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CIEN CICATRICES

Tenía quince años cuando todo empezó. Paseaba sola escuchando metal industrial, me
prohibía la comida y me encerraba a escribir en un diario mis fantasías suicidas de hija
perfecta. Hasta que encontré la cuchilla, caliente y fría. ¿Cómo supe que podía gritar con
sangre? Con diecinueve años y viviendo sola en Francia, volví a encontrarme con los
fantasmas de la exigencia y las expectativas ajenas. Las hojas de afeitar se juntaron con
noches de encierro y vodka. Era un vampiro en una pequeña ciudad medieval. Mi misión
consistía en destruir mi cuerpo: brazos, abdomen, dedos, rostro.

De esta manera presenta Zulma Saadoun su novela autobiográfica “Cien cicatrices”, la cual será el
eje del presente trabajo.

Al hablar de autobiografía, estamos hablando de testimonios. Ahora bien, ¿qué es una


autobiografía? ¿qué es un testimonio? ¿por qué la autobiografía es un testimonio? La autobiografía
podríamos definirla como la historia de vida que un autor determinado hace de sí. La biografía de
una persona contada por ella misma. Dicho así, todo parece tener una delimitación. Sin embargo, la
autobiografía como género, presenta más problemas de los que parece.

¿Posee la autobiografía un lenguaje particular? ¿Cómo se delimita? ¿Cuándo sabemos que estamos
ante una autobiografía? ¿Género literario o discurso histórico? ¿Cuál es el papel de la ficción en la
misma? Pozuelo, en su libro “Poética de la ficción”, define la autobiografía como un “relato
retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su
vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (Pozuelo 188).

Plantea la gran dispersión que adquiere la autobiografía como uno de los principales problemas para
su delimitación.

Hugo Achugar afirma que “el testimonio es también esto: la posibilidad de reconstruir la verdad”
(Achugar 39). De alguna forma se intenta romper con el silencio presente, sacar a la luz una
verdad, más que reconstruirla. La verdad está allí presente, hay que quitarle las trabas del poder,
despojarla de toda atadura.
Zulma Saadoun, actualmente Licenciada en Comunicación Audiovisual, presenta a través de su
autobiografía, el fenómeno de la autolesión. Su posición radica en el espacio del letrado. Sin
embargo, su intención no es hegemonizar su discurso en la cuestión, sino dar conocimiento desde la
crudeza de su propia experiencia: ¿qué significa la autolesión? ¿por qué autolesionarse?

Según la Sociedad Internacional de Autolesión, la autolesión puede definirse de la siguiente manera:


estado en el que se encuentra un individuo que tiene un alto riesgo de hacerse daño pero no de
matarse, y que produce daño en los tejidos y logra aliviar la tensión que siente. Los grupos de alto
riesgo son las personas que son incapaces de manejar tensión psicológica de manera sana, estar
en estado de ansiedad, culpa o despersonalización, en necesidad de estimulación sensorial para
regresar a la realidad, deprivación de cuidado paterno / materno o perteneciente a una familia
disfuncional.

Tengamos en cuenta que “Cien cicatrices” no es el DSM-IV ni nada por el estilo. Como todo
testimonio, lo que se plantea es revelar una verdad. La verdad testimonial refuta un imaginario ya
constituido y avalado desde el poder y de esta manera, lo deconstruye. O por el contrario, enfatiza
en ese imaginario, en caso de testimoniar desde el lugar del poder.

En el presente trabajo, la posición es híbrida. Si bien no pretende deconstruir todo lo que circula
como información al respecto, tampoco realiza cultos a la desinformación en el tema. Creo
personalmente que este testimonio parte de una verdad. De la verdad de un fenómeno que no tiene
aún una silueta perfectamente delineada, no tiene una delimitación ni física, ni social, ni cultural. Es
un fenómeno heterogéneo que puede tomar infinitas direcciones.

La historia comienza cuando Zulma tiene quince años, tal como lo explicita en la presentación del
libro, ¿cómo dar con la autolesión? Quizás desde el poder se pretenda la misma como una superflua
influencia externa en la franja etaria a la que se refiere aquí, como una imitación de estilos presentes
en el espacio público, o como imitación de determinadas figuras. Lo cierto es que el encuentro con
este fenómeno se dio en este testimonio casi naturalmente:

Un día ... estaba esperando que vinieran a buscarme al colegio ... Estaba solo y me sentía
muy triste y preocupada pero no recuerdo por qué razón precisa ... abrí mi mochila y busqué
una tijera amarilla que usaba para recortar fotocopias. Como en un estado alterno, la abrí y
comencé a deslizarla firmemente sobre mi muñeca izquierda ... sin saber qué estaba
haciendo, pero sin sorprenderme tampoco ... (Saadoun 41)
La autora afirma:

No era sadomasoquista, porque después de un tiempo ya ni sentía dolor al cortarme.


Tampoco era adoradora de Lucifer ni usaba lápiz labial negro, y definitivamente no comía
cabezas de murciélagos en mi cuarto. No era gótica, no era emo. Todo esto sucedió antes de
que el imaginario colectivo y los programas de salud y familia televisivos decidieran darles a
esos grupos el monopolio de la autolesión. (Saadoun 47)

Un testimonio nunca será tan crudo como cuando el que lo escribe es la propia persona. Podemos
afirmar esto, desde una de las posiciones autobiográficas que Pozuelo presenta en su antes
mencionado libro; la autografía se resiste a la ficción. Los que se suscriben a esta postura, parten de
la base de que hay un otro que nos está revelando una verdad. Esta verdad forma parte un pacto.

La verdad es una verdad particular cuando se trata de un testimonio autográfico, desde la certeza de
que yo puedo contar como verdad, lo que experimenté. No es el caso en que se hable en
representación de una comunidad, de un grupo social marginal. Sino desde el deseo de dar
testimonio, iluminar de alguna forma aquello que sé, aquello que de alguna manera experimenté.
Mas esa iluminación posee un foco propio en cada caso: “Cada uno tendrá su propio duende, yo
solo puedo hablar del mío” (Saadoun 46).

¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir?

Porque hablar no alcanzaba, necesitaba escribir, que es lo más parecido a gritar con el
megáfono más potente ... quería escribir para decir todas las cosas que había silenciado. Si
las gravaba para siempre en el papel, entonces nunca más necesitaría escribirlas de nuevo en
mi piel ... Así como una vez elegí cortarme, decidí ponerme a escribir, porque me cansé de
que otros hablaran por mí. (Saadoun 188-189)

La autobiografía en cuestión tiene los motivos mencionados para testificar esa realidad semi-oculta.
Es un testimonio inmediato. El anhelo es hablar por sí mismo. Descubrir su propia verdad. No
pretende darle voz al otro, porque no hay un otro al cual darle esa voz, no estamos ante un discurso
reprimido, subalterno, sino ante un discurso auto-silenciado, auto-flagelado, desmitificador.
Dejando lugar a la palabra.
BIBLIOGRAFÍA:

• Saadoun, Zulma. Cien cicatrices. Montevideo: Editorial Sudamericana Uruguaya S.A, 2012.
Impreso.
• Achugar, Hugo y Berveley, John. La voz del otro. Lima: Latinoamericana Editores, 1992.
Impreso.
• Pozuelo Yvancos, José María. Poética de la ficción. Madrid: Editorial Síntesis S.A, 1993.
Impreso.

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