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SEÑALAMIENTOS

RESPECTO DE

APEGOS
Y
AQUIETAMIENTO
MENTAL

Walter Lépore

1
La frase “aquietamiento mental” ha sido usada en el siguiente contexto:
El cerebro es un órgano del sistema neuro-hormonal, que tiene una
actividad: la “actividad cerebral”.
En virtud de esta actividad cerebral es que pensamos, deseamos, decidimos, nos
emocionamos, tenemos sentimientos (…).
Al conjunto dinámico de pensamientos, deseos, decisiones, emociones,
sentimientos (…) lo llamamos “mente”.
Así que “actividad mental” es la actividad cerebral en tanto la estamos
considerando en virtud de ese conjunto dinámico.

No estamos manejando, entonces, conceptos correspondientes a hechos para-


científicos o proto-científicos.

2
Ha sido sentida e indispensablemente

eficaz la ayuda de los profesores de

filosofía Juan Cáceres, Egar Fernández y

Gerardo Lépore (por orden alfabético).

3
PREFACIO

PRESENTACIÓN

Tenía yo diecisiete años y cuidaba a mi padre, que yacía inconsciente en una


carpa de oxígeno, a varios metros de distancia.

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Era de noche, me levanté del sillón, estiré la mano hacia los libros de la
biblioteca y tomé uno al azar.
“La paz fundamental”, de Jiddu Krishnamurti, un filósofo-religioso hindú,
educado a la vez en occidente y en oriente.
Yo no lo conocía, y al ir leyendo, “no podía creer” lo que iba encontrando.
K. decía – el libro, como casi todos los de él, es una trascripción de sus charlas y
diálogos en público -, K. decía lo que yo habría dicho, ya a mis diecisiete años, si
hubiera tenido su formación.
Esto fue lo que se llama, en psicología filosófica, un encuentro: Cambió mi
forma de relacionarme con el mundo.

Durante aproximadamente dos años, leí su obra y la viví en la cotidianidad. Y,


como a veces pasa con una mujer o con un amigo, me “distancié” de K., y pasó
al fondo de mi ser, como suele pasar también y a veces, con una mujer o con un
amigo.
Hoy, en mis sesenta y seis años, ya hace casi diez que me he re-encontrado con
su obra.
“Señalamientos” nació por inspiración de K.
Lo he preparado en los últimos cinco años y lo he escrito en varios meses.
Esa preparación consistió en notas escritas, charlas con profesores y estudiantes,
en la vivencia diaria de un relacionamiento personal visto a la luz de lo que iba
elaborando.
Así que el contenido que sigue tiene ciertos rasgos:

• Es por inspiración de K.
• Fue preparado y redactado, sin tener nunca las obras de K. delante.
• Es imposible saber cuánto hay de K. y cuánto es mío – distinción que no me
parece importante -.
• Todo lo expuesto ha sido vivenciado en mis relacionamientos con el mundo, y
mucho es fruto, directo o indirecto, de una re-elaboración a partir de esas
vivencias.
• Ha habido muchas de esas re-elaboraciones: Se basaron en descubrimientos
que se fueron dando en ese relacionamiento con el mundo – y que se
seguirán dando, creo, infinitamente-.
• Con seguridad, debe de haber expresiones textuales de K., y que sin darme
cuenta, quizá, puedo haberlas hecho mías (detecto ahora, por ejemplo, la
expresión “circo de las emociones”).
• He incluido innumerables casos y ejemplificaciones, todos ellos extraídos,
precisamente, de aquellas vivencias mencionadas.
“COMO NUBES QUE OPACAN...”

5
A la vuelta de unas vacaciones de enero con la familia, tuve un tribunal de
exámenes. Luego de saludarnos, uno de los colegas me preguntó cómo había
pasado, y le respondí algo así como esto:
“Imagináte. Un mes de playa, con la esposa y los hijos, qué otra cosa
que pasarla bien...”
Agregué, después de una pausa:
“...todo ello opacado, sin embargo, por saber
cuántos humanos no pueden disfrutar ni de la décima parte de todo
eso...sabés...son “como nubes que opacan...”

Esto de “las nubes que opacan” no pasa sólo con el veraneo. Basta mirar y oír
alrededor nuestro.
Lo que voy a plantear ahora configura la condición humana de la que yo no
soy ajeno.

Siempre me ha provocado, a la vez asombro y dolor...

Que sesudos trabajadores intelectuales, capaces de agudísimos análisis, estén


llenos de rencor y encono (y cuántas emociones más) respecto de colegas.
Que escriban artículos y libros, a veces brillantes, y sean mezquinos en el dar,
cuando podrían no serlo.
Que puedan exponer la palabra, en clases, charlas o conferencias, y no puedan
“ver” a éste o a aquel otro.

Que luchen con fervor y lucidez, por ejemplo, por la justicia social y el bien de
los humanos, y engañen a sus parejas, una y otra vez, a veces con desparpajo.
Que se indignen ante la explotación de un trabajador, y sin embargo escamoteen
el salario de quien trabaja para ellos. Y si un día tienen que despedirlo, que no
paguen lo que debieran como indemnización.
Que hablen y hasta accionen, política o sindicalmente, en torno a la solidaridad
entre humanos, y pasen por arriba de otros humanos, en desmedro de legítimos
derechos de esos otros.
Que sesudamente hagan la crítica a “roscas”, y llegada la ocasión, ellos mismos
se sirvan de ellas.
Que proclamen la moral social y la igualdad de derechos en la convivencia
colectiva, y en el ámbito privado manipulen al otro como medio para su
satisfacción personal.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Podría seguir, ustedes pueden seguir. Y todo eso, no una vez, ocasionalmente -
¿quién no habrá de equivocarse! –, sino haciendo de ello un “estilo de vida”.
Para el asombro y el dolor...y yo no soy ajeno a esta condición humana.

6
Se ha dicho que, precisamente, es éste el drama humano.
Quizá sea cierto y esté bien dicho.
Pero, está bien dicho, siempre y cuando no constituya una racionalización de
intelectuales para exorcizar culpas.
Está bien dicho, si a ese reconocimiento, sigue el afrontamiento.
Al decir de Mounier, el afrontamiento...en lugar de la evasión, de la búsqueda de
refugios, de la aceptación resignada.

ESCUCHAR

“Escuchar” los señalamientos que haremos es atender a ellos, aplicando el


entendimiento a lo que esos señalamientos significan.

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¿Cómo podré entenderlos, si en cuanto los oigo, les opongo mis
creencias, opiniones, convicciones y certezas!
“Escuchar” exige que oiga lo que los señalamientos me dicen, más allá
del “fondo” de mis ideas respecto a la cuestión tratada.
Si no, oiré en realidad, a los señalamientos tal como se inscriben en el
tejido ideológico y emocional de mi psique.

Desde otro ángulo, si escuchar es “atender para entender”, no será otra cosa
que desplegar nuestro entendimiento más allá de los “pliegues” de mis ideas y
emociones.

No olvidemos que cuando escuchamos, se entenderá más y mejor por


vía indirecta y mediata.
Lo que fertiliza la riqueza del escuchar es, precisamente, que no haya
intervención intencional de nuestra parte.

Hemos aclarado esto porque, precisamente, en los diálogos y charlas que hemos
tenido en torno a estos “señalamientos”, siempre han saltado objeciones, no
bien dichos señalamientos han terminado de plantearse... ¿hasta dónde han sido
escuchados?
(Las objeciones suelen ser del tipo: “Esto no es para mí”, “Es imposible de
hacer”, “Son ideales, no realidades”, “Yo no quiero entrar en un mundo así”,
“¡Qué está diciendo este hombre!”)

(Siempre me ha costado mucho


esto de poder escuchar)

ACLARACIÓN PERSONAL

Quien ha escrito este trabajo no ha llegado a ninguna parte.


Sólo recorre un camino, por el cual a veces avanza, a veces cae a la cuneta, para
volver a arañar la tierra y treparse al camino…

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A veces, cae más lejos de la cuneta y camina a tientas, a campo traviesa, entre
los yuyales.

Por esto, este trabajo sólo apunta a la comunicación con el lector, es decir, a
“hacernos uno el lector y yo”.
En ese “hacernos uno”, también el lector hará descubrimientos, en el trayecto de
su camino.

Ya para enmendar, para completar, para expresar nuevos señalamientos o para


concertar una entrevista, la comunicación será bienvenida. (Asociación
Filosófica: e- mail: afu@adinet.com.uy o tel. 402 98 27- Walter Lépore)

ACLARACIÓN METODOLÓGICA

El lector encontrará innumerables reiteraciones en torno a las claves para


comprender este trabajo. Tantas, que quizá provoquen una natural y entendible
objeción por parte de algunos.
La reiteración ha constituido una “herramienta”, que me ha parecido, si no
indispensable, sí necesaria.
En múltiples áreas y para múltiples casos, la aplicación reiterada de las claves
hará accesible, a la postre, lo que presuntamente pueda ser de difícil acceso a
otros.

GUÍA DE LECTURA

En la PARTE I, la PRIMERA APROXIMACIÓN nos da los primeros conceptos


fundamentales.
En la SEGUNDA APROXIMACIÓN, la introducción a la temática se hace a partir de
un relato y sus extrapolaciones a otros casos.

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Las PARTES II y III abordan las ideas centrales, en perspectivas distintas.
Si agregamos la lectura de la PARTE IV –“Los frutos”- , hemos accedido al
“cuerpo central” del trabajo.

En la PARTE V, las ideas centrales se ven enfocadas en torno a cuestiones


principales, tales como “El sentido de la vida y de la muerte”, “Dios” (...).

La PARTE VI enfoca cinco casos, que aportan una “visión integradora” de todo lo
visto, y que introduce un último tema central: “El vaivén”... indispensablemente
complementario.

En la PARTE VII, mucho de lo importante que se planteó en el trabajo, ahora se


aborda en el estilo de “escenas teatrales”, en las que el diálogo aporta un acceso
distinto al del ensayo.

La PARTE VIII –“última pero no menos importante y primordial” – plantea las


“limitaciones” del trabajo y el contexto sociopolítico y económico.

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PARTE I

APROXIMACIONES

PRIMERA APROXIMACIÓN

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Podemos afrontar el mundo – hechos, acontecimientos, conductas, ideas, es
decir las “cosas”- , desde el ego o desde el ser.
El ego es el papel que juega nuestra mente a partir de ideas, intereses,
modelos, miedos, prejuicios...
Así que afrontar el mundo desde el ego es, por ejemplo, cuando nos
relacionamos con él a partir de programaciones propias -“propias” de mi mente,
de mi yo, de mí mismo-.
En cambio, nos relacionamos desde el ser, desde nuestro ser, cuando ese
relacionamiento no responde al ego.

Se me ofreció la venta de un teléfono. Quien lo


vendía, dijo “estar desesperado” y por lo tanto, le
había puesto un precio bajísimo.
Le dije que no, que fijáramos un precio razonable
-el justo precio-.
En este caso, el relacionamiento comprador-
vendedor fue desde el ser del comprador, no
desde su ego.
No respondió a la programación “ganar cuanto
más pueda”.
(Más adelante, quedará clara la diferencia entre
“comprar según el justo precio” como
programación, o como “relacionamiento desde el
ser”)

Nuestra mente es histórica.

Esta mente mía – el conjunto dinámico de mis ideas, modelos, proyectos,


valores, prejuicios, intereses… - es el resultado dinámico de mi relacionamiento
con el mundo en el tiempo, es decir, de mi historia.
Aprendo e integro ideas, modelos, proyectos...

Oigo chistes sobre judíos y su avaricia. Aprendo e


integro.
Mis padres cuentan un chiste sobre judíos avaros.
Aprendo e integro.
Me relaciono con un judío avaro y me perjudico
por su avaricia. Aprendo e integro.

Por un vicio del pensar, generalizo: Les adjudico esa característica de avaricia a
todos los judíos. Aprendo e integro.
Mi mente “guarda el modelo”: “los judíos son avaros”, yuxtapuesto a otro
modelo: “la avaricia es despreciable”.

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La mente no sólo guarda esos modelos. A manera de una computadora, por la
presión de determinada “tecla”, responde de acuerdo a esos modelos.
Ya está: Ante la presencia de un judío cualquiera (estímulo para la tecla),
responderé mentalmente con “desprecio ante ese judío”.

La historia de mi mente –todo eso que aprendí e integré de los judíos-, ante este
judío desconocido, ha resultado, dinámicamente, en “sentimiento de desprecio”.

He afrontado desde el ego mi relacionamiento con este judío desconocido, es


decir, desde el papel jugado por mi mente de acuerdo a su historia condicionada.

Decir que la mente es histórica implica un papel relevante de la memoria.


Hay dos tipos de memoria: la memoria factual, de hechos, y la memoria
afectiva.
La memoria de hechos es útil, más aún, indispensable.
Si no recuerdo el dato de la calle y el número en que vivo, no podré volver a mi
casa.
Si fui engañado por una mujer y ese hecho condiciona, afecta mi presente, de
manera que por ejemplo me aparto de toda mujer, eso es memoria afectiva.
La pregunta clave es si esta memoria afectiva es útil e indispensable.
En el caso del “desprecio al judío desconocido”, toda la historia afectiva
condicionó precisamente dicho desprecio.
Si yo recordara los hechos que fui aprendiendo – que un judío determinado era
avaro y otros ejemplos - , pero dichos hechos aprendidos no afectaran mi
presente relación, entonces cada presente sería nuevo, inédito.
Cada relación con el mundo tendría en cuenta lo aprendido en hechos y
de los hechos, y no sería condicionada afectivamente por ese
aprendizaje.
Para este caso, recordaría que un judío fue avaro conmigo en el pasado, pero no
generaría desprecio en mí, ni respecto a él ni a judío alguno.

La mente no estaría, entonces, cargada de afectos –cargazón esa que condiciona


afectivamente cada nueva relación -.
Si la mente está cargada de afectos, cada afrontamiento presente lo haré,
inevitablemente, desde el ego, es decir, en este caso, desde ese conjunto de
afectos aprendidos desde los cuales afronto el mundo.
Si la mente se ha descargado de su memoria afectiva, podré afrontar el mundo
desde el ser, no respondiendo a los afectos aprendidos e integrados.
4

Lo visto hasta ahora –resumido en la letra cursiva inmediatamente superior- ,


introduce la cuestión de acción y reacción.
Se trata de ver claramente cómo, cuando nos relacionamos desde el ego, con mi
mente condicionada afectivamente, lo que hacemos es re-accionar.

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Cuando nos relacionamos desde el ser, con mi mente no condicionada
afectivamente, no reaccionamos sino que accionamos.

En el pasado, Pedro ha sido agresivo conmigo y


hoy me pide un libro prestado.
La memoria de hechos me informa de esa
agresividad de Pedro y de que, además, cuida los
libros ajenos y siempre los devuelve.
Si yo re-acciono según mi mente condicionada
afectivamente por aquel estilo agresivo, no le
presto el libro (nada nuevo digo al expresar acá
que de esta manera solemos reaccionar).

Si yo, en lugar de reaccionar, acciono sin el


afecto que condiciona mi conducta – “la
bronca” por la agresividad de Pedro”-, le prestaría
el libro, en tanto las condiciones de la realidad, no
de mi mente cargada de afectos, habilitan tal
préstamo: cuida y devuelve los libros que se le
prestan.

“Accionar” es afrontar el mundo desde el ser.


“Reaccionar” es afrontarlo desde el ego.

Afrontar el mundo desde el ser –accionar-, permite revolucionar nuestro


afrontamiento con el mundo.
Para decirlo sucintamente y en términos vulgares: Todo cambia en nuestro
relacionamiento con él.

Veamos algunos ejemplos.

1. Los exámenes.

En lugar de ser encarados como pruebas para ser aprobadas, serían encarados
como oportunidades para descubrir cuánto conocemos de un temario y cómo
manejamos la elaboración a partir de dichos conocimientos.
No habría, pues, la doble cuestión de “éxito, si apruebo” y de “fracaso, si no
apruebo”.
Siempre habría descubrimiento, y en el descubrimiento, ya descubra que
conozco suficientemente o no, estaría el valor del examen.
Como el examen no es afrontado desde el ego –interés en aprobarlo, logro de
seguir adelante- , sino desde el ser, entonces, solo importará el descubrimiento,
y descubra lo que descubra, eso es lo importante: Descubrir.

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En esta nueva perspectiva, la aprobación del examen y el seguir adelante son
sólo efectos, y no objetivos, que son propios de un afrontamiento desde el
ego.
El saber y el elaborar son procesos que realizo mientras estudio, y no con el
examen.
El viejo enfoque de los exámenes se disuelve con este nuevo afrontamiento.

Ha tenido lugar una pequeña y significativa revolución psicológica.

(Caricaturizando y en ejercicio del humor: Si descubro que sé y elaboro


suficientemente (aprobación del examen), festejaré con champagne...por haber
descubierto. Si descubro que sé y elaboro insuficientemente, festejaré con
champagne, también por haber descubierto)

2. Los concursos.

En la perspectiva del ego, un concurso es para ganar un puesto. En la nueva


perspectiva, desde el ser, es una prueba para determinar por quién de los que se
presentan, se llenará el cargo más adecuadamente.
Otra vez, la pequeña y significativa revolución psicológica: Si las personas se
presentan con un afrontamiento desde el ser, lo hacen para que el cargo
vacante sea ocupado lo más adecuadamente posible (según el dictamen de los
que evalúan).
Dicho de otra manera: Si el afrontamiento no es desde el ego, lo que importa es
que el cargo sea llenado de esa manera antedicha.

(Otra vez caricaturizando y en ejercicio del humor: Me presenté al concurso, el


puesto fue llenado por otro y yo festejo con champagne, puesto que lo que
importa es que el puesto haya sido ocupado lo más adecuadamente posible)

Para que veamos por qué llamamos a este afrontamiento desde el ser, una
pequeña revolución psicológica, intentaré esbozar una lista de posibles
situaciones de afrontamiento, con un doble enfoque: desde el ego (1) y
desde el ser (2).

a) Una mujer me atrae, voy a la cita: (1) para conquistarla, (2) para relacionarme
con ella.

b) Voy a dar una charla:(1) para gustar, para convencer, para disfrutar de que haya
mucha gente, (2) para relacionarnos yo y los presentes en torno a la cuestión.

c) Compra de un artículo: (1) para hacer un buen negocio, para hacer una ganga,
(2) para usarlo según mis necesidades.

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d) Estar en la cama con una mujer: (1) para disfrutarla, para gozar del momento,
(2) para relacionarme sexualmente con esa mujer, sea cual sea el “resultado”,
disfrute o no disfrute (el disfrute sería un efecto de la relación, no el objetivo).

e) Ante una persona que me acaban de presentar: (1) me cae bien, me cae mal,
me la “banco”, no me la “banco”, (2) relacionarme con ella, sin el intermediario
de mis gustos o preferencias (mi ego).
(Es demasiado importante el relacionamiento con otro ser humano, para
permitirnos el “lujo” del gusto o de las
preferencias, al precio de relacionarme mal con él).

f) Ante un espectáculo programado y que fue suspendido: (1) bronca, resignación,


frustración, (2) asunción de la suspensión.

g) Mi pareja me abandona: (1) lucha, aceptación resignada,


(2) asunción.

h) Ante alguien que me pide un libro u otro bien: (1) atiendo a lo que ese alguien
es para mí afectivamente, (2) cuido las condiciones objetivas que habilitan el dar
el bien.

Yo esperaba a un amigo, también profesor de


Filosofía. Tenía unos cuantos años menos que yo.
Después de charlar un rato, me dijo algo así como
esto: “Vine caminando desde el centro, de la acera
de...”(y nombró un salón de té).
Y agregó enseguida: “Sabés que miré para adentro
de la confitería, ¡y estaba lleno de viejos!”.
Acompañó esta última frase con un gesto de
menoscabo, la siguió con un castañetear los labios
mientras intentaba reírse...y por último, el silencio.
Lo menos que podía esperar yo de un profesor de
Filosofía era ese “no bancarse” a los viejos –la
histórica discriminación- .

Así que, para un afrontamiento desde el ser, la clave es descubrir.


Ésa es la clave, en lugar de ganar, lograr, obtener, tener éxito, acumular, hacer
negocio...
Es decir, esta revolución psicológica implica tanto un cambio de
terminología como un cambio de conceptuación, tanto un cambio de
actitud como un cambio de conducta.

“Descubrir” es descorrer cubrimientos, es decir velos.

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Estos cubrimientos o velos son todo aquello que hemos ido acumulando a lo
largo de nuestra experiencia.
Al papel que protagoniza nuestra mente según ese conjunto de cubrimientos o
velos, lo llamamos, también, ego.

Así que, impulsado por mi apetito sexual, he ido


aprendiendo que se conquista a la mujer que
despierta esos apetitos, dando todos los pasos
que ese conquistar implique.
En cada acto de conquista, está esa “historia de lo
aprendido e integrado”.

Se trata de descorrer, de-velando todo esto aprendido: Si no develamos, la clave


será ganar, lograr…, para el caso, “satisfacer el apetito sexual”.
Si en cambio descorremos velos, emerge la clave del descubrimiento –para el
caso, descubrir cómo me relacionaré con esa mujer que me ha atraído- .
La satisfacción del apetito sexual será un efecto (si es que las cosas se dan para
que sea satisfecho).

II

SEGUNDA APROXIMACIÓN

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1

El séptimo hombre.

“Caminaban por una planicie siete hombres. De pronto, se encontraron con un


gran matorral, y al pasarlo, apareció un elefante.
Uno de los hombres, automáticamente, apuntó con su rifle al corazón del animal,
pensando en el dinero que ganaría con sus colmillos.
El segundo del grupo también apuntó al corazón, y él pensaba en el trofeo de
caza mayor que serían los colmillos.
Un tercer hombre, casi simultáneamente, se postró ante el elefante, moviendo
sus brazos de arriba abajo, en signo de veneración ante semejante “dios”.
El cuarto salió corriendo, muerto de miedo, ante la presencia de semejante
demonio, y tanto que demoró varios días en reintegrarse al grupo.
Un quinto hombre también apuntó al corazón como aquellos dos primeros,
pensando él en que por más fuerza que tuviera el animal, vencería su destreza
como humano.
Un sexto también apuntó y pensaba, en cambio, en la gruesa piel que después
de muerto el elefante, él debería cortar para comer su carne (había sido el último
en integrarse al grupo y con mucha hambre).
Por fin, el séptimo hombre no pensó, ni en los colmillos como dinero ni como
trofeo, ni al elefante como dios o demonio, ni en su carne, ni en la competencia
por la destreza. Sólo pensó en que el elefante es un animal herbívoro y pacífico.
Así que dio un paso a un costado, y de no haber sido muerto por los disparos, el
elefante habría pasado junto a los hombres sin problema alguno”.

¿No podremos andar por el mundo – tanto como podamos y sin afán de
perfección o santidad-, a la manera del séptimo hombre, con una mente
descargada de ideas y emociones programadas?

La mente de nuestros primeros seis hombres estaba cargada, sucesivamente, de


la ganancia de dinero, de la obtención de un trofeo, de competencia, de
veneración o temor, de orgullo por la destreza (palabra aparte para aquel que
tenía hambre, en tanto ésta constituye una necesidad primaria, y ha sido incluida
en el relato para que naturalmente emerja su confrontación con las otras
“necesidades”, no tan básicas).

Casos de extrapolación del relato

a) Acudo a dar una charla a profesores y estudiantes de filosofía.

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¿No será posible acudir sin la idea de agradar, de tener numerosa audiencia, de
tener éxito…?
¿O sin temer el desagrado de los auditores, o de los asientos vacíos, o de que
resulte una mala exposición?
Voy a la charla sin tales objetivos, llamémoslos “objetivos programados” y
“emociones programadas”.
Aclaremos que se distinguen las emociones programadas de las espontáneas:
Mientras que expongo, quizá aparecerá en mí la idea de que estoy hablando
confusamente, y sentiré desagrado, o sentiré alegría por un chiste bien hecho.
En el relato del séptimo hombre, nos referimos a andar por el mundo sin
objetivos y emociones programados (no incluimos los espontáneos).
En el caso de la charla, mi idea previa sólo fue la de encontrarme con profesores
y estudiantes para relacionarnos y compartir dicho encuentro.

b) “Ha llegado un inspector”.

El profesor da su clase sin el objetivo programado de dar una buena clase, o de


obtener buen puntaje, o de impresionar bien...
Se encuentra con el grupo para compartir, enseñando y aprendiendo
mutuamente, conviviendo.
El resultado -no buscado programadamente- puede ser una buena clase; el
efecto puede ser el de un buen puntaje, o el de “quedar bien”.
En mi casa, preparé la clase con normalidad.
En el aula convivo y comparto con normalidad. Nada quiero lograr.

c) Relación con una mujer que me ha atraído.

Una mujer me atrajo, hablo con ella y hacemos una cita.


Voy a la cita sin la idea y la emoción programadas de tener un buen orgasmo, ni
siquiera de tener orgasmo.
Voy a la cita sólo a descubrir: A ella, al relacionamiento con ella, a mí mismo.
Un paso más: Voy a la cita sin el objetivo de convencerla de nada, ni siquiera de
gustarle, de ser complacido, de ser halagado o halagarla.
Bienvenidos, por supuesto, las emociones y los sentimientos que se vayan dando
en el encuentro.

Se planteó, entonces, ir por el mundo –el mundo de la charla, del aula y de la


cita- , sin la mente cargada de ideas y emociones programadas (a la que
llamaríamos una “mente vaciada”).

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Llamábamos ego al papel de la mente, si estuviera cargada.
Por otro lado, se había planteado el ir por el mundo descorriendo el ego,
develándolo (en tanto aquellas ideas y emociones programadas son a manera de
velos).

Cuando hacemos la experiencia de este descorrimiento, de vaciar nuestra mente


de esos velos, una vez éstos corridos, pasa algo: Las emergencias.
¿Qué emerge?
¿Qué descubrimos por ese descorrimiento?
¿Qué aparece tras el develamiento?
¿Qué pasa con la mente, una vez que ha sido descargada de sus ideas y
emociones programadas (es decir de su papel de ego)?

Eso que pasa es inefable: No se puede explicar con palabras.


Con palabras, podemos hacer las preguntas que hicimos más arriba, para facilitar
la comunicación con ustedes.
Puedo, entonces también, darle nombre a “eso que pasa”, pero no puedo
explicarlo.
Así que le pongo nombre: Ser.
Llamamos “Ser” a “lo que pasa” cuando vaciamos la mente de ideas y emociones
programadas, a lo que vivencia cada uno de nosotros.

20
PARTE II

LAS IDEAS CENTRALES

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Había terminado la conclusión anterior, cuando llegaba el momento de la
vivencia, en que la mente se ha descargado de ideas y emociones programadas.
Adviene, entonces, lo que se llama el recto pensar.
¿Qué es “recto pensar”?
Pienso sin el condicionamiento de la idea y la emoción programadas, es decir sin
el intermediario o velo, por ejemplo, de la bronca respecto a alguien (aquel que
me había agredido y me pidió el libro prestado, en el ejemplo dado más arriba).
Esto queda claro si lo enfocamos de otra manera: Pensar rectamente es pensar
sin el condicionamiento, en tanto el condicionamiento se ha disuelto.

Lo importante a destacar es que llegamos a este descorrimiento de la


programación sin esfuerzo alguno.
“Sin esfuerzo”, implica precisamente que no hemos planteado el objetivo de
descorrimiento o disolución, lo que significaría tensionamiento hacia dicho
objetivo (ya veremos enseguida la importancia de que no haya tensionamiento).

Obvia objeción: Por mi historia, por mi experiencia acumulada, he ido integrando


condicionamientos (ideas y emociones programadas).
Por otro lado, usted me dice que es la mente vaciada de esos condicionamientos,
la que vivencia un momento que usted llama “recto pensar” (como el del séptimo
hombre).
Pero, precisamente, mi mente tiene esos condicionamientos programados y
usted me dice, ahora al final, que la descarga es sin esfuerzo. ¿Cómo es posible
esto?

La respuesta a la objeción hace necesaria la introducción de una nueva cuestión:


La del aquietamiento de la mente.

No se trata del “objetivo de aquietar la mente”. Si tuviéramos ese objetivo,


precisamente el planteo del mismo produciría una mente “tensionada hacia” el
aquietamiento (por lo que, entonces, dicha tensión iría en contra del
aquietamiento en sí).
Así que no nos plantearemos objetivo alguno.
Y entonces, ¿qué?
Sólo se trata de observar la propia mente en su dinámica operativa y el
efecto será el aquietamiento.
Veámoslo.

Dice el mandamiento: “No cometerás adulterio”. Esto es una prescripción.


Una mente a la que se le ha prescripto de no cometer adulterio no está quieta:
Está “llena”, “ocupada”, “en conflicto”, todo ello a partir de la prescripción.
Así que el aquietamiento no es compatible con la prescripción.

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Se tratará, entonces, sólo de observar a la propia mente en su proceso de
“desear a la mujer ajena”, que es, precisamente, el ser de mi mente en ese
momento.

¿Bastará sólo con observar a la propia mente para que se produzca el


“efecto de aquietamiento”?

Veamos, juntos, ustedes y yo, la experiencia de observar la propia mente.

Observándome...

Estoy sentado en un sillón, solo en la habitación.


Es un momento de “parada” en el ajetreo diario.
Recuerdo las clases que guié hace unas horas, y
que una adscripta entró al salón.
Estoy observando a mi propia mente en su
chisporroteo, el opuesto a la quietud,
precisamente. De la adscripta entrando al salón,
paso a pensar en ella sentada en la sala de
profesores.
Y recuerdo cómo – nuevo chisporroteo - , un
compañero la mira también, y paso a imaginar si
habrá “algo” entre ellos.
Nuevo chisporroteo de la mente: siento celos.
Enseguida, mi mente recuerda que tengo pareja
monogámica (...)

Esta experiencia nos ha mostrado la actitud de observador: Sólo observo el


dinamismo de mi mente, ese conjunto “chisporroteante” de recuerdos,
asociaciones, imaginaciones, sentires.
Es decir, observo a mi mente saltando permanentemente de una cosa a la otra,
nunca serena, siempre ajetreada, y que termina en celos y arrepentimiento.
Así que “fui siguiendo” los ires y venires de mi mente: Cómo se asocia el
pensamiento, cómo aparece el deseo y el temor, las frustraciones y las
contradicciones (por ejemplo, entre el compromiso de monogamia y el deseo de
la mujer ajena).
Así es mi mente, es decir, éste es el ser de mi mente.

No olvidemos la pregunta inicial: Si bastará con observar la propia mente para


que se produzca el efecto del aquietamiento.
Así que: ¿Bastará con ver el conflicto y la contradicción de mi mente, en su
chisporroteo, para el efecto del aquietamiento?

23
4

La observación de la propia mente bastará, si no hay juzgamiento


acerca de lo que mi mente “va siendo”.
Veámoslo.
Si observo a mi mente en su fluir permanente – ese seguimiento del que
hablábamos - , y juzgo (por ejemplo, “no debo desear a la mujer ajena”, “ese
deseo está muy mal”), estoy erigiendo un yo juzgador, que para juzgar,
precisamente, se coloca “por arriba del deseo de la mente”, es decir separado
del fluir de la mente:

erigimiento del yo separado del fluir de la mente


(yo juzgador) (proceso del deseo)

Es decir, que al juzgar, la mente se fracciona entre la mente deseosa y


que es juzgada, y la mente erigida en yo juzgador.
Así que está por un lado el fluir de mi mente, en su “ser deseoso de la mujer
ajena”, y por otro, la mente como yo que juzga.
No hay aquí aquietamiento: Está el conflicto, la fragmentación, la división, entre
“mente juzgada” y “mente juzgadora”.

Además, no hay aquietamiento, porque ese yo juzgador, al juzgar, se


identifica o se des-identifica con el ser de la mente (lo acepta o lo
rechaza).
Para el caso, el yo se ha identificado con el deber ser cristiano (el modelo ético
cristiano): No desear a la mujer ajena.
Por otro lado, el yo ha rechazado el ser de la mente, ha rechazado el desear a la
mujer ajena.

¿Puede haber “aquietamiento de la mente”, si ésta se ha dividido en dos: una


mente que desea a la mujer ajena y otra mente que se identifica con el modelo
“no desear a la mujer ajena “?
Así que el aquietamiento de la mente exigirá la no fragmentación de la mente
en dos, es decir el no erigimiento de un yo juzgador, es decir exigirá no juzgar.

¿No será posible observar a la propia mente, sin juzgar lo que pasa en
su fluir?

24
Porque si es posible, tendremos una mente serena y quieta que fluye, sin un yo
“pegado a sus espaldas”, sin un yo que mirando a la mente “por arriba”,
diga: “ése es mi deseo, es malo desear”.

¿Y entonces?

Sin un yo que al juzgar se erige separadamente de la mente que fluye,


este fluir no tiene punto de referencia, es decir, la referencia de un yo
que, separado de la mente, se ha identificado con ella o la ha
rechazado.
Es decir, un yo que reclama ser el sujeto de esa mente.
Sin ese yo, el fluir de la mente – el desear por ejemplo - , “se pierde”,
“se va como nube”, porque “no está atado” a yo alguno que diga: “ése
es mi deseo”.

Entonces, ido el deseo, el fluir de la mente se ha aquietado, ha perdido su


chisporroteo, su ajetreo, su acontecer (el desear).
Una mente, así aquietada, sin ese “lastre” – que se le ha ido como nube - , es
una mente totalmente diferente.
Y si alguien pregunta: “¿Y cómo es de diferente?”, le repetiremos que no se
puede explicar con palabras, que por eso precisamente hemos hecho esta
experiencia de observar nuestra mente.
Obsérvese cada uno, y cada cual vivenciará ese momento.
Nosotros sólo podemos, desde afuera, señalar hacia la experiencia de la auto-
observación.

El efecto del aquietamiento ha sido una mente “que ha perdido su yo como


separado de ella”, una mente todo fluir, “ancha como mar “.

II

“Me gusta”, “No me gusta”

25
(El circo de las emociones)

La pizza puede gustarme si tiene queso derretido arriba y puede no gustarme si


tiene sardinas.
No es a este “gustar” o “no gustar” que me estoy refiriendo.

¿Cabe, en los relacionamientos humanos, de persona a persona,


plantearse el “me gusta fulano”, “no me gusta sultano”?

Veremos que esa pregunta planteada en negrilla, está conectada con el tema del
aquietamiento de la mente y el fluir de la misma, sin la intervención de un yo
separado.

Respondamos a la pregunta, primero sucintamente, para después desarrollar la


respuesta.

Si estoy en el camino del Amor, el “me gusta” / “no me gusta”, se


disuelve por pérdida de sentido (como se disuelve la necesidad de arrancarle
agua a una tuna en el desierto, si me alcanzan un vaso de agua).

“Amor” es el nombre que le damos al momento – que sólo se puede vivenciar-,


cuando se ha disuelto el yo como separado de la mente, y sólo tenemos el fluir
de ésta como “ancho mar”.
Es decir, “Amor” no es acá un sentimiento ni una emoción, sino una situación en
que la mente es todo fluir.

Veamos ahora el desarrollo.


Las preferencias o elecciones (“me gusta”, “no me gusta”) son de una
mente cargada de ideas y emociones programadas.
Si la mente se descarga de ellas, nos queda una mente no condicionada por esas
ideas y emociones programadas.
Llamamos “mente en Amor” o “mente Amorosa” a la mente así descargada.

Una “mente en Amor” no tiene ideas y emociones a manera de modelos


prefijados, preconcientes, que nos sirvan como punto de referencia
para “elegir por preferencias”.
La respuesta de una “mente en Amor” es siempre acción presente (no:
reacción de acuerdo a modelos).

26
Es la respuesta de acuerdo a lo que nuestra inserción en el mundo nos
convoca, sin los condicionamientos de nuestras preferencias y
elecciones históricas.

(Como vemos, hablar de ideas y emociones programadas es lo mismo que hablar


del papel de la mente que se llama yo: Qué es el yo sino ese conjunto de ideas y
emociones programadas, que se erige para juzgar el fluir de la mente,
colocándose por fuera de éste).

III

El “deseo-logro” y el “deseo-puro movimiento hacia”

27
¿Cómo ir a la cita con una mujer, movido por el deseo, y a la vez con una mente
aquietada-no condicionada por objetivo alguno-?

La respuesta es ésta: Que el deseo sea “deseo-puro movimiento hacia”, es decir,


que el ser del deseo sea sólo “desear” y no anticipar un logro.
Al deseo que anticipa un logro, lo llamo “deseo-logro”.

El condicionamiento aparece cuando la mente anticipa el logro. Acá no hay tal


anticipación.
Estaríamos ante una mente supuestamente no condicionada (es decir, “no
condicionada al logro”).
La mente, en el deseo “puro movimiento hacia”, se encuentra con lo que se
encuentra.
Llego a la cita. La mujer me dice que se apresuró, que en realidad tiene pareja y
no quiere seguir adelante.

¿Podré ver, es decir, “ver con recto pensar”, que eso es lo real, que ella no
quiere permanecer allí?

Entonces, esta mente aquietada –no tensionada por logro alguno- , quizá pueda
ver rectamente: Que se necesitan dos para seguir adelante y acá hay uno solo.

“Pensar rectamente es sentir rectamente”

Hemos venido hablando de una mente unitaria, sin fragmentación: Pensar


rectamente es paralelo a sentir rectamente: Si la mujer decide no estar conmigo,
no sentiré deseo ya por esa mujer.
La objeción salta: “Yo puedo pensar que se necesitan dos para satisfacer el
deseo, pero igualmente sigo sintiendo deseo por la mujer”.
Esta objeción es obvia con una mente fraccionada, fragmentada, no unitaria, en
la que pensamiento y sentimiento no son una totalidad, no son una unidad.
Pero, en el proceso que estamos explicando desde el comienzo (una perspectiva
del ser y no del ego, una mente aquietada y no tensionada por objetivos-logro),
recto pensar y recto sentir son coherentes entre sí, precisamente “coherentes en
la rectitud” (ver complemento de la explicación en PARTE V, II, 2).

Aclaración: El término “rectitud” no tiene denotación ni connotación morales o


éticas. “Pensar recto” es pensar con una mente aquietada, desde el ser, vaciada
de programaciones, que “ve”.

28
¿Quiere decir, todo esto, que estamos planteando un ir por el mundo “perfecto”,
“santo”, “sin manchas”?

De ninguna manera.
Sólo se trata de ser abierto quietamente al mundo.
Pero, en ese “ser abierto quietamente al mundo” –por ejemplo, el “deseo -puro
movimiento hacia” por una mujer- , puede, de pronto, advenir la inquietud.
De manera que puedo “sorprenderme” a mí mismo con deseo-logro de una
mujer, con mi mente “cargada” de emociones programadas, que incluso me
hagan vulgarizar la sexualidad.

Sólo se trata de estar alerta, y “ver” cómo mi mente ha tenido una reacción
condicionada por las programaciones, y a partir de ese “ver en situación de
alerta”, recomenzar el proceso de auto-observación de esa “mente cargada” y su
vaciamiento –ya vimos que esto es partir del ser de la mente, de lo que la mente
es, y no del deber ser-.

Objeciones del sentido común

“Usted nos habla de que no busca la santidad ni la perfección, pero, al fin y al


cabo, el resultado debiera ser la perfección y la santidad...”

“Además, ¿qué tiene de malo una vida con objetivos y programaciones, como
usted dice, con “emociones e ideas programadas”?

“¿Sabe? Ese tensionamiento de la mente de que usted habla...a mí, es lo que me


da vida...si no, me siento muerto...”

Está claro que cada uno protagonizará su modo de vida, con todo lo que ello
implica.
Por otro lado, de la sola observación, “salta para nosotros” cómo es el mundo en
que vivimos...un mundo injusto, con humanos angustiados, muchos de nosotros
“muertos antes de la muerte”... destrucción... aniquilación...
La pregunta es si “este mundo en que yo ando” no ha de ser transformado... y
para ello, si no he de transformar mi andar en el mundo (lo que no significa
que la transformación de mi andar sea lo primero ni que sea suficiente)
(ver parte VIII, “La renguera”).

Lo que planteamos aquí es que, partiendo de lo que la mente es, del “ser de
nuestra mente” y de su auto-observación, por el solo hecho de esa auto-
observación, la mente puede ser vaciada de ideas y emociones programadas,
que operan como “lastre” para un andar libre en el mundo.

29
Claro está que alguien, con el sentido común, podrá decir y hasta gritar: “Quiero
vivir el circo de la emociones, quiero seducir a esa mujer, quiero tener y cultivar
deseos-logro (...)”

A esto lo llamo subirnos al tablado.


Me “subo al tablado” cuando grito por Nacional en el estadio, cuando bromeo
con un amigo, cuando “peleo” por una buena comida (…).
La pregunta es si cuando nos relacionamos con las personas y queremos crear
seriamente el mundo en que vivimos, seguiremos “subiéndonos al tablado”.
Nadie puede decirle qué hacer, sólo se puede hacer señalamientos…

Algunas aclaraciones

a) Una cosa es decidirse por el “tablado permanente”, sin saber


o sin tener en cuenta que hay otras posibilidades –por
ejemplo, la de estos señalamientos-. Otra cosa es decidirse
por él a sabiendas de esa otra posibilidad.

b) Hay dos tipos de tablados: Aquel en que me subo, vivo


según ideas y emociones programadas, jugando y sin hacer
daño. Y aquel en que hago daño.
Juego al fanatismo por Nacional, pongo una bandera en el balcón, “cargo” a un
amigo peñarolense... no hago daño, y ¡vaya que juego a todo esto con ideas y
emociones programadas!
Me gusta una mujer que tiene pareja, juego a la seducción “en pleno tablado”,
aprovecho las debilidades de la pareja para seducirla... hago daño.

c) Los que se deciden por el “tablado permanente”, suelen


decir que no pueden ni quieren perderse “los placeres de
este mundo”.

En primer lugar, estar siempre en el tablado nos hace perder aquello de lo que
venimos hablando: la perspectiva del ser, el vaciamiento de la mente, la
experiencia del Amor como descondicionamiento.
Es mucho lo que perdemos.
Nos estamos perdiendo la “vivencia”, lo que no puede explicarse con palabras, y
que sólo puede ser señalada.

Acá solamente volvemos a decir que es tal la “nueva energía” de que


nos proveemos en situación de Amor; es tal la revolución profunda en
cuanto a cómo relacionarnos con el mundo; es tal lo insólito de esta
vivencia; que todo eso nos hace decir: “no saben los del tablado
permanente lo que se están perdiendo”.

30
d) Podría objetarse: “¿Y de lo que se pierden, los que no se
suben al tablado?”
Ya dijimos que no se trata de negar el placer. Al contrario, se trata de vivirlo
intensamente, en el contexto del recto pensar – sentir – actuar.

Si vivo el placer de relacionarme con una mujer, en un contexto de engaño por


ejemplo, se tratará en última instancia de una “seducción perversa”.

¿No podré vivir un relacionamiento amoroso, en un contexto no perverso, en un


contexto de recto pensar – sentir – actuar?

Y hasta puedo subirme al tablado ocasionalmente...

31
PARTE III

LAS IDEAS
PRINCIPALES
EN OTRA PERSPECTIVA

“Ama y haz lo que quieras”


San Agustín

32
En nuestro contexto, “ama” significa: Relaciónate con el mundo, con una
mente descargándose de ideas y emociones programadas.

“Haz lo que quieras” por su lado significará: Una vez que ames, todo lo
que advenga, estando uno en “situación de Amor”, será del recto
pensar-sentir-actuar.

Veámoslo aplicado.
¿Cómo concebiré la homosexualidad y la heterosexualidad, y cómo me
relacionaré con esos modos de sexualidad?

Nada hay programado al respecto, nada hay prefijado. Ni ideas ni afectividad.


Primero, amar (una mente liberándose de las programaciones que sean).
Luego, ya en el camino de ese “liberándose”, lo que advenga de concepción y de
conductas respecto a la cuestión, corresponderá al recto pensar – sentir –
actuar.

Por ejemplo, con respecto a los homosexuales y a la homosexualidad:


Veré, comprenderé, el ser de esa manera de relacionarse con el mundo,
y lo que advenga, justo será... sólo basta estar en situación de Amor
(de Descondicionamiento).

Así que, siempre, “ama y haz lo que quieras”: Porque si amas, todo lo que hagas
participará precisamente del Amor (es decir, será un relacionamiento sin
programaciones).

II

“Soy nadie, soy nada”

33
Si soy cuerpo, ¡cómo decir que “soy nada”!
Si soy ideas, proyectos, afectividad, gestos, historia personal, ¿soy nada?
Me reconocen con un nombre, como humano, como amigo, como padre, como
profesor: ¿qué es esto de decir “soy nadie”?

La evidencia de estas objeciones impone aclaraciones.


Digámoslo sucintamente y luego lo explicaremos: “Soy nada” significa “soy
nada de programaciones en tanto ya las he descargado”.
“Soy nada” significa “soy silencio de programaciones”.
No lo decimos en el sentido de que “no soy un yo”.
El yo es inevitable y además no hay por qué evitarlo. Es el papel de la mente al
relacionarse con el mundo.
Así que decir “soy nadie” no significa “no soy un yo”, sino que mi mente ha visto
sus programaciones como apegos y se ha descargado de ellos: de los apegos, no
de las programaciones”.
En este sentido, “soy nada” significa “soy nada de apegos”.

Alguien me insulta. Mi mente afronta el insulto como un ancho mar,


es decir no angostada por programaciones (tales como “tengo
dignidad”, “merezco respeto”, “nadie me insultará”, “si me insultan
no lo permitiré” (…)
Entonces, al haberse descargado de estos apegos, es mi mente que
afronta el insulto pero no con mi yo – ese conjunto de
programaciones - , “por sobre ella”, “mirando cómo me insultan y
juzgando el insulto según las programaciones”.
Mi yo está dentro del fluir de mi mente, no juzgando, separado de
ella: Mi mente es una sola, total y unitaria, y en ese sentido podré
decir: si tu me insultas, no encontrarás un yo insultable, ofendible.
Porque para ofenderme, mi yo tiene que considerarse respetable, y
para considerarse respetable, tiene que colocarse fuera del fluir de
la mente y decir, según la programación del respeto: “soy
respetable”.
Si no intervienen las programaciones, el yo no se colocará afuera
del fluir de la mente “escuchando el insulto” y no habrá ofensa
posible.

III

La “2ª Naturaleza”

34
Me relaciono con el mundo instante tras instante, permanentemente.
Llega un momento, si estamos en este camino que venimos señalando, en que la
mente, por ejemplo, se dirige hacia el objeto de deseo, más y más, como “deseo
movimiento hacia”, en lugar de hacerlo como “deseo logro” (ver el capitulo ya
planteado al respecto de ambos deseos).
Más y más, el yo permanece en el fluir de la mente y no se descuelga para
juzgar, erigiéndose en un yo separado de la mente, que observa y juzga.
El que nuestra mente fluya, con las programaciones fluyendo en ella, es
decir que se hayan disuelto los apegos, a eso llamamos 2ª Naturaleza”.

La formidable autocorrección de la mente

Así que ha llegado el momento, en la evolución del camino señalado, en que ya


es con mi 2ª Naturaleza – la de la mente descondicionada de programaciones,
es decir en situación de Amor-, con la que me relaciono con el mundo.
Por ejemplo, voy a la cita con la mujer, no con la programación de acostarme, de
besarla, de gustarle siquiera, sino que, con mi 2ª Naturaleza, voy a descubrir qué
habrá de pasar con esa mujer.
Pero, puede pasar, suele pasar, que de pronto me descubra a mí mismo otra vez
con el deseo–logro a cuestas. Y en el medio de un proceso en que iba a la cita
sin programaciones, de pronto me descubro, es decir descubro a mi yo,
descolgándose del fluir de la mente, diciendo: “me acuesto con ella tan rápido
como pueda” .
Ésta es la oportunidad para la autocorrección de la mente. Se trata de “estar
alerta”.
“Estar alerta” para descubrir, precisamente, el momento en que el yo se
descuelga del fluir de la mente y responde a su programación, en este caso:”
cuánto con más mujeres y más rápido me acueste, mejor”.

Ese descubrirnos, al “estar alerta”, tiene lo extraordinariamente bello


de que siempre partimos del “ser” de las cosas, en este caso, de cómo
es mi deseo en ese momento que se volvió deseo-logro según
programaciones.
Lo bello está en que, al partir siempre del “ser” de las cosas, la
autocorrección es posible y basta con “estar alerta”.
Siempre tenemos la oportunidad de corregirnos, y esa corrección
siempre es “para bien”, al asumir el ser de las cosas (ver la diferencia
entre “aceptar” y “asumir”, en el siguiente apartado IV).
3

Objeción y réplica

35
Alguien podría decir: “Y si usted, por estar alerta se descubre actuando según
las programaciones del “deber ser” y no del “ser”, entonces en este caso no
estaría atendiendo al “ser”.

Responderíamos a tal objeción diciendo que estaría atendiendo al “ser del deber
ser”.
Un estudiante arremete verbalmente al profesor. Lo que hizo fue
transgredir el “deber ser” de su comportamiento en clase.
Entonces, el profesor también arremete al alumno, porque su
mente responde según la programación del deber ser: “soy yo el
dueño de la clase, tal conducta merece castigo”.
Puede pasar que el profesor se descubra a sí mismo actuando
según el deber ser.
En el momento en que se da cuenta de que está atendiendo al
deber ser, en realidad, al darse cuenta, está reconociendo que hay
un deber ser, (que el deber ser es, es el que intervino en este
caso).
Puede así empezar la autocorrección.

Es a la luz de estas reflexiones que debe entenderse la conocida expresión: Si


algo sucede, “por algo es”.
Podría interpretarse que estamos diciendo que si sucedió, y por algo es que
sucedió, está bien que así sea.
Y este “está bien que así sea” podría ser interpretado como una justificación de
todo lo que sucede, porque sucede (porque es).

Esto nos introduce a la cuestión de la diferencia entre “aceptar” y


“asumir”.

IV

“Asumir” en lugar de “aceptar”

36
Siento impulso de abofetear a alguien que nada me ha hecho.
Ese impulso “es”, en tanto dijimos que lo sentí (“es sentido”).

Un patrón, delante de mí, destrata a su empleado.


Ese destrato “es” (“es” en tanto que hubo destrato).

Aceptar, ya sea el impulso, ya sea el destrato, sería, primero, constatarlos,


tener conciencia de su existencia, y segundo, asentir, ya con la palabra, ya con
gestos.
Asumir es, también, constatar. Pero, aquí empieza la diferencia: No asiento (no
me identifico con la conducta o su protagonista) ni rechazo (no me des-
identifico). Es decir, no juzgo.
Decir que no juzgo es lo mismo que decir que no erijo un yo aparte del fluir de
mi mente (para juzgar, el yo tiene que separarse de la mente, estar aparte,
observarla de afuera, tomar distancia).

Supongamos que no juzgué, sólo constaté el destrato, por ejemplo.


Mi mente en su fluir constata ese destrato, estando serena, calma, quieta, en un
proceso unitario y total, no tensionada por el conflicto con un yo que se le
separó para juzgar.
Entonces, con esa mente calma y en su fluir total, podré ver el destrato.
“Ver” el destrato significa verlo con la mente en su fluir total, sin el yo juzgando
según programaciones, es decir, significa ver el destrato descondicionadamente
respecto a esas programaciones.
Ese “ver” implica una transformación, si es que el “ver” así lo
determina.
Así que asumir no significa justificar todo lo que es, por el hecho de ser.
Significa constatar y eventualmente transformar.

Afrontando la realidad “con la 2ª Naturaleza”

37
Cuando hemos transitado bastante de este camino que hemos venido
procesando hasta aquí, los afrontamientos cotidianos ya son, quizás, con lo que
hemos llamado “la 2ª Naturaleza”.
Es decir, que si afrontamos con “la 2ª Naturaleza”, ejercemos el “estar alerta”, y
también el “aquietamiento de la mente”.
De manera tal que la mente aquietada, fluye, “como ancho mar”.
No está “angostada en sus programaciones” – éstas, a manera de lastre-.
Las programaciones fluyen con ella. Así que no se configuran en un yo separado
de la mente –digamos, un yo que “balconea” a la mente-.
Al contrario, el yo fluye con sus programaciones, integrado a la mente.
En tanto que esto pasa, no hay juicios de mi parte.
Para que los hubiera, sería necesario, precisamente, que el yo estuviera
configurado separadamente, tomando distancia, y así emitiera juicios de acuerdo
a las programaciones que lo configuran.
Pero, con la 2ª Naturaleza ya adquirida, no pasa eso.
La mente, fluyente toda ella, incluyendo al yo, afronta la realidad, quizás libre y
creadoramente, en un presente siempre nuevo y totalizante.
Siempre a partir del “ser de las cosas”, es decir, de lo que las cosas son, y no a
partir del “deber ser”, con juicios emitidos según las programaciones.

Las tostadas se quemaron.


Así es el desayuno hoy (ése es el “ser del desayuno” hoy).
La mente, pues, afronta un desayuno sin tostadas.
La programación que mi yo trae desde mi historia,
por ejemplo, “los desayunos son con tostadas”, esa programación
fluye con la mente toda, así que no actúa como lastre en oposición
al “ser de este desayuno” (por ejemplo, diciendo: “esto no es un
verdadero desayuno”).
Así que tomamos el desayuno sin tostadas y sin
condenar a nadie por la quemazón, ni a la quemazón misma.
La mente, fluyente en su afrontamiento, podrá ver
quizás la razonabilidad de ir a buscar nuevo pan
para tostar de nuevo (será razonable, por ejemplo,
si la distancia es prudente, si hay tiempo).
Más tarde, podremos averiguar por qué se
quemaron: estaba sucio el tostador, una distracción.
Será el momento de afrontar la corrección del
problema planteado, y no ha habido conflictividad
personal, frustración o resignación.
En este proceso, la mente no ha estado atada a
ninguna programación, ni ideológica ni emocional
(por ejemplo, respectivamente, “los desayunos son
con tostadas”, “me disgustan los desayunos sin
tostadas”)

38
¿Por qué no ha habido ataduras? ¿Cómo
es que no ha habido ataduras?

Al ver yo la bandeja con el desayuno sin tostadas,


como ya “tengo en mí” la 2ª Naturaleza, no hago
un solo movimiento mental, es decir, mi mente se
aquieta.
No hacer un solo movimiento mental, tener la
mente aquietada, significa simplemente, no emitir
un solo juicio (que podría ser, por ejemplo, “tienen
el atrevimiento de traerme un desayuno sin
tostadas”).
Es decir, que el yo, al no haber juicio alguno según
ellas, no se configura fuera de la mente toda. El yo
“no ha saltado”, saliéndose de la mente para
“clamar” por sus programaciones.
Si no ha saltado, si no se ha salido, el yo y sus
programaciones, corren junto a la mente
aquietada.
Porque lo que desaquieta a la mente es aquel
movimiento mental, por ejemplo el juicio
que la perturba con su clamor.

Si no ha habido ataduras, ni ideológicas ni


emocionales, como ya hemos visto, la mente
fluyente, aquietada, no perturbada, podrá
pensar y sentir rectamente (es decir, no
desviándose ese pensar y ese sentir por las
perturbaciones)

Esta misma mente aquietada y no perturbada


podrá ver, quizás, que es necesario hacer una
corrección: evitar la quemazón de las tostadas.
Es decir, la mente autocorrige el proceso ya vivido.
Por eso, llamamos a esta autocorrección de la
mente “asumir la situación” ( que implica
constatación y eventual transformación).
No ha habido pues “aceptación resignada” de
la quemazón de las tostadas y tampoco
“confrontación conflictiva”.

VI

“Estar alerta” en relación con “Amar”

39
1

Amor

Ya hemos explicado qué es “situación de Amor”, y ahora es el momento de algún


desarrollo del tema.
El Amor no es un sentimiento, como cuando digo “te amo”, o “amo a esta
mujer”.
El Amor es un modo de ser, y de ese modo de ser – que hemos llamado también
“situación de Amor” – derivarán conductas amorosas.
El Amor es un modo de ser cuando la mente se ha aquietado (se ha
descargado de sus programaciones, “se ha vaciado”) y adviene el “silencio
creador” (situación de la mente que se ha descondicionado de las
programaciones).

Por lo tanto, si me relaciono con el mundo desde el ego, cargado de


programaciones, ese relacionamiento no es Amor.
Pero el ego es inevitable – ya lo vimos - .
Entonces, ¿qué queda del Amor como relacionamiento?

Cuando la mente ha conocido el Amor, el Amor se vuelve, como ya dijimos,


“nuestra 2ª Naturaleza”

Al apartamento de al lado, ha llegado un nuevo vecino, que es


judío.
Yo, por mi parte, en mi historia personal, he recibido multitud de
programaciones anti-judías.
Si mi mente, de alguna manera, ha recorrido el camino señalado en
este trabajo, se supone que se ha liberado o está en vías de
liberarse de esas programaciones anti-judías.
Dicho de otra manera, si mi mente ha conocido el Amor (es decir,
el Descondicionamiento respecto a programaciones), entonces, al
relacionarme con el vecino judío, en tanto ha hundido sus pies en el
Amor, no estará apegada a las programaciones anti-judías.

Estar alerta

40
Hace unos días, alguien me dijo algo así como esto:
“Te oí decirle a una persona el otro día que ésta –te estabas
refiriendo a los últimos diez años- , era la mejor etapa de tu vida.
¿A qué te referías?”

“Precisamente, a esta situación de Amor y de silencio a que me he


referido en todo este trabajo. Pero, en realidad, eso es verdad de a
ratos. Es muy frecuente que me encuentre, que me descubra, de
pronto, en situaciones de aflicción, de perturbación, o como tú
quieras llamarlas.
Por esto mismo, es seriamente necesario “estar alerta”.
Mirá, esto se complementa con lo que hablamos el otro día con un
psicólogo, en charla de livin nomás. Llegó un momento del diálogo
en que le dije: No hay vez en que me sienta “mal”, que no
descubra un apego.
Él me miró y asintiendo dijo: “Es cierto, me pasa lo mismo, siempre
que me siento “mal”, descubro que detrás hay un apego”.

Así que este camino de la “revolución psicológica” -dicho sin


grandilocuencia ni solemnidad-, exige un permanente “estar alerta”.

Y esta exigencia última introduce un nuevo subtema.

Una voluntad seria

Estos señalamientos que he venido haciendo, obviamente señalan hacia


determinados aspectos del vivir. La actitud ante los señalamientos puede ser la
de atenderlos, o no atenderlos.
Para atenderlos, es necesaria una “seria voluntad”: La de emprender el camino.
Por eso decimos, que son necesarios la seriedad y su complemento, el esfuerzo
de estar alerta.
Sin embargo, no suele pasar así.

Es tal el trillo establecido desde siempre para continuar viviendo con


una mente cargada de programaciones, que el proceso tiene fuerza
suficiente, por sí mismo, para continuar.

Alguien dirá: “Pero, ¿cómo? Si veo cómo funciona el mundo, ¿es que no haré
nada para transformarlo?”

La respuesta a este enigma podría ser ésta: La falta de seriedad para


emprender este camino se explica, al fin, como la repugnancia al
esfuerzo permanente y arduo de estar alerta.

41
Aún cuando sigamos construyendo y re-construyendo un mundo de
aflicción y angustia.

El olvido

Recordemos lo ya planteado: “Programaciones” no es lo mismo que “apegos”.


Las programaciones constituyen la operatividad necesaria para relacionarme con
el mundo.
Pero si una programación, necesaria como vimos, condiciona afectivamente y
pragmáticamente a ese relacionamiento, la llamaremos apego.
No todas las programaciones se vuelven apegos, entonces.

Toda programación, sea apego o no lo sea, “tira para su lado”, “hace de las
suyas”, y aprovechando eso que se llama olvido, es decir el no estar alerta, nos
condiciona afectiva y pragmáticamente.
Y esto pasa -lo del olvido- , aunque ya hayamos vivenciado el Ser, el Amor, el
Silencio creador (como lo hemos llamado en este trabajo).

Con esta mujer que me ha atraído y con quien me he relacionado


sin deseo-logro alguno, hemos establecido una relación, en la que
la “programación seducción” ha sido disuelta.
Sin embargo, hoy me he descubierto a mí mismo en pleno ejercicio
del ego programado, pergeñando una estrategia de cómo
encontrarme con ella para seducirla.

Yo sé que el ser mismo de mi programación es, precisamente, “tirar para sí” –en
este caso, para el acto de seducción-, y sé también que el olvido es frecuente.

Una elaboración seria y el estar alerta

Tenemos suerte.
Estar alerta es también fruto de una seria elaboración.

¿Cuál será, entonces, esa elaboración seria, de la cual nace el acto de


estar alerta que disolvería el olvido?

Sólo podemos hacer, como siempre, señalamientos hacia:

• El diálogo con otros, acerca de todos estos señalamientos y cuestiones.


• El escribir, día a día, o tanto como sea posible, en un diálogo consigo mismo.

42
• Estar a solas con uno mismo, auto-observando la propia mente en su ser
condicionado.

• Estar a solas con uno mismo, vivenciando el silencio creador, cuando se ha


dado el descondicionamiento de la mente.
La mente tiende a “ir” del silencio creador a objetos concretos del mundo:
Precisamente, se trata de que la mente no esté enfocada a objeto alguno.
En ese “estar a solas”, entonces, desenfocamos la mente de cualquier objeto.

• Leer, estudiar, en torno a estas cuestiones.

Es extraordinario ver cómo esto que llamamos “elaboración seria”,


propicia, incrementa, acrecienta, hace cuajar en nosotros, aquella 2ª
Naturaleza.
Así que vemos cómo una reacción, que ha sido siempre condicionada a
programaciones, se vuelve acción total desde esa 2ª Naturaleza (el ser
no condicionado).

Un caso como ejemplo integrador

Si hay algo que me gusta de verdad es hacer paseos-viaje, breves,


de una semana, especialmente a lugares de lo que mal se llama el
interior de nuestro país.
Me gusta, además, planearlos y organizarlos, disfrutando así, de
todo el proceso que ello involucra. Es un “pre-viaje”, que
precisamente me hace viajar. Dicho de otra manera: Todo el
entusiasmo está puesto en ello.
Hace algunas semanas, planifiqué el paseo-viaje al departamento
de Colonia. Todo estaba pronto.
Cuando se acercó la fecha de partida, una dolencia en la rodilla
realmente puso en peligro la realización.

En cuanto vi la incompatibilidad –como hecho, como realidad-,


entre la afección a la rodilla y el permanente traslado a pie de los
paseos, la 2ª Naturaleza afrontó esa realidad, y sin intermediarios,
asumí que el paseo viaje sería para más adelante.

El acto de “ver” la incompatibilidad y la suspensión del viaje fue un acto único,


total y totalizante, de un solo instante, como lo fue el acto de asumir la
suspensión (me remito al concepto de “asumir” en su diferenciación de
“aceptar”).

¿Qué quiere decir “ver en un solo instante”?


Que no ha habido necesidad de adaptación alguna, que no ha habido resignación
ni tristeza.

43
De la misma manera que si veo el pantalón doblado en el bajo, de inmediato lo
desdoblo y no necesito más, así de totalizante e instantáneo es el ver-y-asumir.

La mente fluyendo, descargada de los condicionamientos de las programaciones,


de una sola vez, ve-y-asume.
Es una mente integrada, es decir sin un yo “descolgado” de ese fluir, que lo
observe, que lo juzgue.
Como el yo está integrado a la mente que fluye (y no “descolgado”, fuera de
ella, mirándola), la mente no se identifica ni des-identifica con programación
alguna – en este caso, la expectativa del paseo-.
Es decir, la mente total, con el yo “dentro”, es la que disfruta, ve, asume, sufre,
sin la presencia de un yo identificado o des-identificado.
Una mente, así integrada, ve la realidad y la asume.
Si el yo estuviera mirando y juzgando – es decir, identificado o des-identificado a
través del juicio-, tal asunción no sería posible.
El yo diría: “yo deseo hacer el viaje, no deseo suspenderlo, vayamos igual”
(identificación con la programación).
O podría decir: “me resigno y sufro pero me aguanto” (des-identificación).
En cambio, la mente fluyendo, integrada (integrada porque el yo no está
separado, y el yo se separa cuando para juzgar se pone afuera), puede ver la
necesidad de suspender el paseo.

44
PARTE IV

LOS FRUTOS

45
La mente “ancha como mar”

Damos, entonces, por sentado todo lo que hemos planteado en PARTE I, II y III.

¿Qué pasa cuando el Ser (lo Descondicionado, el silencio creador, el Amor) ha


sido vivenciado por la mente y se vuelve nuestra “2ª Naturaleza”?

Todo lo del mundo, cualquier cosa del mundo (una mujer que nos atrae, un
paseo que se posterga, un examen, un concurso, la compra de una camisa, el
ser abandonado por una mujer, la pérdida del trabajo, la muerte de un ser
querido), es visto por una mente “ancha como mar”.
Es decir, una mente que fluye sin angostarse en un yo y sus programaciones,
que no se ve afectada por esas programaciones.

Un ejemplo

Un cristiano afronta el mundo, precisamente y en el sentido en que


hemos venido hablando, con su mente angostada: ¿angostada por
qué cosa? Por la propia doctrina cristiana.
Afrontará el mundo en y por dicha doctrina, en su nombre, desde el
sistema de ideas del cristianismo.
Por ejemplo, si esa mente cristiana afronta una situación de
adulterio, su mente estará angostada en la posición cristiana acerca
del adulterio.

(Queda claro que al decir “mente angostada” no estamos hablando


de un rasgo negativo, de un defecto: tan sólo de una característica
de la mente)

Imaginemos ahora, que el afrontamiento del adulterio lo hacemos


con nuestra mente vaciada de ideas y emociones ya prefijadas (en
el caso anterior, prefijadas por el cristianismo).
No hay angostamiento de la mente: El afrontamiento es totalmente
presente y únicamente presente, es totalizador (es decir, a cargo
de una mente sin estar fragmentada por sus programaciones).

De esta manera, hemos vivenciado una “mente ancha como mar”. La


vivencia es inefable, pero sabemos que todo cambia: Un nuevo tipo de
energía es sentida y vivida, todo se ubica en su lugar, todo cambia de
sentido.

46
3

Otras aplicaciones

La mente no se angosta solamente en la programación “ser cristiano”, con los


efectos que acabamos de explicar.
Mencionaremos ahora, algunos otros angostamientos por programaciones, que
se suelen dar en el relacionamiento cotidiano.

Una mente “angostada en las programaciones” que tienen que ver con…

• ser viejo o joven


• ser pobre o rico
• ser uruguayo o extranjero
• ser del planeta Tierra
• ser homosexual o heterosexual
• ser antipático o simpático
• ser querido u odiado
• ser reconocido o ignorado
• ser alguien o ser nadie
• ser monógamo o polígamo
• ser judío o musulmán o …
• “me gusta” o “no me gusta”

. . . . . . . . . . . .

Tomemos uno de estos ejemplos de la lista que, como imaginaremos, es infinita:

Alguien me decía: “Qué suerte que llegó un joven al edificio. Hay tantos viejos.
Es horrible”

Una mente “ancha como mar” no desvaloriza a una población de ancianos, ni


sobrevaloriza a una población de jóvenes (salvo que se trate de una cuestión
práctica, en la cual, objetivamente, debamos elegir, o ancianos o jóvenes).
No desvaloriza ni sobrevaloriza, porque no juzga.
El que juzga es el yo, cuando “tironeado” por sus programciones (por ejemplo:
“los viejos me recuerdan a la muerte”) se separa de la mente y angosta la visión.
Cuando es la mente “ancha como mar” la que afronta, lo hace partiendo del
“ser”- que la población es de ancianos-, y afronta quietamente el hecho sin
preferencias.
Las preferencias son introducidas por el yo, inducido por sus programaciones.

II

Los deseos como exigencias

47
Partiremos de la clasificación, que ya fue tratada, de los “deseos - puro
movimiento hacia” y los “deseos – logro”.

El “deseo – logro” es aquel que, teniendo a la vista el objeto de deseo, anticipa


algo respecto de ese objeto, es decir, algún tipo de logro.
El “deseo- puro movimiento hacia” no anticipa logro alguno. Es nada más que
impulso hacia el objeto de deseo, y llegado a éste, sólo descubre (por ejemplo,
descubre cómo se comportará ante él).

Lo que determina el pasaje del “deseo–puro movimiento hacia”, al


“deseo–logro”, es la presencia de la anticipación del logro, es decir, la
presencia de una exigencia.

Volvamos al ejemplo del viaje-paseo planeado. Estoy entusiasmado,


toda mi mente vive ese entusiasmo.
Doy los pasos necesarios (respecto a pasajes, reservas de hotel).
Mi yo dirige esos pasos, es el “yo” operatorio.
Surge un obstáculo serio y parece que el viaje no se realizará.

Mi mente capta la seria posibilidad de que no se realice.


Si la mente está quieta, calma –en tanto el yo no se configure como “entidad
separada”, en sus programaciones, y entonces juzgue-, una mente así afronta
el obstáculo, como antes afrontaba la realización del viaje: Sin la
exigencia de la realización.

La exigencia, como vimos, la pone el yo, que “hace valer” su programación: “no
quiero postergar el viaje”.

¿Qué es lo que hace que nazca y se desarrolle un conflicto, con todas


sus virtuales derivaciones para el sufrimiento?

Mi mente -lo dijimos- capta lo del obstáculo.


Pero, si el yo se separa del fluir de la mente, se coloca afuera de ella,
desintegrada de ella, y hace valer los modelos de ideas y emociones
programadas que lo constituyen, entonces nace el conflicto.
Porque el yo separado del fluir de la mente juzga el obstáculo, no lo vive. Lo
juzga de acuerdo a sus programaciones. Si estuviera dentro de la mente
fluyente, ésta vivenciaría ese obstáculo, sin las programaciones acumuladas
históricamente.

O sea: Si el yo se constituye en si mismo, como balconeando al fluir de la mente,


hará valer, por ejemplo, la programación “me frustro si no se satisface mi
deseo”(en este caso, la realización del viaje).
Mientras el yo fluye con la mente, ante el obstáculo, la mente lo
percibe, lo vivencia.
Cuando el yo se separa del fluir de la mente, se planta con sus
programaciones, y de acuerdo a ellas, claro, exige.

48
III

La mente “angosta como riachuelo”

49
1

La palabra va y viene entre mi interlocutor y yo.


De pronto, él me ofende.
Para que yo me ofenda, tiene que haber un yo ofendible. Es decir, una mente
que siente esas palabras (que hemos llamado “de ofensa”), desde una
programación que hace que sintamos malestar, bronca, inferioridad, indignación.
El que siente la ofensa es el yo cuando se configura, separadamente, en sus
programaciones adquiridas histórico-culturalmente y en las heredadas.
En el momento culminante del altercado, las dos mentes se han angostado al
máximo, en el yo–constituido de programaciones.
Son mentes “angostadas como riachuelos”, y ese riachuelo está ocupado, todo
él, por esas programaciones (por ejemplo, cuando interpreto algo ofensivo,
reacciono con indignación, bronca y demás).

Todo esto “de ofenderme” me ha pasado en una “falla” de mi 2ª Naturaleza.


No he estado alerta y el yo se ha estructurado rápidamente en sus
programaciones.

Pero de pronto, suena la alerta. En el medio de todo este proceso de la ofensa,


emerge la pregunta: “¿Qué estoy haciendo?”, que podría traducirse, según el
lenguaje de este trabajo, de esta manera: “¿Qué está pasando con mi mente,
ancha como mar, que se ha angostado en su programación “si alguien me
insulta, me ofenderé”?

Veo, en un solo instante, el circo de emociones en que se ha vuelto mi mente al


estrecharse.
Entonces, al verlo ahora, mi mente se está volviendo “ancha como mar”, no está
en su papel de yo, el yo no se configura en sus programaciones.
Si mi interlocutor vuelve a intentar ofenderme, nada pasa, porque el acto de
ofender, para que algo pase, necesita de la presencia del destinatario. Y el
destinatario –mi yo estructurado en sus programaciones- no está.
La mente “ancha como mar” capta, como mente que es, pero no se ofende,
porque el yo no se ha estructurado fuera de esa mente, y entonces no es
ofendible.

IV

Otro ejemplo abarcando a la mente fluyendo


como “ancho mar” u operando como “angosto riachuelo”.

50
Habíamos combinado un paseo de seis días al departamento de
Colonia. Íbamos mi esposa y yo, acompañados de una amiga, Ana.
Faltando unos días, y habiendo preparado el viaje meticulosamente,
nos enteramos, por boca de Ana, que ella venia de un paseo de
quince días, y que le sería imposible ir a Colonia por un “imprevisto
ineludible” que se le había presentado.

a) Con la mente como “angosto riachuelo”

El primer pensamiento fue de leve disgusto, el segundo de rechazo pleno a su


planteo.
El yo, diciendo que no había derecho a que se nos pidiera una postergación. Y
menos, de su parte, que la había pasado bien de bien quince días en un
balneario, mientras que nosotros nos quedábamos en la ciudad. Además, los
riesgos de que nunca más se hiciera el paseo a Colonia.
Así que todo terminó con un “yo no postergo nada”, “yo hago este paseo ahora y
se acabó”.

b) La realidad, los hechos.

El ineludible imprevisto de Ana era real, no un capricho, ni siquiera una sutil


exquisitez de parte suya.
Además, lo había planteado en forma correcta, a manera de pregunta, sin
imposición alguna.
Para colmo, mi esposa y yo podíamos perfectamente ubicar otro paseo en lugar
de este de Colonia, y dejarlo para más adelante, cuando la amiga pudiera.
En otras palabras: Nada impedía, en los hechos, que llegáramos a un acuerdo
“perfecto” con Ana.

c) Efectos de una mente “angosta como riachuelo”

Ahí estaba el yo, erigiéndose por separado del fluir de la mente toda, mirando (
juzgando), “con el mentón apoyado en la ventana”, mirando -decía-, el proceso
mental desencadenado por el pedido de Ana.
Nuestro yo juzgaba, es decir se erigía por separado de la mente total, según las
siguientes programaciones:

• El derecho a satisfacer su deseo-logro tal como había sido previsto.


• La bronca del yo según el modelo: “Me hacen postergar todo un plan, ello me
molesta”.
• La molestia de postergar la satisfacción del deseo, contrastando con el disfrute
de quince días de Ana en el balneario.

51
• La ofensa del amor propio del yo, según la programación: “A mí no vengan a
joderme”.

Estas cuatro programaciones –y hay más- son los apegos del yo, programaciones
a manera de lastre, sedimentos que obstaculizan el fluir del curso de la mente.
Es fácil imaginar cuántos conflictos, e inclusive “guerras” psicológicas e
interpersonales, podrían suscitarse a partir de estos apegos.

d) Con la mente como “ancho mar”.

Nos enteramos del planteo de Ana.


Mi mente está, supuestamente, vaciada de apegos.
Mi yo no juzga, es decir, no se coloca afuera del fluir de la mente, “mirándola
desde la ventana”, sino que fluye en aquel fluir.
En ese fluir, no hay lastres ni sedimentos constituidos por las programaciones, y
entonces, la mente capta los hechos de la realidad.
Es decir, afronta la realidad.

“Sólo cabe esperar”.

52
La brevedad de la expresión del título puede llevar a equívocos, así que
desarrollémosla, y veamos si pueden evitarse:

“La realidad provee de lo que necesitamos,


así que hagamos las cosas bien y esperemos”.

Ésta es la actitud cuando tenemos la mente “ancha como mar”.


El dicho popular lo dice con claridad impresionante:

“Hacé lo que tenés que hacer, y al final,


los zapallos se acomodan en el carro”.

Además, preguntémonos con sinceridad: “¿Qué puedo hacer yo, más allá de
hacer las cosas bien?”
Esta pregunta no funciona si tenemos la mente programada como “angosto
riachuelo”, porque no bastará con hacer las cosas bien, sino que habrá que hacer
las cosas en aras de los objetivos de las programaciones.

Cuando uno actúa con la mente en Amor (con la mente


descondicionada de programaciones), sólo esperamos: Esperamos para
descubrir lo que advenga, y lo que advenga será asumido – y sabemos
que asumir implica transformar lo que advino, si lo vemos necesario -.

Así que, entonces:

1- Hago las cosas bien (es decir, tanto como


puedo, con la mente vaciada de
programaciones).
2- Si la mente no está programada, no
habrá objetivos-logro.
3- Advenga lo que advenga, si he hecho las
cosas bien y nada he anticipado en
cuanto a objetivos, lo que advenga será
el ser de las cosas.
4- Lo asumiré.

He leído la convocatoria a concurso. Tiene que ver con mi trabajo,


me siento capaz para el cargo y hago los trámites necesarios.
Estudio y me preparo para las pruebas.
No tengo en mente ganar el concurso, sino descubrir, quién, de los
que se presentan, es más apto para el cargo.

53
Pase lo que pase, todo estará bien: Descubriremos quién es el más
apto para llenar el cargo (no importa que sea yo, en tanto sólo
quería descubrir, y no había anticipado objetivo concreto alguno).

Otra vez queda mostrado lo de siempre: La conflictividad y sus desvaríos


empiezan cuando tengo una mente programada, con objetivos-logro que hacen
de apegos.
Porque entonces, no basta con “hacer las cosas bien”, sino que, como ya
dijimos, hay que hacerlas en aras de los objetivos-logro.

VI

54
“El bote vacío”

Así que lo que se ha venido planteando, en todo el trabajo, es el “vaciamiento de


la mente”.
“Vaciamiento”, ¿respecto de qué?

Ya no quiero sino descubrir, ya no quiero tener objetivos-logro. O sea,


ya no quiero “anticipar el logro de nada”, y si me acerco a una mujer, no anticipo
que, en la primera cita, llegaré con ella a la cama, o que tan sólo la besaré.
Solamente, quiero descubrir, en el acto de relacionarme con ella, qué habremos
de hacer juntos.
Y sea lo que sea que descubramos para hacer juntos, ya no quiero “agarrarla”,
fijarme a ella y que ella se fije a mí.

Será lo mismo si sustituimos “mujer” por dinero, empleo, amistad, ropa, platos
de comida, veraneo, viajes, espectáculos, libros (…).

También se trata del vaciamiento de emociones programadas (por


supuesto, no estamos hablando de emociones espontáneas).
Se diluyen, de mi mente y de mi conducta: Reconocimientos de mi persona.
Prestigio, fama, honor y honra. Ser autoridad. Necesidad de homenajes.
Reconocimiento de autoría. Ser objeto o sujeto de admiración, veneración,
adoración, seducción, idolatría. Necesidad de recibir o de dar el elogio, el
aplauso, inclusive en sentido literal. Respetar o ser respetado. El buen nombre,
la defensa del apellido. Identificación con la patria, región, provincia, ciudad,
familia, instituciones (políticas, religiosas, deportivas).
Identificación con un/a esposo/a (ser el/la esposo/a de....).

Por último, vaciamiento también de ideas programadas, a manera de


modelos fijos o preconcientes, tales como: El matrimonio como modo de
relación estable y único. La virginidad sexual o sólo genital hasta el matrimonio.
El tener que relacionarse genitalmente a X edad. La abstinencia. La
promiscuidad. La monogamia o la poligamia.
(Cabe aclarar que, si en un momento de mi vida, o en un lapso, adopto una de
estas ideas, y no a manera de modelo fijo, entonces no debiera ser incluida en
esta lista del vaciamiento. En realidad, cuando decimos vaciamiento de la mente
nos referimos a la descarga de la fijeza, que adherida a la idea, la vuelve lastre).

55
Con el “bote vacío” (expresión de Osho), la vida cambia. Ya nada es
como antes.
Una poderosa energía - sentida como impulso vital, entusiasmo,
silencio creador, fuerza renovadora, luz penetrante -, guía nuestra
conducta en el relacionamiento con las cosas del mundo...como hemos
dicho, a manera de una “2ª Naturaleza”.

a) La mente fluye, vaciada de modelos, en dirección, por ejemplo, a las pruebas del
concurso al que me presenté.

b) En ese fluir de la mente, estoy yo, metido en el fluir, impulsando el estudio de


preparación, el descanso adecuado, la buena alimentación (por esto es que
decimos que necesitamos al yo, un “yo operatorio”).

c) De pronto, sin quererlo, sin proponérmelo, mi yo se separa del fluir, y se


estructura en torno a una de las programaciones que adquirí culturalmente. En el
momento en que mi yo se separó de la totalidad de mi mente, tomó
estructuración propia y dice: “habré de ganar el concurso”.

Ya no está fluyendo, se autocolocó fuera, y hace del concurso un objeto


del yo, de sí mismo, mientras que antes el concurso era sólo un objeto
de la mente toda, sin yo separado.

d) Si no estoy alerta, seriamente alerta, puede pasar que siga hasta el final (del
concurso) con el yo a cuestas, montado sobre la mente, separado de ella,
deseando ganar el concurso.
El estar alerta hace que la mente “vea” la desviación –el hecho de que el yo se
separe-, y el verlo basta para que se disuelva aquella estructuración
fragmentarista del yo.

VII

56
El deseo en conflicto con el “deber ser”

Me han regalado una tableta grande de chocolate, me gusta


mucho.
El médico me ha dicho que comeré como máximo el equivalente a
una tercera parte de esa tableta.

Mi mente se dirige hacia la tableta en forma de deseo (llámese “apetito por el


chocolate”).
Pero, estamos planteando el caso de una mente no descondicionada de sus
programaciones, es decir, con un yo que se ha configurado en torno a las
posibles siguientes programaciones:

• Cuando algo es rico, se trata de comer tanto como uno ansíe.


• Nunca me harto de chocolate.
• Al chocolate no se le puede decir que no.
• Habría que ver si hace mal como dice el médico.
• No se le puede decir “no” a una cosa tan rica.
• Habría que ver al médico en la misma situación... es tan fácil
hablar... ¿acaso ellos no fuman?
• Al fin y al cabo “de algo hay que morirse”.

(Es totalmente cierto que es de esta manera – cargados, es decir, condicionados


por programaciones- que andamos por el mundo.
Así, lo del chocolate se reproduce en todas las áreas, y nos preguntaremos si no
es por eso que la conflictividad campea en el relacionamiento con el mundo)

Si mi mente no estuviera condicionada por esas programaciones, fluiría


quietamente, calmadamente, hacia el objeto de deseo.
Como fluyen las aguas de un río cuando no hay sedimentos que, a manera de
lastre, impidan el fluir.
Entonces, en esa quietud, en esa calma, mi mente desea el chocolate (sin
programaciones, es decir sin anticipación de logro, es decir sin exigencia) y, al
mismo tiempo, puede ver la realidad (la prescripción del médico).

El deseo, así, es compatible con la realidad.


La realidad es múltiple:

1. Eso es chocolate.
2. El chocolate me gusta.
3. Deseo el chocolate.
4. Está a mi disposición.
5. Más de un tercio me hace daño.
6. No es razonable comer más de un tercio.
Lo múltiple de la realidad total (items 1 a 6) se ha vuelto uno (fusión de deseo y
realidad: No deseo, entonces, más de un tercio).

57
2

Si la mente estuviese condicionada por alguna(s) de aquellas programaciones,


éstas tirarían para sí, erigiendo al yo en “yo separado de la mente”.
Una mente, entonces, tensionada por las programaciones, que al tirar hacia
ellas, erigen un yo que va a plantear: “Comeré hasta hartarme”.
(Igual que en el caso del concurso, en el cual la mente tensionada por
programaciones dirá: “Quiero ganar el concurso”.)

La educación no nos ha enseñado a descondicionar la mente. Pero sí


nos ha enseñado, para afrontar casos como el del chocolate, a que
apelemos al “deber ser”:

“Deseo comer chocolate hasta saciarme...”


(programación)

“....pero no debo comer sino el tercio”


(deber ser)

Como vemos, esta apelación al deber ser es otra forma de programación,


igualmente tensionante, y por lo tanto, que erige un yo separado del fluir de la
mente (un yo disciplinado que dirá: “no debo comer sino un tercio”).

El resultado será el del mundo igualmente conflictuado que todos


conocemos: El conflicto entre el ser (el ser del deseo) y el deber ser (el
ser de lo socialmente admitido).

Otro ejemplo: Se trata de una situación que se planteó mientras yo leía


entusiastamente el borrador de estas páginas – de ahí, el valor circunstancial de
este ejemplo “vivo” y “vivido”- .

Sonó el timbre del portero eléctrico y mi esposa me dijo: “¿Podés


bajar? Es el toma-consumo de la UTE…”
Mi lectura – entusiasta, como dije- había sido interrumpida.
Mi yo quería seguir leyendo y exclamé: “¡Pero, Dios mío… justo
ahora…!”

Había juzgado según la programación que más o menos diría así: “los trabajos
intelectuales no debieran ser interrumpidos por cuestiones triviales y prácticas”.
Pero, estaba alerta. Inmediatamente, a manera de lo que he llamado “la 2ª
Naturaleza”, pude aquietar la corriente de la conciencia y ver claramente lo que
sí constituía el ser de esa situación: “el consumo de la UTE es controlado una vez
al mes y ello es necesario para seguir teniendo luz en la casa”.

58
Todos conocemos el alcance de esta conflictividad así planteada: los humanos la
hemos estudiado en mil perspectivas.

Y si lo que me han enseñado –oponer el deber ser al ser programado- lleva


también a la conflictividad como hemos visto: ¿Qué haremos? ¿Qué nos queda
por hacer si no apelamos al deber ser?

Nos queda estar alerta y ver el erigimiento del yo separadamente del


fluir de la mente.

¿Habré de disolver esas programaciones?

Si yo digo: “Cambiaré mi mente cargada de programaciones”, entonces otra vez


estoy erigiendo un yo separado: el que juzga que debe ser cambiada la mente
cargada.
Otra vez el tensionamiento al erigirse un yo, que ahora se estructura en torno al
objetivo-logro “hay que descargar a la mente”.

¿Y entonces? Otra vez la pregunta: ¿Qué hacer?

Me quedaré mentalmente quieto, sereno, calmo, sin un solo paso mental, sin
juzgar, por lo tanto sin erigirme en un yo separado - “separado” en tanto
para juzgar debe separarse de la mente -.
Al quedarme quieto mentalmente y no erigir un yo separado, sólo queda el fluir
de la mente.
Entonces, el yo es vivenciador –no juzgador, en tanto no se separó-, y fluye con
la mente.
No hay, así, un yo separado de la mente, que la balconea, juzgando, un yo que
se atribuya las programaciones, que las requiera como propias (porque el yo
vivenciador, por definición, vivencia, y la vivencia no requiere el reconocimiento
de programaciones).

Las programaciones - no requeridas por ningún yo, porque no hay yo


separado que pueda requerirlas -, fluyen con la mente, no hacen de
lastre como cuando el yo separado dice: “esas programaciones son
mías”, haciéndolas valer.
Fluyen, y como las nubes que fluyen en el cielo, desaparecen, se
disuelven para nosotros.

59
Lo inefable.

Cuando eso pasa, cuando las programaciones con las que andamos por el
mundo se disuelven, lo que pasa no se puede explicar, no hay palabras que
correspondan, es inefable (ya lo hemos dicho, una y otra vez).
Sólo es vivenciable.
Andar por el mundo así provee de una energía nueva, y un nuevo orden nace, el
del Amor (Descondicionamiento).

VIII

60
Dar

Veamos esto en el contexto de una situación amorosa de pareja.


Estoy enamorado de una mujer.
Este enamoramiento puede ser “posesivo”, y en él no hay posibilidades de
plantear, siquiera, el acto de dar.

Veamos ahora el enamoramiento no posesivo, en el cual es posible la dación


(acción y efecto de dar).
Supongamos que ella se acerca y me dice: “Estoy enamorada de ti, y pasa
también que siento la necesidad de apoyar mi cabeza en el hombro de este
otro”.
Yo podré decirle: “Estoy enamorado de ti, pero mi enamoramiento no es
posesivo, estoy contigo, no te tengo para mí. Así que si ése es tu sentir, ve con
él”.

Llamamos “dar” a esta conducta.

• La dación, tal como ha sido entendida aquí, es un acto supremo de estar


enamorado.
Esto no significa que tenga que haber dación para que haya “supremo
enamoramiento”.

• Es también un acto supremo de maduración afectiva en los relacionamientos


amorosos de pareja (vale la aclaración de más arriba).
No debe confundirse esta dación con la “entrega perversa de una pareja a un
tercero” (lo que no significa que estemos aquí juzgando ese tipo de entrega –
la palabra “perversa” tiene aquí un sentido estrictamente técnico-).

• También será una suprema, madura “dación de amor” la de aquel miembro de


la pareja monogámica que, sintiéndose intensamente atraído por un tercero,
asuma su papel sentido de pareja monogámica y no acuda a los brazos de
aquel tercero.
De manera que la dación –como acto supremo de madurez afectiva-, puede
ser diversamente entendida y es igualmente dación.

• Cuando en nosotros hay Amor (=descondicionamiento respecto a las


programaciones), puede haber “enamoramiento-dación”, y, juicios
aparte, es de suponer que habiendo Amor, queda excluida la entrega
perversa a un tercero (en tanto la perversión es necesariamente
condicionamiento).

(No debiéramos confundir esta dación con la promiscuidad, que precisamente es


hija del condicionamiento)

IX

61
El circuito cósmico

La palabra “circuito” tiene que ver con la idea de “recorrido”, “tránsito”.

Podemos aplicar esta doble idea a las cosas en general, y más específicamente a
lo que llamamos “bienes”.
Entonces, la pregunta que subyace a la expresión del titulo será:
¿Consideraremos a las cosas de nuestra propiedad como
“razonablemente disponibles” para otros que no sean sus propietarios?

El amigo se plantó delante del cuadro, hizo silencio y sin mirarme


me dijo que le gustaba mucho.
“Llevátelo” –le dije-. “Disfrutálo el tiempo que quieras y después me
llamás”.
Me miró, me dijo que no, acompañándolo de una sonrisa y se fue
sin el cuadro.
Al poco tiempo, se lo acerqué a su casa, lo tuvo por año y medio y
me lo devolvió.

Antes de este relato, usamos la expresión “razonablemente disponibles”.


Yo conocía a mi amigo y no tenía necesidad de hablar con él para saber que no
se sentiría propietario del cuadro por tenerlo en su casa.
No sería una “razonable disponibilidad” que el destinatario del circuito cósmico
hubiera de interrumpir el tránsito por sentirse propietario.
Por supuesto, hay otras “razonabilidades” a tener en cuenta.

Cuando le conté este caso del cuadro –y otros del estilo- a otro
amigo, casi sin pausa después de mis palabras me dijo: “¡Ah, no!
Yo quiero saber si es un regalo o un préstamo, si no, no me lo
llevo”.
Le expliqué que no era ni préstamo ni regalo en la actitud
asumida… que considerarlo préstamo o regalo era hacer hincapié
en la propiedad del cuadro… que en cambio lo que queríamos
relevar era la idea de “disponibilidad para su uso y disfrute…”

La programación “tener la seguridad de que me relaciono con las cosas como


propietario, o al menos en calidad de prestatario” regía su relacionamiento con el
mundo y no podía moverse de tal fijeza –es decir, se trataba de un apego-.

62
Esto del circuito cósmico es un señalamiento para que cada uno de
nosotros, en el aquietamiento mental, descubra lo que descubra al
respecto.
Sólo podemos, en esto de los señalamientos, basarnos en el
pensamiento negativo.
Lo que habrá de descubrirse –pensamiento positivo- no puede
preverse.

Lo esencial del circuito cósmico se relaciona con la “dación” (acción y efecto de


dar), que hemos planteado más arriba.

Aclararemos acá que se trata de dar, no en el sentido de:

“Soy propietario,
y es por eso entonces, que doy”

El sentido sería:

“Soy propietario,
y más allá del sentido de propiedad, doy”

Quiero señalar especialmente cómo la práctica cotidiana del circuito cósmico es


de gran utilidad y es viable.
Es “acción directa” y hasta “pura acción”, esto último dicho en el sentido de que
si bien hay una explicación en la base de tal práctica, su ejercicio no necesita
pasar por explicación alguna.

(Agréguese “razonablemente” en todos los casos)

Doy en la calle a quien me pide.


Doy el libro al colega.
Doy el cuadro a quien quiere disfrutarlo.
Doy el “sí” a quien me dice que se retirará…
… doy el “sí”, si quiere volver
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El ejercicio del circuito cósmico ayuda a desestructurar nuestros modelos rígidos


(programaciones hechas apegos), y en tanto la “razonabilidad” puede ser
graduada, es viable.
El efecto, además, es de un profundo sentimiento de ir liberándose, o mejor, de
empezar en ese ir liberándose.
X

63
En situación de Amor

Para conectar con el párrafo anterior, cabría preguntarnos por qué, en situación
de Amor, lo perverso queda excluido.

Otra forma de plantear esto sería que cuando se nos pregunta, por ejemplo,
acerca de la homosexualidad o de los homosexuales, podríamos responder que
primero se trata de conocer el Amor (= el Descondicionamiento). Entonces, a
partir de allí, nuestra respuesta será la “recta respuesta”: La acción descargada
de sus programaciones condicionantes.

Hacemos hincapié ahora en otro aspecto: Con una mente así, en el camino
de liberarse de sus condicionamientos, o sea, con una mente en Amor,
nuestra inserción en el mundo se revoluciona.
La vida se transforma, nuestros relacionamientos cambian de color y de
perfume, todo se vuelve diferente.
Porque nos relacionaremos con el mundo, no desde el ego –la mente y sus
programaciones- , sino desde el ser de una mente liberada.
Para abreviar, decimos “desde el ser”.
Si alguien se levantara a preguntar cómo es nuestra vida en esta “perspectiva
desde el ser”, la respuesta es:
“Hágalo, usted verá cómo es”

Puedo decir que se ha producido una revolución radical.


No puedo decir qué es y cómo es esa “vida revolucionada”.

2
Esto es posible.
Sólo se trata de decidirse a hacerlo seriamente, cuando hemos vivenciado la
necesidad de un cambio radical.
Pero, alguien podría decir: “Usted tiene razón en cuanto a que hay que cambiar
radicalmente este mundo, pero yo no quiero vivir de esa manera –como usted
dice- “descondicionada”.
Habré de responder que si dice así, es que no ha tomado aquella decisión, y con
todo derecho.

O decidimos transformar nuestros relacionamientos, o decidimos no


transformarlos.
La decisión seria de transformarlos ha tomado diversos caminos: revoluciones
armadas, reformas graduales, instituciones para el cambio, la autoayuda.
Esta revolución, planteada aquí, de “ver el ser de nuestra mente”, es uno de
esos caminos, y me parece que es necesaria, aún para los que han tomado
alguno de los otros caminos.

64
PARTE V

ALGUNAS CUESTIONES
COMPLEMENTARIAS

Las ideas centrales


en otra perspectiva

65
El sentido de la vida y de la muerte.

El sentido de la vida

Nuestra mente curiosa, abierta, con disposición a conocer y a explicar, puede


buscar, y ha buscado, sentidos a la vida (sentidos al vivir), y consecuente e
inevitablemente, a su contracara, a la muerte, al morir.
Ello constituye, válidamente, objeto de conocimiento: hipótesis, análisis,
desarrollo de explicaciones, conclusiones (…).

En situación de Amor, tal como fue planteado en este trabajo, puedo


dedicarme, en el área que sea, a esa búsqueda de conocimiento.
También es cierto que, en situación de Amor, para mis
relacionamientos interpersonales con el mundo y conmigo mismo, no
necesito de ningún sentido, ni para el vivir, ni para el morir.

Si he saciado mi sed, podré interesarme en conocer qué fuentes de


agua hay en los alrededores, cuán pura es esa agua y muchas
cosas más.
Pero agua no necesito.

Si estoy besando a una mujer, no me plantearé, salvo cierta


insanía, el sentido que tienen esos besos. Simplemente beso.

Si estoy en situación de Amor, amo, y esa inefable situación de Amor


hace que ame, es decir, que me relacione con el mundo sin el
condicionamiento de saber qué sentido tiene el vivir. Porque, ya en
acto, amar es vivir plenamente.

Las flores

La flor, al vivir, hace todas las cosas que corresponden al “vivir de una flor”.

Objeción natural: “Pero, la flor no tiene conciencia reflexiva que le permita o que
le haga preguntarse sobre ella misma, por ejemplo, sobre el sentido de su vivir.
El humano, sí la tiene”.

En situación de Amor, somos, en este aspecto, como una flor.


Mi corteza cerebral puede hacer que me plantee “preguntas de conocimiento”,
que la flor no puede plantearse.
Sí, es cierto, pero ya fue dicho: “preguntas de conocimiento”.

66
Así como la necesidad de agua desaparece si está saciada la sed, así desaparece
la necesidad de preguntar por el sentido de la vida, si amamos.
El Amor es relacionarnos con el mundo descondicionadamente: No hay
necesidad de preguntar por condición alguna para vivir.

Quién no ha vivido, de una manera por lo menos aproximada, la siguiente


situación: En medio del ajetreo del vivir cotidiano, cuando estamos haciendo algo
concreto, de pronto nos preguntamos “¿y para qué hago esto!”.

He aquí un monólogo posible:

- Voy a trabajar para ganar dinero.


- Y ganar dinero ¿para qué? Para comprar cosas.
- ¿Y para qué comprar cosas?
. . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . .

Lo que estamos haciendo es preguntarnos, en el fondo, por el sentido de cada


una de esas acciones parciales.
Es decir, justificando cada una de ellas, no por ella misma, sino encontrando su
fundamentación en otra (y así sucesivamente).
Se supone que al final habríamos de encontrar una instancia que se bastara a si
misma, y que no debiera justificarse por ninguna otra.
Ya sabemos que el hombre ha buscado o inventado a Dios.

De lo que se trata es de comprender este proceso de justificaciones.

Veamos, como ejemplo, el acto de trabajar.

Supongamos que el acto de trabajar fuera vivido plenamente: no


necesitaría, entonces, ser justificado por ningún otro.
Necesitamos justificar el acto de trabajar, cuando en sí mismo no es
plenitud para nosotros. Como es un acto “carente” –quiero decir,
carente de plenitud-, es incompleto, inesencial, consiste en otra cosa
(ganar dinero), porque no existe por sí mismo (plenitud).

De la misma manera, cuando vivir no es un proceso pleno en sí mismo


–depende de las programaciones que condicionan nuestra conducta-,
es incompleto, inesencial, y debe ser justificado buscando un sentido al
vivir “por detrás de él”.

En pocas palabras: Necesitamos encontrarle un sentido a la vida porque el acto,


o mejor, nuestro proceso de vivir, no es pleno, no es existencia sino consistencia.

67
El sentido de la muerte.

Hasta la edad de 2-2y ½, el niño no sabe que él existe como algo distinto al
resto del mundo.
Por ejemplo, cuando a los seis meses en la cuna, extiende la mano y toma el
sonajero, él no se da cuenta de que él es un ser independiente del sonajero.
A los 2- 2 años y ½, se da cuenta: Él está “aquí” y el sonajero está “allí”, él no
es el sonajero y el sonajero no es él.
Ha descubierto a su yo, se ha descubierto a si mismo, y al sonajero como “lo
otro”.
A partir de ese momento crucial, necesita afianzar, dar seguridad a ese yo recién
descubierto (edad de la obstinación).
Desde ese momento, nuestro relacionarnos con el mundo intenta ese
afianzamiento del yo: Queremos ser respetados, queridos, reconocidos,
regalados, tenidos en cuenta (…).

Un día descubre, a manera de un relámpago, el hecho de la muerte.


Lo descubre en otros: el perro de la casa, la gaviota en la playa, están inertes y
no se moverán.
Inconscientemente, del morir del otro (el perro, la gaviota), pasa a sentirse él
mismo amenazado por el morir (él, ese yo que acaba de descubrirse).
Se acaba de descubrir como individualidad- como un individuo distinto a todos
los otros-, y en pleno proceso de afianzamiento, su individualidad, recién
descubierta, se ve amenazada.
En adelante, paralelamente al proceso de afianzamiento, irá procesándose este
“miedo a la pérdida de sí mismo”.

Pero, ¿qué será de esta cuestión de la pérdida, si he vaciado mi mente


de programaciones!
Todo “está ya perdido”, no hay que temer entonces pérdida alguna.
En situación de Amor, habíamos dicho, somos “nada de
programaciones”, todo pérdida.
“Perder” significa etimológicamente “darlo todo”, “dar absolutamente”
(“der” es la deformación de dar y “per” significa absolutamente).
En situación de Amor, ya lo habíamos dado todo(la dación).
Así que, en situación de Amor, si tenemos suerte, no temeremos
pérdida alguna, es decir, muerte alguna.

II

68
Dios

La señora está gravemente enferma, con final incierto y quizá


próximo.
Tiene tres hijos.
Pedro va a la iglesia de la familia, se arrodilla y pide a Dios que le
salve a su madre.
Juan, también en la iglesia, de rodillas expresa: “hágase tu
voluntad”.
Carolina nunca ha ido a la iglesia y sin embargo, angustiada como
está, busca el silencio y la quietud, sentada junto a sus hermanos.
Relajada físicamente, cierra los ojos y al rato, una profunda
serenidad la totaliza.
Su rostro se distiende y dirá luego: “he encontrado la paz”.

Pedro y Juan, aunque con palabras distintas, han buscado a Dios como
entidad, convocándola en torno al destino de su madre.
Carolina no se relacionó con entidad alguna, no pidió salvación de la muerte para
su madre.
Ella sólo buscó un clima de silencio y quietud, para poder encontrar la paz, como
ella misma dijo.

Lo que importa destacar aquí, en relación a lo que hemos venido diciendo, es


que la conducta de Carolina tiene que ver con “el camino del Ser”
(aunque la Carolina del relato nada sepa al respecto).
Lo que hemos venido planteando es que la mente aquietada, vaciada de
programaciones, fluye en tanto “no hagamos nada con ella”… ni un solo
movimiento mental, sean éstos juicios, recuerdos, imaginaciones…
Fluye unitariamente, no fragmentada: No fragmentada en un yo que se separa
de ella, para configurarse por ejemplo en juzgador, y en la “otra mente” que, por
ejemplo, ha tenido un deseo de los llamados indebidos.
Fluimos como un ser total: Somos un bote que corre por las aguas del río,
conociendo los riscos, la costa, los saltos del agua.
Es la conciencia plena, que en tanto plena, no tiene a sus espaldas,
balconeándola, a “otra conciencia” que la juzga, por ejemplo.
Esta mente fluyente, que va conociendo el ser de sí misma, auto-observándose
en sus vueltas y revueltas, verá lo que verá, descubrirá lo que descubrirá:
Encontrará su pensar, su sentir… los elaborará.
¿Por qué “podrá ver lo que verá” y “podrá descubrir lo que descubrirá”?
Porque no ha intervenido la elaboración del “yo como configuración aparte”.

69
La mente, por ejemplo, podrá conocer su propio temor, pero para conocer su
propio temor, es decir el ser de su temor, no habrá de intervenir
conflictivamente, por ejemplo, la programación “no hay que temer a nada ni ha
nadie”.
Porque entonces, de esa conflictividad, la mente se perturbará y no podrá ver el
deseo “en su ser”: lo verá “en su conflictividad” con la programación del deber
ser.
Así pasará con los temores de la mente, como con sus deseos, sus inquietudes,
sus ambiciones (…).

Nacerá, entonces de aquel aquietamiento y sus efectos, un pensar nuevo,


liberador: Veo, siento, actúo.

¿Por qué, con el aquietamiento de la mente, no hay conflicto entre el


ver (comprender) y el sentir?

Alguien podría decir: “Pero, usted puede comprender algo, y sin embargo, seguir
sintiendo en oposición a esa comprensión. Por ejemplo, usted puede ver que esa
mujer deseada está emparejada monogámicamente, y sin embargo, seguir
sintiendo deseos por ella…”.

Eso pasará si, al “ver” de la mente, le acompaña la intervención del yo y


sus programaciones instintivas (el deseo).
Pero, si usted ha aquietado la mente, el yo y su programación instintiva
corren, junto al bote, y ya no son más lastre “que tira para si”, es decir,
para seguir deseando.

Al desear a una mujer monogámicamente emparejada, podría pasar –pasa-, que


a pesar de verlo, siga deseándola y quiera insistir…
Ése es el momento en que, estando alerta, aquietaré mi mente y el yo, por ese
aquietamiento, deje de configurarse en su programación instintiva del deseo.
Claro que este “estar alerta” y no hacer un solo movimiento mental para aquietar
la mente, necesita que queramos hacerlo… que seamos lo suficientemente serios
para ver un mundo destruido en sus conflictividades y estar dispuestos, en lo
que nos toca, a hacer el afrontamiento.
Cuando luego lamentemos que el mundo esté en guerra –en las guerras
“bélicas”, militares, y las guerras psicológico-sociales de todos los días-, quizás
nos preguntemos si hemos sido suficientemente serios o no.
(Aclaremos que esto no es moralizar, sino simplemente ver si somos
suficientemente serios o no lo somos).

Carolina, en el silencio y la quietud de la iglesia, encontró quizás la paz.


En el numeral 2, vimos el proceso de hechos que se da en virtud del
aquietamiento de la mente.

70
Hay un parentesco entre la actitud de Carolina y el “camino del ser” que
planteamos en este libro.

El problema se presenta si queremos ponerle nombre…


¿Queremos llamar a la vivencia del “encuentro con el Ser” que hemos venido
planteando, “vivencia de Dios”?
Al fin y al cabo, Dios es lo inefable. Es energía nueva, Amor, lo Descondicionado,
Libertad.
Así que, si queremos ponerle nombre, podremos llamarlo, quizás, Dios.
En verdad, esta “cuestión de nombres” no me preocupa, no me parece
relevante.
Lo relevante es ese “proceso de hechos” de que hemos hablado.

Sí me parece que nada tiene que ver esta vivencia del Ser, al que aceptaría que
alguien que quisiera lo llamara Dios, con la actitud de Pedro y de Juan. Ellos
convocaron a Dios como entidad.

71
III

El aplauso

Hace muchos años, en una entrevista a una muy conocida actriz teatral, ella
manifestó algo así como esto:

“Nosotros- se refería a los actores y


actrices en general- necesitamos del
aplauso… no sé qué me pasaría si no
fuera aplaudida…”

Acompañaba estas palabras con gestos de gran expresividad, correspondientes a


esa necesidad afectiva que sentía.

Lo expresado por la actriz me sorprendió.


Recuerdo que me pregunté cómo es que no le bastaba ejercer el bellísimo acto
del arte teatral.
Esto, al punto que llegó a expresar: “Si no me aplauden, me encuentro en un
gran vacío de angustia”.

¿En un vacío de angustia, quien ha tenido la fortuna y el mérito de


poder meterse en un arte como el teatro!
Era así: No le bastaba el ejercicio del arte, necesitaba del
reconocimiento

Una noche asistí a una obra teatral.


Eran tales el frío y la lluvia, que éramos pocos los espectadores –no
más de quince-.
La platea no era frontal, sino que rodeaba al escenario.
Todo en la obra fue relevante.
Por otro lado, ya de mucho antes, por una larga elaboración a
partir de aquella entrevista que describí, yo había decidido no
aplaudir a los artistas en vivo.
Así que la obra me conmovió, permanecí en silencio, casi inmóvil al
terminar… y no aplaudí.
Recuerdo que al retirarme, y todavía conmovido, al pasar junto a
uno de los actores, apenas entreparándome y sin palabras, le tomé
del brazo por un segundo.
Al otro día, un amigo, que sin ser actor pertenecía al grupo teatral,
me llamó por teléfono: “No sabés el lío que armaste… eran tan
pocos los espectadores, que se dieron cuenta de que no los
aplaudías… y se preguntaban por qué… estaban
preocupados.”

72
Así que ahora, no era uno, como aquella actriz teatral, sino que eran varios los
que se “alarmaban” por la falta de ese reconocimiento estereotipado llamado
aplauso.

Esto se inscribe en el contexto de este libro.

El actor hace su arte, y su mente, metida en el fluir de la obra, fluye también, al


representar al personaje.
El yo está metido en ese fluir, disuelto, y sólo interviene como “yo operativo”:
recordar el libreto, dirigir los movimientos en algunos casos.
Es decir, el yo del actor no se separa de la actividad mental toda, no tiene
espacio ni tiempo para descolgarse y juzgar… porque todo es representación del
personaje, y salvo excepciones – algún momento especial, por ejemplo-, no hay
cabida para ese yo y sus programaciones.
Éstas no lo requieren, no “tiran para sí”, fluyen en el fluir total, no se han vuelto
apegos.

Pero, cuando la obra representada termina, el actor ya no es más el personaje.


Como actor, no como el personaje de la obra, saluda, y el yo mundano, el yo
histórico, portador de programaciones, se separa del fluir de la mente:

“Necesito que me aplaudan”


“A ver si me aplauden, y cuántos…”
“¿Les habrá gustado?”
“¿Fue un éxito?”

Tanto es así que las programaciones emocionales se vuelven “exigencia hasta la


angustia”.

(Aclaro que no estoy en contra del aplauso, sólo cuestiono


–y nada más que cuestiono-, la necesidad del aplauso, la autoexigencia de
ser aplaudido)

A un hombre con la mente quieta, no perturbada por programaciones fijas, que


vivencia la realidad en el sentido de este libro, sin el circo de las emociones
programadas;con una mente así, le basta con
guiar la clase, si es docente;
pintar, si es pintor;
jugar al fútbol, si es futbolista;
representar la escena teatral, si es actor.

73
El año pasado, en el 2004, fui a ver una obra teatral, un clásico
griego.
Termina la representación, se apagan las luces del escenario (no
había telón).
El público esperó y esperó. En vano.
Nadie salió a saludar.
El público quedó sentado y quieto, desconcertado, como si
pensaran: “si no salen a saludar, ¿qué hacemos?”.

Al final, despacio, se fueron moviendo y salieron.

Yo no podía creer lo que veía. Por primera vez, la ausencia del saludo de los
actores correspondía a la omisión de aplauso.
A estos dos actores les bastó su arte, no querían reconocimiento, dejaron al
público solo y en silencio, como diciéndoles:
“Quédense en silencio,
mediten acerca de lo
que ha pasado aquí”.

Estoy seguro de que tampoco, al otro día, fueron a leer las críticas de los
diarios…

Al fin una señal de Amor, de Descondicionamiento, de Libertad.

Alguien podría decir a manera de objeción: “¿Y qué del público! ¡Acaso no
cuenta! ¡No tiene derecho a expresarse!”

Dije antes que no estoy en contra del aplauso, no lo descalifico, no lo descarto.


Sí pregunto: ¿Es que todas las personas del público habrán de expresarse de la
misma manera, estereotipadamente?

Esta secuencia responde a una “programación de identificación”, que se aprende


por imitación, no es creativa.
Se vuelve una muletilla, un “tic” prolongado, una respuesta refleja.

En la sala “Vaz Ferreira” de la Biblioteca Nacional, en el intervalo de


un concierto, un funcionario entró a arreglar los atriles.
A los pocos pasos que el hombre dio, se disparó una salva de
aplausos, en tanto lo confundieron con no sé quién de los músicos.
Creo que el relato basta.

En el ambiente musical, se cuentan las “salidas” del concertista o


del director de orquesta o del cantante.
Es un ritual sorprendente: El hombre es aplaudido, saluda al público
con una inclinación, se retira y ¡espera detrás del cortinado! Si el
aplauso continúa, sale y vuelve a darse la secuencia.

74
Donnizzetti, en el estreno de una de sus óperas, “salió” treinta y
siete veces, “salidas” estas que se cuentan como las aventuras de
Casanova (cuatro mil doscientas mujeres).

Éste, como otros rituales, ha de ser comprendido, y no estamos acá condenando,


menos aún ironizando.
¡Qué tiene que ver el ejercicio de un arte como el teatro o la música, con la
puesta en escena de un “show”!
De ninguna manera estamos negando el festejo, en el que la gente expande su
alegría.
Sólo que en los casos de marras:

• El festejo está estereotipado


• Se halaga al protagonista, con una caricia prolongada a su
yo, quien programadamente “monta” este circo de emociones.
• Ya vimos la frustración, hecha casi angustia, de aquella actriz que expresó
nada más que la posibilidad de no ser aplaudida.
• Ni hablemos de los adjetivos, acumulados casi grotescamente en las críticas,
ya de los espectadores, ya de algunos críticos especializados.
• El aplauso, hecho de esta manera, va dirigido al protagonista.
¡Y qué de la comunicación del público con el “espírtu de la obra de arte”!

En el relato, hecho más arriba, de la representación teatral de un clásico griego,


los artistas que no salieron a ser aplaudidos, en ésta, su omisión de salida, le
estaban diciendo a la gente:

“Ejercimos el arte para ustedes. Nada importa respecto a


quién escribió la obra o quién la escenifica. Importa su
espíritu: Si ustedes hacen silencio, podrán meditar sobre
la obra y “hacerse uno” con su espíritu, vivenciándolo.”

Si esto se respeta, entonces, ¡bienvenidos los festejos!


Pero, en la mayoría de los casos, se trata del acto de identificación, el cual,
como hemos visto en este trabajo, corresponde precisamente al momento en
que el yo se configura como juzgador –porque si no juzga ¡cómo se identifica!-.
Ya hemos visto toda la conflictividad que se desencadena a partir de ese
momento en que el yo se configura aparte de la mente, saliéndose de ella, para
observarla y juzgarla.
En el caso que estamos viendo, se identifica el público con el protagonista, como
si dijera: “te reconozco como grande, y como estoy contigo, yo me vuelvo
grande”.
(Al fin y al cabo, es difícil andar por el mundo “desnudo”, solo, sin grupos o
partidos o parejas o padres o hijos o amigos… con quienes identificarse)
También la identificación del protagonista con la grandeza, haciéndose uno con
ella, se refuerza con el aplauso, y en un juego que no llega a ser perverso
porque no es intencional, se inclina, agradece, se va...y se va pensando: “¿Me
“llamarán de nuevo?”

75
IV

Mediaciones

El tío va la casa de su sobrino de ocho años.


Cuando está por salir, su esposa le dice: “¿vas a llevar algo, no? no
podés ir con las manos vacías”.

…Como si las manos pudiesen estar vacías, siquiera una vez en la vida…
No lo están.
Las manos, como los ojos, como la piel, están “llenos” de vida, de las cosas del
mundo que han tocado y que han visto, de las personas que han acariciado, de
la materia prima que han trabajado.

Estoy empezando a relacionarme amorosamente con una mujer.


Un amigo me necesita.
Mi nieto se acurruca en mis brazos.

En un momento dado, acaricio el pelo de la mujer.


Apenas toco el mentón del amigo, con un golpecito-caricia.
Sonrío y acaricio la cara de mi nieto.

¿Puede imaginarse que haya regalo que alcance la calidad y la calidez de esas
manos mías!

Nada hay propuesto aquí contra los regalos.


Al fin y al cabo, “regalar” está etimológicamente conectado con la idea de
“festejar, divertirse en compañía”.

Sólo cuestionamos la programación ideológico-emocional, que hace del


regalo una exigencia, un apego, una adherencia mental y psicológica.
Por otra parte, ¿no constituye, el cuerpo y su presencia en sí mismo, un
festejo en compañía!

Está claro, sin embargo de todo esto que dijimos, que las cosas-las que yo
acerco al niño o al adulto, a manera de regalo-, constituyen el mundo en el que
ellos se mueven, con las cuales crecen.
En el mundo de los niños especialmente, las cosas son “estímulo de fantasías” y
“el mundo de lo imaginario”.

Así que ¡bienvenidos los regalos para adultos y niños!

76
No son bienvenidas, en cambio, la exigencia y la autoexigencia de
regalar.

El símil puede sernos útil.


¿Qué es lo que establecería el límite entre un hombre sexualmente perverso y un
hombre con rica cultura erótica?
Quizás, la frontera esté en que esa rica cultura erótica se haga autoexigencia,
mental y psicológicamente, cuando la conducta es perversa.

La exigencia del “nunca con las manos vacías” sería, siguiendo con el símil, una
desviación del acto de regalar.
Como es una desviación, lo que señala la clave de la anécdota siguiente:

El hijo estaba enfermo y el médico lo auscultaba en la cama.


El padre, a unos pasos, miraba la escena.
Al auscultar al chiquilín, el médico acerca su oído a la espalda y
queda mirando el panorama del dormitorio.
De pronto, le pregunta al padre: “¿Es usted fabricante o importador
de juguetes?”.
Se rieron ambos.

Este relato me lo hizo ese padre, cuando el hijo tenía ya diez y ocho años y me
vino a consultar por problemas en el aprendizaje del muchacho.
Recuerdo que después del relato, me dijo algo como esto: “yo fui el culpable…
siempre le regalé de todo y demasiado”.

Así que nada sustituirá ni opacará a la comunicación personal: el


abrazo, el beso, el levantar al niño, el sentarse en el suelo a jugar con
él, el tirarse en el piso para que él, tomándonos a manera de caballo, se
monte sobre nosotros (…)
Cuando la mediatización se vuelve exigencia, entonces en la exigencia
está el apego, y en el apego, la desviación.
“Apego” para el que regala, que no puede llegar con las manos vacías,
y “apego” para el regalado, que esperará inevitablemente al objeto.

Está claro que un exceso de besos, abrazos y caricias, podrán constituir también
un apego.

77
V

¿Prescripciones?

Supongamos que deseo a una mujer vinculada a un hombre en pareja


monogámica.
Ése, en ese momento, es el ser de mi mente: Mi mente es deseo por esa mujer.

Resulta que soy cristiano y conozco la prescripción: “no desearás a la mujer de


otro”.
La prescripción constituye el “deber ser”, que se explicita en contra del “ser
de mi mente”: deseo a esa mujer pero no debo desearla.

El planteo de esta oposición dramática, y en algunos casos trágica, permite una


alternativa: Atender al “ser de mi mente”, a “mi ser deseoso de una mujer
ajena”, sin interponer el “deber ser”.

¿Cómo lo hago?
“Veo” al ser de mi mente.
“Ver” significa atender a mi deseo, sin juzgarlo, ni positiva ni
negativamente, ya que “juzgarlo” sería atender a la prescripción, al deber
ser(juzgo según la prescripción, a favor o en contra).
“Veo” cómo funciona el deseo, todas sus vueltas y revueltas, sus efectos, cómo
se gesta el conflicto entre mi deseo y la palabra de monogamia dada por la
mujer a su pareja. Todo ello sin juzgar.

En ese “ver” se descarga mi mente de la programación instintiva del deseo y


entro en “situación de Amor”, es decir, de no condicionamiento por aquella
programación.
Que las programaciones se descarguen significa que desaparecen: Al no haber
un yo juzgador, las programaciones no quedan atadas, requeridas. Porque para
estar atadas, necesitan un yo al que atarse, y ya vimos que no hay yo (porque el
yo se erige, se configura, por el acto de juzgar).
Necesitamos que haya un yo configurado, que haga valer su programación (“no
desearás a la mujer ajena”), que la requiera como propia.
Entonces, sólo está mi mente fluyendo con su deseo, y en ese fluir, como el
lastre de un río que fluye, la programación del deseo transita y se va.

Esto no es solo un planteo teórico.


Así, si lo hacemos, sucede en la realidad.
Decir que “no es posible” de antemano, eso sí es sólo un planteo
teórico.

Es fácil comprender que cuando se trata de “poner orden” en un grupo social, el


prescribir mandamientos es viable y hasta de una presunta utilidad.
De manera que, sin embargo del planteo de nuestra alternativa, esta función de
utilidad pública no es descartable

78
VI

Emigrar: Una conducta evitatoria

Una conducta evitatoria consiste en atender, intensa e insistentemente


a un objeto, con el fin de no afrontar otro objeto (sea ese fin, conciente
o inconsciente).

Presto excesivo cuidado a la ropa que uso y a la apariencia


corporal, y en tanto mi atención se ve totalizada por ese
atildamiento, no afronto a lo que también debiera atender: mi vida
psíquica, “interior”, o como se le llame.

El paciente psiquiátrico ritualiza su entrada al consultorio, vigilando


obsesivamente si alguien lo ve entrar, porque quiere cuidar su
imagen ante el mundo.
No afronta, así, su propio temor, el de la imagen que él tiene de sí
mismo –y no lo afronta, porque quiere, para sí, la imagen de
solvencia, seguridad e integración mental-.
(Tomado de “Psiquiatría para no creyentes”, del
Dr Enrique Probst )

Celo a mi pareja con otro hombre, atribuyéndole a ella el ser


atraída por ese tercero.
Evito, así, el riesgo de llegar a ver que es a mí mismo a quien ese
hombre ha atraído –todo lo que yo pudiera sentir por tendencias
homosexuales inconcientes, “se lo paso” a ella-.

La emigración actual, tal como es explicada por muchos de los emigrantes, se


debe a que no encuentran acá satisfacción a sus necesidades materiales, y
tienen expectativas de hallarla en países más desarrollados.
Claro que habría que ver si esas “necesidades materiales insatisfechas” son de
urgencia, inmediatas, elementales para una vida digna. O si no lo son tanto.
Quizás, algunos emigren para tener automóvil, casa propia y todo lo que
constituye el “estatus de una vida acomodada”.

Lo que sigue tiene que ver con este tipo de emigrante y no con el que se va para
evitar la pobreza.
“Emigrar” es una conducta evitatoria cuando el emigrante atiende al estatus
mencionado antes, y por ello, evitaría atender a lo esencial: Protagonizar
una vida sencilla en cuanto a satisfacción de necesidades materiales, y
un relacionamiento de Amor con el mundo.

79
Epicuro, filósofo griego del siglo III aC decía: “un poco de agua, un poco de pan,
un poco de paja donde dormir, un poco de amigos”.

No importa mucho si cambiamos “poco” por “lo bastante” o “lo suficiente”.


O si adaptamos esta máxima de Epicuro a nuestro tiempo.
Importa el espíritu de lo dicho por Epicuro, y si esta concepción del “hombre
sencillo” no debiera ser tenida en cuenta, como pauta, por el emigrante y por
todos nosotros.
Podríamos decir: Qué necesitamos realmente, para una vida sencilla, más que
una cama donde dormir, una mesa donde apoyar, un fogón para cocinar, calor
para el invierno, piernas para caminar (…).
Esta “pauta para un hombre sencillo” apunta a que esto, y sólo esto, es
indispensable, si atendemos a una realidad que nos exija vivir como un hombre
sencillo.

Un psicólogo infantil le proponía, a una pareja de padres con un


hijo de un año y medio, más o menos lo siguiente: “Hasta que
cumplan los
dos años, que siempre tenga a uno de sus dos padres junto a él”.
Y agregaba –recuerdo que con un tono a la vez amoroso y enfático-
: “Sólo les pido dos años… nada más que dos años… si es
necesario, suspendan el uso del automóvil, los viajes, cualquier
cosa superflua…”.

Era la “pauta del hombre sencillo”…

Vista esta cuestión de las conductas evitatorias aplicada al acto de emigrar, en la


perspectiva de nuestro camino del ser, diremos: De lo que se trata es de tener
“deseos-puro movimiento hacia” en lugar de “deseos- logro”.
El logro deja su lugar al descubrir y no se vuelve exigencia.

Así que la distinción entre lo que es esencial y lo que no lo es,


constituye la clave para este tema de la conducta de emigrar-, así que
lo esencial es muy poco en el ámbito de las necesidades materiales, y
es muy mucho en lo que tiene que ver con el acto de descubrir, como
clave de nuestro relacionamiento con el mundo.

80
VII

“Sintiéndome inquieto por los apegos del yo”

Existencia y consistencia

Me sentía inquieto, malamente inquieto… insatisfecho,


desapacible… como en estado de espera.
Incluso, llegué a preguntarme (y no fue la única vez): “¿Por qué,
para qué, todo esto que hago, día a día, hora tras hora?”

Es decir, no me bastaba con existir.


Me preguntaba por hechos, conductas, valores, que le dieran autenticidad a mi
existencia.
Al preguntarme acerca del por qué y del para qué de mi existencia, me
preguntaba en qué consiste una verdadera existencia, qué cosas son las
que hacen que una existencia sea verdadera.

En realidad, mi inquietud y mi desapacibilidad no tenían nada que ver con mi


existir.
Tenían que ver con mi yo y sus apegos (programaciones del yo que se vuelven
exigentes y “tiran para si”-ya lo hemos visto-).
El yo consiste en sus programaciones, está constituido por ellas.
Cuando las programaciones se vuelven apegos, “tiran para si” y configuran al yo
separado del fluir de la mente toda… es entonces que me siento inquieto y
desapacible.

Esto que acabamos de plantear refiere al tema de la consistencia (el yo


consiste en sus programaciones).

El existir de cada uno, en cambio, es precisamente el que corresponde a una


mente que fluye, y fluyendo en ella, aquellas programaciones (éstas no se han
vuelto apegos, no han configurado a un yo separado de aquel fluir).
Esa mente fluyente es totalidad: siéndolo, no se pregunta en qué consiste el
auténtico existir, ya que no hay nada aparte de esa totalidad –no puede haber
nada más, aparte de la totalidad-.
Sólo existe, y existir es eso: ser totalidad, y siéndolo, todo lo abarca, nada hay
fuera de ella en que ella pueda consistir.
(Es por eso que no tiene sentido preguntarse en qué consiste mi existencia)

Una mujer me atrae, nos citamos y voy a encontrarme con ella.

81
Mi mente, totalidad y presente, fluye, vivenciando la atracción por
ella.
En ese momento de la atracción, mi mente es atracción.
Mientras voy caminando a la cita, en este existir totalizador, pura
vivencia, no me pregunto qué estoy haciendo.
De pronto, aparece un pensamiento que corresponde a la
programación “búsqueda del éxito”/ “miedo al fracaso”.
La mente fluyente, toda atracción, toda vivencia de esa atracción,
se fragmenta, al preguntarme “¿y si fracaso?” (pensamiento).
En seguida, siento temor por el posible fracaso (emoción).
Entonces, proyecto una táctica para asegurarme la seducción
(pensamiento-proyecto).

La vivencia de la mente fluyente deja de ser vivencia, ante la fragmentación de


la mente.
Ésta ya no es más totalidad: Es, por un lado, la atracción por la mujer, y por
otro, un yo que se pregunta, siente y proyecta en torno a la relación con la
mujer.

Es a esta fragmentación que corresponden las posibles inquietudes,


desapacibilidades y temores.
Antes de la fragmentación -aparición de las programaciones del yo-,
había puro existir, un existir vivenciador, que no se pregunta de qué
depende (en qué consiste).
En cuanto adviene la fragmentación y una parte de la mente se separa
configurando al yo, es precisamente el yo configurado, no disuelto en el
fluir de la mente, el que se hace preguntas y todo lo demás en torno al
posible fracaso.

Así que, solamente una mente fragmentada es la que se pregunta cómo


ser auténticamente –y se lo pregunta porque, en tanto está
fragmentada, ya “no tiene existencia”-.

82
VIII

“Descubrir” en lugar de “lograr”


“Efectos” en lugar de “objetivos”
El acto de asumir

Si alguien me preguntara: “Dígame en pocas palabras, de qué trata este libro”,


yo le contestaría: “lo del título de este apartado es una de las claves, entre
otras”.

En los relacionamientos con el mundo, el deseo –motor


insoslayable en dichos relacionamientos-, será sólo “deseo-puro
movimiento hacia” el objeto de deseo. Y el “descubrimiento” será su
culminación: el descubrimiento de lo que sea, de lo que se dé, en ese
relacionamiento.

Esto significa, a su vez, que el deseo no será “deseo-logro”, es decir,


“logro de objetivos” (por eso, al deseo-logro lo llamamos también
deseo-objetivo).

Al ir descubriendo lo que sea, se irán dando “efectos” de esos


descubrimientos.

Me levanto de mañana. ¿Qué desayuno me espera?


Lo prepararé con lo que tenga en casa: pan de ayer cortado en
rebanadas, mate, y agregaré mermelada o miel, si las hay, o un
croissant calentito, si lo hay.

Así es mi desayuno, éste es “el ser de mi desayuno”, y eso es lo que descubro


que hay...y me basta.
No se trata de resignación.
Para mañana, dispondré de más cosas, si tengo tiempo y dinero para adquirirlas.
Y si hoy tuve sólo pan viejo y fue por desidia, enmendaré la desidia para
mañana… si es que puedo.
Hoy, descubrí que sólo tengo pan de ayer y descubrí mi desidia: ése es el “ser”
de mi desayuno hoy, y lo asumo.
Asumir implica constatar cuál es mi desayuno y ver qué transformaciones haré.
Así que si asumo, no resigno.

Perdí el ómnibus, llego tarde al liceo y veo a la distancia que el


director, a la entrada, está controlando.

Yo podría dar una vuelta y entrar por una puerta lateral.

83
Sin embargo, asumo el “ser de mi llegada tarde” y no busco refugios (en este
caso, “escurrir el bulto”).
Mi mente afronta la situación, sin el lastre de las “programaciones-apego del yo”:
“no perder puntos delante del director”, “no tener descuentos aunque sean
justificados” y otros.
La mente, no perturbada por esos apegos del yo, fluye afrontando.

Voy a clase sin el objetivo de “lograr una buena clase”.

“Daré la clase que daré”, y ése será el “ser de la clase dada”.


Supongamos que estoy dubitativo y cometo errores importantes.
Una mente “no apegada” no se siente herida o inferiorizada.
“Ve” que la clase fue mal preparada, lo asume. No hay en ello auto-
recriminación.

En el recreo de 20 minutos en la sala de profesores, un colega dice


algo como esto: “¿Saben lo que me hizo Pedro? Pidió para él las
clases que eran para mí… pero pueden creer lo que hizo ese…”

Si escucho esto que dijo el colega desde el yo –es decir, con mi yo juzgando,
en este caso a la conducta de Pedro, desde la programación “si alguien se
apropia de lo que le corresponde, es un…”-, entonces entro en un diálogo de
apegos.
Si en cambio escucho realmente lo que ha hecho Pedro, afronto la realidad de
lo sucedido, sin la intromisión del yo y sus programaciones.
Y entonces, la mente fluyendo quizás “verá” que calificar a Pedro con un insulto
es una simplificación que no permite comprender la totalidad personal de Pedro.
Por ejemplo, podríamos “ver” que esa ambición desmedida de Pedro deriva de la
carencia de amor que tuvo en su crianza. Es como si él dijera: “Me han dado tan
poco amor
de niño, que me he vuelto “esponja”, absorbiendo ahora todo lo que se me
pone a mano para compensar mi vacío de amor”.

La mente del colega que insultó a Pedro estaba fragmentada en dos: Una parte,
hacía valer la posesión de las clases que le correspondían a él, y otra parte de la
mente afrontaba la conducta despojadora de Pedro.
Si su mente no se hubiese fragmentado y hubiese fluido como un todo, habría
podido ver la realidad, el ser de la situación planteada: la carencia afectiva de
Pedro, su vacío de amor, y la necesidad de ponerle límites en tanto las clases no
le correspondian:

• Comprendo la conducta de Pedro.


• Comprendo a Pedro.
• No me siento ofendido por el despojo.
• Me doy cuento en la simplificación en que incurro con el insulto.
• (Quizás) Veo que a mí también me afecta una carencia afectiva similar a la de
Pedro (o de otro tipo).
• Le pongo límites a Pedro.

84
Si el colega hubiera podido ver la realidad contextual del despojo hecho por
Pedro, en una perspectiva personal de desapego, entonces, quizás las frases
iniciales con la que planteó el problema, podrían haber sido éstas:

“Ustedes sabrán que Pedro pidió,para él,


las clases que me corresponde a mí.
Me da dolor ver a Pedro tan ambicioso;
en el fondo, tan carente de amor…
Así que ahora hablaré con el director
para hacerle ver que esas clases son
mías… díganme, en cuanto a Pedro,
¿cómo podemos ayudarlo?”

85
PARTE VI

CINCO CASOS
CON UNA VISIÓN
INTEGRADORA
Y
UN ÚLTIMO TEMA
CENTRAL:
EL VAIVÉN

86
I

El aquietamiento de la mente y los celos

Un hombre está en su casa y padece una crisis de celos. De pronto,


se pregunta dónde estará su pareja.
Se le cruza la idea de que, precisamente en esos momentos, está
con otro hombre.

(No voy a describir aquí los detalles de esa posible crisis. Sí


sabemos que puede llegar al máximo de sufrimiento y
desesperación)

En medio de la crisis, el hombre decide aquietar su mente-que ha


sido el gran tema de este trabajo-.
Se sienta, lo más relajadamente que puede, y no hace un solo
movimiento mental.

¿Qué significa esto?

Deja de juzgar, deja de imaginar, desde su papel de pareja.


Toda su actividad mental fluye, unitariamente, con el yo disuelto en ese fluir.
Que el yo esté disuelto en el fluir de la mente, significa que no se ha configurado
aparte de la mente toda.
Precisamente, si ese hombre juzgara, estaría configurando al yo como una parte
de la mente que se separa de aquel fluir: tendríamos a una parte de la mente,
fragmentada, separada, como “yo juzgador”, en este caso.
Si no hace un solo movimiento mental, la crisis de los celos
desaparecerá.

¿Qué ha pasado?
Si el hombre juzga, el yo, configurado como yo juzgador, separado del resto de
la mente, se configura en sus programaciones: por ejemplo, para este caso, “la
pareja de uno será fiel”.

Supongamos que yo veo a las nubes, moviéndose en el cielo.


Supongamos, también, que yo tuviera poder suficiente para impedir el
movimiento de las nubes –por ejemplo, por una mágica “fuerza de atracción”-.
Eso es lo que hace el yo que juzga, como juzgaba el celoso de nuestro caso:

Al juzgar que la esposa debe serle fiel e


imaginar que no lo es, esta paralizando
esa programación,no le permite correr
con el fluir de la mente toda,
la programación queda aprisionada y perturba
el fluir de la mente.

87
Opuestamente, sin esa perturbación, la mente se aquieta y deja de sufrir.
Sus aguas corren libremente, no habrá más crisis de celos.
Aunque parezca mágico el decirlo, ya vimos que no lo es, en tanto su explicación
acaba de ser dada más arriba.
Este “liberarse de los celos” sucede así.

Y hay más todavía...

Hay otro fruto más allá de la desaparición de los celos: Nuestra mente ve la
realidad de otra manera.
Ha perdido sentido la idea de la fidelidad, porque ha perdido sentido la idea de la
posesión exclusiva.
La “realidad de pareja” se ve ahora, de una manera distinta: No tiene sentido
prometer y exigir fidelidad.

Alguien podría decir: “Así que usted, ahora, está planteando una nueva
programación… la de la pareja promiscua”.

Absolutamente no.
Se tratará de una mente sin programaciones, ni la de la posesión exclusiva ni la
de la promiscuidad.

“Y entonces, ¿cómo se maneja el individuo?”

Cuando la mente se ha aquietado vive el Amor, es decir, el


Descondicionamiento respecto a sus programaciones: ello hace que
una nueva energía, con la cual ver y concebir el mundo, nazca en
nuestro individuo.
Una mente así -en Amor- se relacionará amorosamente, es decir
descondicionadamente, sea cual sea el relacionamiento que genere.

Un diálogo aclarando dudas

--Pero, ese camino que usted plantea es imposible… cómo voy a dejar de lado
todas las programaciones que he aprendido… sería acabar con la cultura…

--No se trata de “acabar con las programaciones”. Se trata de verlas, conocerlas,


vivirlas… sin juzgarlas. Aceptar que son, constatar que están en nosotros,

88
conocer lo que son, cómo actúan, qué efectos tienen… sin aceptarlas ni
rechazarlas. Entonces, ya no se vuelven apegos, no afectan nuestra conducta.

--¿Me puede dar un ejemplo?

--¿Qué hago respecto a mis celos? Precisamente, no hacer nada… ni enojarme,


ni rechazarlos, ni estimularlos, ni perseguir al celado… nada. En cuanto mi mente
se aquieta y no hace nada de esto respecto a los celos, no les ofrezco
resistencia… fluyen… y al fluir ellos, mi mente, no perturbada por ellos, puede
comprender que los celos están conectados con la posesión… Pero solo puedo
ver esto, si mi mente está aquietada, calma, serena…

--¿Y entonces?

--Todo cambia y el vivir se vuelve libertad… Hágalo, y verá qué es lo que pasa en
usted…

--Y colorín colorado este cuento se ha acabado… y seré feliz para siempre…

--Nunca acaba. Las programaciones resurgen, reaparecen, nos sorprendemos a


nosotros mismos en el medio de una gran bataola de programaciones hechas
apego… Quien toma este camino no quiere ser feliz, si conoce el Amor…

--Y cuando las programaciones resurgen, ¿qué hacemos? ¿de qué sirvió todo lo
que hicimos antes…ese proceso de descondicionamiento, como usted lo llama…?

--En cuanto a qué hacer: estar alerta… y todo empieza de nuevo… el inevitable
vaivén… En cuanto a eso de servir, usted verá –así creo-, que en este camino,
llega el momento en que usted, más y más, se relaciona con el mundo con una
mente calma…y más y más se libera… es lo que llamamos “la 2ª Naturaleza”…

--¿Puedo serle franco…? Ese mundo que usted me pinta… me parece muy
aburrido.

--¿Le parece aburrido, por ejemplo, disfrutar del orgasmo con su pareja, sin
programaciones que afecten su mente? Por ejemplo, se acuesta con una mujer y
su mente aquietada no tiene el objetivo de tener placer…

--(Interrumpiendo)… ¿Y para qué voy entonces? Sería lo mismo acostarme con


ella, que ir al parque con ella, o al cine…

--Usted va a la cama con ella porque está atraído sexualmente por ella… y
genitalmente… entonces, va a la cama y no al cine. Así que ustedes dos se
relacionarán genitalmente en la cama… pero pase lo que pase, todo estará
bien… ¿No hay erección o no sube el deseo? Nada ha pasado. Usted no es un
medio para que ella tenga placer, y ella no es un medio para usted. Se han
relacionado sin objetivos de placer, en el sentido de exigencia, de expectativa…

89
Después de todo, de esto resulta la conflictividad que constituye las guerras
psicológicas, el usar al otro como medio…

--Pero ¡cómo va a ser “igual”! Es descabellado lo que usted dice…

--“Es igual” en cuanto a cómo afecta a los protagonistas… van a acostarse sólo
para descubrir al otro y descubrirse a si mismo en las relaciones sexuales y
genitales… “descubrir” precisamente implica “no anticipación”… si anticipo, logro,
no descubro…

--¿Y no es aburrido ir a la cama así?

--Beso y abrazo, a esa mujer… No dejo de hacer nada de lo que usted llama
“divertido”… sólo que si la excitación no sube, por ejemplo, y no llegamos al
orgasmo, eso es lo que hemos descubierto… y nada ha pasado… No lo veo
aburrido, lo veo “gozoso sin conflictividad”…

--¿Puedo hacerle el último “disparo”? Yo llamaría a eso resignación…

--¡Resignación! ¡Cómo va a ser resignación - renuncia al orgasmo -, si nunca me


he planteado el objetivo del orgasmo!.

90
II

Ante el insulto

Muy pocas palabras para este segundo caso, en tanto, el planteo es el mismo.
Cuando captamos la agresión del otro, puede pasar que yo la juzgue según la
programación “agresión vs. agresión”.
Si el yo se ha confiurado como separado de la mente, su programación requiere
una respuesta según ella misma, tiene que hacerse valer: es entonces que la
programación se vuelve apego.

Es ese requerimiento el que transforma a una programación en apego:


Si yo juzgo la situación del insulto según la programación, el acto de
juzgar es un requerimiento de la programación.

Sin el apego, la actividad mental podrá comprender al insulto en su contexto, ver


la realidad total del insulto, sus procesos causales, y entonces la respuesta podrá
ser distinta.

Llega el momento, quizás, en que la mente, así fluyente, vivencia el silencio, el


desapego, la libertad, el Amor, el Descondicionamieto.

91
III

Ante el amor perdido

El vaivén

“Cuando las penas quieren


atormentar mis horas,
y te encuentras a mi lado,
las penas no vuelven más,
pero si las mías se alejan
las tuyas siguen latiendo,
y le pregunto al silencio,
de dónde nace toda tu angustia,
dónde comienza tu soledad.

Qué nostalgia te atormenta,


qué pena te hace llorar,
son ecos que van latiendo
de algún pasado querer,
dejáme soñar contigo,
talvez yo alivie tu pena,
y quizás yo pueda borrar tu ayer.”

(“Dudas”, cantado por Jorge Cafrune, no aparece nombre del autor


de la letra)

Hemos estado en permanente relación personal, con un amigo, pareja, familiares


íntimos o cercanos. Incluso, en convivencia diaria.
Uno de ellos ya no está más: ha muerto, o se ha ido a residir tan lejos que
quizás nunca más lo vea.
Es un hecho: Esa separación duele, y es bien posible que durante un tiempo
estemos de duelo.

Extrañamos el contacto físico. O los paseos que hacíamos juntos. O nuestras


conversaciones. Y hasta llegamos a ver sus gestos y a oír sus palabras.
Ya no pasaremos por su casa, ni reiremos juntos, ni lloraremos juntos tampoco.

Es éste el “buen dolor”, la “buena tristeza”, la “sana nostalgia”, el “inocente


llanto”.

92
2

Y resulta que sé cómo “amarlo a la distancia”.


Reproduzco todo eso que extraño, lo pienso, lo imagino, “proyecto” nuevos
planes “para los dos”.

Pero, puede pasar –si no sé amar a la distancia-, que pase lo que canta Cafrune:
el “atormentar de las penas”, el “nacimiento de la angustia”, la “nostalgia que
atormenta”, la “pena que hace llorar”, el “inolvidable desengaño” con la “muerte
de las ilusiones”, los “abismos donde hundirse”.

Es lo que dice, en un reportaje, Enrique Santos Discépolo (Discepolín), el autor y


compositor de tangos:

Si las experiencias pasadas no afectaran


el amor presente – “amar sin pre-sentir”, ¡qué
felices podríamos ser!

No se trata aquí del “buen dolor”, de lo que podríamos llamar el “duelo normal”.
Se trata de la aniquilación de la vida presente, y todos conocemos la secuela que
suele generarse (después de lo dicho por Cafrune y Discepolín, no hay por qué
abundar en esto).

Esta conflictividad destructiva es la que afrontaremos con el


aquietamiento de la mente.

Esto del “dolor bueno” o del “dolor malo” (conflictividad destructiva), es una de
las caras que presenta esta situación del amor perdido.

La otra cara es lo que llamaremos “disfrute por el regodeo de lo que fue


placenteramente vivido”.

Nos enamoramos y llegó el momento en que comprendimos que


debíamos separarnos.
Así que estoy yo, con mi “dolor bueno” a cuestas.
De noche, antes de dormir o mientras me voy durmiendo, me
complazco en recordar y hacer imágenes de nuestros encuentros
vividos, de abrazos, de sonrisas intercambiadas, de gestos y de
palabras.
(Todos conocemos de esta historia)

93
4

Alguien que pudiera no interpretar en sus justos términos lo esencial de este


trabajo, podría decirnos:
“Pero, ¿no está el yo y sus programaciones interviniendo en ese regodeo con el
pasado? ¿No es, acaso, la manifestación de un apego, originado en las
grabaciones de los encuentros con aquella mujer?

Veámoslo.

El placer vivido ahora por mi, al reproducir en recuerdos e imágenes lo vivido en


el pasado, corresponde al capítulo del “placer”, que nunca fue negado en el
desarrollo de este trabajo.
“Nada hay aquí contra el placer” –dijimos en varias ocasiones-.

Es cuando el placer se vuelve exigencia que se genera el apego.


El ser de mi mente, en estos momentos de “regodeo”, es el placer.
Nada hay contra ello.

En medio de ese fluir placentero del regodeo, una programación aparece “tirando
para sí” y clamando:

“lo que viví con esa mujer debe continuar, mañana la llamaré para
que, de cualquier manera, volvamos a estar juntos”.

(Programación de “amor posesivo y a perdurar”)

¿Qué ha pasado?

El “yo complacido” iba navegando en el fluir de la mente, cuando de pronto


“salta” del fluir, se encarama sobre uno de los bordes del fluir, y juzga según la
programación antedicha.
Cuando el yo “salta”, configurándose en “yo aparte” del fluir de la mente, ésta
queda fragmentada en dos: la mente que recuerda e imagina placenteramente lo
vivido en el pasado y la mente que, configurada en “yo aparte”, tira para sí
clamando por sus “derechos”.

Ya se instauró la conflictividad.

Este pasaje, de la mente que fluía unitariamente, a la mente ahora fragmentada,


constituye el inevitable vaivén del ser de la mente.
Enseguida, veremos más de este vaivén.

94
6

Aclaremos de otro modo lo que quisimos decir.

Ese momento en que el yo se configura aparte del fluir, fragmentándose


entonces la mente y naciendo la conflictividad, ese momento, constituye el ser
de nuestra mente.

Una posibilidad sería que lo negáramos, proceso opuesto al del aquietamiento.


Cuando mi estar alerta detecta que la mente se fragmentó por la configuración
de un yo aparte del fluir, puedo emitir juicios de negación, explícitamente o
que subyacen a expresiones tales como:
“¡Qué barbaridad!”
“¡Otra vez el yo haciendo de las suyas!”

Otra posibilidad es que, una vez detectada la configuración del yo por mi estar
alerta, en lugar de emitir juicios de negación, no hiciera un solo movimiento
mental.
Ello constituiría inmediatamente el aquietamiento de la mente, otra vez.
En cambio, en la primera posibilidad, la emisión de juicios fortalece al yo
configurado, y por lo tanto, en lugar de aquietamiento, tenemos a la mente
fragmentada otra vez.
No olvidemos que lo que caracteriza al yo configurado es, precisamente, “hacer
movimientos mentales”: emitir juicios, decidir, proyectar. Ésa es su esencia.
Si en cambio, “nada hacemos mentalmente”, el yo vuelve al fluir aquietado, en
tanto se disuelve precisamente al no haber “movimientos mentales”.

Esa noche, antes de dormir, entonces, disfruté del regodeo. Quedé


dormido.
A la mañana siguiente, mientras desayuno, me siento desapacible,
inquieto, molesto, hasta agresivo.

Mi estar alerta detecta qué está pasando: las programaciones en torno al “amor
posesivo y a perdurar” están perturbándome.
Recomienza, entonces, el proceso de auto-corrección:

Afronto ese malestar aquietando la mente, es decir, no juzgando respecto a la


programación que ha aparecido.
Entonces, pasa lo que dijimos más arriba: la disolución del yo configurado y su
pasaje al fluir de la mente.

Lo importante de este proceso de auto-corrección es lo siguiente:

El vaivén no tiene fin: del aquietamiento de la mente a la configuración del yo


aparte, fragmentándose la mente.

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La perfección no está en “quedarnos” siempre en uno de los polos: el del
aquietamiento.
La perfección –en el sentido etimológico: “perfecto” quiere decir “lo que es”-,
está precisamente en que el vaivén es, el vaivén es el ser de nuestra mente.

El vaivén exige, entonces, que al darse el polo de la configuración del


yo (desaquietamiento de la mente), el proceso de auto-corrección con
el que se restablece el vaivén, sea el que planteamos: no hacer nada
mentalmente, que es lo mismo que decir, aquietar la mente.

Supongamos que en el momento de la configuración del yo en una de


sus programaciones, yo condenara a dicha configuración, porque ha des-
aquietado a la mente, con un pensamiento como por ejemplo: “si deseo a una
mujer, será mía”, o “es malo esto de perder la quietud de la mente”.

Este juicio que condena al des-aquietamiento, precisamente lo fortalece (porque


juzgar es des-aquietar a la mente).
Y al ser fortalecido, el des-aquietamiento quedó “agarrado” por el fortalecimiento
mismo.
Así, se demora o entorpece el restablecimiento del vaivén, es decir, la vuelta al
aquietamiento.

Si en cambio, en el momento de la configuración del yo


(desaquietamiento), no hago ningún movimiento mental-por ejemplo,
no juzgo-, el no hacer ningún movimiento genera precisamente el
aquietamiento de la mente. Por lo tanto, se restablece el vaivén, sin demora o
interrupción.

96
IV

En el momento del amor físico

Otra vez el vaivén

Cuando estamos excitados sensualmente, la mente no está aquietada.


En el momento en que beso, abrazo y nos estrechamos, mi mente está
chisporroteando.
No es el momento de “ver”, es el de “tener placer físico”.

Las programaciones operativas de los instintos están en su máxima expresión:


todo el proceso de los pequeños mecanismos que componen el besar, el abrazar.

Pero no son sólo las programaciones operativas. Mi yo se plantea objetivos de


logros concretos: quiero que la mujer goce, quiero yo gozar, quiero llegar al
orgasmo.

Todo esto constituye lo que llamamos “el yo expandiéndose en situación de


placer”.

¿Cómo es posible hablar del “aquietamiento de la mente”, si estamos en plena


“expansión del yo”?

La respuesta, otra vez, reside en que se trata del vaivén, que se ha vuelto
ya nuestra “2ª Naturaleza” (ver ese Apartado).

Mi mente afronta el relacionamiento físico, placentero, con la mujer. Ello sucede


en el momento del “ir en el vaivén”, en un contexto en que precisamente no
quedaremos agarrados en ese “ir” para perdurarlo.
Porque el agarrar y la perduración del agarramiento ya no están más en la 2ª
Naturaleza.
Hice lo que hice, en el proceso de disfrute físico (expansión del yo en el placer).
Llegará el momento del “venir en el vaivén” y el yo se disolverá.

“Expansión del yo” y “disolución del yo” son los momentos (polos) del
vaivén, con que se mueve nuestra 2ª Naturaleza.

97
V

Separación de pareja

Un caso ejemplar para la auto-observación de la actividad mental y del yo en su


proceso de auto-afianzamiento

El hombre y la mujer, después de muchos años de convivencia y de


quererse realmente, decidieron separarse. Fue de mutuo acuerdo y
en una actitud armoniosa.
(Lo que sigue tiene que ver con lo vivido por uno de los miembros
de la pareja)
La separación fue asumida (ver la diferencia entre “aceptar” y
“asumir”).
Dicho de otra manera y siempre en este contexto: La mente afronta
la separación a la manera de “ancho mar”, en lo que hemos
llamado aquietamiento mental.
Como fue explicado en esta misma parte, se dio el “inevitable
vaivén”. Veamos sus aconteceres.
La separación había sido comprendida cabalmente, en el ejercicio
de lo que hemos llamado nuestra 2ª Naturaleza (vaciada de
apegos).

Sin embargo, de pronto, el hombre se alteraba y adoptaba una


conducta de “desesperada agresividad”.
Presentía que le iban a tocar días de vivir solo, sin esa compañía
que provee calidez, consuelo, oportunidad para la identificación y
entonces para la seguridad.
Presentía los momentos en que entraría solo a la vivienda, sin
señales de la presencia del otro, a saber voz, saludo, beso de amor,
caricias.
Presentía, incluso, su andar solo por la calle y su ida solo al cine, y
se veía sentado a la mesa del restaurante ocupando solamente uno
de los cuatro lados de la mesa.

Estos “clamores del yo” correspondían al momento del vaivén en que las
programaciones “saltan” de la corriente de la actividad mental, “tirando para sí”.
Recordándole que él tenía una historia, un cúmulo de experiencias, un acervo de
aprendizaje hecho programaciones.
Le recordaban que él era lo que era – su yo era lo que era-, en virtud de esa
historia… nada menos que “la historia constituyente de su yo”.
Le recordaban que ahora los “pilares” de su yo, los que le daban soporte y
afianzamiento, estaban peligrando: seguridad, identificación, calor y caricias al
yo, compañía, vivir en pareja, consuelo, atención, cuidado en los momentos de
enfermedad, certeza de satisfacción sexual (…)

98
2

¿Qué hacer?
Nada, absolutamente nada.

Todo movimiento mental que nuestro hombre fuera a hacer, en tanto que
voluntario e involucrador del yo, reforzaría al yo, y por consiguiente, a su
necesidad intrínseca de afianzamiento y de expansión – aquellos “clamores” de
que hablábamos-.
Así que al no hacer nada mentalmente, y dejar que la actividad mental
transcurriera sin esfuerzo, las programaciones – aquellos pilares-, perderían su
consolidación. Ya que para consolidarse necesitarían de la intervención voluntaria
e intencional de la mente.
Volverían entonces a la corriente de la mente, disolviéndose en ella –
programaciones que dejaron de ser apegos-.
Así, quizá en el momento del recto pensar, nuestra mente podría ver la situación
total, es decir asumirla… el otro momento del vaivén.

Decíamos: No hacer nada mentalmente, ningún movimiento mental voluntario.

Todo lo que piense y sienta serán pensares y sentires espontáneos, sin un


testigo que juzgue, evalúe, argumente a favor o en contra.
Porque ese “testigo” no es otro que el yo, la mente en su papel de intervención
ante la corriente del pensamiento y del sentimiento.
Se crearía así, como lo hemos visto reiteradamente, una doble actividad mental,
es decir la fragmentación de la mente… y en la fragmentación entre “mente
juzgadora” y “mente juzgada”, la perturbación.

Quedarse solo

“Me imagino lo que será… Llegás a tu casa


–suponéte- a las ocho de la noche. Estás abriendo la puerta… sabés
que adentro hay oscuridad y silencio… y es así, nomás, cuando ya
entraste ves que sólo hay oscuridad y silencio. Para peor,
contrastan con el recuerdo de la voz que te recibía y la luz
indicando la presencia de alguien… pero eso era antes…
Sabés que son las ocho y que, casi con seguridad, ya no vendrá
nadie… solo hasta el día siguiente… y faltan horas para acostarte.
Comés en soledad, yo te conozco –escuchás música-, pero la
música pasa, así que al final, la cama fría, solitaria, desnuda… a la
mañana siguiente van a quedar los “pozos” de un solo lado…”

99
Así le decía un hombre a su amigo recién separado.
Aparte de la cuestión de una presunta actitud sádica, con toda seguridad
inconsciente, la descripción –aunque algo caricaturesca- pintaba una escena más
o menos verosímil.
Precisamente, porque es una pintura bastante aproximada, es que otro amigo le
dijo a nuestro hombre separado:
“Cuando yo me separé, no dejé que pasara una sola noche sin tener a una mujer
a mi lado… como fuera”.

Es a la vez sorprendente y también explicable, cómo la mente humana busca –


porque necesita- puntos de referencia exteriores, donde “prenderse”.
“Tiene que prenderse”, no puede sentirse solo, “suspendido en el aire”, y
entonces, a la manera de los peces de pecera que hienden el agua con la boca
abierta engullendo lo que encuentran, a esa manera, el hombre separado se
dispone a engullir también.

Me contaba un amigo -de esto hace mucho tiempo-, que un día


llamó por teléfono a la mujer que deseaba fervientemente.
Ella, ante este último embate –porque habían sido muchos-, decidió
cortar el asunto y le dijo que no podía salir con él porque esa
noche, precisamente, iba a visitar a los padres de su novio.
Mi amigo cortó, se puso el saco y salió a la calle.
En un trecho de pocas cuadras, “le habló” a tres mujeres, una tras
otra.
El hombre tenía más que buena pinta y solía atraer físicamente a
las mujeres, y él me contó cómo lo fueron rechazando, una a una…
volvió derrotado a su casa.
Me dijo que, al ir sentándose, susurró para sí mismo: “¿Qué estoy
haciendo!”

… Engullendo como los peces.


Nuestras historias cotidianas, de toda la vida, se escriben en este fondo de
“necesidad de afianzamiento del yo”.
Si pudiéramos mágicamente sacarle a nuestra cotidianidad todos los actos que
corresponden a ese afianzamiento, poco quedaría.
Como dijimos más arriba, cuando descubrimos nuestro yo, a los pocos años de
vida, enseguida también descubrimos, en la muerte de algún ser de nuestro
entorno, que cada uno de nosotros está inevitablemente amenazado de muerte.
Así que cuando se nos hace evidente nuestro yo, en oposición a esa evidencia,
vislumbro la disolución del yo.

¿Cómo habré de demorar esta disolución?


“Prendiéndome” a cuanto pase a mi alrededor, porque en cada
“prendida” ratifico que estoy vivo.

100
Y lo que pasa a mi alrededor son exterioridades, es lo primero que me pasa, y a
ellas van dirigidas mis tendencias, mis impulsos, mis instintividades, mi intelecto.
Son “las cosas” – llámense materiales o valores, sean una comida, un viaje, un
libro, un amigo, Dios-.

Pero, sin embargo…

Cuando el paciente le planteó al psicoanalista su desgarramiento


por la separación de pareja, el terapeuta dialogó con él y lo que
sigue es lo que yo pude entresacar del relato, respecto de ese
diálogo:
“Tiene usted la oportunidad de conocer íntimamente y al modo
conciente de un adulto, lo que experimenta el niño recién nacido: el
abandono absoluto, la soledad total.
Aproveche esta oportunidad, no la desdeñe… Quietamente, viva
ese abandono y esa soledad…
El recién nacido la vive, pero usted puede “darle la mano” ahora, a
su manera de adulto, con su conciencia desarrollada…
Si usted lo hace, después llegará el momento en que volverá a vivir
el relacionamiento con el mundo… y esos momentos estarán
enriquecidos por esa vivencia… Le repito, usted tiene una
oportunidad única…”

En el contexto de este trabajo, cómo, sino con el aquietamiento de la mente…

Vivenciar la soledad y el abandono absolutos –en última instancia,


nuestra originalidad-, en el aquietamiento de la mente llevan a la
situación de Amor, de descondicionamiento… el yo se disuelve y,
disuelto, no tiene consistencia ni configuración propia para “prenderse”
de las cosas.
Si volviéramos a aquella descripción casi sádica de la entrada a la casa,
ahora veríamos que la misma entrada a la casa estaría impregnada de
nuevos colores, aromas y sonidos que harían que todo fuera diferente.

Relacionamientos de la pareja separada

a) Con la mente condicionada, sin aquietamiento mental, con memoria afectiva.

La que fue pareja puede ser deseada (puede haber enamoramiento aún, o no
haberlo).
Está distante, la necesitamos –a su cuerpo, a su presencia-, y le hablamos por
teléfono.

101
Ella evade el vernos. Nuestro deseo-logro se ha frustrado: decepción –
frustración – desacomodo - sentimiento de abandono – angustia - (…).
Dependiendo del carácter, incluso puede haber una reacción desesperada:
volvemos a llamarla, discutimos, insultamos, vamos a buscarla, o bien, nos
quedamos quietos, el mundo echado sobre nosotros, un abismo de soledad,
previsión fatal respecto del futuro (…).

También puede pasar que en lugar de evadirse, ella acepte vernos: Hablamos,
tomamos algo juntos, el logro respecto de ella nos da vueltas, lo planteamos.
Ella dice que no.
Vuelve a repetirse, entonces, el proceso de frustración descrito más arriba, y la
gama de sucesos desencadenados puede llegar a ser indefinida.

En esta gama, es posible, según el carácter básico de nuestro hombre, que éste
pueda entrar a imaginar que ella se ve con otro…

b) Con la mente en vías de descondicionarse, con aquietamiento mental y sin


memoria afectiva.

De pronto, deseamos a la mujer que se ha ido (esta irrupción del deseo


corresponde al momento de desaquietamiento, en lo que hemos llamado el
inevitable vaivén).
Estamos alerta, vemos que ese deseo va a contramano del hecho de la
separación -decidida y llevada a cabo ya-.
En el proceso de auto-observación, con la mente aquietada y por lo tanto no
fragmentada por la permanencia del erigimiento del yo, el deseo se disuelve.
Asi que no hago la llamada telefónica (con lo que se evitará todos los
encadenamientos de hechos ya vistos y su conflictividad).

Se ha dicho que la conflictividad es parte de la vida humana y que por


lo tanto “merece ser vivida” – y muchas más cosas se han dicho-.
Desde el comienzo de este trabajo, hemos partido del “ser de las
cosas”, así que si la conflictividad es, ahí está y no la negaremos. En
esto, de acuerdo “con lo que se ha dicho”.
La pregunta en seguida queda planteada: Si no la negamos, ¿qué
haremos con ella?
Asumirla –ésa ha sido la respuesta de este trabajo-.
Asi que parece falaz la objeción que hace hincapié en el ser de la
conflictividad: La conflictividad aparece, no la negamos, la asumimos.

102
7

Efectos potenciadores

Cuando la actitud de aquietamiento ha sido adoptada y pasa lo que hemos


descrito en (a) del ítem anterior, también pasa otra cosa: Se potencia lo
vivido en la soledad de la separación.
Todo se acomoda y toma su sitio, la ansiedad se disuelve en el aquietamiento, el
movimiento desorientado “de aquí para allá” con tal de hacer algo ya no irrumpe,
la posible llamada telefónica a una vieja relación amorosa ya no preocupa.
Vivir en esa soledad, es primordialmente, existencia: puro y total presente, sin
expectativas, sin ilusiones, sin deseos-logro (sabiendo ya como sabemos que
también se hará presente el otro polo del vaivén).
Entonces, “sólo cabe esperar”: el mundo proveerá de lo necesario.
“Esperar” no significa “paralización” u “omisión de acción”.
Significa “acción sin exigencia”. O sea, acción en el contexto del existir.
Entonces, nuestras acciones, nuestro meternos en el mundo, son tomados por
nosotros como “aconteceres”
–etimológicamente, esta palabra comporta la idea de “venir después”-.
En ese mundo en que se mete, el existente sabe que todo lo que le acontece es
contingente: puede ser o no ser, ya sea la compra de una casa, como un empleo
mediocre o fabuloso, como el nacimiento de un hijo (“acontecer” y “contingente”
tienen la misma raíz).
Tomemos el hermosísimo acontecer del nacimiento de un hijo: se da “después
de” (“en torno a”) mi existir.
En la red de mi existir –inconmovible si he aquietado la mente-, vienen a
sucederse, uno tras otro, todos los aconteceres.
Si aquietamiento mediante soy un existente, los aconteceres –que pueden ser o
no ser, en su contingencia-, no conmueven mi existir sino como aconteceres:
como el golpe de una piedra contra un vidrio templado.
Si todavía no he conquistado el existir, el acontecer podrá ser algunas veces
como el golpe de una piedra contra un hilado de papel fino: la destrucción, el
aniquilamiento.
Asi que el espantoso acontecer de la muerte de un hijo será diversamente
significativo en nosotros, según hayamos conquistado, aquietamiento mediante,
el existir (la libertad, el descondicionamiento).

La frase que sigue tiene diferente lectura para un existente:

“Mi hijo/mi esposa/mi trabajo, es todo para mi… si él me falta, mi vida no tiene
sentido…”

Si soy un existente, igualmente puede haber en mí sufrimiento, mucho


sufrimiento, por ejemplo por la muerte de un hijo.
En tanto que existente, soy presente, y ese sufrimiento es también presente
totalizador: Soy todo sufrimiento presente.
Como “sufrimiento de existente”, entonces, no sabe de “teneres de sentido” o de
“perderes de sentido”.

103
En tanto que sufrimiento de existente, y propio del aquietamiento mental, ese
sufrimiento correrá sin trabas con el fluir de la mente y se disolverá.
El sufrimiento por la muerte del hijo adquiere las características planteadas en
aquella primera expresión, cuando es “sufrimiento del yo”, ese yo que no conoce
la existencia y se constituye a partir de los aconteceres del relacionamiento con
el mundo.

104
PARTE VII

MUCHO DE LO QUE
IMPORTA

DICHO
EN FORMA DE
DIÁLOGO

105
Escena 1

Juan Pablo conversa con Cristina.

Cristina- Parece muy tonta la cuestión que quiero conversar con usted, pero para
mí es importante.

Juan Pablo- Si le importa, no puede ser “cosa tonta”.

--Es una amiga que tiene problemas con su pareja, quise ayudarla y cuando fui a
su casa, me “cortó” la conversación… se puso agresiva.

--¿Eso es todo?

--Después hablé por teléfono, a los dos días, y otra vez lo mismo… ya me ha
pasado otras veces.

--¿Y cómo se quieren ustedes?

--Mucho, y es lo que se dice “una buena persona”… pero se pone insoportable a


veces… y no sólo conmigo.

--Entiendo. ¿Cuál es el problema entonces… quiero decir… hoy?

--No quiero llamarla de nuevo… me va a hacer lo mismo…

--…O no…

--Si, eso es cierto, pero tengo rabia, y al mismo tiempo, quiero interesarme por
ella… ayudarla.

--Primero, Cristina, aquiete su mente. Hágalo. Usted está atropellada por un


montón de pensamientos, aprensiones, incluso –usted lo ha dicho-, temores. Una
mente así no puede ver claramente.

--¿Aquietar mi mente? ¿Cómo hago eso?

--Quédese mentalmente quieta… no piense en nada… no juzgue, ni a su amiga,


ni a la conducta de ella… no haga esfuerzo alguno por recordar o reproducir
nada de lo que pasó…

--Pero, ¿es posible hacer eso?

--Usted verá si es posible. No enfoque mentalmente nada, de ninguna manera.

--¿Y entonces?

106
--Si usted mentalmente se queda así, quieta, su mente se serena, no está
atribulada por ideas o recuerdos… usted está “vaciando” su mente.

--(Un gesto, como esperando)

--¿Sabe lo que pasa, si su mente se serena así, si queda “vaciada”! Su yo –ese


que teme la respuesta de su amiga, ese que recuerda las groserías de ella-, su
yo ya no se configura como yo…

--¿Qué significa que “no se configura”?

--Significa que su yo no es sujeto de nada.

--¡”Sujeto”?

--Usted me dijo al principio que temía llamarla… es usted el sujeto de ese


temer… ¿No es así?

--Si… yo temo llamarla…

--Lo acaba de decir… usted dijo “yo temo llamarla”… es su yo el sujeto de ese
temer… Lo que quiero decirle es que si su mente se serena, su yo no se vuelve
sujeto de ninguna de esas cosas… su yo no se “levanta” como sujeto de ninguno
de esos temores, de esas aprensiones, de esa rabia, que usted manifestó.

--Me parece entenderlo… siga, por favor.

--Bueno, si ha pasado eso, hay solamente una mente serena que fluye, sin que
usted haga esfuerzo alguno y sin un yo que se haya vuelto sujeto de todo eso…

--¿Y mis temores?

--Si sus temores no tienen un sujeto que los requiera


–porque habíamos dicho ¿verdad? que no había sujeto alguno-, entonces, esos
temores fluyen con la mente, fluyen y se van... corriente abajo...se van...

--Me parece ir entendiendo… (dubitativa) no sé…

--No se preocupe con “no saber”. Ahora mismo, ese “preocuparse” tiene un
sujeto… ¿verdad?... Usted, su yo. Porque es usted, su yo, el que se está
preocupando. Y si usted se preocupa, su yo se refuerza otra vez...así que no
haga esfuerzo mental alguno y su preocupación desaparecerá.

--¡Lo agarré!... (sonriendo) quiero decir que lo comprendí.

--¿Cree usted, Cristina, que fue su yo el que me entendió? Fue su mente


fluyente… lo mismo pasa con el problema de su amiga… si su mente fluye,
libremente… quiero decir, no perturbada por un yo en permanente revoloteo,

107
preguntándose, preocupándose… si su mente fluye, encontrará la solución… son
esos “viejos” temores y recuerdos, los que no dejan ver…

--(Interrumpiendo) ¿Por qué los llama “viejos”?

--¿Usted cree que ese temor suyo, respecto a su amiga, es recién nacido? ¿No
nació acaso de otras experiencias que tuvo con ella? Y yendo más atrás, ¿no
tuvo usted nunca antes otras experiencias de destrato!

--Sí, claro, sí…

--Su yo acumula la historia de esas experiencias… queda programado en ideas,


en emociones… su yo es el conjunto de esas experiencias, y además, su yo se
sabe a sí mismo como sujeto de ellas… ¿Comprende esto?

--Siga, por favor

--Entonces, al afrontar un problema –este de su amiga, por ejemplo-, ese


cúmulo de experiencias, que son su yo, son las que responden, son las que
reaccionan… y como son “experiencias viejas”, de su historia personal, entonces
la respuesta va a estar condicionada por ellas... programaciones de todo tipo…

--Me puede dar un ejemplo de las programaciones con las que reaccioné ante la
agresividad de mi amiga…

--Varias… “si me destratan, sufro”, “si me destratan varias veces, quizás me


destraten otra vez”, “el destrato produce bronca en el destratado”…

--Está bien, entendí esto de las programaciones… pero ¿y entonces?

--Si usted no responde, no reacciona con su yo, con su yo haciéndose valer,


“sacando la cabeza” y diciendo: “si me destratan, sufro”, si eso no pasa, su
mente podrá responder de otra manera, de un modo nuevo, sin los
condicionamientos del yo…

--¿Quiere decir que si yo aquieto mi mente…? no me doy cuenta…

--Bueno, si pasara eso, quizás su mente fluyente, serena, podrá ver qué hacer…
si llamarla, cuándo, de qué manera…

--Parece fantástico… en el doble sentido, Juan Pablo… de “bueno” y de


“fantasía”… quiero decir que me parece imposible…

--Hágalo y vea… Quizás, le proveerá a usted de una energía nueva, que le hará
ver el mundo de otra manera… ¿Sabe cómo se llama la vivencia de una situación
así… vivida con una mente descondicionada de las programaciones cuando se
han vuelto apegos?... se llama “Amor”…

108
--¿”Amor”?

--Sí… “Amor” es el modo de relacionarse con la gente, con las cosas, con los
problemas –como este que usted tiene con su amiga-, sin los condicionamientos
del yo…

--Perdone, pero me pierdo, ¿cómo es que haría para relacionarme así… con
“Amor”?

--Que sea su mente la que afronte el problema, dejándola fluir, y sin hacer nada
de su parte mentalmente… no intervenga mentalmente, por ejemplo juzgando…
usted siente rabia y juzga: “no debo sentir rabia”, o “es malo sentir rabia”, o el
juicio que fuere… no lo haga… que su yo no intervenga, y entonces el fluir de la
mente afrontará el problema…

--Entendí esto… ¿me puede dar otro ejemplo?

--Si usted se ve atraída por un hombre, puede pasar igual que en el caso de su
amiga… sin un yo que se levante y diga: “quiero que me dé pelota, quiero
agradarle”… y otras cosas más…

--Pero, sin esos deseos, ¿para qué me acerco, entonces?

--A usted él la atrajo y usted se acerca… ¿No podrá ir a la cita sin el deseo de
lograr algo? ¿Tiene que ir pensando forzosamente en que le agradará, lo
seducirá, se darán un beso…? ¿No podrá ir a la cita sólo para descubrir qué
pasará con él?

--(Interrumpiendo, indignada) Pero, si me gusta, ¡algo de eso quiero lograr con


él!

--Ahí está su yo, diciendo: “yo quiero lograr cosas”… Le pregunto, Cristina:
¿cuáles cosas? Las que sus programaciones le dictan: “si un muchacho me gusta,
lo besaré en seguida”… y otra mujer podría decir: “si un muchacho me gusta, no
lo besaré en la primera cita”. Usted va a la cita anticipando logros – son las
ilusiones, ¿verdad?-.

--(Otra vez interrumpiendo) ¿Qué tiene de malo!

--No digo que tenga nada de malo. Digo que esa forma de relacionarse, con un
yo que hace valer sus programaciones para lograr algo, no nos hace
relacionarnos “según las cosas”, sino “según lo que nuestro yo quiere que
sean”… Si mi programación me lleva a anticipar que me acostaré en la primera
cita, iré a la cita actuando según esa programación… ¿se da cuenta, Cristina, que
es esto lo que origina la conflictividad, y en todas las áreas…?

--No vaya a parar ahora…

109
--No respetar el ser de las cosas, no asumirlo, origina conflictos… ya sabemos los
resultados… mire a su alrededor… todos vamos por el mundo, sintiendo cosas y
programando según ese sentir... anticipando logros… vea a su alrededor…
frustración, resignación, guerras, psicológica y de las otras…

--¡Por qué! También pueden salir bien las cosas…

--Si salen como queremos, entonces, viene “el 2º tiempo del partido”… deseo
perpetuarlo… y otra vez la conflictividad… O su contracara, el temor a perderlo,
es decir, el apego a él, la dependencia… el yo es siempre el sujeto de esas
frustraciones y todo lo demás.

--Me parece entender…

--(Entusiasmado) Siempre el yo levantándose, erigiéndose por arriba de la


mente, y diciendo: “Quiero…”, y en ese querer, empieza el conflicto.

--Perdóneme, ¿qué conflictos?

--El de un hombre que se enamora y que no es correspondido, el de un anciano


que no quiere morir, el de un padre que pierde a su hijo, o a su casa…

--Entonces, ¿no me enamoro para no tener conflicto?

--Enamórese, pero de un modo nuevo, sin un yo que según sus programaciones


agarre a su enamorado, quiera perpetuar la relación, se sienta frustrado si no es
correspondido… ¿No podrá enamorarse y disfrutar a pleno, sin depender de ello,
sin depender del otro?

(Se interrumpe el diálogo por la entrada del hijo de Cristina, Roberto, un joven
de 18 años)

Escena 2

A los antedichos, se agrega Roberto.

--Éste es Roberto, mi hijo.

--Soy Juan Pablo. Encantado, Roberto.

--¿Usted es amigo de mi madre?

--Está de exámenes. (A Roberto) ¿Cómo te ha ido?

--No sé bien. Fue un examen difícil… Bueno… si lo pierdo, mala suerte.

110
--Si te pasara eso, Roberto, eso que tú llamás “perder el examen”, no me parece
que sería mala suerte.

--Sabe, me rompí todo para salvarlo.

--Quizás, te sorprenda lo que te voy a decir… si “perdés el examen”, habrás


descubierto que no estabas preparado… “descubrir” siempre es bueno.

--No lo entiendo… me preparé para salvarlo.

--Ahí está el asunto… que tu objetivo fuera “salvarlo”, y no, “descubrir”…


descubrir si estabas preparado o no. (Ante la sorpresa de Roberto). Decíme,
¿para qué actividad estás estudiando?

--Medicina… (Sobreponiéndose) Sí, me preparo para ser médico, y para ser


médico, tengo escalones que subir… los exámenes…

--Está bien… ¿Y qué pasa si no aprobás el examen? Te estás enterando, por


gente que sabe más que vos, que no estabas pronto para subir ese escalón que
vos decís.

--Y bueno… eso es una frustración ¿no?

--Es una frustración, si tú querías subir el escalón… “subir el escalón” como


objetivo, como logro… pero si lo que tú querías es saber si estabas preparado,
no es frustración… te estás enterando de lo que no sabías antes del examen.

--Ésa es una manera muy rara de ver las cosas… todos queremos salir
adelante…

--Lo que te estoy planteando es que “salir adelante” sea un efecto… efecto de
hacer las cosas bien… El tribunal de exámenes te informa si estás preparado
realmente…

--A ver si entendí… usted me quiere decir que no aprobar un examen puede ser
bueno…

--Quiero decirte que un examen no es para ser salvado o perdido… es para


descubrir si estoy preparado o no… y lo que yo descubra a través del examen,
siempre es para mi bien.

--Otra vez usted usa la palabra “descubrir”… ¿puede explicarme eso?

--Me parece que descubrir es la palabra clave… no “ganar”, o “aprobar”, o cosas


por el estilo. Todo esto es verdad en todas las áreas. ¿Qué podemos hacer de
sensato, de inteligente, sino descubrir…?

--A ver otro ejemplo, por favor…

111
--Si voy a la cama con una mujer, puedo ir a obtener placer, a pasarla bien, a
gratificarme… con todos esos “logros” en la cabeza… y ya sabemos lo que pasa…
si el logro no se da, entonces la frustración, el enojo, la vergüenza, frases como
“ese tipo o esa tipa no me sirve”, o “espero una vez más y después veo”… te das
cuenta, como si un ser humano fuera una botella de gaseosa y si ésta no tiene
efervescencia, me doy la oportunidad para que la siguiente la tenga…

--Pero… está claro que voy a la cama para obtener placer… es un derecho, es
bueno…

--¿Me estás diciendo que estás usando a la mujer como medio para pasarla
bien…!

--¡Cómo que la uso como medio!

--Suponete que vas con ella sólo para descubrir del relacionamiento con esa
mujer… descubrir cómo es ella en su relacionamiento contigo, descubrirte a ti
mismo en tu relación con ella… descubrir lo que sea… ella puede ser frígida o
apasionada… si es apasionada, los besos y lo abrazos fluirán placenteramente…
si es frígida, se trancarán… en cualquiera de los dos casos, se trata de cómo se
relacionan dos seres humanos… lo que te digo es que esto último es lo que
importa…

--(casi interrumpiendo) ¿Y eso de los “medios” de que usted habló antes…?

--Precisamente, si lo que importa es el descubrimiento, cada uno es considerado


como un “fin”, y no como un “medio”… porque no importa si ella me sirve o no
me sirve… no antepongo mi ser al de ella… lo que quiero decir, Roberto, es que
la palabra “fin” quiere decir, aquí, “humano”… tratarla como un “fin” es tratarla
como humano.

--¡Ah, no! Yo quiero ser feliz… supongo que ella también… ¿Qué hay de malo en
eso?

--Ése es el problema… que todos queremos ser felices… y la felicidad, como tu


decís, es sinónimo de “obtención de placer”… Sabés, Roberto, querer ser feliz así
es fruto de la desesperación…

--(Interrumpe sinceramente indignado) Pero… ¡qué me está proponiendo!

--(Cristina, interviniendo, después de su largo silencio) ¿Sabe lo que veo, Juan


Pablo? Que hay mucho de resignación en sus palabras…

--Bien, vieja, bien…

--Yo no digo “aceptar”, digo “asumir”… el aceptar puede denotar resignación, el


asumir, no… Descubro que no armonizamos en la cama porque ella es frígida o

112
porque yo no tuve una buena erección, y como me relaciono con ella como
“humanos”… “fines” y no “medios”… nos ayudaremos, si cabe ayudarnos… No
hay resignación en esto… hay un relacionamiento amoroso…

--Esto es muy complicado… no se puede vivir así…

--A qué lleva “lo otro”, Roberto… ¿No lo ves? Él no tiene erección y entonces,
pide perdón, dice “te fallé”, se esfuerza por servir… Ella, si es una “buena
mujer”, lo consuela, quizás lo llame una vez más… no hay recetas… Pero, en
general, ¿llamás a esto un buen relacionamiento?

--Insisto, Juan, que es bueno en la vida lograr cosas, obtener resultados


satisfactorios… no veo nada malo en tener objetivos…

--Los objetivos son necesarios… ¿Cómo tomo mate, sin el objetivo previo de
calentar el agua? ¿Cómo vuelvo a casa, sin el objetivo de tomar el ómnibus?
Incluso, en el asunto de los exámenes de que hablábamos, aunque el examen
sea considerado un medio de descubrir, ¿no tengo primero el objetivo de
estudiar el programa de examen?

--Claro, usted lo está diciendo… son necesarios…

--Son “objetivos concretos”… después del objetivo de estudiar el programa de


examen, me presento al examen para descubrir lo que ya hablamos hoy… sin
exigencias del resultado “de aprobación”… Asumo la realidad... Así son las cosas,
éste es el ser de las cosas, descubierto a través del examen, y no tengo
autoexigencias de torcer la realidad según los deseos de mi yo…

--Perdone, Juan… si usted se presenta a un concurso mañana y no gana el


puesto… (casi irónicamente) ¿sonríe?

--Sí, sonrío, porque yo no quería ganar el concurso, sólo quería descubrir quién
es el más apto de los que se presentan para ocupar el cargo… sea quien sea…
ésa es mi felicidad… asumir, y hago lo necesario, en el caso del concurso, para
prepararme adecuadamente.

--(A la vez, irónico pero amigable)… Y toma champagne como festejo de que el
concurso lo ganó otro…

--Sí, festejo que el puesto haya sido ocupado por el más apto… por qué no con
champagne… (sonriendo).

(Roberto se retira, moviendo la cabeza, después de haber saludado)

Escena 3

Otra vez solos Cristina y Juan Pablo

113
--Usted terminó hablando con Roberto del “yo”… me doy cuenta… es el mismo
yo del que hablábamos antes ¿no?

--Si, claro, es el mismo yo… Afronto el dictamen del concurso todo, con una
mente total no fragmentada… las programaciones no se separan configurando al
yo, corren con la mente… entonces, Cristina, no hay propiamente un yo que “tire
para sí”, por ejemplo, queriendo ganar el concurso… el yo está “disuelto” en la
mente toda, y con él, la programación “los concursos son para ser ganados”.

--Sí, entiendo…

--(Entusiasmado) La mente, no perturbada por la presencia del yo y sus


programaciones, afronta las cosas del mundo de un modo nuevo, distinto…
libre… (ve el rostro de Cristina como sorprendido)… “libre” quiere decir acá “libre
de apegos”… le aseguro, Cristina, que es una libertad muy grande…

--Perdóneme... pero ¿”apegos” es lo mismo que “programaciones”?

--Buena pregunta... no, no son lo mismo. Una programación se vuelve apego


cuando, por el acto de juzgar, se configura como separada del fluir de la mente,
y “tira para sí” para “hacerse valer”...

--A ver...

--En ese “tirar para sí”, el fluir sereno de la mente se perturba, y la mente –cada
uno de nosotros ¿verdad?- , no puede ver la realidad sino a través de esa
programación...

--¡Ahhh!... las programaciones siempre están en nosotros... el problema empieza


cuando se vuelven apegos...

--Eso es lo que quise decirle... exactamente.

--Está bien… está bien… pero hay otras cosas… tan tremendas… usted sabrá,
Juan, que perdí un hijo no hace mucho tiempo… tres años mayor que Roberto…,
fue horrible, y es horrible aún hoy.

--(Después de una pausa) Es realmente muy triste, un ser humano tan joven…
comprendo su dolor enteramente.

--Ha sido terrible para todos.

--(Otra pausa) Creo, Cristina, que hay que distinguir dos aspectos: lo
concerniente al joven, y lo que tiene que ver con aquellos que lo han querido
tanto…

114
--(Casi interrumpiendo, en una mezcla de asombro y también de indignación)
¿Qué me quiere decir…?

--Un viejo, querido filósofo, Epicuro… vivió antes de Cristo… él decía que cuando
la muerte le ha sobrevenido a alguien, ese alguien ya no vive… y que cuando él
está, la muerte, por eso mismo, no está, no ha sobrevenido… No sé si usted
entendió lo que…

--(Interrumpiendo) Sí… sí… creo entenderlo… la muerte no puede ser nunca


sufrida…

--Exactamente… quien está vivo aún, podrá sufrir el temor a la muerte pero no la
muerte en sí… y si ha muerto, no puede sufrir ni el temor ni la muerte misma…
Lo que quiero decirle, señora, es que con respecto a su querido hijo, podemos
serenamente estar tranquilos… él está libre de todo sufrimiento.

--Ah, me parece algo tan frío lo que usted dice… sigo sufriendo tanto después de
dos años…

--(Le toma la mano, en actitud de íntimo acompañamiento) Claro, usted como


madre, pertenece al grupo de los que sufren la muerte del joven… y esto sí que
es cierto, y más en su caso, usted es su madre.

--Estoy de acuerdo con usted en que ya mi hijo no sufre… no soy de los que
creen en el infierno… pero nosotros… ¡qué dolor! (llora serenamente)

--Me ha entendido perfectamente, Cristina… Si usted pudiera escucharme… si no


puede, no se preocupe, la dejo sola en su intimidad…

--(Con sinceridad espontánea) No, no… quiero escucharlo…

--Lo que ha pasado con su hijo es terrible ¿verdad? Pero, ya lo vimos, el


sufrimiento ya no está en él. En cuanto a nosotros, sufrimos porque lo hemos
perdido… pero tenga en cuenta que esa pérdida es nuestra… no sufrimos por él
–ya vimos que él no está sufriendo-, sufrimos por nosotros mismos, porque
somos nosotros que hemos tenido una pérdida…

--(La mujer lo mira a los ojos desorientada, sesga su mirada hacia el suelo, como
esperando)

--Sufrimos porque ya no tenemos su compañía… sufrimos nosotros porque


somos nosotros los que nos quedamos solos, sin él…

--(Titubeando) Nunca lo había visto de esa manera.

--Desaparecido el joven, es nuestra soledad la que sufrimos… no la de él. Es


nuestro “extrañarlo”, no el de él… Sufrimos nuestra propia pérdida.

115
--Lo entiendo… no es poca cosa, créame…

--Esa distinción es importante. Si en lugar de haber muerto, él estuviera


sufriendo –enfermo, o en la cárcel-, entonces sí, sufriríamos por él…
(Pareciéndole que es prudente retirarse) Ahora la dejo, señora. Si usted quiere,
llámeme y conversaremos de nuevo.

Escena 4

Otra vez Cristina y Juan Pablo

--Como ve lo he llamado… sabe, he meditado mucho sobre todo esto, pero es


como que el sufrimiento por la muerte no nos dejara nunca…

--Sabrá que esto de tomar a la muerte así… sufrientemente… trágicamente… no


es de todos los pueblos… no todos la padecen como nosotros.

--Si, yo había oído eso de la diferencia… por qué sufrimos tanto la llegada de la
muerte.

--No hay una sola respuesta, le puedo dar mi enfoque, si usted quiere.

--Me interesa… dígamelo…

--¿Se acuerda cuando hablamos de cómo era su yo el que temía ser agredido por
su amiga? ¿O cómo era el yo de Roberto el que sufría por la pérdida del
examen? (Espera, y ella asiente) Bueno, es el yo nuestro el que no admite
pérdidas… (enfatizando) porque el ser mismo del yo es siempre afianzarse, estar
seguro, tener placer, crecer, ganar… Fíjese que nuestro propio vivir es eso… un
afianzarse siempre… incluso respecto de cosas que no sean materiales… ganar el
afecto de los demás, obtener el bien espiritual, la paz…

--(Ella vuelve a asentir, y espera)

--Cuando al yo le pasa lo opuesto a lo que él quiere… en este caso disfrutar del


hijo, tenerlo presente…, entonces el yo sufre…

--Es demasiado lo que me está diciendo, y a la vez es impresionante. Bueno,


pero ¿qué hago con este sufrimiento?

--Una mente aquietada no sabe de “tener y seguir teniendo”… cuando es el yo


que la dirige, juzgando, deseando, entonces ante ese grito del yo, sufrimos…
La mente aquietada afronta la pérdida de lo que sea como lo que es, pero sin las
programaciones de “tener y seguir teniendo”… la mente aquietada no quiere
seguir teniendo al hijo… Vívalo así y verá.

--Sí, pero ¿cómo hago eso?

116
--Cristina, si usted está al borde de un lago, completamente quieto, sereno,
como decimos… “un plato”…, ¿qué hace usted para que se mantenga así? ¿Va a
golpetear el agua con una rama? ¿Meterá la mano para moverla?

--No… estoy al borde del lago –dice usted-, y…

--Y usted quiere que el agua siga quieta y serena… ¿Hace algo de eso que yo
dije?

--No… no…

--¿Qué hace usted, señora?

--Nada… ¡no hago nada!

--Eso, señora. Si usted no hace nada –mentalmente, estamos hablando-, la


mente se aquietará.

--Pero, ¿qué es “no hacer nada”?

--No haga nada con su mente, no piense voluntariamente… no intervenga


mentalmente… porque si usted interviene, es su yo el que interviene ¿verdad? Si
usted interviene voluntariamente, ese intervenir voluntario es el que hace que la
mente se fraccione, es decir, que el yo se separe y grite por sus
programaciones…

--Un ejemplo para este caso de mi hijo desaparecido…

--Por ejemplo, no juzgue “es espantoso que mi hijo haya muerto”. ¿Lo entiende
ahora? (Después de una pausa) Veamos, si usted no juzga, ¿qué pasará? ¿Usted
cree que el cerebro se paralizará, que no seguirá funcionando?

--No… creo que no… déjeme pensarlo… ¿no pasa eso con los sueños? (Él
asiente) ¿o cuando resolvemos un problema sin proponérnoslo?

--(Sonríe entusiasmado) Exactamente, su cerebro funcionará, afrontará la


muerte de su hijo… entonces, es la mente, toda ella, la que afronta la muerte de
su hijo, sin el yo a cuestas… ¿Y sabe lo que pasará? Las programaciones se
disolverán, eso de “seguir disfrutando al hijo para siempre” también… Usted
habrá afrontado la muerte de su hijo de un modo nuevo…

Escena 5

Pasó más de una semana,


Cristina y Juan Pablo conversan de nuevo.

117
--Prometo que no lo molestaré más (sonríe)… Pero, mire la pregunta que se me
ocurrió: ¿nunca es buena la intervención del yo?

--Excelente pregunta. (Hace una pausa) Supongamos que un hombre con


vocación, por ejemplo para ser profesor de literatura, se presenta a un llamado
para ocupar cargos de profesor. Él se siente con conocimientos, tiene la
vocación, y se presenta al llamado. Supongamos también, que este hombre está
en esto de “aquietar la mente” y todo esto que hemos hablado… Así que él se
presenta –como en el caso de Roberto con el examen,- para descubrir quién es
el más apto para ocupar ese cargo…

--(Interrumpiendo y algo desorientada)… ¿Adonde va con todo esto?

--Usted verá. Cuando se inscribe, le dan plazos, fechas, el programa que él debe
conocer… Aunque él se presente sin un yo que haga valer la programación “los
concursos son para ser ganados”, aún así, él tiene que respetar los plazos, las
fechas y tiene que prepararse con el programa… así que su yo dirigirá todas
estas acciones necesarias para presentarse… pero éste es el “yo operativo”, un
yo que necesitamos… creo haber respondido a su pregunta.

--Estoy confundida en este momento…

--El hombre se presenta al concurso sin las programaciones de anticipar el logro


de ganarlo, pero también su yo operativo intervendrá para que las acciones
concretas puedan realizarse…

--Entonces, hay dos tipos de programaciones, dos tipos de yo…

--Podría decirse así, pero lo importante no es cómo se dice, sino el ver – que
usted vea- que el conflicto se genera, en este caso, no por el objetivo práctico de
respetar una fecha, sino cuando este prepararse se hace en aras de cumplir con
las programaciones no operativas… sólo una mente aquietada puede ver esto…

--(Sonriendo) ¡Aquí lo agarré! ¿Y qué pasa si uno de los objetivos prácticos –por
ejemplo, inscribirse a tiempo-, no se cumple?

--El “inscribirse a tiempo” es un objetivo práctico, en un marco, en un contexto…


¿cuál!... descubrir quién es el más apto para ocupar el cargo… Una mente
aquietada, si bien ve que el inscribirse a tiempo es necesario para manejarse con
esto del llamado, también ve que no puede planteárselo como exigencia para su
vida. Si hechas todas las cosas para inscribirme a tiempo, algo pasa que me lo
impide, pues se tratará de asumir la realidad… si la mente está aquietada…

--(Otra vez sintiéndose cariñosamente triunfante) ¿Y si las cosas no fueron


hechas bien?

--Entonces, una mente aquietada también asumirá esto…

118
PARTE VIII

LOS QUE

NO PUEDEN ESPERAR

119
La renguera

Éramos unos cuantos en esa reunión semanal, en la que departíamos en torno al


vivir y sus experiencias.
Cuando surgió el tema de “los que no pueden esperar” –los que padecen
necesidades materiales mínimas que no pueden satisfacer-, uno de los
concurrentes dijo:

“Precisamente, son ellos los que tienen que buscar


los bienes espirituales...”

Otro de los concurrentes agregó:

“Ésta (se refería a la revolución espiritual, interior) es la verdadera


revolución”.

Es muy frecuente encontrar este tipo de especulaciones entre quienes están en


el “camino del espíritu” –como lo llaman- .

Para el asombro, y también para la indignación.

Aquel primer concurrente era de “los que pueden esperar”. Quizás tenía
automóvil esperándolo, o tenía calor en su casa, o mandaba a sus hijos a un
colegio privado, o proyectaba vacaciones en la playa...vestía buena ropa.
El segundo concurrente de marras era de “los que pueden esperar”, también.
Hablaba de “verdadera revolución” –quiso decir, también, “la única verdadera” -,
mientras su estómago estaba lleno, tenía suficiente calor en su casa y ropa con
la que abrigarse.

Luego que ellos hablaron, alguien – asombrado e indignado a la vez – les dijo
esto que sigue:

“Les voy a pedir a ustedes, entonces, que por un año –no más de
un año-, dejen su automóvil, no prendan su calefacción, coman
insuficientemente, manden a sus hijos a la escuela o liceo públicos,
y pasen un poco de frío. Veremos, entonces, si a la revolución
espiritual la llaman “la única y verdadera”.

Si trasladamos esa cuestión planteada por “los espirituales” a este trabajo, la


conclusión es equivalente.

Estos SEÑALAMIENTOS tienen como destinatario a “los que pueden


esperar”.

120
Las grandes mayorías, por lo menos simultáneamente –debiéramos decir,
previamente -, deben encontrar suficiente comida, calor, ropa que abrigue y
atención sanitaria.

No más palabras para esto, salvo lo del título: Este trabajo es rengo.

Otra apreciación para poner en relieve la extrema limitación que reconocemos a


este trabajo.
Entre “los que pueden esperar”, tampoco son posibles destinatarios “los que no
tienen acceso intelectual” a estos SEÑALAMIENTOS.

Y además, entre los que tienen acceso intelectual, están los que se excluyen a sí
mismos “porque no quieren” (aunque quizás recordando a Sócrates, diremos que
los que no quieren, muchas veces no pueden).
Por supuesto, no estamos incluyendo acá a los que, razonablemente, impugnan
el espíritu de este trabajo, o partes de él, o todo él.

¡Cuántos de nosotros, en todas las áreas, hemos visto pasar a nuestro


lado el curso de un agua fresca y renovadora, y no hemos movido
apenas una mano,
para tan sólo mojarnos!

“La renguera” de este trabajo tiene que ver con que además, su irradiación es
muy lenta en llegar a las grandes mayorías necesitadas.
Paralelamente, nuestra tristeza de saber que la pobreza material – y entonces la
injusticia y la explotación - campean. Nuestra tristeza de saber que muchísimos
habrán de morir sin dejar de padecerlas, y unos pocos habrán de morir sin haber
dejado de producirlas, por tener el poder económico –y por lo tanto político– en
sus manos.
Un dramaturgo y psicoanalista argentino, cuando se le pidió que redondeara con
una sola frase la entrevista que se le había hecho, tomó aliento y dijo:

“Los ricos nos han explotado siempre salvajemente”.

121
TEMARIO ANALÍTICO

CON ÍNDICE DE PÁGINAS

PREFACÍO

PRESENTACIÓN (5)
“COMO NUBES QUE OPACAN” (6 a 7)
ESCUCHAR (8)
ACLARACIÓN PERSONAL Y METODOLÓGICA (9)
GUÍA DE LECTURA (10)

PARTE I

APROXIMACIONES

I - PRIMERA APROXIMACIÓN

Afrontar el mundo desde el ego y desde el ser (12) – Nuestra mente es


histórica (12 a 13) – Memoria de hechos y memoria afectiva (13) – Acción
y reacción (13 a 14) – Revolucionar nuestro afrontamiento del mundo.
Ejemplos: los exámenes, los concursos, otras situaciones (14 a 16) – La clave
es descubrir (16 a 17)

II – SEGUNDA APROXIMACIÓN

Relato del “séptimo hombre”. Pregunta final (18) – Casos de extrapolación


del relato (19) – Conclusión y “lo inefable” (20)

PARTE II

LAS IDEAS CENTRALES

I – “El recto pensar”. ¿Esforzarse para descondicionarse? La cuestión del


aquietamiento mental y la auto-observación de la mente (22 a 23) –
“Observándome” (23) – El fraccionamiento de la mente por el acto de
juzgar: erigimiento del yo separado del fluir de la mente. Identificación y des-
identificación (24) - ¿Qué pasa si no juzgamos? “La mente ancha como mar”
(25)

II – “Me gusta”, “no me gusta”: el circo de las emociones. “Una mente en


Amor” y las preferencias y elecciones (26 a 27)

122
III – El “deseo-logro” y el “deseo-puro movimiento hacia”. Anticipación
del logro y condicionamiento. El recto pensar (28) – “Pensar rectamente es
sentir rectamente”. Una mente no fraccionada (28) – Ser abierto quietamente
al mundo. ¿Ir por el mundo sin manchas o en santidad? (29) – Objeciones del
sentido común. El “subirnos al tablado”. ¿Ha de transformarse nuestro andar
por el mundo? Aclaraciones (29 a 31)

PARTE III

LAS IDEAS PRINCIPALES


EN OTRA PERSPECTIVA

I – “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín). Significación contextual de


amar y de hacer lo que uno quiera (33)

II – Soy nadie, soy nada”. Su significación contextual. El “silencio de


programaciones” (34)

III – La “2ª Naturaleza”. La auto-corrección de la mente: “estar alerta”.


Siempre partimos del ser de las cosas (35) – El “ser del deber ser” (36) – “Si algo
sucede por algo es”. Interpretación contextual (36)

IV – “Asumir” y “aceptar”. Diferencia. Ver el problema, constatarlo y


eventualmente transformar (37).

V – Afrontando la realidad con la 2ª Naturaleza: estar alerta y aquietamiento de


la mente. Las ataduras por el acto de juzgar. Asumir en lugar de resignarse
(38 a 39).

VI – “Estar alerta” en relación con “amar”. Qué no es Amor, qué lo es. Amor y
la 2ª Naturaleza (40 a 41) – Necesidad de una voluntad seria y por qué
suele no haberla (41) – El olvido (de estar alerta). Señalamientos hacia qué
hacer para una elaboración seria (42 a 43) – Un caso integrador (43 a 44)

PARTE IV

LOS FRUTOS

I – Cuando la mente es ancha como mar todo lo del mundo cambia.


Ejemplo del adulterio y del cristiano (46) – Esbozo de una lista de
angostamientos de la mente por programaciones (47)

II – Los deseos como exigencias: la exigencia de la anticipación. Pasaje


del “deseo-puro movimiento hacia” al “deseo-logro” (48) – Conflictividad y
sufrimiento: otra vez el erigimiento del yo (48 a 49)

123
III – La mente angosta como riachuelo. Una “falla” en la 2ª Naturaleza. La
auto-corrección: estar alerta y “ver”. La mente otra vez se ensancha como
mar (50)

IV – Un ejemplo abarcando a la mente fluyendo como ancho mar u operando


como angosto riachuelo (51 a 52)

V – “Sólo cabe esperar”. Descubrir y asumir. “Hacer las cosas bien” (53 a
54)

VI – “El bote vacío”. Vaciamiento de la mente: respecto a objetivos-logro


a emociones programadas y a ideas programadas (55 a 56)

VII – El deseo en conflicto con el “deber ser”. La mente condicionada por


programaciones y el descondicionamiento. Compatibilidad del deseo con la
realidad (57 a 58) – La educación nos enseña el afrontamiento con el deber ser
(58 a 59) – Qué hacer ante el nuevo conflicto (59 a 60)

VIII – Dar. La dación como acto supremo del enamoramiento, en un doble


sentido (doble perspectiva) (61)

IX – El circuito cósmico. Disponibilidad de los bienes. ¿Regalo o préstamo? La


disponibilidad para el uso y el disfrute (62 a 63) – La práctica diaria de la
dación. Utilidad y viabilidad (63)

X – “En situación de Amor”. Vivenciar el Amor y las respuestas amorosas


desde el ser. Otra vez la necesidad de una voluntad seria (64)

PARTE V

ALGUNAS CUESTIONES
COMPLEMENTARIAS: LAS IDEAS
CENTRALES EN OTRA PERSPECTIVA

I – El sentido de la vida y de la muerte. En situación de amor, no hay


necesidad de preguntar por sentido alguno. “Como una flor”. La búsqueda
de sentido y la carencia de plenitud. El acto de trabajar (66 a 67) – El sentido
de la muerte. Descubrimiento, afianzamiento y amenaza de muerte del
yo. La cuestión de la pérdida (68)

II – Dios: como entidad, como ser. El fluir de la mente y Dios. La vivencia (69
a 71)

III – El aplauso. Necesidad de reconocimiento de los artistas (72 a 74) –


Festejo del público y necesidad de identificación. Con la mente quieta (74 a 75)

124
IV – Mediaciones. Las “manos vacías”. Regalar y la exigencia de regalar.
Comunicación personal y la mediatización del regalo (76 a 77)

V - ¿Prescripciones? La oposición entre deseo y deber ser. “Atender al


deseo sin juzgar”. La descarga del deseo (78)

VI – Emigrar: una conducta evitatoria. Atender a lo esencial: la “pauta


del hombre sencillo”. La lección de Epicuro (79 a 80)

VII – “Sintiéndome inquieto por los apegos del yo”. Existencia y


consistencia. Existir y el fluir de la mente. Fluir total y fragmentación: la
desapacibilidad (81 a 82)

VIII – “Descubrir” en lugar de “lograr”. “Efectos” en lugar de


“Objetivos”. El acto de asumir (83 a 85)

PARTE VI

CINCO CASOS CON UNA VISIÓN


I N T E G R A D O R A, Y U N Ú L T I M O
T E M A C E N T R A L: E L V A I V É N

I- El aquietamiento de la mente y los celos. Desaparición de la crisis de


celos (87 a 88) – Más allá de la desaparición de la crisis: “ver” las
programaciones de fidelidad y amor posesivo. En “situación de amor” (88)
– Un diálogo aclarando dudas (88 a 90)

II – Ante el insulto. Requerimiento, juicio y apego. Comprensión del insulto


en su totalidad (91)

III – Ante el amor perdido. El vaivén. El buen dolor ante la pérdida. “Amar
a la distancia” (92 a 93) – El dolor malo y su conflictividad destructiva (93) –
Placer y exigencia del placer: el apego (94) - ¿Negación de la conflictividad?
La auto-corrección y el vaivén. La perfección de la mente (95 a 96)

IV – El momento del amor físico. El yo expandiéndose en situación de


placer. El vaivén como 2ª Naturaleza (97)

V – Separación de pareja: Un caso ejemplar para la auto-observación de la


actividad mental y del yo en su proceso de afianzamiento. Los clamores del yo.
Qué hacer. (98 a 99) – “Quedarse solo”. “Prenderse de puntos de referencia
exteriores (99 a 101) – La soledad: oportunidad para conocer el abandono
original (101) – Relacionamiento con la pareja separada. a) Con la mente
condicionada, con memoria afectiva, sin aquietamiento mental. b) Con la mente
en vías de desacondicionarse, sin memoria afectiva. Asumir la conflictividad
(101 a 102) – Efectos potenciadores. Otra vez “sólo cabe esperar”.
Aconteceres, contingencia y existencia (103 a 104)

125
PARTE VII

MUCHO DE LO QUE IMPORTA


DICHO EN FORMA DE DIÁLOG O

Exposición en cinco escenas de las ideas desarrolladas a lo largo del texto


precedente (106 a 118)

PARTE VIII

LOS QUE NO PUEDEN ESPERAR

La “renguera”. Los “espirituales”. Sus planteos, y replanteos (120 a 121) –


Destinatarios de estos “SEÑALAMIENTOS”: “Los que pueden esperar”
(121) – Lentitud de la irradiación de los señalamientos. La tristeza final
(121)

Montevideo – Uruguay, Abril 2006

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