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LOS EVANGELIOS

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El Nuevo Testamento se abre con los cuatro evangelios. Éstos son «el corazón
de todas las Escrituras por ser el testimonio principal de la vida y la doctrina de la
Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (CCE 125; C. Vat. II, Dei Verb. 18).
La palabra «evangelio», de origen griego, significó al principio «buena noticia», y
tenía cierto raigambre en tiempos de Jesús. En la antigüedad griega
designaba también la recompensa que se daba al portador de esa buena
noticia o el sacrificio de acción de gracias que se ofrecía por ella. Los
romanos llamaron evangelio al conjunto de beneficios que Augusto había
traído a la humanidad. En la traducción griega del Antiguo Testamento (cfr Is
52,7) se utilizaba la expresión para designar los tiempos mesiánicos en los
que Dios salvaría a su pueblo.
Al comienzo de su ministerio público (cfr Mc 1,13-14), Jesús predicó el
Evangelio, la buena noticia de que con Él llegaba el Reino de Dios. Al final
de su vida terrena (cfr Mc 16,15), envió a sus Apóstoles a predicar el
Evangelio a toda criatura. Por eso la predicación apostólica sobre la vida y
las palabras de Jesús es
«Evangelio», buena noticia, y además expresa el contenido del Evangelio.
No es extraño que ya a mediados del siglo II a los libros que contenían las
acciones y palabras de Jesús se les llamara «memorias de los apóstoles»
o «evangelios».
El origen de los evangelios está en la predicación apostólica. Jesucristo no
envió a sus discípulos a escribir sino a predicar. Ellos, por tanto, se ocuparon
de difundir con todos los medios a su alcance la buena noticia de Jesucristo y
sobre Jesucristo. La puesta por escrito de esa enseñanza apostólica en los
evangelios no es pues el fruto de una crónica contemporánea de la actividad
de Jesús registrada por sus discípulos, sino el resultado de un largo proceso.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica así este proceso: «En la formación
de los evangelios se pueden distinguir
tres etapas: 1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene
firmemente que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar,
comunican fielmente lo
que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente
para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo. 2. La
tradición oral. Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor
predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida
inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. 3. Los evangelios
escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo
algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito,
sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias,
conservando en fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos
comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús» (CCE 126; C. Vat. II, Dei
Verb. 19).
Los tres primeros evangelios se conocen también por el nombre de
«evangelios sinópticos». Presentan grandes semejanzas y también bastantes
diferencias. Ordenando su contenido en tres columnas paralelas, los parecidos
y las diferencias se pueden observar en un solo golpe de vista (sinopsis). Esta
«concordia

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