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El monólogo interior

Cuándo aparece el monólogo en la literatura. La novela


omniabarcativa. El siglo de la carta y de los jardines hermosos. Los
tiempos y los espacios del siglo XIX. El diálogo interior. El tiempo
para el procesamiento interno. Procesar los conflictos. Instrumentar
los sentimientos. Los estados de ánimo y los cambios de discurso. El
monólogo de lo que “debe ser”. Observarse con detenimiento. El
monólogo de la vergüenza. Monólogo mientras hago tiempo.
Divagaciones. Monólogo de la insatisfacción. Fechas especiales y
horas del día para distintos diálogos. Victimización dialogada.
Monólogo de la bronca, del insomnio. Quedarse fuera. El “yo”
colocado. Lo que se dice y lo que no se dice.

El monólogo aparece tarde en la literatura, recién con el apogeo de la


gran novela del siglo XIX, cuando surge el “sujeto”. Hasta entonces,
hablamos de una sociedad ritual, donde no se piensa desde el sujeto.
Los grandes novelistas omniabarcativos, como Dostoyevski, Tolstoi o
Henry James, nos cuentan todo: la historia, las costumbres, el
pensamiento, la política. Esta explicación del mundo sería impensable
hoy, cuando cada uno cultiva su propia huerta.
El siglo XIX es el siglo de la carta. Una carta tardaba quince días en
llegar a destino y el estado de ánimo se mantenía más tiempo estable,
mucho más que en nuestra época, cuando estamos acostumbrados a la
comunicación vertiginosa. También era el mundo de los jardines
hermosos, que no son espacios para atravesar o trasponer sino para
detenerse, para meditar y reflexionar. En comparación con esas
personas del siglo XIX que vivían en otro tiempo y paseaban por otros
espacios, hoy cambiamos mucho más rápido, sin apenas posibilidad de
conectarnos con nosotros mismos y sin transiciones. La duración de
los amores era mayor, el duelo era más largo, el estado de ánimo
duraba más tiempo y las personas podían mirarse, conectarse consigo

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mismas. Si yo me mantengo, aunque cambie y haya variaciones, se
mantiene la mirada y aparece el individualismo. Es probable que en
algunos animales también suceda eso. El chimpancé tiene un
protomonólogo que es como un ruidito interno.
El monólogo es el diálogo interior. Por la rapidez con la que
vivimos, hay menos tiempo de procesar los conflictos, y muchas veces
no se procesan. El monólogo interior le da al que escribe un mundo
donde apoyarse, le da un algo. Pero defenderse mucho no sirve para el
propio proceso interno. Los argumentos tienen varios orígenes y con el
diálogo instrumentamos los sentimientos, el odio y la alegría, como
Dorothy Parker, que trabajó el monólogo interior de forma graciosa.
En la novela Senilidad (también traducida como Senectud), de Italo
Svevo, vemos todos los estados de ánimo, notamos el cambio de
discurso, donde el protagonista va y viene. Svevo estaba interesado en
las teorías psicoanalíticas de Freud y era amigo de James Joyce, al que
conoció en 1907 en Trieste, donde Joyce estaba exiliado. Svevo
describió así los sentimientos de su personaje: “a Emilio nunca le
había correspondido ninguna alegría ni nada inesperado. Incluso la
desdicha se le había anunciado desde lejos, se había delineado al
aproximarse; había tenido tiempo de mirarla a la cara despacio y,
cuando lo había golpeado la muerte de sus seres queridos o la pobreza,
ya estaba preparado. Por eso, había sufrido durante más tiempo, pero
con menor intensidad y las numerosas desdichas nunca lo habían
sacado de su triste pasividad, que atribuía a aquel destino
desesperadamente incoloro y uniforme”.
El personaje de Svevo rompe con un amor que tiene, pero le dice
que igual va a pasear con ella porque eso lo tranquiliza. Hoy vamos y
decimos la verdad al otro, le cantamos cuatro frescas porque dejamos
que el rencor surja sin reflexión; y si no lo hacemos es porque aparece
algo que nos obtura, tenemos rencor y pensamientos concomitantes,
aledaños. El rencor viene de una situación anterior y se manifiesta en
la búsqueda de equilibrio del peleador: ponemos al ser al servicio de la
tranquilidad del “yo”. Hay gente que descarga, que busca la revancha,
y otra que no lo hace. Las discusiones no arreglan nada, son sólo para
descargar. Julio Ramón Ribeyro decía: “el hombre es el animal que
discute, no el que piensa”. Si huís es para preservarte, porque sos más
fóbico. Lo dijo Nietzsche: “la justicia nació de la venganza”. Pero a
veces el rencoroso no se puede vengar, porque encuentra al otro con

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una cara diferente, angelical, entonces entrás en otra área. Esto es muy
lindo para trabajar.
El monólogo de lo que “debe ser” es también interesante. Tengo una
amiga a la que le dije que se anotara todo lo que le va a decir al
médico, pero ella me contestó: “no, el médico tiene que saber”. Pero el
médico no tiene por qué saber nada, no se gasta. Toda la vida estamos
pendientes de lo que debe ser. Decía San Martín algo que nunca
entendí: “serás lo que debas ser o si no, no serás nada”.
También sirve el monólogo de la vergüenza. Como Prometeo, que
decía “qué vergüenza estar encadenado y que mis enemigos me vean
así”. Eso es italiano. El papelón es una cuestión social, porque desnuda
un repertorio. Eso lo trabajó muy bien Felisberto Hernández.
Otros ejemplos de monólogo interior que pueden servir para escribir
son:

• El monólogo de la insatisfacción. Decirse a sí mismo que debería


vivir en Suecia, donde todo es perfecto. Pero sin el frío de Suecia.
• Cuando llego demasiado temprano a un lugar, a una cita: ¿Qué
pienso durante todo ese tiempo? ¿Qué hago cuando el tiempo es
demasiado corto para cualquier actividad? Hay un tiempo corto que se
hace largo y un tiempo largo que puede hacerse corto. Puede haber
una insatisfacción, nerviosidad o fastidio por que llegue la hora. Yo
vagabundeo y miro vidrieras de locales donde no pararía nunca si no
tuviera que esperar.
• Cuando se viaja en taxi y se escucha una palabra de la radio desde
donde se puede empezar a divagar.
• El tiempo de navidad y año nuevo. A mí me vienen sentimientos
ecuménicos, pienso en la gente que hay en el mundo, como si el
tiempo y el espacio fueran otros. En esas fechas me permito no hacer
nada, porque lo colectivo trabaja por mí. Pienso en lo fortuito de estar
en la tierra y me vienen sensaciones confusas y perplejas.
• Todos tenemos un monólogo por la mañana, cuando nos
levantamos. ¿Cuáles son los pensamientos mientras uno se baña?
• Pensar algo cuando se está bien dormido o cuando se ha dormido
mal.
• Me miro al espejo y me observo con detenimiento. Me digo, por
ejemplo, cómo debo ser.
• O por la noche, mientras se espera el sueño. Ese monólogo

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depende de obsesiones varias.
• Alguien me mira en el subte o en el colectivo. Esa mirada ¿qué
“yo” me devuelve?, ¿cómo me veo yo a través de la mirada del otro?
• El discurso interior previo a un examen o a una entrevista de
trabajo. Cómo quiero que me vean. El “yo” colocado.
• O cuando nos sentimos víctimas de una persona, de la sociedad,
del gobierno.
• Las idas y vueltas sobre el pensamiento de desprecio o
menosprecio por algo, por el mundo, por mí mismo y no querer
sentirlo.
• Hay un monólogo de la “bronca”, donde aparecen cosas de distinto
orden.
• El sentimiento difuso de estar en falta pero no saber en relación a
qué, cuando uno se siente traspapelado, confuso, no por algo
determinado sino como un estado general.
• El monólogo de la obsesión: esto o lo otro.
• O cuando quedamos fuera de algo, por ejemplo, cuando nos
invitan a una cena para rellenar, porque otra persona no pudo venir. Te
preguntás: ¿qué estoy haciendo yo aquí?
• O cuando nos preguntamos sobre las actividades de nuestros
amigos. Por ejemplo, yo me pregunto sobre cómo es la clase de un
amigo que hace Tai-Chi-Chuán.
• Puede haber monólogo interior durante cualquier reunión o
conversación telefónica: lo que se dice, lo que no se dice.
• Uno puede imaginarse dónde está en ese momento otra persona.
• O durante una conversación, esperar el momento adecuado para
intervenir.
• El monólogo del insomnio, cuando la cabeza está cansada.
• El monólogo del arrepentimiento: si me hubiera casado con fulano,
si me hubiera ido a vivir a la sierra, ¿por qué no hice tal o cual cosa?

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