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SEÑORES FEUDALES Y DEPENDENCIA: FEUDALISMO Y BURGOS

La incapacidad de la dinastía carolingia para continuar su esfuerzo de renovación de la


sociedad junto con la devastación producida por los ataques de los sarracenos, los magiares
y los vikingos produjeron una era de inestabilidad en la Europa occidental durante la última
parte del siglo IX y el X. En ciertos aspectos este período fue tan caótico que los
historiadores han sentido la tentación de llamarlo “la segunda edad del oscurantismo”, para
referirse a su parecido con los siglos VI y VII. Sin embargo, en medio de las tribulaciones
que caracterizaron la última parte del período carolingio, se dio un reagrupamiento de la
población de una gran parte del occidente en patrones institucionales que restablecieron la
estabilidad y prepararon la escena para un vigoroso crecimiento. En su mayor parte, los
patrones institucionales nuevos se moldearon a partir de elementos que habían estado
presentes en la sociedad desde los finales del Imperio romano. Entonces, poco antes del año
1000, tales usos, algunos germánicos y otros romanos, se aunaron para formar nuevos
asentamientos que fueron capaces de liberar el talento humano de muchas maneras. La
reestructuración de la sociedad adoptó diversas formas en el occidente de Europa, por lo
que cualquier esfuerzo por hacer una generalización puede resultar difícil y desorientador.
Pero en todas partes surgieron ciertas pautas claves que echaron bases más fuertes para la
sociedad.
Señorío y dependencia
En términos generales, un desarrollo clave del período carolingio tardío giró alrededor de la
privatización del poder político por los poderosos propietarios de la tierra. Hemos visto que
un aspecto crucial del orden imperial romano fue un Estado fuerte en el cual se otorgaron
amplios poderes a funcionarios que los ejercieron en beneficio del bienestar común. Los
reinos germánicos que sustituyeron el orden imperial romano se esforzaron por conservar
un gobierno central fuerte, pero los esfuerzos de sus gobernantes tuvieron efectividad
limitada. La base de la renovación carolingia estuvo constituida por un esfuerzo por
revitalizar el Estado y por restablecer el orden público. En el capítulo anterior hemos visto
como Carlomagno y Ludovico Pío pretendieron alcanzar tal objetivo, con el resultado de
que, por lo menos, durante un siglo con anterioridad al 850 la autoridad pública desempeñó
un papel importante en la dirección de los asuntos en el Imperio carolingio.
Pero los sucesores de los grandes carolingios fueron incapaces de sostener su autoridad. El
fraccionamiento del Imperio luego del 843 trajo como resultado una disminución de los
ingresos en cada uno de los reinos carolingios. En su afán por alcanzar apoyo, los últimos
gobernantes de la dinastía lentamente entregaron las propiedades reales a nobles poderosos
y a altos funcionarios eclesiásticos; nominalmente, tales donaciones se hacían a cambio de
lealtad y servicios; pero los beneficiarios cada vez más se olvidaban de sus obligaciones. la
incapacidad de los reyes para defender sus reinos contra los intrusos erosionó su prestigio e
hizo necesario depender del poder de quienes localmente podían proporcionarlo para
alcanzar la seguridad. Aunque los reinos y la corona sobrevivieron a esta dura prueba, para
el siglo X la autoridad pública se había convertido en una fuerza limitada en la vida de la
mayor parte de los pueblos de Occidente.
A medida que la autoridad pública y el poder se desintegraban, surgía una nueva fuerza
como rasgo dominante de la vida política. El señorío privado reemplazó al Estado como
una entidad política efectiva. Los propietarios individuales de la tierra que gobernaban
sobre principados de área limitada se convirtieron en la única fuerza política efectiva. El
poder creciente de los potentados terratenientes había sido una característica de la sociedad
occidental desde los últimos años del Imperio romano. Hacia el siglo X el monopolio del
poder por esos grupos se hizo total. El mapa político del Occidente consistía entonces en
cientos de principados de tamaño diversos, en los cuales el poder se ejercía para el
beneficio de los señores de estas tierras.
Estos señoríos se conformaron de muy diversas maneras. En algunos casos, los
funcionarios carolingios, duques y condes, sencillamente se apropiaron para uso privado
del poder público que les había conferido el rey, así como de las rentas públicas y de las
tierras como recompensa por sus servicios públicos. En otros casos, terratenientes agresivos
apoyados por seguidores armados se hacían al control de un territorio e imponían su
dominio privado a sus habitantes. Con frecuencia la clave del éxito era el control de un sitio
estratégico, un castillo por ejemplo; por lo que vinieron a llamase castellanos. En otros
casos, nobles emprendedores conformaban un señorío en las tierras que recibían como
beneficio por los servicios prestados a otros bajo los términos de un contrato feudal. Pero
cualesquiera que hayan sido los medios, los resultados fueron los mismos: la fragmentación
del reino en un mosaico de señoríos privados, en los que los pobladores ejercieron el
control sobre aquellos que vivían dentro de sus territorios. Ocasionalmente algunos de estos
señores otorgaban una pálida sumisión a reyes impotentes dentro de cuyos reinos se
encontraban las propiedades de los señores, pero en realidad, cada uno de ellos era un “rey”
en su propiedad.
Al igual que los señoríos, la dependencia también tuvo varias formas. Ya desde los últimos
tiempos de los romanos, se habían venido gestando varias fuerzas estimulando e
impulsando a que los individuos se pusiesen en una posición de dependencia de otros bajo
condiciones que regulaban sus interacciones sobre una base privada que estaba más allá de
la autoridad pública. Hacia el siglo X casi todo aquel que no ejerciera un señorío, estaba
bajo alguna forma de dependencia. Las condiciones de esta variaban considerablemente de
un lugar a otro y de una persona a otra. Sin embargo, podrían establecerse dos categorías
generales para determinar la condición de la mayoría de los dependientes.
En primer lugar, algunos vivían en condición de dependencia noble. El primer requisito
para quienes tenían éxito en crear y luego conservar un señorío independiente fue la fuerza
militar. Para obtener esta fuerza los señores poderosos reunían a su alrededor seguidores
armados deseosos de prestar un servicio militar a cambio de consideraciones materiales
suficientes que les permitieran llevar una vida acorde con la condición de guerrero. En
algunos casos, los señores sostenían a sus seguidores como parte de su casa, pero en la
mayoría de los casos les daban un pedazo de tierra de la cual pudieran derivar su sustento.
Como veremos, las condiciones que regían las relaciones entre los señores y sus seguidores
llegaron a institucionalizarse de maneras que definieron modos únicos de vida para todos
los que participaron en esas relaciones. Aunque los seguidores militares se escogían
inicialmente de todos los niveles, para el siglo X ellos y sus señores habían llegado a
pretender para sí el estatus especial de nobles.
En segundo lugar, la mayoría de la población vivía en condiciones de dependencia servil.
En un mundo en el cual casi todo el mundo, desde el más poderoso hasta el más débil
dependía de la agricultura para su subsistencia, quienes ejercían el señorío y sus seguidores
armados requerían de una fuerza laboral campesina que trabajara la tierra, de la cual se
derivaban la riqueza y el poder. Obtenían esa fuerza ejerciendo su jurisdicción sobre el
campesinado de maneras que lo obligaban a ejecutar trabajos serviles relacionados con la
producción agrícola y que permitían cobrarle derechos que contribuían al sostenimiento del
señor. La reducción del campesinado a la dependencia había venido preparándose por
varios siglos, poderosamente estimulada por condiciones políticas no resueltas que lo
habían obligado a buscar protección a cualquier costo. Hacia el siglo X el dominio de lo
poderosos era casi completo, sin sujeción a ningún control por la autoridad pública. En el
proceso de establecer su dominio sobre los dependientes serviles, los señores habían
congregado en muchos casos a sus campesinos en comunidades de aldeas con el fin de
facilitar el manejo del trabajo y el cobro de impuestos. Como en el caso de la dependencia
noble, hacia el siglo X las condiciones que regían la dependencia servil habían asumido
formas institucionales que le dieron estabilidad y permanencia al sistema.
La comunidad de los poderosos: el orden feudal
Cerca del siglo X, las relaciones entre los poderosos estaban determinadas por una serie de
instituciones llamadas feudalismo. Este término está rodeado de tantas ambigüedades que
algunos historiadores han cuestionado su utilidad para describir un orden sociopolítico
determinado. Sin embargo, aún puede ser útil para destacar ciertas prácticas mediante las
cuales los miembros de la nobleza dominante establecieron orden entre ellos. El feudalismo
surgió de la fusión, durante el transcurso de muchos siglos, de dos prácticas: la dependencia
personal y los derechos compartidos en la tenencia de la tierra. La primera tuvo sus raíces
en el comitatus germánico y el sistema de clientela romano, y el segundo en el sistema
germánico de donación de obsequios y el antiguo sistema romano de posesión de tierra. La
confusión y el caos en Europa occidental que siguieron las migraciones germánicas
fomentaron la expansión de estas antiguas instituciones entre el 500 y el 750. En su
búsqueda de protectores fuertes, muchos estaban dispuestos a participar en un acuerdo de
recomendación, que establecía un lazo personal que unía a los dos individuos -a menudo
llamados señor y vasallo- entre sí de una manera que fuese mutuamente beneficiosa.
Igualmente, aquellos que buscaban un medio de subsistencia o una manera de acrecentar
sus posesiones estaban dispuestos a aceptar el uso de la tierra de otro a cambio de algún
tipo de servicio. Tales concesiones, llamadas beneficios, permanecían como propiedad del
que las donaba y así podía hacerse sin disminuir las posesiones básicas de uno. Obteniendo
el uso de tierra sobre una base condicional, el que la obtenía se ganaba el beneficio real en
un mundo despoblado en el cual el uso de la tierra era esencial.
Los gobernantes carolingios dependieron plenamente de estas costumbres para expandir su
control sobre sus súbditos, dándoles así a estas prácticas estatus en el derecho público y
definición más precisa. Los Carolingios les exigieron a los grandes hombres del reino,
incluyendo los funcionarios públicos, que se convirtieran en sus vasallos y los
recompensaban con beneficios llamados feudos, a cambio de sus servicios. Tales medidas
fueron especialmente valiosas para proporcionar servicio militar; el feudo otorgaba los
medios con los cuales un vasallo podía armarse a expensas suyas. En muchos casos, los
reyes también les otorgaban a sus vasallos inmunidades, las cuales les daban poderes para
gobernar sus feudos y a la gente que vivía en ellos. El vasallaje y los feudos llegaron a estar
interrelacionados hasta el punto en el que la dependencia personal casi siempre involucraba
la concesión de un feudo. Con la desintegración de la autoridad públicas y del poder real
después del 850, quienes buscaban establecer señoríos privados utilizaron estas prácticas
como medios de crear un séquito militar. Reunían alrededor de sí un círculo de seguidores
que acordaban servir como vasallos a cambio de feudos que le daban a cada vasallo el uso
de tierra y una mano de obra que proporcionaba la base para el estatus, la riqueza y la
seguridad.
La idea de un contrato de vínculo mutuo entre dos personas libres estaba implícita en las
medidas que creaban el contrato señor-vasallo. El ritual que había evolucionado hasta
marcar el establecimiento de tal contrato proporciona una clave conveniente de la
naturaleza de este vínculo. Un hombre se arrodillaba ante otro, colocaba las manos entre las
del otro, y se declaraba dispuesto a volverse su “hombre”. Por este acto voluntario, llamado
homenaje (según la palabra latina homo, que significa “hombre”) el primero se convertía en
vasallo, y el segundo, en amo. El amo levantaba a su nuevo “hombre” y lo besaba, lo cual
significaba que lo aceptaba como vasallo. Después el vasallo prestaba un juramento de
fidelidad, comprometiéndose ante los ojos de Dios a ser fiel a su amo. El amo le daba
después algún objeto, como un terrón de tierra o un anillo.
Este acto se llamaba investidura, que simbolizaba la concesión de un feudo -usualmente un
pedazo de tierra o algunas veces un cargo o una remuneración con dinero- que el vasallo
podía usar para mantenerse. Por medio de los actos de homenaje, fidelidad e investidura,
dos individuos se ligaban de modo que cada uno adquiría derechos e imponía obligaciones
por medio de las cuales se controlaban sus interacciones políticas y sociales. En el siglo X,
la relación amo-vasallo se había vuelto hereditaria, asegurando que los vínculos creados por
el contrato continuaran por generaciones dentro de las mismas familias.
Los derechos y obligaciones específicas de los amos y los vasallos llegaron a definirse con
el tiempo en un sistema legal especial llamado derecho feudal. A pesar de que el derecho
feudal era distinto en los diversos lugares de Europa Occidental, algunos derechos y
obligaciones eran bastante uniformes.
El contrato feudal generalmente ponía al señor en una posición de autoridad sobre el
vasallo. Retenía derechos importantes en el feudo que había concedido a su vasallo para el
uso de este último. El señor estaba obligado a proteger a su vasallo y a proporcionarle
justicia -utilizar su ejército para defender a su vasallo de los ataques y mantener una corte
en la cual el vasallo pudiera ser escuchado en caso de agravios. Dicho sucintamente, el
señor tenía la seria responsabilidad de dirigir un gobierno en pequeña escala para satisfacer
las mutuas necesidades de sí mismo y de sus vasallos.
El vasallo también tenía derechos y obligaciones importantes. Tenía derecho al uso del
feudo y al respeto del señor. A cambio, se esperaba que se condujera honorable y fielmente
hacia su amo. Más específicamente, el vasallo tenía cuatro obligaciones básicas para con su
señor: la primera era el servicio militar, que obligaba al vasallo a servir a expensas suyas
como un caballero armado por un período específico cada año, usualmente 40 días; tal
servicio debía incluir el ser guardia en el castillo del señor. Segundo, el vasallo tenía que
dar consejo, usualmente definido por la asistencia obligatoria a las audiencias del amo.
Tercero, el vasallo estaba obligado a prestar ayudas representadas en pagos de dinero en
ciertas situaciones específicas (para rescatar al amo, para armar al hijo mayor del señor, y la
dote matrimonial de la hija mayor del señor). Por último, el vasallo tenía que extender la
hospitalidad al señor y a su séquito cuando visitaban el feudo que el vasallo había recibido.
Además, estaba obligado a respetar ciertas costumbres, llamadas incidentes feudales, que
reflejaban los derechos del señor en los feudos. El vasallo tenía que mantener el feudo en
buena condición a fin de mantener su valor. Su heredero tenía que pagarle al señor un
impuesto por herencia, llamado auxilio cuando asumiera la propiedad del feudo. El señor
tenía el derecho a la protección, llamado patronato, sobre el heredero menor de un vasallo
y a la aprobación del matrimonio de la hija de un vasallo cuyo marido pudiera convertirse
algún día en heredero del feudo. Finalmente, el vasallo estaba obligado a reconocer que si
moría sin herederos, el feudo revertía al señor (derecho de reversión).
La imposición de los términos del contrato feudal fue un gran problema en una sociedad
que carecía de autoridad pública efectiva. De hecho, los señores y vasallos mismos tenían
que poner en orden las disputas concernientes a los derechos y las obligaciones. El
instrumento principal era la corte del señor, en la cual la costumbre que regía al feudo se
aplicaba como ley. Un señor podía convocar a su corte a cualquiera de sus vasallos
acusados de infidelidad para que fueran juzgados por los “iguales” de los vasallos -otros
vasallos- y si se le encontraba culpable, se le castigara según lo estableciera la costumbre.
Cada vasallo podía elevar quejas en contra de su amo o sus compañeros vasallos ante esta
misma corte; de nuevo, sus iguales decidían si habría lugar a reparación. A pesar de este
procedimiento, el recurso final era la fuerza, con el resultado de que el feudalismo estuvo
plagado de guerras triviales para forzar el cumplimiento de las obligaciones y obtener
compensación por la violación de los derechos. Sería erróneo, sin embargo, decir a los
señores y los vasallos se aprovechaban de cualquier oportunidad para empezar una disputa.
En una sociedad que no conocía ningún otro sistema viable para mantener el orden, tanto
los amos como los vasallos estaban a menudo ansiosos y dispuestos a observar los términos
del contrato que sirviera a mutuos intereses.
Un primer resultado de la feudalización de la clase gobernante de Europa occidental fue el
de crear círculos de vasallos ligados entre sí por la relación con un amo común. En teoría,
el orden feudal creo una jerarquía sociopolítica en la que cada estrato sucesivo de vasallos
le debía fidelidad y servicio a un señor que estaba en un estrato superior en la jerarquía. En
la cima estaba situado el rey, quien era señor supremo y propietario teórico de toda la tierra
de su reino. Podía aceptar a su voluntad como vasallos directos a algunos de sus súbditos, a
quienes podía conceder grandes feudos a cambio de servicio en proporción al tamaño del
feudo. Los grandes vasallos del rey podían subdividir después sus posesiones en feudos
más pequeños y concederlos a otros hombres dispuestos a volverse vasallos. Este proceso,
llamado subinfeudación, podía continuar hasta que los feudos concedidos apenas fuesen
suficientemente grandes para mantener a un solo vasallo como guerrero.
En la práctica, el sistema no funcionaba tan eficientemente. Sin un señor de la jerarquía
concedía mucha parte de su tierra, se privaba a sí mismo de los medios de obligar a sus
vasallos a que le prestaran los servicios que le debían, y era, por ello, impotente para exigir
su obediencia. Como hemos visto, esta reducción de recursos de tierra se dio con los
últimos reyes carolingios; y también les ocurrió a muchos otros durante la conmoción que
acompañó al establecimiento de los señoríos. Más amenazante para cualquier jerarquía pura
fue el hecho de que la subinfeudación llevó a la intersección de círculos amo-vasallos,
creando fidelidades conflictivas y disparidades en el tamaño de las posesiones de tierra. En
el diagrama de la jerarquía feudal teórica, puede verse que un vasallo emprendedor podía
adquirir muchos amos; lo que no resulta obvio es en dónde radicaría su fidelidad si se le
requiriera para servir a dos amos al tiempo. Además, tal vasallo podía cumular suficientes
feudos de varios amos como para poseer más tierras que cualquiera de ellos, y así estar en
posición de desafiar a cualquiera de ellos. Con el tiempo se hicieron intentos por evitar tales
fidelidades conflictivas y la fragmentación de la sociedad por medio de un sistema llamado
homenaje feudal, según el cual un amo les exigía no sólo a sus vasallos directos propios
sino también a sus vasallos y subvasallos que le prometieran la fidelidad primero. Pero, en
general, el orden feudal llevó a una confusión casi indescriptible de fidelidades
contradictorias y acumulaciones de poder que hicieron casi imposible las comunidades de
amos y vasallos a gran escala. Este sistema sirvió más en el mundo de señorío restringido y
pequeñas principalidades.
Más allá de su rol en la conformación de círculos compactos de amos y vasallos dentro del
cual podía mantenerse el orden, el sistema feudal satisfizo otro objetivo para la estabilidad
política y social: llevó a la cristalización de una clase noble que compartía conscientemente
un carácter distintivo especial y un estilo de vida diferente. A pesar de que la nobleza de
Europa occidental tenía raíces que databan de los mundos romano y germánico, las
condiciones que rodeaban el señorío y la dependencia noble proporcionaron un punto
central definido para un estatus de nobleza. Ese grupo estaba conformado por especialistas
en el gobierno y en la guerra que sentían la responsabilidad de proteger y organizar la
sociedad.
Los valores de la nobleza feudal se reflejaron con especial fuerza en dos poemas épicos
escritos para exaltar la vida noble, La Canción de Rolando y el Poema del Mío Cid. Las
virtudes propias de un estatus de nobleza provenían principalmente de lo que era vital para
mantener los vínculos de señorío, y vasallaje: fidelidad, valentía, lealtad, generosidad. Por
encima de todo se situaba la valentía: la habilidad de distinguirse en un conflicto armado.
La vida de un noble se centraba en una carrera de luchas por el señor, sus tierras, sus
campesinos dependientes y su Dios. EN su temprana juventud, empezaba a aprender su
trabajo como aprendiz al servicio de alguien que ya conocía el arte, a menudo el señor de su
padre. La culminación de su educación llegaba cuando se le armaba caballero, una
ceremonia rodeada de simbolismo religioso que culminaba con la investidura de sus armas
de guerra; éstas se utilizaban durante la vida adulta. Por supuesto, tenía que sostenerse
como guerrero, por lo que el manejo de las tierras recibidas como feudo constituía una parte
de su vocación. Y tenía una función política que provenía de su posición como el vasallo
de otro y probablemente como señor de otros más.
La vida de la nobleza era generalmente tosca y ruda, en parte debido al nivel primitivo de la
vida económica, La residencia típica de un noble era una fortaleza de madera diseñada para
la defensa, no tanto para la comodidad. Las viviendas eran atestadas, escasamente
amobladas, frías, sin instalaciones sanitarias y desprovistas de privacidad. La rutina de vida
representaba actividades típicas de los guerreros masculinos: comida pesada, tomar, jugar,
bailar, mocear y luchar. Los nobles eran usualmente analfabetas, “leían” al escuchar los
recuentos de la guerra cantados por los poetas y la simple prédica de los padres. El
matrimonio se arreglaba con miras a obtener nuevas tierras, más vasallos y amos más
fuertes; rara vez se estropeaba con consideraciones sentimentales. Pero la familia era otro
asunto, porque una familia rica en hijos fuertes e hijas casamenteras era una gran ventaja en
un mundo de guerra, adquisición de tierra y relaciones personales. La importancia crucial
de mantener intactas las posesiones de tierra y mantener vínculos con un amo poderosos
empezó a cambiar la estructura básica de la familia noble. El antiguo sistema de los lazos
de parentesco extendidos y la herencia compartida le abrieron paso a la familia patrilineal,
en la que el linaje se transmitía de padre a hijo mayor y la herencia estaba restringida al hijo
mayor. Los nobles eran religiosos de una manera sencilla: confiaban en que Dios los
cuidaría si eran valientes, fieles y generosos. Su manera de expresar la fe era activa,
impulsándoles a hacer algo visible para mostrar su piedad: construir una iglesia, darle tierra
a un monasterio para asegurar oraciones por sus almas, ir a peregrinaciones, o guerrear por
Dios.
El mundo feudal era el mundo del hombre. A las mujeres se les otorgó una posición legal
inferior. NO podía ser amas ni vasallas; su estatus social reflejaba el de sus padres y
esposos. Su matrimonio, el suceso crucial para determinar de quién iban a depender la
mayor parte de su vida, era controlada por hombres que buscaban mejorar el estatus
familiar en el mundo feudal. A menos que profesaran en un convento, las mujeres solteras
eran responsabilidad para sus familias. Las hijas nobles se casaban jóvenes, a menudo con
hombres mucho mayores. Esta situación junto con los peligros de un conflicto armado, a
menudo llevaban a la viudez y a la obligación de proteger los intereses de los hijos
menores. A pesar de su subordinación general, las mujeres desempeñaban papeles
importantes en la preservación de la sociedad noble. En una estructura familiar patrilineal,
era la esposa legítima quien concedía legitimidad sobre el heredero masculino que
sostendría a la familia y su propiedad. Las mujeres tomaban parte activa en dirigir a los
sirvientes de casa que producían la mayor parte de lo que se necesitaba para sostener la
familia noble. De vez en cuando las mujeres manejaban feudos cuando sus esposos estaban
ausentes. Sus dotes -sobre las cuales las mujeres conservaban el control - eran a menudo
crucialmente importantes para expandir las posesiones de sus esposos. A menudo se
solicitaba a las mujeres que presenciaran las transacciones legales que incluían las
transferencias de tierra, para que sugirieran su participación en el sostenimiento de la
fortuna familiar y el conocimiento de la naturaleza de esa fortuna.
La comunidad de los siervos: feudos
Las estructuras que crearon una nobleza que participaba en los conflictos armados y el
gobierno se apoyaban en una base agrícola. El sistema feudal proporcionaba a los señores,
y a los vasallos el control sobre parcelas de tierra de diversos tamaños, las cuales cada
noble tenía que explotar para sostenerse a sí mismo y a su familia y para cumplir las
complejas obligaciones implícitas en su estatus de nobleza. Para explotar esas tierras, la
nobleza impuso otro orden de dependencia, en el campesinado de Europa occidental. Este
sistema, llamado algunas veces el sistema señorial, adquirió forma durante un período a
partir de elementos establecidos en las instituciones económicas y sociales germanas y
romanas. Alrededor del siglo X, las características esenciales del sistema estaban en su
lugar apropiado: cada noble había impuesto sobre los habitantes campesinos que
controlaba, una estructura organizacional que le permitía exigir su labor y tomar una parte
de su producción. Como seigneur, señor, controlaba una comunidad de seres humanos cuya
función era esencialmente económica. A pesar de que la forma en que estaba organizada la
producción agrícola variaba de un lugar a otro de Europa occidental, el sistema feudal
prevaleció en las áreas más productivas que se extendían desde el sur de Inglaterra a través
del norte de Francia y el occidente de Alemania hasta el norte de Italia.
Este era una unidad económica organizada para producir todo lo que necesitaban el señor y
sus campesinos dependientes. Era también una unidad política y social que se encargaba de
gobernar a los campesinos que vivían allá y definía las relaciones entre el señor y ellos y
entre ellos mismos. El tamaño típico del feudo se determinaba por los requerimientos de la
autosuficiencia. Un feudo explotable requería de tierra arable para cultivar semillas de
cereal, pradera para el sustento de los animales, bosques para material de combustible y
construcción, y una fuente natural de agua. El señor usualmente reservaba de un tercio a la
mitad de la tierra cultivable como su posesión de la cual tomaba toda la producción para su
propio sustento. El resto se dividía en posesiones llamadas mansi o hides, cada una
suficientemente grande para sostener a una familia campesina. Las praderas, los pastos y
los montes se usaban en común. Bajo el sistema de campo abierto ampliamente usado, la
tierra cultivable se dividía en parcelas grandes y sin cercar, labradas por el esfuerzo
cooperativo de los campesinos. Cada campo abierto estaba subdividido en franjas. El señor
reservaba de un tercio a la mitad de estas franjas en cada campo grande, como su posesión;
el manso o posesión de cada campesino estaba compuesto por franjas en cada campo
abierto.
Para proteger la fertilidad del suelo, parte de la tierra se dejaba desocupada cada año. Hasta
cerca del 900, se utilizó ampliamente un sistema de doble campo de rotación, según el cual
se sembraba cada año la mitad de la tierra cultivable del señor mientras que la otra mitad se
dejaba desocupada. Después empezó a expandirse el más efectivo sistema de triple campo.
La tierra cultivable se dividía en tres campos abiertos. Cada año y alternadamente, un
campo se quedaba sin cultivar, el segundo se cultivaba en el otoño con trigo o centeno y el
tercero se cultivaba en la primavera con cebada, avenas y legumbres (como frijoles o
guisantes). El sistema de triple campo no solamente habilitó más tierra para cultivo cada
año, sino que también permitía una mayor variedad de cosechas, lo cual mejoró la dieta
humana. La mayoría de los campesinos cultivaban legumbres en las pequeñas parcelas y
bien fertilizadas que rodeaban sus chozas. A pesar del mejorado sistema de rotación, las
cosechas eran pequeñas y las hambrunas comunes. La baja productividad desanimó la
manutención de animales que podían aliviar el trabajo como caballos y bueyes, que eran
grandes consumidores de cereales y heno. Sin embargo, los cerdos, las aves de corral y las
cabras eran comunes, ya que podían vivir de los desechos en los montes y de los
desperdicios.
Puesto que había poco comercio en el siglo X, la mayoría de los bienes manufacturados se
hacían en el feudo. A pesar de que los artesanos especializados como los herreros y los
carpinteros aplicaban su industria en algunos señoríos, los campesinos comunes
generalmente hacían y reparaban equipos, construcciones y muebles. Las mujeres,
incluyendo las damas nobles, hacían ropa, preservaban la comida y fabricaban medicinas.
Sólo pocos artículos vitales llegaban de fuera a la mayoría de los señores, como los
metales, la sal y el vino.
El centro del feudo era una aldea que contenía una casa solariega, cabañas para campesinos,
una iglesia y cementerio, graneros, un molino, una panadería y una cervecería. Esta aldea
era más que una colección de edificios: era una comunidad vital con un sistema de gobierno
y un orden social. Su gobernador era el señor, el cual ejercía el poder de ordenar, juzgar y
castigar a sus campesinos dependientes, sin que virtualmente interfiriera ninguna autoridad
externa al feudo. Si vivía en el feudo, el señor ejercía su señorío en persona. Si vivía en
alguna otra parte, como lo hacían muchos nobles que tenían numerosos feudos, confiaba el
control del feudo a los mayordomos o alguaciles, usualmente reclutados dentro del
campesinado. A pesar de que la fuerza proporcionaba un medio de último recurso, el
control señorial se ejercía principalmente a través de la corte señorial. En esta corte, la ley,
que consistía en un conjunto de costumbres que definían cada aspecto de las relaciones de
los que estaban involucrados en la vida señorial, se aplicaba para imponer disciplina en el
campesinado y permitir que los individuos obtuvieran recursos por los daños que
recibieran.
La población campesina de un feudo típico incluía individuos cuyo estatus legal iba desde
esclavos hasta individuos libres. Pero la mayoría eran siervos o villanos que estaban
legalmente vinculados al suelo, pero que mantenían una propiedad de la cual no podían ser
desposeídos. De este modo, un siervo legalmente no era libre, pero poseía tanto un derecho
precioso sobre un pedazo de tierra que le aseguraba su subsistencia, como un lugar en una
comunidad que le proporcionaba protección y un tribunal que hacía respetar sus derechos.
El estatus del servidor se transmitía por herencia, así como se transmitía la posesión a la
cual estaba aferrado el servidor. En el seno de esta sociedad operaban fuerzas poderosas
tanto entre los señores como entre los campesinos para convertir gradualmente a la
servidumbre a los esclavos y a los individuos libres.
Para los campesinos eran más importantes las obligaciones que tenían para con su señor,
que su estatus legal exacto. Estas obligaciones establecidas según la costumbre señorial,
variaban ampliamente en Europa, pero en todas partes se imponían ciertas obligaciones a
los campesinos. La principal obligación era el servicio laboral. En la mayoría de los feudos,
se les exigía a los servidores que emplearan tres días a la semana cultivando la tierra
solariega del señor. Además, se les podía exigir horas adicionales de trabajo durante la
plantación y el momento de la cosecha (días de bendición) y en el mantenimiento de
caminos y construcciones (prestación vecinal). A menudo estas obligaciones laborales se
extendían a las esposas de los servidores, a quienes se les exigía que realizaran obligaciones
como el hilado, la limpieza y la preparación de la comida en la casa del señor. Se exigía que
los campesinos le dieran al señor alguna porción de la producción de sus posesiones,
proporcionándole así al señor un importante complemento para la producción de su propia
tierra. Los campesinos tenían que pagar un diezmo a la Iglesia; a menudo los diezmos se
quedaban en las manos del señor. Se fijaban derechos llamados trivialidades, para el uso
del molino, la panadería y la cervecería del feudo, instalaciones que sólo el señor podía
darse el lujo de construir y sobre las cuales mantenía un monopolio. El señor recolectaba un
impuesto de muerte (tributo feudal pagadero al señor a la muerte de un arrendatario) de
cada familia campesina cuando la posesión pasaba de padre a hijo y un impuesto
[formariage o merchet (de matrimonio)] de cualquier campesino cuya hija se casara fuera
del feudo. Había también, por supuesto, las cuotas y multas que debían pagar los
campesinos que estaban involucrados en pleitos en la corte señorial.
Es obvio que el feudo le proporcionaba al señor muchas oportunidades de enriquecerse a
expensas del campesinado. Muchos explotaban al máximo estas oportunidades; sin
embargo, había límites. El señor dependía totalmente de los campesinos para el primer
ingrediente de la economía feudal: la mano de obra. Sin el trabajo campesino, la tierra
quedaría inculta y la riqueza y el estatus del señor en el mundo de la nobleza se verían
disminuidos. No había otra fuente de mano de obra. De este modo, el señor tenía que actuar
con cierta moderación con sus trabajadores si quería obtener un trabajo eficiente y
constante de ellos. Los campesinos estaban en posición de perjudicar los intereses de un
señor excesivamente opresor, abandonando a voluntad las cosechas, edificios y animales o
causándoles un mal deliberadamente. Matar o lisiar o aun irritar a los campesinos con
intenciones de exigirles más, podría resultar más costoso que tratarlos según la costumbre.
El peso de la costumbre, que tendía a fijar obligaciones durante largos períodos, actuaba
como freno potente sobre señores voraces.
La vida campesina en los siglos IX y X fue brutalmente cruel. En el mejor de los casos, el
sistema señorial proporcionaba un medio de vida de nivel de subsistencia. Las malas
cosechas, la enfermedad o los conflictos armados podían borrar las escasa margen que
separaba la subsistencia de la hambruna y la muerte. Demasiados hijos podían agotar la
escasa provisión de alimentos que podía extraerse de un pedazo de tierra reducido. El señor
o sus agentes estaban siempre cerca buscando riqueza sobrante. Las chozas sencillas de una
sola pieza y escasamente amobladas, ofrecían poca comodidad; la comida a base de una
monótona dieta de pan, sopa, cerveza, queso y huevos, con un pedazo de carne o pescado
de vez en cuando y fruta era insuficiente. Sin embargo, había compensaciones. La Iglesia
estaba siempre presente, ofreciendo su consuelo frente a las penurias de la vida, incluyendo
su caridad en momentos especiales de desespero y sus deseos por una vida mejor más allá
de este mundo. Su mediación en los momentos cruciales de la vida -nacimiento,
matrimonio, muerte- ayudaban a darle dignidad y significado a la existencia humana, aún
en medio de la suciedad y la pobreza. Pertenecer a la comunidad aldeana proporcionaba la
seguridad psicológica proveniente de la vida en comunidad y de conocer a la gente larga e
íntimamente. Esa misma comunidad proporcionaba una serie de placeres sencillos, a
menudo ocasionados por los numerosos días festivos de la Iglesia -beber cerveza, apostar,
cantar, bailar- todos capaces de aligerar la carga de una vida de mera subsistencia.

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