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EVANGELIOS SINÓPTICOS

Y
DE LOS APÓSTOLES

Unidad IV: Cuestiones introductorias a los Evangelios

1. El término Evangelio.
2. El género literario Evangelio.
3. Proceso de formación de los Evangelios Sinópticos.
4. El problema sinóptico.

1. El término evangelio proviene del mundo griego. En su sentido original


significaba el regalo que se le daba al que traía una buena noticia. Al portador
de una buena noticia nueva se le daba un evangelio, es decir una recompensa o
propina. Luego el vocablo pasó a ser la buena noticia en sí misma.
La palabra “evangelio es la transcripción del término griego euangelion, el cual
está formado por dos raíces: eu, que significa “bien”, “bueno” y angelía, que
significa “anuncio”, “mensaje”. Se trata de un buen anuncio, de una buena
noticia
La expresión aparece en el libro de Isaías: “¡Qué hermosos son, sobre los
montes,
los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias!” (Is. 52,7).
Y en la profecía que se cumplirá en Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los
pobres” (Is. 61,1).
En sus comienzos el evangelio no era un mensaje escrito, sino oral. Se
anunciaba la buena noticia, que era la llegada próxima del reino de Dios. Se
trasmitía, pues, una alegre noticia: Dios viene a liberar a su pueblo. Como
antiguamente los profetas anunciaron la buena noticia (es el caso de los textos
de Isaías citados anteriormente), Jesús también la anunciaba, pero como una
realidad ya presente: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca.
Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc.1,15).
Jesús, por lo tanto, no inventó la palabra evangelio, tampoco los primeros
cristianos. La tomaron de la Biblia griega. Esta versión trae varas veces el
término evangelio. Además de Is. 52,7 y 61,1 aparece en otros lugares como,
por ejemplo: 2 Sam. 4, 10; 18, 19,20,22.
Hacia el año 27 Jesús comenzó su ministerio público, anunciando la buena
noticia del Reino de Dios. Varios años después de su muerte, alrededor del 70,
comienzan a aparecer los Evangelios escritos. Podemos preguntarnos qué
sucedió durante esos casi 40 años. Es posible distinguir tres grandes etapas:
 El ministerio público de Jesús
 El evangelio predicado en las comunidades
 La redacción de los evangelios
La Buena Noticia. La palabra «evangelio» (buena noticia, en griego) no es de origen
cristiano, la utilizaba el mundo greco-romano para referirse no a cualquier anuncio,
sino a aquellos procedentes de la más alta instancia, por ejemplo, del emperador, y
cuyas felices consecuencias afectaban a todos. Pronto los cristianos comenzaron a
aplicar el término, en singular, al mensaje salvador que había traído Jesús, o a su
misma persona, identificando así el mensaje con el mensajero, como hace Marcos: «El
que quiera salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la Buena Noticia, la
salvará» (8,35).
Cuando el mensaje fue puesto por escrito, el «singular» se convirtió poco a poco en
«plural», en referencia a las cuatro versiones que conocemos: Según Mateo, según
Marcos, según Lucas y según Juan. Y así ha Evangelios llegado hasta nosotros. Los
cuatro tratan de la única y buena noticia de salvación o «memoria de Jesús», pero vista
y vivida desde ángulos distintos, por distintas comunidades cristianas, de la que se
hicieron portavoces escritores distintos, llamados «evangelistas». Género literario. No
es posible encuadrar los evangelios en ningún género literario en uso en la cultura de
entonces o de ahora. Aunque son documentos de historia no son una «historia» de
Jesús.
Tampoco son «biografía» o «hagiografía» o simple «memoria» de gestas y
acontecimientos pasados, aunque de todo ello tenga un poco. Son algo
completamente distinto y nuevo, que crean y agotan su propio género
literario.
La novedad radical que hace de los evangelios ser «documentos escritos»
absolutamente únicos, consiste en que el héroe de los relatos, de los milagros, de los
discursos, está vivo, y su presencia y su palabra siguen resonando y actuando en medio
de la comunidad cristiana y del mundo entero, con su poder salvador. Dicho de otro
modo: fueron, son y seguirán siendo hasta el final de los tiempos Palabra viva de Dios.
¿Cómo narrar como simplemente históricos los acontecimientos de una vida que
terminó con la muerte, pero que la resurrección la situó en un «ahora permanente»
que al mismo tiempo que abarca toda la historia humana la trasciende y la está
llevando a una consumación gloriosa? Ésta es la perspectiva de fe desde la que los
evangelistas componen sus relatos. Por eso también, al cabo de dos mil años, leer y
meditar los evangelios no es sólo recordar un pasado, sino entrar en la realidad
salvadora de un presente que nos hace vivir ya, en la esperanza las realidades
prometidas del futuro.

¿Con qué fin se escribieron los evangelios? La respuesta la da Juan, el evangelista, al


final de su obra: «Éste es el discípulo que da testimonio
de estas cosas y lo ha escrito; y nos consta que su testimonio es verdadero» (21,24);
«Éstas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para
que, creyendo, tengan vida por medio de él» (20,31). Se escribieron para ser leídos y
proclamados en la liturgia y asambleas de los creyentes, para ser anunciados a todos
los hombres y mujeres de toda raza y nación.
¿Cómo se formaron los evangelios? Los cuatro evangelios nacieron de una tradición o
«evangelio oral», es decir, del anuncio y la predicación de los testigos de la vida,
muerte y resurrección de Jesús. Por algún tiempo fue la «palabra» el único medio de
transmisión y difusión de la nueva noticia. La «cultura oral» de aquel tiempo, basada
en la importancia de la memorización individual y colectiva, no precisaba de la
escritura para
preservar con fidelidad el mensaje de Jesús. Y así lo hicieron sus primeros seguidores
tanto en la evangelización y en la catequesis, como en las oraciones e himnos de sus
liturgias y celebraciones eucarísticas.

Primeras tradiciones escritas. Pronto, sin embargo, se hizo necesario poner por escrito
en hebreo y arameo (lenguas locales) los principales hechos y dichos del Señor para
ayuda de la catequesis, de la predicación y otros usos de las comunidades que se
desarrollaban y crecían en número. Así nacieron los primeros documentos escritos.
Probablemente lo primero que se escribió fue el acontecimiento más importante de la
vida de Jesús: su pasión, muerte y resurrección. Después, fueron apareciendo
resúmenes o colecciones de sus milagros, de sus parábolas, de sus discursos.
Este material abundante es el que pasó después a formar parte de nuestros cuatro
evangelios.
Los cuatro evangelios. La rápida difusión de la comunidad cristiana fuera del ámbito
religioso, cultural y lingüístico judío, necesitaba de una renovada presentación del
mensaje de Jesús, adaptada e inculturizada (como diríamos hoy), que respondiera a la
nueva situación de las Iglesias locales. Y aquí entra el genio literario y la creatividad de
cada uno de los cuatro evangelistas. Todos escribieron en griego, la lengua más
hablada
en el Imperio de aquel entonces. Fue un importante esfuerzo de inculturización, pues
el griego no era la lengua materna de tres de los evangelistas, y se nota. Sólo Lucas,
proveniente del helenismo, manifiesta su dominio.
No fueron meros recopiladores que se limitaron a ordenar, traducir y retocar aquí y
allá el material ya existente. Fueron verdaderos «autores», quienes al seleccionar,
adaptar, ampliar o abreviar sus fuentes (no sólo las «escritas», sino otras «orales» en
que también se inspiraron), dejaron su impronta personal, es decir, su experiencia de
fe, su visión de la Iglesia y el conocimiento que tenían de las necesidades y problemas
concretos de las comunidades cristianas para las que escribieron. Aunque unidas en
una fe común, eran comunidades de cultura y contextos diferentes, separadas no sólo
por la geografía, sino también por el tiempo. Entre el primer
evangelio que se escribió (el de Marcos) y el último (el de Juan) pasaron varias
décadas.

Los «evangelios sinópticos». El término «sinóptico» (en griego: visión de conjunto) ha


sido aplicado, desde hace un par de siglos a los escritos de Marcos, Mateo y Lucas, por
el gran parecido que tienen entre sí, y que los distingue claramente del evangelio de
Juan. Vistos «de conjunto», saltan a la vista las correspondencias mutuas y el mismo
trazado básico… Y como «evangelios sinópticos», se los conoce hoy familiarmente.
En el círculo de estudiosos de la Biblia, se habla del «problema o la cuestión sinóptica»,
consistente en la ardua tarea de identificar las fuentes en las que se inspiraron los tres
evangelistas mencionados. Lo que parece ser cierto, es que el evangelio de Marcos fue
«el primero» que se escribió, sirviendo de base para los escritos de Mateo y de Lucas,
los cuales no sólo incorporaron a sus respectivas obras el material de Marcos, sino que
utilizaron también las primeras tradiciones escritas de los «dichos de Jesús» (hoy
perdidas, llamadas simplemente «Q», del alemán «quelle» = fuente). Seguramente
Marcos, aparte de sus propias fuentes de información, se inspiró asimismo en esas
mismas tradiciones, pero quizás por la brevedad de su escrito no hiciera uso extensivo
de ellas. Mateo y Lucas completaron la labor. Estos dos evangelistas, además de las ya
mencionadas, tuvieron acceso a otras tradiciones que aparecen sólo en cada uno de
ellos, conocidas por las iniciales «M» y «L», de Mateo y Lucas respectivamente.
Este entramado de conexiones e influencias mutuas dan fe de la fidelidad a la palabra
trasmitida que presidió la composición definitiva de los evangelios. El mantener intacto
el depósito de la revelación fue la gran preocupación de la Iglesia primitiva como lo
demuestran muchos escritos del Nuevo Testamento, especialmente las «cartas
pastorales»: «Lo que me escuchaste en presencia de muchos testigos transmítelo a
personas de fiar, que sean capaces de enseñárselo a otros» (2 Tim 2,2).

Evangelio de Juan. El evangelio de Juan fue el último en escribirse. Seguramente su


autor supone ampliamente conocidos los «sinópticos» que circulaban ya por las
comunidades, y así, quiso dar un enfoque distinto a su obra. No obstante, y solamente
cuando viene al caso, utiliza tradiciones comunes.

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