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Traducción libre de un tema inédito de Chan Marshall

i
Arrancaron la hiedra.
De raíz. No les fue fácil, sin embargo.
Emplearon podadoras,
palas y guantes para no lastimarse.
Esa hiedra que tardó años en cubrir
la pared al fondo del patio.
Aferrada al concreto, parecía resistirse.
Era su territorio.
Si hubiera podido hablar
no lo hubiera hecho,
habría gritado,
no hubiera perdido el tiempo
en hacerlos entrar en razón
porque el objetivo de esta mañana
era cortarla, ver la pared lisa, perpendicular.
La hiedra dejó marcas
como huellas de ave pequeña,
similares a las que dejan en la arena
los pájaros marinos.

Tenías dieciséis en esa foto,


atrás la hiedra crecía como un cáncer.
Sin simetría, con determinación.
Dieciséis y ya sabías
lo que las manos no alcanzaban,
lo que era tu nombre escrito en tinta china,
lo que era una canción repetida hasta dormir,
despertar con ella.
Sabías de esta ciudad de tullidos,
obesos y descompensados,
condenada a la pequeñez.
La hiedra nada sabía de eso
pero crecía detrás tuyo
en la misma foto
donde aún tenés dieciséis
y ya la pared está totalmente verde,
cubierta por la hiedra que no sabe
lo que nosotros sí.
Por eso pueden cortarla de raíz,
con esfuerzo pero con éxito.
Al sol le da lo mismo,
igual cae directo sobre la pared
donde no está tu sombra.
Ni la hiedra.
ii
La lluvia sobre tu nombre
escrito con tinta china, ¿recordás?
Empezó a correr sobre el papel,
sin simetría, con voluntad propia.
Como lo haría una hiedra en la pared
donde alguien hubiera podido tomar una foto
a la niña de dieciséis,
que ya no era niña,
obsesionada con la palabra deformidad,
dormida escuchando la misma canción
que ya es difícil precisar de dónde proviene
si de adentro o de afuera
yellow hair / you are such a funny bear
Y las cosas que crecían sin saber nada de esto.
Durmiera o no la niña, crecían, como el cáncer.
La hiedra también.
Entonces el nombre se convertía en otra cosa:
una mancha negra sobre papel,
como una enfermedad
o la idea que tenemos de la enfermedad.

La hiedra en cambio
no tiene ideas.
Si se enferma, muere.
La niña tiene ideas,
se enferma, muere.
Pero la hiedra estaba sana,
seguía creciendo,
empezaba a invadir la casa del vecino.
El vecino tullido que vive con su madre,
la madre obesa,
la familia descompensada
que tenemos de vecinos.
De todas formas, la cortaron de raíz
aunque estaba sana,
de un verde temperamental.
No porque tuviera ideas la planta
sino por cosas que explicaría mejor
un biólogo o un botánico
o tal vez la gorda de al lado
que vive hablando de su jardín,
del jardín y de la voluntad de un dios
que le envió un hijo tullido
como castigo tal vez,
por obesa,
por gorda,
por solterona,
por vecina,
por que sí.

Porque no hay razón para nada,


un día algo está sano,
la mañana siguiente lo arrancan de raíz.
Un día se tiene dieciséis
y la vida es una extensa playa en la tarde,
la arena tatuada con huellas de pájaros marinos.
Y ese momento dura lo que dura
una canción que se repite
hasta entrar en el sueño
mientras lo demás sigue creciendo,
dentro y fuera,
en silencio,
lejos de la simetría,
con determinación.
Titular

La pregunta es:
¿seré tan estúpido
como la música que me gusta?
O la pregunta es:
¿qué se leerá en los titulares?
Un linaje que abandona los bosques
y desarrolla el cromosoma
de la inseguridad.

En el futuro está la mañana


en que te pasearás por el parque
y en la sombra del monumento ecuestre,
para mayor precisión,
en la sombra de la mano
sobre el adoquinado,
colocarás el tetrabrick vacío
como si el benemérito brindara
por vos, por ella, por la patria,
por la tribu de reductores de cabezas.

Pero todavía falta el paso del tiempo,


cubrir esa curva descendente
que el calendario traza
en números enteros,
y la música que escucho
aún no supera la inutilidad
de escribir en verso
lo que a todas luces es prosa.
Alguien tiene que decirlo:
más que literatura,
esto es deforestación.
Repaso

Se acelera el corazón
por medios artificiales
y los vientos alisios
son vehículo de polen y epidemias.
De la belleza de la fealdad
otros hablan mejor.

¿Con quién dormirás ahora?


es una interrogante
para los años que vienen.
Lo de hoy es la brisa
en la espalda
y todo lo que dura
menos que el plástico.

México D.F.

Esa foto donde ninguno sonríe:


¿Quién nos creerá que fue de la época buena?

Regreso

Y un buen ocho de abril


o catorce de noviembre,
en un hotel de provincia,
la que hubiera podido
ser la madre de tus hijos
pasa la ropa sucia
de una maleta a otra.
El perro de los vecinos

El perro de los vecinos mordió una vez al dueño. Lleva tres años encadenado al portón del
garaje. Hoy volví de noche y vi ese bulto negro dormir con los ojos abiertos. Venía de verte
después de varios meses de incomunicación. Mentí cuando hablé de progreso, como antes
mentía sobre la fidelidad. En la mesa contigua había más cervezas que personas y en la
nuestra, cuando te inclinabas, me cegaba desde atrás un reflector. Ahora pienso en la mirada
hueca del que ya no es una mascota y en que no soy peor que mis vecinos. Un día voy a liberar
a ese perro. Un día seré yo el del resplandor en la cabeza.

Década

Hay que empezar 


la década otra vez,
la línea va torcida.

En otro orden de cosas

Las ratas se comieron


el alimento de los pájaros.

Me obligás a decir de nuevo


“te lo advertí”.

No bien sale el sol


hay que pensar en 
las tres comidas del día.

Cada lunes empieza 


una nueva vida
vivo entonces 
la semana anterior 
sin dignidad.

En agitadas discusiones
imaginarias
se nos fue el año.

Te lo advertí.

La memoria y/o las estrellas


son luz envejecida.
Iluminan, apenas,
ese lugar donde una
llama a los suyos
desde la puerta
y termina una tarde
y el plato nunca se enfría.

No necesariamente en este orden:


Las ratas
El alimento 
Los pájaros

En son de paz

Un buen día tentado a planchar los jeans. Un buen día tentado a cortarlos a la altura de la
rodilla. Isabella dice “las impresoras nos odian”. Yo le digo, Isabella, qué buen aforismo o lo
que sea. Pienso mal de la gente que puede estar horas dentro de la piscina sin mojarse la
cabeza. Como vos. Como yo. 

Nos separa la luz y el sonido de la respiración debajo del agua. O del corazón. O de las
impresoras. Ah, la palabra que buscaba más arriba era “apotegma”.

Vine en son de paz, luego cambié de opinión.

Marino

Lo bueno del mar es


cuando nadie se ahoga.

Pasó ayer pero


lo cuento hoy
mientras escriben 
ellas un nombre
en la arena
con un palo que vino 
flotando entre bolsas
y hojas y pipas.
Escriben hoy
lo que conté ayer
la monotonía tiene un borrador 
que llamamos olas.

Son estas que te hacen 


cosquillas en los pies
y luego se van.

Son estas que borran 


los pies o lo que alcancen.
Lo que el mar toca
le pertenece.

 
Retrovisor

Los bajos no podemos ver lo que viene


pero de lo que quedó atrás soy un experto:

un incendio forestal
y ese metal donde no pegan los imanes.

Pensando en usted un día como hoy

Tan temprano y desempleado.


Me puse a enhebrar:
el arpón del pulso, la vista 
y la memoria.

Pero no quiero remendar las cosas,


no finjamos: del teléfono 
lo que más le gustaba
era colgar.

 
 

Mensaje

Llegué antes que el mensaje


a un bar cruzando Atocha
o Alexanderplatz.

Una tarde de oro / una tarde en llamas


haciendo tiempo,
la memoria llena de partes 
de otros rompecabezas.

El cuerpo ahí, la mente allá:

cuando entró una coral a la cocina


y vaciamos la pecera para atraparla

los años de  nubes quietas,


fuera de la gravedad

la cera de color
sobre el lustre de cumpleaños

y todo lo que crujía 


pero en buen sentido
como el contrario de lo malo.

Hacía tiempo y me comí


tu galleta de la fortuna,
decía que 
hoy te toca a vos
ponerle la morfina a mamá.

Del poemario inédito Fuera de la gravedad

Luís Chaves. (Costa Rica, 1969) Publicó El anónimo (Guayacán, Costa Rica, 1996), Los animales
que imaginamos (CONACULTA, México, 1998), Historias Polaroid (Perro Azul, Costa Rica,
2000), Cumbia (Eloísa Cartonera, Argentina, 2003) y Chan Marshall  (Visor, España, 2005).
Publicó también la Antología de la nueva poesía costarricense  (Línea Imaginaria, Ecuador,
2001).

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