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Un rumor, el est
Fernando Ulloa. Un rumor, el estar
analista
Tuvieron que pasar muchos años y análisis de por medio, para que en un cierto
momento se me ocurriera llamarlo. En esa ocasión me pregunté por qué no podría
recurrir a quien yo quisiera, aunque aún no supiera bien para qué.
Podría decir muchas cosas sobre Fernando Ulloa, se ha escrito y se escribirá
mucho sobre las marcas que dejó. Su producción escrita no es tan extensa,
pero sí son vastas las huellas que ha dejado en el campo de la Salud Mental,
los Derechos Humanos y el Psicoanálisis.
Conocí algo de sus ideas en la facultad, pero en esa época de la expansión del
Lacanismo, a fines de los 70, no estaba yo en condiciones de valorar su
originalidad y amplitud, leída por mi joven soberbia como eclecticismo. No
me daba la “seguridad” de matemas, fórmulas y aforismos que fortalecían la
fe de los creyentes en la iglesia.
A fines del 2001, falleció repentinamente un amigo, Héctor Braun, con el que
compartí durante décadas cotidianas conversaciones muy animadas en el bar
del hospital. Estaba completamente devastado y recuerdo que Ulloa me contó
el momento de la muerte sorpresiva de un hermano, cuando él era un niño y
el estado de conmoción en que quedó junto a sus padres. Sentí que
compartíamos pérdidas dolorosas e inesperadas.
Héctor Braun, tenía un par de años más que yo pero me funcionaba como un
amigo, maestro y hermano mayor al que me gustaba mucho molestar y él
aunque se molestaba, estaba ahí y lo toleraba.
Fue una fantasía bastante alejada de la realidad, porque tanto ante la muerte
de Héctor como ante la de Fernando no pude ni quise decir palabra alguna.
Otras veces en que hablaba sobre cierta adicción al trabajo y dificultad para
compartir el tiempo con mi familia, me dijo “tenga un paciente menos y… un
hijo más”. Se quedó sorprendido de lo que había dicho: “Bueno, no es
necesario que tenga otro, puede ocuparse más de los hijos que ya tiene”.
Recuerdo que ese final vino llegando y que pensé mucho que le quería hacer
un regalo, pero no cualquier cosa, algo especial. Siempre me atrajo el mar, el
río, el navegar y las islas, así que encontré una réplica mediana de una
hermosa canoa isleña de madera a la que le pinté el nombre de Fernando
Ulloa.
La última sesión fue muy emotiva, le di con mucha alegría el regalo, que creo
que le gustó y nos dimos un fuerte abrazo.
Quería despedirme de un modo más cercano, así que fui al velatorio; era un
lugar agradable, no había mucha gente y había, además de la tristeza, algo
apacible, como si Fernando continuara estando ahí de algún modo. Al lado
del sobrio féretro cerrado había un atril con un retrato de campo de
Fernando, era una linda imagen de alguien que se había ido, pero que
continuaba estando, que incluso a través de otros se transmitía un cuidado
para dejarnos un recuerdo amable de lo compartido.
Alguna vez pensé que a lo largo de mi vida me analicé con diferentes
analistas y cada uno me ayudó como le fue posible; no fueron tantos. El
primero era kleiniano, la segunda lacaniana, y de Ulloa diría que se dedicaba
al psicoanálisis e intentaba estar analista. Él decía que la condición de
analista se transmitía como un rumor, como algo dicho a medias. Incluso
destaco que me permitió unos años después retomar mi análisis con otra
psicoanalista, más allá de su orientación teórica o de la mía.
Creo que es importante recalcar el cuidado que puede tener un analista; ese
cuidado puede apuntar no solo al progreso de un análisis sino también a no
hacer daño, a no agregar dolor o dificultades a los que ya trae un analizante.
Tal vez esa es una de las marcas que dejó en mí el tiempo compartido con
Fernando: no solo recuperar la capacidad de amar y trabajar sino también la
de soñar y jugar. De algún modo, eso es lo que se espera de un padre. Quizás
Fernando, así sencillamente, pudo ayudar con eso.