuridad eran cálidas,
agradables, pero mi piel se contrajo por la sorpresa de todos modos.
Alguien había entrado en la habitación y se paró detrás de mí. Sentí
su presencia, su calor, que era diferente al de las velas. Más salvaje.
Más caliente. Su aliento abanicaba sobre mi piel, solo haciéndome
sentir…recalentada.
Él.
Tenía que ser un él. Esas manos. Eran grandes en comparación
con mis brazos. Era alto. Amplio. Una fuerza. Su fuerza me envolvió.
No había duda de que este hombre era un cazador, pero ¿de qué
lado estaría? ¿Mataría por mí o yo me convertiría en su presa?
Por favor, no me hagas daño. Por favor.
Mis rodillas comenzaron a chocar con la idea. Por los recuerdos
que había reprimido durante tanto tiempo.
Si hubiera podido cerrar los ojos aún más fuertemente, lo habría
hecho. No podía. Estaban empezando a tener calambres por la
tensión de tratar de mantener mi mierda en orden. La bebida que
tomé antes era una pequeña brasa en el fondo, que no ayudaba a
aliviar la incertidumbre del momento. Se agregaba a esto.
Me obligué a escuchar razones, a pensar en esto. Sigue el recorrido
de su toque. Era firme pero no hiriente, como si sus manos no fueran
suaves, pero tampoco ásperas. Me estaba sintiendo. Trazando mis
contornos. ¿Memorizándolos?
Aunque no tenía idea de quién era, algo en la forma en que me
tocó, tomándose su tiempo, me hizo sentir como si estuviera
buscando algo más profundo que la carne… ¿una conexión? ¿Una
chispa?
Tal vez estaba perdiendo la cabeza, imaginando que no solo
estaba haciendo esto por sexo.
O tal vez era una ilusión.
Sus manos lentamente rodearon mi cintura y me atrajo hacia él,
mi espalda contra su pecho. Nos movimos al ritmo de la música, de
un lado a otro, hasta que me relajé lo suficiente como para casi
derretirme en el abrazo. Él parecía saber cuándo lo hice. Esta vez, sus
manos se sentían como si estuvieran quemando la tela del vestido.
Inhalé, queriendo captar su olor, pero... chocolate. Bingo, pensé.
Yo tenía razón. Era el motivo por la cual todo el lugar olía
fuertemente al rico aroma. No quería que yo lo conociera, lo viera.
Tal vez era lo mejor. Esto terminaría lo suficientemente pronto, y
tal vez estaría lista, y la vida sería mejor. Nunca vería su rostro
cuando pensara en el momento que lo cambió todo. Solo pensaría en
chocolate. Ninguna cuerda para seguir tirando de mí de vuelta al
fuego.
Otro suspiro salió de mi boca cuando una de sus manos comenzó
a aventurarse por mi cuerpo. En la oscuridad, su toque me recordó a
un relámpago blanco cruzando el cielo nocturno. El vello de mi
cuerpo se erizó, se me puso la piel de gallina, y algo en la forma en
que se movía me hizo sentir... flexible, como si pudiera moldearme
en una forma que encajara con la suya.
Mi mente quería dejarlo fuera, aceptarlo, terminar de una vez, pero
mi cuerpo... hizo algo que nunca antes había hecho.
Responder.
Mi cuerpo comenzó a apagar mi mente, deseando, aceptando,
deseando, aceptando. De buena gana relajé mi mano para que él
pudiera sostenerla en la mano que había estado explorando mi
cuerpo. Entrelazó nuestros dedos y, con un movimiento tan suave
que pareció perfectamente sincronizado, me dio la vuelta.
Debemos estar uno frente al otro. Las velas están iluminando mi rostro
y él realmente me verá ahora.
Completo silencio.
Esperé. Esperé. Esperé. Y esperé un poco más.
¿Pero qué demonios?
¿Se había ido?
Me avergonzaba pensarlo, sentirlo, pero anhelaba su toque en la
oscuridad. Quería sus manos sobre mí otra vez. Quería sentir su
calor relajante. Quería volver a sentir esa seguridad. La nada detrás
de la venda de los ojos comenzó a sentirse imponente. Inquietante.
En la oscuridad, no me sentía tan retorcida reaccionando a su
toque. A él.
Levanté la mano, a punto de quitarme la venda de los ojos, pero
vacilé. Sabía que una vez que lo hiciera, el hechizo se rompería. Él
había establecido la escena y el tono. La hizo perfecta. Incluso
romántico. Hizo que no fuera tan difícil pensar las palabras... puedo
manejar esto. Tócame de nuevo.
Después de uno o dos minutos, no podía manejar el latido
frenético de mi corazón, la incertidumbre que comenzaba a
apoderarse de mí y fui a quitarme la venda.
Él me detuvo.
Sus manos estaban sobre mí otra vez, en mi cabello, y su boca
chocó contra la mía, tan bruscamente que supe que mi labio se abrió
de nuevo. Había estado bebiendo algo especiado, con canela, y se
mezcló con el hierro que se filtraba entre nuestras bocas.
Al principio, era imparable. Ni siquiera la sangre lo detuvo. Su
lengua se enredó con la mía, y estaba muerta de hambre.
Hambrienta como lo había estado durante años. Podía sentirlo,
consumiendo de cualquier manera que él pudiese. Por una vez, yo
era la que daba. Tal vez por eso no se sentía del todo mal.
La cabeza sobre sus hombros, el cuerpo sostenido por las piernas,
los brazos que se estiraban y tocaban, lo físico, no parecía
q y p
importarme. Podía verse como un ogro, y por alguna razón, hermoso
era lo que me venía a la mente. Había conocido a mucha gente
hermosa, y su belleza solo era superficial. Pero las personas amables,
las raras, eran la definición de la verdadera belleza.
En algún lugar muy dentro de mi mente, me preguntaba si el
miedo de las últimas horas, de la mayor parte de mi vida, de alguna
manera me había alcanzado. Mi mente estaba tomando una
situación terrible y haciéndola perfecta para poder manejar esto.
La llamé pura mierda.
Era mucho más.
Era difícil ponerlo todo en palabras.
En pocas palabras, quería seguir besándolo. Quería que siguiera
besándome, tocándome.
Quería más de lo que fuera esto. Me estaba alimentando de una
manera que nunca había conocido, excepto cuando Keely y su
familia me hicieron sentir que era parte de ellos. A su vez, era
diferente. Los sentimientos eran nuevos, incluso si no podía
ubicarlos mientras estaba en el brillo inmediato.
¿Con qué había comparado la cantante la intensidad que sentía
por su amante antes? Una droga.
Eso fue algo que nunca esperé. La atracción. El deseo. El subidón
de ser levantada por una ola fría.
La intensidad de esto casi me hizo alejarme, tomarme unos
minutos como él para recuperar la compostura, pero por otro lado,
mis manos se negaban a soltarlo. Agarré su camisa y lo inmovilicé.
Tocarlo se sentía como tocar la vida. Nunca había sentido eso antes.
Vida. En mis manos. Mía.
Luego, en un movimiento tan violento que me tambaleé hacia
atrás, aterrizando contra la pared, con las palmas de las manos
detrás de mi espalda para evitar que me cayera por completo,
arrancó su boca de la mía.
Maldijo por lo bajo. El sonido fue tan violento como su rechazo.
j p j
Durante el tiempo que fuera —un minuto, un millón de años—
me quedé inmóvil. No estaba segura de qué decir. Temblaba de la
cabeza a los pies, como lo había hecho después de que Merv me
atacara. Entonces algo me vino a la mente, y antes de que pudiera
filtrarlo, hablé en la oscuridad.
—La sangre de mi labio. —La señalé—. Estoy limpia.
Se quedó callado tanto tiempo que pensé que se había vuelto a ir.
—No la toques—me dijo, su voz llena de advertencia. Su tono me
recorrió como olas bruscas, pero su frescura se deslizó sobre la piel
ampollada como un milagro. Su voz era baja, pero con algo de
irritación. No parecía que lo estuviera haciendo a propósito. Quería
escucharla de nuevo.
¡Junta tu mierda, Mari! ¡Ni siquiera le has visto la cara! Podría estar
seriamente jodido, un hombre que acaba de venir aquí para follarte por
dinero. O peor. Le gusta usar vendas en los ojos. Mierda pervertida.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa, mi corazón parecía cantar, todo
desafinado. Él es hermoso.
El diablo también era hermoso, respondió mi mente.
—Está bien—dije, bajando las manos. Iba a quitarme la venda de
los ojos nuevamente cuando vino hacia mí con un:
—No la toques.
—Eres pobre.
Ahí estaba de nuevo, mi sonido favorito en el mundo. Su voz. Me
gustaba lo rasposa en ella.
Espera.
¿Qué?
Eres pobre.
Me reí un poco. Esperaba que dijera algo sobre mi comentario
estoy limpia. Por eso lo había mencionado. Pensé que tal vez una vez
que probó la sangre, estuviera asqueado y preocupado. En lugar de
eso, me golpea con un eres pobre.
¿Quién lidia con eso?
—Fabulosamente. —Suspiré—. Cualquiera más pobre que yo
bien podría estar abajo con la mierda de ballena. No tengo casa. Ni
trabajo. Ni dinero. Usé todo el que tenía para llegar aquí esta noche.
Tampoco tengo familia. —No quería hablar de Keely y su familia. Él
no necesitaba saber eso. Si estaba trastornado, o algo peor que eso,
mejor que no supiera que existían.
—Nombre—dijo él.
—Oh. —Tomé aire y lo solté—. Mi nombre es… Mari. No soy
Sierra. Ella… ella no pudo venir. Tomé su lugar. Así que sobre las
reglas…
—Nombre—dijo de nuevo—. No el tuyo, señorita Flores. Quiero
el nombre del hombre que te hizo eso en la cara.
—¿Cómo sabes que era un hombre?—susurré, ignorando el
hecho de que sabía mi apellido sin que se lo dijera.
—Nombre—dijo una vez más. Tuve la sensación de que estaba
perdiendo la paciencia conmigo.
¿Por qué necesitaría la información?
Me erguí, tambaleándome un poco en los tacones, levantando
una pared contra todo lo que sentía desde que me tocó.
—Eso no es de tu incumbencia. Puede que no sepa mucho sobre
esta situación, pero sé esto. Esto paga. Vine aquí para ganar dinero.
Entonces, ¿consigo el trabajo o no? ¿Mi tiempo es valioso, señor...?
—¿Qué estarías dispuesta a hacer para conseguir el trabajo?
—Pensé que tú eras el trabajo que estaría haciendo.
—Respóndeme, Mariposa.
Me lamí el labio, contenta de que hubiera comenzado a
coagularse. Sin embargo, sabía que se veía mal. Él había besado mi
lápiz labial.
—Estoy aquí. Eso significa... lo que quieras que haga. Escuché
que el trabajo paga bien.
—Ah—dijo, sonando italiano de repente—. Se paga muy bien.
Millones. Más beneficios.
No contuve el aliento, pero quería hacerlo. ¿Millones?
¿Beneficios? ¿Estaba jugando conmigo? No, Sierra había mencionado
para siempre. Si a la chica le importara lo suficiente como para contar
sus rebanadas de queso, no se habría metido en esto. De repente, me
di cuenta de su situación con Scarpone. ¿Había roto con él por esta
oportunidad? Tenía sentido, si lo tenía.
—Me parece bien—dije—. Inscríbeme.
Esta vez, lo sentí cuando dio un paso más cerca. Estaba muy
pendiente de él. Un abrasador relámpago contra mi oscuridad personal.
Traté de dar un paso atrás, pero él puso el brazo alrededor de mi
cintura, acercándome más. Puse mi mano en su pecho, empujando,
pero no se movió.
—Nosotros—dijo—. Cuéntame sobre eso. Lo que pasó aquí, entre
nosotros.
—Esa es una mala palabra. Nosotros. No hay un nosotros —le
dije. —Esto es un negocio. Todo lo que hago, y me refiero a lo que
sea, lo hago como una transacción comercial. Nada es gratis en esta
vida, ni siquiera el amor. Estoy más allá de ser muy pobre. Tengo
que cuidarme. Entonces, o me das el trabajo, o haces que uno de esos
hombres me acompañe afuera, como hiciste con las chicas que
coqueteaban con los hombres en la sala principal.
—Me haces un servicio…
—Y tú me pagas—le dije.
—Nada más—dijo él.
—Ni una maldita cosa.
—Para que conste, Mariposa. —Él se acercó, inhalando, su aliento
abanicando sobre mi cuello. Cerré los ojos de nuevo, haciendo todo
lo posible para evitar que mi corazón latiera frenéticamente. Sabía
que podía sentirlo—. Nunca me interrumpas mientras estoy
hablando.
Asentí.
—Lo haré... jefe. —La palabra sonó como un insulto amargo
saliendo de mi dulce lengua.
—Nunca dije que conseguiste el trabajo, Mariposa.
Su nariz subió por mi cuello, tocando mi oreja y volvió a bajar a
mis labios. Puso un casto beso en una comisura, y luego en mis
labios, justo donde estaba el corte. Quemaba, el área sensible, pero
era el único recordatorio de que esto era real. Que él había existido.
La quemadura seguía siendo fuerte cuando mi escolta de antes
me quitó la venda de los ojos, el otro hombre, el jefe, se había ido. Los
sentimientos que dejó atrás eran tan calientes como las llamas que
abrasaban el aire a mi alrededor.
Después de darme un segundo para recomponerme, el escolta me
llevó afuera, sin hablar entre nosotros.
Capítulo 7
Capo
De todos los clubes del mundo, ella tuvo que entrar al mío.
Al mío.
Ella invadió mi espacio sin siquiera saber que lo había hecho.
Se veía completamente diferente, pero de alguna manera, la
recordaba.
Los ojos. La nariz. Los labios. La forma de su cara. Era mi
inocencia, la mia farfalla, pero había madurado. Se convirtió en una
mujer en el lapso de años que me parecieron siglos. Verla me trajo
una oleada de recuerdos. Yo era un hombre muerto reviviendo una
vida que él había dejado atrás.
Ella fue el catalizador de la muerte, de una nueva vida, y ahora
de la temporada en la que me encontraba actualmente.
Sin embargo, pensó que había sido inteligente apareciendo en
The Club con la invitación exclusiva, una que pertenecía a una chica
muerta. Armino Scarpone la había matado. De tal palo tal astilla.
Luego, la mia farfalla mencionó a Guido cuando el portero la
atrapó, pensando que así de fácil podría burlar mi seguridad.
Revisar su bolso me había acercado más a quién era ella.
El broche de mariposa. La pieza de cerámica rota con la mariposa
pintada en ella. El diario con todas sus notas. Los libros para colorear y los
crayones.
Una maldita mujer adulta cargando crayones.
Era una extraña mezcla entre una mujer y una niña.
A medida que la pieza de terracota en mi mano tomaba forma,
también lo hicieron los recuerdos almacenados en mi cabeza.
Si alguien merecía lealtad, era yo de ella.
Ella simplemente todavía no lo sabía.
No podría haber recordado. Ella solo tenía cinco años.
Sin embargo, cuando la toqué en The Club, se relajó, se fundió
conmigo y los años desaparecieron. Me llevó de vuelta a ese lugar, a
ese momento. No importaba cuánto lo negara, y lo haría, confiaba en
mí. Tenía motivos para hacerlo.
Antes de que pudiera detenerme, dejé ir la imagen de la niña y
besé a la mujer que estaba frente a mí. Cruzó una línea que no podía
volver a trazarse. Era atractiva de una manera difícil de explicar.
Pero una palabra me vino a la mente cuando la miré. Realeza. Ella
era una reina. ¿Y esos labios? Eran las cosas más suaves que había
sentido desde mi almohada.
Estar tan cerca de ella hizo que algo dentro de mí se reiniciara.
Todo mi mundo se volvió negro, se desvaneció, y cuando abrí los
ojos, el sabor de su sangre había invadido mi boca.
Roja. Un recordatorio.
Alguien la había tocado. Puesto sus malditas manos sobre ella. La
niña por la que había dado mi vida para mantenerla a salvo.
Lo que sea que le haya sucedido a lo largo de los años la había
convertido en una mujer que se negaba a permitir que nadie la
ayudara. Amabilidad significaba que ella debía algo. Estaba claro
que se negaba a deberle nada a nadie. Incluso si eso significaba pasar
hambre. Incluso si eso significaba su vida.
La mayoría de las personas me llamaban Mac. Otros me llamaron
su peor maldita pesadilla. Pero nadie, nadie, nunca me llamó jefe. No
como ella lo hizo, con un sarcástico giro de su lengua. A pesar de no
saber las circunstancias en las que se había encontrado, iba a
establecer sus términos.
Exigió tocar la vida después de haber sobrevivido durante tanto
tiempo.
Su voluntad de hacer lo que fuera necesario para conseguir el
trabajo, sin importar cuánto cambiara su vida, me mostró lo
desesperada que estaba. Había llegado a un punto de inflexión, a un
punto crucial más allá del hambre y lista para más. Se había
quedado sin opciones.
Sin casa. Sin trabajo Sin dinero. Estaba funcionando en cero, sin
combustible. El pan duro en su bolso era un claro indicio, sin
mencionar que ella era piel y huesos y no estaba tratando de
permanecer así a propósito.
La desesperación no siempre significa que una persona sea leal,
pero después de que alguien ha estado en las trincheras durante
tanto tiempo, la mano que lo ayuda a levantarse, que la acoge y la
alimenta se convertirá en la mano que inspira confianza. Alguien
como ella, que estaba en deuda conmigo, aunque no lo supiera, sería
leal.
La lealtad era recompensada en el mundo en que vivía.
Yo lo haría por ella. Ella lo haría por mí.
Ella ya tenía arraigada una idea general de las cosas, aunque
jodidamente odiaba pensar cómo llegó a ser así.
Me enteraría de eso. Siempre lo hacía.
El azul fue una vez el color favorito de Marie a Palermo, la niña
que amaba las mariposas y los libros para colorear. Sabría si el color
favorito de Mariposa Flores seguía siendo el azul cuando terminara.
Las mariposas y los libros para colorear todavía le encantaban.
Mi apuesta seguía siendo el azul.
Sabría si tenía pesadillas y yo las protagonizaba, o si se había
olvidado por completo de la situación. La noche en The Club, su
cuerpo me recordó, incluso si su mente se negó a liberar los
recuerdos.
Aprendería cada cicatriz en su cuerpo y perseguiría a cada dedo
que alguna vez la había tocado con la maldad en mente. Tenía una
multitud de pecados por los que pagar. Unos cuantos más no
marcarían la diferencia cuando llegara el momento del perdón.
No habría una sola peca en su piel que no conociera íntimamente.
Ansiaba pasar mi dedo por su nariz, memorizar cómo se sentía
contra mi piel. Ya había memorizado las líneas de su cuerpo. La
forma en que encajaba contra mí. Cómo se sentía presionada contra
mi pecho. Su olor aún parecía flotar debajo de mi nariz cuando
menos lo esperaba.
Volviendo al maldito punto. Ella estaba en deuda conmigo.
—Capo—dijo Rocco, recordándome que estaba en su oficina.
Estaba siendo un idiota, llamándome jefe en italiano. Era lo más
parecido a un hermano que había conocido, pero no éramos
hermanos. No por la sangre, pero una cosa que aprendí por las
malas, la familia no siempre era la de sangre. La familia era un título
que se ganaba, no se entregaba. A pesar de que éramos cercanos,
todavía había una brecha. Para él. Para mí. Siempre la hubo cuando
se trataba del mundo en el que vivíamos.
Me aparté de la ventana, la ciudad de Nueva York se extendía a
mi alrededor, y tomé otro trago de whisky. Lo dejé sobre su rico
escritorio de caoba, arreglándome la corbata.
—Sí—dije—. Prepara el papeleo.
—Su nombre. —Sus ojos me escrutaron sin el peso del juicio.
Miré mi reloj para ver la hora. Tenía otro lugar donde necesitaba
estar.
—Déjala decidir.
—Enviaré a Guido.
—Sí. —Sonre—. Estoy seguro de que ella lo disfrutará, ya que
conoce muy bien a Guido y a la famiglia Fausti. Una cara familiar
podría hacer esto más fácil.
Él le devolvió la sonrisa, asintió una vez y comenzó con el
papeleo.
Capítulo 8
Mariposa
Había pasado más de una semana desde The Club y él, y muchas
cosas habían sucedido durante ese tiempo.
No había oído nada de él. Después de que su escolta me
condujera a un automóvil que me esperaba, un automóvil que tenía
vidrios polarizados, un vidrio de privacidad y parecía costar como
una casa en Nueva York, un conductor trajeado me llevó a casa. Hice
que me dejara a dos cuadras del lugar de Keely, aunque tenía la
sensación de que me siguió.
Entonces, esa experiencia de vida se perdió. Mi cuerpo ni siquiera
valía lo suficiente para venderlo.
Le eché la culpa a mi nariz y traté de seguir adelante.
Fue más fácil de hacer cuando sucedieron cosas buenas a mi
alrededor. Keely pudo no trabajar tan duro cuando Harrison pagó el
valor de un mes de alquiler. La situación con Sierra realmente la
había golpeado fuerte. Estaba teniendo pesadillas después de ver
muerta a la chica con la que compartió habitación durante tanto
tiempo. Los detectives dictaminaron que Sierra había sido asesinada.
Harrison me dijo que la habían apuñalado brutalmente. Armino
Scarpone era el sospechoso número uno, pero aún no lo habían
encontrado.
Daba miedo pensar que andaba suelto, pero había tantos como él
por ahí que el hecho de que anduviera suelto no nos sorprendió. Nos
preparamos y sobrevivimos lo mejor que pudimos.
Dos días después de que Harrison pudiera ayudar a Keely con el
alquiler, recibió una llamada. Obtuvo un gran papel en un famoso
espectáculo de Broadway. Todos sabíamos que lo conseguiría algún
día, pero fue un shock cuando sucedió. La mejor sorpresa que
cualquiera de nosotros podría haber esperado. Ella se lo merecía y
mucho más.
Keely me había exigido que me quedara con ella. No me quería
en las calles ya que Armino nos había visto salir ese día. Sabía que
Keely y yo estábamos en la casa cuando había estado golpeando la
puerta y gritando. Harrison pensó que tal vez querría eliminar a
algún testigo, pero ya era demasiado tarde. Keely y yo habíamos
hablado con la policía de que ambas estábamos allí. Fuimos las
últimas tres personas (Keely, Armino y yo) que vimos a Sierra con
vida, aparte del empleado de la tienda. Ella había salido corriendo a
comprar medias y fue emboscada de camino a casa.
Independientemente de mis sentimientos sobre recibir limosnas,
decidí quedarme con Kee. No porque no pudiera volver a
enfrentarme a las calles, sino porque me preocupaba por ella. Estaba
pasando por un momento muy difícil, incluso cuando debería haber
estado celebrando. Pero mi regla de no aceptar amabilidad a menos
que pagara todavía aplicaba, así que, para compensarla, la ayudé a
empacar. Como consiguió el mejor trabajo, se mudaría a un lugar
más agradable una vez que terminara el contrato de arrendamiento
en el lugar que compartía con Sierra.
La tetera se disparó y ella saltó para hacer lo que fuera que
hiciera con ella. Yo no era una persona de té, pero Kee y Compañía.
(toda su familia) juraba por la cosa. Su madre era lo que ella llamaba
“una lectora de hojas de té”. No quería leer nada pero pequeñas
partículas flotaban en mi taza de café.
La observé por un momento y volví a empacar cosas que no
necesitaría para la cocina.
—¿Mari?
—¿Sí?
La miré de nuevo. Estaba poniendo bolsitas en la tetera. Algo
dulce pero picante llenó el aire. Vainilla. Canela. Canela. Me hizo
pensar en su boca, corté el pensamiento antes de que pudiera
dejarme llevar. Pensé que solo recordaría el chocolate, pero
aparentemente, esa había sido una mentira con la que me alimenté.
—Sigo pensando… todas estas cosas buenas comenzaron a
suceder después de la muerte de Sierra. No tengo que trabajar tan
duro, para pagar el alquiler de este asqueroso lugar. Recibí la
llamada sobre el espectáculo. Todo parece tan repentino. ¿Crees
que... cómo puedo decir esto sin sonar como una perra despiadada?
—Keely metió otra bolsita, estudiándola—. Sierra tenía sus maneras,
pero en su mayor parte, sentía pena por ella. Ella me recordaba a ti.
Tragué saliva.
—¿Sí?
Ella asintió, vertiendo el líquido caliente en una vieja taza de té.
—No su personalidad. Su historia. Cómo tuvo que luchar para
sobrevivir. Definitivamente tenía una vena cruel en ella, cosa que tú
no tienes, pero era huérfana. Y entró en un hogar de acogida. Creo
que tuvo que luchar por su comida; por eso nunca dije nada cuando
contaba los huevos o el queso.
Keely removió la taza y tomó asiento. Se colocó un rizo rojo fuego
detrás de la oreja.
—A lo que me refiero es a esto. Me pregunto si ella estaba
deteniendo su felicidad, por lo tanto, la mía. Odio, odio, que haya
sido asesinada, pero incluso antes, estaba pensando que era hora de
que nos separáramos. Ahora que se ha ido, me siento… más ligera.
Dejo el decorativo trébol de cuatro hojas en la caja, apoyando mi
mano en su hombro. Estaba tenso. Sierra no tenía familia, como yo, y
todo lo que había dejado atrás era para Keely. Le costó mucho tomar
decisiones por una mujer que nadie conocía realmente. Ni siquiera
Keely.
—Estoy de acuerdo—le dije—. Había algo en ella que me hacía
sentir… más pesada, también. Es difícil de explicar.
Keely se quedó mirando su té, una mirada distante en sus ojos.
—Tal vez su nuevo comienzo estaba a punto de suceder. Tal vez
su oscuridad estaba a punto de aclararse. El trabajo del que me
estaba hablando. Nunca llegó a ir a la entrevista. El vestido todavía
está en su cama.
—¿Sabes de qué se trataba todo eso?
No le había dicho a Keely lo que había hecho o lo que había
sucedido. Todavía no tenía ni idea de cuál era el trabajo o lo que
había implicado. Después de que llegué a casa esa noche, Keely
estaba dormida, entré de puntillas en la habitación de Sierra y puse
todo tal como ella lo había dejado. Tenía mi muda de ropa extra
escondida en mi bolso, así que me cambié en el coche en caso de que
Keely estuviera esperándome. No había mirado en la habitación de
Sierra desde entonces.
—No—dijo Keely—. Pero tenía la sensación de que pensaba que
el trabajo era para ella. Que no iba a tener que luchar más. No tengo
idea de qué tipo de trabajo brinda tanta seguridad, pero ella estaba
segura.
Certeza. Yo también tengo ese sentimiento. Fuera lo que fuera lo
que el jefe tenía reservado para una de esas chicas, nunca tendría que
volver a trabajar. Sin embargo, todavía no podía entenderlo. ¿Qué
valdría tanto para él, o para cualquiera?
—Oye—dijo Keely, apretando mi mano—. Hablemos de otra
cosa. Nunca me dijiste lo que hiciste el otro día. Te fuiste por un
tiempo. ¿Fuiste a buscar otro trabajo?
La primera vez que la dejé sola fue para hacer un viaje de regreso
a Macchiavello. Volví a sentarme contra la pared, coloreando,
esperando a ver si aparecía el hombre del traje. Era estúpido, muy,
muy estúpido, pero algo en él me inspiraba confianza. Con todos los
problemas a mi alrededor, me sentía bien viendo a alguien que
parecía tener las cosas bajo control. Parecía tan capaz. Como si
supiera qué hacer en cualquier situación. Tendría las respuestas a
cualquier problema que lo atormentara.
Mi espera no fue en vano. Apareció aproximadamente una hora
después que yo, luciendo tan elegante y atractivo como siempre. Tal
vez fue mi imaginación, pero tan pronto como salió de su costoso
coche, su rostro se volvió hacia el mío como si supiera que lo había
estado esperando.
Nos miramos el uno al otro hasta que decidí hacer lo que había
venido a hacer. Abrí la cremallera de mi bolso, saqué la bolsa de
hielo, la levanté y la puse sobre la pared. Luego di la vuelta y me fui.
Me juré que no volvería. Tenía problemas, problemas que no se
resolverían esperando en un restaurante que solo atiende a los ricos.
Mirar fijamente a un millonario no disponible (para mí) con un traje
fino no iba a resolver nada.
La necesidad de contarle a Keely todo lo que había pasado surgió
en mí. Me sentí culpable por usar el vestido de Sierra, su perfume,
sus zapatos, su invitación al lado misterioso The Club y no decirle a
Keely que lo había hecho.
Quería contarle sobre el tipo del traje. Quería decirle que sin
importar si Harrison me amaba o no, nunca había sentido nada hacia
él excepto amor fraternal. Comparado con lo que había sentido en
los últimos días, por el tipo del traje y el jefe, sabía cuán diferentes
eran mis sentimientos por Harrison. Platónicos. Nada más.
Keely era todo lo que tenía en el mundo, y esperaba que
entendiera las razones detrás de lo que había hecho. Esperaba que
fuera capaz de escuchar la verdad detrás de todos mis sentimientos.
Era hora de purgar los demonios y sincerarse.
Apreté su mano y me senté a su lado. Mirando su taza de té, dije:
—Necesito decirte algo.
Las palabras parecieron salir de mi boca. Empecé con el tipo del
traje, después pasé a lo que sucedió la noche en que Sierra murió. Le
conté todos los detalles sobre The Club. Entonces le di un segundo,
antes de terminar con mis sentimientos hacia su hermano.
No podía leer su rostro, y cuando el silencio se hizo demasiado,
susurré:
—Di algo.
—No me dijiste algo—dijo ella—. Me dijiste cosas. Montones y
montones de cosas.
—Me estaba aguantando mucho—le dije.
—¿Tú crees? —Ella sacudió su cabeza—. ¿Por qué no me dijiste?
Me encogí de hombros, tocándome la uña rota.
—No quería decepcionarte. Básicamente, robé la ropa, los zapatos
y el perfume de una chica muerta y me hice pasar por ella. Si fallaba,
lo cual hice, parecía un golpe muy bajo. Un golpe final. Me habrías
dicho que no fuera. Que lo que fuera que Sierra iba a hacer no valía
la pena. Pero lo fue. Lo fue. Para mí. Y ahora... yo... todavía no estoy
seguro de lo que voy a hacer, Kee.
—Ella era camarera en The Club—dijo Keely—. Sierra. Ahí es
donde trabajaba. Y el tipo que lo posee no es un ciudadano común,
Mari. Es rico, como multimillonario, o más. Es solitario. Pero la
mierda de la que a veces hablaba, la gente que frecuentaba el lugar,
como los Fausti, me hizo entender que era más que un club.
—Así que tienes toda la razón. Te hubiera dicho que no fueras.
¿En qué estabas pensando? ¿Y si te hubieras vendido al mejor
postor? O... ¿te usaba para algún tipo de extraña fantasía sexual? ¡Tú
no perteneces allí, Mari! No te quiero allí. Mereces más de la vida
que ser comprada. ¡Te mereces un hombre que nunca pondría un
dólar en ti porque ninguna cantidad de dinero en el mundo sería
suficiente! ¡Te mereces un hombre que crea que no te merece!
—¡No conseguí el trabajo, Kee! —Me puse de pie, incapaz de
sentarme—. ¡También fallé en eso! Ni siquiera puedo vender mi
cuerpo. ¡No valgo nada! No puedo mantener un trabajo. ¡Ni siquiera
puedo quedarme en la escuela! Así que me arriesgué. Era mi última
oportunidad. ¡Y también fallé en eso! ¡Mi nariz o mi maldita boca!
Me puse listilla con él al final.
—¡Bueno!—gritó—. ¡El bastardo debería ser regañado!
¡Probablemente estaba allí para comprar una mujer para pasar la
noche!
—No. —Negué con la cabeza—. Tenía la sensación de que esto
era diferente. Esto era a largo plazo. Para siempre.
—¿Y eso que significa?
Me encogí de hombros, sin saber cómo explicarlo. Vivir por el resto
de mi vida en lugar de simplemente sobrevivir, para empezar.
Llamaron a la puerta y ambas saltamos. Keely me miró y yo la
miré, nuestras dos cejas se levantaron con suspicaz sorpresa.
—Agarra la sartén de hierro fundido que me dio mamá—articuló ella.
—Me pararé detrás de ti—articulé en respuesta.
Abrió un poco la puerta y yo me quedé detrás, escondiendo la
sartén a mis espaldas. Si fuera Armino, no la vería hasta que lo
golpeara en la cabeza con ella.
No era Armino Scarpone. Eran de nuevo el detective Stone y el
detective Marine i. Se sentía como si vivieran aquí en estos días.
Retrocedimos y los dejamos entrar. El detective Stone levantó las
cejas cuando notó la sartén en mi mano, pero no hizo ningún
comentario al respecto. Pensando que estaban aquí para discutir algo
con Keely, me di la vuelta para volver a la cocina.
—Necesitamos hablar con usted esta vez, señorita Flores—dijo el
detective Marine i, señalando hacia el sofá.
Traje la sartén conmigo mientras tomaba asiento. Keely se sentó a
mi lado. Los dos detectives se pararon frente a nosotros.
—¿Conoce a un hombre llamado Merv Johnson?—preguntó el
detective Stone.
—¿Merv el pervertido? —Keely arrugó la nariz.
Stone le sonrió y sus ojos se suavizaron.
—Lo conozco—le dije, mirándolo hasta que él me miró—. Pero
no bien. Era el encargado de mi último apartamento, si es que se
g p q
puede llamar así. Un lugar para dormir que no sea en la intemperie
es más adecuado.
—Sí—dijo el detective Marine i. Parecía tan cansado. Agotado. Él
suspiró—. Recolectamos eso.
—¿Qué pasa con Merv? —Keely se sentó un poco más erguida—.
Si han venido a decirnos que está muerto, buen viaje. —Ella fingió
escupir en el costado del sofá. Algo que vi hacer a su mamá todo el
tiempo cuando algo le disgustaba.
—Merv Johnson está muerto—dijo sin rodeos el detective
Marine i.
Le di un codazo a Keely y empezó a toser. Parecía que estaba
sorprendida de que él realmente lo estuviera. Probablemente pensó
que venían a interrogarme sobre su carácter después de que una de
las chicas del edificio desapareciera.
—¿Qué fue lo que le sucedió?—dijo Keely, robando las palabras
de mi mente.
Mi boca estaba seca, mi cuerpo lleno de sudor y mi corazón se
aceleró. Todo en lo que podía pensar era en su rostro aturdido
después de que lo golpeara en la sien con Vera. ¿Había matado al
bastardo? No me quedé para averiguarlo. Y no había forma de saber
cuánto tiempo había estado en el apartamento si lo estaba.
La mejor marca personal del lugar fue de dos meses. Merv no
revisó hasta el segundo mes de vencimiento del alquiler. Estaba
intercambiando sexo por el alquiler con algunas de las mujeres del
edificio e iba a cobrar cuando necesitaba conseguir algo. Estaba
seguro de que nadie, nadie, fue a buscarlo hasta que el olor se hizo
demasiado. Probablemente pensaron que fui yo, si todavía estaba en
mi antiguo apartamento.
—Fue asesinado—dijo el detective Stone.
—La razón por la que estamos aquí es porque nos preguntamos
si conoce a alguien que podría haberlo querido muerto, señorita
Flores. Desde el incidente con la señorita Andruzzi, el detective
Marine i y yo sentimos que ya establecimos una relación con usted.
yy q y
Nadie en el complejo hablará. El señor Johnson no parece tener
muchos amigos.
Keely abrió la boca para hablar al mismo tiempo que el detective
Marine i suspiró. Tomó una silla de la cocina y la colocó frente al
sofá, tomando asiento. Parecía aburrido hasta la muerte, como si
supiera hacia dónde se dirigía esta conversación. Merv tampoco
tenía amigos aquí.
—¿Cuándo fue asesinado el pervertido?—soltó Keely. Una vez
que le caías mal, no había vuelta atrás. Keely se endurecía con
cualquiera que sintiera que le hacía mal a ella o a su familia. Ella
perdonaría, pero nunca olvidaría.
—Ayer.
Eso nos descartaba a Vera y a mí.
—Señorita Flores, ¿puede darnos algo para ayudarnos a llevar a
la persona responsable de este crimen ante la justicia?
Fui a abrir la boca, pero Keely habló. Su cuello se había puesto
rojo y comenzaba a subir por sus mejillas. Miró al detective Stone a
los ojos.
—Puedo darte algo. Merv Johnson agredió a mi hermana. —Ella
agarró mi mano—. ¿Se fijó en su rostro el otro día, detective? Él le
hizo eso a ella. Intentó abusar de ella en ese lugar infestado de ratas
al que llamaba apartamento. Cambiaba sexo por alquiler. Si decías
que no, se desquitaba con tu cara.
—Entonces, no, ninguna de nosotras sabe quién podría haberlo
querido muerto, porque la lista es demasiado larga. Pero diré esto.
No le deseo la muerte a nadie, pero me alegro de que esté muerto.
¿Justicia? Quien haya hecho esto lo ha hecho para el bien de toda la
humanidad. Ahora, si no tiene más preguntas, ésta ha sido una
semana larga para nosotras. Y después de que se hayan ido, nos

gustaría dar gracias por la muerte de un depredador.


Cuatro horas después, otro golpe vino a la puerta.
Levanté la vista de la caja que estaba empacando y soplé un
mechón salvaje de cabello de mi cara. Se me había escapado de mi
moño improvisado. Escuché a Keely moviéndose hacia la puerta, y
tomando la sartén del sofá, me encontré con ella allí.
—Yo responderé esta vez —le dije.
Me quitó la sartén y la escondió detrás de su espalda.
—Tengo mucha agresividad reprimida, así que tengo esto. —Ella
asintió hacia la puerta—. Ábrete Sésamo.
Retrocedí un paso y me encontré con Keely después de haber
abierto la puerta.
—Guido. —Su nombre se me escapó antes de que pudiera
detenerme. Sostenía una caja envuelta en dorado en sus manos.
—¿Tengo que golpearlo?—susurró Keely.
Negué con la cabeza.
—No me parece.
—Bien—dijo ella—. Su rostro es demasiado fino para estropearlo.
Si esa cantante que escribe sobre todos sus antiguos amores alguna
vez viera a este tipo, estaría escribiendo canciones sobre un tipo
llamado Guido.
Guido nos miró a las dos como lo hacen los hombres cuando
piensan que las mujeres en su presencia son inestables. Luego sonrió
y dijo:
—No hay necesidad de violencia. He venido en son de paz.
Ambas jadeamos un poco. Eso transformó su rostro.
—Utilicé tu nombre—solté sin pensar—. La noche en The Club.
Estuvo mal, pero pensé que me iban a descubrir. Te recordaba de
Home Run, cuando Scarle vino a recoger la camiseta enmarcada
para su marido.
—Ten cuidado—dijo él, su tono serio, pero había picardía en esos
ojos oscuros. Lo hacía difícil de leer—. Mi nombre es muy conocido,
pero no todos los que me conocen me quieren. Podrían haberte
rechazado solo por mi nombre, o haberte puesto tras las rejas para
que mi enemigo te despedazara. El nombre Fausti no siempre
garantiza seguridad. A veces atrae problemas.
—¡Mierda, Mari! —Keely me dio una palmada en el brazo—. ¡Los
Fausti!
Me giré un poco y le di una mirada de odio.
Guido no pareció inmutarse por su arrebato. Me tendió el
paquete para que lo tomara.
—Il capo. —Hizo una pausa, luchando contra una sonrisa—. Me
envió a entregar un mensaje. Todo lo que necesitas para empezar
está en la caja.
—¿Ella trabajará desde casa?—lo aguijonó Keely, tomando esta
situación más en serio ya que sabía que había conseguido el trabajo,
fuera lo que fuera.
—Las instrucciones están en el paquete—fue todo lo que dijo
mientras se giraba para irse.
—Guido—lo llamé, mi voz apenas por encima de un susurro.
Se detuvo y se volvió hacia mí. El sol golpeó sus ojos color
chocolate oscuro y brillaron. Jódeme ¿Qué comían estos hombres en
Italia? Eran casi demasiado guapos para ser verdad.
—¿Qué significa il capo?—le pregunté.
—Significa el jefe en italiano. —Él rio. Y continuó riéndose todo el
camino hasta su coche caro y veloz.
Gángsters con sentido del humor. ¿Quién lo diría?
Después de cerrar la puerta, apoyé la espalda contra ella, porque
mis rodillas se sentían como si se hubieran convertido en masilla. La
caja en mis manos podría haber sido un regalo o un artefacto
explosivo.
—Mari—dijo Keely, obligándome a mirarla—. Esto se puso
realmente serio. ¡Los Fausti! —Siguió repitiendo el nombre como si
los hiciera desaparecer si lo decía lo suficiente.
Levanté mi dedo índice.
—Shh. Necesito un minuto.
—¡Necesito una bebida!—dijo, y supe que iba por whisky
irlandés.
Me deslicé hasta el suelo, dejando que mi peso me llevara
mientras la puerta me sujetaba. Después de cinco minutos, diez
horas, ¿quién sabe?, abrí la caja con dedos temblorosos.
Un par de zapatillas de tenis muy bonitas estaban metidas debajo
de un fino velo de papel. Mi medida. Había una nota encima de los
prístinos zapatos blancos.
Señorita Flores,
Siempre debe ir a una reunión importante con zapatos que le queden
bien. Una primera impresión puede ser la última.
Este es el primer par de muchos. El costo ya ha sido deducido de su
salario. Úselos. No hay excusas.
Lo hice por ti. A continuación, lo harás por mí. Esto no es personal.
Simplemente negocios.
Él firmó con Capo.
—Culo inteligente—murmuré.
Había una tarjeta más pequeña debajo de la escrita a mano que
indicaba la hora y la fecha de la reunión. Dos días. Lunes. 11:11 am.
La dirección figuraba en Manha an, un edificio elegante, sin duda.
Se enviaría un conductor a “buscarme”.
Jódeme.
¿Realmente iba a hacer esto?
Mi ojo captó el remolino de líquido ámbar que apareció de
repente en mi línea de visión.
Keely colgó un vaso lleno de whisky frente a mí.
—Te diría que no hicieras esto, pero ¿de qué serviría? —Se sentó
a mi lado en el suelo, con cuidado de no derramar su vaso. Suspiró,
apoyando su cabeza contra la mía—. ¿Me prometes que estarás a
salvo?
Levanté mi vaso y ella levantó el suyo. No podía prometerle algo
sobre lo que no tenía control. Chocamos los vasos y bebimos, sin
siquiera molestarnos en hacer un brindis.
Capítulo 9
Mariposa
Lunes, a las 11:00 en punto, me senté en el edificio de gran altura,
en una oficina elegante, con mis chancas de plástico, esperando que
el señor Rocco Fausti me llamara a su oficina. Su secretaria me miró
extrañada cuando le pregunté a qué se dedicaba el señor Rocco
Fausti. No había escritura en la puerta.
Era abogado, había dicho ella, y, a juzgar por las riquezas que me
rodeaban, tenía mucho éxito.
A las 11:07 en punto, Rocco Fausti salió de su oficina y me saludó.
Su acento era un fuerte italiano, pero no difícil de entender. Me
tendió la mano y casi no la tomo porque no quería ensuciar su linda
piel. Me sentí como un niño a punto de ensuciar alguna importante
estatua de mármol con las huellas de mi mano.
Era alto, mucho más alto que yo. Su cabello era negro, su piel
dorada y sus ojos… verde mar. Sus pestañas eran espesas y negras.
Sus labios llenos. Y olía... todo lo que equivalía a mejor que bueno.
Su cuerpo. No podía ocultar el físico musculoso debajo del traje
hecho a medida. Quienquiera que haya sido este Capo, se rodeó de
gente hermosa. Gente competente.
Gente diferente a mí.
Si no hubiera sabido ya lo básica, que era en el departamento de
apariencia y lo hubiera aceptado, tal vez me habría acomplejado.
Pasamos por lo que parecía ser la oficina de Rocco (olía a él) y nos
detuvimos en una habitación con una mesa larga en el centro. Había
doce sillas situadas a su alrededor, seis a cada lado, y una bandeja
circular en el medio con vasos y una jarra de agua. Me hizo un gesto
para que tomara asiento cerca de la pared de vidrio que se extendía
por la parte trasera de la habitación.
Una vez que lo hice, tomó asiento en la cabecera de la mesa, justo
a mi lado. Un minuto o dos después, entró su secretaria y le entregó
una carpeta llena de papeles. Antes de irse, sirvió tres vasos de agua,
colocando uno frente a su jefe, uno frente a mí y otro a la derecha de
él. Una tercera persona se uniría a nosotros entonces.
—¿Señor Fausti?
Levantó la vista de sus papeles, el verde de sus ojos brillaba por
la luz del sol que entraba por las ventanas.
—Rocco servirá.
Asentí.
—Rocco. ¿Por qué estoy aquí?
Mientras me miraba, tomé el vaso de agua y bebí un poco.
A las 11:11 en punto, el agua bajó mal y comencé a ahogarme.
Salté de mi silla, moviendo mis manos frente a mi cara, tratando de
luchar contra la obstrucción. La tercera persona había entrado en la
habitación justo cuando el agua intentaba bajar.
Miré hacia el techo, todavía tratando de respirar, pensando: ¿Esto
es una ironía o solo una broma cruel?
La maldita agua me quemaba la garganta y no podía dejar de
toser. El agua me estaba matando. Él me estaba matando. ¿Qué
estaba haciendo aquí?
Él no podía ser…
Me tendió la mano para que la tomara.
—Puedes llamarme Capo, si lo deseas—dijo él.
El hombre del traje. El señor Mac. El jefe. El capo. Cuatro y
jodidamente el mismo.
Azul. Todo lo que podía pensar era azul. Sus ojos. Eran azules. La
clase de azul en el que podrías perderte, flotar, sin querer volver
nunca a la tierra. Eran tranquilizadores, pero algo en ellos era
cauteloso. Como si tuvieras que sobrevivir al infierno para ganarte
tu cielo.
—Mariposa.
Su voz. Me invadió como lo había hecho la noche en The Club.
Era baja, áspera y la cosa más sexy que jamás había escuchado.
A pesar de que mis ojos se llenaron de lágrimas, su mano aún
estaba extendida y no pude evitar mirarla. No dejaba de pensar en la
forma en que me había tocado. Sostenido. Nuestro momento en la
habitación a la luz de las velas.
La mano que me tendía tomó una forma más firme, vivía en este
momento, y noté un tatuaje que cubría toda su mano opuesta, la
izquierda. Comenzaba en su muñeca y terminaba en el comienzo de
sus largos dedos. Y creaba la cara de un lobo negro gruñendo. Los
ojos del animal eran azul eléctrico, como los suyos.
Si este hombre quería que una mujer tuviera todo tipo de sexo
con él, ¿por qué tendría que pagarle a alguien? Estaba dispuesto a
apostar mi hogaza de pan rancio a que casi cualquier mujer querría
ser tocada por él. Era universalmente atractivo, y tenía ese algo en él
que igualaba su belleza. Era algo salvaje y fuerte. Tenía algo que
existía más profundo que lo físico y no podía explicarse realmente.
No. Lo podría en términos simples. Él era una fuerza brutal.
Podía sentirlo empujándome sin siquiera tocarme.
Carraspeó y mis ojos se dirigieron automáticamente allí. Era la
primera vez que lo veía tan de cerca. Al igual que no había notado el
tatuaje, no había notado la cicatriz que rodeaba su garganta. Era
vieja, casi del mismo color que su piel, pero se notaba.
—Señorita Flores—dijo Rocco, rompiendo mi trance—. ¿
Comenzamos?
Me tomó un momento, pero después de que Capo retiró su mano
extendida, carraspeé y dije:
—Sí, pero llámame Mari.
Rocco asintió.
—Mari. —Hizo un gesto hacia el asiento.
Lo tomé, mis ojos nunca dejaron los de Capo. Sus ojos nunca
dejaron los míos. Era intenso, pero de alguna manera no me
importaba. Quería mirarlo. No estaba segura de si alguna vez me
cansaría de mirarlo.
Verlo desde la distancia de repente se sintió como un pecado.
Todas sus facciones se veían mejor de cerca.
Capo se sentó frente a mí, su colonia llenó mi nariz mientras su
ropa se tensaba por el movimiento. Rocco nos concedió un minuto
mientras hojeaba los papeles que tenía delante.
Capo se estiró para tomar mi mano de nuevo.
—Mariposa—dijo él—. Puedes llamarme Capo o Mac.
Me aclaré la garganta, sabiendo que iba a sonar mal cuando
hablara. Todavía no había tomado su mano. Sabía cómo se sentía
contra la mía, y casi tenía miedo de que saltara una chispa cuando
nos tocáramos. Me preguntaba si se había disparado una chispa
cuando me había tocado en la oscuridad en The Club. Yo la había
sentido
—Preferiría llamarte Capo—dije, mi voz pequeña y llena de
arena—. Y puedes llamarme Mari.
Extendí la mano para hacer la conexión entonces, no queriendo
ser una gallina, pero cuando me acerqué, le di una palmada en la
mano, como si le estuviera chocándola de lado. Demasiado pronto. Era
demasiado pronto para volver a tocarlo. Estar atrapada en él. No
quería que mis ojos revelaran lo que posiblemente él no vio en la
oscuridad. Cuánto me había afectado.
Él sonrió, pero no tocó sus ojos.
—Mariposa—me dijo, usando un acento italiano en la palabra
española—. Te llamaré Mariposa. La mariposa.
La mariposa. Moví mi cabeza hacia un lado, de alguna manera
pensando que podía verlo mejor. No dejaba las cosas más claras,
pero desde cualquier ángulo, era deslumbrante. Lo más hermoso
que había visto aparte de mi cosa favorita. La mariposa. Por eso
odiaba cuando la gente que no significaba nada para mí me llamaba
por mi nombre completo. Era lo único especial en mí, y cuando lo
decían, como si no significara nada, reforzaba todo lo invisible que
me sentía. Una oruga todavía atrapada en la fase fea de su vida.
Viniendo de su boca, esos labios llenos, no me importó. Me gustó
la forma en que lo dijo, rodando la lengua. Mariposa. Lo hizo sonar...
especial. Incluso hermoso.
—Mari, me preguntaste por qué estabas aquí—dijo Rocco,
rompiendo la niebla que me rodeaba.
Asentí, tomando otro sorbo de agua.
—Cuidado. —Capo me sonrió—. Parece que el agua aquí es más
espesa de lo normal.
Entrecerré los ojos. Listillo. Luego le di la espalda, haciendo un
trato conmigo misma para no volver a mirarlo hasta que Rocco
arrojara algo de luz sobre el papeleo que tenía delante.
—¿Estás familiarizada con los matrimonios arreglados, Mari?
—¿Matrimonios arreglados?—repetí, sonando tan tonta como
estaba segura de que se veía mi rostro. Por supuesto que sabía qué
eran, pero ¿por qué diablos los estaba mencionando durante esta
reunión? Esperaba palabras como sexo sumiso, o discusiones sobre
el precio de la carne y lo que haría y no haría por un dólar. ¿Pero un
matrimonio?
—Un matrimonio arreglado es cuando…—comenzó Rocco.
Levanté una mano, deteniendo su explicación.
—Sé lo que es, pero ¿qué tiene que ver con por qué estoy aquí?
—Si hubieras sabido en lo que te estabas metiendo—dijo Rocco,
dándome una mirada mordaz—no lo habría sacado a colación. Sin
embargo, dado que Capo te eligió para este acuerdo y no se te
informó previamente de la situación, estoy aquí para aclarar las
cosas. Los matrimonios arreglados no son raros en nuestra cultura,
aunque por lo general ambos lados de la familia están involucrados.
Fuera de eso, Capo quiere tomar una novia. Después de pasar un
tiempo contigo, te eligió a ti. Por eso estamos aquí, Mari. Capo
quiere casarse

contigo.
—¿Casarme contigo?—repetí, mirando entre los dos hombres,
pudiendo volver a mirar a Capo, ya que Rocco me había explicado
por qué estaba allí. Ninguno de ellos se reía ni parecían como si
estuvieran jugando conmigo. Sin embargo, me reí. Cacareé como
una bruja.
Después me quedé callada, dándome cuenta de lo serios que
estaban siendo.
—Jódeme—dije yo, limpiándome los ojos. Los enfoqué en Capo
—. ¿De verdad quieres casarte conmigo?
Asintió una vez, muy lento, muy atento.
—Un acuerdo.
—Entiendo esa parte. —Me senté allí por un momento o dos,
absorbiendo todo esto. Empecé a juntar todo.
Él había estado investigando a todas esas mujeres. Tal vez
jugando en el campo para ver con cuál tenía una conexión. Les
vendaba los ojos para que no lo vieran y luego lo reconocieran en la
calle.
Solitario era la palabra que Sierra había usado para describírselo a
Keely.
Hizo escoltar hasta afuera de la fiesta a las mujeres que habían
estado coqueteando con otros hombres.
Sierra fue una de sus opciones.
Matrimonio. Quería que me casara con él. Él me eligió para este
arreglo.
Me levanté de la silla, negándome a mirarlo. Quería hacerlo, solo
una vez más, pero no podía. Ya era bastante difícil.
—Te he hecho perder el tiempo. Elegiste a la chica equivocada
para este trabajo. El matrimonio no está en las cartas para mí, ni
siquiera por un acuerdo. —Me di la vuelta para irme, pero me
detuve cuando su voz me golpeó como un rayo en la espalda.
—Viniste a mí en busca de un trabajo, te estoy proponiendo uno
que no incluye abaratar tu moral por dinero y te vas a ir. Como
mínimo, dime qué te asusta de este arreglo, un arreglo con detalles
que todavía ni siquiera has considerado. Salir sin escuchar los
detalles no te convierte en una campeona, Mariposa. Te hace parecer
una niña asustada. Ahora siéntate y demuéstrame que estoy
equivocado.
—Ok—le dije, dándome la vuelta. Colgué el bolso en la silla de
nuevo, tomando asiento. Aunque estábamos discutiendo el
matrimonio, no había duda de que se trataba de una reunión de
negocios. Una fusión de dos vidas unidas por el papel y los detalles
pensados previamente. Si iba a hacer esto, tenía que volverme lo más
empresarial posible. Había que barrer los sentimientos de la mesa,
pero tenía algo que ventilar que exigía algunos sentimientos
primero.
—Antes de que comience oficialmente esta reunión, y se hayan
considerado todas las partes, debes responderme una pregunta.
Capo me miró por un minuto y asintió una vez. Levantó el vaso
de agua y tomó un sorbo, sus ojos nunca dejaron los míos.
—¿Por qué yo, Capo?
Su nombre se sintió extraño en mi lengua. No lo dije como lo
hacía Rocco, con acento italiano, pero hice lo mejor que pude para
darle su significado. Él había hecho lo mismo con el mío, así que
quería darle el mismo respeto. Sin embargo, su rostro cambió
cuando dije su nombre, y por alguna razón me llevó de vuelta a The
Club, a la habitación iluminada por velas. A la intensidad. A la
intimidad.
—¿Te importa si devuelvo una pregunta con otra pregunta?
Extendí el brazo, como diciendo, adelante.
—¿Por qué no tú, Mariposa?
Tomé mi vaso de nuevo, tomando un sorbo con cuidado. Cuando
lo dejé, respondí con la verdad. Nadie en esta sala tenía tiempo para
mentiras.
—Vi a las otras mujeres en The Club. Tus opciones. Sierra era la
compañera de cuarto de mi hermana. La vi a primera hora de la
mañana. La vi cuando estaba más cansada de lo que el sueño podía
curar. Pero nunca la vi poco atractiva. —Señalé mi cara y deslicé un
dedo por la pendiente de mi nariz.
Sus ojos pasaron de relajados a duros en cuestión de segundos.
Me pregunté si el mundo exterior alguna vez lo consideró un cambio
sutil, algo que sucedía en un abrir y cerrar de ojos y luego
desaparecía, pero lo capté. Demasiado consciente ya de él.
—¿Me creerías si discuto tus sentimientos?
—Sí—le dije—. No pareces un hombre que tenga tiempo para
juegos.
—No te pareces al resto. Te destacas. Podrías ser una reina en un
trono. Una a la que me sentiría privilegiado de llamar esposa. Tienes
la cara más hermosa que he visto en mi vida. —Entrelazó sus dedos,
mirándome aún más... intensamente, casi estudiándome de una
manera a la que no estaba acostumbrada: con aprecio—. 'El hombre
dijo: 'Esta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ella será
llamada mujer, porque del varón fue sacada'. Me honraría llamarte
hueso de mis huesos, carne de mi carne. Mi mujer.
Me tomó un momento poner mi cabeza en orden. Sus palabras
fueron casi demasiado directas, pero estaban llenas de tanta verdad
que me desmayé, un poco.
Finalmente, supe que tenía que decir algo, o él vería que me había
debilitado con unas pocas palabras.
—Nunca nadie ha… —¿Qué estaba diciendo? Me hizo ser
demasiado honesta, admitiendo que es mejor dejar las cosas en la
oscuridad. Ya es demasiado consciente de mí. Esos ojos tenían
demasiada luz en ellos. Sabía que también escondían oscuridad,
q
pero el contraste entre los anillos oscuros alrededor de sus iris y el
azul solo hacía que su luz fuera aún más brillante para mí.
—A la mierda con ellos. —Él hizo un gesto desdeñoso con la
mano—. No importan.
—¿Tú sí?
—El único—dijo él—. Il capo.
—Acepto tu por qué—le dije, queriendo cambiar la dirección de
la conversación—. Pero hay más en esto que las apariencias. Dame
otras razones del por qué.
Rocco y Capo intercambiaron miradas antes de que Capo
volviera a hablar.
—¿Qué pasa si no hay otras razones? ¿Qué si la única razón por
la que estás sentada aquí conmigo es porque quiero escuchar mi
nombre saliendo de esa boca tuya suave como una almohada, y por
el resto de mi vida, me niego a permitir que otro hombre tenga el
mismo honor?
Bebí un trago de agua, casi ahogándome de nuevo.
—Eso es honesto—dije, contenta de que mi voz no vacilara—.
Pero no toda la verdad.
—No lo es—me dijo—. Pero no asumas nada conmigo, Mariposa.
Eso sería un error. Soy honesto, pero solo hasta cierto punto. —Sus
ojos parecían calentarse ante cualquier cosa que estuviera pensando.
El color de alguna manera se volvió más oscuro, una tormenta
salvaje que podía sentir en la boca del estómago.
Estaba usando solo unas pocas palabras para insinuar algo
mucho más complicado. Honesto hasta cierto punto. La atracción entre
nosotros se sentía como algo vivo que no se podía negar. Quería
tocarlo. Quería que me tocara de nuevo. Yo era el cielo entumecido
por su golpe de electricidad.
—Mari—dijo Rocco, y me volví hacia él—. Sí o no. ¿Estás de
acuerdo en seguir adelante con esta reunión? Si lo haces,
resolveremos los términos, pero el acuerdo estará vivo.
Es irónico que haya usado el homófono “vivo”.
Sosteniendo la mirada de Capo, me lamí los labios y pregunté:
—¿Vivo?
—Serás mi esposa—dijo Capo, su voz bajando aún más.
—Sí—dije, sin dudarlo—. Digo sí. Doy mi consentimiento.
Sigamos adelante

con el arreglo.
Antes de que realmente pudiéramos empezar, Rocco repasó la
razón más importante por la que Capo quería “tomar una esposa”.
—Su abuelo está enfermo—repetí. En este punto, bien podrían
haberme llamado loro en lugar de mi nombre. A cada paso, seguí
sorprendiéndome.
Rocco asintió y entró en más detalles. Después de la muerte de la
abuela de Capo, todo lo que tenía era su abuelo como figura paterna.
Su abuelo se estaba muriendo y uno de sus últimos deseos era ver
casado a su nieto. Antes de que pudiera escupir la pregunta, Rocco
respondió:
—Capo nunca llevaría a una mujer a casa para que conozca a su
abuelo y mentiría sobre casarse con ella. Está fuera de discusión.
Asentí, encontrando los ojos de Capo. Raramente se movieron de
mi cara. Incluso cuando presté atención a Rocco, todavía podía
sentirlos.
—Puedo entender eso—le dije—. Mi... madre adoptiva, murió de
cáncer cuando yo tenía diez años.
—Lamento escuchar eso—dijo Capo.
—No tienes familia, Mari, pero se te pedirá que viajes a Italia
para conocer a la de Capo.
—La tengo. —Mi voz salió fuerte—. Tengo familia.
Los ojos de ambos hombres se entrecerraron.
—Mi mejor amiga, Keely. Ella es mi familia. Sus hermanos
también.
Rocco miró a Capo, esperando que respondiera.
—Me reuniré con ellos formalmente—dijo—en la fiesta que le
organiza su familia. Están celebrando su nuevo trabajo. Alrededor
de dos semanas a partir de hoy. Domingo.
—¿Cómo lo supiste?
—Lo sé todo, Mariposa. Sé aún más cuando se trata de ti. —Él
dijo los nombres de sus padres y luego mencionó a cada uno de sus
hermanos y sus edades. Me dio un segundo, antes de continuar—.
Sabemos que esto es un arreglo, Mariposa, pero la gente de tu
círculo no lo sabrá. No exigiré que le mientas a tu amiga, pero la
verdad será modificada. Nos reunimos hoy para una entrevista
sobre un posible trabajo en mi club. Una vez que te diste cuenta de
que yo era el hombre de Macchiavello, tuvimos nuestro momento y
las cosas cambiaron.
—Sentí que era un conflicto de intereses contratarte.
Almorzamos, discutimos cosas que hacen las personas lujuriosas y
quisiste invitarme a su reunión familiar. —Él agitó una mano—.
Pasaremos tiempo juntos durante dos semanas. Te recogeré en su
casa. Tendremos citas. —Parecía odiar la palabra, porque la escupió
—. Entonces, durante su reunión familiar, anunciarás que estamos
comprometidos. Nos casaremos en el ayuntamiento de Nueva York
el fin de semana siguiente. También nos casaremos a finales de junio
en Italia. Una boda como corresponde. Tus amigos son bienvenidos a
asistir.
Con todo lo que había dicho, solo podía concentrarme en una
cosa.
—Sabes todo sobre mí, pero ¿qué sé yo realmente sobre ti?
Se inclinó hacia adelante, juntando sus manos sobre la mesa, sus
ojos ya no me devoraban de una manera personal.
—Mencionaste otras razones por las que hice esto. Tienes la
segunda principal, el deseo de mi abuelo. Sin embargo, tengo un
g p p g g
corazón y más de una vena cerca de mi pecho. Hay otros factores en
juego aquí, Mariposa. Necesito que me des tiempo para sacarlos a la
luz.
—¿Cuánto?—pregunté.
—¿Scusami? (NdT: perdóname)
Sonreí. Aunque no sabía italiano, sentí lo que había dicho, algo
equivalente a ¿perdón?
—¿Cuántas venas debo esperar? ¿Las que se conectan al corazón
principal?
—Quieres un número. —Se reclinó en su silla, estudiando mi
rostro—. Dos.
—No—dije—. Elige otro número.
—Quieres que invente algo.
—No—, repetí. —Pero las cosas malas vienen de tres en tres. No
quiero que inventes algo, pero te desafío a que encuentres algo
bueno en esta situación después de que tus dos 'venas' se abran a mí.
Dame tres para que salgamos con cuatro, con el corazón principal.
Me miró fijamente durante cinco intensos minutos, al menos.
Luego asintió.
—Estoy de acuerdo.
Rocco escribió algo.
Me gustaba esto. Realmente, realmente me gustaba esto.
Poniendo todo sobre la mesa de antemano. Estábamos discutiendo
nuestra mierda antes de comprometernos el uno con el otro. No se
suponía que el matrimonio fuera un negocio, pero de una manera
extraña, pensé que tal vez debería serlo a veces. Espero esto de ti. Tú
esperas esto de mí. Haces esto por mí. Hago esto por ti. Y ninguno de
nosotros cruzará ciertas líneas. Me quitó gran parte del peso que se
sentía como si hubiera caído sobre mi espalda cuando hizo su
propuesta por primera vez.
Me senté un poco más erguida y realmente comencé a prestar
atención cuando se mencionó la policía, cómo debía permanecer
callada en todo momento, a menos que Rocco me dijera lo contrario.
—¿Estás... involucrado en tratos que no deberías?
No esperaba que Capo fuera tan sincero, pero lo fue. Asintió sin
dudarlo.
—Mis manos no siempre están limpias al final del día, Mariposa.
—¿Qué tan profundo?
—¿Te importa la gravedad del pecado?
—No estoy segura.
—¿Aliviaría tu conciencia saber que solo actúo por venganza y no
por ganancias comerciales?
—Quiero honestidad—le dije—. Cueste lo que cueste. Si... si
pregunto. Necesito que seas honesto. —En ese momento, acercarme
a su honestidad me abrumó. Si tuviera demasiado tiempo para
pensar, querría honestidad en la mesa, y eso podría acabar con lo
que sea que tuviéramos. No estaba segura de qué tipo de persona
me convertía al negarme a considerar que podría hacer cosas
terribles por venganza, y las pasaría por alto por tener esto.
Tenerlo a él.
Borré el pensamiento tan pronto como llegó. No había lugar para
los sentimientos en esta mesa. No sentía nada de él. No habría nada
de mi parte.
Él asintió.
—Estoy de acuerdo.
Rocco escribió algo más.
Así fue como continuó la conversación. Rocco o Capo
mencionarían un término, lo discutiríamos y estaríamos de acuerdo
o no. Si no lo hacíamos, íbamos de un lado a otro hasta que ambos
estábamos satisfechos.
Dinero. Tendría acceso a todos sus fondos después de casarnos.
Los millones y millones que él tenía. No puso límite. Sin embargo, si
lo dejara o quisiera divorciarme de él, o rompiera las reglas
“centrales” de nuestro acuerdo, no obtendría nada. Ni siquiera un
centavo.
—Final—dijo Capo, sus ojos nunca más serios—. No creo en el
divorcio. Eres mía hasta que muera.
—Pero, ¿qué... qué pasa si uno de nosotros se vuelve infeliz?
—Este arreglo no se trata de amor, Mariposa. Lo entiendes,
¿verdad?
—Sí—dije, demasiado a la defensiva—. Lo sé. Lo has dicho tú y lo
he dicho yo. Lo entiendo.
Sus ojos desafiaron la afirmación, pero no insistió en ella.
—Saca el amor de esto. —Hizo un gesto entre nosotros dos—.
Ninguno de nosotros nunca será infeliz. Tenemos nuestros términos,
y esos deberían mantenernos contentos. Ambos tenemos un
propósito para este matrimonio. Yo quiero lealtad. Tú quieres vivir.
No todos los matrimonios se basan en el amor. El amor es una casa
frágil que se desmorona. Lo que estamos construyendo en esta mesa
será intocable.
—Avancemos—dije.
Recibiría un estipendio de diez mil dólares hasta que nos
casáramos. Para comprar comida, ropa y cualquier otra cosa que
necesitara hasta que fuera un trato cerrado.
Incluso tocamos detalles como: cuántas veces viajaríamos en el
año. Podríamos aumentar las veces, si quisiéramos, pero no
disminuirlas. Dos, decidimos, era un número ideal. Él elegiría un
lugar, yo el otro, y no había tres lugares involucrados a menos que
superáramos ese número.
Los dos hombres me habían estado sorprendiendo todo el
tiempo, así que decidí ponerles una. Les dije que bajo ninguna
circunstancia me pondría implantes en el culo. La idea aún estaba
fresca en mi mente, e hice que Rocco la escribiera. Capo sonrió y
dijo:
—Estoy de acuerdo. Nada de implantes de culo, ni ninguna
cirugía estética, a menos que mi esposa lo solicite. Sin embargo,
preferiría que no lo hicieras. Parecería una pérdida de dinero. ¿Por
qué pintar la mariposa?
Después de una hora, llamaron a la puerta. Los tres nos tiramos
hacia atrás, la conversación se desvaneció, esperando a que la
secretaria de Rocco tomara nota de nuestros pedidos para el
almuerzo. Mi estómago gruñó con fuerza y mis mejillas se
encendieron. Aunque me había estado quedando con Keely, no
había comido mucho de su comida, solo cuando ella me obligaba.
Seguía ayudándola a empacar, pero nunca me pareció suficiente.
Capo ordenó por mí. También pidió postre para mí.
—Eso fue amable de tu parte—le dije. Estaba demasiado
avergonzada para ordenar por mí misma. Sabía que la comida era
cara y nunca antes había pedido algo así.
Asintió una vez y me sonrió.
La secretaria de Rocco se quedó quieta. Observándolo. Ella lo
observó hasta que él volvió sus ojos hacia ella.
—Eso es todo para mi prometida y para mí.
Ella asintió, se arregló el cabello y le sonrió. Acomodó la lista
contra su pecho cuando él se dio la vuelta sin responder. La observé
hasta que cerró la puerta detrás de ella. Era una morena atractiva,
lista para la pasarela. Giada, la había llamado Rocco. Ella era alguien
que esperaría estuviese con Capo. Se vería bien de su brazo.
Giada y Capo. Sus nombres incluso parecían combinar.
Rocco sugirió que continuáramos la reunión hasta que se
entregara la comida. No podría haber estado más de acuerdo.
Levanté la mano, como si estuviera en la escuela.
—Quiero derechos exclusivos sobre ti—dije—. Comenzando
ahora.
—Tendrás que explicar eso con más detalle, Mari—dijo Rocco,
moviendo algunos papeles.
—Ella quiere decir—dijo Capo, con una leve sonrisa en los ojos—
que quiere que seamos exclusivos. Desde este momento.
—Un poco por delante de mí—dijo Rocco, y pude escuchar la
sonrisa en su voz. Capo y yo nos estábamos mirando—. Íbamos a
discutir eso a continuación.
—Cualquiera que sea la cantidad de veces que Capo quiera salir
conmigo en una cita nocturna, está bien para mí. —Agité una mano
—. Que sea una sorpresa, pero no tres veces por semana. Estoy lista
para discutir estos términos ahora.
—Hemos llegado a la exclusividad por los apremios de la señora.
—Rocco hojeó algunos papeles más. Sonrió de nuevo. Creo que me
encontraba divertida—. Dado que ha declarado sus sentimientos
sobre el asunto de que seáis exclusivos, sabemos cuál es su posición,
pero creo que es mejor discutir el asunto en detalle. Si prefiere no
tener intimidad con Capo, no puede esperar que sea célibe. Tomaría
amantes, pero sería discreto, por supuesto.
—Discreto—murmuré—. Por supuesto. —Y me dejarían en
ridículo. Y lo que es peor, no me gustaba la idea de que la secretaria
morena entrara y saliera de su habitación mientras yo dormía en la
habitación de al lado, o donde fuera.
Rocco asintió.
—Mari, tendrías que ser discreta…
—No—dijo Capo—. Nadie toca a mi esposa excepto yo.
La habitación se volvió excepcionalmente silenciosa. Cuando me
giré para mirar a Rocco, él estaba mirando a Capo. El rostro de
Rocco rara vez mostraba alguna emoción, pero la respuesta de Capo
pareció tomarlo por sorpresa. Él no esperaba eso.
¿Antes no era una gran cosa? No tenía ninguna razón para pensar
que no habían discutido algunos puntos de los términos antes.
Podría decir cuáles, cuando Capo se puso firme en algunas cosas
antes de que tuviera la oportunidad de pensar en ellas.
—Está decidido entonces—le dije—. Nadie me toca. Nadie te
toca.
—Exclusiva. Exclusivo. —Rocco escribió en su papel.
—¿Eres virgen, Mari?—preguntó Capo.
—¿Por qué? solté—. ¿Hará que mi precio suba? No creo que
pueda. Quiero decir, ya me has ofrecido todo, en cuanto al dinero,
siempre y cuando no me vaya.
No me gustó la forma en que Capo me miró. Estaba tratando de
desenterrar la información solo por pura voluntad. ¿Esperaba que yo
tuviera experiencia porque era una chica pobre en las calles? Oh,
cierto, pensé con cinismo, básicamente fui a su club buscando vender
mi cuerpo por un dólar. Resultó que estaba a punto de vender mi
secreto a cambio de mi vida.
—¿Importa? —Lo intenté una última vez.
—Me importa—dijo Capo—. Tu respuesta dirigirá nuestra
primera vez juntos.
¿Dirigirá nuestra primera vez juntos? ¿Qué significaba eso? ¿Sería
rudo conmigo si no era virgen?
Me levanté de mi asiento, la primera vez desde que intenté
alejarme de él, y me acerqué a la ventana. La vista desde esta altura
era vertiginosa. Nueva York parecía tan hermosa a esta altura,
cuando tus pies no podían tocar el suelo.
—No lo sé—dije, mi voz apenas por encima de un susurro.
—No lo sabes—repitió Capo. Podía imaginar su rostro, sus cejas
oscuras dibujadas.
El silencio se apoderó de la habitación. Después de un rato, me
pidió que le explicara.
—¡No lo sé!—dije un poco más fuerte—. Cuando tenía dieciséis
años, fui acogida por una familia rica. Un político. Él...él me tocaba.
No llegó tan lejos como el sexo, porque me fui antes de que pudiera.
Me negué a dejar que me hiciera eso. Keely me ayudó a obtener una
identificación falsa y trabajé en trabajos ocasionales donde pude.
Dormí en refugios. A veces en casa de Keely cuando su madre lo
permitía.
—Mantuve la cabeza gacha para que no me enviaran de regreso a
un hogar de acogida. También evité a la policía hasta que tuve la
edad suficiente para estar legalmente sola. Sin embargo, me hizo
cosas, cosas de las que preferiría no hablar. Estoy segura de que
ambos son lo suficientemente inteligentes como para entender por
qué realmente... no sé si soy virgen o no. Pero estoy limpia. Ningún
hombre me ha tocado antes o desde entonces. Nunca tuve tiempo
para preocuparme por una relación, pero incluso si lo hubiera
tenido, nunca pensé que querría que me tocaran de nuevo.
—O deberle a alguien—dijo Capo en voz baja, pero había una
corriente subterránea que lo atravesaba y que sentí desde donde
estaba. Sentí frío en mi espalda.
Había descubierto la razón por la que odiaba aceptar amabilidad
sin dar algo a cambio. El cabrón que me adoptó me había dicho que
me había hecho un favor al acogerme y que estaba en deuda con él
por su amabilidad. Al principio, le creí y habría hecho cualquier cosa
para sentirme como en casa. Un hogar. Pero cuando me di cuenta de
lo que esperaba de mí, la amabilidad nunca se sintió tan sucia.
Estaba avergonzada. Cada noche sabía que él estaba cada vez
más cerca de hacerme algo que nunca podría deshacerse. Los dedos
eran una cosa, su desagradable polla era otra. Así que escondí un
cuchillo en mi bolso, y cuando lo intentó, le dije que gritaría y lo
cortaría si lo hacía. Vivir en las calles era mejor que vivir en lo que
parecía una jaula. Tenía esposa e hijos, todos durmiendo en las
habitaciones que rodeaban la mía.
—Amabilidad—dije—. Nunca se la deberé a nadie, si está en mi
poder.
—¿Quieres tener intimidad conmigo, Mariposa?
—Hay otros factores en juego aquí, Capo. —Le repetí sus
palabras, solo reemplazando su nombre por el mío—. Te pido que
me des tiempo para ir a tu cama.
—Concordata—dijo en voz baja. Y sabía por conversaciones
anteriores que eso significaba acordado en italiano.
Estuve tanto tiempo frente a la ventana que cuando me volví,
encontré a Capo sentado solo en la mesa, con los ojos en mí.
—¿La reunión terminó?—pregunté, repentinamente temerosa de
que mi confesión pudiera haberlo desanimado. ¿Era mercancía
usada? Nunca lo había admitido en voz alta, ni siquiera ante Keely.
Le acababa de decir que el político cabrón fue malo conmigo, casi
abusivo, pero nunca entró en detalles. Creo que ella lo sabía, pero no
me presionó, solo me dijo que, si alguna vez quería ir a la policía,
estaría allí conmigo.
—No. —La aspereza en su voz era fuerte—. Solo tomando un
descanso.
Asentí, dándome la vuelta de nuevo.
—Siéntate, Mariposa.
Pensando que estábamos a punto de comer, o que íbamos a
empezar pronto de nuevo, hice lo que me dijo. Era fácil aceptar sus
órdenes. Él realmente tenía su mierda junta
Se levantó de su silla, su imponente figura se paró frente a mí,
antes de arrodillarse frente a mí. Puso su mano en mi rodilla.
—No te pusiste los zapatos nuevos que te envié—dijo él.
La luz le dio en los ojos y pensé en el océano, en las
profundidades que quería explorar. No se podía negar que había
algo oscuro más allá de la luz, pero de alguna extraña manera,
también quería explorar eso. Quería saber que lo que había hecho,
por miedo, por desesperación, no era tan perverso como yo creía: no
gritar cuando el político cabrón me tocó por primera vez. Quería
saber que otras personas tenían secretos que también eran difíciles
de contar. Solo esperaba no ser la única en la historia que cambiaría
contarlos por una oportunidad de vivir.
—No. —Sonreí un poco—. Entonces no eras oficialmente mi
capo.
Él me devolvió la sonrisa. Luego tomó mi bolso. Cuando me
estremecí y lo agarré, se tomó su tiempo para quitármelo de las
manos. Lo abrió y sacó los zapatos nuevos, como si supiera que los
había empacado. Lo hice. Lentamente, alcanzó una de las gastadas
chanclas de plástico.
Fui a retirarme, pero él me sostuvo con fuerza.
—Están tan sucios—susurré.
—He tocado peores y peores me han tocado.
Lo dejé tener mis pies, observándolo mientras cambiaba mis
zapatos viejos por unos nuevos. Se sentían tan bien. No había tenido
un par de zapatos que fueran solo míos desde que tenía diez años.
—Tu bolso—dijo—. Pertenecía a tu madre.
Me tomó un segundo.
—¿Mi madre? ¿Te refieres a Jocelyn?
—No—dijo él—. Jocelyn Flores fue la mujer que te acogió y te
amó como propia. 'Jódeme'. Eso era algo que el viejo Gianelli, su
padre, solía decir cuando se irritaba porque los bichos de su jardín se
comían sus productos. Los sicilianos aman sus jardines.
—¿Conocías a mi... a Jocelyn? ¿a Pops? —Pops era el padre de
Jocelyn, mi abuelo adoptivo. No conocía al esposo de Jocelyn, Julio
Flores. Había muerto antes de que me adoptaran, pero obtuve su
apellido.
Él asintió.
—Los conocía bien.
—Pops murió primero—le dije, queriendo contarle—. Jocelyn
murió un año después.
—Ataque al corazón—dijo Capo—. Cáncer.
q j p
—Así es— fue todo lo que pude decir. Su hogar fue el único
estable que había conocido.
—Todavía regresas a Staten Island para volver a visitar la casa.
—Lo hago.
—Les di suficiente dinero para cuidarte.
—¿Tú… qué?
—¿Qué pasó con eso, Mariposa?
Me puse de pie, poniendo algo de distancia entre nosotros.
—Ella estaba muy enferma. Lo usamos para su tratamiento.
Luego se quedaron con la casa. No quedaba dinero. Nadie que me
cuidara. —Me mordí el labio—. ¿Cómo sabes todo esto?
Capo todavía estaba sobre una rodilla, mis zapatos sucios
colgando de sus dedos.
—Conocí a tus padres, tus padres biológicos, Corrado y Maria. Tu
nombre era Marie a Palermo.
—Marie a Palermo. —Probé el nombre. Se sentía extraño.
Equivocado—. Tenía cinco años cuando… tuviste algo que ver con
que yo fuera a vivir con ellos, ¿no es así?
—Así es. Te traje a vivir con ellos. Te cambié el nombre.
—Mariposa—dijo él, usando un acento italiano en la palabra española.
Te llamaré Mariposa. La mariposa.
El bastardo me había puesto el nombre.
—¿Por qué? —Mis manos se apretaron a mis costados.
—Marie a significa mar de amargura, o algo parecido. Quería
que tuvieras algo mejor para llamarte. Quería que te convirtieras en
lo que más amabas. La mariposa. Te merecías la oportunidad.
Ambos nombres comenzaban con Mari, como te llamaba tu madre.
Quería que también mantuvieras esa parte de ella contigo. Y sabía
que haría la transición más fácil. Siendo una niña pequeña, aún
podías decirle a la gente que tu nombre era Mari. No era tan
disparatado.
p
—Eso no es lo que quise decir. ¿Por qué me trajiste a vivir con
ellos? ¿Qué pasó con mi madre y mi padre? —Esas simples palabras
casi me parten en dos, pero me mantuve firme.
—Asesinados—dijo él.
—¿En un accidente de coche? —Eso fue lo que Pops y Jocelyn me
habían dicho.
Dejó los zapatos viejos con reverencia y se puso de pie, frente a
mí.
—La familia Scarpone los asesinó.
—La… —Ni siquiera podía decir la palabra. Mafia.
—También exigieron tu sangre.
—Entiendo. —Me senté, todo mi peso se desplomó. No podía
soportarlo, aunque alcancé el bolso para mantenerla cerca. Fue lo
único que Jocelyn dijo que había venido conmigo cuando llegué a su
puerta. El bolso contenía dos libros para colorear. Uno lleno de
imágenes de mariposas y el otro de princesas. Una caja de colores.
La pinza de pelo de mariposa.
—Difícilmente—dijo él.
Ante la respuesta de una sola palabra, mis ojos se volvieron para
encontrar los suyos. Me miraba, siempre me miraba, con una
intensidad que me mantenía enraizada, pero me hacía sentir que
podía volar.
—Sabías que me gustaban las mariposas. Colorear.
Mariposa.
—Tú me lo dijiste—dijo él—. Me pediste que coloreara contigo. El
azul era tu color favorito.
—Todavía lo es —dije, pensando en el color de sus ojos.
Me iba a enfermar. Cerré los ojos, inhalando y exhalando
profundamente.
—Tú… —Tuve que tomar otra respiración—. Me has estado
vigilando.
g
—No—dijo—. Después de dejarte con Jocelyn y el viejo Gianelli,
corté todos los lazos. Era más seguro de esa manera. Había planeado
que alguien cercano a mí te comprobara de vez en cuando, para
asegurarme de que el dinero todavía estaba allí y de que te estaban
cuidando, pero sucedió algo y la vida se interpuso en el camino.
Cuando apareciste en Macchiavello's por primera vez, pensé que me
resultabas familiar. Cuando apareciste en The Club, lo supe. La bolsa
de hielo que devolviste lo confirmó. Estaba el ADN de tu sangre en
ella.
—Me salvaste. Me salvaste de esa gente. —¿Tu gente? La
pregunta quemó en la punta de mi lengua. Quería respuestas, pero
estábamos hablando de la familia Scarpone, parecían estar entrando
mucho en mi círculo últimamente. Cualquiera sabía quiénes eran los
Scarpone. No eran los Fausti, de ninguna manera, pero se sabía que
eran despiadados hasta la médula.
Cinco familias gobernaban Nueva York, y la familia Scarpone era
una de ellas. Eran los mejores perros. Gracias a gente como ellos,
aprendí desde el principio a mantener la cabeza gacha y la mirada
apartada. Fue una de las razones por las que no delaté a Quillon
Zamboni, el hombre que me tocó mientras estaba en un hogar de
acogida. Ser curiosa iba en contra de todo lo que sabía, cómo
mantenerme a salvo, pero me iba a casar con este hombre. Tenía que
saber esto, al menos.
—Tú eres uno de ellos.
Me miró por un momento, su rostro inexpresivo.
—Yo era uno de la manada.
—¿Pero ahora?
—Soy un lobo solitario.
—¿Por qué? ¿Por qué me salvaste?
—Eras la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Tan
inocente que me rompió el corazón. Tenías la pinza de mariposa en
el pelo y lo único que querías era colorear. Yo nunca había
experimentado eso antes, algo lo suficientemente poderoso como
p g p
para cambiar el curso de mis acciones. Me hiciste ver algo diferente.
Te vi, Mariposa. Quería que tu inocencia viviera.
Dijo esas poderosas palabras, pero sin una pizca de emoción.
Podría haber estado hablando de qué ponerse para salir, si hacía
tanto frío como para necesitar una chaqueta.
—¿A qué costo? —El suyo o el mío, no estaba segura de lo que
preguntaba.
—Una vena—dijo él—. Otro día.
—¿Eso es todo lo que estás dispuesto a darme?—le dije.
—Hoy.
Sabía que esto era un factor decisivo. Él no me lo diría. ¿Y
realmente quería conocer los detalles? ¿Cambiaría el resultado de
este arreglo? Una vez que estaba dentro, estaba dentro. No podía
salir. Ya me había avisado. No había duda de que iba a actuar en
consecuencia. Había algo en él que te desafiaba a enfrentarlo, pero te
detenía justo antes de que lo hicieras. Piensa dos veces.
Sin embargo, estaba bastante segura de que, a pesar de que él era
uno de ellos, debe haber sido considerado un hombre desechable, un
hombre que había sobrevivido a los brazos de largo alcance de la
familia. No alguien excepcionalmente cercano al funcionamiento
interno de la familia, o no estaría aquí.
Estaba en juego el dinero, la vida, pero para mí, se sentía como
mucho más. Qué, no tenía ni idea, pero se sentía peligroso. No era
algo para tomar a la ligera. Todos esos años anhelaba vivir, y aquí
estaba la oportunidad frente a mí, latiendo como un corazón, pero
vino con consecuencias. Venas poco saludables.
—¿Qué vas a ser en el papeleo?—dijo Capo, sin darme más
tiempo para pensar—. Tu nombre.
—¿Estaré en peligro? —Fue la primera vez que pensé en
preguntar. Estaba tan ocupada, deslumbrada por la oportunidad de
vivir que me olvidé del tenue velo de la muerte.
—Sí—dijo, sin dudarlo—. Siempre has estado en peligro. Hice lo
mejor que pude con lo que me dieron en ese momento. Estar en las
calles, sin llamar la atención, los mantuvo fuera de tu rastro, por así
decirlo. Hay otros factores también. Los Fausti, por ejemplo. Nadie
toca lo que les pertenece a menos que tenga un deseo de muerte.
Como puedes ver, los considero familia. Confío en ellos tanto como
puedo. Sin embargo, eso no cambia la verdad. No puedo prometer
algo que no es mío para dar, que es protección completa contra la
vida. Pero juraré mantenerte a salvo a costa de la mía.
—Ya lo hiciste, ¿verdad?
Se quedó en silencio por un minuto.
—¿Qué habrá en el papeleo?—repitió luego.
—Mariposa—dije, sin dudarlo—. Mariposa.
Asintió una vez, a punto de ir a la puerta a buscar a Rocco. Me di
cuenta de que estaba listo para seguir adelante.
—Capo.
Él se detuvo, pero no se giró.
—¿Cuál... cuál será mi apellido?
—Macchiavello. —Tomó aire—. Mariposa Macchiavello. —
Parecía satisfecho—No es el nombre lo que me agrada. Es que no
importa de dónde venga, vino de mí, y lo llevarás como un maldito
anillo alrededor de tu dedo.
Entonces me dejó sola, cerrando la puerta detrás con un suave
clic.
Me marchité en el asiento cuando estuve sola. De repente, me di
cuenta de que era el único hombre al que le debía. Y él lo sabía. Lo
supo todo el tiempo.
Quería lealtad. La había asegurado a toda costa.
Pero nunca más nadie, incluido el hombre que pretendía ser mi
esposo, Capo Macchiavello, me mataría con bondad. Porque la
bondad no te mata rápidamente. Te devoraba lentamente, como
ácido, hasta que deseabas estar muerto.
Capítulo 10
Mariposa
Dos semanas después, Capo me llevó a Staten Island en uno de
sus muchos coches veloces. El hombre tenía un fetiche por los
coches. Mi suposición original acerca de que sus vehículos
coincidían con sus corbatas era errónea, pero se acercaba a la verdad.
Parecía tener un coche para cada ocasión.
El que conducía parecía un poco exagerado para el lugar al que
nos dirigíamos: la fiesta que Harrison organizaba por la gran
oportunidad de Keely en Broadway. Cuando le pregunté a Capo qué
tipo de automóvil era, dijo:
—Buga i Veyron.
No tenía ni idea de coches, así que simplemente lo archivé como
una bestia negra mate, que probablemente podría usarse en una
pista de carreras.
Me había estado recogiendo para algunas “citas” desde nuestra
reunión. Después de que le expliqué la situación a Keely, pareció
aceptarlo, pero me di cuenta de que sospechaba. Aun así, eso no le
impidió hacer un comentario sobre lo bueno que era Capo cuando lo
conoció.
—Mierda—había dicho ella—. Esa cantante, ¿cómo se llama? ¿La
que siempre escribe sobre sus novios? No tiene idea de lo que se está
perdiendo últimamente. Montones y montones de inspiración
creativa. Ese tatuaje en su mano me tiene con ganas de lamerlo, sin
mencionar esa cara perfecta y ese cuerpo apretado. ¿Estás segura de
que es real, Mari? El hombre no tiene ni un maldito defecto.
Todavía no había encontrado uno, excepto su frialdad. No
parecía que lo dijera en serio, pero había algo cauteloso en él en todo
momento. Parecía que tenía que hacer un esfuerzo para quitárselo
cuando estábamos juntos. En The Club, en la oscuridad, había sido
cálido, me atrevería a decir acogedor, pero a la luz del día, era tan
duro como una ola helada.
Sin embargo, su distanciamiento no quitaba lo bien que parecía
conocerme, porque ya me estaba dando cosas, experiencias, sobre las
que solo había escrito en Journey. Nuestras citas parecían hechas a
mi medida.
Después de nuestra reunión, me había dado una tarjeta con la
cantidad de dinero estipulada. Me dijo que tenía que usarlo o
asumiría que estaba incumpliendo mi parte del trato. Esto era,
después de todo, un acuerdo con cláusulas.
Necesitaba un nuevo guardarropa. Trabajé en eso.
Necesitaba empezar a comer mejor. Salté sobre eso.
Tenía gente para encargarse de nuestras dos bodas. Lo hice.
La secretaria de Rocco, Giada, hizo un comentario sobre mi
cabello cuando fui a reunirme con el organizador de bodas que se
encargaba de todo en Italia. La mayoría de mis reuniones tuvieron
lugar en la oficina de Rocco. Todavía no tenía idea de dónde vivía
Capo.
Giada me consiguió una cita con uno de los mejores estilistas de
Nueva York, Sawyer Phillips, el mismo día. Los Fausti realmente
tenían algo de influencia. Sawyer fue amable conmigo, y después de
que terminamos, mi cabello era castaño intenso con mechones color
caramelo en la mezcla. El cambio fue casi impactante.
Mis ojos se veían mucho más vibrantes y mi piel brillaba de
dentro hacia afuera. También podría haber sido que estaba comiendo
bien y no estaba tan estresada por saber dónde iba a dormir y de
dónde vendría mi próxima comida. Pero… tenía una cita fija con
Sawyer indefinidamente después de la primera, y dos chicas que me
hacían las uñas.
También tenía un hombre llamado Giovanni que me seguía
cuando il capo no estaba conmigo. Solo veía a Capo en las noches de
nuestras citas, así que pasaba más tiempo con Giovanni. Era un buen
tipo y, por lo general, no me importaba que me acompañara. Sin
p y p g p q p
embargo, no pude evitar notar lo... diferente que era en comparación
con Capo y los hombres que trabajaban para los Fausti o estaban
relacionados con ellos.
Giovanni no era tan atractivo, lo que no hacía ninguna diferencia
para mí, pero parecía que Capo lo había hecho a propósito. Y
Giovanni y yo no teníamos nada en común. Cero cosas de las que
hablar excepto el clima y las cosas que le gustaban y no le gustaban
de Nueva York. Era de Italia.
Capo. Mi aspecto. Incluso Giovanni.
Había habido tantos cambios en tan poco tiempo. Me desperté
sabiendo que una parte de mi vida iba a ser diferente. Y después de
la boda, sentía que las cosas iban a cambiar aún más. Capo parecía
estar esperando su momento con la parte de “citas” del trato. Quería
que fuera oficial. Aun así, no esperaba ninguna cosa:
Todavía me sentía como... yo, solo que sin los factores estresantes
adicionales.
Me preocupaba el precio de la ropa que compraba. Incluso la
cantidad de comestibles en mi carrito. Así que buscaba gangas, casi
con miedo de que se acabara el dinero y me quedara con hambre y
sin hogar otra vez, a pesar de que todavía me estaba quedando con
Keely hasta que terminara su contrato de arrendamiento y me
casara.
Algunas cosas nunca cambiarían, supuse. Siempre habría una
cierta cantidad de miedo en mí. Una cierta cantidad de puedo pagar
esto, pero ¿qué pasa con aquello? ¿Puedo tomar una bebida y patatas fritas?
Sin embargo, todos estos cambios tuvieron que ser explicados a
Keely, para que no sospechara demasiado. Entonces le dije que,
aunque Capo no me dio el trabajo, Rocco me ofreció uno. Trabajaba
en su oficina como una chica de los recados. Para hacer esto cierto,
porque me sentía culpable por mentirle, le traía café a Giada cada
vez que llegaba.
Capo asintió y dijo:
—Bene—cuando le conté lo que le había dicho a Keely. Teníamos
que mantener la historia en orden.
La mano de Capo se acercó a las mías después de que suspiré.
—Deja de estar inquieta. Te hace ver nerviosa.
—Lo estoy—le dije—. Nerviosa.
Había estado girando el anillo de compromiso que me había
dado alrededor de mi dedo. Era una piedra antigua de cuatro
quilates. El diamante central tenía forma ovalada. Había otra capa de
diamantes alrededor del centro. Y luego más diamantes en los
costados. Era muy artístico, femenino, y podría haber jurado que las
volutas laterales y los diamantes creaban mariposas abstractas.
La única razón por la que sabía el tamaño en quilates era porque
Capo me lo había dicho. No quería que me preocupara que nada en
el anillo fuera un tres. En lo que a mí respecta, podría haberme dado
una simple banda de oro. La cosa era pesada y a veces tenía miedo
de que alguien me cortara el dedo por eso.
Sin embargo, había hecho que el momento fuera especial. Me
llevó a dar un paseo en helicóptero por Nueva York al anochecer y,
después de aterrizar, me dijo que revisara mi bolso. Encontré un
nuevo libro para colorear adentro. El título decía: La Princesa
Mariposa. Había sonreído cuando lo abrí. Era un libro grueso y la
primera mitad estaba llena de retratos de personajes míos en muchas
poses diferentes.
Me dijo que siguiera adelante y que solo me detuviera cuando
llegara a la mitad. La segunda mitad del libro había sido tallada,
pero el anillo estaba en el centro y parecía que estaba en mi dedo
izquierdo. La parte inferior de la página tenía escrito en letra
elegante: Cuando lo sabes, lo sabes. Había deslizado el libro para
colorear de nuevo en mi bolso, pensando más en él, que en el valioso
anillo.
—De esa manera tenemos una historia real que contar—había
dicho—. No hay que seguir con mentiras. —Me había puesto el
anillo en el dedo y no habíamos hablado de eso desde entonces.
Le conté a Keely sobre eso ese mismo día. No quería que la
tomara por sorpresa durante su fiesta, y no quería anunciarlo a toda
su familia. Era su día. Le dije que lo dijera si quería, pero yo me
callaría.
No se quedó callada después de que se lo dije. ¡Es demasiado
pronto! Apenas lo conoces. Está relacionado con una de las familias
criminales más poderosas de la historia. ¿Y sabes lo que eso significa?
¡Probablemente es la razón por la que es más rico que el pecado!
Él era más rico que el pecado.
Cuando discutimos el aspecto financiero de las cosas durante
nuestra reunión de arreglo, me quedó claro todo lo que Capo poseía.
No solo era dueño de uno de los restaurantes más exitosos, sino
también de uno de los clubes más exitosos y de una serie de hoteles
de lujo. Conocía su riqueza mejor de lo que lo conocía como hombre.
¿Y si tenía tratos criminales? No los había revelado en la reunión. Yo
tampoco había preguntado.
No queriendo escucharla mientras continuaba por el mismo
camino, saqué el libro para colorear que me había dado, el anillo, y
se los mostré, ambos. Había leído en voz alta la inscripción al final
de la página.
Cuando lo sabes, lo sabes.
—¿De verdad quieres esto, Mari?—había preguntado,
mirándome a los ojos—. Si dices que sí, retrocederé.
Sonreí ante eso.
—Sí, Kee—le dije—. Realmente lo quiero. Pero ambas sabemos
que no vas a retroceder.
Ella soltó una carcajada, abrazándome fuerte, besando mi frente.
—Tú lo sabes. Soy tu hermana mayor. Siempre te cuidaré.
—¡Por dos semanas, Kee!
—Italia. ¡Mi hermana se va a casar en Italia!
Tenía la sensación de que nuestra boda iba a ser considerada una
gran noticia por esta fiesta. Eso me ponía nerviosa. No estaba segura
de cómo iba a reaccionar Harrison. Después de enterarme de sus
sentimientos por mí… esperaba que mi matrimonio con Capo no
pusiera las cosas incómodas entre nosotros.
Capo había acordado que podía decirle a Keely antes, pero no
estaba segura de cómo iba a reaccionar ante Harrison. No dejaba de
pensar en cómo había dicho, nadie toca a mi esposa excepto yo. Fue
intenso. Posesivo. Solo por el tono de su voz, todavía corría con los
lobos. Era tan claro como el tatuaje en su mano.
—Abandonaste la universidad.
Esas cinco palabras me sacaron de la niebla nerviosa en la que
estaba.
—Cómo… —Iba a preguntar cómo sabía eso, pero me detuve.
Cuando dijo que lo sabía todo, era verdad—. Sí. No funcionó.
Todavía estábamos tomados de la mano, y tan perdida como
estaba en mis pensamientos, me di cuenta de que usaba el pulgar
para hacer un patrón suave en mi piel. Estaba haciendo una 'C.'
Sostenía mucho mi mano en público, la única intimidad entre
nosotros desde nuestra noche en The Club, pero solo hizo el patrón
de la 'C' mientras estábamos en el coche. Me ayudó, especialmente
cuando me di cuenta de lo cerca que estábamos de llegar.
—El trabajo se interpuso en el camino y te despidieron.
—Eso lo resume todo.
—Deberías replantearte volver. Tendrás tiempo libre, cuando no
estés ocupada conmigo. Rocco sugirió abogacía.
—¿Abogacía? —Me reí, pero me dio una mirada seria, así que
cambié sobre la marcha—. ¿Por qué abogacía?
—Estaba impresionado con la forma en que te manejaste durante
nuestra reunión. Te defendiste. Estabas dispuesta a ceder en las
cláusulas que no creías que fueran tan importantes, pero las que sí...
—se encogió de hombros— te quitaste los guantes y luchaste con las
manos desnudas. Eres una excelente negociadora, Mariposa.
Estaban impresionados de que me hubiera enfrentado a ellos. No
parecía que muchas personas hicieran eso. Hombres o mujeres. No
tenía nada que perder cuando entré en esa oficina, y una vez que
descubrí que Capo estaba interesado en mí, tuve algo con lo que
negociar. Creo que él lo sabía. Creo que quería eso de mí. Lo que me
hizo respetarlo aún más. Sabía que iba a entrar con nada más que un
bolso lleno de viejos recuerdos, un diario y pan duro. Me dio una
moneda de cambio. Yo.
—Lo consideraré. —Abogacía ni siquiera se me había pasado por
la cabeza. Parecía demasiado inalcanzable, algo en lo que solo las
personas ricas con conexiones tenían éxito. Tal vez le preguntaría a
Harrison sobre sus sentimientos al respecto... Pensar en Harrison
hizo que me sudaran las manos, así que cambié de tema—. ¿Ibas a
elegir a Sierra?
—¿Qué te hizo pensar en ella?
Me encogí de hombros, tratando de no jugar.
—Rocco. El arreglo. Apareció en mi cabeza.
Condujimos durante unos cinco minutos antes de que
respondiera.
—Ella era una de mis mejores opciones.
—¿Porque era hermosa?
—No, porque era una de las más hambrientas.
Ah. Correcto. Ella se estaba muriendo de hambre tanto literal,
como figurativamente. Estaba buscando a la más hambrienta del
grupo, una mujer que caería en el hechizo vertiginoso de su fuerza
magnética. Tenía todo lo que una chica podría desear. Aspecto.
Encanto. Dinero. Y tenía una fuerte sensación de siempre te cuidaré si
te llamo mía. Agrega a una chica como Sierra, como yo, y la lealtad a
alguien como él sería alta. Rara vez tenemos oportunidades como él.
—¿Tuvo... una conexión algo que ver con eso?
—Depende de lo que entiendas por 'conexión'. Si te refieres a
sexualmente compatible, una fuerte atracción física, sí.
Mis mejillas se calentaron, y no por vergüenza. Estaba un poco
celosa de que sintiera eso por Sierra. Que se sintiera atraído
sexualmente por ella. Me preguntaba si habían tenido sexo, ya que
ella trabajaba en su club, pero tampoco quería mencionarlo.
—¿Ibas a darle este anillo, si la elegías? —Lo levanté y él le dio
una mirada de reojo
—No.—
Cambió suavemente de carril y lo dejó así. Lo miré, esperando
que me diera un poco más, pero parecía que se había cerrado.
Suspiré, volviéndome hacia la ventanilla. El mundo pasaba como un
borrón. Íbamos demasiado rápido para que yo pudiera alcanzarlo.
El silencio en el coche de repente me estaba matando. Me incliné
hacia delante y, por primera vez, jugueteé con algunos botones. Me
di cuenta de que Capo me miraba de reojo, debajo de sus gafas, pero
no dijo nada. Finalmente, encontré el estéreo. Sonreí cuando escuché
la última música que había estado escuchando. Seguí presionando la
flecha hacia adelante para ver qué tenía en su lista de reproducción.
Bee Gees. 2Pac. Andrea Bocelli. White Snack. Sam The Sham and
The Pharaohs. Staind. Seven Mary Three. Frank Sinatra. Nazareth.
Su lujoso coche mostraba los nombres de los artistas y sus canciones.
No tenía idea de quiénes eran la mayoría de ellos, pero todos eran
muy diferentes. Sus gustos musicales no me dieron más pistas sobre
quién era. Es un hombre extremadamente misterioso, pensé con
sarcasmo. Y el resto de su lista continuó en esta mezcolanza de
géneros.
—Te estás riendo de mí—dijo—. De mi música.
Me reí aún más fuerte y me pellizqué los dedos, dejando un
pequeño espacio entre ellos.
—Un poquito.
—Tienes un sentido del humor retorcido. —Sacudió la cabeza—.
Y una risa salvaje para acompañarlo.
—¿Qué es una risa salvaje?
—Algunas personas la enjaulan, la entrenan para que sea lo que
quieren que sea, un animal tranquilo. Algunas personas la fingen,
ocultando el hecho de que no tienen nada de qué reírse realmente.
Tú no haces nada de eso.
Seguí riéndome, encendiendo la radio en lugar de escuchar su
música de viejo. Él iba a cumplir cuarenta años en agosto, en
comparación con mis veintidós en octubre. Aunque había una
diferencia de edad de dieciocho años, mi tiempo en las calles me
había envejecido. Sentía que estábamos cerca de igualar su edad.
Entonces sonó una popular canción pop y la brecha se amplió un
poco. Me hizo pensar en Keely y en lo que me había dicho sobre
Capo y su familia, que proporcionaban suficiente inspiración
creativa para un sinfín de canciones.
—No puedes hablar en serio. —Miró la radio como si le hubiera
hecho algo ofensivo—. ¿Preferirías esta chica a Bocelli?
—¿Yo? ¿No soy seria? ¿Cómo pudo pasar esto? —Fingí
desmayarme contra la puerta, presionando una mano en mi frente—.
¡Tengo los vapores! ¡Ayudadme, apuesto señor!
—Esto es lo que sucede cuando tu cerebro ha estado escuchando
este tipo de música durante demasiado tiempo. Tú. Deberías ser el
ejemplo para que los niños que escuchen esto. —Cambió la música a
Bocelli, una verdadera balada romántica italiana.
La cambié de nuevo, sintiéndome más ligera que en todo el día.
En realidad, me sentí más ligera que en años.
—Hemos escuchado tu música. Déjame escuchar la mía por un
rato. Y no estoy de acuerdo. Me encanta su música. Este es su nuevo
material. Es hermoso. Especialmente esta canción. Escucha.
Mi risa amenazó con salirse de la jaula, en la que la había
empujado. Estaba escuchando la canción con seriedad, y cuando se
ponía serio, sus cejas pobladas bajaban y sus labios se volvían
severos.
—Tienes un amigo—dijo cuando la canción estaba cerca de
terminar.
—Yo sí—le dije—. ¿Pero realmente escuchaste? Primero menciona
un tipo de amor infantil, luego un amor que ocurre mientras crecen
y luego se casan. Es lindo tener un mejor amigo, pero cuando tu
mejor amigo es también tu amante, completa las cosas. Es lo que yo
pensaría, de todos modos.
—Tan filosófico—dijo, y casi me río de nuevo.
—¿Qué? ¿No entendiste eso?
—Todo lo que tengo es la banda sonora de una película de Tim
Burton atrapada en mi cabeza ahora.
—¿Quién es Burton?—pregunté.
—¿El Joven Manos de Tijera2?
Me encogí de hombros.
—No tengo idea.
—Me asombra. No tienes idea de quiénes son Tim Burton o El
Joven Manos de Tijera, pero tenías una idea bastante clara de
quiénes eran los Fausti cuando nos conocimos—
—Es un hecho triste de la vida en las calles. Intentas adelantarte a
las cosas que pueden matarte. —Me encogí de hombros—. El resto
realmente no importa cuando estás lo suficientemente hambrienta
como para robarle a un niño pequeño su cono de helado. Dudo que
Tim Burton y el Joven—Hice un movimiento con los dedos como si
estuviera cortando papel con unas tijeras— me persiguieran y me
mataran, tal vez incluso me torturaran, si viera algo que se suponía
que no debía ver.
Sabía algo sobre los Fausti, pero más sobre las cinco familias. Los
Fausti no se dedicaban a tonterías. Eran realeza en Italia y más allá.
Sus tratos llegaban a los titulares. También lo hicieron sus
matrimonios cuando uno de ellos tomó una esposa, usando el
término arcaico de Capo. Y cuando le pregunté a Capo qué tan serio
era, dijo: Considera a Fausti como una tierra sin ley que ningún presidente
o dictador puede tocar. Gobiernan sus propios territorios. Y lo que sea que
sientan que les pertenece, lo hace. Fin de la historia.
Me miró antes de volver a la carretera.
—Tienes mucho que aprender sobre lo bueno de la vida,
Mariposa. Será un placer enseñártelo y mostrártelo.
Con eso, intercambiamos música hasta que llegamos a la
dirección que Keely

le había dado a Capo.


Mi estómago cayó en picado cuando Capo estacionó frente a la
casa en la que crecí hasta los diez años.
—¿Por qué estamos aquí?
Se quitó las gafas de sol y estudió mi rostro.
—¿No lo sabías?
—¿Saber qué?
—Que aquí es donde íbamos, Mariposa.
—No. —Me moví un poco en el asiento—. Keely solo me dijo que
la fiesta era en la casa de un amigo en Staten Island.
Me habían probado el vestido esa mañana. Giovanni me había
llevado, y luego Capo me recogió después para ir la fiesta de Keely.
Ella quería irse más temprano, así que le había dado la dirección a
Capo mientras yo me arreglaba. Quería ayudar a organizar todo.
Capo debe haber asumido que ya lo sabía.
A juzgar por su rostro duro, no tenía idea de que ella no me lo
había mencionado. No parecía gustarle las sorpresas. Me di cuenta
por la forma en que todos a su alrededor le informaban de todo.
—Pensé que por eso estabas nerviosa—dijo él, mirando más allá
de mí hacia la casa. Me pregunté si recordaría haberme llevado allí.
—No—dije yo—. Estaba nerviosa porque básicamente estás
conociendo a la familia. Ahora, estoy nerviosa porque no he puesto
un pie en esta casa en once años. Este lugar es la única casa a la que
he llamado hogar.
—Eso no va a ayudar. —Me tomó del brazo y me impidió
abanicarme las axilas.
Hacía calor y mis nervios me tenían al límite. El perfume celestial
trabajó horas extras. Todo el coche olía dulce. Me encantaba cómo
los olores parecían cambiar sutilmente de vez en cuando. A veces
olía más a caramelo, otras veces a pistacho o sándalo. Olía más a
almendras en este momento.
Nos quedamos en silencio por un rato, pero mis pensamientos
estaban desenfrenados, y si no decía algo pronto, sentía que un vaso
sanguíneo podría estallar. Mi corazón se sentía cerca de eso.
—Después de la muerte de Jocelyn, era demasiado joven para
pensar en lo que me había sucedido. Perdí a los únicos padres que
recordaba. Fui expulsada de mi lugar seguro, arrojada al sistema,
que se sentía salvaje e inseguro. No fue hasta que cumplí los
dieciocho que me di cuenta de cuánto perdí cuando los perdí.
—Nunca tuve tiempo para pensar realmente en eso, ¿lo sabes?
Era sobrevivir, sobrevivir, sobrevivir. Y entonces, una noche, caí en
la cuenta. Keely y su familia me amaban, pero no tenía padres. No
era la niña de nadie. Así es como Jocelyn solía llamarme, su niña.
Fueron buenos conmigo. Muy buenos conmigo.
—El hogar está donde sea que lo hagas—dijo Capo, su voz ronca
—. Ven, Mariposa. Ahora o en diez minutos, la espera no va a
cambiar la forma en que te sientes. Solo te hará sentir peor.
No podía decidir en qué concentrarme primero una vez que Capo
me abrió la puerta del coche. En el hecho de que estábamos subiendo
los escalones de la casa, donde nunca pensé en volver a entrar. O en
el hecho de que Capo vestía ropa cómoda, una camiseta negra que le
quedaba como un guante sobre el pecho, vaqueros que dejaban ver
su delgada cintura y piernas tonificadas, y ese culo. Sus botas solo
elevaban su nivel de suprema frialdad. O en el hecho de que cuando
se abrió la puerta de la casa, Harrison estaba al otro lado,
mirándonos con dagas en los ojos.
Me pregunté si Keely realmente había ido a ayudar a organizar la
fiesta, o si había ido a darle la noticia a su hermano antes de que se
enterara de esta manera.
Antes de que Harrison hiciera un sonido, sus ojos recorrieron a
Capo, y los ojos de Capo hicieron lo mismo con él. La atención de
Harrison se detuvo en nuestras manos unidas antes de mirarme a los
ojos. Sentí a Capo mirándolo mientras él me miraba.
No tenía idea de qué esperar, pero el dolor en los ojos de
Harrison me tomó por sorpresa. Me golpeó de lleno en el pecho y
me robó el aliento. Era como mi hermano. Era mi familia. Incluso
antes de Capo, nunca había tenido sentimientos románticos por él, ni
por nadie.
Keely se acercó por detrás de Harrison y nos saludó, haciendo
que la situación fuera menos incómoda para mí. A los dos hombres
no parecía importarles. Ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer
presentaciones. Keely las hizo.
—Harrison—dijo ella, con un cierto nivel de advertencia en su
tono—. Este es Mac, el…—Dudó por un suspiro antes de decir—
prometido. Capo Maquiavelo. Todos menos Mari lo llaman Mac.
Mac, éste es mi hermano, Harrison Ryan.
Harrison asintió una vez. Capo hizo lo mismo. El aire entre ellos
estaba tenso. No le había mencionado a Capo lo que Keely había
dicho sobre los sentimientos de su hermano. No sentí que fuera
necesario. Harrison nunca me lo había admitido, y abordar el tema
con Capo se sintió como una traición a Keely. Ella me había dicho
eso en secreto.
Sin embargo, Capo se había dado cuenta. Su agarre en mi mano
se volvió más firme, y no me gustó particularmente la mirada en sus
ojos. Nunca antes la había visto. Era fría como una piedra, no se
podía encontrar ni un gramo de calidez. La tensión se alivió un poco
cuando salimos y había más gente para conocer. Los padres de Keely
(habían volado para la fiesta), algunos miembros de la familia, un
par de amigos y sus otros tres hermanos: Lachlan, Declan y Owen.
También había un hombre que nunca había visto antes. Lachlan lo
llamó Cash Kelly, pero escuché a uno de los tíos de Keely susurrarle
a otro tío que su nombre era Cashel. Pelo rubio. Ojos verdes. Una
cadencia irlandesa. Sus ojos eran intensos mientras miraban a Keely
de vez en cuando.
Las noticias sobre nuestro compromiso circularon por la fiesta y
todos nos felicitaron. Algunas de las damas pidieron ver mi anillo de
compromiso y escuchar la historia de cómo Capo me propuso
matrimonio. Me alegré de que me hubiera dado una historia que
contar.
Traté de mantener mi distancia de Harrison, quien estaba callado,
mirándome con una fuerza que me hizo sentir incómoda. Era casi
como si quisiera que estuviera a solas con él. Estaba bebiendo y casi
sin decir una palabra a nadie, pero yo sabía que quería hablar
conmigo. Lachlan, Declan y Owen parecían más cómodos con Capo,
aunque él también estaba callado. Sus ojos absorbieron su entorno, y
no en la forma en que a veces me absorbía. Estaban en guardia.
La fiesta se concentró principalmente en el patio. Unas luces
habían sido colgadas, el viejo jardín comenzaba a verse como cuando
Pops lo tenía, y el olor a barbacoa flotaba en el aire, junto con el de la
cerveza. Keely y su familia podían beber lo mejor de lo mejor hasta
emborracharse.
Una vez que estuvimos allí por un tiempo, comencé a relajarme,
capaz de asimilar el estado de la casa. Estaba en buen estado, como
si no hubieran pasado once años. Incluso el mural que Jocelyn y yo
habíamos hecho en el pasillo todavía estaba allí. Ella me había
dejado elegir y yo había elegido una mariposa azul para pintar.
Cuando llegó la noche, trayendo consigo una dulce brisa, noté
que Keely entraba. No había tenido la oportunidad de tenerla a solas
para preguntarle a quién pertenecía la casa. Y también quería
preguntarle sobre el detective Stone. Ella me había dicho el día
anterior que lo había invitado, pero él no pudo asistir. Había
llamado a todos los detectives disponibles.
Me excusé del lado de Capo, estaba enfrascado en una
conversación con el padre y el tío de Keely, y regresé a la casa.
Busqué a Keely pero no pude encontrarla. La madre de Keely estaba
en la cocina y me preguntó si no me importaría preparar una
bandeja de postres y hacer café. Su hermana estaba a punto de irse y
quería despedirse. Conocía mi camino a la cocina y, para ser
honesta, se sentía bien estar de vuelta en casa.
Hogar.
Sonaron pasos en el suelo, pero continué acomodando los
pequeños pasteles, tartas y muffins. Un segundo o dos más tarde,
Harrison estaba a mi lado. Miré hacia abajo, tratando de
concentrarme en lo que estaba haciendo. Mis uñas eran oscuras, casi
negras, y en contraste con las tortas blancas, las hacía resaltar aún
más. Era algo, cualquier cosa, para distraerme del calor que sentía
venir de él. Olía como un bar.
Se paró cerca de mí, con la cadera apoyada contra la encimera.
—Hueles bien, Strings—dijo él.
—Es nuevo—le dije, tratando de mantener mi voz tranquila.
Nunca antes me había puesto nerviosa, pero podía sentir su
decepción, o tal vez su enojo hacia mí.
—Huele a natural. Como si no llevaras nada puesto, pero lo
llevas.
Pensé lo mismo. El perfume funcionó como magia con mi
química. Pero esta era una lastimosa conversación. Nos estaba
haciendo avanzar, llevándonos a alguna parte. No me gustaba hacia
dónde nos dirigíamos, así que murmuré:
—Ajá—antes de volverme hacia la cafetera.
—Has cambiado tanto. Apenas te reconozco.
—Conseguí un trabajo, Harrison. Ahora, puedo pagar las cosas.
—Cabello nuevo. —Tomó un mechón y lo analizó—. Ropa nueva.
—Señaló con la cabeza mi camisola de seda púrpura. Lo había
combinado con un par de vaqueros azules y tacones. Dado que
planeaba usar un par para la boda, había estado practicando.
—Diría que ese trabajo paga muy bien, Strings.
—Paga lo suficiente. —Terminé de llenar el filtro con café y lo
puse en la jarra para prepararlo. No quería girarme y mirarlo. El
dolor en sus ojos era demasiado. Solo quería ser como solíamos ser
—. Diría que tu trabajo también paga muy bien. Parece que lo estás
haciendo mejor.
—¿Keely te dijo que compré este lugar?
Me giré hacia él tan rápido que pude sentir el soplo de aire que
circulaba entre nosotros. Pistacho se alejó de mí.
—¿Tú compraste esta casa?
Él asintió, recogiendo su vaso de la encimera, bebiendo otro trago
de whisky.
—No te tomé por el tipo de mujer que se siente atraída por las
cosas doradas, Strings.
—¿Qué quieres decir? ¿Cosas doradas?
—Cosas doradas—repitió, su voz arrastrando las palabras—. El
hombre de afuera. Capo. El anillo en tu dedo. No esta casa. Es una
cosa de papel en comparación con lo que él puede ofrecerte.
—Nunca pensaría en esta casa como algo de papel—le dije,
dándole la espalda de nuevo—. Esta casa es el único hogar que he
conocido. Incluso si fuera una cosa de papel, todavía lo llamaría
hogar.
Sólo unas pocas personas pudieron llegar a mí. Nunca permití
que nadie entrara. Pero Harrison podía llegar porque lo amaba como
a un hermano, y era difícil fingir que todo estaba bien entre nosotros
cuando no era así.
—Hay una guerra en marcha—me dijo, tirándome un bucle.
Tal vez estaba borracho hasta la médula. Por lo general, era
Owen, pero también había algunas veces en las que había visto
borracho a Harrison. Normalmente estaba más relajado.
—He oído hablar de eso.
—Dudo que hayas oído hablar de esta—dijo—. Aquí mismo.
Tierra natal. Nueva York.
Me volví hacia él de nuevo.
—¿De qué estás hablando?
Me sonrió.
—Alguien está jodiendo con las cinco familias. Quienquiera que
sea comenzó una guerra. Una familia está culpando a la otra. Se
están cruzando territorios. Incluso los irlandeses se están
involucrando. Quienquiera que esté jodiendo con ellos también mató
a un nombre peligroso en ese mundo. Una grave agitación.
—¿Estas borracho?
—Quizás. —Él sonrió—. Un poquito.
—Eso explica muchas malditas cosas—dije a punto de darme la
vuelta cuando me tomó del brazo y me obligó a mirarlo. Su mirada
era demasiado… demasiado—. ¿Por qué te importaría?—me
apresuré a soltar—. ¿Sobre todo eso?
Se encogió de hombros. —
No sé. Solo traigo noticias recientes. Trabajas para los Fausti.
Pensé que deberías saberlo.
—Dudo que ellos se involucraran. Nadie los toca.
Se encogió de hombros de nuevo.
—Quiero que tengas cuidado.
Traté de quitar mi brazo de su agarre.
—Anotado.
El tiempo pareció detenerse mientras nos mirábamos el uno al
otro. No me dejaba espacio para alejarme de él. No quería causar
una escena. No confiaba en Capo. ¿Qué haría si entrara y viera la
forma en que estábamos parados? No quería averiguarlo.
—¿Sabes por qué te llamo Strings?—dijo Harrison, finalmente
rompiendo un poco la tensión—. Nunca preguntaste.
—No—negué con la cabeza—. Pensé que era solo un lindo apodo.
Se rio un poco, su aliento abanicando sobre mi cara.
—Lindo—repitió—. La primera vez que te vi, me enredaste con
sogas, Strings. Todavía están envueltas alrededor de mi corazón.
Quiero que te cases conmigo, Mari. Vive aquí conmigo. Quiero
cuidarte. Amabilidad no significa que me debas nada. Podemos ser
amables el uno con el otro. Eso es lo que hacen un marido y una
mujer. Ser amables el uno con el otro cuando no se están
destrozando por demasiada pasión. El amor. Hace cosas malas, pero
es bueno. Muy bueno, también.
—Harrison—le dije, tratando de soltarme de su agarre. De la
situación por completo, pero necesitaba una respuesta. Quería correr
—. Somos familia.
—No—dijo—. Keely es familia. Eres familia porque quiero que
seas mía. Siempre he querido que fueras mía. ¿Sabes cuántas noches
no pude dormir porque estaba preocupado de que te pudiera pasar
algo? Y rechazaste todas las ofertas de ayuda que te ofrecí. Esta vez
no aceptaré un no por respuesta, Mari. La amabilidad no es tu
enemigo. El amor tampoco es tu enemigo. Mereces amor. Mi amor.
—Yo… —Traté de alejarme, con miedo de que, si decía las
palabras, no te amo así, perdería a toda mi familia.
—Tú no lo amas, Strings. —Su agarre en mi brazo se volvió más
fuerte, pero no me estaba lastimando—. Apenas lo conoces. Es solo
otro rico bastardo que cree que puede convertir a una pobre chica en
algo que él quiere que sea. Te amo como eres. Bésame, Mari. Bésame
una vez.
—No—dije, y esta vez, mi respuesta fue más dura. Puso mis
manos contra su pecho, justo sobre su corazón, y empujé contra él—.
No. No puedo hacer esto No haré esto. Me voy a casar.
p y
Algo me hizo girar, y salté después de hacerlo. Capo estaba
parado en la entrada, la mitad de su cuerpo inclinado hacia el marco,
observándonos. ¿Cuánto tiempo había estado allí? ¿Todo el tiempo?
No lo dudaría ¿Me estaba probando? ¿Como había probado a esas
mujeres en The Club? ¿Se iría y me daría la espalda también?
Harrison me sostuvo por un segundo más antes de soltarme.
Contuve el aliento cuando se detuvo frente a Capo y le sostuvo la
mirada. Capo se paraba como si no tuviera ningún problema, como
si tuviera todo el tiempo del mundo, pero algo en sus ojos hizo que
mi corazón se acelerara. Parecían peligrosos. Maquiavélicos.
—¿Harrison? —dijo Keely, parándose detrás de los dos hombres
—. Vamos. Sal y toma un poco de aire fresco.
Lachlan estaba justo detrás de ella, y tomó a Harrison por los
hombros, llevándolo afuera, susurrándole cosas al oído a medida
que avanzaban.
No queriendo causar más problemas, le di un beso de despedida
a Keely y

nos fuimos.
Cuando llegamos al último escalón de la casa, pude escuchar a la
familia en el patio trasero, aun disfrutando de la fiesta. Partir como
lo hicimos me hizo sentir culpable, pero prefiero vivir con culpa que
vivir con algo imperdonable entre mi futuro esposo y la única
familia que me queda.
Mi concentración estaba en lo que había sucedido, así que cuando
Capo me tomó de los brazos y me llevó a un lado de la casa,
presionando mi espalda contra ella, jadeé. No era rudo, pero sabía
que tampoco estaba bromeando.
—Lo amas—dijo él. Sus ojos buscaron los míos, indagando
despiadadamente la mentira en la punta de mi lengua, si es que
había una.
Negué con la cabeza, tragando saliva. No podía decir si la bola en
mi garganta era mi corazón o toda la comida que había comido. No
le tenía miedo, podría haberme matado hacía años, pero tenía
cuidado. A pesar de que teníamos un arreglo, todavía debíamos
aprender a vivir juntos. El verdadero él era demasiado profundo, y
hasta que yo pudiera salir a la superficie, estábamos tratando de
descubrir cómo navegar nuestros términos.
Antes de que pudiera responder, me golpeó con un:
—Sabías que estaba enamorado de ti. —Su tono era acusador y
cortante.
—Sí. Me enteré la noche que te conocí en The Club.
—No me lo dijiste.
—¿Por qué debería?
—Es mi asunto—dijo.
—No. Es mi asunto. Sucedió antes que tú.
Él sonrió, pero era jodidamente aterrador.
—Cualquier cosa que te toque, me toca. Si te dan pescado en
lugar del bistec que pediste, lo sé, ¿entiendes?
—Conozco los términos, Capo—dije, mi voz comenzando a
elevarse. Estaba empezando a enojarme—. Esto. Sucedió. Antes.
Que. Tú.
—No hay nada antes de mí. No hay después de mí. Tú. Eres toda
mía.
—No puedes enojarte por esto. No tienes derecho. Él se siente
como se siente. Yo me siento como me siento. Fin.
—¿Cómo te sientes, Mariposa? Nunca respondiste a tu amiga
cuando te lo preguntó. Nunca respondiste a Grumpy Indiana Jones en
la cocina. Nunca me respondiste.
Entrecerré los ojos. Había leído la conversación en mi teléfono
cuando Keely me envió un mensaje de texto al The Club. Y había
estado escuchando esta noche. No me sorprendía, pero de repente,
tuve la loca necesidad de gritar, ¡no eres mi dueño! Pero lo era. Y yo
era su dueña. Así era como funcionaba el trato. Ambos establecimos
nuestros términos y prometimos cumplirlos.
—Si yo lo amara de esa manera—le dije con los dientes apretados
—. ¡No me casaría jodidamente contigo! ¿Por quién me tomas? ¡Si el
amor fuera lo que quisiera, no estaría aquí contigo! Si el amor me
tocara, nunca, nunca lo vendería. Si el amor impulsara mi vida, sería
su chica. Monta o muere, Capo. ¿Vendería mi cuerpo para vivir?
Ambos sabemos la respuesta a eso. ¿Vendería el amor por el bien de
este arreglo? ¡Nunca! ¡Moriría primero! Entonces, no, ¡no lo amo de
esa manera!
Mis palabras parecieron aturdirlo por un momento, aunque se
recuperó rápidamente. No quería que yo viera que una parte de mi
verdad lo había tocado, pero que lástima. No quería nada más que
honestidad de mí, así que iba a conseguirla. Incluso si eso significaba
una daga en su corazón revestido de acero. Puede que no lo
pellizque, pero haría una abolladura que lo marcaría para siempre.
Mariposa estaba aquí.
—Me perteneces, Strings—dijo con voz fría—y no permitiré que
ningún hombre corra detrás de ti como si fueras una perra en celo.
En lo que parecía una cámara lenta, mi brazo se levantó y mi
mano se conectó con su mejilla. La bofetada resonó en el aire de la
noche.
—Tú puedes ser mi capo, pero eso no significa que permitiré que
me faltes el respeto—le dije.
Ni siquiera se inmutó ante mi bofetada, pero algo en sus ojos
cambió. Se suavizaron un poco, pero de una manera a la que no
estaba acostumbrada.
Una, dos, tres, cuatro respiraciones, y me tomó las muñecas,
levantándolas por encima de mi cabeza, acercando su rostro al mío.
Su boca estaba a un beso de distancia, su aliento cálido mientras
fluía sobre mí, y lo respiré.
Las bombillas se habían encendido en el patio trasero, y entre
nosotros, una chispa blanca brilló en la oscuridad. Mi pecho subía y
bajaba, mis senos presionados contra su pecho. La fricción se sentía
tan bien. Nunca había estado más hambrienta por este tipo de
conexión en mi vida. Tenía hambre del amor incondicional de
padres, de comida, de todas las cosas que el dinero podía comprar,
pero nunca de esto.
El toque de un amante.
Me mostró algo que anhelaba. Lo había probado la noche en The
Club y ya era adicta al sabor.
Inhalé de nuevo, respirándolo aún más profundamente. El calor
hizo que su aroma fuera más fuerte. Fresco. Limpio. Reparador. Sus
ojos se habían vuelto de un azul más oscuro, el color de la parte más
profunda del agua. Zafiro.
Presionándose contra mí como estaba, nunca se sintió más
intimidante. Era como una ola monstruosa antes de que se estrellara
contra alguien que no sabe nadar. Estaba hecho de líneas duras, e
irradiaba poder y control, mientras me arrastraba.
Sus dientes rozaron su labio inferior, y en el resplandor de las
luces del patio, brilló. Quería lamerlo, saborear su boca de nuevo.
—Me parece recordar que te dije que no soy un hombre
honorable, Mariposa.
—Y creo recordar haberte dicho que no me hablarías de esa
manera—le dije, esperando que él viera el desafío en mis ojos—. Si
prefieres una mujer que va por cualquier cosa, un tipo diferente de
compra, ya sabes en qué dirección está la ciudad. Por ahí. —Moví la
cabeza hacia un lado para dar énfasis a mis palabras—. Y me daré la
vuelta para ir a la fiesta después de que te vayas.
—Así puedes volver corriendo con Harry Boy y terminar tu
conversación anterior.
—No. —Negué con la cabeza—. Así puedo pasar el rato con
familiares y amigos mientras espero que hagas lo que sea que sientas
que tienes que hacer. Después, una vez que vuelvas por mí, porque
sé que lo harás, hablaremos con Rocco para cambiar los términos del
acuerdo. Serás discreto con tus amantes, y yo también. Si tu boca no
puede respetarme, entonces tus manos no tienen lugar en mi cuerpo.
Cuando dije las palabras “serás discreto con tus amantes, y yo
también”, su agarre en mis muñecas se hizo más fuerte, lo suficiente
como para que casi quisiera liberarme de su agarre. Estuve a punto
de ceder y resistir, empujando contra él para poder darle la espalda
y tomar un respiro muy necesario. Pero no lo hice. Mantuve mi
posición.
Toda mi vida, pensé que mantener mi posición significaba luchar
por ella. En ese momento, me di cuenta de algo. A veces, mantener la
posición significaba ir con la corriente, ahorrar energía, para que
cuando pasara la ola, pudiera ir en una mejor dirección.
Habíamos llegado a un acuerdo en la oficina de Rocco, pero
ambos sabíamos que habría ocasiones en las que tendríamos que
trazar límites fuera de esa habitación. Ésta era una de esas veces. Y él
lo llamaría mi farol o no, pero dado que estaba entregando mi vida a
este hombre, proposición o no, y él podría aplastarme fácilmente, tenía
que aferrarme tanto a los términos como él. Parecía gustarle el
control que le daba, y para un hombre que siempre tenía el control,
necesitaba aprender a funcionar alrededor de él de una manera que
le resultaba familiar.
Después de un tiempo tenso, bajó la cabeza y su nariz rozó mi
cuello.
—Concordato—murmuró contra mi piel acalorada. Acordado—.
Escogeré mis palabras sabiamente a tu alrededor, Mariposa. Parecen
costarme más que nuestro acuerdo.
Cerré los ojos, entregándome a la sensación de su cuerpo tan
cerca del mío.
—Nunca…—dijo, presionando sus caderas contra mi vientre,
dándome una idea de lo que vendría cuando estuviera lista. Aunque
yo no era más que piel y huesos, él seguía siendo más duro que yo y
me hacía sentir... suave, femenina—. … pienses que tengo que pagar
por una follada. Nunca lo hice. Nunca lo haré. Ven mañana, serás la
única a la que estaré follando para siempre. Los planes, las fechas y
los horarios pueden irse al carajo. —Luego dijo algo en italiano
contra mi pulso. Il tuo profumo mi fa impazzire. Creo que tenía algo
que ver con la forma en que olía. Siguió respirándome, inhalando mi
piel como si fuera aire. El sándalo colgaba pesado entre nosotros.
Mordí mi labio, no quería que un sonido vergonzoso escapara de
mi boca por lo bien que se sentía contra mí. La parte inferior de mi
estómago se apretó como un puño, y todo mi cuerpo estaba húmedo,
y no solo por el sudor.
—Sabes tan bien como hueles. —Inhaló aún más fuerte, y su
lengua se arrastró desde mi cuello hasta mi corazón y de regreso a
mi barbilla, deteniéndose cerca de mi boca—. Dilo, Mariposa.
—Concordato—repetí. Ambos tuvimos que repetir la palabra
durante nuestra reunión para que Rocco finalizara el acuerdo y
siguiera adelante. Él estaba siguiendo esas reglas. Bajé la voz—. Solo
estábamos hablando. Solo porque Harrison me dijo esas palabras no
significa que yo sienta lo mismo. Lo amo, pero como a un hermano.
El territorio neutral en el que estábamos parecía desaparecer bajo
mis pies, y estábamos de vuelta en lados opuestos de las líneas de
batalla. Tan pronto como las palabras lo amo salieron de mi boca,
sentí el cambio en él de inmediato.
—Tú. —Su tono era áspero y vino contra mi piel como cien
piedras—. Eres mi territorio. Digo quién se acerca y quién no. Soy el
único que lo toca.
Territorio. Como propiedad.
—¿Tu propiedad? —Mis ojos brillaron para encontrarse con los
suyos. Él tenía razón. En cierto sentido, me poseía. Era dueño de mi
lealtad, pero no soportaría que me trataran como un pedazo de tierra
en el que podía cagar cuando quisiera.
—Mi maldita propiedad. mi Territorio Pareces olvidar que fuiste
tú quien vino a mi mesa voluntariamente. Has arreglado los detalles.
Establecido los términos. Firmaste papeles con tu sangre. Hicimos
un trato.
Quería golpear mis puños contra su pecho, toda mi ira contenida
allí.
—A pesar de toda tu sabiduría, no eres tan inteligente— gruñí—.
Cuando entras en un trato, no solo vincula a uno sino a los dos.
Puede que seas mi capo, pero también te tengo, ¿vale? Soy tu
territorio, así que tú eres mi propiedad.
Todavía estábamos navegando por la palabra real, la que estaba
fuera de la oficina de Rocco llena de términos y documentos legales,
pero parecía que estábamos dando vueltas en torno a algo personal
que no podía entender.
Después de unos minutos, finalmente habló.
—No me gustó lo que vi. O lo que escuché.
Allí estaba. El remolino que seguía absorbiéndonos. No le
gustaba vernos a Harrison y a mí juntos. ¿Por qué? No tenía sentido.
Capo me tenía, a todas las partes de mí que pidió en la mesa. ¿Qué
importaba cómo se sintiera Harrison o lo que me dijera? Eran solo
palabras, a menos que las hiciera más. Aun así, pareció costar mucho
lograr que Capo admitiera eso.
—Todo lo que tienes que hacer es decir eso. Usa todas las
palabras, Capo. Entenderé. No tienes que hacerme daño para
conseguir lo que quieres.
Me observó durante unos intensos segundos y luego asintió una
vez.
—Concordato. —Pero su mirada no se enfrió. Se convirtió en otra
cosa, y el deseo enloquecedor en mí respondió automáticamente
cuando hizo algo con sus caderas, presionando aún más fuerte
contra mí, tan fuerte que contuve el aliento y un sonido que nunca
antes había escuchado se escapó de mis labios.
Jódeme, apuesto a que iba a ser bueno en la cama. No solo me
tocaría; me consumiría. Tranquila. Había vacilación. No estaba lista
para ir hasta el final con él. Ese anhelo severo tendría que devorarme
hasta que todas las defensas hubieran sido carcomidas.
Manos en mi boca para que no grite. Sudor. Mío y de él. Dedos. Dedos
sucios. Desagradable. Retorcido. Amable. Obediencia.
Capo dejó de tocarme, y cuando abrí los ojos, los suyos estaban
en mi cara. Veía a través de mí. No me estremecí ante su conocimiento.
Aprecié el hecho de que parecía entender sin que yo tuviera que
pronunciar las palabras de nuevo.
Por favor, no me hagas daño.
Me soltó las muñecas, tomó mi mano en la suya, su mano
prácticamente envolvió la mía, y comenzó a llevarme de regreso a su
coche.
La neblina se desvaneció un poco después de que hubo espacio
entre nosotros, y sus palabras de antes entraron por completo en mi
mente. Ven mañana, serás la única a la que estaré follando para siempre.
Los planes, las fechas y los horarios pueden irse al carajo.
—Se supone que no nos casaremos hasta el próximo fin de
semana en Nueva York—dije, mi voz opuesta a mi cuerpo. Firme.
Pasaron unos segundos y no me respondió—. El próximo fin de
semana, Capo. ¿Qué pasó con el próximo fin de semana?
—Demasiado tiempo—dijo él—. Sucederá mañana. Hablaré con
Rocco en la mañana sobre cambiar los términos. Nos casaremos por
la noche.
—¡El vestido en el que gastaste mucho dinero! No estará listo.
—Haz que Giada llame al diseñador. Diles que pagaré el triple
para que lo terminen. Si no, usa vaqueros de papel.
Con eso resuelto, sería una mujer casada al día siguiente. Lunes.
¿Quién se casa un lunes? Ese pensamiento salió volando de mi
cabeza cuando el siguiente lo expulsó.
Estaría casada con Capo Macchiavello en menos de veinticuatro
horas. Una fuerza de hombre que me tenía justo donde me quería,
encerrada en su campo por el resto de mi vida.
Capítulo 11
Capo
El aire en el Ayuntamiento era frío. Olía a papeles viejos, a mi
colonia y a algo que olía mucho a amor y lealtad, y si estaba
tomando en consideración la ridícula canción de Mariposa, a
amistad. Tres razones diferentes para que un hombre esté parado en
el mismo lugar que yo, esperando que una mujer le entregue su
vida.
Miré a Rocco y entrecerré los ojos. Tenía en su rostro una sonrisa
de gato que se comió el canario. Tenía demasiada curiosidad por
saber por qué iba a casarme con mi novia hoy y no en la fecha
original planeada.
A la mierda las fechas.
Era un acuerdo cerrado; no había razón para esperar. La boda en
Italia necesitaba tiempo. Las cosas tenían que ser planeadas; tenía
que ser significativo para mi abuelo. Se merecía ver a su nieto
casado. Era una de sus preocupaciones. Debería descansar antes de
que dejara este mundo.
Sin embargo, no había razón para posponer esta boda hasta más
tarde. Otro día, otro tiempo, serían impredecibles. Y cuando quería
algo, lo hacía realidad.
Quería a Mariposa como mi esposa hoy.
Levanté mi brazo, la manga de mi traje se echó hacia atrás, y miré
mi reloj. Ella estaba retrasada. Tres minutos.
—Guido dijo en diez minutos—dijo Rocco. Él y su esposa,
Rosaria, estaban de pie como testigos. Ella se sentó a su lado,
enrollando su pulsera alrededor de su muñeca, mirándome.
Me encontré con sus ojos, no era alguien que prolongaba lo
inevitable. Su sonrisa estaba empezando a irritarme.
—Parla. —Habla.
Rocco movió los hombros, sintiéndose más cómodo con su traje.
—No me esperaba esto—dijo en italiano.
Toda nuestra conversación fue en italiano.
—Lo discutimos antes—le dije—. Esto era parte del arreglo.
Sacudió la cabeza.
—Discutimos una fecha diferente. Más adelante. Ahora aquí
estamos. Hoy. —Nuestros ojos se sostuvieron, y cambió de dirección
—. No me dijiste cómo fue la reunión con su familia.
—Ellos no son su familia—le dije—. Son amigos.
—Ella los considera familia—dijo, sin importarle si me enojaba o
no—. Ellos la cuidan. Ella confía en ellos.
—La última vez que lo comprobé, se supone que los miembros de
la familia no deben cruzar las líneas románticas. —La sangre en mis
venas ardía al pensar en Harry Boy. Strings.
Él estaba instigando problemas en más de una ocasión.
Mencionando la guerra para despertar la curiosidad de Mariposa, a
pesar de que él era parte de ella. Harry Boy era el nuevo abogado de
Cashel “Cash” Kelly, el líder de una relacionada familia irlandesa.
Justo antes de que Harry Boy aceptara el puesto, el antiguo líder
había sido asesinado y Cash ocupó su lugar. Contrató a Harry Boy
no mucho después. Cash lo llamaba Harry Boy, y yo también.
Quería que él supiera que lo sabía todo. No mucho después de eso,
compró la casa en Staten Island para la mujer con la que me casaría
en un momento.
Demasiado tarde, cabrón, corté esos hilos. Tijeretazo. Tijeretazo.
—Ah—dijo Rocco, la sonrisa cada vez más amplia—. Le importa
a uno de los hermanos Ryan.
Levanté mi brazo de nuevo. Siete minutos. Empecé a caminar por
el pasillo. Las mujeres se tomaban el tiempo para hacer lo que hacen
las mujeres, pero el reloj corría y era ruidoso en mi cabeza.
Necesitaba ser silenciado.
—No deberías preocuparte. —Rosaria agitó una mano
desdeñosamente—. Dudo que haya una mujer viva que te deje
plantado.
Mi comentario sobre la familia no cruzando las líneas románticas
también estaba dirigido a ella. Rocco y Rosaria también tuvieron un
matrimonio arreglado, pero su matrimonio era abierto, hasta cierto
punto. Me había hecho numerosas insinuaciones a lo largo de los
años. Rocco era como mi hermano. Y Rosaria no era mi tipo.
Aparte de eso, Rosaria aún no conocía a Mariposa. No tenía idea
de lo diferente que era, y Harry Boy podía ofrecerle algo que yo no
podía. Una historia sin cicatrices incluidas. Si Harry Boy me jodía
esto, lo encontrarían a dos metros bajo tierra, o tal vez nunca.
Once minutos.
—¡Ya sé que llego tarde! —Su voz me llegó a través del amplio
salón, sus tacones golpeando contra el suelo de mármol a toda prisa.
Me giré para encontrarla apresurándose hacia mí como si no
estuviera usando uno de los vestidos más hermosos que jamás había
visto, y no fuera la mujer más hermosa de mi mundo.
Sus manos agarraban el vestido, levantándolo para que el suelo
no pudiera ensuciarlo.
No sabes, mujer, que la suciedad es lo que va a crear recuerdos un día,
tuve el impulso de decirlo, pero no lo hice. Lo que sea que ella
comprara, lo apreciaba, casi con reverencia por la compra. Le
tomaría tiempo comprender que, si su vida estaba llena de cosas
prístinas, no estaba viviendo lo suficiente para desgastarlas.
Las cicatrices en la piel significaban vivir. La sangre en los
nudillos significaba vivir. La suciedad en la ropa blanca significaba
vivir. Vivir significaba correr riesgos, incluso si nos ensuciábamos en
el proceso.
La luz del final de la tarde capturó el material cuando ella pasó
junto a una ventana, haciendo que el material sedoso brillara y las
perlas y los cristales destellaran. Su pequeña cintura y pronunciada
clavícula se mostraban perfectamente. Sus tetas, lo único gordo que
tenía en su cuerpo, estaban levantadas, moviéndose mientras
intentaba apresurarse. Su cabello estaba peinado hacia atrás,
pequeños zarcillos enmarcaban su rostro. El arreglo del cabello
destacaba su nariz y sus rasgos más suaves, esos labios.
—Dado que esto fue en el último minuto—dijo ella, dándose
cuenta de que no podía quitarle los ojos de encima—tuve que
apresurarme y hacer algunas cosas. —Ella me miró de arriba abajo
—. Te ves...
—Sei sbalorditiva—dije antes de que pudiera terminar.
Ella entrecerró los ojos. Estaba pensando mucho.
—Me dijiste impresionante. Tú eres impresionante—repitió en
inglés.
—Lo hice. —La giré en un círculo. El vestido se hundía en una
profunda V en la espalda—. Este vestido me gusta. —Tú me gustas.
—Querías que me pusiera un vestido, cumplí—dijo ella—. Pero
eso no... entendí lo que me dijiste, sin que tuvieras que traducir.
Asentí una vez.
—Lo estás entendiendo.
Se encogió de hombros, pero no le di ni un segundo más para
pensarlo. Le ofrecí mi brazo y entramos en la habitación con el
oficiante. Después de unos minutos, repetimos los votos simples y
deslicé el anillo que le había dado en su dedo. Cuando fue su turno
de hacerme lo mismo, fui a hablar, a decir que nos saltaríamos esa
parte.
—¡Espera! —Ella se volvió hacia Guido. Él se acercó y le entregó
una caja. Lo abrió y sacó un anillo grueso de oro blanco con un
diamante negro cuadrado en el centro y la letra M en oro. Ella le
devolvió la caja y se volvió hacia mí, sonriendo un poco—. Llegué
tarde, ¿recuerdas? Algo que hacer de última hora. No se suponía que
estuviera listo, pero el joyero se compadeció de mí y apresuró el
pedido. —Ella tomó mi mano y deslizó el anillo en mi dedo
izquierdo.
Después de que el oficiante nos declarara marido y mujer, el beso
que compartimos para sellar el trato fue suave, mi boca encontró la
comisura de la suya, la suya encontró mi mejilla. Rosaria y Rocco
después la empujaron a un lado, cada uno de ellos abrazándola.
Mientras lo hacían, deslicé el anillo arriba y abajo de mi dedo, sin
estar preparado para su peso, como una correa alrededor de un lobo
adulto.
Entonces algo llamó mi atención en el interior. Una inscripción

Il mio Capo. Mi jefe.


—¿Capo?
Me giré para mirar a mi esposa. Ella se sentaba a mi lado en el
coche mientras Giovanni nos llevaba a casa. A juzgar por la
expresión de su rostro, había intentado hablarme antes.
Después de que nos casamos, algo me había estado molestando
hasta que entendí lo que ella había hecho.
Había sido avara al usar el estipendio, encontrando gangas, hasta
en comida. Incluso estaba usando cupones. Sin embargo, el anillo
que había comprado costaba fácilmente más de dos mil dólares.
Ella había gastado su dinero en mí.
La única persona que habría hecho esto habría sido Rocco. Nos
había invitado a celebrar en el exclusivo restaurante italiano que
poseía con uno de sus hermanos, Brando. Cuando lo aparté para
interrogarlo al respecto, me dijo que ella se acercó a él y le pidió que
le hiciera un favor.
Un favor.
De un Fausti.
Ella quería que él comprara el anillo para que yo no pudiera ver
la compra. A cambio, se ofreció a reemplazar a Giada, mientras
estaba de vacaciones. Sin paga. Rocco había aceptado la oferta, pero
todavía tenía a las otras mujeres de su oficina ayudando a mi esposa
con regularidad. Dijo que ella tenía mucho en su plato con la boda
en Italia.
—El joyero de la famiglia lo creó. —Rocco había dejado de lado el
tema, bebiendo un vaso de whisky. Era el despiadado jefe de su
propia rama de la familia, y su padre era uno de los hombres más
crueles que Italia había visto jamás. Sin embargo, a Rocco le
encantaban las bodas y una buena celebración—. Ya te lo han sacado
del bolsillo. Tu esposa cumplió con su parte del trato. Estamos a
mano. Un favor por un favor. No hablemos de esto el día de tu boda,
¿eh? Los negocios deben mantenerse en la oficina.
Los Fausti tenían un joyero a pedido. La familia del joyero se
remontaba mucho tiempo atrás con la suya, y trabajaba únicamente
para ellos. Como estaba conectado con el nombre y era considerado
familia, también trabajaba para mí. Yo tenía una cuenta.
Mariposa parecía entender un favor por un favor mejor que
nadie. Era la única regla que parecía tener. Bondad por bondad,
ninguna deuda. Excepto yo. Ella me debía su vida. Y no hace mucho,
levanté mi reloj, comprobando la hora, ella me la había prometido.
Pero que se acercara a un hombre que sabía que esperaría algo a
cambio, generalmente a un alto costo, me molestó.
—¿Tienes algún lugar donde necesites estar?
El coche se sacudió y me giré para mirarla. Sus ojos casi brillaban
en la oscuridad. El oro en sus ojos, en su cabello y en su piel parecían
complementarse entre sí. Sus labios eran suaves y rosados, y cuando
sonrió, casi tímidamente, traicionando la vena desafiante en ella, la
miré a los ojos de nuevo.
—¿Por qué lo preguntas?
—Oh. —Ella respiró hondo—. Has estado distraído desde la cena.
Intenté preguntarte adónde íbamos hace un minuto, pero no
respondiste. Después miraste el reloj. —Ella se inclinó, estudiándolo.
Su proximidad hizo que el aire se moviera entre nosotros, y su dulce
olor me hizo lamerme los labios. Supe que ella era un problema en el
momento en que su olor flotó debajo de mi nariz en The Club. El
fenómeno de las feromonas y toda su mierda mágica. Deja poco
control al que quiere inhalar la piel de alguien como una droga—.
Con todos tus millones, necesitas uno nuevo. Ese tiene manchas de
óxido.
Me encogí de hombros, la camisa blanca tirando de mis hombros.
—Algunas cosas no valen la pena cambiarlas, sin importar la
antigüedad que tengan. —Señalé el edificio frente al cual
frenábamos—. Estamos en casa, Mariposa.
—Casa—repitió ella, volviéndose hacia la ventanilla—. ¡Vives al
lado de una estación de bomberos! Adorable. Eso será útil cuando te
cocine la cena. —Se quedó en silencio cuando Giovanni presionó un
botón en el tablero y la puerta del garaje se abrió—. ¿Eres dueño de
todo este edificio?
—Mmjá.
—No es lo que esperaba.
—¿Qué esperabas?
—¿La Baticueva?
—¿Cómo sabes sobre la Baticueva?
—Los hermanos de Keely. Fui una vez cuando vieron esa
película.
Me reí por lo bajo, enterrando profundamente el pensamiento de
Harry Boy—. ¿No es un lugar lo suficientemente brillante como para
cegarte?
¿Por qué el hijo de puta todavía afectaba mis palabras?
Ella me miró con los ojos entrecerrados.
—No, solo pensé… algo en Manha an. Un ático. —Luego sonrió,
asimilando mis palabras—. Aun así, esto está lejos de ser una casa de
papel.
—Entonces soplaré y tu casa derribaré.
—El lobo feroz vestido con un fino traje italiano. —Tocó mi
mano, sus dedos tan suaves como sus labios, donde el tatuaje del
lobo parecía gruñir bajo las luces del garaje—. Debería haberlo
sabido.
Sus ojos se dirigieron a mis labios, luego volvieron a mis ojos, y
cuando no pudo sostener mi mirada por más tiempo, comenzó a
juguetear con mi corbata. Manos nerviosas, como alas revoloteando.
Quería sentirlas contra mi piel, alrededor de mi polla, acariciando
mis bolas.
Ella carraspeó.
—¿Me vas a mostrar los alrededores?
Toqué la ventanilla una vez con el nudillo y apareció Giovanni,
abriendo mi puerta. Le dije a Mariposa que se quedara quieta en
italiano, y tal como lo había hecho en el Ayuntamiento, pareció
entender sin que tuviera que traducir. Caminé alrededor del coche y
abrí su puerta. Ella tomó mi mano y salió, todavía sosteniendo el
vestido.
—Ahora sé por qué compraste todo el edificio. —Miró a su
alrededor—. Necesitabas espacio para todos tus coches.
Apreté su mano, sintiendo el temblor en sus huesos y la llevé al
interior del edificio. No pareció ser una reacción consciente, pero
cuando entramos, me apretó la mano con más fuerza.
—Jódeme—exhaló, asomándose—. Nunca he estado en un lugar
tan... grande.
Le mostré los alrededores, dándole un gran recorrido, pero al
final, pude ver que tenía algo en mente. Ella no había dicho mucho.
—¿Qué es? —Me detuve en el armario de la suite principal—. No
te pongas tímida conmigo ahora.
Dejó caer el dobladillo del vestido, se encogió de hombros, y se
colocó un largo mechón de cabello detrás de la oreja.
g j
—Es hermoso, Capo.
—Puedes cambiar lo que quieras. Desarmarla y volver a armarla.
Ella asintió, pero no dijo nada más.
—Déjame mostrarte algo—le dije.
—¿Más?
Sonreí.
—Mira cuidadosamente.
Sus ojos estaban pegados a mí mientras presionaba los botones de
mi reloj. La pared trasera comenzó a moverse en silencio,
deslizándose frente a otra pared, y el espacio detrás de ella se abrió.
Parecía un ascensor. Frío. Estéril. Una pared de metal estaba al otro
lado. Saqué el brazo y le hice un gesto para que entrara. Ella vaciló,
pero sólo por un segundo. Después de que entramos en el espacio,
cerré la puerta del armario principal. Un segundo después, abrí el
otro lado y le hice un gesto para que saliera primero.
—Ok—dijo ella, con los ojos muy abiertos—. Sí tienes una
Baticueva. Una puerta secreta.
La risa que se escapó de mi pecho sonó rota.
—No exactamente. Ésta es la estación de bomberos.
—Sí, pero ha sido renovada. Totalmente renovada. Parece
abandonada desde el exterior.
Se acercó a la barandilla de cristal y miró hacia el nivel inferior de
la casa. Lo había vuelto a hacer con ella. Nadie sabía que era mío.
Por lo que todos sabían, era una estación de bomberos abandonada e
inactiva.
El otro lado estaba frío, con líneas cortantes. Este lado era para
ella: colores cálidos y muebles suaves. Numerosos cuadros de
mariposas colgaban de las paredes. No encajaba en el exterior, pero
rara vez lo que vemos en el exterior coincidía con el interior. Hice
que una de mis tías hablara con un decorador. Ella les dio una idea
de quién era Mariposa por lo que le había contado, y la mujer
ordenó todo. Me encargué desde allí.
—Ésta es tu casa, Mariposa. El otro lado, es para mostrar. Si
tenemos invitados, cenas, ese tipo de cosas, usaremos ese lado. Este
lado es solo para uso personal. Siete personas, incluyéndonos a
nosotros, sabemos que aquí es donde vivimos.
—Es más de lo que podría haber imaginado—exhaló ella.
—Me alegro de que te guste.
—¿Quiénes son las otras cinco personas que conocen la casa
secreta?
La casa secreta. Casi sonreí.
—Rocco, mi tía y mi tío, el hermano de Rocco, Dario, que es
arquitecto, y Donato. Es el jefe de seguridad de Rocco. Los conocerás
muy pronto, en la boda en Italia.
—Si nadie más lo sabe, ¿cómo hiciste todo esto?
—Dario me ayudó en ciertos aspectos. Le dedicó algunas horas.
El resto… — Levanté mis manos —.. he estado trabajando en este
lugar durante cinco años. Todos los suministros entraron por el otro
edificio. Nunca he vivido aquí hasta ahora.
—Solitario—susurró ella.
—Tienes un reloj como el mío, pero es más nuevo en estilo y más
femenino. Puedes cambiar las correas para que combinen con tu
ropa, si quieres. Lo encontrarás en la mesa al lado de la cama. Pero
solo nosotros siete lo sabemos, Mariposa. Nadie más.
—Entendido—dijo ella. Ella estaba jugando con su cabello.
Agitarsi. Agitada. Estaba nerviosa
—Vieni—dije, alejándola de la barandilla—. Déjame mostrarte el
lugar.
Esta vez, mientras recorríamos la casa, estaba más animada, sus
ojos brillaban, absorbiendo en lugar de tratar de averiguar dónde
encajaría. Su cuerpo se relajó, tal como lo había hecho la noche en
The Club cuando la había acercado poco a poco. Esa noche, su
corazón latía tan frenéticamente que podía sentir cada uno de sus
latidos acelerándose para seguir el ritmo.
Cuando le mostré el segundo dormitorio, ella asintió y dijo:
—Realmente muy lindo. ¿Es aquí donde me quedaré?
—Eso depende de ti. Parte de nuestro acuerdo era que te daría
tiempo para que te acostumbraras a mí. —Había hecho a propósito
que el segundo dormitorio principal fuera insípido en comparación
con la suite principal por mis razones egoístas.
Empezó a jugar con las cuentas de su vestido a medida que nos
acercábamos a la habitación. Cuando llegamos allí, asomó la cabeza
dentro, casi cautelosa de entrar.
—El lobo feroz está aquí. —Le sonreí—. Estás a salvo.
—Por ahora—murmuró, finalmente interviniendo.
Pasó una mano por la enorme cama, todos los muebles, incluso
las paredes. Se dirigió al baño, sus ojos se dispararon directamente
hacia el techo de madreperla, su piedra de nacimiento, la enorme
ducha y la bañera con patas, y luego al suelo hecho del mejor
mármol italiano.
Se detuvo cuando llegó a la entrada del armario. Era una
habitación dentro de una habitación. Tenía un pasillo y, a cada lado,
puertas de vidrio que albergaban ropa, zapatos y lugares para
guardar joyas. Ella tenía un lado. Yo el otro.
—No quiero sonar grosera—dijo ella, a punto de arrancar una
perla del vestido. Sus ojos estaban pegados a un estante repleto de
zapatillas de deporte de todos los colores, la mayoría de fabricación
italiana—. ¿Pero de quién es esta ropa? Sé que un lado es tuyo, todos
son trajes, pero ¿qué pasa con el otro lado?
Casi me río de lo sutil que trataba de ser.
—Ninguna otra mujer ha estado aquí antes. —Me moví para
pararme detrás de ella. Cuando exhalé, mi aliento le abanicó la
espalda y se le puso la piel de gallina—. Todo lo de aquí es nuevo.
Por eso todavía huele a pintura fresca. Todas estas cosas son tuyas.
—Yo no compré estas cosas.
—No. Yo lo hice. Lo suficientemente pronto veremos qué tan bien
te conozco, ¿verdad?
Le tomó un momento, pero asintió. Fue abrumador para ella. A
pesar de que esto era un trato, era difícil para ella pasar de la nada, a
todo, sin sentir que era demasiado. La había empujado hasta lo más
profundo sin que supiera nadar.
—Veo cómo has estado gastando dinero, Mariposa, y necesitamos
trabajar en tus habilidades. —No la controlé para ver cuánto estaba
gastando. La vigilaba porque nada de lo que ansiaba quedaría sin
respuesta. Si tuviera que pedir cada puto artículo del menú para que
ella pudiera averiguar qué le gustaba más, lo haría. Y aceptaría eso.
Tenía mucho en lo que ponerse al día.
—Esto es demasiado…
—Teníamos un trato—le dije—. Estás cumpliendo tu parte. Estoy
cumpliendo mi parte. No estoy haciendo esto para ser amable y no
estás aceptando porque yo lo hice. Tenemos un acuerdo.
Di un paso más cerca de ella, pasando un dedo por su cuello,
trazando una “C” a lo largo de su piel perfecta. Ella tembló, y mi
polla se contrajo y se endureció.
—Sumérgete en tu bañera, Mariposa. —Mi voz era baja, áspera,
casi desgarrada—. Ponte tu ropa. Come algo. Mira algo de televisión
o escucha algo de música. Bocelli para aclarar tu mente. Lee un libro.
Rosaria la había invitado a unirse a ella y a las otras esposas,
Rocco tenía tres hermanos, para disfrutar de sus noches de chicas.
Hablaban de libros, de punto y ganchillo, y hacían cualquier otra
cosa que hicieran las mujeres. Así que le compré un dispositivo de
lectura, junto con cientos de papeles y libros de tapa dura. Cuando
entró en esa habitación, dijo:
—¿Qué, no hay libros para colorear o diarios?
Me negué a quitarle lo que ella se había regalado a lo largo de los
años, así que no, ella no obtendría esas cosas de mí. Le había
sorprendido que pensara de esa manera. Había cosas que seguían
siendo especiales para mí, aunque el mundo se me cayera a los pies
y, a diferencia de un libro para colorear o un diario, nadie podía
reemplazarlas.
—Ten una buena noche y duerme. La primera de muchas.
Siéntete como en casa, Mariposa. Porque ésta es tu casa. Per sempre.
—Espera. —Ella se volvió hacia mí—. ¿A dónde vas?

—A trabajar.
Habían pasado cerca de dos horas desde que dejé a mi esposa
para que vagara por su casa y se pusiera cómoda. Me senté en el
escritorio de mi oficina, mirando por encima de todos los monitores
y tratando de ubicar los diferentes olores que se deslizaban. Una
tarta horneándose. Lasaña. Palomitas de maíz.
Una hora más tarde llamaron a la puerta y antes de que pudiera
contestar, ella abrió y entró. Se había duchado. Su cabello estaba
húmedo. Los aromas de pistacho, almendra, caramelo y sándalo
invadieron la habitación. En lugar de usar uno de los muchos
artículos que le había comprado para dormir, se puso mi bata. Era
tres veces su talla. Sus manos se perdían en las mangas, y
prácticamente colgaba de su cuerpo.
Ella sostenía un plato en la mano. Cuando lo puso delante de mí,
su anillo de bodas se asomó por debajo de la tela.
—Debe haber más de cien libros de cocina en la cocina. Encontré
una receta para un pastel de bodas. Tenemos todos los ingredientes y
un millón más, así que traté de hornear.
—Trataste. —Miré el pastel. Tomé el tenedor y lo clavé. Era tan
duro como una tabla y más oscuro de lo que debería ser un pastel de
bodas blanco. Tal vez se suponía que era chocolate—. Eso parece.
Ella arrugó la cara.
—Eso es debatible.
Corté un trozo con el tenedor y me lo metí en la boca. Hice una
pausa antes de que realmente empezara a saborearlo. La miré y ella
me miró, haciendo la cara más extraña, como un pez globo.
—¿Qué opinas? —Ella apretó los labios. Estaba tratando de no
reírse.
Me obligué a tragar. Si supiera a qué sabía un pastel de cartón,
seguro que tendría mejor sabor que este.
—¿Esta fue la primera vez que horneaste un pastel?
Ella asintió.
—El primero de todos.
—Bueno. —Mi voz estaba tensa.
Ella me señaló, riéndose a carcajadas.
—¡Eres un terrible, terrible, mentiroso, Capo! —Ella se rio aún
más fuerte.
—Debes haber olvidado algunas cosas. Como la leche, los huevos
y la mantequilla. ¿Qué hiciste, solo agregar harina? ¿Tienes algo de
agua en los bolsillos de esa túnica? Mi voz se había vuelto áspera por
el nudo en mi garganta y la cosa seca que ella llamaba pastel.
Se rio saliendo de la habitación y volvió con una botella de agua
fría para mí. La bebí mientras su risa salvaje se convertía en una
sonrisa satisfecha.
Caminó por la habitación, estudiando todo mi equipo.
—¿Qué es todo esto?—preguntó finalmente.
—Además, hago seguridad privada.
—Espías a las personas.
—Podrías decirlo.
—¿La gente te paga por eso?
—Algunos.
—Oh. Entiendo. —Observó uno de los monitores—. ¿Ese es tu
edificio?
—Nuestro edificio—le dije—. Mira. —Señalé un punto en la
pantalla e hice zoom. Giovanni caminaba por el lugar, haciendo sus
rondas. No tenía idea de que estábamos de este lado. Suponía que
estábamos en nuestra suite de ese lado. Él siempre supondría eso.
—No me vas a hacer eso, ¿verdad? —Sus ojos se estrecharon
sobre él mientras se sacaba los pantalones de la raja del culo.
Giovanni era el hijo de puta más feo que pude encontrar con
suficiente experiencia para cuidar a mi esposa cuando ella no estaba
a mi lado—. ¿Ser un furtivo mirón?
—Depende. —Me recosté en mi asiento, estudiando sus rasgos a
la luz de los monitores. Ella era refrescante. Algo diferente.
—¿De qué? —Abrió mucho los ojos, algo que hacía cuando
quería que yo continuara o me explayara.
—De lo bien que te portes.
—Soy una buena chica. —Llegó a pararse frente a mí, cruzando
los brazos sobre su pecho, que habían desaparecido bajo la enorme
bata—. ¿Pero sabes lo que dicen sobre las chicas buenas? Nunca
hacen historia.
Ella cerró la brecha entre nosotros y extendió la mano para tocar
mi corbata. La había desatado, pero no me la quité. Se movió
lentamente, viendo como el material negro se deslizaba alrededor de
mi cuello, y la puso sobre el escritorio. Me había subido las mangas
hasta los codos antes, y usando su dedo, ella trazó una de mis venas,
concentrándose mientras lo hacía.
Ambos nos quedamos callados, y cuando sus ojos se levantaron,
nos miramos fijamente.
—¿Necesitas algo, Mariposa?
Ella sacudió su cabeza.
—Me estaba sintiendo sola. Éste es un lugar grande. Todavía no
estoy acostumbrada. Me preguntaba cuándo vendrías a la cama.
Levanté las cejas y ella miró hacia otro lado por un segundo, a
uno de los muchos monitores.
—A dormir—añadió en voz baja. Luego empezó a juguetear con
los lazos de la bata. Podía sentir su ansiedad. Se estaba preparando
para decir algo o hacer un movimiento.
—No hagas eso conmigo—le dije.
—¿Qué? ¿Esto? —Hizo girar la corbata, haciéndola girar y girar,
sonriendo un poco mientras lo hacía.
Mi mano salió para detenerla.
—Sí. Agitarsi. Agitarte. No hagas eso conmigo.
Ella asintió, y vi la sacudida de su garganta cuando tragó.
—Lo tienes, Capo.
—Quieres decir, il mio capo.
—¿Te diste cuenta de eso?
—Me doy cuenta de todo.
—¿Por qué pareces... molesto?
—En el futuro, no más tratos con hombres que no sean yo.
—Te refieres a Rocco. El anillo.
—Sí. Rocco. El anillo. Nunca más.
—Como quieras, Capo.
Cuando me llamó así por primera vez, me costó mucho no
follarla en The Club. Y cuanto más lo decía, más me hacía sentir
como un animal salvaje en una jaula. No poder tocarla hasta que
estuviera lista, era como pensar palabras importantes, pero no poder
pronunciarlas.
Después de unos minutos, respiró hondo, desató la bata y la
abrió, liberando el aliento que había estado conteniendo. Estaba
desnuda.
Mis ojos se deleitaron con su cuerpo desnudo como si estuvieran
hambrientos. De alguna manera, nuestros papeles se habían
g p p
invertido. Yo era el que parecía no tener suficiente. Ella era
jodidamente perfecta. La luz de los monitores resaltaba cada uno de
sus huesos. Sus tetas eran suficientes para desbordarse de mis
manos. Su cintura era pequeña y sus caderas tenían cierta pendiente.
Sus pezones estaban duros y una fina capa de deseo cubría el
interior de sus firmes muslos. Podía oler su excitación, tan
jodidamente dulce que podía saborearla en mi lengua. Mi lengua
salió disparada, humedeciendo mi labio inferior, deseando el toque.
—Pensé que deberías ver a qué te comprometiste exclusivamente,
il mio capo. Yo. Ojalá valiera la pena el alto precio. —Cuando pude
apartar los ojos de su cuerpo, la miré a los ojos, pero ella miró hacia
otro lado—. No soy más que piel y huesos, pero...
Cuando mis manos tomaron con firmeza sus caderas y la
levantaron sobre el escritorio, ella jadeó. Cuando tiré de ella más
cerca de mí, su boca se abrió y una corriente fría de su aliento llegó a
mi piel bronceada. La presioné más cerca de mi polla, empujando
contra ella hasta que un jadeo sin aliento salió de su suave boca. Sus
manos se extendieron, casi arañando mi camisa, tratando de llegar a
la piel.
Mis dientes mordieron su cuello, abriéndose paso hasta su oreja.
—Tengo un contrato—le dije—. Deberías haber exigido más.
—Ah. —Ella inspiró y siseó cuando le mordí el cuello con más
fuerza. Sus uñas se hundieron en mi piel, y la quemadura me dio
aún más hambre—. Tal vez deberíamos volver a la mesa.
—Necesitaría fondos ilimitados, porque, joder. Un estimabile
valore. —No había un precio que no hubiera pagado por tenerla.
Ningún término que no hubiese aceptado. Ella podría haber entrado
en el trato sin nada monetario, pero el poder completo estaba de su
lado. Había algo en ella que me poseía. Me obsesionaba.
Luego, un golpe de algo más, algo extraño y me quemó
profundamente.
Celos.
La palabra pareció venirme como un relámpago durante una
tormenta, justo cuando estaba parado en un charco y al lado de un
árbol.
La cara de Rocco en el Ayuntamiento, sus palabras, de repente
hicieron clic.
Yo era lo suficientemente mayor para saberlo mejor, pero me
importaba un carajo. Estaba celoso cuando Harry Boy, le dijo que la
amaba. Cuando la había llamado con ese patético apodo. Strings.
El pensamiento hizo que mis dedos se clavaran en sus caderas,
tirándola aún más fuerte contra mi polla. Algo salvaje me llevaba a
reclamar. Poseer. Controlar. Dominar su olor con el mío. Mis labios
recorrieron su pecho, mi lengua saboreó su piel, y cuando tomé su
pezón en mi boca, ella corcoveó debajo de mí.
—Solo no me tapes la boca—dijo con una exhalación.
Mi ritmo se desaceleró, para no hacerle sentir que me había hecho
detener con sus palabras. La miré desde mi posición. Sus manos
empuñaban mi camisa, pero sus uñas se habían retraído. Tenía los
ojos cerrados con fuerza. El corazón en su pecho parecía latir en mis
oídos, pero no de placer… sino de miedo.
Sus alas intentaban volar, pero al mismo tiempo ella estaba
enraizada.
Me deseaba. Quería esto. Pero ese hijo de puta le había hecho
algo de lo que nunca se recuperó. Era la primera vez que escuchaba
vulnerabilidad en su voz. Incluso en The Club, cuando no tenía idea
de en qué se había inscrito, era una mártir fuerte.
Vivo o muoi provando. Vivo o muero intentando.
Ante mi desaceleración, pareció relajarse un poco, y el momento
pasó. Ella había accedido a darme tiempo. Yo había accedido a lo
mismo.
—Mariposa—dije, mi voz baja y áspera.
Le tomó un momento abrir los ojos. Cuando lo hizo, lo que vi me
impactó. Vergüenza.
La levanté, manteniéndola cerca.
—Cuando estés lista para tener sexo conmigo, ponte algo rojo.
Consumami. —Consúmeme.
—Quieres fuego en tu cama.
Dijo esto como si fuera cuestionable. Como si fuego fuera una
mala palabra. Como si fuera algo que temer. Tal vez para ella lo era.
Una mariposa era una criatura frágil y podía ser engullida
fácilmente por las llamas, pero no si ellas llevaban la fuerza dentro.
Ella lo hacía. Llevaba la fuerza para hacer el cambio.
—Sí—le dije—. Un fuego. De esa manera sabré que estás lista.
—Quiero estarlo—susurró.
—Lo estarás. Trabajaremos en ello.
Sentí su sonrisa contra mi pecho. Me besó allí y debajo de mi
cuello, alrededor de mi cicatriz. Me congelé, pero ella no se dio
cuenta. Gracias, carajo. Ella bostezó y languideció contra mí.
—Hora de ir a la cama. —La levanté del escritorio, llevándola
hacia el dormitorio principal.
—¿Dormiremos en la misma cama? Yo quiero. Dijiste durante la
reunión que era mi decisión, una vez que llegase aquí.
Por eso había hecho que la otra habitación fuera tan poco
atractiva. Ella necesitaba estar a mi lado.
La dejé en medio de la monstruosa cama y ella se quitó la bata,
dejándola en el fondo del colchón. Arrastrándose bajo las sábanas, se
acercó a la almohada y luego sacó una pierna. Se veía bien, su única
pierna desnuda sobresaliendo. Su culo también era un puñado
suave. Era la primera vez que podía verlo bien. Quería morderlo
hasta que gritara a viva voz. Después quería follarlo.
—¿Vienes?
Aclaré la opresión de mi garganta.
—Luego. Tengo algo de trabajo por hacer. Si me necesitas, tu reloj
está en la mesita de noche. Presiona el botón en el costado y di,
'llamar a Capo'. Te conectará conmigo de inmediato. Puedes llamar a
Giovanni de la misma manera.
—¿Lo llamo a él también, Capo?
—No. Eso es solo para mí. Solo di su nombre y te conectará con él
de inmediato.
Hizo que su mano pareciera una pistola, apuntándome, y me
guiñó un ojo al mismo tiempo que hizo un chasquido con la boca, su
“pistola” se inclinó un poco.
—Entendido. —Ella se rio y me di cuenta de que había estado
bromeando conmigo todo el tiempo. Había pasado un tiempo, años,
desde que había pasado tanto tiempo con una mujer. Y ninguna
como ésta. Iba a tener que apresurarme para mantener el ritmo.
Se sentó, frotándose los ojos, las sábanas cayendo. Sus pezones
aún estaban duros.
—¿Eres una de esas personas que no pueden dormir?
Me encogí de hombros.
—Depende de la noche. —Y si estás dispuesta a follarme toda la
noche.
—Así que realmente vine a vivir a la cueva de los murciélagos.
Lejos de eso, pero si eso significaba que ella se sentía más segura
aquí conmigo, lo dejaría correr.
—Oye—dijo, deteniéndome antes de irme—. ¿Tienes tiempo para
ver una película antes de ir a trabajar? ¿Tal vez podamos hacer root
beer floats? 3Siempre he querido uno. Tenemos todas las cosas.
Este lugar era grande. Era nuevo. Ella estaba teniendo problemas
para adaptarse. Entonces pensé en la casa de Staten Island, en lo
cómoda que era, y esa palabra prohibida volvió a pasar por mi
mente. Celos. Harry Boy lo había pensado antes. El lugar era cómodo
para ella.
De vuelta al punto. Solo tendría que acostumbrarse.
Me quité la camisa y se la tendí. Se incorporó en la cama y me la
quitó. Nuestras manos se rozaron y esa tormenta eléctrica que se
había estado gestando dentro de mí toda la noche pareció enviar una
onda expansiva por mi brazo. Ella tomó mi ofrenda, pero sus ojos
recorrieron mi pecho desnudo mientras lo hacía.
—Ponte eso—dije en voz baja.
Ella asintió y se la puso. Colgaba como un vestido de gran
tamaño.
—¿Entonces eso es un sí?
—¿Qué será?
—¿Qué tal El Joven Manos de Tijera? ¡Y yo haré los root beer floats!
Capítulo 12
Capo
Las luces de mi coche iluminaron el garaje de uno de mis
edificios. Un segundo después, se abrió y entré, estacionando el
vehículo. Una de las canciones ridículas de Mariposa sonaba en la
radio. Sentía que mi cerebro se encogía cada vez que la chica tocaba
una nota. Sin embargo, a Mariposa le encantaba. Y a veces, cuando
sonaba una línea en particular, ella me señalaba y sincronizaba los
labios con la letra.
Era una de las jodidas cosas más raras que había visto hacer a
alguien. Pero entonces me recordaba que ella era joven. Esa
inocencia que quería desesperadamente salvar, de alguna manera se
había preservado, y cuando se sentía lo suficientemente libre como
para volver a conectarse con ella, salía en momentos como esos.
Mis botas resonaron en silencio contra el pavimento cuando
entré. Donato había enviado a dos tipos para vigilar, así que mis ojos
se entrecerraron ante una tercera figura antes de que se relajaran.
Extendí la mano y Donato la tomó. Tiró de ella acercándome y
nos dimos palmadas en la espalda.
—Escuché que las felicitaciones están a la orden—dijo en italiano.
Levantó un vaso de la mesa y los chocamos antes de que ambos
dijéramos, salute, y bebiéramos el excelente whisky.
—¿Él sigue cantando como un canario? —Me puse los guantes.
Sería difícil de ver al principio, vestido de negro de pies a cabeza.
—Ya hemos dejado atrás eso. Ahora está enojado. Exige hablar
con el hombre que ha ordenado su captura. Nos asegura que pagará
cualquier rescate.
Ambos sonreímos. Le di unas palmaditas en el hombro a Donato,
él tomó a sus hombres y se marchó.
Me puse un pasamontaña sobre la cara antes de entrar en la
habitación. La luz era tenue y solo iluminaba la mesa y dos sillas.
Aparte de eso, solo había un catre. Un baño se alzaba a un lado con
solo un inodoro con cisterna. No había ventanas en ninguna de las
habitaciones, solo paredes de ladrillo.
El hombre al que vine a ver se levantó de la cama, tratando de
estar callado, pero fallando. Respiraba con dificultad.
—Te tengo ahora, hijo de puta. —Su voz tenía un poco de
emoción—. ¿Dejas un arma olvidada y no esperas que la use
contigo?
Él amartilló el arma y luego...
Clic.
Clic. Clic. Clic. Clic.
Me reí cuando arrojó el arma contra la pared.
—¡Hijo de puta! ¡Jugaste conmigo!
El cargó contra mí y lo detuve en seco, usando mi puño para
golpear su estómago. Su boca se abrió y cerró mientras jadeaba como
un pez fuera del agua. Lo tomé por el cuello y lo tiré hacia la mesa.
Aterrizó en el suelo y, en lugar de levantarse y luchar, me miró
fijamente.
—Toma asiento—le dije.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Te conozco?
—Nah—dije.
Se humedeció los labios y levantó las manos sucias.
—Le dije a los otros muchachos, los que no tenían máscaras, te
daré lo que quieras. Tengo conexiones. Haré lo que sea necesario. Lo
que quieras es tuyo. Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra.
—Ah. —Exhalé—. ¿Tu gente ya no nos va a matar?
Había estado hablando sobre lo conectado que estaba y cómo
todos éramos hombres muertos cuando lo atrapé. Hombres muertos.
No tenía idea de que solo había un hombre que se lo había llevado.
Yo. El resto eran solo perros guardianes hasta que regresara para
terminar esto.
Sus ojos se entrecerraron aún más, casi cerrándose, tratando de
ver más allá de la oscuridad que me cubría.
—No, no te harán daño si me dejas ir ahora. Me aseguraré de ello.
—¿Por qué no usaste el arma, Quillo?
—¡Lo intenté! No tenía balas.
—Quiero decir antes. En ti mismo. Ni siquiera buscaste las balas.
Trató de hacerlo sutil cuando se alejó de mí, pero me di cuenta de
todo.
—¿De qué sirve un arma sin balas?
—Conoces el juego—le dije—. Te estaba dando una salida fácil.
Uno de los hombres de Donato había dejado el arma sobre la
mesa. Le había dado una opción: tomar el camino más fácil, poner
una bala en su cerebro, o sería yo quien lo terminaría. Excepto que el
hombre de Donato no me mencionó por mi nombre. Me llamó Fate y
le dijo lo cruel que era. Pero el problema con hombres como Quillon
“Quillo” Zamboni es que creen que son los dueños del mundo. Por
lo tanto, pensó que saldría vivo de esto.
Estaba relacionado. Su padre lo había estado antes que él. Pero él
sabía cómo se jugaba el juego, y si alguien lo suficientemente
poderoso te quisiera muerto, estarías muerto. Y si fueras un cobarde,
poner el arma en tu cerebro y volarlo sería más fácil de lo que el
destino tenía planeado para ti.
Nunca intentó usar el arma en sí mismo. Ni siquiera lo pensó.
Uno de los hombres de Donato montaba guardia en la puerta y no
había sonado ni un clic. Si lo hubiera hecho, le habrían dado una bala
para intentarlo de nuevo.
Una puta broma enfermiza. Si se decidía a acabar con todo antes
de que comenzara realmente la tortura, tenía que repetirlo porque el
arma no tenía ni una sola bala. Era mi forma de joderlo un poco más.
Le tomó un momento, pero cuando se dio cuenta de cómo lo
había llamado, se puso de pie, tambaleándose como si estuviera en
un bote durante una tormenta.
—Me llamaste Quillo. —Su cabeza se inclinó hacia un lado.
—¿Qué? ¿Eres demasiado bueno para Quillo, Quillon? Siempre
fuiste un imbécil, pero nunca mostraste lo pomposo que eras hasta
que te postulaste para el cargo. Quillon sonaba más correcto que
Quillo, estoy seguro. Vosotros, los políticos de mierda que
comienzan en las trincheras, sois todos iguales. Tratando de
demostrar que eres algo que nunca serás. —Recogí el arma del suelo
antes de tomar asiento en la mesa, frente a él. Dejé el arma y me
relajé en mi asiento—. Honesto. Sincero.
Tragó saliva y dio un paso más cerca de la mesa.
—Muestra tu cara—me dijo—. Te conozco.
—Ah. —Tomé la parte superior del pasamontaña en mi mano—.
Pensaste que me conocías. No más. —Luego me quité la máscara por
completo.
Jadeó, sus pies lo llevaron automáticamente hacia atrás,
directamente a la cama. Ésta se estrelló contra sus rodillas y cayó,
entonces volvió a levantarse.
—¡No! —Él negaba con la cabeza, sus manos agitándose
frenéticamente frente a él—. No. ¡Eres un fantasma! Estoy muerto.
Deben haberme matado. Estoy en el infierno. Contigo. Necesito
perdón. Querido Dios, líbrame. —Cayó de rodillas y comenzó a
rezar el Santo Rosario. Su miedo perfumaba el aire con acidez. Tenía
el mismo sabor que la sangre fresca.
—Deja de ser dramático. —Usé mi pierna para empujar la otra
silla más cerca de él—. Siéntate. Tengamos una charla. Es hora de
que nos pongamos al día.
—Vi orio. —Él sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de
despertarse—. Eres un fantasma. ¿Qué quieres conmigo?
Lo llamé tonto en italiano.
—Tienes miedo de un fantasma. Deberías tener más miedo de mí.
Todavía sangro. Puedo ser asesinado. Otra vez. Entonces, ¿sabes lo
que eso significa? Soy peligroso. Soy el fantasma viviente al que
debes temer.
Se puso de pie, tambaleándose un poco todavía, y acercó la silla a
la mesa. A pesar de que no estaba a gusto, se había relajado un poco,
pensando que podría disuadirme de esto. Pensando que podría
tratar de jugar con nuestra historia para aplastar lo que fuera este
problema. Asumió que esto tenía que ver con el negocio.
—¿Puedo? —Puso una mano cerca de la mía.
Asentí y usó su dedo índice para tocar el pulso en mi muñeca. Se
echó hacia atrás cuando lo sintió.
—No estás muerto.
—Eso parece.
Luego sonrió, y eso iluminó su rostro. Una ola de alivio se
apoderó de él.
—¡Hijo de puta!. Estás vivo. —Se puso de pie por un segundo y
luego, demasiado emocionado para estar de pie por más tiempo,
tomó asiento—. ¿Y cuándo fue eso un problema? ¿Tú no siendo
peligroso? Dime algo que no sepa, como por qué estoy aquí.
—Con el tiempo—dije, observándolo volver a estar cerca de mí.
Estar a su lado se sentía como en los viejos tiempos, pero esta vez iba
a arrancarle la garganta y ver cómo se desangraba a mis pies. O tal
vez sería más creativo—. Tienes que decirme cosas. Primero.
—Espera. —Levantó una mano—. Eres el que comienza las
guerras entre todas las familias. ¿Te lo ordenó tu padre? Mi Pops
está en serios aprietos. Pensé que tal vez esto tenía algo que ver con
él, pero luego lo pensé un poco más. Ha estado en aprietos desde
que Angelina… —Se detuvo allí, sin ir más lejos.
Sí, su padre se había ido de la ciudad después de lo que pasó.
Quillo no tuvo tiempo de reaccionar, entonces Arturo comenzó a
usarlo para lo que necesitaba. Quillo era el equivalente de un
sirviente contratado. Tenía que pagar por los pecados de su padre y
los de una hermana que se tiró a dos hermanos. El hecho de que ella
nos follara a los dos no importaba. Era ella la que había estado
pasando secretos, secretos que nadie pidió, y después nos había
tendió una trampa a uno de nosotros. Su lealtad había sido probada
y resultó ser tan delgada como el agua. Quieres quedarte en este juego,
necesitas sangre.
—No tengo padre—le dije—. No tengo más que enemigos.
—Mierda. —Se pasó las manos por el cabello, haciendo que los
mechones rubios se erizaran en finas puntas—. Así que estás
orquestando una guerra masiva. Mataste a los jefes de esas familias.
A sus hijos. ¡Estás jodidamente loco! Lo que estás haciendo es una
locura. Una misión suicida. Después de tu muerte, bueno, no
muerte, pero…
—Mi muerte—le dije.
—Arturo se ha vuelto aún más fuerte con Achille a su lado. No le
importa a quién mata. Es un salvaje. Toma la vida de inocentes, sin
siquiera parpadear. Es un maldito lobo rabioso. La única familia que
los Scarpone han respetado es la de los Fausti, pero nadie se enfrenta
a ellos.
Abrí y cerré los brazos.
—Parece que mi vida siempre ha tenido una corta fecha de
vencimiento. Achille se aseguró de ello. Arturo lo llevó a cabo.
—Él tenía que hacerlo. No puedes dar órdenes y tener a tus
hombres desobedeciéndote.
—Desobedecer. —Probé la palabra—. ¿Así llamarías a salvar a
una niña de un destino que no se merece?
Entonces pareció sentir algo de mí, pero no tenía idea de qué, a
menos que supiera quién era ella, y dudaba que lo supiera. Si lo
hubiese sabido, la habría entregado a los Scarpone, cuando tuvo la
oportunidad.
Su mirada se posó en mi cicatriz, y luego volvió a mirarme a los
ojos.
—¿Por qué la salvaste? ¿La hija de Palermo? Él nunca te había
hecho ningún favor. Trató de matar a Arturo justo en frente de ti. El
único hombre que hirió a Lupo. —Lobo—. Palermo trabajó para tu
pa… para Arturo durante años. Arturo confiaba en él, como un hijo.
Y lo traicionó de la peor manera. ¿Entonces por qué?
—Tenía mis razones—le dije.
—Razones. ¿Y dónde diablos te llevaron esas razones? ¿A vivir
como un fantasma en tu propia ciudad? ¿Silenciado? —Nos miramos
durante unos minutos; el único sonido era el inodoro corriendo en el
baño. Entonces volvió a hablar—. Ahora lo entiendo. Has vuelto
para eliminarlos a todos. Estás comenzando una guerra para que ya
no tengan idea de en quién confiar. Una familia tratando de destruir
a la otra. Incluso los irlandeses se han involucrado. ¿Qué fue lo que
te hicieron?
Yo sonreí.
—Es un caos, ¿verdad?
—Sí. —Él asintió una vez—. Puedes decir eso.
—Ya lo dije. Ahora dime algo que no sepa.
—Pareces saberlo todo. Lo único que nunca supiste fue que
Achille aprovecharía la oportunidad para correr hacia Arturo y
delatarte por no haber matado a la hija de Palermo frente a él. Esa
esposa suya, también.
—Ah. —Sonreí de nuevo—. Lo sabía.
—Entonces realmente no entiendo por qué lo hiciste. Algunos
dicen que prefieren enfrentarse al infierno que enfrentarse a Arturo
Scarpone.
—Me enfrenté al infierno y sobreviví. —Me incliné un poco hacia
delante, acercándome—. Háblame de la niña que acogiste hace cinco
q g
años.
Se mordió el interior del labio y miró hacia la pared. Era la
maldita cara de un político pensando. Parecía que estaba cagando.
Me puse de pie tan bruscamente que la silla se cayó detrás de mí
y él no tuvo oportunidad de reaccionar. Lo agarré por la garganta y
apreté hasta que sus ojos comenzaron a lagrimear. Cuando lo solté,
cayó hacia atrás en su asiento, sin aliento. Recogí mi silla y la dejé
como estaba, sentándome de nuevo.
—Me conoces, Quillo. Te partiré el cuello por malditamente
menos que por hacerte el estúpido.
—Hace cinco años—se atragantó—. Hace cinco años…
Me pregunté cuántos niños inocentes su familia y él habían
adoptado a lo largo de los años, y cuántos de esos niños había tocado
mientras su perra, escaladora social lo ignoraba. Ella venía
regularmente a Macchiavello's con sus falsos amigos. Se había
follado a la mitad de ellos.
—Mari… —Iba a decir su nombre completo, pero negué con la
cabeza, desafiándolo—. ¿Quieres su apellido? —Había recuperado el
aliento, pero su voz era como papel de lija.
—Sí, dímelo—le dije.
—Flores.
—¿Qué recuerdas de ella? —Pasé los dientes sobre mi labio
inferior—. Detalles específicos.
Captó el gesto y asintió.
—Solo dame un segundo. —Respiró hondo varias veces y suspiró
—. Joven. Alrededor de los trece años, tal vez más joven.
No, cabrón, parecía más joven porque estaba en adopción y nunca tuvo
un flujo constante de comidas adecuadas. Lo que hizo que su
transgresión fuera aún peor. Él pensó que ella era más joven, y aun
así, puso sus manos sobre ella.
—Su rostro tenía el potencial de convertirse en algo especial. Su
nariz era extraña, pero su cuerpo estaba apretado. Tenía buenas
tetas. ¿Y ese culo? Era flaca, pero ya era bum. —Se rió—. Nos
tocamos… —Cuando captó la expresión de mi cara, el recorrido de
mis dientes sobre mi labio otra vez, fue más rápido e inteligente esta
vez. Cambió su historia—. La toqué. ¡Está bien! Yo la toqué. Era
irresistible.
—Ella peleó.
—No al principio. No lo esperaba. La última vez que me sacó un
cuchillo. Después se largó. Despegó. La tuvieron como fugitiva por
un tiempo, pero era una niña del sistema. Nadie realmente mira.
—Le hiciste creer que la bondad viene con condiciones.
—Sí. Acepté a la perra sin hogar. —Su rostro estaba contraído,
pero de repente, se relajó—. ¡Es ella! ¡La hija de Palermo! La estás
buscando. —Era estúpido en algunos aspectos, pero demasiado
perspicaz en otros. Él sabía que, si estaba preguntando, había una
razón.
—Los Scarpone tienen un blanco pintado sobre ella.
Hizo un sonido de incredulidad.
—Seh. Hay dinero por su cabeza. Ha sido desde esa noche. Solo
aumenta con el tiempo. Gana intereses con los años. El primero que
le entregue a Arturo su cabeza cortada se lleva todo el dulce botín.
Hombre. —Sacudió la cabeza y silbó.
Sabía que él deseaba haberlo ponerlo descubierto antes, haberla
reconocido, así todo el dulce botín podría haber sido suyo, junto con
el acceso total a su coño antes de entregarla. No se trataba de dinero;
se trataba de estar en mejores gracias con Arturo y su perro de
ataque, Achille. Si Quillo tenía que responder ante Arturo, él trataba
con Achille regularmente.
—Todavía no puedo superar que llames a los Scarpone, los
Scarpone. Hombre, los tiempos han cambiado. —Suspiró y sus ojos
se abrieron—. Recuerdo algo más sobre ella. Sus labios. Esos labios.
—Sus ojos se suavizaron ante la idea—. ¿La estás buscando? Puedo
j ¿
ayudarte. No puedo recordar el color del cabello o de ojos, pero
realmente no es problema. Conozco gente, y la reconocería en
cualquier lugar. Y si te preocupa que vuelva corriendo a decírselo a
tu familia, sabes que no diré nada. Tú y mi hermana...
Él se detuvo, y por suerte para él, lo hizo. Estuve a punto de
cortarle la cabeza y entregársela a la familia Scarpone de forma
gratuita.
—Solo ofreciendo. —Levantó las manos.
Me incliné hacia un lado, saqué otra pistola pequeña de detrás de
mi espalda y la puse sobre la mesa. Quillo la miró antes de volver a
mirarme. Me incliné hacia adelante y junté mis manos, mis dedos
cubriendo mi boca.
—No necesito buscarla, Quillo. Sé dónde está en este maldito
instante.
—¿Lo sabes?
—Sí, lo sé. Está en casa, en nuestra cama, durmiendo. Es mi
esposa. Jodiste con mi mujer, Quillo. La tocaste cuando era una niña
a tu cuidado. Lo que debería haber sido un lugar seguro, se convirtió
en una prisión de escoria. ¿Quieres saber por qué hice lo que hice?
¿Por qué salvé a Marie a Be ina Palermo? —Pasé los dientes sobre
mi labio.
—La salvé porque era inocente. Cambié mi vida para que su
inocencia pudiera vivir. ¿Y sabes lo que me enteré, Quillo? Me enteré
de que un maldito enfermo le hizo creer que la bondad era algo
desagradable. Que venía con condiciones. Tomaste todo lo que
sacrifiqué por ella y lo distorsionaste. Tomaste esa inocencia y la
hiciste sentir avergonzada. Hiciste que algo que se suponía que
debía ser limpio, la única vez en la vida que puede serlo, pareciera
sucio al poner tus manos sobre ella. ¿Cómo crees que me siento al
respecto, Quillo? ¿Qué crees que haré para asegurarme de que nunca
lo vuelvas a hacer? Ni a la mía. Ni a la de nadie más.
No dijo nada durante un rato. Ni siquiera trató de negarlo o
defenderse. No podía hacerlo. Hay algunos hombres que se sientan
y escuchan las excusas. Este no. No había excusa que pudiera
salvarle la vida. Los asuntos comerciales podrían negociarse, pero
¿una ofensa personal? Era imperdonable.
Estaba sudando de nuevo, con los labios fruncidos.
—Te enamoraste de ella. Te enamoraste de la hija de Palermo.
Sonreí y Quillo movió la cabeza hacia atrás en respuesta, pero
estaba a punto de usar la ira para cubrir su miedo. Los viejos hábitos
tardan en morir, pero yo nunca los olvidé.
Golpeó la mesa con el puño. El arma tembló.
—¡La amas! ¡Al engendro de ese cabrón de Palermo! ¡Era tan
cruel como tu padre! Mi hermana. Ella era una buena chica. ¡No se
merecía lo que le pasó! Y te sentaste allí y lo observaste. Y ahora te
sientas frente a mí y me condenas cuando tu conciencia está tan
sucia como la de ellos. ¡Los viste partir en dos a mi hermana y no
sentiste nada! ¡Ella quería que la amaras! Te amaba. Y ni siquiera
podías decirlo. ¡Ni siquiera peleaste por ella! Y ahora te casas con la
hija de Palermo. ¡Una puta! Una pe…
Me incliné sobre la mesa y lo agarré por la garganta de nuevo, y
esta vez trató de pelear conmigo. Arañó el guante, pero por lo demás
estaba sometido.
—Estás fuera de forma, Quillo. Todas esas comidas ricas y
grasosas han ido directamente a tu corazón. Todo ese asma. —
Negué con la cabeza—. No es bueno. Cuidado con esa boca, o tendré
que arrancarte la lengua. Abre un poco las vías respiratorias.
Una vez que se relajó y dejó de pelear conmigo, lo solté y volvió a
caer en la silla. Resolló esta vez, golpeando la mesa en busca de aire.
Tomé el arma, la examiné y la dejé cuando él se calmó.
—Esto no se trata de amor. Esto se trata de lealtad. Respeto. Algo
de lo que tu familia nunca supo nada. Entonces… —Empujé el arma
hacia él—. ¿Qué será? ¿El arma o yo? —Le sonreí, mostrando
algunos dientes.
Agarró el arma de la mesa, se la puso en la sien y cerró los ojos.
Me mostró el dedo.
—Vete a la mierda, Príncipe Bonito. Te veré en el infierno algún
día—dijo y apretó el gatillo.
Clic.
Le tomó un segundo, pero sus ojos se abrieron cuando se dio
cuenta de que el arma estaba vacía. Clic. Clic. Clic. Su dedo estaba
frenético mientras apretaba continuamente el gatillo.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
—Puede que me hayan matado, pero algunas cosas siempre
permanecen igual, Quillo. Aparentemente, lo mismo ocurre contigo.
Nunca aprendes. —Suspiré—. Deberías ser más inteligente. Nunca
sería tan fácil contigo. —Me levanté del asiento y lo golpeé tan fuerte
en el pecho que sentí que su hueso se rompía contra mi guante.
Después puse la mano sobre su boca y nariz, drenándole la vida.
Capítulo 13
Mariposa
—¿Qué te parece, Vera II? ¿Deberíamos agregar más romero?
¿Más albahaca? ¿O qué tal tomillo? —Me lo llevé a la nariz y olí
demasiado fuerte. Entonces estornudé y tosí—. Un poco de eso
recorrerá un largo camino. Pero el romero. Me encanta el olor. —Esta
vez, no puse la botella tan cerca.
Vera II se veía exactamente como Vera I, excepto que su maceta
era diferente. Después de que Capo me mostró el lugar y comencé a
ponerme cómoda, noté que Vera II estaba apoyada en la mesa junto a
mi lado de la cama, al lado del reloj. Las hojas de la Vera original
eran escasas, y lo mismo ocurría con la Vera II. Podría haber jurado
que eran la misma planta, pero lo sabía mejor.
¿Cómo pudo él haberme dado la misma planta?
Parecía extraño lo parecidas que eran. Y hubiera pensado que
habría comprado una planta con más aloe.
Esta vez, juré aumentar el volumen de Vera II. Ella ya tenía una
dosis de alimento vegetal para suculentas. De vez en cuando la
movía para que tuviera la misma cantidad de luz y sombra.
Durante una de las citas a mi doctor, eso había sido un punto
durante nuestra reunión, tenía que ver a algunos de ellos, ya que no
lo había hecho en años, leí mientras estaba en la sala de espera. La
revista afirmaba que hablar con tus plantas las hace crecer más
rápido. También dijo que las plantas parecían reaccionar mejor a las
voces femeninas que a las masculinas. Entonces, cuando estaba sola
en casa, Vera II y yo teníamos conversaciones.
Como estaba haciendo la cena y sola en casa, ella era todo oídos.
Podría haber llamado a Keely, pero decidí no hacerlo.
Llevaba dos semanas de casada y, aunque hablaba con Kee, no lo
hacía con frecuencia y nuestras conversaciones parecían... breves.
Sabía que todavía me amaba, pero estaba luchando con los
sentimientos románticos de Harrison y mis sentimientos platónicos
hacia él, después de que él me confesó cómo se sentía. Estábamos en
terreno inestable. Por lo general, hablábamos de todo, sobre todo de
cómo íbamos a sobrevivir, pero como todo se había puesto patas
arriba, habíamos cambiado lo que alguna vez llamamos “problemas
de los pobres” por “problemas de los ricos”.
Era un mundo completamente nuevo para mí, y todavía estaba
tratando de adaptarme. Tantas cosas que había escrito en mi diario
estaban sucediendo al mismo tiempo. Y en algún lugar en el fondo,
un miedo oscuro me carcomía. Seguía esperando que desaparecieran
los zapatos que me quedaban bien y reaparecieran los que me
quedaban demasiado apretados (y solían hacerme sangrar).
Miré hacia abajo a mis pies. Estaban descalzos. Me encantaba
cómo se sentían los suelos de la estación de bomberos. Frescos.
Limpios. Y en algunas habitaciones, eran tan suaves que quería
llorar.
Este lugar. Olía a hogar. Se sentía como hogar. No quería irme, y
desde que llegué, solo había salido para reunirme con los
planificadores de bodas en la oficina de Rocco, probarme mi
segundo vestido de novia y comprar comestibles. Tenía una elegante
tarjeta negra que mi esposo insistió en que usara. Tenía mi nombre,
Mariposa Macchiavello, y no tenía límite.
Sin embargo, la tarjeta negra no era nada comparada con mi
nueva identificación y pasaporte. Mis ojos se llenaron de lágrimas
ante eso.
—¿Qué tal esto, Vera II? ¿Esta consistencia te parece correcta? —
Levanté el tazón, mostrándole a mi planta la mezcla que había hecho
para poner entre las capas de pasta hirviendo en la cocina. Estaba
tratando de hacer lasagne al forno. Cuando Capo me trajo aquí
después de la boda, había una bandeja llena en la nevera. Era lo
mejor que había probado en mi vida, así que busqué en uno de mis
muchos libros de cocina y encontré una receta.
Hasta el momento, no había hecho una comida que realmente
supiera bien, pero como no tenía nada más que tiempo en mis
manos, estaba decidida a hacerlo bien en algún momento. Dejando el
tazón, decidí obtener los ingredientes que necesitaría para un pastel
de crema italiano. Era algo así como tratar de tocar las cimas de dos
montañas en un día, pero hazlo a lo grande o vete a casa. De
cualquier manera, gane o pierda, estaba preparada.
—Jódeme—exhalé. El tamaño monstruoso de la despensa siempre
me sorprendía. Era más grande que el apartamento que le había
alquilado a Merv, el pervertido muerto (el nuevo apodo de Kee para
él). Y estaba libre de ratas.
Mientras hurgaba en busca de cosas, se oyó un estallido en la
cocina y, al principio, pensé que alguien me estaba disparando.
Apreté el azúcar contra mi pecho, preguntándome qué estaba
pasando. Entonces el olor a humo asaltó mi nariz y sonó una fuerte
alarma.
—¡Mierda! ¡La pasta!
Aun sosteniendo la bolsa de azúcar contra mi pecho, corrí tan
rápido que cuando entré a la cocina, me resbalé en el suelo de
madera brillante y elegante. Sin embargo, Capo se me había
adelantado, sacando la olla de la cocina y pasándola por agua fría.
La olla chisporroteó y explotó, verdaderamente enojada, y más
humo espesó el aire.
Señaló con la cabeza la cocina.
—Enciende el ventilador.
Dejé el azúcar en la encimera e hice lo que me dijo. Tomó unos
minutos, pero el aire comenzó a aclararse, solo remolinos blancos
resaltados por el sol persistieron. Y el olor. Era una mezcla entre
plástico quemado y algo para lo que ni siquiera tenía un nombre,
excepto asqueroso.
Después de dejar la cacerola arruinada en el fregadero, se giró
para mirarme.
—Tal vez debería haber mantenido este lugar como estaba. Un
cuartel de bomberos.
No pude responder. Estaba sin camisa, solo una toalla envuelta
alrededor de su delgada cintura. Su piel era suave y tensa,
resbaladiza por una ducha caliente. Llevaba el pelo peinado hacia
atrás (negro intenso cuando estaba mojado) y gotas le corrían por los
hombros y el pecho.
Sus ojos eran aún más eléctricos. Eran de un azul tan
deslumbrante que me pregunté si el color había sido robado de un
océano oculto. A pesar de que el olor rancio aún persistía, la ducha
había hecho que su olor fuera más fuerte. Era como si acabara de
salir de una playa, pero diez veces mejor.
Era la primera vez que lo veía así, casi sin nada puesto. Sus
hombros eran anchos. Su musculoso pecho y estómago parecían
tallados en piedra. Probablemente tenía un paquete de siete en lugar
de seis. La toalla se deslizó hacia abajo, mostrando dos muescas
profundas a cada lado de sus caderas, formando una V. Un grueso
mechón de vello negro se asomó. Sus brazos parecían sacados de
una de esas revistas de fitness. Sus piernas eran largas y delgadas.
Parecían fuertes, pero no demasiado voluminosas.
Lo que pasaba con mi marido, algo que había aprendido durante
nuestro breve tiempo juntos, era que, incluso cuando una situación
se volvía incómoda, a él no le importaba. Él parecía disfrutarlo. Mis
ojos estaban clavados en él, sin vergüenza, y los suyos en mí. No
trataría de distraerme o fingir que no sabía lo que me había pasado.
Él no agitaría la cacerola arruinada y diría cena, ¿recuerdas? Él diría,
no estás vestida de rojo, y no estás en mi cama, así que sé lo que eso
significa. Aún no estás lista para follarme.
Entonces nos exploraríamos un poco más, o haríamos otra cosa.
Veríamos películas o escucharíamos música o hablaríamos de
lugares a los que podríamos viajar o cosas que podríamos hacer en la
casa más tarde. Quería que le agregara mi propio toque una vez que
descubriera lo que quería. La cosa era que era perfecto como estaba.
Incluso la ropa, los zapatos y las joyas que había elegido para mí.
Todo era un sueño hecho realidad.
Tal vez él también lo era… en la superficie. Todavía no me había
llevado al fondo.
Finalmente, le di sentido a las palabras que morían por salir
disparadas de mi boca.
—¿Cuándo llegaste a casa?
—Más o menos cuando estabas leyendo la receta de lasagne al
forno a… —Miró la planta en la encimera y luego a mí otra vez—. …
Vera II. Ella no es muy habladora.
—No—dije, apoyándome contra la encimera. Mis ojos seguían
moviéndose a su toalla cada dos segundos. No estaba duro, pero
había un bulto gigantesco. No podía fingir que no tenía curiosidad
por saber cómo era. Cómo se veía. Desnudo. Tomé aire y lo solté
lentamente—. Sabe escuchar, pero no es muy chismosa.
—¿Tienes algo que sacar de tu pecho?
—¿Por qué? ¿Vas a escuchar?
—¿No es eso lo que hacen los maridos?
Una enorme burbuja de risa explotó de mi boca.
—Puede que no sepa nada sobre ser domesticado, pero sé que los
hombres no son buenos para escuchar. Oídos selectivos.
—Oídos selectivos—repitió, con un tono sospechoso en su voz—.
¿Dónde escuchaste eso?
Sonreí.
—Noche de chicas.
La esposa de Rocco, Rosaria, me había invitado a unirme a ella y
a las mujeres de la famiglia Fausti para sus noches de chicas. Algunas
eran solo amigas, pero en su mayoría estaban relacionadas por
matrimonio. Rocco tenía tres hermanos. Brando, Darío y Romeo.
Brando era el mayor y el más intenso. Apenas asintió cuando le
pregunté si le gustaba la camiseta enmarcada que le había regalado
su esposa, Scarle .
Había invitado a Keely a que viniera conmigo una noche, pero
parecía celosa de lo bien que nos habíamos llevado Scarle y yo.
Después de eso, no volví a invitarla porque no quería que las cosas
se pusieran incómodas.
Cuando Scarle me vio por primera vez, dijo ¡Te dije que te
volvería a ver!, me envolvió en sus pequeños brazos y me abrazó. Era
una famosa bailarina y, comparada con su marido, muy pequeña.
No sabría decir qué tenía ella, pero me hizo sentir más ligera. Me
hizo sentir que pertenecía a ellas. Ella y las otras esposas me hicieron
sentir como en familia.
La noche de chicas siempre se celebraba en una de sus casas (el
próximo fin de semana en la nuestra, en el edificio al lado de la
estación de bomberos), y eso hizo que Capo se sintiera bien. Después
de nuestra boda en el Ayuntamiento, aumentó nuestra seguridad.
Tenía tres Giovanni nuevos, que sumaban cuatro, y Capo parecía...
un poco nervioso cuando estábamos en público.
Sin embargo, las salidas nocturnas eran divertidas para mí.
Hablábamos de los libros que leíamos, algunas de las chicas tejían a
ganchillo o punto, y en algún momento, siempre terminábamos
hablando de nuestros hombres.
Nuestros hombres.
Mi hombre.
Capo era mío.
La verdad de esas palabras me robó el aliento.
Yo era la esposa de alguien.
Suya.
Toqué el anillo en mi dedo izquierdo, un recordatorio. Esto no es
un sueño.
Él se acercó más, inmovilizándome contra la encimera, con un
brazo a cada lado de mi cuerpo. Su anillo de matrimonio resonó
p
contra el mármol cuando apoyó las manos. Levanté la mano y tiré de
las puntas de su cabello húmedo. Unas gotas corrieron por su pecho.
—¿De qué estábamos hablando?—preguntó.
Sonreí.
—¿Ves? Oídos selectivos. Noche de chicas… oh. —Empecé a reír
—. ¡Estás metiéndote conmigo!
—Tienes que apresurarte para mantener el ritmo, Bu erfly. —Me
besó en la frente.
Bu erfly. Nunca me había llamado así antes. Solo Mariposa.
—Sí—dije, mi voz suave—. Si quiero correr con el lobo solitario,
necesito mejorar mi juego.
Su boca vagó de mi frente a mi nariz, sus labios suaves pero
firmes. Besó el puente de mi nariz, una vez a cada lado y otra en el
centro, antes de que sus labios encontraran los míos. Como de
costumbre, le respondí, ansiosa por su toque. Mis manos se estiraron
para tocarlo, para acercarlo más, y rocé mis uñas a lo largo de su
costado, sobre sus costillas.
Con el ligero toque, sus ojos se abrieron, mirando fijamente a los
míos. Cuando mis uñas se movieron hacia su espalda, mi toque más
fuerte hizo que un sonido salvaje escapara de su garganta y sus ojos
se cerraron. Su lengua se movió más rápido, más fuerte, girando con
la mía, y todo a mi alrededor pareció desvanecerse.
Levantando mis brazos, me quitó la camiseta, una camiseta que
me había puesto porque el color me recordaba a sus ojos. El beso se
interrumpió, pero solo por un segundo, no lo suficiente para
devolverme a la realidad. Sus manos acunaron mis pechos, sus
pulgares acariciaron mis pezones. Un suave gemido escapó de mis
labios. Mis uñas se hundieron en su piel, queriendo más.
Interrumpió el beso de nuevo, casi violentamente, su cabeza se
movió hacia abajo, el agua de su cabello era fría contra mi piel
sobrecalentada. Solté un suspiro cuando su boca reemplazó uno de
sus pulgares. Me chupó con fuerza, haciendo que la parte inferior de
mi estómago se contrajera. El pulso entre mis piernas ardía, rogando
por alivio. Mi ropa interior estaba empapada.
—Por favor—dije, sin siquiera darme cuenta de que había dicho
las palabras hasta después de que lo hice. No me importaba—. Más.
—Di mi nombre, Mariposa. El nombre que me diste.
—Il mio capo.
Sus manos hicieron un trabajo rápido en el botón de mis
pantalones cortos de mezclilla. Se deslizaron por mis piernas y salí
de ellos. Los pateé a través de la habitación. Hice lo mismo con mi
ropa interior.
Capo me levantó como una muñeca de trapo sobre la encimera,
mi culo contra el frío mármol.
—Afírmate. —Asintió hacia mis brazos.
Apenas respirando, puse mis brazos detrás de mí, con las palmas
hacia abajo sobre la encimera. Su boca vino a la mía otra vez, y fue
una hermosa guerra entre nuestras lenguas. Un gemido ronco salió
de mi garganta, y él pareció tragarlo. Entonces su boca se movió
hacia abajo, haciendo que me relamiera por saborearlo de nuevo
mientras mi cabeza se inclinaba hacia atrás, y mis ojos se cerraron.
Me lamió desde el cuello hasta el ombligo, luego subió y bajó otra
vez.
Todo mi cuerpo se sentía como si estuviera a punto de explotar.
De romperse en un millón de pedazos. El dolor entre mis piernas no
tenía nombre. Ni siquiera famélica parecía ser suficiente. Mis muslos
temblaban por la expectativa. La barba de su rostro me arañaba la
piel, su lengua hacía exactamente lo contrario, y la humedad de su
cabello todavía dejaba un rastro fresco. Separó aún más mis muslos,
y cuando su boca se cerró sobre mí allí abajo, tuve que presionar más
fuerte contra la encimera para mantener el equilibrio.
Jódeme.
Jódeme.
Jódeme.
Nunca nada se había sentido tan bien.
La sensación estaba contenida en un área, el área donde su boca y
lengua hacían su magia, pero enviaba ondas de choque por todo mi
cuerpo.
Corcoveé contra su boca, ni una pizca de vergüenza, su nombre
en mi lengua.
—Capo. Eso se siente tan…—siseé cuando su mano se levantó y
comenzó a torcer mi pezón—. Eso se siente taaaaan, taaaan bien, il
mio Capo.
Él constantemente me convertía en una mentirosa. Estaba
traumatizada por lo que Zamboni me había hecho, pero cada vez
que Capo me tocaba, respondía a su toque sin miedo.
Mi respiración se estaba acelerando, demasiado rápidamente.
Estaba jadeando y haciendo sonidos que nunca antes me había
escuchado hacer. Si se detenía, la violencia escaparía de mis manos y
caería sobre su cuerpo.
Me hizo algo, algo con esa boca mágica que me envió al límite,
fuera de control. Me mordió, fuerte, ahí abajo. Mis brazos cedieron,
pero antes de que pudiera salir volando hacia atrás, Capo me atrapó.
Mantuve los ojos bien cerrados.
—Estoy tan mareada—le dije—. ¿Eso es normal?
Se rio suavemente, besando la parte superior de mi cabeza.
—Sí. Cuando es bueno.
—Muy bueno—susurré—. Muy, muy bueno.
Nos quedamos así por un tiempo, ninguno se movía. Eso fue lo
más lejos que habíamos llegado. Y aunque aún no había llegado al
rojo, me acercaba más y más al fuego. Lo deseaba más que a nada,
pero había algo en mí que me detenía justo antes de llegar hasta el
final.
Zamboni era la razón principal, pero también había otra razón.
No me di cuenta hasta que me mudé y me encontré coqueteando con
el deseo, tan cerca de entregarme a él. Quería que la conexión
creciera entre nosotros antes de darle mi cuerpo. El amor no era una
opción, lo había dejado en claro, pero eso no significaba que todo lo
demás que acordamos no pudiera profundizarse.
Una relación más profunda. Una sensación más profunda de
intimidad. Una lealtad más profunda.
Tal vez incluso una amistad más profunda.
Tal vez era una tonta, pero necesitaba sentir más de él, un poco
más de calor, para que después de que terminara, mi alma no se
sintiera tan sola. Sonaría como una tontería total si lo hubiera dicho
en voz alta, pero en el fondo, sabía que era verdad. Su naturaleza fría
a veces, podía ser muy dura. Nada podría romperlo, ni siquiera el
fuego.
Antes de que Jocelyn muriera, trató de convertir los años en
meses. Una noche, cuando su mente parecía más aguda que de
costumbre, me dijo, No hay nada más solitario que despertarse con
alguien a quien le diste todo y darte cuenta de que solo te dio la mitad de la
noche. Sucederá y dolerá, pero sobrevivirás.
¿Podría sobrevivir a este arreglo si eso sucediera entre nosotros?
Podría vivir sin amor, del tipo por el que las personas sacrifican
sus vidas y almas en las novelas y películas románticas, y supuse
que, en la vida real a veces también, pero ¿podría vivir sin sentir...
algo mutuo de parte de él?
La respuesta no importaba, solo mi respuesta a eso. Mi lealtad
hacia él era alta, tan alta como el cielo. Lo había asegurado hace
mucho tiempo, cuando yo tenía cinco años.
Viviría con este arreglo, pero simplemente sobreviviría al sexo.
Me miró a los ojos, se inclinó y me besó en los labios.
—Vístete.
Dio un paso atrás y la toalla formó un tipi frente a él. Su tamaño
no parecía... normal. La toalla y lo duro que estaba dejaba poco a la
imaginación. Me imaginé una serpiente. Una pitón gigantesca. Una
cosa era sospechar, pero otra muy distinta ver su contorno tan de
cerca. Estaba a una distancia sorprendente.
¿Cómo iba eso a encajar eso en mi chichi?
—Encajará—dijo él, leyendo mis pensamientos—. Tu cuerpo fue
hecho para el mío.
Asentí, mirándolo a los ojos. Mis uñas golpeaban contra la
encimera. Lo que él llamaba agitarsi en italiano. Agitarse. Me detuve
porque no le gustó cuando lo hice. Dijo que no había razón para que
estuviera nerviosa. Jamás. ¿Pero si hubiera sabido lo que acababa de
hacer por primera vez? Él también estaría nervioso.
—¿A dónde vamos? —Mi voz sonaba en carne viva, como si
hubiera estado gritando. Cada parte de mí se sentía agotada, pero de
la mejor maldita manera. De una manera primitiva, me gustó que me
hubiera dejado una marca, algo más profundo que la piel. Había
tocado músculo y hueso.
—A Macchiavello's para cenar. —Me miró, desnuda a excepción
de mi sostén de encaje, sentada en la encimera de mármol—. Sin
embargo, nada de lo que ponga en mi boca esta noche se comparará
con lo que acabo de devorar. —Se pasó los dientes por el labio
inferior—. Vieni. —Extendió la mano—. Es hora de

vestirse.
Cuando entramos en la suite principal, Capo suspiró y dijo:
—Dime por qué estás tan nerviosa.
Iba a decir, ¿Además del hecho de que acabo de ver una poderosa
pitón?, pero no lo hice. El hielo que lo seguía a veces era espeso. Elegí
ser honesta sobre otra cosa.
—El, eh, tipo que… bueno, no sé lo que él hace. Él sale corriendo
a recibirte cuando llegas al restaurante. Él fue, un poco, cruel
conmigo. —Ésta sería nuestra primera vez comiendo en su
restaurante. Bruno, el Boca Grande, el que me dijo que me aplastaría
como a un insecto, fue difícil de olvidar. Me recordó a Zamboni. Y
los mismos sentimientos de vergüenza fueron directos a mi alma
como ácido.
Capo se detuvo en seco y casi choco contra su espalda. Soltó mi
mano y se volvió hacia mí. Casi di un paso atrás, pero no lo hice. Su
intensidad podía ser amenazante a veces, pero una cosa buena de la
noche de chicas fue que aprendí que no era solo Capo. Todos los
hombres en ese círculo parecían ser similares en ese aspecto.
Mantente firme, me había dicho Scarle . Eres tan poderosa como él.
Su consejo pasó por mi cabeza, pero seguía viendo un ciervo
huyendo de un lobo. Miré su tatuaje y de nuevo a su rostro,
agradecida de que me llamara Mariposa, no algo que fuera una
presa.
—¿Qué quieres decir? —Su voz era severa—. Un poco cruel. Es,
sí, fue cruel conmigo, Capo, o no, no fue cruel conmigo, Capo. No
hay término medio, Mariposa. Usa todas tus palabras conmigo.
Excelente. Me estaba lanzando mis palabras de la noche en casa
de Harrison.
Sostuve mis manos frente a mí, extendiéndolas, haciendo estallar
mis nudillos.
—No es tan simple. Tal vez yo estaba haciendo algo que se
suponía que no debía hacer. No estoy segura de para qué lo
contrataste. Si fue para ahuyentar a los perros callejeros de tu
ventana para que no asusten a los clientes, entonces, no, no fue cruel.
Solo estaba haciendo su trabajo, mostrando dientes afilados y
grandes garras. Si se supone que no debe hacer que la gente pobre se
sienta avergonzada por no poder pagar un bistec en tu restaurante
de alto precio, entonces, sí, definitivamente fue cruel conmigo. Más
que cruel. Un imbécil.
Estudió mi rostro por un momento.
—¿Por qué viniste a Macchiavello's? A nuestro restaurante.
¿Recordaste algo?
Se aseguró de decir “nuestro” de manera enérgica para que
aceptara su negocio como mío. Era difícil cuando, la mitad del
tiempo, todo esto todavía se sentía como un sueño.
Negué con la cabeza.
—No. Solía pasar a veces cuando iba a Home Run. Puedes ver
gente comiendo desde afuera. Olía muy bien. Estaba hambrienta. —
Me encogí de hombros—. Nadie salió con sobras, así que pensé que
el bistec debía valer un riñón.
Hizo un gesto con la barbilla, copiando lo que había hecho fuera
de su restaurante cuando Bruno me había hecho pasar un mal rato.
—Tiene sentido ahora. ¿Por qué dijiste lo que hiciste?
—Después de que terminé de sentirme avergonzada, me enojé.
Tu tipo me hizo enojar.
—Seguiste regresando.
—No estoy segura de por qué. Me hiciste sentir...curiosidad. —
Mordí el labio, pero me detuve cuando entrecerró los ojos—.
¿Entonces, te acordaste de mí?
—Me parecías familiar, pero no, no del todo. Maduraste.
—Algunos días. —Sonreí, pero fue débil—. Fue un infierno llegar
a los días en que lo soy.
—Mariposa. —Tocó mi barbilla y besó mis labios suavemente.
Entonces tomó mi mano de nuevo y me llevó al enorme armario.
Le tomó solo unos minutos encontrar lo que estaba buscando de
su lado. A pesar de que todo estaba organizado para mí, ropa casual,
invierno, primavera, verano y otoño, me tomó tiempo encontrar las
cosas.
Todavía estaba hurgando, tratando de encontrar el atuendo
adecuado, cuando me dijo que me encontrara con él en su oficina
cuando terminara. Vestía un traje negro con una camisa blanca
debajo y una corbata negra. Me recordó a un gángster de los años 20.
Todos sus trajes eran oscuros, ya sea negro o azul marino. Por
alguna razón, verlo me recordó el tatuaje en su brazo, toda
oscuridad excepto por esos ojos azul eléctrico.
Algunos hombres lo tenían tan fácil. Diez minutos y… listo.
Suspiré, empujando las muchas perchas hasta que llegué a un
vestido de gasa negro adornado. Los flecos me recordaron el agua
que cae en cascada por la noche, los bordes con puntas plateadas,
como si la luz de la luna los tocara. Tenía un efecto degrade.
Sosteniendo el vestido contra mi cuerpo, vi que caía justo por encima
de mis rodillas. Era elegante y sexy al mismo tiempo.
Me tomó un tiempo maquillarme y peinarme. El equipo de
Sawyer me había enseñado a hacer ambas cosas. Mantuve mis ojos
sencillos, pero usé rojo sangre en mis labios. Me ricé el cabello, pero
no rizos apretados. Ondulado. Me unté con la crema que tanto le
gustaba a Capo y me rocié con el perfume. Después me vestí.
Tres pulseras, esclavas de oro blanco, con incrustaciones de
diamantes y zafiros, y un par de aretes a juego completaron el
atuendo.
—Jódeme—susurré. Esperaba que las joyas del brazalete no
fueran reales. Ya tenía suficiente de qué preocuparme con el anillo en
mi dedo izquierdo. Tal vez simplemente me cortarían la muñeca y
terminarían con esto. Incluso podrían ir tras mis orejas si notaban los
aretes.
Me sacudí el shock, ésta era mi vida, encontré un par de tacones
que eran altos y negros y hacían bonitos mis pies.
Todo listo.
—Mariposa… —Capo se detuvo cuando nos encontramos en el
“pasillo” del armario. Era la primera vez que me vestía de verdad
desde que nos casamos. Me gustó cómo me miró, como lo hizo
cuando me abrí la bata y le mostré mis bienes la noche de nuestra
boda en el Ayuntamiento.
—¿Qué opinas? —Me giré un poco para él—. ¿Suficientemente
bien?
Quería hacerlo sentirse orgulloso mientras estaba de su brazo. Yo
quería lucir bien, no, deslumbrante para él. Nunca pensé que usaría
yo y deslumbrante en la misma oración, pero las cosas habían
cambiado. Este hombre era tan guapo que a veces me resultaba
difícil recuperar el aliento. Y me eligió a mí. La chica de la schnozzola
de forma extraña.
—Sbalorditiva. —Se pasó los dientes por el labio inferior—. Me
haces sentir orgulloso, Mariposa.
Sbalorditiva. Sabía lo que significaba la palabra sin que Capo
tuviera que traducir. Impresionante. Había momentos en los que no
tenía idea de lo que estaba diciendo, pero otros sí. Era extraño
entender palabras que nunca antes había escuchado en un idioma
diferente, pero de alguna manera sabía su significado.
Entonces la última parte de su cumplido llegó a mi mente. Me
haces sentir orgulloso.
Antes de que pudiera decir algo estúpido, llevó mi mano a su
boca, depositando un suave beso en mis dedos.
—No merezco tu tiempo o compañía, pero a pesar de todo, es
mío. Para el

resto de mi vida. —Y dicho esto, me tomó de la mano y nos fuimos.


El coche de Capo se detuvo suavemente en su lugar reservado
frente a Macchiavello's. Había conducido su Mercedes AMG Vision
Gran Turismo. Era todo plateado y elegante y se parecía al coche de
Batman. Que era lo que sentía que estaba buscando, ya que vivíamos
en lo que parecía una baticueva.
A nuestra llegada, algunas personas se detuvieron a mirar. Cada
vez que se detenía en uno de sus coches, parecía causar revuelo. O
tal vez era Capo. Él causaba el revuelo. Pero su impresionante
colección de vehículos parecía ser lo único que hacía que era lo
suficientemente notorio como para llamar la atención. No encajaba
exactamente con su estilo de vida solitario, pero estaba descubriendo
que no podía asumir nada con él.
Capo salió tranquilamente, ignorando a los hombres que
señalaban su coche, y caminó hasta mi lado para abrirme la puerta.
Se prendió el botón del traje antes de hacerlo.
Dudé, esperando a que Bruno saliera disparado. No esperaba que
fuera tan cruel conmigo como lo había sido la última vez, después de
todo, era la esposa de su Capo, pero esperaba que no escupiera en
mi bistec cuando saliera de la cocina.
—Fuera—dijo Capo, tendiéndome la mano.
Coloqué la mía en la suya, y las luces de Macchiavello's captaron
todas mis joyas, haciendo que los diamantes y zafiros brillaran
contra mi piel. Mis tacones golpearon contra el pavimento en una
bonita melodía. Esta vez, en lugar de que el basurero asaltara mi
nariz, su colonia y mi perfume parecían flotar en el aire,
acariciándola. El olor a bistec se hizo más fuerte cuanto más nos
acercábamos a la puerta. Mi estómago gruñó, listo para mutilar algo.
—¿Estás seguro de que no tengo que vender un riñón para esto?
—bromeé.
Levantó mi brazo y depositó un beso firme en mi muñeca.
—Creo que has vendido suficiente. Estás fuera del mercado,
Mariposa. Me perteneces. Nadie te tocará, y mucho menos algo tan
valioso como un riñón.
En la puerta esperaba un hombre, ataviado con el mejor traje,
sosteniéndola abierta.
—Señor Mac. —Él asintió—. Es un placer verlo esta noche.
—Sylvester. —Capo asintió, luego me empujó hacia adelante,
cambiando mi mano por mi espalda baja. Su toque fue cálido,
relajante y tan firme como su beso—. Mi esposa—dijo—. Mariposa
Macchiavello.
El hombre tomó mi mano y la sacudió ligeramente. Me felicitó,
me llamó señora Macchiavello y nos alejó de la puerta.
—Sylvester es el gerente nocturno—dijo Capo.
Mientras caminábamos, Capo y Sylvester hablaban en italiano y
pude captar algunas cosas. Su conversación era sobre el restaurante.
Los negocios eran importantes. Pero no pude evitar notar cómo todo
el personal me miraba… con vistazos nerviosos. Los patrones eran
diferentes. Me miraron con abierta curiosidad.
¿Quién era esta chica normal que caminaba junto a este impresionante
hombre?
En lugar de concentrarme en la mierda que me rodea, decido
saborear la experiencia. Recordé cuánto deseaba esto, el bistec, y
decidí hacer que mi primera visita fuera la mejor.
El restaurante era tan elegante como pensé que sería, pero
también romántico. Algunas paredes mostraban lo que supuse que
era el ladrillo original, mientras que otras estaban pintadas de un
rojo intenso. Las sillas y las mesas eran negras, y los candelabros de
bronce sostenían verdaderas velas parpadeantes. Cada mesa tenía
una sola rosa blanca en un jarrón de cristal.
El bar estaba al otro lado, una sección completamente diferente
del edificio. Por lo que pude ver, los estantes estaban repletos con
cientos de botellas brillantes de formas únicas. El área me recordó a
los viejos bares clandestinos sobre los que Pops solía contarme
historias. Todo ese lado tenía paredes de ladrillo, igual a las del
restaurante. El suelo era de mármol rayado en blanco y negro. Había
algunas mesas alrededor de una pequeña pista de baile.
Hombres y mujeres con ropa costosa se sentaban a lo largo de la
barra en sillas de cuero antiguas. Algunos de ellos estaban girados el
uno hacia el otro, la conversación fluía, las risas se elevaban sobre la
música suave. Un hombre vestido con corbata negra estaba sentado
en un piano de cola en la esquina, tocando el instrumento y
canturreando.
Los olores... se me hizo la boca agua. No era solo bistec tampoco.
Aromas de ricas salsas y vinos flotaban en el aire. Debajo de la
superficie, algo dulce circulaba. Olí más fuerte. Chocolate, y me
recordó el aroma de The Club.
Sylvester se detuvo en una puerta que en realidad no parecía una
puerta en absoluto. Era de ladrillo, a juego con la pared, y solo
sobresalía un anillo dorado. La abrió, revelando una enorme
habitación. Una mesa que probablemente podría acomodar a
cuarenta estaba ubicada en el medio.
La habitación olía muy dulce, a chocolate otra vez, pero aún más
fuerte, y las velas hacían que la habitación se sintiera más cálida.
Más rica. Más sensual. Los diamantes en mis manos y muñecas se
suavizaron cuando entramos. También lo hizo el vestido. La gasa
parecía brillar, la luz reflejaba la plata y destellaba.
Esta sala imitaba el restaurante, pero a menor escala. Era íntima.
La música tintineaba aquí, transmitida a través de un altavoz en
algún lugar de la habitación. Lo que me llamó la atención a
continuación me hizo avanzar dentro de la sala para mirar hacia el
exterior. No era una ventana, sino más bien una pieza cuadrada de
vidrio. Podía ver todo el restaurante.
—Podemos ver hacia afuera, pero ellos no pueden ver hacia
adentro—dijo Capo, caminando detrás de mí, mirando su mundo.
—¿Un espejo?—supuse. Lo había notado cuando entramos por
primera vez, pero realmente no pensé nada al respecto. Era elegante,
con detalles de bronce a su alrededor, pero era solo un espejo.
Aparentemente, no. Para él, era una forma de mirar sin que nadie lo
supiera.
—Eres perspicaz—dijo él.
—Realmente no. Si no hubiera visto esta habitación,
probablemente me habría asegurado de que mi lápiz labial aún se
viera fresco cuando pasara por allí.
Él se rio, muy suave, y su aliento acarició mi piel, haciendo que se
me pusiera la piel de gallina en los brazos. Su pecho presionaba
contra mi espalda, y tuve la urgencia de reclinarme y apoyar mi
cabeza contra él.
—¿Para qué usas esta habitación?
—Fiestas privadas, pero es exclusiva.
p p
—Exclusiva—repetí—. ¿Como para los Fausti?
—Sí. —Me giró hacia la mesa y acercó una silla para mí. Estaba al
lado de la silla de la cabecera de la mesa. Su lugar. Se sentó,
mirándome después de hacerlo—. Entonces, ¿qué piensas,
Mariposa? ¿Está a la altura de las circunstancias?
—Es hermoso—dije—. Pero primero necesito ese bistec para estar
segura.
Me sonrió, sus ojos de un azul más profundo en esta luz. Zafiros,
del mismo color que los de mi muñeca.
—Debe ser agradable ser tú. —Suspiré dramáticamente—. Eres
dueño de uno de los mejores restaurantes de Nueva York.
—Tú también—dijo él—. Y aunque disfruto la comida aquí, mi
lugar favorito es Mamma's Pizzeria. Pero no le digas a mis tías
cuando lleguemos a Sicilia. Tendrían mi cabeza en bandeja. Algunas
de las recetas que usamos aquí son suyas, las que nunca cambian.
Cualquiera que cocine aquí debe prestar un juramento de guardar el
secreto. Tan serio como la omertà.
—Mamma´s. ¿En serio? ¿Comparado con esto? —Yo había estado
en Mamma´s. Podías conseguir una porción enorme por tres dólares,
o una comida completa (ensalada, bebida y una porción) por cinco.
Era el paraíso de los pobres.
—¿Has estado ahí?
—Sí. Fui con Keely y Harri… —Ante la expresión de su rostro,
me detuve. Sus ojos se entrecerraron y sus labios se volvieron
severos—. He estado.
—Iremos algún día. Llevaré la moto. Comerás aquí esta noche y
luego compararemos después de ir a Mamma´s.
La moto. Tenía algunas, pero había una en la que me dijo que me
iba a llevar un día. Parecía elegante y veloz. Le dije que sí y después
puse mi mano en un coche. Cualquier coche. Él solo había sonreído.
Creo que se lo tomó como un desafío.
Una chica vestida con un elegante traje pantalón negro entró en la
habitación con un vaso lleno de un líquido dorado. Dejó una
servilleta y el vaso frente a mí.
—Disfrútelo, señora Macchiavello.
Ni siquiera me miró, y antes de que pudiera decir algo, como,
¿Qué es esto?, se fue.
—¿Qué es esto?—le pregunté a Capo en su lugar. Había visto a
una mujer en el bar con uno.
Capo explicó que se trataba de un cóctel llamado “el príncipe
dorado”. Pensó que lo disfrutaría, así que se había tomado la
libertad de pedirlo por adelantado.
Tomé un sorbo y me enamoré.
Dejándolo con cuidado, dije juguetonamente:
—¿Qué? ¿Ningún cóctel lleva mi nombre? —Bebí un poco más—.
Esto es delicioso.
Él sonrió, y cuando la misma chica volvió a entrar, le dijo que le
trajera la bebida más popular de la carta del bar. Regresó unos
minutos más tarde con una bebida azul oscuro en un vaso que tenía
una mariposa azul claro apoyada en el borde. La mariposa estaba
hecha de azúcar.
—¿En serio? —Me reí—. ¡Lo hiciste!
—Parece que un hombre no puede tener secretos a tu alrededor.
—Guiñó un ojo. Luego se volvió hacia la chica—. Dile a mi esposa
cuál es el nombre de esta bebida, Liza.
—Por supuesto, señor Mac. —La mujer llamada Liza con el
elegante corte de pelo bob se volvió hacia mí—. Esa es nuestra
Mariposa, la bebida más popular de la carta.
La Mariposa era dulce. Sinceramente, no podía decidir cuál me
gustaba más. Y entonces numerosos camareros comenzaron a entrar
en el salón, uno tras otro, entregando bandeja tras bandeja de
comida. Cuando terminaron, toda la mesa estaba llena de platos
humeantes. Parecía que todos los platos del menú habían sido
ordenados.
—¿Cómo se supone que vamos a comer todo esto? —Miré
nuestro buffet privado—. ¿Esperamos más gente?
—Puedes probar un bocado de todo. —Agitó su mano
casualmente, como si no fuera gran cosa—. Les pedí que lo hicieran
al estilo familiar. De esa manera podemos tomar lo que queramos y
no tocar las sobras.
—Lo entiendo. —Mi cuerpo se sentía caliente por las bebidas—.
Pero esto es mucha comida. No quiero que se vaya a…
Me tomó la mano y la apretó.
—Se lo daremos a personas que lo necesiten después. Haré que
nuestra gente lo empaque. Para llevar.
—De acuerdo. —Asentí—. Comamos.
La conversación fue ligera mientras comíamos. Fue un festín
digno de una reina. Así me hizo sentir Capo. Me animó a probar un
poco de todos los platos. El bistec, tan digno del riñón, pero
honestamente, por lo que pensé que sacrificaría mi precioso órgano
quedó en segundo lugar. Me enamoré de un plato de pasta relleno
con salsa de crema y carne de cangrejo al limón. Valía un riñón y un
poco de sangre.
Capo incluso me dio un bocado o dos después de que le hice
tomar un bocado de mi plato. Estaba tan absorta en el éxtasis de la
comida que ni siquiera pensé en él comiendo aquí antes o en ser el
dueño del lugar. Éramos solo nosotros dos, el resto del mundo
estaba en silencio, a pesar de que pasaban por el cristal mirón
constantemente. Había tantas personas tratando de mirarse cuando
pasaban sin querer realmente que los demás las vieran.
Capo soltó una carcajada ronca cuando lo llamé así: un cristal
mirón.
Después de los platos principales, sugirió que bailáramos, ya que
pidió que el postre viniera un rato después de la cena. El baile en
este lugar era diferente a la forma en que la gente bailaba en The
Club. Había comenzado una banda de jazz, acompañada por una
mujer que cantaba con voz de pájaro. Capo me enseñó algunos
pasos, ya que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Era suave y
sorprendentemente un buen maestro.
Sabía que siempre recordaría cuánto me reí esta noche.
—¿Dónde aprendiste a bailar así?—le pregunté, casi sin aliento
mientras sacaba mi asiento de nuevo en el exclusivo salón. Me
sorprendió que la mesa todavía estuviera llena de alimentos para la
cena. Pensé que después de que mencionó el postre, lo tendríamos
pronto.
Volvió a tomar asiento.
—Mi madre.
—No hablas mucho de ella. —Rara vez hablaba de alguien de su
familia. Sabía que su abuelo estaba en Italia y tenía un tío (ya que
mencionó que sabía sobre la estación de bomberos secreta) y tías (ya
que las había mencionado esta noche), pero aparte de eso, no
mencionó a su familia.
—Ella murió cuando yo era joven.
—Entonces parece que tenemos algo en común—dije yo.
—Parece que sí.
Nuestras miradas se sostuvieron. Lentamente, oh muy
lentamente, se inclinó y me dio un beso en los labios. Cuando abrí
los ojos, me estaba mirando con una expresión que no podía
explicar. Cuando algunos camareros entraron de nuevo, me senté,
sintiéndome mareada.
—¿Señor Mac? ¿Está listo para que limpie esto…?
Jódeme. Era Bruno. Ni siquiera lo había notado entrar en la
habitación. Supuse que Capo le había dado la noche libre, o tal vez
solo trabajaba de día. Capo dijo que Sylvester era su gerente
nocturno. Solo había visto a Boca Grande durante el día. Nunca
había venido aquí de noche. En lugar de un traje fino, como de
costumbre, vestía ropa de limpieza. Algo rojo estaba manchado en
su frente.
Al verme, se detuvo en seco. Incluso con ropa bonita, con joyas
caras en el dedo, la muñeca y las orejas, me reconoció. La conmoción
en sus ojos vino y se fue en un instante, y luego fue reemplazada por
frialdad.
Lo ocultó bien cuando Capo lo llamó por su nombre y me
presentó como su esposa.
Bruno se limpió las manos en su delantal sucio y fue a extender la
mano, pero Capo negó con la cabeza, llevándose la bebida a los
labios, sin siquiera mirar al hombre.
—Tus manos están sucias. Demasiado sucias para tocar a mi
esposa.
Mis mejillas ardían y aparté la mirada. Sabía lo que estaba
haciendo Capo. Lo odiaba. Solo llamaba la atención sobre algo que
no quería reconocer.
—Por supuesto, señor Mac—dijo Bruno. Su voz era débil—. No
estaba pensando. —Luego bajó la voz—. Me gustaría hablar usted
sobre mi ocupación. No sé…
—Tengo una cita con mi esposa—dijo Capo, interrumpiéndolo.
Tomó otro sorbo de su whisky—. Hablaremos de negocios más
tarde. En este momento, tienes un trabajo que hacer. Y es limpiar
esta mesa. La quiero impecable. Después, ayudarás a Emilio a
empaquetar las sobras. Luego buscarás en las calles a las personas
más hambrientas que puedas encontrar y las alimentarás.
—Sí, señor. —Bruno empezó a recoger todo lo que habíamos
comido, y traté de evitar sus ojos y cercanía cuando se acercaba para
agarrar un plato o cubiertos.
Fue tan malditamente incómodo que quería patear a Capo en la
espinilla con mis tacones afilados por hacer lo que hizo. ¿Quién se
creía que era? ¿El rey de Nueva York? No podía reaccionar de esta
manera cada vez que alguien era cruel conmigo. Más allá de eso,
esto me hizo sentir aún peor. Hizo brillar una gran luz sobre lo que
p g q
me habían hecho, y le demostró a Bruno que me había afectado. Que
me había hecho sentir pequeña. Insignificante.
Cada vez que entraba un camarero, Capo lo despedía. Quería que
Bruno se encargara de todo mientras yo me sentaba y miraba, como
si eso me hiciera sentir mejor.
Después de que todos los platos fueron retirados y Bruno había
limpiado como un loco, puliendo la elegante mesa, se acercó tanto a
mí que pude oler los contenedores de basura en él. Una miga
perdida cayó en mi regazo, y se disculpó, pero cuando lo miré a los
ojos, me miraba con frialdad. Cuando miré a Capo, estaba mirando
al frente de nuevo, raspándose el labio inferior con los dientes.
Un segundo después, Capo se había levantado de la silla, la
madera pesada fue volcada y tenía a Bruno inmovilizado contra la
pared. Entraron algunos camareros con postres, Sylvester justo
detrás de ellos, y cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando,
hizo entrar a los camareros y cerró la puerta. Los camareros y
Sylvester se reunieron en un rincón oscuro, observando.
Me puse de pie, apretando los dedos, sin saber qué hacer.
La voz de Capo era baja, pero comprensible. Le estaba diciendo a
Bruno que sabía lo que me había hecho, cuando yo estaba en la calle,
y cuando él estaba limpiando la mesa, y si alguna vez lo viera
siquiera mirarme de nuevo, le jodería la vida, sin posibilidad de
reparación.
Eché un vistazo a los camareros. Ninguno de ellos siquiera me
miraría. No era de extrañar. Tenían demasiado miedo.
Sin hacer ruido, salí de la habitación, pasé el comedor y el bar, y
salí por la puerta principal. Giovanni apareció de la nada,
llamándome para que esperara a Capo, pero me negué. No me
detuve hasta que Capo me agarró del brazo, obligándome a hacerlo.
Sus ojos casi brillaban en la oscuridad, luciendo asesinos.
—¿A dónde diablos crees que vas?
—¡No lo sé! Pero necesito algo de espacio.
—Espacio, ¿eh?
Me tomó del brazo y me apartó del tráfico de peatones. Había un
bar de deportes en la esquina, donde televisores con una variedad de
juegos se alineaban en las paredes. Una televisión ponía las noticias.
Liberé el brazo de su agarre cuando estábamos a un lado.
—Espacio, Capo. ¿Necesitas la definición de la palabra? —
Maldito Caspar. Su cláusula de definición me había afectado.
Capo dio un paso atrás, mirándome.
—Espacio. —Él dijo el significado de la palabra—. Posicionar
(dos o más elementos) a distancia uno del otro. Sé muy bien lo que
significa la palabra, Mariposa. Lo que no sé es por qué lo quieres.
—Idiota—le dije—. ¿Conoces el significado de esa?
—Estás poniendo a prueba mi paciencia.
Oooh, quise decir, pero no lo hice.
—¡Me avergonzaste!—le grité—. Nadie, ni siquiera Bruno, me ha
hecho sentir tan pequeña. —Empecé a caminar en círculos, haciendo
círculos con mi anillo de bodas alrededor de mi dedo—. ¡No soy
mejor que esas personas que te sirven, y ahora tienen miedo de
mirarme! Se están comportando como si fuera alguien. Cuando no lo
soy. No soy… —Extendí mi brazo—. No soy tú. ¿Y ese imbécil de
Bruno? ¡Básicamente le dijiste que me hirió!
—Lo hizo.
—¿Y? ¡Él no lo sabía! ¡No hasta esta noche!
—Te protejo como tu capo—me espetó—. Si alguien toca a una de
las chicas de The Club, hay consecuencias.
Quería gritarle, No soy una de tus empleadas; ¡Soy tu esposa! Pero un
segundo después me di cuenta de lo equivocada que era pensar y
mucho menos compartir. Era una mentira. Él era mi Capo. Incluso lo
hice grabar en el anillo alrededor de su dedo para probarlo.
Él continuó, sin perder el ritmo.
—La mayoría de las personas son más inteligentes, pero algunas
no se dan cuenta lo suficientemente rápido. Eres mi esposa. Tu carne,
sangre y huesos me pertenecen, y también tus sentimientos. Alguien
te lastima, me lastima ¿Capisci? Yo cazo solo para ti. Y recuerda
siempre esto, Mariposa. 'Es mejor ser temido que amado, si no
puedes ser ambos'. Las personas te temerán. ¿Por qué? Me ven
parado detrás de ti. No me acobardo. No me doblego. No me
arrodillo ante ningún hombre en esta tierra.
Aparté la mirada de él por un segundo. Mis ojos captaron el
tatuaje en su mano. Todo lo que acababa de decir de repente tenía
sentido: por qué había obtenido la marca permanente en su cuerpo.
No me acobardo. No me doblego. No me arrodillo ante ningún hombre en
esta tierra. Ese era mi esposo. Todo de él. Nunca había hecho nada
para hacerme creer lo contrario.
—Ahora todos saben con quién estás casado—le susurré. Una
chica de la calle. Una chica que no tiene nada que ofrecer, solo tomar.
Nadie sabía acerca de este arreglo, por lo que desde afuera parecía
unilateral.
—Mariposa—dijo—. Esa es con quien me casé. La chica que tenía
una bebida en la carta antes de aparecer en la puerta.
—¿Le pusiste mi nombre a la bebida antes de que nos casáramos?
—Fue el primer elemento de la carta. No nombré a ninguno de
los otros.
—¿Por qué?
—Un recordatorio.
Una vez más, no pude leer la mirada en su rostro. Todavía estaba
enojado, pero parte del hielo se había derretido. Cuando no pude
sostener su mirada por más tiempo, le di la espalda y miré hacia la
ventana del bar deportivo. Mis ojos se entrecerraron en una noticias
que se reproducía en la parte inferior de una pantalla.
Noticias de última hora.
Una imagen brilló en la pantalla.
Quillón Zamboni fue hallado muerto.
Estrangulado
Al final, él no podía respirar.
Tampoco yo.
La mano de Capo tocó mi hombro y lo miré. Él quitó mi mano de
mi cara. Me tapaba la boca.
Las personas te temerán. ¿Por qué? Me ven parado detrás de ti.
Mi esposo era el lobo feroz, gruñendo a cualquiera que se
acercara demasiado. Yo cazo solo por ti.
Tragué saliva, sintiendo que mi garganta se estaba cerrando, pero
el aire a mi alrededor se movió, entrando en mis pulmones.
—Capo. —Su nombre salió firme aunque me sentía todo lo
contrario—. ¿Conoces a un tipo llamado Merv?
—Lo conocí. Brevemente. —Esta vez miró hacia otro lado, a la
pantalla, sin expresión en el rostro—. Debería haberte dicho. Vera II
es en realidad Vera I. Era un regalo de bienvenida. Esas plantas.
Parecen tener raíces hechas de acero.
Respiré hondo, muy hondo, exhalé y con una mano temblorosa,
deslicé la mía en la suya firme.
Capítulo 14
Mariposa
Nueva York se había convertido en un campo de batalla al que
había sobrevivido durante demasiado tiempo. Cada sonido era un
grito de guerra. Cada estación daba motivos para correr y
esconderme, algún elemento desconocido venía hacia mí. Cada olor
estaba ensangrentado. Cada vista era alguien luchando por vivir.
Italia, era la tierra prometida después de la larga y agotadora
lucha.
Cada sonido era musical. Un amigo llamando a otro, algo en
italiano que sonaba acalorado pero que en realidad era una broma
amistosa. El verano se sentía como una brisa cálida en la noche
contra mi piel. Cada olor contenía la promesa de algún alimento
nuevo para probar. Cada vista era pacífica. La gente charlaba y reía
en la plaza, comía helado y disfrutaba de la vida.
Nunca me había sentido tan cansada pero tan viva al mismo
tiempo.
El vuelo desde Nueva York fue largo y apenas había dormido
durante el mismo, así que me tambaleé, negándome a moverme.
Pero no me negaba a moverme por el cansancio.
Tiré de las correas de mi mochila.
—No me dijiste que necesitaba vestirme para esto.
Capo me dio una mirada impaciente.
—Lo que tienes puesto está bien.
Me miré. Un bonito vestido azul y un par de sandalias de cuero
con tiras cruzadas. Al ver que tenía problemas para saber qué
empacar, Capo me ayudó a decidir qué llevar a Italia para nuestra
larga estadía. Me encantaba todo lo que había en mi maleta, parecía
encajar con el ambiente aquí, pero no me dijo que iríamos en una
especie de moto a la casa de su abuelo desde la piazza.
—¿Por qué no le pediste al coche que esperara? Ese tipo tiene mi
equipaje. ¿Cómo voy a montar en eso si estoy usando esto? Ahora no
me puedo cambiar.
Un coche que parecía que podría sobrevivir a un bombardeo nos
había traído aquí desde el aeropuerto privado, y el conductor se
llevó todas mis cosas con él después de dejarnos.
Capo levantó sus gafas y se las colocó en la cabeza. La luz
brillante golpeó sus ojos, y el azul pareció estallar como una vidriera
cuando el sol la golpea. Llevaba una camiseta ajustada que mostraba
todos sus impresionantes músculos, un par de vaqueros oscuros y
botas de cuero. El tatuaje en su muñeca se veía aún más feroz
cuando no vestía traje y todo su brazo estaba a la vista. Su viejo reloj
se veía exactamente como... un viejo reloj. Incluso si era uno caro.
—Usa todas las palabras, Mariposa. ¿Tienes miedo?
—No, no exactamente. —Dudé, pero sólo por un segundo—. No
quiero lastimar a mi chichi.
—¿Tu bolso? Estará bien.
—No mi bolso, Capo. ¿Quién nombra un bolso? Mi chichi.
Sus ojos se entrecerraron.
—Nombras mierdas todo el tiempo. Vera. Journey. Supuse que tu
bolso también tenía un nombre. Entonces, si no es tu bolso, ¿de qué
estás hablando? ¿Y por qué se lastimaría?
Señalé hacia abajo.
—Eso es mi chichi.
Siguió mi dedo.
—No te sigo.
—Mi vagina—le susurré.
Sus rasgos se relajaron, luego se quedaron en blanco, antes de
estallar en carcajadas.
j
—¿Chichi? ¿Dónde has oído eso? ¿O es un nombre que le pusiste?
—¡No! —Yo estaba a la defensiva—. Jocelyn. ¡Así es como ella la
llamó! Me dijo que tuviera cuidado con las motos, ya que podrían
lastimar mi chichi. Después de lo que pasó con... Zamboni, no
quiero... tal vez... estropear lo que aún podría estar intacto.
Zamboni había usado sus dedos conmigo, así que no estaba
segura de si había hecho algo para estropearme, mi menstruación
llegó esa noche. Si no lo había hecho, era importante compartir esa
parte de mí con alguien en quien confiaba. Significaría mucho para
mí saber que él no me había alterado físicamente. Porque
emocionalmente, había causado daño.
Ante la mención de Zamboni, toda la diversión se desvaneció del
rostro de Capo. No quería sacar el tema, pero él me había
presionado, y necesitaba ser sincera acerca de por qué dudaba en
andar en moto.
No queriendo que Zamboni tenga el poder de arruinar nuestro
tiempo… ¡mi primer viaje a Italia!; a cualquier lugar, decidí tratar de
aligerar el estado de ánimo. Sonreí—. Jocelyn solía mirarme desde el
ventanal cuando jugaba con los Ryan. Cada vez que me ponía un
vestido, y ella sentía que estaba demasiado 'suelto', golpeaba la
ventana y gritaba: '¡Mari! ¡Mantén tu vestido abajo, o todo el
vecindario va a ver tu chichi!' Entonces ella golpeaba un poco más.
Todo el vecindario pensaba que estaba loca.
—Lo estaba, pero era una buena persona.
—Jocelyn y Pops me trataron como si fuera suya.
—Sabía que lo harían. Jocelyn siempre había querido tener hijos y
el señor Gianelli los amaba. Sabía que estarías a salvo allí.
—Sí. —Dejé escapar un suspiro, abanicándome unos pequeños
zarcillos de cabello que se habían soltado de mis trenzas. Murmuré
algo sobre cuánto los extrañaba en italiano.
Capo me miró por un momento.
—Creo que la razón por la que recuerdas tanto el idioma y
reconoces las palabras, es porque tus padres te hablaban mucho en
italiano. Cuando te llevé con Jocelyn, ella solo te habló en inglés. No
querían que nadie supiera que hablabas italiano.
No sabía qué decir a eso, pero pensar en los padres que nunca
conocí hizo que mi corazón se sintiera pesado.
Capo pareció darse cuenta.
—Estamos en Italia. Todo lo que pertenece a Nueva York se
queda en Nueva York. —Envolvió su brazo alrededor de mi cintura,
acercándome más—. ¿Qué dices, mia moglie, ¿estás lista para montar
conmigo? Prometo no lastimar tu chichi. —Su sonrisa era amplia—.
Está a salvo bajo mi cuidado. Y tampoco lo verá todo el barrio o el
pueblo. Siéntate cerca de mí para que tu vestido no se abra en
abanico. Ambos sabemos cómo me siento acerca de compartir lo que
es mío. No me gusta.
Me reí de lo ridículo que sonaba chichi saliendo de su boca. Pero
tenía razón. Italia era demasiado perfecta para desperdiciarla en
cosas que no se podían cambiar.
—¿Tú? ¿Compartir?—me burlé juguetonamente—. Ni en un
millón de años.
—No me respondiste, Bu erfly.
—¡Sì! Facciamolo! —¡Sí! ¡Hagámoslo!
Capo me soltó, balanceando su pierna sobre el asiento. Me senté
detrás de él, pegándome a él como pegamento, y me entregó un
casco una vez que me acomodé. Arrancó la moto y pude sentirla
vibrar debajo de mis piernas. Envolví mis brazos alrededor de él,
abrazándolo fuerte.
Me llevó a dar un paseo panorámico por la ciudad durante un
tiempo antes de que empezáramos a dirigirnos a las afueras. De vez
en cuando nos deteníamos en un semáforo, pero cuanto más nos
alejábamos, nos deteníamos en menos semáforos. Tomó velocidad y
casi le grité que fuera más rápido.
Yo era totalmente libre. Ni una sola preocupación en el mundo.
Montamos durante un rato, siguiendo caminos sinuosos y llenos
de curvas, con enormes montañas a la distancia que se acercaban
cada vez más, pero finalmente llegamos a un camino de entrada que
parecía tener cinco kilómetros de largo. Cientos de árboles
bordeaban el camino a ambos lados. Los trabajadores estaban afuera,
recogiendo fruta. Las cajas rebosaban de limones y naranjas rojas.
Capo me había dicho que su familia era propietaria de plantaciones
de cítricos.
Un poco más abajo en el camino había una tranquera, y más allá,
la tierra se abría, y una enorme villa se ubicaba en el centro. Era de
color canela con persianas verdes y un techo de tejas a juego. Otras
dos villas se encontraban a ambos lados de la principal, pero no
estaba segura de si eran lugares donde vivía la gente o algo más.
Pequeños senderos bordeados de vegetación conducían de un lugar
a otro. El olor a chocolate era fuerte en el aire.
Antes de que nos detuviéramos, la gente empezó a salir de la
villa principal. Un montón de gente.
—Oh, mierda—murmuré.
Me pareció escuchar la risa de Capo, pero no estaba segura. Mi
corazón comenzó a latir rápido y mi estómago se desplomó. Nunca
se me había pasado por la cabeza que su familia pudiera ser grande.
A juzgar por la cantidad de personas que salían por la puerta,
necesitaban los tres lugares para dormir.
La organizadora de la boda nunca mencionó cuántos invitados
asistirían. Ella simplemente dijo que lo que yo quisiera, el señor
Macchiavello le dijo que me lo diera, y ella lo acomodaría. No se me
había ocurrido que tendría que impresionar a todas estas personas
con lo que había planeado.
Tan pronto como Capo apagó la moto, se apresuraron a nuestro
encuentro. No estaba segura de a quién abracé, quién me besó en
cada mejilla y quién me sostuvo con el brazo extendido, hablando en
un italiano tan rápido que no podía seguir el ritmo.
Finalmente, Capo se apiadó de mí y me tiró a su lado, tomando el
control de la situación. Estaba demasiado ocupada tratando de
tomar notas mentales, pero creo que le habían hecho lo mismo.
Cuando pudo liberarse, se aferró a mí y comenzó a presentarme a
todos.
Necesitaría otro diario para llevar la cuenta. Destacaban las
hermanas de su madre, Stella, Eloisa, Candelora y Veronica, ya que
él las había traído al restaurante. La madre de Capo se llamaba
Noemi. Oí a Stella decirle que estaría orgullosa. Entonces ella me
miró.
Todos sus tíos, primos... haría todo lo posible para no mezclar
nombres o equivocarme. Noté que todos llamaban a Capo Amadeo.
Me preguntaba ¿por qué? Y luego me pregunté por qué no me había
dado la opción de llamarlo así. Era Mac o Jefe o Capo, pero no
Amadeo.
El mar de personas se separó de repente. Un silencio cayó sobre
la multitud. Entonces, un hombre mayor se adelantó, Candelora lo
ayudaba. Llevaba un sombrero de ala ancha y un traje antiguo con
tirantes. A pesar de que tenía dificultades, mantuvo la cabeza en
alto. El tono de su piel era oliva, pero la superficie era pálida, lo que
lo hacía parecer enfermizo. Sin embargo, sus ojos marrones estaban
vivos, incluso si las sombras debajo eran oscuras. Cuando sonreía, su
bigote de manillar canoso se retorcía.
Capo fue al encuentro de su abuelo antes de que llegara a
nosotros. El anciano le palmeó las mejillas y dijo algo demasiado
bajo para que lo escuchara. Capo se volvió hacia mí y le respondió
algo. Cuando el anciano finalmente llegó hasta mí, golpeó el casco
que aún tenía en la cabeza y estallé en carcajadas. Había olvidado
quitarme la maldita cosa.
—Déjame verte. —Él sonrió—. Déjame ver a la mujer que ha
elegido tomar a mi nieto como su esposo. Déjame ver si ella tiene la
cabeza lo suficientemente dura como para tratar con él.
Me quité el casco, lo volví a colocar en la moto y me volví para
mirarlo de nuevo.
—¡Ah! Bellísima. —Tomó mis dos manos, apretándolas, mientras
se inclinaba y besaba mis dos mejillas—. Soy Pasquale Ranieri.
Puedes llamarme Nonno, si quieres.
—Ella es Mariposa—dijo Capo, tratando de seguir el ritmo de
Nonno. Su abuelo no le había dado la oportunidad de presentarme—.
Mi esposa.
—¡No todavía! —Pasquale se rio entre dientes—. ¿Te dijo
Amadeo que lo hice esperar hasta junio para poder casarse?
Miré a Capo y luego a Pasquale. Negué con la cabeza.
—No.
Nonno hizo un gesto desdeñoso con la mano hacia Capo.
—Te casarás en la fecha en que yo me casé. Me negué a asistir a la
boda de mi nieto a menos que él estuviera de acuerdo. También me
niego a morir antes de esa fecha, pero esto es entre yo y…—Levantó
su rostro hacia el cielo.
—Estoy segura de que será muy especial—le susurré, apretando
su mano. Estaba fría, incluso con el calor, y nada más que piel y
huesos, pero me gustaba cómo se sentía en la mía. Me gustó.
Inmediatamente. Me tranquilizó.
—Mariposa—repitió mi nombre lentamente. Me observó durante
un minuto antes de volver a sonreír—. Qué pequeña mariposa tan
hermosa.
Capítulo 15
Capo
Ella encajaba.
Había pasado una semana desde que llegamos a Modica, Sicilia,
y los cambios en mi esposa fueron sutiles para los demás, pero muy
pronunciados para mí.
En lugar de cuestionar sus decisiones como lo había hecho antes
de que nos largáramos, había una tranquila confianza en ella que la
hizo hacerse cargo, ya no era “tuyo”. Era “nuestro”.
Su risa era incluso más fuerte, más libre, de lo que había sido
conmigo. Mi abuelo la disfrutaba. Ella lo hacía reír más que nadie.
Excepto por mi madre.
Mis zie (tías) se habían enamorado de ella. Le enseñaron a
cocinar. Incluso le dieron la receta secreta del chocolate Modica, por
el que eran famosas. Cioccolato di Modica. Era una receta del siglo XVI
traída a Sicilia por los españoles, descendientes directos de la
tradición azteca.
Mi esposa venía a mí con una gran sonrisa en su rostro, manchas
marrones por toda su piel y ropa. Estaba tan feliz como un niño
jugando en el barro todo el día. Ella también olía como el chocolate
que tanto amaba. Me recordó a mi madre. Y me alegró pensar que
ella habría mimado a Mariposa de la misma manera que las zie.
La estaban mimando con su tiempo y atención. La estaban
tratando como familia. Zia Veronica incluso la persiguió con una
cuchara de madera cuando intentó agregar romero a su olla de lo
que fuera.
Un día, mientras miraba a Mariposa hacer un lío con el chocolate,
sonriendo a todo y a nada, escuché a Zia Candelora decirle:
—Tus padres debieron haberte puesto mi nombre. ¡Brillas como
si te hubieras comido una llama y tu piel estuviese hecha de cera!
Zia Candelora era conocida por su exageración, pero no se
equivocaba. Mariposa brillaba. Su sonrisa era tan brillante que las
motas doradas en sus ojos parecían irreales. Ella se estaba moviendo
en la dirección correcta. Mientras lo hacía, también tuvo la
oportunidad de descansar, de encontrar verdaderamente la paz.
Mariposa dormía como si el diablo ya no le pisara los talones
porque tenía un ángel a sus espaldas. Sabía cómo se sentía eso.
También tuve una vez un ángel.
En el momento más caluroso del día, tomaba uno de sus libros, o
el dispositivo de lectura, buscaba su lugar favorito, la hamaca entre
dos castaños, y leía. Siempre usaba un gran sombrero flexible, y
antes de ponerse cómoda, pateaba sus sandalias a un lado. Después
de que había pasado una hora, se quedaba dormida con el libro
contra el pecho. En Nueva York, dormía, pero estaba rota, como si no
pudiera permitirse el lujo de dormir más de una hora seguida.
Al atardecer, regresaba corriendo a la villa y salía con mi abuelo,
el hombre al que llamaba Nonno, del brazo. Por lo general, iban a su
jardín privado ya que no podía caminar muy lejos. Ella se quedaba
con el sombrero de ala ancha mientras iba a trabajar. Él la dirigía. Le
decía que moviera esta planta a otro lugar, o que recogiera los frutos
de otra, o lo que él entendiera que debía hacerse. Podía oírlos reír
juntos. Todos los días le contaba un chiste nuevo.
—¿Quieres escuchar un chiste picante?—la escuché decir, cuando
no creía que hubiera nadie más alrededor. Ella le dio unos segundos
antes de decir—. A veces pido una pizza sin toppings. Cuando me
siento descarada.
Su risa rivalizó con la de ella.
Después de la jardinería, se sentaba junto a él, lo abrazaba y
apoyaba la cabeza en su hombro. Él le contaba historias, le leía o
recitaba poesía. Algunos días hacía las tres cosas. Mi abuelo era un
poeta y novelista de renombre mundial. Había ganado el Premio
Nobel de Literatura en la década de 1970. Su poesía se caracterizó
por ser lírica y llena de pasión.
La risa salvaje de Mariposa lo hechizó, y de alguna manera había
logrado que ella se enamorara perdidamente de él.
Rara vez pasé tiempo con mi esposa desde que llegamos. Todos
querían un pedazo de ella. De vez en cuando la llevaba a pasear en
moto, o por la arboleda, pero le daba tiempo para que se acomodara,
para que mi familia fuera su familia. Pero incluso cuando ella no
pensaba que yo estaba cerca, lo estaba, y me tomé el tiempo para
verla. Ver a la persona en la que siempre había tenido el potencial de
convertirse, la niña por la que había dado mi vida y la mujer que
ahora era mi esposa.
Dos sombras se extendían a lo largo del camino. Unos segundos
después, aparecieron mi tío y mi tía. Tito y Lola. Tito era primo
hermano de mi abuelo, aunque todos lo llamaban tío. Lola era
hermana de Marzio Fausti. Marzio fue uno de los líderes más
poderosos y despiadados que los Fausti jamás habían visto. Tito era
médico, uno de los mejores, y los suturaba personalmente. También
me atendió personalmente. Él había sido el ángel a mis espaldas. Y
además de mi abuelo, era la única figura masculina honorable en mi
mundo.
Tito había conocido a Mariposa la noche en que se coló en The
Club como Sierra. Cuando ella le dio el nombre de Sierra, él supo
que estaba mintiendo. Después de que Mariposa se fue, me aconsejó
que no la eligiera como novia, sobre todo con lo que tenía planeado.
Ella era diferente y no pertenecía a esta vida.
No estuve de acuerdo. Su lealtad tenía el potencial de volverla
despiadada si alguien quería hacerme daño. Ella era exactamente el
tipo de reina que un rey poderoso necesitaba a su lado.
Cuando Mariposa se levantó para recibirlos, me di cuenta de que
reconoció a Tito. Sus mejillas se sonrojaron un poco cuando mi
abuelo la presentó como Mariposa, no como Sierra. Tito hizo una
broma y ella se relajó riéndose. Lola la atrajo hacia sí y yo hice una
mueca de simpatía. Su felicidad se manifestaba en aplastarte o en un
pellizco. Al menos sabía que le gustaba Mariposa. Lola solo
aplastaba o pellizcaba a las personas que le gustaban.
—¡Amadeo!—llamó una voz suave—. ¡Amadeo! —Cuando
nuestros ojos se encontraron, Gigi corrió hacia mí, estrellándose
contra mi pecho cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Después de que ella terminó de abrazarme, me revolvió el
cabello.
—No es justo lo guapo que eres, Amadeo. Un hermoso diablo. —
Ella sonrió—. Conozco a diez de las caras más famosas de
Hollywood que matarían por ser tú.
—Me alegro de que pudieras venir—le dije. Georgina, o Gigi,
como todos la llamaban, era una actriz famosa en Italia, y como yo
vivía en Estados Unidos, no la veía tan a menudo—. Escuché que
estabas en algún lugar de la Riviera francesa viviendo con un rico
príncipe en su yate.
—Ayer. —Agitó una mano—. Hoy, estoy aquí para ti. Tenía que
ver esta ocasión monumental por mí misma. Amadeo casándose.
¿Qué dicen los americanos? El infierno podría congelarse. —Me
golpeó suavemente en el brazo y ambos sonreímos—. Entonces,
¿dónde está ella? Esa mujer que ha domesticado tu salvaje corazón.
—En el jardín con el abuelo—dije en italiano—. Se sientan y
hablan todos los atardeceres.
Ambos nos giramos para mirar en esa dirección.
Mariposa se puso de pie, con una mano protegiéndose los ojos,
tratando de vernos mejor. Reprimí mi sonrisa. Ella no tenía idea de
que la había estado observando, pero cuando Gigi habló lo
suficientemente fuerte como para llamar la atención, debió notarnos
a los dos. A ella no parecía gustarle.
—Amadeo—dijo Gigi, y parecía como que ella me había llamado
por mi nombre antes.
—¿Eh?
Ella sonrió, pero no tocó sus ojos.
—Ella es bonita, pero no es lo que esperaba.
—¿No? —Hablé en italiano—. ¿A quién esperabas?
¿ ¿ q p
—A alguien como yo.
Gigi era considerada una de las mujeres más bellas del mundo.
Sin embargo, nunca fui alguien que se dejara influir por el voto
popular. A mis ojos, la mujer parada frente a mí, llena de tierra del
jardín, era la mujer más hermosa del mundo. Tenía algo que nunca
había visto en nadie más. O sentido de cualquier otra persona. Tal vez la
atracción tenía las mismas reglas que los fenómenos de las
feromonas. Lo que sea que me atrajera de Mariposa era solo mío…
por lo tanto un puñetero raro tesoro.
Zia Stella y Zia Eloisa entraron al jardín. Querían que Mariposa se
duchara y se preparara para una cena que habían planeado con
todas las mujeres. Todos los hombres iban a jugar béisbol. Mariposa
no se movía. Se negó a dejar de mirarnos.
Gigi gimió.
—Me pondré al día más tarde. —Besó mi mejilla rápidamente y
se apresuró en la dirección opuesta. Lola había comenzado a
caminar hacia nosotros.
Esta vez mi sonrisa salió lenta y satisfecha. Después de que Gigi
se fue, Mariposa permitió que mis tías se la llevaran.
—¡Ahí estás!—dijo Lola cuando me alcanzó, pellizcándome las
mejillas—. ¿Cómo estás, bell'uomo?
—Estoy bien, Zia, ¿y tú?
Ella sonrió.
—¡La amo, Amadeo! Será una esposa maravillosa. Parece una
chica maravillosa. —Dudó por un segundo, abrió la boca, pero la
cerró rápidamente—. A tu abuelo y a tu tío les gustaría hablar
contigo—dijo en italiano, señalando con la cabeza hacia el jardín—.
Voy a encontrar a Gigi. ¡Necesito chismes de celebridades!
Antes de que pudiera alcanzarlos, uno de los guardias me
detuvo. Habló en italiano.
—Un hombre ha llegado a la puerta. Dice que está buscando el
lugar donde las mujeres hacen el chocolate. Le dijeron que podía
encontrar algo aquí—.
Mis tías tenían tiendas por toda Italia, y la de Modica era muy
concurrida, especialmente durante la temporada turística. Una vez
que el stock se agotaba, se agotaba. Tendrías que volver al día
siguiente, pero nadie los dirigiría aquí. La operación de chocolate era
un negocio familiar y nuestros secretos eran nuestros, incluido el
lugar donde vivíamos.
A lo largo de los años, un par de hombres habían hecho lo
mismo, excepto que sus excusas para detenerse habían variado. Ésta
era la primera vez que alguno de ellos afirmó que los trabajadores de
la tienda les habían dado esta dirección. Se estaban quedando sin
mentiras.
No me habría sorprendido si el mismísimo rey lobo hubiera
aparecido. Últimamente sentía al diablo pisándole los talones. Y con
la ausencia de Armino, Achille se sumaba a las llamas.
—Llévenlo a una de las villas en lo profundo de la propiedad—
dije en italiano, asintiendo con la cabeza detrás de la villa principal
—. Espera con él y no dejes que se vaya. Tampoco le digas que ha
venido al lugar equivocado. Solo dile que debe esperar.
—Sì. —Reajustó el arma que colgaba de su hombro y buscó en su
bolsillo un paquete de cigarrillos. Encendió uno y dijo—. Le
informaré a los demás.

El olor a humo persistía incluso después de que se había ido.


Tito estaba hablando con Nonno sobre los nuevos tratamientos
para el cáncer cuando me acerqué. Él estaba escuchando, pero
negando con la cabeza. Podría haberle dicho a Tito que se ahorrara
el aliento, pero nunca lo hizo. Traté de convencer a mi abuelo de más
tratamientos, pero Nonno se negó incluso a considerar la idea. Dijo
que tenía suficiente edad, que había vivido lo suficiente y que,
cuando llegara su hora, quería estar en casa, en la comodidad de su
cama. Era hora de que volviera a ver a mi abuela y a mi madre. Una
vida bien vivida le había dado la gracia de aceptar la muerte.
Su conversación se hizo más lenta cuando acerqué un asiento
frente al banco, pero Tito no dejó de hablar hasta que sintió que
había terminado. Después, el silencio llenó el espacio entre nosotros
hasta que mi abuelo golpeó su bastón contra el suelo. Sus ojos
estaban pesados. Estaba cansado.
—Querías verme—le dije.
Tito me miró por debajo de su gorra de explorador y cruzó sus
piernas flacas.
—Mariposa se ve diferente, Amadeo.
—Sí—le dije—. Está floreciendo.
Mi abuelo se apoyó en su bastón y carraspeó.
—No me dijiste que Mariposa era la niña por la que cambiaste tu
vida—dijo en italiano.
Mis ojos se encontraron con los suyos.
—Ella te lo dijo.
—Le conté una historia, la historia de un hombre que cambió su
vida por una mujer que apenas conocía, el mayor sacrificio conocido
por el hombre. Me dijo que conocía a un hombre tan honorable como
ese. Cuando le pregunté quién era ese gran hombre, me dijo que eras
tú. Me estoy muriendo, pero todavía no he perdido la cabeza.
El anciano era astuto. Había tomado su comentario y lo había
conectado. Probablemente le preguntó cuántos años tenía e hizo los
cálculos. Entonces me había engañado para que lo admitiera. La
única forma en que sabía que lo haría.
Golpeó el bastón de nuevo, apartando la mirada de mí.
—Dime, nieto, ¿le darás la vida que se merece? —Me miró a los
ojos de nuevo—. Le salvaste la vida sacrificando tu alma. ¿Qué
significará tu sacrificio si ella termina escondiéndose en un armario
mientras el único hombre que ella ama es asesinado porque es un
tonto imprudente?
—¿Amore? —Me reí, pero ambos hombres me miraron con los
ojos entrecerrados. Seguí en italiano—. Lealtad. Eso es lo que
compartimos. Esa es nuestra base.
—¿Qué pasa con el amor? Ahora o en el futuro.
—El amor nos vuelve tontos.
—Dice el hombre que nunca se ha abierto a eso—murmuró Tito.
Lo miré con los ojos entrecerrados. Él me miró igual.
—Tal vez el amor lo haga—dijo mi abuelo—. Pero, ¿qué vas a
saber al respecto, Amadeo? ¿Cómo puedes hablar de esas cosas
cuando no tienes idea de lo que estás hablando? ¿O lo sabes? Prueba
que estoy equivocado. —Me miró fijamente durante un minuto, y
cuando no hubo respuesta, gruñó—. Quizás para los hombres que
han amado, tú eres el tonto. —Él golpeó su bastón una, dos, tres
veces contra el suelo—. Recuerda, Amadeo. Los tontos irán donde ni
siquiera los ángeles se atreven a pisar.
—Una vez más—le dije a mi abuelo—. Golpea una vez más.
Lo hizo sin preguntarme por qué. Luego carraspeó.
—Mariposa me recuerda a mi Noemi de muchas maneras.
Aparté la mirada esta vez, sabiendo a dónde iba con esto. Si fuera
cualquier otra persona, me habría ido, pero le debía más respeto que
eso. Estos eran sus últimos días, y si hablar de cosas de las que yo
preferiría no hablar le daba paz, lo escucharía. Me sacrificaría por él
como se había sacrificado por mí.
—En cierto modo, Mariposa es infantil, y en otro, una mujer. Es
un equilibrio delicado tener suficiente de ambos sin quitarle al otro.
Ser demasiado de uno elimina al otro por completo. Mariposa ha
dominado el equilibrio. Tu madre era igual. Lo supe cuando se casó
con tu padre, él no cuidaría al niño; él lo mataría. Quería una mujer
de corazón frío. La vida que eligió vivir lo exigía. Yo lloré por la niña
en mi hija incluso antes de que fuera asesinada. Arturo asesinó esa
parte vital de ella, antes de que su alma dejara este mundo. Cuando
una mujer tiene los dos lados, si uno muere, el otro le sigue. Porque
los dos juntos hacen un todo, ¿entiendes?
Dejó este mundo. Me dejó. Por su propia mano. Por su propia
elección. Mi madre se suicidó. Mi amor no fue suficiente para
mantenerla aquí.
—No perderé el tiempo que me queda hablando en acertijos—
prosiguió—. Te voy a decir lo que pienso.
Él siempre lo hizo.
Fue a continuar, pero numerosos coches se detuvieron en el
camino y los invitados a la cena en honor de Mariposa derramaron
de ellos. Los hombres estaban listos para jugar al béisbol, incluidos
Rocco y sus hermanos. Mi abuelo no hablaba de cosas personales
delante de ellos. No era que no le importaran los Fausti, los
consideraba famiglia, pero nunca aprobó su estilo de vida.
Mi abuelo y Marzio habían sido amigos antes de que una bala
matara accidentalmente a Marzio. E ore, uno de los hijos de Marzio,
había sostenido el arma y la bala estaba destinada al hijo mayor de
Luca y al nieto de Marzio, Brando. En su lugar, la bala había
alcanzado a Marzio. Pero a Marzio le gustaba pasar tiempo con mi
abuelo. Discutían por casi todo, pero se respetaban lo suficiente
como para ser amigos al final de todo. Marzio era un poeta de
corazón, y eso era lo único que tenían claro.
La poesía era un lenguaje de amor.
Sin embargo, Pasquale Ranieri no creía que la violencia fuera la
clave para alcanzar la paz. Mi abuelo era un firme creyente de que, si
vives por la espada, morirás por ella. Marzio creía que todos iban a
morir de todos modos, y sin importar cómo te fueras, la muerte era
la muerte. Pacífica o no.
Mi abuelo no apoyaba mi estilo de vida. No le oculté mis planes.
O quién era. Me amaba a pesar de eso, pero nunca mantuvo sus
sentimientos callados al respecto. Sintió que era su deber como mi
abuelo tratar de guiarme en la dirección que él sentía era la correcta.
Había perdido a su hija en un final violento, uno que creía que era
culpa de su marido. Mi abuelo había tratado de impedir que mi
madre se casara con Arturo, pero ella era testaruda, pensaba que su
amor podría salvarlo.
Al final, ella no pudo salvarse de su naturaleza violenta. No
quería una esposa que liderara la manada con él. Quería un juguete
bonito que pudiera usar hasta que ya no la necesitara. Una hermosa
chica de habla italiana del viejo país, había impresionado a su capo
en ese momento. Después de haber utilizado a mi madre para
tranquilizar al capo, Arturo le cortó la garganta y se hizo cargo de la
familia. Había estado parado en ese suelo ensangrentado desde
entonces.
Mi abuelo miró hacia otro lado cuando Rocco, sus hermanos y
algunos de los hombres de mayor rango entraron al jardín. Todos
estaban listos para jugar a la pelota. Miré a mi abuelo, pero sabía que
esperaría a que se fueran antes de volver a hablar.
Tito se incorporó, mirándonos con los ojos entrecerrados. Se
arregló las gafas.
—El béisbol es un juego. Se supone que es competitivo pero
divertido. Si veo a un hombre poniéndose demasiado rudo... —
Levantó el dedo índice—... ¡con tu CABEZA! —Hizo un movimiento
de corte con el dedo levantado—. ¡El doctor hoy está descansando!
—Tenía la costumbre de alargar sus erres cuando estaba enojado.
Todos los hombres a su alrededor sonrieron, excepto mi abuelo.
Rocco acercó una silla junto a la mía.
—Debemos hablar antes del partido.
—El hombre de la puerta—dije—. Arturo lo mandó.
—Si. Nueva York es una zona de guerra. Cinco familias me han
consultado sobre los problemas que enfrentan.
—Cinco. —sonreí—. El gran Arturo Lupo Scarpone, finalmente ha
acudido a ti en busca de ayuda.
—Ayuda o información—dijo—. Él piensa que es más inteligente
que yo. Hace preguntas con la intención de ocultar su verdadero
significado. Pidió permiso para hablar con Lothario.
Lothario era uno de los tíos de Rocco. Marzio tuvo cinco hijos, y
Luca era el mayor. Algunas personas lo llamaron una pesadilla. Era
aún más despiadado que su padre, pero algo había sucedido y
terminó en la cárcel de Luisiana. Algunos dicen que tuvo que ver
con una mujer, la madre de Brando, pero los Fausti mantenían un
control estricto sobre las cosas que querían que permanecieran
selladas.
E ore era el hijo que iba a gobernar después de la muerte de
Marzio, pero como accidentalmente le disparó a su padre tratando
de matar a Brando, Lothario se hizo cargo de la familia. Él no era su
padre, y no estaba ni cerca de la formidable sombra que proyectaba
Luca, pero hasta ahora, era lo suficientemente honorable como para
mantener los tratos que su padre había hecho conmigo antes de su
muerte. Todos los Fausti vivían y morían según un código. Su
palabra era tan buena como su sangre. La mia parola è buona quanto il
mio sangue.
Para hablar con Lothario, tenías que pasar por algunos canales.
Arturo fue en busca de Rocco para intentar alcanzarlo.
¿Exigiría Arturo que le dijeran si su hijo aún vivía? Marzio me
había dado permiso para usar cualquier medio necesario para
vengarme. Yo todavía estaba, técnicamente, bajo su protección.
Así que no me sorprendió cuando Rocco dijo:
—Lothario negó su solicitud, pero no quiero que se involucre.
Como sabes, los Fausti están en guerra interna. —Puso su guante
sobre su regazo—. Tener a Lothario cerca no hará ningún bien a
nadie. Tiene su propia agenda y, con el tiempo, será tratada, pero
por ahora, debemos mantener esto entre nosotros.
Asentí. Preferiría mantenerlo fuera de esto también. Se
rumoreaba que no era tan honorable como el resto de su familia.
Rocco volteó su guante de béisbol.
—Arturo está hablando con todas las familias de Nueva York.
Aunque están en guerra, está tratando de convencerlos de que él no
q g q
es la causa de la guerra. Los está convenciendo de que un extraño
está trabajando. Estate preparado. Ahora que el humo se ha disipado
un poco, sus ojos están abiertos y algunos pueden estar dirigidos a ti.
Sonreí.
—Todos los ojos puestos en mí. —Que empiecen los jodidos
juegos. Se estaba volviendo aburrido jugar un juego de cinco
personas con un solo jugador. Cuando ellos no sabían que se estaba
jugando un juego, no podían hacer trampa, pero eso estaba a punto
de cambiar.
Rocco y yo nos pusimos de pie. Extendió su mano y tiró de mí,
golpeándome en la espalda.
—No se hable más de negocios—dijo él—. ¡Es hora de jugar!
—¡Eeeeuuuu!—gritó su hermano, Romeo, y todos los hombres se
dirigieron al campo.
Rocco me esperó.
—Me reuniré contigo—le dije.
Miró a mi abuelo y asintió. Tito caminó con Rocco hacia el
campo.
Me senté junto a mi abuelo. Miró a lo lejos.
—¿Qué estás mirando?
—No estoy mirando, Amadeo, estoy pensando.
—Cierto—dije, escondiendo mi sonrisa—. Ibas a decirme lo que
pensabas.
Se volvió hacia mí y levantó la mano, como si fuera a
abofetearme. Me alejé, preparándome para ello. No importaba la
edad que tuviera, era mi abuelo, y me patearía el culo si pensara que
estaba bromeando con algo que él consideraba serio.
Después de un segundo, con la mano todavía levantada, me
sonrió. Entonces su mano bajó sobre mi cabeza y la movió de un
lado a otro, gruñéndome.
—¡Me pones furioso! —Luego me atrajo bruscamente y besó mi
cabeza—. Te extrañaré más, Amadeo, después de que me haya ido.
Su enfermedad era una serpiente alrededor de mi corazón, y me
costaba respirar cuando pensaba en él dejándome. Siempre me había
desafiado a ver las cosas de manera diferente. Era el único que tenía
las pelotas para hacerlo.
Miré hacia el suelo.
—Non voglio parlare di questo. —No quiero hablar de esto.
—Debemos hablar sobre las cosas que nos resultan difíciles—dijo
en italiano—. O nunca las conquistaremos.
Nos quedamos en silencio por un tiempo. No podía mirarlo, así
que seguí mirando al suelo, mi cabeza vacía de pensamientos. Mi
abuelo volvió a mirar a la nada, pero me di cuenta de que tenía la
cabeza llena.
—Cuando Tito me contó lo que te pasó—continuó en italiano—,
ese día fue el primer día que hablé con Dios desde que murió tu
madre. Odiaba a Dios. No entendía por qué una mujer fiel, como tu
abuela, tuvo que sufrir tal pérdida cuando lo único que hacía era
rezar. Rezaba por la protección de sus hijos.
—¿Por qué no había protegido a mi hija? ¿Por qué no la envió a
casa con nosotros cuando más nos necesitaba? La ira me consumía.
Somos lo que amamos, Amadeo. Me encantaba odiar. Era más fácil
que sentir que de alguna manera había sido olvidado por un Dios
que yo no había olvidado.
Algunos de mis primos caminaban por el camino, hablando, y él
se quedó callado. Al ver esto, saludaron con la mano, pero no se
detuvieron. Uno o dos minutos después de que el grupo estuviera lo
suficientemente lejos como para que no pudieran escuchar, mi
abuelo retorció su bastón contra el suelo, continuando con su línea
de pensamiento.
—La primera vez que te vi, vi mucho de tu madre en ti, y sentí
que eras mío. Arturo te llamó el príncipe, pero siempre fuiste mi
muchacho. Mi Amadeo. Mío, y Tito no podía decirme si vivirías o
y p
morirías. De nuevo, me encontré en posición de perderlo todo.
Cuando amamos, estamos a merced de la vida y la muerte. El amor
nos pone en posición de perderlo todo. Una oportunidad, existe la
posibilidad de que él lo logre, puede conservar o romper nuestra alma.
—Lo milagroso es que, incluso si lo perdemos todo, de alguna
manera lo construimos de nuevo. Esa pequeña parte de nosotros, la
brasa de lo que sea queda en nosotros, se convierte en nuestro todo
hasta que lo conseguimos. Estuve a punto de perder lo poco que
tenía cuando Tito me llamó y me dijo de tu condición. Me hubiera
destruido. No hubiera podido sobrevivir. —Él suspiró—. Conduje
hasta la iglesia y me paré frente a la cruz, dispuesto a negociar. Le
dije, 'Si lo salvas, yo ocuparé su lugar. Hay cosas peores que la muerte que
pueden llevarse a un hombre. No quiero lo peor de nuevo. Quiero que mi
nieto viva. Quiero que toque el amor y experimente lo bueno de la vida. Que
experimente el sentimiento indescriptible de enamorarse, de amar lo
suficiente como para morir por la mujer digna de su sacrificio. Que
experimente la alegría indescriptible de convertirse en padre. ¡Que se
enamore de su vida! Que viva con amor en su corazón y no con venganza
en lo más profundo de su alma'.
Lo miré por el rabillo del ojo. Había luchado contra el cáncer de
forma intermitente durante años, después de que me vine a vivir con
él.
—Sí. Pronto descubrí que Él me tomó la palabra. Fuiste salvado,
pero enfrentaría la muerte. Aun así, no lo había perdido todo de
nuevo. Todavía tenía parte de mi Noemi para guardar aquí. Ella vive
a través de ti. —Se apoyó un poco en su bastón, torciéndose un poco
—. Después de que viniste a nosotros, me dijeron que habías salvado
a una niña. Habías dado tu vida para que ella pudiera vivir. Mi
sacrificio fue recompensado. No fue en vano. Y el tuyo tampoco.
—Esperaba que el hecho de que viviera fuera suficiente para
mantenerte contento. Pero yo vi. Vi cómo el odio te carcomía las
entrañas como el ácido. Acudí a Marzio y le pedí que te ayudara,
aunque no estaba de acuerdo con su idea de un medio para un fin.
No está en mi sangre ser un hombre así, o entenderlo. A veces no te
entiendo, mi propia sangre, pero puedo entender el odio. Una vez
me odié, hasta el punto de que me carcomía como ácido. La
diferencia entre nosotros es que yo tomo mi pluma mientras tú
tomas tu espada.
—Marzio me lo negó. Dijo que eras un hombre adulto, y qué, si
necesitabas su oído, te escucharía. Sabemos que lo hizo, y después,
aunque la muerte estuvo contigo, pude ver vida en ti nuevamente.
Me dio esperanza. —Puso su mano en la parte de atrás de mi cabeza,
sacudiéndome un poco.
—Así que ahora te diré lo que pienso, Amadeo. Creo que te
enamoraste de la inocencia de esa niña porque te recordaba a tu
madre, en tiempos mejores. Por eso salvaste la vida de Mariposa,
sacrificando la tuya. Sabes lo que es el verdadero sacrificio, y lo que
ahora vale tu alma. No sacrifiques la segunda oportunidad que te
han dado por algo que no significará nada mañana. No te escudes
del amor cuando el hombre sentado a tu lado te ama lo suficiente
como para dar su vida por la tuya. Deja que el amor te consuma,
Amadeo, porque nos convertimos en lo que consumimos. ¿En qué te
convertirás si continúas consumiendo venganza? ¿Qué le hará a la
mariposa por la que diste tu vida? Su sacrificio será en vano. El tuyo
y el mío. No valdrá nada si no puedes sentir nada más que odio. Eso
es lo que sé.
Capítulo 16
Capo
Habíamos planeado una cena con nuestra familia inmediata la
noche antes de la boda. Las antorchas llenaban de humo el aire de la
noche, sonaba música ligera y las personas se sentaban en una mesa
construida para cien personas, comiendo y riendo.
La noche estuvo tan ocupada que no había tenido mucho tiempo
a solas con Mariposa, pero nunca estuvo lejos de mi vista. Estaba
hablando con Keely y su familia. Inmediatamente después de que
Mariposa le dijo algo al padre de Keely, la madre de Keely le dijo
algo a Mariposa. El rostro de Mariposa cayó, asintió, dijo algo más y
luego se alejó con la cabeza gacha.
Eso me frotó de la maldita manera equivocada. Me aseguraría de
averiguar de qué se trataba y lidiaría con eso.
Un minuto después, Mariposa se sentó a mi lado. Siguió
jugueteando con la servilleta sobre la mesa.
—Dime lo que está mal—le dije.
—Nada.
Poniéndome de pie, le di la mano y le dije que íbamos a dar un
paseo por la arboleda solas. Keely pasó volando junto a nosotros,
con el cuello rojo, y me giré para mirar a su familia antes de
volverme hacia Mariposa y pedirle que se moviera.
Las arboledas estaban iluminadas, alumbrando nuestro sendero
mientras caminábamos. Los hombres que trabajaban en los campos
me habían ayudado a colgar innumerables luces solares en los
árboles para las ocasiones especiales.
Mariposa se quedó callada hasta que dejó de estarlo.
—Un paseo por los bosques, ¿eh?
—No he tenido la oportunidad de hablar contigo en privado.
Ella me empujó con el brazo.
—¿Estás echándote atrás?
—Mi mente gobierna mis pies, y mi mente está dispuesta. —Miré
su vestido. Parecía una diosa romana. El color era azul claro, el
material era casi transparente y le cubría los brazos. Cuando soplaba
el viento, el vestido revoloteaba como alas. El dobladillo barría el
suelo mientras caminábamos, y noté que ella no lo sostenía—. Tu
color favorito. El azul. Te queda hermoso.
Me miró directamente a los ojos y tuve que atraparla antes de que
cayera sobre una caja que había en el suelo. Ella estalló en carcajadas.
—Demasiado vino.
Ella no había bebido ni una gota.
—¿Es eso lo que los niños llaman diversión en estos días?
—¿Me estás acusando de mentir, Capo?
—Depende. Si así es como lo llaman los niños. —Me encogí de
hombros—. Estás diciendo la verdad. Si no, tu bonita nariz va a
crecer como la de Pinocho.
—¡Oh! —Ella se rio aún más fuerte—. ¿Quién miente ahora?
Bonita nariz.
—Eres hermosa—le dije—. La mujer más hermosa para mí.
Ella limpió algo de mi cara.
—¿Estás seguro de eso? —Ella me mostró su mano. Tenía una
mancha de lápiz labial rojo.
Gigi. La mujer antes me había besado en la mejilla. Mariposa lo
notó. Incluso la atrapé burlándose de Gigi. Fingía reírse como ella y
luego sacudía las tetas. Gigi no se había dado cuenta, pero yo sí.
Mariposa ni siquiera la había conocido todavía. Nunca parecían
estar en el mismo lugar al mismo tiempo. Y cuando aparecía Gigi,
me hablaba cuando Mariposa no estaba a mi lado.
—No digo las cosas por diversión, Mariposa.
Casi me río de la cara amarga que hizo en respuesta, pero no lo
hice. No quería pelear la noche antes de nuestra boda formal. No
había nada por qué pelear.
Nos quedamos callados después de eso. Ella tenía sus
pensamientos y yo los míos.
Entonces inhaló, sacándome de los míos.
—Me encanta el olor de aquí. Me recuerda al nuevo perfume. —
Levanté su brazo e inhalé el olor de su piel. Era del mismo diseñador
que hizo el otro, pero éste era diferente. Tenía notas de flor de
naranja y mar. Ambos perfumes parecían hechos para ella, pero el
nuevo era aún más perfecto.
Besé su pulso y sostuve su mano.
—Por aquí. —La conduje más adentro de la arboleda, queriendo
ir lo más profundo posible, tan lejos de la gente como pudiéramos
llegar.
—Capo—susurró, sin mirarme—. Fue algo bueno lo que hiciste
por mí esta noche. Cambiando mi cena.
Antes de comer el bistec en Macchiavello's, le había dicho a la
planificadora que lo sirviera para la cena esta noche. Después de
comer allí, se enamoró del plato de pasta y cangrejo. Hice que la
planificadora cambiara en el último minuto, después de que me
enteré de que había pedido el bistec antes de saber a qué sabía la
pasta. Quería agradecérmelo, pero teníamos un trato y no era
necesario. Ambos hacíamos cosas el uno por el otro.
Asentí.
—Has sido grandiosa con mi abuelo. Realmente disfruta pasar
tiempo contigo.
Ella se puso rígida.
—Mi acuerdo es contigo—dijo, manteniendo la cara seria—. No
con nadie más. Disfruto pasar tiempo con él. Porque quiero.
No había sido mi intención ofenderla, pero lo hice.
—Dime, Mariposa, si alguna vez te enamoraras, ¿el amor
cancelaría tu ley de la bondad?
—¿Ley?—casi se burló, pero se tomó un momento para
responder—. No estoy segura. Necesitaría tiempo para pensarlo.
O sentirlo.
Suspiré, señalando dos cajas volcadas.
—Aquí estamos. —Le hice señas para que tomara asiento y me
senté al lado.
El silencio fue bienvenido después de estar rodeados de familia
desde que llegamos. Cuando vine a vivir aquí, a veces caminaba por
los bosques para estar solo. Me sentaba en una caja y despejaba mi
mente de todos los pensamientos. Después, hice mi mejor jugada.
—¿Pasa algo, Capo?
Me di cuenta de que ella había estado hablando. Me miraba,
esperando que respondiera.
—No. Es pacífico aquí. Estoy contento.
—Está bien—susurró ella. Se miró las manos y puse las mías
sobre las suyas, haciendo que me mirara de nuevo.
—No quería hacer esto delante de todos. Quería darte esto en
privado. —Busqué en mi bolsillo y saqué un rosario hecho con perlas
reales. Los espaciadores estaban hechos con zafiros. La cruz era de
oro. Abrí su palma y lo puse en el centro, cerrando su mano
alrededor—. Era de tu madre. Pensé que te gustaría tenerlo. Puedes
llevarlo mañana, si quieres. Algo viejo.
—De mi madre. —Su voz era suave cuando abrió la palma de la
mano, como si le hubiera dado un tesoro invaluable—. ¿Dónde lo
conseguiste? —Sus dedos acariciaron suavemente las cuentas, tal vez
tratando de encontrar una conexión, tratando de recordar algo.
Cuando encontró una mancha de sangre, trató de limpiarla, pero
estaba manchada para siempre.
—Tú—le dije—. Tu madre rezaba contigo todas las noches antes
de acostarte. Recitabas el rosario con ella en italiano. La noche que te
q
llevé conmigo, estaba cerca de tus libros para colorear y me lo diste.
—Tú lo guardaste.
—Cerca—le dije.
Después de unos minutos, colocó el rosario sobre sus piernas,
poniendo una mano detrás de su espalda. Levantó una pequeña caja
hacia mí.
—Cuando me dijiste que íbamos a dar un paseo, también decidí
darte lo que tenía. Si no, habría tenido que enviarlo con alguien
mañana. Esta noche se siente bien.
Sonreí por el hecho de que había metido la caja en los suaves
pliegues de su vestido sin que me diese cuenta. Esta pequeña niña
podría haber traído un cuchillo y apuñalarme en la espalda con él y
no habría tenido ni idea hasta que se clavara en mi carne. En ese
momento me di cuenta de cuánto confiaba en ella. Podría haber sido
una tontería, pero dado que estaba corriendo una carrera de
decisiones poco características cuando se trataba de Mariposa, ¿por
qué no agregar una más a la lista?
La sonrisa se deslizó de mi rostro cuando abrí su regalo.
—El joyero de tu familia probablemente me odia porque no pensé
en eso hasta que llegamos aquí, y tuvo que apresurar el pedido de
nuevo. Pensé... pensé que te gustaría llevar una parte de tu madre
el... día de nuestra boda. Esto se sintió como una forma inteligente
de hacerlo. Tienes muchos de ellos en casa.
Me había dado gemelos, gemelos que tenían una foto de mi
madre en cada uno.
—Mariposa… —comencé, pero no pude terminar.
—Recuerda nuestro trato—susurró ella—. Lo hago por ti. Lo
haces por mí. Lo haces por mí. Lo hago por ti. Estamos a mano.
Ni mucho menos, pero no respondí.
—Ella era tan hermosa—me dijo, mirando los gemelos—. Te
pareces mucho a ella, solo una versión varonil.
Sonreí
—Mi abuelo—le dije—. Ella se parecía a él, solo que más
femenina. Tenía sus rasgos, pero los ojos azules son del lado de mi
abuela. Así que técnicamente me parezco a él cuando era más joven.
—De todos modos, nunca he visto una mujer más hermosa—dijo
ella.
Yo también lo pensaba, hasta que te miré, iba a decir, pero me detuve.
Carraspeé, cerré la caja y me puse de pie. Le di mi mano.
—Hora de irse, Mariposa. Mañana tenemos un largo día.
Capítulo 17
Mariposa
—Deja de estar inquieta. —Repetí las palabras como un mantra.
Una y otra vez. Las palabras eran casi un salmo susurrado. Miré
dentro de la iglesia por décima vez. Estaba llena hasta el tope. Todas
las voces estaban a bajo volumen, pero casi sonaba como el zumbido
de las abejas, y me puso la piel de gallina en los brazos.
Di un paso atrás.
—Agitarsi. Deja de estar inquieta, Mari. —Hoy no podía quitarme
los nervios de encima. Se aferraron a mí. La boda en Nueva York
parecía simple, finalizada en minutos, pero ¿ésta? Ésta tenía un
significado.
Nonno se sentaba al frente de la iglesia, hablando con amigos y
familiares, era un día bueno para él. Se veía… saludable. Siguió
sonriendo, riendo, y rechazaba a todos con una seña de la mano
cuando iban a ayudarlo. No solo estaba sobreviviendo; estaba
viviendo. Me dio esperanza para el futuro. Si pudiera seguir
teniendo días como este, tal vez podrían hacer algo para ayudarlo.
La felicidad era la mejor medicina, ¿verdad?
Por lo tanto, el día tenía que ser perfecto para él. Quería caminar
por el pasillo con la cabeza en alto, mis pasos perfectos y una amplia
sonrisa en el rostro. Pero seguí teniendo visiones de estallidos de risa
saliendo de mi boca, o tropezando con mis pies o mi velo. Los dos
metros de velo.
Miré mi vestido. Mis manos estaban extendidas contra mi cintura
para tratar de detener la inquietud, y temblaban.
El vestido. Suspiré. Estaba enamorada de éste. Era ceñido al
cuerpo con mangas largas, espalda escotada y una cola que se
ensanchaba, pero no demasiado. Pero lo que más me gustaba era lo
que el diseñador llamaba “patrones geométricos” que se extendían a
través de la tela suave.
Le había dicho que quería algo inspirado en la mariposa, pero
nada demasiado recargado. Al igual que mi anillo de compromiso,
quería algo artístico, un guiño sutil al nombre que él me había dado.
Mariposa. Pero el vestido no debería hacer que la conexión fuese
demasiado obvia. Era algo entre nosotros que podíamos compartir,
como una broma privada que nadie más entendería.
Cuando entré a la luz de la tarde, las velas ardían a mi alrededor,
los detalles del vestido cobraron vida. Los detalles de la cola y los
patrones geométricos daban la impresión de una mariposa blanca
cuando extiende sus alas durante la puesta de sol. Todas las líneas a
lo largo de sus alas, las que hacían que pareciera que estaba hecha de
seda, estaban en exhibición.
Mariposa. La forma en que dijo mi nombre, su voz profunda y
ronca, me hizo temblar solo de pensarlo. Había conectado la
aspereza de su voz con la cicatriz alrededor de su garganta. A veces
él bebía agua para tratar de aliviar la tensión.
Pensar en el sonido de su voz me puso aún más nerviosa.
—Vas a tropezar, Mari. —Casi lo había hecho la noche anterior
cuando me miró y las luces en los árboles hicieron que el color de
sus ojos hiciera esa... cosa hipnótica y brillante. Como cuando la luna
toca el océano oscuro y pinta la superficie de plata.
—Vas a estar bien, bella—dijo una voz suave, y casi me derrumbé
de alivio.
Scarle . Ella y las otras mujeres de la noche de chicas se habían
convertido en familia para mí. Estuvieron conmigo todo el día,
normalizando los momentos, pero también haciéndolos especiales.
Me trataron como familia, como una de los suyos. Justo antes de
irnos a la iglesia, le mostré el rosario de mi madre, sin saber dónde
ponerlo pero queriendo llevarlo conmigo.
Me lo quitó de las manos, junto con mi ramo, y me dijo que me lo
devolvería antes de la ceremonia.
—Espero que te guste. —Me tendió los cientos de azahares para
que los viera. Había envuelto el rosario alrededor de la parte
inferior, alrededor de la seda blanca que mantenía unidas las flores,
y la cruz colgaba en el frente.
—Es…—Ni siquiera pude encontrar las palabras.
Ella me sonrió.
—No tienes que decir nada. Somos familia, y eso es lo que
hacemos. Estamos aquí la una para la otra en las buenas y en las
malas.
La miré y ambas sonreímos.
Scarle se acercó y agarró mi mano. La sostuvo con fuerza.
—Quería decirte esto el día que te conocí en Home Run, pero
entonces realmente no te conocía. Ahora que lo hago…—Suspiró—.
Es difícil imaginar una noche que desearíamos que nunca terminara,
especialmente cuando todo lo que conocemos son pesadillas, pero
créeme, vale la pena desear que algunas noches duren para siempre.
Amadeo...
—Mari.
Al oír la voz, Scarle y yo nos giramos para mirar.
Keely se deslizó a través de las puertas que nos separaban de la
iglesia. Ella miró entre nosotros.
—Esperaré…
—No. —Scarle volvió a apretarme la mano—. Estaba
regresando. —Me abrazó y me susurró al oído—. Esto. Esto estaba
destinado a ser. —Entonces nos dejó.
Keely observó a Scarle cerrar la puerta antes de decir:
—No puedo evitar pensar en las pandillas cuando los veo: los
Fausti y sus esposas. La dinámica. Acogen a personas que no tienen
a nadie y las tratan como familia. Hacen que se sientan aceptados
porque no había nadie antes allí para aceptarlos.
Apreté el ramo, mis nervios empeoraron aún más.
—¿Es eso de lo que viniste a decirme justo antes de mi boda?
Scarle es diferente. Es una buena persona. Y también la familia de
Capo. Está bien que ahora tenga más personas para agregar a mi
familia. Sigues siendo mi familia, Kee.
Ella agitó una mano.
—Lo sé. Tal vez estoy un poco celosa.
—No tienes que estarlo. Siempre seré tu hermana. Scarle y las
otras chicas son primas.
Keely se volvió hacia mí y me miró de pies a cabeza. Sonrió, sus
ojos se humedecieron.
—Mari, sé que ya te dije esto, pero te ves… tan hermosa. En serio.
Y también hueles tan bien.
Sonreí.
—Son todos los azahares.
—Eres como una mariposa, siempre atraída por lo dulce. —
Entonces apartó la mirada de mí—. Sé que debería esperar para
decirte esto, pero quiero decírtelo ahora. Lo siento Mari. Lamento
mucho la forma en que mamá te trató.
Solté un suspiro tembloroso, tratando de mantener la
compostura. Keely tenía buenas intenciones, pero no quería hablar
de lo que hizo su madre. Como no tenía un padre que me
acompañara por el pasillo, estúpidamente le pregunté al padre de
Keely si lo haría en nuestra cena de ensayo. Su rostro se iluminó, y
estaba a punto de responder cuando Catriona había hablado.
—No—había dicho ella—. Es amable de tu parte preguntar, pero
él no puede aceptar. Solo tiene una hija, y primero necesita caminar
con ella. Se lo quitarías a Keely.
No estaba segura de por qué me había dolido tanto. Tal vez
porque siempre los había considerado mi familia, y pensé que sería
bueno que alguien conocido me acompañara al altar. Alguien que
me había conocido de niña.
Todo lo que pude hacer fue asentir, más bien mover la cabeza sin
control, antes de irme y enterrar mis sentimientos heridos. Me negué
a que Capo lo viera. Después de lo que básicamente admitió haberle
hecho a Merv, tenía miedo de dejarle ver lo emocional que Catriona
me había puesto por temor a lo que le haría a ella o a su familia.
Pedirle a Harrison estaba fuera de discusión, considerando lo que
sentía por mí. Habría sido una cosa lasciva de hacer.
No importaba. Ni siquiera quería volver a pensar en ello.
—No te disculpes por algo que no hiciste, Keely. Y entiendo por
qué se siente así—dije
—No del todo, pero aun así no está bien. Tienes que saber que
nunca me sentiría así.
—Lo sé. —Me erguí y besé su mejilla—. Ahora ve a tomar
asiento. Creo que estamos a punto de empezar.
Deja de estar inquieta. Deja de estar inquieta. Deja de estar inquieta.
Deja de estar inquieta.
Después de que Keely se fuera, era todo lo que podía hacer. Seguí
jugueteando con la cruz frente al ramo.
El tío Tito salió por las puertas, y cuando me vio, se detuvo. Puso
una mano sobre su corazón e imitó los latidos. Rápido. Me había
enamorado de él tanto como me había enamorado de Nonno.
Después de que Capo y yo regresamos de nuestro paseo por los
bosques, dijo que tenía asuntos que atender y que debía dormir bien.
Yo no podía, así que me senté con la familia y disfruté una hora más
con ellos.
Antes de levantarme para irme, el tío Tito se había sentado a mi
lado. Tomó mi mano, la sostuvo cerca de su corazón y me preguntó
si le daría el honor de permitirle acompañarme por el pasillo.
Mi boca se había abierto.
¿Cómo lo había sabido?
Capté la forma de Capo en la distancia. Casi parecía azul por
todas las antorchas que nos rodeaban. Él nos había estado
observando.
—Sería un honor, farfalla—había dicho el tío Tito, llamándome
mariposa en italiano—. Debido a que mi esposa y yo no fuimos
dotados con la capacidad de tener hijos, nunca tendré la
oportunidad de llevar a una hija al altar. Esto significaría mucho
para mí.
Mi respuesta llegó en forma de un abrazo aplastante que le di.
Era un ángel disfrazado de médico.
—Farfalla—susurró él, devolviéndome al momento—. Agradezco
a Dios que me haya bendecido con este día. Que tenga ojos para
poder verte en este momento. —Tomó mi mano y besó mis nudillos
suavemente—. Es un gran honor estar a tu lado.
Nunca nadie me había tocado lo suficientemente profundo como
para hacerme llorar de felicidad. No pude evitar preguntarme si era
porque este pequeño hombre me había tocado tan profundamente, o
si estaba empezando a ablandarme porque mis sentimientos no
estaban enterrados tan profundamente como antes. No tenía tanto
miedo de que los magullaran y los maltrataran, los usaran y
destrozaran, los convirtieran en algo desagradable y horrible. Algo
adeudado.
Mi tiempo en Italia me había cambiado.
Mi tiempo con él me había cambiado.
Una voz suave en la iglesia comenzó a cantar.
Era hora.
Tomé una respiración profunda y suspiré.
El tío Tito me bajó el velo antes de ofrecerme el brazo. Entrelacé
el mío con el suyo, usando su fuerza para mantenerme erguida.
Cientos de personas.
Cientos.
Todos mirando.
Esperando.
Para verme.
Las puertas de la iglesia se abrieron y cientos de personas se
pusieron de pie. Cuando dimos un paso adelante, un jadeo colectivo
y suave pareció llenar el aire.
Todos los ojos estaban puestos en mí.
Pero solo había un par que yo busqué.
Los suyos.
Las velas iluminaron el camino, el sol de la tarde daba paso a la
oscuridad, y la suave luz atravesó la tela de mi vestido, como la luz
de las velas atraviesa un mosaico en la iglesia. Resaltó todas las
líneas en la tela. Todas las luchas por las que pasa la mariposa para
llegar a un estado de vida.
Capo nos recibió antes de que llegáramos al altar. Le estrechó la
mano al tío Tito, pero antes de que él me soltara, le dijo:
—Me he hecho cargo de esta hermosa niña; asumirás la responsabilidad
de esta hermosa mujer por el resto de tu vida. —Capo le sonrió y le dio
una palmadita en la espalda. El tío Tito me levantó el velo y me dio
un suave beso en la mejilla antes de sentarse con su esposa, la tía
Lola.
Capo me ofreció su mano y la tomé, nunca más contenta de estar
conectada físicamente con él. Su confianza alimentó la mía,
manteniendo mis pasos firmes. Mantuve la cabeza erguida, pero
quería más que nada limpiar la lágrima de mi mejilla. No tenía ni
idea de cuándo sucedió, pero así fue. No quería que nadie la viera.
Mirando a Capo, pensé, déjalo ver.
Que vea lo bueno y lo malo, lo sucio y lo limpio, lo feo y lo
hermoso, lo alegre y lo triste.
Deja que me vea. Todo de mí.
Atreverse a vivir.
Ésta era yo atreviéndome a vivir, a mostrarle a alguien quién era
realmente. Permitirle atravesar la superficie y adentrarse en las
profundidades secretas que solían ser solo mías.
—Bocelli—susurró Capo mientras nos acercábamos al sacerdote
que esperaba.
—Y Pausini. —Sonreí, apretando su mano—. Quería mantener mi
cabeza en orden. Poner mi mente en orden.
Cuando nos detuvimos frente al sacerdote, me volví hacia Capo y
él se volvió hacia mí. Tomó mis dos manos entre las suyas.
Todas las palabras fueron pronunciadas. Todas las promesas
fueron hechas.
Deslizó un nuevo anillo en mi dedo, una banda de diamantes y
zafiros. Volví a ponerle su anillo de bodas, el que le había dado en
Nueva York. Il mio capo.
Antes de que el sacerdote nos anunciara como marido y mujer,
Capo se inclinó y usó sus labios para recoger otra lágrima que había
caído de mi ojo, y cuando el sacerdote dijo las últimas palabras, llegó
a mi boca y me besó en los labios, sellando el trato eterno.
Tu o suo. Tu o mío. Per sempre.

Toda suya. Todo mío. Para siempre.


Miles de mariposas revolotearon a nuestro alrededor, pequeñas
explosiones de color en el aire de la noche. Todos los arreglos
florales, miles de azahares, fueron rociados con néctar de mariposas.
Tal vez todos tomarían un trago antes de que flexionaran sus alas y
despegaran hacia dondequiera que se dirigieran. Una mariposa azul
aterrizó en mi hombro antes de volar a otro lugar.
Fue una sorpresa de Capo. Lo que estábamos haciendo en ese
momento.
—No me di cuenta de que estábamos haciendo esto—le dije.
Mi esposo me movió en la pista de baile que se había instalado
detrás de la propiedad de la villa de su abuelo. Cientos de personas
veían como disfrutábamos de nuestro primer baile como marito e
moglie.
Sus ojos estaban fijos en los míos a pesar de que nos
tambaleábamos.
—Lo haces por mí. Lo hago por ti.
—Ah. —Sonreí—. Bocelli para esta chica. —Capo nunca se refirió
a la cantante por su nombre, solo como esta chica.
Había pedido la canción que habíamos escuchado en el coche
camino a lo de Harrison como nuestra “primera canción”. Cuando
empezó a sonar, me eché a reír, pensando que me estaba gastando
una broma. Con la mano extendida, me miró con los ojos
entornados, así que la tomé y allí estábamos. Moviéndose al ritmo de
la melodía que una vez dijo que debería estar en una banda sonora
de Tim Burton.
—¿Sabes lo que esto significa, verdad? —Me hizo girar y regresé
a su cuerpo con un quedo quee. Era suave cuando bailaba. Presioné
mi mano izquierda contra su pecho, y el nuevo anillo brilló como sus
ojos. Era simple, delicado, a juego con el anillo de compromiso, pero
no tan pesado—. Tu cabeza no va a estar en su lugar por el resto de
la noche. Todos tus tornillos van a estar sueltos. Como los míos.
Su sonrisa vino lentamente.
—Así es como se supone que debe ser. Se supone que tienes la
cabeza bien puesta para la ceremonia, pero para la recepción... —Se
encogió de hombros y sus anchos hombros estiraron el fino traje
hecho a medida—. Se supone que debes ponerte un poco salvaje. Es
una celebración.
Lo era
Nunca antes había estado en una fiesta tan divertida. Cientos de
personas comiendo, riendo y bailando. Empezaba a comprender a
qué se refería Scarle con desear que una noche nunca terminara.
Deseaba un frasco de vidrio mágico.
Ojalá pudiera atar la luna llena sobre las arboledas.
Deseaba tomar la noche, la luna, todas las risas y el clima cálido y
embotellarlo mientras viviera. Y luego, después de mi muerte,
escapar a él como mi cielo.
Era mío. Era de él. Nuestro.
La única perturbación fue la llegada de Harrison y la presencia de
ese personaje de Gigi. Me dijeron que Harrison no vendría y, dadas
las circunstancias, pensé que era lo mejor. No se había presentado en
la iglesia, pero decidió colarse en la recepción, de alguna manera.
Harrison me invitó a bailar y lo hice, pero de mala gana. No
quería un problema. Nunca antes había tenido una noche perfecta,
mucho menos un día, y esto se acercaba mucho a eso.
—Te ves hermosa, Strings—dijo, emocionándome, pero de una
manera diferente a la de Capo. Con Harrison, nuestros movimientos
se sintieron familiares, fraternales. Con Capo, no pude calmar mi
corazón o las mariposas—. ¿Estás feliz?
Lo miré.
—Lo estoy, Harrison. Realmente lo estoy.
—Por ahora—dijo él.
Fui a soltarme pero se negó a dejarme ir.
—No hagas esto—supliqué, manteniendo mi voz baja.
Me miró por un momento y se inclinó para besar mi mejilla.
Cerré los ojos, no queriendo ver el dolor en los suyos.
—Si dices que eres feliz, yo soy feliz. Pero cuando te lastime sin
posibilidad de reparación, te estaré esperando para llevarte a casa.
Recuérdalo, Mari.
Negué con la cabeza.
—Tú no lo entiendes, Harrison. No es tan simple. Estoy en... —
Las palabras que estaban a punto de salir de mi boca se detuvieron
justo antes de que lo hicieran. De todos modos, no era asunto suyo
—. Estoy donde pertenezco.
Capo interrumpió entonces, tomándome de los brazos de
Harrison. Me di cuenta de que estaba irritado. Cuando dijo que no
compartía, lo decía en serio. Sabía que estaba tratando de darme lo
que quería, la gente que consideraba mi familia a mi lado, pero no
había forma de reparar lo que había sucedido en la casa de Harrison.
Y no me perdí las miradas intensas que Capo le dio a la madre de
Keely.
Cuando ella hizo un comentario sobre lo cerca que él estaba de su
familia, él le dio la definición de familia y agregó al final:
—Personas que están ahí para ti en las buenas y en las malas, no solo
sangre. Si no son ninguna de esas, no significan nada. —Tuve la
sensación de que le estaba diciendo que ella no significaba nada.
Cualquiera que fuera su problema con ella, esperaba que no se
interpusiera entre Keely y yo. Ya tenía un problema con Harrison.
Después de que el tío Tito interrumpió a Capo, vi cómo Gigi
aprovechó la oportunidad para bailar con él. Ella encajaba con él.
Pelo negro sedoso. Facciones nítidas. Ojos con forma de felino. No
era alta, pero estaba formada, con curvas en todos los lugares
correctos. Sus labios eran por lo general de color rojo sirena. Cuando
Capo me sorprendió mirando, me di la vuelta y volví a mi baile con
el tío Tito.
Decidí no darle espacio en mi cabeza. Capo se había casado
conmigo. Teníamos un acuerdo, y por mucha historia que existiera
entre ellos, porque me di cuenta de que la había, habíamos acordado
ser exclusivos.
Sin embargo, ¿por qué me quema que ella esté tan cerca de él? ¿Porque
él podría pensar que ella es más bonita que yo?
Scarle me salvó de los pensamientos enloquecedores. Una
canción rápida reemplazó a la que habíamos estado bailando, y ella
me empujó más hacia la pista de baile. Rodeadas por todas las
mujeres de las noches de chicas, bailamos.
Mi piel estaba resbaladiza por el sudor, mis mejillas ardían por el
esfuerzo de sonreír tanto, y por primera vez en toda mi vida, estaba
agradecida por los pies lastimados. Había bailado tanto que mis
arcos me estaban matando.
Capo me llevó a un lado, me sentó en un banco debajo de una
pérgola y se sentó a mi lado. Me quitó los tacones, los colocó en el
suelo y comenzó a masajearme los pies. Cerré los ojos, haciendo
sonidos que eran indecentes, pero se sentía tan bien que ni siquiera
me importó. Con su toque, el dolor pareció derretirse.
—Es bueno tener un amigo que tiene buenas manos—dije con
una sonrisa.
—Buenas manos, ¿eh? —No podía verlo, pero me di cuenta de
que estaba sonriendo—. Es bueno tener un amiga—dijo y presionó
aún más fuerte, haciéndome gemir suavemente—que reacciona de la
manera en que lo haces cuando te toco.
—Se supone que los amigos no deben hacer que las amigas hagan
sonidos vergonzosos. —Entonces estallé en carcajadas por mi
patético intento de broma.
Un segundo después se desvaneció cuando Capo se inclinó hacia
adelante, me tomó por la nuca y presionó sus labios contra los míos.
Mis manos subieron lentamente por su pecho, hasta sus hombros, y
traté de acercarlo aún más.
Estaba hambrienta de algo que me dominara.
Su lengua giró con la mía, lenta y suave al principio, pero cuando
me abrí a él, se volvió áspero, exigente, nuestras bocas en guerra. Mi
atracción por él estaba destinada a destruirme. Mientras me besaba,
perdí todo sentido de mí misma y de alguna manera me desvanecí
en él. Nada, ni una maldita cosa, importaba.
Scarle nos había dicho una vez en la noche de chicas que la
gente en la antigüedad creía que cuando besabas, perdías el alma.
Había más que eso, pero eso era lo esencial.
Cuanto más me besaba Capo, más perdía una parte vital de mí
por él.
Una vez estuve dispuesta a cambiar un riñón por un trozo de
bistec. Estaba dispuesta a cambiar algo que ayudaba a mi cuerpo a
funcionar correctamente por algo que alimentaría mi necesidad de
vivir.
¿Entonces, no era normal, perder una parte vital de mí misma por el
hombre al que llamaba esposo?
Empuñe su camisa de vestir en mis manos, sin querer arrugarla o
romperla. Quería sus manos en mi cuerpo, su boca en la mía, como
si me estuviera dando aire para respirar.
Le doy algo sin lo que no puedo vivir. Me da algo sin lo que no puede
vivir.
Deseaba. Deseaba. Deseaba. Deseaba más de… él… de… esto.
¿No era normal, entonces, cambiar algo que ayudaba a que mi cuerpo
funcionara correctamente, como mi corazón, por algo que alimentaría mi
necesidad de intimidad?
Rompió el beso, y me tomó un minuto darme cuenta de que nos
habíamos separado, que estaba entrando en la realidad de nuevo.
Allí estaba él. Ahí estaba yo. Separados.
Mantuve mis ojos cerrados, mis manos en mis labios, exigiendo
mantener los sentimientos cerca.
Pérdida.
Una simple palabra envió mi corazón en un tipo diferente de
espiral, y el miedo se aferró a mí. No podía abrir los ojos para mirar
el sentimiento a la cara, abrir la boca y decirle que se fuera a la
mierda, porque estaba en guerra con no querer perder lo que
acababa de experimentar. Quería saborearlo.
Una explosión estalló en la distancia y casi salté fuera de mi
piel… me estremecí visiblemente.
—Abre los ojos, Mariposa—dijo Capo.
Lo hice. Los fuegos artificiales estallaron sobre nuestras cabezas,
iluminando el cielo con los colores más bonitos. Cientos de personas
se agolparon, con los ojos al cielo, disfrutando del espectáculo
nocturno.
Capo tomó mi barbilla con su mano y me hizo mirarlo.
—Tu vestido. Todas tus líneas ganadas con tanto esfuerzo están a
la vista, Mariposa. Tus venas hechas de seda.
—Te diste cuenta—le dije.
Me había dicho que estaba deslumbrante en italiano de camino a
la recepción, pero no había comentado las líneas ni lo que
significaban para nosotros.
—Soy cuidadoso con mis palabras, aunque las uso todas. —
Sonrió—. Tiempo y lugar.
Sonreí.
—Me trajiste aquí para decírmelo.
—En privado—dijo él.
Sonreí aún más.
—Tienes la broma privada.
—Nunca llamaría a este vestido una broma. Su dedo trazó una
línea hasta mi brazo. El material era transparente allí, pero las líneas
eran tan profundas como en la cola—. Pero es algo que sólo nosotros
dos conocemos. Nuestro. —Su camino continuó sobre mi hombro,
bajó por mi pecho y terminó en mi corazón.
Mi mano se acercó a la suya, tratando de contener la sensación de
nuevo. Lo miré a los ojos durante, no estaba segura de cuánto
tiempo, pero luego me giré para mirar hacia el cielo, incapaz de
igualar la intensidad.
—No hagas eso conmigo—dijo él.
—¿Hacer qué? —Seguí mirando los fuegos artificiales.
Me giró la cara y me encontré con sus ojos.
—Apartar la mirada. —Buscó mis ojos, pero no estaba segura de
lo que estaba buscando. Aunque lo sentí cuando lo encontró. La
cerradura giró y el sonido de algo dentro de mí abriéndose resonó en
cada parte de mí.
—Amadeo.
Capo me miró por un segundo más antes de girarse para mirar a
uno de los guardias. Me negué a mirar al guardia. Me negué a darle
un segundo de nuestro tiempo. Los guardias solo significaban
disturbios, y cualquier guerra que existiera fuera de las puertas, no
tocaría nuestra noche, ni entonces, ni dentro de cien años.
Mis ojos recorrieron la fiesta mientras Capo y el guardia hablaban
en siciliano. La gente seguía bailando mientras los fuegos artificiales
continuaban. Harrison bailaba con Gigi. De vez en cuando, sus ojos
buscaban entre la multitud. Parecía que estaba buscando a alguien.
—Está tratando de ponerte celosa.
Parpadeé, dándome cuenta de que era la voz de Capo, y solo
entonces aparté la mirada de la noche y lo miré a él.
—¿Él… qué?
—Harry Boy. Está bailando con Gigi para ponerte celosa.
¿Y qué hay de ti? ¿Estás celoso de que ella esté bailando con él? Iba a
decirlo, pero de nuevo, ella no obtendría ningún espacio en mi
propiedad. No importaba si Capo estaba celoso o no. Habíamos
hecho un trato. Él iba a casa conmigo.
—Él está perdiendo el tiempo. —Dudé, pero tuve que preguntar
—. ¿Todo bien?
Suspiró y se puso de pie, recogiendo mis zapatos, sosteniendo las
correas en sus dedos. Luego extendió su mano libre para que la
tomara. Después de que se la di, comenzamos a caminar de regreso a
la recepción. Aunque Capo lo negara, sabía que algo había
cambiado.
Más guardias se dirigían hacia el frente de la propiedad. Los que
se acercaron más parecían estar en alerta máxima. Algunos de ellos
habían tomado posiciones alrededor de Nonno, que estaba tan
borracho que se reía de nada y de todo.
Capo hizo un gesto desdeñoso con la mano. Mis zapatos
colgaban de sus dedos y resonaban.
—Un invitado que no fue invitado.
—¿Alguien que conozca?
—No. —Se detuvo un momento en medio de la multitud—.
¿Cómo ha estado tu noche, Mariposa?
—Esta ha sido la mejor noche de mi vida—respondí
honestamente—. Si tuviera el poder de detener el tiempo, lo habría
detenido en la parra.
—¿Fin?
Asentí una vez, pero estaba tratando de averiguar qué significaba
eso exactamente.
—Necesito usar todas las palabras. —Me hizo girar al ritmo de
una canción rápida que sonaba—. ¿Estás lista para terminar esta
noche?
—Oh. —Me reí—. Sí, si tú lo estás. —También era su fiesta.
Miró a su abuelo, con una sonrisa de oreja a oreja, disfrutando de
un cigarro con el tío Tito y un grupo de los Fausti, y luego a los
hombres que se dirigían a la puerta.
—Una canción más—dijo él, y parecía que estaba decidido a
hacer lo que quería. Casi parecía como si estuviera desafiando al
invitado no invitado a cruzar las puertas y tratar de detenerlo.
Después de cuatro bailes más, con los pies todavía descalzos, el
vestido manchado en el dobladillo, nos tomamos de la mano
mientras una fila de bengalas

nos enviaba a una villa privada en algún lugar de la propiedad.


La villa escondida en lo profundo de la propiedad era antigua y
pequeña, pero quienquiera que haya venido y la preparó lo hizo lo
más romántico posible. El aire se sentía cálido contra mi piel, como si
el aire de la noche se hubiera adherido a mi vestido y hubiera
llenado el espacio. Cientos de racimos de velas en una chimenea
arqueada de ladrillo iluminaban la oscuridad. Solo había visto fotos
de arreglos como esos en revistas. El olor a azahar casi abrumaba.
Entonces supe que las tías de Capo habían venido y hecho que el
lugar fuera muy especial. Tenían cuatro velas exclusivas que vendían
en sus tiendas. Flor de naranja. Limón. Pistacho. Chocolate. Había
conectado los puntos con el olor a chocolate en The Club. Capo debe
comprar las velas al por mayor.
Una enorme cama de madera con una cabecera tallada se
encontraba en el centro de la habitación. Las sábanas doradas
estaban almidonadas, pero el cobertor era grueso y suave y había
sido doblado. Entre dos almohadas igualmente grandes, se había
colocado una única rosa roja perfecta. Sobre la cama había una
simple cruz de madera.
—¿Tú o yo?
—¿Tú o yo…?—Me di la vuelta para encontrar a Capo
mirándome. Su corbata había sido colocada sobre una silla en la
esquina, y su camisa de vestir estaba desabrochada. Sus mangas se
habían arremangado hasta los codos desde antes.
Frente al fuego, debo admitirlo, me ponía nerviosa. No importaba
cómo lo mirara, era intimidante, y no solo en apariencia física.
Todo el miedo de la parra me golpeó con fuerza y me quitó el aire
de los pulmones.
—Ducha. —Asintió detrás de él, hacia una puerta abierta.
Miré hacia mis pies. Todavía estaban descalzos y sucios, pero
afortunadamente, no había pegado nada en ellos en nuestro camino
a la villa. Esto fue porque Capo había insistido en llevarme. Fue a
cruzar el umbral conmigo, pero lo detuve.
—¿No se supone que debemos besarnos o algo así para la buena
suerte?—le había dicho.
Su risa había sido baja y áspera, pero me había besado. Terminó
demasiado pronto, pero luego, estar dentro de la villa me dio locas
mariposas.
—Tú primero—dije—. Me gustaría quedarme con mi vestido el
mayor tiempo posible. Solo puedo usarlo una vez. Parece un
desperdicio para…
Dio un paso adelante y me besó. Sus manos se cerraron en puños
en mi cabello y me mantuvo inmóvil contra él. Cuando se apartó,
mis ojos aún estaban cerrados.
—Tu boca está inquieta—dijo él.
Sonreí, pero mi labio inferior temblaba.
—Y te niegas a permitir eso, Capo.
Antes de que pudiera abrir los ojos, me estaba conduciendo lejos
del dormitorio hacia el baño.
—¿Qué estás haciendo?
—Es más seguro si te quedas cerca de mí. El baño no tiene
ventanas.
—¿Por qué? ¿Hay algo mal?
—Las personas siguen apareciendo sin una invitación.
¿Personas? ¿Más de una?
—¿Sabes quiénes son?
Soltó mi mano y fue a la ducha simple, encendiéndola. Una vez
que el flujo comenzó a gotear, arrojó su camisa sobre la silla frente al
espejo. Se desabrochó los pantalones, arrojándolos sobre la camisa.
Sus calcetines fueron los siguientes. Y luego sus bóxers.
Me sentí como uno de esos personajes de dibujos animados
cuando se les saltan los ojos. Era delgado y tenía músculos en todos
los lugares correctos. Y yo tenía razón sobre que él era una pitón. Su
tamaño solo aumentó mi ansiedad. Estaba tan fuera de mi liga.
Estaba más que bien.
No me di cuenta de que había estado boquiabierta hasta que lo
miré a los ojos.
—No era mi intención mirar…
Él sonrió.
—¿No era tu intención? ¿O querías y lo hiciste, y ahora te sientes
culpable por haber sido atrapada?
Me encogí de hombros.
—Escuché que es descortés mirar fijamente.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Solo es descortés si no te pertenece. —Luego suspiró, pero en el
buen sentido, como si hubiera disfrutado de la liberación—. Me
gusta cuando me miras fijamente, Mariposa.
—También me gusta cuando me miras fijamente —susurré
mientras entraba en la ducha y cerraba la puerta. Era casi demasiado
grande para el pequeño espacio. Era alto y sus hombros anchos. Al
menos la bañera de al lado era lo suficientemente grande para dos.
Su espalda estaba llena de músculos, y cuando se movía para
lavarse, se contraían. El agua y la luz de las velas hacían brillar su
piel. Me senté en la silla, sin querer apartar la mirada de él, pero
incapaz de aguantar más. Solo verlo lavarse hizo que me palpitara el
pulso entre las piernas. La parte inferior de mi estómago estaba tan
apretada como un puño. Mis pechos se sentían como si estuvieran
tirando contra el vestido de repente, tan tiernos que me dolían.
Me lamí los labios.
Tragué saliva.
Anhelaba la fricción.
Todavía me daba la espalda y, cuando se volvió, su erección tocó
el cristal. Empezó a lavarse mientras me mira observándolo. Su pene
se balanceaba cada vez que lo acariciaba. Se pasó los dientes por el
labio inferior, y cuando hice un sonido profundo en mi garganta, sus
ojos se volvieron más oscuros, se entornaron más.
Me sentí débil. El poco vapor en la habitación me estaba
afectando. Él estaba llegando a mí. Entonces abrí la boca.
—¿Estamos en peligro? —¿Estoy en peligro? No de ellos sino de ti.
Parpadeó, como si tuviera que recordar con quién estaba: la chica
del vestido blanco. No la de rojo. Entonces comenzó a enjuagarse,
nuestro momento había terminado.
—Todos estamos en peligro, Mariposa. Algunas personas más
que otras.
—Somos esas 'algunas personas', supongo.
Él asintió y cerró el agua. Me di la vuelta, agarré una toalla de la
encimera y se la entregué. La tomó y se giró para hurgar en su bolso.
Después de darme una gran vista de su hermoso culo, aseguró la
toalla alrededor de su cintura.
Me puse de pie y me giré hacia el espejo. Lo vi caminar más cerca
por detrás. Se detuvo cuando estuvo a mi espalda. Podía sentir el
calor de su cuerpo a través del vestido.
Movió mi cabello hacia un lado y me ayudó a bajar la parte
superior del vestido. Mi elegante sostén adhesivo blanco brillaba
contra mi piel. Besó la base de mi cuello, mirándome mientras lo
hacía, y sus dedos apenas acariciaron mis brazos.
—Las mariposas tienen colores menos favoritos cuando se trata
de flores. ¿Sabes lo que son?— Su voz era baja, casi ronca.
—No— susurré. Un escalofrío me recorrió por su contacto
constante, su voz ronca, y me hizo temblar.
—Ti piace la mia bocca sulla tua pelle. Tremi per me—dijo las
palabras casi para sí mismo, algo acerca de que me gustaba su boca
en mi piel, que yo temblaba por él. Entonces, suavemente, nos trajo
de vuelta a su comentario sobre la mariposa—. Azul verdoso.
Mis ojos se levantaron para encontrarse con los suyos. Azul a
avellana.
—Menos mal que no soy una verdadera mariposa entonces, o tal
vez habría tomado la advertencia la primera vez que vi tus ojos y
hubiera volado hacia algo más ligero.
—Buena cosa. —Pasó su lengua desde mi nuca hasta el centro de
mi espalda, y después dejó un rastro de besos firmes en su camino
de regreso. Sus manos se movieron a mis caderas, y nos movió
lentamente.
—Si solo supieras los pensamientos que he tenido sobre ti desde
la noche en The Club, las fantasías, te habrías escapado.
—No—dije, aspirando un tembloroso aliento, soltándolo
lentamente—. Ahora que te he encontrado, no puedo volar lejos. Me
atrae el azul, todos los matices de azul. Es mi color favorito. Parece
curarme, no lastimarme.
Sus manos acariciaron mis pechos, rodeando las copas, hasta que
las quitó. Con un toque tan suave que me dio ganas de gemir,
acarició mis pezones.
Me derretí contra su pecho y él pareció absorberme.
—Yo… necesito ducharme.
Asintió una vez y me besó en un lado del cuello, sus labios contra
mi pulso. Se alejó y se puso los pantalones de dormir.
—Espera—suspiré cuando se dispuso a irse. Me sentí mareada—.
¿A dónde vas?
—Aquí no hay ventanas, Mariposa. Estás segura.
Con eso, me dejó sola.
Capítulo 18
Mariposa
Estaba dormido cuando entré en el dormitorio, apoyado contra el
enorme cabecero, con su portátil en el regazo. Caminé de puntillas
hacia él, todavía frotando la crema de olor dulce en mis brazos. Traté
de ser aún más silenciosa cuanto más me acercaba a él. Tenía el
sueño ligero. De hecho, no podía recordar un momento en que se
durmiera primero. Por lo general, yo era la primera en dormirme, y
cada vez que me despertaba durante la noche, él todavía estaba
despierto.
En Italia, sin embargo, dormí toda la noche. Todavía no creía que
lo hiciera.
Su cabello aún estaba húmedo por la ducha, olía a océano, y tuve
que contenerme para no extender la mano y tocar su rostro. No era
más suave en el sueño, sino más relajado. Excepto por el ceño
fruncido. Solo se notaba cuando descansaba, como si tuviera que
luchar para mantenerlo fuera de su rostro cuando tenía el control.
Una vez le dije que iba a tener arrugas prematuras si seguía así, y él
solo negó con la cabeza y dijo: Las cicatrices no me molestan. Solo
significan que me he ganado mi lugar en este mundo.
Me acerqué un paso más y alcancé el portátil, una mano a cada
lado para deslizarlo hacia mí y alejarlo de él.
—Alguien observa al lobo—le susurré.
Cuando fui a mover el portátil, me agarró las manos.
—No estoy durmiendo. Estoy descansando mis ojos.
Si alguien más lo hubiera dicho, me habría reído y dicho, sí, claro,
pero le creí. Siempre estaba en guardia.
Sus ojos se abrieron lentamente. Luego se fijaron en la seda roja
de mi cuerpo.
—Estoy lista—le susurré. Aunque mi voz era firme, cada parte de
mí temblaba como si tuviera frío, lo que me hizo sentir casi...
dolorida. Mis entrañas estaban calientes.
La ducha no me había hecho ningún favor. Después de que se
fue, me dejó en llamas, y ni siquiera el agua fría pudo apagarlas.
Cada defensa mía había sido consumida, dejándome vacía. El vacío
exigió que su toque tomara el lugar del miedo que me había
impedido hacer esto con él antes. No importaba si estábamos
casados o no, si sucedió hace una semana, en nuestra noche de bodas
o al día siguiente. Sabía cuándo era el momento adecuado.
Ahora.
Me miró a los ojos por un momento o dos y después tiró el
portátil en una bolsa al lado de la cama. Se levantó de la cama y su
cuerpo chocó contra el mío. Pensé que sería amable conmigo, pero
fue exactamente lo contrario. Rudo. Su boca comenzó otra guerra
con la mía mientras sus manos se apretaban en mi cabello,
manteniéndome tan cerca como la piel. Tal vez mi labio se había
roto. O el suyo.
Mis manos buscaban piel para tocar, para arañar, devolviendo lo
que él daba. Cuando le pasé las uñas por la espalda desnuda, siseó y
su toque se volvió aún más áspero.
Mi espalda se estrelló contra la pared y el beso se rompió, pero su
boca siguió trabajando. La piel de su cara quemó mi piel mientras
me raspaba. Sus dientes mordieron. Su lengua lamió. Empujó mis
senos hacia arriba, haciéndolos salir de la seda, y cuando tomó mi
pezón entre sus dientes y lo mordió, mis rodillas casi cedieron. El
impacto fue directamente entre mis piernas.
—Viniste a mí en rosso—dijo, su boca codiciosa en mi piel, sus
manos ahuecando mi culo. Sus dedos se clavaron en mi carne,
manteniéndome atrapada contra él. Su erección estaba dura contra
mi vientre suave. Me preguntaba cómo se sentiría entre mis piernas.
Cómo se iba a sentir, sobre mí, dentro de mí, a mi alrededor.
Consumiéndome. Si pensaba demasiado en ello, me pondría
nerviosa, pero atrapada en el momento, no ansiaba nada más que a
él.
—Querías un fuego—apenas pude decir. Movió mi cuello hacia
un lado, y siseé cuando mordió y chupó la piel allí—. Sono tuo, capo.
—Soy tuya, jefe.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello y envuélveme con tus
piernas.
Lo hice, y él me levantó, sus brazos debajo de mi culo. Nos
besamos mientras nos movía hacia la cama. Una vez allí, me hizo
sentar, sus ojos tan ávidos como su boca y sus dedos.
—Eres tan jodidamente hermosa. —Se pasó los dientes por el
labio inferior—. Mia Mariposa.
Puse un pie a cada lado de él, justo encima de sus caderas, y una
vez que tuve un buen agarre, empujé sus pantalones hacia abajo. Su
pene saltó libre, y nunca había visto algo tan erótico… este hombre
parado frente a mí desnudo.
Cuando comenzó a subir sigilosamente a la cama, me empujé un
poco hacia atrás, dejándole sitio. Sus labios se acercaron a los míos
de nuevo, mientras sus dos fuertes brazos eran como barras a cada
lado de mi cabeza. Me mordió, lamió y atormentó. Después su boca
se movió hacia abajo, su lengua abriéndose paso por mi piel. Empujó
la seda roja hacia abajo, y mi cuerpo, mis pechos, fueron suyos para
tomarlos. Empujé contra su boca, queriendo más.
El dolor entre mis piernas suplicaba ser aliviado. Y no me di
cuenta de que estaba gimiendo, moviendo mis caderas hacia arriba,
hasta que su mano bajó y me tocó allí. Susurró algo acerca de que yo
estaba lista, mojada y caliente, en italiano. Un sonido sobre el que no
tenía control escapó de mis labios. No me importó. No tenía
vergüenza.
No habría vergüenza aquí. Él la mató.
Cuanto más le respondía, más parecía desearme. Cuando soltaba
sonidos, su toque se volvía más duro, o su boca mordía o chupaba. Y
cuando arrancó la bata de mi cuerpo y lo arrojó al otro lado de la
p y j
habitación, revoloteó como una mariposa que hubiera sido
incendiada en la oscuridad.
Se echó hacia atrás, observando mi cuerpo desnudo con ojos tan
oscuros como zafiros.
—No te detengas—exhalé—. Por favor.
Su mano se deslizó por mi cuerpo, sus dedos acariciando mis
pezones. Un suave ahh salió de mis labios y levanté mis caderas,
rogándole que se moviera más al sur. Sus ojos se movieron hacia mi
chichi, y me separó suavemente, abriéndome para él. Cuando
empezó a tocarme, me miró. Observó lo que me estaba haciendo y
después observó mi rostro. Y cuando su boca vino contra mí como lo
había hecho antes, grité de placer. Estaba tan cerca. Tan cerca de ser
destrozada por su lengua. Pero quería más. Tenía hambre de todo él,
como nunca antes había tenido hambre de nada.
—Hazme tuya, capo—dije sin aliento.
Se inclinó sobre mí, con la polla en la mano, acariciándola.
—¿Esto es lo que quieres?
—Dominami. —Respiré hondo y salió de mi boca en una lenta
bocanada de aire. Domíname.
—Ti domino. —Su voz era baja y áspera. Y nunca quería olvidar la
mirada en su rostro. Estaba perdiendo el control, aunque de alguna
manera, tenía cada gramo encerrado en esta habitación—. Una
palabra, Mariposa.
—Tú. Dentro de mí—apenas pude decir.
—Esas son cuatro.
—Sí. —Sí. Sí. Sí. ¡SÍ!
Bajó y abrí las piernas para acomodarlo mientras se acercaba.
Podía sentir la punta de él cerca de mi entrada, y casi levanto mi
trasero, negándome a esperar otro segundo. Quería sentirlo
presionado contra el jodido dolor que no cedía.
Su cara estaba cerca de la mía, y me lamió hasta la oreja.
—Esto va a doler—susurró.
Vale la pena sangrar por las cosas buenas, quise decir, pero no lo hice.
Sin usar palabras, lo acerqué más, mis uñas se clavaron en su
espalda, sacándole sangre.
Sangre por sangre.
La violencia detrás de eso lo instó a moverse. Entró en mí
lentamente, su tamaño estirándome y estirándome, estirando mis
paredes, y no estaba segura si alguna vez sería cómodo, pero lo
deseaba. Quería que me llenara, que se moviera con más fuerza, más
rápido. Quería que me enviara al límite.
Se movió aún más profundo, y siseé. Dolor. Mucho dolor. Un
ardor, como un fósforo encendido adentro. Estuve a punto de gritar,
haciendo que lo sacara, pero entonces avanzó aún más y el dolor
disminuyó, luchando contra el placer. Me había traspasado, había
traspasado los límites y se había movido a un espacio que nadie
había tocado antes. Un sonido extraño, entre un grito y un suave
gemido, escapó de mis labios. Ese lugar en el que seguía golpeando,
era como... nada que hubiera sentido antes.
—Eso es, mia Mariposa. —Su voz estrangulada cuando se deslizó
aún más profundo, cada centímetro de él empujándome—. Relájate.
Joder. Estás tan apretada.
Tenía los ojos entornados, como si estuviera borracho. Su frente
estaba arrugada. Tenía la boca entreabierta y un sonido salvaje
escapó de su garganta. Quería que lo hiciera de nuevo. Me hizo
sentir poderosa, tan borracha como él se sentía. Lo había soltado por
mi culpa.
Empezó a moverse un poco más rápido, bombeando dentro y
fuera de mí, y mientras lo hacía, su mano bajó, entre mis piernas. Se
pasó la misma mano por el pecho, por encima del corazón, y dejó
una mancha de sangre roja brillante, del color de la seda que me
habían arrancado del cuerpo.
Tantos sentimientos me golpearon a la vez.
Esto. Lo que estábamos haciendo.
q
Esta. Esta parte de mí todavía era mía para dársela a quien
quisiera, y se la había dado a este hombre. Mi esposo.
Puso mi mano sobre su corazón, donde estaba la mancha de
sangre.
—Hemos hecho votos, pero ninguno como éste—dijo en italiano
—. Éste es un voto de sangre entre nosotros dos. Entre nuestra carne.
—Sacó y metió su pene, haciéndome perder el aliento—. Ahora me
perteneces en todos los sentidos, Mariposa.
Era inútil luchar contra la sensación de estar abrumada por él. No
había lugar para moverse, esconderse, escapar de él y de esta
intensidad, y si no cedía a la presión, me partiría en dos. No pude
contenerme. Una ola de intenso placer surgió dentro de mí, y me
dejé ir, entregándome a la sensación. A él. Mis uñas se clavaron en
su carne aún más fuerte, mi espalda se arqueó y grité. Pareció
tragarse mi placer sin que sus labios siquiera tocaran los míos.
Mi cuerpo entero tembló, drenándome de todo menos de él. El
dolor estaba allí, todavía ardiendo, pero el placer se disparó a través
de cada otra parte de mí, la conmoción fue tan grande que pareció
detener mi corazón.
Se movió aún más rápido, haciendo sonidos que bebí como un
vino amargo o un veneno dulce. Solo el tiempo diría si él era mi
gracia salvadora o mi mayor enemigo. No habría término medio con
él.
Fue aún más profundo y grité de nuevo, tan sensible después de
lo que acababa de hacerme.
Ya habíamos discutido los detalles de la protección. Dependía de
mí. Quería hijos… estaba bien para él. No los quería… estaba bien para
él. Era mi elección. Decidí esperar para el control de la natalidad
cuando el médico me lo preguntó. No estaba segura de por qué, pero
no quería barreras entre nosotros la primera vez.
Lo que sea, será.
—Mariposa—gruñó mi nombre, y un segundo después, su
cabeza se inclinó hacia atrás, su boca entreabierta y sus ojos cerrados
y j
con fuerza. Todos sus músculos se agarrotaron y se derramó dentro
de mí. Sentí la combinación de mi deseo, mi sangre y su semilla
mezclándose.
Él no se apartó de mí. No de inmediato. Bajó la mirada hacia mí.
Lo miré. Me besó entre los ojos, obligándome a cerrar los míos.
El dolor entre mis piernas se volvió real, no por deseo sino por lo
que acabábamos de hacer, y cada parte de mí parecía doler. Me dolió
al instante. Cuando salió, hice una mueca, como si hubiera sacado
un cuchillo de una carne sensible, y de repente me sentí sola y fría.
Sangrando.
En lugar de dos, sentí que éramos uno.
La conexión me hizo sentir… ¿Qué había dicho el sacerdote? Y los
dos serán una sola carne. Ya no son dos, sino uno. Tampoco había forma
de volver a pedirlo. No estaba segura de poder moverme. O cómo lo
manejaría de nuevo más tarde, o esta noche si él quisiera. Había sido
tan... penetrante, y no solo físicamente.
—Mariposa. —Él me estudió—. Es normal que duela la primera
vez. Que sangre.
—Lo sé. —Las sábanas debajo de mí estaban empapadas de
sangre. Cuando le pregunté a mi doctora qué esperar la primera vez,
me dijo que la sangre era normal. Ninguna sangre era normal. Todas
eran diferentes. Ella me había informado sobre cada circunstancia
para que no me sorprendiera.
Besó mis labios.
—Usa todas las palabras.
No esperaba sentirme más cerca de ti quería decirle. No esperaba que
esta... conexión creciera aún más profundamente dentro de mí tan rápido.
Todo el miedo que sentí en la pérgola no se debía a que le tuviera
miedo al sexo, sino a las ataduras emocionales que conlleva. Las
cuerdas me asustaban muchísimo porque estaba casada con un
hombre que tenía una gran aversión al amor. Incluso si quisiera eso,
y no lo hacía, nunca podría suceder de esa manera.
—¿Fue….. bueno para ti? —Me mordí el labio, no queriendo
compartir mis miedos más profundos. Elegí uno superficial en su
lugar.
Tal vez fue estúpido, pero quería que él también me disfrutara.
Aunque nunca discutimos su historia en detalle, un hombre como él
probablemente tuvo muchas mujeres. Mujeres como Gigi y la linda
secretaria de Rocco, Giada.
—Tan inocente—pensé que dijo en italiano, y entonces me
respondió en inglés—. Dije fuego. Lo trajiste. Del tipo que consume
el agua.
—No todavía. —Sonreí, un poco tímidamente, y no estaba segura
de por qué—. No estaba segura de qué esperar… esta noche. Ahora
que lo hice…
—Me vas a matar.
—¿Yo? —Me levanté sobre mis codos, acercándome a su rostro—.
¿Matarte?
—No tienes idea lo que me haces— susurró él. Sus ojos bajaron y
acarició mi muslo, cubierto de sangre seca—. Vieni. —Ven—. Te
lavaré en la ducha, la mia farfalla. Después nos daremos un baño. Te
ayudará a relajar tus músculos.
Sin preguntar, me levantó de la cama, ambos todavía desnudos, y
me llevó al baño. Después de ducharnos juntos, me quedé dormida
con la cabeza contra su pecho, sus dedos acariciando mi espalda en
ese delicioso patrón de 'C', en el calor de la bañera.
No escuché nada más que el sonido de su corazón latiendo contra
mi oído.

Solo olí su piel. No sentí nada más que a él.


Nunca aprendía a nadar (y no podía recordar cómo andar en
bicicleta), pero sabía cómo sonaba estar sumergida bajo el agua en
una bañera. Los sonidos llegaban en ecos, tan cerca pero tan lejos.
Sin embargo, cuanto más cerca de la superficie, más claros se volvían
los sonidos.
Coches acercándose. Música de fondo. Boca de la verdad. La leyenda
dice que si estás dispuesto a mentir, metes la mano ahí y te la muerden.
Más música. Risas. Veamos cómo lo haces. Una voz más alta. Femenina.
Por supuesto. Una voz más profunda. Masculina. Más música. Dun.
Dun. Dun. Gritando. Hola. ¡Tu BESTIA!
Mis ojos se abrieron lentamente. ¿Dónde estaba?
Mismas vistas. Mismos olores.
Todavía en la villa escondida.
Bostecé y me estiré, la conciencia se despertó de golpe, y los
sonidos de fondo tomaron forma en mi mente. Una película.
Vacaciones en Roma con Audrey Hepburn y Gregory Peck.
Habíamos empezado a verla y debo haberme quedado dormida.
Habían pasado dos días desde nuestra boda y todo el tiempo
estaba felizmente dolorida y cansada Tomaba siestas cada vez que
podía. Luego me despertaba, él me besaba o me tocaba, y volvíamos
a hacerlo.
—Haces burbujas con la boca cuando duermes.
A pesar de que mi cerebro estaba encendido, mis ojos tardaron en
abrirse. Lo miré parpadeando. Estaba apoyado en su mano, su
bíceps perfecto contraído como un nudo duro, mirándome.
—¿Me estabas viendo dormir? —Mi voz era ronca, casi
destrozada. Habíamos estado teniendo algunos momentos salvajes.
Él sonrió y empujé su pecho desnudo. Mantuvo mi mano allí,
chupando mi dedo índice.
—Eso es tan espeluznante, Capo. Es como si me estuvieras
acechando mientras duermo.
—Tus sueños. —Él se rio entre dientes, el sonido salió ronco y
bajo.
—¿Y a qué te refieres? —Lo miré con los ojos entrecerrados—.
¿Hago burbujas?—
—Así. —Empujó sus labios usando aire, haciendo un suave pop
cuando sus labios se separaron, y luego los relajó, y lo hizo de
nuevo. Era como si no tuviera control de sus labios, y un ligero golpe
de aire seguía formando 'burbujas'.
Mi risa se elevó hasta el techo.
—Debo estar ahogándome en mi sueño. O tal vez soy parte pez.
—Duermes mucho últimamente.
—Cuando duermo. —Sonreí.
Se inclinó y me besó suavemente. Hice un ruido de mmm y él
acunó mi teta, como si la estuviera pesando en su mano. No podía
recordar la última vez que había usado ropa.
—Cuéntame algo sobre ti, Capo. —Mi voz salió suave, tan suave
como había sido el beso.
Me había dado cuenta de que, aparte de un beso ocasional, no
había nada suave en Capo Macchiavello. La primera vez que lo
hicimos fue tan suave como pudo. Y me gustó. Me gustaba cuando
casi me partía en dos. Me gustaba cuando los orgasmos que me daba
eran tan intensos que seguía con mareos. Estaba mareada día y
noche.
—Sabes todo lo que vale la pena saber.
—No el corazón.
—Oportunamente.
Asentí y le toqué suavemente la cicatriz en la garganta. Nunca
dejaba mi mano allí por mucho tiempo, pero a veces anhelaba
descubrir la historia detrás de ella. Cómo había sucedido. Nunca le
pregunté, pero incluso si lo hubiera hecho, no parecía estar listo a
compartir. A veces, cuando lo tocaba o lo besaba allí, sus músculos
se contraían.
—Pones mucho sobre la mesa, pero quiero algo que no sea parte
del trato, Capo.
—Algo dado sin condiciones.
—Sí.
—Los límites están ahí por una razón, Mariposa.
—No dijiste que no podíamos compartir nada. Sólo dijiste que con
el tiempo me darías el corazón y todas sus venas. Tal como dije a su
debido tiempo te daría mi cuerpo. Lo hice.
Él suspiró.
—Veinte malditas preguntas.
—¡Oh! Yo lo haré primero.
—No estuve de acuerdo, Mariposa.
—Tampoco dijiste que no. Y dijiste que sí. Tú diji…
Me tapó la boca con la mano y traté de morderlo, pero no tenía
suficiente grasa en la palma de la mano.
—Sé lo que dije.
—Diez preguntas. —Mi voz fue apagada.
Soltó mi boca.
—Dos.
—¿Dos? Eso es una cada uno. Es miserable. No es nada. Eso es
ser tacaño. Eres tan libre con el dinero, ¿por qué no con todas tus
palabras?
—Las palabras valen más que el dinero.
—Las palabras son gratis, Capo. Esto no me está costando nada.
¿Ves? No hay ningún hombrecito corriendo con una alcancía,
gritando: '¡Ficha! ¡Tienes una ficha! No hay ficha para las palabras.
—Ambas preguntas son para mí y estoy seguro de que me
costará algo.
—¿No tienes una para mí? —Tenía razón. Él sabía todo sobre mí.
¿Y lo que no sabía? No importaba. Era aburrido. Todo lo que hice
fue sobrevivir. Ni siquiera había tenido sexo hasta él.
Estudió mi rostro por un momento.
—Realmente. Tengo una pregunta.
—¿Solo una?
—Una.
Muy bien, mentalmente me froté las manos como un villano en
una novela romántica. Yo tenía un chip de negociación.
—Para tu única pregunta, sobre mí, puedo hacerte más de dos,
siempre que no crucen ninguna línea invisible. Y yo voy a lo último.
—Veinte malditas preguntas. —Él suspiró. Luego se sumergió y
tomó mi pezón en su boca, y como su lengua me hizo cosas
realmente mágicas, me empujé contra él. La parte inferior de mi
estómago se contrajo e inmediatamente, el dolor entre mis piernas
comenzó a hacerme sentir sensible por todas partes. Me mordió,
fuerte, y tiré de su cabello. Me soltó de repente—. Pregunta.
—¿Qué?—jadeé—. ¿Ahora?
Se rio y me dijo que dejara de hacer pucheros.
—Tú querías hacer esto. Jugar a este ridículo juego de búsqueda
de información.
—Lo haré. —Me levanté, apoyándome en mi codo, frente a él.
Mis pezones hormigueaban, anhelando la fricción contra su pecho,
pero seguí adelante—. ¿Has estado enamorado?
—No. Siguiente.
—Espera. Espera. —Levanté una mano—. ¿Eso es todo? ¿No?
Me miró con los ojos entrecerrados.
—Esa pregunta no merece más que una respuesta de 'sí' o 'no'.
Agité una mano, descartando su tono cortante.
—¿Cuál es tu color favorito?
—Oro.
Mis preguntas continuaron en esta línea por un tiempo. Mantuve
las preguntas básicas, porque después de la primera, sabía que él
diría que tropecé con una línea invisible y la usé para llegar a mi
pregunta. Estaba guardando las preguntas candentes para el final.
Después de que me quedé sin las básicas, pregunté:
—¿Tu padre es un hombre malo?
Había visto fotos de su madre, me habían contado historias de
ella, pero nadie había mencionado nunca a su padre. Era como si
fuera un tema candente que nadie quería tocar. Traté de sacar el
tema con las hermanas, pero se negaron a cotillear sobre él, alegando
que era horrible, y eso era todo lo que necesitaba saber.
Se quedó callado.
—No es un hombre malo. Es un alma mala.
La intensidad en sus ojos me hizo apartar los míos. Miré la
sábana, sin tocar nada.
—¿Es por eso que estás tan cerca de los Fausti? ¿Te tratan como
de la familia?
Lo que Keely me había dicho antes de la boda, sobre cómo la
gente solitaria encuentra multitudes criminales a las que acercarse,
volvió a mí. ¿Era eso lo que le había pasado? ¿Estaba su padre
desaparecido de su vida? ¿Era abusivo? ¿Así que corrió hacia la
familia Scarpone? ¿Luego a los Fausti cuando eso no funcionó…
cuando se negó a dejar que me mataran?
Por lo que había aprendido sobre los Fausti, su palabra era tan
buena como su sangre, y si te acogían en su redil, estabas allí de por
vida, siempre y cuando no los traicionaras. Parecían
excepcionalmente cercanos a Capo.
Por supuesto, el tío Tito compartía sangre con Capo, y el tío Tito
estaba casado con Lola Fausti, entonces había una conexión. Pero
parecía más fuerte que eso. Le fueron leales. Tan leal como él a ellos.
Sin embargo, me pareció... un poco exagerado. ¿Por qué buscar
ese tipo de familia, jurarles lealtad, cuando tenías una increíble, una
real, al alcance de tu mano?
—Usa todas tus palabras, Mariposa, ya que cuestan muy poco.
p p y q yp
Inspiré y luego exhalé.
—¿Tú... haces cosas ilegales para los Fausti?
—Sí. —La palabra era clara, pero lejos de ser simple—. Las hice y
las hago. Los Fausti estuvieron allí para mí durante un momento
muy difícil de mi vida. No tenían que ayudarme, pero lo hicieron.
Llamo a la gente de esta tierra mi familia porque comparto sangre
con ellos, y nunca han sido más que buenos conmigo y los míos.
Incluyéndote. Los Fausti son mi familia porque cuando estaba en las
trincheras desangrándome, se sentaron junto al ángel y me
prometieron que algún día la venganza sería mía.
—Matarías por ellos.
—Lo hago.
Tragué saliva.
—¿Ellos... te protegen?
—Están atentos, pero en su mayor parte, yo me encargo. Les pedí
una cosa, Mariposa. Que me den tiempo… eso significa algunas
cosas diferentes. Ellos están atentos. Me dicen cuando alguien que se
supone que no debe acercarse lo hace de vez en cuando. Necesitaba
asegurar tiempo para poner las cosas en marcha, y eso es lo que han
hecho por mí. Pero cuando llegue el momento de cobrar las cuotas,
seremos mis enemigos y yo. Nadie más.
—Realmente no entiendo. —Sus palabras me pusieron nerviosa.
Sabía que estaba metido en malos tratos desde el momento en que lo
vi fuera del restaurante. Cada vez que estaba cerca de él, algo a su
alrededor me alertaba del hecho de que era poderoso, tenía el
control y había personas que querían probar esas líneas duras.
Él nunca me había ocultado nada, pero yo sabía que había más.
El corazón, como lo había llamado durante la reunión, y todas las
venas que lo hacían funcionar. ¿Cuándo iba a compartirlos? Mi vida
estaba en juego. La suya también. Y eso me puso nerviosa. Más de lo
que debería. La idea de no volver a verlo nunca más, hizo cosas
perversas en mis pensamientos y sentimientos.
Keely y sus hermanos, los Fausti, toda la familia de Capo, todos
se sentían como venas en mi cuerpo. Capo. Se sentía como mi
corazón.
Mierda. Mierda. Mierda. ¿De dónde vino eso?
—Lo harás—dijo—. A su tiempo.
No podía entender la mirada en su rostro. O había profundizado
lo suficiente como para ver los pensamientos que acababa de tener, o
estaba cerca de descubrirlos. Aunque no era amor, tenía que ver con
asuntos del corazón. No podía averiguarlo, o podría rescindir el
trato alegando que el amor, o algo parecido, nunca se suponía que
fuera parte de nuestro trato.
—Hora de pagar. —Él apretó mi muslo, atrayendo mi atención de
nuevo hacia él.
Mis ojos encontraron los suyos. Había estado mirando el tatuaje
en su mano.
—Si las palabras tienen precio, toma mi dinero—susurré.
—¿Alguna vez te ha gustado un chico?
—¿Quieres decir como un flechazo?
—Como sea que vosotros, niños, lo llaméis en estos días.
A pesar de mi miedo repentino, sonreí para ocultar mis
pensamientos anteriores y los sentimientos que dejaron atrás.
—No. —Mentira.
—¿Alguna vez has estado enamorada, Mariposa?
Apreté las sábanas y subí las mantas para ocultar mis pechos, o
tal vez mi corazón.
—Esas son dos preguntas.
Se encogió de hombros.
—Dado que tus palabras cuestan niente, bien podría ir a por
todas, ya que me cuestan mucho. Dime si alguna vez has estado
enamorada.
—El amor no fue creado para chicas como yo. —Evitando una
mentira.
Él tenía razón. Las palabras no eran gratis, y la mía me había
costado il tu o. Todo. Nunca había estado tan arruinada en toda mi
vida.
Me quedé sin aliento cuando Capo de repente me volteó sobre mi
espalda, su cuerpo flotando sobre el mío. ¿Cuándo había pensado en
él como una ola que me arrastraba hacia su océano? Sí, eso daría en
el blanco. La mitad del tiempo, podía robarme el aliento sin siquiera
tocarme. Por suerte, todavía no se había estrellado contra una roca
metafóricamente.
—Se acabó el juego, Mariposa. —Sus ojos eran intensos y
clavados en los míos. Después de unos segundos, dijo—. Confía en
mí.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿Qué? ¿Estás en mi cabeza ahora, Capo? —Su pecho apenas
tocó mis senos, y un suave gemido salió de mi boca.
—Más que palabras, Mariposa—dijo—. Aprende lo que significa
hablarme sin palabras.
No estaba segura de lo que quería decir exactamente, pero mi
cabeza estaba demasiado nublada por él para entenderlo. Miré mi
muñeca atrapada en su agarre.
—Lo hago. Confío en ti.
—Sí, lo haces. Te tapé la boca con la mano antes y ni siquiera te
diste cuenta.
Mierda. No lo hice.
—Confías en mí—repitió.
Algo me dijo que su declaración no tenía nada que ver con mis
sentimientos, sino algo más... sexual. Estaba agradecida por el giro.
Tal vez él no vería cuán rota me habían dejado mis palabras mientras
él estaba ocupado con otras... cosas.
—Sí—repetí, empujando mis caderas hacia arriba para encontrar
su erección.
Él sonrió y la mirada fue directamente entre mis piernas. Sus
manos se deslizaron entre mis muslos y contuve el aliento,
soltándolo lentamente. Sus dedos se deslizaron, más y más abajo,
hasta que comenzó a masajear mi trasero.
—Ves, lo haces—susurró—. Me entiendes sin el uso de palabras.
Lo que sea que tuviera en mente era la mejor distracción, e
inevitablemente, lo entendería sin el uso de palabras. Sería
consumida por nada más que sentimientos.
Capítulo 19
Mariposa
Antes de darme cuenta, habíamos estado casados (otra vez) por
dos semanas. Cuando llegamos por primera vez, no podía mantener
mis ojos en Capo el tiempo suficiente para seguirlo. Después de que
nos casamos (nuevamente), sus ojos siempre estaban sobre mí, los
míos sobre él, y éramos inseparables.
Parecía que estaba tratando deliberadamente de hacer un
esfuerzo para pasar tiempo conmigo. Tal vez era porque nuestra
luna de miel, a algún destino desconocido que Capo había elegido,
se había pospuesto. No parecía que tuviera la costumbre de sentir
pena por nada, pero daba la impresión de que estaba tratando de
compensarlo. Después de todo, había sido parte de nuestro trato.
Tendríamos una eternidad para la luna de miel. No sabíamos
cuánto tiempo le quedaba a su abuelo, y yo quería que nos
quedáramos y pasáramos el rato con él.
Como teníamos algo de tiempo libre, y Capo descubrió que no
sabía andar en bicicleta, ni nadar, se tomó el tiempo para enseñarme
a hacer ambas cosas.
Las playas de Sicilia parecían sacadas de un cuento de hadas
acuático. Los colores del agua eran vívidos, desde el verde cristalino
hasta el azul zafiro de la laguna. El sol calentaba y la arena era
blanca. Y los olores… limón, agua fresca, coco, hasta mariscos, me
emborracharon en el verano.
Me tomó alrededor de una semana sentirme realmente segura en
el agua, pero no me preocupé demasiado porque Capo estuvo cerca
de mí en todo momento, incluso después de sentirme segura de lo
que me había enseñado. Los baños nocturnos eran mis favoritos,
cuando el sol se hundía en el agua y los colores más bonitos
iluminaban el cielo, justo antes de que las estrellas cayeran del cielo.
El Paraíso. Decidí que tenía que ser real después de ser consumida
por algo tan perfecto como el océano.
Capo me enseñó a andar en bicicleta frente a nuestra villa
escondida los días que no íbamos a la playa. Iba de lado a lado al
principio. Me caí tres veces. Después de eso, aprendí, y algunas
noches dábamos paseos por el bosque poco antes de la puesta del
sol.
El aire estaba perfumado con ralladura de limón fresco y naranjas
rojas demasiado maduras. Los olores salían por la noche, como si
hubieran estado reteniendo el calor y liberaran sus perfumes
después de que el sol abrasador se ponía. A veces continuamos
andando incluso después de que el sol se había puesto para que
pudiera perderme en las estrellas.
El Paraíso. Decidí que tenía que ser real después de haber sido
consumida por algo tan perfecto como un simple paseo en bicicleta a
través de cientos de árboles frutales.
Qué bondadoso y bueno parecía el mundo cuando el diablo
tropezaba y caía sobre tus talones en lugar de estar sobre ellos.
Algunos días Capo me acompañaba a la hamaca en la que me
gustaba dormir en las horas más calurosas del día. El sombrero de
gran tamaño que llevaba me protegía los ojos del sol mientras mi
cuerpo absorbía el calor. Me leía los poemas de su abuelo. El anciano
nunca lo haría. Me había dicho que, si quería leerlos, podía hacerlo,
pero él prefería inventar historias o leerme el libro de otra persona.
Cuando a su abuelo le resultaba soportable disfrutar del jardín,
Capo lo acompañaba y se sentaba a su lado en un banco de madera.
Mientras los dos hombres se sentaban cerca, escuchaba las
instrucciones de Nonno: mueve esa allí, necesita más sol. Mueve esa allá,
necesita menos. Poda esa un poco. Deja que crezca. Necesita tiempo para
volverse más salvaje.
Durante una de nuestras visitas, me había dicho que las plantas
se parecían mucho a las personas. Todas eran tan diferentes, pero al
mismo tiempo, todas necesitan lo básico para crecer, y sin raíces,
ninguna de ellas podía sobrevivir. Inmediatamente después de
haber dicho las palabras, buscó a Capo y lo encontró observándonos
desde lejos.
—Él disfruta de tu belleza—me había dicho—. No siente que
merezca tal regalo.
Me había puesto el sombrero en la cabeza y seguía regando.
Disfrutar de mi belleza era estirarla, pensé, pero Capo nos había
estado observando. Aunque habíamos pasado un tiempo separados
antes de la boda, nunca sentí que él estuviera demasiado lejos. En
parte, lo sabía, era el hecho de que su abuelo se estaba muriendo.
Vi la forma en que miraba a Nonno, cuando pensaba que él no
estaba mirando. Era como si Capo estuviera tratando de absorber su
recuerdo, pero no quería enfrentar los últimos momentos que
tendría. Cada vez que alguien hacía un comentario sobre lo cansado
que estaba Nonno, o que su color se había vuelto más pálido, o que
no comía tanto, Capo se daba la vuelta y se negaba a escuchar.
Quizás la familia vio algo que yo no. Comparando al hombre que
conocí por primera vez con el hombre sentado en el banco, con el
rostro vuelto hacia el suave sol, pensé que se veía mejor. Parecía...
contento. Cuando lo conocí por primera vez, no sentí paz, pero
entonces no lo sabía.
Después de que llegamos, y especialmente después de nuestra
boda, algo en Nonno había cambiado, algo que me hizo sentir la vida
en él nuevamente, a pesar de que todos sus médicos decían que se
estaba desvaneciendo.
Apartándome de la planta que había estado podando, entrecerré
los ojos ante la vista frente a mí.
Ambos hombres no dijeron nada mientras se sentaban uno al
lado del otro, observándome cuidar el jardín. Estaban callados. Lo
que sea que Capo se guardara molestaba a Nonno. Creo que Nonno
sabía que Capo quería decirle cosas, cosas que nunca más podría
decirle, pero su negativa a aceptar la situación lo detenía
Quería decirle a Capo que a pesar de que era una chica de la calle
y no tenía mucha experiencia en vivir la vida, sabía que él no tenía
que usar sus palabras para hablar con su abuelo, tal como le había
dicho. Que mirara más allá de las palabras y entendiera algo más
profundo en él.
Dado que Nonno había trabajado con palabras toda su vida,
parecía entender lo que las palabras solo podían insinuar. Había
significados más profundos que encontrar, si tan solo abriéramos
nuestros corazones, no nuestros ojos u oídos, a ellas.
Nonno quería que Capo fuera feliz.
Capo quería decirle a su abuelo todo lo que su boca (¿o era su
corazón?) se negaba a decir, pero no podía; eso significaría el final.
Entonces Capo encontró alegría en nada. Incluso cuando
intimábamos, enterraba el dolor de esto. A veces, de lo que parecía
mucho más.
Sabía que Capo Macchiavello no era un buen hombre, pero era
mío. Mientras viviera, sería la mujer parada junto a él. Haría lo que
fuera necesario para cuidarlo como él cuidaba de mí.
Entonces se me ocurrió una idea.
Sonriendo, levanté la manguera, probando la presión del agua. El
mundo se había vuelto rosa por la puesta del sol, y mientras caía una
suave ducha, me recordó a la brillantina arrojada al aire. Un segundo
después, se posó en el suelo como el rocío y lo hice de nuevo.
La acción llamó la atención de Nonno, pero Capo estaba
observando a algunos de los hombres que trabajaban en las
arboledas mientras iban y venían.
Presioné el mango y volví a rociar, y esta vez el rocío era más
como una bala que sale disparada de un arma.
—Precisión—me susurré—. Es el mejor amigo de una chica.
Entonces levanté la manguera, apreté el gatillo y golpeé a Capo
directamente en la frente. Le tomó un momento darse cuenta de lo
que había hecho. Parpadeó mientras el agua corría por la pendiente
de su nariz, y entonces sus ojos se clavaron en los míos. Antes de que
pudiera moverse, le disparé de nuevo, parte del rocío golpeó a
Nonno.
El anciano ya estaba histérico. Su risa hizo que algunos miembros
de la familia se reunieran alrededor, y parecía que seguían
multiplicándose desde allí. Todas sus hijas lo tocaban mientras reía.
Ellas también se reían, gritando burlas.
Capo se había levantado del asiento la segunda vez que lo golpeé
y, se estaba moviendo como un lobo al acecho, tratando de quitarme
la manguera. No caería sin pelear, y hasta que él tuviera el arma, me
negué a soltar el gatillo.
Le saqué la lengua.
—¡No puedes atraparme!
—Eres tan infantil—dijo. Su cabello estaba empapado, y cuando
lo peinó hacia atrás, esos ojos eran del color de los zafiros,
reaccionando a la luz que los drenaba.
Sonreí
—Tal vez, pero ¿quién tiene la manguera? —Le di justo en la
entrepierna.
Se estaba acercando, y cuanto más se acercaba, más me perdía.
No podía controlar mi risa. Creció en volumen cuando golpeé a Gigi
a continuación. Ella dejó escapar un grito espeluznante, lo que hizo
que todos los demás también se rieran aún más. Aquí la trataban
como a todos los demás, pero en su mundo la trataban como un
cristal. Sus ojos se entrecerraron en una mirada de 'Te atraparé,
chica'.
—¡Ups!—grité hacia ella—. ¡No puedo mantener mis brazos
firmes!
Mi venganza me había hecho hacer la vista gorda con el lobo, y él
me agarró por la cintura mientras luchábamos por la manguera y
salpicaba salvajemente. De repente, todos estaban tirando cubos de
agua a los demás. Los niños reían. Los adultos chillaron como Gigi
cuando el primer chorro de agua fría golpeó la piel tibia.
Entonces el jardín y las áreas circundantes estaban en caos.
Todavía estaba tratando de aferrarme a mi arma, pero Capo de
alguna manera me había apuntado con mi arma. Mi sencillo vestido
de verano estaba empapado y pegado. Mi risa acabó conmigo al final
(los dedos resbaladizos también eran una desventaja), me quitó la
manguera y se negó a soltarme. Corrí, de un lado para el otro,
tratando de esquivar el agua riendo como una lunática (una de las
palabras favoritas de Nonno) mientras Capo se vengaba.
Habiendo tenido suficiente ya de su venganza, salí corriendo del
caos. No tenía idea de hacia dónde corrí, riéndome como lo hacía,
pero mis pies parecían tener una agenda. Capo le entregó la
manguera a su abuelo, y me emocioné hasta la médula cuando salió
corriendo detrás de mí. Mientras corríamos, mi risa resonó detrás de
mí, y justo antes de llegar a un área de la propiedad con una villa en
ruinas, me di cuenta de que me había estado guiando en esa
dirección a propósito.
La villa se había desmoronado, probablemente hacía años. No
tenía techo, pero los cimientos se mantuvieron firmes, al igual que
algunas de las paredes de ladrillo, aunque las enredaderas se
aferraban a ellas. La luz aún se estaba desvaneciendo, pero el aire se
sentía pesado con los restos de la luz del sol, y se colaba a través de
todas las grietas, haciendo que el área brillara.
Reduciendo la velocidad, respirando pesadamente, me di la
vuelta y caminé hacia atrás, con las manos levantadas en señal de
rendición.
—No lo hagas—susurré—. Piensa en esto. Recuerda. Eres más
hombre que animal. Tienes más que necesidades básicas.
Esa sonrisa maquiavélica apareció en su rostro.
—Deberías saberlo mejor, Mariposa. Siempre debes pensar antes
de actuar. Cuando se trata de follarte, soy todo un animal.
Pensamientos de la noche anterior me asaltaron, él embistiendo
contra mí, y luego dejándome subir encima de él. Lo monté con
fuerza, la fricción entre nosotros era un fuego entre nuestros
cuerpos, y rompimos el cabecero con nuestro loco impulso. Estar con
él era como hablar de buena comida mientras comías buena comida.
—Lobo hambriento—le susurré.
—¿Qué pasa con el lobo hambriento?
—Así es como me estás mirando.
—Te equivocas.
—Si me equivoco, no es por mucho.
Aulló suavemente y luego sonrió.
—Nunca me quitaré el sabor de ti de la lengua, y estoy
malditamente famélico, no hambriento. Anhelo estar dentro de ti,
como nunca he anhelado nada en mi vida.
Mi espalda se estrelló contra el ladrillo. Me empujó aún más
contra la pared áspera cuando se estrelló contra mí, su erección dura
contra mi estómago. Mi pierna subió, envolviéndose alrededor de su
cadera, y su mano se deslizó contra el resbaladizo interior de mi
muslo, yendo hacia mi culo. Mis dedos tiraron de las puntas de su
cabello, sintiendo las gotas de agua que continuaban empapando su
camisa.
Nuestros ojos se conectaron. Duró solo unos segundos, pero para
mí, el momento pareció durar toda la vida. Algo se movió entre
nosotros, y no estaba segura de qué era, solo que se sentía más fuerte
que nunca. Me consumió como el océano más hermoso, y escribió
sus iniciales en mi alma.
El miedo de la pérgola me golpeó con lo que se sintió como un
golpe para terminar con todo. Las paredes aserradas que me
rodeaban bien podrían haberme apuñalado en el corazón. Sentí un
hormigueo en las palmas de las manos, mi estómago se llenó de
mariposas con alas venenosas y el corazón se me subió a la garganta,
lo que me dificultaba respirar. El rugido de mi sangre llenó mis
oídos. Un suspiro ganado con esfuerzo escapó de mi boca en un
silbido profundo.
Las olas del color de sus ojos me tenían demasiado lejos de la
orilla. No podía recuperar el aliento. Iba a ahogarme en mis
sentimientos por él.
El maldito miedo me golpeaba en los momentos más
inesperados. Lo había enterrado tan bajo la superficie que por lo
general estaba oculto a la luz, pero cuando Capo causó estragos en
mi corazón, la forma en que me miró, con los ojos entornados y una
expresión de alguna manera confundida pero decidida, liberó el
pánico de su jaula.
No podía moverme lo suficientemente rápido para ocultarlo de
nuevo. Así que hice lo que pude. Le di un puñetazo al miedo justo
en la maldita cara. Quería esto, a él, más de lo que temía. Mis
palabras, o las que no dije, ya me habían costado todo.
Estar con Capo, me di cuenta, se parecía mucho a vivir… y vivir
significaba correr riesgos.
El miedo se hizo añicos y se apagó cuando su boca se estrelló
contra la mía, sus manos ahuecaron mi culo, empujándome hacia
adelante. Me agaché y desabroché sus vaqueros, empujándolos hacia
abajo tanto como podía, y después sus bóxers. Estaban empapados y
pegados a su piel. Estaba demasiado perdida en su boca chupando
las gotas de agua de mi piel como para darme cuenta de que había
arrancado la ropa interior de encaje de mis caderas.
Se las metió en el bolsillo trasero antes de levantarme un poco, mi
pierna todavía envuelta alrededor de su cadera, y me penetró con
tanta fuerza y profundidad que mi cabeza golpeó contra la pared. Él
bombeó dentro de mí tan rápido que mi mundo giró por el
repentino desbordamiento de sensaciones.
Por cada gramo que le di, se llevó dos. Por cada gramo que tomé,
me dio cuatro.
No necesitaba que me tocara para hacerme añicos. Sabía dónde
alcanzarme y seguía tocando el lugar, a veces golpeándolo, una y
otra vez. Así que fue difícil seguir el ritmo, no ceder, pero aguanté,
alargando el momento, estirando la conexión.
—Eso es todo—dijo con voz áspera contra mi cuello—. Entrégate
a mí, Mariposa. Siempre.
No conquistar. No pertenecer. Dar. Tal vez se había dado cuenta de
que no importaba cuánto dinero tuviera un hombre para comprar
cosas, no había nada como una mujer que se entregaba a él.
Los sonidos que hacíamos eran animales y resonaban a nuestro
alrededor. El olor del agua, el olor terrenal de un edificio vacío y
nuestro sexo llenaron el aire cálido. Parecía saber que me estaba
conteniendo, que no me soltaría hasta que él lo hiciera. A pesar de
que estaba mojada, podía saborear la sal en mis labios por lo duro
que trabajaba en mi cuerpo.
Redujo la velocidad, sus estocadas eran más suaves, pero no
menos abundantes. Me mordí el labio, haciéndolo sangrar, y él se
adelantó, lamiendo el lugar.
—Córrete para mí, Mariposa—dijo en italiano—. Córrete ahora.
Empujó con tanta fuerza, una vez, que sentí ondas de choque en
todo mi cuerpo. Siseé porque estaba bastante segura de que había
embestido mi útero. Redujo la velocidad, solo para penetrarme de
nuevo, hasta que su ritmo se aceleró y no pude negar la tensión por
más tiempo.
Me consumió. Lo consumió. Grité al mismo tiempo que se
derramó en mí, y su boca se estrelló contra la mía de nuevo,
tragándola.
Nos quedamos así por un rato, ambos respirando pesadamente,
mi cabeza presionada contra su pecho. Cuando salió de mí, hice una
mueca, siempre anhelando la sensación de ser una con él.
—Vertiginoso. —Su voz era cruda. Mareada.
Levanté la vista y me encontré con sus ojos. Esta vez, no estaba
segura de quién estaba hablando. Levanté cuatro dedos.
—¿Cuántos?
—Ocho—dijo él, y llevó mis dedos a la boca, mordiéndolos. Usó
mi ropa interior para limpiarme un poco. Después de que terminó,
metió mis bragas de nuevo en su bolsillo.
Un niño pequeño que perseguía a otro pasó corriendo por
nuestro lugar secreto. Se estaban riendo, todavía tratando de echarse
agua unos a otros. Por un acuerdo tácito, dejamos la villa
abandonada de la mano. Cuando regresamos al jardín, los niños
todavía estaban allí, los adultos todavía se reían. Nonno todavía los
perseguía con la manguera.
Capo se quedó conmigo por un minuto, mirando, y luego,
soltando mi mano, se sentó junto a su abuelo. Señaló a los niños para
rociar, incitando a la diversión. Nonno comenzó a reír aún más
cuando un niño pequeño resbaló y cayó al barro. Capo sonrió
mientras dirigía la mano de su abuelo para rociar al pobre niño
mientras estaba caído.
Nuestra ausencia no había disminuido la alegría, pero desde que
volvimos, se sentía aún más completa. Mi corazón se aceleró cuando
Capo tomó a su abuelo por la cabeza, lo acercó a él y lo besó allí.
Luego le dijo algo al oído. La sonrisa de Nonno fue inmediata.
Ambos me miraron, antes de que Capo lo atrajera una vez más,
sacudiéndolo un poco. Tal vez la alegría de vivir había

mitigado el dolor de decir adiós, de la única manera que Capo podía


hacerlo.
UN JARDÍN DE MARIPOSAS.
No tenía ni idea de dónde procedían las plantas para crear uno,
pero cuando salí de la villa con una taza de espresso en la mano,
estaban a mis pies. Capo las estaba descargando de un carro de
cuatro ruedas. Tenía un asa como una carretilla. Llevaba una
camiseta sin mangas blanca ajustada, pantalones caqui y botas de
trabajo. Su camiseta ya estaba manchada de barro.
—¿Qué estás haciendo?—le pregunté.
Por lo general, estaba en algún lugar de la villa cuando me
despertaba, pero esa mañana, se había ido. Desde nuestra segunda
boda, no me había dejado sola. Lo primero que pensé fue que algo le
había pasado a Nonno y empecé a entrar en pánico. Pero sabía que
Capo me habría despertado, así que me calmé y preparé un café
antes de encontrarlo frente a la villa. Descargando.
Los músculos de sus brazos y espalda se contraían cuando tomó
una enorme roca, que parecía más vieja que las montañas que nos
rodeaban, de la cama del carro. Después se lo pensó mejor y la
devolvió.
—¿Dónde quieres esto? —Miró entre la roca y yo.
—¿Nonno envió todo esto?
—No. —Se secó un hilo de sudor de la frente. Era temprano, pero
el sol ya estaba quemando la tierra—. ¿Dónde lo quieres?
Anoche nos habíamos quedado despiertos toda la noche, por lo
que Capo solo había dormido dos horas, tal vez. Me sentía cansada
hasta los huesos. Así que no tenía idea de dónde quería nada.
—Capo. —Tomé un sorbo de café—. Estoy confundida. ¿De
dónde salió todo esto? ¿Y por qué querría ponerlo en algún lugar?
No vivo aquí.
—Vives—dijo—. Cuando vengamos de visita. Ésta es mi villa.
Podemos reacondicionarla. La apariencia nunca me importó. Era
solo un lugar para dormir.
—¿Las plantas?
—Un jardín. Para ti. Necesitas plantar todo esto.
Ah. Él lo había hecho, pero no quería admitirlo. Capo testarudo.
A juzgar por la cantidad de plantas descargadas, ya había hecho
uno o dos viajes. No reconocí todas las flores, pero supuse que
debían ser lo que Nonno llamaba plantas de néctar. Atraerían a las
mariposas. Capo compró suficientes para crear un cerco alrededor
de la villa. Tal vez incluso más.
Caminando con mis pantuflas, inspeccioné la tierra. Él caminó
conmigo, los dos callados. Cuando regresamos al frente de la villa,
asentí.
—Quiero bordear la villa con todas las diferentes flores. Quiero
un cenador en el patio trasero para las uvas. Allí también haremos
un jardín de mariposas más grande. Colocaremos las rocas en
diferentes lugares para que las mariposas puedan tomar el sol.
Necesitaremos un bebedero para pájaros, o algo similar, para poner
la arena. Se supone que no debemos llenarlo, solo remojar la arena
en agua. Nonno dijo que a las mariposas les gusta la humedad.
Golpeé la taza de café, pensando.
—Le preguntaré en dónde cree que deberíamos poner las plantas.
Quiero decir, qué lugares serían mejores para cada una. ¿Qué tal si
vas a buscarlo para el desayuno? Puedes traerlo en el artefacto de
cuatro ruedas—asentí hacia él— y nos pondremos a trabajar después
de comer.
Capo no se movió. Me miró como si fuera una persona nueva.
—¿Qué? —Tuve el impulso de inquietarme. Sentí que me había
crecido una cabeza extra y no tenía idea de que ella le estaba sacando
la lengua.
Sacudió la cabeza.
—Eres mandona.
—¿Quién sabía?—le sonreí
—Yo. —Él dudó—. Sabía que llegaría. —Aunque sus labios se
apretaron, algo en su tono parecía satisfecho.
Después de descargar el resto del carro, lo empujó hacia la villa
de su abuelo. Antes de irse, les dio órdenes a los hombres que se
quedaran para que me vigilaran. Nunca me dejaba desatendida.
Tenía más hombres alrededor desde que aparecieron los invitados
no invitados.
Me apresuré a entrar y me vestí de prisa. No tenía tiempo para
preocuparme por cómo me veía, no cuando quería refrescar la villa y
hacer un delicioso desayuno. Me llevó cinco minutos limpiar y
veinte preparar la comida. Hice más café (café con leche), croissants
(corne os) y una tortilla sencilla. Dispuse numerosos productos para
untar en la bandeja encima de la mesa. Incluso salí y recogí flores
silvestres frescas para poner alrededor de la casa. No había jarrones,
así que usé tarros viejos de mermelada.
Las hermanas me habían enseñado mucho.
Escuché la risita de Nonno sobre las ruedas chirriantes del carro
mientras rodaba sobre el terreno accidentado. Me desaté el delantal
y salí corriendo. Se sentaba en la parte de atrás, rodeado de más
plantas, sin dejar de reír. Verlo hizo que mi sonrisa se hiciera más
amplia.
—Fue un viaje lleno de baches, Farfalla, ¡pero lo logré! —Se secó
la cara con el pañuelo que guardaba en el bolsillo.
Zia Stella caminó justo detrás de los hombres, con una sonrisa en
su rostro.
—¡Deberías haberlo visto! —Ella vino hacia mí mientras Capo
prácticamente levantaba a su abuelo y lo ponía de pie. Capo se
aferró a él mientras se dirigían hacia nosotros—. Le exigió a Amadeo
que lo llevara por toda la propiedad. ¡Y si había una colina, él quería
ir más rápido! Él continuó como si estuviera en uno de esos paseos
aterradores y tuviera siete años otra vez. Levantó los brazos en el
aire y dijo, ¡weeeeee!
Lo suficientemente cerca para agarrarme, besó mis mejillas y
entró en la villa. Besé a Nonno en cada una de sus mejillas y le di un
brazo para ayudarlo a entrar.
—El toque de una mujer—dijo en voz baja, mirando a su
alrededor—marca la diferencia en un hogar.
Tuvimos un desayuno agradable. Zia Stella y Nonno dijeron lo
mucho que les encantó todo. Capo no dijo nada, pero cuando se
levantó para lavar su plato, me dio un beso en la mejilla y dijo:
—Esta vez saboreé todos los ingredientes.
Pasamos el resto del día plantando. Nonno me ayudó a decidir
dónde colocar las diferentes flores para que prosperaran en sus
nuevos hogares. Cuando Capo no estaba mirando, me dio un codazo
y dijo una palabra:
—Radici. —Raíces.
Capo trabajó en el cenador casi todo el día. De vez en cuando,
cuando el sol estaba demasiado caliente para Nonno, iba a sentarse
cerca de Capo debajo del árbol en la parte de atrás y le decía qué
hacer.
No podía creer lo bien que se veía. Casi brillaba. Parecía que
había tenido un segundo aliento y estaba montando la ola. Incluso
disfrutamos de un almuerzo ligero al aire libre, y para cuando nos
recibió la noche, ya habíamos terminado.
De repente, la villa y el jardín tenían promesas a las que aferrarse.
Y de alguna manera extraña, me sentí tan enraizada como las nuevas
plantas acostumbrándose a sus nuevos hogares. Pedí un deseo:
deseé que cualquier mariposa que encontrara el camino a nuestra
casa encontrara refugio.
Zia Eloisa nos trajo la cena. Nos reunimos alrededor de la mesa y
cenamos al estilo familiar. Los platos se pasaron de mano en mano,
se sirvió mucho vino y las risas que se compartieron fueron más
abundantes que la comida y el vino juntos. Las estrellas habían
salido para cuando terminamos.
Las hermanas y algunos primos se fueron primero. Capo había
planeado llevar a Nonno de regreso a su villa en el carro, pero quería
sentarse en el patio y disfrutar de todas las nuevas incorporaciones
antes de irse.
Capo y yo lo ayudamos a salir y él se sentó en el banco, mientras
nosotros nos sentamos a cada lado de él. Volvió los ojos al cielo y se
quedó muy callado.
Ninguno de nosotros dijo nada durante un rato. Todos
parecíamos estar perdidos en nuestros pensamientos. Después de
que habían pasado unos treinta minutos, Capo le preguntó a su
abuelo algo sobre el cenador. Él no respondió.
Al principio, parecía que se había ido a dormir. Capo se
incorporó más rápido de lo que creí posible y lo sacudió.
—¡Papà!
Me incorporé también, preguntándome por qué no estaba
respondiendo.
Después de un segundo, respondió, pero sus palabras no tenían
sentido. Eran arrastradas, y sus ojos parecían borrachos.
—Mariposa. —Capo saltó de su lugar, yendo hacia el frente de la
villa—. ¡Sigue hablando con él!
Me arrodillé frente a él, sosteniendo su mano en mi corazón.
—Nonno—le dije, tratando de hacer que mi voz sonara lo más
calmada posible. Si se estaba muriendo, no quería que sintiera el
caos ni mi miedo, porque estaba temblando, se me rompió el
corazón—. Nonno, por favor no te vayas. Te queda tanta vida por
vivir. Tienes que quedarte con nosotros. Por favor. No te vayas. —
Besé su mano, una y otra vez.
Levantó su mano libre y la apoyó en mi cabeza. Sus palabras
fueron arrastradas, pero pude distinguirlas.
—He vivido una larga vida. He vivido una vida plena. —Tomó
aire, y me di cuenta de que era superficial—. No recibí todo lo que
pedí, pero recibí todo lo que siempre necesité. Mis últimos días han
estado llenos de alegría. He repasado mis primeras veces. La
primera vez que saboreé el aire. La primera vez que sentí el sol y la
luna en mi cara. La primera vez que me enamoré. He recibido todo
lo que necesitaba. Mi trabajo aquí está hecho. Mi sacrificio no fue en
vano.
No me había dado cuenta de que Capo me había apartado de su
abuelo hasta que lo vi de lejos, el tío Tito estaba sentado a su lado,
tomándole el pulso. Bajo las estrellas, Nonno se veía tranquilo,
contento, como si todos sus deseos se hubieran hecho realidad.
Todas sus necesidades hubiesen sido satisfechas.
Nonno encontrando la paz era lo opuesto a los gritos que llegaban
a mis oídos cuando sus hijas y la familia se agolpaban alrededor,
llorando por el hombre que

había significado tanto para tantos.


Yo había experimentado la muerte en mi vida.
Mis padres.
Perder a Capo la primera vez.
Jocelyn y Pops.
De alguna manera, nunca me apené realmente por mis padres, o
por Jocelyn y Pops. No tuve tiempo de hacerlo. Después de que me
trasladaran de una casa a las cinco, y luego a la única casa que podía
recordar a las diez, toda mi vida desde ese momento en adelante fue
consumida por la supervivencia. A menudo pensaba en ellos, pero
no por mucho tiempo. Dolía demasiado. Y para seguir respirando,
tenía que mantener la cabeza en su lugar.
Así que la muerte no me era desconocida, pero aun así, no había
experimentado una pérdida en este nivel, tan cerca y lo
suficientemente adulta como para saber lo que significaba la pérdida
de un ser querido en ese momento.
Todos se vistieron de negro para el funeral, y nunca había
escuchado a alguien llorar tan fuerte como una de las hijas de Nonno
cuando cerraron su ataúd. Hizo que mis rodillas se debilitaran. Capo
tuvo que sostenerme para evitar que me cayera. Era el tipo de llanto
que todos temen: el sollozo de un alma afligida por la única persona
que se llevó la mitad de ella con él.
Después del funeral, regresamos a la villa de su abuelo. Traté de
guardar silencio, mantenerme fuera del camino y ayudar tanto como
pude. Mi corazón se sentía como si estuviera sangrando, así que ni
siquiera podía comprender lo que sentían las personas más cercanas
a él. Era una de esas almas que el mundo nunca olvidaría. Sus
palabras habían sido grabadas en papel. Quedaría inmortalizado
para siempre entre las páginas y en los corazones de todos los que
más lo amaban.
A diferencia de mí, que, en un momento, pensé que me podrían
encontrar en un basurero de Nueva York. Las únicas personas que
me recordarían serían Keely y sus hermanos. Ni siquiera había
dejado una marca en este mundo. Ni siquiera un pedazo de papel.
Otra Sierra.
Suspiré, mis ojos escaneando la multitud, buscando a Capo.
Había estado entrando y saliendo de mi vista todo el día. Me
controlaba y luego desaparecería.
—Rocco—dije, tocándole el brazo. Finalmente estaba solo,
tomando un trago—. ¿Has visto a Capo?
—En la oficina de su abuelo.
Asentí y fui a buscarlo. La puerta estaba ligeramente abierta, pero
no estaba Capo. Entré, notando que habían sacado algunos de los
libros de su abuelo. Antes de morir, había escrito una carta a cada
uno de sus hijos, nietos y bisnietos. Les había escrito poemas y
cuentos. Cuando me acerqué lo suficiente a su escritorio, noté un
libro abierto allí.
Mariposa,
La criatura más pequeña puede causar el mayor impacto. Te han visto y
eres valorada. Comparte esto con los bisnietos que no conoceré. Esto es tanto
para ellos como para ti.
Has echado raíces en mi corazón y te has refugiado allí para siempre.
Nonno
Tomé asiento y abrí en la primera página. Era un libro infantil
ilustrado.
Un lobo negro con impactantes ojos azules estaba sentado en un
bosque oscuro, con la luna llena colgando sobre su cabeza. Era un
lobo solitario, sin manada que liderar, porque exigía ser el alfa.
Entonces una oruga marrón opaca se acercó al lobo. La oruga le dijo
al lobo que la razón por la que está tan solo es porque perdió algo
que una vez le había pertenecido. O tal vez se lo habían robado.
—¿Quién se atrevería a robarme?—le gruñó el lobo—. Dime lo que he
perdido para poder encontrarlo de nuevo y llamarlo mío.
Se arrastró hasta su nariz y dijo:
—Sígueme y te mostraré.
El lobo pensó que lo que había perdido era algo tangible, algo
que pudiera morder con sus afilados dientes, pero la oruga nunca le
dijo nada diferente. Dejó que lo creyera.
Algunas tienen que mostrarse, no contarse, pensó ella.
Lo que sucedió después fue un viaje. Se encontraron con otras
criaturas en el bosque. Dieron vueltas y se perdieron. Y finalmente,
cuando el lobo estaba a punto de comérsela por haberlo llevado a
una estúpida expedición, ella lo llevó a un jardín mágico.
Allí encontró un conejo para comer. Allí encontró refugio del sol
abrasador. Allí ella lo escondió en la oscuridad para que pudiera
descansar y lo alertó cuando alguien estaba cerca. La oruga se
convirtió en su compañera a través de todo. Incluso cuando estaba
cansada y magullada por sus propias luchas, nunca lo dejaba solo.
Durante su viaje, el lobo comenzó a darse cuenta de que la oruga
no tenía nada para que él tocara, pero ella le había ofrecido muchas
cosas para sentir. Los sentimientos eran aún más tangibles que el
conejo que había devorado. A través de las acciones de la oruga, ella
lo había amado todo el tiempo, una criatura tan diferente a ella; una
criatura que podría acabar con su mundo con un chasquido de su
boca, o un golpe de su enorme pata.
Lo que no esperaba era la muerte de la oruga. El lobo lloró por
ella, y ambos se dieron cuenta en el último segundo de lo mucho que
significaban el uno para el otro y de las lecciones que había que
aprender sobre la vida y la muerte. Se necesitó la muerte para
hacerles comprender lo que la vida había estado tratando de
enseñarles.
Lo que el lobo había perdido era su capacidad de amar. Durante
tanto tiempo había estado corriendo con la manada, mordiendo y
gruñendo, siempre luchando por su posición hasta que fue
desterrado. Cuando se encontró solo, se quedó solo... consigo
mismo. El lobo había olvidado que era capaz de amar. Se le tuvo que
mostrar cómo dar y recibir de nuevo.
Lo que la oruga necesitaba entender era que sus luchas no fueron
en vano. Al final, ella sería recordada por todo lo que había hecho.
Incluso si era este violento animal gruñendo el que la recordaba. Él
nunca la olvidaría. Ella le había enseñado a amar sin obligarlo a ser
algo que no era. Débil. Su amor solo lo hizo más fuerte.
La última página mostraba una mariposa azul anidada en el
espeso pelaje del lobo, la luna sobre ellos, sentada en el jardín
mágico.
—Nonno. —Cerré el libro y apoyé la cabeza contra la tapa dura.
Había escrito un libro infantil para sus bisnietos. Había escrito un
libro para niños en honor a la niña que había dicho que era mujer y
niña. Sabía que lo amaría y lo apreciaría. Incluso la obra de arte era
algo sacado de un cuento de hadas caprichoso.
—Creo que ese libro fue el último.
Salté ante el sonido de la suave voz de Rocco. Él se paraba detrás
de mí, mirando el libro. Pasé mi mano sobre la tapa, queriendo
guardarlo y mantenerlo a salvo.
—¿Lo has leído? Es... ni siquiera tengo palabras.
—Algo. Tu esposo lo estaba leyendo cuando lo encontré aquí.
—¿Dónde está?
—No lo sé, Mariposa. Él está... luchando.
—Lo sé—dije, pensando en las palabras del libro, tratando de
encontrar un significado más profundo—. ¿Puedes llevarme a la
iglesia, Rocco?
Tomó asiento en el borde del escritorio, con una pierna colgando,
mirándome.
—¿Por qué a la iglesia?
Su abuelo me había dicho que había hecho un trato con Dios y
que era la primera vez que regresaba a la iglesia después de que la
madre de Capo, su hija, se quitara la vida. Tal vez me equivoqué,
pero lo sentía en mis entrañas.
—¿Adónde iría un hombre a desaparecer y ser visto?—dije.
Me tiró debajo de la barbilla.
—Chica inteligente.
Rocco me llevó a la iglesia donde Capo y yo nos casamos en un
Lamborghini gris acero. Si esperaba llegar allí en un tiempo récord,
mi deseo fue concedido. Mientras avanzábamos hacia los escalones,
dos hombres trajeados estaban a punto de entrar.
Rocco deslizó su mano alrededor de mi cintura y me acercó más.
Estaba a punto de salirme de su abrazo, porque nunca antes me
había tocado así, pero ante el sutil movimiento de su cabeza, me
quedé donde me había colocado.
—Arturo—llamó Rocco, deteniéndolos justo antes de que el otro
tipo, el más joven, abriera la puerta.
Arturo, el mayor de los dos hombres, entrecerró los ojos antes de
que él y el chico más joven se dirigieran hacia nosotros.
—Rocco. —Extendió su mano para que Rocco se la estrechara
cuando estuvimos lo suficientemente cerca, pero Rocco no la tomó.
No había nada remotamente amistoso en Rocco en este momento.
Nunca lo había visto de esa manera, y honestamente, envió una
punzada de miedo en mi pecho. El Fausti estaba saliendo en él.
Algunas personas los llamaban leones. Tenía un tatuaje de uno en su
antebrazo, un rosario alrededor de su melena y un sagrado corazón
en el medio. No se notaba debajo de su camisa de vestir, pero lo
había visto antes, cuando se subió las mangas.
Arturo era estadounidense y me resultaba familiar, aunque nunca
lo había visto antes. Facciones audaces. Ralo cabello negro con canas.
Hombros anchos pero un poco encorvados. Ojos cafés. El hombre a
su lado era sólido por todos lados, pero con cabello rubio y ojos
marrones. Compartía algunas de las facciones con el hombre mayor.
Después de que Arturo retiró la mano, le dio una palmada al
joven en la espalda.
—Recuerdas a Achille.
Achille dio un paso adelante y asintió.
—¿Qué te trae por aquí, Arturo?—dijo Rocco, descartando por
completo al hombre con el nombre extraño. Achille.
Entonces vi fuego en los ojos oscuros de Achille. No le gustaba
que lo ignoraran. Observé cuidadosamente a los dos extraños
después de eso. Algo en Arturo me hizo querer dar un paso gigante
hacia atrás, pero Achille me hizo sentir como si me soplara en la
nuca a pesar de que estaba parado frente a mí.
Se me cortó la respiración cuando noté la mano de Achille. Tenía
un tatuaje. Ambos lo tenían. Arturo tenía uno en la muñeca y Achille
tenía uno en el mismo lugar que Capo, en el frente de su mano.
Lobos negros. Los ojos eran diferentes. Todo oscuridad, nada de azul
como el lobo de Capo.
Me obligué a apartar la mirada, para no llamar la atención.
Arturo me miró y volvió a mirar a Rocco.
—¿Es ésta tu esposa? —Un segundo después, levantó las manos
—. No quiero parecer grosero.
Rocco sonrió, pero estaba lejos de ser una sonrisa amistosa.
—Conoces a mi esposa—dijo—. Ésta es la esposa de Amadeo.
—Amadeo—repitió Arturo. Parecía estar pensando en el nombre
—. ¿El hijo de Stella?
—Hoy no perteneces aquí—dijo Rocco, ya sin controlar la
irritación en su voz—. La familia está de duelo. Tu presencia será
tomada por lo que es, un insulto.
—Escuché sobre el viejo—dijo Arturo, sacudiendo la cabeza con
tristeza—. Lamenté escucharlo. Esperaba entregar mis condolencias
en persona.
Lo lamentaste mi culo, casi le dije. No tenía idea de quién era, pero
era muy falso. Y Achille se negó a apartar la mirada de mí. Me
miraba con ojos duros, ojos que me hacían querer encogerme en mi
piel y desaparecer.
—Soy Achille—dijo lentamente, extendiendo una mano para
tomar la mía. Mantuve la mía cerca, negándome a tocarlo. Sonrió
ante mi incomodidad. Era del tipo que lo sabía y lo disfrutaba.
Achille era Merv El Pervertido, la Remake, pero más peligroso. No se
quedaría sin aliento—. No hacen chicas como tú... —me señaló—en
los Estados Unidos. Si no estuvieras casada, tal vez estaría interesado
en hacer un arreglo con tu familia. Me pregunto cuánto costaría.
Entonces me di cuenta… él pensó que solo hablaba italiano. Por
eso me hablaba como si fuera tonta. Culo estúpido.
Rocco me empujó detrás de él y se puso en la cara de Achille. Lo
miró de una manera que me hizo encogerme. Aferré su camisa,
sosteniéndome.
—Tú no perteneces aquí—le dijo Rocco a Arturo, pero él miraba
fijamente a Achille—. Toma a tu chico y vete. Si deseas entregar tus
condolencias en persona, primero llama. La familia no se ha
encariñado contigo, y dudo que lo hagan después de hoy. Envía
flores. Eso es apropiado si sientes que debes expresar tu pena.
Arturo se quedó en silencio por un minuto. Sus ojos se movieron
entre la situación, nosotros, y la iglesia, y finalmente suspiró. Puso
una mano en el hombro de su hijo y tiró de él hacia atrás,
agradeciendo a Rocco en italiano por su tiempo. Achille me
chasqueó los dientes antes de seguir la orden de Arturo de irse.
Mientras Rocco los observaba irse, hizo una llamada telefónica.
Hablaba en un rápido siciliano. Estaba enviando hombres para
vigilar a los estadounidenses. Después de que se fueron, me puso la
mano en la parte baja de la espalda y me instó a que me dirigiera a
las puertas de la iglesia. Abrió una para mí, pero no hizo ningún
movimiento para entrar.
—¿Vienes?—dije.
—En un minuto. Tengo otra llamada para hacer.
Dudé.
—No tengas miedo, Mariposa. No permitiré que te lastimen.
—¿Son... hombres malos?
—Si. Son dos de los peores. Si alguna vez los ves en la calle, gira
hacia el otro lado. ¿Estamos claros?
—Como el cristal. —Sabía que eran malas noticias, pero esperaba
que me diera un poco más de información.
Dejando a Rocco para que hiciera su llamada, entré en la iglesia.
Estaba tranquilo, y en la quietud, los recuerdos de nuestra segunda
boda me asaltaron. El día había traído tanta alegría.
Nonno.
Nunca olvidaría lo vivo que estaba. Horas atrás, era una figura
silenciosa en un ataúd.
Las iglesias eran como hospitales en ese sentido. La línea invisible
entre la vida y la muerte tropezaba constantemente.
Mis tacones apenas hacían ruido mientras caminaba, pero cuando
entré en la iglesia, me detuve y me oculté en las sombras. Capo
estaba sentado en uno de los bancos y Gigi se sentaba a su lado, con
la mano en su hombro. Cuando ella empezó a llorar, él extendió la
mano y le apretó el cuello.
—Amadeo—se sorbió la nariz y apoyó la cabeza en su hombro.
Nunca me consideré una persona vengativa. Nunca tuve una
razón lo suficientemente buena para vengarme de alguien. La mayor
parte del tiempo, si una persona me hacía correr, yo seguía
corriendo para no meterme en problemas. Pero en un día en que
tanto había sido sellado, para no volver a abrirse nunca más, todavía
era difícil domar la repentina necesidad de lastimarla. Lastimarla
tanto como ella me estaba lastimando a mí.
Capo era mi marido. No de ella.
Mi falta de experiencia, especialmente en consolar a un hombre
cuando estaba deprimido, nunca fue tan evidente en ese momento.
Le estaba ofreciendo la fuerza suficiente para que él lo sintiera, pero
al mismo tiempo, la vulnerabilidad suficiente para que no se sintiera
débil. Y ella había usado su nombre especial. Amadeo. Siempre lo
usaba. El nombre que nunca me había dado la opción de usar.
Después de unos minutos, Rocco entró en la iglesia. Cuando me
vio parada allí, miró entre los dos sentados frente al altar y yo.
Luego siguió adelante y llamó a Capo. Gigi se giró para mirar, pero
Capo no lo hizo. Antes de ponerse de pie, le dio un suave beso en la
mejilla, probablemente dejando una mancha roja detrás.
Rocco tomó asiento junto a Capo, y sus palabras fueron
acaloradas y bajas.
Gigi se acercó más a mí. Su rostro perfecto se veía aún más
impresionante con lágrimas. Sacó un pañuelo de su bolso y se secó
las mejillas.
—Él es todo tuyo—me dijo—. Cuida de él.
No dije nada, desvié la mirada, tratando de no respirar cuando su
costoso perfume permaneció en el aire después de que se hubiera
ido. Las voces de Rocco y Capo aún eran bajas, pero Rocco se había
puesto de pie. Lo que Capo le había dicho, lo enfurecía.
—¿Quieres que te lleve a casa?—dijo Rocco mientras se
preparaba para irse.
—No—dije yo—. Me quedaré con él.
Él asintió y se marchó.
Di pasos lentos hacia donde estaba sentado mi esposo, una figura
solitaria en una iglesia enorme. Reemplacé a Rocco, sentándome
justo a su lado. Ni siquiera me había mirado cuando me senté. Sus
ojos estaban levantados, y nada se mostraba en su rostro. Estaba frío
y duro. Me pregunté si realmente era una pérdida de tiempo seguir
tratando de evitar sus enormes olas. ¿Alguna vez realmente me
dejaría entrar a mí o a cualquiera?
Nos quedamos en silencio por un rato. Entonces su mano se
extendió y detuvo mi pierna. No me había dado cuenta de que se
movía arriba y abajo nerviosamente.
—Dime lo que piensas, Mariposa.
—Capo. —Tomé una respiración profunda y la solté de un tirón
susurrado—. La vida es corta. Es demasiado corta para no vivir, y no
mantener el amor después de haberlo encontrado. Deberías estar con
Gigi. Obviamente la amas. Yo… yo no quiero interponerme en el
camino de eso. Lo que sea que haya entre vosotros dos, deberías ir
por ello.
Me puse de pie y estaba a punto de irme, cuando dijo:
—Me dejarías así de fácil. —Él nunca me miró. Siguió mirando
hacia arriba, pero el tono de su voz me detuvo.
¿Fácil? ¿Así de fácil? No tenía idea de cuánto sufría yo también.
Cuánto significó para mí su abuelo y toda su familia. Cuánto
significaba él para mí. Pero conocer a su familia, a su abuelo, me
había dado el coraje para decir las palabras. Deberías ir por ello.
Como una receta, a veces hacía falta más miedo que otra cosa
para tener coraje, para ser abnegada. Aunque me dolía en un lugar
de mi corazón que nunca supe que existía hasta él, y me enfurecía
pensar en ellos juntos, si Capo había encontrado el amor, y Gigi era
lo que quería, me negaba a interponerme en el camino. Cualquiera
que sea la razón que lo envió a buscarme no fue lo suficientemente
buena. Un trato no era lo suficientemente bueno. Nada era lo
suficientemente bueno si el verdadero amor te encontraba.
—No es así de fácil—le dije—. No es tan simple. Conoces mis
sentimientos sobre el amor. La lealtad es la base, pero el amor, el
amor es toda la casa. Lo supera todo. Una razón. Amore. La única
razón para alejarme de ti.
El amor era tanto la razón para quedarse, como para irse.
—Estás tomando el camino de la verdadera madre—dijo él.
Estaba afligido y, aparentemente, no usaba todas sus palabras.
—¿Verdadera madre?—pregunté, confundida.
—Una vieja historia. Es algo parecido a esto. Dos mujeres se
peleaban por un bebé y ambas afirmaban ser la madre del niño. El
rey se entera de la disputa y convoca a ambas mujeres a su cámara.
Las escucha, pero no tiene idea de quién es la verdadera madre. Así
que hace lo que mejor sabe hacer un rey y toma su decisión
basándose en lo que sabe.
—Él les dice a las dos madres que, dado que realmente no puede
tomar una decisión, el bebé les pertenece a las dos. Tomará su
espada y cortará al bebé por la mitad. Cada madre recibirá la mitad.
Una madre está de acuerdo con eso. La otra madre se niega y le dice
al rey que la otra mujer puede tener el niño. Ella no quiere verlo
herido. El rey le da el bebé a la mujer desinteresada.
—Ella amaba al bebé lo suficiente como para sacrificar su propio
corazón por él—dije yo.
—Incluso preocuparse por él sería suficiente. No tenía que ser
amor.
—Entonces, supongo que puedes llamarme la verdadera madre.
Aunque, cuando Gigi se fue, me dijo que te cuidara. Entonces, ¿qué
sucede si ambos te entregamos al rey?
—Ninguna de vosotras me entregará al rey—dijo él.
Fue extraño, pero podría haber jurado que sus siguientes
palabras habrían sido, porque yo soy el rey.
—Capo…
—No tengo paciencia para esto en este momento, Mariposa.
—Entiendo. Fue estúpido de mi parte siquiera mencionarlo. —Lo
fue. Dejé que mis emociones sacaran lo mejor de mí, pero de verdad
quería que él fuera feliz. La muerte de su abuelo acaba de demostrar
que solo tenemos el aquí y el ahora… una única vida para vivir—.
Cuídate, Capo—susurré antes de comenzar a alejarme. Dinero aparte,
nunca pedí mucho, pero en ese momento exigía claridad sobre esto,
sobre el amor, como exigía su respeto.
—No necesitas permiso para llamarme Amadeo—dijo y me
detuve, de espaldas a él—. Nonno me dio el nombre. Quería que ese
fuera mi nombre desde que nací. Por eso mi familia me llama
Amadeo. Tienes el derecho a llamarme como quieras. Sin embargo,
nunca permitiría que otra persona me llamara Capo o esposo. Esos
son solo tuyos. Me diste un nombre, Mariposa, como yo a ti. El resto.
—Él suspiró—. No importa. Los nombres son solo nombres.
Etiquetas que solo tienen una superficie profunda.
Debió sentir mi vacilación, porque carraspeó.
—Gigi es la hija de Stella. Es mi prima hermana, lo que estás
insinuando es incesto. Nunca pareció surgir en una conversación
quién era ella para mí y, sinceramente, disfruté que te pusieras
celosa cuando pensabas que era alguien para mí.
En lugar de decir algo que pareciera una disculpa, dije:
—¿Disfrutaste eso?
—Tu reacción fue adorable.
Adorable. Odiaba esa palabra. Los cachorros eran adorables. Los
bebés eran adorables. Incluso las verduras pequeñas eran adorables.
Pero una mujer adulta no debería ser adorable. Debería ser…
—Tu mente está inquieta. —Luego agachó la cabeza, apoyando la
frente en las manos entrelazadas.
Volví de puntillas al banco y me deslicé a su lado otra vez.
Levanté mi mano lentamente y la puse en su espalda. Sus músculos
estaban tensos, casi rígidos, pero con mi toque, pareció relajarse un
poco.
¿Yo? Traté de no inquietarme. La idea de profundizar tanto con él
me ponía ansiosa. Las creencias y la fe eran personales. Eran dos de
las pocas cosas en esta vida que eran verdaderamente nuestras para
guardar, y aparte del amor y nuestros pecados, ¿qué más podíamos
llevarnos cuando moríamos?
Capo vino a la iglesia por una razón. Necesito desaparecer para ser
visto.
De repente, el peso en mi bolsillo me llamó. Juguetea conmigo,
parecía susurrar, pero justo en mi oído. Saqué el rosario de mi
madre, frotando las frías cuentas entre mis dedos.
Por primera vez, miró lo que estaba haciendo. Un haz de luz
atravesó los cristales y le dio en los ojos. Se convirtió en el mosaico,
el cristal que frenaba la marea. Miré su garganta. Alguien había
tratado de destruir todas sus defensas. Quienquiera que haya sido lo
había destrozado, y luego él se recompuso. Las líneas duras y
metálicas que mantienen el cristal entero eran tan evidentes en su
rostro, si alguien tuviera el coraje suficiente para verlas.
Necesito desaparecer, pero ser visto.
Ti vedo.
Te veo.
Veo a través del hermoso cristal azul roto. Veo las líneas duras que te
mantienen unido. Tengo el coraje de ver más allá del cazador y ver los ojos
del hombre que se conectan con un corazón que late.
Te veo, esposo mío. Te veo, mi capo. Te veo, mi corazón. Te veo, mi
todo.
Sostuve el rosario en una mano y extendí la otra para tocar su
mejilla.
—Es bueno tener un amigo al que… no le importa la calma, sin
importar cuán fuerte sea el silencio. —Mi voz era tan suave como mi
tacto.
—Es bueno tenerte, Mariposa. —Su voz era áspera—. La mia
piccola farfalla. —Mi pequeña mariposa.
No dijimos más, encontrándonos en lo más profundo de su
silencioso dolor que de alguna manera parecía ruidoso dentro de mi
corazón.
Capítulo 20
Mariposa
Después de que salimos de la iglesia, Capo se apresuró a regresar
a la casa de su abuelo. Me ordenó empacar. Me dijo que nos íbamos
de luna de miel. Me siento culpable. Dejamos a la familia en un
momento en que la familia debería permanecer unida, pero Capo
dijo que nos dieron su bendición. Su abuelo hubiera querido que
fuéramos. Sin embargo, algo andaba mal y sabía que tenía algo que
ver con los dos hombres que estaban fuera de la iglesia.
Los tatuajes en sus manos coincidían con los de Capo. Se
entendía que trataría con ellos en algún momento. Pero me
preguntaba… ¿tal vez la cicatriz en su garganta tenía algo que ver
con ellos? No estaba segura, y cuando hice algunas preguntas, Capo
me dijo que siguiera empacando. Tomé su negativa a responder
como un sí. ¿Quizás quería alejar a Achille y Arturo de su familia?
Nos tomó dos horas despedirnos de todos. Me hicieron prometer
que traería a Amadeo pronto. Sentían que él estaba lejos de “casa”
por demasiado tiempo. No tenía idea de cómo responder cuando me
decían que me amaban y que me iban a extrañar.
Lo que más me sorprendió fue que algunas lágrimas se
deslizaron por mis mejillas después de que nos fuimos. Escondí mis
ojos detrás de unas gafas de sol oscuras para tratar de ocultarlos,
pero Capo se dio cuenta.
Secó una lágrima de mi piel y la frotó contra sus labios.
—Irte no significa que te irás para siempre. Volverás.
Todavía no tenía idea de adónde íbamos, pero después de
abordar el barco más grande que jamás había visto, supe que íbamos
a emprender un viaje náutico. Capo se reunió con el capitán tan
pronto como abordamos. Estaba relacionado con los Fausti de
alguna manera… por supuesto.
Capo me corrigió cuando lo llamé bote. Era un yate. Barco. Yate.
Mansión flotante. A mí, me daba igual. Tenía numerosas lujosas
cabinas, muchos trabajadores eficientes, y todo lo que deseábamos
estaba a solo una solicitud de distancia.
Me quedé dormida en algún lugar de Sicilia y desperté en Cala
Gonone, una ciudad de Cerdeña. Pasamos el día allí. El agua era
color zafiro, topacio y un verde que ni siquiera podía describir con
palabras. Podía ver directamente al fondo. Era como un agujero de
delfín acuático que llevaba a los nadadores a otro mundo. El mar
estaba frío, mi piel caliente, sus labios salados cuando tocaron los
míos, y no podría imaginar un lugar más perfecto si lo intentara.
Esa noche me quedé dormida en Cerdeña y me desperté en un
puerto en algún lugar de Grecia.
¡Grecia!
Sabía que Capo probablemente había revisado mis cosas cuando
las entregué en The Club. Estar en Grecia tomó eso probablemente y
lo convirtió en algo seguro. Había escrito en Journey sobre Grecia y lo
mucho que quería ir. Uno de los clientes de Home Run era de Grecia
y contaba las historias más maravillosas sobre los amaneceres y
atardeceres, las casas luminosas, el mar cegador, los molinos de
viento, las montañas, la comida y la gente.
Lo primero que hizo Capo después de que la lancha nos dejara en
tierra fue encontrar una tienda que vendiera cámaras. Me dijo que
era inaceptable que cuadrara los dedos, los pusiera frente a mi cara y
luego hiciera un chasquido cuando la vista que nunca quería olvidar
estaba en el marco. Si quería una cámara, compraría una cámara.
Me compró una elegante y me tomó dos horas descubrir cómo
hacerla funcionar, pero una vez que lo hice, no hubo forma de
detenerme. Rara vez no estaba alrededor de mi cuello. Y debo haber
pasado por cinco tarjetas digitales, llenándolas todas al máximo.
Amaneceres y atardeceres, casas encaladas, mares cegadores,
molinos de viento, montañas, comida y gente. Capo y yo. Solo...
Capo. La cámara amaba su rostro y su cuerpo.
Durante nuestro tiempo, llegué a conocer un lado diferente de él.
Estaba más tranquilo, y cuando percibió que me estaba
acostumbrando, me instaba a hacer cosas que nunca antes había
imaginado. Nadar desnuda de noche bajo las estrellas con él, ir de
excursión a lugares que solo estaban ocupados por flores silvestres y
cabras, colarme en una boda y bailar hasta sentir que mi cara estaba
permanentemente atrapada sonriendo, hacer rafting en el Monte
Olimpo, andar en kayak sobre aguas tan claras que la superficie
parecía de cristal y las profundidades un tesoro azul y verde, tener
sexo en calas solitarias y comer cosas que requerían algo de agallas,
como ensalada de erizo de mar (directamente del mar) y cordero.
Tracé la línea en la bolsa de tinta frita de un pulpo y caracoles que
estallaron cuando los pusieron en una sartén. Sin embargo, me
enamoré de las granadas, y el chef mantuvo la cocina equipada con
ellas.
Llevábamos un mes en Grecia cuando Capo recibió una llamada
de Rocco. Él tuvo que taparse la oreja para escuchar lo que decía
Rocco. Mi marido me había sorprendido con una noche de fiesta en
Atenas. La Ópera Nacional Griega estaba representando a Carmen
en el Odeón de Herodes A icus.
El Odeón de Herodes A icus era un teatro de piedra al aire libre
que había estado allí desde el año 161 d.C. Tenía una pendiente
pronunciada, casi como un cuenco con lados altos. Más allá, la
ciudad de Atenas resplandecía, mientras que las montañas en la
distancia creaban sombras rugosas. Nunca había estado en un lugar
con tanta historia. No solo podía tocarlo, podía olerlo en el aire.
Capo terminó la llamada y se pasó los dientes por el labio
inferior. En él, la pasión y la ira estaban íntimamente relacionadas.
Solo movía los dientes sobre su labio inferior cuando me deseaba o
cuando estaba enojado.
—¿Algo está mal?
No me miró, solo miró a los actores que interpretaban sus
papeles en el escenario.
—Boo, bam, boo.
Lo miré hasta que me miró a los ojos.
—Nos vamos esta noche, Mariposa.
Había estado temiendo este día, pero sabía que llegaría tarde o
temprano.
—¿Por qué?
—Uno de mis edificios en Nueva York fue volado.
Esa frase concluyó nuestro tiempo en Grecia.
Estaríamos de vuelta en Nueva York, de vuelta a la realidad, al
día siguiente.
Capítulo 21
Capo
Cada paso que dí fue planeado. Nada de lo que hice fue por
accidente. En mi mundo, las circunstancias imprevistas podrían
hacer que te mataran. Después de mi muerte, había aprendido a
sincronizar mis respiraciones con cada segundo que pasaba.
Recordaba muy bien cómo sesenta segundos equivalían a toda una
vida… lo próximos posiblemente fuera mis últimos.
Yo había causado las guerras. Entré de sorpresa y maté a
hermanos, hijos, tíos y buenos amigos. Todas las pruebas apuntaban
a la familia Scarpone. Incluso me metí con los irlandeses. Y como
había planeado, se desató el infierno. Nadie confiaba en nadie, ni
siquiera un centavo. Era un centavo lo que generalmente los
mantenía en paz entre sí.
Sabía a quién matar en cada familia. Sabía cómo programarlo,
cómo hacer que se viera. En un momento, eso era lo que yo era: el
príncipe del rey, al que a veces llamaba el niño bonito asesino.
Cuando Arturo quería a alguien muerto, alguien que le había hecho
algo personal, llamaba a Achille o a mí para manejarlo.
Éramos los lobos tras las ovejas al matadero. Arturo nunca pensó
en nadie más que los Fausti como competencia. Los llamó leones,
una raza diferente de animales. No teníamos que preocuparnos por
ellos o derribarlos porque tenían su propio territorio. Pero cuando se
trataba de derribar a otros lobos, los que lo desafiaron, queriendo ser
el alfa, éramos enviados para destruirlos.
Dejé escapar a la hija de otro lobo, y a los ojos de Arturo, el
pecado era imperdonable. Así que envió una manada de lobos tras
de mí. Estuvieron a punto de arrancarme la garganta.
Entonces me convertí en un fantasma. Lo vi en cada rostro de
cada hombre que maté después de mi muerte. Pensaron que había
venido para llevarlos al infierno. Fue especialmente dulce ver el
reconocimiento en los rostros de los animales que participaron en mi
muerte. Los cobardes que sujetaron mis brazos mientras el cuchillo
me cortaba profundamente. Los que sujetaron a una mujer en contra
de su voluntad y la agredieron frente a mí hasta destrozarla.
Una cosa sobre la muerte: no tienes nada más que tiempo. Así
que eso fue lo que hice. Esperé mi momento. Me perdí en Italia por
un tiempo. Empecé a llamarme Amadeo, para empezar. Luego, una
visita a Marzio Fausti me devolvió a la vida. Me prestó suficiente
dinero para invertir en negocios en quiebra. A cambio, mataría para
su familia, hasta que le devolviera cada centavo con intereses. Se
había ofrecido a matar a Arturo, pero le pedí que lo perdonara. Yo
quería hacerlo a mi manera.
Quería buscar venganza de una manera que alimentara el alma
que había sido arrancada de su cuerpo y muerta de hambre durante
demasiado tiempo.
Después de que mis inversiones dieron sus frutos (los hoteles, el
restaurante, The Club, además de numerosas propiedades de
inversión, junto con las inversiones que Rocco hizo para mí), mi plan
realmente comenzó a tomar forma. Parecía un lobo vengativo con
dientes más afilados que el resto. Dejé pequeñas pistas aquí y allá,
suficientes para que captaran un indicio de un nuevo olor, pero
también familiar.
¿Vi orio?
No, no puede ser.
Ah, pero es malditos hijos de puta, es.
Las pistas pequeñas llevaron a pistas medianas hasta que las
medianas ya no fueron suficientes. Mis pistas se hicieron más
grandes. No lo suficiente como para delatarme, pero lo suficiente
como para que el olor se volviera más fuerte. De vez en cuando, uno
de los Scarpone hacía un viaje a Italia con el pretexto de “visitar a la
familia”.
Me reí, un aliento frío saliendo de mi boca.
—Familia—dije la palabra como una burla, una broma.
j p
Después del último viaje de padre e hijo, cuando Arturo y Achille
casi me descubren en la iglesia, comenzaron a merodear por los
edificios de Nueva York. Edificios propiedad de un tal Amadeo
Macchiavello. Si todavía estaba vivo, estaban tratando de sacarme de
la única manera que sabían: golpeando. Parecía que no podían
encontrar pruebas de mi existencia de otra manera.
Achille incluso había intentado encontrarme en The Club
después de que mataran a su hijo. Lo observé desde el piso privado
de arriba. Estaba enloquecido por la pérdida de poder. Siguió
agarrando a hombres de cabello negro y girándolos, buscándome en
sus rostros.
Para que conste, nunca encontraron el cuerpo del hijo de Achille.
Mi tumba vacía era el último lugar donde buscarían.
Había una historia jugosa. Después de que el hombre que Arturo
había enviado a matarme pensara que lo había hecho, se suponía
que debía llevarse mi cuerpo y arrojarlo al río Hudson con el resto
de los despojos de carne que se desecharan. Sin embargo, no habían
contado con que llegaría un ángel.
Tito Sala.
Apareció poco antes de que tomara mi último aliento y me salvó.
Rocco y Dario estaban con él. El hombre que me cortó la garganta
murió en un accidente automovilístico dos días después. Sus frenos
se habían estropeado. Al parecer, nunca le dijo a Arturo que no
había terminado conmigo porque no quería que Arturo lo matara.
Después de que todos los hombres huyeron, y solo quedó el hombre
que me había “matado”, había visto las sombras que venían por él
en el callejón al lado de Dolce. Se había ido, yendo directamente al
Rey Lobo para contarle la mentira… sí, se ha ido.
Su mentira no lo había salvado. Nada lo hubiera hecho. Arturo
nunca dejaba testigos. Era demasiado arriesgado. Así que mandó
matar al hombre. Sin embargo, funcionó para mí, porque Arturo lo
mató antes de descubrir la verdad.
Angelina ya estaba muerta, nuestra sangre se mezclaba en el
callejón. Fue un apropiado último adiós.
Los Fausti dejaron mi sangre en el callejón, pero también dejaron
rastros que conducían al Hudson. No quería que me encontraran, y
sabía que era allí donde el hombre me llevaría a continuación.
Mientras me cortaba la garganta, me había susurrado al oído:
—Ni siquiera eres lo suficientemente bueno como para dejarte en
la calle junto al basurero. Tu viejo te quiere con los peces del
Hudson, una tumba de agua. —Él habló demasiado mientras había
estado intentando cortarme la garganta.
Los detectives etiquetaron nuestros casos, el de Angelina y el
mío, como asesinatos, pero después de que ninguna pista señalara a
los asesinos, el caso se enfrió y la caja con las pruebas se cerró
herméticamente.
Sí, ellos no habían buscado demasiado. Incluso si lo hubieran
hecho, nunca me habrían encontrado. Yo era un fantasma, como
algunos me llamaban.
Los Scarpone estaban sintiendo la presión de ese fantasma.
Cuando las pistas medianas se volvieron demasiado aburridas para
mí, comencé a dejar caer las grandes, las que los llevarían un poco
más cerca. Quería joderles la cabeza antes de triturarlos.
En un intento por convencer a las otras familias de que no fueron
los Scarpone los que comenzaron las guerras, mataron a sus
hombres, se llevaron los envíos robados y lo atribuyeron a un solo
hombre.
Yo.
Un hombre que no conocían. Un hombre que, de la nada,
comenzó a pisotear todos sus territorios. Por supuesto, Arturo nunca
mencionó a Vi orio Lupo Scarpone a las otras familias. Si lo hacía,
eso pintaría a Arturo como inestable, y lo último que quería era que
lo tildaran de loco, a menos que se tratara de violencia.
¿Viendo fantasmas? ¿Creyendo que el hijo que había matado
había regresado de entre los muertos? Seh, nada bueno para los
g p
negocios.
Así que el fuego estaba sobre mí. Me golpeaban de todos lados,
pero después de un par de meses, las otras familias siguieron
adelante, convencidas de que los Scarpone tenían la culpa, ya que no
habían encontrado a ningún hombre que buscara iniciar una guerra.
Sin embargo, los Scarpone no se habían rendido. Estaban
decididos a hacerme salir, a hacerme dar la cara o tirar mis jodidas
cenizas al viento. Por cada propiedad que incendiaron o volaron,
hice lo mismo con dos de las suyas. ¿Y sus envíos de bienes robados?
Desaparecido. Desaparecido. Desaparecido. Nunca llegaron.
Entonces, unos días después, algunos de sus artículos flotarían en el
Hudson.
Nunca había visto llorar a Achille, ni siquiera por su hijo, hasta
que desaparecieron millones de dólares en drogas. Lo vi en los
muelles, hablando con un encargado, tirándose de los pelos,
volviéndose loco, maldiciendo al cielo.
Guaaa. Guaaa. Guaaa. Guaaa.
Su perfecta vida estaba implosionando desde adentro y no había
nada que pudiera hacer para detenerlo.
Eso es lo que sucede cuando intentas atrapar a un hombre que
convertiste en fantasma.
Habían pasado meses desde nuestra luna de miel y había perdido
una cantidad sustancial de bienes y dinero, pero no era nada
comparado con el pago que recibí que no tenía nada que ver con la
moneta. Había jodido a una familia que nadie había podido tocar
antes.
Los Scarpone, liderados por el Rey de Nueva York y su loco hijo,
The Joker.
Se decía en la calle que las familias que originalmente habían
decidido ayudarlos a sacar al hombre que ninguno de ellos podía
encontrar, en realidad se habían retirado porque querían destruir a
la familia Scarpone. Su voluntad de ayudar había sido una táctica de
guerra. Estuvieron de acuerdo al principio, pero luego se retiraron
g p p p g
con la esperanza de que yo acabara con los Scarpone.
Completamente.
Un poco más de tiempo, y toda la ciudad de Nueva York me lo
debería.
El movimiento hizo que mis ojos se levantaran. Una sombra se
deslizó más cerca de la ventana de arriba, asomándose. Arturo tenía
dos híbridos de lobo como mascotas, y ni siquiera se molestaron en
apartar la mirada de sus golosinas. Yacían a mis pies lamiendo la
sangre de los filetes que les había traído. Controlaba su casa,
incluido sus perros.
Seh, acércate, podemos terminar esto aquí y ahora si quieres, viejo.
Arturo estaba viejo, y cualquier resolución que tomaba, lo hacía
desde su despacho. Achille tenía el control total del cuerpo, a
excepción del cerebro y el corazón. Él no había nacido con ninguno
de los dos.
Mientras estaba parado debajo de la ventana de Arturo, vestido
de negro, él no podía verme, pero yo podía verlo a él. Incluso podía
escuchar a su esposa, la rubia tonta con tetas falsas, hablando con él.
Ella también vino al restaurante. Y era una puta mierda, más tonta
que un saco de ladrillos. No es de extrañar que diese a luz a un Joker
cuando solo tenía diecisiete años.
Nadie podría reemplazar a mi madre. Ella le dio un príncipe a
Arturo, y él la destruyó. Él había matado su inocencia. La sacrificó.
Por eso, ella se suicidó. Tomó algo que se suponía que era único,
inocente, y lo convirtió en algo sucio.
Mi teléfono se iluminó. En la pantalla apareció una foto de
Mariposa y yo en nuestra boda en Italia. Ni un segundo después
salió por el altavoz la canción que bailamos Mariposa y yo, la que
sonaba como una canción que debería estar en una banda sonora de
Tim Burton. Mi esposa cambiaba constantemente su foto de perfil en
mi teléfono y el tono de llamada. Así que empecé a hacer lo mismo
con ella.
Esta vez, sin embargo, me había atrapado en un mal momento.
Fue mi culpa. Debería haber puesto el teléfono en silencio.
Arturo se iba a poner curioso, así que la envié al buzón de voz y
silencié el teléfono. Rápidamente le envié un mensaje de texto.
Yo: En el trabajo. ¿Estás bien?
Un segundo después llegó su respuesta.
Tu esposa (ella programó esto en mi teléfono): Bien, estoy sola en
esta gran casa sin ti.
Yo sonreí
Otro texto.
Tu esposa: Es agradable tener un amigo que se queda en casa y
ve películas antiguas conmigo. Haré palomitas de maíz y Root Beer
Float.
Las luces del patio se encendieron y los perros se levantaron de
un salto y se dirigieron hacia la puerta trasera. Un segundo después,
apareció Arturo, empuñando un arma.
—¿Quién está ahí fuera? —Miró con los ojos entrecerrados.
Luego llamó a sus hombres para que revisaran el patio. Se estaba
volviendo demasiado descuidado en su vejez. Debería haberlo
sabido. Envía a los hombres primero. Una bala y su vida era mía.
Tan jodidamente fácil.
Me había ido antes de que sus perros guardianes llegaran detrás
del árbol.
Mi teléfono se iluminó de nuevo cuando abrí la puerta de mi
coche. La nieve cubría el parabrisas y el cuero parecía hielo. Mi
aliento se empañó cuando tomé otra respiración profunda.
Tu esposa: Pensándolo bien. ¿Puedes parar y conseguir
malvaviscos? Nos quedamos sin ellos. Como hace frío afuera,
chocolate caliente será mejor.
Yo: Vas a estar en deuda conmigo.
Tu esposa: Ese era mi plan.
p p
Luego me envió una carita sonriente guiñándome un ojo.
Me senté en el frío por un rato, mirando el teléfono. Hice clic en
la imagen que había subido. Habíamos estado sentados bajo la
glorieta y yo le había estado frotando los pies. El fotógrafo nos había
captado en un tierno momento. A Mariposa le encantó tanto que la
hizo imprimir y lo colgó sobre nuestra chimenea. Usé mi dedo para
desplazarme por las otras. Algunas de ellas las había tomado en
Grecia.
En ese momento, yo era un mentiroso. En mi vida, una vez había
hecho algo que no estaba en mis planes.
Ella.
Mi esposa.
Ella cambió todo el curso de mi vida.
Había sido una sorpresa la primera vez, y nuevamente cuando
volvió a mi vida. Sería un tonto pensar que el destino no existe, que
algunas cosas en esta vida no nos pertenecen, por mucho que
luchemos contra ellas.
Mariposa Macchiavello era mía en todos los sentidos. Lo había
sido desde el momento en que la encontré en una noche como ésta.
Oscura. Fría. Nevando. El aire estaba casi azul de frío. Sin estrellas
en el cielo. Ella solo tenía cinco años en ese momento. Solo cinco. Su
inocencia había sido un golpe para mi corazón.
El bolso grande de su madre estaba presionado contra su
pequeño pecho mientras nos alejábamos del lugar donde Palermo
los había estado escondiendo.
—¿Adónde vamos?—me había preguntado en italiano.
—Te vas a casa, Mariposa—le había respondido en el mismo idioma. Eso
era todo lo que ella había dicho. Su padre hablaba principalmente italiano en
casa, pero en la calle, inglés. Su madre dejó Sicilia y se fue directamente a
América. Su inglés era limitado.
Sus cejas se juntaron.
—A tu casa.
No respondí y ella siguió mirándome fijamente, sus piernas tan cortas
que apenas llegaban al final del asiento.
—¿Sabes lo que significa Mariposa?—le pregunté.
Ella negó con la cabeza.
—Non.
Non ho capito. Ella no sabía.
—Significa bu erfly in spagnolo, Farfalla—dije.
Ella lo pensó por un minuto antes de asentir.
Si los Scarpone encontraban a Mariposa, el juego sería diferente.
Ya no tendría nada que robar o volar. Ya no sería un fantasma, sino
un hombre con todo que perder.
Ella era la única cosa en este mundo que valía algo para mí.
Todo.
Ella había valido todo para mí desde aquella fría noche de
diciembre en que me pidió que coloreara con ella, en la que me
entregó el rosario porque dijo que yo estaba inquieto. Me había
desconcertado la primera vez que la vi. Mirarla era como mirar mi
futuro y, a menos que viviera, el resto de mi vida no parecía
importar. Era como intercambiar mi mal para que quedara un gramo
de bien en el mundo.
—Jódeme—exhalé. ¿Dónde estaba yo antes de que me volviera
demasiado jodidamente blando? Mariposa inquieta.
Su madre, Maria, sabía eso de ella, y en lugar de darle algo
infantil, como una manta suave o un juguete de peluche, le había
dado a Mariposa el rosario para que lo acariciara cuando estaba
ansiosa. Cuando la vi haciéndolo en la iglesia, después del funeral
de mi abuelo, me recordó cuando tenía cinco años, y no pude evitar
preguntarme cuánto más le había inculcado Maria, incluso a esa
corta edad.
Vete a la mierda de aquí, Capo. Pensar en tu esposa mientras estás en el
territorio de Scarpone solo hará que te maten.
No todavía.
Encendí los faros, la nieve se arremolinaba en sus haces de luz.
Lo puse en marcha y me marché. Iría a un edificio antes de irme a
casa. Usaría los edificios conectados para pasar a otro, y tomaría otro
automóvil, saliendo por una salida diferente. Lo sabría si me
estuvieran siguiendo. Los rastreaba a todos en mis computadoras.
Sin embargo, incluso las computadoras no inspiraban suficiente
confianza. Por eso mi esposa estaba en la estación de bomberos.
Incluso si volaban el otro edificio, ella estaba a salvo del otro lado.
Además, toda la manzana era “propiedad” de Luca Fausti, el padre
de Rocco. Nadie lo tocaría. Si lo hicieran, se arrepentirían.
Los Scarpone ni siquiera conducirían por esa cuadra, y mucho
menos pondrían un dedo en una de sus propiedades. A Luca Fausti
no le gustaba Arturo. Nunca le había gustado. Y después de que
Marzio le contara lo que me había pasado, estaba demasiado ansioso
por poner su nombre en el edificio como fachada.
Sin embargo, di un paso más para asegurarme de que Mariposa
estuviese a salvo. La estación de bomberos abandonada no recibiría
una segunda mirada.
Aunque, no me gustaba que los Scarpone la vieran, que se
acercaran tanto a ella, como lo habían hecho en Italia. Ellos sabían
que si algo me haría salir sería el funeral de mi abuelo. Había estado
a segundos de ser descubierto cuando Rocco, en realidad, mi esposa,
que vino a buscarme, los detuvo.
En ese momento, no me importaba. Era más fácil morir que sentir
el dolor de perder al hombre que me enseñó todo sobre la vida.
Entonces, la mia farfalla, me trajo de vuelta. La vida en ella me hizo
tener hambre de nuevo.
Toqué el freno cuando un hombre que corría por la calle decidió
cruzar. Corrió justo en frente de mi coche, reduciendo la velocidad
cuando pasó el capó. Se detuvo por un segundo, poniendo sus
manos en sus caderas, respirando pesadamente. El tatuaje de lobo en
su mano se destacó, el brillo de mis luces resaltando la tinta. Miró el
coche con los ojos entrecerrados, tratando de ver a través de las
ventanillas polarizadas. No pudo.
—Joker. —Mi voz era baja, áspera—. Estás tratando de ver a
alguien que ya no existe.
Levanté la mano a modo de saludo. Entrecerró los ojos de nuevo,
pero no se movió. Salí lentamente, mirándolo a través del espejo
retrovisor. Se apartó de la acera y se quedó en medio de la calle,
intentando leer la matrícula. Adelante. Obtendría algún nombre y
número al azar.
Siempre fue un estúpido hijo de puta. No podía ver más allá de lo
que estaba justo en frente de su cara.
Sí, mi esposa estaba protegida de ellos, de esta vida de venganza
que elegí. El jurado todavía estaba deliberando sobre mi destino. No
sabía quién era más peligroso para mí, los Scarpone o ella.
Capítulo 22
Mariposa
Él llegaba tarde. Yo también lo hacía, pero eso no venía al caso.
Había estado “trabajando” más tarde en la noche desde que
regresamos de Grecia. No mencionó lo que le había pasado a su
edificio, o cualquier otra cosa que estuviera pasando, pero llámalo
intuición de esposa: sabía que él peleaba una batalla que mantenía
en secreto.
Pensé que su edificio, o un edificio, volado en pedazos habría
sido noticia, pero no fue así. Veía las noticias todas las noches y…
nada. Las supuestas “guerras” entre las familias relacionadas se
habían calmado, informaban las noticias, y poco después de que eso
se resolviera, todo se trataba nuevamente de política.
Por lo general, no me importaba cuando llegaba tarde, pero esta
noche era importante por dos razones. Una. Keely debutaba en
Broadway. Ella estaba actuando en el papel principal. Un guerrero
escocés pateador de culos que era un excelente arquero. Dos. No
quería pensar en la razón dos. Me ponía nerviosa seguir insistiendo
en ello, así que cuando sucedió, sucedió.
—Mariposa—me llamó Capo, entrando en el dormitorio. Me
encontró sentada en el baño desnuda, retocándome el maquillaje.
Se detuvo, con la chaqueta del traje sobre el brazo, mirándome.
—Justo como te quiero—dijo, en voz baja—. Ponte de pie.
Mientras lo hacía, arrojó su chaqueta sobre la encimera y se aflojó
la corbata, sus ojos nunca perdieron contacto con los míos. El frenesí
que existía entre nosotros, algo carnal, parecía alimentar su deseo
tanto como alimentaba el mío.
Un largo momento pareció extenderse antes de que algo estallara
dentro de mí, antes de que su cuerpo creara el equivalente físico
entre su pecho y el mío. Nuestros cuerpos chocaron uno contra el
otro, mis dedos hambrientos contra su piel, su boca devorando la
mía. Mi espalda se estrelló contra la ducha, y sin que él tuviera que
instruirme, mis piernas envolvieron su cintura, urgiendo,
suplicando, exigiendo que calmara el dolor.
Llegué a saber que cualquier cosa que se interpusiera entre
nosotros era primitiva pero básicamente, animal. Y así es como nos
desgarramos uno al otro, como animales que no saben distinguir el
bien del mal, que no tienen otro pensamiento o sentimiento que aquí
y ahora. Solo habían pasado horas, pero el dolor chillaba... ¡ahora
mismo!
Los sonidos que hicimos resonaron alrededor del enorme baño, y
los sonidos que su boca hizo de placer reverberaron dentro de mí,
alcanzando cada hueco, resonando de hueso a hueso, deslizándose a
través de mi torrente sanguíneo.
Me llevó más y más alto, mi espalda deslizándose contra las
puertas de la ducha, sus estocadas eran duras y enloquecidas. Leyó
mi lenguaje corporal, tal vez la forma en que comencé a temblar y lo
fuertes que se estaban volviendo mis gemidos, tal vez la súplica
estaba empeorando. Entonces, en otro estallido, nos juntamos, su
gruñido gutural se tragó el mío más suave mientras se derramaba
dentro de mí con tanto placer que me hizo sentir como la mujer más
poderosa del mundo.
Nos quedamos unidos por un momento, nuestras respiraciones
juntas, y cuando finalmente tuve la energía para abrir los ojos, le
sonreí. Él me había estado observando.
—Bienvenido a casa, Capo—dije, mi voz hecha trizas.
Él sonrió y me puso de pie.
—Mi momento favorito del día—me dijo.
—El mío también—susurré, aturdida, mientras me llevaba a la
ducha y mojaba todo el maquillaje que había aplicado y mi cabello.
Íbamos a llegar muy tarde.
Me apresuré a rehacer lo que él había arruinado, mi cara, y traté
de hacer lo mejor con mi cabello sin tener que preocuparme
demasiado. Esta noche era una razón para vestirme bien, así que me
puse un mono de seda color zafiro y brazaletes de diamantes, zafiros
y oro en mis muñecas a juego.
—Azul. —Sonrió mientras salía del vestidor, entregándome un
par de zapatos que le había pedido que encontrara. Le había llevado
diez minutos vestirse.
—Mi color característico—le dije.
Él asintió.
—Sempre bella in blu. —Siempre hermosa en azul.
Nos miramos el uno al otro por un momento o dos. La intensidad
en sus ojos era difícil de igualar, especialmente cuando las imágenes
de la noche anterior, cuando trajo los malvaviscos a casa, me
hicieron cosas que hicieron que mi piel se estremeciera al recordarlo.
En público, el hombre era tan reservado como podía ser, pero detrás
de las puertas cerradas... era un animal insaciable. Y cuando tenía
tiempo... retrasar el orgasmo era su especialidad.
—Realmente debería ser un crimen que cualquier hombre se vea
tan bien como tú—dije, sin poder evitarlo.
—Por eso me casé con la mujer más hermosa. —Deslizó mi abrigo
sobre mis brazos, ayudándome a ponérmelo—. Nadie me mirará a
mí, sino a ti.
A veces olvidaba lo reservado que era. A pesar de que las mujeres
lo miraban dondequiera que íbamos, él no parecía notarlo, ni
importarle. Cuanto antes estaba a puerta cerrada, antes se abría a mí.
Desde el día del funeral de su abuelo, después de lo sucedido en
la iglesia, algo había cambiado entre nosotros. Nonno me había dicho
que todos los cambios en la vida comienzan con un punto crucial.
Me explicó que “el corazón era el punto decisivo o más importante” y
cuando cambiaba, cambiaba todo el curso de las cosas.
—Compáralo con tomar un camino diferente—me había dicho—.
A veces hacemos esto por accidente; a veces por voluntad, pero
cambia todo más allá de ese punto. Cambia la historia que aún no ha
sucedido.
Grecia solo ayudó. Capo estaba más relajado, más tranquilo,
aunque yo sabía que estaba de duelo. De alguna manera, sin
embargo, sabía que Capo me estaba enseñando cómo vivir (casi a
través de la muerte), y parecía que era en honor a algo. Aunque no
sabía exactamente qué. ¿Tal vez el hecho de que me había salvado la
vida? Y el costo para él, porque sabía que tenía que haber uno, sería
en vano si no aprovechaba al máximo mi tiempo aquí.
Nonno era un hombre filosófico. Su nieto también lo era. Traté de
seguir el paso.
Giovanni nos llevó a Broadway. El espectáculo estaba repleto;
agotado por completo. Saludé a la familia de Keely mientras tomaba
asiento. Estaba tan nerviosa por ella que mi pie seguía golpeando el
suelo.
Capo apretó mi muslo, deteniéndome.
—¿Dov'è il tuo rosario? —¿Dónde está tu rosario? preguntó en
italiano.
Busqué en mi bolso de mano y lo saqué. Las luces suaves hicieron
que las perlas brillaran contra la oscuridad de mis uñas mientras
frotaba una cuenta entre mis dedos. Rara vez tenía que recordarme
que usara mi rosario para aliviar mi ansiedad, pero esta noche, mi
mente estaba corriendo en demasiadas direcciones diferentes,
destrozándome.
Las luces se apagaron por completo, se levantó el telón y
comenzó el espectáculo. Capo tomó mi mano y nos miramos.
Decir que estaba orgulloso hubiera sido un eufemismo. Si Keely
no llegaba a las noticias con su actuación, toda la comunidad de
Broadway podría ocultarlo, en lo que a mí respecta. Después del
espectáculo, nos invitaron al backstage. Le entregué las flores que
traje y la abracé más de lo necesario. Ella nos invitó a Capo y a mí a
cenar con ella y su familia, pero rechacé la invitación. Era incómodo,
y cuanto menos tiempo pasáramos juntos, mejor.
Noté que el tipo que estaba en la fiesta en la casa de Harrison, el
que fue tras Keely, estaba allí. Cash. No parecía que Keely quisiera
estar cerca de él. Él hablaba con ella y ella lo ignoraba. Cuando tuvo
que responderle, sus respuestas fueron entrecortadas.
Todo el tiempo, Capo mantuvo su mano en mi cuello, la del
tatuaje, mi cabello cubriéndolo. Parecía que lo hacía a propósito,
pero no estaba segura.
No respiré tranquila hasta que salimos del teatro. La noche era
dura por el frío y la nieve que caía a ráfagas. De hecho, me sentí bien
y no tenía ganas de ir directamente a casa. Este era el primer
invierno en el que no temía que me castañetearan los dientes toda la
noche.
Para ganar algo de tiempo, sugerí que comiéramos algo. Capo
estuvo de acuerdo. Caminamos por las calles, su mano todavía en mi
cuello. La ciudad estaba decorada con adornos navideños. Se
colgaron miles de luces, los Papá Noel agitaron campanas en las
esquinas de las calles y los escaparates estaban adornados con cosas
bonitas que pedían ser compradas.
Capo había estado callado la mayor parte de la noche. Me
pregunté en qué estaría pensando.
Lo miré.
—Has estado callado.
—No se puede hablar mucho durante un espectáculo de
Broadway. —El aliento salió de su boca en una nube.
Sonreí un poco y él me acercó más. Después de que lo hizo, sentí
que me apretaba el cuello con más fuerza, como si hubiera visto a
alguien a quien conocía en una vida anterior, alguien a quien quería
evitar. Pero cuando volví a mirarlo, me estaba mirando a mí.
Desacelerando nuestros pasos, me detuve en un escaparate. Era
un grupo de animales bebés de porcelana. En el centro de la escena,
una rueda de la fortuna entera daba vueltas y vueltas, todas llenas
de felices animalitos en sus asientos. Más figuritas estaban en
movimiento, girando en círculos en el suelo, como si estuvieran en
un carnaval.
Un elefante sostenía un globo azul. Dos jirafas iban en un globo
aerostático. Un tigre volaba un avión con una bufanda alrededor de
su cuello. Un hipopótamo vestía un tutú y sostenía algodón de
azúcar rosa. El pateador: un lobo negro con la cabeza hacia arriba,
una mariposa azul descansando sobre su nariz.
Las figuritas parecían antigüedades. Quizás francesas. Podría
haber jurado que escuché una música tintineante proveniente de
detrás del cristal.
Me alejé y me dirigí al hombre que estaba a mi lado. La nieve caía
sobre su cabello, sobre sus pestañas, y sus ojos parecían aún más
azules.
—No estoy diciendo esto solo porque eres mi esposo. Realmente
eres el hombre más atractivo que he visto en mi vida. —Era más que
atractivo, pero no quería sonar demasiado femenino llamándolo
hermoso.
Sus ojos volaron hacia los míos.
—Me has elogiado lo suficiente esta noche. —Su voz era áspera,
como si el frío se adhiriera a su cicatriz y le dificultara hablar.
Miré hacia abajo, los botones de su abrigo de repente me
llamaron la atención. Jugueteé con uno, frotándolo entre mis dedos.
—Estoy embarazada, Capo.
Fue difícil mirarlo a los ojos. ¿Estaría enojado? Me dijo que la
elección era mía. Quería un bebé con él. Bien. No quería un bebé con
él. Bien.
Estuvo en silencio durante tanto tiempo que respiré profundo,
muy profundo y finalmente miré hacia arriba. No estaba segura de
qué esperar, pero lo que no esperaba era lo pálido que se veía de
repente. Sus manos temblaban cuando tocó mi cara. Sus ojos se veían
tan... inseguros. Nunca antes había visto eso.
Me asustó, pero no quería que él lo viera, así que seguí hablando.
—El bebé nacerá en agosto. El doctor dijo que todo se ve bien.
Estaba esperando el momento perfecto para decírtelo, pero mi mente
sigue inquieta, así que...
Levantó mi barbilla, obligándome a mirarlo. Sin una palabra, se
inclinó lentamente y besó mis labios.
Eso fue todo. Un beso.
¿Quizás estaba abrumado? Incluso después de que comenzamos
a caminar de nuevo, no dijo nada. Esto me agrada. Esto apesta. Nada.
Cuando llegamos a un restaurante italiano caro, Dolce, me
detuve. Lo que sea que estuvieran cocinando adentro olía muy, muy
bien. No había tenido náuseas matutinas ni nada, así que cuando el
médico confirmó que estaba embarazada, fue difícil de creer. Me
preocupaba que mi falta de enfermedad significara que algo andaba
mal. Me aseguró que los embarazos eran tan únicos como las
mujeres que los experimentaban.
Sin embargo, tenía algunos síntomas. Pechos delicados. Un chichi
más sensible. Necesitaba sexo con más frecuencia para satisfacer el
deseo, lo cual ya era decir algo, porque parecía que eso era todo lo
que hacíamos. El agotamiento extremo, que había pensado que era
por todo el sexo, era otro síntoma. Ah, y algunos alimentos olían tan
deliciosos que era imposible dejarlos pasar.
—¿Qué pasa con este lugar? —Acerqué mi pulgar hacia él—. Son
conocidos por la…
—Ternera parmigiana.
Estudié su rostro con más atención. ¿Estaba sudando? ¿En la
nieve? Su voz era más baja, incluso más áspera.
—Capo—susurré. Di un paso más cerca de él y él dio un paso
atrás, sus ojos se volvieron hacia el callejón que corría a lo largo del
costado del restaurante. Entrecerró los ojos, como si pudiera ver a
través de la oscuridad. Tal vez podría.
Algo estaba mal, pero no tenía idea de qué.
—Podemos ir a otro lado—le dije—. No tenemos que comer aquí.
Un grupo de voces se deslizó desde el callejón. Hombres. Tal vez
borrachos. Estaban siendo ruidosos. Desagradables. Antes de que
pudiera reaccionar, Capo me apretó contra la pared del restaurante,
protegiendo mi cuerpo con el suyo. Me estaba lastimando, casi
aplastándome contra la pared, pero no emití ningún sonido. En
cambio, levanté mis brazos, envolviéndolos alrededor de su cuello,
tratando de esconderlo.
—¡Oh! —Uno de los hombres chilló como una mujer—. ¡No
puedo creer que me hicieras esto!
—¿Después de que ella trató de jugar contigo y con él? —dijo con
tono de desdén el otro hombre—. Ella se merecía todo lo que recibió.
—Bobby, ¿tienes un cigarrillo?
Cuando los hombres se acercaron, Capo presionó aún más, bajó
la cabeza y me besó, la mano con el tatuaje en mi cabello. Cuando
pasaron, pude oler el whisky como un fuego en el aire.
Todo el cuerpo de Capo temblaba bajo mis manos. Estaba
sudando. Y después de que los hombres se fueron, realmente noté
sus ojos. Sus pupilas estaban dilatadas, todo el azul convertido en
negro, y se veía... enojado. No enojado, pero casi desquiciado.
Cuatro hombres más salieron del callejón un segundo después, y
sentí como si mi corazón estuviera atascado en mi garganta. El
ladrillo se clavó en mi espalda por la presión.
Estos tipos eran más jóvenes y ni siquiera se molestaron en
mirarnos. Sin embargo, uno de ellos me resultó familiar. Me recordó
a Armino Scarpone. Traté de ver si alguno de ellos tenía el tatuaje
del lobo, pero se movían demasiado rápido, dejando atrás los fuertes
olores del restaurante.
Todavía no me quedada claro cómo mi esposo conocía a los
Scarpone, o qué había hecho por ellos, y por qué me había salvado
de ellos, aparte del hecho de que sentía que yo era inocente en
cualquier guerra que mi padre se hubiera metido. Capo me había
dicho eso. Las acciones de mi padre habían hecho que los Scarpone
nos atacaran a mi madre y a mí. Íbamos a pagar por sus pecados.
Incluso después de que los hombres se hubieran ido, Capo
todavía me sostenía contra la pared, sin moverse. Se me estaba
haciendo difícil respirar.
—Capo—susurré, deslizando mis manos debajo de sus brazos—.
Todo está bien. Vámonos. Busquemos otro lugar para comer.
No me respondió. Me estaba volviendo loca. Nunca antes había
actuado de esta manera.
—Capo—lo intenté de nuevo—. Tengo frío. Podemos comer en
casa. —Apreté su abrigo, descansando mi cabeza contra su pecho. Lo
besé allí, esperando que lo sintiera—. Tenemos sobras de lasagne al
forno. Vámonos a casa. Llama a Giovanni y dile que nos recoja.
Presionaré el botón de mi reloj.
Finalmente, sus manos cubrieron las mías. Me tiró a un lado de
él, casi haciéndome tropezar, y antes de que pudiera decir otra
palabra, me obligó a caminar. Era más bien seguirle el ritmo.
Cuando pasamos por el callejón, me hizo avanzar más rápido. Sin
embargo, no lo suficientemente rápido como para que mis ojos no lo
vieran. El área parecía más fría y el vapor se elevaba en formas
blancas y fantasmales desde la cocina. Me estremecí y se me puso la
piel de gallina en los brazos.
No tenía idea de por qué me asustó verlo, pero esa noche tuve
una pesadilla.
La sangre de Capo se acumulaba en el cemento justo afuera de la
cocina en grandes charcos oscuros. El olor a hierro era denso en el
aire. Sus ojos eran demasiado azules para su rostro pálido. Sus labios
eran casi blancos. El rosario que le había dado estaba apretado en
sus manos ensangrentadas. Su cálido aliento en la fría noche hacía
niebla.
Una vez. Dos veces. Luego tomó su último aliento.
Su tercer aliento. El diablo viene de tres en tres.
Mis extremidades eran demasiado pesadas para moverlas. Estaba
congelada. No pude salvarlo y grité de dolor, el mismo sonido que
escuché de una de las zia cuando cerraron el ataúd de Nonno.
Alguien me había quitado a mi Capo y me había partido el alma en
dos.
Obligándome a abrir los ojos, alcancé a Capo con una mano y con
la otra al rosario que estaba sobre la mesita de noche. Cuando
encendí la luz al lado de la cama en la configuración más suave, mis
ojos se dirigieron a un punto en el rosario que estaba manchado con
lo que parecía óxido. Su viejo reloj tenía manchas del mismo color.
Casi se me escapó un sollozo de la garganta cuando me di cuenta
de que no era óxido, sino sangre.
Capítulo 23
Mariposa
Febrero fue brutal con el frio. No importa cuántas capas de ropa
me ponía, todavía sentía el frío. A menudo me preguntaba si tenía
que ver con el tiempo o con el frío que nos había invadido después
de lo que pasó en diciembre, después del debut de Keely en
Broadway.
Capo nunca se había sentido tan lejos de mí. Trabajaba más que
nunca, y ni una sola vez había sacado el tema del bebé. Sabía que era
mi decisión. Él era mi responsabilidad en el sentido real, pero
esperaba que Capo al menos mostrara algún tipo de emoción por
tener un hijo. Esperaba que algún día lo mirara con más en mente
que lo que Rocco había llamado en la reunión: la responsabilidad
financiera de Capo.
Un hijo. Un varón. La técnica de ultrasonido había dicho eso,
aunque existía la posibilidad de que pudiera estar equivocada
(todavía teníamos lo que ella llamó el “gran ultrasonido” para
confirmar), la técnica estaba casi segura de que el bebé era un niño.
Sus diminutas partes ya eran visibles para ella. Capo había venido
conmigo a esa cita, y era la primera vez desde Dolce que había visto
algún tipo de emoción en su rostro. Murió tan pronto como salimos
de la oficina de la doctora.
Intenté hablar con él de eso, de todo, pero siempre cambiaba de
tema. No estaba más cerca del “corazón” y las “venas” que me había
prometido durante nuestra reunión de acuerdo.
¿Cuándo? A menudo me preguntaba. ¿Cuándo confiará en mí lo
suficiente como para compartir sus secretos?
Lo que sea que pasó esa noche frente a Dolce lo había
endurecido, y me encontré excluida otra vez. Había trazado una
línea dura sin darme una explicación, haciéndonos retroceder. Sus
demandas hacia mí también se hicieron más duras. Los lugares a los
que podía ir eran limitados. Los Fausti enviaron más refuerzos para
vigilar nuestro lugar. Y Giovanni estaba en alerta máxima en todo
momento, hasta el punto en que me sentía asfixiada.
No podía soportarlo más, así que decidí llamar a Keely y
preguntarle si quería comer algo. Acordamos comer en
Macchiavello's. Giovanni lo consideró seguro ya que figuraba en su
hoja de “lugares permitidos para ir”.
—Yo conduciré—le dije a Giovanni. Capo me había sorprendido
con un Ferrari Portofino rojo manzana de caramelo para Navidad.
Era automático, así que no tendría problema con las marchas. Me
había enseñado a conducir en Italia. Incluso hizo una broma sobre
mantenerme alejada de las carreteras principales hasta que fuera una
conductora lo suficientemente segura como para no derribar un
pobre automóvil por la ladera de la montaña. Todavía no había
conducido el Ferrari y quería hacerlo. Parecía el momento perfecto.
Necesitaba algún tipo de control en mi vida. Necesitaba... hacerlo
sin tener que obtener el permiso de un hombre que me recordaba a
una versión italiana de Shrek. Keely había puesto el pensamiento en
mi cabeza después de haber visto a Giovanni. Quería saber por qué
tenía al ogro cuando todas las demás tenían dioses italianos para
protegerlas.
Giovanni realmente no se parecía a Shrek. Incliné la cabeza.
Mucho.
—Hoy no, señora Macchiavello. —Giovanni me quitó las llaves
de la mano, demasiado rápido como para que yo las apartara—.
Órdenes de Mac.
Olvídate de las apariencia. Actuaba más como Shrek al comienzo
de la primera película. En lugar de ¡sal de mi pantano! fue ¡dame esas
llaves!
Llamé a Mac.
—¿Por qué no puedo conducir?
Él suspiró. Impaciente.
—No es seguro. Te veré esta noche.
Miré el teléfono. Había colgado.
—Uomo scortese. —Le saqué la lengua a su foto en mi pantalla. Se
la había tomado en Grecia, sus ojos desafiando al agua por quién
lucía mejor el color azul.
La boca de Giovanni se torció. No quería reírse abiertamente.
Había llamado a su jefe un hombre grosero.
Superamos la mayor parte del tráfico y llegamos al restaurante al
mismo tiempo que Keely. Bruno levantó la vista de donde estaba
limpiando una mesa. Sus ojos volaron de regreso al plato sucio que
estaba colocando en una bandeja cuando se dio cuenta de que era el
insecto, yo.
Nos llevaron a la habitación privada. El hombre que solía atender
a Capo, Sylvester, entró y tomó nota de nuestras órdenes. Keely y yo
comimos bistec. Hacía frío y, además, el plato de cangrejo era de
temporada. Cuando Sylvester volvió con la bebida de Keely, ella lo
detuvo antes de que se fuera.
—Espera. ¿Qué quieres beber, Mari?
Levanté mi agua.
—Esto.
Ella entrecerró los ojos.
—¿No vas a pedir un cóctel? Son tan... —Sus ojos se abrieron
como platos.
Sylvester se fue sin hacer ruido. Tan silencioso comparado con el
chillido de Keely.
Ella golpeó la mesa.
—¡Estás embarazada!
Sonreí y le di todos los detalles.
—¡Voy a ser tía! —Levantó su copa, brindando por mí, con cada
silla a lo largo de la mesa, fingiendo que había gente sentada en cada
una—. Ese bebé va a ser tan bonito. —Ella tomó un sorbo de su
bebida—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Me encogí de hombros, colocando un mechón de cabello detrás
de mi oreja.
—El asunto con Harrison, no quería que las cosas se pusieran
más incómodas. He estado... alejándome. No quiero perderte. Y no
quiero que se sienta mal.
Ella me miró por un minuto antes de tomar mi mano.
—Las cosas han sido diferentes, ¿verdad? Le he estado dando
tiempo. Tú también. Pero pase lo que pase, eres mi hermana
siempre.
Apreté su mano y ambas sonreímos.
Después de que llegó nuestra cena, la conversación fluyó, tan
fácil como siempre. Esta vez, sin embargo, nuestras vidas parecían
estar moviéndose en la dirección correcta, y fue divertido hablar
sobre todas las cosas positivas en lugar de los consejos de
supervivencia. Nos reímos más que nunca.
Le hice preguntas sobre Broadway. Me hizo preguntas sobre
Capo y el bebé.
—¿Está emocionada?
Me encogí de hombros.
—Difícil de decir. Ha estado trabajando mucho.
Ella todavía no sabía sobre nuestro acuerdo, por lo que fue difícil
abrirme. No podía decirle una versión de la verdad sin darle la
verdad completa.
—Mmm. —Tomó otro trago—. No estás siendo totalmente
honesta. Me he mantenido en silencio el tiempo suficiente. Sé que él
te ama, Mari, pero me has estado ocultando algo.
¡Mi tenedor golpeó el plato con un fuerte sonido metálico!
cuando se cayó de mis dedos.
—Él me ama.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Eh. Eres una tonta. Es tu esposo. Por supuesto que te ama. Al
menos, eso espero. ¿O por qué se casaría contigo? ¿Solo por tu sexy
cuerpo? Tienes uno, pero en Nueva York, y con un hombre tan fino
como él, los cuerpos están a diez centavos la docena. Tiene que
haber más. Atracción animal. Amor verdadero. Veo y siento ambos.
No quería parecer demasiado emocionada, así que mantuve mi
tono uniforme.
—¿Puedes?
—Acciones, Mari. Sin palabras. Puedo decirlo por sus acciones. Vi
la mirada en el rostro de Capo cuando Harrison confesó su amor
eterno por ti en la cocina. Los celos son una perra mala, y estaba
abofeteando a Capo por todas partes. Después en Italia. La forma en
que te miraba cuando no estabas mirando. ¿Cuándo caminaste por el
pasillo? Dudo que existiera alguien más en ese momento. Me di
cuenta de que la espera lo estaba matando. Uno de sus hermosos
amigos, ¿Rocco?, tuvo que poner una mano en su hombro para
mantenerlo en su lugar. —Ella suspiró—. Tu primer baile. La forma
en que te masajeaba los pies bajo la glorieta.
—¿Viste eso?
—Sí. Envié al fotógrafo para que tomara una foto. No quería que
lo vierais Fue tan... conmovedor.
—Esa es una de mis fotos favoritas—dije.
Ella me sonrió.
—Nunca te había visto tan feliz, Mari. Y honestamente. —Miró a
su alrededor—. Sé que no tiene nada que ver con… todo esto. El
dinero parece ser la respuesta a todo cuando no lo tienes, pero
cuando has tenido hambre de más, de cosas como la pasión y el
amor, incluso la seguridad, descubres de qué estabas realmente
hambrienta cuando obtienes lo que nunca supiste que querías. O
necesitaras.
Ella tenía razón. No podía medir mi hambre de amor y pasión
cuando había estado eclipsada por la supervivencia básica. El miedo
absorbía todo.
Miedo de tener demasiado frío o demasiado calor.
Miedo de ser atacada en la calle y no tener a nadie que te proteja.
Miedo de volverte tan hambrienta que debas recurrir a escarbar
en la basura.
Miedo de morir antes de vivir verdaderamente.
Tomé un sorbo de mi agua y miré por la mirilla. Mi respiración se
detuvo en la garganta. Achille Scarpone se sentaba justo al lado del
espejo, riéndose con uno de los jóvenes del callejón. El joven también
tenía un tatuaje de lobo en la mano.
Keely se giró para ver lo que estaba mirando.
—Eso es un poco espeluznante. —Arrugó la nariz—. No es tan
malo como tener uno en el baño o en un vestidor, pero aun así,
odiaría si estuviera comiendo y alguien que no conociese me
estuviese mirando sin que yo lo supiera.
—No lo odiaría—dije—. No lo sabrías.
—Sabes lo que quiero decir. —Ella entrecerró los ojos—. Capo
tiene un tatuaje así. ¿Ellos se conocen? ¿Qué significa?
—No lo sé —susurré, como si Achille pudiera oírme—. Sin
embargo, no es algo amistoso.
Un minuto después, el joven puso su codo sobre la mesa y
Achille también lo hizo. El chico más joven se levantó después de
que se estrecharon las manos y salió del marco de la ventana.
¿Quizás se había ido? Achille se quedó, pidiendo otra bebida a la
camarera.
Presioné el botón lateral de mi reloj, la pantalla se convirtió en un
teclado táctil y le envié un mensaje de texto a Capo.
Uno de los hombres de Italia está aquí. Sentado justo afuera de la
ventana del mirón. Achille. Esperaba haber escrito bien su nombre. Era
raro. A-kill-ee.
Mi reloj se iluminó un segundo después.
Quédate en nuestra habitación privada. Estoy en camino.
Llamaron a la puerta y miré hacia arriba. Sylvester.
—Señora Macchiavello, lamento molestarla, pero el detective
Stone quiere hablar con usted.
Miré a Sylvester por un momento. Que maldito momento. Al
detective Stone no se le permitía entrar en esta habitación. Era
utilizada exclusivamente para Capo y sus invitados. Stone no estaba
en la lista de invitados. Y si lo encontrara en el frente, Achille podría
verme y reconocerme, y entonces tal vez se quedaría más tiempo. La
idea de estar cerca de él hizo que el bistec se sintiera como cecina
atascada en mi garganta.
—¿Puede volver en otro momento? Estoy cenando. Casi se había
ido, pero él no lo sabía—. O pídele que llame y haga una cita.
—No. —Sylvester negó con la cabeza—. Él dice que necesita
hablar con usted ahora. Si está comiendo, esperará hasta que termine
de cenar.
—Haz que se reúna conmigo en la cocina—le dije.
—Me voy a ir. —Keely se puso de pie abruptamente, tirando su
bolso sobre su hombro. Me dio un fuerte beso en la cabeza—.
Llámame mañana. Iremos de compras pronto para nuestro bebé.
—Keely. —La detuve—. ¿Qué está pasando entre tú y Stone? ¿Es
por eso que está aquí?
—Nada. Entre nosotros, quiero decir. No estoy segura de por qué
está aquí. Si se trata de mí, dile que no tienes idea de lo que está
pasando.
—Lo haré.
—Será mejor que me vaya. —Me tiró un beso y se fue.
Giovanni me acompañó a la cocina, su agarre más fuerte de lo
normal.
—¿Crees que voy a correr hacia él? —Liberé el brazo.
—Me disculpo—dijo él—. El detective Stone quiere hablar con
usted. A solas.
—¿Para qué?
Giovanni se encogió de hombros.
—A Mac no le va a gustar esto.
—Esperemos poder responder a sus preguntas antes de que
llegue Mac. —Entré sola a la cocina. Estaba bullicioso, y todos los
cuerpos apresurados y las cocinas lo hacían sentir como un grado
antes del infierno.
El detective Stone se paraba en la esquina, tratando de hacerse a
un lado, y cuando me vio, me llamó con un dedo.
Antes de que pudiera llegar a él, escuché a Bruno hablando con
uno de los otros ayudantes de camarero. Estaba hablando de cómo
no podía esperar a que alguien aniquilara a “Mac”. Esperaba que
Stone lo hiciera.
Le di un golpecito en el hombro. Él se congeló. Uno o dos
segundos después, se dio la vuelta lentamente, mirándome.
—Estás despedido—le dije—. No se toleran chismes sobre los
negocios de mi marido. Firmaste el acuerdo cuando empezaste a
trabajar aquí. Agarra tu mierda y vete.
—¿Despedido?—repitió él.
Abrí mucho los ojos, tratando de presionar el punto.
—¿Necesitas un diccionario?
Su rostro se tornó de un cruel tono de rojo. Abrió la boca para
decir algo, pero la cerró en cuanto Stone se nos acercó. Bruno dio
media vuelta y se fue, y después, algunos miembros del personal de
la cocina aplaudieron suavemente.
Stone me tomó del brazo después del drama de la cocina y me
llevó afuera. Protesté, pero fue inútil. Dijo que se negaba a hablar
dentro del restaurante. ¿Por qué? Entonces me preocupé de que
Achille doblara la esquina y me viera. No podría matarme delante
de un detective, ¿verdad? Supongo que eso depende de si Stone está en su
bolsillo, pensé con cinismo.
—¡Podrías haberme dejado agarrar mi abrigo! —Crucé los brazos
sobre mi pecho, tratando de protegerme del frío. Era como ir de un
lado del infierno a otro en el lapso de un segundo—. ¿De qué se trata
esto?
—¿Dónde está Keely?
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Si es a Keely a quien
quieres, ve a buscarla. ¡Hace mucho frío aquí!
—¿Qué sabes sobre Cashel Kelly?
—¿Además de su nombre? Nada. —Levanté una mano—. Lo
juro.
Observó mi rostro en busca de signos de deshonestidad durante
un minuto. ¿Quizás buscando un aviso? Metí las manos en los
bolsillos, sin querer moverme.
—Parece que vosotras, chicas, se guardan muchos secretos entre
sí. Pensé que eran amigas.
—Tenías razón. No éramos. Somos hermanas.
—Bueno eso tiene más sentido. Las hermanas no siempre se
llevan tan bien como las amigas.
—¿Esta visita es sobre Keely? —El vapor salió de mi boca.
—Sí y no. —Me miró de nuevo, esta vez con las manos en las
caderas. Tenía puesto un abrigo. Guantes. Un sombrero. Tal vez
pensó que si me dejaba parada en el frío me rompería antes—.
¿Siempre vais por los chicos malos que nunca podrán cambiar,
chicas?
—Eso me parece un montón de tonterías, detective Stone.
—Llego un poco tarde con las felicitaciones, señora Macchiavello.
Escuché que te casaste con Mac Macchiavello, uno de los hombres
más ricos de Nueva York. Es un hombre cuya cara rara vez se ve. Se
desliza justo debajo del radar.
—No hay necesidad de desearme lo mejor en mi matrimonio.
Apenas me conoces. Y de nuevo, tonterías. Estoy aquí congelándome
el culo por tonterías.
—¿Qué sabe de la familia Scarpone, señora Macchiavello?
—¿En este momento? Uno de ellos está sentado dentro del
restaurante. Cenando.
—Su nombre es Achille Scarpone. Es el hijo menor de Arturo
Scarpone.
—Supongo que el otro tipo que estuvo allí con Achille hace unos
minutos es…
—El nieto—respondió Stone por mí—. Achille Scarpone tiene
cuatro hijos. Bueno. Tenía. ¿Recuerdas a Armino Scarpone?
—Sí.
—Se presume muerto. —Dejó que eso flotara en el aire entre
nosotros.
—¿Entonces…?
—Entonces. Parece que desde que te relacionaste con Mac
Macchiavello, todos los que te han amenazado de alguna manera
han desaparecido.
—¿Como quién? —mentí.
Levantó el dedo índice.
—Quillón Zamboni. Estrangulado. —Levantó el dedo medio, que
era adecuado para el siguiente nombre—. Merv Johnson. Golpeado
más allá del reconocimiento. —Levantó su dedo anular—. Armino
Scarpone. Sigue desaparecido.
—Permítame refrescarle la memoria, detective Stone. Vi a Armino
tal vez tres veces. Sabía que estaba en casa el día que mató a Sierra.
Es un Scarpone. Puede que no esté muerto, si solo está desaparecido;
después de todo, mató a una chica y todas las señales apuntan a él.
Entonces, ¿qué tiene que ver él conmigo?
—Olvídate de Armino. ¿Qué hay de los otros dos?
—No me relaciono con Quillon Zamboni.
—Error. Él te acogió.
—¿Y eso significa qué, exactamente? No lo he visto en años.
—¿Adónde fuiste después de huir de su casa, Mari? ¿Qué te hizo
huir?
—¿Necesito a mi abogado, detective?
Él sonrió.
—Ésta es una visita privada.
—Entonces, sigamos adelante. —Realmente comencé a temblar. Y
no era sólo por el frío.
—Arturo Scarpone tiene un hijo ahora, pero tuvo dos.
—Ya hemos pasado por…
—Pareces saber quién es Achille, pero ¿conoces a su hijo mayor?
Negué con la cabeza, manteniendo mis brazos más cerca de mi
pecho.
—No he tenido el placer.
—No. —Su voz era baja—. No lo tendrías. Se presume muerto.
Vi orio Lupo Scarpone. El caso nunca se resolvió realmente. Se
rumorea que lo arrojaron al Hudson, en una noche como ésta, con
bloques de cemento alrededor de sus piernas. Pero ya estaba muerto.
Alguien le cortó la garganta.
—Se rumorea que el rey de Nueva York, ese Arturo, hizo matar a
su propio hijo. Y Achille, el siguiente en la línea de sucesión al
infame trono Scarpone, estaba demasiado ansioso por ver muerto a
su hermano mayor, al que llamaban el Príncipe Niño Bonito. Llaman
a Achille, The Joker. ¿Alguna vez has oído hablar de un Joker que
deja pasar la oportunidad de ser rey? —Hizo una pausa por un
segundo—. No, no lo creo.
—Arturo, dicen, mató a su hijo porque no mató al hijo de un
enemigo mortal. Apellido Palermo. Nombre Corrado.
Aparentemente, el Príncipe encontró algunos escrúpulos. Estaba en
contra de matar niños, incluso el niño del enemigo de su padre. La
pequeña Marie a tampoco ha sido encontrada. Esa es la hija de
Palermo.
—¿Q-qué tiene que esto que ver con-con-migo?— Mis dientes
comenzaron a castañetear y mis huesos temblaban. De repente,
muchas piezas encajaron en su lugar y estaba aterrorizada de que
Stone viera la verdad en mi rostro. Estaba agradecida de que la
temperatura hubiera bajado, el viento fuera más fuerte y el vestido
fuera delgado.
Se encogió de hombros.
—Pensé que deberías saber el tipo de personas que tu esposo
recibe en su lugar de trabajo.
—Él ta-también entretiene a l-l-los F-F-Fausti.
—Peor aún. Luca Fausti mató a mi tía y a su hijo por nacer.
Conducía ebrio. Ellos, a diferencia del Príncipe, no tienen
escrúpulos.
—¿Qué hay de a-a-actores y a-a-actrices? Mu-mu-músicos?
¿Artistas mundialmente fa-famosos? ¿Son esos me-me-mejores?
—No por mucho.
—N-n-no hay n-n-nada qu-que te co-co-mplazca. —Di un paso
más cerca de él. Con el mismo chasquido, pregunté:—. ¿Quién es
Cashel Kelly y por qué te importa si está con Keely o no?
Al principio pensé que no había entendido mi pregunta. Mis
dientes castañeteaban tan fuerte que mi habla era casi ininteligible.
Pero después de un segundo, yo también lo sentí. Otra presencia.
Vistiendo toda de negro, parecía una parte separada de la noche
tomando forma, apareciendo detrás de nosotros. Los ojos azules de
mi esposo parecían emerger de la oscuridad, haciendo idéntico el
parecido con el lobo en su mano.
Capo deslizó mi abrigo sobre mis hombros y me acercó más,
apretándome contra su costado.
—Detective. —Su voz salió áspera. El frío hacía estragos en su
voz. Me dio escalofríos—. La próxima vez que solicite hablar con mi
esposa, primero llamará a nuestro abogado y hará una cita. Creo que
lo ha conocido antes. Rocco Fausti.
Ante el asentimiento de Stone, continuó.
—Mi esposa fue lo suficientemente complaciente como para
acceder a hablar con usted en la cocina, donde hacía calor, pero la
sacó al frío. Detective, ¿tiene la costumbre de hacer que las mujeres
embarazadas salgan a la calle con temperaturas bajo cero sin
chaqueta?
—No me di cuenta de que estaba embarazada. —La voz de Stone
no pudo ocultar su sorpresa, no por el comentario sobre el
embarazo, sino por ver al hombre parado frente a él. Los ojos de
Stone viajaron a la garganta de Capo antes de ir a sus manos. El
cuello de su abrigo le llegaba por encima del cuello y la mano con el
tatuaje estaba metida en el bolsillo.
¿Había eludido a la policía todo este tiempo?
—Incluso si no lo estuviera—dijo Capo, su tono agudo—no
aprecio que mi esposa esté afuera en el frío y que la acose sin razón.
—¿Acoso? —La cara de Stone se arrugó—. Solo estábamos
hablando. Esta visita fue personal.
—En ese caso. —Capo se pasó los dientes por el labio inferior—.
No más. Si tiene un problema con la amiga de mi mujer, arréglelo
con ella. Si tiene un problema con que la amiga de mi esposa esté
relacionada con Cash Kelly, hable con ella. O con él. Por ninguna de
estas tonterías vuelva a acercarse a mi esposa. ¿Estamos claros?
Un silbido bajo sonó en el aire. Al principio pensé que era el
viento. Entonces me di cuenta de que era una persona. Me giré para
mirar, pero Capo me mantuvo firmemente en el lugar.
—¡Deeee-tec-tive Stone! ¿Eres tú? Deberíamos tener una charla
fuera del recinto por una vez. Demonios, incluso te compraré un
trago. Tienes que ser humano debajo de ese traje barato, ¿verdad? —
Su risa gutural hizo eco.
La voz familiar hizo que el frío se sintiera aún más frío. Achille.
Capo me apretó más contra él. Me miró una vez y luego se encontró
con los ojos de Stone. Stone no parecía saber dónde mirar. A Capo o
a Achille, que se acercaba a nosotros.
—Parece que nuestro asunto está hecho. —Stone asintió una vez
y se dirigió en dirección a Achille.
Capo me llevó a la cocina, casi empujándome a través de la
puerta para que

volviera a entrar, antes de que su hermano nos viera a los dos.


Capo no me había dicho una palabra en el viaje de regreso a la
estación de bomberos. Pensé que era lo mejor. Ambos teníamos
demasiados pensamientos para tener una conversación normal. Si
me preguntara si tengo hambre, probablemente le diría: ¿Eres un
Scarpone? ¿Estás malditamente bromeando?
Sabía que había estado con ellos, quizás fue uno de sus hombres
en algún momento, pero era uno de ellos. ¡El hijo del rey de Nueva
York!
Entonces había otros problemas. El primero es que mataste a mis
padres. El segundo: si su padre era el Rey de Nueva York, su
hermano The Joker y mi esposo el Príncipe, ¿qué significaba eso para
nuestro futuro? ¿Para este bebé? El tercero, y probablemente no el
último, a los ojos del mundo, mi marido estaba muerto, un maldito
fantasma vestido con ropa cara de hombre.
Con razón Capo se había negado a darme el corazón del asunto y
las venas, como él lo había llamado, en la reunión. El corazón que
me iba a ofrecer no latía, no sangraba, porque, de nuevo, estaba
muerto.
Se suponía que el hombre que caminaba a mi lado hacia nuestra
casa no debía usar las piernas. Se suponía que debía estar sumergido
bajo el río Hudson, con pesas de cemento atadas a sus tobillos,
ahogado hacía mucho tiempo. Cuando tenía cinco años. Después de
haber salvado mi vida. Su maldita familia sedienta de sangre le
había cortado la garganta porque no me había matado.
¿Quién lo delató?
¿Fue su hermano?
Ese bastardo se parecía al Joker. No se parecía en nada a mi
marido, el hombre al que Stone llamaba Vi orio, el Príncipe Chico
Bonito.
¿Y Arturo? Que maldito rey era. ¿Matar a tu propio hijo? ¿Y eso
salvajismo? Alguien tenía que arrancarle la cabeza.
Espera, Mari. Detuve los pensamientos antes de que me dejara
llevar. ¿Por qué estaba tan molesta por lo que le habían hecho
cuando debería haber estado molesta por lo que él me había hecho?
Lo menos que pudo haber hecho era decirme quién era desde el
principio. Me había dicho quién era yo, qué había hecho, pero había
dejado fuera una parte vital de la conversación.
Mató a mis padres antes de salvarme.
Él no había intervenido mientras alguien más de esa cruel familia
se ocupaba de mis padres… lo había hecho, y después cambió mi
nombre, mi dirección y me consiguió nuevas personas para que
cuidaran de mí. Básicamente me limpió.
¿Por qué no me lo dijo?
Si tenía algo que ver con que aceptara su oferta... ¿por qué
importaba si se casaba conmigo o no? Sierra o yo, otra de esas caras
en The Club o yo, solo quería una mujer hambrienta, una mujer que
no mordiera la mano que le daba de comer. Por un bolso Gucci,
Sierra le habría escupido en la cara a Stone.
¿Por qué no me dejó ir después de darse cuenta de que era yo?
¿Por qué está jugando estos juegos conmigo?
—Voy a tomar una ducha—le dije, dejándolo en nuestra
habitación—. Todavía tengo frío.
Se paró en la entrada del baño, apoyado contra el marco.
—Me desobedeciste, Mariposa.
Me detuve, le di la espalda, pero podía verlo a través de los
espejos.
—¿Cómo?
—Saliste de la habitación privada en el restaurante cuando te dije
que te quedaras allí.
—¡No le dije nada a Stone!
—No lo hiciste. —Se pasó los dientes por el labio inferior—. Aún
así. Ese no es el maldito punto.
Si quería una pelea, le estaba ladrando al árbol equivocado.
Quería una loba, estaba a punto de conseguir una hembra.
—¿Cuál es el punto?—dije con los dientes apretados.
—Necesito mantenerte a salvo. Eres mi esposa. La madre de mi
hijo.
Eso me impactó. Su tono. Era más suave, pero todavía ronco. Mi
ira se calmó un poco, lo que me daría tiempo para averiguar lo que
necesitaba antes de enfrentarlo. Quería todos los hechos antes de ir a
la guerra. Después de hablar con Stone supe que no estaba tratando
con un hombre común y corriente. Este hombre había vivido la
mitad de su vida como un fantasma. ¿En honor a qué? ¿Venganza?
—Estaré en la oficina.
Cuando me di la vuelta, él se había ido.
Debo haberme dado la ducha más rápida de mi historia en la
estación secreta de bomberos. Traté de actuar con indiferencia
mientras me secaba el cabello y me preparaba para ir a la cama. Me
puse el pijama más grueso de mi armario, aun sintiendo el frío de
antes, y calcetines aún más gruesos. Me deslicé en la cama, apoyé
mis almohadas contra el cabecero y saqué mi portátil de la mesa de
noche.
La última página en la que había estado era un sitio para
conseguir ideas. Estaba pensando en la habitación del bebé. Sin
embargo, nada comparado con esas figuritas francesas que había
visto en el escaparate esa noche. Quería volver y comprarlas, pero
dudaba. Dolce parecía el principal lugar de reunión de los Scarpone.
Tal vez le pediría a Keely que pasara y me diera el nombre de la
tienda. Podría llamarlos, comprar las figuritas por teléfono y hacer
que me las entregaran.
Minimicé la página, abrí una búsqueda completamente nueva.
Escribí cuatro palabras: Scarpones de Nueva York.
Miles de resultados aparecieron.
—Demasiados. —Suspiré. Sin embargo, leí el primer par de
artículos. Despiadados. Manada de lobos. Astucia. Escaladores sociales.
Esos fueron los adjetivos más destacados utilizados. Encontré
algunas fotos de Arturo y Achille. Funciones lujosas. Cenas políticas.
Dándose la mano. Todo sonrisas. Había una foto con Arturo y su
actual esposa, Bambi, que era la madre de Achille. Achille era la
mezcla perfecta de ambos. Mi esposo se parecía más al lado de la
familia de su madre.
Entonces me hizo clic. Por eso lo llamaban el Príncipe Niño
Bonito.
En una casa llena de salvajes, se destacaba.
Me desplacé un poco más, pero solo aparecieron tratos criminales
“sospechosos. Cosas por las que los Scarpone habían sido
interrogados, pero nunca acusados. Esta vez reduje mi búsqueda.
Vi orio Lupo Scarpone.
—No puede ser—murmuré, entrecerrando los ojos contra el
resplandor de la pantalla. Solo había tres artículos que lo
mencionaban. El primero tenía una foto de una hermosa mujer
sonriendo mientras caminaba por la calle. Me di cuenta de que
estaba en algún lugar de Nueva York. Me di cuenta de que iba a
g g q
alguna parte, tratando de alejarse de las cámaras, pero aun sonreía,
mostrando su mejor lado. Si el otro lado era tan perfecto como el que
compartía; ella no tenía defectos.
Dos reinos se unen para formar una poderosa familia.
El “Príncipe” de Nueva York se casará con una de las mejores dinastías
políticas de Nueva York.
Vi orio Lupo Scarpone, hijo de Arturo Scarpone y la fallecida Noemi
Scarpone, y Angelina Zamboni, hija de Angelo y Carmella Zamboni, se
casarán en la Catedral de San Patricio, seguido de una recepción temática
del país de las maravillas invernal en la finca de los padres de la novia. en el
norte del estado de Nueva York.
—Hijo de puta—susurré. ¿Quillon estaba relacionado con
Angelina? Tenían el mismo apellido, y cuando la miré un poco más
fijamente, había algo allí. No inmediatamente, pero algo en la forma
en que sonreían. Sin embargo, nada más los conectaba. Tenía un
rostro delgado. Piel bronceada. Pelo rubio oscuro y largo. Ojos
oscuros. Alta. Parecía muy alta. Y su nariz era... la perfección, junto
con sus labios. Era la princesa italiana del increíblemente hermoso
príncipe italiano.
Abrí una página separada, escribiendo su nombre. También se
mostraron muy pocos resultados para ella. Quillon era su hermano.
El resto de los artículos se centraron en su asesinato.
Su asesinato.
Unos hombres, más de uno, la habían atacado en el callejón al
lado de Dolce, el restaurante que me dio escalofríos. Se especulaba
que Vi orio cayó peleando por Angelina antes de que los hombres la
violaran y luego le metieran una bala en el cerebro. Había sufrido
una muerte espantosa, decía el artículo. Ella también estaba
embarazada en el momento de su fallecimiento.
Tuve que cerrar el portátil por un segundo, tomar una respiración
profunda, profunda. Luego la volví a abrir cuando sentí que podía
respirar normalmente.
La sangre de Vi orio había estado por toda la escena, lo
suficiente como para sospechar que fue apuñalado brutalmente y
luego arrojaron su cuerpo al agua en alguna parte. No lo habían
encontrado.
—Por supuesto que no—le dije a la pantalla—. Está sentado en la
habitación de al lado. Yo lo encontré.
No podía soportar leer más detalles sobre el asesinato de
Angelina, o seguir viendo fotos de ella, así que volví a mi otra
búsqueda sobre Vi orio.
El segundo artículo continuaba sobre la boda, los invitados de la
lista que se esperaba que asistieran, cuánto iba a costar la boda del
año. También apagué eso. No pude leer un artículo sobre su boda
después de haber imaginado sus horrendas muertes.
El tercer y último artículo daba detalles sobre la muerte de
Vi orio. Sin embargo, todo era especulación. Nadie sabía realmente
qué le había pasado, pero me di cuenta de que el artículo insinuaba a
su padre y a su hermano, pero el escritor tenía demasiado miedo de
salir y decirlo directamente.
Vi orio Lupo Scarpone se había convertido en una leyenda
urbana, en cierto sentido. Algunas personas, afirmaba el artículo, no
creían que estuviera muerto. Pensaron que después de su intento de
asesinato, tomó dinero oculto y vivió en una isla privada en algún
lugar, para escapar de las crueles garras de su familia.
Como 2Pac4. O mejor aún, Niccolò Machiavelli. La raíz de la
teoría de 2Pac. Incluso Elvis. Todos esos titulares de revistas ¿está o
no muerto?
—Jódeme—dije.
Me senté allí por un minuto, mordiéndome el labio, hasta que
saqué mi rosario. Me tranquilicé un poco después de frotar las
perlas, pero no del todo. Mi ansiedad aumentó aún más después de
buscar a Noemi Ranieri Scarpone. Era incluso más hermosa que
Angelina. Cabello negro. Ojos azules. Piel bronceada. Delgada. Gran
sonrisa. El primer artículo hablaba de que se suicidó. Se rumoreaba
que tenía una larga historia con un trastorno mental.
Me desplacé un poco hacia abajo, familiarizada con la historia,
pero lo que no sabía era que ella había dejado una nota para Vi orio.
El artículo afirmaba que nadie había visto nunca la nota, pero se
rumoreaba que decía: Cásate por lealtad, no por amor. El amor mata el
alma más rápido que un puñal afilado en el corazón.
Aunque no me hizo sentir mejor, si Noemi había dejado eso atrás,
explicaba mucho sobre la aversión de mi esposo al amor.
—¿En busca de algo?
Solté un ahhh, salté, y el portátil voló por el aire, mis rodillas a
punto de despegar. Ambos nos apresuramos a llegar al portátil al
mismo tiempo, pero él fue más rápido. No importaba de todos
modos; teníamos que tener esta conversación tarde o temprano.
Pensé que iba a mirar lo que había estado mirando, pero en lugar
de eso, me lo entregó. Luego se sentó en la cama, de espaldas a mí.
En lugar del portátil, agarré el rosario, moviéndolo entre mis dedos.
Tiempo. Pasó tanto tiempo, ¿diez minutos? Lo que me pareció
toda una vida. Finalmente, no pude soportar más la tensión.
—¿Por qué no me dijiste quién eres, Vi orio?
—Te di permiso para llamarme como quieras. Incluso me pusiste
un nombre. Capo. Pero ese nombre... ese está prohibido. Pertenece a
otra persona.
—Un fantasma—dije.
—Un fantasma.
—Mataste a mis padres—susurré.
—No había otra opción. —Él suspiró—. No me importó matar a
tu padre, pero no quería quitarte a tu madre. Era una buena mujer,
pero se casó con el tipo de hombre equivocado. Ella sabía que tenía
que hacerlo. Me rogó que lo hiciera. Si no la hubiera matado, si no le
hubiera dado una muerte fácil, habrían enviado a Achille en mi
lugar.
—Es estúpido en algunos aspectos, pero cuando se trata de
localizar a alguien, es implacable. Él la habría olfateado. Demasiada
gente conocía su rostro. Incluso en Italia la habrían encontrado.
También tienen conexiones allí. En ese momento, tus padres tenían
poco dinero. Se habían estado escondiendo de Arturo por un tiempo.
Lo que le hice fue misericordioso comparado con lo que Achille les
hubiese hecho. Lo único mejor para Achille habría sido hacer que tu
padre mirara mientras lo hacía.
—Él nunca me encontró. —Apreté el rosario, con la esperanza de
que no se rompiera por el apretón.
—Hay una persona que es mejor rastreando que él. Mejor
escondiéndose, también.
—Tú.
—Estaba seguro de que no te encontrarían. No lo hicieron.
Incluso fui tan lejos como para cambiarte el nombre en la base de
datos de sangre.
—¿Cómo… cómo supieron que me dejaste ir?
—Un hombre que jugaba a dos puntas estaba escondido en casa
de tus padres esa noche. Obtenía información de tu padre y se la
entregaba a Arturo. Si Arturo parecía estar preocupado por algo, o
cada vez más débil, la rata se lo diría a tu padre. No sabía a quién
apostar. Fuiste una circunstancia imprevista que no negocié. Debería
haber revisado el lugar dos veces, pero no lo hice. Quería sacarte. La
rata vino a mí al día siguiente, diciéndome lo que había hecho, le
dijo a Arturo que no te maté, que te escondí. Lo maté después, pero
ya era demasiado tarde. Ya me había delatado a Arturo y Achille.
—¿Tu padre te hizo matar porque dejaste ir a una niña inocente?
—Sí y no. —Se inclinó un poco hacia delante, juntando las palmas
de las manos—. Sí. En ese mundo, no dejas con vida a ningún
miembro de una familia rival. Por ejemplo, si te hubieras enterado
más tarde de lo que les hice a tus padres, quizás hubieras querido
q p q q
venganza. Si ya no existías, eso lo soluciona. El sí también incluye
desobedecer sus órdenes. Me ordenaron que hiciera que tu padre
mirara mientras los mataba a ti y a tu madre frente a él. Arturo
quería que sufriera por desafiarlo, por intentar degollarlo. Tu padre
tenía esa misma veta despiadada. Tenía hambre de liderar y sed de
sangre. Quería el lugar de Arturo en ese mundo. Si no hubiera
matado a Palermo, aun sabiendo que tu madre y tú estaban en
peligro, él habría ido a por Arturo otra vez.
—¿Por qué más?—dije cuando dejó de hablar. —Dijiste sí y no.
Me diste el sí.
—Era solo cuestión de tiempo antes de que hiciera algo para que
me ejecutaran. Achille quería el trono para él. Una y otra vez,
demostré ser tan despiadado como él, incluso más inteligente, y él
no pudo soportarlo. No importaba lo que hiciera, él regresaba
corriendo y le decía a Arturo cómo de alguna manera la cagué. Yo
era 'demasiado bonito para gobernar'. Nadie me tomaría en serio. Arturo
me dio una salida y me negué a tomarla. Incluso le dije que
desafiaría a Achille a una pelea, si era necesario. Me dijo que no
había necesidad de pelear con Achille. Gobernaría al lado del rey, y
cuando él fuera demasiado viejo para gobernar, el reino sería mío.
—Entonces una noche estábamos en una fiesta. Todas estas
poderosas figuras políticas estaban allí. Arturo había estado tratando
de atrapar a este tipo en su bolsillo, pero nunca pudo. Nos vio a los
dos hablando y se acercó. El político le dijo a Arturo que quería que
alguien como yo trabajara para él. Yo era inteligente Tenía un plan.
'Tan encantador como es posible.'
—Después de eso…—Hizo una pausa, estirando los hombros,
como si el traje hecho a la medida le hubiera quedado demasiado
ajustado de repente—. … noté una diferencia en él. Me quitó
importancia y le dio a Achille más que hacer. Y cuando Achille se
quejó de mí, el príncipe niño bonito que conseguía todo lo que
quería, Arturo se lo comió. Estaba hambriento de eso. Le preocupaba
que una vez que me casara con Angelina Zamboni, un arreglo que él
hizo, me hiciera cargo de su reino sin que él me lo entregara.
Angelina podría encantar a un vagabundo para que le diera su
último centavo, si quisiera. Tenía grandes expectativas para su vida,
para su esposo.
Para su marido. El hombre sentado a mi lado. Mi esposo.
—¿Por qué la mataron?—pregunté suavemente.
—Castigo. Hicieron con ella lo que a mí me mandaron a hacer
con tu madre y contigo. Matarte delante de tu padre. Pero el destino
de Angelina fue peor. No solo la mataron. La violaron por todos
lados hasta que la partieron en dos. No pude detenerlo. Había
demasiados de ellos y estaba solo. El hombre que enviaron para
cortarme la garganta ya había comenzado a cortar; a veces los
recuerdos son borrosos. Otras veces, todavía puedo oler la sangre.
—Eso es… —Ni siquiera tenía palabras.
—Probablemente la habrían violado y dejado ir, si solo fuera a mí
a quien pretendían castigar. Pero ella nos estaba follando a Achille y
a mí al mismo tiempo. Me dijo que estaba embarazada la noche que
sucedió. Admitió, justo antes de dejarnos para que nos mataran, que
ella le había estado contando cosas sobre mí. La lealtad se valora en
este mundo, Mariposa. Se valora por encima de cualquier otra cosa,
incluso el dinero y el oro. Achille hizo que mataran a la mujer que
estaba embarazada de su hijo porque me traicionó. Al hombre al que
estaba a punto de enviar a la tumba porque amenazaba con quitarle
todo lo que quería.
—El bebé no era tuyo—suspiré.
—No. De él.
Clic. Clic. Clic. Las piezas comenzaron a encajar en su lugar.
—Sucedió afuera de Dolce. —Me mordí el labio, fuerte—. Y ella
te dijo que estaba embarazada en el camino.
—Justo después de un espectáculo de Broadway—dijo él.
—Ella te tendió una trampa.
—Los Zamboni han pasado a la historia como traidores. Ninguno
de ellos fue nunca verdaderamente leal. Todos estaban dispuestos a
p
sobresalir por encima del resto, sin importar el precio. Cosas
brillantes. Les encantaban las cosas brillantes para coleccionar. Si
hubieras buscado un poco más, habrías encontrado que la mayoría
de la gente los llamaba la familia de Judas—.
—Estabas controlando los resultados de mis búsquedas.
—Yo controlo todo—dijo él.
Por eso no hay fotos de él. Las removió todas.
Ambos nos quedamos en silencio, pero un ardor dentro de mí se
negó a permitirme permanecer en silencio.
—¿La amabas?
Le tomó un momento.
—¿A quién?
—Angelina—dije—. Tu prometida.
Sonrió y me dio escalofríos.
—No. Era un matrimonio arreglado. El amor mata el alma más
rápido que una daga afilada en el corazón.
Me limpié los ojos, odiando que las lágrimas estuvieran en los
bordes, borrando mi mundo. No sabía cómo sentirme acerca de todo
esto. Me levanté suavemente de la cama, temerosa de que si hacía
algún movimiento brusco, molestaría algo. A él. Y toda la lucha se
había drenado de mí. Necesitaba tiempo para pensar, para procesar
todo esto.
Me paré junto a la puerta y él inclinó la cabeza hacia un lado,
mirándome.
—¿Por qué no fuiste honesto conmigo antes? ¿Por qué no me
dijiste desde el principio que mataste a mis padres? ¡No me diste
opción! No tenía idea... Pensé que tal vez andabas con la familia
Scarpone. No tenía ni idea de que eras uno de ellos. El hijo del rey.
Su príncipe.
Estuvo sobre mí en un minuto. Traté de retroceder, pero no pude.
La pared presionaba mi espalda y me vi obligada a mirar sus ojos
fríos y fríos.
—Lo dejé pasar cuando me llamaste Vi orio. Dejaré pasar ese
último comentario esta vez también, ya que no tienes ni maldita idea
de lo que estás hablando. No soy su hijo. No soy su príncipe.
Cuando me llamas hijo del rey. Cuando me llamas su príncipe.
Cuando me llamas Vi orio. Cuando me llamas cualquier cosa que
tenga que ver con esa vida, me estás diciendo las palabras más feas
de todas.
De repente, una brasa pareció estallar en llamas de la nada. La
última pelea que tuve en mí.
—¿Las palabras más feas? No, no lo creo. ¿Quieres escuchar dos
palabras feas, esposo mío? ¿Palabras que son más desagradables y
más retorcidas que todas esas palabras que uniste? Te amo, y no hay
nada que puedas hacer al respecto. Y lo que es aún mejor, ¡no quiero!
¡No quiero amarte, pero lo hago! Te amo. Te amo. ¡Te amo! ¡Me has
hecho daño con este... amor! ¿Esa daga? La clavaste justo en mi
corazón. Hiciste que me enamorara de ti antes de ser honesto
conmigo, antes de usar la daga conmigo.
Sin tomar ninguna de mis cosas, me dirigí a la habitación de
invitados, la habitación que planeaba decorar para el bebé. Mi
esposo me siguió, ninguna expresión que pudiese entender en su
rostro. Pero no quería ver su rostro. No quería tener nada que ver
con él.
Él mató a mis padres.
Me salvó y luego me escondió.
Y los Scarpone lo habían matado por eso. Le hizo ver cosas
terribles. Iban a tirarlo al Hudson después de que se desangrara en el
cemento justo en frente de un montón de contenedores de basura. El
Príncipe con sangre Scarpone corriendo por sus venas. Sangre que les
pertenecía.
Entonces lo encontré años después.
Me salvó, de nuevo, de un destino al que me había puesto en el
camino. Su padre y el mío también tuvieron la culpa.
p y p
Y en medio de toda esa maldita locura, de alguna manera, me
enamoré. Tan profundamente enamorada que ya no podía
diferenciar entre pasión e ira. Quería abofetearlo y besarlo, todo al
mismo tiempo.
Dale una bofetada por no decirme.
Besarlo por salvarme. Por sufrir por mí. Por todo lo que había
pasado en mi honor.
Casarse por lealtad, no por amor. El amor mata el alma más rápido que
una daga afilada en el corazón.
Había recibido una daga en la garganta. Por mí.
Yo recibí una en el corazón. Por él.
Toqué mi estómago. Siempre estaría conectado con él, la prueba
de su voto de sangre ocupando espacio en mi matriz.
Ambos tuvimos que sangrar por esto.
Me preguntaba si mañana nuestro acuerdo sería nulo y sin valor
debido al... amor. Un arma contra la que él no tenía defensa.
No importaba. Nada importaba. Después de que me estrelló
contra esa roca metafórica, quedé a la deriva.
Cerré la puerta en su cara justo antes de meterme en la cama y
esconderme

en la oscuridad.
Había pasado una semana. No habíamos hablado. No nos
habíamos tocado. Ni siquiera nos habíamos mirado.
Por la mañana, solía prepararle el desayuno antes de que se fuera
al trabajo. Estábamos en contacto durante el día. Hacíamos planes
para la cena. A veces incluso me enviaba una broma sucia. No hubo
una noche desde nuestra boda, o un día para el caso, que no
tuviéramos sexo. No había pasado ni un día sin verlo. Cuando
trabajaba demasiado, lo sentía, la ausencia de la persona más
importante para mí.
Luché por extrañarlo y no quería tener nada que ver con él.
Cuando olía el café en la cocina después de despertarme, o su
colonia en nuestro baño, o veía una de sus camisas en el cesto, me
daban ganas de quemarlo todo, pero al mismo tiempo, saborear cada
aroma, cada toque.
El amor no te enferma, como dice la gente. Entra silenciosamente,
mella por mella, causando cortes que tal vez nunca cicatricen. Noemi
tenía razón en una cosa: el amor no es una enfermedad. El amor es
una daga.
En el séptimo día de silencio, recibí una visita inesperada.
Tío Tito.
Me abrazó con fuerza antes de acariciar mi estómago.
—¿Cómo está nuestro chico?
Palmeé el mismo lugar.
—La doctora dijo que todo se ve bien. Todavía parece un niño
pequeño.
El tío Tito se rio de esto. Me entregó una hogaza de lo que parecía
pan.
—Scarle quería que trajera esto. ¿Te importaría poner un poco
de café para que podamos disfrutarlo? Al bebé le gustarán los
arándanos, estoy seguro.
Después de servirle una taza de café, corté un trozo de pastel
para cada uno y comimos en silencio. De vez en cuando, tomaba un
sorbo de café. Con un sorbo, mis ojos se elevaron para encontrarse
con los suyos, y la amabilidad en ellos casi me tira de la silla. Ocurría
en los momentos más inesperados.
—Lo sé—le dije—. Fuiste el hombre que salvó... a mi esposo. —
Era difícil para mí llamarlo de otra manera que no fuera esposo. Los
otros nombres me parecieron incorrectos, y cuando pensé en el
nombre que le pusieron al nacer, Vi orio, me hizo pensar en hablar
de un muerto.
Me palmeó la mano.
p
—Un tiempo diferente. Un lugar diferente. Solo estoy agradecido
de haber estado allí para él.
El silencio volvió a interponerse entre nosotros. No sabía qué
decir. Todavía no me había decidido por un sentimiento. La lealtad
me mantenía en el lugar. El amor me estaba matando porque le daba
el poder de clavar más la daga. Sus secretos eran puntas venenosas.
Cuando levanté la vista, el tío Tito me estaba mirando de nuevo.
—Él me envió aquí.
—¿Quién?
—Tu marido. No está seguro.
—Eso es nuevo para él, ¿verdad?
—Verdad. —Asintió—. En mi humilde opinión, puede ser bueno
para el corazón sentir cosas que él nunca antes había sentido. Está
sintiendo todo ahora, no solo existiendo para la venganza.
—No estoy de acuerdo con el corazón. A veces, cuando el
corazón siente cosas que nunca antes había sentido, duele. Mucho.
—Qué bueno que el corazón tiene la asombrosa capacidad de
curarse a sí mismo después de un tiempo cuando se trata de esas
cosas, ¿eh? —El tío Tito tomó un sorbo de café y dejó la taza—. Todo
lo que hizo Amadeo, farfalla, lo hizo por ti. Lo entiendes, ¿no? Le
mostraste algo que no había visto en mucho tiempo. Semejante
inocencia… una inocencia que no había visto desde su madre.
—Por qué… —Mi rodilla se balanceó debajo de la mesa—. ¿Por
qué no me lo dijo? ¿Quién era? ¿Lo que había hecho?
Él sonrió, pero hizo que la amabilidad en sus ojos se convirtiera
en tristeza.
—Él no estaba seguro entonces, tampoco.
—¿No está seguro de qué?
Recogió nuestros platos y los puso en el fregadero.
—Quizás con el tiempo lo entiendas. No me corresponde decirlo.
Las palabras deben ser compartidas entre marido y mujer. Si quieres
p p y j q
saber, habla con tu marido. Abre las líneas de comunicación. —
Tomó una respiración profunda—. Habla desde el corazón. El
corazón no puede latir sin un flujo abierto. Si tiene coágulos. —Se
encogió de hombros—. Morirá. Piensa en un matrimonio en estos
mismos términos.
El buen doctor se quedó conmigo como una hora más, y después
de que compartimos chismes familiares normales, del lado de la
familia de Noemi, me besó la cabeza con firmeza y se fue.
Después de eso, la casa parecía demasiado tranquila. Todo lo que
hice fue pensar en los mismos problemas una y otra vez, mi cerebro
comenzó a sufrir un cortocircuito, mi corazón se desangró o tal vez
dio marcha atrás. El tío Tito me había dado más en qué pensar, lo
que hizo más fuerte mi necesidad de salir.
Giovanni tendría que aprobarlo con mi esposo antes de hacer
planes. Sabía que mi marido me obligaría a llevarme a Giovanni si
salía de casa.
Necesitaba estar lejos de todo lo relacionado con él.
Tal vez sin su influencia, podría pensar con claridad, y si las cosas
no fueran tan malas como parecían, tal vez mi corazón podría
comenzar a sanar. O tal vez deshacerse del coágulo, como había
dicho el tío Tito.
Llamé a Keely y le dije que se encontrara conmigo en nuestra casa
en treinta minutos. Podríamos comer un poco del pastel que Scarle
envió con el tío Tito.
Verás, me di cuenta de algunas cosas después de mudarme.
Mi esposo realmente lo sabía todo, pero el reloj era una forma de
llevar un registro de mis movimientos. Giovanni también, una vez
que crucé al otro lado de la casa. Siempre bajaba del dormitorio, así
que no tenía ni idea de la estación de bomberos secreta.
Justo antes de los treinta minutos, le pedí a Giovanni que buscara
un par de botas en mi armario. Le dije que me dolían las piernas.
Mentí. Me dio una mirada suspicaz pero hizo lo que le pedí. Nunca
antes le había pedido que hiciera algo por mí. Rápidamente llamé a
p q g p p
la sala de control y les dije que revisaran las cámaras en la parte
trasera de la casa. Parecía que dos hombres estaban peleando en la
calle.
Dejé mi reloj en la encimera de la cocina y salí corriendo por la
puerta principal, usando mis manos para indicarle a Keely que no
saliera del coche. Ella entendió de inmediato y lo puso en marcha
antes de que estuviera en él. Se fue una vez que estuve dentro, y tuve
que cerrar la puerta de un portazo mientras salíamos a toda
velocidad.
—Ok. —Miró su espejo retrovisor, asegurándose de que no nos
siguieran—. ¿Por qué estamos huyendo de tu casa?
—Necesito un descanso. Hoy no tengo ganas de estar rodeada de
hombres.
—Oh. La luna de miel ha terminado. ¡Que empiecen los juegos!
—No es un juego, Keely. Es el matrimonio. —Agité una mano—.
Acabamos de tener una pelea.
—¿Sobre qué tipo de pañales usar?
Si solo nuestros problemas fueran así de domésticos. No podía
decirle toda la verdad, así que lo básico tendría que ser suficiente.
—Algo como eso.
—Responde una pregunta. ¿Lo odiamos o no?
—No. —Mi respuesta llegó rápido. ¿Cómo podría odiarlo
después de que sacrificó su vida por la mía? Pero, ¿cómo podría no
estar enojada con él por no decirme toda la verdad de inmediato?
Habiendo tenido suficiente de mis problemas, me giré para mirarla
—. ¿Quién es Cashel Kelly?
El coche se desvió y miré por el espejo, preguntándome si uno de
los muchachos nos había alcanzado. Parecía todo despejado, pero
eran astutos. Esperaba que actuaran como policías y nos detuvieran
en cualquier momento.
—Cash—dijo en voz baja—. Casi todos lo llaman Cash. Y Stone te
habló de él.
—No exactamente. Estaba buscando información la noche que
cenamos.
Ella asintió.
—¿Qué le dijiste?
—¿Qué podría decirle, Kee? ¡No tengo idea de lo que está
pasando!
—Cash Kelly es el nuevo jefe de Harrison.
Esperé unos minutos.
—Y…?
—Él no es todo lo que parece ser.
—Eso parece ser una tendencia últimamente. Continúa.
Se volvió hacia mí y entrecerró los ojos.
—Espera. ¿A dónde vamos?
Le hablé de las figuritas, pero le pedí que pasara para que me
diera el nombre de la tienda. Estuvo de acuerdo y tomó un desvío,
yendo en la dirección correcta.
—¿Estás enamorada de Cash, Kee?
Echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
—Si Nueva York fuera un bosque salvaje de cemento, yo sería el
arquero y él sería mi objetivo.
—No me gusta la imagen que pintaste en mi mente. Lo veo huir
de ti, con una diana en la espalda.
Ella sonrió.
—No deberíamos hablar más de esto. El bebé. Hablemos del
bebé. Cuéntame más sobre estas figuritas y el tema que buscas.
A pesar de que quería hablar de su extraño comentario, le conté
sobre las figuritas y lo lindas que eran. Cuando encontró un lugar
para estacionar no muy lejos de la tienda, justo en frente de Dolce,
negué con la cabeza.
—¡Solo necesito el nombre, Kee! Vamos. Iremos de compras a
otro lado.
—¿Por qué tu cara está pálida? Tienes burbujas de sudor sobre el
labio y afuera está más frío que el chichi de una osa polar. ¿Te pasó
algo aquí?
Me mordí el labio, jugueteando con mi bolso.
—Sí. Comí algo de ternera a la parmigiana en mal estado.
Simplemente desagradable.
—Mentirosa. —Ella apretó mi mano—. Quédate aquí. Mantén las
puertas cerradas. Entraré corriendo y veré si todavía están allí.
Obviamente significan mucho para ti.
Antes de que pudiera detenerla, salió del coche, caminando de
prisa para llegar a la pequeña tienda.
—Mierda, mierda, mierda—dije. Estaba en el corazón del
territorio de Scarpone. Dolce. El nombre casi me hizo querer
vomitar. No había nada dulce en ese restaurante o en lo que había
sucedido justo afuera de sus puertas. Me pregunté cuántas personas
habían sido asesinadas en ese callejón. Si la familia Scarpone era la
dueña, no se sabía. Mis piernas subían y bajaban. Saqué mi rosario,
retorciendo las cuentas de nuevo. Esta vez me quedé pensando, por
favor que se dé prisa.
Cuando miré hacia arriba, vi a cuatro hombres saliendo del
restaurante. Achille. Arturo. Uno de sus nietos, pensé; el que se
parecía a Armino. Y, tal vez, el tipo que Achille llamó Bobby.
Todos parecían perros grandes con sus abrigos y trajes caros, tres
de cada cuatro fumaban cigarrillos, y todos tenían el mismo aspecto
de “Soy el dueño de este maldito lugar”. Los tatuajes de lobo solo
aumentaban sus factores de miedo.
Keely bajó por la calle al mismo tiempo que ellos caminaban
hacia ella.
Achille se detuvo y la vio pasar. Era difícil no fijarse en ella. Era
una brillante llamarada en la completa oscuridad. Su cabello era
rizado, salvaje y de un rojo llameante, y lo había recogido a los lados,
haciéndola parecer mucho más alta de lo que era. Atraído por ella,
tal vez porque era tan jodidamente frío, la vio caminar todo el
camino hacia su coche, donde me vio sentada a su lado. Entrecerró
los ojos y dio un paso más cerca. Silbó y su hijo y Bobby se acercaron
a él. Le dio un codazo a Bobby en las costillas.
—Keely. —Mi voz salió tan baja que me obligué a hablar más
fuerte—. ¡Sácanos de aquí!
—¿Los conoce? —Entrecerró los ojos en su dirección, mientras
arrancaba el coche.
—¡Maldita sea, vámonos!—le grité.
—¡Está bien! ¡Está bien! —Se desvió hacia el tráfico, esquivando
un taxi por poco. Él nos tocó la bocina mientras pasaba zumbando.
Luego se puso delante de nosotros y siguió tocando los frenos—.
¿Eran los Scarpone?
—¿Como sabes eso?
—¡Cabrón!—dijo ella tocando la bocina. Pasó al taxista y él le
mostró el dedo. Entonces ella le hizo lo mismo. Ella lo ignoró y
comenzó a tocar sus frenos.
—He oído cosas. Tenía curiosidad, así que los busqué en línea.
No encontré nada demasiado jugoso, pero esos tatuajes significan
algo, ¿verdad?
—No importa. —Deseché los tatuajes, tratando de restar
importancia al hecho de que mi esposo también tenía uno—. Ellos
seguían mirando. Eso me asustó.
—Deberías. Están locos.
—Sí, lo sé.
—Malas noticias. —Ella resopló—. No más figuritas.
Mi corazón latía con fuerza, pero en ese momento, se hundió.
—¿Que les pasó?
—Alguien se las llevó. —Miró su espejo exterior y tomó una
dirección diferente—. Tal vez puedas encontrar otra tienda que las
tenga. Son francesas, como pensabas. Antiguas. El vendedor dijo que
son raras. Caras. Me dijo que probara un lugar en París. Me anotó el
nombre. Lo tengo en mi bolsillo. Tal vez puedas preguntarle a
Scarle si sabe algo al respecto. La recuerdo diciendo que vivió allí
por un tiempo.
No debería haberme arriesgado por las figuritas. Debería haberle
pedido que ella mirara cuando estuviese sola. Cuando yo no
estuviese en el coche. Me molestó que alguien las hubiera comprado,
pero lo que me molestó aún más fue lo que había hecho.
Tal vez pondría a mi marido en más peligro. Si Achille me
relacionaba con Italia, con Amadeo, tal vez le encontraría sentido a
algo. O tendría curiosidad por saber qué estaba haciendo en su
territorio, después de que me viera en la escalinata de una iglesia en
otro país, el día del funeral de Nonno.
Para empeorar las cosas, las figuritas ya no estaban. El riesgo ni
siquiera valió la pena.
Me tomó unos minutos darme cuenta de que nos dirigíamos en
una dirección familiar.
—¿Adónde vamos, Kee?
—A casa de Harrison. Le dije que pasaría más tarde, pero
entonces me llamaste. He tenido la intención de darle su guante de
béisbol desde que era pequeño. Cuando nos mudamos de la casa de
mamá, de alguna manera se mezcló con mis cosas y le decía que lo
olvidaba en casa cada vez que me lo pedía. Se lo llevé a Home Run
sin decírselo y le pedí a Caspar que lo enmarcara con su vieja
camiseta. Esperaba sorprenderlo. Nunca le compré un regalo de
inauguración de la casa. Y compró un nuevo cachorro. Me moría por
verlo.
—No creo que sea una buena idea, Kee. Debo ir a casa.
—Vamos, Mari. Todavía puedes ser amiga de él. No tenemos que
quedarnos mucho tiempo.
Lo pensé por un minuto. Si los Scarpone nos estaban siguiendo,
tal vez era mejor no volver a casa de inmediato. No pensé que lo
hicieran. Había estado mirando por el espejo exterior desde que nos
fuimos, pero arriesgarme no valía la pena. Tal vez haría que
Giovanni me recogiera en casa de Harrison. O mejor aún,
dondequiera que fuéramos de compras después de salir de su casa.
Sí, esa era una mejor idea. Ni siquiera mencionaría a Harrison o la
casa en Staten Island.
No quería tener que lidiar con la furia de mi marido cuando se
enterara de que me había escabullido sin decírselo de inmediato, ni a
ninguno de los hombres de la casa. Los había engañado a todos y
sabía que iba a tener mucho que pagar.
Capítulo 24
Capo
¿De verdad pensó que no la encontraría? El hecho de que no
llevara su reloj no significaba que no podía rastrearla de otra
manera.
No me tomó mucho tiempo encontrarlas. No tardé mucho en
darme cuenta de dónde había ido primero y quién miraba a mi
esposa. Los Scarpone. Ella también debió haberse dado cuenta,
porque no mucho después de que su amiga regresara al coche, se
fueron como si el diablo les pisara los talones.
Lo era, pero el equivocado.
Las seguí hasta Staten Island. Mi instinto me dijo que se dirigían
hacia ahí. Después de que su amiga estacionó el coche y salieron,
Harry Boy los recibió en la puerta, con la mayor jodida sonrisa en su
rostro cuando notó que su hermana no estaba sola.
La sonrisa era para mi esposa.
Ella le devolvió la sonrisa, pero no tan amplia. Cuando se acercó,
ella levantó la mano y él la miró un minuto antes de darse cuenta. En
lugar de abrazarlo, ella le ofreció chocar los cinco. Su sonrisa
disminuyó un poco, pero sabía que no disuadiría por mucho tiempo.
Entonces, un cachorro salió dando saltos por la puerta, un pastor
alemán blanco. Mi esposa se sentó en el porche, dejando que el perro
la atacara con su lengua, mientras se reía con esa risa que me retorcía
el corazón de una manera jodidamente rara. Harry Boy se la comía
con una cuchara invisible.
Así que aquí es donde fue cuando huyó de mí.
Me dijo que me amaba.
Ella malditamente me ama.
Luego corre a su antiguo territorio y a la casa segura de Harry
Boy.
Hacía falta mucho para dejarme perplejo, y Harry Boy estaba
lejos de serlo. Aunque compró la casa sin pensar en mí, sabía que
algún día, cuando peleáramos, ella correría hacia él, a un lugar
donde se sintiera cómoda.
A la mierda. Eso.
A la mierda con Harry Boy, también.
A la mierda el amor.
¿Dónde está la lealtad que me prometió?
Mi esposa se puso de pie, tratando de mantener al perro en el
suelo, y le dijo algo a Harry Boy. Hizo un gesto como, no tienes que
preguntar, y un segundo después, ella desapareció detrás de la
puerta principal. Su hermana estaba afuera con él, poniendo su
mano en su brazo. Luego fue al coche, rebuscó por un segundo y
sacó un guante de béisbol y una camiseta enmarcados.
Él la abrazó, pero la mujer en el interior era más importante.
Le dijo algo a su hermana. Ella le respondió. Y luego se dio la
vuelta en un círculo, pasándose las manos por el pelo.
Me pregunté si la hermana de Harry Boy le contó sobre el
embarazo de mi esposa.
No parecía feliz. De hecho, estaba furioso.
Sonreí.
Su hermana asintió y se tocó el estómago antes de tocarlo en el
brazo, y cuando él la despidió, lo dejó solo afuera. Ella debe haber
estado confirmando la noticia. Mariposa estaba embarazada de mi
hijo.
Era el momento adecuado. Los ánimos se habían encendido en
ambos lados.
Con cada paso que daba, los relojes retrocedían, y yo tenía
diecisiete nuevamente y estaba persiguiendo a mi adversario. El que
seguía poniéndome a prueba, pero esta vez, era por una mujer, y esa
mujer era mi esposa.
Hubo un momento de nítida claridad entre que puse mis botas en
su césped y el primer golpe, pero esa palabra impactante pasó por
mi mente en ese espacio delgado. Celos. Se sentía como un atizador
salido del infierno que no dejaba de apuñalarme en un punto en
carne viva. Estaba celoso de que este hijo de puta tuviera la atención
de mi esposa.
Ella se negaba a hablar conmigo. Se negaba a mirarme. Se negaba
a darme de comer. Se negaba a dormir conmigo. Se negaba a
follarme. Pero aquí estaba, paseando por el camino de la memoria
con este perdedor, acariciando a su perro peludo.
Él me había visto venir, así que no fue una sorpresa cuando mi
puño se estrelló contra su cara. No estaba aquí para matarlo, sino
para luchar contra él. La muerte era más fácil. Esto. Esto era luchar
por el honor de ella. Quería que él supiera y lo recordara. Quería que
recordara mi puño golpeando su mandíbula cuando pensara en ella.
Esta pelea parecía que iba a llegar desde hace mucho.
Él me estaba dando tanto como yo a él. En poco tiempo, los
vecinos comenzaron a sacar sus sillas de jardín, observándonos
como si fuésemos dos perros gruñendo en su jardín delantero,
peleándose por un pedazo de territorio.
—¡Me la robaste!—me gruñó.
Le di un golpe en las costillas y los vecinos emitieron un sonido
colectivo de ooh.
—Ella siempre ha sido mía, Harry Boy. No podrías robármela,
aunque lo intentaras. Está en mi jodido bolsillo delantero.
Me dio un golpe en la boca y uno de los vecinos abucheó.
—Se lo dije. —Volvió a golpearme, pero falló—. Cuando lo
jodieras, ella estaría aquí conmigo. ¿Y dónde está ella? En mi casa.
Lo embestí como un toro con la cabeza, justo en el estómago, y
caímos al suelo, gruñendo, golpeando donde podíamos.
El primer golpe de agua no fue tomado en cuenta, no hasta que el
frío se aferró a él. La adrenalina bombeaba en mis venas y mi sangre
se calentó. Las salpicaduras seguían llegando. Harry Boy saltó
primero, levantando las manos en señal de rendición, escupiendo
sangre por la boca. Me puse de pie justo después y recibí otra fuerte
rociada en mi pecho.
Su hermana tenía la manguera.
—¡Es suficiente!—gritó—. Los dos!
—Yo… —Harry Boy fue a defender sus acciones, sin duda, y su
hermana lo golpeó con el agua de nuevo, esta vez en la boca.
—Harrison. —Su voz era firme—. Ya basta. Sabes que no me
rendiré hasta que dejes de poner excusas. ¡Ahora mete tu culo dentro
antes de que te resfríes!
—Mariquita—le murmuré.
Me golpeó con la manguera otra vez.
—¡Tú! ¡Te traeré algo de ropa seca, pero solo si te callas!
La miré con los ojos entrecerrados, y ella me devolvió la mirada.
Con razón Cash Kelly la deseaba. Ella no estaba jodidamente
jugando. También era arquera y, por lo que me había dicho
Mariposa, tenía una puntería indiscutible.
En lugar de mirarla, miré hacia el porche, donde estaba mi
esposa, agarrada a la barandilla. El perro se sentaba a su lado,
mirando hacia arriba, con la lengua colgando. Ella ya tenía su
lealtad.
—¿Qué haces aquí, mio marito?
No Capo. Mi esposo. No es que me importara, pero se negaba a
usar mi nombre, mi nombre verdadero. El que ella me había dado.
Era el único nombre que llamaba mío.
Su amiga tomó la manguera y comenzó a enrollarla, yendo hacia
el costado de la casa. Dándonos privacidad.
—He venido a recoger a mi esposa. Ella se fue sin mí.
—No. —Se mordió el labio y sacudió la cabeza—. Necesitaba algo
de espacio.
—Ya hay suficiente de eso entre nosotros.
—¿No estás enojado porque me fui sola?
—No. No estoy enojado. —Pasé los dientes sobre mi labio inferior
—. Estoy furioso.
Me miró por un momento. El sol caía sobre ella, y algo en mi
corazón se retorció de nuevo. Su suéter mostraba el bulto de su
creciente estómago. Tragué saliva, ignorando el hecho de que mi
garganta se tensaba.
—Te lo debo—dijo ella.
—Pero nada más.
—No, ese es el problema. Te debo todo.
Di un paso hacia ella. Ella no se movió, se mantuvo firme
mientras mi mundo entero se estremecía.
—No me debes nada—le dije.
—¿Ni siquiera la lealtad?
—Dámela si quieres. —Di otro paso hacia ella. Esta vez se dirigió
a la derecha, hacia los escalones, y después de subir un escalón, me
miró—. Me niego a aceptar algo que no se da.
—¿De mi parte?
—Solo de ti. Tomaré lo que quiera del resto del mundo y me
importará un carajo. Pero tú, si es bueno, quiero que lo des, y una
vez que lo hagas, nunca lo retires.
Ella asintió.
—No vine aquí para ver…
—No importa. —En ese momento, no importaba. Estar cerca de
ella de nuevo se sentía como vivir para mí. Su ausencia en mi vida se
sentía como la muerte. La verdadera muerte. Sabía la diferencia.
—¿No importa?
Me detuve cuando estaba justo debajo de ella y caí de rodillas en
los escalones.
—No me doblego. No me rompo. No me arrodillo ante ningún
simple hombre en esta tierra. —No la miré, así que usé mis dedos
para guiarme. Tomé sus caderas y apoyé mi frente contra su
estómago—. Excepto por ti, Mariposa. Puedes doblarme. Puedes
romperme. Eres la única mujer que tiene el poder de ponerme de
rodillas. Necesito tu misericordia.
—Me heriste profundamente—susurró ella y una lágrima se
deslizó por su mejilla, aterrizando en mi brazo. Eso me hirió más
profundo que la cicatriz alrededor de mi cuello. Me rompió el
corazón que no tenía idea de que tenía hasta ella—. Deberías
habérmelo dicho. ¿Por qué no lo hiciste?
—Esto. —Mi voz estaba hecha trizas. Me aferré a ella con más
fuerza—. Nosotros.
Pasó sus manos por mi cabello, besando la parte superior de mi
cabeza.
—Te amo, Capo. Estoy tan enamorado de ti, que a veces me
cuesta respirar. Tú... chocas contra mí y quiero ser arrastrada. No me
importa si me ahogo en ti. Per sempre. Y tampoco te amo por lealtad.
Te amo porque… simplemente… te amo.
La miré, y sus ojos eran tan malditamente sinceros. No fue fácil
para ella decir esas palabras, pero lo hizo con una lengua melosa. Tal
vez pensó que me estaba lastimando otra vez. O tal vez estaba
tratando de curar algo que nadie más pudo.
—No vine aquí para huir de ti, Capo. Keely quería darle a
Harrison un regalo que ha estado en su baúl por mucho tiempo.
Entré porque tenía que usar el baño. El bebé. —Se tocó el estómago
—. Eso es todo.
—¿Has visto ese coche antes?— Su amiga apareció desde un
costado de la casa, mirando hacia la calle.
Mariposa y yo nos miramos al mismo tiempo. Era un automóvil
típico, lo que significaba que nada destacaba en él, excepto por los
p q g q p p
vidrios polarizados. Me puse de pie, manteniendo a Mariposa detrás
de mí.
—No. —Mariposa miró a mi alrededor—. No lo hice.
—Sí—dijo Keely—. Ha pasado un par de veces.
La ventana comenzó a rodar hacia abajo.
—¡Abajo!—rugí. Empujé a mi esposa al suelo, pero su amiga se
congeló, viendo cómo el arma apuntaba hacia la casa, a punto de
esparcir balas por todo el porche delantero.
Salté sobre ella, derribándola justo cuando la primera ráfaga de
balas se estrelló contra la casa. Desde mi lugar en el suelo, saqué el
arma de mi espalda, apuntando a los neumáticos.
Blanco golpeado, dos de ellos explotaron. Tan pronto como el
coche se detuvo, me puse de pie de un salto, mirando las puertas.
Dos hombres saltaron y antes de que pudiera eliminarlos, el
conductor le metió una bala en el cerebro al pasajero. Debía haber
tenido órdenes, y esas órdenes eran asegurarse de que nadie hablara.
Incluyendo al tipo en el asiento del pasajero.
Esta era la venganza de los irlandeses o los Scarpone. Los
irlandeses estaban en guerra. Cash estaba luchando por las calles de
Hell's Kitchen después de que su padre fuera asesinado. O Achille
de alguna manera había rastreado a mi esposa hasta esta casa. Su
hijo prodigio probablemente encontró algo que relacionó el coche de
su amiga con este lugar. Había estado demasiado ocupado peleando
una guerra interna cuando debería haber estado presente en la física.
Estaba a punto de averiguar a quién pertenecía el hombre, pero
antes de que pudiera, más ruido vino de la casa, y cuando me giré
para mirar, era Harry Boy, pistola en mano, apuntando al pecho del
conductor. El conductor estaba a punto de emprender la marcha a
pie, pero por alguna razón se había vuelto a girar hacia la casa.
Harry Boy debía haber salido en algún momento durante el
ataque, su cuerpo sobre el de mi esposa. No voy a mentir. Tenía una
puntería decente, pero el hijo de puta cometió un grave error. Mató
al imbécil antes de que tuviera la oportunidad de interrogarlo.
q p g
El perro gimió desde adentro, queriendo que lo dejaran salir.
Después de que Harry Boy se sentó, mi esposa se tambaleó de
izquierda a derecha por un segundo, parpadeando.
—Mariposa. —Me arrodillé junto a ella y le toqué la cara. Cuando
se centró en mí, pasé mis manos por todo su cuerpo—. Estás bien.
Ella asintió, pero señaló mi brazo.
—¡Te han disparado!
—Estoy bien. Entra en la casa.
Harry Boy ayudó a su hermana a levantarse del suelo y, después
de que ella subió los escalones, me dijo que llevaría a Mariposa a la
casa.
Harry Boy me siguió cuando me acerqué al coche. Si esto fuera
un regalo de los Scarpone, podría haber una cámara en el espejo. Los
Scarpone a veces exigían pruebas de que se había llevado a cabo el
golpe que ordenaron. Comenzaron esto después de mi muerte. No
querían más de un fantasma al acecho. Sin embargo, dudaba que
este coche en particular tuviera una cámara. No era uno de sus
vehículos, les gustaban los coches con baúles profundos, pero, de
nuevo, tal vez estaban tratando de hacer algo diferente.
El hijo menor de Achille, un niño prodigio, era quien
monitoreaba las cámaras. Tenía un hermano gemelo que era diez
minutos mayor que él. El niño prodigio sabía cómo hacer
desaparecer la evidencia después de obtener lo que quería.
De todas formas, no verían bien mi cara. No hoy.
Saqué el teléfono y le envié un mensaje de texto a Harry Boy,
para que pudiera ponerse en contacto.
—Déjame saber cómo se desarrolla esto.
—¿Cómo conseguiste mi número?
Lo deseché con un gesto de la mano.
—Llama a Kelly e infórmale. Necesita saber sobre esto. No se
sabe con quién se metió y enojó. Esto podría ser una venganza en la
forma de matar a alguien que considera importante para él.
—¿Cómo supiste acerca de...
—Ponte a trabajar, Harry Boy. No es seguro conversar en la calle.
Las sirenas se acercaron. Necesitaba buscar a mi esposa y
largarme.
—¿Mac?—llamó Harry Boy.
Ni siquiera me di la vuelta.
—Salvaste a mi hermana.
—Asegúrate de decirle a Kelly que tiene una deuda.
Capítulo 25
Mariposa
—Capo —dije, apretando su mano—. Háblame.
Me sacó de la casa de Harrison, me dio las llaves de una
camioneta que parecía más rápida que un coche deportivo y me
indicó que condujera.
Me dio indicaciones, pero era un un lugar en el que nunca había
estado antes. Llamó al tío Tito y le dijo que nos encontrara en el
lugar de la “cita”.
Después de que colgó, seguí hablando con él porque la cantidad
de sangre que estaba perdiendo me asustaba. Me dijo que era bueno
que Keely lo hubiera mojado con agua fría y que afuera hiciera
mucho frío. El frío actuaba como un torniquete para frenar su
sangrado. Quería poner la calefacción del coche, pero se negó a
dejarme.
—Tienes miedo de que me esté muriendo—dijo él.
—¡Qué! ¿Lo estás? —Todo mi cuerpo se convulsionó por el
miedo. Sabía que amaba al cretino, pero no tenía idea de cuánto,
hasta que lo vi recibir una bala por mi amiga. La mujer que
consideraba mi hermana. Si lo perdía, lo perdía todo.
—Por centésima vez. No. Esto no es nada. —Él sonrió—. Eres
linda cuando te preocupas.
Le di una palmada en el brazo y siseó.
—No juegues conmigo, Capo. No estoy de humor. ¡Y no me
llames linda! No soy un repollo bebé.
—Repollo bebé—repitió lentamente—. Como una col de Bruselas.
Me dijo dónde girar un par de veces, y después se quedó callado.
Miró por la ventanilla con una mirada lejana en los ojos. De vez en
cuando, un violento escalofrío lo atravesaba. Cuando el silencio se
prolongó demasiado, carraspeé.
—Recordé algo, Capo. Cuando estábamos en la casa de Staten
Island. Me acordé de ti. Sin embargo, los recuerdos estaban al revés.
Recuerdo haber salido corriendo por la puerta, llorando para que
regresaras después de que me dejaste con Jocelyn y Pops. No quería
que me dejaras.
—Caíste de rodillas en el escalón para que pudiera mirarte a los
ojos. Tal como lo hiciste antes de que esos tipos nos dispararan. Yo
estaba de pie en la parte superior. Estabas arrodillado en el escalón
de abajo. Me dijiste que estaba a salvo. Que te aseguraste de ello.
Que siempre me cuidarías. Entonces te di el rosario. Lo puse
alrededor de tu cuello.
Podía sentir sus ojos en mí. Tenía toda su atención.
—Tu madre te lo dio para que dejaras de agitarte—dijo él—.
Dormías con él por la noche. Eras una niña nerviosa. Me conmovió
que me dieras la única cosa que te hacía sentir segura.
Asentí, agarrando el volante.
—Entonces recordé estar en una casa. Escondida en un armario.
¿Me hiciste esconderme allí?
—Sí.
—Me diste mis colores y mi libro para colorear. Te dije que mi
color favorito era el azul. Me dijiste que coloreara la página con la
mariposa. Lo hice. Entonces escuché unos ruidos que me asustaron.
Unos minutos más tarde, volviste por mí.
—Entonces te llevé con Jocelyn.
—Y me dejaste—exhalé—. No me dejes de nuevo, Capo. No vale
la pena vivir la vida sin ti.
No era nada que el dinero pudiera comprar desde el principio.
Era mi esposo El amor que sentía por él.
Lo sentía, incluso si yo sabía lo que era entonces. Ningún hombre
se sacrifica como él lo hizo, solo por la inocencia. Dicen que se
p q
necesitan agallas para hacer algo así, pero no estoy de acuerdo. Se
necesita amor. Tal vez lo que sintió al principio fue un tipo de amor
inocente, yo solo tenía cinco años, pero a medida que crecí y me
convertí en una mujer, el mismo amor creció y se convirtió en algo
más.
Se volvió hacia mí, su mano deslizándose contra mi estómago.
Podía sentir el calor de su toque a pesar de que tenía frío. Por
primera vez, el bebé aleteó. No fue una patada dura. Más como alas
haciéndome cosquillas desde dentro. Era la cosa más extraña que
jamás había sentido, pero la más maravillosa.
Sonreí.
—Él se movió. Justo ahora.
Capo empujó su mano contra mi estómago, tratando de sentirlo
también. Le dije que le tomaría un tiempo sentirlo, el movimiento
fue tan suave como unas alas. Luego lo miré y lo que vi en sus ojos
me hizo perder toda concentración. Parecía... emocionado.
—¡Mierda! —Tiré del volante en la dirección opuesta, casi
perdiéndome contra el tráfico del otro lado. La piel de gallina se
esparció por mis brazos, y no por el casi accidente. Una caja en el
asiento trasero había comenzado a reproducir música—. ¿Qué es
eso?
—Mantén tus ojos en el camino. —Su voz era firme, de vuelta era
el capo. Se dio la vuelta y escarbó en la parte de atrás por un
segundo. Luego levantó la mano para que pudiera ver. Era el lobo
negro con la mariposa en la nariz—. Para su habitación.
—¿Tú las compraste?
—Están en el asiento trasero, Mariposa. —Señaló lo obvio—. Al
dueño de la tienda le faltaban algunos de la colección, así que llamé
a una tienda en París y compré esos también. Tienes una opción.
Podemos ir a recogerlos o ellos los enviarán.
Una risa explosiva mezclada con un sollozo igualmente explosivo
estalló en mi boca. Las lágrimas nublaron mi visión. Luego me puse
sobria un poco después de darme cuenta.
p p
—Fuiste allí. A Dolce. Después de todo lo que pasó. Si te
hubieran visto…
—No lo hicieron. Los conozco, Mariposa. Conozco sus hábitos
mejor que ellos. Podría haberles cortado la garganta cien veces desde
que me mataron.
—¿Por qué no lo has hecho?
—Soy un fantasma que no los dejará en paz. Una vez que los
mate, se acabó. —Se quedó en silencio por un segundo—. Estaba en
la tienda cuando Keely estacionó frente a Dolce. Achille te vio.
—¿Es por eso que le disparó a la casa?
—Es una posibilidad. O podría ser otra persona.
—¿Alguien más?
—Cash Kelly ha dejado claro que tu amiga le pertenece. Ahora
mismo tiene muchos enemigos. Está luchando por el territorio. Si se
corre la voz de que algo es importante para él—Se encogió de
hombros—, lo destruirán para hacer un punto.
—Y si Cash cree que los Scarpone intentaron matarla, sea lo que
sea Keely para él, tomará represalias.
—Todavía no es tan fuerte, pero está creciendo. Simplemente les
causará más problemas.
—Él será un dolor en sus culos.
—Hablas tan elocuentemente. —Él sonrió.
También sonreí.
—Es la verdad, ¿verdad?
—Sí, la verdad. No quieren más problemas en este momento.
Causé muchos conflictos entre todas las familias. Hice que pareciera
que el otro tenía la culpa. Soy un fantasma, Mariposa. Creen que
estoy muerto. Arturo y su hijo no podían decirles a las otras familias
que sospechaban que Vi orio estaba jodiendo con todos ellos.
Incluso si fuera cierto, ¿por qué apuntaría a mi propia familia?
Todos sabrían entonces, dando por seguro, que Arturo me mandó
matar. Todos están empezando a jugar bien otra vez, ya que Arturo
los convenció de que un forastero comenzó las guerras. Los Scarpone
no pueden permitirse batallas más largas. Les he estado robando su
mierda.
—Los has lisiado.
—Cerca.
Sí, era maquiavélico, de acuerdo.
—Justo aquí… —Señaló hacia un edificio. Pulsó un botón de su
reloj y se abrió el garaje—. No hay tiempo para mirar alrededor.
Quédate cerca de mí. Entramos y salimos.
—¿Qué quieres decir con… salimos? Se supone que el tío Tito se
reunirá con nosotros aquí.
Ya estábamos apresurándonos para entrar al edificio. Capo había
agarrado la caja con las figuritas del bebé y prácticamente me estaba
haciendo correr. El edificio era sencillo pero enorme. Tenía un
montón de mierda. Todas las cosas que le había robado a los
Scarpone, probablemente.
—Otro lugar.
—¡Tu brazo!
—Estará bien.
Él no estaba bien. Estaba sangrando. Su camisa estaba pegada a
él.
Tres edificios más abajo, por lo menos, nos llevó a otro garaje.
Apretó el botón de un enorme vehículo todoterreno y me dijo que
volviera a conducir. Esta vez realmente me esforcé para llegar a
donde íbamos.
Otro almacén.
El tío Tito, Rocco y el hermano de Rocco, Dario, estaban allí
cuando llegamos. Antes de que el tío Tito comenzara a trabajar,
Capo aseguró mi reloj alrededor de mi muñeca.
—Quítate esto otra vez...—entrecerró los ojos—... y serás
castigada.
—Yo…
Sacudió la cabeza, sin excusas, y fue a sentarse en la mesa. Había
dos en la habitación, uno a cada lado. Toda la habitación había sido
preparada para que pareciera un consultorio médico o una pequeña
sala de emergencias. El tío Tito hizo que Capo se quitara la camisa, y
cuando lo hizo, riachuelos de sangre le bajaron por el pecho por un
agujero. El olor a sangre era fuerte y se mezclaba con todos los
antisépticos. El tío Tito evaluó la herida y luego le indicó a Darío que
colocara un tensiómetro en el brazo de Capo.
—Mariposa—dijo Capo.
Tuve que parpadear un par de veces para concentrarme en él.
—Sto bene.
Estoy bien, dijo él.
Asentí, pero no me sentía muy bien. Cuando el tío Tito sacó un
bisturí de su bolso, toda la habitación se oscureció. Cuando volví a
despertarme, estaba en la mesa opuesta y Capo me sonreía.
—¿Buena siesta?
Traté de sentarme, pero el tío Tito me detuvo.
—Descansa, nipote. — Luego se deslizó por la habitación, a la otra
cama, en una silla con ruedas. Revisó el vendaje del brazo de Capo.
—¿Qué sucedió? —Me froté los ojos—. ¿Estás bien?
—Te desmayaste—dijo Capo—. Tan pronto como viste el bisturí.
Y estoy bien. —Palmeó al tío Tito en la cabeza—. El ángel de la vida
detuvo la muerte una vez más.
—¡Ah! —El tío Tito lo abofeteó—. ¡Disparates! No permitas que
tu esposo juegue con tus simpatías. ¡Esta herida no es nada! La bala
estaba cerca de la superficie.
Miré un cuenco de plata que estaba sobre una mesa de plata.
Había una bala ensangrentada. No me di cuenta de que me había
desmayado de nuevo hasta que me desperté en la estación de
bomberos. Rocco me cargaba. Miré a mi derecha. Capo nos miraba
fijamente, la frialdad había vuelto a sus ojos. Sin embargo, no estaba
dirigido a mí, sino a Rocco.
—Puedo caminar—dije con voz ronca.
—Tonterías—dijo el tío Tito.
Capo lo miró mal.
—Tu marido está molesto porque me niego a dejar que te lleve.
Su herida no es mala, pero no debería llevar un peso, ¡no importa
cuán ligero sea!—dijo señalando a Capo—. ¡Escúchame, o te uniré
las manos con cinta adhesiva!
Me reí suavemente, pero lo oculté cuando Capo me miró mal.
Entonces me reí un poco más cuando pensé en Giovanni mirándonos
a todos desaparecer en la suite principal y no salir por un tiempo.
Capo me dijo que me instalara en la cama una vez que
estuviéramos en el lado secreto. Iba a acompañar al tío Tito y a
Rocco a la salida. Antes de que se fueran, los besé a ambos y les di
las gracias. El tío Tito lo desechó con la mano y me dio instrucciones
sobre la medicina que Capo tenía que tomar y lo que podía y no
podía hacer.
Mi marido volvió a la habitación unos minutos después. Parecía
que no podía moverme. Todo lo que había sucedido pareció
alcanzarme.
—Ducha—dijo Capo, señalando hacia el baño.
Negué con la cabeza.
—Ducha para mí. No puedes mojarte el brazo. Órdenes del
médico.
—Tienes dos opciones. Ducharte conmigo. O ducharte conmigo
después de que te haya arrojado sobre mi hombro.
Me sonrió cuando envolví su brazo en una envoltura de plástico
de la cocina antes de entrar. Usé el mango de la ducha y apunté lejos
de él. Pero cuando lavé todas las manchas de sangre, sus hombros se
g
relajaron y me di cuenta de que estaba tranquilo. Y no importa
cuánto protesté, se negó a dejar que me lavara.
Después de la ducha, mientras nos secábamos, me miró
fijamente.
—¿Qué?—le susurré.
—Tu estómago. —Él asintió—. Estás empezando a mostrarse.
Me giré hacia un lado y sonreí.
—Lo está. Me pregunto si va a ser grande como tú. Espero que
tenga tus ojos.
Pasó un momento y ninguno de los dos dijo nada. Me tomó de la
mano y me condujo hacia el dormitorio. Me subí y palmeé el lugar a
mi lado. Mis ojos se entrecerraron cuando comenzó a arrastrarse
hacia mí.
—Capo—dije—. No voy a ceder en esto. El doctor dijo…
—Me importa un carajo lo que diga el médico. Esto es lo que
necesito. Tú. Debajo de mí. Gritando mi nombre. Esa es mi única
medicina. Mi única cura en este mundo enfermo.
Me mordí el labio, sin saber qué hacer. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca, usó su boca para sacar mi labio de mis dientes
y lo chupó suavemente.
—Ah—solté un suave suspiro. Entonces mis manos revolotearon
sobre sus hombros, sus brazos, sus costados.
Él siseó y tiró de mí hacia abajo con un brazo, colocándome
debajo de él. Me besó, suave, lentamente, hasta que sentí que había
tomado mi alma y que estaba perdida para cualquiera excepto para
él, y entonces su lengua se hundió más y más fuerte. Pero sus toques
eran... ligeros.
—¿Qué me estás haciendo?—susurré cuando su lengua se
arrastró por mi garganta, todo el camino hasta mis pechos.
—Algo que debería haber hecho antes. Algo diferente.
No dijo nada después de eso, pero cuando me penetró, no fue
duro ni áspero. Se tomó su tiempo, moviéndose a un ritmo lento y
sensual. Exigió que mantuviera los ojos abiertos, y los suyos estaban
sobre los míos, con los dientes hundidos en su labio inferior.
—Mariposa. —Sus ojos se cerraron entonces, e hizo un sonido
estrangulado en su garganta.
El sonido de mi nombre en sus labios hizo que me disolviera en
él, y mi orgasmo me desgarró, a pesar de que lo que me había hecho
estaba lejos de ser duro. Me embistió después, implacable
persiguiendo su liberación, y me corrí de nuevo con él.
Él no se movió después, aunque temblaba. Tenía miedo de mirar
el vendaje para ver si le había hecho algo en el brazo y la sangre
brotaba a borbotones. La idea me hizo sentir mareada. La sangre
normalmente no me molestaba, pero la suya sí. El sueño seguía
volviendo a mí, tan fresco en mi mente.
Envolví mis brazos alrededor de él, enterrando mi cara contra su
pecho. Lo besé en el lugar cuatro veces. Trató de levantarse, pero me
negué a dejarlo ir.
Tenía tantas cosas que decir:
El amor no es la daga que crees que es. Solo se usa como arma cuando la
persona que amas la vuelve contra ti. El amor es un escudo contra el resto
del mundo. Solo nosotros dos podemos permitir que extraños traspasen
nuestras puertas. El amor proviene de muchas cosas diferentes.
Compañerismo. Amistad. Lealtad y la lealtad puede engendrar amor. O el
amor puede engendrar lealtad.
Sin embargo, me quedé callada porque no quería que pensara
que estaba tratando de convencerlo o convertirlo. No quería señalar
lo obvio. Tú me amas también.
Pareció percibir mis pensamientos.
—En mi mundo, el amor solo hará que te maten, Mariposa. —El
sonido de su voz, baja y desgarrada, me hizo acercarme más a él—.
Es por eso que mi madre dejó atrás esas palabras. Ella sabía a lo que
me enfrentaría. Solía decirme que era demasiado bonito. Que me
q
iban a comer vivo. Pero no lo vio en mí. Ella no vio que una cara
bonita no anula la crueldad en la sangre. Soy tan salvaje como ellos.
Me defendí. Demostré mi valía.
—Todavía te estás defendiendo. —Besé su cuello suavemente.
Olía a playa, a nuestro tiempo en Sicilia y Grecia—. No tienes nada
más que probar. Ni una maldita cosa, Capo.
Se inclinó y me besó en la cabeza. Luego se deslizó fuera de mí,
dejándome vacía. Se apoyó en su brazo bueno, frente a mí, y tomó
mis manos entre las suyas, acunándolas.
—Se te debe un corazón, Mariposa. Las venas ya las tienes.
—Un corazón… oh. Las venas son las tres cosas malas. ¿Ahora
por el bien?
Llevó mis manos a su boca.
—Flores de azahar. —Inhaló alrededor de mi pulso y soltó el
aliento en una lenta corriente de aire cálido—. ¿Quieres saber por
qué no te dije quién era yo? Semplicemente. —Simplemente—. No
quería que lo descubrieras. Si lo hacías, me ponía… ansioso pensar
que te alejarías de mí, que me dirías que me fuera al infierno, que me
casara con otra. No te lo dije porque, simplemente, quiero tu
compañía. Tu tiempo.
Necesito desaparecer, pero ser visto. Él estaba solo, tan malditamente
solo, debido a esos bastardos despiadados.
—Te necesito por el resto de mi vida, Mariposa. Necesito que
todo de ti me pertenezca sólo a mí. Ossa delle mie ossa; carne della mia
carne; la mia bella donna; mia moglie. Hueso de mi hueso; carne de mi
carne; mi hermosa mujer; mi esposa.
—¿Así que no tuviste que inventar algo? —Parpadeé hacia él—.
¿Tuviste el corazón todo el tiempo?
—Sí, lo hice. Tú. Tú eres el corazón. —Tomó mis manos y las
movió a su cuello, justo sobre su cicatriz—. Si esto no existiera. La
voz. ¿Cómo podría decírtelo, Mariposa? Si las palabras ya no
existieran, si alguien las robara, ¿cómo nos comunicaríamos?
Acciones. Las acciones hablan más que las palabras. No necesitas
palabras para hacer esto real.
—Acciones—susurré—. Tu vida. Sacrificaste la tuya por la mía.
Apoyó su cabeza contra la mía.
—Nel mio mondo l'amore ti farà solo uccidere. Sono un uomo morto
dalla no e in cui ti ho lasciato alle spalle.
La traducción de sus palabras fue un poco imprecisa, pero su
punta era tan afilada como una espada para matar por amor.
En mi mundo, el amor solo conseguirá que te maten. He sido un hombre
muerto desde la noche en que te dejé atrás.
Me eché hacia atrás para verlo mejor, pero él solo me acercó más,
tan cerca que no podía respirar. Tan cerca que mi aliento era el suyo
y el suyo era el mío.
Non servono più parole. No se necesitaron más palabras, mientras
me dejaba deslizarme tranquilamente.
Capítulo 26
Mariposa
De alguna manera, tuve un milagro, convencí a mi esposo de
tomarse el día libre. No sólo el día, también la noche. Después de
que la casa de Harrison fuera rociada con balas, era difícil separarse
de él.
Mis pesadillas solo empeoraron.
Era la misma una y otra vez, excepto que la sangre aumentaba
cada vez. Miraba hacia abajo y el lento arrastre se acercaba cada vez
más a mis pies. Todavía no podía moverme. Sólo gritar.
En realidad, no en sueños, a veces se paraba cerca de mí. En otras
ocasiones, hizo lo suyo. Buscar venganza contra la familia Scarpone
era un trabajo para él. Uno que amaba mucho. Cuando me admitió
que no los mató porque se acabaría, lo entendí de inmediato.
Pondría fin a su reinado de tortura sobre ellos. Cuando jodía con
ellos en la vida, jugando el juego, se emocionaba. Una vez que
estuvieran muertos, todo terminaría, y él tendría que lidiar con... él
mismo.
Lo que más me preocupaba era, ¿llegaría él a ellos primero? ¿O
finalmente tendrían éxito y acabarían con su vida?
Era un juego con apuestas muy altas.
La vida dando tumbos en mi estómago me hizo entender el
punto.
Me pasé una mano por el vientre. En la última semana mi barriga
pareció explotar. Llevaba un vestido azul marino ajustado que se
estiraba pero me quedaba ajustado, y desde todos los ángulos, se
notaba que estaba embarazada.
—Mariposa.
Me tomó un minuto darme cuenta de que Capo me había dicho
algo. Después de la cita con mi médico, donde el ultrasonido
confirmó que el bebé era un niño, me llevó a comer a la pizzería
Mamma's. Nos sentamos al frente, en taburetes, girados el uno hacia
el otro.
—¿Sí?
Me sonrió y recogió la imagen de ultrasonido que había colocado
entre nosotros, apoyada en un menú de postres. Me lo mostró.
—Quiero que tenga tu nariz.
—¿Tus ojos y mi nariz? —Sonreí.
Volvió a colocar la imagen, pasó un dedo por la pendiente de mi
nariz y luego me besó en la punta. Sus manos rodearon mi
estómago, acunando el bulto como una pelota.
—Me complace que todos sepan que te hice esto.
Casi escupo la bebida.
—¿Te gusta que todos sepan que me dejaste embarazada?
Se inclinó aún más cerca, manteniendo sus manos alrededor de
mi estómago. Mi rodilla estaba cerca de su entrepierna.
—No, que todo el mundo sepa que soy yo el que te folla.
Mis ojos se cerraron y el aliento escapó de mi boca.
—Olvídate de la pizza. Vamos a casa.
—¿Por qué en casa? Tienen una trastienda.
Me aparté de él, tratando de medir su rostro. Hablaba en serio.
¡La camarera dejó nuestras ensaladas con un fuerte tintineo!
contra el viejo mostrador. Un segundo después, un hombre con un
delantal atado a la cintura deslizó nuestra pizza entre los dos
tazones.
—Bastante bien—dijo la camarera, y se apresuró en la dirección
opuesta para tomar más pedidos.
Su atención al cliente carecía de delicadeza, pero bueno, la
comida era increíble. Era como tener un médico idiota sin modales al
lado de la cama, pero él era el mejor médico idiota sin modales.
Mis ojos iban y venían entre la comida frente a mí, el hombre, y la
verdadera comida frente a mí, la pizza y las ensaladas.
Se recostó, rugiendo de risa.
—Me acabas de romper las bolas.
Sin esperar, le di una puñalada a mi ensalada. A veces me
gustaba poner lechuga encima de mi pizza y enrollarla. Mamma´s
tiene el mejor aderezo italiano.
—No toqué tus bolas, Capo.
—Lo hiciste. Escogiste esto... —agitó su mano hacia la mesa—
sobre mí. Heriste mis bolas sin siquiera tocarlas.
—No elegí uno sobre el otro. —Tomé un bocado de pizza, casi
gimiendo—. Tú eres el postre.
Se inclinó muy lentamente, y el bocado de ensalada que acababa
de pinchar estaba en camino para llegar a mi boca. Lentamente, oh
tan lentamente, lamió mi labio inferior, quitando un poco de aderezo
sobrante.
—Todo sabe mejor de tu boca.
Fue difícil para mí volver a encontrar emoción en la comida, pero
después de un minuto o dos, cuando comenzó a comer, mi hambre
volvió aún más fuerte. Ni siquiera preguntó. Pidió otra pizza,
notando cuánto estaba comiendo.
—La ensalada aquí también es muy buena—le dije.
Pidió otra.
—Así fue como conocí al viejo Gianelli. —Se limpió la boca con
una servilleta. Todavía estábamos frente a frente, y él extendió la
mano y me limpió la cara también—. Vine aquí por pizza.
—¿Intimaste por la pizza?
Se estiró y agarró un menú de pie. Señaló un punto en la parte
inferior.
—'Todos los ingredientes son cultivados localmente o importados
de Italia'—leí en voz alta.
—El viejo Gianelli solía abastecer el ajo de su jardín. Los antiguos
dueños eran amigos suyos. Cuando mi abuelo vino de Italia, lo traje
aquí. Se conocieron. Congeniaron. Durante mucho tiempo jugaron
ajedrez por correspondencia. Dejaron de hablar después de que te
dejé con ellos. No era seguro mantenerse en contacto.
—¿Nonno confiaba en Pops?
—Sí. —Tomó un sorbo de su agua—. Él había llegado a
conocerlos bien. Así es como supe de todos los problemas de
Jocelyn. Eras buscada. Tal vez incluso eras necesaria en sus vidas.
Desarmé mi pizza.
—¿Me... me parezco a mi madre?
A veces me sentía culpable por eso, pero mi padre rara vez se me
pasaba por la cabeza. Lo culpaba por hacer que mataran a mi madre.
Sabía qué tipo de personas eran los Scarpone, y aun así trató de
apoderarse de ellos. Incluso cuando estaba huyendo, todavía estaba
conspirando.
Lo que más me impactó fue la foto que encontré de él saliendo
del juzgado después de que los Scarpone lo hubieran sacado de un
apuro, cuando todavía estaban en buenos términos.
Mi madre, sin embargo, no conseguí nada cuando la busqué.
El mal comportamiento de Corrado fue noticia de primera plana.
Para Maria, mi madre, su bondad, su amor, la habían llevado a una
tumba poco profunda.
Aunque no podía recordar la forma en que se veía, pensaba en
ella a menudo. Especialmente cuando tocaba su rosario. Incluso
cuando era niña, trató de enseñarme cómo aliviar mi ansiedad con
fe.
Capo me miró a la cara, tal vez recordando. Pasó su dedo por mi
nariz otra vez.
—Tu nariz. Tus ojos. Hasta tus labios le pertenecen. El color de
tus ojos...— Él inclinó la cabeza—. Parecen ser una mezcla. Sus ojos
eran ámbar, como whisky en un vaso justo al atardecer. Era una
mujer hermosa. —Se quedó en silencio por un momento.
—Tu padre solía enterrar mierda. Armas. Dinero. Joyas.
Documentos. Cuando lo encontré, estaba en un mal vecindario. De
esos en los que la gente mantiene la cabeza gacha y mira para otro
lado.
—Estoy familiarizada.
Él asintió una vez.
—No había nada en la casa más que muebles andrajosos. Cuando
huía, huía con muy poco. No habría tirado su mierda. Creía que iba
a hacerse un nombre. Creía que iba a ser el nuevo capo de la ciudad.
—¿Crees que podría haber enterrado fotos?
—Bingo.
—Me gustaría. —Agité lo último de mi bebida alrededor del vaso
—. Me encantaría verla. Significaría mucho para mí si tuviera fotos
de ella. —Toqué mi vientre—. Tal vez vea algo de ella en él.
Nos quedamos en silencio cuando la camarera volvió a llenarnos
las bebidas. Sin embargo, solo tenía una cosa en mente.
Extendí la mano y tomé la mano de Capo, apoyándola contra mi
vientre.
—Aquí hay un giro que probablemente nunca vieron venir. Dos
familias que se odiaban ahora están unidas por un vínculo. Amor.
Este niño los une en paz, lo quieran o no.
Incluso si Capo nunca pronunciara las palabras, este bebé fue
creado por amor. Tener hijos nunca se me pasó por la cabeza cuando
luchaba por sobrevivir, pero cuando Capo me dio a elegir, nunca
quise nada más. Ser capaz de contener mi sangre en mis brazos se
sentía como el sueño más increíble. Ver a alguien más que tal vez se
g q
parecía un poco a mí se sentía irreal. Ansiaba sentir esa conexión
especial.
Capo levantó una rodaja de pepino de su tazón y la colocó frente
a mi estómago. Luego puso otra al lado. Como si mi estómago
tuviera ojos.
—Aquí hay un giro. Tiene aproximadamente el tamaño de un
mango en este momento, aunque se supone que solo debe ser del
tamaño de un pepino. Va a ser un niño grande.
La sonrisa que vino a mi cara fue lenta.
—Como su padre.
Capo llamó a la camarera.
—Entonces no lo hagamos esperar para comer. —Pidió pastel de
spumoni y helado. Me miró—. Haz que sea doble.
—¡Oye! —Empecé a reír, pero me comí los pepinos que había
puesto en mi vientre. Entonces empezó a reír. Me puse de pie,
pasando una mano por mi vestido—. El baño llama antes del postre.
La sonrisa en mi rostro permaneció mientras caminaba por el
restaurante. Cuando llegué a la parte de atrás, donde estaban los
baños, noté una habitación a un lado. La trastienda de la que Capo
había estado hablando. Olía a ajo y tomates. Me preguntaba si
podríamos comprobarlo después de comer nuestro spumoni.
El viaje al baño no tomó mucho tiempo, y todavía estaba
limpiándome las manos con una toalla de papel cuando salí y corrí
directamente hacia el brazo de Capo. Estaba parado frente a la
puerta del baño. Otro hombre estaba junto a la sala de
almacenamiento. Era mucho más bajo, pero con el pecho de un toro.
Se miraron el uno al otro.
La servilleta en mi mano cayó al suelo cuando noté el tatuaje en
su mano.
—Bobby, ¿tienes un cigarrillo?
Los ojos del hombre volaron hacia los míos. Luego de vuelta a los
de Capo.
p
—¿Que mierda? ¿Vi orio? —La voz del hombre salió baja, y una
ligera capa de sudor burbujeó sobre su labio superior. Estaba pálido,
sus labios demasiado rojos por la falta de color en su rostro. Me
preguntaba si los hombres que Capo había matado, los que habían
intentado matarlo, tendrían esta misma reacción cuando creyeron
ver su fantasma.
Capo no dijo nada, pero asintió de una manera que me dijo que
me quería detrás de él. Me moví, pero puse una mano en su costado,
tratando de mirar.
—Dime una cosa, muchacha. —Me tomó un momento darme
cuenta de que Bobby me estaba hablando—. ¿Tú también lo ves?
No sabía qué decir. Capo se negó a responder, y no estaba seguro
de qué iba a hacer este tipo si confirmaba que era el hombre que
todos pensaban que estaba muerto. ¿Bobby sacaría un arma y nos
mataría a los dos? ¿Si me callaba y él se enfadaba? ¿Entonces qué?
—¿Ver a quién?—dije con voz áspera.
—El hombre parado frente a ti. El que estás tocando. Se supone
que debe estar a dos metros bajo tierra. Le cortaron la garganta.
—¿Tú le hiciste eso? —Me sorprendió la cantidad de veneno en
mi voz dirigida a este hombre que no conocía pero que odiaba en
principio.
Bobby negó con la cabeza, pero sus ojos nunca dejaron los de
Capo. No estaba segura de sí estaba evaluando a mi esposo, tenía
miedo de que se abalanzara o todavía estaba en estado de shock al
verlo.
—Nah, ese no fui yo, muchacha. No tuve nada que ver con su
asesinato. Hubo un tiempo en que éramos cercanos.
Capo se rio, pero en voz baja.
—¿Son esas las mentiras que estamos diciendo estos días, Bobby?
Bobby se estremeció al escuchar la voz de Capo y levantó ambas
manos.
—Lo juro por la cabeza de mi madre, Vi orio. Escuché cosas,
¿sabes? Pero eso se interpuso entre Arturo y Achille. Todos
sospechábamos, pero ya sabes cómo es. Lo hecho, hecho está. No
podemos ir en contra del jefe, hombre. Achille lo admitió ante
algunos de nosotros hace unos años, nos dio a entender que nuestro
destino sería el tuyo si no hacíamos lo que nos decían sin dudarlo.
Capo sonrió y esta vez me estremecí.
—Nunca debiste venir a buscarme, Bobby. Deberías haberte
quedado dentro de la protección de la manada a la que llamas
famiglia.
Antes de que pudiera respirar, Capo lo atacó y golpeó su cabeza
contra la pared. La parte más aterradora fue que todo tomó menos
de un segundo y apenas hizo un sonido. Cuando Bobby cayó, Capo
lo tomó por el cuello de la camisa y comenzó a arrastrarlo hacia la
sala de almacenamiento.
—Mariposa. —La voz de Capo era feroz—. Muévete.
Me tomó un segundo concentrarme, pero una vez que lo hice, me
apresuré a mantener el ritmo. Una vez que estuvimos afuera, levantó
a Bobby y lo arrojó sobre su hombro.
—¡No puedes matarlo!
—Considéralo muerto.
—¡Pero él no lo hizo, Capo! Es inocente.
—Tú espera y mira, le considero más culpable que el que usa el
cuchillo. Es un maldito poltroon. Y su esposa habla demasiado.
—¡La segunda razón no es lo suficientemente buena! —Además,
no sabía lo que era un poltroon, ¿tal vez un cobarde?
—Es un bono. Tal vez cierre la boca durante cinco segundos, el
tiempo suficiente para derramar una lágrima falsa.
Pasamos por el lateral del edificio, yendo directamente hacia el
coche estacionado justo delante de Mamma's.
—¡Alguien podría verte!—siseé.
—Estoy muerto. Que traten de encontrarme.
Tan pronto como Capo abrió las puertas, dos coches se
detuvieron justo al lado del nuestro.
—¡Sube, Mariposa! ¡Adesso!
Me arrojé adentro, justo cuando las balas golpeaban el exterior
del vehículo. Cubrí mi estómago, temeroso de que una pudiera
penetrar la capa a prueba de balas.
Capo estaba dentro del coche un segundo después. Lo puso en
marcha y salió, golpeando el costado de uno de los vehículos
mientras aceleraba. Los coches que se habían detenido frente al
restaurante bloquearon el flujo de tráfico. Las bocinas sonaron.
—¿Dónde está Bobby?—pregunté, sin aliento.
—Terminó siendo valioso al final.
—¿Qué?
—Recibió esas balas por mí. Lo llamaremos venganza por no
decirme que iban a cortarme la garganta y luego quedarse mirando.
—Me parece bien. —Me agarré fuerte al cinturón de seguridad—.
¿Eran ellos? ¿Los Scarpone?
—Sí, pero no Arturo o Achille. Tipos jóvenes. Refuerzos para
Bobby. —Miró el espejo—. Sujétate.
¿A qué? Casi grité, pero no lo hice. Entraba y salía del tráfico, sin
siquiera importarle si solo había una bocanada de aire entre nuestro
coche y el que estaba delante o detrás de nosotros.
—¿Ellos te vieron?
—Te vieron a ti.
—Pero pensé que querías… ¡mierda! ¡Capo! —Se desvió,
esquivando por poco a un motero—. Pensé que querías hacer una
gran entrada. Como, '¡Buuu, hijos de puta, he vuelto!' Entonces les
servirías lo que se merecen.
—No estás muy equivocada, pero esto ya no se trata de mí. Tu
cara ha sido vista demasiadas veces. Han sido demasiadas
coincidencias para que no signifiquen algo. Lo único de lo que no
están seguros es de cómo Cash Kelly está involucrado en esto. Están
tratando de conectarte conmigo o averiguar si eres uno de los suyos.
—Italia—le dije.
—Sí. El funeral de mi abuelo. Si yo estuviera en algún lugar,
estaría allí. Ese se destaca para ellos.
—Estuviste. —Cerré los ojos, de repente sintiendo mareo por
movimiento—. Tú sabías... ¿Estabas tratando de que te mataran?
—Estaba listo para terminarlo. Ellos muertos. Yo muerto... otra
vez. Todos íbamos a morir. —Rápidamente giró a la derecha y mi
hombro golpeó el costado del coche—. Sin embargo, no me vieron
hace un momento. Bobby me bloqueó la cara, y los muchachos en
esos vehículos son jóvenes. No me reconocerían. No solo por el
cuerpo. Iban tras de ti.
—¿Todos esos hombres por mí? ¿Por qué Bobby no podía tratar
conmigo solo?
—¿Qué te asustaría más, Mariposa? ¿Un hombre o unos pocos?
—Uno o unos pocos, mi medidor de miedo estaría hasta aquí. —
Levanté mi mano por encima de mi cabeza.
—Bobby entró por la parte de atrás, así que no sabía si estabas
sola. Esa es otra razón por la que llamó. Una vez que te vio, pidió
refuerzos. Ese fue el final del alcance de su conocimiento antes de
que saliera a la luz. Si descubren quién eres en realidad, Marie a, las
cosas se pondrán más peligrosas. En este momento, solo hay una
conexión. Nada más. Pero es suficiente.
Se desvió en el último segundo, deteniéndose en la entrada de un
garaje, pero le tomó menos de una bocanada de aire. Tan pronto
como se detuvo, el brazo se elevó y apenas pasó por alto la parte
trasera del automóvil cuando descendió mientras acelerábamos por
la pendiente. En el último piso “¿siete u ocho?” estacionó en el área
descubierta, justo bajo la luz directa del sol.
Me dijo que me quedara quieta hasta que él viniera a buscarme.
Cuando abrió la puerta, traté de secarme una lágrima que se
deslizaba por mi mejilla, pero se dio cuenta.
—Mariposa. —Me sacó del coche, usando su mano vacía para
deslizar una gorra de béisbol sobre su cabeza. Mi mochila de cuero
estaba en su espalda. La había dejado en el coche cuando entramos
en la pizzería. Me entregó un par de gafas de sol antes de ponerse un
par—. Voy a terminar con esto. Es la hora.
—La foto del bebé. —Apenas salí. La habíamos dejado en el
mostrador.
Bajamos corriendo por la pendiente hacia los ascensores. Cuando
los alcanzamos, me entregó algo de su bolsillo.
Mis lágrimas se juntaron dentro de las gafas, casi empañándolas,
pero el tesoro en mi mano era tan claro como el día.
—La agarraste.
—También pagué la cuenta.
—¿Lo hiciste
—Te encanta estar allí, y tienen mejor memoria que los Scarpone
cuando los clientes no pagan. Así que tomé la foto, les dejé
doscientos dólares y te seguí al baño. Circunstancias imprevistas.
Establece una regla para considerar todos los escenarios con
anticipación, Mariposa.
—¿Bobby nos estaba siguiendo?
—No. Le gusta comer allí, pero estoy seguro de que los llamó
cuando te vio. Se estaba tirando a una de las camareras. Ella es muy
callada. Te vio justo antes de que entraras al baño. Permanecí
escondido hasta justo antes de que salieras.
Parecía que no había nada más que decir. Hicimos el resto del
viaje en silencio. Una vez afuera, abrió otro coche y me sostuvo la
puerta. Antes de entrar, se produjo una gran explosión en el piso
más alto del estacionamiento del que acabábamos de salir.
—Sabrán que nosotros... quiero decir, ese es tu coche, Capo.
q q p
—No. —Sacó un portátil del asiento trasero y jugueteó con
algunas cosas—. El papeleo dice que pertenece a un tipo que fue
asesinado alrededor de… — Miró su viejo reloj—. Hace una hora.
Los Scarpone tenían un blanco pintado sobre él.
—¿Que tan pronto?—pregunté, mi voz tranquila. Miré la foto del
bebé en mis manos—. ¿Qué tan pronto terminarás con esto?
—Van a estar buscándote. —Puso el coche en marcha y arrancó.
Estábamos en un paseo panorámico por la ciudad, como si la última
hora no hubiera pasado.
—Porque saben que vendrás por mí.
—O con la esperanza de que así sea, si todavía estoy vivo. —
Comprobó su espejo retrovisor—. Si te están cazando, van a venir
por mí. Ya me quitaron la voz. Me reuniré con ellos en el infierno
antes de que me quiten el corazón.
Capítulo 27
Capo
Mi esposa deslizó el rosario sobre mi cuello antes de irme.
Un rito.
Un rito de aprobación.
Un símbolo de su amor y sacrificio para llevar conmigo a la
batalla.
Después de que el asesino hizo un corte lo suficientemente
profundo como para que el aire saliera de mi garganta en lugar de
mi nariz o mi boca, saqué el rosario y lo agarré en mis manos antes
de caer.
Cada respiración era una lucha.
Luché por cada latido de mi corazón.
Había pensado que el lugar donde Mariposa había encontrado su
cielo, su rosario, me tocaría. Porque sabía hacia dónde me dirigía. El
Infierno. Antes de mi último aliento, quise tocar el lugar donde ella
encontró la paz. Tocar lo que hizo el otro lado antes de tomar su
último aliento.
Fe.
Solo hubo unos pocos momentos de mi primera vida que se
quedaron conmigo a lo largo de los años. Uno de ellos era la madre
de Mariposa, Maria, antes de apretar el gatillo.
Maria fue la primera persona a la que maté y que me había dado
su perdón por lo que estaba a punto de hacer. Me dijo que sabía que
no tenía otra opción. Me dijo que lo que estaba haciendo era
mostrarle misericordia. Conocía a los salvajes con los que estaba
emparentada. Lo que le harían una vez que la encontraran.
En ese momento, sin embargo, traté de pensar en maneras de
salvarlas a ambas. Una niña debe tener a su madre.
Al final, ambos sabíamos que era inútil. Si iba a salvar a su hija, la
niña a la que llamaba Marie a, tenía que cortar todos los lazos con
su vida original.
—Sé a dónde voy, Vi orio. Pude haber cometido errores en mi vida: me
casé con un hombre que no era un hombre de Dios, pero aun así, soy una
mujer de fe. No temo a la muerte, porque estoy en una nueva vida. Cuida a
mi bebé.
El único temor que mostró Maria fue por su hija. Dondequiera
que ella sintiera que iba, era a un lugar mejor. Había seguido a su
esposo a través de las noches más oscuras, los días más fríos y los
lugares más sucios que sus pies podrían haber tocado. Cuando los
encontré, estaban cerca de morir de hambre. No podían salir del
lugar sucio en el que vivían. Ni siquiera podían pedirle a un vecino
que les trajera comida por temor a que los descubrieran.
Aun así, los encontramos.
Había matado a hombres que lloraban como mujeres, se cagaban
y meaban en los pantalones, se arrodillaban y suplicaban cuando la
muerte llamaba. Un hombre incluso ofreció a su esposa en lugar de
él. Una vida era una vida. Un cuerpo un cuerpo.
No Maria. Ella tenía fe, y su fe le dio valor. Su cuerpo pereció,
pero su alma sobrevivió.
Le había estado enseñando eso a Mariposa todo el tiempo.
Cuando tenía miedo, podía tocar su fe para encontrar la paz.
Mariposa tenía algo que la consolaría para siempre.
Para algunos eran cuentas en una cuerda. Pero para Maria, era
una representación física de su inquebrantable sistema de creencias.
No importaba lo cerca que estuvieran sus miedos, tenía algo más
grande de su lado para vencerlos.
Yo hubiera querido morir con la misma paz. Quería probarla en
mis labios, sentirla en mis venas, que conquistara mi corazón antes
de que mis pecados vinieran a recogerme. Había sentido la
oscuridad rompiéndose, haciéndose añicos como el cristal, y desde
allí, todas las sombras de los monstruos me absorbían.
Una.
Dos.
Tres.
No más respiraciones.
Entonces me había despertado. Tito estaba sentado a mi lado. No
podía hablar. Todavía sentía que no podía respirar. Sin embargo,
sabía que estaba vivo porque podía sentir. Tito envolvió el rosario
alrededor de mi mano y me dijo que aguantara.
Ahí estaba yo, en el sentido metafórico, todavía aguantando.
Tal vez este fuera mi último aliento.
El último, el cuarto.
Era una noche familiar en Dolce. El restaurante cerró para todos
menos para los Scarpone. Comían como reyes y reinas, se reían como
si Joker acabara de montar el espectáculo más divertido y les
contaban a sus nuevos príncipes historias sobre que les deparaba un
rico futuro. Lo poderosos que serían cuando se convirtieran en reyes.
Todas. Malditas. Mierdas.
—Cuidado, hijos de puta, hace que el cuchillo entre más
fácilmente cuando el asesino te corta la garganta—quería decirles a
los hijos de Achille—. Porque noticias de última hora: solo puede
haber un rey. ¿Esos cuentos? Sí, son bastante altos. Lo
suficientemente alto como para que solo uno de vosotros pueda
llegar a la cima.
Después de que las esposas se fueran, con abrigos de piel sobre
los hombros, joyas en las muñecas, los mejores zapatos en sus
indignos pies, los hombres se quedarían y jugarían al póquer.
Achille podría tener una de sus putas esperando para darle un beso
de la suerte. Solo las afortunadas podían salir de los apartamentos en
los que las alojaban y ser vistas en público junto a él.
¿Adivinad quién sale a jugar esta noche, amigos?
Finalmente estaría ocupando el asiento que me reservaron un
domingo al mes.
Me reí, el sonido ronco y bajo. Sí, ¿qué tal eso? Me reservaban un
asiento en la mesa de póquer una vez al mes, con un vaso de whisky
incluido. Ni siquiera me gustaba el maldito juego. Con los años, el
juego de ajedrez del anciano se había transformado en el juego de
póquer de Achille. Más rápido y menos implicado en el
pensamiento. Era un signo de los tiempos.
Tres miembros del personal se quedaron adentro para atender a
la familia. El resto eran Scarpone, incluidos los hombres que juraron
dar la vida por el rey y su bromista hijo. Los príncipes bebés también
estaban allí.
El niño prodigio pensó que tenía control sobre su seguridad.
Cambié los monitores, siendo más inteligente que él. Todo lo que
verían sería el restaurante, pero sin mí parado a un lado,
relajándome en el callejón. Lo más brillante de mí era el rosario
alrededor del cuello, pero estaba metido dentro de mi camisa.
Entonces mi teléfono se iluminó.
Caminé hasta el otro lado del edificio, a la intemperie,
levantándome el cuello de la chaqueta. El aire todavía tenía el frío de
febrero, aunque estábamos en marzo, pero el frío rara vez me tocaba.
Era más para mantenerme escondido hasta el momento adecuado.
Las calles estaban abarrotadas y me perdí en la jungla de cemento
para poder revisar mi teléfono. Me paré frente a la tienda que vendía
las figuritas que mi esposa quería para nuestro hijo.
Tu esposa: Oye, olvidaste algo importante en casa.
Yo: Dudoso. Todo lo importante está en casa. Pero dime de todos
modos. ¿Qué dejé atrás?
Tu esposa: A mí.
Un segundo después mi teléfono vibró.
Tu esposa: Por favor ven a casa. Ni siquiera hemos elegido un
nombre todavía.
Respiré hondo y salió de mi boca en una nube blanca.
Yo: Saverio Lupo. Saverio significa “nuevo hogar”. Es un
equivalente de Xavier o Javier. Lupo significa “lobo” en italiano.
Tu esposa: Saverio es nuestro nuevo hogar. El nuevo hogar del
lobo con su farfalla.
Yo: Sí.
Tu esposa: No sé de qué otra manera decir esto, y antes de que te
fueras, no podía. Me encontraste y me dejaste cuando era una niña.
Entonces te encontré años después. En un mundo lleno de todas
estas personas y todas estas palabras, te encontré. Al igual que tú me
encontraste.
Pasaron unos segundos. La vibración se disparó de nuevo.
Tu esposa: No me dejes otra vez, Capo. No tenía idea de lo que
me estaba perdiendo toda mi vida hasta que me tocaste. No estaba
hambrienta de cosas. Bueno, lo estaba, pero fue más intenso. Fuiste
tú. Me muero de hambre por ti. Nada puede reemplazarte en mi
vida.
Ella había estado dándole vueltas a esto desde lo que pasó en
Mamma´s. Habían pasado tres días desde entonces. Me dijo que
esperara un día, pero otro día solo equivalía a que tuvieran más
horas para averiguar quién era ella.
Yo era un maldito fantasma. Ya me habían matado. Pero mi
esposa, ella era la chica que salvé; una chica que tenía un corazón
latiendo. Ellos no se detendrían ante nada para usarla en mi contra.
Si se enteraban de que estaba embarazada de mi hijo… la sola
idea hizo que mi sangre se helara y luego se calentara.
Achille la haría pedazos si llegaba a ella primero. Arturo la
mantendría con vida el tiempo suficiente para que tuviera el bebé.
Después la mataría y criaría a mi hijo como si fuera suyo.
La traición definitiva, incluso por haber matado a su sangre, y un
último vete a la mierda, mi niño bonito. Si había alguna paz que
encontrar en la muerte, él sabía que nunca la encontraría con mi hijo
en sus brazos.
Esto necesitaba terminar. Había demasiadas circunstancias
imprevistas.
Deslizando el teléfono en mi bolsillo después de apagarlo, miré
mi reloj.

Es hora de que comience el juego, hijos de puta.


Me paseé, esperando frente a Dolce. El olor a ternera a la
parmigiana invadió mis fosas nasales y me oprimió la garganta.
Justo en el momento indicado, dos hombres enmascarados
saltaron de un automóvil que esperaba y se apresuraron hacia el
callejón.
Gritos. Balazos. El personal de la cocina estaba muerto.
Boo. Bam. Boo. Tres abajo.
Más disparos. Los dos hombres enmascarados salieron corriendo
del callejón. Tres hombres corrían detrás de ellos.
El coche que esperaba se alejó a toda velocidad con los dos
hombres enmascarados. Los tres idiotas corrieron por la calle hasta
el estacionamiento. Iban a tratar de perseguirlos.
—Sí—solté un suspiro—. ¿Y cómo os fue con eso la última vez?
Todo músculo y nada de cerebro.
Caminé casualmente por el callejón, con la cabeza gacha. Me paré
al lado de la puerta de la cocina escuchando. Arturo estaba gritando.
En todos sus años como rey de Nueva York, solo un alma lo había
puesto a prueba.
Corrado Palermo.
Este era un giro de los acontecimientos al que él no estaba
acostumbrado.
Me reí un poco, escuchándolo regañar a Achille. Después de que
el anciano se jubilara, él se haría cargo. El demente bromista
gobernaría un reino de inadaptados.
Otros dos hombres de Scarpone salieron corriendo por la puerta,
uno a la vez. Cuando el primero se detuvo, el otro lo hizo, y el
primero golpeó al segundo en el pecho, una señal que significaba,
mantén los oídos y los ojos abiertos y la boca cerrada. El otro tipo
asintió.
Estos hombres no me habían hecho nada excepto trabajar para la
familia que estaba adentro. Así que esto no era personal. Y cortarle la
garganta a una persona, era jodidamente personal. Sin una palabra,
los eliminé a cada uno con una bala en la parte posterior del cerebro.
Hice un desastre, pero la sangre salía de la cocina de todos modos. El
arma fue más silenciosa que los dos cuerpos cuando golpearon el
suelo.
Entré en la cocina como si fuera el dueño del lugar. Como era
predecible, tres cuerpos estaban en el suelo.
Parecía que Cash Kelly se había vengado, incluso si no había
podido tocar a los jugadores principales. Tendría algo de influencia
en esta ciudad, incluso si sus dos hombres se escaparon después.
Los Scarpone se habían debilitado, pero se sabía que se comían
sus patas infectadas para salvar a todo el cuerpo. Por eso, Cash se
ganaría el respeto de los italianos, incluso si los italianos fueran más
cautelosos con él y sus motivos. En general, los irlandeses e italianos
trabajaban juntos en armonía o se mantenían alejados unos de otros.
Hasta que entré.
Antes de que los príncipes recién coronados pudieran saltar sobre
mí, despaché a los dos hijos de Achille. Uno de ellos cayó contra la
pared y se deslizó hacia abajo, con el arma todavía en la mano. El
otro pareció sorprendido por un momento, con el arma aún
levantada, antes de desplomarse sobre la mesa de juego.
Achille y el hijo genio se habían ido al frente del restaurante.
Supuse que lo harían, para comprobar las cosas.
Tomé asiento junto a Arturo después de recoger las armas del
príncipe, con la espalda contra la pared, y puse mi arma en mi
p p p p y p
regazo. Este era mi asiento de honor, el vaso de whisky estaba
intacto.
—¿Te importa si me uno a ti? —Deslicé una pila de cartas en mi
dirección y tomé un sorbo de mi whisky. Era en mi honor, después
de todo. Dejé las cartas boca abajo, mirando a Arturo a los ojos—.
Parece que me repartieron una mano de mierda. Exijo volver a
repartir.
Su funda de hombro contenía dos pistolas, y aunque estaba
ansioso por usarlas, me esperó. Esto era demasiado bueno para que
incluso él lo dejara pasar. Después de todo, ¿de qué tenía que temer?
¿Un fantasma con un arma? ¿Un hombre que era superado en
número tres a uno?
Correcto, mi mariposa. El diablo viene de tres en tres.
—Vete ahora. —Él pasó los dientes sobre su labio inferior—. Y te
dejaré vivir.
Me incliné hacia adelante, tomando más cartas de la pila. Deslicé
la mano de mierda hacia él.
—¿Dejarme vivir? —Sonreí—. Después de que fueras tan amable
de cortarme la garganta y dejarme morir como un animal, solo y
sobre el cemento frío, al lado de la basura.
—Me traicionaste. Nadie me traiciona y vive para contarlo.
—Ah. Pero lo hice. —Se me hizo un nudo en la garganta y mi voz
salió aguda y áspera. El tejido cicatricial a veces hacía que mi voz
hiciera cosas raras—. Estoy hablando de eso. —Agité una mano,
saqué una carta y la reemplacé con otra en la pila—. Esas son todas
noticias viejas. Es hora de poner a descansar a un viejo fantasma.
—¿Qué quieres, Vi orio?
—¿Qué quiero? —Reflexioné—. Dímelo tú.
Él miró alrededor de la habitación.
—Has logrado matar a la mayoría de nuestros herederos. Ahora
sé, con certeza, que has estado haciendo la guerra entre las otras
familias y la nuestra. También nos echaste encima a los irlandeses.
y
Nos has estado robando. Has obtenido tu venganza. ¿Qué más
quieres?
—A ti en el Hudson—dije—. Tus pies con cemento. The Joker
justo a tu lado. Los Scarpone deben ser borrados de esta tierra. Y
estoy seguro de que tienes curiosidad por saber por qué te quiero a ti
y a tu hijo en el fondo del Hudson cuando al lado del contenedor de
basura está bien. Hay basura en esta tierra, pero hay basura que
necesita ser enterrada debajo de su superficie.
Se puso de pie, elevándose sobre mí. Mirándome hacia abajo.
Viejos tiempos. Excepto que, en este momento, él era mayor. Su pelo
negro se había vuelto gris por los lados. Su rostro estaba curtido. Su
nariz era más grande. Sus hombros habían comenzado a encorvarse
con la carga de llevar esta vida por todos los años que había estado
en esta tierra. El tiempo pasa y se nota en el cuerpo, pero algunas
personas nunca superan sus roles.
Finalmente, me encontré con sus ojos de nuevo. Cuando yo
estaba listo.
—¿Por qué me desobedeciste, Vi orio? ¿Por qué elegiste a la hija
de Palermo sobre tu propio padre? ¡Intentó matarme! ¡Me iba a
cortar la garganta! ¡Tenías órdenes!
—Tus órdenes no significaron nada frente a una niña inocente.
—¿Niña inocente?—exclamó él—. ¡Es el engendro de Lucifer!
—No. Yo soy el engendro del diablo. ¿Qué edad tenía cuando le
quité la vida a un hombre por orden tuya por primera vez? Cuando
demostré mi valía. ¿Quince? ¿Dieciséis? —Acerqué las cartas a mí,
golpeando con el dedo la parte superior. Una. Dos. Tres veces—.
¿Alguna vez has visto a un niño colorear? ¿O escuchaste la forma en
que la palabra 'blue' sale como 'buu'? ¿O viste cómo acaricia un
rosario porque tiene mucho miedo? Miedo de cada ruido. De cada
sombra.
Estuvo en silencio durante un rato. Escuché pasos acercándose y
Achille comenzó a decir algo cuando entró en la habitación, pero se
detuvo cuando me vio sentado allí. Escuché que el percutor de su
arma retrocedía, pero Arturo levantó una mano para impedir que la
usara. Achille siempre desenfundaba primero y no se preocupaba
por las consecuencias posteriores.
¿Mató al tipo equivocado? Oh, bueno. Así es la vida.
Arturo sabía la clase de hombre que era Achille. Por eso lo llamó
The Joker. Achille era un simple soldado de a pie que no tenía la
capacidad de pensar por sí mismo. Tenía que ser guiado. Enviado.
Ordenado. Para vivir en este mundo se necesitaban huesos
despiadados, que él tenía de sobra, pero un cerebro estratégico era
aún más importante.
La violencia era menos de la mitad de la batalla. La estrategia
triunfaba sobre el derramamiento de sangre. Si su mente estaba bien
enfocada, el derramamiento de sangre de sus hombres podría
reducirse al mínimo, mientras sus adversarios recibían el golpe.
Arturo también lo sabía, pero había más factores en juego. Me
mandó a matar porque no maté a la hija de Palermo. Pero también
hizo que me asesinaran porque sabía que lo vencí en todas las
formas que contaban en su juego. Lo vencí movimiento por jodido
movimiento, día tras día, año tras año. La paciencia y la estrategia
eran dos de mis mayores fortalezas.
Jaque Mate.
Cuando llegó el momento adecuado para mí, los miré a los tres.
La boca de Arturo se transformó lentamente en una sonrisa, y
luego la sonrisa se convirtió en una risa, y comenzó a reír a
carcajadas. Se rio tan fuerte que aulló. Los dos hombres a su lado se
miraron entre ellos, sin estar seguros de qué diablos estaba pasando.
Después de que el humor de Arturo se calmó, se secó los ojos,
suspirando.
—Sentiste pena por la hija de Palermo. Algo que nunca antes
habías sentido. Antes de que esa pequeña perra te lanzara su
hechizo, no tenías sentimientos. Y ahora estás enamorado de ella.
Miró a Achilles.
—Olvídate de enviar a los perros tras la perra que conocimos en
Italia. Sé quién es ella. Marieta Palermo. Debería haberlo sabido. Esa
maldita nariz. Incluso esos ojos de bruja. Se parece a la puta de su
madre.
Achille sonrió, pero él aún sostenía su arma.
—¿No jodas?
Vito, el hijo de Achille, me miró. No había ninguna sonrisa en su
rostro. Nada se mostraba en sus ojos. Ya estaba muerto por dentro.
Comprendí cómo se sentía incluso antes de mi muerte. Nada podría
tocarme. Nada existía dentro.
La inocencia de Marie a me había puesto en un camino diferente,
pero fue necesario el beso de la muerte para hacerme sentir vivo. Si
el cuchillo nunca hubiera tocado mi garganta, nunca habría sido
capaz de sentir realmente su amor.
Amor. Había un nuevo maldito concepto. Era el punto más
doloroso que había tenido, pero al mismo tiempo, incluso sin matar
a estos tres, yo era un rey intocable.
Qué viaje.
Calma. Volvamos al tema.
Pateé la silla frente a mí, dando inicio a esta reunión. Arturo se
sentó primero, seguido de Achille. Vito fue el que estuvo más tiempo
de pie, pero después de que su padre le dijo siéntate, lo hizo. Me
miró con un vacío en los ojos.
—No me voy a sentar aquí y jugar contigo, Vi orio. —Achille me
arrojó las cartas—. Has estado jugando con nosotros todo este
tiempo. Jugando un maldito juego como un fantasma, no como un
hombre. ¿Cómo es eso justo?
Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
—¿Cómo es eso justo?
En el lapso de cuatro latidos del corazón, dos sillas chirriaron y
todas las armas habían sido desenfundadas. Fui el que desenfundó
más rápido y mi arma apuntó a la cabeza del anciano. Arturo,
Achille y su hijo me apuntaban con sus armas.
—No importa si muero. —Me pasé los dientes por el labio
inferior—. Ya estoy muerto.
—Marie a, no lo está. —Arturo sonrió—. Una vez que estés
muerto, no hay segundas oportunidades esta vez, Vi orio, vamos a
encontrarla y matarla. No será una muerte tranquila.
Sonreí, pero estaba lejos de ser agradable.
—¿Esta vez no tengo un asiento de primera fila para mirar?
Achille sonrió, su parecido con el bromista nunca fue tan fuerte
como cuando su locura aumentó un poco.
—Tendrás que mirar, Príncipe niño bonito. Esta vez, sin embargo,
soy yo quien la estará follando. He visto a tu chica. Buen culo. Bonita
boca, también.
Tenía que mantener la cabeza centrada, mantener la calma, o él ya
había ganado.
—No la encontraste antes. Ahora nunca la encontrarás.
—La encontraremos—dijo Arturo—. Sabemos cómo se ve ahora.
Conocemos a sus amigos.
—Ella está bajo la protección de los Fausti. Mátame. —Me encogí
de hombros—. Y todavía estará a salvo.
—Eres bueno para hacer tratos con el diablo, Vi orio. Estoy
seguro de que uno te costará el alma.
—No me costó nada, ya que soy un engendro del diablo—dije en
italiano. El Rey y The Joker solo sabían ciertas palabras. Ambos
odiaban cuando yo hablaba el idioma de mi madre—. Pero basta de
mí. Hablemos de Palermo.
—¿Qué pasa con Palermo? —Los pensamientos de Arturo
trabajaban detrás de sus ojos. Estaba cuestionando todo lo que creía
saber sobre la muerte de Corrado Palermo. ¿Estaba todavía vivo?
—Pregúntale a Achille —dije yo.
—Achille. ¿De qué está hablando?
Achille me miró con tanto odio que me sorprendió que el arma
no se disparara solo por su calor.
—Está diciendo mentiras, padre. ¿Vas a escuchar a un fantasma
cobarde?
Ninguno de ellos captó el ligero movimiento que hice, no hasta
que saqué el papel de mi bolsillo y lo puse sobre la mesa. Un
segundo después, Vito se volvió demasiado feliz con el gatillo y lo
apretó. La bala me rozó el brazo, mi abrigo recibió el impacto y se
clavó en la pared de ladrillos.
Una cosa sobre el niño prodigio, tenía una puntería terrible.
Había una razón por la que Arturo lo mantenía detrás de una
pantalla de computadora. Ahí era donde sobresalía.
—¡Qué carajo, Vito! —Achille lo abofeteó tan fuerte detrás de la
cabeza que las gafas del niño se le resbalaron por la nariz.
Las mejillas de Vito se calentaron, antes de que sus ojos se
volvieran aún más cueles, hacia mí. Estaba equivocado. Tenía un
sentimiento. Resentimiento.
El percance con el arma le dio a Arturo la oportunidad de leer la
nota que le había pasado. La expresión de su rostro alimentó mi
venganza.
Arturo levantó el papel.
—Tú estabas conspirando con Palermo.
—¿Qué? —El rostro de Achille se arrugó. Fue a tomar el papel,
pero Arturo se lo quitó—. Déjame verlo, padre.
Arturo lo miró un segundo más antes de entregárselo. Los ojos de
Achille escanearon la página.
—¡Esto es mentira!
—¿Lo es? —Mi tono era ligero y despreocupado—. Palermo era
un acaparador. Se acostumbró a escribir todo. Llevaba diario tras
diario. Verás, pensó que iba a salir vivo de esta vida. Se rumoreaba
que estaba tratando de convertirse en el nuevo rey de Nueva York,
pero la verdad era que no estaba tratando de convertirse en rey, sino
en el consejero de mayor confianza del nuevo rey.
—¡Mentira!—rugió Achille, el arma comenzó a temblar.
—Palermo no tenía por qué mentir. Está todo ahí. —Asentí al
papel en su mano—. Él tenía información privilegiada, de la cual
culpaste a Carlo, el buchón que juega a dos bandos, por dársela.
Fuiste tú todo el tiempo. Tú le diste el cuchillo a Palermo y ordenaste
que lo golpearan. —Asentí con la cabeza a Arturo, cuya mente
estaba haciendo clic, clic, clic, todas las piezas encajando en su lugar.
Arturo había estado tan ocupado siendo cegado por mi aspecto
de niño bonito y mi mente aguda que nunca vio la verdadera
serpiente en su casa.
Achille fue la razón por la que Palermo puso en peligro a su
familia. Quería gobernar junto a Achille, y basó sus decisiones en
promesas construidas a partir de mentiras. Luego, cuando todo salió
mal para Palermo, Maria supo que ella era el único vínculo vivo que
podía arrojar luz sobre la situación… y una vez que Palermo
muriera, Achille se aseguraría de que ella lo siguiera. Por si acaso, su
hija también.
Después de volver a la casa que tenía Palermo cuando trabajaba
para Arturo, me puse a escarbar. Mi objetivo principal era encontrar
una foto o dos de Maria para dárselas a Mariposa. Si algo me
sucediera, quería asegurarme de que ella tuviera esos recuerdos.
Descubrí mucho más.
Después de todo, parecía que Mariposa heredó algo de su
padre… la necesidad de llevar un diario.
Esencialmente, Achille había convencido a Arturo de que yo
necesitaba desaparecer después de dejar vivir a Marie a. Le había
inculcado a Arturo que como yo había salvado a la hija de Palermo,
mentiría para salvar mi vida. Sin embargo, mirando hacia atrás,
sabiendo lo que hice después de leer los recuerdos de Palermo, me di
cuenta de que Achille no solo me quería muerto para poder tener
todo el reino, me quería muerto porque no tenía idea de lo que me
había dicho la madre de Mariposa antes de morir, o el propio
Palermo para el caso.
Achille no intentó otro golpe con Arturo porque habría sido
demasiado sospechoso. El grupo de confianza de Arturo era
pequeño y sus ubicaciones no se conocieron hasta que él ya había
llegado. Habría sido un movimiento demasiado brusco. Sin mí, las
cosas eran simples. Todo lo que tenía que hacer era esperar su
momento.
Todos estábamos de pie con nuestras armas desenfundadas,
esperando, el arma de Arturo apuntando directamente a mi corazón.
Entonces la mano de Arturo se movió y su bala golpeó a Vito
directamente en su corazón. El chico chocó contra la pared, se
deslizó hacia abajo, con las gafas torcidas y la boca abierta.
Arturo giró su arma hacia Achille, pero con la rapidez de la
juventud, Achille apuntó con su arma a la cabeza de Arturo y apretó
el gatillo. Las rodillas de Arturo cedieron y cayó al suelo. Sin
embargo, no me perdí la mirada en su rostro antes de que perdiera
la batalla con la muerte… ira. Siempre fue tan jodidamente odioso, y
ni siquiera la muerte podría robárselo.
Achille y yo nos dimos la vuelta, nuestras armas aún
desenfundadas.
—Incluso pierdes por un hombre muerto, Vi orio. —Él sorbió
por la nariz—. Siempre me consideraste el tonto. Puede que no sea
tan inteligente como tú, pero las cosas pasan por una razón, y soy
bueno juntando las cosas. Tuve una visión mientras estaba en el
hospital hoy temprano, escarbando en la morgue, buscando a mi hijo
desaparecido. Tito Sala. Él te salvó esa noche.
—Un disparo, Achille—dije, harto del juego. Pero la mención del
nombre de mi tío me hizo dudar en apretar el gatillo. Si él tenía a
Tito, no se sabía qué tipo de juego enfermizo tenía en juego—. Uno
de nosotros va a terminar esto. Un disparo. Eso es todo lo que tienes
para matarme esta vez.
Achille dio un paso atrás y se dirigió a la cocina. Me moví con él,
movimiento por movimiento. Se detuvo justo afuera de la
habitación, donde había un armario para colgar abrigos. Arturo lo
hizo poner porque no le gustaba que nadie tocara sus cosas. Después
de Palermo, pensaba dos veces qué o quién podría derribarlo.
—Las circunstancias imprevistas son una perra, Vi orio.
Abrió el armario y Tito cayó. Estaba atado y amordazado. Achille
lo sostuvo con una mano, pegándole el arma a la sien. Las gafas de
Tito no estaban y sus ojos parpadearon en mi dirección antes de
abrirse por completo. Una vez que la situación llegó a su mente,
sacudió la cabeza, tratando de hablar. Sabía lo que quería sin que
tuviera que usar palabras. Estaba tratando de decirme que no
sacrificara mi vida por la suya.
No pude hacer el disparo.
Circunstancias imprevistas.
De ninguna manera sacrificaría la vida de Tito por la mía. El
hombre era el ángel que se interponía entre la muerte y yo. Si
alguien merecía vivir la vida, aunque fuera para salvarnos, era este
hombre.
—Baja el arma, Vi orio—me ordenó Achille, apretando el arma
contra la sien de Tito aún más fuerte—. Ahora. O tu buen tío está
muerto.
Levantando las manos en señal de rendición, dejé caer el arma al
suelo. Tito empezó a pelear, pero fue inútil. Ya me había rendido.
Mi esposa estaba a salvo. Mi hijo estaría a salvo.
Achille me mataría, pero nunca los tocaría. Rocco se encargaría
de ello. Especialmente después de sacrificar mi vida por la de Tito.
—De rodillas, Vi orio—ordenó Achille—. ¡De rodillas!—rugió
cuando me negué a moverme.
Mantuve mis manos en alto, colocándolas detrás de la cabeza,
pero me negué a arrodillarme. Iba a matarme de todos modos.
Estaría condenado si me arrodillara ante cualquier simple hombre.
Solo me incliné, me quebré, caería por una persona en esta tierra…
una mujer, mi esposa.
Lentamente, bajé las manos, alcanzando el rosario alrededor de
mi cuello. Lo saqué y lo mantuve cerca de mi corazón.
El arma presionó contra la parte posterior de mi cabeza y, una
vez más, encontré la paz en mi hora más oscura.
Capítulo 28
Mariposa
Antes de que Capo se fuera, me había dado una caja azul atada
con un lazo azul. Me dijo que lo abriera después de que él se fuera.
Tan pronto como salió por la puerta, no perdí tiempo en abrirla.
Lo primero que encontré fue una nota encima de un papel de
seda azul.
Mariposa,
Aquella noche, la noche que te llevé con el viejo Gianelli y Jocelyn, me
dijiste que tu color favorito era el azul. Excepto que dijiste buu en lugar de
blue. Era la primera vez desde que mi madre me dejó que recordaba sonreír
y sentirlo. La última vez será el momento en que salga por la puerta de
nuestra casa y piense en ti: ya no dices más buu, pero sigues haciéndome
algo que no tiene palabra para definirlo.
Por eso, te debo mi vida. No fui yo quien te salvó aquella noche, sino tú
quien me salvó a mí.
Lo que se encuentra más allá de la tapa de esta caja no puede traer de
vuelta lo que perdiste por mis manos, pero tal vez esa parte perdida de ti
pueda comenzar a encontrar el camino de regreso.
Capo
Debajo del papel había un álbum lleno de fotografías. Fotografías
que nunca pensé que vería. Mi madre. Mi madre abrazándome
siendo una recién nacida. Numerosas fotos mías hasta los cinco años.
Parecía que solo conservaba sus favoritas. Fotos que eran lo
suficientemente importantes como para enterrar y mantener ocultas.
Le envié un mensaje de texto a Capo después, derramando mis
tripas. Había tenido demasiado miedo de decirle en persona todas
las cosas que necesitaba que supiera, miedo de que tal vez mis
palabras pudieran maldecir algo, y que él nunca volvería a mí.
No me dijo lo que iba a hacer, pero lo sabía. Hubo algo diferente
en él durante todo el día.
La forma en que me miraba.
Como si fuera la última vez.
La forma en que me besó.
Como si fuera la última vez.
La forma en que me tocó, como si fuera la última vez.
Más que palabras.
Rocco había venido y los dos tuvieron una reunión en la oficina
de Capo. No me gustó la forma en que Rocco me miró antes de irse.
Como si estuviera mirando a una viuda de la que pronto sería
responsable.
Otra vez, más que palabras.
Antes de que Rocco se fuera, deslicé una nota en su palma. Fue
un gesto natural, un apretón de manos de despedida, y eso fue todo.
No tuve ningún problema en usar todas mis palabras.
Sin embargo, no podía quedarme quieta. Le había dado a Capo
mi rosario para que lo llevara y extrañaba poder frotar las cuentas
entre mis dedos para aliviar mi ansiedad. Por primera vez desde que
me casé con Capo, el diablo volvió a sentirse pisándome los talones.
Me puse un par de tenis, crucé al otro edificio y encontré a
Giovanni en la cocina.
—¿Alguna noticia de mi marido?
Negó con la cabeza.
—No desde que se fue.
Me mordí el labio y asentí.
—Quiero helado.
Señaló el congelador.
—Está abastecido.
—No. Quiero de vainilla. Tenemos todos los demás sabores
menos vainilla.
Me observó por un momento y luego llamó a Stefano, su segundo
a cargo, a la cocina.
—La señora Macchiavello quiere que vayas a la tienda a comprar
helado de vainilla.
—Estoy conduciendo—le dije, yendo a buscar las llaves en el
gancho en una habitación que albergaba la mayoría de las llaves de
los coches. Se necesitaba una contraseña para entrar. El resto de las
llaves estaban en nuestro lado, en la estación de bomberos secreta.
Capo pensó en todo.
Él le había dicho a Giovanni que no tenía ningún problema en
que yo saliera esta noche, siempre y cuando uno de los hombres
fuera conmigo. Lo que arrojó otra bandera roja. ¿Por qué estaba tan
seguro de que los Scarpone no estarían buscándome?
Giovanni asintió y Stefano y yo entramos en el garaje. La alarma
sonó en el Ferrari rojo y ambos nos deslizamos dentro. Antes de
abrir el garaje, le envié un mensaje de texto a Capo.
Yo: Voy con Stefano a comprar helado. Podemos ver una película
antigua y beber root beer floats esta noche. Vas a volver a casa
conmigo, Capo.
Una vez más, no me respondió el mensaje. No lo había hecho, no
desde antes. Después de haberle contado mis sentimientos a través
de un dispositivo electrónico. De repente se sintió... muy necesario
contarle todas las cosas.
A decir verdad, me importaba un carajo el helado. Iba a Dolce a
ver dónde estaba mi marido. Para asegurarme de que mi pesadilla
no se hiciera realidad: mi esposo desangrándose en el cemento,
agarrando el rosario en sus manos mientras me dejaba.
Stefano notó que no íbamos hacia la tienda.
—Vamos por el camino equivocado, señora Maquiavelo. —Señaló
hacia el otro lado con el dedo—. La tienda está por ahí.
Lo ignoré. Lo intentó de nuevo. Y lo ignoré. Empecé a ir más
rápido, una presión dentro de mí que ni siquiera podía explicar
presionando mi pie más fuerte en el acelerador. La presión era el
pánico.
—¡Señora Maquiavelo!
Antes de que pudiera siquiera comprender lo que estaba
pasando, el resto de las palabras salieron de la boca de Stefano en
una especie de cámara lenta suspendida:
—¡Un camión!
Esas fueron las últimas palabras que salieron de su boca antes de
que un enorme camión apareciera de la nada y se estrellara contra la
puerta del lado del pasajero del Ferrari.
Sucedió tan rápido que, mientras el coche rodaba, mi mente ni
siquiera había tenido tiempo de darse cuenta. Una vez que lo hizo,
nos enderezamos, pero todo a mi alrededor parecía distorsionado.
Borroso. Levanté una mano y me toqué la cabeza. Siseé. La sangre
corría por mi frente, picándome los ojos.
—Stefano—grazné.
Sin respuesta.
Dije su nombre de nuevo, buscándolo a tientas, pero aún no
había respuesta. Entonces puse una mano sobre mi estómago,
preguntándome si el impacto había lastimado al bebé.
Mi bebé.
A pesar de que las lágrimas no salieron, tal vez estaba en estado
de shock, algo salió de una parte de mí que nunca antes había
conocido. Ese algo era preocupación desde lo más profundo de mi
corazón y mi alma.
La idea de que algo le sucediera a mi bebé me envió a un pánico
silencioso. Entonces sentí un aleteo, un ligero movimiento, y me
relajé, pero no me sentí totalmente a gusto.
Me quedé sin aliento cuando me dispuse a moverme, a intentar
abrir la puerta. ¿Se me rompió la costilla? Tosí, y me dolió aún más.
p ¿ p y
¿De dónde vino el camión? Aunque iba rápido, estaba prestando
atención. Sin luces. No tenía luces encendidas. Era un demonio
chocando contra una luz brillante.
Al segundo siguiente, mi puerta se abrió y un hombre metió la
mano y me quitó el cinturón de seguridad. Después de hacerlo, me
arrastró a la carretera por el pelo. Grité. Mi pecho estaba en llamas.
El sentido común finalmente llegó a mi cerebro. El hombre no
estaba allí para ayudarme. Estaba allí para matarme. El hombre
comenzó a pelear conmigo por el reloj en mi muñeca. Supe que era
un hombre por sus brazos peludos.
¿Me estaba robando?
—¡Dámelo, perra! —Me abofeteó con fuerza en la cara—. ¡Sigues
peleando conmigo y te cortaré la muñeca por eso!
Me congelé con el sonido de su voz. Me concentré en él,
realmente me concentré en él, y el aliento me abandonó por
completo. Arrancó el reloj, lo arrojó sobre el asiento del conductor
del Ferrari y vació una lata de gasolina alrededor del coche. Tal vez
incluso dentro de él. Caminó más cerca de mí después, su bota en mi
cara.
Él sabía lo del reloj.
Sabía que esa era mi línea directa a la seguridad, a alguien que
viniera por mí.
A Capo encontrándome.
Salvándome.
¿Capo... estaba? Ni siquiera podía soportar la idea.
Intenté alejarme a rastras, pero fue inútil. El loco me arrastró por
el cabello hasta su camioneta esperando y me arrojó dentro. Mi
cabeza daba vueltas, mis ojos seguían entrando y saliendo de foco, y
ni siquiera podía llamarlo por su nombre. Estaba en la punta de mi
lengua, pero mi mente se negaba a llevar las palabras a mi boca.
No dejaba de murmurar cosas, lo que me iba a hacer, adónde me
llevaba, cuánto sufriría, pero su voz seguía entrando y saliendo.
p g y
Lo último que recordaba era ver el Ferrari arder mientras nos
alejábamos. El diablo finalmente me había atrapado y me estaba
llevando al infierno con él.
Capítulo 29
Capo
Un solo disparo resonó en el aire. No fue fuerte, pero lo
suficientemente fuerte como para escucharlo. Mi agarre en el rosario
se volvió más fuerte, pero después de un segundo, todo lo que
escuché fue un cuerpo golpeando el suelo.
Mis ojos se movieron a la izquierda, luego a la derecha.
No era mi cuerpo.
Todavía estaba de pie, el rosario cortándome la palma de la
mano.
—Amadeo—dijo Rocco—ayúdame a desatar a esta damisela en
apuros antes de que se le escapen los vapores.
Me tomó un momento comprender lo que había sucedido. Rocco
estaba desatando a Tito. Achille yacía en el suelo detrás de mí, la
sangre se acumulaba alrededor de su cabeza. Estaba muerto.
La muerte me rodeaba. Y aunque sus muertes me satisfacían
porque ya no amenazarían más con la mía, sobre todo, sentía alivio
de que no pudieran lastimar a mi familia.
—¡Tú!—rugió Tito después de que Rocco le arrancara la cinta de
la boca—. Te voy a lastimar cuando Rocco desate estas manos. —Las
movió, como si no pudiera esperar para ponerlas alrededor de mi
cuello.
Rocco me sonrió.
—¿Deberíamos volver a ponerle la cinta?
—¡No te atrevas!—gruñó Tito—. ¡Los castraré a ambos!
—Tío—dijo Rocco—. ¿No deberías haber hecho eso con… —
asintió hacia Achille—antes de que permitieras que te secuestrara?
—¡Estaba cansado! Tuve un paciente muy inestable en el hospital.
Achille salió de la nada en el estacionamiento. ¡Cuando no le dije
nada, me golpeó en la cabeza y luego me ató! ¡Da la casualidad de
que me secuestró la noche en que buscaste tu venganza!
—Rocco. —Mi voz salió tensa, instándolo a explicar la razón por
la que estaba aquí.
Bajo ninguna circunstancia quería que los Fausti se metieran en
mis asuntos. Cuando esta noche sucedió, fue en mis términos. Si uno
de los Scarpone hubiera salido victorioso, así habrían rodado los
dados.
Juegos. Tantos malditos juegos. Todos terminaron.
Había tenido esta conversación con Rocco en muchas ocasiones.
Volví a sacar el tema después de que él me diera su palabra de que
los Fausti se llevarían a mi esposa si algo me pasaba. Mariposa no lo
sabía, pero incluso antes de que aceptara casarse conmigo, le había
pedido que la cuidara. Era la única heredera de todo lo que me
pertenecía.
Rocco dejó de forcejear con Tito y se concentró en mí. Buscó en su
bolsillo, sacando una hoja de papel. La habían arrancado de un
diario. Me la entregó.
Dolce. Esta noche. No me lo hagas como un favor, hazlo como un favor
al amor. No te deberé uno, pero el amor sí.
Mariposa. Mi esposa. Podía reconocer su letra en cualquier lugar,
especialmente después de leer su diario hasta el final. Levanté el
papel.
Rocco asintió.
—Tu esposa. Ella lo deslizó en mi palma antes de que me fuera de
tu casa. —Se encogió de hombros—. Ella le habló al romántico que
hay en mí.
—¡Suéltame, sobrino!
Ambos miramos a Tito, quien luchaba por liberarse. Sin embargo,
no teníamos tiempo. Las sirenas ululaban en la distancia. Cada uno
de nosotros tomó un brazo y lo levantó, sacándolo con los pies sin
tocar el suelo. Maldijo todo el camino, pero se quedó callado cuando
lo metimos en el coche. Luego solo resopló y miró por la ventanilla,
como si se negara a hablar con ninguno de nosotros.
Saqué mi portátil, asegurándome de que todas las precauciones
que había tomado todavía estuvieran ahí. La cámara había grabado
solo algunos fragmentos de la noche.
Lo que sí mostró fue a los hombres enmascarados corriendo y
matando al personal de la cocina, los hombres de Scarpone
corriendo tras ellos, Arturo matando a Vito y luego Achille matando
a Arturo. La nota de Corrado Palermo todavía estaba con Arturo.
La policía nunca vería las imágenes, por lo que tendrían que
hacer una suposición descabellada cuando se tratara de Achille. La
lista de sus enemigos no podía estar contenida en una página.
Dudaba que la ley pusiera mucho esfuerzo en encontrar al asesino
de Achille. Rocco les había hecho un favor.
—Viejo—dije, todavía mirando mi portátil y hablando con Tito—.
Me salvaste la vida una vez. Me diste una segunda oportunidad. Mi
vida por la tuya era lo menos que podía hacer.
Me dio una palmada en la nuca. Fuerte. Por el rabillo del ojo, vi a
Rocco sonreír.
—¡Exactamente! ¡Soy un viejo comparado contigo! ¡Tu esposa!
¿Qué hay de ella?
—No tendría una esposa si no fuera por ti.
—¿Tu hijo? ¿Quién lo habría criado?
—Tú—dije—. Y de nuevo, sin ti, no tendría ningún hijo.
Empezó a maldecir en italiano. A pesar de que estaba enojado
conmigo por lo que había estado dispuesto a sacrificar por él,
realmente pensé que estaba enojado consigo mismo por haber sido
secuestrado por un idiota como Achille. Los hombres probablemente
comenzarían a llamarlo Atado Tito o alguna mierda para hacerlo
pasar un mal rato. De ninguna manera Rocco iba a dejar que lo
olvidara.
Entonces sonó mi teléfono. Giovanni.
—Mac. —Estaba sin aliento, como si hubiera estado corriendo.
Era un tipo grande y su voz era naturalmente profunda.
—Dime, G.
—Es. —Tomó un respiro profundo—. Tu esposa. —Empezó a
balbucear palabras. Se fue con Stefano. La tienda. Helado de vainilla.
Tardando demasiado tiempo. No pudimos obtener una señal, ni de Stefano,
ni de tu esposa. Salí a buscarlos. Vidrio en la calle. Ferrari. Quemada hasta
quedar crujiente. Un cuerpo en él. Lado del pasajero. No estoy seguro de
quién. No sabría decir si era hombre o mujer. Bomberos y policías en el
lugar.
Sin decirle una palabra, colgué, saqué el teléfono del bolsillo y lo
encendí.
Nuevo mensaje de texto.
Tu esposa: Voy con Stefano a comprar helado. Podemos ver una
película antigua y beber root beer floats esta noche. Vas a volver a casa
conmigo, Capo.
—Maldita mentira—dije—. Ella iba por el camino equivocado.
Iba a Dolce. Venía a ver cómo estaba. —Entonces le dije a Rocco que
detuviera el coche. Mientras abría un programa diferente que había
diseñado en mi portátil, les conté lo esencial de la situación. Mi voz
salió tranquila, controlada, tal vez incluso fría, pero por dentro, el
Vesubio se había disparado.
Giovanni tenía razón. Su reloj no mostraba señal, y tampoco el
teléfono del trabajo de Stefano. Incluso rastreé su dispositivo
personal y tampoco pude localizarlo. Tampoco al teléfono de
Mariposa.
—Vamos, mi pequeña mariposa—susurré. Cambié de marcha,
comprobando mi último recurso: era la forma en que siempre la
había rastreado. Incluso en la casa de Harry Boy.
Su anillo de bodas.
Ella nunca se lo quitaba. Había un dispositivo ubicado en el metal
detrás del diamante. En su banda también, por si alguna vez
decidiera usar uno sin el otro. Si quienquiera que hizo esto no lo
hiciera para robarla, no habría pensado en tomar su anillo. Su reloj.
Sí. Su coche. Sí. ¿Pero su anillo? Era discreto como un dispositivo.
Tan pronto como el corazón comenzó a latir en la pantalla, cerré
los ojos y apreté el rosario alrededor de mi cuello. Stefano. Stefano
había sido asesinado. Pero entonces una mano fría tocó mi cuello y
mi voz era baja y tensa cuando hablé.
—Rocco. Llévame al Hudson. —Le dije la zona—. Tan rápido
como puedas. Y de camino, llama a Brando.
Brando Fausti había estado una vez en la Guardia Costera. Había
sido buzo de rescate en Alaska. Era el mejor de los mejores. El hijo
de puta era como un tiburón en el agua. Tenía todo el equipo
adecuado y podía ver en condiciones casi ciegas.
El segundo hombre que necesitaba, el médico, ya estaba en el
asiento trasero, sentado y escuchando. Murmuró cosas, cosas
médicas.
Quien se llevó a mi esposa la estaba llevando al río Hudson.
Podía ver el corazón en la pantalla, acercándose cada vez más al
agua. Quien se llevó a mi mujer, el hombre muerto, la iba a ahogar.
Capítulo 30
Mariposa
Sicilia. Seguí pensando en mi tiempo allí, en el agua.
Sumergiéndome solo para volver a subir. Mi cabeza salió a la
superficie antes de que el sonido llegara completamente a mis oídos.
Mi cabeza. Estaba haciendo lo mismo.
Manos me buscaron a tientas. Luché contra ellas lo mejor que
pude. Arañé, mordí y grité. No estaba segura de si los gritos eran lo
suficientemente fuertes. Estaba bajo y todo estaba distorsionado.
¿Alguien me escucharía?
Si no fuera por mi bebé, me habría rendido. El diablo me había
atrapado y mi esposo probablemente estaba muerto.
Estaba acabada. Estaba enferma y cansada de la lucha, de la
persecución.
Mi voluntad de vivir se había agotado.
Estaba tan cansada cuando encontré a Capo. Y después de que
me acogió, me dio cobijo, comida y protección, sin mencionar lo que
me había estado perdiendo durante tanto tiempo, amor y seguridad,
dormí. Me refugié. Pero mi voluntad de vivir todavía estaba
cansada, todavía ansiaba dormir, descansar en una casa segura, una
cama cómoda y ser sostenida por unos brazos fuertes.
Sin embargo, no era solo por mí por lo que luchaba. Me merecía
la oportunidad de vivir una vida que ni siquiera había probado
todavía. No solo sobrevivir, sino vivir. Una vida por la que había
estado dispuesta a vender mi cuerpo.
Resultó que la estaba dando.
Capo. Mi bebé. Saverio. Ni siquiera le había dicho a Capo cuánto
amaba el nombre y el significado detrás de él. Nuevo hogar. Saverio
era el hogar que siempre compartiríamos. Él era nuestro voto de
sangre en forma física.
Arañé aún más fuerte. Esperaba que mis dientes se sintieran aún
más afilados. Y mi grito, incluso si salió ronco, tal vez alguien
todavía me escucharía.
Mi espalda se estrelló contra algo duro, el aliento escapó de mi
boca en un silbido. Perdí aún más concentración, incluso más control
sobre mis extremidades. Todo mi cuerpo estaba en llamas.
Murmullo. Había mucho murmullo.
¡Callaos! quería gritar. Mi voz estaba apagada, pero la suya no.
Estaba justo en mi oído, gritando dentro de mi cráneo roto. Parecía
rebotar de un lado a otro, haciendo que me doliera aún más la
cabeza.
Me sentí enferma. Con náuseas.
El ardor era tan fuerte.
Mis pies. No podía mover los pies. Las manos. No pude mover
esas tampoco.
No tenía nada, absolutamente nada con lo que luchar contra él.
El fuego se acercó, lamiendo cada centímetro de mi piel, y luego
hubo una caída libre hacia la nada, un fuerte golpe de agua helada
contra la carne abrasadora, y me llevó al fondo. Succionándome
hacia abajo, más y más hacia abajo, más rápido de lo que podía
respirar.
La presión era inmensa. Devoradora. Apagó el fuego, pero me
envió en otra espiral.
Brazos helados me sujetaron con fuerza y miles de manos me
apuñalaron con cientos de dagas afiladas y gélidas. Entonces el agua
corrió hacia mi boca, invadió mi nariz y consumió mis pulmones. Un
tipo diferente de quemadura, pero aún una quemadura, una que me
asfixiaba en lugar de carbonizarme.
No sirvió de nada luchar contra eso. Estaba atada. Era arrastrada
al infierno a través de una tumba de agua. Rápido. Era peor que
g p p q
cuando Capo empujó el velocímetro en uno de sus coches, casi como
si estuviéramos volando en lugar de conducir.
Me preguntaba si tocar el infierno me llevaría a un camino al
cielo.
Tenía que ser más fácil que esto, más pacífico. Tal vez por eso la
muerte es tan dura. Teníamos que pagar por nuestros pecados antes
de que se nos diera la paz completa.
Pensé en el rosario, en la seguridad que encontré al acariciar las
cuentas entre mis dedos, y entonces me solté, entregándome a algo
más grande que yo.
Capítulo 31
Capo
Antes de que el coche se detuviera por completo, salté y corrí
hacia el muelle que se extendía hasta una plataforma con equipo de
construcción.
El agua estaba oscura y no podía ver más allá de la superficie.
Una pequeña luz iluminaba la plataforma, pero una luz más grande
estaba centrada en un área específica del río. Un hombre se paraba
junto a una escalera que había sido enganchada al muelle y tocaba la
superficie del Hudson.
Romeo esperaba a su hermano. Brando ya había venido. El
equipo de buceo estaba colocado en el muelle junto a Romeo, junto
con el equipo de emergencia.
La cabeza de Romeo se levantó cuando me escuchó. Extendió su
mano, y cuando conectamos, me atrajo hacia él.
—Amadeo. —Dio un paso atrás, sus ojos oscuros fijos en los míos
—. Mi fratello fue detrás de tua moglie. Escuchamos el chapoteo
mientras subíamos corriendo. Brando pudo ver dónde se hundió
Mariposa. Eso es una buena cosa. Unos segundos más tarde y habría
tenido que buscar en toda el área.
Rocco y Tito nos alcanzaron. Tito se quedó mirando el agua
durante un minuto antes de ir a buscar entre las cosas que habían
traído Brando y Romeo.
Rocco miró más allá de Romeo a un hombre sentado en el muelle.
Sus manos y piernas estaban atadas. Su boca estaba llena de sangre,
manchas blancas en sus piernas. Sus dientes. El área a su alrededor
estaba llena de bloques de cemento, cuerdas, cuchillos, tijeras, bolsas
de cemento, moldes y cinta adhesiva.
Iba a hacer moldes específicos para adaptarse a los pies de mi
esposa, colocarla en ellos y asegurarse de que nadie pudiera
levantarla. Tiempo. Se le acabó el jodido tiempo.
Bruno. Ese hijo de puta había embestido a mi esposa con un
camión, la secuestró, quién sabe qué le hizo en el camino y la arrojó
al Hudson con bloques de cemento atados a sus piernas. Y había
matado a un buen hombre. Stefano.
Romeo asintió.
—Estoy seguro de que tienes planes para él. Pude detenerlo antes
de que desapareciera. A menos que quisiera saltar al agua, no tenía
otra opción más que enfrentarme. Era demasiado cobarde para
saltar. —Rodó los hombros—. Me atacó.
Pasé los dientes sobre mi labio inferior.
—El agua habría sido una elección más amable—dije en italiano.
Romeo estuvo de acuerdo.
—Él sufrirá por esto.
Después no dijimos más mientras nos dábamos la vuelta y
esperábamos a que Brando saliera a la superficie con mi esposa. Tito
vino a pararse a mi lado, poniendo una mano en mi hombro,
apretando. No me había dado cuenta de lo mucho que temblaba
hasta que me tocó. La suya era una mano firme en un mundo
cambiante. Cada segundo se sentía peor que si me cortaran la
garganta mil veces. Mi corazón se sentía como si fuera a estallar de
mi pecho.
Pronto, Fausti, pronto, dije quedamente. Cuanto más tiempo
permaneciera hundida, menos posibilidades tendría de...
Me negué a darle crédito a los pensamientos crueles que atacaban
mi agotada cordura. De repente, mis rodillas cedieron y aterricé
sobre ellas, el muelle soportando mi peso. Cerré los ojos, agarrando
el rosario alrededor de mi cuello, preguntándome si esto era una
venganza por mis pecados. El precio de vivir en un cuerpo que tenía
un alma hecha de odio y venganza.
Hasta que llegó ella.
Ella me puso en un camino diferente, y cuando chocamos, ambos
nos rompimos en un millón de pedazos por el impacto. Se coló a
través de mis grietas y pasó por encima de cada tira de plomo que
había dejado para mantenerme en pie. Sus colores se mezclaron con
los míos, y la vitrina ya no mostraba una figura solitaria, sino una
con una mariposa en el hombro, el corazón en la manga.
Ya no era capaz de doblarme o me rompería, me puse de pie,
quitándome las botas.
Cualquier puto segundo se convertía en ahora. Me negué a
esperar un segundo más para traer a mi esposa a casa, de vuelta a
mí. Incluso si eso significaba que me ahogara en el fondo del
Hudson con ella. Ese sería mi destino. Estaba destinado a mí. Lo
compartiríamos. Ella sería mi Julieta y yo su Romeo.
Rocco me puso una mano en el hombro, Romeo la otra, y me
detuvieron mientras Tito se paraba frente a mí.
—Sobrino. —Su voz era tan seria como cuando me había estado
salvando la vida—. No le harás ningún favor a tu esposa si entras
tras ella y tenemos que sacarte.
—No soy Brando Fausti pero sé nadar, carajo—dije y me golpeé
el pecho—. Me niego a quedarme aquí y esperar a que me traiga a
mi esposa.
—Eres tan cercano a mí como un hermano. —Rocco me apretó el
hombro—. Así que confía en mí cuando digo esto. Brando la traerá.
Él la recuperará. Es el mejor que hay. Déjalo hacer su trabajo.
Su trabajo. Mi esposa.
Tan pronto como se me ocurrió el pensamiento, el sonido más
hermoso que jamás había escuchado pareció explotar a mi alrededor.
Brando salió a la superficie con mi esposa en sus brazos. Parecía
moverse más rápido que un tiburón en el agua. Una vez que la cargó
por la escalera, la colocó en el muelle.
Tito fue directo hacia ella. Brando se quitó la máscara y, después
de que Romeo lo ayudara con el tanque, fue directamente hacia Tito
y ambos comenzaron a trabajar.
y j
—Hipotermia—murmuró Tito mientras le revisaba el pulso—.
Debemos tener mucho cuidado. Brando. Sácala de esta ropa.
Entonces ponle las mantas calientes. ¡Ahora!
Mi esposa estaba sin vida en el muelle. Su piel no tenía color. Sus
labios eran azules. Tenía un corte en la frente. Era profundo y rojo,
pero no había sangre.
Me arrastré a su lado, tomando su muñeca en mi mano,
controlándome.
—Tío. —Mi voz era tensa, en carne viva, baja—. No tiene pulso.
Tito me miró a la cara mientras Brando le quitaba el sostén y la
ropa interior y la cubría con mantas.
—El agua, tuvimos un invierno duro, está demasiado fría. Ella
está demasiado fría. Tenemos que subir la temperatura de su cuerpo.
—RCP—le dije, aclarándome la garganta—. Compresiones
torácicas. Hazlo…
—Comenzaré con RCP, pero no hasta que llegue la ambulancia.
Necesito continuar una vez que comience. No habrá parada hasta
que pueda traerla de vuelta. En este momento, su pulso es
demasiado bajo para detectarlo. Pero eso no significa que no
podamos traerla de vuelta.
Las sirenas gemían en la distancia. Una ambulancia estaba en
camino. Pero si Tito no podía salvarla, sabía que nadie podría.
Romeo acompañó a Bruno a su coche antes de que llegara la
policía. Nuestros ojos se encontraron cuando pasó. Me sonrió, sin
más dientes en su boca, pero nada más que satisfacción en su rostro.
Lo despellejaría vivo, de pies a cabeza, y lo convertiría en bloques de
cemento. Entonces daría un paseo hasta las entrañas del río Hudson.
Los cangrejos podrían darse un festín con sus entrañas. No tendrían
que preocuparse por su piel. Conseguían un bocadillo pelado.
—¡Sobrino!—rugió Tito.
Me tomó un minuto volverme hacia él, concentrarme en
cualquier cosa menos en mi ira. Mi deseo de matar me sabía a sangre
en la boca, y era un animal hambriento. El grito del hombre muerto
cuando su piel fuera despellejada, centímetro a centímetro,
representaría lo que estaba pasando en mi corazón y mi alma.
—¡Mantén tu atención aquí! —Tito asintió hacia mi esposa—.
¡Habla con ella!
Habla con ella.
Mi esposa.
No tenía pulso, pero yo era el hombre muerto.
No quería pensar en por qué Tito me había ordenado que hablara
con ella.
Me negué.
Pero si esto era todo, el final, era definitivo, para los dos.
Nunca la volvería a ver.
Estaría en el cielo y yo en el infierno.
Nunca estuvimos destinados a tener más tiempo del que
estuvimos en esta tierra.
Llevé su mano a mi boca, soplando aire tibio sobre ella, mis labios
se cerraron.
—Mariposa. —Mi voz se quebró—. Dejaste algo importante atrás,
Bu erfly. Me dejaste atrás para morir de la peor muerte. Que estés
lejos de mí es la peor muerte. Es más doloroso que cualquier cosa
que haya conocido. Pero las palabras son inútiles. Escúchame,
Mariposa.
Hubo un tiempo en que no sabía si alguna vez sería capaz de
hablar, el cuchillo me había cortado tan profundamente. Entonces
supe lo inútiles que eran las palabras. Exigí más que palabras, y eso
fue lo que prometí darle.
Siente mi dolor y deja que te traiga de vuelta a mí. Eres la única que
puede salvarme de eso. Mi vida y mi muerte. Mi tiempo entre…
La voz de Brando atravesó mis pensamientos, un revoltijo de
palabras sobresaliendo: Temperatura. Agua. Sumergida demasiado
p p g g
tiempo. Soga. Cortar para liberarla de los bloques de cemento. Hipotermia.
Sin pulso. Embarazada.
Las palabras se deslizaron en mi mente, expulsando todo lo
demás, envenenando mi alma, mientras los hombres discutían sobre
mi esposa y su estado de vida actual.
Sin vida.
Ella no tenía vida.
Todo lo que le quedaba por hacer en esta tierra me asaltó. Todo lo
que se había perdido me apuñaló como mil cuchillos. Todos los días
y noches que sufrió. Me había dicho que nunca había tocado la
verdadera paz hasta que nos casamos. Por primera vez en su vida
podía dormir, podía descansar, y no era sólo físico. El demonio en
sus talones estaba demasiado atrás para atraparla, sus zapatos
finalmente le quedaron bien y la mantuvieron firme.
Ella había luchado tanto en la vida. Luchó por cambiar de
sobrevivir a vivir. Y se había ido. Mi mariposa se había ido después
de obtener sus alas.
Mientras unos hombres se acercaban, la acerqué más, sin darme
cuenta de que la tenía presionada contra mi pecho, meciéndola.
Me negué a entregarla.
Me negué a permitir que me la quitaran. Les arrancaría las manos
con los dientes.
Ella estaba tan fría. Podía sentir la frialdad del agua filtrándose
en mi camisa. Su piel se sentía aún más fría, como si toda su sangre
hubiera sido drenada.
Nuestro hijo. Él no tenía vida si ella no la tenía.
Mi todo se ha ido en cuestión de minutos.
Una circunstancia imprevista. Un hombre en busca de venganza.
Mi propia venganza me tenía allí cuando ella me necesitaba aquí.
—Sobrino. —Tito se inclinó, mirándome a los ojos—. Dámela.
Cuidaré de ella. Confía en mí. —Se golpeó el corazón.
Permití que los paramédicos la llevaran, mientras Tito los dirigía
en cada paso del camino.
—¡Yo soy el médico! ¡Ahora, escuchadme!
Tito seguía diciendo que existía la posibilidad de que su pulso
fuera demasiado bajo para detectarlo. Si se calentaba lo suficiente,
existía la posibilidad de que aún pudiera vivir.
Posibilidad. Posibilidad. Posibilidad. La vida de mi mujer, la mía,
dependía de una puta posibilidad.
Los paramédicos no discutieron, pero ya la habían declarado
muerta en sus cabezas.
Me observaron con cautela, uno de ellos miraba fijamente mi
tatuaje, mientras los acompañaba hasta la ambulancia que esperaba.
Me negué a dejarla. La conectaron a los monitores una vez adentro
y... nada. Nada más que una línea plana y el sonido de la alarma de
una máquina.
Se produjo un caos controlado.
Tito ladraba órdenes como un soldado en un campo de batalla.
Estaban haciendo compresiones en el pecho mientras usaban otra
manta térmica para tratar de subirle la temperatura.
—Nada—dijo uno de los técnicos de emergencias médicas,
revisando los monitores y luego mirando a Tito—. Todavía no hay
pulso.
—¡Sigamos!—espetó Tito—. Mariposa. Vamos, Mariposa. Vamos.
Respira por mí.
Aparté la mirada, mi corazón recién latiendo muriendo mil
muertes al verlo. El sonido de la máquina apagándose en pánico
porque no podía detectar vida parecía hacerse eco de la inquietud en
mi alma.
—Mariposa—susurró Tito.
El sonido de su voz arrancó la última pizca de esperanza de mi
pecho.
—Dime—le dije. Me negué a mirarlo, porque no estaba seguro de
lo que iba a hacer cuando me encontrara con su mirada lastimera. El
tono de su voz confirmó mi peor pesadilla. Mi mariposa se había
ido.
—Farfalla—dijo Tito un poco más alto. Pasaron un segundo o dos
—. ¡Lo tengo!—casi gritó—. ¡Un pulso!
Mis ojos se levantaron. El técnico de emergencias médicas
comenzó a jugar frenéticamente con su maquinaria y, como si
estuviera viendo el pico de una montaña atravesar un terreno duro,
las líneas comenzaron a subir, subir y subir. Su pulso se estaba
acelerando. Incluso el corte en su cabeza comenzó a sangrar.
Ella gimió, y un segundo después, cuando chocamos contra un
bache, gritó de dolor. Entonces, sin abrir los ojos, me apretó la mano
y así reviví para contar mil muertes… y la única vida que me
quedaba por vivir. Con ella.
Capítulo 32
Capo
Cinco Meses Después

Mi hijo tenía solo unas pocas horas de nacido, pero ya gobernaba


nuestros mundos.
Era lo que Tito llamaba un bebé milagroso. Había sobrevivido a
pesar de las circunstancias. Se parecía a su madre. Ella dijo que
también se parecía a mí.
Tenía cabello negro y espeso, ojos marrones que parecían lo
suficientemente claros como para volverse ámbar algún día, y piel
color almendra. Sus hombros eran anchos, y sus brazos y piernas
largos. Era un niño grande.
Mariposa dijo que tenía mis rasgos y mi complexión, pero no
tenía su nariz, ni mis ojos, las dos cosas que ambos habíamos
deseado que él tuviera. Pero entre la importancia de heredar ciertas
facciones o tener la fuerza para sobrevivir en este mundo cruel,
agradecí que tomara lo último sobre lo primero.
Un hombre sabio me dijo una vez que a menudo no obtenemos lo
que queremos, sino lo que necesitamos.
Una vez deseé ser rey. Una vez había deseado gobernarlo todo.
No deseado, exigido.
Conseguí ambas cosas, pero en formas que nunca supe que
necesitaba. Yo era el rey del corazón de mi esposa y el gobernante de
este mundo que habíamos creado juntos. Si estuviera en mi poder,
mi hijo tendría todo lo necesario.
Llevándolo hasta la ventana, la abrí, dejando que el sol de Milán
brillara en su rostro, permití que el mundo viera por primera vez a
este príncipe recién nacido.
Mi hijo.
Saverio Lupo Macchiavello.
Era el nuevo príncipe, pero el príncipe de nuestro mundo. No
tendría que demostrar su crueldad para gobernar. Solo lo haría.
Independientemente de sus pasos, los caminos y las decisiones que
tomaría, siempre tendría un reino al que regresar. Un lugar seguro al
que escapar cuando el diablo le pisara los talones.
—Es tan hermoso como su papá.
Me giré para encontrar a mi esposa mirándonos. Había estado
durmiendo, pero después de once horas de trabajo de parto,
parecía... completamente nueva. Alguien que nunca había conocido
antes. Ella era suave por fuera, lo suficientemente flexible como para
traer un hijo al mundo, pero su alma era una reina guerrera. Era una
mujer que había encontrado una fe inquebrantable, una fuerza
desconocida para el hombre más fuerte de la tierra. Su cuerpo podía
doblarse, podía romperse, pero su alma era indoblegable,
irrompible.
Fue necesaria esta mujer para mostrarme lo hombre que era yo.
El sudor aún cubría mi piel y mi ropa por la intensidad de todo.
—También va a ser tan grande como su papá. —Ella hizo una
mueca—. Él lastimó gravemente mi chichi.
Me reí y mi hijo parpadeó, bostezando después.
—Guarda el recuerdo para más adelante, cuando sea mayor,
cuando no quieras que haga algo. —Me encogí de hombros—.
Sentimiento de culpa.
Ella sonrió con una sonrisa cansada, pero el sol iluminaba todo su
rostro. Se veía tan saludable. Viva. Palmeó la cama y abrió los
brazos.
—Acércate. Los quiero a ambos más cerca.
Las enfermeras seguían entrando, queriendo llevárselo, pero
ambos nos negamos a dejarlas. Después de lo que le había pasado a
mi esposa, quería que mi familia estuviera lo más cerca posible de
mí. La posibilidad de que lo dejara ir por unas horas no existía.
Mariposa me quitó a Saverio, acercándolo a su pecho, inhalando
su cabello como si fuera aire. Tenía tanto que podíamos peinarlo.
Sonreí mientras pasaba mis manos a través de él, haciendo que se
pusiera de punta.
—Capo—susurró ella.
Me tomó un momento mirarla. Era difícil no seguir mirándolo.
Me preguntaba si alguna vez sería capaz de detenerme.
—Mariposa. —Me incliné y besé su frente. Cerró los ojos, pero su
rostro no estaba del todo en paz. Ella tenía algo en mente—. Usa
todas las palabras.
Ella asintió. Abrió los ojos. Jugueteó con su manta.
—Iba a perdonarlo, ¿sabes? A Bruno. Justo antes de hundirme.
Sentí que debía hacerlo. Pero no pude. Justo antes de tomar mi
último aliento... no pude. Podría perdonarlo por matarme, pero no a
él. —Presionó a Saverio más cerca de su pecho, apoyando sus labios
en su cabeza—. No podía perdonarlo por matar a mi bebé.
Sus palabras fueron firmes, pero para mis oídos, inquietantes,
como si su madre hubiera hablado a través de ella. Maria me había
perdonado, pero no lo habría hecho si le hubiese hecho daño a su
hija. No había sido mi intención lastimar a Mariposa, estaba
decidido a salvarla. Por lo tanto, Maria me perdonó por quitarle la
vida sin que le temblara la voz.
Acaricié un lado de la cara de Mariposa con mi pulgar.
—Estabas destinada a esto. Por él. Matarías por él. Morirías por
él.
—También estaba destinada a ti. —Su voz era suave y se negaba a
mirarme. Se arregló el cabello—. Moriste por mí. Mataste por mí. Me
amas, a nosotros, más allá de lo que puedes entender. Por eso está
aquí, por eso es nuestro, porque nos amaste lo suficiente como para
sacrificar todo por este momento.
Me miró a los ojos y me tocó la garganta.
—Te amo, Capo. Siempre te amaré. Estás atrapado conmigo para
siempre.
Tomé su mano y la llevé a mi boca, besando su pulso más tiempo
de lo habitual.
Ella sonrió.
—Più delle parole, mio marito—susurró en italiano. Más que
palabras, esposo mío. Entonces empezó a tararear mientras miraba a
nuestro hijo.
Llamaron a la puerta. Mariposa ni siquiera se molestó en mirar
hacia arriba. Estaba más que cansada y perdidamente enamorada
del bebé en sus brazos, estaba delirantemente contenta con la vida.
No mucho después de que naciera Saverio, envié a nuestra
familia por la puerta. Mariposa necesitaba descansar, y yo quería
tiempo para estudiar sus facciones sin tener que compartirlo cuando
una de las mujeres le agarraba las manos. Así que no tenía idea de
quién podría ser, tal vez era una de las enfermeras, pero
generalmente tocaban la puerta y entraban.
Keely, Cash Kelly y Harry Boy estaban al otro lado de la puerta.
Keely tenía regalos en sus brazos.
Miré con los ojos entrecerrados a los dos hombres después de que
Keely pasó a mi lado, yendo directamente hacia Mariposa y Saverio.
Harry Boy asintió hacia mí.
—¿Te importa si…?—Él asintió hacia mi esposa.
Mariposa levantó la vista cuando preguntó. Keely ya había
tomado a Saverio en sus brazos, haciéndole muecas, pero también
levantó la vista. Todos los ojos estaban puestos en mí.
Asentí una vez, pero no dije nada. Pensó que estábamos bien
después de que salvé a su hermana, pero siempre estaría en una
situación delicada conmigo. Todavía estaba enamorado de mi
esposa, incluso después de mostrar cierto interés en mi prima, Gigi.
Cash se quedó en la puerta, sin entrar.
—¿Tienes un minuto libre, Macchiavello?
Me volví hacia Mariposa. Se mordía el labio, apretando las
mantas que cubrían sus piernas, con ojos cautelosos. No le gustaba
que Cash estuviera aquí.
—Un minuto—le dije a ella.
Ella asintió una vez, pero no dijo nada. Keely le dijo algo, pero no
apartó la mirada de mí hasta que supo que su punto había sido
captado y tomado en serio: no te comprometas con nada que pueda
alejarte de nosotros.
Después de cerrar la puerta, nos quedamos en el pasillo, de
espaldas a la pared. Cash se paró a mi lado.
—Felicitaciones—me dijo, metiendo las manos en los bolsillos—.
Tu esposa hizo un buen trabajo. Tu hijo es un niño grande y
saludable.
No tenía un fuerte acento irlandés, pero la cadencia estaba ahí.
Asentí.
—¿Viniste hasta aquí para charlar sobre mi familia? Lo dudo.
Hablemos de negocios.
Él suspiró.
—Dime cuál es mi posición con respecto al nuevo Rey de Nueva
York. He oído rumores. Después de que Arturo y Achille fueron
asesinados, no quedaron hijos para reclamar el trono, se rumorea
que eres el hombre que asumió el papel de rey. Por lo general, no
nos movemos en los mismos círculos. —Él sonrió—. Pero
circunstancias imprevistas, tal vez la gravedad, nos ha succionado a
esta área gris al mismo tiempo.
—Te quedas justo donde estás. Estoy aquí. No somos ni amigos,
ni enemigos. Te hice uno. Me hiciste uno. Estamos parejos ahora.
Pero no me haré cargo de la familia Scarpone. Ese legado ha muerto
con los hombres que lo convirtieron en lo que era. ¿Lo que era?
Depende de a quién le preguntes, pero si me preguntas a mí, aquí
está mi respuesta. Era algo de lo que no quiero formar parte. He
hecho mi propia vida. La gobernaré como mejor me parezca. Trabajo
para una familia además de la mía: los Fausti. Aparte de eso… —Me
encogí de hombros.
Tenía mis inversiones, mis negocios, un montón para mí y los
míos para vivir cómodamente por el resto de nuestras vidas.
Había sido mi intención ser el nuevo Rey de Nueva York, el
nuevo Rey Lobo, pero circunstancias imprevistas “mi esposa, mi
hijo” habían cambiado la dirección de mis pasos. Y esos pasos me
llevaron de regreso a la puerta donde, más allá, mi reino esperaba mi
regreso.
Epílogo
Mariposa
Diez Años Después

—Peeeeeassse. ¡Mamma, peeeassse!


Todo mi cuerpo se inclinó hacia la izquierda, mi brazo fue tirado,
mi hombro se sacudió hacia arriba y hacia abajo.
—Evelina, niña, cálmate. —Le sonreí a mi valiente hija de cinco
años. Era nuestra tercera hija de cuatro, y nuestra única niña. Decir
que era la niña de los ojos de su padre sería una mentira, ella era
todo. Y la pobre tenía mi nariz. Al menos tenía los ojos de su padre.
Dejó de sacudirme y vi los pensamientos moviéndose detrás de
sus ojos zafiro. Su cabello negro los hacía resaltar contra su piel
bronceada. Sus labios eran llenos y rosados, y los fruncía a la
perfección. Aprendió pronto que se necesitaba azúcar para atrapar
mariposas, no sal.
—Mamá. —Su voz era tan suave, tan dulce, y puso mi mano en
su boca, depositando un tierno beso en mi dedo—. Peeeeeeassse
¿puedo ver esta ala? —Levantó la mano que sostenía,
mostrándomela.
Quería probarse mis anillos de boda. Había llegado a una etapa
en la que amaba a las princesas, y si era brillante, como algo que
ellas usaban, lo quería, o al menos probárselo.
Rara vez me quitaba los anillos. La última vez fue cuando hice
albóndigas, pero solo para que la carne no se atascara entre las
facetas. Lo puse en un lugar especial hasta que me lavara las manos.
Demore diez minutos, como máximo, y volvieron a su lugar. A
veces, incluso me dejaba el anillo de matrimonio puesto y solo usaba
un cepillo para fregarlo después.
Para nuestro noveno aniversario, Capo me había dado una banda
de diamantes para que la usara en mi mano derecha, el tercer dedo,
y tampoco me la quitaba nunca. Cuatro mariposas daban vueltas
alrededor de mi dedo, como siempre darían vueltas alrededor de mi
corazón. Cada mariposa representaba a uno de nuestros niños.
Evelina a menudo me pedía usar ese, pero esta era la primera vez
que me pedía usar mis anillos de boda. Eran símbolos de los que
nunca me cansaría.
De él. De nosotros. De pasar esta vida juntos. Viviéndola.
—Te los devuelvo enseguida. —Batió sus espesas pestañas hacia
mí—. Peeeeeeassse.
Me reí de lo dulce que estaba siendo. Señorita sutil. Esa era
nuestra hija, Evelina Noemi Maria.
—Está bien. —Suspiré—. Pero tienes que sentarte en la mesa de la
cocina. Y solo puedes usarlos por un segundo. Estos anillos son
como ropa importante para mamá. Los necesito que sentirme vestida
y lista para el día.
Ella se rio, tomando mi mano y llevándome a la mesa. La recogí
antes de que pudiera trepar, ¡y dijo siiii! mientras sentaba su trasero
pequeño y gordo en la silla.
Estábamos en la villa en las afueras de Modica. No era una casa
grande, pero la habíamos hecho cómoda para nuestra familia. La
convertimos en un hogar. La cocina era mi habitación favorita.
Pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo allí.
Tomé ambos anillos y los deslicé en su dedo. Eran tan grandes
que casi se resbalaron, pero ella los mantuvo unidos. Besé su mano
antes de levantarme, mirando sus ojos brillar por lo bonitos que
eran.
—Son tan tiernas, mamá—exhaló—. Las amo. —Luego se abrazó
a sí misma, como si no pudiera estar más feliz de lo que estaba en
ese momento.
El temporizador se apagó en el horno, y giré por un segundo,
recordando que tenía que sacar la tarta de pimiento rojo. La familia
venía a cenar a nuestro jardín por nuestro aniversario.
—Evelina. —Mi voz era aguda con advertencia—. Siéntate ahí y
no te muevas. ¿Escuchaste a mamá? Voy a sacar la tarta del horno.
Ella asintió con la cabeza frenéticamente, emocionada de que la
dejara usar los anillos por un segundo más. Rápidamente saqué la
tarta, colocándola sobre la cocina, calculando mentalmente qué más
tenía que hacer.
—¿Qué dice esto?—preguntó Evelina.
Me giré para encontrarla mirando mi anillo de compromiso. Se lo
había quitado y lo sostenía a contraluz.
—Aquí. —Extendí mi mano, dándole mi dedo izquierdo—. Es
hora de volver a ponérmelos. No puedo ir sin bragas, ¿verdad?
Ella se rio, como si fuera la cosa más divertida del mundo,
besándome en la nariz cuando me incliné para que ella deslizara los
anillos de nuevo. Primero me puso mi anillo, pero antes de volver a
ponerse el anillo de compromiso, me mostró el metal.
—¿Qué dice esto?—preguntó de nuevo. Sus pequeños ojos
estaban entrecerrados en lo que veía, sus cejas fruncidas. Cuando
hacía eso, podría haber jurado que Capo la poseía.
No sabía leer, pero reconocía palabras. Aunque no estaba seguro
de lo que estaba hablando.
—Dice no…
Cualquier cosa, iba a decir, pero me detuve cuando noté lo que
ella había señalado.
Por primera vez en diez años, noté una inscripción en el interior
de mi anillo de compromiso.
—Jódeme—susurré.
—¿Qué es eso, mamá?
—Ah. —Me di cuenta de lo que había dicho—. Caramelo de
azúcar y mantequilla.
—¡Me encanta el caramelo de azúcar y caramelo!
Le di fuertes besos en las mejillas, tratando de jugar con mi
estado de ánimo repentino.
—¡Lo sé, niña! ¿Qué tal esto? ¿Qué tal si encontramos a papá y a
tus hermanos? ¡Apuesto a que verás una mariposa en el jardín!
Se había negado a quedarse afuera con los niños porque quería
ayudarme a cocinar. Le encantaba ensuciarse las manos en la cocina,
pero era más que eso. Ella quería ser la primera con los dulces.
—¡Oh!—dijo emocionada, saltando de la silla antes de que
pudiera detenerla. Echó a correr hacia la puerta, deteniéndose solo
cuando Capo la abrió y la levantó, volteándola boca abajo,
haciéndola chillar de alegría.
—Dilo, Evelina. Di la palabra mágica.
—¡Buu! —Era lo que decía en lugar de blue. Era su color favorito
en ese momento—. ¡Buu, papi, buu!
Capo la enderezó y ella acercó su rostro al de ella, apretándolo
con tanta fuerza que sus ojos se entrecerraron.
Cada vez que me quitaba los anillos, él aparecía poco después.
Era extraño, como si estuviera esperando que los perdiera para
poder devolvérmelos.
—¿Dónde están los niños?—le pregunté.
Saverio era nuestro hijo mayor. Salvatore nuestro segundo.
Evelina nuestra tercera. Y subiendo como furgón de cola estaba
nuestro bebé, Renzo. Tenía tres años, y si alguien lo llamaba bebé en
voz alta, fruncía el ceño y ponía la cara de estoy muy enojado de Capo.
Capo me miró con los ojos entrecerrados, notando cuán sin
aliento sonaba, antes de mirar mis manos.
—Saverio llevó a Salvatore y Renzo a conocer a los Fausti. La Zie
fue con ellos. —Me observó por un segundo más antes de asentir
detrás de él, diciéndome sin palabras que lo siguiera.
Con los años, la necesidad de hablar entre nosotros se hizo cada
vez menor, porque a veces su voz se volvía cada vez más grave. Sus
acciones siempre eran más ruidosas que sus palabras.
p q p
Tomó mi mano cuando estuve lo suficientemente cerca, tirando
de mi muñeca hasta su boca, colocando sus labios sobre mi pulso.
Volvió a mirar mis anillos. Esta vez parecía que estaba revisando
para asegurarse de que sus posiciones fueran las correctas. De
nuevo, extraño.
—Bésame aquí también. —Evelina le dio su muñeca, más como si
la pusiera contra su boca, y él plantó un sonoro beso sobre su pulso
—. Yo soy tu princesa, papá.
—Tú eres mi princesa. Per sempre.
Tan pronto como estuvimos en el jardín, dejó a Evelina en el
suelo, dejándola correr libremente. Fue directamente a una de las
estaciones de agua azucarada que habíamos instalado y vio cómo
unas cuantas mariposas extendían sus alas en el aire de la tarde,
absorbiendo el néctar y la dorada luz del sol. Aunque Evelina era
una niña bulliciosa en general, alrededor de las mariposas, le había
enseñado a estar callada, a ser amable, a respetarlas.
Retrocedí y admiré todo lo que habían hecho mis muchachos.
Las luces de mariposa estaban colgadas sobre la mesa, de
limonero a limonero, preparadas y listas para más de veinte
personas, y una música suave sonaba de fondo, lo que Saverio llamó
música de “viejos”. Cómo habían cambiado los tiempos. Si yo era
vieja, mi esposo era viejo, y a él no le gustaba más que a mí cuando
nuestros hijos nos llamaban la atención sobre eso.
El jardín que habíamos plantado con Nonno nunca fue tan
hermoso como en ese momento. Los colores estallaron en la luz del
atardecer y las mariposas estaban en constante movimiento,
disfrutando de todos los lugares seguros.
Raíces. Tenían raíces aquí. Al igual que yo. Y cada vez que se
presentaba la oportunidad, les contábamos a nuestros hijos historias
del hombre que nos había enseñado cómo sembrarlos y nutrirlos.
Cada uno de nuestros hijos conocía la historia del lobo y la mariposa
mejor que nosotros.
Jugueteé con mis anillos de boda, deseando, esperando que los
Fausti se tomaran su tiempo para llegar a nuestra tierra. Me costaba
concentrarme en alguien, cualquier cosa, que no fuera mi esposo.
El tiempo había sido dulce para él. Solo se había vuelto más
atractivo con los años. Estaba tan en forma como siempre, no tenía ni
un gramo de grasa en su cuerpo, y cualquier arruga que ganaba solo
aumentaba su factor de “hombre maduro de buen culo”. Unas
cuantas líneas grises surcaban los costados de su cabello negro,
algunas mechas en su barba incipiente captaban la luz y emitían
destellos plateados, pero eso solo lo hacía parecer más sabio.
Todavía tenía su mierda junta.
Todavía me hacía sentir segura.
Todavía me dejaba sin aliento.
Todavía hacía que mi corazón hiciera cosas malas y las mariposas
en mi estómago revoloteaban locamente.
Todavía me hacía desearlo, anhelarlo, sentir hambre por él, todos
los días, todas las noches, a veces cada segundo de mi vida. El
espacio vacío que llenaba nunca se llenaba realmente. El espacio solo
creció para acomodar un hambre mayor. Satisfecha pero no
completamente saciada.
Todavía lo amaba, pero no era lo mismo. Lo amaba aún más, en
todas las formas diferentes. Mi mejor amigo. Mi amante. Mi corazón.
El padre de mis hijos. Mi rey lobo. Mi jefe. Mi todo.
Con cada día que pasaba, nuestro amor solo crecía. Al igual que
el jardín que nos rodeaba, nuestras raíces se adentraron más y más
en un suelo que siempre nos daría la bienvenida a casa. Hacíamos lo
que fuera necesario, para hacernos bien.
—Si esto no es lo que quieres. —Él dio un paso más cerca de mí, y
mi respiración quedó atrapada en mi garganta. El sol poniente le
daba justo en los ojos y me recordó a los dos nadando desnudos en
el mar en verano, solo nosotros dos, cuerpo contra cuerpo—. Habla
ahora o calla para siempre, Bu erfly.
—Un poco demasiado tarde para arrepentirse, ¿no es así, Capo?
—Di un paso más cerca de él, pasando mi mano por su pecho,
deteniéndome en la cicatriz alrededor de su garganta.
—¿Tienes alguno de esos, Escudero?
A veces me llamaba así. Después de que nació Saverio, volví a la
escuela y me convertí en abogada. Trabajaba con Rocco, manejando
los negocios familiares de vez en cuando. También doné mi tiempo a
niños que eran como yo: necesitaban ayuda cuando el sistema les
falló. Principalmente quería cuidar de mis hijos, pero también era
bueno tener algo para mí en el exterior.
—¿Arrepentimientos? —Negué con la cabeza—. Ni uno.
Ambos nos giramos para mirar. Evelina estaba en su mundo,
jugando con su pequeño mundo exterior de hadas. Ella susurró
cosas a las hadas, no queriendo molestar a las mariposas que
revoloteaban.
Capo sonrió, pero antes de que pudiera hablar, me puse de
puntillas y estrellé mi boca contra la suya, deseándolo tanto que me
dolía. Lo necesitaba dentro de mí, sin darme la oportunidad de
escapar de su intensidad.
Cuando rompió el beso, mantuve los ojos cerrados, apoyando la
cabeza contra su pecho. Su corazón latía lentamente en mi oído.
—Ti amo—exhalé, sosteniendo su camisa en mis manos,
negándome a soltarlo. Dos palabras que significaban vida o muerte
para mí, las dos palabras que había grabado en mi anillo de
compromiso.
Se apartó, estudiando mi rostro.
—Después de diez años. —Sacudió la cabeza—. Por fin lo leíste.
—¿Diez años? —Parpadeé—. ¿Hiciste grabar las palabras antes
de que nos casáramos?
—Desde que hice que te hicieran el anillo.
La risa que escapó de mi boca salió suave, el asombro por él la
espesó.
p
—Mejor tarde que nunca.
Era un hombre paciente… en la venganza y en el amor.
—Ya era jodida hora. —Y estrelló su boca contra la mía,
devolviéndome todas las cosas que había compartido con él sin usar
ninguna palabra—. Si no podía tatuar las palabras en el corazón
sobre mi pecho, hice la segunda mejor opción. Las hice grabar en tu
anillo y luego lo puse alrededor de tu dedo, cerrado. Te quitas el
anillo, incluso después de diez años, yo lo sé.
—¿Qué pasa con tu cuerpo? —Levanté mis cejas—. ¿No debería
estar yo también allí, Capo?
Sonrió y puso su mano alrededor de mi cuello, justo sobre el
pulso frenético.
—Ambos sabemos que es un hecho, Mariposa. Estás en mí,
dentro de mí, en todos los sentidos. Eres mía. Hoy. Mañana. Per
sempre.
Se había tatuado una pequeña mariposa azul en la mano, justo
encima de la cabeza del lobo. Era tan eléctrico como el color de los
ojos del animal. Pero si la cicatriz alrededor de su garganta no era
una marca suficiente, no estaba seguro de qué lo era. Sin embargo,
actuaba como si el tatuaje fuera un problema mayor, como si el costo
de salvarme no hubiera sido el más alto de su vida.
Entonces me di cuenta de algo. Lo conocía lo suficientemente
bien como para sumar dos más dos después de que se revelara la
inscripción del gran anillo.
—Nuestro arreglo. —Dejé que esas dos palabras colgaran entre
nosotros por un segundo—. Si sabías que me amabas antes
entonces…
Una sonrisa lobuna apareció en su rostro.
—¿Las otras mujeres? —Se encogió de hombros—. Sí, habría sido
un arreglo, nada más. Las cláusulas se habrían establecido, y no
habría forma de moverlos. La única razón por la que hice un arreglo
contigo... —Me miró durante un minuto o dos, alargando el
momento, antes de exhalar—. … necesitaba solucionar tu aversión a
la bondad. ¿Qué mejor manera que con cláusulas? Era verdadero en
cierto sentido, heredarías todo si yo moría, pero aparte de eso, no
significaba nada. Acuerdo o no, ese anillo estaba en tu dedo para
siempre.
Él había sido, todo el tiempo, mi para siempre.
—¿Recuerdas cuando jugamos a las veinte preguntas después de
nuestra boda?
—No hay ningún hombrecito corriendo por ahí con un tarro de
pastillas—dije con tono de burla.
—Sí—dije, para nada sorprendida por su memoria—. Entonces te
pregunté si alguna vez habías estado enamorado.
—Te dije que no.
—Siguiente pregunta—dije, recordando lo que él había dicho.
—No me preguntaste si estaba enamorado, me preguntaste si
alguna vez había estado enamorado. No lo estuve No antes de ti. Las
palabras, Mariposa, tienen que usarse sabiamente.
—Jódeme—susurré, y luego una risa explotó de mi boca.
Evelina me hizo callar con un dedo en los labios.
—¡Asustaste a una miposa buu, mamá!
Capo y yo nos acercamos aún más el uno al otro, riendo en voz
baja. Cada año con él solo mejoraba. No podía esperar para pasar
cien más.
—¡Mia!—susurró Evelina, corriendo para encontrarse con la niña.
Saverio caminaba junto a ella. Tenía la misma edad que Evelina.
No nos movimos hasta que el grupo estuvo lo suficientemente
cerca para que pudieran abrazarme y estrechar la mano de Capo.
Nuestro grupo, nuestra famiglia, había crecido a lo largo de los años,
no solo nuestra familia se había triplicado en tamaño. Éramos un
grupo integrado.
Donde me encontraba en la vida era más de lo que podría haber
deseado. Era más de lo que me atrevía a esperar. Más de lo que
nunca soñé que quería. Fue, desde el principio, lo que siempre había
necesitado.
Hubo momentos en mi vida en los que no pensé que sobreviviría
otros diez minutos, mucho menos diez años.
Un millón de años con mi capo y nuestros hijos no servirían, solo
para siempre, mientras lo viviera con ellos.
Fin
Capo
Ahora ya sabes…
Su amor por vivir la vida.
Su risa salvaje que no se puede enjaular.
Su sonrisa contagiosa.
Su majestuosa nariz .
Sus labios suaves como almohadas.
Su irresistible olor.
Su feroz pasión.
Su lasagne al forno y sus root beer floats.
Su amor por las películas antiguas.
Su amor por los libros para colorear para niños.
Su amor por los diarios, por coleccionar palabras.
Su amor por las canciones antiguas y las nuevas.
Su voz cuando le canta a nuestros hijos.
Su toque… más que palabras.
Sus piernas cuando están envueltas a mi alrededor y grita mi
nombre mientras me entierro profundamente dentro de ella.
Ella.
Mi esposa.
Mi amante.
Mi mejor amiga.
Mi monta o muere.
Mi reina.
Mi asesora y confidente de mayor confianza.
Mi corazón.
Mi rosario
Mi vidriera, mi mosaico.
Mi mariposa, mia farfalla, mi Mariposa.
Mi todo.
La amo.
La madre de mis hijos.
La amo.
Si le dices a alguien nuestro secreto, te mataré.
EL CONO del SILENCIO
Traducción

Colmillo
Corrección

La 99
Edición

El Jefe
Diseño

Max
Notas

[←1]
Una mezcla entre Grumpy e Indiana Jones.
[←2]
Eduardo Manostijeras si vives en España.
[←3]
[←4]
Tupac Shakur, cantante de rap también conocido como 2Pac.

También podría gustarte